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Le Parolier # 6

Juan de la calle, Yuyo Montes (Alfredo Oscar Salomón)


(Al rojo vivo, Los Nocheros. EMI-Odeón, 1989)
(Con el alma, Los Nocheros. EMI-Odeón, 1994)
https://www.youtube.com/watch?v=WKyyxeLk3ew&ab_channel=AntonioAsdruval
https://www.youtube.com/results?search_query=los+nocheros+juan+de+la+calle
https://www.youtube.com/watch?v=iwJiLj9HSG8&ab_channel=AdrianVerrua
https://www.youtube.com/watch?v=9sE8O5KsB4o&ab_channel=Chaque
%C3%B1oPalavecino

Las músicas populares han servido a través de los siglos para divertirse, bailar y
seducir, para llorar las penas de amor y, por supuesto, para comunicar mensajes y
noticias. El erotismo y la pobreza han sido, de modo más o menos explícito, los leit
motivs universales y eternos para la inspiración musical de la gente de la calle, del
campo y también de los teatros y locales de entretenimiento.
Juan de la calle, como Coat of Many Colors, Patches, The Son of Hickory Holler’s Tramp
o No Woman No Cry(1), es una canción sobre la pobreza y la miseria al igual que tantas
otras de Merle Haggard, Carlos Mejía Godoy, Tite Curet Alonso o Rubén Blades. Los
temas centrales de la canción son la desesperanza, la lucha por sobrevivir y las
ilusiones de alguien que cuya única herencia es la pobreza. El protagonista es
originario de una de las villas de la Argentina y se llama Juan. La vena poética de su
autor, Yuyo Montes - seudónimo de Alfredo Oscar Salomón, compositor y también
intérprete de folklore y música popular- se ocupa de embellecer el drama de Juan
insistiendo en la emotividad con metáforas y símbolos sobre la belleza natural que
diluyen algo el mensaje y otorgan a la canción una segunda lectura de conformismo y
resignación. Las dos partes de la canción están formadas por tres cuartetas de rima
irregular que terminan repitiendo los dos primeros versos, seguidas de un estribillo.
Montes murió el 8 de enero de 2015 a consecuencia de un cáncer de páncreas que
arrastraba durante varios años. Los Nocheros fueron sus principales intérpretes, el
grupo que introdujo guitarras eléctricas y baterías en el folklore argentino. También
fueron los primeros que prescindieron del disfraz de gaucho y salieron a actuar con
ropa normal para que su música tuviera que ver más con sus propias vidas. Las
canciones de Montes fueron clave en el éxito del folklore joven argentino de los años
90 y concretamente de Los Nocheros, el grupo que grabó las versiones originales de
Juan de la Calle, en 1989, cuando eran sólo un grupo local de la provincia de Salta, y
después en 1994 cuando ya se habían convertido en fenómeno nacional.
Juan de la calle es una chacarera doble, una variante de la chacarera, una de las
músicas autóctonas resultado del encuentro de diversas culturas y tradiciones a lo
largo de los siglos aunque, de hecho, se empezaron a popularizar a mediados del siglo
XX. Con una síncopa especial en la melodía y un compás de 6/8, la chacarera forma
parte de lo que en España hemos llamado, por simplificar, folklore del Altiplano.
La canción comienza cuando su protagonista se presenta al oyente o, mejor dicho,
cuando intenta presentarse: “Soy nacido en cualquier villa, me llaman Juan de la calle”,
un primer verso que bascula entre el orgullo y la humildad: Juan sabe quién es, cómo
se llama y de dónde viene pero evita precisar el lugar. La única información que Juan
nos da es una palabra:"villa", pero quizás sea suficiente. Tres millones y medio de
argentinos viven en villas con acceso desigual a servicios de electricidad, alcantarillado
o agua corriente. Son poblaciones sin seguridad, con tráfico de drogas, basuras,
incendios y agua contaminada. Juan nos ha dado su nombre pero su apellido es “de la
calle”: el que canta podría ser cualquier otro de los que viven y se buscan la vida en la
calle. No hace falta precisar, es uno de los muchos juanes. Dentro de esa misma
disyuntiva, Juan elige el verbo “me llaman”, en tercera y no en primera persona
porque son los demás lo que le dan el nombre, él no tiene tiempo ni derecho a
preocuparse por su identidad, solo existe para sobrevivir.
En seguida nos describe su dura cotidianeidad: “Diarero por la mañana y lustrabotas
de tarde”. Juan se dedica a oficios humildes y mal pagados que cualquiera puede llevar
a cabo. Reparte periódicos -que al día siguiente no valdrán nada, y se arrodilla delante
del cliente para limpiar sus zapatos. Trabaja mañana y tarde sin descanso. En las villas,
la supervivencia es el único modo de vida. La repetición de los dos primeros versos
para concluir la estrofa insiste en esa identidad incompleta pero que él cree necesario
reiterar porque lo único que posee es a sí mismo: “Me llaman Juan de la calle”.
Los pobres no tienen buenos maestros y a Juan le “enseñó el baldío”, es decir, la
miseria, la tierra que no está labrada, y la consecuencia directa es que está condenado
a la marginalidad y el engaño – a "gambetear" como en el tango Mano a mano- porque
necesita salir adelante como pueda. Yuyo Montes continúa personificando la misma
vida como a una enemiga que pone trampas a quien es pobre e ignorante. Siguiendo
la estructura de la canción, se repiten los dos primeros versos que ahora al oyente le
suenan como una excusa. En una de las mejores versiones del tema, la de Chaqueño
Palavecino del 2004, se oye jalear al cantante con falsas esperanzas (“Ya va a cambiar
Juancito”) en contraste con el tono resignado del resto de la canción.
La primera parte se cierra con la falacia del optimismo pero elige una serie de términos
que nos hablan de la falta de entidad, pequeñez y fragilidad de la existencia de Juan.
Sus ilusiones son un barquito que flota, hueco y ligero, y se desliza sobre un medio
inestable. Además usa el diminutivo porque es muy poca cosa. Reaparece el tema de la
marginalidad cuando “rema contra la corriente”. Es decir, necesita fuerza y es
consciente de su lucha contra todo en busca del sol, recurso habitual de la poesía para
hablar del calor, la luz y la vida, esa vida que Juan pierde trabajando e intentando
subsistir. Pero también nos dice que, para llegar al sol, utiliza una cometa -un barrilete-
que es de papel, que no pesa y sólo sirve para que se lo lleve el viento y es el “hilo del
alma“ lo único que la sujeta: cosas frágiles, fáciles de romper, sin entidad corpórea en
una sucesión de imágines que acaba en lo más profundo de su ser. Juan está hablando
de la ilusión, los sueños, la nada, el autoengaño… En una palabra, de la desesperación
y la necesidad de sugestionarse para huir de la triste realidad.
El estribillo que cierra las dos partes de la canción contiene los versos más duros. Juan
nos pide directamente perdón: “Soy de una villa y disculpe”. Aquí está de nuevo su
identidad, su origen y la necesidad de excusarse por tomar la palabra, por existir. Se
crea un contraste entre el orgullo y la humildad de saber que pertenece a la miseria y
la marginalidad. La fiesta es otra manera de escapar de la realidad. “(Soy) El indio de la
comparsa cuando llega el carnaval“ que en el hemisferio sur se celebra en verano y
constituye una gran fiesta. Juan es el bufón que busca la diversión gratuita y la ocasión
para disfrazarse y olvidarse de sí mismo y de la realidad. Al igual que en Nueva Orleans
en el carnaval salteño existen las comparsas de indios con disfraces extravagantes de
plumas de colores.
El estribillo nos va a dar una pista: “Soy de una villa de Salta”, la primera vez que
tenemos un dato concreto y esclarecedor. Otra vez las terribles estadísticas nos
describen matemáticamente las penurias de muchos salteños. Juan no es más que uno
más. Este estribillo se repetirá al final cerrando la canción como una llamada de
atención al oyente y una firma con rúbrica de su protagonista.
La segunda parte de Juan de la calle insiste en los temas de la primera y del estribillo.
En paralelo a la parte primera, las tres cuartetas de la segunda desarrollan los temas
de la identidad, la herencia, el destino ineludible y las diferentes vías de escape que
ofrecen los sueños y, ¿por qué no?, las trampas y trapacerías.
Juan recupera sus raíces, su herencia y su triste destino.“Mi padre en un carro viejo
pasó comprando botellas”: el vocabulario de la pobreza y la intrascendencia. El
vehículo, que es viejo y quizás estropeado, es la herramienta de trabajo de un hombre
que no vivió, no experimentó, que simplemente “pasó”. La vida del pobre no
trasciende, sólo pasa rodeada de las cosas que otros desechan cuando les han dejado
de servir: aquí son las botellas que, en una sociedad más humilde y menos
despilfarradora, podían constituir una pequeña industria de reventa. Juan continúa con
una frase condicional que es, por supuesto, una condena: “Si la cosa no cambia, voy a
seguir con su estrella”. Esa “cosa” es algo que ocurre o existe sin intervención de su
sujeto que es absolutamente incapaz de intervenir en un destino que lleva grabado en
su herencia genética. Nos encontramos luego con una frase que busca la belleza pero
que significa simplemente fatalismo, condena. La estrella como sinónimo del destino
es una imagen típica de muchas canciones: Sous quelle étoile suis–je né?, El día que
nací yo, Born under a bad sign(2) y otras muchas canciones culpan a los astros de
nuestra buena o mala fortuna.
Antes de terminar, Juan nos lleva otra vez al registro de los sueños, de las cosas
intangibles y, de nuevo, a la ilusión, esa triste riqueza del pobre: “Como soñar nada
cuesta”. Cuando continúa: “Yo largo al río mi anzuelo, tal vez una noche de estas
pueda enganchar el lucero”. Seguimos frente al hombre pobre sin recursos
trampeando para ganarse el pan. Nos habla del agua del río, eternamente en
movimiento, que, igual que el barquito contra la corriente, es una imagen del curso de
la vida. El anzuelo es otra de las trampas de Juan, pero esta vez se la pone al astro de la
noche y el amanecer, el planeta Venus, el lucero. Aparece el factor suerte en medio de
la noche perpetua de quien vive en la miseria sin esperanza: “Tal vez una noche de
estas pueda enganchar el Lucero”, nos dice mezclando el deseo con la posibilidad.
Quiere la estrella más bonita pero de nuevo se está engañando a sí mismo: imposible
atrapar uno de los cuerpos celestes. Una vez más, repite las dos frases para rematar y,
también una vez más, esa repetición adquiere un matiz de pesimismo y resignación.
Llegamos al final de la canción y de la jornada: “No tengo mejor fortuna que meterme
en el bolsillo la moneda de la Luna”. Los días pasan para Juan sin ofrecer mejora
alguna. Su única ganancia será algo intangible, un espejismo, uno de los regalos de la
naturaleza: la Luna que parece de plata pero que es sólo una piedra. Registro poético
como consuelo, contraste entre la moneda, el vil metal, y la belleza y el misterio de la
luz lunar. El pobre disfruta de cosas bellas pero no se las puede meter en el bolsillo.
Como decía otra canción: “las mejores cosas de la vida son gratis pero puedes
dejárselas a los pájaros y las abejas. Necesito dinero” (3).

Patricia Godes
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(1) Coat of Many Colors de Dolly Parton (Dolly Parton, 1971), Patches de Chairmen of the Board (Norman
“General” Johnson/Ron Dunbar, 1970), The Son of Hickory Holler’s Tramp de Sanford Clark (Dallas Frazier,
1967) o No Woman No Cry de Bob Marley & The Wailers (Vincent Ford, 1974).
(2) Sous quelle étoile suis–je né? de Michel Polnaref (Michel Polnaref, 1966), El día que nací yo de Imperio
Argentina (Antonio Quintero, Juan Mostazo y Pascual Guillén, 1940), Born under a bad sign de Albert King
(Albert King, 1967).
(3) Money (That's What I Want)de Barret Strong (Berry Gordy, Janie Bradford, 1959).

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