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Diócesis de Asidonia-Jerez

P. Santa María Magdalena


Puerto Serrano (Cádiz)

Sermón de las Siete Palabras


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Acto de contrición.
¡Señor mío Jesucristo!, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y
Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os
amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón el haberos
ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas
del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente
nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera
impuesta. Amén.

Oración
No me mueve mi Dios para quererte
el Cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido,
para dejar por eso de ofenderte

Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte,


clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme en fin, tú amor, y en tal manera,


que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar, porque te quiera,


pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera. Amén.
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Primera Palabra

1 | “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”


(Lc 23, 34)

Después de que te crucificaran, es la primera frase que


pronuncias, Señor.
La primera oración que diriges al Padre es de intercesión. Pides
perdón para tus verdugos. Cumples en tú carne propia lo que
predicaste en la montaña: “Amad a vuestros enemigos, haced el
bien a los que os odian” (Lc 6, 27)
Cuántas veces Señor, somos tus verdugos, “cada vez que lo
hicisteis con un de estos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt
25, 45). Cada vez que nos dejamos llevar por la ira y hablamos
mal a un hermano, a un hijo, a una madre o a un vecino.
Respondemos mal, porque no queremos aceptar tú voluntad. Te
condenamos en el otro y ¿Cuál fue tu respuesta? Solicitas perdón,
pides al Padre que nos perdone y no sólo pides perdón
inmerecidamente para nosotros sino que también nos justificas.
El único que podría juzgarnos no nos juzga, nos justifica diciendo
“no saben lo que hacen”. No sabemos lo que somos capaces de
hacer conducidos por la ira.
Gracias por perdonarnos, Señor, por ponerte siempre en nuestro
lugar y por comprendernos. ¡Gracias!
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ORACIÓN A LAS CINCO LLAGAS


Oración de san Francisco Javier
Señor mío Jesucristo, en cuya mano están todas las cosas, y no
hay nadie que pueda resistir vuestra voluntad, que os habéis
dignado nacer, morir y resucitar: por el misterio de vuestro
Santísimo Cuerpo, y por las cinco llagas, y el derramamiento de
vuestra preciosísima sangre, compadeceos de nosotros, como
vos sabéis lo necesitamos en nuestras almas y en nuestros
cuerpos; libradnos de las tentaciones del demonio y de todo lo
que veis que nos aflige; y conservadnos y fortalecednos hasta el
fin, en vuestro servicio, y dadnos una verdadera enmienda, y
espacio de verdadera penitencia, y el perdón de todos los
pecados después de la muerte; y haced que amemos a nuestros
hermanos, hermanas, amigos y enemigos; y que con todos los
Santos gocemos eternamente en vuestro reino, que con Dios
Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis, Dios por los siglos de los
siglos. Amén.
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Segunda Palabra

2 | “yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”


(Lc 23, 43)

Te pusieron en la cruz y al lado tenías dos condenados a tú


misma pena de muerte. Uno se burlaba de tí, diciéndote: “¿No
eres tú el mesías? Sálvate a ti y a nosotros. Pero el otro
condenado le replicaba: Lo nuestro es justo, recibimos una
condena por nuestros delitos, pero este no ha cometido ningún
crimen. Éste, conocido como Dimax, reconoce en ti a su salvador
y te pide que lo lleves al paraíso. En medio del dolor, en medio de
la agonía, Jesús sigue amando y responde: “yo te lo aseguro: hoy
estarás conmigo en el paraíso.” Siempre estás dispuesto a
llevarnos al paraíso.
Y nosotros llenos de pereza, y con la pereza el sinsentido, como el
ladrón malvado. Ni en el último instante de su vida, quiere
acercarse a tí, teniendo la salvación eterna al alcance de sus
manos. Tenemos pereza de acercarnos a tú iglesia, nos da pereza
acercarnos a tus sacramentos, nos da pereza la conversión, nos
da pereza cambiar nuestra forma de vivir, replantearnos la vida. Y
tú siempre dispuesto a entregarte, siempre dispuesto a dar la
vida, aún en la agonía, cuando ya no podías casi que ni respirar,
dispuesto. Disponible en cada oración, en cada confesión, en
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cada eucaristía, en cada momento a acogernos de nuevo en El


Paraíso.
Con estas palabras desde el trono de la Cruz, acoges a todos los
hombres con misericordia infinita. Ayúdanos Señor a no
dormirnos, a levantarnos, a unirnos a tí en los sacramentos, para
recibir el perdón, para que nos acojas en el Cielo.
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AYÚDAME A LLEVAR MIS CRUCES


Oración de San Juan de la Cruz
Vuestro emblema fue siempre padecer y ser despreciado.
¡Oh, si pudiese yo al menos resignarme en mis tribulaciones, ya
que no soy tan generoso como tú en el padecer y ser despreciado!
A ti, pues, que en tantos sufrimientos fuisteis siempre paciente,
abnegado y gozoso, a ti me encomiendo para que me enseñéis a
resignarme en mis muchas penas.
Tampoco me faltan fuertes pesares y pesadas cruces, y muy a
menudo cansado y desalentado me quedo…, me abato…, y caigo.
Ten compasión de mí, y ayúdame a llevar con humildad y gozo
mis cruces, con la mirada siempre vuelta al cielo. Os tomo por
protector mío, por mi maestro y mi guía aquí en la tierra, para ser
vuestro compañero en la patria del Paraíso.
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Tercera Palabra
3 | “Mujer, ahí tienes a tú hijo. Ahí tienes a tu madre” (Jn
19, 26-27)

Después de tantas alegrías con tus discípulos, tantos momentos


de gozo, que alegría ver que un leproso es sanado, que felicidad
poder contemplar que Jesucristo libera de los males, que alegría
compartir la vida contigo. Ayer una cena, una fiesta, una gran
alegría.
Y hoy te hemos despojado de TODO, de tus vestiduras, de tú
dignidad, de tú misma sangre, la has derramado ya, casi toda. Te
hemos despojado hasta de tus discípulos. Anoche decías que uno
te iba a entregar, pues todos te entregaron, todos te traicionaron,
solo quedan junto a tí Juan, Maria Magdalena y tú madre. Ahora
en este momento de tanto dolor sólo te queda tú madre, es lo
único que tienes aún en este mundo y ¡Qué generosidad! No te la
reservas tampoco para tí, la entregas, se la entregas a Juan y en
Juan a todos los cristianos, nos la entregas como madre de la
Iglesia, como madre nuestra, para no vernos nunca
desamparados, para que como tú, seamos hijos predilectos de
esta altísima y humildísima Madre.
Y nosotros llenos de avaricias, lo queremos todo ya y rápido.
Queremos estar a la moda, tenemos que estar enterados de qué
es lo que se lleva ahora, para comprarlo en cuanto se pueda. Para
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que yo resalte, para que yo sea importante, para humillar a los


demás que no poseen, porque yo soy el más importante, el que
más resalta, el que más tiene.
Enséñanos Señor a ser generosos, a no reservarnos nada para
nosotros, a darlo todo, a amarte como tú lo hiciste con nosotros:
ilimitadamente y desinteresadamente.
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YO TE AMO, SEÑORA AMABILÍSIMA.


Oración de Padre Pío a la Virgen María
Santísima Virgen Inmaculada y Madre mía María, a ti que eres la
Madre de mi Señor, Madre de Dolores, la Reina del mundo, la
Abogada, la Esperanza, el Refugio de los pecadores, recurro hoy,
yo que soy el más miserable de todos, te venero, oh gran Reina y
te agradezco por todas las gracias me has dado hasta ahora,
especialmente
haberme librado del infierno, tantas veces merecido por mí.
Yo te amo, Señora amabilísima, y por el amor que te tengo,
prometo querer servirte siempre y hacer todo lo que pueda para
que tú seas amada más por los demás.
Pongo en ti, después de Jesús, todas mis esperanzas, toda mi
salud, acéptame como tu siervo, y acógeme bajo tu manto, tú,
Madre de Misericordia.
Y ya que eres tan potente ante Dios, líbrame de todas las
tentaciones o obtenme la fuerza de vencerlas hasta la muerte.
A ti te pido el verdadero amor a Jesucristo, de ti espero hacer una
buena muerte, Madre mía, por el amor que tienes a Dios, te ruego
me ayudes siempre, pero más en el último momento de mi vida.
No me abandones hasta no verme salvo en el cielo, bendiciéndote
y cantando tus misericordias por toda la eternidad. Amén.
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Cuarta Palabra
4 | ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?
(Mt 27, 46; Mc 15, 34)
Esta oración que emite Jesús, es un grito que se eleva en medio
de las tinieblas. Nos recuerda la escritura que el día de tú muerte,
en toda la tierra hubo oscuridad desde la sexta (medio día) hasta
la hora nona (tres de la tarde). La oscuridad nos recuerda en la
escritura la presencia de Dios. Y ante esta imponente presencia,
Jesucristo emite este grito que parece de desesperación, pero
que no lo es.
¿Qué significa este grito que eleva al Padre? Se trata del inicio del
salmo 22, en el que el salmista manifiesta a Dios la tensión entre
sentirse dejado solo y la consciencia cierta de la presencia de
Dios en medio de su pueblo. El salmista reza diciendo: “Dios mío
de día te grito y no respondes, de noche y no me haces caso.
Porque tú eres el Santo y habitas entre las alabanzas de Israel”.
(Sal 22, 3-4). Este grito desconsolador, es la oración en la que te
haces uno con nosotros, gritas con nosotros, cada vez que
tenemos sufrimientos fuertes, te unes a nuestra oración, pero no
es una oración vana, es un grito que tiene la certeza que Dios está
cercano y te está escuchando, te va a ayudar. No va a permitir que
tú sufrimiento, ni tú muerte tengan la última palabra. Es un grito
lleno de confianza en al Padre.
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Cómo nos cuesta confiar en tí, somos muy soberbios, queremos


llevarlo todo en nuestras fuerzas, en el fondo no queremos que se
haga tú voluntad sino la nuestra y por eso vivimos estresados,
porque no se hace los que nosotros queremos que ocurra. ¡Cómo
nos cuesta confiar en tí! Ante las situaciones más difíciles, y
dolorosas, cuando parece que Dios no nos escucha, no debemos
temer confiarle a él el peso que llevamos en el corazón, no
debemos tener miedo de gritarle nuestro sufrimiento, debemos
estar convencidos de que Dios está cerca aunque en apariencia
calle.
Ayúdanos Señor a que en la oración superemos las barreras de
nuestro «yo» y de nuestros problemas y nos abramos a las
necesidades y a los sufrimientos de los demás.
Tú oración, Jesús moribundo en la cruz, nos enseña a rezar con
amor por tantos hermanos y hermanas que sienten el peso de la
vida cotidiana, que viven momentos difíciles, que atraviesan
situaciones de dolor, que no cuentan con una palabra de
consuelo.
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ORACIÓN DEL SI.


Oración de Santa Laura Montoya
Sí, te diré en mi agonía,
sí, al extinguirse el aliento,
sí, al terminar de mi vida,
sí, al traspasar del tiempo.
Sí, en el dolor de mi carne,
sí, al deshacerse mis huesos,
sí, en el podrirse de mi sangre,
sí, en el cerrárseme el tiempo.
Quiero decir sí al morir
y sí cantar al escuchar el sí que tanto anhelo
y diciéndote sí, llegar al cielo.
Sí, dirá el humo de mi holocausto,
sí, el extinguirse del fuego
sí, las cenizas que llevan el viento,
sí, hasta Ti levantar el vuelo.”
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Quinta Palabra

5 | “Tengo sed” (Jn 19, 28)

Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Dios.


Experimentaste la sed física, la sed de tu cuerpo antes de morir,
pero no solo la sed del cuerpo sino también la sed espiritual, la
sed de que te conozcamos, la sed de que nosotros podamos
recibir tú amor. Esa es la sed que tienes, la sed de que tú muerte
en la cruz dé mucho fruto.
Y nosotros también sedientos de amor, ¿dónde buscamos el
amor? ¿en las personas? ¿en el dinero? ¿en afectos
dependientes? ¿en placeres? El dinero se acaba, los placeres
pasan, las personas muchas veces nos defraudan y seguimos
sedientos de amor, seguimos vacíos.
Tú eres el único que puede saciar nuestra sed, nos unimos al
salmista cuando dice “mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo,
cuándo entraré a ver el rostros de Dios” (Sal 42, 2-8),
experimentaste la sed en tú cuerpo para enseñarnos que la sed
de nuestra alma solo solo la puedes saciar tú. Gracias Señor.
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ORACIÓN A CRISTO CRUCIFICADO


Oración de San Carlos Borromeo
¡Lo que me lleva hacia ti, Señor, eres Tú!
Tú solitario, clavado en la Cruz,
con tu cuerpo traspasado y agonizante.
Es tu Amor que se ha hecho de tal manera dueño de mi corazón,
que, aunque no fuera al paraíso, yo te amaría lo mismo.
Nada tienes que darme, para que yo te ame, porque aunque no
esperase aquello que espero, igual, yo te amaría como te amo.
Amen.
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Sexta Palabra

6 | “Todo está cumplido” (Jn 19, 30)

Señor, en tí se realizó lo que nos enseñaste a pedir. Nos


enseñaste a decir: “hágase tú voluntad en la tierra como en el
Cielo”. Aprendiste sufriendo a obedecer. Llevando a cabo la
voluntad del Padre se realizó nuestra salvación. No envidiaste la
vida de otros, no quisiste poder, ni dominio, ni grandezas, quisiste
ser el último, el peor, un don nadie.
Cómo nos cuesta, cómo nos oponemos, cómo nos revelamos a tú
voluntad. Constantemente estamos envidiando la vida de los
otros, de los que tienen más, de los que aparentemente tienen
menos problemas, envidiamos las habilidades y los dones de
nuestros más prójimos, de nuestros más cercanos de nuestros
familiares más próximos. Esta envidia nos lleva casi siempre a la
división y a la tristeza.
Líbranos hoy Señor de envidiar la vida de otros, ayúdanos a hacer
tú voluntad con alegría, ayúdanos a cumplir, a que puedas realizar
todo lo que quieras en nosotros y a no oponernos a lo que nos
tienes preparado. “Hágase Señor tú Voluntad”
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SEÑOR DE LOS SEÑORES.


Oración del Beato Juan de Palafox
Señor de los señores, dulcísimo Jesús y Dios mío, que padecisteis
por mí, si conviene a Vuestra gloria y servicio, y al bien de mi alma
vuestra esclava, que yo padezca por vos, hágase vuestra
santísima voluntad; tenedme, Señor de Vuestra mano, y que yo
nunca os ofenda y siempre os sirva, y si vos gustáis de que
padezca y que muera, hágase vuestra santísima voluntad; vos
sabéis Señor, cuantos enemigos tengo, y las calumnias que se me
han impuesto, si vos gustáis que yo muera a sus manos, dame
paciencia y amor vuestro y dolor de mis gravísimas culpas;
hágase vuestra santa voluntad.
Yo, Señor, encomiendo mi alma, y esta parroquia y a todos mis
amigos y a todos mis enemigos; parad a los unos, templad a los
otros, y todos juntos hagamos vuestra santa voluntad. Yo Dios
mío, quisiera haberos servido mejor; mis deseos han sido buenos,
mis obras malas, perdonadme por quien vos sois, y por todos mis
santos abogados, hágase en mi, Dios mío, vuestra Santa voluntad.
Vuestro esclavo soy Dios, dadme Señor vuestro amparo en todos
tiempos, aconsejadme y guiadme y hágase vuestra Santísima
Voluntad; Dulcísimo Jesús, mi alma, mi corazón os doy para que
hagáis en él vuestra santísima voluntad; esclavo de mi dulcísimo
Jesús.
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Séptima Palabra

7 | “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”


(Lc 23, 46)

Fueron tus últimas palabras Señor ya casi a las tres de la tarde, ya


casi la hora de tu defunción. Dejaste tú cuerpo en manos de los
hombres, pero tú espíritu lo dejaste en manos de tú Padre.
Es el momento final, la muerte, es fiel compañera, ninguno nos
escapamos de ella. Nos espanta nos produce miedo, por eso la
escritura nos recuerda que “aniquilaste al Diablo mediante la
muerte, para liberar a cuantos por temor a la muerte estabamos
sometidos al pecado” (Hb 2, 15). Pecamos por miedo a la muerte,
no queremos morir, no queremos entregarnos, y por miedo a la
muerte pecamos, pecamos de excesos.
Somos exagerados en todo, tenemos más, mucho más de lo que
verdaderamente necesitamos, comemos más de los que
verdaderamente necesita nuestro cuerpo. Y también nos gusta
muchas veces exagerar en la bebida, nunca es suficiente. Siempre
falta más y más, parece que no quedamos saciados con nada.
Los sacramentos (bautismos, primeras comuniones, bodas), que
son nuestra herencia, tus regalos, los convertimos muchas veces
en comilonas, cada vez más grandes y más grandes y más
exagerados, todo por miedo a morir, a ser los últimos a ser
sencillos como tú.
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Ayúdanos Señor a aprender de tí, a no temer a la muerte, a no


temer ser los últimos, a no temer a la humildad, para que puedas
realizar grandes obras en nosotros.
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ORACIÓN AL EXPIRAR.
Oración de San Juan de Kety
Causa y fin de todo lo que existe,
Dios eterno y todopoderoso,
que gobiernas y conservas
por tu divina providencia todo lo que has creado,
recíbeme en tu inefable misericordia,
y consiente que por la pasión
y los méritos infinitos de tu Hijo,
yo me reúna contigo por toda la eternidad.

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