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MIL AÑOS DE VIDA

Hace algunos años, durante una excursión a la montaña con un grupo de amigos, tuvimos una
experiencia inolvidable. Íbamos de campamento y estábamos emocionados por pasar la noche
bajo las estrellas.

Después de caminar durante horas, finalmente llegamos al lugar donde íbamos a acampar.
Montamos nuestras tiendas de campaña, encendimos una fogata y comenzamos a preparar la
cena. Mientras tanto, el sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos cálidos y
anaranjados.

Después de cenar, nos sentamos alrededor del fuego contando historias y riendo juntos. De
repente, escuchamos un ruido extraño que provenía del bosque cercano. Todos nos quedamos
quietos, tratando de identificar qué podía ser.

Para nuestra sorpresa, de entre los árboles salió un pequeño zorro. Parecía curioso, pero
también un poco asustado. Se acercó tímidamente hacia nosotros y se sentó frente a la fogata,
como si quisiera unirse a nuestra reunión. Nos quedamos boquiabiertos, observándolo con
asombro.

El zorro nos miró con sus brillantes ojos negros y luego, como si fuera lo más natural del
mundo, se echó a descansar junto a nosotros, disfrutando del calor del fuego. Nos quedamos
en silencio, maravillados por la compañía inesperada de este pequeño visitante nocturno.

Pasamos el resto de la noche conversando en voz baja, mientras el zorro se quedaba a nuestro
lado. Fue una experiencia mágica y única, que siempre recordaremos con cariño. Al amanecer,
el zorro se despidió con un ligero movimiento de cola y se alejó entre los árboles.

Aquella noche, aprendimos que la naturaleza siempre tiene sorpresas maravillosas reservadas
para aquellos que saben apreciarla y respetarla. Y así, con el recuerdo de nuestro encuentro
con el zorro, continuamos nuestro viaje de regreso a casa, con el corazón lleno de alegría y
gratitud por la belleza del mundo que nos rodea.

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