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El Milagro

Nov 14, 2023

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Repasando un poco mi vida, diría que he tenido tres días perfectos.

El primero fue el día en que me vino a buscar el Real Madrid.

El segundo fue el día en que nació mi hijo Benicio.

Y el tercero fue el día en que nació mi hijo Bautista.

Para ese tercer día perfecto, con mi familia tuvimos que pasar por un
infierno.

Quiero contarte esa historia. No soy uno que normalmente se abre


mucho. Me gusta guardarme las cosas. Pero siento que necesito
:
contarlo, porque sé que puede ayudar a algunas personas.
Especialmente a tipos como yo, que se hacen los duros y prefieren
guardarse el dolor para ellos mismos. Y para que sepas, hay muchos
como nosotros en Sudamérica.

Pero para contártela bien, tenemos que empezar desde el principio.

Si voy a hablarte como el hombre que soy ahora, entonces tenés que
entender el niño que fui.

En Uruguay, las cosas son simplemente diferentes. La lucha está en


nuestra sangre. No me gusta decir que en mi casa éramos pobres.
Prefiero decir que mi madre y mi padre eran muy trabajadores.

Mi padre trabajaba como guardia de seguridad en el casino. Mi


madre trabajaba en un local de ropa y también vendía ropa y
juguetes en ferias callejeras. Todavía puedo escuchar el ruido que
hacían las rueditas mientras ella empujaba un carrito enorme lleno
de cajas. Parecía que era un carrito que sólo lo podía mover Hulk,
pero ella iba y lo movía sola, pobrecita. Toda una guerrera. Con
mucho calor, con frío, lluvia o truenos, ella iba a llegar con ese carrito
a la feria.

A veces la acompañaba y me quedaba sentado arriba de un cajón,


mirando los autos, sin darme cuenta de su sacrificio. La peor parte
era que al final del día, mi madre tenía que doblar toda la ropa y
volver a guardar todas las cosas y empujar el carrito de vuelta a
casa. ¡Y después, cocinar! ¡Y lavar mis medias sucias! ¿Te imaginás?
Te lo digo, mi madre es mi idola.
:
Courtesy Valverde Family

Ella trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde. Y mi


papá entraba a las 8 de la noche hasta las 6 de la mañana. Podemos
hacer el cálculo. Nos quedaba una hora para sentarnos todos juntos
y comer un pedacito de carne entre los tres. Y lo que es increíble
para mí ahora, mirando cómo estaban las cosas, es que mi madre
siempre se aseguraba de que yo tuviera mi Coca. Era todo un niño
mimado con la gaseosa. En España o en muchas partes de América,
no les parecerá gran cosa. “Es sólo una Coca. No cuesta nada”. Pero
para mí, era casi como un champagne.

Lo que ella a veces sacrificaba para que yo pudiera tener mi latita de


Coca, ni siquiera lo sé. Y no sé si quiero saberlo. De niño, uno es muy
inocente. Ves a tu madre que se saltea una comida y quizás pensás:
“Fuaaa, ¿no tiene hambre? Qué raro, yo me muero de hambre”.

Ahora uno entiende lo que hacía.

Siempre que estuviéramos todos juntos en la mesa al final del día,


esa era su felicidad.

Para mí, ese momento que vivíamos juntos cada noche es como yo
veo a la garra. Es una mezcla de nuestro espíritu, nuestro coraje,
:
toda nuestra cultura. Sentados todos juntos durante una hora, con
ese pedacito de carne, éramos más felices que nadie.

Quizás no tenían dinero para pintar toda la casa, pero me pintaban


un poquito de la pared de mi cuarto y ya se sentía como nueva. O mi
papá me tiraba agua con una manguera afuera de la casa y esa era
nuestra pequeña piscina.

Eso es la garra.

Así y todo, para ser sincero, esas circunstancias me marcaron un


poco. Porque cuando empiezas a jugar al fútbol y ves que tus
amigos tienen más que tú, aunque sea un poquito más, puede dar
vergüenza. Me acuerdo que yo no quería que mis compañeros
vinieran a mi casa porque en la televisión sólo teníamos tres canales,
los que eran gratis. Nuestra tele estaba en una mesita que tenía tres
ruedas. Si la llegabas a tocar, se caía toda torcida para un lado. En
verano te acostabas a la noche y quizás escuchabas las cucarachas.
Mi cama era apenas un colchón en el suelo. Y estaba tan mal, que si
te llegabas a poner justo en el medio, te hacía un sandwich y tenías
que pedir ayuda para poder salir. Jajaja. Ahora es gracioso. Pero por
entonces, me daba un poco de vergüenza, sí. Ya sabes que los niños
a los 11 o 12 años pueden ser jodidos. Yo creía que me iban a hinchar
con cómo vivía. Así que era un niño muy tranquilo, siempre un poco
cerrado.

Canalizaba las emociones en el fútbol. Y fue a través del fútbol que


pude cambiar la situación de mi familia. Lamentablemente, también
me cambió un poco a mí. Cuando me convertí en profesional en
Peñarol a los 16 años, me creía Dios. No sé si la gente de verdad
puede entender lo que significa pasar de ser nadie a alguien que
camina por la calle de tu barrio y de repente los adultos se te
acercan porque quieren una foto. Recibís mensajes de chicas que la
:
semana anterior ni siquiera te miraban. Todos quieren ser tu amigo.

Incluso si tuviste padres como los míos, que te inculcaron los


mejores valores, es imposible no desviarse un poco de la senda y
agrandarse. Sobre todo para los que crecimos en la era de las redes
sociales, la influencia es muy grande.

Recuerdo a mi papá diciéndome: “¿Por qué no te ves más con tal y


tal? ¿Qué te pasa? ¡Este es tu amigo desde que jugaban juntos en la
calle! Andá pa’llá”.

Por cada joven futbolista que tiene éxito


yéndose al exterior, no ves a los 100 que
fallan.

- Fede Valverdenone

Pero yo había perdido el rumbo y reemplazado a muchos de los


amigos con nuevos, como tantos jugadores jóvenes.

No es que estuviera haciendo nada raro. Pero era un maleducado.


Me acuerdo de ver a los niños que esperaban por un autógrafo mío
detrás del tejido y yo dudar: “Ufff… ¿Me paro o voy directo pa’ casa?
Hoy estoy re cansado”.

Y los niños pidiéndote: “Fede, Ey, Fede, Por favor”.

Y quizás eran dos minutos, pero yo capaz seguía de largo.

Me mata recordarlo, porque esa no fue la manera en la que me


educaron mis padres. En verdad, yo no era nadie. Era un boludo más
que jugaba al fútbol, que peleaba por sus sueños. ¿Qué le había
pasado al niño que estaba contento con una Coca?
:
La única manera de explicarlo es que quizás estaba cegado por la
fama tan repentina.

Allí es también cuando realmente empecé a entender el negocio del


fútbol.

Si me googleás, vas a encontrar historias de cuando casi me voy al


Arsenal con 16 años. Quizás es una media verdad. No es nada contra
el Arsenal, pero yo nunca quise irme a Inglaterra. Y por ese entonces,
el negocio del fútbol trataba de imponerse, por encima de lo que
pudieran decir incluso mis padres. Había gente que me decía:
“¿Quién no querría irse al Arsenal? ¿Te querés quedar en Uruguay?
¡Estás loco!”

Lo que en realidad querían decirme sin decirlo, era: “Podemos hacer


un montón de plata si te vas”.

Y ahí te das cuenta de que tu vida no es realmente tuya en el fútbol.


Sobre todo cuando sos joven, te sentís más bien un rehén. Hasta tus
padres se vuelven rehenes. El fútbol es un escape para tener una
vida mejor, especialmente para nosotros en Sudamérica, y los
buitres lo saben. Y te ponen presión de una manera “amable”.

“¡Fede! Si te vas al Arsenal vas a tener una linda cama y una ducha
que dure 30 o 40 minutos caliente. ¿A quién no le gustaría esa
vida?”

Me mandaron a Londres a una prueba de una semana, pero yo no


estaba cómodo. Si sólo pensás en cosas materiales, entonces suena
genial. Pero no somos robots. Y la realidad es que mi familia no
podría venir a Londres conmigo. Iba a tener que vivir solo, sin hablar
el idioma, con 16 años de edad.

Por cada joven futbolista que tiene éxito yéndose al exterior, no ves a
:
los 100 que fallan.

Daniel Ochoa de Olza for The Players' Tribune

Así que fui lo suficientemente loco, o valiente, para decir que no.
Dame duchas heladas siempre que pueda quedarme con mi familia.
En mi cabeza, me hacía la idea de que después de eso, iba a
quedarme en Uruguay para toda mi carrera.

Y entonces recibí el llamado que cambió mi vida. Estaba en


Paraguay, jugando el Sudamericano Sub 17 y venía rompiéndola.
Teníamos que jugar un partido decisivo contra Argentina al día
siguiente. Yo estaba en mi habitación, y mis padres se estaban
quedando en otra habitación del mismo hotel. De repente me llama
mi mamá y dice: “Vení para nuestra habitación ahora mismo. Acá hay
gente que quiere hablar vos”.

En realidad no teníamos permiso para salir de nuestras habitaciones,


así que le dije: “Ahora no puedo, ma. No podemos salir”.

Y corté.

Volvió a llamarme. “Fede, vení ahora mismo. Esta gente es del Real
Madrid”.
:
Pensé que me estaba haciendo una broma. Pero corrí hasta la otra
habitación, y ahí estaban: dos hombres que nunca había visto en mi
vida. A ella se le caían las lágrimas. Pero ella siempre es de
emocionarse, así que no sabía qué pensar.

Le dije: “Ma, sin faltarte el respeto, sabés que no me gusta habl…”.

Y ella dijo: “Fede, callate. Escuchalos. Vas a tener una gran noticia”.

Me imaginé que quizás eran de Peñarol. Que en una de esas me iban


a renovar el contrato, y el primer pensamiento en mi cerebrito de 16
años fue: “Uh, quizás me puedo comprar nuevos zapatos Nike para
el partido contra Argentina. Quizás hasta pueda comprarme una
Play”.

Norberto Duarte/AFP via Getty

Y ahí los tipos empezaron a hablar en español de España, en gallego,


como decimos nosotros, y entonces pensé: “A la mierda… estos no
son de aquí. ¿Esto es en serio?”

Entonces me dijeron: “Somos del Real Madrid. Creemos que tú


puedes convertirte en una estrella con nosotros. Queremos que tú y
tus padres se muden a Madrid”.
:
Miré a mi madre. Miré a mi representante con cara de “Nah, me
están jodiendo”.

Mi madre me miró como diciendo: “Callate, Fede. No te estamos


jodiendo”.

¿Hay 500.000 jugadores en el mundo y el Madrid me va a querer


fichar a mí?

Y corrí. Me fui corriendo del cuarto, gritando: “¿Dónde está papá?


¡¡¡Le tengo que contar a papá!!!”

Bajé corriendo hasta el lobby. Mi padre estaba ahí parado hablando


con otros padres, y yo le digo: “¡¡¡Pa!!! ¡¡¡Pa!!! ¡¡¡Están los del
Madrid!!!”

Y él no entendía: “¿Qué? ¿Cómo que están? ¿Dónde?”

Y yo: “¡Arriba, en tu habitación! ¡Me quieren fichar! ¡El Real Madrid


me quiere comprar!”

Me miró como si estuviera loco. Y ahí dijo: “¿En la habitación? ¿¡Y


qué estás haciendo acá!? ¡¡¡Volvé ya mismo para allá, bolú!!!”

Jajajaja. Fiuuuu – Corrí como loco de nuevo a la habitación, y por


suerte los del Madrid seguían ahí, así que no era un sueño”.

Ese fue el primer día perfecto de mi vida. Porque vi lo emocionados


que estaban mis padres. Mi madre se emociona por todo, pero mi
papá es duro como una roca. Le cuesta mucho demostrar
emociones, aunque ese día logré ver una pequeña grieta. Jajaja. Le
vi la lucecita en los ojos.

“Mi hijo juega para el Real Madrid”.


:
Juan Manuel Serrano Arce/Getty

No hay nada en el mundo que pueda ponerle precio a esa frase,


¿no?

Estaba en la cima del mundo. Por unos meses. Después, la vida me


recordó que había que ser humilde, como siempre lo hace.

Te puedo contar el momento exacto cuando me di cuenta de lo


boludo que era yo.

A ver, hay que entender una cosa. En verdad imaginate por un


segundo que sos yo.

Tenés 17 años. Un par de años atrás, dormías en la cama sandwich


en el piso. ¿¡Y ahora estás por firmar para el Real Madrid!?

O sea, ¿cómo no vas a perder un poco el rumbo?

Cuando llegué a Madrid, me sentía como si fuera Messi y Cristiano


Ronaldo unidos. ¡Jajaja! ¡En serio!

En mi defensa, a los 17 años no tenés idea de lo tonto que sos,


especialmente cuando te dan un poco de dinero y te elogian un
poco. Esa combinación es una droga muy dañina.
:
Pero me sonó la alarma muy rápido, por suerte. En mi primer
entrenamiento con el Real Madrid Castilla, entré al vestuario
sintiéndome como si caminara en las nubes. Tenía mucha confianza.
Vamo’ arriba. Ni siquiera me acuerdo nada del entrenamiento en sí.
Está todo borroso. Pero lo que sí me acuerdo es que después,
cuando todos se estaban cambiando, yo los miraba y trataba de
asimilar todo… hasta que de repente me empecé a fijar en lo que
estaban usando.

Cinturones Gucci.

Zapatos Nike nuevos. Sin un rasguño.

Billeteras Louis Vuitton. Riñoneras Louis Vuitton.

Y acordate, que ni siquiera eran las leyendas, ¡eh! No estamos


hablando de Benzema, Modrić ni Marcelo. ¡Estos eran los niños!

Y ahí me di cuenta, me cayó la ficha: “La puta madre, Fede, estás


usando una remera de dos euros”.

Para mí, Zara era cara. En Uruguay, si estás con ropa de Zara, no es
cualquier cosa. Y ahí yo miraba para los costados y veía que usaban
relojes que seguro costaban más que la casa de mis padres.

Entonces me hizo el click:: “Pa, boludo. ¡Vos acá no sos nadie!”


:
Daniel Ochoa de Olza for The Players' Tribune

Así que estoy ahí sentado, con la ropa sucia y no me quiero sacar ni
los zapatos.

Todos empiezan a irse para las duchas y ahí yo veo calzoncillos


Gucci. ¡Calzones Gucci, carajo! ¿Hasta eso inventaron? ¿Cuánto
puede costar algo así?

Jajajajaja. Y yo lo único que pensaba era: “Espero que los míos de


hoy no tengan agujeros. Le pido a Dios que mi mamá los haya
controlado cuando los lavó”.

Me quedé ahí sentado por 20 minutos haciéndome que miraba algo


realmente importante en el teléfono. Lo único que quería era perder
el tiempo. Empezaron a mirarme con cara de “¿Todo bien, hermano?
¿Te pasa algo?”

Nunca me sentí tan chiquito.

Esperé a que todos se ducharan y se fueran al estacionamiento, y


finalmente me cambié cuando sólo quedábamos el utilero y yo.

Esa noche, fui al H&M y dije: “Necesito 10 paquetes de los mejores


calzoncillos”.
:
¡Jajajajaja! Esa noche pensaba para mis adentros: “¿Quién te pensás
que sos? Esto es Real Madrid. ¿Te creías que eras Cristiano? No sos
ni mierda”.

Yo era un niño.

Y eso es lo gracioso del fútbol. Podés tener millones de seguidores,


o millones de dólares, o millones de personas que te dicen que sos el
mejor, y aun así, ser un niño estúpido.

Hasta ese momento yo no había ganado nada, y nadie de los que


estaban en ese vestuario había ganado nada. ¿Por qué estamos
usando calzones Gucci? ¿Para qué necesitamos Louis Vuitton para
llevar el cepillo de dientes? No estoy criticándolos, porque yo
también era muy inocente. Sólo te estoy mostrando el mundo del
fútbol, y cómo puede cambiarte.

Por suerte, ahí también cuentan los valores que te inculcaron tus
padres. Cuando me di cuenta de que no era nadie, empecé a valorar
todo lo que me estaban dando.

El colchón de plumas en el que dormía.

El aire acondicionado.

Los 50 canales en la tele.

El utilero que traía los zapatos nuevos.

¡La puta madre! ¡Esto es el paraíso!

Me acuerdo yendo al estacionamiento con mi BMW X3, y me sentía


como si estuviera manejando una Ferrari. Estacionaba como
diciendo: “Muchachos, atención. ¡Que nadie me lo raye!”
:
Y era el auto más barato de todos los que había ahí.

Este fue el comienzo de un tiempo hermoso para mí, porque aunque


todavía no lo había logrado en el Madrid, y todavía no era nadie,
estaba en la buena senda para convertirme en un hombre.

Pero lo que finalmente me hizo dar ese paso –en el fútbol y en la


vida– fue Benicio.

Para mí, el capítulo más importante de mi historia es haber sido


padre por primera vez.

Porque incluso cuando tenía 19, 20 años, jugaba al fútbol, ganaba


dinero, manejaba buenos autos, yo seguía siendo un niño. Recién
cuando nació mi primer hijo, a los 21, mi vida realmente cambió.

Ese fue mi segundo día perfecto.

Hasta ese día, yo me obsesionaba con mis actuaciones. Si jugaba


mal, quizás no hablaba ni con mis padres por 24 horas. Me quedaba
solo en mi habitación masticando mis errores. No sé si era saludable,
pero cuando estás en el Madrid, la presión es la más intensa del
mundo. Así que hay que vivirlo al cien por ciento.

Sólo cuando nació Benicio es que pude sentirme como un ser


humano cada vez que volvía a casa después de un mal partido.
Cuando ya empezó a caminar, venía corriendo a abrazarme en la
puerta de entrada con su juguete de Toy Story. No le importa nada
del partido. Ni siquiera sabe lo que es el fútbol. Sólo quiere “jugar
Toy Story”.

Para mí, ese amor me cambió como persona y como jugador.


Mentalmente lo necesitaba, porque nadie en el mundo es más duro
conmigo que yo mismo. Y por cierto, ¿mi mujer? ¡Ella está en otro
:
nivel! Conoce mucho de fútbol, y es argentina, y ya se sabe cómo
son. Jajajaja. Lo que sea que yo haga, nunca es suficiente.

Chris Brunskill/Fantasista/Getty

¿Te acordás de cuando el Ajax nos eliminó de la Champions? Nos


subimos al auto después del partido, yo estaba que volaba, y lo
primero que ella me dice es: “¿De verdad, Fede? ¿Qué fue eso? ¿Así
es como pensás jugar en el Real Madrid?”

Le dije: “¿Y te creés que no lo sé?”

Y ella siguió: “No arriesgaste nada. No le pegaste al arco, que es lo


mejor que tenés. Tenés que pegarle.”

Tuve que subirle la ruedita del volumen al máximo para no seguir


escuchando sus críticas.

La peor parte –y esto nunca se lo voy a decir, así que espero que no
esté leyendo–, bueno, la peor parte es que tenía razón. Jajajaja. ¡Qué
lo parió!

Somos una auténtica familia futbolera: un uruguayo más una


argentina, lo que nos lleva a un nivel de auténtica locura.
:
Así que cuando nació mi hijo, fue un cambio fantástico.

Es como le pasaba a mi mamá, ¿no? Cuando ves a tu hijo antes de


irte para el entrenamiento, te sentís un guerrero. Como Hulk. Es
distinto a cuando tenés 17 años y tu mundo gira alrededor de
cinturones Gucci. Jugando para tu hijo, es como si tuvieras
superpoderes.

Creo que no es una sorpresa que mi mejor temporada fuera en


2021-2022 cuando Benicio tenía 2 años y ya se estaba
transformando en una personita con una personalidad definida.
Cuando ese año ganamos la Champions League, sentí que por fin
había podido dejar mi marca en el Real Madrid. Unos meses más
tarde nos enteramos de que estábamos esperando otro hijo, y nos
sentimos tan pero tan felices.. Durante los primeros meses, todo iba
perfecto.. Pero un día mi mujer fue a ver a su médico para hacerse
unos estudios, y allí fue cuando el mundo se nos vino abajo.

El doctor nos dijo que el embarazo estaba en un muy alto riesgo, y


que había apenas una pequeña posibilidad de que mi hijo
sobreviviera si el embarazo continuaba. Iba a tener que controlar la
situación por el próximo mes, pero hasta entonces, nosotros no
podíamos hacer nada más que esperar.

Imaginate lo que es escuchar esas palabras…

“Tu bebé probablemente no lo logre”.

No puedo describir el dolor.


:
Daniel Ochoa de Olza for The Players' Tribune

Mi esposa estaba sufriendo física y psicológicamente cada día. Y yo


es como que me encerré, me apagué. Yo soy alguien que suele
guardarse todo. Sé que no está bien, pero así es como soy. No
quiero que nadie me vea llorar, nunca. Ni siquiera mi familia.

Mis padres venían a cenar y mi mamá me veía y decía: “Fede, mira


que…”

Pum. Solo con eso ya no podía más. Y me levantaba de la mesa y me


iba a mi habitación a estar solo. Las 20 horas por día en las que no
estaba en el fútbol, me aislaba. Sin teléfono. Sin iPad. Sólo silencio.

Sentía que yo tenía que ser la roca, porque todos los demás estaban
sufriendo. Y actuaba este rol, ¿no? El tipo duro que le decía a su
mujer: “Todo va a salir como Dios quiera”.

Pero cuando estaba solo, me ponía a llorar por horas. Me metía en el


baño por 15 minutos, y en 10 me la pasaba llorando con la cabeza
entre las manos. La mañana del partido, cuando en teoría tenía que
estar concentrándome y tranquilo, estaba tirado en la cama,
pensando en mi hijo, con la cabeza que me daba mil vueltas…

A veces no jugaba bien, lo sabía, y podía escuchar los pitidos de los


:
hinchas. Después del partido tocaba responder las preguntas de la
prensa, y no quería mostrar mis emociones o decirle a la gente lo
que estaba pasando.

Era un puto infierno.

Mi consejo para cualquiera que esté atravesando una situación


similar es que no hay que ser un cabezadura como fui yo. No hay
que sufrir en silencio.

En abril, después de un partido contra el Villarreal, todo se fue a


pique. Todo el mundo leyó los titulares. Todos saben los dos lados de
“la historia”. No quiero volver a traer a la luz estas cosas horribles
otra vez. Todo lo que quiero decir es…

En una cancha de fútbol, podés decirme lo que quieras, y no me va a


molestar. Soy uruguayo, por Dios. Pero hay ciertas líneas que no hay
que cruzar. No como futbolista, sino como ser humano.

Hablá sobre mi familia, y esto ya no es más fútbol.

Ese día se cruzó una línea.

¿Debería haber reaccionado? Quizás no. Quizás tendría que haber


vuelto a casa a compartir una hamburguesa con mi hijo, a comerme
unos nuggets y a mirar dibujitos. Pero soy un ser humano, y a veces
tenés que saber plantarte por vos mismo y por tu familia.

Me dolió ver que los medios me describieran como un tipo violento,


se dijeron muchas mentiras que luego se probaron que no eran
verdad. Pero honestamente puedo decir que no me arrepiento de
nada, porque me hizo crecer todavía más como persona, e hizo que
nuestra familia estuviera más unida que nunca.

Gracias a Dios, después de ese día negro, las cosas empezaron a


:
mejorar.

Diego Souto/Quality Sport Images/Getty

Cuando mi esposa le dijo al mundo lo que estábamos viviendo, todo


cambió para nosotros. Que mis compañeros y que los madridistas
nos apoyaran como lo hicieron, es algo que nunca olvidaré. Tienen el
respeto mío y de mi familia para siempre. Quizás erraba un pase, y
ellos respondían cantando mi nombre. En el Bernabéu, donde las
expectativas siempre son altísimas, esto ya es un pequeño milagro.

Tener a 80.000 personas apoyándome de esa manera, en mi


momento más bajo, se sentía como tener 80.000 abrazos.

A todos ustedes… lo único que puedo decirles es gracias.

Después de un mes y medio de un infierno absoluto, recibimos la


mejor noticia de nuestras vidas. Las ecografías estaban mucho
mejor, y por suerte parecía que el embarazo estaba en condiciones
de continuar. Por supuesto, para llegar a término fue un periodo
increíblemente tenso. Hasta que finalmente pudimos tener a nuestro
hijo en los brazos, no queríamos ni respirar. Pero gracias a Dios, en
junio, nuestro hijo Bautista llegó al mundo.

Saludable y feliz.
:
Nuestro milagro.

Un tercer día perfecto.

Sabés una cosa... No soy fácil conmigo mismo, en el fútbol y en la


vida. Creo que hasta entonces nunca me había sentido satisfecho
con nada. Nunca me había sentido como si realmente lo hubiera
logrado, o hecho lo suficiente.

Pero esa mañana en el hospital, cuando mi mujer tenía a Bautista en


sus brazos, pensé: Miralos, Fede. Ahora sí.

Ganaste.
:

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