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Un mundo infeliz

La guerra, esa pasión milenaria que domina la pugnacidad de las facciones y naciones
humanas, se reitera insistentemente en el despliegue del siglo XXI, poniendo el tono
pérfido de un mundo infeliz.
Luego de los grandes choques mundiales y la infinidad de combates escenificados en
el siglo XX, la humanidad no parece haber aprendido lección alguna que entusiasme
a quienes aspiran a contener la beligerancia planetaria y contribuir a extinguir el
arrebato ofensivo, que se aviva de manera cíclica, con su pesada carga de
padecimientos sobre los más vulnerables.
Junto a la proliferación de los conflictos intestinos en el contexto subnacional, que
arrincona a las comunidades y las desenraiza de sus territorios elevando la cifra
mundial de migrantes internos, refugiados trasnacionales y víctimas de
conflagraciones bélicas, se agigantan las tensiones guerreristas que evidencian la
incapacidad de las naciones congregadas en la ONU para avanzar decididamente en
la “reducción de todas las formas de violencia y las correspondientes tasas de
mortalidad en todo el mundo”, como se plantea en la Agenda 2030 que define los
Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Ni la diplomacia, ni los buenos oficios, ni las acciones preventivas de mediación, ni
las intervenciones directas, ni las comisiones de paz han podido disminuir las
hostilidades, que se avivan y se magnifican en proporciones tan dantescas como las
que el mundo observa escandalizado en las guerras que ocupan hoy la atención de los
medios en Europa, Asia, África e incluso América por la perpetuación de la guerra en
Colombia.
La pérdida violenta de vidas humanas y el desangre financiero producto del
incremento y tecnificación del armamentismo, resultan vergonzosos y
decepcionantes; mucho más cuando las motivaciones tras los renovados
enfrentamientos remiten a viejas pasiones religiosas, políticas y económicas que
encienden la fogosidad de las agrupaciones, pueblos y naciones enfrentadas.
Conflictos trasnacionales, operaciones militares supuestamente preventivas, nuevos
golpes de Estado, guerras de guerrillas, incursiones bélicas fronterizas, golpes fríos o
blandos, asesinato de presidentes y candidatos políticos, acaparan los titulares de la
prensa mundial; mientras siguen cayendo misiles, cohetes y bombas cuyo poder de
asesinar indiscriminadamente, elevando la letalidad de las armas hoy disponibles,
poco importa a quienes persisten en protagonizar nuevos ataques,
independientemente de las graves afectaciones a la población civil, desarmada y no
combatiente.
Para empeorar las cosas, el sostenimiento del poder de veto de determinadas naciones
en el seno de Naciones Unidas constituye una prerrogativa usada sistemáticamente
para bloquear el efecto inmediato y directo de los pronunciamientos y acciones
encaminadas a ponerle dientes a la política trasnacional.
Aunque no se pretende eliminar el principio de no injerencia, resulta claro que los
estados miembros de ese organismo trasnacional requieren adoptar una estrategia
decisional igualitaria que incorpore herramientas decisionales y protocolos de
actuación firmes y radicalmente incidentes en la transformación de los conflictos e
intenciones bélicas, asunto para nada fácil en las vertientes del imperialismo
financiero sobre el que se sostiene el discurso de las actuales potencias mundiales.
Ello porque el anuncio de sanciones no mueve a las naciones a contener su afán
belicoso, como tampoco favorece el desmonte de las perversas estrategias de bloqueo
marítimo, terrestre o aéreo, y el sitiamiento o constricción del desarrollo, contrarias a
la dignidad humana y al mejoramiento económico de pueblos vulnerables y naciones
mayormente afectadas.
Este año se realizará el Foro Mundial sobre los Refugiados, del 13 al 15 de diciembre
en Ginebra, constituyendo una ocasión demandante de acciones perentorias de
cooperación y solidaridad para que, más allá de la paliación de sus consecuencias y
de la tímida activación del Pacto Mundial de Refugiados, el mundo entero demande
parar la guerra y el armamentismo por el que se perpetúan todas las desgracias
humanas de la migración humana forzosa.
De igual manera, de cara a la evaluación de avances en la prosecución de los
objetivos de desarrollo sostenible, deberá plantearse una mayor incidencia en la
contención y, ojalá, extinción de las dinámicas bélicas, de modo que la humanidad
pueda avanzar hacia la realización del derecho a una paz perdurable, que contribuya a
eliminar la errancia paria y miserable sobre la faz de la tierra.
Ya va siendo hora de avanzar hacia una comprensión del Derecho Internacional
Humanitario que contribuya a producir un mundo verdaderamente feliz.

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