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3. Hallan un nuevo planeta con las condiciones suficientes para la vida, J.M.
Nieves. ABC
Un poco más cerca del Sol, y el agua se evaporaría debido al excesivo calor (como
es el caso de Venus en el Sistema Solar). Un poco más lejos, y se congelaría, como
aquí es el caso de Marte. En cuanto a la estrella 55 Cancri f, es bastante parecida a
nuestro sol, aunque es ligeramente más fría y oscura que él. A su alrededor ya se
habían descubierto otros cuatro mundos, tres de ellos gigantes gaseosos tan
cercanos a la estrella que se encuentra a menos distancia de la que Mercurio
guarda con el Sol.
4. La sinergética
La sinergética fue fundada como disciplina científica por Herman Haken en 1609,
en un curso de la Universidad de Stuttgart. Este nuevo campo de la actividad
científica se ocupa del comportamiento de los sistemas complejos abiertos
compuestos por muchos subsitemas. Dichos sistemas pueden organizarse por sí
mismos a escala macroscópica por acción de unas influencias externas nada
específicas. A consecuencia de ellos podemos observar unas estructuras espaciales,
temporales o espacio-temporales sumamente ordenadas que se extienden por
todo el sistema. En otras situaciones podemos encontrarnos con un
funcionamiento muy bien definido del sistema complejo. Entre tanto se han
descubierto sistema de esta clase en varios campos que en la actualidad tienen
interés científico, tanto en Física como en Química o Bilogía. Los principios y
métodos descubiertos en el dominio de la sinergética pueden incluso aplicarse a
problemas que se plantean en el terreno de las Ciencias Socailes. Sus objetivos
interdisciplinares son especialmente interesantes y convierten a la sinergética en
un campo fascinante de la investigación científica moderna.
5. La contaminación lumínica.
Con este nombre se designa la emisión directa o indirecta hacia la atmósfera de luz
procedente de fuentes artificiales, en distintos rangos espectrales. Sus efectos
manifiestos son: la dispersión hacia el cielo (skyglow), la intrusión lumínica, el
deslumbramiento y el sobreconsumo de electricidad
La dispersión hacia el cielo se origina por el hecho de que la luz interactúa con las
partículas del aire, desviándose en todas direcciones. El proceso se hace más intenso si
existen partículas contaminantes (humos, partículas sólidas) o, simplemente, humedad
ambiental. La expresión más evidente de esto es el característico halo luminoso que
recubre las ciudades, visible a centenares de kilómetros según los casos, y las nubes
refulgentes como fluorescentes. Como detalle anecdótico e ilustrativo se puede
mencionar el hecho de que el halo de Madrid se eleva a 20Km por encima de la ciudad
y el de Barcelona es perceptible a 300 km de distancia, desde el Pic du Midi y las
sierras de Mallorca.
No corren buenos tiempos para ser viejo. La sociedad no está preparada para este
repentino aluvión de ancianos chungos, artríticos, cegatos, renqueantes, a menudo
incapaces de valerse por sí mismos. La familia extensa, que antes se hacía cargo de sus
mayores, ya no existe. De hecho, en la sociedad occidental están dejando de existir
incluso los hijos. España es uno de los países con menor índice de natalidad del
mundo, lo cual significa que mi generación se encamina hacia una vejez especialmente
solitaria, carente de cuidados consanguíneos.
Y es que lo peor de los tiempos actuales en nuestro desprecio hacia los ancianos.
Abusamos de ellos, los ninguneamos y los aparcamos fuera de casa. Hemos olvidado
que los mayores, además de ser la memoria del mundo, son nuestros exploradores, los
únicos que conocen lo que nos aguarda. ¿Qué se puede esperar de una sociedad que
desdeña la sabiduría de nuestros ancianos? No es de sorprender que seamos tan
necios y tan banales.
El primer estudio realizado por Olson y Marshuetz intentaba probar que la asignación
de atractivo o feo es muy rápida, y para ello sometieron a los participantes eran
capaces a una rápida sucesión de rostros de gente no famosa, de manera que cada uno
de ellos estaba tan solo 0,13 segundos en la pantalla. Aunque los propios participantes
declaraban no tener tiempo suficiente para determinar la elección, e incluso que
decidían haciendo suposiciones sobre el siguiente rostro, los resultados muestran que
las decisiones coincidían en un alto porcentaje, lo que indica que realizaban la
selección basándose realmente en su idea de belleza, aunque fuera de forma
subconsciente.
El derecho, como el aire, está en todas partes. Por ejemplo, puede ser que hoy usted
se haya contenido de ejercitar su agradable voz bajo la ducha, recordando que vecinos
con poco sensibilidad artística podrían hacer valer ciertas ordenanzas contras lo ruidos
molestos; seguramente usted se habrá vestido al salir de su casa porque, entre otras
razones, usted sabe bien que hay regulaciones jurídicas que desalientan una excesiva
ligereza en el vestir; probablemente usted haya celebrado un contrato tácito al
ascender a un autobús público, o si ha conducido un automóvil, habrá seguido o
simulado seguir, algunas reglamentaciones y habrá hecho uso de la facultad jurídica de
transitar por la vía pública: es casi seguro que usted debe haber celebrado hoy varios
contratos verbales de compraventa (al adquirir, por ejemplo, el periódico o unos
cigarrillos) y de locación de obra (al llevar, por ejemplo, sus zapatos a arreglar); aunque
usted no tenga un físico imponente, usted tiene confianza en que seguramente no será
golpeado, insultado, vejado o robado gracias a la “coraza” normativa que le
proporciona el derecho la organización donde usted trabaja o estudia ( es de esperar
que usted no sea miembro de una sociedad ilícita) está seguramente estructurada
según una serie de disposiciones legales; si usted tiene que hacer un trámite, quizá no
advierte que cada unos de sus intricados pasos está prescrito por normas jurídicas.
Todos estos contactos con el derecho le ocurrirán a usted en un día normal: piense en
cuánto más envuelto está en el derecho más estará usted cuando participe de algún
suceso trascendente, como casarse o ser demandando judicialmente.
Todo el idioma está integrado por un cableado formidable del que apenas tenemos
conciencia, y que, sin embargo, nos atenaza en nuestro pensamiento. Pensamos con
palabras, y la manera en la que percibimos estos vocablos, sus significados y sus
relaciones influye en nuestra forma de sentir. Y así se extiende nuestro campo de
palabras, así estarán lejanos o próximos entre sí los límites de nuestra capacidad
intelectual. “El lenguaje forma parte de la estructura de nuestra inteligencia”, escribe
el ensayista español José Antonio Marina, “nos pone en comunicación con nosotros
mismos”. Y la manera en que nos comunicamos con nosotros mismos es la manera en
que pensamos y razonamos, la forma en que hacemos uso de una herramienta que
adquirimos sin esfuerzo durante la infancia y que aún puede crecer y desarrollarse en
la madurez.
Durante muchos años los españoles estuvimos hablando en prosa sin enterarnos. Y, lo
que todavía es peor, sin darnos cuenta siquiera de lo atrasados que estábamos. Los
niños leían tebeos en vez de cómics, los jóvenes hacían fiestas en vez de parties, los
estudiantes pegaban posters creyendo que eran carteles, los empresarios hacían
negocios en vez de business, las secretarias usaban medias en vez de panties […]
Así, ahora, por ejemplo, ya no decimos bizcocho sino plum cake, que queda mucho
más fino, ni tenemos sentimientos sino feelings, que es mucho más elegante. Y de la
misma manera, sacamos tickets, compramos compacts¸ usamos kleneex, comemos
sándwiches, vamos al pub, quedamos groggies, hacemos rappel¸ y los domingos
cuando salimos al campo – que algunos, los más modernos, lo llaman country-, en
lugar de acampar, como hasta ahora, hacemos camping, y todo ello, ya digo, con
mayor naturalidad y sin darnos apenas importancia.
Lo lógico es que el cojo sea partidario de las muletas, el miope de las gafas y el
dispéptico del Almax. ¿Quién no intenta mitigar sus carencias? Solo el ignorante
contumaz se revuelca feliz en su pocilga. Si no logra disfrutar de Shakespeare, lo borra
de la historia de la literatura. Si no ha podido con el Quijote, lo califica de coñazo
insufrible. Si no comprende la filosofía, la tacha de entretenimiento inútil para vagos.
Millán Astray, uno de los burros más notables y peligrosos de la historia de España,
sacaba la pistola cuando escuchaba la palabra cultura. Nos recuerda un poco a
Procusto, el célebre personaje de la mitología griega que cortaba o estiraba las piernas
de los huéspedes que no se adaptaban a la longitud de su cama. El uno estaba
convencido de que la medida canónica de todos los cuerpos era la de su lecho; el otro
no soportaba que hubiera alguien con más conocimientos de los que poseía él.
Viene esto a cuento de la carta que Esperanza Aguirre ha dirigido a los profesores de la
enseñanza pública de la Comunidad de Madrid. Plagada de faltas de ortografía, les
anuncia en ella los recortes que ha decidido aplicar a la educación. La cama de
Procusto. Si yo no sé colocar los acentos, que nadie de mi entorno sepa hacerlo. Es
probable que Aguirre no haya escrito esa carta, quizá ni siquiera la leyó antes de darle
curso (así están las cosas), pero seguro que fue revisada por la Consejería responsable
de enseñar a escribir a los madrileños. No pasa nada, tenemos también un responsable
de transportes que desconocía la existencia del Metrobús. Cuando saltó el escándalo,
Aguirre resistió la tentación de eliminar ese billete a fin de adaptar la realidad al
tamaño de su consejero, pero en lo de la ignorancia contumaz parece dispuesta a sacar
la pistola. Dice que hacen falta más policías que profesores.
Tenía que llegar el día en el que nuestros gobernantes decidiesen –en las notas de
primaria y en las de secundaria- esconder el cero. Según el diccionario, el cero es el
número que indica que el nombre al que acompaña no tiene unidades contables o que
está vacío. Para los que estudiamos en épocas donde aún se podía aprobar o
suspender, el cero era la nota peor, redonda y rotunda: la nada absoluta. No hay que
cavilar mucho para ver que el Ministerio de Educación debe haberlo suprimido para
eliminar una espina más del rosal esterilizado que es la educación actual, donde
alumnos que décadas atrás no hubiesen pasado del primer curso superan ahora uno
tras otra hasta volver a cada con un diploma que certifica su absoluto adocenamiento
mental. Tanto da que, luego, al escribir una frase de cinco palabras, hay en ella siete u
ocho faltas de ortografía. Hoy en día, el objetivo de los que gobiernan no es plantearse
visiones del futuro, sino asegurarse la victoria en las siguientes elecciones. Los políticos
quieren estadísticas brillantes, y el fracaso escolar no las da. Por lo tanto, pasemos de
puntillas sobre las menundencias y, ya puestos, escondamos al cero en el armario. Qué
tiempos aquellos en los que volvías a casa y, cuando sacabas la cartulina con las notas
tus padres te preguntaban:- A ver cuántos roscos te han puesto esta vez.
Así pues, a partir de ahora, las notas serán: del 1 al 4 insuficiente; 5 suficiente, 6 bien, 7
y 8 notable y el 9 y el 10 sobresaliente.
La desaparición del cero es también, según cómo, un retorno al pasado. Según nos
explican en la escuela, los romanos desconocían ese número. El cero surge en la Indica,
unos setecientos años después de Cristo, se expande por el norte de África con los
países árabes y llega a Europa de la mano de Leonardo de Pida. Desaparecido el cero
de las notas- de vuelta, pues, en cierta forma, al mundo romano-, por coherencia yo
pediría que las notas que aún dan las diesen con sus números: Insuficiente, del I al IV;
aprobado V, bien VI, notable VII y VIII y sobresaliente IX y X. eso también ayudaría a
enmascarar las notas, si no son muy lustrosas. Incapaces la mayoría de los alumnos y
los padres de leer números romanos, no sabrían si son buenas o malas. De hecho es el
mismo truco que usan en las películas cuando, al final, en los títulos de crédito nos dice
por ejemplo que fue rodada en MCMXCVII: para que, así, la mayoría – que comparte la
creencia actual de que sólo lo ultimísimo vale la pena – no se entere de que es una
antigualla de 1997.-
La única condición que se exige para formar parte del museo de cera es la de ser
famoso, nada más. Allí conviven muñecos de todas clases: políticos, criminales,
artistas, reyes, literatos, ladrones, científicos, deportistas, jueces y asesinos. Pese a su
aparente parálisis estas figuras de cera constituyen una sociedad muy dinámica. Unos
bedeles con gorra y guardapolvo color mostaza las trasladan en carretilla de un lugar a
otro a medida que su fama se diluye en el olvido o caen en desgracia o el paso del
tiempo las hace irreconocibles. Cada día ingresan nuevos candidatos. En ese espacio
cerrado e inquietante hay mucho vaivén y se imparte una justicia expeditiva, sin
apelación posible, nada que ver con lo que sucede en la calle donde la sociedad parece
estar cristalizada, la política amortizada y la cultura anquilosada. Pero si en la vida real
un duque se divorcia de una infanta, si se descubre que un deportista de élite es un
tramposo, si a un político lo pescan con las manos en la masa, antes que en la calle, la
primera consecuencia se produce en el museo de cera. Su gerente emite un veredicto
inapelable y sin esperar a mañana los bedeles entran en acción y al muñeco respectivo
se le degrada, cambia de diorama o se le deja en el desván boca abajo. Las figuras de
cera están sometidas a todos los caprichos del azar y a la dialéctica de la fama, puesto
que un duque sin título puede seguir siendo famoso por ir en patinete o poner de
moda una bufanda, un juez justiciero que durante años ha acaparado la actualidad
como héroe de la ley, puede ser aun más célebre por haber sido juzgado y condenado.
Fuera del museo de cera hay cinco millones de parados. Ante este siniestro diorama
social los políticos repiten los mismos gestos, las mismas palabras; en las pantallas se
superponen las mismas caras; en la radio se oyen las mismas voces. Es el tedio mortal
de todos los días en un espacio petrificado. En cambio entras en el museo de cera y
tienes que hacerte a un lado porque corres el peligro de que te atropelle una carretilla
cargada con un duque falso, con un político corrupto, con un deportista que ha pasado
de repente de héroe a villano, escombros que los bedeles están expulsando de la
historia por la vía rápida.
Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que
un malvado.
¿Qué hizo Spanair con los pasajeros atrapados, por la mala fe de sus directivos, en los
aeropuertos de medio mundo? Pues ofrecerles hojas de reclamaciones. No bocadillos
ni bebidas ni hoteles ni biberones para los bebés, no, solo hojas de reclamaciones,
seguramente llenas de casillas con preguntas indescifrables, quizá con el test de
Rorschach adjunto. La hoja de reclamaciones devenía así en la última de una serie de
burlas y atropellos que comenzaron al adquirir un billete falso, pues se estuvieron
vendiendo billetes falsos hasta poco antes de la muerte súbita de la compañía. Las
hojas de reclamaciones tienen un tacto suave, como el del papel higiénico, porque
quienes las ponen en circulación las utilizan para limpiarse el culo. España está en
estos momentos llena de hojas de reclamaciones y de culos. Los políticos, cada vez que
nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, nos están
enseñando el culo, a veces nos lo enseñan al tiempo de limpiárselo con sus programas
electorales. Estamos hartos de culos y de hojas de reclamaciones, casi se agradece
cuando, por variar, nos hacen una peineta, como la de Aznar en la universidad de
Oviedo. ¿Te engaña tu operadora telefónica? Hoja de reclamaciones. ¿Te estafa tu
banco? Hoja de reclamaciones. ¿Te tima tu agencia de viajes? Hoja de reclamaciones.
¿Te estabulan en el pasillo del hospital? Hoja de reclamaciones, mire, yo soy un
mandado, es todo lo que puedo hacer por usted. Y llevan razón, son unos mandados a
punto de quedarse en el paro, nunca hubo tantos mandados dando la cara que ocultan
los que mandan ni tantas hojas de reclamaciones ni tantos culos ni tantas peinetas.
Hasta los señores del Tribunal Supremo, tan serios y oscuros todos ellos, le están
cogiendo el gusto a levantarse la toga y mostrarnos sus partes en un gesto de burla,
perra vida.
Un repugnante imbécil que dice ser de Badajoz colgó en su blog hace una semana, bajo
seudónimo, un vídeo atroz de 11 minutos con las salvajes torturas infligidas hasta la
muerte a dos cachorrillos de perro (al parecer era un resumen de 11 horas de
tormento). El blog ya ha sido cerrado, pero el verdugo amenazó con matar nueve
animales más, y otros dos miserables le escribieron alardeando de haber torturado
perros ellos también. La policía dice tener pruebas de que las imágenes se han subido
a Internet desde fuera de España. Pero yo pienso que es un compatriota: es muy fácil
camuflar el rastro cibernético, y aún más fácil enviar las imágenes a un compinche en
el extranjero para disimular su procedencia.
Noticias como esta rompen el corazón, manchan el mundo. No hay ningún atractivo
demoníaco, ninguna oscura épica en provocar un sufrimiento tan fácil y tan obvio; el
Mal, en realidad, es justamente esto: un cretino siendo absolutamente cruel con unas
criaturas absolutamente indefensas. Exijo que una atrocidad así se convierta en algo
inadmisible. Que lo detengan. Que lo metan en la cárcel, que se tomen medidas para
que no vuelva a suceder. No solo por principios, por civilidad, por compasión, sino
también para defendernos de ese tarado: alguien capaz de hacer algo así, ¿qué no
hará a los niños, a los viejos?
Me enamoré por primera vez cuando tenía 11 años y espero morirme a los noventa y
tantos. Siguiendo al pie de la letra el resultado de ese estudio, el tiempo máximo que
yo podré haber vivido rotundamente enamorado cuando me entierren será de 50
años.
Si ustedes lo piensan bien, sería interesante contar el tiempo del amor de esta manera.
Los restaurantes organizarían banquetes para celebrar los 50 años de enamoramiento
de un individuo con 24 seres humanos distintos. A la comida acudirían todos ellos,
representando con orgullo distintos momentos de una vida. Cada una de esas
personas, de forma sucesiva, fue la más importante en la vida del homenajeado. Hasta
que llegó la siguiente.
(TOMA 2): El otro día me invadió un sentimiento de tristeza absoluta cuando leí un
estudio científico que afirmaba que el estado de enamoramiento dura, solamente, 18
meses. Yo, para ser sinceros, pensaba que era muchísimo más.
Al terminar de leerlo, quise saber cuál sería el tiempo máximo que yo podría vivir bajo
los efectos del enamoramiento hasta el instante mismo de mi muerte. Me pareció un
cálculo interesante. Desenfundé mi potente calculadora y empecé a teclear con
muchas ganas. Sin embargo, cuando estaba pulsando la tecla correspondiente al signo
de dividir, me apeteció bastante imaginar que mi vida no podía ser programada por
ningún estudio, viniera de la universidad que viniera. Y pensé, inmediatamente, en las
palabras de un antiguo poeta de cuyo nombre jamás consigo acordarme: "Malditos los
enamorados que, al principio de su historia, no crean que su amor va a durarles
siempre".
Existe el derecho inalienable de morir sin sufrimiento, aunque sólo sea para que la
crueldad de una larga agonía, que a menudo depara el destino, no destruya la felicidad
que uno haya podido vivir a lo largo de los años, porque si a la hora de la muerte
tienes sed es como si hubieras estado sediento toda la vida; si mueres resentido,
todo tu pasado se llenará de resentimiento en el último instante; si permaneces
entubado, aquellos nidos de pájaros que de niño buscabas en los limoneros se
hallarán agonizando también dentro del tubo de la UVI; en cambio, si te vas al otro
mundo en paz, sin dolor, dulcemente sedado, esa armonía final puede regenerar una
existencia terrible o desordenada.
Decía una copla popular: Oh, santa Ana, dadnos una muerte serena y, sobre todo,
con poca cama. Nunca estará de más rezarle a esta patrona de la buena agonía para
que en la hora última, cuando ya no haya remedio, nos evite caer en manos de un
médico creyente y sádico, que a través del monitor te obligue a apurar las heces del
cáliz de la vida sin desperdiciar una sola gota, en cuyo caso te llevarás a la eternidad la
sensación de toda una existencia llena de tormentos.
El absurdo del último dolor inútil e insoportable lo iluminó Kafka con el rayo de su
inteligencia. Alargar la agonía es el asesinato.
26. Una locura, JUAN JOSÉ MILLÁS 5 OCT 2012
Tras hacer cuentas para cerrar mis presupuestos domésticos, he decidido dar un
recorte serio a la partida que venía dedicando a la educación de mis hijos. Que sean
autodidactas, como yo. Voy a dedicar menos dinero también a la alimentación familiar.
Que se coman un bocata de chóped a mediodía y luego, en casa, unas acelgas
rehogadas. Lo de ir al médico cada dos por tres se ha acabado. Si salen con los dientes
torcidos, que aprendan a masticar en diagonal. Y si tienen dioptrías, que guiñen los
ojos.
El dinero que ahorre recortando estas partidas se lo regalaré, a través del Ministerio de
Hacienda, al mismo banco que estuvo a punto de arruinarme vendiéndome productos
basura, tipo acciones preferentes, o cobrándome comisiones abusivas, y que luego se
arruinó a sí mismo al dejar que sus directivos metieran la mano en la caja alegremente
y se largaran con indemnizaciones de cientos de millones de euros, que no sé traducir
en pesetas porque ya he dicho que soy autodidacta. Después acudiré al mismo banco
al que le he regalado el dinero de la educación de mis hijos y de su alimentación y de
su salud, para pedirle un préstamo a alto interés con el que me compraré una bicicleta
estática y un iPhone 5 que no necesito. Lo hago por solidaridad, para que fluya el
crédito, como el que chupa del tubito colocado en el bidón para que empiece a salir la
gasolina.
Ya sé que regalarle dinero al banco para que el banco me lo preste no tiene sentido,
pero si logro convencerme de que es lo sensato dejaré de acudir a las manifestaciones
del 25-S, donde de repente una mano tonta te saca del grupo, te lleva ante el juez y te
caen cuatro años por sedición. Y encima condecoran a la mano tonta. Por los
presupuestos locos no se apuren, ya los he firmado, pero el Gobierno debería echarme
una mano lista para que me parezcan cuerdos.
¿Es usted partidario de Barack Obama o de Mitt Romney? ¿Está a favor de que María
Dolores de Cospedal se cargue a los funcionarios, que son unos mantas, o cree, por el
contrario, en la permanencia del servicio público? ¿Le gusta el concursante del
programa de la tele que hace gorgoritos o prefiere que le expulsen? ¿Se ha hecho de
Red Bull después del santo salto o sigue fiel al cafelito bien cargado y, en todo caso, se
decanta por las hazañas cotidianas de los ciudadanos anónimos? ¿Cree que Nacho
Vidal es culpable o inocente? ¿Apostaría, visto lo visto, a que su miembro porno es de
verdad, o piensa que es de mentirijillas? ¿Le gusta el plan gallardónico de la condena
indefinida del reo o está al lado del derecho universal? ¿Electrificaría y le añadiría
pinchos a la valla que separa Marruecos de Melilla o se inclina por la solidaridad y la
compasión? ¿Le gustan los colegios concertados con separación de sexos o le apetece
más la igualdad y la convivencia entre niños y niñas? ¿Le parece que Aznar y Rajoy
deberían ser procesados por el Prestigeo más bien condecorados? ¿Vota por el rescate
o por la huida en masa? ¿Si pudiera, mandaría a su hijo a buscar trabajo en Alemania o
a Grecia, a aprender a repartir estopa con tirachinas? ¿Desea que las televisiones
autonómicas se vendan a los amigos del Gobierno o se inclina por el uso racionalizado
de personas e instalaciones? ¿Bombardearía el cabezón de Fabra en el aeropuerto de
Castellón o supone que, ya puestos, Santiago Calatrava debería remozarlo hasta cubrir
los 15 millones recibidos por una maqueta o dos?
Sí, usted, ustedes, nosotros. Nunca como ahora tuvimos a nuestro alcance tanto botón
virtual para hacer click, mientras no paran de embaucarnos. Manifiéstense, por favor.
Pero en la calle, guste o no.
Lo cierto es que la prensa y la gente dicen lo que se les ocurre, con mala intención o
irresponsabilidad y ligereza y las acusaciones prosperan. A lo largo de los últimos años
me han llegado variadas y asombrosas noticias sobre mí mismo: sobre mi carácter, mis
costumbres, mis ideas, mis amistades, mi sexualidad incluso. Menos mal que la propia
contradicción de las noticias suele invalidarlas todas. Pero no todo el mundo – público
o privado – tiene la misma suerte: a veces la falacia propalada es sólo una y se repite y
se reitera de boca en boca hasta hacerle la vida imposible a quien la padece. Es una de
las maneras más crueles y eficaces de destruir a alguien y este país parece dedicado
hoy en pleno a destruirse en cuerpo y alma.
Hasta entonces podíamos pensar que la culpa era nuestra. Tanta corrupción, tanto
ladrón, tanta incultura política y general, nos ponían en bandeja un diagnóstico
específico de ineptitud nacional. Sin descartarlo, ahora resulta que, en Washington, los
que presumen de cortar el bacalao dan los mismos palos de ciego. ¿Y si no fuera eso?
Perdonen mi suspicacia, pero Bárcenas y Torres nos han enseñado a desconfiar de las
informaciones contradictorias que se sirven en pequeñas dosis.
Una joven atractiva, mientras se maquilla ante el espejo del cuarto de baño para ir a
trabajar, recita una nueva versión del monólogo de Hamlet: ser o no ser, esta es la
cuestión, levantarse todos los días a las siete de la mañana y tener que aguantar a un
jefe despótico, machista e incompetente, todo por mil y pico euros al mes, o renunciar
a esta lucha agotadora y quedarme en la cama para dormir, tal vez soñar, junto a un
marido vulgar, a quien con un poco de maña puedo dominar a mi antojo. Este dilema
aciago parece haber arraigado en buena parte de la juventud femenina. Frente a
aquella generación de mujeres, que en los años sesenta del siglo pasado decidió ser
libre y realizó un arduo sacrificio para equipararse a los hombres en igualdad de
derechos e imponer su presencia en la primera línea de la sociedad, cada día es más
visible una clase nueva de mujer joven, incluso adolescente, que ha elegido utilizar las
clásicas armas femeninas, que parecían ya periclitadas, la seducción, la belleza física y
el gancho del sexo para buscar amparo a la sombra de su pareja y recuperar el papel
de reina del hogar. Puede que la moral de la iglesia católica se haya aliado con la crisis
económica para imbuir tenazmente en la mujer la idea que vuelva a casa, críe hijos, se
ponga guapa y complazca en todo a su marido. Si una chica acude a diario a
machacarse en el gimnasio, si se atiborra de silicona, si camina sobre unas plataformas
increíbles, si decora su piel con toda suerte de tatuajes, ¿busca sentirse saludable y
fuerte para luchar por sus derechos o, tal vez, solo trata de convertir su cuerpo en un
objeto de deseo, en un arma de combate frente a los hombres? Ser o no ser. ¿Qué es
mejor, soportar a un jefe tirano que me explota o a un marido mediocre que me
llevará a París si le hago un mohín de gatita? Puede que el dilema no sea tan rudo,
pero aquellas mujeres que en el siglo pasado lucharon como panteras por su dignidad,
sin tiempo para pintarse los labios, tienen ahora unas nietas hermosas, siliconadas,
tatuadas con serpientes y mariposas, dispuestas a claudicar en sus derechos, con tal de
ganar la otra batalla, el viejo sueño de sentirse adorables y tener al macho de nuevo a
sus pies en la alfombra.
34. Telediario, Manuel Vicent, El País, 23 de febrero de 2013.
Cada sociedad alucina su fin-del-mundo metafórico. Ahora que nuestros cuerpos son
una mercancía de lujo, ¿qué culpabilidad tortura a los opulentos, los sabios, los
guapos? ¿Qué peste negra va a destruir sus privilegios? Bien podría ser una sífilis de la
tierra, el llamado "cambio climático", fenómeno que afecta al planeta desde que existe
y que se acelera debido a la imparable e implacable hipertecnificación. La tierra está
degenerando, es una bolsa de miasmas, sus casquetes polares están podridos, su
atmósfera envenenada, la infección fluye por sus aguas, pronto morirá. En esta
leyenda, como en la leyenda de la tuberculosis o de la peste negra, se toma la parte
por el todo. Si llegara ese fin-del-mundo sólo afectaría seriamente a una parte discreta
de los habitantes del planeta. El resto seguiría como siempre malviviendo, o puede que
algo mejor. Hace muchos siglos un meteorito asfixió buena parte de la vida zoológica,
pero sólo a los bichos más grandes. Eso no ha impedido la invención del teléfono.
El río en el que nadie se baña dos veces, según Heráclito, está formado por todos los
espejos en los que uno se ha mirado a lo largo de la vida. La conciencia se inicia en el
instante en que el niño se reconoce a sí mismo por primera vez en el espejo familiar
del cuarto de baño. Llega un momento en que ante su propia imagen el niño piensa
que ese que aparece allí dentro es él y no otro, esos son sus ojos, su nariz, su boca, su
diente partido. Frente a ese espejo se establecen a continuación unos ritos
inolvidables: su madre le lava la cara y le peina, unas veces a gritos, otras con lisonjas y
allí se reflejan las primeras lágrimas, las primeras risas. En el azogue del espejo familiar
la imagen del niño quedará guardada para siempre en brazos de Narciso. La edad
consiste en ir dejando atrás aquel primer espejo. Un día el chico se afeitará la pelusilla
del bigote y la niña se pintará por primera vez los labios con carmín, pero puede que
sea ya en otro cuarto de baño. Si hubieran sido fieles al primer espejo no se habrían
dado cuenta de que tenían ya quince años. El río de Heráclito discurre sobre nuestra
piel, nos atraviesa por dentro y uno sólo comienza a envejecer cuando abandona aquel
espejo que era un amante verdadero. Cada vez que vuelvas a mirarte en él después de
una larga ausencia entenderás que el tiempo sólo es un cambio de apariencia. Se trata
de una experiencia muy común. Al llegar el mes de agosto te vas de vacaciones a la
casa de la playa, entras en el cuarto de baño, abres la ventana y te miras en el espejo
donde había quedado congelado tu rostro desde el verano pasado. No estaban allí
todavía algunas arrugas ni las ojeras que has cosechado a lo largo del año. Se hace
evidente que has engordado. La expresión de los ojos tampoco es la misma. Pese a
todo, durante el verano irás asimilando esta nueva imagen hasta aceptarla e incluso
asimilarla con agrado, pero al volver a la ciudad, cuando apenas ha pasado un mes, en
el cuarto de baño de casa te esperará la imagen que dejaste allí antes de salir de viaje.
También algo habrá cambiado esta vez. El bronceado alegrará la palidez con que te
recordabas, pero sin duda en la nueva imagen se reflejara una nueva erosión, el rastro
de una aventura, la señal de una caída. Uno va envejeciendo en los sucesivos espejos
como si se reflejara en río de azogue que nos atraviesa. Pese a todo existe un primer
espejo que guarda tu imagen de niño ante el que tu madre te fregaba la cara con un
estropajo. Ése es el que te amará siempre y te será fiel hasta la muerte.
Pocos mitos tan sugestivos como el de ese barco que navega sin tripulación. Si entraras
en una de estas naves fantasmas, te asombraría el contraste entre la ausencia de
personal y el orden. No hay nadie dentro, nadie, pero el cobre brilla como si acabaran
de pasarle un paño, los camarotes parecen recién aseados y las tazas de té, como
ocurría en un célebre relato de Conan Doyle, permanecen calientes sobre la mesa de
la cocina. Cabría preguntarse si hay también hombres o mujeres fantasmas, personas
vacías que deambulan por las ciudades sin que nada, en su apariencia externa, delate
esa ausencia. Tal vez usted o yo seamos una de esas personas. Nos levantamos, nos
aseamos, nos vestimos, salimos a la calle y vamos de aquí para allá como buques
fantasmas en medio del día o de la noche. Atravesamos el frío, la niebla, los bosques,
las plazas públicas, los descampados, entramos en los grandes almacenes, subimos y
bajamos de los automóviles, de los aviones, intercambiamos saludos con nuestros
contemporáneos, nos ganamos la vida... Damos, en fin, la impresión de venir de algún
sitio y de dirigirnos a otro, cuando lo cierto es que en nuestro interior no hay nadie o
hay un fantasma (de no sabemos quién) que pilota el barco, el cuerpo, este cuerpo del
que no sabemos nada, ni de dónde ha salido ni cuál es su destino. Pero si hay barcos
fantasmas e individuos fantasmas, quizá haya también colectivos fantasmas, grupos
de personas o sociedades que funcionan sin alma. Entras en los espacios públicos de
estas sociedades y ves cuadros en las paredes, ascensores subiendo y bajando,
archivadores, máquinas de café, fotocopiadoras calientes, como si se acabaran de
usar... No sería raro que la humanidad fuera una de estas instituciones fantasma que
atraviesa los siglos guiada por alguien que, pese a las apariencias, no somos nosotros.
Pero hay otro elemento añadido: las campañas contra la violencia machista instan a la
ciudadanía a señalar a los agresores, a intervenir. ¿Qué debe pensar entonces el
telespectador que ve cómo la víctima a la que defendió Neira se lleva una pasta por
defender a su agresor? El resultado es paradójico: los mismos que coronan al héroe lo
humillan públicamente.
Hace un par de días se dijo en Twitter que el actor Jordi Sánchez, el pescadero Recio en
la serie La que se avecina, había muerto en un accidente de tráfico. Es mentira:
Sánchez está más vivo y coleando que la maltrecha mercancía de su divertido
personaje. Este tipo de macabras falsedades también se difundían antes de las redes,
en los medios de comunicación convencionales. No tienen mayor importancia, pero no
deja de escalofriarme que alguien se dedique a inventar una mentira tan boba, tan
innecesaria y tan malvada. Hace falta estar muy descerebrado para poner en
circulación algo semejante. ¿Cómo será el interior de una cabeza así?
Y es que hay paisajes mentales que parecen tan remotos y alienígenas como los valles
de Marte. Por ejemplo: ¿cómo serán los tipos que inventaron las bombas de racimo,
que se abren como palmeras en múltiples explosivos poco antes de alcanzar el
objetivo? Porque esos ingenieros tuvieron que pensar intensamente en soluciones
técnicas para poder matar y destripar y mutilar mejor a la población civil. ¡Qué
cerebros los suyos! Pero también: ¿cómo es la cabeza de todos esos chorizos que se
apropian del dinero destinado a los parados? ¿O que supuestamente recaudan fondos
para una fundación de niños discapacitados, pero en realidad se lo están metiendo
todo en el bolsillo? O sea: ¿qué pétreo, desolador, incomprensible desierto tendrá en
la cabeza un Urdangarin? Por no hablar de la señora de Urdangarin (que espero que la
imputen). Y, sin ir más lejos: ¿qué pervertida mente tendrán todos esos individuos que
han regalado animalitos a sus hijos estos Reyes, y que dentro de dos meses arrojarán a
los cachorros a la calle? Todos esos cerebros me resultan irreconocibles, no los
considero de mi especie, son subhumanos. Me es más fácil entender a un coleóptero
que a estos monstruos banales.
La pasada tormenta fue una de las más grandes y largas jamás registradas en nuestro
Sistema Solar, ya que se prolongó durante 200 días y abarcó una extensión de 15.000
kilómetros a lo ancho. El evento sorprendió también a los científicos al producirse
durante la primavera del hemisferio norte y no durante el verano, temporada en la
que suelen ser más frecuentes las tempestades. Como ocurre con la Tierra, el eje de
Saturno está levemente inclinado, de modo que también tienen un ciclo estacional,
sólo que mucho más largo.
El título de la película triunfadora en la entrega de los Goya (Vivir es fácil con los ojos
cerrados) puede aplicarse por completo para describir la actitud política del ministro
José Ignacio Wert. Decidió no acudir a la gran ceremonia del cine español para evitar
los más que probables abucheos y acusaciones de hundir el cine, pero ha conseguido
suscitar una oleada universal de críticas públicas. Con el gesto de la ausencia, Wert ha
retratado su torpeza (las excusas ofrecidas para justificar su ausencia son increíbles e
inaceptables) y un escaso temple, puesto que su obligación es acudir a una ceremonia
en honor del cine español que el Estado patrocina y financia, al menos en gran parte.
Parece (parecía) inconcebible una conmemoración del cine español sin el ministro del
ramo, de la misma manera que es inconcebible un salón del automóvil sin el ministro
de Industria o Fitur sin el de Turismo. Los ministros tienen ventanillas que atender; si
no lo hacen, incumplen sus obligaciones elementales.
Pero los desplantes no terminaron ahí. Para justificar al ministro Wert han terciado la
expresidenta de Madrid Esperanza Aguirre, y el diputado Vicente Martínez Pujalte; y la
verdad es que los tercios han empeorado la labor del maestro. No está en el sueldo,
dicen, acudir a lugares donde te insultan o abuchean. Pues sí, en el sueldo de los
administradores va incluida la sanción de los administrados, salvo que la señora
Aguirre y el señor Martínez Pujalte defiendan que ante un gestor solo caben la coba y
el aplauso. Es muy de elogiar la fina ironía de la expresidenta madrileña cuando dice
que el acento de Educación ha de ponerse “en esos profesionales que son mucho más
oscuros que los actores, como los científicos o los grandes físicos”. ¿Lo dirá por el gran
despliegue inversor del Gobierno en investigación?
La semana pasada tomé un taxi y el conductor me dijo que se sentía enfermo: fiebre,
tos. Le pregunté si no le convenía quedarse en su casa y respondió: “Para estar
enfermo hay que tener plata”. Cuando se anunció que una española era la primera
persona infectada de ébola fuera de África, recordé que el 1 de agosto los diarios
habían publicado esta noticia, que guardé: “El creciente temor a que el brote de ébola
en África, que ya dejó 729 muertos, se propague a otros continentes llevó ayer a la
Organización Mundial de la Salud a lanzar de urgencia un plan de 100 millones de
dólares para combatir el virus”. Otra vez: “El creciente temor de que se propague a
otros continentes”. A ver si nos entendemos: no fueron los 729 muertos que, hasta ese
momento y en Guinea, Liberia y Sierra Leona había producido el virus; ni los 1.323
casos que se habían registrado desde 2013 (ahora son más de 4.800 muertos, más de
10.000 casos). Fue “el creciente temor de que se propague a otros continentes”. Mme
gustaría saber en qué pensó el Señor OMS cuando pensó “otros continentes”. Me
gustaría saber si 729 muertos en Guinea, Liberia y Sierra Leona son más soportables
que 729 muertos en —ejemplo— Alemania, España, Estados Unidos. Porque si los 729
hubieran estado muriendo desde hace meses en —ejemplo— esos países, quizás el
Señor OMS se hubiera apurado un poquito. En verdad, los africanos deberían estar
agradecidos de que el virus sea tan letal y contagioso: si el ébola no estuviera
mordiendo ahora las gargantas más poderosas de Occidente, ellos seguirían muriendo
—como siguen, de tantas otras cosas— solos, olvidados, hemorrágicos. Las pruebas
sobran: todos saben quién es Teresa Romero. Intenten, ahora, recordar el nombre de
un infectado africano. De uno solo.
Hace poco, un hijo de Gallardón se libró del test de alcoholemia refugiándose, tras una
aparatosa huida, en la casa de su padre. Peor fue el caso de Esperanza Aguirre, que se
dio a la fuga derribando una moto de la policía cuando los agentes intentaban
multarla. No paró hasta llegar a su domicilio, pese a los requerimientos de un coche
patrulla desde el que, en paralelo al suyo, le daban órdenes de detenerse. Ya en casa, y
frente a los requerimientos de los municipales, envió a sus escoltas-funcionarios
públicos —a sueldo del contribuyente—, que salvaron también a la expresidenta de la
Comunidad de Madrid de someterse, como es preceptivo, al test de alcoholemia.
Usted y yo habríamos soplado, nos habrían analizado la saliva, habríamos dormido en
el calabozo, y estaríamos ahora pendientes de un juicio por desobediencia a la
autoridad, intento de agresión a la policía y desórdenes públicos, entre otros. Total,
cuatro o cinco años de cárcel. Privilegios de clase, como el de la delincuencia
organizada que, si se empeña, consigue una amnistía fiscal por la que regulariza lo
defraudado a menor costo que si lo hubiera declarado en tiempo y forma.
He aquí, sin embargo, que Carlos Cano, un licenciado en Medicina de 25 años, entró
hace dos días en prisión para cumplir tres años por participar en un piquete
informativo durante cuya actuación no hubo heridos, no hubo destrozos, no hubo
vandalismo ni evasión de capitales ni cohecho ni malversación de caudales públicos.
No hubo nada, en fin, aunque esa nada le va a destrozar la vida. Es un caso, pero los
hay a docenas. Estos jóvenes, perseguidos con saña en un país donde el presidente del
Gobierno envía mensajes de apoyo a un delincuente, son los héroes de un tiempo por
venir.
Muchas de las cosas que están pasando en España son extremadamente graves, pero
no irresolubles. La corrupción, la fragilidad del Estado, el desmantelamiento del estado
del bienestar, la desconfianza que la Justicia inspira en la ciudadanía, los vicios del
sistema que están a punto de deshauciarnos como país, durarán lo que duren en el
poder sus responsables. No existen fórmulas mágicas, pero la introducción de medidas
correctoras o, con suerte, la reformulación de nuestra democracia, podrá regenerar
poco a poco el aire que respiramos. La semana pasada asistimos, sin embargo, a un
hecho de gravedad superior y distinta, un problema que no tiene solución. Los 23
inmigrantes que estuvieron cinco horas abandonados en una playa canaria como una
atracción de feria para bañistas curiosos, sin que nadie se atreviera a atenderlos por
miedo a contagiarse de Ébola, ha sacado a la luz lo peor que llevamos dentro. Cataluña
se independizará o no, la Infanta se sentará o no en el banquillo, Podemos ganará o no
las elecciones, y todos seguiremos siendo blancos, occidentales, europeos, ricos
incluso en nuestra pobreza. La imagen de 23 pantalones secándose al sol, 23 seres
humanos en un camión de la basura, confirma la más repugnante de las sospechas. El
Ébola es una enfermedad de negros, una lacra africana, una amenaza viva de esa mitad
del mundo a la que hemos condenado alegremente a la miseria, al hambre y a la
muerte. Por eso da igual que los especialistas adviertan que su contagio es difícil, que
la gripe común matará a muchos más españoles este año, que donde hacen falta
recursos es en África y no aquí. Se diría que las enfermedades de blancos hacen menos
daño, que provocan muertes más limpias. Muchas de las cosas que están pasando en
España dan vergüenza. A mí, ninguna me había dado tanta como ésta
48. Pérez Reverte, “Patente de Corso”. Esas jóvenes hijas de puta
Supongo que a muchos se les habrá olvidado ya, si es que se enteraron. Por eso voy a
hacer de aguafiestas, y recordarlo. Entre otras cosas, y más a menudo que muchas, el
ser humano es cruel y es cobarde. Pero, por razones de conveniencia, tiene memoria
flaca y sólo se acuerda de su propia crueldad y su cobardía cuando le interesa. Quizá
debido a eso, la palabra remordimiento es de las menos complacientes que el hombre
conoce, cuando la conoce. De las menos compatibles con su egoísmo y su bajeza
moral. Por eso es la que menos consulta en el diccionario. La que menos utiliza. La que
menos pronuncia.
Hace dos años, Carla Díaz Magnien, una adolescente desesperada, acosada de manera
infame por dos compañeras de clase, se suicidó tirándose por un acantilado en Gijón. Y
hace ahora unas semanas, un juez condenó a las dos acosadoras a la estúpida pena -no
por estupidez del juez, que ahí no me meto, sino de las leyes vigentes en este
disparatado país- de cuatro meses de trabajos socioeducativos. Ésas son todas las
plumas que ambas pájaras dejan en este episodio. Detrás, una chica muerta, una
familia destrozada, una madre enloquecida por el dolor y la injusticia, y unos vecinos,
colegio y sociedad que, como de costumbre, tras las condolencias de oficio, dejan atrás
el asunto y siguen tranquilos su vida.
Pero hagan el favor. Vuelvan ustedes atrás y piensen. Imaginen. Una chiquilla de
catorce años, antipática para algunas compañeras, a la que insultaban a diario
utilizando su estrabismo -«Carla, topacio, un ojo para acá y otro para el espacio»-, a la
que alguna vez obligaron a refugiarse en los baños para escapar de agresiones, a la que
llamaban bollera, a la que amenazaban con esa falta de piedad que ciertos hijos e hijas
de la grandísima puta, a la espera de madurar en esplendorosos adultos, desarrollan ya
desde bien jovencitos. Desde niños. Que se lo pregunten, si no, a los miles de
homosexuales que todavía, pese al buen rollo que todos tenemos ahora, o decimos
tener, aún sufren desprecio y acoso en el colegio. O a los gorditos, a los torpes, a los
tímidos, a los cuatro ojos que no tienen los medios o la entereza de hacerse respetar a
hostia limpia. Y a eso, claro, a la crueldad de las que oficiaron de verdugos, añadamos
la actitud miserable del resto: la cobardía, el lavarse las manos. La indiferencia de los
compañeros de clase, testigos del acoso pero dejando -anuncio de los muy miserables
ciudadanos que serán en el futuro- que las cosas siguieran su curso. El silencio de los
borregos, o las borregas, que nunca consideran la tragedia asunto suyo, a menos que
les toque a ellos. Y el colegio, claro. Esos dignos profesores, resultado directo de la
sociedad disparatada en la que vivimos, cuya escarmentada vocación consiste en pasar
inadvertidos, no meterse en problemas con los padres y cobrar a fin de mes. Los que
vieron lo que ocurría y miraron a otro lado, argumentando lo de siempre: «Son cosas
de crías». Líos de niñas. Y mientras, Carla, pidiendo a su hermana mayor que la
acompañara a la puerta del colegio. La pobre. Para protegerla.
Faltaba, claro, el Gólgota de las redes sociales. El territorio donde toda vileza, toda
ruindad, tiene su asiento impune. Allí, la crucifixión de Carla fue completa. Insultos,
calumnias, coro de divertidos tuiteros que, como tiburones, acudieron al olor de la
sangre. Más bromas, más mofas. Más ojos bizcos, más bollera. Y los que sabían, y los
que no saben, que son la mayor parte, pero se lo pasan de cine con la masacre, riendo
a costa del asunto. La habitual risa de las ratas. Hasta que, incapaz de soportarlo, con
el mundo encima, tal como puede caerte cuando tienes catorce años, Carla no pudo
más, caminó hasta el borde de un acantilado y se arrojó por él.
Ignoro cómo fue la reacción posterior en su colegio. Imagino, como siempre, a las
compis de clase abrazadas entre lágrimas como en las series de televisión, cosa que les
encanta, haciéndose fotos con los móviles mientras pondrían mensajitos en plan Carla
no te olvidamos, y muñequitos de peluche, y velas encendidas y flores, y todas esas
gilipolleces con las que despedimos, barato, a los infelices a quienes suelen despachar
nuestra cobardía, envidia, incompetencia, crueldad, desidia o estupidez. Pero, en fin.
Ya que hay sentencia de por medio, espero que, con ella en la mano, la madre de Carla
le saque ahora, por vía judicial, los tuétanos a ese colegio miserable que fue cómplice
pasivo de la canallada cometida con su hija. Porque al final, ni escozores ni
arrepentimientos ni gaitas en vinagre. En este mundo de mierda, lo único que de
verdad duele, de verdad castiga, de verdad remuerde, es que te saquen la pasta.
Tenían ustedes que haberlo visto. Aunque supongo que muchos lo vieron: aquellos
cinco paladines del fogón nacional con luz y taquígrafos, con estrellas Michelin hasta
en el cielo de la boca, contándonos cómo conseguir que la pausa bocatera de media
mañana se convierta en un acto cultural equiparable a visitar el museo del Prado o leer
unas páginas de El Quijote. Todo consiste, naturalmente, en no caer en la vulgaridad
de llenar la tripa con productos indignos de figurar, por lo menos, en las páginas de
tendencias chipiripitifláuticas de Architectural Digest. El asunto consiste en hacer,
entre once y doce de la mañana, o por ahí, una colación más substanciosa que el
desayuno y menos potente que la comida, pero no en plan aquí te pillo y aquí te mato,
o sea, cerveza, pincho de tortilla y qué te debo, Pepe, sino con toda la parafernalia
gastronómica de rigor, en locales ad hoc, a ser posible ambientados por decoradores
exclusivos y exquisitos.
Por supuesto, nada de croquetas de cocido de las Piletas, ni bacalao rebozado del bar
Revuelta, ni pepito de ternera de casa Manolo. Eso son groserías impropias de este
tiempo y este país. Ordinarieces, todas, que el doctor Pedro Recio de Tirteafuera
apartaría, desdeñoso, de la mesa de cualquier Sancho de barbas mal rapadas. La
palabra clave del invento, del brunch recomendado, es deconstrucción. Todo debe
estar debida y gastronómicamente deconstruido. Con reducción de algo, además. Por
ejemplo, deconstrucción de migas de bacalao a la vizcaína con reducción de salsa de
jenjibre chino. O uno de los platos fuertes que el otro día sugería en la tele uno de los
artistas, y que consistía, creo recordar, en media vieira cocida al vapor de eneldo sobre
un lecho de algas caramelizadas. Y cosas así. Todo ello, mucho ojo, mezclando sabores;
porque quien no mezcla sabores, dulce y salado, fresa con fabada asturiana -
deconstruida, por supuesto-, queso de cabra con delicias milanesas de callo madrileño,
cebiche peruano con mermelada de cebolla poché, no sabe lo que se pierde. La textura
de sabores que se va a tomar por saco. Y servido, claro, en platos inmensos de los que
sólo se usa un rinconcete, a fin de adornar el resto con bonitos motivos decorativos a
base de chorritos artísticos de salsa, de crema, de caramelo, de soja, de salsa de
butifarra a la miel y otras deliciosas mariconadas. Todo eso, a las once de la mañana.
Y así, entérense, es como podemos cumplir el doble objetivo de estar a la moda más
de ahora mismo y llenar la tripa a media jornada matutina. Con un par de huevos. Salir,
o sea, de casposos de una vez. Porque ya está bien de esa imagen agropecuaria que
damos a la hora de la caña, el pincho y el bocata, con esos bares llenos de pavos y
tordas vulgares que pinchan boquerones en palillos o mascan magro con tomate.
España seguirá siendo el tren que nunca cogemos mientras un albañil, una barrendera,
una cajera de súper o un pastor de ovejas, por ejemplo, sigan prefiriendo un bocadillo
de longaniza frita a sentarse tranquilos en una mesa elegante, a las once de la mañana,
y degustar sin prisas, muy atentos a la textura de sabores, un brunch a base de rollito
thailandés con sushi de berenjena deconstruida al perejil salvaje. Sin olvidar luego, de
vuelta a la obra, al taller o al tractor, pasarse por el pijocafé más próximo, hacer cola
para servirse uno mismo, y luego volver al tajo con la bebida caliente en la mano,
sintiéndote como en el dominical de El País mientras das sorbitos al envase de plástico
donde la cajera ha escrito Manolo.
Los niños de hoy no solo dedican menos tiempo a jugar sino que, cuando juegan, la
mayoría no lo hace con otros niños en el parque, en la calle o en la plaza, sino en
casa y muchas veces solos. Y ya no juegan tanto con juguetes, sino con
instrumentos electrónicos en los que predomina el juego individual con la
máquina. Es cierto que estos juegos potencian las habilidades motoras y la rapidez
mental, pero no deja de ser un modo de jugar solitario que apenas contribuye a la
maduración de la personalidad. Cuando un niño juega con otros niños entra en
contacto con la realidad y tiene que enfrentarse a situaciones a veces difíciles,
como una disputa o un conflicto con otro niño, a veces gratificantes, como hacer
un nuevo amigo. Todo ello le obliga a interactuar con los demás y le ofrece la
posibilidad de experimentar situaciones que son un excelente aprendizaje.
Un niño que juega solo en casa a lo sumo que puede aspirar es a chatear con los
amigos de la Red. No es poco. Pero no es suficiente. Este tipo de relaciones a
distancia pueden hacer vibrar y sufrir tanto como las presenciales, pero también
permiten escapar de las situaciones no deseadas con un simple clic y desarrollar
conductas de evitación que no ayudan a madurar. Quizá por esta falta de
relaciones reales y tangibles, los niños de ahora tienden a tener más fantasías. Y
entre esas fantasías está la de qué querrán ser de mayor, algo en lo que también se
observan cambios. Si hace 25 años querían ser maestros o astronautas, ahora
quieren ser ricos y famosos. Sus modelos son los deportistas de élite, cantantes y
famosos que aparecen en la tele como grandes triunfadores. Son sueños
destinados a chocar con la realidad, porque no puede haber tantos Messi ni tantos
Ronaldo como niños sueñan con serlo.
Naciones Unidas nos recuerda que los niños tienen derecho a una infancia
gratificante y saludable. Eso incluye poder jugar y divertirse, pero también unas
condiciones de vida que cubran las necesidades básicas, algo que no está
garantizado en el caso de los 840.000 niños españoles que viven bajo el umbral de
la pobreza. Un estudio de la Fundación La Caixa estima que con una inversión de
1.000 euros anuales en su familia y ayudas sociales se podría sacar de la pobreza
severa a 400.000 niños. No parece una cifra inasumible.
EL PAÍS del domingo sacó una estupenda y algo apocalíptica crónica de la cumbre
del clima de Sudáfrica. Se titulaba Durban se da a la fuga, porque, como no se
ponían de acuerdo en nada, la cumbre se alargó día y medio más; pero hete aquí
que buena parte de los delegados agarraron las maletas y se marcharon, de modo
que el resto de las negociaciones, críticas y urgentes para nuestro planeta, se
hicieron a contrarreloj y en una sala medio vacía. Total, que al final salió un
acuerdo de mínimos, un aguachirle.
55. LA TELEVISIÓN
Hace tiempo que vengo observando con preocupación que la gente se cree la tele.
Que cree que lo estrambótico, arbitrario, excepcional y llamativo, que son norma
en la televisión, constituyen la realidad. Las audiencias se disparan cuando
aparecen la mujer barbuda o el perro de tres cabezas. El fenómeno no es nuevo.
Siempre han existido las coplas de ciego, los cómicos de la legua y los circos
ambulantes que hacían posible lo imposible y por unas horas llenaban la vida de
exageración, de disparate. La diferencia es que antaño a nadie se le ocurría
ordenar su vida cotidiana según esos parámetros. La gente se educaba en familias
estables, bajo tradiciones seculares y con certezas sólidas. A nadie se le ocurría
romper su matrimonio a la vista de una cara o unas piernas bonitas, abandonar a
sus hijos para ver mundo o mentir o darse a la maledicencia para hacerse rico y
famoso. A nadie, menos a los trasnochados y los delincuentes. En la medida sin
embargo en que hemos pasado de ser un pueblo con tradiciones, relaciones y
habilidades heredadas a ser una masa de telespectadores aislados entre sí, nos
hemos hecho vulnerables. Hemos sustituido el paseo, la partida con los amigos o
los juegos en familia por las películas y magazines favoritos. Está demostrado que
hasta carecemos de tiempo para el afecto conyugal por culpa de nuestra entrega a
la caja mágica. Ella acorta las horas de sueño, impide las conversaciones, dificulta la
lectura y hasta sustituye la misa dominical. El hombre y la mujer actuales están
solos. Ante las dificultades no acuden al amigo, al sacerdote, a sus padres, sino que
siguen directamente el ejemplo catódico. Los pocholos, los cotos, las maricielos se
han convertido en los arquetipos. Los que cocinamos los medios sabemos que
estos personajes son monstruos atípicos, creados para divertir a las masas, pero los
telespectadores creen en ellos cada vez más. Así, el adolescente que experimenta
una gran atracción por su amigo cae en la trampa de creerse homosexual. El
depresivo empieza a acariciar la idea de la eutanasia. La gente se casa, se junta, se
divorcia y se desjunta a velocidad de vértigo dejando hijos e hijas por el camino,
heridas abiertas para siempre. Y en general se piensa que hacerse rico y/o famoso
es realmente el objetivo de la vida. El resultado es una infelicidad cada vez más
extendida porque los problemas reales, en lugar de afrontarse, se evitan. Porque la
enfermedad, la duda, la pena que forman parte inevitable e importante de la
existencia se censuran y destierran. Conviene recordar que la tele no es real. Que
se inventa diariamente para entretener. Que la vida se desarrolla fuera de su
estrecho armazón y que los mecanismos que regulan el ritmo apasionante de la
existencia nada tienen que ver con las tonterías catódicas.
H. Rouvière, Anatomía
humana.
¿Qué es hoy un adolescente sin teléfono móvil? Nadie. Actualmente los ritos de
pubertad se establecen con una variedad de cicatrices, púas de gomina en el
pelo, tatuajes, piercings, con los que escarifican su cuerpo los adolescentes
camino de la discoteca o del botellón de fin de semana donde les espera el
primer alcohol, el primer sexo y tal vez la última droga de diseño. Los héroes de
hoy, como los antiguos, también van armados con una lanza para matar al
dragón que tiene cautiva a una bella princesa. En este caso la lanza es el
teléfono móvil, que concede al adolescente un gran poder. El whatsapp
transforma al cobarde en valiente, al tímido en audaz, al tonto en listo, al tipo
duro en un castigador ilimitado, solo que en estos ritos de iniciación también
las princesas cautivas usan la misma arma y ya no necesitan ayuda de ningún
héroe para escapar del dragón. Tanto ellos como ellas saben que sin el móvil no
son nada. No creo que exista ningún adolescente que al darse cuenta en medio
de la noche que ha olvidado el móvil no se sienta un guerrero desnudo,
desarmado y trate de recuperar a toda costa su lanza. La esencia de esta nueva
arma es la inmediatez. En los whatsapps la rapidez en responder a las llamadas
es más determinante que el contenido de los propios mensajes. Si no contestas
de forma instantánea puedes quedar fuera de combate, puesto que los
mensajes de la amiga, del amante, del novio, del descocido se acumulan, se
superponen y serás inmediatamente suplantado. Tener el móvil apagado
engendra una suspicacia morbosa en la pareja, que puede desembocar en una
tormenta de celos si no estás permanentemente conectado. Antes los
enamorados se eternizaban en la despedida por el viejo teléfono. Cuelga tú; no,
cuelga tú; anda, cuelga tú. En cambio, hoy los móviles se diseñan para poder
expresar una idiotez cada día un segundo más rápido. La neurosis de los
mensajes superpuestos, inmediatos ha llegado al extremo que muchos
adolescentes y también adultos perciben que les vibra el móvil en el cuerpo
aunque lo hayan dejado en casa. Esta falsa vibración es un síndrome de la
necesidad de esa llamada, de esa respuesta, real o imaginaria, que se espera
con angustia, sin la cual uno se siente solo en el mundo.
Día sí día también, las redes sociales se infestan de imágenes, fotografías, insultos y
alardes abyectos. Individuos que las utilizan para vomitar su mala baba, sus
perversiones. Desde burlarse de los campos nazis de exterminio fotografiándose
con montajes de las víctimas hasta grabar violaciones en grupo para difundirlas.
Primera pregunta, ¿les atrapa la justicia o quedan impunes? Segunda, ¿gran
cantidad de seres humanos son viles o estos se concentran en las redes sociales?
Debería suceder que fueran detenidos, acusados y receptores de las condenas
pertinentes. Sin embargo, se publican sus desmanes y sus delitos, reciben millares
de visitas, se producen comentarios, pero no se sabe de consecuencias penales. ¿El
aparato judicial, el que está obligado a salvaguardar la buena convivencia tanto
como a defender y resarcir a las víctimas, no mira o es que acaba mirando hacia
otro lado? Las aberraciones campan a sus anchas, los miserables hacen del espacio
virtual un estercolero que, si bien repugna a muchas conciencias, capta a otras
muchas de su misma ralea y las convierte en seguidores. Que en el mundo existe
maldad desde su nacimiento es una obviedad, y que esta se ha expresado de
diversas formas a través de los siglos, también. La innovación consiste en que
ahora cuenta con un gran altavoz para darse a conocer. Un escenario que debería
poner en peligro a los que hacen públicas sus iniquidades y conducir a perseguirlos
y acallarlos, pero que sirve mayormente para que puedan jactarse con
desvergüenza de sus bajezas. ¿Alguna autoridad, algún gobierno pondrá freno
tanto a las fechorías como a la impunidad de los autores? Que el desbarajuste, la
sinrazón y la estupidez se están imponiendo en una sociedad cada vez más inculta
es otra constatación. Se trata de una mugre que se extiende como mancha de
aceite y hace dudar de que la civilización avance por buen camino. Descargas de
maldad, de irreflexión, de desasosiego, de insatisfacción. Todo rápido,
multitudinario, insensible. Y permisividad hacia los facinerosos cibernéticos, los
que carecen de moral. Paul Ricoeur en su libro El mal escribió: “La causa principal
del sufrimiento es la violencia ejercida por el hombre sobre el hombre. Obrar mal
es siempre dañar a otro directa o indirectamente”. Vano relato para los que ni leen
ni piensan ni sienten.