Está en la página 1de 2

Hermanos míos, ustedes también han muerto a la ley por medio del cuerpo de Cristo para ser unidos

con otro,
el mismo que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras vivíamos
en la carne las pasiones pecaminosas despertadas por medio de la ley actuaban en nuestros miembros a fin de
llevar fruto para muerte. Pero ahora, habiendo muerto a lo que nos tenía sujetos, hemos sido liberados de la
ley para que sirvamos en lo nuevo del Espíritu y no en lo antiguo de la letra.

¿Qué, pues, diremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Al contrario, yo no habría conocido el
pecado sino por medio de la ley; porque no estaría consciente de la codicia si la ley no dijera: No
codiciarás. Pero el pecado, tomando ocasión en el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley
el pecado está muerto. Así que, yo vivía en un tiempo sin la ley pero, cuando vino el mandamiento, el pecado
revivió y yo morí. Y descubrí que el mismo mandamiento que era para vida me resultó en muerte porque el
pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó y, por él, me mató. De manera que la ley
ciertamente es santa; y el mandamiento es santo, justo y bueno.

Luego, ¿lo que es bueno llegó a ser muerte para mí? ¡De ninguna manera! Más bien, el pecado, para
mostrarse pecado, mediante lo bueno produjo muerte en mí a fin de que, mediante el mandamiento, el
pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. Porque sabemos que la ley es espiritual; pero yo soy carnal,
vendido a la sujeción del pecado. Porque lo que hago no lo entiendo, pues no practico lo que quiero; al
contrario, lo que aborrezco, eso hago. Y ya que hago lo que no quiero, concuerdo con que la ley es buena. De
manera que ya no soy yo el que lo hace sino el pecado que mora en mí.

Yo sé que en mí —a saber, en mi carne— no mora el bien. Porque el querer el bien está en mí, pero no el
hacerlo. Porque no hago el bien que quiero sino, al contrario, el mal que no quiero, eso practico. Y si hago lo
que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo sino el pecado que mora en mí. Por lo tanto, hallo esta ley: Aunque
quiero hacer el bien, el mal está presente en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de
Dios; pero veo en mis miembros una ley diferente que combate contra la ley de mi mente y me encadena con
la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte? ¡Doy gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor! Así que yo mismo con la mente sirvo a la
ley de Dios; pero con la carne, a la ley del pecado.

Por lo tanto, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque Dios hizo lo que era imposible para la
ley, por cuanto ella era débil por la carne: Habiendo enviado a su propio Hijo en semejanza de carne de
pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne para que la justa exigencia de la ley fuese
cumplida en nosotros que no andamos conforme a la carne sino conforme al Espíritu. Porque los que viven
conforme a la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del
Espíritu. Porque la intención de la carne es muerte, pero la intención del Espíritu es vida y paz. Pues la
intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios ni tampoco puede. Así que
los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

Sin embargo, ustedes no viven según la carne sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en
ustedes. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo
esté muerto a causa del pecado, no obstante el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que
resucitó a Jesús de entre los muertos mora en ustedes, el que resucitó a Cristo de entre los muertos también
les dará vida a sus cuerpos mortales mediante su Espíritu que mora en ustedes.

Así que, hermanos, somos deudores, pero no a la carne para que vivamos conforme a la carne. Porque si viven
conforme a la carne, han de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las prácticas de la carne, vivirán. Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no recibieron el espíritu de
esclavitud para estar otra vez bajo el temor sino que recibieron el espíritu de adopción como hijos, en el cual
clamamos: “¡Abba, Padre!”. El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es
que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Porque considero que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que
pronto nos ha de ser revelada. Pues la creación aguarda con ardiente anhelo la manifestación de los hijos de
Dios. Porque la creación ha sido sujetada a la vanidad, no por su propia voluntad sino por causa de aquel que
la sujetó, en esperanza de que aun la creación misma será librada de la esclavitud de la corrupción para entrar
a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora. Y no solo la
creación sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos
aguardando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo. Porque fuimos salvos con esperanza;
pero una esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando lo que ya ve?. Pero si esperamos
lo que no vemos, con perseverancia lo aguardamos. Y asimismo, también el Espíritu nos ayuda en nuestras
debilidades; porque no sabemos cómo debiéramos orar pero el Espíritu mismo intercede con gemidos
indecibles. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque él intercede por los
santos conforme a la voluntad de Dios. Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los
que lo aman; esto es, a los que son llamados conforme a su propósito. Sabemos que a los que antes conoció,
también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo a fin de que él sea el
primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos
también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó.

También podría gustarte