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El Origen de los Símbolos Patrios

Hace muchos años, en la antigua tierra de los aztecas, florecía una civilización llena de esplendor y
tradición. En el corazón de México-Tenochtitlan, la capital del imperio azteca, vivía un joven guerrero
llamado Cuauhtémoc. Cuauhtémoc era valiente y honorable, siempre dispuesto a defender a su pueblo
de cualquier amenaza.

Un día, mientras caminaba por los campos de maíz, Cuauhtémoc presenció un prodigio. Un águila
majestuosa descendió del cielo y se posó en lo alto de un nopal, con las alas extendidas y el pico
reluciente bajo los rayos del sol. En las garras del águila, había una serpiente que se retorcía sin cesar.

Este maravilloso espectáculo llenó de asombro a Cuauhtémoc, quien interpretó el mensaje de los
dioses: el águila representaba el valor y la libertad del pueblo azteca, mientras que el nopal simbolizaba
la fertilidad y la resistencia de la tierra. La serpiente, atrapada en las garras del águila, era la opresión
que enfrentaban los aztecas.

Cuauhtémoc regresó a la ciudad y compartió su visión con el consejo de ancianos. Conmovidos por el
relato del joven guerrero, decidieron adoptar estos símbolos como emblemas de la nación azteca. Así
nació el escudo nacional de México, que lleva el águila devorando a la serpiente sobre un nopal, en
honor al prodigio presenciado por Cuauhtémoc.

Con el paso del tiempo, los símbolos patrios de México se convirtieron en un orgullo para todos los
mexicanos, recordándoles su historia y su identidad como pueblo valiente y resistente. Y cada vez que
un mexicano mira el escudo nacional, recuerda la leyenda de Cuauhtémoc y la poderosa conexión entre
el pasado y el presente de su amada tierra.

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