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RAPTO DICTATORIAL

Ana Bejarano Ricaurte

Se recrudece y radicaliza la dictadura venezolana. Este año, conforme a


las obligaciones que contrajo el régimen con la comunidad internacional,
deberían celebrarse elecciones, las cuales aún no tienen fecha. Se
persigue incesantemente a María Corina Machado, la contendora más
opcionada. La paranoia de los cleptócratas va en ascenso.

Uno de ellos, el fiscal general de Caracas Tarek William Saab, lleva años
acusando el Plan Brazalete Blanco, con el que supuestamente buscan el
asesinato del dictador Nicolás Maduro. Es una coartada que han utilizado
para perseguir a sus detractores y violar sus derechos humanos, como
hicieron el 9 de febrero con la captura arbitraria de la activista y abogada
Rocío San Miguel, quien desde la ONG Control Ciudadano ha
monitoreado tantos crímenes de Estado en Venezuela.

El pasado jueves las autoridades chilenas confirmaron el secuestro del


militar Ronald Ojeda en Santiago de Chile. Ojeda era un disidente de las
Fuerzas Armadas que fue apresado en Venezuela en uno de los centros
de torturas del régimen, la prisión de Ramo Verde. En 2017 logró fugarse
y radicarse en el cono sur.

En noviembre de 2022 el teniente Ronald Ojeda protestó al frente del


Palacio de la Moneda en Santiago en contra de las negociaciones
internacionales con el gobierno de Maduro. Cubrió su cabeza con una
bolsa que rezaba las siglas de la Dirección General de Contrainteligencia
Militar (DGCIM) (Tomado de la página de Instagram @VenteDDHH).

Tras su fuga, el 28 de febrero de 2018, el gobierno de Maduro degradó y


expulsó sin juicio a varios militares (Decreto 2.399), entre los que se
encontraba el mismo Ojeda. En redes sociales circulan videos, aún sin
confirmar, del interior del condominio donde vivía Ojeda, y parece ser
sacado a la fuerza en calzoncillos por hombres uniformados de negro.

Aunque no se ha verificado aún la participación del gobierno venezolano,


lo cierto es que en el pasado sí han acudido a operaciones semejantes.
El 11 de febrero de 2021 el exteniente Franklin Caldera Martínez fue
privado ilegalmente de su libertad por la DGCIM, mientras se encontraba
en Cúcuta. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos emitió
medidas cautelares en favor de Caldera y ordenó una cantidad de cosas
que el Estado venezolano no cumplirá porque rechazó hace rato el
mandato de la OEA.

Los casos de Caldera y ahora Ojeda son gravísimos indicios de que la


paranoica inteligencia venezolana no conoce límites para perseguir a los
disidentes de la dictadura. Inmediatamente, en uno de los formatos
de talk show con el que pretenden adornar el autoritarismo desde
Caracas, salió Diosdado Cabello a negar las acusaciones y a burlarse de
la sola idea de que pudieran capturar a una persona en Chile y llevarlo
hasta Caracas.
Este nuevo hecho podría generar una crisis diplomática entre el gobierno
de Gabriel Boric y Venezuela y es otra confirmación de que la dictadura
se siente acorralada. La persecución de un militar de bajo rango de 32
años apresado en Chile podría ser la demostración de que Maduro ve
enemigos en todos los sectores, incluso aquel que por tanto tiempo
sostuvo y sostiene a la dictadura: “la revolución se come a sus hijos”, me
explicó uno de mis venezolanos favoritos.

En todo caso, no es necesario comprobar el rapto para comprender que


en Venezuela se doblan las apuestas por la violación masiva de
derechos humanos y negación de cualquier impulso democrático.

Y este no es un asunto ajeno al resto de países del vecindario. No solo


por la posible violación a la soberanía, sino porque revelan su desprecio
por cualquier gesta que intente redireccionar a ese país hacia la justicia y
la democracia.

No es cierto que en Colombia existan suficientes problemas como para


que el presidente no tenga que ocuparse de lo que ocurre en el país
vecino. Claro, acá contamos con dolores de todo tipo, pero uno de ellos
es la existencia de un régimen violento al otro lado de nuestra frontera
más grande. La persecución del narcotráfico, los esfuerzos de paz, el
apego a los sistemas internacionales de derechos humanos y en general
la decencia humana de cualquier gobernante latinoamericano reclama
por lo menos una alerta de preocupación por lo que pasa en Venezuela.
Lo hizo el ícono de la izquierda latinoamericana, Pepe Mujica, hace un
par de días y llamó a Maduro “dictador”. Tal vez el presidente Gustavo
Petro deba contemplar gestos más diplomáticos, pero su silencio ya es
una forma de aquiescencia con la dictadura venezolana y sus excesos.
¿Qué destino enfrentan los ciudadanos perseguidos injustamente por el
régimen y que residen en Colombia? Con o sin la confirmación del
secuestro de Ojeda, Maduro ejecuta el rapto de las estructuras
democráticas tan débiles y necesarias en este continente y es hora de
saber qué piensa Petro al respecto.

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