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J U A N M IG U E L M E N D O Z A G A R R ID O

DELINCUENCIA Y REPRESIÓN
EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL

(Los te rrito rio s castellano-manchegos)

Ha colaborado en la edición
Casa de Castilla-La Mancha en Granada

G R A N A D A 1999 •
• II. L A D E L IN C U E N C IA A .F IN E S D E L A E D A D ’ M E D IA . UN B A L A N C E

Los estudios que de una u otra forma han abordado ia delincuencia desde una
perspectiva histórica han proliferado en la historiografía reciente, hasta tal punto que e!
tema ha llegado a constituirse en una de esas «modas» que cíclicamente afectan á la
labor del historiador y en ia que en la actualidad estamos plenamente inmersos. El
desarrollo de esta temática ha sido una derivación lógica del interés previo por el estudio
de la historia de los sectores marginados, y no ha sido ajeno a las directrices marcadas
por la revista Annales ESC, que en el año 1971 le dedicó un volumen monográfico,
aunando las aportaciones de destacados especialistas franceses y tratando de hacer bueno
el término historia de la crim inalidad, popularizado sólo cuatro años antes por François
B illacois1.
Pese a la profusión de estudios sobre la delincuencia en diferentes periodos histó­
ricos experimentada en las dos últimas décadas, la conversión de esta temática en una
disciplina autónoma dentro del campo de la historia social está nú» lejana, si es que es
en algún modo posible o necesaria. PEREZ G A R C IA planteó hace algunos años una
aguda crítica de la historia de la delincuencia entendida como disciplina histórica d istin ­
tiva, manifestando las carencias metodológicas y teóricas en este campo y llegando a
coneluir que “ una disciplina autónoma, destinada al estudio de la delincuencia en el
pasado, obligada a enfrentar asuntos tan variados y dispares, en los que se interfieren,
además, teoría y praxis, conocim iento y aeción, ciencia y moral, cultura y polttiea, está
irremisiblemente abocada al fracaso” 1. Aunque se tome como bueno el criticism o mos­
trado por PEREZ G A R C IA , ello no obsta para que se reconozca que el estudio de la
delincuencia con una dimensión histórica ha aportado, y continúa aportando, interesantes
perspectivas a la historia social.
Dentro del panorama de' la historiografía sobre la delincuencia, los trabajos centra­
dos en el periodo medieval han encontrado no pocas dificultades m etodológicas e
interpretativas.' La escasez de fuentes, el d ifíc il tratamiento estadístico de las mismas y
su falta de uniform idad tipológica han d ific u lta d o la tarea de los que han intentado

' Et trabajo de B ILLA C O IS era una breve propuesta metodológica. “ Pour une enquête sur la u rim in a liié '’
de cuya favorable acogida informa el hecho de que este m ism o historiador" fuese el encargado de coordinar el
monográfico de la revista Annales Crimes el C rim in alité. El ¡menés por esta íeinática no tardó en difundirse
al ámbito anglosajón, como lo demostró el m onográfico que le dedicó The Jou rnal o f Social H istory en 1975.
cuatro años después del de la revista Annales.
: PEREZ C A R C IA . “ Una reflexión ", p .ió .
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ofrecer un panorama global del periodo*5*, siendo mayores los logros de aquéllos que han
centrado su atención en los años finales de la Edad M edia y de transición a là época
moderna'1. Sin embargo, podríamos considerar que la últim a década ha sido crucial para
el desarrollo de esta temática por parte dé los medievalistas. dada la profusión de estu­
dios a escala estatal, regional y local, y la celebración de algunos congresos internacio­
nales5 que demuestran que el número de investigadores que en la actualidad se dedican
al estudio de la delincuencia m edieval, desde muy diversos pumos de vísta, es lo bas­
tante elevado para que en los próxim os años eomínúe la eclosión de publicaciones sobre '
el tema.
El estudio de la delincuencia medieval hispana, ciertamente, se ha acometido con
un notable retraso respecto al resto de Europa. Mientras que en la década de los oehenta
algunas revistas inglesas, francesas e italianas se dedicaban a encargar revisiones y
síntesis de la temática, para poner algo de orden ante la elevada producción hisioriográfica5,
en España podíamos oír un lamento como el que hacía C O LLA N T E S en el marco del
I f i C oloquio de Historia M edieval Andaluza: “ Mientras la investigación sobre la delin­
cuencia medieval ha experimentado avances en algunas historiografías europeas (...) en
la Península Ibérica es muy poco lo que hasta el presente se ha investigado (...) casi nada
hay relaeionado con la delincuencia urbana, aparte de los datos aportados por los histo­
riadores del Derecho sobre aspectos técnicos de lo penal” 7.
La escasez de fuentes ha sido largamenie lamentada, no sin razón si comparamos
con otros países europeos, por los que han intentado acercarse a la delincuencia medieval
en la Península Ibérica5. Dieha escasez, unida a un cierto desinterés por pane de los
medievalistas hispanos, motivó que hasta bien avanzada la década de los oehenia apenas

’ Merece destacarse el inienio de Andrew M c C A L L . The Medieval Underworld. que ofrece un panorama
de ia evolución de la delincuencia, de su persecución y de su represión a lo largo del periodo medieval
(Capítulo 3. Crim e and Punishment. pp. 41-81).
' La m ejor síntesis para el conjunto de Europa Occidental es la realizada por WEISSER. Crime and
Punishment, obra eon una elevada reflexión teórica sobre la im portancia y problemática de) estudio de la
delincuencia y que intenta aunar los aspectos sociales, económicos y legales del tema, para explicar los
cambios en la criminalidad y en su persecución dentro del contexto general de iransición de la Edad Media
a la Moderna. Merece destacarse igualmente el conjunto de ensayos editados por G ATR ELL. L E N M A N y
PARKER, bajo el título Crime and the Law. Por úliim o. se pueden mencionar dos trabajos que aparecieron en
la misma fecha y que manifiestan dos vías diferentes de aproximarse a una misma temática. Por un lado un
estudio desde el punto de vista legal, el de L A N G B E IN . Prosecuting Crim e: por otro, un enfoque eminente­
mente socioeconómico, el de GEREMEK en «Crim inalité, vagabondage, paupérisme».
5En 1986 se publicaron bajo ol litu lo La ju stice au Moyen Age las actas de un encuentro celebrado en
Aix-en-Provence. en las que se recogieron 21 trabajos basados, en su mayoría, en fuentes literarias que. aunque
no deben despreciarse, suelen presentar enfoqpes sobre el lema escasamente vinculados con los problemas que
surgen del trabajo con documentos de archivo. Seis años más tarde, la Université de Provence, vo lvió a
celebrar un encuentro sobre un lema bastante relacionado con la delincuencia, cuyas actas, publicadas con el
título L t violence dans la monde médiéval, vuelven a reflejar la predilección por las fuentes literarias de buena
pane de los participantes.
* Por ejemplo, las resultados y problemas de la investigación sobre la delincuencia en Inglaterra en
diversos periodos fueron resumidos en H istory Today en suessivos números del año 1988. Pur su parte, la
revísta italiana Q uodcm i S torici dedieó-un número monográfico a este tema en 198?. mientras que Ricerche
Sioriche pu blicó diferentes artículos referidos al estado de los estudios sobre la delincuencia en las diferentes
regiones italianas entre 1989 y 1991.
7 C O LLA N T E S . «Actitudes ante la margin ación», p. 293.
x C A B R E R A . «Crimen y castigo», p. I I ,
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rçontàramos con un puñado de trabajos sobre la delincuencia medieval y moderna, en su


mayor pane a cargo de hispanistas anglosajones que trasladaron a nuestra tierra las líneas
por las que se desenvolvía el interés de su h isto rio g ra fía *'C o n lodo, no faltó un ejemplo
notable debido a un historiador hispano cuya estela tardó un tiem po en ser seguida por
otros investigadores, nos referimos a la obra de M O R E TA, M alhechores feudales, que
vio la-luz en 1978 y durante bastantes años ha sido el únieo trabajo escrito en castellano
que abordaba la delincuencia medieval hispana, aunque fuera en una faceta muy concre­
ta. Todo lo demás eran trabajos producidos por historiadores del derecho que abordaban
diversos aspectos del Derecho Penal y de la organización ju d ic ia l en la época m edieval**10,
y que, sin restarles m érito, tenían poca conexión con las líneas que seguían los historia­
dores que abordaban el tema de la delincuencia en el resto de Europa desde presupuestos
bien diferentes.
Sin embargo, y eomo era de esperar, las fuentes para el estudio de la delincuencia
medieval hispana han ido apareciendo como por arte de magia en cuanto el interés por
esta, temática, ha s id a asumido por los medievalisms hispanos, y, aunque estas distan de
ser tan abundantes, completas y accesibles como en otras zonas de Europa, han dado pie
a una eelosión de estudios sobre la delincuencia en la que aún estamos inmersos. De
Norte a Sur y de Este a Oeste, se han m ultiplicado en los últim os años los trabajos que
abordan diversas facetas del delito medieval hispano.
En G alicia se deja sentir la huella de los trabajos de BAR R O S, «Violeneia y muer­
te» y M e n talidad ju sticie ra , continuados inmediatamente por LOJO P IÑ E IR O , A vio le n ­
cia na G alicia. En lodos ellos se opta de un modo bastante serio por una «historia de
las mentalidades» que presta su atención preferente al estudio de la violencia.
En el País Vasco se opta por la A ntropología eultural, "huyendo de metodologías
obsoletas” , en trabajos como cl de B A Z A N , La cárcel de Vitoria, mientras que el estudio
de las luchas de bandos evoluciona hacia el estudio de los conflictos sociales en un
marco teórico y metodológico renovado y más amplio (D ÍA Z DE D U R A N A , «Violeneia,
disentim iento»).
En Cataluña se alternan estudios sobre la delincuencia que demuestran su conexión
con las lincas imperantes en Europa (V IN Y O L E S i V ID A L . «La violeneia m arginal» o
S AB A TE, «Femmes ci violence»), con otros que parecen poco al tanto de por dónde.van
los tiros (D O Ñ A TE , «Delitos y delincuentes»).
La zona levantina de la Corona de Aragón es la que lia eonicmplado, tal vez, una
mayor eclosión.de estudios sobre la delincuencia, que afectan a muy diversos temas y
suponen aportaciones muy notables. Los trabajos de N a R B O N A y PEREZ G A R C IA han
marcado una senda a seguir no sólo para los investigadores levantinos, sino para todos
los que se interesen por el estudio de la delincuencia.
A ndalucía fue una región pionera en el inierés por la delincuencia y la m arginalidad.
dado el temprano llamamiento hecho por C O LLA N T E S en 1984, «Actitudes ante la

' Pueden destacarse los trabajos de PIKE, «Crime and Punishment», y «Penal Labour in Sixteenth-
century Spain». Un intento mas sintético era el de WEtSSER. «Crime and Punishment». M uy sueesiivo
aungue. según reconocía el propio autor, con uit margen de error muy am plio, era el trabajo de TH OM PSON.
«A Map o f C rim e». •
'“ C A B R E R A Cita algunas de las aportaciones más interesantes de esta linca de investigación en «Cnmen
y castigo», p. 10. nota 4.
iiKirgimtción». A su llamada de atención podríamos decir que se había anticipado C O R ­
D O B A DE L A L L A V E , que en el mismo congreso ya presentaba un trabajo que abor­
daba una de las facetas más en. boga en los estudios sobre la delincuencia en Europa,
«A dulterio y violencia», tema que su producción posterior ha seguido profundizando y
diversificando11. Por su parte. C A B R E R A ha prestado en los últim os tiempos una aten­
ción, preferente a los fenómenos de violencia abordados desde diferentes perspectivas,
desde la violencia en el marco de las ciudades andaluzas12 a la violencia anciseñorial1-1,
y también ha elaborado la única síntesis de conjunto que. aunque brevemente, intenta
aunar el estudio del delito y de lós mecanismos desplegados para com batirlo en la
Andalucía de Unes de la Edad M e d ia 141 . Puede decirse que el núcleo de investigación
5
existente en Córdoba, estructurado desde 1995 como Proyecto de Investigación bajo el
título Crimen y violencia en la Andalucía del siglo XV. es el que promete ofrecer ma­
yores resultados a m edio plazo.
Para la zona central de Castilla, la línea abierta por WEISSER. que estudió la región
de los Montes de Toledo, ha tenido su continuación y superación en -diversos trabajos de
S A N C H E Z BEN ITO , que ha basado sus estudios en las fuentes procedentes de la Santa
Hermandad V ieja'5 y de la Santa Hermandad Nueva'*, pudiendo afirmarse que su contribu­
ción al conocimiento de ¡a delincuencia en los marcos rurales es digna de tener en cuenta
incluso por parte de los investigadores europeos, ya que las fuentes que permiten pene­
trar en este aspecto de la soeiedad campesina son bastante escasas.
La enumeración podría continuar, sobre todo si tenemos en cuenta que el estudio de
la delincuencia ha tenido también una gran acogida por parte de los modernistas que se
interesan por el siglo X V I. sin que pueda decirse que en este tema haya una ruptura que
permita diferenciar los resultados de la investigación sobre tos años finales de la Edad
Media. Lo cierto es que en la actualidad resulta d ifíc il controlar toda la producción sobre
el tema, situación que. a mi entender, hace que comience a ocharse en falta algún marco
de encuentro que permita poner en común muchos de los avances conseguidos, intercam­
biar experiencias, contrastar fuentes, intentar u nificar criterios, en fin, funcionar de un
modo más coordinado para tratar de llegar a un m ejor conocim iento global de la d e lin ­
cuencia medieval hispana y poder determinar si los diferentes resultados obtenidos se
deben a particularismos regionales, a la tipología de las fuentes disponibles, a la crono­
logía de las mismas, etc. Probablemente, el surgimiento de algún tipo de foro más o
menos permanente para intercambiar ideas y experiencias perm itiría n corto plazo dar un
salto cualitativo importante en los resultados de la investigación hispana, que, desgracia­
damente, eneuentra poca acogida, hasta el momento, en las referencias bibliográficas que
citan los investigadores europeos que se dedican al tema de la delincuencia.

“ C O R D O BA DE L A LL A V E . «Las relaciones extraconyugalos», «A dulterio. sexo y violencia» y El


instinto diabólico.
“ C A BR E R A, «Violencia urbana».
;J C A BR E R A y AM OROS. Fuenteovejuiut.
“ C A BR E R A. «Crimen y castigo». .
15 En Sttniit Hermondud Viejo, aunque se (rulaba Je una aproximación global a ¡a institución, dedicó
buena porte de su esfuerzo a analizo.- la crim inalidad y to lucha contra el detilo en el capitulo V t. tema en el
que profundizó en «Delincuencia y vida rural».
"'S A N C H E Z BEN ITO . «Crim inalidad en época de los Reyes Católicos». * •
En la$ siguientes paginas voy a intentar ofrecer, sin ánimo de exbausrividadj un
panorama de los temas de debate generados por la investigación reciente en torno a là
delincuencia tardomedieval. comentando las perspectivas que se abren desde distintos
campos teóricos y el intento de d e fin ir un «modelo de delincuencia medieval» y de
explicar su evolución. En gran parte, voy a seguir un trabajo que publiqué hace ya
algunos .años y que, en lincas generales, considero vigente, si bien necesita de una
indudable actualización bibliográfica y del añadido de algunas cuestiones que, reciente­
mente, han cobrado mayor vigencia17*.

I . D if e r e n t e s a p r o x im a c io n e s t e ó r ic a s y m e t o d o l ó g ic a s

Después de las breves consideraciones iniciales planteadas, vamos a pasar a analizar


algunas de las perspectivas que los historiadores han adoptado a la hora de estudiar la
delincuencia. Intentaré, en la medida de lo posible, diferenciar una serie de líneas de
trabajo bastante individualizadas, aunque hay que reconocer que los logros más im por­
tantes en el estudio de la delincuencia han venido por parte de aquellos que han sabido
combinar y complementar métodos y teorías. Por supuesto, se podrían mencionar más
líneas de las que quedarán reflejadas en las siguientes páginas, pero he preferido lim i­
tarme a las más enraizadas en el quehacer histórico, dejando de lado las aproximaciones
que han podido realizarse desde campos todavía exóticos para muchos historiadores,
entre los que me cuento sin rubor alguno, com o pueden ser la crim inología, la sociología
crim inal o la antropología crim inal.

1.1. Aportaciones de la H istoria del Derecho

La Historia del Derecho es, desde hace largo tiempo, una rama de la H istoria — o.
si se prefiere, del Derecho— con una personalidad, objeto y metodología bien definidos.
Dentro de su campo de estudio, la H istoria del Derecho Penal ha gozado desde siempre
de una atencióo preferente, y fue esta línea de investigación la pionera en atender a
temas relacionados con la delincuencia desde una perspectiva histórica’5. En la actuali­
dad. los estudios sobre la historia del Derecho Penal y la organización ju d ic ia l de la
época medieval continúan vigentes y no dejan de aportar materiales susceptibles de ser
integrados en estudios globales sobre la delincuencia en un periodo concreto19.

M E N D O ZA . «La delincuencia a fuies de la Edad Media».


:i SHARPE. Crime in E tiriy M odem England, p. 7. señala este carácter pionero de la Historia del
Derecho en el estudio de la delincuencia. A LV A R E Z A L O N S O critica de Sharpe que. pese a su reconocimiento
de ia importancia del marco legal, finalmente hipervaiora los aspectos económicos y sociales del delito.
«Tendencias en la investigación», p. 202. Las aportaciones de aigunos historiadores del. Derecho españolas son
puestas de manifiesto por CABR ER A, «Crimen y c a s tig o s p. 10.
’’'R esulto bastante sugerente ta propuesta que hacia C LA V E R O en cuanto a la necesidad de iuvestigar
la función que las relaciones jurídicas cumplen en el conjunto de las que articulan a las clases y grupos sociales
en cada periodo histórico. «La Historia del Derecho», p. 259. Esta propuesta debería aplicarse, sin duda, al
estudio de los aspectos jurídicos de la delincuencia, tal y com o han sabido entenderlo algunos investigadores
anglosajones, frente a otros historiadores del derecho más aferrados a la tradición jurídico-form al. Esta d ife ­
renciación de posturas entre los hisioriadores del derecho, referida al caso italiano, es pucsia de relieve por
Z O R Z I. «Tradizioni storiografiche». p. 29.
adecuado, no intentar comparar distintas magnitudes y pensar qüe la'Edad Media contempló
el grado de violencia que las estructuras políticas, sociales y económicas permitían o
fomentaban-^, y que en nuestro tiempo sucede exactamente igual. La diferencia es que
no podemos hacer nada por cambiar la realidad medieval, mientras que es tarea de todos,
y el historiador no debe atrincherarse en su guerra particular, intentar cambiar la realidad
de nuestros días.

2. L a v io l e n c ia en C a s t il l a - L a M ancha a f in e s d e l a E dad M e d ia

Valorando en su conjunto los delitos contra las personas que han quedado registrados
.en nuestras fuentes, podemos trazar una primera aproximación a la violencia que se
daba en la región casiellano-manchega a fines de la Edad M edia, al menos a la violen­
cia asociada al delito, porque, como ya hemos mencionado, el fenómeno sería mucho
más am plio y también habría que tener en consideración factores como la guerra,
que hizo acto de presencia en el te rritorio sobre todo en la década de los setenta del siglo
XV.
En principio, la distribución tipológica del delito registrado no es un medio convincente
para analizar el grado de violencia que podía imperar en la sociedad manchega, sobre
todo cuando hemos observado que la imagen puede cambiar mucho según la tip o lo ­
gía documenta! de las fuentes que nos inform an. Ni la escasa proporción de delitos
contra las personas registrados en las fuentes de la Hermandad Vieja es suficiente para
afirm ar que la región manchega era menos violenta que otras zonas, ni su predom inio
aplastante entré los delitos registrados en el Sello puede bastar para a firm a r lo contrario.
L o conveniente sería poder contar con fuentes susceptibles de p e rm itir comparaciones
territoriales y de ofrecer una evolución temporal a medio y largo plazo, cuestión que, por
el momento, no puede abordarse eon la suficiente garantía para el caso de la Corona
castellana.
La única serie documental que, pese a sus lim itaciones, puede p e rm itir un análisis
com parativo del delito violento a medio plazo en diversas regiones castellanas es el.
Registro General del Sello, ya que ofrece datos para el conjunto de Castilla con la
suficiente continuidad en el tiempo. C A B R E R A ha ofrecido recientemente unos datos
comparativos sobre el número de casos de hom icidio y heridas registrados entre 1475 y
1485 en diversas ciudades de la Corona de Castilla agrupadas por regiones, datos meramente
aproxim ativos porque, en muchas ocasiones, la documentación no menciona el lugar de
los hechos y tenemos que basarnos en la vecindad de los protagonistas, que no siempre
se menciona-6. El intento de C A B R E R A es loable’, sobre lodo al intentar obtener un
índice aproximado de delitos desangre registrados en el Sello por habitantes de cada
región, lo cual es una tarea que, dado el carácter de las fuentes disponibles para Castilla
sobre el delito y sobre la población, se presenta a todas luces inabordable, pero es mejor

w BARROS, “ Violencia y muerte", pp. 113-116, hace un breve pero iluscrarivo análisis de la violencia
como fenómeno de articulación err la sociedad feudal.
C A BR E R A. "C rim en y castigo", p. 16 y labia en p. 14.
¡mentar aproximamos al tema con las armas a nuestro alcance y las .consiguientes
precauciones que arrojar cómodamente la toalla-"’.
Por lo que respecta al Reino de-Toledo, demarcación que coincidiría bastante, aunque
no completamente, con el te rrito rio que estudiamos, entre 1475 y 1485 C A B R E R A
contabiliza en el Sello 125 delitos de sangre que, en valores absolutos, lo sitúan en tercer
lugar tras Castilla y León (188 casos) y Andalucía (166). En cuanto al índice de criminalidad
respecto a la población, la aproxim ación de C A B R E R A también sitúa al Reino de Toledo
en tercera posición, con un índice de un caso por cada 6.096 habitantes, mientras que
seaún dicho índice la zona más violenta sería el País Vasco, seguida de Andalucía3**.
Teniendo en cuenta la relatividad de estos datos, y que sólo confieren una aproximación
sesgada al fenómeno de la violencia, podríamos considerar que, a grandes rasgos, la zona
central de Castilla no parece contem plar a lines de la Edad Media un grado de violencia
especialmente destacado en comparación con el resto de territorios castellanos, si bien
es cierto que había regiones aparentemente más pacíficas. Considerando el periodo de
1475 a 1499, el número dé delitos de sangre que se registran en ei Sello para Castilla-
La Mancha sé eleva a 236, lo cual daría una media ligeramente superior a los nueve
casos por año en la región. Por su parte, la Hermandad de Ciudad Real, a juzgar por el
delito registrado en sus cuentas, investigó una media cercana a los cuatro delitos de
sangre por año entre 1491 y 1525, cifra que también puede tenerse en cuenta para
valorar, siquiera como aproximación, el grado de violencia en el delito-’ . -
En cualquier caso, las cifras generales encubren muchas cuestiones que conviene
tener en cuenta, como la localización más precisa de los hechos violentos. En este
sentido conviene señalar que la documentación del Sello parece confirm ar una polarización
de los delitos violentos en las ciudades, o, al menos, un protagonismo muy destacado en
ellos de los vecinos de los núcleos más poblados'0. Entre 1475 y 1485 C A B R E R A
contabiliza en el Sello casi 50 casos de delitos de sangre ubicables en Toledo, lo que
conviene a esta ciudad, probablemente, en el escenario más violento de la región manchega,
y también del reino de C a s tilla '1.
Si tenemos en cuenta la vecindad de los agresores, que no siempre se menciona en
la documentación, entre 1475 y 1499 un m ínim o de 67 toledanos protagonizaron delitos
de sangre, mientras que un m ínim o de 42 veeinos de la ciudad murieron de forma
violenta. El resto de las ciudades del territo rio , como se observa en la tabla, se sitúan
a una enorme distancia de estas cifras, obteniéndose la imagen de que Toledo era realmente
una ciudad especialmente violenta a fines de la Edad Media.

Hay que tener en cuenca que C A B R E R A no hace un análisis apresurado de tos datos, mostrando eo
todo momenio la suficiente reserva para que no se intenten iucerpreiar de un modo absoluto tas cifras que
ofrece.
3 Para el País Vasco se obtiene del Sello un índiee de 1 easo por eada 3.086 habitantes y para Andalucía
t: 4.716: C ABRERA. "Crim en y castigo".-p. 14.
* Por su parte, en las cuentas de la Hermandad Nueva se registra una media superior a los diez delitos
de sangre por año para et conjunto de Castilla entre 1491 y 1493; SAN C H EZ BENITO. “ Crim inalidad en
época de tos Reyes Católicos--, cuadro pp. 418-419.
-v> Como ya hemos señalado, los documentos no ofrecen en la mayor pane de los casos datos sobre el.
lugar de los hechos, por lo que basamos nuestra aproxim ación en la vecindad de los protagonistas.
-*l Seguirían a Toledo en número de delitos de sangre Sevilla, Córdoba y. a mayor distancia. Salamanca,
Valladolid. Jerez y Ecija. C A BR E R A, “ Crimen y castigo--, gráfico p. 16. Este autor concluye que “ ral resultado
corrobora algo que hemos intuido desde siempre: la alta peligrosidad de la ciudad del Tajo” .
DELITOS DE SANGRE EN E L SELLO. 1475-1499

Vecindad Jnculp. Víctima Ipculp. Víctima


Homic. Homic. Heridas Heridas

Toledo 67 42 8 8

Madrid 16 9 6 4

Guadalajara 12 7 6 3

Ciudad Real 9 8 8 3

Ale. Henares 9 3 — 2

Cuenca 8 6 11 7

Ocaña 8 5 5 2

Alcaraz 6 3 1 . 1

Huele 5 3 1 1

Los datos del Sello muestran claramente ei peso de ]a violencia en el ám bito urbano,
sobre todo en el núcleo más poblado del territorio, pues casi un tercio de los hom icidios
registrados para toda la región fueron cometidos por vecinos de Toledo. El abismo entre
Toledo y el resto de las ciudades parece considerable, y no puede atribuirse en exclusiva
a la aglomeración humana que se concentraba en la metrópoli del territorio, pues aunque
la influencia de este factor sobre el incremento de la violencia es sobradamente conocida^,
sería demasiado cómodo considerar que es el único m otivo que explica el enorme
protagonismo de los toledanos en los delitos violentos que llegaron a la Corte. Sobre
todo, habría que tener en cuenta el carácter'de los documentos que nos inform an, pues
el predom inio de las cartas de perdón entre la documentación que registra el hom icidio
puede inducir a interpretaciones no del todo aceriadas.
N o vamos a negar el hecho, que parece constatado, de que la violencia estaba muy
presente en Toledo a fines de la Edad Media, ahora bien, las fuentes disponibles pueden
destacar la violencia de esta ciudad muy por encima del resto de núcleos de la región
en un grado que podría no ser equivaleme, por m otivos diversos, a la realidad. Por
ejemplo, debemos tener en cuenta que de los 67 vecinos de Toledo inculpados en homicidios
59 fueron perdonados por los reyes, hecho que puede deberse, en parte, al intento de la

í: Considerando el indice de homicidios por año que ofrecen algunos esiudios. puede verse con claridad
que la incidencia del dc liio violenio es claramente m ayor en los ceñiros urbanos más poblados; H A M M E R ,
"Panerns o f H om icide", p. 10 y HANAY/ a LT, "V îo le n i Death", p. 301; lo cual no es decir mocho, porque es
lógico que se produzcan más homicidios, como más hechos de cualquier oiro tipo, en los núcleos con más
personas.
147

M o n a rq u ía de ganar e) favor de los toledanos en los delicados años de 1475 a 3480, en


los que sç perdonó a 33 de los mencionados homicidas. La im portancia de Toledo en los
momentos de la guerra c iv il no escapa a nadie, por lo que no es de extrañar que Isabel
y Fernando se volcaran a la hora de mostrar su magnanimidad hacia los vecinos de la
ciudad, perdonando no sólo delitos recientes, sino deudas pendientes con la ju sticia
desde hacía años, lo cual puede incrementar de un modo fic tic io el número de hom icidios,
ya que no todos se habrían cometido en los años en cuestión^.
En definitiva, la gran ciudad es un escenario preferente de los delitos violentos, al
menos de aquellos que llegaban hasta la Corte, pero no debe entenderse la cuantificación
que puede obtenerse dé las fuentes disponibles como indicador absoluto, pues hay factores
que pueden in cid ir en que el delito cometido en el medio rural llegara hasta la Corte con
menos asiduidad, sobre todo el delito cometido por aquellos individuos menos favorecidos,
menos dotados económicamente y menos susceptibles, por tamo, de alcanzar un perdón
real.
Si la documentación del Sello enfatiza la violencia urbana protagonizada por individuos
socialmente integrados y que pueden obtener el perdón real, la relativa a la Santa Hermandad
Vieja nos pone en contacto mayontarja, aunque no exclusivamente, con la violencia que
tenía com o marco el medio rural, el campo yermo y los caminos, y que era protagonizada
por individuos menos susceptibles de ser perdonados. Las cuentas de la Hermandad de
Ciudad Real registran, como hemos mencionado, una media anual cercana a los cuatro
delitos de sangre entre 1491 y 1525, superándose ligeramente los dos hom icidios por año
en el mencionado periodo. Aunque la diferente tipología de las fuentes no permite que
podamos hacer comparaciones estrictas, la tasa anual de hom icidios investigados por la
Hermandad de Ciudad Real se sitúa entre las cifras que se manejan para ciudades de tipo
medio, que suelen conocer tasas anuales más bajas, y para las grandes ciudades, que
suelen superar claramente dicha tasa de hom icidio, siempre, claro está, refiriéndonos al
delito registrado-^.
A grandes rasgos, podría decirse que a p a rtir del d elito registrado se obtiene una
imagen de la violencia algo distorsionada, pero a falla de fuentes más precisas es io •

Desgraciad ame me, tas canas de perdón no mencionan la fecha en que se había cometido el delito, pero
hay indicios de que entre 1475 y M79 los reyes estaban perdouando hom icidios cometidos, en algunos casos,
en el reinado de Eurique IV. Son .claros dos casos de 1477 en los que los reyes perdonaron a vecinos de Toledo
inculpados en hom icidios cometidos en 1472 (A.G.S. R G.S.. 21 de febrero de 1477, fol. 119) y M73 (1 1 de
febrero de 1477. fo l. 108). Si este desfase entre el delito y el perdón era habitual, y resultando claro que los
reyes üenden a m ultiplicar los perdones en deiermiuados momentos, se puede introducir un elemento distorsionador
a la hora de valorar la incidencia de los delitos violentos a lo largo del tiempo.
•u Entre los datos que se conocen, sólo superan la tasa de homicidios por año registrada en las cuentas
de la Hermandad de Ciudad Real ciudades como Florencia..con 2.45 hom icidios por año entre 1455 y 1466.
Oxford, con sus 6 hom icidios por año (1342-1348), Londres, con ¡8 casos anuales entre los mismos años, .o
Toledo, que teniendo en cuenta sólo el delito registrado eu el Sella se situaría en torno a un m ínim o de 5
homicidios por año entre 1475 y 1485. Cfr. COHN. “ C rim in a lity and the State", p. 215. H A M M E R . "Panerns
o f homieide” , p. 10. H a N a W a L T , “ Vioienth Death", p. 3 0 ). y C A BR E R A. "Crim en y castigo", p. 16. Otras
cifras que se conocen para ciuciades;de .diversos ámbitos europeos pueden verse en M E N D O Z A G A R R ID O ,
Violencia, delincuencia, pp. 56,57. Interesa destacar que las ciudades más grandes, como O xford y Londres,
no sólo registran un mayor número de homicidios por año. sino que. además, la aproximación que trazan
H A M M E R y H A N A W A LT demuestra una tasa de hom icidio por habitantes, también muy superior a otros
ámbitos y épocas.
único que podemos tener en cuenta a la hora de valorar la incidencia de! deiito violento
en C astilla-La Mancha a fines de la Edad Media. Podría considerarse que la gran .ciudad
es el medio más violento, y que Toledo ejerce su papel de metrópoli del te rrito rio
también en este aspecto negativo. Las ciudades intermedias, por su parte, registran una
incidencia mucho menor del delito violento, que se constataría no sólo en cuanto a
valores absolutos, eosa normal, sino también, a no dudarlo, en cuanto a índices de delitos
de sangre por habitante, pues el número de toledanos implicados en estos delitos m ultiplica
por seis o siete al de vecinos de ciudades cuya población, aunque no se pueda precisar
mucho, no era inferio r a la de Toledo en esa proporción,
Pero la violencia no es patrim onio de la gran ciudad, pues podemos considerar a
partir de las cuentas de la Hermandad de Ciudad Real que ésta alcanza también una
fuerte incidencia en el campo yermo, en el despoblado y en una comarca eminentemente
rural. Aunque las cifras no son comparables por la diversidad de las fuentes que nos
inform an, podríamos afirm ar con bastante certeza que estos ámbitos débilmente poblados
contemplaban un grado de violencia superior al que podía darse en las ciudadesjniermedias,
sobre todo si tenemos en cuenta el predom inio del hom icidio, la forma más extrema del
delito violento. Tal vez la menor presencia humana lim itaba las posibilidades de que
surgiera la violencia, pero este factor también aumentaba la impunidad, favorecía las
acechanzas y, caso de que la violencia surgiera, dificultaba en mayor grado que intermediaran
pacificadores, por lo que se podía llegar ai hom icidio con más facilidad. El despoblado
es, por tanto, el marco ideal para la violencia premeditada, mientras que la ciudad,
grande o pequeña, con su tupida red de inierretaciones humanas, es más proclive al
surgim iento de la violencia espontánea, de la riña o de la disputa que, en ocasiones,
puede acabar en muerte.
Hasta ahora hemos tenido en cuenta la presencia global del d elito violento en nuestro
territorio, pero una aproximación que puede resultar más interesante sería el seguimiento
de la evolución del mismo a lo largo del periodo acotado, ¿asándonos para e llo en ios
dos fondos documentales que permiten dicho análisis, aunque sea de un modo aproximado.
El objetivo de este acercamiento sería comprobar si es posible detectar una relación ciara
entre los fenómenos de violencia interpersonal y las distintas coyunturas políticas y
económicas que se vivieron en Castilla-La Mancha entre 1475 y 1525.
La'docum entación del Sello, ya se ha dicho, adolece de numerosos defectos, entre
los que destaca el hecho de que en una gran parte de los casos no se menciona la fecha
en que se cometieron los delitos registrados. La lentitud de los mecanismos ju diciales,
unida al hecho de que predominan en este fondo las cartas de perdón y la documentación
relativa a casos vistos en grado de apelación, que se tramitarían con bastante posterioridad
à los hechos, hace que resulte m u y 'd ifíc il considerar que el año de la data de los
documentos se corresponda con el de comisión del delito en cuestión. Con todo, si se
tienen las suficientes precauciones, se puede seguir un evolución, de los delitos violentos
que, cuando menos, nos inform a sobre el ritm o en que éstos eran tratados en la Corte.
Hemos agrupado para este seguimiento de los fenómenos violentos los delitos de
hom icidio, agresión, injurias y agresión sexual y hemos d ivid id o el periodo de 1475 a
1499 en subperiodos de cinco años. La gráfica resultante muestra una evolución del
delito 'viéfléhto que, a grandes rasgos, se puede.considerar ascendente, pues el decenio
final del siglo X V contempla para C astilla-La Mancha el m ayor número de-casos de
violencia tratados en la Corte. En cualquier caso, conviene señalar que la evolución
149

quinquenal que hemos trazado se ve ensombrecida por el hecho de que no se ha conservado


documentación relativa a los años de 1481 y 1482, por lo que la cifra global del quinquenio
1480-1484 está infravalorada.

Gráfico 6
VIOLENCIA EN CASTILLA-LA MANCHA
REGISTRO GENERAL DEL SELLO 1475-1499

1475-1479 14 80-1484 14 85-1489 1490-1494 1495-1499

a Delitos violentos □ Perdones

Si tenemos en cuenta las coyunturas políticas que afectaron a la región manchega,


resulta elaro que entre 1475 y 1480 la violencia estuvo m uy presente en la región en
forma de enfrentamientos bélicos, progromos y luchas de bandos en las ciudades. Sin
embargo, este hecho no parece in c id ir en el delito violento registrado en la Corte, pues
el quinquenio de 1475-1479 contempla una cifra de delitos violentos bastante in fe rio r a
la que se constata en la ú ltim a década del siglo, periodo, por otra parte, que en el terreno
político se puede considerar bastante estable.
Si consideráramos de un modo apresurado la aparente evolución del de lito violento
en C astilla-La Mancha que puede establecerse a p artir de los deiitostratados en la Corte,
concluiríamos fácilmente que éste se fue incrementando entre 1475 y 1500. Se podría
pensar que la tensión política y el enfrentamiento c iv il de los primeros años no tuvieron
demasiada incidencia sobre los fenómenos de violencia interpersonal, y que ésta aumentó
precisamente cuando la estabilidad social y política volvió al territorio. Ahora bien, no
creo que esa sea una interpretación válida, porque la fecha de los documentos nos puede
aproxim ar a la evolución del ritm o con el que la Corte trataba los delitos violentos, pero
no tanto al ritm o real de la violencia. , __
Un hecho digno de tener en cuenta es la relación entre la evolución de los casos de
violencia que se trataron en la Corte y la evolución de las cartas de perdón. A grandes -
rasgos, podemos comprobar que en los años de turbulencia política lp intervención de la
Corte en cuanto al delito violento es escasamente punitiva, pues un 80% de los casos que
150

llegaron a la Cone fueron perdonados. Esto nos da una idea de que la actuación ju d ic ia l
de las instituciones centrales debió estar bastante paralizada en los años de co nflicto, no
llegaban muchos casos de apelaciones o de demandas, tal vez porque lo revuelto del
tiempo hacía que imperaran otras formas de resolver los conflictos. Por otra parte, la
monarquía de los Reyes Católicos, escasamente asentada, parece optar por el perdón'
antes que por el castigo, en una política lógica para tratar de sumar partidarios a su
causa.
La relación entre delito violento y perdón va a experimentar un giro brusco a partir
de 1480. cuando la situación política se estabiliza. En los quinquenios de 1480-1484 y
1485-1489 dism inuye el número de delitos violentos registrados para C astilla-La Mancha,
pero también lo hace de una forma significativa el grado de benevolencia mostrado por
los reyes, pues el porcentaje de delitos perdonados pasa a situarse en torno al 53%. El
número de casos que llegan a la Corte en grado de apelación o en forma de demanda de
justicia aumenta, prueba evidente de que se estaban consolidando las instituciones centrales
El porcentaje de delitos violentos perdonados continúa bajando en el quinquenio de
1490-1494, situándose en el 50%, y eso que el número de perdones concedidos por
servicios prestados en la campaña final de la Guerra de Granada fue im portante'5. Por
últim o, en el quinquenio final del siglo vemos que el porcentaje de delitos violentos
perdonados por los reves baja hasta un 38%, prueba inequívoca del giro que estaba
produciéndose a medida que las necesidades de la monarquía cambiaban. Ahora aumentan
las actuaciones de los órganos centrales de ju s tic ia en cuanto a vistas de apelaciones,
transmisión de órdenes para que las justicias locales actúen y confirm ación de semencias
condenatorias. Por otra parte, vemos aumentar el número de casos tratados en la Corte
sobre hechos violentos menos graves, pues llegan con más asiduidad casos de injurias5*
y de agresiones sin m uerte".
En definitiva, la evolución cuantitativa del delito violento tratado en la Corte no
tiene por qué eoincidir con la evolución de la violencia cotidiana en la sociedad manchega.
El aumento del delito registrado en los años finales del siglo X V puede estar reflejando
la consolidación de las estructuras centrales de poder, que comienzan a implicarse más
en la lucha contra el delito, así como una mayor confianza de los súbditos, que, al menos
en lo que se refiere a la región central, se dirigen con más asiduidad a la Corte para tratar
asuntos de menos envergadura, En comparación con los años iniciales del reinado de los
Reyes Católicos la situación había cambiado bastante. En ese tiempo parece que recurrieron
a la Corte sobre todo oportunistas que esperaban saldar sus cuentas pendientes apostando
por uno de los candidatos al trono, mientras que la confianza de muchos individuos de
alcanzar justicia de una monarquía débil y volcada en la guerra con sus adversarios no
debía ser grande.
Por últim o, a la hora de analizar la evolución del delito violento registrado en el
Sello hay un aspecto que tiene una gran im portancia, y es la influencia del carácter

Recordamos que entre los 207 perdones concedidos en 1492 por servicios prestados en Sania Fe. 25
fueron para individuos de nuestra región: LA D ERO , C aslilla y la coiH/uiSHh p. 142.
-1'- Sobre 16 casos de injurias registrados para todo el período de 1475 a 1499. 13 pcnencecn al quinquenio
final.
H En cuanto a esta tipología delictiva, sobre 52 casos registrados para iodo el período 17 pertenecen al
quinquenio fina).
151

itinerante de la Corte. Con gran acieno, C A B R E R A ha señalado que el número de


delitos que llegaban ante la Cone se incrementa.en cada región o ciudad concreta de
modo espectacular durante la estancia de la Cone en esa región o ciudad” , hecho que,
sin duda, in flu ye de forma manifiesta en la aparente evolución del delito violento en
nuestra región, así como en la distribución territorial del mismo. Aunque no hemos
realizado un seguimiento exhaustivo del movimiento de la Cone, la data de los documentos
basta para confirm ar que la estancia de la Cone en la región que cubrim os coincide con
un aumento de! delito registrado para la misma. Por lo tanto, habría que considerar que
en el incremento del delito violento en los años finales del periodo acotado tendría
mucho que ver las prolongadas estancias de la Cone en la región durante esos años,
sobre todo en M adrid, Toledo y A lcalá de Henares. Pero aún podemos llegar más lejos
y considerar si la "alta peligrosidad” de Toledo” no se deberá, al menos en parte, a que
la Corte residió a llí con bastante asiduidad en 1477, 1479 y 1480, por lo que llegarían
a ella con bastante facilidad los hechos violentos sucedidos en la ciudad del Tajo.
Ahora-bien. íiay que tener en cuenta un hecho a la hora de valorar la incidencia de
la presencia de la Corte en una ciudad en el incremento de casos delictivos relativos a
ella, sobre todo si tenemos en consideración los delitos violentos, que en un alto porcentaje
quedan registrados-a través de cartas de perdón. El hecho es que uno de los requisitos
necesarios para obtener el perdón es que el delito no se hubiera cometido en la Cone,
que incluye cinco leguas alrededor de donde se encontraran los monarcas40, por lo que
habría que entender que los toledanos que eran perdonados cuando la Corte residía en
Toledo habrían cometido sus delitos con anterioridad a la presencia real. Esta particularidad
también explica, por ejemplo, que aparezcan más cartas de perdón para vecinos de
Toledo cuando la Corte está cerca de la ciudad, pero no en ella41.
Otra serie documental que permite seguir una evolución a m edio plazo del delito
violento son las cuentas de la Hermandad Vieja de Ciudad Real. En este caso estamos
ante una documentación más inmediata y cercana al momento y lugar de los hechos, por
lo que su validez para este tipo de análisis es bastante aceptable. El problema radica en
que no se han conservado las cuentas de todos los ejercicios entre 1491 y 1525, ya que
sólo contamos con los datos referentes a 18 años, así que quedan, lagunas que podrían
alterar la imagen resultante y precisar mucho mejor la evolución de la violencia. Agrupando
los casos de hom icidio, agresión y agresión sexual, la evolución del delito violento
perseguido por la Hermandad de Ciudad Real manifiesta una clara tendencia al alza a lo
largo del periodo acolado, que no puede achacarse, como en el caso del delito registrado
en el Sello, a cambios en el funcionamiento de la institución.

* C A B R E R A , ''Crim en y castigo", p. 12.


•w C A B R E R A , "Crimen y castigo", p. 16.
19 Las circunstancias que impiden e) perdón de un hom icidio se suelen resumir con la fórmula salvo sy
en la dicha muel le ovo alevosía u irayçiôn. o muene segura, o sy fue fecha con fue go o con suela o en la
nuestro corle, o sy después del dicho omeçidio enirnsies en la nuestra cone, la quid dicha cune declaramos
con çinco leguas a : derredor...-, A.G.S. R.G.S., 1475, marzo. 24. fol. 320.
41 Por poner un ejemplo, entre el I I de febrero de 1477 y el 25 del mismo mes, estando-la Corte en
Toledo, se concedieron siete perdones para vecinos de la región casteltano-manchega. Cinco de ellos eran
toledanos, pero se trataba en tres casos de çonfïrmaeiones de perdones concedidos en époea de Enrique IV. Sin
embargo, estando la Cone en Madrid, entre el 15 de marzo y el 18 de abril del mismo año los reves perdonan
a once vecinos de la región, siendo ocho de ellos toledanos.
Gráfico 7
EVO LU C IÓ N DE LOS DELITO S V IO LEN TO S
C U EN TAS H E R M AN D AD DE CIU D AD REAL. 1491-1525

Aunque los años que quedan sin cu b rir por las cuentas podrían alterar y m atizar la
evolución del delito violento; puede intuirse que se produce una cierta in fle xió n hacia la
mitad del periodo. E n tre 1491 y 1504 conocemos datos referentes a 8 años, en ninguno
de los cuales se supera la cifra de 3 casos, estando totalmente ausente este d elito en dos
ocasiones: 1498-99 y 1502-03. Las cuentas de 1498-99 están incompletas, lo que puede
explicar la .ausencia, pero no sucede lo mismo con el ejercicio de 1502-03, en el que,
disponiendo de la contabilidad íntegra de la institución, podemos afirm ar sin lugar a
dudas que la Hermandad no persiguió ningún delito violento a su costa.
A partir de 1506 la situación va cobrando un matiz distinto, nolándose un incremento
del delito violento registrado en las cuentas que, si bien no cabe considerar explosivo,
parece sig nificativo. Si entre 1491 y 1505 la media anual era de l ’25, de 1506 a 1511,
faltando datos sólo para un año, ésta sube a 5’ 2. A partir de 1511 las iagunas aumentan
y tos datos son más aislados, pero éstos parecen indicar que continúa el aumento del
delito violento. Así, las cuentas de 1515-16 registran 8 casos, la c ifra más alta hasta ese
momento. Por últim o , entre 1519 y 1525 contamos con datos relativos a 4 ejercicios,'que
reflejan una media anual de 8 ’ 5 casos, alcanzándose en 1520-21 la cifra más alta.con 11.
En el caso de las cuentas de la Hermandad, por lo tanto, se aprecia una evolución-
del delito violento más acorde con las coyunturas que atravesó el territo rio . Los años
finales del siglo X V , que pueden considerarse bastante estables tahió’ en lo p olítico como
en lo económico, parecen co in c id ir con una escasa incidencia de hechos violentos en el
territorio de la Hermandad de Ciudad Real. El incremento que se observa a partir de
1505 coincide con los primeros indicios de tensiones en la zona del Campo de C alatrava
iras la muerte de la reina Isabel4-, situación a la que vendría a sumarse la crisis motivada
por las malas cosechas y encarecimiento de ¡as subsistencias en 1506 y 1507. Con todo,
conviene no exagerar el fenómeno, pues como hemos señalado no podemos considerar
que el aumento de los delitos violentos sea explosivo, por lo que habría c o n clu ir que se
experimentó un incremento de la tensión, pero no un estallido de la violencia interpersonal.
Finalizando el periodo, el incremento del delito violentó coincide en el tiempo con el
levantamiento comunero, que en sus primeros momentos tuvo repercusiones en Ciudad
Rea)'1' y afectó de forma bastante notable a la seguridad en los caminos de la comarca,
sobre todo en la ruta hacia Toledo, hasta 1522.
Por supuesto, la mayor o menor estabilidad política y económica no es el único
factor explicativo de la violencia interpersonal, fenómeno demasiado com plejo como
para relacionarlo directamente con causas simples**1, pero no se puede negar que estos
tactores inciden no sólo en la violencia colectiva que puede reflejarse en la guerra, en
tos progromos, en las luchas de bandos o en las revueltas45, sino también en el grado de
violencia que se puede observar en las relaciones interpersonales a menor escala. A sí
parecen reflejarlo las cuentas de la Hermandad de Ciudad Reai. que, si bien nos alejan
de los ámbitos urbanos y de los grandes conflictos, nos muestran cómo en el medio rural,
en los caminos y en los núcleos más pequeños también se deja sentir el estado general
del reino, y que éste puede coincidir, a grandes rasgos, con el estado de ánimo de ios
individuos, con su mayor o menor propensión a la'violencia gratuita o, también, con la
necesidad de recurrir a ella de cara a asegurarse el sustento y la supervivencia en tiempos
difíciles.
Hemos trazado una primera aproximación global a la violencia que reflejan las
fuentes sobre el delito disponibles para la región de Castilla-La Mancha, aproximación
que, hay que reconocerlo, aclara bien poco y apona más interrogantes que soluciones.
Muestras fuentes no nos permiten tomar una postura clara en torno al debate sobre la
violcncia medieval, aunque tampoco era esa una meta que nos hubiéramos trazado. Lo
cieno es que la región que estudiamos presenciaba a fines de la Edad M edia un alto
número de homicidios, si tenemos en cuenta que, tanto en la documentación de la
Hermandad como en la del Sello, esta forma extrema de la violencia interpersonal predomina
sobre otras facetas violentas del comportamiento menos graves, como las agresiones sin
muerte o las injurias. Ahora bien, siendo consecuentes con el carácter de nuestras fuentes,
que suelen privile g ia r los delitos más graves, tanto en lo que se refiere a los casos de
Hermandad como a los casos de Corte, no podemos afumar que las relaciones inierpersonales

4S Ya hemos mencionado en e! capítulo anierior los documentos que manifiestan un intento de sedición
por pane de algunos miembros de la orden de Calatrava que quisieron apoderarse por la Tuerza del convento
y fortaleza de Calatrava: A .H .N . Cuentas. 1504-05. 37 (sin fecha) y A.Ch.Gr., 305-6-141.
44 LO PEZ-SAL A Z A R . "Estructura socioprofesional". p. 58. y PHILLIPS. Ciudad Real. p. 15.
• u Desde un punto de vista psicológico, fuera del tiem po, pueden verse las múltiples y complejas causas
de la agresividad individual en B IU R R U N . A'ornut y p a to lo g ía , p. 18. También el filósofo F O U C A U LT se hace
eco de la complejidad del comportamiento violento y de lo d ifíc il que resulta atribuirle unas causas unilaterales,
V igilar y castigar, p. 26. ■ V¡t
. 45 Y aun en estos casos de violencias colectivas tampoco podemos afirmar que sea fácil atribuir un
proceso causal ciaro, tal y como, puede verse, por ejem plo, en el análisis que C ABR E R A y AM O R O S hacen
de los móviles de la revuelta de los vecinos de Fuemeovejuna contra el comendador de la v illa , Fuetueovejunu,
pp. 153-158.
154

en la -región manchega transcurrieran por cauces especialmente violentos, ni que se


reeurriera con más facilidad que en otras zonas al asesinato para saldar rivalidades,
solventar peleas o procurarse el sustento.
Una cosa parece cierta, y es que los caminos y despoblados de la región no eran un
m edio muy seguro y que esta inseguridad aumentaba en los momentos de tensión política
y de crisis de subsistencias. La eiudad, por su pane, también encerraba peligros, pues la
asiduidad de los contactos humanos podía favorecer el surgimiento de rencillas, enemistades
o envidias, al tiempo que las luchas por el poder, la form ación de bandos y la presencia
en ocasiones de comunidades mal Cohesionadas (p rim ero judíos y moros, después
conversos), entre otros factores, hacían que la tensión en el medio urbano fuera permanente'’6.
Pero debemos tener en cuenta que los documentos que manejamos nos ponen en contacto
fundamentalmente con los problemas y con la ruptura de la normalidad, mientras que no
constituyen una vía válida para conocer los múltiples mecanismos que sin duda funcionaban
en la sociedad de la época para lim ita r la violencia, para mantenerla dentro de unos
cauces aceptables y para convertirla, en ocasiones, más .en una amenaza que esgrim ir que
en un hecho consumado.
Considerar que el hombre medieval carecía de recursos para refrenar su violencia41,
o que el hombre moderno ha conseguido dominarlos, resulta una generalización claramente
sim plificadora, porque si prescindimos de la cuaniificación habría que concluir que hoy
abundan en nuesrias calles muchos supervivientes del medievo, y probablemente también
en pleno medievo podríamos encontrar muchos individuos razonables y paeíñcos que no
creo que hubieran llegado a llí en una máquina del tiempo. Las fuentes que nos inform an
sobre la violencia que se daba a fines de la Edad M edia en C astilla-La Maneha son
ínfim as pavesas de un incendio, pero si cargáramos las tintas podríamos avalar la idea
de un fin del medievo violento, en el que la vida humana tenía poco valor y se asesinaba
fácilm ente en espera de un muy probable indulto. Es cieno que las fuentes que manejamos
permiten in tu ir esta parte de la realidad de la época, pero no podemos concluir a través
de ellas que la violencia fuera un. mecanismo que afectaba a todas las facetas del
comportamiento humano en todo momento. - •
De la lectura de algunos trabajos sobre la violencia y su evolución histórica, surge
la impresión de que e) hombre medieval estaba programado para actuar ante determinados
estímulos positivos o negativos de un modo violento, y que el paso del tiempo ha ido
cambiando la programación hasta reducir el grado de violencia del hombre moderno. Tal
vez es una impresión personal pero, por mi parte, creo que se intenta crear, a partir de
determinados retales de la realidad, un modelo abstracto de hombre medieval en el que
se destacan precisamente los fantasmas que la sociedad de nuestro tiempo intenta exorcizar.

3. E l h o m ic id io

El estudio del hom icidio a lo largo de la historia es un tema que ha apasionado a


muchos historiadores y que permite profundizar en diversas facetas de la sociabilidad de
una época, así como, en un estudio a largo plazo, detectar transformaciones en las

■“ C A B R E R A , "V iolencia urbana" pp. 18-25.


*’ BARROS, Violencia y muerte", p. 119
155

mentalidades colectivas, en las formas de relación social o en las pautas de comportamiento


de. los. individuos, por citar sólo algunos aspectos que suelen abordarse en los estudios
sobre el tema4K. Existe, por así decirlo, un cuestionario que suele aplicarse en-la m ayoría'
de los estudios y que permite establecer fácilmente comparaciones entre diversas épo­
cas y lugares en euamo a los escenarios más frecuentes del hom icidio, los tiempos
más proclives, sus principales protagonistas, m óviles del delito, medios empleados, for­
mas de perpetrarlo, etc. Ahora bien, el nivel de inform ación que se puede obtener sobre
.esa gama de aspectos del hom icidio depende mucho de la calidad de las fuentes, por lo
que los estudios que se aproximan a la época más reciente, contando con un arsenal
estadístico muy com pleto a partir de los archivos policiales, son los que marcan la pauta,
mientras que el medievalista, por su parte, se tiene que conform ar con ir cubriendo a
duras penas las numerosas lagunas que deja la fragmentaria documentación que suele
manejar.
Sin duda, la m ejor documentación para abordar un análisis cu a lita tivo del hom icidio,
o de cualquier otro delito en la época tardomedieva), son los procesos que han podido
conservarse, pues las declaraciones de los testigos y acusados, pese a que no se pueden
considerar inform aciones objetivas, aportan innumerables datos sobre el desarrollo de los
heehós. Desgraciadamente, en nuestro caso el hom icidio está escasamente representado
en los procesos conservados de la Santa Hermandad Vieja. Por su pahe, el nivel de
inform ación sohre el hom icidio que reflejan las cuentas de la Hermandad de Ciudad Real
deja mucho que desear, pero completa determinados aspectos, sobre todo para los casos
en que aparecían cadáveres no identificados por los caminos, que solían quedar sin
resolver y no daban lugar a procesamientos. Los numerosos perdones a homicidas
conservados en el Sello, finalmente, constituyen un material de escaso valor en comparación
con la inform ación que suele contener esta tipología documental en Francia, donde
aporta numerosos datos sobre los protagonistas y circunstancias del d e lito ” . Con todo,
a falta de datos más precisos, trataremos de aprovechar al m áxim o-la escasa inform ación
que se puede recopilar de nuestras fuentes para intentar rellenar, en la medida de lo
posible, un cuestionario aceptable sobre el h o m ic id io que nos in fo rm e sobre las
circunstancias en que se mataba y se moría en C astilla-La Mancha a fines de la Edad
Medía.

3.1. Los escenarios del hom icidio

Vamos a realizar un recorrido por los escenarios de hom icidios que podemos conocer
por nuestras fuentes, intentando discernir si, a partir de la inform ación disponible, se
puede establecer una gradación espacial de la peligrosidad en las tierras manchegas a
fines de la Edad Media. Comenzaremos nuestro recorrido por las zonas menos pobladas,
ese exienso campo yermo que abarca buena parte de la meseta sur y que. carente de

“ C H AS S A IG N E , "L e crime de sang a Londres- . pp. 507-508.


<Ÿ El nivel de información de las canas de perdón francesas es comentado por G A U V A R D , De grâce
especial, p. 82.
IX . L A S O C IE D A D A FINES DE L A E D A D M E D IA VISTA DESDE E L D E L IT O

En este ú ltim o capítulo vamos a tratar de retomar algunos aspectos de la sociedad


de fines de la Edad Media que han ido desfilando ya, en mayor o menor grado, a lo largo
de las páginas que van por delante. Intentaremos centrarnos en algunos temas para lo?
que las fuentes que hemos manejado aportan algo de luz, comentando los rasgos que se
perciben para el territorio que se ha venido estudiando, aunque muchos de ellos no
responden a un particularism o regional, sino que son comunes al conjunto de la sociedad
europea que encara la modernidad.
Por supuesto, no vamos a hacer un tratamiento exhaustivo de cada tema, ya que
alguno podría merecer incluso estudios sistemáticos y detallados. Por nuestra parte,
vamos a lim itarnos a exponer en cada punto las líneas arguméntales que ha desarrollado
la historiografía reciente, confrontándolas con los resultados que pueden entreverse para
el caso de la región castellano-manchega.

J. C iu d a d y c a m p o , ¿m u n d o s d if e r e n t e s ?

Uno de los temas que más ha interesado a algunos historiadores que han estudiado
los fenómenos delictivos de fines de la Edad M edia y comienzos de la Moderna ha sido
el de ¡as particularidades que podían apreciarse en el campo y en ía ciudad. A nadie
escapan las diferencias de todo cipo que existían entre las sociedades urbanas y las
comunidades rurales de fines de la Edad M edia, tanto en el terreno material, como en
la estructuración social y económica, en cuanto a là organización política, a las formas
de relación persona!, a las actitudes ante la vida de los individuos, etc. Pero en muchos
otros aspectos campo y ciudad se im bricaban, ya que desde el punto de vista adm inis­
trativo cada ciudad ejercía un control y un dom inio casi total sobre una extensión mayor
o menor de espacio rural que dependía de ella, mientras que la ciudad, a su vez, dependía
en gran parte del aporte económico que provenía de la economía agraria. En definitiva^
ciudad y campo eran mundos diferentes en muchos sentidos pero interdependientes en
muchos otros. •
En cuanto al tema que; nos ocupa, los intentos de diferenciar una delincuencia
urbana y otra rural se han basado, mayoritariam cnte, en la comparación de la represen­
tación cuantitativa de las diferentes tipologías delictivas en cada ámbito, tarea ardua
dada la fragmentariedad y.diversidad tipológica de las fuentes disponibles. Pese a que-
una comparación de este tipo encierra no pocos problemas, y puede deber más ál azar
t]ue a la realidad, no han faltado algunos puntos comunes que podrían indicar..que,..
504

verdaderamente, ia distribución tipológica del delito rural-y urbano presentaba diferen­


cias, si no notables, sí al menos significativas y dignas de ser tenidas en cuenta. Con
todo, no han faltado los que prefieren minimizar tales diferencias y apuestan por una
asimilación, al menos en lo tocante al modelo tipológico, entre la delincuencia urbana
y rural. Veamos algunas de las propuestas que hacen los que se han interesado por el
tema.
WEISSER consideraba que a fines de la Edad Media la delincuencia urbana y rural
tendían a diferenciarse debido al grado de desarrollo social y económico que imperaba
en uno y otro ámbito1*3 . Desde su punto de vista, que se basaba más en la apreciación
subjetiva que en la disposición de estadísticas afinadas, tanto en la ciudad como en el
campo el robo sería, en solitario, el delito prevalente, pero en su opinión la prevalencía
sería mayor en el mundo rural.

- ■ 1 .1
DELITO URBANO Y RURAL A COMIENZOS DE LA E. MODERN'A
ESTIMACION DE WEISSER

D E L IT O % C IU D A D •% C A M P O

Huno/robo 40 37

Agresión 25 22
Homicidio 17 2
Del. Sexual 4 2
Falsiftcación/fraude 4 —

Daños propiedad — 8

Otros* 10 29
- ■ _ i

En cierto modo, WEISSER percibía el campo como un medio más pacífico que la
ciudad en cuanto a la presencia de la violencia interpersonal, y afectado sobre todo por
robos y hurtos de pequeña escala que protagonizaban los sectores más pobres de la
sociedad campesina, siendo productos de primera necesidad, bienes de escaso valor y
herramientas los artículos más robados. En la ciudad también el robo sería el delito más
común, capitalizado por las clases bajas urbanas, que este autor identifica más con los
sirvientes domésticos que con el artesanado, al que considera como una clase media. Sin
embargo, los fenómenos de violencia interpersonal, sumando agresiones y homicidios,
serían más abundantes en la ciudad que el robo, reflejando el comportamiento desorde­
nado de la clase media-alta-'. Las ciudades más peligrosas serian las más pobladas, ya

1 W EISSER. Crime and Punishment, pp. 29-44. L a labia está confeccionada sobre la'base de los dalos
que ofrece en la p. 47.
3 En el caso de) delito rural incluye revueltas y violacidn de derechos.
* "... urban violence tended lo be more (he province o f the middle and upper classes". WEISSER. Crimen
•¡nd Punishment, p . 40
50 5

que la aglomeración creaba más ocasiones-para^l surgimiento de la violencia y, por oirá


parte, en ellas el sector del servicio doméstico sería más numeroso, y con él los robos.
La verdad es que no se puede tomar la cuantificación ofrecida por WEJSSER más
que como una estimación personal in tu itiva , porque en la fecha en que elaboró su trabajo
los datos estadísticos disponibles sobre el d elito de fines de la Edad Media eran muy
escasos, tanto para ei campo como para la ciudad. Sin embargo, las explicaciones socia­
les que aporta para defender las diferencias entre delito urbano y delito rural parecen
bastante adecuadas, aunque su relación con un porcentaje m ayor o menor de cada delito
no sea cuantificable.
O tro autor que se inclinó por considerar que la delincuencia urbana y la rural
mostraban diferencias significativas desde la Baja Edad Media fue CH1EFOLEAU. Conviene
recordar que su estudio sobre la delincuencia aviñonense le lle vó a d e fin ir un modelo de
delincuencia medieval basado en el predom inio aplastante de la violencia sobre el robo.
Abora bien, en su estudio manejaba una serie documental relativa a una jurisdicción
rural señorial de la región, Saint Laurent-des-Arbres-1. que reflejaba un cierta tendencia
a ia baja del delito violento y una representación del robo bastante superior a la cons­
tatada en la ciudad, lo que le llevó a matizar las diferencias entre la delincuencia urbana
y la rural. Para C H IF F O L E A U , la violencia estaba bastante presente en el campo, pero
era menos frecuente que los atentados contra la propiedad en forma, sobre todo, de
pequeños robos afectando a productos de primera necesidad; en resumen, la violencia en
el campo “ n'a pas ce caractère quotidien, généralisé de la violence urbaine” 5.

D E L IT O URBANO Y D E LITO R UR AL EN E L SIGLO X IV


CHIFFOLEAU, LES JUSTICES DU PAPE, p. 111

DELITOS Avignon Saint-Laurent


1327-1374 1354-1359

Violencias 57.32% 25.2 %

Robos, atentados contra la propiedad 3.50% 37.0% jj

Fraudes 24.50% 1
Rebeliones, negativas a pagar
derechos señoriales 2.97% 6,52%

Delitos sexuales 3.42% 5,07%

Lamentablemente, C H IFF O LE A U se lim ita a constatar las diferencias cuantitativas


entre la crim inalidad de un gran centro urbano y la de un núcleo rural, que completa con
los datos relativos a otras dos ciudades europeas (París y Brescia) y a otra región rural

' C H tF F O LE A U . Lea justices du Pepe. p. 104.


C H IFF O LE A U . Les justices dit Pape. p. 111.
(Plat-Pays Lyonnais) en tom o a los siglos X IV y XV. No es una base -muy extensa, a mi-:
entender, para intentar d e fin ir en términos generales y aplicables al conjunto de la so­
ciedad europea una distinción claxa entre la delincuencia rural y la urbana, sobre todo
porque C H IF F O LE A U , al contrario que WEISSER, señala las diferencias, pero no se
molesta en aportar explicaciones para las mismas.
En cualquier caso, conviene destacar que los dos autores mencionados se inclinan
por considerar que en el medio rural el peso del d e lito contra la-propiedad en forma de
robo sería mayor que en la ciudad. Si esto se relacionara con ia famosa teoría sobre la
transición de la violencia al robo, habría que concluir que, paradójicamente, la sociedad
rural estaba adquiriendo rasgos modernos con mayor antelación que la sociedad urbana,
lo cual no sería del todo descabellado si, a su vez, relacionamos todo lo anterior con el
tema de la acumulación originaria del capital, que tiene su origen, precisamente, en el
m edio rural4. Juguemos por un momento a mezclar teorías e interpretaciones, sin que
ello se entienda como opción personal del que escribe.
Supongamos que baya existido un ‘modelo de delincuencia medieval», basado en-
la prevalencia del d elito violento y en la escasez del robo, y relacionado con el feuda­
lismo, con su.exaltación de la violencia7 y su despreocupación por la propiedad, ya que
lo que más interesaba a las clases superiores eran los derechos. Supongamos que este
modelo se fue disolviendo a medida que se daba el tránsito de una sociedad- de la.
exacción ju ríd ico -p o lític a a una sociedad de la apropiación de los medios y los productos
del trabajo, que volcó, a la fuerza, las prácticas de las clases bajas sobre el ilegalismo
de los bienes**. Como este proceso se inició en el campo, sería lógico pensar que fuera
en ese medio en el que el delito contra la propiedad iniciara su aseenso, al establecerse
unas nuevas relaciones de producción que condenaban a la miseria a un buen número de
campesinos despojados de la tierra. Esta dinámica se transm itiría a la ciudad en el
momento en que las clases rurales desposeídas emigraran a ella y se acumularan sin tener
posibilidades de encontrar medios de trabajo, lo que las obligaría a v iv ir en el ilegalismo
continuo o, en el mejor de los casos, subempleadas y peor pagadas en actividades rela­
cionadas con el servicio doméstico de los ciudadanos de clase media-alta.
La verdad es que esta evolución suena inmejorablemente^ pero hay demasiados
flecos que se escapan a ella. Por ejemplo, el hecho de que el robo alcanzara dimensiones
importantes en Saint-Laurent-des-Arbres en 1354 ¿quiere decir que esta ju risd icció n
rural señorial presentaba tendencias pre-capitalistas a mediados del siglo X IV ? ¿Por qué
Avignon, la gran ciudad cercana, no se vio afectada por la dinám ica emanada de su
entorno rural durante todo el siglo X IV ? ¿Por qué no reconocer que el robo no es un
invento del capitalismo, y asumir que la sociedad feudal se encontraba plagada de pobres
que tenían que subsistir recurriendo a los bienes ajenos?
Pero no cabe pensar que todos los autores se muestren unánimes a la hora de
establecer.las diferencias entre delincuencia urbana y delincuencia rural a fines de la
Edad M edia, ya que contamos con opiniones, como la de GACTVAPD, que manifiestan

* G E R EM EK . «La popotazione margínale», p. 624: " L ’origine del pauperismo deve essere ricercaia nelle
¡ransformazioni della siruuura sociale que avvengono netlc campagne” .
1 BAR R O S . «Violencia y muerte», pp. 113-116.
•8. FO UC AU LT. V igilar y castigar, p. 91.
507

su desacuerdo en este aspecto. Esta autora, que basa su estudio cuantitativo de! delito en
el manejo de más de 3.752 registros relativos al conjunto de Franeia entre 1380 y 1424,
unos 7.500 si contabilizamos los muéstreos, cuenta con un arsenal de datos envidiable
para cualquier historiador de la delincuencia. La conclusión del análisis tipológico-cuantita-
tívo de CAfJVARD es incontestable: “ tes homicides (...) constituent l ’essentiel de la
criminalité médiévale"; ” ces chiffres, fondamentaux pour cette enquête, attestent d’emblée
l ’originalité de ce qui peut être considéré comme le grande criminalité médiévale” y “ le
Moyen Age. même finissant, est loin de présenter les signes d ’ une rupture'"'.
Cuando trata de establecer las posibles diferencias regionales en la representación
de las tipologías delictivas. GAUV a RD no aprecia disonancias dignas de mención. A
escala estatal, todas las regiones de Francia manifiestan la misma realidad, y las diferen­
cias históricas y culturales entre Norte y Sur no se dejan notar en cuanto a los tipos de
delito preponderantes: el homicidio es la estrella de Normandía al Este, del Norte al Sur.
en la Isla de Francia y en la región central*10. Llegando más lejos, tampoco observa
GAUVARD diferencias reseñables entre el eampo y la ciudad, ya que en la Francia de
los siglos X IV -X V “ le crime rapproche le milieu rural du milieu urbain. Non seulement,
on y pratique les rnesmes types de crime, mais encore les criminels y mélangent leurs
origines ’, en definitiva, todo obliga a “ nuancerconsidérablement une éventualle opposition,
en matière de criminalité, entre la ville et la campagne” 11.
Los datos de GAUVARD son tan aplastantes, y basados en un cúmulo tal de informa­
ción. que sus conclusiones pueden pareeer definitivas e indiscutibles, y eualquier estudio
en el que se aprecie una distribución tipológica del delito diferente a la suya está con­
denado a ser lachado de contar con un nivel de información muy limitado en compara­
ción al que ha tenido GAUVARD. Sin embargo, no me resisto a mostrar mi discrepancia
con las conclusiones expuestas por GAUVARD, porque el número de delitos que maneja,
por elevado que parezea, no me produce ningún complejo si tenemos en cuenta que se
registran en una única tipología documental, las cartas de perdón, A mi entender, GAUVARD
debería haber concluido que el homicidio era el delito más perdonado en Francia, en
todas las.regiones y tanto para los habitantes del campo como para los de la ciudad. De
esta realidad, innegable, se pueden deducir muchos rasgos de la sociedad francesa de
fines de la Edad Media, pero no puede deducirse que el homicidio fuera el delito más
frecuente, como, por otra parte, malamante podemos valorar la incidencia del robo, y su
presencia en el campo y en la ciudad, a través de unas fuentes en las que no se registra
en la medida en que se producía, ya que a nadie eseapa que era más común perdonar a
un homicida de clase media-alta que a un ladrón de clase baja.
Pero GAUVARD llega más lejos en sus conclusiones, al afirmar que la delincuencia •
tardomedieval franeesa no tiene relación con la desigualdad social y con la marginalidad12,
es decir, otro aspecto que la diferenciaría de la delincuencia de eorte moderno. La
formulación más precisa de esta teoría la expone-con las siguientes palabras: “ Le monde
ordinaire du crime est là, dans cette violence viscéralement installé au coeur.de l ’ honneur

* GAUVAR D . De grace especial, pp. 241 y 243.


10 G AU VA R D . Dé grace especial, pp. 246 y table en p. 250.
“ G AU VA R D . De grace especial, pp. 268 y 270.
11 G A U V a R D . De grace especial, p. 281.
308

(...) par rapport à cene masse crim in e lle qui a fait justice soi-même (...) qûe représente
le petit-nom bre des larrons pendus per l'exem ple?” '-'.
Las palabras de G A U V A R D hay que entenderlas en el contexto de su pretensión,
invalidar el punto de.vista adoptado por G E R E M E K ..que veía una relación importante
entre delincuencia y desigualdad social desde la Baja Edad M edia y otorgaba mayor
importancia al delito contra la propiedad que protagonizaban las clases bajas. G A U ­
V A R D pone sobre la mesa la ingente masa documental en la que basa su estudio y la
compara con los escasos 127 delitos sentenciados por el preboste parisino entre 1389 y
J392, que sirvieron a G ER EM EK para afirm ar que el robo era el delito más frecuente
en el París de la Baja Edad M edia y que los delincuentes eran mayoritariamenie gentes
de baja extracción social. G A U V A R D propone una crim inalidad ajena a las desigualdades
sociales, desvinculada de la economía, protagonizada sin distinción por todos los secto­
res sociales y que adoptaba tintes violentos por la mentalidad relacionada con el honor
que imperaba en todos los niveles de la sociedad medieval. Quien quiera discutir su
postura tendría que aportar datos basados en el conocimiento de varios miles de hechos
delictivos, como mínimo. ¿Canttdad es igual a calidad?
Personalmente, y tal vez porque no h ilo tan fino como los franceses, no veo por qué
los datos de las cartas de perdón tienen que ser contradictorios con los de las sentencias
dictadas por el preboste parisino. A fin de cuentas, unas muestran el tipo de delitos y
delincuentes que se perdonaron con más frecuencia en Francia, y las otras los delitos y
delincuentes que fueron condenados en mayor grado en París, ¿por qué tiene que ser más
representativo de la delincuencia real el p e rfil sociológico y tipológico de) delito perdo­
nado? ¿Sólo porque se han conservado más perdones que sentencias? No creo que sea
tan d ifíc il asumir que las justicias medievales castigaban en mayor grado a delincuentes
de baja condición social que habían com etido robos y perdonaban mayoritariameme a
gentes de clase media que habían com etido hom icidios «justificables» por el sistema
ideológico de la honra. Y para concluir, si G A U V A R D compara una masa crim inal de
gentes ordinarias que cometían actos violentos con un escaso número de ladrones ahor­
cados, yo me pregunto, ¿qué significan cinco o seis m il franceses perdonados por actos
violentos frente a la población total del país a comienzos del siglo X V? ¿Podemos
afirm ar con esta base que la violencia instalada en el corazón del honor empapaba a toda
la sociedad?
Bien, el tema es apasionante, pero se impone retornar a Castilla, alejarnos un poco
del debate francés y recapitular sobre lo que nuestras fuentes aportan para el conocim ien­
to de las diferencias que podían existir entre delito urbano y delito rural.
En nuestro estudio, yo al menos lo reconozco, no hemos contado con fuentes de!
todo apropiadas para discernir de un modo adecuado la existencia de una delincuencia
urbana opuesta a la delincuencia más común en el campo. Es cieno que la documenta­
ción de la Santa Hermandad Vieja nos pone en contacto con la delincuencia que se daba
fundamentalmente en las zonas rurales y en campo abierto, pero no creo que la d is tri­
bución tipológica del delito que refleja, es decir, el predom inio absoluto del robo, sea
asumible como representación de la delincuencia rural en exclusiva. Las cuentas de la
Hermandad de Ciudad Real están plagadas, por ejemplo, de hechos delictivos sucedidos

G A U V A R D , «Les sources judiciaires», p. 4S2.


509

en la propia ciudad y cuyos culpables eran perseguidos por la Hermandad porque huían
de ella. Incluso muchos delitos cometidos en el campo lo eran contra la propiedadtdeda
oligarquía urbana: sus colmenares, sus rebaños, sus excedentes agrarios, etc.
A m i entender, el predom inio del robo que reflejan las cuentas de la Hermandad de
Ciudad Real hay que entenderlo como representativo de la delincuencia que se daba en
Ja ciudad y en el campo circundante en el que tenían intereses las clases altas urbanas.
Por otra parte, la mayoría de los delincuentes no son profesionales de) delito, y en esto
sí apreciamos que a fines del siglo X V y comienzos del X V I no se había producido aún
en la región un desarrollo económico y social que provocara la existencia de una masa
social forzada a v iv ir permanentemente del d e lito 1-1. Es cierto que en las comarcas se­
rranas vim os ejemplos de individuos que encontraban en el pequeño huno una forma de
complementar sus escasos ingresos, pero no parecen significar una mayoría social. Sin
embargo, sí hemos visto el protagonismo de la clase baja urbana, que podemos id e n ti­
ficar con los empleados domésticos, en cuanto a la comisión de robos que afectaban a
sus propios amos. Ciudad Real se nos presenta, desde este punto de vista, como una
ciudad que repele a sus clases bajas, que contempla la emigración de muchos integrantes
de sus estratos inferiores financiada mediante pequeños hunos*15.
La delincuencia profesional estructural no parece por nuestras fuentes encontrar un
espacio propicio en una ciudad intermedia como Ciudad Rea!. La posibilidad de camu­
fla r las actividades ilícitas de una forma permanente resultaría d ifíc il en núcleos no
excesivamente poblados, aunque éstos no serían ajenos a la presencia temporal de in d i­
viduos dotados de gran m ovilidad geográfica y que delinquían en la ciudad para aban­
donarla rápidamente. Ciudad Real tiene, durante los años postreros del siglo X V y los
iniciales del X V I, un cierto atractivo para este tipo de delincuente m ó v il, ya que la
presencia de la C hancillcría animaba los mesones y ventas por la aflucncia'de individuos
que acudían a ella, multiplicándose las posibilidades de descuidar algunas bolsas con
dinero.
Si salimos de Ciudad Real, nuestras fuentes nos aportan datos m uy sesgados sobre
la delincuencia de la gran ciudad, pese a que contamos con un buen número de delitos
protagonizados o sufridos por vecinos de Toledo entre 1475 y 1499. M e resultaría bas­
tante cómodo asum ir e! p e rfil tipológico de la delincuencia toledana que se manifiesta
en el Registro C erteral clet Sello, porque éste coincide con las estimaciones de W EISSER,
C H IF F O L E A U y G A U V A R D sobre la prevalencia del delito violento en los ámbitos
urbanos. Es más, podría decirse que nuestros datos apoyan totalmente las teorías de
G A U V A R D sobre el predominio de la violencia, el protagonismo de las clases medias
y la relación de ésta con factores culturales más que económicos o sociales. Pero yo no
me creo mis fuentes, porque entiendo que la delincuencia que se refleja en el Sello no
representa la cotidiancdad de la vida toledana, ni las actividades de las clases bajas
urbanas, probablemente inclinadas al robo lam o como las rurales, sino el com ponamien-

M G E R É M E K , La piedad y ¡a horca, p. 73: "La s pequeñas ciudades, que con sus actividades comerciales
y anesanates sirven a las exigencias del mercado local, no provocan grandes' contrastes económicos y sociales: ’ -
las relaciones colectivas revisten la forma propia del pequeño mercado».
15 G E R E M E K , La piedad y la horca, p. 7 ): “ La migración requiere la disponibilidad de medios econó­
micos y, al mismo tiem po, im plica marginnción social».
to desordenado de los individuos de clase media-alta susceptibles de obtener un perdón^
real. El Sello nos ayuda-a' conocer el alto grado de violencia irracional de las clases
.medias urbanas y la peligrosidad de Toledo en este sentido, pero no nos dice mucho
sobre la violencia motivada por la desigualdad económica o sobre las actividades delictivas
que no implicaban violencia. Reconocer lo primero, a mi entender, no significa tener que
negar lo segundo, aunque las fuentes nos informen de un modo muy desigual sobre cada
uno de estos aspectos.
Por supuesto, no quisiera in ve rtir los términos e in c u rrir en el mismo error que
G A U V A R D . afirm ando que en Castilla no existían grandes diferencias entre la d e lin ­
cuencia urbana y la rural y que, en nuestro caso, en ambos casos era el delito contr.a la
propiedad el más presente. No me atrevería a ofrecer, desde las fuentes disponibles, una
distribución tipológica del delito urbano y del rural que mostrara coincidencias o dife­
rencias, pero tampoco ereo que haya que obsesionarse con los porcentajes como única
form a de delim itar particularidades. Se robara más o menos, lo que parece cierto es que
lo que se robaba en el campó era distinto a lo que se robaba en la ciudad, que el ladrón
profesional podía v iv ir más tiempo y m ejor en la gran ciudad que en el campo, que se
iba a mover más que el simple campesino que, ocasionalmente, robaba una oveja, una
cantidad de trigo o algunas colmenas, precisamente para poder seguir viviendo en su
lugar habitual y no tener que salir a los caminos a buscarse la vida16.
Por otra parte, todo parece indicar que la gran ciudad genera un sistema d e lictivo
a gran escala, con un protagonismo indiscutible de las oligarquías sociales que, desde el
poder, consagran la ilegalidad como práctica habitual17, amparan algunas actividades
ilícitas que les generan ingresos y crim inalizan eualquier tipo de disidencia. Las autori­
dades urbanas combaten las formas delictivas que atentan contra sus intereses mediante
el recurso a la violencia punitiva pero, ai mismo tiempo, las causas estructurales que
desde el campo a la ciudad generan el incremento óel delito no hacen sino aumentar, por
lo que se inicia un círculo vicioso que, a lo largo de la Edad Moderna, pasado ya un
medievo «sombrío», hará que la violencia punitiva se m ultiplique al m ism o ritm o que la
delincuencia, sin llegar nunca a frenarla.

2 . L as j e r a r q u ía s s o c ia l e s

Sin lugar a dudas, a Enes de la Edad M edia el delito refleja con bastante claridad
las relaciones que se establecen entre los distintos grupos sociales y buena parte de los
mecanismos que éstos emplean para imponerse, para defenderse, para o p rim ir o para
rebelarse. Pero no siempre el delito es un vehículo de relación entre los miembros de

,<’ SAN C H E Z BENITO. «Delincuencia y vida rural», p. 79, habla de que no debe perderse de vista la
perspectiva del ámbito socio-económieo e incluso paisajístico, que explica la.pequeña delincuencia rural, que
considera humilde “ pero absolutamente permanente” . Probablemente, esta perspectiva es la que mas falta en
el estudio de la delincuencia medieval francesa que hace G A U V A R D . por la Carencia, en su caso, de fuentes
vátidas para penetrar en la pequeña delincuencia cotidiana cometida por las clases bajas, la que más suele
escapar a las canas de perdón. '
17 C A BR E R A. «V iolencia urbana», p. 9. afirma que “ quienes ejercían el poder eran causantes directos
de una buena pane de los actos violentos que se cometían habitualmente dado que estos últim os eran, en gran
medida, una consecuencia del enfrentamiento producido entre los llamadas bandos ciudadanos, presentes en
la mayoría de las ciudades de la época".
511

sectores sociales opuestos, porque en una gran parte de los casos se desarrolla en el
interior de un mismo grupo: el pobre no siempre robaba al rico y el.poderoso no siempre
actuaba con violencia contra el pobre. Para ofrecer un criterio de orden a nuestro repaso
de las jerarquías sociales y de su representación en los hechos delictivos registrados en
nuestras fuentes, vamos a seguir un orden descendente, comenzando precisamente por
los que estaban en la cúspide de la sociedad castellana de fines de la Edad Media.
La alta y mediana nobleza no ha tenido mucho protagonismo a lo largo de nuestro
estudio porque es. probablemente, el sector social menos representado en las fuentes que
hemos manejado, como también sería, sin duda, el sector que contaba con menos efec­
tivos en nuestra región y en cualquier otra. Sus escasas apariciones lo sitúan más a
menudo entre los delincuentes que entre las víctim as, lo cual no es de extrañar porque
estamos ante individuos dotados del suficiente poder y capacidad ju risd iccio n a l como
para no tener que recurrir a las instituciones judiciales para resolver sus asuntos o para
castigar a los que osasen .atacar sus propiedades, sus personas o sus intereses. Los
tribunales no son, por tanto, el lugar más propicio para encontrar a los miembros de la
alta nobleza, ni como demandantes ni como acusados.
Ciertamente, las actividades depredadoras que protagonizaban algunos miembros de
la nobleza en tiempos revueltos generaban demandas de ju sticia ante la Corte, como
pudim os comprobar en el caso de Gonzalo M ejía, que acumuló varias denuncias por
asaltos, robos y secuestros que cometió en tierras de su señorío de Santa Eufemia contra
mercaderes y campesinos acomodados en los años iniciales del reinado de los Reyes
católicos. Sin embargo, no parece que Gonzalo M ejía acudiera a la Corte ante ninguna
de las cartas de emplazamiento que recibió, ya que de haberlo heeho habría tenido que
estar en un continuo ir y venir.
Los ejemplos que han dejado huella en nuestra documentación nos muestran una
actividad- delictiva bastante selectiva por parte de la nobleza, que opta por el delito
eontra la propiedad y por elegir sus víctimas entre aquellos'de los que más se puede
obtener, aunque siempre, claro está, se trata de individuos de condición social in fe rio r
a los que pueden imponer un alto grado de coerción'*. El noble castellano de fines de
la Edad Media no es el tipo de delincuente m óvil y escurridizo, sino más bien el señor
que espera agazapado en su señorío el paso de viajeros a los que poder despojar, secues­
trar o cohechar, actividades que ampara en gran medida en sus facultades ju risdicciona­
les en el territorio en el que aecúa y en su capacidad m ilitar, al contar con hombres y
fortalezas desde las que actuar o en las que refugiarse"’ .
Las denuncias contra estas actividades de la nobleza castellana, al menos en nuestra
región y en sus inmediaciones; se acumulan en los tiempos de debilidad del poder
monárquico, to m o los que se vivieron en el in icio del reinado de los Reyes Católicos y
en el de Carlos I. En cuanto el poder monárquico se restablece, parece que los nobles
se reeacan y dejan de actuar a gran escala, aunque no falta algún que otro secuestro
esporádico para cohechar a algún prestamista al que se deben cantidades.
En cualquier caso, nuestra región no es una tierra en la que la nobleza territorial
tenga una implantación grande,, dado que los señoríos dd las órdenes militares y de)

'* BARROS, Mentalidad ju sticiera, pp. 150-152 y 178-180.


■’ LOJO P1ÑE1RO. A violencia nu G alicia, pp. 23-26.
512

arzobispado de Toledo cubren buena parte de los territorios señorializados20, y el marquesado


de V illena, el señorío laico más im portante de la región, va a desaparecer como tal en
el in icio del periodo que estudiamos. Nobleza escasa y poco inclinada a los excesos,
salvo en coyunturas'muy concretas, la de nuestra región no parece tener el protagonismo
de lictivo que alcanza la de otros te rritorios periféricos de la Corona de Castilla, tal vez
por el propio emplazamiento central del territorio, que hace que la Corte se ubique en
él o en sus inmediaciones con bastante asiduidad durante el periodo estudiado. La cer­
canía de la monarquía, cuando su autoridad es fuerte, calma los ánimos de la nobleza y
sus instintos depredadores21.
Sin embargo, estamos hablando de denuncias, no de comportamientos. Y una cosa
parece clara, para denunciar a un noble hay que tener una cierta posición social, unos
medios económicos holgados y haber sufrido un robo de consideración que ju stifiq u e el
tiempo y el gasto que puede ocasionar embarcarse en pleitos en la Corle. N c creo que
el campesinado medio y bajo, probablemente el que más sufría en sus carnes los excesos
de los nobles, tuviera a su alcance la posibilidad de recurrir a la Corte para denunciar
los hechos22. Si la situación se hacía insoportable y afectaba a colectividades amplias,
sólo quedaba la alternativa de la revuelta, de la violencia popular, que, por otra pane, no
ha dejado huella en la documentación que hemos manejado.
Por debajo de la nobleza podríamos situar a las oligarquías urbanas, entendidas en
sentido am plio e incluyendo a aquellos individuos m ejor dotados económicamente y que.
desde los puestos intermedios del concejo, comenzaban a com partir la mentalidad y los
intereses del restringido grupo de regidores, como sería el caso de los jurados2-1. Este
sector social, más amplio que la nobleza, se manifiesta también más diverso en cuanto
a su im plicaeión en hechos delictivos. Con frecuencia aparecen en nuestras fuentes como
protagonistas de hechos violentos, que cuando llegan ante la Corte son más merecedores
de perdón que de castigo. Su sociabilidad está bastante marcada por una violencia que
forma pane de su modo de entender y ejercer su posición social, y que se muestra tamo
en sus relaciones internas como en las que mantienen con los miembros de los grupos
inferiores2"1.
La lucha por abrirse camino en el gobierno m unicipal, por controlar el m áximo
espacio posihle, se basa en gran parte en las relaciones de fuerza que se establecen
dentro del grupo dominante, ya que económica y socialmente existe'bastante igualdad
entre sus componentes. A nivel individual es imposible contar con fuerza suficiente para
moverse en la ju n g la de las relaciones políticas concejiles, por lo que la tendencia a la
agrupación, a la creación de vínculos y solidaridades basadas en estrategias matrimonia-
les y en los lazos de dependencia que cada uno puede extender en sentido descendente.*3 1

n C A BR E R A. «Del Tajo a Sierra Morena», mapa en p. Í48.


31 BARROS, M e ntalida djusticiera, pp. 26-3 1.
:: MORETA, Malhechores feudales, pp. ]55-156. BARROS. M entalidad ju sticie ro , pp. 164-165 y «Vio­
lencia-y muerte*., p. 11 S. LOJO PIÑEiRO. A violencia na G alicia, p. 22 y H AN A W A LT. «Fur-Collar Crime»,
pp. 5-6.
3> G O N Z A L E Z JIM EN EZ. «Los municipios andaluces», p. 81.
;j C A BR E R A, «Crimen y castigo», p. 20.
513

genera una tensión permanente que da lugar a la violencia2-', el comportamiento d e lic tiv o
más común de este grupo y de sus dependientes26.
Las violencias colectivas que se producen en las ciudades en e) contexto de las
luchas de bandos son bastante conocidas y notorias a través de abundante documenta­
ción, pero hay un- tema que no siempre se ha sabido relacionar con este hecho y tal vez
podría hacerse. Por ejemplo, es bastante patente el alto grado de violencia interpersonal
individual que muestran las fuentes sobre el delito urbano, y que afecta, sobre todo, a
la clase mcdia-aha ciudadana. Este hecho se suele interpretar desde el punto de vista de
la im portancia de la honra22 y de la emulación por parte de las clases altas urbanas de
ios valores típicos de la sociedad feudal. V iolencia irracional c instintiva, dirían algunos,
pero que puede encubrir, en un alto grado, un trasfondo po lítico y económico. La honra
y la injuria están en el origen de muchos de los hom icidios que se perdonan por parte
d e ja monarquía, pero no podemos afirm ar sin más que todos ellos obedezcan a las
motivaciones que se alegan para obtener el perdón. Aunque no debemos in c u rrir en el
error de negar la importancia de la honra, lo cierto es que muchas veces ésta se inscribe
en el sistema de la iucha política, que a su vez es una l.ucha económica, y encubre una
racionalidad que se nos escapa y que podría demostrar que la impulsividad medieval no
siempre es tal. y que muchas veces se elim ina a adversarios políticos, o a gentes que
discuten el poder de determinados grupos ciudadanos, amparándose en el pretexto de la
honra.
En fin, las oligarquías urbanas son delincuentes fácilm ente perdonables cuando
dirim en sus pugnas por el poder dentro de unos lím ites y cuando ejercen una violencia
supuestamente irracional contra los de su grupo o contra los inferiores sociales. Sin
embargo, son víctimas que difícilm ente perdonan a las clases bajas cuando éstas actúan
contra sus propiedades e intereses, sobre todo desde el momento en que controlan los
mecanismos policiales y las instancias judiciales, que utilizan como argumento de peso
para imponer su dom inio social y económ ico2' . El control del regimiento permite a las
oligarquías im poner las leyes y normas de conducta en la ciudad, las reglas de juego en
el eampo dependiente de la misma, decidir, en' fin, la legalidad c ilegalidad de los
comportamientos populares. Y hecha la ley, hecha la trampa. Las continuas violaciones
de la legalidad por parte de las oligarquías, sobre todo en el tema de la apropiación ilegal
de tierras comunales y de los adehesamiemos abusivos, van a ser pasadas por alto
durante mucho tiem po por pane de unas autoridades que son las primeras en cometer
tales abusos, mientras que el campesino que mete su ganado en una tierra ajena será
tratado como un delincuente. En la ciudad, por otra parte, la prostitución ilegal, el juego
y otras actividades que las ordenanzas dictadas p'or las oligarquías condenan y multan
son una fuente de ingresos nada despreciable para los propios agentes de la justicia.
Si nos salimos al campo más alejado de la ciudad, las oligarquías urbanas, en
algunos casos concretos como el de Ciudad Real, y probablemente también en el de
Toledo y Talavera. cuentan con instrumentos igualmente válidos para defender s\ts inte-

2> T O R R E B LA N C A . «Sistemas de guerra», p. 105.


w WE1SSER. Crime and Punishment, p. 40. RUGGIERO. Violence in S arly Renaissance Venice, p. 95.
N A R B O N A . Malhechores, violencia, pp. 83-86.
N A R B O N A . Malhechores, violencia, p. 85.
‘ R WEÎSSER. Crime tto/i Ptrni*hw*t*r * ?iV>
reses y para hacer de la lucha contra el delito un medio de aumentar sus ingresos, al
tiem po que de perseguir a sus enemigos, como es, o llegó a ser, la Santa Hermandad
Vieja. La dureza y la violencia con que esta institución castiga a los ladrones de colm e-
ñas, de ganado o de cereales, cuyos propietarios son en muchos casos los miembros de
las oligarquías urbanas, contrasta con la benevolencia que la Corte m anifiesta con los
excesos de esta misma oligarquía. Veamos si no algunos ejemplos.
Juan Mexía, vecino de Ciudad Real, fue perdonado por los Reyes Católicos en
1480, a petición del concejo de la ciudad, por haber dado muerte a R odrigo del Pulgar,
hermano de Hernando del Pulgar, durante los alborotos que se produjeron en I4 7 4 3'8. Su
hijo Juan M exía el mozo, alcalde de la Hermandad V ieja en 1494-95 y 1497-98, dictó
durante su mandato un mínimo de dos condenas de muerte contra sendos sodomitas y
cinco condenas de azotes, una con desorejamiento incluido, contra individuos que habían
robado un libro, unos carneros o colmenas'0.
Gonzalo de Arciniega. vecino de Ciudad Real,, había dado muerte a su m ujer en
1489 de un golpe en los riñones, por lo que fue demandado ante la Corte en 1491 por
un hermano de ésta'1. Sin embargo, la Corte rem itió el caso al corregidor de'C iiidad Real
y no parece que se actuara muy duramente contra el acusado, si es que se actuó en modo
alguno, ya que éste fue alguacil de la Hermandad Vieja en 1495-96, año en el que tuvo
ocasión de participar, como mínim o, en la ejecución de azotes contra tres mozos de
Ciudad Real que habían cometido hurtos contra sus amos-8'1.
Por últim o, A lonso de Mena, vecino de Ciudad Real, fue perdonado por los reyes
en 1499 de la muerte de Hernando Jurado, al que dio una pedrada en una pelea88. Esta
muerte no le impide ser un ciudadano honrado que puede participar como lugarteniente
de alguacil de la Hermandad en la persecución de un vecino de C hillón acusado del robo
de un buey8J.
De contar con fuentes completas que nos permitieran con más frecuencia y en
mayor extensión cruzar datos como los que hemos mencionado, podríamos encontrar
más ejemplos de que los encargados de ejercer la violencia represiva contra determina­
dos delincuentes tenían a sus espaldas, en ocasiones, hechos delictivos que nos pueden
parecer incluso más graves, pero que en la époea que estudiamos eran m ejor tolerados
cuando los cometían los miembros de las élites sociales.
Igual que sucede con las oligarquías urbanas, las clases bajas tienen una im plicación
muy diversa en cuanto a los hechos delictivos. De sus filas salen una buena parte de los
delincuentes contra la propiedad que, de ser capturados por la ley. van a s u frir en sus
carnes el castigo por su atrevimiento. También se ven implicados en hechos violentos,
pero en su caso suele haber un m óvil económico más claro, pues en ocasiones éstos se
producen en intentos de robo o en defensa de sus intereses económicos, como cuando los
pastores se enzarzan en peleas con los guardas que pretenden tomarles prendas en sus
ganados por entrar ilegalmente en determinadas propiedades o pastos.*

:v A.C.S. R.G.S.. 1480. septiembre. 13. fol. 135.


* A .H .N . Cueiiuts. 1494-95. 21. 24. 25, y 46 y 1497-98. 4. 7. 17. 44.
11 A.G.S. R.G.S.. 1491. noviembre, s.ci.. fol. 304.
” A .H .N . Cuenítis. 1495-96. 7. 43 y 55.
” A.G.S. R.G.S.. 1499. mayo. 8. fol. 122.
w A .H .N . Cuenuis, 1509-10. 9.
Tamo los sectores inferiores del campesinado como las clases bajas urbanas, integradas
por empleados domésticos, delinquían en una gran prop.orción contra las propiedades de
los más pudientes, mayormente contra las de sus propios amos, en una actuación que
refleja, sin duda, un cierto malestar e insatisfacción ante las condiciones de vida y de
trabajo a las que se veían sometidos'1. Los empleados domésticos que cometen hurtos
contra sus amos suelen huir de la ciudad en que habitan en busca de nuevas oportu­
nidades en otras tierras, aunque no sabemos cuál podía ser su fin, salvo en el caso de
los que eran capturados, cuyo futuro inmediato era un paseo humillante y doloroso por
las calles de la eiudad, seguido de un destierro en virtud del que tendrían que abandonar
la región contando con menos medios económicos que la vez anterior, si no tenían
antecedentes que merecieran una pena mayor.
En el caso de las clases bajas campesinas, integradas mayoritariamente en la región
que nos ocupa por pastores y colmeneros asalariados, su actuación es algo diferente. Sus
integrantes no parecen tan propensos a la huida, sino que intentan cometer hurtos que
puedan pasar desapercibidos, o que puedan cam uflar alégándo accidentes o pérdidas, en
un intento de poder mejorar sus condiciones de subsistencia permaneciendo en sus pues­
tos de trabajo. El ilegalismo rural, además, se extiende a prácticas eomo el furtivísimo,
los daños ocasionados a la propiedad por entrada de ganados en tierras de e ultivo o
colmenares o el incendio forestal, que reflejan tensiones, no siempre entre oligarquía y
clases bajas, surgidas por el control del espacio que ejercen determinados grupos.
Pero no encontramos a las clases bajas únicamente entre los delincuentes persegui­
dos y castigados, porque su espectro es. muy am plio y sus propiedades no por exiguas
están más a salvo de ser atacadas. En gran parte los ladrones roban lo que tienen más
a mano y está menos protegido, y siguiendo esta lógica es fácil imaginar que en dema­
siadas ocasiones los menos pudientes eran también las víctimas más propicias de los
robos que cometían otros individuos- tan poco pudientes como ellos o incluso menos. Por
no hablar de los robos más o menos sistemáticos que los campesinos más pobres podían
s u frir de parte de los poderosos, que en ocasiones revestían sus acciones de una dudosa
legalidad y en otras actuaban abiertamente de un modo violento simplemente porque
podían hacerlo sin temor al castigo'0.
Como resumen a este breve repaso descendente de los principales grupos en los que
podemos d iv id ir a la sociedad castellana de fines de la Edad M edia, podríamos decir que
en todos encontramos delincuentes y víctimas y que, incluso, algunos delincuentes lo
eran porque eran víctimas y algunas víctimas lo eran sin dejar de ser delincuentes. Suena
com plicado pero es, tal vez, la m ejor manera de expresar las implicaciones sociales del
delito en la época que nos ocupa. Con todo, las mayores víctimas pueden encontrarse,
sin duda, en los niveles inferiores de la sociedad, víctimas de un sistema que consagra
la opresión social, víctimas de innumerables comportamientos delictivos que ni siquiera
tienen capacidad de denunciar.ante la ley y víctimas, por fin, de un sistema represivo
muy atento a sus ¡legalismos y dispuesto a castigarlos con dureza.

M GEREM EK. The Margins o f Society, p. 98.


•'6 BARROS. Mentalidad justiciera, p. 165.
516

3. H ombre y mujer

A iravés de) delito es bastante fácil penetrar en un análisis de género de la sociedad


de fines de la Edad-Media, porque no deja de ser una actividad en la que se reflejan con
bastante nitidez las relaciones que se establecen entre los sexos y los roles que desem­
peñan cada uno de ellos'7. La aproxim ación a este tema puede hacerse, a través de un
análisis estadístico de la documentación y a través de la díseceión de algunos casos
concretos, sobre todo cuando contamos con procesos, más o menos íntegros, que m ani­
fiestan situaciones cotidianas que viven, o puntos de vista que expresan, algunas muje­
res, algo que es muy d ifíc il de encontrar en otro tipo de fuentes.- La perspectiva que
ofrece la documentación ju d ic ia l sobre el d e lito es inequívocamente masculina, pues son
hombres, y sólo hombres, los que dictan las leyes, los que controlan los aparatos ju d i­
ciales y los que ejercen la represión del delito. Sin embargo, y aunque sólo sea como
testigos, las mujeres comparecen y hablan ante la justicia en algunas ocasiones y. aunque
sus palabras son transcritas, y tal vez adulteradas, por los escribanos, es lo más cerca que
podemos estar de oír su voz en primera persona.
Desde un punto de vista estadístico, la im plicación de los sexos en la delincuencia
de fines de la Edad Media ofrece unos perfiles bastante claros y que suelen co in cid ir en
la mayoría de los estudios que ofrecen datos sobre el tema, aunque las lagunas de
algunas fuentes son demasiado evidentes como para pretender afirm ar que estamos cerca
de poder establecer una diferenciación tajante entre una c rim in a lid a d masculina y una
c rim in a lid a d femenina. Por ejemplo, en este punto, sorprendentemente, G A U V A R D re­
conoce la insuficiencia de las canas de perdón a la hora de registrar el delito cometido
por mujeres, ya que afirma, y. no soy yo el que lo dice, que haeia el final del período
que estudia el perdón real se redujo cada vez más a los casos de hom icidio, delito que
no era cometido por mujeres con mucha fre cu e n cia '*.
Sin embargo, la implicación femenina en hechos violentos que se registra en las
cartas de perdón francesas es un punto de partida para descubrir que la violencia a fines
de la Edad M edia “ se conjuga en m asculino’’■', . Un 98% de los culpables de los hom i­
cidios y agresiones perdonados en Francia en la Baja Edad M edia eran hombres, como
también lo eran un 80% de las -víctimas. Seria erucial contar con estadísticas sobre el
delito castigado en Francia, y no sólo sobre el delito perdonado, porque aunque el
protagonismo masculino en los hechos violentos sentenciados probablemente sea igual
de aplastante, tal vez podría darse el caso de que las mujeres que cometían asesinatos,
aun siendo muchas menos que los hombres, fueran proporcíonalmenie más numerosas de
lo que reflejan los perdones. En otras palabras, el hom ieidio más perdonable es aquél que
se comete bajo la excusa del honor, de un triodo accidental o en defensa propia, y no creo
que éstas fueran las modalidades más frecuentes en las que una mujer daría muerte a un
hombre. El uso del veneno, de la astucia, o de la premeditación con com plicidad serían
comportamientos que anularían la posibilidad del perdón, y probablemente eran los más
típicos en los homicidios protagonizados por mujeres.

i: F IN C H . «Women and Violence», p. 23.


“ G A U V A R D . De grace especial, p. 301. Y yo me pregunto, si reconoce eso. ?por qué no reconoce que.
. en In mismn medida, las cartas de perdón no registran la delincuencia de las clases bajas inclinadas al robo?
J,; G A U V A R D . De grace especial, p. 307.
'
. 517

A partir de los datos sobre el hom icidio procesado en la Inglaterra del siglo X III,
G IV E N detecta .un 91% de ineulpados masculinos y un 80% de víctimas masculinas, lo
que le lleva a con clu ir que el hom icidio en la Inglaterra medieval era cosa de hombres*0.
El perfil general parece bastante coincidente con los porcentajes que ofrece G A U V A R D ,
pero el hecho de que la presencia femenina entre los inculpados en hom icidios en la
Inglaterra del siglo X I I I sea siete puntos más alta que en la Francia del X IV -X V es, a
" mi entender, bastante significativo. No creo que las británicas fueran más violentas por
razones culturales o sociales, sino que Ja diferencia manifiesta, una vez más, que no es
lo m ismo el delito perdonado que el delito castigado, y que. probablemente, la mujer no
sólo mataba en mucha menor medida que el hombre, sino que también era perdonada con
menor frecuencia.
En cualquier caso, no es cuestión de ofrecer un rosario de estadísticas, porque en
todos lados parece claro que la mujer protagonizaba hechos violentos con mucha menor
frecuencia que el hombre, pero los sufría en mayor grado del que los-cometía. Los
extremos irían desde un 0% a un 9% de mujeres entre los inculpados de hom icidio y de
4% a un 20% entre las víctim as*41*4 '. Si sumamos los casos de agresiones físicas sin muerte
3
las cifras pueden variar algo, pero la realidad no cambia mucho: la mujer era d e fin iti­
vamente menos viólenla y su papel preponderante en ios hechos violentos era el de
víctima.
Los datos son indiscutibles, y lampoco parece haber motivado mucha discusión su
interpretación: muestran “ el lugar que la soeiedad de fines de la Edad M edia reservaba
al sexo femenino. Un lugar reducido, lim ita d o (...) y una posición in fe rio r de la mujer
respeeto del hombre, que explica que sea más a menudo víctim a que culpable” 4- . Los
dalos, también, nos permiten discernir los lím ites de la “ desigualdad fundamental entre
los sexos»4', la dominación que la mujer sufre durante toda su vida por parte de padres
y m aridos44 y la violencia que se extiende en el seno de las relaciones fam iliares y
domésticas, pues una buena parte de las mujeres que sufrían una muerte violenta lo
hacían a manos de sus maridos4'.
La verdad es que cuando se manejan las estadísticas sobre la im plicación de los
" sexos en la violencia medieval parecería que estamos descubriendo a través de ellas la
imagen de una condición femenina lastimosa. Se deduce que la m ujer tiene un rol
subordinado y dependiente del hombre en todos los sectores de la sociedad, por lo que
su condición, independientemente de su posición social, nunca es del todo privilegiada
cuando está en lo más alto y es doblemente oprim ida cuando está en lo más bajo. Ahora
bien, si tenemos que basar en las estadísticas sobre el hom icidio el conocimiento de)
pape) que juega la m ujer en una soeiedad dada, si el medievalism piensa que eso basta
para generar un discurso fá c il y asumióle por todos, in vito a los que tengan muy claro

46 G IV E N , Society and Homicide, p. 134.


41 Cír.. además de los trabajos citados de G IV E N y G A U VA R D . H aN aW A LT . «Violent Death», p. 306.
VER D O N , «La femme et la violence», p. 367. FINC H , «Women and Violence», pp. 26-27. G O N TH IER . «Les
femmes», p. 26 y SA BATE. «Femmes et violence», p. 286.
43 Sa B a TE. «Femmes et violence», pp. 315-316. El entrecomillado es una traducción más o menos
literal.
*■' G A U V A R D , De urace cspecial, p. 300.
44 VER D O N , «La femme», p. 373.
4> F IN C H , «Women and Violence», p. 38
el cema.a repasar las estadísticas sobre los hom icidios que se cometen en nuestros días.
Yo no lo he hecho, me he conformado con llegar hasta donde he podido encontrar datos
.fiables sin salirme de estudios elaborados por historiadores, ya que dejo a los sociólogos
la interpretación de nuestro tiempo. Pero los porcentajes que se pueden ver en trabajos
sobre la segunda mitad del siglo X IX son, sorprendentemente, más tétricos que los que
arrojan las fuentes medievales respeeto a la presencia femenina en los delitos de homi­
cidio.
Sobre una base de estudio cercana a*400 casos de hom icidio cometidos en Londres
entre 1857 y 1900, C H A S S A IG N E detecta un 10% de inculpados femeninos y un 58%
de víctimas femeninas, de las que casi un 40% murieron en riñas domésticas o en
incidentes crapulosos46. Si la condición de la m ujer cabría pensar que había mejorado en
muchos aspectos a lo largo de los siglos, no parece que esas mejoras cambiaran sustan-
cialmente su triste relación con los hechos violentos, ya que su papel de víctim a aumenta
notablemente y la frecuencia en que lo es de los hombres que la rodean no desciende.
Si alguien quiere entender que la mujer sufre un mayor grado de violencia en el siglo
X IX porque tiene una vida social mas intensa, lo cual sería un desarrollo p o sitivo para
ella, que analice prim ero qué vida social era la que desarrollaba con más asiduidad, sobre
todo la mujer de baja condición social, y hasta qué punto ésta podía sig n ific a r una
liberación. El medievo, entendido desde el punto de vista de los estereotipos negativos
que se le atribuyen, podría decirse que se ha escondido en algunos rincones de.la socie­
dad moderna y que se ha resistido a desaparecer con la facilidad que, en muchos aspec­
tos. algunos le han atribuido.
Pero no podemos lim ita r nuestra aproximación al papel que juega la m u je r en la
delincuencia medieval a los hechos violentos más graves, en los que ya hemos visto que
su protagonismo era escaso y su papel más frecuente el de víctima. La violencia verbal,
capitalizada por la injuria, es un territorio bastante distinto, a juzgar por las fuentes, y
en el que la m ujer se interna eon más frecuencia. Las estadísticas que se conocen reflejan
que “ la mujer insulta más que el hombre’’41 y que, en cierto modo, la palabra es su mejor
arma ofensiva y defensiva. Probablemente la usa con frecuencia, tal vez con demasiada
frecuencia, por lo que surge el tópico de la m ujer lenguaraz, provocadora de violencias,
que merece en ocasiones los malos tratos que ie infringe el hombre. El punto de vista
masculino sobre este carácter de la mujer queda reflejado en algunos testim onios que nos
hablan de “ paroles de femmes... que l ’ on ne d o it pas en tenir compte'”4*.
Sin embargo, el delito en el que las mujeres se ven envueltas con más frecuencia
parece ser el robo4V. Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de las fuentes mane­
jadas en los estudios que nos informan reflejan una incidencia muy lim itada de este
delito, el dato parece bastante significativo y podría re fle ja r una mentalidad y un com por­
tamiento femenino más prácticos y relacionados con las necesidades materiales de la
vida cotidiana. La mayor parte de los robos cometidos por mujeres se producen en el
escenario doméstico, son cometidos por sirvientas, una de las escasas profesiones que a*

“ C H AS S A IG N E. «Le crim e de sang», p. 513.


47 SABATE. «Femmes et violence», p. 2S0.
a VERDON, «La femme», p. 369. '
** G O N TH IER . «Les femmes», p. 26.
la m ujer se le reconoce plenamente sin dificultades, y reflejan una especie de rebelión
contra su condición.mísera, no muy diferente de la que demuestran muchos hombres de
idéntica condición.
Para finalizar este breve repaso a la im plicación femenina en las diferentes tipologías
delictivas, podemos mencionar dos delitos en los que la mujer es protagonista indiscu­
tible, en un caso como delincuente y en el otro como víctim a: el adulterio y la violencia
sexual.
Desde el punto de vísta del peeado, el adulterio podía ser cometido por el hombre
o la m ujer casados que mantuvieran relaciones sexuales fuera del m atrim onio, sin em­
bargo, la ley c iv il no crim inalizaba, en la práctica, el adulterio masculino cometido por
hombres casados, mientras que actuaba con todo rig o r contra el adulterio fçm enino. El
punto de vista masculino impera totalmente en la concepción legal de este asunto, ya que
la m ujer adúltera es una delincuente, además de una pecadora, por atacar el principio de
propiedad y la honra del hombre. No es la relación sexual pecaminosa la que horroriza
a la justicia, s in o ;el atentado contra la propiedad del hombre, su mujer, que para algunos
es ineluso su única posesión material de cierto valor. El adulterio es, por tanto, uno de
los delitos que mejor reflejan el rol de la mujer objeto y de la mujer propiedad, propie­
dad de su padre primero, de su marido después y, en caso de no estar casada y de in cu rrir
en el amancebamiento o la prostitución, propiedad quasi-públicci. La m ujer funciona a
un tiem po como objeto de placer sexual, instrum enializado según las necesidades o
apetencias del varón, y como reproductora que tiene la sagrada misión de producir
herederos legítimos para asegurar la transmisión de la propiedad y del rango. Un papel
subordinado sin duda, pero de una importancia vita l en la sociedad medieval, y que nos
muestra lo que algunos antropólogos han definido como “ la ambivalencia de la mujer:
una mitad subordinada, necesaria, pero peligrosa” 50.
La violencia sexual es otro delito en el que el papel de la mujer es único, siempre
víctim a y en un alto grado, muy superior, como hoy, al que pueda reflejar cualquier
estadística obtenida de la documentación ju d ic ia l. La violación es un delito ante el que
la concepción de la justieia se muestra muy diversa por toda Europa, sin- que podamos
presum ir que su castigo más o menos severo se relacione con una valoración mayor o
menor de la condición femenina. Desde una sim ple travesura fácilmente perdonable o
enmendable51, hasta un crimen horrendo merecedor de la pena de muerte, la considera­
ción de la violación y la gradación de su castigo tiene más que ver, probablemente, con
la condición social del agresor y de su víctim a que con la valoración que se atribuya a
los hechos. Las clases altas tienen un amplio de margen de.aetuación y una gran posi­
bilidad de elegir víctimas para sus violencias sexuales, y raramente van a llegar ante los
tribunales por ellas5’ . Las clases medias corren más peligro, pueden sufrir más presiones
por pane de las fam ilias de sus víctimas para llegar a arreglos privados y, ocasionalmen­
te, pueden verse ante ¡os tribunales y jugarse una condena severa. Ahora bien, los que
vemos desfilar hacia el patíbulo por actos de violencia sexual son mayoritariameme

50 La idea la toma GAIJVAR D . De gracé especial, p. 300,' de Georges B A L A N D IE R , Antliropcf-logicjues,


pp. -13-61.
51 M A R T IN , «Violences sexuelles», p. 647: "Le vio l est alors com pris comme la conséquence, grave mais
rion crim inelle, dun jeu de sêduccrion qui aurait mal tourné” .
I 51 LAB AR G E . A S m a ll’Sound, p. 26.
520

marginados (esclavos o antiguos esclavos, rufianes) o integrantes de las clases depen­


dientes (sobre todo empleados dómésricós). Probablemente su comportamiento sexual no
es m iiy diferente al de cualquier otro hombre, pero sus acciones son, además de un delito
sexual, un atentado contra el orden social.
El p e rfil de la delincuencia que sufren o protagonizan las mujeres es, a grandes
rasgos, bastante .particular en algunos de sus aspectos, y sobre todo ante algunos delitos
concretos. Este hecho contribuye a d istinguir, aunque sea de un modo im perfecto y no
del todo nítido, la existencia de algunos rasgos comunes que comparten todas las m u­
jeres en virtud de su sexo y que definen el género como categoría digna de ser tenida
en cuenta en el análisis histórico. Pero esta categoría no anula, en modo alguno, las
diferencias sociales que distinguen a las mujeres en función de su posíeión social, y que
hacen que entre la condición de la m ujer o hija de un pastor, de un artesano o de un
miembro de la oligarquía ciudadana medie un abismo considerable, tanto como e) que
puede e xistir entre sus padres o maridos.
En nuestro estudio sobre ia delincuencia castellana hay que reconocer que la mujer-
ha tenido una aparición escasa, salvo en los delitos en los que su presencia es, como
hemos visto, inexcusable. En cuanto al tema de la violencia, Jo comentamos en su
momento, la realidad que reflejan nuestras fuentes es similar, por no decir idéntica, a la
que manifiestan los estudios sobre el tema para otras regiones europeas. Sin embargo,
llama la atención que comando con tama inform ación sobre el robo, en nuestro caso no
se comprueba una participación femenina tan alta como la que algunos investigadores
sugieren. Desde luego, este hecho no puede aehacarse a que las fuentes no sean las más
adecuadas, sobre Lodo en el caso de las cuentas de la Hermandad de Ciudad Real, que
reflejan tantos-robos cometidos por empleados domésticos de la ciudad. Todo hace in-
diear que las empleadas domésticas eran menos dadas a emprender la aventura apoyán­
dose en el robo, papel que sí desempeñan, bastante a menudo, algunas mujeres casadas
que abandonaban a sus mandos y se fugaban con parte de sus bienes y en compañía de
otros hombres.

4. L as e d a d e s d e l h o m b r e y l a m u je r .

Un tema que ha interesado a algunos investigadores de la delincuencia medieval es


el de la relación entre delito y edad, sobre todo a la hora de intentar trazar un perfil-
sociológico y psicológico del delincuente prototípico. Lo cierto es que el tema no es
anecdótico, porque la edad de los delincuentes, y en algunos delitos de las víctim as, era
una de las consideraciones que la ju sticia tenía en cuerna a fin de determinar ia gravedad
de los hechos y establecer un castigo. Sin embargo, pocas precisiones estadísticas puede
hacer el historiador sobre la edad de los delincuentes medievales, ni siquiera cuando
contamos con procesos en los que.el dato se recoge, ya que establecer la edad concreta
de los individuos era d ifíc il para la justicia, para los testigos y para ellos mismos.
A partir de las cartas de perdón francesas, que registran, con mayor o menor pre­
cisión, la edad de los delincuemes en un alto porcentaje, G A U V A R D puede detectar de
un modo inm ejorable la forma de p e rcib ir la edad que tenían las gentes de fines de la
Edad Media. El grado de imprecisión es alto, pues sólo en un 25% de los casos se
menciona la edad cifrada, y"en ocasiones con una tendencia al redondeo que indica que
es una mera aproximación. Más frecuentes son las menciones a la edad subjetiva.
521

diferenciándose; én term inología francesa, las categorías de: en/ont, je u n e-enfant, jeune,
jeune homme, homme y vieux*3.
En nuestro caso, los procesos conservados de las Hermandades de Toledo y Ciudad
Real aportan bastantes datos en tom o a la percepción de la edad, pues no sólo había que
tratar de preeisar la del acusado, si se sospechaba que fuera menor de edad, sino que los
testigos que desfilan en cada proceso tenían que mencionar la suya, aunque en ocasiones
el escribano no ha registrado el dato. N o vamos a entrar abora en un análisis pormeno­
rizado de todos los procesos, pero sí podemos considerar ur.o de los más completos, en
el que se ha conservado la declaración de diecinueve testigos, a modo de ejem plo del
modo en que los individuos hacían mención a su propia edad5*. Sólo ba quedado cons-
tancia de la edad de doce de los testigos que comparecieron ante los alcaldes de la
Hermandad de Ciudad Real para prestar declaración sobre la muerte de A lonso de Palma
en el batán de Ivanj Sancho, sucedida a finales de ju n io de 1500. De ellos, seis m encio­
naron su edad diciendo un número de años y añadiendo la fórm ula poco más o menos**,
dos se inclinaron por vacilar entre dos cifras55, uno mencionó una cifra m ínim a51 y sólo
tres no dudaron en mencionar una edad que, en principio, podría considerarse exacta5*.
De estos 1res últim os, dos son muy sospechosos de haber redondeado la cifra, y sólo uno
ofrece ciertas garantías a) afirm ar que tiene 36 años.'Curiosamente, el único que podría­
mos considerar que sabe su edad de un modo cierto es N u flo de M olina, escribano, el
individuo m ejor situado social, económica y culturalmente, pues el resto de los testigos
son en su mayor parte artesanos o mozos asalariados.
La conclusión que puede obtenerse de este ejemplo es que para la inmensa mayoría
de los hombres y mujeres de la Edad M edia la edad era una noción vaga, algo.que no
hacía falta precisar y que se medía por mera aproximación. El paso del tiempo se
percibía por sus señales y no era necesario llevar un cálculo exacto.
Sin embargo, en algunas circunstancias era de vital importancia poder establecer la
edad exacta de un individuo, o al menos saber de cierto que no había rebasado un umbral
determinado, y es que, desde el punto de vista legal, en Castilla, como en Francia, el
lím ite que señalaba una frontera entre la plena responsabilidad pena) y la minoría de
edad, que podía considerarse eximente y merecía ciertas garantías procesales añadidas,
se fijaba en los 25 años” . Llama poderosamente la atención que en un tiempo en el que
la esperanza de vida al nacimiento era corta, en el que las personas maduraban con
rapidez, trabajaban desde corta edad, se casaban jóvenes y pocos llegaban a viejos, se
estableciera un lím ite tan alto para considerar la plena consciencia y responsabilidad de

•M G aU V A R D . De grace especial, p. 348.


** A .H .N . Div. Her.. Leg. 24. n* 2. 1500. ju lio . I.
M Tienen, según el orden en el que aparecen en el proceso. 28. 29, 22. 30, 30 y 50 años, poco más o
menos. La tendencia al redondeo, en el caso de los tres últimos, parece clara, asi como la preferencia por las
cifras pares
v' 32 o 33 años y 35 o 36 años.. - • -
H 50 años o más.
M 35. 45 y 36 años.
•w G A U V A R D . De grace especial, p 354. La mayor parte de los procesos de )a Hermandad se lim itan
a hacer constar que un acusado es. o parece, menor de edad, pero en algún caso se meneiona expresamente
que parece lener menos de 25 años, lo que nos da c) daio del lim ite exacto que señalaba la minoría de edad
legal: A .H .N . Div. Her.. Leg. 24. n° 3?. 1521. mayo. 13.
los actos, pero es una paradoja para la que no tengo explicación, y no parece que, pese
a recurrir a numerosas fuentes. G a UV a R D pueda resolver*0.
Ante un delincuente preso, uno de las primeras actuaciones de los alcaldes de la
Hermandad era valorar su edad. El simple aspecto podía dejar claro que se trataba de un
menor de 25 años, con lo que sin más dilación se ie dotaba de un cu ra d o r que actuara
en su defensa41. Esta garantía legal en el procesamiento de los menores era im prescin­
dible. y comamos con ejemplos en la C hancillería de anulaciones de procesos hechos p o r .
las justicias locales por no haber tenido en consideración la m inoría de edad del acusa­
do42 .
Ahora bien, en los casos dudosos surgía la necesidad de buscar testigos que acla­
raran la edad del acusado, y contamos con ejemplos curiosos de cómo ei vecindario y
los conocidos de un individuo medían su edad. Un caso sorprendente es el de A m onio
Serrano, acusado de haber participado en la violación de una joven y cuyo padre, tiempo
después de haber sido condenado a muerte en rebeldía, llevó ante los alcaldes de la
Hermandad de Ciudad Real pidiendo la reapertura del proceso43. El padre del acusado
afirmaba que éste era menor de 14 años y que en la primera vista no se tuvo en cuenta
su minoría de edad para que interviniera un curador en su defensa. Reabierto el proceso,
y aunque podría parecer que el aspecto del acusado, siendo menor de 14 años, debía ser
lo bastante elocuente para no necesitar de pruebas, comparecen algunos testigos que son
interrogados sobre la edad del mismo. Un testigo de 25 años afirm a que no sabe de cierto
la edad del acusado, pero que vido a l dicho A ntonio pequeño y vestido en a b itillo de
fra yle . Más bonita es la historia que nos cuenta una vecina de 34 años para calcular la
edad de A ntonio: biviendo esta testigo çerca de casa del dicho Alonso Serrano, que le
fd lle ç iô un niño de teta y que su muger del dicho Serrano tente gran ravia p o r la muerte
de aquél, y que te d ijo que avía de y r a Guadalupe a rogar a Nuestra Señora que le
diese otro que te pareçiese a aquél, e que fu e e de seguida que vino, dende a pocos días,
se hizo preñada d e l'd ic h o Antonio, y que a su creer desta testigo cree que el dicho
A ntonio será de hedad de catorze años poco más o menos, y que de Todos Santos acá
anda en ellos (...) porque esta testigo tiene una h ija de diez e seys años e que qitando
el dicho Antonio naçià sería su h ija de dos años- . . .............. -
En otro caso dudoso en el que varios testigos tienen que demostrar la m inoría de
edad de un acusado, se van a remontar a recuerdos iejanos. poniendo en relación ei
nacimiento del in divid u o en cuestión, que recuerdan por haber sido invitados a la cola­
ción que dieron los padres el día del bautismo, con acontecimientos de su propia vida.
En 152! un vecino de El V iso recuerda el nacim iento en dicho lugar de Bartolom é Ruiz
en torno a 1498 porque ese año fue cuando el testigo se fue de la serranía a v iv ir a El

G a U V a R D , De grace especial, pp. 354-356. Hace referencia a opiniones en rorno a la percepción de


la edad por parte de San Agustín. Philippe de Navarra y Daaie. enrre otros.
w A .H .N . Oiv. Her., Leg. 24. n° 3. 1501. abril. 23. Un alcalde de la Hermandad de Ciudad Real que iba
a interrogar a un preso le pregunta iníciaimeme su edad, porc/ue p o r su aspecto poresçe menor de edad, e diso
que puede uver dies e syeie años. A l no ofrecer dndas la minoría de edad de) acusado se le asigna un curador.
*! A.Ch.Gr.. 305-5-124. 1503. diciembre. 20. Los alcaldes de la Chancillería anulan el proceso hecho por
las justicias de Alcaraz contra un vecino acusado de violación por no haberle dado curador, siendo menor de
25 artos.
A .H .N . Div. Her.. Leg. 24. n" 23. 1511. febrero. 9.
Viso, e vida la gente que convidaron para su bautismo (...) e así mismo convidaron a
este testigo e a su muger** * .
En lm. se pueda precisar con mayor o menor exactitud, lo cierto es que una gran'
pane de los acusados que vemos desfilar por los procesos de las Hermandades de Toledo
y Ciudad Real, sobre todo en el caso de los im plicados en delitos de robo, eran menores
de 25 años, circunstancia que, en algún caso, les s irv ió para evitar una condena de
mu ene cierta6-'. Todo parece indicar, por tanto, que como se intuye para otras zonas de
Europa, a fines de la Edad M edia,existía una relación bastante clara entre juventud y
delincuencia.
En general, la juventud suele relacionarse en bastantes estudios con los delitos
violentos, y en especial con las violencias sexuales6*, que a determinada edad parecen
considerarse incluso algo normal y perfectamente excusable, siempre que los jóvenes
sepan elegir sus víctimas entre muchachas de baja condición67. Conocemos ejemplos
procedentes de diversas ciudades europeas de cómo los jóvenes tendían a agruparse para
com partir sus ratos de ocio. En nuestro caso no contamos con ejemplos de actuaciones
desordenadas protagonizadas por estas bandas de jóvenes, que reflejan una mezcla de
violencia y diversión típica del comportamiento ju v e n il masculino y ante el que se
procede con una cierta tolerancia. En una ocasión encontramos a un grupo de jóvenes
de Calzada de Calatrava que se divierten en la noche a costa de un vecino con fama de
cobarde: ... después de se aver acostado el dicho Bartolom é Ruiz en su cama con su
mugen unos mançebos del dicha lu g a r quisieron b u rla r con el dicho Bartalorné Ruiz
porque le conosçten que hera de fla c o coraçôn y enpeçaron a escarvar en la puerta e
otros davan gemidos, e deste espanto que hitvo el dicho Bartolomé Ruiz cayó malo y
estuvo más de ocho días en la cama1'* . Pero el caso refleja una broma sin gran peligro­
sidad para la integridad física del afectado.
Por otra parte, el caso de los tres jóvenes de Ciudad Real, uno de ellos de 14 años,
que violaron a una criada de 12 años no parece reflejar la actuación de una banda ju v e n il,
en sentido estricto, que se dedicara asiduamente a esta tarea, sino un hecho aislado, ya
que ninguno de ellos parecía tener antecedentes por actuaciones similaresw .
En nuestras fuentes, aunque se puede percibir una cierta asociación entre juventud
y violencia, resulta más llam ativo el protagonismo de los jóvenes en los casos de robo,
sobre todo si nos guiamos por el dato del gran número de mozos y empleados domésticos
que incurrían en este delito y emigraban en busca de nuevas oportunidades en otras
tierras. Juventud, insatisfacción personal y deseos de aventura se podrían mezclar a la
hora de explicar él com portamiento de este colectivo tan peligroso para la integridad de
los bienes de sus amos, y que algún autor considera más tentados que'necesitados70.

w A .H .N . Oiv. Her.. Leg. 24. np 27. 1521. inayo. 13.


** A.H.N. Cuentas. 1506-07. 8. ( 1507-íebrero-i). ,a un preso condenado a muerte por el hurto de unos
cameros se le conmuta la pena por azotes y desorejamiento al demosirarse posteriormente que era menor de
edad.
HERLIH Y. «Some Psychological and Social Roots o f Violence», p. 136.
w ROSSIAUD. La prostitución en el medievo, p p. 31-34 y G A U V a R D , De Cruce especial, p. 360.
“ A .H .N . Oiv. Her.. Leg. 24. n° 27. 152t. mayo. 3.
w A.H.N. Div. Her.. Leg. 24. n° 23. I5 H . febrero. 9.
™ A L M A Z A N . «Delito, justicia y sociedad», p. 215.
524

Sin embargo, además de por Ja insatisfacción y los deseos de aventura, muchos


jóvenes castellanos, sobre lodo en el m edio rural, se; veían abocados^al robo por pura
necesidad, una necesidad con la que parecen convivir, en algunos casos, desde muy
temprana edad. Andresillo, un machacho de pequeña edad vecino de Los Yébenes, fue
acusado ante la Hermandad de Toledo de haber hurtado tres hogazas de centeno y cuatro
panes de trigo de un hato de ganado71*. Apresado y conducido a la cárcel de Ventas con
Peña A guilera, su interrogatorio es una parodia, sin duda triste, del que podía haberse
hecho a un ladrón en toda regla. Sin que se mencioné la presencia de un curador, como
sería preceptivo para el procesamiento de un menor de edad, el niño es interrogado sobre
el hurto del que se le acusa. En p rin c ip io niega todo, pero se le somete a un remedo de
tormento, diéronle un azote con un cordel, y eonfiesa ése y otros varios: una manta, un
cuero, un puñal... La sentencia parece inform al y se haee ju s tic ia con rapidez: porque es
mochacho de poca edad, e porque ¡os fu rto s son de poco valor, que manda que le den
aquí en la cdrçel verme açoies bien dados e que pague las cosas que furto.
También tenemos ejemplos de hijos de colmeneros que participan con sus padres en
hunos de ganado para abastecer la casa, que se educan, probablemente, en lo que va a
ser una actividad más o menos im prescindible para salir adelante en el mundo en que les
ha tocado nacer y v iv ir73. Para las clases bajas no parece existir el sentido de la infancia,
entendida como una edad protegida, sino que desde la más temprana edad niños y niñas
colaboran en la economía doméstica, líabajan en muy diversas actividades y. en caso de
no poder ser mantenidos, son puestos a servicio de vecinos mejor dolados que los em­
plearán como mano de obra barata, casi gratuita. Recordamos que en el batán de Ivani
Sancho, en térm ino de Ciudad Real, que fue escenario de una riña entre perailes que
acabó con una muerte, estaban trabajando en el momento de los hechos dos o tres mozos
pequeños, algunos de los cuales participaron en la muerte en cuestión7'.
Si los niños de.corta edad pueden ser delincuentes, peor es la situación de las niñas,
que aparecen sobre todo como víctimas. Ya mencionamos en su momento la corta edad
de muchas de las jóvenes que sufrieron las violaciones registradas en nuestras fuentes,
apenas niñas de 12 a 15 años que, por otra parte, eran trabajadoras en toda regla. Si
vivían con su fam ilia en el monte, com o las hijas de algunos colmeneros, cuidaban las
cabras, llevaban trigo al m olino y participaban en otras tareas productivas esenciales. Si
sus padres optaban por ponerlas a servicio de fam ilias más acomodadas, sus tareas no
se lim itaban a las que hoy entenderíamos como servicio doméstico. Segar, vendimiar,
trabajos de acarreo o llevar comida a los trabajadores de) campo son algunas de' las
actividades que vemos hacer a estas niñas que, además, en algunos casos son también
objeto de la violencia sexual de sus amos, aunque ésta nunca llegue a probarse ame un

’ ■ A .H .N . Div. Her.. Leg. 80. n° 7. 1507. febrero. 28.


... fueron a Alcudia sobre lo pesquisa de lo querella que dieron Anión de Poblele e Alonso de la
Cámara, que les avian fecho muchos hunos de sus halos de ganado (...) e hallaron culpados a un Tome
Rodrigues, colmenero, e a su hijo Diego, e iruséronlos presos e confesaron aver fecho los dichos hunos e
fueron Ievadas públicamente a baser ju s tic ia de!tos de açoies a l palo. E he ran tan pobres que no tuvieron de
qué pa gar las hurlas n i las cosías...: A .H .N . Cuenias, 1506-07, 5 (l507-febrero-4). La fecha del libramiento
sitúa los hechos después de la eHám iiosa eosecha de 1506, por lo que es de entender Ja necesidad de los
individuos peor dotados cconómicamenie de recurrir al hurto de productos alimenticios.
w A .H .N . Div. Her.. Leg. 24. n” 2. 1500. ju lio . J.
525

juez. Todos esios aspectos los hemos visto reflejados en diferentes procesos que comen­
tamos en su morrVento y que no creo que haga falta volver a citar.
En fin, los documentos que nos inform an sobre e) delito nos ofrecen una triste
imagen de ia infancia en las tierras castellanas de fines de la Edad Media, precisamente
porque nos hablan de la infancia de las clases bajas, niños y niñas que, en bastantes
casos, antes de c u m p lir los 15 años han robado para comer, han sufrido en sus carnes
el castigo de la ju stie ia , han conocido el látigo del verdugo o, si son niñas, han sufrido
una violación. Todo parece indicar que se trata de una infancia que endurece, que prepara
al in d ivid u o para futuros sufrimientos y que le muestra las dos alternativas al alcance de
su mano: la resignación o el castigo.
Resumiendo, podríamos decir que la juventud y la corta edad tienen una incidencia
importante en los fenómenos delictivos. Por una pane, la juventud es el tiempo de la
m ovilidad y de la aventura, en el que todavía el varón no tiene ataduras ni responsabi­
lidades Tuertes que lo liguen a una tierra: una fam ilia que mantener, una casa propre.,.- - =•
Si el presente no es muy halagüeño, es la edad de intentar cambiarlo, y el delito, sobre
todo el robo, es el único medio a! alcance de muchos. Pero también, en algunos casos,
ia infancia y la juventud es una etapa form ativa. en la que se adquieren conocimientos
y habilidades, enseñadas en muchas ocasiones por los padres, que se precisan en ur.
momento concreto y pueden ser útiles en el futuro. El huno, inscrito en la economía
doméstica de muchas fam ilias campesinas, se conviene así en algo que se aprende, justo
a las demás facetas del trabajo, desde la más tierna infancia. En caso contrario, cuando
no se ha adquirido la suficiente práctica en esta actividad, se corre el riesgo de que,
cuando se recurre a ella,, la inexperiencia juegue malas pasadas. Eso pudo sucederie a
Bartolom é Ruiz, vecino-de Calzada de Calatrava, al que le engañó su pecado y robó dos
bueyes en la dehesa de la Sacristanía7"1. Decidido a obtener algo de dinero, se dirige a
Ciudad Real para vender los animales, pero no parece que actúe con la suficiente pericia
como para no levantar sospechas. Cuando se le pregunta sobre el trato que hizo en la
venta de los animales a un vecino de Ciudad Real, afirma que como éste que declare r.o
avia husado el hurlar.: eslava larvado, e que dcsia cabsa no se acuerda qué palabras
fueron las que le dixo. Preguntado por el dinero obtenido en la venia, contesta que como
lierait m al ganados se gaslaron como fuego, e que no llene ningunos. En fin. unz cha­
puza que demuestra la inexperiencia en una aetividad para la que otros se han formado
desde pequeños, sabiendo los riesgos que corrían y como minimizarlos.
Pese a que la relación entre juventud y robo parece bastante clara en nuestro caso
de estudio, más clara aun es la relación entre necesidad y robo, ya que ésta no entiende
• de edades. Aunque con relación a los jóvenes los acusados de robo considerados viejos
son minoría, no faltan ejemplos que parecen indicar que algunos individuos, después de
haber llevado una larga vida sin tropezar con la justicia, en un mal momento poetar,
verse tentados a re cu rrir al robo.. Pedro Solís, colmenero en el término de Piedrabuena.
fue acusado en 1521. año en el que las dificultades fueron bastante importantes para ie<
grupos inferiores, de haber robado y vendido tres colmenas de su amo75. En el interroga­
torio reconoció el hurto y afirm ó haber vendido las tres colmenas a un tal Francisco de7 1

71 A .H .N . Div. Her.. Leg. 24. ib 27. (521. mayo. 13.


A.H.N'. Div. H e r. Leg. 24. n° 26. 1521. febrero. 16.
Toro a cambio de una boto de vino. Interrogada $u mujer, e'sta afirm a que el comprador
les im portunó mucho para que le vendieran las mencionadas eolmenas y asume que la
culpo de este caso la tiene ésta que d e cla ra 'y el dicho Francisco de Toro, y no el dicho
su marido, porque le yntpornindron a l dicho su m arido. A la postre, los alcaldes de la
Hermandad tuvieron en cuenta en su semencia la avanzada edad del acusado para actuar
con benevolencia y establecieron que aviéndonos con él piadosamente, .p o r ser como es
viejo e persona de poco saber, que le devemos condenar e condenamos (...) que le sean
dados çieitt açotes dentro de las cosos de la Santo Hermandad.
Como conclusión a este hreve recorrido por las distintas edades del hombre, y de
la mujer, cabe decir que. pese a que puedan establecerse diferencias porcentuales que
ofrecerían perfiles distintos entre la delincuencia que protagonizan los jóvenes y los
individuos adultos., hay un hecho que. ante delitos como el robo, se manifiesta con cierta
claridad: la necesidad es la madre de muchos ladrones y acompaña a algunos individuos
desde la más tierna infancia hasta la vejez. Cuando la necesidad no se percibe como
m otor del roho, es cierto que son varones jóvenes los más dados a caer en la tentación,
y en este com portamiento sí podría jugar un papel importante la forma de ver la vida que
se tiene hasta una determinada edad y que se prolonga, como afirm a G a UV a RD, más.
allá de cualquier lím ite cronológico exacto, porque la juventud a fines de la Edad Media,
más que un tiempo biológico, es un tiempo social, el que precede al asentamiento y a
la creación de una fa m ilia propia76.

. 5. F a m il ia , v e c in d a d , s o u d a r io a d e s

Indudablemente, el delito es una de las facetas de la sociabilidad que m ejor refleja


algunos aspectos relacionados con los vínculos interpersonalcs que se establecen entre
los individuos. La necesidad de protección, de defensa, de solidaridad a fin de cuentas,
se muestra sobre todo en un tiempo en el que, como hemos visto, no se puede contar
mucho con las autoridades, porque éstas carecen de mecanismos eficaces para proteger
á toda la ciudadanía y, en algunos casos, los que tienen son utilizados en sentido inverso.
La fam ilia es. por Lamo, la primera estructura grupal que permite al in d ivid u o contar con
la solidaridad de un grupo que le ampara, para protegerse del d e lito o. llegado el caso,
para cometerlo con cierta complicidad.
La fam ilia puede ofrecer una protección y un amparo lim itados, pero su eficacia
dependerá en gran parte del nivel social en el que se encuadre. Para las clases altas es
una célula amplia que afecta a numerosos parientes de sangre y dependientes domésti­
cos. y que ofrece una fuerza considerable por el número de individuos que puede m o v ili­
zar, Entre las oligarquías se pasa fácilmente de la fam ilia al linaje y de éste al bando77,
al grupo amplio que se une para defender la honra y los intereses materiales comunes771,

G AU VA R D . De ’¿ race especial. p. 358.


77 N A R B O N A . Malhechores, violencia, p. 88.
El aspecto maierial y económico que se encuentra en e! origen dé: (OS bandos es destacado por
M O R E Ta. Malhechores feudales, p. S3, que los relaciona con la coyuntura de crisis del sistema leuda!.
También N A R B O N A aboga por una explicación económica que podría sumarse a otras muchas que se encuen­
tran en el origen de los bandos'. Malhechores, violencia, p. 95.
J Z ./

que organiza y ejecuta las venganzas, que atemoriza a los posibles adversarios y que,
aunque genera violencias, evita otras muchas por su efecto disuasorio?v.
El papel negativo o positivo que pueden ju g a r los bandos respecto al problema del
orden público en las ciudades de fines de la Edad M edia depende en gran parte del punto
de vista que adopte el historiador y de las fuentes que nos informen. Hay que partir de
la base de que los bandos funcionaban permanentemente, mientras que las grandes violencias
asoeiadas a ellos se limitaban a momentos puntuales en los que la convulsión política
parecía avivar las disputas50. "Fuera de esos momentos, la violencia relacionada con las
disputas entre bandos aparece de forma lim itada, aislada o, en ocasiones, encubierta. Un
caso digno de tener en cuenta, pero en el que no voy a entrar de lleno, es el de Ciudad
Real. Después de la estrepitosa convulsión de 1474, en la que al calor de la división
política del reino se produjo una lucha de grandes dimensiones entre dos facciones
enfrentadas por el poder en la ciudad, las aguas volvieron a su cauce de un modo
asombroso tras la pacificación del reino y el perdón concedido por la monarquía a todos
los que participaron en las violencias. Durante el largo periodo que cubren la documen­
tación del Registro del Sello y la de la Hermandad de Ciudad Real, la tensión sólo
reaparece de un modo controlado y judicializado: pleitos por el reparto de cargos concejiles
o por la representación de los bandos en los órganos de deeisión de la Hermandad. Pero
la posibilidad de que se repitan los violencias colectivas, que a la postre no benefician
a ninguno de los bandos, pareee jugar un p a p e l. decisivo para que se mantenga un
equilibrio, precario si se quiere, cuya ruptura a gran escala no volvió a producirse a lo
largo de todo el periodo estudiado-51.
A la-postre, la pertenencia a un bando es un factor que en el medio urbano asegura
a todo individuo una cierta protección y evita más riesgos de los que conlleva, salvo que
la tensión estalle de un modo violento, cosa que no se producía, al menos en muchas
ciudades, de una manera continua.
C onform e descendemos en la escala social, todo parece indicar que la célula fam i­
liar se restringe, y con ella la capacidad de m ovilización. La fuerza de una fam ilia
unicelular y su posición en la comunidad van a depender en gran parte del carácter
individual del cabeza de fam ilia, de su fama. De ahí la importancia que alcanza la honra
también entre las clases bajas, en las comunidades campesinas y en las pequeñas ciuda­
des en las que las distinciones sociales no son tan marcadas. Pero es una honra enten­
dida, tal vez, de un modo diferente a como lo hacen las clases altas, ya que es una
necesidad que afecta a la integridad física y económica de la fam ilia. Un marido que no7 9

79 Así to entiende TO R R E B LA N C A , «Sistemas de guerra», p. 104. que afirma que “ el bando es un


entramado que. por su propia constitución, sirve al orden público, puesto que es capaz de absorber las tensiones
verticales y de regular los escapes de violencia, ritual izándolos y haciendo de ellos una necesaria rutina
periódica” . Menos optim ista en cuanto a la funcionalidad de los bandos para m inim izar tensiones. O al menos
•para regular la violencia, es lo visión que ofrece C A B R E R A sobre esta problemática en algunas ciudades
andaluzas; «Violencia urbana», pp. 9-15.
* CABRERA. «Violencia urbana», p. 10.
41 Con seguí idad, los sucesos de Ciudad Real de 147-4- y su repercusión-en la vida posterior de la ciudad
merecerían un estudio más detenido, para el que podemos contar incluso con fuemes bastóme apropiadas.
Aunque he podido recopilar bastante información sobre el tema, no he encontrado la manera adecuada ni el
. tiempo suficiente para integrarla de un modo satisfactorio en esta investigación, por lo que demoro para un
futuro, espero que no lejano.-abordar un análisis más pausado de la misma.
528

defienda su honra puesta en entredicho desciende un peidaño en la consideración de sus


vecinos, y eso le supone convenirse en un in d ivid u o débil, del que ya no se espera una
reacción violenta y, por lamo, al que se puede atacar con más facilidad.
La pertenencia a una fam ilia, por restringida que sea, protege y previene al in d iv i­
duo y, especialmente, a la mujer, un ser del que no se espera que sea capaz de defenderse
por sí solo. Viudas, mancebas, criadas, mujeres solteras que viven solas y casadas cuyos
maridos están ausentes, son blancos habituales de la violencia masculina, sobre todo de
la violencia sexual. La cereanía del marido o del padre dism inuye el peligro porque
evoca la defensa o la venganza.
Pero no sólo hay que entender la fa m ilia , extensa o reducida, como el marco p ri­
m ario de la solidaridad protectora frente al delito, ya que en su seno se producen ten­
siones y violencias que en ocasiones acaban en muene, con mayor frecueneia la de los
miembros más débiles de la fam ilia, las mujeres. En el seno de la fam ilia de fines de la
Edad M edia se respira un alto grado de jerarquía que es, sobre todo, sexual. Siendo lodos
los componentes de Iñ fam ilia restringida de una misma condición social, ios roies y la
autoridad se imponen por medio de la fuerza, o de la potencialidad física, que reside en
el varón y en ia mayor edad. El padre y marido es, desde este punto de vista, el señor
de su casa, el que dicta las normas y las impone, si llega el caso, mediante la fuerza.
Legalmente la violencia intrafam iliar tiene unos lím ites que si se traspasan pueden llevar
af culpable ame la justicia. Pero hemos visto ejemplos sobrados, sobre todo relacionados
con los hom icidios de mujeres a manos de sus maridos, de que incluso en estos casos
los tribunales acidan con un amplio margen de benevolencia.
Cualquier intento de medir la evolución del nivel de violencia in trafam iliar a lo
largo de la historia resulta complicado y puede ofrecer resultados divergentes*' según el
pumo de vista adopiado y la calidad de las fuentes, por lo que es d ifíc il situar a la fam ilia
de fines de la Edad Media en una escala evolutiva'en cuanto al grado de violencia que
podía albergar en su seno. En nuestro caso los datos que hemos manejado son poco
dados a la cuantificación, sobre todo.porque no tenemos parámetros de comparación, ni
internos ni en relación con otras áreas. Nuestras fuentes manifiesian un buen número de
hechos violem os sucedidos en el seno de ¡a fam ilia, de maridos que mataban a sus
mujeres alegando un adulicrio, fic tic io o verdadero, que minim izaba el casiigo y otor­
gaba grandes posibilidades de perdón. Pero también hemos visto casos de mujeres que
no dudaban en dar muerte a sus maridos contando, eso sí. con cómplices masculinos.
O tro buen número de ellas huyó de sus hogares rompiendo las ataduras que las ligaban
a maridos que, tal vez, nunca habían sido de su agrado. Si cargáramos las timas sobre
estos ejemplos podríamos deducir una cierta crisis de la institución fa m ilia r en Castilla
a fines de ia Edad Media, pero no creo que los casos registrados puedan representar un
porcentaje muy significativo respecto al total de unidades fam iliares que existían en la
época, y sobre cuya mayor o menor estabilidad nuestras fuentes, obviamente, son mudas.
Las clases medias urbanas, en muchos casos procedentes de una emigración más o
menos cercana en el tiempo y que, por tamo, carecen de vínculos fam iliares extensos en

^ Como puede verse en el irabajo de SHARPE. «Domestic Homicide», cuya inierpretació» de que el
nivel de violencia in ira fam iliar parecía menor a comienzos de la Edad Moderna que en la Inglaterra del siglo
X X fue contestada inmediaiamenie por COC KBU R N . «Patiems o í Violence», p. 95.
529

la ciudad, muestran su necesidad de ampliar el círculo de la solidaridad con el recurso


r:a formas de asociación que generen solidaridades de cierta amplitud. Aunque no siempre
se m iran desde ese pumo de vista, resulta interesante la propuesta que hace G A U V A R D
de entender las cofradías religiosas como forma de asociación que ayuda^ como la fa m i­
lia extensa, a ofrecer al individuo quecarece de ella un mamo protector-ai tiempo que
sirven para atenuar las venganzas y mantener la paz*-\ Pero el nivel más inmediato y
extendido que sigue a la fam ilia como mecanismo generador de solidaridad en una
comunidad es la vecindad, la cohabitación con una serie de individuos con los que se
comparte no sólo el espacio, sino también el tiempo y bastantes circunstancias de la vida
cotidiana. Las relaciones de buena vecindad son imprescindibles par2 Ja autoprotección,
ya que ante el peligro es bueno contar con la certeza de que una voz de alarma hará
concurrir a los vecinos más cercanos para ofrecer ayuda'". Para algunos autores, el
vecindario es en muchas ciudades de fines de la Edad Media, sobre todo en las más
grandes, la estructura básica de la solidaridad, la más primaria y la que va a sustituir
paulatinamente, aunque todavía no,llega a suplantarlo, a! parentesco amplio*5.
Pero la vecindad no sólo genera solidaridad y ayuda mutua, la convivencia no es
siempre fácil y los roces pueden dar lugar a enemistades y tensiones. Discusiones sobre
lím ites de la propiedad, sobre muros compartidos, por actividades molestas, etc. están a
la orden del día y pueden degenerar en violencia. Incluso er. estos crasos el papel del
vecindario tiene su importancia, porque si dos vecinos discuten un tercero puede mediar
y poner paz, e vita r que la sangre llegue a! rio, aunque ante ios ánimos acalorados la
mediación no siempre tiene efecto y, en ocasiones, puede resultar incluso peligrosa.
Un hecho que ha sido puesto de manifiesto por GAUY.ARD, y que comprobamos
en algunos ejemplos que se registran en nuestras fuentes, es el pape! mediador de la
m ujer en la resolución de conflictos cotidianos**. Desgraciadamente nuestros ejemplos
demuestran intentos fallidos de ejercer la mediación, pero eso no quita que veamos a
mujeres que, arriesgando incluso su integridad físiea, se interponen entre vecinos que
pelean y pretenden poner freno a la violencia. E lvira Rodríguez, vecina de Bolaños, sale
de su casa en la noche al oír Tuido de pelea en su puerta y encuentra a un vecino
malherido mientras que otro le sigue retando para luchar. La mujer conoce por su nom ­
bre a los dos vecinos y no duda en interponerse para la que la iuena cese: se metió entre
el dicho Antón Sánchez y el dicho Andrés de Bolaños y ie echó mc.no c i dicho Antón
Sánchez y le metió en la casa*1. Por desgracia, el individuo en cuestión estaba malherido
y, aunque la m ujer y otra vecina lo atendieron, falleció al se: tras lacado a su casa. El
caso no dejaría de ser anecdótico si no fuera porque sabemos que otro testigo que estuvo
más cerca de los hechos desde el in icio de la pelea no intervino en ningún momento para
poner paz entre los que reñían. La introm isión de otro hombre podía ser malinterpreiada
en el sentido de que pudiera actuar en favor de uno u otro de los contendientes, mientras
que la actuación de una mujer no deja dudas de su neutralidad y es entendida como
intento pacificador.

‘ ■'G A U VA R D . «vjoîence citadine», p. 1)21


*“* FARR. «C rim ine ne) vicinuio», p. 843.
“ G A U V A R D . «Violence citadine»; p. I J19.
86 Idea que esta omora resume con )a fórmula "aux hommes ta violence, aux femmes ta poix"; De grace
especial, p. 340.
*’ A.H.N. Div. Her.. Leg. 2 5 . 1)° 10-1. 1521, febrero. 19.
La pacificación de una pelea no sólo puede fracasar, sino que, en ocasiones, supone
un riesgo para la persona que interna calmar los ánimos. Otra mujer, en este caso una
vecina de.,Los ;Yébenés. sale .a la puerta de su casa para poner paz en una pelea que
mantenían un hombre y una mujer a los que conoce por sus nombres. Su intervención,
según los testimonios, fue tranquila y se lim itó a reconvenir al hombre que participaba
en la riña: - P or am or Je Dios. Pedro Hidalgo, que no ayays enojo. Pero la respuesta es
agresiva y la violencia se vuelve contra quien intenta frenarla, ya que el aludido d ijo : -
O descreo de Dios con ta puta bellaca sy no os ago saltar los cascos a vos-, e diole
muchos espaldaraços con un montante™.
Además de la solidaridad que se genera en el vecindario de un modo espontáneo,
está la que se impone de un modo descendente, desde la autoridad. Y es que en la ciudad
la collación o parroquia es la estructura elegida por las autoridades para organizar el
sistema de vigilancia nocturna y establecer tumos que aseguren que siempre haya un
número suficiente de individuos de ronda. M ientras los efectivos policiales fueron lim i­
tados el mantenimiento del orden público compelía a la colectividad, de forma que. en
palabras de H IB BE R T, "todo hombre era un policía” **9. La solidaridad del vecindario
urbano asegura una protección al vecino integrado, al que posee una vivienda fija y
estable. Pero las ciudades de fines de la Edad M edia generan sociedades cada vez más
dinámicas en lo social y en lo topográfico, los cambios de d o m ic ilio se hacen más
habituales, el número de vecinos que posee vivienda propia dism inuye y los efectivos de
población inm igrante aumentan. Todos estos cambios, sin duda, debieron m o tiva r
transformaciones en la manera de percibir al vecino, de’ relacíonarse con el otro, de v iv ir
en comunidad90.
Aunque carecemos de estudios que nos permitan precisar el grado de m ovilidad
interna en las ciudades castellanas, o la sociotopografía de las mismas, lo cierto es que
podemos presumir a través de algunos padrones fiscales que en algunas de ellas se
apuntaban desarrollos semejantes a los que se conocen con más detalle para otras c iu ­
dades europeas91. En el caso de Ciudad Real nuestra documentación nos ofrece un
ejem plo aislado que muestra a un peraile que cambió de residencia dentro de la ciudad
al menos tres veces a lo largo de su vida, siguiendo un proceso de degradación que,le.
llevó de contar una vivienda propia a v iv ir en una casa ajen a97. No es mucho para
estableeer una teoría, pero si para in tu ir que la inestabilidad económica está en el origen

** A .H .N . Div. Her,. Leg, 80. n* 34. 1524. agosto. 2.


* HIBBERT. The Roots o f E vil. p. 29.
La documentación fiscal de D ijon para el siglo X V I permite a FARR analizar los cambios de residencia
interna que se producían en la ciudad casi calle por calle. La inestabilidad del vecindario de cinco calles
analizadas en diversas series cronológicas parece muy significativa, siendo mayoritarios los residentes tem po­
rales que de un año a Otro cambian de calle o simplemente desaparecen. Estos individuos menos arraigados
son también los que pertenecen al sector económico más bajo, mientras que los escasos individuos que
permanecen estables en sus residencias son los mejor dotados. Sobre la base de estos datos. FARR concluye
que los vecinos más arraigados en cada calle "videro un buon numero d¡ facce nuove apparire continuamente
nel qu a n ie re ’ . En algunos artos de un tercio a la mitad de los residentes en una calle son individ uos que no
habitaban en ella el año anterior y que no permanecerán el siguiente. Esta movilidad, sin duda, rompía el
antiguo papel organizador de solidaridades del.vecindario. «Crim ine nel vícinato». pp. S 4I-843.
',l NAVARRO DE L A TORRE. Lo población de Ciudad Real. pp. 95-96. Esta autora registra en la
collación de Sama Mana un buen número de población flotante.
A .H .N . Div. Her.. Leg. 24. n» 2. 1500. ju lio . I.
531

de la inestabilidad residencial en el espacio urbano, y que este fenómeno, de producirse


a una escala considerable, tenía que alterar de alguna forma las solidaridades Vécinales
y probablemente podía deteriorar los antiguos sistemas de autoprotección. Como vimos
en el caso de una queja presentada ante los Reyes por los jurados de Toledo en 1475,
muchos vecinos, probablemente los mejor dotados, comenzaban a negarse a participar en
el sistema de vigilancia colectiva de la noche urbana, y es que cada vez podían ser menos
los vecinos estables que cargaban sobre sus espaldas esta tarea*5.
A fines de la Edad M edia todo hace indicar que en Castilla, como en otras zonas
de Europa, las ciudades más grandes están sufriendo transformaciones importantes, que
surgen problemas nuevos y los medios tradicionales de encuadramiento de la población
no sirven para resolverlos. Aunque la solidaridad fa m ilia r y vecina) y las diversas formas
de asociacionismo siguen vigentes, el mantenimiento del orden público y la protección
del ciudadano son tareas que reclaman nuevos mecanismos de control y la tutela de las
autoridades. La lucha contra una delincuencia cada vez más profesionalizada reclamará,
o servirá de excusa para, la creación de un aparato represivo mucho más selectivo y
eficaz, tal vez no para acabar con el delito, pero sí para cubrir con suficiencia los
objetivos principales de las oligarquías que controlan el poder.

6. L a s o l id a r id a d d e l d e l in c u e n t e

Hemos visto variadas células de pertenencia que podían ofrecer amparo y protec­
ción al individuo a fines de la Edad Media, pero uno de los desarrollos que se dejan
sentir con más claridad en el tema del delito es el número creciente de individuos que
están fuera de ellas, gentes sin residencia fija que se mueven por los caminosv4 y se
acumulan en algunas ciudades totalmente ajenos a las estructuras solidarias tradicionales'-'5.
La pobreza genera m ovilidad; la m ovilidad desarraigo, el desarraigo marginación y ésta
repulsión, creándose así un círculo vicioso del que a comienzos de la modernidad es
d ifíc il salir para los que entran en él. Los individuos careeen de protección, pero también
de responsabilidades y miedo, son considerados peligrosos, acosados o instrumentalizados
por !as autoridades según convenga y, forzosamente, tienen que buscar nuevas formas de
solidaridad entre ellos. La convivencia de los que viven al margen de la ley genera
complicidades, transmisión de mañas y saberes, encubrimientos, y todo esto va dando
lugar a que vaya tomando cuerpo una clase delincuente profesional, con sus propias
leyes y costumbres, con su forma particular de encender la solidaridad y de ofrecerse
ayuda mutua, con su propio vocabulario, que aspira, y cada vez lo va consiguiendo en
m ayor medida, a crear su propio espacio en las grandes ciudades de la Edad Moderna56.
Los bajos fondos están recibiendo su bautismo en muchas ciudades de fines de la Edad
Media sin que las autoridades puedan o quieran hacer algo para remediarlo97.

IZQ U IER D O BEN ITO . «La noche de Toledo*, p. 138.


" GEREMEK. «La popolazionc m a tinale» , p. 624 y «Crim inalité, vagabondage», pp. 346-34$ y COHEN.
«Le vagabondage», pp. 294-295.
GEREM EK. The M argins u ¡ Society, pp. 277-278 y La piedad y (a horca, p. 136; B O N F tG L lO -
DOSIO. «Crim inalité ed cmargina 2 ione». p. 63. C H IF F O LE aU , Les justices du Pape. pp. 159-160.
96 HIBBERT. The Pools o f E vil, p.' 35.
1,7 WEISSER. Crime and Punishment, p. 86 y PIKE. «Crime and Punishment», p. 699.
532

Tal vez ha sido GEREM EK el investigador que ha aportado más datos sobre las
formas de sociabilidad interna en el m undo, o subm'úndó, de los marginados y de los
delincuentes, analizando algunos ejemplos concretos que nos muestran la creación de
agrupaciones de delincuentes más o menos estables” . Los delincuentes-profesionales
que aumentan su número en los albores de la modernidad tienden a agruparse y a actuar
de forma colectiva, al contrario de lo que sería típico de los hombres y mujeres que,
contando con trabajos más o menos estables, delinquen ocasionalmente.
La constitución de grupos de delincuentes puede darse en diferentes niveles. El más
básico de los que señala GEREM EK es la asociación de un par de individuos que se
desplazan juntos ganándose la vida con trabajos ocasionales y pequeños robos y hurtos
cuyas ganancias comparten™. En nuestra documentación hemos encontrado un ejemplo
muy claro de este tipo de asociación entre dos jóvenes condenados por la Hermandad de
Ciudad Real por haber robado a un acemilero en el camino de Toledo a Ciudad R eal100.
Su historia y su actuación pueden decirnos bastante sobre la forma de vida de estas
gentes que encuentran en ei de'iiio una actividad alternativa hacia la que, probablemente,
se sienten cada vez más inclinados porque les permite v iv ir con más comodidad y
libertad que el trabajo.
M ig u e l de M ora y Diego de Jaén se habían conocido cuando formaban del ejército
del emperador en el çeixo de Fuenierrabía. En una fecha que no se precisa deciden
volver juntos a la tierra de Toledo, y sabemos que ocasionalmente se emplean como
cardadores en Orgaz y A jofrín . Algunos testigos que declaran en el proceso han sido
compañeros de trabajo de los acusados y parecen pertenecer a un tipo de asalariado
m ó vil que se desplaza de un sitio a otro buscando trabajo (andan ju m o s trabajando en
su ofiçio). Entre los artesanos que declaran aparecen varios inmigrantes: Perucho, Juan
de Alava y Juan de Vilarraçe, uno de los cuales se define como vizcaíno. N o son d e lin ­
cuentes propiamente dichos, pero los encontramos presos en Orgaz acusados de haber
intentado vio la r a una joven criada de la venta de Diezma. La forma de vida de estas
gentes parece situarse continuamente al borde de la legalidad.
M iguel y D iego se manifiestan como los menos integrados en este grupo de trabajado­
res. No parecen tener una residencia fija como otros de sus compañerosj'que afirman
v iv ir en casa de un vecino de A jo frín . Se desplazan por la región recurriendo a pequeños
hurtos en mesones y ventas para alimentarse. En V illam inaya roban unos pollos que asan
y se comen en una casa del lugar, de la que, a su vez, se llevan hurtadas unas tijeras.
Cuando se pone el so) se van a dorm ir al campo porque no tienen dineros para la posada,
y es cuando se encuentran con un acemilero que se dirige a Ciudad Real. Le piden que
los lleve a Ciudad Real y prometen pagarle cuatro reales que, por supuesto, no tienen.
En una parada del camino es cuando roban la bolsa al carretero, apoderándose de 35
reales. Tras el golpe se dirigen hacia Toledo, la gran ciudad en la que el dinero puede
ser gastado sin peligro, y afirman no haberse detenido salvo en.una venta en la que se
alimentan de carne cocida que. ahora, si pueden pagar. En Toledo invierten parte de su
ganancia en m ejorar su vestuario, adquiriendo unas capas de los de la ropa vieja. De sus

G ER EM EK . The M argins o f Society, pp. H 0-12-7.


” GEREM EK, The M argins o f Society, p. 111.
<w A .H .N . D iv. Her.. Leg 24. n° 19, 1524. abril, 22.
actividades en Toledo sólo sabemos que en un bodegón pagan la comida que consumen
con una espada qúe habían húnaden
La captura de los delincuentes por la Hermandad de Ciudad Real no queda regis­
trada en el documento, pero el 30 de abril de 1524 se encuentran en la cárcel de la
Hermandad, donde se les toma la declaración por la que conocemos los hechos anterior­
mente mencionados. El 22 de mayo consiguen fugarse de la prisión, pero son apresados
al día siguiente en Fuente el Fresno, por lo que sabemos que se dirigían otra vez hada
Toledo. A la postre son condenados a re cib ir 100 azotes por las calles de Ciudad Reai
y a ser desterrados de todo él reino de Toledo, por lo que es de suponer que este primer
encuentro con la ley, lejos de apartarlos del delito, supone una experiencia formativa y
un aviso para tom ar más precauciones en el futuro. A fin de cuentas, la vida que podías,
llevar como artesanos errantes era tan dura y probablemente más miserable que la que
les ofrecía el delito.
.. Un. ejem plo más claro de asociación crim in a l estable y organizada.es el que nos
ofrece la banda de tahúres capitaneados por A lonso de Herrera y que vimos actuar en las
ventas del camino de Toledo y en Ciudad Real101. Dedicados por completo al juego con
trampas, 1res individuos asociados compartían a partes iguales las ganancias que les
reportaba su actividad. El prim er tropiezo con la Hermandad de Toledo supone la pérdida
de uno de los Integrantes del grupo, pero los dos que consiguen huir fichan en poco
tiempo a otro joven que ocupará su lugar. El reparto del trabajo entre los tres miembros
de la banda es m uy claro. Un joven selecciona y atrae a las víetimas más propicias,
labradores o carreteros forasteros que paran en Ciudad Real y que llevan bolsas cor.
dinero. El más hábil de la banda es M artín Camacho, natural, de Valdepeñas, que maneja
las dotes interpretativas para hacerse pasar por portugués y reneçio, al tiempo que do­
mina la técnica para hacer trampas tanto en juegos de naipes (el tres, dos, as) como er.
el ¡res en rayo. A lonso de Herrera, vecino de Ciudad Real, es el relaciones públicas de
la banda, el que .busca el sitio para desarrollar el .juego (la mancebía) y el que soborna
al alguacil para evitar la introm isión de la justicia.
Sobre los individuos de esta banda sólo sabemos que Alonso de Herrera había
trabajado en el o fic io de loquero en Toledo, y que ante la Hermandad de Toledo había
confesado, aunque no podemos asegurar que sea cierto, que planeaba emigrar a M á i 2 gs
ju n to a M a rtín Camacho a asentar bivienda con el Alcayde de los Donçeles. Perucho, e!
joven que se une a ellos en Ciudad Real, dice haberlos conocido hace ochos días. \
sabemos por una partida de las cuentas que era vizcaíno101. La imagen que obtenemos
de este ejem plo es que para algunos individuos que podían elegir entre el trabajo y e!
delito la segunda posibilidad contaba con más atractivos: mayores y más cómodas ga­
nancias, libertad de m ovimientos, vida fácil. El riesgo de toparse con la justicia incluso
puede ser m inim izado si se prestan a pagar un pequeño impuesto en forma de pane de
sus ganancias. El castigo'que reciben los miembros de la banda tampoco parece que sea
un elemento disuasorio para apartarlos del delito: A lonso de Herrera y Martín Camacho
son simplemente desterrados, mientras que el joven Perucho es el único que, además, es
azotado.

101 A .H .N . D iv. Her., Leg. KO. n° 6. 1507. febrero, 9 y Leg. 24. n° 18. 1507, agosio. 20.
I0Í A .H .N . Cuentas. 1506-7-07. 29 (1 507-septiem bre-10).
Pero aun podemos llegar más- lejos y seguir la irayectoria de M a rlin Camacho y
Alonso de Herrera con posterioridad a su destierro. El primero, vuelve ¿ aparecer por
tiérras de la Hermandad violando su destierro, por lo que es capturado e in te rro g a d o "1-'.
Cinco meses después del destierro, M artín Camacho reaparece con buenos vestidos de
sayo e jubón y acompañado de una m ujer moça e bien vestida. A firm a haberse d irig id o
a M edina del Campo pasando por Toledo y M adrid. Sin que sepamos a qué se ha
dedicado, en apenas unos meses ha mejorado bastante su aspecto y se ha decidido a
retornar a su lugar de origen, ya que, como se recuerda, era natural de Valdepeñas.
Aunque los alcaldes de la Hermandad no parecen preocuparse por el tema, d ifícilm ente
M artín podía haber mejorado su aspecto por medios lícitos, pero, una vez más, su único
castigo vuelve a ser el destierro.
Menos fortuna tuvo Alonso de Herrera, que tras su destierro v o lv ió a ser acusado
de haber actuado y com etido delitos en tierras de la Hermandad. La Hermandad no tolera
que el desterrado siga actuando en su te rrito rio y en este caso acomete una persecución
del delincuente que concluye en Baeza, donde es apresado y conducido a Ciudad Real.
Tras ochenta días de proceso y prisión. A lonso de Herrera fue condenado a las galeras
y conducido e S evilla en una azémila con unos g rillo s y esposas10* . La trayectoria de los
miembros de esta banda nos demuestra claramente que los individuos que optaban por
el delito como forma de ganarse la vida tenían pocas posibilidades de retornar a una vida
normal dentro de la legalidad, que la tentación era ya demasiado fuerte y que las carreras
delictivas de tales delincuentes sólo podían truncarse si la ley actuaba contra ellos con
métodos drásticos.
El inicio de muchas carreras delictivas, y .el origen de muchas asociaciones de
delincuentes, se encuentra, según G E R E M E K , en un prim er robo que aprendices, servi­
dores domésticos o asalariados podían cometer contra sus empleadores10*. Seguido por
una emigración sin un destino muy claro, este prim er robo servía de toma de conciencia,
de pérdida del miedo, y abría las puertas a una actividad que- podía demostrarse más
lucrativa y cómoda que el trabajo. En los caminos o en las ciudades más grandes,
individuos con este pasado se encontraban, compartían experiencias y se asociaban. Los
más jóvenes e inexpertos se unían a veteranos de los que aprendían, nuevas mañas
delictivas o técnicas para mendigar, una de las actividades fronterizas que más atrae a
esta masa de desocupados, forzosos o vocacionales, que rehuyen del trabajo y de la
estabilidad. Aunque no contamos con mucha inform ación sobre el destino de las decenas
de mozos y servidores domésticos que cometieron robos contra sus amos y huyeron de
Ciudad Real, parece cierto que en nuestro caso se detecta con perfecta nitidez el punto
inicial que señala G E R E M E K para muchas carreras delictivas. Desde luego no se trataba
de delincuentes profesionales cuando eran perseguidos por primera vez por la Herman­
dad de Ciudad Real, pero posiblemente muchos llegarían a serlo en'el futuro teniendo
en cuenta las escasas posibilidades que tendrían de acceder a trabajos más estables o
m ejor pagados en otros lugares. Además, una vez que se probaba el d e lito y la cosa
funcionaba, la tentación de repetir debía ser fuerte.

m A .H .N . D iv. H e r. Leg. 2 5 . n° 10-32. 1508. enero. 28.


101 A .H .N . Cuentas. 1508-09, 11 (l5 0 9 -fe b re ro -2 5 ).
"® G E R E M E K , The M a rgins o f Society, p. 118.
535

Algunos de los ejemplos que comenta G E R E M E K , desgraciadamente, parecen de


una actualidad extrema, pues en nuestros días la prensa ha puesto, de m anifiesto a ctivi­
dades semejantes por parte de mafias de la mendicidad. Y es que la mendicidad a fines
de la Edad media se eonvierte en una actividad lucrativa que algunos individuos contro­
lan a modo de empresarios que explotan el trabajo ajeno. En París se desarticula en 1449
una banda especializada en secuestrar niños, m utilarlos para in fu n d ir lástima y explotar­
los como mendigos1" '. La mendicidad ya no es sólo eosa de pobres, sino que entran a
saco en ella gentes de todo tipo sin escrúpulos, que la eligen como modo de vida por su
comodidad y por la libertad que ofrece en comparación con un trabajo estable mal
pagado107. En cualquier caso, no es sólo solidaridad lo que encontramos en el submundo
marginal, sino también explotación de los menos capacitados por parte de los más do­
tados. La diferenciación social se extiende incluso al mundo de los marginales y los
delincuentes.
Un hecho se refleja con cierta claridad en nuestros ejemplos y en los que comenta
G E R E M E K , y es que los delincuentes Solitarios tienen pocas posibilidades de salir
adelante en un mundo en el que, cada vez más, la competencia aumenta, el control social
y los mecanismos de represión se fortalecen y es necesario recurrir a apoyos, c o m p lic i­
dades o protección10*. Las formas de asociación de los delincuentes parecen remedos de
las que existen enire las gentes honradas, ya que no se cuenta con otros ejemplos. La
taberna o el mesón hacen las veces de dornus, los veteranos actúan como padres de los
recién llegados a esie mundo, los educan y les enseñan las normas básicas que tienen que
seguir para su supervivencia. La cárcel, aunque todavía no funciona eomo lugar de
reclusión permanenie:w , es la scuola e lita ria en la que se gradúan los prim erizos110.
Posteriormente, avanzada la Edad Moderna. los testimonios literarios nos hablan, sin que
podamos contrastar esta realidad con fuentes documentales, del funcionamiento de cofra­
días de delincuentes, de ligas y monipodios, de jerarquías estables entre el mundo mar­
ginal, de una codificación, en fin, de las actividades delictivas en la que, incluso, se
autorregula la ayuda mutua en caso de necesidad, se fijan los precios y salarios de
determinados servicios y se establecen las condiciones de entrada en el o ficio . La lite ­
ratura picaresca castellana de los Siglos de Oro está plagada de estos ejemplos que, si
bien nuestras fuentes no permiten detectar, a partir de ellas podemos in tu ir que no eran
una mera ficción literaria.

7. D e l in c u e n c ia y poder p o l ít ic o . V is io n e s d e l o s c r o n is t a s

Hemos dejado para el final un tema que puede resultar de gran interés, como es el
de la relación entre delito, ju s tic ia y poder político, que en nuestro caso hay que entender
como poder monárquico. El rey medieval tiene una funcionalidad polivalente, pero no
se puede negar que uno de los aspectos que más afecta a la imagen de la monarquía es
su papel como garante de la ju sticia y de la paz del reino. Para G A U V A R D , el caso

w> GER EM EK. The margins o f Society, p. 203.


107 GEREM EK. Ltt piedad y lu horca, pp. 82-83.
I0* Cfr. lambién G AU VA R D . «Violence citadine», p. 1124.
,0* PIKE, «Crime and Punishment», p. 702.
"°T O S T I. «I poveri». p. 468.
536

francés e jem plifica la evolución de la Paz de Dios a la Pa¿ del R ey1" , y cree que la
importancia de la monarquía en el m antenim iento del orden público y la estabilidad es
creciente hacia fines de la Edad Media. Menos optim ista sc muestra BARRO S cuando
comenta la imagen del rey en Castilla, aunque se refiere a la imagen que se tiene de é!
en una región periférica y marginada de la presencia de los monarcas castellanos durante
largos periodos. Para BARROS “ el ideal del rey justiciero, defensor de los’ desvalidos y
de los pobres, qued¿ cada vez más en eso: en un ideal” " 3.
Sin duda, cada monarquía europea tiene su propia evolución y sus altibajos a la hora
de ejercer un papel más o menos eficaz, más o menos práctico o ideal, en el m anteni­
m iento del orden en el reino, que está m uy relacionado con el delito en general y con
determinados excesos cometidos por los poderosos en particular. En la plena Edad M edia
la delincuencia que azota a muchos territorios es la que capitalizan las clases feudales
que actúan a su antojo. Frente a ellas, la monarquía es percibida por muchos débiles
como su única defensa, como la única.institución ante la que se puede reclamar justicia.
Pero hacia los albores de la modernidad la situación es bien distinta, la delincuencia
adquiere formas nuevas y sus protagonistas son socialménte más diversos. Aunque no se
puede s im p lific a r el problema, lo cierto es que ahora son más bien las oligarquías que
las buscan una justificación monárquica para actuar contra los desheredados que amena­
zan sus intereses. También seguirá oeupando un papel importante la imposición de la
monarquía sobre los excesos de las clases feudales, pero ésa no es ya la única faceta en
la que los-reyes tienen que manifestar la defensa del reino.
En muchos sentidos, podría decirse que el problema de la delincuencia y del manteni­
miento del orden público juega un papel erucial en el desarrollo de las instituciones que
van a ir dando lugar al nacimiento del estado moderno. G A U V A R D detecta claramente
este hecho en el caso de Francia, donde “ stéréotypes de la grande erim inalilé, crimes
inexpliqués, bandes de malfaiteurs accompagnent la naissance de r E ia t » " '. Más claro
todavía parece para algunos autores el ejemplo castellano, ya que los Reyes- Católicos
encuentran en el estado de inseguridad que azotaba a Castilla en el in ic io de su reinado
una buena excusa para presentarse como única garantía de superación del problema, par 2
ganar apoyo social a su causa y para ju s tific a r la creación de instituciones como la Santa
Hermandad Nueva que van a tener una larga duración histórica y que ponen al servicio
de la monarquía un mecanismo de control bastante eficaz y financiado a costa de los
súbditos'14.
Como puede intuirse, la relación entre delito y desarrollo p olítico resulta apasionan­
te y puede prestarse a interpretaciones diversas. Para unos la monarquía jugará un papel
trascendental en la centralización y mejora de los mecanismos de lucha contra el delito,
garantizando una mayor seguridad para el conjunto de la ciudadanía. Para otros, todos
estos desarrollos que acompañan al nacimiento del Estado moderno no reflejan sino la
alianza entre-la monarquía y la naciente oligarquía económica, que tiende a convertir la
lucha contra el delito en una forma de disciplinar y castigar a las clases bajas.

1,1 G A U V A R D , De grace especial, p. 20ÍS.


BARROS, M entalidad justiciera, p. 15.
G A U V A R D . De grace es¡>ecial. p. 233.
M* L U N E N F E LD . The Council o f lile Santa Hermandad, pp. 12-13.
537

En nuestro caso no vamos a entrar de lleno en este debate, sino que vamos a
conformarnos con comentar algunas imagçnes, entresacadas de las crónicas castellanas,
q.ue reflejan algunas actuaciones de los monarcas frente a problemas relacionados con el
delito y el orden público y que pueden ilustramos sobre algunas concepciones de la
ju sticia que tienen los monarcas y quienes les rodean, así como el papel propagandístico
que va a ju g a r en Castilla la lucha contra el delito y Ja imagen justiciera de los reyes.
Comenzaremos nuestro recorrido en el co n flictivo final del reinado de Alfonso X y *
llegaremos hasta la época de los Reyes Católicos, aunque aviso de antemano que no es
un recorrido exhaustivo, ya que las actuaciones reales relacionadas con el mantenimiento
de la ju sticia son muchas y no es nuestra intención señalarlas todas.
Tanto el Anal de la Crónica de Alfonso X como el in ic io de la Crónica ce Sancho
IV ofrecen una serie de imágenes interesantes desde el punto de vista de entender el
papel de la inseguridad que existe en e) reino a la hora de ju s tific a r el ascenso al trono
de un candidato que podía ser puesto en entredicho. Las actuaciones justicieras de San­
cho IV parecen destacarse para conferir al nuevo monarca el papel de pacificador del
reino y de ju s tific a r algunas de sus violentas actuaciones. Las crónicas nos muestran a
un Sancho IV que recorre todos los rincones del reino haciendo justicia, como si su
presencia fuera imprescindible para garantizar el orden. Cuando actúa contra algunos de
los que se manifiestan contrarios a su ascenso al trono la excusa del delito parece clara,
como sucede en el caso de la sublevación del arrabal de Talavera que se produio en 1283.

... é e! infame don Sancho vínose para Logroño, e después vínose para Burgos,
é dende para Valladolid, e dende á Olmedo, e fiz o ju s tic ia en ¡oda la Ertrerruidura.
E estando en Olmedo, llególe mandado de Talavera en commo un ladrar, que
decían Romero, con consejo de caballeros é de omes deI. arraba!, que se alzara
con el a rra b a l é con voz del rey don Alfonso. E luego el infante'fue para allá. (...)
é aquel Ramera que. era ladrón, desque vio que el infame don Sancho llegó al
arrabal, salió en un caballo, e fu e huyendo, é el infante don Sancho fue en pos
del fasta que ¡legó ó la Puente de Pinas. ques en Tajo; é desque pasó e! ladrón,
derribó las vigas de la puente, que era de madera (...) e acogióse el ladrón á un
castillo que avia fu ñ a d o , que decíon Cabañas, ques en término de Trujillo. E ■
desque el infante don Sancho vio que non fa lla b a p o r do posase, tomóse para el
arrabal, é mató ó todos cuantos ornes e mujeres y fa lló que les acogieren, é
fueron y muertas más de cuatrocientas p e rso n a s..."-.

Como vemos, el texto hace referencia a una sublevación producida er, Taiavera en
favor de A lfonso X , pese a lo cual el cronista no deja de resaltar que el cabecilla es un
delincuente común, un la d ró n .' La palabra ladrón se repite cuatro veces er un cono
espacio de tiempo y se menciona también que el in dividuo en cuestión avía ruñado ún
castillo. Todo esta argumentación y estilo anuncia el resultado final, el castigo cruel y
ejemplar que reciben los que habían apoyado a) rebelde, que es un delincuente por
atentar contra el rey pero que, además, lo es de por sí.
La pacificación del reino que acomete Sancho IV en los inicios de su reinado le
obliga a una continua m ovilidad, para hacer presente la figura de) rey y dejar ejemplos
por doquier del castigo que puede esperar a los disidentes.

Crónica del rey doit Alfonso, p. 64.


... é movió luego dende, é fuese para Sevilla, é p o r los lugares que venía fa c ía
ju s tic ia muy complidamente, en guisa que todas las gentes de los sus reinos le
obedescíen lo que eran mandados. E porque fa lló que algunos andaban p o r la su
tie rra después que él reinara, faciendo ayuntamientos- contra él é contra su seño­
río, fu e contra ellos, é a los unos mató, é a los otros desheredó, é a los otros echó
de la tierra, é los tomó cuanto avian, en guisa que todos los sus' reinos tornó
sosegados..."*.

El carácter personal del rey y su propio empeño personal parecen ju g a r un papel


fundamental en la pacificación del reino, que se acomete contra todos los responsables
de desórdenes, incluidos los principales nobles del reino que, en palabras del cronista,
.son sometidos ante el temor que les impone la actuación violenta y decidida del rey
contra cualquiera que ose entorpecer la ju s tic ia real.

... estando el rey don Sancho en San Fagún, é andando un día fu e ra de la v illa
é con él el infante D. Juan, é D. Lope, é D. Ferrand Pérez Ponce é muchos ricos-
ornes é caballeros é otros, llegó y a él Esteban Nuñez Churrucano, que era su
merino m ayor en tie rra de León é de Asturias, é d ijo a l Rey: -D. F e rra n d Pérez
Ponce, que está a q u í ante vos. nos embarga la ju s tic ia en toda Asturias, é los
presos que yo traía en la vuestra cadena tomómelos; a sí que yo, que soy vuestro
merino, non puedo cu m p lir lo que me mandastes nin fa c e r la ju s tic ia con derecho
p o r él. E el rey tomó muy g rand saña p o r esta razón, é Juan M artínez N e g rita ,
un caballero de Asturias que era vasallo de Ferrand Perez, que estaba y delante,
d ijo a Esteban Nuñez que se m aravillaba mucho commo osaba fa b la r contra D.
F errand Pérez tales cosas como éstas. E el Rey tomó muy g ra n d saña p o r las
palabras que d ije ra Juan Martínez, é mandólo que callase, é tomó un palo a un
montero que estaba antél, é dióle grandes palos, en guisa que cayó de una muía
en que estova p o r muerto á los pies del Rey; a sí que el infante D. Juan, é D. Lope,
é D. Alvaro, é D. Ferrand Pérez Ponce non osaron decirle nada, tan bravo
estaba, diciendo fuertes palabras contra todos aquellos que le embargasen [a su
ju s tic ia é fuesen contra ella nin contra los sus merinos que la avían de fa c e r en
la tierra, é p o r esta razón escarmentaron en ta l manera todos, que de a llí ade­
lante non se atrevió ninguno á em bargar la ju s tic ia de los sus m e rin o s..."7.

Sin embargo, la crónica de Sancho IV nos ofrece otras imágenes que podrían pa­
recer contradictorias con el carácter ju sticie ro del rey, pero que, a la postre, lo que nos
indican es que la venganza es una atribución del monarca y que el recurso a la astucia
o el incum plim iento de la palabra dada se ju s tific a n cuando se trata de eonseguir un
objetivo que parace d ifíc il de otro modo. El asesinato de don' Lope, señor de Vizcaya,
y de su h ijo Diego López estando en la Corte con garantías de seguridad es una de estas
actuaciones que nos muestran a una persona que no duda en recurrir a cualquier medio
para imponer su autoridad, aunque todo se ju s tific a por la traición de los personajes en
cuestión y por sus malas acciones. La ju s tic ia real no entiende de mecanismos legales,
es pura voluntad y capacidad de acción. ............. ;

m . C rónica del rey don Sancho, p. 7 0 . A iio 1284.


117 C rónica del rey don Sancho, p. 7 3 . A ñ o 1286.
...levantóse el Rey, é d ijo : -F incad vos.aquí en acuerdo, ca luego venté para vos,
é decirme edes lo que oviéredes acordado. E el Rey salió fu e ra : e desque el Rey
¡os dejó d ijo : -Nunca yo ral tiempo tuve commo agora para vengarme destos que
ramo mal me han fecho é en tanto m al me anda-, é fa lló que la su gente era
mucha más que la de los otros, é tornó luego á ellos, é paróse á la puerta, é
preguntóles, é d ijo : -¿Avedes ya acordado?. E d ijo el Conde (don Lope; señor de
Vizcaya): -Sí; entrad, señor, é decirvoslo emos. E el Rey d ijo : -Enronces aína lo
acoráosles, é yo con otro acuerdo vengo, é es que vos amos que ftnquedes aquí
conmigo fa sta que me dedes mis castillos. E el Conde se levantó mucho aina é
dijo: -¿Presos? ¿cómo? ¿A la nierda! ¡Oh, los m ios!-; e metió mano á un cuchillo,
e dejóse i r para la puerta donde estova el Rey el cuchillo sacado é alta la mano
(...) e la o tra gente que era del Rey, ballesteros é caballeros, veyendo que el
Conde iva contra el Rey, finieron a l Conde, é dieronle con una espada en la mano,
é cortarongela. é cayó luego la mano en tie rra con el cuchillo; é luego dieronle
con una maza en la cabeza, que cayó en tie rra muerto, non lo mandando el Rey.
E tom ó el Rey contra Diego Lopez que estova y é que le c o rrie ra a Ciudad
Rodrigo desde Costil Rodrigo, é díjole el Rey: -Diego López, ¿qué vos merescí
por que me corredes ¡a mi tierra, seyendo mi vasallo? E él non supo razón
ninguna que decir, é el Rey dióle con itna espada en ¡a cabeza tres golpes en
guisa que fin c ó m uérto...'n

El ejemplo nos muestra a un rey que hace ju s tic ia con sus propias manos, que juzga
y ejecuta ia pena en cuestión de segundos porque su voluntad es la ley. Cada acLo del
rey es un acto de ju s tic ia en sí, que no necesita de procesamiento ni de otra garantía. A l
mismo tiempo que juez, el rey es verdugo ejecutor, y no sólo en casos de pena de muerte,
como el que hemos visto, sino que también ejecuta penas de vergüenza pública, como
sucede en un acto en el que castiga a un mentiroso.

...E desque el Rey sa lió de la fa b la , sa lió a l corral, é vio aquel caballero que
dicen Ñuño Gonzalez estar y entre otros caballeros, é llamóle ante todos, é díjole:
-Ñuño Gonzalez ¿sois m i vasallo, é tenedes de m í buena tie rra e buena soldada?
E díjole: -Señor, sí-: e d ijo el Rey: -¿Fice vos nunca mal? é d ijo : -Señor, non. E
dijo el Rey: -Pues ¿por qué fuistes esta noche decir á don Juan Nuñez que yo
mandara arm ar la mi gente para le i r a m atar? Vos non puedo fa c e r al, é llámovos
fa lso caballero aquí ante todos, é mando que vos lo llamen todos. E a sí lo ftc ie ro n
todos a una voz; é luego salió el ca b allero muy nuil andante, é dende fuese para
¡a ciuda d.."9

Un últim o aspecto qué se puede mencionar de la figura justiciera de Sancho ÍV es


su control sobre los propios oficiales encargados de ejecutar la justicia real, que en caso
de no actuar como se espera de ellos son castigados con tanta saña como los delincuentes
y traidores.

...é el Rey vínose para Toledo, é fa lló y muchas querellas de muertes é robos
é fuerzas, é fu rto s é otros males que fa cía n y ; é porque G a rd Alvarez, que era

" * C rónica del rey don Sancho IV , p. 79. A ñ o 1288.


C rónica del rey don Sancho C uarto, p. 84. A ñ o 1290.
540

su alcalde mayar, non ¡a castigaba cammo debía, mató a él é á Jucm Alvorez. su


hermano, é á G utierre E s te b a n ,^ pieza de otros ornes, é con esto asosegó la
cibdad de Toledo. E dende vino poro Avila, é fiz o ju s tic ia en omes malfechores,
que la merescían...'™.

A la postre, Sancho IV se nos prevenía como el prototipo de rey que asegura la paz
del reino por su decisión y su coraje, su fortaleza individual, el temor que inspira a sus
enemigos y la violencia y publicidad con que los eastiga. Siempre en marcha, recorrien­
do el reino sin descanso para mostrar su autoridad por todos los confines, la figura de)
rey es omnipresente, pero no garantiza el temor ni el respeto a la institución monárquica,
sino hacia una persona concreta. En cuanto el siguiente rey no sea capaz de inspirar el
mismo tem or la paz del reino, destacada por el cronista, se irá a pique y la inseguridad,
el delito y la arbitrariedad generalizada de los poderosos volverán a haeerse presentes.
La Crónica de Fernando IV nos muestra la otra cara de la moneda. La de un reinado
co n flic tiv o , mareado en sus inicios por la minoría de edad del rey. en el que los nobles
actúan a sus anchas y la ju sticia real sufre un fuerte retroceso. Los bandos nobiliarios
se enfrentan por Ja tutela del rey, los asesinatos polílieos y las venganzas se suceden, las
justicias locales de cada ciudad aeiúan en función de los intereses del bando n obiliario
al que representan, amparando ejecuciones que no son sino asesinatos de los enemigos
políticos, en fin, la reina madre es la única que intenta poner freno al deterioro de la
situación, pero ineluso la Naturaleza se viene a sumar al eastigo que sufren las tierras
de Castilla en forma de hambre. Hemos seleccionado algunos párrafos que no necesitan
comentario y que reflejan una situación calamitosa que se debe a (a falta de un rey que
pueda imponer el orden como lo había hecho Sancho IV.
1295. Asesinato de un vasallo del Infante don Juan y venganza de éste.

... estando un día fa blando el infante dan E nrique é el infante don Juan en
la dehesa de Cibdad Rodrigo, estando Pay Gómez Cherino apartado, llegóse a él
un caballero, que decían Rui Pérez Tenorio, é dióle con un cuchilla p a r medio del
corazón, é cayó luego de un caballo en que eslava muerto en tierra, é luego fu y ó
este caballero para PortogoT, é cuando lo supo el infante don Juan, pesóle m u*
cho, porque era este Pay Gómez de su hondo, é fue en pos deste Rui Perez é
alcanzóle é m atóle'-1.

1296. Asaltos en tierras de Toledo por parte de partidarios del pretendiente al trono
d o n 'A lfo n so de la Cerda y tensiones en las villas del arzobispado de Toledo. La reina
regente doña María envía al territorio a su hija doña Isabel y su presencia calma la
situación.
... el castillo de Fita, que es en el arzobispado de Toledo, teníelo un caballera
de Portagol que decían Ruy M artinez de Sandia, é tos que y estovan prendían los
ju d ío s 'd e l Rey en los caminos é despechábanlos, é ero fam a que este caballero
traía su fa b la con el rey de Aragón e con don A lfonso, fijo del infante don
Fernando, po r esta razón é p o r algunas otras fa b la s muy malas que andaban en
los ornes de las villa s del arzobispado de Toledo, envió la infanta doña Isabel su

150 C rónica deI rey dtm Sancho C uarto . p. 82. A fio 1289.
111 C rónica deI rey don Fernundo C uarto, p. 96.
54]

f ija á G uadalajara, é apercibióla de lodos esios fechos, é lo infama fíz o lo así, é


p o r ella fu e guardada toda aquella tie rr a ...'- .

1298. Justicia en Zamora. El infam e don Enrique loma partido por los caballeros de
la v illa contra los «ornes buenos del pueblo», que por su pane cuentan con el apoyo de
la reina regente doña María. Se puede deducir un enfrentamiento de bandos en la ciudad
en ebque se entrelazan las fidelidades a Femando IV o a sus oponentes. La Justicia como
arma para elim inar a los enemigos políticos.

... llegó y don E nrique é d ijo que quería i r a Zamora a fa c e r ju sticia , é esto
fa cía él can conseja de los caballeras de Zamora para m atar é despechar ¡os
omes buenos del pueblo, é que levaría ende muy grand algo. (...) é don Enrique
quisiera que las prisiesen a todos los más después que supiesen el estado de la
villa, é señaladamente a cuatro omes buenos que eran los más ricos é más hon­
rados de la v illa (...); é la Reina díjole que en esto non sería ella, mas que
pregonasen que viniesen a querellar los que quisiesen, é desque las querellas
fuesen dadas, que llamasen aquellos de quien querellasen, é que respondiesen; é
si p o r ventura non se salvasen commo era fuero é derecho, que librasen sobre ello
aquello que mandase el fu e ra de la villa. (...) é desque don Enrique ovo fecho ¡a
pesquisa, é los cuidó prender é matar, é sopo commo non eran todas en la villa,
ovo ende muy grand pesar, é mandó luego prender a uno que decían Juan Gato,
que fu e ra alcalde del Rey. é sin o irle mandóle matar luego é lom or cuanto le
fa lló , é mandó m atar a otro que decían Esteban Elias, é de todo esto pesaba a
la Reina; é en esta manera puno de guardar los ornes buenos de la cibdad de
muerte e de p e lig ro 1'* .

1302. Hambre en Castilla.

E este año fu e en toda la tie rra muy grand fambre; é los ornes moríense p o l­
las plazas é p o r ¡as calles de fambre, é fu e tan gratide la mortandad en la gente,,
que bien cuidaran que m uriera el cuarta de toda la gente de la tie rra ; é tan
grande era ¡a fam bre, que comían* los ornes pan de grama, é nunca en tiempo del
mundo vió ombre tan g ra n d fam bre ni tan grand mortandad'™.

1308. Malhechores feudales en las comarcas de Soria y Guadalajara.


Fernando IV y la reina madre se reúnen en Almazán (Soria) para intentar solucionar el
problema.

... avía en esa ¡ierro algunos caballeros malfechores que tentón muchas casas
fuertes, donde se fa cía mucho mal. acordoron el Rey e la Reina su madre de las
d e rrib a r todas, é que el Rey derribase la> del término de A tie n ta é la Reina las
otras; e a cabo de cinco dias, fuese el Rey luego dende para Atienta, é fa lló y
una casa muy fuerte de Pero Minguez de P inilla. que decían Miedes, en que
estova pieza de gente para fa c e r mal en la ¡ierra con voz de don Juon A’uñez, é

Crónicu del rey don Fernando C udria, p. 105.


Crúnicu del rey don Fernando C utirlo, p. 114.
'** Crónico (le don Fernando Cuorlo. p. 119.
los que estovan dentro entregárongela, é el Rey mandóla d e rrib a r toda p o r el pie,
é luego fuese para Alcalá. E la Reina doña ¡daría mandó a l infante don .FeJipe
su fijo , que era con ella-, é a todos los de su tie rra que fuesen sobre el Alameda
é M iñona, dos castillos muy fu e rte s' que son térm ino de Soria, que tenía Rui
Gonzalez de Deza, de que se facían muchos males en toda la tie rra (...) é desque
las ovo tomadas envióle mandar la Reina que fuesen sobre o tro ca stillo que dicen
Mazaratoron. que tenía un caballero que decían Simón Iñiguez. é mandólo com batir
é diérongelo (...) é la Reina mandó entregar estos lugares á los de Soria cuyos
fueran, é otro s í mandó d e rrib a r en tie rra de Alntazán veinte e cuatro casas muy
fuertes que y avía de que se fa c ía mucho m al en toda esa tierra, é fiz o ju s tic ia
en muchos lugares é en muchos ornes que fa lló malfechoresn s .

1308. Tumultos en Córdoba.

... E luego tomó acuerdo el Rey, é vínose para Córdoba p o r razón que avia
y en la v illa de Córdoba grand levantamiento del pueblo contra algunos..de los
caballeros más honrados de la v illa ; e desque el Rey Ilegó a la cibdad de C ór­
doba, mandó saber tos fechos de la villa, é desque los ovo sabido, fiz o g rand
ju s tic ia en aquellos que fa lló que eran merescedores. que fu eron comienzo e
acuciadores deste levantamiento del pueblo, ca desque la cibdad fu e ra de c ris tia ­
nos nunca ran grand levantamiento ovo commo a q u é l126.

En fin . los ejemplos de desórdenes en tiempos de la m inoría son muy numerosos,


y hemos seleccionado sólo unos cuantos a modo de ejemplo. En cuanto el rey asume las
riendas del poder vemos que da indicios de asumir un papel semejante al de Sancho IV,
iniciando un recorrido incansable, justieiero y pacificador; pero no tiene mucho tiempo
de acometer esta tarea por su repentina muerte, que vuelve a dejar el reino sumido en
una minoría de edad que no hace sino m u ltip lica r los problemas y aumentar el desorden.
Entre 1308 y 1322, la m inoría de edad de A lfonso X l está plagada en su Crónica
de ejemplos de asesinatos políticos, robos y pillajes cometidos por los principales nobles
del reino, enfrentamientos armados en la propia corte por las disputas en el reparto de
soldadas, inseguridad y falta de ju sticia en el reino, etc. Seleccionar y citar una muestra
de estos ejemplos nos llevaría mucho tiempo, además de que son sobradamente conoci­
dos. Pero por una vez contamos con una especie de opinión del cronista sobre el estado
genera) del reino durante los años de la m inoría de edad del rey, que resume, a grandes
rasgos, los problemas que se derivan de la falta de autoridad monárquica.

... A sí como la estoria ha contado los fechos que pasaron en ios regnos, debe
contar el estado en que estaba la tie rra en aquel tiempo. Et dice que avía muchas
razones et muchas maneras en la tierra, porque las villos del Rey et todos los
otros logares de su regno rescebían muy grand daño, et eran destroídos: ca todos
los Ricos-ornes, et los Caballeros vivían de robos et de tomos que facían en la
tierra, et ¡os tutores consentíangelo p o r los aver cada unos de ellos en su ayuda.
Et quando algunos de los Ricos-ornes et Caballeros se partían de la am istad de

155 C rónica del rey don Fem ando C uarto, p. 161.


Ií4 C rónica del rey don Fernando C uarto, p. 164.
alguno de los ¡inores, aquel de quien se partían destroíale todos los logares et los
vasallos que avía, diciendo que lo fa c ía a voz de ju s tic ia p o r el ¡nal que. fe d e ra
en quanto con él estovo: lo qual nunca les estrañaban en quanto estaban en la
su amistad. Otrosí lodos los de las villa s cada uno en sus logares eran partidos
en vandos (...) Et algunas villos que non tomaron tutores, los que avian el poder
tomaban las rentas del Rey, et mantenían con ellas grandes gentes, et apremiaban
los que poco podían, et echaban pechos desaforados. Et en algunas villas destas
á tales levantábanse p o r esta razón algunas gentes de labradores a voz de común,
et mataron algunos de los que los apremiaban, et tomaron et destroyeron todos
sus algos. Et en nenguna parte del regno non se fa cía ju s tic ia con derecho; et
llegaron la tierra a ta l estado que non osaban andar los ornes p o r los cantinos
sinon armados, et muchos en una compaña, porque se podiesen defender de los
robadores. E t en los logares que non eran cercados non moraba nenguno; et en
los logares que eran cercados manteníanse los mas dellos de los robos et fu rto s
que facían (...) et tanto era el mal que se fa c ta en Ia tierra.' que aunque fallasen
los ornes muertos p o r los caminos, non lo avían por estrano. Nin otrosí avían por
estrano Ips furtos, et robos, et daños, et mates que se facían en las villas nin en
los caminos ..'27.

Como se puede observar, el cronista señaia con bastante claridad a los culpables de
la situación: los grandes nobles que pugnan por la tutoría del rey y los nobles de segunda
fila que toman partido y que se excusan en la necesidad de apoyo de los tutores para
actuar a su antojo sin que éstos opongan resistencia. Las principales víctimas que se
señalan, amén del reino en general, son los labradores y los que poco podían, es decir,
son los débiles los que deben añorar la falta de un rey autoritario, los que deben m itific a r
la imagen de una monarquía que es su única garantía de defensa contra los poderosos
y cuyo modelo encarnará, según el cronista, un A lfo n so X I que asume su mayoría de
edad con un gran deseo de devolver la ju sticia al reino.

...E l en quanto él estido en Valledolit asentábase tres días en la semana a o ir


las querellas et los pleytos que ante él venían, et era bien enviso en entender los
fechos, et era de gran po rid a d (...) E t amaba mucho todos los suyos, el sentíase
del grand daño et grand m al que era en la tie rra p o r mengua de ju s tic ia , et avía
muy mal talante contra los mal fechores...12* .
... quiso fa ce r escarmiento en los de Segovia p o r las muertes que fecieron: et
fue a esta ciubdat et quando y llegó, mandó saber p o r pesquisa quales fecieron
aquellas muertes que la estoria ha contado, et quemaron la iglesia. Et fueron
presos muchos de aquellos que lo avían fecho, et fue dado ju ic io contra ellos: et
algunos arrastraron, et después enforcaronlos; et a otros quebraron p o r los es­
pinazos p o r el quebrantamiento de la cadena; et á otros cortaron los pies et las
manos et los degollaron; et a otros quemaron p o r el fuego que posieron en la
iglesia, de que quemaron la torre: dando a cada uno dellos la pena segund lo que
fe cie ro n '29.

Crónica del rey don Alfonso e l Onceno, p.197.


05 Crónica del rey don Alfonso e l Onceno, p. 198.
Crónica del rey don Alfonso e l Onceno, pp. 205-206.
544

Como vemos, A lfon so X I acida con gran presteza como el-rey justiciero que parece
gustar a los cronistas y comparece ame sus súbditos, en las Cortes de M adrid'de 1327,
ofreciendo un programa de paz, y de ju s tic ia para el futuro, pero sobre todo, según el
cronista, dando ejemplo con el estricto orden público y la seguridad que existen en la
v illa de M adrid durante la presencia de las Cortes.-

... desque lodos fueron jum ados, fa b ló con ellos mostrándoles guantas mane­
ras et razones fa lla ra en el su regno, porque fasta en aquel tiempo non podiera
tornar ¡a tierra en ju s tic ia et sosiego, asi como era su voluniat de lo facer, et los
de los regaos lo avian menester (...) et que su voluntad era de mantener los
regaos en paz et en ju s tic ia , el en sosiego (...) Et p o r cierto tanta era la ju s tic ia
en aquel tiempo en los logares dó el Rey estaba, que en aquellos Cortes, en que
eran ayuntados muy grandes gentes, yacían de noche p o r las plazas todos los que
traían viandas a vender, er muchas viandas sin guardador, sinon solamiente el
tenidr de la ju s tic ia quel Rey mondaba fa c e r en los malhechores...,Mí.

Pese a que el cronista enfatiza el carácter justiciero de A lfonso X I y sus esfuerzos


por devolver la paz y el orden al reino, lo cierto es que la crónica se debate entre los
ejemplos de actuaciones expeditivas por parte de] rey y de desórdenes cometidos por los
grandes nobles que contestan su autoridad, y que fortalecidos durante el periodo de las
minorías cuentan con enormes recursos y fuerza para oponerse a) rey. Don Juan Manuel
es el prototipo de esta nobleza que, incluso ante la existencia de un rey con carácter y
decisión, no termina de plegarse a la autoridad real y sigue protagonizando esporádicamente
desórdenes, aprovechando la más m ínim a lejanía del rey.
La autoridad de la monarquía en Castilla, partiendo de la base del deterioro sufrido
durante las minorías de fines del X III y comienzos del X IV , va a ser difícilmente restaurable
a lo largo de lo que resta de Edad M edia. N i la arbitraria crueldad de Pedro I 1-*1, ni el
esfuerzo legislador de Juan I I 1- sirven para devolver el respeto y la autoridad a la

IM Crónica det rey don Atjnm.ii et Onceno, pp. 222-253.


,v ... mandó el Rey ti Varen Alfonso de Portugal. é ó A tsar Gonzalez M orón, une eran dos caballeros
que guardaban (i dua Juan Alfonso, que dires en o ¡os ballesteros que teniun preso tí G a rd Laso, que le
matasen. E ellos fueran a l p a ria I dó G a rd Laso estobn. é mandáronlo ü los balleneros, é ellas non lo osaban
fa c e r (...) E diso el Rey: -M ondo vos que le matedes. E estonce entró el ballestera, é díale con una p o rra en
la cabeza, é Juan Ferrondez Chomorro ditíle con una broncho, é le p rie ra it de muchos feridas fasta que morid.
E mondó el Rey que le echasen en lo calle, é asi se fiza. E ese día domingo, p a r quanta el Rey ero entrada
nuevamente en la cíbdad de B urgos.'cardan loras en aquella plaza delante de los potados del Obispo a l
Sur men tal dó Garci Luso yacía, é non le levan toron de allí. E el Rey vio como el cuerpo de G ard Laso vacia
en tierra, é posaban los loros par en soma dé!, é mandóle paner en un escaño, c asi estovo todo aquel día
o lli; é después fue puesto en un ainud sobre el muro de lo cibdod...: LOPEZ DE A Y A L A , Crónica del rey don.
Pedro, pp. 414-4)5.
1436. Ordenanzas dadas por Juan II en Guadalajara.
Alcaldes. Ordeno é mando que en la m i Caso y Corle huya conibiauoiente dos Alcaldes, los quales sean
tales, quales campion ó mr servicio é ó esecución de la 'n ti justicia, é que sírvan p o r sus personas los oficios.
Item, que las dichos mis Alcaides tengan cargo de in q u irir contra los transgresores de las Ordenanzas p a r m i.
hechas eo Segaviu. ¿ los p u n ir según las dichas leyes é ordenanzas mandón, é para esto les sea dada mi
comisión para que lo puedan hacer é hagan simplemente ó de plano sin estrépito é fig u ro de ju ic io , sabida
sa lamen le la verdad, é que no haya dello suplicación ai apelación ni agravio ni nulidad, salvo para ame mi.
é no para ante los Oidores de la mi Audiencia n i para ante atro alguno.
545

institución monárquica, pues a un rey ju sticie ro puede suceder otro de talante más débil
que eche por tierra los escasos logros anteriores. H acia-finales del siglo X V, cuando
Isabel y Fernando asumen las riendas de Castilla, se va a in ic ia r una nueva dinámica que
no se basará ya-exclusivameme en el carácter individual que puedan tener los monarcas,
sino en la creación de estructuras estables y de instituciones que puedan p e rm itir que la
monarquía, sea quien sea su representante, esté a la cabeza de la ju sticia y no sea
contestada sistemáticamente.
Los cronistas parecen colaborar con la nueva monarquía convirtiéndose en sus p rin ­
cipales propagandistas. La situación de deterioro de la ju sticia y del. orden público al
lina! del reinado de Enrique IV se ensalza para destacar el enorme esfuerzo que van a
tener que asumir los nuevos monarcas para devolver la paz al reino.

Las muertes y robos que se hacían p o r todas los partes del reino eran tales
y tamas, e tan disolutos e feos e sin temor de Dios p o r fa lta de ju s tic ia y execución
délie, que ninguna gente no osaba cam inar n i s a lir de pobuzda, en ta l manera que
apenas tenían seguridad en sus casas[ i ' .

En los primeros años del reinado de los Reyes Católicos la situación no mejora
mucho pór culpa de los enemigos de los monarcas.

En aquellos tiempos de división, la justicia padecía e no podía ser execulada


en los malfechores que robaban e tiranizaban en las pueblas, en las caminos e en
• general en todos las partes del reino (...), ninguno dexaba de cometer q ualquier
delicto (...) e las gentes estaban habituadas a tanto desorden que aquei se tenía
p o r menguado que menos fuerzas hacía174.

El cronista Hernando del Pulgar establece una asociación directa entre autoridad
monárquica y orden público, aunque la pinta con un recurso a la intervención divina y

Alguaciles. Ordeno i mando que c a v a del numero de los Alguaciles de la mi Cone se guarden las leyes
de las Cortes de A lcalá hechas p a r el Rey Don Alonso. ¿ confirmadas de m í en el Ayur.tamiepteide Segowa
que hablan en esto razón. su tenor de los quales es este que se sigue. P ar tir a r grandes frondes que se hacen,
porque andar, muchos que se llam an Alguaciles, e porque los gentes sean ciertos de la que dehen guardar, é
conozcan aI nuestro O fic ia l é sepan á quien han de mandar si les algún agravia hicieren, ienemas p o r bien
que sean dos Alguaciles p o r el nuestra A lg u a cil mayar en la nuestra Corte, é que estos que puedan poner p o r
s i sendos A lguaciles que" usen p o r s i en las oficios é na mas; pero es mi merced que el m i A lg u a cil mayar ante
que panga las das A lguaciles, los nombre o presente ante m íp o r si ó p a r otro con su poder, las quotes.seyendo
aprobados p a r mí, hagan juram enta en m i presencia en form a debida de usar las dichos oficias bien, é f ie l
é verdaderamente, guardando los leyes que hablan en fa v o r de sus oficios, é que na han dado n i darán, ni
prom etido n i prometerán p o r los dichos oficios, ni p a r causa é razón de los dineros, n i aíras cosos n i servicios
de sus cueqtns. n i de hombres, n i de otra cosa alguna, ai darán, n i prometerán casa alguna de la que remoren
los oficios n i en otra manera algutui que sea o ser pueda pa r razón del dicha oficia; este wesinn jura m en to
haga el m i A lg u a cil m ayor que los presentará: é si ellos o qtiolqttier dellos la contraria hicieren, que p o r el
misino Itccho sean perjuros e infames, é hayan perdido los dichos oficios (...).
Prom otor de la m i Justicio. Ordena é mando quel mi Promotor Fiscal p o r sí pueda usar del oficia de
Ia promacián de la mi Justicia; pero pues yo tenga puesta m i Promotor Fiscal de la mi justicia can quitación
aquí en mi Corre, que el Fiscal na pueda paner otro Promotor. Otrosí, triando que se guarde la ley premdticasencion-
p a r m í {techa, ea que se contiene quel Fiscal no ocuse n i denuncie sin dslacior. pero es m i merced é voluntad
quel F isca l Prom otor pueda acusar é denunciar p o r pesquisa á pesquisas que yo haya mandado ó mandare
hacer sobre qualesquier m aleficios que tta haya otra delaclar. (...).
IW E N R IQ U E Z D E L C A S T ILLO . Cránicu del rey don Enrique Cuarto, p. 155.
IU P U LG AR . Crónica de los Señores Reyes Católicas, p. 300.
al m ilagro que hace- que la imagen de la monarquía se sublime. El efecto de las Cortes,
de Toledo de 1480 es descrito en.un tono que in vita a-creer que es el designio divino
el que ha puesto en el trono a unos monarcas que transportan a los corazones de todos
sus súbditos el ansia de paz y armonía.

Provisión fu e p o r cierto divino, fecha de la mano de D ios (...) jo r q u e en iodos


sus rey nos poco antes había homes robadores e criminosos, que tenían diabólicas
osadías, e sin tem or de ju s tic ia cometían crimines e feos delictos. E luego en
pocos días súpitamente se im p rim ió en los corazones de todos gran miedo (...)
todos se amansaron e pacificaron, todos estaban sometidos a la ju s tic ia e todos
la tomaban p o r su defensa'™.

Hasta la fecha, los cronistas habían destacado el carácter personal de algunos m o­


narcas que con su actuación ejemplar imponían el respeto a la ley y el orden, pero son
los Reyes Católicos los primeros que cuentan con un aliado in fa lib le . Dios, que actúa en
su favor. El bien y el mal se entienden como una pugna entre Dios y el diablo en la que
incluso la figura de los Reyes parece diluirse. No son ellos los que pacifican el Reino,
es el propio Dios el que, usándolos como instrumento, consigue tal efecto. Obviamente,
contando con un aliado tal la monarquía que encara la modernidad no puede fallar, tiene
que conseguir todos sus objetivos y devolver a Castilla la paz y la estabilidad que se han
echado en falta durante más de 200 años.
Los cronistas no parecen interesarse por la delincuencia común, esa delincuencia
protagonizada por las clases bajas y que aumenta paulatinamente al tiem po que su
empobrecimiento. Ese es un tema secundario porque no afecta a la estabilidad de la
Monarquía, no es todavía una cuestión de Estado sino un asunto menor que las justicias
locales o la Santa Hermandad afrontan con cierta autonomía. La delincuencia que ha
dejado su huella en las crónicas medievales es la protagonizada por los malhechores
feudales, cuyos abusos sobre la población son más una excusa propagandística que la
principal preocupación de ia monarquía. Vencidos éstos, sometidos a la autoridad monár­
quica de un modo casi d e fin itiv o por los Reyes Católicos, el triu n fa lism o es total y la
modernidad esboza sus primeros pasos. Pero en su seno, tal vez como consecuencia
inevitable de muchos desarrollos que, a fin de cuentas, son los que-permiten el cambio
p o lítico y económico, está cobrando vida un nuevo tipo de delincuencia. Cambio polí­
tico, cambio económico y cambio en la delincuencia: readaptaciones que auguran que no
hay forma humana de acabar con el problema del delito y que sólo una nueva interven­
ción divina podría solventarlo. Pero no parece que ni la monarquía ni el m ism ísim o Dios,
por el momento, tuvieran m uy claro qué hacer ante un fenómeno cuya dimensión estruc­
tural a fines de la Edad M edia estaba aún lejos de percibirse.

,w P U LG AR , C ró n ica de tos Señores Reyes Católicos, p. 354.


X. C O N C L U S IO N S

Llegado el momento del balance final, lo prim ero que hay que manifestar es que
este estudio no es com pleto, y eso es algo que hay que asumir como consecuencia
inevitable de una investigación que ha estado plagada de dificultades a la hora de encon­
trar y poder acceder a unasjhentes que, además, no son todo lo ricas que se podía desear.
Ya lo dije en la introducción, pero voy a volver a recordarlo en esta conclusión. El punco
de partida de esta investigación no ha sido ni remotamente comparable al que han tenido
otros investigadores que han abordado el tema de la delincuencia en diversas zonas de
Europa. En España la d ificultad no es sistematizar un cúm ulo ingente de documentación
de archivo perfectamente catalogada y a plena disposición del investigador, sino encon­
trar la documentación y conseguir que la autoridad competente le deje consultarla, aun­
que para ello haya que acceder a convertirse en archivero am aieur y describir y fichar
varios miles de documentos que, por otra parte, no afectan ai tema que a uno le interesa.
Sé que no soy el primero que se ha encontrado en tal situación, y me consta que otros
han tenido que actuar de modo parecido para poder contar con un punto de partida que
cualquier historiador europeo tiene ames de decidirse a trabajar sobre esté u otro tema.
.. Reconozco que la escasez de fuentes y el carácter fragmentario de las existentes han
lim itado mucho los resultados de esta investigación y sería ilusorio pretender que se ha
podido conocer en profundidad la delincuencia castellana de fines de la Edad M edia, ni
siquiera la que se daba en un marco regional restringido y sometido a unos condiciona­
mientos específicos. A la postre, creo que salvo para los territorios cubiertos por la Santa
Hermandad Vieja no hemos podido aproximarnos, siquiera vagamente, ai fenómeno de
la delincuencia en todas sus dimensiones. Se han acumulado muchas pinceladas, pero si
se me permite la metáfora, lo más que se ha podido realizar es un cuadro impresionista
imperfecto, que en algunas de sus partes está inacabado y cuyas pinceladas no llegan a
fundirse en nuestra retina hasta crear una imagen nítida. ¿Podemos trazar unas conclu­
siones aceptables a partir de este material inacabado?
En primer lugar hay que plantearse si nuestro estudio ofrece alguna inform ación
novedosa sobre el fenómeno de la delincuencia tardomedieyal, porque lo que parece
claro es que para concluir que todo lo dicho hasta el momento por la mayor parte de los
investigadores se confirm a en otro estudio regional, el esfuerzo acometido no valdría la-
pena. En resumen, si la historiografía sobre la delincuencia medieval y moderna ha
tratado de definir un modelo de delincuencia medieval, ,lo más importante que puede
aportar un trabajo concreto que sistematiza fuentes diversas es problemas que susciten
debate. A lo largo de todo el trabajo creo que ha quedado clara mi postura en torno al

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