Está en la página 1de 1

El Morocho del Abasto que cumple deseos

El chico se llamaba Esteban y en la escuela iba a sexto grado. Era un niño muy tímido que tenía miedo de estar solo y, aunque los amigos lo querían, no

hablaba con nadie. Cuando formaban, era el último de la fila, y si escribía en el pizarrón, la letra le salía chiquita y torcida. Si la seño le pedía que leyera en

voz alta, se le cerraba la garganta y no le salían las palabras de la boca; si lograba hablar, la sangre de todo el cuerpo le subía a la cabeza y parecía que la

cara le iba a estallar. Un día, en la clase, trabajaron sobre la biografía de Carlos Gardel. Esteban se quedó impresionado por cómo falleció: en un accidente

aéreo, Gardel perdió la vida a los 44 años, en el mejor momento de su carrera como cantante de tangos.

Cuando Esteban salió de la escuela, se tomó el subte línea B y recordó que cerca del Abasto estaba la casa de Carlitos, frente a una librería llamada “El

Morocho del Abasto”. De repente, se dio cuenta de que en el subte no había nadie, y eso le dio miedo. Para colmo, las luces del vagón comenzaron a

parpadear. Se encendían, se apagaban y había chirridos. A Esteban el corazón le empezó a latir muy fuerte y sin darse cuenta se bajó en la estación Carlos

Gardel. 40 Luego, en uno de los pasillos del subterráneo, encontró una puerta sobre la cual había una inscripción que decía “El morocho del Abasto”. La

puerta era de hierro, muy pesada y oxidada, pero había algo en ella que a Esteban le daba curiosidad. Le parecía que un suave brillo tranquilizador salía de

los bordes del marco, y hasta pasaba por la cerradura. Cuando se acercó, notó de que había un fileteado que asomaba debajo de ese óxido. Entonces,

enfrentando sus miedos, abrió la puerta. Se asomó, vio los túneles oscuros bajo la tierra y su curiosidad aumentó. Atravesó la puerta del túnel, pero cuando

quiso distinguir de dónde venía la luz, la puerta se cerró y todo se oscureció repentinamente.

Mientras sus pupilas se acostumbraban a la oscuridad, empezó a caminar y a ver una luz blanca, en el fondo del túnel. Al acercarse, se dio cuenta que era

una sonrisa: la sonrisa de Carlos Gardel. Alrededor se veía una sombra muy oscura, ¡pero su boca iluminada era inconfundible! Entonces Carlitos le

preguntó, con mucha amabilidad: —¿En qué te puedo ayudar? A Esteban le empezaron a temblar las piernas y las rodillas, pero se animó a pedirle algo y

le dijo: —Como vos cada día cantás mejor… yo quería animarme y pedirte si puedo hablar sin tartamudear y no ser tan tímido con mis compañeros de la

escuela. El deseo de Esteban se cumplió, y dicen que un día empezó a hablar sin problemas y a escribir en el pizarrón con letra grande y clara. Carlitos,

entre tanto, sigue en los túneles de la línea B del subte, cumpliendo deseos.

También podría gustarte