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La luces que me conmueven - Sinopsis

"Las luces que me conmueven: Un viaje de redención y


esperanza"

Andrés, un exitoso empresario inmerso en su amargura


tras ser traicionado por su esposa, se embarca en un
viaje a una remota ciudad en plena Nochebuena. Su
objetivo: firmar un contrato que asegure el futuro de su
empresa de bienes raíces. Sin embargo, el destino le
tiene preparada una inesperada sorpresa.

En medio de la oscura noche y los solitarios paisajes


montañosos de Sinaloa y Durango, Andrés sufre un
accidente automovilístico que lo deja varado y
desorientado. En ese momento de desesperación, los
García, una humilde familia que habita en un pueblo
oculto entre los bosques, acude en su rescate.

Mientras los García se esfuerzan por encontrar a la


familia de Andrés, él experimenta un despertar
emocional. Conoce a Zil García, una joven de
temperamento explosivo y llena de inseguridades, cuya
vida ha sido marcada. Zil es madre soltera de una niña
con espectro de Asperger, y su historia despierta en
Andrés un sentido protector y una profunda empatía.

A medida que la relación entre Andrés y Zil se fortalece,


ambos se enfrentarán a sus miedos y heridas del pasado,
creando un vínculo único y transformador. Andrés
descubrirá las necesidades y carencias de la familia
García, a pesar de su situación de pobreza. Esta
revelación lo llevará a cuestionar su propio resentimiento
y a encontrar un propósito más significativo en la vida.

"Las luces que me conmueven" es una historia


contemporánea que se desenvuelve entre la vibrante
ciudad de Guadalajara, los escarpados paisajes
montañosos y la bulliciosa urbe. A través de la redención
y la esperanza, Andrés y Zil aprenderán a sanar sus
corazones heridos, revelando que el amor y la solidaridad
pueden florecer incluso en los lugares más
insospechados.
La luces que me conmueven - Prefacio

En la luz adecuada, en el momento correcto, todo es


extraordinario. Aarón Rose.

Es conocido por la sociedad que un hombre de buen


aspecto físico, soltero y con buena posición económica
tiene el poder de atraer a cualquier mujer que desee. Sin
embargo, a pesar de la abundancia de admiradoras,
Andrés De Rosa Vitale carece de lo más valioso en su
vida.

Hace algunos años, perdió todo lo que consideraba


esencial para un futuro prometedor: su corazón
destrozado y los sueños que anhelaba vivir. Después de
meses de duelo, logró recuperarse y enfocó su energía en
establecer nuevas metas, tomar decisiones más
acertadas y buscar el éxito, relegando a las mujeres a un
lugar secundario en su vida.

Ahora, Andrés espera cerrar un trascendental acuerdo


que le permitirá alcanzar parte de sus nuevas metas. Sin
embargo, no está preparado para lo que está a punto de
suceder. Un giro inesperado de los acontecimientos le
revelará que confiar en un futuro seguro puede resultar
engañoso, que la vida no se puede comprar y que el
respeto no se gana mediante imposiciones. Un simple
parpadeo alterará su existencia para siempre.
La luces que me conmueven - Epígrafe

En la luz adecuada,

en el momento correcto,

todo es extraordinario.

Aaron Rose.
La luces que me conmueven - Capítulo 1

Las luces tenues de la ciudad entran a través de la


ventana en la habitación, iluminando los cuerpos
sudorosos que yacen sobre las arrugadas sabanas
debajo de ellos. La joven pelirroja gime ante la inminente
sensación de placer que Andrés le da. Extasiados en sus
cuerpos, se dejan llevar a través del ocaso nocturno
hasta llegar al frenesí del orgasmo cargado de mera
lujuria carnal.

—¿En verdad tienes que irte ya? ¿O es que te puedes


quedar una hora más? —la voz melosa de la pelirroja
acaricia el oído del moreno que yace desnudo de la
cintura para arriba.

Tomando un poco de aire, él se aleja un poco más de ella


disimuladamente, intentando salir de la cama y
posteriormente de la habitación.

—Sabes que sí, acaso tú no tienes ningún otro lugar a


donde ir —sonaba más a afirmación que a una cuestión
en sí— ¿Una familia, amigos, una mascota o ya en última
instancia alguna fiesta?

—Ya conoces la respuesta a eso, Andrés. Desde que salí


de casa y me hice independiente no he vuelto. —Marcela
sintió el veneno en las palabras de su amante, pero lo
dejó pasar, era mejor tenerlo a su lado, que no tenerlo y
amarlo en la distancia— Quizás si tú gustas puedo
acompañarte.

La voz seductora de la chica intentando atrapar de nuevo


a su compañero de cama le provoca a él un poco de
náuseas, por lo fingido que se escucha.

—No, una cosa es el sexo casual y otra muy diferente


intimar— Andrés se levanta malhumorado por la
propuesta y se dirige al baño azotando la puerta justo
después de entrar.

Marcela se queda enredada en las sabanas beige con


bordados color oro de su recámara mirando hacia la
oscuridad de la noche. Pensaba cuantos encuentros más
faltaban para que él la amase de la misma forma en la
que ella lo hacía. Sin perder la esperanza se levantó para
ponerse un albornoz y esperar a que el hombre de sus
sueños saliese de su servicio.

Una vez en la ducha Andrés se debate entre el deseo y la


bondad, su deseo le dice que lo de él y Marcela era algo
puramente carnal, nada que trascendiese a algo estable;
su bondad, por otro lado, le dictaba que la invitase a
pasar una noche tan especial con su familia y no dejarla
abandonada en el frío departamento. Sin embargo, muy a
pesar de sus dilemas, la congruencia le aclaró la mente
mostrándole que si la llevaba le daría esperanzas para
seguir creyendo en un tal vez, y por supuesto esas
mismas creencias las ofrecería en bandeja de plata a su
familia que ansiosa espera que rehaga su vida.

Al salir de la ducha se coloca con suma ceremoniosidad


su ropa de esta noche, sus jeans oscuros ajustados a la
cadera, la camisa azul oscuro y por último sobre un
jersey de algodón su cazadora negra. Termina de
alistarse en completa parsimonia a diferencia de su
estado de ánimo, se siente cansado, indeciso y a su vez
un poco expectante por tantas cosas que hacer y tan
poco tiempo para lograrlas.
—Marce, me tengo que ir —anuncia acercándose a su
amiga con derechos para darle un beso en la mejilla de
despedida—. Intenta salir y distraerte ¿sí?

Marcela lo mira con ojos cargados de esperanza,


considerando que ese pequeño gesto de preocupación es
la anticipación de un futuro a su lado, pero no es así,
Andrés solo intenta asegurar un próximo encuentro entre
ambos.

—De acuerdo, no prometo nada —responde la pelirroja


de piel bronceada intentando guardar el aroma de su
amante en la memoria. Siente un vago mal
presentimiento y aunque por un momento quiere decirle
de nuevo que no se vaya, sabe que es en vano, él ya ha
decidido su destino.

—Nos vemos cuando regrese de Florencia. —Le cierra un


ojo en señal de complicidad, pero él no obtiene el mismo
entusiasmo de parte de ella, quien le regala una triste
sonrisa.
Algo en las actitudes de ella no le agrada, quizás sea
porque ahora confirma que para Marce ahora es algo
más que sexo, se está enamorando y eso le supone un
gran problema. Sale de aquel lugar dispuesto a no volver
más, complicarse la existencia con relaciones amorosas
no es lo suyo.

Repasa mentalmente su itinerario de los próximos días:


Hoy Nochebuena con la familia, Navidad en Durango
para la firma del contrato de la nueva fábrica, de ahí viaja
a CDMX para su vuelo a Florencia, Italia, donde recibirá
Año Nuevo con sus primos y algunas amistades.

Sin meditar en algo más, ya que carga sus maletas


hechas en la maleta, emprende su camino directamente
a la casa de su madre para así cumplir con sus
obligaciones de no tan buena gana con su familia.
La luces que me conmueven - Capítulo 2

Andrés camina despacio cruzando la pequeña calle para


llegar a casa de su madre, María Vitale de De Rosa.
Había enviudado hace unos años y desde entonces vive
con una gran cantidad de avecillas que le hacen
compañía cada vez que sale a tomar café al jardín.

Se puede decir que mantiene una estrecha relación con


al menos tres de sus cuatro hijos, quien continuamente
la visitan y la llenan de mimos, sabe que eso se debe en
gran parte a la buena fortuna de tener un par de nueras
amables y amorosas. Sin embargo, no todo es color de
rosa para todos los hijos de la matriarca de los De Rosa
Vítale; en el fondo, a María le duele la situación del
menor de ellos, Andrés. Sabe que la vida que lleva es
hueca e insípida, llenada por simples banalidades que
mitigan su soledad solo por pequeños momentos y que
por mucho que intente apartarlo de ese camino vacío de
sentido, lo único que logra es seguir apartándolo más y
más por causa del orgullo y autosuficiencia que él cree
poseer.
Días atrás le había rogado que asistiera a la cena de
Nochebuena, alegando que era para estar todos juntos
como familia al menos una vez al año. Al principio María
notó cierta resistencia por parte de él, sin embargo,
Andrés accedió más por obligación que por propia
voluntad y aunque él supuso que su madre no notó su
apatía, estaba muy equivocado, pues los años a ella le
hacen entender con mayor astucia a las personas que
tratan de esconder verdades con pretextos.

La casa amplia con dos plantas pintada de color blanco y


verde, produce en cualquiera que la vea una sensación
de estar llena de vida. La entrada es adornada por una
gran puerta de caoba tallada con enredaderas y vides por
el difunto patriarca de la familia. Pero lo que más
atracción tiene es el gran patio trasero con un hermoso
porche adornado con diversas plantas; sobre las paredes
y pilares cuelgan las jaulas de los pajaritos del amor que
es como todos les llaman; de estos hay de diversos
colores.

Cuando llega a la puerta de la entrada puede divisar con


cariño lo que una vez las manos de su padre fueron
capaces de hacer. Cargado con todas las bolsas de
regalo, Andrés puede percibir el aroma a pan recién
horneado y ponche de frutas. Eso le saca una sonrisa
sincera robándole un gran suspiro que le hace recordar
su niñez y las noches que rondaba en la cocina después
de que todos se fueran a dormir para robar otra pieza de
pan. En más de una ocasión le descubrieron, pero eso no
le impedía volverlo a intentar en esta época del año.

Así que ahora ya está aquí, el lugar donde menos desea


estar. Las reuniones familiares se habían vuelto molestas
e incómodas para él, ya que le recuerdan las veces que
asistía con su exmujer, y por eso siempre las evita. Solo
de pensarlo siente que se le revuelve el estómago, así
que toma una bocanada de aire y prosigue su camino
para entrar.

Toca el timbre en su intento de malabarismo, sin soltar


ninguno de los obsequios, esperando que alguien acuda
pronto a abrirle, y así sucede casi de inmediato.

—Tío, ¡hola! —grita Camila, lanzando su cuerpo en un


abrazo hacia su tío favorito.
Andrés se asombra mucho de verla tan grande, ya que
tenía por lo menos dos años sin verla

—Hola, princesa, también me da gusto verte —responde


Andrés intentando devolverle el abrazo a Camila, pero
con las manos ocupadas le es imposible. —¿Qué edad
tienes? Estás gigante.

El asombro en la voz en él es sincero, por un momento se


pregunta que más se ha perdido.

—Tengo nueve, tío. Ya voy a cuarto de primaria. —


informa Camila muy alegre.

—Qué bueno, ya te estás haciendo viejo, ¡eh! —dice


Andrés con tono burlón.

—No, soy grande, no vieja —replica malhumorada la niña


mientras sale corriendo.

—¡¿Están en casa?! —grita mientras pasa a la sala


soportando el peso que de poco le va calando las manos.
—Acá estamos —responde en un grito Dante, el segundo
mayor de sus hermanos, desde la parte trasera de la
casa.

Poco a poco observa todo a su alrededor y como es que


está todo tan cuidadosamente decorado con cosas
navideñas. Desde las paredes, las diversas mesas, la
chimenea y hasta los sillones. Todo muy bien cuidado y
hermosamente diseñado, sabiendo que esto solo puede
ser obra de su madre.

Se acerca a la esquina de la sala donde yace el árbol de


Navidad lleno de luces de colores, muchas esferas,
figuras y dulces colgando de él. Dejando las cosas
debajo del árbol, abraza a su sobrino que al escucharlo
corre hacia él. Es Miguel, hijo del más grande de sus
hermanos, Ángelo.

Miguel y Camila son hermanos; ambos rubios de ojos


verdes, lo cual sacan a su madre, Diane una canadiense
que Ángelo conoció en uno de sus famosos congresos de
medicina.
—Ya estás más grande renacuajo —expresa al pequeño
mientras lo lleva en brazos al jardín trasero—. ¿Cuántos
años tienes? —pregunta de la misma manera que a su
otra sobrina.

Siente una punzada de tristeza, ya que tenía mucho


tiempo de no verlos, pero no porque no pudiera, sino
porque se la ha pasado tratando de evitar a la familia.

—Tengo tres —informa orgulloso el pequeño Mike. Eso le


hace sentir una tristeza inefable, pues se ha perdido más
de la mitad de la existencia de su adorado sobrino. Sabe
que no hay regalos o video llamadas que reemplacen el
cariño y amor que solo otro miembro de la familia pueden
dar, sin embargo, a pesar de ese remordimiento se auto
justifica creyendo que es mejor estar alejado de todos.

Al llegar a la cocina y ver a través de la puerta corrediza


de cristal lo que ven sus ojos es impresionante, todo el
jardín está decorado con luces navideñas blancas; tal
como su papá lo hacía para ellos de pequeños. Eso le
provoca cierto aire de melancolía, pues sabe que ya no
podrá revivir aquellos momentos felices que tuvo en su
infancia al lado de su padre, el cual es su persona
favorita. Por un breve momento abraza la idea de que
todo es como antes, pero esta consiente que es
imposible, así que la aleja de sus pensamientos.

Una vez más antes de salir del porche pone atención a la


cantidad de personas ahí reunidas, sabe que ha llevado
más regalos de los necesarios, sin embargo, si falta
alguien de recibir uno tendrá la excusa perfecta para salir
a buscarlo cuando en realidad estaría huyendo de aquel
lugar lo antes posible.

La familia entera está ahí fuera: sus tres hermanos, las


esposas de dos de ellos, incluso los suegros de su
hermano mayor; su mamá, sus tres sobrinos y su... su
exmujer. No puede creerlo, eso es un golpe bajo para él.

«¿Cómo pudieron invitarla a la cena de Navidad?» Se


pregunta lleno de ira.

Andrés comienza a sentirse sofocado, con rabia, al


tiempo que el color de su cara va cambiando
drásticamente; piensa que tal vez está teniendo alguna
pesadilla. En cuestión de segundos, todo el enojo
guardado durante los últimos años, la impotencia y la
frustración comienzan a aflorar de nuevo. Era una muy
mala broma del destino que esa «arpía» como él la llama,
esté en el mismo sitio que él y peor aún, conviviendo con
su propia familia.

Bajando a Mike como él le dice de cariño a su sobrino,


este camina en busca de los brazos de su mamá, al
mismo tiempo en el que Andrés sale del porche
adentrándose al jardín para enfrentarse con su Ex.
La luces que me conmueven - Capítulo 3

Matteo, su tercer hermano mayor, se acerca rápido para


saludarlo y a su vez interceptarlo para tranquilizarlo
antes de que haga una tontería, pues la tensión en el
ambiente ha aumentado con su llegada. La familia en sí
ya se sentía incómoda con la llegada de la ex miembro,
ya que no sabían cómo tratarla luego de dos años sin
verla; y la expresión en la cara de Andrés, tan solo verla,
les hizo confirmar sus sospechas de que las cosas no
habían terminado tan bien como él les había hecho creer.
—Hola, hermano, ¿cómo estás? —saluda Matteo
mientras abraza a Andrés por el cuello, para luego darle
una palmada en la espalda.

—¿¡Qué madres es esto Matteo!? ¿Por qué Carlota está


aquí? —le refiere muy molesto, pero en voz baja, de
manera que los demás no puedan oírle.

—Tranquilo Andrés, ella llegó sola. Dijo que pasó a


saludar, de hecho, ya se iba cuando llegaste —susurra
Matteo a su hermano, para tratar de calmarlo un poco.
—Pinche vieja. Qué valiente se considera al venir acá a
darle la cara a todos luego de todo el daño que causó —
murmura Andrés mientras acompaña a su hermano a
saludar a su madre que ya lo ve a unos metros con ojos
de alegría.

Él no ha venido para ver a Carlota y eso le remueve todo


tipo de sentimientos negativos. Quiere salir huyendo de
ahí con más ganas que las de antes, pero la familia se
había reunido y venido unos desde lejos, solo para estar
juntos. Así que se traga sus emociones y empieza a
saludar de lejos a todas las personas ahí reunidas,
totalmente resignado, pues ya está con ellos.

Andrés acorta el camino entre su madre y él, pues ella ya


se acercaba con brazos abiertos a recibirlo con tremenda
sorpresa y admiración.

—Hijo mío, qué alegría verte de nuevo —María le da un


abrazo y un beso efusivo en comparación al escueto de
su hijo.
—También me da gusto verte madre —devuelve el
abrazo de la mejor manera que puede, pues él poco
ánimo que tenía ya se había esfumado en cuanto vio a la
«arpía»

— ¿Ya viste a Carlota? ¡Qué sorpresa que viniera! —


indaga la matriarca, pues deduce que algo oculta su hijo,
pero no el que.

—Sí, ya la vi. No te alegres mucha madre. El que esa


mujer esté aquí no pinta nada bueno —responde tácito y
con voz ronca.

La cara de María se transforma y la preocupación se


instala en sus gestos, confirmando que algo grave ocurrió
entre ellos. Una sospecha de infidelidad por parte de
Carlota era algo que no podía salir de su pensamiento,
pero como no conocía la verdad, el sacar conjeturas solo
era una pérdida de tiempo y un desgaste emocional al
que no quería recurrir. Por lo tanto, sigue esperando que
su hijo se anime a contarle la verdad.
— ¿Pero, por qué? Dime que está pasando Andrés, me
preocupas... —le demanda tratando de persuadirlo,
acariciándole con cariño su mejilla como cuando era un
niño.

—Nada madre, solo que no me gusta verla. Es una ex


incómoda, solo eso —responde Andrés quitándole
importancia, he intentado sonreír para calmar a su madre
que yace preocupada.

—Bueno, si tú lo dices... —sin tragarse el cuento, María


le toma del brazo llevándolo hacia sus consuegros para
que salude.

Matteo no le abandona en ningún momento, conoce


demasiado a su hermano como para saber que le duele
mucho ver a su ex ahí. Nadie conoce realmente la
historia detrás de la separación de ellos dos, pero él sí.
Por lo tanto, sabe que debe apoyar a Andrés en este
instante, ya que el sentido común de su hermano puede
desaparecer en un santiamén.
Al llegar el turno para saludar a su exmujer, Andrés no
puede contener la ira aún guardada dentro de sí. Ella le
había engañado con su mejor amigo, estafándolo con su
empresa de bienes raíces y dejándolo en la calle. La
última vez que se vieron ella le había amenazado con
quitarle también la única propiedad que tenía a su
nombre y que casualmente era la casa de su madre.

Su padre al morir había dejado estipulado en el


testamento las propiedades que serían para cada uno de
sus hijos. La casa de la Abuela, como solían llamarla
todos, pasaría hacer de él una vez que la matriarca así lo
quisiera. Andrés, que nunca ha sido un hombre
interesado en los bienes materiales, le dijo a su madre
que se quedara tranquila, qué esa casa es y sería
siempre de ella.

Ver a Carlota ahí le produce un mal augurio «¿acaso vino


a ver la propiedad?» «O quizás ¿está tramando algo?» Se
pregunta qué diablos la ha motivado para hacer aquello y
por qué está ese preciso día ahí.

Ella siempre ha sido una mujer astuta y perspicaz, sabe


leer muy bien a las personas y también es experta
manipulándolas a beneficio propio; de esa manera fue
que Andrés cayó en sus redes dándose cuenta muy tarde
del verdadero tipo de mujer que esta es. Y aún muy a su
pesar la amó, pues además de poseer un gran atractivo
físico con un cuerpo muy trabajado en el gimnasio, piel
blanca, un hermoso rostro adornado por su melena larga
y oscura, tiene una gran inteligencia y habilidad para los
negocios que al fin de cuentas era lo que lo eclipsaba
totalmente.

Ahora al verla se lamenta haberla admirado y amado,


pues debajo de toda esa fachada de amabilidad hay una
serpiente venenosa que juega muy bien las piezas a su
favor para que todos le sirvan. Eso lo comprobó cuando
nada más estafarlo usando a su mejor amigo, ella lo dejó,
ya que había cumplido su cometido.

Teniéndola cara a cara todas aquellas emociones que


una vez afloraron por ella ahora solo eran un triste
recuerdo, lo único que permanecía era la impotencia de
querer decir a todos lo que en verdad era esta mujer. Su
exmujer.
—No te preocupes por saludar, ya me retiro —anuncia
Carlota con tono desdeñoso pasando, por un lado, de
Andrés—. Fue un gusto verla señora, como siempre
espero lo mejor para usted y su familia —dice
dirigiéndose hacia la matriarca de la familia, dándole un
beso en la mejilla sin que este sea correspondido y
saliendo por el pasillo lateral que da hacia la calle.

Andrés la sigue con la mirada como una pantera a su


bocadillo y la madre de este se percata de todo lo
sucedido sin que su hijo diga nada. Solo Matteo quien
también se vio afectado por el fraude, conoce la historia
real entre Carlota y su hermano, ya que este por
vergüenza decidió no decirles nada a la familia, así que
ante todos solo fueron diferencias irreconciliables.

—¿Cómo te sientes Andrés? —indaga Matteo. El


bienestar de su hermano es muy importante para él, no
solo porque son familia sino también porque es su mejor
amigo.

—Molesto, ¿acaso hay alguna otra forma en la que deba


sentirme? —responde tajante Andrés.
—Tienes razón, pero al menos ya se fue. Deberías dejarlo
ir por hoy, la familia está reunida y se supone que
debemos disfrutar, estar juntos —aclara.

Andrés gira a verlo después de que comprueba con la


mirada que Carlota ha salido hasta la calle por el pasillo.

—Tienes razón como siempre Matteo. Pero eso no quita


que todo se esfume tan rápido.
La luces que me conmueven - Capítulo 4

No hay sonidos de sirenas de ambulancias, protección


civil, emergencias o policía. El frío lograr calar hasta los
huesos ya adormecidos de Andrés, que yace aún dentro
del coche que está volcado hacia arriba en la orilla de la
carretera. Su cara y cuerpo están llenos de sangre fresca
y el sol no tarda en salir, había decidido irse por esa
carretera que era menos transitada por los camiones de
carga, pues le urgía llegar rápido a su destino y
descansar al menos un rato.

Al despertar, después de pasar una hora inconsciente a


duras penas, logra abrir los ojos. El carro está casi
destruido, con el techo aplastado y no queda un solo
vidrio entero, todos yacen en la nieve revuelta, con tierra
y hierba hechos añicos. Por una de esas ventanas
quebradas, él puede ver la noche oscura con los últimos
destellos nocturnos de las estrellas en el cielo y al lado
opuesto, por la otra ventana puede divisar las primeras
estelas de luz que traerán el amanecer.
Por un momento llega a sentir que su alma se desvanece
y que poco a poco la fuerza se aleja de él, la impotencia
por querer moverse llega a él con gran afán mientras
sigue sujetado al asiento y en medio de la nada logra
escuchar el goteo parsimonioso de su sangre sobre el
techo del auto. Esto poco a poco le causa una sensación
de pánico que lo lleva a pensar que, si llega a salir de esa
situación con vida, hará un cambio en su estilo de vida.
Tal como toda persona en aprietos, piensa con tal de
salir de ellos.

Al fin, sus párpados se cierran mientras la sangre ya


corre por fuera del coche, humedeciendo la tierra y la
nieve. La oscuridad de a poco se va difuminando,
dándole paso al gran astro celeste, el sol comienza a dar
sus primeros rayos de luz en el día y estos se reflejan
sobre los cristales rotos esparcidos alrededor de lo que
era un precioso auto. Es en esa falta de energía que
pierde la noción del tiempo y de lo que va sucediendo a
su alrededor. Lo que cree que son sus últimos
pensamientos son nada más que plegarias pidiendo a
Dios que lo saque de este problema y envíe ayuda, es en
ese momento cuando un par de emisarios del destino se
topan con él.
—¡Fer, ayúdame a abrir la puerta, está atorada!, tráete la
caja de herramientas que está detrás —grita Don Memo
a su hijo mayor, que aún está, por un lado, de su
camioneta estacionada a un lado de la carretera.

—Papá, aquí está la caja, ¿hay alguien en el carro? —


pregunta Fer después de llegar con la caja hasta donde
el auto de Andrés había ido a parar tras caer por la orilla
de la carretera y volcarse por un pequeño barranco y
chocar con unas rocas y unos pinos.

—Hay un hombre Fer, llama a la cruz roja rápido —le


sugiere con apuro Don Memo.

—Ya lo intenté papá, pero no hay señal. Podemos llamar


hasta que lleguemos al pueblo —contesta mientras
intenta de nuevo que la llamada saliera— Mejor hay que
sacarlo y llevarlo hasta el pueblo, aquí nadie podrá
ayudarnos.

—Ayúdame, pues, saca las pinzas y revísalo de nuevo,


está inconsciente, sin embargo, vive —anuncia Don
Memo, mientras intenta abrir la puerta.
Fernando le pasa las pinzas a su padre mientras
comprueba el pulso del joven. Al acercarse nota que se
está desangrando y si no le atienden pronto, seguro
morirá.

—Apá, este hombre está muy pálido, hay demasiada


sangre en la tierra y según las prácticas de primeros
auxilios que nos dieron en el trabajo, debemos
inmovilizarlo para trasladarlo y llevarlo con urgencia, no
sabemos que daños tenga, posiblemente muera —dice
preocupado y con urgencia a su padre.

Don Memo no sabe nada de primeros auxilios, él solo se


dedica a la venta de productos caseros de puerco a
diversas tiendas populares, los elabora con su familia,
esposa, hijos y su mamá, un negocio cien por ciento
familiar, que les daba el sustento necesario para
sobrevivir.

—Mire hijo, yo no sé nada de eso, pero si usted cree que


es lo mejor, pues hay que apurarnos. Traiga de la
camioneta lo necesario y yo le ayudo en lo que ocupe —
En ese mismo tono de humildad y respeto, Fer asiente
afirmando la opinión de su padre y va corriendo a la
camioneta para traer lo necesario.

Después de unos minutos, Don Memo logra abrir la


puerta y Fernando llega con lo que contaban en la
camioneta y unos palos más que encontró para lograr
mover el cuerpo aún inconsciente de Andrés.

Don Memo sigue con mucha atención y cuidado cada


una de las instrucciones de su primogénito y en menos
de diez minutos ya lo están subiendo a la parte trasera
de su camioneta.

Fernando al notar la apariencia del hombre supone que


es alguien que cuenta con altos recursos económicos.
Toma las llaves de lo que quedaba del coche y abre la
cajuela. Como suponía, hay algunas pertenencias de
Andrés en ella, las saca junto con los papeles de la
guantera y corre al auto para llevar a ese hombre
totalmente desconocido a la clínica cercana a su pueblo.
Andrés yace recostado sobre una lona en la parte trasera
de la camioneta, con un hombre mayor, por un lado, que
cuida de su cuerpo mientras ajusta un torniquete en su
brazo derecho. Logra abrir un poco los ojos para darse
cuenta de que en el horizonte el sol ya ha comenzado a
salir del todo regalándole los primeros destellos del día
para después de eso volver a caer en un sueño profundo
del cual no sabe si podrá despertar.

A menos de media hora del pueblo está la famosa clínica,


ubicada a la orilla de la carretera de Villa unión—El Salto.
Solo es un pequeño edificio que cuenta con lo
indispensable para atender emergencias. Don Guillermo
García pide de favor al médico del pueblo que también es
su compadre que reciba al joven que viene muy grave.
Mientras tanto, Fer avisa a tránsito local del accidente en
la carretera para que tomen cartas en el asunto.

Eduardo Vega es ya un señor mayor rondando los


sesenta. Ha sido médico de Pueblo Nuevo y sus
alrededores durante más de veinte años, por lo tanto,
todos le conocen. Además de ser un médico
experimentado, también es una persona muy amable con
los demás y con mayor razón para aquellos que no
cuentan con muchos recursos económicos. Puede
atender desde una simple gripe, hasta partos y cirugías
menores. Todos en el pueblo y sus alrededores confían
en él y la familia García no es la excepción.

Cuando el Dr. Eduardo recibió al hombre ensangrentado


su primera impresión no fue nada alentadora, se veía a
primera vista la gran cantidad de pérdida de sangre. El
rostro de Andrés al estar de cabeza terminó
completamente ensangrentado por la herida que tuvo en
uno de los pulmones y el brazo. La escena parecía ser
totalmente trágica, un hombre joven muerto en un
accidente de carretera, bien podría ser el encabezado del
día siguiente, pero para el doctor eso conllevaba no
hacer hasta lo imposible para salvarlo.

Margarita, la enferma y él, lo ingresan inmediatamente a


la sala ya esterilizada para atenderlo, media hora más
tarde se les une Javier, un traumatólogo y entre los tres
hacen las debidas atenciones para salvarle la vida a un
desconocido en plena víspera del día de Navidad.
La luces que me conmueven - Capítulo 4.2

Al cabo de cinco horas, Eduardo sale del quirófano


improvisado y hace del conocimiento a su amigo Memo y
su hijo Fer sobre el delicado estado del joven,
asegurándoles que no es nada prometedor que no vayan
a quedar secuelas.

—Lamento informarte Memo que el estado del joven es


crítico. Venía con un pulmón perforado, hemorragia
interna, un pie quebrado y varias lesiones menores como
en el brazo, cuello y abdomen —anuncia con
delicadeza—. Hemos hecho todo lo que estaba en
nuestras manos para estabilizarlo, pero por precaución
es necesario no trasladarlo a la ciudad hasta que esté
más estable, por el momento la hemorragia ya fue
parada.

» ¿Le conoces de algún lugar Memo? Porque hay que


avisar a sus familiares —añade el médico a su amigo de
toda la vida.

—No, apenas lo encontramos allá camino a Mexiquillo lo


trajimos contigo. ¿Se va a recuperar? Perdió mucha
sangre, hubieras visto su auto, quedó hecho añicos y
todo el lugar estaba lleno de sangre.

—Es difícil su situación. Por lo que cuentan, el cinturón


ejerció presión sobre la arteria y eso hizo que la pérdida
de sangre no fuera tan acelerada. Pero aun con eso y el
tiempo que estuvo ahí perdió bastante. Créanme que si
hubieran llegado media hora más tarde, él no estaría
vivo. También ocupo pedirles un favor, el joven necesita
al menos dos medidas más de sangre, ya se le
administraron las que tenía de reserva, pero no son y
suficientes.

—¿Hay una manera de ayudar? —pregunta Don Memo


dispuesto como siempre a ayudar a todo aquel que lo
necesite.

—Sí, la hay. Necesitaremos sangre O negativo, por lo


tanto, requiero de ti y de Zil, ya que el paciente es de su
mismo tipo sanguíneo y solo ustedes pueden donarle.
Son las únicas personas que conozco que la tienen y que
están a la mano, por así decirlo.
—Está bien Eduardo. Fer, ve lo antes posible por tu
hermana, explícale lo sucedido y no olvides decirle que
es una urgencia —pide con prontitud a su hijo.

—Está bien papá, voy por ella. Nos vemos aquí en un rato
—informa sacando las llaves de su vieja Pick—Up
mientras camina hacia afuera de la clínica.

—Perfecto. Iremos preparando las cosas y a ti en lo que


llegan —anuncia el doctor mientras señala una de las
puertas de la clínica y su amigo la abre para entrar, luego
ambos a una pequeña sala.

—Toma asiento en ese sillón. Margarita vendrá


enseguida a canalizarte —dice burlón, pues sabe del
miedo que les tiene su amigo a las agujas.

—Ajá. Todo sea por el bien del jovencito —sonríe


nervioso Don Memo.

—Tuve que intervenirlo de urgencia. Por ese motivo tardé


un poco en salir. Pero es necesaria la sangre si hubiera
otra forma créeme que no te lo pediría —aclara el doctor
para que no quede duda ante una posible
malinterpretación futura.

—Lo sé, no hay de qué preocuparse.

—Te dejo, iré a ver el estado de mi paciente. Aún sigue


en el quirófano con el traumatólogo —le hace de su
conocimiento para luego salir de la sala pintada de
blanco.

Al cabo de un rato entra Margarita, una de las


enfermeras más jóvenes de la clínica, recién egresada de
la universidad, cargando con una mano un tripié para las
transfusiones y con la otra todo el material que va a
necesitar para hacerlo.

—Don Memo, ya sabe, apriete el puño y cuando le diga


que lo abra lo hace —informa Margarita mientras le
amarra una liga alrededor del brazo.
—Está bien —responde Don Memo mientras sigue las
indicaciones de la enfermera y voltea hacia otro lado
evitando ver.

—Esto va a doler un poquito, pero será rápido —avisa


con cariño, pues sabe que no todos son afectivos a esos
utensilios— tranquilo ya casi está. Abra la mano —dice al
terminar de canalizar a Don Memo

—Gracias, Margarita, eso fue muy rápido. Realmente te


has vuelto muy buen en esto de andar picando a la gente
—la sonrisa bromista del señor no se hace esperar y eso
le saca una carcajada a la enfermera.

—Gracias a usted. Está ayudando a salvar una vida —


dice con una tierna sonrisa—. Y sí, entre más inyecto a
las personas, más fácil se va haciendo. Como dicen por
ahí, Don Memo, la práctica hace al maestro.

—Tienes razón, mi niña... —le regala una sonrisa afectiva


recordando que su hijo está locamente enamorado de
ella, pero no se atreve a decírselo—. Lamento que
tuvieras que venir en Navidad acá, lo más seguro es que
estuvieras aún durmiendo o desayunando ya un
menudito.

—Posiblemente estaría desayunando...

—Papá. ¿Estás bien? —pregunta Fer al llegar y ver a su


padre canalizado a sabiendas de su ya conocido miedo e
interrumpiendo la conversación entre este y su amada
musa.

—Sí, hijo, no te preocupes. Maggie ha sido muy


cuidadosa y amable conmigo. ¿Zil viene contigo? —
inquiere el patriarca con angustia.

—Sí. Se está lavando los brazos. Ya sabes, el aroma.

—Hola, Fer —saluda Margarita a Fernando esperando


llamar su atención.

—Hola, Maggie. ¿Qué tal se comportó mi papá? —


pregunta divertida Fer
—Muy bien. A comparación de la vez pasada, perfecto
diría yo. —comenta riendo.

—No se burlen de mí. Todos tenemos miedos. Si no me


creen, pregúntenle a la ratita que va pasando por tus
pies Fer. —dice alzando la ceja y señalando al suelo con
la mano que tenía desocupada.

Fer duda un momento en ver, pero de pronto siente que


algo sube por su pierna y pega tremendo grito. Su
hermana menor, que acababa de entrar sin que nadie
notara su presencia, al darse cuenta de la broma que su
padre quería jugarle a Fer, se agachó y con una pluma de
las que usaba en su trabajo simuló que algo subía por la
pierna de su hermano. Él volteó a ver a la dichosa rata y
no era más que su hermana agachada muerta de risa, a
este contagio se unen su padre y Margarita que no evitan
reírse luego de dicha broma.

—Zil, necesito que te sientes para hacer la transfusión


de sangre —informa la enfermera tratando de mantener
la compostura luego de tanto reír.
—De acuerdo, estoy lista —afirma la joven mientras se
acomoda en el asiento y pone el brazo en posición, ya
sabiendo lo que debía de hacer.

Hija y padre son del mismo tipo de sangre, lo que es una


ventaja, pues ellos pueden donarles a todos los que
necesitaran, la desventaja está en que no cualquiera
puede donarles a ellos, pues solo pueden recibir sangre
de otro o negativo, eso les hace conocedores de la
urgencia con la que se ocupa su sangre.
La luces que me conmueven - Capítulo 5

Cuando Fer pasó por su hermana al trabajo, la puso al


tanto de todo lo que había sucedido hasta el momento.
Aun sin conocer a Andrés, Fer y su familia sienten una
verdadera preocupación por su estado, ya que alguna vez
ellos también ocuparon ayuda y hubo personas de noble
corazón que les tendieron la mano cuando más lo
necesitaban.

—Muchas gracias por su ayuda ¬—anuncia el doctor


Eduardo a la familia de Don Memo—, tal vez este joven
hubiera muerto sin ustedes. Su estado actual es delicado
y está en coma debido al accidente. Posiblemente, tarde
de uno a dos días para que despierte.

—Son muchos días, Lalo. No podemos pagar tanto —


confiesa el patriarca con pesar, ya que la economía de su
familia no ha estado en su mejor momento durante un
tiempo.

—Lo sé, pero dejémoslo aquí lo necesario. Sus signos


vitales son estables. El estado comatoso en el que se
encuentra es debido a un golpe que recibió en la cabeza
y a la pérdida de sangre. Su cerebro necesita tiempo para
desinflamarse por sí solo, esperemos que no queden
secuelas. Pero en el momento que veamos reacciones
favorables en él podrán llevarlo a su casa en lo que
aparece la familia.

— ¿Dices que podemos llevárnoslo a casa? Ahí cuidar de


él. ¿Por qué solo está dormido? —pregunta Don Memo
sin saber mucho del léxico de los médicos.

—Algo así, pero no por el momento. Al menos esperemos


de uno a dos días para ver si da signos de despertar.
¿Siguen sin saber nada de la familia? —inquiere el
médico.

—No, el teléfono que encontramos no tiene un chip y


quedó totalmente destruido. Así que no. Solo tenemos su
nombre, no obstante tú sabes que aquí no hay red.
Tendríamos que ir al otro pueblo a buscar datos de él en
internet, a ver si de casualidad encontramos algo.
—Ok. Y otra cosa. ¿Los gastos? ¿Quién se hará cargo?
Podemos esperar a que se encuentre a un familiar para
que se haga cargo de los honorarios de los chicos.
Ustedes saben que por mí no hay ningún problema, pero
ellos tienen bocas que alimentar —pregunta el doctor y
sugiere a la vez, pues conoce la situación de la familia.

—En lo que eso pasa yo puedo pagar lo que tú me digas


que corresponde a la estadía y el pago de los chicos. Ya
veremos que sucede con el resto cuando despierte —
informa Don Memo, sin dudar, su generosidad es tan
grande que no le importa quedarse sin un centavo con tal
de hacer lo correcto—. Además, es Navidad y no es justo
para Javier, Margarita y Romina que no se les pague, y
por ti, querido amigo, prometo saldarte tu honorario en
cuanto pueda.

Sus hijos, Zil y Fer se ven el uno al otro. Saben que si la


decisión está tomada ya no hay nada más que hacer.

—Como digas Memo. Pero igual podemos esperar, unos


días no harán la diferencia.
—Lo sé. Pero ya te debo mucho. No quiero deberte la
vida de alguien más, también —afirma Don Memo con
agradecimiento, haciendo énfasis en lo último
recordando aquella vez en la que les ayudó.

Años atrás, Eduardo Vega le salvó la vida a su hija Zil. Él


junto a Doña Tita, madre de Don Memo, cuidaron de ella
en la pequeña clínica hasta que sanó completamente y
pudo unírseles de nuevo en casa. Fueron momentos
difíciles para su hija y para ellos como familia, pero con
amor y esfuerzo lograron salir de ello.

—No me debes nada. Te lo he dicho cientos de veces, no


obstante, como eres una cabeza dura, te dejaré ser.
Tengo que irme. Quiero ver al paciente una vez más
antes de ir a casa —les informa Eduardo.

—Es cierto. Y nosotros que no hemos comido nada —


dice Fer recordando que no había ni desayunado y ya
pasaban las dos de la tarde y aún no probaban alimento.

—Oye Lalo. ¿Es necesario que alguien se quede con el


joven? —pregunta Don Memo a su amigo de toda la vida.
—Sí, lo olvidaba. Es indispensable por si despierta.
Pónganse de acuerdo y le avisan a Margarita. Ella se
quedará aquí de guardia. Nos vemos —dice esto y se va
por la misma puerta donde minutos atrás había salido.

—Adiós —dicen los tres García.

—Yo me quedaré. Ustedes ya estuvieron aquí todo el día.


Es hora de que vayan a descansar. Mañana puede venir
uno de los dos a medio día. Mandaré recado al trabajo —
informa Zil a su padre y hermano, mientras camina junto
con ellos por el pasillo hasta llegar al pequeño cuarto
donde está en una camilla el desconocido.

—No, hija, debes ir a casa a descansar ——suena más a


petición que a sugerencia la voz de Don Memo, pues
sabe la larga jornada que ella ya ha tenido en su trabajo.

——Está bien papá, no importa, el hombre está dormido


y yo puedo acostarme en la camilla de un lado. Mira ——
dice señalando la cama vacía, por un lado, de Andrés——
no hay nadie. Puedo hacerlo, ustedes vayan, coman algo
y descansen. Mañana temprano vienen a relevarme,
además mamá y Tita deben estar preocupados por
ustedes.

—¿Estás segura Zil? ——cuestiona Fer.

——Sí, ustedes ya estuvieron aquí todo el día. Necesitan


comer y darse un baño, apestan a sangre ——dice
mientras hace cara de asco.

Pero lo hace de una forma graciosa que a su padre y


hermano les causa risa.

—Está bien Zil, pero antes debes comer —le advierte su


padre.

—No, papá así está bien. No tengo nada de hambre —


desayuné tarde, miente.

Zil le resta importancia, ya que sabe que no tienen


mucho dinero para sobrevivir la semana y el hecho de
que su padre quiera pagar la estadía del joven en la
clínica solo hace que la carga económica sobre ellos sea
más pesada. Así que se niega a gastar un peso más en
una comida.

—Anda, hermanita —abrazándola por el cuello, su


hermano le pellizca una mejilla con ternura para luego
decirle en todo burlón— estos cachetes necesitan más
comida, este re flaca.

Zil pone los ojos en blanco y le da un golpe de puño en el


brazo instándolo a dejarla en paz, nunca le ha gustado
que le digan que es delgada, ella ya lo sabe. Siempre ha
sido así, pero a causa de la situación familiar
últimamente está más que nunca

—Ya, ya, niños. Vengan mejor, yo también tengo hambre.


Seguro, mamá Tita ha de estar ocupada y tu madre
también. Vamos —señala con la cabeza la salida de la
clínica—, Doña Lupe ya se puso en la esquina de
enfrente con los tamales. Yo pago.

El par de hermanos que hasta el momento seguían


molestándose sonrieron con entusiasmo ante la
propuesta de su padre. Abrazados caminaron detrás de
él hasta salir y llegar al puesto de tamales.

Zil, que no dejaba de preocuparse, solo pide uno de elote


con rajas, por ser de los más baratos, pero Don Memo y
Fer piden dos cada uno de carne y acelgas. No porque
fueran más baratos, sino porque sabían con certeza que
la vida es un tobogán, a veces vas tan deprisa que no
reparas en disfrutar del momento; así que ellos si lo
hacían, en eso se parecían padre e hijo. Mientras Zil
reparaba en todas las necesidades, ellos se dispusieron a
disfrutar lo que la vida les daba en ese momento y eso
era un par de tamales para cada uno.

Después de compartir juntos aquellos alimentos, Don


Memo y Fernando se despiden de Zil para ir a descansar.
Una larga jornada tuvieron y ahora era tiempo de ir a ver
al resto del clan García, que aguardaban laboriosamente
en casa, pero antes tenían que ir a dejar los productos
que les encargaron.
La luces que me conmueven - Capítulo 6

Eran las seis de la tarde para cuando ellos llegaron a


casa, pues el camino de regreso había sido más tardado
de lo normal a causa de la lluvia que caía muy fuerte, lo
que provocaba algunos deslaves o bien no faltaba estar
de más manejar con cuidado para no tener un accidente.

—¡Hijo mío, pero ¿qué ha pasado?! —aborda en él


tejaban de la entrada la abuela de los García a su único
hijo cuando lo ve bajarse de la camioneta a tan altas
horas del día—. Porque están cubiertos de tierra... y
sangre.

Angustiada, Tita los revisa para ver que estén bien.

—Estamos bien, madre... —comienza Memo a dar una


explicación cuando la voz de su esposa, Lucía, lo
interrumpe.
—¡Dios mío! —expresa preocupada al ver el pantalón de
Fer cubierto de sangre y luego también el de su marido—
. ¿Qué pasó?

—Tranquilas, tranquilas. Entremos que hace mucho frío y


más con esta lluvia —intenta calmarlas, pues es claro
que han estado preocupadas por ellos.

El sexagenario va y se sienta en una de las sillas de


madera desgastada y pide un vaso de agua a su mujer.
Mientras, Tita se acomoda en el sillón cubierto con una
sábana vieja para ocultar lo desgastado que está.

—Cuando íbamos camino a casa de Ramón para


entregarle la carne para su fiesta nos encontramos con
un auto volcado a la orilla de la carretera —la expresión
de sorpresa en las mujeres no se hizo esperar—. Dentro
de él había un hombre, había perdido mucha sangre y
parecía como si fuera morir.

Hace una pausa para tomar más agua y también para


que ellas vayan asimilando lo sucedido.
—¿Y, qué pasó? —inquiere una descompuesta viejita de
ochenta y cinco años— El hombre... ¿Falleció?

—¡No! —dijo un asustado Fer—. Por Dios, no. Lo


llevamos con el doctor y ahí está. Dice el Doc. que no va
a despertar hasta que se desinflame el cerebro, pues
recibió un fuerte golpe.

—¿Y ya sabe su familia? —inquiere la matriarca—.

—No, su teléfono quedó hecho un asco —saca Memo el


cacharro entregándoselo a su mamá— Guárdelo amá,
mañana veremos si podemos conseguir quien lo arregle.

—Zil, ¿Dónde está? —pregunta Tita mientras guarda el


teléfono de última tecnología en su viejo delantal
floreado.

—Lalo pidió que uno de nosotros se quedara a cuidar al


muchacho. Ella y yo le tuvimos que donar sangre y como
yo aún tenía que ir a dejar la carne, ella decidió quedarse
también para que descansáramos.
—¡Ay, mi niña!, seguro ha de estar teniendo hambre...

—No te preocupes Tita —la abraza su nieto mayor—. Zil


comió antes de que viniéramos y Maggie me dijo que
llevaba pozole para cenar las dos, ella iba a estar de
guardia.

—Ah, menos mal. Al menos no se nos va a mal pasar. Esa


niña casi no come y trabaja mucho.

—Lo sé, Abu, lo sé. Ya la hemos regañado, pero no hace


caso. Ya la conoce como es de preocupona.

—Bueno, me conforta que no estará sola con ese


desconocido —dice Lucía, alerta de los peligros a los que
puede exponerse su hija.

—No hay de qué preocuparse, mi amor. —asegura Don


Memo—. El hombre está completamente en coma, no va
a despertar hasta allá dos días más.
Tita y Lucía alternan miradas entre ellas y luego entre los
hombres presentes.

—Tan grave fue el asunto entonces... —el comentario de


la esposa de Memo suena más a pregunta que a
afirmación.

—Así es mamá...

—Gracias al cielo, ustedes estuvieron ahí para rescatarlo


—confirma en voz alta la abuela lo que en pensamientos
ha llevado desde que le comenzaron a decir lo
sucedido—. No me miren así, saben que siempre he
creído en que peor parezca la situación, todo tiene un
propósito. Quizás Dios le permitió a ese hombre pasar
por eso para darle una lección de vida o algo así, el
asunto es que ahora nuestro deber es ayudarlo, y eso
haremos.

—Sí, mamá. Eso haremos —Don Memo se levanta de la


silla para darle un tierno beso en la frente a su madre
que aún sigue siendo abrazada por su nieto. Ella le besa
también para ver cómo se aleja con su esposa, pues
ocupa darse un baño.

—Fer, no te vayas —le detiene antes de que se marche,


pues ve sus intenciones—. Zil ¿está bien?, ¿seguro?

—Sí, Abu. No te preocupes por ella —él también la besa


en la coronilla y se retira dejando a la anciana sola en
aquella parte de la habitación.

«Hay Dios mío, cuida a mi niña, y salva a ese hombre al


que ella cuida en su momento. Permite que mi niña sea
ese ángel que él necesita para salir de esta y que
nosotros podamos ser la luz que él necesita...» la leve
plegaria de Tita se ve interrumpida por el llanto de Itzía la
cual espera impaciente por los abrazos de su nana.
La luces que me conmueven - Capítulo 7

Zil nunca pensó que su Navidad terminaría recostada en


una camilla junto a un hombre que jamás había visto en
su vida. Tendida de lado observa el perfil de Andrés, que
yace aún en coma, pasea la vista por su mentón, seguido
de sus labios ligeramente carnosos, subiendo por el
perfilado recto de su nariz hasta llegar a su frente
amplia. Le mira imaginando de donde viene y a que se
dedica, mentalmente se formula un par de historias
sobre la posible identidad del hombre.

Entre todas esas preguntas hay una que le sobresalta y


es ¿cómo es que pudo accidentarse? Es normal hasta
cierto punto que pasen unos cuantos accidentes al año
por la carretera Sinaloa—Durango. Pero en su mayoría
eran personas que manejaban por la parte donde más
curvas hay, no en la zona donde su hermano dijo que lo
encontraron, las curvas ahí no suelen ser prominentes y
no hay un alto riesgo como para volcarse.
—Buen día, Zil —saluda Maggie al entrar a la habitación
con el archivo del paciente—. Que temprano despertaste.
¿Cómo pasaron la noche?

—Yo, no pude dormir muy bien que digamos, pero él —


señala con el mentón al hombre frente a ella— ha estado
como estatua, solo escuchaba su respiración.

—Es por los sedantes, es normal que no despierte aún —


La enfermera cambia la bolsa de solución fisiológica por
una nueva para luego ajustar el gotero—. ¿Y qué tal el
trabajo?

—Pues, está bien —baja de la camilla para ayudarle a su


muy posible futura cuñada—. Te puedo ayudar a cambiar
las sábanas si quieres.

—Sí, por favor, solo déjame cambiar la bolsa de la sonda


y lo movemos. —Maggie retira con sumo cuidado la bolsa
intercambiándola por una nueva—. Deja tiro esto, ya
vuelvo.
Zil se acerca al hombre y mira con sumo cuidado todas
las lesiones que tiene, los raspones en la cara, los yesos
envolviendo su brazo, pierna y las vendas en las costillas
a causa de una fisura en una de ellas, estando
prácticamente inmovilizado. Por un momento se lamenta
lo que él ha tenido que pasar, pero también recuerda con
pesar y gran dolor en su corazón cuando ella también
estuvo inmovilizada por al menos dos meses.

Las imágenes de lo que ella pasó, poco a poco van


tomando paso en su memoria haciéndola rememorar
todo lo vivido, incluso vuelve a sentir la frustración, la
angustia, el dolor en el cuerpo y principalmente en el
alma llegan a ella como torrentes en medio de la
tormenta.

—Listo, deja acomodo la sonda y la solución —la


enfermera le explica brevemente la maniobra para hacer
el cambio sin necesidad de mover del todo al paciente.

—¡Buenos días! —saluda el Dr. Vega al entrar a uno de


los dos cuartos que tiene la clínica— ¿Qué tal pasaron la
noche? ¿Novedades sobre el paciente?
—¡Buenos días! —responden al unísono ambas mujeres.

—El paciente presenta signos vitales estables, pero aún


no presenta signos de despertar —informa Maggie
pasando la tabla con los datos que recién acababa de
tomar.

—Bien... —el doctor revisa cuidadosamente lo escrito por


su enfermera de cabecera y luego pasa a comprobar el
estado de las heridas— Veo que ya has limpiado la
herida de la costilla y has cambiado las vendas.

—No lo hice sola, doctor. —La enfermera señala


orgullosa a su ayudante—. Recibí ayuda de Yatzil y de
una vez le mostré como cambiarlas en caso de que ella
ocupe hacerlo.

—Perfecto —Eduardo Vega se acerca a su ahijada y le da


una palmadita en el hombro—. Bien hecho, Zil.
Esperemos que no sea necesario, pero más vale estar
preparados.
—Así es, padrino. —Zil le regala una sonrisa cargada de
autosatisfacción por haber podido ayudar en algo más
que en vigilar a un paciente.

—Bien, pueden ir a descansar. Javier y Romina no han de


tardar en llegar, yo les informo todos los acontecimientos
de la noche —se ríe un poco, pues sabe que esa clínica
casi siempre está sola— No es que hubiera muchos
pacientes y prefiero que sea así, eso significa que no hay
tantos accidentes.

—Yo sí le tomó la palabra, doctor. Estoy muy


trasnochada y aún debo manejar —Maggie se acerca a la
puerta del cuarto y se detiene a ver a Zil— Si gustas te
acerco a tu casa.

—No, no... prefiero que me dejes en mi trabajo. —La


chica de ojos verdes y piel canela sonríe tímida, pues no
acostumbra a pedir ayuda para llegar a su trabajo,
siempre camina cuando Fer o su papá no pueden llevarla
en la camioneta, sin embargo, hoy se siente muy cansada
para ello.
—Claro, tú me indicas en donde es y yo te llevo, no hay
problema.

Ambas chicas salen de la habitación dejando atrás a un


hombre que intenta salvar a un paciente y a un hombre
que mentalmente está a su suerte el despertar o quedar
infinitamente dormido.

Del otro lado de los cerros, entre la espesura de los


pinos, Tita se encuentra atizando en su hornilla para
preparar los alimentos de la familia García, mientras que
Don Memo y su hijo Fer acomodan el resto de los
productos caseros de cerdo que venden en las rancherías
y pueblos cercanos. Al mismo tiempo, Lucía acarrea agua
del pozo para llenar la pileta y lavar las prendas de la
familia. Todos sumergidos en sus labores diarias sin
imaginar todo lo que el futuro trae para ellos.

—Zil, no te preocupes, no debes darme para la gasolina


—la joven enfermera de veintitantos años rechaza
amablemente el dinero que le ofrece la joven—. Yo me
ofrecí a traerte con gusto.
—Por favor, no...

—Nada, toma ese dinero y compra mejor algo para que


desayunes —Maggie toma la mano de Zil y lo cierra
delicadamente en un puño—. No me debes nada.

—Gracias —la timidez en la voz de la chica es palpable y


sin saber más qué decir se baja del auto—. Nos vemos,
Maggie. Ten cuidado de regreso.

—Lo tendré, cuídate.

La enfermera se re acomoda en su asiento ajustándose


el cinturón de seguridad para luego emprender su camino
de vuelta a casa.

—Buenos días, Sra. Mary, ya llegué —anuncia Zil a una


de sus compañeras de trabajo y también su jefa
directa—. Qué bueno mi niña, llegaste a tiempo, la
Señora ya preguntó por ti.
—¿Pero si aún faltan veinte minutos para mi entrada?
Cada día que pasa se pone más y más exigente.

—Lo sé, niña. Ella también tiene días difíciles, debemos


comprenderla un poco.

—Está bien, Doña Mary —afirma Zil para calmar a la


mujer que logró conseguirle el empleo—. Ahora, voy
donde la Señora y veo que ocupa. Ya vuelvo. —de
repente se regresa y le da un abrazo cariñoso por la
espalda a la anciana—. Gracias por todo.

—De nada, niña. —La mujer de cabello cano le da una


palmadita cariñosa en la espalda y la aleja para que se
apresure—. Anda con la Señora, ha de estar
desesperada.

—¡Voy! —anuncia Zil mientras toma la bata y la maleta


que ocupara para hacer lo que su trabajo requiere.

A varios kilómetros, un derrumbe de uno de los tantos


cerros de la sierra de Durango provoca el accidente de
una van y un auto. Todos los heridos son trasladados a la
clínica cercana, que es donde yace también el cuerpo sin
conocimiento de Andrés.

—¡Doctor Vega! —exclama el doctor Javier Ruiz al entrar


a la consulta del jefe de la clínica— Ha habido un grave
accidente, al menos cinco de los nueve accidentados son
trasladados acá para emergencias, los demás serán
trasladados a la otra clínica.

—¿Qué? ¿No les dijiste que no tenemos espacio? —


inquiere preocupado.

—Sí, pero realmente ocupan que los estabilicemos, no


lograran llegar a la ciudad.
La luces que me conmueven - Capítulo 8

—Lamento no tener un lugar adecuado para disponer al


joven —confiesa apenado Don Memo.

—No se preocupe —Javier se acerca dándole una


palmada en la espalda— ustedes están a cargo de él y
mejor ayuda no pudo haber encontrado pese a las
circunstancias.

—Pero pudo haber sido mejor —se lamenta el hombre


mayor por las condiciones económicas en las que se
encuentran.

—Don Memo, yo estaré viniendo al menos una vez al día


para cualquier cosa. Ya dejé anotadas las instrucciones a
seguir para el cuidado del paciente. Son fáciles, él no
tardará en despertar, así que los cuidados serán mínimos
—asegura Margarita al tiempo que verifica los vendajes y
la sonda—. De cualquier forma, hoy le enseñé a Zil como
hacer algunas cosas y dada su experiencia no creo que le
resulte difícil.
—Está bien, Maggie —afirma el patriarca con tristeza al
recordar la experiencia a la que se refiere su futura
nuera—. Estaremos en contacto, entonces.

—Oye, mi niña —llama Tita a la joven—, y ¿cómo cuánto


tardará en despertar el hombre? Su familia debe estar
preocupada.

—No lo sé de forma exacta, pero según el Doctor Vega,


la inflamación no es mucha, así que despertará de hoy a
mañana a lo mucho. —Ella gira y se dirige a Fer—. ¿Has
podido saber algo de su familia?

—No y tampoco lo he vuelto a intentar, el teléfono


terminó destruido y no tiene tarjeta sim, mañana iré a la
ciudad a buscar información —señala el clima de afuera
donde el agua no ha dejado de caer a cántaros—. Hoy ya
no podemos salir, y es mejor que ustedes se marchen
antes que el arroyo crezca.

—Tiene razón, Maggie. Debemos irnos —Javier observa a


los García ahí presentes y se despide con un
asentamiento de cabeza— con permiso, estaremos
pendientes si algo sucede.

—Vayan con Dios, mis niños —les bendice Tita cuando


comienzan a prepararse para salir a la lluvia—. Cuídense
mucho, aquí el joven estará bien, no tengan cuidado.

—Gracias, Tita —Maggie la besa en la mejilla al igual


que a Lucía y Don Memo, sin embargo, cuando llega con
Fer ese brillo en los ojos le delata y el beso que le otorga
es más lento, más nervioso—. Nos vemos mañana, con
favor de Dios.

—Hasta pronto —dicen todos al verla salir corriendo


debajo de la lluvia.

—Niño tonto, acompáñala con el paraguas —le apura la


abuela a Fer—. Córrele.

Fer toma el paraguas de la entrada de aquella vieja


habitación y sale corriendo tal como le mandó la abuela
para acompañar a su amada al auto. Todos en ese lugar
observan con alegría el cortejo de los jóvenes, pues les
traen recuerdos de su ya pasada juventud.

—Abuela, ¿tiene hambre? —pregunta Lucía a su suegra.

—Sí, mija, vamos a comer y así Memo nos cuenta el


accidente de hoy —Tita comienza a caminar esperando
que la sigan—. Dos accidentes en dos días, todo esto
está muy raro.

La anciana toma el paraguas y sale a la lluvia para


dirigirse a la pequeña cabaña que tienen por hogar, hijo y
esposa la siguen hasta ahí. Al cabo de unos minutos Fer
se les une y juntos toman los alimentos. Todos cansados,
desvelados y con hambre se olvidan de Zil y de que
deben ir por ella.

A ocho kilómetros de la casa de los García, Zil se


encuentra trabajando. Ha pasado más de una hora y ni
su padre o hermano han aparecido para recogerla.
Desesperada le pide a su jefa la bicicleta prestada y se
marcha a pesar de las súplicas de su compañera de
trabajo para que se quede y no salga, sin embargo, en un
arranque de desespero por llegar a casa y ver cómo está
su niña, ella sale en medio del aguacero rumbo a su
hogar. Desea pasar lo que resta de la Navidad con su
familia.

Subiendo el camino de terracería por lo que es más o


menos mil metros, llega hasta la carretera, el agua le
pega completamente de frente, pues no hay vegetación
que la cubra del todo. El viento no es tan fuerte, pero en
las condiciones climáticas cada gota parece ser un alfiler
que le atraviesa todo el cuerpo. No ha avanzado ni tres
kilómetros cuando una camioneta negra se interpone en
su camino. Al reconocerla, ella intenta esquivarla y
pedalea aún más fuerte, pero a pesar de su intento, el
asfalto mojado y un poco de mala suerte hacen que ella
caiga.

—¡Maldita zorra! Así te quería encontrar, sola y


desesperada. —el hombre alto y robusto la jala del
cabello arrastrándola para alejarla de la vieja bicicleta
roja—. Ahora sí, ¡me la vas a pagar!
—¡No, por favor, no! —el terror se instala en su pecho y
sale a borbotones en forma de palabras— Déjame ir, por
favor. Otra vez no...

Zil comienza a llorar e intenta zafarse de su arre, pero


este le jala más fuerte.

—¿Dejarte ir? Ni lo creas, perra estúpida —el hombre se


agacha y la abofetea—. Por tu culpa perdí mi trabajo, mi
familia y a mi esposa. Es hora de pagar las que debes.

Zil aterrorizada, intenta levantarse y huir de la presencia


del hombre que cuatro años atrás la había lastimado de
todas las formas posibles. Él se da cuenta de las
intenciones de la joven y la alcanza justo cuando se
ponía de pie y la sostiene de la cintura.

—¡Suéltame! —el llanto cubierto de gritos ahogados se


escucha y es casi palpable, la lluvia resbalando por su
cuerpo en combinación con el asco que le da el toque de
aquel hombre hacen que los temblores sacudan su
cuerpo enmollecido—. Por favor... suéltame.
Él, en un acto de violencia, pega su cuerpo al de Zil para
que ella pueda sentir su miembro erecto debajo de la
ropa.

—Ni lo pienses zorrita, volverás a disfrutar de lo que te


dé —suelta una carcajada que a ella le resulta
repugnante—. ¡Súbete a la camioneta!

La tira de ella, pero esta cae al piso, en su frustración


comienza a patear como si de basura inmunda se
tratase. Ella se dobla del dolor e intenta protegerse
llevándose las manos a la cabeza.

—¡Qué te levantes maldita perra! —vuelve a patearla sin


piedad ni clemencia a pesar de los ruegos de la joven. El
odio que le tiene a ella es tan fuerte que no logra
contenerse—. Deja de llorar, anda, súbete. Ya verás lo
que te tengo preparado.

Una vez más la jalonea intentando levantarla para


subirla, pero Zil con un último intento y fuerza de
voluntad logra zafarse y corre alejándose de él. El
hombre de tez morena y ojos inyectados de sangre corre
tras ella cuando una Pick—up todoterreno sale de la
curva y se encuentra con ellos.

Zil les hace señas para que se paren y estos por temor
disminuyen la velocidad solo para pasarlos y en cuanto lo
hacen aceleran.

—¿Lo ves? Estás sola —le grita furibundo—. Ven acá,


perrita, vamos a jugar. Justo cuando está por alcanzarla,
el auto que segundos atrás los había pasado se regresa a
toda velocidad en reversa.

—¡Eh, tú, aléjate de la chica! —le grita un joven de unos


veinticinco años bajándose del coche, al ver que el
hombre no tenía intención de alejarse, se baja del coche
apuntándole con un arma— ¡Te dije que te alejaras de la
chica!

—Tú no te metas, esa perra me la tiene que pagar —


señala el hombre a Zil quien yace temblando bajo la
lluvia tratando de agarrar aire.
Otros tres hombres se bajan de la ox con armas en las
manos y se unen a su compañero. El hombre de unos
cuarenta y tantos años levanta las manos en señal de
rendición, pues sabe que ante tantos no puede hacer
nada.
La luces que me conmueven - Capítulo 9

Afuera Gustavo y Emil revisan alrededor luego de


recargar la bicicleta sobre la pared de madera, al igual
que sus primos caen en cuenta de la baja situación
económica de aquella familia.

—Tranquilos, no pasa nada. Venía pedaleando bajo la


lluvia y derrapé en una curva. Estaba tirada en el piso
llorando de dolor cuando ellos amablemente se bajaron a
ayudar —explica rápidamente por causa de los nervios.
Intenta controlar sus emociones y disimular escondiendo
el dolor que le causaron los golpes.

—Hija, pero tienes un golpe en la cara —dice Tita no


creyendo ninguna de las palabras de su nieta—. Toma
ayudará la inflamación. —Le acerca un trapo con hielo de
afuera para ponérselo en la mejilla.

—No, Tita, fue cuando caí, fue espantoso. Me duele todo


—asegura a la familia.
—¿Segura que estás bien?, si quieren podemos llevarla a
una clínica o algo así, donde ustedes quieran —les ofrece
Jasiel al ver la situación en la que se encuentran.

—¡No, no se preocupen! —se exalta Zil al oír la


propuesta bien intencionada del joven—. Con un
descanso y unas pastillas para el dolor, estaré perfecta...

—Niña, yo considero que el compadre debería revisarte


—le sugiere su madre que preocupada se mantiene a su
lado acariciando su cabeza.

—No, mamá, estoy bien... En serio.

Fer ajeno a todo lo de afuera al percatarse de las voces


masculinas sale del pequeño cuarto de madera que ha
sido conferido para el cuidado del desconocido.

—Disculpen, ¿puedo ayudarlos? —inquiere Fer a los


recién llegados.
—Hola, solo trajimos a la chica que encontramos,
estamos esperando que salgan nuestros primos para
irnos. —responde el rubio.

—¿La chica? ¡Zil! —los deja ahí para correr hasta donde
su familia para encontrar aquella escena que no le da
buena espina.

—¿Qué pasó? —pregunta nada más llegar.

—Nada, estoy bien. Caí de la bicicleta al venir. Ellos me


ayudaron...

La corta y escueta explicación de Zil, deja a la familia


insatisfecha mientras que su hermano le repasa con la
mirada y observa todas las magulladuras.

—Disculpa hermana, pero no parece que te hayas caído


de la bicicleta —dice Fer.

—¡No tengo por qué dar más explicaciones, ya dije que


me caí y eso debería ser suficiente para ti y todos aquí!.
—Zil alza la voz más de lo debido, provocando que su
pequeña hija, la cual separada por una cortina de tal
reunión tan peculiar, yacía dormida plácidamente hasta
que se despierta asustada por aquel grito imprudente de
su joven madre que al oír sus quejas se disculpa y sale
en la búsqueda de su amada hija.

—Sh, tranquila —le anuncia para que no se sobresalte


son su presencia.

—¡Mami! —la nena al oír de nuevo a su mamá baja de la


pequeña cama acercándose con brazos abiertos para
abrazarla

—¡Cariño, te extrañé! —la voz efusiva y alegre de Zil le


resultan agradables a la pequeña, lo que hace que olvide
el anterior susto.

—Hija —le llama Lucia—, los chicos ya se retiran.

—Está bien mamá, diles que esperen un momento ya


salgo —Zil envuelve a su nena en brazos y la regresa a la
cama, fuera hace mucho frío y está consciente de que
puede enfermar—. Espérame aquí un momento ¿Sí?
Maní viene enseguida, no te salgas si no, no te daré una
sorpresa que te tengo preparada.

La niña entusiasmada por la sorpresa comienza a divagar


con su madre sobre lo que es, Lucia que sale a pedirles a
los jóvenes que esperen, no los encuentra, pues estos
yacen fuera platicando con su esposo e hijo.

—¡Por favor, si ustedes saben lo que realmente pasó


díganlo! —súplica Fer desesperado—. Mi hermana puede
ser un poco testaruda con el único propósito de no
preocuparnos, pero si su vida está en peligro es
necesario que lo sepamos para ayudarla.

Los cuatro chicos se miran unos a otros tratando de


interpretar con miradas lo que no pueden decir en voz
alta. Es Gustavo el que toma la iniciativa de hacer una
pregunta para saber las intenciones de la familia en
ayudar.
—¿Y qué haría diferente el que supieran? —ve de
inmediato que ambos padre e hijo se miran con sorpresa
ante la cuestión expuesta y luego añade para asegurar lo
que intenta decir entre líneas—. ¿Qué estarían
dispuestos a hacer?

—Haremos lo que sea necesario —responde un joven


arrebatado, cegado por la ira al imaginarse sobre qué o
sobre quien va todo el asunto.

—¡Nada de eso! —le contradice Don Memo, que ni pelo


de tonto tiene y se da cuenta de lo que hablan—. Aquí no
somos personas vengativas, por lo visto ustedes han sido
testigos de lo ocurrido con mi hija Zil, pero sépanse que
lo mejor que podemos hacer es cuidarla. La venganza en
manos ajenas a las de Dios no augura un buen futuro
para las personas. Y tú Fernando, deberías pensar un
poco más antes de abrir imprudentemente la boca,
nosotros nunca hemos sido vengativos ni antes ni ahora.

Cada quien siembra lo que desea cosechar. Si ese


hombre ha vuelto a hacerle algo a mi hija, créeme que no
quedará impune. Tarde que temprano le acontecerá el
mismo mal que ha sembrado.
Fer apenado por su actuar, agacha un poco la cabeza
pensando en las palabras de su padre, en parte tiene
razón, pero de alguna manera le gustaría que a ese
hombre le hicieran pagar todo el daño que le ha hecho a
su hermana.

—Lamentamos su situación —agrega Emil con cautela,


no desea que las "profesiones" de su familia queden al
descubierto—. Es cierto que nos hemos encontrado con
una escena fuera de lo común en medio de la carretera,
afortunadamente para su hija pasamos de casualidad.
Sin embargo, estaría bien que pusieran una denuncia por
lo que dicen esa persona la ha atacado con anterioridad
y no es justo que se aproveche de ello.

—Lo haremos, ténganlo por seguro —confirma el


patriarca—. Y a ustedes les agradecemos mucho la
ayuda que le brindaron a mi hija, aquí tienen su casa
cuando gusten venir.

Memo les estrecha la mano al igual que Fer y es cuando


recuerda que no se han presentado.
—¡Por cierto, mucho gusto, muchachos! Soy Guillermo
García Amor, para servirles. —Termina de saludar a los
chicos quienes con entusiasmo responden con varias de
las cortesías que se prestan para la presentación.

—Yo me llamo Fernando, y como dice mi papá les


agradecemos la ayuda —les saluda de mano a cada uno
y reitera las palabras de su progenitor—. Aquí tienen su
casa para lo que se les ofrezca, si andan aquí cerca no
duden en venir. Nuestra casa es su casa.

—El gusto es nuestro y no agradezcan, es un placer


poder hacer algo bueno por otra persona —afirma
Jasiel—. Nosotros somos primos, Patricio y Emiliano —
señala a los rubios de la camada—, son hermanos. Él es
Gustavo —señala a su primo que está parado a la orilla—
y yo soy Jasiel Rivera.

Zil deja a su nena entretenida con un pulpito reversible y


al cuidado de su madre, luego de cerciorarse de que su
hija está bien sale de la casa para agradecer a sus
rescatadores. Observa a todos reunidos en un casi
círculo, mientras escuchan atentamente a su padre.

—Hey... —llama su atención y todos giran sus cabezas


para verla—. Solo quería agradecerles por... —un nudo se
forma en su garganta y traga un poco para que pase—.
Por ayudarme antes, fueron muy amables. No tenían que
detenerse y, sin embargo...
La luces que me conmueven - Capítulo 10

La familia García había acogido y cuidado de Andrés, su


estado seguía inconsciente pero constante y según los
doctores solo quedaba esperar, ya en el hospital habían
hecho los procedimientos necesarios para restablecerlo
lo mejor posible.

Afortunadamente Don Memo y su hija Yatzil a la que


todos decían Zil de cariño, siendo del mismo tipo
sanguíneo que Andrés pudieron donar sangre para que
su recuperación fuera más rápida. El teléfono móvil de
Andrés había quedado completamente destruido. Y era
uno que no tenía un chip por lo que no pudieron
recuperar algún contacto. Fer estaba de vacaciones en
su pueblo y no regresaría a la ciudad hasta pasando año
nuevo, por lo que eso impedía de alguna manera que
pudieran buscar datos de Andrés en el internet.

Ellos vivían en un pueblo tan alejado de la civilización


«como decían los citadinos sobre ellos para burlarse»,
que no había señal alguna de internet, salvo en la
escuela, que por vacaciones estaba cerrada y sin luz.
La vida parecía que le jugaba una mala broma a Andrés,
cuando en realidad estaba haciendo esto con un
propósito.

Cuatro días pasaron desde el accidente cuando Andrés


dio señales de despertar. Había perdido tanta sangre que
le causó un estado comatoso, pero desde dos días atrás
había tenido lapsos de en los que despertaba. Un terrible
accidente cerca del pueblo que involucró un autobús de
turistas y un auto familiar, dejó varios heridos de
gravedad.

Por la distancia donde se encontraban y debido a sus


heridas muchos de ellos tuvieron que ser trasladados a la
clínica donde estuvo el joven, y ya que había poco
espacio, al doctor Eduardo no le quedó de otra más que
trasladar con sumo cuidado a Andrés a la casa de los
García para poder recibir a los nuevos pacientes.

Zil que a pesar del reciente y lamentable incidente con


su pasado aún seguía adolorida y con algunos
moretones, no dudó en ayudar a cuidar al desconocido.
Su familia preocupada por su bienestar le pidió que se
quedara ese día y que no trabajara. A ella no le quedó de
otra más que aceptar pues aun cuando en el fondo de su
corazón tenía miedo por su bienestar, también temía que
sus padres o su abuela enfermaran del corazón a causa
de tantas preocupaciones.

Tita decidió hacerle compañía el mayor tiempo posible,


así que mientras la pequeña miembro de la familia
dormía, ella y Zil cuidaban del joven en el cuarto donde
solían dormir y que también era el más decente.

Cuando por fin despertó, Andrés sintió un terrible dolor


de cabeza y de pecho. Doliéndole el brazo aún más que
todo el resto del cuerpo. Con la vista un poco nublada vio
alguna luz que iba y venía a través de una ventana
traslucida en la pared de detrás de él. Apenas si recuerda
algo del accidente y tampoco es que intente hacerlo ya
que se siente desorientado, perdido y confundido. No
dura mucho, al cabo de unos segundos vuelve a caer en
un profundo sueño, dejando atrás todo lo que llegaron a
ver sus ojos.
—Mauro Andrés De Rosa Vítale. —Lee en voz alta Zil en
la identificación de Andrés— es un bonito nombre.
¿Verdad Tita? —Pregunta a su nana.

—Sí cariño. Es un hermoso nombre y también un


hermoso hombre.... ¿verdad? —responde Tita atacando
con otra pregunta con curiosidad.

Ante el comentario, Zil no puede evitar sentir un poco de


pena ajena por su abuela, ya que pensar que la anciana
puede considerar aun a un hombre apuesto o no, la hace
cuestionarse en si ella lo considera también así, al menos
a Andrés.

—Tienes razón Tita, es guapo, pero no tanto como otros


—se miente a sí misma.

—Si tú lo dices... —responde Tita y se va de ahí a seguir


con sus tejidos.

Zil al encontrarse sola pone más detalle en observar las


facciones de Andrés, su nariz recta, sus labios carnosos,
pero sin exagerar, el delineado de sus cejas y sobre todo
unos pequeños lunares que comenzaban en el mentón y
terminaban en el cuello.

Algo peculiar había en aquel hombre, sí, era atractivo,


pero también era enigmático, el tipo de hombre que dice
mucho en ninguna palabra. Había tenido la oportunidad
de cuidar de él en el hospital, pero con el ir y venir de las
enfermeras no le había puesto atención a detalle hasta
ahora que se encontraba en la comodidad y seguridad de
su casa.

Zil toma asiento en la vieja silla de su abuela y comienza


a mecerse mientras dibuja en su memoria las facciones
de ese bello hombre. «Quizás pueda dibujarlo después»
Piensa ella.

Al cabo de unas horas más Andrés se despierta por


completo. Está confundido. No sabe dónde se encuentra
y tampoco sabe quién es esa chica que está dormida
frente a él en una vieja mecedora.
Tiene sed. Le duele todo el cuerpo y se siente algo
nervioso. Como puede se sienta en la cama y se da
cuenta que es una cama cómoda, pero algo muy vieja.
Observa su alrededor, hay una pequeña hornilla al fondo
del cuarto, que al parecer funciona como chimenea, las
paredes son de ladrillo y el techo... el techo es de un tipo
de lámina negra, madera y algunas partes de hielo seco y
cartón.

Intenta ponerse de pie y salir de ese lugar lo más pronto


que pueda. Fija su vista en una ventana que esta por su
lado izquierdo y solo ve pinos y nieve, entonces se
pregunta «¿dónde diablos estoy?».

Zil, al oír los rechinidos de la cama se ha despertado,


observa al huésped con ojos entrecerrados para no
asustarle. Pero al ver su cara de pánico decide que lo
mejor es presentarse y explicarle la situación.

—Hola —saluda en un murmullo.

—Hola —responde confundido.


—Soy Zil, mucho gusto —saluda ella con esa tierna voz
que le caracteriza mientras se levanta de la mecedora y
camina hacía la cama.

Andrés la observa detenidamente mientras ella se va a


acercando, no es el tipo de mujer que él suele buscar
como cita, pero se da cuenta que a su manera ella es una
mujer muy bella.

—Zil... ¿Dónde estoy, ¿qué me pasó? —pregunta Andrés


cada vez más confundido viéndola avanzar hasta donde
está él.

—Eres Andrés, por si lo olvidaste —menciona ella


mientras le
la cartera que estaba en la mesa. Se acerca tranquila y
se sienta en la orilla de la cama.

—Sí, sé que soy Andrés, pero no sé qué mierdas hago


aquí y tampoco porque me duele tanto el cuerpo —dice
muy altivo mientras mira con desprecio a su alrededor.
Zil algo decepcionada por la actitud de este huésped.
Decide darle la versión cruda y resumida.

—Bueno, Andrés, te contaré que sucedió, que, si no fuera


porque manejabas algo ebrio, "según los médicos"—hace
las comillas en el aire— no estuvieras aquí. Hasta el
momento nadie te ha procurado y por lo que sé, le debes
la vida a mi padre y mi hermano. Pues si no fuera porque
ellos te rescataron, tú no estarías aquí y mucho menos,
estarías vivo. Así que sé agradecido y compórtate. Deja
de ser tan petulante —asiente con seguridad Zil mientras
se levanta de la cama y se marcha del cuarto molesta por
la forma en la que él se comportó.
La luces que me conmueven - Capítulo 11

La señora García, madre de Zil y esposa de Don Memo,


estaba en desacuerdo con que Andrés se quedara en su
casa. Solo contaban con dos cuartos y él estaba en el
cuarto principal. Además, no podían permitirse
mantenerlo. La venta de su producto casero estaba casi
en la ruina. Productos de la ciudad habían llegado hasta
donde ellos y vendían a precios de mayoreo lo que
provocaba que cada vez más los negocios locales
dejaban de comprar sus productos, a pesar de que eran
más frescos y de mejor calidad.

El pago del hospital y la cirugía ambulatoria, habían sido


pagados por ellos. Don Memo y Doña Tita se habían
opuesto rotundamente a tomar el dinero de la cartera del
joven. El dinero con el que pagaron era el que habían
ahorrado todo el año para comprar un pequeño becerro y
así comenzar a meter productos de res a las ventas. La
familia García pensaba que tal vez así, quizá todo
mejoraría.
Pero una vez más la honradez y los buenos valores no
eran recompensados por la vida. Se quedaron sin capital,
sin la tan anhelada cena para año nuevo y los pocos
productos que les quedaban de la venta se los estaban
terminando en el consumo personal.

Zil, trabaja en una pequeña granja de camarón cerca de


la ciudad de lunes a viernes. Sale a las cuatro de la
mañana de su casa y regresa a las siete de la tarde para
atender a su pequeña hija de cinco años y ayudarle a su
abuela a hacer el chorizo, terminando sus labores cada
día a las once de la noche, ya muy cansada. Aun así, los
fines de semana va a ayudarle a una señora a limpiar su
casa, ese dinero que obtiene le ayuda para a completar
los medicamentos de su hija.

Por su parte Fer al ver la crisis económica de su familia,


decidió irse a la capital a trabajar en lo que se pudiera.
Encontrando un puesto en una bodega de muebles
comenzó a mandar un poco de dinero, no mucho pues la
paga apenas era la suficiente para pagar su estadía en la
ciudad. Pero, aun así, con aquella esperanza enviaba lo
más que podía a su padre para algunos gastos a la
semana, lo cual servía para ahorrar o bien para los
gastos diarios.

Nadie mejor que la familia García sabía lo que era


trabajar y salir adelante de todas las adversidades. Zil
tan solo a sus dieciocho años había sido abusada
sexualmente por unos soldados del cuartel cercano.
Nueve meses después se convirtió en madre de la
pequeña Itzía. Desde entonces la familia se volvió más
unida y cuidadosa con los miembros femeninos. Se
dieron cuenta que ante el gobierno corrupto un pobre
solo es una mierda en su zapato y contra todo pronóstico
negativo, depresivo y social han salido adelante como lo
que son, una hermosa familia.

Pero para Lucía García, Andrés representaba una parte


de todo aquello malo que una vez les sucedió. Y a pesar
de su predisposición a desconfiar de la alta clase social,
confiaba en su esposo y si este decía que no había nada
que temer, ella le creería. Al menos un setenta por
ciento. El otro treinta por ciento desconfiaba, por si las
dudas.
Andrés había quedado profundamente dormido. Ya
pasaba media noche cuando uno de sus ya conocidos
terrores nocturnos lo despertó. Tenía mucho que no
pasaba por ninguno de esos episodios, pero desde que
despertó del accidente ya era la tercera vez que le
pasaba. Se encontró mirando el techo de aquella vieja
habitación, iluminada una vez más por una decena de
velas. Se percata de que en la vieja mecedora hay un
chal ya viejo y descolorido, y que por un lado de el en una
pequeña mesa, se encuentran las medicinas que unas
horas antes Tita le había dejado, además de un plato de
comida. Ya frío.

—Lo que faltaba, comida fría —menciona en voz alta.

—Si quieres la caliento —responde una voz que sale


detrás de una cortina en la esquina de la pequeña
habitación.

No había caído en cuenta de ella. «Quizás es un pequeño


armario o baño» piensa.
—Era broma. Pensé que estaba solo —admite con
vergüenza al hallarse descubierto por Zil.

—Pues, aunque fuera broma sería imposible —señala


con ambas manos a su alrededor—. Como ya te disté
cuenta, no tenemos luz eléctrica, al menos en este
cuarto. Y salir al patio a encender la hornilla, equivale a
enfermar del frío que hace a estas horas de la
madrugada. Así que no, es imposible que comas tu
comida caliente —informa la joven a la defensiva.

—Está bien, no es para que te enojes. ¿Sabes, puedes


dejar de ser tan presuntuosa? No estoy de humor —la
vuelve a retar.

Nadie le había dicho alguna vez presuntuosa a Zil, eso la


hizo pensar por un momento si su actitud era la correcta,
aunque en el fondo de su ser sabía que no lo era.

—Está bien, disculpa mi actitud. Pero es cierto que no


puedo calentarla. Al menos hasta que amanezca. —Mira
el reloj de pulso que trae en su muñeca y se da cuenta
que tan solo quedan unos treinta minutos para que se
aliste para ir a trabajar—. Lo que para eso falta como dos
horas más o menos.

—No te preocupes. Yo entiendo. Disculpa tú también mi


actitud defensiva —comenta él en un intento fallido de
disculparse, pues no está en su ser una persona que lo
haga tan a menudo—. Aún me pregunto sobre todo esto
que ha pasado —dice mientras se acomoda en la cama.

—Comprendo. Me imagino que es difícil para alguien


«como tú» estar en lugar como este —menciona Zil con
algo de pena al reconocer que la ayuda que le dan y el
lugar en donde se encuentran no es suficiente.

—Créeme que eso es lo de menos. Me preocupan otras


cosas —responde pensando en el contrato grande que
perdió por accidentarse, así como sus vacaciones en
Europa.

—Comprendo —contesta Zil de una forma vaga, sin


entender realmente las preocupaciones de Andrés.
—No creo que comprendas, ¿cómo podrías? —dice de
forma sarcástica refiriéndose a la condición social de
Zil—. ¿De qué debes preocuparte tú, una simple chica?
¿de morir congelada por calentar una simple comida?

Andrés se da cuenta que ha sido grosero. Mucho muy


grosero, pero se justifica así mismo por la apariencia de
Zil. No sabe nada de ella y aun así se atreve a decir que
no tiene nada de qué preocuparse. No se ha dado cuenta
de que sus palabras la han lastimado y por supuesto está
el hecho de que ha pasado por alto los golpes en el
rostro de Zil. Quien cuidadosamente intenta ocultarlos de
su mirada, dejándose el cabello suelto y todo para que no
la juzgue, y eso terminó haciendo.

—¿A caso crees que lo peor que me puede pasar para


preocuparme es morir congelada? Que equivocado estas
Andrés De Rosa. Muy equivocado —La voz de Zil se
quiebra al recordar aquella noche en la que por ir a
buscar leña unos soldados aprovechándose de que
estaba sola abusaron de ella.
—Ok, ok. Tienes razón. Tal vez estoy equivocado. Pero no
digas que me comprendes cuando no conoces nada de
mi vida —dice Andrés elevando un poco la voz.

—Cierto. No te conozco y, aun así, yo y mi familia hemos


estado cuidando de ti. Pagando todo para que te
recuperes, donando nuestra sangre por ti, un completo
desconocido. No digas que no tengo nada de qué
preocuparme, cuando tengo a mi anciana abuela
durmiendo en un viejo catre en el otro cuarto que
tenemos a un lado de mi hija. —Zil sabe que se está
alterando y siente las emociones a flor de piel, intenta
contenerse, pero ya ha estallado y deja salir a
borbotones toda esa sensación de sentirse
menospreciada. Tal como se ha sentido toda la vida.

» No digas que no tengo de que preocuparme cuando


hemos gastado hasta el último peso que teníamos por ti.
Por trasladar el cacharro de carro que tienes. Por buscar
a tu familia. Y, por último, no digas que no tengo nada de
qué preocuparme cuando he estado aquí haciendo vela
desde el día del accidente, cuidando de un desconocido.
No digas que no tengo de que preocuparme. Cuando no
conoces mi vida Andrés de Rosa. No sabes nada. —Ella
termina de decir aquello con lágrimas en los ojos y sale
de aquel lugar con el corazón hecho pedazos.
La luces que me conmueven - Capítulo 12

En la mañana el señor Memo regresa junto con Fer de la


ciudad. Visitan a Andrés que yace dormido después de
desvelarse en la madrugada.

—Hola Andrés, ¿cómo te sientes? —inquiere Don


Memo— disculpa, soy Guillermo García, este es mi hijo
Fer. Nosotros te encontramos en la orilla de la carretera
cerca de un barranco.

—Muchas gracias, le debo mi vida a usted y su familia.


Créame que le pagaré hasta el último centavo. Se lo
prometo —dice Andrés agradecido con su salvador y
sabiendo de antemano por su hija que estaban en una
mala situación económica.

—No, no para nada muchacho. Eso lo hicimos de corazón


—responde Don Memo.

—Así es, no es necesario —reafirma Fernando— además


alégrate, pudimos contactar uno de tus familiares y
vienen en camino acá por ti. No han de tardar en llegar.
Desde ayer les avisamos.

— ¿En serio? ¡Eso es grandioso! —su voz es efusiva, una


alegría le invade de repente. Pronto podrá salir de aquel
lugar y continuar con sus planes... y su vida.

—Así es. Nos alegra saber que ya estas más alegre. Mi


madre me informó que ayer estuviste algo decaído o
molesto —confiesa Don Memo sin saber que era un
secreto—. Disculpa la actitud de Zil. Su vida no ha sido
fácil y ante cualquier hombre siempre está a la defensiva.
Pero tiene un corazón muy noble.

—Padre debemos traer las cosas del señor —interrumpe


Fer al ver la mirada inquisitiva de Andrés ante el
comentario de su papá.

—Cierto. Volvemos en una hora Andrés, vamos al pueblo


por el resto de tus cosas. Se quedaron en la clínica. Y
está largo el camino —anuncia Don Memo mientras se
dirige a la salida con Fer.
—Gracias —dice Andrés antes de que este último salga
aun procesando toda la información que le acabando de
dar.

—De nada —asiente Fer con la cabeza y sale por la


puerta.

Andrés está feliz porque su familia ya viene por él. De


pronto se siente agradecido con el mundo, la vida, el
destino. Con todos.

—Hola Andrés, mucho gusto, soy Lucía —anuncia la


señora García al entrar a la habitación junto con Tita.

—Mucho gusto, señora —dice Andrés con respeto.

—Hola cascarrabias —dice Tita con familiaridad mientras


le entrega un plato con comida— aquí el desayuno. Veo
que no cenaste. ¿Tan malo estuvo? —le interroga Tita.

—Tita, no le diga así al muchacho, va a pensar mal —


amonesta con vergüenza Lucía a su suegra.
—No hay problema, viniendo de Tita, eso suena a cariño
—Andrés interrumpe la amonestación de Lucía y luego
toma una cucharada del desayuno— Wow. Esto está
riquísimo. Muchas gracias.

—De nada. Yo lo hice —responde Tita feliz porque


halagaran su desayuno.

—Mmm, debería ser Chef. Tenía años que no probaba


unos huevos rancheros y machaca tan buena.

—Nos da gusto que le agrade tanto el desayuno —dice


Lucía hablando por las dos.

—El gusto es mío, en serio. Tenía hambre. Anoche no


cene por que estuviera malo, me quede demasiado
dormido y desperté en la madrugada y ya estaba muy
helado —confiesa sincero.

—Cierto, solo las tortillas de harina hasta frías son


buenas —se ríe Tita mientras examina los frascos con
los ojos apenas entrecerrados pues su vista no ha sido
muy buena desde hace años y los lentes que tenía los
quebró su bisnieta sin querer.

—Yo los reviso suegra. No se lastime más la vista —


anuncia Lucía mientras se acerca a los frascos y los lee.

—Toma Andrés, esta te toca en unos quince minutos —


dice mientras le entrega el frasco.

Pero Andrés no ha dejado de comer ni de soltar la


cuchara. A la abuela le parece curiosa la forma en que
come. Como un niño desesperado.

—Tranquilo, tienes tiempo antes de que vengan por ti —


le calma Tita.

—Bueno, Andrés. Ya que termines de comer nos echas


un grito. Debemos cambiarte el vendaje antes de que te
vayas —dice Lucía.
Andrés hace un ademan de que esperen tiene la boca
llena de machaca y Tita se ríe de él.

—Perdón. Me estaba ahogando.

— ¡El café! Ya vuelvo con el —dice Lucía y se dirige a


fuera.

Tita se acomoda mientras tanto en la mecedora y


observa el lugar. Ese es el lugar donde ella duerme con
Zil y su nieta Itzía. Entre las tres se dan calor en las
noches de invierno y los días de nieve.

Es extraño ver a un hombre ahí, y más uno de la posición


social de Andrés. «Siendo uno más de la familia» eso
pensaba Tita.

—Listo, está caliente pero no tanto como para quemarte


—anuncia Lucía mientras le entrega la taza de barro a
Andrés.

Este le da un pequeño sorbo y se deleita del sabor.


—Es de olla, café de olla. Tita lo hace —hace conocer la
matriarca.

—Está delicioso. Podría hacer negocio con esto, es


demasiado exquisito —dice Andrés mientras da otro
sorbo— Lo que les quería decir, es que no hay necesidad
de cambiar las vendas. Zil lo hizo en la madrugada, claro,
antes de volver a salir despavorida del lugar.

Tita y Lucía se ven una a la otra asombradas por el


descubrimiento. Nunca creyeron que Zil se atreviera a
hacer tal cosa. Que, aunque para muchos es nada, para
ella es un gran paso.

—Ah, Mira... pues que bueno —dice Doña Lucía sin


creerse que su hija se atreviera a acercarse así a un
desconocido—. Entonces, nos retiramos —avisa algo
confundida por aquello y junto con Tita se dirigen a la
puerta de madera.

¿Habrá pasado algo? ¿le habrán hecho algo a Zil? Se


pregunta Andrés.
Andrés no es tonto. Sabe que algo oculta esta familia. Es
lógico la protección que tienen hacia Zil y hasta el
momento no conoce a la dichosa hija de ella. Quizás es
casada y el marido no está con ella. O capaz y es un
sicario y ellos temen por que la golpeó.

O quizás no, quizás sea algo más.

Andrés decide no quedarse con la duda y trata de


indagar más.

—Tita, disculpe. ¿puedo hablar con usted? —cuestiona


Andrés antes de que cruce la puerta.

—Sí —responde Tita mientras se regresa hacia la


mecedora —dime.

— ¿Qué pasa con Zil? ¿Por qué tanto misterio? —su


mirada inquisitiva provoca cierta alegría a la abuela—
Hoy me percaté apenas que había sido golpeada ¿quién
lo hizo?
Esa última pregunta procedía desde el interior de su
alma, un sentido de protección hacía ella se había
elevado desde que la miró en la mañana. No había
podido dejar de pensar en ella, formulándose preguntas
sobre ella y su vida con la firme determinación de querer
conocerla más.

—Ah mira, no eres tonto —se burla Tita.

—No, no lo soy. Ella siempre está a la defensiva conmigo.


Y ustedes tienen cierto comportamiento extraño para con
ella. No hay de qué preocuparse, yo ya me voy. Así el
marido no le dirá ni volverá hacer nada —concluye con
aquella idea loca en su cabeza.

— ¿Marido? ¿marido de quién? —cuestiona Tita al


tiempo que lo ve con cara de no creer que sacara una
conclusión tan errónea.

—El marido de Zil. Se que temen que el tipo se pueda


poner celoso por mi estadía aquí. Se que ella tiene una
hija porque lo comentó. Pero a él no lo he visto, supongo
que no está por el momento —dice sin dar oportunidad
de que Tita le aclare las cosas—. Solo espero que no le
vuelva a poner una mano encima, ella no merece eso y
ustedes no deberían permitir que la golpeé.
La luces que me conmueven - Capítulo 13

Horas después, Fer y Don Memo entran con la comida al


cuarto donde está Andrés, e informando que su familia
está por llegar.

Tita por su parte prepara unas carnitas y chicharrones


para Andrés y la familia De Rosa Vitale. Al no saber
cuántas personas vendrán a buscarle prepara lo
suficiente para veinte personas esperando que sobre y
no que falte.

De acuerdo a lo pronosticado, a las tres de la tarde la


señora María, Matteo, Ángelo De Rosa, junto a su primo
Luca Davenport llegaron al lugar. La familia García recibe
con hospitalidad y alegría a la Familia De Andrés.

Don Memo presenta a su familia con tremendo orgullo y


no es para más, los García son muy queridos y
apreciados por todos los que los conocen. Andrés por su
parte presenta a la suya; María Vítale al llegar queda
consternada por el lugar en el que ha estado su hijo
accidentado todos estos días. Matteo por su lado está
preocupado de la salud de Andrés. Mientras que Luca
observaba el derredor con ojo de águila. La vida le había
enseñado que el peligro está en todos lados. El solo
viene a comprobar el bienestar y seguridad de los De
rosa.

Andrés conoce el shock de su familia al estar en ese


lugar. El mismo lo vivió, pero también sabe que se si
hubieran pasado lo que él, se adaptarían.

Ángelo su hermano mayor y médico, nada más llegar,


baja una maleta con sus principales utensilios para
primeros auxilios. Comprueba las heridas de Andrés y le
trae las muletas que Don Memo les mencionó cuando
contactó con ellos.

Tita por su lado, se mantiene al margen de todo, algo


cohibido por la presencia de aquellas personas. Lucía por
su parte se muestra amable, pero no del todo confiada;
observaba con cautela cada uno de los movimientos de
aquellos extraños. Luego de las respectivas
presentaciones, Don Memo le hace de su conocimiento a
Ángelo las indicaciones y procedimientos que le habían
hecho a Andrés en la clínica.
—Ángelo, ¿está todo bien? —cuestiona la matriarca de
los De Rosa.

Ángelo ve la herida de Andrés en el costado del pulmón


que no es muy profunda.

—Sí madre. La herida está limpia. Pero igual necesitaré


hacer unos estudios para comprobar por mí mismo el
daño hecho. —Les hace conocer mientras vuelve a
colocar los vendajes en su lugar— Al menos la clínica
tiene enfermeros capacitados. Te han hecho una buena
curación. Te pondrás bien pequeñín –expresa burlándose
de Andrés.

—Fue Zil —dice Tita y todos voltean al instante a verla


algo confundidos por el comentario— Zil hizo las
curaciones todos los días. En la clínica y aquí.

—No sé quién es Zil. Pero agradézcale de nuestra parte


por hacer tan buen trabajo. Es una muy buena enfermera
—responde Ángelo mientras saca unos billetes de
quinientos pesos de su cartera y se los pasa a Don
Memo que es el que está más cercano a el— ¿puede
hacérselo llegar? De nuestra parte.

Don Memo se sorprende al ver la facilidad con la que


este hombre saca los billetes y se los da. Sin siquiera
saber quién es Zil.

—Lo lamento. No podemos aceptar este dinero y no creo


que Zil quiera. Ella es nuestra hija y no es enfermera.
Gracias, pero no podemos —diciendo esto pone la mano
sobre la de Ángelo y añade— para nosotros es suficiente
saber que Andrés sigue con vida. Esa es nuestra
recompensa.

María De Rosa, es una mujer astuta. Cierto es que tienen


riquezas, pero ella había sido criada en los bajos barrios
de Italia.

Su esposo la conoció cuando esta trabajaba en una


librería y se enamoraron a primera vista. Habían luchado
mucho juntos para buscar un mejor futuro para ellos y su
familia. Y sabía mejor que ninguno de sus hijos todo lo
que cuesta sobrevivir día a día. Nada más llegar recordó
toda su niñez. Y pensar que su hijo Andrés podría haber
muerto le hacía sentir mal.

Una madre siempre querrá lo mejor para sus hijos. No


importa si esto significaba una lección de vida. Tal como
la que estaba viviendo Andrés en estos días.

—Está bien Don Memo. Les agradecemos grandemente


todo lo que han hecho por Andrés estos días. Pero para
nosotros sería grato que nos dejara recompensar tan
generosos gestos —anuncia la matriarca de los De Rosa.

—No podemos, en serio. Es suficiente su gratitud —


añade Lucía desde el rincón de aquel cuarto humilde.

—Ok, entendemos. Sepan que nuestra gratitud es


enorme y nos sentimos en deuda con ustedes. —
responde María a la matriarca de los García.

—Entonces ¿cuándo podremos llevarnos a Andrés? —


pregunta Matteo mirando a Ángelo y Don Memo.
— ¿Cómo te sientes Andrés? —inquiere el médico de la
familia— ¿te sientes bien para viajar?

—Sí, creo que sí. —Se rasca la cabeza sin saber cómo
decir sus verdaderos deseos, cuando decide hablar toda
la familia lo ve atentos—. Pero... no quería irme hasta ver
a Zil y agradecerle personalmente. Ella —dice
dirigiéndose a la familia—, ha estado velando cada día
por mí desde que estuve en coma. Y aun cuando estaba
ya aquí instalado, seguía cuidando de mí.

—Es un gesto muy noble Andrés —declara Luca—, pero


creo que debemos de irnos. El pueblo está alejado de la
capital y necesitamos volver para mañana a Guadalajara
—informa su primo que es conocido por su carácter
calculador.

—Entiendo... ¿Tita, cree que pueda dejarle una nota con


usted? —inquiere desilusionado. Realmente quería volver
a verla— ¿será posible?
—Claro que sí. Yo sé la entrego. —le hace conocer. Eso
le causa cierta ilusión sobre ellos. Pero sabe que solo es
eso, una ilusión.

Ambos son de mundos diferentes: de clase social,


educación, cultura y por supuesto de economía. Tendrían
mucho porque luchar en dado caso que algo pasara entre
ellos.

—Entonces preparemos todo para el camino —les


anuncia Don Memo mientras les señala la salida.

Matteo se queda con Andrés para ayudarle a vestir con


unas mudas que le trajo. Por su parte Tita manda a Fer
con lápiz y papel al cuarto con Andrés.

Don Memo hace la entrega de lo que rescataron del carro


del menor de los De Rosa. Además de los documentos
del hospital y los estudios que le realizaron. También les
da la factura del corralón, el lugar donde fue llevado los
restos del auto.
Ángelo revisa todos los documentos del coche y del
hospital. Además, verifica el celular destrozado de su
hermano. Por ello es por lo que no habían podido
contactarlo. Luca comprueba los papeles de tránsito y los
hechos del accidente. Mientras que María De Rosa
acomoda las pocas pertenencias de su hijo menor.

Tita por su lado prepara el presente para los De Rosa, y


Lucía va y comprueba a Itzía que habían dejado
dibujando.

A muchos kilómetros de ahí Zil trabajaba pensando en


Andrés, en todo lo sucedido hasta este día y en la
melancolía que le da estar lejos de él. Una sensación de
despedida le invade por momentos sin saber que a la
distancia él estaba por marcharse. Había sentido
atracción por Andrés y le era difícil admitirlo a pesar de
ser claro, pero tiene algo más importante por lo que
preocuparse. Su hija, Itzía; su pequeña necesita de ella y
de sus cuidados. Andrés tarde que temprano seguiría con
su vida y nunca más lo volvería a ver.
Todos estos pensamientos albergan su mente, pero a
pesar de que le gustaría indagar más en ellos no puede
darles mucho de su tiempo, tiene que trabajar.

Los De Rosa y su primo Luca partían de la casa de los


García una hora después de haber llegado. No quisieron
aceptar el presente que Tita la abuela de la familia los
había preparado. Pero después de unas palabras, Doña
María los acepto con gusto. Andrés, por su parte conoció
la parte delantera de la casa. Estaba asombrado del bello
paisaje que tenían y de la estructura de lo que ellos
llamaban hogar; era peor de lo que él había imaginado.

Dejando la nota a Tita. Se despidió de esta con un tierno


beso en la mejilla y dándole un abrazo, ayudado por su
hermano Matteo se subió al coche. Luca solo asintió en
agradecimiento a la familia y puso el coche en marcha.

La familia García se queda mirando el coche irse con la


familia De Rosa en el hasta que se pierde de vista en el
horizonte gris. Una nueva helada viene en camino y
deben preparar su casa, el fuego y las provisiones para
sobrevivir calientitos a ella.
Por la noche cuando Zil llega, la casa está más sola que
de costumbre. Fer y Don Memo habían salido a pueblo
cercano para el tianguis del domingo. Es una buena
fecha pues viene el día 31 de diciembre y pueden vender
lo que les queda de producto para así preparar una cena
decente para toda la familia.

Cuando Zil entra a su cuarto ve la cama vacía, Andrés...


él ya no está. Eso le hace sentir algo desolada. Se da
cuenta que extraña su presencia... su carácter... tal vez
su sonrisa... y sus ojos color miel.

Toma en brazos a su hija que yace jugando cerca del


fogón y se sienta en la vieja silla de mecer.

Minutos más tarde cuando entra Tita al verla arrullando a


Itzía cerca del fuego, divisa ese rasgo de tristeza en el
rostro de su única nieta. Se acerca con sigilo y le acaricia
la mejilla con ternura, no hay palabras, solo tiernas
miradas que hablan. Tita le entrega el sobre que había
dejado Andrés y sale del lugar; ese que había albergado
los sentimientos más sinceros y nobles de dos personas
que a pesar de ser mundos diferentes pudieron
conocerse.

Zil, al ver la carta siente una punzada de tristeza en el


corazón. Abre el sobre y saca aquel papel doblado para
luego comenzar a leer.

Zil:

Temo que no te podré ver en algún tiempo y quería


despedirme de ti de la mejor forma posible. Lamento
haberme comportado de la forma en la que lo hice, no es
la mejor versión de mí, eso te lo puedo asegurar. Si aún
queda bondad en tu corazón espero que me perdones
por tener una pésima actitud para contigo y tu hermosa
familia.

Por otra parte, quiero agradecerte. Gracias por todo lo


que hiciste por mí, tú y tu familia. Son una grandiosa
familia. Sé que mientras se tengan el uno al otro nada de
lo que pase podrá afectarles tanto como a otros. Eres
afortunada de tener unos padres, hermano y abuela que
te aman con todo su corazón. Y también eres afortunada
de ser madre. Eres una grandiosa mujer. Lo eres. No
dejes que ningún hombre te haga sentir menos de lo que
vales, porque vales mucho. Tu valor no se resume por tu
condición, si no por tu corazón. Y tienes un gran corazón.

Espero que ahora que tu sangre corre por mis venas, esa
bondad me sea contagiada y llegue a lo recóndito de mi
alma que necesita con urgencia ser reparada. Deseo que
pueda ver la vida como tú y tu familia la ven y ser
agradecido y desinteresado tal como ustedes lo son.

Gracias por todo. Pero, aún hay algo más. Sé que no


quieren aceptar este dinero. Pero apelo a tu amor por
ellos para que lo aceptes. Sé de la situación por la que
están pasando y no querría que yo teniendo lo suficiente
para darles no hiciera lo posible por ustedes, cuando ya
han dado tanto por mí, un completo desconocido. Y no
hacerlo sería egoísta de mi parte y he decidido dejar de
serlo. Pensar en otros me haría un mejor Andrés.

Cuídate y sigue cuidando de los tuyos. Algún día llegará


ese hombre que cuide de ti tanto o más de lo que tú has
cuidado de los tuyos.
Eres hermosa, eres única, eres especial. No lo olvides
nunca.

Con cariño, Andrés.

Zil tiene lágrimas corriendo libres por su rostro. El nudo


en la garganta no mengua con el llanto así que decide no
detenerlo. Saca el sobre y ve un cheque al portador
dentro. El dinero suficiente para comprar no solo una
abundante cena de año nuevo, si no muchísimas más.

Aun así, ella no llora por la generosidad de Andrés, llora


por sus palabras. La ilusión romántica que sintió por él,
pronto se desvanecía ante sus palabras. Cada palabra
escrita le causa un choque de emociones, alegría,
tristeza, esperanza y soledad. Leer que es hermosa,
única y especial es lo termina de romper todo lo que
tiene dentro.

Itzía que al oír el llanto de su madre despierta y al verla


llorar le abraza con fuerza sin entender lo que a ella le
pasa. Tocando su cara con aquella pequeña mano, le
dice: No llores mami, yo te amo.

Zil observa los pequeños ojos azules de su hija, su


pequeño ángel con autismo. Zil la abraza con tanto amor
como tiene. Arrojando el cheque al fuego de la hornilla,
llora con su pequeña en brazos.

—Vida, tú eres vida Itzía. Eres mi vida —confiesa esto


mientras arrullaba una vez más a su hija, que solo se
deja tocar por su adorada madre.
La luces que me conmueven - Capítulo 14

Luca observa por el retrovisor la mirada perdida de


Andrés y se pregunta sobre todo lo sucedido en casa de
los García, pero sabe que él no dirá nada, que no quiera
que los demás sepan, tal como con la situación de la
exesposa. Si algo tienen en común es que se guardan
todo para sí. Su tía y su otro primo han bajado a comprar
en un puesto de comida antes de tomar la carretera.

Las luces de los negocios apenas si alumbran un poco el


camino por el lado izquierdo, que es el lado del chofer.
De manera que Andrés está sentado en la parte de atrás
de lado del copiloto y puede observar el bosque.

—¿Se puede saber qué es lo que miras con tanta


atención? —pregunta con reserva Luca a Andrés al verlo
tan pensativo.

—Estaba observando las luces.


—¿Luces?, si de tu lado solo está el bosque, no hay luz
alguna. —Se estira para comprobar con la vista que está
en lo cierto.

—Te equivocas, veía las luces del cielo. Son luces que
me conmueven.

—Ah, por ahí hubieras comenzado. — Luca acomoda el


retrovisor para tener una mejor visión de su primo—
Sabes, las personas también pueden llegar a ser luces, o
en mi caso destellos nocturnos.

—Te comprendo —susurra Andrés mientras regresa la


mirada al retrovisor y encara a Luca— Las personas
alumbran nuestras vidas en la más oscura noche. Ellos
se pueden volver nuestra salvación y esa luz que nos
guíe a salir de toda adversidad.

—Te refieres a ellos, ¿cierto? —Luca le regala una


sonrisa de medio lado. Un sentimiento de satisfacción se
agranda en su pecho, al comprender que Andrés ha
encontrado el rumbo correcto de su vida.
—Así es. Esas son las luces que me conmueven —
confiesa al comprender la verdad de su situación.

—Bueno primo, —se rasca la cabeza pensando en lo que


dirá—tal vez ellos te salvaron con un propósito que
quizás aún no conozcas.

—Sí, lo conozco —anuncia contento—Ellos fueron mis


salvadores, ahora yo seré el de ellos... y el de ella.

Dice esto último regresando la mirada al bosque,


recordando la vez que la vio cargando aquellas pesadas
cubetas en su lomo.

—Ella, hay una "ella". —Sin dejar de observar a Andrés y


la mirada perdida de este comprende la situación—Debí
imaginarlo. Con razón te salió el gen de héroe.

Luca no le dice lo que realmente percibe en su primo al


verlo tan filosófico sobre cosas de la vida, sabe que eso
debe descubrirlo él mismo.
—Sí, hay una chica en esto. —regresa su mirada al
retrovisor para confesar—Pero no es solo ella, son todos.
Son tan unidos que vienen como en paquete.

—Vaya, me gusta esa faceta tuya melodramática —


contesta Luca un tanto burlón mientras ambos sonríen.

—Pues es lo que hay. Yo soporté tu faceta cursi con Kim,


te toca aguantarme —le recalca como otras veces
riéndose de él.

—Tienes razón. Al final de cuentas no importa que sean,


si luces o destellos ellas siempre iluminan nuestras vidas
y nos hacen mejores.

Andrés sonrió a su primo Luca y volvió su mirada al cielo.


No solo veía las estrellas, pensaba en todo lo sucedido y
en lo loco del destino. Estaba trazando un plan, un plan
que incluía a una chica y su adorada familia.
Una vez que María Vitale y Ángelo suben al coche, los
primos, que con tanto entusiasmo habían hecho sus
confesiones más íntimas, dejaron de hablar. No por
desconfianza, sino por el hecho de que eran cosas que
Andrés aún no terminaba de procesar en su interior.

El interrogatorio no se hizo esperar, y el menor de la


familia contó todo lo que sabía de su condición y a su vez
ellos informaron todo lo que Don Memo y Fer les habían
explicado. Durante el trayecto contaron sus anécdotas y
expresaron lo mucho que estuvieron preocupados por él.

A medio camino, Andrés se quedó en silencio. Eran ya


pasadas horas de la madrugada, pero había dos cosas
que rondaban su cabeza.

La primera, ¿qué fue lo que provocó el accidente? Solo


tenía vagos recuerdos de esa noche y lo que los García le
habían contado. De ahí, todo lo demás eran breves
fragmentos de lo que ocurrió.

Lo segundo y más importante, Zil. Había una cosa


segura, estaba determinado a conocerla más y también
volver con esa familia que tanto le ayudó. Por una parte,
estaba tranquilo, pues había dejado un cheque con una
cuantiosa suma que bien podría solucionar sus carencias
inmediatas, pero no todas, y por eso es que él sentía la
necesidad de volver a ese hermoso lugar.

Era de madrugada cuando entraron a la zona


metropolitana de Guadalajara, muy pronto llegarían a
casa de su madre y se podría dar un baño y descansar.

—Necesito una ducha y dormir, estoy exhausto —informa


cuando divisa la casa de su progenitora casi al final de la
calle.

—Bueno, chiquitín —comienza diciendo su hermano


mayor—, antes que nada, debes desayunar y tengo que
llevarte a la clínica, hacerte una resonancia completa.

—¿No crees que exageras? —inquiere molesto.


—Andrés, debes ir a que te revise tu hermano. Por favor,
hazlo por mí... —pide su madre que preocupada no ha
podido cerrar ojo durante todo el camino.

No dejaba de pensar en que tipo de lugar lo habían


atendido, que ni enfermera capacitada hubo para que
cuidara de él.

—Mamá... no es necesario que me chantajees —dice


divertido Andrés a su madre—. Iré, pero no porque me lo
pidas, sino porque quiero saber que me estoy
recuperando bien, porque debo volver...

—¡¿Qué?! ¡Estás loco! —exclama su hermano, mientras


que su primo suelta una ligera sonrisa al saber por qué—
. Apenas saliste con vida de ese asqueroso lugar y
piensas volver ¿para qué? No tiene caso que te expongas
de esa manera.

Escuchar esas palabras de boca de su hermano solo le


confirmaban el por qué se había alejado de ellos cuando
se divorció. Algunos se creían con el derecho de juzgar
sin que nadie se los pidiese.
—¡Ángelo! Se te ha subido la riqueza a la cabeza... —
responde Matteo que hasta el momento yacía tranquilo
junto a su hermano—. Deberías cuidar lo que dices,
porque de ese asqueroso lugar que dices tú, rescataron a
nuestro hermano y gracias a ellos está con vida.

—Yo...

—¡Calla ya, Ángelo! —le amonesta su madre—. No te


avergüences más, ni avergüences con tus pobres
pensamientos a tu familia. Ya quisiera yo que todos
ustedes fueran tan humildes en carácter, pero tan
fuertes de espíritu como lo son ellos. Me bastó unos
minutos reconocer el tipo de personas que son, para que
tú con tus palabras vacías te atrevas a juzgarles por su
condición.

El silenció se instauró en la van, justo cuando Luca se


estacionaba frente a la casa de su tía. La familia restante
comenzó a salir de adentro dispuestos a recibir con
alegría a uno de sus tíos favoritos. Andrés es ayudado
por Luca y Matteo para que baje. La familia se reúne a
su alrededor y le dan palabras de aliento y diciéndole
cuanto estuvieron preocupados por él.

Andrés es llevado a su antigua recámara y se mete a


bañar con gran dificultad, pero lo logra, ya que su madre
le ha envuelto unas bolsas en los yesos y le ha retirado
las vendas para cambiárselas. Sentado en una silla, deja
que el agua caliente lo renueve, lo limpie y se lleve con
ella el viejo Andrés que solo pensaba en sí mismo.

Una vez listo, es su hermano Matteo quien le ayuda a


vestirse para que puedan ir al hospital a que le hagan
una nueva revisión. Por su parte, Andrés medita en las
palabras de su hermano Ángelo mientras Matteo
despotrica en su contra mientras están solos en la
habitación.

—El dinero se la ha subido a la cabeza, Andrés —


comienza diciendo su hermano—. Ya te digo que tiene
meses insoportables. Me da un gusto que no tienes idea,
que mamá le callara la boca.
—Seguramente también la tenía cansada —sugiere
mientras se acomoda en una silla para ponerse un short
que no le estorbe con la férula de la pierna.

—A todos, ya creía yo que Luca le soltaba un golpe


cuando íbamos de camino a buscarte —agregar Matteo
mientras le ayuda a ponerse una polera por el frío.

—Ganas, no me faltaron de hacerlo en la camioneta, pero


mi brazo bueno no lo puedo usar —levanta su brazo
enyesado, con el cabestrillo colgando, esperando que sea
acomodado detrás de su cuello.

Andrés se queja un poco mientras se acomoda la polera


y su hermano le acomoda el cabestrillo. No ha dejado de
pensar en el buen golpe que su hermano necesitaba. Era
injusto que se expresara de esa manera de personas tan
generosas como las que él conoció, aunque sea por un
breve momento. Lo que, si era real, es que quería
convivir más con ellos, especialmente con Zil, quien le
atraía de una manera tan peculiar como nunca antes se
había sentido atraído hacia alguien.
Él, más que nadie de su familia, sabía lo que era sentirse
atraído por las mujeres, especialmente las rubias y
pelirrojas. Sin embargo, la atracción que sentía era
distinta, era como el enigma que te es imposible de
descifrar y te has propuesto hacerlo. No importa lo que
tenga que hacer, ni lo que tenga que esperar para
descifrarla.
La luces que me conmueven - Capítulo 15

De alguna extraña razón, la ausencia de Andrés se


notaba en el hogar de Zil. Ella no había podido dormir
durante la noche. Daba vueltas una y otra vez meditando
en la carta que él le había dejado.

«Eres una grandiosa mujer. Lo eres. No dejes que ningún


hombre te haga sentir menos de lo que vales, porque
vales mucho. Tu valor no se resume por tu condición,
sino por tu corazón. Y tienes un gran corazón.»

Fuera de su familia, nadie más le había dicho ese tipo de


palabras, lo que le removía todo tipo de sentimientos y
despertaba en ella una curiosidad por conocer más a
Andrés.

Lejos, de eso, la familia García yacían preocupados tanto


por Zil como por los futuros acontecimientos. Sabían que
debían armar un plan que les asegurara un futuro
estable. Doña Lucía planeó en hacer coricos y
empanadas para venderlos en las tienditas de los
alrededores.
Tita aseguró que ella podría cuidar de Itzía mientras
Lucía preparaba los postres y Zil trabajaba. Don Memo,
por su parte, dijo que iría a la ciudad a buscar un nuevo
préstamo o alguna ayuda social de la que pudiera echar
mano para salir de la tan afamada "cuesta de enero".
Fer prometió enviar dinero, aunque los patriarcas le
decían que no era necesario. Suficiente hacía con lo que
mandaba.

Toda la familia sabía que los cuidados que Itzía


necesitaba eran indispensables. Mantener una casa de
pie y una alacena llena eran solo unas de las pocas
cosas que se les solicitaba para que la menor estuviera
con ellos. Sabían que el nuevo ataque que Zil había
recibido era el preludio de algo peor, ellos podían
sentirlo, aunque no lo hablaran abiertamente con ella.

A pesar de sus vanos intentos por cuidar la salud


emocional de Zil, ella se daba cuenta de lo que pasaba.
Era imposible no escuchar sus murmullos o ver sus
miradas de preocupación cuando ella se marchaba o
llegaba. Pero esa noche, la noche en la que ella llegó y
no encontró más que esa carta de despida, no había
nada más en su mente que el hecho de que ya no le
vería.

Había algo, un pequeño cosquilleo que invadía su alma.


Algo que le decía que no soñara más despierta y viviera
la vida como lo que era, una triste realidad. Y a pesar de
eso, una voz en su mente le decía que había una
probabilidad de que ella le gustase, si no como mujer, al
menos como amiga.

Dejó que su mente divagara entre ilusiones y hermosos


pensamientos hasta quedarse dormida. Soñando con
ojos verdes y piel morena, le llegó el alba. La esperanza
de un nuevo día y se preparó para ir a trabajar.

— ¿A dónde cree que va, señorita? —inquiere tita desde


la hornilla que yace sobre el fogón.

— A trabajar Abuelita —responde Zil mientras se pone


una bufanda—. Hoy hace un frío que te pelas.
—No creo que tengas que ir a ningún lado, y si, hace un
frío como para congelarnos. De hecho, hoy nevará. Ya
verás —pronostica la anciana mientras muele algunas
especias en el metate.

—Quizás, eso significa que me debo llevar mis botas —


Zil intenta dar media vuelta para regresar a su pequeño
cuarto para ir por ellas cuando la abuela la detiene con
un suspiro cansado—. Tita, no te preocupes, estaré bien.

Zil se regresa para abrazarla, pero Tita se detiene de


moler los ingredientes para el café de olla que prepara y
se limpia una lágrima del rostro.

—No Tita, no llore. —Por fin su nieta la abraza, pero esta


se siente cansada de fingir fortaleza—. Hay que confiar
en que nada malo pasará. Hay que tener fe en que Dios
nos va a cuidar.

—No Zil —se separa de su amada nieta, poniéndole las


manos en los hombros y mirándola fijamente—. Yo ya he
vivido lo suficiente para saber y reconocer la maldad y
bondad del mundo. Tuve que escapar de un padre
abusador que me quería casar a la fuerza con un señor
mayor, y aunque eso me condenó a vivir exiliada y perder
el amor de mi madre y no volver a ver a mi familia,
créeme que lo volvería a hacer porque ahora sé que los
tengo a ustedes. Pero, tú no has vivido todo lo que yo
viví, no has conocido el amor como yo lo conocí con tu
abuelo «Que Dios tenga en su gloria». Tienes mucho que
vivir y una hija que te necesita, no tienes por qué irte de
mártir a trabajar ni a ponerte de frente al peligro. Por una
bendita vez en tu vida demuestra que tu fortaleza no se
demuestra, no es un salario, sino que radica en el
bienestar de nuestra niña...

Zil se quedó procesando cada palabra de su tita, la llamó


mártir.

—Tita, no soy una mártir por tener que trabajar —refiere


ella un poco molesta por el uso de esa palabra.

—Sí que lo eres, estuviste a punto de ser secuestrada,


violada y asesinada y actúas como si no te afectara,
como si fueses de hierro y como si la vida siguiera.
Detente un minuto y contempla la vida, disfruta a tu hija
que te necesita —amonesta Tita—. Nadie te está
pidiendo que vayas a trabajar, nadie te está pidiendo que
te auto compadezcas. Es más, tienes nuestro permiso «si
es así que lo quieres ver» para reposar, para descansar y
para sanarte del alma. No tienes que ser fuerte todo el
tiempo, hija. Si no, esa poca alegría que te queda se irá
por completo y será sustituida por dureza, amargura y
rencor. Sana primero.

Tita podía ser un poco dura cuando era necesario, hace


tiempo que no lo era con su querida y única nieta. Ella
era la que más le compadecía, pero no le gustaba en la
mujer dura en la que se estaba convirtiendo. Ella era
responsable de no dejar que eso le pasara a ella. Tita
sabía de primera mano lo que era vivir así, ya que lo pasó
cuando murió su marido, dejándola sola con su hijo
Memo, quien era apenas un niño de ocho años.

—Está bien Tita... pero déjame ayudarte, al menos con la


molida ¿Sí? —pide sin más remedio que obedecer. Debía
meditar en lo dicho por su abuela, aunque esas palabras
le dolieran.

No en vano su abuela era una mujer sabia, había pasado


por muchas cosas siendo muy joven.
—Está bien, tu padre y Fer ya alimentaron a los animales
y se fueron a los locales, volverán a media mañana. —
Tita le entrega el metlapil a Zil para que siga machando
contra el metate los ingredientes.

La mañana transcurre entre alimentos, charlas y tareas


del hogar. Una a una se turnaban para cuidar a Itzía y
motivarla con algunos juguetes que le entretuvieran.

Pasaban las diez cuando la vieja camioneta de Don


Memo se acercaba por el camino de frente. Venían
cansados, pero también muy contentos de haber vendido
todo su producto. Aunque no era mucho, pudieron
venderlo todo.

—Por un momento pensamos que no íbamos a vender


nada —anuncia Fer bajando de la camioneta.

—Pero gracias a Dios y a que ningún otro proveedor vino,


pudimos acomodar todo en las tienditas de abajo —
añadió Don Memo, refiriéndose a los comercios del
pueblo que yace bajando la colina.
—¡Qué bueno, hijo! —dijo Tita, poniendo sus manos en el
rostro de su vástago y dándole un beso en la frente,
como cuando niño.

—Sí, mamá —afirma Memo, quien le regresa a su viejita


el beso en la frente—. Tuvimos que comprar con lo
ganado un saco más de frijol. Al parecer habrá nevada y
quedamos en volver a la tarde.

Lucia, que escuchó la llegada de su esposo e hijo, sale


del cuarto y les recibe muy animosa cuando escucha la
noticia.

—¡Qué bueno, viejo! —le besa en la boca y luego a su


hijo en la mejilla—. Ven, Dios nos recompensó por haber
ayudado a ese muchacho. Vamos a poner la hornilla a
todo el fogón para que este rápido ese frijol.

Toda la familia se puso en marcha cuál escuadrón de


hormigas. Hasta Zil, sacó a su niña para que le diese un
poco de sol y le acomodo con su mesa y juguetes debajo
del techito entre los cuartos para que estuviera entre
ellos. Itzía quien acostumbrada a la cercanía de su
familia, no se incomodó por nada y los veía atenta
trabajar y después solo seguía jugando. A las dos de la
tarde Don Memo y Fer regresaron al camino para repartir
de nuevo sus productos. Sabían que eso les aseguraba
una cena para año nuevo, una reinversión para surtir más
y un ingreso para al menos tres días más.
La luces que me conmueven - Capítulo 16

Faltan solamente tres días para año nuevo y los García


no han dejado de trabajar. Es como si los astros se
hubieran alineado y por fin, después de tantas
desgracias, les pasaran cosas buenas. Por su parte, Zil
no ha vuelto a trabajar, el dolor que siente en el cuerpo,
más la contusión en la cabeza, le han provocado hasta
cierto punto mareos y un poco de náuseas. Su familia,
con el afán de cuidarla, le ha pedido que se quede en
casa; ella decidió hacer caso, pues hace mucho que no
tiene unas vacaciones y que no puede disfrutar con la
libertad del tiempo, a su pequeña hija.

Es temprano por la mañana cuando Tita Amor comienza


hacer su mezcla para el café, la aguanieve que había
caído días anteriores solo provocaba un piso resbaladizo
y mucho frío seco qué le cala a cualquiera.
Afortunadamente, tenían esas dos recámaras, qué entre
material firme, madera, láminas y vigas les proveen de
calor.
Fer temprano se fue a visitar a Maggie, pues ya tenía
varios días que no la veía, Don Memo aprovechando la
salida, decidió ir a comprar unos ungüentos que le
ayudarían a su hija a desvanecer los golpes y a bajar la
inflamación. Mientras tanto, Lucía esparcía la sal en los
alrededores de la casa para que no se formará esas
láminas de hielo sobre la tierra que son tan resbaladizas.

Eran las diez de la mañana cuando el jeep, qué días


antes habían conocido, se acercaba por la avenida
principal. Lucía y Tita, que yacían fuera de sus aposentos
al ver acercarse el vehículo, les pareció curioso qué los
primos volvieran. Dentro Zil parecía no enterarse de nada
de lo que sucedía a fuera, ella pasaba el tiempo con su
hija mientras le hacía una pequeña trenza y la nena
jugaba.

El jeep estaciona justo enfrente de la fachada de la


familia. De él descienden Jaziel, el mayor de los primos, y
Emiliano. Tanto Tita como Lucía estaban asombradas de
que los primos Rivera volvieran a su casa, ya que
parecían gente acomodada, e incluso, sospecharon que,
si bien no eran de la socialité de Sinaloa, quizás fuera
narcos. A pesar de eso, la Abuela lo descartó por
completo, puesto que dijo que la bondad nunca nacía en
corazones perversos y que ellos no podrían tener un
corazón así, puesto que fueron tan bondadosos con Zil.

Y no se equivocó, dado que los primos bajaron del Jeep


cargado de víveres para toda la familia. Ambas mujeres
estaban sorprendidas de tan generoso gesto;
internamente Lucía agradecía que no estuviera su
esposo, ya que seguramente él rechazaría la ayuda.

A veces a ella le molestaba tanta humildad en su esposo,


qué para ella era un orgullo disfrazado de modestia, pues
no acepta ayuda de nadie, ni por nada. Sin embargo, ella
sabía que a veces la necesidad los orillaba a tener que
aceptar esa ayuda e internamente se le alegró el alma al
ver cómo los primos Rivera llegaron con todas esas
dádivas.

—Hola familia, hemos vuelto —saluda Jaziel muy efusivo


con las mujeres.

—¡Hola chicos, qué sorpresa verlos de nuevo! —


responde el saludo Tita— ¿Qué los trae tan lejos?
—Pues como ve, las ganas de volver a verlos —dice
Emiliano por ambos—. Y aprovechando hemos traído
unas cuántas cosas de parte de nuestra familia.

—No se hubieran preocupado —se adelanta en decir la


abuela—. Sinceramente, agradecemos mucho la ayuda
que hicieron por mi nieta, pero no es necesario que
hagan esto.

Tita señala las cosas que traen mientras que Lucía se


muere por dentro en decirles donde pueden dejarlas. Hay
una gran diferencia entre estas mujeres, una ha decidido
vivir humildemente, mientras que la otra fue orillada a
ello.

Zil que adentro yace ocupada con su hija, escucha las


voces y reconoce algunas. Se prepara y sale encontrando
una curiosa escena junto a la recámara en dónde
preparaban las comidas. Ese lugar se había adaptado
como un tipo comedor bajo un techo estilo palabra en
donde estaba la hornilla, la pequeña estufa para comidas
y todo lo que respecta de una cocina industrial para la
preparación de alimentos en gran cantidad. Debían tener
todo mi limpio y recubierto porque también preparaban
ahí los alimentos para sus ventas.

Su madre y abuela están con dos de los primos Rivera,


Jaziel al verla le brilla la mirada. Tita, que en todo está
menos en misa, se da cuenta de inmediato; era lógico,
esa era la verdadera razón por la que habían vuelto. En
parte, eso le alegra el alma a la abuela, ya que auguraba
que algún día ella tuviera la oportunidad de amar y ser
amada.

—¡Hola! —saluda Zil muy confundida— ¿Qué hacen


aquí?

—Hola, pues llegamos de pasada —responde Jaziel con


un tono más vergonzoso que cuando llegó—. Vamos a
Sinaloa, de nuevo, y pues queríamos llegar a saludarlos y
ver cómo seguías.

Nervioso trastabilla con las ideas y explica todo conforme


llegan a su mente.
—Ah, ya... no, pues muchas gracias —asegura Zil con
pena, al darse cuenta de las intenciones del muchacho y
además de todo lo que yacía sobre la mesa del
comedor—. ¿Pero qué es todo esto? No, no, ya hicieron
lo necesario, no debieron de traer nada.

—Necesario, no —rectifica Emiliano—, es algo que nos


nació del corazón y nada más por eso van a tener que
aceptarlo, ¿cómo ves?

La actitud tan confiada del joven y su forma de hablar


demasiado norteño les causa gracia y a su vez
admiración.

—No, pues está bien, si lo dicen así, con mucho gusto —


asegura Lucía.

Tita se acerca la hornilla mientras tanto y enciende la


tetera.

—¿Ya desayunaron? Si no aquí tenemos café y huevos —


ofrece a los invitados quien lucía ya les invitaba también
a que tomaran asiento—. ¿Qué les parece? Les invito el
desayuno.

—Pues la neta yo sí tengo mucha hambre, con gusto le


acepto ese café y esos huevos —acepta Emiliano quien
se acerca a conversar con Tita.

Lucía les agradece de nuevo y de todo corazón, el que les


hayan llevado todas esas cosas. Luego de eso se despide
para retirarse en búsqueda de su nieta quien esperaba
dentro de aquel lugar al que llamaban hogar.

—Ven Zil, ayúdame —pide tita a su nieta, quien se


acerca y entre pláticas y desayuno pasan una mañana
muy agradable con los primos Rivera.

Más tarde, cuando se disponían a irse, Jaziel pide ya


hablar con la mamá de Zil, tanto a Tita como ella les
parece muy extraño que él haga tal petición. Sin
embargo, acceden y le llaman a la madre de la familia.
Cuando Lucía, sale, ellos se apartan para charlar. Al cabo
de unos minutos él le entrega un papel a Lucía, lo cual
les parece curioso tanto a Zil como a Tita. Después de
eso ellos se despiden y se marchan. Aún no han salido de
su vista cuando ambas acribillan a preguntas a Lucía
sobre el motivo de esa charla, a lo que Lucía les procede
a contar.

—Pues como sospechábamos, la venida de ellos no ha


sido en vano —luego mira a su hija con una tierna
mirada—. Zil, tienes un admirador.

Ella al oír esas palabras se paraliza. «¿Un admirador?


Nunca he tenido uno» Analiza para sí.

—Jaziel está sumamente interesado en conocerte y me


ha pedido, en ausencia de tu padre, mi permiso para
frecuentarte —Zil no puede creer lo que oye, es
inaudito—. Pero no solo eso, también, me ha dado su
número de teléfono, pues nos invitan a pasar año nuevo
con su familia allá, en Sinaloa. Le dije que eso no puede
ser, que tengo que platicarlo tanto con ustedes, como
con mi esposo. Por eso es que me ha dado su número
para que lo hablemos y pues llegando a un acuerdo en sí
vamos o no vamos les avisemos, ¿qué les parece?
—¡Oh Santo Dios, Zil tienes un admirador! —dice
emocionada Tita a su nieta

Zil que temerosa de ese tipo de situaciones, se


avergüenza y a la vez se siente alagada. Le apena que
ellos tuvieran que ver e involucrarse en la situación por la
que ella pasó, y, sin embargo, a la vez se siente
emocionada de que a pesar de ello, él decidiera volver
para verla. Una parte de su corazón se siente oprimido,
extraña a Andrés y quisiera poder volver a verlo.

Pasado mediodía arriban tanto Memo como Fer y Maggie


a la casa. Nada más llegar, las mujeres comienzan a
contarles todo lo sucedido, ellos ven con asombro todos
los regalos que les trajeron y no pueden creer que tal
cosa haya pasado.

—Es asombroso, simplemente esto no tiene nombre —


afirma Fer—. Mira que venir desde Culiacán solamente
para poder ver así Zil... Ya decía yo hermanita, que por
algo eres tan hermosa —se burla Fer.
Esta le saca la lengua y le tira un manazo dándole en el
brazo Fer se ríe y Maggie lo termina de regañar por
llevarse tan pesado con su hermana.

—Pues la verdad no lo sé —confiesa Don Memo—. No


estoy muy seguro de tener que ir a Culiacán con esa
familia, no los conocemos. Además, las cosas están muy
calientes allá en Sinaloa como para arriesgarnos a ir, qué
tal si algo pasa, una bala perdida, algún encuentro con
narcos... No sé, no me da muy buena espina el tener que
ir hasta allá y con gente que ni siquiera conocemos.

La familia debate la idea y concluyen con que no irán.


Entre las pláticas y la comida el tiempo pasa y no se dan
cuenta de que un lujoso carro se acerca por la avenida
principal. Ya es muy tarde cuando perciben unas puertas
abriéndose y cerrándose. Cuando se levantan a ver el
auto yace estacionado frente a su casa y no pueden
creer quien se ha bajado a verlos.

Andrés ha vuelto.
La luces que me conmueven - Capítulo 17

—Es Andrés... —murmura Yatzil por lo bajo, pero todos


se giran a verla—. Dejen de mirarme.

La familia entera se da cuenta de su imprudencia e


inmediatamente se giran. Don memo se acerca hasta
donde Andrés y le saluda.

—¡Un gusto verte, muchacho! —Extiende su mano y


Andrés detiene su andar para saludar.

Él yace con una sola muleta que le ayuda a caminar, ya


que trae una bota férula en el pie, así que no batalla
tanto al caminar como antes.

—Igualmente, Don Memo —él le saluda con tota la


cortesía y modales que su familia le ha inculcado—.
Hemos venido con un propósito, pero antes, permítame
saludar a todos.
—Claro, pasen, están en su casa —Don Memo se acerca
a los acompañantes de Andrés, que no son nada más y
nada menos que sus dos hermanos, Matteo y Dante—.
Mucho gusto, muchachos, soy Guillermo García Amor,
para servirles.

Ambos hermanos se acercan y saludan amablemente.


Este los invita a pasar a su humilde morada mientras
escudriña el actuar de los hombres. Se da cuenta que
ninguno actúa con impresión o sorpresa, al contrario, la
naturalidad con la que se desenvuelven en ese ambiente
no le pasa desapercibido. Es de más decir que gente de
dinero o clase alta visitando a pobres no es algo que
pase muy a menudo, y, sin embargo, ahí están.

—Hola, Tita —saluda Andrés a la anciana, quien se


acerca para darle un fuerte abrazo y luego un fuerte
pellizco en la mejilla—. Que gusto ver que me extrañara
tanto como yo a usted.

—No te creas, alguien aquí te ha extrañado más que yo a


ti —revela Tita haciendo que tanto Andrés como Zil se
sonrojasen.
—¡Suegra! —reprende Lucía ante el comentario y se ríe,
de hecho, todos se ríen, menos los involucrados—. Que
gusto verte de nuevo, Andrés, ¿cómo sigues?

—Pues no se puede decir que, en perfecto estado, pero


mejorando —abre los brazos para que le vean, la dueña
de su afecto no desaprovecha la oportunidad y le repasa
con la mirada—. Quisiera presentarles a mi otro
hermano, Dante —este se acerca y va saludando a cada
uno de los miembros de la familia mientras dicen sus
nombres—. Y bueno, a Matteo ya le conocieron.

De igual manera, Matteo Vitale saluda a todos y se


queda parado al lado de su hermano menor. A pesar de
que Andrés es el más pequeño de la camada Vitale, se
puede decir que es el más alto y atlético de todos. Doña
Rosa dice que a su padre y recuerda con nostalgia las
veces que este la cargaba a ella en brazos. «Has
abueliado» repetida muchas veces.
Mientras Dante se acomodaba a su izquierda, Matteo a
la derecha. Don Memo les ofrece a sentarse, pero se
niegan.

—Muchas gracias, Don Memo. Ustedes siempre son muy


amables. Pero como les dije, mi venida acá tiene un
propósito.

—¡Habla, muchacho, que me tienes el alma en un hilo! —


dice Tita desesperada, lo que provoca una risa socarrona
de este.

—Bueno, yo al irme no fui conforme. No solo porque me


salvaron la vida, sino porque el conocerlos, aunque sea
poco, impactó mi vida —Andrés traga duro, pues siente
un nudo en la garganta—. Una vez que llegué a casa me
di cuenta de que había algo, algo que es más allá de una
ayuda material, o de un rescate en medio de la nada, es
lo que ustedes tienen como familia.

Los García estaban conmovidos por sus palabras y a su


vez azorados. No entendían que era lo que pasaba o la
finalidad de eso. Aunque Zil reconocía esas bellas
palabras por la carta que este le había escrito.

—Debo confesar que me comporté como un estúpido al


inicio, pero me bastó conocerlos para cambiar ese
concepto que tan erróneamente tenía en mi vida.
Ustedes tienen el más grande tesoro que nadie les puede
arrebatar y es el amor que se tienen como familia, no he
dejado de pensar en ello y en la forma en que podría
recompensar tanto de lo que han dado.

» Sé que hacer algo por uno sería hacer algo por todos,
pero ese no es el chiste, mi único deseo y mi único
anhelo es conocerlos mejor y mientras lo hago, me
gustaría que conociesen al resto de mi familia. Por eso
hemos venido mis hermanos y yo, queremos invitarlos a
pasar año nuevo con nosotros. Si es que aceptan, les
aclaro que esta invitación no es en "pago" por lo que me
ayudaron, es porque realmente quiero que nos
conozcamos y que mejor que conviviendo juntos.

Don Memo observa a Lucia, está a él y luego a su suegra,


quien yace ignorándolos a todos mientras observa
fijamente la cara de su nieta.
—Creo que la que debe decidir eso, es Zil —expone Tita
haciendo que todos la miren incluso la susodicha.

—¿Qué, yo? No —niega con la cabeza.

Su hijo que al por fin entender la situación se da una


cachetada mental, así que responde por todos.

—Es una propuesta maravillosa, Andrés —confiesa


poniéndose de pie—. Creo que todos estaríamos
encantados de ir con ustedes y curiosamente es la
segunda propuesta parecida que recibimos el día de
hoy... sin embargo, en este momento no creo conveniente
que sea yo o mi esposa, o mi madre —se gira a verla y
esta lo ignora—, quienes debamos tomar la decisión.

Andrés comienza a asentir con la cabeza, cuando se da


cuenta de que Don Memo se va acercando a él. No llega
a murmurar, pero se acerca lo suficiente como para que
solo él escuche.
—Deberías hablar con ella a solas primero —Andrés
asiente ante el comentario, aunque por dentro siente un
volcán a punto de ebullición, no se puede creer que
tenga una oportunidad más de hablar con ella.

De nuevo se siente adolescente, esas mariposas en el


estómago y esa sensación de ansiedad. Por un momento
le gustaría salir corriendo, pero es más poderoso lo que
siente por la chica que apenas conoce que toda la
ansiedad acumulada.

—Zil —la llama y esta levanta la cabeza—. ¿Me


acompañas?

Andrés extiende su mano en espera de que esta la tome


y aunque duda por un momento lo hace. Toda la familia
ve cómo es que ella acepta el tacto de la mano de él. Los
Vitale no ven nada extraordinario, pero para los García
ven su mundo que se retorna en colores.

Tanto Dante como Matteo se quedan charlando con los


García mientras son entrevistados por la curiosa de Tita,
quien no se cansa de ofrecerles cosas para comer.
Zil dirige a Andrés por el camino que va por detrás de su
casa, aún siguen tomados de la mano y él no sabe a
dónde es dirigido, pero reconoce el lugar. Lo vio desde la
ventana, suben una pequeñita colina y entonces él puede
ver todo, los pinos, el arroyo con el agua clara y la nieve
junto a esta.

Ahí antes de la empinada, entre los pinos yace un


pequeño lugar hecho de madera, un pequeño escondite
en donde Zil aprovecha para pensar, cantar y a veces
hasta escribir. Ninguno dice nada hasta que llegan al
lugar y ella le invita a sentarse en un ancho tronco que
usa como para ello. A pesar de lo majestuoso del sitio,
hay una sola cosa que ocupa su mente y esta es la
maldita sensación de sentir piel con piel la mano de ella.

Es como si pasase una corriente eléctrica y le saturase la


energía.

—¿Leíste la carta que te deje? —pregunta Andrés al


estar solos.
Siente como las mariposas están por ahogarlo y el
nerviosismo se instala hasta en sus manos.

—Sí, es hermosa... —confesa Zil, ella no es muy afectiva


con las personas, pero sabe que algo está cambiando por
qué se siente nerviosa estando con él—. El cheque... lo
he quemado, no era necesario.

—No te preocupes, me imaginé que algo así harían, sino


tú, tu familia —se ríe con pesar, realmente esperaba que
aceptaran la ayuda que les brindaba.

—¿A qué has venido, realmente? —inquiere ella, pues


que sea joven no la hace tonta.

Andrés se ríe y murmura un «Me atrapaste».

Zil internamente baila emocionada, pro fuera mantiene


esa actitud seria.

Él nota como es que ella intenta zafar su mano, pero


comienza acariciarla y esta se calma.
—La verdad, vine por ti —confiesa mirándola fijamente a
los ojos—. Quiero conocerte mejor, Zil. Me gustaría que
me dieses la oportunidad de hacerlo, soy más que ese
hombre que te dijo aquellas cosas, soy más que eso y
además me gustas...

Él se ha dado cuenta de lo que ha dicho y no puede


borrarlo, los ojos de Zil se abren igual de asombrados
que su corazón.
La luces que me conmueven - Capítulo 18

Al oír esas palabras el corazón de la joven se acelera cual


ave en vuelo, el hormigueo en su piel le recorre entera y
a su vez en su mente le es imposible creer que ella
pueda gustarle a alguien. Menos sabiendo lo que le pasó.

—Eso es imposible, no yo no puedo gustarte, no debo


gustarte —dice alarmada para luego sacar su mano de
entre las de Andrés—. Por favor, deberían irse.

Ella se para, pero sabe que necesitará ayudar a Andrés a


que regrese por el camino, ya que de venida también
tuvo que hacerlo. A pesar de la reacción que la joven
tuvo, él sabe el motivo del porqué de su actitud y está
decidido a todo por conocerla.

—Zil, no te estoy pidiendo que seas mi novia o mi pareja,


te estoy diciendo que me gustas y que deseo conocerte
¿Es eso tan malo? —inquiere con la esperanza de que
ella diga que no, pero no responde.
La joven yace dándole la espalda y una lágrima cae por
su mejilla, intenta reprimir esas emociones.

—¿Por qué me dijiste eso en la carta? Por qué tuviste


que poner que soy grandiosa, de gran corazón, hermosa,
única y especial —ella se gira con lágrimas en los ojos—.
No sabes lo que me ha costado intentar no creerme esas
cosas por tanto tiempo, ser invisible para los hombres.

—Es imposible que lo seas, Zil —confirma precavido el


hombre a la joven, bien sabe que debe cuidar cada una
de sus palabras—. Una vez que te conocemos nos damos
cuenta del valor que tienes, y no como mujer, sino como
persona. Te lo dije, tú y tu familia son excepcionales y se
han anidado aquí.

Andrés poniéndose de pie toma la mano de ella y se la


lleva al corazón.

—Me fui de aquí con la idea de pasar más tiempo con


ustedes, contigo —agrega y ella levanta la mirada, sabe
que sus palabras calan en su amurallado corazón—. Por
favor, no me quites esa oportunidad de hacerlo.
—¿En verdad crees todas esas palabras que escribiste?
—inquiere refiriéndose al contenido de aquella hermosa
carta.

—No solo creo como cual creyente y su fe, sino que lo


veo, eso que he escrito es algo tan real para mí ¿Por qué
es imposible que tú lo veas así?

Zil pasa un trago amargo, ambos saben por qué.

—Porque fui humillada y ultrajada de la peor manera... —


dice con el llanto en su rostro—. Me disté un nuevo latido
en el alma cuando leí aquello, solo no quiero que me
conozcas y luego...

Ya no puede hablar, Andrés suelta su mano y se acerca a


ella para abrazarla. Lentamente toca sus manos para
luego iniciar un recorrido hasta los hombros de ella. Zil
siente el tacto cálido, parsimonioso y para nada invasivo.
Al final ella se acerca a él y entonces se abrazan. No hay
sensualidad en ese tacto, no hay deseo o pasión. Hay
respeto, admiración y consuelo.
Ella llora en su pecho un largo rato mientras él no deja de
repetirle una y otra vez lo hermosa, valiosa, asombrosa y
cuantas virtudes admirables ha podido encontrar en ella.
No es que su familia no se lo diga, la tratan con cariño,
respeto y cuidado, pero no son personas que gusten de
ser muy abiertos con las palabras.

Y mientras tanto, en aquel pequeño escondite sucede un


milagro que ninguno de los dos esperaba un par de
corazones comienzan a ser sanados. Uno al encontrar la
redención al aprender a admirar a otro que no sea el
mismo; y el otro al comprender que su valía está en más
que heridas y cicatrices por cosas que ya pasaron y por
supuesto en aceptar que puede llegar a ser valorada e
incluso amada.

Media hora más tarde, ambos jóvenes se reintegran a la


familia con las buenas nuevas de que irán juntos a pasar
año nuevo. Los García al ver el llanto de Zil se
preocupan, pero una vez que se dan cuenta del brillo en
la mirada de ambos se relajan.
—Entonces, bueno, es hora de decirles el destino —
anuncia Matteo emocionado—. ¿Puedo decirles yo?

—¿Destino? —interrumpe Fer—. Creí que iríamos a su


casa o algo así...

Maggie quien se siente no invitada yace un poco


incomoda junto a su pretendiente.

—Sí y no —declara Dante.

—Iremos a Guadalajara primero —añade Matteo y señala


una splinter que se acerca por el camino—. De ahí
iremos a... ¡Cancún!

Toda la familia se mira entre sí, excepto Zil a quien


Andrés ya le había contado de su planificación. Ambos
siguen tomados de la mano y ella comienza a sentir como
es que le arde la mano, no es que sea algo malo para
ella, pero su familia puede malinterpretar la situación.
Es el grito de entusiasmo de Matteo el que hace que
dentro de la habitación Itzia grite. Su joven madre
aprovecha la situación y se disculpa para ir en su
búsqueda. Andrés que tiene curiosidad se va detrás de
ella a seguirla, quiere conocer a la niña.

Zil no se percata de su presencia en el primer momento


hasta que ambos están dentro del cuarto «grande» como
ellos lo llaman para diferenciar del otro.

—Itzía... llegó mamá —anuncia Zil a su hija, está la


escucha y alza los brazos. Ella la toma y le da un beso en
la mejilla—. Mira, él es Andrés.

—Hola, Itzía—saluda él a la niña de lejos manteniendo la


distancia.

La nena le extiende la mano y este la toma sin lastimarla,


ella sonríe e inmediatamente esconde su rostro en el
cuello de su mamá con pena.

—¿Qué edad tiene? —pregunta él al ver que es pequeña.


—Que no te engañe, esta grandota —Zil frota su cabeza
contra la de su hija haciendo que ella se ría—, tiene ya
casi cinco años. Ya va a ir al kínder ¿verdad hija?

La niña levanta la cabeza y asiente emocionada.

—Y vamos a dibujar mucho —dice contenta.

—¿Te gusta dibujar? —le pregunta Andrés haciendo que


la niña asienta—. Qué bueno, porque a mí me encanta y
en mi casa tengo muchísimos colores y hojas grandotas.

Él hace ademanes mientras le explica haciendo que la


niña sonría emocionada. A su vez, Zil se pregunta a que
se dedica y si es que en verdad tiene tales cosas o solo
lo hace para sacarle charla a su hija.

—¿Podemos ir a su casa, mami? —pregunta la niña


quien ha heredado el mismo color de ojos que su
progenitora.
—Claro que pueden venir —responde él por ella.

—Veremos, por el momento ¿qué te parece ir a unas


vacaciones? —La niña un poco confundida solo sube los
hombros—. ¿Recuerdas cuando vimos la revista en
donde había un lugar con mucha agua?

La niña solo subía y bajaba la cabeza en afirmación.

—A pues, vamos a ir a un lugar así de bonito ¿quieres? —


vuelve a preguntar la mamá.

—Sí, mamá. ¿Va a venir los tatas y el tío feo? —pregunta


por el resto de la familia.

—Si mí amor, todos iremos. Sabes que no podemos estar


uno sin el otro, no podemos estar solitos —aclara a la
niña y esto la tranquiliza.

Andrés que se volvió un espectador se queda admirando


tal escena con mucha devoción, siempre había visto el
papel de padres como algo natural y sin mucho esfuerzo,
pero al verlas se da cuenta que no solo es eso. El ser
padres es responsabilidad afectiva, velar por el bienestar
de tus hijos y ver que no les falte nada. Prudentemente
él revisa toda esa área del cuarto y se da cuenta que no
hay nada que la niña no vaya a necesitar. Y aunque el
material de la fachada no es extraordinario por fuera, por
dentro todo es limpio, pulcro y bien ordenado. Entonces
comprende lo que dicen "La limpieza no está peleada con
la pobreza".
La luces que me conmueven - Capítulo 19

Para algunos de los miembros de la familia García Amor,


era la primera vez que salían de los límites de su pueblo.
Una de esas era Zil, quien solo había viajado a la capital
de su estado cuando tuvo que interponer la demanda
junto a sus padres contra sus agresores. A pesar de eso,
los paisajes les parecían maravillosos, afortunadamente
la niña de la joven durmió gran parte del camino o se
entretuvo con algunos de sus juguetes. Aunque el primer
destino era la ciudad de Durango pues iban al Aeropuerto
para de ahí viajar a Guadalajara.

Está de más decir que ninguno de los García tampoco


había viajado en avión así que estaban nerviosos y
también emocionados. Don Memo se preocupaba de que
todo esto fuera demasiado exagerado, pero calmaba su
ansiedad viendo a su hija feliz, solo esperaba que el
joven no la lastimara de ninguna forma.

Cuando llegaron, Andrés y sus hermanos fueron muy


amables con ellos y les explicaron cómo es que se
sentirían tanto al despegar como al aterrizaje. También,
aprovecharon para decirles un poco sobre su familia,
Dante sobre su esposa e hijos y Matteo sobre su
hermano, cuñada, sobrinos y madre. Ambos contaban
anécdotas recientes a lo que les pareció curioso de que
Andrés no dijese nada. Ellos ignoraban que recién él
había vuelto a los lazos familiares motivado por el
espíritu de unanimidad en la familia que lo rescató.

Pero eso, él se lo guardaría para sí hasta que considerara


prudente hablarlo. Tita yacía muy pensativa en todo, no
hablaba, pero escuchaba, lo analizaba y ellos no se
daban cuenta de eso. Para ella, era clara la situación, los
Di Rosa eran unidos, excepto Andrés. Era claro que él
venía siendo el frijolito en el arroz, pero no entendía por
qué.

—¿Estás nerviosa? —preguntó Andrés a Zil quien


cargaba la niña en brazos—. Un poco, tengo miedo de
que Itzia despierte asustada.

—Ella irá junto a ti en el asiento, en una silla de


seguridad que se ha preparado para pequeños y no te
preocupes, cualquier cosa que necesites yo estaré cerca
para ayudarte —Andrés le regala una sonrisa empática y
ella se siente un poco más tranquila, pero es cuando ve
que levanta el peso de la niña que se da cuenta que ya
está cansada de cagarla—. ¿Quieres que te ayude? A
cargarla digo...

No sabía si la pequeña se fuera asustar, sabía que tenía


un tipo de síndrome, pero no quiso ser muy imprudente
con Zil sobre ello. Sabía que cuando ella se sintiera
cómoda hablaría de eso con él, y no quería presionarla.

—¿En serio quieres ayudarme? —pregunta asombrada—.


A muchos les da miedo por temor a como ella pueda
reaccionar, pero es muy tranquila. Solo se asusta con
ruidos fuertes, o si alguien grita.

—Por supuesto, cargue a mis sobrinos cuando eran


pequeños, así que experiencia tengo —se acerca a ellas
y extiende sus brazos para tomarla con cuidado, una vez
que Zil le pasa a la niña esta se recarga en el hombro de
él y lo abraza. Solo abre sus ojos un momento, lo ve y
vuelve a dormirse—. Te dije que tenía experiencia.

Ella esta asombrada de lo sucedido, Andrés no entiende


lo que acaba de pasar, pero tampoco ella.
—Itzia solo ha conocido los brazos de mi familia, es la
primera vez que la carga alguien que no sea ninguno de
nosotros —dice con pesadez, como meditando en la
situación ya que teme que la pequeña llegue a tomar
algún tipo de cariño por alguien a quien quizás solo va de
paso en su vida.

Delante de ellos van Memo y Lucia cargando su bolsa de


viaje, frente a ellos Maggie y Fer; y por delante de todos
van Dante, Tita y Matteo quienes cargan el equipaje de
la anciana y de Zil.

Es Tita quien se gira y observa la escena que tanto la


estremece, Andrés tomando a su bisnieta en brazos para
luego caminar junto a su nieta como si fuesen una
familia. Algo se anida en su corazón e internamente le
pide al Dios de todo y al universo de que ellos puedan
llegar a tener una hermosa familia.

Después de documentar los equipajes se dirigen a la


terminal. Una vez que abordan, Andrés intercambia lugar
con Fer para quedar sentado junto a Zil y así seguirla
ayudando en caso de necesitarlo. Al cabo de una hora
están aterrizando en Guadalajara. Y luego de cuarenta
minutos de recorrido en otra splinter que los recogió en
el aeropuerto, por fin llegan a la casa de María Vitale, la
matriarca de los Di Rosa.

Lo que no esperaban era la algarabía de congregación en


el lugar. Una vez que los hacen pasar a la casa dejan
todos sus maletas en la sala. Asombrados por lo
espacioso, hermoso y a su manera acogedor del lugar, se
quedan atónitos. Pero es Matteo quien los invita a seguir
caminando y pasar a la parte trasera de la casa.

La niña de Zil se ha despertado y aunque su madre era


quien la cargaba, cuando se ha cansado Andrés se
ofreció a llevarla. Estando despierta la niña dudó un
momento, pero después de eso aceptó que este la llevara
en brazos. Todos los García veían la escena inauditos, ya
que Itzia no era muy amigable con los desconocidos.

Es en el patio de los Di Rosa quienes con una pancarta


de bienvenidos esperaban a los García. Cuando estos
entran todos gritan emocionados y a la expectativa de
conocer a la familia que salvo la vida del menor de los
vástagos. Todos los hijos de María, con sus respectivas
familias, los hermanos de esta, Ermine Vitale y su esposo
Fiorenzo Leone, así como Lía Vitale con su esposo John
Davenport y sus cuatro hijos. Entre nietos, sobrinos, hijos
y hermanos eran alrededor de veinte personas contando
a Andrés.

—Santo Cristo —murmuró Lucía al notar a toda esa


gente y la bienvenida que les daban—. Viejo...

Memo le acarició la mano y solo murmuró un «Tranquila,


mujer. Tu no más se tú.»

—¡Bienvenidos a mi casa, que es su casa! —saluda


María emocionada de ver que aceptaran pasar año nuevo
con ellos—. Es un gusto que se animasen a venir con
nosotros. Estamos muy contentos de tenerlos aquí.

La efusividad de la mujer no les pasa desapercibida, Zil


casi que se esconde detrás el cuerpo de Andrés, pero
este al darse cuenta que ella da un paso atrás busca su
mano para tomarla. Ella lo hace y este acaricia con su
pulgar su dorso.
—¡Gracias! —decían apabullados y con pena.

—Muchas gracias —respondía Fer con una sonrisa en su


rostro.

Cabe resaltar que este es el extrovertido de la familia y


quien menos problemas tiene para relacionarse cuando
no se trata de Maggie, porque ante ella, se vuelve líquido.

María comienza a presentarles a la familia y a su vez


ellos se presentan, es cuando Fer presenta a Maggie que
los García se enmudecen.

—Ella es Maggie, la enfermera que ayudó a intervenir a


Andrés, y mi novia.

Tal revelación hace que todos los miembros de su familia


se giren a verlo, vaya momento para hacérselos saber, lo
chistoso fue cuando Maggie también giró a verlo
asombrada. Tal parece que la joven tampoco estaba
enterada de tal cosa.
—¿Y eso tú? —le pregunta por lo bajo.

—Ni creas que te presentaré soltera entre tanto soltero


aquí, además ya lo habíamos hablado —Le recuerda en
el oído a lo que ella solo se ríe.

—Fue solo una conversación, tienes que ser más


romántico para la próxima vez —dice ella con una sonrisa
en su rostro—. Y con eso me refiero a cuando me pidas
matrimonio.

Ahora es Fer quien abre los ojos cual búho en la tiniebla


nocturna, haciendo que ahora su novia se burle de él.

—Un paso a la vez, mujer ¿Qué no ves que me cago de


nervios?
La luces que me conmueven - Capítulo 20

Andrés teme que una vez que ella sepa ese pedazo de su
historia no quiera nada con él, pero aun así sabe que
debe ser sincero por el bien de una futura relación.

—Bueno, no sé por dónde comenzar, pero supongo que


por el final para que luego comprendas el inicio —sugiere
sin en realidad saber cómo exponer todo sobre la mesa—
. Ya serán cuatro años desde que me divorcié, estuve
casado por cinco años con una mujer que creí era el
amor de mi vida, pero me engañó.

Zil no esperaba que le dijese algo tal, al inicio sintió


sorpresa y luego empatía. Ella no sabía lo que era tener
un gran amor que te llevara a querer casarte o a estarlo,
lo más cercano a eso era cuando tuvo un pequeño
enamoramiento en primaria por uno de sus
compañeritos, pero este terminó cuando él se comenzó a
burlar de ella y a decirle piojosa, que era más referente a
su condición social que a que tuviera piojos.
—Oh... lamento sinceramente que pasaras por eso —
revela con sinceridad—. Me imagino que fue difícil para
ti.

—Lo fue, en su momento —recalca Andrés, quiere que


ella entienda que él ya pasó página—. Lo que dificultó
todo y al punto que quiero llegar y que tu conozcas es
que nadie en mi familia exceptuando Luca, mi primo y
Matteo saben la verdad.

—¿Te refieres a que están separados? —pregunta sin


entender del todo a que se refiere—. Estoy confundida.

—Mi familia piensa que nos divorciamos por diferencias


irreconciliables, ignoran que ella mantenía una relación
con un ex socio. —Zil siente impotencia, supone que la
misma que él sintió en su momento—. Ella me rogó que
no dijese a nadie pues sabía que cargar con el divorció
de por sí era difícil ahora más añadiendo que la
señalaran. Yo acepté por sororidad, yo la amaba, no
quería verla sufrir, aunque por dentro yo me
desquebrajaba.
» Sin embargo, ella con el tiempo usó eso a su favor y ha
intentado mantenerse presente en mi familia. No he
tenido el valor de decirle a mi madre, sé que ella la
pondría en su lugar por haberse aprovechado tantos años
de su confianza. Mira que presentarse en reuniones
familiares con el pretexto de "recuperar lo nuestro" es el
colmo, así que para evitarme esas confrontaciones me
alejé de mi familia.

Andrés hace una pausa y bebe un trago de su gin tonic,


Zil hace lo mismo, pero de su bebida. No puede creer lo
cara dura que es esa mujer, aprovecharse de una lealtad
solo para intentar seguir haciendo daño es de más.

—¿Pero que ganaba con eso? Además de hacerte sentir


incomodo —inquiere ella pensativa.

—Ni idea, es algo que no logro descifrar, pero mejor para


evitarme todo eso me alejé de todos —informa con la
verdad—. Una vez la confronté y le pedí que por favor ya
no volviera que no era bien recibida y le muy sínica solo
me contestó que mientras mi familia la estuviera
invitando ella seguiría asistiendo.
—Wow... quizás todavía te quiere —sugiere la chica con
cierto temor. Si es así ella no intervendría de ninguna
manera entre ellos.

—Claro que no, ella sigue con el tipo con el que me


engañó —suelta tranquilamente, nole afecta en lo
mínimo saberlo—. Ella pasó página y a veces siento que
solo lo hace por joderme... aquí es dónde te tengo que
contar lo que realmente pasa y por eso la familia no
puede saber.

Zil asiente serenamente por fuera, aunque por dentro


ella se un aluvión de preguntas que desean ser
respondidas.

—Mi padre al morir dividió la herencia entre los cuatro


hermanos, al menos eso creen ellos. Sin embargo, al ser
yo quien tomó el mismo camino como profesión que él
me dejó una parte extra, dicha parte tiene una finalidad,
cuidar del bienestar de mi madre. Soy algo así como un
albacea, pero en realidad solo protejo su patrimonio.
—Eso es muy noble de tu parte —expresa Zil.

Eso la lleva a pensar que ella no tiene un peso con el que


pueda proteger a su familia y siente que debe hacer algo
más que cambie esa situación.

—Cuando me casé lo hice por bienes separados por


consejo de él, no sabía por qué, pero lo hice. Cuando
murió lo comprendí todo. Fue hasta que nos estábamos
divorciando que los abogados expusieron este punto de
la herencia, ella quiso que se calculara en el monto que
debía recibir por manutención alegando que había dejado
su carrera por mí, por apoyarme en mi profesión cosa
que no fue así y lo demostré. Ella perdió el alegato y no
recibió un solo peso de los millones que pedía. Así que sí,
creo que es por venganza, pero, no estoy seguro.

—Difícil tu caso...

Andrés se ríe un poco y se rasca la cabeza. Zil no sabe


que más decir pues toda esa información sigue
procesándola en su cabeza, pero ay algún punto
importante en todo esto. Ella no quiere parecer una
persona interesada.

—Creo que haber venido con ustedes es un error —


suelta sin ningún antecedente del porqué de su opinión y
eso provoca en el hombre frente a ella vestido aun de
traje como si de una reunión de negocios se tratase que
se confunda—. Es claro que tienes muchas cosas que
resolver, pero de algo debes estar seguro, ni mi familia ni
yo queremos tu dinero ni el de tu gente.

—¿Qué? —pregunta al no entender de donde ella ha


sacado eso—. Yo, mira, no he terminado de explicarte.
No sé por qué te ha dado esa impresión, ustedes no han
dejado de dejarme muy en claro que no quieren
"nuestro" dinero. No es por eso que te comento esto, es
porque ese fue el motivo del porque yo me alejé de mi
familia y del por qué estaba tan desesperadamente
huyendo de mi casa ese veinticinco en la madrugada. Ella
se había presentado a la cena familiar y había armado
como siempre una de sus tetras. Pero después de
conocerlos, de ver como son ustedes y como es que se
aman y se apoyan, entendí que debo recuperar a mi
familia.
» Quiero creer que tengo la esperanza de que ellos me
vayan a apoyar a mí, tal como tu familia ha estado para
ti. Yo te dije, quiero conocerte, me gustas, pero no quiero
sentar ningún tipo de relación basado en mentiras, es lo
último que deseo. Sé que es que te mientan —Andrés
levanta su mano y la pone sobre la mesa para tomar la
de Zil y entrelazar sus dedos—, y no quiero mentirte,
quiero que me conozcas y quiero conocerte.

Cuando ella escuchó esas palabras tuvo paz, una


tormenta se alzaba ante sus ojos pues creía que él tenía
algún tipo de idea contra ella y su familia, pero no es así.

—Disculpa mi actitud a la defensiva, muchas personas a


lo largo de nuestra vida nos han tachado de muchas
cosas —confiesa con el corazón en la mano—. Tú sabes
que no tenemos mucho, y la gente también, pero
nosotros nos esforzamos a nuestra manera. Tiempo atrás
estaban construyendo nuestra casa, pero luego pasó mío
y mi padre tuvo que vender el ganado, una camioneta y
pues eso y todos los gastos que hemos tenido nos han
ido llevando a la miseria. Ha sido muy duro recuperarse
de eso en nuestras vidas, no solo en lo económico, sino
en lo emocional.

Andrés no deja de acariciar la mano de Zil y sabe que


eso a ella le gusta.

—Lamento tanto lo que pasaron, lo que pasaste, no


tengo palabras...

Ella le regala una sonrisa tímida porque sabe que ni ella


misma tiene las palabras adecuadas para él, aun así, sus
corazones vibran de empatía y sinceridad. Han abierto
sus corazones y confesado sus secretos lo cual les da
una sensación de paz.

Después de una armoniosa cena entre preguntas


sencillas, sobre cosas que para muchos pueden parecer
irrelevantes, pero para dos seres que se atraen son
piezas claves en el proceso del cortejo.
La luces que me conmueven - Capítulo 21
Un beso puede no significar nada para quienes tienen el
corazón y la mente enfocados en otras cosas, pero para
quienes tienen puesto todo en alguien, un beso significa
que puedes conquistar el mundo.

Andrés, quien ya contaba con experiencia en el arte de la


conquista y seducción, sintió que no sabía nada a
comparación de lo que sus emociones le embargaban en
ese momento. Para Zil, quien era la primera vez que
besaba todo era mágico, nuevo y lleno de energías que
se acumulaban en sus sentidos. Es como siendo atraído
a algo más poderoso, que no se puede comprender y ni
explicar al intentar ser racional.

Ambos son consumidos por el momento, todo a su


alrededor se desvanece tras la cortina de lo intangible,
de los espirales aromáticos que se desprenden del calor
de los cuerpos. Andrés pasa suavemente su lengua por
los labios de ella logrando que se estremezca, le gusta lo
que siente y lo hace de nuevo. Zil que creyéndose
inexperta, se deja llevar entregando lo mejor de sí, sin
saber que el simple toque de sus labios provoca en él un
ardiente deseo.
El beso se ralentiza, no porque lo deseen, no porque lo
necesiten, sino porque deben. Algunos de los
transeúntes miran disimuladamente al par de
enamorados y sueltan risitas en complicidad. Algunos
otros rememoran varios ayeres en los que, aun contando
con toda su dentadura, se entregaban a pasiones
inocentes con gran deleite. Y otros tantos los miraban
con morbosidad, creyendo que eso sería solo la
antelación de lo que ocurriría más tarde.

Que equivocados estaban todos ellos, no solo eran un


par de enamorados bajo el hechizo de una pasión
inocente, ni tampoco era el preámbulo de lo que ocurre
tras cortinas cerradas. Era el primer beso de una chica a
la que le habían robado sus primeras veces, era la
restauración de un par de corazones que no creían ser
merecedores de amar y que sin buscarlo se encontraron
con su igual.

Andrés la rodea con los brazos y ella acomoda su cabeza


en el pecho de él. Suspiran, y respiran a la espera de que
sus corazones alterados se calmen.
—Gracias —musita ella provocando que él se pregunte el
por qué agradece—. Por ser gentil conmigo.

Él no se percata en primera instancia, pero lágrimas


salen del rostro de ella.

—¿Qué tienes?, ¿por qué lloras? —pregunta


conmocionado y preocupado, tomándola suavemente
para ver su rostro—. No mereces nada más que cariño,
ternura y gentileza.

Zil sobrepasada por el momento, vuelve a esconder su


rostro de él y lo abraza con fuerza. Él besa su coronilla y
entiende que no es fácil para ella y que debe ser
especialmente cauteloso.

—No hay nada que agradecer, Zil —le vuelve a besar el


cabello con olor a frambuesa—. Y si alguien tuviera que
hacerlo, ese sería yo por darme la oportunidad de
besarte. Sé que no sencillo para ti y aun así... Mereces
ser feliz y ser querida, respetada, mereces todo.
Ella intenta calmar su llanto, pero las lágrimas tenues se
deslizan una vez más, no es un llanto inconsolable, es
uno liberador. En un vago instinto ella levanta el rostro y
Andrés se inclina para darle un beso tierno en la nariz. Zil
cierra los ojos ante el tacto y él aprovecha y de nuevo la
besa, dulce y sensible.

El tiempo transcurre para el par de enamorados, que sin


darse cuenta el lugar poco a poco ha ido quedando vacío.
Cuando Andrés se da cuenta la invita a regresar a casa y
ella accede sin que ninguno suelte la mano del otro.

—Fue una hermosa velada —dice ella mientras él maneja


de vuelta.

—Cita, fue nuestra primera —confirma él haciendo que


ella sonría abiertamente—. No puedo pedirte que seamos
novios aun, quiero hacerlo en el momento correcto.
Siento que debo terminar definitivamente con esos
asuntos del pasado si quiero darle paso a esto que
tenemos. No quiero por ningún motivo tener que
exponerte como mi pareja ante esas situaciones —
Explica siendo razonable.
—Concuerdo contigo —dice ella apretando la mano de él
en confirmación—. Tita se la pasa diciendo que todo
tiene su tiempo, llegará el nuestro. Mientras tanto no me
molesta seguirte conociendo.

El rubor en sus mejillas delata los pensamientos de ella,


la nueva forma en la que se están conociendo.
Acompañado de cenas, manos tomadas, algún que otro
abrazo y besos que la hacen perder la razón. A ella le
gusta eso, ella quiere y desea eso.

Cuando llegan a casa se encuentran con que todos están


dormidos, a excepción de Rosa y Tita, quienes esperaban
a los enamorados mientras tomaban un café. Les
preguntan qué tal ha ido todo, a lo que ambos responden
que bien y se dirigen sin decir más a la habitación de
Andrés. Dentro yace la nena de ella dormida.

—Te dejo para que descanses, cualquier cosa que


necesites estaré al final del pasillo —él señala la puerta
caoba al fondo—. Mañana saldremos de aquí como a las
nueve.
—Vale, tengo todo listo, no desempaqué nada —aclara
ella—. Que descanses.

Le da una sonrisa tierna, ella no espera besarlo de


nuevo, así que se aleja un paso para cerrar la puerta.

—Tú también, que pases buenas noches —desea para


ella y está a punto de alejarse cuando vuelve.

La toma de la cintura con una mano y con la otra en su


cuello. Acerca su rostro al de ella como pidiendo su
permiso y esta se acerca a él. El beso es más entregado,
más apasionado y más necesitado. Quizás es porque ya
ha sido extendida la confianza o porque simplemente se
han vuelto adictos a su tacto.

Y así como sucedió se fue, impulsivamente, dejando a


una chica con el corazón acelerado, con deseo de más.
Andrés se mete a la vieja habitación de unos de sus
hermanos y va directo a la ducha, necesita enfriar sus
pensamientos y desacelerar su corazón.
La luces que me conmueven - Capítulo 22
A la mañana siguiente, después de un típico desayuno
jalisciense en donde la familia degustó una carne en su
jugo, huevos estrellados y café. Desde temprano,
mientras unos ayudaban con su elaboración, otros
cargaban en las camionetas todo el equipaje.

Tal como Andrés dijo a las nueve de la mañana salieron


de casa de los Di Rosa Vitale, rumbo al aeropuerto.
Dejando las camionetas en el estacionamiento a la
espera de su regreso, llegaron a la terminal que les
correspondía y documentaron sus maletas, así como
boletos. Una hora después estaban llamándoles para
abordar y cuarenta minutos después de eso estaban
despegando.

Los García estaban fascinados y maravillados. Lucía y


Tita habían hecho migas con Rosa, entre las
conversaciones triviales de la familia, los hijos y los
nietos, las matriarcas entrelazaron una sincera amistad.
Con mayor animosidad Tita, que se burlaba de las otras
más jóvenes por no ver el mundo como ella lo veía.
Por su parte, Guillermo había hecho amistad con el
suegro de Ángelo. Había enviudado hace cinco años y la
familia lo había acogido en todas las festividades. Por su
parte, Fer no perdía oportunidad de pasar tiempo con su
novia y conversar con ella.

Durante la noche Andrés no había podido descansar del


todo debido al dolor en el cuerpo. Había estado ayudando
a Zil con su niña y caminado bastante para alguien que
acaba de sufrir un accidente. Tomando dos pastillas para
el dolor e inflamación, despertó menos jodido. Aun así,
tomó otras dos para amortiguar el dolor.

Ángelo, al ver que no cargaba su muleta de apoyo, le


llamó la atención, lo que como consecuencia tuvo que
Andrés volviera a usarla. Zil al verlo se preocupó, pero
cuando le explicó el motivo sintió menos pesar, lo que
mentalmente le recordaba que no debía dejar que le
ayudara a cargar nada. Era cierto, él aún no estaba cien
por ciento recuperado; ella se regañó así misma
mentalmente por haber olvidado su bienestar.

A pesar de eso, se sentaron una vez más juntos en el


avión. Los sentimientos que, ya siendo concebidos, ahora
crecían más y más. Durante el trayecto, Zil aprovechó
para explicarle el tratamiento de su hija, ya que él no
dejaba de hacer preguntas al respecto.

Tener el espectro de autista, llámese "Asperger", no es lo


mismo que tener autismo. Le explicó que esto es en
menor grado y que los niños pueden hacer una vida
prácticamente normal, pero siempre con algunas normas
que ayuden a mejorar esa calidad de vida.

Él la escuchaba embelesado, ella era una auténtica


experta en lo que al tema se refiere. Se preguntaba que
hubiese sido de su futuro si se le hubiera dado la
oportunidad de estudiar.

—¿Crees que, si tuvieras la oportunidad, volverías a


estudiar? —pregunta al darse cuenta de que no puede
dejar de pensar en ello.

—Lo he pensado, pero teniendo o no la oportunidad, hay


prioridades —confiesa ella con toda la sinceridad.
—Supongamos que no existen esas necesidades que te
hacen priorizarlas —sugiere él con cautela para que ella
no lo malinterprete—. ¿Te gustaría volver a estudiar?

Ella se ríe porque es algo que en su cabeza ha rondado


por muchísimo tiempo.

—Claro...

—¿Qué es lo que elegirías? —pregunta mientras


juguetea con la mano de ella y traza círculos en su dorso.

No se puede decir que las manos de Zil son suaves


porque no lo son, son un par de manos que, aunque
delgadas, denotan el trabajo que con ellas se realizan.
Actividades que han dejado algunos rasguños en ellas,
así como cayos en sus dedos.

—Lo he pensado, a veces cuando me permito soñar


mientras veo el cielo —sonríe recordando esos
momentos cuando en tiempo de calor se sube al techo
de su cuarto a pasar la noche—. Me gustaría estudiar
algo relacionado a la educación especial. Incluso he
pensado en algún tipo de escuela o centro educativo
para niños con las cualidades de mi hija.

Andrés, que esperaba una respuesta más tímida, se da


cuenta de que realmente eso ha estado rondando en la
cabeza de Zil. No es una mujer conformista, por eso tiene
dos trabajos, por eso sueña aun cuando, como dijo ella
"Las prioridades son otras".

Casi tres horas después llegan a Cancún, del aeropuerto,


son trasladados a la zona hotelera donde se hospedan en
el Hotel Casa Maya. En total veinte personas en ocho
habitaciones. El suegro de Ángelo, Michael Rodríguez, en
una habitación. Rosa y Tita en una para ellas solas,
Ángelo con su esposa e hijos en una habitación doble al
igual que Dante con su familia.

A Fer y Maggie les designaron una habitación para ellos


solos, al igual que a Memo y Lucía, Matteo y Andrés
juntos y Zil con su niña en una habitación con vista al
mar. Está de más decir que ninguno objetó, a excepción
de Lucía, quien no quería abusar de la amabilidad de sus
anfitriones y dijo que todos los García podían dormir en
la misma habitación. Lo que no sabían es que Andrés era
quien auspiciaba sus gastos y eso para él fue
inadmisible.

—Estas son nuestras vacaciones, necesitaremos espacio


para descansar de todo y de todos —señaló Tita, su
nuera en voz baja—. ¿A poco no te gustaría despertar a
gusto sin tener que verme la cara?

Lucía suelta la risa ante las ocurrencias de la mujer que


la ve como una madre.

—Ya déjese de cosas, acostumbrada a estoy a verlos. Me


preocupa más en perderlos de vista —advierte—. Aun
así, tiene razón, necesitamos un respiro.

Andrés entrega las llaves de las recámaras y por pedido


de Tita todos los García quedan en el mismo piso, esto
con la finalidad de ayudar a Zil en caso de ser necesario
con Itzia. Él, que no quería perder ojo de la chica,
también eligió el mismo. Solo sus hermanos mayores
quedaron un piso más abajo.
—¿Qué tal si nos vemos en el comedor a las dos en
punto? —pregunta Rosa a todos antes de que cada quien
tomase su camino—. Dicen que hay un buffet buenísimo.

Todos aceptaron y se retiraron a instalarse.

Cuando Zil entra tomada de la mano de su hija a la


habitación, quien corre hasta un rincón de esta donde
han sido instalados algunos juegos didácticos. La gran
ventana que da hacia el balcón solo deja ver el azul claro
del agua.

La escena como tal sorprende grandemente a la joven,


quien nunca había visto el mar. Notar que los juegos han
sido recién instalados y la maravilla ante sus ojos solo
provocan una cada vez creciente necesidad de llorar. Las
emociones la sobrepasan y estas se materializan en
cristales húmedos que salen de sus ojos.

—Sh, no llores —se acerca Andrés a abrazarla.


Él esperaba paciente en la entrada de la habitación para
que ella pudiera admirar todo. La abraza y ella se entrega
a sus brazos. Lo rodea por la cintura.

—Es todo tan hermoso, muchas gracias por invitarnos,


por esto —señala los juegos y juguetes con los que ahora
su hija está entretenida.

—Te dije, mereces todo... —la abraza con mayor fuerza y


le besa la cabeza—. ¿Soy yo o está más caluroso aquí?

Ella se aparta y entonces lo percibe.

—Sí, es más húmedo... revisaría el estado del tiempo,


pero no puedo —se burla de sí misma.

—Bien, iré a cambiarme por algo más cómodo, ¿te veo un


rato?

—Por supuesto —dice ella mientras toma su maleta y la


pone sobre la cama.
Él hace como que se va, pero regresa solo para darle un
beso en la nariz. Ella se queda meditando en que lo que
realmente quería era un beso en la boca, pero con ello le
basta. Al menos por ahora.
La luces que me conmueven - Capítulo 23
Las familias se habían reunido en el comedor en punto
de las dos de la tarde tal como acordaron. Algunos hasta
se habían dado una ducha y otros solo se cambiaron de
ropa. Zil decidió cambiarse de ropa por un vestido con
volantes de color azul claro, con un cárdigan largo blanco
que su Tita le había bordado especialmente para días no
tan fríos.

Llevaba a su pequeña de la mano vestida también con un


vestido del mismo color que ella y un cárdigan igual pero
más pequeño. Tanto Lucía como Tita eran expertas
costureras, ellas cosían muchas de las prendas de la
familia. A Zil le gustaba que de vez en cuando le hicieran
algunas prendas a juego, algunas blusas o bien unos
vestidos.

Andrés las esperaba junto a su hermano Matteo mientras


conversaban sobre los planes para la cena. Vio como la
chica que le removía cada fibra de su ser con tan solo
verla salía del ascensor. Todos se dieron cuenta como el
mundo se detuvo para Andrés, no había nada ni nadie
que llamase más su atención que la de Zil y su pequeña.
Los jeans decolorados, los botines viejos y su trenza
habían quedado atrás dándole paso a una joven en la flor
de su juventud vestida de la forma más sencilla pero
delicada; ella no estaba acostumbrada, pero sabía que la
ocasión lo ameritaba.

Andrés dejando la muleta a un lado camino lo más recto


posible hasta alcanzarla. Vestido de Jeans, camisa y una
cazadora de piel contenía una gran sonrisa al igual que
ella.

—Te ves... hermosísima —señala haciendo que ella se


sonroje—. Las dos se ven preciosas. ¿Quieres que te
lleve, princesa?

La pregunta en sí puede ser algo inocente, sin embargo,


toma desprevenida a Zil, quien no esperaba que él
tuviera de nuevo esa atención para con ellas. La pequeña
Itzia sonríe y alza las manos asintiendo con la cabeza.

—Gracias, tú también te ves muy bien —agradece ella


con vergüenza—. Ten cuidado, recuerda que sigues
lastimado.
—No te preocupes, no vamos tan lejos —levanta a la
pequeña tomándola con una mano mientras que con la
otra toma la de Zil.

Ella duda un poco pero luego desecha esos temores y


toma firmemente su mano. Ni Tita, ni su mamá se han
acercado a ella para preguntarle sobre lo que está
pasando, ambas le están dando un espacio y permiten
que ella disfrute de este primer amor que siente.
Alertados por las matriarcas y Maggie, Fer y Memo
tampoco la molestan salvo para preguntar por la
miembro más pequeña.

Mientras se acercan a los demás, las miradas no se


hacen esperar. Ya los habían visto juntos, saben que a
Andrés le gusta y quiere conocerla mejor; sin embargo,
verlo, así como si ya fuesen una familia que caminan
juntos y de la mano les parece asombroso. A María se le
hincha el corazón que yace rebosante de alegría por ver a
su hijo tan feliz, tan pleno.
—¡Hola, familia! Por lo visto he llegado justo a tiempo. —
La voz de Carlota, la ex de Andrés resuena en el recinto
logrando que todos giren a verla.

—¡Concuña, que alegría verte! —la voz melosa de la


esposa de Ángelo sale de entre los miembros de la
familia mientras se acerca a la no tan cordial bienvenida.

Andrés se contiene sobrenaturalmente ya que tiene en


los brazos a la niña, pero sin querer aprieta la mano de
Zil, es el toque de la otra mano de esta sobre su
antebrazo que hace que se dé cuenta que ella ha
entendido quien es. Su llegada no es un augurio de nada
bueno, los García están confundidos hasta la médula. Por
su lado los enamorados están turbados. No esperaban
tal intromisión en su reunión.

Matteo que está acostumbrado a intervenir en el porvenir


de su hermano se acerca para decir algo, pero es Rosa
quien lo hace.

—¿Qué haces aquí Carlota? —pregunta ofendida.


—¿No es claro? Vine a pasar año nuevo con ustedes, mi
familia —les regala una amplia sonrisa que deja ver sus
dientes blanquísimos—. Tú debes ser la otra —se dirige
a donde yace Zil junto a Andrés. Extendiendo su mano
como para saludarla—. Mucho gusto, soy...

—Debes irte ya —amenaza Rosa Vitale con esa voz que


hacía estremecer a sus hijos cuando niños—. ¡No eres
más bienvenida en esta familia!

—¡Suegra! ¿Perdió la razón? —pregunta Diane, la esposa


de Ángelo en un intento por defender a su amiga—. Ella
es más familia que está bola de pordioseros que
invitaron.

La forma despectiva en que vio a los García y el tono en


que lo dijo, no dejó más que claro su postura ante ellos.

Para Memo, Lucía y Tita esas palabras no les hacía daño.


Comprendían que un corazón podrido nunca da buen
fruto. Pero Fer, bueno él era otra cosa. Le enojaban las
injusticias y le molestaban las personas con aires de
superioridad. Sin embargo, Maggie lo detuvo cuando
quiso decir algo. Todos los García sabían que el blanco
de los ataques de estas mujeres era contra Zil.

—Andrés, Matteo y Dante —llama Rosa a sus hijos


mientras los mira directamente, ellos saben que está
muy enojada—, vayan con sus familias a otro lado, y por
si no ha quedado claro, sus familias incluyen a los
García.

—Mamá... —intenta decir Matteo algo, pero este es


callado con una sola mirada de su progenitora.

Zil al oírla se le doblega el alma, ha insinuado que su


familia ahora es familia de Andrés. Un vestigio de ilusión
se anida más profundamente en ella y echa raíces. ¿Le
gustaría eso? Por supuesto que sí.

Ella toma a su hija de los brazos de él y sale siguiendo a


su Tita quien se acercó a ella para abrazarla. Andrés la
sigue de lado poniendo su brazo sobre ella como
queriendo protegerla de las miradas envenenadas de su
ex esposa.
Dante y su esposa Amanda dirigen el éxodo de todos los
miembros de la familia hacía unas palapas fuera del
lugar. Ella toma a todos los niños, incluyendo los de
Ángelo y los dirige a que sigan a los demás. Los últimos
en salir son Andrés y Zil. Este se pregunta que será lo
que su madre hará y también el porqué de ese cambio de
actitud en ella. En navidad todavía estaba de lado de la
arpía de su ex.

Matteo que siente debe una explicación retrasa su paso


hasta llegar donde su hermano menor.

—Tenemos que hablar —dice en voz baja.

—¿Sobre ella? —señala al edificio con la cabeza.

—Sí.

—Zil —llama Andrés—. ¿Nos acompañas? —pregunta


invitándola, al ver la confusión en la cara de su hermano,
aclara—. Ella ya sabe todo.
—Ah...

La joven asiente con la cabeza mientras Fer se acerca


para tomar a su sobrina en brazos. Nadie entiende que
pasa, pero se dan cuenta que ella sabe algo que ellos no
por la forma en que ha reaccionado. Lucía quisiera
interrogarla, pero Memo no deja de decirle que se calme.

Dante por su parte intenta hacer el momento menos


vergonzoso del que ya es. Así que invita al resto de
miembros a que tomen asiento y pidan algo a la carta.
Los demás lo hacen, pero con más dudas que
respuestas.

—¿Quién es ella? —Fue Tita quien preguntó no pudiendo


soportar más la curiosidad.

—Es la ex esposa de Andrés —responde Amanda—.


Tiene muchos años separados, pero ella no deja de
aparecerse. No sabíamos cómo es que se enteraba de
las reuniones, hasta ahora.
Los García se quedan atónitos ante la respuesta, no
esperaban tal cosa.

—Es una mujer molesta —añade Dante, mientras abre


una cerveza—.Con suerte, mi madre le pondrá por fin un
alto.
La luces que me conmueven - Capítulo 24
Después de la comida la niña de Zil duerme en brazos de
su madre, Tita le dice que irán a recostarla en la cama,
por lo que Don Memo la toma y se van con ella a las
habitaciones. Esto les da una oportunidad a los jóvenes
para estar solos.

—¿Quieres ir a caminar? —pregunta Andrés a la chica, la


que asiente con la cabeza.

Tomándola de la mano salen de la palapa dejando a sus


familiares detrás. Cada pareja en lo suyo dándose tiempo
para disfrutar de sus vacaciones. El hombre dirige a Zil
hacia la orilla del mar y aunque el sol no es muy fuerte,
va dando color a sus mejillas.

—Es hermoso —dice Zil mirando el mar—. Nunca antes


había hecho esto, ¿sabes?

—¿Caminar a la orilla del mar? —inquiere curioso.


—También, me refiero a esto —señala las manos
entrelazadas de ambos—. Caminar de la mano.

Ella aprieta sus labios al confesar aquello.

—Me gustaría poder decir lo mismo —dice con tristeza—.


Me gustaría poder cambiar muchas cosas de mi pasado,
pero supongo que es imposible.

Él detiene su paso parándose de frente a la joven que le


roba el pensamiento. Toma su otra mano y la mira con
absoluta ternura.

—Por eso no quise ocultarte nada, he hecho y dicho


cosas de las que me arrepiento y sé que no se pueden
modificar o borrar —declara sus emociones con la más
pura verdad—. Pero lo que puedo hacer, es no
ocultártelo, y si llegado el momento decidimos
emprender una relación, quiero que no haya duda en ti
de que no me conoces, y puedas elegirme sin temor a
remordimientos.
Si las mariposas pudiesen habitar dentro de uno,
seguramente el estómago de Zil tuviera unas cuantas
habitantes que revolotean gustosas ante las palabras del
hombre de sus sueños.

—Gracias por confiarme eso, nunca te juzgaría por algo


que ya pasó —aclara ella—. Sería la menos indicada para
hacerlo, ya sabes, por lo que me pasó. Sé que Tita te dijo
algo al respecto, ella me lo dijo.

—Un día, si tú quieres y te sientes cómoda, me gustaría


poder oírte —ofrece con empatía. Sabe de antemano que
sufrió mucho y que no ha sido fácil para ellos como
familia—. Pero de una vez te digo, que no hay nada en ti
que yo llegue a repudiar o que me haga verte con otros
ojos.

Zil sonríe con sus mejillas sonrojadas y se acerca al


rostro de Andrés para darle un beso suave y tierno en la
mejilla.

—Gracias —murmura—. Me gustaría hacerlo, pero no


aquí, quizás debamos ir a un lugar más privado.
—¿Ya? —pregunta él asombrado, veía esa conversación
a futuro.

—Sí ¿para qué esperar? No quiero que pase otro día sin
que sepas toda la verdad. Mereces saber esa parte de mi
vida —clara ella abrazándolo por completo.

Él la abraza también y luego se separan para ir rumbo a


las habitaciones.

—Creo que en mi recámara no nos molestará nadie —


dice ella.

—Es lo mejor, seguro Matteo ronca como oso ahorita.


Acostumbra hacer siesta después de comer —Andrés se
ríe de su hermano.

Toman el ascensor juntos y Zil se pregunta si así es el


amor, sentir paz con la persona indicada, no sentir
prejuicios y sentirse querida y respetada. No tiene un
antecedente con quien ni a que compararlo.
Simplemente, se ha dejado guiar por su corazón. Sabe
que en cuestión económica él tiene más que ella. Sin
embargo, a pesar de que al inicio cuando se conocieron
la confrontación que tuvieron era más un producto del
choque de sus mundos que de un prejuicio por su
condición económica.

Nunca los ha hecho sentir menos de lo que vale, ni él ni


su familia y en el fondo ella les agradece eso. Sabe que
el dinero es una parte importante de cualquier relación y
por eso ella piensa en superarse junto a su familia.
Quizás con un mayor esfuerzo las cosas cambien para
todos.

Cuando llegan a la habitación comprueban que está


vacía. Zil siente nervios como si fuera una adolescente
metiendo de forma clandestina a un chico a su cuarto. Lo
piensa y se ríe de eso.

—¿Sí? —pregunta él en espera de que ella le confiese el


porqué de su sonrisa.
—Por un momento pensaba en si fuéramos adolescentes
entrando a hurtadillas a una habitación.

Él cierra la puerta tras de sí y se acerca para abrazarla.


Zil corresponde el abrazo y recuesta su cabeza en su
pecho.

—Eres alto —dice ella escuchando el corazón de Andrés


en su oído. Él sonríe para ella.

—Tu eres perfecta —la aprieta más contra su cuerpo.

Por un momento se pregunta cómo sería entregarse en


cuerpo y alma a la persona que despierta sus más puros
sentimientos.

Ella se retira y se acerca a la cama dejando su calzado a


un lado, se sube y se sienta para recargarse en la
cabecera. Dobla las piernas y se pone una almohada
entre ellas para estar más cómoda. Andrés se quita los
zapatos y hace lo mismo, pero sentándose frente a ella.
—Bueno, no seré muy explicita en cuanto a lo que me
hicieron, hay cosas que solo quiero olvidar y me he
esforzado por hacerlo. Pero si tienes alguna duda o
pregunta me haces saber ¿va? —dice ella como si
estuviera en una entrevista.

—Solo dime lo que tú quieras, no te sientas forzada a


decir algo que no debas —él toma una de sus manos y la
acaricia, algo se ha vuelto una práctica recurrente en
ellos.

—Ok... todo empezó un día primero de enero. O sea que


mañana serán cinco años de eso —Andrés al oírlo se
percata de lo duro de la situación, hablar de eso en una
fecha tan próxima no ha de ser fácil para ella—. Tita
tenía neumonía, yo recién había conseguido un trabajo y
estaba por inscribirme a la universidad. Como Tita estaba
indispuesta, decidí ayudar con las labores del día. La
bomba de agua, en estas fechas se congela, así que
debemos ir por agua al arroyo, no está lejos, pero como
viste, está bajando la colina.

Me levanté temprano porque debía ir a trabajar, así que


antes de que todos despertaran baje por agua. Una vez
que volví noté que faltaba leña, así que me fui del otro
lado del arroyo en busca de algunas. Yo no los noté ni
cuando fui por agua ni cuando fui la primera vez por leña.
Fue hasta que regresé que salieron de sus escondites.
Eran tres militares que estaban borrachos, según
estaban perdidos, pero quien sabe. Todo a partir de ese
momento es duro de contar, lo que me hicieron hasta
dejarme casi muerta. Al menos ellos creían eso.

Escuché a uno decir que me dispararan para asegurarse,


pero otro le dijo que dejar una bala de un arma del
ejército los culparía de inmediato. Ellos sabían lo hacían,
fueron conscientes de eso.

Tita les avisó a mis padres que yo no estaba en la cama


con ella, así que salieron a buscarme. Dicen que me
encontraron a mediodía, casi a dos kilómetros de mi
casa. Fue muy duro para mis padres, para mi tita, pero
fue más duro tener que exponerme ante reporteros,
médicos que me evaluaron, trabajadores del estado,
abogados... todos querían saber que había pasado.

Conté por meses a detalle cada cosa que pasó, el


estómago se me revolvía cada que lo hacía. Rememorar
una y otra vez. Lo peor fue en el juicio, cuando me enteré
de que estaba embarazada. Me habían dado la pastilla
del día después, pero al parecer no hizo efecto alguno.

Uno de los agresores alegó que teníamos una relación y


que todo había consensuado, que yo me quería quedar
con nuestro hijo... ¿Sabes el asco que sentí cuando supe
que estaba embarazada? No quería al bebé. Quería
abortar, en ese momento. Tener un hijo de tu agresor era
un recordatorio constante de lo que me había pasado.
Pero entonces todo cambió cuando fui a mi primer cita
médica. Pude escuchar el corazón de mi bebé y me
preguntaba si realmente sería capaz de quitarle la vida a
otro ser que no pidió ser concebido en tales
circunstancias.

Entonces entendí que no podía cambiar jamás la forma


en que pasaron las cosas, pero si la forma en que él o
ella se sintieran en este mundo. Para mí, acabar con su
vida era el equivalente del daño que hicieron a la mía y
eso no lo iba a permitir. Yo debía ser mejor que ellos, yo
debía amar a un indefenso y protegerlo, no asesinarlo.
Era un corazón latente, fuerte y creciendo.
Sé que muchos están a favor del aborto, y lo entiendo.
Quién mejor que yo para hacerlo, porque incluso medité
en hacerlo, pero no tiene nada de malo cambiar de
opinión. He apoyado a chicas que deciden seguir con el
proceso porque sé que se siente estar sola en algo tan
difícil.

Afortunadamente, ganamos el juicio y ellos fueron a la


cárcel, hasta que hace unos días supimos que el hombre
o debería decir monstruo del que salí embarazada, salió
libre y me agredió.

—Por eso es que tenías esos golpes cuando te conocí —


comprende Andrés...—Soy un estúpido, yo creía otra
cosa.

—Lo sé —Zil se ríe—. Tita nos contó.

—Esa tita no se guarda nada —concluye haciendo que Zil


se ría.

—No tienes ni idea.


—Volviendo al tema, ¿no tiene alguna orden de
alejamiento el tipo? —inquiere pensativo.

—La tiene, pero me siguió en la calle, haciendo como si


me hubiera encontrado. Lo más seguro es que estuviera
esperando a que yo pasara por ahí. De cualquier forma,
tendremos más cuidado en el futuro.

—¿Y qué pasó con Itzia? ¿Cómo te enteraste de su


condición? —pregunta cauteloso.

Zil toma un largo suspiro para luego sonreír.

—Ha sido un largo camino, ella es extraordinaria.


Algunas personas del pueblo lo ven como un castigo,
porque sabrás que algunos estuvieron a favor del alegato
de que yo mantenía una relación con uno de mis
abusadores. Él presentó una demanda para quitármela,
pero afortunadamente no procedió. El caso es que, ella
desde que nació no era normal, ni sus llantos, ni los
típicos berrinches de los niños. Tampoco hablaba, así
que la trabajadora social sugirió que le hicieran pruebas.
Por un año la estuvo revisando una psicóloga, pero
siempre decía que no era concluyente. Hasta hace un par
de meses que sugirió que, si era Asperger, pero que por
la edad era difícil un diagnóstico exacto.

A un así, desde entonces se le ha tratado como si lo


tuviera y ha mejorado en muchas cosas.

—Wow... todo esto que me cuentas, la forma tan valiente


y con la fortaleza con lo que lo dices no hace más que
acrecentar mi admiración por ti y tu familia —admite
para ambos.

—Gracias, sin ellos quizás no hubiera sobrevivido. Sin mi


Tita y mi mamá cuidándome las heridas, sin mi Papá y
Fer cargándome cuando lo necesité y cuidándome a
pesar de que ya tengo veintitrés —se ríe—. Sé que tienen
temor, yo también lo tengo a veces, pero no puedo vivir
anclada a él siempre.

—Tienes razón, mereces vivir lejos del temor, lejos de la


angustia de tener que levantarte cualquier día y
preguntarte si te van a atacar de nuevo. Quiero
ayudarlos, tengo una casa en Guadalajara, pueden vivir
ahí el tiempo que quieran, puedo ayudarlos a emprender
su negocio aquí, si quieren.

La urgencia en su voz conmueve a Zil, pero sabe que por


más bonita que sea la propuesta ninguno está en deuda
con el otro.

—No, que va. Considera que has hecho hasta de más el


habernos traído de vacaciones —sonríe con timidez—.
Esto es magnífico.

—Quizás lo sea, pero no creo que sea suficiente si se


trata de la mujer de mis sueños.

Zil queda atónita, le ha llamado la mujer de sus sueños y


eso la deja casi sin habla, porque él se ha convertido en
el hombre de los suyos.
La luces que me conmueven - Capítulo 25
Zil queda atónita, le ha llamado la mujer de sus sueños y
eso la deja casi sin habla, porque él se ha convertido en
el hombre de los suyos.

Después de haber abierto su corazón a Andrés. Ellos


platican un poco más sobre la forma en que trabajan los
García. Le cuenta sobre los productos que venden.

—No comprendo, si ya tienen un mercado establecido


como es que les va mal —plantea para ayudar a buscar
una solución.

—Al inicio mi padre se dedicaba a la construcción, no


siempre vivimos ahí, sino en el pueblo. Por problemas de
expansión nos sacaron a nosotros y a muchas familias
dejándonos sin hogar. Lo más barato que consiguieron
un terreno era donde vivimos. Mi papá se cayó en una
obra y quedó incapacitado para seguir trabajando. Su
jefe los tenía sin seguro social así que, aunque puso una
demanda este desapareció. Con los ahorros compraron
unos cerdos y se dedicarían a vender productos de
estos... Sin embargo, luego pasó lo mío y eso casi los
lleva a la ruina. Al inicio les iba bien con las ventas, pero
luego llegaron más productores y con precios más bajos
debido a lo industrializado de sus productos.

—Ignoraba totalmente lo de tu padre, sin duda ahora


puedo comprender más la situación —medita en voz alta.

—Si, fueron tiempos difíciles, pero poco a poco nos


hemos ido reponiendo.

La verdad es que se les ha hecho muy difícil volver a


tener una estabilidad económica. Prácticamente viven el
día a día.

—Ustedes son unas personas muy trabajadoras y con un


gran corazón, ya verás que todo mejorará para ustedes
—agrega Andrés con esperanzas. Y con la idea de poder
ayudarles.

Zil cansada bosteza y el comprende que ella no ha


dormido del todo bien.
—Te dejaré para que descanses un rato, nos veremos a
las ocho en el restaurante de abajo —señala él
poniéndose de pie—. Deberías dormir un rato.

—Solo es dolor de cabeza —dice ella queriendo ocultar


su cansancio.

—Vale, recuéstate si quieres y te hago piojito —ofrece


mientras se recuesta frente a ella.

Una acción inocente y a su vez intima. Zil lo imita


poniéndose de lado frente a él y doblando sus manos
debajo de sus cabeza. Andrés estira uno de sus brazos
libres y aunque a la larga es un poco cansado lo vale. La
joven comienza a quedarse dormida mientras una sonrisa
se pinta en su rostro. No mucho antes de que se deje
llevar al sueño murmura un tierno gracias que provoca en
Andrés centellares de fuegos artificiales dentro de él.

Para él es un símbolo de confianza el que ella se hubiera


quedado dormida frente a él. Sabe que se siente segura y
que no le haría daño. En lo que a él respecta así es.
Cuando comprueba que está bien dormida, se levanta
con cuidado y echa una manta sobre su cuerpo de la
cintura abajo.

Sale de la habitación y se va directo a recepción para que


le recomienden una joyería para comprarle un detalle a la
que espera algún día sea su chica.

Por su lado los García disfrutan de una tarde soleada en


la alberca, acompañados de Doña Rosa Vitale y su hijo
Dante con su familia. Tita cuida a Itzia en su recamara
mientras ella también repone fuerzas, esto de andar de
viajera ya no es lo suyo.

A eso de las siete de la tarde todos se retiran a sus


cuartos para prepararse para la cena de año nuevo.
Saben que será una hermosa velada y esperan que la
víspera del día primero no sea tan dolorosa para Zil como
lo ha sido otros años.

—Niña —llama Tita a su nieta—. Despierta ándale,


tenemos que alistarnos
—La niña ¿cómo está? —pregunta exaltada al percatarse
que fuera ya ha oscurecido.

—Itzia está bien, está jugando con Fer y Memo. Ya viene


tu madre con una de esas pinzas para el pelo que nos
prestó la esposa de Dante —informa Tita mientras deja
su mejor vestido colgando en el closet de la habitación.

—Tengo que alistar primero a la niña —se levanta en


busca de las cosas—. ¿Dónde está el vestido?

—Tu madre quiso dejarte dormir otro rato, hasta estabas


roncando así que entre Maggie y ella la alistaron —Tita
se suelta su larga trenza para ponerse un poco de goma
en el pelo.

—Oh... perdón, debí estar más al tanto de ella —se


disculpa con su abuela—. Seguro ha de estar
preguntando por mí.
—Lo dudo, ni te ha mencionado —se burla Tita—. La
niña está tan entretenida con todo lo que hay aquí que
desde que se despertó ni ha preguntado por ti.

—Eso solo es una seña de que le faltan cosas con las


que entretenerse en casa...

Los pensamientos de Zil se van a la deriva entre loque


necesita para su hija y loque puede darle. Un sentimiento
de frustración la hacen sentir mal a pesar de que saben
que hacen su mejor esfuerzo por superarse.

—Algún día hermosa, podremos darle a la pequeña todo


lo que queramos —dice con una tono esperanzador.

La joven piensa en que, si su abuela de casi ochenta


años puede tener tales pensamientos esperanzadores,
ella también puede.

—¡hola, hola! —Saluda Lucía entrando a la habitación


con Maggie detrás—. Hermosa, espero que hayas podido
descansar. Hace rato estabas como un tronco.
—Sí mamá, gracias por cuidar de Itzia. No sabía que
ocupaba descansar hasta que me quedé dormida —dice
mientras prepara su ropa para darse una ducha—. ¿Qué
dice mi nueva cuñada? ¿Ya le has puesto correa a mi
hermano? Mira que a veces se comporta como un salvaje

Zil, se ríe a costa de Fer lo que provoca que su madre le


dé con una de sus prendas en el brazo.

—No te preocupes, cuñada soy experta en tratar con


salvajes —le guiña un ojo en complicidad mientras
cuelga también su vestido en el closet—. Y bien, ¿Quién
será la primera en sentarse para que la peine?

—Tita, será la primera —sugiere Zil mientras ellas se


dirigen al baño—. Yo me daré una ducha rápida. Me
siento toda arenosa de caminar en la playa.

—uhhh, tienes que contarnos sobre eso —dice Maggie.


—Y sobre muchas otras cosas más —agrega Tita
sentándose frente al espejo—. A mí no más ayúdenme
con mis trenzas, quiero usar ese gel para que no verme
tan despeinada de perdida. Traigo unos pelos...

—Mejor dicho, Tita, ya ni te quedan pelos —se burla su


nieta cerrando la puerta del baño justo a tiempo de que
la chancla poderosa de su abuela dé en la puerta.

Mientras las mujeres se ayudan a prepararse una a la


otra, Zil medita en el baño en si contarles todo a sus
familiares o solo una parte. Sabe que parte de una
relación es guardarse cosas para sí.

Cuando sale, Tita está peinada y su madre está siendo


trenzada ahora por Maggie.

—Qué bonita, te está quedando —Zil se acerca a su Tita


y la abraza—. Sabes que bromeo abuela. Tienes
muchísimo cabello, tanto o más que nosotras.
La besa en la mejilla mientras su abuela le da unos
golpecitos cariñosos en la mejilla.

—Va a cambiarte ándale —sugiere Tita y sale de la


habitación ya toda preparada con su vestido tinto de
flores beige y doradas. Se lo había comprado para
cuando Zil salió de la preparatoria, y desde entonces no
lo había vuelto a usar.
La luces que me conmueven - Capítulo 26
La cena de año nuevo transcurre de lo mejor, las familias
cuentan algunas anécdotas y luego bailan, los
organizadores del evento amenizan tan bien que el
tiempo les pasa volando. Cuando menos piensan el
conteo para la media noche hace su llegada.

A pesar de que no es mucha gente en el interior del


restaurante, Zil y los García se preocupan por la menor
de ellos y de que el vitoreo pueda ocasionarle algún tipo
de crisis. Afortunadamente, para todos, la nena cae
dormida antes de medianoche y la acuestan en una
carriola de uno de los hijos de Dante. Para el momento
del conteo todos emocionados entre decoraciones,
globos y lentes con el número del año al que reciben
comienzan a decir en voz alta a coro

¡Feliz año! —gritan todos abrazándose unos a otros.

Zil que preocupada por su niña, yace agachada velando


sus sueños en espera de que el ruido le provoque un
malestar, pero no lo hace, su sueño es tan profundo que
el festejo le pasa en sueños.
—¡Feliz año, hermanita boba! —Fer abraza a su hermana
con gran cariño alzándola del piso.

—¡Ah, tonto¡¡Feliz año para ti también! —lo envuelve en


su abrazo.— ¿Y mi cuñada?

Suelta a Fer y va a abrazar a Maggie, luego de esta a su


madre y a su padre, por último, a su querida y amada
Tita. Andrés, por su parte hace lo suyo, felicita a su
familia y después a los García. Zil hace lo mismo dejando
a su pretendiente a lo último.

Cuando se acercan, Andrés la toma de la mano y le hace


una seña de que salgan. Zil le avisa a su mamá que
vuelve y esta le hace una seña de que se vaya sin
cuidado.

Los García saben que es momento que su hija sea feliz.


No es que priorice a un hombre sobre su hija, ellos saben
que Zil nunca haría tal cosa. Lo que si entienden, es que,
si ellos pueden apoyarla para que su amor crezca, están
dispuestos a cuidar a su nieta para darles esos pequeños
momentos de intimidad.

Andrés guía a Zil hasta un lugar apartado que ha


preparado para ellos dos, es pequeño, pero es íntimo. Lo
que no sabe ella es que todo está calculado y planeado y
que su familia está al tanto.

—Esto es precioso —murmura ella al ver el arco que ha


puesto rodeado de rosas—. No tenías....

—Pero quería, Zil... —Andrés se para frente a ella


tomando ambas manos, la joven siente que su ser entero
se eleva, está nerviosa y hasta un poco temblorosa por la
anticipación de lo que puede pasar—. Desde que te
conocí me has demostrado que eres una mujer de
carácter fuerte, con una fortaleza que hasta parece
inquebrantable, pero que sé que tienes tus momentos
vulnerables y eso te hace una persona más humana y
sensible. Has impactado mi vida en muchas formas,
deseo que lo sigas haciendo por mucho tiempo, pero por
el momento lo que puedo ofrecerte es mi corazón, para
que lo conozcas, lo escudriñes y sepas si es el adecuado
para ti. Y también quiero ofrecerte mi tiempo, que,
aunque valioso para algunos, desperdicio para otros, sé
que para lo que viene será indispensable. Te ofrezco mi
respeto, porque no habrá nada que no haga por tu
bienestar, porque quiero que estés segura, cuidada, y
querida en todo lo que yo pueda hacer, y por eso te pido,
y quiero que sepas que lo deseo con toda el alma,
¿quieres ser mi novia?

La conmoción que ella sentía la sobrepasaba, nunca


pensó que recibiría una propuesta de noviazgo de esa
manera. Quizás de matrimonio, ¿pero para ser novios?
Esto es magnífico y su ser, corazón y mente están
emocionados y acelerados.

Zil solo puede asentir con la cabeza mientras llora. El


cielo se ilumina con luces artificiales y en el suelo un
sutil fuego ilumina un corazón con las iniciales de Z&A
dentro.

—Sí, sí quiero —por fin dice en voz alta mientras ambos


se abrazan para luego fundirse en un beso que pasa de
ser tierno a apasionado.
Andrés, que yacía nervioso, no puede creer que la chica a
quien se disponía a conocer poco a poco le haya robado
el aliento en tan poco tiempo. La admiración y devoción
que siente por ella como por su familia no hacen sino
confirmar que es la mujer que tanto había esperado.

Dicen que las almas son eternas y de ser así ellos han
encontrado a su igual en este tiempo de eternidad.

Después de que el beso que sellaba el inicio de esa


relación hubo acabado, Andrés que, ataviado con un traje
de vestir Azul profundo y corbata a juego con el vestido
de su ahora novia, saca la cajita de este y la abre
mostrando el relicario en ella.

Saca la joya de oro en forma de corazón decorada con


unos filamentos tan brillantes y finos que formaban una
estrella en el centro y otras más pequeñas a su
alrededor, todas con un pequeño diamante incrustado en
ellas.

—Sé que no hay manera de retribuir todo lo que tú y tu


familia significan para mí, pero cuando lo vi, supe que
llevaba tu nombre en él —Andrés lo voltea y ve el
grabado en ella Z&A y la fecha 1/01—. Sin año, porque
solo puede haber un comienzo, pero no una medida de
tiempo cuando de ti se trata.

Las palabras se amontonan en la garganta de Zil, ahora


conmovida por cada palabra, por cada acción y por cada
detalle que él tiene con ella.

—Es hermoso, Andrés —dice ella mientras él camina


detrás de ella para ponérselo—. Estoy sin palabras, todo
lo que has hecho, todo lo que has dicho, yo... no sé como
expresar todo esto que siento. Si tan solo pudiera saber
cómo expresarlo, sentirías la admiración y todo lo que en
mi corazón va creciendo por ti.

—No hace falta que lo digas —él la abraza mirándola


frente a frente—. Alguien me dijo que esperar a recibir
algo a cambio hace que todo lo que uno haga pierda su
valor. Tú expresas lo que sientes de otras formas y eso
me gusta, tú me gustas.
Zil se sonroja y dejándose llevar, sube sus manos que
yacían sobre los brazos de su novio hasta sus hombros y
lo besa, con ternura, con cariño, devoción y una chispa
que nace entre ellos. En ella, especialmente el deseo.

Los aplausos y vitoreo por todos los espectadores no se


hicieron esperar. Andrés y Zil se separan únicamente
para agradecer y ver que toda su familia yace ahí
reunida. Estos se acercan a felicitarlos como si la nueva
pareja se hubiera comprometido, pero tal era su felicidad
que este tipo de compromiso les era suficiente para
ellos.

En especial los padres de estos, que al ver como sus


hijos ya habían sufrido lo suficiente por fin pudieron
encontrar paz en compañía del otro. Por su parte, Doña
Rosa Vitale, piensa que estaría aún más feliz de saber
que su hijo sentara cabeza definitivamente, pero confía
que está en la compañía perfecta para sacar lo mejor de
él.

—¡Felicidades, primo! —saluda Luca que viene llegando


junto a su prometida Kim—. Por lo visto llegamos justo a
tiempo.
—¿Pero qué carajos? —pregunta sorprendido Andrés al
verlos y luego abrazarles—. Que gusto, tenerlos aquí.
Vengan para presentarles a la mujer de mis sueños —
dice emocionado acercándose a Zil quien yace cargando
a su niña que despertó.

Zil reconoce a Luca de la noche anterior en casa de


Andrés, pero no tuvo oportunidad de interactuar con él.

—Luca, Kim, les presento a Yatzil e Itzia —la forma en


que lo dice denota para sus primos que realmente quiere
a la chica—. Nena, ellos son Luca, mi primo, y Kim, su
prometida —presenta a cada uno y ellos hacen lo propio.

—Un gusto conocerlos —saluda con cortesía, las nuevas


amistades se le dificultan un poco, pero hace lo mejor
que puede—. Soy Zil, ella es mi hija —señala a la niña en
sus brazos para luego añadir—. Saluda, mi amor.

La niña que apenada solo dice un tierno hola y sonríe


para luego esconderse nerviosa en el cuello de su madre.
—El gusto es nuestro —señala Kim—. En cuanto la Tía
nos ha dicho de la sorpresa, tomamos el primer avión.

Tanto Andrés como Zil voltean a ver a Doña Rosa que


yace acomodándose en unos sillones que se han
dispuesto alrededor del arco. En medio han puesto una
fogata para que los presentes puedan convivir con
tranquilidad, sin temor del frío. Que, aunque fresco, les
parece agradable.

Tanto Memo como Lucía y Tita, están felices de que su


hija sea feliz, aunque se preocupan de que a la hora de la
verdad el dinero llegue a ser un problema entre ellos. No
creen que él pueda llegar a ser tan frívolo, pero tampoco
les gustaría que se le refiriera a su hija sobre eso.

La fiesta que empezó dentro se mudó fuera y el DJ que


Andrés contrató comenzó a tocar una de las canciones
favoritas de su chica. Cuando sonaron los primeros
acordes, ella se giró a verlo y entonces lo entendió, sabía
que él se había puesto de acuerdo con sus padres, no
había otra manera de que él supiera que "Sabor a mí" era
su canción preferida.

Andrés se acerca a ella con la intención de bailar, pero


ella sostiene a su hija quien no quiere soltarla.

—Yo te ayudo —dice él y la niña que al oír su voz levanta


la cabeza y casi se lanza a sus brazos.

Ella se acomoda en el hombro de Andrés y este la carga


con un brazo mientras que dirige a Zil tomados de la
mano a un espacio para bailar. Ambos se abrazan con la
niña junto a ellos. La joven se siente soñada, realizada
en cuanto a amor se trata. Notar que a él le interesa el
bienestar de su hija, tanto como el suyo es algo que no
tiene precio alguno.
La luces que me conmueven - Capítulo 27
La noche permanecía estrellada bajo la tenue luz de la
fogata, conforme avanzaban las horas los familiares se
fueron marchando uno a uno a sus aposentos,
incluyendo a Zil y su hija quien cansada solo dormía.
Andrés las acompañó a su habitación y una vez que se
aseguró que estuvieran cómodas se marchó a su
habitación.

Ninguno de los dos podía dormir, él pensando en Zil y


ella a su vez en él. Daban vueltas en la cama cual
enamorados. Desgastada por no poder dormir salió al
balcón a admirar las luces del cielo, meditaba si su
reciente relación con Andrés fuera un augurio de cosas
buenas. No por lo económico, sino porque cuando estaba
con él se sentía distinta.

Siempre estuvo protegida por su familia, pero él le daba


la libertad que ocupaba y aun así se sentía segura.

Un toque en la puerta la sacó de sus ensoñaciones,


cuando se acerca a revisar por la mirilla se da cuenta que
es Andrés, aun vestido elegantemente. Se veía tan sexi...
Ella abre preocupada pensando en que quizás pasó algo.

—No puedo dormir —dice él.

—Yo tampoco —confiesa ella y abre la puerta para que


pase.

Cuando la cierra ella lo invita con un solo ademán a que


salgan al balcón.

—Tal vez pienses que soy una boba, pero todo esto es
nuevo para mí —declara sin temor—. No me puedo creer
que ahora seamos novios.

Andrés la abraza y ella se acurruca en sus brazos.

—No porque no sea algo nuevo para mí, signifique que lo


disfruto menos —La toma de la cara para que note que
dice la verdad—. Lo que significas para mí no tiene
precio, Zil. No hay nada con que compararse, me gustaría
que lo entendieras. He sido más feliz en estos dos días
que en toda mi existencia.

Ella se ríe al oírlo, porque también lo siente así.

—Entonces ambos somos unos bobos, porque ninguno


puede dormir —ella vuelve a recargar su cabeza en su
pecho escuchando el latido de su corazón—. Gracias por
la sorpresa y por el collar, sé que imagen le vendrá bien.

—Puedes poner la que quieras, pensé en la niña, una


foto de ella sonriendo —saca su móvil y abre la galería—.
He tomado un par que te puedo pasar...

No se ha dado cuenta de lo que ha dicho, Zil no tiene un


teléfono inteligente sino más bien de la década pasada.
Aun se sorprende como es que tiene señal.

—¿Cuándo es tu cumpleaños? —pregunta él a sabiendas


que aún no sabe ese dato.
—Temo que te lo has perdido, fue el quince de
noviembre, recién cumplí los veintitrés —informa
orgullosa—. Pensé que te lo había dicho.

—La edad sí, pero la fecha no —confirma para ella—.


Entonces si me lo permites, déjame que te obsequie un
teléfono por tu cumpleaños atrasado, creo que te debo
eso y el de navidad.

—¿Qué? ¡No! —suelta la risa al notar el tono juguetón


con el que él le dice las cosas—. Me gusta el teléfono
que tengo.

—Vale, entiendo... no quiero presionarte, pero...


imagínate que te quiero mandar una foto de algún lugar
en donde esté trabajando ¿Cómo la veras?

Zil entrecierra los ojos, sabe que él está bromeando con


ella... broma en serio como dicen en su pueblo.

—¿Y tú cuando cumples años? —pregunta pensativa.


—Creo, nena hermosa, que también nos hemos perdido
ese festejo —se ríe al notar que su chica es reticente—.
Fue el veintisiete de octubre, cumplí veintinueve añitos.
Como puedes ver, soy un polluelo.
La luces que me conmueven - Capítulo 28
Ambos están fundidos en un beso que remueve cada
partícula de su ser, sus pensamientos solo evocan lo
profundo de sus deseos. Su alrededor se sumerge en la
nada y solo existen ambos. No se percatan de que una
figura se acerca a ellos, una que ya conocían, pero esta
vez con arma en mano

Se escuchan las detonaciones alarmando a todos los


turistas, que en cuanto escuchan huyen en búsqueda de
refugio, pero ahora hay dos jóvenes tirados, a uno
jadeando y a otro pidiendo ayuda mientras ella huye.

—¡Auxilio, auxilio! —ella saca el móvil del pantalón de


Andrés. Esté tiene una herida en el pecho y la sangre
fluye cual río por debajo de ellos—. Por favor, por favor
resiste.

El color en el rostro de Andrés comienza a desvanecerse,


poco a poco comienza a sentir como el dolor se expande
al resto de su cuerpo.
El teléfono se desbloquea con huella, ella intenta poner
el dedo de él para hacer una llamada, pero entonces el
móvil suena, es Matteo.

—¡Andrés! ¿Dón...

—¡Nos dispararon! —grita Zil entre llanto—. Carlota.


Andrés está herido, ayuda

—¿¡Dónde están?! —pregunta Matteo desesperado


mientras hace seña a sus hermanos y pone el altavoz—.
Tranquila, vamos allá. ¡Ángelo, llama al 911, atacaron a
Andrés y Zil!

Toda la familia que se disponía a salir rumbo al tour sale


corriendo tras Matteo y Dante a la cabeza.

Cuando llegan encuentran a Andrés tirado en un charco


de sangre y a su novia junto a él presionando la herida.

—Estaré bien... te quiero Zil... como nunca he querido a


nadie antes —dice entre jadeos.
—Yo también, por favor, no te desvanezcas, resiste —
pide entre lágrimas a su amado—. Ya vienen todos,
resiste por favor...

Las personas se comienzan a conglomerar a su lado,


cuando llegan Matteo, Dante y Ángelo. Ella no lo quiere
soltar, no se quiere apartar, pero es Fer quien la toma
para que Ángelo pueda tener oportunidad de hacer algo
por Andrés. La ambulancia suena no muy lejos, alguien
ha avisado.

—¡Zil, ¿viste hacia donde se fue Carlota? —pregunta


Matteo, preocupado. Ella solo señala hacia el lado
opuesto de la calle, ya que está en shock, es entonces
que todos la ven.

La joven comienza a ponerse pálida, y aunque nadie lo


notó, la bala que le había atravesado a Andrés fue e
impacto en el costado de Zil, que al estar doblada hizo
presión para que no se desangrara. Todos creyendo que
era la sangre de Andrés, no se percataron. Diane y Tita
se quedaron dentro del hotel con los niños. Amanda
abraza a su suegra que yace desconsolada, mientras que
Maggie al ser enfermera, ayuda al mayor de los
hermanos Vitale.

—¡Maggie! —grita Lucía al notar como se desvanece Zil


en los brazos de Fer—. Zil, Zil está herida...

Un tembló recorre el cuerpo de la madre de esta al ver a


su hija herida, «otra vez no» piensa para sí.

—Zil... no —murmura Andrés intentando ponerse de


pie—. Ayúdala... —ruega a su hermano, quien al no tener
opción se levanta para comprobarla rápidamente.

—Maggie, no dejes de presionar —señala a su hermano,


para luego levantar la blusa de Zil sin ninguna cautela—.
La herida es en el costado, no ha salido la bala. Seguro la
tiene incrustada. Quítate tu camisa y has presión con ella
en la herida. La ambulancia ya viene.

—No podrán llevarlos a ambos —confirma Zil los


pensamientos que no quería decir Ángelo en voz alta—.
Tendremos que llevarlos sentados, no hay opción. Fer,
Memo que lleven a Zil y tú y yo a Andrés.

—Pero eso...

—Sé que no es el protocolo, pero si no vienen suficientes


paramédicos... así lo hacemos en la sierra. Es lo que se
debe hacer si no queremos perderlos.

La ambulancia llega, los paramédicos bajan, solo son dos


como lo supuso Maggie. Ángelo explica la situación y al
revisar a Zil, se dan cuenta que es una rotura de bazo.

Los paramédicos bajan la camilla y las tablillas para


estabilizarlos. No tardan mucho cuando ambos son
trasladados en la ambulancia, ambos directo a cirugía.
Los familiares se van en taxis detrás de ellos rogando al
universo que les permitan salir librados de esto. Todos se
van excepto Matteo quien se queda para dar parte a las
autoridades de lo sucedido y de quien es la culpable. Él
sabe que no puede dejar que esa mujer salga impune de
lo que ha hecho, merece ser castigada con todas las de
la ley.
La luces que me conmueven - Capítulo 29
Todo pasa, todo comienza y luego, cuando menos
piensas, tiene un final.

Zil se desangraba de a poco, los médicos fueron los


primeros en intervenirla e ingresarla a cirugía de
inmediato. Por otro lado, a Andrés tuvieron que
estabilizarlo para después ingresarlo también. Dos
personas, dos familias que se reunían en una sala de
hospital con la misma fe, la misma esperanza de que
ellos salieran bien de la operación.

A pesar de que eso era la prioridad en ese momento,


para otros miembros lo era también atrapar a la culpable.

—Creo que debemos largarnos en cuanto Zil se recupere,


deberíamos mudarnos lejos, donde nadie la conozca para
que por fin esté a salvo —sugiere con un tono resolutivo
Fer a sus padres.

—Hijo...
—No mamá, ¿cómo es que a ella la siguen todas las
desgracias de la vida? ¿Qué acaso debemos algo a la
vida para que le siga pasando lo peor? —inquiere en lo
que ha venido meditando—. No sé ustedes, pero estoy
cansado de vivir, preocupado de que algo le pase, y
ahora que por fin quisimos darnos un respiro, llega la
loca esa y les dispara.

Memo no dice nada porque en el fondo sabe que su hijo


tiene razón, ellos mismos han tenido que vivir anclados al
temor por mucho tiempo en espera de que las cosas
mejoren tanto para su hija como para ellos. A la larga eso
se ha vuelto en la gran peyorativa, ¿hasta cuándo? A
pesar de que han hecho lo imposible intentando llevar
una vida normal, saben que no ha sido así. Menos desde
que se dieron cuenta de que uno de los atacantes fue
liberado.

—¿Y qué esperas que hagamos? Tú no eres responsable


ni estás en la obligación de cuidar de tu hermana, si te
preocupas es porque la amas, no porque alguien te lo
haya impuesto. Me parece muy mal que reclames eso
cuando la vida de tu hermana está en peligro en este
momento. Si lo que quieres es ya no preocuparte, pues
quédate a vivir en la capital y punto —la ira en la voz de
su madre no guarda reparos a la hora de regañar a su
hijo.

Es cierto que todos viven así, pero no por culpa de su


hija, no por culpa de ella, que solo es una víctima en todo
este lío. Por dentro siente una gran impotencia, ya que al
igual que su hijo ha pensado en un nuevo comienzo, pero
no por un sentimiento egoísta, sino por qué quiere que su
hija y nieta alcancen la felicidad, estabilidad y paz que
sabe tanto necesitan.

—Todos estamos preocupados, es claro, lo menos que


podemos hacer es pelear entre nosotros —pide Memo a
su familia— Debemos estar unidos por el bienestar de
Zil.

Fer desesperado asiente con la cabeza y murmura un


suave "si apá" para luego dirigirse al lado opuesto de sus
padres. Está enfadado, sabe que no se expresó de la
manera correcta, y a su vez, se siente impotente, pues
desea poder hacer más para ayudar a su familia y
sencillamente no tiene los recursos para hacerlo
La luces que me conmueven - Capítulo 30
Las familias estaban desesperadas, cada minuto que
pasaba era angustiante para ellos. La asistente del docto
salió a la hora para dar detalles de la cirugía de Andrés,
todo iba bien hasta el momento. Al cabo de una hora,
sale la de la médica que operó a Zil, explicando que hubo
una serie de dificultades, pero que ya le han estabilizado.

—Dentro de una hora aproximadamente la subirán a


piso, todo depende de como salga de cirugía. Las
mantendré informados. Ah, una cosa más, se usaron tres
unidades de sangre. El banco de sangre las prestó, pero
vamos a necesitar que por favor las repongan, la
trabajadora social estará con ustedes en un momento —
informa la asistente sin esperar a que alguno de ellos
diga algo más y se retira tan rápidamente como llegó.
Como si tuviera urgencia.

—Gracias al cielo, mi niña está bien —la voz de lucía


suena aliviada—. Hay que avisarle a Tita, ella tiene que
saber o venir acá.

—Mejor, vamos por ella —sugiere Maggie—. Así nos


traemos a Itzia y algunas cosas que pueda ocupar Zil.
—Sí, vamos —anuncia Fer—. Cualquier cosa que pase
nos llaman al número de Maggie.

—Vayan con cuidado, hijo —pide Memo—. Quién sabe


dónde pueda seguir la loca que atacó a tu hermana.

Fer asiente con la cabeza mientras toma la mano de su


novia y salen del hospital. Ellos piden un taxi para que los
lleve al hotel donde están hospedados y este los lleva sin
hacer ninguna pregunta más.

En cuanto entran al recinto yace Tita en la sala de espera


cerca de la recepcionista con su bisnieta dormida en el
sofá.

—Hijos, mi niña, mi niña... —la voz de Tita se quiebra al


ver a su Nieto y Maggie.

—Tranquila, abuela —la abraza Fer—. Zil está fuera de


peligro, ya casi sale de cirugía y venimos por ustedes
para llevarlas a verla.
—Que bueno.... —Tita se deja caer en el sofá y llora
murmurando—. Gracias Dios, gracias por salvar a mi
niña, gracias, gracias...

Maggie se sienta junto a ella y acaricia suavemente su


espalda en confortación. Tita agradece el gesto y al cabo
de unos minutos deja de llorar.

—Abu, vamos a ocupar algunas de las cosas de Zil y yo


creo que de Itzia también. No sabemos cuanto tiempo
nos quedaremos allá —informa Fer.

—Está bien, vamos Maggie, acompáñame a las


habitaciones, tú Fer cuida a la niña —informa y se pone
de pie para comprobar que esta siga dormida—. No
tardará en despertar, ya casi termina su siesta.

Dicho esto, se marcha con la novia de su bisnieto a por


las cosas que van a ocupar.
Mientras tanto, Matteo habla con la policía y pone una
denuncia en contra de Carlota. Las cámaras de seguridad
le han gravado cometiendo su delito y no hay escapatoria
de ello. Al terminar de levantar las actas regresa al hotel
y encuentra a Fer en la recepción.

—¡Hey! —saluda—. Pensé que estaban en el hospital.

—Sí, solo que vinimos por Tita y la niña. Nos dijeron que
Zil ya había salido de peligro y casi terminaban la cirugía
—informa a su concuño.

—Eso es una buena noticia, lo último que supe de Andrés


es que seguían operándolo, la maldita le perforó los
intestinos —destila enojo y rabia mientras habla—.
Afortunadamente, todo quedó grabado en las cámaras y
no podrá decir que ella no fue.

—Espero la encuentren y le den su merecido —desea


con todo su corazón Fer.
—Yo igual... Pediré que una van nos lleve a todos, así nos
vamos juntos.

Fer asiente mientras ve como se aleja a recepción para


decirle a la chica que atiende ahí. Al cabo de unos
minutos llega Tita y Maggie con las cosas y saludan a
Matteo quien les pone al tanto. De la situación. Cuando
les informan que la Van está en la entrada, salen juntos,
rumbo al hospital, con las esperanzas puestas en la
recuperación de sus seres queridos.

-.-.-.-.-

Una semana había pasado desde el atentado. Maggie


debía volver porque solo tenía unos días de permiso,
junto con ella se regresó Memo que debía presentarse en
su trabajo en la capital. El resto de los miembros se
quedaron en una sola habitación para estar pendientes,
ya que solo tenían un móvil. Zil fue trasladad a la UCI pro
tres días solo como prevención y una vez que salió fue
trasladada a una habitación normal.
Los Di Rosa, permanecieron todos en el hotel tal como
habían llegado, ellos tenían sus vacaciones programadas
así que no hubo problema en esperar a que Andrés
saliera del hospital. Rosa no se despegaba de la
habitación de su hijo menor, a pesar de que los médicos
le decían que estaba fuera de peligro. No sabía cómo es
que los García mantenían un estado de paz e iban y
venían sin temor a que les avisaran que a su hija les
pasara algo peor.

Pero entonces pensaba ¿qué más le puede pasar a esa


muchacha? Es como si estuvieran marcados por la
desgracia, todos ellos. No les juzgaba por ello, sino que
nacía en ella una compasión tal que no había tenido
nunca por nadie más. Ella también venía de un barrio
pobre de su amada Italia, pero creyó que un golpe de
suerte les había ayudado a salir adelante.

Entre noches desveladas, comidas insípidas y sueros con


medicamentos tanto Zil como Andrés pasaban sus días.
Ambos preguntaban uno por el otro, ambos tenían un
anhelo por estar cerca. Lo que era imposible debido a las
circunstancias. Matteo estaba pendiente de las
averiguaciones, afortunadamente Luca seguía en Cancún
y pudo contactar con algunos colegas federales igual que
él. Todos ponían de su mejor parte por acabar con ese
infierno. A pesar de eso, no era lo único de lo que Matteo
se ocupaba, tuvo que pedir ayuda a su hermano Dante
para que este se hiciera cargo de una de las sorpresas
que tenía Andrés para los García. Así, mientras uno se
hacía cargo de los negocios de su hermano, el otro de las
averiguaciones.

El único que parecía se mantenía al margen era Ángelo,


una por que no conocía los detalles de los negocios de su
hermano, y la segunda por que en realidad él estaba cien
por ciento pendiente de todo lo que pasaba en el hospital
con Andrés y Zil. Eso era reconfortante para su madre y
lo hizo meditar en cuanto es lo que cree que sabe y
cuanto es que ha perdido el olfato para reconocer
personas estúpidas.

Los días pasaron y a los diez días dieron de alta a Zil,


esta fue trasladada al hotel.

—Deberíamos irnos a casa —sugiere Lucía a su familia


reunida—. Es lo mejor, ya hemos dado mucha lata.
—Apoyo la moción —dice Don Memo sentándose en la
orilla de la cama donde su hija por el momento duerme—
. En cuanto despierte le avisamos, por el momento creo
que sería sensato hacer los movimientos nosotros para
irnos. No hacerlos gastar más.

—Ay hijo... ¿cómo crees que podremos trasladarnos en


camión de aquí hasta el pueblo con Zil en esa condición?
Lo mejor sería irnos en avión a Durango o Sinaloa y de
ahí ya nos vamos en camión —amonesta Tita poniéndose
su reboso pues ya refresca la noche.

Itzia juega en la esquina de la habitación, en donde fue


puesta el área de juegos que le había pedido Andrés para
ella. Ambos miran en su dirección como si ella les fuese
a dar una solución.

Un toque fuerte a la puerta les saca de sus cavilaciones.

—Voy —anuncia Tita acercándose y abre—. Hola,


muchacho, pasa.
La anciana abre la puerta y pasa Dante con su esposa.

—Hola a todos, llegamos al hospital y nos han dicho que


la dieron de alta —dice Dante al entrar mientras va
saludando uno a uno de mano.

—Sí, la dieron de alta a medio día, pero llegamos se bañó


y cayó noqueada con las medicinas —informa Don
Memo—. ¿Qué tal sigue, Andrés?

—Por eso hemos venido, le darán de alta en un par de


días y nos ha pedido que si quieren irse les ayudemos
con el traslado —informa a la familia con total
disposición—. No se preocupen por los gastos, por nada
de eso. Todo está cubierto por un seguro que tenemos y
cubre daños a terceros.

Tanto Dante como su esposa notan como es que los tres


García están impasibles con respecto a que hacer.
—No les estamos pidiendo que se vayan, de hecho, nos
gustaría al igual que a Andrés que se quedaran hasta que
podamos marcharnos todos juntos —inicia diciendo
Amanda—. Pero también entendemos que quizás ya
estén desesperados, así que les ofrecemos esa
alternativa en caso de que así lo quieran.

Zil que yacía dormida al oír las voces comienza a


despertar.

—Ey —dice a todos como saludando al mismo tiempo


que intenta sentarse.

Su papá se acerca a ella y le ayuda a que esta se siente


recargada en las almohadas—. Tengo sed...

—¿Pudiste descansar? —pregunta su madre preocupada,


a lo que ella asiente mientras toma el vaso que Tita le
da.

Lo toma de una como si no hubiese tomado agua en


mucho tiempo.
—¡Ah... que rica! —Pone el vaso en la mesita de noche.

—Nos da gusto verte mejor, cuñada —dice Dante con


alegría—. Andrés envía todo su amor y cariño, nos dijo
que te diéramos un abrazo fuerte pero no creo que eso
sea muy prudente.

Eso hace reír a Zil lo que le provoca un piquetón de dolor.

—Auch... —se queja—. Me da gusto verlos, estaba


desesperada de salir de ahí, ya quisiera estar en casa.

—De eso estábamos charlando, niña —dice Lucía—.


Dante y Amanda nos han dicho que podemos irnos a
casa cuando queramos, o podemos esperar a que Andrés
salga del hospital para irnos todos juntos.

—Oh... —Zil sabe y entiende que la respuesta en sus


manos.
Por un lado, esta su familia que de seguro ya no se
sienten cómodos viviendo a costa de la caridad de los Di
Rosa, por otro lado, está Andrés, al que le gustaría poder
verlo. Y luego está la otra cosa en la que debe de
cuidarse para no contraer ningún tipo de infección ahora
que no tiene bazo. Y por último y más importante, su hija
quien yace alejada de todo lo que conoce y la rodea, no
sabe hasta donde todo este cambio pueda traer como
consecuencia.

—Me gustaría poder visitarlo antes de irnos ¿puede ser?


—pregunta a Dante y Amanda dando con esa respuesta
su decisión.

—Claro, solo que debes ir con guantes y cubrebocas —


dice el hermano de su novio.

—Bien, entonces podremos irnos mañana de ser posible.


Tenemos muchas cosas pendientes en casa, y en cuanto
nos sea posible viajar ya nos pondremos de acuerdo...

—Cariño, tranquila —Lucía abraza a su hija cuando esta


comienza a llorar—. Las cosas no salieron como querían,
y no está mal. Lo indispensable y primordial es que
ustedes se recuperen y ya luego podrán ponerse de
acuerdo para verse de nuevo.

Todos miran con ternura la escena, nadie había pensado


en ello. Recién se ponían de novios y apenas
comenzaban su relación, era lógico que aún no hablaban
sobre como es que se verían al ser de dos estados
distintos.

—Seguro tendrán que hacerle un rinconcito a Andrés


junto a sus animales, no creo que vaya a querer
separarse de ustedes luego de lo que pasó —dice Dante
a manera de burla y logra que Zil sonría ante la idea de
ver a Andrés en aquellas circunstancias.

—¿Saben algo de ella? —pregunta Zil limpiándose las


lágrimas.

—Fue vista en el aeropuerto de México, ya están


buscándola en casa de algunos familiares y amigos de
ahí —informa Amanda—. Lo más seguro es que quiera
salir del país, pero Luca ya ha dado la alerta, no dejarán
que salga.

Zil solo asiente sin decir más. Deja que sus padres se
pongan de acuerdo con los Di Rosa. Ella solo piensa en
una cosa, quiere ver a Andrés antes de irse.
La luces que me conmueven - Capítulo 31
Zil se preparó para visitar a Andrés en el hospital, su
andar era lento pero constante. Era como cuando tuvo a
su niña, se sentía toda dolorida y drogada. Cuando llegó
a la habitación se encontró con la más hermosa de las
escenas.

Andrés yacía de pie junto a su camilla, canalizado con un


suero colgado de el tripee detrás de él y con un ramo de
rosas rojas en sus manos.

—¡Te ves preciosa! —dice al ver a su chica entrar a la


habitación.

Zil casi corre a sus brazos en cuanto lo ve, este apenas


alcanza a dejar las flores sobre su cama para abrazar a
su novia.

—Te extrañe —dice ella mientras lo abraza con


delicadeza y mucho amor. Sabe que ambos están
operados—. No sabes cuanto te extrañé...
Las lágrimas se hacen presentes en el rostro de ella,
pero él intenta no llorar, quiere ser fuerte para ella.

—Yo a ti, nena... pensé... —Zil acalla sus temores con un


beso, uno que dice aquí estoy para ti.

No hay reparos ni cuidados en la forma en que se besan,


la devoción, la preocupación, el temor de no verse uno al
otro nunca más era palpable en ese toque tan personal,
tan íntimo. Sus labios chocando mientras sus lenguas
danzan una a la otra en ese baile sensual donde los
novios solo pueden decir con acciones lo que el corazón
siente.

Andrés acaricia la espalda de ella con fuerza, con deseo,


con pasión. Zil lo siente, pues es lo mismo que a ella le
pasa, lo quiere a él. Quiere todo de él antes de que
cualquier otra cosa pase, antes de que llegue la vida y les
diga hasta aquí.

—Te amo —murmura contra los labios de Andrés.


Este se queda atónito ante la confesión de su chica, lo
que siente por ella es poderoso, es fuerte, pero aun no
define esos sentimientos como amor. Sabe que recibiría
todas las balas con tal de que a ella no le pasara nada,
de que le daría todos sus bienes... pero amor... una
palabra que juró no volver a decir, una palabra que creyó
haberla usado con toda la libertad y después eso le ha
cobrado factura. No dice nada por que no quiere usarla
de esa manera con Zil. Ella merece el cielo, la tierra y el
maldito firmamento de ser posible, pero nunca le diría te
amo si no esta seguro de lo que siente.

En cambio, la abraza y la besa con aun mayor devoción


que antes, por que ahora sabe que esta mujer vale todo
en la vida y mientras el tenga vida para honrarla,
cuidarla, quererla y protegerla, lo hará.

—Te quiero con mi vida entera, Zil. Puedo decirte con


total certeza que estoy enamorado de ti, pero... no te diré
te amo hasta que así lo sienta mi corazón, hasta que esté
completamente seguro de que eso es lo que siento por ti
—confiesa en un arrebato de sinceridad—. Te dije que no
quería mentirte, que quiero construir una relación en
base a la sinceridad. Tal vez te duela esto que te digo o
que no era lo que esperabas que dijera, pero ten la
seguridad que cuando te lo diga es por que estoy cien
por ciento seguro de eso. ¿Podrás esperarme?

La joven que desde el primer momento sintió un flechazo


por él entiende lo que le dice. Sabe por sus propias
palabras que no tuvo una relación fácil y que le
rompieron el corazón. Incluso en estos días ha pensado
¿qué sentirá él darse cuenta que la persona que una vez
amó ha intentado asesinarlo? Lo abraza de nuevo y
suspira en su pecho.

—Por supuesto que esperaré, toda una vida si es posible


—Él la abraza con devoción, siente que no la merece.

—Te quiero tanto, Zil. No sé que sería de mí si tú no


estuvieras en mi vida, no sé... y no quiero averiguarlo
nunca —la aleja y toma su rostro entre sus manos—.
¿Entiendes eso? Por favor, no me dejes...

Había algo en su voz, como un temor, una corazonada de


que algo malo pudiera pasar. Por un momento ella siente
temor al igual que él y se forma de nuevo un nudo en su
garganta.

—No te preocupes, todo estará bien, tenemos muchos


años por delante —acaricia el rostro de su hombre con
cariño—. Verás que todo esto en algún momento serán
solo anécdotas y reiremos. Y una vez que nos
recuperemos podremos viajar para vernos ¿está bien?

Andrés traga, siente que no puede más, siente como el


temor de perderla crece con cada minuto que pasa. La
abraza a su pecho y esta lo abraza por la cintura. Algo
hay en el ambiente, un sentimiento negativo, un
pensamiento que le pesa la conciencia a cada uno.

—Sí, en cuanto esté bien para viajar iré a verte —


confirma ante el deseo de ambos—. Quiero que tomes
este regalo.

Ambos se sueltan y él debajo de su almohada saca una


caja envuelta en azul con estrellas blancas.
—¿Qué es? —pregunta ella sin imaginarse lo que hay
dentro.

—Te dije que me permitieras regalarte algo por tu


cumpleaños atrasado —dice recordando lo del celular. Zil
quita la envoltura y revela una caja de teléfono—. Es de
última generación, no importa dónde estés, siempre
tendrás señal y datos móviles.

—Wow... nunca pensé... ¡Gracias! —dice mientras le da


un beso en la boca a su novio—. Es tan bonito y con
funda...

Al dar la vuelta al teléfono revela la foto que Andrés


mandó a poner en la funda transparente. Por supuesto
Matteo se hizo cargo de todo, la compra, la activación del
plan de datos nacionales y la envoltura.

—Espero te guste —dice con esperanza.

La chica se queda observando la imagen detrás del


móvil, parece que ha pasado una eternidad desde que les
tomaron esa foto cuando le pidió ser su novia. Ambos
felices y ambos sonrientes. Lleva el teléfono a su pecho y
lo anida con cariño.

—Lo que más me importa de este regalo, lo que más


valor tiene es esto —señala la imagen—. Tú, yo, esto que
tenemos es lo más valioso para mí, después de mi hija.

Andrés la acerca a él y la besa de nuevo, siente que su


corazón se inflama ante sus palabras. Nunca ninguna
mujer lo trató de esa manera, con tanto cariño, como si
fuera importante. Le veían con temor, sabía que la forma
en que se imponía no traía respeto real sino temor.

Una vez que ralentizan el beso ella se aleja de él para


sacar algo de la bolsa de su pantalón trasero.

—Yo también te traje algo —confiesa mientras apuña el


regalo en su mano—. Cierra los ojos y extiende tu mano.

—Vale, pero que no sea un bicho —ríe.


—No te preocupes, anda cierra los ojos. —Andrés hace lo
que ella le pide y los cierra. Extiende su mano en espera
de que ella le dé algo, pero en cambio siente como es
que le pone algo alrededor de su muñeca—. Esto contara
los minutos que esperaremos para volver a vernos.

Andrés abre los ojos asombrado de que ella le regalase


un reloj. No había comprado ninguno desde que el suyo
quedó destruido en el accidente. Las correas de piel café
se ciñen a su piel delicadamente, el reloj no es de una
marca importante, pero es sencillo, elegante y hermoso a
la vez. Cuando lo ve se percata de la pequeña estrella
colocada al fondo. La misma estrella que yace en el
diseño del collar de Zil.

—¡Es hermoso! —dice él con cariño—. No tenías que


hacerlo, pero me encanta, ahora estamos a juego.

Levanta la mano poniendo el reloj a la altura del dije de


ella.

—Ábrelo —pide ella, señalando su collar.


Andrés lo abre y encuentra que el relicario ya ha sido
ocupado por dos hermosas fotos. Una donde yacen él y
Zil, y otra donde están Itzia, él y ella abrazados bailando.
La luces que me conmueven - Capítulo 32
La familia García se preguntaba por qué Matteo y Dante
los acompañaban hasta su hogar. En vano fueron las
insistencias de la familia pues ellos estaban tercos en ir
con ellos. El alegato que presentaban era que para su
seguridad y estar al tanto de su bienestar. Lo que nunca
imaginaron era lo que encontrarían al llegar.

Desde que pasaron el pequeño arroyo se dieron cuenta


que el puente de este había sido reparado y restaurado,
cosa que llamó poderosamente su atención. De igual
manera se dieron cuenta que a partir de ahí el camino
que guiaba hasta su hogar ahora no estaba formado de
tierra, hierba y algunos palos a sus orillas. Sino que una
lujosa herrería decoraba la senda ahora empedrada y
pavimentada.

A lo lejos podían ver los pinos que cercaban su hogar,


pero no reconocían del todo la fachada detrás de este ya
que el atardecer estaba en el horizonte y el anochecer
estaba por llegar.
—¡Dios santo! ¿Pero qué es lo que ha pasado? —
pregunta Tita mirando todo el cambio igual que su
familia alrededor.

La camioneta se detiene.

—Antes que nada, debemos explicarles... —dice Matteo


girándose en su asiento para explicar—. Esto, lo que
verán es de ustedes, es su casa solo con algunos
detalles extra. Es un regalo de parte nuestra, de Andrés,
Dante y mía.

—Pero.

—Nada, Don Memo. Mi hermano nos dijo que en caso de


que alguno de ustedes renegara les recordáramos que
cuando se hace algo se hace sin esperar nada a cambio.
Lo que ustedes han hecho sobrepasa todo cuando
nosotros podamos hacer por ustedes y esto lo hemos
hecho de corazón.
Lucía y su familia se sienten conmovidas. Zil toma la
mano de su pequeña y abre la puerta de la camioneta
para caminar el resto del camino, no espera a que nadie
la siga. Sabe que esto que han hecho ya es demasiado y
por supuesto que sobrepasa todo lo que ya han hecho,
pero también sabe que es de corazón por lo que lo
valora.

Un cerco rodea su casa, este hecho de ladrillo y herrería.


No puede imaginar que hayan hecho esto en tan pocos
días. Le parece asombroso. Nota la presencia de su
familia detrás de ella y camina lento para que estos se
acerquen. Ninguno tiene palabras, lo que antes eran dos
cuartos hechos mitad de material y la otra mitad de
distintas cosas ahora se ha convertido en una hermosa
cabaña de dos niveles.

Un jardín rodea la casa.

La puerta se abre y sale Fer de la mano de Maggie.

—¿Pero ¿qué haces aquí? —pregunta Lucía caminando


hasta su hijo.
—Muchachos, esto es hermoso —dice Tita acariciando el
rostro de los chicos—. Han construido nuestro hogar,
gracias, muchas gracias.

A Tita se le salen unas pocas lágrimas de felicidad


mientras que Matteo la abraza con cariño. Esa mujer se
gana el corazón de las personas que conoce.

—Es para nosotros un gusto, además tuvimos la ayuda


de Fer —señala Dante al nieto mayor de esta.

Fer sube y baja los hombros.

—Nos tuvo que decir algunos detalles sobre la fachada


para que esta fuera al gusto de ustedes, y por supuesto,
tuvieron que venir a acomodar todas sus pertenencias —
informa Matteo.

A Don Memo se le remueven todas las emociones como


nunca antes, es un sueño hecho realidad para ellos.
Incluso sus animalitos ahora tienen mejor hogar. Él
piensa que como le hubiera gustado poder haber hecho
eso él por su familia sin necesidad de una caridad.

—Papá —le llama Zil al verlo tan pensativo admirando el


lugar—. Tú nos has dado todo, esto, solo es una casa. Tú
nos has dado un hogar.

Ella abraza a su padre que al saber de sus sentimientos


no puede dejar de ponerse en su lugar, ya que ella
también tiene una hija y ha pensado lo mismo. Don
Memo la abraza lo más fuerte que se le permite y llora,
de alegría y a la vez de frustración por sentirse
incompetente. Siente que ha fallado como proveedor de
su casa, aunque la intensión de los chicos no fuera esa.

Nadie mejor que Don Memo sabe lo que es esforzarse


todos los días y ver cómo es que consigue las cosas con
esfuerzo y dedicación. A su vez siente un alivio pro que
su familia no volverá a pasar frío como antes.

—Pasen, para que vean la casa —pide Fer a los suyos.


Dante acompaña a Tita del brazo, sube con ella los tres
escalones mientras que Matteo se queda fuera grabando
discretamente el momento. Quiere mandarle el video a
su hermano.

Zil vuelve a tomar la mano de su hija y junto a su padre


entran a su nueva casa.

—Como pueden ver, mantuvimos el ancho de acorde a


las habitaciones que ya estaban construidas. Solo
agregamos unas paredes más para que la base fuera
sólida y poder hacer la segunda planta —informa Dante a
la familia mientras señala los muros de material que ya
estaban construidos antes y los nuevos.

—Esto parece una casa gringa —dice Lucía al ver que


hay madera también.

—En parte nos basamos en el estilo de esas


construcciones para continuar la construcción. La parte
superior y una nueva sección en la parte trasera son
completamente hechos de madera con aislamientos
térmicos en todos lados y revestidas de muros térmicos.
Todo con un sistema de energía renovable y ecofriendly...

Los García se miran unos a otros, saben de los términos,


pero para ellos era solo una casa y ya. Poco a poco iban
comprendiendo a lo que él se refería conforme iba
mostrando la casa.

Solo al entrar podían ver la sala y un comedor. A su lado


izquierdo yacían unas escaleras para la parte de arriba.
Debajo del área de las escaleras había un espacio de
juegos infantiles, tapetes de colores y diversos juguetes
que ayudarían a Zil con las terapias de su hija. Como era
de esperarse, está al ver todo aquello soltó la mano de su
mamá y se dirigió a esa área. ,

Junto a esta área había separado de ella por un muro


encontraban la cocina, con un horno rústico como el que
tenían fuera en una de las esquinas. Toda una barra en
forma de escuadra, también había un refri nuevo, así
como una estufa. La cocina hecha toda de madera y con
un aire de cocina mexicana. Al seguir por el pasillo
encontrabas un baño al final de este y un cuarto de
lavado. Por primera vez en su vida, los García tenían una
lavadora y una secadora.

—¿Pero el agua? —preguntó Memo ya que toda esta la


acarrean del arroyo y no es purificada. Esta la traen del
pueblo.

—Sobre eso, no muy lejos de aquí, su vecina más


cercana tiene tubería potable. Se ha ido hasta el pueblo y
se sacaron los permisos, así que si era posible que
ustedes tuvieran solo que su vecina obstruía el paso. Ya
se ha solucionado y hemos puesto tuberías adyacentes
para que ella no les robe presión. De igual manera se les
ha puesto un tinaco para que no batallen por su uso —
Dante se sentía feliz de poder darles esa oportunidad.

Sabía que todo había nacido en el corazón de su


hermano, pero todos ellos lo habían hecho posible.

—No tengo palabras, simplemente esto es... esto es más


de lo que esperábamos —dice Lucia con un nudo en la
garganta.
—Eso no es nada, falta que vean las habitaciones —dice
Fer.

Él los guía por lo que resta de la planta baja, el cuarto de


Tita y de sus padres. Es Matteo quien le pide a Zil que la
siga.

—Yo la cuido —avisa Maggie sobre la niña.

Zil sigue a su cuñado mientras suben las escaleras y


pasan el pasillo que no es muy largo. Lo que parece
cualquier habitación, no lo es. La noche ha llegado y con
ella muchas sorpresas que asombran a la joven mujer.

El cuarto de Zil yace de un azul celeste, en todos sus


lados. Hay una recámara sencilla, un tocador, un libreto y
junto a este un escritorio. Sobre este yace una
computadora laptop con un moño encima y una rosa.
Sabe que es de parte de Andrés. Pero en la cama hay
una nota, ella la toma y lee.
La luces que me conmueven - Capítulo 33
Los García estaban sorprendidos de recibir tal visita que
se emocionaron, los invitaron a comer y después a dar un
pequeño pase por la cascada cercana.

—Tienen que verla, en esta época no está tan crecida,


pero el paisaje invernal es hermoso —dice Lucía a los
visitantes.

Por su lado, Jasiel ha intentado hablar con Zil, pero ha


sido en vano, luego de preguntarles que ha pasado en su
casa ellos solo informan que hubo personas muy
generosas con ellos y que les ayudaron a construir. Nadie
quiso decir más y en parte eso hizo sentir incómoda a la
joven. Nunca le ha gustado tener que dar cuentas de su
vida a extraños.

Ellos le ayudaron en un momento definido, pero eso no


significa que tengan que explicarles cada cosa de sus
vidas.

—Sí... estuvimos aquí hace una semana, llegamos de


pasada y vimos que había mucha gente construyendo
con demasiada prisa —aclara ante las miradas
inquisitivas de la chica—. Solo queríamos comprobar que
estuvieran bien.

—Muchas gracias, muchachos —dice Tita—. Como ven,


estamos bien por el momento, deberíamos marcharnos
ya antes de que se nos haga tarde.

La sugerencia y la prisa no les pasa desapercibida, Zil no


irá por su actual condición y ellos notan lo lento que
camina. Aun así, aceptan la propuesta de tita y se
marchan junto a Memo, Fer y Lucía a la cascada.
También quieren conocer los alrededores en caso de
necesitarlo.

La familia ignora la profesión de los chicos y tampoco


han preguntado. Cuando llegan al sitio todos bajan de la
camioneta y mientras los Rivera son guiados por los
García, estos toman fotos del lugar y sus paisajes.

—En verano solemos meternos a bañar —suelta Fer—.


Deberían venir en esas fechas, el agua es agradable.
Soportable al menos.
—Si estamos por acá cerca llegaremos de pasada —
asegura Emil con alegría—. Me acuerdo cuando nos
metíamos a los canales a bañarnos, ¿se acuerdan
plebes?

—Si, como olvidarlo... luego de la pajueleada que nos


daba mi tía por habernos ido sin permiso —recuerda
Gustavo—. ¿Cómo olvidarlo? Aún tengo marcas de esos
chicotazos.

Los Rivera se ríen al recordad sus viejas andanzas y


llaman la atención de Lucía. Como le hubiera gustado
que sus hijos crecieran rodeados de primos y familia. Sin
embargo, sus padres fallecieron cuando era niña y fue
criada por unos tíos de su padre. Ellos abusaban
físicamente de ella y la obligaron a trabajar desde muy
pequeña, en cuanto pudo huir de su casa lo hizo. Fue así
que conoció a Memo García Amor, mientras buscaba un
refugio en medio de una tormenta.

Tita tenía mucho tiempo que había enviudado, vivían en


una pequeña casa en el pueblo cercano. Cuando Memo
se encontró con Lucía supo de inmediato que era el amor
de su vida. La profundidad de sus ojos y su mirada
perspicaz lo cautivaron por completo. Tita le dio asilo y al
poco tiempo ambos jóvenes se casaron. Ellos no podían
tener hijos, tuvieron que vender parte de sus bienes para
ponerse en un tratamiento que les diera la oportunidad.

Afortunadamente, los tratamientos resultaron efectivos,


ya que pudieron concebir a Fer, y después a Zil. Los dos
luceros de sus vidas. Ya no eran solo Memo y Tita, ahora
eran Lucía, Memo, Zil, Tita y Fer, la familia García.

El atardecer comenzó a llegar con el paso del tiempo, a lo


lejos se podía visualizar el cielo anaranjado con arreboles
en él. La hija de Zil yacía jugando mientras su madre
acomodaba algunas de sus prendas en el pequeño
closet. Tita aprovechando que no estaban se fue a dormir
un rato. Nunca habían estado tan en paz, con tanta
tranquilidad por su porvenir como con su estado actual.

Un ligero olor a humo comenzó a llenar la habitación de


Tita, pero esta yacía tan dormida que no lo percibió. Zil
que estaba en la planta alta fue la ultima en darse
cuenta del olor. Cuando salió al pasillo, divisó en su
cuarto fuera de su ventana, que humo negro y llamas
subían hasta arriba.

Tomando a su hija, el móvil y una toalla, baja corriendo


hasta el cuarto de Tita. El fuego provenía de la parte
posterior de la casa, en dónde habían construido un tipo
terraza para que la familia pasara sus tardes.

Tita se levanta asustada y sale junto a Zil de la casa.


Toman la manguera e intentan apagar el fuego, pero este
crece más y más. No a muchos metros de ahí, un hombre
las observa atentamente. Escondido detrás de la cerca
junto a los arbustos. Espera el momento en que la joven
se acerque para poder cometer su fechoría con mayor
exactitud.

Hundido en la autocompasión, sin ver su propio mal es


que él ha orquestado todo un plan. Esperando día y
noche para poder ver a la joven y así cometer su
venganza es que ha pasado los últimos quince días.

El resto de los García y los primos Rivera, vienen de


regreso a casa. Cuando entran en la llanura es que ven el
fuego y Emiliano acelera. Confundidos por lo que pasa en
casa es que no se esperan a estacionarse cuando bajan
todos. Tita tiene a la niña tomada de la mano, lo más
lejos del fuego, mientras Zil sigue echando agua con la
manguera en la espera de que el fuego pare. Entonces, al
no ver resultado de ese lado de la casa se acerca al otro.

Los Rivera vienen entrando alarmados, Memo y Fer


corriendo a su lado mientras Lucía se queda con Tita y
su nieta resguardándolas y preguntando como es que
pasó eso. Zil con la esperanza de apaciguar el fuego no
sabe que se acerca a su fin. Su agresor sale del
escondite con pistola en mano, todos lo ven menos ella
que yace de espaldas.

Un disparo. Un único tiro que hace que todo el mundo


retumbe, las aves cercanas asustadas con el estruendo
vuelan en todas direcciones. El graznido, los gritos, el
fuego y humo... todo colapsa.
La luces que me conmueven - Capítulo 34
Todos corrieron alarmados, Zil yace en el suelo
ensangrentado. De nuevo. Otro disparo se escucha en el
horizonte y luego después de este tres más.

Memo y Fer se tiran junto al cuerpo de la joven, mientras


que Jasiel, Emiliano, Gustavo y Patricio disparan en
contra del agresor de ella. De pronto, no eran cuatro
contra uno, sino cuatro contra seis.

—¡Corran a la camioneta! —grita Jasiel—. ¡Pato, hazte


cargo!

Patricio se hinca revisando el pulso de quien yace


espantada, llorando.

—Vamos, tenemos que sacarlos ya de aquí, ¡Vamos! —


grita, eufórico pero controlado.

Los García no tienen idea alguna de lo que pasan y


siguen al joven corriendo agachados. Tita, Lucía e Itzia
yacen abrazadas junto a la camioneta. Pato abre la
puerta y todos suben de inmediato.

—¡Pero tus primos, debemos esperarlos! —dice Don


Memo que ignora las profesiones de los Rivera.

—No se preocupe, esos pendejos están mejor que


nosotros —Enciende la camioneta y la pone en marcha.

Sale por la recién hecha avenida directo al puente


cuando son emboscados por tres hombres armados.
Estos comienzan a disparar sin reparo alguno, lo que no
cuentan es que la camioneta está brindada y no le hacen
daño alguno.

Los García se agachan espantados de la situación. Itzia


comienza a llorar asustada con el ruido, el fuego y todo el
alboroto que para ella es ajeno. Zil, tiene un rosón de la
bala sobre su brazo, nada profundo, pero de nuevo
tendrá una cicatriz de recuerdo.
—¿Pero, de dónde han sacado esas armas? —pregunta
Fer asustado al igual que su familia.

—Creo que merecen una explicación...

—¡Dios santo, son narcos! —confirma Tita sus


sospechas.

—¡Sí y no! —exclama Patricio mientras maneja a gran


velocidad evadiendo a los armados—. Somos agentes
federales. Estamos encubiertos, pero esa gente allá atrás
no tiene nada que ver con nosotros.

Todos voltean a verse unos a otros. Tenían sospechas,


pero nada comprobado. No habían tenido oportunidad de
conocer más de ellos.

—Creo que esos atrás tienen que ver con el agresor de


nuestra hija —informa Memo mientras se agarra fuerte
del asiento—. Es el que estaba escondido detrás del
arbusto.
—Con razón se nos hizo conocido —Pato observa a la
joven que se aprieta la herida, mientras Lucía sostiene a
su nieta en los brazos—. ¿Te duele mucho?

Ella niega con la cabeza y asiente.

—Primero los pondremos a salvo y después de eso


volveré a por mis primos —comenta saliendo a la
carretera principal—. ¿Hay algún lugar en donde puedan
estar sin que ellos sepan?

—En casa de Maggie —dice Fer—. Sigue derecho por el


camino, yo te digo en dónde bajes.

Patricio sigue las instrucciones que Fer va dando hasta


llegar a casa de la novia de este. Cuando los deja,
promete volver y regresa a donde el resto del clan Rivera.

Al llegar encuentra Emiliano herido y dos cuerpos ya sin


vida de los atacantes. El resto a huido.

—¿Están a salvo? —pregunta Jasiel nada más verlo.


—Sí, están conmocionados, como era de esperarse —
observa alerta el alrededor y luego el resto de lo que
queda de la casa consumida por el fuego—. Lo han
perdido todo...

—Al menos están con vida —escupe Gustavo al suelo—.


No creo que sean personas que les importe mucho lo
material.

—Pensé que te ibas a hacer cargo de ese hombre —dice


Emiliano que sostiene su costado ensangrentado a su
primo Jasiel.

Este sigue caminando por el rededor en busca de alguien


más que haya quedado escondido.

—En eso estaba, nunca imaginé que iba a juntar a tanta


gente. El archivo de ese maldito está bien cuidado por
alguien de arriba, pobre gente... no dejarán de
perseguirlos —las palabras de este resuenan para todos
ellos.
—¿Estás diciendo que lo mejor sería darles cacería por
cuenta propia? —inquiere Pato.

Jasiel asiente mientras guarda su arma de nuevo detrás


de su espalda y debajo de la camisa.

—Nadie tendría que saberlo, si no nos puede ir muy


mal... —medita Gus en voz alta—. Echaríamos a perder
toda la operación.

—Lo sé, pero es un riesgo que estoy dispuesto a correr


—dice Jasiel.

—¿Y lo vale? —pregunta Emiliano quejándose de dolor.

—Hemos andado por todo el país y es muy extraño


encontrar personas tan autenticas y de buen corazón
como ellos. Tu leíste el expediente de la chica, todos
leyeron lo que sufrió, me parece justo que hagamos algo
bueno por alguien que no sea por nosotros mismos.
Todos, incluyéndolo, meditan en eso. Quieren, pero
saben que eso puede entorpecer la misión en la que
están, que es encontrar a uno de los líderes de un cartel
en México.

—Ser informantes es una cosa, jugar a ser los


vengadores es otra —se ríe Gus mientras camina de
vuelta a la camioneta, ahí ya no hay nada más que
hacer—. En todo caso me gustaría ser Thor. Todo guapo
y papasote.

Emiliano ríe por lo bajo mientras le sigue. Pato se acerca


a Jasiel mientras tanto.

—Habla al "Mofles" para que despeje el lugar. Alguien


dará el pitazo del fuego y pronto vendrá alguien, aunque
sea a chismosear —sugiere a su primo. Jasiel asiente y
saca una radio para hablar a su compinche.

Pato regresa donde su hermano para revisar su herida.


—La bala no atravesó ningún órgano —dice Gus—.
Tendremos que desinfectar y suturar.

—Debemos volver a Mazatlán, ya —contesta a su primo.

Los tres miran a donde Jasiel y ven que este ya viene de


regreso.

—Estará aquí en media hora, debemos esperarlo —


informa y todos asienten—. Ni modo, Emiliano,
tendremos que intervenirte aquí.

—Ya qué...

Los primos abren la parte trasera de la camioneta y


sacan su segunda "caja de herramientas" que mantienen
oculta. Mientras el fuego termina de consumir la casa en
medio de la noche, ellos limpian y suturan a su hermano
y primo. Nada como pasar una velada divertida.
La luces que me conmueven - Capítulo 35
Los García estaban en casa de Maggie confundidos,
preocupados, desesperanzados y en llanto. Tita y Lucía
lloraban tras la tragedia, por una parte, agradecían a Dios
que todos estuvieran con vida y por otro lado estaban
preocupados de la magnitud de las circunstancias.

Nunca se imaginaron que aquel hombre iba volver a


querer acabar con la vida de todos, con quemar su hogar
y mucho menos con haber contratado un grupo armado
dispuesto a disparar sin temor alguno.

—Es un milagro que los primos esos estuvieran aquí —


confirma Don Memo los pensamientos de todos—. De no
haber sido por ellos, nos hubieran emboscado sin
problema alguno.

—¿Y los animales? —pregunta Tita acordándose de


ellos—. Díganme que pudieron abrir sus puertas.

—No, abuela —dice Fer con pesar—. Cuando nos


acercamos al corral ya estaban muertos.
Tita solloza con tristeza, no esperaba que la maldad de
esos hombres fuera tan grande. Sus dos cerdos, sus
cuatro gallinas, su gallo y su vaquita, muertas.

—Cuanta maldad... —dijo en un susurro.

Zil yace con el brazo vendado y acaricia el cabello de su


hija que yace dormida en el sofá.

—¿Y ahora qué hacemos? —pregunta Lucía


desconsolada en los brazos de su esposo— ¿Dónde
vamos a vivir?

—Se pueden quedar aquí —dice Maggie—. Mi casa no es


muy grande, pero si cabemos todos. Hay dos recamaras,
Zil, Tita, la niña y yo podemos dormí en la mía. En la otra
se pueden acomodar usted Lucía y Don Memo. Y tú
amor, pues te tocará el sofá.

Fer se acerca a su novia y la abraza para luego besar su


cabeza.
—Gracias, cariño. Muchas gracias —ofrece con un nudo
en la garganta—. No me regresaré a Durango. Lo mejor
es que permanezca aquí con ustedes.

—Debemos presentar una denuncia a las autoridades —


anuncia Don Memo.

—Como si de verdad pudieran hacer algo —recrimina


Lucía—. No pudieron tomar cartas en el asunto soltando
a ese maldito hombre y ahora tú tienes la esperanza de
que puedan hacer algo por qué quemaron nuestro
hogar... No creas que harán algo, son igual de corruptos
que siempre.

Las palabras, aunque duras son totalmente ciertas.

Zil yace aguantándose las lágrimas, es mucho que


procesar en todo este tiempo. Por un breve momento fue
feliz junto a Andrés, pero sabe que eso yace kilómetros
de distancia desde que le pidió que fuese su novia.
Ahora, ya ha sufrido dos ataques contra su vida, uno
directamente y otro indirectamente. Se siente culpable
de poner a su familia en peligro constante e incluso la
idea de acabar con su vida le cruza por la mente.

Piensa en que debe comunicarse con su novio para


ponerlo al tanto pero cuando revisa el bolsillo del
pantalón se da cuenta que no lo trae, se debió haber
caído mientras huían o mientras cayó cuando la bala le
rozó.

Fuera se escucha como se estaciona una camioneta y


Fer de inmediato se asoma por la ventana divisando a los
primos Rivera. Le dice a su familia que son ellos y estos
guardan la calma ya que se asustaron por un momento.

Este les abre cuando se van acercando a la casa.

—Pasen, pasen —les invita. Todos notan que uno de


ellos está herido—. Maggie, mira.

Ella se da cuenta al igual que todos y se acerca de


inmediato a Emiliano.
—Soy enfermera, puedo ayudarte a vendar ese mal
intento —advierte notando el torso desnudo y lleno de
sangre de este.

Él asiente y se deja caer en la silla más cercana.

—¡Que alegría que estén vivos! —dice Tita acercándose


a besarlos a todos—. Estábamos preocupados por
ustedes.

—Nosotros también por ustedes —advierte Patricio.

Maggie entra a su recámara por su botiquín especial y


saca todo lo necesario para revisar a Emil.

—Todos huyeron, y los que no... no tienen de qué


preocuparse, nos hemos hecho cargo —anuncia Jasiel—.
Pat, nos ha dicho que ya saben nuestro "trabajo", es
necesario que no se lo digan a nadie. Especialmente a la
familia del novio de su hija, nadie debe saberlo. Si no,
nuestras vidas corren peligro.
Los García voltean a verse unos a otros. Zil por su lado
parece perdida en sus pensamientos, aunque la verdad
es que está atenta mientras se siente culpable.

—Es el mismo tipo que atacó a Zil, ¿verdad? —pregunta


Gus pues reconoció al tipo cuando este huyó. Memo
asiente con pena porque realmente tenía fe en la justicia,
pero esta nada más que no se lograba—. Lo más seguro
es que actuara en represalia o venganza.

—Solo me quiere a mí, yo soy la culpable de todo —dice


Zil rompiendo el silencio que tanto aguardaba.

—Por supuesto que no es tu culpa, hija —aclara Don


Memo—. Ellos son los únicos culpables, tú solo eres una
víctima de su maldad.

—Y ustedes junto conmigo, los he arrastrado a este


espiral de decadencia, preocupaciones, intentos de
asesinato... ojalá hubiera quedado muerta esa noche —la
voz se le quiebra y comienza a llorar.
El llanto alberga la habitación y mientras Fer toma a su
sobrina, Tita y Lucía consuela a Zil. Jasiel le hace una
seña a Don Memo para que salgan, este lo sigue al igual
que Gus y Patricio. Maggie se queda arreglando la
pésima intervención en Emiliano y rehace las costuras,
pero esta vez con anestesia. Recostado en la cama de
esta se deja curar por una joven desconocida.

Fuera, Jasiel, Gus y Patricio hablan con Don Memo de


una idea que tienen.

—Sé que quizás no le va a gustar mucho lo que le voy a


decir, pero Zil tiene razón —señala Jasiel y el señor se
confunde un poco—. El tipo ese quiere la quiere a ella,
esperó horas a que estuviera sola y cuando tuvo la
oportunidad la atacó. Cada vez que intenta acercarse es
cuando nadie está a su alrededor.

Don Memo se frota la cara al oír esas palabras que le


calan.
—Quizás, y esto solo es una idea, quiere terminar lo que
comenzó hace años —advierte Gus—. Lo mejor es que
nos la llevemos a Sinaloa.

—¿Qué? ¡No! —se exalta su padre—. Nosotros la


cuidaremos.

—¿Sí? Explíquenos como, por que esta tarde si nosotros


no hubiéramos estado ahí todos hubieran terminado o
carbonizados o como coladores. Había mucha gente
armada para una familia tan pequeña.

Memo se queda callado ante la frustración, siente que lo


están atacando por no haber podido defender a su
familia.

—Yo elegí el camino de la rectitud, elegí no ser violento y


dejar que las autoridades hicieran justicia —responde
Memo a los jóvenes—. Nunca ha sido mi elección poner
a mi familia en peligro, creo que si somos buenos y
justos con los demás eso será suficiente. Quizás me
equivoque, quizás crean que soy un cobarde, pero cada
día pido a Dios que nos guarde, nos cuide y nos proteja y
para prueba basta un botón. Ustedes sin conocernos han
llegado en el momento justo dos veces, si no es Dios
quien vela por nosotros, no sé qué sea.

—No lo estamos acusando de nada Don Memo, todo lo


contrario —aclara Jasiel—. Sabemos que son una familia
pacífica y es por eso que queremos advertirle que vamos
a intervenir en el asunto. Quizás no directamente, pero si
nos encargaremos de la situación. Solo queremos pedirle
dos cosas. La primera debemos alejar a Zil y su nieta del
peligro. Segundo, no denuncien y permanezcan aquí
hasta que les llamemos, intenten hacer su vida lo más
normal posible. Incluso pueden intentar reconstruir,
veremos la manera en la que podemos ayudarles.
La luces que me conmueven - Capítulo 36
A varios kilómetros de la sierra de Durango, Andrés
García estaba emocionado por qué tan solo faltaban dos
días para que fuera dado de alta. La gran mayoría de su
familia ya había regresado a Guadalajara a sus
respectivas actividades, solo permanecían con el su
madre y hermano Matteo. Estos se turnaban para estar
con él y ver que no le faltara nada; de nada servían sus
ruegos cuando les pedía que se quedaran a descansar en
el hotel, que él ya estaba mejor, porque no le hacían
caso.

Feliz de que ya faltaba poco para volver a casa, decide


pedirle a una de las decoradoras de interiores que
conoce que por favor vaya a su departamento para que le
haga un cambio de imagen, volverlo más acogedor.
Cuando hace la llamada Neri Gastelum, una señora joven
con amplia experiencia le toma la palabra y hace los
preparativos para pasarse por el lugar.

No quiere cambios drásticos, pero sí desea cambiar de


un clásico departamento de soltero a un departamento
de un hombre con un hogar. Quiere que cuando Zil y su
familia le visiten se sientan cómodos en él.
Después de colgar llama a su novia, pero esta no
responde, no tiene ni la menor idea de lo que está
pasando. Imagina que ella le regresará la llamada cuando
pueda, pero es el sueño quien lo termina venciendo junto
al coctel de medicamentos que lo llevan a dormir.

Cuando despierta es Matteo y su madre quienes esperan


impacientes en la habitación. Fernando les habló
temprano para darles la noticia de lo sucedido, es algo
que no esperaban y que sin duda saben puede afectar a
Andrés.

—Al menos díganme que durmieron un poco, porque yo


he dormido como un bebé —declara Andrés en tono
burlón a su familia.

—Sí hijo, vamos llegando de hecho... hay algo de lo que


tenemos que hablarte con urgencia, pero por favor...
tómalo con calma —pide la madre siendo muy directa
con él.
Saben que si no le dicen este perderá aún más los
estribos al saber que le ocultaron algo tan importante
como aquello.

—Me asustan ¿qué está pasando? —inquiere inquieto


mientras se sienta en la cama del hospital—. ¡Hablen ya,
que desespero!

La mañana yace fresca afuera, el sol apenas aclara el día


y se da cuenta que apenas está amaneciendo. Las flores
que le han traído unas yacen casi secas.

—Temprano me habló Fernando García, hermano de Zil


—aclara haciendo que Andrés ruede los ojos—. Ayer por
la tarde tuvieron unas visitas, unos amigos que hicieron
cuando atacaron a Zil mientras tu estabas en coma. Al
parecer los chicos hicieron amistad con ellos y les
visitaron...

—Ajá ¿y? —mueve las manos con desesperación. Un


nudo se forma en su estómago ante la expectativa de
malas noticias.
—Mientras, Fer y sus padres los llevaban de excursión en
los alrededores dejaron solas a Tita, Itzia y Zil y pues el
agresor... el que tú sabes, llegó con un comando de
personas y prendieron fuego a la casa.

—¿Qué? ¿Cómo están ellas? —pregunta mientras intenta


ponerse de piel, siente como un escalofrío le atraviesa,
sus peores miedo haciéndose realidad.

—Tranquilo, hijo, todos están bien —aclara su madre


cuando ve que este intenta quitarse el catéter—. Todos
están en perfecto estado. Deja que tu hermano termine
de explicarte, por favor...

—Como piensas si quiera que puedo estar tranquilo —


interviene a su progenitora.

—Porque si no estas bien, no habrá manera de que


puedas ayudarles.

Andrés toma aire mientras mira al techo con frustración.


—Como te decía, el agresor y los hombres prendieron
fuego a una parte de la casa. Ellas lograron salir justo
cuando su familia llegaba con sus amigos, al parecer los
atacantes traían armas y una de las balas rozó el brazo
de Zil, pero nada grave...

—¡Joder! Tengo que largarme de aquí —determina todo


lo que hará—. Tenemos que llevarlos a Guadalajara y
esta vez no aceptaré un no por respuesta, Zil verá el
peligro y me ayudará a convencer a su familia. Ellos
pueden quedarse en mi departamento todo el tiempo que
quieran.

Andrés toca el botón de emergencia de su camilla para


que le retiren el catéter.

—Es que eso no podrá ser así... —Su hermano menor le


observa con confusión y se da cuenta que hay algo más
que no le ha dicho—. Zil advirtió el peligro como tu bien
dices y se fue... ellos no saben en dónde está, ni ella ni
su hija.
Al escuchar esas palabras siente como si un edificio se
desplomara sobre él. Zil ha huido creyendo que ella era
el peligro, ya se lo había dicho y pensó que solo era una
emoción pasajera.

—¡Enfermera! —grita Andrés desesperado y en ese


momento entra la que está en turno—. Por favor quíteme
estas jodiendas y deme todo para un alta voluntaria.

—¡Andrés, por supuesto que no! —amonesta Rosa—.


Tienes que terminar tu tratamiento, solo será un día más
y nos podremos ir.

—La mujer que amo se ha escondido porque teme por su


seguridad, la de su hija y la de su familia, y ¿tú me pides
que me quede acostado solo porque debo terminar un
tratamiento que bien puedo tomar en pastillas?
Escúchate, madre. Es ilógico eso.

—Sí, es ilógico —defiende Matteo—. Pero también es en


vano que vayas.
—¿Por qué? ¡Algo habrá que podamos hacer! —dice con
desesperación, nunca antes la había sentido tan fuerte,
tan intensa.

Matteo que está acostumbrado a lidiar con el arrebatado


temperamento de su hermano, solo toma aire para
explicarle lo que sigue.

—Sí, hay algo que podemos hacer, y de eso me


encargaré yo. Pero en cuanto a saber la ubicación de Zil
es imposible, ni ellos saben en dónde se encuentra, solo
saben que estará comunicándose con ellos.

Ellos... su familia. No él, su novio.

No es que le duela saber que ella mantendrá un tipo de


contacto, sino el hecho de que ella no acudiera a él para
que la protegiera. ¿Pero cómo podría hacerlo? Si él
mismo se sentía culpable de ponerla en peligro ante la
loca de su ex.
—Mierda... —Se sienta en la orilla de su cama y restriega
sus manos contra su cara—. Esto es tan jodido.

—Lo es hijo, pero si ya han superado algunas cosas,


verás que podrán superar lo demás —consuela Rosa
pues él es dueño de un sentimiento de frustración que
siente a millas.

—Vale... ¿entonces ya hay un plan o no? —pregunta con


la esperanza de que la haya.

—Sí, pero tú te quedas en casa y yo iré donde ellos, los


llevaremos a casa —explica haciendo que la ansiedad de
Andrés se calme solo un poquito. Solo un poco.

—Entonces que así sea, de todas formas, me iré hoy de


aquí.

En ese momento un tono de llamada entra al móvil de


Andrés.
—Número desconocido —dice en voz alta mostrándoselo
a su madre y hermano—. ¿Sí, Hola? —inquiere cuando
toma la llamada.

—¿Andrés? —la voz de Zil resuena través del teléfono y


este hace que su corazón se acelere tan solo de oírla.

—Cariño, ¿dónde están? ¿con quién están? —pregunta


con la sangre bombeando a mil y la desesperación
carcomiendo la punta de sus dedos—. ¿Bueno? ¿Zil?

Una estática comienza a sonar a través de la bocina y de


pronto se corta la llamada. La tristeza e impotencia le
invaden.

—Tengo que encontrarla, es un hecho que debo hacerlo


—la resolución en su voz es palpable, ahora solo le
queda a su familia aceptarlo.
La luces que me conmueven - Capítulo 37
Decir que la desesperación corría por todo el ser de
Andrés era abismal, es reducir lo que realmente pasaba.
A pesar de que intenta comportarse sereno, le es
imposible, pues sus manos tiemblan. Mientras firma la
alta voluntaria del hospital, su madre y Matteo hacen los
arreglos para volar de una sola vez hasta Durango y de
ahí hasta donde estuvieran los García.

Mientras tanto estos tenían que lidiar con los restos de lo


que por un momento fue la casa de sus sueños. Ese día,
temprano viajaron hasta dónde una vez estuvo su hogar
solo para comprobar que todo yacía envuelto en cenizas.
Ahí quedaban los vestigios de la felicidad y los restos de
un sueño que nunca se logró alcanzar.

La vida ha sido demasiado injusta con ellos, dándoles


algo que nunca habían imaginado tener. Un hogar en
donde creían que podían vivir tranquilos el restos de sus
vidas. Sin embargo, veinticuatro horas después todo ese
anhelo solo tuvo una única cualidad, fue efímero.
Tita había llorado gran parte de la noche. Se preguntaba
si el haber huido de casa tan joven es la consecuencia de
tantas desgracias.

«Quizás fue mi madre con la bruja del otro pueblo y me


maldijo» pensaba mientras indagaba en sus memorias
sobre algo que hubiera hecho mal.

Lo cierto es que no era así, la vida simplemente ofrece


cartas, a unos les tocan las mejores y a otros, bueno
siempre tienen que demostrar que no son los rivales
débiles.

—Familia, Andrés, su hermano y madre vienen directo


acá. Llegan en la tarde —informa con pesadez.

—Te dije que no les dijeras —recalca Lucía con


preocupación—. El muchacho no está bien y debe
descansar... además, me da mucha pena que ellos hayan
invertido en esto y que nosotros no lo supiéramos cuidar.
—No mujer, no —comienza diciendo Memo—. Ni siquiera
tuvimos esa oportunidad. Esto no fue nuestra culpa, ni de
Zil. El culpable sigue libre y espero que pronto lo puedan
encontrar.

Todos piensan lo mismo, pero eso no los detiene en


sentirse culpables de forma indirecta.

—Yo lo único que quiero es que mis niñas estén bien —


asegura Tita mientras regresa al auto de Maggie—. Los
espero arriba, ya no puedo soportar esto...

Un nudo se forma en su garganta y camina lo más rápido


que puede. Maggie se acerca a ella y la acompaña,
ambas suben al coche y conversan sobre como la
anciana se siente. La joven enfermera es una mujer
sabia, de excelente humo y muy prudente. Todos la aman
por su forma de ser y también por cómo es con los
demás.

—¿Tú crees que vaya a buscar a Zil? —pregunta Lucia a


su marido.
—Sí, mujer ¿por qué otra cosa vendría? —suelta Don
Memo mientras toma la mano de su esposa y caminan
fuera de lo que una vez estuvo delimitado por una cerca.

—Vienen a por nosotros —responde Fer confesando las


verdaderas intenciones—. Le dije a Matteo que no
sabemos la ubicación de Zil. Están conscientes de eso,
pero su última llamada me dijo que las intenciones de
Doña Rosa y su hermano son que nosotros vayamos a
donde ellos, allá en Jalisco.

—¡Por supuesto que no! —suelta Lucía enojada—. Esa


gente cree que por que tiene dinero puede decidir por
nosotros, pero está muy equivocada. Saldremos delante
de esta situación, así como hemo salido de otras.

La resolución y determinación en la voz de la mujer


estaban cargadas de seguridad, pero se olvidaba que
esta vez sus vidas corren un riesgo que antes no.

—Primero oigamos lo que tengan que decir y luego


decidiremos que hacer —sugiere Memo—. En otras
ocasiones teníamos un fondito y estábamos todos juntos.
Ahora no tenemos a dos de los nuestros porque tanto su
seguridad como la nuestra corre peligro y ese, mujer es
un factor determinante en lo que vayamos hacer.

Memo no había podido decir más que verdades. Lucía


siente de mala gana y Fer se alegra de que al menos su
padre este abierto a la posibilidad de un cambio de aires.

A casi ciento cincuenta kilómetros de ahí Zil yacía con su


hija en brazos debajo de un árbol de Huanacaxtle en
casa de los hermanos Patricio y Emiliano.

—Mija, vamos a desayunar —informa la madre de


estos—. Ven con tu niña para que coman algo, anoche sé
que no cenaron nada por que llegaron muy tarde.

La señora suele ser muy parlanchina al igual que sus


hijas Karina y Karla Rivera. Por el contrario, su esposo
Pancho e hijos suelen ser más reservados en su manera
de ser.
—No tengo hambre, muchas gracias señora —informa Zil
lo más educada que puede—. La niña está dormitando, si
puede apárteme un platito y ahorita que despierte la
llevo para que coma.

—Como gustes, mija —dice la señora Alicia—. No te


preocupes por nada, aquí nadie te conoce y estas segura.
A quien pregunte diremos que eres una sobrina de
pancho. Él no tiene familia y es tan reservado que nadie
se molesta en averiguar porque saben que no le sacarán
una palabra.

Esta se ríe y hace sonreír a Zil. Pero, así como llega la


sonrisa se va.

—¿Aquí no hay señal verdad? —inquiere con la intención


de sacarle información—. He querido avisar a mis padres
que estoy bien con el teléfono que me dieron los chicos,
pero se cortó la llamada.

—No, mija —dice con pena—. Sé que estas preocupada y


tu familia también, pero para poder hacer llamadas
tienes que ir hasta el pueblo. Es más segura la señal allá.
Lo que si puedes hacer es mandar mensajes, como la
señal va y viene, es más seguro que estos se vayan y
vengan.

La forma en que Doña Alicia explicaba las cosas les


recordaba a las personas de su pueblo.

—Está bien, muchas gracias —dice Zil mientras sigue


acariciando el cabello de su nena—. Ahorita que se
duerma mi hija les enviaré un mensaje.

—De nada, mija —responde la señora de la casa—.


Cuando estes lista para poder pasar bocado me lo haces
saber.

Zil no dice nada más y solo asiente, la señora se marcha


para luego desayunar con los miembros de su familia. La
joven, extraña a su familia, a su Tita, hermano enfadoso,
padres y a Andrés. Sin embargo, hace de tripas corazón y
se aguanta las ganas de llorar. Sabe qué hace lo mejor
que puede al alejarse de ellos, pues eso es equivalente a
que quitarlos de la mira del peligro.
Andrés llega vendado y medicado hasta la casa de
Maggie. Matteo y su madre le acompañan al igual que
Luca, su primo que es Federal. Nunca imaginaron con lo
que se iban a encontrar, esperaban que la familia fuera
más comunicativa con respecto al paradero de Zil, pero
no fue así.

—¿Cómo es que no van a saber en dónde se encuentran?


—inquiere molesto—. Es su hija, su nieta. ¿No les
preocupa?

El tono de su voz iba en aumento, a María Vitale le


preocupa que su hijo se salga de control y haga algún
tipo de barbaridad.

—Por supuesto que nos preocupamos, muchacho —


afirma con severidad Don Memo—. Piensa por un
momento, ha sufrido tres ataques en menos de un mes.
Su seguridad es primero y si eso significa que no
debemos saber en dónde está con tal de que esté segura
pues que así sea.
Las palabras del patriarca de los García le resuenan
«Tres ataques» y uno de esos por su causa. La
culpabilidad le carcome y le retuerce las entrañas. Si no
la hubiera expuesto de esa manera, quizás estuviera
mejor. Tal vez su acercamiento a la familia es lo que ha
provocado que el atacante la tenga contra ella.

Si tan solo pudiera mantenerse alejado, pero no es así. Él


siente un gran sentimiento por ella y su familia, una
devoción por lo que hicieron que no podría pasar algo
que haga que se aleje. Les ha tomado un cariño especial
y hará lo que considere apropiado para que estén
seguros. Aun cuando eso signifique no volver a ver a la
mujer que le ha hecho replantearse un futuro a su lado.

—Tiene razón, Don Memo —asegura María—. Uno vela


por la seguridad de sus hijos aun cuando eso signifique
ver que se alejen. Pero esta situación es distinta, Zil está
susceptible, está sola con su hija y creo que necesita del
respaldo de todos nosotros, así como ustedes.

Tita que oye sin decir nada, piensa y concuerda con


Rosa. Ella no quería que Zil se fuera, sabe que su hija
necesita recuperación y ayuda. Se hace la fuerte, pero
tener apoyo no te hace débil, te hace amada.

—Es cierto, pero aun así ninguno de nosotros sabe de su


paradero —respalda la información de su hijo—.
Debemos esperar a que ella nos llame, ese fue el cuerdo.

—¿El acuerdo con ella? —pregunta Matteo.

—Con los jóvenes que... —dice Lucía callándose


abruptamente ante la mirada de advertencia de Fer.

—¿Qué jóvenes? —pregunta Andrés desesperado—. Ya


comenzó a hablar, ahora explíquese.

La resolución en su voz no le pasa inadvertida a nadie,


ha dejado ver su lado más dominante ante su petición.

Los García se ven unos a otros sin saber si decir algo o


no. Se nota que dudan y no es para menos, ellos
acordaron que no dirían nada a nadie para salvaguardar
a Zil y su nieta.
—Por favor, hablen ya que nos tienen con el Jesús en la
boca —pide Doña María.

—Está bien —dice Memo cuando nota la desesperación


de los Di Rosa—. Pero deberían sentarse para que les
expliquemos, solo deben prometer una cosa.

—Sí, sí, lo que sea —responde Andrés con angustia en su


voz.

—Solo prometan que no van a hacer nada que


entorpezcan los planes que están en camino —pide
Memo.

—Lo prometemos —contestan los tres Di Rosa.

Entonces los García comienzan a relatarles más


detalladamente todo lo que ha acontecido y los planes
que hay. Andrés obviamente es el más afligido de todos.
Se nota en sus gestos, como van del enojo, a la ira y
luego a la preocupación. Ahora entiende que realmente la
vida de Zil está en un peligro aún peor del que imaginaba
y debe hacer lo necesario para mantenerla a salvo.
La luces que me conmueven - Capítulo 38
Los García accedieron a que los Di Rosa les prestaran un
departamento en Guadalajara para que se quedaran en
caso de que Zil llamara. Maggie incluso pidió el resto de
sus vacaciones para acompañarlos, estaba preocupada
por la salud de Tita, ya que la notaba muy decaída por
los recientes acontecimientos.

No había nada que rescatar, nada que los mantuviera


atados a su antiguo hogar, incluso la camionetita que
tanto les había servido durante años quedó quemada por
el fuego. Había sido una pérdida total y no había ningún
seguro de daños que les ayudara en el proceso. Incluso
pensaron en las afores que tenían, pero tanto Memo
como Lucía y Tita, al no ser empleados asalariados, no
contaban con ese apoyo. Eran tan poco lo que les darían
que mejor era no sacarlo. En cambio, Fer, tenía un poco
más ahorrado y decidió sacar un apoyo por desempleo,
también fue poco, pero al menos no tendrían que pedirle
dinero a los Di Rosa para alimentos.

Maggie por su lado se ofreció a ayudarles. Un día antes


de que se marcharan todos, algunas personas de los
alrededores los andaban buscando para ayudarles, pero
nadie supo dar con ellos. Su nuera se los hizo saber, pero
decidieron que entre menos supiera la gente sobre su
paradero, mejor estaba su hija Zil y su nieta Itzia.

Tal como pactaron, los García salieron de madrugada,


junto a los Di Rosa, rumbo a Sinaloa para bajar por
Nayarit. Serían menos horas de camino en comparación a
si tomaban la ruta de Durango. Todos iban repartidos en
la camioneta de los Di Rosa y el auto de Maggie. Era
medio día cuando llegaron a la casa que la familia de
Andrés había dispuesto para ellos, su departamento.

—Muchas gracias, mijo —expresa con sentimientos


encontrados Tita—. Es demasiado lo que han hecho por
nosotros que una vida no nos alcanzaría para
agradecerles.

—No diga eso, Tita. En deuda estoy yo con ustedes por


salvarme la vida —recuerda con sensatez—. Además,
como no hacerlo si los queremos como si fueran nuestra
propia familia.
—Así es —confirma María Vitale—. Quizás no es el
momento apropiado para decirlo, pero les hemos tomado
un cariño especial a todos y esperamos que Zil y su niña
se encuentren bien. Rogaremos por sus vidas y por qué
esos jóvenes puedan dar con ese hombre.

—Que así sea —pide al cielo Lucía que yace con el


corazón acongojado desde que su hija se fue.

Matteo les advierte dónde es que están todas las cosas y


también la cocina. Les muestra rápidamente el
departamento y las habitaciones para que se instalen.
Andrés permanece sentado en la sala hasta que es hora
de marcharse, todos están cansados y lo más prudente
es darles espacio.

—Cualquier cosa, nos avisan por favor —pide él a la


familia—. Estaré pendiente del teléfono. ¿Seguros que no
hay nada que pueda hacer?

—No... nada —asegura Don Memo con pesar—. Lo mejor


que podemos hacer es esperar que ella esté bien y que
nos llame.
—Vale, entonces nos pasamos a retirar —anuncia
poniéndose de pie ya con dificultad—. Se quedan en su
casa, no se preocupen por comida, la cocina está llena
de alimentos.

—También, hemos traído un poco de ropa de tal vez


pueda servirles —agrega Matteo con timidez sabiendo
que los García no son muy dados a recibir dadivas de las
personas.

El orgullo de Don Memo se ha visto hecha ceniza junto a


las esperanzas de alcanzar la estabilidad con su familia.
Ya sin él, no le queda más que aceptar que a veces es
necesario aceptar la ayuda de las personas, pues estas
son buenas acciones que a la larga son recompensadas y
eso le hacía preguntarse en qué si quién era él para
quitarles tal bendición.

Todo en esta vida es un sembrar y cosechar, ellos


sembraron durante años buenas acciones con las
personas que conocían e incluso con las que no como
con Andrés. Eso a la larga les trajo la dadiva de
encontrarse con él y su familia.

—Saben, soy de las personas que piensa que todo lo


bueno se devuelve, así como lo malo —habla en voz alta
Memo—. Quizás si nosotros no hubiésemos ayudado a
Andrés, otro lo hubiera hecho, pero entonces no los
hubiéramos conocido, y no estaríamos aquí, así que
gracias. Gracias por tanto y deseo de corazón que esto
que están haciendo les sea multiplicado.

Las palabras del patriarca les conmueven y es Andrés


quien se acerca para darle un abrazo. Este le
corresponde y luego se despiden.

Cuando los Di Rosa terminan yéndose, los García buscan


en las maletas que estos les trajeron con las ropas algo
que pudieran usar. Querían bañarse y cambiarse.

—Memo, pero mira... —Lucía alza algunas prendas—.


Aquí hay mucha ropa y algunas de ellas hasta etiquetas
tienen.
Tita saca otras y las olfatea.

—Y son nuevas, aún huelen a tienda departamental —


silva con asombro—. Creo que han gastado en ello... que
pena con ellos.

Maggie quien es la única que cuenta con su propia


maleta, se acomoda en un sofá mientras observa todo lo
que la familia va sacando.

—Si es bastante... pero no deberían agobiarse, por ello


—sugiere pensativa—. A ellos no les pesa gastar porque
no ven un límite en lo que hacen, si así fuera la actitud
de ellos sería distinta. No sientan pesar por eso. Se nota
que lo hacen porque los estiman.

—O porque somos la familia de la novia —añade Fer


riéndose—. Para mí que Andrés está bien enamorado...

Y entre conversaciones y planes para al día siguiente


salir a buscar trabajo es que los García pasan su tarde
sin dejar de lado la constante preocupación por Zil e
Itzia.

Por su lado, los Rivera vuelven a la ruta de su trabajo. No


dicen ni hacen nada sospechoso que pueda poner en
alerta al bando donde yacen infiltrados para que
sospechen sobre sus recientes salidas.

Es un riesgo que ellos han decidido correr y lo aceptan


con todo lo que conlleva.

—¿Te comunicaste con el sargento? —pregunta Jasiel a


Patricio.

—No, pero dejé un mensaje pidiendo todo el archivo del


caso de Rigoberto Gándara Fierro, le dije que nos parecía
un soplón del ejercito —explica sin dejar de manejar
entre las lomas de la sierra para llegar al escondite de su
jefe de la banda.
—Esperemos nos responda en el tiempo acordado,
tenemos que atrapar a ese cabrón cuanto antes —
puntualiza.

Su primo asiente sin perder de vista el camino mientras


piensa en cómo es que esta chica ha trastocado la mente
de su primo, cuando juró que no volvería a interesarse
por ninguna mujer.

«Bien dicen que cae más rápido un hablador que un cojo»


piensa para sí, sin decir más.

Por su lado, Andrés, que no puede quedarse de brazos


cruzados, se comunica con su primo Luca Davenport,
que, aunque con raíces ítalo—inglesas, es más mexicano
que el nopal.

Luca llega a casa de su tía después de la cena y se dirige


hasta la recámara de su primo, quien yace recostado
descansando.
—Tienes que contarme todo lo que sepas —exige
sentándose frente a él y tomando nota—. No omitas
ningún detalle.

Andrés se sienta y procede a contarle todo lo que los


García le han dicho, incluso le pasa el número del que le
llamó Zil y comprueban que al marcarles les mandan
directo a buzón de voz. Luego de hablar un rato, Luca se
compromete en buscar información y luego se retira.

Una vez más Andrés marca, pero se da cuenta de que es


en vano, pues la llamada se desvía. Entre la
preocupación y la angustia cae dormido, no sin antes
elevar una plegaria al cielo por el bienestar de su novia,
la mujer de sus sueños.
La luces que me conmueven - Capítulo 39
Zil había intentado conciliar el sueño, pero no pudo, todo
era en vano.

La señal de red era aún más pésima que, en su casa, y


eso la frustraba. Su hija había pasado gran parte del día
preguntando por sus abuelos y su tío Fer. Quería verlos,
extrañaba su hogar y quería volver a su casa. Ella no se
encontraba mejor, extrañaba a su familia y a su novio,
saber que su hija se sentía igual no hacía más que
acrecentar su desesperación.

Una semana ya había pasado desde el accidente en su


casa, medio comía, medio dormía. La familia de los
Rivera se han comportado muy bien con ella, y
continuamente le dicen que no se desespere, que todo va
a estar bien.

Era domingo por la tarde cuando Karla, la hermana de


Patricio la invitó a ir al pueblo junto a su niña.

—A todos les diremos que eres una prima que viene de


Tijuana ¿está bien? —advierte la joven a Zil y esta solo
asiente con la cabeza, emocionada por que por fin va a
salir—. Cuando vayamos hay un lugar en dónde puedes
hablar abiertamente, ahí pararemos para que llames a tu
familia y tu novio.

—Sí, por favor, si —dice emocionada—. Muchas gracias,


ya me sentía desesperada.

—Nos hemos dado cuenta, y si por nosotras fuera no


habría problema de que estes en constante
comunicación, pero dicen mis hermanos que he por tu
seguridad —aclara Karla con preocupación—. Les digo
que eso me parece excesivo que no estas secuestrada,
solo resguardada.

—No te preocupes —asegura Zil—. Entendí las


condiciones cuando me ofrecieron esta salida, solo que
me gustaría salir un poco más, mi hija extraña a sus
abuelos y no ayuda mucho mantenerla siempre en un
solo sitio.

Karla le pregunta sobre la niña y ella explica la condición


de su hija, esto con la finalidad de que puedan apoyarla
también por ese lado. Cuando llegan al claro, la joven la
avisa a Zil que ahí es seguro que llame, que nadie podría
escucharla.

Ella saca el teléfono y marca, al segundo timbre contesta


Tita.

—Mija, mi niña —comienza a llorar.

A Zil se le quiebra la voz.

—Tita, te extrañamos mucho —dice su nieta.

—Tita, tita, tita —pide la niña el teléfono y Zil le acerca el


aparato a la oreja—. Tita, te estaño, ven pol mí, Tita.

Zil al oír a su hija pedir aquello se rompe, si ya es dura la


situación saber que ella pide a su familia la conmueve a
un más.

—¿Zil? —llama su madre—. Hija...


—Mamá ¿cómo están? —saluda entre lágrimas—. ¿Y
papá?

—Hija... bien, las extrañamos. Ustedes, ¿cómo están? —


saluda su padre—. Están en altavoz, las oímos todos.

—Bien, familia, estamos bien. La familia con la que


estamos nos cuida mucho y estamos seguras, no se
preocupen.

Tita yace en llanto siendo consolada por Fer.

—Ay, hija, que alegría nos da oírte. Estábamos tan


preocupados —asegura Lucía.

—Perdón, aquí la señal es mala y hasta hoy pudimos salir


a un pueblo cercano, estaré llamando cada semana de
ser posible ¿Cómo están ustedes?
—Bien, hija, bien... Estamos en Jalisco, en el
departamento de tu novio —confiesa Don Memo—. Fer,
tu madre y yo ya estamos trabajando y estamos bien.

—¿Cómo pasó eso? —inquiere ella preocupada—.


¿Saben algo de él?

—Está bien, hija. Preocupado como nosotros, pero nos


ofreció su casa por el momento... ya que vuelvas te
contaremos —dice su padre—. Pásanos a la niña,
queremos oírla.

Zil pone en altavoz el teléfono y entonces su hija puede


hablar con su familia.

Cuando Zil termina la llamada con su familia, llama a


Andrés, pero este no responde. Intenta de nuevo pero
una vez más esta se desvía a buzón de voz.
Decepcionada por no haber podido hablar con él es que
regresan de nuevo a la casa de los Rivera, en el camino
compraron unas nieves que a gusto pudieron disfrutar.
Esa noche ella pudo disfrutar de una cena en paz con la
familia de sus nuevos amigos. Estaba más tranquila
sabiendo que sus parientes estaban fuera de peligro y
que su novio se estaba recuperando. Le alegró saber que
ya estaban trabajando pues sabe que son personas que
no saben estar tranquilas. La única que se queda en casa
es Tita acompañada de Maggie, quien cuida de su salud
mientras disfruta de sus vacaciones restantes.

En el fondo le agradece a su cuñada que tenga esas


consideraciones para con su abuela a pesar de que no
está en obligación de hacerlo. Por su parte Itzia está
más tranquila pues ya oyó a sus abuelos y si tío a quien
ella está acostumbrada a verlos constantemente.

Después de la cena, ambas mujeres se fueron a recostar


a la habitación que les habían asignado. Aunque la
morada era grande y espaciosa, no era lujosa, pero eso a
ella no le importaba, se sentía la amabilidad de las
personas y lo calurosas que eran con ella y su hija. No
sabía si interpretar eso como algo de su personalidad o
porque eran sinaloenses.
Con su pequeña recostada a su lado, abrazada a ella
pudo conciliar el sueño y mientras lo hacía se imaginaba
un nuevo comienzo, una nueva vida con nuevas
esperanzas a las que aferrarse.

Pasaron dos semanas sí que Zil, tuviese razón de Andrés.


Su familia no tenía conocimiento de él, solo que estaba
en recuperación. No saber de él le provocaba ansiedad y
aumentaba su preocupación por su bienestar. Cada fin
de semana le marcaba y nada.

—Fer, ¿sabes algo de Andrés? No responde ninguna de


mis llamadas —expone a su hermano con la esperanza
de sabre algo a la tercer semana de no tener noticia
alguna.

—Matteo me dijo que está recuperándose, estuvo muy


débil y... es que no sé cómo es que lo puedes tomar —
duda en su comentario.

—¿Qué pasa? —pregunta angustiada—. Dímelo por


favor.
—Matteo comentó que Andrés se culpaba por haberte
puesto en riesgo, en parte se culpa por lo que pasó en
nuestra casa y no quería agobiarte con sus
preocupaciones, por eso es que te está dando tu espacio
—explica a su hermana con una sensación de pesar por
ella.

No espera la hora para verla feliz.

—Oh —dice a través del teléfono—. Vale, bueno, tengo


que colgar, ya debemos volver. Despídeme de todos, los
amo.

Sin esperar una respuesta finaliza la llamada, para luego


romper en llanto.

Le duele que Andrés no tuviera el valor de hablar de sus


sentimientos, ella también se siente culpable por su
familia y no por eso ha dejado de hablarles, ni de
preocuparse por su bienestar. En cambio, él, ha decidido
ignorarla y eso es lo que le duela.
Como alguien quien ha demostrado un sincero interés
por el bienestar de alguien de un de repente hace como
que no existe. «¿Qué clase de persona lo haría?» Piensa
mientras camina de vuelta a la casa de los Rivera.

«Solo una persona que fingió todo el tiempo» determina


en su mente y en su corazón.

A cientos de kilómetros del lugar, Andrés es visitado por


su hermano Matteo quien ha recibido la llamada de Fer.

—Creo que estas llevando esto muy lejos —refiere él


nada más entrar a la habitación de su hermano menor—.
Zil llamó de nuevo, ha estado preguntando por ti y está
muy preocupada.

—¿Pero está bien? —pregunta con autentico interés,


sentándose en la cama.

—Claro que no está bien, idiota —Matteo lo regaña—.


Esta escondida, preocupada por su hija, su vida, su
familia y su estúpido novio inmaduro.
—¡No estoy siendo inmaduro! —escupe molesto—. Solo
no quiero exponerla a más peligro. Aún no sabemos nada
de Carlota y ¿crees que quiero aumentar sus
preocupaciones con mis divagaciones?

Matteo que es el más paciente de los cuatro hermanos,


está por perder la gran virtud de la que presume por los
comentarios mal infundados de Andrés.

—Deberías dejar que ella lo decida y no andar llorando


en los rincones fingiendo ser un héroe por alejarte,
cuando lo único que realmente haces es huir como
siempre —manifiesta con gran impacto.

Cuando ve que su hermano no piensa responder, mejor


sale de ahí en un intento por contactar con su primo para
saber algo al respecto de Carlota.

—Luca, ¿qué tal hermano? —saluda cuando este le


responde el teléfono—. Oye, ¿me puedes decir si ha
habido algún avance con lo de Carlota?
—Te lo mando al correo, y algo nuevo que encontré sobre
el agresor de tu cuñada —responde Luca desde el otro
lado de la línea telefónica—. TE llamo luego, estoy
ocupado.

Luca Davenport no espera a que su primo, casi hermano


le responda y cuelga. Él es conocido por ser un hombre
de pocas palabras, pero de grandes proezas. Al llegar la
noche, Matteo regresa donde los García y les cuenta
sobre el hallazgo de su primo.

—¿Estás diciendo que ese tal Luca conoce a los primos


estos que nos han estado ayudando? —inquiere Don
Memo.

—Sí, y ellos le han informado que ya encontraron al


hombre que ha atacado a Zil y han identificado a al
menos cuatro de los ocho hombres que le ayudaron —
expone ante todos haciendo que estos se emocionen por
la buena noticia.

—¿Entonces nuestra niña ya puede volver? —pregunta


Tita pensando en sus niñas.
—Lo que entendí es que ya saben en dónde se encuentra
y planean atraparlo en estos días, pero no sé cuándo. Me
imagino que una vez lo atrapen, Zil y la niña podrán
volver.

—¡Dios quiera! —implora al cielo, Lucía.

Maggie quien ha tenido que volver al pueblo, les


comunica diariamente si pasa algo. Muchos desconocen
de su cercanía con los García, pero sospechan porque
ella ha desaparecido junto con ellos, ya en dos
ocasiones.

Fer le manda mensaje con las buenas nuevas y ella se


emociona también desde su casa.

—Oye mijo ¿Y Andrés como sigue? —tita no ha dejado de


preocuparse por ese muchacho en ningún momento—.
Sigue achicopalado o ya se le quitó.
—Ay, Tita —suspira su hermano sin saber que decirle
exactamente—. Él se siente responsable en parte, ha
pasado por mucho al igual que ustedes... solo espero que
encuentre el camino de la sensatez. Ella no merece su
ausencia.

Tita y la familia entera se quedan pensativos, es cierto


que el hombre ha estado al pendiente de su bienestar y
que no les ha faltado ayuda en caso de ser necesario,
pero también notan como es que desde que ella se fue
se refugió en su soledad.

—¿Será que piensa que ella eligió estar sola en vez de a


él? —medita Tita en voz alta y todos la miran—. Tiene
lógica, todos nos sentimos responsables de alguna
manera, pero Zil y él son una pareja nueva... no sé, solo
digo tonterías.

—Puede ser Tita, él cuando se enteró dijo que por qué


eligió esconderse con esa gente a esconderse aquí con
nosotros —explica Matteo abriendo el panorama—. Sea
como sea, es algo que ellos deben resolver.
Todos comentan que así es y luego se sientan a la mesa
para cenar todos juntos. Están por comenzar a comer
cuando el timbre de la puerta suena, Fer abre y se
encuentra con un Andrés muy demacrado y pálido para
ser trigueño.

—Buenas noches, familia —saluda creando una


conmoción muy grande en todos.

Los García, principalmente Tita se levantan a abrazarlo y


darle la bienvenida. Es un gusto para ellos poder verlo y
saber que ya anda sin dificultad alguna. Sin embargo, es
Matteo quien se encuentra muy feliz por ver a su
hermano ahí con ellos, sabe que le dio algo en que
pensar y se siente orgullo de ello.

Por su parte los Rivera coordinaban con Luca Davenport,


la siguiente noche sería la elegida. El día en que pondrían
fin definitivamente a la cacería de Rogelio Gutiérrez
contra Zil y su familia.
La luces que me conmueven - Capítulo 40
Todo estaba organizado y planificado para la
aprehensión Rogelio y sus cómplices. Nadie la avisó a Zil
para que no se preocupara, sin embargo, los García y los
Di Rosa estaban juntos en la casa de María en espera de
las tan ansiadas noticias.

—Luca dijo que en cuanto estuviera detenido nos


avisaría —informó Matteo a la familia con el teléfono en
la mano—. Lo van a procesar directamente, llevaron
todas las pruebas y violó su libertad condicional.

—Ojalá si lo refundan, esta vez en la cárcel para siempre


—dice Fer con anhelo.

—Lo llevarán a Estados Unidos —dice Andrés como si


nada, después de no haber hablado durante buen
tiempo. Los García ignoraban ese hecho y voltean a verlo
extrañados—. Luca nos informó que los Rivera lo
asociaron con el crimen organizado, al parecer era
buscado por la DEA y FBI junto a otros de sus ayudantes.
Al menos sabemos que estando con los gringos no le van
a perdonar nada.
Tita, que sentía un gran alivio en su corazón, eleva una
plegaria interna a Dios agradeciéndole por eso.

—Dios quiera que todo salga bien y los arresten a todos


—dice en voz alta.

—Así sea, Tita —secunda Lucía—. Ya verá que pronto Zil


e Itzia volverán con nosotras.

Maggie que había viajado desde el pueblo hasta donde


ellos para acompañarlos, también se sentía ansiosa por
la situación.

Al cabo de media hora el timbre del móvil suena


haciendo que todos guardan silencio.

Andrés es quien responde y pone la llamada en altavoz.

—¿Luca? Estas en altavoz, todos de oímos —advierte a


su primo favorito.
—Soy Jasiel, Luca está herido, pero a salvo, lo están
atendiendo —avisa a todos provocando conmoción,
cuando la escucha sigue hablando para darles
tranquilidad—. No hay de qué preocuparse, Luca está
bien y el agresor y sus cómplices ya han sido detenidos,
todos estaban en una casa de seguridad acá en
Michoacán.

El alboroto y alegría no se hicieron esperar por parte de


todas las familias. Lucía yacía llorando agradecida con
Dios en los brazos de su marido. Fer y Maggie yacían
abrazados a Tita, quien también lloraba de alegría.

—Gracias, muchas gracias. Estoy en deuda con ustedes


—exclama Andrés con nudo en la garganta al mayor de
los primos Rivera—. ¿Ustedes, cómo están?

—De nada, lo hicimos por Zil. Aquí todos estamos


completos —dice escueto y sin humor, él aguardaba una
pequeña ilusión por Zil, pero sabía que el corazón de ella
le pertenecía a Andrés—. Tenemos que dejarlos, todavía
hay un largo proceso que hacer. Luca se comunicará
pronto con ustedes.
—¡Espera, ¿y Zil, ya podrá volver a casa? —pregunta Tita
en voz alta.

—Si, Tita... pronto estará con ustedes, hasta luego —y


cuelga.

Jasiel no dio más explicaciones y ellos se quedaron


sacados de onda por la forma en que les dio la
información. Sabían que estaban quizás exhaustos, no
tenían idea de lo que los Rivera y Luca junto a otros de
sus compañeros tuvieron que hacer para llevar a cabo
aquella aprehensión.

Al ser agentes encubiertos, tenían que ir todos cubiertos


para que nadie les reconociese. Ninguno podía hablar
para que no se oyeran sus voces y eso sin contar con el
plan y equipo táctico que usaron. Tenían quince días
desde que supieron del paradero de los delincuentes,
pero no podían hacer nada por que ocupan un orden de
aprehensión. El gobierno mexicano no tenía muchos
ánimos de acelerar el proceso, solo fue cuestión de que
los gringos se enteraran para que todos se pusieran a
trabajar.

La familia yacía feliz porque por fin ese capítulo se había


cerrado. Estaban muy animados comentando eso al
respecto cuando a Andrés se le ocurre marcar a Zil con
las esperanzas de contactarla. Se escucha como entra la
llamada, pero esta no responde, una vez más y nada.

Sale al patio trasero para una mayor recepción y nada.


Su novia no coje la llamada. Mientras está en eso, no
escucha que el timbre de la puerta suena, todos dentro
es un alboroto, una alegría, un júbilo.

—¡Andrés, ven acá! —grita su madre desde dentro.

—¡Voy! —responde volviendo a llamar el número de Zil,


el que le asignaron los Rivera.

Un timbre comienza escucharse más fuerte, más nítido,


más cercano. Andrés se gira y encuentra a la mujer de
sus sueños parada en el umbral de la puerta trasera con
el teléfono en mano. Ella rechaza la llamada y mete el
teléfono a su bolsa trasera del pantalón.

Andrés corre hasta ella y la alza en brazos del suelo. Sus


corazones acelerados, lágrimas de felicidad y una
sensación de plenitud son solo algunas de las cosas que
ambos sienten. Zil lo abraza con fuerza mientras este la
sujeta firmemente.

—¡Maldita sea, te extrañé tanto! —clama Andrés.

Zil que también llora emocionada, busca su rostro y lo


besa, un beso posesivo, apasionado y en el que no puede
haber más sentimiento de culpa para los corazones que
decidieron amar a pesar de todo.
La luces que me conmueven - Capítulo 41
Itzia yace feliz en brazos de sus abuelos, besa a su Tita y
a Fer en las mejillas con mucho entusiasmo. Por su
parte, Zil les cuenta sin soltar la mano de Andrés, que
yace sentado a su lado, como es que regresó a dónde
ellos. Todos están asombrados por la valentía de los
jóvenes y agradecidos con sus familias por haber cuidado
de la joven y su hija.

—La señora de Rivera es muy atenta y su hija Karla


también, ellas siempre estuvieron pendientes de que no
nos faltara nada. El único problema es que por seguridad
yo no podía estar marcándoles contantemente. Solo en
un día específico —explica a los presentes.

Don Memo, que siente que el alma le ha vuelto al cuerpo,


yace esperando el momento para soltar el llanto en
soledad de una habitación. Por su lado, Lucía ya se
deshizo en abrazos y besos para con su hija, no fue fácil
dejarla ir, y mucho menos junto a su nieta.

—Lo bueno, mija es que ya estás con nosotros y que a


ese hombre ya lo aprensaron —resuelve Lucía—. De aquí
en adelante lo único que nos queda es enfocarnos en
reconstruir, nuestras vidas, nuestro hogar y nuestra
felicidad.

Las palabras de su madre conmueven a Zil y comienza a


llorar.

—Eso es lo que más deseo —murmura mientras limpia


sus lágrimas—. Estaba tan preocupada por ustedes... por
todos.

Andrés la abraza y esta esconde el rostro en su hombro


mientras llora.

—Ha sido un mes difícil para todos —admite María—.


Creo que lo mejor sería descansar por hoy mañana nos
vemos temprano, Zil y su hija necesitan descansar —
sugiere para todos y la verdad es que es así.

—Yo los llevo a casa —ofrece Matteo a los García, estos


aceptan y la oferta agradecida.
—Gracias por cuidar de mi familia —dice la joven
alejándose de Andrés para abrazar a su suegra—.
Estamos en deuda con usted y sus hijos.

María desacostumbrada a tales afectos, se sorprende de


la naturalidad de la joven y corresponde al abrazo.

—De nada, aunque no haya un papel de por medio, para


nosotros ustedes ya son familia —confiesa haciendo que
Zil se sienta aún más agradecida—. Lamento que hayan
perdido su casa, pero lo importante es que están a salvo
y que todos están bien.

—Sí, eso es un milagro, quizás somos afortunados


después de todo —comenta volviendo a los brazos de su
amado—. Que descansen.

Ella se despide y así todos también lo hacen. Andrés y


Matteo los llevan al departamento de este en sus autos
para que descansen después de un día tan agobiante.
—Perdón por no haberte respondido —pide el hombre a
su novia cuando llegan al departamento y los dejan
solos—. Tenía miedo, no quería que te sintieras
responsable por mí o por tu familia.

—Lo sé, por eso no te presioné —confiesa ella—. Pero


hiciste que el extrañarte fuera más doloroso. Pensé por
un breve momento que quizás ya no sentías nada por
mí...

—Estaré en deuda contigo la vida entera por ello. No me


di cuenta de que te estaba haciendo daño por intentar
protegerte, mi gran error —la abraza y ella recarga su
cabeza en el pecho de su amado.

Zil suspira mientras yacen uno en los brazos del otro.

—No sé qué será de nuestras vidas mañana, quizás un


día simplemente cada quien siga su camino y nos demos
cuenta que esto es un error —medita ella en voz alta—.
Pero, por hoy solo deja que disfrute de tu presencia, no
sabes cuanto te extrañé.
Andrés entonces se dio cuenta, ella no estaba segura de
un mañana con él. Era su culpa, él había implantado esa
semilla de incertidumbre en su relación al alejarse. No
podría culparla por ello y aun así le duele escucharla. Él
no quiere alejarse, no nunca más.

—Te quiero, Zil García —levanta su mentón para que lo


vea de frente—. Lamento haberme alejado, por mi culpa
te dispararon y perdiste tu hogar... pero nada de eso hará
que me vuelva alejar. No pienses en eso, no hoy, ni
mañana, ni pasado. Te quiero en mi vida, ¿entiendes
eso?

Zil no lo entendía, no la ama, pero tampoco quiere


alejarse. Ella lo mira como queriendo descifrar esos
pensamientos, pero le es imposible.

—Te amo, Andrés... siempre —y lo besa. No espera a que


él del primer paso, ella lo hace. Lo abraza con fuerza, con
necesidad, con urgencia.
Andrés responde con la misma necesidad y se pierden en
ese abrazo infinito de necesidades acumuladas y de
amores no confesados.

Andrés se marchó después de despedirse de toda la


familia de su novia, necesitaba darles espacio y que
estos pudieran hablar con ella.

Al llegar a casa de su madre, su hermano menor lo


abordó nada más, entraron a la sala.

—¿Qué tal está Zil? —pregunta preocupado—. La vi


mucho más delgada de lo normal.

—Lo sé, al menos su niña está bien. Ella está decaída,


emocionalmente —confiesa sentándose en el sofá frente
a su hermano—. Lo de carlota, su casa, el agresor, son
muchas cosas que procesar. Al menos una de ellas no
tiene de qué preocuparse. En cuanto al valor de los
bienes perdidos en el incendio, no importa para nosotros,
pero para ellos sí.
—Lo he notado, el hecho de que salieran a buscar
trabajo nada más llegar a Guadalajara tiene mucho que
decir. Aún no terminaban de procesar todo lo que
perdieron y ya estaban buscando la manera de no ser
una carga —expone sus pensamientos ante Andrés, pues
él es quien ha tenido la oportunidad de verlos más
veces—. ¿Sabes que de la ropa que les dimos, la gran
mayoría sigue empacada?

Andrés se sorprende por eso, dadas las circunstancias,


pero al tratarse de los García sabe que son renuentes a
recibir las cosas sin pago alguno.

—Era de esperarse siendo ellos, pero ya verás que de a


poco la usan —aguarda la esperanza—. ¿Si se les ha
estado dando el apoyo que pedí?

—Sobre eso... —Matteo duda en si decirle o no—. Lo


hablé con mi mamá en el momento, pero no quisimos
decirte por qué ibas a querer forzar las cosas y ellos no
funcionan así.

—¿Decirme qué? —pregunta inquieto.


—La primer semana que ellos llegaron, llenamos sus
alacenas de comida, así como el refrí. Era más fácil que
ellos tuvieran cosas que comer a darles simplemente el
dinero, recuerda que casi no conocen la ciudad y hasta el
día de hoy se mueven en los alrededores. Les ofrecí el
dinero, pero se negaron. Igual lo dejé en la alacena con
una nota que decía que solo era para la primer semana y
que la siguiente veríamos cuanto necesitaran —mientras
Matteo explicaba, Andrés pensaba en todo lo que se
había perdido—. No llegó el martes cuando Fer me marcó
pidiéndome de favor de conseguirles cartas de
recomendación. Para el sábado, ya todos tenían trabajo,
menos Tita, por obvias razones y habían recibido un poco
de sueldo de sus primeros días. El dinero que les
dejamos solo han usado para cosas necesarias, de ahí en
fuera ellos se mantuvieron con lo que había en la alacena
y lo que han ganado. Te sorprenderías de lo bien que se
administran.

Cuando Matteo termina de explicar admirado de las


aptitudes de los García, Andrés yace igual de sorprendido
que él. No esperaba que actuaran así; todos pensaron
que se tomarían un tiempo para intentar rehacer sus
vidas, pero que equivocados estaban.
—Ahora me siento un gusano inútil —confiesa Andrés
perturbado—. Yo regodeándome en mi propia
autocompasión y ellos trabajando sin esperar que les
demos más.

—No pienses así, necesitabas sanar físicamente...


aunque eso de regodearte en tu autocompasión es cierto
—se ríe a costa de Andrés—. El descanso físico era
necesario para ti y Zil. Ahora que ya está aquí tenemos
que ver qué es lo que quieren hacer o en que les
podemos ayudar.

—Lo mismo he pensado —dice con tristeza—. No quiero


que vuelva allá, sé qué aquel lugar es donde creció, pero
también es dónde ha vivido los peores momentos de su
vida. Quiero ofrecerles un negocio, pero no sé qué
piensen ellos... no sé qué opines tú.

—¿Un negocio sobre qué? —inquiere Matteo con


curiosidad.
María llega y se une a la conversación con sus hijos
menores, los mayores yacen en sus respectivas casas
con sus familias. En el fondo de su alma lo único que
desea es ver a todos sus hijos felices y viviendo sus
vidas como deseen y por ello debe apoyarlos.

Andrés les explica la idea que tiene y entre todos aportan


a ella dándole una mejor forma. Luego de un rato
acuerdan invitar a los García a hablar sobre ello y
esperan que eso les ayude a salir adelante y
establecerse en un lugar. Y eso al menor de los Di Rosa
lo emociona y mucho.
La luces que me conmueven - Capítulo 42
Zil ya se había desecho del teléfono que los Rivera le
habían dado. En cuanto la dejaron en casa de los Di
Rosa, las personas encargadas de su traslado, ella les
entregó el aparato por orden de uno de ellos. No sabía
para que podría servirles si apenas agarraba señal, pero
se los entregó.

Esa noche, le relató a su familia todo lo vivido. Cada una


de las cosas y sentimientos que pasó mientras estaba en
casa de los Rivera. Toda su familia notaba lo delgado de
su apariencia, pero lo añadían a la angustia vivida.

Tita, se puso como meta darle el suficiente alimento para


que volviera a su peso. Lo más triste de todo fue cuando
les contó cómo es que su hija lloraba por ellos y le pedía
que la llevara a ver a sus abuelos y a su «tío apo», como
ella les llama.

Todos estaban conmovidos y a su vez aliviados de que


por fin estuvieran con ellos. Esa noche Itzia durmió junto
a su Tita y su mamá, suspirando de vez en cuando.
Los Rivera por su lado, estaban en operaciones
encubiertas y dejaron la extradición de Rogelio Gutiérrez
y sus cómplices a Estados Unidos a cargo de Luca
Davenport, el primo de los Di Rosa.

Jasiel sabía que no había ninguna oportunidad con Zil,


desde un inicio se supo que le era indiferente y él cuando
supo que estaban de viaje con la persona que estaba
reconstruyendo su hogar, solo terminó de comprender
que lo único que habría era una bonita amistad. Sin
embargo, el necesitaba hacer el bien, sin importarle el
tipo de relación que mantuviera con ellos.

Zil lamentaba no poder comunicarse con ellos


directamente, pero Karla Rivera le había pasado su
número y así de esa manera se mantendría en contacto
con esa familia. Les agradecía de corazón que hubieran
cuidado de su hija y de ella en esos momentos de
necesidad.

El día había llegado por fin, todo rastro de temor por su


porvenir poco a poco se iba desvaneciendo. Los García
habían pensado en un plan a largo plazo, venderían sus
tierras y con eso pagarían algún tipo de departamento en
Guadalajara. Sabían que había más oportunidades de
trabajo, así como de lugares donde pudieran atender a la
menor de la familia.

Habían decidido no aferrarse a lo que habían perdido,


tenían una nueva oportunidad de rehacer sus vidas y el
destino los había llevado hasta una ciudad grande que,
aunque desconocida, lo poco que habían visto les
enamoró.

—Me gustaría buscar un terreno en las afueras, quizás


en la zona boscosa —anhela en voz alta Fer—. Digo, para
no extrañar mucho nuestras raíces.

—Eso sería imposible, hijo —dice Tita—. El clima es muy


parecido, lo único que, si no me gusta para nada, es el
ruido. Aquí uno no puede tener paz, ni poner una hornilla
para el café.

Una llamada al único celular de la familia interrumpe sus


cavilaciones, Don Memo responde de inmediato
imaginándose una urgencia, pero no, era Andrés quien
los invitaba a comer a casa de su madre. Como era
sábado, decidieron que así sería. Una vez salieran de sus
labores irían a casa de los Di Rosa. Aunque el novio de
su hija dijo que pasar por toda la familia, ellos no
quisieron y avisaron que llegarían ahí en punto de las dos
de la tarde.

Andrés no tuvo otra más que aceptar y preparar a


manera de empresario todo que planeaba decirles. Lucía,
Memo y su hijo se marcharon a sus labores, dejando a Zil
con Tita, Maggie e Itzia en casa. Memo y Fer habían
conseguido trabajo en una carnicería cercana al lugar,
dada su experiencia al dueño le fue muy beneficioso
contratarlos ya que los empleados que tenía (sus hijos),
no servían para mucho por su corta edad, además de que
estudiaban.

Por su lado Lucía consiguió empleo limpiando una casa


tres veces a la semana. Su empleadora quedó tan
satisfecha con el resultado que la recomendó con una
vecina, así que los otros tres días ella iba a la casa de
esta. El beneficio que tenía es que ambas mujeres le
pagaban diario y le daban comida hasta para llevar,
además de que a la una de la tarde ya se retiraba a su
casa.
Lucía llegaba cansadísima, pero bien valía la pena
porque así pasaba la tarde con su suegra, a quien quiere
como una madre y vela por ella y su bienestar.

Como quedaron, los García se marcharon a casa de los


Di Rosa para llegar allá a las dos como acordaron. Todos
creían que el motivo era pasar tiempo con Zil y su hija,
algún tipo de bienvenida. Nunca se imaginaron lo que
Andrés tenía planeado.

Por su parte, la joven no había abandonado la esperanza


de pasar un rato a solas con su novio. Lo había extrañado
mucho y aun no tenían oportunidad de aclarar ciertas
cosas que eran necesarias, además del hecho de que
quería besarlo un poco más.

Andrés había decidido hacer una comida más formal,


solo involucrando a los implicados. Matteo, su madre,
Dante y él. Dejando de lado a las familias y a su hermano
mayor Ángelo que desde que pasó lo de Cancún se había
mantenido al margen por obvias razones.
Todos comieron y degustaron lo que se había preparado,
Pechugas rellenas, con crepas y ensalada. Los García
que no estaban acostumbrados a ese tipo de alimentos
lo degustaron como un auténtico manjar, aunque
preferían las fajitas de pollo a la cerveza que preparaba
Lucía y Tita.

Andrés sentado junto a Itzia, sonreía a su novia que yacía


del otro lado de ella. Durante la comida, la niña estuvo
particularmente conversadora con él, lo que le gustaba
pues eso le auguraba una buena relación con ella.

—¿Te gusta mi mami? —pregunta la pequeña justo


cuando está por dar un bocado. Casi escupe ante la
inocencia de la pequeña.

—Sí, mucho —dice sin titubeos—. ¿Está bien que me


guste? —pregunta haciendo que la niña de casi cinco
años se ría.

La niña sube los hombros con pena y se ríe con


vergüenza, después de eso ella lo jala del suéter para
murmurarle algo al oído. Andrés se agacha y la pequeña
pone sus manitas junto a su boca para que los demás no
escuchen.

—¿Tú eres mi papi? —pregunta inocentemente en una


nota muy baja para los presentes haciendo que todos
queden pasmados.

Zil, que yace roja de la vergüenza, se pone de pie.

—Listo, vamos a lavarte las manos que ya has terminado


—la toma de la mano y la lleva al baño.

Andrés se queda anonadado y parece ser que algo grave


ha pasado pues el silencio en el comedor es incómodo.
Fer y Matteo quienes han hecho buenas migas siguen la
conversación en donde la habían dejado y entonces
todos retoman la plática, casi todos, Andrés sigue sin
decir nada.

Al cabo de unos minutos, Zil regresa con la niña y Lucía


que ya ha terminado de comer se retira con esta a la sala
para que juegue. Ninguno de los novios dice nada, con
respecto a ese tema no hay mucho que decir, apenas se
están conociendo y la niña solo esta confundida, al
menos eso cree ella.

Cuando terminan de comer, María los invita a la sala


para que así Andrés pueda hacerles la propuesta. Una
que cambiará sus vidas, si aceptan.
La luces que me conmueven - Capítulo 43
—Antes que nada, quiero decirles que esta idea se me ha
ocurrido desde hace mucho tiempo. Desde la primera vez
que comí y bebí algo preparado por ustedes —aclara
Andrés al empezar—. Así que todo lo dicho y expuesto
aquí, tómenlo de una persona que lo pensó subjetiva y
objetivamente, estando no involucrado y luego sí.

Toda la familia al oír aquellas palabras no se imaginan a


que se refiere, pero Zil sí. Él ya le había comentado sobre
su idea, mientras estaban en Cancún y aunque le
emocionó en el momento, ahora no sabe si sería o no una
buena idea.

—Bueno, como les comentaba —explica retomando su


discurso—. Esta idea la pensé hace mucho, ya la había
discutido con Zil en algún momento, pero pues dados los
recientes acontecimientos todo quedó en pausa. Ayer,
recién hable con mi madre y mi mano derecha en todos
los negocios, Matteo. Ambos concuerdan con la idea y
por eso es que hemos pedido que vengan para dárselas a
conocer. Quiero advertirles que no están obligados a
aceptar, pero si aceptan, serán muy beneficiados.
—Está bien muchacho, pero habla ya que nos tienes en
ascuas —pide Don Memo ya muy nervioso por tanta
introducción.

Tita que concuerda con su hijo solo asiente la cabeza


mientras que Lucía yace más atenta a su nieta que a lo
que Andrés describe.

—De acuerdo, entonces prosigo —dice él también


nervioso—. La idea prácticamente me le dio Tita.

La anciana se sorprende de que él diga tal cosa y todos


se voltean a verla extrañados pensando a que se refiere.

—Cuando probé su café, me encantó. Luego, cuando fue


mi familia y les dio a probar e incluso nos proveyó de su
propia mezcla todos quedaron encantados —Los García
pensaban en todas las posibilidades por saber a qué se
refiere él, pero ninguno puede acercarse mínimamente—.
Pensé luego y lo comenté con Zil, que se podría envasar,
con su receta por supuesto, y distribuir en todos los
negocios posibles.
Los García estaban estupefactos y Zil aguardaba la
esperanza de que ellos fueran receptivos ante la idea.

—En su momento le pregunté a ella por la procedencia


del grano, y me dijo que usted lo conseguía ¿Es así? —
pregunta a Tita y esta afirma con la cabeza.

—Pues sí pero allá en la sierra, con una amiga que tiene


una pequeña plantación —responde abrumada.

—No importa, el grano podríamos conseguirlo en muchas


partes, incluso he contactado con un amigo que es
barista que nos ayudará a patentar la receta, ya que será
a base de sus instrucciones —informa Andrés
emocionado.

Matteo al ver que poco se les informa decide intervenir.

—La intención es que ustedes y nosotros seamos socios


en este negocio, con la receta de Tita, la mano de obra
de todos nosotros podríamos sacar el proyecto adelante
—afirma él con entusiasmo—. Es una idea, aun, hay
muchas cosas que se deben hacer, como bien dijo mi
hermano, Tita debe patentar su receta para que sea solo
de ella y por supuesto que obtendrá ganancias de eso.

—¿Ganancias, por una receta que bien puede hacer Zil o


Lucía, o Memo y Fer? —pregunta incrédula—. Si quieren
yo misma les enseño, no es nada del otro mundo.

—No Tita, tu receta es única, bien nos enseñaste, pero a


ninguno de nosotros no sale tan buena como a ti —
recalca Zil.

Don Memo ansioso se levanta y se pone de pie junto al


sofá, aturdido por la idea. Que, aunque parece buena es
mucho trabajo por delante.

—A ver, esperen —dice él ante la pregunta del millón—.


Por lo que he entendido, sería patentar la receta de mi
madre, de ahí producir un café soluble me imagino y
distribuirlo al por mayor en los negocios ¿es así?
—Efectivamente —concuerda Andrés—. Y seríamos
socios —remarca esa parte del plan.

—¿Socios? —inquiere también incrédulo—. Mira,


muchacho, la idea es muy buena, pero más allá de la
receta, no creo que haya algo en lo que podamos ayudar.
Quizás si mi madre accede, y ustedes quieren emprender
el negocio y darle a ella su parte por eso, me alegraría
mucho. Pero, siendo sincero, no creo que podamos ser
socios, no tenemos un capital que aportar a la empresa,
más allá de ser empleados y apoyar con nuestra mano de
obra.

Zil al oír a su padre le remueve el pensamiento y el


corazón, sabe que las intenciones de ellos son buenas y
en parte su progenitor tiene razón, no tienen un capital
para invertir en ello.

—Sabíamos qué dirían eso —afirma María a todos—. Por


eso, Tita será la socia mayor por parte de los García, al
proporcionar su receta obviamente patentada estará
poniendo uno de los recursos indispensables para poner
en marcha el negocio. Yo sé que lo que mis hijos les
piden es un salto de fe, pero yo no les pediré eso, yo les
pido que analicen esta idea. Sabemos que hay muchas
cosas por hacer, una proyección de negocio, estudios de
mercado, la patente, etc. Pero aun así piénsenlo, todos
ganarían, ustedes obtendrían un ingreso constante y
podrán establecerse como a ustedes mejor proyecten.

—Como dice mi madre, es cierto, es un salto de fe —


afirma Andrés—. Pero también quiero decirles que todo
estará notariado, que ustedes tendrán sus propios
abogados para que los asesoren y vele por su beneficio.
Es cierto que pondremos, Matteo, mi madre y su servidor,
el capital inicial, pero también, es un salto de fe para
nosotros, porque esperamos que ustedes acepten porque
de esta manera estarían asegurando un mejor futuro
para ustedes y los que vengan detrás.

Oír eso, a Tita le da un buen augurio. No son nada,


familiarmente hablando, pero ellos ya están proyectando
un negocio en donde puedan converger ambas familias.
Y, además, hablando del futuro de estas, como si en su
cabeza pensara en una vida con Zil.

—Sé que no estamos votando, pero mi voto es que sí —


exclama Tita poniéndose de pie—. No sé ustedes, pero
eso de que yo pueda ser socia de una empresa me gusta.
A mis setenta y cuatro años, nunca imaginé tal cosa. Así
que sí —luego voltea a ver a su único hijo y nuera
ignorando a Fer, Maggie y Zil—. Yo que ustedes me voy
del lado de los egresados del shark tank.

La sola mención de aquello hace reír a todos. Era ya bien


sabido, que desde que llegó a la ciudad, ella pasaba sus
tardes mirando la caja idiota.

—Algo bueno tenía que salir de mis tardes de


holgazanería, al menos ya tendré algo que hacer —dice a
todos.

—Entonces supongo que es un sí —murmura Lucía en


voz baja, más para su esposo que para todos.

Memo que aun reía de la ocurrencia de su madre, se


pone serio y se agacha para intercambiar unas palabras
con su amada. Cuando terminan de hablar, ambos se
toman la mano en señal de unidad.
—Bueno, mi madre, ya ha dicho que sí, pero sabemos
tanto Lucía como yo, que esto no sería así posible si no
fuera claro que hay un interés de por medio, que son
Andrés y Zil —el cambio de conversación pone a todos
muy serios—. Emprender una sociedad, nos parece muy
bonito, pero creemos que la principal motivación de esto
es nada menos que romántico y nos preocupa que si algo
no sale bien en su relación ¿cómo es que irá a concluir
esa sociedad?

Andrés hace un intento por intervenir, pero Don Memo le


detiene.

—Espera, Andrés —pide con cortesía el señor—.


Creemos en sus buenas intenciones, la idea nos encanta,
pero nos preocupa ese elefante en la habitación del que
nadie habla. Nuestros hijos fueron heridos, en caso de Zil
ya dos veces seguidas sin contar las anteriores, apenas
la vamos recuperando y aunque nos hubiera gustado
tener un poco de duelo por la pérdida de nuestros
poquísimos bienes, no la tuvimos porque para nosotros
siempre lo importante es seguir avanzando, seguir
creciendo. Ya les debemos mucho al habernos invitado a
sus vacaciones, luego con la construcción de nuestra
casa, después con traernos y prestarnos el departamento
y ahora esto... —Memo toma un respiro porque sabe que
no intenta herir los sentimientos de nadie, pero debe
decir lo que opina sino se pueden tomar malas
decisiones—. Creemos que ya ha sido suficiente, hemos
buscado una casa de renta, estamos en negociaciones y
esperamos que no lo tomen a mal. Estamos en deuda
con ustedes infinitamente, pero, somos personas sanas,
capacitadas para las labores y no queremos que piensen
que vamos a vivir de caridad. Sabemos que lo hacen de
corazón, pero también por que como ya dije, hay un
interés romántico.
La luces que me conmueven - Capítulo 44
Durante el trayecto a casa de Andrés que por el
momento habita Zil y su familia, este la interroga sobre
su estado de salud. Ha estado preocupado por la lenta
mejoría que lleva, y aunque sabe que son las
circunstancias que ha pasado no deja de quitarle
importancia.

—¿Segura que te has sentido bien? —pregunta de nuevo


cuando nota que duda.

—Sí, solo es que no he dormido lo suficiente y casi no me


da hambre —confiesa tranquilamente—. Pero ya estoy
aquí, espero poder descansar unos días antes de salir a
buscar trabajo.

—¿Trabajo? —pregunta confundido—. No creo que


después de todo lo que has pasado tengas qué, en todo
caso yo puedo apoyarte económicamente si lo necesitas.

Zil suelta un suspiro de resignación.


—Después de que mi padre y madre dijeran que todo lo
que haces es porque somos pareja, no creo que sea
conveniente —responde ella con tristeza ya que hay una
cosa que le ha estado rondando por la cabeza desde
hace tiempo—. ¿Realmente quieres ayudarnos a
emprender con ese negocio?

La pregunta que hace no le es indiferente a él, sabe que


es suscitada por las recientes circunstancias.

—Por supuesto, tú sabes que pensé en ello mucho antes


de que anduviésemos y aunque te lo conté nada más
ponernos de novios, no fue esa mi principal motivación —
vuelve a explicar con paciencia.

Para él le parece tan extraño que no le crean que


realmente quiere ayudar.

—Lo sé, solo que... —Zil decide guardar silencio mejor y


dirige su vista a la calle mientras él conduce.
La ciudad yace bajo una llovizna ligera que no hace más
que decaer más el ánimo en ella. Recuerda los árboles y
pinos rodeando su casa, que, aunque oculta entre ellos,
era algo muy preciado para toda su familia y ella.

—Dime... si no me dices lo que sientes no puedo hacer


nada al respecto —dice él intentando que ella exponga
sus emociones.

—No tuve oportunidad de extrañar mi casa, de ver si


quedó algo de ella o si quiera tiempo de recuperarme
completamente de todo —expresa sofocada por todas las
circunstancias—. A penas había salido de un ataque
cuando llegaba otro, luego, uno más y la destrucción de
lo que creí un nuevo inicio... He perdido todo, mi
dignidad, mi autoestima, mis pocas pertenencias, mi
salud... todo, excepto a mi hija. Si no fuera porque aún la
tengo, no sé qué sería de mí.

Algunas lágrimas corren por sus mejillas y él se percata.


Extiende su mano para tomar la de ella en solidaridad y
esta se la da, pero no con el cariño que él pensaba que
tendría.
—También me tienes a mí —asegura él con confianza—.
Estoy para apoyarte, Zil.

Ella escucha esas palabras, pero lejos de reconfortarla, le


dan tristeza. Dicen entre las personas un dicho popular
que en los último día ha rondado con más ahínco la
mente de la joven. Aunque dicha frase es usada con total
libertad ella teme mencionarla siquiera, pero es lo más
cercano que se asemeja a su realidad.

Durante el resto del trayecto, ninguno dice nada, pero los


pensamientos fluyen en sus mentes como aguas turbias.
La niña se ha dormido, pues tal como Zil lo mencionó,
ella está también cansada. Cuando llegan al
departamento y aunque Andrés se ofrece, es la madre de
la pequeña quien la carga en brazos y la lleva hasta la
cama para que esta duerma placenteramente.

Andrés espera a Zil en la sala mientras tanto,


internamente tiene un dialogo que ha preparado para
ella. Al momento que ella sale, él se da cuenta que está
llorando y se levanta para intentar abrazarla, pero lo
detiene y se aleja de él para sentarse en el sillón más
alejado de todos.

—Dime que hice —pide él preocupado, nunca han tenido


una pelea como novios, y aun así sabe que esto no es
normal y tampoco una pelea, ella está distante—. Se
acerca a ella, pero una vez más ella lo detiene.

—Espera, por favor —Zil se limpia las lágrimas y lo


encara—. He estado pensando esto desde hace un
tiempo, y digo que es inútil postergar lo inevitable.

—¿Qué? ¿a qué te refieres? —pregunta él con una


punzada en su alma y estómago.

Ella toma aire como quien intenta beber valor de este.

—Intenté por semanas respetar que no me respondieras,


intenté creer que era por que estabas mal de salud, que
quizás habías decidido que lo que sentías por mí no era
suficiente —explica inicialmente y aunque él intenta
interrumpirla ella le pide que guarde silencio y la deje
terminar—. Pero ayer que volví, que te ví sano, fuerte, y
que, aunque emocionado por verme o eso creo, no fue
suficiente. Una vez más te dije te amo, y créeme, no
estoy presionando para que me lo digas. No quiero un te
amo lleno de falsedad. Pero lo dije, y tú dijiste que me
quieres en tu vida... pero no quiero ser tu "peor es nada",
no quiero ser tu paño de lágrimas, ni tu clavo que saca
otro clavo. No quiero ser el plato de segunda mesa y
tampoco quiero "te quiero forzados" porque en realidad
lo que sientes es agradecimiento. De lo contrario,
hubieras respondido cada maldita llamada que te hice,
porque mientras yo perdí mi hogar, a mi familia y mi
salud, esperaba hablar contigo, pero ahora me doy
cuenta que no soy, y nunca seré suficiente. Y si quieres
ayudar a mi familia, hazlo, pero a mí no me metas en la
ecuación.

—¿Estás terminando esto? —señala Andrés a ambos,


con un nudo en la garganta.

—Yo no, tú lo hiciste, cuando decidiste que yo no era


digna de tu tiempo —explica poniéndose de pie—.
Gracias por todo, Andrés.
Zil, casi que corre a la habitación en donde alguna vez
dormía este y se encierra en ella. No quiere verlo, siente
el corazón que se le resquebraja, pero si después de
haber puesto su vida en riesgo por él y este no se ha
dignado en coger una llamada, para ella es una prueba
suficiente que lo que él siente por ella nunca será
trascendente. Y eso es lo que ella quiere y necesita, un
hombre que la vea como la primera luz de la mañana y la
primera estrella de la noche, tal como ella lo ve a él. Pero
ahora entiende que será imposible, o al menos eso es lo
que ella cree.

Es llegado el atardecer cuando los García llegan a casa


de Zil, pero es Tita quien se da cuenta de que algo ha
pasado cuando la encuentra toda hinchada del rostro de
tanto llorar.

—¿Qué pasó? —pregunta asustada y Zil la abraza con


fuerza desahogándose con su abuela.

Tita no dice nada, sabe que decirle que se tranquilice


solo empeorará las cosas. Cuando esté lista ella hablará.
Y así es, al cabo de unos minutos toma aire y le cuenta a
su Tita lo sucedido.
—Ay mi niña, como lamento que pasara esto... —dice
abrazándola.

Zil yace recargada en el hombro de su abuela mientras


esta acaricia su cabello.

—No tenía opción, Tita. Sé que él no me quiere, incluso


siento que soy algún tipo de caridad a la que él piensa
que debe ayudar solo por qué se siente comprometido —
dice suspirando con lágrimas en los ojos—. Al inicio no lo
noté, estaba ilusionada, estaba tonta... me cegué por la
ilusión del primer amor. Pero cuando me fui su
indiferencia fue clara y no ha hecho más que
comprobármelo cuando mi padre habló con él sobre lo
nuestro.

—Pero si no ha dicho nada malo —aclara la abuela a su


nieta—. No pensé que algo de lo que dijo te molestara.

Zil traga ya con la boca seca y aprieta los labios.


La luces que me conmueven - Capítulo 45
Una semana había pasado desde la propuesta que
hicieron a los García. Fer y Matteo se habían hecho
amigos y se mensajeaban constantemente analizando la
situación entre las familias. Los García, habían decidido
que Zil había pasado por mucho y que no iban agobiarla
más preguntándole por su rompimiento con Andrés. Ella
les explicó lo necesario y no se dijo más, al menos frente
a ella.

Al ver la situación, pensaron que Andrés retiraría su


apoyo, fue en ese momento en el que Fer le avisó a
Matteo e intervinieron.

Don Memo había recibido la llamada de parte del menor


de los Di Rosa para verse y había aceptado. Esa noche
irían a cenar y aunque le comentó a la familia, por no
saber si eso molestaría a su hija decidió avisarle a lo
último, minutos antes de salir a tomar el taxi en realidad.

Zil había estado recorriendo la ciudad buscando centros


de terapia para niños con autismo y espectro autista.
También, se la pasó haciendo trámites para recuperar su
identificación personal, así como las actas de nacimiento
de ella y su hija. Los demás ya habían recuperado sus
papeles, mientras ella no estuvo.

No dijo nada cuando vio salir a su padre, listo para su


cita de negocios con Andrés. Le dolía que él no la hubiera
buscado para hablar o aclarar, pero igual eso comprueba
que a él no le interesaba la relación. O al menos eso es lo
que ella piensa.

Después de un largo día ella se va a dormir, con la


esperanza de volver a soñar con el hombre de sus
sueños, como en los anteriores días.

Don Memo, llega al restaurante acordado y entra. Andrés


lo divisa y este se acerca hasta la mesa que reservó.

—Me da gusto verlo —saluda a su ex suegro estrechando


su mano.

—A mí también muchacho —responde él mientras se


sienta frente al hombre joven—. ¿Cómo está tu madre?
—Bien, envía sus saludos —recuerda y llama al mesero
con una señal de su mano.

Cuando el joven mesero llega este les ofrece bebidas.


Don Memo que no acostumbra a pedir vinos, solo pide
una cerveza oscura y Andrés, por el contrario, solo pide
un agua gasificada.

—¿Cómo esta ella? —pregunta tomando por sorpresa a


Memo.

—Quizás, deberías hablar con ella —concluye este, pues,


aunque no se quiere meter le duele ver a su hija así.

—Solo quiero darle su espacio —explica él—. Por eso es


que le pedí que viniera, no sé si ella les contó o no, pero
una de las cosas por las que influyeron para que
terminara conmigo fue lo de la compañía.

—No entiendo —se sincera poniendo las manos frente a


él—. ¿Le molesto tu ofrecimiento?
—No, en realidad fue lo que usted dijo y ella concluyó
que así era, que todo lo que yo hacía lo hacía solo por
quedar bien con ella y no por que tuviera un interés real
en apoyarlo. El que usted dijera lo mismo en la reunión
solo empeoró las cosas —confiesa con la mejor calma
posible, tratando de que no sonara mal.

Don Memo se asombra y en cuanto el mesero se acerca


con las bebidas, casi que le arrebata la cerveza y bebe de
ella.

—Lo lamento, muchacho —dice sinceramente—. Solo era


algo que se nos vino a la mente, en verdad no queríamos
que las cosas terminaran así, ¿si sabes? Ella se veía feliz
contigo y la felicidad de nuestros hijos es nuestra
prioridad.

—Entiendo, Don Memo, pero, la verdad es que es cierto,


les hemos apoyado no solo porque los estimemos, por
supuesto que lo hago porque quiero verla a ella feliz;
pero he entendido que todos ustedes vienen como en un
paquete y no me molesta, al contrario, mi familia y yo les
hemos tomado un cariño muy especial a todos, incluso
me he enterado que Fer y Matteo ahora son amigos —
responde con certeza.

En él no hay un ápice de rencor, quizás se siente un poco


dolido, Solo eso.

—Eso nos hemos dado cuenta, y me alegra, Fer no tenía


amigos más allá de Maggie —informa con melancolía, su
hijo siempre fue de mucha ayuda para todos—. Desde lo
de Zil, se ha dedicado en cuerpo y alma a cuidarla
cuando no estábamos, y luego ayudándome a trabajar.

—Todo eso, Don Memo es lo que me asombra de


ustedes, y por eso es que les ofrecí esa oportunidad de
negocio —comienza su charla de convencimiento—. Son
personas trabajadoras, honestas y de buen corazón.
Quizás no tienen el capital, pero yo puedo apoyar con
eso. Ahora que Zil ha dejado lo nuestro no tiene motivo
para creer que lo hago por interés, como ella piensa.

Don Memo lo escucha atentamente, aunque no le gusta


mucho lo último que ha dicho.
—Preferiría que arreglaras las cosas con ella, antes que
comenzar algún negocio con nosotros —aclara.

—Imposible, ella lo dejó en claro, pero miré —explica


sacando una carpeta de un maletín que ahora Don Memo
no había visto en la silla de un lado. Andrés la abre y le
muestra unas estadísticas—. Estamos a buen momento
de poner en marcha esto, si les interesa, adelante, si no,
entenderé y no volveré a molestarlos. En cuanto a lo de
Zil, que le dé su espacio no significa que me aleje de ella.
Solo buscaré una forma de que me perdone y de
solucionar lo nuestro, pero como ella quiso, no quiero
incluirla en esa ecuación, no por el momento.

Memo que estaba un poco escéptico con la propuesta


mira la información en la carpeta y también comprueba
todo cuanto su ex yerno le ha dicho sobre su hija.

—¿En verdad la quieres? —pregunta solo por confirmar.

Andrés mira a la persona que le salvó la vida y también


que le ha dado un motivo para vivir, con sinceridad y
certeza responde.
—La amo.

—Entonces, trato hecho, para mí eso es suficiente, solo


busca la manera de que ella lo sepa —aclara al objeto de
amor de su hija.

—Lo haré, se lo aseguro.

La relación de Fer con Maggie iba de lo mejor, pues a


pesar de que la forma en que él le pidió que fueran
novios no era la más romántica ni la más original, ambos
estaban comprometidos con la relación y se amaban
profundamente.

Esta había iniciado como la de muchos, siendo amigos.


Durante mucho tiempo, ella había esperado que él se
declarase, pero también sabía que sus múltiples
actividades y luego su tiempo de trabajo fuera de la zona
le impedían una relación estable.
Por las noches, cuando acababa sus labores con su
padre, iba hasta dónde ella para platicar. A veces solía
comprarle algún chocolate e incluso la invitaba a cenar
con Doña Tere por unos tacos de asada. Esto cuando le
iba bien en el negocio. Disfrutaban el tiempo charlando,
riendo y bromeando.

Fer sabía que a veces ella se sentía sola, pues solo tenía
a su madre y hermana que vivían en los Estados Unidos.
Eso le motivaba a buscarla y llevarla a su casa, para que
fuera amiga de su hermana. Aunque Zil vivía en su
mundo, siempre trataba de tener un tema de charla para
con su futura cuñada.

Desde que los García se mudaron de ciudad, Maggie


resintió su ausencia. Especialmente la de su novio, al
que, aunque le había dicho que lo extrañaba, tratada de
no hacerlo muy seguido para no meterle presión. Todo lo
contrario, buscó la manera de mudarse también donde
ellos, pero desafortunadamente el cambio no se lo harían
de inmediato.

La distancia no hacía mella en ellos pues, aunque eran


jóvenes, y Fer de carácter bromista y afable, se distinguía
por ser un hombre de sentimientos sensatos y madurez
para dirigirse en su vida. Siempre veía por su familia y
cuidaba de ellos. Sabía que su padre, aunque del mismo
temperamento y carácter que él, ya había sufrido mucho
en su vida y no quería que le diera un infarto o algo peor
de tanta angustia.

Maggie había adelantado ya todas sus vacaciones del


año para estar lleno donde los García. Estas eran las
últimas y aunque le preocupaba como es que se verían,
Fer prometía ir a visitarla a la brevedad posible. Esa
noche, mientras Don Memo cenaba con Andrés, ella se
había quedado para hacerle compañía a Zil, sin embargo,
esta se había encerrado a dormir.

Fer que no quiso desaprovechar la ocasión la invitó a


cenar a una pequeño restaurante de comida oriental.
Mientras cenan él se confiesa.

—La verdad es que no quiero que te vayas mañana —


expresa con sinceridad—. Sé que debes hacerlo, pero me
gustaría que sea la última vez que te marches.
—¿Ah que te refieres? ¿Es un ultimátum o algo? ¿Estas
terminándome también? —pregunta Maggie sin entender
mucho de lo que habla Fer.

Nerviosa se reacomoda la blusa floreada de tirantes,


pues, aunque no se le caen estos en los hombros, se los
pasa por los dedos una y otra vez.

—Es que no sé cómo decirte... hemos estado juntos y no


juntos por años, te conozco desde hace como tres y mis
sentimientos hacía ti nunca han sido un secreto —
confiesa él, un poco envalentonado por qué siente que se
le agota el tiempo con ella, luego de ver que su hermana
terminó con el que posiblemente sería el amor de su
vida, no quiere que le pase igual con Maggie—. Digo, que
te quedes, sé que dijiste que no querías casarte, pero ¿y
si nos vamos a vivir juntos?

Fer extiende su mano y toma la de ella con seguridad,


Maggie le da un ligero apretón pues le sorprende la
propuesta, pero le encanta.
—Eso me gustaría más que nada, sin embargo, aún no sé
cuándo me darán el cambio... —le recuerda—. Dijo mi
jefe que podría ser en una semana o dos, de un mes a
seis. Realmente en estos casos no se sabe.

—Lo sé, pero no quiero que te marches creyendo que por


no vernos esto puede terminar, no puedo irme de acá,
pero quiero que sepas que tienes un lugar muy
asegurado en mi corazón y de que yo no espero una
relación para «ver qué pasa». Yo quiero algo en serio
contigo, ya sea casados o no, pero con un para siempre
¿Entiendes eso? ¿Entiendes que te amo más que a nada
y te estaré esperando para cuando sea el momento?

Fer nunca había hablado con tanta emoción en su vida, y


eso conmovía a Maggie quien llorando decía que sí
entendía.

—Claro que también quiero algo formal contigo, en su


momento, también te amo, Fer —responde con una clara
emoción en su voz—. Solo quiero aclararte una cosa.

—Dime —pide con clara curiosidad por lo que va a decir.


—Yo nunca dije que no quería casarme, dije que no
quería equivocarme el casarme. Me refiero hacerlo con la
persona equivocada, quiero estar segura de que esa
persona es la elegida —aclara haciendo que Fer se
sonroje.

Él quiere ser esa persona, es claro que es lo que más


desea. Esta nueva revelación le da una pauta para lo que
debe hacer. Sonríe a Maggie y con una autentica maña
cambia la conversación. El resto de la velada bromean y
platican sobre el porvenir de la familia, lo que sí es que
ambos desean dos cosas, no separarse y que Zil y
Andrés vuelva a estar juntos.
La luces que me conmueven - Capítulo 46
Zil no habló con su padre sobre su cena con Andrés,
aunque la curiosidad le picaba, lo soportó. Había
decidido dos cosas, la primera que era buscar un trabajo
y la segunda un centro donde su hija pudiera ir a terapia,
pues, aunque no fuera autista, tenía Asperger y era
necesaria la terapia para su desarrollo cognitivo.

Había buscado en el teléfono que tenía la familia los


centros más cercanos al lugar en donde vivían, pero
también había una cosa que le rondaba la cabeza, irse a
vivir con su hija aparte. Desde que se tuvo que ocultar y
aunque extrañaba a los suyos, el vivir sola con su hija fue
algo que le cruzó por la mente, y ahora que su familia ha
estado buscando departamentos o casas para salirse de
la de Andrés, ese pensamiento ha tomado mayor fuerza.

Estaría atenta a su tita y sus padres en caso de que la


necesitaran, en dado caso de que, si se mudara sola, y
además sabe que está Fer con ellos lo que le da calma.
Sin embargo, ella ignora los planes de Fer y por supuesto
los de su familia.
Dejando a Itzia con Tita, sale antes que los demás para
recorrer la ciudad, solo trae cien pesos mexicanos para
los pasajes y espera que eso sea suficiente para los
pasajes. Mientras va preguntando a las personas sobre
que ruta tomar y dónde bajarse es que llega a su primer
destino, no muy lejos de dónde viven actualmente.

El centro de terapia se nota muy ostentoso, pero aguarda


la esperanza de que haya un tipo de financiamiento o
bien que en realidad los costos no sean muy elevados. El
lugar con unas amplias puertas de cristal, tiene un
amplio recibidor con algunas mesitas infantiles donde
yacen algunos niños con sus madres. Al fondo de la
habitación yace un escritorio donde una mujer atareada
con algunos papeles se nota que busca algo.

—Hola, buenos días —saluda sorprendido a la mujer en


cuestión que viste un traje quirúrgico con figuras de
gatitos—. Perdón por asustarte.

—Hola, no, no te preocupes ¿también tienes cita? —


pregunta la mujer de mediana edad mientras busca algo
alrededor de Zil, ella piensa que quizás a un infante.
—No, solo venía a pedir informes —aclara a lo que la
mujer responde con una sensación de alivio.

—Menos mal, no sé qué haría si alguien más viene


diciendo que tienen terapia y sin que tengamos espacio
—dice mientras sigue buscando algo en el escritorio que
yace lleno de papelería—. Ya tenemos dos días así, la
anterior asistente se marchó y dejó un lío con las citas.
Ya pusimos un anuncio buscando una nueva asistente y
aun nadie llama.

Es como si el cielo se iluminara con una señal divina.

—¿Asistente? Yo... yo soy nueva en la ciudad y también


recién he comenzado a buscar trabajo... —menciona por
casualidad a ver si le interesa a la mujer, la cual al oírla
se le ilumina el rostro.

—¿Has trabajado anteriormente como recepcionista? —


inquiere a lo que Zil niega con la cabeza—. Bueno, no es
nada de otro mundo, solo es agendar a las personas
dependiendo el día que corresponda el tipo de terapia y
confirmar citas. Atenderlas en cuando llegan mientras los
terapeutas salen a mencionarles. ¿Aceptas?

Zil que duda un segundo puesto que no le ha hablado ni


de la paga ni de los días de trabajo u horario, teme
preguntar y perderse esa oportunidad.

—Descanso es sábado en la tarde y domingo, la paga


son 4,500 semanales, horario de 8 a 3, y sábados de 8 a 1
¿Está bien? —responde rápido la mujer que yace
desesperada por el caos frente a ella.

—Acepto —responde Zil emocionada—. Solo dígame por


dónde empiezo.

—¿Hoy? ¿Estas dispuesta a quedarte? —pregunta la


mujer sorprendida y Zil asiente con la cabeza—. Vale,
genial entonces, deja le habló a una de las terapeutas
para que te explique un poco sobre este caos, ah y si
encuentras una agenda rosa me lo haces saber, que
tengo rato buscándola.
Zil sonríe emocionada, ojalá así de fácil fuera encontrar
trabajo de dónde viene y tan bien pagado. La mujer
comienza a retirarse, pero en eso se regresa.

—Soy Martha, por cierto —saluda extendiendo su


mano—. ¿Tú nombre es?

—Mucho gusto, soy Zil —responde con una amplia


sonrisa mientras también saluda con la mano a la mujer
en cuestión

—Bienvenida a la Casita Azul, Zil —dice esta y se marcha


dejando a la joven con el caos sobre la mesa.

Zil que es muy buena limpiando, comienza a acomodar la


papelería. Al cabo de unos minutos sale una mujer en
sus treintas llamada Chayito, se presenta con ella y luego
de un poco de charla informal le comienza a explicar más
explícitamente sus funciones.

—¿Crees que pueda usar el teléfono para hacer una


llamada a casa? —pregunta con timidez a la Chayito.
—Por supuesto, todas las que quieras —dice
sinceramente—. Te darás cuenta que no te vamos a
molestar mucho excepto para saber la agenda de cada
uno. Por ejemplo, hoy al finalizar cada quien sus terapias
se acerca contigo solo para confirmar las del día
siguiente y cuantas son, a qué hora llegaremos o si no
tenemos.

—De acuerdo, espero no defraudarlos —remarca en voz


alta lo que en su pensamiento resuena.

Chayito le regala una sonrisa afable y se nota que es una


mujer muy simpática, con sus ojos grandes y nariz
respingada que solo hacen que estos resalten más.

—Me dijo Martha que venías a pedir información ¿Es


para alguien en particular? —pregunta con curiosidad.

—Sí, sobre eso, es para mi hija, ella tiene cuatro debería


entrar este agosto a preescolar, pero quiero traerla a
terapias.
—¿Qué diagnóstico tiene?

—Tiene Síndrome de Asperger —responde con pena,


aunque ha luchado por darle una vida digna a su hija le
duele que no pueda vivir su niñez como cualquier niño.

—Vale, mañana trae todo los papeles que tengas al


respecto, estudios, diagnósticos, todo y ya vemos que
hacemos ¿de acuerdo? —pregunta Chayito con un
sincero anhelo de poder ayudar a la joven que se nota es
de bajas condiciones económicas.

Pues, aunque viene presentable, su vestimenta no refleja


al tipo de personas que están acostumbrados a ver en
esa parte de la ciudad, más al ser la zona metropolitana.

—Imposible —dice Zil cuando se le quiebra la voz.


Chayito frunce el ceño y ladea un poco la cabeza con
curiosidad. La pregunta yace en el aire, un «¿Por qué?»
inaudible—. Somos de la sierra, nuestra casa se quemó,
perdimos todo y bueno, recién hemos comenzado de
nuevo aquí.
Oír aquella verdad en voz alta no hace que duela menos,
recordar que dejó atrás su pedazo de bosque, de hogar
de hermosas vivencias y sí también de las trágicas pero
que al final de cuentas conformaban un todo. Un pedazo
de ella.

—No te preocupes, ahora tengo que entrar, pero más


tarde hablamos ¿Sí? —Zil asiente con la cabeza—.
Cualquier cosa solo entra y me llamas.

—De acuerdo —dice para volver su atención a la agenda


frente a ella.

Chayito entra la puerta de madera junto a recepción


dejando a la joven en su nuevo trabajo. Al cabo de un par
de horas, cuando la recepción está sola, ella aprovecha y
llama al teléfono que tienen en la casa, Tita responde.

—¿Bueno? —pregunta Tita sin saber quién le estará


llamando.
—Abuela, soy Zil —avisa a través del auricular.

—Ay niña, que bueno que llamas ¿qué tal todo? —


pregunta como si tuviera mucho sin hablar con ella.

—Bien abuela, encontré trabajo y solo hablo para


avisarte que salgo a las tres —informa emocionada—.
¿Cómo está la niña?
La luces que me conmueven - Capítulo 47
Zil sintió que todas sus emociones resurgían, le
emocionaba verlo, pero también, se sentía nerviosa
cuando al bajarse del auto y pararse frente a ella casi
que lo abraza. Su instinto le pedía que lo hiciera, pero su
conciencia se lo impedía. Andrés había recibido la
llamada de parte de su hermano, Fer le había avisado
con la única intención de preguntarle que ruta le podía
dejar ahí cerca o bien si le recomendaba un sitio de taxis
cercano.

Ellos no estaban familiarizados con los servicios de Uber,


Didi o parecidos, así que les era más fácil pedir un
servicio de taxi. Aunque nunca los habían usado en su
pueblo, Fer si los había usado en Durango.
Afortunadamente ellos contaban con su antigua
camionetita, que, aunque era un modelo Datsun de 1982.
Muy "cueruda" como solían decirle, dando a entender
que aguantaba el ritmo de trabajo durante años.

Fer nunca se imaginó que Matteo le diría que ellos


(refiriéndose a él y Andrés), irían por Zil ya que no estaba
en una zona muy buena que digamos. Fer se asustó y
aunque le hubiera gustado acompañarlos, sabía que no
debía. Quizás Matteo ni siquiera lo iba acompañar, era
una buena oportunidad para que esos dos hablaran. Y así
fue, nada más recibir la llamada de su hermano, Andrés
se subió a su auto pasándose algunas luces rojas para
llegar lo antes posible donde su ahora ex novia.

Al verla sintió alivio, estaba bien, al menos no estaba


sola. Sin embargo, al irse acercando se dio cuenta de que
la persona con la que estaba acompañada no era una
muy protectora compañía.

—¿Estás bien? —pregunta nada más bajarse y al igual


que ella casi abrazarla. Levanta su brazo para quitar un
mechón de cabello sobre el rostro de ella, pero se
detiene en el momento.

—Sí ¿qué haces aquí? —pregunta al pensar que sería su


hermano el que venía—. Fer no ha de tardar en llegar —
explica antes de que él diga algo más.

—Buenas noches —saluda él a la chica que yace ahora


con la boca abierta al ver lo apuesto que es.
—Buenas noches... —responde ella sin despegar la vista
de su silueta.

Zil no pasa desapercibida la acción de la chica y sabe


que le ha gustado su ex novio... «Ojalá ella encontrase un
día el amor y saliera de esa situación tan nefasta» piensa
ella mientras regresa su atención a el hombre frente a
ella.

—Fer nos avisó, quería saber que ruta tomar o como


podía venir hasta acá, pero tardaría al menos una hora el
llegar... —explica mirando frente a frente a la mujer que
le arrobado el sueño, el aliento y que provoca todas las
ganas de besarla—. Espero no te haya molestado que yo
viniese por ti, solo quería que estuvieras segura.

Zil aprieta los labios, solo para asegurarse de no sonreír


estúpidamente. Se siente de vuelta una mujer
enamorada, mejor dicho, recuerda lo que es estar
enamorada. Ese hormigueo, esas ganas de estar junto a
él, de que la abrace, de que la bese y por supuesto de
compartir el tiempo.
—Está bien, en realidad estaba preocupada cuando se
hizo de noche —se sincera ante él—. Muchas gracias,
Lily, por permitirme hacer esa llamada y por quedarte a
esperar conmigo.

Zil se acerca para abrazarla cariñosamente y la chica se


sobresalta ante lo expresivo de la acción. No era una
mujer a la que precisamente le dieran cariño.

—De nada... —menciona antes de que Zil se aleje con un


nudo en la garganta.

Piensa en alguna forma en la que pueda ayudarla para


que salga adelante y no tenga que recurrir al oficio
antiguo. La chica se aleja en cuanto la joven suelta el
abrazo.

—Me tengo que ir, ya sabes, si te vuelves a perder, no


dudes en llegar —asegura y le lanza un beso mientras se
aleja toda prisa hacía la esquina que antes había
señalado como su lugar de trabajo.
—¿Vamos? —pregunta Andrés a Zil y esta dice que si
con la cabeza.

Ambos caminan hasta la puerta del copiloto y él la abre


para ella. La joven entra y se acomoda en el asiento
poniéndose el cinturón de seguridad. En cuestión de
segundos, Andrés se sienta a su lado y la imita para
luego encender el coche.

—¿Segura que estas bien? —pregunta él nada más


comienza a conducir.

—Sí, no te preocupes —responde ella.

La tensión en el ambiente es palpable, ambos tienen


cosas que decir, pero ninguno se sincera realmente.
Mentalmente, él ha repasado un dialogo mientras iba a
buscarla. Sin embargo, nada salió como esperaba. Por su
lado, Zil estaba sorprendida al verlo, esperaba a Fer no a
él y aunque la emociona, también la incómoda.
—¿Quieres contarme como es que has venido a parar
hasta acá? —inquiere curioso y con una buena pizca de
humor para aligerar la conversación.

—Salí del trabajo y no sé, solo pensé que el camión que


había tomado me regresaría a casa, pero no ha sido así.
El chofer me dio instrucciones de dónde tomarlo cuando
llegamos aquí, pero me he perdido... caminé mucho y
pedí a personas que me prestaran un teléfono, pero no
querían, yo...—Zil comienza a llorar, estaba muy asustada
pues no encontraba quien le ayudara, y también al
hallarse en un lugar tan alejado de lo que ella conocía y
no se diga de la zona.

Andrés sale a una de las avenidas principales justo


cuando ella comienza a llorar, así que se estaciona bajo
un farol y se quita el cinturón para abrazarla. Aunque en
primer momento a ella le parece extraña la acción, se
deja abrazar. Realmente necesita ese abrazo, aunque por
dentro ella sabe lo que en verdad necesita es a él.

—Ya estas a salvo, ya estas segura —asegura él,


frotándole los hombros.
Zil sorbe intentando recomponerse, pero el llanto le gana
y vuelve a llorar. Andrés le desabrocha el cinturón
permitiendo que ella se mueva con mejor libertad. Con
una habilidad asombrosa hace su asiento hacia atrás
para así moverse y dejar espacio para que ella pase a su
lado. El corazón de ambos se acelera, pueden sentir los
golpeteos de este en su pecho. El pulso se incrementaba
y con ello las ganas de besarse, de sentir que sus
corazones palpitaban a la par.

Con una suave parsimonia Zil se desliza de su asiento


hasta el de Andrés, sentándose sobre él. Ambos
escondiendo el rostro uno del otro en sus cuellos, oliendo
sus perfumes, sintiéndose, reconociendo que no son más
que dos humanos que aman a pesar de todo lo que ha
pasado. Que son más que seres que han encontrado en
el otro la forma más pura de afecto, de cariño, de
respeto.

Ahora no es Zil quien llora, es Andrés quien de sus


cuencas corren las cristalinas aguas salinas de un llanto.
No tiene que ser exagerado, tiene que ser conmovedor.
Porque la espera, aunque corta por volver a estar en los
brazos de la mujer que ama.

Ambos ya han sufrido lo suficiente para mantenerse


alejados uno del otro, se necesitan no solo porque es el
derecho que se han ganado tras haber sufrido tanto, sino
porque uno a otro se complementan en fortaleza, en
virtud de la alegría que tanto anhelaron, en el asiduo
palpitar de una alma que reclama la suya como su igual,
no como su propiedad.

No saben cuánto tiempo pasa mientras permanecen


abrazados. Andrés siente que debe confesarse con ella y
decirle todo para quitar de en medio todas las
malinterpretaciones que han sucedido. Sabe que cometió
un error, al no decirle porque es que no respondía sus
llamadas, que da como consecuencia que se alejara o al
menos eso es lo que parece.

Zil por su parte se siente dolida, se siente angustiada y


se siente preocupada de que ella no vaya a ser suficiente
para el estatus de vida que Andrés tiene. Si un día le
señalan por estar con una mujer de muy bajos recursos o
a ella por no estar a la altura del estatus económico en el
que él se encuentra, no quiere que le tachen de
oportunista o interesada.
La luces que me conmueven - Capítulo 48
El camino de regreso a casa de los García fue de una
charla amena, Zil se dedicó a contarle sobre su nuevo
empleo y de la posibilidad de que le den terapia a su hija
en ese lugar. Internamente, Andrés está muy feliz de que
ella este encontrando lo que necesita. Le hubiera
gustado ayudarla, pero sabe que ella siempre ha sido
independiente y quitarle esa autonomía es algo que la
orilló a que terminaran.

Había pedido que la sacará de la ecuación y era claro el


por qué.

—Me da mucho gusto que hayas conseguido un trabajo


—dice él tomando su mano a través de la palanca de
cambios.— Verás que le dan un espacio a Itzia, seguro se
los gana con su sonrisa y comentarios creativos.

Dicho esto, ella sonríe, espera que así sea.

—De cualquier manera, no quiero que te preocupes en


caso de que ocupes hacerle estudios y estos tengan un
costo. Sé que no deseas sentirte que te mantengo o algo
así, y si realmente lo necesitas, para que no te sientas
incomoda puedo prestarte y ya luego me pagas ¿está
bien? —pregunta él mientras sigue manejando.

—Está bien, esa idea me gusta más y no es que sienta


que me mantienes, es que así es. Ya nos prestaste tu
casa, y luego también estas ayudando a mis padres con
lo del negocio... no quiero que piensen o que crean que
nos estamos aprovechando de ti o tu familia. No quiero
que las personas nos vean como oportunistas o a mí
como interesada —expresa con firmeza los pensamientos
que le carcomían por tanto tiempo.

Andrés la comprende, pero no está de acuerdo con que le


importe lo que las personas digan.

—Las opiniones de las personas son importantes en


relación al valor que le damos, en cuanto más valor
tengan para ti, más importantes serán —medita él en voz
alta, algo que había aprendido hace tiempo—. No puedes
dejar que la opinión de personas que no son las que te
aman importe más de aquellas de las que te aman con su
alma entera.
Zil había vivido una vida en parte mediática cuando se
supo que había sobrevivido al ataque sexual de tres
hombres del ejército. Por meses, los reporteros
estuvieron acampando cerca de su hogar, le seguían
durante todo el proceso judicial que llevó.

Había sido una tortura por meses, ser el centro de


atención, y también la comidilla de las personas. A la
mala, había aprendido a que la opinión de las personas
tienen un peso, más cuando estas tienen que juzgarte
por lo que eres, por lo que te pasó y por lo que se espera
de ti.

Sin embargo, tenía Andrés razón en algo, si bien tienen


un peso, no se puede permitir que sean más importantes
que la opinión de las personas que le aman. Las palabras
resonaban como una revelación para ella, que ahora lo
toma desde otra perspectiva.

—Gracias, tienes razón... sé que no debe importarme,


solo trataré de ir cambiando eso. Mientras tanto, sé que
no será fácil, pero hay cambios que quiero hacer —
razona en voz alta algo que venía meditando en su
corazón.

—Cuéntame, sabes que cuentas con todo mi apoyo,


siempre —ratifica él en voz alta.

—Quizás no sea el momento más adecuado para


decírtelo, pero, mi familia está buscando otro lugar para
mudarse y bueno, este tiempo que estuve sola con Itzia y
aunque estuvimos en compañía de otra familia me gustó
probar que estuviéramos solas —expresa emocionada
con la idea que planteará—. Nunca habíamos tenido esa
conexión, madre e hija. Siempre he tenido el apoyo y
compañía de mi familia, y para nosotras fue muy duro
estar sin ellos, pero nos conectamos... no quiero perder
eso. Quisiera irme a vivir solo ella y yo, y ahora que
conseguí este trabajo y con ese sueldo, creo que podría
pagar una guardería y rentar algún cuarto o algo así...
solo es un idea.

Andrés la escucha muy emocionada, sabe que nunca ha


tenido una independencia total. Nunca ha podido
disfrutar de una vida normal, no ha tenido amigas con las
cuales pudiera salir a tomar un café o de una noche de
baile. Sabe por lo que le ha contado, que incluso nunca
tuvo una relación formal. Le fueron arrebatadas tantas
cosas y se ha dedicado al cien por ciento a su familia que
las cosas ordinarias han salido sobrando; sin embargo,
no porque sean ordinarias, no son importantes.

—Saben que se pueden quedar en mi departamento todo


cuanto quieran —aclara Andrés con preocupación—. Tu
padre recién ha aceptado la propuesta que les hice, y la
pondremos en marcha, están en su derecho de
marcharse cuando quieran, pero no me gustaría que sea
porque se sientan presionados.

—No es eso, solo quieren encontrar su propio lugar ya


sabes, les encantan los suburbios, la tranquilidad que
esto da —aclara.

—¿y a ti? —inquiere aparcando fuera del edificio de


varios pisos donde yace su departamento.

—¿Si me gustan los suburbios? Claro, estoy


acostumbrada, pero también estoy conociendo esto —
señala la ciudad que se expande frente a ella—. Me
gusta, y por eso es que quiero probar viviendo sola.

Andrés se queda pensativo un momento, ella lo necesita,


necesita su espacio, su conocimiento y exploración del
mundo que le rodea junto a su hija. Un mundo más allá
de un pueblito y sus paisajes. Él se quita el cinturón y
baja para abrir la puerta de Zil. Una vez de pie junto al
coche la abraza contra el auto, la envuelve en sus brazos.

Ambos pueden sentir la forma de sus cuerpos y lo único


que interviene es la ropa.

Él besa su frente con ternura y ella alza su rostro para


que la bese en los labios, este lo hace y aunque la idea
de estar ellos solos en una cama desnudos pasa por su
mente, la aparta para poner por prioridad lo importante.

—Adelante, si quieres mudarte, hazlo —dice acariciando


el rostro de su novia—. Te puedo ayudar buscando
departamentos accesibles a tu presupuesto, como tú lo
desees y si tu familia se marcha de acá, si tú quieres...
podrías quedarte aquí, yo te puedo prestar el
departamento.

—No —exclama rotundamente—. No me malentiendas,


quiero valerme por mí misma, dejar que me prestes tu
hogar, no sería justo para mi meta.

—Tienes razón, entonces ¿te puedo ayudar a buscar


algo? —inquiere besándola en los labios y ella dice que si
con la cabeza—. Entonces... solo para confirmar, novia
mía, ¿dejarás que te preste dinero, si llegas a ocuparlo?

—Sí, yo te aviso, no te preocupes, solo sería un préstamo


—aclara ella con pena, no está acostumbrada a pedirlo,
pero si es necesario lo hará—. Ya sea que te avise
llegando a casa o del trabajo, yo te marco.

Lo que le recuerda a él una propuesta que quizás a ella


tampoco le guste.

—Sé que perdiste tu teléfono en el incendio —al ver la


cara de Zil sabe que no se siente a gusto con el
comentario—. Como fue un regalo que te di, ¿me dejas
restituirlo?

Zil se ríe, entiende que él quiera ayudarla, sabe que lo


hace de corazón.

—Está bien —dice sonriendo con ternura—. Supongo que


unas por otras...

Andrés se ríe sabiendo que él también tendrá que hacer


un par de concesiones.

—¿Te quedas a cenar? —pregunta ella con entusiasmo.

—No, cariño —mira la hora en su reloj—. Mañana si


quieres, hoy quedé con Matteo de revisar unos papeles
para el proyecto. Paso por ti a tu trabajo y venimos acá
¿te parece?

—Me encanta la idea ¿entonces nos vemos mañana? —


dice abrazándolo de la cintura.
—Afirmativo, hermosa —dice acercándose a su oído para
besarla en la mejilla—. Te extrañé...

Ambos se abrazan con firmeza, el tiempo bien podría


pasar y ellos se quedarían ahí, sin embargo, tienen
obligaciones que los alejan de sus deseos.

—Te quiero, descansa —dice él luego de besarla.

—Yo a ti —responde ella mientras camina a la entrada al


edificio.

No vuelve la vista porque no quiere volver dónde él. Su


corazón sigue extasiado porque han vuelto. No sabe
cómo es que le dirá a su familia, pero lo más seguro es
que se den cuenta nada más verla.

Zil toca la puerta de entrada y de inmediato le abren.


—Ay niña, pero... —Tita se queda callada nada más ver el
rostro rosado, los labios hinchados y sí, el cabello un
poco enmarañado—. Péinate esas greñas, niña.

Y suelta la risa.

En la sala yacen Fer, Lucía y Memo platicando con una


taza de café en sus manos.

—¡Vaya! Si ha llegado la perdida —dice bromeando Fer—


. Qué bueno que llegaste bien a casa, demasiado bien,
por lo que podemos ver.

—¡Ya cállate! —Zil le lanza uno de los cojines, pero este


lo esquiva.

—Qué bueno que llegaste, hija —dice Lucía—.


Estábamos preocupados por ti, pero ya no más dijo Fer
que Andrés había ido por ti nos relajamos.

—Ya veo —dice ella sentándose con ellos en la sala—.


¿Ya se durmió Itzia?
—Se acaba de dormir —informa Tita, tomando sitio junto
a su nieta—. Tiene una nueva manía por los brócolis.

Zil se ríe, pues esa fue una nueva cosa que experimento
con su hija. Mientras estaban en casa de los Rivera, le
ayudaban a Karla Rivera a cosechar de sus hortalizas,
tomates, cebollas, brócolis, lechugas, zanahorias, apios y
varias especias como cilantro, romero y acelgas. Itzia
disfrutaba de las texturas, especialmente la de los
arbolitos como le dice ella a los brócolis.

—¿Todo bien, hija? —pregunta Don Memo con la


curiosidad de saber que pasó.

—Sé que se mueren de saberlo... —inicia diciendo ella


emocionada—, pero sí, hemos vuelto. Ya hemos aclarado
las cosas y estamos bien.

Sus padres, hermano y abuela se alegran por ella.


—ME da gusto, hija —dice sinceramente Lucía mientras
le sale una lágrima—. Encontrar a la persona indicada no
es fácil, me da gusto que hayan solucionado todo. Pero
cuéntanos, que tal tu trabajo, Tita nos dijo que
conseguiste.

Zil, comienza a relatarles toda la historia de cómo es que


llegó a pedir información y hasta se quedó a trabajar.
Todos están muy contentos de oírla alegre. Luego, ella
les relata cómo es que se perdió y que afortunadamente
conoció a una chica que le ayudó. Lo concerniente a la
vida y profesión de ella se lo guarda para sí, no porque le
vayan a juzgar, sino porque fue algo que ella le confesó y
le parece personal.

Luego de contarles todo, es Memo quien les cuenta


cómo es que van con los planes del proyecto que se
tienen con Andrés.

Al final, Fer que había estado muy atento a sus


experiencias es quien decide hablar.
—Bueno, familia, me da mucho gusto que nuestras vidas
por fin estén tomando un rumbo estable, que nuestra tita
se vaya a convertir en empresaria junto a mis padres y
que Zil haya encontrado a un hombre bueno y ya tenga
un trabajo que tanto quería... —expresa con sincera
alegría, mientras permanece sentado aun sosteniendo su
taza de café—. Como saben, he amado a Maggie desde
que llegó al pueblo, la amé en secreto y ahora que
estamos juntos, no quiero volver a pasar tiempo sin ella.
Por eso, la noche que salimos le propuse que nos
fuéramos a vivir juntos, porque creí que ella no quería
casarse, pero me dijo que sí y ahora quiero pedirle
matrimonio...

—¡Felicidades, Fer! —dice Zil lanzándose a abrazar a su


hermano.

Fer apenas se alcanza a poner de pie cuando toda la


familia se acerca a abrazarlo. Está de más decir que
están felices por él y por Maggie, saben que él es un
hombre responsable y trabajador que no dejará que haga
falta nada al hogar que quiera formar con su novia.
Además, de que es un buen ser humano. Es casi
medianoche cuando toda la familia se marcha a dormir,
todos felices por las cosas buenas que se vienen, pero
con el mismo ruego en sus labios, que así sea.
La luces que me conmueven - Capítulo 49
Fer les contó todo su plan para pedirle matrimonio a
Maggie. Sabían que para poner en marcha dicho plan
debían esperar a que ella se mudara al lugar que el
buscaría para que ambos vivan juntos.

Zil que tenía tremendas ganas de comentarles su idea


sobre también mudarse, decidió abstenerse ya que notó
que su mamá estaba sensible por la idea de que Fer se
iba a marchar.

—Siempre es triste que un hijo se vaya de casa, pero la


alegría que me queda es que es por qué vas a labrar tu
propio camino —expresó Lucía conmovida.

La familia había concordado con ella, deseándole buena


fortuna a Fer.

Por su parte, cuando Zil se fue a dormir contó a Tita el


sueño que tenía.
—Tita, crees que si les digo a mis padres que también
quiero independizarme no les vaya a gustar —argumenta
tranquilamente mientras se recuesta en la cama
poniendo a su hija en el medio, tal como siempre han
dormido.

—¿Te quieres ir a vivir sola? —pregunta confirmando lo


que ella le comentó.

—Sí, con mi hija, claro —rectifica echando una suave


sábana por encima de ellas—. Quisiera buscar un
departamento pequeño, nada ostentoso, pero ahora que
ya puedo pagarlo me gustaría intentarlo.

Tita la escucha atentamente, sabe que Zil está


emocionada con la idea, se escucha en la forma en que
lo dice.

—No creo que se molesten, pero quizás les dé un poco


de tristeza —murmura con calma—. A todos nos daría un
poco de tristeza al inicio, las extrañaríamos, pero siempre
creo podemos visitarnos.
La joven no había pensado en ello, estaba preocupada
con la idea de que sus padres se molestaran, no con que
se entristecieran. Como dicen en el pueblo, de que se
"achicopalen".

—Le dije a Andrés que estaban buscando un nuevo lugar


donde vivir —confiesa en medio de la oscuridad.

Fuera no hay grillos ni sonidos de búhos entre los


árboles, solo se oye el correr de la ciudad y el murmullo
de sus pobladores nocturnos.

—¿Qué dijo?

—Qué entendía, pero que no quería que se sintieran


forzados a marcharse —repite las palabras de él—. Lo
sentí sincero, Tita, siento que realmente hace las cosas
de corazón y no por que se sienta comprometido a
hacerlo.
Tita sonríe en medio de la noche, Zil no alcanza a ver la
sonrisa, pero sabe que ella lo hace por el sonido que
pasa por su nariz.

—Ay mi niña, ojalá pudieran ver la vida como la veo —


medita en voz alta—. Se evitarían tantos problemas... Me
alegra que solucionaras las cosas con Andrés, es un poco
testarudo, igual que tú.

—¡Tita! —se ríe—. Quizás tengas razón, quizás la vida


me enseñe a ser más como tú.

La anciana no responde ante el comentario de Zil, solo


espera ver que ella sea feliz hasta el final de sus días.

Cómo acordaron esa mañana, Memo, Lucía y Tita se


prepararon muy temprano para salir a ver a los abogados
que llevarían el proceso para emprender el proyecto
junto a los De Rosa.
Fer por su parte había pedido permiso para ayudar a su
hermana, a llevar a su hija a la revisión en el centro de
apoyo y terapia para niños con autismo.

Itzia a pesar de que no había salido mucho de la casa


estaba emocionada cuando recorría las calles de la
ciudad en el taxi. Al llegar al centro de terapias y entrar la
pequeña se emocionó mucho cuando vio todos los
colores a su alrededor, los juguetes, las mesas, con las
que ella podría jugar. Chayito ya había llegado para abrir
el lugar, fue la primera en darles la bienvenida.

No podía pasar desapercibido de que Zil, era una mamá


muy joven, y aun así se notaba a leguas el amor que
tenía por su hija. Esta le presento a su hermano Fer,
quién con una cálida sonrisa la saludaba. Al cabo de
unos minutos, los demás compañeros de trabajo
comenzaron a llegar, cada uno preparando su área, los
juegos y las terapias que tendrían que llevar a cabo en
sus siguientes citas.

Después de unos minutos a Itzia la pasaron a un área de


juego para que se entretuviera, mientras se preparaba
todo para la llegada de los primeros pacientes. Fer, por
su lado, permaneció junto a su sobrina todo el tiempo
necesario para cuidarla y vigilarla. Pasadas un par de
horas Chayito les llamó para que pasaran, pues iban a
llevar a cabo la primera valoración con la niña para así
hacer una intervención adecuada y ver qué actividades
serían las mejores para su desarrollo.

Zil les explicaba todo lo que ella realizaba con su hija, las
actividades, los juegos, la forma en que ella se
desarrollaba, con qué eran las cosas con las que
interactuaba más y con las que ella jugaba mientras
estaba en casa. También les contó que, durante todo ese
tiempo, sus padres, su abuela, su tío y ella habían estado
llevando a cabo las terapias, nunca había sido una sola
persona, sino que todos participaban en las actividades
de la niña. A Chayito le pareció sorprendente, porque
generalmente es una persona o dos las que se
involucran, no una familia entera.

Eso le llamó la atención, pues no dejaba dudas del


compromiso que la familia tenía para apoyar en el
desarrollo de la pequeña y también demostraba, en gran
parte, el amor y el cariño que estos le tenían a la niña.
—Y dime Zil, ¿qué es lo que tú consideras que disfruta
más la niña cuando realizan las actividades? – pregunta
Chayito mientras va anotando un par de cosas en su
tableta.

Zil por un momento se quedó meditando en la respuesta


«¿qué es lo que más disfruta mi hija?» pensó.

En realidad, ella disfruta casi todo, le gusta pasar el


tiempo con sus abuelos, ella piensa que esto es un juego
porque lo hemos manejado esa manera. Es una es una
forma de divertirse y pasar el tiempo. Pero si algo debo
decidir creo que lo que más llama su atención es los
colores, dibujar, combinarlos.

Chayito le explicaba que había cuatro áreas que tendrían


que trabajar con Itzia. La primera era sobre su
interacción social; la segunda sobre la comunicación no
verbal; la tercera la motora y por último la sensorial. Le
contaba algunas de las actividades que iban a
implementar con ella y que era necesario que estas
también se hicieran en casa y dado por lo que ella
observaba, la niña ya había desarrollado un pequeño Toc.
De igual manera le explicó que tendrán que hacer algún
tipo de prueba para medir su coeficiente intelectual, no
de una manera sumamente estricta, pero si ir revisando
esa área puesto que notaba un nivel de inteligencia en
ella.

La llegada de uno de los pacientes, hizo que Zil tuviera


que volver a recepción dejando a Fer con su hija,
mientras hacían un juego con el que podrían comprobar
el desarrollo del lenguaje oral en Itzia. Al cabo de quince
minutos más tarde, el juego había concluido y Chayito
estaba asombrada, pues, aunque la niña tenía un
lenguaje monótono, con un poco de falta de entonación y
un ritmo constante, este era muy concreto y también
dejaba ver que la niña manejaba un nivel de inteligencia
y astucia al hablar

Durante la siguiente hora habían realizado distintas


pruebas en ella de manera que pudieron concluir el tipo
de terapia de intervención que le beneficiará para poder
estimular el lenguaje en ella y encaminarla a la etapa
escolar. Ya que pronto estaría entrando a Kínder. Una
vez acabado, Fer se marchó con la niña a casa quedando
de verse con la familia ya que se desocupará, antes de
irse Zil le contó que Andrés iría a cenar con ellos.

Zil había estado con mucho trabajo durante el día, seguía


poniendo en orden las citas. Conoció también a Sonia, la
señora que hacía la limpieza en el lugar y a su hijo
Tomás, quien le ayudaba con ello. Solo iban limpiaban en
menos de una hora y se iban. A eso de la una de la tarde
un joven de no más de veinte años llega al centro.
La luces que me conmueven - Capítulo 50
Fer había quedado con su familia que ese fin de semana
próximo visitaría algunos lugares en dónde pudieran vivir,
esperaba el momento para encontrarlo y mudarse junto a
Maggie. Sabía por Matteo quien se había vuelto su
amigo, que había lugares donde te rentaban el
departamento ya amueblado pero que solían ser caros.
Le aconsejo que buscara algo que supiera pudiera pagar
e ir comprando los muebles poco a poco pues no salían
caros si los compraba con distribuidores de Tlaquepaque
o Tonalá.

Ambos habían acordado que irían juntos en la búsqueda


de ello.

—Estoy cansado —dice Don Memo sentándose en el


sofá—. Al parecer todo lo que se habló pinta bien.
¿Quedó cuando hará la muestra de la receta, madre?

—Me dijeron que la siguiente semana que venga el


famoso barista amigo de Andrés —señala para luego
beber un vaso de agua—. Que maldito calor hace...
—No está acostumbrada a este tipo de calor, Tita —
señala Lucía añadiendo un cubito de hielo a su vaso—.
Hijo, y ¿qué les dijeron sobre las terapias de la beba?

Fer que se acomodaba en el sofá junto a su padre se


reincorpora.

—Pues le hicieron distintas evaluaciones, la terapeuta


quedó que comenzaría con la terapia de lenguaje pues ya
casi entra a preescolar —informa dándole la importancia
debida.

—Qué bueno, hijo —dice Lucía—. Es cierto que mi niña


ya debe entrar este año, debemos buscarle un lugar
cerca de donde nos mudemos.

—Sobre eso —interviene Tita para ponerlos sobre


aviso—. Quizás no soy yo quien deba mencionar esto,
pero anoche Zil me comentó que también le gustaría
independizarse, estaba muy preocupada por que se
fueran a molestar por eso.
El comentario les toma por sorpresa, pues podrían
haberlo imaginado de Fer, pero no de Zil a quien siempre
imaginaron que viviría con sus padres.

—Vaya... creo que nuestros hijos están buscando su


propio lugar en el mundo —menciona Memo con
melancolía—. No tendríamos que molestarnos, quizás
nos preocupemos por qué cómo es que hará para
trabajar y cuidar a nuestra nieta. Al menos viviendo
juntos podríamos ayudarle más.

—Ella puede, Memo —señala Lucía—. Ha demostrado


que puede sola con su hija durante este tiempo que
estuvo fuera, siempre nos ha tenido de apoyo, pero eso
no significa que sea inservible —le regaña.

—No dije que fuera inservible, dije que podemos


apoyarla en el cuidado de Itzia más fácilmente viviendo
juntos, pero si eso es lo que ella desea, no nos queda
más que ayudarla —apunta con precaución antes de
ganarse otro regaño de su esposa.
Tita no opina nada, ella se quedó a vivir con su hijo y
nuera por qué ellos así lo pidieron, siempre han sabido
convivir todos juntos, pero si su hijo se hubiera querido
marchar un día, ella no era nadie para detenerlo.

—Como sea, si ella eso es algo que quiere, no nos queda


más que apoyarla —concluye Lucía—. AL menos ahora
que tenemos este proyecto en puerta tendremos
recursos para ayudar a ambos.

—Eso es cierto —dice Tita emocionada con la idea—. A


lo que entendí todo pinta bien, mientras tanto Matteo
dijo que buscaría distintos proveedores de granos de
café para que yo elija el que más me guste.

Fer que no estaba al tanto de la junta se iba enterando


de todo lo sucedido. Mientras tanto esta preparaba
precisamente un café.

Zil y Andrés llegaron a casa de ella luego de haber salido


a comer, iban a pasar por la hija de esta para llevarla a
por helado. Él tenía el firme propósito de conocer más a
la pequeña. Le agradaba y no podía dejar de ver la
misma bondad de los García en ella.

Andrés les esperó en el auto pues iba a poner el asiento


especial para Itzia. Había decidido guárdalo en el
maletero en señal de esperanza. Una que le decía en el
alma que volvería con el que ahora considera es el amor
de su vida.

Para cuándo ambas mujeres bajan, se encuentran con


que Andrés había tomado una de las flores del ramo de
Zil para dársela a la niña. La acción por si sola
asombraba a ambas, pero fue Itzia quien tuvo una
reacción única.

—¿Esta la puedo pantar? —pregunta inocentemente.


Haciéndolos reír.

—Si eso quieres, puedes hacerlo —responde Andrés


pensando en comprarle alguna maceta para ello.
—Gacias —dice de vuelta ella, abriendo la puerta del
coche y subiéndose, dejando a los mayores detrás.

Zil hace un gesto de "Así son las cosas". Ambos se ríen y


luego imitan a la pequeña subiendo al auto. Cuando
llegan a la plaza comercial la pequeña queda maravillada
con el lugar que para ella es inmenso.

La joven tampoco se queda atrás, había ido a plazas


comerciales, pero nunca a una tan grande. Y aunque está
emocionada con la expectativa de que ambos salgan con
su hija, también habita en ella el temor de que todo
termine.

—¿Quieres un helado? —pregunta Andrés obteniendo


brinquitos de alegría de Itzia.

—Sí, sí quiedo, sí —dice juntando sus manitas debajo del


mentón y dando saltitos contenta.
—Entonces vamos —sugiere él, y comienza a caminar
cuando la niña lo toma de la mano sin dejar de soltar la
de su madre.

Los tres caminan entre la gente, camuflándose entre


todos como si fueran una familia normal. Eso les
gustaba, la normalidad les parecía atrayente en medio de
tanto drama en sus vidas.

Eran casi las siete de la noche cuando llegaron dónde los


García habitaban, al departamento de Andrés. Toda la
familia les esperaba para la cena. Esta vez fue Fer el
encargado de preparar unas hamburguesas para todos.
Matteo se les unió una vez que su nuevo amigo le invitó.

Era fin de semana, Fer había decidido salir desde


temprano a visitar algunos departamentos junto a
Matteo, pues este además de fungir como apoyo y
asesor, también era su raite.

Zil había meditado por muchos días en todo lo que quería


hacer. Las cosas en su trabajo iban bien y hasta le
recomendaron un lugar en donde podía dejar a su hija.
Era una estancia infantil especialmente para niños
especiales. El costo, aunque un poco elevado, podría ser
cubierto sin problema.

«Sólo tendría que evitarme el no gastar de más en


comidas» pensaba ella mientras evaluaba su
presupuesto, sus gastos e ingresos. No quería tener que
recurrir a pedirle dinero a Andrés, salvo fuera una
urgencia.

Sabía por sus padres todo el proceso que llevaban y


aunque trataba de comentar en lo más mínimo al
respecto, no podía evitar admirar la aptitud de su novio
para los negocios. Y ni se diga de Matteo pues se
convirtió en un muy socio.

La mañana pintaba calurosa, Lucía había abierto un par


de ventanas para que la brisa entrara un poco, al menos.

—Como apesta a contaminación la ciudad —se queja


Tita.
—Mucho —secunda Zil sentándose junto a ella en la
mesa del desayunador.

—¿Sigue dormida? —pregunta Lucía refiriéndose a su


nieta.

—Sí, ha sido una semana larga y no está acostumbrada a


las distancias, ni el tener que estar yendo y viniendo —
expone dándole sentido a porque su hija aún sigue
dormida cuando es la primera en despertarse—. ¿Y mi
papá?
La luces que me conmueven - Capítulo 51
Dos semanas habían transcurrido, la búsqueda de
Carlota no había cesado. Andrés incluso pagó detectives
privados para buscarla. No había hecho ningún
movimiento con sus cuentas bancarias y por lo que
sabían no había salido del país. Incluso su ex, con el que
engaño a Andrés se ha mostrado normal en sus rutinas
diarias.

Matteo junto a su hermano habían seguido el proceso


legal de la empresa y la compra de sus activos. Por su
parte Don Memo tuvo que renunciar a su trabajo para
estar al cien por ciento involucrado en todo el proceso de
la fabricación y producción de la empresa.

Tita había sido llevada a un sitio parecido a una cava,


pero dónde tendría todo lo necesario y todo lo que había
pedido para la elaboración de café. Luego de probar
distintos granos, dio con el que mejor le parecía en sabor
y acidez.

Una vez que eligió la receta hicieron traer al barista


experto en café para catar las distintas mezclas que Tita
había elaborado. Al mero estilo tradicional y con
ingredientes meramente mexicanos es que la anciana
que una vez no creyó que haría algo con su vida, elaboró
cinco recetas distintas.

Fer ya tenía todo listo para pedirle matrimonio a Maggie.


Ella le avisó que su traslado había sido aprobado para el
mes siguiente, así que durante el puente de semana
santa él le estaría invitando a pasar las vacaciones con
ellos. En un principio ella se sintió reticente, ya que
esperaba no tener que volver hasta que ya fuera
definitivamente, sin embargo, accedió a acompañarlos a
una acampada familiar.

Los días se iban acercando, Zil había estado buscando


lugares para irse a vivir y por fin encontró el ideal. Andrés
le había ayudado con el depósito y estaba más que feliz
de poder verla a ella disfrutar de esa nueva etapa en su
vida.

—¿Estas segura de querer ir a acampar? —inquiere


Andrés mientras almuerzan.
—Sí, tengo años que no lo hago y será una buena
experiencia para Itzia —señala ella emocionada ante la
idea—. Ya he comprado un par de trajes de baño a juego
y todo el kit de salvavidas para la peque.

—En serio que estás emocionada —sostiene ella.

—Lo estoy, Tita también —agrega para luego meter un


bocado a su boca—. Ella tiene muchos más años que yo
que no sale de campamento.

—Qué bueno, ¿sabes si les gustó la casa de campaña


que compré? —inquiere con curiosidad.

La semana pasada cuando supo de los planes sobre


acampar les sugirió el sitio perfecto, y emocionado con la
idea fue a comprar casa para todos.

—Sí, principalmente a mi madre —aclara ella—. Nunca


había acampado en una casa así, siempre eran lonas
improvisadas con tablas, meras construcciones
improvisadas. No sabía ni que existían camas inflables.
—Entonces me alegra saber que todo ha sido para bien
—dice Andrés con alegría—. Por cierto, esta semana
viajaré a CDMX, volveré el miércoles temprano para
pasar por ti y la niña. Tita puede venir con nosotros.

—¡Qué bien! Le diré a ver si quiere, está emocionada por


qué van a estrenar la camioneta —especifica con
humor—. Está hermosa, gracias por eso.

—Para nada, ellos la ganaron con su trabajo, es uno de


sus activos —explica él para conocimiento de Zil—. No
tienes que agradecerme, en realidad en eso yo no he
tenido nada que ver. A lo mucho fue Matteo con
sugerencias de modelos, pero yo no pinto nada ahí.

—Vale, si lo que quieres es que finja que no has tenido


nada que ver, de acuerdo —dice Zil sonriendo.

Ambos charlan tan animados que no se dan cuenta que


son observados. Una vez que terminan su almuerzo van
de compras para abastecerse de lo que falte. María y
Lucía se han encargado de comprar todo lo necesario
para las comidas de esos días. La familia de Andrés y Zil
acamparán juntos por primera vez y todos estaban
emocionados. Todos, excepto la esposa de Ángelo que
no estaba acostumbrada a tales circunstancias.

Por la noche, como ya se estaba siendo costumbre, los


García recibieron en el pequeño departamento a Andrés,
Matteo, María, Dante y su familia. En la palapa común
del edificio hicieron carne asada para terminar de
ponerse de acuerdo con los últimos detalles de su viaje
de semana santa.

Zil se preparaba mentalmente para las dos horas y tanto


de carretera, no es que no le guste, pero la nena no ha
dormido muy bien estos días y no sabe cómo se tome el
viaje tan largo. Si de algo se ha dado cuenta es que viajar
en bus no es sencillo para ella. Quizás es por el ruido, la
multitud de personas o lo largo del viaje, pero no es algo
que disfrute.

—Te veré el miércoles —dice Andrés mientras abraza de


la cintura a su querida novia—. Llegaré temprano para
ayudarte con las cosas ¿va?
—Está bien, no te preocupes por mí, es la peque la que
me preocupa —señala ella mientras ve como su mamá la
carga en brazos ya dormida y la lleva dentro.

—¿Por qué? ¿Se ha sentido mal o algo así? —inquiere él


preocupado dirigiendo su mirada a la niña que yace
siendo llevada dentro del edificio.

—No es eso, ha estado rara... ya no le agrada tanto los


viajes en camión, se pone a llorar y se incomoda si
alguien está cerca de ella —aclara para qué él
comprenda la situación.

—Oh... si a mí me incómoda cuanto más ella —dice en


tono de broma—. Vete en taxi, conozco a alguien de
confianza, le llamaré ahora y le pediré que los lleve y le
traiga a la hora que tu digas. Es más, mejor le pasaré tu
contacto para que te pongas de acuerdo con ella.

—¿Ella? —pregunta Zil confundida.


—Sí, la dueña y chofer del taxi es mujer —aclara Andrés
sin saber que ella nunca ha visto una taxista femenina—.
Cuando mi madre no puede manejar por algún motivo,
Lupita es la encargada de llevarla a sus vueltas. Es cien
por ciento confiable, no te preocupes.

—No me preocupa, es que nunca me ha tocado ver a una


mujer que maneje un taxi. Lo que no es malo, al
contrario, me parece genial —explica a su novio quien
comprende el porqué de su asombro.

Esa nueva experiencia a ella le resulta buena, porque es


una demostración de que las mujeres pueden estar en
distintos trabajos que antes se consideraban exclusivos
de hombres.

Después de que se terminan de poner de acuerdo, Zil


acerca sus labios a los de Andrés. Un beso de buenas
noches es todo lo que pide, sin embargo, el roce de sus
cuerpos, el tacto de las manos de este contra la cintura
de ella le provocan.
De un tiempo a la fecha ha sentido ese deseo creciendo
en su interior, no lo sataniza ni tampoco le tiene miedo,
solo un tipo de respeto por no saber que esperar sobre
una experiencia como esa. Se ha imaginado la situación,
incluso miró un par de películas románticas con alto
contenido erótico, así como una serie en una plataforma
que le dio una mayor amplitud a su concepto y alimentó
su imaginación.

Sin embargo, no se atreve a decirle su sentir a nadie,


teme que Andrés tenga un mal concepto de ella que la
juzgue. Aun así, no puede esquivar lo que siente, esas
emociones, sensaciones que recorren su piel, su cuerpo
cada vez que está cerca de él. ¿Lo desea? Por supuesto
que lo hace, no le es indiferente en ningún aspecto. Pero
hace tiempo que viene sintiendo eso y no entiende si
hablar de eso con él pueda afectar su relación.

Ha dejado de ver a Andrés como solamente alguien


apuesto, sino también como su confidente, su amigo,
empresario, novio y hombre. Y como tal le desea.

Zil pasa sus manos por los brazos de él disfrutando la


sensación de sus músculos, sube hasta su nuca y le
toma del cabello con pasión. Él siente el cambio en ella,
el deseo transmitiéndose en su aliento, en sus besos y
caricias. También la desea, desde hace tiempo, pero se
ha prometido que mucho antes que el sexo suceda entre
ellos, primero la hará suya de todas las maneras
terrenales posibles.

Aun así, la sujeta firmemente de la cintura, la atrae hacia


él y ella puede sentir la dureza de su miembro contra su
vientre, se siente excitada como nunca antes. Es una
sensación indescriptible para ella. Algo que nunca creó
experimentar sin sentir terror, miedo o pánico.

—Te deseo —confiesa ella contra los labios de él. Ambos


quedan atónitos ante eso, ella porque no creyó decirlo, él
porque ahora se da cuenta de que cómoda con él.

—Yo a ti, nena, como nunca he deseo a nadie más —


responde aprisionándola contra la encimera que yace
detrás de ella.

La palapa les da cierta privacidad y estar debajo de ella


lejos de las miradas curiosas de los inquilinos del
edificio, aún más. Andrés empuja su pelvis contra la
cadera de Zil y ella lo siente y se sonroja.

—Oh, ya veo —nota ella con nerviosismo—. Esto es


nuevo para mí.

Andrés le regala una media sonrisa, su hoyuelo se marca


ligeramente haciendo que Zil quiera besarle suavemente
en la mejilla.

—Sé qué piensas que ya lo he visto todo y he


experimentado todo, pero te equivocas —dice Andrés
intentando llegar a una conclusión—. Hay cosas que no
importa que las hayas vivido porque no significaron nada,
porque no estas con la persona adecuada. Tú eres esa
persona, eres mi persona.

El corazón de Zil se acelera al oírlo, es casi como decirle


que la ama.
—Entonces, eso significa que tú y yo... —ella no alcanza
a decirlo porque Andrés la besa, no quiere sentirse
comprometido a darle un rotundo no.

Cuando el beso se calma él la toma del mentón


suavemente y mirándola a los ojos le habla con el
corazón.

—Nunca pensé en encontrar a la persona indicada, tú


tienes miedo de que yo no te ame, pero no es así. Yo
tengo miedo de que te enamores de alguien a quien has
idealizado. Quiero que me conozcas, que me compartas
lo que sientes, lo que piensas, lo que deseas alcanzar. Sé
que no te ha importado mi dinero, ni cuanto tengo, lo sé
por qué nunca has preguntado. No esperas a ser una
mujer que vive a la sombra de los demás, si no que vas y
buscas alcanzar tus metas por ti sola, bajo tus reglas y
tus términos y amo eso... lo amo, amo tanto como sonríes
cuando tu hija habla, es como si vieras un milagro cada
que la observas —expresa Andrés con gran sentimiento
en cada palabra.
Zil sostiene la respiración y se le nubla la mirada, siente
que va a llorar mientras escucha cada una de esas
palabras que se derraman como miel en su corazón.

—Amo que nunca digas no puedo, pero que, si me


cuentes tus miedos, amo que me beses con pasión y no
temas decirme «te deseo», aun cuando sabes que yo no
te he dicho lo que tu esperas oír. Y he sido un estúpido
porque no me di cuenta hasta que te perdí que lo que
siento acá en el pecho, supera todos los conceptos
dichos por humanos, porque no hay una palabra que
defina todo lo que siento por ti, pero si debo usar
algunas, diría que te amo, te amo con toda la existencia
de mi alma, te amo con pasión y con cordura, te amo
tanto, Zil, que no puedo soportar un día más sin decirlo.
Te amo.
La luces que me conmueven - Capítulo 52
El palpitar acelerado de su corazón se sentía bien. Era el
primer te amo que salía de sus labios. Zil le tomó del
rostro acercándolo a él para besarlo. Si antes la pasión
era desbordante, en esta ocasión era indescriptible.
Aferrándose al cuerpo de Andrés se besaron como si no
hubiera un mañana; una pequeña lágrima de felicidad se
escapó de sus ojos para mezclarse con el suave beso
que este depositaba junto a su boca.

Ambos se sentían plenos, felices y altas expectativas


sobre su futuro. Uno en el cual anhelaban permanecer
juntos y para siempre.

—Te amo —susurra ella contra los labios de su amado.

Es el mejor sonido que ha escuchado Andrés. Aun no


puede creerse que lo haya dicho. Ha abierto de nuevo su
corazón y espera que todo marche tan bien como lo
desea.

Luego de despedirse, Zil sube al departamento dejando


que él se marche a preparar su maleta pues tiene que
viajar temprano a CDMX. Nada más entrar toda su
familia se da cuenta del rostro enmarcado de felicidad de
la joven.

—Parece como si te hubieras ganado la lotería,


hermanita —dice Fer burlándose.

—Algo así, hermanito —responde ella sin más detalles—.


¿La nena ya se durmió?

—Sí, ahora ven acá a tomar café con nosotros y


cuéntanos porque esa cara —pide Tita imaginándose el
porqué de la felicidad de su nieta.

Zil se acerca a tomar una taza y se prepara el café, con


dos de azúcar, leche descremada y el resto de café.
Memo y Lucía beben de la misma taza sentados en el
love seat. Fer permanece en el chaise, mientras que Tita
y su nieta están sentadas en el sofá.

—¿Entonces? —vuelve a preguntar Tita ya desesperada


por que Zil no habla.
—Ahora uno no puede mantener sus secretos —se burla
ella haciendo que su abuela entrecierre los ojos—. Ok,
pues... me dijo que me ama.

La amplia sonrisa que se muestra en su rostro cara no


deja dudas a su confesión.

—¡Por fin! —dijeron todos sorprendiéndola.

—Pero ¿qué? —pregunta ella confundida.

—Todos lo sabíamos —confiesa don Memo—. Ya se


había sincerado con nosotros, no sabía cómo decírtelo.

Zil que no sabía cómo sentirse ante eso, mejor decide


beber un trago de su café.

—No te molestes, el joven tenía serios problemas para


asimilarlo —declara Lucía—. Sufrió cuando lo dejaste y
eso le hizo comprender, después de eso no tenía el valor
de decírtelo después de como habían pasado las cosas.

—Oh... —murmura ella—. Bueno, ya lo ha dicho y creo


que estamos bien. Mañana sale a Cd. de México y estará
aquí para el miércoles.

—Pero no estas molesta ¿verdad? —inquiere Fer


notando la seriedad de ella.

—No, no solo me sorprende que se haya abierto así con


ustedes. En verdad me da gusto saber que les tiene
confianza, que ya los mira como familia —Zil comprende
el peso de esas palabras y aclara—. Aunque no lo sea,
oficialmente, claro.

El anhelo en la voz de ella no pasa desapercibido. Saben


que está enamorada, y que, aunque es su primer pareja
formal están seguros de que terminarán juntos. Mientras
terminan de hacer acuerdos para el resto de la semana
beben sus cafés y luego se preparan para dormir. Una
vez que están en la recámara, Tita se acerca su nieta y la
abraza con mucho cariño.
—Me alegra que por fin se atreviera a abrir su corazón —
expresa mirándola a los ojos—. Cuídalo.

Dicho esto, la anciana se acuesta junto a su nieta y se


abriga. Zil se queda pensando un momento sobre eso y
luego se acuesta también. Antes de dormir le manda un
mensaje de texto a él.

Zil_11:25 p.m.

Gracias por abrirme tu corazón y decirme que me amas.

También te amo, más de lo que el tiempo tardó en traerte


a mí.

Mas que mis sueños.

Mucho más.
La joven desactivo sus datos y se permitió dormir, feliz
por haber encontrado el amor. Feliz porque ese amor es
correspondido y reciproco. A la mañana siguiente cuando
activó sus datos móviles recibió el mensaje de Andrés
junto a una fotografía donde yace parado frente al espejo
vestido solo con una toalla.

Zil ni lee el mensaje por permanecer observando la


fotografía, siente que los colores se le suben a la cara y
un calor se aflora en el centro de su cuerpo.

—¿Qué miras? —pregunta Tita al ver que casi se le salen


los ojos a Zil.

Esta asustada apaga el teléfono de inmediato.

—¡Nada! —dice asustada.

Tita suelta una carcajada y sale dejando a su nieta a


solas con su hija quien sigue dormida.
La joven vuelve a encender la pantalla para leer el
mensaje.

Andres_5:35 a.m.

Has hecho de mi vida un milagro.

Y no me cansaré de decirte cuanto te amo

Cada día de ella.

Por cierto, buenos días, guapa.

¡TE AMO!

Zil aun sonríe cuando lee el texto y de nuevo abre la


imagen para observarla detenidamente. El cuerpo de
Andrés esta trabajado en gimnasio. No tiene idea de a
qué hora hace ejercicio, pero le encanta lo que ve. Nota
como se forman los pliegues en v por debajo de su
ombligo y aunque nunca había visto a un hombre con
lujuria, en ese momento lo hacía.
Inspirada por la imagen y sus halagos decide
responderle.

Zil_6:32 a.m.

Como no tener buenos días con imágenes así.

¡Te ves guapísimo!

Después de eso, ella se prepara para darse una ducha y


alistarse junto a su nena y Tita, que hoy les toca
acompañarlas para la terapia de su bisnieta.

Los días transcurren normales hasta el miércoles. Zil no


trabaja y espera a que Andrés llegue por ella para irse de
campamento con toda su familia. Sin embargo, este le
avisa que se prepare que llegará más tarde. Al inicio no
parece nada sospechoso, pero cuando por fin se
estaciona en la entrada del edificio y se acerca a ella lo
nota distante.
—¡Te extrañé! —confiesa ella lanzándose a sus brazos,
pero él la detiene.

—Perdón, yo también, pero vamos tarde. ¿Las cosas? —


inquiere preocupado.

—Están arriba, voy por ellas —dice ella sin pasar por alto
la forma en la que él actúa.

Camina de vuelta a la recepción y de ahí al ascensor, no


espera a que él se meta y presiona el número de piso al
que van.

Andrés no alcanza a entrar pues la puerta ha cerrado y


se da cuenta que ella está molesta por los gestos de ella.
Sin esperar más, sube las escaleras y aunque llega
minutos después, logra alcanzarla. Arriba yace Itzia
sentada en el sofá jugando con una muñeca y las
maletas yacen listas.

—Perdón, es qué estoy preocupado —dice él tomando


por la cintura a Zil impidiendo que esta camine para
alejarse de él—. Lo siento, en verdad, nena. Yo también
te extrañé.
La luces que me conmueven - Capítulo 53
Era avanzada la tarde cuando salieron de Guadalajara
rumbo al campamento donde se encontrarían con sus
familias. Zil, estaba más tranquil al igual que Andrés.
Habían planeado no comentar nada hasta al día
siguiente, ya que Fer le propusiera matrimonio a Maggie.

Dado que no querían que sospecharan nada, inventaron


que tuvieron contratiempo con la camioneta y con que Zil
se sentía mal del estómago. En caso de que a Itzia se le
ocurriera decir que su mamá estaba llorando por dolor de
panza.

Como no habían comido, decidieron llegar por pollo frito


al Kentucky Fried Chicken, y así comer algo en el camino.
Tanto Zil como la pequeña nunca habían degustado tales
manjares, así que les pareció comer la cosa más
exquisita del mundo.

—¿Por qué no había comido de esto antes? —reflexiona


ella en voz alta—. Está delicioso.
Zil que va en el asiento trasero junto a su pequeña,
puesto que la va alimentando en el trayecto.

—En verdad te ha gustado, ¿eh? —sonríe él a través del


retrovisor.

—Sí...

La joven le regala una amplia sonrisa y una mirada


agradecida. Andrés siente que ese simple gesto ha sido
suficiente para él. La tristeza y las preocupaciones se
han desvanecido completamente y a pesar de que le
duele un poco la espalda, no es tanto como él esperaba.

Itzia se queda dormida una vez que su hambre se ha


saciado. Con una pieza de pollo en mano es que deja
caer su cabeza en el asiento para bebés. La joven pareja
se estaciona en un paraje para que Zil se cambie al
asiento de enfrente y también para limpiar un poco a la
pequeña que ha quedado con el rostro engrasado.
La imagen por si sola les da nostalgia, el interactuar
como una familia crea en ellos expectativas, sueños e
ilusiones que planean alcanzar. En sus corazones ellos ya
son dueños de su destino.

Tras casi dos horas de camino, llegan al atardecer al


campamento donde ya los esperan todos.

—Hija, que bueno que llegaron —exclama Lucía, quien


no había podido quedarse tranquila, pues una
corazonada le decía que algo no estaba bien y lo supo en
cuanto vio la cara de su hija—. ¿Qué pasó? —pregunta
en voz baja al ver que Zil niega con la cabeza de
inmediato.

—Ahorita hablamos... —murmura solamente para que su


progenitora escuche mientras ella quita el seguro del
asiento de la pequeña—. Toma mi bolso, mamá, yo llevo
a la peque —informa.

—Yo te ayudo a bajar las cosas, cuñado —anuncia Fer


dándole unas palmadas en la espalda a Andrés.
Este se retuerce de dolor tras las muestras de cariño de
su cuñado.

—¿Qué tienes? —pregunta Fer preocupado.

—Nada, solo me lastimé, no te preocupes —señala


intentando sonar convencido.

Andrés abre la cajuela y Fer logra ver todo lo que traen.

—Vale, pero esto es mucho —dice ante lo evidente—.


¡Papá, Matteo, ayuden!

El joven se nota emocionado y a la vez nervioso, y no es


para menos, está a punto de pedirle matrimonio a su
chica.

—Wow... se trajeron la casa entera —se burla Matteo


cuando se acerca a ver—. Bien, ya tenemos su área lista,
nada más hay que acomodar el resto.
Entre los cuatro se dispusieron a poner la casa de
campaña "estilo mansión" como se burlaba Fer, al igual
que los colchones inflables y el resto de cosas para pasar
tres días de descanso.

Los otros de hermanos de Andrés, Dante y Ángelo yacían


acomodando también sus casas con el resto de sus
familias. A lo mucho, tenían una hora más en el
campamento. Por parte, Tita, Lucía y María permanecían
apartadas del resto, platicando en sus sillas plegables.

—Zil estuvo llorando, pero no me dijo por qué —confiesa


a las mujeres.

María, que buen rato de la tarde había permanecido


pensativo, decide hablarles sobre sus conjeturas.

—En la tarde vi a Matteo preocupado, no quiso decirme


que pasó, pero cuando llegó Dante se alejaron a hablar
—explica haciendo que se imaginen más cosas—. No sé
qué pasaría, sin embargo, ahora que dice eso Lucía,
estoy segura de que algo sucedió y no nos quieren decir
nada.
—Seguro que no, para no opacar la noche de Fer —
medita en voz alta la voz de la sabiduría—. Mejor
esperemos a ver cuando deciden decirnos.

—Tiene razón suegra, Zil me dijo que entre dientes que


más tarde hablaríamos —les dice a las mujeres—.
Espero que no sea de nuevo un pleito entre ellos, se
veían muy felices el fin de semana.

Las tres matriarcas observan a los chicos que en medio


de todo el ir y venir de las familias, se acercan para
tomarse de las manos. Tanto Andrés como Zil
intercambian una ligera conversación en la cual ella le
pregunta si siente dolor y él responde que un poco
haciendo que ella se acerque acariciándole el rostro.

Andrés la abraza a su cuerpo y le acaricia el mentón,


ambos se unen en un tierno beso ignorando que son
observados con suma curiosidad por aquellas tres
mujeres.
—No, no creo que estén enojados —señala Tita ante tal
escena—. Debería tirarles un balde de agua —se burla
haciendo que Lucía y María se rían con ella.

Por alguna razón Andrés se percata de la risa y voltea a


verlas, Zil sigue su mirada y aunque no sabe de qué
hablaban, seguro ellos eran el tema de conversación.

—Ve con ellas, yo terminaré esto, no te preocupes.

Andrés besa de nuevo a Zil, pero esta vez solo es un


beso rápido. Después de eso, ella camina hasta donde su
madre, abuela y suegra.

—¿La nena sigue dormida? —pregunta Tita cuando su


nieta se va acercando.

—Sí, está con Maggie en la casita de ella y Fer —aclara


para las mujeres—. Ella también está descansada.

—Qué bueno, deberíamos alejar más esa casa de todos,


no creo que nos dejen dormir —dice Tita riéndose.
—¡Abuela!

De nuevo las ocurrencias de la anciana las hacen reír,


pero en realidad están ansiosas porque ella les cuente
sobre lo que pasó.

—¿Ya me dirás por qué estabas llorando? —pregunta


Lucía un poco más desesperada que el resto.

—No creo que sea momento para hablar sobre eso... —


advierte murmurando para que la escuchen únicamente
ellas—. En todo caso es Andrés el que debería contar
que pasó.

María se preocupa sobremanera al escucharla, esto


confirma que algo feo ha de haber pasado.

—Zil, por favor, dime que ha pasado —ruega a su nuera


con la esperanza de que hable—. Desde hace rato noté
que Matteo y Dante andaban hablando, están raros. Por
favor, dime, si no, tendré que confrontarlos y no quiero
arruinarle la noche a tu hermano.

La amenaza por si sola le parece fuera de lugar, ya que


no es de ella la elección sino de Andrés. En todo caso es
él quien debe decirlo, no ella.

—Creo que debería hablar con él a solas, como dije, no


me corresponde a mí decirlo —ratifica para mal gusto de
María.

—Está bien, ya vuelvo —dice esto y se levanta muy


decidida a ir en busca del menor de sus hijos.

Andrés alcanza a verla mucho antes de que llegue a él,


así que se acerca a ella, dejando a Matteo a cargo de
terminar de acomodar las cosas dentro de su casa de
campaña. No quiere que Fer y don Memo se den cuenta
de lo que pasa, así que se acerca a su madre para
alejarla de ellos.
La luces que me conmueven - Capítulo 54
La idea principal era dar una caminata nocturna, Maggie
no tenía idea de lo que se avecinaba. La familia García y
los Di Rosa emprendieron su "visita guiada" en medio de
la noche, entre la espesura del bosque. Los miembros
más pequeños iban en carritos de figuras como ardillas,
marmotas y caballos.

Zil y Andrés iban en la parte trasera del séquito, era este


quién guiaba el carrito en donde iba Itzia ya vestida con
una pijama de conejitos y un gorro a juego. A pesar de
ser abril, las temperaturas en la noche aún descendían
un poco, los mosquitos aparecían al atardecer, pero
llegada la noche desaparecían.

La persona que los guiaba en su recorrido era un hombre


no mayor a cuarenta años, por su apariencia era claro
que se ejercitaba. Este lo acompañaba una chica que, al
igual que él, se notaba, hacía ejercicio, subían y bajaban
las pequeñas lomas sin fatiga alguna, mientras que la
gran mayoría de los adultos estaban ya fatigados.

La distancia que iban a recorrer no era mucha, si acaso


eran unos ochocientos metros, pero entre lomas y
espesura para algunos fue como si hubieran caminado
una maratón. Tita entre ellos, que, aunque acostumbrada
a la vida silvestre y pesada, caminar en empinado no era
lo suyo.

No menos de cien metros, comenzaron a ver las luces en


el claro. Mientras se acercaban podían ver las mesas
debajo de la gran carpa, por un lado, de la extensión de
hierba verde. Al fondo en forma de corazón unas velas
decoraban el lugar, en medio las letras ¿Te quieres casar
conmigo? Se encendieron mientras Fer y Maggie se
acercaron al lugar.

Ella se encontraba desconcertada, buscaba a Zil


pensando que tal petición era para ella, pero fue una
señal de está pidiéndole que mirase al frente lo que hizo
que se diera cuenta lo equivocada que estaba.

Fer estaba hincado sobre su rodilla extendiendo un anillo


de oro blanco para Maggie. De la emoción comenzó a
llorar. Ninguno de ellos se percató de cómo es que el
mariachi había comenzado a sonar y solo la explosión de
los fuegos artificiales hizo que se separaran de tan
apasionado beso. Maggie se sentía tan afortunada de
estar con el hombre al que había amado por tantos años.

Le fascinaba la idea de comenzar una nueva vida su lado.

—Te amo, tanto... —dice una vez más mientras se vuelve


a colgar de los hombros de su ahora prometido.

—Yo a ti, Mags —Fer la sostiene de la cintura y la besa


mientras gira con ella.

Zil había estado grabando todo desde el momento en que


llegaron, quería guardar ese momento para la posteridad.
Una vez que ella accedió a casarse con él todos
aplaudieron, hasta los que no tenían mucha relación con
ellos, estaban emocionados. Ángelo y su esposa
permanecían en la orilla de todo el séquito. Trataban de
no acercarse mucho a Zil y Andrés, pues, aunque estos
no les guardaban rencor, ellos temían que les fueran a
referir algo.
Poco los conocían pues, aunque en otra época quizás su
hermano menor, Andrés si lo hubiera hecho, hoy en día
las cosas eran muy diferentes. El tiempo le había
enseñado que todo puede terminar en cualquier
momento, lo mejor era disfrutar el ahora y dejar los
rencores atrás.

Los enamorados fueron conducidos a una mesa especial


que se tenía para ellos, y en dónde la familia pasaba a
darles la bendición y sus mejores deseos. Zil y Andrés
fueron los últimos en acercarse a ellos, puesto que
tenían una sorpresa preparada para los novios.

—Muchas felicidades, cuñado —saluda Andrés dándole


un abrazo a Fer—. Me alegra mucho que todo saliera
como querías.

—Gracias a ustedes por ayudarme con todos los


preparativos —responde este emocionado.

—¡Felicidades, hermanito! —Zil se acerca para abrazarlo


luego de felicitar a su cuñada quien ahora es Andrés
quien la felicita.
Una vez que este termina de darle sus mejores deseos es
Zil quien los acerca.

—Queremos decirles algo... —informa haciendo que


estos se acerquen a un más como si de una confesión se
tratase—. Ven cariño, diles tú.

Andrés emocionado, saca un sobre de su cárdigan y se


los entrega.

—Como regalo por parte de nosotros y para que no se


tengan que preocupar de si salir o no, queremos
regalarles el viaje de luna de miel a donde quiera que
deseen ir —explica con alegría mientras los novios abren
el sobre y sacan una carpeta con destinos turísticos—.
Ella es una excelente asesora en viajes, pueden
contactarla una vez hayan elegido el sitio y no se
preocupen por nada, ella está al tanto y los atenderá muy
bien.
—¡Muchas gracias! —expresa Maggie, entre lágrimas
abrazando a Zil y Andrés por igual—. ¡Esto es tan... tan
generoso de su parte, muchas gracias!

Su comentario no dejó a Fer que se negara ni un poco y


este no tuvo más remedio más que aceptar el regalo de
su hermana y cuñado.

Una vez que terminaron con los detalles fueron a tomar


lugar a la mesa de los padres de esta en donde ya
algunos camareros dejaban algunos bocadillos.

—Todo esto se ve espectacular —señala Zil tomando de


la mano a su novio—. Me alegra que le diesen la idea de
las carpas si no, estaríamos en el sereno de la noche.

—La idea fue de mi mamá, ya ha organizado dos bodas


así que supongo que eso la hace tener experiencia —
menciona él con la expectativa de que en algún momento
sea una tercera.
Matteo permaneció sentado junto a su hermano Dante
quien entre risas y charlas alimentaba a uno de sus hijos
que no quería comer. Ahora era el único soltero y
esperaba encontrar al amor de su vida en un futuro.

La velada sorpresivamente fue de lo mejor, el secuestro


express de Andrés no había sido mencionado y él fingía
también que parecía que no tenía dolor alguno. Los
padres de Fer estaban emocionados con el
acontecimiento y entre las mujeres ya se hablaba de la
despedida de soltera, no serían más que solo ellos y
algunas pocas amistades de Maggie.

Algunos hasta se animaron a bailar al ritmo de "La


chona" y una vez que comenzó a sonar "Amanda baila
con la banda" los pocos que se habían quedado sentados
se animaron a bailar. La música les hizo olvidar clases
sociales y distinciones, pues al ritmo todos bailaban
según sus posibilidades. Hasta Tita, que animada por la
audiencia se echó algunos pasos en el centro de la pista
mientras era motivada principalmente por los niños.

Eran casi las tres de la mañana cuando todos


comenzaron a volver de regreso a sus casas de campaña.
Algunos de los pequeños ya ban dormidos, entre ellos
Itzia.

—Quisiera que me llevaran en brazos como a ella —


menciona Tita quien va del brazo de su hijo.

—Madre, si pudiera te cargara, pero ya no estoy para


esos trotes —aclara don Memo—. Menos después de
tanto baile.

—¡Pero lo bailado ¿quién nos lo quita?! —sugiere Tita


sonriendo.

Una vez que llegan a las casas, la anciana insiste en que


la pequeña duerma con ella y sus abuelos, y aunque Zil
no quiere de mala gana accede pues Lucía ya llevaba
cargando a la niña para dónde ellos.

—Sí se despierta o algo me avisan —pide una vez más—.


Ya les llevo sus cobijas.
—No te preocupes, tu madre ha traído cobertores para
toda una comunidad —señala Memo—. Solo dame su
peluche por si lo busca.

Zil apenada entra a su casa y sale con el peluche de oso


para entregárselo.

—Papá, si llora o algo me avisas, estaré atenta —repite


Zil preocupada y avergonzada pues dormirá a solas con
Andrés y sus padres lo saben—. Descansen.

Zil le da un beso a Tita y a su padre y estos a ella.

—Igualmente mi niña, descansen —desea Memo y se


despide de Andrés para seguir su camino.

Tita, que los mira con cara de no les creo que descansen,
solo se ríe.

—Que pasen buenas noches... —se despide en un tono


pícaro haciendo que Zil se sonroje.
—Tú también, Tita —responde Andrés quien abraza a su
novia y juntos entran a la gran casa de campaña.

Este echa el cierre de la puerta y quedan de pie uno


frente al otro.

—Y estamos solos... —dice Zil sin saber que más añadir.

—Ajá... pero sabes que no pasará nada, no aquí... no hoy


después de todo lo que ha pasado —advierte Andrés
abrazándola.

Zil esconde como de costumbre su rostro en el pecho de


él y por qué le gusta la forma en que Andrés le rodeo por
los hombros. La hace sentir segura y protegida.

—Me gusta tu aroma —confiesa ella mientras aspira.


—A mí me gustas toda tú —dice en tono dulce y ella se
enternece—. Te amo, Zil, demasiado que duele pensar en
un futuro dónde no estes.

—No tienes que pensar en eso —afirma ella como si


supiera lo que le depararía el mañana mientras lo ve a
los ojos—. Estaremos juntos pase lo que pase...

Andrés agacha su rostros para besar en los labios a su


amada, toma posesión de ellos con urgencia, con
necesidad de sentirla al menos de esa manera para
saciar la incertidumbre de lo que pueda pasar.

Zil responde el beso de su hombre sosteniéndose de su


cintura, pasa sus manos por debajo del cárdigan y siente
su piel. Andrés hace lo mismo, sube un poco el suéter de
ella para sentir la piel que yace caliente en su mano,
suave y tersa.

—Te deseo tanto... —declara haciendo que Zil se


estremezca ante la confesión.
—Yo a ti... —dice mientras sus labios chocan una vez
más.

Andrés se agacha un poco y toma a Zil levantándola y


esta se engancha a su cintura. Él camina con ella
enredada en su cuerpo hasta donde yace el colchón
inflable sobre una base metálica plegable. Bajándola
suavemente se recuestan sobre este.

Él se levanta solo para quitarse las botas y quitárselas a


ella, después de eso vuelve a la cama donde lo espera
paciente.

—Quedamos en que no haríamos nada más... —recuerda


Zil mientras Andrés besa su cuello.

—Hay muchas maneras de hacerte el amor —le dice a la


cara mientras acaricia su mejilla—. Besarte es una de
ellas.
La forma en que él la mira, la devoción en sus ojos
cuando la observa no hacen más que acelerar su
corazón.

—Puedes comenzar... tocándome —invita ella, tomando


la mano de él y poniéndola sobre uno de sus pechos.

—¿Estás segura? —vuelve a preguntar él.

—Totalmente —reafirma.

—Entonces, hagamos que esta noche sea mágica, hoy y


siempre.

—Siempre...
La luces que me conmueven - Capítulo 55
Era aun de madrugada cuando Zil sintió escalofríos. La
sensación de sentirse observada le llega de repente.
Siente temor por Andrés y por toda la familia. Había
intentado apartar de su mente lo ocurrido hoy, pero una
vez que el hombre que ama se quedó dormido boca abajo
abrazando la cintura de ella, no pudo dejar de pensar en
que la situación fuera muy diferente si Carlota hubiera
decidido terminar con su vida.

Tiene que hablar con Luca, es necesario que le pongan


una escolta a Andrés, ya no es seguro que viaje o que
ande por ahí solo. Quizás ella no pueda aportar mucho
para el sueldo de la escolta, pero siente que debe hacer
algo. Metida en si comentarlo con Matteo o su suegra
María a quien vio a pesar de la situación de manera muy
serena.

Las voces de Tita e Itzia le llegan a través de la tienda


que los cubre. Se desliza de entre los brazos de su
amado y se viste para salir con ellas. Cuando revisa el
teléfono se percata que se ha quedado sin batería así lo
mete de nuevo a la maleta, de todas maneras, toda la
familia está ahí con ella y no cree necesario usarlo.
—¡Buenos días, princesa! —saluda extendiendo los
brazos para que su pequeña camine a ella.

Itzia la escucha y gira abruptamente. Camina directo a


ella sin tropezar ninguna vez y eso emociona a su joven
madre. Tita sigue a su bisnieta hasta llegar donde Zil.

—¿Cómo pasaron la noche? —pregunta la joven a la


anciana.

—Al menos nosotras dormimos... es claro que no has


pegado ojo y por tu cara no ha sido una buena noche —
intuye como siempre—. ¿Quieres hablar de ello?

Zil sostiene a su hija en sus brazos y la envuelve en el


chal que traía encima.

—Estoy preocupada por Andrés —responde en voz


baja—. Siento como si alguien nos observara.
Ambas mujeres miraron a su alrededor solo para
comprobar de que eso no fuera así.

—Es lógico... has vivido tantas cosas que tu sentido de


alerta es muy distinto al de cualquiera otro —divaga
acertadamente Tita mientras toma del brazo a su nieta y
la encamina hasta el área dónde dispusieron una tienda
como cocina—. Te daré un té y luego desayunarán
tranquilamente con la abuela.

—Sí, necesito comida... pero sabes, mejor un café.


Necesito activarme —aclara Zil mientras se sienta en
una de las sillas de plástico que yacen alrededor de la
mesa plegable—. Beba, ¿te sientas aquí mientras mami
le ayuda a Tita con el desayuno?

La pequeña asiente con la cabeza mientras ve como su


madre y su bisabuela se desplazan por la improvisada
cocina.

—¡Buenos días, hermosa! —saluda Fer a su sobrina y


esta le sonríe ampliamente.
—¡Tillo! —la nena extiende sus brazos para que este la
abrace y él lo hace.

—Creí que despertarías mucho más tarde —expresa Zil


con un deje de broma detrás de sus palabras.

—Eso quería, pero los ronquidos de mi papá no me


dejaron dormir. Por eso están despiertas ¿verdad Tita?

Tita lo mira en complicidad haciendo que me ría de la


situación.

—Ya sabía yo que no andabas tan madrugadora —le


refiere a su nieta.

—Es que es de más, roncó como oso en el bosque... No


sé cómo tu mamá puede dormir junto a él —señala Tita
haciendo que sus nietos se rían.

—¿Y Maggie? —pregunta Zil.


—Dormida —responde escuetamente Fer sentando a su
sobrina para luego acompañarla a su lado—. Venía
trasnochada, no creo que despierte hasta tarde.

Ambas mujeres sabían de las guardias extensas que a


veces le tocaba cubrir a la chica, así que no dijeron nada
sarcástico ni en broma al respecto.

Tanto Zil como Tita preparaban unos huevos motuleños,


Fer dejó a su sobrina un momento para ayudarles con el
café y un té para Itzía, después de eso volvió al lado de la
pequeña para enfriarle un poco la bebida. Eran las siete
de la mañana cuando comenzaron a desayunar juntos.

Tita guardaba ese momento en su corazón, sus nietos y


bisnieta. No sabía cuánto tiempo más le quedaba de
vida, no es que se anduviera muriendo, pero ya había
arrebasado los setenta años y esperaba al menos vivir
unos veinte más. Esperaba con todas las fuerzas de su
alma vivir para ver la felicidad y prosperidad de su
familia. Le pedía a Dios que le concediera la fortaleza y
salud necesaria para seguir disfrutando del placer que le
significaba estar con su familia.
Luego de desayunar los demás miembros despertaron,
Tita se retiró con su nieto y bisnieta a dar un paseo por
los alrededores mientras que Zil volvía a la casa de
campaña a ver a Andrés.

Este yacía de pie con las manos en la cintura dando la


espalda a la entrada. Ella no podía dejar de ver el daño
en su espalda, se le revolvió el estómago de pensar en lo
que él había tenido que vivir y luego recordó lo que ella
misma en el pasado había vivido.

Se sentía como si hubiese sido hace muchos años, pero


en verdad no eran tantos como ella quisiera. Aun así, el
destino se ha encargado de que poco a poco los malos
recuerdos sean reemplazados con nuevos y mejores.

Por su parte Andrés siente que no sabe cuál es el camino


que debe seguir, por un lado, está decidido a pasar toda
su vida junto a Zil, pero le desespera tener que estar
cuidándose la espalda. Vivir con temor no es vida, piensa
en la chica de ojos celestes y en cómo es que ella vivió
mucho tiempo así y no se amedrantó. Reconoce la
fortaleza que ella tiene y sabe en el fondo de su ser que
también debe ser fuerte, por él, por ella y su pequeña y
por todo el resto de su familia.

La espalda le arde con el ligero sudor que recorre por su


piel.

—Deja te ayudo —pide la joven cuando ve que él tiene


intenciones de ponerse una polo manga larga—. Debo
limpiarte primero las heridas.

Andrés se gira y la observa cómo se va acercando a él


con un paso parsimonioso. Como si la simpleza de
caminar de pronto se hubiera convertido en un paso
exótico.

—Te ves tan... —deja el comentario en el aire cuando ella


se acerca a sus labios y los besa.

La nota más desinhibida, más libre con sus afectos.

—Tú, te vez exquisito —murmura ella contra sus labios.


Andrés la toma de la cintura pegándola a su cuerpo, Zil
se sostiene de los brazos de este mientras disfruta tocar
la firmeza de sus músculos. El beso se intensifica un
poco, pero ambos se frenan cuando se dan cuenta de
que si siguen no podrán parar.

—¿Te gustó? —inquiere Zil dudando en lo que habían


hecho la noche anterior—. Lo de anoche —especifica.

—Por supuesto que me gustó ¿por qué no habría de


hacerlo? —pregunta cuando ve el temor en sus ojos.
Lentamente le acaricia el mentón, deslizando su pulgar
por la mandíbula y hasta su mejilla. El amor que de su
mirada se escapa no puede pasar desapercibido—. Eres
lo mejor que me ha pasado en la vida, eres la mujer que
amo y lo de anoche fue mágico a su manera. Permitirte
tocarte de la manera en que lo hice, verte disfrutarlo y el
que me permitieras ser parte de ello no se compara a
nada que haya vivido. Eres y serás siempre lo que más
me guste, lo que más desee y lo que más adore.
Zil al oírlo contiene la respiración, si bien no habían
hecho el amor como ella se ha imaginado y quizás él
también. La manera en que él se ha dedicado a
acariciarla y hacerle sentir única es para ella algo que no
podría comparar con nada, fue especial.
La luces que me conmueven - Capítulo 56
Luego de tres días de acampada, la escapada familiar
había terminado. Tanto los García como los Di Rosa
volvieron a la ciudad para descansar los días que les
quedaban de vacaciones.

Andrés nada más llegar a casa de su madre se preparaba


para el interrogatorio que esta tenía para él. Sin
embargo, se preparó invitando a su primo Luca para que
le explicara el plan a proceder en contra de Carlota.
Matteo, Dante y Ángelo estaban con ellos. Este último
aun avergonzado por haberla defendido en su momento.

—Lo que se necesita es que atraigamos a Carlota —


explica Luca con cautela pues va a explicar el plan a
todos—. Es claro que ella está vigilando cada paso de
Andrés, aun me sorprende que no haya llegado de
sorpresa a su pequeño escape.

—Zil me dijo en varias ocasiones que sintió que le


observaban —confiesa Andrés pues también ha sentido
lo mismo—. Estuvimos atentos y aunque no vimos nada,
yo también me sentí igual.
—Carlota nos lleva mucha delantera, no ha dejado
ningún rastro que podamos seguir, ni bancario, ni físico
—prosigue Luca con su declaración—. He pensado que
la mejor manera de atraerla es hacer una campaña en
dónde se anuncie alguna conferencia de prensa del
lanzamiento del café. De esta manera ella sabrá que
Andrés estará ahí y querrá aparecer, entonces la
atraparemos.

—¿Estás seguro que eso puede funcionar? —pregunta


María preocupada—. Me parece a mí muy arriesgado.

Luca está por tomar la palabra, pero Andrés le


interrumpe.

—Lo es, pero eso no quita de que sea una buena


oportunidad para atraparla —asegura con confianza en el
plan—. Ya ha demostrado que está dispuesta a hacer lo
que sea con tal de verme destruido. Quiero pagarle con la
misma moneda, no importa si tengo que exponerme. Ya
no se trata solo de mí, si no de la familia que algún día
quiero formar. No quiero vivir una vida llena de temor.
Matteo que había permanecido callado decide que debe
hablar en favor del plan.

—Es cierto, tenemos que ver los pros y contras, pero a


estas alturas son más los contras así que voto a favor del
plan —razona en voz alta para todos—. Ya no es
solamente Andrés quien ha quedado expuesto, si no Zil y
su pequeña.

—Voto a favor —señala Dante—. Si quieren, ahora que


Zil y su hija viven solas, podrían irse a mi casa. Sé que a
Diane le encantaría estar cerca de ella.

—Ella tendrá seguridad extra, al igual que cada uno de


ustedes —advierte Luca—. Lo mejor es que vivan sus
vidas como si nada pasara, que ella no sospeche.

Ángelo no dijo nada pues entendía que su opinión ahí


salía sobrando. Si bien había heredado el temperamento
del abuelo y toda su vida estuvo dispuesto a ordenar que
hacer y que no hacer a sus hermanos, ahora en la
adultes ha quedado relegado por la soberbia con la que
fue creciendo.

—El proyecto apenas tiene un mes en marcha, anunciarlo


tan rápido puede ocasionar ciertos problemas con las
competencias —apunta asertivamente María para
conocimiento de todos—. Lo ideal es que una vez
constituida y las escrituras de las propiedades en dónde
se va a trabajar lo den a conocer.

—¿A cuánto tiempo se refiere, tía? —pregunta Luca al no


comprender del todo esa parte de la logística.

—Unos dos meses.

—Eso es mucho tiempo, a lo mucho tenemos quince días


para ejecutar el plan —dice contundente Luca a todos.

La mayoría se sorprende por el espacio de tiempo, dado


que apenas están en la fase de planeación y aunque el
terreno en dónde pondrán el primer local ya está en
proceso de compra, aun no se ha concretado.
—Lo mejor es que aceleremos los trámites pendientes —
sugiere Matteo mirando a su madre y hermano menor—.
Si queremos que atrapen a la loca esa, esa es nuestra
mejor oportunidad.

—Está bien, hagan lo necesario —aprueba María a sus


hijos y sobrino—. Hagamos una reunión con Tita, Memo
y Lucía para informarles, bueno, en todo caso con todos
los García. Mientras tanto, déjenme con Ángelo que
tengo un asunto que tratar con él. Los demás ya se
pueden ir a seguir con sus planes.

Los hermanos se miran unos a otros pues hace mucho


tiempo su madre no pide que se retiren para hablar a
solas con alguno. Ella solía hacerlo cuando ellos eran
pequeños, muchos años han pasado desde la última vez.

—¿Qué creen que haya hecho, Ángelo? —pregunta


Matteo cuando están todos afuera.

—Lo más seguro es que sea algo relacionado a su


actitud, últimamente no es el mismo en las reuniones
familiares —confiesa Dante sacando un cigarrillo.
Cuando sus hermanos y primos lo miran como si hubiera
dicho un chiste, enciende el cigarro para luego explicar—
. Ha estado disperso y no habla mucho.

—Pero así siempre ha sido él —asegura Andrés.

—Sí, pero ahora hasta con su esposa. Creo que tienen


problemas, no estoy seguro, pero es lo que Amanda me
ha dicho —dice dejando a todos sorprendidos.

Luego de aquella conversación ellos se marchan a dónde


el terreno y hablan con los abogados para proseguir con
los trámites. Andrés agenda una cita con los García para
la cena del día siguiente para informarles sobre las
decisiones que se han tomado.

—Esta noche saldré a cenar con mis compañeras —


anuncia Zil por teléfono a su novio—. Me han invitado a
cenar a un tal Almacén del Bife o algo así.
—Genial, está muy rica la comida ahí. Disfruta tu noche
de chicas, te amo —responde Andrés con cariño a través
del auricular—. Mañana te veo en la cena entonces.

—Va, hasta entonces, te amo también —se despide con


ganas de repetir lo de la otra noche—. Ya te extraño...

—Yo a ti, cariño —dice él pensando en los gemidos que


salían de la boca de esta—. Yo voy saliendo del
departamento de Matteo y voy a casa, necesito curarme
las heridas.

Zil que nota una oportunidad y aunque le da un poco de


pena, decide que decirle.

—Si vienes acá yo te ayudo con eso —sugiere con temor


de ser rechazada—. Itzia ya está dormida y no creo que
despierte hasta mañana.

Andrés medita un momento ante la propuesta pues no


tiene nada de ropa en su casa para poder ducharse y así
curarse las heridas.
—De acuerdo, iré por un cambio de ropa y te veo en
media hora. Hasta entonces —sonríe ante la idea de
volver a pasar la noche con Zil, aunque no hagan nada.

—Vale, maneja con cuidado —advierte con precaución—.


Acá te espero. Bye

—Bye...

Ambos cuelgan para hacer lo que deben mientras se


encuentran. Zil decide darse una ducha rápida antes de
que él llegue y así poder ayudarle. Saca el botiquín que
mantiene debajo del fregadero del lavabo del baño y lo
pone en la mesa de la cocina. Revisa a la pequeña en su
habitación y se percata que sigue dormida.

Cierra la puerta y deja el monitor encendido en caso de


que esta se despierte exaltada, así podría oírla.

Al cabo del tiempo estipulado, Andrés llega a su antiguo


departamento. Antes le parecía soso e incluso era un
lugar al que no solía tenerle un cariño especial. Ahora no
es así, se ha dado cuenta que cualquier lugar en el que
ella esté puede convertirlo en un hogar.

—Pasa, te he puesto la tina a llenar para que te relajes


—informa Zil nada más abrir la puerta.

Aunque no quiera parecerlo está nerviosa.

—Gracias, lo necesito urgentemente —señala él dejando


su pequeña maleta en el suelo para luego acercarse a
ella—. Antes ven acá y dame un beso que es lo que más
he anhelado en todo el día.

Zil se acerca a él y lo besa con la misma urgencia que


Andrés. Este pasa sus manos de la cintura a su trasero y
lo aprieta provocando una risa nerviosa en ella.

—Mejor ve a ducharte anda —le regaña ella un poco


avergonzada, pero a la vez emocionada por lo que él ha
hecho.
Nunca antes alguien le había tomado de esa manera y le
ha gustado. Andrés se ríe y toma su maleta para luego
caminar directo al baño y encerrarse ahí.

Una vez que sale, Zil yace con todo listo en la cocina.
Aunque a él no le guste ella se dedica con toda la
paciencia a desinfectar cada corte, cada raspón que
tiene en lo ancho de la espalda. Con cariño va dejando
pequeños besos en lugares donde no tiene nada, esto
para no infectarle. Mientras él permanece de pie frente a
la mesa donde ella yace sentada, siente los escalofríos
del toque de sus manos.

Es imposible no sentir placer con las caricias que ella


hace voluntaria e involuntariamente. Le estremecen y le
provocan. Una vez que ella termina, deja algunas gasitas
puestas en dónde las heridas son más dañinas.

—¿Dónde podré dormir? —pregunta él girándose para


poner sus manos justo al lado de las caderas de ella.

Una sonrisa coqueta se pinta en la boca de Zil y lo


abraza por los hombros.
—Podrías dormir en el sofá o conmigo... ¿Cómo gustes?
—ofrece a sabiendas de lo que él elegirá.

—Entonces vayamos a dormir juntos —la besa en la nariz


para luego levantarla de la mesa.

Zil enreda sus piernas en la cintura de él, mientras que


Andrés la sujeta del trasero. Camina hasta la habitación
de ella, antes de él y la recuesta con delicadeza en la
cama. Luego regresa para apagar las luces y cerrar la
puerta.

Zil sintiendo cientos de mariposas en el estómago cree


que esta será la gran noche. Andrés, sin embargo, planea
una nueva manera de hacerla sentir bien. Y así en medio
de la oscuridad, con tal solo las luces del cielo inundando
de color la habitación prueba a la mujer que ama con
toda el alma. La prueba hasta hacerla gemir tan fuerte
que él mismo se estremece. Luego de que ella hace lo
mismo, ahora es él quien gime, y dice su nombre una y
otra vez hasta que terminan abrazados envueltos en su
sudor y deseo.
La luces que me conmueven - Capítulo 57
Eran pasadas las ocho cuando Zil llegó junto a Maggie al
Almacén del Bife en la Plaza Andares. Les había
comentado a sus compañeras sobre el asunto de la boda
y de que su cuñada es nueva en la ciudad. Al saber estas
sobre su profesión y dado que andaban buscando una
enfermera para el negocio, ofrecieron a la joven que la
invitara así la conocían.

Zil ignoraba sobre que estaban buscando una enfermera


para el centro e invito a Maggie sin saber que en el caso
de ella era más bien una entrevista de trabajo.

—¡Chicas, acá! —saluda Martha haciendo señas con la


mano para llamar la atención de las jóvenes.

En la mesa yacían, Martha, Chayito y una mujer de ojos


grises y pelo rizado a quien Zil no conocía.

—Buenas noches —saluda Zil al llegar—. Ella es Maggie,


mi cuñada.
—Mucho gusto, Maggie —se presenta esta y comienza a
saludar a las presentes mientras ellas se van
presentando.

—Ella es mi esposa, Lorena —señala Martha a la mujer


junto a ella—. Ella es Zil, la chica de la que te hablé.

La joven se ruboriza un poco pues por lo general cuando


veía a alguna mujer que fuera lesbiana estas tendían a
vestirse con apariencias más masculinas. Nunca se
imaginó que Martha tuviese esas preferencias pues no lo
aparentaba. Esto le sirvió como experiencia para romper
con los prejuicios que no sabía tenía y ampliar su manera
de ver el mundo.

—Es un gusto conocerla —confiesa Zil con las


divagaciones en su interior y le saluda de mano—. Hacen
una hermosa pareja.

Ahora es Martha quien se ruboriza, es sabido que su


esposa es guapa pero que a ella se lo digan es otra cosa.
—Gracias, también es un gusto conocerte —dice Lorena
apretando con firmeza la mano de la joven—. Tomen
asiento, estamos por pedir algo de beber.

—¿Toman vino? —pregunta Chayito.

—Sí —responden ambas jóvenes.

Chayito hace una seña al mesero y este se acerca de


inmediato.

—Sí, buenas noches, ¿podrías traernos una botella de


Cabernet Sauvignon? El Chateau Domecq de preferencia.

—¿Alguna entrada? —inquiere el joven anotando el


pedido en su tableta.

—Sí, tráenos chistara gratinada —informa Martha sin


siquiera ver el menú—. Por favor.

El joven confirma el pedido y luego se marcha.


Zil permanece sentada conversando con las mujeres.
Chayito se enfoca en charlar con Maggie, pues realmente
le interesa contratarla. A medida que la conoce se
convence más de hacerlo.

Mientras platican, beben y comen del gratinado, Zil


siente lo mismo que en el campamento. La sensación de
ser observada. Busca entre los comensales a ver si se
encuentra con la persona que tanto miedo le tiene, pero
no la encuentra. Tampoco es que la conozca mucho, pero
si le tiene sus reservas dada la historia.

—¿Y cuando te casas, Maggie? —pregunta Martha


cambiando de tema y llamando la atención de todas.

—A finales de mayo —responde con clara emoción en la


voz.

—Eso es muy pronto —dice Lorena con seriedad.


Para Zil es claro que es Martha quien lleva la voz
cantante de su matrimonio.

—Sí, pero como solo haremos una pequeña recepción


familiar, no vemos el caso esperarnos más tiempo —
responde con calma a pesar de que no le gustó la
acusación implícita en la voz de la desconocida.

—Espero que todo te salga a pedir de boca y que


disfrutes mucho ese día —declara Chayito con alegría—.
Aún recuerdo el día que me casé con Ricardo...

—Y cinco años después... panzón y amamantando al


bebé por que la mujer salió de cena con las amigas —se
burla Martha haciendo que Chayito soltara una
carcajada.

Yatzil se siente incómoda, no deja de estar mirando a su


alrededor. Luego de que piden al comida, pide permiso
para retirarse al baño y se marcha. Revisa su móvil y mira
un mensaje de Andrés que le pregunta cómo va la cena.
Zil_ 9:02 p.m.

Todo bien cariño, excepto porque tengo el mismo


presentimiento que la acampada... No me siento a gusto,
quiero irme

Andrés_ 9:03 p.m.

¿Quieres que mande alguien a buscarte o que yo vaya


por ti?

Zil_9:03 p.m.

Ven por nosotras, por fis...

Andrés no lo piensa dos veces y confirma con un ok para


luego avisarle a sus guardaespaldas recién contratados
para que los acompañe.

Zil por su lado va guardando su teléfono en el pequeño


bolso que trae consigo mientras sale del baño. Se
tropieza con una mujer que se disculpa de inmediato y
entra al servicio para damas. La joven no le presta
atención y sigue su camino.

—Disculpen chicas, nos vamos a tener que retirar —


informa la joven nada más llegar a la mesa y mientras
toma asiento—. De media hora a cuarenta minutos
llegará Andrés por nosotras.

—¿Cómo? Tan rápido se van —afirma Chayito—.


Esperaba poder proponerle algo a Maggie.

La chica que apenas y la conoce se sorprende por el


comentario.

—¿A mí? —pregunta dudando aún.

—Sí, Zil nos comentó que eres enfermera y estas


buscando un trabajo en lo que te acomodas en una plaza
—explica de manera casual—. Quisiéramos saber si
estas interesada en unírtenos. En el centro estamos
buscando una enfermera, pues la que teníamos
anteriormente se fue a Ciudad de México.

Maggie se sorprende por la propuesta, ya que era algo


que no esperaba.

—Oh... no esperaba algo así —confiesa—. Estoy


sorprendida.

—Pásate mañana y hablamos más concretamente de la


propuesta ¿te parece? —dice Chayito de nuevo.

—Claro, ahí estaré.

—¡Llegó la cena! —señala Martha cuando el mesero se


acerca con el bife de lomo, la ensalada mixta, el puré de
papa, un guacamole y champiñones al ajillo.

Las chicas comienzan a comer, y justo terminan cuando


Andrés le avisa a Zil que yace en el estacionamiento y
que irá por ella.
Los guardaespaldas se acercan junto a él al restaurante.
La sola presencia de ellos alerta a todas las personas del
lugar, era de esperarse ya que era imposible que no
llamasen la atención. Zil nada más verlos siente alivio, a
pesar de que no ha bajado la guardia. Buscó entre la
gente a la chica con la que se topó saliendo del baño,
pero no la encontró, quizás era parte del personal, piensa
ella.

—Chicas, ahora sí, no tenemos que retirar —informa Zil


poniéndose de pie—. Les agradezco muchísimo la
invitación, mañana nos vemos primero Dios. Me pasan la
cuenta por fa.

—Claro que no —dice Martha firmemente—. Nosotras te


invitamos, nosotras pagamos.

—Gracias, la próxima invito yo —afirma ella mientras va


despidiéndose con un beso en la mejilla de cada una.
La luces que me conmueven - Capítulo 58
El día acordado para la conferencia de prensa había
llegado. Zil había acompañado toda la mañana a Maggie
para la prueba de vestido y de damas. Itzia irá de pajecita
así también estaba con ellas para probarse un vestido.
Luego de terminar se dirigieron al hotel dónde sería la
conferencia y presentación del proyecto que estaba
programado justo a las once de la mañana.

Por orden de la familia Di Rosa cada familia mantenía de


uno a dos guardaespaldas. Sospechaban que Carlota no
está actuando sola ya que la última semana ha hecho
más desastre que antes.

Cuando las chicas llegan al lugar ya todos están ahí. Tita


había preparado una mezcla especial de su café para la
degustación de los asistentes. Lo ocultaba bien, pero en
realidad estaba muy nerviosa por la presentación; Memo
y Lucía no se quedaban atrás, estaban ansiosos ya que
se encontraban rodeados de personas que no conocían y
con un estatus social distinto, simplemente sentían que
no encajaban.
Por su parte, María como toda una organizadora se
preocupaba de que todo estuviera en su lugar, bien
habían contratado a una persona para que se encargara
del evento, ella personalmente confirmaba que todo
estuviera bien.

Todos estaban ahí, Ángelo, Dante con sus respectivas


familias, Matteo con una chica que conoció semanas
atrás pero que hasta hoy no había presentado a nadie.
Andrés y los García. Incluso estaban la hermana de
María, Ermine y su marido Fiorenzo que habían sido
invitados dado que también fueron la conexión entre los
arquitectos que llevarían el proyecto y los Di Rosa.

—¿Maggie, te puedes quedar con la nena un momento?


—pregunta Zil cuando Andrés la divisa y le hace una
seña para que se acerque.

—Claro, tú no te preocupes, estaré allá con Fer —señala


el lugar en donde este se encuentra junto a su familia.

Todos ya acomodados en las sillas principales de la


recepción. Frente a las filas de sillas ya se encontraba el
templete con el atril con sus micrófonos para la
conferencia de presentación del proyecto.

Zil se acerca presurosa donde Andrés quien yace


conversando con dos hombres y una mujer. Todos de
aspecto imponente y ropa fina. No pasa por alto la
mirada analítica de la chica.

—Buen día —saluda a los presentes para luego darle un


corto beso en los labios a su hombre.

—Buen día —responden los tres desconocidos.

—Ella es mi novia, Zil García —aclara Andrés para los


presentes mientras Zil saluda a cada uno estrechando
sus manos.

—Mucho gusto —dice ella saludando al hombre mayor.

—El gusto es mío, soy Henry Pierce —saluda regalándole


una sonrisa afable a la joven. Le recuerda tanto a su
Helena de joven.
—Ian Ikard —se presenta el hombre apuesto de barba
cerrada y ojos azules, cuando estrecha firmemente la
mano de Zil—. Es un gusto conocerte, por fin, Andrés
nunca deja de hablar de ti —aclara ante el comentario
que hace.

Zil solo sonríe nerviosa, no es muy dada a entablar


conversaciones con personas desconocidas. Además, de
que la sola presencia del hombre impone mucho. Es claro
que ni él ni el Señor Henry son mexicanos, pues, aunque
tienen un buen español, aun se nota en su forma de
hablar que su lengua nativa es el inglés.

—Es un placer conocerte, Zil —saluda con una amplia


sonrisa la joven de mirada perspicaz—. Me llamo Zoé
Herrera y trabajaré en el proyecto de la cafetería con
ustedes.

De antemano ella sabía que iban a contratar personas


para la construcción y diseño del lugar, así como de la
marca, pero hasta el momento no los conocían.
Zoé parecía ser demasiado joven para llevar el peso de
tal magnitud, pero si algo había estado aprendiendo es
que Andrés y Matteo no dejaban nada a la ligera en
cuanto a trabajo se refiere.

—Gracias a todos, sé que están trabajando contra


corriente por el proyecto —explica ella pues Andrés ya le
había comentado que se tuvieron que apurar debido al
plan que tenían—. Me alegra saber que todo está en
buenas manos.

Andrés mira embelesado a Zil, generalmente no expresa


mucho cuando del proyecto se trata. Ella había pedido
que no se le involucrara y él decidió cumplir su deseo al
pie de la letra. Todo por el bien de su relación.

Él pasa su mano por la espalda de ella y la deja posada


sobre la cintura, Zil siente la caricia implícita de deseo y
sonriendo de lado le regala una mirada coqueta.

Para los presentes la minúscula acción no pasa


desapercibida así que es Zoé la que se encarga de
romper la tensión que claramente existe entre ellos.
—Si gustas, por acá puedes ver la maqueta completa del
diseño —invita Zoé a Zil, llamando su atención.

—Sí, claro —responde ella para luego seguirla.

Ambas chicas caminan hasta la pared más próxima en


dónde sobre una mesa yace dentro de un cristal
transparente una gran maqueta en donde yace lo que se
supone sería el local en dónde se vendería el café y otra
maqueta del lugar donde sería la fábrica.

—¡Wow, esto es impresionante! —expresa emocionada


Zil.

—Me alegra que te guste, realmente es un proyecto


emocionante —explica Zoé—. He tenido la fortuna de
probar el café que hace tu abuela, y es delicioso. Sé que
les irá de maravilla.
—Eso espero, que consigan el éxito —aclara Zil
pensativa—. Muchas gracias, está quedando de
maravilla.

—Claro, cuando gustes puedes pasar a ver cómo va la


obra —invita Zoé con entusiasmo—. Siempre es buena la
perspectiva femenina.

—Gracias por la invitación, pero no creo que sea bueno


que vaya —dice mirando a través de la habitación a
Andrés. Este se da cuenta y le sonríe.

—¿Puedo saber el por qué? —inquiera Zoé al darse


cuenta que ella no está muy involucrada en todo el
proyecto.

Zil le sonrió un poco con tristeza que con alegría.

—Digamos que a veces es necesario poner límites en la


relación —explica con un aire de sabiduría—. Si no lo
hacemos nos pondremos de cara a conflictos
innecesarios y malinterpretaciones.
Zoé que siente que un balde de agua fría le cae del cielo,
mira desde su lugar a Ian quien yace junto a Henry y
Andrés conversando. Nunca una frase tuvo más sentido.
Aunque no lo quiera y por su bien mental, debe poner
límites en su relación con Ian.

—¿Son pareja? —pregunta Zil al darse cuenta como


estos dos se observan mutuamente.

—Lo fuimos... estamos en un stand by —explica mirando


de nuevo a la chica.

—Es difícil trabajar con el jefe a veces —intenta deducir


lo que pasa entre ellos.

—El asunto es que ahora yo soy su jefa... —Zil se da


cuenta del error y se da una idea.

—Oh... tiene sentido.


Zoé sonríe de nuevo pues es peor de lo que ella imagina,
no solo es su jefa, sino también parte de su familia. Todo
un culebrón.

—Vamos, ya va a comenzar —señala ella a Zil quien


sigue admirando la estructura.

Ambas caminan hasta el podio, Zoé permanece junto a


Henry quien le entrega una carpeta en sus manos y Zil se
sienta en la primera fila junto a su hija. Poco a poco
todos comienzan a graparse y a tomar sus lugares. La
sala permanece abierta para todo público y periodistas.
La luces que me conmueven - Capítulo 59
El vestido caía en cascada, con cada paso los holanes de
organza se deslizaban con una armoniosa parsimonia
sobre la falda de tafeta. La melodía lenta de la canción
"Antes que al mío" de Los Claxons en el piano da la
bienvenida a la entrada nupcial de Maggie tomada del
brazo de Don Guillermo García, quien desde que la
conoció se ha convertido en el padre que nunca tuvo.

El pequeño jardín iluminado con velas y flores rosas solo


vuelve la imagen aún más tierna posible. Al fondo, un
gran círculo de madera decorado con las mismas flores
del lugar enmarca la silueta del hombre que tanto la ama.
Fer con su traje gris y corbata rosa pálido, la espera en el
altar acompañado de sus padrinos que es nada más y
nada menos que los hermanos Di Rosa.

Maggie aparece a la vista de Fernando en el corto pasillo,


él siente que el corazón le late más rápido de lo normal.
Sus ojos se llenan de lágrimas al verla, su cabello caía en
ondas sobre el straple de encaje del vestido. El velo iba
tras el rastro de la figura de ella, a los ojos de él parecía
el ángel más preciado.
El sentimiento era mutuo, ella no podía dejar de ver al
hombre que en medio de la soledad y la tristeza le había
regalado tantas alegrías y había traído consigo una
familia que la amaba como si la hubiesen conocido de
toda la vida. Ahora por fin su sueño de formar una familia
unida se haría realidad.

Guillermo García entrega la mano de su nuera a su hijo y


luego se sienta junto a su amada Lucía, a quien ha
amado por casi veinticinco años. Zil yace parada del lado
de la novia como la única madrina de ella, Maggie le
entrega el ramo adornado también de rosales rosas,
blancos y follaje verde.

La mirada de Andrés recorre la silueta de su novia y


aunque ya le dijo que se ve hermosa, a veces le es
imposible dejar de admirarla. La ama con toda el alma.

La ceremonia comienza y al cabo de unos minutos los


novios son declarados marido y mujer. El regocijo en el
salón es inminente, los presentes aplauden y alaban al
nuevo matrimonio. Fer y Maggie salen tomados de la
mano y con una amplia sonrisa en sus rostros. Un
hermoso comienzo para quienes han estado
incondicionalmente para todos.

Al salir del pequeño jardín a un espacio dedicado para


las fotografías, todos se acercan para felicitarlos. Zil,
Andrés e Itzia se acercan para tomarse una foto con ellos
y el resto de la familia.

Tita, luce emocionada, nunca antes había asistido a una


boda de esa magnitud, por lo que llora de felicidad.

—No llore, Tita —pide Fer.

—Es de alegría, mijo, pensé que te quedarías solterón


toda la vida —responde ella.

Era algo que ellos hacían, se molestaban uno al otro,


pero ambos reconocían el amor en aquellas palabras, por
lo que se abrazaron con gran cariño.

Una vez que el jardín estuvo acomodado para la


recepción, les pidieron a las familias que pasaran. En el
centro se había puesto una pista de baile, para el primer
vals de los novios. Ahora, no solo sonaba la melodía, sino
también la voz de un grupo que cantaba "Antes que al
mío".

Fer tomó de la cintura a Maggie y la guio por la pista cuál


bailarín profesional, era su primera canción como marido
y mujer. Todos a su alrededor los miraban recordando los
bellos momentos que pasaron con sus parejas o
anhelantes de un buen futuro con las personas con las
que desean formar ese bello hogar.

—Te amo, Maggie. Lo haré hasta que mis fuerzas me


abandonen y aun con el último aliento susurraré del gran
amor que me permitiste tener a tu lado —confesó Fer a
su ahora esposa mientras terminaban las últimas notas
del vals.

Tomándola de la mano, giró de su cuerpo para luego


inclinarla de lado mientras la sostenía con sus brazos.
Fer se acercó a su boca robándole un tierno beso. Los
presentes aplaudieron y con ello comenzaron a pasar a la
pista para bailar.
Cuando llegó el momento de arrojar el ramo, la
organizadora de la boda llamó a las damas solteras a la
pista.

—Ven niña, vamos —dice Tita tomando la mano de Zil


para llevarla a la pista.

—No estoy soltera —señala Zil—. Y tú no creo que


quieras pasar.

—¿A caso me ves novio o marido? —pregunta risueña


Tita—. Además, que tengas novio no significa que tengas
compromiso, así que anda, quizás me saque el ramo y
encuentre a un galán tan guapo como el tuyo.

Andrés se sonroja ante el comentario de la anciana, pero


a la vez le parece divertido.

—Anda nena, ve, acompaña a tu abuela y dale suerte —


advierte Andrés mientras ve como su novia no tiene más
remedio más que ir tras Tita.
Itzia dibuja tranquilamente junto a Lucia y Memo en la
mesa. Ambos lucen un poco cansados luego de tantos
preparativos y disfrutan la boda desde sus asientos. Zil y
Andrés habían estado acompañándolos hasta que la
abuela intervino.

—Ahora les pediremos a los hombres solteros que


también pasen a la pista —pide el anfitrión de la
música—. Chicas no se me desesperen, ahora el
lanzamiento del ramo no será como normalmente lo
conocen.

Las mujeres que no pasaban de diez yacían junto a la


pista, Tita y Zil entre ellas, mientras que se preguntaban
cómo diablos iban a lanzar el ramo. De pronto aparece la
organizadora con una canasta de rosas, los hombres por
instrucciones del anfitrión se quedan formando una línea
mientras la organizadora pasa y les entrega una flor
rosada.
—Ahora que tienen sus flores, entréguenlas a una de las
chicas frente a ustedes —indica el chico de pelo rizado y
vestido con traje—. Dénsela a quien ustedes quieran.

Cada uno de los hombres comenzó a caminar uno a uno


mientras la canción versión acústica de She Will Be
Loved de Maroon 5 sonaba en los altavoces. Antes que
nadie, Andrés fue el primero en dar el paso dirigiéndose
a Zil quien con un beso rápido en los labios recibió la flor.

Fue uno de los hermanos menores de Luca quien le


entregó la rosa a Tita dándole un beso en la mejilla.

—Bien, como pueden darse cuenta de las flores, cuelgan


un par de papelitos. —Las chicas revisan y en efecto,
amarradas a ellas, yacen unos papelitos doblados—.
Antes que los abran, vengan acá —señala el centro de la
pista frente a lo que es el escenario—, aquí, véanme,
ahora sí, lo que harán es abrir esos sobrecitos y en él dirá
quién es la afortunada en llevarse el ramo ¿Vale? Así no
se pelean por él y podrán bailar con alguno de los
galanes de atrás.
La mayoría gira para comprobar que los chicos siguen
ahí, y así es. Siguen en línea, pero ahora detrás de ellas.

—Bien, a la cuenta de tres... ¡Cuenten conmigo! —invita


al público quien emocionados por esta forma tan peculiar
de entregar el ramo está atento—. ¡Una!, ¡dos!... ¡Tres!

Todas y cada una de las mujeres ahí presentes, desde


jóvenes en edad casamentera, hasta adultas, intentando
rehacer su vida amorosa y tita que lo hace por bromear,
abren los pequeños sobres y leen.

—¡Gracias por participar! —murmura una haciendo un


puchero saliendo de la pista.

—¡Hoy no te tocaba! —dijo otra con cara de pena para


luego sonreír.

Tita no, ni siquiera hizo el esfuerzo por leer. Tomando su


flor salió de entre las mujeres para volver junto a su hijo,
nuera y bisnieta.
Era Zil la que yacía confundida, un mar de emociones le
embriagaban y no podía levantar la vista de aquella frase.

«¡Felicidades, serás la próxima novia! Tu felicidad se


encuentra justo detrás de ti» leyó, dándose cuenta de lo
que eso podría significar. De pronto la melodía cambió,
las luces se bajaron y entonces lo vio.

Andrés yacía hincado con una cajita de terciopelo negro y


un anillo de oro blanco con un diamante en el centro e
infinitos a cada lado. Las lágrimas arremolinaban los ojos
de Zil, no había palabras, solo una sensación de inmensa
alegría.

—Zil, desde el momento que te conocí llegaste a


desordenar mi vida con tu sonrisa, tu humanidad, la
forma en la que amas a los tuyos y tu fortaleza. Sé que
me costó abrir los ojos y darme cuenta de la magnitud
del amor que tengo por ti. Y es por ello, que no quiero
dejar de pasar un día más sin que sepas que es ese amor
que crece con cada día, el que me ha traído aquí, al
momento en el que te pido que seas mi esposa. Sé mi
esposa, Zil, por lo que reste de nuestras vidas,
permíteme demostrarte cuando te amo, cuanto de venero
y cuanto deseo compartir mi vida y sueños contigo, e
Itzia, a la que amo con mi alma entera, tal como a ti.
¿Quieres ser mi esposa?

El corazón les martilleaba el pecho, "Sabor a mí" sonaba


de fondo volviendo el momento más romántico. La
certeza en su mente sobre lo que quería le indicaba que
hacer. Zil camino conmovida, y entre lágrimas decía que
sí al igual que su cabeza. Andrés que parecía vivir un
sueño, se levantó de inmediato para abrazar a su ahora
prometida.

—Te amo, nena, te amo —decía una y otra vez mientras


la besaba.

Emocionado, sacó el anillo de la caja y lo colocó en el


índice izquierdo de su amada. De nuevo se fundieron en
un abrazo que terminó justo con la melodía favorita de
ella. Los familiares se acercaron a celebrar y felicitar a
los nuevos prometidos. Entre ellos Fer y Maggie quienes
habían sido cómplices de todo, junto a la organizadora y
el anfitrión.
Lucía se acercó llorando a felicitarlos, al igual que Tita.
Memo era el único que se había reservado las lágrimas
para otro momento, se sentía feliz de que por fin su hija
obtuviera la felicidad que la vida le debía.

Itzia que no entendía las emociones de los presentes,


admiraba la belleza del anillo. Zil abrazándola y con
lágrimas en los ojos le decía que la amaba.

—¿Estás tiste mami? —preguntó la pequeña.

—No, hija, son lágrimas de felicidad, tu mami es feliz —


señala Zil dándole un beso en la mejilla.

Andrés, que las observa en medio de la ola de


felicitaciones, se acerca para abrazarlas.

—¿Qué dicen mis chicas? —pregunta dándole un beso a


Zil en la frente y tomando ahora él a Itzia.
—Mami eta feliz —dice la nena.

—Yo también soy feliz, ¿tú no? —pregunta él mientras


ella le saca la rosa del saco.

—Sí, po que dijo Camila que vas a ser mi papá —dijo


emocionada.

Ambos se sorprendieron, pues no habían tardado mucho


en llegar a ella luego de las felicitaciones.

—¿Quieres que sea tu papá? —pregunta Andrés con un


nudo en la garganta.

Había pensado en eso, en adoptarla para darle sus


apellidos, pero era algo que aún no hablaba con Zil y que
solo atesoraba en su corazón. Nunca se había imaginado
como padre, hasta que las conoció, entonces la
posibilidad de ser esposo y padre se volvió una idea cada
vez más presente.
—Sí, pa mi tú eles mi papá —confiesa Itzia echando sus
brazos alrededor de sus hombros y recargando su cabeza
en el cuello de este.

Andrés, que aguantaba las ganas de llorar, no se


contiene más, intenta en vano quitarse las lágrimas, pero
es imposible. Abraza con su brazo firmemente a la peque
mientras Zil los abraza a ambos.

La imagen por si sola puede marcar una gran final, pero,


sin embargo, es un hermoso comienzo para quienes en
alguno momento estuvieron rotos, pero ahora se han
completado. Ya no hay juegos, ni historias de amor rosas
que se comparen con el alma de quienes sin quererlo se
encontraron dispuestos a amar y ser amados. La vida no
les había jugado mal, únicamente les hizo pasar procesos
distintos para llegar a este momento, en el cual, lejos de
todo tipo de daño, estaban dispuestos a comenzar una
nueva etapa.

Una en la que los Di Rosa y los García se vuelven no solo


socios, sino familia. Una en donde todo lo malo que en
algún momento pasó hoy solamente es una sombra de lo
que fue. Una etapa en donde la felicidad ha llegado para
quedarse, y que, aunque lleguen momentos difíciles,
nada sería comparado con ella, porque, por fin, el cielo
les favorece. Por fin, las luces que nos conmueven
iluminaron sus vidas, para siempre.
La luces que me conmueven - Epílogo
Itzia yace parada de la mano de su mamá junto al altar
adornado de luces, flores tintas, azules, follaje y cientos
de diminutas luces. Ambas con vestidos similares y
peinados parecidos. Zil había decidido llevar un vestido
de top de encaje con manga larga y espalda descubierta,
su amplia falta de sifón plisado caía en voladas por la
parte trasera, pero esta era cubierta con el velo que tanto
ella como él habían elegido para el momento. Un velo del
mismo color blanco, como el color de seda antes de ser
tintado, y con estrellas bordadas de cristal en él y la orilla
adornada del mismo delicado encaje del vestido.

Había decidido usar el dije que él le había regalado casi


un año atrás. Andrés por su parte decidió usar el reloj
que su prometida le había dado.

Zil no podía dejar de ver a Andrés de pies a cabeza, si


antes le parecía guapo, ahora ante ella se ve
exquisitamente apetecible con su traje azul de Prusia,
chaleco gris a cuadros y corbata del mismo color azul. En
el saco de vestir, en la solapa del cuello como amuletos
lleva dos broches en forma de constelaciones, una de
Escorpión y otra de Leo, haciendo alusión a sus
cumpleaños y el de Itzia. Junto a estos, una flor color
tinto les hacía compañía.

Durante los últimos meses habían estado pasando varias


noches a la semana juntos, incluso la pequeña, después
de que se casaron por el matrimonio civil y se tramitó la
adopción, comenzó a llamarlo papá.

La primera vez que lo hizo el corazón de Andrés sufrió un


vuelco, la emoción le embargaba de tal manera que lloró.
Estaba conmovido, no entendía como en algún punto esa
pequeña había llegado a ser parte no solo de su familia
sino dueña de su cariño y al igual que su madre, de su
corazón. La amaba y estaba dispuesto a cuidarla y ver
por ella en todos los sentidos. Especialmente esta noche
cuando se casaba con su madre.

Una vez que el ministro presente le cedió la palabra lo


primero que hizo fue agacharse a la altura de la peque.
Andrés sacó una cajita con una pulsera de flores e
infinitos y con su nombre grabado en ella. La frase
"princesa de papá", grabada en su interior haciendo
alusión al significado del nombre de la nena, así como al
hecho de que él se convertía oficialmente en su padre.
—Princesa, prometo cuidarte siempre, trabajar por que
tus sueños se cumplan y ayudarte a conseguir que estos
sean realidad, prometo amarte junto a tu mami todos los
días. Prometo ser tu papá siempre que lo necesites y
protegerte de todo aquel que quiera lastimarte, siempre
podrás confiar en mí, así como yo confío en ti para hacer
sorpresas para mamá.

La pequeña sonreía de oreja a oreja, está contenta


porque para ella, es un papá nuevo, uno que nunca tuvo
y que por fin tiene. Itzia suelta la mano de Zil y con los
brazos abiertos recorre la corta distancia y abraza a
Andrés. Este se levanta con ella en brazos y ambos
besan sus mejillas.

—Te quiero, papi —declara ella dándole un beso en la


frente.

A él como a varios de los presentes se les hace un nudo


en la garganta al oírla. No es una niña muy expresiva,
pero cuando lo es, sorprende a todos.
—Yo a ti, princesa —responde él besando también su
frente.

Lucía se acerca y toma a la niña para que prosigan con la


ceremonia.

—Ahora bien, es hora de los novios —anuncia el


ministro—. Por favor, los padrinos de anillos.

Fer y Maggie salen de su fila para colocarse cada uno al


lado de los novios, "Can't help falling in love" de Elvis
Presley fue la melodía en piano elegida para el momento
en el que ellos compartieran sus votos.

—Debajo de este firmamento, con cada estrella como


testigo, yo, Mauro Andrés Di Rosa Vitale, te tomo a ti
como mi esposa, prometo amarte eternamente. Ser fiel
en nuestras promesas, con mi alma y pensamiento.
Cuidarte en los momentos de más necesidad e incluso
cuando no creas necesitarme, darte mi hombro para
llorar y mi pecho para tu reposo. Prometo velar, cuidar y
proteger a nuestra familia y que Itzia siempre tendrá un
padre que verá por ella, tanto como tú lo has hecho,
prometo ser tu compañero en esta hermosa aventura.
Prometo que cada día de mi vida te haré saber lo
importante que eres para mí, con cada latido de mi
corazón y suspiro de mi alma, sabrás que no miento. Y si
ocupas tomar mi mano, te la doy, así como mi corazón
para que seas amada, adorada y contemplada cada día
de nuestras vidas.

Zil intenta no llorar, más las cuencas de sus ojos yacen


cristalinas. Andrés toma el anillo de la mano de su
hermano Matteo y lo coloca en el índice de su amada.
Sus manos permanecen unidas y temblorosas, ambos
están nerviosos, no porque duden, sino por qué están
seguros de la magnitud del gran amor que se tienen.

—Yo, Yatzil García Gallardo, te tomo a ti como mi esposo,


por lo que dure la eternidad. Y bajo el cielo que nos
cubre tal como la noche en la que te conocí, prometo
serte fiel cada día de nuestras vidas, amarte con la
fuerza de un huracán y la pasión de quien ha conocido el
amor cuando creyó que nunca lo haría. Prometo cuidar tu
corazón de tal manera que el fuego nunca se apague,
que el deseo nunca disminuya y que el respeto siempre
permanezca. Prometo velar por nuestros sueños para
que se hagan posibles y trabajar a tu lado para que estos
se materialicen. Prometo que cocinaré diario, siempre y
cuando te encargues de las parrilladas del domingo y por
último prometo que no importa que suceda, sé que
nuestro amor siempre será más fuerte que las
adversidades, que no importan cuantas estrellas
iluminen el firmamento, aun cuando se apaguen todas,
nuestro amor prevalecerá.

La respiración de ambos esta acelerada, el amor en sus


miradas es visible para todos los que los observan. Más
de uno está igual de emocionado con esos votos, e
incluso, algunos hasta lloran. Zil toma el anillo de mano
de su abuela Tita y lo pone sobre el dedo anular de su
prometido, haciendo que este sonría ampliamente.

—Por el poder que me confiere el estado y la iglesia —


anuncia el ministro presente vestido con su atuendo de
gala—, les declaro marido y mujer, por lo que dure la
eternidad.

Entre vítores y aplausos de alegría, Zil y Andrés sellan


con un beso en los labios las promesas declaradas esta
noche. No podían comenzar una vida sin que el
firmamento que siempre le servía a él de inspiración
cada que pensaba en ella, ahora era testigo de tales
promesas.

El beso de los ahora esposos termina con miradas dulces


y sonrisas que llegan hasta sus ojos. Ambos yacen
felices y se por fin se sienten completos. Andrés ofrece
su mano y ambos caminan por el pasillo adornado de
flores, follaje y muchas luces hasta llegar a lo que sería
la recepción de la boda.

Las personas son guiadas por el personal contratado


para la organización de evento a dónde sería la
recepción. Una amplia explanada cubierta por un techo
de pérgola del que cuelgan cientos de luces, flores y
estrellas.

Nadie entendía por que una boda tendría esa temática,


pero para ellos era suficiente saberlo. Fueron las
estrellas quienes fueron testigos de sus desgracias, pero
también de su unión. Fue debajo de estas que se
volvieron novios, amigos y ahora por siempre esposos.
La melodía del piano comenzó a sonar cuando Zil y
Andrés pasaron al centro de la pista de luz blanca para
hacer su primer baile como marido y mujer. La canción
favorita de ella no podría ser más que la indicada para
ello, y así entre los brazos de su ahora esposo se deja
llevar por sus movimientos sensuales hasta que la
canción termina. No había necesidad que alguien
cantase, la letra la sabían de memoria y era solo el ritmo
el que necesitaban para hacerse con miradas, las
promesas de lo que se vendría.

Zil había soñado mucho con ese momento, tener el sabor


de Andrés en la boca, en los pechos, en su centro.
Habían estado esperando por lo que parece un largo
tiempo, no por que se sintieran obligados a ello, ni por
alguna promesa de pureza pues es algo que ni uno ni el
otro poseían excepto en sus almas. Andrés había
decidido hacer lo correcto para ambos, no deseaba
obtener esa intimidad sin antes ser uno solo, no por que
no tuviera ganas de hacerla suya y de que ella lo tomase,
si no por que ambos, toda su vida habían obtenido solo
experiencias malas de ello.
Ella había conocido la violencia en ello y él había
conocido la parte inmoral del sexo. Ahora, anhelaba
hacer el amor con ternura, con la pasión de un corazón
enamorado y el deseo de quien pide más por que ama
tanto a esa persona que siente fundirse en su piel hasta
volverse uno solo. Ambos necesitaban de eso para borrar
todo mal recuerdo del pasado, para comenzar una vida
llena de un verdadero amor, ella lo merecía, y por ella fue
capaz de esperar.

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