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Sr. Juez:
Mavys Álvarez Rego, pasaporte cubano K437899, cubana, con el patrocinio letrado
del Dr. Gastón Matías MARANO, T° 107 F° 235 C.P.A.C.F., domicilio electrónico
20299054455 y la Dra. Marcela SCOTTI, T°99 F° 534 C.P.A.C.F., domicilio electrónico
27172727706, constituyendo domicilio procesal y denunciando domicilio real en
Rivadavia 1115, Depto. A, C.A.B.A., en el marco de la causa CFP 6315/2021, a V.S. digo:
I.- OBJETO
Que el día 2 del corriente mes y año se ha solicitado la constitución como
querellante en esta causa de la suscripta, remitiendo en cuanto a los hechos relevantes a
la denuncia realizada por la Fundación por la Paz y el Cambio Climático. Luego de una
lectura pausada de la misma, de la recopilación de documentación de aquella época, y de
un análisis más amplio de lo ocurrido, se viene a rectificar y ampliar la solicitud de ser
tenida por parte querellante, con la base fáctica y según las peticiones que a continuación
se detallan.
II.- HECHOS
A los fines de cumplir con el Art. 83, inc. 2 del Código de Forma, sucintamente
relato los hechos que motivan la presente querella. Se deja aclarado que los hechos se
consignan en primera persona, en tanto han sido extraídos del relato de la víctima.
Soy ciudadana cubana, habiendo residido toda mi vida y hasta el momento de los
hechos en la Ciudad de Matanzas, Cuba. El relato comienza cuando yo tenía 16 años, me
encontraba escolarizada en el décimo grado, y de novia con un chico cubano de mi edad.
En una tarde de aquel entonces, iba caminando por una de las calles de mi ciudad
y me interceptó un cubano que se bajó de un auto, se paró enfrente mío y me preguntó si
quería conocer a Maradona. Me siguió durante más de una cuadra, insistiéndome. Como
yo descreía de lo que me contaba, me pidió que hablara con alguien en el auto en que
estaba y accedí. Allí, se sumó a la conversación un argentino, que luego descubriría se
trataba de Carlos Ferro Viera, llamado “Ferrito” en el entorno, y entre los dos me hablaron
durante un largo rato, con el fin de convencerme de que aceptara ir a conocer a
Maradona. Me presionaban diciéndome que Diego era un amigo del pueblo cubano y de
Fidel, que estaba deprimido por una novia que lo dejó, y que necesitaba a alguien con
quien hablar. Continuaron diciéndome que me iban a comprar ropa para ir a una cena con
él, que iban a ayudar a mi familia en lo que necesite, y cosas de ese estilo. Me aseguraron
que sólo iría a comer para conversar con él y que salga de la depresión. Les llevó más de
una hora convencerme, lo sé con precisión porque miraba el reloj constantemente, ante
el miedo de que mi madre me regañe por llegar tarde a casa.
Cuando acepté, ese mismo día me llevaron a un hotel en Varadero. Me entraron
en una habitación, y quedé sola. Me angustié porque pensé que tal vez todo había sido
una mentira y podía estar en peligro. Esperé como 20 minutos. En esa espera, entró quien
me enteré luego era Guillermo Cóppola envuelto en una toalla a la habitación, creo que
viniendo de una pileta del hotel. Me asusté, pero me pidió que me calme y me dijo que
Diego estaba por venir a reunirse conmigo, yéndose en seguida. Finalmente entró Diego.
Se sorprendió de verme, por lo que creo que no estaba al tanto de que me llevarían ahí.
Él fue amable, nos pasamos unas dos horas hablando, me ofreció comer y tomar
champagne. También me regaló un reloj que tenía puesto y, revisando mi cartera, me puso
dinero ahí diciéndome que era para mí y mi familia. Esa primera noche no tuvimos
contacto sexual porque me negué, tan sólo un beso. Luego, descubrí que el dinero que me
había puesto en la cartera eran doscientos dólares. Era muchísimo dinero. La mayoría de
los cubanos no dispone de ese dinero ni en dos años de trabajo. Me fui del hotel y Carlos
Ferro Viera me llevó hasta mi casa, dejándome en la esquina. Esa misma noche, “Ferrito”,
me dio los teléfonos de Cóppola y Maradona, diciéndome que el primero era el manager
de Diego y con quien podía hablar por lo que necesitara, que estaba al tanto de todo.
Le conté a mi madre lo que pasó y me regañó mucho por haberme ausentado y
por haber actuado así con turistas.
Al segundo día, me llamó Diego y me pidió que me preparara para una cena.
Cuando dije que mi madre no me permitía ir, me insistió con que fuéramos juntas. Carlos
Ferro Viera nos buscó en un auto. Nos condujo a una mansión de Varadero en que sería
la cena. Mi madre escuchó que Ferrito pidió que nos atendieran bien porque era la “novia”
de Maradona. Literalmente, me enteré de que era “novia” de Diego en esas
circunstancias. Estuvimos muchas horas esperándolo, pero no apareció. Pasado eso, vino
un auto de “protocolo” del gobierno cubano a buscarnos. Mi madre, en ese momento, se
preocupó y asustó mucho, porque entendió que no era una cuestión privada, sino que
estaba el gobierno cubano involucrado y ya no podría desentenderme de lo que ocurría.
Al tercer día, llamé a Diego por teléfono. Me atendió Guillermo y me dijo que Diego
me llamaría. Cuando lo hizo, me pidió que me alistara porque que me llevarían a La
Pradera, un centro de rehabilitación física en que estaba internado, que quedaba a más
de 100 kms. de mi casa. Le dije que no podía ir sin mi madre, y nos buscaron a las dos.
Me quedé viviendo en la Pradera desde ese entonces y comenzó la relación con él
y su entorno. Mi madre, siempre preocupada, se quedó unos quince días, en los que tuvo
contacto con Maradona y también con sus amigos y empleados. Todos se mostraban
amables y bien dispuestos, incluso Diego, que le aseguraba que yo estaría perfectamente
cuidada. Esos quince días fueron idílicos.
Al principio Diego actuó encantador y atento, me llevaba a cenar y me trataba
como a una mujer adulta. Yo provengo de una familia con muchas carencias económicas,
y hasta entonces no había conocido nada del mundo que me mostró. Cosas como cenar
en restaurantes, participar de las comodidades de los hoteles o salir a discotecas era algo
completamente extraño para mí. No sólo por mi condición económica sino porque era
chica, algo tímida, y mi madre no me permitía salir demasiado.
En esas circunstancias, convivíamos con otras personas. Allí estaban Gabriel
Buono, asistente de Diego, Mariano Israelit, quien era su amigo, Guillermo Cóppola, quien
trabajaba como su manager y organizaba toda su vida, y Carlos Ferro Viera, cuyo rol en el
grupo nunca me quedó del todo claro. Visitaba con alguna frecuencia, Omar Suárez, otro
amigo cercano.
En aquellos primeros tiempos, Diego se presentaba con personas de su entorno en
mi casa en Matanzas, y tenía gestos con mi familia con el objeto de convencerlos de que
estaría mucho mejor con él, que lo que estaba en mi casa. Toda esta situación me
deslumbró, como es imaginable para una chica de mi edad y de mi condición social, frente
a una de las personas más famosas del mundo, y amigo de Fidel Castro. Este último hecho
puede parecer menor, pero debe entenderse que, en Cuba, por lo menos a mi generación,
desde que nacemos y especialmente durante nuestra escolarización, se nos enseñó a la
figura de Fidel Castro como algo mucho más relevante que un presidente. Se lo presentaba
como un liberador, como un héroe, como un padre de todos los cubanos. Por otro lado,
en mi país, especialmente en aquel entonces, el estado está presente en todo. No había
nadie en Cuba que no respetara y temiese a Fidel en partes iguales.
Aproximadamente a un mes desde la partida de mi mamá, las cosas se
mantuvieron igual, en tanto Diego se portaba bien conmigo, se mostraba gentil y
preocupado. Ocasionalmente nos visitaban mi tía o mi abuela y no había reparos de nadie
en que vinieran.
Esa situación cambió un poco cuando Diego me confesó que estaba consumiendo
drogas. Esa primera vez me las mostró, y me pidió que no tomara porque era peligroso.
Realmente desarrollé un afecto por él, porque me sentía en una situación ideal, estaba
con alguien que mostraba cuidarme y se preocupaba por mí, era amigo del gobierno y
constantemente me decía quererme, lo que siempre creí.
Durante esos primeros meses, si él salía o sea alejaba por unos días, me dejaba
dinero para que me maneje. Dinero que yo no tocaba porque no tenía en qué gastarlo. No
conocía La Habana y no tenía tampoco adónde ir, de modo que me quedaba siempre
dentro de La Pradera.
La primera situación de alarma, pero que no la viví con mucha preocupación a los
dieciséis años, se dió cuando Diego me pidió que dejara la escuela. Incluso, en una ocasión
asisitió a mi escuela en un auto oficial, mostrando interés por mí, situación que llamó la
atención de todos. Él insistía con que no necesitaba a una graduada de novia, ni a una
abogada, ni a una médica. Él no quería que estudie, porque eso me obligaba a salir de La
Pradera y viajar a la escuela. Finalmente, a regañadientes accedí, producto de mi
inmadurez. Hasta el día de hoy me arrepiento, por supuesto, de no haberme graduado e
ido a la universidad.
En esos primeros tiempos, hubo muchas circunstancias felices en La Pradera y con
el entorno de Diego. Incluso, se festejó mi cumpleaños diecisiete con mi familia y ese
entorno, junto con alguna amiga del colegio incluso.
Pasados tres o cuatro meses de conocernos, él comenzó a enojarse porque yo me
cansaba en los boliches o quería volver a dormir antes de la madrugada. Aunque él tenía
más del doble de edad que yo, siempre tenía más energía. Con esa excusa, me propuso
por primera vez que consuma cocaína, diciéndome que me iba a ayudar a soportar mejor
el sueño, que me relajaría, que me daría más energía. Yo me negué, le dije que no tenía
sentido para mí inhalar un polvo por la nariz y que él mismo me había dicho que era
peligroso. Él insistió, pero no me forzó al pincipio. En una ocasión, me dejó un plato
preparado con dos líneas de cocaína y se fue de viaje. Al volver, al ver que yo no las había
tocado, él se enojó mucho. Íbamos a salir y me pidió que lo haga por él, así podía entender
lo que vivía y podríamos hacer las mismas cosas. Cuando le volví a decir que no quería, lo
vi violento por primera vez. No me pegó, pero me insultó, arrojó cosas, me zamarreó y me
dijo que esa noche no iba a salir con él. Ante eso, y casi en llanto por los nervios, probé las
drogas por primera vez.
Después de esa vez, el consumo se dio con naturalidad, para darle el gusto pero
aún no enganchada con la adicción. Hubo un cambio cuando probé droga totalmente
pura. A Diego le llevaban por un lado droga que me decía era de la Habana, de poca
calidad, y también le llevaron en varias ocasiones otra muy pura, que me dijo le traían de
Colombia. Cuando probé esta última la sensación fue muy distinta y mi enganche con la
sustancia fue total. Tuve algo parecido a un ataque de pánico la primera vez que probé
esa variedad, y Diego y otros me calmaron. Era habitual que él me retara a una
competencia entre los dos para ver quién consumía mas. En esa época, yo pesaba entre
45 y 50 kilos, dependiendo del momento, y Diego mucho más. Sin embargo, me insistía
con que tomáramos lo mismo. Así, me volví completamente adicta.
III.B. Trata de personas agravada (Art. 145 bis CP; Art. 145 ter, incs. 1, 5, 7)
Pertinencia al caso
En términos genéricos, el “Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata
de Personas, especialmente mujeres y niños”, sancionado en el marco de las Naciones
Unidas, establece que se define como trata de personas a: “(...) la captación, el transporte,
el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la
fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de
una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para
obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de
explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena
u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las
prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos” (la negrita
nos pertenece y busca resaltar los elementos particularmente aplicables al caso).
La víctima de autos fue captada en Cuba, siendo menor de edad, y en esa condición
fue luego trasladada al país en forma ilícita, a los meros fines de servir como instrumento
de desfogue sexual de un adulto. Se encuentran reunidos, por otro lado, los elementos
típicos de las maniobras de trata: la captación de una persona en estado de vulnerabilidad,
la segregación de la víctima de su entorno para producir su indefensión, la generación de
una situación de dependencia (en este caso inducida por la necesidad de consumir
drogas), su traslado internacional, y su mantenimiento en condiciones de libertad
restringida.
Se destaca, asimismo, que no puede descartarse al tiempo de redactar estas líneas
-incluso existiendo indicios apoyando la tesitura- que hayan existido otras víctimas de una
maniobra similar pergeñado por el mismo grupo de sujetos.
Aplicabilidad de la figura
No escapa a los letrados firmantes que la incorporación legislativa del tipo penal a
nuestro ordenamiento interno es posterior a la fecha de la comisión de los ilícitos.
No obstante, es indudable que la trata, como delito internacional, existe desde
tiempo muy anterior a los hechos que se postula aquí se investiguen. Sin ir más lejos, el
“Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la
Prostitución Ajena”, fue aprobado por la Organización de las Naciones Unidos en el año
1949, e internalizado por Argentina a través de la ley N° 11.925 poco tiempo después.
Incluso, el propio “Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas,
especialmente mujeres y niños” fue sancionado también en el marco de la Organización
de las Naciones Unidas el 12 de Diciembre de 2000, prácticamente un año antes de los
hechos.
Con esto, difícilmente pueda alegarse afectación de garantías por el
desconocimiento de la prohibición respecto a la conducta desplegada, en tanto la misma
ya constituía para aquel entonces, y desde mucho antes, una norma consuetudinaria de
cáracter obligatorio en el derecho internacional. Con ello, entendemos a la figura aplicable
y vigente al caso. En esta línea de enseñanza, recuérdese el precedente Simón de nuestro
Máximo Tribunal, que estableció, en lo pertinente, que resultaba imprescriptible un delito
grave -aunque dicha norma de vigencia no existiera en nuestro ordenamiento interno en
aquel entonces- en tanto la imprescriptibilidad de este era parte del derecho
consuetudinario internacional y, por tanto, obligatorio. De ese mismo modo, entonces, ya
existía al momento de la comisión de los hechos la prohibición internacional al respecto
y, por tanto, resulta analizable la conducta por parte de nuestro ordenamiento
jurisdiccional penal. Esto deviene especialmente cierto, cuando aquello que se trata de
proteger es el derecho de alguien que reviste características de vulnerabilidad extrema,
incrementadas por su condición de niña y mujer al momento de los hechos. Una adecuada
perspectiva de género aplicada al caso, no puede sino descartar que se impida el acceso a
la justicia de una víctima mujer y niña, so pretexto de oscurantismos legislativos.
Se deja expresa mención de que han existido otros delitos relacionados con la
integridad sexual de la víctima pero que, entendemos, no resultan perseguibles en tanto
el autor ha fallecido, no son susceptibles de participación criminal distinta a la autoría y/o
habrían sido cometidos enteramente en extraña jurisdicción y sin incidencia en nuestro
territorio.
Eduardo Porretti: se trata de otra de las figuras centrales para el logro del traslado
de Mavys al país. Si bien el análisis de su imputación se hará oportunamente (producida
la prueba documental referida a la emisión de la visa que recibió), lo cierto es que en
aparente contravención a las normas administrativas, sin servirse de ninguna de las firmas
sus padres, le otorgó una visa para viajar a Argentina. Se desempeñaba en Cuba, en 2000,
en funciones consulares, y actualmente reviste cargo como encargado de negocios en la
República Bolivariana de Venezuela.
Asimismo, entiendo que debe realizarse profunda pesquisa para determinar las
posibles responsabilidades penales, a fin de que esta querella analice posibles
imputaciones, respecto de:
PROVÉASE DE CONFORMIDAD
SERÁ JUSTO