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Entrevista con Fernando Vallejo

La rabia y la seducción

María Esther Gilio

Tienen sus páginas una tan desbordada violencia (además de sutileza,


inteligencia y seductora escritura) que nos ataca, a veces, el deseo de ir hasta el
video de la vuelta y pedir uno de la familia Ingalls. Ah, esos padres que
concibieron a sus hijas con la mirada puesta en el Sagrado Corazón, esas niñas
que se sonrojan cuando hablan de la reproducción de las mariposas y los
colibríes.

Recuperada la calma tomamos otra vez el libro donde los niños matan a los 13 y
mueren a los 17. Todos sabemos cuánto puede pesar una historia como la de La
virgen de los sicarios, pero él no acepta reproches. "Fue el escritor y no éste que
hoy conversa contigo quien escribió todo eso. El escritor que tomó las cosas que
tanto te agreden de la realidad. La vida es así, Colombia es así", dice, y fija sus
ojos en los nuestros. Ojos dulces, claros, siempre al borde de la sonrisa y tan
llenos de inocencia que el periodista le cree, claro, y acepta que el escritor y él
son dos personas diferentes.

Distinguido con el premio Rómulo Gallego por su novela El desbarrancadero, en el


homenaje que le ofrecieron desechó toda alusión a la literatura, suya o de otros,
para dedicar la mayor parte de su discurso a los animales, víctimas inocentes de
la perversidad humana. "Dos mil años llevamos de civilización cristiana sin querer
ver ni oír, -dijo-. Haciéndonos los desentendidos, atropellando a los animales,
cazándolos por sus colmillos, inoculándoles virus y bacterias, para, rajándolos
vivos, ver cómo funcionan sus órganos, sus cerebros, maltratándolos,
torturándolos, vejándolos, enjaulándolos, asesinándolos… con la conciencia
tranquila y la indiferencia de Dios.(...) Las estructuras cerebrales por las que
sentimos el hambre, la angustia, el miedo, el dolor, las emociones, son iguales en
nosotros que en el simio, en el perro o en la rata. ¿Cuántos millones de simios, de
perros y de ratas hemos rajado vivos para llegar a estas conclusiones? (...) Los
genomas del gorila coinciden en el 98 por ciento con el humano, el del chimpancé
en el 99. Y el ciclo menstrual de la hembra del chimpancé es exacto al de la
mujer. Ya lo sabemos, somos iguales a ellos, ¿cuánto tiempo más vamos a seguir
haciendo los tontos?"

Extraño discurso para quien había recibido un premio literario, pero, ¿quién se
atrevería a criticarlo si los 100 mil dólares del premio los cedió a una organización
colombiana que protege a los animales? "Mis perras me despiertan de mañana
lamiéndome la cara", dice con la más infantil de sus sonrisas infantiles.
Cuando los periodistas le preguntan por qué usa siempre la primera persona en
sus novelas y nunca la tercera (salvo en la última) él hace referencia a la mentira
que significa hablar en tercera persona. "La tercera persona no hace más que
delatar la hipocresía del novelista, que habla como si realmente supiera lo que
piensa y siente alguien que no es él mismo".

Cuando se piensa en las palabras de furia desatada con que describe en sus
novelas ambientes y personajes, parece evidente que a esa primera persona la
determina no su dificultad para poner pensamientos en la cabeza de terceros sino
su necesidad de dar rienda libre a su profundo deseo de destruir todo lo que a su
alrededor existe y lo ofende. Las mujeres con su costumbre de dar a luz sin tasa
ni medida, el papa. ¡Ah! Cuánto odia a "ese travesti vestido de blanco (...)
gusano tortuoso y engañoso que aprueba y promueve esa costumbre femenina
de parir sin pensar que en pocos años nos llevará a multiplicar por dos -o sea a
12 mil millones- la población mundial. Yo le he deseado larga vida a este papa.
Sería la manera más segura de terminar con la Iglesia Católica".

Atravesábamos el Parque de los Aliados hacia la torre de Antel donde sería


entrevistado por Mercedes Estramil en el marco del programa "Un solo país" que
lleva a cabo el Ministerio de Educación y Cultura, cuando el auto tuvo que
detenerse. Una multitud ocupaba bulevar Artigas y Canning."¿Qué pasa aquí?
-dijo Vallejo-, ¿un acto político?" "No, no político. Están emplazando una estatua
de Juan Pablo II a doscientos metros de aquí." "¡Cómo! ¿no dijiste tú que éste era
un pueblo ateo? ¿No dijiste que ustedes tienen divorcio desde principios de siglo,
que la Iglesia se separó del Estado en 1917 y que entre 1934 y 1938 la mujer
tuvo derecho al aborto?" "Sí, sí, claro. Todo eso dije." "Ah, no, pero este papa,
por favor', este papa..."

Quedó en silencio, como si súbitamente le hubiera caído encima una pesada nube
de melancolía. Pasados unos minutos le dije que pensáramos un poco en su libro
más feliz, el de su infancia, Los días azules. "Ohhh, tan lejos, tan lejos." "Allí
hablas de una chiquilla de bucles de oro que tenía un gato negro que se llamaba
Chopín. Una chiquilla que, como tú, estudiaba música y tras quien saliste una
mañana pues querías hablarle de lo que sentías por ella. Te acercaste a su casa y
encontraste a la niña rodeada de amigas que sonreían de manera ambigua. Te
volviste sin hablar. Pasados los años te referís a este hecho diciendo que si no
hubiera sido por tu timidez y las importunas amigas de la niña, esa mañana, tal
vez, 'pudo haber cambiado mi rumbo', decías. ¿Creés que las preferencias
sexuales pueden estar vinculadas a hechos exteriores, en definitiva casuales?"

"Últimamente se está hablando de algo en el cerebro que sería determinante de


la homosexualidad, contesta. No sé, o mejor eso no se ha demostrado todavía.
En cuanto a tu pregunta, no sé... imposible saberlo. Por otra parte, ¿importa?"

Brecha. Uruguay, mayo del 2005.

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