Está en la página 1de 4

Trabajo Práctico “El Estado, la Nación y el Nacionalismo”

Nación, Nacionalidad y Estado en la época contemporánea

José Carlos Chiaramonte

I. El Estado nacional contemporáneo y el principio de nacionalidad


El siglo XIX ha sido denominado el siglo de la “fabricación” de naciones. Con esta expresión
se busca señalar que el tipo de nación-Estado predominante en el mundo actual es una realidad
relativamente reciente. Con anterioridad –aproximadamente antes de las revoluciones
norteamericanas y francesas– existían unidades políticas tales como reinos, imperios, ciudades-
repúblicas y confederaciones, las que sin necesidad de recibir la denominación de nación, podían
contener dentro de ellas naciones diversas. Lo que suceda es que antiguamente la palabra nación
no estaba asociada con la idea de Estado independiente, sino que se refería a un grupo humano
culturalmente homogéneo que no requería una existencia política independiente para merecer
ese nombre. Esta vieja acepción se modificó entre los siglos XVII y XVIII, cuando la palabra nación
se convirtió en sinónimo de Estado, y más aún cuando a partir del Romanticismo adquirió un
nuevo sentido, predominante hasta hoy, indisolublemente ligada con el concepto de nacionalidad.
¿Qué significaba organizar una nación antes de la entrada del Estado-nación en la historia?
Las comunidades políticas existentes podían ser entidades soberanas de diversa amplitud
(ciudades, provincias, reinos) y formar parte de unidades políticas mayores, como por ejemplo las
monarquías, que fundaban su legitimidad en el dominio dinástico, no en la nacionalidad ni en la
voluntad popular. Si las partes que componían estas entidades se sentían oprimidas y se
rebelaban, justificaban su rebelión por la tiranía del monarca, no por sus derechos de
nacionalidad, y tendían a formar un nuevo Estado en un proceso de negociaciones políticas de las
entidades soberanas que por lo común eran las ciudades o las “provincias” anexas a ellas.
El supuesto, de tanto arraigo, según el cual las naciones independientes provienen de
nacionalidades preexistentes, es históricamente falso. Como lo ha demostrado un destacado
historiador del Estado, en Europa solo unos pocos países como Liechtenstein, Dinamarca y quizá
Portugal en algún momento de su historia, poseerían esa uniformidad étnica que demanda el
“principio de nacionalidad”. Por el contrario, las naciones que existen actualmente fueron fruto de
diversos procesos de construcción histórica, que unieron grupos humanos de distinta
conformación cultural, sin prejuicio de que hayan pretendido justificar su existencia mediante ese
principio. Un principio de influencia tardía, pero fuerte en los siglos XIX y XX, que se impuso como
una forma eficaz de legitimación del poder estatal ante el declive de la legitimidad monárquica.

II. Variaciones históricas del vocabulario político: los conceptos de nación, nacionalidad y Estado
Es oportuno recordar que cuando las naciones iberoamericanas comenzaron el proceso de
su formación no existía ese principio ni tampoco el actual concepto de nacionalidad. Por eso, para
entender lo que ocurrió en Iberoamérica a partir de los movimientos de independencia hay que
advertir que en la idea de nación hoy encerramos dos conceptos distintos, a saber, nación y
nacionalidad. En cuanto al primero de estos conceptos, debemos decir que la forma en que se lo
usaba en la primera mitad del siglo XIX no es equivalente a la actual por varios motivos pero sobre
todo porque no incluía el concepto de nacionalidad. Este concepto, que se difundió paralelamente
con el romanticismo, estaba ausente de la discusión sobre la formación de las naciones nuevas
luego de las independencias. Si el nuevo organismo político que se buscaba formar en ocasiones
era llamado nación se usaba en el sentido con que hoy usamos el vocablo Estado. Dicho de otra
forma, quienes discutían sobre la necesidad de organizar nuevas naciones para reemplazar a la
antigua, pertenecían a la nación española, empleaban la palabra nación como sinónimo de Estado,
y concebían el surgimiento de este Estado como un acto contractual, ajustado a las formas del
derecho político propio de la época.
Por tanto, como fundamento de la nación no existía ni una idea ni un concepto de una
nacionalidad preexistente, es decir, de un grupo humano étnicamente homogéneo cuya
homogeneidad hubiera reclamado la existencia de un Estado independiente. En la literatura
política de los siglos XVIII y XIX, tanto en Europa como en Iberoamérica después de las
independencias, se puede percibir que el origen común, el hecho de haber nacido en un mismo
territorio y de compartir una misma lengua, una misma religión, y otros factores comunes podían
ser concebidos como motivos que favorecían la unidad política pero no como caudas de ella. Era
un reconocimiento de factores que podríamos llamar psicológicos, muy al estilo del racionalismo
con que se manejaban los problemas en la época de la Ilustración, pero de ninguna manera como
“fuerzas telúricas”, fuerzas que vendrían de la profundidad de la historia para imponer a los
hombres una identidad política, como lo va a entender el Romanticismo.

III. El nuevo concepto de legitimidad política


Aunque a fines del periodo colonial las reformas emprendidas por la monarquía borbónica
provocaron resentimiento en la población hispanoamericana, al comenzar el siglo XIX la mayoría
de esta población hispanoamericana, al comenzar el siglo XIX la mayoría de esta población solo
aspiraba a mejorar la situación de los americanos dentro del conjunto del súbditos de la
monarquía castellana. Pero la invasión francesa en 1808, la abdicación del rey Carlos IV y la
momentánea abdicación de su hijo Fernando VII dejaron a España sin cabeza legítima. Por lo
tanto, en las principales ciudades hispanoamericanas se proyectó la formación de órganos
gobierno locales, en forma similar a las juntas españolas que habían surgido en la Península para
enfrentar la invasión napoleónica. Hay que tener en cuenta que según las normas de derecho
político predominantes en la época los “pueblos”, organizados en ciudades, se consideraban los
únicos ámbitos legítimos de poder que según una ficción jurídica de fuerte arraigo entonces
habrían depositado ese poder en los príncipes y así habrían dado lugar a la existencia de un
gobierno legítimo. De tal forma, la “reasunción” de la soberanía que los “pueblos” americanos
habrían depositado en la monarquía castellana, ahora vacante, sería también la ficción jurídica que
prestaría legitimidad a las primeras formas de gobierno independientes y a las tentativas de
formación de los futuros Estados nacionales. En cambio, a diferencia de lo ocurrido en
Hispanoamérica, en Brasil la continuidad de la legitimidad monárquica retardó la independencia –
que fue declarada por Pedro I, príncipe portugués proclamado emperador en 1824- pero
contribuyó a facilitar el control de las tendencias autonomistas regionales que se resistían a la
centralización política, tendencias que en las ex colonias hispanoamericanas protagonizarían largas
luchas en torno a la forma de conciliar sus pretensiones de autonomía soberana con la soberanía
de los nuevos Estados que aspiraban a formar.

IV. El caso argentino


Así, lo ocurrido a partir de 1810 en el territorio correspondiente a la Argentina actual, fue
un proceso que tendió a dos objetivos difíciles de conciliar: por una parte, la afirmación de la
autonomía política asumida, mediante esa fórmula de “reasunción de la soberanía”, por ciudades
que pronto configurarían las nuevas provincias con aspiraciones de independencia soberana; y por
otra, la necesidad de compensar la debilidad de esas nuevas entidades soberanas mediante su
unión en una nueva entidad política. Ella era entendida por uno, los partidarios de lo que se
denominó federalismo, como la reunión de los “pueblos soberanos” en forma confederal,
mientras que otros, que consideraban que las confederaciones eran fuente de anarquía, aspiraban
a organizar un Estado unitario.
La idea de nacionalidad como fundamento de un posible Estado argentino a organizar
constitucionalmente –aspiración que recién se concretaría en 1853- aparece con la generación del
37. Empero, al incorporar al debate sobre la organización nacional el llamado “principio de
nacionalidad” los integrantes de esa generación incurrirían en una contradicción: en la medida en
que ese principio de nacionalidad sostenía que la comunidad de idioma, culto, tradiciones y otros
rasgos culturales debía fundar el derecho de los pueblos a una existencia independiente, todo el
conjunto de los pueblos hispanoamericanos deberían haber formado una sola nación, una
posibilidad analizada ya en los primeros momentos de la independencia por Mariano Moreno y
descartada por impracticable. Por consiguiente, la nación y la nacionalidad argentinas como algo
diferenciado dentro del conjunto de pueblos hispanoamericanos en realidad fueron producto de
un largo proceso histórico que recorrió todo el siglo XIX y cuyo momento decisivo fue el acuerdo
de las provincias independientes y soberanas para la organización constitucional de 1853. En la
génesis de la nación argentina la clave fue la decisión de dejar de lado la pretensión de la
existencia soberana independiente de cada provincia para dar lugar a una nueva entidad soberana
que sería precisamente la nación argentina. Así surgió el Estado federal argentino, en el que la
soberanía de las provincias que lo integran ha sido limitada, motivo por el cual estas provincias
han perdido su personalidad internacional de Estados independientes en favor del nuevo Estado
nacional.
En consecuencia, el supuesto de una homogeneidad étnica como fundamento de las
naciones es la excepción y no la regla, aunque en el mundo contemporáneo ha llegado a constituir
un equívoco que ha sido fuente de procesos políticos deplorables. En el caso argentino, una
nacionalidad construida a lo largo del tiempo y con fundamento de una acentuada diversidad
cultural, entre cuyos rasgos más fecundos figura el de otros pueblos, ha generado como una de
sus características nacionales más valiosas la de haber sabido cobijar a personas de distinto origen
y de haber creado las condiciones para su pacífica coexistencia e integración.

Chiaramonte, J.C.: “Nación, Nacionalidad y Estado en la época contemporánea”, en Historia. El mundo


contemporáneo. Siglos XVIII, XIX y XX, Estrada, Buenos Aires, 2004, pp 34-35.

ACTIVIDADES
1. Realizar una lectura cuidadosa atendiendo a las siguientes preguntas
a) ¿Qué cambios ha sufrido el significado del término nación a lo largo de la historia?
b) ¿En qué principio de legitimidad se sustenta el Estado-nación?
c) ¿A qué formas de organización política viene a sustituir el Estado-nación?
d) ¿Por qué dice el autor que “El supuesto, de tanto arraigo, según el cual las naciones
independientes provienen de nacionalidades preexistentes, es históricamente falso”?
e) ¿Por qué sostiene “para entender lo que ocurrió en Iberoamérica a partir de los movimientos de
independencia hay que advertir que en la idea de nación hoy encerramos dos conceptos distintos,
a saber, nación y nacionalidad”? ¿Qué distingue ambos conceptos?
f) ¿Cuál es la idea de nación imperante durante el la Ilustración y cuál es la idea que se desarrolló
durante el Romanticismo?
g) ¿Cómo entendían la nación los movimientos de independencia de las colonias españolas en
América?

ACTIVIDAD OBLIGATORIA
El autor concluye que que “En consecuencia, el supuesto de una homogeneidad étnica
como fundamento de las naciones es la excepción y no la regla, aunque en el mundo
contemporáneo ha llegado a constituir un equívoco que ha sido fuente de procesos políticos
deplorables.”
Comparar esta afirmación con los argumentos presentes en: Delrio, W., Lenton, D.,
Musante, M., Nagy, M., Papazian, A., Pérez, P. “Del silencio al ruido en la Historia. Prácticas
genocidas y Pueblos Originarios en Argentina.” En: III Seminario Internacional Políticas de la
Memoria. Buenos Aires, 28, 29 y 30 de octubre de 2010. Centro Cultural de la Memoria Haroldo
Conti y en: Bertoni, L. “La construcción de la nacionalidad en la Argentina”, en: Todavía, n°11,
2005.

También podría gustarte