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La rabia y la seducción
Recuperada la calma tomamos otra vez el libro donde los niños matan a los 13 y
mueren a los 17. Todos sabemos cuánto puede pesar una historia como la de La
virgen de los sicarios, pero él no acepta reproches. "Fue el escritor y no éste que
hoy conversa contigo quien escribió todo eso. El escritor que tomó las cosas que
tanto te agreden de la realidad. La vida es así, Colombia es así", dice, y fija sus
ojos en los nuestros. Ojos dulces, claros, siempre al borde de la sonrisa y tan
llenos de inocencia que el periodista le cree, claro, y acepta que el escritor y él
son dos personas diferentes.
Extraño discurso para quien había recibido un premio literario, pero, ¿quién se
atrevería a criticarlo si los 100 mil dólares del premio los cedió a una organización
colombiana que protege a los animales? "Mis perras me despiertan de mañana
lamiéndome la cara", dice con la más infantil de sus sonrisas infantiles.
Cuando los periodistas le preguntan por qué usa siempre la primera persona en
sus novelas y nunca la tercera (salvo en la última) él hace referencia a la mentira
que significa hablar en tercera persona. "La tercera persona no hace más que
delatar la hipocresía del novelista, que habla como si realmente supiera lo que
piensa y siente alguien que no es él mismo".
Cuando se piensa en las palabras de furia desatada con que describe en sus
novelas ambientes y personajes, parece evidente que a esa primera persona la
determina no su dificultad para poner pensamientos en la cabeza de terceros sino
su necesidad de dar rienda libre a su profundo deseo de destruir todo lo que a su
alrededor existe y lo ofende. Las mujeres con su costumbre de dar a luz sin tasa
ni medida, el papa. ¡Ah! Cuánto odia a "ese travesti vestido de blanco (...)
gusano tortuoso y engañoso que aprueba y promueve esa costumbre femenina
de parir sin pensar que en pocos años nos llevará a multiplicar por dos -o sea a
12 mil millones- la población mundial. Yo le he deseado larga vida a este papa.
Sería la manera más segura de terminar con la Iglesia Católica".
Quedó en silencio, como si súbitamente le hubiera caído encima una pesada nube
de melancolía. Pasados unos minutos le dije que pensáramos un poco en su libro
más feliz, el de su infancia, Los días azules. "Ohhh, tan lejos, tan lejos." "Allí
hablas de una chiquilla de bucles de oro que tenía un gato negro que se llamaba
Chopín. Una chiquilla que, como tú, estudiaba música y tras quien saliste una
mañana pues querías hablarle de lo que sentías por ella. Te acercaste a su casa y
encontraste a la niña rodeada de amigas que sonreían de manera ambigua. Te
volviste sin hablar. Pasados los años te referís a este hecho diciendo que si no
hubiera sido por tu timidez y las importunas amigas de la niña, esa mañana, tal
vez, 'pudo haber cambiado mi rumbo', decías. ¿Creés que las preferencias
sexuales pueden estar vinculadas a hechos exteriores, en definitiva casuales?"