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V. VIRGILIO
De todos los poetas latinos Virgilio es, sin duda, el que ha tenido una ma-
yor influencia. Durante su vida fue reconocido como el poeta al que los ro-
manos cultos habían estado aguardando (recordemos la espera, en los años
veinte y treinta de este siglo, de «la gran novela norteamericana»): el escritor
que elevaría la literatura latina al mismo nivel que la griega. Empezó hacien-
do un escrupuloso aprendizaje poético, comenzando por poemas modestos ba-
sados en la obra de un poeta griego bastante reciente, y evitando la tendencia
a más altos vuelos en estilo y temas. Este libro con diez poemas pastoriles, las
Bucólicas, convirtió a Virgilio en el poeta de su generación, considerado por
Horacio como amigo y también como un modelo digno de respeto. Al mismo
tiempo, su relación con Mecenas hizo posible el establecimiento de estrechos
lazos con Octavio, el heredero de Julio César que pronto gobernaría sin riva-
les el mundo romano bajo el nombre de Augusto. A partir de este momento,
en su obra no faltará nunca cierta nota de propaganda augusta.
Las Bucólicas combinaban el género pastoril «puro» —los amores senci-
llos y las canciones de rústicos más o menos idealizados— con poemas más
complejos que aprovechaban el estilo pastoril para tratar indirectamente de
política y de poetas contemporáneos. Así establecieron las normas para el gé-
nero en todas las lenguas europeas, desde The Shepheardes Calender de
Spenser hasta el Lycidas de Milton, del Pastor Fido de Guarini al Acis y Ga-
latea de Haendel. Los pastores y pastoras de las comedias de Shakespeare
derivan de esta fuente, así como la aldea rococó construida por María Anto-
nieta en Versalles, en la que la reina jugaba a ser pastora de ovejas.
La siguiente obra de Virgilio, las Geórgicas, tema una escala mayor, cua-
tro libros que componían una compleja unidad de cerca de 2.000 versos.
Aquí el poeta tenía un antecedente griego más antiguo y más importante: el
poeta arcaico Hesíodo (c. 700 a.C.). Formalmente, las Geórgicas constituyen
un ejemplo del más extraño y atemporal de los géneros, el del poema didác-
tico. Las Geórgicas instruyen al lector sobre cómo arar y segar, sobre el cui-
dado de los caballos y las abejas o la viticultura. Pero estas instrucciones es-
tán muy incompletas: un romano podía encontrar obras sobre agricultura mu-
cho más sistemáticas y globales. Por otro lado, gran parte del contenido del
poema no es en absoluto instructiva, al menos en el sentido literal del térmi-
no, especialmente aquellos pasajes con meditaciones sobre la vida y la natu-
raleza y el largo relato final con la patética historia de Orfeo y Eurídice. En
opinión de Dryden las G eórgicas son «la mejor obra del mejor de los poe-
tas», y estuvieron particularmente de moda en el siglo x v i i i : vástagos suyos
son The Task de William Cowper, The Seasons de James Thomson e innu-
merables poemas menores con títulos como Sugar-Cane, The H op-G arden y
The A rt o f P reserving Health. La combinación de racionalismo y sentimien-
to resultaba especialmente atractiva a esa época, al mismo tiempo racional y
emocional, y contribuyó a adornar su actitud hacia el paisaje y la naturaleza
tanto en la vida como en el arte.
Con la Eneida, Virgilio se propuso escribir el más grande poema sobre
Roma en estilo épico. Los teóricos de la Antigüedad consideraban que la
epopeya y la tragedia eran las dos formas más elevadas de poesía, y que el
poeta supremo era Homero. Virgilio había empezado escribiendo poemas
menores a modo de entrenamiento, y estaba preparado para correr el enorme
riesgo que suponía desafiar una comparación directa con la épica homérica.
El tema era patriótico: la fundación de Roma. El mito de Eneas, un héroe tro-
yano que había sobrevivido a la destrucción de Troya, viajó a Occidente y
estableció en Italia una ciudad que sería la antepasada de Roma, dio pie al
poeta para vincular la temática nacional con el ciclo supremo de la mitolo-
gía griega, y en realidad volver a contar en su poema la historia del Caballo
de Madera y de la caída de Troya. La epopeya explota al máximo tanto la
R iada como la O disea, ya que no solamente adapta escenas y repite imáge-
nes, sino que además utiliza las líneas maestras de ambos poemas (los vaga-
bundeos de Ulises en la primera mitad, la guerra de Troya en la segunda).
Estilísticamente el poema supone el mayor triunfo de la lengua latina: rica-
mente melodioso, flexible y sugerente de una forma más característica de
la poesía moderna que de la antigua. Junto a pasajes de imperialismo triun-
fante se suceden otros de resonante melancolía y, en el amor y suicidio de
Dido, de obsesionante tragedia. El poema, que quedó incompleto por la
muerte de su autor, conoció un éxito inmediato, convirtiéndose en texto es-
colar al cabo de una generación, en posesión universal del Occidente latino.
A Virgilio se le denominaba «el poeta», su obra era constantemente citada,
garabateada en las paredes, ilustrada en pinturas y mosaicos. Mientras el res-
to de la literatura clásica estaba oculto a la vista, la E neida seguía siendo vi-
sible, y en los tiempos más oscuros de la Edad Media un hombre educado
era aquel que «había estudiado a Virgilio y leyes», en tanto que el
propio poeta recibía el máximo cumplido de ser considerado como un cris-
tiano —pese a su muerte en el 19 a.C.— o un gran mago. Cuando aparecie-
ron las literaturas nacionales europeas el poeta de la Eneida fue saludado por
Dante como «mi maestro y mi autoridad», y la epopeya latina se convirtió en
modelo estilístico de las epopeyas de Tasso, Milton y Camoens, la personifi-
cación de la nobleza y el poder.
A duras penas puedo imaginar que haya habido una época, desde el asen-
tamiento de los romanos, en que Virgilio no haya sido leído o al menos se haya
oído su nombre en esta isla. Puede decirse con seguridad que ningún poeta ha
ejercido un control tan grande o continuado sobre la producción poética de este
país como Virgilio. De Aldelmo a Bridges, es la afirmación más categórica de
su alcance.
Cantaré, si puedo,
las armas, y también al hombre
que, por su destino, llegó el primero,
ñigitivo del país de Troya,
a Italia, con gran sufrimiento,
hasta las playas de Lavinia.
Y así empezó la historia
que ahora os contaré.*
* [I wol now singen, yif I can, / The armes, and also the man / That first cam, thurgh his
destinee, / Fugityf of Troy contree, / In Itayle, with ful moche pyne / Unto the scrondes of Lavy-
ne. / And tho began the story anoon / As I shal telle yow echon.]
entre «canto» y «armas y al hombre»! La poesía inglesa tenía aún mucho que
aprender de los modelos clásicos. Chaucer centra su historia en los trágicos
amores de Eneas y Dido, y muestra claramente su simpatía por la dama:
Pero hablemos de Eneas,
y de cómo, ay, la traicionó
y la abandonó tan cruelmente ... *
Vuelve a tocar el tema, con mayor entusiasmo aún y en un estilo más ele-
vado, en su Legend o f Good Women. Dido es la tercera de estas mujeres,
mártires por amor, tras Cleopatra y Tisbe. El poeta comienza esta vez de una
forma más ostentosa:
¡Gloria y honor, Virgilio mantuano,
a tu nombre! Y, en lo posible,
seguiré tu luz, aunque como ante un fantasma,
como Eneas le prometió a Dido ...**
* [But let us speke of Eneas, / How he betrayed hir, alias! / And lefte her ful unkyn-
dely...]
** [Glorye and honour, Virgil Mantoan. / Be to thy name! and I shal, as I can, / Folwe
thy lanterne, as thow gost byfom, / How Eneas to Dido was forsworn ...]
*** [I am with childe, and yeve my child his lyf!]
**** [For on a nyght, slepynge, he let hire lye, / And stal awey unto his companye, / And
as a traytour forth he gan to sayle / Toward the large contre of Ytayle ...]
de Troya, claramente basada en el segundo libro de la E neida, oím os los
ecos del D oktor Faustas (2,1, 182-187):
* ITheii he u n lo c k ’d ihe hor.se; und su dden ly / Hroiii oui his en lrails, N eo p to lem u s. / S e l-
ling his sp e ar upon the g ro u n d , leapl forth, / A nd a fter him a ihousaiut G recian s m ore, / In w h o -
se stern faces sh in ’d the q u en ch less fire / T h at after burnt the p ride o f A sia. |
** I It is A e n e a s’ frow n that ends my days: / If he forsake me nol, I n ev er die, / For in liis
looks I see etern ily , / A nd h e ’ll m ake m e im m ortal w ith a k is s .(
µ » |A i ;n i ;a s : N o i m o v ’d at all, but sm ilin g at his tears, / T h is luncher, w hilsl his hands
w ere y et held up, / T read in g upon his b reast, stru ck o ff his hands. / D i d o : O end, A eneas! ! can
h ear no m ore. / A iín k a s : At w hich the frantic q u een le a p ’d on his lace, / A nd in his ey elid s h an -
ging by the nails, / A little w hile prolo n g ed her h u sb a n d ’s life. / Al Iasi llie so ld iers p u ll’d her
by th e heels / A nd sw ung her h o w lin g in th e em p ty air, / W hich seni an ech o to the w ounded
king. / W h ereat he lifted up his b ed -rid lim bs, / A nd w o u ld h ave g rap p led w ith A c h ille s’ son, /
F o rg ettin g both his w ant o f strength and h ands ...)
Esta espantosa ausencia de alegría le habría parecido a Virgilio tan insopor-
table como a la propia Dido de Marlowe.
El mismo Shakespeare demuestra conocer al menos los seis primeros li-
bros de la Eneida (nadie ha apuntado un ejemplo inequívoco de una alusión
a la segunda mitad del poema). Tiene obsesionantes palabras para Dido:
En una noche como ésta,
Dido, con una rama de sauce en la mano,
en la playa desierta del mar, suplicaba a su amor
que volviera a Cartago*
(El mercader de Venecia, 5, 1, 9-12)
* [In such a night / Stood Dido with a willow in her hand / Upon the wild sea-banks, and
waft her love / To come again to Carthage.]
** [Who would not sing for Lycidas? ... / Where were ye Nymphs when the remorseless
deep / Clos’d o’re the head of your lov’d Lycidasl / For neither were ye playing on the steep ...]
[¿Qué bosques, qué sotos os retuvieron, Náyades niñas, / cuando Galo se mo-
ría de un amor no correspondido? / Pues ni las cimas del Parnaso ...]
En un nivel más general que estos ecos verbales, la concepción total de Lyci-
das como pastor y poeta, víctima de una muerte cruel a la que venció y por
lo cual se encuentra entre los bienaventurados en el cielo («No lloréis más,
afligidos pastores, no lloréis más / vuestra pena, porque Lycidas no ha muer-
to») procede de las Bucólicas, con la utilización específica de los sufrimien-
tos de Galo de la décima y la deificación de Dafnis de la quinta.
Progresando igual que el propio Virgilio desde obras más cortas y menos
ambiciosas hasta la composición de una gran epopeya, Milton tomó natural-
mente la Eneida como su principal modelo formal, así como la Biblia es su
fuente temática más importante. Los doce libros en que se divide el Paraíso
perdido (PP) en su segunda elaboración, la canónica, son una especie de ho-
menaje a los doce libros de la Eneida. El poema comienza con una invoca-
ción a la Musa y una exposición del tema que recuerdan el inicio de Virgilio
y, antes que él, los de la Ilíada y la Odisea. Esto, para el lector ideal, no sólo
supondría el placer del reconocimiento y definiría el nivel estilístico proyec-
tado, sino que además sugeriría por implicación lo que se expresa explícita-
mente ocho libros después: que Adán, el héroe miltoniano, tiene un papel
equiparable al de Aquiles, Ulises o Eneas, aunque en realidad más significa-
tivo e incluso más heroico:
* [Argument / Not less but more Heroic than the wrauth / Of stem Achilles on his Foe
pursu'd / Thrice Fugitive about Troy Wall; or rage / Of Tumus for Lavinia disespous’d, / Or
Neptun's ire or Juno's, that so long / Perplex’d the Greek and Cytherea'S son ...]
de los ángeles caídos, por ejemplo, recuerda un pasaje del libro XI de la
Eneida, mientras que el noble símil de las abejas encuentra su paralelo no so-
lamente en el libro primero de la Eneida, sino también en un pasaje más lar-
go sobre abejas del libro cuarto de las Geórgicas (PP, 1, 376 y ss., Eneida,
11, 664; PP, 1, 768 y ss., Eneida, 1, 430 y ss., Geórgicas, 4, 149 y ss., 170
y ss.). Milton es un poeta realmente culto que tiene presente todo Virgilio
además de otras fuentes como Homero y los comentaristas rabínicos de la
Biblia.
Aparte de este uso de pasajes concretos, la estructura general de la estro-
fa miltoniana procede en última instancia de Virgilio, en tanto que Words-
worth y Tennyson afirmaron categóricamente que (en palabras de Tennyson)
«Milton tuvo que construir su métrica a partir de ese “oceánico oleaje de rit-
mo” que hay bajo los hexámetros de Virgilio». «Más de una vez —escribió
F. T. Palgrave— me convenció Tennyson de esto», mientras que Wordsworth
escribió a lord Lonsdale: «Siempre he estado persuadido de que Milton creó
su verso suelto según el modelo de las Geórgicas y la Eneida».
Tanto es así que la estructura real de la poesía de Milton recuerda más al
verso virgiliano que a cualquier otra de sus fuentes. Hay otros dos puntos im-
portantes. En primer lugar, Milton debía a la Eneida la concepción de la his-
toria como designio del cielo, temporalmente obstaculizado por la acción de
agentes sobrenaturales subordinados pero triunfante al final. Cuando Dios
dice «Mi voluntad es el Destino» (PP, 7, 173), repite el discurso programá-
tico de Júpiter al inicio de la Eneida (1, 257 y ss.). Esto constituía un paso
fundamental en la transformación del libro del Génesis en una epopeya he-
roica. En segundo lugar, las repeticiones clásicas tienen un propósito ulterior
en el poema de Milton. Dado que la religión cristiana suplanta y abóle los
dioses paganos, ahora degradados a la condición de demonios (PP, 1, 500 y
ss.), las alusiones clásicas dirigidas a la inteligencia del lector han de ser no
sólo reconocidas y apreciadas, sino también entendidas como correcciones
y mejoras. Milton parece tener ya en mente la inspiración de la escena más
potente del Paraíso recobrado (PR), donde la última y más dura tentación de
Cristo es la del arte y el pensamiento de la Grecia pagana, rechazados por
Jesús en favor de los Salmos y la Biblia (PR, 4, 225-364). Toda alusión clá-
sica tendría esta doble resonancia, la de una belleza y un significado senti-
dos pero rechazados, y son mucho más que simples adornos en la poesía de
Milton.
Dryden debe ser tratado con mayor brevedad, aunque también depende
mucho de Virgilio y podría dar lugar a un estudio más amplio. Sus obras en
prosa contienen más referencias a Virgilio que las de otros escritores, inclu-
yendo a Shakespeare; se refiere a él como «este divino autor», y de sí mismo
dice: «Tengo que reconocer que mis maestros han sido Virgilio en latín y
Spenser en inglés». Para Dryden, Virgilio es, sobre todo, un ejemplo supremo
de «rectitud» y «decoro»: «Virgilio era de temperamento tranquilo, sosegado:
Homero era violento, impetuoso y lleno de ardor. El mayor talento de Virgi-
lio fue la decencia de pensamiento y la belleza de palabra» (prefacio a Fables
A ncient and M odem ). El talento vigoroso y masculino de Dryden —él dice
de sí mismo que Homero estaba más «acorde con su genio» que Virgilio—
valoraba la forma en que quedaban plasmadas la corrección, la dignidad y la
firmeza en el lenguaje y en la expresión. La influencia de Virgilio ayudó mu-
cho a Dryden a conseguir un estilo en el que dureza y potencia ganaran en
efecto al ser emparejadas con la urbanidad y la educación.
A avanzada edad anunció el proyecto de traducir todas las obras de Virgi-
lio al inglés. La noticia apasionó a la nación. Sus amigos regalaron al vetera-
no poeta todas las ediciones y comentarios sobre Virgilio, Addison escribió un
prefacio, los nobles lo invitaron a sus casas de campo para que trabajara en su
traducción. Terminó su versión del libro ΧΠ de la Eneida en Denham Court
—«ningún hombre disfrutó jamás de una hospitalidad tan amistosa»—, mien-
tras que «la séptima Eneida se tradujo al inglés en Burleigh, la magnífica mo-
rada del conde de Exeter». Como todos los traductores de Virgilio, Dryden
tuvo conciencia de enfrentarse a una dura tarea: «Virgilio, sobre todos los poe-
tas, tiene un bagaje, que puedo calificar como casi inextinguible, de palabras
figuradas, elegantes y sonoras. Yo, que sólo he heredado una pequeña parte de
su genio y escribo en una lengua muy inferior al latín, he encontrado muy pe-
noso cambiar las frases, cuando en mí repercute el mismo sentido ...». Llega
a afirmar: «He hecho un gran daño a Virgilio con la traducción ... ¿de qué me
sirve reconocer francamente que no he sido capaz de traducir correctamente
ningún verso?». A pesar de todo, la traducción es brillante. El pensamiento de
Dryden sintoniza por costumbre con la brillantez y retórica de la poesía clási-
ca latina, y aporta energía a su trabajo. Los discursos, las batallas, los aconte-
cimientos sensacionales de toda especie se adecúan bien a tal estilo, aunque
por supuesto los pareados imponen un ritmo diferente al de los hexámetros vir-
gilianos y tienden a la agudeza epigramática. La pérdida más importante es la
de la cualidad de Virgilio que el siglo xix valoraba por encima de todas: una
cierta suavidad en su sensibilidad. Ni siquiera Virgilio pudo convertirla en una
de las virtudes de Dryden.
Los primeros años del siglo xvin (la traducción de Dryden apareció en
1697) se veían a sí mismos como una edad augusta, y la literatura de la
Roma de Augusto fue el punto de referencia común a todas las personas cul-
tas. Pope y Swift encontraban natural expresar sus pensamientos más íntimos
en poemas explícitamente titulados «Imitaciones de Horacio», y cada núme-
ro del S pectator llevaba un epígrafe de un poeta latino (de los cuales 126 es-
tán tomados de Virgilio; Horacio contribuyó aún más). La sátira se convirtió
en la principal forma poética con The R ape o f the Lock y The D unciad. qui-
zá las dos obras más importantes y características de Pope. El comienzo de
The R ape o f the Lock imita con humor cortés el inicio de la E neida , con el
añadido de un verso de las G eórgicas :
El poema de Pope será una parodia del tema de las disputas causadas entre
dos familias por la maleducada acción de un noble al cortar un bucle del ca-
bello de una dama. Aquí considera su tema con afectada pesadumbre:
¿Pueden unos hombrecillos comprometerse en tan atrevidas empresas,
y, en tiernos pechos, anidar tal poderosa cólera?***
Es este un poema ligero y lleno de humor, que juega con todos los ejem-
plos familiares de la epopeya clásica; el más familiar de todos es, por su-
puesto, la Eneida. Dunciad muestra una vena más oscura, grotesca y llena de
odio: es un ataque de Pope a sus enemigos literarios. Estos resultan minimi-
zados gracias a la elaborada comparación con héroes épicos y nobles haza-
ñas: competiciones atléticas, una visita a los muertos, etc. Ambos poemas
poseen una familiaridad general con la epopeya y con Virgilio, y ofrecen al
lector culto intensos y especiales placeres. Como Virgilio, y de manera igual-
mente consciente, Pope había empezado su carrera poética escribiendo poe-
mas pastoriles. Los prologó con dos versos de las Geórgicas seguidos de la
traducción de Dryden, y continuó con Messiah, «égloga sagrada a imitación
del Polión de Virgilio» (es decir, de la égloga cuarta), un curioso intento de
utilizar todos los mecanismos del poema de Virgilio y aplicarlos a la venida
de Cristo. Era un comienzo sumamente virgiliano para su carrera, pero Pope
evitó la tentación de seguir componiendo serias geórgicas y poemas épicos.
Su poesía didáctica es más horaciana que virgiliana (Essay on Criticism, Es-
say on Man)', su épica es cómica, y en ella «Pope asume como trasfondo de
Dunciad la historia de la fundación de Roma según Virgilio» (Maynard
Mack, Alexander Pope: A Life, 1985, p. 458).
* [Heroes and kings! Your distance keep: / In peace let one poor peot sleep, / Who never
flatter’d folks like you: / Let Horace blush, and Virgil too.]
El radical Shelley es tajante: «He empezado la Farsalia. Mi opinión sobre
los méritos relativos de Lucano y Virgilio no es menos impopular que otras
que mantengo»: la crítica salvaje a Nerón era preferible a la laureada de
Augusto. Byron estuvo de acuerdo cuando escribió a Tom Moore acerca del
«nacimiento en Mantua de ese armonioso plagiario y miserable adulador,
cuyos malditos hexámetros me inculcaron a la fuerza en Harrow». Como
era de esperar, William Blake fue aún más allá, condenando a Virgilio no
sólo como partidario de Augusto sino como adorador del poder y la fuerza
a expensas de los valores espirituales: «La Sagrada Verdad ha declarado
que Grecia y Roma ... lejos de ser parientes de las Artes y las Ciencias
como pretenden, destruyeron toda forma de Arte ... Virgilio, en la Eneida,
libro VI, verso 848, dice: “Deja que otros estudien las Artes: Roma tiene
algo mejor que hacer, a saber, Guerra y Dominación”». Coleridge pronun-
ció un juicio verdaderamente frío: «Si le quitas a Virgilio su estilo y su mé-
trica, ¿qué le queda?» —quizá una extraña pregunta para venir del autor de
Kubla Khan.
Por otra parte, Keats encontró fascinante la E neida en su juventud, así
como Leigh Hunt; al final Keats llegó a tener un estilo que podría calificar-
se de virgiliano en H yperion. Lo que resulta más sorprendente, tal vez, es
que Wordsworth tradujese al inglés los tres primeros libros de la Eneida y
amase las B ucólicas («estos poemas de Virgilio me han complacido siempre
mucho; con frecuencia hay en ellos una elegancia y una alegría que ningu-
na traducción puede igualar»). Escribió a Southey:
[Tú, romano, piensa en gobernar bajo tu poder a los pueblos / (estas serán tus
artes), y a la paz ponerle normas, / perdonar a los sometidos y abatir a lo s so-
berbios.]
* [No, Virgil, no: / Not even the first of the Roman can learn / His Roman history in
the future tense, / Not even to serve your political turn; / Hindsight as foresight makes no
sense.]
Aquí se ridiculiza la idea de un poema profético sobre la historia. Está claro
que Virgilio no ha perdido en absoluto su poder de concitar intensos desa-
cuerdos, o, en otras palabras, su presencia en la literatura inglesa.
Hasta aquí nos hemos ocupado de la influencia de Virgilio sobre los
grandes poetas. Es esta una parte importante de su legado, pero en absolu-
to agota el tema. Era leído en el colegio por todas las personas educadas, y
además muchas de ellas intentaron imitar su estilo componiendo poemas en
latín. Muchos escribieron más versos en latín que en inglés, y la ardua ta-
rea de componer les dio un conocimiento más íntimo de la técnica, estilo y
vocabulario virgilianos, al tiempo que grabó sus poemas en la memoria. No
era raro llevar la veneración por el poeta hasta el extremo de consultar sus tex-
tos señalando con el dedo un pasaje elegido al azar. La mejor de estas his-
torias hace referencia al rey Carlos I, quien al consultar las Sortes Virgilia-
nae para conocer su destino se encontró con la maldición de Dido a Eneas:
[Y tú más, perdona tú que eres del linaje del Olimpo: / ¡arroja las armas de tu
mano!]
Por desgracia esto era un transparente engaño, ya que Irlanda era una nación
conquistada desde 1689. Pero la confortadora ficción y la cita latina gustaron
tanto a los políticos ingleses que fue utilizada de nuevo por Macaulay en
1840 y por lord John Russell en 1844. El político irlandés O’Connell pidió
que no se volvieran a repetir estos odiosos versos con referencia a Irlanda.
Entonces los políticos ingleses se dedicaron a aplicarlos a las relaciones en-
tre Gran Bretaña y Francia: lord Brougham en 1845, lord Palmerston
en 1862. Sir Robert Peel combinó en 1842 ingenio y cortesía cuando el du-
que de Wellington y Marshal Soult trabajaban públicamente por la paz en
Europa. Aplicó a Soult, antiguo enemigo de Wellington en la guerra y ahora
aliado, las palabras de Diomedes sobre Eneas:
[Nos enfrentamos como armas enhiestas / y hemos llegado a las manos; creed
a quien conoce / cuánto se yergue sobre su escudo, con qué remolino blande
la lanza.]
apuntando a sus enemigos a través de la mesa, profirió esa trillada cita (toma-
da de la profecía de la Sibila, digo entre paréntesis, acerca de que los troyanos
obtendrán auxilio de donde menos lo esperen, de una alianza con una ciudad
griega): «quod minime reris / — se detuvo y comenzó de nuevo— quod mini-
me reris / Graia pandetur ab urbe» [Eneida, 6. 97-98], La potencia e inflexión
de su voz en la palabra Graia fueron ciertamente maravillosas (capítulo 8).
Me gusta sobre todo por los temas italianos. Me gustan sus lugares; su en-
tusiasmo nacional; las frecuentes alusiones a su país, sus antigüedades y su
grandeza. En este sentido me recuerda a menudo a sir Walter Scott, con el cual
[se siente obligado a confesar Macaulay] tiene realmente muy poca afinidad en
cuanto al carácter general de su pensamiento ... (Life and. Letters, p. 343).
* [Quoted in the halls of council, speaking yet in every schoolboy’s home / Only living
Imperator left of all thine own imperial Rome.]
La presencia universal de Virgilio se expresa en otras artes además de la
literatura. El comienzo de lo que puede denominarse música moderna en
Mantua y en Venecia, a finales del siglo xvi, aspiraba a resucitar la música
perdida de la Antigüedad, y la primera ópera fue un Orfeo, sobre el tema del
mito de Orfeo y Eurídice según el libro IV de las Geórgicas. Vírgiliano fue
también el tema de la obra más inolvidable de Henry Purcell, Dido y Eneas,
con la hermosa aria de la reina de Cartago antes del suicidio: «When I am laid
in earth ...». La tragedia de Dido, no el destino de Eneas, domina la obra. De
hecho, el autor del libreto es un galantuomo tan perfecto que rehúsa adscribir
el abandono de Dido a los cielos: introduce una colección de brujas que en-
gañan a Eneas para que la abandone por simples celos de la felicidad huma-
na. La música es un arte más romántico y menos reflexivo que la poesía.
Algo hay que decir también de las artes visuales. El más virgiliano de
todos los pintores es Claudio de Lorena, y en el siglo xvm gozó de inigua-
lable ascendiente sobre el gusto de la aristocracia inglesa. La mitad de sus
cuadros que se conservan pertenecen a colecciones inglesas. Su exquisita
obra Dido construyendo Cartago, actualmente en la National Gallery de
Londres, inspiró El nacimiento de Cartago de Tumer, que en su testamento
dejó instrucciones para que su obra se colgara junto a la pintura de Claudio.
La yuxtaposición es fascinante. A finales del siglo xvm William Blake, el
más inglés de los genios, ilustró las Bucólicas con una serie de obsesivas xi-
lografías, que a su vez inspiraron a Samuel Palmer en la ilustración de los
mismos poemas. Los paisajes de Claudio, tan serenos y espirituales, influ-
yeron también en el gusto inglés por lo que respecta a la visión de la propia
campiña. El gran jardín de Stourhead, por ejemplo, creado en la década de
1760, contiene una gruta donde el río Stour surge bajo la estatua de una nin-
fa dormida; en la entrada está escrito lo siguiente:
Así fue el dorado atardecer augusto. Pero Virgilio ha formado parte de la vida
de Inglaterra, del mismo modo que ha formado parte de la vida de Europa, de
muchas maneras a través de los siglos. Aclamado como maestro por poetas
tan distintos como Dante y Dryden, aprendido de memoria en el colegio, ilus-
trado y trasladado a la música, visto como mágico e imperialista, clásico y ro-
mántico, su aportación a la historia de la cultura de Occidente es excepcional.
B ib l io g r a f ía
Sobre Virgilio existen un librito de carácter general escrito por Jasper Griffin para
la serie Past Masters, Oxford, 1986, y una buena y concisa Introduction to Virgil’s
Aeneid de W. A. Camps, Oxford, 1963. La edición clásica es la de R. A. B. Mynors en
Oxford Classical Text. La traducción de Dryden, 1697, ha sido reimpresa muchas ve-
ces; una buena edición moderna es la de C. Day Lewis, dos volúmenes en rústica en
The World’s Classics: Bucólicas y Geórgicas, con introducción y notas de R. O. A. M.
Lyne, 1985, y Eneida, con introducción y notas de Jasper Griffin, 1986. Guy Lee ha he-
cho buenas versiones de las Bucólicas, Liverpool, 1980, L. P. Wilkinson, Harmonds-
worth, 1982, y Robert Wells, Manchester, 1982, de las Geórgicas, y Robert Fitzgerald
de la Eneida, Nueva York y Londres, 1984. [En castellano: Eneida, Gredos, Madrid,
1989, trad, de V. J. Herrero; Bucólicas, Gredos, Madrid, 1988, trad, de M. Ruiz Loiza-
ga y V. J. Herrero; Geórgicas (editadas con las Bucólicas y el Apéndice virgiliano),
Gredos, Madrid, 1990, trad, de T. Recio y A. Soler Ruiz.]
El viejo libro de Domenico Comparetti, Vergil in the Middle Ages (traducción in-
glesa de 1895, reeditada en 1966), ’contiene mucha información curiosa. Tres obras
recientes tratan de la influencia de Virgilio. La primera, de carácter más divulgativo,
es Virgil: His Poetry through the Ages, de R. D. Williams y T. S. Pattie, ilustrada,
Londres, 1982. La segunda: Charles Martindale, ed., Virgil and his Influence, Bristol,
1984, incluye buenos ensayos sobre «Virgil in Dante», «Virgil and the Augustans» y
«Virgil at the Turn of Time». La tercera: R. A. Cardwell y J. Hamilton, eds., Virgil
in a Cultural Tradition: Essays to Celebrate the Bimillennium, University of Not-
tingham Monographs in the Humanities IV, 1986, especialmente los artículos sobre
«Virgil and Medieval Epie» y «Virgil’s Influence on Some Modem Poets». Los co-
laboradores de estos libros analizan muchos aspectos de este amplio tema. Otra reco-
pilación, italiana, es La Fortuna di Virgilio, Atti del Convegno Intemazionale, 1983:
Nápoles, 1987, dos de cuyos capítulos tratan de Virgilio e Inglaterra; los demás ha-
cen referencia a otros países como Italia, Francia, Alemania e incluso Japón. Hay un
viejo libro erudito: E. Nitchie, Vergil and the English Poets, Nueva York, 1919.
El volumen Virgil, editado por D. R. Dudley, Londres, 1969, contiene un buen
ensayo de R. D. Williams titulado «Changing Attitudes to Virgil». La recepción de
las Geórgicas está bien estudiada en el último capítulo de la obra de L. P. Wilkinson,
The Georgies and Virgil, Cambridge, 1969. El ensayo de T. S. Eliot What is a Clas-
sic?, 1944, y también su Virgil and the Christian World han sido reimpresos en su
On Poetry and Poets, Londres, 1957. La conferencia de Robert Graves The Anti-Poet
apareció en The Crowning Privilege, Londres, 1959. Sobre Dryden: L. Proudfoot,
Dryden’s Aeneid and its Seventeenth-Century Predecessors, Manchester, 1960.