Está en la página 1de 378

Sinopsis

Glía

Amo el ballet, pero estoy gorda.

Quiero libertad, pero soy una prisionera.

Deseo estar con mi novio, pero mi familia me lo prohíbe ya que "es malo para mí."

Reglas e imponencias.

Palabras hirientes y falta de atención.

Esta es mi vida.

Esta es mi espantosa realidad.

¿Podré algún día alejarme?

Ojalá tuviera la respuesta, pero lo único que obtengo es una notificación del desconocido
que agregué. ¿Él? Un ingeniero que miré en la television.

Diego

Amo la Ingeniería de construcción, y estoy a nada de graduarme.

Quiero tranquilidad, pero los recuerdos me atormentan.

Deseo terminar con mi novia, pero ella simplemente regresa y como estúpido caigo.

Esta es mi vida

Esta es mi tóxica realidad.

¿Podré algún día vivir en completa tranquilidad?

Ojalá tuviera la respuesta, pero lo único que obtengo es una solicitud que acepto. ¿Ella? Una
apasionada del ballet.
Capítulo 1

Diego

—¡No soy ningún paracetamol para quitarte la fiebre!

—Lo sé —echo a reír mientras azoto su culo con mi cinto de cuero. Ella suelta un gritito que
me la pone más dura—. Sin embargo, tú accediste a esto, hermosa. ¿O ya no quieres que mi
verga te estreche este húmedo canal?

Key respinga cuando le penetro su dulce coño con mis dedos logrando que su redondo culo
lleno de perfectas estrías se alce dándome la mejor de las vistas porque si algo amo de las
mujeres es ver esa forma de durazno invertido que tienen cuando se me empinan para
recibirme.

Debo admitirlo, tengo novia, llevamos seis años juntos, a cada rato terminamos y volvemos,
pero ninguna vez ella me ha hecho sentir tan vivo como esta mujer que tengo abierta de
piernas en la habitación que me prestaron en la FAIPE mexicana.

Es pasajero, yo se lo dije desde el día que recibió el trago que le invité en Cocaína y desde
entonces me la he follado tanto que ya memoricé hasta sus malditos silencios.

Sé que me desea. Desde el momento uno en que sus ojos oscuros me vieron firmó un pacto
con la bestia y ahora su cuerpo me pertenece. Lástima que mañana retomo el vuelo a
Chicago para mi graduación en la universidad, sino con gusto seguiría taladrándole su canal
porque si algo me encanta es escuchar a las hembras gemir.

—Si quiero... Dámela.


—¿Por qué? —pregunto soltando otro cintarazo, esta vez más duro que incluso le rompo la
piel. Gustoso me inclino para chuparle la sangre que emerge en pequeñas gotitas mientras
sigo masturbándola de forma lenta y tortuosa, dejándole en claro que jamás podrá encontrar
a ningún hombre como yo. Mis dedos se empapan de su periodo lo cual me fascina ya que
no le temo al mancharme ni la verga de carmesí, de hecho, lo disfruto demasiado pues que
ella confíe en mí estando en sus días más sensibles significa la gran confianza que me tiene
pese a que no llevamos mucho tiempo de conocernos—. ¡Dije que por qué, maldita sea!
¡Respóndeme!

—¡Por favor, Diego! ¡Dámela!

Una lobuna sonrisa aparece en mi boca al tiempo que acelero el movimiento de mis dedos
de una forma tan brutal que le provoco un squirt. La mano se me empapa y gustoso me
chupo los dedos ya que esto es un néctar que alguien como yo no puede desperdiciar.

Amo el sabor metálico, joder.

Key se queda temblando mientras yo tomo el condón el cual rompo con mis dientes para
deslizarlo por mi dura verga que parece querer estallar porque nunca tengo suficiente de
este acto tan rompe neuronas que me ha entregado la libertad y redención que necesito.

Soy un enfermo sexual que no puede controlarse cuando tiene a una hembra como esta
frente a él. No solía ser así, pero ya no pretendo cambiar porque en mi mundo, con lo que
hay albergando en mi cabeza, es necesaria esta intimidad.

El sexo es mi droga.

—¿Recuerdas las palabras de seguridad, hermosa?


—S-Sí... —coloco la punta de mi verga en su entrada sintiendo como ella tiembla. Está tan
húmeda, tan lista para mí que no puedo esperar para embestirla y aliviar esos cólicos que
hace poco la sometían.

Nadie puede someterla más que yo.

—Repítemela.

Esto es fundamental. Si bien no es mi sumisa oficial ya que esto es pasajero, firmamos un


contrato exclusivo de quince días el cual hemos estado siguiendo al pie de la letra sin
quebrantar absolutamente nada porque problemas no necesito. Han sido casi 360 horas de
mero placer donde ella decidió probar lo que me fascina.

Un mundo oscuro.

Un mundo placentero.

—Pluma —dice ella en medio de un jadeo tembloroso que me hace sonreír y morder mi
labio inferior.

Cada pareja mía tiene su propia palabra de seguridad en este tipo de prácticas sexuales, y
Key ha elegido esa ya que es un claro grito de «¡Más suave por favor!». Debo admitir que es
original y algo que definitivamente me tatuaré porque soy un enfermo que lleva en su piel
la palabra de seguridad de cada sumisa que he tenido.

—Bien, hermosa. Ahora cierra esos hermosos ojos y disfruta que papi tiene hambre de tu
chorreante coño.

No permito que responda, de hecho, le coloco un Ball Gag lo suficientemente flojito para
que pueda comunicarse conmigo y entonces empiezo a invadirla lentamente hasta que su
culo topa con mi ingle. Aferro su cadera con ambas manos para adherirla más a mí. Inhalo
una gran calada de aire y entonces inicio mi energético bombeo que la hace hundir su rostro
en la almohada. Sus gemidos y jadeos amortiguados envían ondas placenteras en mi piel
porque soy un hombre receptivo al sonido que ellas hacen. Cada gemido que Key libera es
como recibir un lametazo en la verga y testículos que me enciende la sangre tal cual el
derrame de un volcán eruptando. Tenso la mandíbula sintiendo placenteros escalofríos
acariciarme la columna porque desde hace rato iniciamos el juego previo que me la tiene de
hierro.

Suelto sus caderas para tomar sus antebrazos los cuales estiro para doblarle la espalda hacia
mí. Key suelta un gritito el cual a duras penas se escucha y empuña sus manos cuando
embisto con brutalidad escuchando el choque de mi pelvis con su carne enrojecida. Sus
pequeños senos brincan ante el impacto duro y rabioso, excitado, le ordeno que medio gire
el rostro para verla notando como la saliva se le escurre por sus labios ante lo que tiene en
su boca. Sonrío y le doy más fuerte ya sintiendo como desea romper porque es tan fácil
hacerla llegar cuando hay juego previo.

Con una mano bajo a su hinchado clítoris y hago círculos para luego ascender y embarrarle
la sangre en su vientre, provocando que el olor a metal inunde la habitación. Ella tiembla lo
cual me gusta ya que significa que se debate entre el placer y el terror pues seguro jamás
imaginó toparse con un macho que adorara jugar con la sangre que expulsa de sus
voluptuosas piernas. Seguro está acostumbrada a sanguijuelas que lo hacen de forma
vainilla, pero yo no. Lo único que tolero con vainilla es el café que compro en las mañanas,
nada más.

Pierdo noción del tiempo en que la hago mía, solo sé que en cierto punto mis bolas no
aguantan tanto así que termino eyaculando tan duro que es inevitable no soltar un gruñido
bestial que seguro media base militar logra escuchar. Aun así, sigo penetrándola y entonces
ella rompe segundos después succionándome la verga de forma tan deliciosa que gimo.

—M-Más... —pide cuando le retiro el Ball Gag y saco el miembro notando como sangre
desliza entre sus muslos goteando la sábana. Es una vista tan grotescamente apetecible que
le pido permiso para tomarle foto ya que este arte debo inmortalizarlo. Ella acepta.

—¿Segura, hermosa? —pregunto refiriéndome a lo anterior. Key se estira como gatito y


luego me alza más su culo de modo que veo su orificio anal.
—Sí, Diego. Dame más, por favor.

Dejo el móvil a un lado y tomo un puñado de su cabello.

—Intentemos otra cosa, Key... —jadeo contra su hombro y llevo mi dedo a ese agujero
virginal que tiene. La pobre tiembla porque sabe lo que pretendo—. ¿Qué dices? ¿Me dejas
romperte esta hermosura? Me parece una falta de respeto que lo tengas tan cerrado.

—¿D-Dolerá? —cuestiona mientras vierto lubricante en su carne para masajearla.


Lentamente hago círculos en su orificio para empapárselo. Noto como la verga se me va
endureciendo más.

—Un poco. Pero estoy seguro que lo disfrutarás.

—Está bien. Quiero probarlo. Solo... no seas brusco.

—Entendido, hermosa.
Capítulo 2

Diego

Aterrizar en Chicago es sentir una irrevocable emoción ya que al fin dejaré de ser un simple
universitario lo cual me alegra porque me urge tener una entrada de dinero estable e ir
tomando experiencia en el mundo laboral.

Camino con la maleta sobre el hombro y salgo del aeropuerto hacia un taxi que me lleva a
mi residencia privada. Al bajar noto como la señora Zinnia está barriendo fuera de su tienda
abarrotes. Ella me saluda, le correspondo y quedo en ir a comprarle un platillo para cenar,
sin embargo, ella dice que con gusto me lo hace llegar a mi puerta para que descanse.

A ella la aprecio, me ha cuidado mi emporio durante años.

Entro a la monstruosa casa de color rojo tinto. Me dirijo a la sala donde lanzo la maleta justo
cuando mi celular timbra. Es Catia, mi exnovia y actual mejor amiga.
—¡¿Y bien, Die?! ¡¿Cómo te fue?!

Tengo que retirar el móvil de mi tímpano ya que su grito puede dejarme sordo. Suelto una
carcajada ante su entusiasmo. Ella también es ingeniera constructora.

—De puta madre. Morgado estuvo fascinado con mi trabajo y la cárcel Hierro quedó
perfecta.

—¡Lo sabía! —grita más—. ¡Sabía que lograrían terminarla en quince días!

—Cuando hay dinero de por medio todo se puede, Cat.

—No, no. Querrás decir que, cuando hay un ingeniero constructor tan bueno como tú es
que las cosas se hacen a tal velocidad, Die. ¡Eres supremo!

Que diga eso me infla el pecho de gusto porque sí, soy el mejor ingeniero constructor que
existe en toda la puta facultad y un día seré el mejor del mundo. De eso no tengo la menor
duda.

—¿Te parece que celebremos en Diamond?

Diamond corresponde a un lugar donde hacen shows de burlesque mientras disfrutas de


alguna rica comida y bebida. Solemos frecuentarlo con regularidad cuando disponemos de
horas libres.

—Oh sí. Ahí estaré.

—Ni siquiera te he dicho la hora —rio escuchando como mi timbre suena.


—Sé que acostumbramos a salir pasadas las nueve.

—Buen punto —sonrío—. A las diez te miro ahí.

Catia grita eufórica diciendo que ahora sí liará con el bartender, algo que me hace reír
porque cada que vamos dice lo mismo y al final no le pide ni su número de teléfono, mucho
menos lo saluda. Solo lo mira y mira como una auténtica acosadora. Incluso me he ofrecido
a conseguirle su número, pero ella se ha negado diciendo que, si no puede hacerlo por ella
misma, no quiere nada. Y está bien, respeto su decisión.

Me despido de Cat, guardo el móvil en mi pantalón y abro la puerta para encontrarme con
Zinnia que trae dos bolsas en mano. Como si mis tripas supieran lo que contienen dentro,
gruñen haciéndome llevar una mano al estómago.

—Supuse que te faltarían cosillas en la despensa así que traje algunas, hijo.

—Muchísimas gracias, Zinn —digo tomando lo que me da—. ¿Cuánto le debo?

—Cortesía de la casa —me guiña su ojo y se va antes de que pueda responderle algo más.

Me encojo de hombros, ya le daré el dinero correspondiente a su esposo porque si por ella


fuera me regalaba hasta su tienda de abarrotes con tal de no verme pasar hambres. Ahora
lo importante es comer, ducharme y dormir para luego irme a Diamond. Sin embargo,
apenas llego a la cocina para atascarme cuando mi celular vuelve a sonar. Respondo sin
mirar el remitente y ese es mi grave error.

—¿Por qué diablos no me dijiste que ya estás en Chicago? —reclama la que supuestamente
es mi novia, su voz sonando tan altiva y demandante que suelto un bufido mientras saco la
vasija que contiene tacos de carnitas estilo mexicanas.

Mi relación con ella realmente es un desastre que no sé cómo resolver. Desde hace años me
encuentro girando y girando en círculos que lo único que provoca en mí son náuseas.
—No me dio la maldita gana, Emery. ¿Para qué coño me hablas? Fui claro en el mensaje que
te mandé.

—Y yo lo fui también al decirte que no acepto eso. ¡Tú no puedes dejarme!

—¿Quién dice que no? —echo a reír para luego llevarme un taco a la boca—. Mira, estoy
harto de esto. Tú y yo estamos en diferentes sintonías que lo mejor es cortarlo de raíz.

—¡Soy tu mujer! ¡No puedes abandonarme!

—Claro —chasqueo mi lengua de una forma tan ruidosa que seguro ella escucha—. Tú si
puedes romper conmigo a cada nada, pero cuando yo deseo hacerlo te pones como una
lunática histérica.

—¡Es tu maldita culpa! Antes de ti yo era normal, Diego.

—Tan normal que le hacías vudú a tus familiares. —Emery se calla y sé que la he herido—.
Mira. Hablaremos de esto en persona cuando regrese a L.A. Yo en verdad no puedo ni quiero
seguir estando contigo. Me estresas, eres aburrida e insípida. ¡Encima una obsesiva lunática!

—¿Aburrida? —hipea y ruedo mis ojos—. ¿Ahora te parezco aburrida? ¡Eso no dices cuando
te cabalgo la maldita verga ni cuando te dejo hacerme lo que deseas en la puta cama!

—Tienes razón —atacó sintiéndome ya hastiado de escucharla—. Ahí eres divertida y una
buena sumisa que en la vida real debería comportarse igual que en la cama. Tal vez si
hablaras menos, si te quejaras menos, si fueses más positiva y menos fatalista, sobre todo,
si fueses una perra obediente con tu Amo no estaríamos como estamos. Así que analiza las
cosas, McQueen. Usa el cerebro que se formó en la cuenca de tu puta madre y piensa un
poco.
—Te odio tanto, Diego.

—Me amas enfermizamente y eso es lo que te tiene así.

Finalizo la llamada y lanzo el móvil al sofá. No tengo tiempo para estas mamadas. Soy un
maldito adulto, no un escuincle y mucho menos un centro de rehabilitación para una
desquiciada como Emery que siempre quiere rodar como puerco en el mismo ciclo tóxico.
Estoy exhausto, merezco arrancarme la cadena y regresar al mundo de las citas y revolcones
de una sola noche donde no hay ataduras ni sentimientos de por medio. Total, el contrato
de Amo-Sumisa finalizó hace mucho tiempo y merezco conocer más mujeres, aunque dudo
que eso sea tan fácil como en las películas porque nadie está a la maldita altura de soportar
una bestia de mi calibre. Cada que se enteran de mis gustos sexuales hacen escándalo o
piden vainilla, algo que claramente no me endurece ni la uña.

Paso las manos por mi cabeza y pateo la silla con rabia.

Sea como sea, esa perra no seguirá llenándose la boca con el "eres mi novio."

↭✾↭✾↭✾↭✾↭

La estridente música en Diamond me rompe los tímpanos haciéndome gruñir ya que han
exagerado un poco con el volumen, algo totalmente raro pues siempre tienen uno adecuado
para no hostigar a los clientes. Rastreo todo el cabaret notando como bailarinas exóticas
yacen sentadas en una mesa cerca del escenario mientras le dicen no sé qué cosas al mesero
quien está riendo con soltura. El bartender que le gusta a Catia está preparando una bebida
roja que expulsa humo sobre la copa. Curioso me acerco porque igual llegué muy temprano
y es Catia quien siempre elige nuestras mesas, así que la espero.

—Hey, Lucas —lo saludo, el chico me sonríe—. ¿Eso que es?


—Mi famoso «Entre fuego y humo», ¿quieres probarlo?

—Como la mierda que sí.

Reposo mi culo en uno de los altos asientos mientras observo como el interés de mi mejor
amiga saca una botella de Brandy de cereza, ginebra, hielo, limón y otra cosa que no
identifico. Mezcla todo en una coctelera de acero que eleva frente a él para agitarlo durante
algunos segundos antes de verterlo en un vaso cordial. Mi paladar sufre ante las ganas de
querer probarlo. Si bien no soy fanático de beber hasta ahogarme, sí que disfruto de vez en
cuando una rica bebida. Lucas me entrega mi vaso al tiempo que recibo un mensaje de Catia
diciendo que en cinco minutos llega, por ello, le pido un Tequila Sunrise, su favorito.

—Y dime, Lucas. ¿Tienes novia?

El chico se queda helado ante mi pregunta y me observa como si hubiese dicho que le hace
a la zoofilia y que tengo pruebas. Suelto una grande risota porque nunca lo había visto así.

—De momento no, Diego. ¿Por qué?

—Curiosidad nada más.

Opto por no decir otra cosa, si es inteligente sabrá la razón tras mi pregunta, de ser lo
contrario pues se lo pierde. Catia folla de puta madre, es amorosa, cariñosa y una
incondicional amiga.

Medio giro el cuerpo para ver como una de las bailarinas exóticas toma el tubo para empezar
a seducirlo con sus movimientos. Me deleito de las largas piernas, la cinturita esbelta, los
pequeños senos y su piel besada por el sol. Ojalá pudiese detallarle el rostro, pero lleva una
mascara lo cual es protocolo de este lugar y está bien, así conservan anonimato. Ella empieza
a girar alrededor del tubo para luego hacer como que está caminando en el aire. Mis ojos
se abren en asombro, es realmente buena.
Doy más sorbos a mi bebida, la ginebra raspando mi garganta. De reojo veo a una hermosa
curvilínea de pelo azul acercarse a mí. Abro mis brazos y ella no duda en venir a abrazarme.
Dejo un beso en su frente.

—Bienvenida, Cat.

—Hola, Die —sonríe y entonces nota a Lucas tras de mí, se ruboriza—. Buenas noches, Lucas.

—Buenas, Catia. —Los ojos de mi amiga bajan a la bebida exótica que el chico hizo, su rostro
se colorea más—. Oh cierto, te preparé un Tequila Sunrise, espero te guste.

—Muchas gracias.

Que esté teniendo dificultad para interactuar con un hombre nada más significa que en
verdad le ve potencial para algo serio más allá de la cama. Y me alegra.

Catia regresa su mirada a mí.

—¿Lista para la graduación? —le pregunto, ella asiente. Tan solo nos quedan dos días de
ser alumnos para entonces emprender el vuelo a la vida laboral.

—Ya les hice la invitación a los Montgomery y dijeron que vendrán.

Los Montgomery son su familia no legal ni adoptiva, sino aquella que su corazón eligió
cuando estaba más joven, mucho antes de que yo la conociera en la secundaria. Ellos la han
apoyado en sus estudios desde que tengo uso de razón y sin pedirle nada a cambio. No son
hipócritas, ni engreídos o prepotentes, son incluso más humildes que la palabra pese a que
son millonarios. Están en el puesto número uno de los acaudalados más importantes de
todo Estados Unidos y todo gracias las cadenas de restaurantes de comida rápida que tienen
esparcido en cada ciudad del país. Se dedican a las hamburguesas, pero no cualquier tipo
de hamburguesas, sino las más famosas, codiciadas y compradas que cualquier americano
conoce. De hecho, mi hermana menor trabaja con ellos y siempre tiene cosas buenas que
decir.
—Ojalá mi madre pudiese venir —le comparto, terminándome el «Entre fuego y humo» para
entonces pedir un Tequila Sunrise.

—¿Por? Tengo entendido que los indocumentados sí pueden viajar dentro del país siempre
y cuando tengan su pasaporte vigente o alguna identificación.

—Lo sé, pero mamá tiene miedo de subirse al avión o autobús porque cree que el ICE estará
esperándola para deportarla.

Me jode que tenga tanto miedo cuando nada le va a pasar, pero obligarla a venir no es
opción pues, aunque me moleste su temor, se lo respeto y la comprendo. Me conformo
conque esté mirando la ceremonia que transmitirán en vivo.

—¿Y si se viene con los Montgomery? —sugiere mi amiga, dándole un gran sorbo a su
bebida exótica—. Joe me dijo que vendrán en camioneta ya que King no quiere volar.

King es un niño de cinco añitos, el más pequeño de esa familia y quien ama a Catia con su
alma. Ella lo vio prácticamente en pañales cuando llegó con los Montgomery y desde
entonces lo ha procurado incluso cuando están a la distancia. Joel, también conocido como
Joe, es el hijo mayor y es quien ha viajado cada fin de semana desde que iniciamos la carrera
para que Cat mire al pequeño.

—Mañana se lo comentaré.

—Bien —me sonríe—, iré comentándoselo al gruñón.

—¿Sigue de amargado?
—Joe siempre está de amargado, Die. —Catia rueda sus bonitos ojos antes de sonreír—.
Pero así está bien. Si no está en modo ogro no es él.

El tono que usa para referirse al mayor de los Montgomery me deja mucho que pensar, aun
así, decido reservarme mis pensamientos y mejor le digo que busquemos una mesa ya que
muero de hambre otra vez y deseo ver el espectáculo. Catia asiente, se despide de Lucas
con un torpe «hasta pronto» y toma mi mano para conducirme por entre las mesas llenas
de clientes que miran con atención a la mujer del tubo.

Conforme avanzo solo puedo pensar en mi mamá.

Necesito convencerla de venir porque es un día importante para mí.

Capítulo 3.
Glía

—¿Quieres bajar tus piernas de la mesa, Aneth?

La voz de mamá resuena por la sala haciéndome sentir diminuta.

—No estoy haciendo nada malo —murmuro sin apartar la mirada del televisor donde pasan
la noticia de un Ingeniero constructor americano que vino a Tamaulipas para construir una
cárcel perteneciente a la FESM, es decir, el ejército mexicano, todo por órdenes de un tal
Esteban Morgado. Ambos hombres salen en el programa frente a dicha construcción, pero
es Diego Cantú quien me tiene hechizada con su dominante porte que mis panties sufren
daños.

Dios, no debería excitarme con otro hombre cuando tengo novio.

—Claro que sí —brama mi madre no biológica, bajando de mala gana mis piernas de la
mesita redonda—. Traes puesto un short y tus gordas piernas se ven.

—No tiene nada de malo —vuelvo a repetir, la mano de Yamelí arrebatándome ahora el
control, eso me paraliza.

Odio los movimientos bruscos.

—¡Dije que bajes las piernas de ahí! Tus hermanos están en camino y no pueden verte así.
Eres una chica decente, compórtate como una.

Mamá tiene esta obsesión con no dejarme usar ropa reveladora y menos frente a los
hombres. Me considera un blanco fácil para sus perversiones y siempre busca reprimirme.
No hay día donde no monitorice el cómo me visto, algo que no debería importarme, pero
si le hago caso es para que deje de joderme. Suficiente tengo con mis rollos adolescentes.

—Ellos jamás me mirarían con morbo, mamá. Relájate.

Mi contestación no le gusta porque, en un santiamén, la tengo frente a mí, su mano


impactando contra mi mejilla de forma tan fuerte que me rompe el labio. Me quedo helada
ante lo que ha hecho, mis ojos escociendo, líquido carmesí goteando sobre mis pechos.

—¡Sube a tu maldita habitación y ponte algo más largo, Aneth! ¡Primer y último aviso!

Yamelí se va ofuscada de la sala y yo solo me quedo helada, con el sonido de su golpe


haciendo eco en mi tímpano, con los ojos tan abiertos que el ardor se perpetua de orilla a
orilla, quemándome, advirtiéndome de lo que va a pasar. Entonces puedo sentirlo, ese
asqueroso líquido acuoso atravesando los pequeños conductos, juntándose en mi lagrimal,
llenando el saquito hasta lograr que se sienta pesado, incómodo. Evito parpadear, evito
cerrar los ojos y hago un gran esfuerzo por no mover ese cuero que recubre mi globo ocular,
pero termino fallando, exprimiendo así el saquito y provocando un desagüe. Lágrima tras
lágrima va deslizándose por mi rostro, cayendo sobre mis pechos tal como la sangre.

Enojada me levanto, lanzo el control a la pared de modo que se rompe y salgo de la casa
antes de cometer otra locura como romper el televisor. El cuerpo me arde, la cara me arde
y la opresión en mi pecho solamente logra empeorarme.

Un clima sombrío y airoso me recibe, y por instinto me froto los brazos. Absorbo por la nariz
el moco que desea escaparse justo cuando un torrencial más potente de llanto se me desata,
sin embargo, pronto mis lágrimas son mezcladas con el agua helada de la lluvia que me cae
encima. Maldito día nefasto.

Aun así, no regreso a casa, sino que me dejo empapar y camino al único lugar donde
actualmente puedo expresarme ya que amigas no tengo. Nadie jamás ha querido juntarse
conmigo pues mi familia es sinónimo de problemas debido a la profesión de mis hermanos.
No es que sean narcotraficantes o algo por el estilo, simplemente son famosos que tienen a
la prensa adherida a ellos como garrapatas. A eso súmale un incidente que hubo hace años
da como resultado chismes que solamente previenen que mi vida sea la de una mujer
normal.

Todos me observan como si fuese un fenómeno.

Y las pocas veces que me hablan se les nota la gran lástima que me tienen.

Camino sin mirar atrás. Ningún auto pasa por esta colonia lo cual es perfecto, así no me
empapan aún más con el agua de los charcos. Estos últimos los esquivo ya que sería el colmo
tener lodo en mis chanclas. Casi diez minutos después llego a casa de Gerardo, mi amigo y
actual novio. Bueno, el único novio que he tenido.

Evito mirar hacia atrás porque sé que los guardaespaldas que me cuidan cada que salgo,
están siguiéndome.

—Se evitarían esto si simplemente me dejaran en paz —les grito para que escuchen mi voz
en medio de la lluvia—. La zona es tranquila y sé defenderme.

—Son órdenes de sus hermanos, señorita Santana.

—Pues díganles que le bajen a su paranoia. Tamaulipas no es tan peligroso. —Los


guardaespaldas echan a reír lo cual me hace frenar mi andar para girarme—. ¿Qué es tan
gracioso?

—Su comentario, señorita.

—No le veo nada de malo.

Uno de ellos se ríe lo cual me hace apretar mis dientes y manos en puños porque solo
confirman que me ven como un payaso el cual les da entretenimiento.
—¿No? Con todo respeto, señorita Santana, pero Tamaulipas no es llamado Mataulipas solo
por diversión. Aquí matan diariamente y en grandes cantidades, qué usted no sepa ya es
distinto.

Lo que Ringo dice me provoca escalofríos ya que nunca había escuchado semejante cosa.
Aunque, ¿cómo hacerlo? En la casa los canales están restringidos al igual que el internet, y
radio no tengo, mucho menos salgo a tirar chisme con los vecinos.

—Eso es mentira —respondo, tratando de calmar la vorágine de sentimientos negativos que


revolotean en mi cuerpo—. Ni siquiera he escuchado balaceras.

—Generalmente ocurren de noche y tengo entendido que usted toma Diazepam para su
ansiedad lo cual la hace dormir como un tronco.

—¿Ahora esculcas mis cosas, Ringo? ¡Esto es el colmo!

Me siento indignada. ¿Quién diablos se cree? Ringo va a hablar, pero Noel lo frena, sin
embargo, hago una señal con mi mano para que lo dejen hablar.

—Su madre nos lo dijo a todos por precaución, señorita.

Entonces me detengo, el agua golpeando mi piel, mi dignidad. Lentamente me giro para ver
a los hombres que me siguen. Aprieto los dientes.

—Vaya, precaución —suelto una risa, mis ojos ardiendo más—. Díganle a Yamelí que deje
de meterse en mis asuntos. Qué me dé su mísero dinero para costearme el psiquiatra no le
da ningún derecho en divulgar cosas tan íntimas.

—Estoy seguro que su mamá no lo hizo para avergonzarla, señorita.

—No la conoces así que cierra la boca si no quieres perder tu trabajo, Ringo.
El odio es tan palpable en mi tono que me pudro. ¿Cómo puede haber tanta amargura en
mí? Esto es culpa. Ella tiene la maldita y jodida culpa de todo. Solo ocupo una cosa, una puta
cosa y no es capaz de dármela. Prefiere irse con sus amigas, apostar el dinero de papá,
endeudarse con grandes cantidades y ausentarse de la casa de las pesadillas. Aunque no la
culpo, si yo tuviera una hija como yo tampoco quisiera verle la cara.

Ringo ya no dice nada, se limita a seguirme como los demás, aun así, puedo escuchar cómo
es regañado por Noel, Denis y Mario en donde le dicen que no debió soltar ese tipo de
información ante “alguien como yo.” Dichas palabras se me clavan como estacas al cerebro
y corazón porque vuelvo a confirmar que me ven como un fenómeno. Y claro, ¿cómo
desmentirlos? Si lo parezco y así me siento.

Finalmente llego a la casa de Gerardo. Les ordeno a los guardaespaldas que ni se les ocurra
seguirme al interior ya que suficiente tengo conque me crean una débil. Avanzo a la enorme
puerta y toco de manera temblorosa pues la lluvia ya está cobrándome factura. Nadie abre
por lo que me desplazo a su ventana la cual también toco.

—¿Estás en casa, Gerry? Soy Glía —le digo con tono alto porque tal vez si no abre es porque
tiene miedo.

Hace tres meses entraron a robar a su casa y lamentablemente mataron a su hermanito


recién nacido. Por lo que me contó es que fue espantoso y a consecuencia de eso su mamá
está internada en una clínica mental pues el asesinato del pequeño Guadalupe fue frente a
ella quien estuvo atada en una silla para que mirara la atroz escena.

No entiendo cómo puede existir gente así de monstruosa, una cosa es matar a adultos, pero
otra es atentar contra un bebito que ni culpa tiene. Pese a eso, mi lado egoísta se alegra
tanto que él esté con vida o, de otro modo, ya no tendría amigo.

«Deberías tener más empatía, digo, después de todo tú conoces ese tipo de dolor, Aneth»,
susurra esa voz intrusiva en mi cabeza, pero la aparto.
—¿Gerry? —vuelvo a hablar. Al no escuchar respuesta decido irme, tal vez se fue a la finca
de su abuelo. O tal vez está dormido.

Cabizbaja me regreso por donde vine. Cruzo el jardín lleno de pasto sintético y estoy por
cerrar el portón cuando la puerta principal se abre mostrando a un somnoliento chico en
pijama de Las Tortugas Ninja.

Una sonrisa se dibuja en mi boca ya que mi salvación ha aparecido.

—¿Qué haces aquí con esta lluvia, Glía? —cuestiona achicando sus ojos, su voz rasposa
confirmándome que estaba dormido. Voy a él quien me deja entrar sin importar que moje
su piso.

—Tuve una discusión con Yamelí así que escapé un rato de casa.

Gerardo asiente y le grita a la empleada que le traiga una toalla y albornoz para mí. La señora
sale de la cocina en busca por lo que él pide. Un minuto después mi novio está
desnudándome lo cual me incomoda, pero no refuto ya que urge secarme.

—Yo lo hago —murmura arrebatándome la toalla.

—Puedo hacerlo sola, Gerry.

—Lo sé, pero quiero hacerlo.

Mi novio me arrebata la toalla para secarme él mismo. Retira mi sostén y bragas sin
preguntarme para luego secarme esas zonas que me ponen rígida. Él lo nota, pero le importa
poco ya que sigue limpiándome. Es cuando separa mis labios vaginales que retrocedo.

—Dije que puedo sola, maldita sea —gruño y él rueda sus ojos lanzándome el albornoz en
la cara.
—Bien. Hazlo entonces.

Gerardo se da la media vuelta para irse lo cual me enoja ya que siempre es así cuando le
llevan la contraria. No obstante, la rabieta logra írsele en cuestión de nada. Es medio bipolar.

Me coloco la prenda y con la toalla limpio el charco que se formó bajo mis pies. Camino al
cuarto de limpieza para dejarla en el cesto de ropa sucia y luego voy a su habitación donde
lo encuentro boca abajo, abrazando una almohada. Está ya dormido y eso me decepciona
pues tenía ganas de sacar lo que en casa pasó.

Pese a que está dormido, no me voy. Simplemente subo a su cama y me acomodo para
intentar dormir, pero me es imposible ya que la lluvia sigue cayendo, truenos retumban con
violencia y eso me altera.

Por inercia busco mi frasco de píldoras en el albornoz pues siempre las cargo conmigo, el
Diazepam y la Vortioxetina, pero no las encuentro y es obvio, no es mi ropa. Me dejo de
tonterías y mejor lo abrazo, pero él hace un movimiento que me hace soltarlo.

—¿Estás despierto? —pregunto, pero no hay respuesta. Me las apaño para bloquear el
sonido que afuera se produce, intento pensar en algo más, pero nada funciona.

Termino levantándome para buscar sus auriculares y MP3, eso me hará caer profunda. Para
mi gran fortuna los encuentro en su escritorio, no dudo en tomarlos. Nuevamente subo a la
cama, me pongo los auriculares, le doy play y me pierdo.

Por la mañana despierto aún con el MP3 encendido, reproduce un rap de Porta lo cual me
asquea. No me gustan ese tipo de canciones.

Gerardo ya no está en la cama y tampoco se escucha sonido en la ducha. De forma perezosa


me levanto para robarle ropa ya que no andaré en un albornoz por toda su casa. Tomo un
bóxer limpio de su cajón, un pants y una playera holgada. También busco unas sandalias.
Salgo de su pieza rumbo a la cocina, pero apenas bajo los escalones me pongo rígida al
mirar a Aries Acero, el tío de Gerardo, cerrando la puerta de la entrada principal. Trago saliva
con dificultad, el hombre mirando el movimiento de mi garganta.

—H-Hola, Aries —lo saludo con una tensa sonrisa. El saxofonista de A7 está de brazos
cruzados, sus ojos negros inspeccionan mi ropa mientras niega.

—Vámonos. Tus hermanos están preocupados.

Su voz es firme, concisa y demandante. Es el tipo de voz que te dice «obedece y no hagas
berrinche», más no le hago caso ya que no es nadie para decirme qué hacer. Tengo
dieciocho, conozco mis derechos y los haré valer a como dé lugar porque ya me cansé de
ser el títere que todos desean manejar. Tal parece que me desean callada y sumisa.

—No.

—Deja las inmadureces a un lado, Glía. Nos vamos y punto.

—Ya dije que no —mantengo firme mi posición—. Mejor ve tú y diles que dejen de joder.
No estoy haciendo nada ilícito para que deseen controlarme como a una escuincla.

—Eres una escuincla —rebate y se acerca a mí. Lo noto tenso, para nada amigable como
otras veces que va a la casa—. Andando. Gerardo puede llegar en cualquier momento.

—Pues que bien, así paso tiempo con mi novio.

Aries aprieta sus manos en puños y tensa la mandíbula.

—¡Basta, carajo! Haz caso por una vez en tu vida.


Busca tocarme, pero me niego y retrocedo. Eso lo enerva porque viene por mí con más
determinación de modo que, en un movimiento, me está sacando fuera de su casa como un
costal de papas.

Pataleo para que me baje, le grito improperios muy violentos, pero ni así cede. Soy arrojada
a la camioneta como basura, intento abrir la puerta, pero es imposible ya que solo se abre
por fuera. Golpeo el vidrio sintiéndome asustada, enojada y paranoica. Cuando sube al
asiento copiloto intento golpearlo, pero me encuella.

—¡Cálmate que no te haré daño! —truena con una voz tan oscura que me paralizo, sus
dedos encajándose sobre mi cuello y la vena que late ante el terror que me envuelve—. Si
vine por ti es porque no es un buen momento para que visites a tu novio, Glía.

—¡¿Y por qué no?! ¡¿Porque tú lo dices?! Todos ustedes me tienen harta —logro zafarme de
su agarre mientras toso—. ¡Comprendan que no soy una niña frágil! ¡Soy una mujer!

—¡Eres una maldita adolescente que no se apacigua cuando le dan una orden!

—¡Y ustedes son unos cavernícolas que no me dejan ser feliz! ¡Para todo buscan ponerme
la cadena, pero ya tuve suficiente! —grito más fuerte que él sintiéndome como una pantera
realmente enfurecida—. Tengo dieciocho años, a días de cumplir diecinueve y haré valer mis
jodidos derechos les guste o no.

—No se trata de eso, Glía. ¡Entiende que deseamos protegerte!

—¡¿De qué mierdas me van a proteger?! ¡¿De qué me violen, me maltraten o intenten
matar?! Discúlpame, Aries —suelto una gélida risa tintada de ira que lo tensa—, pero hace
mucho que esas cosas sucedieron y frente a sus putas narices. Así que no vengan con su "la
vamos a cuidar para que no la dañen" porque desde que nací estoy rota.

Sé que he dado un golpe bajo porque Aries pierde toda la furia de su rostro sustituyéndolo
por tristeza, vergüenza, dolor, no sé qué más y no me importa. Ya no dice nada, tampoco
me mira, solo se dedica a manejar hasta la casa donde están los guardaespaldas, los chicos
y mis hermanos esperando.

De mala gana bajo cuando el saxofonista me abre la puerta, no saludo a nadie, no


intercambio palabras con nadie, solo voy a mi cuarto para tragarme las píldoras que me
hacen falta porque sin ellas ya no puedo ni quiero vivir. Son mi escape, mi adicción y mi
jodida dependencia que gustosa meto a mi sistema ya que son las únicas que saben apagar
el averno que me ha acompañado desde que soy una niña.

Alguien abrir mi puerta me tensa, no hace falta girar para saber de quién se trata. Solo él
entra sin anunciarse, es una mañita que no se le quita, y tampoco es que me moleste. Ya me
da igual todo.

—Lo siento —su gruesa pero melodiosa voz retumba entre las sólidas paredes de sombría
mi habitación. Lo único bonito de aquí es un cuadro que papá me regaló.

—Quiero estar sola, Akiva.

—Ya lo sé, pero no puedo irme sin pedirte disculpas.

—¿Y crees que esas palabras cambian algo? —refuto cubriéndome con la cobija hasta la
cabeza—. Siempre es lo mismo en esta familia. Ustedes sí pueden irse de viaje a lo largo y
ancho de la República, pero me voy yo a dormir con mi novio y salen como lobos a buscarme.
¿Es que algún día me dejarán en paz? Los amo, son mis hermanos, han estado más para mí
que papá y mamá, pero tengo un límite, Akiva. Y ustedes ya están topando en la raya.

—Sabes las razones de que actuemos así, Glí.

—¡También sé que siempre usan el mismo suceso para justificarse! —bramo quitándome la
cobija para enfrentarlo. El pelirrojo tensa la mandíbula, sus ojos zafiro mirándome con
dolor—. Por una vez, cerezo, por solo una maldita vez quisiera que me dejaran en paz, que
no me trataran como un jarrón de cristal porque no lo soy. Quiero sentirme libre, quiero
pasar un mísero día bonito con mi pareja, pero no me dejan. ¡Me están ahogando!
—Tienes prohibido acercarte a los Acero.

—Ah, qué bonito —echo a reír con amargura, Akiva bufa—. Dices eso, pero, casualmente,
Aries si puede acercarse, ¿no? Digo, él también es uno y no te veo prohibiéndome que le
hable, al contrario, siempre lo mandan al rescate. Tal parece que no tienen las pelotas
suficientes para irme a buscar personalmente a casa de Gerardo.

Y es cierto. Por alguna razón siempre es Aries quien va por mí cuando estoy con mi novio o
su familia. Mis hermanos solo dan la orden y el chico zodiaco va al rescate. ¿La razón? No sé
ni quiero saber. Pero esto debe parar.

—Es por tu maldito bien, ¿entiendes? O dime, pequeña hermana, ¿acaso sabes por qué
mierdas le mataron el hermano a tu noviecito? —ataca con evidente rabia, me quedo helada,
sin argumentos—. ¿Lo ves? Ni siquiera sabes algo tan básico como eso.

—Es un tema delicado del cual no pienso preguntarle a Gerry.

—Pues deberías, Glía. Tal vez así entendieras muchas cosas.

—Tal vez no quiero entender —digo finalmente caminando a la puerta para abrirla y
señalarla con brusquedad—. Vete. Necesito dormir.

Akiva aprieta sus manos en puños y sale ofuscado de mi pieza. Cierro la puerta con llave y
me arrojo a mi cama con la sensación de amargura subiéndome a la garganta.

«Solo ha sido un mal día. Mañana todo volverá a la normalidad. Mañana no habrá rabietas,
ni golpes, ni absurdas imponencias. Mañana sonreiré. Mañana seré feliz», me digo sintiendo
los ojos pesados antes de entregarme al sueño.
Capítulo 4

Glía

El despertar cuando tomas benzodiacepinas resulta algo raro ya que la cabeza pesa, el
vértigo te gana y la garganta se te seca como si jamás hubieses bebido agua. Te sientes
como una persona que ingirió medio bar y cuando intentas caminar sientes que no
coordinas ya que existe una torpeza motora que difícilmente se quita. Aun así, me he
acostumbrado a estos efectos y a cómo puedo logro llegar a mi baño para ducharme
sintiendo que todo el mundo se mueve y gira a la par que conmigo.

El agua helada me recibe llevándose las células muertas de mi piel y arrancándome un


gemido debido a la temperatura. Tomo el bote de champú y vierto un poco en mi palma
para luego frotarlo contra la otra y llevar ambas a mi cráneo dando así un sustancioso masaje
capilar que logra a relajarme poco a poco. Por alguna razón desperté con jaqueca, supongo
que dormir con la ventana cerrada provocó que el bochorno en mi cuarto aumentara. De
hecho, cuando quité la cobija de mi cuerpo noté como estaba empapada en sudor lo cual
me genera asco. Siempre he odiado sudar, más porque mi olor no es precisamente uno de
rosas.

Con mi estropajo favorito color negro tallo mi cuerpo removiendo cada gramo de
pegajosidad que tengo. Aquí demoro más del tiempo debido y casi me quedo dormida en
medio del aseo, pero logro terminar hasta sentir mi piel suavecita, oliendo a cereza. Para
cuando salgo me siento un poco menos zombi y menos mierda. Desenredo mi cabello color
chocolate frente al espejo y noto cuan enferma me veo. Gorda, pálida y ojerosa, ¡qué bonita
combinación! Ahora entiendo por qué no me paro frente a los espejos, soy un asco de ver
qué hasta ganas de vomitar me dan. Ni siquiera me veo el cuerpo ya que me llevaré una
decepción.

Odio tanto mi físico.

¿Por qué no puedo ser delgada y bonita como todas las demás? Es injusto que la mayoría
haya nacido con genes hermosos mientras que yo salí deforme. Hasta las ballenas son
bonitas, ¿Pero yo? Yo soy un asco. Con razón mamá no me quiere. Ella sí es bonita pese a
su edad, incluso tiene ojos de color, no como yo que salí con ojos corrientes y comunes de
un negro completamente aburrido.

Autosabotearse no está bien, menos quejarse sin hacer nada al respecto para cambiar tu
infelicidad, aun así, no puedo evitarlo. Esto ya es tan parte de mí que si no me veo los
defectos no me siento viva y solo demuestra lo jodida que estoy. En verdad no entiendo
cómo Gerardo es mi novio. Él tan guapo y popular, y yo tan horrible e insignificante.
Salgo del baño con los ánimos en el suelo, sintiéndome más basura que mujer, y busco mi
celular para ver las noticias, al menos esto logra arrancarme un rato de mi realidad. Lo
primero que abro es mi red social encontrándome con que el famoso Ingeniero constructor
que me gusta tuvo su graduación ayer mientras yo me lamentaba el no ser libre como
alguien normal. Luce tan guapo, tan feliz y tan confiado de sí mismo que inexplicablemente
me irrita. Seguro él no tiene problemas, seguro él si puede hacer lo que desea sin necesidad
de rendirle cuentas a nadie y seguro es inmensamente feliz.

Pensar en esto solamente termina de amargarme así que le doy unfollow a la página de su
universidad. No me interesa su vida porque no es como si fuese a conocerlo. Hombres como
él no serían nada de mujeres obesas como yo. Si mis hermanos y sus amigos me hablan es
porque no hay otra opción y seguro me tienen lástima por lo que pasó, sino apuesto que
no me darían ni los buenos días. ¿Quién en su sano juicio querría tener algo que ver
conmigo? Realmente vuelvo a preguntarme, ¿qué diablos me ve Gerardo? ¿Por qué le gusto?
¿Por qué me pidió ser su novia? ¿Por qué disfruta besarme? No lo entiendo y si fuera él
terminaba la relación porque él merece a alguien mejor. Alguien sana, bonita y delgada.

Más deprimida que ayer, salgo de mi pieza con la mochila en la espalda. Mis ánimos de vivir
se reducen a cero y por ello recuerdo que necesito tomarme mi droga. Saco las píldoras del
pequeño neceser que cargo conmigo a la preparatoria y me las trago sin agua. En la cocina
encuentro a papá tomando el desayuno con la bruja de su esposa.

—Buenos días, hija —me saluda con una linda sonrisa que no correspondo porque no siento
la felicidad que él parece tener, menos cuando no estoy en el grado que me corresponde,
es decir, en la universidad. Tengo dieciocho, pero sigo estando en la preparatoria, todo
porque de pequeña no me metieron al kínder cuando debieron—. ¿Dormiste bien?

—Normal.

Mi desayuno consiste en un cereal bajo en calorías y un plátano porque si como algo más
me inflaré como globo.

—¿Quieres que te lleve a la escuela?


—No.

Al ver qué la conversación no fluye, papá se limita a guardar silencio. Me apresuro a ingerir
mi alimento para huir de aquí ya que si algo odio y me genera ansiedad es comer en
presencia de otros. Estoy por huir cuando la voz de Yamelí me detiene.

—Esa falda está muy corta, Aneth.

—Lo sé, pero no tengo más.

—Claro que sí, te compré una decente.

—Si, hace casi dos años —refuto entre dientes, mamá tensa la mandíbula y mejor salgo de
la cocina antes de recibir un regaño.

Los pasos de alguien seguirme me alteran, pero me relajo cuando percibo la colonia de
papá.

—Ten —me entrega dinero que no pedí. Son más de tres mil pesos—. Cómprate otra falda
si así lo deseas y cualquier gustito que te apetezca, pequeña.

Claro, todos piensan que los adolescentes ocupamos dinero para, mágicamente, resolver
nuestros asuntos que inicialmente son causados por ellos. Creen que con aflojar esos
estúpidos billetes obtendremos el afecto, el cariño, la comprensión y la atención que no nos
dan. Creen que porque “estamos grandes” no necesitamos un maldito abrazo de papá o
mamá o unas simples palabras de «no estás sola». Si supieran que lo único que pido a gritos
silenciosos es que me vean, que me tiendan una mano porque estoy ahogándome. Pero
claro, hay padres que prefieren ignorar la salud mental de sus hijos porque piensan que así
no se volverá realidad.

Los odio tanto.


El nudo se me forma en la garganta cuando Darío no dice nada más, pero está bien. Ya
entendí que no todos deberían tener el privilegio de ser padres y menos cuando son
emocionalmente inestables. Es por eso que mantengo firme mis pensamientos y esos son
que, al menos, deberían hacer un examen psicológico antes de permitir que una pareja
conciba o adopte, así nos ahorraríamos tantas desgracias y no habría tanto humano
deprimido, ansioso o frustrado como yo.

Tal vez sería un mundo mejor.

Tal vez mi vida sería otra.

—Gracias, papá —le digo con el tinte de evidente desilusión en mi voz. Él lo nota, más no
dice nada—. Hasta luego.

Salgo de casa encontrándome con Adrik, mi hermano mayor, sentado en los columpios.
Tiene una taza de café en manos y luce tan ausente que lo comprendo. Creo que nadie en
esta familia es feliz y eso, por alguna enferma razón, me gusta. Al menos no soy la única
sufriendo. De hecho, hasta me alegra que la miseria sea jodidamente compartida porque me
daría celos que unos si fueran felices y yo no.

Llámame egoísta, pero las cosas como son.

Paso de largo sin decirle nada, su voz me hace detener mi andar.

—Última vez que pasas la noche con Gerardo, Glía —me dice con voz dura, autoritaria,
metiéndose perfectamente en el papel del padre que no tenemos, haciéndome reír. Lo veo
sobre mi hombro regalándole una amarga sonrisa que lo crispa.

—Oblígame.

—Hablo en serio.
—Yo también hablo en serio, hermano —recalco esta última palabra porque a veces se le
olvida el lugar que ocupa en la familia. Noto cómo tensa la mandíbula—. Jamás he
bromeado cuando hablo y es tiempo de que vayas comprendiéndolo. Gerardo es mi novio
y no van a alejarme de él así tú, Akira, Akiva, Yamelí, Darío, tus amigos o el mismo presidente
se interponga. Soy mayor de edad, sé tomar mis propias decisiones así que agradecería
mucho que te encargaras de resolver tus propios problemas. Deja ya de meterte en mi puta
vida.

«¿Qué no ven que pese a su carácter de mierda es el único que no me prohíbe nada? ¿Qué
no saben que Gerardo me da ese afecto que ustedes no?», quisiera decirle ya para finalizar
mi verborrea, pero me lo reservo. A punta de palazos he comprendido que mis problemas
solo me incumben a mí.

—Es peligroso, Glía. Su familia...

—Mira, Adrik —me giro para verlo de frente, interrumpiéndolo—. El día que tú y los serafines
dejen de traer a un Acero a casa, ese día será el que yo corte lazos con mi novio. Hasta
entonces no pidan algo que ustedes mismos hacen porque dicen que los Acero son
peligrosos, pero no los miro alejando al que tienen como amigo. Claro —suelto una risa
seca—. ¿Cómo hacerlo verdad, hermanito? A él si le sacan provecho en la bandita estúpida
que tienen, pero como a Gerardo no pueden usarlo ni para que los promocione, quieren
que me aleje de él.

—No compares a Aries con ese pelafustán —brama poniéndose de pie tan bruscamente que
las cadenas del columpio me alteran y asustan generando que mi ritmo cardíaco aumente.
Por inercia retrocedo, él nota su error porque se pone más que pálido y rígido—. L-Lo siento.
No quise...

—Párenle con el tema de Gerardo —musito con la voz ahogada, temblorosa, retrocediendo
más—. Es mi pareja y mi único amigo, si estuvieran en mis zapatos entenderían el por qué
me aferro tanto a él.

—Y si tú estuvieras en los míos sabrías el por qué te queremos lejos de su familia.


Doy por concluido el tema, no tiene caso seguir con lo mismo. Le dejo en claro que se
quedará sentado esperando a que termine mi relación y de paso le exijo que aleje a sus
guardaespaldas de mí.

Me voy de él antes de que diga algo más y corro a la casa de Gerry rogando encontrarlo.
Afortunadamente así es porque está abriendo su cochera.

—¡Gerry! —lo llamo haciéndolo girar y rápidamente voy a él para darle un beso como los
que tanto disfruta—. Buenos días.

—Buenos días para ti, hermosa —sonríe y me pega más a su cuerpo. Lo único que agradezco
de mi horrenda anatomía son mis grandes pechos y trasero—. Ayer que regresé a casa ya
no estabas. ¿Por qué te fuiste?'

—Emergencia familiar —le miento ya que por nada del mundo quiero decirle que su tío, uno
con el cuál no se lleva, irrumpió su casa—. ¿Cómo estás? Te quedaste dormido en cuanto
llegué a tu pieza.

Gerardo bufa y me da otro beso. En estos últimos años su rostro aniñado ha adquirido
madurez.

—Andaba exhausto. Pero ya me siento recargado, hermosa —sonríe y me contagia—. Tengo


una propuesta.

—Soy toda oídos.


Capítulo 5

Glía

—Vámonos de pinta —dice Gerardo, aturdiéndome. Parpadeo con rapidez para entonces
fruncir mi entrecejo. Él me da otro beso antes de acariciarme la mejilla.

—¿A dónde?

—Playa Bagdad.

Hago una mueca de asco. Odio la playa porque ir es colocarme un traje de baño el cuál
mostrará mi imperfecta piel y mi gordura.

—Paso. Sabes que no me van esas cosas. Soy una chica de tierra.

Mis palabras parecen generarle gracia lo cual me hace fruncir el ceño.

—Lo supuse. Entonces... ¿Qué tal si vamos a mirar esa película que tanto alboroto te causó
la semana pasada?
Las mejillas se me encienden ante lo que dice ya que adoro las películas, sobre todo las que
tocan temas sobre el ballet pues es mi sueño frustrado el cual practico desde que tengo
cinco años, pero a escondidas de todos pues la vez que di mi opinión sobre “bailarinas curvy”
no me bajaron de tonta pues al parecer en ese mundo artístico solo hay bailarinas delgadas,
altas, con piernas largas, sin pechos, sin glúteos y sin grasa en general.

Aplastaron lo que más amo y no he podido recuperarme desde entonces.

—¡Hecho! ¿Iremos al cine de periférico?

—Así es, hermosa.

Sin decirle nada más le doy otro fogoso beso y subo a su automóvil esperando que él haga
lo mismo. Sus bonitos ojos verdes rutilan en una picardía que me da tranquilidad. Aborda
en cuestión de segundos y vuelve a besarme, está vez subiéndome a su regazo donde puedo
sentir una dureza que me incómoda. Más no digo nada porque no voy a arruinar el
momento.

—Como desearía robarte, Glía... —jadea contra mi piel, dejando besitos en mi mejilla,
mandíbula y pasándose a mí cuello, generándome una sensación de asco y vacío—. ¿Te
casarías conmigo si te lo propongo?

—No —respondo en medio de una risa—. Tengo dieciocho, quiero vivir, no atarme con un
anillo.

—¿Y si el matrimonio te da libertad?

—Nadie asegura eso, Gerry.

Mi novio deja de besarme. Sus manos toman mi rostro y sus ojos verdes me escrutan con
tanta atención que me ruborizo porque él es demasiado guapo y realmente no sé cómo le
llamé la atención. ¿Qué diablos me vio? Estoy horrible.
—Cásate conmigo, Glía —propone en un tonito tan necesitado que mi corazón brinca en
algo que no logro identificar—. Se la mujer de un Acero. Sé mía.

Pero yo niego y me bajo de su regazo, eso parece frustrarlo porque bufa.

—Tal vez en unos años, pero no ahorita.

—¿Qué diferencia hay en unos años con ahorita?

—A que ahorita no soy alguien a quien desees tener a tu lado, Gerry.

—¿Por qué no ah? —pregunta, indignado, en sus ojos reflejándose un poco de rabia.

—Tienes diecinueve, yo dieciocho. Soy inestable, una psiquiátrica drogadicta que ni te ha


abierto las piernas en todos los años que llevamos de novios porque tengo miedo. ¿Crees
que un matrimonio cambiará algo?

Mi novio no dice nada más y al final el volarnos las clases quedan olvidadas. Nos conduce a
la escuela donde nos toca examen a primera hora. Lo repruebo obviamente ya que fue
sorpresa. Educación física llega y junto a eso un millar de comentarios de mis compañeras
de clases ante como lucen mis piernas con el short, eso me incómoda y duele tanto que
salgo huyendo de la cancha para regresarme al salón.

Busco una de mis pastillas para calmar el temblor en mi sistema. Esta vez la paso con agua,
no como en la mañana que solo usé mi saliva.

Para cuando el día escolar termina me siento más basura que humana, pero Gerardo lo
compensa llevándome a comer un helado de cereza a mi nevería favorita.

—Bien, no te cases conmigo, pero mudémonos juntos —propone cuando estoy por lamer
mi cono—. Ya no quiero vivir en casa, pero tampoco deseo estar solo. Prometo no meterme
en tus asuntos y no joder con un anillo. Solo... Vivamos juntos.
—¿En dónde?

—En cualquier Estado de la República que desees. Por mí no hay problema.

—Tentador —lamo mi cono bajo su atenta mirada—. ¿Me insultarás ante como me vista?

—Jamás he hecho esa mierda, Glía. No soy tu puta madre —se enoja lo cual me causa
gracia—. Vas a ser mi roomie, no mi esclava y definitivamente no el saco de boxeo donde
descargaré mi frustración.

Debo admitir que sus palabras me gustan ya que, si bien a veces tiene cambios drásticos de
humor, siempre me ha comprendido. Por eso embonamos tan bien.

—¿Me pondrás guardaespaldas?

—No. Serás tan libre como lo desees.

—Bien —asiento, una boba sonrisa apareciendo en mi boca—. Acepto vivir contigo, Gerardo
Acero. ¡Pero no anillos! En verdad no quiero casarme.

—Hecho —sonríe y se cambia de lugar para quedar a mi lado. Toma mi rostro entre sus
manos y me besa—. La pasaremos demasiado bien, hermosa. Ya lo verás.

—No lo dudo. Pero…

—¿Sí?

—No pretendo cocinar.


—Yo lo hago por los dos, no te preocupes —me guiña su ojo a lo cual rio.

Terminamos de comer el helado y nos vamos a su casa para repasar los temas que vimos en
el examen sorpresa. Él es un buenazo en cálculo así que me explica un par de cosas que me
hacen literalmente vomitar del dolor. Gerry se burla diciendo que soy alérgica a las
matemáticas lo cual le gana un pellizcon que termina en un revolcón en su cama cuando me
lavo mis dientes. Su cuerpo se presiona contra el mío con una brutal necesidad por parte
suya que me alarma. Le detengo la mano cuando baja a mis panties con intenciones de
meter sus dedos para tocar una vulva claramente seca porque tengo mucho sin poder
lubricar. Mi cuerpo se rehúsa a hacerlo.

—Por favor no. Sabes que no...

—Vamos, Glía, solo un poco —ronronea, retomando los besos en mi rostro para bajar a mi
cuello que chupa y lame. Su mano nuevamente busca escabullirse entre mis piernas, pero
las cierro y lo empujo.

—Dije que no.

—¡Joder contigo! —se aleja de mala gana y toma asiento en la orilla del colchón. Pasa ambas
manos por su cabello alborotándolo un poco. La culpa de siempre dejarlo con erecciones
me azota haciéndome sentir mal ya que por más que lo intento, no puedo entregarme.
Hemos sido novios por cinco años y ninguna de las veces hemos tenido ni siquiera manoseo
bajo la ropa—. ¿Quieres cenar? —pregunta al cabo de minutos donde su respiración se
regula.

Gateo hasta él y lo abrazo por detrás dejándole un beso en su omóplato. Realmente me da


pena no cumplirle, me da tristeza ver como se frustra cuando no le permito ir más allá de
los besos, pero yo no me siento a gusto con ese tipo de contacto, lo repudio con mi alma.
A veces me pregunto si algún día seré funcional, pero por más que lo hago no encuentro
respuestas. Me he resignado tanto que si él algún día me pone los cuernos no le haría drama
porque me lo busqué por apretada.

—¿Me vas a cocinar?


—Pues claro —medio gira el rostro y me besa limando así las asperezas, como siempre—.
Miré una receta en internet que deseo probar y tú serás mi jueza.

Gerardo, además de ser el popular de la escuela, de llevar excelentes notas, tiene un gusto
por lo culinario que a través de los años ha ido puliendo. Su sazón es maravillosa y, aunque
su madre le dice que es una profesión de maricones, a él no le importa pues la cocina no
define su orientación sexual.

—Hablando de eso… ¿cómo va tu aplicación para la CIA?

Él quiere estudiar gastronomía en Nueva York en un lugar llamado The Culinary Institute of
America pues según es el instituto culinario más importante del mundo. Ha sido su sueño
desde que tengo uso de razón.

—¡Bien! —sonríe mientras bajamos de la cama y, tomados de la mano, vamos a su cocina


donde los ingredientes y cazuelas empiezan a volar—. Ya me registré para presentar el
TOEFL y el SAT. El primero me toca dentro de un mes en Monterrey y el segundo en dos
semanas, pero en Nueva York. De hecho, ya reservé mis boletos de avión junto a los hoteles.

—¡Joder! —exclamo cubriendo mi boca con ambas manos—. ¿Y estás nervioso?

—Mucho. No quiero cagarla. Necesito sacar una puntuación excelente en ambos.

—Sé que lo lograrás. Confío en ti.

Gerry se queda pensativo durante eternos segundos que me aplastan el corazón ya que su
expresión medio decae.

—Ojalá mis padres pensaran como tú —murmura observando el tazón que tiene en sus
manos—. Clemencia sigue empecinada en decir que es una carrera para jotos mientras que
papá insiste en que no me ilusione porque tomaré su lugar en el trabajo cuando se llegue
el debido tiempo.

Que hable de su padre me intriga demasiado pues no le conozco ni el nombre, pero


supongo que también tiene uno que haga alusión al horóscopo como todos sus tíos. Al
parecer sus abuelos tenían una obsesión por la astrología.

—¿Y qué piensas hacer, Gerry?

—Seguir con mis planes —acota inmediatamente, mirándome—. Ellos podrán decir mierda
y media, pero es mi vida, mi sueño y mi esfuerzo. Todo lo que respecta a mi carrera estoy
pagándolo con el dinero de mi trabajo, así que no pueden opinar ya que no les debo ni un
peso.

En eso tiene razón. Desde que iniciamos la relación él ha trabajado muy duro para ahorrar
su dinero. Incluso se tomó un año sabático en donde consiguió tres trabajos. Uno en la
mañana, uno en la noche y otro para los fines de semana. Si no me enseñara el dinero que
le dan semanalmente creería que es puro cuento, pero me consta que tiene una buena
cantidad en su cuenta bancaria. Yo misma he visto las cifras y es asombroso.

Gerardo Acero es todo un ejemplo a seguir.

—Entonces que se te resbalen sus malos comentarios —le digo yendo a él para abrazarlo.
Él corresponde con la misma necesidad que yo—. ¿Puedo ayudarte en algo? Digo, no soy
buena en matemáticas, pero sí en inglés y en lectura, tengo entendido que el SAT incluye
eso.

—Me sería de gran ayuda, hermosa.

La conversación se da por finalizada y enciendo la radio escuchando la canción que resuena.


No reconozco el artista, pero es muy bonita y relajante de modo que la amargura se va junto
a las malas vibras.
Me siento en una de las sillas y miro como Gerardo se mueve con destreza. Va y viene, se
queja de algunas cosas que le salen mal pero luego sigue como si nada. Casi una hora
después hay un delicioso platillo frente a mí el cual no dudo en probar cuando me lo dice.
Los sabores explotan en mi paladar, eso lo hace feliz ya que no para de sonreír pues si algo
sé es que elogiar su comida vale más que cualquier cosa.

Al anochecer me lleva a mi casa, solo que me deja a una cuadra de distancia pues sabe que
mis hermanos lo aborrecen. Ciertamente esto me da pena ya que él no es malo.

—Nos vemos mañana, hermosa —musita dándome un beso fugaz en los labios—. ¿Te
espero para irnos juntos?

—Sí, por favor.

—Bien —me acaricia la mejilla con su pulgar—. Ten linda noche.

—Igualmente, Gerry. Gracias por todo.

—Es un placer.

Mi novio se va en medio de la penumbra y yo me giro sintiéndome decepcionada porque


otro hombre enfrentaría a mis hermanos sin importarle nada. Otro hombre se lanzaría a los
golpes por mí y soltaría tiros con tal de tenerme. Me pregunto si el tal Diego Cantú es ese
tipo de hombre. Se mira que su carácter es fuerte y decidido lo cual me gusta.

¡Dios! Tengo que parar de pensar en él. Ni siquiera sabe quién soy y ya ando pensando en
si él desafiaría a mis hermanos por mí.

«Eres una estúpida», murmura mi consciencia y, lastimosamente, le doy la razón. Aun así,
saco el móvil de mi pantalón, busco la página de su universidad y miro los etiquetados. Sale
su perfil social. Está modo privado así que no puedo ver nada más que su nombre y su foto,
una donde sale frente al Cloud Gate, esa escultura pública tan conocida en Chicago.

Su cabello evidentemente largo está amarrado en un recogido varonil que está de moda.
Creo que le llaman «man bun». Es de color castaño oscuro. Tiene barba espesa bien
recortada que le enmarca la mandíbula y mira hacia abajo y a la izquierda de modo que
tengo vistazo al lateral de su cuello. Porta una playera negra ajustada la cual está
arremangada hasta sus codos y los primeros botones están abiertos por lo que noto parte
de su trabajado tórax. Tiene un pantalón negro igual de ajustado que muestra sus
tonificados muslos. Lleva un cinto normal y puedo notar perfectamente el grande móvil que
se carga en una de las bolsas lo cual, por alguna razón, me sonroja. Reparo una vez más la
apetecible foto mientras atrapo mi labio inferior con mis dientes.

Mi dedo se apresura a cometer una locura y antes de poder siquiera cancelar la solicitud de
amistad, el Ingeniero constructor que salió en la televisión me la acepta dejándome con el
corazón latiendo a mil por hora. Cubro mi boca con una mano mientras la otra me tiembla
con el móvil y ahogo el grito que deseo expulsar.

De pronto la sombra de un hombre me hace esconder mi celular tras mi espalda.

—¿Qué hace aquí, señorita Santana? —cuestiona Ringo y mis músculos se relajan.

—N-Nada —carraspeo mi garganta, bloqueo el móvil y adquiero un porte seguro incluso


cuando por dentro estoy temblando—. Nada. Vengo del gimnasio.

Ringo obviamente no me cree porque sabe que no hago ejercicio, pero tampoco tiene los
cojones para preguntarme nada así que me escabullo corriendo a mi casa. Subo las escaleras
con celeridad, no deseo toparme con nadie, pero termino estrellándome contra el pecho de
Akira, el mellizo que poco me tolera.

—Ten más cuidado, ¿quieres? —gruñe haciéndome a un lado con cierta brusquedad que
me duele pues tal parece que tengo piojos y no desea que se los pase.
—Lo siento. No te vi.

—Sí, eso es evidente, Glía.

Akira rueda sus ojos y se va dejándome con un amargo sabor en la boca. Sigo caminando
hacia mi lugar seguro cuando Akiva me intercepta.

—¿Qué pasa, cerezo? —pregunto ya vencida. Como que hoy todos buscan acapararme.

—¿En dónde estabas?

—En el gimnasio —miento otra vez, estoy cansada de las discusiones. Akiva no se traga mi
cuento porque se acerca a mí acorralándome contra los barandales que hay aquí arriba, su
nariz acercándose peligrosamente a mi cuello. Gruñe por lo bajo.

—¿Y en el gimnasio te regalan perfume de hombre, hermanita?

Un fuerte empujón es lo que le doy cuando dice eso. Akiva aprieta las manos en puños
mientras su mirada zafiro me acribilla como hicieron con Jesús en la biblia.

—Buenas noches, Akiva —digo pasándole de largo, pero su mano de detiene—. Suéltame.

—Responde mi pregunta.

—No tengo que responder nada. Deja de ser un pesado y suéltame.

Para mi fortuna lo hace y no desaprovecho ningún segundo para irme corriendo a mi


habitación donde me encierro bajo llave. Arrojo la mochila al piso y me dirijo al baño para
darme una ducha. Al salir, enciendo mi aire acondicionado, busco mis auriculares y me
pierdo en mi celular ya que ganas de hacer la tarea que me falta no tengo.
Estoy mirando fotos de bailarinas francesas cuando me llega un mensaje que me hace
levantarme como resorte de la cama. El rostro se me calienta y el corazón se me dispara de
la emoción, una que hace tanto no sentía. Como una loca corro a mi armario para encerrarme
y sentarme en el piso ya que desde que tengo uso de razón lo acondicioné para ser un lugar
secreto. Aquí dentro tengo el único tutú que me compré en una venta de ropa usada junto
a mis zapatillas de ballet desgastadas.

Temblorosa abro el chat.

Diego: ¿Te conozco?

Glía: No… Yo… Lo siento. Te agregué sin querer.

Me palmeo la frente ante la idiotez que respondí y maldigo a todos los dioses ya que, si
quería iniciar una conversación con él, la he arruinado.

Diego: Qué raro. Generalmente cuando aparecen perfiles desconocidos en tu red social son
personas ubicadas en tu misma ciudad o Estado vecino, no personas que están en otro país.
Estos normalmente los buscas bajo ciertas especificaciones.

El rostro se me calienta ante lo que dice porque tiene razón. Joder… ¡tiene tanta razón y eso
me avergüenza! Mantengo la calma y pienso en algo ingenioso para decirle, pero, por alguna
extraña razón que no conozco, no puedo mentirle.

¡Genial! Justo ahora tenía que sincerarme con alguien que ni me topa.

Glía: Te miré por la televisión. Eres el Ingeniero constructor que construyó Hierro y te
agregué, ¿vale? Que yo sepa no es delito hacerlo y menos cuando me aceptaste
rápidamente. En todo caso, lo raro es que tú, sin saber quién diablos soy, me has aceptado
para ser tu amiga virtual.
El tal Diego me deja en visto durante minutos, incluso horas y eso me enoja porque es una
falta de respeto hacerlo. Sin embargo, ya no le mando nada y me concentro en ver vídeos
de chicas delgadas y bonitas haciendo lo que yo desearía ser.

La nostalgia me gana, la rabia también ya que es injusto que ellas si puedan practicar el
ballet sin recibir burlas mientras que yo estoy como una apestada en mi jodido armario
fantaseando con algún día ser libre para hacer lo que me place.

De pronto, otro mensaje del Ingeniero constructor me llega. El corazón se me detiene por
segundos, ya no sé si es efecto del medicamento o de la rara emoción que siento en el
pecho.

Diego: ¿Para qué me agregaste?

Glía: No lo sé, me generaste intriga.

Diego: Pregunta entonces.

Glía: ¿Qué cosa?

Diego: Lo que deseas saber. Mínimo has que valga la pena, ¿no crees?

La forma en que me responde no me gusta, es como si estuviese ordenándome hacer algo


que ni siquiera premedité pues no creí llegar tan lejos tan pronto.

Glía: Sinceramente no tengo nada que preguntarte.

Diego: Entonces no le veo el caso en tu necesidad de agregarme. Dices que te generé intriga,
pero no te veo preguntándome ni mi edad o como estoy. ¿Qué clase de chica eres?
Glía: Una que te bloqueará, ¡maldito egocéntrico!

Salgo del chat decidida a hacer lo que dije, pero otro mensaje suyo me llega.

Diego: JAJAJAJAJA, ¡¿EN SERIO?! Vaya, Aneth, qué aburrida eres.

Glía: Como sabes mi…

Me freno y borro el mensaje, es obvio que sabe cómo me llamo si ese es el nombre que
tengo en mi red social. En cambio, respondo otra cosa.

Glía: Retracto lo que dije, de intrigante no tienes una mierda. Ten fea noche. ¡Ojalá te estiren
las patas por maleducado!

Diego: ¿Maleducado yo? ¡Pero si la que no sabe ni qué carajos desea de mí eres tú! ¡Tú me
agregaste, niña!

Glía: ¡Y no sabes cómo me arrepiento! ¡Ni fotos tienes!

Diego: ¿Es eso? ¿Tu interés se fue porque no tengo fotos? Déjame decirte algo, escuincla: sí
tengo fotos, pero solo mis contactos catalogados como “mejores amigos” las ven.

Glía: Dato innecesario que no pedí, Diego.

Diego: ¡Joder! Qué insoportable eres. Mereces que te azoten por rebelde.

Glía: Ni que fuera un bebé para que me estén nalgueando.

Diego: Tienes razón… ¡Los bebés tienen más modales que tú, escuincla!
Glía: ¡No soy una escuincla! ¡Tengo 18 años!

Diego: ¡Wow! ¡Qué anciana!

Estoy enojándome. Y mucho. ¡¿Quién se cree este imbécil?! Opto por dejarlo en visto, en
verdad no tengo necesidad de hacer estas cosas, no obstante, el imbécil no me da
oportunidad porque una videollamada entrante me hace tirar el celular al piso al tiempo que
suelto un maldito grito. Es él. Diego está llamándome.

Un espantoso bochorno me azota el cuerpo entero como si hubiese practicado durante siete
horas alguna coreografía salvo que no es así. La llamada finaliza y logro tranquilizarme, pero
vuelve a marcar y eso me dispara los nervios aún más.

Con manos temblorosas tomo el móvil y, sin realmente saber lo que hago, contesto.

—Vaya —ríe de forma oscura, dominante, peligrosa. Su perfecto rostro es algo que no
puedo ignorar por más que lo deseo, en especial sus labios que están curvados en una pícara
sonrisa, de esas que miras en los típicos chicos malos de película—, creí que tendría que
marcar tres veces para ver si te dignabas a contestar.

—N-No iba a hacerlo —respondo y maldigo el haber tartamudeado. Diego suelta otra risita
y se remueve de modo que una tenue luz rojiza le ilumina todo el rostro y parte del cuello
desnudo pues no trae playera. Pese a eso, solo veo de sus clavículas hacia arriba—. ¿Qué
diablos quieres?

—¿Preguntaste por mis fotos no? Bueno, mírame en vivo, niña.

Mierda, es demasiado egocéntrico, aunque no lo culpo, está guapísimo.

—No pregunté por tus fotos, imbécil. Solo dije que no tenías fotos.
—Sí, lo recuerdo. Tampoco estoy pendejo.

—Nunca dije tal cosa.

Diego se queda en silencio durante segundos que me provocan taquicardia. Agradezco estar
en la oscuridad de mi armario o podría verme.

—¿Tu cámara frontal no sirve o estás en un lugar oscuro?

—Qué te importa —gruño y eso lo crispa ya que miro como tensa la mandíbula.

—Intuyo que es lo segundo.

—Intuyes mal. Mi cámara no sirve —le miento, eso lo hace, nuevamente, reír. Mi vientre
sufre daños nunca antes experimentados.

—Algo me dice que estás mintiendo, Aneth. En fin, me da igual. Dime un secreto.

—¿Qué? —pregunto incrédula, parpadeando rápido ante lo que dijo.

—Qué me digas un secreto. Estoy aburrido así que entretenme.

—Lamento informarte que no soy un payaso. Si buscas entretenimiento pícate la cola o


ráscate el ombligo.

—¡Joder! —brama notándose claramente irritado. Como que no le gusta que las personas
le respondan como lo hago. Pasa una mano por su cabello, alborotándolo, y noto como su
bíceps se flexiona. Aprieto las piernas ante el deseo que me somete y eso me asusta porque
hace nada tuve miedo con Gerardo—. En serio necesitas que te azoten, Aneth. Es más,
¡necesitas que te disciplinen!

—Y a ti necesitan educarte a ser más amable.

—Discúlpame, pero estoy siendo amable.

—¡Se nota mucho!

Otro silencio se instala en la videollamada y admito que es raro ya que otra persona habría
simplemente colgado, pero él no. Él parece querer discutir con una extraña.

—Te gusta el ballet.

Mi cuerpo entero se tensa ante lo que ha dicho. Y no es que lo haya dicho en un tonito bajo
y ronco, casi confidencial, sino el que haya investigado mi perfil. ¿Por eso no me respondió?
¿Estaba husmeándome? Los nervios me agarran porque todas mis fotos están públicas, no
las tengo como él que solo personas especificas pueden verlas.

De pronto me siento diminuta, asquerosa y una idiota porque seguro se está burlando de
cuan fea soy. Seguro ya les pasó las fotos a sus amigos los buenotes para burlarse de mi
físico de ballena. Seguro por esto me hizo la videollamada, para confirmar cuan horrible soy
para después burlarse. ¡Yo qué sé!

Las malditas náuseas me escalan la garganta por lo que salgo corriendo de mi armario hacia
el inodoro donde expulso lo que comí en casa de mi novio. Mi celular rebota en el piso con
la pantalla hacia abajo, él dice cosas que no logro comprender porque mis oídos están
distorsionando todo. Lágrimas empiezan a salir de mis ojos a la par que sigo vomitando.

No sé cuánto tiempo pasa, lo cierto es que al terminar lavo mis dientes, recojo el móvil y
bloqueo su perfil porque no quiero saber nada de él incluso cuando no me ha hecho nada.
Hombres como él no tienen “amigas virtuales” como yo.

Capítulo 6

Glía

Incómoda sensación que se presenta cuando tomas la comida con otras personas. Sientes
la tremenda necesidad de terminarte con celeridad las porciones que tienes en el plato
porque solo deseas salir de ahí. Sientes que te miran, sientes que te juzgan y temes que te
hablen porque sabes que tu voz quebrada saldrá.

Tus manos no cooperan en la carrera del alimento porque se agitan como si de una palmera
azotada por un huracán se tratara. Intentas tomar un sorbito de tu bebida, pero, de nuevo,
tus manos no ayudan así que decides seguir comiendo.

Masticando, tragando y evitando alzar la cabeza por miedo a descubrir que estén mirándote,
juzgándote. Ese es el asqueroso patrón que sigues.

La horrible opresión en tu pecho no se va, el peso de lo que todos llaman «convivencia


familiar» se acentúa sobre tus hombros aplastándote más en la dura silla tal como si
hubiesen lanzado encima de ti muchísimas cadenas con un ancla al final para inmovilizarte.

Pero entonces terminas.

Te levantas de la mesa para dejar las sobras en un lugar dónde no se caiga, pero incluso eso
lo haces con torpeza. Vas al lavabo para echarte jabón y luego lavarte las manos, tus ansias
de largarte de la cocina no paran de aumentar cuando tú solo la quieres mermar.
Huyes de la cocina sin despedirte, pero tu mamá habla obligándote a decir un «gracias por
la comida» que te genera un picor en los ojos. Entras a tu habitación, cierras la puerta y
finalmente eres libre de esa presión mundana y básica para los demás, pero un martirio y
sacrilegio para ti.

Estás a salvo, estás tranquila.

Aquí no hay miradas, aquí no sientes presión.

Finalmente, tu malestar merma porque has entrado en tu zona de confort.

Suelto un tembloroso suspiro y camino a mi colchón donde pretendo pasar el resto de mi


tarde, pero alguien irrumpir en mi pieza me frena. Es Akiva.

—¿Todo bien? —pregunta como si no hubiésemos discutido anoche que llegué. Sus
palabras siguen retumbando en mi cabeza, específicamente aquellas donde me preguntó si
en el supuesto gimnasio donde fui regalan perfume de hombre. Intento soltarlas, pero no
puedo. Para mi desgracia tengo una excelente capacidad de recordar hasta el mínimo
detalle.

—Sí. ¿Por qué?

Pudiera ignorarlo, no responder sus preguntas, pero hacerlo es alterar mi anergia ya que
seguro empieza soltando palabra tras palabra que me hará despotricar unas cosas, y para
que yo despotrique algo necesito invertir esa energía que no tengo ahora. El almuerzo se
llevó todo de mí. Me siento realmente agotada.

—Te mirabas nerviosa allá abajo.

—Sabes que no me gustan los almuerzos familiares, cerezo.


—Pudiste pedirme que trajera tu plato a la habitación, Glía —dice en un tono comprensivo
que me relaja. Akiva se acerca a mí invadiendo mi espacio personal para darme un abrazo
cálido que correspondo de forma pesada—. ¿Estás tomando tu medicamento?

—Tal como lo recetó el psiquiatra.

Akiva suelta un suspiro algo cargado lo cual indica que estaba preocupado. Puede que a
veces tengamos nuestros agarrones, pero es buen hermano. Es con el que mejor me llevo
en la familia pese a los malentendidos que podamos llegar a tener, de hecho, él fue el
primero a quien le hablé cuando Yamelí me trajo como una integrante nueva a la familia.
También es quien me lleva a mis sesiones con el doctor mental. O bueno, llevaba porque no
he querido ir. Tengo miedo de que el psiquiatra me diga: necesitas internarte. ¿Qué diablos
sería de mí si me dejan en un loquero? No estoy tan mal, puedo controlarlo.

—Sé que no tienes energía ni para moverte —recalca lo obvio haciéndome soltar una risita
que lo hace apretarme más contra él. Puedo sentir como su corazón le golpea el tórax ya
que tengo la mejilla en ese lugar—, pero te compré algo y me gustaría que lo vieras.

—¿Un regalo?

—Así es.

—¿Por qué? Aún quedan semanas para mi cumpleaños.

—Ya lo sé, pequeña. Sin embargo, la vi y dije: esto debe tenerlo mi hermosa hermana. Así
que lo compré, está esperándote en la cochera. ¿Vamos?

—Bien.
Accedo a ir porque amo los regalos y solo él me los da de tanto en tanto. De hecho, es el
único en acordarse de mi cumpleaños. A Gerry se le ha olvidado por tres años consecutivos
y no he intentado ni recordárselo pues creo firmemente que, quien no recuerde algo tan
básico de ti es porque simplemente no le importas.

Sigo a mi hermano con una pereza brutal por el pasillo sintiendo que llevo costales encima.
Bajar los escalones me provoca más cansancio del debido y para cuando llego a la cochera
siento que muero lo cual me enfurece ya que es una distancia muy corta. Hasta para caminar
soy una inútil. ¿Alguna vez podré hacer algo bien?

Akiva enciende las luces del lugar y mis ojos se abren ante lo que miro. Ambas de mis manos
van a mi boca cubriendo un jadeo sorpresivo al tiempo que el ardor en mis ojos se hace
presente ya que por mucho tiempo había deseado esto.

—Es… Es color cereza.

—Tu color favorito, Glía —me sonríe e insta a acercarme a mi bicicleta nueva—. Anda, tócala.

Y jodidamente lo hago. Con manos temblorosas toco las mancuernas, la pequeña canastita
que tiene al frente, la campanita, el asiento, el foco trasero, las llantas. Me emociono tanto
que un potente sentimiento me embarga al grado de hacerme absorber por la nariz porque
detalles como estos logran quitar un poco las costras de mi corazón podrido. Akiva se coloca
tras de mí y me abraza de la cintura, sus manos siendo amables, curativas. Por inercia,
reconociendo su atlético cuerpo, me recargo completamente en él descansando mi cabeza
en su pecho, ese que fue mi apoyo tantas veces de niña cuando lloraba por algo. Llevo mis
manos a las suyas que descansan en mi cintura para darle un cálido apretón.

—Es preciosa, Kiva. ¡Muchas gracias! Pero no debiste gastar tu dinero en mí, no valgo la
pena.

Mi hermano se tensa considerablemente.


—En tu vida vueltas a repetir eso, ¿quieres? —me reclama con evidente enojo, mi labio
inferior tiembla—. ¡Claro que vales la pena! Y lo hice porque es mi dinero y sé que es algo
que tú deseabas.

—Gracias —repito bajito, no refutando lo que ha dicho. La emoción que siento en mi pecho
es tanta que podría desmayarme pues esta bicicleta la vi el año pasado en la tienda, pero
jamás tuve dinero para costeármela—. En verdad muchas gracias. Está… Dios, está preciosa.

—Ha sido un placer hacerlo, Glí.

Medio sonrío en medio de mi repentina tristeza mezclada con felicidad. No sé cuánto tiempo
nos quedamos así, él abrazándome mientras yo no despego la mirada de mi preciosa
bicicleta color cereza. Si no estuviera tan mal, ahorita mismo la tomaba para ir a dar una
vuelta, pero seguro me caigo si intento subir así que no me arriesgo.

De pronto la puerta de la cochera se abre y Akiva me suelta abruptamente, mi corazón


acelerándose por el brusco movimiento. Giro sobre mi hombro para encontrar al mellizo del
cerezo mirando la escena con algo que no descifro. Pero asombro no es.

—¿Qué están haciendo aquí solos? —pregunta mirando de mis ojos a los de color zafiro del
pelirrojo quien luce medio pálido.

—Le mostraba a Glía la bicicleta.

—¿Y para eso se encierran?

—No estábamos encerrados —responde Akiva inmediatamente, Akira suelta una risita tan
frívola que siento frío—. La puerta no tenía llave.

—No vuelvan a hacerlo, ¿quieren?


—Relájate, Akira. Nada está pasando.

—Pues no parecía eso —refuta y su tono despectivo me tensa porque es como si nos hubiera
atrapado haciendo algo sexual o perverso. Y en todo caso de que fuera así, no tiene por qué
enojarse porque yo no comparto sangre con ninguno pues son mis hermanos adoptivos.

—Solo me estaba abrazando mientras veíamos la bicicleta, Kira —agrego, girándome por
completo ya que el cuello me está doliendo—. Lo que sea que pensaste, descártalo. Aunque,
si fuese verdad, no eres nadie para interponerte ni armar berrinches. Recuerda que solo
compartimos apellido legal, nada más.

Que le responda así es algo que no le gusta porque su rostro se ensombrece de una forma
tan espeluznante que retrocedo porque me recuerda a ese hombre y ese lugar donde estuve
atrapada como un pajarito herido.

—¿Te estoy hablando a ti, huérfana? —espeta con tanto veneno que solo me hace sentir
mal porque jamás le he hecho nada malo para que me siga tratando como una intrusa a la
cual insulta con la cruel realidad porque sí, fui huérfana, pero ahora ya no.

Los años pasan y simplemente no le agrado.

«Es que eres despreciable, ¿cómo deseas agradarle a tu hermanastro? Ni tus padres
biológicos te quisieron». La voz en mi cabeza me deprime, Akiva se da cuenta de ello porque
noto como empuña sus manos y da un paso hacia él, listo para molerlo a golpes.

—Hey, cálmate, ¿quieres? Si vas a despotricar tu amargura hazlo con otra persona, no con
ella y menos por un simple regalo.

—¿Ahora la defiendes?
—Pues claro —ríe con amargura, enfrentándolo. Ambos hermanos quedan pecho a pecho,
mis orejas empiezan a zumbar—. Así que bájale de huevos si no quieres que mis puños te
hagan comprender que estás mirando cosas donde no las hay.

—¿Seguro, Akiva? ¿Seguro que estoy mirando cosas donde no las hay?

El cerezo aprieta sus labios en una firme línea que me desconcierta porque no sé de qué
estén hablando. Solo sé que Akira se mira entre asqueado y enojado.

—Sí, seguro. Ya relájate, ¿quieres? Últimamente estás muy pesado que ni tú te aguantas.

En vista de que seguirán discutiendo y yo no tengo interés en su conversación, tomo las


mancuernas de mi bicicleta para llevármela a mi habitación. Los mellizos se quedan
discutiendo, sus voces alzándose cada vez más, pero me enfoco en subir mi regalo hasta el
segundo piso, mutado así sus voces. Adrik viene bajando por las escaleras, tras él un niñito
rubio del cual olvidé su existencia. El pequeño bosteza y frota su puño contra un ojo lo cual
indica que mi hermano fue a despertarlo de su siesta.

—¡Tía Ga! —grita Gabriel haciendo un puchero y viniendo a mí apenas me ve—. ¡Papi me
despetó!

—Qué malo eres, Adrik —lo reprendo y el niño le saca la lengua—. ¿Por qué te despertaron,
Gabu?

—Comida —señala su pancita y luego se cruza de brazos—. Gabu quele mimir, no comer.

—Has dormido toda la mañana, Gabriel. Necesitas comer.

—No.

—Qué sí, hijo.


—No, papi.

Mi hermano rueda sus ojos y es entonces que noto las grandes ojeras bajo ellos. Debí darme
cuenta en el almuerzo, pero sinceramente no presté atención a nadie más que mi necesidad
de huir de ahí. Luce demasiado cansado e irritado, supongo que los ensayos con la banda
están tornándose intensos o Elizabeth, su manager, lo está reprendiendo a morir.

—¡Tía Ga! ¡Yudáme!

—Si no tiene hambre no lo obligues a comer. Respeta sus derechos —digo a mi hermano
quien alza una ceja—. Cuando él quiera te dirá.

—Solo comió un plátano en la mañana, han pasado cinco horas desde entonces. Debe
comer, Glía.

—Lo hará cuando su pancita gruña —agrego en tono firme ya que, cuando me toca cuidarlo,
siempre espero a que el niño me diga lo que desea comer, así se termina todo lo que dejan
en su platito.

No me gustan los niños, menos desde lo que pasó, pero a él lo quiero mucho. Es ese rayito
de luz que no teme de mezclarse con mi penumbra. Aunque también es un grano en las
nalgas, es muy hiperactivo y se cree competidor de parkour.

—Bien, bien —cede mi hermano y Gabriel celebra—. ¡Pero nada de golosinas! —lo reprende
señalándolo con su dedo, Gabriel arruga su entrecejo, no muy contento por eso—. Te
conozco y sé que le pedirás fritos o dulces a tu tía, Gabriel.

—Mentila.

—Es la verdad y lo sabes, tornadito.


Mi sobrino refunfuña, vuelve a cruzarse de brazos y hace un puchero. Ambos se miran con
cierto desafío que me hace sonreír un poco porque son tal para cual. A veces mis días no
son tan malos con mi familia y son estos pequeños momentos los que depuran un poco la
amargura que siento tragarme viva.

—Pegriloso, papi —murmura Gabriel alzando el mentón.

—¿Qué es peligroso, hijo?

—Las mentilas.

Listo. Como si mi cuadro depresivo se hubiese cambiado, estallo en una estruendosa


carcajada que me hace hasta lagrimar porque no puedo creer que mi sobrino esté
poniéndose en este plan. Sé cuánto ama la comida chatarra, pero nunca creí llegar a este
día donde discutiera con su padre por ello.

El rubiecito está creciendo.

La ceja de Adrik adquiere un tic que me causa gracia. Sigo avanzando mi camino escuchando
de fondo como ambos discuten lo cual, si debo admitir, me gusta. Concentrarme en ellos
me hace olvidarme un poco de mis problemas. Por desgracia no escucho más esa graciosa
pelea ya que llego a mi habitación para estacionar mi bicicleta cerca de la ventana. Después,
sintiendo el cansancio envolverme cada músculo de mi anatomía, voy a mi cama para
acostarme y aquí se me van más de diez horas, mirando el techo, pensando en nada y en
todo a la vez, sobre todo en ese asqueroso día donde fui al concierto que me cambió la vida.

Era una niña, una simple niña que deseó ir a una presentación de sus hermanos y amigos,
pero todo se tornó asqueroso no solo para mí, sino para ellos. Creo que por eso a veces no
tolero tenerlos cerca porque me recuerda todo lo que tuvieron que ver, a todo lo que yo
tuve que escuchar y experimentar mientras la vergüenza y el dolor me comía tal como un
león hambriento de carne tierna.
Jamás comprenderé la maldad en las personas ni el por qué disfrutan dañar, pero ojalá que
ese imbécil culpable de todo lo sucedido esté ardiendo en los nueve círculos del infierno.
Ojalá su alma no esté teniendo descanso alguno porque lo merece.

De pronto el móvil me suena arrancándome del veneno que empezaba a destilar. No quiero
responder, así que lo dejo pasar, no obstante, vuelven a insistir tres veces más así que estiro
la mano al buró para alcanzarlo. Respondo sin mirar el remitente.

—Mi padre ha salido de la cárcel —espeta Gerardo sin saludarme, noto el miedo en su voz
y eso me tensa—. Pasará unos días en casa y no sé qué hacer.

—Primero, relajarte. Es tu padre, no un alíen.

—Ya lo sé, pero no quiero verlo porque sé que me joderá con la mierda esa de “ya estás
grande para entrar al negocio”.

Nunca he sabido a qué tipo de negocios se refiera Gerardo pues en su familia hay misterios
que no fácilmente se divulgan, pero considerando que incluso Adrik me dijo que yo no sabía
nada sobre su familia me hace querer indagar. ¿Será prudente? ¿Para qué deseo saber? ¿Para
ser una cotilla o para encontrar el por qué mi familia me prohíbe verlo?

Cual sea la respuesta de esas preguntas me da igual, de todos modos, hablaré para
cuestionarle esos pequeños detalles que en tantos años de noviazgo jamás me había
develado. Es por ello que formulo bien mis signos de interrogación sin parecer tan odiosa o
chismosa, solamente soy una mujer que le gusta informarse sobre algunas cosas que pueden
ser trascendentales.

—Espero no lo tomes a mal, pero… ¿a cuáles negocios se refiere tu papá, Gerry? Llevo
escuchando esa misma palabra desde que nos conocimos, no solo de tu boca, sino de las
de mi hermano y ya me generó intriga. ¿Podrías responderme?

Hay un silencio en la línea que solamente me provoca sueño ya que el medicamento sigue
latente en mi sistema. Los parpados me pesan, buscan cerrarse, pero mi necesidad de saber
más sobre los Acero me tiene alerta. Por ello espero sin presionar. Me acomodo de un modo
que no me toque soportar el peso del móvil ya que incluso el cuerpo lo siento como si bajo
la piel hubiese piedras en vez de músculo. Solo por esto odio los medicamentos que me
dan, pero tampoco es que desee dejarlos. Como dije, son un mal necesario.

«Siempre puedes buscar otros métodos», dice mi subconsciencia y un escalofrío me recorre


porque sí, hay más métodos y conozco uno demasiado bien, pero intento frenarme ya que
tampoco deseo morirme o joderme más de lo que estoy. Podré sentirme una mierda de
persona, más tengo esperanza de un día ser golpeada por la suerte.

De pronto, unas palabras que escuché hace poco vienen a mi cabeza.

«La suerte es para los mediocres que no luchan por sus sueños porque todo lo que hacen
es quejarse y quedarse aplastados esperando que “la suerte” les caiga del cielo como si fuese
lluvia. Si quieres hacer algo, si anhelas obtener algo, si deseas que tu vida cambie en algo,
párate de tu sucia y apestosa cama, sacúdete el polvo de la negatividad y cambia la actitud
que tienes en tu presente para obtener frutos en tu maldito futuro porque lo único que
obtendrás con esos pensamientos de tercermundista es caer en una aberrante depresión
que probablemente te conduzca a tener ideas suicidas. Y créeme, para eso la dichosa
“suerte” que esperas sí actuará a tu favor», dijo el coronel Esteban Morgado en la entrevista
que le hicieron en TV cuando presentó su cárcel junto a Diego Cantú y cuánta razón tiene.

Lástima que sigo aquí lamentándome. En fin.

Gerardo me dice que es complicado, pero que no me preocupe ya que él jamás estará en
ese negocio así le paguen una fortuna pues el sigue firme en ser un reconocido chef cuya
meta es tener un restaurante y ganar una estrella Michelin. Está claro que algo oculta, pero
decido no entrometerme más. Eventualmente un día sabré la verdad pues el sol ni la luna se
ocultan con un dedo.

—Ven a dormir conmigo, hermosa —me dice cuando llevamos casi dos horas platicando—
. Sé que es noche, pero te necesito. ¿Qué dices? ¿Vienes?
Ni siquiera lo pienso cuando le digo que ahí me tendrá, que en cinco minutos llegaré pues
Akiva me regaló una bicicleta. Gerardo queda en encontrarme caminando. Así que, una vez
que finaliza la llamada, salgo de mi cama sintiendo que todo me da vueltas. Me tambaleo
contra el buró que fuertemente me aferro a la orilla.

—Mierda —siseo parpadeando para intentar enfocar. Siempre es lo mismo cuando


despierto posterior a tomar el medicamento. Siempre es peor que tomarlo y no dormir.

A como puedo avanzo a mi armario con el celular en mano. Necesito buscar un ligero suéter
por si me caigo de la bicicleta no sufrir raspones. Odio mirarme la piel con sangre o costras,
de por sí la tengo horrible, agregarle eso nada más me hará sentir peor.

Inspiro hondo y expulso el aire por mi boca para estabilizarme, poco funciona. Así que me
recargo por instantes contra el umbral del armario y cuento mentalmente hasta cincuenta.
El medicamento no me vencerá, no hoy. Gerardo me ocupa porque le incomoda estar bajo
el mismo techo que su papá, él siempre me escucha, me da cariño, mimos y hace sentir bien
así que es mi turno de regresarle lo que hace por mí.

Mi celular vuelve a sonar, seguro mi novio ya llegó trotando, después de todo no está tan
lejos. Así que respondo inmediatamente.

—Lo siento, Gerry —espeto inmediatamente junto a una risita—. El diazepam me está
provocando torpeza motora. Dame un par de minutos, ahorita bajo, ¿sí? Si puedes escóndete
de los guardaespaldas.

Que no me conteste me hace alejar el móvil de mi oreja para ver el remitente, sin embargo,
veo borroso y maldigo entre dientes. Llamo su nombre, no responde.

—Así que tienes ansiedad... —dice la otra persona y mi jodido cuerpo se tensa a la par que
escalofríos recorren mi columna de polo a polo—. Qué jodido, Aneth. ¿Desde cuándo la
tienes?
Capítulo 7

Glía
—Tú… ¡¿Cómo diablos me estás hablando?! ¡Te bloqueé!

—Sí, de Facebook, no del móvil, tontita.

La palma de mi mano se estrella bruscamente contra mi frente generando un ruido


ensordecedor. Rayos. Tiene razón. Odio que tenga razón.

—¿Me vas a responder?

—No te incumbe, Diego. Colgaré.

—Hazlo y volveré a llamar.

—¿Qué deseas, joder? —le gruño y el imbécil suelta una carcajada que hace a mi pecho
vibrar. ¿Qué mierda? ¿Por qué? Me froto el pecho con la mano ante lo que siento. Malditas
pastillas, debo ir con el médico para que me baje la dosis.

—Hablar.

—Estoy ocupada. Voy con…

—Tú novio —interrumpe en medio de un bramido lleno de evidente disgusto—, lo sé, te


escuché fuere y claro. Sin embargo, deseo hablar.

—¿Sobre qué? No tenemos nada en común.

—Jamás lo sabremos si no me das una oportunidad.


—Vaya, ahora quieres una, pero ayer me dijiste que deberían azotarme y disciplinarme como
a una cría. Es un poco raro, ¿no crees?

—Tal vez para ti lo sea.

—¿Y para ti no o qué?

—Realmente no —suspira y durante unos segundos se mantiene en completo silencio


generando una intriga tan rara en mí. La curiosidad se me dispara un poco—. En mi mundo
es muy común decir aquello.

—Ah mira, qué excéntrico. ¿Eres entrenador de niños y adolescentes o qué?

—Para nada —ríe y mi vientre se contrae. Dios, es tan sexy—. Pero eso es algo que no se
trata por teléfono y menos con desconocidas.

—Bien, respetable. ¿Para qué llamaste?

—Ya te dije, quiero hablar.

—¿De qué?

—De lo que pasó anoche.

—Disculpa, pero anoche no…

—Ballet. —espeta apresuradamente, interrumpiéndome, y de nuevo el cuerpo entero se me


tensa generándome ganas hasta de vomitar, pero esta vez no soy una cobarde para huir
como lo hice, así que lo enfrento—. Apenas te dije que te gustaba y me colgaste. ¿Por qué?
¿Es algo malo? Aunque, si fuera malo, no tendrías muchas fotos de zapatillas en tu perfil,
tampoco habría algunas de tus pies usándolos. Así que dime, Aneth, ¿qué pasó? ¿Es
complicado hablar del ballet?

—Es algo que definitivamente no te incumbe, Diego —bramo sintiéndome expuesta.

¿Cómo diablos sabe que es complicado? ¡No he compartido nada con él! No puede deducir
algo con solo mirar las fotos, ¿o sí? Al menos que sea mentira que es Ingeniero constructor
y es una especie de psicoanalista o psicólogo. Tan solo pensar esto último me genera
escalofríos porque si puede leerme mediante fotos, ¿qué me espera si por cuestiones de la
vida me lo topo frente a frente? Definitivamente me iré con cuidado. En cuánto finalice la
llamada pienso bloquearlo.

—Entiendo. Vale. Hasta pronto.

La llamada termina sin que pueda decirle nada más por lo que me quedo estupefacta, con
la boca abierta. ¿Me colgó para cobrárselas? ¡Qué infantil es! Suelto un grito lleno de
frustración pues no puedo creer su maldito descaro.

Descubro que ya no estoy tan torpe al caminar y que no veo tan borroso como antes.
Aprovecho para buscar mi suéter y salir al encuentro de mi novio quien seguro lleva mucho
esperándome.

Salir de casa sin que nadie lo sepa es relativamente sencillo ya que al final opto por irme
caminando en vez de usar mi bicicleta. Esquivo a los guardaespaldas y me escabullo entre
los grandes arbustos que tenemos hasta salir por un escondite que nadie conoce. Encuentro
a Gerardo bajo un gran farol de luz blanca. Está fumando nicotina y luce muy pensativo,
imagino lo que la presencia de su padre debe significar para él.

—Lamento la demora, Gerry —espeto bajito, por nada del mundo correré la suerte de que
me escuchen y vengan como perros por mí—. Me costó coordinar bien por el medicamento.
—No te preocupes, hermosa —sonríe y se inclina para besarme. El asco que siento ante el
sabor a cigarro me genera náuseas, pero no le digo nada, lo que menos necesita es discutir
conmigo cuando me ha pedido un favor—. ¿Nos vamos?

—Cuándo quieras.

Gerardo asiente y se demora un poco más en terminarse su cigarro. Cuando acaba tira la
colilla al piso, le pasa el zapato encima y toma mi mano para enrollar sus dedos con los míos.
Juntitos caminamos demasiado lento a su casa, puedo notar lo tenso que está. De hecho, ni
siquiera habla y eso es preocupante. Quisiera poder decirle algo, pero siento que no tengo
derecho pues él sabrá por qué se mantiene en silencio.

Quince minutos más tarde estamos de pie frente a su puerta. De reojo lo miro, tiene la
mandíbula muy tensa.

—Están despiertos platicando —me dice en tono bajito—. No saludes y no los mires, ¿de
acuerdo?

—C-Claro. Pero… ¿Quiénes, Gerry? ¿Tus padres?

—Y otras personas.

—Está bien. Puedo hacer eso.

—Gracias.

Mi novio abre la puerta y entonces entramos. Su agarre en mi mano se intensifica y debo


admitir que me duele. Me aprieta como si deseara asegurarse que estoy con él, sin embargo,
siento como si en realidad deseara quebrarme los dedos.
El olor a marihuana y nicotina es lo primero que capta mi delicada nariz, algo que me
provoca náuseas porque son olores que no tolero. Hago el esfuerzo de no respirar hasta que
subamos los escalones, pero las cosas nunca salen como uno quiere porque, apenas estamos
por cruzar la cocina, un hombre alto, corpulento, musculoso, tatuado y de ojos salvajemente
negros aparece para interceptarnos. Me es imposible no mirarlo cuando Gerry dijo que no
lo hiciera, pero es guapísimo y tiene demasiado parecido con él. La diferencia está en la
partidura que tiene en su ceja izquierda que le da un toque más peligroso y letal.

Mi novio me esconde tras su cuerpo sin liberar mi pobre mano.

—Veo que la costumbre de seguir huyendo cuando aparece la familia sigue igual de latente
que hace años, Gerardo —dice aquel hombre provocándome escalofríos porque su voz es
demasiado oscura y demandante—. ¿Ella quién es y por qué la has traído a casa cuando
estamos en medio de algo importante?

—Es mi novia y, si nos permites, tenemos asuntos que hacer en mi habitación —espeta el
pelinegro con evidente hastío. Busca esquivar al hombre, pero él le coloca la mano en el
pecho, frenándolo. Gerardo se tensa demasiado que su agarre en mi mano se potencia.
Suelto un diminuto gemido porque algo tronó.

—Meterle la verga es algo que puedes hacer después —truena dicho hombre tomándolo
del hombro—. Andando a la cocina, hay cosas que debes escuchar.

—Paso. Tu vida, tu mundo, tu familia… me importan un carajo.

—Modera ese lenguaje, Gerardo. Soy tu padre, no un amigo.

—¿Padre? —suelta una risa seca, alzando el mentón—. Padre no he tenido en mi puta vida.
¿Acaso me has dado cariño? ¿Atención? ¿Afecto? ¿Estuviste en mis primeros días escolares?
¿En mis graduaciones? ¿En mi primera consulta con el médico? —El hombre tensa la
mandíbula y mira a su hijo de una forma que grita arrepentimiento, tristeza y furia, una
mezcla demasiado espeluznante—. Así que ahórrame el dolor de cabeza y quítate, Escorpio.

Mis orejas arden ante el nombre que escucho. Sabía que su padre tendría un nombre del
horóscopo como Aries, después de todo son familia.

—Déjate de mamadas. Tú sabes por qué he tenido que estar lejos.

—Me importa una mierda tu método de justificación. Aquí solo te apareces cuando te
conviene o para embarazar a mi madre. —La mano de Escorpio impacta contra la mejilla de
Gerardo y un grito escapa de mi boca—. Enójate lo que quieras, pero sabes que tengo razón
y la muerte de Guadalupe lo confirma. Muy padre, muy del bajo mundo, y ni para cuidar a
tus hijos sirves.

Escorpio ya no dice nada y Gerardo aprovecha para esquivarlo. Me estira con algo de
brusquedad y empuja frente a él para que sea yo la primera en subir. Una vez en su
habitación echa pestillo para luego recargarse contra la puerta con ojos cerrados.

Su respiración es un caos peligroso que logro escuchar gracias al perpetuo silencio que hay
entre ambos. Me duele mirarlo así ya que siempre ha sido el chico de las sonrisas o buen
humor, pero ahora veo su verdadero ser. Noto la maldita amargura que le provoca vivir aquí
y esto me hace entender el por qué desea que nos vayamos a vivir juntos. Gerardo desea
alejarse de la toxicidad que se respira en este ambiente y no puedo culparlo.

—Lamento que hayas tenido que presenciar eso, hermosa —murmura con la voz apagada,
rota. Gerardo se desliza al piso y recarga su cabeza contra la madera. Abre sus brazos en mi
dirección, se lo que desea, así que voy. Me siento a horcajadas de sus muslos y recibo el
abrazo que me da antes de escuchar como rompe en un amargo llanto contra mi hombro
que es donde descansa su frente. Mis manos lo enrollan delicadamente al tiempo que dejo
sutiles caricias en su espalda temblorosa.

Ver a los chicos llorar es algo tan poco común en esta sociedad llena de machismo, muchos
de ellos se reprimen guardando el malestar para no ser juzgados o señalados como
«maricones», pero que a Gerardo no le importe nada de eso es algo que me alivia porque
yo no podría fingir que todo está bien cuando mis ojos solo desean expulsar ese líquido que
libera. Creo firmemente que llorar le hace bien al cuerpo.

El llanto da paso a una somnolencia que lo envuelve de modo que se queda dormido en
esta posición. Me quedo inmóvil hasta que siento las piernas dormidas, entonces me alejo
lentamente y lo acuesto en el piso donde le coloco una almohada sobre su cabeza ya que
no deseo despertarlo.

Camino hacia la puerta de cristal que da al balcón para abrirla y una fresca brisa me acaricia
la piel sin esperármelo. Sonrío cuando cada pequeño vello de mis brazos es envuelto por la
gratificante sensación. Cierro un poco los ojos para sentir el viento nocturno en mis pesados
párpados y sonrío, pero poco dura mi pequeño momento pues escucho una discusión que
desencadena gritos y alguien correr frente a la ventana de Gerardo y, de pronto, el cuerpo
cae inerte al piso justo al frente del árbol que tiene un pequeño columpio donde el chico
que duerme sobre su alfombra y yo solemos utilizar. Cae justo cuando un maquiavélico y
ensordecedor tronar retumba por la silenciosa noche generando que los perros de la colonia
empiecen a ladrar.

Mis ojos se abren en horror a la par que el ritmo cardiaco se me dispara cuando veo que su
razón de caída ha sido un disparo al cráneo. Bala que salió de la pistola que Escorpio Acero
tiene en mano.

El papá de mi novio se gira hacia la ventana, pero estoy tan sorprendida que no puedo
siquiera moverme. Me quedo helada, asustada. Deseo tanto retroceder, pero mis piernas no
colaboran así que ahí me quedo, viendo como el exconvicto me detalla meticulosamente
con su expresión despectiva que no revela absolutamente nada, ni siquiera arrepentimiento.

Escorpio saca su celular para hacer una llamada y escucho claramente lo que dice.

—Vengan por el maruchero y desaparézcanlo —dice en tono normal, como si no le hubiese


quitado la vida a un ser humano. El hombre guarda el móvil, el arma y entonces esboza una
cruel sonrisa—. Así que eres novia de mi cachorro. ¿Cómo te llamas?
Pero no respondo, de hecho, el nudo en mi garganta no me lo permite. Solo sé que mi
cuerpo empieza a transpirar de una forma que ni en el ballet sucede y esto no es normal.
Escorpio se acerca y trepa el balcón de modo que en cuestión de nada lo tengo frente a mí,
su mano acariciándome la mejilla que seguro tengo helada.

—Hice una pregunta, muñeca. ¿Eres o no novia de mi cachorro?

—S-Sí l-lo soy, señor.

—¿Desde cuándo se conocen? Jamás me habló de ti.

—Desde niños —respondo titubeante, con el nudo creciendo en mi pobre garganta.


Escorpio nota como trago saliva porque sonríe más y su pulgar se coloca justo en medio de
esta para sentir como logro pasar la espesa saliva—. N-No me haga daño, por favor…

—Eso depende de ti, muñeca —ríe bajito y el resto de sus dedos se enrolla en mi garganta
disparándome el terror que se manifiesta como una espantosa parálisis, tal como sucedió
aquel día—. Quiero que te alejes de él, ¿me escuchas? Gerardo es un Acero y no nació para
jugarle al maricón en la cocina, y algo me dice que tú estás alentándolo a perseguir ese
absurdo sueño de niñas.

—Yo no estoy haciendo eso, señor Acero. Él… A él simplemente le gusta cocinar.

—Me vale mierda lo que le guste a mi hijo —ruge apretándome más y dándonos un giro
donde mi espalda queda contra la puerta de cristal. El frío de la noche me genera vértigo—
. Aléjate de él, es mi primera y última advertencia.

—¿Y si no lo hago? —pregunto, no para desafiarlo, sino para saber de lo que sería capaz,
aunque, considerando lo que pasó hace nada, puedo hacerme una idea.
—Terminarás como un panel de rejas llena de agujeros.

Escorpio me suelta y se aleja de mí saltando por donde entró a la par que mis piernas
flaquean haciéndome caer de rodillas al piso de una forma tan dura que el impacto de mis
rótulas hace eco por la habitación.

Quiero llorar por lo que ha pasado, sin embargo, nada sale y tampoco me fuerzo a hacerlo,
solo asimilo lo que ha pasado cayendo en cuenta que un enemigo más se ha sumado a la
lista para que Gerardo y yo terminemos nuestra relación.

¿Y la verdad? No me da tristeza.

¿La razón? No amo a mi novio.

Capítulo 8

Glía

The Dying Swan de Mikhail Fokine resuena por la cochera donde estaba la bicicleta que
Akiva me la regaló. Mis pies enfundados en zapatillas de ballet hacen contacto repetido
contra el piso al tiempo que mis brazos hacen dramáticos movimientos para interpretar la
danza. El peso de mi cuerpo recae contra la base de las zapatillas ya que estoy de puntas y
no me duele pues tuve un buen calentamiento.

Me muevo con destreza, como una profesional, y es que hacer esto me da tantos ánimos de
seguir que incluso mis problemas se esfuman durante el tiempo que practico. Hago un giro
por excelencia, es decir, un pirouette que me aviva junto al spotting perfecto en donde mis
ojos se mantienen fijos en un punto exacto de la cochera conforme me muevo.
Dejo que la melodía impregne mis tímpanos para después traducir su significado con mi
imperfecto cuerpo. Demuestro la agonía con el agite de mis músculos, el dolor con mis
expresiones faciales, el pequeño temblor en el tutú y en el sutil movimiento de mis dedos.

Con la música me he transformado en un cisne cuya expresión grita el querer escapar, pero
no puedo hacerlo porque estoy herida y muriendo, por eso en mi rostro, en mis
movimientos, notas el dolor y la gran debilidad que poseo. Me adentro tanto en mi papel
que los ojos me escocen, pero es inevitable porque me siento como el cisne de tal canción.

Lucho por salir, por encontrar la salida, pero soy derrumbada al suelo una y otra vez por un
zapato imaginario que no me quiere ver de pie ni feliz. Mis brazos golpean la imaginaria caja
metálica, mi garganta suelta gritos silenciosos que rompen cada uno de mis pensamientos
al tiempo que mis piernas buscan patalear y de pronto me apago. La melodía finaliza, junto
a ella mi corazón aumenta su ritmo en un potente tronar que sería capaz de poner el mundo
a arder. Esbozo una pequeña sonrisa porque hacer esto es algo que me enamora conforme
pasan los días. Pero es un amor prohibido que escondo del mundo por vergüenza, por temor
a ser señalada.

Dicen que el amor no hiere, pero el amor por el ballet claramente está destruyéndome.

Me levanto del piso y hago ejercicios para enfriarme ya que no deseo tener dolores
musculares. Cuando termino, me quito el tutú y las zapatillas para meterlas en mi pequeña
mochila, entonces salgo rumbo a la cocina para beber agua. Tengo sed y olvidé traerme una
botellita de agua. Al llegar encuentro a Yamelí en el comedor bebiendo lo que parece ser
licor. Alzo las cejas porque ella no debería ni siquiera probarlo considerando que toma
medicamento para su enfermedad.

—Practicabas ballet —me dice, tensándome completamente.

—Escuchaba música —le miento, sacando una botella de agua y echándole un ojo al gigante
pastel que hay bajo el galón de jugo de naranja. Mi boca empieza a salivar.

—No. Practicabas ballet. Te conozco.


—Si lo hicieras sabrías que solo escuchaba música —refuto porque hablar con ella de esto,
más desde que me insultó, no es precisamente grato.

—Estás mintiendo, pero sabes que digo la verdad. ¿Por qué no haces algo de provecho,
Aneth? Estás gorda, jamás llegarás al escenario con eso. Sé que se escucha cruel, pero sabes
que tengo razón, hija. Las bailarinas son exquisitas y tú… —sus ojos zafiro me recorren la
figura que tanto aborrezco—, pareces un barril. ¿Crees que la gente pagaría por ver un
pedazo de cebo girar como brocheta en el asador? ¿Crees que alguna profesora o profesor
te tomará en cuenta? Te digo esto porque te amo, Aneth, lo último que deseo es que te
lastimen con feos comentarios frente a decenas de personas.

No puedo con su cinismo. Una amarga risa escapa de mi boca al tiempo que aprieto la
botella de agua con fuerza, haciéndola mierda.

—Preferiría mil veces que ellas me aventaran mierda, no tú. ¿Y sabes por qué? —Yamelí abre
sus ojos en horror ante como le hablo, pero es algo que me da igual. Por años he guardado
mi sentir, pero creo que hoy le soltaré unas verdades—. Al menos ellas son profesionales,
no como tú que solo te la pasas lamentándote de ve tú a saber qué mierdas. Dices que no
deseas que otros me lastimen, pero tú vienes haciendo eso desde que me adoptaste. Si no
me querías simplemente me hubieras dejado en el puto orfanato. ¡Pero no! A la señora
enferma se le ocurrió sacarme de allí para traerme a esa pocilga que se dice llamar hogar.
¿Y para qué ah? ¡Solo para herirme! Así que cierra el hocico y déjame en paz. Si no aportas
en mi vida, tampoco me restes ni te interpongas. ¡Me tienes harta con tus malditos
comentarios!

Enfurecida salgo de la cocina y de la casa rumbo con Gerardo. Él es mi tabla de salvación en


estos momentos y debemos agilizar esto de mudarnos. Realmente me importa poco
abandonar la escuela ya con tal de largarme de aquí. ¡No aguanto más!

Corro sin mirar atrás ni escuchar a los guardaespaldas que me gritan no sé qué mierdas,
poco me importa. ¡Ya nada me importa! Lágrimas empiezan a escocer de mis ojos al tiempo
que un poderoso sollozo escapa de mi boca.
Avanzo sin detenerme, sin reparar en nada. Estoy tan malditamente cansada de todo. ¡Solo
quiero ser feliz! Más gritos de los guardaespaldas llegan a mis orejas, pero los bloqueo.
Pronto me encuentro en medio de la carretera lista para cruzar cuando el impacto de dos
camionetas me hace frenar y quedarme helada, con la respiración atascada.

Veo el momento exacto en que el conductor de la camioneta color blanco sale disparado
por el vidrio frontal rasgándose todo el cuerpo con los cristales, dejando estelas de sangre
mientras que su acompañante, quien trae un arma, baja soltando tiros que me entumecen.

Unos brazos enrollarse en mi cintura me estiran hacia atrás alejándome del accidente y
entonces más camionetas aparecen, rodeando a las del accidente. Hombres armados bajan
para iniciar un fuego cruzado que me deja horrorizada, entre ellos, el padre de mi novio
quien mueve la boca dando órdenes que no logro escuchar.

La persona que me aleja grita cosas, ningún sonido me entra debido a la impresión. Mis ojos
no se apartan de la escena. Muchos cuerpos caen inertes en plena carretera y charcos de
sangre se van formando. Más camionetas se acercan, incluso unas de color verde de donde
emergen soldados de uniforme verde pantano y cascos especiales. Alcanzo a vislumbrar a
un militar enfundado en color negro que corre tras Escorpio Acero quien ha cruzado la
carretera.

—¡Joder, reacciona! —gritan más fuerte, finalmente escucho—. ¡Glía, vamos! ¡Mueve esas
piernas! ¡Debemos salir de aquí!

—A-Aries…

—¡Corre! —me grita y noto como tiene un arma la cual dispara sin dudar—. ¡Maldita sea,
corre por un demonio!

Pero no puedo hacerlo, de hecho, tropiezo golpeándome la frente, pero Aries me levanta a
cómo puede y me carga sacándome de esta escena. Intento no mirar hacia atrás, pero lo
hago solo para ver el momento exacto en que mis guardaespaldas, esos que me han cuidado
durante años, caen inertes al piso por culpa de otros hombres que traen pasamontañas en
sus rostros.
Ringo, Noel, Denis y Mario terminan llenos de agujeros y sangre provocando que un maldito
grito escape de mi boca porque son muchos muertos. Es mucha sangre. Es… ¡¿Qué diablos
es todo esto?! ¡¿Qué está pasando?! Empiezo a removerme en los brazos del saxofonista,
pero él me aprieta más contra su pecho.

—¡Basta, Glía!

—¡¿Qué está pasando?! —pregunto con histeria, soltándole golpes en el pecho. Pronto me
lanza al interior de una camioneta antes de abordarla y arrancar lejos de la escena—. ¡¿Qué
está pasando, Aries?! ¡Respóndeme!

—Escorpio mató al hermano de un general de la FESM.

—¿Un qué?

—¡Un militar, Glía! —me grita y mi pobre corazón se agita—. ¡El papá de tu novio mató a un
Montalvo!

No sé quién sean los Montalvo, pero deben ser importantes ya que todo lo que miré ha sido
espantoso, cruel. El nudo en mi garganta se me envuelve de manera peligrosa. Por inercia
me abrazo y miro la carretera. Estamos saliendo de la ciudad.

—¿A dónde me llevas?

—Con tus hermanos. Están en Reynosa.

—Pero…
—Solo guarda silencio, por favor —brama y me callo. Aries saca el móvil y marca a no sé
quién, pero dice que ya me tiene—. Sí, Sagitario. Estamos saliendo del territorio. No me
están persiguiendo. Sí, sí, vale. Te miro allá.

Debería preguntar quién es Sagitario, pero no lo hago porque seguro me regañará. Así que
mantengo la boca cerrada e intento tranquilizar mi jodido pulso que lejos de bajar, aumenta.
Con ansiedad busco las píldoras en mi pequeña mochila y me trago un par porque en verdad
necesito tranquilizarme. Hago el mejor acopio para intentar olvidar lo que ha pasado, tal
como hace unas noches. Si me mentalizo que no pasó, no pasó, ¿verdad?

Me recuesto en el asiento y miro por la ventana cómo vamos pasando terrenos baldíos.
Hago ejercicios de respiración para serenarme, afortunadamente funcionan. En algún punto
Aries enciende el aire acondicionado lo cual me refresca la caliente piel y voy sumiéndome
en un sueño tan poderoso que pronto caigo profunda.

Capítulo 9
Glía

Mis párpados aletean de forma brusca cuando escucho el caer de un objeto al piso que
supongo es de mármol. Rápidamente me levanto notando que no estoy en un lugar
conocido. El pulso se me dispara y por inercia me levanto para buscar la salida incluso
cuando mis piernas parecen haberse convertido en gelatina. Difusas imágenes de lo que
pasó me hace frenar en seco; camionetas, hombres armados, militares, sangre, cuerpos
inertes.

Las emociones se me embotellan que terminó vomitando el pulcro piso antes de caer de un
sentón. ¡¿Qué diablos sucedió?! O sea, sí sé lo que pasó, pero... ¿Qué demonios fue eso?
¿Una persecución? ¿Un ajuste de cuentas? Estuve a punto de morir, poco más y me aplastan
como a un tlacuache en la carretera.

Debería sentirme mal por mis guardaespaldas, pero ahora que lo analizo, que bueno que
murieron ellos y no yo. O sea, soy infeliz, pero tampoco deseo morirme sin antes haber
alcanzado la felicidad plena. ¡Dios! ¡¿En qué estoy pensando?! ¿Dónde está mi empatía?

Limpio mi boca y me quito las calcetas para limpiar el desastre. Estas las dejo refundidas en
una esquina. Alguien acercarse me hace respingar, es Aries.

—¿En dónde estamos? —pregunto viendo como recoge a su gallina del suelo. Él es un
amante de esos animales emplumados. Desde que lo conozco jamás lo he visto sin una
gallina en brazos.

—En Zacatecas.

—¿Qué hacemos aquí? —frunzo el entrecejo porque estamos muy lejos de casa.

—Es por seguridad, Glía. Las cosas en Camargo se pusieron feas.

—Sí, creo que lo vi. —Trago saliva—. ¿Por qué había hombres armados?
—Un ajuste de cuentas, pero no importa —se encamina a la cocina y lo sigo. La gallina me
observa conforme camino. Estoy tentada a agarrarla, pero capaz me suelta un picotazo—.
¿Tienes hambre? Encargué comida china. Los refrescos están por llegar; Akiva fue por ellos.

—Bueno.

Aries me invita a sentarme en la grande mesa. Me es inevitable no observar la cocina. Es


grande y espaciosa, los electrodomésticos lucen nuevos. La simple estufa es algo
impresionante de ver ya que tiene ocho mechas, seguro a Gerardo le encantaría cocinar aquí.
El refrigerador es de puerta doble con un compartimento para servirte agua con hielos
mientras que el sink posee una llave preciosa color plata. Los gabinetes son otro asunto,
todos de cristal, nada de madera. La isla, en cambio, si es de madera, pero color negro. Me
pregunto cuánto le costaría.

Una puerta abrirse y voces alzándose me indican que los refrescos han llegado. Seis chicos
vienen entrando junto a tres niños, entre ellos mi sobrino Gabriel quien viene a mi encuentro
para abrazarme. Saca una paletita de su pantalón y me lo entrega.

—Para ti, tía Ga. —Me besa la mejilla y acurruca contra mis pechos.

—¿Y bien? —cuestiono a los hombres quienes lucen serios. Akiva deja los refrescos sobre la
mesa generando que las latas impacten contra la superficie de vidrio del comedor.

—Pasaremos aquí la noche —dice Adrik estirando una silla para dejarse caer frente a mí—.
Ya le avisé a mamá y papá.

«Cómo si les importara nuestra ausencia», quisiera decirle, pero no lo hago para evitar cruce
de palabras. En cambio, simplemente asiento y procedo a comer la grasienta comida
haciendo un cálculo mental de las calorías que terminarán en mi anatomía y del tiempo que
tendré que ejercitarme para expulsarla. Aunque, considerando que odio hacer ejercicio, me
mentalizo para meterme el dedo a la garganta ya que no deseo ser vista como un puto barril.
Por más que intento no permitir que las palabras de Yamelí me afecten, lo hacen y duele.
Termino de comer y me disculpo con los chicos para ir corriendo al baño. Necesito expulsar
esto ya antes de que sea demasiado tarde. Tengo la teoría de que si dejo pasar mucho
tiempo la grasa rápidamente se instalará en mi cuerpo. Sigilosa entro al baño, cierro bajo
llave y abro la regadera para que lo que haré no sea escuchado por ellos. Me hinco frente al
inodoro, meto mi dedo y cuándo estoy por devolver el alimento, tocan fuertemente la
puerta.

—¡¿Quién?! —grito poniéndome de pie con rapidez y cerrando el grifo.

—Es Akiva. Te compré ropa y un neceser con lo básico.

Gruño en frustración porque el tiempo corre y la grasa se me va a pegar. Voy a la puerta, la


abro y encuentro a mi cerezo con una mochila que también luce nueva.

—Gracias, cerezo —le digo con una sonrisa que no siento.

—¿Te bañarás?

—Así es —miento—. Me duele la cabeza y tal vez el agua ayude un poco.

Akiva me observa con desconfianza, pero no pregunta nada más. Me hace entrega de las
cosas para luego irse, no sin antes darme un último vistazo. Probablemente desea soltarme
algo más, pero no lo hace, respeta mi evasión porque seguro sabe que mi cefalea no existe,
pero es tan buen hermano que no presiona.

Vuelvo a ingresar al baño, encuentro mi celular en la pequeña bolsita. Curiosa lo tomo


notando que tengo un mensaje de ese intenso desconocido y, raramente, eso me hace sentir
bien.

Diego: Supe que hubo pelotazos en tu ciudad. ¿Todo bien?


Mi corazón no debería agitarse tanto, pero sucede ya que incluso cuando parece odiarme
porque le evado las preguntas respecto al ballet, se está preocupando por mí.

«Ni te ilusiones, seguro solo es un chismoso, dudo que se preocupe por ti ya que ni te
conoce». Mi ánimo decae ante ese pensamiento intrusivo porque es cierto. ¿Cómo por qué
un Ingeniero constructor desconocido se preocuparía por una insignificante cómo yo? Es
absurdo. Estoy por borrar el mensaje cuando otro me llega.

Diego: Has visto el mensaje, significa que estás viva o alguien te lo robó. Agradecería que
respondiera quien sea que tenga el móvil.

Una tonta sonrisa, una real, aparece en mis labios. Ruedo los ojos.

Glía: Gracias por escribirnos. Intentaremos responderle lo más pronto posible.

Diego: Así que estás bien, por lo que veo.

Glía: Gracias por escribirnos. Intentaremos responderle lo más pronto posible.

Diego: Qué chistosita, Aneth.

Glía: Hola, soy A, Bot de Chismes de Último Momento. Estoy aquí para ayudarte. Por favor
elige la opción que más se adecue a tu necesidad. Intentaré responderla. Escribe:

1 para ser transferido a una llamada con el titular de la línea.

2 para ser transferido a una videollamada con el titular de la línea.


3 para ser transferido al chat del titular de la línea.

4 para agendar una cita virtual con el titular de la línea.

5 para habilitar la opción de grabar audio.

6 para cerrar el menú.

Pulso a enviar con la carcajada atascada en mi garganta porque seguro me bloquea después
de esto. Se nota que no es alguien muy paciente, o al menos esa impresión fue la que me
dio. Empiezo a desnudarme para ingresar al baño, la verdad es que si me urge quitarme las
malas vibras. En vista de que no respondió, dejo el móvil dentro de la mochila, pero entonces
un mensaje llega alterándome los sentidos.

Diego: 2

El corazón se me dispara ante su opción. ¡Él quiere una videollamada! ¡Joder! ¡El Ingeniero
constructor desconocido que desea azotarme desea una videollamada! Empiezo a
hiperventilar, no sé si de los nervios u emoción, lo cierto es que todo el cuerpo me tiembla
que no siento ni cuando ingreso a la ducha. Rápidamente me alejo del grifo porque si mojo
el móvil estoy perdida.

Mi cabeza empieza a sobre analizar la situación. ¿Debería responderle? ¿Debería ignorarlo?


Si no respondo apuesto que seguirá de intenso, pero si respondo puede simplemente ver lo
horrible que soy y dejar de joder. Esto último es más sensato, así que me preparo para iniciar
la videollamada. Debo admitir que el mero hecho de escucharlo decirme “estás fea” me
deprime más de lo que debería, pero no cuelgo. Me armo de valor, pero al primer timbre
estoy que deseo colgarle; muy tarde. Diego me acepta la llamada y mis ojos quedan anclados
en ámbar, en un perfecto rostro varonil que grita extrema virilidad, misterio, dominancia y
peligro. Las mejillas se me calientan, algo que él mira porque esboza una sonrisa torcida que
me termina de matar. ¡Por los dioses del Olimpo! ¡¿Esto es real?!
—Vaya, de haber sabido que los Bots mexicanos son así de exquisitos, desde cuando habría
ligado con uno —dice con evidente sorna, sonrojándome más porque no me dijo fea ni
horrible o gorda, me dijo exquisita, eso equivale a hermosa, ¿no? Ay, creo que su guapura
está afectándome—. Recuerdo haber escuchado tu voz la llamada pasada, Aneth, así que
habla. —Pero no lo hago, yo… no puedo. Estoy en shock. O sea, en la televisión se veía irreal,
más en las fotos, pero ahorita luce fuera de este planeta. No sabía que la belleza masculina
podía ser tan hechizante—. Vamos, preciosa. Mueve esa linda boquita que tienes y habla
que es de mala educación solo mirar a las personas sin decirles nada.

—H-Hola… Yo… Joder, no sé qué decir —rio nerviosamente, logrando que su pícara sonrisa
se ensanche. Luce un traje, uno costoso, y una corbata negra. De fondo escucho ruido,
seguro está trabajando o en algún bar.

—¿Qué tal si empiezas contándome lo que pasó hoy? Miré las noticias y hubo decenas de
muertos.

Entonces mi cabeza recuerda todo tal como hace horas. Muerdo mi labio inferior para luego
recargar la cabeza contra el mármol de la ducha, el agua cayendo en mi espalda.

—Sí. Yo… Estuve en medio de esa mierda.

—¿Cómo que en medio? —su entrecejo se frunce y mátenme si eso no luce sexy.

—Iba a la casa de mi novio en modo piloto automático, y no me di cuenta que me había


acercado a la carretera cuando de pronto dos camionetas se estrellaron juntas ocasionando
un feo accidente frente a mis narices. Fue cuestión de segundos para que unos hombres de
negro aparecieran tirando balazos. De milagro sigo viva.

—Carajo, ¿pero estás bien? ¿No te lastimaste?

—No, no —le digo con rapidez, mi labio inferior temblando—. Estoy bien, solo que mis…
mis guardaespaldas murieron. Vi cuando les dispararon.
—¿Habías visto algo así antes? —pregunta a lo que asiento—. ¿Dónde?

—En casa de mi novio —digo sin dudar, algo tiene Diego que me hace confiar en él—. El
padre de Gerardo mató a un hombre sin pensárselo, pero mejor no hablemos de cosas feas,
dime, ¿qué haces?

Diego parece captar que no deseo hablar de eso así que no presiona.

—Termino un bosquejo de una casa. Un abogado me contactó la semana pasada y quedé


que hoy le enviaría el resultado de su petición.

—Oh… —vuelvo a morder mi labio inferior, sus ojos ámbar atentos a cada expresión de mi
rostro lo cual, si debo admitir, me hace sentir importante—. ¿Es difícil hacer eso?

—¿Dibujar?

—Traducir las palabras de tus clientes en forma de planos. Imagino que es complicado saber
exactamente lo que desean.

El Ingeniero constructor ríe bajito.

—Ojalá pudiera responderte eso, pero he tenido muy pocos proyectos, y los clientes que
me han tocado han sabido expresar bien su deseo, así que me resulta sencillo. Por ejemplo,
la cárcel que hice en la FESM fue pan comido.

A mi cabeza llega dichoso lugar y una boba sonrisa aparece en mi boca. Él es demasiado
bueno en lo que hace, se nota que ama con devoción la Ingeniería de construcción y en
cierto modo eso me provoca envidia porque para estudiar eso no tienes que ser delgado
como las bailarinas. Apuesto que seas del tamaño que seas, recibirás respeto y elogios por
tu trabajo, en cambio yo, bueno, lo mío hasta parece satanizado, todo por los malditos
estereotipos que tiene la podrida sociedad que aborrece a los gorditos. Ojalá esos
comentarios fuesen porque se preocupan de que una presente obesidad o diabetes, pero
regularmente nada más son palabras que te rebajan y menosprecian, o sea, comentarios
hechos para tirarte al piso, para patearte una y otra vez hasta hacerte entender que podrás
ser la mejor usando zapatillas de ballet, pero si estás gorda jamás serás tomada con seriedad.

—Tu expresión facial ha cambiado a una dolorosa, ¿sucede algo, Aneth? —cuestiona Diego
y mis ojos empiezan a arder. Niego, es absurdo confesarle mi dolor a un hombre exitoso
que lo tiene todo. Sus problemas al lado de los míos sí son reales, lo mío solo es “un juego
de niñita caprichosa”, tal como solía llamarlo la mujer que me adoptó.

—Todo está bien. Solo que… —pienso en una mentira—, estoy en la ducha. Se supone que
iba a bañarme y me puse a hablar contigo.

Entonces los ojos del sexy Ingeniero constructor se enfocan tras de mí, en mis hombros
descubiertos y carraspea su garganta.

—Báñate entonces.

—Para eso tendría que colgarte y… —«no quiero», desearía agregar, pero no lo hago. Pese
a eso, Diego lee a través de mí porque me regala una sonrisa tierna, reconfortante. ¿En
dónde quedó el hombre altanero? Juraba que me había ganado un enemigo.

—¿Cómo es el baño? —cuestiona haciéndome fruncir el entrecejo. Debí suponer que al ser
Ingeniero constructor desearía saber cómo es este lugar. ¿Tendrá un gusto por los baños?

—Míralo por ti mismo —digo y cambio la cámara frontal por la trasera dónde le muestro el
bonito baño con azulejo blanco. Me demoro medio minuto en este pequeño baño tour
cuando de pronto me detiene—. ¿Qué pasa?

—Coloca el móvil en la bolsita dónde están los estropajos.


—¿Para qué?

—Dijiste que ibas a bañarte, pero no deseas colgarme —es increíble cómo puede leerme
con tanta facilidad. Debería tenerle miedo, pero no es así—. Entonces, deja el móvil dónde
ordené y sigue hablando conmigo.

—Eso es un poco raro.

—Para mí no.

Regreso a la cámara frontal notando que está aflojando su corbata negra por lo que noto
como las venas de su brazo izquierdo le brotan. Aprieto mis piernas; jamás había visto a un
macho cómo él.

—Vale, jamás he hecho esto —rio de manera nerviosa—, ni siquiera me he duchado con mi
novio, y tú eres un extraño que vi en la televisión, pero raramente, confío en ti porque me
produces tal sentimiento. Es loco, pero más loca estoy yo por aceptar esto. ¡Dios! Solo no
mires mi cuerpo, ¿quieres? Yo no… tengo inseguridades y eso te haría quedar cómo un
pervertido.

Podría decirle que odio mi físico, pero hacerlo sería darle motivos de pensar en mí cómo la
típica chica que no se acepta cómo es por cosas del pasado, y puede que sea cierto, pero
no quiero alejarlo. ¡Jesús! Esto es demasiado loco, muy, muy loco. Incluso se considera
infidelidad, ¿no? Estoy permitiendo que otro mire lo que a mi novio jamás le he permitido.

Diego se recarga en su silla y acerca una copa a sus labios así que deduzco que está en un
restaurante lo cual es incluso más raro porque, ¿quién hace planos arquitectónicos y quien
mira a chicas ducharse en un lugar así? Definitivamente él es muy diferente a cómo esperé.
Pero, incluso sabiendo eso, lo considero original.

—Bien, te miraré a los ojos, Aneth —susurra con la voz enronquecida, tragando el líquido
que vierte en su cavidad oral. Noto cómo su nuez de Adán se mueve, hipnotizándome—.
No veo que te estés duchando, preciosa.
—Ah, cierto… ¡Cierto!

Torpemente coloco el móvil dónde dijo y sin pensármelo me pongo bajo el grifo el cual abro
más para empaparme entera. Rebusco el champú para enjuagarme mi cabello, una pequeña
sonrisa queriendo formarse en mis labios ante la extraña situación. Los ojos del Ingeniero
Cantú no abandonan los míos tal cómo dijo, de hecho, está mirándome con demasiada
intensidad que el cosquilleo en mi vientre se hace presente. Varias veces me encuentro
apretando mis piernas para mermar lo que siento en mi clítoris, y la verdad no sé si él lo
note, pero lo cierto es que sus pupilas logran dilatarse un poco.

—¿Qué haces en un restaurante? —pregunto cuando no puedo con la intensidad de su


mirada ámbar. Es tan felino, tan seguro de sí mismo que no me sorprendería que tuviese un
harem para él solito.

—Te lo dije, terminaba un plano para una casa.

—Eso lo sé, pero, ¿por qué en un restaurante? —vuelvo a formular mi pregunta, esta vez
pasándome jabón bajo mis pechos y él, por nanosegundos, baja su mirada a mis pezones
puntiagudas por el enfermo deseo que experimento. Podría enojarme, llamarle pervertido,
pero no lo hago—. Generalmente se va a esos lugares a comer, no a bosquejar, Diego.

—Soy un hombre que prueba cosas nuevas de tanto en tanto —se excusa soltando una risita
tan ronca que muerdo mi labio inferior—. ¡Fuck! ¿Podrías dejar de hacer eso?

—¿Qué cosa? —ladeo mi cabeza y suelto mis pechos logrando que estos me reboten, otra
vez sus ojos los miran.

—Morderte el puto labio mientras hablas conmigo.

—Es una manía que tengo desde niña.


—Me importa un carajo, Aneth —gruñe autoritario, enojado—, cuándo hables conmigo no
te lo estarás mordiendo de esa forma, ¿entendido?

—Eso es absurdo.

—¡¿Qué si has entendido, maldita sea?!

—¡No estoy tonta para no comprender lo que dices! —bramo de regreso, mirando como la
ceja le tiembla en un tic—. ¿Y sabes qué? ¡Adiós!

Le cuelgo la llamada sin importar mojar el móvil. ¡¿Quién se cree para gritarme así?! ¡Agh!
Deseo estrangularlo tan pero tan fuerte hasta que me suplique por su liberación. Es más,
¡deseo morderme el labio frente a él para enfurecerlo más!

Jodido Ingeniero constructor, qué le den.

Capítulo 10

Diego

Hay cosas que un hombre no puede tolerar por más caballero que sea y eso es que le
cuelguen, otra vez, la jodida llamada cuando estaba a nada de eyacular. Libero mi jodida
verga y lanzo la copa de vino a la pared sintiendo que ardo en fuego mientras observo como
los malditos cristales se dispersan en varias partes de la alfombra negra. Una de las sumisas
que atienden a los clientes frecuentes viene corriendo a mi dirección, pero la despacho
porque estoy tan jodidamente enojado que no dudaría en azotarle el culo imaginando que
es el de Aneth.

Maldita cría.
¡Maldita cría!

Enfurecido, tomo el bosquejo de la casa que estaba haciendo, lo meto en el portaplanos y


salgo del club fetichista hacia el estacionamiento donde está mi Harley-Davison color negra.
Me encaramo encima de ella, coloco el casco y la enciendo para arrancar a toda velocidad
por las calles solitarias de Los Ángeles. Intento alejar el recuerdo de esa chiquilla de mi
cabeza, pero me es imposible cuando lo que vi me gustó tanto que la erección duele.

No es delgada.

Y me importa una mierda.

Tiene carne, mucha, demasiada deliciosa carne que deseo morder, lamer, chupar y si fuera
un caníbal, también masticar. Su cuerpo está lleno de perfectas estrías que gritan ser
veneradas, adoradas sea con mi lengua o mis labios. Pese a su peso, sus clavículas se notan
demasiado lo cual es hechizante, un atractivo que antes no me llamaba la atención. Imaginé
la punta de mi apéndice húmedo pasándoles encima para degustarlas a mi antojo y después
a mis dientes clavándose sobre la piel para sentir ese fino hueso.

Sus pechos son otro asunto, uno muy grande, redondo y firme, también poseían algunas
estrías debido a su volumen y jamás desee tanto colocar mi caliente boca sobre esa
imperfecta piel hasta saciarme. ¿Sus pezones? Madre de las mierdas, perfectos, como un
chocolate puntiagudo listo para ser engullido, pellizcado. No tienen nada que envidiarles a
los pezones rosados, los de ella son más exóticos, más naturales y perfectos. ¿Y su cintura?
Por un demonio, imaginé mis grotescas manos tomándola con fuerza mientras mi verga le
penetra ese coño lleno de vello que me tiene salivando. ¿Por qué es tan hermosa? ¿Por qué
está tan malditamente lejos? Ella dijo que tiene inseguridades, pero yo solo vi a una ninfa,
una perfecta hada nacida de la madre tierra para hechizar con su belleza real.

Y la muerte quiere poner sus garras en esa hada.


Tenso la puta mandíbula al recordar que se enojó conmigo y colgó la llamada, privándome
de seguirme deleitando con su cuerpo, por ello, acelero a 100km/h sin importar matarme,
tengo la suerte de saber manejar este bebé color negro desde hace mucho tiempo así que
me he acostumbrado. Conforme avanzo el recuerdo de ella me atormenta, me agita y llena
de un incontenible deseo que no aguanto las ganas de masturbarme hasta correrme duro.

«Aneth, Aneth, Aneth. ¡¿Por qué me enviabas una solicitud de amistad?! Ahora no podré
alejarme de ti, pequeña hada. ¡Ahora no quiero alejarme de ti! Cometiste un jodido error. Yo
soy un jodido error que siempre te perseguirá». Suelto un golpe al manubrio al tiempo que
mi garganta expulsa un grito frustrado. Esto no debió pasar, jamás debí presionar el
“aceptar” en mi red social, pero quise jugar con fuego y ahora me voy a quemar.

Zigzagueo por las calles saliendo de la ciudad para ir rumbo a ese barrio de mala muerte
dónde puedo mermar el deseo a puñetazos. La fresca noche me acaricia el cuello y los
nudillos, eso me fascina. Cinco minutos después llego a mi destino, aparco bajo un grande
farol y pago la cuota de protección ya que, si no lo haces, te toban el transporte en el que
llegas. Como soy cliente frecuente, me cobran un pequeño porcentaje e incluso los
guardaespaldas se acercan a mi moto para cuidarla mejor.

Avanzo hasta el área de peleas inundándome del ambiente callejero. Mujeres con vestidos
demasiado cortos para la imaginación yacen en las esquinas esperando al mejor postor;
hombres que están hasta los huevos de drogados, caminan de un lado a otro pidiendo
limosna; los que no tienen hogar yacen sentados contra las sucias paredes o acostados sobre
cajas de cartón mientras se cubren con periódico para dormir. Es cuando miro todo esto que
noto lo privilegiado que soy. Tengo dinero, casa, comida y familia, ¿qué más puedo pedir?

No soy de lujos, menos en la situación en que está mi padre, pero de vez en cuando si
despotrico dinero. Mis deudas, las cuales son muchísimas, van al corriente por lo que no
tengo meses atrasados. Está todo perfectamente equilibrado y ordenado. ¿Lo que no está
así? Mi relación. En este aspecto soy un pendejo. Reniego de la toxicidad de mi novia que
cada rato se vuelve exnovia, pero bien que disfruto follarmela a mis anchas porque es tan
sumisa y obediente en la cama que no tengo necesidad de enseñarle. Ella solita sabe cuándo
empinarse y abrirme sus carnosas piernas. Aun así, no todo es sexo y aspiro a algo más, ¿qué
exactamente? No sé, pero un día lo voy a encontrar y jamás pienso soltarlo.

«Creo que ya lo encontraste».


Cierto. Solo que tiene novio y está en México.

Puta suerte la mía.

Aun así, no quito el dedo del renglón. Esa cría me enloquece y debe ser mía. Tiene que ser
mía así viaje a su país para conocerla. Desde que husmee su perfil no puedo parar de
imaginarla con un bonito vestido de ballet alzado hasta el culo y con sus pies de puntitas
gracias a las zapatillas mientras la embisto con dureza. Algo en ese arte me prende cómo un
maniaco. Lo que no comprendo es por qué carajos se rehúsa a hablar de ello. ¿Ya no lo
practicará? ¿No tendrá dinero para costearse la academia? Una loca idea llega a mi cabeza
ante esa palabra. Visualizo un condominio gigante, elegante, lleno de espejos, un escenario
con piso de madera bien pulido, butacas y candeleros de lo más llamativos.

Guardo la idea en alguna parte de mi cerebro porque debo hacer un bosquejo apenas llegue
a casa. Inspiraciones como estas pueden serme útil en un futuro.

Llego al área de las peleas que está en una secreta mazmorra subterránea. Sobre el ring
pelea Tilapia y Shadow, dos excelentes boxeadores clandestinos que hacen espectáculos casi
a diario. Con ellos he perfeccionado lo que sé, aunque su estilo no me va. Ellos solo golpean
hasta desmallar al contrincante, a mí me fascina golpear hasta matar. Hay algo fascinante de
estar rodeado de la muerte.

Me hago paso hasta la taquilla, pago mi turno y espero paciente a que terminen. Una sexy
peliverde aparece en mi campo de visión.

—Vaya, vaya, vaya. ¡Miren quién vino! —dice en medio de una grande sonrisa—. ¿Qué haces
por estos rumbos, Morte? Creí que tu vida perfecta de Ingeniero constructor te estaba
absorbiendo.

—Necesitaba diversión, Green.


—¡Enhorabuena! —sonríe más—. Justo acaban de llegar unos contrincantes de Chicago.
Buscan la diversión que a ti te encanta.

—¿Oh? —ladeo mi cabeza, cruzándome de brazos—. ¿Cómo es eso?

Los vítores del público se alzan en una grande ola cuando Tilapia logra tirar a Shadow al
piso, pero así cómo cae, Shadow hace una maniobra que le gana ventaja.

—Se han enlistado para pelear hasta matar.

—Interesante, Green. ¿Ya apostaron?

—Así es. El ganador se llevará cincuenta grandes.

Cincuenta mil dólares por matar un par de humanos, interesante y excelente. Con ese dinero
planeo contratar un buen abogado para mi padre, con eso haré que mamá deje de
preocuparse, sobre todo podrá dejar ese nefasto trabajo tan denigrante.

—Perfecto. Vémelos empaquetando en una maleta, Green —esbozo una confiada sonrisa
que la hace ruborizarse—. Ese dinero es mío.

—Eres tan confiado, Morte. Te admiro.

—Yo también me admiro —le guiño el ojo y me alejo para colocarme en el lado que me
corresponde.

Media hora pasa para cuando la pelea de Tilapia con Shadow finaliza. Ambos están llenos
de moretones y piel abierta, pero es el primero quien se regodea por la victoria ya que le ha
ganado a su compañero. Bajan del ring y sus ojos caen en mí.
—¡Qué bueno tenerte aquí, Morte! —saluda Tilapia dándome un puño en el hombro—.
¿Listo para desempolvar esos puños?

—Nací listo, Til.

—Eso, Morte —me aplaude Shadow—. Mantén ese espíritu y demuéstrales a los novatos
quien manda en L.A.

—Green dijo que unos de Chicago han venido a apostar.

—Así es. Quieren matar a los nuestros, pero eso no será posible, ¿cierto?

Suelto una carcajada viendo tras ellos. Al otro lado del ring hay veinte hombres que jamás
había visto en estos rumbos, esos deben ser los arribistas.

—Nadie más que yo puedo matar a los ciudadanos de California —dictamino haciéndolos
asentir—. Es mi puto territorio y aquí todos lo saben.

—Pues ellos no, ¡así que enséñales quien manda, Morte!

—Por supuesto que les enseñaré.

Tilapia y Shadow platican otro poco conmigo antes de irse al lado de los espectadores. Me
encamino hacia los que vamos a pelear, noto que solamente somos cinco, esto claramente
tiene a los de Chicago riendo. Bastardos. Creen que pueden venir a un territorio ajeno para
derramar sangre ajena.

Quieren fama, pero no se la van a llevar.


Trueno mi cuello y caliento mientras la primera pareja del round llamado «Peleas a muerte»
suben al ring. Blake, uno chico nuevo que llegó hace dos meses, es quien se avienta con el
grandote pelón. La algarabía se alza, los ojos se mantienen fijos en ellos y dan inicio cuando
un pitido suena. No hay que ser inteligente para saber quién morirá.

El hombre de Chicago es ágil, rápido y certero. En solo un minuto tiene a Blake contra el
piso con la mandíbula abierta, con el cuello destrozado y los ojos completamente
desprovistos de vida. Eso asusta a los demás competidores que están a mi lado. Cuatro de
ellos se acojonan por lo que es mi turno de subir.

—¡Morte! ¡Morte! ¡Morte! ¡Morte! ¡Morte! —gritan mi apodo lo cual me hincha el pecho ya
que ser reconocido por tantos no es algo que se consigue de la noche a la mañana. Me
costó un huevo ser aceptado aquí y desde entonces se han convertido en mi segunda familia.

—Así que tú eres Morte —ríe el pelón mirándome de pies a cabeza—. Estás más pequeño
de lo que imaginé.

—Pequeño quedarás tú cuando te rompa las piernas, puto paracaidista. ¿A qué mierdas
viniste a mi territorio ah? —escupo caminando en círculos, él siguiéndome el paso. Se nota
que es de esos ególatras que solo humillan para enaltecerse porque no tienen nada mejor
que hacer.

—A comprobar lo que dicen los rumores. Nos enteramos que te crees insuperable.

—Porque lo soy.

—Deja de alardear. Los niñitos ricos cómo tú me estresan.

—No se alardea lo que se es —me rio en su cara, crispándolo—. Y si tanto te estreso, no te


preocupes, ahorita soluciono eso.
El tipejo frunce el ceño no comprendiendo lo que digo así que aprovecho para irme contra
él mandándolo al piso de un solo golpe. Su cabeza rebota violentamente contra el cemento
del ring. Una mueca de evidente dolor cruza sus facciones asquerosas. Intenta levantarse,
pero le rompo la mandíbula con mi bola militar porque si algo odio son los bastardos como
él que se creen superiores a mí. El pelón grita, maldice y se levanta por lo que retrocedo con
una sonrisa triunfal ya que sangre le escurre de la oreja.

—Eso te costará muy caro, niñito rico.

—¡Pues ven por mí, hijo de perra! —lo desafío logrando el efecto deseado ya que se viene
contra mí soltando puñetazos a lo pendejo; unos que claramente esquivo agachándome ya
que él no me pondrá una mano encima.

Con mi pie barro el piso logrando tirarlo nuevamente, eso lo frustra porque maldice en otro
idioma dejándome ver cuán frustrado está. Me alejo brincando de un lado a otro, la sonrisa
triunfal en mi boca. Con la mano le insto a levantarse, eso logra que suelte un gruñido animal
para entonces hacerlo. Tambaleante se alza, más sangre le escurre de su cabeza lo cual me
fascina porque el carmesí es algo que disfruto ver en mis contrincantes.

Los gritos de mi apodo me hinchan el pecho aún más, eso parece no gustarle y por eso
busca atestarme un gancho, pero me hago hacia atrás subiéndome a la cuerda del ring para
brincar y con ambos pies mandarlo al piso. Su cabeza vuelve a rebotar generando un ruido
de crack tan ensordecedor que la multitud guarda silencio. Me desilusiono cuando no se
mueve.

—¿Ya fue todo? —le digo al cadáver que no se mueve. Lo pateo en los huevos, nada—. ¡Bú!
¡¿A esto vinieron los de Chicago?!

—Con ustedes… ¡El rey de la muerte! —gritan por el micrófono y mis seguidores enloquecen
avivando el ruido que hace eco por toda la mazmorra.

Les hago una reverencia al tiempo que espero al segundo bastardo de la noche. Es un poco
menos corpulento que el pelón, pero se nota que es bueno. Espero no desilusionarme.
—¿Tú si durarás los cinco minutos? ¿O eres de muerte precoz? —me le burlo.

Él se viene contra mí atrapando mi cintura para hacerme retroceder en el ring, pero de un


codazo lo mando al piso para luego tomarlo de la playera, alzarlo y atestarle diez mortales
patadas en el hígado que lo hacen escupir sangre. El delicioso crack de sus costillas me aviva,
tomo su rostro entre mis manos, giro su cabeza y otro crack más apetecible me hace sonreír.
Le he tronado las primeras vértebras.

—Al parecer todos los de Chicago son precoces —gruño en pleno hastío. Me limpio el sudor
de la frente. Algo que no me gusta de este lugar es que el calor se embotella—. ¡¿Hay alguien
de ese Estado que si me aguante los cincos putos minutos?! ¡Estoy aburriéndome y no les
va a gustar que los ataque a todos juntos!

—Fanfarrón —escucho que espetan y ubico al imbécil que soltó semejante palabra.

—Sube al ring, bastardo. Me apetece mandarte con tus compinches.

—Solo tuviste suerte, tampoco te creas tanto que es evidente que soy mejor que tú. No en
vano me dicen Calavera —rebuzna haciéndome reír. El corito de mi apodo se vuelve más
potente. Abro mis brazos para señalar todo a nuestro alrededor.

—No te confundas, bastardito —rio—. Entre perros hay razas y la línea que nos separa marca
la diferencia. ¡Así que sube al ring o voy por ti!

Calavera tensa la mandíbula, pero no sube, así que bajo de un solo brinco y me hago paso
entre la multitud que sigue gritando mi apodo. Me arranco la playera, limpio la sangre de
mi rostro y la tiro al piso conforme avanzo mirando como la ola de humanos se van
apartando uno a uno hasta dejarme ver al imbécil de Chicago. Me le planto al frente, con el
mentón alzado y mirándolo como estiércol porque eso es y será en mi territorio. El bastardo
solamente me observa con rabia, más no hace nada y eso me embravece porque si está aquí
no es para tomar el té. Así que le doy un empujón en el pecho que lo hace trastabillar
logrando que la escandalosa multitud lo abuchee.
—Estás provocando a la Calavera y no te va a gustar, Morte —sisea cuando lo empujo otra
vez generando más escándalo que ciertamente lo enoja.

—¡Y tú has despertado a la bestia de la muerte así que responsabilízate, hijo de perra!

Sonrío con triunfo cuando se me viene encima para tirarme al piso. Permito que me dé
golpes solo para que su “orgullo” se infle. Sus débiles puños impactan contra mi pecho,
abdomen y nuca más de una vez, pero ni con eso logra derribarme. Le cuesta sacarme algún
quejido, y eso parece enfurecerlo porque se me viene con más rapidez logrando moverme
pocos centímetros, cuando veo que se cansa, tomo riendas de la situación. Uno de mis puños
aterriza justo donde está el bazo, esto logra sacarle el oxígeno poniéndolo en una posición
vulnerable ya que se dobla por la mitad, abre su boca para tomar aire así que aprovecho su
ángulo para darle un rodillazo en la cara que le rompe la nariz. Mi codo impacta contra su
nuca mandándolo al piso al tiempo que la punta de mi bota militar termina en su ojo
izquierdo logrando que lo cierre inmediatamente seguido de un potente grito cargado de
horror.

La noche se me va en esto. Me cargo a los veinte hombres de Chicago empapándome de


sangre y llenándome de adrenalina. La algarabía no baja, de hecho, se intensifica más junto
a las apuestas. Tilapia, Shadow y Green me dan agua en mis descansos comportándose como
los buenos amigos que son. Es en la madrugada cuando todo termina. Apilo los cadáveres
con ayuda de unos chicos, les aventamos gasolina y prendemos fuego.

—¿Qué harás con el dinero, Morte? —pregunta Green a mi lado. Está fumando marihuana.
El paladar me suplica un churro, pero me abstengo. Hace años que la dejé.

—Pagar las deudas que tengo y buscarle otro abogado a mi padre.

Ella sabe lo que nos pasó, más que nada porque fue mi razón de abandonar la droga.

—Te deseo mucha suerte, Morte —sonríe y termina su festín—. Salúdame a tu familia.
—Lo haré, Green. Te veo luego.

Capítulo 11

Diego

Cada que termino una pelea de este tipo mi cuerpo entero está lleno de sangre, algo que
por supuesto no me asquea ya que estoy acostumbrado. Si por mí fuera así regresaba a mi
casa, pero entonces necesitaría responder preguntas a mi familia y eso sería ganarme
probablemente su odio, algo que definitivamente no quiero ya que para mí ellos son
sagrados e intocables, incluso en sus sentimientos.

Es por eso que estoy bajo el chorro de agua, sintiendo como el líquido frío se lleva cada
porción de carmesí, un grande charco rojo se acumula en mis pies antes de irse por la
coladera y me toca cerrar los ojos con fuerza.

—¡¿Qué estás haciendo, Hendrik?! —le grito al hombre que está frente a mí. Mi novia se ha
ido, la fiesta ha terminado y este lunático logró escabullirse dentro de mi habitación con el
cerdito que mi tío Pedro le regaló a mi hermano.

Lo deja en el centro de mi cama mientras trepa en ella sacando su haladie favorita de su


pantalón.

—Traje esto para que lo rebanemos juntos porque será la última vez que nos veamos.
—¿Qué? —mi entrecejo se frunce ante lo que dice, no puede ser verdad. A como puedo
enciendo la lámpara que tengo al lado, la poca luz mostrando al que considero mejor amigo
y quien me enseñó unos trucos.

—Me iré, Morte. Este lugar no es para mí y Escorpio está ya esperándome.

—¿A dónde carajos te irás? Creí que vendrías a California.

Debo admitir que me siento enojado y decepcionado porque creí que lo vería con más
frecuencia, que pelearíamos juntos en aquel barrio de mi territorio, pero ya veo que no será
así.

—Mi futuro es muy brillante para irme a un lugar tan asqueroso, Morte.

Que le diga asqueroso al lugar donde nací, donde lo había invitado, me ofende demasiado.
De mala gana bajo de la cama y le quito el cerdo de las manos, Hendrik rueda sus ojos y
viene hacia mí, empujándome fuertemente contra la puerta metálica que separa mi
habitación del balcón, su haladie va a mi garganta.

—Mataremos una última vez juntos —musita, su aliento olor a tequila mareándome. Odio
esa sustancia—. Y después me iré.

—¿Volveremos a vernos?

—Tal vez.

Hendrik esboza una lobuna sonrisa antes de girar la haladie del lado no filoso y acariciar mi
garganta, pero entonces un movimiento a su lado capta su atención por lo que pronto dicha
arma blanca es clavada en la cabeza de la mascota de mi hermano. El pobre cerdito solo
emite un estruendoso sonido final antes de caer inerte pues le ha perforado la frente.
Con la cabeza me dice que entre a la ducha y ahí empieza a despellejarlo, el agua llevándose
cada gota de sangre que el animalito expulsa. Al final queda reducido en trozos y huesos.

Salgo de las duchas oliendo a limpio. Green me espera con la maleta del dinero que gané.
Le doy una nalgada en agradecimiento y voy a mí Harley buscando alejar aquel turbio
recuerdo de mi memoria.

Aún estoy a tiempo de ir por mi hermana así que abordo la moto arrancando a Deliburger.
El clima fresco de la ciudad me golpea el cuerpo relajándome de una forma que solo es
posible con esto. Zigzagueo entre las solitarias calles disfrutando de la tranquilidad que
alberga en California gracias a que las pandillas tienen todo controlado junto a los policías.

Antes de que me coronaran como el rey de este lugar, era muy violento. Había muertes en
todas partes, secuestros y vandalismo en locales de personas hispanas donde no solo
robaban la mercancía o el dinero que dejaban en sus cajas registradoras, sino que les
llenaban las paredes con insultos y sentencias de muerte, algo que me asquea porque es
increíble que los gringos se sientan unos lores cuando es gracias a los latinos que toda esta
mierda americana funciona. Afortunadamente todo terminó cuando subí al trono aliándome
con personas que, al igual que yo, buscan un lugar lleno de paz para sus familias porque
aquí nuestro objetivo es incluso sentirse seguro cuando sales en las noches.

Lamentablemente en Chicago no pude hacer lo mismo pues el jefe de aquel Estado no busca
alianzas, pero está bien, mientras no jodan con los míos no tengo por qué enfrentarme en
contiendas que obviamente perderán pues esta noche comprobé que los de ese lugar donde
cursé mi ingeniería, son unos simples debiluchos fanfarrones.

Cruzo varios semáforos rojos y saludo a los tránsitos que están fuera de la patrulla bebiendo
café, ellos corresponden con un movimiento de cabeza que muestra respeto.

Llego al local donde trabaja mi hermana y aparco justo frente a la puerta mientras saco el
móvil para mandarle un texto. Ella no demora mucho, de hecho, noto como se despide de
los chicos del turno nocturno. Sale con su distinguible uniforme el cual es un jumper color
negro que le cubre todo el miembro inferior, una blusa naranja de mangas cortas con el
logo del local justo encima de su seno izquierdo y una gorra del mismo tono, también con
su respectivo gorro. Luce muy cansada.

—Hola, princesa —abro mis brazos para que venga a mí. Ella lo hace al tiempo que mis
labios le plantan un beso en la sien. Podrá tener veintiún años, pero para mí sigue siendo la
pequeña nena que cargué en brazos cuando mamá la parió—. ¿Lista para irnos?

—¡Dios, sí! Me duelen los pies y la espalda como no tienes idea.

—En ese caso vamos.

Mi hermana hace caso. Se monta tras de mí y enrolla sus brazos en mi cintura.

—Hueles a limpio —me dice en medio de un bostezo—. ¿Ya estabas en casa?

—No. Andaba atendiendo unos asuntos del trabajo.

—¡Puaj! —su mejilla termina en mi espalda—. Ser pobre y tener trabajo con horario de
esclavo no está cool, Diego.

Suelto una carcajada ante lo que dice.

—Sé que no. Pero sin dicha esclavitud no comeríamos ni tendríamos techo, princesa.

—Ash, lo sé. Aun así, desearía ser millonaria. Así mamá no trabajaría tanto y Alí tendría sus
medicamentos sin problema.

La forma en que dice esto último me tensa. Giro la cabeza para mirarla.
—¿Qué le pasó a su medicamento, Ness?

Los labios de mi hermana forman una mueca de arrepentimiento, seguro eso era un dato
que no pretendía contarme, pero se le ha escapado. Suelta otro grande bufido y me aprieta
más contra ella, le acaricio los nudillos con mis manos, eso la relaja.

—El seguro se venció y no nos quisieron dar sus píldoras del mes. Y a mí no me pagan hasta
la próxima semana.

—¿Qué dijo mamá?

—¿Pues qué va a decir? Anoche solo ganó cincuenta dólares en su trabajo —me comparte
en un susurro, pero logro notar el dolor y enojo en su voz—. Dijo que le fue mal con su
cliente. De hecho...

—¿De hecho?

—Ay, Diego... No sé si debería decirte esto.

—Habla, Vanessa —gruño llamándole por su nombre completo. Eso la hace esconder su
rostro en mi espalda.

—La llevé al hospital porque su cliente la golpeó —dice tan bajito que me da la impresión
de que no deseaba decírmelo, pero, para su mala suerte, tengo buena audición.

—¡¿Y por qué diablos no me hablaste?!

—¡Estabas trabajando en tus bocetos! —responde en el mismo tono que yo. La escucho
absorber por su nariz—. No quisimos molestarte.
—Ustedes jamás serán una molestia para mí y creo que lo he dejado en claro desde siempre.

—Lo siento.

Mi hermana empieza a llorar y eso no me gusta. Bajo de la puta moto para abrazarla. Ness
se aferra a mi cuerpo mientras tiembla del evidente dolor que siente. Desde que papá está
lejos las cosas en casa están mal. Tuvimos que mudarnos a una casa más pequeña, mi
princesa buscó empleo, yo busqué uno más y pago la renta que nos cobran cada mes. Ha
sido difícil alternarlo entre mis estudios, pero hemos sobrevivido.

—Tranquila, princesa —beso su frente otra vez—. Hablaré con mamá. Mejor vamos a casa,
es de madrugada y al amanecer tienes clases.

Temblorosa se aparta de mí. Vuelvo a montar mi Harley y nos enrutamos a nuestro hogar.
Intento no darle más vueltas al asunto, pero el que me haya dicho que golpearon a mi madre
ha avivado la rabia que siempre intento apaciguar. El picor en mis manos se torna
insoportable, pero me aguanto y enfoco en la carretera.

Quince minutos después ya estamos en casa. Mi hermana me da un beso de despedida y se


va a su pieza. En tanto, yo voy a la habitación de mi madre. Toco fuertemente para que me
escuche, sé que está despierta, suele dormirse a las cuatro de la mañana.

—Pase —dice y no me hago esperar. Lo que encuentro me paraliza a medio andar. Tiene su
pómulo hinchado y el ojo morado. Marcas de dedos le decoran la piel del cuello mientras
que sus brazos poseen hematomas. Veo rojo.

—Dame el nombre —bramo tirando la maleta del dinero sobre la alfombra, mamá se tensa
considerablemente—. Dame el puto nombre de ese bastardo.

—Estoy bien, hijo. No es nada.


—¿Nada? —suelto una gélida risa—. ¡¿Cómo diablos no va a ser nada?! ¡¿Ya te viste en un
espejo?! ¡Estás toda golpeada, mamá!

—Son gajes del oficio, Diego.

—¡Gajes mis putos huevos! ¡Dame el maldito nombre o te juro que yo mismo lo buscaré!

—No harás nada —sentencia cubriéndose con la sábana. Luce tan indefensa, tan dolida y
algo dentro de mi pecho se rompe—. Lo denuncié, ¿ok? Yo me encargué de eso.

—No te creo.

—Hazlo. Ness me acompañó a la delegación.

—¿Y lo encerraron? —no responde y eso me hace apretar la mandíbula—. Responde, mamá.
¿Lo encerraron?

—Es hermano del comisario…

—¡Por una mierda!

Doy un golpe a su puerta y salgo apresurado de su habitación hacia la mía para buscar las
llaves de mi camioneta. Esto no puedo hacerlo en una motocicleta, ocupo un vehículo
grande.

Los gritos de mamá me dicen que no haga nada, pero no le hago caso porque salgo
embravecido de nuestra casa para abordar la camioneta. Ella sale con su sábana cubriéndola,
golpea el vidrio de mi ventana, pero no lo bajo.
—Diego, por favor no vayas. No vale la pena —busca convencerme, su voz saliendo rota,
asustada—. Hijo, bájate de ahí. Hablemos.

—¡Él debió pensárselas antes de ponerte una sola mano encima!

—F-Fue un accidente.

—¡A todo perro con ese hueso, Beatriz!

Acelero saliendo de la colonia rumbo a la delegación que conozco. Cada porción de mi


cuerpo arde ante la bravía colera que se arremolina en mis venas y órganos, es inaceptable
que dejen libre a un bastardo que golpea a mujeres, pero más inaceptable es que el propio
comisario le solape los crimines a su hermano.

Ambos se van arrepentir de lo que le hicieron a mi madre.

↭✾↭✾↭✾↭✾↭

Por la mañana despierto temprano para digitalizar mi boceto. Me lleva dos largas horas en
hacerlo en 3D, le doy unos ajustes y le mando un mensaje al dueño de la casa quien me pide
una cita para presentarle lo que hice. Es así como me enfrasco en una larga charla con el
abogado haciendo pequeños cambios en la casa para su familia. Hablamos de precios y
enlazamos a mi jefe del despacho quien acepta a que yo me encargue de absolutamente
todo, desde la búsqueda del terreno como de los materiales y albañiles necesarios para
construir la casa.

—Entonces así quedamos, señor Santana —dice Frank Montgomery, mi jefe y dueño de
Montgomery Architecture Enterprise, MAI para más corto, desde la videollamada—. Mi
Ingeniero constructor Diego Cantú será el encargado de monitorizar y ayudar a que la casa
de sus sueños quede en perfectas condiciones.
—Eso es excelente —responde el abogado—. Ahorita mismo les hago el depósito para
asegurar a su hombre, Montgomery. No quiero que nadie más intervenga en esto.

Que me deseen como Ingeniero constructor me infla el ego.

—Descuide, Cantú no se irá con nadie más. Tenga bonito día. —El abogado se desconecta
de la llamada por lo que me quedo con mi jefe—. ¿Escuchaste, Cantú? ¡Esta es tu gran
oportunidad! Si haces buen trabajo ya tienes tu lugar asignado en MAI.

—Créeme, Frank, ese lugar será mío así que ve ordenando a hacer mi portanombres de
vidrio.

—Tan confiado como siempre, Cantú.

—Obviamente —echo a reír—, conozco mi talento y alcances. Te recuerdo que hice un hotel
en Monterrey, Nuevo León y una cárcel en Tamaulipas para el hijo del presidente mexicano
—alardeo de mi trabajo porque sé que es excelente y Esteban Morgado da prueba de ello.

—Razón por la cual me impresionaste con tu curriculum. Por eso digo que si haces esto bien
serás mi socio, no mi empleado. Tienes potencial y yo pienso ayudarte a ser el mejor
Ingeniero constructor que tenga Estados Unidos.

—Lo seré, Frank, lo seré.

Mi jefe se despide recordándome que le hable a Catia ya que no se ha reportado con el


boceto que le ordenaron hacer sobre un cine, acepto hacerlo ya que ella es mi mejor amiga.

Finalizo la llamada cerrando mi laptop y salgo de mi habitación para encontrarme a Ness


corriendo por el pasillo. Está en pijama, su cabello luce muy alborotado y tiene expresión
somnolienta. Echo a reír.
—Deja adivinar, princesa —la freno con mi voz—, olvidaste colocar la alarma.

—¡Sí! —chilla con pleno enojo, inflando sus mejillas—. Se supone que la había puesto, ¡pero
resulta que era PM y no AM! ¡Llegaré tarde a mi primer día de clases, Diego!

—Cámbiate que te llevo en la moto —le digo guiñándole el ojo, Vanessa se ruboriza y viene
para abrazarme. Dejo un beso en su coronilla.

—¡Eres el mejor hermano mayor del mundo!

—Soy tu único hermano mayor, princesa.

Vanessa ríe, se alza para besarme la mejilla y sale corriendo a su pieza al tiempo que un
amargado Alí sale de su habitación. Su cabello está disparado en diferentes direcciones y
mira a los alrededores como si quisiese matar a alguien.

—Buenos días, gruñón —espeto y Alí, mi hermano menor, me saca el dedo medio antes de
ingresar al baño—. ¡Dormí muy bien, gracias por preguntar!

Mi hermano es algo raro. A veces siento que me odia o que no le agrado, mamá dice que
solo está atravesando una etapa adolescente algo intensa ya que ni a ella le habla tanto, es
más de comunicarse con mi princesa, la confianza que hay entre ambos es algo que envidio,
aunque nunca admitiré esto en voz alta.

Voy a la cocina para prepararme un café, busco alguna dona en el refrigerador y encuentro
media. Entonces recuerdo que anoche me levanté a darle una mordida.

Mamá aparece en mi campo de visión, está ya vestida y con toneladas de maquillaje encima.
Mi apetito merma porque odio que toquen a las mujeres de mi familia. La sangre me hierve
como ácido cada que pienso en ellas siendo lastimadas.
—¿Descansaste? —pregunto viendo como saca un yogurt del refrigerador.

—Un poco. Me molestaba la cadera.

Aprieto la mandíbula, seguro ese bastardo que ahorita debe estar hecho cenizas junto a su
hermano, la golpeó en esa zona más de una vez.

—¿Te llevo al doctor? Tengo libre y me han pagado —miento ante esto último. La verdad
no he recibido mi sueldo aún, pero cuento con el dinero que gané en las peleas y con eso
es más que suficiente. Ella ya debió verlo anoche.

—No quiero importunar, hijo —dice con vocecilla apagada, dolida. Me trago las palabras
que deseo decirle, en cambio, suavizo mi expresión.

—Jamás me vas a importunar, mamá.

—Pero el dinero…

—Es mío y quiero invertirlo en tu salud. ¿Algún problema con eso?

Mamá baja su cabeza y niega. Dejo mi taza de café sobre la mesa y camino hacia ella para
abrazarla. Mamá empieza a sollozar lo cual no me gusta. Cada que ella o mi hermana lloran
algo en mi cabeza se fragmenta desatando monstruos y demonios que no puedo apaciguar
ni fumando. La apretujo contra mi cuerpo y beso su corinilla.

—Extraño tanto a tu papá… —me dice entre hipeos lo cual me hace sentir culpable ya que
si él no está con ella es por mi culpa. Yo le alejé al amor de su vida. Yo soy el puto culpable
de que mi familia esté rota.

—Un día lo tendremos con nosotros, ya he contactado con otro abogado, le conté el caso y
dijo que en cuanto ponga pie en el país me va a buscar, solo es cuestión de esperar.
—No es justo que tú te hagas cargo de eso, Diego —murmulla alejándose un poco, limpio
sus lágrimas con mis pulgares—. Yo soy la adulta, él es mi marido, soy yo la que debe
conseguir ayuda.

—Somos un equipo, mamá. —Acomodo un mechón de su cabello tras su oreja—. Y juntos


saldremos de esto, te lo juro.

Mamá ya no dice nada, su llanto no se lo permite. En cambio, dice que irá a buscar sus
documentos falsos ya que papá nunca tuvo la oportunidad de arreglarle para que obtenga
la ciudadanía y yo no pude pedirla. Me siento frustrado con el hecho de no poder hacer
nada para que ella obtenga sus papeles americanos, mi única esperanza es que papá, al ser
su marido, la ayude, pero lo veo complicado por su récord.

Vanessa aparece en la cocina al cabo de minutos y juntos salimos al estacionamiento para


abordar mi Harley.

—¿Nerviosa, princesa? —pregunto mientras salgo a la carretera y nos escabullo entre el


tráfico matutino. Andar en la moto a estas horas es un verdadero placer.

—Realmente no —ríe—. Estoy emocionada porque iniciaré una nueva etapa con mis mejores
amigos. ¿Sabías que estoy en la misma clase que Frida y Kevin? ¡Esto será asombroso!

—Entonces la pasarás demasiado genial.

—Ya lo creo. Aún debo buscar en qué club ingresaré.

—¿Qué opciones tienes?

—Periodismo, baile, música y… fotografía.


—La última definitivamente grita tu nombre —digo inmediatamente porque si algo ama mi
hermosa hermana es sacar fotos. Tiene incontables álbumes de cosas que retrata e
inmortaliza. Es buenísima.

—¿Crees que debería intentarlo? Siento que soy muy novata —su tono está lleno de tintes
de inseguridad, algo que no me gusta porque si alguien es experto con la cámara, es ella.

—Tú tienes de novata lo que yo tengo de católico —mis palabras la hacen reír, sonrío—.
Inténtalo, princesa. Si no te sientes cómoda puedes cambiarte de club o simplemente no
asistir a uno, tampoco es obligatorio.

—Sé que no, pero quiero dejar de ser tan encerrada sabes. Ser asocial no es cool.

—Eres la persona más sociable que conozco, Ness —digo un hecho que he visto con mis
ojos. Ella bufa—. Solo fíjate en cómo interactúas con los clientes de tu trabajo, ¿crees que
una asocial haría eso? Definitivamente no.

—Es que mis clientes son a todo dar, siempre traen chisme delicioso —ríe y me aprieta más
de la cintura—. Tan solo no quiero repetir lo de la prepa, Diego. La soledad es algo que no
debería existir en la vida. No digo que estar solo sea malo, sino que en el entorno escolar es
raro y deprimente. Imagina que Frida y Kevin se enfrasquen en sus actividades y me toque
comer sola otra vez en la cafetería. Imagina que ellos hagan más amigos y me hagan a un
lado. Yo no podría con eso.

—¿Entonces estás intentando decirme que pertenecer a un club es tu escape a la soledad y


el plan B en caso de que tus amigos te abandonen por otros?

—Pues sí. Básicamente es eso —confirma sin temor alguno y eso me enoja.

—Estás mal, princesa. Muy pero muy mal. —Me detengo en un semáforo rojo y la miro por
el espejo—. Si vas a entrar a un club es para pasarla bien y aprender, no para buscar
sustitutos de algo que es normal. ¿Y qué si buscan amigos nuevos? Dudo mucho que te
hagan a un lado, ustedes tienen una maravillosa amistad y apuesto mi salario que buscarían
la forma de congeniar. Ahora, todos le tenemos miedo a la puta soledad, esa mierda es
como una larva que te infecta y daña haciéndote sentir miserable, paranoico, ansioso y
depresivo, pero debes aprender a encontrarle su lado bonito. No porque tengas miedo a
estar sola vas a obligarte a hacer cosas que posiblemente no te gusten.

Mi hermana se queda en silencio durante largos minutos dónde me replanteo si fui muy
duro con ella, pero realmente solo soy honesto. Sé lo que le ha costado salir de su caparazón,
la ha pasado mal desde aquel incidente en su cumpleaños número dieciocho, pero
lamentablemente debe continuar, encontrar soluciones no lugares en donde esconderse.

—Tienes razón —me dice al cabo de minutos—. Gracias por tus palabras, Diego. En verdad
eres un buen hermano. Te quiero.

—Solo quiero lo mejor para ti, princesa.

Diez minutos es lo que tardamos en llegar. Mi hermana se despide de mí con un beso y sale
corriendo al interior de su colegio encontrándose con su escandalosa amiga de cabello
morado quien suelta un grito muy energético al verla. Me es imposible no detallar sus
muslos ya que la falda que tiene Frida es demasiado corta. Recuerdos de cuando me la cogí
vienen a mi cabeza. Es una excelente chica, y una buenísima amante.

Salgo de aquí para ir a casa por mi mamá y Alí a quien vamos a dejar a su escuela. Cuando
somos nada más nosotros dos, ella vuelve a llorar.

—Tranquila, mamá. Todo saldrá bien —la consuelo, pero no sirve de nada porque llora más.

—Estoy embarazada, Diego —espeta abruptamente y el puto mundo se me detiene.


Termino frenando en plena avenida para verla. Varios carros me suenan el claxon, pero me
vale mierda.

—¿Qué has dicho?


—Que estoy preñada y… ¡Y no sé ni quién es!

—Mierda. ¿Estás segura? —Mis ojos se abren en asombro, horror, no sé.

—Me hice la prueba anoche. Salió positiva.

—Joder…

No sé cómo sentirme, esto es algo que no esperé. Es decir, mamá no es tan vieja que
digamos, pero a su edad un embarazo es riesgoso. Además… ¿otro hermano? No me agrada
la idea de tener un hermano bebé en casa. ¿Y mi papá? Mierda, mi papá. ¿Cómo le va a decir
a mi papá que espera hijo de otro? Definitivamente esto tiene que ser una pesadilla.

—Voy a abortarlo —me dice, muy segura de su decisión—. Anoche miré vídeos sobre un té
para que el feto se me venga y…

—Nada de tés, mamá —la regaño y ella tiembla—. Iremos con la tía Rebecca para que te
recete una píldora abortiva y ya está.

—Es más dinero…

—¡Y una mierda, mamá! —grito finalmente, enfrentándola—. Ya deja de preocuparte por el
puto dinero que para eso me tienes a mí. Soy tu maldito hijo y el hombre de esta familia
desde que papá está lejos, entiende que no me pesa soltar billete que para eso tengo un
buen trabajo. Así que ya basta, si hago esto es porque eres mi madre y te amo.

—Solo estoy siendo un estorbo en tu vida…

—Claro que no lo eres, ¿de dónde sacas semejante pendejada?


—Es la verdad…

—¡Será en tus sueños porque no es la realidad! —aseguro y tomo sus manos heladas. Mamá
solloza un poco más fuerte—. Eres la mujer más fuerte que he conocido. Has sabido criar
muy bien a mis hermanos y has buscado la manera de traer comida a la casa incluso cuando
la migra te respira en la nuca. Has dado todo por todo para que no nos falte nada y es justo
y necesario que te dejes ayudar, ¿vale? En verdad lo hago con muchísimo gusto.

—Pero hijo…

—Pero nada, mamá. Deja de buscar cosas dónde no las hay.

Beatriz, la mujer que me parió, guarda silencio otra vez y eso es algo que me desagrada de
ella. Piensa que es un estorbo cuando no lo es. La familia está para apoyarse en las
dificultades y eso es lo que hago, incluso si no estuviéramos en esta situación la seguiría
apoyando porque a mí jamás me faltó nada. Que me haya descarrilado ya fue cosa mía, no
de ella.

Llegamos al hospital donde trabaja mi tía quien es ginecóloga. Pasamos primero a un


chequeo general donde afortunadamente le dicen que no tiene la cadera dislocada. Le
recetan unos medicamentos junto a una pomada y reposo. También la anotan para una cita
dentro de una semana para ver cómo va su dolor. Una vez terminado vamos con mi tía, ella
entra sola, yo espero en la pequeña salita. Saco el móvil y abro el chat de Aneth.

Diego: ¿Me ayudarías a diseñar algo?

Le pulso a enviar y me sorprendo cuando miro que lo mira inmediatamente. Una pequeña
sonrisa aparece en mi boca.

Aneth: ¿Qué obtengo a cambio?

Diego: Mmmmm, no lo sé. ¿Qué deseas?


Aneth: Una cita vía online. Con pizza.

Diego: ¿Una cita?

Aneth: Sí, ya sabes. Hacemos videollamada, platicamos y cada uno come de su pizza
fingiendo que estamos en el mismo lugar.

La sugerencia es demasiado rara, ni siquiera soy hombre que tiene citas en la vida real, mis
únicas citas con sexuales, nada más. Pero estoy dispuesto a hacer una excepción por ella.

Diego: Vale, acepto. ¿Te parece si discutimos la ayuda que me brindarás en la cita?

Aneth: Sí. ¿Mañana en la noche?

Diego: Mañana en la noche será, Aneth.

Aneth: Bien. Hasta mañana, Diego.

Aneth: ¡Compra pizza de pepperoni! Y una soda. Frituras también.

Echo a reír ante sus peticiones, pero acepto a todas ellas ya que se me antoja. Debo admitir
que la dichosa cita me resulta demasiado entretenida, solo espero que la maldita cría no me
deje plantado o vuelva a colgar porque soy tan capaz de viajar a su país para enfrentarla
porque el que juega conmigo no sale invicto.
Capítulo 12

Glía

Gateo en la pequeña jaula sintiendo como el metal me lastima los raspones que tengo en
mis rodillas. Contengo las ganas de llorar porque si lo hago ese feo hombre vendrá otra vez
a lastimarme. Temblorosa me acerco a la reja para intentar alcanzar el pequeño tazón que
contiene agua sucia, probablemente contaminada, pero no me importa porque tengo
muchísima sed.

Hipeo y estiro la mano para alcanzarlo; celebro cuando logro tomarlo, pero me deprimo al
ver que no podré meterlo conmigo. Me debato en qué hacer, no puedo darme el lujo de
tirar esta valiosa agua, así que acerco mi cara lo más posible a la reja, medio borneo el tazón
logrando que gotitas de agua caigan en mi lengua. Tiene un sabor asqueroso, pero finjo que
es agua limpia y destilada, solo así soy capaz de tragarla.

De pronto abren con brusquedad la puerta de esta habitación y del miedo tiro el tazón
mientras me orino encima porque mis esfínteres es algo que no puedo controlar del pavor.

Ingresan a otro chico, uno de ojos verdes, pelo negro y tatuajes en el cuello. Cuando nuestras
miradas conectan vislumbro el dolor, la agonía y desesperación.
—Todo estará bien, Ariel —le murmuro, pero él simplemente rompe en llanto al ver cómo
lo sientan en esa fea silla para amarrarlo con pesadas cadenas que lo inmovilizan. Para
obligarlo a ver algo que jamás pidió mirar.

Aquel sujeto, ese que nos secuestró a todos, viene a mí. Abre la jaula para sacarme y como
perrito me pone en el piso desnivelado de este asqueroso lugar que huele a moho,
desperdicios alimenticios y fluidos corporales. Mi anatomía entera tiembla porque sé lo que
pasará, es algo que simplemente no debería ni conocer, pero lo hago y eso me entristece.

Mis ojos sueltan tantas lágrimas cuando aquel hombre se coloca tras de mí, entonces busco
pensar en otra cosa, en cerezas y pasteles, en caramelos y gomitas. Sí, eso es mucho mejor,
es una realidad bonita, tierna e inocente.

Me pierdo durante minutos, o tal vez horas, lo cierto es que cuando traen a otro espectador,
ya no puedo sostenerme en mis rodillas. Puedo ver incluso mis huesos de la rodilla. ¿Se
infectará? ¿Tendrán que amputarme las piernas? Ojalá no. Si me las amputan jamás podré
bailar ballet, y yo quiero ser la mejor bailarina del mundo, pero… ¿las bailarinas también
pasan por esto? No lo sé, pero lo cierto es que entristezco cuando unos bonitos ojos zafiro
me ven con horror. De todos los que estamos aquí, con él me siento más avergonzada.

—¡Déjala, por favor! ¡Házmelo a mí, pero a ella déjala! —suplica mi cerezo, logrando que mi
corazón lata fuerte, vivo, energético. Es un latido que me hace concientizar de que sigo viva
porque solamente los cobardes se mueren, y yo no soy eso.

Sin embargo, ya me cansé de ser valiente.

Ya no quiero más esta tortura.

—Estoy bien, cerezo —le digo la mentira que me repito día a día, intentando sonreír, pero
el dolor no me deja hacerlo—. Todo estará bien… Solo… Solo imagina que es una pesadilla.
Pronto despertarás. Pronto despertaremos todos.
Entonces pierdo la conciencia, pero escucho muy fuerte cuando él suelta el peor grito que
alguna vez escuché cuando aquel hombre me vuelve a romper.

♥•̩̩͙̩̩͙⁺゜♥•̩̩͙̩̩͙⁺゜♥•̩̩͙̩̩͙⁺゜♥•̩̩͙̩̩͙⁺゜♥•̩̩͙̩̩͙⁺゜♥•̩̩͙̩̩͙⁺゜

El bullicio de los invitados especiales en el set me tiene irritada. No pretendía venir, pero mis
hermanos dijeron que no podía quedarme sola en casa ya que Darío y Yamelí saldrían a otra
ciudad para la clínica psiquiátrica donde se atiende esa mujer. Intenté convencerlos de
dejarme, incluso mencioné que Gerardo podría venir, pero se negaron. ¿Y cómo no? Si Aries
les dijo que el padre de mi novio fue quien generó todo ese desmadre en la carretera, así
que, si antes lo odiaban y deseaban mantener lejos de mí, ahora más.

Quisiera odiar con mis fuerzas al hombre de la gallina, pero estoy muy tranquila para hacerlo.
Mis emociones están embotelladas gracias al medicamento que me tragué apenas
amaneció, era eso o sufrir ataques de ansiedad estando rodeada de una grande multitud.

Me remuevo en mi asiento viendo como la presentadora del noticiero entrevista a mis


hermanos y sus amigos. Los siete lucen guapísimos pese a que llevan ropa casual, ni como
digan que los mexicanos no destilan hombría y hermosura.

—Así que A7… —empieza ella, sonriendo—. ¿Cómo surgió la idea de juntarse para crear una
banda rock/pop mexicana? ¿Siempre tuvieron en mente que deseaban formarla o vino como
una fiebre espontáneamente?

Aries es quien se inclina hacia adelante y sé que hablará.

—Fue un pasatiempo —dice con una nostálgica sonrisa—. De hecho, al inicio éramos solo
cuatro; Adrik, Apolo, Aquileo y yo. Tocábamos sin baterista y tampoco contábamos con un
vocalista, así que la música era más una melodía sin letras.
La entrevista de mis hermanos y su banda continúa, pero yo me pierdo en mis pensamientos
donde un apuesto Ingeniero constructor de ojos ámbar aparece. Diego es el tipo de hombre
que desearía a mi lado. Es decidido, inteligente, sabe leerte sin problema alguno y también
algo mandón lo cual, si debo ser sincera, me prende. Grita protección y dominancia en todo
su esplendor, algo que no creí capaz de mirar en alguien y saber que en unas horas
tendremos una cita virtual me emociona pues raramente está convirtiéndose en un lugar
seguro cuando no debería ser así.

Realmente no sé ni por qué sugerí tal cosa, pero me alegra que haya aceptado sin darle
vueltas al asunto. Suelto un suspiro cargado de completa relajación y cierro mis ojos para
dormir un rato. Creo que sí termino más que perdida pues, al abrirlos, ya no hay personas a
mi alrededor, solo un curioso pelirrojo que me observa como si fuese lo mejor de su vida
pese al asco que verdaderamente soy. ¿Cómo puede seguirme mirando con tanto amor
cuando le tocó experimentar todo aquello? ¿Cómo puede siquiera hablarme?

—Te dormiste —me dice Akiva, estirando su mano para tocar la mía. Empieza a jugar con
mis dedos tal como lo hacía cuando recién llegaba a esta familia—. ¿Anoche descansaste?

—No muy bien, tuve pesadillas.

Mi hermano se tensa tanto que incluso su movimiento cesa. Noto como sus ojos azules se
oscurecen y no sé si lo que miro es enojo, tristeza o preocupación. Akiva se pasa al asiento
donde estoy para abrazarme. Huele a menta e incienso. Deja un beso en mi frente, borrando
así el turbio recuerdo que nunca esperé que se detonara aquí.

—¿Quieres hablarlo?

—Prefiero no hacerlo. Estuvo... Horrible.

Además, platicarlo solamente perpetua mi dolor. Mi único deseo es olvidar lo que ahí pasó,
nada más, pero a veces siento que es complicado ya que ni mi psiquiatra me ha ayudado, o
tal vez no veo mejorías porque realmente a lo único que voy es a que me recete
medicamento pues ilusamente creo que estar entumecida solucionará mis traumas.
«Sabes que no. Lo que necesitas es hablar y soltar».

Pero para hacerlo debo revivir ese infierno y no gracias.

«Cobarde».

—Entonces no hablemos de cosas feas —me dice, regalándome una cálida sonrisa—, mejor
dime, ¿a cuál pizzería te llevo?

Cierto. En la mañana le comenté que deseaba pasar una noche bonita conmigo misma
donde pretendo complacerme comiendo cosas grasientas y viendo películas. Claro está que
es medio mentira y medio verdad pues no pretendo decirle que estoy hablándome con un
extraño que conocí en la televisión y después en la red social.

—A la que sea —le digo poniéndome de pie—, solo que esté rica.

—Conozco una donde venden hasta pizzas italianas.

—Entonces llévame a esa.

Akiva asiente, me da un beso fugaz en la nariz y nos encaminamos tomados de la mano al


exterior donde noto a mis demás hermanos y sus amigos esperándonos frente a una
caravana de camionetas llenas de guaruras. Ni el presidente mexicano tiene tanta seguridad
como A7.

—Oye, cerezo.

—¿Mmmm?
—¿Qué pasó con los cuerpos de mis guardaespaldas? —Alzo el rostro para verlo. Es tan
hermoso y es una lástima que aquel día hayan tirado manchas negras sobre su consciencia.

—Aries mandó a recoger sus cuerpos, los sepultamos anoche que dormías —me dice y
asiento. Es una pena que hayan muerto por mi culpa.

«Mínimo siéntete mal, hipócrita. Llórales», dice esa macabra voz en mi cabeza, pero niego.
Gastar lágrimas no va conmigo, menos cuando me siento tan mal por mi pesadilla.

Seguimos caminando hasta la camioneta, Akira mira con recelo nuestras manos unidas y
Adrik simplemente me observa con una interrogante. Está por hablar cuando un pequeño
rubio de ojos azules salta de la camioneta para abrazarme de la pierna.

—¡Tía Ga! ¡Te mimiste! —Una risita escapa de mi boca mientras lo cargo. Aspiro su aroma a
bebé. Gabriel siempre logra relajarme.

—Tenía mucho sueño, Gabu.

—¿Y si mimimos juntos? —propone, sus ojitos abriéndose en emoción, abrazándome tan
fuerte antes de soltarme besitos en el rostro. Mis lágrimas se aflojan ante el amor que me
da cuando no lo merezco. No soy buena chica, estoy rota, y las rotas no merecemos ni cariño.

—No lo sé, precioso. Pregúntale a papi.

Entonces el rubiecito se gira abruptamente para ver a Adrik quien nos dice que entremos a
la camioneta. Me acomodo con Gabriel sobre mi regazo abrochando el cinturón de
seguridad.

—Papi.

—¿Qué pasa, Gabu?


—Quelo mimir con tía Ga hoy —explica con emoción haciéndolo sonreír.

Adrik es algo complicado. A veces anda feliz, a veces enojado y a veces tan melancólico que
duele. Sus amigos dicen que es porque está soltero, pero más bien creo que es mi culpa.
Después de todo fue a la cárcel por defendernos.

Soy una desgracia andante, tal vez debería alejarme de ellos porque todo lo que toco lo
pudro.

—Si ella te quiere en su cuarto, pues hazlo —responde mi hermano mirándome con
interrogación a lo que asiento. Total, Gabriel se duerme apenas toca el colchón, o eso espero.

El pequeño rubio empieza a gritar con emoción antes de lanzarse a los brazos de su padre
a celebrar. Adrik suelta una risa regresándole el gesto. Pese a todo es buen padre soltero. A
su hijo jamás le ha faltado nada, ni comida, ni ropa, ni techo, juguetes o amor. Gabriel es
muy afortunado de haber nacido en un seno familiar que, pese a los baches, jamás lo han
hecho sentir mierda como Yamelí conmigo.

Llegamos a la pizzería que dijo Akiva, me ordena dos cajas para mí solita y mientras me las
entrega para dejarlas sobre mi regazo me visualizo comiéndolas para después irlas a vomitar
ya que dejar grasa en mi cuerpo es dañar la fea imagen que tengo. Aquel día en que platiqué
con Diego en la ducha no pude vomitar, por ende, la grasa se quedó en mi cuerpo y me
recriminé tanto que terminé autolesionándome, ya sabes, un pequeño castigo por dejar más
de una hora pasar antes de expulsar el alimento. Esa es mi regla, si en ese tiempo no expulso
la comida alta en calorías, me lastimo. Sé que está mal, pero eso me recuerda que debo
llevar una vida saludable.

A casa del saxofonista llegamos casi al anochecer. Tan pronto bajo de la camioneta salgo
corriendo a la habitación que me prestaron, dejo las cajas de pizza sobre el buró, después
bajo por un refresco, frituras y vuelvo a subir. Los chicos apenas vienen entrando y
sorprendentemente Gabriel ya está dormido.
—Si quieres déjalo en mi cama —le digo a mi hermano, pero Adrik niega.

—Akiva me platicó de tu cita, así que disfrútate, yo cuidaré de él.

—¿Seguro?

—Sí. Descansa bien, ¿quieres? Mañana nos iremos a la casa.

Le doy las buenas noches y subo corriendo las escaleras para dejar el refresco. Rebusco mi
toalla, me doy una ducha fugaz para luego ya sentarme en medio de la cama a esperar la
llamada de Diego. El corazón lo tengo a mil, estoy emocionada. Mi teléfono vibra y gustosa
respondo, pero me llevo una grande desilusión.

—Gerardo…

—Hola, hermosa.

El hecho de que su voz se escuche ronca y apagada, me alarma.

—¿Qué tienes? Por qué… ¿Por qué te escuchas así?

—Nada de importancia, Glía —intenta sonreír, pero no puede. De hecho, lágrimas empiezan
a escurrirle de las mejillas antes de que un poderoso llanto lo someta al grado de hacerlo
quebrarse cómo nunca lo había visto—. T-Te necesito… ¿En dónde estás?

Mentir o decirle la verdad, ese es mi dilema y opto por la segunda opción porque él siempre
ha estado para mí, es justo que yo esté para él. Así que le mando la ubicación, algo que ya
sospechaba por razones que desconozco, pero en cuestión de dos horas lo estoy ayudando
a escabullirse dentro de la casa de su tío. Un mensaje llega a mi móvil, es Diego.
Glía: Lo siento. Me surgió un inconveniente y no puedo estar pegada al móvil. ¿Lo dejamos
para otro día?

Pero el Ingeniero constructor no me responde, me deja en visto y eso me duele, pero soy
realista, mi novio está primero, está aquí conmigo y ese hombre no.

Arrumbo el móvil en mi mochila sintiendo punzadas de evidente dolor en mi pecho, algo


raro que decido obviar. Echo pestillo a la puerta y abro cuidadosamente la ventana para
dejar a Gerardo entrar. Apenas lo hago se abalanza sobre mí besándome con tanta urgencia
que le correspondo para hacerlo sentir bien. Con una abrumadora necesidad nos hace
retroceder hasta caer en la cama, el miedo se me dispara cuando me separa las piernas al
tiempo que mi corazón rebota del pánico en mi caja torácica.

Sudor goteando sobre mi espalda.

Manos apretando mis caderas.

Gruñidos asquerosos penetrando mi oreja.

Duros embistes que me hacen gritar y llorar.

Suplicas y más suplicas.

Intento apartarlo, de hecho, incluso pataleo porque no me gusta esto, odio esto. Mi corazón
empieza una lucha junto a mis pulmones. Externalizo que necesito que se aleje de mí, pero
no lo hace, eso me asusta demasiado.

—Te necesito… —murmura esparciendo besos por mi mejilla, cuello, hombro. Suelta una
pequeña mordidita que me hace respingar. Sus manos se meten bajo el camisón negro que
me compraron y le clavo las uñas en su piel.
—Gerry no…

—Por favor —solloza y esconde su rostro en la curva de mi hombro y cuello, su mano


serpenteando hasta mi intimidad. Me congelo—. ¡Por favor! ¡Te necesito tanto, Glía!

—N-No quiero… Mejor hablemos.

—¡No quiero hablar! ¡Te quiero a ti!

—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Hagámoslo! —cedo al mirarlo tan descompuesto, al sentir que no
lograré apartarlo de mí porque está decidido, y es mejor decir que sí a decir que no y sufrir
brutalidades.

Tomo su rostro entre mis manos y lo beso con una euforia que no siento. Gerardo tiembla
con dolor al tiempo que remueve mis bragas para luego sacarse el miembro semi erecto.
Todo es tan rápido que no logro registrar nada más que él penetrándome para mermar su
dolor. Uno, dos, tres, diez, quince…, pierdo noción de las estocadas que me da donde me
folla mientras yo solo me quedo tensa, sin una pisca de deseo en mi cuerpo, con náuseas
amenazando con salir de mi boca, pero internamente me digo que estoy haciéndolo por él
porque me necesita. Soy su novia, ocupa de mí, de mi cuerpo, eso no es delito, no es como
aquellas veces, esto es normal, es sano. Tiene que ser sano.

Repito este repertorio de palabras y le beso el rostro con mimo, pero de forma robótica,
buscando sentir algo de eso que todos llaman lujuria y pasión, pero nada, no viene nada
más que aversión, asco, tristeza. Cuando acaba se deja caer encima de mí para luego
girarnos. Quedo sobre su pecho volviendo a sentir como arremete contra mí. Solo escondo
mi rostro entre su pecho sintiendo incluso ya dolor porque los recuerdos se desatan. Mis
propias lágrimas se aflojan generando un macabro huracán donde no puedo gritar ni
defenderme de alguien que no me está hiriendo porque he dicho que sí.

El amanecer llega así, él liberando sus demonios y yo sintiéndome una muñequita sucia.
—Mi mamá ha muerto —espeta a las 05:59 de la mañana, mi cuerpo entero, ese que está
lleno de sudor y semen, se tensa—. Papá la… Él la…

Mis ojos se abren en horror al comprender lo que desea confesarme y nuevamente el diluvio
le moja las mejillas y a mí también porque su dolor me duele. Lo abrazo con fuerza buscando
arrebatarle la mezcla de odio y confusión que seguramente siente en su pecho.

—Lo siento mucho, Gerry…

—S-Solo te tengo a ti… —hipea aferrando sus brazos en mi cintura—. Ya solo te tengo a ti,
Glía. ¡¿Qué mierdas voy a hacer?! Él quiere que me una a sus negocios, pero no lo deseo.
¡No quiero ser un delincuente como él, maldita sea! ¡Solo quiero ser un jodido chef!

—Vámonos —propongo alzándome sin importar que vea mi cuerpo desnudo, total, ya lo
manchó, ya lo tocó—. Vámonos y mandemos a la mierda todo. ¿Qué dices?

Las pupilas de mi novio se dilatan tanto que para cuando reacciono ambos estamos ya
vestidos y brincando la ventana para correr hacia el lugar donde hay un helicóptero. Mi
confusión es tanta que él no espera a que le pregunte nada, simplemente dice que se lo
robó a su padre quien lo tenía en una finca.

Abordamos el ave, me trago el miedo y pronto estamos volando la ciudad donde se quedan
atrás aquellos que vivieron un calvario conmigo hace un par de años.

Debo admitir que el pecho se me estruja, pero también me emociono porque al fin estaré
lejos de la tortura, al fin seré yo y solo yo.

Capítulo 13
Glía

Llegar al hotel es arrancarme una de las cadenas que se enrollaban en mi cuello. Miro con
incredulidad la habitación del hotel dónde nos hospedaremos. Gerardo me ha dejado aquí
sola, dijo que iría a comprar de comer y algo de ropa ya que, tan pronto amanezca,
tomaremos un camión a otro Estado. Como autómata me encamino a la cama donde me
dejo caer antes de romper a sollozar porque ahora soy libre, dejé atrás a mi familia, pero me
siento más rota que antes.

Saco el móvil de mi pantalón y veo la pantalla, nada. Diego no me ha respondido.

Mordisqueo mi labio inferior y le mando un mensaje sin razón alguna. Solo quiero saber de
él y su perfecta vida.

Glía: Escapé con mi novio en helicóptero. Soy libre.

Espero uno, dos, hasta tres minutos, pero nada. Bloqueo la pantalla cuando el campanazo
de un mensaje me acelera el corazón. Es él.

Diego: ¿Y cómo te sientes?

Su pregunta me toma por sorpresa y provoca una catatonia en mi sistema. De pronto mi


cuerpo es tan pesado que puedo sentir como voy hundiéndome en el duro colchón. La
confusión, la agitación e incluso mi ansiedad se me desbordan. Con manos temblorosas alzo
el móvil torno a mi oreja tras picarle a hacer llamada. Diego responde al primer tono.

—No lo sé…. —hipeo y me hago ovillo con la mirada hacia la puerta—. Yo… No lo sé, Diego.
Simplemente vi la oportunidad de escapar y lo hice, pero no cavilé nada y ahora me siento
rota, muy rota, demasiado rota y descocida.
—Entonces regresa con tu familia —susurra en un tono tan sosegante que mi respiración
agitada merma—. Las decisiones nunca deben tomarse de forma abrupta, hay que
premeditarlo, más cuando planeas hacer algo así, Aneth.

—Pero esto es lo que siempre desee.

—Y aun así estás llorando y lamentándote —dice un hecho que es verdad incluso sin
mirarme. ¿Cómo le hace? Me lee con demasiada facilidad—. La libertad no debe herir. Debe
sentirse como un puto respiro en medio de tanta asfixia, cómo un sorbo de agua en medio
del caluroso desierto.

—Pues yo siento que me ahogo y muero de sed, Diego.

El Ingeniero constructor se queda en silencio durante lo que parece una eternidad. Intento
frenar mi llanto, pero me es imposible ya que termino soltando absolutamente todo. Mi
niñez y mi oscura adolescencia se filtran cómo un filme cinematográfico haciéndome sentir
una vorágine de emociones que me aplastan el pecho, el alma y la mente tirando tanto de
los hilos que me mantienen integra.

—¿Cuál es tu sueño? —pregunta Diego, sacándome de mi ensoñación funesta—. Háblame


de ti, Hada. Platícame tus anhelos, sedúceme con tus palabras y vuela conmigo un rato lejos
de tu realidad. ¿Qué dices? ¿Vienes conmigo a un mundo utópico por vía telefónica?

Inspiro demasiado hondo y relajo los músculos buscando irme a una realidad bonita.

—Quiero ser bailarina de ballet —confieso por primera vez en años, él no me interrumpe,
me insta a seguir hablando—. Ansío ser reconocida no por mi asqueroso físico de barril
deforme, sino por lo que puedo lograr incluso cuando estoy envuelta en grasa y lonjas.
Quiero hacer piruetas, coreografías, empaparme de música, de sentimientos lindos, de
intensidad, de sutiles movimientos… Quiero escuchar como aplauden ante mi excelente
performance, quiero escuchar como gritan mi nombre, quiero escuchar cómo me felicitan
por mi arduo trabajo con las zapatillas encima de un escenario y quiero encabezar revistas
artísticas, salir en entrevistas televisivas, tener mi propio momento de fama a raíz de lo que
amo, pero no me dejan tener.
—¿Quién no te deja tener eso, Aneth?

—Mi mamá, la sociedad, mi dañada mente y mi asqueroso cuerpo. Yo no… —la voz se me
quiebra al tiempo que un potente sollozo escapa de mi garganta—. No tengo el cuerpo que
las bailarinas tienen, Diego. No soy delgada ni menudita, soy fea, estoy asquerosa y llena de
grasa. ¡Y sé que está mal odiarme como lo hago, pero es inevitable! —Mi respiración para
este punto está demasiado agitada al igual que mi corazón. Ya ni siquiera me importa
abrirme a él sobre mi pasión frustrada, total, me he resignado a que jamás lo veré, solo es
mi amigo virtual, nada más—. ¿Por qué el querer seguir nuestro sueño tiene que ser tan
complicado? ¿Por qué somos nuestro propio enemigo?

—¿Siempre te autosaboteas así? —cuestiona, no como reproche, sino con preocupación,


una que no debería sentir por mí ya que no la merezco.

—Sí…

—Mira, no pretendo decirte que no lo hagas porque ni me harás caso y ni es mi asunto, lo


que sí puedo aconsejarte es que empieces a ver lo positivo en tu vida, porque entre más
busques la negativa a algo, entre más te autosabotees, más hundida estarás. Y si realmente
deseas conseguir tu sueño no puedes permitirte caer al pozo de la eterna depresión, Aneth.

Realmente quisiera saber qué responderle, pero escucho como intentan abrir la puerta de la
habitación por lo que rápidamente escondo el móvil bajo la almohada sintiendo el corazón
en la garganta. Gerardo aparece con las bolsas de las compras.

—Lamento la tardanza, hermosa. Pero el cocinero tardó mucho en hacer la comida.

—No te preocupes, Gerry —le digo y discretamente limpio mis lágrimas—. ¿Conseguiste
ropa?
—Sí. De hecho, el hotel tiene una boutique. Te compré un neceser con lo básico, un pijama
y ropa cómoda para mañana. —Mi novio me entrega las cosas e intento no mirarlo, no
quiero que descubra que la pasé llorando—. También adquirí la pastilla de emergencia, Glía.

Apenas menciona eso me tenso por completo.

—E-Está bien. Ahorita me la tomo.

Con manos temblorosas la tomo, Gerardo me entrega la botella de agua para que la trague.
Entonces se hinca en medio de mis piernas y recarga su cabeza en mi abdomen.

—Lo siento mucho, hermosa.

—¿Por qué, Gerry?

—Sé que no deseabas tener sexo —me dice y mi cuerpo se torna como una piedra. El nudo
en mi garganta se forma—, pero lo hiciste para complacerme y en verdad lo lamento mucho.
No debí seguir, no debí pedírtelo en esas condiciones.

—No pasa nada —le aseguro, restándole importancia a un tema importante porque si lo
medito mucho, moriré otro poco—. Soy tu novia, lo hice porque te quiero y deseo verte
bien.

—Las cosas no se hacen así…

—Pero ya lo hicimos, Gerry, ¿qué más da?

—Siento que te viol…


—¡No digas eso! —me levanto abruptamente alejándome de él. Gerardo me observa con
ojos abiertos—. Fue consensuado, yo dije que sí, ¡yo dije que sí! En tu vida vuelvas a insinuar
semejante atrocidad.

—Glía…

—¡Nada! —grito y paso ambas manos por mi cabeza. Noto que estoy temblando—. Estoy
bien, estamos bien. Al fin consolidamos la relación, así que da igual.

Lo que resta de la noche no hablamos, solo nos la pasamos tirados en la cama, él en su lado,
yo en el mío. Cuando se duerme noto que mi celular se ha quedado sin batería. Lo pongo a
cargar, la pantalla se ilumina dejándome ver unos mensajes que me sacan lágrimas.

Diego: Los paraísos tienen matices y el tuyo ahorita es muy oscuro lleno de evasiones a
temas importantes, pero sé que un día lo esclarecerás.

Diego: Recapacita, duerme y si me necesitas solo márcame, estoy a solo una llamada de
distancia, An.

El diminutivo que usa para mi nombre me hace sonreír porque cuando no está en modo
mandón, es buen hombre.
Capítulo 14

Glía

Solía creer que la mala suerte era para aquellos que pasaban bajo una escalera, los que se
cruzaban con un gato negro o aquellos que rompían un espejo. Desgraciadamente nada de
eso me pasó, simplemente soy alguien que es perseguida por las cadenas del pasado y
esclavitud, es por ello que no me sorprende en lo absoluto ver a mis hermanos tras la puerta
del hotel que rentamos.

—Abran la puerta, sabemos que están ahí —dice Adrik, su voz sonando calmada, pero sus
golpes resonando en la madera de la puerta. Me aferro a la cintura de mi novio y tiemblo
como una rama de árbol en época de huracán porque no quiero regresar con ellos.

—Podemos huir... —propongo bajito, pero Gerardo niega porque sabe que estamos
acorralados. Salgamos por donde salgamos, ellos nos encontrarán.

—Estamos en el piso diez, literalmente nos mataríamos, hermosa.

—¿Entonces nos entregaremos a ellos así, sin más?


—No hay otra opción —me dice apartándome un poco para besarme y acomodarme la ropa
ya que hace minutos tuvo sexo con mi cuerpo. Yo no quería tener intimidad, pero él estaba
tan devastado que lo dejé descargarse porque eso es lo que hacen las novias, ¿no? Al menos
es la mentira que prefiero creer—. Si no lo hacemos van a tumbar la puerta. En el peor de
los escenarios reventarán la chapa con un balazo.

La simple mención de eso me asusta. Ya no quiero violencia que incluya pólvora. Resignada,
y sintiendo incomodidad en mi vagina por cómo me usó, camino a la puerta para abrirla.
Soy atropellada por Adrik, Akira y Akiva, este último se le avienta a Gerardo para molerlo a
golpes, intento detenerlo, pero mis hermanos me sostienen fuerte pidiéndome que no me
meta.

—¡Joder, para, Akiva! ¡Para! —le grito, no me hace caso. Él y Gerardo caen al piso en medio
de golpes y gruñidos que me alarman. Es cuando veo sangre que grito más fuerte al grado
de sentir ahogarme.

Aries entra a la habitación para detener al pelirrojo apartándolo de su sobrino. Gerardo no


luce ni una pizca de arrepentido, de hecho, tiene una expresión que jamás había visto en él:
rabia, pura e intensa rabia, la misma que miré en su padre cuando mató a aquel hombre en
su jardín. Un pitido macabro aparece en mi oreja.

—Ahorita mismo me explicarás por qué carajos hiciste eso, Gerardo —espeta el saxofonista,
arrastrándolo a la cama donde lo hace sentarse de mala gana. Adrik finalmente me suelta
por lo que aprovecho para ir con Gerry quien sangra de la nariz, labio y ceja. Con torpeza
busco algo con qué limpiarlo.

—Escorpio mató a mamá, tío. —Aries se queda de piedra y escucho como alguien tras de
mí exclama—. Y solo busqué refugió en mi novia. ¿Es acaso eso delito?

—¡Sí cuando te la llevas sin decirle a su familia, jodido imbécil! —brama Akiva queriéndosele
ir encima otra vez, pero su mellizo lo sostiene con fuerza—. ¡¿Cómo diablos se te ocurre
robártela?!
Gerardo ríe y lo fulmina con la mirada.

—No le puse una pistola para obligarla. Ella vino conmigo porque quiso.

—¡Yo fui la de la idea! —digo apresuradamente, pasando una torunda con agua oxigenada
sobre sus heridas—. ¡Así que si van a gritarle a alguien es a mí, no a él, ¿ok?!

Todos me observan con incredulidad y los entiendo. Luzco tan insignificante y estúpida que
no se me cree que algo de tal calibre se me haya ocurrido, pero es de esperarse. La tonta y
la frágil siempre he sido yo desde aquel día, eso es algo que jamás podré cambiar y duele.

—¿Te amenazó para que dijeras eso? —pregunta Apolo, un bonito rubio que es pianista en
la banda de mis hermanos.

—No, Polo. Nadie me obligó a nada. Si le dije eso era porque deseaba alejarme un rato de
todo lo que me abruma.

El pianista se tensa comprendiendo el mensaje subliminal. De hecho, todos lo comprenden


ya que bajan sus cabezas por instantes o miran a otra dirección menos a mis ojos. ¿Cómo
podrían? Después de todo fueron obligados a presenciar cada atrocidad que me pasó y
también tuvieron que hacer otras cosas que me provocan náuseas.

—Cómo haya sido —añade Adrik, acercándose a mí—. Lo que hicieron no solo estuvo mal,
sino peligroso. Pudieron meterse en problemas graves.

—Sinceramente me da igual —resoplo y tomo asiento al lado de Gerardo—. Subí a un


helicóptero y jamás fui tan feliz.

Y no miento. Se sintió bien estar volando, es una experiencia que limpió un poco la mugre
que ya comenzaba a formar plastas de costra en mi cabeza por lo sucedido en aquella cama.
—Nos vamos —dice Aries tomando del brazo a mi novio con brusquedad—. Hay asuntos
que hablar con tu jodido padre.

—Vete tú —se zafa—, no pretendo verle la cara a un asesino.

—Gerardo...

—¡Gerardo nada, Aries! —rezonga llamándolo por su nombre—. ¡Es fácil para ti decir eso
cuando hace años te liberaste de la cadena que implica ser un Acero! Así que déjame en paz
que no estoy buscando tu jodida ayuda. Yo solo he podido salir de toda la mierda que
implica ser hijo de un narcotraficante, ¡no te necesito!

La mano del saxofonista impacta rudamente contra la mejilla de su sobrino generando un


sepulcral silencio que me clava estacas en el pecho. Gerardo se queda ojiplático ante lo que
ha sucedido y revelado, algo así intuí desde el momento en que vi a su padre matar a ese
hombre en su jardín.

Muchas cosas empiezan a encajar en mi cabeza, y que mis hermanos o sus amigos no luzcan
sorprendidos ante la confesión abismal del pelinegro me confirma que ellos sabían desde
hace tiempo que mi novio es hijo de un narco y que todos los Acero son unos delincuentes.

Lágrimas de decepción se aglomeran en mis ojos porque la única ingenua aquí fui yo. Es
increíble como todos los que creí cercanos a mí me vean como una tonta a la cual deben
ocultarle información tan vital. ¿En qué diablos fallé? ¿Por qué nadie confía en mí? ¿Por qué
me tratan como si fuese de cristal? ¡No voy a romperme! ¿Cuándo van a entender que soy
parte de la familia? ¡¿Cuándo dejarán de excluirme?! De Gerardo entiendo su silencio y
omisión durante estos años, dicha confesión era revelarme algo que no lo hace sentir
orgulloso, ¿pero mis hermanos y los chicos? ¿Qué excusa tienen ellos? Ninguna.

—Gracias por confiar en mí al decirme que mi novio es hijo de alguien detestable —susurro
sintiendo como otro hilo que sostiene mi alma se descose—. Gracias por demostrar una vez
más que soy una pendeja a la cual necesitan ocultarle información porque piensan que me
romperé como aquella vez cuando me tuvieron como un vil perro enjaulada frente a ustedes.
¡Gracias por ser tan lindos conmigo!
Salgo de la habitación del hotel sintiéndome al límite.

Ya no puedo.

Ya no quiero seguir sintiendo esto.

Corro con todas mis fuerzas por el largo pasillo y apenas miro las escaleras una idea viene a
mi cabeza, una que incluye accidentarme para ya terminar con mi dolor pues ese nada más
es una larva que crece y crece lastimándome incluso más de lo que ya estoy. Sollozos
macabros escapan de mi garganta, acelero más y cuando estoy por lanzarme para olvidarme
de todo, unos brazos logran atraparme para tirarme al suelo. Empiezo a patalear, a maldecir
a esa persona que tuvo la osadía de interrumpir mi suicidio, le digo cuanto lo odio, pero él
no me suelta, se aferra más a mí.

—Tranquilízate, Glía. ¡Por favor tranquilízate! —susurra Adrik, apretándome más contra él—
. ¡No te ocultamos esto para hacerte sentir mal, sino para protegerte!

—¡Mantenerme en la ignorancia no me protege de absolutamente nada! —le reclamo


sintiendo que me ahogo con mis lágrimas. Empiezo a toser—. ¡Me excluyen cuando se
supone que somos familia! ¡Me hacen a un lado como una vil apestada y ya no puedo, Adrik!
¡Ya no quiero seguir viviendo así donde lo único que hago al despertar es desear dormir
para siempre para no sentir que me quemo por dentro!

—¡¿Qué estás intentando decirme?!

—¡Qué me sueltes para terminar lo que planeaba hacer en las escaleras! —grito tan fuerte
como un trueno, mis cuerdas vocales ardiendo—. ¡Déjame ser una cobarde, maldita sea!
¡Déjame irme lejos de aquí dónde nadie me quiere porque si me quisieran no me buscarían
enjaular como a un pajarito indefenso! ¡Quiero volar por una vez en mi puta vida! ¡Déjame
volar, te lo suplico!
—¡No digas tonterías, Glía!

—¡No son tonterías! —pataleo buscando alejarme de él, pero mi hermano me aprisiona con
más fuerza contra su cuerpo, tanto que puedo sentir los latidos acelerados de su corazón
contra mi espalda—. No son... tonterías...

Entonces rompo a llorar más fuerte contra él sintiendo como incluso su cuerpo se sacude
ante el llanto que lo invade. Somos almas rotas que una loca mujer unió para lastimarnos.

Los Santana ya estaban mal cuando llegué a sus vidas y a través de los años nada más han
ido empeorando, en el proceso contaminándome. Yo era feliz. Solía ser tan feliz pero esa
mujer apareció en mi vida jodiendolo todo.

Yamelí Santana es la culpable de todas nuestras desgracias y no me pesa admitirlo. Es mala


madre, siempre lo ha sido y sus decisiones nos han llevado a este punto de quiebre. Ella lo
sabe y por eso es ausente en casa, sabe que no tiene perdón porque una mujer que desea
ser madre no lastima a sus hijos.

—Perdónanos, Glía —hipea contra mi hombro—. Perdónanos por ser un asco de familia,
pero lo estamos intentando.

—No lo parece.

—Danos tiempo, Glía —suplica enrollando más sus brazos torno a mi cuerpo—. Sé que
hemos fallado, que cometemos error tras error contigo, pero danos tiempo de mejorar. Lo
que pasó nos... nos fragmentó. Tenemos miedo de que vuelvas a pasar algo así y solo... solo
buscamos alejarte del peligro.

—El peligro son ustedes, Adrik —espeto, vencida, dejando de luchar—. Mi salud mental es
un puto asco por culpa de ustedes como familia. No me dan lo que necesito y estoy cansada
de mendigar comprensión. No merezco migajas de atención.
—Es que tampoco te abres a nosotros...

—¿Y cómo abrirme en un lugar hostil que no me produce confianza?

Adrik se queda en silencio porque sabe que tengo razón. Cuando una persona no se siente
cómoda en cualquier lugar dónde esté es obvio que se va a retraer y aislar porque para
sentirnos a gusto, para lograr abrirnos y sincerarnos, debe existir la confianza. Y para que
haya confianza debe existir la tranquilidad, algo que no sé lo que es. Todo es una cadena, si
no hay una cosa, no está la otra.

—Perdónanos —vuelve a decir—. En verdad perdónanos por fallar contigo.

No sé cuánto tiempo nos quedamos en medio pasillo soltando lágrimas, pero cuando mis
ojos ya no quieren expulsar más, mi hermano me levanta en brazos sin inmutarse por mi
peso. Baja las escaleras cuidadosamente y luego nos dirige a su camioneta donde me sube
para luego él colocarse a mi lado. Manda un texto a no sé quién, seguro a los demás, y aquí
permanece conmigo. Luce avergonzado y en shock.

—Solo pido que sean más comprensivos conmigo —acoto ya como último recurso—. No
estoy exigiendo que estén como garrapatas dándome su atención ni que me llenen de
comentarios lindos, simplemente compréndanme, es lo único que pido.

Adrik me abraza y besa la sien en respuesta, un tacto que se siente cálido, como al hogar
que deseo pertenecer pese a los tormentosos recuerdos que nos une. Pronto estamos
saliendo de aquí rumbo a la casa de los horrores, no quiero entrar, pero tampoco tengo a
dónde más ir. Apenas cruzo el umbral mi hermano mayor me detiene.

—¿Te gustaría ir a terapia? —me pregunta siendo cauteloso ya que seguro tiene miedo a
ofenderme. Niego.

—Estaré bien, Adrik.


—Pero intentaste...

—Fue el momento —lo corto y me clavo las uñas en la palma de mi mano ya que no deseo
darle importancia a eso que jamás podré olvidar porque ese momento se ha instalado en
una parte de mi alma como una nefasta costra que me pudrirá y recordará lo cobarde que
busqué ser. Pero ni me preocupo, sinceramente lo merezco por idiota—. Juro que no haré
ninguna locura. Yo... Odio mi vida, pero morir no está en mis planes.

Tal vez el dolor de ser excluida de una verdad que no me correspondía saber me orilló a
querer suicidarme, pero ya estoy más consciente y no quiero morir. Me da miedo hacerlo
porque sé que nadie me lloraría. ¿Quién vendría al funeral de una chica patética y enferma?
Nadie, ni siquiera el maldito perro.

—Júrame que estarás bien en tu habitación, Glía, que no harás nada loco como tomarte el
tarro de píldoras, cortarte con un rastrillo o asfixiarte con la almohada.

El miedo que noto en sus ojos, sobre todo en su voz, me hace sentir mal porque otra vez lo
estoy afectado cuando su única preocupación debería ser Gabriel, su pequeño tornadito
rubio, no una insolente enferma que se autosabotea a cada nada porque no desea ayuda
profesional.

Diego tenía razón, cada que hago eso solo me hundo. Pero dime, ¿cómo dejar de hacerlo
cuando llevo años con lo mismo? Es imposible y, sinceramente, le tengo pavor al cambio.

—Lo estaré, Adrik —le aseguro y regalo una sonrisa que ciertamente no lo tranquiliza—.
Dormiré un rato y luego miraré películas.

Adrik se queda en la puerta y yo subo a mi habitación. Cargo mi celular dejándolo sobre el


buró para luego irme a duchar ya que me urge remover el semen que mi novio dejó en mí.
Con cuidado y cierto asco me limpio la intimidad que escose. Gerardo fue muy brusco, casi
violeto en la cama, pero logré apoyarlo en su dolor y eso es lo que cuenta.
Froto bien la esponja en mi cuerpo y apenas la paso por mi vientre rompo a llorar tan fuerte
que mis piernas se debilitan haciéndome caer al piso. Cubro mi rostro con ambas manos y
me quedo bajo el chorro del agua rememorando el cómo estoy destruyéndome
continuamente.

No es así como imaginé mi despertar en la sexualidad. Me da asco tener un pene en mi


cavidad, pero no quiero hacerlo sentir mal. Él ha estado para mí en todo momento que es
justo tener una retribución. Todas las parejas tienen sexo, ¿no? Solo debo acostumbrarme,
solo debo imaginar que no es nada malo y listo. Tampoco soy una disfuncional por no sentir
deseo por él, ¿o sí? Si lo fuera no me habría excitado con Diego.

¡Dios! Nada más estoy sobre pensando todo. Gerardo es mi novio, debo cumplirle y listo.
Total, ya nada pierdo entregando mi cuerpo a él porque sucia y marcada estoy. Agradecida
debería estar que un chico como él se atrevió a tocarme así. Él me desea, me comprende,
ha estado para mí, así que abrirle las piernas no debería sentirse tan mal.

Media hora es lo que demoro aquí y salgo sintiéndome más que miserable. Me coloco el
pijama para acostarme, pero mi estómago ruge por lo que salgo a buscar alimento sano en
el frigorífico. Encuentro una caja de pizza encima de la mesa y la boca se me humedece.

—Pensé que te gustaría cenar algo rico —espetan de la nada, asustándome. Me giro con
rapidez encontrando a mi cerezo encima de la isla. Está abriendo la ventana y tiene un
cigarrillo entre sus labios.

—Gracias, Kiva.

—Un placer.

La amargura en su tono me provoca escalofríos ya que pocas veces es así de frívolo conmigo,
pero tampoco puedo culparlo cuando me comporté como una quinceañera rebelde que
huyó creyendo que sería lo mejor. Evito decirle algo más y mejor opto por buscar la ranch
para echarle a mi rebanada de pizza la cual pretendo vomitar después. Saco una lata de
refresco y me siento en el comedor bajo su atento escrutinio.
—¿Te acostaste con él? —pregunta de la nada, tensándome. Muerdo mi rebanada y evito
mirarle esos ojos que tan hermosos me resultan—. Estoy haciéndote una pregunta y lo justo
es que respondas mirándome a la cara, Glía.

Bien, enojado sí está y no me gusta que sea así.

—Es mi novio —murmuro dándole otra mordida a la pizza—, y los novios tienen sexo.

El golpe que escucho me hace temblar porque es el sonido que se hace cuando quiebras un
vidrio. Mi corazón empieza a latir violentamente porque me recuerda a esa vez. Aquel
hombre adoraba asustarme y por ello rompía cristales frente a mí pues sabía que me
generaban pavor.

—¿Usaron protección?

—N-No.

—¡¿Estás jodiendome?!

Niego e intento tragar lo que tengo en la boca, pero nada pasa así que lo escupo al plato y
me levanto apresurada para salir de la cocina, pero Akiva me alcanza y más pronto que nada
termino estampado contra la pared con él presionando su cuerpo contra el mío.

—¿No usaron condón? —presiona y mis ojos se llenan de lágrimas. Odio que me hable tan
duro. Odio verlo enojado.

—Ya dije que no. Se nos… Se nos olvidó.

—¿Tomaste la píldora de emergencia?


Mis ojos se abren en horror al recordar ese pequeñísimo detalle y Akiva deduce la respuesta
con ello porque me suelta dirigiéndose a la puerta con una violencia impropia de él. Corro
a la entrada notando como sube a la camioneta de Adrik para arrancar a no sé dónde. Las
ganas de vomitar me llegan por lo que corro a la cocina para expulsar el contenido que
tengo en mi estómago, pero unos certeros pasos acercarse me hacen detener lo que hago.

—Vaya, encima de que nos causas problemas yéndote como una escuincla rebelde con tu
novio, ahora disgustas a mi mellizo. ¡Bravo, Glía Aneth! ¿Qué más sigue?

—Ahorita no, Akira —hipeo y percibo como la vorágine de emociones que tengo en el pecho
me sobrepasan haciéndome llorar. Gotas y gotas empiezan a caer por mi barbilla al tiempo
que mi labio inferior tiembla—. A-Ahorita no… P-Por favor ahorita no…

—No, ¡ahora sí! —grita con potencia y viene a mí tomándome con brusquedad del brazo.
Sus ojos azules, tan idénticos y diferentes a los de su mellizo, me escrutan con odio, con
aberración. Me hace sentir insignificante—. ¡Ya deja de comportarte como una maldita
atormentada y actúa como una mujer, por Dios! ¡Me tienes harto que para todo hagas drama
y nos arrastres en el proceso! No tengo necesidad de estar pasando por situaciones así
cuándo mi única preocupación debe ser la música y mis estudios. ¡Ya basta, Glía! ¡Basta!

—¡Lo dices como si todo lo que nos pasa es mi culpa!

—¡Porque lo es! —me empuja, pierdo el equilibrio ya que me piso la orejita que tiene mi
pantufla y caigo al suelo golpeándome la frente en el proceso. Mi sollozo aumenta decibeles
que a él le importan poco—. Todas las desgracias que giran torno a esta maldita familia
llevan tu nombre grabado en ellas. Entiende que no eres la única sufriendo aquí. Deja de ser
una egoísta y haz algo al respecto de tu vida, ¿quieres?

—Yo no…

—¡Tú sí! —va a patearme el calzado, pero el grito de Adrik lo detiene.


—¡¿Qué demonios estás haciéndole?!

—Solo le digo sus verdades en la cara.

—¡¿Y por eso la golpeas, Akira?! ¡Es nuestra hermana! —lo aleja de mí y mete un puñetazo
que lo envía al suelo, pero Akira se levanta yéndosele encima para responder el golpe.

—¡No iba a golpearla a ella, le iba a pegar a la pantufla que trae puesta! ¡Mira bien antes de
acusarme! —refuta y sí, es cierto, pero eso no borra el hecho de que es un golpe.

Me cubro las orejas para no escuchar lo que se dicen porque ya no puedo. Esto me rebasa,
esto me tiene al límite. Quejidos y gruñidos escucho junto a objetos cayéndose. Pronto la
presencia de un hombre al que reconozco como papá, interfiere deteniendo a mis hermanos
que ya gotean sangre.

Me hago ovillo en el piso y empiezo a menearme buscando alejarme de este entorno donde
nadie me quiere, sin embargo, el meneo se detiene sustituyéndose por temblores y
sacudidas feas que no me gustan al tiempo que el aire empieza a faltarme de una forma tan
macabra que boqueo por oxígeno, pero nada entra de modo que me asusto ya que siento
una opresión en la garganta. La falta de aire me genera dolor de cabeza, o tal vez es mi
imaginación, no lo sé, pero dicho dolor desencadena también una grande sensación de
fatalidad inminente que jamás había sentido.

Adrik, Akira y papá están metidos en su discusión que no me ponen atención y, cuando al
fin papá repara en mí, todo mi cuerpo ha dejado de moverse y la vista se me torna negra.
Capítulo 15

Glía

Cuando mis párpados aletean abiertos, estoy en mi cama con una mascarilla en la nariz que
me proporciona oxígeno. Voy a quitármela, pero una mano masculina se coloca encima de
la mía previniéndome de hacerlo, es Akiva.

—El doctor dijo que te la dejaras un par de horas —me dice con voz bajita, tierna. Noto que
tiene la ceja partida, algo que no miré en él antes de que se fuera en la troca de Adrik. Eso
significa que se agarró a golpes con alguien mientras estuve inconsciente.

—¿Qué pasó? —le pregunto, mi garganta sintiéndose como si no hubiera tomado agua en
siglos. Él parece notarlo porque me acerca un vaso con agua. Bebo un poco sintiendo que
revivo.

—Tuviste un ataque de pánico, Glí.

Genial, un padecimiento más, ¿qué sigue? ¿Convulsionar?

—Adrik, Akira y papá…

—En la sala teniendo una conversación —comparte bajando su cabeza—. Escuché que Akira
estaba insultándote.

—No fueron insultos, solo decía la verdad.


—No lo justifiques…

—Es que no lo hago.

Y es cierto. Akira solo dijo las verdades que nadie se atreve a soltar en voz alta: me comporto
como una atormentada cuando debería buscar la manera de salir del hoyo donde estoy
hundiéndome. Pero no, prefiero quedarme así antes que contarles mis problemas a otros
porque ilusamente creo que si me lo guardo, si no lo externalizo, no existe.

Me acomodo sobre la cama ya que no quiero estar acostada. Akiva me ayuda.

—Mira, sé que…

—Hablemos de otra cosa, ¿sí? —lo interrumpo, torciendo mis labios—. Recordar eso nada
más va a ponerme mal, así que mejor dime, ¿a dónde fuiste?

Mi cerezo se queda asimilando lo que he dicho, sé que desea preguntar más cosas, pero no
lo hace, simplemente respeta mi decisión. En cambio, noto que saca una cajita de su
pantalón. Es color blanco con algunos detalles rosados.

—Fui a comprarte la píldora de emergencia. Dudo mucho que un embarazo en estas


condiciones aporte algo así que ten, tómatela, estás a tiempo.

Esta vez sí lo hago porque lo que menos deseo es cargar con un pedazo de cebo que nada
más jodería mi vida. No puedo siquiera pensar en reproducirme cuando estoy tan jodida
mentalmente. Y es que no solo es sentirse estable de la cabeza, sino también es estarlo
económicamente. ¿Qué diablos le ofrecería a un bebé? ¿Lágrimas y lamentos? Nada más
vendría a sufrir, de seguro a fragmentarse ya que no sería buena madre, seguro lo pudro
con mi negatividad, seguro le marchito el alma con mis negligencias.
El mundo ya no ocupa a más personas inestables.

Bebo más del agua que me dio sintiendo como la pastilla desliza por mi garganta. La
tranquilidad me invade con esta acción tan simple.

—Gracias, cerezo.

—De nada —me sonríe y besa la frente—. ¿Ocupas algo?

—Estoy bien por el momento. Solo necesito descansar.

Akiva siente diciendo que si ocupo algo solamente le mande un mensaje. Se despide de mí
dejándome sola en mi penumbra preguntándome qué tanto daño le estoy causando a los
demás con mis trastornos. Hoy Akira y Akiva explotaron, incluso Adrik y papá, ¿mañana
quien será? En verdad no quiero averiguarlo, solo sé que debo aprender a buscarle lo bonito
a la vida antes de que sea demasiado tarde.

El tiempo se me va en esta posición, cuando me canso decido recostarme y para mi fortuna


encuentro mi celular en el buró. Lo agarro notando que tengo mensajes de Gerardo. El
corazón me late porque no deseo leer malas noticias, suficiente mierda está pasando en mi
vida como para empaparme de más negatividad. Así que por primera vez no veo sus
mensajes, en cambio, abro el chat del Ingeniero constructor, se conectó hace tres horas,
seguro está ocupado con su bonita vida, seguro está yendo a una cita con su pareja.

Desisto de mandarle un mensaje ante este último pensamiento ya que si tanto deseo
desahogarme con alguien mejor empezaré a escribir un diario, al menos sé que este no me
va a desilusionar. Arrojo el celular bajo una almohada disponiéndome mejor a dormir un
rato, me siento realmente agotada no solo físicamente, creo que perderme en el mundo de
los sueños me resultará benefactor. Sin embargo, el sueño no llega y me la paso viendo a la
nada, cuestionándome tantas cosas que la cabeza me punza en dolor.

Giro, giro y giro en la cama, la desesperación invadiéndome, los recuerdos azotándome.


Cierro los ojos con fuerza, rogando a quien sea que no me permita retroceder al pasado, y
cuando creo que cruzaré esa línea, alguien ingresa a mi habitación, haciéndome respingar.
La persona que menos deseaba ver, está de pie en el umbral, viéndome.

—¿Cómo te sientes, hija? —me dice Yamelí, su voz sonando de todo menos preocupada.
Mis entrañas se hacen nudo.

—Bien. Estaba por dormir.

—Ya veo… En ese caso te dejo hacerlo.

Y se va. Así como llega, esa mujer se va demostrando una vez más que le importo un carajo.
¿Pero de qué me sorprendo? Siempre ha sido así, prefiere evadir los problemas que rodean
a la familia que afrontarlos. Y la verdad no puedo culparla, si yo tuviese una hija como yo lo
más probable es que ya me hubiese ido de la casa o yo qué diablos sé.

Me recuesto boca arriba, pensando en mi vida en el orfanato, en cómo era feliz no teniendo
padres ni hermanos. Allá nadie molestaba, nadie buscaba amarrarme ni imponerme reglas,
tampoco me cuidaban como si fuese de cristal. ¿En qué diablos pensaba cuando le dije a la
mujer de servicio social que sí deseaba ser adoptada? Debí estar mal de la cabeza si allá lo
tenía todo: cama, compañeros, comida, agua, ropa. Era feliz, nunca lloraba y jamás me sentí
como ahorita de inservible y rota, pero supongo que esto es una prueba, una que solamente
está lastimando.

Mis tripas gruñen, tengo hambre, pero no merezco comer. Así que me aguanto, busco
ocupar mi cabeza en algo que no sea escuchar el sonido de mi estómago, pero
lamentablemente horas después, específicamente cuando ya no escucho voces en el primer
piso, me encuentro abandonando la cama para ir a la cocina por hielos, no pretendo ingerir
nada más porque, además, no sé cocinar.

Así que tomo un tazón y abro el congelador para sacar la bolsa de hielos pequeños que
siempre compran mis hermanos y vierto una buena cantidad, casi hasta tener el tazón
rebozando para luego echarle chamoy encima. De ese modo empiezo a comerlos como si
fuese un cereal aquí en el comedor. Al menos esto no me dará grasa innecesaria y mantendrá
satisfecha por algunas horas más.
Es difícil. Estar gorda es demasiado difícil. Nadie sabe lo que siento cada que me miro en el
espejo o cada que me toco por accidente el cuerpo. Nadie jamás entenderá el gran dolor
que es querer una prenda, pero no comprarla porque sabes que no te cabrá ni una sola
pierna. Nadie comprende la tristeza que me da mirar a chicas hermosas y lindas en la
televisión mientras yo parezco un fenómeno.

Es una sensación asquerosa que me baja el ánimo hasta el piso y ojalá tuviese los medios
para corregir mi fealdad con cirugía, pero soy pobre.

Muchos dicen que la cirugía estética es pecado pues quién en su sano juicio modificaría el
cascarón en el que nacieron, pero nadie nunca entenderá que a veces hacerse cambios
físicos gracias al bisturí puede incluso salvar una vida por más loco que parezca. Soy fiel
creyente de que si algo no te gusta de tu persona tienes el derecho de cambiarlo, y ojalá
este fuera mi caso. Si tuviera el dinero que tienen mis hermanos o sus amigos, optaría por
hacerme una liposucción, una bichectomía, rinoplastia e incluso una reducción de busto,
piernas y trasero. Me dejaría con un cuerpo de modelo, tan perfecta y hermosa libre de
imperfecciones. Tal vez así nadie me lastimaría, tal vez así Yamelí me ayudaría en seguir mi
sueño de bailarina.

El ballet…

¡Dios! Si fuese delgada podría ser una estrella en ese arte. Sería la favorita de todos, una
chica menudita exitosa, pero no. La vida solamente se ha encargado de darme lo peor
cuando mi único error fue nacer. ¿Para qué diablos me trajeron al mundo? Habría preferido
no hacerlo porque estar viva significa darle el poder a mi cabeza de tirarme al suelo para
darme de patadas. Estar respirando es otorgarle al mundo una razón más para despotricar
su mierda en mí.

Los ojos empiezan a arderme y mi garganta se cierra negándose a dejar pasar los hielos con
chamoy así que me levanto de la mesa, pero apenas busco huir me topo con papá quien
está viendo con horror lo que hay en mi tazón. Muerdo mi labio inferior para no llorar.
—¿Estabas comiendo hielos, Glía? —pregunta él, acercándose a mirar las evidencias de lo
que no puedo negar. Trago saliva, sintiendo la garganta helada.

—Sí. Se… Se me antojó con chamoy.

—No mientas, hija. Si hay algún problema…

—Estoy bien, papá —digo con voz firme, segura. No deseo preocuparlo, él tiene suficiente
mierda con su trabajo que darle un peso más es algo que no pretendo hacer—. Sabes que
amo las chamoyadas y pensaba hacerme una, pero no encontré gomitas ni fruta picada así
que opté por comer solo hielo con chamoy.

«Eso, Aneth, sigue mintiendo. Total, ya tienes un pie puesto en el infierno», susurra esa voz
en mi cabeza, haciéndome apretar mis dientes.

Darío Santana achica sus ojos, escruñinandome. Seguro no cree lo que he dicho, pero es una
mentira muy bien elaborada porque él sabe que ese antojito mexicano me gusta. O bueno,
me gustaba antes de que comenzara a notar los defectos en mi cuerpo.

—En cuanto amanezca te compraré lo necesario para que te las hagas entonces —me dice,
acercándose a mí para abrazarme. Admito que me tenso, no soy tan fan del contacto físico
con los hombres, pero he aprendido a apagar esas alarmas en mi cabeza por mi bien—.
¿Cómo te sientes?

—Bien. Logré descansar un poco.

—Lamento mucho lo que Akira te hizo —susurra acariciándome la espalda con ternura, pero
mi cabeza me juega una mala pasada que lejos de sentir afecto, siento asco, náuseas. El hielo
se me sube a la garganta, pero me trago el vómito cuando desea salir—. Le dejé en claro
que si vuelve a comportarse así contigo se va de la casa.
Me tenso ante sus palabras y me alejo para verlo. Sus ojos grises mirándome con
preocupación.

—No es necesario que hagas eso, papá. Estoy bien. Solo… Solo tuvimos una discusión muy
acalorada, es todo.

—Adrik me contó lo que alcanzó a ver —dictamina, mi corazón soltando un furioso latido
que duele—. Comentó que Akira quiso golpearte y que por eso ellos pelearon.

—Eso es mentira —grazno, mi rostro endureciéndose—. Akira podrá ser lo que sea, pero no
un golpeador y tú lo sabes bien. Lo que pasó es que yo caí, pisé mal y caí al suelo.

Lo que digo es parcialmente cierto. No pretendo revelar que me empujó y gracias a eso caí
al piso, al final de cuentas yo debí amacizarme, pero perdí equilibrio, eso le pasa a cualquiera.

—¿Por qué lo estás cubriendo?

—¡No estoy cubriendo a nadie! —le grito, exaltándome. Papá me observa con pesar, incluso
con cierto temor y lo entiendo. Seguro está pensando lo peor de su hijo biológico cuando
no pasó nada grave—. Por favor dejemos el tema.

—Glía…

—Basta, papá. Akira no es un maltratador, simplemente me dijo verdades que dolieron y ya


está, no hay que buscarle cinco patas al gato.

Darío se me queda viendo por lo que parecen eternidades, tiempo donde puedo sentir como
la oreja me zumba ante lo furioso que está latiendo mi pecho porque si algo odio son los
problemas, más aquellos que involucran a la familia entera. Jamás podría perdonarme si
Akira es obligado a irse solo porque discutimos. El empujón y la caída es lo de menos.
—Está bien. Te creo —me dice finalmente, logrando que el macabro peso sobre mis
hombros se disipe—. Pero de igual forma están advertidos los tres. —Mi entrecejo se frunce
ante lo que dice—. Son tus hermanos, no tus padres y mucho menos tus dueños. Así que, si
vuelven a decirte algo, o siquiera a molestarte, me dices, ¿ok? Sé que trabajo mucho, que te
he abandonado demasiado, pero estoy para ti cuando lo necesites, hija.

Mi labio inferior tiembla ante sus palabras y asiento lentamente, ahogándome con el llanto
que no expulso. Papá me regala una cálida sonrisa antes de despedirse.

Sale de la casa y yo me quedo en la silenciosa cocina.

Capítulo 16

Glía

Estoy acostada en la cama de mi novio cuando no debería ser así pues estoy demasiado
dopada de medicamento psiquiátrico. Apenas ayer estaba en cama debido al ataque que
tuve en la cocina de mi casa y hoy estoy fingiendo que nada pasó. ¿Puedo ser más
destructiva conmigo misma? Sí, por supuesto que sí.

Es por eso que mi cabeza golpea la maldita cabecera y mi cuerpo se menea al ritmo
coordinado de sus duras embestidas que me generan nada porque solamente me siento
como una muñeca sexual inflable que se abre de piernas para consolar a su novio. Gerardo
luce muy concentrado en lo que hace, incluso puedo notar la vena que siempre le brota en
la sien cuando se enoja. Agarra mis pechos descubiertos con fuerza y se viene lo cual me
alivia porque ya tenía horas haciéndome esto.

Se tumba encima mío y puedo sentir los latidos acelerados de su corazón contra mi piel
transpirada. No sé qué hacer, no sé qué decir, no sé cómo actuar. ¿Debo abrazarlo? ¿Debo
elogiarlo? ¿O simplemente me quedo como lagartija inmóvil sintiendo su maldito pene,
ahora flácido, dentro de mi cuerpo? Decido hacer esto último porque uno: me duelen
bastante las piernas por las posiciones en que me puso y dos: se ha dormido como siempre.

¡El imbécil se ha quedado dormido!

¡Y aún sigue dentro de mí!

Suelto un resoplido y sobo mi cabeza adolorida, remuevo algunos cabellos de mi frente y lo


veo. ¿Como pude hacer esto otra vez? ¡¿Por qué me dejé llevar como una tonta?! Si pudiera
retroceder el tiempo lo haría, pero no existe semejante cosa como una máquina del tiempo.
Así que tendré que soportar —para el resto de mi vida—, que mi novio ha sido el primero
en felicitarme por mis diecinueve años y que su “gran regalo” fue “darme la follada de mi
vida.”

Si supiera que no he sentido más que asco en cada encuentro sexual no me haría esto.

Mis ojos se humedecen porque lejos de sentirme feliz, me siento más rota que ayer y antier
porque odio el sexo. Odio tener intimidad. Odio que él no comprenda eso. Odio que no mire
el gran daño que está haciéndome al usar mi cuerpo el cual ni siquiera responde a sus
caricias que pretenden avivar una flama lujuriosa que no existe en mí.

Conforme pasan los días choco contra rocas que me tiran y jamás me levanto. Ya no sé que
hacer, esto es un bucle depresivo que me tiene exhausta, sin fuerzas ni ánimos para seguir.
Pero sigo luchando. Tontamente sigo abriendo mis ojos, ¿y para qué? No lo entiendo.
Las náuseas me escalan la garganta, a cómo puedo lo muevo a un lado y lo saco fuera de
mi cuerpo. Suelto un gritito cuando su horrible cosa sale de mí. Observo la sábana y noto
una ligera mancha de sangre junto a grandes cantidades de semen que me marean. Con
piernas temblorosas me levanto para ir a su baño y asearme. Uso el móvil para aluzar el
pasillo oscuro, luce espeluznante, pero ni qué hacerle pues el baño de su habitación no
funciona.

Con dificultad llego al baño de visitas, cada paso siendo una tortura que me desarma y
recuerda lo estúpida que estoy siendo al permitir que juegue conmigo cuando debería poner
límites para dejarle en claro que no quiero este tipo de relación con él, pero no tengo los
ovarios necesarios para decírselo porque temo que me abandone y no quiero perderlo
porque es mi único amigo.

Una vez dentro, y utilizando toallitas húmedas, retiro el semen junto a la sangre que sale de
mi vagina lo cual me genera demasiado dolor pues es como si alguien malvado me abriera
la piel para quemarme los nervios con algún cuchillo caliente. Es insoportable, asfixiante,
aniquilante. Al final opto por mejor ducharme ya que apesto a sexo y ese olor me asquea.

El baño es lento, tortuoso y tan macabro pues solo revivo mis traumas junto a lo acontecido
en su habitación. Evito mojar mi cabello pues no quiero que nadie sospeche lo que hice ni
mucho menos que mis hermanos me cuestionen algo, suficiente tengo con la tensión que
hay tras el gran pleito que hubo.

Al salir rebusco ropa limpia en el gabinete pues Gerardo siempre deja ropa en todos lados.
Encuentro un bóxer, un pants y una playera limpia color roja. Me los pongo sin dudar. Una
vez cambiada, salgo de aquí para ir a su pieza por mi mochila, ni siquiera me preocupo en
encender la lámpara de mi celular ya que la poca luz de su habitación logra filtrarse.

—Tomé ropa tuya prestada —le digo notando que está inmóvil en la cama, con mucho sudor
bajándole la frente. Gerardo estira la mano para apagar su lámpara y no me extraña eso
pues le gusta dormir a oscuras.

—Lárgate —gruñe con dificultad, aun así, logro escuchar el tinte de rabia en su voz. Mi
entrecejo se frunce.
—¿Por qué?

—No quiero verte, Glía. Vete.

—Pero, Gerry…

—¡¿Es que no entiendes?! —me grita más, haciéndome respingar. Mi corazón se exalta ante
como está hablándome—. ¡Lárgate, Glía! ¡Lárgate!

—¿Por qué? Dijiste que pasaríamos mi cumple juntos —digo a lo obvio pues por esta razón
vine a él.

—Ya no quiero, y es mejor que te hagas la idea de que tú y yo no podemos estar más juntos.

Sus palabras son como recibir un puñetazo en mi abdomen. Me tambaleo hacia atrás.

—¿Qué estás diciendo, Gerry? Pero si… Nosotros acabamos de tener…

—¡Qué te largues, Glía! ¡Me tienes harto con tu puta ansiedad y depresión! —grita tan fuerte
que mis lágrimas se aflojan incluso más—. Eres una basura enferma llena de traumas que
solo está jodiendome la vida. Tu familia no para de llamarme por lo que no soy y estoy
cansado, así que vete, déjame en paz y no vuelvas a buscarme.

Sus palabras las recibo como golpes de ladrillos que derriban la única muralla que lograba
mantenerme de pie. El nudo en mi garganta me asfixia tanto que empiezo a respirar con
dificultad al tiempo que mis manos tiemblan de forma descontrolada.

—Es mi cumpleaños…
—¡Y me vale mierda! ¡Lárgate ya, maldita gorda!

Y aquí, justo aquí, el llanto se detiene sustituyéndose por aquellas palabras que siempre he
escuchado en boca de Yamelí. Sus insultos aparecen en mi cabeza como gritos de terror que
destruyen mi autoestima, mis ganas de seguir. A tientas busco mi mochila y me alejo de
dónde ya no me quieren porque es obvio que lo aburrí.

Camino el pasillo con ojos abiertos, con el pecho más pesado que nunca. Logro llegar a la
puerta en piloto automático. Subo a mi bicicleta y pedaleo lejos sintiéndome demasiado
aturdida, rota y vacía. El dolor en mi vagina aparece de forma punzante ya que el asiento me
lastima, por ello, mejor me bajo para caminar el trayecto a mi casa. Para cuando llego siento
que todo me duele, nunca una caminata se había sentido como un maratón y nunca una
rozadura había ardido tanto

—¡Glía! ¡¿En dónde estabas?! —me grita Akiva apenas cruzo la puerta de mi casa. Me siento
ida, ajena a mi cuerpo, al mundo—. ¡Llevo buscándote por toda la bendita casa y colonia!
Hasta le pregunté a los vecinos por ti, pero nadie te vio.

Su voz es una melodía que rompe el entumecimiento y como si fuese una actriz, pongo otra
cara, una de felicidad que no delate la confusión y tristeza que me rasguña el pecho. Le
regalo una sonrisa tímida y me rasco la nuca, todo parte de mi teatro.

—Andaba… dando un paseo en la bici y se me fue el tiempo. Lo siento, cerezo.

Mi hermano suelta un bufido y se acerca a mí. Me besa la sien con cariño, un beso que no
logra pegar los pedacitos en que se ha partido mi alma, mente y corazón.

«Nadie te quiere, maldita estúpida. ¡Das asco!», grita una voz en mi cabeza,
atormentándome.

—¿Estás bien? Te noto pálida.


—Estoy perfecta —le guiño mi ojo—. Hacer ejercicio me hizo bien, de hecho, estoy pensando
en unirme al ciclismo que hacen los fines de semana.

—¿En serio? —alza su ceja y asiento. Debo seguir con la mentira, debo creérmela.

—Sí, sería bueno para mi salud.

Akiva me observa sin creer lo que digo y lo entiendo, soy un parásito fodongo que no le
gusta hacer ejercicio, pero no sé qué otra mentira echarle.

—¿Quieres que salgamos a comprar unos tacos? —cambia de tema, seguro notando que
algo no va bien—. Escuché que la señora Juany tiene descuento.

No me niego, de hecho, tengo mucha hambre pues llevo veinticuatro horas sin ingerir nada
más que agua y pastillas, así que acepto.

—Vamos —finjo una sonrisa—. Pero quiero dos órdenes porque traigo mucha hambre. ¡Ah!
Y me das tus frijoles charros.

—Promesa de hermano. —Alza su mano y la lleva a su corazón.

—Por eso eres mi favorito, cerezo.

Dejo mi pequeña mochila sobre el sillón y salgo detrás de mí cerezo. Solo caminamos como
dos cuadras para cuando llegamos con la vecina Juany, una señora muy chismosa que
siempre se inmiscuye en la vida de los demás, principalmente en mi familia pues aún no
creen que hay famosos en esta colonia.

—Muy buenas noches niños Santana. ¿De qué van a querer sus tacos esta vez? —pregunta
la señora cuando nos ve llegar. Ella se nota alegre y me causa demasiada envidia, incluso
rabia. Yo debería sentirme así, pero no, estoy quemándome por dentro en una hoguera y
nadie lo ve. Soy tan insignificante que nadie puede leerme.

«Diego sí lo hace incluso por videollamada», pienso sintiéndome miserable porque ese
hombre ya no me habló.

—Hola, señora Juany. Deme tres órdenes de tacos de bistec, por favor, y dos refrescos de
botella de vidrio, una manzanita y una coca normal —pide mi cerezo con amabilidad y
proseguimos a buscar un lugar donde sentarnos.

La noche está fresca, hay muchas estrellas decorando el cielo y la luna está llena, tan redonda
y brillante, un brillo que jamás se verá reflejado ni en mi cara u ojos porque soy un fracaso,
un asco, la mierda que unos padres no quisieron.

—Cerezo... Yo… quiero contarte algo —digo después de minutos en silencio. Necesito
desahogarme con alguien y que mejor que con Akiva. Él es muy sabio y siempre da buenos
consejos. Además, siento más confianza después de que me compró la píldora de
emergencia.

—Sí, claro, Glí, sabes que soy una tumba. ¿Qué pasa?

Tamborileo mis dedos sobre la mesa roja de plástico y respiro hondo. Alzo la cabeza y busco
sus ojos azules turbios.

—Te mentí —murmullo, viendo como la expresión se le descompone—. No estaba haciendo


ejercicio con la bicicleta, yo… estaba teniendo relaciones sexuales con Gerry.

—¿Y bien? —la dureza en su tono debería alarmarme, pero no siento nada más que mi dolor.
Mis ojos empiezan a gotear lágrimas.

—Pues me ha terminado apenas acabamos de acostarnos. Ya no… ya no es mi novio.


—Qué bueno, ya se había tardado —espeta con veneno y cierto alivio.

—¿En verdad te alegra?

—Sí, ese hijo de perra no te convenía.

Vaya que lo puedo ver. Ellos me advirtieron que me alejara de él, pero jamás quise hacerles
caso. Ni siquiera me importó que su padre fuera un criminal, lo vi por cómo era y él
simplemente me destruyó.

—¿No estás enojado porque te mentí? —pregunto bajito, limpiando mis lágrimas con una
servilleta.

—No.

—¿Por qué?

—Me importas —dictamina sin apartar la mirada de mí—, jamás podría enojarme contigo,
menos cuando has tenido el gesto de sincerarte y retractarte sobre tu mentira.

—Gracias por escucharme.

—Gracias a ti por confiar en mí.

Nuestra orden de tacos llega, en silencio comemos y desgraciadamente Akiva tiene que irse
pues Elizabeth, su manager, ha convocado una junta urgente.
—¿Segura que no deseas que te acompañe a casa? —me dice terminando de masticar su
taco, niego mientras sorbo de mi refresco.

—Puedo hacerlo sola, además, hay muchos clientes, estaré bien.

—Ok, sí. Te veo más tarde.

—Suerte con Eli, cerezo.

Mi hermano se va dejándome sola en la mesa. Para mi fortuna ha dejado dinero porque yo


no tengo ni un peso encima. Por ello, me doy el gusto de pedir otra orden bloqueando de
mi cabeza esa voz que me cuenta las calorías. Ahorita no puedo dejar a otro monstruo entrar
porque entonces voy a colapsar. Así que por hoy me permito ser normal e ignoro las náuseas
que me genera la grasa de los tacos. Sin embargo, termino fallando ya que el ácido me
escala el esófago y bruscamente me levanto para ir al bote de basura, pero choco
fuertemente contra un muro, o lo que pienso es un muro.

—L-Lo siento —logro decir al notar que no es un muro, sino el pecho de una persona—. No
lo vi, señor. Discúlpeme, por favor.

—Ahora dilo mirándome a los ojos, Aneth —espetan con la voz enronquecida y profunda
de modo que el corazón se me compunge de la impresión provocando que el ácido en mi
garganta se baje de nuevo a mi estómago para hacerlo arder. Mi piel caliente se me eriza
tanto que me obligo a esconder los brazos tras mi espalda o si no verá mi reacción.

Lentamente alzo la cabeza para tirarla un poco hacia atrás chocando con un color ámbar tan
intenso que me roba la posibilidad de respirar. Su rostro es una obra de arte que incluye
ángulos, filos y perfección. Los labios gruesos que tiene están rosados, apetecibles y en
proporción con su nariz. Tiene una ligera capa de vello en su mandíbula que le realza el
atractivo irreal. El corazón vuelve a brincarme en mi pecho como un auténtico loco al notar
su altura. Es mucho más alto que yo; me saca cuatro cabezas. Porta una playera de manga
larga color azul marino que se ajusta perfectamente a su cuerpo resaltando la anchura de
sus poderosos hombros, lo fornido de sus brazos y lo tonificado de su tronco con el cual
choqué. Tiene piernas largas, torneadas, las cuales están enfundadas en unos jeans negros
de mezclilla. Seguro todo esto es producto de una exigente rutina de ejercicio.

Vuelvo a darle un repaso más, no creyendo que Diego Cantú, el Ingeniero constructor que
miré en la televisión, el hombre que ha tenido videollamadas conmigo, haya salido de la
pantalla para manifestarse en carne y hueso frente a mí y en un lugar tan común como un
puesto de tacos.

—Tú… ¿Qué estás haciendo aquí?

—Vine a comprar tacos —responde lo obvio, pero él sabe que no me refiero a eso.

—Sí, pero… Tú estabas en otra parte.

—Y ahora estoy aquí, frente a ti —me regala una sonrisa traviesa que provoca un
cortocircuito en mi cabeza—. ¿Estás comiendo sola?

—Sí…

—Bien, me sentaré contigo.

El Ingeniero constructor se da la media vuelta como si esta visita inesperada fuese de lo más
normal. Como autómata regreso a la mesa en donde siguen mis tacos. Todo parece tan
minúsculo con él al frente, en verdad es gigante, tanto que la silla podría quebrarse en dos.

Juany le trae su orden de tacos, las cuales son tres, junto a una cerveza helada.

—¿Qué haces en Tamaulipas, Diego? —pregunto incrédula, viendo como prepara sus tacos
con cebolla y limón, omitiendo el chile. Se lo lleva a la boca para morderlo de una forma que
me aviva un sentimiento peligroso. Se toma su deliberado tiempo en masticar para, al
terminar, responderme.
—El trabajo me ha mandado y aproveché para visitar a mis tíos.

—¿Tus tíos?

—Sí. Viven allá —y señala la casa del señor Pedro, el vecino que siempre hace fiestas
escandalosas a altas horas de la madrugada.

—Vaya… Esto no… Esto es irreal.

—Normal —se enoje de hombros, restándole importancia a algo que claramente me tiene
en shock. Mi corazón pega otro brinco—. ¿Vives por aquí?

—A dos cuadras.

—Oh vaya, qué coincidencia, ¿no?

—Un poco, sí.

Dios, esto es tan raro e incómodo. No sé qué decirle ni cómo reaccionar. Se me hacía más
fácil soltar mi lengua por teléfono pues realmente nunca creí topármelo en carne y hueso.
Pero ahorita… aquí, esto es incómodo.

—¿Tu novio? —cuestiona de forma casual y la burbuja de estupefacción se me pincha—. Ya


veo. Te cortó.

—¿Cómo sabes eso?

Mis ojos lo encuentran inmediatamente.


—Tu lenguaje corporal te delata.

—Oh… ¿También eres psicólogo?

—Solo un hombre observador. Entonces, ¿qué pasó?

—Pues le aburrí, eso pasó —rio con amargura, llevándome un trocito de carne a la boca.
Dios, en cuanto llegue casa debo sacar todo esto de mi sistema porque estoy tragándome
demasiadas calorías. Casi con asco paso la comida que hay en mi boca y dicho gesto lo mira
el Ingeniero constructor con la ceja alzada.

—¿Sabe mal? —Niego y dejo el taco en el aluminio—. ¿Entonces?

—He llenado.

Él no parece creerme porque mira los cuatro tacos que aún me quedan y seguramente el
anhelo que hay en mis ojos. ¿Pero cómo le explico que ya no deseo comer una porción más
porque eso me va a poner como un hipopótamo? ¿Cómo le digo que tengo problemas
alimenticios sin que se burle de mí porque ni siquiera vomitando logro perder de peso?
Definitivamente me miraría raro, seguramente me llamaría loca o enferma, y puede que
tenga razón. Lo cierto es que esto cansa. Comer lo que tanto amas y luego vomitarlo cansa
como el infierno. ¿Por qué no puedo ser malditamente normal? Ya sabes, comer, disfrutar y
dejar que todo se digiera. Me causa impotencia, rabia y tristeza caer en este patrón toxico
con la comida, pero es la única salida fácil de perder unos cuantos kilos.

Desde que tengo uso de razón he sido gorda y Yamelí se ha encargado de recalcármelo. No
puedo usar la ropa que miro en las boutiques porque no me cabe ni una pierna, tampoco
puedo usar ropa ajustada porque mis asquerosas lonjas se muestran, ¡ni siquiera encuentro
zapatos a mi medida! Todo porque hasta los pies los tengo obesos. Soy un maldito cerdo.
La impotencia que siento en mi cuerpo se externaliza en forma de ardor en mis ojos y esto
lo puede ver Diego quien ya se ha terminado una orden de tacos. Mira con demasiada
atención el cómo muerdo mi labio inferior para que no tiemble y el cómo hago a un lado la
comida mostrando el gran rechazo que le tengo incluso cuano aún tengo hambre.

—Yo… Debo irme. Buenas noches —le digo al Ingeniero constructor, dejando la mesa y
corriendo a mi casa porque esconderme siempre me ha ayudado incluso cuando es un acto
de cobardes.

Encuentro a mis hermanos en la sala platicando sobre algo, al verme se callan, pero yo ni
siquiera los saludo porque voy directo a mi habitación donde me encierro con llave. Camino
al baño y enciendo la regadera al tiempo que me hinco frente al retrete para meter mi dedo
y expulsar toda la grasa que me tragué. Lágrimas empiezan a deslizar fuera de mis ojos con
amargura, con tristeza, con cansancio. Permito que cada contenido estomacal se mezcle con
el agua del inodoro para entonces bajarle a la palanca y mirar cómo se va por la coladera.
De forma perezosa me desnudo e ingreso a la ducha donde lentamente voy acuclillándome
hasta quedar de rodillas, con el rostro escondido entre mis temblorosas manos.

Solo quiero ser normal.

Solo quiero estar delgada.

¿Por qué tuve que nacer en este asqueroso envoltorio lleno de grasa, estrías e
hiperpigmentación? ¿Por qué no puedo ser como las actrices y modelos guapas que salen
en la televisión y revistas? Es injusto que otros nazcan con belleza, que no se esfuercen por
tener el físico que desean mientras que a mí me tocó lo peor. No puedo hacer dieta porque
no tengo dinero para ir con un nutriólogo. No puedo hacer ejercicio porque soy una maldita
perezosa. No puedo hacerme platillos nutritivos porque aquí raramente compran comida de
ese estilo ya que nadie cocina pues mis hermanos se la pasan fuera, Yamelí se va con sus
amigas y Darío en el despacho de abogados.

Estoy tan cansada, tan harta de la vida que llevo que, si tuviera un deseo, aunque fuera uno
solo, pediría haber nacido en un cuerpo distinto, uno exquisito, libre de imperfecciones, de
piel blanca, suave, como el de una muñequita, solo así podría curar mis males.
«¿Y por tu ruptura amorosa también piensas llorar?», me tenso cuando escucho eso. Es
cierto, Gerardo me terminó, es mi maldito cumpleaños y me terminó.

Sus palabras hacen eco en mi dañada cabeza porque jamás esperé ese golpe de él. Creí que
me quería, que era mi amigo y… me hirió. ¿Desde cuanto se había aguantado en decirme
todo eso? ¿Desde cuándo estaba esperando el momento perfecto para echármelo en cara?
¿Es por eso que insistió en que tuviéramos sexo? ¿Para cobrarse las molestias que le di?
¿Para sacarle provecho a mi asqueroso cuerpo y luego botarme? Me llamó basura enferma
llena de traumas, ¿así es como siempre me vio? Vaya, en verdad que soy una estúpida.

Me levanto del piso y con desgane me enjuago entera, esparciendo delicioso jabón con olor
a cereza por toda mi asquerosa piel. Vierto un poco de champú en mi cabello y masajeo mi
cráneo solo por unos segundos antes de quitarme los residuos. Salgo de aquí sintiéndome
peor que antes. Me seco y coloco ropa holgada, cómoda, de esa que cubre inseguridades y
oculta lo que tanto odias mirar. Subo un pie a mi cama, pero entonces alguien toca mi
ventana. O bueno, no es un alguien, sino un algo, como una piedra. Pienso ignorarlo, pero
vuelven a arrojar otra piedra y no tengo más opción de ir hacia la ventana. Corro la tela de
mi cortina y me quedo helada al mirar a Diego ahí abajo. Con su mano me pide que abra la
ventana, así que lo hago sin ponerme a pensar que tal vez es un asesino serial que viene a
matarme.

El Ingeniero constructor trepa las rejas hasta llegar a mi pequeño balcón y por inercia
retrocedo cuando su kilométrica altura está frente a mí, obstaculizando la puerta del balcón.

—Lo que has hecho es una gran falta de educación, Aneth —me dice, su tono sonando
rabioso, oscuro, demandante. Trago saliva y le sostengo la mirada, sus ojos ámbar
flameando en algo que no comprendo.

—Y lo que tú estás haciendo ahorita es de locos —rebato con la voz, milagrosamente,


calmada. Diego alza su espesa ceja—. Ni siquiera me conoces y has entrado a mi habitación.
Podría dañarte sabes.

—Pero no lo harás.
—Estás muy confiado, ¿no crees?

—Estoy familiarizado con mujeres como tú —entonces me barre de pies a cabeza, pero no
de una forma que muestra asco, sino intriga y deseo. Mi piel empieza a cosquillear—. Sufres
de un TCA, ¿cierto?

—¿Un qué?

—Trastorno de conducta alimenticio. —Un macabro escalofrío me rasga la columna


vertebral mientras mi entrecejo se frunce—. Aunque bueno, no he venido para decirte lo
que evidentemente sabes —esboza una sonrisa angelical que no le creo—, al contrario, vine
para hacerte una invitación.

—No.

—Ni siquiera sabes de qué va.

—Y no me interesa, Diego. Así que por favor vete —con mi mano señalo el balcón—. Es
tarde, mis hermanos están en casa y no quiero problemas.

—Imaginé que amabas los problemas.

Ni siquiera sé por qué dice esto, pero me siento ofendida. Creo que él nota su metida de
pata porque bufa y se recarga el umbral de la puerta, relajando sus rudas facciones y
colocando una amable que me hace, raramente, sentirme en confianza. Suelto un bufido y
voy a mi cama para subirme en ella. Me siento al estilo indo colocando una almohada encima
de mis piernas. Sus ojos ámbar siguen cada uno de mis movimientos, incluso el cómo mi
pecho sube y baja ante mi pesada respiración lo cual me pone un poco nerviosa pues jamás
he sido fanática de llamar la atención de nadie, pero que él esté así, escrutándome con
meticulosidad, me hace cuestionarme si en verdad no disfruto ser mirada así.
Los ojos del Ingeniero constructor suben de mis pechos a mi rostro donde se detiene para
deleitarse de mis gruesos labios, de mi nariz, ojos y cejas, pero incluso cuando amo eso de
mí, aborrezco la grasa que hay en mis cachetes así que termino girando la cabeza a un lado.

—¿Por qué estás mirándome tanto?

—Eres más hermosa de lo que pensé.

—Deja de joder conmigo —gruño, no creyéndole ni una sola palabra porque hombres como
él no se fijan en gordas como yo.

—Si jodiera contigo créeme que no sería así, Aneth.

Sé que hay un mensaje subliminal ahí, pero estoy muy impresionada para siquiera descifrarlo
así que me termino acostando, una risita escapando de la boca del americano quien
seguramente ya vio lo asquerosa que me veo en esta posición. Después de todo, ¿Quién
desearía estar en la cama con un hipopótamo? Gerardo seguro lo hizo para cobrarse lo que
hizo para mí porque dudo que haya sentido placer por mi cuerpo.

No estoy ni sexy.

Pasos acercarse me tensan, más no me muevo y pronto la cama se hunde a mi lado. No me


atrevo a girar el rostro por vergüenza, pero sí que siento como su brazo roza el mío
indicándome que se ha recostado.

—No sé qué problemas de autoestima tengas, ni conozco a la clase de personas con las que
te rodeas para no creer cuando te dan un complemento, pero si digo que eres hermosa es
porque lo estás, Aneth.

Una mueca divertida aparece en mi boca porque ha cometido un error que deja en claro lo
americano que es.
—Se dice cumplido, Diego, no complemento —lo corrijo, causando que una risita ronca
salga de su garganta.

—Me entendiste y es lo importante.

—Sí, lo hice —y termino girándome para verlo, sus ojos chocando con los míos en medio
de la tenue oscuridad de mi habitación parcialmente iluminada por los faroles que hay afuera
de mi casa—. Y sí, tienes razón, no conoces mis problemas, pero seguro ya dedujiste que no
sé recibir palabras bonitas, pero gracias de todos modos. Es decir, no me generaron nada,
pero gracias. Tú también estás guapo.

Diego se me queda viendo de forma intensa que puedo sentir como el calor se aglomera en
mis cachetes. No habla durante largos segundos donde solo puedo escuchar el distinguible
sonido de los grillos fuera de mi casa. Uno que otro gato maullando. Me tenso cuando su
mano se desliza a la mía para ahuecar mis dedos con los suyos. La sensación hace que mi
corazón truene, asustándome. Es una especie de nervios, expectación y algo más que no
pretendo admitir porque sería absurdo.

—Mañana ven a la casa de mi tío —su ronca voz irrumpe el silencio de mi pieza. Trago saliva
y medio aprieto el agarre—. A las diez.

—¿Para qué?

—Tendremos una cita.

—¿Y tu trabajo?

—Para esa hora ya estaré libre.


Diego ya no dice nada, de hecho, suelta mi mano y se va apresuradamente dejando un
potente vacío que me desconcierta. Me levanto de la cama para ver por la ventana, pero ya
no hay rastros de él y ni siquiera me lo pienso cuando salgo de mi pieza para bajar al primer
piso y salir al jardín notando que está ya llegando a casa de su tío.

Coloco la mano en mi agitado corazón y respingo cuando gira hacia mi casa, pese a la
distancia observo como esboza una sonrisa que me calienta el rostro, es como si dijera
«sabía que bajarías para verme una última vez, Aneth».

Entonces desaparece por el portón y yo me quedo aquí, en pijama, sintiendo escalofríos por
la brisa nocturna, con una emoción revoloteando en mi cuerpo.

Mi sentir se muta cuando una sombra aparece a mi lado asustándome peor que las películas
de terror, es Aries, y trae a su gallina en brazos.

—Gerardo está hospitalizado —dice y algo dentro de mi pecho se aplasta al tiempo que mis
ojos se abren en horror—. Al parecer entraron a la casa y lo apuñalaron.

—Cuándo… ¡Joder! ¿Cuándo pasó eso? Hace horas estaba con él y…

—¿Estuviste con él?

—Sí. Antes de que me terminara. Estuvimos teniendo… Bueno, hacíamos cosas.

—Espera, espera, ¿terminaste con él? —La ceja de Aries se alza en evidente desconcierto.

—Él terminó conmigo. Me dijo cosas que no voy a repetirte, pero apenas hizo eso me vine
a casa y encontré a Akiva, comimos tacos.

Omito el hecho de que también estuve con un desconocido que miré por la televisión
porque Diego será mi secreto.
El saxofonista saca su móvil para hacer una llamada en portugués que me provoca jaqueca,
por ello, regreso al interior de la casa. Podría ir a ver a Gerardo, pero me lastimó de una
forma tan espantosa que no me siento lista para verlo incluso si está gravemente herido.

Me dirijo a la cocina por una botella de agua, Adrik, mis hermanos y sus amigos están
conversando, pero se callan cuando me ven entrar. Tal vez es el hecho de mi espantosa ropa,
tal vez por mi cara poco amigable, o tal vez por la pelea que tuvimos cuando Akira me dijo
esas verdades dolorosas, no lo sé, sin embargo, evito hablarles.

Abro el frigorífico, extraigo la botella y me preparo para irme, pero soy detenida por Ariel,
el baterista de la banda.

—¿Cómo te sientes, Gigi?

Seguramente Adrik ya le soltó el chisme de lo que pasó y eso es algo que me enfurece
porque todo tiene que contárselo. Entiendo que son mejores amigos, como uña y mugre,
pero no le da derecho de aflojar su maldita lengua con ellos. Suficiente tengo con ser la
mártir ante sus ojos, la escuincla babosa depresiva que se la pasa encerrada en su habitación.

Joder, como desearía que mi vida fuese distinta.

«Estás así porque quieres».

Estoy así porque no encuentro como salir del perpetuo ahogo y viéndolos no mejoraré ni
un poco porque ellos están involucrados en mi sentir.

—Bien, supongo.
Noto como Aquileo, el guitarrista acústico de la banda, me avienta una mirada de reojo. Es
el más serio de todos, alguien con quien podría tener una amistad, pero no pretendo
mezclarme con ellos. Ya no.

—Escucha… —inicia Apolo, el pianista—. Estoy saliendo a correr en las mañanas y me


preguntaba si deseas venir conmigo.

Mi entrecejo se frunce ante lo que el rubio dice. ¿Está invitándome a ejercitarme? ¿Tan mal
les parezco a la vista? Putos imbéciles.

—Gracias por la oferta, pero de manera amable la declino, no tengo tiempo.

—No tengo tiempo —se mofa Akira, rodando sus ojos—. Pero para brincar en la polla de tu
novio si tienes tiempo, ¿no?

—Lo que haga con mi sexualidad es mi problema, Akira. Y agradecería que no te metas —
rebato con la furia calentándome la piel. Adrik le avienta una dura mirada, pero ni así se
detiene.

—Aquí nadie te pone reglas, pero yo sí porque en alguien debe caber la sensatez. —Akira
se levanta, acercándose a mí de una forma tan apresurada que por inercia retrocedo
provocando que mi botella de agua resbale de mis manos. Akiva rápidamente se interpone
entre nosotros, pero su mellizo lo empuja—. No te metas, Akiva.

—Deja de molestarla.

—No la estoy molestando —le gruñe y se enfoca en mí, sus ojos azules destellando todo
menos cariño—. Tienes dos opciones Glía. O le pones un alto a tu maldito comportamiento
atormentado haciendo algo al respecto, o te internaremos en una clínica para que recibas
la ayuda que necesitas. Así que elije.
—¿Hablas en serio? —rebate Adrik, metiéndose. Akira alza el mentón de forma desafiante,
mi sangre se congela.

—Totalmente. Ya discutí esto con Darío y aceptó porque también está cansado de verla así.

Entonces su mano me señala de pies a cabeza y juro que nunca me había sentido tan
asquerosa. Los ojos de Apolo, Ariel, Aquileo e incluso de Aries quien recién entra, están en
nosotros cuatro, en los hermanitos Santana rotos. Hago las manos puños e intento
ahuyentar esa nefasta sensación de ansiedad que desea poseerme.

—Dices que papá está cansado de verme así —suelto una risita, mis ojos ardiendo porque
desean lagrimar—, pero él ni siquiera está en la casa. Apenas ayer se apareció después de
mucho tiempo. Él no tiene ni una puta idea de lo que estoy pasando, ¿y ahora resulta que
está cansado? Vaya, qué hipócrita nos salió papá.

Y pensar que me dio palabras de aliento la noche anterior.

—Mide tu lenguaje, intrusa —las palabras cargadas de veneno que me lanza Akira duelen
mucho—, si hacemos esto es porque se nota desde lejos que estás ahogándote con tu
mierda mental, así que sé mujer, agárrate bien esos ovarios que se formaron en el vientre
de tu madre biológica y haz algo por ti porque aquí nadie será tu superhéroe.

—Déjala en paz, Akira —interrumpe Akiva, pero su mellizo niega, acercándose más a mí,
tomándome del rostro con evidente rabia. El desprecio que miro en sus ojos me aplasta
como a un insecto en medio del barro y me pregunto si toda esa furia que siente hacia mí
es por lo que nos pasó aquel día—. Dije basta.

El pelirrojo mira de reojo a su mellizo con evidente furia.

—Te sientes todo un ser superpoderoso defendiéndola, a cada nada me señalas como el
malo del cuento cuando te digo tus verdades a la cara, pero si ella de verdad te importara
como dices, estuvieras apoyando en esta causa porque no sé si eres pendejo o te haces,
pero Glía está mal desde hace mucho tiempo y aquí nadie parece ser lo suficientemente
inteligente para escuchar sus gritos silenciosos. Nadie es lo suficientemente valiente para
tenderle una mano y sacarla del océano que creó el trauma que todos compartimos. —Un
pequeño jadeo escapa de mi boca ante lo que estoy escuchando. Los rostros de los demás
se ensombrecen, más el de mi cerezo—. Así que si pretendes decir «basta», dítelo a ti, a
Adrik, a Yamelí, incluso a ella, pero no a mí porque de todos en esta casa, soy el único
moviendo un dedo para ayudarla incluso cuando me cae mal, incluso cuando no tolero ni
verla porque si tengo jodida la cabeza es por su culpa.

Y aquí, justo aquí, veo luces tintinear a su alrededor.

Akira, el mellizo que me odia, el que me aborrece con su alma, me ha puesto atención.

Me ha visto a través de estas capas de grasa y no sé cómo debería sentirme porque está una
ligera emoción, un alivio de al fin ser comprendida, pero también está el miedo, el terror, la
pesadilla de que solo esté tomándome el pelo. Akira regresa sus ojos azules a mí,
haciéndome respingar.

—Decide ya.

—Necesito tiempo —es lo que logro decir, pero eso no le gusta porque se burla con una
insana crueldad que me pone a sudar.

—Decide —vuelve a repetir lenta y amenazadoramente, mi piel erizándose del miedo, mi


cerebro pensando en las opciones que me dio. ¿Ponerle un alto yo misma o ser internada?
Es una decisión difícil, pero solo hay una que me conviene si no quiero que me fuercen a
salir de este pozo.

—Si decido tomar la primera opción, ¿qué pasará? —pregunto bajito, casi con temor. Akira
da unos pasos atrás, cruzándose de brazos y mirándome con desdén.

—Irás con el psicólogo, te contrataremos un entrenador personal para que hagas ejercicio
e irás con un nutricionista.
—¿Y si elijo la opción dos?

—Te internaremos un año en una clínica mental en Londres donde estarás dopada hasta la
médula y serás básicamente una prisionera. Así que elije bien.

El dolor que empieza a formarse en mi cabeza es tan insoportable que termino apretando
mis dientes porque es increíble que me estén orillando a este sacrificio como si fuese una
vaca que deben amansar. Evito recorrer sus rostros porque no deseo encontrar su pena.
Recojo mi botella de aguan, le doy un gran sorbo y elijo mi destino.

Elijo la opción uno.


Capítulo 17

Diego

Una hora antes

La violó.

Ese jodido bastardo hijo de puta la violó y no debería importarme, debería darme igual, pero
no es así y eso me está quemando por dentro.

Lanzo la maleta con fuerza al interior de la habitación que siempre ha sido mía en casa de
mi tío Pedro, y bajo los escalones para avanzar por el largo pasillo encontrándome con mi
tía sentada en el sofá.

—¿A dónde vas, hijo? —pregunta sin malicia, con preocupación, frenando mi andar. Me giro
para verla a los ojos ya que considero una gran falta de respeto no mirar a los mayores a la
cara. Me obligo a relajarme para fingir que nada pasa, que no siento una caliente lava siendo
derramada en cada órgano de mi anatomía.

—Iré a dar una vuelta, tía. Más noche regreso.

—No tienes ni media hora de haber llegado a Tamaulipas, Diego —me recuerda un hecho
tan real y aprieto las manos en puños ya que empiezan a hormiguearme—. Deberías
descansar un ratito, el vuelo fue largo.
—Me siento bien, tía. Gracias por preocuparse.

—¿Estás seguro? ¿No quieres algún paracetamol?

—No, tía. En verdad estoy bien —le miento. La verdad es que alguien quedará medio muerto
esta noche y necesito pensar en la excusa perfecta para llegar a ella—. La veo después.

Mi tía ya no dice nada, simplemente me da su bendición y esa es mi señal para salir rumbo
al área que me vio nacer entre la muerte. Es un lugar de peleas clandestinas como la que
existe en Los Ángeles salvo que aquí es más violento ya que hacen uso de armas blancas.

Camino por el largo tramo empedrado que hace años no recorría pues solía visitar este lugar
con mis padres y hermanos en cada fecha vacacional. El dolor que experimento en el pecho
producido por la nostalgia me embarga de una forma desconcertante, pero no dejo que me
sustituya la rabia que desde antier experimento porque eso es perder la motivación que me
trajo a este país.

Mi objetivo es claro: preguntar por ese bastardo cuyo nombre ahora sé es Gerardo Acero.
Tuve una ardua tarea buscando en el perfil social de Aneth hasta que di con ese pendejo
hijo de perra quien tiene fotos públicas y en una de esas sale ella solo que con el rostro
cubierto con su pelo. Pero incluso si trajera una bolsa encima la reconocería porque esa hada
es inolvidable para una bestia como yo.

El apellido me suena y sé que no me equivoco. Los Acero son una familia de narcotraficantes
que dominan México y Brasil, están divididos en dos bandos, uno menos mierda que el otro,
pero, al fin y al cabo, todos delincuentes.

Las cabecillas son Escorpio y Sagitario, ambos hermanos mayores y ambos enemigos, al
menos eso data la información que en su momento vi en mis prácticas que hice en la FESM
de Chicago, una organización privada militar que tiene sede en varios países y en la cual
estudié mi ingeniería en construcción.
Saber dicha información me enerva más ya que no es cualquier pelele y matarlo es echarme
a sus hermanos encima e involucrar a mi familia, pero si algo aprendí en mi formación como
un delincuente con doble vida es que la reputación debe sostenerse incluso en otros países.
Me debato entre asesinarlo apenas lo vea o darle una buena calentada en donde vea a la
calaca para así advertirle que jamás se le ocurra poner sus asquerosas manos en el cuerpo
de esa chiquilla de ojos negros que me idiotizan.

Llego al área de peleas, lo primero que mi olfato capta es el olor tan delicioso de la sangre.
El picor en mis puños se aviva más, pero no vine aquí a pelearme con los mexicanos, sino a
interrogarlos para encontrar a ese narco hijo de perra. Es por ello que me acerco a la taquilla
donde un chico flacucho con frenos dentales me escruta de pies a cabeza con la jeta abierta.

—¿Peleará? —me pregunta a lo que niego.

—Vengo en busca de información —espeto sacando un fajo de billetes que sus brillosos
pero lagañosos ojos castaños miran. Él, siendo tan descarado, abre su palma como
diciéndome «dámelo y seguimos hablando», así que lo hago. Confío en este desconocido.

—¿A quién necesita ubicar?

El que esté dispuesto a cooperar ante mi soborno me facilita las cosas.

—Gerardo Acero.

—¿El hermano del emperador de la mota?

Se refiere a Sagitario Acero ya que él se encarga de cultivar, levantar, procesar y hacer la


marihuana para luego transportarla a infinidad de países en el mundo ya que es la más pura
que existe. Tengo entendido que también le surte a unas farmacias y hospitales pues esa
plantita mágica también es medicinal.

—Así es. Es urgente.


Su cabeza asiente y saca un papelito en donde anota una dirección que conozco demasiado
bien pues está a solo unas cuadras de donde viven mis tíos.

—Este es su domicilio —susurra en medio de un bostezo—. ¿Va a matarlo?

—Eso no te incumbe, chico.

—Bien. No le diga que yo le entregué la dirección —me dice, escondiendo el dinero y


mirando a todas partes, pero nadie está poniéndonos atención—. Lo último que deseo es
amanecer muerto en el río.

—Si la ubicación que me diste es real y lo encuentro ahí, por mi boca nada saldrá —eso lo
tranquiliza, pero entonces coloco ambas manos bruscamente encima de la mesa donde está
sentado y me inclino hacia el frente de forma amenazante—, pero si es una mentira, quien
te despellejará vivo y con una puta motosierra seré yo. ¿Entendiste?

El chico asiente como esos muñequitos que pones en el tablero de tu auto. Traga saliva e
incluso se hace un poco hacia atrás. Con eso me confirma que de su boca tampoco saldrá
nada ya que no le conviene traicionarme.

Me alejo de este lugar que ya me tiene mareado, hoy solo busco estampar mis puños contra
una persona en específico y eso haré. Camino entre las sombras de la calle para no ser visto,
hay personas que prefiero evitar ya que no vine en plan amistoso, menos para hacer
negocios. Llegar a su casa es relativamente sencillo, recuerdo que cuando era más chico solía
tomar atajos por esta colonia ya que conduce a un pequeño río. Las luces de la casa están
apagadas, pero eso no me detiene a ingresar. Me escabullo entre los arbustos que tienen y
elijo al azar una ventana para meterme. Para mi fortuna la que está en la cocina está abierta
así que no dudo en cruzarme. Evito hacer cualquier tipo de ruidos, en tanto, saco mi navaja
y salgo de la cocina para subir las escaleras. Los escalones medio rechinan ante mis pisadas,
pero eso ni me preocupa ya que todo está en penumbras.
Una puerta abrirse me alerta y congela en mi lugar mientras la luz de una pantalla
encenderse me revela quien es. El pulso se me agita cuando noto la tristeza en su carita que
revela cuan dañada está. Aneth absorbe por su nariz e inultamente se limpia sus lágrimas
que parecen no tener un fin. Va con la ropa demasiado arrugada y todo su cuerpo tiembla
conforme camina.

—Tonta, tonta, tonta —se dice con la voz ahogada al tiempo que gira a la derecha para ir
hacia otro pasillo—. Soy una maldita tonta.

Aneth ingresa al que supongo es el baño y sigiloso me acerco notando que ha dejado la
puerta abierta. Noto como se baja el diminuto short junto a las bragas y sube su pierna
encima de la tapa del excusado para pasarse una toallita húmeda por su intimidad. Mi rabia
se potencia cuando sale con sangre y semen al tiempo que un sollozo escapa de su boquita.

—Tranquila, Glía, tranquila —murmulla para ella misma, tomando otra toallita y limpiándose.
Vuelve a salir roja, vuelve a tener semen—. Eres su novia, ¿recuerdas? Las novias tienen un
deber con sus novios para mantenerlos felices y para demostrarles apoyo, tú solo cumpliste
con el papel, no es nada malo, no fue vio… No fue nada malo, tú aceptaste, dijiste que sí,
fue consensuado. ¡Fue consensuado! —se grita, pero eso nada más desata un llanto más
espantoso que me apretuja el pecho e incendia una bravía rabia en mi torrente.

Ese hijo de perra ha firmado su condena de muerte.

Con toda la furia taladrándome la sensatez me alejo del baño porque entonces entraré a
abrazarla y eso sería más psicópata de mi parte, podría asustarla y es lo que deseo evitar.
Por ello, mejor avanzo por donde la vi caminar y encuentro la habitación donde yace aquel
imbécil. Logro verlo ya que hay una pequeña lámpara en su buró que lo ilumina de modo
que noto su asquerosa anatomía desnuda recostada en el colchón. Rebusco en el piso algún
condón, pero no encuentro nada, tampoco un cesto o folio lo cual me indica que no usó
protección con ella y eso aviva más el férreo sentir en mi pecho.

Ni siquiera registro la rapidez que implemento, simplemente me veo cubriéndole la


asquerosa boca con mi mano al tiempo que hundo la navaja en su ingle con tanta rabia que
convulsiona en dolor.
—Cometiste un grave error al obligarla a tener sexo, Gerardo —susurro cerca de su oreja,
escuchando como su grito queda fundido en mi mano que lo aprieta fuertemente—. Y es
por eso que tienes prohibido volverla a tocar, ¿me has escuchado? —Por evidentes razones
no responde y tampoco le descubro la boca para que lo haga, a cambio, saco la navaja y se
la clavo en un testículo—. Ahorita que descubra tu puta boca vas a tragarte el dolor que
estás sintiendo y con voz tranquila, para nada temblorosa, cortarás tu relación con ella y le
dirás que ya no la quieres volver a ver, ¿entiendes? Si me entero que estás cerca de ella tus
asquerosas bolas se van a despegar de tu cuerpo y créeme que no estoy bromeando. Me
vale una mierda si eres hijo de un narcotraficante o si tus tíos pertenecen al crimen
organizado. No me conoces y no quieres hacerlo, así que no me desafíes ni lleves la contraria
porque, así como logré llegar a tu perra casa, llegaré a la de ellos para masacrarlos uno a
uno y serás tú quien reciba sus cabezas clavadas en varillas.

Saco la navaja al tiempo que escucho pasos acercarse. Lo cubro con la cobija y me escondo
en el armario esperando a que cumpla su parte ya que, si sabe lo que es conveniente, me
hará caso. De otro modo pagará las consecuencias.

Capítulo 18

Glía

Tomar decisiones jamás será sencillo para mí porque tiendo a arrepentirme cuando ya he
dado un paso al frente, todo a raíz de que me da miedo el fracaso. Sin embargo, hoy no fue
el caso. Apenas desperté decidí escaparme de casa para venir al hospital donde está Gerardo.
Conseguir la ubicación no fue sencillo, de hecho, tuve que robar el celular de Aries, quien
durmió en mi casa, y encontrar los mensajes de su hermano diciendo que estaban en la
ciudad vecina en el hospital privado Muguerza.

Ahorita voy en el camión, gasté un poco del dinero que tenía ahorrado pues me urge verlo.
Sé que me hirió e insultó con lo que más me acompleja que es mi físico, pero no deseo
perderlo. Antes de novio, antes de pareja sexual, es mi amigo, mi único amigo y lo necesito.
Aún es temprano, son las cinco de la mañana, casi las seis, así que probablemente llegue a
tiempo para mi cita con Diego y si no... Pues me tocará decirle que me espere.

Evito pensar en el Ingeniero constructor porque ahorita solo importa Gerardo y la decisión
que tomé.

Anoche, antes de irme a dormir, Akira me dejó en claro que haría las citas pertinentes con
los médicos e iría a ver al instructor que me entrenará, también mencionó algo de clases de
meditación. Le repliqué diciendo que todo eso era imposible de hacer considerando que
voy a la escuela, así que Adrik intervino aportando algo que no sabía. Al parecer, si sueltas
una gran cantidad de dinero al director y profesores, el comité te da un examen de
conocimientos generales y pasas la prepa sin tener que cursar todo el semestre, solo te
presentas el día de la graduación y listo, así de sencillo. Incluso Akiva, quien al final dio su
brazo a torcer al ver qué si mellizo no estaba lastimándome, agregó que dejar la escuela
durante este semestre me beneficiará para estar más apta para la universidad.

Si soy sincera, que hayan dicho todo eso me puso a la defensiva exteriormente, pero por
dentro estaba y estoy muriendo de una amarga tristeza pues al fin me están dando la
atención que necesito. Están siendo los hermanos que siempre debieron ser y eso me da
calma. No obstante, algo me falta y eso es el ballet. ¿Si les dijera que deseo ser bailarina me
apoyarían? ¿Me ayudarían económicamente para ingresar a una academia? Estoy segura
que no, Yamelí los convencería de que las gordas no están hechas para un arte de flacas, así
que desistí de mencionarlo, pero eso no borra el hecho de sentirme incompleta.

Recargo mi espalda en el asiento y miro por la ventana como vamos entrando a la ciudad
vecina, estoy a minutos de mirar a Gerry y en verdad espero que esté bien porque no
toleraría perderlo. Mis ojos arden del mero pensamiento, más me las arreglo para no ser
débil porque no pienso entrar chillando a un lugar donde lo que ocupan es fe, esperanza y
ánimos.

El camión se detiene donde le dije al subir y bajo con el corazón alebrestado, golpeando mi
tórax como si supiese lo que estoy a punto de hacer. Cruzo el pequeño camino de pasto
verde seco y voy a la caseta donde hombres armados, que supongo son guardias de
seguridad, custodian la entrada.
—Hola… —los saludo mirando a todos lados y notando que no hay tantos autos como
esperé. De seguro al ser privado hay un mejor control de los pacientes que ingresan—.
Vengo a visitar a un amigo. ¿Necesito algún documento para entrar?

—No se admiten visitas, señorita —responde uno de él, su voz autoritaria generándome
malas vibras.

—¿Quién dice? ¿Acaso reservaron el hospital para un solo paciente o qué?

Lentamente la rabia empieza a florecer en mí y creo que ellos lo notan porque se ponen a
la defensiva, como si me creyeran capaz de golpearlos para forzar mi entrada al hospital. Y
lo haría, pero no tengo entrenamiento absoluto sobre defensa personal, así que lo único
que sí hago es aferrar las correas de mi mochila, alzar el mentón y volver a repetir que vengo
a ver a mi amigo, incluso les digo su nombre junto al apellido, esto parece llamar su atención
porque uno de ellos, el que está más alto y fornido, saca un radio por donde le habla a no
sé quién en un lenguaje clave que aviva aquellos escalofríos en mi columna.

Los ojos marrones del guardia de seguridad me repasan de pies a cabeza, seguro burlándose
internamente de cómo luzco en estos holgados pants y playera de hombre, pero me vale
mierda. Justo ahorita no tengo cabeza para mi autoestima, no cuando mi único amigo está
postrado en una cama por culpa de quien sabe qué criminal, seguramente fueron los mismos
hombres que mataron a su madre y hermano. Seguro ha sido la famosa deuda con los
enemigos, digo, después de todo son narcotraficantes, ¿no? Sé que no debería normalizar
la profesión que ejercen teniendo en cuenta que ha matado a personas, pero realmente no
es mi problema, mucho menos el de Gerardo quien siempre me repitió lo mucho que odia
su procedencia.

Así que espero, espero y espero a que me digan algo, pero los guardias solo me ven. Cuando
estoy por decirles algo, mis ojos captan a un hombre de sombrero vaquero acercarse. Es
alto, de porte macizo e intimidante. Su mandíbula es cuadrada, afilada, con rastros de vello
facial perfectamente recortados que sombrean su tono acaramelado. Tiene una nariz
realmente impresionante, es decir, como si la hubiese construido algún cirujano plástico. Sus
ojos son otro asunto, un color negro tan profundo, intenso y peligroso que me provoca
ganas de apartar la mirada, pero no lo hago.
El hombre camina con seguridad a dónde estamos y la familiaridad que me regala su rostro
deja en claro que es familia de Gerardo. Los guardias de seguridad le abren paso y pronto
lo tengo frente a mí, su delicioso perfume varonil golpeando mis fosas nasales. Es alto,
demasiado alto si debo admitir. Mi cabeza le llega bajo sus pectorales lo cual es intimidante.

—¿Quién eres y cómo supiste que Gerardo estaba aquí? ¿Te han mandado? —Su voz, un
potente retumbe que pone a tronar mi corazón del miedo, me hace alzar la mirada para
enfrentarlo. El rostro se me calienta ante su furioso atractivo.

—Soy Glía Santana, exnovia de Gerry. Este… Aries me avisó que lo habían trasladado al
hospital porque estaba herido así que le robé la dirección de su celular.

Las espesas cejas del hombre se alzan en asombro.

—No sabía que conocías a mi hijo.

Me quedo de piedra al verlo. ¿Entonces este atractivo espécimen es padre de Aries? ¿Es el
abuelo de mi exnovio? Por lo tanto, ¿será él también un narcotraficante? Imagino que sí,
luce como uno y sinceramente no me atrevo a preguntar pues tampoco soy tan estúpida.

—Es amigo de mi familia —es todo lo que digo para luego ladear mi cabeza—. ¿Me deja
entrar? Vengo en son de paz y solo quiero ver a Gerry.

—¿Quién me asegura que no vienes a matarlo?

—Puede revisarme si gusta, no traigo ningún arma conmigo.

Y lo hace. El abuelo de mi novio, uno muy joven si debo ser sincera, me toca el cuerpo con
sus ásperas manos haciéndome tensar entera. Su inspección es minuciosa, peligrosa, y hago
el mejor esfuerzo por contener mi respiración y apaciguar mis latidos porque no está
dañándome, solo está asegurándose de que no soy un peligro para su nieto. Es por eso que
sus manos incluso tocan mi vulva y pechos, disparando así alarmas que muto porque no es
momento para acobardarme. Trago saliva cuando encaja un dedo en el cuello de la blusa
para apartarla e inspeccionar que no traigo nada en medio de mis pechos y definitivamente
me atraganto cuando mete una mano entre mis piernas para tantear mi canal vaginal. Con
su dedo empieza a presionar de forma profunda que termino mordiendo mi labio inferior.
Lo mismo hace entre mis glúteos, estos los separa para asegurarse que no hay nada entre
ellos. Jamás me había sentido tan denigrada como ahora.

Una cruel sonrisa aparece en su boca al tiempo que me deja de tocar. Me da la vuelta con
brusquedad, su aliento acariciando mi oreja izquierda como si fuese un lobo soplando las
últimas palabras a su víctima. Abre mi mochila, la esculca y cuando no encuentra nada, me
vuelve a girar, esta vez con más fuerza.

—Está dormido debido a los sedantes —me dice, dándome otro repaso de pies a cabeza
para luego anclar sus ojos en mí—, pero si gustas esperar a que despierte, eres bienvenida.

—Muchas gracias.

El señor asiente y coloca su mano bajo mi espalda para instarme a entrar. Le dice algo a los
guardias que sinceramente no logro comprender, pero ellos asienten cerrando el paso al
portón. Conforme avanzo puedo sentir mi pulso dispararse porque no sé en qué condiciones
esté Gerardo, Aries no me dio muchos detalles y en los mensajes tampoco venía mucho.
Mantengo mis nervios y temores a raya.

Dejo que el olor característico del hospital me golpeé mis fosas nasales cuando entramos.
Hay poco personal médico, muchos de ellos están pálidos, como si hubiesen visto al
mismísimo demonio entrar. Evitan mirar al hombre que va a mi lado y siguen en lo suyo, a
sus lados hombres armados custodiándolos. Entonces mi cabeza grita que tenga cuidado,
pero no le hago caso porque dudo que me lastimen.

Subimos a un elevador que me genera ganas de vomitar, pero hago un gran esfuerzo por
no pensar en catástrofes. Más pronto que nada las puertas son abiertas y prácticamente
salgo corriendo porque si algo odio son esos cubículos. Avanzamos por el largo pasillo, más
hombres armados custodian aquí arriba, pero lucen amables, o eso creo. Finalmente
llegamos a una habitación, la puerta está cerrada.

—Señor —dicen los hombres en corito, haciendo una reverencia que el hombre a mi lado
no corresponde.

Con su grande mano toma el pomo de la puerta y la abre. Mis ojos empiezan a arder cuando
veo a Gerardo postrado en la cama, rodeado de monitores y con una mascarilla en su rostro.
Me alejo del agarre de su abuelo y corro a él sintiendo que me desmorono porque él es el
único amigo que tengo, el único que siempre me dio refugio y es injusto que esté aquí.

Mis lágrimas empapan su bata médica cuando lo abrazo, pero no me importa. Tomo su
mano con la mía y empiezo a dejarle muchos besitos agradeciendo que no estén quebradas
ni heridas porque sin ellas él no podría volver a cocinar, y si él no puede perderse en la
cocina durante horas, no estaría viviendo pues su pasión reside ahí, entre cazuelas,
ingredientes y utensilios.

—Estoy aquí, Gerry. Estoy contigo —susurro contra su pecho, sintiendo como sus latidos me
saludan, como si reconocieran quien soy. Esbozo una pequeña sonrisa y dejo un beso encima
de ese órgano que lo tiene vivo—. Estarás bien, ya lo verás.

Entonces un carraspeo me hace alejarme de él con cierto temor. Ahí, en una esquina cerca
de la ventana, está su padre, el hombre que más daño le ha hecho, el asesino que me
amenazó y quien le quitó a su mamá, a su hermanito. Mis facciones se endurecen en odio
puro y eso parece gustarle a Escorpio porque sonríe.

—Veo que no eres de las que hacen caso de las advertencias, muñeca.

El tono de su voz me sigue resultando intimidante, de hecho, todo él me provoca escalofríos


en el cuerpo, pero he pasado por tantas cosas que, si lo pongo en una balanza, Escorpio es
como un gatito rabioso el cual muestra las garras y colmillos cuando no le das de comer.
—No le hago caso ni a mi familia, ¿y crees que te haré caso a ti? Por favor —suelto una risa,
logrando que se crispe—. Podrás interponerte en mi relación con Gerardo todo lo que
desees, pero jamás borrarás el hecho de que él y yo tenemos un vínculo demasiado fuerte
capaz de soportar todo. Así que mejor cállate, deja de amenazarnos y sal de aquí porque
dudo mucho que le causes alegría a tu hijo cuando despierte.

—Cuida tu maldito tono, niña.

—Cuida tú el tuyo y no te metas con nosotros —ataco, mi corazón tronando ante mis
palabras—. Podrás haberlo sacado de tu miserable pene, podrás haberle quitado a su madre
y hermano para orillarlo a renunciar a la vida normal que desea tener, pero no le quitarás su
decisión de ser quien desea ser porque no eres su dueño y desde luego que él no es un niño
al cual puedes mangonear.

Escorpio Acero tiene la osadía de reírse.

—¿Sabes? Mujeres como tú que le hablan a hombres como yo de esta forma altanera no
amanecen vivas, muñeca.

—¿Intentas hacerme temblar por la profesión que tienes? —rebato con rabia, acercándome
a él sin acojonarme. Escorpio tensa la mandíbula de una forma tan fuerte que incluso
escucho el rechinar de sus dientes—. Sé que eres un narcotraficante, ¿y qué crees? No me
das miedo, Escorpio. He conocido a monstruos peores que tú, me han tenido entre sus
asquerosas garras, me han roto de mil y un formas, pero sigo aquí porque soy
inquebrantable.

—Se nota que tienes ganas de morirte.

—Se nota que eres un imbécil frustrado que no supo cómo ser padre.

Entonces su puño me golpea la mejilla mandándome al piso con brusquedad, pero logro
meter las manos antes de golpearme el rostro. El abuelo de Gerardo no hace nada por
levantarme, mucho menos regaña a su hijo y comprendo, estas actitudes son tan normales
en ellos que no me sorprende el por qué mi exnovio los odia.

Un pequeño charco de sangre inunda mi boca y estoy tentada a escupirlo, pero hacerlo es
demostrarle debilidad así que me la trago, luchando con las ganas de vomitar porque es un
sabor que odio. Sin embargo, logro esbozar una sonrisa que seguro le enseña mis dientes
manchados en carmesí.

—Vaya, gracias por la ruda caricia —me mofo, tragándome mi dolor y ganas de llorar—.
¿Vas a pegarme más o ya puedo sentarme al lado de Gerry?

Mis palabras evidentemente no le gustan porque sale de la habitación estando claramente


ofuscado. De seguro no está acostumbrado a que le hablen como lo he hecho o se fue para
no matarme aquí mismo. De igual forma me importa poco. Con rabia, y claramente sintiendo
color en mi rostro, estiro una de las sillas que hay aquí dentro y me siento al lado de mi
mejor amigo, tomando su mano entre la mía, acariciando sus nudillos. Evito pensar en que
su abuelo está mirándome como un halcón, en que estoy en la boca de los narcos, porque
como le dije a Escorpio: no les tengo miedo.

Las horas se pasan aquí, yo sentada, sosteniendo su mano y teniendo al abuelo mirándome
con una perturbadora intensidad que me eriza los vellos de la nuca. A eso de las diez de la
mañana cancelo mi cita con Diego diciéndole que salí de la ciudad de emergencia, que si
podemos dejar la cita para otro día pues no alcanzaré a llegar. Omito decirle que en realidad
no tengo ganas de verlo porque mi amigo me necesita. Su respuesta llega enseguida.

Diego: Está bien.

Es su simple y seca respuesta lo cual, si debo admitir, duele un poco. Guardo el móvil en mi
mochila para no tener distracciones pues Gerardo me ocupa. Pienso en todo y a la vez en
nada preguntándome por qué existen personas tan asquerosas que hieren. Él jamás se metió
con nadie, jamás insultó a nadie y mantenía su buena distancia de los problemas. Incluso en
la escuela cuando lo provocaban prefería ignorarlos o solo decirles de palabras fuertes, pero
nunca faltándoles al respeto. Es un buen chico, uno que tiene sueños e ilusiones como yo.
Si pudiera sustituir su lugar lo haría, pero no conmigo, sino con la persona que lo dañó hasta
el punto de mandarlo al hospital.
Recargo mi cabeza contra su mano sintiendo la imperiosa necesidad de echarme a llorar,
pero no haciéndolo porque sigue habiendo compañía aquí dentro, en cambio, empiezo a
susurrarle que lo perdono por lo que me dijo e hizo, que lo absuelvo de cualquier culpa
porque sé que no me hirió con intención.

«Estás justificándolo».

Tal vez, pero todos nos equivocamos en algún punto y si ellos tienen derecho a redimirse,
¿por qué él no? ¿Por qué a él lo condenaría cuando no hizo nada malo más que desear tener
sexo conmigo quien fui su novia? ¿Por qué lo llamaría mal hombre por tener necesidades
básicas que debí cumplirle? Éramos una pareja y las parejas se ayudan.

«Te insultó».

Estoy segura que no lo hizo a propósito. Algo debió ocurrirle para que me dijera esas cosas
feas porque en todos los años que llevamos juntos jamás me había llamado gorda o
traumada. Él siempre respetó mi sentir, me apoyó, me aconsejó y regaló momentos lindos.

El tic-tac del reloj me relaja a un grado de empezar a sentir somnolencia, pero no me atrevo
a cerrar mis ojos ni por un momento. En cierto punto una enfermera entra para monitorizar
sus signos vitales y mientras anota las cifras alcanzo a leer el motivo de su estancia aquí:
apuñalamiento en testículos. Mis ojos, sin quererlo, bajan a su miembro inferior quedándose
ahí, pensando en el gran sufrimiento que debió pasar Gerardo porque ese tipo de heridas
no solo dañan el cuerpo, sino el orgullo, la psique.

—Él… ¿Tendrá alguna disfunción? —le pregunto a la enfermera quien finalmente repara en
mí pues fue tan maleducada que ni siquiera saludó.

—No sabría responderle eso, señorita —me responde de forma hosca, cerrando la carpeta
con la historia clínica y dejándola sobre el buró que está al lado de la cama—. Pero puede
hacerle la pregunta al médico que lo operó.
Sin decir más, ella se va, irritándome en el proceso. Entiendo que ha de ser pesado ser
enfermera, pero al menos debería poner una mejor cara, ser más amable y no responder de
la forma brusca en que lo hizo pues yo no tengo la culpa de su amargura.

La luna empieza a salir sobre el cielo cuando Gerry aletea sus parpados generando que mi
corazón truene de la emoción. Cubro mi boca con ambas manos para amortiguar el sonido
que desea escaparse de mi boca y permito que mis lágrimas deslicen fuera de mis ojos
bañándome los pómulos, los dedos.

—Despertaste… —digo más para mí que para él. Sus bonitos ojos verdes brillan al mirarme,
como preguntándose qué hago aquí cuando fue un asno. Me inclino un poco sobre él para
dejarle un besito en la frente—. ¿Cómo te sientes?

—Como si me hubieran pasado un camión encima —me responde con la voz rasposa,
agrietada. Inhala con mucha fuerza y la mueca de dolor que aparece en su bello rostro me
alarma. Creo que él puede notarlo porque toma mi mano y niega, como diciendo que está
bien, que no me preocupe—. Perdóname, hermosa —musita bajito, casi con temor—, no
quise decirte nada de eso. Por favor olvídalo. Tú me conoces y sabes que ese no era yo.

—Te perdono, Gerry. Dios… —lo abrazo fuerte, hundiendo mi rostro en la curva de su cuello,
aspirando ese aroma tan característico que tiene pese a que lleva horas impregnándose del
olor hospitalario—. Juro que te perdono. Te quiero mucho.

—Y yo a ti, Glía.

Hay un temor en su expresión, como si estuviese recordando las palabras que tal vez le dijo
su agresor, pero logra recuperarse en cuestión de segundos. No lo molesto con preguntas
absurdas, tampoco intento averiguar qué es lo que pasó para que terminara así, si había
tenido alguna pelea, si previamente lo habían amenazado o algo, simplemente me siento a
su lado, dándole sutiles caricias en sus nudillos, en su rostro, en su pelo. Me empapo de él
agradeciendo a los médicos que salvaron su vida.

Gerardo vuelve a caer en un profundo sueño debido a los medicamentos y no me muevo


de su lado ni siquiera para ir al baño. Su abuelo sigue en el mismo lugar, viendo con atención,
estudiando meticulosamente cada mínimo movimiento que hago. Jamás me había sentido
tan violada como en estos momentos. ¿Por qué simplemente no se va? ¿Qué necesidad tiene
de estar aquí? Lleva horas en la misma esquina, lleva horas en silencio observando,
analizando. Ni siquiera se acercó en los pocos minutos que su nieto estuvo despierto.
¿Realmente le importa Gerardo? ¿O solo está cuidando por órdenes de Escorpio? Entre más
veo más comprendo el por qué Gerry siempre me decía que no deseaba estar vinculado con
los Acero. Y en cierto modo nos parecemos pues ambas de nuestras familias están rotas.

A veces me pregunto lo que se sentirá tener cariño, afecto, comprensión y amor, mucho
amor. ¿Qué se sentirá tener una verdadera familia? Espero un día averiguarlo.

Mi celular vibra, pero lo ignoro porque sé quien o quienes serán. Los conozco tan bien a mis
hermanos que seguramente ya están en pánico, incluso enojados, no me sorprendería que
rastreen mi celular para encontrarme aquí. Entonces una loca idea llega a mi cabeza. Miro
sobre mi hombro al abuelo Acero, sus ojos negros clavándose en mi con tanta maldad que
garras heladas me rasgan la espalda.

—Me gustaría pedirle un favor, pero necesito que me diga el precio de ello.

—Depende su magnitud —responde el hombre, su voz reverberando en mi pecho como un


tambor roto.

Bien, esperaba este tipo de contestación.

—Mi familia no me quiere al lado de Gerardo —expongo mi caso particular, captando su


atención—, saben que son narcotraficantes y no me quieren involucrada, algo tonto porque
desde hace mucho estoy dentro pues su nieto lleva siendo mi novio desde siempre y un hijo
de usted es amigo de mis hermanos. —Inspiro hondo y me levanto de la silla para ir a él
quien no se muestra sorprendido, sino complacido—. El punto es que no deseo apartarme
de Gerardo, al menos no hasta que esté recuperado. ¿Puede usted ayudarme?

—Estás hablando con Horóscopo Acero, niña, para mí nada es imposible.


—Lo sé, se nota —digo con sinceridad, repasándolo de pies a cabeza—. ¿Tenemos un trato?

Horóscopo esboza una siniestra sonrisa que provoca más escalofríos en mi piel, noto incluso
como me tiembla la mano cuando la acerco a él para cerrar el pacto ya que lo considero
necesario. Sus ojos negros, esos orbes que lucen como si trajeran un infierno dentro, se dan
cuenta de mi temblor, pero no dice nada. En cambio, acerca la suya dándome un duro
apretón que me deja sus dedos marcados.

—Bienvenida a la familia Acero, Glía.

Capítulo 19

Glía

La mañana siguiente llega con mucho ajetreo en el hospital. Gerardo despierta a eso de las
seis y las enfermeras vienen a monitorizarle los signos vitales. Para las ocho un doctor junto
a un grupito de médicos ingresa a la habitación para revisar la herida diciendo que está
sanando bien, que no hay riesgo de infección y que ya puede ser trasladado a domicilio.

Escorpio, mi exsuegro, pide que todos ellos se alisten porque volarán con nosotros. Sí,
nosotros, a Holbox donde al parecer está su finca. Cada persona aquí dentro se queda con
los ojos abiertos, incluso yo, sin embargo, no dicen nada y aceptan diciendo que subirán al
helipuerto, es decir, la pequeña pista de aterrizaje que tiene este lugar en el último piso.

Los médicos se van de la habitación dejándonos a los tres solos. Afortunadamente el abuelo
de Gerardo tuvo que salir temprano a atender unos asuntos según alcancé a escuchar. De
reojo miro como el ojiverde tensa la mandíbula al tiempo que aprieta sus manos en puños.
No luce para nada feliz, pero sabe que estar bajo los cuidados de su padre es la mejor opción
porque seamos honestos, no tiene dinero, este hospital seguro salió carísimo y los
medicamentos no son nada baratos de conseguir, así que por ahora le toca doblar las manos,
algo que, por supuesto no le agrada, puedo verlo en su cara.
Si no lo conociera pensaría que solo es una rabieta suya, pero cómo si lo conozco desde que
tengo uso de razón, sé que todo esto es un grande golpe a su orgullo.

—Te gustará Holbox, cachorro —espeta Escorpio, acercándose al de la cama e intentando


tocarle una pierna, pero mi exnovio lo mueve al tiempo que gruñe. Los ojos del narco se
deslizan a mí. Noto que tiene ojeras bajo sus intimidantes ojos negros—. Me dijo mi padre
que le has pedido un favor, muñeca.

—Así es.

—¿Qué te dijo?

—Bienvenida a la familia Acero, Glía —repito las palabras que Horóscopo me dijo haciendo
que las cejas de Escorpio Acero se alcen en asombro. Seguro no cree lo que digo, y es de
esperarse, luzco tan insignificante e insulsa que nadie pensaría que tengo los ovarios
suficientes para enfrentarme a narcotraficantes como ellos porque simplemente no les temo.

Los Acero o cualquier tipo de criminal puede chuparme las patas.

—¿En verdad te dijo eso? —pregunta, anonadado, e internamente echo a reír.

—Así es, señor.

—¿Qué diablos le diste para que accediera? —indaga un poco más, una de sus cejas alzadas,
la otra fruncida. O es idiota, o se hace. Estoy siendo muy clara, ni siquiera mi tono denota
burla.

—Nada. Simplemente le comenté mi situación.


—Papá jamás había hecho esto…

—Genial entonces, soy su primera vez —me encojo de hombros y este comentario parece
no gustarle a ninguno de los hombres presentes porque gruñen, algo que me da igual.
Tratos son tratos y no iba a desperdiciar esta oportunidad.

—¿Por qué carajos debemos irnos a Yucatán? —espeta Gerardo, cambiando de tema
drásticamente, su voz saliendo llena de todo el odio que siente por el hombre que le
arrebató a su madre a sangre fría—. Quiero regresar a Camargo. —Escorpio suelta una risa
y niega, eso enfurece a su hijo—. Dame una razón para no hacerlo.

—Sabes bien que Tamaulipas no es mi territorio.

—Pues no parece que lo respetes. Se supone que Tamaulipas es de Virgo y aquí andas,
jodiendo como siempre —brama con más furia, su padre rodando los ojos.

La curiosidad pica en todo mi cuerpo ya que no comprendo cómo es eso de los territorios
en el narcotráfico. ¿Debería preguntarle? ¿Eso me perjudicaría? Le aviento una mirada al
hombre frente a nosotros, es una donde puede ver mis incógnitas.

—El territorio de Virgo es neutral, cachorro —responde sin apartar sus ojos de mí.
Obviamente no me acobardo, se la sostengo, eso lo desconcierta más porque, al final,
Escorpio es quien desvía la mirada. Gané—. Pero suficiente de eso, mejor vete mentalizando
que pasaremos un tiempo juntos.

—Ya qué.

Escorpio sale de la habitación dejándonos a solas y el silencio que se instala entre los dos
no me gusta, pero tampoco busco presionarlo ya que seguro tiene muchas cosas en la
cabeza. Luce muy preocupado, algo que no me gusta pues él, pese a todo, siempre ha sido
alguien lleno de tranquilidad incluso cuando su mundo está de cabeza.
Decido sentarme a un lado de él para tomar su mano y colocarla en medio de las mías que
lo apretujan con cariño.

—Tranquilo —murmullo, dando suaves caricias en sus nudillos. Gerardo medio se relaja ante
mi roce—. Iré contigo a Holbox, no te dejaré solo.

—¿Y tu familia?

Sé a lo que se refiere y realmente no debe preocuparse ya que tengo diecinueve años, sé lo


que hago. Ya les mandaré un mensaje después desde aquel lugar, ahorita mi prioridad es
mi amigo, su sanación y recuperación.

«Quieres apoyar a alguien cuando estás más rota que un cristal», susurra esa fea voz en mi
cabeza, pero decido ignorarla puesto que ahorita no soy quien ocupa ayuda.

Bueno sí, pero no estoy en una cama con heridas físicas.

—La pasaremos bien el Holbox —digo a cambio, volteando su mano para seguir con las
caricias, pero ahora en su palma la cual está bien, sin rastros de heridas—. Sobre tu papá…
Sé que lo odias, que te ha dañado de forma irreparable, pero ahorita ocupas de su dinero,
Gerry. Este hospital es costoso y no cuentas con lo necesario para costearlo.

—Sí, gracias por recordarme mi pobreza, Glía.

Aleja su mano de mi tacto con brusquedad para cruzarse de brazos. Su rostro se gira hacia
la ventana de modo que noto su maravilloso perfil. Siempre me ha gustado como se le
remarca la mandíbula y el pequeño lunar que tiene justo al centro de esa línea de esa línea.
Cualquier fotógrafo mataría por tener una foto suya.

—Sabes que no lo digo en mal plan.


—Ya lo sé. Es solo que… —los ojos de Gerardo se tornan brillosos, más él cierra sus párpados
y hace ejercicios de respiración, los mismos que le compartí la primera vez que visité al
psiquiatra—. Mató a mi mamá, Glía. Él me la… mató. ¿Cómo pretendes que conviva con él?
Si lo hago siento que estaría faltándole al respeto a su memoria.

—¿Y alguna vez has pensado que tu mamá ya sabía las consecuencias de estar al lado de un
hombre como él? —inquiero sin buscar dañarlo, pero creo que logro dar en un punto débil
porque la primera lágrima cae—. Estoy segura que las mujeres del narco saben lo que hacen,
Gerry, y pese a eso ella decidió quedarse, decidió engendrarle hijos y casarse con él. ¿Por
qué razón? Solo ella supo y a ti te toca aceptarlo por más cruel que suene.

No soy buena con las palabras, pero no estoy tan tonta como para no saber lo que una
mujer arriesga al estar con hombres así y Gerardo también lo sabe, él más que nadie conoce
el tipo de vida que llevan los de su calaña. Sé que sería muy insensible de mi parte decirle
que guardarle rencor a su papá no le regresará a su madre muerta, así que, en cambio,
intento nombrarle los beneficios de esta situación, le hago ver que puede sacarle provecho
a Escorpio estando a su lado y eso parece gustarle.

Una enfermera entra a la habitación interrumpiendo nuestra conversación, viene con una
silla de ruedas y tras ella aparecen dos camilleros. Le explica a Gerardo que deben cambiarlo
a dicho objeto, él por supuesto no replica, se queda callado y mirando a otro lado cuando
los hombres lo cargan. Me coloco la mochila en mi espalda y reviso el celular. Tengo un
mensaje de Diego que me hace sentirme la peor mujer del mundo pues dice: Gracias por
nada. Ten buena vida, Aneth. Adiós.

Mi corazón truena ante lo que él dice y rápidamente escribo lo que está pasando, sin
embargo, al hacer clic para enviar aparece un anuncio que dice “el contacto ya no existe en
esta aplicación.” Cubro mi boca con una mano percibiendo como toda la piel me hormiguea.
¿Me ha bloqueado? Intento otra vez responder su mensaje, pero aparece el mismo
enunciado. Repito lo mismo cinco veces más, pero nada sucede. La impotencia que empiezo
a sentir se me acumula en mis ojos. ¿En verdad me bloqueó porque no fui a la cita? No
puedo creerlo. Sé que no debería afectarme, pero lo hace.

—¿Pasa algo? —cuestiona Gerardo haciéndome apartar el rostro de la pantalla. Noto que
tiene el ceño fruncido. Simplemente niego, guardo el celular en la mochila y voy a él para
empujar la silla.
Conforme avanzo no puedo evitar sentirme miserable. Vi a Diego, cené con él, estuvo en mi
cuarto, intercambiamos palabras frente a frente, me invitó a una cita que acepté, pero luego
le dije que no podría asistir, ¿y ahora me ha sacado de su vida? ¿Así tan fácil?

Un vergonzoso ardor me ataca los ojos que por inercia empuño las mancuernas de la silla.
Avanzo por todo el pasillo blanco ignorando mi asqueroso sentir e intentando olvidar lo que
Diego me dijo en su mensaje. Sé que es mi culpa, yo le cancelé, yo olvidé mandarle un
mensaje anoche, ¿pero en serio tenía que hacer este cambio drástico? Maldito cretino.
¡¿Cómo se atrevió?!

Abordamos el espantoso elevador en donde mi grande miedo se desata porque en verdad


odio este tipo de cubículos metálicos. Cierro mis ojos lo mejor que puedo cuando estoy
dentro y empiezo a contar en mi cabeza buscando alejarme de mi realidad. Para mi desgracia
el elevador va lento, como si estuviese burlándose de mí. Aprieto las mancuernas con tanta
fuerza que los nudillos se me tornan excesivamente blancos, fantasmales. Entonces la
campanita suena indicando que hemos llegado y no lo pienso ni por un segundo, antes de
empujar la silla fuera de ese macabro cubículo a la par que abro mis ojos llevándome la
encandilada de mi vida. Achico mis ojos un poco solo para acostumbrarme y entonces me
quedo anonadada ante la belleza matutina que observo.

Frente a mí se encuentran una cantidad considerable de edificios de todos los tamaños que
son iluminados por el dorado sol que va ascendiendo lentamente tras ellos tintando lo
celeste del cielo en colores naranjas, rosas y blancos. Es hermoso, irreal y tan pacífico que
incluso el miedo provocado por el cubículo aquel se esfuma como partículas. Esbozo una
diminuta sonrisa y abrazo a Gerardo dejándole un besito en el filo de su mandíbula.

—Estaremos bien —musito, aspirando su aroma—. Estaremos muy bien, Gerry.

Gerardo alza la mano para acariciarme el cuello al cual le da un apretón. Después gira el
rostro, nuestros ojos encontrándose, mi color fundiéndose con ese verde pantano que
siempre ha sido cálido y amistoso para mí. De forma sutil desliza la mirada a mi boca y solo
por esta vez le concedo besarme. Su boca colapsa contra la mía en una suave presión que
me provoca ligeros cosquilleos en la piel. Se aparta juntando nuestras frentes.
—Estaremos bien, hermosa.

Hago un leve asentimiento y nos separamos justo cuando su padre baja del helicóptero que
ya nos espera. Las hélices de este comienzan a girar causando un fuerte viento que me hace
nuevamente achicar mis ojos. Dos hombres altos, vestidos en ropa tejana, es decir, pantalón
de mezclilla y camisa de manga larga fajada, se nos acercan, ellos toman control de la silla
de mi mejor amigo para empujarlo hacia el ave de metal.

Mi exsuegro se me planta al frente, mirándome con tanto rencor que ardo.

—Vendrás a Holbox con nosotros porque te ofreciste a ser la enfermera de mi hijo, pero no
vivirás en mi finca porque no confío en ti —espeta de forma brusca, grosera. Sus ojos negros
me penetran hasta el alma, es como si estuviese mirando a la misma calaca.

—¿Entonces donde viviré?

—Con Sianya Ferrer, una mujer que renta habitaciones en su casa cerca de la playa.

—¿Es confiable?

—Sí.

—¿La conoces?

—Demasiado.

Escorpio ya no dice nada más, solo hace un movimiento grotesco con su cabeza para que
mueva mi trasero al helicóptero. Me ayuda a subir, sus manos lastimándome un poco, más
aguanto el quejido y no le reclamo. Tomo asiento al lado de Gerardo quien observa con
odio puro a su progenitor, entonces desliza sus ojazos verdes a mí y toma mi mano para
apretarla con fuerza, buscando estabilidad, tranquilidad.
Mi corazón truena en mi pecho cuando las puertas del ave se cierran y más cuando el piloto
nos dice que despegará en diez. De un bramido mi exsuegro me hace amarrarme el cinturón
y entonces empezamos a ascender, a dejar abajo el hospital que le salvó la vida al único
amigo que tengo. Mis uñas se clavan en la mano de Gerardo, pero él no parece inmutarse,
de hecho, parece ser como si su vida se fuese quedando allá abajo, como si le hubieran
arrancado una parte vital de su cuerpo que lo está matando lento.

—¿Te gustan los niños, Glía? —cuestiona Escorpio, de reojo noto que está revisando algo
en su móvil. Noto que sonríe al mirar la foto de un bebé cuyos ojos grises son demasiado
expresivos, inocentes.

—No. ¿Por qué?

—Cuidarás a mi cachorrito —dictamina sin importarle mi respuesta, Gerardo se tensa a mi


lado—. Se llama Gustavo, tiene año y medio.

—¿Es el cobro por el favor que me están haciendo?

—Sí. Depende de ti si haces bien tu trabajo o yo mismo me encargo de encerrarte en un


lugar donde nadie nunca te encontrará.

La forma maquiavélica en que dice eso me hace temblar porque estoy segura que lo hará,
que, si es capaz de mandarme al mismísimo infierno, algo que no pretendo tolerar porque
ya me tuvieron cautiva durante muchos años y presa no quiero ser. Así que acepto su oferta,
total, he cuidado a mi sobrino Gabriel desde que tengo uso de razón por lo que cuidar de
Gustavo no creo que sea problema, todo vale la pena mientras me deje mirar a Gerardo.

Así que se lo hago saber y mi respuesta parece agradarle, ojalá pudiera decir lo mismo de
mi amigo, pero él simplemente suelta mi mano y se cruza de brazos, está claro que odia las
condiciones en que estamos, pero todo empeora cuando su padre habla.
—Me debes dos millones de pesos, cachorro —comparte él, como si la cantidad fuese
insignificante, Gerardo medio tose y lo ve con ojos abiertos llenos de horror—, por ende,
trabajarás para mí hasta que cubras la deuda y no acepto negativas porque si estás vivo y
funcional, es gracias a mí.

Gerardo ni siquiera dice nada, se mantiene en silencio y evita mirarnos.

Algo me dice que las cosas entre ambos no serán tan buenas como creímos.

Capítulo 20

Glía
Dicen que el narcotráfico es malo y aberrante, pero en él encontré aquella libertad y
comprensión que mi familia jamás me dio. ¿Cómo algo tan cruel y despiadado puede ser
tan hermoso? ¿Cómo aquello que hace a muchos gritar debido a las crueldades, me está
dando a mí un nuevo inicio lejos de tanta imponencia y maltratos sin pedirme nada a cambio
salvo cuidar de un pequeño bebé? Creí que me arrepentiría de botar mi vida con los Santana
como lo hice desde el momento en que hice el pacto con Horóscopo Acero, pero no ha sido
así y no sé si debería sentirme culpable al respecto.

He bloqueado sus números y he borrado mis redes sociales porque no deseo que me
encuentren, no cuando me han hecho tanto daño. Este castigo no es para mis hermanos, a
ellos los quiero pese a todo lo que hemos pasado y aprecio al igual que entiendo que tengan
sus propias vidas, más cuando son famosos, lo que jamás entenderé es el por qué la madre
de ellos, mi supuesta madre adoptiva, me trata como si fuese una basura. ¿Qué daño le hice
para que me haya tratado así? ¿Por qué se empecinó en recalcarme una y otra vez mi
asqueroso físico? ¿Qué no sabe lo mucho que ya sufro por eso? Ojalá Yamelí fuera una
madre ejemplar, alguien en quién confiar y a quien acudir cuando me siento ahogar, pero
ella ha sido todo menos eso. Y papá, bueno, él es otro asunto, uno que me dañó con su
maldita ausencia y migajas de “amor.” No entiendo como las monjas del orfanato
permitieron que ellos me llevaran, aunque supongo que solo vieron una oportunidad para
deshacerse de una boca que les quitaba alimento.

Tal vez mi vida habría sido linda si Yamelí me hubiese tratado con respeto, pero jamás fue
así. De hecho, aún recuerdo lo primero que me dijo cuando saqué mis zapatillas y tutú de la
lavadora pues los había comprado en una venta de garaje y quería tenerlas relucientes. Son
palabras tan asquerosas que aun siento como me desgarran mi débil corazón para
inyectarme más odio y veneno.

«¿En serio crees que una gorda como tú puede usar tutú y zapatillas de ballet? Déjate de
tonterías, Glía Aneth, ese arte es para flacas», me había dicho, arrancándome las cosas de
mis manos para tirarlas al bote de basura y después tomarme de la mano para llevarme al
pequeño estudio que hay en la casa de las pesadillas. Ahí había una pila de libros sobre
leyes, unos que Darío, mi padre, había comprado en su época de estudiante.

«Invertirás tu tiempo en esto porque serás abogada como tu papá y me importa poco que
rebuznes que en esta casa se hará lo que yo diga porque estoy harta que nadie me
obedezca», dictaminó, encerrándome en ese lugar casi todo un día donde todo lo que pude
hacer fue llorar y llorar porque mi sueño siempre ha sido el ballet.
Obviamente no leí absolutamente nada, de hecho, rompí los libros y recibí el peor regaño
de mi existencia, palabras que llevo grabadas bajo mi piel pues de estúpida, gorda y obesa
retrasada no me bajó Yamelí. A Darío no le importó, al final de cuentas dijo que solo eran
libros que muy bien podría reemplazar, pero claro está que esto me lo dijo una semana
después cuando se dignó a aparecer en la casa. Siete días tarde en donde las heridas de su
mujer ya habían hecho su hueco en mí.

«¿Por qué mis hermanos si pueden hacer lo que aman y yo no?», le había dicho a papá una
noche mientras soportaba las ganas de llorar pues era una cena familiar decembrina. Todos
estaban tensos a morir pese a que era cumpleaños de Adrik. Papá solo puso un dedo sobre
su boca, como diciendo que me callara y desde entonces no le moví, ya no dije nada al
respecto. ¿Para qué? Al final lo que decía o preguntaba no era tomado en cuenta.

Pero con Horóscopo todo fue distinto. Ese hombre, el abuelo de mi exnovio, me escuchó,
me ofreció un trato y él mismo se lo comentó a mi exsuegro quien también aceptó mis
palabras, mis condiciones, sin burlarse, sin tirarme odio por mi físico.

Sé que es muy poco lo que hicieron, cualquiera se burlaría de mí por sentir este grande
respeto por ellos, pero los Acero hicieron lo que mi familia nunca en cuestión de horas y por
esta razón me siento muy agradecida con ellos. Entiendo que Gerardo se lleve mal con ellos,
pero ese es su problema, no el mío.

Me dejo caer en la cama tras terminar de secarme mi cabello húmedo y miro a través de la
grande puerta de cristal que da vista al bonito mar de Holbox. Hace apenas tres horas llegué
a la casa de la señora Sianya Ferrer y decidí estar aquí adentro un rato antes de salir, me
tomé una ducha y duré mucho bajo el agua.

Este lugar es acogedor, lleno de colores pasteles tan hermosos que me hacen sentirme viva.
La habitación donde me quedo es de un color verde pistache, tiene cuadros de caballitos de
mar, estrellas, pulpos, tiburones, pescados y cualquier otro animal marino que existe ahí
afuera en lo profundo del agua que no me atrevo a explorar. Forman una especie de mural
en toda una pared que en verdad no hay espacio para uno más. Lucen como si alguien los
hubiera pintado con amor y cariño, como si fuese algún tipo de terapia.
Tiene un pequeño armario con puertas hechas de bambú, una cama pequeña perfecta para
una sola persona y una alfombra color arena demasiado suave. También hay un buró al lado
izquierdo de la cama, este es de un color ébano que oculta algunos rayones y escritos pues
desde mi distancia puedo ver que hay nombres garabateados, pero solo dos de ellos son
legibles: Santiago & Vicenta. Me pregunto si pertenecen a alguna pareja que antes ocupó
este lugar, y si eso de algún modo enojó a Sianya por lo que decidió pintarlo.

Seguramente Santiago y Vicenta fueron unos amantes traviesos extranjeros que decidieron
dejar su marca en este lugar para recordar la hermosura que desprende Holbox, o tal vez lo
hicieron como algo romántico y un recordatorio de que ni siquiera la madera es capaz de
borrar los recuerdos.

Me giro sobre mi espalda para ver el techo, hay pegatinas de estrellitas que espero brillen
de noche. Hago ejercicios de respiración e intento relajarme, pero entonces escucho pasos
caminar de un lado a otro y, de pronto, noto a la mujer de piel carbón salir con un caballete,
un lienzo y una pequeña maleta negra al centro de la playa. Ahí vislumbro como ella empieza
a sacar pinturas, pinceles y una pequeña manta blanca donde se sienta frente al lienzo. Abre
sus botecitos de pintura, los vierte sobre una pequeña paleta en forma de riñón para
entonces tomar un pincel con el que mezcla los colores e iniciar a dibujar. Decido girarme
sobre mi estómago para verla hacer su arte.

Ella es muy hermosa con todo y su piel al color del petróleo, es chaparrita, llena de curvas y
con un cabello tan oscuro y sedoso que le llega a las nalgas. Lo trae trenzado, pero se nota
que lo cuida demasiado porque la trenza está gorda, abundante, tal como yo tenía mi cabello
antes de mi enfermedad mental. Parece un hada exótica, de esas que no siempre se ven en
la literatura, pero cuando aparecen deslumbran con su belleza.

Se pierde entre colores, entre la brisa marina y la arena. Pronto hay dos pequeños niños
dibujados, ambos tomados de la mano, miran al frente donde hay una grande y gorda luna
llena que deja caer su manto sobre el agua oscura que es el mar nocturno, iluminándolo.
Pequeñas estrellas salpican el cielo de pintura junto a destellos de nubes. Bajo los piecitos
de los niños hay arena, mucha arena. Ambos son de cabello negro corto hasta poco más
arriba de los hombros, pero llevan ropa distinta. Ella porta un vestidito rojo cereza, y él una
camisa del mismo tono junto a unos shorts caqui. Están descalzos por lo que disfrutan de la
sensación que les da la arena. Es un dibujo nostálgico, lleno de tonos oscuros, pero a la vez
atractivo por la inocencia de esos pequeños niños que sostienen sus manos con fuerza,
como si no quisieran ser apartados por nada ni nadie.
La mujer deja la paleta en el piso, se pinta los labios con pintura blanca y deja un doloroso
beso en la esquina del lienzo antes de colocar una simple «S», supongo que esa es su firma,
su sello. Se queda durante largos y largos minutos viendo el dibujo, adorándolo, hablándole,
es algo desgarrador de ver así que aparto la mirada y tomo el móvil para intentar mandarle
un mensaje a Diego. Tal vez fue un error eso de “el contacto ya no existe en esta aplicación.”
Pruebo mandando un mensaje normal ya que afortunadamente mi plan telefónico tiene
para eso.

Querido Ingeniero constructor de ojos ámbar que estuvo en mi cama:

Sé que me porté mal contigo al decirte primero que sí tendría una cita y después haber
desaparecido sin informártelo, pero ocurrió un evento algo feo que me hizo tomar una
decisión. No sé si debería contarte porque es posible que la línea esté siendo ya intervenida
por mis locos familiares, pero debes saber que haber compartido contigo ese pequeño
momento a tu lado es algo que jamás voy a olvidar. Me hiciste sentir que ahí afuera existen
personas buenas como tú que me comprenden sin realmente conocerme. Me hiciste sentir
que tenía un amigo en el cual confiar y ser yo misma en su totalidad. Lamento demasiado
haberlo jodido, juro que no fue mi intención, pero entiendo que no estés para este tipo de
cosas siendo tú un adulto ya experimentado. Espero que tú también tengas una buena vida,
una llena de felicidad y libertad, una donde nadie busque atrapar tus alas para lastimarte.

Muchas gracias por haberme aceptado aquella solicitud.

Con vergüenza, pero mucho aprecio;

Aneth.

Le pico a enviar y refundo el móvil en el buró para entonces salir de la habitación. En el


pasillo me encuentro a Sianya quien carga con sus cosas de trabajo. Me ofrezco a ayudarle.
—En esta habitación, por favor —me dice y asiento entrando al lugar que ella abre. Es un
cuarto más pequeño, de un color rosa pastel muy lindo. Hay muchas cosas acumuladas: cajas
de ropa, libros, zapatos, juguetes, incluso muebles—. Muchas gracias, señorita Santana.

—Llámame Glía —le pido sonriente—. Vi el cuadro que dibujaste, te quedó precioso.

Sianya abre sus bonitos ojos oscuros en asombro y se mordisquea su labio inferior, luciendo
apenada.

—Suelo pintarlos cuando los extraño.

—¿Son conocidos tuyos?

—Fueron mis hijos —musita tan bajo que un escalofrío me recorre la columna. Ni siquiera
me atrevo a preguntar cómo murieron porque sería una gran falta de respeto considerando
que no la conozco. Así que, en cambio, le doy un apretón en su hombro.

—Pues se mira que ambos se querían mucho.

—Demasiado. Él… Él cuidaba mucho a su melliza. Eran inseparables.

Que me esté contando esto tal vez es buena señal, sin embargo, no me atrevo a indagar
más. Ella parece comprenderme porque tampoco dice nada. Guarda el cuadro junto a
muchos más y después me invita a la cocina donde me entrega una rebanada de pay de
limón junto a un apetitoso café helado con espuma.

—Cuénteme, señorita Glía, ¿qué la trae a Holbox? —me pregunta, sus ojos oscuros
regalándome una calidez maternal que siento mi corazón acelerarse. Cuánto daría porque
Yamelí me viera y hablara así.
—Dime Glía a secas, por favor —le recalco con amabilidad, dándole un sorbo a mi delicioso
café—. Y pues… vine por trabajo.

—¿Oh, en serio?

—Sí. Me ofrecieron un buen empleo de niñera —le miento, pues no puedo simplemente
decirle que estaré cuidando al hijo de un narcotraficante, tampoco deseo asustarla. Escorpio
dijo conocerla, pero tal vez ella no sabe a qué se dedica realmente ese hombre—. Así que
estaré aquí una temporada.

—Eso es estupendo. Tenía mucho sin tener a un turista aquí, pero me alegra que te hayas
animado a venir. Prometo que es un lugar tranquilo en donde tendrás todos los servicios y
si quieres aprender a pintar o cocinar, solo dímelo.

Mis ojos se agrandan en asombro porque me gustaría aprender esto último.

—¿Tiene costo extra las clases de cocina? —Sianya niega y estira la mano hacia un gabinete
de dónde saca un folleto colorido que me entrega.

—El paquete que elegiste incluye cualquiera de esas clases si así lo deseas, como plus doy
clases de natación y pescar.

—¿Pescar peces?

—Así es.

Todo lo que ella dice suena estupendo y relajante, así que me apunto a cocina y pescar,
podría elegir aprender a nadar, pero no me siento cómoda con mi físico así que eso jamás
lo haría así me pagaran.
Sianya me narra un poco sobre las costumbres que tienen aquí en Holbox dejándome
fascinada porque es un lugar muy bello, lleno de sol, arena y agua. Se ofrece a darme un
tour lo cual acepto ya que no planeo estar encerrada ahogándome con mis pensamientos
negativos. Así que cuando termino mi rebanada de pay de limón, salimos a la playa donde
decido caminar descalza, tal como ella.

La arena fresca hace contacto con cada uno de mis dedos haciéndome sonreír porque es
suave y cómoda. Aspiro hondo el aroma de mar empapándome de lo salado, de lo fresco, y
las ganas de llorar se apoderan de mí porque nunca creí que esto fuera la libertad. Estuve
perdiéndome de tanto por diecinueve malditos años que jamás me lo perdonaré.

Un gran nudo al tamaño de una toronja se forma en mi garganta, es tan sofocante, tan
doloroso que me detengo un poco frente a una tiendita de abarrotes. La morena se alarma
por lo que tengo sus cálidas manos tomándome del rostro.

—Saca todo lo que llevas dentro, cariño —me dice con voz tierna, bajita, una maternal
sonrisa dibujándose en sus labios—. No te reprimas que aquí nadie te va a juzgar.

—Es que no… Yo…

—Libérate, Glía —susurra, acariciando justo donde están mis notables ojeras—. Dale a la
arena un poco de tus tempestades y tormentos para que cuando el agua la bese se lo lleve
al fondo del mar.

—¿No me va a juzgar?

—Jamás.

Y cómo si sus palabras fueran algún tipo de bálsamo sanador o magia, mis lágrimas saladas
escapan de mis ojos derramándose como un potente diluvio que me tira a la arena. Ella cae
conmigo, más no me toca ya que escondo mi rostro entre mis manos temblorosas. La arena
me pica en mis rodillas como recordándome que estoy aquí, que esto no es producto de mi
jodida imaginación, que gracias a los Acero estoy libre. Libre al fin.
El tiempo se me va, no puedo detener mi llanto y Sianya lejos de decirme algo, me insta a
vaciarme por completo como si fuese alguna especie de jarrón que está escurriéndose tras
ser lavado. Lloro por lo que me han dicho, por mi sueño frustrado, por mis hermanos, por
mi padre ausente, por el abandono que sufrí de pequeña, por lo que me hicieron en aquel
lugar frente a los amigos de mis hermanos, por lo que perdí, por el trauma que me dejaron.
Saco absolutamente cada tormento que se aferra a mí con garras, pero no le doy el poder
de quedarse aquí. Lo alejo, lo expulso y lo venzo. No se va todo, pero si la mayoría y con eso
es suficiente.

La noche nos cae encima en este lugar, yo aun soltando el dolor, ella sentada a mi lado.
Cuando la garganta me duele, cuando ya no puedo seguir haciéndolo porque la cabeza me
punza, tomo asiento en la arena, mirando la grande luna, deleitándome de la naturaleza.
Sianya extiende una botella de agua que seguro compró de la tiendita tras nosotras, y no
dudo en beberla toda.

Permanecemos en silencio, viendo como algunas personas pasan frente a nosotras, unos
riendo, otros platicando o murmurando para sí algunas cosas. Lo cierto es que una hora más
tarde regresamos a su casa, ella se ofrece a prepararme de cenar, pero yo no tengo hambre,
solo quiero dormir, así que se lo hago saber y me despido de ella dándole las gracias y
buenas noches.
Capítulo 21

Diego

Tengo veintiocho años, casi veintinueve y jamás ninguna mujer me había dejado plantado
tantas veces como Aneth. Primero fue la cita virtual, después la de hace unos días. ¿Es que
acaso ya perdí el toque? ¿O ella es demasiado joven para entender que me llama la atención?
Cualquiera que sea la respuesta, que se joda. Estoy demasiado enojado, demasiado
decepcionado pues viajé solamente para arrojarla a los brazos de ese bastardo que la violó.
Porque no soy tonto ni pendejo, sé que si no asistió a la cita fue porque decidió ir al hospital
con ese hombre. Tal vez es mi culpa por haberlo herido, pero no podía quedarme con los
brazos cruzados y menos cuando se trata de una mujer. Nací de una, tengo una hermana,
tengo tías y no me gustaría enterarme que sus parejas las están abusando mediante
chantajes. Pero esto es mi culpa, si hubiera colgado aquel día no habría escuchado como la
abusaban.

Salgo del coño de Emery y me arranco el condón antes de mirarla. Recién llegué en la
mañana del vuelo y ella me recibió con las piernas abiertas suplicándome que la follara y yo,
claramente enfurecido, con necesidad de mermar el fuego en mis venas, me la cogí de una
forma tan bestial que ahorita tiene sangre escurriendo de su entrepierna. Ella tiene una
grande sonrisa en la boca, sus pezones aún están duros y puedo ver el deseo flameando en
sus ojos verdes. Quiere que la siga follando, pero estoy exhausto.

—Si quieres bañarte conmigo levántate de esa cama y ven —bramo dándome la media
vuelta para ingresar a mi baño, la cabeza llena de pensamientos que no puedo apagar.

Todo habría sido más sencillo si no hubiese aceptado aquella cochina solicitud de amistad,
si no hubiera hablado con ella o si no hubiera ido a su país para verla, tal vez ahorita no me
sentiría tan vacío e insatisfecho. Lastimosamente ya es muy tarde para eso, esa pequeña
hada de ojos como el whisky ya se me ha incrustado en cada lóbulo de mi cerebro y por
más que intento alejarla, no puedo.

Ingreso a la ducha y me siento en la pequeña barra que tengo dejando que la piel se me
empape de agua helada. Emery entra en cuestión de segundos y se pone a mi lado, su
cabeza recargada contra mi brazo. Suelta un grande suspiro.

—¿Por qué solo funcionamos cuando tenemos sexo, Diego? —me pregunta, su delicada voz
reverberando en mi pecho.

Recuerdo cuando la conocí, se me hizo la rubia más hermosa de todo el puto bar e hice
hasta lo imposible por cortejarla, pero ella no me lo puso fácil ya que tenía una regla de «no
salir con los de nuevo ingreso», claro está que la rompió horas después cuando me aceptó
el trago que le invité, pero fue cuando me preguntó que si deseaba ir a su carro que las
cosas tomaron otro rumbo. Era la primera vez que follaba en esa ciudad y lo disfruté como
un poseso. Después de esa noche nuestros encuentros en su auto y en ese bar fueron
recurrentes hasta el grado de pedirle ser mi novia. Juntos fuimos a clubes de BDSM donde
nos instruimos e iniciamos en ese delicioso mundo acalorado que nos entrega momentos
repletos de placer. Pero entonces las cosas fueron derrumbándose, no logramos congeniar
fuera del ámbito sexual y eso fue un gran golpe para mí pues empezaba a enamorarme,
pero todo se fue al carajo.

—Es tu culpa —digo sin contemplación alguna porque es cierto—. Quise dártelo todo, me
abrí contigo, pero tú solo quisiste lo que te ofrece mi verga y no mi mente o corazón.
—Antes lo intentabas incluso cuando te apartaba…

—Me cansé, Emery —rebato mirándola con rabia, con asco. Tan hermosa por fuera, pero tan
vacía y rota por dentro. Hay vacíos que sí aportan, pero el de ella no, el de ella solo consume,
amarga y lacera—. Fui dulce contigo, te entregué todo el cariño que tenía, eras el centro de
mi universo, estaba empezando a amarte, pero, ¿qué hiciste? Decirme que era solamente
sexual, que no perdiera mi tiempo tratándote como una princesa porque tu única ambición
era ser tratada como una puta.

—Tú no me entiendes…

—Nunca me has dejado entenderte, mujer —me levanto para tomar la botella de champú y
enjuagarme mi pelo—. ¿Cuántas veces no te dije que confiaras en mí? ¿Cuántas veces
busqué conocer más de ti? Muchas, Emery, pero jamás te abriste conmigo. ¿Crees que no
hablar de tus problemas logrará desaparecerlos? ¿Crees que eludiendo lo que sea que te
atormenta hará que mágicamente te cures? Estás muy equivocada si piensas así porque la
única manera en que lograras sanar lo que sea que te impide amar y avanzar, es hablándolo,
sacándolo, no guardándotelo como si fuese un tesoro que evidentemente no te da
beneficios sino cargas y disfuncionalidades.

—No es fácil para mi abrirme, Diego.

—Tampoco lo ha sido para mí —la enfrento, dándome un masaje capilar porque ya siento
el dolor de cabeza acribillándome. El labio inferior de la rubia empieza a temblar, ruedo los
ojos—. Me has dejado en las sombras durante muchos años, cuestionándome qué rayos
hice mal para enredarme con una mujer tan miedosa como tú que solamente me inyecta de
amargura. ¿Eso es justo, Emery? ¿Merezco ser visto como un objeto sexual por ti cuando lo
único que deseaba era quererte bien? Por supuesto que no.

—Me has sido infiel.


—¿Y? Una infidelidad es poco a comparación de todo el daño mental y emocional que tú
me has causado durante todos estos años, así que yo diría que estamos a mano, preciosa.

—Eres un cínico.

—Y tú una puta miedosa que no confía ni en sí misma. Pero está bien, si así deseas continuar
con tu vida, es muy tu problema.

Emery se calla, ya no dice nada y se ducha en silencio. Soy el primero en terminar y eso
porque no soporto tenerla a mi lado. Si continúo viéndola es porque aprendí a verla como
lo que es, un hueco en donde enterrarme para liberarme, así me ve ella, así la veo yo.

En verdad es lamentable que hayamos llegado a este punto cuando pudimos tenerlo todo.

Me visto con lo primero que encuentro, tomo mi laptop y salgo a la cocina para hacerme de
comer antes de iniciar con mi proyecto personal, uno que pensaba diseñar al lado de Aneth
el día que me dejó plantado. Joder, ¿por qué todas las mujeres son tan insensibles?

Dejo mi laptop sobre la mesa y abro el refrigerador tomando la primera vasija que encuentro.
Hay macarrones de anoche, y como estoy demasiado fatigado, sobre todo enojado, solo
caliento eso. Sin embargo, mi comida poco nutritiva no se concreta porque mamá entra a la
cocina, se me queda viendo con reproche.

—¿Qué? —le pregunto, mi voz sonando golpeada, amarga. ¡Mierda! Emery no debería tener
el poder de afectarme tanto, pero aquí estoy, descargándome en quien no lo merece. Es por
eso que voy hacia mi mamá para abrazarla—. Perdón, no quise hablarte así. Es solo que…

—No tienes que decir nada, hijo. Desgraciadamente escuché la discusión que tuviste. —Ni
siquiera deseo preguntar qué más escuchó, pese a mi edad, resulta vergonzoso que
escuchen mis actos íntimos con esa rubia loca—. Siéntate, te prepararé algo nutritivo de
almuerzo.
—Puedo hacerlo yo, mamá. Para eso tengo manos.

—Y para eso tienes una madre también, Diego Cantú —me gruñe, apuntando la silla—, así
que aplasta tu bonito trasero y déjame consentirte.

—Está bien.

Discutir con ella es una batalla perdida, siempre termina ganando y quien soy yo para
perderme un rico desayuno de su parte. Así que la dejo ser. Mamá se entretiene con los
ingredientes mientras yo veo el techo sintiendo que jamás tendré algo lindo como el
matrimonio de mis padres.

—Oye, mamá…

—¿Qué pasa, hijo?

—¿Tú y papá alguna vez tuvieron diferencias como las que Emery y yo hemos tenido?

—Jamás. Ambos nos entregamos en cuerpo y alma desde que nos conocimos.

Sus palabras, lejos de reconfortarme, me hacen sentir celos.

—¿Crees que soy una mala persona?

Es decir, sí, he matado, estoy en cosas ilegales, pero no por eso debe irme tan mal en el
amor, ¿o sí? Joder, no debería estarme preocupando por cosas de este tipo, debería solo
dedicarme a mi trabajo, a mi familia y a follar, pero no, aquí estoy siendo un maricón que se
lamenta por no tener algo lindo con una mujer. O tal vez estoy cansado de que todas las
mujeres que han cruzado en mi vida no me dan lo que ocupo.
Mamá se acerca a mí acuclillándose a un lado mientras toma mi rostro entre sus manos. Ya
luce mucho mejor a comparación de aquel día donde me confesó que esperaba un bebé,
supongo que haberse deshecho de ese feto le regresó la vida. Y me alegro. Ninguna mujer
está obligada a concebir algo que no desea.

—Eres un excelente hombre, mi cielo —susurra mamá, su voz siento una caricia para mi alma
pues es dulce, maternal, cálida—. Eres trabajador, responsable, amoroso, cariñoso, protector,
responsable y lo das todo por tu familia y amigos. Quien no sepa apreciar esas cualidades,
quien solo te busque por lo que hay entre tus piernas, no merece ni tu mirada o
pensamientos. Por favor no te achicopales que odio mirar estos ojitos ámbar tristes.

—Solo quiero que me amen bonito —confieso como un niño pequeño al cual no le han
comprado algo que desea porque no hay dinero—. Solo quiero una igual, ¿es mucho pedir
eso? O sea, no me importa que ella tenga un turbio pasado, que tenga problemas con su
familia o tenga miedo a lo sexual, me conformo con que se abra conmigo, que confíe en mí,
que me deje entrar a su corazón, así como deseo que entren al mío.

Hay cosas que evidentemente no puedo contar, como mi gusto por las peleas o llenarme de
sangre los puños, pero lo demás si estoy dispuesto a contar, a compartir.

—Y un día esa mujer llegará, mi cielo. Ten fe.

Mamá me arropa entre sus brazos y el sentimiento es tan malditamente abrumante que
termino llorando contra ella porque nadie jamás comprenderá lo que algunos hombres
pasamos al sentir que no hemos logrado algo tan simple como encontrar una pareja ideal.
Nadie jamás sabrá lo que es ansiar amor de una mujer ajena a tu familia, pero no encontrarla
porque simplemente no existe.

Pasos acercarse me hacen apartarme de mamá antes de mirar a otra dirección, no quiero
que mis hermanos me vean así, sin embargo, no son mis hermanos quienes se acercan, sino
Emery, puedo oler su perfume.

—He pedido un taxi para irme —dice con voz apagada, me muerdo el labio inferior para no
despotricar nada—. Te veo después.
—Preferiblemente no vuelvas a pisar mi casa, Emery McQueen —espeta mamá con una
advertencia tan escalofriante que hasta la criatura más vil se arrodillaría del miedo—. Piensa
qué carajos deseas de tu vida, de mi hijo, y toma cartas en el asunto que ya estás muy
grandecita para estar haciendo estas pataletas.

Emery no responde, pero sí escucho sus pasos firmes alejarse con rapidez, seguro
tragándose el coraje ante lo que mamá dijo, pero es que no puedo culparla. Ha de ser feo
para una madre ver como a tu hijo no le dan lo que desea.

Ella sigue con el almuerzo mientras yo abro mi laptop para iniciar a dibujar el plano de la
academia que deseo construir. Tomo el lápiz especial e ingreso al programa donde voy
moldeando a mi antojo poniendo tantos elementos hasta ver como poco a poco se va
alzando el modelo 3D. Como de mi comida a solas pues mamá recibe una llamada de su
hermana quien la invita a su casa para una tarde de chicas así que me da un grande beso
antes de irse a preparar pues mi tía Rebecca llegará en media hora.

Termino el primer bosquejo de la academia de ballet y guardo todo para subirlo a la nube
ya que me ha pasado que algunos diseños se me han borrado. Una vez hecho eso voy a mi
habitación para dejar mi laptop sobre la cama y voy a las habitaciones de mis hermanos para
tocarlas a la vez, ambos están lado a lado.

Vanessa abre con una expresión demasiado exhausta, los cabellos revueltos y con un rastro
de baba en su mejilla que me hace sonreír. Se la limpio con mi pulgar. Alí, en cambio, sale
enfurruñado como siempre, queriendo matar a todos son su mirada mortal.

—Muevan sus culos y cámbiense con algo cómodo que saldremos de paseo. Los espero en
el estacionamiento —les digo sacando las llaves de mi pantalón. Ambos se echan una mirada
y luego me observan a mí.

—¿A dónde vamos? —cuestiona mi hermana, frotándose un ojo con sus dedos.

—A Santa Bárbara.
—¿Por qué? —indaga mi hermano, soltando un bostezo tan fuerte que echo a reír.

—Ocupo material para hacer una maqueta y deseo pasar una tarde con ustedes en la playa
puesto que mamá estará con Becca y es probable que regrese hasta mañana.

—Ellas y sus noches de chicas —ríe Ness—. Vale, déjame ducharme y alistar mi mochila, se
me antoja llenarme de agua y arena.

—¿Me comprarás de comer?

—Sí, Alí. Te compraré de comer y mangas —respondo a su pregunta así que él asiente más
que entusiasmado y dice que también se dará un baño flash.

Acordado eso, salgo de la casa sintiendo que necesito escapar un rato pues las emociones
provocadas por la conversación que tuve con mamá aún se pueden sentir en el aire. Abro la
camioneta y hurgo entre el compartimento que hay en medio de los asientos encontrando
un churro de cannabis junto a un encendedor. La boca me pica por colocármelo en los labios,
pero hago acopio de todas mis fuerzas y lo dejo en donde está porque hace años que no
pruebo esa droga. Llevo limpio desde que papá no está aquí y no pretendo joder mi proceso
solo porque el estrés y tristeza está matándome.

Cierro el compartimento y mejor enciendo la camioneta para que se vaya climatizando.


Recargo la cabeza en el asiento mientras abro la bandeja de mensajes ocultos que tengo.
Encuentro uno de Aneth, mi temperamento empeora. Con rapidez lo leo, es la misma mierda
que todas las mujeres dicen: «perdóname y gracias». Claro está que dice más, pero estoy
tan resentido con ella que no logro pensar con claridad, sin embargo, no borro el mensaje,
lo marco como no leído y abro la red social encontrando que ha deshabilitado su cuenta,
algo que me llama la atención, más no indago al respecto porque mis hermanos salen y
pronto están abordando la camioneta. Ness toma asiento a mi lado y Alí atrás, este último
ni se preocupa por iniciar conversación porque simplemente se coloca los auriculares y se
pierde en su música.
Salgo de la calle privada para enrutarme a la carretera, noto a mi hermana un poco seria.

—¿Todo bien, princesa?

Vanessa suelta un grande bufido y hace una mueca.

—Soy la única virgen en mi salón —musita tan pero tan bajito que me pregunto si en verdad
lo dijo—. Sé que esto no te importa a ti, pero necesitaba exteriorizarlo porque está
matándome.

—¿Y cómo sabes esto?

—Porque ayer todos estaban contando sus experiencias sexuales, incluso Kevin y Frida las
contaron, pero yo… ¡Dios! —se cubre el rostro con ambas manos—. Me salí corriendo del
maldito salón de la pena, Diego. ¿Cómo es posible que tenga veintiuno y siga siendo virgen?

—Cada persona tiene su tiempo, princesa. No porque los demás ya hayan iniciado su vida
sexual significa que tú te apresurarás a tener experiencias solo por no quedarte atrás —hago
énfasis en las últimas palabras porque me parece realmente tonto que aun existan personas
que le toman demasiada importancia al sexo. ¿Y qué si eres un virgen incluso a los treinta o
cuarenta? Cada quien sabe cuándo iniciar en eso. La sexualidad no es algo que tenga fecha
de inicio o termino.

—Lo sé, es solo que… me sentí incómoda porque no… —Mi hermana se muerde el labio
inferior y mira sus manos—. No he tenido novio, Diego. Mi único interés amoroso fue ya
sabes quién y ni siquiera puedo llamarlo un romance de niña porque ahora sé que era
incorrecto puesto que él me llevaba diez años.

Que me recuerde eso me provoca escalofríos porque jamás entenderé como una niña pudo
ser amiga de un casi adulto. Gracias al cielo Jassiel nunca le puso una mano encima y solo
se limitó a comportarse como un hermano mayor lo haría, pero eso no borra el hecho de
que haya sido raro, poco común y en cierto punto ilegal. No entiendo cómo diablos se
conocieron ni como lograron congeniar, pero es muy espeluznante.
—A ese no lo menciones, por favor —le digo, no para herirla, sino que es muy incómodo
para mí—. Respecto a lo que dices, da igual. Estás joven y eres hermosa, sé que un día llegará
un candidato o candidata.

—¿Candidata? —sus ojos oscuros me observan con horror—. ¿Por qué mencionas a una
mujer en todo esto?

—Porque no sé cuáles sean tus preferencias, princesa. Nunca hemos hablado sobre eso, así
que uso ambos géneros para no cagarla.

—Oh… —Vanessa se ruboriza—. Soy heterosexual, Diego. Me gustan los hombres.

Hago un asentimiento de cabeza y entonces ella se desahoga conmigo de tantas cosas que
abruman pues nunca creí que hubiera tanto en esa cabecita suya. Logro darle algunos
consejos decentes, sacando toda aquella sabiduría que he ido recabando a lo largo de los
años y eso parece relajarla, animarla. Evito mencionar mis mierdas porque no es mi
momento, sino el suyo.

El camino a Santa Bárbara dura cuatro horas, a medio camino nos detenemos en un IHOP
para que ellos desayunen, incluso yo me encuentro comiendo más pues me quedó hambre.
Nos perdemos entre montañas de hotcakes, con fruta y espuma blanca y malteadas de
chocolate. Mi hermano afortunadamente no nos ignora, hace plática con nosotros y nos
platica de un manga que está leyendo, algo sobre tropas militares élites luchando contra un
imperio de criminales que desean expandir su maldad por todo el país. La historia es tan
buena que incluso le pido prestado el manga para leerlo después.

Al terminar con las delicias, abordamos una vez más mi camioneta, enciendo la música y con
un buen karaoke hacemos pasar las horas más rápidas. Pronto estamos buscando la tienda
ideal para comprar el material que ocupo para la maqueta. Antes solía surtirme en una que
hay en Chicago, pero no tengo tiempo que desperdiciar para manarlas a pedir pues las
manos ya me pican por iniciar con ello. Es por eso que mi princesa busca en internet una
buena tienda y encontramos una con precios demasiado buenos. Queda justo frente a la
playa, así que es un dos por uno.
Bajar de la camioneta es recibir el impacto de la brisa marina junto a los múltiples olores que
la rodean. Mis hermanos observan con ojos abiertos el lugar y si por mí fuera los dejaba irse
solos mientras yo compro lo que necesito, pero soy desconfiado y altamente protector con
ellos así que no les digo que vayan por su cuenta pues entonces pueden meterse en
problemas y yo podría reaccionar mal con quien desee dañarlos. Ciertamente mi plan no es
dejarlos ver ese lado de mí que he ocultado de ellos durante años.

Así que los tres avanzamos a Builders, un local donde venden materiales especiales para
todo tipo de profesiones. Mis hermanos avanzan delante de mí mientras yo reviso el móvil
teniendo la necesidad de responderle a Aneth, pero no lo hago. Tal como el churro de
cannabis, refundo el celular en el bolso de mi pantalón.

En la tienda tomo uno de los carritos y avanzamos al pasillo de maquetas, ellos me ayudan
a buscar materiales riendo de algunos que lucen demasiado raros para hacer una academia.
Alí se encarga de la pintura y Ness de la madera que llevará la maqueta, en tanto, yo busco
material para la parte exterior, así como el estacionamiento y pequeños árboles. De pronto,
un par de hombres, ingenieros supongo ya que usan casco, ingresan al pasillo tomando
materiales con brusquedad para lanzarlos a su canasta, uno de ellos mira a mi hermana de
pies a cabeza de una forma tan asquerosa que las tripas se me remueven.

—Sugiero que dejes de follarte a mi princesa con tus asquerosos ojos, bastardo —le espeto,
yendo a ella para tomarla delicadamente del brazo y colocarla tras de mí. Alí se acerca a
nosotros al ver lo que pasa y aparta a nuestra hermana de la escena.

—¿Quién me impedirá que mis ojos miren lo que desean? ¿Tú? —se mofa, mirando a sus
amigos quienes ríen creyéndose poderosos cuando son mierda a mi lado.

—Sí, yo —bramo soltándole un puñetazo solo porque se me antoja. El hombre cae al piso e
intenta derribarme con él, pero de una maniobra llego frente a su cabeza que atrapo con
mis brazos, tal como me enseñaron en la milicia. Empiezo a asfixiarlo—. Aprende a mantener
tu mirada para ti mismo porque a la próxima ten por seguro que perderás tus asquerosos
ojos. ¡Ahora largo de aquí!
El hombre tose cuando lo libero e intenta arremeter contra mí y eso termina por calentarme
porque me le voy encima lanzándole mortales patadas y puñetazos que provocan ese
delicioso sonido de los huesos romperse. Mis hermanos buscan aplacarme mediante gritos,
pero es imposible porque solo quiero matar a este bastardo por haberse atrevido a tanto.
Sus amigos, unos evidentes cobardes, solo ven con horror lo que está pasando lo cual me
confirma que leales a él no son, o ya entendieron que si se acercan les irá mal.

—Diego, basta —espeta Ness en medio del llanto—. ¡Diego ya para!

Entonces lo hago, pero no sin antes romperle la boca con una fuerte patada. Sangre escurre
de ella. Tomo el carrito con nuestras cosas, tomo a mis hermanos y avanzo para pagar lo
que llevaré. El cajero no se atreve ni siquiera a cuestionarme nada pues seguro intuye que
le tronaré el cuello, así que simplemente me cobra y con mis hermanos frente a mí salgo.
No me sorprende ver que tres camionetas nos rodean, cinco hombres saliendo de ellas.
Cinco bastardos que han firmado su maldita sentencia de muerte.

—Váyanse a la camioneta y no miren —les ordeno a mis hermanos, dándoles las llaves.

Alí es quien reacciona con más rapidez llevándose a mi hermana tras él. Sin embargo, un
tipejo se interpone en sus caminos y es más que suficiente para volver a detonarme porque
no es el hecho de que les han obstaculizado la huida, sino que tiene la osadía de abofetear
a mi hermano y manosear a mi hermana.

Me le voy encima arrancándola de sus brazos y no puedo ir suave, simplemente tomo el


maldito cráneo el cual giro con brusquedad escuchando como las vértebras le truenan, su
cuerpo cae inerte al piso, Vanessa y Alí mirando con terror la escena.

—A la camioneta. Ya —vuelvo a ordenar, esta vez con voz dura, oscura, mi respiración
agitada. Observo como finalmente corren a la camioneta para encerrarse dentro y entonces
flexiono el cuello con lentitud para girarme a esos bastardos quienes retroceden con
evidente miedo—. ¿Quién es el siguiente?

Una sonrisa cruel se desliza en mi boca antes de recordarles por qué soy el puto dueño de
California y por qué me llaman Morte.
⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘

Limpio la sangre con sus ropas mientras le dejo en claro al cajero que, si dice algo sobre lo
que aquí pasó, iré por él y su familia. El chico, tan asustado por mis palabras, me dice que
hay cámaras de seguridad e incluso me las muestra para así yo borrar todo lo que pasó aquí.
También marco a la policía de forma anónima diciendo que hubo una pelea de clanes en
frente de la playa Santa Bárbara.

A la camioneta regreso y arranco al otro extremo de la playa donde nos meto a un


estacionamiento de renta.

—¿Hablaremos sobre lo que pasó? —me pregunta mi hermana cuando estamos


dirigiéndonos a la playa.

—No pasó nada. Solo fue una pelea.

—Le tronaste el cuello…

—Así es, pero está vivo —le miento—, solo se desmayó. ¿Crees que mataría a alguien
sabiendo que eso me condenaría a la cárcel?

Mi hermana se queda en silencio e intercambia una mirada con Alí quien está muy pálido.
Viene a abrazarme y arropo su cuerpo con mis brazos porque antes muerto que permitir
que la dañen a ella o a mi hermano.

—Te creo, Diego. Es solo que… me asusté.

—Lamento mucho que hayas pasado por esa situación, princesa. —Sobre su hombro miro
a Alí quien sigue pálido—. Discúlpame tú también, hermano.
En parte fue mi culpa ya que bien pude pasar por alto la mirada de ese hombre para no
meterme en problemas, pero hablé, lancé el primer golpe y ahora hay cinco muertos. Mi
celular vibrar me hace apartarme de mis hermanos, les digo que me den un segundo, es
Green.

—¿Qué pasa, Green?

—Tilapia y Shadow ya están despareciendo los cadáveres. ¿Qué noticia deseas que escriba
para publicarla?

Debido a que mis hermanos vieron, necesito crear una noticia convincente, por ello, le digo
que escriba sobre ellos yéndose a sus casas tras una pelea con un hombre en Santa Bárbara,
pero siendo interceptados por una banda delincuente de procedencia dudosa que terminó
con sus vidas y posteriormente los desapareció. Green anota todo, agrega unas cosas más
y queda en publicar la noticia en un par de horas puesto que así será más creíble.

Ella además de estar en el bajo mundo de California, es una periodista de excelencia.

Cuelgo la llamada y guardo el móvil en mi pantalón, regresando la atención a mis hermanos


quienes platican sobre como el susto les dio hambre. Así que los invito a probar la comida
que venden aquí para luego dar un paseo en la playa. Mientras ellos degustan su alimento,
que son bolas de pescado empanizado con queso, reviso el mensaje que mandó Aneth y
me decido a respondérselo.

¿Por qué tus hermanos intervendrían la línea? Si pretendes seguirme hablado y quieres una
amistad conmigo, debes confiar y ser honesta, de otro modo bloquéame y borra mi número
que no estoy en edad para ir con rodeos, Aneth.

El mensaje es un poco duro, pero la verdad. Estoy harto de que no confíen en mí, ni ella o
Emery. ¿Qué diablos esperan de mí? Bloqueo el celular y ataco mi comida, que son deditos
de queso junto a rebanadas de pizza. Lo hago en silencio, viendo como mis hermanos se
deleitan de la vida nocturna en la playa, luciendo ya más tranquilos, con color.
Sé que no soy alguien moral, disto mucho de ser un ciudadano ejemplar, pero mi familia es
sagrada y si debo matar, lo hago. La cantidad de personas que han tenido la desgracia de
caer en mis manos son demasiadas, tantas que ya no son posibles de contarse con mis
dedos, pero incluso así no me arrepiento porque me juré que nadie los haría sufrir.

Nadie los dañará mientras viva.

Capítulo 22

Diego

La mañana llega conmigo en las instalaciones de California Times, la empresa de periodismo


donde trabaja Green. Sé que anoche me dijo que todo estaba controlado, más deseo
asegurarme si hay novedades ya que matar civiles en pleno lugar público no es de hombres
inteligentes. Sé que debí llevarlos a otro lugar para ajustar cuentas, pero estaba tan furioso
que sinceramente no lo pensé. Lo único bueno es que borré las grabaciones y me aseguré
de que no había nadie merodeando o, de otro modo, habría sido perjudicial.

Subo al elevador y pulso el botón cuatro que es el piso donde ella está. Desgraciadamente
este va muy atiborrado de personas por lo cual me toca ir incómodo. Uno a uno, van saliendo
dejándome más espacio y cuando finalmente llego al piso que deseo no dudo en
abandonarlo.

Camino por todos los cubículos hasta llegar a su oficina ya que es la jefa de este
departamento. Toco su puerta con el hueso de mi dedo índice logrando que ella alce su
rostro. Una cálida sonrisa aparece en sus labios, no duda en invitarme a pasar para tomar
asiento.
—Estaba a punto de llamarte —me dice, su sonrisa borrándose y sé que pasó algo.

—Al grano —le digo para que se deje de misterios. Green se quita sus gafas de pasta y
voltea la pantalla de su computadora donde aparece una noticia que me hace tensar la
mandíbula.

—Alguien grabó la pelea de anoche —empieza a decir y escalofríos para nada gratos me
suben la columna. El que ella luzca igual de preocupada me alarma—. Y alguien capturó
fotos donde aparecen Tilapia y Shadow deshaciéndose de los cadáveres. Justo ahorita la
policía está buscándolos.

Los ojos verdes de Green se humedecen y la culpa de mis actos se acentúa sobre mis
hombros porque esto no puede estar pasando.

—¿Qué hay de ellos? ¿En dónde están?

—Aquí en la empresa porque dieron con nuestro hogar, Morte. Seguramente están
destruyendo absolutamente todo.

Con brusquedad me pongo de pie para caminar en círculos porque esto debe ser una broma
de muy mal gusto. ¡¿Cómo mierdas se atreven a destruir nuestra casa?! Empiezo a respirar
con brusquedad, siento que me ahogo y ardo en furia porque ese bastardo que grabó y
mandó las fotos a la policía, lo pagará.

—Muéstrame bien esas putas fotos.

Y lo hace. Empieza a reproducir cada fotografía, una más precisa que la otra. Los rostros de
mis amigos salen de forma muy clara, incluso yo salgo, pero estoy de espalda de modo que
no se me puede identificar. Analizo meticulosamente los ángulos notando que el bastardo
que hizo esto estaba justo por el estacionamiento, seguro escondido en alguno de los autos
lo cual, para él, es una desgracia.
—Lo solucionaré, Green —le digo caminando a la salida, mis manos picando porque ansían
muerte—. Dile a Shadow y Tilapia que no se preocupen. Yo los metí en esto y como la mierda
que yo los sacaré.

—¿Qué harás? —cuestiona ella, mirándome esperanzada, aliviada. Le regalo una sonrisa
reconfortante porque no fue mi intención preocuparla.

—Pegarle una visita al imbécil que hizo esto.

—¿Y cómo darás con él?

—Tengo mis métodos, Green —guiño mi ojo y entonces salgo trotando de la empresa hacia
mi motocicleta que fue en la que vine.

Coloco el casco y emprendo camino hacia Builders. Debido al tráfico demoro más tiempo
del que me gustaría, sin embargo, haber venido en la camioneta habría sido perjudicial.
Cuento los segundos, los minutos y las malditas horas. Está anocheciendo cuando aparco
bruscamente en el estacionamiento, dejo mi casco y avanzo hacia la tienda. El mismo chico
de ayer está atendiendo a un cliente, pero apenas me ve, se pone tan pálido que incluso
huelo su asqueroso miedo. Amistosamente me recargo contra la madera esperando a que
termine de cobrarle al anciano.

—Gracias por preferir comprar en Builders. Tenga buena noche —dice el chico,
despidiéndose del anciano quien toma sus cosas para salir de la tienda. Nos quedamos a
solas—. Juro que yo no…

—Déjame entrar al cuarto de seguridad, necesito ver quien mierdas tuvo la osadía de meter
sus narices donde no lo llamaron.

—C-Claro que sí. Por aquí.


El chico, quien está a nada de mearse encima del terror, sale torpemente del área de cobro
y se dirige al cuarto donde ayer borré todas las evidencias del asesinato. Afortunadamente
sé cómo recuperar archivos ya eliminados de las computadoras puesto que me dieron un
curso sobre eso en la universidad, así que será pan comido.

—¿Vinieron a tomar tu declaración? —cuestiono y el chico asiente—. ¿Qué dijiste?

—Que estaba haciendo inventario por lo que no vi nada.

—Excelente.

Asiente sin decir nada más y desbloquea la puerta. Mis ojos observan cada pantalla que
había notado, más no encuentro la impresora lo que indica que alguien estuvo aquí dentro.
Alzo una ceja mirando al chico quien suelta un jadeo de completo miedo.

—El jefe vino por ella para cambiarle la tinta. Dijo que la traería mañana.

Podría indagar más para ver si está diciendo la verdad, pero sinceramente la desaparición
de una impresora es algo que me va y me viene.

—Lárgate. Demoraré algún tiempo en esto —le digo sentándome en la vieja silla—. Estaré
vigilándote por las cámaras, así que has algo indebido y despídete de tu familia. ¿He sido
claro?

—Sí, señor. —Traga saliva y se va alejando casi a tropezones.

Invierto las próximas horas haciendo comandos para recuperar las grabaciones. Una a una,
van reestableciéndose y una a una las reviso mirando con atención cada ángulo. En el
estacionamiento no encuentro algo que me sirva, de hecho, cada auto se nota vacío lo cual
me hace fruncir el entrecejo. Hago zoom a las grabaciones y entonces lo veo. Escondido tras
una Avalanche roja hay un hombre que tiene aspecto de periodista. En su mano tiene una
cámara como la que se compró mi princesa y con ella inmortaliza lo que sucedió cuando me
fui con mis hermanos para alejarme del área. Retrocedo al momento donde estaba
peleando, le hago zoom y ahí también aparece el mismo hombre.

Saco el teléfono de mi pantalón y me paso vía bluetooth ambas grabaciones para entonces
eliminar de forma permanente lo que sucedió ese día. Del mismo modo, elimino el momento
en que entré nuevamente a esta tienda ya que no me conviene ser tomado como
sospechoso incluso cuando fue mi culpa todo lo acontecido.

Tras la caja registradora está el chico de cabello rosa quien está igual de pálido, apenas me
ve se endereza como si fuese un militar e incluso pone firmes.

—¿Encontró lo que necesitaba? —pregunta titubeante, temblando en su lugar a lo que


asiento lentamente, mirando como un dúo de mujeres bajan de una camioneta para dirigirse
a esta tienda.

Tomo un paquete de chicles que tiene en el mostrador y le digo que me cobre. De igual
modo saco mil dólares extras para entregárselos por su silencio.

—Gracias por tu cooperación, chico.

Salgo de aquí evitando hacer contacto visual con cualquier persona y abordo la motocicleta
para emprender el camino de regreso a California Times puesto que requiero de los
conocimientos de Shadow para localizar al hijo de perra que tuvo la osadía de joder con
nuestro hogar en el barrio.

Capítulo 23

Glía

Lo primero que miro al despertar es que el Ingeniero constructor me ha respondido y eso


es lo que me tiene sonriendo como boba. Me acomodo boca acabo para leer lo que dice,
mi corazón punzando cuando leo su pregunta. Entonces entro en un dilema, le digo o no le
digo. Sinceramente no deseo perder contacto con él, es buen hombre, sabe leerme como
nadie y además me relaja escucharlo.

Así que confío, confío en Diego Cantú y le explico que hui de casa porque no soportaba lo
que estaba pasando. Apenas le pico a enviar mi celular vibra, es él y todo el mundo se
detiene. Sin dudarlo le respondo.

—¿Qué has dicho, Aneth? —pregunta sin saludar, pero está bien, esto me gusta de él. Jamás
anda con rodeos.

—Escapé de casa porque deseaban resolver mis asuntos como si yo fuera una pequeña nena
rota que no sabe caminar o hablar —bufo recordando como Akira iba a hacer las citas con
el psicólogo, entrenador personal y nutriólogo. Esto se lo cuento, escucho como bufa—. O
sea, aprecio lo que deseaban hacer, pero es mi vida, Diego. Creo que tengo derecho de
tomar mis propias decisiones.

—Como la mierda que lo tienes —gruñe con la irritación palpable en cada vocal—. Me
parece increíble que aun existan ese tipo de hermanos.

—Lo peor es que papá accedió, ¿puedes creerlo? Ese hombre ni siquiera sabe una mierda
de mí y tuvo el descaro de aceptar.

—¿Adicto al trabajo?

—Sí. Es abogado y siempre ha puesto su mísero empleo antes que su familia.

—Qué jodido. Lo siento mucho, An —el diminutivo que usa para referirse a mí provoca que
mi corazón empiece a tronar pues nunca nadie me había llamado así—. Cuando era pequeño
tuve la desfortuna de experimentar algo así con mi padre. Él trabajaba mucho y nos dejaba
a mi mamá y a mí solos. Me sentí tan solo y en cierto punto traicionado porque no entendía
como un trabajo podía ser más fuerte que el amor a la familia.
—Es lo mismo que yo me pregunto —susurro bajito, sintiendo esta conversación demasiado
personal—. Por esta razón no quiero hijos nunca —confieso de la nada, escuchando su
respiración agitarse—. Sé que si un día hago lo que amo seré igual a nuestros padres pues
imagino que el tuyo ama lo que hace.

—Amaba. Lo dejó cuando miró que la relación con mi mamá y conmigo estaba
deteriorándose.

Diego no me dice a qué se dedicaba su padre, y tampoco le pregunto pues él sabrá cuando
compartirlo, sin embargo, para mí significa mucho que también esté confiándome cosas
pese a que fui una tonta en dejarlo plantado.

—Espero que mi papá haga eso un día, y si no, pues lástima por él ya que sus hijos ni lo
reconocen como padre.

Pero es cierto. He notado que ninguno de mis hermanos le dice «papá» a Darío, siempre lo
llaman por su nombre e incluso evitan hacer conversación. Me pregunto qué clase de daño
tuvo que hacerles para que ellos decidan sacarlo de sus vidas. Y es que siempre ha existido
misterio en esa familia salvo que nunca quise ponerle tanta atención como hoy.

—¿A dónde te fuiste? —busca indagar, su voz ronca resultando un buen bálsamo para lo
que sea que necesita curarse.

—Por seguridad no te diré, pero está bonito y la casera es un amor. De hecho, me enseñará
a pescar y cocinar.

—Eso suena interesante, An. Te deseo mucha suerte entonces.

—Gracias, Diego.

Entonces tocan la puerta de mi habitación y me toca despedirme del Ingeniero constructor


no sin antes decirle que después le regreso la llamada porque deseo seguir hablando con
él. Diego queda complacido ante eso ya que incluso me manda una foto de él sonriendo y
por los cielos que es lo más hermoso que he visto nunca.

Me levanto de la cama y apresuradamente arreglo las cobijas y almohadas. Corro al baño


para lavarme la cara, medio me peino y enjuago la boca con pasta para entonces abrir.
Encuentro a Escorpio Acero con un bebé en brazos y una mochila.

—Te presento a Gustavo —me dice, los ojos grises del bebé mirándome con mucha
curiosidad, sus mejillas regordetas con un bonito sonrojo—. En la mochila vienen sus
horarios de biberón, lo que debes prepararle de comer, su horario de siesta y lectura. Sigue
todo al pie de la letra, ¿quieres? —Mi exsuegro me hace entrega del bebé a quien
rápidamente abrazo contra mí. Sus manitos juegan con mi cabello suelto—. También está el
horario en que debes estar lista en el porche ya que vendrán por ti y mi hijo para ser llevados
a mi finca donde atenderás a Gerardo. No hay cambios ni tampoco salario así que no lo
exijas.

—No pretendía hacerlo, señor.

Escorpio tensa la mandíbula ante como lo he llamado. Deja la maleta en el interior de mi


pieza antes de recorrerme entera.

—Pediste un favor a los Acero y de aquí no te vas hasta que cumplas tu parte.

—Solo hasta que Gerardo se recupere, ese fue el trato.

El hombre ríe y niega. Acaricia la cabecita del bebé quien empieza un corito de «papi»
demasiado tierno para un monstruo como el hombre que tengo al frente.

—Será hasta que yo diga, muñeca —dictamina, algo en su voz mandando escalofríos en mi
columna—. Yo decidiré cuando te largas de aquí y hasta entonces solo obedecerás.
Ni siquiera tengo oportunidad de responder porque el hombre se va dejándome a solas con
el bebé quien se agita en mis brazos con una risita retumbando en mi pecho. Sus ojitos
grises rutilan en emoción, tal parece que esto es una aventura para él cuando en realidad es
un trueque para poder estar aquí con Gerardo.

Ingreso a mi habitación y lo recuesto en la cama, pero entonces sus ojitos me ven con mera
curiosidad, como preguntando si en verdad iba a dejarlo ahí solito.

—Bien, creo que ya no eres de los que se quedan quietos en la cama —le digo, el pequeño
Gustavo soltando una risita—. Necesito irme a bañar así que… ¿qué deseas hacer?

—¡Dibuar!

—Es dibujar, pequeño —lo corrijo, Gus arruga su ceño—. Vamos, repítelo. Dibujar.

—Dibu… Dibuj… ¡Dibujuar!

Una risa escapa de mi boca ante sus palabras y simplemente niego mientras voy por su
mochila para ver si trae lápices y cuadernos. El pequeño me sigue con pasitos tambaleantes,
se deja caer de nalguitas en la alfombra así que hago lo mismo. Empiezo a sacar todo:
biberones, vasitos, los horarios que mencionó Escorpio, ropita, toallitas húmedas, pañales, y
otras tantas cosas. Para mi fortuna hay juguetes, un rompecabezas, pinturas, colores y, en
efecto, un cuaderno de hojas blancas. Saco esta junto a las crayolas para dárselas. Gustavo
rápidamente las toma para iniciar a dibujar, una grande sonrisita apareciendo en su carita
de modo que noto sus dientitos. Le digo que iré a bañarme, que dejaré la puerta abierta por
si ocupa algo, pero él me ignora monumentalmente pues lo que hace lo tiene más intrigado.

Procuro no demorar tanto pues sé que si algo le pasa a este niño mi cabeza se despegará
de mi cuerpo, eso es algo que tuve en claro desde que Escorpio Acero me lanzó su letal
mirada. Así que mientras enjabono mi cabello chocolatoso, estiro el cuello para enfocar a
Gustavo. Está de pancita moviendo su manita de izquierda a derecha, tiene la lengüita sacada
y ríe por algo que está dibujando. Es muy tierno y que tenga ojos grises lo hace parecer un
muñequito. Siento que él y mi sobrino Gabriel se llevarían muy bien, después de todo a mi
tornadito rubio también le gusta pintar.
Una sonrisa nostálgica se dibuja en mi rostro porque nunca creí extrañarlo.

Termino el baño y salgo enfundándome una toalla para empezar a secar mi cabello. Me
coloco la primera ropa que encuentro, la cual realmente no es mucha pues solo traje un
cambio y eso es vergonzoso. Tendré que ir a algún tianguis para comprar más.

—Oye, Gus —llamo al bebé, su cabecita alzándose y esos ojazos grises expresivos viéndome.

—¿Sí?

—¿Me acompañas a comprar ropa?

—¡Paseo!

—Sí, pequeño. ¡Paseo!

El niño se levanta con brusquedad y empieza a correr en círculos a mi alrededor. Reviso su


horario, aun no es hora de su comida así que puedo darme el lujo de ir a buscar ropa usada.
Dentro de su mochila encuentro una más pequeña con una correa, esta se la coloco ya que
bueno, la correa me ayudará a mantenerlo a mi lado cuando lo ponga en el piso. Dentro de
ella meto un biberón con agua, fórmula y un chupón, aunque realmente no sé si a esta edad
usen eso, pero da igual, prefiero ser precavida.

Rebusco mi cartera, la meto en mi pantalón y cargo al bebé para salir de mi habitación. Aun
es temprano y no escucho ruido en la cocina por lo que Sianya debe estar durmiendo.
Gustavo se aferra a mi cuello mientras abro la puerta frontal y entonces emprendo una
caminata a no sé dónde, pero disfrutando de los tonos que tiene el cielo, del olor a mar y
arena. Una tenue brisa me acaricia la piel, es fresca y deliciosa.
Avanzo sin rumbo fijo, deleitándome de los pocos transeúntes que pasan a mi lado. Gustavo
observa todo con ojos curiosos, señala cosas y me pide que se las nombre así que lo hago.
Pelota, casa, tienda, tabla de surf, mar, cielo, arena, puente de madera, perritos, personas,
todas esas palabras le digo dejándolo contento e inevitablemente mi cabeza me juega una
mala pasada, haciéndome parar a medio andar.

—Oh vaya, se supone que no estás en la edad para esto, pero mírate, dio positivo —ríe el
hombre que me encierra en la jaula, sus feos ojos negros mirándome con diversión—. Me
pregunto de cuál de todos será. ¿Tú sabes quién fue el suertudo?

Mi garganta arde por lo que no puedo responderle, pero tampoco es que tenga ánimos de
hacerlo. Simplemente me hago ovillo en el piso mientras viajo lejos de aquí, sobre todo a
un lugar lleno de cerezas. Amo mucho las cerezas porque son dulces y me hacen feliz. Las
cerezas no dañan, no me hacen llorar ni tampoco me provocan miedo.

Las cerezas son buenas, muy buenas.

—¿Nani? —La vocecita de Gustavo me arrastra a la realidad y con rapidez agito mi cabeza
alejando eso que pensé estaba enterrado.

—Estoy bien, Gus. Ven, preguntémosle a la señora de la tienda si conoce algún tianguis.

—Ok, nani.

Con las piernas temblorosas me dirijo al pequeño establecimiento de abarrotes que está
perfectamente surtido de lo básico.

—Hola, buenos días. Disculpe, ¿de casualidad sabe si hay algún tianguis por aquí?

—Buenos días muchacha —me sonríe la mujer, sus ojos cafés notándose amable—. Por aquí
no, pero cruzando la calle hay una señora que siempre pone su venta de ropa desde antes
de que sale el sol, así que es probable que la encuentres.
—Muchas gracias, señora. Con su permiso.

—Propio.

Avanzo por la playa buscando con atención la carretera. Agudizo mi oído escuchando el
pasar de los caros e internamente celebro cuando vislumbro uno. Muevo con más agilidad
mis piernas y aferro al pequeño Gustavo contra mí cuando llego a la orilla de esta. Miro a
ambos lados notado que del lado izquierdo un camión está acercándose así que me espero.

El niño se agita en mis brazos cuando lo mira y apunta con su manito. Creo que el chofer lo
nota porque empieza a sonar el claxon provocando que el ojigris ría en emoción y eso de
algún modo me causa envidia porque él no tiene que preocuparse por nada como yo, no
tiene que cargar con recuerdos que no se quieren quedar encerrados, no tiene que luchar
con la depresión o ansiedad, no tiene que levantarse todos los días sintiendo el cuerpo sucio
pese a que los años han pasado y me he bañado demasiadas veces, tantas que mi piel
recuerda la fuerza que ejerzo con el estropajo para borrar eso que pasó.

Gustavo simplemente es inocente, ajeno a la crueldad humana, pero con el padre que se
carga apuesto que pronto el pequeño será corrompido y eso no solo me quita la envidia,
sino que me provoca dolor porque los niños no merecen estar envueltos en un mundo lleno
de crimen organizado. Mira Gerardo, toda su vida ha estado preso del narcotráfico y
actualmente solo está marchitándose conforme pasan los días. Sé que nunca lo dirá, pero
un depresivo conoce a otro y él lamentablemente está en un pozo tan hondo que lo único
que lo mantiene a flote es su amor por la gastronomía.

El tráiler pasa y yo tras él rumbo a la venta de ropa, pero mi esperanza de encontrar algo de
mi talla se va al carajo pues solo hay ropa minúscula, tan pequeña que solamente las
delgadas entrarían. Los ojos empiezan a arderme porque siento como una burla, un
recordatorio de que siempre seré la gorda que no encuentra ropa a su medida.

—Intente probarse esto, señorita. Seguro le queda —me dice la señora, mostrándome una
blusa rosa, tal como el color de los cerdos y eso lo siento como una gran ofensa, casi puedo
descifrar la burla en su tono.
—No es mi estilo —digo, queriendo realmente gritarle que deje de verme la cara, que es
evidente que no entrará ni un maldito brazo porque estoy obesa, como un maldito barril
deforme lleno de grasa, estrías y rollos. La primera lágrima cae, pero la limpio con discreción
porque ya sería el colmo que la mujer se burle diciendo que aparte de gorda soy una chillona
sentimental—. ¿Sabe de alguna otra persona que venda ropa oscura?

—¿Ropa oscura? Pero señorita, ese color es muy feo.

Ese color disimula mi gordura, vieja metiche.

—Es mi color favorito, así que por favor dígame si alguien vende ropa así.

La vendedora se rasca la nuca mientras deja la blusa color cerdo sobre la pila de bonitas
prendas que jamás podré usar. Todas son hermosas, de colores vivos y llamativos, colores
que las flacas lucirían sin problema alguno.

Entonces la mujer truena sus dedos y me sonríe.

—Hay una tienda de ropa usada cerca del muelle —señala hacia la playa, a lo lejos veo lo
que dice—, tienen buenos precios y ropa de todo tamaño.

—Gracias.

Ni siquiera puedo decirle que tenga buen día porque me lo ha amargado. Ella ni me
responde pues otra clienta, una morena delgada y tonificada, la saluda preguntándole las
novedades, ella rápidamente le enseña la ropa que yo miré y solo Dios sabe la rabia que eso
me da pues debió ser mía.

—¿Nani? —me habla Gustavo, arrancándome de mis problemas. Sus manitas me toman de
la cara, está tibio.
—¿Qué pasa, Gus?

—¿Paseo? —Es como si preguntara que si ya terminó a lo que niego y le digo que iremos a
otro lugar. Eso lo pone feliz porque sonríe dejándome ver esa boquita con pequeños
dientitos.

Cruzo la calle de regreso a la playa y dejo que la arena truene con mis pisadas hacia el
muelle. El sol está más alto calando mi piel de una forma tan amena que me arranca un poco
la amargura en mi sistema. El graznido de las gaviotas se alza como un lirico coro que me
eriza la piel. Pequeñas olas de acercan para besar la arena antes de retraerse junto a la demás
agua dejando la humedad atrás. Inspiro hondo y abrazo más fuerte al niño quien está atento
mirándolo todo como yo.

A pocos metros vislumbro el muelle que mencionó aquella señora y a un lado está la tienda
de ropa usada. Cambio de rumbo yendo directo a la tienda, notando que abren hasta las
ocho de la mañana, o sea, en diez minutos. Así que tomo asiento en los escalones de madera
mientras vislumbro todo el panorama que hay frente a mí. A Gustado lo dejo a un lado,
procurando tomar bien su correa para que no se vaya. Saco el móvil de la mochila para
tomar una foto y enviársela a Diego.

Glía: Vine a comprar ropa usada, pero abren en diez minutos así que me senté en las
escaleras y mira lo que hay frente a mí. A que es bonito.

Bloqueo el celular, pero entonces me llega su respuesta lo cual provoca que mi tonto
corazón truene de la emoción. De reojo miro al niño, está moviendo sus piecitos ya que le
cuelgan y está entretenido viendo las gaviotas volar.

Diego: Es una playa muy hermosa, An. ¿Ya te metiste al mar?

Glía: No.
Diego: ¿Por qué? Es inaceptable que estés en un lugar tan hermoso y no te metas a probar
el agua.

¿Cómo le explico que si no hago eso es porque pareceré una ballena? Sé que hay mujeres
con mi físico que se sienten felices mostrando su carne tal cual es, son mujeres confiadas de
sí mismas que las palabras de los demás no las afectan porque saben lo que poseen, pero
no es mi caso. Yo no estoy feliz con mi piel, odio mi cuerpo, sería ilógico que lo presuma.

Glía: Creo que tú sabes por qué no lo hago, Diego.

Glía: Aquel día que me duché mientras hablaba contigo tú… seguro me viste. Tuviste que
haberme visto más allá de los ojos.

Diego: Lo hice y no me arrepiento. ¿Y sabes por qué?

Que me confiese eso no solo me enoja porque se supone que solo estaría viéndome a los
ojos, pero también me quita un peso de encima pues si me vio seguramente no tarda en
alejarse de mí, después de todo sigo firme conque hombres como él de guapos y
musculosos no se relacionan con cerdos como yo. Sin embargo, las palabras que me dice en
el otro mensaje me dejan pensando.

Diego: Eres la mujer más hermosa que jamás había visto. ¿Y qué si no eres delgada? ¿Y qué
si tienes estrías o gorditos? ERES PRECIOSA, ANETH SANTANA. ¿Dejarás que tu baja
autoestima te robe la oportunidad de disfrutar el agua? No sé tú, pero yo sí te creo capaz
de patearle el trasero a esa perra para disfrutar un momento del bonito mar.

Sus palabras me golpean de una forma tan calurosa que no solo el rostro se me calienta,
sino que mi corazón se me agita fuerte de la emoción, como si estuviese gritando «¡Nos
dijeron hermosa!». No tengo oportunidad de responderle porque el señor de la tienda abre
y tomo a Gustavo para cargarlo e ingresar.
—Cada pieza está a diez pesitos, señorita, así que mire con confianza —dice él y le murmuro
un pequeño gracias para entonces poner al niño en el suelo para que camine a mi lado,
medio se tambalea, pero logra seguirme el ritmo.

Hay muchas hileras de ropa, pero me voy al área de extra grande y ahí encuentro prendas
hermosas que me hacen sentir un poco mejor. La tela de cada blusa que agarro es suave y
fresca, para nada calurosa como la que traigo puesta. Están en diversos colores, pero no me
atrevo a tomar otro que no sea color negro. Afortunadamente encuentro con diferentes
logos y estampados, así no lucen tan aburridas. No obstante, veo una top del mismo color,
pero con finos tirantes color plata que me llama la atención. Casi con manos temblorosas la
agarro, es de mi talla, mis pechos la rellenarían perfecto pero mis brazos son el problema.

Estoy tentada a dejarla, pero las palabras de Diego vienen a mi cabeza y decido ganarle a la
perra que me provoca sabotearme. Me cuelgo la prenda en un brazo para seguir en otra
hilera donde hay trajes de baños. Todos son de mi talla, hay de una pieza y de dos, unos
más hermosos que otros. Mis ojos se deslumbran con uno color cereza y el rubor se me
sube a la cara. La manita de Gustavo lo toca al tiempo que sus ojitos me ven.

—¡Nito, Nani! ¡Nito!

—Sí, Gus, está muy bonito. Pero no… —me silencio y muerdo el interior de la mejilla. ¿Y si
lo compro para cuando me sienta a gusto en mi piel? Sería un desperdicio dejarlo cuando
cuesta diez pesos—. Sabes qué, sí, es muy bonito y por eso lo compraré.

—¡Yupi, Nani!

Gustavo me ayuda a llevarlo junto al top negro y ahora nos dirigimos a la zona de
pantalones, shorts y faldas. Estas últimas ni los veo, pero sí las primeras y agarro diez piezas
de cada uno, todos de mi talla y en diferentes colores con diseños. Unos hasta encaje tienen
y son de cintura alta, al menos eso disimulará mi grasa abdominal. En el otro pasillo hay
vestidos, pero estos ni de loca me los pongo porque fue justo uno de ellos los que me
condenaron. Esas prendas solo traen mala suerte.
Con la montaña de ropa encima, voy a la caja donde el señor empieza a doblarme las cosas
para meterlas en bolsas de tela de supermercado. Al final pago cien pesos por cien prendas
de ropa y jamás me había sentido tan feliz.

—También tenemos bolsos y zapatos, señorita. Son de marca, pero obviamente de segunda
mano.

—¿Qué precio tienen?

—A veinte pesitos.

Así que voy a ellos para comprarme unos bolsos y zapatos, en su mayoría tenis en diversos
colores. Aquí se me van otros cien pesos y con mis dos bolsas en mano, con la mochila de
Gustavo en la espalda y el niño caminando, regresamos a casa de Sianya.

Mi estómago gruñe para cuando vamos a medio andar y creo que el niño también desea
algo pues se toca la pancita y me aletea sus pestañas. Solo por eso me detengo frente a la
tiendita de abarrotes nuevamente, compro fruta, una gelatina y leche, con Gustavo regreso
a una banquita para comer.

—¿Qué deseas comer, Gus? ¿Plátano o gelatina?

—¡Banana! —me señala la fruta de cascara amarilla así que se la pelo y doy un trocito.

Una hora más tarde estoy en mi habitación dejando la mochila y al niño para dirigirme al
jardín de la casa donde está el lavadero. Encuentro la bolsa de jabón a un lado, un pequeño
cepillo y me pongo manos a la obra. Primero dejo remojando la ropa, le echo un poco de
Suavitel con antibacterial para que se vaya impregnando y limpiando, justo en eso Sianya
aparece con su propio canasto de ropa.

—Toqué tu habitación para invitarte a desayunar, pero no respondiste. ¿Recién te levantas?


La morena deja el canasto a un lado del lavadero e ingresa momentáneamente a su casa
regresando con otro, uno de color rojo que me regala para meter mi ropa.

—Desperté temprano y fui en busca de ropa —le señalo el montón de cosas que compré—
. Solo me traje un cambio extra así que aproveché. Estaba muy barata.

—¿Fuiste a la tienda que está por el muelle? —indaga y asiento. Una linda sonrisa aparece
en su boca—. Don Venustiano es un amor. Las ofertas que tiene son de lo más económicas
en toda la playa e incluso te hace plan de separo.

—¿A poco sí? Eso no me lo dijo.

—Porque no te conoce, pero si continúas yendo ten por seguro que te lo dirá.

—Con todo lo que compré dudo regresar —suelto una risita y empiezo a tallar mis
prendas—, pero en caso de necesitar algo no dudaré en ir. Es una tienda muy linda.

Entonces los pasitos de un bebé acercarse me hacen estirar un poco el cuello. Gustavo viene
corriendo, casi tambaleándose mientras ríe más que risueño. Sus ojitos grises brillan de
emoción, sale apresurado de la casa y se coloca a mi lado abrazándome de la pierna.

—¡Aquí tas, Nani!

Sianya lo mira con una sonrisa en sus labios y no sé si lo conozca ya, pero de igual forma los
presento.

—Gus, ella es Sianya. Sianya, él es Gustavo, el niño que estoy cuidando.


La morena se pone de cuclillas para verlo, el pequeño saludándola, pero entonces los ojos
de Sianya se agrandan, poco a poco enrojeciéndose. Lleva una mano a su pecho, justo
encima de su corazón.

—Es… Es precioso —dice ella, tocándole la carita con su otra mano—. Mira nada más esos
ojazos grises que tiene.

—El color de las tormentas.

—Sí…

Hay algo nostálgico en como la morena observa al pequeño, es como si estuviera


recordando a alguien muy especial para ella pues incluso un diluvio de lágrimas silenciosas
desliza por sus pómulos mientras intenta dibujar una sonrisa en sus labios, pero falla, es una
mueca tan amarga, tan preocupante que Gustavo incluso retrocede, su labio inferior
temblando y entonces llora. Todo aquel sentimiento que Sianya transmite en su rostro es
también externalizado en el pequeño niño a quien cargo para mecer de un lado a otro.

—¿Pasa algo, Sian? —el diminutivo que uso para su nombre parece regresarla a la tierra de
ese viaje doloroso que tuvo. Con rapidez se limpia las mejillas y se da la vuelta, dándome la
espalda mientras ve al cielo.

—Me recordó a mi nena. Ella… Ella también tenía ojos grises.

Entonces caigo en cuenta de quién habla y eso, de algún modo, me apretuja el pecho.

—Lo siento mucho.

—No lo hagas —suelta una risita seca—, no merezco tener el pésame de nadie porque fui
una mala madre.
—Sian…

—Algún día te contaré mi historia, Glía.

Mi casera ingresa al interior de su hogar diciendo que irá preparando el almuerzo porque
luego me enseñará a cocinar pollo frito con patatas y verduras. Dejo a Gustavo en el piso
mientras lavo mi ropa e incluso la de ella pues no me quiero sentir tan inútil cuando ha sido
amable conmigo. Realmente no sé cuánto tiempo tardo, lo cierto es que ella me llama
diciendo que el desayuno está ya listo.

Con rapidez tiendo las ropas en los mecates que tiene aquí afuera, procuro colocar bien las
horquillas y entonces ingreso a la casa con el niño tras de mí quien va a la habitación por
sus colores y cuaderno.

El pequeño se queda en la alfombra de la sala haciendo su arte mientras yo tomo un poco


del almuerzo que ella preparó. Es algo sencillo: huevos estrellados con una salchicha
rostizada, tocino y un pan tostado con rodajas de aguacate arriba. De acompañamiento un
delicioso jugo de naranja natural, esto lo sé porque las cáscaras aún están en el lavadero.

—Todo esto se ve delicioso, Sianya. Muchas gracias —le agradezco a la par que empiezo a
comer. Los sabores explotan en mi paladar y, por primera vez, no siento la necesidad de
expulsarlo porque es comida nutritiva, y mi cuerpo si quiere lo nutritivo.

—Si te apetece más solo dímelo, ¿vale?

—No te preocupes, esto es más que suficiente.

En silencio comemos los manjares que preparó. De tanto en tanto me fijo en Gustavo y
atrapo a Sianya mirándolo con nostalgia, más lágrimas queriendo asomarse en sus ojos por
lo que termina apartando la mirada de él para enfocarse en su alimento el cual solo picotea.
Me pregunto qué tan grave tiene que ser todo aquello que viaja en su cabeza al mirar los
ojos grises de ese niño porque no es normal que, sin conocerlo, le baje el ánimo de tal forma.
¿Será doloroso aquello que pasa en su mente? Bueno, eso es más que obvio, pero lo que no
entiendo es por qué se dijo ser mala madre. ¿Les pegaría? ¿Los abandonaría? ¿No los
cuidaría y por eso se murieron? Ella habla en pasado de ellos así que es obvio que sus hijos
están muertos. Además, dijo que los pinta cada que los extraña por lo cual no me
sorprendería verla en la playa pintándolos frente al mar otra vez. ¿Será que el mar representa
a esos niños? Hay tanto que deseo preguntarle, pero hacerlo sería alimentar mi curiosidad
en base a su sufrimiento y no quiero eso, tampoco soy tan insensible.

En cambio, acerco mi mano a la suya que tiembla. Noto que tiene cicatrices en ellas.

—Si gustas puedo decirle al papá del niño que me lleve a su casa a cuidarlo, Sian.

—¿Qué? —sus pestañas aletean con brusquedad. Se limpia aquellas lágrimas que solas
escaparon de sus ojos—. No, no, no. Eso no es necesario, Glía. Estaré bien, lo juro.

—¿Segura? No quiero incomodarte con mi trabajo.

—Tonterías, chicas —intenta sonreírme, pero se le dificulta—. Solo es un poco difícil ya que
mis heridas no han sanado, pero me acostumbraré. Sé que sí.

«No se trata de acostumbrarse a las heridas, sino de curarlas para que ya no sean abiertas»,
quisiera decirle, pero me lo reservo, en cambio, doy otro apretón a su suave mano y le sonrío
buscando mermar la avalancha que seguramente le remueve todo en su interior. Ella parece
calmarse al paso de los minutos, y para cuando Gustavo viene a la cocina, ella está más
tranquila.

—¿Quieres huevito, Gus? —le pregunto al niño, sentándomelo en el regazo.

—¡Sí, Nani!
Sin yo decirle, me roba el tenedor y corta con un poco de dificultad el huevo. Sianya lo mira
endiosada al tiempo que se levanta para sacar un vasito de niño para servirle jugo, también
saca melón el cual parte en trocitos.

—Se parece tanto a mi niña —musita con una amarga sonrisa en su boca—, ella también
era muy comelona. Cualquier cosa que le invitaras, ahí iba mi nena a agarrarlo, no tenías que
ofrecerle dos veces.

—Mi sobrino es igual —suelto una risita dándole un besito al niño en su cabeza—. Aunque
lo suyo son más las frituras y golosinas, esas no las desperdicia por nada del mundo.

Dejamos que Gus coma despacito, le ayudo con el melón y con el jugo. Para cuando termina
estoy lavando los platos para entonces girarme a la mesa donde Sianya ya tiene un tazón
cristalino con cinco piezas de muslo de pollo los cuales empanizaremos.

—Haremos cinco para ir practicando, pero después te enseñaré como hacer una docena.
¿Estás lista, Glía?

—Super lista, Sian.

—Bien —asiente y me va señalando los ingredientes que tiene puestos ordenadamente en


la mesa—. Vamos a condimentarlo con media cucharita de paprika, orégano, ajo en polvo,
cebolla en polvo y solo una cucharadita de sal.

—Ok, anotado.

—Pero antes al pollo le agregaremos una taza de leche entera. Así que anda, hazlo. —Tomo
la taza para verter un poco de leche entera y después esta la vierto sobre el tazón
empapando los muslos de pollo—. Ahora, en este plato —me hace entrega de uno—, pon
la cantidad que te dije de los condimentos y mézclalos.
Justamente eso hago. Con una pequeña cuchara voy tomando de los pequeños frasquitos
la cantidad de condimentos que necesito. Hago pequeñas montañitas y luego mezclo todo.
Sianya me dice que se lo eche al pollo para entonces empezar a mover despacio las piezas
embadurnando así de condimentos cada una.

Me explica que no le echará huevo ya que ponerle eso hará que el pollo no cruja y ese no
es el objetivo. Durante quince minutos dejo que el pollo se marine para luego, en un
recipiente distinto, echar una taza de harina de trigo, esa que se usa para hacer el pan, media
taza de fécula de maíz o maicena. Una vez puesto eso, la condimento con un cuarto de
cucharada de ajo en polvo, un cuarto de paprika, sal y pimienta negra molida.

—Con todo esto le daremos un sabor demasiado rico a la harina y, por ende, el pollo sabrá
mejor —me dice mirando como mezclo todo con la cuchara, tal como hace rato—. Ahora,
en aquella vasija echa aceite hasta poco menos de la mitad para freírlo.

—Está bien.

Camino a la estufa donde está ya la vasija, tomo el bote de aceite y empiezo a echárselo con
mano temblorosa pues mi fuerte nunca ha sido la cocina, pero deseo aprender.

Regreso a la mesa donde me dice que agarre el pollo para mojarlo con todos los
condimentos y cubrirlo con la harina preparada, este paso debo hacerlo dos veces. Es decir,
una vez cubierto en harina, lo vuelvo a mojar y luego lo mezclo más con la harina procurando
que esta quede bien pegada. Repito el paso con cada una de las piezas dejándolas sobre un
plato de cerámica blanca.

—De este modo te quedará bien crujiente por fuera pero bien cocinado por dentro.

—Tal como lo venden en los restaurantes, ¿verdad?

—Así es —me sonríe y noto como se ha relajado.


—¿Ahora que hacemos?

—Lo dejamos diez minutos reposando.

—Ok, sí, perfecto. Este… ¿Y cómo sabré cuando el aceite esté listo?

—Le meterás una cucharita de madera —me enseña el utensilio de cocina—, y si notas que
ya salen burbujitas, entonces ya podrás meter el pollo.

Pacientemente espero a que el tiempo pase y para mi fortuna se pasa volando. Entonces
viene lo divertido según Sianya. Ella hace la primera demostración echando dos piezas las
cuales deja hervir por quince minutos antes de darles la vuelta a la par que me explica
algunas otras cosas. Poco a poco el pollo va tomando forma, de lucir asqueroso, se ve muy
delicioso que ya deseo hincarle el diente. Dicho pensamiento me sorprende porque en casa
de Yamelí ni hambre me daba, pero aquí es distinto, aquí me siento más libre.

—Ahora inténtalo tú.

Para cuando finalizo esta labor estoy cansada, sudada y con los ánimos al cielo porque me
siento útil, menos bruta en la cocina. Ayudo a Sianya a limpiar para entonces irme a preparar
pues Escorpio vendrá por nosotros para ir a cuidar a Gerardo. La emoción que siento en mi
pecho es demasiada, me pregunto qué cara pondrá mi exnovio cuando sepa que ya sé hacer
pollo frito.

Seguro celebra conmigo.


Capítulo 24

Glía

Haberle contado a Gerardo sobre mi aprendizaje no resultó como esperé. De hecho, pareció
importarle poco y tampoco me prestó atención. Lo peor de todo es que me pidió que lo
dejara solo por lo que ahora estoy en el campo que tienen tras la grande casa. Hay muchos
árboles raros a mi alrededor, sus ramas caen como hilos al piso y en el extremo tienen un
fruto rojo más grande que mi mano, pero con picos raros que lo hacen parecer estrella.
Tengo una canasta a mi lado junto a un cuchillo pues Gerardo hará un postre especial. Sé
que me mandó aquí porque no desea verme, pero sea cual sea su razón, le daré su espacio.

Tomo la fruta con manos firmes procurando no picarme y corto del extremo hasta
desprenderla. Es incluso más grande de lo que esperé. La dejo en la canasta y prosigo con
otra un poco más pequeña. Nunca había visto una fruta de este tipo, pero según se llama
pitaya y es dulce.

Conforme voy cortando no puedo evitar pensar en mí misma. ¿Cómo es que en aquella casa
me la vivía triste y aquí me sienta tan libre, tan en paz? Es una sensación demasiado hermosa,
como si hubiera estado hecha para volar sin que me amarren las alas.

Y me da miedo.

No quiero que me arrebaten esta libertad, no soportaría regresar a la misma vida que
durante años me condenó. Amo a mis hermanos pese a todo, a mi sobrino, incluso aprecio
a sus amigos, pero ellos no me entienden. Quisieron protegerme de tantas cosas que nunca
se detuvieron a pensar el gran daño que me hacían.
Un deseo…

Si tuviera un solo deseo sería no regresar a Tamaulipas jamás. ¿Eso me hace egoísta? Espero
que no pues no estoy haciendo nada malo, solo velo por mi bienestar y eso es lo más
responsable que he hecho en mi vida.

Continúo cortando pitayas hasta que la canasta se me llena. En cierto punto abro una para
comérmela encontrando conque sí es dulce y está rica. Me la termino toda sin dudarlo, pero
como mi antojo por ella persiste, engullo una más, pero entonces escucho pasos acercarse.

—Veo que mi nieto también te corrió de la habitación —dice el hombre que se acerca. Sobre
mi hombro lo veo, es Horóscopo Acero. Inevitablemente le sonrío pues si no fuera por él yo
seguiría lamentándome en aquella casa del terror.

—De hecho, me ignoró —le confieso y dejo la navaja dentro de la canasta—. ¿Sabe si le
están haciendo las curaciones?

—Sí. En la mañana vino la enfermera a cambiarle las vendas, pero como sabrás, su orgullo
de macho se hirió.

Me duele saber que Gerardo está pasando por algo así. El hombre que vi recostado en esa
cama no es ni una pizca el chico que siempre he conocido. Este está más triste, amargado,
cansado y fastidiado de todo y todos. En otra situación él se habría emocionado por la receta
del pollo frito que le compartí, pero hoy no fue así. Quisiera decir que es una racha, pero no
es así, menos cuando le debe tanto dinero a su padre, uno que aun no comienza a generar
porque sigue postrado en una cama.

—¿Cuánto tiempo estará así? —pregunto tomando la canasta para empezar a caminar hacia
la mansión, porque sí, su padre vive en una la cual luce demasiado costosa.

—Quince días y estará como nuevo.


—¿Seguro?

—Totalmente, Glía —me sonríe y se cruza de brazos conforme avanza a mi lado—. Supe que
estás cuidando de Gustavo.

—Así es, hoy es mi primer día con ese muñequito.

—Por como sonríes al mencionarlo intuyo que estuvo bien.

—Demasiado bien. Yo… —me doy la vuelta y empiezo a caminar de espaldas para verlo, sus
ojos negros caen en mí. En verdad es muy amable conmigo—. Quería agradecerle por lo
que hizo por mí, señor Acero. No me conoce, pero me ayudó cuando se lo pedí y eso es
algo que jamás voy a olvidar.

—Aunque quisieras hacerlo no podrías —ríe y luego esboza una coqueta sonrisa—. Fuentes
dicen que los Acero somos inolvidables.

—Puedo creerlo.

Me vuelvo a girar y nos mantenemos en silencio hasta llegar a la mansión. Horóscopo se va


dejándome a solas mientras yo lavo la pitaya para entonces colocarla sobre el escurridor.
Cuando termino dejo la cocina para ir a buscar a Gustavo, pero me encuentro con que está
dormidito en el sofá, una mujer de cabello negro corto acariciándole la melena. Decido no
interrumpir y mejor regreso por donde vine para cortar más pitayas, pero termino chocando
contra una persona.

—Más cuidado, chica —dice el hombre, sus ojos negros luciendo cansados. Tiene ojeras
bajo ellos—. ¿Eres empleada nueva de mi hermano?
—Soy amiga de Gerardo y la niñera de Gustavo —replico desviando con discreción la mirada
a la sotana que trae puesta. ¿Será sacerdote? Imagino que sí, dudo que se ponga ropa así
por diversión.

—Oh, no sabía eso. ¿Hace mucho que conoces a mi sobrino?

—Sí, desde que éramos niños.

El hombre alza ambas cejas en asombro, pero entonces el entrecejo se le frunce cuando una
voz potente grita mi nombre. Me congelo al mirar a Aries ingresar por la puerta de la cocina.
Retrocedo por inercia con el corazón galopándome de una forma tan espantosa que duele.

—A-Aries…

—Mueve tu culo, Glía. Nos vamos.

—¿Se conocen? —interviene el sacerdote, Aries le avienta una mortal mirada.

—Ahora no, Virgo —dice el saxofonista, buscando tomarme de la mano para llevarme con
él, pero me zafo y retrocedo porque no pienso regresar a Tamaulipas—. ¿Qué carajos?
Vámonos, Glía. Tu familia está preocupada por ti.

—Me da igual. No iré contigo.

—Glía.

—No, Aries. Aquí estoy bien.

—¡¿Cómo vas a estar bien si estás viviendo con Escorpio?!


Técnicamente no es así, pero ni ganas tengo de explicarle. Le pido que baje la voz ya que
Gustavo está dormido y la señora ya está mirándonos, pero él ignora todo lo que digo. Una
vez más intenta tomarme del brazo, pero una mano ajena a la suya lo detiene. Es el padre
de Gerardo. No sé cómo llegó aquí tan rápido, pero está defendiéndome, puedo verlo en
cómo aleja a su hermano de mí para literalmente estamparlo contra la pared, la mujer se
acerca para intervenir, pero el tal Virgo le dice que no, que mejor se lleve a Gustavo a su
habitación así que eso hace.

—¡Suéltame y quítate, ella se vendrá conmigo! —brama Aries buscando apartarlo, pero
Escorpio le presiona la tráquea de una forma que luce dolorosa.

—No te llevarás a mi nueva muñeca, Aries. Ella eligió estar conmigo así que largo de mi
corte.

—Me iré cuando la lleve conmigo, no pienso dejártela, jodido bastardo.

Entonces el padre de mi exnovio lanza el primer puñetazo mandando a Aries al piso, pero él
rápidamente se levanta para atestarle una mortal patada que me recuerda a mi boxeador
preferido. Otra chica estaría gritando para que paren, pero esto es tan aburrido y absurdo
que simplemente voy al sofá para sentarme.

El sacerdote me observa con evidente incredulidad, pero solo me encojo de hombros. Si


quieren matarse, allá ellos, no es mi asunto.

Sus quejidos y gruñidos junto a palabras en otro idioma resuellan por toda la sala
provocando que mis tímpanos duelan. Entonces, casi cinco minutos después, ambos logran
separarse luciendo más que ensangrentados. Suelto un bostezo que capta su atención.

—Vámonos, Glía —truena Aries, pero niego y me acuesto en el sofá.

—Te he dicho que no, respeta mi decisión.


—¿Escorpio te amenazó? ¿Es por eso que no quieres venir conmigo?

—Si no quiero ir contigo es porque allá me volverán a poner las cadenas, Aries —espeto lo
obvio pues él ha visto el cómo me he ido hundiendo poco a poco—. Escorpio y Horóscopo
solamente me tendieron la mano cuando se los pedí y ahora soy libre.

—Déjate de pendejadas —viene a mí, pero Escorpio lo detiene antes de que me toque.

—Ya la escuchaste, Aries. Lárgate.

—¡No voy a dejarla en tus garras, maldita sea! —lo empuja y suelta un puñetazo—. ¡Ya
destrozaste a Rebecca y no pienso ver como destruyes a la hermana de mis mejores amigos!

—Qué sentimental, hermanito —ríe mi exsuegro, limpiándose la sangre—. Para que sepas,
no rompí a tu experra, ella solita aceptó. Me prefirió a mí y eso es algo que debes entender.

No sé de lo que hablan, pero qué flojera seguirlos escuchando. Así que abandono la sala
para ir a la cocina y comerme una pitaya, pero una mano enroscarse en mi antebrazo me
frena, no hace falta saber quién es. Conozco su perfume muy bien.

—Escorpio no te ha…

—No es como ustedes, Aries —bramo con rabia, zafándome de su roce. Pero entonces caigo
en cuenta de lo que respondí y siento como la presión se me baja. Con horror miro a Aries
quien ha palidecido ante mis palabras. La culpa se me enrosca en la garganta, pero busco la
manera de apagar mis emociones.

Aries tensa la mandíbula y se aleja un par de pasos.


—Sabes que fuimos obligados, Glía. Nosotros jamás te hubiéramos… No queríamos…

—Basta —alzo la mano, no pretendo sentirme como una basura cuando llevo una buena
racha de excelente humor—. Lo que pasó, pasó. Ahora, por favor vete y déjame en paz. Estoy
bien aquí.

—¿Cómo diablos vas a estar bien con un narcotraficante?

—Pues ese narcotraficante, el cual es tu hermano, me liberó, Aries. Él y tú papá me quitaron


las sogas que ustedes me amarraron en mis alas. Ellos no me ven con lástima ni tratan como
una niñita frágil a la cual deben proteger de atrocidades que ya pasó, así que relájate y vete.

—Tus hermanos están preocupados.

—Mis hermanos querían decidir sobre mi vida una vez más porque al parecer soy una
retrasada mental que no puede tomar sus propias decisiones. —Logro zafarme de su agarre
una vez más y pongo distancia entre ambos—. ¿Supiste lo que deseaban hacer? Buscaban
sacarme de la escuela, enviarme con un terapeuta e imponerme dietas y entrenamiento para
sanar. ¿Cómo diablos quieren que sane si el problema inicia en la familia disfuncional que
tenemos? Es absurdo.

Pero es cierto. Ellos no buscan repararme, solo quieren decidir sobre mi vida como si no
fuese una persona sino un títere al cual controlar. O sea, sé que el plan que tenían no era
malo, pero no era algo que yo deseaba. Uno simplemente no puede imponerle a un
individuo sanar así cómo así. Hay pasos, lapsos, y un sinfín de cosas más.

Aferro la orilla de la barra mientras veo directamente a sus ojos, sangre gotea de su nariz y
labio manchando la pulcra camisa blanca que trae puesta.

—El día que decida sanar será porque así lo quiero y porque estoy lista para hacerlo, Aries.
Hasta entonces yo sabré cómo lidiar con mis demonios y si ustedes en verdad se preocupan
por mí, van a darme mi espacio. Así que por favor vete —señalo la puerta—, por favor lárgate
y diles a mis hermanos que estoy bien, que estoy feliz.
—Ellos jamás aceptarán tus palabras y lo sabes.

—Y poco me importa eso.

—¿En verdad te dejaste deslumbrar por el narco, Glía? —pregunta, incrédulo, mirando la
opulencia de la cocina, pero eso es algo que a mí no me importa.

Jamás he sido fanática de los lujos, podría vivir incluso en una choza y estar contenta. Lo que
importa es la gran libertad que experimento, la forma en que ya no cuesta respirar ni vivir.

—La amabilidad que me están mostrando es lo que me tiene aquí, Aries. ¿O me ves sufriendo
cómo en aquella casa?

—No, pero…

—Entonces vete.

Tras él aparece Escorpio, le da un empujón en el hombro mientras viene a mí para colocarse


a mi lado como si fuese un escudo y jamás en mi vida había sentido tanta calidez. Es posible
que mi urgencia por libertad esté colocándome en el bando equivocado, pero nunca nada
se había sentido tan bien.

—Ya la escuchaste, carnal. Largo de mi territorio —esto último lo dice haciendo énfasis y la
curiosidad de conocer los territorios que manejan los Acero tintinea en mi cabeza como una
pequeña campana—. Mi muñeca ya habló y debes respetarla.

—Estás cometiendo un detestable error, Glía —murmura el saxofonista entre dientes,


limpiando con su puño la sangre que sigue goteando—. Pero uno demasiado grande y lo
peor es que no podré darte la espalda cuando tu burbuja truene. —La forma en que dice
esto me provoca un espantoso escalofrío que incluso me froto las palmas en mis brazos.
Escorpio toma mi mano libre con la suya y funde nuestros dedos cómo si fuesen tenazas
peligrosas—. Háblame cuando eso pase, ¿quieres? Vendré enseguida y no me importará
joderme a este bastardo.

—Mucha suerte con eso, carnal —ríe mi exsuegro—. Ahora, si nos disculpas, tenemos
asuntos que atender. Mis escoltas te indicarán el camino.

Escorpio me saca de la cocina y lleva hacia el campo para entonces escabullirse conmigo
entre los árboles de pitaya para ingresar por un secreto pasadizo oscuro y frío que me pone
a titiritear. Todo lo que hay es negrura, pero al final logro vislumbrar una luz blanca que da
al final del pequeño túnel. Aquí hay otra puerta, una de metal que él abre.

Salimos en una habitación que no conozco, pero él sigue jalándome hasta que llegamos a
la habitación de Gerardo, su mano apretando tanto la mía que ya duele. Entonces me empuja
contra la pared, su cuerpo presionándose contra el mío de una forma tan intima que mi
corazón empieza a tronar del miedo.

—Tienes los ovarios bien puestos, muñeca —susurra contra mi oreja, soltando una risita que
me pone los vellos de punta—. Esperemos que con tus palabras mi carnalito desista en
querer regresarte porque entonces los que morirán será tu familia y amigos.

—No te atrevas a tocarlos —gruño dándole un empujón, sintiendo que la burbuja que Aries
mencionó está recibiendo el primer golpe letal—. El trato es conmigo, Escorpio. Por favor
no metas a mi familia ni a A7 en esto, ellos no tienen la culpa de nada.

—Pues entonces ponte de rodillas y reza a todos los dioses y demonios que existen, muñeca.
No soy benevolente con personas que ingresan a mi jodido territorio y encima tienen la
osadía no solo de amenazarme, sino de empujarme en mi puta casa. —Su mano toma mi
mandíbula con brusquedad antes de robarme un beso que me pasma. Él parece esperar
dicha reacción porque esboza una sonrisa lobuna que me congela—. Si tu amiguito sabe lo
que le conviene, no pisará mis tierras y tú harás absolutamente todo para mantenerlo lejos.
Ahora lárgate —abre la puerta y me empuja dentro de la habitación donde está su hijo. Es
tan fuerte el movimiento que tropiezo al suelo—. Atiende a mi cachorro que por eso estás
aquí.
Cierra la puerta con una espantosa brusquedad que me hace respingar.

Capítulo 25

Glía
Al final del día Gerardo volvió a rechazarme pidiéndome que lo dejara solo así que, al no
haber otra alternativa, regresé a casa de Sianya casi a las diez, no obstante, apenas bajé del
auto me vine caminando a la tienda de ropa usada donde estoy mirando libros interesantes
para comprar puesto que no quiero dormir tan temprano y no soy de mirar televisión a
menos que sean la repetición de las luchas donde sale mi boxeador favorito o alguna noticia
sobre el Ingeniero constructor que me instó a comprarme un bikini. Uno que, de hecho, llevo
puesto bajo mi ropa porque me echaré un chapuzón ahorita que nadie ve.

Fue un día algo pesado, pero no me arrepiento porque aprendí a cocinar, cuidé de un bebé,
corté frutas raras que son dulces e incluso confronté un poco mi pasado. Se puede decir que
estuvo bonito pese a todo, ni siquiera Escorpio logró empeorar las cosas con su asqueroso
beso ni violencia. Estoy bien.

Encuentro un libro que habla sobre guerra entre militares y narcotraficantes, algo interesante
considerando que estoy en medio de ellos, pero mejor opto por uno que habla sobre como
iniciar la meditación a través del yoga. Jamás he practicado eso, pero me gustaría hacerlo
pues según la sinopsis, dice que tiene muchos beneficios. También agarro un libro sobre
interpretación de los sueños y otro llamado «El hombre en busca del sentido», este último
se ve muy bueno y es de pasta dura. Me sigo paseando entre las estanterías cuando me
topo con un box set de más libros que sin dudar tomo pues están en oferta, a solo diez
pesos.

Con todos ellos en mano voy a que me cobre, el señor Venustiano.

—Veo que encontró libros interesantes, señorita —me dice con una amable sonrisa mientras
anota las ventas en un pequeño cuadernito.

—Así es, tiene títulos demasiado interesantes.

—¿Le gusta leer?

—Mucho, más libros que no son de ficción.


—¿No? —El señor Venustiano alza sus blancas cejas—. Juraba que le gustaban los libros
románticos.

—Dios no —suelto una risita—. Son una gran pérdida de tiempo y nada más alimentan
fantasías tontas. Yo soy una chica que disfruta lo real.

—Eso es refrescante de escuchar, señorita. Ojalá los disfrute mucho.

—Espero lo mismo.

El señor mete todo en una bolsa de tela que me da, le hago el pago correspondiente y salgo
de aquí rumbo al muelle donde empiezo a desnudarme. Dejo el móvil junto a mis libros
antes de tomar asiento para meter mis pies en el agua. Lo gélido de esta me golpea de una
forma tan fuerte que me estremezco. Miro al frente notando la grande luna que ilumina
todos los alrededores, tal como la pintura que Sianya hizo.

Es increíble que este lugar sea tan bello. Nunca había visto tantas estrellas, ni la luna tan
grande y bonita, al menos en Tamaulipas no se mira así. Allá por lo regular nunca miré
estrellas ya que el cielo estaba completamente negro.

Decido tomar una foto para inmortalizar esto y entonces una idea me llega. Acomodo mi
cabello de una forma sutil y pongo la cámara frontal. Abro el chat del Ingeniero constructor
para hacerle una videollamada, mi rostro entero calentándose a la par que mi corazón truena
pues esto es completamente nuevo para mí ya que antes de él no era el tipo de chica que
disfrutara de tomarse fotos o hacer videollamadas, pero cada que pienso en Diego es como
si tuviese esta necesidad de amarme un poco más, de soltar esas cadenas de la vergüenza
porque sé que ahí afuera me esperan cosas lindas.

El quinto tono suena, debo admitir que eso me decepciona y hace arrepentirme, incluso
sentirme tonta. ¿Cómo esperé que alguien como él me respondiera siendo ya tan noche?
Seguro está bebiendo con sus amigos, o en el cine con alguna chica, o follando en algún
hotel de lujo. Seguro está divirtiéndose a lo máximo puesto que tiene todo para hacerlo
mientras yo estoy aquí sintiéndome una tonta por usar un traje de baño que muestra mi
asqueroso físico y más sola que un perro en la playa.
Mis ojos empiezan a arder de la furia, de los celos, de la tristeza, pero entonces cuando estoy
a nada de colgar, un atractivo hombre de ojos ámbar y cabello despeinado, con rostro
somnoliento, aparece en la pantalla y todo aquel malestar es transformado por vergüenza.

—¿Te desperté? —preguntó, sintiéndome realmente una mala persona por creer tantas
cosas de él y por sentir celos cuando no es su culpa de tener una vida perfecta.

—¿Aneth? —dice en modo de respuesta. Se frota ambos ojos con la mano y luego se
acomoda contra la cabecera de su cama, noto el ligero rastro de vello que tiene en su pecho,
uno que le realza la masculinidad—. ¿Estás bien? ¿Te pasó algo?

Entonces sus ojos ámbar se agrandan cuando ven lo que traigo puesto, o sea, la parte
superior del bikini que es nada más una tela que sostiene mis pesados y redondos pechos
los cuales mira con descaro provocando que mis pezones se pongan duros. Trago
ligeramente saliva y aferro la orilla del muelle con mi mano, de pronto el agua sintiéndose
cálida, lejana.

—Escuché tu consejo y no dejé que la perra llamada Baja Autoestima ganara. Hoy fui yo
quien le ganó —señalo mi cuerpo, incluso le sonrío con timidez—. Me compré un traje de
baño y estoy sentada en el muelle con mis pies dentro del agua.

—Eso… Mierda —jadea por lo bajo, su mirada aun puesta en mis senos—. Escuchar esto y
verlo me alegra muchísimo, An. Cómo… ¿Cómo te sientes al respecto?

Relajo los hombros al ver que no le provoco asco, porque si fuera el caso no estaría
devorándome como lo hace, como si mi cuerpo fuese lo más hermoso que ha visto, como
si le encantara mi grasa, mis estrías, mi imperfección.

—Demasiado bien. Siento que al fin estoy recibiendo las dosis de amor que necesitaba.
Nunca creí que la playa me fuese a sentar tan bien, sabes. —Una genuina sonrisa aparece
en mi boca. Agito mis pies en el agua escuchando el sonido que hace—. Siempre odié el
mar, odiaba el hecho de tener mirar a mujeres delgadas usando trajes de baño mientras yo
usaba ropa holgada para cubrirme, pero ahorita es distinto. O sea, sé que es de noche, que
no hay nadie viéndome más que tú, pero el simple hecho de mostrar la piel que siempre
cubro me resulta mágico, Diego. Y todo es gracias a tus palabras.

—No me des un mérito que tú solita lograste, hada. —Mis ojos se agrandan ante como me
ha llamado y juro por mis tormentos que me hace sentir especial, más cercana a él. Lo dijo
de una forma tan íntima, tan natural que mi corazón truena de emoción—. Te miras preciosa
con ese traje de baño y la sonrisa en tu rostro te realza esa belleza, Aneth. ¿Puedo tomarte
screenshot? Me gustaría conservar esta parte de ti.

—Hazlo.

Realmente no sé qué usos planee darle, pero me importa poco. Confío en él cómo nunca he
confiado en nadie, y justo por eso hago una pose linda para que él inmortalice mientras,
disimuladamente, jalo del pequeño moño que amarró el sostén en su lugar para así liberar
mis pechos que pronto quedan al desnudo, tan pesados, tan expuestos y con los pezones
demasiado duros. Alejo un poco el móvil para que logren verse mejor y esbozo una tímida
sonrisa mientras escucho como Diego suelta un bajo gruñido que me hace apartar
ligeramente la boca. Noto que mi piel, gracias a la bonita luna, al tono del mar, adquiere un
color casi místico que incluso yo deseo tener esos pantallazos en mi galería.

—¿Y bien? ¿Ya quedaron las capturas? —le pregunto, un poco burlona, un poco acelerada.
Diego tensa la mandíbula ligeramente y cierra sus ojos durante segundos antes de volverlos
abrir, sus pupilas completamente dilatadas.

—Ya quedaron. Esto… ¡Carajo! Necesito tener tu foto en un cuadro, Aneth. ¿Me das permiso
de imprimirla? —Mi pobre corazón pega brincos de emoción contra mi tórax que
instintivamente me sobo la zona—. Prometo que será exclusiva para mí.

—Claro, no hay problema. Hazlo.

—Bien. Cuando lo tenga listo te haré llegar una foto.


Hago un leve asentimiento de mi cabeza y entonces decido meterme al agua, pero antes
acomodo el celular de forma que se recarga contra mis libros para así continuar hablando
con él pues no deseo colgarle, no aún.

Una vez acomodado me bajo lentamente al agua, sintiendo como todo mi cuerpo es
acariciado por los brazos de esta profundidad celeste que parece no tener fondo y ni me
preocupa. Poco a poco voy quedando enrollada en el mar e incluso me atrevo a zambullir
la cabeza, dejando que mi cabello flote un poco para entonces emerger. El ardor en mis ojos
se hace presente pues esta sensación en la piel es tan hermosa, una que jamás me atreví a
experimentar por temor.

—Recuerdo que cuando vivía en el orfanato, las monjas nos llevaban a hacer convivios en
las albercas con los niños de la iglesia —empiezo a narrar, acercándome al muelle para
colocar mis brazos encima de la madera y así mirar a Diego—, pero nunca me atreví a
meterme a una puesto que en esa época ya estaba como un barril.

—No estás como un barril, Aneth. No vuelvas a decir eso —me reprende, haciéndome
sonrojar pues esto significa que encuentra mi físico atractivo.

—Así me sentía y siento a veces, Diego. Es algo que no puedo evitar. Pero el punto no es
ese, sino que me perdí muchas albercadas, muchos momentos divertidos con mis
compañeros. —Recargo mi barbilla contra la madera, ladeando un poco mi cabeza y
mirándolo directamente a sus ojos—. Dejé que mis pensamientos fueran más fuertes que
mis ganas de sentir como es el agua y simplemente me amargué, me repetí tantas veces que
las gordas no podían hacer actividades de flacas, así que apagué la curiosidad que me
generaban las albercas o el mar.

Decir esto en voz alta duele demasiado pues no solo fue esa actividad, sino muchas, tantas
que si las contara podría ver lo mucho que me perdí por unas inseguridades que yo misma
he plantado ahí, unas que no busco alejar.

—Pues me alegro que ahorita estés dejando atrás ese complejo tonto ya que tú misma sabes
que no hay tal cosa como “actividades de flacas”, An. —La última oración la entrecomilla con
sus perfectos dedos, esos que me gustaría tener entre mis piernas. Espera, ¿qué? No, no, no.
No puedo sexualizarlo así cuando ha sido tan amable conmigo. ¡Cálmate, Glía! Solo es mi
amigo virtual—. Eres realmente preciosa y deberías empezar a creértelo.

—Tal vez ya estoy empezando a hacerlo. Pero cuéntame, ¿qué tal estuvo tu día hoy?

Es así como Diego empieza a narrarme que fue a mirar unos terrenos para el hombre que le
está pagando para construir una casa cerca de Hollywood. Dice que le costó un poco
negociar con el vendedor pues alguien más estaba interesado, pero logró ganar puntos
cuando le ofreció una oferta demasiado jugosa siendo así como cerró el trato. Posterior a
eso hizo las llamadas pertinentes a la empresa donde ahora es socio y también al hombre
que lo contrató. Apenas terminó su llamada dice que fue a ordenar los materiales necesarios,
contrató a un par de albañiles y junto a ellos empezaron lo básico. De hecho, me manda una
foto donde se ve que dejaron listos los anillos de construcción el cual le servirá para
posicionar varillas en el armado de la casa. No entiendo bien su lenguaje, pero le presto
atención lo mejor que puedo e incluso hago preguntas.

—Imagino entonces que tienes el plano de la casa.

—Así es, ¿quieres verlo?

—¡Por supuesto!

Una bonita sonrisa aparece en la boca del americano mientras veo como se mueve entre las
sombras. Escucho que suelta jadeos, abre cajones y finalmente vuelve a colocarse en su
cama. Cambia la cámara frontal por la trasera mientras abre un programa de arquitectura en
3D que contiene su obra de arte. Mis ojos se abren de la emoción. Es una casa de un solo
piso, con una cochera amplia para cinco autos, tiene una cancha para jugar algún deporte y
en el interior posee varios compartimentos. Está la sala y la cocina las cuales son separadas
por un grande muro, un largo pasillo que conduce a las habitaciones las cuales son nueve,
cada una con su respectivo baño y regadera. Hay un grande estudio donde supongo que
estará el jefe de familia y dos habitaciones más que más bien son grandes armarios.
Conforme me narra el cómo planea traer este diseño a la vida, yo me salgo del mar y me
coloco mi ropa, tomo mis libros, zapatos y descalza me encamino a la casa de Sianya la cual
está un poco lejos, pero no me importa puesto que estoy disfrutando de mi noche.

El agua escurre de mi cuerpo hasta dejar un camino de agua por donde avanzo, mis pies se
van llenando de arena suave lo cual me gusta e incluso hace ir más lento. Estos placeres de
la vida son el tipo que deseo inmortalizar, siento que de algún modo me curan.

—Básicamente seré quien se encargue de forrarla con ladrillos cuando esté construida
porque así lo quiere el dueño.

—¿Crees que será difícil hacer eso? —le pregunto a lo que él niega, uno de sus brazos
colocándose tras su cabeza de modo que noto la musculatura que posee. Las mejillas se me
calientan.

—Para mí nada es difícil, An. Siempre son retos que me tomo con calma.

—Entonces eres paciente.

—Demasiado.

—Esa virtud no cualquiera la tiene eh —agito mis cejas de manera agraciada, haciéndolo
soltar una risita—. Ahora dime, ¿por qué no me has colgado la llamada? Tenemos muchísimo
hablando y creo que ya te espanté el sueño.

Diego se queda en silencio observándome, es como si deseara penetrar mi cerebro para


descubrir los secretos y tormentos que tengo guardados y que no he compartido con
muchas personas. Inhala una gran cantidad de aire y después se pasa su puntiaguda lengua
por su labio inferior antes de morderlo. Un fuego demasiado intenso se apodera de mi
entrepierna, haciéndola arder, cosquillear y desear algo que nunca he hecho.
Sé que estoy atraída a él, provoca reacciones tan genuinas en mi cuerpo e incluso logra
mojarme las bragas, pero no sé, pensar en masturbarme ante su recuerdo es algo que me
saca completamente de mi zona de confort puesto que nunca lo he hecho. Si no siento
placer sexual cuando Gerardo tiene sexo con mi cuerpo, ¿cómo voy a sentir algo semejante
con alguien que está mirándome por la pantalla? Eso es de locos.

—Si no te colgué es porque disfruto hablar contigo, y precisamente hoy me hiciste darme
cuenta de ello porque hace tanto que no compartía sobre mi carrera con alguien ajeno a mi
entorno laboral —su voz es suave, baja, casi un ronco susurro que me eriza los vellos de la
piel, acentuando más ese incesante deseo que crepita en mi vientre bajo como si hubiese
ahí madera quemándose—. Si fuese el caso contrario, créeme que ya hubiera puesto una
excusa para finalizar la llamada o bien, te habría hablado con la verdad de una forma algo
cruda, Aneth.

—Yo también disfruto mucho hablar contigo. Siento que… Siento que puedo confiar en ti,
Diego.

—Me alegra que así sea, hada.

De nuevo el apelativo y de nuevo mi corazón tronando. ¿Es normal que me emocione con
tan poco? Supongo que sí. Los apelativos de «bonita», «linda», «preciosa», «hermosa» y
«nena» están ya tan prostituidos que no siento nada cuando me los dicen, hasta me ofenden.
Pero la originalidad que tiene este hombre de ojos ámbar es de otro planeta.

Me detengo frente a la puerta de la casa de Sianya y mi corazón duele al tener que decirle
que he llegado al lugar donde vivo, eso parece decepcionarlo también porque busca
despedirse de una forma que instala incomodidad entre ambos. Se nota que no desea
colgar, se nota que desea seguir hablando conmigo y entonces una loca idea llega a mi
cabeza.

—¿Duermes conmigo esta noche? —pregunto bajito, de forma confidencial e íntima. Diego
baja su brazo y abre sus ojos de una forma que la lámpara hace que sus ojos ámbar se vean
más hermosos, casi a un color amielado brillante, profundo, como un hermoso otoño en
pleno apogeo. Si fuera artista definitivamente lo pintara.
—¿Te refieres a mantener la videollamada hasta que nos durmamos y despertar viéndonos?

—Así es, Ingeniero Cantú. ¿Acepta?

—Mierda sí. ¡Por supuesto que sí!

Y tan solo ocupo eso para insertar la llave en la perilla y darle vuelta e ingresar.

Capítulo 26

Glía

Despertar viendo al hombre que te genera confianza es realmente hermoso. Anoche tras
darme una ducha con él mirándome como aquella vez, me recosté en mi cama y dejé el
móvil recargado contra una almohada. Ya no hablamos, pero sí que nos miramos antes de
caer rendidos, él seguro imaginando mis pechos al desnudo en el mar o en la regadera ya
que cuando me bañé, seguimos con la videollamada.

Lamentablemente fui la primera en cerrar mis ojos, pero ahorita he sido la primera en
despertar y me alegro tanto porque puedo detallar su varonil rostro de perfectos ángulos,
pestañas rizadas y cejas demasiado espesas. Tiene una expresión de paz en su rostro y los
labios carnosos ligeramente apartados. También puedo ver su mandíbula, su cuello y esos
definidos pectorales que tiene.
Mi boca se torna tan seca como un desierto conforme sigo mirándolo, pero entonces reviso
la hora notando que ya es tarde y Gustavo vendrá en una hora.

Con verdadero pesar me levanto de la cama, finalizo la videollamada y opto por mandarle
un mensaje diciéndole que disfruté mucho dormir con él, que deberíamos repetirlo toda la
semana. Sé que es un poco extremo, pero en verdad fue hermoso hacer eso con él.

Tiendo mi cama dejándola impecable, pongo a cargar mi celular e ingreso a darme una
ducha para remover el sudor que pueda haber en mi piel. No demoro mucho ya que deseo
tomar el desayuno y dar una pequeña caminata antes de que venga el niño, así que en
cuestión de diez minutos ya estoy saliendo de mi pieza encontrándome con Sianya en la
cocina. Trae un delantal puesto y puedo ver que está cuidando algo en el horno que huele
delicioso.

—Buenos días, Sian —la saludo, sentándome en el mismo lugar que el otro día y
encontrando ya mi plato listo.

—Buenos días, Glía. Anoche llegaste tarde, ¿todo bien?

Que haya notado eso me avergüenza un poco ya que mi intención no es preocuparla. ¿O


será que hice mucho ruido al entrar? Diablos, espero que no. Procuré ser muy silenciosa
justamente para no incomodarla o interrumpir su sueño.

—Salí temprano, pero se me fue el tiempo en la tiendita cerca del muelle y después…
después platiqué con un amigo.

—¿Es con el que hablabas anoche? —pregunta con total inocencia, haciendo que mi corazón
se acelere y mi rostro se caliente—. Lo siento, no fue mi intención escuchar, pero tu
habitación está al lado de la mía así que me fue imposible no hacerlo por más que intenté
no ser una metiche.

—No te preocupes —le sonrío, mi corazón golpeando con fuerza mi pecho como si me
hubiera dicho que me vio cogiendo con diez hombres—. Y sí, fue con él mismo. Se llama
Diego, es Ingeniero constructor y… ¡Diablos! —me cubro el rostro, sintiendo como poco a
poco se va calentando—. Me gusta mucho, Sian. Y no debería.

—¿Por qué no? Estás joven, eres guapa y por lo que escuché le simpatizas. ¿Qué hay de
malo?

Que me diga esto de “le simpatizas” confirma que incluso escuchó lo que él decía, y no
puedo culparla, después de todo le subí todo el volumen de modo que su varonil voz
retumbó por toda la habitación con paredes de madera.

—Recién salí de una relación con mi mejor amigo —explico un poco para que me entienda
mejor—. Y a Diego solo lo he visto una vez en persona, el resto de nuestros encuentros han
sido virtuales.

—Pues yo no le veo nada raro, Glía —me dice mientras saca del horno un pastel que huele
a zanahoria. Mi boca se hace agua, pero la voz en mi cabeza me grita que si ingiero un
pedazo subiré veinte kilos—. Si en determinado momento se da la oportunidad de ser algo
más con él deberías animarte. La vida es muy corta para estar pensando en si es correcto o
no iniciar algo.

Lo que ella me dice no solo aplica a relaciones, sino a otras cosas y por alguna extraña razón
el ballet llega a mi cabeza dejando mi rollo con Diego a un lado.

Desde que tengo uso de razón me he visto limitada a no hacer lo que amo gracias a las
palabras hirientes de Yamelí que me hacían ver el ballet como algo satánico e incorrecto,
toda esa verborrea fue taladrando mi cabeza hasta hacérmelo creer, pero en estos días
alejada de ella he podido comprobar que no, nunca nada será incorrecto siempre y cuando
tú lo desees y sepas que eso te hace bien a ti.

«De nada te sirve saberlo si eres un parásito que no se mueve para alcanzar su sueño. Te
quejas y te quejas, pero no mueves un solo dedo para llegar a él», me regaña esa voz en mi
cabeza, provocando que mis ojos escuezan porque tiene razón. Me la pasó quejándome,
diciendo que no me dejan practicarlo, pero ahora que estoy lejos no he practicado ni una
sola vez en mi habitación.
—Por la expresión que tienes, siento que en tu cabecita ya no está Diego, sino algo más.

Regreso mi atención a la exótica mujer y me rasco el cuello porque me ha pillado. Me


sorprende la habilidad que tiene para leerme. Algo me dice que es psicóloga o muy buena
descifrando a las personas.

—Sí, de hecho, pensaba en el hobbie que siempre me negaron practicar.

—¿Cuál es?

—Ballet.

Estoy acostumbrada a que las personas se burlen de mí diciéndome que es un arte para
flacas, que no tengo oportunidad en ese mundo ya que solo iré a recibir burlas, pero la
expresión que Sianya pone, una genuina, de asombro total, me sacude cada fibra de mi
cuerpo haciéndome querer contarle más sobre eso.

—Ese arte es demasiado hermoso, aunque requiere de una exigente disciplina debido a la
conjunción simultánea que hay entre los músculos y la mente —acota ella y le doy la razón.

Dicha conjunción sirve para expresar los movimientos en total armonía, algo que disfruto
muchísimo cuando estoy con mis zapatillas y escuchando alguna melodía envolvente que
seduce a cada una de mis extremidades y músculos.

«¡Si no piensas practicarlo, mejor ni lo pienses, jodida ballena!», ataca de nuevo la voz,
hundiendo mi pecho.

—Lástima que las personas no vean más allá del físico —le digo, soltando un bufido
aceptando el pedazo de pastel que me da porque de nada sirve pasar hambre o vomitar, al
final del día no bajo ni un misero kilo de peso porque mi destino es estar gorda, como un
maldito cerdo que se revuelca en el lodo de los lamentos—. El ballet es pasión, amor y
seducción, es una entrega total de tu mente, tu alma y tu corazón, pero todos siempre
reducen a la bailarina a su cuerpo, a todas esas imperfecciones físicas que ellos señalan con
malos comentarios. Que si está muy delgada, que si está muy gorda, que si tiene pechos,
que si no tiene, que si es de piel oscura, que si es muy blanca, que si tiene gracia. Siempre
habrá algo que señalen y eso duele porque a mí me lo han dicho todo.

Yamelí ha sido mi perpetradora, ese victimario que me cambia la palabra “bailarina” por
“bolarina” porque no soy flaca. Es la mujer que me ha hecho sentir repudio por un arte que
desde niña amé y siento que ese es mi problema, dejé que sus asquerosas palabras me
taladraran tan duro mi autoestima que ahora tengo problemas.

—Es duro ser criticada por hacer algo que amas, pero más duro es ser quien se queda de
brazos cruzados sin hacer nada al respecto más que lamentarse, Glía. ¿No te gusta como es
tu físico? Bien, es aceptable y muy normal, pero deja de quejarte, deja de insultarte, deja de
lamentarte y mejor has algo al respecto para conseguir tu físico deseado. ¿No te gusta como
haces algún movimiento en el ballet? Bien, es de esperarse, pero no te enojes por eso y
mejor práctica hasta que te salga bien y consigas lo que deseas lograr. —La forma en que
dice esto no lo siento como un ataque, sino como un dulce consejo que ocupo y uno que
no me había atrevido a externalizar en voz alta—. A lo que voy, es que eres la tejedora de tu
propio destino, nadie más que tú puede hacer que avances o retrocedas, lo único que debes
hacer para tomar uno de esos caminos es plantearte bien en lo que deseas hacer y por qué.

—Hablas como si fueras una psicóloga, Sian.

—Lo soy —me sonríe y toma asiento frente a mí para degustar su rebanada de pastel—.
Hace años me gradué, pero nunca ejercí porque tuve la desdicha de vivir en un lugar
demasiado opresivo y machista.

—¿Entonces no has ejercido?

Sianya niega para luego contarme que en aquella época donde obtuvo su título no era
común que las mujeres tuvieran trabajos de hombres, por más que aplicó a escuelas, clínicas,
hospital o empresas para ejercer, nadie la contrató por ser de piel oscura y encima mujer,
así que se dedicó a trabajar en casas de personas acaudaladas como sirvienta y cocinera, al
parecer ese era el único trabajo decente que pudo encontrar aquí en Holbox.

Conforme va narrándome esto puedo sentir su voz quebrarse, su mirada entristecerse y su


labio inferior temblar por algo que no me dice pero que claramente pasa en su cabeza para
atormentarla. No quiero ni imaginar las cosas que le hicieron en esos trabajos ni la cantidad
de racismo que sufrió por tener la piel como el petróleo. Menciona algo sobre tener una
pésima relación con su marido, pero ya no me dice nada más puesto que tocan la puerta y
ella se levanta como resorte a responder.

La vocecita de Gustavo llega a mis orejas.

—¡Nani! ¡¿Ontas, Nani?! —me grita el pequeño niño, provocando que una genuina sonrisa
aparezca en mis labios.

—En la cocina, Gus —respondo y entonces pasitos acelerados acercarse me indican que ya
viene a mí. El pequeño trepa por mi regazo hasta sentarse cómodamente en él. Me da un
fuerte abrazo—. Buenos días, pequeño.

—¡Hola, Nani! ¿Qué halemos hoy?

El entusiasmo que noto en sus ojitos me genera tanta ternura que termino dándole besitos
en los cachetes. ¿Cómo alguien tan hermoso y tierno puede tener sangre de un asesino? No
lo entiendo, pero me da tristeza saber que jamás podrá ser un niño normal por culpa de su
familia. Gerardo nunca consiguió serlo, incluso ahora paga por los horrores que cometen los
Acero, unos que no conozco, pero no se necesita ser inteligente para saber que todo lo que
gira en torno a ellos es ilegal.

—Daremos un paseo por la playa y… ¡haremos castillos de arena! ¿Te parece?

—¡Sí quelo!
—Entonces hagámoslo —paso mis dedos por su cabello negro, es tan suave y huele tan rico
que podría enterrar mi nariz todo el día en él—. Pero antes dime, ¿ya desayunaste?

—Sí. Papi me dio gelo.

—¿Gelo?

—Gelotina, Nani.

—Gelatina, Gus. Se dice gelatina.

—¡Gelotina!

—Gelatina.

—No. ¡Gelotina!

—Que es gelatina, Gus —suelto una risita levantándome con él en brazos. Con una mano
tomo mi platillo vacío y lo llevo al lavabo para enjuagarlo. Se me dificulta un poco, pero no
deseo bajar al niño.

Cuando termino busco a Sianya en la casa para decirle que saldré a caminar en la playa, pero
no la encuentro aquí, sino afuera junto a su lienzo donde vuelve a pintar a los mismos niños.
Decido no molestarla, así que paso tras ella y me alejo escuchando la risita de Gustavo quien
se entretiene con las gaviotas que están volando a nuestro alrededor. Apunta a cada de una
de ellas con sus deditos generándome demasiada ternura. Por instantes imagino que es mi
sobrino, ese pequeño tornadito rubio que amo con mi alma.

Recuerdo la primera vez que lo cargué, me sentí tan rara porque justo meses atrás había
tenido a un bebé en brazos, pero cosas pasaron y él murió de una forma que no me atrevo
a recordar. Tuve miedo, demasiado miedo en tocar a mi sobrino porque ilusamente creía
que todo lo que tocaba sería maldecido y condenado pues eso me repitieron cuando aquel
pequeño murió, pero con el tiempo comprendí que eso era mentira, solo unas palabras que
esa persona usó para atormentarme.

Me detengo en un punto neutro y me siento sobre la arena. Gustavo escapa de mis brazos
para iniciar a tomar la arena entre sus manitas. La sonrisa que tiene en su boca es tan genuina
y tranquilizadora que me mesmeriza.

Empieza a formar montañas de arena para después, con su dedito, hacerles ventanitas
siendo así pequeñas chozas. Le ayudo a hacer un castillo, a cómo puedo amoldo la arena
con sus risitas de fondo. El primer intento de castillo queda asqueroso, así que lo derrumbo
y hago otra vez. También queda espantoso, pero más decente que el anterior por lo que voy
dándole forma.

Gustavo se levanta y empieza a recoger algunas conchitas que nos rodean, las coloca frente
a mi feo castillo para darle un aspecto más lindo. Comienza a cavar hondo hasta que agua
empieza a llenar el pocito, eso nos embelesa tanto que hacemos más pozos para luego
echarle las conchitas logrando que estas floten.

Mis uñas se llenan de arena conforme más vamos escarbando. Pese a eso no me detengo
pues disfruto la sensación que eso provoca, la suavidad de esta sustancia contra mi piel. El
pequeño Gus suelta risitas de júbilo que me inyectan esa paz que tanto he deseado tener.
Miro como el sol ilumina su pelito negro, su carita, sus ojitos grises tan preciosos que gritan
calma, calidez, felicidad y amor.

No sé quién sea la madre de este pequeño, pero definitivamente tiene unos genes
demasiado exóticos y hermosos porque no puedo dejar de mirarlo. Solo quiero comérmelo
a besitos y abrazarlo y protegerlo de todos, incluso de su padre.

De pronto, una sombra se cierne sobre mí, asustándome al grado de agarrar al niño para
apretujarlo contra mi pecho. Asustada, alzo la mirada encontrándome con un hombre
extranjero que me observa con una sonrisa amistosa en sus labios carnosos.
Es alto, fornido y lleva unos shorts rojos junto a una playera sin mangas color blanca. En su
mano izquierda porta unas cubetas especiales para hacer castillos de arena junto a palas de
plástico. Lleva lentes, pero estos se los retira apenas baja la cabeza para verme. Mis ojos
color café oscuro se topan con un color azul intenso que me ruboriza. Pese a que mis
hermanos tienen ese color de ojos, el color de este desconocido es demasiado hechizante,
es un azul profundo, un azul que grita completo misterio, un azul que no revela
absolutamente nada. Tiene barba de pocos días lo cual le realza el atractivo. Posee una
perfecta mandíbula delineada, una nariz perfecta sin desviaciones y un cabello tan negro,
espeso y sedoso que da envidia.

El hombre se toma el atrevimiento de sentarse a mi lado, colocando sus objetos playeros


frente a él.

—Hola —me dice, su voz ronca y profunda retumbando en mis tímpanos. El pequeño Gus
se remueve como gusanito entre mis brazos mientras me pide que lo suelte—. ¿También
eres extranjera? —pregunta el hombre, aun con esa sonrisa decorándole los labios.

Intento sosegar mi corazón que parece no querer dejar de latir, es como si buscara darme
un infarto aquí mismo o yo qué diablos sé. Sin embargo, hago acopio de todas mis fuerzas
y trago el nudo que siento en mi garganta para entonces responderle.

—Sí, también soy turista. Llegué hace apenas unos días, ¿y tú?

El hombre suelta un suspiro de alivio y mira al frente deleitándose del grande mar que se
extiende frente a nosotros.

—Llevo aquí una semana, pero no me había atrevido a salir porque creí que iba a desentonar.

—¿A desentonar? —cuestiono mientras ladeo mi cabeza.

—Sí, a desentonar. Es que la última vez que pisé México, demasiados turistas estuvieron de
encimosos, no me dejaban en paz, a cada nada querían venderme sus productos y hacerme
ir a sus locales para comer. Fue una verdadera pesadilla —comparte como si fuésemos los
mejores amigos y no unos simples desconocidos.

—Oh vaya… Lamento escuchar todo eso.

—Sí, es una lástima porque al final terminé comprándoles absolutamente todo y en el


aeropuerto me confiscaron mi maleta. No tienes idea el enojo que pasé porque yo en verdad
quería llevarme esas cosas a mi país.

—¿De dónde eres? —le pregunto, la curiosidad ganándome.

—Soy de Rusia.

—Oh… Dicen que es un lugar muy frío, ¿verdad?

—¡Demasiado! Sobre todo, un lugar que se llama Oymyakon. ¿Alguna vez has ido?

Mientras espera por mi respuesta, el hombre empieza a meter arena en la pequeña cubetita
para entonces volcarla y formar el castillo que yo no pude. Gus se maravilla y se pone frente
a él tomando sus cosas sin permiso, el hombre ni siquiera lo regaña.

—No, nunca he salido del país —confieso, mirando como otra genuina sonrisa aparece en
su boca—. Pero si pudiera salir de México sería definitivamente a un país donde no haya
calor pues no soy muy fan de sentir mi piel llena de asqueroso sudor.

—Joder sí, te entiendo —ríe—. Lamentablemente a mí me toca estar lleno de sudor por mi
trabajo.

—¿En qué trabajas?


—Soy militar de una base demasiado popular en mi país. —Mis cejas se alzan en asombro,
nunca esperé esto—. No sé si hayas escuchado alguna vez sobre la FESM.

—¡Sí! De hecho, existe una en Tamaulipas.

—Así es, yo pertenezco a la sede que tienen en Rusia.

—Eso debe ser muy agotador. ¿Qué cargo tienes? —indago un poco más, él gustoso
respondiendo a mis preguntas como si confiara en mí.

—General Supremo.

—No tenía idea de que existiera ese rango. Bueno… en sí no conozco los rangos.

Mi sinceridad le saca una pequeña risa que reverbera en mi pecho.

Joder, esto es demasiado raro. ¿Cómo puede ser posible que tenga un imán para los
desconocidos tan guapos? Primero Diego, ahora él.

—De hecho, existe un General Supremo y un Coronel Supremo, son rangos que la propia
FESM decidió hacer debido a que se ocupaban rangos capaces de mandar en todas las bases
militares existentes en el mundo.

—¿O sea que esos rangos pueden hacer uso de los equipos militares de cualquier país?

—Así es.

—Genial, eso suena interesante.


La curiosidad por saber más de los militares es tan abismal que incluso le termino
preguntando si es complicado ascender a tal rango a lo cual me dice que sí. Que para subir
a eso necesitas tener años de entrenamientos pues te adiestran en cada elemento que tiene
el ejército. Según él, es interesante pero demasiado agotador y se lo creo. Para mí la palabra
“militar” equivale a “mucho ejercicio”, algo que yo no podría ser porque soy floja a morir.

Al final el hombre termina despidiéndose de mí ya que tiene asuntos que atender online.
Me deja las cubetas y pala para que el pequeño Gus siga haciendo sus castillos. Con la mano
nos dice “adiós” pero rápidamente me levanto tomándolo de la muñeca.

—No me dijo su nombre, soldado —lo tuteo, ganándome una sonrisa tan hermosa de su
parte, de esas que gritan «puedes confiar en mí que nunca te haré daño».

—Mi nombre no puedo decírtelo por protocolo, pero si mi apellido. Soy Romanov, un gusto.

—El gusto es mío. Me llamo… —Muerdo mi labio inferior ya que tampoco le diré mi nombre,
así que le doy mi apellido—. Santana. Dime Santana.

—Un placer, señorita Santana.

—El placer ha sido mío, señor Romanov.

Su espalda es todo lo que veo conforme se aleja.

No sé si lo vuelva a ver, pero me agradó.


Capítulo 27

Diego

Ver el móvil con tanta urgencia no es normal. Jamás he sido fanático de estas mierdas, pero
desde que Aneth apareció en mi vida parezco un completo adolescente que no suelta el
aparatejo ese ni para ir al baño. ¿Qué diablos está pasándome? Esto no debería estar
sucediendo, pero creo que ya es muy tarde para retroceder porque esa mujer debe ser mía.

Guardo mi celular en el bolsillo de mi pantalón y regreso mi atención al trabajo que están


haciendo los albañiles. Hace un calor infernal que me tiene sudando como si estuviese en
una sauna; la camisa verde que traigo puesta está ya demasiado oscura por el sudor de
modo que me da asco. A cada y tanto la separo de mi piel, pero vuelve a pegarse
generándome unas tremendas ganas de vomitar.

No es que no esté acostumbrado a este tipo de clima, es solo que hoy está verdaderamente
insoportable. Pese a que es octubre, puedo sentir el maldito sol taladrándome el cuerpo,
sofocándome. Solo espero que este clima se deba a que se vendrá un fuerte frío.

Opto por dar por concluido el día pues sería inhumano de mi parte tener a estos hombres
trabajando con esta temperatura. Ellos me observan raro, como si jamás hubieran hecho
algo similar, como si estuvieran acostumbrados a trabajar incluso cuando están muriéndose.
Pero es que no consideraría parar la obra si no estuvieran igual de sudados que yo, unos de
plano lucen pálidos, deshidratados y realmente no soy un hijo de puta insensible para
tenerlos aquí trabajando.

Todos ellos se despiden de mí y yo arranco a mi camioneta para quitarme la playera que


tengo empapada y colocarme la de repuesto. Saco unas toallitas húmedas que mi princesa
dejó en el tablero para así limpiarme el rostro, cuello, pecho, axilas, brazos, abdomen. Todo
con tal de refrescarme.

Subo a mi vehículo, enciendo el aire acondicionado y avanzo a la galería Ignite que es a


donde mandé imprimir los screenshot que le tomé a Aneth aquel día donde usó su primer
traje de baño. Sé que está de locos hacer esto considerando que no es nada mío aún, pero
en verdad es un desperdicio no tenerla en un grande cuadro con semejante belleza que se
carga. No sé cual es mi foto favorita, si ella con la parte superior del bikini arropándole esos
grandes pechos redondos, o ella sonriendo con timidez mientras los deja al descubierto. Mi
verga dice que la segunda, pero mi cabeza que la primera. Es una difícil decisión y por eso
opté por encuadrar ambas.

Mi celular suena, y atiendo de inmediato.

—Soy Green —me dice y esbozo una pequeña sonrisa porque desde el día que la visité en
el California Times que no hablo con ella.

—Hola, Green. ¿Qué pasa?

—Solicitamos tu presencia esta noche en el club, Morte.

—¿Para qué? —indago, sintiendo curiosidad.

—Es el cumpleaños de la esposa de Shadow y estamos organizándole una pequeña cena.

—Cuenten conmigo. ¿Desean que lleve algo de la tienda?

—No, no. Conque vengas está bien. Al parecer Sabrina tiene una importante noticia que
darnos esta noche.
—Espero que sea una buena —suelto una risa—. No toleraría recibir otra mala noticia y
menos cuando recién solucionamos el mierdero que traíamos encima con la policía.

Afortunadamente aquel incidente del metiche que tomó fotos sobre la masacre que hice
frente a Builders quedó solucionado. Ahorita el bastardito está cautivo en mi casa en Chicago
puesto que este fin de semana iré a pasarla allá porque necesito tiempo a solas de todos
estos cambios que estoy teniendo en mi vida. Si bien son buenos, me resultan algo
abrumantes en ciertas ocasiones porque antes solamente me dedicaba a estudiar y hacer
ejercicio en el gimnasio de la base militar donde está mi universidad, pero ahora es distinto
puesto que ya estoy en el mundo real. Cualquiera ocuparía un jodido respiro.

Eso y que tengo un saco de boxeo hecho de carne y hueso que voy a reventar hasta dejarle
en claro el grave error que cometió al joder con los míos.

—Carajo, ya ni me lo menciones que me da escalofríos. Por poco nos destruyen el barrio, el


club y todo lo que conocemos. Si no fuera por ti, ahorita estaríamos durmiendo bajo algún
puente.

—Jamás dejaré que eso pase, Green —le aseguro, porque si a alguien soy fiel, es a ellos—.
Son mi segunda familia y antes quemo todo California que dejarlos en la calle por un error
que yo cometí.

—A cualquiera le hubiera pasado, Morte. Más cuando me contaste que estaban mirando
mal a tu hermana y tocaron a tu hermano.

Recordar ese momento solo provoca que mi rabia florezca porque acosaron a lo que más
amo en el puto planeta y jamás me lo perdonaré. Están muertos, sí, pero la culpa persiste
junto a la rabia, una que pretendo desquitar con el periodista ese porque sí, resulta que el
soplón que puso la denuncia en la comisaría es un periodista, uno que fue rival de Green
hace muchos años antes de ingresar al California Times.

—Sea como sea, sabes que si alguna vez vuelvo a perjudicarlos por mis pendejadas lo
solucionaré.
—Esperemos que ya no suceda algo así.

—No sucederá, Green. Me he prometido ser más prudente. —No necesariamente porque
desee controlar mi sed de estrellar puños, sino porque en verdad no pretendo joder a los
míos—. Mejor cuéntame, ¿qué harán de comer? Las tripas ya están rugiéndome y necesito
saber si llegaré directo a ducharme o a tragar.

La risa que suelta mi amiga es tan contagiable que sonrío. Quién sea que dijo que no puede
existir una amistad entre un hombre y una mujer está malditamente equivocado. Catia y
Green son mis chicas, unas que no cambiaría por nada del mundo.

—Tilapia hará una parrillada con mucha carne, pollo y salchichas.

—Por su bien espero que sean de las salchichas que tienen jalapeño y queso adentro.

—¡Obviamente! Sabes que son tradición.

—Bien, me has convencido. Apenas termine mi asunto les caigo en el club.

—Ya estás, Morte. Maneja con cuidado y llega en una pieza que Shadow me fusilará si llegas
accidentado solo para cumplir con tu presencia en la fiesta.

—Soy prudente al manejar, mujer. ¡Relájate!

Green suelta otra risa y me recuerda las veces que me he volcado en la motocicleta, algo
que me hace reñirla porque eso fue cuando recién empezaba a manejarla y cualquiera
comete errores. Al final termina diciéndome que soy un peligro andante.
La llamada finaliza y la sensación de sentir que pronto estaré en mi otra casa es tan relajante
porque el club, ese barrio, lo es todo para mí.

Reviso rápidamente el móvil encontrando un mensaje de Shadow quien dice que no lo deje
morir solo ya que está nervioso por la noticia que su mujer le dará. Le mando un audio
burlándome de él diciéndole que deje de ser maricón y se amarre bien los pantalones, pero
el responde que cuando se trata de las noticias de su esposa es imposible.

Hace cinco años Heriberto Morgado, mejor conocido como Shadow en el bajo mundo, llegó
huyendo de México a raíz de que su abuelo, un magnate poderoso de ese país, quiso matarle
a su hija pues en esa familia no se aceptan a herederos femeninos. Apareció en las puertas
del club junto a su pareja Sabrina quien en ese entonces tenía siete meses de embarazo.
Ellos no habían contraído matrimonio, pero hace apenas dos años decidieron formalizar y
me han invitado a sus festejos no solo de aniversario, sino de cumpleaños y jamás he asistido
puesto que la universidad me tenía consumido. Pero ahora es distinto ya que soy un hombre
libre de escuela y tareas.

Tomo un desvío hacia una tienda para buscarle un regalo a Sabrina y otro a la pequeña Rina.
No conozco muy al cien el gusto de la primera puesto que no he convivido tanto con ella,
así que me voy por un estuche de cosméticos en tres estilos de colores: oscuros, neutros y
pasteles. Recuerdo haberla visto maquillada aquellas veces donde me la topo. También le
compro una caja de chocolates y a la niña un enorme oso de peluche color blanco. Estoy
por salir del área de juguetes cuando encuentro una caja musical con un hada bailarina
dentro lo que provoca a mi cabeza evocar a cierta mujer hermosa que deseo tanto estrechar
entre mis brazos.

—Ese es un muy hermoso regalo —dicen de repente, asustándome. Me giro para encontrar
a una señora de la tercera edad sonreír con nostalgia—. Mi padre solía regalarme una en
cada cumpleaños hasta el día de su muerte. ¿A quien piensas regalársela, hijo?

El corazón empieza a latirme de una forma que jamás me había latido.

—Es para… para… —me quedo estático, no sabiendo qué responderle porque la palabra
«amiga» para dirigirme a Aneth no me sabe bien. Es decir, no puedo catalogarla así cuando
deseo algo más de ella.
Quiero que sea mía y yo quiero ser suyo por más loco que parezca.

Deseo que me pertenezca y pertenecerle.

Ansío tener una relación con ella y no sé cómo, pero voy a lograrlo.

Esa hermosa mexicana será la dueña de mi puto corazón.

La señora suelta una risita que me arrastra a la realidad pinchando la burbuja melodramática
que estaba creándose en mi cabeza y eso me ruboriza.

—Entiendo, hijo —sonríe más—. Sea para quien sea, estoy segura que estará más que feliz.
Ten bonito día.

Y antes de poder siquiera responderle, la señora se va dejándome solo en el pasillo.

⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘

La galería es algo impresionante de mirar. No es un edifico normal del que acostumbras a


encontrarte en las ciudades ni tampoco un pequeño condominio típico de museos, sino que
este tiene forma de triángulo, uno tras otro, de modo que forman una fila de diecisiete de
ellos. La parte frontal tiene unas asombrosas escaleras que se alzan hacia el triángulo
desembocando en unas puertas de cristal color negras.

Dejo de admirarlas para entrar yendo directo con la recepcionista a quien le explico que
Sawyer Jonas me dijo que viniera a recoger mi pedido. Ella anota cosas en su computadora,
me da un carnet e indica por donde caminar para llegar a la oficina del dueño.
Conforme avanzo admiro el arte, en su mayoría blanco y negro demostrando personas
desnudas o haciendo actos eróticos que me asombran. Hay algunos cuadros alusivos del
BDSM que realmente están intensos. Hay erotismo hetero, homosexual e incluso transexual
lo cual es impresionante.

Continúo avanzando hasta llegar a mi destino final. No hay necesidad de tocar puesto que
no hay puerta en la oficina que más bien parece un estudio. Todo está iluminado con una
luz color naranja que resulta amena a la vista.

—Tú debes ser Diego —espetan de la nada, sobresaltándome. El que supongo es Sawyer
sale tras una cortina negra, porta lentes y una cámara colgada del cuello.

—Así es. Buenas tardes.

—Pásale. Ya tengo tus cuadros listos. Dos en blanco y negro, y dos a color.

La simple mención de eso me agita el corazón y la verga porque deseo verla. No me bastó
mandar a sacar sus fotografías en un solo color, sino que fui egoísta y la pedí en dos
versiones, algo que no me pesa pues ya tengo el lugar perfecto donde la pondré.

—Espero no haya sido difícil, Sawyer.

—En lo absoluto —sonríe—. Disfruté haciéndolos y déjame decirte que tu hembra está
guapísima. Si alguna vez se anima a sacarse más fotos, pueden venir aquí.

Imaginarlo viéndola desnuda no me causa gracia, sin embargo, no hago aspaviento y solo
digo un «lo tendré en cuenta». Él va tras la cortina para sacar los cuatros que pedí, están de
mi tamaño, cada uno cubierto en una tela negra la cual no retiraré hasta estar en mi casa en
Chicago porque verla solamente me desequilibrará.
Me entrega una tarjetita con sus datos, me despido de él y salgo con mis adquisiciones
sintiendo que he ganado la lotería.

⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘

Una pequeña Rina viene corriendo para encontrarme cuando aparco la camioneta frente al
club y bajo con las bolsas de regalos. Me acuclillo para estrecharla en mis brazos y con ella
me alzo recibiendo un tronado beso que deja en mi mandíbula.

—¡Viniste, Morte! —chilla con emoción, abrazándome del cuello. Su delicado perfume sube
por mis fosas nasales, relajándome.

—Claro que sí, pequeño elotito. ¿Crees que me perdería una oportunidad para verte?

—¡No!

La rubia me llena de besos calentando mi corazón porque me recuerda a alguien que perdí
hace años. Desde que tengo uso de razón he deseado ser papá, pero el destino se empecina
en no cumplirme mi deseo lo cual está bien, supongo que todo llega a su momento cuando
menos lo esperas y el día que suceda no solo seré el hombre más feliz, sino que daré todo
por cuidar a mi bebé.

—¿Qué tal está yéndote en la escuela? —le pregunto mientras le regreso los besitos que la
hacen reír. Es tan dulce y tierna, me la robaría sin dudar, pero entonces tendría a su padre
cortándome los huevos y cabeza. Es su tesoro.

—¡Demasiado bien! He pasado todos mis exámenes y la miss me regaló un cupón para
comer en Deliburger mi hamburguesa favorita. ¡Estoy muy feliz!

—¡¿En serio?! —exclamo sorprendido, haciéndola sonreír con más ganas—. Eso es
demasiado genial, pequeño elotito. ¿A cuál pedirás?
—¡La de triple carne con muchos pepinillos, Morte!

Una estruendosa risa escapa de mi boca. Camino con la niña en brazos hasta el interior del
club. Dejo los regalos encima de una pequeña mesita que tiene otros obsequios más y con
Rina sigo mi camino hasta ingresar a la sala la cual está llena de globos rosa pastel. Vislumbro
a Shadow inflando unos cuantos más con el ceño fruncido. Algo me dice que le dejaron esta
ardua tarea.

—Qué bien te miras inflando globos, sombrita —me burlo, haciéndolo gruñir lo cual desata
mi risa porque molestarlo es mi pasatiempo favorito.

—Estaba haciendo cosas de machos cuando Sabrina tuvo la genial idea de llenar toda la sala
con sus tontos globos.

—¡Te estoy escuchando, Heriberto! —gritan desde el patio, el olor a carne asada inundando
mis fosas nasales. Rina me pide que la baje y sale corriendo a donde está su mamá.

—¡Pues qué bueno, mi amor! ¡Ese era el puto plan! —le responde su esposo, sonando entre
enojado y divertido. Regresa sus ojos verdes a mí, los mismos que tiene su pequeña nena—
. Quieres, ¿no sé? ¡¿Ayudarme?! Juro que me tronará la jodida boca si inflo uno más.

—Estoy bien, gracias.

—Culero.

—Serlo es mi especialidad —le guiño el ojo y Shadow me lanza un globo que esquivo—. Ya
hombre, relájalas. Te saldrán hemorroides en el Anastasio si continúas con tus corajes.
—Pues ojalá me salgan y exploten, a ver si así mi esposa viene a mirarme. —Esto último lo
dice tan alto que la risa de Sabrina hace eco por la sala—. Te juro que desde que me dio la
tarea no he visto su hermosa cara y mi boca desea ya tragarse la suya.

—Estamos en horario familiar, Shadow —lo acuso, caminando a una silla para sentarme—.
Además, no siempre inflas globos, hombre.

—¡Gracias al cielo! En fin, gracias por venir, Morte. Creí que faltarías de nuevo.

—Si esta es tu manera de reprocharme por nunca venir déjame decirte que no he faltado
por gusto, sino que la universidad me tenía consumido.

—Ya lo sé —sonríe y anuda un globo—. Déjame ser dramático, ¿quieres?

—Bien, bien.

Shadow toma dos globos e intenta inflarlos a la vez, pero no lo logra y eso lo frustra. Suelto
otra risa porque en verdad es divertido ver como un luchador de peleas callejeras y
clandestinas sufre por algo tan básico como llenar globos con aire. Ni en el ring lo he visto
tan fuera de sí.

—Cuéntame algo, joder —me gruñe de mala gana—. He estado sin hablar por más de tres
pinches horas y necesito chisme de machos. Así que canta, Morte.

—Realmente no tengo nada… Bueno sí, si tengo —suelto un bufido y miro el techo—. He
estado hablando con una chica y viajé a su país solo para verla durante cinco minutos.

—¡¿Hiciste qué?! —Uno de los globos explota por lo que miro al rubio quien tiene los ojos
muy abiertos—. ¿Escuché bien? ¿Dijiste que cinco minutos?

—Sí, Shadow, solo cinco minutos.


—Vaya, hombre. Eso no es normal.

—Ya lo sé. Mierda, ¡lo sé! Y no sé qué diablos está pasándome, pero cada día me encuentro
más obsesionado con ella. Necesito tenerla conmigo.

—¿Y Emery? —indaga, mencionando a la mujer que milagrosamente no me ha vuelto a


hablar ni a buscar. Espero que haya entendido que lo nuestro solo puede ser sexual.

—Haciendo sus mierdas. Pero no hablemos de ella, ¿quieres? No arruinemos la noche.

—Pues la mía se arruinó desde que Sabrina me entregó cinco bolsas de globos.

—¡Deja de ser un quejica, Heri! —riñe ella, y entonces aparece por la puerta haciéndome
parar de inmediato para irla a felicidad. Me recibe con brazos abiertos, su perfume a
Gardenias inundando mis narices—. Qué alegría tenerte aquí, Diego.

—Gracias por invitarme, Sabrina.

La mujer es preciosa. Alta, curvilínea, de pelo negro, ojos negros y una piel tan acaramelada
que parece dulce. No parece mexicana, pero sé que lo es ya que Shadow me lo contó y su
acento golpeado la delata.

—¿Y cómo no iba a hacerlo? Te aprecio mucho pese a que te he visto muy poco. Además
—me da un apretón en el hombro—, gracias a ti nuestro hogar está fuera del foco policial y
mi esposo libre.

Sus palabras son como recibir una tanda de puñaladas porque la culpa sigue latente. Por
poco Shadow, Tilapia, Green y todos los que residimos aquí íbamos a terminar en la cárcel.
—Lo haría mil veces si fuese necesario, Sabrina.

Platicamos un poco más antes de escuchar a Tilapia gritarnos que ya salgamos para servirnos
nuestros platos. Shadow arroja los globos soltando un grito eufórico y sale corriendo al
jardín. Ahí encuentro a Green, está calentando tortillas y me saluda a la distancia cuando me
ve.

Recorro con ojos alegres cada rostro de mi segunda familia y no puedo sentirme más que
afortunado al tenerlos conmigo.
Capítulo 28

Diego

La palabra distancia viene del latín «distantia» lo cual significa que es el trayecto espacial o
el periodo temporal que separa dos acontecimientos o cosas. En mi particular caso, puse un
buen kilometraje de por medio de California porque necesitaba respirar. Han pasado muchas
cosas en un corto periodo de tiempo que realmente me siento abrumado.

Antes mi vida solo consistía en estudiar, en salir con mi mejor amiga a bares o restaurantes
para pasarla bien, pero desde que me gradué, desde que regresé a mi ciudad natal, todo se
ha saboteado. Ni siquiera el periodo de tiempo en México me afectó tanto como esto y no
sé a qué se deba, solo sé que estar en Chicago me da el oxígeno que me hacía falta.

Me paseo por la habitación insonorizada mientras enciendo la grabadora a la cual le meto


un CD de Slipknot. Su canción llamada Psychosocial es la primera en reventar mis orejas
haciéndome sonreír como un demente porque este tipo de música me fascina.

Camino hacia la grande mesa de madera que tiene el instrumental de tortura y me debato
entre agarrar unas pinzas para romperle los dedos como si fuesen nueces o tomar la
hermosa motosierra que mi abuelo Darán me regaló hace años cuando fui a visitarlo a
Tennessee. Elijo la última opción cuando el periodista se remueve en la silla con evidente
miedo. Esbozo una cruel sonrisa porque ansiaba tanto este momento.

—¡Creíste que podías salirte con la tuya! —le grito para que me escuche en medio de la
estridente música que me tiene levitando—. ¡Pero te equivocaste, imbécil! ¡A mi familia nadie
la jode que para eso me tienen a mí!
Voy a él para arrastrar la silla más cerca de la mesa y tomar su mano para acomodarla sobre
la superficie. Con cuerdas le amarro todo el antebrazo dejando su muñeca libre. Observo los
dedos que no dejan de agitarse lo cual me hace reír.

—Estos dedos le picaron a la cámara para tomarle foto a un asunto que no era de tu maldita
incumbencia —espeto, encendiendo la motosierra frente a sus ojos. El marica se orina en los
pantalones—. Estos dedos pulsaron la pantalla para marcar al 911, ¿y sabes lo que les pasará
hoy a estos dedos?

Desafortunadamente no puede responder porque tiene una manzana atascada en la boca,


pero no importa ya que le muestro con acciones lo que provocó su pendejez. El primer dedo
en ser rebanado es el medio. Me embeleso mirando como la sangre salpica la madera al
tiempo que pedazos de músculo y hueso va quedando al descubierto. Pero gozo cuando le
despego por completo una pequeña porción del dedo ya que se lo estoy rebanando como
si fuese jamón. Podría simplemente cortárselo todo, pero en eso no hay diversión. Es por
eso que soy minucioso en hacer diversos cortes hasta tener diez cortes de su dedo echo
mierda.

El periodista se desmaya, pero a cachetadas lo despierto porque aquí no viene a dormir.

⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘

Salgo de la habitación cerrando todo bajo llave y limpio mis manos con un trapo mientras
avanzo al segundo piso para tomar una ducha ya que apesto a sangre. Apenas entro a mi
recámara me quedo idiotizado mirando el cuadro en blanco y negro de Aneth que colgué
justo encima de mi sofá color ciruela. Es la foto de ella mostrando sus enormes y redondos
pechos, esos que tienen pequeñas estrías las cuales deseo tanto lamer, chupar y besar.

Las ganas de hablar con ella se incrementan a un punto de poner a mi corazón a latir con
furia, algo que ciertamente me desconcierta puesto que nunca había tenido esta necesidad
de escuchar la voz de una mujer.
Puedo contar las veces en que mi corazón se agita y ninguna de ellas ha sido por necesitar
algo tan básico como oír a una persona hablar. No me pasó con Emery ni con ninguna otra
exnovia, pero esa mexicana de ojos color whisky ha llegado para romper absolutamente
todos mis ideales y, sinceramente, no me molesta.

Aparto mis ojos de ella y camino a la ducha donde retiro cada porción de sangre de mi
cuerpo dejando al descubierto mis tatuajes, pero hay uno que es mi completo orgullo, el
cual me gusta presumir porque indica el gran esfuerzo que hice para ser aceptado en el
barrio donde tengo a mi segunda familia.

El tatuaje es básicamente una calavera atravesada por un tridente, cada miembro del barrio
lo tiene y lo relucen con orgullo. Quien lo porta significa que ha pasado todas las pruebas
que el antiguo jefe puso antes de morir. Incluso los nuevos deben pasar por ellas ya que son
tradición y homenaje al hombre que nos dio un lugar a donde pertenecer.

Pensar en Rick me pone sentimental porque fue como un segundo padre para mí. Él me
ayudó a pulir mis conocimientos, me enseñó nuevas formas de pelear. ¿Y lo mejor? Jamás
me juzgó por los arranques violentos que tenía, tampoco por fumar marihuana y, además,
puso su confianza en mí para liderar la manada cuyo nombre es mejor no saber porque una
vez revelado ese dato seremos el foco de muchas organizaciones, algo que deseamos evitar
porque estamos bien en la oscuridad.

Muchos dicen que la luz te da felicidad, pero no es nuestro caso porque en las tinieblas
encontramos aquella liberación, tranquilidad y paz que la claridad nunca pudo darnos.

Salgo del baño con la toalla enredada en la cadera y camino a mi grande armario para elegir
que ponerme. Cómo no saldré a ningún lado en los próximos días pues no deseo el contacto
humano ni tener que socializar, me coloco unos pants y una playera blanca holgada para
entonces salir a la cocina en busca de alimento.

Las escaleras las bajo trotando y en cuestión de nada estoy frente al refrigerador sacando
unos Nuggets de pollo junto a patatas y macarrones. Los macarrones los meto al microondas
mientras que los primeros dos a la freidora a la cual le pongo mucho aceite porque no me
pesa ingerir cantidades insanas de ello. También saco la cátsup y aderezo ranch porque sin
eso no como a gusto. Mientras espero a que eso esté, reviso mi celular el cual dejé sobre el
comedor junto a mi laptop y encuentro con que tengo varios mensajes de Aneth lo cual
pone a mi jodido corazón a latir con fuerza.

Hada: Estuve haciendo un poco de investigación sobre a ti.

Hada: Espero no te moleste.

Hada: Pero si te molestas ni modo, soy una chica curiosa y a veces es imposible no meter
mis narices en ciertos asuntos.

Hada: El punto es que descubrí algo interesante y eso es que estudiaste en una universidad
del ejército en Chicago. ¿Es cierto?

Hada: Y en caso de ser cierto, ¿entonces eres un soldado ingeniero?

Una estruendosa risa escapa de mi boca al leer a mi pequeña descarada ya que encontrar
información sobre mi antigua escuela no es sencillo. Sin embargo, le aplaudo su
determinación e incluso me hace sentir importante, como si me hubiese ganado la lotería.

El microondas indica que mi comida ya está lista así que voy por los macarrones. Reviso los
Nuggets y patatas para que no se me quemen.

Me recargo contra el lavabo para responderle.

Diego: ¿En cuántas páginas te metiste para saber todo eso, pequeña curiosa? Pero sí, estudié
en la universidad del ejército y poseo el título de soldado al lado de la licenciatura que cursé.

Le pico a enviar y procedo a comerme los macarrones ya que mi estómago lo exige.


Pacientemente espero por mi otra comida y por la respuesta de esa mujer. Con unas pinzas
volteo la comida viendo como ya están dorándose. Saco una lata de Sprite del refrigerador
para beber.

La respuesta de Aneth llega al cabo de minutos.

Hada: ¡SABÍA QUE NO ERAS UN INGENIERO NORMAL, DIEGO!

Diego: Eso suena a que pensabas que era un extraterrestre😂.

Hada: ¡Claro que no! Solo que se me hizo raro que la milicia de mi país te mandara pedir
cuando aún no te graduabas.

Diego: Joder, sí que investigaste mucho, An.

Hada: ¡Obvio! Hasta investigué que era la primera vez en que alguien extranjero ayudaba a
construir algo en la FESM.

Hada: Regularmente contratan ingenieros/arquitectos mexicanos, pero a ti te eligió un


coronel. ¡Y no cualquier coronel, Diego! ¡Sino el hijo del presidente Román Morgado!

Su entusiasmo me infla el pecho ya que me está demostrando que está interesada en mí


tanto como yo estoy interesada en ella.

Diego: Fui el mejor de mi generación, obviamente me iban a reclutar para construir la cárcel
Hierro 😉

Hada: Presumido.

Diego: Cuando se trata de mi trabajo, lo soy y mucho, pequeña curiosa. ¿Qué más
investigaste sobre mí? Me interesa saberlo.
Aneth empieza a escribir, en tanto, saco mi comida frita para colocarla encima de un plato
con una servilleta. Dejo que se enfríen un poco mientras vierto cátsup y aderezo en unos
pequeños tazoncitos de cristal que mi mejor amiga me regaló cuando terminé de construir
mi casa. Saco otro refresco y con las cosas voy al comedor.

Finalmente me llega el mensaje de la mujer que mi cuerpo desea.

Hada: Realmente es todo😅

Hada: Pero acepto información extra que desees revelarme 😉

Hada: Aunque antes me gustaría preguntarte algo.

Diego: Dispara, An.

Hada: ¿Ejerces como militar?

Diego: Negativo. Ese estilo de vida no me gusta. Es altamente absorbente y si me enlistara


a la FESM dejaría de ver a mi familia, algo que sinceramente no estoy dispuesto a hacer y
menos cuando amo lo que estudié.

Diego: Desde que tengo uso de razón he querido ser Ingeniero constructor y luché muy
duro para conseguirlo incluso cuando no teníamos suficiente dinero para ello. Sin embargo,
no voy a demeritar el trabajo de un soldado. Es admirable la cantidad de personas que
deciden entregarse en cuerpo, mente y alma a esa labor para cuidar de otros ya que no es
fácil. Sacrificas festividades, tu familia, tu libertad y en ocasiones hasta tu vida. Si estudié en
la universidad que ofrece la FESM es porque dan buenas becas y muchos beneficios.
Hada: Entiendo. Yo por nada del mundo quisiera pertenecer a la milicia. Soy muy perezosa
y no me veo haciendo ejercicio o estando en medio de un fuego cruzado luchando contra
criminales porque realmente sería de las que se esconden para no recibir un plomazo.

Tomo un nugget de pollo para comerlo, bebo un poco de mi refresco y entonces le respondo
o más bien le hago una pregunta.

Diego: Si por circunstancias de la vida te miras obligada a ingresar a la milicia, ¿qué harías,
hada?

Hada: Es una pregunta difícil…

Diego: Lo es, pero imagina que es tu única opción. O entras, o mueres. ¿Qué prefieres?

Aneth no me responde en lo que resta de mi comida lo cual me deja pensando en si fui muy
intenso con la pregunta. Espero no haberla incomodado porque entonces habrá problemas.

Lavo mi plato, bebo otro refresco, saco una bolsa de frituras y camino a la sala donde
enciendo la chimenea para que vaya proporcionando calor ya que siento frío. Cómo
estúpido miro la pantalla, esperando verla escribir algo, pero nada. La decepción que siento
es tanta que incluso empiezo a enojarme, pero entonces ella responde.

Hada: Entraría y buscaría ser una buena soldado para saber defenderme.

Imaginarla con uniforme militar me provoca una erección que me asusta porque puedo
visualizarme quitándoselo para entonces follarla en algún pasillo mientras cubro su boca
para que ningún superior nos pille.

Mi cuerpo empieza a tornarse insoportablemente tenso y caliente, más me apaciguo


calmando mi libido.
Lo cierto es que toda la tarde me la paso hablando con ella por mensaje y eso me gusta.
Para cuando llega la noche estoy de un ánimo tan espectacular que incluso rompo la regla
de no socializar y salgo a dar un paseo a la ciudad.

Chicago me recibe con su hermosa arquitectura y luces nocturnas mientras que en todo lo
que puedo pensar es en esa mexicana que deseo tener entre mis brazos.

Una mujer que un día traeré aquí.

Capítulo 29

Glía

—¿Vas a ser papá? —es lo primero que escapa de mi boca cuando la cámara muestra el
rostro de Diego. Su entrecejo se frunce y durante instantes sufro un infarto porque no sé si
desee saber su respuesta.

Es guapo, atento, tiene trabajo, es lógico que tenga los medios para formar una familia. No
es como yo qué no tengo ni en donde caerme muerta.

—No. ¿Por qué me preguntas? —su entrecejo sigue fruncido.


—En tu red social te etiquetaron en una foto —le explico, recordando con detalle esa
fotografía que me pateó el trasero con fuerza esta mañana que me hice un nuevo perfil—.
Sales con una mujer que muestra un ultrasonido y prueba de embarazo.

Sé que no tengo derecho de cuestionarle cosas tan personales, pero mi lado inseguro
necesita saberlo porque si es casado, nuestra relación debe cambiar. Yo no estoy para ser la
amante de alguien porque serlo es romperme un poco más, algo que no estoy dispuesta a
hacer porque sé que valgo mucho más que eso.

Tan solo considerarme como el cuerno me duele.

—Es la esposa de un amigo —responde, puedo notar la honestidad en su tono lo cual me


relaja sobremanera—. Me invitaron a un convivio para darnos a todos la noticia de que serían
padres por segunda ocasión, An.

—¿Seguro?

—Muy seguro, hada —me sonríe con ternura—. Yo no tengo hijos.

—Bien. Eso me quita un peso de encima.

Ahora me siento como una tonta por haber especulado algo de semejante calibre, pero
tampoco pretendo disculparme cuando la respuesta me hace sentir mejor. Porque voy a ser
sincera conmigo misma: Diego me encanta, me hace sentir especial porque todo lo que
desee él me lo da sin herirme. Me escucha, me aconseja, confía en mí y jamás ha hecho un
comentario feo sobre mi físico, de hecho, lo alaba, le gusta y eso, para alguien con problemas
con baja autoestima como yo, significa un mundo.

Es por eso que dolió pensar por fracciones de segundos que ya tenía familia y que lo nuestro
solamente sería una amistad virtual, una que por tonta he ido empujando fuera de los límites
normales porque una amiga no se le desnuda a un amigo por cámara ni se moja al pensar
en él.
Sé que no tengo dinero, que las probabilidades de volver a vernos en carne y hueso son casi
imposibles, pero un día, un bendito día, viajaré a su país y si está soltero para entonces, si
continuamos hablando, debo conquistarlo. No sé cómo, no sé para qué, pero deseo estar a
su lado. ¿Eso es egoísta de mi parte? Sí. Ni siquiera sé si él quisiera estar con alguien como
yo, pero debo intentarlo. Cómo dijo Sianya: si no hago algo para conseguir lo que deseo,
difícilmente lo obtendré. Y ya he desperdiciado muchos años de mi vida anhelando obtener
algo como para dejar que el tiempo se me siga escapando.

Debo actuar me cueste lo que me cueste.

—A todo esto, An. ¿En dónde andas? Veo mucha ropa.

—Estoy en una tienda que da vista al mar —le presumo, haciéndolo esbozar una sonrisa que
se me antoja hermosa. Él es muy hermoso—. Vine a buscar zapatillas de ballet porque me
he propuesto practicarlo en mis tiempos libres.

—¿Y las encontraste? —cuestiona, mostrando interés en algo que significa mucho para mí y
eso pone a mi loco corazón a latir furioso lo cual, al mismo tiempo, me calienta la cara.

—Sí, justo las estoy viendo. Mira. —Cambio la cámara mostrándole las hileras de zapatillas
en diversos colores, pero son las rosas, celestes, rojas, blancas y negras las que me llaman la
atención—. ¿Cuáles te gustan?

—Rojas —espeta de inmediato, su voz saliendo un poco ronca. Cambio la cámara para que
me vea—. Ese color te luce demasiado bien, An. Y… es mi color favorito.

Que me comparta ese dato tan banal no debería tener tanto peso en mí, pero lo tiene y por
ello mi corazón acelera más su ritmo haciéndome recordar el día en que le mostré la parte
superior de mi bikini para entonces dejarlo deleitarse con mis pechos desnudos los cuales,
si debo ser sincera, desearía que fueran probados por su boca.
—¿Sabes qué más es rojo? —le pregunto, un poco coqueta, un poco tímida mientras aviento
todas las zapatillas que me gustan dentro del pequeño cesto. Él niega—. Las cerezas.

—¿Cerezas? —la confusión en su tono me hace soltar una risita. Porque si él me compartió
algo banal pero personal, yo también haré lo mismo.

—Sí, mi fruta favorita.

Entonces Diego ríe calentando mi piel. Se acomoda sobre el respaldo de su silla, creo que
está en una oficina, y se muerde el labio inferior con tanto deleite que envidio a sus dientes,
algo totalmente loco, pero que sucede.

—La próxima vez que nos veamos prometo regalarte unas.

—No esperaba menos de mi ingeniero constructor favorito eh.

Que diga eso le gusta porque el destello que miro en sus ojos ámbar es de completa
satisfacción.

Con él en videollamada continúo mirando las novedades que el señor Venustiano trajo,
muchas de ellas relacionadas al ballet. No dudo en comprar maillots en los colores de las
zapatillas al igual que pantimedias blancas, rosas y color carne. Avanzo otro poco a un nuevo
pasillo encontrando pequeñas faldas que completan el conjunto que usa una bailarina en
los entrenamientos.

Sigo andando hasta las estanterías donde tomo libros del arte que tanto amo, hay unas
biografías demasiado buenas sobre algunas bailarinas retiradas, otras sobre documentales
con testimonios de mujeres que practicaban eso, pero terminaron lesionadas de modo que
ya no pudieron seguir con su grande sueño. No quiero ni imaginar el gran dolor e impotencia
que ellas deben sentir estando en esa situación.
A la caja avanzo con todas mis cosas, el señor Venustiano me cobra todo y me sorprendo
cuando gasto menos de doscientos pesos. Me entrega todo en una bolsa de tela y entonces
salgo caminando hacia el muelle donde estuve aquel día.

—La vida aquí me gusta —le comparto a Diego, tomando asiento en la madera para quitar
mis zapatos y hundir los pies en el mar—. Aquí no hay reglas, no hay insultos y no me tratan
como jarrón de cristal, sino como lo que soy: una persona.

—Hay algo hermoso en estar lejos de los que conoces, ¿verdad?

—¡Demasiado! —sonrío mientras pateo el agua—. Lejos de haber nostalgia, hay una
inmensa paz que me envuelve con suavidad para animarme a seguir.

—Te comprendo totalmente —suspira—, yo dejé mi ciudad unos días y la verdad estoy
pasándomela genial aquí dónde estoy.

—¿Oh? Imaginé que estabas trabajando.

Diego niega para entonces explicarme que necesitaba poner distancia ya que se abrumó
con todo el cambio que estaba teniendo en su vida y que ahora está a muchas horas de su
casa natal. Cuenta que está relajándose como hace tantos años no lo hacía e incluso
comparte que inició haciendo yoga en la mañana lo cual me recuerda que yo misma compré
libros sobre eso, pero jamás los leí pues solo los arrumbé en mi habitación en casa de Sianya.
Anoto mentalmente repasarlos.

—También este tiempo me está sirviendo para hacer una maqueta —me dice, su mirada
ámbar taladrando mi cerebro con una abrumadora intensidad que pone a mi piel hervir.

—¿Maqueta sobre qué?

Sin embargo, no logra responderme ya que me dice que después me habla puesto que están
tocando el timbre de su casa. Rápidamente nos despedimos, algo que deja un gran hueco
en mi pecho porque de pronto estar aquí sentada como estúpida ya no me resulta una
buena idea así que me levanto para irme a la casa de Sianya pues Gustavo llegará en una
hora.
Capítulo 30
⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘

Glía

El hermoso niño de ojos grises corre como desquiciado por toda la playa y pasa zumbándole
a Sianya quién está pintando a los mismos niños salvo ahora sentados frente al mar
admirando el grande sol. Los tonos que usa son preciosos y alegres, muy amenos a la vista.

—¿En dónde aprendiste a pintar así? —le pregunto, jugando con la arena que tengo a mi
alrededor.

—Me enseñé sola —responde tomando un color negro para cincelar el cabello de la niña—
. Quería algo que me ayudará a alejar mis demonios así que me refugié en los colores. Ha
sido mi terapia durante años.

—¿Y funciona?

—Demasiado —medio sonríe y ahora le dibuja el cabello al niño—. El lienzo es donde


expulso mis tormentos con la ayuda de un pincel y muchas pinturas.

Las preguntas que deseo hacerle se me quedan en la punta de la lengua porque una cosa
es ser curiosa y otra una imprudente. Sé que si abro mi boca para buscar obtener
información voy a lastimarla, algo que sinceramente no quiero pues ella ha sido demasiado
buena conmigo.

—¿Te gustaría intentarlo, Glía? —me pregunta al cabo de minutos y no sé ni qué le respondo
porque me quedo suspendida, pero ella me ve con ternura para luego irse a la casa. Al cabo
de minutos regresa con un caballete, lienzo y más pinturas. Me los acomoda frente a mí—.
Pinta lo que desees con los colores que desees, verás que es entretenido.
Así que lo hago. No sé bien qué dibujaré, pero tomo los colores más oscuros que hay en la
pequeña bolsita para pintar y empiezo a hacer ligeros movimientos de muñequeo. La pintura
se va esparciendo por toda la blancura, llenándola de un fuerte rojo el cual representa toda
aquella sangre que salió de mi cuerpo durante el lapso de tiempo en que estuvimos
secuestrados.

Recordar ese suceso duele demasiado porque se supone que solamente acompañaría a mis
hermanos y sus amigos a un concierto, al primer concierto de mi existencia, que la
pasaríamos bien y conocería a otros artistas, pero poco esperamos que justo cuando ya
íbamos de regreso a Tamaulipas, el camión fue interceptado por un grupo que decía
pertenecer a la policía. Obviamente eso fue mentira porque apenas subieron a
“inspeccionar” fuimos brutalmente amenazados. Me tomaron como rehén, el chófer fue
obligado a manejar a donde aquel hombre quiso, nos robaron los teléfonos, golpearon a
algunos y al final terminamos en aquella espeluznante casa donde fuimos rotos de la peor
forma en que se puede fragmentar a un ser humano. Yo llevé la peor parte, y eso es algo
que no me gusta recordar o mencionar en voz alta porque duele.

Lavo el pincel y tomo la pintura negra para ahora dibujar espirales negras salir de unos
imperfectos labios. Esto representan aquellos gritos que solté cada que me… cada que me…

Aprieto los labios en una firme línea mientras mis ojos arden ante cada abuso que sufrí. Uno
a uno, esos recuerdos llenos de crueldad, violencia y brutalidad van cayendo encima de mis
hombros para aplastarme, para recordarme lo cochina que estoy, lo marcada que estaré así
me limpie la piel con mucha agua y jabón porque siempre seré la víctima, ese juguetito que
aquel hombre disfrutó tocar, manejar y patear hasta cansarse.

Soy el títere que manipuló junto a mis hermanos y sus amigos.

Soy el recuerdo que siempre los atormentará a ellos porque fueron obligados a hacer cosas
que no deseaban y eso duele como el infierno.

El pincel truena entre mis manos, alertándome, y entonces noto que la madera de este se
me incrusta en la palma. Asustada retrocedo, viendo como el carmesí gotea sobre mis
muslos. Sianya rápidamente me ayuda colocando un trapo encima de mi herida para
entonces salir corriendo al interior por un botiquín de primeros auxilios. En menos de un
minuto la tengo curándome, sacando con unas pinzas la madera que me penetró.

—Debes sacarlo, Glía —me susurra, haciéndome alzar la mirada vidriosa para encararla—.
No digo que ahorita, pero sí en algún futuro porque todo eso que tienes atascado en la
garganta por miedo a externalizarlo tarde o temprano pesará tanto que va a dolerte mucho
más fuerte que la madera que estoy sacándote de tu palma.

—Tengo miedo —le confieso, dejando caer la primera lágrima—. No quiero decirlo en voz
alta porque entonces será más real, Sian. Yo no… Aún no estoy lista para afrontar esa
crueldad. ¿Es cobarde de mi parte querer enjaularlo un poco más?

—Lo llamaría valentía, no cobardía. ¿Y sabes por qué? —Niego, realmente no tengo cabeza
para estar pensando en respuestas a cosas que no conozco—. Solo un valiente soporta
contiendas personales que lo hieren, derrumban y hacen sangrar. Solo un valiente se aferra
con garras a esas rejas que mantienen cerrados los tormentos que desean escapar y en ti
veo eso, Glía. Veo una amazona que lucha consigo misma a toda hora para intentar salir a
flote del ahogo que está sintiendo. Miro a una guerrera que espera el momento oportuno
para iniciar su propia lucha interna y está bien porque todos tenemos nuestro momento.

Guardo sus palabras en alguna parte de mi cerebro porque sé que un día las ocuparé, pero
mientras tanto no porque sinceramente no quiero que ese momento llegue pronto. Antes
debo mentalizarme en que una vez suelto me dolerá, me tirará al piso y hará querer
desaparecer. Lo que sí sé es que necesito encontrar la manera de irme entrenando, por así
decirlo, para ese momento. Tal vez puedo seguir con la pintura como Sianya, o escribir
algunas cosas que me duelen. Cualquier opción es válida para mí.

Sianya termina de curarme colocando una venda en toda mi mano. Se lleva lo que hice en
el lienzo diciendo que lo dejará en mi habitación mientras yo me quedo mirando al pequeño
Gustavo quien ahora está formando un castillo con la cubeta y pala que nos dejó el señor
Romanov aquel día.

Las horas se me van observándolo y a eso de las tres de la tarde su abuelo viene por nosotros
para llevarnos a su finca.
—¿Cómo se portó mi nieto? —pregunta Horóscopo, clavando sus ojos en los míos. Gustavo
va dormido en mi regazo.

—Muy bien. Estuvo haciendo muchos castillos de arena en la playa.

—Típico de él —ríe y eso me desconcierta pues no creí que alguien cómo él supiera hacer
algo tan normal como eso. Cualquiera que lo mirara diría que es un hombre normal—. No
sé de dónde sacó el amor por el mar, pero desde bebé ha tenido una afinidad por ello. ¿Ya
miraste su habitación?

—No.

—Cuando lleguemos te la enseño.

Y justamente eso hace cuando el chófer nos deja frente a la enorme casa de Escorpio Acero.
Me quedo impresionada mirando la cantidad de cuadros alusivos al mar que tiene el niño
en su habitación. Hay peluches de tortugas, pescados, sirenas, estrellas de mar, tiburones,
ballenas y un sinfín de animalitos marítimos más. Su camita está cubierta en una colcha que
tiene un caballito de mar e incluso las almohadas tienen fundas de esto. El cuarto es
completamente azul y en el techo tiene dibujado semejante majestuosidad con olas. Es
realmente impresionante.

—Dice que cuando sea grande será un tritón —comparte Horóscopo, mirando al niño que
descansa en su cama—. Que desea convertirse en el rey de todo el mar y portar una corona
llena de perlas mientras sostiene un tridente.

—Eso suena lindo.

—Lo sería para un niño normal, no para él —dictamina, provocando que mi piel se erice y
mi pulso se dispare—. Un Acero no nació para querer semejantes mariconadas. Aquí se nace
para hacer crecer el legado y eso es lo que hará junto a su hermano Gerardo.
Que mencione eso nada más provoca que la sangre me hierva en rabia porque tenía razón
cuando dije que romperían al pobre niño tal como a mi ex mejor amigo.

—Me parece que ustedes deberían dejar a sus miembros elegir el camino que desean tomar.

—Y me parece que tú no debes opinar sobre eso, muñeca —sisea en tono oscuro,
provocando que sienta escalofríos porque no parece el hombre amable que hizo un trato
conmigo, sino un auténtico criminal que me despegaría la cabeza del cuello si continúo
abriendo la boca de más—. En fin, a ver si nos ayudas a irle quitando el gusto por el mar. Te
daré dinero para que le compres armas de juguete y cualquier cosa que no incluya
mariconadas porque lo último que buscamos es criar a otro Gerardo que nunca pudo
arrancarse la idea de ser chef de la cabeza.

Horóscopo se va dejándome con el niño y no puedo evitar derramar lágrimas porque,


aunque llevo muy poco tiempo conociéndolo, no quiero que lo rompan. Es muy inocente,
está muy lleno de vida y lo único que esos malditos criminales lograran es apagarlo como
marchitaron a Gerry.

Subo a la cama con el ojigris acurrucándome a su lado. Paso mis dedos por su pelito negro
y ruego que esos hombres recapaciten. Es solo un niño, no pueden estar ya pensando en
romperlo para hacerlo como ellos.

Mi sobrinito Gabriel viene a mi cabeza lo cual empeora todo porque de solo pensar que él
podría ser dañado como desean dañar a Gustavo, me duele.

Los niños no tendrían por qué vivir en ambientes tan hostiles. Tienen derecho a una infancia
linda, a jugar con lo que deseen, a soñar con lo que deseen.

No sé cuánto tiempo me la paso acariciando al niño, lo cierto es que pronto sus ojitos grises
me observan rompiéndome un poquito más.
—Hola, Nani —me saluda, una pequeña sonrisita apareciendo en su boquita.

—Hola, Gus. ¿Dormiste bien?

—Ajam. Teno hambe —y se toca la pancita causándome ternura.

—Vamos a la cocina, pequeño.

Gustavo asiente dándome sus bracitos para que lo cargue y no dudo en hacerlo. Me aferro
a su cuerpecito con fuerza, como si él fuese mío y mi deber es cuidarlo. Salgo de la pieza
con el corazón desbocado, con un insano terror buscando avasallarme, pero no se lo
permito. Hago ejercicios de respiración para buscar calmarme y a paso lento bajo los
escalones, pero entonces me freno cuando escucho las voces de Escorpio y Horóscopo.

—¿Ya le dijiste que nos tiene que ayudar? —pregunta mi exsuegro, su voz sonando cansada,
aburrida.

—Sí, y no le pareció.

Una seca risa retumba en mi pecho.

—Pues lástima, no es la madre de mi cachorro y aunque lo fuera, no tendría derecho de


opinar porque aquí las mujeres son un simple saco de carne que nos da herederos. —Me
quedo helada ante sus palabras—. Por su bien espero que coopere porque sino le haré lo
mismo que a la mamá de Gerardo.

Un peligroso silencio se instala antes de que Horóscopo hable. Aferro al niño con fuerza, él
me abraza sin objetar manteniéndose en silencio, es como si estuviese entrenado para no
emitir ningún sonido cuando su familia está hablando.

—No debiste matarla, Escorpio.


—¿Por qué no?

—Tú sabes por qué no, hijo —rebate el hombre, soltando un suspiro frustrado—. Era una
Morgado, y si el padre de ella se entera que ya colgó los tenis, tendremos muchos pedos.

—Pedos que me valen mierda —responde Escorpio con evidente odio—. Los Morgado, la
FESM, o cualquier puta persona u organización me chupan los huevos. Yo mato a quien
quiera matar y ya está porque nunca me ha dado culo jalar el gatillo.

—Sé que no, desde niño me lo demostraste y por eso eres mi hijo favorito. Es solo que…

Cristales estrellarse contra algo me hacen respingar y querer gritar, pero me contengo
cubriéndome la boca con una mano mientras retrocedo algunos escalones.

—Ni Vicente ni Román Morgado se van a enterar que Raquel fue asesinada a menos que
algún panochón les vaya con la noticia, algo que dudo suceda porque entonces me los
quebraré que lo único que me dejó la puta cárcel fue impaciencia. Así que ya cierra el hocico
y deja el tema morir por la paz, ¿quieres, jefe?

No sé qué me asusta más, si el tono que está usando, uno el cual denota su claro enojo, o
la forma irrespetuosa en que está hablándole a su papá. De igual forma no tiento mi suerte
y mejor regreso a la habitación con Gustavo.

—Más tardecita bajamos a la cocina, Gus. Primero hay que dejar que papi y abuelito
terminen de hablar —susurro contra su cabecita, aspirando su delicioso aroma.

⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘

Estoy en la habitación de Gerardo ayudando a la enfermera a cambiarlo de ropa, algo que


lo tiene con el ceño fruncido y la mandíbula más que tensa. Gustavo apenas terminó de
cenar y en cuanto lavé los trastes me vine para acá, sin embargo, siento que no fue buena
idea.

—Ya lárgate —me espeta Gerardo, golpeando mi mano con su pie cuando busco quitarle
las calcetas—. No ocupo de tu lástima.

—No estoy aquí por lástima —le respondo, buscando otra vez quitarle la calceta, pero me
da un golpe más fuerte que me duele—. Por favor no seas un asno conmigo. Solo quiero
ayudarte.

—Me ayudarías más si estuvieras lejos de mi puta vida —brama, sus ojos verdes mirándome
con tanto odio que me siento diminuta—. Ya lárgate que solo estorbas.

—Pues no. Voy a ayudar a la enfermera y después me iré, pero mañana volveré.

Gerardo suelta un gruñido tan alto que mi corazón se agita. De pronto saca la almohada
que tiene tras su espalda y me la avienta, dándome por completo en la cara. Mis ojos
comienzan a arder.

—Joven, por favor no sea grosero con la señorita —dice la enfermera, pero a ella también
le avienta una almohada.

—¡Usted cállese y mejor lárguese también que no ocupo a ninguna de los dos!

—¡Que te hayan machacado los huevos con una navaja no te da derecho de tratarnos así,
Gerardo! —le grito, aventándole la almohada de regreso. La enfermera me dice que irá al
baño, pero yo sé que solo está huyendo de esta discusión—. Deja de comportarte como un
imbécil y acepta la ayuda.

—¡No quiero la maldita ayuda de nadie!


—¡Pues lástima porque la vas a tener!

Gerardo alcanza la botella de agua que tiene a su lado, justo encima del buró, y me la avienta,
pero afortunadamente logro esquivarla. Mis lágrimas se aflojan y mi labio inferior comienza
a temblar.

—Solo vete, Glía. No quiero ver a nadie.

—Entiende que no estás solo y que no eres menos hombre por lo que te pasó —hipeo,
acercándome a él para abrazarlo, pero de un empujón me hace alejarme y es tanta su fuerza
y tan malo mi equilibrio que caigo al piso llevándome de encuentro el buró.

—¡Dije que te vayas! —ruge contundente, lanzándome otra almohada que se estrella contra
mi cara.

Furiosa me levanto, le regreso el almohadazo y salgo corriendo de su habitación porque no


toleraré que me trate de esta forma. Le daré tiempo, sé que va a recapacitar y mañana me
dejará ayudarlo. Solo está estresado, eso es todo.

Capítulo 31

Glía

—¿Qué has dicho? —espeto a Gerardo, mirándolo con el ceño fruncido. Estoy en su
habitación pues llegué hace una hora junto con Gus, justo cuando la enfermera estaba
haciéndole curación y eso pareció no agradarle en lo absoluto. Creí que recapacitaría
después de ayer, pero ya vi que no—. Repíteme lo que has dicho, Gerry.

—Lárgate —brama, acomodándose en la cama, una mueca de dolor apareciendo en sus


labios—. ¡¿Es qué no escuchas, Glía?! Lárgate de aquí. Ayer te lo dejé en claro, pero tal parece
que eres una estúpida que no entiende nada. ¿Es que tu grasienta cabeza no comprende
mis palabras o qué? ¡Solo vete, no te quiero cerca!
Sus palabras me duelen y lastiman porque otra vez me está diciendo gorda sabiendo que
eso es una palabra que odio con mi alma. Empiezo a respirar con dificultad, mi corazón
latiendo furioso ante las heridas que está provocándome.

—¿Qué te hice para que me trates así? —Me levanto de la cama, mi voz saliendo muy
agrietada que no me reconozco. Gerardo toma el jugo que le trajeron para el desayuno y
me lo tira encima. Un sollozo escapa de mi boca.

—¡Me exaspera mirarte!

—Abandoné a mi familia por ti. Siempre desafié a mi familia por ti. Te puse en un maldito
pedestal desde siempre, permití que desquitaras tu sentir con mi cuerpo a punta de sexo y…
¿así me tratas? ¡¡No merezco que me estés lastimando, Gerry!! —recalco un hecho que lo
hace tensar la mandíbula. Seguro si estuviera sano ya me estaría empujando fuera de aquí,
o peor, me estuviera moliendo a golpes.

Mi cuerpo entero comienza a temblar ante la vorágine de sentimientos que se me acumulan


en las entrañas. Coloco una mano sobre mi corazón quien no para de latir. Duele, duele
mucho, quisiera poder arrancármelo para que deje de golpearme de esta forma.

—Sinceramente nadie te lo pidió —ruge, sus ojos verdes mirándome como si fuese poca
cosa, alguien que jamás cumplió sus expectativas pero que estuvo conmigo por mera
lástima—. Los dejaste porque así lo quisiste así que no vengas a echarme la culpa de una
decisión que tú sola tomaste.

Sí, tiene razón. Él no me pidió tal cosa ni mucho menos fui obligada, decidí esto por mí,
porque deseaba alejarme de mi ciudad natal, deseaba tener libertad y estar a su lado porque
lo quiero, pero ya veo que a veces el cariño no es suficiente.

Yo no soy suficiente para nadie.


—¿Entonces eso quieres? ¿Deseas que me vaya? Porque si lo hago no volverás a mirarme,
Gerry. Si me voy aquí termina todo.

La forma despectiva en que me ve deja en claro que le importa una mierda mi chantaje y tal
cosa me destroza porque las esperanzas que tenía de recuperar nuestra amistad quedaron
en el olvido junto a los recuerdos que compartimos desde que éramos niños, desde mucho
antes a que yo llegará con los Santana.

—Ten buena vida, Glía —sus palabras son un duro golpe en mis sentimientos, en mi alma.

De forma robótica retrocedo hacia la puerta mientras él desvía la mirada a la ventana


cubierta con una cortina negra. Mi corazón se aplasta incluso más y el grande nudo que
siento en mi garganta me provoca colocarme la mano ahí para sobármelo. Entonces mis
ojos empiezan a arder, pero no me permito derramar ni una sola lágrima por él por más
dolor que estoy sintiendo.

Salgo de su habitación sin emitir palabra alguna y me recargo contra la pared, intentando
regular mi respiración que está disparándose.

Se ha terminado…

La amistad que tanto cuidé, la amistad por la que tanto luché se ha terminado y no le importó
nada. No vio mi esfuerzo, no le dio importancia a todas las peleas que tuve en casa por él.
Yo… me entregué a él. Con garras y dientes me aferré a él y, ¿así me trata? Ni siquiera me
dio una explicación, simplemente me sacó.

Gerardo me sacó de su vida.

—¿Siempre serás mi amigo, Gerry? —le pregunto al chico que siempre viene a visitarme al
orfanato. Es el único amigo real que tengo, los demás ni quieren acercarse a mí porque creen
que les pegaré mi gordura, pero a Gerry no le da miedo. Incluso ayer me dio un beso, mi
primer beso.
—Siempre seré tu amigo y lo que tú desees, hermosa —responde tomando mi rostro entre
sus manos, presionando suavemente sus labios humectados contra los míos—. Te quiero
mucho, Glía. ¡Pero mucho!

—Y yo te quiero a ti, Gerry. No sabes cuánto.

Otra suave presión aparece en mi boca y luego en mi frente. Suelto una risita y lo abrazo
aspirando hondo su perfume, ese que yo le regalé con los ahorros que tengo pues cada
semana las monjas nos dan un billete para que lo gastemos en lo que deseemos, pero yo
quise invertirlo en él. Mi amigo, mi chico especial, mi futuro novio pues dijo que lo seríamos
un día y confío en eso.

¿En qué momento se fue todo a la mierda? Estábamos demasiado bien, éramos nuestro
apoyo mutuo, siempre nos curamos las heridas que nuestra familia nos dejaba y jamás nos
juzgamos. ¿Qué cambió? ¿Quién me arrebató al chico que lo era todo para mí? Nunca lo
amé, de eso estoy muy segura, pero sí lo quise, lo quise y quiero demasiado, pero ya vi que
tal sentimiento no es suficiente cuando la otra persona no te desea en su vida.

Con rabia limpio la asquerosa lágrima que desliza por mi cachete y ordeno a mis piernas
moverse para bajar a la primera planta donde está Gustavo. La mano que tengo sobre mi
garganta la bajo a mi corazón y ahí hace puño, entonces detengo mi paso, me agacho un
poco para empezar a golpearme el pecho porque no sirvió para nada.

Mi corazón es una basura, un órgano que nadie aprecia ni apreciará. Soy un asco, ¿cómo
podría Gerardo quedarse al lado de alguien así? Merezco que me deje, merezco que salga
de mi vida porque no soy nadie.

Nunca seré nadie.

Cubro mi rostro con ambas manos y entonces empiezo a sollozar, a liberar el gran dolor que
me produce haberlo perdido. No quería, juro que no quería hacer esto, pero las emociones
son demasiadas, me estoy ahogando. A como puedo me siento en un escalón y me dejo ir,
importándome poco que mi patético llanto haga eco por la grande mansión llena de
hombres armados. Simplemente vacío el dolor, el rechazo y todo aquello que lentamente
me pudre más de lo que estoy.

¿Cuándo? ¡¿Cuándo diablos me corresponderán como deseo?! ¡¿Cuándo obtendré el amor


que merezco?! Ni mis padres biológicos, ni los adoptivos, ni mis hermanos, ni Gerardo. Soy
un desperdicio humano que nadie quiere, un saco de boxeo que todos golpean y patean
cuando tienen antojo de soltar su estrés.

De pronto, pasos acercarse me hacen levantarme como un resorte para bajarme corriendo
y huir al campo donde me pierdo entre los árboles de pitaya. Corro sin descanso alguno sin
realmente ponerme a pensar que el terreno parece no tener fin, mis piernas resintiendo el
ejercicio, pero a la vez uso dicho dolor como combustible para impulsarme más. El potente
sol cala en mi piel provocándome un raro picor que no rasco porque ilusamente eso me
hace sentir más viva.

El camino de árboles de pitayas se termina dando paso a un impetuoso monte lleno de


arbustos, rosales, mezquites y otras plantas que no conozco. Mis zapatos pisan ramitas
logrando que estas crujan de una forma tan siniestra que siento escalofríos recorrerme cada
parte de mi piel la cual ya empieza a transpirar. Sigo avanzando, sigo corriendo, pronto salgo
de ese monte dejándolo atrás junto a la mansión de los Acero.

La respiración se me torna un asqueroso caos al tiempo que unos calambres me hacen


detenerme. Limpio mi frente con el dorso de mi mano e intento tomar bocados de oxígeno
para ventilarme bien pues siento que me voy a ahogar. El pecho me duele del esfuerzo, las
orejas me zumban y cuando estoy tranquilizándome, un espantoso ruido de una puerta
abriéndose me hace pegar un respingo. Volteo a todos lados, pero me doy cuenta que estoy
en medio de una parcela de elotes que sobrepasan mi cabeza.

El miedo empieza a apoderarse de mí cuando escucho como alguien va haciéndose paso


entre las mazorcas. Retrocedo por instinto, metiéndome entre las grandes hojas, buscando
esconderme de quién sea que viene, pero entonces piso algo que me hace gritar porque
voy cayendo hondo y entonces mi espalda impacta contra agua provocando un sonido
sordo. Me quedo helada, procesando lo que ha pasado, viendo hacia arriba el grande pozo
al tamaño de una persona. Pronto una sombra me cubre, es una persona.
—¿Qué haces aquí, muñeca? —cuestiona Escorpio, cruzándose de brazos y mirándome con
desconcierto. Lentamente me levanto, sintiendo cada hueso de mi cuerpo fracturado incluso
cuando no es así.

—M-Me perdí…

Claro está que él no me cree porque suelta una risita que me eriza los vellos del brazo.

—Estabas huyendo, Glía —dice a lo obvio, inclinándose un poco más para luego darse la
vuelta y empezar a descender por unas escaleras metálicas que ni siquiera miré al
levantarme. Pronto Escorpio Acero está acercándose a mí, sus botas pisando el charco
generando un ruido demasiado feo que me asquea pues recuerdos vienen a mi cabeza. Él
parece notar el cambio en mi rostro porque se apresura a mí tomándome del rostro con una
delicadeza letal que me horroriza—. ¿Qué sucede, muñeca? ¿Discutiste con mi cachorro?

Es increíble que hace poco Escorpio me odiaba, llegando incluso a amenazarme con dejar a
Gerardo porque era un obstáculo en su vida y ahora anda preocupado por mí. Algo quiere,
estoy segura de ello pues sus ojos no mienten. No obstante, me siento exhausta
emocionalmente como para indagar en lo que sea que está sucediendo.

—Gerry… Digo, Gerardo —me corrijo, su nombre completo sabiéndome mal en voz alta pues
siempre he usado su diminutivo—, cortó lazos definitivos conmigo así que ya no somos
amigos. Me pidió que me largue.

—¿Eso dijo?

—Sí. Y yo… Bueno, solo buscaba alejarme de la mansión para pensar. Lamento si entré en
terrero ajeno. Mi intención no fue husmear, pero necesitaba poner distancia.

Escorpio me estudia con meticulosidad, la poca luz que se filtra por el agujero iluminándonos
a ambos de modo que estamos atrapados en una especie de lluvia de luz. Vencida, cansada,
emocionalmente drenada, me lanzo a él para abrazarlo y dejándome ir. Milagrosamente no
me aparta, me deja abrazarlo e incluso me permite ensuciarle su playera con mis asquerosas
lágrimas que no valen ni un peso. Me sorprendo cuando enrolla sus brazos torno a mí y sé
que está mal, confiar en un narcotraficante, abrirle un poco de mi corazón es turbio, de locos,
insano, pero ocupo tanto apoyo en estos momentos que así fuera un traficante de perros lo
abrazaría.

Algo tiene la maldad que me da calma.

—¿Por qué, Escorpio? ¿Por qué todos a los que quiero me lastiman o apartan? ¿Por qué
nadie puede quererme bonito? ¿Qué diablos necesito hacer para merecer, aunque sea
migajas de ese sentimiento? Juro que no soy mala persona, jamás me he metido en
problemas legales, era buena estudiante antes de venirme aquí, no me drogo, no tomo, no
fumo, no ando apostando dinero en juegos de mesa, no hiero a nadie. Entonces, ¿por qué
me toca lo peor? Gerardo era… —un espantoso sollozo escapa de mi boca, eso provoca que
el hombre a quien abrazo respingue un poco—. Gerardo era mi vida. Estuvo conmigo desde
mucho antes de llegar con los Santana, me vio por lo que soy, jamás me juzgó ni trató mal,
tampoco se aprovechó de mí, pero entonces llegaste tú y lo jodiste. —Con brusquedad me
aparto de él, mirándolo con rabia, con enojo—. ¡Llegaste tú de nuevo a su vida y él me hizo
a un lado, Escorpio! ¡¿Por qué tenías que hacer eso?! ¡¿Por qué tenías que arrebatarme al
único hombre que me quería y dejaba ser libre?! ¡¿Por qué, por qué, por qué?!

Entonces lo empujo y salgo corriendo rumbo a las escaleras que trepo con rapidez, pero
termino cayendo justo cuando salgo del agujero. Aun así, me levanto y corro de regreso a
la mansión con un incontrolable llanto que no soporto. Me espino, golpeo con ramas,
arbustos y vuelvo a caer a la tierra, ensuciándome tanto que parezco un cerdo. Pero no
importa, no me detengo, solo continúo avanzando hasta que miro los árboles de pitayas.
Entonces sé que estoy cerca, sé que estoy llegando a la mansión.

Doy vuelta a la izquierda, pero me resbalo con una cáscara de no sé qué por lo que, otra
vez, me voy de bruces, esta vez rodando tanto y golpeándome contra un bote de basura
metálico que amortigua el ruedo.

Entonces me quedo ahí, tirada, sucia, adolorida, con el llanto incesante escapando de mi
boca y golpeo el piso, descargo mi ira, mi frustración, mi dolor, mi inconformismo, toda esa
mierda que me carcome viva y ni siquiera me detengo cuando los nudillos se me abren.
Soy un caos, uno demasiado asqueroso que nadie puede controlar, ni siquiera yo.

Pierdo noción del tiempo, de mi entorno y pronto empiezo a sentir mis ojos pesados, llenos
de un cansancio brutal que me quiere noquear, pero intento, juro que intento no ceder pues
eso demostrará mi debilidad, sin embargo, esa mierda gana y pronto veo negro.
Capítulo 32

Glía

Despierto en un lugar ajeno a la mansión de Escorpio Acero, estoy vestida con ropa limpia,
huelo rico y mi cabello está completamente desenredado, lacio, cuidado. Tomo un mechón
entre mis dedos descubriendo su suavidad, es como si lo hubieran humectado o echado
esas ampolletas que venden en las farmacias para cabello dañado. Las heridas en mis
rodillas, manos, brazos e incluso cara están limpias, curadas, con pequeñas banditas
cubriéndolas. A como puedo me alzo un poco quedando con la espalda adherida al
cabecero.

Inspecciono la habitación, es completamente negra, pero gracias a la bonita lampara en


forma de cilindro que tengo a un lado logro mirar los cuadros de deidades que en mi vida
había mirado. Hay crucifijos colgados en la pared, rosarios perfectamente ordenados en los
clavos que están clavados bajo el crucifijo y sobre una bonita repisa hay infinidad de
veladoras. Unas blancas, otras rosas, azules, naranjas y rojas. Todas ellas desprenden un
delicioso aroma que tiene a mis sentidos tranquilos, serenos.

La sábana que me cubre los muslos es negra también, tal como mi bata de seda.

—Me alegro que ya hayas despertado, Glía —dicen de repente, asustándome de una forma
tan cruel que mi corazón martillea con violencia en mi pecho.

Entonces un hombre vestido en ropas negras, son una especie de collarín blanco en su
cuello, sale de las sombras. Su cabello negro está prolijamente peinado, ni un solo mechón
se le escapa. Sus ojos cafés me escrutan con intensidad, con mucha calidez. Es de mandíbula
perfectamente remarcada, de labios finos y nariz recta. Se nota que tiene un cuerpo
ejercitado, pero no podría decirlo a ciencia cierta pues la oscuridad de la habitación no me
revela tanto de su físico bajo el cuello.

—¿En dónde estoy? —pregunto de forma atropellada, alzando la sábana para cubrirme
incluso cuando seguro fue él quien me desnudó. Recuerdo haberlo visto cuando vino Aries
queriendo llevarme a casa. ¿Cómo dijo que se llamaba? Ah sí, Virgo.

—Sigues en la finca de mi hermano, solo que en mi habitación. —El hombre cuyo aspecto
de sacerdote me confunde, se acerca para sentarse en la orilla de mi cama, justo donde están
mis pies. Estos los alejo de él, algo que puede ver perfectamente—. Te desmayaste y me
tomé el atrevimiento de curarte.

—Tú me… ¿Me desnudaste?

—Sí. También te di un baño de esponja pues necesitaba curar tus heridas.

—¿Qué más me hiciste? —pregunto a la defensiva, canalizando mi atención en mi intimidad


la cual, afortunadamente, no duele. Bien, no hubo penetración. Estoy bien. Él no me dañó,
solo me bañó.

—Solo eso y enjuagar tu cabello. Estaba lleno de lodo, tierra y ramas.

Se la compro. Recuerdo perfecto todo lo que pasó cuando salí huyendo.

—Eso… Gracias, supongo.

Virgo me regala una cálida sonrisa que definitivamente no va con su atractivo porque
hombres así de guapos no son amables y menos los que están involucrados en una familia
de narcotraficantes. Aun así, no puedo vislumbrar la maldad en sus ojos, o es realmente un
buen ciudadano, o sabe fingir bien.
—¿Me podrías decir la hora? Se supone que estaba cuidando a Gustavo y…

—Son las once de la noche, Glía.

Me atraganto con mi saliva e inmediatamente me levanto. ¡No cuidé al niño! Con rapidez
rebusco mis tenis, pero no hay nada salvo unas pantuflas rojas que me pongo. Como no sé
en dónde está la maldita puerta, tanteo por todas partes, pero no encuentro ningún pomo,
mi histeria se dispara.

—¿En dónde está la puerta? ¡¿Por qué no encuentro la maldita puerta?! —le grito, Virgo
mirándome desde la cama con expresión relajada, como si tal descubrimiento mío fuese
insignificante.

—Estamos en el ático, por ende, la puerta está en el suelo.

Entonces bajo la mirada y algo brillante llama mi atención, es una especie de candado el
cual no dudo en quitar para entonces abrir el compartimento. Noto escaleras negras
metálicas que dan a otro piso. Virgo se pone de pie y se acuclilla a mi lado, pero ni siquiera
le digo nada, simplemente empiezo a bajar sintiendo cada músculo doler por lo que aprieto
mis dientes con fuerza. Logro bajar y miro a todos lados, no conozco este lado de la casa.
¿Ahora cómo diablos llegaré a la puerta principal? ¡Necesito irme!

—Si me esperas, puedo llevarte a la sala —me dice Virgo desde arriba, sacando un pie para
iniciar a descender. Su altura kilométrica queda frente a mí, por instinto retrocedo. Está igual
de alto que Horóscopo, pero físicamente como Aries.

No hablo con él durante el trayecto, de hecho, me limito a mantenerme en silencio.


Recorremos largos pasillos y bajamos infinidad de escaleras que el dolor en mis
extremidades se me dispara. Creo que incluso tengo ampollas.

Las voces de hombres se van haciendo perceptibles conforme vamos acercándonos al final
junto a unas cegadoras luces que me hacen achicar mis ojos. Virgo es el primero en llegar
al último escalón y sobre su hombro me echa un vistazo, como asegurándose que lo estoy
siguiendo y que no he huido de regreso a aquel espeluznante cuarto.

Me detengo por instantes al final del escalón para intentar normalizar mi ritmo cardiaco
porque soy el tipo de personas que se agita en estas actividades simples y lo odio. Tal vez si
tuviera una mejor condición física mejoraría en muchos aspectos.

Seguimos andando hasta la sala y ahí me encuentro a Gerardo, Escorpio, Horóscopo, a la


misma mujer de aquel día que estaba con Gustavo y al pequeño quien está jugando con un
pequeño avioncito.

—Hasta que despiertas —habla Horóscopo, palmeando el asiento disponible a su lado. Miro
a Escorpio por alguna extraña razón y él hace un asentimiento de cabeza. Así que me acerco
con su padre para sentarme en el cómodo colchón. Su delicioso aroma a pino asciende a
mis fosas nasales—. ¿Cómo te sientes?

—Un poco adolorida, pero bien. Yo… Quiero ofrecerles una disculpa —le digo a todos, pero
mirando a nadie en específico salvo mis manos que están sobre mi regazo—. Me comporté
como una cría, corrí como desquiciada por sus terrenos y después despotriqué mi sentir con
quien no debía. Ninguno de ustedes tiene la culpa de mis dolencias así que perdónenme.

—Tranquila, muñeca —murmura Horóscopo, colocando su grande mano sobre las mías,
ahuecándola a ambas—. ¿Quieres irte ya o te quedas a cenar?

Y apenas dice esto alzo la mirada hacia Gerardo quien voltea el rostro, ignorándome. El dolor
que siento en mi pecho es tan abrasador que arde. Siento mis ojos arder nuevamente.

—Quiero irme ya, por favor. ¿Me prestan un celular para pedir un taxi?

—Tonterías. —Horóscopo se levanta y me toma de la barbilla para que lo mire—. Te llevaré,


así qué andando, muñeca.
Sin replicar, sin mirar a nadie más, hago un asentimiento y me levanto tomando la mano del
abuelo de mi examigo. Él me conduce al exterior donde lo fresco de la noche me eriza los
vellos de mi cuerpo y los pezones, algo que el imponente hombre a mi lado mira, más no
hace ningún comentario al respecto y yo no me siento ni un poco incómoda.

Nos dirigimos hasta su camioneta color blanca, pero somos detenido por fuegos artificiales
que se alzan en el cielo nocturno iluminando la mansión y todo alrededor. Mis ojos se abren
en asombro porque hace tanto que no miraba un espectáculo tan lindo.

—¿Alguien cumple años? —le pregunto al hombre que está a mi lado aun sosteniendo mi
mano. Sus toscos dedos no me liberan, de hecho, me aprietan más pero entonces afloja el
agarre para acariciarme los nudillos, mandando escalofríos a mi espina dorsal porque se
siente bien, muy bien.

—Es quince de septiembre, muñeca.

—¿Y eso significa algo? —cuestiono más, girando a verlo, su varonil rostro siendo iluminado
por esa luz que emiten los fuegos artificiales. Demonios, ¿por qué todos los Acero están
guapísimos? Debería ser ilegal que existan personas como ellos.

Horóscopo me observa como si hubiese dicho alguna blasfemia dirigida a él y eso me hace
sentir un poco tonta y avergonzada. Busco apartar la mano de la suya, pero no me lo permite,
de hecho, me jala bruscamente haciéndome girar para entonces golpear su duro pecho. Sus
manos se trasladan a mi mandíbula y en un pestañeo su tosca boca termina contra la mía
dándome un arrollador beso tan potente que cada neurona en mi cabeza truena y explota.
Empieza a empujarme hacia atrás y por inercia retrocedo hasta golpear la puerta de su
camioneta. Su lengua, ese apéndice húmedo y voraz entra en mi boca arrancándome un
gemido alarmante que me pone a cosquillear absolutamente todo el cuerpo.

Sé lo que desea, puedo verlo en sus intenciones y yo, estando tan voluble, tan cansada de
ser la mujer recta que no tiene cariño de nadie, le permito girarme, empinarme contra la
camioneta y subirme la bata negra. Sus grotescas manos van a la ropa interior que me han
colocado y la rompe dejándome a su completa merced. Empiezo a gemir en placer cuando
su mano se escabulle entre mis piernas para tocarme, para tantear el terreno que va a
penetrar. Muerdo mi labio inferior para amortiguar mi sentir, sin embargo, es en vano pues
sus dedos apropiarse de mi clítoris me hacen ver estrellas.

—Horóscopo… N-Nos pueden… Nos pueden ver…

Cierro mis ojos y apoyo las manos contra la camioneta para entonces empezar a mover mis
caderas contra sus dedos, esos que me están masturbando con ansias, con deleite. Mi pulso
se dispara ante la adrenalina y peligro que significa hacerlo aquí donde todos pueden verlo,
es una sensación nueva, algo que me hace sentir mujer.

—Shhhh, Glía —me susurra, su boca mordisqueando el hélix de mi oreja provocando


escalofríos placenteros en mi columna—. Solo escucha los fuegos artificiales y guarda en tu
memoria que hoy, el día de la independencia del país, te has entregado al Capo de capos.

Escucho la rotura de un folio y entonces alza mi pierna, acerca su erección y me penetra de


a una, haciéndome daño, pero me trago mi dolor porque yo desee esto. Horóscopo me da
duras embestidas mueven a la camioneta como si estuviésemos en medio de un temblor. La
forma en que entra y sale me genera ardor pues va muy rápido.

De pronto mi deseo se extingue como una antorcha a la cual le han arrojado agua. La fricción
de su erección cubierta en látex se torna asquerosa, una pesadilla. Me remuevo un poco
para ver si capta que ya no quiero, pero Horóscopo me inmoviliza con ambas de sus manos
en mis caderas para así iniciar un bombeo más rudo contra mí. Mis lágrimas brotan de mis
ojos sin contemplación alguna y de un momento a otro ya no estoy en la mansión de mi ex
mejor amigo, sino en aquella mazmorra siendo ultrajada por aquel hombre que nos jodió la
vida. Cadenas moverse resuenan junto a cada uno de sus embates porque me tiene
amarrada como un animal, aún sigo en la jaula y pese a que es un lugar estrecho, ese no fue
impedimento para que me tome. Suelto gritos llenos de horror, suplicando que ya saque su
asqueroso miembro de mi cuerpo porque está dañándome.

El hombre ríe tras mi oreja y toma una navaja que siempre carga en su bota para clavármela
en mi cadera. Vuelvo a gritar, incluso a removerme, pero otro navajazo me hace perder
equilibrio. Entonces él sale de mi interior, sangre escurriendo de mi intimidad como siempre
sucede cuando me toma.
Cómo si fuera un saco de basura, agarra mi tobillo para arrastrarme hasta en donde están
mis hermanos y sus amigos, no le importa que mi cuerpo desnudo se raspe u obtenga llagas,
de hecho, parece divertirse porque suelta risas macabras que me erizan entera. No sé por
cuánto tiempo me arrastra, pero dejamos atrás aquella jaula para adentrarnos a un pasillo
donde toma varios desvíos.

Finalmente llegamos a otra área de la mazmorra, me lanza al centro de la habitación y con


voz amenazante ordena a qué Adrik se acerque. Mi hermano yace pálido, ojeroso, con piel
demasiado fantasmal. Está lleno de moretones, cortes y tiene el hueso de una pierna hacia
afuera en un feo ángulo que me asusta. Él niega con su cabeza, pero nuestro verdugo
desclava la navaja para llevarla a mi garganta, puedo sentir el filo irritarme la piel.

—Acércate y hazlo —ordena ese hombre cuyo rostro tengo grabado hasta en mis pesadillas.
Los demás chicos solo observan con horror, ellos están atados en diferentes zonas de la
habitación, también con cadenas—. ¡¿Estás sordo?! ¡Dije que te acerques o le rebanaré el
cuello frente a ti y su muerte será tu completa culpa, guitarrista!

Entonces Adrik lo hace. Se arrastra como gusano mientras me pide perdón por lo que va a
hacerme, siempre dice las mismas palabras antes del acto y eso me rompe. Lágrimas ácidas
bajan de su hundido rostro dejando en claro cuánto odia hacer esto. La hermosura que tenía
se ha extinguido en este lugar, incluso sus ojos grises ya no brillan. Todos estamos rotos.

Mi hermano adoptivo se coloca encima de mí, sus lágrimas y sudor goteando mi rostro.
Aquel hombre da más órdenes que él sigue y entonces empieza con la tortura que nos
fragmenta a ambos porque esta es una herida que jamás podremos curar.

Horóscopo sale de mi cuerpo y yo pierdo el equilibrio, pero él logra sostenerme. Abre la


puerta de su camioneta y me sube. Rebusca algo en la guantera, son toallitas húmedas. Saca
una para limpiarme mi intimidad. No hay sangre, tampoco asqueroso semen, pero mi cabeza
me juega una mala pasada y todo lo que veo entre mis piernas es a mi hermano violándome
por órdenes de aquel hombre que ahora nos apunta con una metralleta.

El abuelo de Gerardo no dice nada, solo cierra la puerta y camina al otro lado de su
camioneta. Durante todo el camino permanezco ajena, recordando ese día, ese lugar, lo que
pasó antes y lo que vino después. Fueron meses, meses llenos de asquerosidades que me
ensuciaron la piel, el alma, mi cabeza. Me hicieron disfuncional, un asco de persona, un
desperdicio humano que nadie quiere ni querrá.

Llegamos a la casa de Sianya, cómo robot bajo de su camioneta, tampoco le hablo y mucho
menos lo miro, simplemente sigo mi camino escuchando de fondo que mañana traerán a
Gustavo un poco más tarde pues irán al pediatra. No sé si hago un asentamiento de cabeza,
pero él se va y yo ingreso a esa casa para arrastrarme a mi pieza. Procuro no hacer ruido,
pero tropiezo con algo, caigo y rompo a llorar tan fuerte que no me sorprende escuchar
pasos acercarse a mí. La oscuridad del pasillo desaparece cuando Sianya enciende las luces.

—¡¿Qué te pasó, Glía?! —grita en preocupación, pero el nudo en mi garganta no me deja


hablar, no puedo.

Ella repara en mi ropa, en mi cabello alborotado y seguro intuye lo peor pues cubre su boca
con ambas manos para entonces abrazarme fuerte dándome seguridad, comprensión y
cariño. Ojalá pudiese corresponder su abrazo, pero mi debilidad no me lo permite, así que
me quedo inmóvil, llorando, sacando la acongoja, maldiciendo el ser tan disfuncional con
los hombres, conmigo misma.

Lloro por no sé cuánto tiempo, pero ella no juzga, no me deja sola. En cierto punto Sianya
se aleja para traer cojines, supongo que para hacerme sentir mejor. No sé. Lo cierto es que
me recuesto en el piso en posición fetal, mi cabeza descansando contra un cojín y entonces
cierro mis ojos, busco con todas mis fuerzas eliminar ese trauma, cerrarlo bajo llave, pero es
imposible.

Cada vejación que ahí pasé aparece para atormentarme. Son horas llenas de crueldad, horas
donde vuelvo a ser prisionera en aquel lugar. Sianya me ofrece una pastilla para dormir en
algún punto de la madrugada y como drogadicta le pido dos, pero ella niega.

—Por favor... —hipeo, viendo el tarrito en su mano—. Por favor dame una más, Sianya. Yo
no... No quiero seguir recordando. Dame una más, te lo ruego.

—Son pastillas demasiado fuertes, Glía. Pueden noquearte por muchas horas.
—No me importa —hipeo, los gritos de todos nosotros apareciendo en mi cerebro—. Dame
otra por favor. ¡Por favor, por favor, por favor! ¡Necesito una más!

Creo que me veo demasiado mal porque accede a darme una, pero con la condición de ir a
mi habitación así que lo hago. Con su ayuda llego a la cama, me tomo la otra pastilla y
espero a que haga su efecto. Primero me voy sintiendo pesada, después los ruidos en mi
cabeza merman, mis párpados comienzan a sentirse como cortinas de metal y finalmente
voy cayendo profundo.

Capítulo 33

Glía
Despierto casi sesenta horas después. Mi espalda duele horrores, mi estómago gruñe por
comida y la sequedad en mi garganta no me da tregua. Lentamente me siento sobre la cama,
sintiéndome un poco mareada. Sianya ingresa a mi pieza y luce aliviada.

—Dios.... Creí que no despertarías, Glía.

—Hola —logro articular, mi voz saliendo ronca y pastosa. Los párpados me pesan tanto
como la cabeza.

—Imagino que tienes hambre, ¿verdad?

—Sí…

—En ese caso ven, te llevo a la ducha. He metido una silla de plástico para que dejes un rato
el agua caer sobre ti.

—Muchas gracias, Sianya. —Intento regalarle una sonrisa, pero no puedo, no me siento de
ánimos—. ¿El padre de Gustavo vino en este periodo de tiempo?

—Ajám, pero le dije que estabas enferma así que te dejó esta semana libre, así que tranquila.
Ya el lunes inicias de nuevo.

Hago un asentimiento con mi cabeza y me levanto despacito para ir al baño donde, en


efecto, está la silla. Sianya me dice que si ocupo algo solo grite pues estará en la cocina
preparando el desayuno. También agrega que si estoy de ánimos me puede enseñar a hacer
popusas y pozole, algo que definitivamente me distraerá así que acepto.

Una vez en la ducha me dejo caer en la silla y abro el grifo sintiendo como el agua helada
me empapa la piel que tengo un poco caliente. Aparto ligeramente las piernas y con pesar
observo mi intimidad. ¿Cuándo? ¿Cuándo podré coger sin recordar aquellas asquerosidades
que nadie pidió? ¿Cuándo podré ser funcional y sentirme una mujer de verdad? Es horrible
querer sentir deseo y vivir con el temor de tener detonantes que te regresen al pasado. Si
tan solo pudiese entregarme a un hombre sin miedo a nada mi vida sería más distinta.

Enjuago mi cabello con el champú que encuentro, doy sutiles masajes en mi cráneo
suplicando a quien sea que bloqueé mis recuerdos. Obviamente eso no pasará hasta que no
tome cartas en el asunto y eso es ir a terapia, algo que por supuesto no haré pues creo
firmemente que yo sola puedo curarme. ¿Cómo? No lo sé, pero debe poderse.

Soy mi tormento y también puedo ser mi propia terapia.

Lavarme el cuerpo resulta un tanto más difícil porque cada porción de piel que froto con el
jabón me hace ver las marcas que dejaron todos ellos en mí cuando los obligaban a copular
conmigo, también veo los moretones del hombre que nos secuestró, las líneas de los
latigazos que me daba, los rasguños y raspones que aparecían en mí cada que me arrastraba
por el asqueroso piso. Veo absolutamente todo y de pronto ya no es el agua que corre en
mi piel, sino sangre, tierra, semen, lodo.

Las náuseas me suben por la garganta haciéndome doblar hacia el frente para vomitar lo
que no he comido en días. Depuro mi cuerpo de todo lo malo, incluso de la grasa que
posiblemente acumulé de los alimentos anteriores. Esto de algún modo me hace sentir más
humana, más en la realidad así que meto mi dedo en lo más profundo de mi boca para
vaciarme completa. Es cuando ya no sale nada que me acomodo en la silla, temblando. Alzo
el rostro y dejo que el agua se lleve todo.

—Estoy bien. Estoy bien —murmuro para mí misma, aferrando las orillas de la silla—. Ya no
estoy prisionera. Ya no me están obligando a nada. Solamente son recuerdos. ¡Son
recuerdos!

Termino de limpiarme y salgo de aquí para vestirme e ir con Sianya. En la mesa encuentro
fruta picada, pan tostado con trozos de aguacate encima y huevo revuelto. Ella me dice que
puedo comer lo que desee, así que lo hago. Agarro de todo un poco, llenando el hueco que
dejó la vomitada. Opto por tomar jugo de naranja en vez de leche porque esa sustancia
láctea me recuerda al semen, y yo odio el semen porque eso lo tienen aquellos aparatos
viriles que tanto daño me hicieron.
«Ellos no querían herirte, Glía Aneth. Tú sabes que ninguno deseaba tocarte así porque te
consideraban una hermana. Eran tus amigos, tu nueva familia, jamás quisieron dañarte, pero
tuvieron que hacerlo o sus vidas junto a la tuya corrían peligro», me repito, mis ojos ardiendo
por el llanto que deseo expulsar. Más recuerdos se desatan en mi cabeza la cual parece que
tiene un ladrillo en vez de un cerebro. De pronto, el vientre empieza a dolerme, recordando
aquellos embistes que todos me dieron. Otra vez las náuseas aparecen, más las alejo porque
no deseo preocupar más a Sianya.

Como en silencio, escuchando como mis dientes mascan cada alimento, tal como mascaron
aquel vidrio que una vez me hicieron tragar. Sianya no pregunta nada, se limita a desayunar
conmigo en silencio. Para cuando terminamos me dice que saque los ingredientes que ella
me dictará mientras lava los trastes. Así que lo hago. Pronto estamos haciendo las pupusas
y el pozole que pone a mi olfato a brincar, sustituyendo lo malo por recuerdos lindos. De
pronto, una pregunta brota de mi pecho, externalizándose.

—¿Crees posible que una persona logre sanarse en solitario o es rigurosamente necesario
que se busque ayuda de un profesional mental?

Sianya deja de cortar repollo para verme. Trae un delantal color celeste que contrasta
perfecto con su piel petróleo.

—Es posible siempre y cuando tú así lo desees.

—¿Y cómo puedo iniciar a hacerlo?

—Primero debes dejar de pensar como una víctima —me dice y algo en mi cabeza explota
de modo que la miro con el entrecejo fruncido—. No lo digo para insultar ni nada por el
estilo, Glía, sino que, cuando dejamos de pensar como una víctima, nos responsabilizamos
por lo que pasó pese a que no fue nuestra culpa y es de esa forma en que podemos seguir
adelante con nuestra vida.
—¿Y eso cómo diablos se consigue eso, Sianya? Yo sé quién fue el culpable de mi jodida
desgracia, no puedo simplemente responsabilizarme de un daño que jamás pedí —rebato
con la sangre hirviéndome. Sé que su intención no fue causar esto en mí, pero hay palabras
que calan hondo.

La morena deja de picar el repollo y me regala una mirada cálida, sosegadora, de esas que
dicen tranquilízate que no estoy atacándote. Así que me obligo a respirar, acompaso mi
respiración con la suya que está tranquila.

—Y ahí el problema. Cuando señalas tanto al culpable te olvidas de vivir, de seguir. Le


entregas más de lo que te quitó y le permites seguir pudriéndote, Glía. ¿Acaso quieres eso?
¿Quieres seguir dándole más poder? —Niego, porque si algo deseo es florecer como un
puto rosal hermoso—. Entonces suéltalo, déjalo ir, aniquílalo. Ese es el paso uno.

—¿Cuál es el dos?

—No reprimas lo que sientes y piensa en el presente.

—Lo primero es demasiado difícil cuando tienes miedo a que te juzguen o tachen de loca.

De nada me sirvió abrirme un poco ante mi sentir con los que me rodeaban si al final no
supieron comprenderme. Encontré un camino fácil en reprimir mis emociones porque
ilusamente creí que eso me daba control absoluto de la situación. Me sentí como esos
vampiros que salen en las series, donde ellos eligen apagar su humanidad para volverse
malos, para dejar de llorar por cosas que jamás podrán cambiar y para buscar venganza.
Claro está que eso es imposible, ni soy vampiro y a la larga las emociones se desbordan
como un vaso de agua lleno.

—Puedes intentar dejar fluir la emoción que estás sintiendo —susurra con cautela, midiendo
mi reacción. Al ver que no me altero, prosigue—. Es decir, si estás triste déjalo salir mediante
llanto y gritos. Puedes incluso convertirlo en escritos o bien, hablarlo con alguien, pero no
te lo guardes porque eso nada más provocará más sufrimiento.
Y dejarlo ir es sentirse liberada. Eso lo sé demasiado bien porque en ocasiones sí he podido
soltarlo. Claro está que jamás lo escribiré ni contaré a nadie, eso me pondría en una posición
endeble.

—¿Y el tercer paso? —cuestiono con la voz estrangulada porque esta conversación es la que
me hubiera gustado tener con Yamelí, Darío o mis hermanos—. Supongo que hay un tercer
paso, ¿verdad?

Sianya esboza una pequeña sonrisa y asiente diciéndome que el último paso es aprender a
perdonar porque al final no hacerlo es dañarnos a nosotros mismos. Es un paso difícil, y no
cualquiera logra hacerlo, pero con práctica, con paciencia y determinación puedo lograr
alcanzar eso porque al final la herida ya está, no podemos hacer nada para remediarlo, pero
sí que podemos elegir sanar las dolencias con el bálsamo llamado vida.

Guardo esta conversación en un lugar accesible de mi cerebro pues son palabras de oro, y
continúo haciendo mi labor con las pupusas. Las cuatro de la tarde se llegan con nosotras
en la cocina preparando estos deliciosos platillos e incluso me da tiempo de anotar la receta
en un cuaderno que Sianya me dice que tome del pequeño estante que hay en la sala. Voy
a él viendo la cantidad de libros sobre psicología que hay al igual que de superación personal
y uno que habla sobre la vida de la víctima posterior al abuso sexual por parte de un
cónyuge, esto último me cala hondo y sobre mi hombro miro a la morena quien lava los
utensilios usados. Las cicatrices que tiene en su piel llegan a mi cabeza y todo hace clic. La
opresión que siento en mi pecho al saber que pudo haber pasado eso me forma un nudo
en la garganta porque es una mujer tan linda, tan amable que no merece lo que le pasó.

Opto por no seguir husmeando y elijo un cuaderno al azar. Es pequeño, estilo diario y está
un poco viejo, de hecho, tiene un nombre en la parte interna de la pasta. «Belleza», eso dice
y sonrío porque es hermoso, bajo ello tiene una sirena, pero entonces mi sonrisa se borra
porque dicha sirena tiene su cola destrozada y sangre escapa de ella. ¿Sianya dibujaría esto?
No lo sé y tampoco le pregunto, solo tomo un lápiz e inicio a escribir. Le digo que me iré a
mi habitación un rato, pero ella está tan sumida en su labor que no me hace caso.

En mi pieza me tiro de abdomen y empiezo a anotar la receta del pollo frito y lo que hicimos
hoy. Cada paso, cada ingrediente junto a sus medidas quedan grabadas. Estoy por cerrar el
cuaderno cuando noto que en la mitad final hay algo escrito, es una letra de niña, o eso creo
pues está horrible y no es propia de un adulto. Empiezo a leer.
Hola, mejor amigo. Soy Belleza, ¿me recuerdas? Seguro que sí. Hoy también pasó algo
feo, ya sabes, lo mismo de todos los días cuando mami no está en casa. Papi me tocó
mi partecita, metió su cosa en mí para dañarme, usó sus rasposas manos en mi colita
de atrás y su boca también. Esta vez conté el tiempo, duró tres horas mi castigo por
ser mala niña, pero no grité ni lloré ni una sola vez y eso me tiene triste porque cuando
no grito o lloro siento que estoy sucia. ¿Por qué no hice eso, mejor amigo? ¿Hay algo
malo conmigo? Ojalá pudieras responderme, me serviría mucho alguien en el mundo
real porque a mí príncipe del mar no puedo contárselo jamás ya que no quiero
preocuparlo o hacerlo enojar, está muy estresado con su trabajo y la escuela, así que
este secreto solo es nuestro.

Te quiero, mejor amigo de papel, gracias por dejarme escribir estas cosas.

Me quedo helada ante las palabras que he leído y como si estuviese ardiendo en un potente
fuego, me alejo con el pulso disparado, mirando con horror ese cuaderno. Pasos acercase
me alteran tanto que rápidamente cierro el cuaderno para meterlo bajo mi almohada. Me
tiro de estómago y finjo estar dormida, sin embargo, el cuerpo entero me tiembla y mis ojos
expulsas silenciosas lágrimas que buscan hacerme soltar sollozos, pero me aguanto, el cielo
sabe que me aguanto para no llamar la atención.

Cuando pienso que la persona fuera de mi pieza entrará, no sucede, de hecho, los pasos
siguen de largo y entonces escucho que abren la puerta principal.

—¡Hermana! —grita una voz que jamás he escuchado, mis latidos solo aumentan su ritmo.

—¡Aurelio! ¡¿Qué haces aquí?! —responde Sianya con la alegría tintándole su voz.

Expulso un resoplido y hundo el rostro contra la cama, llorando al fin por esa asquerosidad
que leí porque, ¿cómo es posible que un padre puede hacerle eso a su hija? Dios, qué
maldita repugnancia. Espero que esa niña, esté donde esté, haya logrado denunciarlo o algo
porque los pederastas no deben deambular libremente cuando han hecho daño.
Capítulo 34

Glía

Recorro la playa sintiéndome realmente entumecida, ajena a esta realidad. Lo que leí en mi
habitación me sigue taladrando la cabeza haciéndome pensar en tantas cosas que solo me
dan náuseas y escalofríos porque no quiero juzgar a la madre, pero me resulta imposible no
hacerlo cuando una pequeña niña sufrió tanto. ¿Quién en su sano juicio abandona a su hija
con un hombre así? ¿Es que la señora jamás vio señales? ¿Nunca sospechó? No, es obvio
que no, porque al menos deseo creer que si fuese el caso la mamá hubiese salvado a su hija.

¡Dios! ¿Por qué soy tan curiosa? No debí husmear, debí solo escribir mi receta y ya. Esto me
pasa por tonta, por metiche. Pateo la arena con rabia y pierdo la mirada en el impetuoso
mar que se extiende frente a mí. Está ya atardeciendo de modo que puedo ver los tintes
rojizos y anaranjados decorando el bonito cielo. Es algo tan hermoso que no dudo en sacar
el celular para inmortalizar esto. Descubro que tengo muchos mensajes de Diego, todos
mandados en los días que estuve inconsciente por las pastillas. Mi corazón se oprime ante
esto porque no deseo que piense mal de mí y solo por eso le marco, me sorprendo de
obtener una contestación instantánea.

—Creí que te habías arrepentido de haberme enviado aquella foto de ti, An —me dice sin
saludar y debo admitir que pensar en eso me aleja de lo que leí en ese cuaderno.
—Eso jamás, Diego —confieso, y me siento en la arena, tomando un puño de ella para
sentirla en mis dedos—. Solo que me tomé unas pastillas para dormir y literalmente me
noqueé.

—¿Pasó algo?

—Tuve sexo con el abuelo de mi exnovio. —Sé que a Diego no le importa lo que suceda en
mi vida privada, pero deseo ser honesta con él por una razón que realmente ni comprendo,
solo es como una brutal necesidad que tengo—. Y me arrepentí en pleno acto porque tuve…
—Cierro mi puño con la arena en mi palpa y luego la libero—. Tuve un detonante asqueroso
que me dejó paralizada durante todo el acto. Al final no disfruté nada y caí en un espantoso
ataque ansioso y depresivo frente a mi casera, así que ella me dio una pastilla para calmarme,
pero fui tan desesperada que le supliqué por dos pastillas así que me quedé muy noqueada,
por eso no respondí tus mensajes.

—¿Pero ya estás bien? —La consternación en su tono, su genuina preocupación, brindan


calidez a mi corazón lastimado e incluso a mi agrietada mente. Es como si buscara arroparme
en un protector abrazo.

—Sí. Hoy aprendí a cocinar dos platillos riquísimos.

—Eso es bueno entonces, An. Me alegra saber que estás mejor.

—Lamento haber dado una impresión errónea.

Ya van muchas veces dónde lo dejo plantado u olvidado. Me sorprende que siga hablando
conmigo pues otro hombre ya me habría mandado por un tubo. Esto nada más confirma
que Diego Cantú posee demasiada paciencia o también encuentra paz cuando habla
conmigo.

Me aferraré a esto último, me gusta más.


—Quiero verte, ¿puedo enlazar la videollamada?

—Puedes —sonrío como boba y alejo el móvil para mostrar mi cara. Pronto sus hermosos
ojos ámbar me están mirando con demasiada atención—. Hola por aquí, señor Ingeniero
constructor.

Diego suelta una risita ante mi saludo poco original.

—Después de haber dormido contigo, he tenido esta imperiosa necesidad de volver a verte,
hada. Eres adictiva.

—No entiendo…

—Me refiero a que cada hora del día tengo esta necesidad de mirarte, hablarte o
simplemente saber de ti. —Y le creo porque me sucede lo mismo—. Es la primera vez que
esto me sucede y me gusta la sensación, pero también me exaspera porque tiendes a
desaparecer.

A desaparecer y dejarlo esperando por mí. Aún recuerdo la cita virtual que íbamos a tener
con pizza y no la hicimos por mi culpa. ¿Y todo para qué? Si al final Gerardo me ha dado
una patada en la espalda. Tanto sacrificio que hice por él, tanto que le entregué de mí no
valió para nada. Jamás creí odiarlo, pero comienzo a hacerlo porque no merecía su trato.

—Eso cambiará. Actualmente ya tengo más tiempo y podemos, no sé, hacer videollamadas
más frecuentes. ¿Te gustaría?

—Me encantaría, An.

—Perfecto entonces —le sonrío, grabándome su rostro porque es algo que no deseo olvidar
jamás—. ¿Qué tal van tus días de descanso?
—Iban bien hasta que me caí de las escaleras —ríe y me enseña el vendaje que tiene en su
brazo—. Me hice una cortada y tuve que ira urgencias para que me suturaran, pero ya estoy
bien.

—¿Por qué te caíste? ¿Te resbalaste?

Tan solo saberlo herido me dan ganas de ira él para cuidarlo, pero no tengo dinero y eso
me frustra demasiado.

—¿Recuerdas la maqueta que estaba haciendo? —hago un asentimiento porque ese día por
culpa de alguien que tocó su timbre no pudo decirme de qué era la temática—. Bueno, ya
la terminé e iba a llevarla a mi habitación para guardarla junto a algo que compré, pero
entonces resbalé y para no joder mi creación caí de una forma demasiada rara logrando
clavarme una mierda que tengo al final de los escalones. Todo mi piso se llenó de sangre.

Puedo imaginar la escena y eso me causa escalofríos.

—¿Y la maqueta se salvó?

—Oh sí —ríe, dejándome ver sus perfectos dientes blancos y alineados—. Valió la pena
cortarme el brazo porque esa hermosura está intacta, lista para cobrar vida pronto.

—¿Cómo así? ¿Harás realidad tu maqueta? —Diego asiente y la emoción que miro en sus
ojos ámbar me provoca un cosquilleo en mi vientre, es como si pudiese sentir su alegría, su
necesidad de poner manos a la obra—. En ese caso, te deseo toda la suerte del mundo,
Diego. Sé que te quedará precioso lo que sea que hagas. ¿Ya tienes el terreno?

—Justo estaba mirando unos online, están económicos, ubicados en una buena zona de
California y lo mejor es que me dan oportunidad de irlo pagando por mensualidades
cómodas.

—¡Eso es maravilloso! Imagino entonces que planeas iniciar con eso pronto.
—El próximo mes pretendo arrancar con la construcción —alardea, mi corazón calentándose
de pleno orgullo porque no hay nada más atractivo que escuchar a un hombre seguro de lo
que pretende hacer en su ámbito laboral—. Y me preguntaba si deseas asistir a su
inauguración una vez que lo termine.

Mi loco corazón empieza a agitarse con rapidez ante sus palabras al tiempo que el calor se
acentúa en mis cachetes. Pero así cómo la felicidad llega, se me va porque recuerdo un
detalle muy importante, uno que le digo a él.

—Mi visa y pasaporte están en casa… —y apenas suelto eso me siento la chica más estúpida
y tonta de la faz de la tierra porque solo a mí se me ocurre huir de casa sin esos documentos
tan importantes.

—Me basta con que digas «sí quiero asistir», de lo demás me encargo yo —me guiña su ojo,
avivando aquellos latidos que no me dan tregua.

—Bien. Sí quiero asistir a la inauguración de tu próximo proyecto, Diego.

Realmente no sé qué implica el «de lo demás me encargo yo», pero confiaré en él porque
ante todo es un hombre inteligente que probablemente sabe más sobre documentos legales
que yo. Y si ese es el caso, puedo permitir a la emoción desbordarse porque estamos
hablando de una cita lejana lo cual indica que él y yo seguiremos manteniendo contacto
durante mucho tiempo más.

No me va a abandonar.

Seguimos platicando mientras mis pies disfrutan de la arena pues decidí salir descalza. La
fresca brisa me acaricia la piel erizándome los vellos, no obstante, eso no me hace
regresarme a casa porque hacerlo es recordar lo que leí en ese cuaderno.

—Oye, Diego.
—¿Qué sucede, hada? —suelto un grande resoplido y lo miro con seriedad, buscando
confesarle mi razón verdadera de estar aquí. Eso me ayudará a olvidar ese cruel escrito en
aquel cuadernillo.

—Medio mentí cuando dije que escapé de casa. En realidad, tomé la decisión por Gerardo.
—Apenas menciono su nombre los ojos ámbar de Diego se tornan oscuros, violentos, su
mandíbula construyéndose un poco—. Alguien lo hirió el día que estuviste en mi habitación
y por esa razón pospuse nuestra cita y olvidé hablarte. Para el momento en que íbamos a
vernos yo estaba en el hospital con él, cuidándolo. Posterior a eso hice un trato con su abuelo
y por eso estoy aquí.

Diego se queda en silencio, como buscando contenerse de una rabia que seguro siente pues
yo también me enojaría al saber que cancelaron una cita conmigo por preferir a alguien más.
Pero más rabia me daría al haber recibido una mentira a cambio de la verdad.

—Entonces supongo que el trabajo que tienes en realidad es algo relacionado con él, ¿no?

—Así es —resoplo, deteniéndome a media playa, observando el bonito cielo nocturno—. El


niño que estoy cuidando es hermano de Gerardo. Es la forma en que su familia está
cobrándome el haberme traído aquí.

Él no dice nada, y tampoco espero que lo haga. De hecho, me conformo con que no finalice
la llamada dejándome sola. Tomo asiento en la arena sintiendo como una pequeña ola besa
los dedos de mis pies, aumentando mis escalofríos porque el agua está helada.

—Estoy en Holbox —le confieso finalmente, importándome poco revelarle una información
tan personal—. La mujer con la que vivo conoce al papá de Gerardo y él fue quien me
consiguió una habitación en su casa así que estoy en deuda con los Acero.

Seguramente Diego ni tiene idea quienes son los Acero y mejor, no me gustaría involucrarlo
en estos asuntos, pero necesitaba darle el apellido de la familia que me tiene, de algún
modo, amarrada a ellos.
—Odio las mentiras, Aneth —dice entre dientes, mirándome con severidad—. No obstante,
ya lo intuía y tú acabas de confirmármelo. Así que gradezco tu honestidad conmigo.

—Y yo agradezco que siempre me escuches sin reprenderme. Eres increíble, Diego.

Otra persona ya habría montado una escena o incluso me habría insultado repitiéndome lo
que ya sé, sin embargo, él ha demostrado ser diferente y por eso me encanta. Su madurez
es un factor que hace a una mujer sentirse cómoda con él.

—No agradezcas, simplemente no me inspiras agresión.

—¿Qué te inspiro entonces? —desafío, mirándolo con intensidad. El ingeniero carraspea y


acerca más la cámara a su rostro de modo que el ámbar se le nota más hermoso.

—Calidez y tranquilidad, porque al final eres muy honesta conmigo.

—Me fascina serlo —le confieso, bajando por instantes la mirada a sus labios—. Eres el único
hombre en quién confío y no quiero que eso cambie porque estás haciendo que mis
primeras veces sean inolvidables y muy bonitas.

Realmente es lindo poder elegir a quien darle esas primeras veces sea de manera consciente
o inconsciente. Y aquí, ahora, sé que para mí Diego es el hombre a quien deseo entregarle
cada primera vez que me queda por experimentar.
Capítulo 35

Glía
Es medianoche, Sianya ha salido con su hermano desde hace horas y mi estómago no deja
de rugir. Me levanto de la cama yendo directo al refrigerador, pero apenas llego a él voces
macabras aparecen en mi cabeza generándome escalofríos, ganas de llorar.

Gorda.

Ballena.

Obesa.

Bollarina.

¡Estás horrible!

¡Tragas y tragas, por eso estás deforme!

Eres una mujer asquerosa, Glía Aneth. Deberías hacer dieta, ir al gimnasio y tal vez así
enflacarías. Tal vez así podrías ser una bailarina de ballet.

Cubro mis orejas ante las palabras que Yamelí me dijo hace un par de años al tiempo que
lágrimas deslizan por mis cachetes, pero la rabia por mi gordura es tanto que me los aruño,
me clavo las uñas en ellos para luego soltarme golpes porque a las mujeres como yo no se
les puede tratar lindo. Soy un asco, una bola de grasa que un día morirá de algún infarto.
Soy eso que todos miran y critican, eso que usan cómo método de burla.

—Me odio. Me odio. Me odio. ¡Me odio! —chillo con el rostro escondido entre mis manos,
sintiendo como la sangre que me saqué empapa mis palmas—. Me odio tanto, maldita sea.

«Ábreme y cómeme», escucho que susurran, y por inercia separo mis dedos que tengo frente
a mis ojos, viendo el objeto rectangular color blanco que tiene comida dentro. El mismo
juego de palabras resuena hondo en mi cabeza y seducen a mis piernas ya que solas
empiezan a moverse, a acercarse más. La traición que me dan mis manos es una tan malvada
que sollozos escapan de mi boca resonando por la silenciosa casa.

Encuentro las vasijas de pozole que guardamos junto a unas popusas y poco pastel, como
un cerdo hambriento cojo todo para empezar a trágamelo. Bocado tras bocado es lo que
doy, sintiendo que lentamente voy muriendo, que lentamente me voy envenenando.
Mastico, trago y sollozo, esa es mi rutina en la oscura cocina que solo es iluminada por la
luz del frigorífico.

Esto no es sano, es vil, cruel y denigrante. Pero no puedo parar, tengo hambre, mucha
hambre, pero también sé que cuando termine sacaré todo esto de mi sistema, es una
necesidad, una costumbre que durante días he intentado aplacar por mi bienestar, pero no
más. Ya no puedo seguir descuidándome o seré más gorda.

Ya no quiero ser una gorda.

El pozole desliza por mi garganta y casi puedo escucharlo burlarse de mí porque está
impregnando mi tráquea con su grasa. Las popusas me gritan que ellas harán horrores en
mi cuerpo apenas lleguen a mi estómago y el pastel es mi detonante porque él grita que el
azúcar junto al betún me hará engrosarme un poco más, aun así, no paro, sigo tragando,
sigo envenenándome, sigo actuando como un cerdo.

Cuando ya no hay nada en las vasijas o platos, dejo todo en el lavabo, los enjuago, los guardo
y huyo a mi pieza donde voy directo al baño para hincarme. Tomo el cepillo de dientes,
levanto la tapa del retrete y entonces meto ese objeto en mi garganta provocándome el
vómito que pone a arder mi garganta. Absolutamente cada cosa que ingerí hace minutos
sale convertida en un espantoso líquido café que huele asqueroso. Las náuseas se me activan
de una forma más violenta ante eso y entonces ya no puedo parar. Arcada tras arcada,
temblores, llanto, sollozo, todo se me junta en esta tortura de débiles, porque solo los
débiles permitimos que un trastorno o las palabras de otros tengan efecto en nosotros.

El tiempo vuela, no me detengo hasta que me siento un poco más ligera, entonces me
levanto, bajo la palanca y enjuago mi boca mientras observo el relejo pálido y descompuesto
que hay en el espejo.
Gorda. Gorda. Gorda.

Loca. Loca. Loca.

Mi labio inferior tiembla, lo muerdo para que pare, pero solo logro sacarme sangre así que
lo suelto. Entonces vislumbro el rastrillo, uno que grita por mi atención porque he sido mala,
comí alimento ajeno, metí grasa a mi cuerpo y eso debe castigarse.

En automático mi mano se mueve, tomo el objeto y a cómo puedo saco una cuchilla, pero
entonces el móvil me suena. El móvil detiene mi autodestrucción. Con pulso tembloroso
dejo el filo donde está y salgo del baño. La pantalla muestra un remitente desconocido,
alguien inteligente no respondería, pero yo sí lo hago.

—¿Bueno?

—¿Glía? —Mi corazón sufre un vuelco al escucharlo. Es Adrik, mi hermano. Tomo asiento en
la cama al sentir las piernas demasiado débiles y miro a través de la ventana la grande luna
que ilumina Holbox—. Cariño háblame. Yo… Hemos estado muy preocupados por ti, Aries
no nos dijo nada más, solo que te vio y te rehusaste a regresar. ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Te
amenazaron?

Inhalo una gran cantidad de aire y exhalo sintiendo que lentamente ventilo mis pulmones.
Recuerdos tintinean en mi cabeza como pequeñas luciérnagas, pero las apago.

—Estoy bien, Adrik. Vivo en un lugar muy hermoso. Tengo vista al mar y estoy… —Un nudo
se forma en mi garganta ante lo que diré—, estoy comiendo bien.

—Regresa a casa, Glía.


—Ese lugar no es mi casa —susurro sintiendo la avalancha de lágrimas atacarme—. Lo único
que he recibido en ese lugar es dolor, Adrik, y lo sabes bien.

Se queda en silencio porque sabe que tengo razón. Desde que fui sacada del orfanato mi
vida ha estado llena de desgracias. ¿Cuándo se deja de sufrir? ¿Cuándo se deja de ser una
víctima? Sianya me dio consejos, pero no sé cómo aplicarlos, menos ahora que me siento
dentro de un bucle que no tiene fin, uno que solo está mareándome y llenando mi cerebro
de mierda.

—Regresa a casa, por favor —repite al cabo de minutos donde seguramente recordó el
evento que nos dejó una huella imborrable—. Regresa y lo solucionaremos. Prometo hablar
con mamá para que deje de molestarte y con papá para que haga más tiempo para ti. Incluso
puedo...

—Nadie debe pedir algo que no le quieren dar, Adrik —lo interrumpo escuchando como se
queda en completo silencio—. Yamelí… ella me odia por alguna razón que desconozco y
Darío prefiere estar enfrascado en su trabajo.

—Sabes muy bien que papá te quiere mucho.

—Y yo a él porque fue quién me ayudó cuando no toleraba verlos a ustedes.

Mi padrastro, a quien considero un padre de verdad, buscó la manera de sacarme del pozo
donde me encontraba. Me llevó a terapia durante un tiempo antes de que yo decidiera
dejarlo. Me compró libros sobre estrés postraumático e incluso mimó con postres de cereza
porque sabe que amo esa fruta. Me contó historias en las noches cuando no podía dormir
y prohibió a los chicos acercarse a mí hasta que yo estuviera lista. Jamás me cansaré de
agradecerle eso y entiendo que dio mucho por mí. Trabajó desde casa, se atrasó con algunos
casos y ahora es injusto que vuelva a modificar su rutina por mí. Ya no estoy pequeña, ya
soy una adulta y puedo responsabilizarme por mi sentir incluso cuando me estoy ahogando
en el proceso ya que nunca se nos prepara para nadar en el mar de los tormentos y dolencias.
—Entonces vuelve —intenta persuadirme otra vez y casi puedo imaginar sus ojeras, la
tristeza en su rostro y el temblor en sus manos. De todos nosotros, a él le afectó el triple lo
que pasó—. Vuelve a casa, hermanita.

Pero niego como si pudiera verme, una lágrima silenciosa escapa de mi ojo.

—Lo haré cuando esté lista. Ahorita... Ahorita estoy bien. Conseguí un trabajo y vivo con una
mujer muy amable. Está enseñándome a cocinar.

—¿Estás mintiendo para que me sienta mejor?

—No. Estoy diciéndote lo que pasa con mi vida.

—Eres tan testaruda —ríe bajito, con evidente amargura—. Pero está bien. Ya no eres una
niña a la cual podemos obligar a hacernos caso, solo… solo desbloquea nuestros números y
mantente en contacto.

Lo que más deseo es hacer como si no existieran, claro está que eso jamás pasará. Solo sé
que duele recordar todo lo que tuvimos que pasar por culpa de un tercero al cual jamás
dañamos.

—Ya no manden a Aries, ¿ok? —le digo mientras percibo como el corazón me late
desbocado—. Él no es mensajero de nadie y ya va siendo hora que lo vean como algo más
que eso, Adrik.

Me da lástima que el chico zodiaco sea prácticamente eso que dije, para todo lo mandan a
él a dar la cara y es muy injusto. Aries también tiene una vida, responsabilidades, no tiene
por qué hacerse cargo de la mierda de sus amigos. Tal vez lo hace por culpa, para así borrar
lo que me hizo de manera forzosa, o yo qué sé, lo cierto es que merece ser liberado de tal
cadena y se lo hago saber a mi hermano mayor. Si bien refuta, comprende y entiende, incluso
admite que se ha pasado con Aries exigiéndole cosas.
La llamada finaliza con un te quiero de su parte que me aprieta el corazón porque nunca
quise ser la culpable de sus traumas. Si tan solo no hubiese ido a ese concierto como Yamelí
lo sugirió nada de eso nos habría pasado. Pero no, fui testaruda, fui a donde no debía, usé
ropa que no iba acorde a una chica de familia y aquí las consecuencias.

Soy la maldita culpable de que A7 jamás pueda recuperarse del golpe que en grupo sufrimos
porque gracias a eso ahora ellos cargan con una asquerosa palabra encima, una que me
sigue costando pronunciar en voz alta pero que inicia con «v». Sé que ellos no son eso,
fueron obligados tal cómo yo fui obligada a muchas cosas en manos de aquel loco que nos
secuestró, pese a eso, la mancha ya está y dudo mucho que un día se pueda borrar.

Yo los perdoné, pero apuesto que ellos jamás podrán personarse a sí mismos y eso duele.
Capítulo 36

Glía

El cegador sol impacta contra mi piel cubierta en bloqueador mientras el pequeño Gus
continúa enterrando mis pies bajo la cálida arena. Estoy recostada sobre una toalla del Titán
—mi luchador favorito—, que encontré en la tienda de ropa usada de Don Venustiano.
Cuando lo vi no pude creerlo pues hace años que el Titán dejó el mundo del boxeo y eso
provocó que toda la mercancía respecto a él desapareciera, sin embargo, en la tienda no
solo encontré la toalla, sino también unos DVD con algunas de sus mejores luchas grabadas.
Del mismo modo, encontré unas playeras con su apodo en diferentes tipografías y no puedo
estar más contenta.

Hace casi siete días que hablé con Adrik y hace casi dos días que no vómito mi alimento
después de aquel atracón que tuve.

He tenido días buenos y otros donde solo me la paso llorando, recordando la misma tragedia
que ya me tiene harta. Creo que nunca debí coger con Horóscopo, desde ahí empezó todo
el mal, pero tampoco puedo culparlo. ¿Él que iba a saber sobre mis traumas? ¿Cómo iba a
adivinar que su pene sería un detonante? Creí que lo disfrutaría, pero estuve equivocada y
ahora me arrepiento tanto.

Alzo el libro que tengo en manos, ese que habla de Trastorno de Estrés Postraumático y me
empapo de información que antes no conocía porque los libros que papá una vez me
compró para ayudarme ni siquiera los leí, de hecho, los quemé sin que él se diera cuenta.
Habla sobre el significado de eso, el por qué se da, el cómo se puede llegar a manifestar, lo
que se experimenta al momento de un detonante, cuáles son las maneras de activar los
recuerdos, su tratamiento y algunos consejos. Mi cabeza duele para cuando termino de
leerlo completa y Gus ya me ha formado una cola de sirena con la arena.

—¡Lista, Nani! —me dice, limpiándose el inexistente sudor en sus cachetitos y frente. Sus
ojitos grises me ven con ilusión, como esperando a que le diga algo así que lo hago.

—¡Me has convertido en una sirena, Gus! —le digo, pero él niega.

—Es un tiburón, Nani —espeta indignado y entonces estallo en una grande risa porque su
imaginación y la mía son diferentes.

—Bien, un tiburón entonces. ¿Y por qué soy un tiburón?

Gustavo se me queda viendo, seguro no comprendiendo lo que le he preguntado. Ladea su


cabeza mientras yo me alzo sobre mis codos para verlo mejor. Abre su boquita para decir
algo cuando una voz masculina, poderosa, dominante, pero cálida, retumba junto al tronar
de las pequeñas olas que besan la orilla del mar.

—Los tiburones son criaturas que nunca pueden quedarse quietos pues si lo hacen se
hunden, por ello, siguen nadando y esto los humanos lo utilizan como metáfora ya que el
seguir nadando, en este caso, seguir luchando ante algo, muestra las ganas de seguir
viviendo pese a los problemas que puedas tener. En conclusión, son supervivientes.

La última palabra que el señor Romanov suelta es tan abrumante que me pega duro porque
ni siquiera sé mis razones de seguir viva.

Toma asiento a mi lado y deja una bonita canasta de madera frente a él. Lentamente se va
retirando sus lentes dejando al descubierto el cielo que tiene por ojos.
—Los vi llegar hace rato —me dice, regalándome una sonrisa amigable—, y me tomé el
atrevimiento de hacer un aperitivo. Espero no te moleste y no seas de las que no agarran
nada de los desconocidos.

El general supremo quita la tapa de la canasta dejando al descubierto unos deliciosos


emparedados junto a fruta picada que lucen deliciosos, pero mi estómago da un vuelco y la
garganta se me cierra dejándome en claro que están listos para vomitar todo lo que entre.

—Se ve muy rico —le digo a modo de lucha conmigo misma porque no puedo permitir que
esto se salga de control.

—Está. Compré una mayonesa de chipotle que le da un toque especial.

—Nunca he probado esa mayonesa.

De hecho, no recuerdo cuando fue la última vez que probé un sándwich. Es por ello que
agarro uno cuando me lo ofrece y el pequeño Gus me imita. Sé que no debería hacer esto,
pero él no luce como alguien malo. Además, ¿qué podría obtener de mí si me daña?
Absolutamente nada porque ni dinero tengo.

Así que como tranquila, mastico muy bien el alimento e imagino que son hielos, que esto
no tiene grasa ni me hará subir más de peso. A mi lado el hombre disfruta de las frutas
mientras le sonríe al niño quien da diminutos bocados. Saca unas cajitas de jugo de un
extremo de la canasta y nos las da.

En silencio nos mantenemos, disfrutando de la comida, del mar, del sol. Una eternidad
después logro terminar mi sándwich y aquellas voces en mi cabeza retumban en burla
mientras dicen que el pan que me comí provocará horrores en mi cuerpo. Romanov debe
ver mi cambio de humor porque me observa con extrañes.

—¿Todo bien, Santana?


Se oye raro que me llamé por mi apellido, pero supongo que es lo mejor considerando que
él es militar y tal vez revelar su nombre puede traerle problemas.

—El pan de los emparedados… —Miro la bonita canasta de madera negra, mis ojos ya
ardiendo queriendo lagrimar—. ¿De qué era?

—Integral ya que es rico en fibra y ayuda a mantenerme más saciado. ¿Eres alérgica o algo?

Niego en alivio y suelto en suspiro atascado que tengo, las voces en mi cabeza mermando.

—Muchas gracias por esto, no tienes idea lo mucho que lo disfruté.

—Ha sido un placer.

Y me sonríe de la forma en que viejos amigos lo hacen, en como Gerry solía hacerlo cuando
le importaba, cuando era su mejor amiga. Mis ojos vuelven a arder e, inesperadamente, me
lanzo a los brazos de este hombre quien me recibe sin miramientos, confiando en mí,
brindándome el afecto que necesito en abundancia. Su delicioso aroma a mar y menta
seduce mis fosas nasales mermando un poco el torrencial que hay dentro de mi alma. Me
permite apretarlo, esconderme entre su pecho y lejos de llamarme débil, me dice que llore
con libertad porque él no piensa juzgar. Pero no lo hago, no quiero. Solo permanezco así
hasta que el sol se oculta tras el mar avisando que debo regresar a casa de Sianya porque
Escorpio vendrá por su hijo.

—Debo irme —murmuro apartándome del General y hablándole a Gus para que levante los
juguetes que se trajo. El niño empieza a echarlos en su mochilita—. De nuevo, gracias por
su apoyo, soldado. Ojalá hubiera más desconocidos como usted.

—Tenga bonita noche, señorita Santana —vuelve a sonreírme, me hace un saludo militar
que me derrite y espera a que me vaya con el niño.
Gus alza sus bracitos para que lo cargue y lo hago sin dudar a la par que me coloco la
mochilita en mi hombro para empezar a caminar sintiendo la arena en mis plantas puesto
que no traje chanclas. De igual forma no me molesta.

—¿La pasaste bien, Gus? —le pregunto al niño, quitando arena que tiene en su frente.

—¡Sí, Nani! ¡Divetido! ¡Muy divetido!

—Mañana podemos venir otro rato, Gus. —Los ojitos grises del pequeño se abren en
asombro y suelta risitas mientras afirma más que gustoso.

Casi veinte minutos después logro vislumbrar la casa de Sianya, pero no solo a esta, sino a
varias camionetas que rodean y bloquean el camino al interior. Mi corazón empieza a
galopar del miedo. ¿Serán mis hermanos? ¿Adrik le diría a Aries que viniera para llevarme a
la fuerza? Trago saliva y me detengo antes de avanzar más, mi piel ya picando. No obstante,
me relajo cuando veo a Gerardo emerger de una de esas camionetas, mis labios se
ensanchan en una grande sonrisa, seguro viene a disculparse, seguro me dirá que desea
seguir siendo mi amigo y la verdad es que aceptaría sin dudar porque lo quiero.

Bajo a Gustavo y él se agarra de mi pierna, estoy por abrir mis brazos para recibir a Gerry
cuando su palma impacta contra mi mejilla mandándome al piso de a una, de fondo
resonando el grito de su abuelo. Me quedo helada, estupefacta y aturdida, su golpe ardiendo
como lava de algún volcán al tiempo que mis ojos escuecen.

—¡Eres una maldita zorra! —me grita, abalanzándose sobre mí, buscando golpearme de
nuevo, pero alguien lo atrapa de la cintura para alejarlo de mí—. ¡Debí saber que solo
buscabas acercarte a mí para hacerte del apellido!

—¡No sé de qué hablas! —vocifero en el mismo tono, levantándome y limpiando la sangre


que brota de mi labio roto.

—¡Te follaste a mi abuelo, jodida puta! ¡¿Qué no te bastó con tenerme a mí!? ¡¿Tenías que
ofrecértele como prostituta?!
—Gerardo, basta —reclama su padre, acercándose a nosotros. Escorpio me rodea con sus
brazos de los hombros y me aleja de él—. Esta no es la manera de resolver problemas.

—¡Tú no te metas que se te mira en la cara el cómo deseas enterrarle la riata! —le dice y
Escorpio suelta una risa a la par que saca su arma para apuntarle al cráneo.

—Cálmate o te calmo, Gerardo Acero —dictamina Escorpio, su voz sonando tan


espeluznante que escalofríos me recorren la columna—. Deja tus jodidos celos para otro
momento que, en primera, quien la dejó fuiste tú. Y si ella quiere cogerse a todos tus tíos, a
tu abuelo, a mí, al vecino, al perro, ¡pues venga!, es su perra decisión.

—¡No puedes estar hablando en serio!

—Lo estoy. Así que basta de teatritos que no vinimos a esto.

La confusión, tristeza y estupefacción son tan abrumadoras que no sé ni qué hacer o cómo
actuar. Solo puedo mirar la furia, los celos y el asco que emana en los ojos del que fue mi
pareja y siento decepción. Traslado la mirada hacia su abuelo quien tiene una máscara fría,
indescifrable que lejos de tranquilizarme, me altera. ¿Él le diría que tuvimos intimidad? ¿O
nos vería aquella noche? Más seguro que esta última, después de todo follamos al aire libre
como animales.

—Lamento mucho que mi hijo te haya golpeado, muñeca —dice Escorpio, recogiendo la
sangre que escurre de mi labio con su pulgar. Se lo lleva a su boca para chuparlo con mero
deleite, importándole poco que Horóscopo y Gerardo miran. Escalofríos me recorren la
columna vertebral cuando noto el sadismo en sus ojos negros que me observan sin pudor.
Hay advertencia, peligro, dominio y deseo, más de esto último—. Pero vinimos a decirte que
prepares ya una mochila con ropa y cualquier artículo de tu gusto porque iremos a un
crucero y necesito que me cuides veinticuatro siete a Gustavo.

Parpadeo, incrédula ante lo que dice y me alejo de él para verlo de pies a cabeza, no
creyendo que esto sea verdad. El pequeño Gus viene a abrazarme.
—¿De qué te sorprendes, muñeca? Eres la niñera de mi cachorrito y le agradas, así que me
sería útil tenerte en el yate puesto que hay negocios que debo cerrar y dejarlos aquí no es
opción ya que podrían lastimarlos.

Ni siquiera refuto. Solo hago caso de ir por mis cosas despidiéndome así de Sianya quien
está viendo la televisión. Ella me dice que disfrute el crucero pues cuando vuelva haremos
más recetas. Tomo lo necesario y salgo para abordar una de las camionetas. Esta nos lleva a
una bahía donde espera un grande yate color negro que tiene una grande A color plata en
su costado.

Suelto un suspiro antes de empezar a caminar por el puente de madera que me conduce a
los escalones del yate.

Capítulo 37

Glía

La brisa marina me golpea la piel de una forma tan sutil que sonrío pese a que me duele el
labio por el golpe que Gerardo me dio. Llevamos navegando aproximadamente cinco horas.
No sé a dónde vamos, ni por qué hacemos esto, solo sé que Escorpio lleva mucho tiempo
conversando con unos alemanes cuyo apellido es Jäger.

Son tres hermanos, todos de pelo negro, ojos verdes, altos y guapos, solo el mayor luce una
belleza exótica demasiado peligrosa porque es entre elegante y rudo, entre sofisticado y
salvaje, da la impresión de que te tronará el cuello como si fueses una gallina si te le acercas
o hablas. Realmente me dio miedo. ¿Y la forma en que caminaba? Carajo, era peligrosa, casi
pude imaginar a un león buscando asechar a su presa.

El hermano mediano, en cambio, tiene un cuerpo típico de nadador olímpico, es alto y luce
muy carismático, a él no se le nota la malicia, de hecho, parece que odia estar aquí rodeado
de narcotraficantes.

Finalmente, el hermano menor es todo un enigma, su cara de póker no reveló nada y


tampoco pude detallarlo a profundidad pues apenas mis ojos cruzaron con los suyos aparté
la mirada porque me intimidó. Lo que sí sé es que escuché algo sobre “mercancía fresca” y
eso tiene mi curiosidad relampagueando, sin embargo, sé que en este tipo de cosas no debo
meterme porque suficiente tengo con estar en medio del mar con delincuentes.

Suelto un enorme bufido y me recargo sobre el barandal del yate mirando como el agua se
mueve conforme nos vamos haciendo paso. Me pregunto qué pasará si el barco deja de
moverse. ¿Nos hundiremos al profundo mar? ¿Seremos tragados por alguna ballena o
tiburón? Debo admitir que dicho pensamiento me genera escalofríos y hace alejarme del
barandal, pero tan pronto como me retiro, me estrello contra alguien. Es Horóscopo.

—¿Cómo sigues? —cuestiona, su tosca mano acariciando donde su nieto golpeó. Su tacto
no debería asquearme porque él ha sido amable conmigo pese al encuentro fatídico que
tuvimos en su camioneta donde mi libido se apagó, pero lamentablemente las náuseas se
avivan queriéndome hacer vomitar, algo que por supuesto no hago incluso cuando mi
contenido estomacal me sube a la garganta. Arde, sabe espantoso, pero lo trago y obligo a
permanecer dentro.

—Bien, supongo. Ya no duele como hace horas.

—Lamento mucho eso que pasó, pero ya le puse un estatequieto a Gerardo —dictamina con
seriedad, pasando su mano a mi hombro el cual apretuja de forma amigable. Internamente
le grito para que deje de tocarme—. Cualquier cosa que necesites solo dile a la camarera.

—Lo haré. Muchas gracias, señor.


Horóscopo asiente y se aleja sin decir nada más al tiempo que yo suelto un resoplido porque
no quiero problemas, suficiente tengo con saber que muchos se enteraron de lo que pasó
entre ambos. Lo único bueno es que ya no comentaron nada al respecto o, si lo hicieron, no
escuché nada.

Regreso mi atención al mar, pero ya no desde el barandal, sino de un poco más lejos
mientras agudizo mi oído para que capte cada mínimo sonido. La ventaja de que Gustavo
esté dormido es que puedo darme este lujo, al menos por minutos.

Mi cabello húmedo danza con la pequeña brisa que se genera con el movimiento del yate
haciéndome sentir más viva y dichosa. Me permito cerrar un poco mis ojos para así inspirar
una gran cantidad de oxígeno. De pronto mi celular vibra en mis pantalones holgados,
interrumpiendo mi pequeño momento. Aun así, no me permito poner de mal humor y
menos cuando noto el remitente. Es Diego.

—Hola, An —saluda el Ingeniero constructor y me quedo de piedra al verlo pues trae unos
lentes de pasta color negros que le realzan el atractivo. Mis dedos pican por acariciarle esa
mandíbula cincelada que tiene al tiempo que mis labios ansían probarlo. Dios, ¿en qué
momento dejé de mirarlo como un amigo virtual? Esto no es normal y me asusta.

—Hola, Diego —logro responderle, mi voz saliendo algo rasposa por alguna extraña razón—
. Adivina en donde estoy.

—Dame pistas.

—Es algo que flota en el agua.

—¿Una tabla de surf? —niego, la risa queriendo brotar de mis labios al verlo tan pensativo—
. ¿Una lancha?

—Algo así, pero más grande.


—¿Un barco?

—Más gigante y lujoso.

Diego tuerce el gesto y hasta se quita los lentes para sopesar su respuesta. El corazón me
truena en mi caja torácica al caer en cuenta de que me encanta demasiado mirarlo por el
celular, pero nada se compara con hacerlo en persona.

Todavía recuerdo la cercanía de su rostro con el mío aquel día, el olor varonil que desprendió
su ropa y la calidez de su dedo tocando el mío. Fui tan estúpida, tan pendeja que lo dejé en
segundo plano por darle prioridad a un chico que no solo me terminó con grosería, sino
que se atrevió a ponerme una mano encima solo por celos.

Nunca creí que Gerardo fuera el tipo de hombre maltratador, pero me alegro que esto haya
pasado ahora antes de haber cometido la estupidez de vivir bajo su mismo techo o aceptar
su asquerosa oferta de casarme con él. Es increíble como las personas pueden pasar de ser
lindos y comprensivos a alguien completamente violento y agresivo. Si Horóscopo y
Escorpio no hubiesen intervenido, capaz me habría dado una paliza mortal pues el odio que
miré en sus ojos reflejaba el gran daño que deseaba hacerme.

La zona que golpeó me punza recordándome la fuerza que ejerció y de pronto recuerdo que
tengo a Diego en videollamada.

Sus ojos ámbar me escrutan y analizan con detenimiento, algo que me pone demasiado
nerviosa porque no estoy acostumbrada a tanta atención por parte de un hombre como él.
Intento cambiar mi cara para que no pregunte nada, pero es demasiado tarde porque sus
facciones se endurecen al ver el moretón que me dejó el golpe de Gerardo. No obstante, lo
que sale de su boca en sí no es un cuestionamiento, sino palabras que me aplastan el
corazón hasta provocar que el llanto fluya sin dificultad alguna

—Sé que si pregunto no me dirás y lo más probable es que te incomode lo cual es algo que
no pretendo hacer —me tenso ante esas primeras palabras porque, aunque noto el enojo
en sus ojos, está conteniéndose para no darme una mala noche o poner más peso sobre mis
hombros y eso es algo que admiro de él. Cualquiera estuviese diciéndome lo pendeja que
soy al permitir que alguien me ponga una mano encima—. De igual forma sé que tampoco
gano nada haciéndolo considerando que estamos a kilómetros de distancia, pero sí puedo
decirte una cosa y eso es que no vuelvas a permitir que te golpeen o toquen contra tu
voluntad porque eres una persona, An, y las personas merecen respeto. Tú mereces respeto
y si nadie te lo da debes buscarlo por más feo que suene. Debes alzar tu voz para detener
esos comportamientos abusivos y violentos porque aquí la única que podrá salvarte eres tú
misma. —Diego hace una pausa y relaja sus facciones lo cual me relaja a mí. Empiezo a
caminar hacia la proa. No deseo que nadie me interrumpa—. El mundo es una mierda muy
fea, Hada. Si te descuidas un segundo es probable que te arroje piedras que hieren, por eso
está en ti ser tu propio escudo.

¿Pero cómo ser eso que dice cuando mi escudo está lleno de agujeros y grietas? No existe
pegamento que cubra esas aberturas y si lo hay, el precio es demasiado caro, uno que no
estoy dispuesta a pagar porque sé que cuando ponga un pie con el psicólogo me hará abrir
mi cabeza como si fuese una cajita de pandora que irá liberando absolutamente cada veneno
que está pudriéndome. Y no me siento preparada para eso.

A veces eludir es la mejor forma que tenemos los humanos para continuar viviendo.

Llego a la proa del yate y me recargo contra el barandal sintiendo como la brisa en este
punto se percibe más helada, más fuerte. Miro al frente al eterno mar deleitándome de como
las estrellas se reflejan en él junto a la bonita luna a la par que organizo mis ideas para poder
expresarlas de forma correcta a él. Inspiro hondo, dejando que el oxígeno tintado de agua
marina ingrese a mis fosas nasales para ventilar mi cerebro.

Entonces lo enfrento. Clavo mis ojos comunes en los suyos ámbar que lucen más vivos que
nunca. El color miel en ellos se funde con café, amarillo e incluso algo de verde dando una
mezcla poderosa que hechiza. Nunca había visto unos ojos tan expresivos y tan hermosos,
y espero jamás tener que dejar de mirarlos porque este privilegio no lo pienso perder.

Son profundos, cálidos, pero también dominantes. ¿Y lo mejor? Saben leerme incluso a la
distancia, algo que jamás creí posible.
Suelto un pesado suspiro y me sincero con él, soltándole palabras que están en lo más
profundo de mi corazón. Palabras reales que pienso hacer mi mantra.

—No voy a prometer algo que tal vez no voy a cumplir, pero sí puedo decirte con honestidad
que no pienso tolerar un golpe o insulto más de nadie porque saco de boxeo no soy ni seré.

—Cómo la mierda que no —ruge, mirándome con más intensidad—. Y me alegra que digas
eso, An. Sé que podrás darte el lugar que mereces.

—Me quito el nombre si eso no pasa.

Realmente no sé cómo, pero haré mí de mi existencia algo lindo y memorable, no para nadie,
sino para mí misma porque las horas están pasando, el tiempo está corriendo y un día,
cuando sea más adulta, quiero mirar atrás para decir: «Pude salir del hoyo. Nadie tuvo el
poder de pisotearme. Y fui mi propia superheroína».

Capítulo 38
Diego

—¿Por qué algunas personas complacen a sus parejas de forma sexual incluso cuando no
tienen ganas de tener intimidad? —lanzo la pregunta que me ha carcomido la cabeza desde
que escuché como aquel bastardo confesó haber forzado a Aneth cuando ella no quería, mi
tía Rebecca tensándose en el proceso de su caminata rumbo al lavabo.

Su cuerpo se gira por completo para verme y noto como alza una ceja. Tiene un espéculo
en la mano, lleno de lubricante, pues hace un par de minutos tuvo a mi madre abierta de
piernas en su mesa para hacerle una revisión ginecológica.

—¿Te sirve una respuesta desde mi experiencia y algunos testimonios de amigas? —


pregunta mi tía, sus ojos mirándome con cierta preocupación.

—Sí. Solo… ocupo saber. Es confundido y no entiendo bien.

Mi tía suelta una risita y me corrige el error que siempre se me pasa al hablar.

—Se dice confuso, sobrino. No confundido.

—Ash, me entendiste, tía —ruedo mis ojos.

A veces me resulta complicado hablar en español, más cuando mi ámbito laboral solo usa
el inglés y cuando con mis amigos también uso ese idioma. Solamente con mi familia utilizo
el lenguaje que mi mamá domina ya que ella es mexicana.

—Sí, te entendí. Y regresando a tu pregunta… —Mi tía sigue su camino al lavabo para dejar
el instrumento ginecológico, se quita sus guantes y lava las manos para entonces regresar a
su escritorio. Giro mi silla para verla de frente—. Cuando suceden ese tipo de situaciones es
porque normalmente se busca remunerar a la otra persona por el trato que nos dan.
—¿Pero por qué? O sea, quien está contigo debe hacerlo sin buscar obtener nada a cambio.
Que yo sepa las relaciones sexuales no son obligatorias, sino por mero placer y cuando hay
ganas.

—Y así es, Diego. Sin embargo, hay un porcentaje de hombres y mujeres que, o son
manipuladas para creer que le deben algo a su pareja por quererlos, o lo hacen de manera
inconsciente por temor a ser abandonados. Es un tema realmente complejo y varía según la
persona.

Me pregunto qué mierda le dijo ese bastardo a Aneth para que cediera aquel día. No
conozco bien los detalles, solo alcancé a escuchar que él se disculpaba porque sabía que
ella no quería tener sexo, pero aun así lo hizo para complacerlo. La rabia que tengo atorada
desde entonces no me deja en paz, ni siquiera haberle rajado el testículo me dejó saciado
cuando lo único que deseo es matarlo. Dicho sentimiento se intensificó anoche que hablé
con ella porque a mí nadie me quita de la cabeza que fue él quien la tocó, y eso le costará
demasiado caro. He tenido suficiente. Ese bastardo tiene las horas contadas.

—Qué asqueroso es todo eso —le digo cruzándome de brazos y mirando el techo—. En el
BDSM tenemos reglas, sabes. Todo se hace de manera consensuada y libre de manipulación
porque quien hace esto último es solo un abusador más.

—Y qué bueno que tienen sus reglas, sobrino. Ojalá muchos tomaran eso como ejemplo.

—Sí, ojalá. —Un largo suspiro escapa de mi boca.

Mamá sale del vestidor ya con su ropa puesta y con la bata médica en mano. Mi tía empieza
a darle indicaciones y le agenda su próxima cita. Salimos del consultorio para dirigirnos al
elevador ya que estamos en el quinto piso.

—¿Me llevas a visitar a tu papá? —pregunta mamá, frenándome en seco antes de presionar
el botón del elevador.
—¿Quieres ir a la cárcel?

—Sí. Extraño verlo y… lo necesito.

Ni siquiera sopeso la respuesta porque si ella quiere ver a su marido, se lo concederé incluso
cuando duele ya que, en todos los años que papá lleva preso, nunca me ha querido ver a mí
y tampoco atiende las llamadas que le hago. Incluso le he mandado cartas, pero siempre las
regresa rotas, pero supongo que me lo merezco. Después de todo es mi culpa que esté tras
las rejas.

Mamá parece notar en lo que estoy pensando porque toma mi mano, haciéndome respingar.

—Sabes que no es tu culpa, hijo —me dice con su voz tranquila, cálida. El nudo en mi
garganta se agranda.

—Para mí siempre lo será digan lo que digan —espeto sintiendo que en cualquier momento
perderé control de mis emociones—. Y jamás me voy a perdonar eso así pasen los años.

Doy por cerrado la conversación cuando pulso el botón y el elevador se abre pues no estoy
dispuesto a tocar esa parte de mi vida que duele como el infierno. Así que permanezco en
silencio durante todo el trayecto a la camioneta e incluso el camino a la cárcel el cual, si
debo admitir, me provoca escalofríos.

Dejo ahí a mamá diciéndole que se tome su tiempo con papá y que me hable cuando desee
que venga por ella. Tan solo la veo cruzar las puertas de ese grande lugar sombrío donde
yace mi progenitor, abandono el terreno para enrutarme al barrio donde mis puños siempre
logran entregarme un momento de paz. Aunque es temprano, seguro encuentro algo que
hacer.

La incertidumbre de lo que pueda suceder dentro de esa cárcel me tiene inquieto. ¿Será que
papá le dirá algo de mí? ¿Será que le confesará lo que en realidad pasó? Un grande nudo se
forma en mi garganta recordándome lo que hice. Empuño con fuerza el volante y me
detengo a media carretera para bajarme de la camioneta. Aire, ocupo aire.
Paso ambas manos por mi cabello el cual está atado en un moño y suelto un grito de
frustración a la par que pateo la llanta. Esto no debería estar pasando. Mamá simplemente
no debió ir a verlo y papá jamás debió tomar mi lugar. Soy yo el que debe estar tras las rejas
pagando por lo que me correspondía.

«Tampoco ha sido tu culpa, Diego», me repito las palabras que ya me sé de memoria, pero
es imposible creer lo contrario cuando gracias a mí, mi dulce princesa terminó hospitalizada
y mi padre tras las malditas rejas.

Si mamá supiera lo que pasó, me correría de la casa y del país.

Lágrimas de impotencia se aglomeran en mis ojos ante la rabia que siento conmigo mismo
porque fui un verdadero imbécil, un puto drogadicto que no miró las consecuencias de nada
pues lo único que podía sentir era mi duelo, uno que nadie podrá entender jamás ya que es
mi secreto, uno muy doloroso.

De pronto, el móvil me suena, asustándome y arrancándome de mis recuerdos. Respondo


sin mirar el remitente, claramente indispuesto a hablar, por ello, se lo comunico a la persona
con voz firme, contundente.

—Yo… Lo siento, debí mandar un mensaje antes —me dicen con voz temerosa y la nube que
estaba cubriendo mi cerebro se disipa junto a las garras que ya estaban arañando mi
consciencia.

Me quedo congelado, suspendido, escuchando el claxon de varios autos que pasan a un


lado mío, sintiendo la fresca brisa del clima golpearme la piel. Parpadeo con rapidez, no
creyendo que es ella.

—Tonterías —le respondo, soltando una risa seca—. Solo… Me tomaste desprevenido, es
todo. ¿Cómo estás?
Aneth suelta un resoplido tan audible que incluso hago lo mismo para obligar a mis
emociones a apaciguarse antes de que se descontrolen. Subo a mi camioneta y recargo la
cabeza contra el asiento, esperando a que ella responda.

—Mal. Dios, estoy muy mal —y entonces comienza a llorar. Algo en mi pecho se fractura
cuando el primer sollozo escapa de su boquita y la impotencia que siento me atraviesa
entero porque desearía tanto poder cruzar el jodido teléfono para arroparla en mis brazos.

En este corto tiempo que llevamos hablando le he tomado mucho aprecio y me enoja no
estar cuando me necesita.

—¿Quieres hablarlo conmigo, hada?

—Sí. Sí quiero. Solo… —un hipeo la corta. Escucho como suena su nariz—. Es solo que tuve
una asquerosa pesadilla. Bueno, no —se corrige en medio de una amarga risita—, no fue
una pesadilla, sino un sueño de algo que pasó hace años y yo… Estoy quemándome, ya no
quiero recordar eso, Diego.

—¿Por qué no quieres recordarlo, An?

—Me hace sentir demasiado asquerosa, Diego. Cómo una basura, cómo un objeto el cual
ha tenido millones de manos encima toqueteándolo. Ahorita tuve que ducharme y tallar mi
piel con demasiada fuerza para alejar la suciedad, sabes. Los brazos, piernas, cuello, pechos,
abdomen… todo está ardiéndome. Hasta me saqué sangre.

Alarmas se encienden en mi cabeza ante lo que dice e inevitablemente relaciono todo con
un abuso sexual y no necesariamente el que ocurrió con el bastardo que tenía por novio. Mi
boca se abre para dispararle la cruel pregunta que me revelaría información importante para
comprenderla, pero no lo hago, eso sería lastimarla, herirla, y no busco eso. No puedo
siquiera imaginarme haciéndole daño a esa chiquilla de ojos tequila que tanto me gusta.

—¿Y ya te curaste? —pregunto a cambio, sintiendo más ardor en mis propios ojos.
Desabotono la parte superior de mi playera pues me siento asfixiar.
—Preferí hablarte.

—Ve por el botiquín y cúrate mientras platicamos —le ordeno de forma sutil, pero
demandante. Aneth me dice un pequeño «está bien» que me remueve los intestinos y al
cabo de un minuto exacto, me dice que ya tiene el botiquín frente a ella. Hago una solicitud
de videollamada, su carita aparece en mi celular en cuestión de nada y lo que miro me rompe
ya que tiene sus ojitos hinchados. La impotencia que provoca la puta distancia crece—.
¿Quieres seguir hablando de tu pesadilla?

—No.

—Bien, entonces solo te diré esto y cerraremos el tema, An. ¿Estás de acuerdo?

—Sí.

La hermosa chica que tengo en la pantalla me observa expectante mientras pasa un algodón
con agua oxigenada por las evidentes heridas que tiene en su piel, tal parece que se rasgó
con las uñas cada parte de su cuerpo que tocaron y eso me tritura aún más. ¿Qué clase de
monstruo o monstruos se atrevieron a dañarla? ¿Cuándo pasó todo eso? ¿Por cuánto
tiempo? Hay tantas cosas que deseo preguntarle, pero, de nuevo, me reservo esas incógnitas
porque sé que cada palabra que yo expulse puede ser un detonante para ella. Así que
formulo bien lo que diré, mis ojos sin apartarse de los suyos que lucen irritados por llorar.
Noto entonces que está en un yate

—En este corto período de tiempo que hemos estado charlando en videollamadas, he
podido ver en ti una mujer aguerrida que pese a la mierda que te rodea, sigues de pie,
luchando, dando lo mejor de ti. Así que no puedo entender cómo es que te atreves a llamarte
basura cuando yo solo veo brillo, Aneth.

Lo que le digo no pretende ser un regaño, sino algo que la haga entrar en razón porque no
me gusta escuchar cómo se sabotea, pero tampoco puedo juzgarla. A veces eso puede ser
un mecanismo de defensa, o algo así escuché una vez en mis clases.
—Eres el único hombre que me dice estas cosas tan lindas y lo aprecio demasiado, Diego.
Ojalá pudiese decirte algo a cambio, pero estoy seca en ese aspecto.

—Me basta con mirarte, hada —le digo regalándole una sonrisa que la hace imitarme incluso
cuando seguro aún está sufriendo por su pesadilla, pero al menos lo intenta y eso es lo
importante.

—¿Qué estabas haciendo cuándo te hablé? —indaga, curándose un rasguño que tiene en
sus clavículas. El movimiento es sutil, temeroso y me jode ver que se muerde los labios
evidenciando cuánto le duele eso.

Ojalá tuviese el poder de extraer cada jodido recuerdo tormentoso de su mente, pero
lamentablemente eso es algo que está fuera de mi alcance.

Enciendo la camioneta y continúo mi camino al barrio que me sosiega, no rompo contacto


con la hermosa mexicana.

—Acompañé a mi madre a su chequeo ginecológico y después la llevé a visitar a alguien.

—¿Y por qué te escuchabas tan mal cuando respondiste? Siento que interrumpí algo
importante y me disculpo si fue así. Solo… necesitaba verte y escucharte un ratito.

La sinceridad en su tono, la forma tan desesperada en que me ve, evidencia cuánto estaba
ansiando este contacto virtual y agradezco que lo haya hecho porque, de no ser por ella,
seguramente ahorita estaría adolorido de tanto golpear la llanta de la camioneta.

—La persona que mi mamá fue a ver es alguien a quien lastimé con mis porquerías de
irresponsable.

—¿Cuáles porquerías?
—Preferiría no ahondar sobre ello, An. No me siento precisamente orgulloso, pero sí puedo
decirte que eso me hizo recordar algo muy feo que hasta la fecha me sigue generando culpa
e impotencia.

—Entiendo… Pero, ¿al menos ya no haces esas porquerías de irresponsable? —cuestiona


inocentemente, ahora curándose los rasguños de su cuello. Sus ojos enrojecen ante el ardor
del agua oxigenada, y que me deje ver todo lo que hace me hace sentirme muy afortunado.

—Ya no. Aprendí, maduré, y ahora soy responsable.

—Me alegra escuchar eso, Diego. Ojalá todos fuesen así, sería un mundo más bonito.

—Definitivamente lo sería. Pero dime, ¿sigues en el mar?

Aneth asiente y cambia la cámara frontal a la trasera mostrándome lo que tiene frente a ella
que es la proa de lo que parece un yate el cual se abre paso al grande e infinito mar. Quedo
maravillado por los tonos celestes, por el color del cielo el cual está ligeramente nublado,
pero también memorizo lo que veo al tiempo que una locura me atraviesa el cerebro.

La pantalla vuelve a mostrarme su rostro.

—Sigo aquí y en unos minutos me toca darle de comer al niño que cuido.

—No me has contado mucho de él.

Ella abre sus ojos, cayendo en cuenta de que lo que digo es cierto, y es por esa razón que
inicia a relatarme un poco sobre Gustavo, el niño que la convirtió en niñera en un lugar que
jamás había conocido ni sabía que existía en el mapa.
Disfruto escucharla hablar, el cómo poco a poco la sombra de su tormento se va disipando
de su rostro al hablar de él. Al parecer es un niño muy juguetón y amoroso, poseedor de los
ojos más lindos que ella ha visto en un infante pues son grises como el acero derretido.
También me cuenta sobre un hombre que conoció en la playa, y aunque eso me genera
mala espina, no la interrumpo ni meto miedo, seguramente solo es un sujeto amable. Me
dice que su apellido es Romanov, que es general supremo de la milicia y que comió
sándwiches con él en la playa. Que me diga eso no me gusta, más que nada porque si es
cierto que es militar significa que ella está fichada lo cual me asusta porque estar en la mira
de alguien así nada más trae problemas y guerra.

Termina despidiéndose de mí cuando Gustavo la llama a la distancia, la vocecita del pequeño


es tan dulce y cantarina que sonrío. Me recuerda a King, el hermano del jefe de mi hermana
y Catia.

—Te hablo más noche, ¿sí? —me dice, en sus ojos viéndose la añoranza y pena por cortarme.
Si tan solo supiera que me siento igual. No quisiera colgarle, pero sé que tiene una vida la
cual atender.

—Estaré esperándote, An. Bonito día.

—Bonito día, Diego.

Y entonces cuelga regresándome a la realidad donde me encuentro estacionado frente al


edificio viejo donde se hacen las juntas con mis amigos del barrio.

Bajo de la camioneta y camino con las manos dentro de las bolsas de mis jeans. Todo se ve
relajado, tranquilo, y es de esperarse. Solo por las noches el ambiente cambia, pero ahorita
seguro Green, Tilapia y Shadow están haciendo sus quehaceres en la bodega.

Repito el nombre del militar en mi cabeza y apenas enfrento a mis amigos, les pido ayuda
para encontrar absolutamente cada dato de ese hombre al igual que la ubicación exacta de
esa hada de ojos tequila.
Capítulo 39

Glía

El tiempo en el mar pasa demasiado lento porque todo lo que hace el yate es avanzar,
avanzar y avanzar sin realmente llegar a un puerto o isla. Si no fuese por mi celular no sabría
ni qué día es, pero como siempre lo cargo en medio de mis pechos ya que no traje mi bolso,
sé que han transcurrido tres días desde que vine con los Acero. Setenta y dos horas de que
fui golpeada por mi exnovio, algo que simplemente no puedo olvidar. Ni siquiera las muertes
que presencié en Tamaulipas me impactaron tanto como esto porque Gerardo está
irreconocible.
Me pregunto por qué se exaltó al saber que estuve con su abuelo si bien que usó mi cuerpo
cada que deseaba y encima fue él quien me dejó. Cortó lazos conmigo y por ende no debería
siquiera de chistar. Ojalá pudiese entender a los hombres, pero no lo hago.

Suelto un grande resoplido y miro los dibujos que está haciendo Gustavo, nuevamente mi
sobrinito Gabriel viene a mi cabeza porque ellos en verdad se llevarían bien. Tienen tanto en
común.

—¿Qué tanto estás dibujando, Gus?

La cabecita del niño se alza y sus ojazos grises se posan en mí. En verdad es un color
hermoso, no se parecen en nada a los de Adrik porque este gris es más llamativo, más
intenso. Es como si estuviese viendo titanio derretido o una enorme y caótica tempestad
que promete arrasar con todo a su paso. Entonces la duda de quién es su madre llega para
zarandearme las neuronas.

—¡Familia! —responde el niño, mostrándome su obra de arque que consta de palitos para
el cuerpo, circulitos para la cabeza y triángulos o cuadrados para la ropa. Absolutamente
cada persona tiene un color distinto.

—¿Me los nombras?

—¡Sí!

Comienza con su papá, su hermano mayor, su abuelo y después cada uno de los tíos que
tiene. Debo admitir que su pronunciación es chistosa, pero también me llena de ternura
porque está esforzándose pese a que está pequeñito. Finalmente, da vuelta a la hoja y me
enseña otro dibujo, es una mujer joven y ella está dibujada de forma distinta pues su vestido
no es ninguna figura geométrica, sino un lindo vestido color celeste que le llega hasta las
rodillas. Tiene el cabello negro lacio hasta media espalda y sus ojos son grandes, expresivos
y de color gris, tal como los suyos. Al lado de ella está un chico de algunos ocho o nueve
añitos quien la abraza con mucho cariño, incluso añoranza. Él descansa su cabecita contra
su vientre.
—¿Y ella quién es, Gus? —le pregunto, señalando a la mujer. Los ojitos de Gustavo
entristecen un poco.

—Mami... Es mami.

—¿Sabes dónde está ella?

Sé que no debería martirizarlo con algo así, pero realmente deseo saber y preguntarle a
Escorpio no es opción. Aunque tal vez Horóscopo sepa algo, pero no quiero causarle más
problemas con su nieto.

Espero a que el niño responda, pero simplemente niega bajando la cabecita. Entonces una
lágrima cae sobre el dibujo, rompiéndome en dos y no dudo en arroparlo con mis brazos
para consolarlo.

Yo sé lo que es querer ver a tu mamá y no poder hacerlo. Muchas veces me cuestioné el por
qué mis padres biológicos me abandonaron, pero a la larga dejó de importarme.

Ok, eso es mentira. Creo que nadie podría dejar de tomarle importancia a un evento que los
marcó de esa forma, menos cuando sientes que a partir de ahí su mala suerte comenzó.

Acaricio su espaldita escuchando como Gus llora bajito, como no queriendo que nadie lo
escuche porque lo van a regañar y me pregunto cómo aprendió a hacer tal cosa siendo
apenas un pequeñín. Mi corazón se ablanda, mis ojos arden y decido abrazarlo con fuerza
dejando que su cabecita descanse sobre mis pechos. Él se acurruca, deja que todos sus
sentimientos embotellados escapen de ese cuerpecito que ya carga con mucho peso. Paso
mis dedos por su melena rizada y dejo un besito sobre su frente.

—Esté donde esté, seguro te recuerda, Gus. Y tal vez un día venga por ti.
—Quelo a mami.

—Sé que sí, pequeño. Pero a veces los adultos tienen que irse lejos, pero eventualmente
regresan.

Aunque no en todos los casos es así, pero es preferible decirle esto que un «tu madre te
abandonó porque no te quiso y le estorbadas» cuando no conozco la historia. Así que no
voy a juzgar, no le aventaré palabras que hieren.

En cierto punto el niño se queda dormido así que lo llevo a la habitación donde está
quedándose conmigo, ahí lo recuesto rodeándolo de almohadas para después regresar a
donde estaba. Lentamente cierro la puerta para no despertarlo y recorro el pasillo tomando
una desviación a la cocina donde pido que me hagan un cóctel ya que traigo hambre. La
amable chef me ofrece deditos de queso los cuales acepto, pero me arrepiento apenas miro
como los mete en un sartén con aceite para freírlos.

—Olvide eso mejor. ¿Tendrá cubitos de hielo y chamoy?

La señora me observa con rareza, pero dice que sí hay por lo que me da una copa llena de
eso. Preparo a mi gusto el único alimento que tendré en el día y salgo con mi copa a tomar
el sol. Miro mi celular de tanto en tanto esperando ver algún mensaje de Diego, pero no hay
nada lo cual me entristece.

Es increíble como me he acostumbrado a él tan pronto.

Salgo del área de la cocina al exterior donde anoche hicieron la junta con aquellos alemanes
y tomo asiento en uno de los sillones grisáceos. No obstante, mi paz se esfuma demasiado
pronto pues Gerardo aparece en mi campo de visión.

—¿Por qué? —me espeta, quedándose de pie a un metro de distancia. Noto como la rabia
sigue navegando en sus orbes pantano. Llevo una cucharada de hielo a mi boca.
—No entiendo tu pregunta. Sé más específico.

—Mi abuelo, Glía. ¿Por qué mierdas le abriste las piernas?

—Se me antojó —digo con simpleza, encogiéndome de hombros y ese es un grave error
porque Gerardo se me viene encima para abalanzarse sobre mí.

Mi copa de hielo sale volando quebrándose en mil pedacitos y activando recuerdos lóbregos
en mi cerebro. Me quedo helada cuando sus muñecas apresan mis brazos.

—Eso, pequeña puta. Mastica ese vidrio si no quieres que a tu hermanito el pelirrojo le hagan
lo que te hago yo a ti —espeta el hombre que me está penetrando.

Uno de sus acompañantes me acerca un plato lleno con pequeños trocitos de vidrio los
cuales están al tamaño de un frijol. Mi corazón empieza a tronar y los gritos de mis hermanos
junto al de sus amigos hacen eco por toda la habitación.

—M-me va a doler —logro musitar, mis lágrimas desbordándose cuando entra con
brusquedad y violencia en mi interior—. Por favor no.

—¿Entonces prefieres que violen a tu hermanito?

—¡No lo toquen! —vocifero con la voz ahogada, clavando mis uñas en el piso lleno de
tierra—. ¡Por favor no lo toquen!

—¡Entonces trágate ese maldito vidrio, jodida puta!

Su mano se enrolla en mi corto cabello y empuja mi cabeza hacia el plato donde los
pequeños cristales se me clavan en todo el rostro haciéndome gritar. Me alza la cabeza cómo
si fuese una muñeca y entonces, usando su mano libre, mete un puñado de cristales en mi
boca para obligarme a mascar. Puedo sentir como mi lengua, mis encías, mi paladar y las
paredes de mi mejilla se desgarran cuando muerdo esos vidrios los cuales se rompen
inundándome la boca de sangre y dolor. Mis sollozos y gritos son tan macabros que se
mezclan con los de los chicos quienes suplican que me dejen en paz, pero eso no pasa.

Soy obligada a tragarme cada trozo mientras soy brutalmente violada, mientras mi cuerpo
entero se llena de lodo tal cual un cerdo porque cada lágrima que suelto va unificándose
con la tierra bajo mí.

—¡Encima de puta, sorda! —brama mi examigo, trayéndome a la realidad y entonces se


aparta de mí. Noto como su pecho sube y baja, quisiera poder decir algo, pero estoy
entumecida, muy afectada por ese recuerdo que todo lo que hago es quedarme tendida, en
la posición en que él me dejo.

Y de pronto, mis lágrimas fluyen, me inundan, me ahogan. De nuevo soy aquella víctima
abuso sexual la cual fue torturada de formas tan inhumanas que si contara todo lo que me
hicieron en los meses que pasé de calvario, las personas vomitarían.

Gerardo sigue diciendo cosas, pero mis tímpanos ya no captan sonidos. Todo lo que veo es
su boca moverse apresuradamente, su rostro ensombrecerse en rabia. Nuevamente se viene
hacia mí, esta vez desabrochándose el cinturón con furia, con rapidez y sé lo que pasará
antes de que suceda. ¿Lo bueno? Cierro mis ojos fingiendo que nada pasa. ¿Lo malo? Una
nueva mancha queda grabada en mi asqueroso cuerpo.

⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘

La noche cae encima de mí cómo un manto que me cubre entera alejando poco a poco el
entumecimiento, pero sustituyéndolo con dolor. Temblorosa me levanto, evitando ver el
desastre entre mis piernas porque entonces lo que pasó será más real. Y si no veo, no pasó.

Enfoco la mirada a otros lados del yate, más no hay rastros de nadie lo cual me indica que
posiblemente los Acero estén ya durmiendo o están haciendo alguna junta con sus invitados.
Sea cual sea la situación, da igual.
Avanzo por el pasillo sintiendo el vientre hinchado por lo que siseo. Paso a la cocina por un
vaso de agua y después rebusco alguna pastilla que merme el dolor, pero no encuentro
nada así que me dirijo al área dónde están los médicos que vienen abordo. Es un pequeño
cuartito lleno con lo necesario, está vacío, sin rastros de personas, así que busco a mi antojo
lo necesario. Encuentro un tarrito de ibuprofeno y casi como una drogadicta saco dos
pasillas para tragármelas porque el dolor en mi vientre es insoportable. Me guardo el tarrito
en la bolsita de mi pantalón y rebusco algunas para dormir, pero no hay nada. Sin embargo,
encuentro la pastilla de emergencia, me trago dos de a una sin importar las consecuencias,
solo no quiero un bebé.

Cómo alma en pena me dirijo a mi habitación, pero desgraciadamente me topo con


Horóscopo quien viene tecleando algo en su celular. Intento pasar desapercibida, por ello
busco escabullirme con rapidez a la habitación, pero termino fallando porque llama mi
nombre, congelándome a medio andar.

—¿En dónde estabas? Vine a buscarte hace media hora y no te encontré.

Ni siquiera puedo responderle porque me siento extremadamente devastada, sucia,


asquerosa. Mis ojos empiezan a arder ante el dolor que su nieto me provocó y todo por un
maldito desliz. No sé cómo actuar, no sé qué decir, no sé qué hacer, solo sé que deseo
acostarme en mi cama y echarme a llorar hasta quedar seca.

Horóscopo espera por mi respuesta, más no se la doy.

Ingreso a mi habitación cerrando con llave tras de mí y avanzo a la cama donde me tiro para
hacer justamente lo que tanto deseo. Hundo mi rostro contra una almohada para sacar así
la gran frustración que siento quemarme entera e ignoro todo a mi alrededor pues entre
más pienso, más duele. En cierto punto me quedo seca y es entonces cuando el gran
cansancio se me viene encima para mantenerme en la misma posición. A lo lejos escucho
cómo Gus me habla, pero estoy tan lejana que no logro responder.

Más pronto que nada termino inconsciente.


Capítulo 40

Glía

Abro el agua caliente y no me importa meterme bajo el potente chorro incluso cuando
quema. Con la esponja de alambre que robé hace nada de la cocina, froto mi piel una y otra
vez hasta remover cada mano que ha pasado por mi cuerpo en los últimos años. Entre mis
piernas tallo más fuerte removiendo así el semen inexistente que aún puedo sentir en mi
carne.

Lo que pasó con Gerardo ayer por la tarde me tiene mal porque no solo fue el hecho de su
atrocidad, sino que eso detonó absolutamente todo lo que tenía enterrado en mi cabeza.
No pude dormir a consecuencia de eso y tampoco he podido parar de pensar en ello.

Salgo de la ducha y mi cuerpo entero se tensa cuando encuentro a Gerardo en la cama con
la cabeza entre sus manos mientras gotas de agua escurren por ellas. El llanto que escapa
de su boca me agrieta pedazos que no deberían romperse, y menos después de lo que me
hizo. De reojo veo la bonita lámpara y un pensamiento intrusivo llega a mi cabeza, uno que
implica estrellársela en la nuca como castigo. Obviamente no hago eso, tampoco soy una
asesina, así que solo me quedo frente a él.

Poco a poco separa las manos de su rostro para entonces mirarme con claro
arrepentimiento. Cae de rodillas frente a mí y me abraza de la cintura para entonces
desahogarse. Contra mi grasiento abdomen llora como si estuviesen apuñalándolo mientras
sus manos me abrazan de las piernas, enjaulándome. Evito tocarlo por más que desee
hacerlo, nunca me ha gustado verlo así de vulnerable, pero estoy enojada, entristecida y
asustada por lo que pasó.

—Si alguna vez hago algo malo, ¿me perdonarás, Glía? —preguntó el Gerardo de nueve
años mientras estábamos sentados en el pasto, ambos separados por las rejas del orfanato
ya que las monjas no dejaban que recibiéramos visita después de la cena.
—Siempre te perdonaré, Gerry. ¡Eres mi mejor amigo!

El pequeño Gerardo me sonrió antes de pedir que me acercara a él porque deseaba darme
un beso.

Ahora, el Gerardo actual, parece querer escuchar lo mismo, pero es algo que simplemente
no puedo hacer. Es por eso que lo aparto de mí, notando como su llanto cesa.

—¿Qué haces en mi habitación?

El hijo de Escorpio se limpia sus lágrimas con un puño antes de alzarse para quedar de pie
frente a mí.

—Vine a pedirte perdón —me dice y una seca risa escapa de mi boca, eso lo desconcierta.

—¿Me violas por sentir celos de tu abuelo y ahora quieres mi perdón? Eres un sinvergüenza.

Nunca en mi vida le había hablado así de duro, pero cuando la confianza se rompe
difícilmente puedes volver a ser la misma.

Él me insultó, me hizo lo que tanto miedo me da y poco le importó herirme. Ni siquiera sé


si fue para satisfacerse o "darme una lección", pero cualquiera que haya sido el motivo, lo
odio.

—No estaba pensando, Glía. Yo nunca... Dios, nunca quise hacerte eso.

—Pues lo hiciste no solo hoy, sino mucho antes.


He perdido la cuenta de las veces que ha tenido mi cuerpo a su merced, pero lo cierto es
que me da asco. Yo me doy asco. Ya entendí que nunca debo acceder a complacer a nadie
solo por compromiso.

—Te juro que me arrepiento, hermosa. Jamás debí hacerte daño.

—Lamentablemente tu arrepentimiento no borra el daño que has provocado. —La voz de


me agrieta y me enoja que eso pase ya que estoy dejándole en claro lo mucho que me dolió
y eso puede ser un arma de doble filo—. Te encargaste de romperme como... —Me freno.
Él no tiene conocimiento de eso y no pretendo compartir algo tan privado y doloroso con
alguien egoísta que se antepone ante el bienestar de cualquiera—. Vete —digo a cambio,
caminando hacia la puerta para abrirla, mi corazón latiendo furioso contra mi tórax.

Hay historias que pasan de ser lindas a crudas, historias que te dejan huellas imborrables en
el alma junto a grandes dolores que tal vez nunca sanen ya que cuando las recuerdes es
evidente que sangrarás y sufrirás, pero también hay finales que tarde o temprano iban a
llegar y es aquí donde de decide continuar escribiendo la misma trama o se quema el libro
para iniciar con uno nuevo. En mi caso, hoy, aquí, quemaré todo aquello que alguna vez me
unió con Gerardo. Ese amigo al que tanto quise ya no existe, fue consumido por los errores
de su familia, por el apellido criminal que lo cambia todo y yo solo fui el saco de boxeo que
utilizó para mermar el dolor que le provocaron. Fue alguien importante, me apoyó como
nadie, pero ahora solo es el demonio que me lástima para después victimizarse y justificarse.

Merezco algo mejor que él.

—¿No piensas perdonarme? —Niego, el escozor haciéndose presente en mis ojos. Un hilo
imaginario rompiéndose entre ambos que manda dolorosas sacudidas a mi cuerpo—.
Prometiste hacerlo cuando éramos niños. ¡Lo prometiste!

—Hay promesas que no se pueden cumplir porque a veces la gravedad del asunto sobrepasa
límites. Y tú ya pasaste el tuyo desde el momento que decidiste usar mi cuerpo como refugio
para tus pedos familiares.
Esto último es algo que pude haberme guardado, pero sinceramente deseo herirlo. Quiero
que sienta un poquito de todo lo que me he tenido que bancar durante éstas semanas.

—Dijiste que estarías conmigo en todas mis facetas, Glía.

—Pues qué pendeja fui ya que definitivamente no quiero más nada de ti. Así que lárgate.

Para mí fortuna Gerardo se va sin hacer aspaviento y cuando cierro mi puerta bajo pestillo
compruebo que no solo la familia daña, sino también las amistades y los noviazgos.

Me visto con un jean holgado y acampando de las piernas junto a una playera blanca simple
que también está floja. Coloco desodorante, perfume y salgo en busca de Gustavo a quien
le toca su almuerzo.

El pasillo del yate está vacío lo cual me agrada pues no me siento preparada para enfrentar
a otra persona adulta. Llego a la cocina encontrando ahí al niño sentado en una sillita
especial, tiene un tazón de yogurt frente a él junto a fresas picadas en trocitos.

—Su abuelo lo dejó aquí —dice la chef, regalándome una sonrisa que no merezco—. ¿Es
usted la mamá?

—Soy la niñera —respondo tajante, sentándome al lado de Gus quien me da otra sonrisa, la
segunda en el día—. Gracias por cuidarlo y alimentarlo.

—Ha sido un placer, señorita. ¿Desea usted algo?

—Un tazón con hielos, por favor.

—¿Hielos? —La forma en que abre sus ojos en asombro me incómoda.


—Sí, hielos. O sabe qué, mejor yo lo busco.

Me pongo de pie rebuscando un tazón, una cuchara y camino al refrigerador para sacar los
pequeños cubitos de hielo que serán mi comida. Vierto una buena cantidad para entonces
regresarme al lado del niño. Cómo en silencio cada trocito, mi boca tornándose helada, pero
no me importa. Al menos tengo la certeza de que esto no me dañará.

Tal vez estando delgada nadie vuelva a lastimarme ni a tocarme contra mi voluntad.

Y tal vez, solo tal vez, estando libre de grasa pueda aprender a quererme un poquito porque
lo que más deseo en la vida es saber amarme bonito.
Agradecimientos

Raw surgió en base a la necesidad que tenía de contar el backstage de la vida de Glía, su
relación con Gerardo, con sus hermanos y con sus padres. Anteriormente su historia
comenzaba diferente, específicamente de ella mudándose a Los Ángeles, pero las cosas
nunca me terminaron de cuadrar así que el 06-04-2022 inicié escribiendo este libro
introductorio a lo que actualmente es la saga Raw.

Nunca esperé que se tornara tan depresivo y crudo, pero admito que amo demasiado tal
cómo quedó porque se lee una realidad que muchas personas sufren en nuestro día a día.
Muchos no están conformes con su físico, muchos escuchan palabras hirientes sobre cómo
se ven, algunos otros escuchan como los critican por querer hacer algo que aman y no
reciben el apoyo que esperan de personas cercanas. Otros tienen amistades tóxicas y
relaciones que lejos de aportar, restan.

Deseo agradecerles por haber llegado hasta el final conmigo. Gracias por su tiempo y dinero
invertido, por sus comentarios, sus mensajes y su apoyo. No saben lo feliz que me ha hecho
ver que este libro ha tenido buen recibimiento en la plataforma pese a su crudeza. Ojalá se
animen a continuar conmigo la historia de Glía y Diego en los próximos libros los cuales aún
no tienen fecha de estreno, pero atentos a mis redes sociales.

Con cariño y mucha paciencia,


Vanesa Serna.

Final

También podría gustarte