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Desde nuestra constitución política y la ley general de educación, se dan determinado una serie de

documentos guía que le permiten a los docentes y a las instituciones educativas, el establecer sus
prácticas y determinar sus acciones, ellos son: Los lineamientos curriculares y los derechos básicos
de aprendizaje (DBA).

El propósito de estos es: “…fomentar el estudio de la fundamentación pedagógica de las disciplinas,


el intercambio de experiencias en el contexto de los Proyectos Educativos Institucionales.” En los
lineamientos, y ser un “…documento de referencia pedagógica que posibilita la participación de los
diferentes actores de la comunidad educativa y en ese sentido… permite incorporar en el proceso
educativo las expectativas que la sociedad tiene frente a los aprendizajes fundamentales que se
deben adquirir en la escuela.”

De ellos, pero no creados con ellos, se presentan una serie de fines medibles y “materializables” en
el proceso educativo, estos se denominaron “competencias”, esta termino, por demás polémico por
su sentido meramente enfocado en una sociedad competitiva, están enfocados en dar los saberes
necesarios para que la escuela pueda proveer de personas capaces para desempeñar distintas tareas
en el futuro mundo del trabajo. Esta actitud nacida en los albores del siglo XIX no murió, solo
“mejoró” su forma y estilo, llegando a nuestros días en la forma de las competencias entre “el hacer,
el saber y el ser” y las nuevas formas como “básicos, genéricos o transversales, específicos,
instrumentales, interpersonales y sistémicas” (275).

Sin embargo, en los citados documentos la noción de competencia, se presenta… “En términos de
“las capacidades con que un sujeto cuenta para” (pág. 28). Lo más paradójico es que todas estas
“actitudes educativas” han sido suscitadas por instancias y organismos internacionales que, como la
ONU, la OCDE, la OIT, el Banco interamericano o el FMI, entre otros, exigen a los países a la hora
de realizar prestamos, dar subsidios o permitir su “ingreso a los países desarrollados”. Dichas
actitudes, han sido desarrolladas y propuestas por organismos “investigativos” y fueron financiadas
por los anteriores, uno de los más importantes el “proyecto Tuning”: “…denominan un cambio de
paradigma en el que se abandona —presumiblemente por obsoleta— la educación centrada en la
enseñanza, a la que equiparan con adquisición de contenidos académicos y que es la que se supone
ha prevalecido, por una nueva educación centrada en el aprendizaje… Se trata de insistir y enfatizar
el aprendizaje, o mejor dicho: “los resultados de aprendizaje” y, por ende, en una evaluación que se
basaría fundamentalmente en “las competencias, capacidades y procesos estrechamente
relacionados con el trabajo y las actividades que conducen al progreso del estudiante y su
articulación con los perfiles profesionales definidos” (181)” (pág. 275).
Cabe aclarar que el termino competencia surgió: “…en el mundo empresarial para designar el
cúmulo de elementos que son necesarios para que un individuo alcance el éxito profesional (pág.
276)”; Así que, la escuela ha sido vista como una empresa, en donde “todas aquellas acciones que
implica la educación por competencias se hace un tipo de retorno a lo que fue el modelo educativo
planteado por Bobbitt (1918) y Tyler (1970), en el que la escuela debe funcionar igual que una
empresa comercial o industrial bajo unas medidas netamente técnicas” (pág. 276). Esto se ve
reflejado en la ley general de educación, donde señala que, por ejemplo, en la educación media sus
fines son: “la comprensión de las ideas y los valores universales y la preparación para el ingreso del
educando a la educación superior y al trabajo” (pag. 278).

Hablando un tanto sobre la influencia de todo este aparataje ideológico y teórico en la enseñanza de
la lengua castellana, es innegable observar cómo a los estudiantes se les enseña y evalúa según la
visión de competencias “…En la noción de lenguaje que plantean han encontrado convergencias
tanto de la línea lingüística, comunicativa, pragmática y semiótica, como por competencias” (pag.
15), en dicha visión, las asignaturas se han establecido entre “básicas o fundamentales y de relleno”:
““Esta afirmación se evidencia en la estructura curricular establecida para la media académica y
técnica, allí asignaturas como artística, ética, religión, se reducen al mínimo de horas por semana y,
otras como lengua castellana, sucumben ante tareas instrumentales como la creación de
presentaciones en Power Point, los conocimientos gramaticales para «hablar bien» y, sobre todo, la
preparación de los estudiantes para exámenes como las pruebas PISA, Icfes, etc.”

Entonces es posible decir que la lengua se enseña con una visión utilitarista, en donde no se ha
tenido en cuenta la individualidad, los deseos, anhelos, expectativas del educando, y hasta del
mismo educador, por una suerte de resultadismo que, se apoya en los resultados estandarizados y
las pruebas internacionales como Pisa, todo esto venido desde la misma legislación colombiana:
“En el proceso de desarrollo de la Constitución Política y de la Ley General de Educación, surgen
interrogantes sobre el sentido y la función de la pedagogía en el siglo XXI, sobre las
potencialidades que es posible desarrollar en las personas, en los grupos, en las etnias y en las
diversas poblaciones”.

Sin embargo, no es posible abstraerse de un mundo cada vez más interconectado, un mundo que, a
través del internet, es cada vez más pequeño, por ello “…a las autoridades les corresponde velar
porque los currículos particulares traten en forma adecuada la tensión entre lo local y lo global; que
las comunidades sean competentes para asumir autónomamente sus procesos educativos sin perder
de vista que su municipio y su escuela, con todas sus particularidades, están situados en un país y en
un mundo interconectado e interdependiente”.

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