(La suerte de las caricias pecaminosamente inocentes,
la malicia de ser honesto hasta en la piel)
Un cosquilleo que perturba la piel en absoluto.
Un estertor que recorre todos los fluidos del cuerpo y revuelve las ganas de mirarte a los ojos. Un ardor que brama como animal y hace palpitar mis labios con sed de ti, de ti por completo. Busco tus sabores ilusorios y reales, busco tu carne contra la mía, que tu piel me caliente los poros como si fueses un manto que proteja mi alma de niña del mundo que me enfría las lágrimas. Tanteo a ciegas el camino entre tus manos y mis pechos que desesperan por que los roces. Cruzo mi pierna a medio desnudar por la imaginación encima de ti, encima de tu cuerpo tembloroso que duda entre arrancarme la ropa con los dientes o fingir respetar la decencia que realmente no tengo ya. Entonces empiezo a recorrer tu cinismo desde el lóbulo de la oreja hasta el cuello con la sonoridad del contacto de mis labios húmedos, se humedecen también mis entrañas y viene despacito como galopando la electricidad que me atraviesa el vientre, la columna, el torso, me tensa las piernas y me pierde la cabeza. Es ahí cuando te beso. Te beso para tener ocupados los labios en algo, te beso para cerrar los ojos y deshacerme de mi cara que en este negocio no juega ningún papel. Te beso por lo que sobra. Por inflar la farsa de tener sexo contigo, a ver si por último con tal de estar excitada me creo un poco enamorada. Una y otra vez con más vacío y la desilusión de descubrir el truco. Una y otra vez. Pero no… no, tú fuiste distinto. Contigo no hubo cosquilleo, no hubo ganas de fingir sexo ni compasivo, no hubo ilusión óptica de hacerte el amor. Hubo una mano contra la otra en caricias clandestinas que tímidas no iban más allá de los hombros. Hubo hordas de sonrisas coquetas y sorprendidas. Conversaciones ajenas a “nosotros”. Imágenes pintadas de sol y cielo entre tus ojos y los míos que cómplices se buscaron sin haber promesas de por medio. Hubo caricias por estos dos cuerpos que no tenían como fin filiarse uno dentro del otro. No hubo hambre de eyaculaciones, no hubo necesidad de orgasmos. Mi mano contra tu pecho era ya una sonrisa, tu mano en mi cintura un placer, los cuerpos apretados una picardía que acompañaba el juego. Eran los besos. Besos realmente besos, besos que enternecen, besos que se vigilan para no perderlos de vista. Eran besos clandestinos que se robaban los llamados silenciosos de un buenos días y buenas noches. Besos de dos extraños plagados del amor de ser besos, de ser un te quiero y te cuido (aunque se aun segundo). De mis amantes el más fugaz. De mis amantes el que no durmió conmigo. El más amante de todos.