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Ciencia y vampirismo

¡Hasta siempre, señor Drácula!

Una luz de esperanza parece encenderse para los enfermos de vampirismo. En efecto,
tras el desencanto producido por el fracaso de la vacuna «Desmodus 23» en el año
1984 (usada hoy como removedor de esmaltes sintéticos), un flamante adelanto de la
ciencia crea razonable expectativa en la colonia de infectados por el temible mal de
«Bela Lugosi». Días atrás, en el Instituto Reinickendorf, de Klümper, Baja Baviera,
el eminente especialista en enfermedades infecto-contagiosas, doctor Reinhold
Elsasser, anunció notables logros en el tema.
—El vampirismo —ha dicho el destacado científico— es una enfermedad de las
denominadas «malditas», como lo fueron en su momento la lepra, las afecciones
venéreas, la halitosis y la impronta diarreica. La gente, a través del tiempo, ha tendido
a marginar, aislar y condenar al ostracismo a quienes tienen el infortunio de caer bajo
estos infames flagelos.
Sin embargo, el instituto Reinickendorf a cargo del citado facultativo,
implementa, desde 1967, un diferente enfoque para el tratamiento del controvertido
mal. Lejos de implicancias folclóricas o novelescas, independiente de las influencias
que pueden ejercer sobre la sociedad un sinnúmero de cuentos truculentos y leyendas,
la filosofía de la clínica del doctor Elsasser está mucho más ligada al desarrollo
científico y tecnológico.
—Poco a poco —comenta Eva Prenzlauer, jefa del Departamento Psicológico del
Instituto— el tejido social acepta al paciente y no lo discrimina. Los mismos
parientes cercanos entienden que pueden convivir con un quiróptico, ya que no hay
riesgos directos de contagio, de no mediar contactos bucodentales o transfusiones de
sangre. Es entendible, sin embargo, que el quiróptico, con sus hábitos nocturnos,
altere, tarde o temprano, el ritmo de la casa. Incluso aquellos afectados que muestren
un mayor compromiso con la enfermedad (grados 3 o 4) no tendrán otro remedio que
someterse a largos procesos de internación, dado que sus conductas se tornarán con el
tiempo, cuanto menos, desagradables.
El hecho de hallarse la clínica Reinickendorf íntegramente bajo tierra, no
responde, de todos modos, a una intención de escamotear al paciente de su entorno
habitual, o de esconderlo, como si fuese un motivo de diversión o repulsa.
—El edificio del Instituto —abunda sobre el tema el doctor Elsasser— es
subterráneo, por simples motivos operacionales. Debemos sustraer al paciente de la
luz del día, pues es sabido el terrible efecto que causan en él los rayos solares.
Cualquiera que haya visitado el zoológico de Londres, por ejemplo, habrá visto que

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las alimañas de hábitos nocturnos se encuentran en pabellones soterrados, para que
las sabandijas puedan desarrollar sus actividades normales en condiciones propicias y
familiares. Pese a las palabras del doctor Elsasser, ya veremos, más adelante, cómo
una diferente aplicación o suministro de la luz solar, es la base del nuevo tratamiento
que abre, hoy por hoy, un alentador y novedoso camino para los afectados por la
enfermedad condal.
Un paseo por los pasillos de la clínica Reinickendorf nos aporta una visión
diferente sobre una enfermedad que ha sido considerada, por cientos de años,
emparentada con designios demoníacos.
—Hay una falsedad y superchería sobre el tema —se lamenta la doctora
Prenzlauer—. Eso hace que el quiróptico sea un ser agredido. A nosotros suelen
llegar malamente golpeados, heridos por horquillas de enfardar, apedreados o
quemados en partes. Nuestro tratamiento, hasta la innovación descubierta por el
doctor Elsasser, consistía más que nada en aplicaciones de láser, una dieta a base de
verduras y frecuentes contactos con el equipo de psiquiatría. Una infancia difícil, una
pobre base alimentaria, una insuficiencia hormonal, pueden empujar a un ser humano
hacia las prácticas vampíricas. Debemos recordar que la enfermedad comenzó entre
la gente de abolengo, entre los pudientes, para luego masificarse debido a un
tratamiento liviano e irresponsable de los medios de prensa. Lamentablemente, la
recuperación total del vampirizado para devolverlo como un elemento útil a la
sociedad es dificultosa, por su costo. Y aun obteniendo éxito con el nuevo sistema del
doctor Elsasser, pasarán largos años antes de que su aplicación pueda ser accesible a
todos.
Aquel que experimente algún temor por la suerte de médicos o enfermeras en el
instituto Reinickendorf, se tranquilizará al conocer que el afectado por la enfermedad
condal no ataca a cualquiera errática e irreflexivamente. Al igual que los
esperantistas, filatelistas, observadores de Ovnis o vegetarianos, poseen una
tendencia a reunirse en grupos cerrados, regidos por sus propios códigos y claves, a
los cuales difícilmente procuren engrosar incorporando nuevos miembros.
—Las dietas macrobióticas —asesora Fränze Wetzel, ecónoma de la clínica— les
van quitando apetencias linfáticas. El paciente acude a las prácticas hemofílicas dado
que no conoce otra cosa. Cuando se le ofrece una panoplia de nuevos gustos y
texturas, el quiróptico consigue, poco a poco, desintoxicar su organismo.
Pese a los adelantos de la ciencia en el tratamiento de este fastidioso mal, hasta el
mes pasado, cuando el doctor Elsasser pusiera en práctica su revolucionario sistema,
no había, dentro de la medicina moderna, recurso alguno para recuperar
definitivamente a un vampirizado. Un 90 por ciento terminaba sus días en hospitales
o casas de salud y, el resto, linchado a manos de poblaciones intolerantes, asesinados
o recluidos en veterinarias. El doctor Elsasser explica así en el semanario

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«Eulenspiegel Wochcnzeitung» su revolucionario emprendimiento.
—Una de las conclusiones más importantes a la que arribamos durante los
estudios de los últimos años, fue la de comprobar que el quiróptico vive en un estado
al que podríamos denominar de «gracia». Mantiene un permanente nivel de
ensoñación o ensimismamiento. Podría compararse al grado de éxtasis o reclusión
emocional propio de un monje de clausura, un fanático religioso o un místico
político. Esta actitud es fácilmente comprensible si entendemos que el quiróptico se
mueve en un círculo cerrado, de pocos conocidos, con códigos y hábitos propios,
sumado eso a una cultura atávica que le llega desde un pasado remoto, por tradición
oral.
Guiados por tal conocimiento, los componentes del equipo que secunda al
eminente científico germano, arribaron a una lógica conclusión: un tratamiento de
shock, una repentina ruptura de esa suerte de encantamiento, podía devolver el
paciente a la realidad y rescatarlo de su cotidiana pesadilla.
Por supuesto, no configuraba una tarea fácil sorprender o conmover a un
vampirizado. Dicho en palabras más sencillas, no resulta tarea simple la de asustar a
alguien que convive con el derramamiento de sangre, su ingesta, necrofilias varias y
ha sobrevivido a la constante amenaza de la estaca en el pecho.
—Durante años —se explaya Elsasser— estuvimos estudiando la influencia de la
luz solar sobre nuestros pacientes. Expusimos a varios de ellos, de grado 4, a la luz
del amanecer, para apreciar sus reacciones. En todos los casos, los efectos primarios y
secundarios que el sol causó en ellos fueron devastadores. Caían en estados de
completa desesperación, con cuadros de gritos y convulsiones, en verdad, severos.
Eso me dio la pauta de que la luz solar, bien regulada, se podría emplear como
detonador de situaciones, tal como pueden serlo los electroshocks. Para brindar un
ejemplo entendible, sería el caso de los sueros antiofídicos, que se obtienen con
derivados del propio veneno.
Como todo logro científico, el estudio tuvo un largo y complicado proceso. Se
intentó, primero, con un rayo de luz artificial, de linterna, lanzado sobre los pacientes
que hacían sus habituales paseos nocturnos por los pasillos del instituto. Pero aquello
no los afectó en demasía. La segunda prueba se centró sobre un paciente
sudamericano, al que se enfocó sorpresivamente con una lámpara de rayos
ultravioletas, sin obtener respuesta alguna en su conducta. Por el contrario, el
enfermo se hizo adicto a dichos rayos, se bronceó casi al punto de morir debido a una
anomalía cancerígena cutánea y atrajo el rechazo de sus pares. Indudablemente, el
secreto residía en los rayos solares, sin proceso artificial ninguno.
—La respuesta vino a mi mente viendo por televisión un match de fútbol
americano, que se disputaba en Buffalo, estado de Wyoming, en los Estados Unidos
—revela el doctor Elsasser. Dado que nuestros pacientes circulan pura y

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exclusivamente de noche, necesitábamos una repetidora de los rayos solares, que los
trasladase desde los sitios soleados hasta nuestro instituto, de la misma forma en que
las repetidoras televisivas transmiten sus emisiones de un rincón al otro del orbe.
La NASA, con la colaboración de la Alußenhandelsbetriebes Die Adler, creyó en el
proyecto, arriesgando millones de dólares en el emprendimiento. El 8 de enero de
1986 se puso en órbita el satélite terapéutico «Solaris I» con la firme esperanza de
obtener un adelanto definitivo en el combate contra la quiropteria. Explicado
someramente, el «Solaris I», no es otra cosa que una esfera de unos 15 metros de
diámetro, cuya superficie está cubierta en su totalidad por pequeños cuadrados de
espejo.
—Serían idénticos —se entusiasma la doctora Jutta Direkoglu, que colaboró con
la puesta a punto del satélite— a cualquiera de aquellos globos giratorios espejados,
que podemos ver en las discotecas bailables que frecuentan los jóvenes, como
«Starkel», y que reflejan todas las luces del lugar.
El 25 de febrero de 1986, una antena metálica de 78 metros de altura se levantó
en un predio cercano a la clínica Reinickendorf. Una pantalla plateada, girando
morosamente en la punta de la antena, aguardaba recepcionar, desde cualquier
extremo del globo terrestre, el ansiado brillo solar.
—Nuestro primer y, hasta ahora, único experimento, lo realizamos el 16 de mayo
pasado —puntualiza el doctor Elsasser—. Y, por supuesto, no elegimos un paciente al
azar sino que la elección fue producto de un profundísimo estudio de diversas
historias clínicas para encontrar al hombre adecuado. Debe ser un paciente que ya
haya superado los primeros dos síndromes de abstinencia y que esté empezando a
variar la química de su sangre. Los informes psiquiátricos y policial, son, por lo tanto,
fundamentales.
De esta manera, Günter Pachl, natural de Thyssen, con cuatro años de
internación, paciente en grado 3, fue el primero en someterse, involuntariamente, al
shock solar, o «Sun-Punch», como lo denomina familiarmente el doctor Elsasser.
Aquella histórica noche, el huso horario marcaba que, cuando eran las tres de la
mañana en Klümper, el sol del mediodía caía a plomo sobre el Hospital «Joáo Caitero
Rosso» de Itapiranga, estado de Pará, en Brasil. Desde allí una estación terrena
emisora, cuya antena manipulaba el profesor adjunto de la cátedra «Mamíferos
voladores del Amazonas medio», catedrático Jacaré Edgar Nimbes, lanzó el reflejo de
los ardientes rayos solares hacia el satélite «Solaris I». La luz, tras rebotar en la
superficie espejada del satélite, fue a sumirse en la antena receptora del instituto
Reinickendorf y desde la antena, por medio de una pistola direccional no más
compleja que una pistola remarcadora de precios de cualquier supermercado, se
disparó contra el rostro mismo del inadvertido paciente.
—El efecto fue estremecedor y emocionante —relata el doctor Elsasser— ya que

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todo reside en el factor sorpresa. Günter Pachl jamás hubiese pensado que, en plena
noche, un rayo de sol podría herirlo entre ambos ojos con ese brillo y esa precisión.
Fue una aplicación muy corta, no más de 40 segundos, pero alteró a Günter en forma
total. Cuando volvió en sí, luego de una corta crisis, mostraba una actitud absorta y
equilibrada, rasgos muy poco frecuentes en los quirópticos. Recuerdo que al
recuperar el habla, nos miró y nos dijo: «¡Qué mal he estado! Lamento mucho lo
ocurrido». Luego, agregó: «Aun si el mundo terminase mañana, lo mismo me
comería mi porción de duraznos en almíbar».
—Es curioso —sintetiza la doctora Direkoglu, mano derecha del doctor Elsasser
—. Los espejos nunca han tenido buena relación con los vampirizados, de hecho no
los reflejan, pero ahora pueden colaborar en su curación definitiva.

A casi dos meses del importante paso, el grupo científico ha perfeccionado


ostensiblemente el nuevo sistema hasta convertirlo en una posibilidad cierta de
recuperación para una enfermedad que, hasta el día de hoy, no había dado muestras
de fisuras en su perversa manifestación. Y, quizás sin proponérselo, el doctor Elsasser
ha entreabierto una compuerta hacia una variante con inimaginables proyecciones
futuras. En efecto, para fines de este año, se pondrá en órbita el «Readers II», satélite
gemelo del «Solaris I», patrocinado por capitales finlandeses a los efectos de,
mediante el traslado de sol puro desde la lejana Australia, acortar significativamente
la eterna noche de los países escandinavos. También se estudia su explotación para la
quema nocturna de excrecencias cutáneas, la garantía de sol en playas de moda y un
acortamiento sensible del período germinativo del kiwi.

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