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LICEO NACIONAL DE MAIPÚ

Departamento de Historia, Geografía y Ciencias Sociales 2023


“El secreto de la libertad radica en educar a las personas”. M. Robespierre
Profesores: L. Urrutia / J. Canales J

PROGRAMA DE EDUCACIÓN CIUDADANA


PROYECTO LIBRO INFINITO NÚMERO ESPECIAL:
“A 50 AÑOS DEL GOLPE”

“La libertad, sólo para los miembros de gobierno, sólo para los miembros
del Partido, aunque muy abundante, no es libertad del todo. La libertad
es siempre la libertad de los disidentes. La esencia de la libertad
política depende no de los fanáticos de la justicia, sino de los efectos
vigorizantes y benéficos de los disidentes. Si "libertad" se convierte en
"privilegio", la esencia de la libertad política se habrá roto“.

“Sin elecciones generales, sin libertad de prensa, sin libertad de expresión


y reunión, sin la lucha libre de opiniones, la vida en todas las instituciones
públicas se extingue, se convierte en una caricatura de sí misma en la que
sólo queda la burocracia como elemento activo“.
Rosa Luxemburgo
(1871-1919)

1
INTRODUCCIÓN A UN ANIVERSARIO SIN ACUERDO POSIBLE
"... la paz sólo se consigue cuando el contrincante sabe que estás
preparado, armado y dispuesto a ir al combate”.
Evelyn Matthei, La Tercera 18 de junio 2023.
“Compañeros: el pueblo debe prepararse para resistir, debe prepararse para luchar…”
Miguel Enríquez, Secretario General del MIR. El Rebelde, N° 91. Julio de 1973.
El 11 de septiembre próximo se cumplirán 50 años desde que El Palacio de
La Moneda fue atacado, desde tierra y aire, por una máquina de guerra
profesional, la cual está diseñada, equipada, entrenada y financiada para
defender al gobierno legal, la soberanía y la independencia Nacional. En otras
palabras, las Fuerzas Armadas y policías nacionales atacaron a su propio
gobierno legítimo y legalmente constituido, con todo su poder de fuego. Un
gobierno que, pese a todo, representaba a casi la mitad de la ciudadanía de su
propio país.1 ¿Cómo se llegó a un momento tan dramático, violento y de aún
imperecedera polarización y enfrentamiento? Intentar, así sea una precaria y
discutible respuesta, será el objetivo de este Módulo “A 50 años del Golpe”.2

Para nuestro señalado objetivo hemos seleccionado un abanico de textos


de prensa, que abarcan las más representativas miradas de lo que explotó, ese
violento día de septiembre de 1973. Los autores seleccionados, inevitablemente
representan enfoques particulares, que no son aceptados por el conjunto de la
sociedad. Es más, cada texto de este Módulo puede ser contra argumentado con
base, y sobre todo con pasión de tener “la verdad” de su lado. Como muchas
veces hemos señalado en el transcurso de nuestros años de diálogo pedagógico,
en la historia “la verdad” es un tema de poder. Quienes tienen el poder son
capaces de imponer una determinada mirada. Y sobre todo construir una
hegemonía sobre lo que pasó. Claro está, según el lente de análisis con que se
piense un momento histórico. De esa forma este texto no aspira a imponer una
mirada, pero si deja en claro que defiende una verdad.
La lectura planteada, de lo que se desató con bombas, allanamientos,
tortura, asesinatos y dictadura esa mañana de hace medio siglo, es: las FFAA
rompieron el orden legal y atacaron la República, terminando con casi medio
siglo de legalidad democrática. Claro está, el quiebre institucional de Chile tiene
muchísimas explicaciones, algunas de ellas radicalmente contrapuestas. La
nuestra es fundamentalmente la siguiente, un ciclo de imprescindibles reformas
estructurales (ver periodo: 1964 a 1973) fue incapaz de asegurar los cambios
propuestos, porque no contaba con la fuerza para ello. Y como sabe cualquier
observador atento de los procesos históricos, las ideas y proyectos sin fuerza son
papel mojado.

1
Los resultados de las últimas elecciones parlamentarias, (domingo 4 de marzo de 1973) de la
democracia, vigente hasta el Golpe de Estado, tuvieron los siguientes resultados: la UP obtuvo un
43% de los votos, que equivale a 20 senadores y 63 diputados. La CODE, agrupación de los
partidos opositores al gobierno de la Unidad Popular, por su parte obtuvo un 56% de los votos,
quedando con 30 senadores y 87 diputados. En esta elección votaron: 3.687.105 personas,
cuando el país contaba con una población de: 10.200.000. Los resultados electorales reflejaron la
polarización del electorado, en un contexto de creciente crisis política y económica. Y a pesar que
la UP no obtuvo la mayoría absoluta, su votación fue importante, (superior al apoyo con el que
había llegado al gobierno en 1970) para frustrar los intentos de la CODE de obtener 2/3 de la
votación, necesarios para impulsar una acusación constitucional contra el Presidente de la
República. Información de: https://www.bcn.cl/historiapolitica/elecciones/detalle_eleccion.
Conviene recordar, y tener muy presente, que todos los últimos gobiernos desde el año 2010, por
lo menos, han gobernado con apoyos inferiores al 43% de la ciudadanía. Y ello no ha significado
que pierdan su legitimidad democrática.
2
El debate historiográfico sobre la analizada temática del Golpe de Estado, ¿Cómo se llego a esta
situación? ¿Qué factores fueron los determinantes? Y sobre todo, los efectos brutales en el campo
del terrorismo de Estado que se desato con el señalado Golpe, son un campo en absoluta
expansión y diversificación de sus enfoques, fuentes e interpretaciones. Ahora “acuerdo” y versión
única sobre este periodo no se avizora. Para comenzar a estudiar este tema conviene consultar
una obra de mucho peso investigativo: LA REVOLUCIÓN INCONCLUSA. La izquierda chilena y
el gobierno de la Unidad Popular. Del historiador: Joaquín Fermandois. Editorial CEP, Santiago,
2013.

2
La Unidad Popular, (UP) encarnada en el gobierno de Salvador Allende,
representó la culminación de los intentos de la izquierda chilena por llevar a cabo
su proyecto histórico, que a fines de los años sesenta era, sin confusión alguna,
construir el socialismo. Las fuerzas de la UP eran la encarnación local, de un
proyecto global. Una causa que apuntaba a crear un orden político institucional,
fundado en nuevos valores y estructuras sociales. Un ideal total, una verdadera
“cosmovisión”, que desde fines del Siglo XIX, se había conformado en las
sociedades occidentales más avanzadas. Y que sobre todo, desde 1917, con “la
revolución de octubre”, se expandía por el mundo con el objetivo de crear un
orden económico social sin diferencias materiales y con pleno e integrador
desarrollo en los ámbitos científicos, tecnológicos y culturales. 3

La idea que movía al movimiento social, político y cultural que encarnaba


la UP era la construcción del socialismo en Chile. Con la particularidad que esta
construcción sería por la vía pacífica e institucional. Era así, una transición al
socialismo en el marco del sistema político democrático, donde las fuerzas
“revolucionarias” irían ganando el poder en el marco de la ley y las instituciones
de la República. Como puede verse desde ya, era realmente “la cuadratura del
círculo”. La izquierda chilena quería “caminar sobre el agua”. Y fue esta dura
realidad, la cual las bombas explotando sobre La Moneda dejaron absolutamente
claro. Hoy, tras pronto cincuenta años, parece una verdad newtoniana, la
evolución de los acontecimientos, pero recordemos que los seres humanos hacen
su historia, sin saber los resultados de ella.

La UP quería inaugurar un nuevo modelo de transición al socialismo. Una


transformación donde la violencia no fuera “la partera de la historia”. Era este
afán humanista, de convencer y ganar voluntades más que imponer por la fuerza
el alma de la UP. Ahora, que quede bien claro, no toda la izquierda, tras el
gobierno de Allende, estaba convencida de la posibilidad real de llevar buen
puerto “la vía chilena”. Pero que quede por escrito desde ya, las opciones
partidarias del enfrentamiento armado, y en especial del verbo encendido, nunca
tuvieron los medios objetivos para llevar a cabo un plan B al planteado por la
Unidad Popular como estrategia madre. Y la prueba más indiscutible de esta
realidad política axiomática fueron los acontecimientos del propio 11 de
septiembre.

3
La izquierda chilena, al igual que la latinoamericana y en sí todo el movimiento político y social
que encarnó el socialismo, en sus diversas vertientes, fue un movimiento ecuménico
universalista. Es decir, las izquierdas, ya sean moderadas o revolucionarias, siempre se
pensaron como internacionalistas y modernizadoras. En este discurso, heredero de la modernidad
ilustrada, se sumaron elementos que venían del liberalismo progresista, para empezar la fe en la
ciencia y el progreso, con la fuerza del movimiento obrero, bajo influencia marxista o cristiana, y
en particular un papel determinante jugaron los intelectuales y artistas, que dieron forma,
sentimiento e imagen a un ideal que encarno, en el plano de la teoría, toda la sed y pasión por
la justicia, la paz y la igualdad que los seres humanos han conformado en el transcurso de siglos.
Por supuesto, la realidad de las experiencias socialistas, en su gran mayoría, no estuvieron, ni
están, a la altura de la teoría. Pero así y todo, con fracasos económicos, incapacidad
administrativa y -lo más triste- con derivas dictatoriales, los movimientos socialistas fueron
siempre parte de las luchas por mejorar las condiciones de los trabajadores y campesinos. Por la
liberación de las mujeres y las minorías étnicas oprimidas y discriminadas. La izquierda luchó en
decenas de selvas, montañas y barriadas contra el fascismo en todas sus formas, contra dictaduras
gorilas y administraciones títeres de las potencias imperialistas. De esa forma los herederos de
Marx, Lenin, Mao o Fidel fueron claves en la emancipación de los países del Tercer Mundo. Ahora
bien, la utopía no se cumplió nunca, el capitalismo mostró, y muestra, una increíble capacidad de
adaptación y transformación. Y sobre todo las personas, los seres humanos promedios y
mayoritarios, son más “el lobo del hombre”, que “el hermano del ser humano”. Sobre esta
temática, la bibliografía, escapa a la lectura de una persona, podemos recomendar entre cientos de
libros: EL PASADO DE UNA ILUSIÓN. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX . Del
renombrado historiador frances: François Furet. (Editorial FCE, México: 1995). LA ESPERANZA Y
EL DELIRIO. Una Historia de la izquierda en America Latina. Del historiador italiano Ugo
Pipitone. (Editorial Taurus, Buenos Aires: 2015). Y por último, y esto es solo para empezar: LA
UTOPÍA DESARMADA. Intrigas, dilemas y promesa de la izquierda en América Latina.
Del historiador mexicano Jorge Castañeda. (Editorial Ariel, Buenos Aires: 1994)

3
Ahora bien, la UP fue un laberinto de debates durante su breve vida
política; y sobre todo luego de la larga e interminable derrota. Los costos
humanos del fracaso político, los traumas y cicatrices de lo vivido producto del
fin de la “vía chilena” son demasiado profundos e imperecederos. Al punto que
medio siglo más tarde, los hijos e hijas; nietas y nietos, de los bandos
enfrentados en este ciclo político, aún no encuentran una versión compartida.
¿Era inevitable el “pronunciamiento” cívico militar esa mañana? ¿Había una
salida democrática a la crisis del gobierno de la UP? El cual, pese a su apoyo y
fuerza, era a todas luces menos de la mitad de la sociedad nacional. ¿La derrota
de la UP fue escrita en los escritorios del poder global? ¿Había fuga posible al
esquema de acero de la Guerra Fría? 4

Y de forma más local, y en el lente de “la larga duración”, un gobierno


declaradamente popular. Una alianza política que reivindicaba, sin mascaras, lo
plebeyo, moreno, mestizo y pobre. Un gobierno que se declaraba anti
imperialista y anti latifundista ¿Tenía alguna posibilidad real? Más aún, si los
cauces que utilizó la UP para desarrollar su estrategia política, eran la herencia
de los salones y las familias aristócratas criollas y europeas. Un sector social que
desde la primera mitad del siglo XIX había construido un país de ellos y para
defender y expandir sus intereses y mantener “las riendas del poder”. Todo
lo anterior, en el marco de una meditada subordinación y alianza geopolítica con
los imperios de turnos. Recordemos que la aristocracia criolla local, fue tan fiel
al “bien amado” imperio español primero; como luego lo fue a su majestad
británica; para terminar viviendo, ya hace casi un siglo, a la sombra del poderoso
país del Norte. Aquel gigante “donde la libertad es una estatua”, parafraseando
a nuestro plebeyo Nicanor.

En este flaco y telúrico país, pegado a la Cordillera, se construyó por siglos


un orden político social, donde lo que mandaba era el mentado y tristemente
célebre “peso de la noche”. Chile fue (¿sigue siendo aún?) un orden estamental
y mono religioso, donde las diferencias sociales, abusos e injusticias fueron
“normales” y sin cuestionamiento alguno. Una sociedad donde los de “arriba”
mandaban; y “los de abajo” obedecían, con la normalidad que el Sol asoma por
entre las montañas de Los Andes. Esta paz de los privilegiados, fue lo que se
comenzó a conmover desde los años veinte y treinta del siglo pasado, y de forma
violenta y caótica incluso antes, cuando las fuerzas de la modernidad, a caballo
sobre la modernización, comenzaron a alterar los equilibrios de poder, influencia
y prestigio (PIP) con los que había funcionado, por más de un siglo la República
de los apellidos “vinosos y bancosos”. Una democracia de salones y encajes, que

4
El debate, sobre “lo que pudo ser”; o “las vías alternativas” a la violencia que vivía el país a
mediados de 1973. Y en realidad con un escenario político social, altamente explosivo desde el
largo paro patronal de octubre de 1972, ha hecho correr la tinta a mares. ¿Había una salida
política pacífica, en el marco del Estado de Derecho? Para los sectores racionales y democráticos
sí; para los sectores que habían renunciado al dialogo y los acuerdos, esa salida “consensuada”,
ya era un imposible. Desde los sectores de la izquierda más radical y en especial desde la derecha
golpista, la violencia se había vuelto inevitable. Y el factor macro clave: Washington había decido
hace tiempo que Chile no sería “socialista”, costará lo que costará. Y en esa línea venían
conspirando e interviniendo desde antes que Allende asumiera el poder. A veces se suele olvidar
que en la historia de Chile cercanos a la derecha asesinaron a dos comandantes en jefe del
ejército, los Generales René Schneider y Carlos Prats. Se olvida reiteradamente, que los sectores
de derecha, durante el gobierno de la UP, practicaron todo tipo de atentados y terrorismo con el
objetivo de hacer colapsar y agudizar la crisis política económica, que objetivamente acorralaba la
administración de la Unidad Popular. Sin sabotaje, terrorismo e intervencionismo extranjero
¿Tenía posibilidades la “vía chilena”? La historia se piensa y analiza desde lo real. La dinámica de
los conflictos, del ciclo de las reformas estructurales, 1964-1973, inevitablemente agudizó los
miedos e impulso la polarización violenta de la sociedad. El “orden social”, el heredero de
latifundios, patrones, sacerdotes y status estaba bajo ataque y su reacción fue la conocida:
violencia, venganza y terror. El Chile tradicional se salvó esa mañana de septiembre, cuando la
otra casi mitad del país lloraba La Moneda en llamas. Una lectura fundamental para entender la
posición de la derecha es: CON LAS RIENDAS DEL PODER. La derecha chilena en el siglo
XX. De la destacada historiadora Sofía Correa Sutil. (Editorial Debolsillo, Santiago: 2011.
Primera Edición Editorial Sudamericana, Santiago: 2005)

4
después de todo, no fue más que la continuidad de las jerarquías configuradas
en los siglos coloniales.
Esta sociedad tradicional, donde los que lavan los platos y la ropa por
generaciones, eran siempre de un color; y los que gobernaban y tenían el poder
eran siempre de otro, comenzó a dejar de ser una ley del cielo, desde el ciclo de
los gobiernos radicales (1938-1952) cuando se sembraron los factores que
alteraron definitivamente la paz de los fundos, con la cual había funcionado
políticamente y socialmente el país. Esta dinámica de cambios modernizadores
comenzó a colocar en evidencia la mentira liberal que “todos somos iguales ante
la ley” y más aún la promesa que “todos tenemos iguales oportunidades”.
La Unidad Popular fue el mayor intento de crear una sociedad moderna en
Chile. Lo hizo inspirada en la utopía del socialismo, pues el capitalismo
dependiente en América Latina no había sido capaz de crear sociedades
modernas de verdad.5 En este afán de cambios, la izquierda allendista, peco de
un optimismo incauto. Creyó en la fuerza de la ley y el imperio del derecho, para
impulsar transformaciones que por fin hicieran que la “igualdad de
oportunidades” saliera del papel a la vida real. La UP apuntó su táctica, a que se
podía cambiar Chile con las leyes vigentes. Por supuesto el gobierno de Allende
cometió muchos y graves errores. Se apresuró demasiado, gasto en bienestar
social, lo que el aparato productivo aún no era capaz de producir. 6 Y lo más
grave, no calibró su fuerza real, versus las de sus enemigos. En definitiva, la
izquierda “pateo el avispero” del poder y los privilegios, esperando que ellos
reaccionaran con pasividad. Y como sabemos “los poderosos no se suicidan”, ni
renuncian a su poder voluntariamente. Bueno, los resultados son ampliamente
analizados desde hace 50 años. Claro está cada uno llora y defiende a los
propios.
Algunos últimos alcances para esta introducción, ya los textos que vienen
completaran el mosaico. La Unidad Popular, con el Doctor Salvador Allende a la
cabeza, no tuvo una fuerza militar propia. Era una revolución sui generis, en el
marco de la ley y la democracia. 7 Su fuerza fue la ciudadanía de izquierda y el
movimiento popular organizado. La UP tuvo libros, canciones, banderas, murales
y consignas, pero eso no sirve para enfrentar tanques, aviones, ametralladoras y
decenas de miles de soldados entrenados y adoctrinados en la idea del “enemigo

5
Sobre el particular es muy clara la historiadora Sofía Correa, en su libro ya aludido, “ Con las
riendas del poder”: "Al fracasar el proyecto de modernización capitalista, la derecha en su
conjunto se volvió preferentemente anticomunista. El temor al comunismo había dejado de ser
puramente retórico después de la Revolución Cubana y de la alta votación alcanzada por la
izquierda en las elecciones presidenciales de 1958. En esas condiciones, y con su electorado
fugándose hacia la Democracia Cristiana, la derecha terminó por apoyar incondicionalmente a Frei
en las elecciones presidenciales de 1964, a pesar de que éste proponía hacer profundas
reformas estructurales. La derecha no tuvo más opción que escoger entre dos revoluciones. Su
capacidad de negociación frente al reformismo había quedado sepultada por su temor al
comunismo y por el derrotismo que siguió al fracaso del proyecto de modernización capitalista
impulsado por el gobierno de Jorge Alessandri. En 1964 su capacidad para enfrentar los cambios
que le eran adversos había sido anulada por primera vez”. (Subrayado y cursivas en negrilla
propias. Pág. 292)
6
El corazón de los problemas estructurales del país, en el periodo 1920 a 1973, y en realidad
desde siempre, fue que la incapacidad económica productiva. La cual no permitía generar los
bienes y servicios suficientes para integrar de forma real a más de un cuarto a un tercio de la
población. Esta dinámica económica social, de minorías integradas, conviviendo con mayorías
marginadas, inevitablemente generaba problemas y situaciones conflictivas que, si o si, iban a
terminar mal. Y es más, esta incapacidad económica sigue siendo el corazón de nuestros actuales
problemas. Autores de renombre como Aníbal Pinto y Manuel Ahumada, por nombrar los de mayor
eco en el periodo, habían advertido, desde la década de los años 50´ del siglo pasado, que un
sistema político que integraba a millones de votantes; en el marco de un progreso económico del
que sólo beneficiaba un cuarto a un tercio terminaría muy mal. Y así fue. Sobre esta
problemática, es brillante el análisis, y sobre todo la evidencia científico estadística, que realizan
varios autores en el estudio: DESIGUALES. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social
en Chile. Editorial PNUD, Santiago: 2017.
7
Una locución adverbial procedente del latín que significa «de su propio género o especie», y que
se usa en español para denotar que aquello a lo que se aplica es de un género o especie muy
singular y excepcional, único, sin igual e inclasificable.

5
interno” y la necesidad de “eliminar el cáncer marxista”. Este asimétrico
enfrentamiento se resolvió de la forma esperada en sólo un par de horas.
A las 14:00 horas del martes 11 de septiembre, las FFAA y de policías
controlaban totalmente el país. Sólo en contados, y no coordinados, lugares
valientes militantes de izquierda empuñaban unas pocas armas para hacer frente
a la guerra declarada por los profesionales de ella. En este absolutamente
desigual enfrentamiento de baja intensidad las FFAA, las policías y pronto los
aparatos represivos secretos, no respetaron las “reglas de la guerra”. Se
ensañaron con los derrotados de forma absolutamente innecesaria e
injustificada. No tuvieron consideraciones de ninguna especie “por sus
compatriotas”, pasando a llevar las conductas mínimas que nos hacen humanos.

Desde el mismo 11 de septiembre, los prisioneros de guerra fueron


maltratados, humillados, muchos de ellos torturados y asesinados. Los
cadáveres de cientos de asesinados no fueron entregados a sus deudos. En
definitiva se cometieron decenas de miles de crímenes de lesa humanidad, ergo,
imprescriptibles. Los Derechos Humanos fueron violados de forma masiva y
sistemática. De una forma planificada y siguiendo claras líneas de mando.
Además, y no olvidar, se contó con la colaboración y aceptación para esta
violencia de importantes e influyentes dirigentes de partidos políticos de derecha
y organizaciones gremiales patronales. ¿Tiene todo este horror “justificación” y
explicación alguna? No lo tiene, fue esencialmente odio y venganza. A lo más,
con un esfuerzo, casi divino de comprensión analítica, el terrorismo de Estado
fue la violencia sin control de la contra revolución real y triunfante. La cual
cegada por odio y el miedo aplastó a la revolución de las canciones, las
consignas y la violencia artesanal de tomas y marchas. ¿Qué podían hacer
colihues contra fusiles? ¿Qué podían hacer un puñado de fusiles con las balas
contadas, contra todo un Ejército y un imperio triunfante?

¿Autocrítica? La Unidad Popular intento llevar a cabo una Revolución


“legal”. En el marco de la democracia liberal tradicional. Lo intento sin tener
mayorías ciudadanas y tampoco el grueso de las palancas del poder. Y estos
cambios siempre se buscaron en el marco de la libertad y el debate democrático.
El propio Salvador Allende, en particular, era muy consciente de los que
significaba la posibilidad cierta de una guerra civil. Y así cuando la defensa de la
paz se volvió un imposible, se aplicó lo que tan bien a resumido una importante
dirigenta política de derecha:"... la paz sólo se consigue cuando el contrincante
sabe que estás preparado, armado y dispuesto a ir al combate”. Los que
estaban preparados y dispuestos a ir al combate esa mañana de septiembre,
fueron un puñado, tal vez unas decenas cuando mucho. Y sus armas eran pocas
y no tenían nada de alto calibre como para atacar aviones o tanques con
capacidad efectiva.

El combate inmortal de La Moneda, con quijotes empuñando fusiles Akas,


con el propio presidente de la República de chaqueta formal y casco abrazando
su fusil, quedó como testimonio infinito que esos pocos compañeros cumplieron
su palabra. Y ese día libraron su batalla de la Termopilas, sabiendo que el único
resultado era la derrota. Pero estuvieron a la altura. El GAP, y unos pocos
miembros de la Policía de Investigaciones, pusieron el pecho a las balas, cuando
la República y la democracia eran asesinadas bajo la metralla y las bombas.
Desde entonces todo ha ido de derrota en derrota. La última fue el 4 de
septiembre del año 2022. Qué lejos quedó el “pueblo unido jamás será vencido”
Que difícil repetir “tengo fe en Chile y su futuro”. Pero como sabemos, nadie
puede anticipar con qué pasado se escribirán las líneas, cuando sean cien años
los que se cumplan del Golpe. Quién escribe estas letras ya no estará junto a
ustedes. Tal vez alguno de los que leen estos párrafos recuerde este texto,
cuando pase, esa brisa del tiempo que son: “50 años más del golpe de Estado”.

Profesores: L. Urrutia/J. Canales


Santiago, Maipú. Invierno 2023.

6
COLUMNISTA INVITADO: DANIEL MATAMALA

A MODO DE INTRODUCCIÓN COLUMNA DE: DANIEL MATAMALA

Texto 0: MARCAS BAUTISMALES

LA TERCERA, DOMINGO 9 DE JULIO 2023

El 11 de septiembre de 1973, quienes habían acompañado al Presidente Allende


en sus últimas horas en La Moneda se entregaron a los militares que bombardeaban el
edificio símbolo de la moribunda democracia chilena.

Veinticuatro de ellos fueron torturados por dos días antes de ser ejecutados,
y sus cuerpos, desaparecidos.

Los médicos Enrique Paris, Georges Klein y Héctor Pincheira, el sociólogo Claudio
Jimeno, el ex gerente del Banco Central Jaime Barrios y el intendente de Palacio Enrique
Huerta fueron algunos de los asesinados.

Ese mismo 11 de septiembre, en distintos puntos del país, desaparecieron, entre


otros, el contador Guillermo Arenas y el dirigente sindical Iván Miranda. En las 24 horas
siguientes fueron asesinados el instalador sanitario Benito Torres, el dirigente sindical
Tito Kunze, el chofer de la embajada de la RDA Drago Gojanovic, la funcionaria de la
Universidad Técnica Marta Vallejo y el reportero gráfico Hugo Araya.

El estudiante de 14 años de edad Luis Retamal fue ultimado por agentes del
Estado dentro de su propia casa. Los exiliados uruguayos Alberto Fontela y Juan
Cendán, el ingeniero brasileño Tulio Quintiniano, el suplementero Luis Marchant, y el
relacionador público Ernesto Traubmann fueron secuestrados y desaparecidos.

Mientras los escombros de La Moneda aún humeaban, el músico Víctor Jara, el


director de Prisiones Littré Quiroga y muchos otros fueron torturados y ejecutados.
Sus muertes fueron disfrazadas con mentiras. De Quiroga, la dictadura dijo que
“fue muerto por delincuentes habituales”. De Jara, que “murió por acciones de
francotiradores”.

Podríamos seguir por páginas y páginas listando las historias del horror. Pero el
punto está hecho: desde el primer minuto de su toma del poder, la dictadura
estableció la muerte, la sangre y la crueldad como sus marcas bautismales.

El golpe fue un acto de brutalidad extrema. El Palacio de La Moneda y la


residencia presidencial de Tomás Moro fueron bombardeados múltiples veces, en
misiones de exterminio contra el Presidente Allende y su familia. “Se mantiene el
ofrecimiento de sacarlo del país. Pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando”,
dictaba Pinochet al general Carvajal, refiriéndose a Allende, el superior jerárquico a quien
tan obsequiosamente había tratado hasta unas horas antes.

El horror se desató de inmediato.

Así lo reconoció días después del golpe Jaime Guzmán. En una carta a los
líderes golpistas definió el bombardeo de La Moneda, las ejecuciones sumarias y otros
actos de violencia como “la quema de las naves de Cortés”. Guzmán les advirtió que
esos crímenes serían juzgados “relativamente pronto de acuerdo a criterios democráticos
(… y) no serían fáciles de defender si la Junta solo representara un paréntesis histórico”.

A la luz de estos hechos, ¿puede separarse el golpe del 11 de septiembre de las


violaciones a los Derechos Humanos, como si fueran hechos independientes?
Evidentemente no.

Por eso, las declaraciones de Patricio Fernández fueron un error. “Lo que
podríamos intentar acordar es que sucesos posteriores a ese golpe son inaceptables en
cualquier pacto civilizatorio”, señaló el entonces coordinador de la conmemoración de los
50 años, distinguiendo entre el hecho mismo del golpe y los “sucesos posteriores”.

7
Pero en un pacto civilizatorio, destruir la democracia a sangre y fuego es en
sí inaceptable. No existe un golpe sin violación de derechos humanos, y menos uno tan
brutal como el del 11 de septiembre.

Eso no borra, por cierto, la necesidad de un debate crítico sobre los hechos
previos al golpe, incluyendo la responsabilidad en ellos de la izquierda, la UP y el propio
Allende. Pero entender no es avalar. Explicar no es justificar. Dar contexto no es
incluir al golpe dentro de ese “pacto civilizatorio” de quienes nos consideramos
demócratas.

En estos días han resurgido discursos que buscan justificar el 11. Se cita una
resolución de la Cámara de Diputados, siendo que la única manera legal de destituir al
Presidente era mediante un juicio político que no se realizó. Se recuerdan las palabras
de Frei y otros líderes de la DC, como si el error histórico de quienes confiaban en una
pronta restauración democrática fuera aún argumento medio siglo después.

Se repite que el golpe tuvo apoyo popular. Ello es imposible de verificar: fue una
masacre, no un plebiscito. Pero aun si hubiera sido así, ello no quita que, 50 años
después, el Estado de Chile deba tener una postura inequívoca al respecto.

La esclavitud en los estados confederados y el ascenso de Hitler fueron populares


en su momento, y no por ello hoy Estados Unidos y Alemania relativizan su horror. Las
causas de la esclavitud y el nazismo se explican, por cierto, pero partiendo desde una
inequívoca condena ética.

Los diarios de estos días vienen repletos de columnas, entrevistas y editoriales


acusando “cancelación” y censura por las críticas a Fernández. Las quejas de los
supuestamente “silenciados” se despliegan en portadas y a página completa,
contradiciendo desde su propia presentación su contenido.

El derecho a opinar es sagrado, como también lo es el derecho de otras


personas a discrepar públicamente de esas opiniones. Y los cargos en el Estado
están unidos a la responsabilidad: cuando se opina desde un puesto político de
relevancia, esas declaraciones pueden tener consecuencias.

El Estado chileno no puede ser neutral sobre el golpe. La destrucción de la


democracia es inaceptable, tanto hace medio siglo como hoy. Ese consenso es la única
manera de construir un futuro compartido, en democracia y en paz.

Y es el respeto que merecen las memorias de Jara y Quiroga, de Paris y Jimeno, y


de tantos otros para quienes el horror con que nacía la dictadura llegó de inmediato, sin
tiempo para disquisiciones falaces entre el golpe y los hechos “posteriores”.

La Moneda, un edificio del Siglo XVIII, EL SIGLO DE LAS LUCES, es destruida por las
bombas de la Fuerza Aérea de Chile. El máximo símbolo del asesinato del sistema
democrático.

8
PRIMERA PARTE: EL CHILE DE HACE 50 AÑOS
Texto 1. EDUCACIÓN: EL TIEMPO SUSPENDIDO
23 junio, 2023
De todos los fenómenos sociales, la educación es quizá el que mejor
refleja los cambios que la sociedad experimenta. Ello proviene de la índole que
posee. Por una parte, la educación es un mecanismo a cuyo través una cierta
conciencia colectiva pasa de una generación a otra; por otro lado, es formadora
de las élites, al menos en los niveles superiores. El primer rasgo hace de la
educación un aspecto clave de la identidad social; el segundo, un lugar donde
quienes se situarán por arriba en la escala invisible del prestigio y del poder
aprenden a desempeñar su papel.

Así, cuando la educación experimenta cambios, ello se refleja tanto en la


conciencia de sí misma que la sociedad transmite, como en el tipo de élites, de
minorías intelectuales o profesionales que va formando.

Ambas dimensiones hacen de la educación un verdadero campo de batalla


cultural.

Hace cincuenta años, como se muestra en estas páginas, la sociedad


chilena estaba en proceso de tránsito. Y ello se reflejaba muy intensamente en
cada uno de esos niveles.

Desde luego, el papel transmisor de la cultura que se efectúa mediante el


sistema escolar está en esos años muy presente y la conciencia de que la
sociedad se estructura en clases está muy viva. Y ello explica en parte muy
importante la ENU (la Escuela Nacional Unificada). Proveer a todos los niños
y niñas de una misma experiencia cognitiva y social contribuiría, se
pensó entonces, no solo a fortalecer una misma conciencia colectiva,
sino también a sentar las bases de la igualdad. Evitar que el sistema
escolar transmitiera la posición de clase y que la cuna no marcara a fuego el
destino personal fue el objetivo explícito, y valioso, de esa iniciativa.

Esa mayor conciencia acerca de la centralidad de la educación, se


manifestó, también, en la educación superior. Esta había experimentado una
muy rápida expansión. Mientras en 1940 solo un 1,7% del grupo entre 20
y 24 años estaba incorporado a una institución universitaria, y el año
1960 un 4%, en 1973 esa cifra se empinaba a 16%. Para esta fecha casi la
mitad del gasto público en educación iba a las universidades. Esta expansión
estuvo acompañada de una creciente conciencia por parte de quienes iban a la
universidad de su situación privilegiada. La expansión de la matrícula contribuyó
a acrecentar, entre quienes accedían, la conciencia de que la mayoría estaba
excluida.8

Hace cincuenta años hubo pues un profundo cambio cultural.

8
NOTA EDITORES. Quizás nada refleja de forma más explícita e indiscutible la desigualdad e
imperio de los privilegios de la sociedad chilena, que las cifras de acceso a la educación superior.
El Chile tradicional, era un país donde la mayoría, con suerte, tenía 3 a 4 años de educación básica
y menos de 2 de cada 100 estudiantes, en 1940, llegaba a la universidad. Así como también los
cambios impulsados por el “Estado Compromiso” encuentran su mejor expresión en la ampliación
del acceso a la educación superior, 1 de cada 6 en 1973. He ahí la explicación más simple y clara
de lo que le paso a la democracia modelo 1925. Ella funcionó mientras la educación fue un
privilegio, cuando la educación se democratizó, en algún grado, el sistema no soportó la demanda
por igualdad de derechos. Sobre esta temática es de mucha utilidad leer: EL LICEO. Relato,
memoria, política. De la historiadora: Sol Serrano. Editorial Taurus, Santiago: 2018. En la
misma línea, pero sobre la educación universitaria se recomienda: DILEMAS DE LA EDUCACIÓN
SUPERIOR. El caso de la Universidad de Chile. De: Alan Meller y Patricio Meller. Editorial
Taurus, Santiago: 2007. Y finalmente sobre la persistencia de los privilegios e injusticias en el
sistema escolar: LA MENTIRA NOBLE. Sobre el lugar del mérito en la vida humana. De
Carlos Peña. Editorial Taurus, Santiago: 2020.

9
Se tomó conciencia de que el aparato escolar, el sistema escolar, era clave
en la reproducción de la estructura de clases y que si se quería acabar con ella, o
moderar su impacto en la trayectoria vital de las personas, era imprescindible
igualar la experiencia educativa.9 Es cierto que una de las inspiraciones
ideológicas del proyecto (la idea de aparatos ideológicos del Estado, de
Althusser) influyó en ese proyecto que, sin embargo, tenía un propósito valioso
que a cincuenta años sigue poseyendo sentido. Los estudiantes universitarios,
por su parte, tenían una conciencia agudizada acerca de la situación de privilegio
que poseían en una sociedad que (no obstante la expansión que el sistema había
experimentado hacia 1973) seguía excluyendo a las grandes mayorías. 10

La pregunta que, luego de cincuenta años cabe plantear, es la siguiente:


¿qué cambios se han experimentado?

Si dejamos de lado la expansión del sistema escolar y la elevación de la


escolaridad a doce años (un objetivo alcanzado recién en el gobierno de Ricardo
Lagos) no cabe duda de que el problema planteado por la ENU (el problema,
cabe subrayar) sigue estando plenamente presente y hasta ahora sin solución:
¿cómo evitar que el sistema escolar reproduzca con fidelidad el origen de clase?
Una de las ironías de esta última década es que nunca se habían hecho mayores
esfuerzos discursivos por evitar que la educación reprodujera la cuna; pero
nunca ello se había acrecentado más que en el último tiempo, con el agravante
de que el acceso masivo a la educación superior oculta o disfraza la profunda
estratificación escolar que sigue existiendo.

En el caso de la educación superior, son dos etapas generales las que


quizá habría que distinguir. Una de ellas, que alcanza los largos años de la
dictadura, es la época que Jorge Millas llamó de la universidad vigilada.
Entonces la comedia (un rector militar lanzándose en paracaídas en un campus
universitario), la tragedia (profesores desaparecidos en las narices de la
autoridad universitaria) y la impostura (profesores mediocres que a falta de
debate se erigieron en intelectuales) poblaron la universidad. La otra comienza a
aparecer luego de recuperada la democracia y el debate; pero entonces poco a
poco, la conciencia agudizada de los universitarios acerca de la exclusión de las
mayorías, se transformó en una conciencia agudizada de sus propias
reivindicaciones.

Como se ve, uno de los problemas está suspendido en el tiempo


puesto que sigue pendiente lograr que el sistema escolar no reproduzca
la cuna; el otro ha desaparecido puesto que el proceso de individuación que ha
experimentado la sociedad chilena ha sustituido en los jóvenes la conciencia del
privilegio, por la conciencia de sus propias incomodidades. (Emol)
Carlos Peña

9
NOTA EDITORES: El sistema escolar es la máquina de distribuir roles en la sociedad. El punto
es que no todos los estudiantes van al mismo sistema. Unos, los más, van a escuelas que no
funcionan como escaleras sociales. Y en realidad funcionan “bien”, en poco o nada. Otros, una
minoría, van a escuelas donde en primero básico se puede “predecir” cuantos puntos tendrá un
estudiante en la PAES. Así de real, así de crudo y verdad. Sobre esta temática la bibliografía es
muy extensa. Una obra inundada de datos brutales, sobre la inoperancia del sistema escolar de la
mayoría de Chile es: EDUCACIÓN CON PATINES. De Arturo Fontaine y Sergio Urzúa. Editorial
El Mercurio, Santiago: 2018.
10
NOTA EDITORES: Las fuerzas sociales que sacaron de quicio a los sectores moderados y
conservadores, durante los años de la Unidad Popular, movimientos que venían de antes claro
está, fueron de varías y diversas. Destacaron por su masividad: campesinos organizados, obreros
sindicalizados y pobladores politizados. Ahora ningún movimiento político social fue tan
determinante como el movimiento estudiantil universitario, y en menor medida el secundario, por
la variable de masa crítica que involucraba. Y claro está, “la peligrosidad” que implicaba el hecho
que los estudiantes universitarios de la época fueran en su mayoría de capas medias. Algunos
partidos de la nueva izquierda del periodo (ver en especial: el MAPU. Movimiento de Acción
Popular Unitaria y el MIR. Movimiento de Izquierda Revolucionaria) sólo son comprensibles, en sus
características, por el peso cualitativo que tenían en ellos los sectores universitarios. Las
universidades, en especial las públicas, pagarían, en todos los planos, muy caro este protagonismo.

10
Texto 2. LA MANO DEL TIEMPO
19 mayo, 2023
Dentro de todas las cosas que dijo Sartre —y dijo muchas, todas o casi todas
inteligentes— una de las más relevantes fue la de que la existencia humana estaba
siempre situada. Con ello quería él decir que lo que hacemos o pensamos siempre lo
hacemos o lo pensamos al interior de una cierta situación, reaccionando frente a ella con
alergia o con agrado, motivo por el cual lo que hacemos o pensamos casi nunca nos
pertenece del todo: es la situación, la circunstancia prefería decir Ortega, el mundo en
derredor, la que en parte importante lo explica.

Y eso vale especialmente para la política. Si no lo cree, se convencerá al revisar


estas páginas.

Es que ellas muestran de manera flagrante hasta qué punto la actitud ideológica
de los partidos y de los gobiernos depende, en parte importante, del contexto que los
rodea y hasta cierto punto los configura.

Hace cincuenta años el fin de la historia, es decir, la expiración de las grandes


utopías, todavía no se había producido.11 Este es el dato fundamental. La cultura política
estaba entonces inflamada por los grandes relatos (imágenes del futuro donde el tiempo
culminaba), especialmente la de la izquierda. Aunque no solo ella. También la Decé,
como lo prueba el hecho de que por esos mismos años Frei Montalva escribía “ Un
mundo nuevo”, abogando por una tercera vía. Y la propia dictadura que siguió al Golpe
abrazó una utopía, según mostró Mario Góngora. E incluso la Iglesia estuvo tentada de
transformar la buena nueva en proyecto intramundano con los Cristianos por el
Socialismo. Y esos relatos, en el caso de la izquierda, contaban con una realidad
concreta, la de Cuba, la de Europa del este, donde se simulaba su realización. Hoy
sabemos que no era así, que eran esfuerzos prematuramente fallidos, pero entonces o no
se sabía o no se quería saber.

En esos tiempos lo que hoy parece desmesurado no lo era. Porque no eran las
ideas las desmesuradas, sino la realidad frente a la que ellas reaccionaban.

Eran los tiempos de la descolonización (que mostraban que el imperialismo había


sido una realidad y seguía existiendo bajo nuevas formas como la propia experiencia del
golpe y la intervención de EE.UU. en Chile lo probará); entonces al norte industrializado
lo acompañaba un sur empobrecido y eso parecía una condena (por esos años Willy
Brandt nombró la Comisión Norte Sur de la que Frei formó parte); las teorías en
economía política sugerían que Chile, en el circuito del capitalismo, solo podía aspirar al
desarrollo del subdesarrollo (y Gunder Frank tenía tanto éxito en la izquierda como
después lo tendría Hayek en la derecha); la democracia era una forma encubierta de
dominación (y por eso su valor era meramente instrumental y se la arrojaba lejos cuando
se revelaba inútil para los propios fines). En medio de ese panorama entonces, en medio
de esa situación, la política de la izquierda no parecía, en modo alguno, descabellada,
como lo parecería hoy si se prescinde de los acontecimientos y procesos frente a los
cuales ella reaccionaba.

Hace cincuenta años la existencia social y política consistía en tomar partido por
alternativas irreconciliables.12 Cada bloque —EE.UU. de un lado, la URSS del otro—
presentaba un dibujo de la existencia social e histórica perfectamente opuesto. Y cada
uno de esos lados reclamaba una fe ciega y parecía dispuesto a cualquier cosa para
obtenerla.

11
NOTA EDITORES. En esta explicación, sobre el peso de una época, en todos los ámbitos, Carlos
Peña da en el clavo de forma maestra. Para explicar los años de la Unidad Popular, y en si toda la
época de los “ismos”. Es decir, la época donde las ideologías y sus estructuras partidarias definían
el conjunto de la vida de millones y millones de personas, en todas las sociedades inmersas en la
dinámica del los choques ideológicos de la modernidad. En la actualidad, y sobre manera para una
generación donde lo más importante es unas zapatillas o un tatuaje, pensar que se creía y vivía de
acuerdo a un conjunto de afirmaciones, e incluso sentidos del curso de la historia, resulta
simplemente un cuento de hadas y encantamientos.
12
NOTA EDITORES Esa era la clave epocal: “tomar partido”. Vivir sin partido, sin saber quiénes
eran “los nuestros, los aliados y sobre todo quién era el enemigo”, era la peor de las opciones. La
neutralidad era ser enemigos de todos los bandos. Eso volvió tan especial esta época. Dónde se
tomaron La Catedral y la Casa Central de la PUC. Esos años cuando en plena Alameda se podía
leer grande y claro: “CHILENO: EL MERCURIO MIENTE.” Si eso, no fue “morder piedras” ¿Qué
fue entonces?

11
¿Cambió la situación para Chile luego del Golpe?

Sí, pero desde el punto de vista político no para bien. Pinochet fue un socio
incómodo de EE.UU., y a la vez un verdadero paria, un descastado, un proscrito, un
excluido en la escena internacional, lo más parecido, visto a la distancia, a la situación de
Franco en la posguerra. Incluso un dictador como Marcos se permitió hacerle desaires.
La situación fue distinta desde el punto de vista económico: Chile se incorporó poco a
poco al circuito del comercio internacional. Esa paradoja insinuó lo que sería el mundo
de hoy: particularismos estatales en medio de un mercado global.

Para los inicios de la transición el mundo había cambiado.

Los socialismos reales fracasaron (y hoy solo subsisten esperpentos), el mercado


se globalizó y la ola democrática comenzó a bañar a casi todos los países. Vino entonces
el largo período de tres décadas en que Chile se modernizó. La izquierda dejó el
antiimperialismo y el latinoamericanismo y se puso pragmática, amistosa con la
modernización capitalista, anhelante de acuerdos comerciales. 13

Hasta que llegó octubre del año 2019 y el discurso antiimperialista y el sueño
utópico pareció renacer: se elaboraron relatos escatológicos sobre el fin de capitalismo,
el decolonialismo, el decrecimiento y el buen vivir, cosas así. Los viejos propósitos y
lemas hicieron amago de despertar; pero, se sabe ahora, nada de eso resultó porque la
mano del tiempo ya había borrado el entorno que los mantenía en estado de alerta y de
vigilia. (El Mercurio)
Carlos Peña

UN SOLDADO DE LA RDA CORRE HACIA EL “MUNDO LIBRE”

13
NOTA EDITORES. En la evolución y renovación de las izquierdas, en todos los países de la
órbita Occidental, fue fundamental la toma de conciencia empírica que los “socialismo reales”
habían derivado en dictaduras de partido único. En nuevas formas de privilegios que hacían
realidad aquello, que en el socialismo “algunos son más iguales que otros”, al decir de G. Orwell. Y
lo más determinante, en la competencia económica las potencias capitalistas fueron más eficientes
y productivas. El Segundo Mundo perdió la carrera con el Primero. Quizás donde fue más
expresiva esta derrota material, fue en la competencia entre las dos Alemanias. Y en particular en
su epicentro, el dividido Berlín, con dos sistemas separado por un vigilado Muro. La verdad que
todos querían pasar de la RDA a la RFA se volvió inocultable, por más que el Muro fuera cada vez
más alto y solido. EL capitalismo y su red de mega empresas globales, supo crear un mundo con
mucho más brillo y seducción para las grandes mayorías. Los valores éticos y la conciencia sobre
la humanidad o la paz mundial, poco podían hacer contra bebidas gaseosas y ratones humanizados
vestidos con ropa de marca. El rojo triunfante fue finalmente el de: “tome Coca Cola”.

12
SEGUNDA PARTE: CHILE DIVIDIDO Y ENFRENTADO
Texto 3. ALLENDE: DEMÓCRATA Y SOLITARIO
19 junio, 2023
Cercanos los 50 años de su muerte por mano propia, algunos chilenos vuelven a
discutir si Salvador Allende fue o no un demócrata. No es raro, el talante político de
Bernardo O´Higgins siguió controvertido medio siglo después de su muerte en el exilio. 14

Extramuros es diferente. Luis Alberto Sánchez, gran intelectual y patriarca del


APRA peruano, lo describió en sus memorias como “un socialista sincero”, que se alejó de
sus amigos apristas por influencia de Fidel Castro. El discurso con sus últimas palabras
es una pieza clásica de los textos políticos a nivel global. En las más diversas ciudades
del mundo tiene estatuas y su nombre está en plazas y calles. Esto ratifica lo que el
mismo Allende decía, con humor, cuando se golpeaba un antebrazo: “toque aquí,
compañero, ésta es carne de estatua”.

Como contrapunto interesante, Henry Kissinger no quiere recordar que lo definió


como “enemigo jurado de la democracia”. Castro, por su lado nunca rectificó su
invención de que Allende murió como un guerrillero… pero tampoco la repitió. Por eso,
cuando dos décadas después se levantó el monumento a Allende a pocos pasos de la
Moneda -su última residencia en la tierra-, hubo una suerte de resignación en sus
adversarios o enemigos y también una reacción llamativa: “Sólo falta que lo canonicen”,
dijo Lucía Hiriart, esposa del entonces exdictador y senador vitalicio Augusto Pinochet.

Vidas poco paralelas

Hoy se sabe que Allende había acumulado decisiones duras y dramáticas para ser
liberadas y comunicadas el 11 de septiembre de 1973, en palacio, donde él estaba “para
defender la dignidad del cargo”. En paralelo, el lenguaje de Pinochet en sus diálogos con
otros militares, ese mismo día, fue anticlimático. Las grabaciones existentes muestran
que no dejó huellas de caballerosidad y que hasta pasó por su mente la posibilidad de
subir al presidente a un avión “y después se cae”. Tras el desenlace, sondeó la
posibilidad de exiliar su cadáver: “Hasta para morir tuvo que joder, habría que enterrarlo
en Cuba”. Paradójicamente, un desinformado Allende se había preocupado por su
suerte, pues lo suponía prisionero de los líderes del golpe.

En cuanto a responsabilidades políticas la diferencia es todavía más profunda,


pues Allende las asumió con su propia vida. Pinochet, en cambio, nunca asumió la
indelegable responsabilidad del mando, propia de cualquier jefe militar. Las graves
violaciones de los derechos humanos durante su dictadura las endosó a sus subalternos y
luego, ante los jueces, invocó una supuesta discapacidad mental.

14
NOTA EDITORES. El Doctor Salvador Allende G, militante del Partido Socialista desde sus
orígenes fue sin discusión alguna un hombre parte del juego político institucional. Desde sus años
de estudiante de medicina en la Universidad de Chile participó en instancias de organización
estudiantil, y por ende de debate y competencia política democrática. Fue diputado, senador,
ministro de salud y por largos años dirigente del Colegio Médico. A la par de cuatro veces
candidato a la presidencia, en las que en tres oportunidades aceptó la derrota electoral, en el
marco del juego democrático. Es decir, cuestionar las credenciales democráticas de Salvador
Allende, en el marco del orden político liberal burgués, ver Constitución de 1925, es simplemente
irracional. Lo concreto, lo empírico, es que el gobierno de la Unidad Popular se enmarcó en el
orden constitucional vigente en ese momento. Ahora, todo esto, no niega que en el periodo 1964 a
1973, los discursos “revolucionarios” no jugaran un papel clave en la dinámica de los
acontecimientos. Pero la pregunta obvia es: ¿Chile, estaba a punto de explotar en una revolución
social violenta en esos años? Por el lado de la izquierda, lo probado es que no había esa capacidad
real. Distinto es lo efectivo, que sectores de derecha si tuvieron la capacidad de llevar a cabo una
revolución para imponer, a sangre y fuego, “su revolución”. Sobre la figura y trayectoria
democrática del Presidente Allende se puede leer el reciente libro: SALVADOR ALLENDE. La
izquierda chilena y la Unidad Popular. Del Doctor en Ciencias políticas, Daniel Mansuy.
(Editorial Taurus, Santiago: 2023). Sobre aspectos más biográficos del Presidente mártir, una muy
detallada investigación es: ALLENDE. Un ensayo psicobiográfico. De la historiadora Diana
Veneros. (Editorial Sudamericana, Santiago: 2003). Sobre los discursos “revolucionarios” de esos
años, la lectura ideal es: SU REVOLUCIÓN CONTRA NUESTRA REVOLUCIÓN. Izquierdas y
derechas en el Chile de Pinochet. De los historiadores: Verónica Valdivia, Rolando Álvarez y
Julio Pinto. (Editorial LOM, Santiago: 2006)

13
Amistad complicada

¿De dónde viene, entonces, ese concepto de Allende como enemigo de la


democracia?

Creo que ese calificativo no puede fundarse en textos, discursos o actos públicos
de Allende, en sus más de 40 años de actividad. Contrariando a Kissinger, ni siquiera lo
compartía Nathaniel Davis, embajador de los Estados Unidos durante su mandato. En su
libro Los dos últimos años de Salvador Allende -a mi juicio una de las semblanzas
más perceptivas y equilibradas del expresidente- lo reconoce como un demócrata que
verdaderamente quería llevar a Chile hacia el socialismo a través de los medios
institucionales.

Al parecer, la descalificación de Allende como demócrata se apoya, en lo


fundamental, en su compleja y asimétrica amistad con Castro. Marginalmente, suelen
citarse frases que dijera en una entrevista que le hizo y editó Regis Debray, entonces
publicista del mismo Castro y en un controvertido proyecto de reforma constitucional
sobre el Área de Propiedad Social que, naturalmente, manejaron abogados.

Paradójicamente, Castro atornillaba al revés del interés allendista, pues temía que
el éxito eventual de “la vía chilena” liquidara su vía guerrillera y, por ende, su liderazgo
regional o tricontinental sobre las izquierdas revolucionarias.15 En 1971 vino a Chile, en
insólita visita de 25 días, que sirvió para alentar a los castristas chilenos y agrupar a la
oposición. Más insólito aún fue lo que ya recordamos: ese discurso suyo “de homenaje”
a Allende en el cual le falsificó su muerte. Inventó que, tras destruir un tanque con un
bazucazo, había muerto en duelo singular con los militares. Acribillado a balazos, fue
una invención destinada a acreditar sus tesis propias, pues terminó diciendo que “los
chilenos saben ya que no hay ninguna otra alternativa que la lucha armada
revolucionaria”. Con razón Gabriel García Márquez, que lo conoció de cerca, dijo: “No
creo que pueda existir en este mundo alguien que sean tan mal perdedor”.
Desunida Unidad Popular
A vida cumplida, está claro que la eventual dictadura proletaria fue ajena a
Allende y que la razón de su fracaso estuvo en la inviabilidad de su proyecto.
Doloroso decirlo para quienes lo compartimos y/o implementamos. Era utópico,
en plena Guerra Fría, ejecutarlo desde las instituciones, con base en sólo un tercio del
electorado y, sobre todo, con los partidos de izquierdas sin una estrategia compartida.
Es que el presidente no sólo chocó con la oposición de derechas, el recelo de
Castro y la desestabilización inducida por Richard Nixon con apoyo de Kissinger.
También sufrió las almas antagónicas de la Unidad Popular, su alianza de
gobierno. En su propio Partido Socialista la línea mayoritaria la lideraba Carlos
Altamirano, convencido de que el enfrentamiento armado era inevitable. En el Partido
Radical, el Mapu y la Izquierda Cristiana hubo escisiones profundas entre los
sostenedores del proyecto allendista y los entusiastas de un marxismo-leninismo en
versión castrista. Los comunistas, que fueron su apoyo más firme, no se resignaban a
revisar su disfuncional tesis de la dictadura proletaria. Su jefe Luis Corvalán,
entrevistado al respecto por su camarada periodista Eduardo Labarca, a lo más concedió
que el gobierno se encaminaba hacia “una dictadura legal del pueblo de Chile”.

15
NOTA EDITORES. La pugna al interior de la Unidad Popular, radicó entre los sectores legalistas,
papel clave jugó en esa línea el Partido Comunista. Versus sectores del Partido Socialista, que
esgrimían un discurso más rupturista. Esta opción por la “vía armada”, era más en las palabras,
en la mayoría de los militantes que adscribían a las posiciones maximalistas, que los hechos
concretos. Por otro lado, que la derecha tenía sectores partidarios de la violencia
contrarrevolucionaria no era un misterio. Más aún, pensando en las experiencias vividas en todos
los ciclos de cambio transformador durante el siglo XX. Particular peso jugó en los debates la
dinámica vivida por la derrotada República Española, entre 1931-1939. Rol particular, y muy
determinante en los debates al interior de la UP, jugó el magnetismo y ejemplo de la Revolución
Cubana. La cual, desde 1959 había creado un modelo “armado y frontal”, que en varios lugares de
América Latina se quiso replicar. No reflexionando en profundidad, las particularidades del caso
cubano, y sobre todo de la legendaria dirigencia del mismo proceso. Para Chile el principal
representante del “encantamiento cubano”, fue el MIR, movimiento político-militar creado en
agosto de 1965. Un partido, que de principio a fin vivió enamorado del ejemplo revolucionario del
Movimiento 26 de Julio. El MIR sería perseguido con saña y sin respeto por las reglas de la guerra
cuando las FFAA tomaron el control total del país. Sobre estos debates al interior de la UP y el
papel del MIR, consultar: EL TRES LETRAS. Historia y contexto del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR). Del historiador Sergio Salinas. (Ril editores, Santiago: 2013)

14
Era el costo en diferido del proceso electoral previo. Como Allende no era el
candidato natural de su propio partido, su mandato nació enredado en
compromisos que atentarían contra su coherencia y gobernabilidad. Durante tres
años, debió consensuar (“cuotear”) hasta los cargos menores. Desde su frustración,
muchas veces optaba –esto me consta- por dar instrucciones directas a los mandos
medios. De ahí, también, su aprecio por la disciplina y pulcritud del establishment
militar, expresada en su alta consideración hacia el jefe del Ejército, general Carlos Prats.
Todo eso solía expresarlo, sarcástico, diciendo que, como Presidente, él era un simple
coordinador de los partidos de la Unidad Popular.
En julio de 1972, percibiendo lo explosivo de la polarización en desarrollo, envió
una carta a los jefes de los partidos oficialistas, denunciando como inconcebible la
pretensión de desconocer “el sistema institucional que nos rige”. Pese a ser dirigido a un
colectivo, el documento no pudo ser respondido colectivamente. Cada jefe respondió por
su cuenta.
Si alguna vez un gobernante conoció verdaderamente la soledad del mando, ése
fue Allende. Todo Chile pudo asomarse a su drama interno en mayo de 1973, cuando en
pleno discurso soltó un sollozo ante las cámaras.

Soledad sin mando

Al filo del último día, el cuadro se le había cerrado de tal modo que sólo disponía
de “antiopciones”: conducir el proyecto original era imposible; ceder a la oposición de
izquierdas rompiendo la institucionalidad, aceleraría la reacción militar; gobernar con los
militares siguiendo el “modelo uruguayo” era romper una coherencia política vital; resistir
el golpe anunciado con las fuerzas de que disponía era iniciar una guerra civil; declarar
rota la Unidad Popular era una redundancia. Forjar una alianza alternativa era
extemporáneo. Por eso, mientras jugaba con la idea de un plebiscito, en cuya eficacia tal
vez no creía, se iban ordenando en su mente las que serían conocidas como sus “últimas
palabras”.
Así fue como ese 11-S chileno, Allende se presentó al país no ya como un líder
sectorial, sino como “un hombre digno que fue leal con la patria”. Desde esa definición
fue duro con los líderes del golpe, ignoró a los partidos de gobierno y, en contra de las
sugerencias de Castro, llamó a los suyos a no sacrificar sus vidas. Implícitamente, él
sacrificaría la suya.

Todo ello dicho con serenidad impresionante, entre el humo, el espanto y el olor a
pólvora, porque ese día se sentía libre y a solas con la Historia. (El Líbero)
José Rodríguez Elizondo

Integrante del GAP, Grupo de Amigos de Allende, Antonio Aguirre Vásquez,


emplazando una ametralladora en una ventana de La Moneda para defender el gobierno
constitucional de Salvador Allende. Será detenido herido y trasladado a la Posta Central,
donde permaneció hasta el 2 de octubre de 1973. Ese día fue sacado del recinto por
militares y permanece aún como detenido desaparecido.

15
El Mercurio de Santiago, Domingo 19 de agosto de 2018, pág. A.2

Texto 4. 1973: EL NUDO CIEGO

¿Pudo estallar una guerra civil en Chile en 1973? Así lo creyó el


Partido Comunista, que integraba el gobierno del Presidente Allende, y luego del
alzamiento del regimiento Blindados N° 2 (29 de junio de 1973), que se saldó
con 21 muertos, lanzó la campaña "No a la guerra civil", inocultablemente
defensiva y reveladora de que los dirigentes del PC no se hacían ilusiones
respecto de cuál sería el desenlace si se desataba la violencia en gran escala.
Luis Corvalán, el líder comunista, llegó a pedirle públicamente al cardenal Raúl
Silva Henríquez que la Iglesia Católica ayudara al apaciguamiento.
¿Cómo llegó el país a esa encrucijada? Influyeron varios factores,
pero el principal fue la polarización extrema que desató el experimento de la
Unidad Popular. "El objetivo central del gobierno del pueblo -decía su programa-
es ponerle fin al poder de los imperialistas, de los monopolios y de la oligarquía
terrateniente, y comenzar la construcción del socialismo en Chile". En un país
que había logrado significativos avances sociales durante el gobierno del
Presidente Frei Montalva (1964/70), la izquierda propiciaba, bajo la promesa
de la igualdad, una revolución enmarcada en la idea de acabar con el
capitalismo. En su visión, latía la creencia de que la matriz soviética
representaba el "sentido de la historia".
En las décadas anteriores, la izquierda había ganado influencia gracias a
las luchas sindicales, los movimientos reivindicativos del tipo de "los sin casa", la
actividad cultural y, por cierto, las campañas electorales. Aunque la quimera
del socialismo estaba en el discurso, la práctica de la izquierda no había sido de
ruptura, sino de búsqueda de logros que mejoraran la situación de los grupos
postergados. El PC, en particular (ilegalizado entre 1948 y 1958), había
aprendido a valorar los espacios de participación que ofrecía el régimen
democrático y trataba de consolidarse como partido legal. Sin embargo, en los
años 60 la influencia de la Revolución Cubana potenció en América Latina la
ilusión del cambio revolucionario por la vía rápida. En Chile adquirió fuerza el
izquierdismo de raíz castro-guevarista, representado principalmente por un
sector del Partido Socialista y por el MIR, que incluso planteaba la posibilidad de
tomar el poder por las armas.
Allende se convirtió en Presidente gracias a que la Democracia Cristiana
reconoció su mayoría relativa en las urnas y lo apoyó en el Congreso Pleno, en
octubre de 1970. En ello gravitó la reacción nacional de defensa de los
procedimientos constitucionales que generó el asesinato del general René
Schneider pocos días antes, como parte de un complot alentado por EE.UU.
para impedir que Allende asumiera. En esos días, se pudo haber concretado un
acuerdo de colaboración entre la UP y la DC sobre bases realistas, pero la UP no
estuvo dispuesta. Sus dirigentes querían cumplir la "misión histórica" de
modificar radicalmente la estructura de la propiedad, con el fin de que las clases
dirigentes perdieran su base de sustentación material y, así, hacer irreversible el
cambio en la conducción del Estado. Allende aceptó esa estrategia, con escasa
visión acerca de lo que estaba en juego. Salvo la nacionalización del cobre,
negociada y aprobada por unanimidad en el Congreso, la ofensiva estatista en la
banca, la industria, la agricultura y el comercio terminó por desarticular la
economía y generar una dinámica de aguda confrontación.
El punto de inflexión fue el paro de octubre de 1972, impulsado por
los gremios empresariales de la industria, el comercio, el transporte y los
colegios profesionales. El gobierno se esforzó por normalizar la actividad
económica y apagar los focos de violencia, pero ya en situación de acoso. En
noviembre, y para garantizar la elección parlamentaria de marzo de 1973,
Allende incorporó a las FF.AA. al gobierno. Fue el momento en que se agotó el
proyecto de la izquierda: cogobernar con los militares no estaba en el libreto. El
efecto fue, además, que la pugna política se extendió a los cuarteles.

16
Se puede decir que los sectores más apegados a la ortodoxia marxista-
leninista, sobre todo el núcleo procubano del PS y el MIR, tenían razón: la
revolución, concebida como remodelación autoritaria de la sociedad, era
incompatible con los fundamentos de la democracia liberal, o sea, la sociedad
abierta y la alternancia en el poder. Es cierto que Allende no estaba dispuesto a
encabezar un régimen despótico, pero había avalado un programa cuya
aplicación fue vista por mucha gente como el prólogo de una dictadura. Bastaba
con escuchar a los dirigentes más exaltados del PS para temer lo peor.

¿Pudo evitarse el derrumbe institucional? Sí, pero ello exigía que los
líderes de entonces, en primer lugar Allende, actuaran con lucidez y entereza
suficientes como para materializar un pacto nacional que conjurara la violencia y
salvara el Estado de Derecho. Por desgracia, esa lucidez y esa entereza no
existieron. Las reservas de buena voluntad que había en el país fueron anuladas
por el miedo y el odio.16

¿Tuvo la izquierda planes o capacidad para imponerse por la


fuerza? No, aunque su retórica lo sugería. Es, por lo tanto, un sarcasmo
trágico que haya hecho todo de su parte para dar a entender que podía hacer lo
que no era capaz de hacer. Las FF.AA. lo dejaron en evidencia en pocos días.
En Chile no hubo guerra interna, sino represión despiadada. Y nada podrá
justificar jamás los crímenes de la dictadura.

Se cumplen 45 años del 11 de septiembre y necesitamos hacer explícitas


las lecciones de nuestra tragedia. Hemos aprendido dolorosamente que solo la
defensa de los derechos humanos y el ejercicio de las libertades permiten tener
una sociedad mejor. Después de tantos desgarramientos, es valioso que nos
hayamos reencontrado en las condiciones de la vida en democracia.
Sergio Muñoz Riveros

Militantes de izquierda, de los sectores más radicales, desfilan por la calles planteando
la táctica de “CREAR PODER POPULAR”. Sonaba bien, la pregunta es: ¿Qué “fuerza
real” tenía ese “poder”? En política, como en casi cualquier ámbito, las palabras
deben ser medidas y pesadas con sumo cuidado.

16
Nota Editores. Lo complejo de los análisis históricos, es que los factores subjetivos, no
medibles o cuantificables de forma exacta, juegan un papel determinante en la evolución de las
variables objetivas. Los sectores que impulsaron el Golpe de Estado, lo hacían básicamente bajo el
supuesto que el gobierno de Allende preparaba una “toma total del poder”. A todas luces una
alucinación, más aún si pensamos en su fuerza real. El otro supuesto era que las FFAA o
Carabineros podían dividirse; o peor aún repetir el esquema de 1891, Armada versus Ejercito. Las
columnas del Profesor de la Universidad Católica Gonzalo Rojas, reproducidas en este Módulo, de
una u otra forma se inscriben en el supuesto que durante el Gobierno de la UP el asunto llegó al
dilema binario excluyente: “eran ellos o nosotros”. Y claro esta “ellos” tenían un Ejercito y el
sector democrático tenía “un mandato entregado por la ciudadanía”.

17
Texto 5. A 50 AÑOS DEL GOLPE: OPORTUNIDADES PERDIDAS Y DINÁMICA
DE LA DERROTA
27 junio, 2023

Como hemos dicho, el primer año del gobierno de Salvador Allende dejó un
balance positivo y se reflejó en un aumento del apoyo popular al gobierno. El panorama
parecía alentador: “el PNB creció en un 8,6%, la cesantía disminuyó considerablemente
a un 4,2% (…) la producción industrial aumentó en un 13% y la inflación se redujo de un
34,9% en 1969, a un 22,1% en 1971. Los sueldos del sector público aumentaron en un
35%, los salarios en el sector privado, en un 50% [1]”.

A ello se agregaba el hecho que el gobierno parecía avanzar decididamente en el


cumplimiento de sus promesas: el cobre fue nacionalizado con apoyo unánime del
Congreso Nacional, casi la totalidad de la banca fue estatizada y se conformó una base
importante para el área de propiedad social de la economía sobre la base de la
intervención de cerca de 150 grandes fábricas y empresas, al amparo del Decreto Ley
520 del año 1932.

Sin embargo, miradas las cosas desde otra perspectiva, el sobre calentamiento de
la actividad productiva, la política de expansión del gasto público y de aumento de los
salarios mostraría en corto plazo sus consecuencias inflacionarias. El boicot
norteamericano a la economía chilena empezaría a tener sus efectos y, por otro
lado, a pesar que el gobierno aumentaría considerablemente su base electoral en las
elecciones municipales de 1971 el apoyo parlamentario empezaba a escabullirse de las
manos.

El 50% de los votos obtenidos por los partidos de la UP en 1971, según Joan
Garcés[2], era la oportunidad para que el presidente Allende pudiera impulsar los
cambios institucionales que eran necesarios para mejorar la posición del gobierno para
realizar y consolidar las reformas y mejorar la correlación de fuerzas en el
parlamento, así como también -claro que esto lo vemos desde el futuro- modificar los
términos de la relación del presidente con los partidos de la Unidad Popular, dándole el
poder de decisión que nunca tuvo por la regla de unanimidad con que se constituyó el
comité político de la UP. Según Garcés, los partidos de la Unidad Popular rechazaron la
idea de convocar a un referéndum, lo que le impidió a Allende retomar la iniciativa
política, especialmente buscando sustraer a la DC de su acercamiento a la derecha.

La derecha, si bien estaba debilitada, nunca se resignó al ingreso de Salvador


Allende a La Moneda. A poco andar inició una política de resistencia que comprendía
desobediencia civil, acciones violentas por parte de grupos de ultraderecha, radicalización
discursiva, polarización y una inédita -para ella- experiencia de movilización de masas,
que incluía paralizaciones, concentraciones y marchas, todo lo cual llevó a socavar
profundamente el orden público y la capacidad de abastecimiento del país, abriendo un
poderoso mercado negro que dispararía más aún la inflación y echaría por tierra los
avances del primer año.

A ello se agregó la acción de la ultraizquierda. En junio de 1971 la Vanguardia


Organizada del Pueblo, VOP, grupo cuyos militantes el gobierno había favorecido con un
indulto presidencial, asesinó al ex ministro del interior del presidente Frei, Edmundo
Pérez Zujovic, provocando un hecho político mayor que alejaría irremediablemente a la
Democracia Cristiana de la izquierda, que sin embargo había contribuido hacia pocos
meses a la elección de Allende por parte del Congreso Nacional y hasta entonces se
mostraba partidaria de una política de colaboración.

La Unidad Popular sufrió su primera derrota electoral en manos de la oposición


unida en las elecciones complementarias de julio 1971 en Valparaíso, lo que Allende
intentó evitar solicitando infructuosamente a la UP que apoyara a un candidato del sector
tomicista de la DC. En noviembre de ese mismo año, la oposición envalentonada
organiza la primera manifestación masiva de la oposición al gobierno movilizando a
mujeres en la Marcha de las Cacerolas. El evento es importante porque por primera vez
la derecha muestra su capacidad de movilización autónoma, forzando a la democracia
cristiana a salir a las calles, lo que ocurre en el contexto de la visita al país de Fidel
Castro, una visita que si bien era esperada con entusiasmo por los partidarios del
gobierno, se extendió al punto de enervar a sus adversarios (y alentar estrategias
distintas a las que buscaba dar forma el presidente Allende).

18
En febrero de 1972 se realiza una reunión de jefes de partidos de la UP, el
Cónclave de El Arrayán, en que los líderes de la coalición gobernante enfrentan
autocríticamente la evolución política del país, advirtiendo sobre las consecuencias
negativas “del burocratismo y la deshonestidad” y viendo el deterioro electoral anuncia
“una dura batalla ideológica en el seno de las masas, que lleve a la comprensión integral
del proceso revolucionario que estamos viviendo. Y en eso reconocemos que hemos sido
remisos” Acto seguido, reafirmando una mirada iluminista, la UP sostiene que “el pueblo
no siempre adquiere conciencia de que esta batalla ideológica es el enfrentamiento entre
quienes defienden la mantención de un estado de cosas que nunca lo favoreció y quienes
buscan el progreso de la mayoría y la abolición de los privilegios” [3].
La Unidad Popular acuerda entonces profundizar la implementación inmediata de
su programa, especialmente en el ámbito institucional, pero comienza a exteriorizar la
existencia de “dos almas” en su seno que terminarían a corto andar paralizando al
gobierno.
En efecto, sólo semanas después de El Arrayán, en junio se realiza un nuevo
Cónclave, esta vez en Lo Curro para enfrentar la profundización del deterioro electoral
reflejado en las elecciones de rector de la Universidad de Chile y las cada día más
sonoras divergencias estratégicas.
La creciente consolidación de la alianza entre la democracia cristiana y la derecha
y las graves consecuencias de los problemas económicos que empezaba a enfrentar el
país, fuerzan al gobierno a intentar una corrección de la política económica que
encabezaba el ministro Pedro Vúskovic, nombrando al comunista Orlando Millas como
Ministro de Hacienda. Esta sería probablemente la más importante oportunidad para
reencauzar la situación política y el curso del proceso chileno, pero la falta de acuerdo
con la democracia cristiana en el tema de las áreas de la economía frustró unas
negociaciones que parte de la democracia cristiana buscó hacer naufragar. Por otro lado,
el gobierno y la Unidad Popular tampoco se mostraban convencidos de tomar ese
camino.
Fue decisiva en Lo Curro la explicitación de dos estrategias enfrentadas en el seno
de la UP y de la izquierda en general. Allende y el PC manifestaron la necesidad de
“Consolidar los logros del primer año para avanzar”, abriendo las conversaciones con la
DC, mientras el PS, MAPU y el MIR proponían “Avanzar sin Transar”, levantando la
consigna del poder popular y creando pocos días después la Asamblea del Pueblo en
Concepción y el Cordón Industrial en Maipú y Cerrillos.
El sector a la izquierda de Allende, distanciándose de los criterios de la “vía
democrática y constitucional” instaló la idea de la necesidad de la toma del poder total,
incluso de la necesidad del enfrentamiento armado sembrándose así una fuerte división
de las fuerzas de apoyo al gobierno -entre reformistas y revolucionarios- que terminó
quebrando la unidad de la coalición. El enfrentamiento entre las dos izquierdas se tornó
cada día más virulento. A modo de ejemplo, el diario El Siglo hablaba de “ la jauría
ultraizquierdista, que buscaba desacreditar al Partido Comunista (…) estaba empeñada
en que el pueblo echara por la borda los logros históricos, y en vez de tener una política
de clase adecuada, adoptara una línea criminal de provocaciones que ha sido siempre
extraña a la conducta del proletariado nacional y que a nada conduce. Esto se reflejaba
en que los voceros del MIR llamaban a “incendiar Chile por los cuatro costados” y a
formar “ejércitos populares” que pondrían al país en estado de conmoción” (El Siglo,
“Irresponsabilidad peligrosa”, 17 de mayo de 1972)” [4].

Es evidente que a la luz de lo ocurrido en septiembre de 1973 la política del


Partido Socialista, MAPU y MIR era completamente fantasiosa, una idea romántica de la
revolución para la cual nunca Chile ni ellos estuvieron preparados. De hecho, el 11 de
septiembre, con la excepción heroica de los miembros del GAP y algunas escaramuzas en
la zona sur de Santiago, no hubo ni poder popular ni ejército popular ni resistencia
armada, salvo la de Salvador Allende en La Moneda que explícitamente convocó al pueblo
a no exponerse inútilmente.

La dinámica de los acontecimientos, la crisis económica, el desabastecimiento y la


inflación puso en pie de combate no sólo a poderosos sectores directamente afectados
por las expropiaciones y tomas, sino que también le enajenó al gobierno el apoyo de
amplias capas de sectores medios y de trabajadores que, asustados o afectados por la
creciente polarización, se sumaron a una activa oposición de masas al gobierno que
tendría su máxima expresión ese mismo año en el Paro de Octubre.

19
El paro de Octubre es probablemente la coyuntura más importante del período ya
que pone de manifiesto la capacidad de la derecha de activar a sectores medios en
contra del gobierno, imbuidos de una perspectiva autoritaria y crecientemente
radicalizados contra “la amenaza del marxismo”. Octubre es el momento en que las
capas medias, afectadas por la crisis y conducidas gremialmente, se radicalizan y su
representación política principal, la democracia cristiana, se ve obligada a seguirles la
pista para no verse desahuciada políticamente en las próximas elecciones de marzo
1973.

Un aspecto clave en la evolución del período estuvo dado por la reforma


constitucional de los senadores democratacristianos Juan Hamilton y Renán Fuentealba
que creaba las tres áreas de la economía: la estatal, la privada y la mixta y establecía
que las empresas del área estatal y mixta debían ser definidas por la ley. El proyecto
que fue aprobado por la Cámara de Diputados y el Senado a principios de 1972, creaba
también las empresas administradas por los trabajadores.

El gobierno asumió que el articulado de la reforma le habría impedido cumplir con


su programa al dejar en manos de la ley, del parlamento en realidad, la intervención o
expropiación de empresas, por lo que el presidente anunció que vetaría algunos artículos
claves. Para la interpretación constitucional del gobierno, el veto solo podía rechazarse
por dos tercios de los parlamentarios, mientras que la oposición sostenía que la mayoría
simple podría hacerlo. En los hechos se instaló un conflicto de interpretación de las
normas constitucionales que no se pudo resolver. Inclusive, el Tribunal
Constitucional, requerido para pronunciarse, se declaró incompetente. El historiador
Joaquín Fernandois dice que “A partir de ese momento se iría acentuando el aire de
confrontación y la tendencia a que los líderes de ambos bandos se consideraran los
legítimos representantes de la idea de legalidad” [5].

En medio de la mayor escalada opositora y la peor crisis política derivada del paro
del transporte, del comercio y de los colegios profesionales, en octubre de 1972, y
estando la democracia cristiana, a diferencia de 1971, ya claramente instalada en la
oposición bajo la hegemonía de Eduardo Frei, y Chile bajo estado de excepción
constitucional, Allende, con la oposición de parte de los partidos de la Unidad Popular,
debió incorporar a los comandantes en jefe de las FFAA a su gabinete para romper el
equilibrio de fuerzas de la “guerra civil política” en que estaba sumido el país.

En el plano de las fuerzas que apoyaban al gobierno, la respuesta al paro de


octubre motivó una enorme movilización de estudiantes en trabajos voluntarios para
asegurar el abastecimiento y de trabajadores para mantener las empresas produciendo.
Tal proceso de movilización y radicalización política adquirió su propia dinámica con la
extensión de las tomas de empresas, los Cordones Industriales y los Comandos
Comunales, que se proclamarían como origen de un poder popular, algo que algunos
desde las posiciones más radicales de la UP interpretaron como la fuente de un poder
dual alternativo a la “institucionalidad burguesa”, que paradojalmente, encabezaba
Salvador Allende.

El ingreso de las fuerzas armadas al gobierno permitió poner término al paro de


octubre y los militares, capitaneados por el general Carlos Prats como ministro del
interior, garantizaron la realización de las elecciones parlamentarias de marzo 1973. Sin
embargo, su inclusión en el gobierno también aceleró la politización de los altos mandos
militares llevando la discusión política a los cuarteles, echando por tierra el carácter
hasta ahí prescindente y profesional de los institutos armados, una de las claves de la
“vía chilena”.

A partir de ese momento, las fuerzas armadas empezarían a ser el factor


determinante en la evolución política del país y el comandante en jefe del ejército, el
general Carlos Prats, el actor decisivo que buscó, inútilmente, acercar al gobierno con la
democracia cristiana, siendo, sin embargo, su línea roja infranqueable para su actuación
política, una división en el seno de las fuerzas armadas que a su juicio provocaría una
guerra civil.

Prats, como militar que era, sabía perfectamente lo que significaría un golpe de
estado: “Pienso en la terrible responsabilidad que han echado sobre sus hombros mis ex
camaradas de armas al tener que doblegar por la fuerza de las armas a un pueblo
orgulloso del ejercicio pleno de los derechos humanos y del imperio de la libertad.
Medito en los miles de conciudadanos que perderán sus propias vidas o las de sus seres

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queridos; en los sufrimientos de los que serán encarcelados y vejados; en el dolor de
tantas víctimas del odio; en la desesperación de los que perderán su trabajo; en la
desolación de los desamparados y perseguidos y en la tragedia íntima de los que
perderán su dignidad” (Carlos Prats, 11-IX-1973).

Con todo, como bien lo anota Tomás Moulian [6], a través de su incorporación al
gabinete, las fuerzas armadas comienzan a visualizar su capacidad de hacerse cargo del
gobierno sin arriesgar su unidad institucional.

En las elecciones parlamentarias de marzo 1973 la oposición unida en la


Confederación Democrática, si bien obtuvo mayoría no pudo alcanzar los 2/3 necesarios
para destituir legalmente al presidente Allende. Su frustrado y ambicioso objetivo dejó a
la oposición -aunque era ganadora en las elecciones- con una sensación de derrota y a la
UP, con su 44% de los votos, con la convicción de poder seguir controlando la situación.

Con ese resultado electoral el conflicto no hizo más que seguir profundizándose
haciendo inclusive imposible la participación de las FFAA en el gobierno ya que empiezan
a formar parte de las querellas políticas y a sentir la crítica y la presión de los sectores
sociales medios con los cuales se identifican. En lo que se puede considerar una
desconsideración a la correlación de fuerzas y un último error estratégico, el gobierno
lanzó su propuesta educacional, la Escuela Nacional Unificada (ENU) provocando un
rechazo unánime de la oposición, la iglesia católica -que hasta entonces tenía una
relación amistosa con Allende- y los propios militares.

La crisis se profundizó con la huelga de trabajadores de la mina de cobre El


Teniente, dejando al gobierno en una incómoda confrontación con trabajadores, algo que
afectaba directamente su relato. El 29 de junio se desarrolló el “tanquetazo”, un intento
de golpe liderado por el regimiento blindados Nº 2, que más allá de su resultado
evidenciaba las dificultades del gobierno para seguir conteniendo el descontento en las
fuerzas armadas y que, además, en cierta forma permitió a los jefes militares medir la
limitada reacción popular y de los partidos de izquierda en caso de una intentona golpista
definitiva, como lo reconoce posteriormente Augusto Pinochet en su intento por
mostrarse ex post como el gran organizador del golpe del estado [7].

Hacia finales de julio se inicia lo que Garcés llama “la insurrección civil (…) que
arrastra a lo largo de agosto al conjunto de las fuerzas sociales conservadoras, (lo cual)
será el fenómeno decisivo”[8]. Ese movimiento insurreccional civil organizado por los
gremios de grandes, medianos y pequeños empresarios toma la forma de un nuevo paro
nacional acompañado de acciones terroristas, que esta vez sería definitivo, hasta la
derrota y sustitución del gobierno por medio de la mano militar. Allende, bajo los
auspicios del Cardenal Silva Henríquez, intentó infructuosamente llegar a algún tipo de
acuerdo con Patricio Aylwin, entonces presidente de la democracia cristiana, pero las
condiciones para ambos resultaron imposibles de aceptar. Especialmente para el
presidente a quien se le exigía romper con la izquierda de su coalición.

El presidente Allende sabía que su defensa se basaba en la mantención del orden


constitucional claramente subvertido por la derecha y los gremios, pero su propia
coalición y las dinámicas de movilización social cuestionaban radicalmente esa estrategia
impulsando el poder dual, los ataques a la propiedad privada, la formación de grupos de
choque y la lucha por el poder total, incluso reivindicando la inevitabilidad del
enfrentamiento armado y la necesidad de la dictadura del proletariado. Dividir al ejército
y las fuerzas armadas era el sueño acariciado por la ultraizquierda, cerrar el Congreso
Nacional era la consigna coreada por los manifestantes, mientras Allende predicaba sobre
la necesidad de respetar la democracia y la Constitución. En ese contexto, no sólo la
estrategia de la vía chilena fracasó estrepitosamente, sino que la propia concepción de
un socialismo democrático y pluralista se vio cuestionada por los hechos y los discursos
de sus partidarios.

Evitar la crisis del Estado, el conflicto del poder ejecutivo con el poder judicial y el
legislativo era esencial para la mantención del orden institucional, pero los actores de la
crisis avanzaban inexorablemente hacia un fin trágico y violento. “Mientras el sector
dominante dentro de la UP no desarrolló en su plenitud las exigencias que requería evitar
el estallido de la guerra civil, el sector minoritario actuaba según la lógica de la
insurrección obrera (…) Es decir, en las circunstancias concretas del país, contribuía a
precipitar la guerra civil”[9].

21
Es claro que el gobierno de Allende y la Unidad Popular no supieron resolver el
problema estratégico de poner en juego una política anti insurreccional, de defensa de la
institucionalidad democrática, lo que era lo único coherente con el camino que se había
seguido para llegar al gobierno “y sobrevivir”. Así entonces, se selló la suerte de la Vía
Chilena, primero políticamente, luego militarmente. (Ex Ante)
Ricardo Brodsky

[1] Correa, Sofía y otros. “Historia del siglo XX chileno” Editorial Sudamericana,
Santiago, 2001. P.268.

[2] Garcés, Joan. “Las Armas de la Política”. Siglo XXI, Madrid. P.218

[3] Archivochile.com

[4] https://segreader.emol.cl/2022/09/27/A/O046C6BC/light?gt=160001.

[5] Fernandois Joaquín. “La Revolución Inconclusa”. Centro de Estudios


Bicentenario. 2019. P.17

[6] Moulian Tomás, “Democracia y Socialismo en Chile”. Flacso. 1983.

[7] Pinochet, Augusto. “El Día Decisivo. 11 de septiembre 1973”. Ed. Andrés
Bello, Santiago, 1979 p.97

[8] Garcés, Joan. “Las armas de la política”. Siglo XXI. 2013. P. 292

[9] Garcés, p. 306

Prisioneros, Militantes de Izquierda, en especial del GAP, sacados a empujones de La


Moneda. Varios de ellos aún están bajo la condición de detenidos desaparecidos.

Texto 6. HENRY KISSINGER Y CHILE

22
7 junio, 2023
Que Kissinger haya creído realmente que “nada importante ocurre en el
Sur”, como se lo dijo a Gabriel Valdés en diciembre de 1969, parece
ampliamente desmentido por la cantidad de revelaciones que han surgido en las
décadas posteriores al golpe de 1973 que muestran momentos concretos en el
tiempo en que el Asesor de Seguridad Nacional de Richard Nixon le dedicó
bastante más atención a nuestro país del que él nunca ha reconocido.

El Informe sobre “Acción Encubierta en Chile”, entregado en 1975 por


la Comisión especial presidida por el senador Frank Church ya reveló un conjunto
de actuaciones de los servicios de inteligencia y seguridad de ese país para
afectar el proceso de cambio que estaba teniendo lugar en Chile. Desde
entonces ya la acción encubierta hacia las fuerzas de oposición y la prensa de
Chile fueron bien conocidas. Pero además la cantidad de información disponible
e irrebatible sobre ese involucramiento a lo largo de los años ha crecido,
comprometiendo claramente a las más altas autoridades de Estados Unidos en
operaciones que van bastante más allá de la simple “ayuda” que Kissinger
reconoció ante el Senado en esos años.

Nixon y Kissinger discutieron en detalle y con la presencia del Secretario


de Estado y otras autoridades de alto nivel sobre la situación de Chile, con
instrucciones precisas del Presidente a su Consejero de Seguridad, quien
supervisaba las acciones encubiertas, antes y después de la elección de 1970;
luego con ocasión del “Tanquetazo” de junio de 1973; tras el golpe de Estado
pocos días después y varias veces más en los meses posteriores. Todo ello está
en minutas de conversaciones y documentos oficiales desclasificados por el
gobierno de Estados Unidos en las décadas más recientes; pero además el
contenido y contexto de esos documentos revela una conversación más
permanente y el reconocimiento de que para la administración de Nixon lo que
estaba pasando en Chile era visto como una “crisis de seguridad”, que era
indispensable atender… y fue atendida.

El registro de conversaciones entre Richard Nixon y Henry Kissinger, a


veces con presencia o alusión al Secretario de Estado William Rogers, para
impedir que Allende asumiera el poder en 1970, luego cuando sólo faltaban
semanas para el golpe de Estado y cuando este se produjo, revela nuevos
detalles de cómo ambos se empecinaron en derrocar o al menos ayudar a
derrocar el gobierno de la Unidad Popular, al punto de decir Kissinger, en una
conversación de septiembre de 1970, recientemente revelada, que “el gran
problema hoy en día es Chile”. Y ese problema no era que con Allende la
democracia estuviera en riesgo, ni que Allende fuera un enemigo de Estados
Unidos, ni que pudiera estallar una revolución armada en América Latina. El
problema era que un régimen socialista en Chile podría alterar el balance de
poder, al implantarse en una región que se consideraba “zona de influencia de
Estados Unidos”, tal como lo era Europa Oriental para la Unión Soviética.

Hay, entonces, una contradicción sólo aparente entre decir que “el Sur no
es importante” y prestarle tanta atención. Ambas cosas son posibles, si se
considera que un país como Chile no tenía la capacidad de alterar la situación
mundial, pero era parte de esa realidad y los cambios políticos en él
amenazaban, a juicio de quienes dirigían su política exterior y sus accione
encubiertas, la seguridad nacional de los Estados Unidos. Y esa consideración,
ya existente desde comienzos de la Guerra Fría (“una derrota en cualquier parte
es una derrota en todas partes”) era efectiva incluso en un periodo de distensión,
en que lo que se buscaba era un balance de poder, con equivalencia en la
capacidad de acusar daño y en el respeto a las zonas de influencia de cada cual.

El Dr. Kissinger había impuesto una visión que veía la realidad global como
un gran mapa de zonas de influencia y zonas de conflicto. Indochina ya era una

23
de estas últimas, como también podía serlo África, donde la influencia de
Occidente dejó de ser decisiva con la descolonización. Pero Europa Central y
América Latina eran claramente “zonas seguras”, al punto que la única real
posibilidad de estallido de una Guerra Mundial en los años anteriores había sido
la instalación de misiles soviéticos en territorio cubano. El resultado suma-cero
de esa confrontación había asegurado, a la vez, que Estados Unidos no invadiría
Cuba y que no habría nuevas Cubas en América Latina. Mantener ese status quo
era fundamental y el temor en Washington era que eso pudiera ocurrir.

Y aunque en los hechos nada que hiciera el gobierno de Allende pareciera


un viraje en una dirección similar, Chile seguía siendo visto, en 1973, como una
amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. En la década después de
Bahía Cochinos ya se habían implantado en la región varias “dictaduras de
Seguridad Nacional” con el apoyo o al menos el beneplácito de Estados Unidos,
en Brasil, en Uruguay, en Bolivia y otros. En plena detente ese estado de cosas
no podía cambiar y si algo ocurriere en Chile, desde Washington eso sería visto
como un gran retroceso.

Desde los servicios de inteligencia norteamericanos se seguían


acuciosamente los intercambios entre el campo socialista y Chile y se vio con
alarma la extensa visita de Fidel Castro a Chile en 1972. Por lo tanto, aún más
allá de las amplias revelaciones de los años recientes, era evidente que un golpe
contra Allende, siempre que fuera exitoso, recibiría gestos positivos desde la
Casa Blanca, aunque no hubiera tropas de desembarco ni actos hostiles directos.

El 12 de septiembre de 1970 Kissinger hizo convocar al “Comité 40” que


supervisaba las operaciones encubiertas de Estados Unidos, para evaluar la
situación en Chile; y el 15 de septiembre el Presidente Nixon ordenó a la CIA
“evitar que Allende asumiera el poder” y ordenó al Departamento de Estado
enviar a la Presidencia todas las comunicaciones enviadas desde y hacia Chile.
Aunque hay evidencias de que Kissinger prefería seguir el curso de los
acontecimientos antes de actuar, Nixon no quería esperar y pedía acciones
inmediatas, para que no ocurriera “lo mismo de que en Cuba” o “lo que ocurrió”
en Checoeslovaquia. Por cierto, sin embargo, Nixon era especialmente exigente
de sus comunicaciones en que nada que se hiciera pudiera filtrarse y eso limitó lo
que Estados Unidos pudiera hacer, a contactos con personas o grupos
claramente afines y a acciones indirectas. «Mi sensación», dice Rogers a
Kissinger, «es que debemos incentivar un resultado diferente, pero debemos
hacerlo discretamente para que no salga en tiro por la culata». Y luego Kissinger
resume lo que sería la política de ese momento y en los años siguientes: “El
Presidente opina que se debe hacer todo lo posible para evitar que Allende
asuma el poder, pero a través de canales chilenos y con un bajo perfil”.

Aunque se conjetura mucho acerca de posibles acciones de inteligencia en


los años siguientes y es muy evidente que tanto el Presidente como su Asesor de
Seguridad Nacional y ahora también Secretario de Estado seguían al detalle la
evolución de la política y la economía chilenas, no hay en las revelaciones
publicadas en los años siguiente y hasta 1973 que permita mostrar acciones
concretas. Los servicios de inteligencia y seguridad seguían las instrucciones ya
impartidas y no se han desclasificado más informes de “desestabilización”. El
Presidente de Estados Unidos y su Secretario de Estado y Consejero de
Seguridad Nacional, no podían desconocer esa realidad.

Pocos días después del “Tanquetazo” del 29 de junio, en una breve


conversación entre Nixon y Kissinger, es visible el interés y satisfacción por las
primeras señales evidentes de acciones irregulares en contra del régimen de
Allende, que muestran en la voz de Kissinger que le confirma Nixon que “él
(Allende) definitivamente está en problemas”.

24
Cuatro días después del golpe de Estado, Nixon y Kissinger conversan de
nuevo (telecon desclasificada en 2004), se quejan de los “llantos” y la
“hipocresía” de la prensa que se concentra en la represión y de la posible acción
de Estados Unidos y concluyen con las dos frases más significativas. Nixon dice
“Nuestra mano se mantiene oculta en esto”, y Kissinger responde “No lo hicimos
nosotros… Quiero decir, les ayudamos. XXX (nombre censurado)… creó las
máximas condiciones posibles… En la era de Eisenhower, seríamos considerados
héroes”.

Kissinger no volvería a tener contacto directo con Chile, hasta la Asamblea


General de la OEA, en 1976, en la cual tuvo su único contacto directo con
Augusto Pinochet. Como en otras ocasiones, las versiones de ambas partes
difieren entre sí y con el texto directo de la minuta sobre ese encuentro, ya
desclasificado. El apoyo del gobierno de Estados Unidos al gobierno de Chile es
visible en esa conversación, en la que Kissinger dijo que “mi evaluación es que
usted es víctima de todos los grupos de izquierda del mundo y que su mayor
pecado fue derrocar a un Gobierno que se estaba volviendo comunista”,
agregando que todo el mundo debería estar agradecido.

En la conversación Pinochet reclamó que en Estados Unidos aún tenían


mucha audiencia chilenos como Gabriel Valdés y Orlando Letelier (asesinado en
Washington cuatro meses después), a lo cual no hubo respuesta directa, pero sí
una alusión a la necesidad de Kissinger de pedir, en su discurso a la Asamblea,
un mayor respeto a los derechos humanos. Sería, dijo, una referencia general,
que no aludiría al Gobierno de Chile, aunque muchos podían entenderlo así. Por
lo mismo, él quería decirle que el Gobierno de Estados Unidos quería apoyar a
Pinochet y no criticarlo, que por eso había venido.

Henry Kissinger dejó su cargo en enero de 1977 y no ha vuelto a hacer


mayores referencias a Chile. En lo personal, tuve oportunidad de conocerlo en
una Conferencia en 2007 en el Instituto de Estudios Sociales de El Vaticano y
volver a verlo dos veces en la Conferencia de Montreal en años siguientes. No
conversamos directamente sobre los años de dictadura, sino más bien acerca de
su satisfacción por el proceso democrático que tenía lugar en Chile y el
fortalecimiento visible de nuestra economía.

En su testimonio posterior sobre Chile ante el Comité de Relaciones


Exteriores del Senado, Kissinger argumento que su único interés en Chile había
sido la “preservación de la democracia”, agregando que la intención de su país
“no era desestabilizar ni subvertir, sino seguir sosteniendo a los partidos políticos
de oposición”, y negó enfáticamente cualquier participación en el golpe de 1973,
con el cual no habrían tenido “nada que ver”.

En el primer volumen de sus extensas memorias, titulado The White


House Years, Kissinger repite fundamentalmente esta versión.
Lamentablemente para él, las crecientes revelaciones que se van acumulando a
medida que se desclasifican documentos y grabaciones en Estados Unidos, han
terminado por no hacer creíble esa versión.

*Continuación de la columna El Siglo de Kissinger publicada en El Líbero el


miércoles 24 de mayo.

Texto 7. A 50 AÑOS DEL GOLPE Y 25 DEL ARRESTO DE PINOCHET

6 junio, 2023

25
Para entender lo complejo que resulta mirar los eventos pasados a la luz de los
criterios de hoy basta con contrarrestar la relevancia que busca dar el gobierno del
Presidente Boric a los 50 años del golpe militar de 1973 con la poca disposición que tiene
el oficialismo de recordar la respuesta de varios de los partidos actuales de gobierno ante
el arresto por cargos de crímenes de lesa humanidad del ex dictador Augusto Pinochet en
Londres en 1998.

Mientras el golpe militar fue uno de los momentos más trágicos en la historia de la
república, los esfuerzos que llevó a cabo el gobierno concertacionista de Eduardo Frei
para evitar que Pinochet fuera juzgado en España -con cancilleres socialistas liderando
las tratativas para lograr el retorno de Pinochet al país- nos recuerda que la historia de la
reconstrucción democrática de Chile es un proceso cargado de claroscuros y
contradicciones que invitan a bajarse de los pedestales de superioridad moral cuando
buscamos atribuir responsabilidades a los actores políticos de hoy por los hechos y
omisiones de los actores políticos de antaño.

Las causas del quiebre de la democracia de 1973 siguen dividiendo


profundamente a la ciudadanía en Chile. Desde aquellos que prefieren centrarse en la
crisis social y política por la que atravesaba el país hasta los que optan por centrarse en
las violaciones y los derechos humanos cometidos por la dictadura, las distintas lecturas
y énfasis sobre lo que pasó en Chile -en sus causas y consecuencias- evidencia que el
país todavía no es capaz de construir un relato unitario sobre las causas del quiebre de la
democracia el 11 de septiembre.

Afortunadamente, ha habido muchos más avances en la construcción de un


acuerdo más amplio respecto a la defensa de los derechos humanos en la actualidad y a
la condena de las violaciones a los derechos humanos cometidas en dictadura. Es cierto
que sobreviven defensores de la dictadura militar y otros que relativizan las violaciones a
los derechos humanos cometidas actualmente por gobiernos autoritarios en otras partes
del mundo. Pero nadie públicamente defiende -o se atreve a hacerlo- las violaciones a
los derechos humanos cometidos por la dictadura.
Las discrepancias sobre las causas que llevaron al quiebre de la democracia en
Chile inevitablemente conllevan lecturas distintas sobre las razones que llevaron, 15 años
después, al inicio de la transición a la democracia, con el plebiscito de 1988.
Precisamente porque esa transición se dio en el contexto institucional establecido en la
Constitución de 1980 -promulgada en dictadura- y porque el general Pinochet se
mantuvo en la comandancia en jefe del Ejército de Chile hasta marzo de 1998 -y luego
pasó a ocupar un escaño vitalicio en el Senado de la República- la naturaleza de la
transición supuso suspender por varios años la evaluación sobre el legado de la
dictadura.
Después de todo, Patricio Aylwin, y su coalición centroizquierdista, la
Concertación, asumió el poder fuertemente limitado por los enclaves autoritarios de la
institucionalidad política heredada de la dictadura. 17 Cuando Aylwin dejó el poder en
1994, Pinochet mantuvo su cargo. Para resumir una larga y compleja historia, la
democracia chilena creció y floreció bajo la sombra del legado autoritario que seguía

17
NOTA EDITORES: La Concertación, alianza política de Centro Izquierda, que gobernó Chile entre
los años 1990 y 2010, fue en resumidas la gran administradora del modelo creado por la
Dictadura, claro está sin terrorismo de Estado. Esta situación un tanto esquizofrénica (algo así
como vegano trabajando en carnicería) terminó por ser insostenible. Durante el ciclo socialista de
la Concertación (2010 al 2020) se avanzó en reformas políticas y “humanización” del modelo de
capitalismo extremo, pero no se pudo terminar con la estructura institucional creada por los
cuadros de la Dictadura. La mezcla de frustración, de la generación que se opuso a la Dictadura,
los cambios generacionales y culturales; sumado al estancamiento del crecimiento económico, en
el marco del segundo gobierno circense de Don Sebastián Piñera, terminaron por generar la mayor
explosión de protestas y violencia, sin planificación ni liderazgo, de la historia republicana. Hoy
sabemos que tampoco eran claras y univocas las demandas de los movilizados entre octubre del
2019 y marzo del 2020. Los resultados electorales, ironía de ironías, han mostrado un mayoritario
apoyo a la herencia del modelo cultural y económico heredado de los partidarios del Golpe de
Estado. Sobre estas dinámicas las lecturas recomendadas son: Ascanio Cavallo-Rocío Montes., La
historia oculta de la década socialista. 2000-2010. Editorial Uqbar, Santiago: 2022. Juan
Pablo Luna., LA CHUSMA INCOSCIENTE. La crisis de un país atendido por sus propios
dueños. Editorial Catalonia, Santiago: 2021. Y finalmente de Alberto Mayol., BIG BANG.
Estallido social 2019. Modelo derrumbado- Sociedad rota- Política inútil. Editorial
Catalonia, Santiago: 2019.

26
especialmente presente en Chile, y que se manifestaba en la persona de Pinochet y en el
poder que tenían los enclaves autoritarios.

El arresto de Pinochet en Londres en octubre de 1998 puso a prueba el delicado


balance entre la naciente democracia y el legado autoritario. La decisión del gobierno de
Frei de sumarse a los esfuerzos por evitar que Pinochet fuera extraditado a España para
ser juzgado, los intentos por generar las condiciones para que Pinochet fuera juzgado en
Chile -cuestión que siempre pareció altamente improbable- y el esfuerzo que fue
finalmente exitoso por lograr que Pinochet fuera liberado por razones humanitarias dejó
en claro que la transición chilena fue pactada -como brillantemente demostró el
politólogo recientemente fallecido Oscar Godoy en una artículo publicado en la Revista de
Estudios Públicos.18

La justificada condena tajante al golpe militar de 1973 que hoy impulsa el


gobierno del Presidente Boric contrasta con el pragmático esfuerzo del gobierno de Frei -
y sus ministros del propio Partido Socialista- para evitar que Pinochet fuera juzgado en
Europa por los crímenes de la dictadura. Por eso, resulta curioso que el saludable -
aunque doloroso- debate sobre las causas del quiebre de la democracia y el legado de la
dictadura en el Chile de hoy no incorpore con más fuerza el particular momento del
arresto de Pinochet en Londres en octubre de 1998.

Ya que el gobierno de Boric correctamente quiere sacar a la pizarra a la derecha


política chilena que apoyó el golpe (y también a buena parte del PDC que le dio su apoyo
implícito) y que fue parte de la dictadura militar, parece razonable también que se
expanda el debate sobre las razones que tuvieron el PS, el PPD y el PR -partidos que hoy
forman parte del gobierno- para activamente dedicarse a evitar que Pinochet fuera
juzgado en Europa por los crímenes cometidos por la dictadura.

Después de todo, si vamos a apuntar con el dedo a los que defendieron y


apoyaron el golpe militar, también corresponde ampliar la condena moral a los que, 25
años, ayudaron a evitar que Pinochet enfrentara a la justicia en Europa. (El Líbero)

Patricio Navia

El Mercurio, Sábado 18 de agosto de 2018


Texto 8. "EL CONTEXTO"
18
NOTA EDITORES. La transición a la democracia en Chile, fue producto de la incapacidad
indiscutible de la vía rupturista de “derrotar a la Dictadura”. El “Gobierno cívico militar” más que
ser desbancado del poder, diseñó una fórmula para ceder el gobierno, manteniendo importantes
cuotas de poder y sobre todos frenos para los cambios imprescindibles. Sin olvidar, la
perpetuación del modelo económico social creado por la Revolución capitalista de la Dictadura. En
este marco la sociedad chilena vivió, los famosos “treinta años”, en una “democracia” diseñada
por una dictadura, sin legitimidad, ni participación ciudadana efectiva y sobre todo transparente.
Ahora, cabe señalar, a favor de los partidarios de la Dictadura, el alto apoyo que mantuvo el
“gobierno militar” (más del 40% de la ciudadanía) hasta el fin de su ciclo, entre los años 1988 y
1990. Apoyo que explicó que apenas diez años después, en 1999, la Derecha heredera de la
Dictadura estuvo a punto de volver al gobierno democráticamente, con su “tartufesco” y
camaleónico candidato Joaquín Lavín. Sobre esta temática el autor canónico para comprender la
dinámica del periodo es Eugenio Tironi. Entre sus muchos libros sobre el periodo, destacamos:
SIN MIEDO, SIN ODIO, SIN VIOLENCIA. Una historia personal del No. (Editorial Ariel,
Santiago: 2013)

27
La memoria y la historia vuelven una vez más a aflorar. Todo
a partir de una secuencia: libertad condicional para reos de Punta Peuco,
posible acusación constitucional contra los ministros de la Corte Suprema
que la dictaron, nombramiento de Mauricio Rojas como ministro de
Cultura y sus polémicas declaraciones sobre el Museo de la Memoria, un
"montaje", que quedaron impresas en su duro libro "Diálogo de conversos
(2015)" y reiteradas un tiempo después en una entrevista en CNN. Bastó
la secuencia descrita para que el tema de la violación de los derechos
humanos enfrente nuevamente a la sociedad chilena. Una vez más, parte
de la derecha política, económica, social y cultural trató de minimizar lo
que fueron los horrores de la dictadura, a través de múltiples expresiones
pero donde la más reiterada ha sido el "contexto". Pues bien, quiero
preguntarles a quienes así piensan, a través de esta columna. ¿Cuál sería
el "contexto" que explicaría y/o justificaría los siguientes casos de
violaciones a los derechos humanos ocurridos durante la dictadura cívico-
militar de derecha, entre 1973 y 1990?

1. ¿Cuál sería el "contexto" que permitió el fusilamiento de parte


importante de quienes defendieron el orden constitucional, junto al
Presidente Allende en La Moneda el 11 de septiembre?

2. ¿Cuál "contexto" explicaría asesinar a Víctor Jara con 44 balazos


y botarlo en un potrero?

3. ¿Cuál sería el "contexto" del fusilamiento de 70 campesinos,


estudiantes y profesionales ocurrido en la comuna de Paine en octubre de
1973, e incluso con la colaboración de civiles de la zona?

4. Que alguien me explique el "contexto" que condujo a 8


carabineros de la tenencia Isla de Maipo que los llevó a detener en sus
casas y en la plaza del pueblo a 15 campesinos, los condujeron a unos
hornos del cal en Lonquén, los ejecutaron y tiraron sus cadáveres a dicho
horno y los dejaron allí, con algunos de ellos agonizando.

5.Que alguien me explique el "contexto" de la denominada


"Caravana de la muerte" que asesinó a más de 70 prisioneros políticos,
todos los cuales ya estaban detenidos, o en las cárceles o en los
regimientos, y que no solo fueron ejecutados sino que sus cuerpos
literalmente destrozados.

6.Que alguien explique el "contexto" que llevó a la DINA y al


Comando Conjunto a detener, torturar, ejecutar y lanzar al mar a
centenares de dirigentes y militantes del MIR, del Partido Socialista y del
Partido Comunista durante los años 1974, 1975 y 1976.

7.¿Cuál "contexto" explicaría la existencia de un cuartel secreto, el


cuartel Simón Bolívar, recién descubierto el año 2007 y al cual ingresaron
más de 200 prisioneros políticos que ahí fueron detenidos, torturados,
ejecutados, borrada su dentadura y huellas digitales con soplete, puestos
dentro de un saco, amarrados con rieles rumbo a un helicóptero que los
tiró al mar?

8. ¿Cuál sería el "contexto" para que en ese mismo cuartel fuera


asesinado, literalmente a palos, el profesor Fernando Ortiz?

28
9. Que alguien me explique el "contexto" por el cual la dictadura
asesinó en el extranjero al general Prats y a su señora, al ex canciller
Letelier y a su secretaria e intentara asesinar a Bernardo Leighton y a su
señora.

10.¿Qué "contexto" explicaría el titular del diario La Segunda de


1975 que describió la "Operación Colombo" -donde fueron asesinados 119
miristas- con el título "Exterminados como ratones"?

11. ¿Qué "contexto" explicaría la detención, tortura y ejecución


mediante el degollamiento de Nattino, Parada y Guerrero en 1985?

12.Que alguien me explique cuál fue el "contexto" para desarrollar


la "Operación Albania,", mediante la cual la CNI ejecutó a 12 militantes
del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, a sangre fría, sin enfrentamiento
alguno en 1987?

13.¿Cuál sería el "contexto" mediante el cual los organismos de


inteligencia de la dictadura secuestraron en septiembre de 1987 a 5
militantes del Frente, cuyo objetivo fue canjearlos por el secuestrado
coronel Carreño y, ante el fracaso de dicha operación, fueron ejecutados y
lanzados al mar?
14.Saben ustedes, estimados lectores, que el último ejecutado
político en dictadura ocurrió en 4 de septiembre de 1989, es decir casi un
año después de la derrota del Pinochet en el plebiscito y a dos meses de
la elección presidencial donde triunfó Patricio Aylwin. ¿Qué "contexto"
llevo a una patrulla de la CNI a asesinar al dirigente del MIR político Jécar
Neghme, al anochecer de ese día en la intersección de Alameda con
Bulnes?
15.Finalmente ¿Qué "contexto" explica la existencia de 38 mil
torturados, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, en más de mil recintos a
lo largo del país, y no hablo del simple cachuchazo o de un puntapié en un
glúteo, sino de la parrilla eléctrica, la violación de mujeres -incluso por
perros- y la introducción en sus vaginas de ratones?
Cuando respondamos todas estas interrogantes podremos ir de
frente con la verdad como corresponde a los chilenos.
Francisco Vidal

PRISIONEROS POLÍTICOS SACADOS DESDE LA MONEDA EN RUINAS.


TERCERA PARTE: LA MIRADA DESDE LAS DERECHAS.
Texto 9. EL PC Y LA REVISIÓN HISTÓRICA
28 junio, 2023

29
Diversos personeros del Partido Comunista han reaccionado con virulencia ante la
sugerencia presidencial: habría que revisar con una mirada crítica aspectos del gobierno
de Salvador Allende.
Para los comunistas, es imposible la mirada crítica. Por definición, las cosas
fueron como ellos dicen que fueron, porque también para el pasado aplican la vieja
máxima: si la teoría no calza con los hechos, peor para los hechos. 19
¿Y qué hechos de su participación en el proyecto allendista no están dispuestos,
de modo alguno, a que sean recordados desde las fuentes, es decir, revisados respecto
de la verdad única que el PC ha pretendido implantar?
Varios, muchos. Recordemos solo algunos, en muy variados campos.
Que Allende nombró a un militante comunista, Américo Zorrilla, como ministro de
Hacienda y lo mantuvo en el cargo gran parte de su período, a pesar de la ineptitud
completa del personero.
Que las Brigadas Ramona Parra asesinaron al mirista Arnoldo Ríos en Concepción,
agredieron violentamente a la “marcha de las cacerolas”, asaltaron a los ocupantes de la
Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, asesinaron
también al joven militante de la Democracia Cristiana Jaime Iglesias, y atacaron a los
estudiantes refugiados en la rectoría de la Universidad Católica de Valparaíso, entre otras
fechorías encubiertas dentro de la actividad de pintura mural.
Que la consigna “No a la guerra civil” estaba fundamentalmente dirigida por los
comunistas hacia su flanco izquierdo, socialistas de Altamirano y miristas, a los que
nunca pudieron convencer de que había que esperar para dar el golpe decisivo que
cambiaría la correlación de fuerzas a favor del gobierno marxista.
Que para ese momento venían preparando su aparato militar y su acopio de
armas, de acuerdo a los testimonios entregados por su propio secretario general, Luis
Corvalán: “Constituimos los llamados Grupos chicos, compuesto cada uno de estos por
no más de cinco compañeros; sus miembros, que fueron alrededor de mil, aprendieron a
manejar armas automáticas de distinto tipo y adquirieron conocimientos de táctica y
estrategia militares”. Altamirano mismo sostuvo que el aparato militar del PC era incluso
más grande que el del propio PS.
Que desarrollaron a través de su prensa, El Siglo en concreto, una campaña de
injurias y calumnias contra los opositores que, entre otros, tuvo por blanco preferido a
Eduardo Frei Montalva. Tanto se mintió desde esa tribuna que hoy las nuevas
generaciones comunistas promueven comisiones de control estatal de la verdad.
Que elaboraron un sistema de “autodefensa” —o sea, de organización paramilitar
y distribución de armamento— en los sindicatos y cordones industriales, en el que estuvo
directamente implicado Luis Figueroa, presidente comunista de la CUT.
Que colaboraron decisivamente con la presencia en Chile de un total de 5.291
cubanos, de los cuales el 88% figuró en algún momento como personal diplomático.
Que hicieron de la Universidad Técnica del Estado y de su sistema cultural una
colonia comunista, en la que enquistaron a sus principales figuras musicales y a otras
tantas en diversas disciplinas de las artes visuales.
Que, en fin, colaboraron directamente con la violación de todos los derechos y
libertades garantizados por la Constitución, según lo declarado por la Cámara de
Diputados en su acuerdo del 22 de agosto de 1973.
Todo eso lo niegan. En todo eso, y mucho más, son negacionistas.
De ninguna manera los comunistas pueden estar disponibles para una revisión de
la falsa imagen democrática que han logrado difundir sobre su participación en el peor
gobierno de la historia de Chile. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas
Texto 10. DE TOURAINE AL CHE
14 junio, 2023
Ha muerto Alain Touraine, uno de los tantos, tantísimos, extranjeros que vivieron
en Chile apoyando el experimento de la Unidad Popular.

19
NOTA EDITORES. Cabe señalar que la crítica que el destacado abogado y profesor universitario
Don Gonzalo Rojas formula a los “personeros comunistas”, que las cosas solo tienen “una mirada”;
puede ser perfectamente formulada a su propio enfoque, el cual tampoco acepta matices. La
lectura de Don Gonzalo Rojas sigue el patrón de “buenos contra malos”. Y por supuesto “los
buenos” son el bando que defiende su sector político.

30
Entre ellos hubo asesores políticos y económicos; técnicos en las empresas del
Estado; intelectuales, artistas, profesores, periodistas y estudiantes; funcionarios
diplomáticos; guerrilleros y activistas políticos; sacerdotes católicos, y la influencia de la
dupla Fidel Castro-Che Guevara.

¿Cuántos fueron los extranjeros que actuaron políticamente en esos tres años? El
29 de enero de 1972, a petición del Senado, el Ejecutivo envió una nómina con 21.086
extranjeros llegados desde países socialistas, y que incluía 1.178 cubanos, 822 desde la
URSS, 418 desde Yugoslavia, 233 de Checoslovaquia, 206 desde China, 194 desde
Hungría y 146 de Rumania. Después, esas cifras se han incrementado hasta un total de
31.206 extranjeros provenientes del área socialista.

En cuanto a los sudamericanos, los brasileños fueron unos 6.000 y los uruguayos
—tupamaros la mayoría— unos 2.000; los bolivianos expulsados —algo nos dice esa cifra
sobre el total— fueron 315. También hubo norvietnamitas, norcoreanos, libios, alemanes
orientales, mexicanos, dominicanos, hondureños, nicaragüenses y peruanos, pero en
números mucho menores.

Entre los asesores políticos, ninguno alcanzó la importancia de Joan Garcés,


mientras que los profesores y divulgadores universitarios fueron multitud. A los
brasileños de la Universidad de Concepción, Ruy Mauro Marini, Emir y Eder Sader, se
sumaron los que trabajaron en el Ceren de la Universidad Católica y en el Ceso de la
Universidad de Chile.

Entre los primeros, los alemanes Norbert Lechner y Franz Hinkelammert, el


brasileño José Luis Fiori —quien enseñaba el curso “Ideologías políticas revolucionarias
en Chile”— y sus compatriotas Wilson Cantoni y Almino Affonso; el uruguayo Nelson
Minello, y los cubanos Germán Sánchez y José Bella Lara. Pero sin duda alguna, los más
influyentes fueron el belga Armand Mattelart y la francesa Michelle Mattelart.

Por su parte, en el Ceso trabajaron Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra y Marco
Aurélio García, quien pronto ingresó al MIR.

Entre quienes estuvieron de paso, cabe recordar al estadounidense David J.


Morris, con evidente simpatía por el MIR, y a Regis Debray y sus entrevistas con Allende.

Otros integrantes del MIR fueron el argentino Luis Vitale, uno de sus fundadores,
y el alemán André Gunder Frank. Sin pudor, Pascal Allende afirma que con Marini, los
hermanos Sader, Dos Santos, Gunder Frank y otros tenían reuniones de debate teórico y
político. Y en paralelo, se dieron en Chile los encuentros secretos de Miguel Enríquez con
los Elenos, el ERTP y los Tupamaros, para formar la Junta Coordinadora Revolucionaria.

Desgraciadamente, hay que sumar a aquellos sacerdotes que, habiendo venido a


Chile a trabajar por la “salvación de las almas”, se sumaron a la “liberación por las
armas”. Uno de ellos, Antonio Llidó, destinado a Quillota, también llegó a militar en el
MIR, porque, afirmaba, “nadie en Chile es neutral ante la lucha entablada. O se está al
lado de los explotados o de los explotadores”.

Todos ellos conocían las palabras del Che: “El odio como factor de lucha; el odio
intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser
humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.

¿Y Alain Touraine? Él veía nuestra realidad con curiosos matices: “El generalísimo
Allende ganará una batalla en la cual sus adversarios están divididos entre comandos
suicidas y tropas pequeñoburguesas, inquietas y poco decididas”. Vaya profeta. (El
Mercurio)
Gonzalo Rojas

Texto 11. ¿LA UP, UN PROYECTO INCONCLUSO?


8 junio, 2023
La conmemoración de los 50 años del golpe de Estado que significó el
derrocamiento del Presidente Allende, el hundimiento de la democracia y la

31
entronización de una larga dictadura, es una oportunidad para tratar de
reflexionar serenamente sobre una época traumática en la que las diferencias
políticas se convirtieron en odios, y la violencia impuso su despiadada ley.

No existe la posibilidad de que, desde el poder, se defina aquello que debe


ser recordado y aquello que debe ser olvidado. Eso solo lo intentan las
dictaduras, y fracasan. En una sociedad abierta como la nuestra no es viable.
Por lo tanto, los años de Allende y los años de Pinochet seguirán siendo motivo
de análisis, investigación y controversia. En todo caso, Chile ha hecho un
trayecto que nos permite debatir sin reeditar necesariamente las antiguas
divisiones. Es lo que debemos procurar.

Tenemos que reafirmar ciertos consensos esenciales sobre “lo que no


debemos hacer” si queremos vivir en libertad. Ello implica convenir límites que
nos comprometemos a no traspasar. Hay males que debemos evitar a toda
costa. En primer término, el quiebre del marco de civilización que es la legalidad
democrática. Solo así es posible proteger eficazmente los derechos humanos.
Esa es la mayor lección de 1973.

Durante 50 años, la izquierda ha preferido callar sobre ciertas cosas con el


argumento de que “no se debe ofender la memoria de Allende y las víctimas, ni
darles la razón a los golpistas”. Los crímenes de la dictadura jamás tendrán
justificación, pero la pregunta es cómo fue posible que Chile, que tuvo
estabilidad institucional por cerca de 40 años, viera derrumbarse el régimen de
libertades. La verdadera ofensa a las víctimas es esquivar las propias
responsabilidades.

En aquello que la izquierda calla están las claves de su derrota,


específicamente la superstición ideológica de buscar la victoria definitiva sobre
los adversarios. La revolución era, hay que decirlo, la negación del desarrollo
democrático, pues suponía que vendría un momento en el que “los justos”
tomarían todo el poder y no lo soltarían más. Siguiendo el dogma leninista, la
izquierda de entonces no se mostraba preocupada de conseguir avances
parciales, sino de abatir el capitalismo. Y la alternativa era, en rigor, el
ultracapitalismo, la concentración de los medios de producción en manos del
Estado, lo cual solo podía sostenerse en un poder autoritario.

La UP fue prisionera de una forma de religiosidad, que era la creencia en el


socialismo, la sociedad supuestamente igualitaria. La vía para alcanzarla era la
lucha de clases. Y el ejemplo a seguir, la Unión Soviética, Cuba y los demás
países sovietizados. Teniendo esa matriz a la vista, la UP buscó poner la
industria, la banca, la agricultura, el comercio y los servicios bajo el control del
Estado. Era la remodelación de la economía para luego remodelar la sociedad.
En perspectiva, los revolucionarios dejarían atrás la “democracia burguesa”, y
efectivamente ella quedó atrás, para desgracia de Chile.

Pinochet no vino de otro planeta. La dictadura no emergió en cualquier


momento, sino cuando se degradó profundamente nuestra convivencia y se
extendieron el espíritu de trinchera, el miedo y el odio. Es cierto que todos los
sectores llevan velas en el entierro, pero la responsabilidad mayor fue la de
quienes gobernaban sin ver el precipicio, ciegos a la dinámica que desataron. La
siembra de vientos provocó terribles tempestades.

Es desconcertante, entonces, que el jefe del PC haya dicho el domingo 4


de junio respecto de la UP que “la historia la hacen los pueblos, y ese proyecto
es hoy un proyecto inconcluso, pero no derrotado. Sabemos muy bien que la
historia no se repite, pero algo muy distinto es pretender sepultar los proyectos
históricos de clase y populares”. Suena antiguo, pero también extraño, puesto
que su partido forma parte de un gobierno que lo que más necesita es no
provocar nuevos recelos.

32
No es realista sugerir la continuidad de una experiencia que llevó a Chile
adonde lo llevó. Además, es como si no hubiera pasado nada en medio siglo.
Como si no se hubiera hundido la URSS y el modelo de la dictadura en nombre
del proletariado. Como si no supiéramos cuál es la situación de Cuba al cabo de
64 años de dominio de la oligarquía que fundó Fidel Castro. Como si ignoráramos
el resultado del “socialismo del siglo XXI” en Venezuela. Como si el régimen de
Nicaragua no fuera una pesadilla. ¿Qué hace falta probar?

Tenemos que aprender de nuestra inmensa tragedia. No estamos


condenados a tropezar en las mismas piedras. Lo primordial es sostener las
libertades, porque allí radica la posibilidad de vivir juntos. Es indispensable que
la memoria no sea estéril. (El Mercurio)

Sergio Muñoz Riveros

LOS MÁXIMOS DIRIGENTES DEL MIR, DURANTE LA MARCHA DE HOMENAJE A SU


COMPAÑERO LUCIANO CRUZ AGUAYO, MUERTOS EN TRÁGICAS CIRCUNSTANCIAS EL 14
DE AGOSTO DE 1971. EN SU DESPEDIDA, MIGUEL ENRÍQUEZ DIRÍA: “ERA NUESTRO
LÍDER DE MASAS, NUESTRA MEJOR EXPRESIÓN POPULAR, EL PUEBLO LO QUERÍA,
SEGUÍA Y RESPETABA... LOS TRABAJADORES HAN PERDIDO UN LÍDER Y NOSOTROS UN
MILITANTE, UN AMIGO Y HERMANO DE LUCHA”.

Texto 12. 47 Y 50 AÑOS DESPUÉS


1 julio, 2023
DOS HECHOS IMPORTANTES OCURRIERON EN LOS ÚLTIMOS DÍAS QUE DEBIERAN
TENER IMPACTO POSITIVO EN EL ESCENARIO PRÓXIMO DE LOS 50 AÑOS DEL GOLPE
MILITAR DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973.

33
El primer hecho es el fallo unánime de los ministros de la Corte Suprema
integrantes de su sala penal, que condenaron a 37 agentes de la DINA a distintas penas
de prisión por la detención, tortura y asesinato de la tercera dirección comunista
clandestina en diciembre de 1976. Este fallo, denominado “conferencia 2”, se da en
el contexto de la política de exterminio aplicada por la DINA a dirigentes y
militantes de los partidos de izquierda que respaldaron a la Unidad Popular.

Así, hasta ahora, la investigación judicial y periodística sobre este tema apunta a
que el año 1974 el objetivo fue el aniquilamiento físico de los militantes y dirigentes del
MIR y que concluyó parcialmente el 5 de octubre de 1974 con el enfrentamiento y
posterior asesinato de su líder máximo, Miguel Henríquez. El año 1975 el objetivo fue el
Partido Socialista y se expresó, entre otras víctimas, en la detención y desaparición de la
dirección interior del Partido Socialista, encabezada por Carlos Lorca, Ricardo Lagos
Salinas y Ezequiel Ponce.

El año 1976 fue el turno del Partido Comunista en el mes de mayo con la
detención de la primera dirección clandestina, en el mes de agosto en que ocurrió lo
mismo con la segunda dirección clandestina y en el mes de diciembre con los hechos que
derivaron en el fallo de la Corte Suprema mencionado.

Lo particular de estos casos, que el lugar de detención, secuestro, tortura y


ejecución, fue el denominado cuartel Simón Bolívar, que fue secreto para los tribunales,
la policía y la investigación periodística hasta el año 2007. Es decir, pasados 17 años de
la recuperación democrática recién se supo de la existencia de dicho cuartel. La segunda
siniestra característica de este recinto es que de todos los detenidos que ingresaron a él,
alrededor de 200, nadie salió vivo. En todos los otros recintos de detención y tortura
siempre hubo sobrevivientes.

La secuencia en este recinto fue la detención, interrogatorio bajo tortura y


ejecución que finalmente terminó, en algunos casos, con el entierro de los restos, por
ejemplo, en la Cuesta Barriga, y en otros en que el destino fue lanzarlos al mar, caso de
la dirigente comunista Marta Ugarte.

Este primer fallo de la Corte Suprema, que comprende una de las situaciones
vividas en ese cuartel, representa un signo de tranquilidad para los familiares de los
prisioneros identificados en este fallo, en el sentido que lograron, después de 47 años, la
verdad, la justicia y la reparación.

El segundo hecho, que tanto como el primero descrito tuvo muy baja cobertura
periodística, fue la declaración del comandante en jefe de la Armada, almirante De la
Maza, en su visita al campo de prisioneros de isla Dawson, con prisioneros de ese lugar y
familiares de estos últimos. En esa ocasión, el almirante De la Maza sostuvo que nunca
más debieran ocurrir los hechos que llevaron a instalar en un recinto naval un campo de
prisioneros para otros chilenos.

Esta valiente opinión del almirante se vincula con el nunca más del general Cheyre
el año 2004 y la restitución de sus derechos como oficiales y suboficiales de la Fuerza
Aérea de Chile a aquellos miembros de la institución que fueron detenidos y
posteriormente exonerados por su no participación en el golpe de 1973, situación que
ocurrió en una ceremonia en la base aérea de Quintero bajo la Presidencia de Michelle
Bachelet.

Al acercarse el 11 de septiembre del 2023, las principales lecciones para la


sociedad chilena, para que nunca más vuelvan a ocurrir los hechos descritos en los
párrafos anteriores, son que hay dos condiciones insoslayables. La primera es la defensa
activa de la democracia, ni la democracia protegida, ni la democracia popular, la
democracia a secas, entendida en lo sustancial como la separación y control mutuo de los
tres poderes del Estado, el sufragio universal; la libertad de expresión; el pluralismo
político, social y cultural; la alternancia en el poder; la erradicación en las palabras y en
las acciones de toda violencia como instrumento político y, finalmente, garantizarle a
todo ciudadano sus derechos ante un eventual Estado opresor. La segunda condición es
que no hay contexto alguno que permita justificar la violación de los derechos humanos
de los ciudadanos. No existe justificación alguna para la detención, secuestro, tortura,
violación y desaparición de chilenos y chilenas.

34
Si la sociedad chilena hace suyos estos principios de la inviolabilidad de la
democracia y de los derechos humanos, Chile será un país mejor para vivir. (El Mercurio)

Francisco Vidal

Texto 13. 50 AÑOS


2 julio, 2023

La conmemoración de los cincuenta años del 11 de septiembre de 1973 no


encuentra al Gobierno en un buen momento. Por de pronto, lejos han quedado las ansias
refundacionales y, por lo mismo, las alusiones presidenciales a la figura de Salvador
Allende se han diluido con el tiempo. La administración de Gabriel Boric ha perdido fuelle,
y la reivindicación de la Unidad Popular no es el mejor camino para recuperar la energía
perdida. Al mismo tiempo, la fecha misma constituye un problema para el Ejecutivo. En
efecto, cualquier tentativa de imponer un relato oficial desde el Estado sería tan absurdo
como inconducente. En nuestro país existen visiones controvertidas sobre el pasado, y
esas diferencias no desaparecerán por obra y magia de un decreto. Cabe añadir, además,
que ese intento podría crispar el ambiente, a sabiendas de que el Gobierno necesita —
más que nunca— apaciguar los ánimos. Otra opción sería impulsar una reflexión amplia,
pero esa alternativa se topará con la previsible resistencia de los sectores más
identificados con el legado de la UP.

Un buen ejemplo de estos problemas los vivió esta semana Patricio Fernández, el
asesor de la Presidencia para los cincuenta años. En una conversación con Manuel
Antonio Garretón, Fernández se permitió formular una pregunta en torno a la dificultad
de alcanzar un acuerdo sobre los sucesos del 11 de septiembre y sus antecedentes, en
contraste con la viabilidad de llegar a consensos sobre las violaciones a los DD.HH. (en
todo caso, para comprender bien el contexto, resulta indispensable escuchar todo el
intercambio, y no solo los pasajes controvertidos). La frase provocó un vendaval, y fue
incluso calificada de negacionista por los más duros.

El uso extendido de este calificativo es, probablemente, el mejor reflejo de


nuestra incapacidad para examinar nuestro pasado con un mínimo de serenidad. Cada
cual podrá discrepar más o menos con la pregunta de Fernández, con su modo de
formularla, o incluso con la supuesta tesis implícita, pero ¿en qué sentido podría ser
negacionista esa interrogante? El concepto de negacionismo remite a quienes han
negado la existencia del holocausto judío perpetrado por los nazis. Supongo que, en
Chile, podría aplicarse a quienes nieguen las violaciones a los DD.HH. en dictadura.

Con todo, es preciso notar el deslizamiento: el negacionismo ya no concierne a los


crímenes, sino que posee una tendencia expansiva. En ese sentido, una reflexión
respecto de las causas del golpe de Estado —pregunta aún abierta y que nunca se
cerrará del todo— arriesga a caer en esa categoría. ¿Cómo debería ser calificado, en esa
lógica, el libro de Patricio Aylwin sobre la UP próximo a publicarse? En rigor, la tentación
de cierta izquierda es estampar la etiqueta de negacionismo a todo quien no suscriba
íntegramente su interpretación de los hechos, ojalá con la ayuda de la ley (o de la
comisión ad hoc para luchar contra la desinformación). Se trata de una singular manera
de clausurar el debate antes de abrirlo.

La discusión guarda estrecha relación con la recurrente polémica en torno al


Museo de la Memoria, y la consecuente dificultad a la hora de distinguir entre
comprender y justificar. La dificultad estriba en que si consideramos a priori que todo
esfuerzo por comprender oculta —de modo más o menos disimulado— un intento de
justificación, entonces nos privamos de los medios indispensables para inteligir nuestro
pasado. No es posible pensar sin moral, pero tampoco se puede pensar solo desde allí:
una reflexión moralizada por los cuatro costados no puede sino ser vana y estéril. Por lo
demás, ni siquiera es posible condenar adecuadamente aquello que no se comprende a
cabalidad: aquí reside nuestro punto ciego. En último término, si la única actitud
aceptable es condenar todo en bloque, estamos renunciando a penetrar los hechos, a
explicar su secuencia, a adentrarnos en las disyuntivas que enfrentaron los actores y, en
consecuencia, aquella condena se volverá vacía.

Nada de lo dicho implica negar la hondura del escollo. Tenemos discrepancias


profundas sobre nuestro pasado, y en esas condiciones no resulta fácil proyectar el

35
futuro. Sin embargo, no avanzaremos un ápice desde la vociferación recíproca, porque
necesitamos imperiosamente todo lo contrario: diálogo. Escuchar y entender las
experiencias de quienes vivieron la tragedia chilena en bandos distintos es —creo— el
único camino para que, quizás, estemos en condiciones de alcanzar auténticos
consensos. Por mencionar un ejemplo, toda persona de derecha debería leer La
Búsqueda, de Cristóbal Jimeno y Daniela Mohor, donde se relata la larga y conmovedora
búsqueda de un detenido desaparecido por parte de su hijo (el autor). En otro plano,
nadie de izquierda debería dejar de leer La revolución inconclusa, de Joaquín Fermandois,
que ofrece un exhaustivo panorama de los mil días. Pero el camino es largo, no admite
atajos y, lo más importante, debe discurrir lejos de la trinchera política que distorsiona
todo esfuerzo por prestarnos atención. ¿Será posible recorrer ese camino? Sinceramente,
no lo sé. Solo puedo decir que, cincuenta años después, bien vale la pena intentarlo. (El
Mercurio)
Daniel Mansuy

Texto 14. EL ALLENDE DE DANIEL MANSUY


11 mayo, 2023
Daniel Mansuy es un intelectual conocido. Sus columnas en El Mercurio, su
participación en Tolerancia Cero de CNN y su libro “Nos fuimos quedando en silencio” le
han reportado un sitial de relevancia en el debate público, al que normalmente se asoma
con inteligencia y perspicacia.

Lo novedoso es que, siendo una persona de centroderecha, se haya ocupado de


Salvador Allende justamente en el contexto de la conmemoración de los 50 años del
golpe de estado que ahogó en sangre y fuego a su gobierno y a la izquierda chilena,
poniendo de manifiesto que el trauma de la Unidad Popular sigue definiéndonos y
acechando nuestras memorias.

Si bien es cierto lo que Mansuy afirma en su libro en el sentido que la izquierda no


ha escrito una historia definitiva, un libro canónico dice él, de la Unidad Popular que dé
cuenta de la magnitud y circunstancia de esa experiencia, no es menos cierto que el
período ha sido tratado por diversos historiadores y politólogos entre los que destacan
varios libros del asesor de Allende Joan Garcés, de Arturo Valenzuela, los trabajos de
Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón, el relato de Alfredo Sepúlveda, las tesis de
Jorge Arrate o de Ricardo Núñez, además de los estudios de historiadores como Jorge
Magasich, Mario Garcés, Joaquín Fernandois o Gonzalo Vial, amén de los libros de Carlos
Altamirano, Luis Corvalán, Orlando Millas entre otros varios protagonistas que han
dejado intensos testimonios sobre el período.

La figura de Allende en particular ha tenido diversos tratamientos biográficos que


incluyen a Mario Amorós, Jesús Manuel Martínez y Diana Veneros, a los que Mansuy
comenta en un apéndice; a lo que había que agregar la muy famosa biografía
sentimental de Eduardo Labarca.

En fin, no es algo nuevo dedicar los desvelos del escritor a la figura de Salvador
Allende o al período de la Unidad Popular. Sin embargo, el trabajo de Mansuy es digno de
ser destacado por la oportunidad de su publicación, la calidad de su investigación y la
profundidad de su mirada.

Se trata en gran medida de un texto que revela una cierta admiración por Allende
como héroe trágico capaz de revertir con sus palabras el sentido de su derrota,
condicionar el futuro y proyectar una esperanza a pesar del momento aciago en el que se
encuentra, enfrentando a la muerte, encajonado por sus propias decisiones y las de su
coalición.

Al decir de Mansuy “Allende cuenta con la lucidez necesaria para proveer de un


marco y de una narrativa a su propio final: su hora más oscura queda cargada de
sentido. Allende se eleva sobre el golpe de estado, sobre las vicisitudes de la Unidad
Popular, sobre el colosal equívoco que el mismo había construido, sobre sus adversarios
de todos los colores y se instala en la historia larga de Chile”.

36
De esta forma, Allende, que podría haber sido un clásico presidente
latinoamericano huyendo en helicóptero tras el fracaso de su gobierno, al defender la
dignidad presidencial y resistir el ataque armado se convierte en el mito que da razón y
orgullo a la izquierda chilena, pero también, a juicio de nuestro autor, Allende es un
problema difícil de encarar, una valla imposible de saltar, mejor dicho, un mito que
requiere de una gran valentía y honestidad intelectual para tratarlo fuera de su
sacralidad.

Es también, la obra de Mansuy, una valoración muy de fondo del difícil, trabajoso,
complejo y delicado proceso de reflexión política e ideológica que protagonizó la izquierda
socialista en la década de los ochenta.

A su parecer “No es una reflexión abstracta realizada desde la distancia


emocional, pues la biografía de cada cual está puesta en juego y expuesta en ella. Pero
no solo la biografía, sino también cierta conciencia de ser sobrevivientes. Dicho de otro
modo: reflexionar respecto de un camino que costó la vida de tantos compañeros influye
en la forma que adquiere dicha reflexión.” Mansuy reconoce en la renovación del
pensamiento socialista un fenómeno político y cultural que por cierto no está exento de
contradicciones, idas y vueltas que incluso se reflejan en las biografías de algunos de sus
protagonistas principales, pero que, en definitiva, fue lo que permitió el reencuentro del
socialismo con la democracia y la formación de la Concertación.

El libro destaca el aporte intelectual de Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón,


los que desde su opción por quedarse en Chile pusieron en cuestión las principales
falencias del proyecto político de la Unidad Popular destacando “la relación con las capas
medias y el desprecio por la trayectoria del Estado chileno en el siglo XX”. En otras
palabras, los debates al interior de la izquierda en esos años estarían más referidos a la
revolución rusa o la cubana, que a la consideración de las especificidades del país en los
años 1970, cuestión que es una verdad a medias y que la singularidad de la “vía chilena”
desmiente.

Lo que es cierto es la incapacidad de la UP de “establecer una relación de


confianza con las capas medias, requisito indispensable para que el proyecto fuera
posible”. Esto condicionó las relaciones con la DC y afectó también la relación con las
fuerzas armadas, pasando la UP a depender de lo que Mansuy llama “el delgado hilo del
constitucionalismo militar”.

Con estas limitaciones y la división estratégica en el seno de la izquierda -división


referida nada menos que al carácter de la revolución, esto es, si se trata de un proceso
nacional y democrático o de una revolución socialista que supone la destrucción del
Estado burgués- la Unidad Popular fue completamente inviable.

Mansuy retoma la discusión acerca de si fue un fracaso de la Unidad Popular o una


derrota en manos de sus enemigos el derrocamiento del gobierno de Allende, discusión
planteada por la renovación socialista. Se trata de un tema sensible y difícil de abordar
que requiere considerar la necesidad de la autocrítica o el examen serio de las
coyunturas, los vacíos estratégicos y el desarrollo real del proceso de la Unidad Popular.

En efecto, al decir de Mansuy, “si fue fracaso, entonces la responsabilidad


principal no recae en la oposición ni en los militares, ni tampoco en Nixon o Patria y
Libertad, sino en la propia UP que no logró darle viabilidad a su proyecto”. Medio siglo
parece ser un tiempo suficientemente largo como para atrevernos a preguntarnos por la
vigencia del proyecto allendista, la vía chilena al socialismo, por su consistencia como
proyecto democrático o como programa revolucionario; por los nudos y preguntas sin
respuesta que siguen flotando; por la actualidad, si la tiene, de su propuesta.

Mansuy destaca el carácter inédito del proyecto de la Unidad Popular, el que


“pretendió ser un camino institucional hacia el socialismo, camino que nadie había
recorrido hasta entonces (y que nadie recorrería después)”. Su originalidad lo salvaba de
las críticas puesto que no había precedentes exitosos o fracasados. Era una invitación a
crear el mundo.

La “vía chilena” era una construcción política que se basaba en la trayectoria de la


izquierda chilena fuertemente asociada al desarrollo de la democracia, la lucha sindical y
la expresión parlamentaria, amén de ser el camino aceptado por la Unión Soviética que
promovía la vía pacífica en los países democráticos. La experiencia política que encabezó

37
el presidente Allende y la Unidad Popular provocó una gigantesca ola de curiosidad por lo
que estaba ocurriendo en el país. Quizás por primera vez de manera sistemática Chile
estaba en la prensa mundial y en el interés de grandes centros de poder político,
económico e intelectual. Parte de ese interés se vestía de solidaridad, muy especialmente
de parte de las fuerzas progresistas de Europa, quienes vieron la posibilidad de una
nueva perspectiva de cambio social en democracia alejada de las confrontaciones
armadas y de las experiencias burocráticas y autoritarias de los llamados socialismos
reales. Tan fuerte como la ilusión que produjo la experiencia chilena fue el impacto de su
fracaso.

Para Mansuy, es imposible no atribuir a Salvador Allende una cuota relevante de


responsabilidad en el fracaso de la Unidad Popular, ya sea por errores de conducción
política o por no ejercer la autoridad de que estaba investido frente a su coalición. Pero,
en tanto mártir, o mito, “Allende es, por antonomasia, el punto más sensible de la
izquierda, su misterio central y el lugar donde se concentran todas sus ambigüedades”.
El fin de la Unidad Popular, el fin de la vía chilena es para Mansuy el fin de la utopía:
“para la izquierda, el 11 encarna el término brutal de la ilusión revolucionaria (…) de la
noche a la mañana, los máximos dirigentes cuya palabra orientaba y articulaba un
proceso inédito, quienes creían estar edificando un mundo nuevo, se vieron súbitamente
enfrentados a algo muy distinto: exilio, represión, tortura y muerte”.

Allende tras la recuperación de la democracia ha sido por momentos una estrella


incómoda para la relación de socialistas y democratacristianos. Su memoria fue
silenciada por años hasta que Ricardo Lagos, primer presidente socialista después de la
experiencia de la Unidad Popular, recupera su derecho a instalar su figura en La Moneda
con ocasión de los 30 años del golpe de estado en 2003.

Para Mansuy “Patricio Aylwin tuvo por tarea domesticar el mito de Salvador
Allende para asentar su propia hegemonía (…) El desafío histórico de Ricardo Lagos era
distinto y, en aquello que concierne al espectro de Allende, más difícil (…) Ese desafío lo
obliga a articular un difícil equilibrio entre el respeto por la figura de Allende y la
necesidad de garantizar que la historia no se repita”.

Para el presidente Boric, en cambio, el trauma del fracaso de la Unidad Popular no


está presente ni en su biografía ni al parecer en su visión política. En él manda el mito.
Boric y el Frente Amplio introducen un hiato, un paréntesis largo, entre el golpe de
estado y el estallido social, al que interpretan como una suerte de contracara del 11 de
septiembre. Boric inaugura su presidencia citando textualmente e inclinándose ante la
figura del presidente mártir, pero, a poco andar debe reconocer que “no estamos
gobernando para la historia, estamos gobernando para el presente (…) a diferencia de
hace cuarenta y nueve años, la derrota que sufrimos en las urnas (…) fue una derrota
democrática” (Gabriel Boric, 11/09/2022).(Ex Ante)

Ricardo Brodsky

Texto 15. EL IMPOSIBLE ARTE DE CONCRETAR LA UTOPÍA-ROBERTO AMPUERO

13 abril, 2023

Una de las características de un país en crisis profunda, sin dirección cierta ni


conducción efectiva, como le ocurre al nuestro actualmente, es la de que su coyuntura
política carcome y devora a la ciudadanía. Se vive el día a día, y de modo monotemático,

38
pendiente de la crisis, y toda conversación remite a ella, es afectada por ella, y se ve
infectada por ella. Jorge Luis Borges decía con sarcasmo que Suiza tenía el mejor
gobierno del mundo pues allá nadie sabe cómo se llama su Presidente.

En cambio, los países en crisis giran, como la Tierra en torno al sol, alrededor de
sus cuitas y de las apariciones y anuncios del Mandatario. Casi a diario emerge entonces
el gobernante acompañado de niños, mujeres deportistas, campesinos, pobladores,
ancianos, sonrientes y agradecidos por las medidas que anuncia. Por esta razón
conviene ejercitar la mirada distante, aislarse o irse a un extremo aislado (pero seguro)
del país, o bien salir de él para mejor ver y contemplar el bosque sin tanto árbol de por
medio.

Opté recientemente por lo último, lejos de Chile (una suerte haber vuelto a casa y
encontrarla intacta), y el resultado fue en cierta medida apaciguador. Nuestra coyuntura
política comenzó a disiparse en mi horizonte y a pesar de eso me permitió ver con nitidez
a Chile y su drama. Lo primero que ocurrió fue que al hablar con extranjeros no tardaba
yo, sin que me lo solicitaran, en empezar a narrar nuestra crisis, pero cuando logré
controlar este síndrome de abstinencia, comprobé para mi sorpresa que muchos a su vez
me preguntaban extrañados qué ocurría con el país más exitoso de la región en los
últimos treinta y cinco años. Ante eso preferí explorar, como siempre suelo hacerlo, la
imponente belleza colonial de La Antigua y escaparme por unos días con mi señora a la
tórrida costa del Pacífico de Guatemala.

En la sombra de una palapa concluí que la dramática caída en la aprobación del


Gobierno se debe, más allá de la deficiente gestión, a la colisión entre utopía y realidad
o, mejor dicho, al divorcio entre la vía hacia la utopía prometida por Boric, el Frente
Amplio y el PC, por un lado, y el modo en que los ciudadanos vivimos y evaluamos esa
transición, por otro.

Seamos sinceros: en el papel, (casi escribo “en el paper”) el programa de Boric y


sus nociones generales para una nueva Constitución pintaban un cuadro rupturista, en
parte promisorio, colorido, fresco y a ratos para muchos seductor. La inmensa mayoría
dio por ello un fervoroso sí a la redacción de una nueva Constitución política. Lo que
terminó por deshilachar primero y liquidar después ese asalto al cielo con un menú
cuajado de imposibles, ese afán por crear un país nuevo, desmembrado y asambleario, y
con todos los derechos sociales garantizados, fue la implementación práctica exhibida
tanto por el Gobierno como la Convención Constitucional. Se alzó así un muro
infranqueable entre deseo y realidad, programa y diversidad, utopía y libertad.

Comparando a Boric con Allende

Algo parecido le ocurrió hace más de medio siglo a Salvador Allende, que llegó al
poder con 36% de los votos y un programa revolucionario -instaurar el socialismo con
sabor a “empanadas y vino tinto”-, que comenzó a hacer agua por la economía y no
tardó en inundar la vida nacional, polarizándola y emponzoñándola, lo que nos puso ad
portas de la guerra civil. Sugiero ver fotos de la época: el PC marchando con lienzos de
¡No a la guerra civil! No nos andábamos con chicas en 1972-73: guerra civil. La
resplandeciente utopía era una cosa, la transición hacia ella, otra. La transición hacia un
ideal devino una vía infernal tapizada de supuestas buenas intenciones.

Pero no debemos sorprendernos. Ese es el destino de las utopías redentoras


cuando sus profetas toman el poder o se aproximan a él. El empedrado es en extremo
duro y peor su estación final. El comunismo cubano promete desde hace 64 años una
sociedad fulgurante que los cubanos aún no ven, y sobre la cual aún no pueden
expresarse en elecciones pluralistas. El régimen afirma que avanzan hacia el comunismo,
donde cada uno vivirá de acuerdo a sus necesidades, lo que no es más que una utopía
adicional para explicar los 64 años ya perdidos de la isla, que en 1959 registraba los
mejores índices de desarrollo del continente junto a Argentina y Uruguay.
Algo parecido acontece con la dictadura de Maduro, que comienza con el redentor
programa del comandante Chávez, un ansia refundacional no sólo para Venezuela sino
también para todo el continente, una fusión entre las ideas de Fidel Castro y los
petrodólares de Chávez. Según la OIM, más de 7,1 millones de venezolanos han
emigrado del socialismo bolivariano, respaldado por el Foro de Sao Paulo y el Grupo de
Puebla. Y esa migración, conviene recordarlo, no se debe a invitaciones de presidentes
extranjeros sino al desastre de la tiranía venezolana. 7,1 millones de venezolanos

39
equivale a que de Chile se marcharan casi 5 millones de compatriotas. ¿Y qué decir de la
revolución sandinista y su fruto final, el orteguismo-murillismo, esa dictadura conformada
por un matrimonio, es decir, tan dinástica como el somocismo o el castrismo?
No sostengo que Boric sea comparable a los tiranos Castro, Maduro y Ortega. La
diferencia fundamental estriba en que en Chile la revolución, al llegar al poder por la vía
electoral, no consiguió el control del conjunto del aparato estatal y sus instituciones,
como sí ocurrió en las actuales dictaduras regionales o en los desaparecidos socialismos
reales. Es la ciudadanía, que sigue expresándose con libertad en Chile, la que le dibujó
los límites a Boric. Éste se parece más bien a Allende (parecido que lo halaga y busca)
pues ambos corresponden al revolucionario que opera dentro de una democracia liberal,
donde no tardan en colisionar con una ciudadanía que si bien aspira a un país mejor, no
está dispuesta a echarlo por la borda y menos a dejarse encantar por otro flautista de
Hamelín que los conduzca a la utopía perfecta. La diferencia entre Allende y Boric,
corresponde decirlo en esta conmemoración de los 50 años, es una diferencia de
trayectoria profesional y política, de carácter, figura y de contenidos utópicos.
Allende exhibía experiencia en lo profesional (era médico), descolló en la política
nacional durante decenios, era un gran orador, y contaba con experiencia de vida y una
voluntad que sólo flaqueó al final, cuando constató que sus camaradas lo abandonaban.
Allende se ufanaba de su “muñeca” política. Su suicidio en La Moneda, donde muere
acompañado sólo de un par de amigos médicos y escoltas de su confianza (no hubo
ningún dirigente de partido de la Unidad Popular que lo acompañara) encierra un
simbolismo poderoso, que clama por ser analizado y que los partidos de la entonces
Unidad Popular no pueden seguir eludiendo.
Además, a diferencia de Boric, Allende se inspiraba en los socialismos realmente
existentes entonces. Anhelaba imitar a Cuba, Vietnam o a las repúblicas denominadas
“populares” del este de Europa, soñaba con reeditar sus “conquistas sociales” aunque
empleando los medios propios de la democracia liberal, sin cancelarla, aunque en la
práctica esta se viese cada vez más restringida por la violencia, la inflación y el caos
económico y alimentario.

Allende falló en su intento al no alcanzar las mayorías requeridas para transformar


profundamente al país. En parte se debió a la pésima gestión e irrespeto a la propiedad
privada, a la mayoritaria oposición interna, a la injerencia externa (la Guerra Fría en su
apogeo) y también a los sectores radicalizados de la Unidad Popular y el MIR, que desde
1967 postularon la lucha armada para instaurar el socialismo. La ironía de la historia:
todos los modelos referentes de Allende sucumbieron de hecho (Europa del Este y la
URSS), como alternativa (Cuba), o abrazaron al menos la economía de mercado
(Vietnam, China).
A diferencia de Allende, Boric hoy no tiene referentes reales, o modelos a
seguir.20 Incluso su ingenua aspiración buenista de que la región hable con una sola voz
se hizo trizas a los dos meses de llegar a La Moneda. Los socialismos reales
desaparecieron, el castrismo es hoy una agonía patética, simulacro del que fue cuando
Cuba era financiada por la Unión Soviética y por la Venezuela chavista; la Tercera Vía se
esfumó; el Socialismo siglo XXI perdió fuelle; el bolivarianismo del Foro de Sao Paulo o
Grupo de Puebla ya no irradian entusiasmo, y el indigenismo de Evo y su vicepresidente
García Linera, un marxista que se nutre del leninismo, carecen de atractivo. Y el modelo
socialdemócrata o escandinavo (en aprietos por la dificultad para financiar la salud
pública y las pensiones) marca en Chile ya “ocupado” por los socialdemócratas, Amarillos
y Demócratas, por decirlo de algún modo.
¿Quo Vadis, Boric?

Vale entonces la pregunta ¿qué le queda a Boric como modelo mínimamente


viable para proponer a los chilenos pero conservando a la vez su identidad refundacional,
no reformista?

La respuesta es difícil, y demasiado extensa para esta columna. En forma


abreviada, le queda seguir las ideas de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, de Pablo
20
Nota Editores: El Gobierno de Boric, los debates, las esperanzas y sobre todo desesperanzas
actuales, son simplemente otra época histórica. Una época sin utopías totales. Un mundo donde
el futuro se piensa como más de lo mismo, pero con más robot y computadoras. Este mundo
presente, donde Bob Dylan suena a ruido y cuento de hadas, nos hace difícil imaginar esos años de
camisas floreadas y pelo largo. Ese tiempo del “Compañero Presidente”, cuando “la era estaba
pariendo”. Una época donde la “victoria” parecía posible. En esos frágiles días nació, vivió y fue
asesinada nuestra Unidad Popular.

40
Iglesias e Íñigo Errejón (padres españoles del Frente Amplio, ambos hoy de capa caída) ,
que exploran, a partir del neo marxismo, la estrategia política que sustituye el sujeto
social de las revoluciones (para Marx, hijo del siglo XIX, ese sujeto protagónico era la
clase obrera) y lo hallan en los infinidad de organizaciones y activistas de las más
variadas causas en la sociedad moderna, donde la clase obrera que Marx anunció como
la sepulturera del capitalismo, fue sepultada por el capitalismo avanzado.

Esta azarosa estrategia de intentar unir y articular a todas las fuerzas


disconformes o insatisfechas con ciertos aspectos de la consumista, individualista,
independiente y variopinta sociedad liberal de economía abierta, es en extremo difícil.
Se trata de sectores atomizados, imponentes en su capacidad para copar las calles -mas
no de copar las urnas con sus votos- y para manifestar su ¡NO! al desarrollo del mundo
moderno. Como se trata de intereses particulares, a menudo de sectores medios o altos,
de educación refinada o universitaria, contradictorios, que obedecen a valores distintos,
formas de vida independientes y diversas visiones de mundo, si bien son efectivos como
movimientos opositores, enarbolan causas difícilmente practicables y financiables para un
gobierno, y cuyo conjunto colisiona en aspectos e intereses consigo mismo y el grueso de
la sociedad.

Eso explica la formidable capacidad de movimiento de masas en la calle y desde la


oposición de quienes forman el actual gobierno y también su falta de unidad como
gobierno. Quienes forman la base sólida de Boric seguirán siendo fuertes e influyentes
como una suma de causas opositoras a la sociedad actual, pero no como base para un
Gobierno de gestión armónica y conquistadora de mayorías.

Es por ello que el Presidente brilló desde la oposición en la calle diciendo ¡No!,
consciente de lo que rechazaba, pero se ha disipado al tener que actuar desde La Moneda
liderando una fuerza articulada y unida. La decepcionante concreción gradual de la utopía
el primer año de gobierno, la contradictoria diversidad de causas que constituyen la
trama del oficialismo y su falta de experiencia en el manejo del poder, auguran un futuro
con más de lo mismo para el Presidente y el país.

A menos que Gabriel Boric dé el único giro sensato que le queda: abrazar de
forma genuina y definitiva a la socialdemocracia. Pavimentaría así su vía para los
próximos tres años y para cuando salga de La Moneda. (El Líbero)

Roberto Ampuero21

Texto 16. EL “ONCE”, NUESTRA COMÚN RESPONSABILIDAD


13 marzo, 2023
Salomón Lerner, quien fuera presidente de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación en Perú, dice que “la exposición de la violencia no es únicamente el
reconocimiento de víctimas, culpables y daños por curar. Ella puede ser, por encima de
todo, un descubrimiento de nosotros mismos. Es lo que en la antigua tragedia griega se

21
Roberto Ampuero, es de los personeros de la “derecha intelectual” (suena a oxímoron pero no lo
es) menos querido, por decirlo de forma eufemística por la izquierda. Ahora, pese a este furioso
desamor, no se puede desconocer que Ampuero tiene una reflexión profunda, y en primera
persona, fue por años militante comunista, de las experiencias, derrotas y tragedias vividas por la
amplia y diversa izquierda chilena. En esta línea creemos valido leer sus puntos de vista y
analizarlos con un acercamiento empático. Recordemos los derrotados, no por ello tienen toda la
razón; así como tampoco los ganadores obtienen la santidad por haber impuesto sus puntos de
vista. Un último alcance, las experiencias en el “socialismo real”, a muchos militantes de la
izquierda les rompieron los sueños. Tal vez sería necesario recordar que la perfección no es
creación humana. Y no olvidar que los socialismos reales, en todas sus variedades, fueron hijos de
la dinámica de la Guerra de los 31 años y su montaña de destrucción, asesinatos y horrores.
Fue en ese marco de “derrumbe civilizatorio”, que nació y se expandió la URSS por Europa del
Este. Fue en este contexto de “era de los extremos” que Alemania quedó divida y enfrentada,
como resultado directo de la experiencia totalitaria nazi. Lo otro que Ampuero a veces no recuerda
con suficiente elocuencia es que los defensores de los Derechos Humanos de la Democracias
Capitalistas, en muchos momentos también eran los defensores de regímenes imperialistas y
dictaduras criminales, corruptas y chapuceras del Tercer Mundo. En definitiva, el “ex compañero”,
Roberto Ampuero, se fue con la ganadores; y eso para los que no olvidan a tantos compañeros y
compañeras torturados, asesinados y desaparecidos; lo que se niegan a abandonar la búsqueda de
la “ciudad de la alegría” y el “mundo de pan y paz”, no tienen perdón. Para quién redacta estas
líneas, pase lo que pase nunca olvida quienes son los nuestros, así los nuestros, al decir de Bertolt
Brecht, tampoco “pudieron ser amables”.

41
llamaba anagnórisis, el reconocimiento de nuestro pecado oculto e ignorado en el que se
encuentran las claves para la comprensión exhaustiva de nuestro presente” [1].

¿El Once ya es historia o sigue siendo una experiencia que nos define vitalmente?

Al conmemorar 50 años del golpe de estado, podríamos preguntarnos porqué


seguimos recordando esa fecha y hasta cuándo lo seguiremos haciendo. Algunos
piensan que el gobierno lo trae a colación para obtener ventajas morales o políticas,
convirtiendo la conmemoración en una posibilidad para reconstruir su golpeado relato.

La verdad no es tan sencilla, ni tampoco el sentido de la conmemoración depende


del gobierno. Se trata de un momento de la sociedad del cual es difícil escapar.

Para muchos chilenos y chilenas de varias generaciones ese día se ha convertido


en un presente eterno, un momento decisivo en sus biografías y las de sus familias y
amigos, del cual es imposible sustraerse; de alguna manera nos define quiénes somos y
a qué comunidad política pertenecemos.

Si el Once ya fuera historia, es decir si nos permitiera invocarlo con distancia


ecuánime, basándonos para su interpretación en archivos y documentos al modo que los
historiadores ejercen su oficio, ¿habría que dejar de lado la memoria, siempre cargada de
subjetividad y que nos hace mirar ese día desde lo que creemos saber hoy?

La experiencia y dolores del golpe siguen estando demasiado cerca. La memoria y


la historia vuelven a cruzarse en este aniversario. Las víctimas dirán su verdad,
interpretarán ese pasado, quizás algunos -como dice Beatriz Sarlo- al modo realista-
romántico, es decir otorgando valor a detalles que afirman la verosimilitud e intensidad
del recuerdo; otros han heredado una memoria transgeneracional que sin pasar por la
experiencia viven el trauma intensamente abriendo así la pregunta acerca de la
posibilidad de superar la herida.

Esa memoria se ejerce sin sentirse obligados a dar explicaciones, a evocar lo


incómodo, a definir nuestro papel en el drama más allá de la derrota y el martirio.
Algunos rechazan completamente la idea de admitir culpas, incluso errores. Invocar el
contexto político de la crisis que terminó en el golpe de estado es visto como una
agresión, una sibilina justificación de la dictadura y el terrorismo de estado. Como si
comprender fuera sinónimo de justificar.

Otros relatos también entrarán en el juego. Son aquellos que sostienen haber
actuado inspirados por el patriotismo, cumpliendo su deber para salvar a Chile de la
guerra civil o de una dictadura de signo contrario. A su vez también se consideran
injustamente victimizados al tener que enfrentar en democracia juicios públicos y
procesos judiciales interminables, tener que “desfilar por los tribunales” por años en
circunstancias de estar convencidos de haber actuado disciplinadamente según lo que
correspondía en el momento; es decir, ser sujetos ¿o caídos? de algo así como lo que
Hannah Arendt describió como “la banalidad del mal”.

¿Hemos sido todos víctimas de la violencia, la intolerancia y el maniqueísmo? La


violencia es adictiva, otorga identidad y quienes la ejercen se embriagan con el
espejismo de su poder. Fernando Atria, con ocasión de los 40 años del golpe sostenía
que la idea de reconciliación es “el redescubrimiento de la común humanidad de víctimas
y perpetradores (es decir) la posibilidad de ver a los perpetradores como víctimas en
algún sentido (…) en el sentido que ellos fueron también deshumanizados
`diferentemente, pero por igual` por su creencia ilusoria de que controlan la fuerza. En
ese sentido ellos también fueron víctimas de la fuerza”.

Es muy discutible la idea de la reconciliación porque de alguna manera es una


presión moral sobre las víctimas. Prefiero hablar de despolarización, como dijo un amigo
alemán, ex director del museo de la Stassi en Berlín. Pasados 50 años no estaría de
más conversar sobre las razones por las que el país cayó en un espiral de odio y
polarización, porqué los chilenos dejamos de ser una comunidad tolerante, cómo se
impuso el maniqueísmo para descartar al otro, identificándolo como enemigo
irreconciliable; porqué el sistema democrático de la época, amparado en la Constitución
de 1925, fue incapaz de encontrar una solución institucional que salvara la democracia.

42
La manera como asumamos la conmemoración de los 50 años del golpe será
relevante. El partido comunista en su pleno de febrero invita a que “Los 50 años deben
transformarse en una expresión social; política; cultural e internacionalista que fortalezca
la alternativa legítima y necesaria del Movimiento Popular chileno. En una coyuntura
plagada de desafíos y una dura lucha de clases con la oligarquía; las transnacionales y el
imperialismo norteamericano”. O sea, de alguna manera volver a 1973.

El mundo de hoy es muy distinto. La utopía socialista marxista feneció con la


URSS y el muro de Berlín. Sin embargo, nuevas formas del socialismo real han seguido
manifestándose en nuestra región y el mundo. Los regímenes autocráticos de Corea del
Norte, Nicaragua y Venezuela, si bien para nadie representan una utopía, siguen en pie y
siguen contando con la solidaridad de muchas izquierdas latinoamericanas, con desprecio
por la democracia y los derechos humanos.

Ya es común afirmar en Chile que la democracia está bajo asedio, amenazada por
la polarización, el populismo y el crimen organizado. Sabemos ya que la inminencia no
son los golpes de estado sino la captura del estado por populismos autoritarios de
derecha o izquierda que van sistemáticamente horadando las instituciones, arrasando
con los derechos humanos y liquidando la autonomía de los poderes públicos. Incluso en
países democráticos como México, Israel y Argentina el poder judicial y la independencia
de la justicia se ven amenazadas por tendencias autocráticas.

Aprender de la experiencia es aprender que solo en democracia se pueden vivir la


libertad y los derechos humanos como una realidad palpable. Defender y salvaguardar la
democracia representativa -con todas las mejoras que se le quiera hacer para mejorar la
participación y aprovechar las tecnologías- es reconocer que ya sea por la memoria
pertinaz o atormentada o resistente, o por el desapasionado análisis histórico, nuestra
historia nos enseña que más allá de las culpas de cada uno, tenemos todos una
responsabilidad común. (Ex Ante)
Ricardo Brodsky
[1] Lerner, Salomón. Palabras inaugurales seminario “De la negación al reconocimiento”. CVR. Lima. 2003

“El compañero presidente”, cumpliendo su palabra: “yo no voy a renunciar; sólo


acribillándome a balazos me sacaran de La Moneda.” Lo acompañan, honrando su palabra,
metralleta en mano, miembros del GAP. Nótese la formalidad y elegancia solemne del GAP.
Metralleta, traje y corbata, para enfrentar la hora del combate.
Texto 17. 50 ANIVERSARIO DEL ONCE: ¿ACCEDEREMOS A LA VERDAD TOTAL?

TEXTO DE: ROBERTO AMPUERO


11 marzo, 2023

En este año del 50 aniversario del 11 de septiembre de 1973 el país no


alcanzará una visión mínimamente compartida sobre esa fecha -día que amanece con un

43
Chile pluralista que se desliza por el filo de la navaja hacia la guerra civil, y se acuesta
con un Chile regido por una junta militar- mientras no se admita que nuestra democracia
agonizaba o ya estaba muerta, y que esa noche lo que tuvo lugar fue su sangrienta
sepultura.

A la democracia la liquidaron integrantes de la clase política de entonces. Los


datos lo demuestran: Antes de ese día llegó el país a la polarización extrema, al odio
fratricida, al fin del diálogo nacional, al sistema de racionamiento de alimentos, a la
inflación más alta del mundo, a la ocupación de campos y fábricas, a la aparición de
grupos armados y combates a muerte en las calles, al colapso social y económico del país
y al acuerdo de la Cámara de Diputados que declaró inconstitucional al gobierno de
Salvador Allende. Esa es la trágica y letal verdad: la clase política no logró sacarnos del
callejón sin salida en que nos metió.

Reducir el Once sólo a la intervención militar es eludir la trama histórica profunda,


completa y lacerante, un cherry picking en el pasado que esquiva lo evidente: la (falta
de) responsabilidad de integrantes de una generación de políticos -en su mayor parte ya
fallecidos- en la peor tragedia del Chile del siglo XX. Continuar imponiendo un análisis
estático, ajeno al flujo entreverado de la historia, omitiendo la relación causa y efecto de
los procesos histórico-sociales, imposibilitará durante otro medio siglo acercarse al
cuadro completo de lo acaecido tal como fue, atribuir responsabilidades, extraer
lecciones y posibilitar el reencuentro que el país necesita para superar este infernal clima
de odio, reproches y descalificaciones, de interpretaciones maniqueas con mezquina
intencionalidad partidaria que convierten cada año a Chile en un déjà-vu sin fin.

Dicho esto, reitero lo siguiente: Primero, nada justifica la violación de derechos


humanos ni en Chile ni en Cuba ni Venezuela, ni en el extinto campo socialista o donde
sea. Segundo: exigir que se despliegue la historia completa del Once desde su inicio, que
parte mucho antes de 1973, no es jugar a la lógica del empate, ni ser negacionista ni
justificar violaciones de derechos humanos. Por el contrario, es defender el derecho
ciudadano -en particular de las generaciones jóvenes- a conocer a fondo nuestro tortuoso
pasado, a ver el filme íntegro, el lienzo completo de la tragedia y no sólo segmentos
seleccionados.

Acercarnos al tema plenamente desplegado medio siglo después de lo vivido


entonces -la mayoría puede hacerlo sólo a través de textos, discursos partidarios o
narrativas apologéticas o demonizadas-, exige una honestidad que perturba a muchos.
Un aspecto -insisto- fueron las condenables violaciones de derechos humanos bajo el
régimen militar (también hubo víctimas de esta parte), y otro la responsabilidad que le
cupo a fuerzas revolucionarias que procuraron hacernos transitar, mediante resquicios
legales y “acciones de masas”, de nuestra entonces digna democracia hacia una
transformación radical del país inspirada -está en consignado los textos de la época- en
Cuba, Vietnam, URSS y/o otros estados comunistas.

Es innegable que al gobierno de Allende no lo inspiraron modelos


socialdemócratas ni de economía de mercado al diseñar el Chile al que aspiraba. Estos
eran vistos por la izquierda entonces como “traición al pueblo” y funcionales al “sistema
imperialista mundial”.

La adhesión gradual de una minoría de la izquierda chilena a la socialdemocracia


europea se produce un decenio después, principalmente a través de compatriotas que en
el exilio -al ver las bondades de la pujante Europa occidental frente a la triste realidad
del socialismo amurallado- concluyen que la opción no era binaria entre Castro o
Pinochet, sino un centro algo inclinado hacia la izquierda, el mismo que desdeñaba su
jacobinismo hasta mediados de los setenta. Muchos de los radicales de entonces -
denominados en Cuba “comecandelas”- sufrieron la conversión a la luz de los
candelabros de salones socialdemócratas europeos, pero otros la siguen viendo en el
Kremlin o La Habana.
Lo deplorable es que, antes de eso, en la década del 1960, el PS estaba
convencido de que en Chile, bajo el Presidente Eduardo Frei Montalva (1958-1964),
vivíamos bajo una “dictadura fascista” (sic) que había que enfrentar política y
militarmente.

La “dictadura fascista” de Frei Montalva

44
¿Alguien medianamente cuerdo cree hoy que el gobierno reformista democristiano
fue una “dictadura fascista”, como lo definió el congreso de 1967 del PS, y que debía ser
derribado usando la lucha armada y ser sustituido por una dictadura de obreros y
campesinos? Es lo que planteó ese congreso. Cito a continuación del interesante
Archivo Clodomiro Almeyda algunas de las definiciones de la tienda del Presidente
Allende.

¿Cómo describe el PS al gobierno de Frei Montalva? Así: “El actual gobierno es


una dictadura fascista contrarrevolucionaria cubierta con una careta legalista y pseudo ‐
reformista”. Y agrega en otro acápite: “El régimen de la DC es fascista,
contrarrevolucionario y prolongación política criolla del imperialismo”. Y añade: “O se le
hace oposición que es una manera de ofrecer una válvula de escape o se preparan las
condiciones para derribarlo”.

Cabe recordar que Chile entonces era reconocido mundialmente por su estabilidad
democrática. En Europa saludaban la “revolución en libertad” de Frei Montalva como
alternativa frente a Fidel Castro que regía desde enero de 1959 y adiestraba guerrillas
por doquier. El PS, partido que sería clave en el gobierno de la Unidad Popular y
admiraba a Cuba y Vietnam, y algo menos a la URSS y al socialismo detrás de la Cortina
de Hierro, calificaba ya en los sesenta al gobierno democratacristiano de “dictadura
fascista” mientras aplaudía al mismo tiempo a cruentos tiranos.

En ese estado de fervor revolucionario, el PS instruyó cómo debía defender su


modelo socialista para Chile: “Su defensa frente a la contrarrevolución sólo puede
asegurarse mediante el ejercicio directo de la soberanía por las masas explotadas y el
uso de la violencia revolucionaria contra quienes quieran restaurar el régimen burgués.
En otras palabras, para las masas, democracia directa; frente a la contrarrevolución,
dictadura revolucionaria”. Ahí queda expresada la “sensibilidad” democrática del PS en
los sesenta: etiqueta fascista para la Democracia Cristiana, opción por la vía armada y
una dictadura para proletaria para Chile. No lo afirmo yo, sino el congreso del PS de
1967, mientras Allende calentaba motores para su campaña presidencial.

No citaré todas las tesis, porque son demasiadas y estremece la ligereza de un


partido histórico que -junto con el PC- terminaría sufriendo a partir de 1973 el grueso de
una represión, aunque de signo opuesto, que cinco años antes propugnaban: “El Partido
no pierde de vista que entramos a la etapa de la resistencia activa y que luego vendrá la
lucha armada y, más tarde, la insurrección y la guerra civil para decidir el proceso
histórico chileno. Todo lo que sirva en ese sentido, debe ser aprovechado. Todo lo que se
oponga a la preparación para la violencia, debe ser desechado”. Todo esto bajo Frei
Montalva…

El PS no fue, sin embargo, la única tienda que elaboró, en las puertas de la


elección de 1970, una estrategia violenta para acceder al poder. Ya desde 1965 operaba
militarmente el MIR, adiestrado por La Habana, pues se inspiraba en la vía armada de
Fidel Castro contra Fulgencio Batista (1952-58), estrategia que inició en 1953 asaltando
el Cuartel Moncada y continuará en 1956, después de que Batista lo indulta en 1955,
para iniciar en enero de 1959 su dictadura. Por cierto, la dictadura más longeva de
Occidente -lleva 64 años- aún no genera la condena del PS ni del PC chilenos, ni tampoco
del MIR y fuerzas afines.

Ese era entonces el estado de salud y de aceptación de nuestra democracia antes,


y esas eran las estrategias y tácticas políticas de influyentes partidos nacionales.
Imaginar que el país era un remanso idílico con una democracia respaldada por todos los
partidos, es no conocer al Chile de hace medio siglo. El único partido de izquierda
“moderado” entonces era el PC, acusado de “reformista” por sus socios por haberse
jugado hasta el final por el programa de la UP, aunque el PC proponía como modelo
socialista a Bulgaria, la dictadura estalinista impuesta por las tropas soviéticas después
del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Otro elemento que debe ser incluido en una visión amplia del Once es el Acuerdo
de la Cámara de Diputados de Chile, del 22 de agosto de 1973, que declaró la
ilegitimidad del gobierno de Allende. Más allá de interpretaciones con respecto a su
constitucionalidad, ella refleja lapidariamente el estado terminal de nuestra democracia y
el quiebre de la institucionalidad chilena, revelando que el país marchaba a la deriva,
fracasados ya todos los esfuerzos por resolver políticamente un duelo entre el Gobierno
que no transaba en su objetivo de instaurar el socialismo, y la mayoría del país (desde

45
socialdemócratas moderados y demócrata-cristianos hasta derechistas) opuesta
tenazmente a la instauración del socialismo revolucionario.

Obsesión de Fidel Castro por Chile

Hay otro factor relevante en este cuadro: La destemplada visita de Fidel Castro de
24 días a Chile en 1972 mostró cuán obsesionado estaba el dictador con la posibilidad de
una alianza revolucionaria con Chile. Y su visión no emanaba precisamente de una
postura pro democracia representativa sino de la práctica de su dictadura totalitaria y de
la de otros estados socialistas.

Es insólita en la diplomacia mundial una visita de esta naturaleza y extensión.


Fue una afrenta a Chile y Allende, quien miraba impotente cómo el cubano, casi en
calidad de pro-cónsul, recorría el país de norte a sur, pronunciando discursos donde le
placía, repartiendo consejos no solicitados de cómo dirigir una revolución y consolidar el
poder, sin informar a La Moneda cuándo se marcharía. Todo esto ante la ira y el estupor
de los chilenos.22

Allende debe haber contado entonces con un apoyo ciudadano similar o menor al
que tiene Boric hoy. Para hacernos una idea de la crítica polarización en que nos
hallábamos, agravada por la inflación desatada y el desabastecimiento y racionamiento
de los alimentos, conviene imaginar qué situación tendríamos hoy si Boric permitiese que
Díaz-Canel o Maduro llegase a Chile en visita indefinida, y los partidos simpatizantes le
organizaran una gira de 24 días por el territorio nacional pronunciando discursos
injerencistas sobre nuestra política y loas a su propia dictadura. Seamos realistas, ese
era el grado de “sensibilidad” democrática entonces, algo inaceptable hoy para la
ciudadanía.

Y traigo aquí a colación a Castro y sus fuerzas adiestrados en Cuba porque él se


adueñó entonces incluso de la imagen de Allende después de su suicidio. El 28 de
septiembre de 1973, ante más de cien mil cubanos convocados a la Plaza de la
Revolución, en La Habana, el caribeño difundió al mundo la leyenda de que el Presidente
había caído combatiendo abatido por las balas del “ejército fascista de Chile”.

No tuvo empacho en torcer la historia y ocultar el suicidio del Mandatario y


presentar su muerte a su aire, nada menos que la muerte de Allende, quien, a diferencia
de él, accedió al gobierno mediante una elección, convirtiéndolo cruelmente en una
imitación tardía y fracasada de él mismo, en un fidelista improvisado y de última hora.
Aún muchos creen en la patraña castrista sobre el trágico fin de Allende.

Es indiscutible que para importantes sectores de la izquierda de los sesenta y


setenta la violencia era un método legítimo para instaurar un sistema revolucionario, y
las dictaduras comunistas eran tolerables o cuando no justificables por los objetivos
igualitarios que proclamaban. La valoración profunda de la democracia representativa en
parte de ella surge cuando sufre la represión dictatorial en Chile, y en el exilio conoce la
Europa dividida, el eurocomunismo y el poder entonces de los socialdemócratas. No es
sostenible que la izquierda se identificara con la democracia representativa y los
derechos humanos en la etapa de nuestra historia a la que aludimos. 23
Prueba de esto es que aún en la actualidad existen partidos y movimientos de
izquierda que celebran a los regímenes de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte y
al de Putin. Esa parte de la izquierda que mantiene una relación ambigua con
dictaduras, practica hoy la doble moral al condenar (con razón) a las dictaduras de
derecha del pasado, pero calla, o elude vergonzosamente la condena de las actuales
dictaduras izquierdistas, cuando no las aplauden o se fotografían junto a sus tiranos
favoritos.

22
Nota Editores. “La ira”, de una parte de los chilenos cabría decir de forma más exacta. Pues la
visita de Fidel Castro también fue seguida y vitoreada por decenas de miles de personas que veían
en la Isla socialista el máximo símbolo de lo que podía un pueblo dispuesto a ser y combatir por su
independencia. La Revolución cubana, hasta avanzados los años ochenta del siglo pasado,
representó un modelo de lo que se podía hacer. Y esta idea de la factibilidad de repetir el ejemplo
cubano, una de las claves de la geopolítica del periodo. Esos años de “Cuba va… cuando por amor
se está hasta matando” como tronaba la Nueva Trova cubana.
23
Nota Editores. El mismo juicio de puede realizar para la derecha del periodo. Utilizando la
misma lógica, y con el peso de los acontecimientos. La izquierda, en cualquiera de sus formas, no
fue la que destruyó las instituciones democráticas. La derecha fue la que abaló y dio soporte
político y masa crítica a la necesidad del “terrorismo de estado.

46
Es crucial el análisis holístico de los 50 años del Once por cuanto permite conocer
el clima político y el grado de sensibilidad democrática existentes entonces en el país, y
permite además examinar si se han extraído lecciones de esa tragedia que impidan su
repetición.

Es claro que la mayoría de la ciudadanía y las instituciones de Chile valoran los


derechos humanos y condenan transversalmente su violación (materia en que la
izquierda seguirá responsabilizando ad infinitum a la derecha, incluso a los derechistas
que nacieron en este milenio), pero no ocurre lo mismo con la condena de quienes
justifican o propician a partidos que propugnan o justifican alternativas reñidas con los
principios democráticos.

Reconocer que el 11 de setiembre de 1973 se halla inmerso en un país azotado


desde mucho antes por graves tensiones políticas para los cuales la clase política fue
incapaz de brindar soluciones consensuadas que morigeraran la crisis y neutralizaran
políticamente a los sectores radicalizados no significa -reitero una vez más- justificar la
violación de derechos humanos bajo el régimen militar.

Pero ese análisis permite un examen que no se puede seguir postergando: el de la


responsabilidad de la clase política de entonces. Un análisis crítico objetivo de esos años
y las lecciones que éste arroje permitirá gradualmente al país estar más alerta frente a
fuerzas que se proponen transformaciones radicales sin contar con las mayorías
imprescindiblemente para procesos revolucionarios.

Mientras continuemos enfocados en el tema de la violación de derechos humanos,


pero eludiendo el escrutinio de la responsabilidad que le cupo a la clase política entonces
(hoy en el último peldaño de la aprobación ciudadana), Chile continuará bregando por
más decenios en una arena sucia, dividida y teñida de pasado, en su infinito déjà-vu. (El
Líbero)24
Roberto Ampuero

CUARTA PARTE. UNA MIRADA DESDE LAS IZQUIERDAS

Texto 18. ¿CÓMO DEBE SER CONTADO EL 11 DE SEPTIEMBRE? EL "GOLPE"

SALAZAR: "Hay que someter a Allende a una crítica histórica, objetiva y radical"

La historia, como ciencia, está recién reconstituyendo lo que ocurrió en ese tiempo
sobre bases seguras".
24
Nota Editores. Los crímenes de la Dictadura son crímenes realizados por “funcionarios del
Estado”, con toda una máquina de guerra para tal objetivo. Con un control total de la sociedad y
de la capacidad de informar de lo que pasaba de forma transparente. Sin olvidar lo esencial, los
aparatos represivos del régimen militar no cumplieron las reglas de la guerra. No respetaron los
códigos de trato del “enemigo”, si seguimos la lógica con la que justificaron su accionar. Los tratos
crueles, degradantes, la desaparición de cadáveres y la masiva tortura son una evidencia suficiente
para dejar sentado quién debe cargar las culpas de los crímenes de lesa humanidad. La izquierda
con capacidad de reacción y resistencia al golpe, en primer lugar el GAP, el MIR y sectores del PS y
el PC, no tuvo a su haber, por lo menos en el caso de Chile, cárceles secretas, raptos, torturas,
violaciones de prisioneras y desaparición de cadáveres. Esta realidad no es una interpretación, es
una realidad indiscutible y probada incluso por extensas investigaciones de los propios tribunales
de justicia, que en su momento no hicieron nada por defender las normas del debido proceso.
¿Cómo explicar el papel del poder Judicial en este periodo? Miedo, imposibilidad real y la amplia
simpatía con la Dictadura del poder judicial, son las razones más plausibles. Ahora, lo concreto es
que sólo en contados y destacados casos los tribunales intervinieron a favor de los perseguidos y
asesinados. Sobre esta realidad consultar: Las letras del horror. De Manuel Salazar. (Editorial
LOM, Santiago, 2012)

47
Con estas palabras, el Premio Nacional de Historia 2006 y académico de la
Universidad de Chile, Gabriel Salazar, señala que -lejos de terminar los análisis sobre
lo sucedido el 11 de septiembre del 73- hay todavía mucho por escribir: "Ahora se
dispone de archivos judiciales donde los militares involucrados en la violación de los
derechos humanos están haciendo declaraciones ante los jueces, como acusados. Ahí hay
testimonios sobre hechos reales y a partir de eso se está estableciendo una verdad más
objetiva, que no se puede discutir ni negar", indica.
"Y también -agrega- ha sido un tremendo aporte para la historiografía la
desclasificación de documentos en los EE.UU. desde el año 2000, con material secreto de
la CIA, del Pentágono y de la Casa Blanca".

-Don Gabriel, ¿por qué se produjo el Golpe?


-Es difícil la respuesta, pero hay una cosa absolutamente clara. El Golpe, en la forma que
se dio, como un golpe a nivel nacional, ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, habría sido
imposible sin la actuación norteamericana. El Ejército nunca había dado golpes de ese
tipo antes, sólo cuartelazos improvisados y casi ridículos. Para EE.UU. era muy
importante que Allende no triunfara, y no porque fuera marxista, sino porque la fórmula
de Allende era un gobierno de reformas profundas desde el Estado liberal, y sin cambiar
la Constitución. Si esa fórmula contaba con el apoyo del centro político, o sea la DC, el
triunfo de Allende era seguro y ese proyecto podía propagarse por toda América Latina.
Ese era el peligro: la fórmula de Allende.

-¿Y desde la izquierda hubo responsabilidades por lo que pasó?


-Eso lo tengo muy claro. El programa de la Unidad Popular, que es lo que temía EE.UU.,
consistía en intentar hacer la revolución a partir de la Constitución de 1925, sin
cambiarla. Ese era el problema. ¿Por qué? Porque se quería la reforma agraria,
nacionalizar el cobre, estatizar la banca, etcétera... pero desde un Estado liberal, que no
está hecho para destruirse a sí mismo.

-¿Una ingenuidad?
-Exacto. Esa es la principal responsabilidad de la izquierda.

-¿Cómo cree que la Historia va a recordar a Salvador Allende?


-No hay duda de que el pueblo chileno lo quiere. El sábado estuve en un congreso
internacional organizado por el pueblo mapuche. Yo hablé ahí. Soy crítico de Allende,
políticamente hablando, porque el suyo era un proyecto imposible y condujo al pueblo
por un callejón sin salida... y dije que el proyecto de Allende fracasó. Al terminar, se me
acercó un trabajador mapuche y me dijo: "Yo entiendo lo que dijo, pero no me gusta
mucho. Nunca estuvimos mejor que con él". Por otro lado, es evidente que hay que
someter a Allende, y a todo su proyecto político, a una crítica histórica, objetiva y radical.
Porque fue un error. El problema es que el cariño por Allende es muy grande, eso no se
puede negar.

El archivo secreto de Pinochet


Gabriel Salazar hace una primera recomendación: leer el libro del investigador
estadounidense, Peter Kornbluh, «El archivo secreto de Pinochet», "basado en la
documentación secreta que hoy está desclasificada".
De autores chilenos, el historiador menciona sólo crónicas periodísticas: «La historia
oculta del Régimen Militar», de Ascanio Cavallo, Oscar Sepúlveda y Manuel Salazar.
Además, de este último periodista, los dos tomos de «Las Letras del Horror».

POR: MARTÍN ROMERO E., LA SEGUNDA


Miércoles, 04 de septiembre de 2013

Texto 19. LA PERPLEJIDAD DE MANSUY


30 junio, 2023
En su reciente libro dedicado a rastrear el lugar que la figura de Salvador Allende
ha ocupado, y sigue ocupando, en la trayectoria y el imaginario de la izquierda chilena,
Daniel Mansuy se declara perplejo ante el hecho de que hayan “pasado casi cinco
décadas desde el golpe de Estado, y nuestro presente parece seguir anclado a ese
momento”. Para poner en perspectiva tal “fenómeno extraño”, Mansuy recurre a una
comparación con lo que significó la guerra de 1891, la cual “no fue menos terrible que

48
nuestro 1973 –murieron en ella más de diez mil personas, en un país mucho menos
poblado– y la verdad es que décadas más tarde ningún actor ni observador podría haber
observado que la vida política estaba articulada en torno a ella”.

Más allá de cuán exacta sea la cifra de “bajas” aportada por Mansuy (Cristián
Gazmuri sugiere que el número de muertos habría rondado los cinco mil), el punto es
claro: a pesar de que el conflicto de 1891 fue más devastador en términos demográficos,
ese conflicto armado estuvo lejos de generar una fractura política y social de la
envergadura de aquella que aún subsiste tras el golpe de Estado de 1973, el cual trajo
consigo la extinción del orden instaurado a través de la Constitución de 1925. (Nótese
que, en el ejercicio numérico de Mansuy, las víctimas de tortura no cuentan.) Que
Mansuy parece estar siendo sincero al reportar la “perturbación” que en él suscitaría “la
persistencia de aquel enigma en nuestra autocomprensión política”, lo sugiere la
circunstancia de que la misma comparación figure en un artículo por él publicado
exactamente una década antes, al cumplirse cuarenta años desde el derrocamiento de
Allende.

En ese trabajo previo, titulado “La pena de los domingos”, Mansuy se animaba a
esbozar algunas consideraciones encaminadas a explicar el diferente eco con el que uno
y otro quiebre, y sus respectivas secuelas, han seguido resonando a través del tiempo.
Decía entonces Mansuy:
“Supongo que los métodos utilizados por la represión rompieron cierto consenso implícito
respecto del trato del adversario, consenso básico de cualquier convivencia pacífica.
Supongo también que la división ideológica respecto de lo que cada cual quería para
Chile era mucho más profunda en 1973 que en 1891. La ruptura de 1891 fue dentro de
un cierto plano compartido, o dentro de cierto horizonte común, y por eso la
reconciliación pudo ser más expedita. 1973 es justamente el fin de ese plano común: no
sólo chilenos que no están de acuerdo respecto de la forma de administrar el poder, o
respecto de cómo compartirlo, sino chilenos que, en el fondo, ya no quieren vivir juntos”.
Sería difícil poner en cuestión la pertinencia explicativa de los factores a los que alude
Mansuy. La brutalidad y la crueldad de los métodos a través de los cuales los agentes de
la dictadura de Pinochet persiguieron, exterminaron y vejaron a quienes Mansuy,
eufemísticamente, caracteriza como “adversarios” del régimen, difícilmente encuentren
parangón en la historia de la violencia ejercida por chilenos contra chilenos. Como ha
explicado Manuel Guerrero en su libro Sociología de la masacre, se trata de un
proceso definido por el ejercicio de una modalidad de violencia que se ajusta al concepto
de masacre. Y aunque reformulada en un vocabulario distinto del que privilegia Mansuy,
también parece acertada la sugerencia de que, mientras que la crisis de 1891 tuvo el
carácter de una pugna intraoligárquica, la fractura de 1973 estuvo marcada por lo que
hace algunas décadas todavía nos habríamos inclinado a denominar “contradicciones de
clase”. Pero en el contraste planteado por Mansuy no llega a aparecer el aspecto
comparativamente decisivo.
Para identificar el meollo del asunto, podemos apoyarnos en una precisión hecha
por el filósofo Marcos García de la Huerta, en su ensayo “Historia y proyecto nacional”,
ante la no infrecuente caracterización del quiebre de 1891 como una revolución. Si bien
esta manera de hablar sería comprensible, dado que “aquel instante separó un ‘antes’ de
un ‘después’”, los acontecimientos en cuestión se habrían correspondido con una guerra
civil, pero no con una revolución, puesto que esa coyuntura no habría desembocado en
“un cambio sustancial de régimen”. Con esta precisión emerge, ahora sí, un significativo
punto de contraste: visto retrospectivamente, el golpe de Estado de 1973 puso en
marcha un proceso de implantación revolucionaria de un nuevo orden político-social,
sostenido en un despliegue de violencia criminal. En palabras de Moulian, tomadas de su
Chile actual: anatomía de un mito, “esa brutalidad represiva […] necesitaba verse
justificada por la promesa de la realización de una gran obra”, a pesar de que,
inicialmente, los golpistas carecieran de proyecto alguno para orientar el cumplimiento de
esa “promesa”.
Esto es algo que, a su manera, Mansuy se mostraba dispuesto a conceder cuando
hace diez años sostenía que “el régimen militar no podía sino ser refundacional, o
propiamente revolucionario”, aunque él mismo se apuraba a agregar que ello se
explicaría por el hecho de que “las bases comunes habían sido destruidas por un
cataclismo político de dimensiones insospechadas”. De esta manera, Mansuy
sugería que, en realidad, el régimen institucional bajo el cual Allende llegó a ser electo
para encabezar el trayecto al socialismo a través de la “vía chilena” se encontraba ya
fenecido cuando los cuatro generales pusieron en marcha el plan resultante en su

49
derrocamiento. El problema es que esta hipótesis vuelve muy difícil dar cuenta, entre
otras cosas, del simbolismo del gesto escogido como performance: el bombardeo del
Palacio de La Moneda con misiles lanzados desde dos aviones Hawker Hunter fue la
demostración plástica de que, en el momento decisivo, los golpistas no tuvieron otra
opción que la de escenificar la destrucción de la edificación jurídico-política que había
hecho posible el Gobierno de la Unidad Popular, institucionalidad que el Presidente
Allende se mostró dispuesto a defender hasta las últimas consecuencias. En su Allende y
la experiencia chilena, Joan Garcés lo explica así:

“A través de la decisión de defender hasta el fin la legalidad democrática, Allende


imposibilitaba a la burguesía la reconstrucción del aparato del Estado tradicional,
condenándola a entrar en conflicto con el sentido de la evolución histórica del país en su
configuración socioeconómica contemporánea. Su propia vida era el último recurso que
se había reservado el hombre político singular que era Allende. Muchos dirigentes de la
insurrección, desde los democristianos de Frei hasta los militares del general Bonilla,
habían alimentado la ilusión de forzar un simple reemplazo del bloque social que
detentaba el gobierno, sustituyéndolo por el que era mayoritario en el Congreso, sin
alterar sustancialmente las instituciones del Estado. Pero semejantes especulaciones no
habían contemplado la necesidad de bombardear el palacio de La Moneda con el
Presidente de la República dentro, obligándoles a arrasar las instituciones políticas que
deseaban recuperar”.

Para lo que aquí interesa, sin embargo, es crucial la constatación negativa que, a
partir de la distinción introducida por García de la Huerta, podemos hacer respecto del
proceso activado el 11 de septiembre de 1973.

La violencia criminal masivamente desatada ese día, y ejercida de una manera


considerablemente más sistemática a contar de 1974, aunque preparada desde mucho
antes, contra militantes, simpatizantes y “sospechosos” de adherir al ideario de
organizaciones de izquierda no tuvo como contexto una guerra civil, y tampoco se
orientó a prevenir el despliegue de una lucha armada que hubiera podido ser activada, a
través de un “autogolpe”, por quienes padecieron el ejercicio de esa misma violencia.
(Esto, a pesar del esfuerzo literario acometido por el historiador Gonzalo Vial y quienes lo
acompañaron en la tarea de dar forma a la obra de ficción conocida como el Libro blanco
del cambio de gobierno en Chile, cuyo propósito, como explican Casals y Villar en su
artículo no era otro que el de “justificar el golpe militar tanto en Chile como en el
extranjero y […] desmentir las atrocidades que estaba cometiendo la dictadura contra la
izquierda y sus bases sociales”.)

De ahí que solo se pueda calificar como un despropósito que Mansuy sostenga
que, a través de su gesto final, Allende habría procurado “convertir una derrota militar
inapelable en algo que pueda funcionar en un futuro, un algo cuyos contornos él no
puede sospechar”. El despropósito no radica, ciertamente, en la sugerencia de que, si es
leído a partir de las claves provistas por su último discurso, el suicidio de Allende
adquiere un sentido fundamentalmente prospectivo; como acertadamente lo nota Alfredo
Sepúlveda en su libro La Unidad Popular, Allende logró así instalarse “sobre un Chile del
futuro”, en “un territorio en que los militares y el complot no pueden entrar”. Antes bien,
el despropósito radica en la sugerencia de que lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973
habría tenido, para los partidarios de Allende y de la Unidad Popular, el carácter de “una
derrota militar inapelable”.

Esto último supone desconocer que, a diferencia de la crisis de 1891, el quiebre


de 1973 no tuvo aparejada la victoria de uno de dos grupos bélicamente enfrentados,
cada uno provisto de una capacidad militar mínimamente equilibrada. En este punto, la
inconsistencia de Mansuy es manifiesta: si lo que Allende sufrió fue “una derrota militar
inapelable”, entonces no tiene sentido alguno denunciar la irresponsabilidad en la que
habrían incurrido los “jerarcas” de la Unidad Popular, y protagónicamente entre ellos el
socialista Carlos Altamirano, al haber renunciado enteramente a diseñar una política
militar. Sufrir una derrota a manos de fuerzas militares no es lo mismo que sufrir una
derrota militar.

En la terminología propuesta por Guerrero, lo decisivo es, más bien, que lo


ocurrido en Chile a partir del golpe se correspondió con una “masacre” de índole
unilateral, que es aquella que distintivamente “puede perpetrar un Estado contra su
propio pueblo”. Una consecuencia fundamental de esto último consiste en que la

50
unilateralidad de tal masacre se expresa en que ella se presente como “un tipo de acción
colectiva de destrucción que se caracteriza por una relación significativamente asimétrica
entre agresores y víctimas, individuales o colectivas, que no están en condiciones de
defenderse”.

En efecto, es la radical asimetría de las posiciones ocupadas por quienes aplicaron


y por quienes padecieron la violencia lo que cualitativamente diferencia a la masacre
puesta en marcha a partir de la insurrección militar contra el orden constitucional hasta
entonces vigente, si se la compara con el enfrentamiento bélico que, ochenta y dos años
antes, dividió a las huestes leales y adversas al Presidente Balmaceda. Y es un
ocultamiento de esa asimetría lo que subyace a la ideología de la reconciliación tantas
veces activada en el Chile transicional. El libro de Mansuy es un testimonio de la
contumacia con la que el sector político y social que promovió y apoyó el golpe, y el
terror que inmediatamente le siguió, sigue validando esa ideología.

Hace una década, él nos decía que la derecha había incurrido en un “silencio
cómplice en las violaciones a los DDHH”, como si las violaciones de derechos
humanos fueran algo más o menos inconexo con el golpe abiertamente incitado por ella,
y de ahí en más justificado a sabiendas de lo que sucedía; como si la derecha no hubiera
estado representada por los ministros y altos funcionarios civiles que integraron el
gobierno dictatorial que las perpetró; y como si los jueces que sistemáticamente se
rehusaron a acoger las acciones de amparo presentadas a favor de personas
desaparecidas no hubieran sido jueces de derecha.

Ahora, y en referencia al “papel jugado por la derecha” en el quiebre que circundó


al derrocamiento de Allende, Mansuy se contenta con observar que “saber ‘quién
empezó’, como en las reyertas infantiles, es un poco irrelevante”. Pero esto no inhibe a
Mansuy de declarar que “la colosal intensidad del 11 no es sino el corolario de un proceso
cuyo principal responsable es el mismo Salvador Allende”, cuya “enorme responsabilidad”
radicaría en que “desató fuerzas que era incapaz de controlar”, sin contar con “diseño
alguno para enfrentar una disyuntiva más que previsible”.

El guion así propuesto es funcional a la pulsión reconciliatoria. Si nos damos


cuenta de que, a pesar de que “a ojos de los dirigentes de la UP” él no habría sido más
que “un funcionario más, sin ninguna importancia especial”, Allende es el principal
responsable de la crisis que desembocó en el golpe de Estado y en la barbarie
desarrollada inmediatamente a continuación, entonces quizá podamos empezar a
abandonar la comodidad, que Mansuy denunciaba hace ya diez años, de “culpar de todo
a los militares”. ¿Y qué mejor vía para ello que la de “admitir abiertamente”, como nos
lo proponía Mansuy, que el proyecto de la Unidad Popular “tenía mucha [sic] más de
barbarie que de idealismo”? Estas últimas son palabras que han sido elegidas con
precisión quirúrgica. Si el proyecto político encabezado por Salvador Allende tenía
mucho de “barbarie”, entonces advertirlo quizá nos ayude a no seguir tratando a los
militares como “el perfecto chivo expiatorio” en relación con lo que ese proyecto
barbárico detonó como respuesta.

En una entrevista ofrecida a la periodista Blanca Arthur, después de que el


Informe Rettig hubiera sido entregado al Presidente Patricio Aylwin, Jaime Guzmán
sostuvo lo siguiente:

“Lo que afirmo es que la responsabilidad principal del grueso de las violaciones a los
derechos humanos ocurridas en la etapa posterior al 11 de septiembre del 73
corresponde a quienes desataron la situación de guerra civil, más que a aquellos
militares que cometieron esos actos como parte de la difícil tarea de conjurar la guerra
civil”.

Esta es una toma de posición de la que Mansuy parecía querer tomar distancia
cuando hace diez años sostenía que los militares “son, desde luego, responsables de gran
parte de lo que ocurrió desde el 11 en adelante, pero poco responsables de lo que ocurrió
hacia atrás”. Lo que este intento demarcatorio elude, sin embargo, es enfrentar la
pregunta que a cincuenta años del 11 de septiembre de 1973 tendría que ser ineludible:
¿cuál es la descripción adecuada de lo que ocurrió precisamente ese día?
¿Podemos disociar el golpe de la “barbarie” que inmediatamente lo sucedió, y que el
golpe mismo hizo posible?

51
En su reciente libro, y pretendiendo reconstruir algunas lecciones de la autocrítica
que, en referencia al devenir del proceso de la Unidad Popular, emprendieron
intelectuales de izquierda como Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón, Mansuy se
permite observar que “solo un marxista de macetero muy pequeño puede esperar que
su acción no provoque una reacción de la que tiene que hacerse cargo, y cuyo alcance
tiene que prever e integrar en su composición de lugar”. Pero si el asunto pasa a ser el
de lo previsible, ¿qué tendríamos que decir respecto de quienes propiciaron, indujeron y
celebraron el golpe? Si hay algo de verdad en que los militares han sido convertidos en
el “perfecto chivo expiatorio”, ello responde al hecho de que la focalización exclusiva en
sus (indubitables) responsabilidades ha funcionado como un escudo protector a favor de
muchos civiles a quienes Mansuy se contenta con atribuir un pretendido “silencio
cómplice”. Posiblemente en el recordatorio de esta circunstancia radique la perenne
incomodidad que la derecha política muestra tener con las penas que se ejecutan en la
cárcel de Punta Peuco.

Por supuesto, nada censurable hay en que desde ese mismo sector político-social
aparezca publicado un libro que busca mantener en pie la estrategia defensiva que ha
marcado su comportamiento “transicional”. Lo curioso es que ello encuentre simpatía y
aplausos en la izquierda. (El Mostrador)
Juan Pablo Mañalich

Texto 20. SUPERAR ESTE MEDIO SIGLO GRIS Y AMARGO

Autor: RICARDO CANDIA CARES. Blog Revista Punto Final


29 de mayo 2023

Resulta curioso que quienes más aluden al gobierno de la Unidad Popular y su


líder Salvador Allende, sea la derecha.

Y resulta penoso que quienes jamás aluden a esa experiencia sea la izquierda que
creó a la Unidad Popular y llevó a Salvador Allende a ser el mejor presidente que ha
tenido estos campos de flores bordado.

Los primero, claro está, dejan una huella interesante en sus diatribas mentirosos
respecto de lo hecho por Salvador Allende y la razones de su caída. Como sabe todo el
mundo, La Unidad Popular no cayó por sus errores: fue derrocado de la manera más
cruel cobarde y traidora posible.

Y los segundos, también está muy claro, intentan olvidarse de esa experiencia por
vergüenza, cobardía o porque ya no son lo que fueron. O dijeron ser.

Lo cierto es que lo que sucede en el Chile nuestro de cada día, su derrumbe en


manos del fracaso neoliberal es porque la izquierda no solo se olvidó y/o renunció a su
proyecto liberador, sino que olvidó, o nunca supo, qué se hace para replegarse cuando
las cosas no salen bien o han sido derrotadas.

Se ha conformado con la rendición incondicional. Es más fácil y eventualmente


trae réditos. Una parte. La otra, camina en círculos.

De manera infructuosa y estéril se ha intentado remedar lo que hacen los


poderosos en el juego semidemocrático olvidando que se suponen representantes del
pueblo y expresiones organizadas de sus intereses y sueños.

Increíblemente, se ha intentado mil veces lo que no sirvió las primeras cien.

Peor aún, los movimiento sociales, denominación generosa tanto como equivocada
para referirse a numerosas, diversas y debilitadas organizaciones sindicales, gremiales,
culturas, de género, no han sido capaces de entender que lo suyo no son las marchas, ni
los pañuelitos, ni las batucadas ni las declaraciones públicas.

No son lo suyo únicamente.

Revise usted las definiciones que sean respecto del concepto de movimiento social
y se dará cuenta de que en ellas se repiten algunas palabras: grupo de individuos u
organizaciones, identidad, objetivos comunes, proyecto político, estrategia, movilización,
y cosas parecidas.

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Luego, si usted compara esas definiciones con lo que en Chile se entiende por tal,
no coinciden ni con la mejor de las intenciones.

¿Por qué pasa todo esto?

Porque no hay norte. Ni sur. Ni nada. No hay una idea que seduzca, que le dé
contenido a la pelea, que muestre un horizonte, un camino, que entregue razones mucho
más de peso que el miserable reajuste o el bono infame y que alegre.

Que describa un país. Un lindo país. Con libros y canciones. Con trabajo y
solidaridad. Con respeto y plena libertad. Construido con el sudor y los sueños de sus
habitantes. Con esfuerzo y certidumbre.

En el que caminar por la calle no sea un riesgo.

El dibujo colectivo de un país bueno con sus niños y cariñoso con sus ancianos. Un
país que sea dueño de su riqueza y que la use para los suyos. Un país del cual nos
sintamos orgullosos y en donde valga la pena vivir y en el que cueste morir.

Parecerá extraño, pero no es necesario pensar tanto para llegar a esa definición.
Las ideas de Salvador Allende y la Unidad Popular que lograron tanto en tan poco, que
encendieron las alarmas del imperio más sangriento de la historia de la humanidad y que
desató los odios más anidados de los ricos de fusta y corbata, siguen siendo tanto
vigentes como necesarias.

Esos apasionantes días en que cada uno era como el último y como el primero de
manera simultánea, siguen vivos en la memoria de quienes lo sintieron de verdad y que
luego se quedaron a poner el pecho a las balas.

En clave marxista habrá que decir que jamás como en esos años, la lucha de
clases ha tenido la alta expresión que tuvo entre los años setenta y el setenta y tres.

Por eso esa maravillosa experiencia popular ha sido mentida hasta el hartazgo por
los poderosos que sí supieron y saben de su contenido peligroso para la explotación y el
abuso.

Y que ha sido abjurada y renegada por los falsos revolucionarios, los de cabeza
acomodada, los que se olvidaron de la palabra pueblo, esos que ya no duermen en sus
camas duras y que en vez de reivindicar con fuerza el legado moral y político de Salvador
Allende, hacen esfuerzos para alentar subrepticiamente la desmemoria

En esas ideas que intentaron arrasar por la cobardía y la traición, y que por años
han intentado sepultar, aún fulguran vivas las claves que el pueblo entendió y por las
que se jugó la vida.

En ese programa yacen esperando las ideas que pueden mostrar al pueblo
abandonado una causa que le dé sentido a todas las peleas que la reivindicación y los
derechos impulsen.

En ese espíritu revolucionario, de profunda raíz nacional y de absoluta integración


con los pueblos de la Patria Grande, de respeto absoluto al ser humano, siguen
esperando las ideas pilares para levantar un proyecto que emocione y dé fuerzas, que
inspire y sume, cuyo curso y exigencia separe al charlatán del verdadero dirigente, y dé
aliento y esperanzas.

Que se proponga superar este momento gris y amargo que ya dura medio siglo.
TEXTOS A MODO CONCLUSIÓN
Texto 21. TRAIDOR. ASESINO. TERRORISTA. LADRÓN. COBARDE.
Columna de Daniel Matamala. LA Tercera, 3 JUNIO 2023
Traidor.
Augusto Pinochet construyó una carrera basada en una extrema obsecuencia con
cualquiera que tuviera poder.

Así lo hizo con los mismos “señores políticos”, especialmente de izquierda, a los
que luego demonizaría. Así se comportó con el Presidente Allende. Y con su superior, el

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general Carlos Prats. Cuando Prats asumió como ministro de Interior de Allende, Pinochet
le regaló una banda presidencial.

De servil pasó a traidor. Apenas se tomó el poder, fue especialmente cruel contra
aquellos que habían confiado en él, como queriendo borrar las huellas de su servilismo. A
su mentor, Carlos Prats, lo mandó a asesinar, junto a su esposa, Sofía Cuthbert.

“Estadista” llamó a Pinochet esta semana el consejero electo Luis Silva.

¿Estadista? No. Traidor.

Asesino.
Militares y sacerdotes. Estudiantes y campesinos. Artistas y diplomáticos. La lista
de ejecutados por la dictadura de Pinochet se lee como un compendio del horror
extendido sobre la sociedad chilena, con el Estado convertido en una máquina de
represión y muerte, al servicio del ansia de poder de un solo hombre.

Silva pidió no “simplificar o reducir” su gobierno a las violaciones a los derechos


humanos, sino “hacer una lectura más ponderada”, para tener una “compresión
equilibrada de nuestra historia”.

Lo que hace Silva no es negacionismo, sino algo más sibilino: relativismo.

“Pondera”. “Equilibra”. Construye una balanza donde pone, en un platillo, los


hombres torturados, las mujeres violadas, las embarazadas asesinadas, los cuerpos
enterrados en secreto y desenterrados para lanzarlos al mar, la represión y la pérdida de
libertades básicas.

Y en el otro platillo, la gestión de un gobierno.

Silva proclama que su modelo es Jesús, y que hace política desde la definición de
“cristiano” y “pro-vida”. Pero su visión “equilibrada” es el más abyecto relativismo moral,
que rebaja las vidas y el sufrimiento humano a ser apenas instrumentos; un factor más
de la ecuación, un costo lamentable, pero que a lo mejor puede valer la pena si el otro
platillo de la balanza está suficientemente cargado. ¿Cuántas torturas se pagan con una
carretera? ¿Cuántos cuerpos desaparecidos se compensan con un millón de dólares en
inversión?

¿Estadista? No. Asesino.

Terrorista.
Pinochet se presentó como un luchador contra el terrorismo, pero fue el peor
terrorista de la historia de Chile. Usando el terrorismo de Estado para expandir el pavor,
su dictadura torturó a 28.459 chilenos, ejecutó a 2.125 e hizo desaparecer a otros 1.102.

Fue, además, un terrorista internacional. El puño de la DINA no sólo atacó en


Buenos Aires, asesinando al general Carlos Prats y su esposa. También se expandió a
Roma, atentando contra el exministro Bernardo Leighton y su esposa, Ana Fresno. Y a
Washington, ultimando al excanciller Orlando Letelier y su secretaria, Ronni Moffitt.

Silva confesó “un dejo de admiración” por este terrorista. Para un demócrata, en
cambio, convertir al Estado en una máquina criminal no es un factor más en la balanza.
Es una zanja moral infranqueable.

¿Estadista? No. Terrorista.

Ladrón.
La justicia acreditó, en el Caso Riggs, que Pinochet lideró por años una trama para
desviar dinero público hacia su patrimonio personal.

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En la “balanza”, algunos quieren equilibrar la corrupción con un supuesto milagro
económico. Ello no solo es inmoral, sino también falso. Las cifras prueban que la
dictadura fue económicamente mediocre y socialmente desastrosa.

Durante la dictadura, la economía creció 2,9% anual, menos que en los gobiernos
de Alessandri y Frei Montalva, y mucho menos que en la época del verdadero “milagro”,
el 7,1% de crecimiento promedio que se dio entre 1990 y 1998. La dictadura tuvo una
inflación anual desatada (79,9% de promedio) y un desempleo de 13,3% (18,0% si se
descuentan el PEM y el POJH).

El costo social fue monstruoso. El gasto público en educación cayó del 3,8% al
2,5% del PIB, y la inversión en salud descendió a apenas 2% del PIB. Se disparó la
desigualdad, y la dictadura entregó a Chile con 68% de pobreza.

No, no fue un “hombre de Estado”. Fue un dictador corrupto que se enriqueció


mientras la mayoría de los chilenos vivían en la miseria, y que ocultó el dinero robado,
bajo alias como “Daniel López”, en 125 cuentas bancarias. El botín personal de su saqueo
se ha estimado en más de 17 millones de dólares.

¿Estadista? No. Ladrón.

Cobarde.
Ajeno a cualquier concepto de responsabilidad del mando o de honor militar,
Pinochet cargó todas las culpas sobre sus subordinados.

No tuvo ninguna dignidad. Simuló estar enfermo y, literalmente, se hizo el loco:


fingió demencia para zafar de la justicia. Él mismo resumió su legado histórico al ser
interrogado por el ministro Víctor Montiglio. “No tuve idea”. “No entiendo la pregunta”.
“No me acuerdo”. “Estoy perdido, porque no entiendo nada”. “No sé si sería así”.

“Dios hace las cosas”, filosofó. Y cerró con su joya, la frase que describe de
cuerpo entero su moral: “No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fue cierto,
no me acuerdo”.

Así murió. Como vivió, sin jamás tener la decencia de asumir la responsabilidad
por sus actos. Culpando siempre a otros por sus crímenes.

¿Estadista? No. Cobarde.

Recordar esto no es un asunto del pasado. Es un tema más actual que nunca.
Porque define a un demócrata: aquel que tiene fronteras básicas que se compromete a
jamás traspasar.

La traición, el asesinato, el terrorismo, el robo y la cobardía no son pesos en una


balanza. Son principios intransables. Ayer, hoy, mañana y siempre.

Texto 22. ¿CLAUSURA DEL DEBATE?


8 julio, 2023
El Partido Comunista ha definido cuál es la correcta interpretación del golpe de
Estado del 73. Encontró el calificativo perfecto del cual se deriva toda posición frente al
tema. Un tanto gruesa. Pero muy acertada desde su perspectiva porque cierra el
debate. Y políticamente bien pensada. Logró lo que buscaba: el Gobierno dio, en los
hechos, por clausurado su concepto inicial que era amplio e invitante.
Discutir el argumento del PC no vale la pena.
El interés reside en por qué se quiere suprimir el debate. Posiblemente porque
una revisión crítica de la historia y un diálogo desde la memoria implica hacerse cargo de
las múltiples variables que llevaron al Golpe y a la dictadura. Ese ejercicio, sin

55
embargo, es necesario porque contribuye a formar una cierta conciencia histórica —
historia y memoria— sobre el tejido cívico que a diario construimos como sociedad
política.
La historia como disciplina se negaría a sí misma si pretendiera relatos
concordados. Por el contrario, propone diversas interpretaciones fundadas que son
más o menos convincentes y varían en el tiempo. Este vínculo entre evidencias,
interpretaciones, entrecruce de variables, introducción de preguntas nuevas es una de
las vertientes de la conciencia histórica.
Y hay hechos. Los detenidos desaparecidos, los degollados, los ejecutados y tanto
más no son interpretaciones. Son hechos.
Pues bien. Hay actores que clausuraron el debate. Pero sigue plenamente
vigente en múltiples espacios.
El 73 está vivo. Muy vivo. Hay muchas hipótesis de por qué es así. Creo que
las hay menos de por qué hubo golpe y ese nivel insospechado y largo de violencia y
dictadura.
El Golpe, a mi juicio, no era inevitable. Los problemas sociales eran y son de
larga data y no siempre derivan en golpes de Estado. Creo que la ruptura misma se
encuentra principalmente en que la política fue incapaz de procesar conflictos
ideológicos que conllevaban un progresivo abandono de los principios mínimos
de la democracia y de la violencia como una herramienta política legítima. Dicho
de otra manera, estimo que el 73 es antes que nada la ruptura de la democracia y
específicamente de la política democrática.
Vuelvo a lo anterior. La reflexión histórica sobre esa ruptura a veces parece
congelada. O más bien, son muchas las voces que la han sustituido por el concepto de
memoria como si fueran antagónicas en vez de complementarias. Es posible que el fin
de la Guerra Fría y las crisis ideológicas consecutivas le dieron a la memoria un
enorme sentido identitario a sectores de la izquierda. La defensa de los derechos
humanos se fue conceptualizando solo con la memoria, y la memoria, con la ideología de
las víctimas. Algo así como una vivencia del pasado en la clave movilización/resistencia,
epopeya y martirio. Como si el dolor negara la razón.
Por otro lado, en una suerte de empate, el reclamo del contexto histórico para
justificar el Golpe y aislar la violación de los derechos humanos como “exceso” es otra
forma de clausura del análisis histórico.
La propia disciplina histórica ha vivido su propia crisis y ha debilitado su capacidad
explicativa al reivindicar la subjetividad de su autoría. No hay duda alguna de que la
historia es una disciplina interpretativa. Pero es una forma distinta de la memoria
para traer el pasado al presente. La conciencia histórica se nutre de ambas. La
memoria, como se configuró después del Holocausto, es un repudio moral, una denuncia,
un nunca más, un reclamo de la dignidad humana. La historia, una forma de
comprender por qué y cómo lo humano se deshumaniza. Contraponerlas es un
ejercicio peligroso.
El 73 está vivo porque revela parte de nuestras fracturas. Y también está vivo
porque la violencia por un momento volvió a parecer legítima. Y sabemos que cuando un
extremo así lo considera, habrá otro que también lo hará.
Aun así, también están vivos los aprendizajes. En estos tiempos de ires y venires
tan veloces, aun con retrocesos, hemos resuelto nuestros conflictos en las urnas. La
violencia política tiene poco espacio. Con todo, vivimos en una democracia, aunque su
espesor merece atención. La clausura al debate y al diálogo que acabamos de presenciar
revela flaqueza, así como la sociedad civil está mostrando su fuerza y su vigencia.
La democracia está siempre amenazada. No tiene otra fortaleza que la conciencia
histórica de su cuidado. (El Mercurio)
Sol Serrano
NUESTRA SÍNTESIS Y CONCLUSIONES PROVISORIAS
“…las tendencias no son un destino; siempre los humanos pueden
enderezar o torcer la historia para mejor o para peor. Las tendencias
actuales necesitan sin dudas cambios para mejor.”
Ernesto Ottone., Civilización o barbarie. Ensayo sobre la
convivencia global. Editorial FCE, Santiago de Chile, 2017, p. 83

El Golpe de Estado fue un momento de sumo dramatismo, división nacional y


explosión de violencia. Una parte de la sociedad, la con más poder económico, cultural y
social impulso y apoyo que las FFAA y las policías, en teoría de toda la Nación, aplastaran
a los sectores político sociales e ideológicos que impulsaban transformaciones que los

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sectores con mayor poder e influencia rechazaban y fueron capaces de destruir de forma
violenta. Es decir, finalmente lo concreto, “la solución final” fue indiscutiblemente por
medio del poder desnudo. Eso es lo empírico, lo que sucedió. Tanques y aviones
aplastaron un gobierno constitucional, que contaba sólo con un puñado de armas de
mano y largas. Es decir, una supuesta guerra, donde en realidad había sólo un ejército.
Ergo, el poder de fuego fue absolutamente desequilibrado.

¿Cómo se llego a este fatídico momento? Intentaremos una síntesis.

La división y enfrentamiento que vivía la sociedad chilena, ya sin tapujos desde


octubre de 1972, fue el resultado final de un periodo de transformaciones estructurales
que se desarrolló en Chile desde 1964. Este ciclo modernizador, era a su vez, la
continuidad estratégica del “Estado de Compromiso”. Un equilibrio político social, con
una meta compartida, que buscó industrializar y desarrollar el país, desde los años
treinta, post derrumbe del liberalismo primario exportador de ese periodo. Ahora bien, el
modelo de desarrollo, ver CORFO e ISI, ya había mostrado signos de agotamiento y
fracaso, desde los años cincuenta del pasado siglo. Sin embargo, el equilibrio de poderes
políticos y sociales volvió imposible realizar los cambios estructurales imprescindibles en
el momento adecuado y contar con el apoyo político transversal necesario. De esa forma
llegamos a la década de los sesenta con una suma de problemas, tensiones y conflictos
de largo arrastre. Dinámica que se agudizó y terminó por explotar en el periodo de la
Revolución en Libertad y La vía chilena al socialismo.25
El país político civil, en concreto sus elites de poder en los diversos ámbitos, no
fueron capaces de acordar un proyecto común que llevará el país a niveles de desarrollo
económico social adecuados e integradores. Y si bien, el país, ya desde fines del Siglo
XIX, y notoriamente desde los años veinte y treinta del siglo pasado, se democratizó y
generó grados de progreso -económico y cultural- para los sectores medios y de obreros
organizados. La modernización como tal, fue sólo parcial y sobre todo muy desigual. La
mayoría de la población se mantuvo cercada por la pobreza y la falta de oportunidades,
en todas las áreas. Donde más patente se manifestaba el atraso y la pobreza, era en las
zonas campesinas del país. Y de hecho, será la necesaria reforma agraria la que, con la
perspectiva del tiempo, sea claramente el punto de quiebre de los equilibrios políticos y
sociales.
El Chile de hace medio siglo, mantenía significativos grados de pobreza dura y
todo tipo de abusos e injusticias. En el marco de atávicas estructuras de relaciones
laborales, escases de capital humano y sobre todo una marcada concentración de la
propiedad. Esto último, fue el corazón de los conflictos del periodo. De esa forma, en
una clásica dinámica de sociedad subdesarrollada, los conflictos se acumularon y
potenciaron mutuamente.26 Los gobiernos se sucedieron, dentro del orden legal desde
1932, pero para los pobres nada o muy poco cambió. Fue esta “dramática danza
dialéctica”, parafraseando a Hobsbawm, la cual desde mediados de los años sesenta
finalmente se salió de control. La politización y movilización popular creciente, en todo
su abanico de fuerzas y organizaciones, pujaba y exigía cambios en todos los planos.
Los “de abajo” querían un país donde ellos también fueran realmente integrados.
El problema era que la dinámica económica no alcanzaba para “sentar a todos a la
meza”. Los “panes y los peces”, en el mundo real, no se multiplican por milagro. En el
país de hace medio siglo, faltaba de todo, partiendo por lo más básico. La sociedad
chilena tenía amplios sectores de ella, viviendo en condiciones de absoluta indignidad.
Fue en este esquema de pobreza, injusticia y subdesarrollo, que los discursos de cambio
emergieron y se radicalizaron, como resultado lógico de las problemáticas aludidas.
Amplias mayorías ciudadanas del país querían y se movilizaban por cambios
estructurales, en todos los ámbitos sociales y públicos. En 1970 “no se trata de cambiar
un presidente”, cantaba con guitarras y charangos Inti illimani, se trataba de construir
“un Chile bien diferente”.27
25
Sobre este periodo, analizando en conjunto el periodo de la Revolución en Libertad y La vía
chilena, la bibliografía es muy abundante. Recomendamos para comenzar: “CHILE ACTUAL:
ANATOMÍA DE UN MITO”. Del sociólogo Tomas Moulian. (Editorial LOM, Santiago: 1997) y EL
CHILE PERPLEJO. DEL AVANZAR SIN TRANSAR AL TRANSAR SIN PARAR. Del abogado e
historiador Alfredo Jocelyn-Holt Letelier. (Editorial Planeta/Ariel, Santiago: 1998)
26
Para una perspectiva comparada de crisis y quiebres institucionales, donde se incluye el caso del
colapso de la democracia en Chile, resulta de suma utilidad leer: CRISIS. Cómo reaccionan los
países en los momentos decisivos. Del afamado profesor de la Universidad de California,
EE.UU, Diamond, Jared. (Editorial Debate, Barcelona: 2019)
27
Para un detallado análisis de la debilidad y atraso estructural de la economía nacional se puede
consultar: UN SIGLO DE ECONOMÍA POLÍTICA CHILENA (1890-1990). Del Ingeniero Civil y

57
El gobierno de la Unidad Popular fue la explosión de las expectativas y las
esperanzas de aquellos sin propiedades, educación, ni fortuna. A los que les cantó
Violeta Parra y dedicaron poemas nuestros insignes creadores: Gabriela, Pablo y Vicente.
El país desde fines de los años cincuenta ya mostraba signos inequívocos de agitación y
movilización de forma cíclica. Ahora, conviene recordar lo obvio, las esperanzas y alegría
de unos eran los miedo larvados y angustias de los que si tenían propiedades, educación
e influencia.28 Era la marcha de modernidad plebeya y descalza. La cual desde las
poblaciones, fábricas y fundos amenazó, con múltiples y encendidos discursos, sumados
a numerosas acciones de rebelión a aquellos grupos sociales que si tenían pisos brillantes
y amoblados salones. Era, casi de forma esquemática, el choque de la pervivencia de
verdaderos estamentos, con los que había funcionado el país desde su época colonial. El
Chile de los presidentes Frei y Allende, era un país abrumadoramente injusto, que exigía
mejoras en sus condiciones de vida. El problema, don problema, era que en esos años,
y ni siquiera hoy, tenemos condiciones reales para crear y ordenar una sociedad
realmente moderna.

Conviene señalar que la conflictividad de la sociedad nacional de aquellos años,


era una situación de “larga duración”. El país nació, se armó y creció con esquemas
binarios. Integrados-marginados; educados-analfabetos y ciudadanos versus masa. El
mentado mundo dual de: caballeros y rotos; señoras y chinas. Hijos legítimos unos
pocos; “huachos” los más. Matrimonios formales y estables en las elites minoritarias,
por un lado. Y una sociedad mestiza libre, caótica y de violenta dinámica interna en las
mayorías mestizas. Un universo de familias pobres inestables e informales. En la
mayoría de los casos familias de mujeres pobres, solas haciendo milagros para criar y
alimentar cinco, ocho o más niños y niñas. Fue este país de ojotas y ponchos el celebró
la reforma agraria y se esperanzo con los recursos del cobre nacionalizado. Fue este país
moreno el que se creyó y voto por la UP. Y duramente también, fue a este mundo
popular el que le faltó disciplina, conciencia de sus fuerzas reales y capacidad de
comprender que los cambios verdaderos, no son asunto de gobiernos sino de
generaciones de trabajo, estudio, creación y compromiso social. Recordando eso si, que
los liderazgos del movimiento popular fueron esencialmente desempeñados por sectores
ilustrados, de capas medias, incluso alta.29

Doctor en Economía Patricio Meller. (Editorial Uqbar, Santiago: 2016. Primera edición 1996).
DESIGUALDAD. Raíces históricas y perspectivas de una crisis. (Editorial Debate, Santiago:
2019) Del Ingeniero Comercial Economista Nicolás Eyzaguirre. Incluso es muy interesante ver las
coincidencias de análisis y conclusiones, de los autores aludidos, con la obra de Hernán Büchi., LA
TRANSFORMACIÓN ECONÓMICA DE CHILE. El modelo de progreso. (Editorial Aguilar,
Santiago: 2008). ¿Cuál era el corazón de los problemas del periodo analizado, y que venía de
larga data? Las condiciones materiales y la capacidad productiva reales de la economía
nacional eran insuficientes para generar condiciones de vida digna para las mayorías del país. Y
fue en esta jaula de pobreza, resultado de la incapacidad de crear una economía moderna donde se
conformó el escenario de conflicto y polarización que tuvo su momento de mayor violencia el 11 de
septiembre de 1973. ¿Quiénes eran los responsables de esta base material precaria y
subdesarrollada? Sin discusión algunas las elites del país, las cuales, en su gran mayoría, habían
vivido, por generaciones, de exportar recursos naturales y de la protección del Estado. Para de esa
forma gestionar y proteger su atraso e incapacidad de crear riqueza y competir. Chile era un país
donde sus fábricas y campos no producían los zapatos, ropa, comida, ni viviendas suficientes. He
ahí la clave de los conflictos y quiebre del periodo 1964-1973. Es paradójico, pero fue la chapuza e
inoperancia de las derechas, como brazo político del poder de las elites, la que en definitiva creó la
izquierda y su dinámica. La Unidad Popular, fue en definitiva la expresión del fracaso de la
modernización del país.
28
El País “se le escapaba de la manos” a la derecha, desde fines de los años treinta, sólo habían
mantenido sus cuotas de poder y privilegios con su hábil política de negociación y cooptación. Una
política que habían utilizado durante los gobiernos radicales y que volvieron a utilizar con el
gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970). Su estrategia se puede resumir como un
repliegue organizado, esperando un momento para un contra ataque. Es este momento el que
llegó con el gobierno de la Unidad Popular, “una amenaza” que les permitió sumar fuerzas con los
sectores medios, de tal forma de recuperar todo lo perdido desde 1938. Y eso fue exactamente lo
que hicieron. Sobre esta dinámica se suma utilidad leer con detalle el libro ya nombrado CON
LAS RIENDAS DEL PODER. La derecha chilena en el siglo XX. De la destacada historiadora
Sofía Correa Sutil. (Editorial Debolsillo, Santiago: 2011).
29
Sobre la sociedad tradicional la literatura, de forma incomparable, nos permite un mucho mejor
acercamiento a sus características y sobre todo a su realidad humana. El siguiente texto es de
culto: "En la memoria del sacerdote apareció la imagen de su padre. Era alto, duro. Tenía los
hombros cuadrados de un atleta, las manos grandes y toscas, los ojos azules. Hablaba con voz
plena, en tono a la vez enérgico y profundo. Montado a caballo evocaba la sensación de centauro
que a los indios produjeron los primeros jinetes de la conquista. Una unidad indestructible,

58
En definitiva los conflictos de esos años fueron el resultado de largos y complejos
procesos históricos. Una dinámica conformada por los millones sin nada, aquellos que en
esas décadas anteriores al golpe, migraban sin control, ni orden a las grandes ciudades.
Y que en estos espacios urbanos, sin capacidad de integración real se acomodaban como
podían. Entre 1920 y 1970 el país se llenó de ciudades atenazadas por cinturones de
miseria. La precariedad y miseria abarcó todos los ámbitos imprescindibles. Faltaban
hospitales, escuelas, alcantarillado y electricidad. Las personas que venían del campo,
como es obvio, pero vale la pena señalar, no tenían educación para integrarse. Tampoco
en su gran mayoría habían conformado un capital cultural y social que fuera funcional a
la vida urbana. Los trabajos que podían conseguir no eran de buena calidad, ni estables.
Las mujeres tenían iguales y agravados problemas por el omnipresente machismo con
tintes cavernarios en muchos planos. Fue en este ecosistema -social y económico-
donde la revolución, como esperanza y certeza, salió no de los libros de Marx y Lenin;
sino del barro, el hambre y la sarna.

Los “pobres del campo y la ciudad” vivieron los gobiernos de Eduardo Frei
Montalva y en particular la Unidad Popular, como una posibilidad real de ser parte del
país. Un orden legal e institucional, que por fin se preocupó de verdad de integrarlos en
condiciones de igualdad y dignidad. Era una experiencia real de transición hacia mayores
grados de justicia y participación. Inicialmente la conciencia de la necesidad y urgencia
de los cambios fue mayoritaria. El punto de la discordia era que había dos opciones de
modernización: una pro EEUU; y otra opción pro URSS. Si bien ambas, la DC y las
izquierdas, coincidían en que Chile necesitaba mejores condiciones de alimentación,
vivienda, vestuario y sobre todo educación universal y salud de nivel. ¿Cómo llegar a
esta ideal material y cultural? Es ahí donde se bifurcan y enfrentan los proyectos. Son
estos los conflictos que no se pudo resolver, en el marco de la democracia liberal. Y
claro esta había una minoría con poder, que de cambios y revoluciones, de cualquier tipo,
no quería saber absolutamente nada. Y estaba dispuesta a todo para salvar sus
privilegios.30
A este marco de agitación y movilización producto de condiciones internas, de
centenaria data, se debe agregar que nuestro país fue un campo de conflicto, como toda
América Latina, de la Guerra Fría. Proceso geopolítico de conflicto global al cual en los
sesenta se suman las dinámicas de revolución cultural y modernización en sectores
claves de Latinoamérica como los cambios en la Iglesia Católica. Así la tradicional
sociedad chilena, desde mediados de los años sesenta esta, para los herederos de
Portales, convertida en un pandemónium de todos sus miedos. Universidades tomadas
impulsando “Reformas” de arriba abajo. Hijos de familias “decentes” colando lienzos, en
la Casa Central de la Universidad Católica, que -horror de horrores- llaman mentiroso a
su sacrosanto Diario EL Mercurio. La catedral tomada. Los fundos expropiados. La

superior a lo humano. Poseía la apostura de un conquistador, su padre; la apostura de un Aries


castellano, con sus botas, sus espuelas, su poncho marcial y su andar lleno de aplomo. Su risa
bronca, su barba, sus puños.” He ahí la clase alta de las zonas rurales del país. Los dueños de los
fundos donde se podía cabalgar horas y horas sin salir de “su propiedad”. Eran ellos los que: "… en
general buenos patrones, con la bondad caprichosa del monarca que condesciende. Mano abierta,
cordialidad, campechanía fácil desde la distancia. Aunque pudieran, en un rapto, llenar la mesa de
uno de sus pobres, no llegaban nunca a compartirla. La normalidad -su normalidad- perduraba
mientras no descubrieran algún gesto rebelde, o siquiera digno, de parte de sus subalternos. A los
campesinos de la treilera no se les reconocía el lujo de la dignidad. En su código era un crimen
para el cual no había atenuantes, y cuya comisión desencadenaba la irá irrestricta del monarca
convertido en déspota.” “Misa de réquiem”. En: Guillermo Blanco., CUERO DE DIABLO,
Editorial Zig-Zag, Santiago, 1966. Edición citada, Diciembre de 1973, pp. 16, 17 y 18.
30
Las elites y su brazo político, la derecha, se estaban “defendiendo” desde su bancarrota político
social, configurada entre los años 1910 a 1920. Ahora bien, las derechas criollas tampoco habían
tenido una historia de convivencia y acuerdos. Una situación que explica sus sangrientos conflictos
internos durante el Siglo XIX. Ahora conviene recordar que fue un sector de la propia derecha, con
Arturo Alessandri Palma a la cabeza, el cual inicio el ciclo de impulsar cambios modernizadores
para las mayorías. Situación que se aceleró cuando los oficiales reformistas del Ejército se
sumaron a las pugnas de poder impulsando una agenda progresista desde el año 1924. Esta
experiencia fue clave para comprender los miedos de la derecha cincuenta años más tarde. ¿Y si
los militares se pusieran del lado de las mayorías? Recordemos, por un momento solamente, que
la derecha en pleno organizó milicias paramilitares, en los años 30´del siglo pasado, ante el miedo
que los militares pudieran actuar a favor de los intereses mediocráticos y populares. Ahora, desde
fines de los años cuarenta la derecha, a caballo de la lógica de la Guerra Fría, sabía claramente
donde estaba su salvación a nivel internacional. El gigante del Norte era el jefe supremo de las
FFAA de toda América Latina, anticomunismo y Doctrina de Seguridad Nacional mediante. claro
está salvo la espina en la garganta del gigante que es Cuba.

59
píldora anticonceptiva repartida por un gobierno “cristiano”. Y eso sin olvidar a los
llamados curas obreros proclamando que Jesús fue de izquierda. 31
Incluso factores “como un aire de época”, llamaron al escándalo a los sectores de
la derecha silenciosa y cultural: minifaldas, bikinis, cabello largo, barbas y mucha ropa de
colores. Todo lo anterior unido a los radicales cambios en las formas de pareja y las
relaciones de poder entre padres e hijos. Sin olvidar el impacto de la segunda ola de
feminismo, que en esos años, en profesionales de capas medias, mujeres obreras y
pobladoras se expande señalando sus demandas en pro de cambios, igualdad y
liberación. Todo este “tutto revoluto”, fue un tiempo de alegrías y esperanzas para las
corrientes de izquierda. Y a la par una época de simple caos, inmoralidad, desorden y
falta de autoridad para las derechas a la defensiva. La falta de respeto al orden y la
propiedad, cuando no su cuestionamiento radical, fue el sumun de los miedos para las
elites que veían en esos años que su mundo se acaba. Y en este marco de “ apocalipsis”,
los sectores de derecha comenzaron a organizar la defensa y “salvación de su patria”. El
Chile “profundo”, católico, tradicionalista y conservador. Educado en colegios privados y
celoso guardián de su centenario status social, supo que debía reaccionar y defender sus
intereses. El escenario estaba listo para el conflicto que desató el gobierno de la Unidad
Popular.32

31
Un resumen, literalmente de antología, del carácter de esos años de esperanza y cambios, que
despertaron los miedos y la reacción, que terminó en la violencia y terrorismo de Estado, es el
siguiente: “¿Qué no hicimos en los 60 y 70? Amén de descastarnos, fumarnos nuestros
primeros pitos, dejarnos crecer las barbas y patillas, colgar al «Che» en nuestros dormitorios,
descifrar mensajes ocultos en los discos de los Beatles, ponernos botines a lo Beatles, chombas a
lo Beatles, peinados a lo Beatles, leer el librito rojo de Mao, recitar el Manual del Poder Joven de
Van Doren, aprender todo lo que había que saber del marxismo, más del puño que de la letra de
Marta Harnecker, desenmascarar al Pato Donald como un cuento imperialista, y bajarnos los
pantalones bastante a menudo... pues, en verdad, hicimos tanto más: le expropiamos el fundo al
abuelo, ensayamos la puntería en escuelas de guerrilla, cortamos caña en Cuba, nos despachamos
al Comandante en Jefe del Ejército, y gritamos, gritamos, gritamos a todo dar: ¡ATRÁS ATRÁS,
GOBIERNO INCAPAZ!; ¡MOMIO, ESCUCHA, EL PUEBLO ESTÁ EN LA LUCHA! (...)¡ALLENDE,
ESCUCHA, ANDATE A LA CHUCHA!; ¡EL PUEBLO UNIDO, JAMÁS SERÁ VENCIDO!
Fuimos coléricos y alocados, psicodélicos y rayados, confianzudos y fervientes, poéticos y calientes.
Se nos ocurrió de todo: practicar meditación trascendental en la India, experimentar con
alucinógenos, comenzar nuestras primeras terapias, levantarle la mujer al mejor amigo y el marido
a la mejor amiga, cuando no acostarnos todos juntos, o escapamos con la suegra, la polola qué
más da: all you need is love, love is all you d. Se nos echo a perder el gusto, pero no hubo moda y
vertigo que no ensayáramos. Los muebles de palo quemado nos parecían bomba, soñábamos con
tener una pollera de Mary Quant y que nos confundieran en lo posible con Twiggy. Quemábamos
los sostenes, quemábamos incienso, quemábamos neumáticos, quemábamos banderas yanquis,
prende una mechita.... rayábamos las murallas, nos reíamos de los pacos, les tirábamos maíz a los
milicos, les sacábamos la lengua a los generales, le regalábamos el huevo de oro a cuanto huevón
se lo mereciera, en fin, hicimos de la iconoclasia nuestro credo, hicimos de un cuanto hay. It's
been a hard day's night... Ocupa- mos la Universidad, asustamos a uno que otro profesor nazi por
ahí, lanzábamos arsénico a nuestros compañeros, respirábamos gases lacrimógenos como si nada,
estudiábamos filosofía, historia y sociología, por último partimos a Paris. Nos íbamos a vivir a las
poblaciones, nos daba igual la opinión del Papa sobre la píldora, abandonábamos los colegios de los
ricos para enseñarles a los pobres, colgábamos la sotana para acostarnos con monjas,
literalmente... nos tomamos la Catedral....Let it be, let it be....
En definitiva, nos fuimos de madre, sembramos discordia, se nos pasó la mano, nos cagamos en el
piano, y aterramos a medio mundo en el entretanto. Help me if you can I'm feeling down/ And I do
appreciate you being round/Help me get my feet back on the ground... ¿Cómo no entender,
entonces, que los Raúl Hasbunes entre nosotros, ya aliviados, opinaran después del golpe: «Para
mí (el 11 de septiembre) el gallo cantó, en Chile amaneció y las pesadillas de la noche se
esfumaron»? En efecto, la fiesta duró lo que duró. Entre que se quería y no se quería, la gozamos y
nos agotó. Por consiguiente, había que ponerle freno al asunto. When I find myself in times of
trouble/Mother Mary comes to me / Speaking words of wisdom/Let it be, let it be....
En resumidas cuentas, el 11 de septiembre fue nuestra solución final". En: EL CHILE PERPLEJO.
DEL AVANZAR SIN TRANSAR…, pp. 156 y 157. El texto transcrito tal cual, sólo con algunos
garabatos y vulgaridades menos, creo que en modo análisis “estilo curanto” resume de forma
magistral la suma de factores de esos años de Lenin, Lennon, el Che y Dylan.

32
La sola posibilidad del triunfo de la Izquierda de forma democrática simplemente sacó de su traje
democrático a la derecha. En 1964 los sectores conservadores estuvieron dispuestos a votar por la
“Revolución en Libertad”, con tal de salvarse del triunfo del “masón y marxista de Allende. En las
elecciones de 1970 movieron cielo tierra, con ayuda de la CIA, dinero a montones y maquinaciones
que incluyeron el rapto y asesinato del Comandante en Jefe del Ejercito René Schneider (25 de
octubre de 1970) para impedir que la UP pudiera acceder asumir el gobierno. En este clima de
tensión Salvador Allende asumió la presidencia de la República el 4 de noviembre de 1970.

60
Ahora bien ¿Cuáles fueron las claves del gobierno de la Unidad Popular que
desataron tantos miedos, odios y finalmente el terrorismo de Estado?

Primero partir por reconocer las variables de poder político cuantitativo. La


izquierda llegó al gobierno con menos del 40% de los votos. Tenía en términos
mecánicos un tercio, que podía oscilar entre oposición y apoyo condicionado. Y un tercio
radicalmente en contra. Hiciera lo que hiciera el gobierno de la UP. La clave del
potencial éxito de la izquierda gobernante, era evitar que el Centro, esencialmente la
Democracia Cristiana, se sumará a la fuerzas de la Derecha. Situación que no se logró,
básicamente porque los discursos y prácticas más radicales de la izquierda de simpatías
más maximalistas enajenaron el frágil apoyo, que inicialmente tuvo de sectores de
Centro.

En segundo lugar, y fue fundamental, la izquierda en el gobierno, tenía un ala


crítica desde su extremo izquierdo. Sectores radicalizados, que desde la acción directa y
la agitación del movimiento estudiantil, sindical, poblacional y campesino desconfiaba de
la posibilidad efectiva de transformaciones estructurales dentro de la institucionalidad. 33
El dilema, cada vez más urgente fue: respetar la ley, y desde el Estado de Derecho
impulsar los cambios; o “ir por todo y con todo”. Con el fatal error de cálculo político, de
suponer que el sistema democrático no se iba a quebrar. Y en caso de colapsar, se
tendría la fuerza para imponer el socialismo por la “violencia revolucionaria”. Por de
pronto, el asunto clave fue que parte de la izquierda agitaba e impulsaba la movilización
social, por lo tanto el desorden. Y ese escenario, era precisamente el ideal para la
derecha. Pues este sector político, con todas sus redes, trabajaba día y noche por
multiplicar y agudizar la sensación de desorden y ausencia de gobernabilidad. De esa
forma extraña, para lo habitual, el caos de todo tipo fue impulsado por la derecha. Y así,
desde octubre de 1972, el desorden y falta de control, por parte del gobierno de la UP
fue creciente. Ahora bien, no obstante suene contra intuitivo, e imposible de probar, la
izquierda gobernante sólo tuvo una oportunidad de poder cumplir su programa: controlar
el orden público, a raja tabla, eliminando los focos de acción violenta en cualquiera de
sus actores.

Recordemos que en el periodo de la Unidad Popular se desarrollo un activo


extremismo de derecha con alta capacidad de acción y sobre todo fluido financiamiento y
apoyo logístico de alto nivel. El violentismo de extrema derecha tenía un juego claro y
funcionaba como un engranaje muy bien pensado. En su contra parte el accionar de la
izquierda que apostaba por “agudizar las contradicciones”, “avanzar sin transar” y “crear
poder popular” tenía serios problemas de coherencia entre discurso y acción concreta en
consecuencia de su opción táctica. Por ponerlo en simple, la izquierda que renegaba de
la vía electoral, estaba impulsando la lucha armada. Es decir, la guerra de clases
abierta, con todos los costos de la guerra. Esta opción no era la mayoritaria dentro de la
Unidad Popular y no había sido el programa con el que se habían ganado las elecciones.
Salvo que supongamos que siempre se supo que el sistema iba a colapsar y que en la
dialéctica de la violencia, se tenía la capacidad de salir ganador. Si puede hablar de salir
victorioso cuando el costo son decenas de muertos y destrucción.

Ahora, en términos “materialistas”, la Unidad Popular colapsó porque no fue capaz


de controlar de forma efectiva la economía. Que era bajo cualquier punto de vista lo
absolutamente determinante. Claro está, la idea central de la UP fue transformar las
estructuras productivas de todo el país, generando una real capacidad de solución de las
necesidades de las grandes mayorías de la población. Para esta meta, se necesitaba
echar andar y mantener un círculo virtuoso de las variables económicas. Y esta tarea
sólo se logro durante el primer año del gobierno. Ya en 1972 las formulas utilizadas,
sobre todo los niveles de explosión del gasto público, la desorganización productiva y el
masivo sabotaje y falta de disciplina productiva hicieron que la economía entrara en un
espiral de crisis y falta de eficiencia, donde lo más notorio fue un espiral de inflación que
33
La lectura de la izquierda maximalista, con convencimiento axiomático que las revoluciones
nunca “son amables y pacificas”, era: un gobierno revolucionario, en el marco de la ley es
simplemente un absurdo. La vía chilena era un sin sentido. A larga, se puede señalar que
efectivamente sectores como el MIR si tuvieron la razón, el problema es que no prepararon de
verdad una táctica efectiva, para hacer, hipotéticamente, frente a un ejército. Asunto descabellado
por donde se mire, si el análisis es básicamente aritmético y de capacidad de ejercer y mantener
fuerza real. ¿Cuántas armas tenían los partidos de izquierda? ¿Cuántas armas, y equipo de todo
tipo, tenían las FFAA? Ahí radicó todo el problema. Sobre este tema se puede consultar: LA
UNIDAD POPULAR. Los mil días de Salvador Allende y la vía chilena al socialismo.
(Editorial Sudamericana, Santiago: 2020) del periodista Alfredo Sepúlveda.

61
bordeo el 600%. En la esfera más directa de la economía, el desabastecimiento de
productos básicos, fue hábilmente explotado por una red de especulación y mercado
negro, que hizo necesario el racionamiento y con ello se desató todos los miedos en los
sectores medios y altos.

A todo este agitado contexto político económico se debe sumar las claves huelgas
de camioneros, las movilizaciones de los colegios profesionales. Incluso la fatal huelga
de los mineros del Teniente. Sin olvidar, la activa oposición que generó el plan de
terminar con los privilegios de educación, creando un sistema único de educación. La
mítica y rechazada ENU (Escuela Nacional Unificada). Utopía para los partidarios de la fe
en el futuro socialista y encarnación del “cáncer marxista”, para los opositores al
gobierno de Allende. Y en definitiva una verdadera “aberración”, para todo el mundo
cultural y social que significa la educación de elites privada. El fin del gobierno de la
Unidad Popular se sentía para fines de junio de 19173, así la izquierda, en marzo de
1973, obtuvo más del 40% de los votos, en las últimas elecciones parlamentarias de la
ya casi en bancarrota democracia.

Unas palabras sobre el actor que terminó siendo el decisivo: las FFAA. Las ramas
armadas de las instituciones de la República, habían mantenido, pese a todo, la
subordinación al orden legal. Incluso a solicitud del presidente Allende, habían ingresado
al gobierno a fines de 1972 en distintos ministerios, para garantizar el funcionamiento del
país y en especial el orden público. Ahora bien, su subordinación resultaba cada vez más
difícil de mantener, en el entendido que los debates de la sociedad civil y sus bandos
cruzaban a los propios miembros de las FFAA. Es poco subrayado, pero había militares y
aviadores e incluso marinos que simpatizaban con el proyecto de la Unidad Popular. Un
gobierno que, se suele olvidar, relevaba el factor de la soberanía y la independencia
nacional, como una de sus ideas fuerza, más atesoradas. Está claro que estos militares
constitucionalistas y patriotas no eran la mayoría. A la par, que no podían hacer mucho
contra las variables geopolíticas anticomunistas y la larga mano del Pentágono y la CIA.
Mega poderes que fueron, poco a poco, tejieron la red de apoyo para la conjura golpista.
Y así llegamos al final, el golpe de Estado fue la respuesta, con mano de acero
militar, de las elites sociales privilegiadas que desde mediados de los años sesenta se
sentían amenazadas y efectivamente tocadas en sus intereses y poder. Para lograr su
objetivo los sectores golpistas contaron con recursos ilimitados, una hábil campaña de
sabotaje económico y una decidida insurrección callejera. Papel clave jugó, en la
estrategia de la derecha, la activa movilización de los grupos medios. Sectores sociales
que, real o imaginariamente, se sintieron amenazados por la política de la Unidad
Popular. Si uno aplica la simplificación brutal al conflicto de esos años, las elites de
siempre, más las capas medias, unidos al factor decisivo, Las Fuerzas Armadas, eran una
maquina avasalladora. Salvo que el movimiento popular se hubiese preparado para la
guerra en toda la línea y con todos sus costos. Pero esta variable de desatar la lucha
armada no fue la apuesta de Allende; así como tampoco la de importantes y organizados
sectores de la Unidad Popular, para empezar el disciplinado Partido Comunista, cuya
consigan clara era en 1973: “No a la Guerra Civil”.

La madrugada del 11 de septiembre el país, en cada una de sus zonas y ciudades,


fue ocupado y controlado. El gobierno civil de la Unidad Popular fue declarado ilegal por
los que estaban violando todas las leyes. Con la fuerza y el terror sin contemplaciones la
sociedad civil quedó inmovilizada. Se controlaron todos los resortes de funcionamiento
económico, político y social. Las distintas ramas de las FFAA, Carabineros y Policía de
Investigaciones se convirtieron, en un par de horas, en verdaderos “autoridades de
hecho”, sin ninguna opción de replica o limite posible. Ahora se debe reconocer que
tenían el apoyo de amplio sectores de la población. Así como también se debe recordar,
que más de un tercio del país lloraba mientras el Doctor Salvador Allende se dirigía por
radio Magallanes sus últimas palabras. Era, sin lugar a dudas, el fin de la República de O
´Higgins y Balmaceda.

Desde ese fatídico día el país quedo mortalmente dividido en dos bandos. Los
compatriotas ahora podían ser enemigos. La bandera chilena simbólicamente fue presa
de las llamas, entre la bombardeada Moneda. La democracia desde ese momento era
sólo recuerdos. El estado de derecho se derrumbó, los Derechos Humanos, desde ese
día, fueron avasallados decenas de miles de veces. En los hechos toda una Nación dejo
de ser soberana, pues el poder político ya no fue expresión de la voluntad ciudadana. Se
inició, para unos pocos, los más valientes y comprometidos, un tiempo terrible. En
realidad siniestro. Se debe recordar el heroísmo y el ejemplo, de los que arma en mano

62
se enfrentaron al terrorismo de Estado, pero esa es sólo una parte de la historia. La otra
es de cárceles secretas, torturas y desparecidos. Demasiado brutal para entrar en
descripciones y sin embargo fue real. Imposible de negar u olvidar.

La explosión de violencia y odio de este rincón de América Latina mostró, con


brutal claridad, que nuestras instituciones, democracia y civilización cristiana o ilustrada,
y sobre todo nuestro imperativo de convivencia y respeto -Los Derechos Humanos- eran
un castillo de ilusiones. La realidad fue que el país iba a ser transformado por los dueños
de siempre. Los que habían simplemente esperado su momento para volver por todo, lo
que, de una u otra forma, habían tenido que ir cediendo desde 1920. El Chile de 1980,
hijo del golpe de 1973, era mortalmente parecido al país de los señores de 1833. Pues
sin eludir las inexcusables responsabilidades de las FFAA, los uniformados sólo fueron el
martillo de las elites. Fue esta minoría con poder, masa crítica y capital, la que tenían un
proyecto global de transformación. Un “Ladrillo” de libre mercado e individualismo, fue
el que, sin oposición alguna y vía terror impusieron a todo un país. Un modelo de
sociedad que aún está vigente. Y que para hacerlo más triste y desesperanzador, en la
actualidad tienen el apoyo de las mayorías. Incluso de parte de los hijos y nietos de los
derrotados esa mañana de hace 50 años.

No sé cuantos lean estos textos, ajenos y propios. . ¿Qué sentido tendrá para los
jóvenes, para los cuales la Unidad Popular y la revolución suenan a nostalgia y “mundo
de ayer”? Sólo nos queda por escribir y remarcar que los seres humanos, siempre son
humanos. Siempre merecen respeto. Ahora también queremos subrayar, que cuando la
violencia y el terror se vuelven la norma, la resistencia se vuelve un deber. Estas
conclusiones, de creación propia, están dedicadas a los que con el miedo mordiendo los
huesos, el día 11 de septiembre de 1973, cuando sonaron los primeros tiros, se lanzaron
a la calle a ver que como se podía resistir a los enemigos de la República, la Constitución
y las Leyes. Esos hombres y mujeres que fueron capaces de hacer actos las palabras de
lucha y sacrificio deben ser los únicos recordados. Los traidores no merecen memoria de
sus nombres. Los valientes, los dignos, los que disparaban sus últimos tiros desde el
edificio del siglo XVIII, esa fría y triste mañana, deben ser a futuro los nombres de calles,
escuelas y plazas. Son ellos los que salvaron la ternura de la patria. Y así la derrota
estaba escrita, en ese día de oscuridad de hace medio siglo. La historia, y si hay
humanidad la historia continua. Ella nunca escribe su última línea.

L. Urrutia –J. Canales J.


Santiago de Chile, 12 de julio de 2023.

BIBLIOGRAFÍA PARA COMENZAR LA BÚSQUEDA

Alfredo Sepúlveda: LA UNIDAD POPULAR. Los mil días de Salvador Allende y la vía chilena
al socialismo. (Editorial Sudamericana, Santiago: 2020).

DESIGUALES. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile. Editorial PNUD,


Santiago: 2017.

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(Editorial Debolsillo, Santiago: 2011).

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Santiago: 2016).

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2003).

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2006)

François Furet: EL PASADO DE UNA ILUSIÓN. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo
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Latina. (Editorial Taurus, Buenos Aires: 2015).

Jorge Castañeda: LA UTOPÍA DESARMADA. Intrigas, dilemas y promesa de la izquierda en


América Latina. (Editorial Ariel, Buenos Aires: 1994)

64

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