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11 de febrero de 2023

Alguien debió conservar y cuidar con amor este jardín de gente

A Dios nunca se le ocurrirá

¿Cómo harás para ver y aliviar el dolor en el jardín de gente?

Algún acuerdo en tu alma tendrás

Y ya no sé si es que amanece o veo el cielo

como un gran collage.

El collage de la depredación humana

Jardín de gente

L. A. Spinetta

Linda, esta carta es extraña, porque es para vos, también es para un mundo. Y en cierta
forma también para mí. ¿Quién es ese “mí”? Es algo que espero ir dilucidando, de la misma
manera que, supongo, se irá dilucidando cuál es ese mundo hacia el que esta carta se
dirige. De lo que no me cabe duda es a quién considero como “vos”, aunque ese vos siga
siendo un misterio. Sé que la dirijo al misterio que se mantiene como tal en la medida que
hay un encuentro de amor despersonalizado —como todo amor que se precie de tal— al
punto que me cuesta creer cómo aún estamos vivos y conservamos cierta individualidad.
Contigo siento que, al contrario de cierta generalidad acerca de las parejas, nuestra pérdida
de individualidad no tiene que ver con una fundición de dos en uno, sino en la expansión
hacia espacios de potencia incalculables que no necesariamente comprende a ambos, pero
en lo que algo de esta conjunción nos permite despegarnos e ir más allá de todo, incluso de
nosotros. Y ese más allá no es algo fuera de todo, sino algo entre todo, en las porosidades
y grietas de todo. Y si el amor que siento es indescriptible, y si en algún momento se me
escapa que es por vos, no pasa nada, no hay ningún romanticismo en eso. Ambos sabemos
que el amor por vos —o por mí— tiene que ver con el mundo que creamos, que nos
permite, juntos y separados, seguir creando mundo… Quizás algún día explotemos, pero
será bueno. Nunca será por el otro. Ya te cuento: no hay otro.

¿Para qué escribir-te? Infinidad de motivos. Plantearse alguno ayuda a saber qué se
escribe. O quizás ni siquiera haga falta saberlo y simplemente ponerse a escribir, en el alivio
de saber que todos esos motivos y seguramente muchos más, secretos hasta para mi
voluntad, se impondrán al teclear consciente y producirán su propio decir. Un decir irracional
que, con suerte, dejará sobrevivir a algunas de las cosas que sí quiero decirte. Al fin y al
cabo, hay algo del deseo y también del placer de sentir que dos medios tan diferentes como
nosotros pueden resonar en su superficie de contacto. Solo nosotros sabemos cuán
diferentes somos. Difícil encontrar dos personas tan diferentes y al mismo tiempo que
resuenen en lugares tan impensados. Pero tengo el secreto: vos y yo no somos personas,
el uno para el otro no es una persona. Y eso nos salva de la tragedia griega de no poder
evitar el destino, sobre todo porque no tenemos un destino. Jamás buscamos semejanzas y
siempre nos alucinaron las diferencias, las cuidamos, las mimamos, las potenciamos, nos
vemos hacer y nos encantamos en su sentido más brujeril.

¿Esa salvación es la de seguir juntos? Tal vez eso es algo a desmantelar, la estupidez del
pensamiento del no-pensamiento. Como si seguir juntos fuera lo más importante o fuera
directamente importante en algún sentido. La estupidez es un gran combustible para la
escritura, pero no porque crea que puedo producir algún tipo de instrucción, enseñanza,
sino como reforzamiento del pensamiento de que aún podemos no estar parados ahí, que
aún podemos conservar algún tipo de cuestionamiento sobre el mundo que nos rodea y nos
atraviesa, incluso sobre la propia estupidez que somos y nos lleva a decir a cada rato cómo
son las cosas y cómo deberían ser. Aquí tenemos una guerra, una verdadera guerra, una
guerra interminable, pues jamás estaré tranquilo y satisfecho con mi estupidez, ni con la de
nadie que a través de ella intente modular mi vida. Pero ante la pregunta de si nos salvamos
estando juntos, ya tendré que decir que no, y eso es seguramente la negación más
redundante de nuestra relación, porque si algo nos impulsa aún a seguir juntos, entre
muchas cosas, es el sentir en los huesos que podríamos no estar juntos y que eso estará
bien para nosotros. Adivinamos allí una tristeza enorme, pero también la adivinamos
necesaria para seguir produciendo estos mundos que estamos haciendo. Y si sucede será
un suceder necesario, pero ese necesario nada tiene que ver con la tragedia. Lo necesario
lo es a algo que no estaba escrito, a un fortuito que en el movimiento instintivo nos pone en
un camino porque no hay otro, no hay decisión porque no hay tiempo. No hay sucesión ni
causalidad. Y porque entendemos a John Cage cuando dice “y si nos alejamos, no nos
separamos, ganamos un sentido de la distancia”... Al fin y al cabo, ¿qué es estar juntos si
no una serie de oscilaciones que nos colocan a diferentes distancias a cada momento, en
cada acontecer?

Y sin embargo, la lucha contra la estupidez es también una lucha por estar juntos, la lucha
por el pensamiento es una lucha por estar juntos. Porque hoy sé que puedo llevar esa lucha
adelante, de las maneras en que pueda. Y tal vez escribir esto tiene algo que ver con esa
lucha.

Así se aclara que te escribo a vos y escribo a un mundo y también me escribo a mí, y que
esas tres escrituras no se confunden. A vos te escribo por resonancia, al mundo le escribo
por disonancia, a mi me escribo por desonancia.

La escritura piensa en vos, piensa en encontrarte y volver a producir ese lugar-cualquiera


de amor que acostumbramos a producir, la escritura piensa en resonancia con estos dos
medios que nos componen, entre un cuerpo y un cuerpo, un Javier y una Anita, una
escritura-pensamiento, una tercera dimensión en la disparidad que nos constituye como
“pareja asimétrica”. ¡Qué bueno ser una pareja asimétrica! ¡Qué bueno ser una pareja no
pareja y que eso nada tenga que ver con el poder! Y en ese pensar-escribir desde la
resonancia también se encuentra la resonancia entre otras asimetrías, que no considero
como “mundo”, otros modos del ser que por algún extraño contagio podemos resonar en
nuestras membranas.

Al tiempo esta escritura piensa al mundo con un dolor infinito. Piensa al mundo fuera de
todo encuentro posible, desde la idea del no-pensamiento. El pensamiento es singular —no
individual, la singularidad expresa potencias, no formas… Pero el mundo no-piensa. Hace
muchas cosas: reconoce, enjuicia, clasifica, reacciona, ejecuta, ordena, opina y hasta puede
seguir instrucciones. Pero no piensa. Me es difícil definir claramente lo que estoy sintiendo
por mundo, y no puedo decir más que esa instancia de estupidez absoluta que me hace
sentir, no únicamente muy solo, sino en un peligro de destrucción continua. Una destrucción
salvaje dispuesta a despedazarte a cada paso fuera de un común supuesto por ese mundo
que se cree en una especie de progreso o evolución respecto a un pasado siempre peor. La
idea del progreso —derivada en cierta forma del evolucionismo— es la forma más vigente
del fascismo disfrazado de buenas intenciones. Viene zafando porque después de tanta
campaña demonizante cuesta entender el fascismo vestido de buenas intenciones, y no de
caras feas y malvadas. No hay un tercero posible entre un “mí mismo” y el mundo, es pura
disonancia, jamás resonancia interna, jamás una individuación que nos componga en la
disparidad. El mundo siempre será lo que el “mí mismo” no es: disonancia. (Desde ya que
nada tiene que ver este mundo con el “devenir mundo”, el cual comprendo como
singularidad, como expansión singular de las potencias de los modos del ser).
En lo que respecta a ese “mí mismo”, la escritura lo expande en la medida que difiere de él.
Se produce entre la escritura y quien escribe una disparidad genética que se “resuelve” en
la misma producción escrita. Escribe Deleuze: “sólo escribimos sobre lo que no sabemos o
sabemos mal”. No puedo sentirme más cerca de eso. Cuando escribo sobre lo que sé, se
me van las ganas de escribir, como si estuviera escribiendo en un cuaderno cien veces “no
debo tirar los lápices de los compañeros”. Incluso este ejemplo tiene el estímulo de la
repetición. Pero escribir lo que debo y sé, me aburre, me agota, hasta me desespera.
Cuando escribo, como ahora, siempre estoy al límite de mí, al borde de mí, muchas veces
cayendo hacia el lado de afuera, a veces hacia adentro, en un vaivén que me recuerda
mucho al vértigo a las alturas en el cual hago fuerza para inclinarme hacia la plataforma
porque la gravedad (y vaya a saber qué más) me tira hacia el abismo. La escritura siempre
tiene esa tensión que me hace y me deshace. Hay un producirse desde allí, pero ese
producirse siempre es también un desarmarse, destruirse, una autodestrucción muy lejana
al despedazamiento despiadado del mundo que no comprende nada de esto. En esta
autodestrucción encuentro una espiritualidad que eso que llamo mundo jamás tendrá. Con
la escritura me encuentro en desonancia, y debo decir que se trata del placer más incómodo
que jamás viví.

Ya comprenderás que esta carta es absolutamente espiritual. Nada sucede por fuera de
este espacio espiritual, sólo ese mundo. Mundo que me aterra y con el cual produzco
también un encuentro espiritual aunque ese mundo no se entere y se mantenga ajeno a una
dimensión carente de utilitarismo, reaccionarismo, juicio y todo lo que ya escribí que es
parte de ese mundo. Lo espiritual es lo único que me permite encontrarme contigo desde
acá, producirme desde esta escritura y desencontrarme y luchar contra la estupidez de un
mundo que siento ajeno pero sé que habito y me habita. Si esta carta quiere, se dispone, a
extender todas estas líneas, solo puede hacerlo desde esa espiritualidad que poco a poco
voy encontrando en mis espacios, pensamientos, sentires, tiempos, donde lo inaprehensible
no es, sin embargo, insensible. No es desde la filosofía que puedo encontrarme con vos,
menos que menos desde la psicología (es sabido que cada día la detesto más), es desde
eso que llamamos amor. Y más claro aún, amor despersonalizado. Y si vamos más
adelante aún, amor espiritual (y aquí sí hay una redundancia, necesaria para comprender
que amor no es eso que hasta ahora llamamos amor), inaprehensible, incapturable,
expansivo, impersonal. Solo desde allí siento posible escribirte. Y lo siento cada vez más.

Ya hace más de cien años, Jakob von Uexküll, le escribió a su esposa lo que más tarde
terminó llamando “Cartas biológicas a una dama”. Dicen que es un libro liviano sobre las
ideas de von Uexküll, desde las más biológicas a sus lecturas sobre la sociedad y el Estado.
Es una otra forma de amor que ambos encontraron en esa aventura de experimentar
nuevas mezclas en el mismo laboratorio. A mi no me pareció liviano, me pareció bello, lo
sentí poético, pero no con esos recursos metafóricos y de imágenes que la poesía tiene,
sino poético como creación, creación de un espacio nuevo, de una materia nueva, una
actualización de ese virtual que es el amor puro, por detrás de los contratos en torno a él.
Un otro acceso a la biología y la etología, pero también otro acceso a una relación, otro
vector afectivo que los configuraba en una nueva relación de esposos de 1920. Antes de
transparentar lo intransparentable, von Uexküll, produjo otro trocito de mundo compartido,
no rigurosamente académico, no rigurosamente biológico, tampoco perfectamente literario,
ni siquiera decididamente romántico; sino algo que solo era posible en la configuración
establecida entre el escritor y la lectora, la necesidad —nuevamente la necesidad— de
encontrarse desde espacios que no existían hasta que fueron creados por estas cartas, por
su escritura, pero también por la necesaria lectura de Gudrun von Uexküll. Hoy, 103 años
después, esa necesidad de crear cuerpos entre cuerpos, pensamiento entre pensamientos,
hacia un lugar de potencia, donde haya una sensación profunda de las trillas que
transitamos, posee una vigencia estremecedora, potenciada por el tiempo pasado y los
tiempos que estamos pasando.
Son tiempos extraños. Supongo que todos los tiempos son extraños, pero no le quita valor a
la extrañeza de este tiempo, del que vivimos juntos, en la misma casa, con las mismas
gatas, con el café con leche compartido, también con la soledad compartida y las ganas de
vernos bien, de que el otro esté bien aún sabiendo que a veces no hay mucho más que
hacer que estar cerca (a veces) y lejos (otras veces). Y cuando digo que el mundo es
extraño digo “exquisito” en portugués, un extraño desagradable, nauseabundo. Pero al
mismo tiempo, siento algunos rostros acercarse, algunos brazos y abrazos, algunos besos
dados con todo el amor posible de seres que cuidan, que comprenden, que por alguna
extraña lógica (ahora un extraño fascinante) entregan sus cuerpos-pensamientos-espíritus a
los encuentros alegres, potentes, y allí no hay compensación frente al horror… hay
amplificación, hay combustible, hay fuerza que impulsa a un devenir-mundo, que no tiene
que ver con números, cantidades, sino con enganches, contagios y, sobre todo, sobre todo,
alegría. Una alegría enorme que deseo que nos envuelva cada vez más, sin fin ni propósito.

Entre el extraño nauseabundo y el extraño fascinante, transitamos y amamos. Y con esta


carta te propongo un nuevo transitar, sin ingenuidad, optimismo, pesimismo, ni expectativas,
solo transitar de otra manera.

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