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Por regla general, un aumento de precio produce una disminución de la demanda, ya que
menos consumidores podrán o querrán pagar el nuevo precio por el producto o servicio.
De la misma forma, una reducción del precio suele suponer un aumento de la demanda.
En ambos casos se habla de una demanda elástica que depende en gran medida de la
fijación del precio y fluctúa con él.
No es el caso, sin embargo, de los bienes de primera necesidad como los alimentos
básicos, los medicamentos más necesarios o las viviendas de alquiler. En estos casos, el
consumidor no puede renunciar tan fácilmente a consumir el producto ni a sustituirlo por
otro equivalente. Su demanda, por lo tanto, se mantiene relativamente estable, aunque el
precio aumente: es una demanda inelástica.
A partir de estos ejemplos se concluye que la elasticidad de la demanda depende
principalmente de cuántos bienes sustitutivos (bienes equivalentes) hay disponibles. Si
un producto o servicio puede ser sustituido fácilmente por otro más barato, su demanda
será muy flexible. Si, por el contrario, el bien en cuestión es indispensable para los
consumidores, su demanda será poco flexible.
La elasticidad de la demanda se
calcula dividiendo el cambio porcentual en la demanda entre el cambio porcentual en el
precio.
El siguiente gráfico ilustra cómo el precio y la cantidad demandada reaccionan entre sí:
La figura muestra cómo interactúan el precio y la demanda, resultando en diferentes
niveles de elasticidad. En el caso de una demanda elástica (valor superior a 1), la
demanda cambia más que el precio, mientras que, con una demanda inelástica, los
cambios que se esperan en la demanda al alterar el precio son relativamente pequeños.
Este ejemplo demuestra que, para productos y servicios con alta elasticidad de la
demanda, una bajada de precio de compra puede servir para aumentar las ganancias de la
empresa.