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Reponer las comas de los siguientes fragmentos:

Una tarde a la hora incierta en la que Martín tomaba su vaso de whisky esperando que se hiciera de noche
llegó hasta la misma puerta de la casa un Mercedes azul último modelo un auto de aspecto tan poderoso y
opulento con el motor ronroneando bajo que se hacía difícil imaginarlo deslizándose a la velocidad de un
gusano por esa huella espiralada que subía hasta su casa: después del taxi que los había traído desde la
terminal de ómnibus el día que llegaron era el primer auto que subía hasta este punto (por el otro lado por el
"pueblito" se subía mucho más alto casi hasta la cima). Un solo personaje venía adentro el conductor; el auto
frenado el motor apagado no soltaba las manos del volante y se inclinaba a mirar de soslayo pero con una
especie de impudicia malévola en dirección a Martín sentado sumamente incómodo en ese momento en su
reposera. La cara tenía algo de idiota.

César Aira, Embalse

Pero lo que ninguno de los dos sabía era que en el techo esperando pacientemente estaba pegado el gusano
máximo de la vida misma. A él le gustaban las mujeres no los tipos pero al ver el asunto sufrió un ataque
pasional de indignación. Hizo plop a espaldas del fulano se le aferró como una lapa y le largó un misil de
corto alcance. Aquel viboráceo fue algo tan inesperado y horrible que el punto largó el cuchillo levantó los
brazos y lanzó un grito de lo más teatral y artístico. Parecía Boris Godunov en la inmortal ópera de Modesto
Mussorski hacia el final cuando en su agonía dice: «¡Soy el zar! ¡Soy el zar!». Cayó a tierra y como pudo
arrastrándose salió del lugar con el culo roto.

Alberto Laiseca, El gusano máximo de la vida misma

Palabra de honor no la había visto en la perra vida. Eran la como la una y media de la mañana en pleno enero
y como el Gallego cierra el café a la una en punto sea invierno o verano yo me iba para mi casa con las manos
metidas en los bolsillos del pantalón caminando despacio y silbando bajito bajo los árboles. Era sábado y al
otro día no laburaba. La mina arrimó el Falcon al cordón de la vereda y empezó a andar a la par mía en
segunda. Cómo habré ido de distraído que anduvimos así cosa de treinta metros y ella tuvo que frenar y
llamarme en voz alta para que me diera vuelta. Lo primero que se me cruzó por la cabeza era que se había
confundido así que me quedé parado en medio de la vereda y ella tuvo que volverme a llamar. No sé qué cara
habré puesto pero ella se reía.

Juan José Saer, Verde y Negro

Dijo que hay un pez en ese mismo río que las aguas no quieren y él el pez debe pasar la vida toda la vida
como el mono en vaivén dentro de ellas; aún de un modo más penoso porque está vivo y tiene que luchar
constantemente con el flujo líquido que quiere arrojarlo a tierra. Dijo Ventura Prieto que estos sufridos peces
tan apegados al elemento que los repele quizás apegados a pesar de sí mismos tienen que emplear casi
íntegramente sus energías en la conquista de la permanencia y aunque siempre están en peligro de ser
arrojados del seno del río tanto que nunca se les encuentra en la parte central del cauce sino en los bordes
alcanzan larga vida mayor que la normal entre los otros peces. Sólo sucumben dijo también cuando su
empeño les exige demasiado y no pueden procurarse alimento.

Antonio Di Benedetto, Zama

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