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PRÓLOGO

Dr. Luis Arriaga Valenzuela, s.j.


Presidente de la Asociación de Universidades
Confiadas a la Compañía de Jesús
en América Latina (Ausjal)

Episodios convulsos, como el que actualmente experimentamos a causa de la


expansión global del virus SARS-CoV-2, nos llevan a cuestionar lo que hemos
normalizado. Esta crisis sanitaria, la mayor en un siglo, pone ante nuestra
mirada el deterioro de los sistemas públicos de salud, así como la incapacidad de
los sistemas privados para garantizar derechos sociales. Basta esto para darnos
cuenta de las transformaciones y de los límites de instituciones concebidas para
garantizar el bienestar o satisfacer las necesidades y deseos de las personas.
Estados, mercados y otras instancias de regulación de la vida social no explican
–si se les toma por separado– las complejas dinámicas globales, ni las
especificidades locales. Hay entre todas estas instancias vasos comunicantes
y sus límites son difusos. De manera que toda propuesta de política pública,
para ser eficiente, debe contar con un análisis profundo de las fuerzas y de los
intereses implicados, de su impacto diverso en función de la estratificación
social, tan acentuada en América Latina y el Caribe a causa de la alta
desigualdad. Además, constatamos una caracterización de las instituciones
políticas marcadas por trayectorias no lineales donde convergen intereses de
familia y aspiraciones de ingreso a las bondades del desarrollo.
El periodo que va de 2002 a 2014, junto al crecimiento económico, fue
escenario de avances en la reducción de la pobreza y la desigualdad. Este
momento notable, sin embargo, parece haberse sostenido sobre pies de
barro. Numerosos países de la región aumentaron sus ingresos a partir de la
reprimarización de sus economías. Apostaron al crecimiento aprovechando
el incremento de precios de las materias primas. De manera que el continente
pareció volcarse de nuevo hacia su pasado, aunque esta vez con una mayor
voracidad en la extracción de minerales, hidrocarburos, agua y biodiversidad.
Por otra parte, acaso con buena intención, hay voces que proclaman que más
que combatir la pobreza y la desigualdad se debe propiciar el crecimiento. De
esto tenemos ya una experiencia suficiente debido a la aplicación de medidas
de ajuste estructural que propiciaron la retirada de los Estados para dejar que
los mercados se regularan por sí mismos. El lento crecimiento previo a los
efectos de la pandemia volvió a poner ante nuestros ojos el debate sobre las
bases del crecimiento. Para algunos sectores esto debe basarse en la atracción
de inversión extranjera, la preponderancia del capital financiero, el ingreso a
la revolución digital y la apuesta por la innovación y la competitividad.
Pero otras voces emergen. El estancamiento económico a partir de 2014,
implicó un nuevo aumento de la pobreza y de la pobreza extrema, así como
una disminución del ritmo de reducción de la desigualdad. Sin crecimiento
económico y sin un compromiso sostenido de los Estados para garantizar los
derechos sociales, atestiguamos a partir de 2019 el incremento del malestar
y de la insatisfacción de la población hacia ese conjunto difuso de instancias
que condicionan el bienestar. Aun cuando los actores políticos pueden ser
identificados, es cada vez mayor el descontento hacia todo ese conjunto difuso
de agentes que intervienen en la adopción de medidas políticas, económicas,
culturales, territoriales o ambientales. Se percibe que las instituciones no
actúan en función de la vigencia de los derechos de las personas, ni en razón
del cuidado del ambiente, sino como garantes de intereses particulares.
En este contexto hay que situar la crisis de la democracia en América Latina, que
no implica rupturas catastróficas, pero sí debilidades estructurales y riesgos
de caudillismo, corporativismo, clientelismo, autoritarismo o cooptación de
las instituciones. Situaciones que adoptan formas específicas en lo local. Sin
embargo, hay signos que muestran posibilidades para salir de lo que parece un
destino arraigado en nuestras sociedades. Muchas constituciones recientes
–o reformas constitucionales– dan testimonio de la voluntad de cambio y
de la conciencia de la necesidad de reconocer y garantizar los derechos de
ciudadanía. Cientos de instituciones participativas se han creado en las tres
últimas décadas en un notable proceso de experimentación democrática. Miles
de movilizaciones populares tienen lugar cada año, mostrando la capacidad
de resistencia de poblaciones y la disposición de ciudadanos a hacer oír su voz.
Aun cuando estos esfuerzos son estigmatizados y quienes participan en ellos
continúan siendo víctimas de agresiones.
Este libro da cuenta de una parte de esta realidad crítica. Se centra en el estudio
de las percepciones cambiantes que la ciudadanía tiene de la democracia en
América Latina y analiza los factores estructurales que, en combinación con la
agencia de actores políticos y sociales, determinan la evolución de la democracia
en la región.
Como todo estudio sobre un proceso en marcha, este libro está obligado a ir a la
zaga de los acontecimientos, que se desarrollan a una velocidad extraordinaria,
con el fin de obtener una suficiente distancia analítica. La enorme cantidad de
movimientos sociales que han emergido en la región en los años recientes,
y la movilización notable que se está produciendo en 2021, hablan de una
ciudadanía que no está dispuesta a dejar en manos de los políticos su destino,
y que busca formas de incidencia en los asuntos públicos.
Agradezco al doctor Francisco José Virtuoso, s.j., a quien reconozco su
iniciativa científico-social y editorial, su invitación a prologar este esfuerzo
conjunto. También reconozco a su coordinador académico, el doctor Ángel
E. Álvarez, así como a sus 37 autores, quienes desde veintidós universidades
de nuestro continente ofrecen un rico mosaico de estudios y propuestas para
repensar nuestras democracias.
Aprecio especialmente la confianza del prepósito general de la Compañía de
Jesús, el doctor Arturo Sosa Valenzuela, s.j., quien encomendó a las universidades
de Ausjal su colaboración con el relevante y pertinente estudio internacional
publicado en estas páginas. Esta investigación es plenamente congruente con
los objetivos de nuestro Plan Estratégico a 2025. Estos nos invitan a desarrollar
acciones que incidan en la transformación de las sociedades y a trabajar en red.
Deseo que el presente trabajo contribuya a lograr nuestros propósitos.
ÍNDICE
ÍNDICE
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
América Latina nuevamente
es puesta a prueba

El fortalecimiento de la democracia como sistema político, régimen de


gobierno y cultura pública constituye un instrumento de primer orden
para la construcción de un horizonte común y la determinación de los
medios para alcanzarlo en un clima de paz, encuentro y deliberación
en medio de la diversidad. La democracia entendida integralmente
es un medio fundamental para la construcción de la casa común,
tal y como nos lo señala el papa Francisco.
América Latina nuevamente
es puesta a prueba

Francisco José Virtuoso, s.j.

En América Latina conviven a un mismo tiempo varias crisis con orígenes y consecuencias
diferentes que se superponen unas a otras generando un clima general de malestar social
y político. La llegada de la tercera década del siglo XXI nos encuentra con graves déficits
económicos, crecimiento de los índices de pobreza, tensiones entre los Estados y crisis de
representación política.
Esta situación de malestar ha evolucionado negativamente en toda la región. Hacia el año
2014 las tendencias recogidas en numerosos análisis indicaban que después de los avances
alcanzados en la última década en materia de fortalecimiento de la democracia en América
Latina, así como en la reducción significativa del índice de pobreza de ingresos registrado
hasta esa fecha, muchos países de la región se enfrentaron a un aumento potencial de este
índice, a fuertes críticas sobre la capacidad y calidad de sus Estados para suministrar los bie-
nes y servicios públicos, y a amplias denuncias sobre casos de corrupción. Estos fenómenos,
sumados al impacto económico causado por la caída de los precios de las materias primas
en los mercados internacionales, conformaron un contexto de amenazas para el bienestar
social y las oportunidades de crecimiento.
En este contexto, entre 2017 y 2019 América Latina atraviesa un “superciclo” electoral que
abarca elecciones legislativas y/o presidenciales en catorce países de la región. En ese gran
ciclo electoral se evidenciaron cambios profundos en las preferencias de los electores que
transformaron el mapa político de la región.1 Esta nueva representación es expresión de pro-
cesos sociales y políticos más de fondo cuya raíz está en la profunda crisis que vive la región
y que denota la búsqueda por parte de los electores de nuevas respuestas.2 Quizás los casos
más emblemáticos de esos cambios los podemos evidenciar en el triunfo de Andrés Manuel
López Obrador en las elecciones federales de México, en julio de 2018, lo que implica una
ruptura en el tradicional sistema de partidos dominantes en este país; y en Brasil, el triunfo

1 SANAHUJA, José Antonio (2019): “América Latina: malestar democrático y retos de la crisis de la globalización”.
En: Panorama estratégico. Madrid: Instituto Español de Estudios Estratégicos.
2 Ibid.

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de Jair Bolsonaro en las elecciones de octubre de 2018, que irrumpe en la política regional
representando una extrema derecha nacionalista y contraria en sus banderas políticas a toda
la historia reciente de Brasil. Este ciclo electoral continúa en 2019 con elecciones legislativas
y/o presidenciales, por orden cronológico, en El Salvador (febrero), Panamá (mayo), Guate-
mala (junio), y Argentina y Bolivia (octubre), cuyos resultados son significativos de las ten-
siones propias de esas sociedades. En el año 2020 fuimos testigos también de importantes
cambios por la vía electoral y el en el 2021 también han ocurrido procesos que dan cuenta
de los cambios en las preferencias electorales.
Junto a este movimiento electoral se desataron las olas de protestas de 2019 en Chile, Colom-
bia y Ecuador, seguidas luego de las confrontaciones en Bolivia que terminaron con el derroca-
miento del presidente Evo Morales. Se sumaron también los estragos del extremismo autoritario
de Venezuela y Nicaragua (2018-2021). En el caso venezolano, el efecto expansivo hacia sus
países vecinos se ha manifestado por la huida en estampida de la población en grandes oleadas
migratorias, amén de los conflictos con los Estados vecinos, especialmente con Colombia.
En el año 2020 el impacto de la pandemia del COVID-19 agravó la crisis de la región. Ade-
más de sus terribles efectos sanitarios, según los datos de la Comisión Económica para Amé-
rica Latina (Cepal), para este año se calcula que la recesión económica que la pandemia ha
traído consigo podría arrastrar a la pobreza a más de 28 millones de personas, superando
los 200 millones en la región, equivalente a un 35 % de la población. La pandemia también
ha fortalecido el ejercicio autoritario del poder a través de las fórmulas de los “estados de
excepción”. El COVID-19 solo ha hecho más visibles los problemas que en la última década
han agobiado a la región, las fragilidades de sus democracias, la incapacidad de los Estados
para responder a las demandas sociales y las tendencias autoritarias de la institucionalidad
política de los países.
Paralelamente, también durante la última década América Latina ha evidenciado un sos-
tenido aumento de las protestas como forma de participación política, en comparación a
la participación electoral. Un estudio realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo
evidencia que desde el año 2000 a la fecha, la participación electoral en América Latina es
relativamente estática, en comparación a un sostenido aumento de la protesta como forma
de participación política.3 Al reciente ciclo de protestas ya referido en Chile, Colombia, Ecua-
dor, a finales de 2019, se sumaron luego, con características diferentes, Bolivia, Costa Rica y
Guatemala. Al momento de escribirse estas líneas las protestas volvieron a la calle en varias
regiones de Colombia.
Estos recientes ciclos de manifestaciones sociales más que responder a un hecho en par-
ticular y tener liderazgos claros, responden a un fenómeno más profundo con demandas
diversas, donde las redes sociales se han tomado el protagonismo en cuanto a organización
y convocatoria, siendo difícil identificar un petitorio y liderazgos claros. En medio de ellas hay
variados episodios de expresiones violentas en rechazo de la clase política y decisiones de
sus gobiernos.4
¿Cómo canalizar institucionalmente estas demandas para que su impulso resulte una opor-
tunidad de cambio y transformación para nuestros sistemas políticos y no una amenaza in-
controlable a la estabilidad?

3 ZOVATTO, Daniel (2020): En: Riesgos políticos para América Latina en el 2021. Centro de Estudios Internacionales,
CEIUC.
4 Ibid.

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América Latina nuevamente es puesta a prueba. Buena parte de sus gobiernos se en-
frentan a desafíos políticos recurrentes en su convulsionada historia. Inmersos en un
clima de agitación social, agravado por el incierto escenario económico mundial y la
pandemia, los gobiernos se enfrentan a presiones por mayor gasto público y solu-
ciones fáciles. El populismo y la desconfianza en las instituciones, en especial, en la
capacidad del Estado de atender las demandas ciudadanas, comienzan a debilitar el
Estado de Derecho y constituirse en un riesgo para la democracia.5

SANAR LA DEMOCRACIA COMO MEDIO PARA CONSTRUIR LA CASA COMÚN


Creemos que la sanación de la democracia6 en América es un camino que de manera impos-
tergable debemos transitar para responder a los exigentes desafíos que vive la región. En efec-
to, la democracia no es solo un medio para elegir representantes mediante el sufragio popular,
sino también la consecución de fines tales como la libertad individual y la protección de dere-
chos de las personas, la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos, la resolución
pacífica de las controversias propias de sociedades heterogéneas mediante la deliberación y
la garantía de existencia de un espacio público consolidado para el ejercicio de derechos. En
este sentido, su fortalecimiento como sistema político, régimen de gobierno y cultura pública
constituye un instrumento de primer orden para la construcción de un horizonte común y la
determinación de los medios para alcanzarlo en un clima de paz, encuentro y deliberación
en medio de la diversidad. La democracia entendida integralmente es un medio fundamental
para la construcción de la casa común, tal y como nos lo señala el papa Francisco.
Por ello prestamos especial atención a los síntomas de la crisis de la democracia y al desen-
canto con ella que varios estudios en la región ponen de manifiesto:
El «malestar con la democracia» y los cambios de preferencias políticas manifestados en
los ciclos electorales que desde 2017 hasta fecha se han producido revelan que la agenda
de transformaciones de democracia en la región no se limita a los casos en los que esta es
negada o violentada de manera flagrante, como ocurre en Cuba, Nicaragua o Venezuela.

Con los procesos de transición y consolidación de la democracia de finales del siglo


XX la región vivió una etapa de «optimismo democrático» […] Ese optimismo parece
haber quedado atrás, a favor de visiones más circunspectas y problemáticas. La nor-
malización de las elecciones y el amplio reconocimiento de los derechos políticos no
significa que estos estén plenamente vigentes: en algunos países siguen actuando
con un alto grado de impunidad grupos paramilitares o bandas delictivas, persisten
las violaciones de los derechos humanos y en particular las amenazas y asesinatos de
periodistas, no está asegurada la independencia del poder judicial y/o de los órganos
de control electoral, o bien el control de los medios de comunicación, concentrado en
pocas manos, no permite una competición electoral justa. Ello afecta negativamente a
la legitimidad de origen de los gobiernos, en algunos casos con graves consecuencias.

Pero donde se plantean los principales interrogantes es en el ámbito de la legitimidad de


resultado y el pleno ejercicio de la ciudadanía, a causa de la insuficiente o inadecuada res-
puesta gubernamental a las demandas y las expectativas económicas y sociales de socieda-
des con una clase media más amplia y exigente, y, al tiempo, aún marcadas por la desigual-
dad y la exclusión.

5 FORNI, Marcelo (2020): En: Riesgos políticos para América Latina en el 2021. Ob.cit.
6 Promotio Iustitiae. Número 130. 2020/2.

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Si se atiende a las encuestas de opinión, la democracia en sí sigue gozando de un am-
plio apoyo, aunque en retroceso, y el apoyo al autoritarismo no ha dejado de descen-
der, siendo aún alto en algunos países. Pero lo que también revelan las encuestas es
que existe un creciente grado de insatisfacción con la forma en la que funcionan las
democracias más allá de los procesos electorales […]7

UN ESFUERZO UNIVERSITARIO PARA PROFUNDIZAR EN LA COMPRENSIÓN


DE LA CRISIS Y DESENCANTO CON LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
Los provinciales de la Compañía de Jesús en América Latina (CPAL), reunidos en su Asam-
blea ordinaria del 16 de noviembre de 2019, expresaban su preocupación y solidaridad ante
la grave crisis sociopolítica del continente, que interpretan como expresión de injusticias
estructurales que han llevado a la población al desencanto con sus gobiernos, a la legítima
protesta ciudadana y a la exigencia de cambios profundos.
En respaldo a esta afirmación refieren los estudios del Latinobarómetro que muestran que la
insatisfacción con las actuales “democracias” pasó de 56 % en 1991, a 71 % en 2018; y, en
este último año, solo 46 % de la población dice apoyar la democracia como forma de go-
bierno. Se trata de una realidad que atañe tanto a los gobiernos llamados capitalistas como
aquellos que se proclaman socialistas.
Continúa el documento señalando que la gente siente no solo que sus gobiernos no dan res-
puesta a los problemas fundamentales de acceso y ejercicio de sus derechos sociales y a la
creciente inseguridad, sino que –en muchos casos– ellos mismos promueven la impunidad,
la mentira, el abuso de poder, la concentración de la riqueza, y la corrupción pública y privada.
Finalmente, los provinciales concluyen que la construcción de sociedades verdaderamente
democráticas es una tarea que incumbe a todos los actores sociales, independientemente de
las tendencias políticas que representen, a través de un ejercicio ciudadano ético y compro-
metido; y afirman que la más amplia y transparente participación popular es necesaria para
la consolidación de democracias verdaderas.
Atendiendo a esta preocupación, el P. General de la Compañía de Jesús solicitó a la Univer-
sidad Católica Andrés Bello (UCAB), en enero de 2020, que promoviera una investigación
sobre las crisis culturales, institucionales y sociales de la democracia en América Latina para
profundizar en las perspectivas señaladas por los provinciales en su comunicación del 16 de
noviembre de 2019. En este sentido, la UCAB presentó un primer borrador de proyecto que
fue presentado por el propio P. General a diversas instancias para su discusión.
El borrador inicial se fue madurando y se decantó por centrarse en el contexto de las crisis
que experimenta la democracia en lo que la literatura especializada ha llamado “desencanto
con la democracia en América Latina” para determinar las amenazas y oportunidades que
ello supone para el cambio. El proyecto fue presentado a la presidencia de la Asociación
de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (Ausjal) y se decidió
que fuera asumido en la red de homólogos de posgrado e investigación de las universidades
asociadas, bajo la dirección de la UCAB.

7 SANAHUJA, José Antonio (2019): “América Latina: malestar democrático y retos de la crisis de la globalización”.
Ob. cit. Pág 17.

17
Bajo la dirección académica del Dr. Ángel Álvarez se reunieron más de cuarenta investigado-
res de universidades confiadas a la Compañía de Jesús en siete países (México, Nicaragua,
Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile y Argentina). En Bolivia se sumó el Dr. Carlos Hugo Cor-

La investigación abordó los problemas del desencanto y crisis


de la democracia desde una vertiente descriptiva, explicativa y normativa,
pretendiendo responder teórica y empíricamente las siguientes tres
preguntas:
» ¿Hasta qué punto puede hablarse de crisis de la democracia
en América Latina?
» ¿Existe desencanto de los ciudadanos con la democracia como modelo
y con la forma en la que esta funciona en cada país?
» ¿Qué factores contribuyen a explicar el desencanto y la crisis
de la democracia?

dero, docente titular e investigador en varias universidades de Bolivia. El trabajo se desarrolló


aproximadamente durante un año, período en el cual se establecieron los lineamientos de la in-
vestigación, el marco teórico, la metodología de análisis y el desarrollo de los trabajos previstos.
La primera etapa consistió en la construcción de una visión panorámica desde los plantea-
mientos de la literatura actualizada y los datos empíricos disponibles para toda la región. Ha-
biendo determinado las variables más importantes para explicar el desencanto democrático,
cada grupo de investigación procedió a elaborar un informe por país a partir de los términos
de referencia establecidos. Seguidamente se procedió a elaborar un informe comparado
entre los casos de estudio en el marco de la visión panorámica desarrollada previamente.
Desde el punto de vista panorámico, la investigación logra aportar evidencias que permiten
sostener que en la región predomina el descontento democrático y que varios países enfren-
tan crisis en el desempeño de las instituciones de gobierno popular. Desde el punto de vista
de los estudios realizados en ocho países de la región, se logra presentar las características
particulares de la relación entre crisis y descontento haciendo uso de datos secundarios tan-
to regionales como nacionales y, en algunos casos, a través de la producción de data propia
por parte del propio equipo investigador como es el caso de Ecuador. El estudio comparado
entre los países nos permitió establecer una tipología que resulta muy útil para caracterizar el
fenómeno del desencanto con la democracia.
Esta investigación pretende servir a las instituciones de educación superior de la Compañía
de Jesús, a sus centros y redes socio-pastorales y a la ciudadanía en general, para contri-
buir a fortalecer la democracia como forma institucionalizada de manejo de conflictos y de
resolver los retos de la convivencia y la acción colectiva, sin negar la pluralidad, ni suprimir
la diversidad existente entre individuos, partidos, grupos, clases y corrientes ideológicas. De
esta manera, al decir del propio P. General, estaremos contribuyendo con la reconciliación, la
paz y la justicia en la región. Al final de estas páginas el lector encontrará algunas recomen-
daciones en este sentido y una propuesta para continuar profundizando en la investigación.

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CAPÍTULO I

Una visión panorámica de la crisis


y el desencanto con la democracia
EN AMÉRICA LATINA: DESAFÍOS
Y OPORTUNIDADES

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Una visión panorámica de la crisis
y el desencanto con la democracia
EN AMÉRICA LATINA: DESAFÍOS
Y OPORTUNIDADES

Ángel E. Álvarez

INTRODUCCIÓN
Este capítulo estudia la controversial hipótesis del desencanto y la crisis de la democracia en
América Latina. Su foco está puesto en el funcionamiento de las instituciones de gobierno
democrático en la región, incluyendo aunque no reduciéndose a los componentes electo-
rales o procedimentales, y en las actitudes de los latinoamericanos frente a la democracia
como sistema político. Se discute en él hasta qué punto se puede hablar de la existencia de
crisis o resecación en los procesos de democratización de la región y en qué medida hay o
no un desencanto ciudadano con la democracia.
La revisión de la literatura que se ofrece más adelante da cuenta de una gran variedad de
acercamientos al problema. Tal diversidad de enfoques muestra la ausencia de consenso
acerca de hasta qué punto, luego de las transiciones de los ochenta, se puede afirmar que
la democracia ha entrado en crisis en la región. Las diferentes elaboraciones conceptuales y
observaciones empíricas de la situación de la democracia pueden ser gruesamente clasifi-
cadas en dos tipos. De un lado, algunos autores argumentan que el desencanto y la crisis son
consustanciales y, en algunos casos, cíclicos en las democracias. Por su propia naturaleza,
toda democracia y no solo las latinoamericanas sufren de crisis recurrentes y están bajo per-
manente escrutinio crítico de sus ciudadanos y de los académicos. Siendo que la democracia
no puede satisfacer a todo el mundo todo el tiempo y siendo que el cuestionamiento de ella
es un factor consustancial a este tipo de régimen, resulta natural esperar un cierto nivel de
desencanto de los ciudadanos con las promesas de representación, participación y equidad
democráticas. En contraste con esa visión del asunto, otros autores señalan factores cultura-
les, estructurales e institucionales que, en ciertas sociedades, ponen en riesgo la persistencia
de las reglas del juego democrático, sea por decaimiento progresivo o ruptura abrupta. En
consecuencia, desde esta segunda visión del asunto, el desencanto no es natural ni funcional
al sistema, sino más bien un problema a ser resuelto mejorando la calidad de la democracia.
Este texto provee una visión panorámica del “bosque” regional, con el fin de estimular mira-
das enfocadas en cada uno de los “árboles” presentes en él. La perspectiva regional permite

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observar variaciones entre países y elaborar conjeturas sobre los problemas de la democra-
cia para la región y subgrupos de países dentro de la misma. Además de su valor intrínseco
como trabajo enfocado en los problemas de la democracia en la región como un todo, el
trabajo sirve también de contexto de los estudios de casos, realizados por expertos de nueve
de países latinoamericanos. Estos están dirigidos a determinar hasta qué punto, por qué, en-
tre quiénes en la población, y desde cuándo ha surgido un nivel de desencanto democrático
que pudiera llevar a una crisis de esta forma de gobierno. Los resultados de cada estudio
de caso son presentados por los equipos respectivos en reportes de investigación a los que
este texto acompaña, siendo, además, complementado por un segundo capítulo que resume
algunos de los hallazgos obtenidos para cada caso.
Como conjunto de instituciones políticas, la democracia no es solo un medio para elegir
el gobierno mediante el sufragio popular, sino también la consecución de fines tales como
la libertad individual y la protección de derechos de las personas, la participación de los
ciudadanos en los asuntos públicos (que es tanto instrumento como un fin en sí mismo), la
resolución pacífica de las controversias propias de sociedades heterogéneas mediante la
deliberación y la igualdad no solo de derechos sino de oportunidades. Empero, además de
instituciones que funcionen para lograr fines democráticos, el gobierno popular requiere de
un demos que le valore positivamente esa forma de gobierno. Ni las instituciones funcionan
plenamente sin respaldo popular, ni las actitudes favorables a la democracia se bastan a sí
mismas sin que haya instituciones que canalicen los comportamientos asociados a ellas.
El trabajo adopta una perspectiva cuantitativa, comparativa y multidimensional. Se describen
las variaciones (en el tiempo y entre países) de los niveles de valoración y satisfacción con la
democracia, así como las relaciones entre tales variaciones y el nivel de funcionamiento de
las variantes procedimentales, liberales, participativas, deliberativas e igualitarias de la demo-
cracia. Adicionalmente, se analiza el papel que podrían jugar algunos factores estructurales
(socioeconómicos) en la explicación del desencanto con la democracia en la región. El traba-
jo aporta evidencias que permiten sostener que en Latinoamérica predomina el descontento
democrático y que varios países enfrentan crisis en el desempeño de las instituciones de
gobierno popular.
Se discuten teóricamente y se miden empíricamente dos conceptos relacionados pero di-
ferentes: crisis y descontento democrático. El concepto de crisis se reduce al mal funcio-
namiento de las instituciones de gobierno popular a un punto en el que su calidad decae y
su continuidad es debatible o está en riesgo. El término desencanto es usado para designar
situaciones en las que el apoyo de la población a la democracia disminuye apreciablemente
en el tiempo. Tanto la crisis como el desencanto democrático son vistos acá como variables.
Es decir, las crisis pueden ser más severas o menos graves; igualmente, el desencanto puede
ser más o menos acentuado. En la sección metodológica de este trabajo (titulada “Algunas
consideraciones metodológicas”) y en la sección teórica (identificada como “Marco concep-
tual y estado del arte”) se aclara cómo se definen y miden estos dos conceptos.
El trabajo ha sido dividido en tres partes principales. En la primera parte se hace el plantea-
miento de la investigación, lo cual incluye la formulación del problema, la definición de los
objetivos perseguidos y la delimitación del lapso temporal del estudio con base en conside-
raciones teóricas y prácticas. La segunda parte define los conceptos de democracia y des-
encanto político y, luego de ello, presenta un resumen el estado del arte en la teoría e investi-
gación politológica latinoamericanista sobre democracia, crisis y desencanto. Esta discusión
da base a la tercera parte del trabajo, centrada en análisis de datos dirigidos a medir en qué

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países, con que gravedad, y por cuales razones, existe crisis y desencanto con la democra-
cia. En las conclusiones, además de un resumen del debate teórico y de la discusión de los
hallazgos, se presentan algunas de las implicaciones de los problemas estudiados sobre el
funcionamiento de la democracia.

PLANTEAMIENTO DE LA INVESTIGACIÓN
En América Latina, en las últimas décadas del siglo, se registraron niveles de democracia que
nunca habían sido vistos para tantos países simultáneamente en la región. Sin embargo, poco
después del inicio de la oleada democratizadora que arranca a finales de los setenta, muchas
de las nuevas democracias recién emergidas o reemergidas, así como como otras más anti-
guas, comienzan a dar preocupantes señales de deterioro.
Hasta ahora, los retrocesos democráticos, aun siendo más marcados en algunos países que
en otros, no se han traducido en golpes de Estado o revoluciones violentas que eliminen del
todo el voto y las formas democráticas. La recesión democrática no ha conducido a la pro-
liferación de dictaduras como las que predominaron en la región durante buena parte del
siglo XX. No obstante, Latinoamérica sigue experimentando problemas políticos severos que
incluyen, entre otros:
»»Altos niveles de polarización ideológica que obstaculizan los consensos necesarios
para hacer funcionar democracias incipientes (Handlin, 2019).
»»Inestabilidad política con salidas abruptas de presidentes electos antes de terminar
sus mandatos (Pérez-Liñan, 2007) que, aunque pueden ser una señal de capacidad
institucional para manejar las crisis sin ruptura, indican también altos niveles de des-
crédito crónico del liderazgo democráticamente electo.
»»Desinstitucionalización de los sistemas de partido (Mainwaring, 2018); surgimiento
de populismos neoliberales (Weyland, 2003), populismo de izquierda, y socialismos
radicales del siglo XXI (Weyland, Madrid, & Hunter, 2010).
»»Judicialización de la política (Sieder R. S., 2005) en correspondencia con la larga
tradición de politización de la justicia expresada, entre otras formas, por el control de
los tribunales supremos por el presidente y su partido (Pérez-Liñán, 2009; Helmke,
2010; Sieder R. S., 2005).
»»Concentración del poder en manos del ejecutivo nacional, mediante reformas
constitucionales en medio de importantes confrontaciones entre el ejecutivo, legisla-
tivo y judicial (Gargarella, 1997; Stoyan, 2020).
»»Tendencias a la autocratización de gobiernos electos popularmente (Kneuer, 2020)
mediante cambios políticos de jure como de facto.
»»Severos niveles de desigualdad social y económica que obstaculizan en la práctica
el ejercicio de los deberes y derechos ciudadanos y, de manera especial, la parti-
cipación política por medios institucionales (Kaufman R. R., 2009; Somma, 2020;
Riggirozzi, 2020).
La democratización de América Latina es trabajo inacabado, con avances innegables pero
también con obstáculos para seguir avanzando en algunos países y retrocesos evidentes en
otros (IDEA, 2019; Sahd K., 2021). José Woldenberg, en uno de sus balances de la transición
mexicana destaca que “el desencanto, la apatía y el cinismo flotan en el ambiente” (Wol-
denberg, 2017). Aunque Woldenberg se refiere específicamente a su país, México, la frase
describe una situación generalizada.

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FORMULACIÓN DEL PROBLEMA Y OBJETIVOS DEL TRABAJO
Este trabajo aborda los problemas del desencanto y crisis de la democracia desde una ver-
tiente descriptiva, explicativa y normativa. Con este fin, el primer paso que se da está dirigido
a responder teórica y empíricamente las siguientes tres preguntas:

» ¿Hasta qué punto puede hablarse de crisis de la democracia


en América Latina?
» ¿Existe desencanto de los ciudadanos con la democracia como modelo
y con la forma en la que esta funciona en cada país?
» ¿Qué factores contribuyen a explicar el desencanto y la crisis
de la democracia?

Mediante el abordaje de estas preguntas se busca describir el estado de la democracia para


la región en su conjunto y, con ello, aportar un marco general para el análisis y posible com-
paración de los problemas específicos del desencanto y la crisis de la democracia en los
países que han sido seleccionados como casos de estudio.
No obstante, el estudio de los problemas de la democracia no se agota en la descripción
empírica del problema. Su análisis exige también una adecuada ponderación a fin de hacer
sugerencias de acciones dirigidas a tener incidencia positiva en la identificación e implemen-
tación de acciones que produzcan cambios. Es crucial aportar ideas que permitan contribuir
a hallar estrategias que ayuden a revertir el desencanto, prevenir o reducir el riesgo de crisis
promoviendo reformas institucionales, mejoras en las capacidades de gestión pública y for-
mas creativas de participación, deliberación y la equidad (Wences & Güemes, 2016).
Las evidencias empíricas disponibles permiten afirmar que en varios países de América La-
tina se combina un descenso en la calidad de las instituciones y su funcionamiento con
la disminución en el respaldo de la ciudadanía a la democracia como forma de gobierno.
Varias democracias de la región enfrentan a la vez una crisis de la democratización de sus
instituciones, con tendencias autocratizantes, y una crisis en las actitudes democráticas de la
población. No obstante, siendo que las señales de crisis y desencanto no son inequívocas ni
universales, el problema que anima esta investigación tiene que ser abordado con distintas
estrategias. Además del análisis de los datos y la revisión de la literatura que se ofrece en
esta contribución, la investigación ha contado con el invaluable aporte de equipos de trabajo
dedicados al estudio de casos que incluyen a la mayoría de los países de la región.
Valga aclarar que desencanto democrático no es algo nuevo ni en el mundo ni en la región.
Más aún, en muchos países se observan ciclos, con picos y valles de apoyo y desapego de la
democracia. Este trabajo no pretende afirmar que la actual es la única, la más importante, ni
mucho menos la crisis terminal de la democracia en América Latina. Lo que se ofrece acá es
una lectura de la crisis actual para derivar conocimiento acerca de los factores que influyen
en ella y, sobre esta base, formular propuestas de acción que pueden contribuir a mejorar,
profundizar y afianzar la democracia.

25
DELIMITACIÓN DEL ÁMBITO DE INVESTIGACIÓN
Esta investigación está circunscrita al estudio de las crisis de la democracia en América Latina
contemporánea. Para ello se analizan datos de todos y cada uno de los países de esta región,
exceptuando a Cuba. Las razones para excluir a Cuba se exponen más adelante. El período
de tiempo seleccionado para el análisis de datos va de 1959 a 2019. El trabajo se limita a ese
lapso por importantes razones históricas y metodológicas que a continuación se enumeran.
Históricamente, la mayoría de las transiciones democráticas en Latinoamérica tuvieron lugar a
partir de los primeros años de la década de los ochenta. Sin embargo, tres países de la región
transitaron a la democracia electoral sin recaer en dictaduras militares o autoritarismos electora-
les antes de la tercera ola de democratización. El primero de ellos, Costa Rica, tras la guerra civil
y el Pacto Ulate-Figueres, avanzó gradualmente desde 1953 hacia la democracia; Colombia, tras
la formación del Frente Nacional entre liberales y conservadores y la renuncia del dictador ge-
neral Gustavo Rojas Pinilla, transita también gradualmente, desde 1958, hacia una democracia
pactada. Venezuela, a partir de 1959, tras el golpe militar contra el dictador general Marcos Pé-
rez Jiménez, en enero de 1958, y la firma del Pacto de Puntofijo entre los tres partidos mayori-
tarios (Acción Democrática, el Comité de Organización Política Electoral Independiente y Unión
Republicana Democrática) transita a una democracia electoral competitiva y multipartidista.
En consecuencia, el período de estudio abarca desde 1959, cuando comienza la democrati-
zación de Venezuela, Colombia y Costa Rica, hasta 2019. No obstante, los datos cuantitativos
no están completos para todo el período y todas las variables. Por ello, en el análisis de datos
se ofrecen tanto descripciones para períodos más cortos y recientes como análisis estadís-
ticos basados en la imputación de datos faltantes (Zaiontz, 2020). Como muestran los datos
tanto de crisis de las instituciones democráticas como de desencanto de la opinión pública,
en los últimos cinco años se observa un nivel de deterioro de la democracia creciente en la
mayoría de los países de la región. Por ello, lo ocurrido en estos últimos años merece una
atención especial. En el desarrollo de este trabajo se abordarán los temas antes planteados
y se concluye con un conjunto de recomendaciones acerca del énfasis a ser colocado en
futuros estudios y las acciones que pudieran emprenderse para reducir el desencanto y en-
frentar la crisis de las instituciones de gobierno democrático en América Latina.
Metodológicamente, al seleccionar el período arriba indicado se espera recoger las varia-
ciones en índices cuantitativos de democracia que indiquen mejoramientos o deterioros en
la calidad de la competencia electoral, protección de derechos políticos y civiles, participa-
ción, deliberación e igualdad social y política durante la etapa de la historia de la región en
la que ha habido más democracias electorales. No obstante, a la hora de analizar los datos
cuantitativos sobre el desencanto, el desempeño de las diversas formas de democracia y los
factores que contribuyen a explicar el apoyo a esta, el período resulta acortado debido a la
insuficiencia de datos de opinión pública comparables para años anteriores a 1995.
Los países incluidos en este estudio tienen niveles distintos de democracia. Tal variedad es
importante para poder someter a prueba las hipótesis sin sesgar las conclusiones al seleccio-
nar solo casos confirmatorios de la tesis del desencanto de la democracia. En algunos de es-
tos casos han ocurrido procesos recientes que han puesto a sus gobiernos bajo tensión (pro-
testas violentas masivas, golpes o intentos de golpe de Estado, destituciones de presidentes y
cambios abruptos de las preferencias de los votantes con altos niveles de polarización entre
ellos). No obstante, el nivel de tensión, violencia y descontento también ha variado de país a
país, lo cual también reduce el riesgo de “sesgo en la selección” de casos confirmatorios de
las hipótesis (Geddes, 1990).

26
En este análisis panorámico se emplea una base longitudinal de datos secundarios organiza-
da para los fines específicos de este trabajo. Las fuentes de los datos son especificadas más
adelante. Como es sabido, un estudio longitudinal es aquel que emplea observaciones de la
misma variable, para diferentes unidades (en este caso, países) a lo largo de un mismo período
de tiempo. Las unidades de análisis, en consecuencia, son países-años (es decir, se mide cada
variable para cada país y cada año de los incluidos en la serie). Se estudian los dieciocho paí-
ses que comúnmente son considerados como integrantes de la región latinoamericana, con la
única excepción de Cuba. A saber, en orden alfabético, los países incluidos son: Argentina, Bo-
livia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México,
Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

ALGUNAS CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS


El análisis de datos que se presenta en este trabajo adopta la modalidad de estudio ecoló-
gico; es decir, de agregados de individuos no de los individuos como casos observados. Las
unidades de análisis de esta investigación son los países como agregados de ciudadanos, ins-
tituciones, organizaciones y sus economías. Es obvio, pero no estorba dejar claro que todas
las variables (dependientes e independientes) son medidas para la misma unidad de análisis
que es el país.
En tal sentido, el desencanto (tal como será definido más abajo) se mide con información
aportada por encuestas de opinión que reportan datos (frecuencias relativas de respuestas)
para cada país como conjunto. Siendo la unidad de análisis el país y no los ciudadanos indi-
vidualmente considerados, el desencanto democrático en un país, en un momento dado, es
medido por variaciones en el porcentaje de individuos que expresa un determinado nivel de
apoyo a la democracia. Si el porcentaje de los que apoyan a la democracia decrece, afirma-
mos que en el país hay desencanto. Si crece, se afirma lo contrario.
De igual manera, las variables independientes que sirven de insumo en los modelos emplea-
dos en este trabajo son también medidas para cada país y no para sus miembros individua-
les. El trabajo relaciona estos insumos con el apoyo y la satisfacción con la democracia, como
estimadores del encanto-desencanto democrático en el país.
En los estudios de datos agregados o ecológicos, las unidades de observación son áreas
geográficas o diferentes períodos de tiempo en una misma área o, como es en este trabajo, la
combinación de ambas cosas; es decir, un conjunto de países a lo largo de una serie tempo-
ral. Estos estudios son también llamados “diseños incompletos.” Se usan promedios, tasas o
porcentajes poblacionales en lugar de observaciones desagregadas, pero con suma frecuen-
cia (como en este caso) no conoce la distribución de las variables a nivel de cada individuo.
Dada la naturaleza agregada de los datos, en un estudio ecológico no se puede inferir nada
acerca de los individuos o subconjuntos de individuos de los países. Tal inferencia inválida es
comúnmente llamada “falacia ecológica” (Selvin, 1958; Robinson, 1990). Con ese término
se designa error de razonamiento derivado de aceptar como probadas ciertas asociaciones
cuya existencia en realidad se desconoce. El error consiste en suponer, sin evidencias, que
los resultados obtenidos a partir de un estudio de datos agregados (ecológico) son similares
a los que se obtendrían si la investigación se basara en observaciones de individuos.
En la investigación que acá se presenta está claramente dicho y no estorba repetir una vez
más que la unidad de análisis son los países, no sus subcomponentes (por ejemplo: ciudada-

27
nos, organizaciones o unidades sub-nacionales de gobierno). En consecuencia, en este tra-
bajo no se afirma nada acerca de los ciudadanos y sus respuestas individuales. Así, es válido
establecer asociaciones y calcular regresiones entre el nivel de desencanto y otras variables
medidas para el país siempre y cuando no se pretenda que las relaciones son o no válidas
para los individuos de ese país. Por ejemplo, acá se hacen juicios tales como “[…] en el país P,
en el período comprendido entre tn y tn+1, el apoyo a la democracia varió en X puntos porcen-
tuales en asociación con un incremento de la desigualdad agregada (medida, por ejemplo,
con Gini.” No sería válido concluir, en consecuencia, que “[…] los ciudadanos individuales c (c
= c1, c2 c3… cn) son desiguales entre sí y por eso varían en sus respuestas individuales de apoyo
a la democracia.” En este estudio, no sabemos cómo se distribuyen entre los individuos ni los
factores explicativos (por ejemplo, la desigualdad) ni la variable dependiente (desencanto).
Solo sabemos cómo se distribuyen tales variables entre los países estudiados.
La principal ventaja de los estudios ecológicos es la disponibilidad de los datos. Institucio-
nes gubernamentales, organizaciones internacionales, centros de investigación y universi-
dades tienen disponibles estadísticas agregadas sobre los países que pueden ser usadas
exploratoriamente. Por tal motivo, muchos estudios epidemiológicos exploratorios, descrip-
tivos y comparativos adoptan el diseño ecológico (Borja-Aburto, 2000). Los epidemiólogos
emplean, por ejemplo, las tasas de mortalidad, morbilidad o prevalencia de determinadas
enfermedades en un país determinado y las comparan con otros países, sin pretender decir
nada acerca de la salud de ningún individuo. En ciencias políticas se pueden usar también
frecuencias relativas de determinados comportamientos, actitudes, valores o creencias para
estimar la condición en que se encuentra el país en su conjunto.
Vale aclarar que los estudios ecológicos son adecuados en fases exploratorias de investiga-
ción, como la presente, en la que se busca principalmente la generación de hipótesis al nivel
agregado (nacional) más que la prueba de hipótesis casuales a nivel individual. Sus medicio-
nes agregadas no dan cuenta del comportamiento de las unidades que componen el con-
junto (en nuestro caso, los ciudadanos). Por ello, sus estimaciones pueden ser susceptibles
de presentar más sesgos que los estudios que se basan en observaciones individuales. Sin
embargo, como señalan King, Keohane y Verba en su bien conocido manual de investiga-
ción en ciencias sociales, si la inferencia que se busca realizar es más amplia y generalizable
que una hipótesis muy estrecha en sus implicaciones, la teoría elaborada con base en datos
agregados puede tener implicaciones en muchos niveles de análisis. Incluso si la investiga-
ción está primariamente interesada en un nivel agregado de datos, como un país o grupo de
países, es posible ganar confianza sobre la veracidad de la teoría al observar los datos desde
otros niveles de análisis (King, Keohane, & Verba, 1994, pp. 30-31).

MARCO CONCEPTUAL Y ESTADO DEL ARTE


En esta parte del trabajo se discuten, en primer lugar, las definiciones de dos conceptos bá-
sicos para esta investigación. Se comenzará definiendo lo que se entiende por democracia,
para luego introducir el concepto de desencanto democrático. Como ocurre con muchos
otros términos empleados en ciencias políticas, democracia, descontento y crisis son sus-
ceptibles de ser definidas desde muy distintas perspectivas, adquiriendo múltiples significa-
dos y siendo posible emplear muchas especificaciones a la hora de determinar sus rasgos.
No obstante, en esta sección del trabajo se pone énfasis en definiciones enraizadas en teorías
plurales y susceptibles de ser contrastadas con la realidad. En tal sentido, no solo se presen-

28
tan los fundamentos de los conceptos de democracia y desencanto, sino que se derivan de
ellos definiciones operacionales, indispensables para la adecuada medición de variables e
interpretación del análisis de datos que se ofrece en la sección tercera de este trabajo. Luego
de establecer las definiciones de democracia y desencanto, se discute la posible relación
entre crisis de la democracia y descontento con esa forma de gobierno. Estos tres elementos
son piezas claves en la argumentación teórica y la fundamentación empírica de la investiga-
ción que da lugar a este trabajo.

DEFINICIONES
En la búsqueda de las raíces de los conceptos de democracia y desencanto se podría ir muy
atrás en la historia de las ideas políticas. La idea de democracia, así como el desarrollo teórico
e institucional de sus distintos modelos y variedades, pueden rastrearse desde la antigua Ate-
nas hasta hoy en día (Held, 2006; Deweil, 2000). A su vez, los orígenes del uso del concepto
de desencanto pueden hallarse en Max Weber, quien habló del desencanto-reencantamien-
to político como parte del proceso de secularización de la política moderna y del surgimiento
de los valores capitalistas a partir de la ética del protestantismo (Mackinnon, 2001; Weber,
2012 [1905]). Otro tanto ocurre con el concepto de crisis política y, en particular, de crisis de
la democracia.
Seguidamente se hará un recuento apretado del desarrollo teórico de las tres ideas mencio-
nadas arriba. No obstante, no debe perderse de vista que el presente documento no pretende
elaborar teoría de la democracia. Lo que busca es dar fundamento al análisis de algunos de los
problemas de las relativamente recientes democracias en América Latina. Por ello, solo se ofre-
ce acá una serie de conceptualizaciones, apoyadas en la revisión de la literatura en el área, con
el propósito de llegar a definiciones operacionales y medibles de democracia y desencanto.

DEMOCRACIA
El debate sobre el concepto de democracia ha estado presente a lo largo de la historia de
la teoría política. Platón y Aristóteles la consideraron una forma viciada de gobierno. Kant
la vio como una tiranía (Kant, 1949 [1795]). Robespierre usó la palabra de forma positiva
(Bosc, 2019), con lo cual reforzó el rechazo que el término ya generaba en los republicanos
anglosajones. Los padres fundadores de la democracia estadounidense, en El Federalista,
hablaron de “república representativa” y reprobaron o evitaron hablar de democracia (Ha-
milton, Jay, & Madison, 2001 [1788]). John Stuart Mill hablaba de “gobierno representativo”
(Mill, 2001 [1861]). Así, hasta hace relativamente poco, especialmente desde el siglo XIX, la
valoración negativa del concepto democracia predominó sobre la apreciación positiva de
esta forma de gobierno.
Por democracia se puede entender una gran variedad de cosas diferentes e incluso incom-
patibles (Collier & Levitsky, 1997). Ello no debe sorprender porque la democracia es inhe-
rentemente conflictiva. Este trabajo parte de un principio pluralista no solo por el modo en el
que se describe empíricamente a la democracia, sino también porque acepta que el debate
sobre su significado es intrínseco a su funcionamiento (Deweil, 2000). Como señala Gio-
vanni Sartori, nadie pondría en cuestión que la democracia es “poder del pueblo,” pero los
problemas empíricos surgen cuando hay que precisar de qué modo y qué cantidad de poder
es transferido desde la base hasta el vértice del sistema de poderes democráticos. Aunque
el asunto de la titularidad del poder no está en discusión, el debate sobre qué es el ejerci-
cio democrático del poder ha sido y seguirá siendo vehemente (Sartori, 1993). La discusión

29
acerca de qué es democracia y cómo lograrla, conservarla y ampliarla ha estado presente
en el pensamiento político latinoamericano, en medio de un gran pluralismo y diversidad de
ideas (Álvarez & Virtuoso, 2012). Los múltiples y conflictivos significados de la palabra de-
mocracia no solo muestran la obviedad de la inexistencia de una teoría general del gobierno
popular, sino que, más relevantemente, ponen de manifiesto que el disenso, el desacuerdo
y el conflicto en las ideas son consustanciales a la realidad denotada por el concepto. En
consecuencia, la idea misma de democracia es intrínsecamente ambigua y contradictoria.
En el esfuerzo por conceptualizar la democracia, se parte acá de una definición mínima y
descriptiva. A partir de ella se edifican otras elaboraciones maximizadoras y normativas. Una
forma de comprender el sentido de las definiciones normativas de democracia consiste en
verlas como esfuerzos por lograr la maximización del concepto. Se busca con ello establecer
un conjunto de metas ideales que deben ser satisfechas al máximo por un régimen determi-
nado para calificar de democrático. En contraste, el enfoque minimalista consiste en obser-
var una sola clase de fenómenos, común a todos los Estados, naciones y organizaciones que
comúnmente los científicos políticos llaman democráticos, para examinarlos y descubrir las
condiciones necesarias y suficientes para que una organización política pueda ser llamada
democrática (Dahl R. A., 2006 [1956]). Para intentar marcar la diferencia entre la definición
maximizante o normativa de democracia, de un lado, y la mínima o descriptiva, Dahl acuñó
el término “poliarquía.” Con esta palabra designó a esos gobiernos que común y contempo-
ráneamente llamamos democracias (Dahl R. A., 1971).
La definición empírica, descriptiva o mínima, reduce la democracia a un procedimiento para
elegir gobiernos de forma periódica, en competencias regidas por normas constitucionales
que limiten el poder del gobierno y permitan reemplazar de forma pacífica a quienes ejercen
cargos de poder (Dahl R. A., 1989; Dahl R. A., 1971; Lijphart, 1999). El procedimiento demo-
crático combina los siguientes dos elementos:
»»Derecho de todo ciudadano a elegir y ser elegido mediante el sufragio universal,
libre, secreto, directo o indirecto, transparente (libre de fraudes e irregularidades sis-
temáticas) en comicios competitivos para ocupar y ejercer las funciones de jefe del
ejecutivo y miembros del legislativo nacional, como mínimo, y dependiendo de cada
país, también otros cargos a nivel subnacional y en la rama judicial.
»»Libertades cívicas, incluyendo como mínimo las de expresión y asociación política y
civil, el derecho al debido proceso y el acceso a información no monopolizada por el
Estado o por agentes privados.
La definición mínima de democracia permite una aproximación gradual o métrica. Distintos
regímenes políticos pueden tener un nivel mayor o menor de democracia, según la amplitud
de jure y de facto de los derechos políticos, libertades cívicas, competitividad entre partidos
o candidatos, la separación de poderes y la sujeción del gobierno a la constitución y las leyes.
Esta definición mínima es procedimental. Se centra en el método para elegir al gobierno más
que en el contenido de las metas políticas, económicas o sociales que debería lograr un gobier-
no democrático. Una vez establecido este concepto de democracia procedimental, empírica,
descriptiva y mínima, es posible elaborar acerca de qué otros elementos pueden ser incorpo-
rados al concepto por aquellos que deseen darle contenido sustantivo al método democrático.
Se argumentará de seguido que el concepto de democracia mínima no substituye pero tam-
poco contradice los ideales democráticos liberales, participativos, deliberativos o igualitarios.
Algunos niegan compatibilidad entre los enfoques procedimentales y la visión de la demo-
cracia como modo ético de vida en sociedad (Talisse, 2004). Esta tesis solo puede ser cierta

30
para aquellos que piensan que un país puede ser democrático escogiendo a los gobernantes
por mecanismos no competitivos (Carson & Martin, 1999; Martin, 1995-1996), para quie-
nes piensan que la dictadura del proletariado es la verdadera “democracia popular” (Rieber,
2009), para quienes suscriben ideas contradictoriamente autoritarias de democracia como
la de “democracia protegida” de Augusto Pinochet (Jeldres Ferrer, 2020; Vergara Estévez,
2007), o para quienes argumentan que la democracia se reduce estrictamente al método
electoral, principalmente porque las masas son incapaces de hacer elecciones racionales
que no sean la de elegir al caudillaje político (Schumpeter, 1962 [1942]).
Si se dejan al margen estas posiciones extremas, es posible entender que la democracia
como procedimiento electoral no solo es compatible con diversos enfoques sustantivos de la
democracia, sino que es parte sustantiva e irrenunciable de los modelos que buscan maximi-
zar democráticamente ciertos fines políticos, jurídicos, económicos y sociales. Al afirmar que
el método de la democracia es compatible con distintos modos de organizar otras esferas
de la vida social, se está diciendo también que diferentes fines éticos de la democracia no
pueden lograrse con independencia o prescindiendo de las instituciones electorales y los
derechos civiles.
John Dewey, teórico fundamental de la democracia como modo de vida, reconoce la impor-
tancia de los procedimientos de la democracia formal y no propuso prescindir de ellos (Dewey
J., 2004 [1916]). El sufragio universal, las elecciones recurrentes, la responsabilidad de los que
están en el poder político ante los votantes y los demás factores del gobierno democrático ha-
cen realidad la democracia como la forma de vida verdaderamente humana (Dewey J., 1927).
Por su parte, Robert A. Dahl, uno de los principales teóricos del procedimental pluralista,
sostiene que la democracia no solo es un hecho empíricamente observable, sino también el
único modo de alcanzar el bien común, siempre que por bien común se entienda una meta
no monolítica sobre la que no se presume la necesidad de unanimidad (Dahl R. A., 1989, pp.
291-298). Una concepción pluralista de bien común exige que se garantice de facto y de
jure el derecho a otorgar igual consideración a todos los grupos de la sociedad, sus distintos
intereses y sus desiguales concepciones del bien común.
Obviamente, no todas las teorías de la democracia persiguen los mismos fines. Más aún, al-
gunas teorías se contraponen a otras y se enfrentan políticamente. No obstante, en la medida
en que una teoría sustantiva de la democracia no renuncie expresamente a la solución de los
conflictos sociales por medio de elecciones competitivas, justas y libres, es compatible con
el modelo empírico de democracia. Las contiendas electorales y las instituciones de gobier-
no son arenas en las que los partidarios de distintas concepciones de democracia compiten
por el voto de la mayoría, para obtener cargos y aprobar leyes y políticas que avancen sus
agendas. Así vista, la democracia procedimental es tanto el mínimo común a toda teoría con-
temporánea de la democracia, como una condición necesaria para que un sistema pueda
ser llamado democrático.
Cada enfoque de la democracia postula una meta fundamental y sus partidarios aspiran a
alcanzarlas mediante normas, políticas y asignaciones de recursos. Mientras el modelo liberal
postula como meta la limitación del poder del gobierno y su sometimiento a la ley, a fin de
hacer respetar y proteger los derechos individuales y de las minorías, el participativo aspira a
maximizar la participación popular en la toma de decisiones sobre políticas, más allá del mero
ejercicio del derecho al sufragio. Para los que aspiran a crear democracias deliberativas, las
instituciones liberales y las consultas no son suficientes. No aspiran a favorecer la competen-
cia y la protección de intereses, sino principalmente a superar el conflicto y crear consensos

31
a partir del debate y el convencimiento. Finalmente, los partidarios de la democracia igualita-
ria persiguen un orden social que produzca y asegure no solo la igualdad liberal (ante la ley) o
el ejercicio igualitario de la participación, sino principalmente la igualdad. A su vez, profundas
diferencias existen entre los que promueven la igualdad de oportunidades y quienes aspiran
a la igualdad material de los resultados.
Para medir el concepto de democracia y sus variedades se pueden emplear las definiciones
operativas y datos aportados por el Proyecto V-Dem del Instituto Variedades de Democracia
(Coppedge M. G., 2020a). El concepto procedimental de democracia que se emplea en este
trabajo es definido operativamente en los términos de lo que V-Dem denomina “índice de
democracia electoral” (Coppedge M. J., 2020b). El índice pretende medir hasta qué punto
el sufragio extendido hace a los gobernantes sensibles a los ciudadanos, en un contexto en
el que hay libertad de expresión y medios independientes, las organizaciones políticas y de
la sociedad civil pueden operar libremente, las elecciones son limpias y no están empañadas
por fraudes o irregularidades sistemáticas, las elecciones afectan la composición del ejecu-
tivo nacional.
Para V-Dem, la democracia electoral es un elemento esencial de cualquier otra concepción
de democracia, sea esta denominada liberal, participativa, deliberativa, igualitaria o de cual-
quier otro modo. El índice se forma agregando otros índices que miden la libertad de aso-
ciación, elecciones limpias, libertad de expresión, elección de funcionarios electos y sufragio
(Teorell, 2019).
La medición cuantitativa de la democracia conduce a suponer que esta y otras formas de
gobierno no son compartimientos estancos, sino variables de intervalo cuyos valores pue-
den ser comparados entre países y a lo largo del tiempo. Esta aproximación metodológica
da cuenta del hecho de que los países pueden ser muy o muy poco democráticos y pueden
combinar elementos muy democráticos con elementos muy autocráticos. Es decir, la me-
dición cuantitativa permite evitar afirmaciones categóricas del tipo: el país X es una demo-
cracia, mientras Y no lo es. En contraste, permite afirmar cosas como: el país X tiene hoy un
nivel “d” de democracia, en la dimensión D en el tiempo t1, distinto (mayor o menor que) al
país Y en el tiempo t2. Obviamente, las comparaciones (tanto cualitativas como cuantitativas)
pueden hacerse respecto de un mismo país en momentos distintos de su historia.
Con base en mediciones de democracia es posible, además, definir puntos de corte en la
escala para seleccionar casos de interés y descartar otros que no alcanzan el valor de demo-
cracia de interés para su estudio. El punto de corte esperado en una escala de 0 a 1, como
la usada por V-Dem, sería la media (0.5). No obstante, en la medida en que hay regímenes
parcialmente autoritarios que contienen procesos e instituciones que funcionan de un modo
aproximadamente democrático, es posible establecer un umbral más bajo. En 2019, Kasuya
y Mori hallaron que los umbrales que logran la mayor consistencia con la codificación binaria
(democracia vs. no-democracia, por ejemplo) son 3.7 en la escala de 1 a 7 para Freedom
House, 4.5 en la escala -10 a +10 de Polity, y 0.42 en la escala de 0 a 1 de V-Dem (Kasuya &
Mori, 2019). Estos valores difieren de los sugeridos por los proveedores de los datos y escalas
que, respectivamente, son iguales a 2.5, 6 y 0.5.
La Tabla 1 muestra que si bien no todos los países alcanzan niveles de democracia en promedio
por encima del umbral, aun en los casos en los que los promedios son más bajos ha habido
años en los que caerían en la categoría de democracias si se empleara una tipología binaria.

32
TABLA 1: Valores promedios, mínimos, máximos del índice de democracia electoral
de V-Dem. América Latina, 1959-1919

Fuente: cálculos propios con base en datos suministrados por el Instituto Variedades de Democracia (V-Dem).

Los índices de V-Dem permiten, en primer lugar, establecer con relativa precisión cuáles re-
gímenes son democráticos y cuán democráticos son. En segundo lugar, la medición en una
escala de intervalos del nivel de democracia permite identificar umbrales para seleccionar
los casos que alcancen un determinado nivel de democracia, lo cual hace posible tanto des-
cripciones mucho más precisas que una simple tipología, como justificar con mejor base la
selección de los casos de estudio. Más aún, la medición cuantitativa de la democracia permite
emplear números en lugar de palabras para dar cuenta de regímenes en mitad de camino entre
la democracia plena y el completo autoritarismo. Con ello se evita el engorroso problema de
clasificar a un gobierno como un caso de las muchas y sutiles categorías identificadas por la
literatura comparativa como, por ejemplo, una democracia delegativa (O’Donnell G. , 1993), un
autoritarismo-electoral (Schedler, 2006), un régimen híbrido o autocracia competitiva (Meyer,
2013; Levisky & Way, 2012) o autoritarismo semicompetitivo (Martinez Meucci, 2013).
Empleando el umbral de Kasuya y Mori, trece de los dieciocho países caen en promedio por
encima del valor de 0.42 del índice de democracia electoral. Honduras, Nicaragua, Paraguay,
Guatemala y El Salvador han sido los países en promedio menos democráticos durante el
período estudiado. No obstante, incluso estos cinco casos han tenido años en los que supe-
ran el umbral. Aunque casi todos los países, salvo Costa Rica, han tenido años de muy poca

33
democracia, todos los dieciocho casos han alcanzado niveles máximos de democracia muy
por encima del umbral al menos en algunos años del lapso en el que son estudiados. Cuba
es el único país de América Latina excluido del análisis de datos presentado en este capítulo
porque no ha superado el umbral entre dictadura y democracia electoral en ningún año de
la serie temporal que cubre este estudio (1959-2019).
Todos los índices de V-Dem incluyen el principio de la poliarquía además de otros compo-
nentes característicos de cada una de las concepciones de democracia antes menciona-
das. Los índices incluyen mediciones tanto de lo que formalmente dicen las normas como
el funcionamiento efectivo de las mismas. Los expertos de cada país conocen y ponderan
experiencias nacionales, regionales y locales de participación, deliberación e igualdad que
influyen en los puntajes y niveles de certeza asignados al país en una variable determinada.
Los datos de V-Dem aportan una visión multidimensional y cuantitativa de la democracia
electoral y sus variantes.
No obstante, todas las variantes de democracia están fuertemente correlacionadas entre
sí (ver Tabla 2). La correlación “r” de Pearson entre el índice de democracia electoral y los
demás índices de variedades de democracia es casi perfecta. Alcanza 0.92 con el índice
de democracia igualitaria y 0.97 para los otros tres índices. Lo mismo para las correlaciones
bivariadas de los cuatro restantes índices entre sí. Todos ellos correlacionan positivamente y
con magnitudes muy altas de “r”.

TABLA 2: Correlación de Pearson entre los índices de democracia electoral, liberal,


del Proyecto Variedades de Democracia (D-DEM)

Fuente: Elaboración propia con base en datos del Proyecto Variedades de Democracia, V-Dem, para América
Latina 1959-2009 (Coppedge et, al.,”V-Dem [Country–Year/Country–Date] Dataset v10”. Varieties of Democracy
(V-Dem) Project; Pemstein et al., 2020). Datos disponibles en https://www.v-dem.net/en/data/data-version-10/

34
Es natural esperar este nivel de correlación pues todos los índices de democracia de V-Dem
incluyen como componente el indicador de democracia electoral. Para evitar el ruido que
esto puede introducir en el análisis, en este trabajo se emplean solo los componentes de
democracia liberal, participativa, deliberativa e igualitaria en lugar de los índices. Las corre-
laciones entre los componentes también son altas y estadísticamente significativas, pero la
magnitud de los coeficientes es menor. En los modelos de regresión múltiple por mínimos
cuadrados que se ofrecen en este trabajo se incluyen los indicadores de poliarquía, libera-
lismo, participación, deliberación e igualdad democrática en lugar de los índices respectivos.

DESENCANTO DEMOCRÁTICO
La teoría democrática supone la existencia de ciudadanos al menos medianamente activos,
si no entusiastamente involucrados en los asuntos de la comunidad política. En la práctica,
no siempre todos ni la gran mayoría de los ciudadanos son políticamente activos en una de-
mocracia pero, por definición, el gobierno del pueblo necesita al menos la aceptación y el
apoyo de la mayoría del pueblo.
Por ello, se entiende por desencanto el cambio en la valoración de la democracia por parte de
los ciudadanos, que pasan de tener una valoración favorable a una valoración desfavorable de
esta. La evaluación persistentemente negativa de la democracia no puede considerase desen-
canto. Solo se puede hablar de desencanto si previamente hubo encanto. El desencanto no es
mera insatisfacción con el gobierno de turno, ni suspicacia, aprehensión o evaluación crítica
de los políticos y la política como práctica. Se habla de desencanto cuando se observa que el
ciudadano deja de ver la democracia como la mejor forma de gobierno y como el medio ideal
para acceder a la justicia y garantizar igualdad política y social (Jenkins, 2018).
El desencanto democrático puede medirse directa e indirectamente por medio de estudios
de opinión, aunque también puede ser indicado por eventos que muestren el compromiso
o el distanciamiento popular con el régimen político. Grandes manifestaciones de apoyo a
la democracia luego de, por ejemplo, un intento de golpe de Estado, un asesinato político,
crímenes de odio contra una determinada minoría o en denuncia de la violación de dere-
chos humanos, son también indicadores de compromiso con la democracia. Otros ejemplos
podrían ser el nivel de abstención en elecciones competidas, el número de miembros, la ex-
tensión territorial y el total de organizaciones de la sociedad civil existentes, tanto en general
como aquellas involucradas en la promoción de derechos civiles y políticos. Una disminución
importante del numero de afiliados, del número de organizaciones o su reducción a unas de-
terminadas localidades o grupos sociales, puede ser un indicador de desencanto. Igualmen-
te, la actividad en redes sociales de individuos y grupos en favor de la participación, el deba-
te, la ampliación y respeto de derechos, la igualdad política y la exigencia de responsabilidad
a los políticos y rendimiento de cuentas por sus actos, pueden ser indicadores de apoyo a
la democracia y su funcionamiento. En contraste, el surgimiento y crecimiento de grupos
radicales antisistema o en contra de los derechos de una determinada minoría o a favor de la
supremacía de otros grupos étnicos, religiosos, lingüísticos o regionales, sea que participen o
no en elecciones, pueden ser indicadores de decaimiento del apoyo a la democracia. Cabe
decir que es altamente probable que muchos grupos cuya actuación puede ser vista como
antidemocrática desde la perspectiva académica, se consideren a sí mismos como defenso-
res de alguna forma de democracia. Ello, en sí mismo, es digno de estudios especiales.
No obstante, a falta de mejores y más abundantes mediciones disponibles para los dieciocho
países de la región, en este trabajo se estudia el nivel de desencanto con base en variacio-
nes en las actitudes y valoraciones de los ciudadanos respecto de la democracia, según son

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medidas en estudios de opinión comparables entre sí. Aunque se reconoce que hay diversas
fuentes de información que podrán ser útiles en estudios de casos específicos, las encuestas
aportan los datos más pertinentes para este trabajo que está centrado en la perspectiva re-
gional (es decir, en el bosque de países, más que en cada uno de los árboles).
El nivel de democracia existente en las instituciones de un país en un momento dado no es
lo mismo que el nivel de apoyo que la democracia tiene entre los ciudadanos. Los países
pueden ser más o menos democráticos desde el punto de vista de sus instituciones formales
y en el funcionamiento de estas, pero sus habitantes pueden apoyar mucho o poco tanto a la
democracia en general, como al funcionamiento de la democracia en sus respectivos países.
Aunque el funcionamiento de las instituciones y las actitudes de los votantes respecto a ellas
pueden estar correlacionadas, ambos conceptos no pueden confundirse.
En consecuencia, para medir el desencanto se emplean sondeos de opinión pública que
permiten observar y comparar variaciones en el tiempo y entre países el grado de apoyo al
régimen democrático y a la forma en la que la democracia funciona en cada país. No es lo
mismo el desencanto con el funcionamiento de un sistema considerado democrático que el
desencanto con la democracia como forma política considerada en abstracto. Por esa razón
es necesario indagar acerca de ambas valoraciones.
La fuente de datos a ser empleada son los estudios de opinión llevados a cabo por Latino-
barómetro. Otra valiosa fuente de datos de opinión pública disponible es ofrecida por el
AmericasBarometer de Latin American Public Opinion Project (LAPOP) de la Universidad de
Vanderbilt. Lamentablemente, esta segunda fuente reporta datos que van desde 2004 hasta
2019, mientras Latinobarómetro abarca desde 1995, para algunos países, y 1996 para casi
todos los demás (con la excepción de República Dominicana, donde los datos disponibles
parten de 2004) hasta 2018.

RELACIONES TEÓRICAS ENTRE LOS CONCEPTOS


DE DEMOCRACIA, DESENCANTO Y CRISIS
¿La democracia es intrínsecamente conducente al desencanto ciudadano? ¿Hasta qué pun-
to el funcionamiento de las instituciones y prácticas políticas abonan el terreno para el cinis-
mo y la desilusión con la democracia?
La compleja relación entre democracia y desencanto es tema de estudio que ocupa no solo
en las democracias frágiles o nuevas, sino también las más antiguas y aparentemente con-
solidadas. En estas últimas, descensos importante de los niveles de participación electoral a
nivel nacional han sido vistos como el producto del descontento ciudadano con el consu-
mismo, la especialización de la actividad política, la complejidad de los asuntos de la agenda
y el cinismo de los ciudadanos promovido por medios de comunicación (Stoker, 2006) y
las redes sociales que han trasformado la política en espectáculo de masas (Edelman, 1988;
Briziarelli & Armano, 2017).
Por ejemplo, Robert Putnam fue uno de los primeros en sostener que la democracia estadou-
nidense estaba afectada por un significativo deterioro de la participación de los ciudadanos
en organizaciones voluntarias entre los setenta y los noventa del siglo XX (Putnam R. D., The
Collapse and Revival of American Community, 2000). Igualmente, en los Estados Unidos ha
decrecido la participación en concentraciones partidistas y discursos de líderes, así como
el involucramiento en actividades y asuntos públicos de las comunidades locales. Incluso la
asistencia a la iglesia ha caído, lo cual es llamativo en un país caracterizado por un tradicional-

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mente alto nivel de compromiso con la democracia por parte de la mayoría cristiana protes-
tante. Los ciudadanos estadounidenses se han desconectado psicológicamente de la política
y de las instituciones de gobierno nacional, expresando una creciente desconfianza hacia el
gobierno federal. Al margen de las críticas que se han formulado al concepto de capital social
y su importancia para la democratización (Boix & Posner, 1998; Tarrow, 1996) lo cierto es que
los hallazgos de Putnam no han podido ser refutados. En los Estados Unidos hay un creciente
desapego con las instituciones democráticas, con la cultura participativa y la acción organiza-
tiva de la sociedad americana. El apoyo en dos elecciones sucesivas al discurso personalista
y anti-establishment de Donald Trump, por parte de poco menos de la mitad de los votantes,
es un claro indicador del decaimiento de la política bipartidista a nivel federal.
Barry Hindess planteó dos problemas relacionados con la idea de democracia como auto-
gobierno del pueblo que pueden explicar el desencanto de los ciudadanos (Hindess, 1997).
En primer lugar, el déficit democrático y, en segundo lugar, la corrupción en la asignación de
recursos públicos. El problema del déficit democrático se concreta en el hecho de que los
arreglos democráticos están invariablemente limitados por arreglos de tipo no democrático.
Dentro de la democracia subsisten instituciones, organizaciones y prácticas no democráticas
de las cuales pueden surgir retos que la democracia no siempre logra superar. Por otro lado,
la corrupción en la asignación de recursos públicos para premiar la lealtad política y castigar
el disenso tiene impacto en regímenes que proclaman la igualdad de derechos.
Desde un punto de vista más optimista, Guillermo O’Donnell sostuvo que la crítica de la
democracia es intrínseca a la democracia misma (O’Donnell G. , 1999). Siendo un sistema
en el que la contestación es esencial, de su propio seno surge el cuestionamiento no solo al
gobierno o a los políticos, sino de las bases del sistema y de su funcionamiento. Visto así, toda
democracia está condenada a coexistir con cierto nivel de desencanto. Más aún, como for-
ma política basada en el libre ejercicio de la contestación y deliberación crítica de las reglas
del derecho político (constitucionales y legales) y del funcionamiento de la democracia en los
hechos, el gobierno popular vive en crisis eterna.
Adam Przeworski sugiere, en coincidencia parcial con O’Donnell, que la magnitud de la crisis
de la democracia ha sido sobreestimada. Basa sus elaboraciones en una teoría minimalista
de la democracia como método electoral en el que, si el titular del gobierno pierde las elec-
ciones, sale del cargo que es ocupado por el ganador. Su análisis de las crisis la apoya en el
estudio de tres ejemplos históricos: la Alemania de Weimar, la Cuarta República francesa y el
Chile previo al golpe contra Salvador Allende, en 1973 (Przeworski, 2019).
La democracia entra en crisis, desde la perspectiva de Przeworski, solo si es posible que las
elecciones se transformen en no competitivas o se tornen irrelevantes para que un gober-
nante se mantenga o salga del poder. Los ejemplos históricos revisados en su obra le condu-
cen a relativizar la idea de que la actual situación de la democracia occidental es crítica. No
se puede hablar de crisis, según Przeworski, simplemente porque, por ejemplo, los votantes
americanos elijan presidente a un actor de un reality-show o porque Inglaterra salga de la
UE. Las verdaderas crisis de la democracia ocurren cuando están amenazadas las condicio-
nes que establece Dahl para la existencia de elecciones competidas –ya mencionadas– y
que, dichas sumariamente, se reducen a derechos políticos y libertades cívicas (que asegu-
ren contestación y participación política-electoral).
Aun cuando Przeworski descarta la existencia actual de crisis en las democracias de Oc-
cidente, también observa dos tendencias que, a largo plazo, le resultan preocupantes: en
el plano de las instituciones, la creciente inestabilidad en los sistemas de partidos y, a nivel

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social, las evidencias de pesimismo generalizado indicadas por el hecho de que en la mayo-
ría de los países occidentales, las personas piensan que sus hijos vivirán peor de como ellas
viven hoy.
La crisis y el desencanto, en consecuencia, son intrínsecas al modo en que la democracia
funciona y, a menos que la continuidad del mecanismo competitivo de elección del gobierno
esté amenazada o deje de funcionar, no se puede hablar de crisis de la democracia. Más aún,
no siempre es posible la supresión de los conflictos y tensiones sociales y políticas, ni tampo-
co es necesario hacerlo. Los intentos de suprimir por completo o reducir apreciablemente los
conflictos sociales y políticos son riesgosos pues terminan por alterar la naturaleza conflictiva
y competitiva del régimen democrático.
El desencanto y la crisis pueden verse como corolarios de paradoja de la democracia. Si la
democracia es, de alguna manera, el gobierno popular, resulta contradictorio con sus fun-
damentos que el pueblo o una parte mayoritaria del mismo no la apoye. No obstante, si la
democracia garantiza la libertad política y la regla de la mayoría, el pueblo o una mayoría de
este tendría el derecho de desafiliarse libremente e incluso votar a favor de acabar con la
democracia democráticamente. Tal paradoja no es una mera especulación teórica. Histó-
ricamente ha sucedido que la mayoría, en determinados países, ha elegido gobiernos que
acaban con la democracia empleando para ello el voto popular.
Una solución posible a la paradoja de la democracia se deriva del principio liberal de la de-
mocracia. Si la mayoría está sometida al imperio de la ley que protege derechos individuales
y de las minorías, el pueblo soberano no tiene el poder ilimitado de acabar ni con los dere-
chos de las minorías, ni con las reglas que permiten que esa minoría compita por el gobierno,
logre representación y eventualmente pueda convertirse en mayoría. Más aún, en el caso
extremo de que exista una mayoría homogénea que no se fracture nunca, si ejerce el poder
sometida a la ley que protege los derechos individuales y de las minorías, estará impedida de
comportarse tiránicamente.
Obviamente, esto lleva al problema de cómo se crean las reglas constitucionales. La solución
aportada por Rawls (el “velo de ignorancia”) permite suponer que, racionalmente, si la ma-
yoría no tiene certeza de que estará siempre en el poder, aprobará reglas constitucionales
que protejan a la minoría. A ello le lleva la falta de certeza de que la mayoría de hoy no será
minoría en el futuro. Incluso, más allá de Rawls, si la incertidumbre le impide descartar que
pueda ser desalojada del poder por la fuerza –por minorías sistemáticamente excluidas–, o
que los costos de mantenerse tiránicamente en el poder sean muy altos (Dahl 1971), lo racio-
nal es no imponer tiranías de mayoría.
Otra forma del mismo problema es la paradoja del voto. Schumpeter reduce la democracia
al método electoral para escogencia de líderes quienes, por este medio, reducen la violencia
de sus confrontaciones por el disfrute del poder (Schumpeter, 1962 [1942]). Incluso si ese
fuera el caso, las elites necesitarían de un mínimo compromiso de los votantes. El voto tiene
costos y sin algún factor normativo o afectivo, diferente a la mera diferencia entre los costos
de votar y los de abstenerse, el votante racional carece de motivos para votar (Downs, 1997
[1957]) y mucho menos los tendría para participar cotidianamente o involucrarse en debates
sobre asuntos públicos. La democracia requiere que en la ecuación del voto del elector ra-
cional, cada votante incluya el llamado “factor D” (por “deber” democrático) de Riker (Riker &
Ordeshook, 1968). Por tanto, el apoyo a la democracia no es solo el respaldo al método de la
escogencia del gobierno mediante el sufragio, sino también una expresión de lealtad al régi-
men de gobierno popular. Dado que la democracia contemporánea no puede prescindir de

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la contestación al gobierno y la participación de los ciudadanos (Dahl R. A., 1971), su persis-
tencia depende de la legitimación y relegitimación periódica basada en la consulta popular.
No obstante, si bien lo dicho hasta ahora es válido en toda democracia, las democracias nuevas
enfrentan también una serie de problemas específicos. La trayectoria de los países occidenta-
les en sus procesos de democratización supuso, en primer lugar, el desarrollo del Estado liberal
como precondición de la democracia liberal. No es este el caso de democracias más jóvenes
en las que el proceso de democratización ha tenido lugar en Estados autoritarios o, peor aún,
en Estados frágiles. No es fácil despachar a priori el viejo debate acerca de si las instituciones
surgen y funcionan de una determinada manera como resultado de una determinada cultura
(Putnam, Leonardi, & Nanetti, 1993) o si, por el contrario, la democracia es endógena a los inte-
reses políticos de quienes la construyen y hacen funcionar (Weingast, 1997).
Sheri Berman, tras analizar parte importante del gran volumen de información histórica com-
pilada por múltiples autores, tras muchos años de investigación y análisis del surgimiento del
Estado y la democracia en Europa, concluye que la democracia liberal es un logro raro y re-
ciente (Berman, 2019). No hay atajos para llegar a ella. Su logro se asemeja más a un maratón
que a una carrera de alta velocidad. La democracia no se construye desde cero. Hay un lega-
do histórico de instituciones que originalmente emergieron en las monarquías absolutas y las
dictaduras. Tal evolución gradual de las instituciones condiciona las opciones y las acciones
de los que intentan construir democracias. Desde su perspectiva, la democracia liberal es
posible solo donde previamente se desarrollan tanto Estados fuertes como un sentido ciu-
dadano de pertenencia a la comunidad y cultura nacional. Desde esta perspectiva, los cons-
tructores contemporáneos de instituciones democráticas deberían bajar sus expectativas y
abandonar la creencia ingenua, surgida después de 1989, de que todos los países avanzan
inexorablemente hacia la democracia liberal. En realidad, según Berman, los países que tro-
piezan con severos obstáculos en el camino a la democracia son la norma, no la excepción.
Aunque no es necesario en este trabajo abordar la larga, importante y compleja polémica
entre la posibilidad de construir democracias en culturas distintas a las que históricamen-
te dieron origen a sus instituciones, es necesario subrayar que, en la coyuntura actual, hay
evidencias de que tanto las instituciones, prácticas y valores democráticos están bajo una
tensión considerable. Las reflexiones de Berman son pertinentes en el caso de la democrati-
zación de la mayoría de los países de América Latina contemporáneamente.

CRISIS, DESENCANTO Y POSIBLES EXPLICACIONES


Las transiciones políticas latinoamericanas se produjeron en un contexto mundial de optimis-
mo democrático creado por lo que Samuel Huntington llamó la “tercera ola” de la democra-
tización (Huntington, 1991). Mientras Europa presenciaba las transiciones de Portugal, Grecia
y España, la caída del muro de Berlín y la democratización de Europa del Este, América Latina
se fue poblando de nuevo de gobiernos electos mediante el voto popular desde finales de los
setenta, luego de décadas de guerras civiles en Centroamérica y brutales dictaduras militares
en Suramérica. Nunca en la historia del continente hubo tantas democracias como las exis-
tentes durante las últimas tres décadas. Probablemente, tampoco estuvo antes tan extendida
la creencia de que el fracaso del socialismo totalitario y el capitalismo autoritario conducía
inexorablemente a una era de triunfo y expansión de las ideas e instituciones democrático-li-
berales del mundo occidental (Fukuyama, 1992).

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En ese contexto global de democratización, el primer y más claro logro de los países latinoame-
ricanos ha sido la realización reiterada de elecciones libres, competidas y medianamente jus-
tas, durante varias décadas. Las elecciones latinoamericanas pos-transiciones han ocurrido con
relativamente bajos niveles de cuestionamiento de los resultados y con alternabilidad pacífica
en el poder. En los ochenta, en casi todos los países, los militares se inhibieron de cuestionar el
triunfo de partidos democráticos que, en los setenta eran vistos como enemigos internos y ame-
nazas a la seguridad de la nación. En los noventa y la primera década del presente siglo, pro-
liferaron los gobiernos de izquierda que lograron completar sus mandatos y ser reelegidos sin
mayores tropiezos en la gran mayoría de los casos. A finales de la segunda década del siglo XXI,
gobiernos de izquierda fueron derrotados con votos por sus oponentes sin ocurrencia de golpes
de Estado militares tradicionales. Recientemente, los partidos de izquierda han recuperado el
poder por vía electoral en algunos países sin que militares y políticos de derecha se lo hayan im-
pedido. Igualmente, presidentes de todos los signos políticos han sido pacíficamente destituidos
por los legisladores y las cortes. Aunque en muchos casos los militares no han estado totalmente
al margen de estos procesos, los procedimientos democráticos y el derecho constitucional han
prevalecido sobre la previamente extendida práctica de la violencia política y el golpe militar.
No obstante, pese a sus importantes logros, las democracias latinoamericanas son deficita-
rias y, recientemente, su desempeño institucional se ha deteriorado. Con base en indicadores
cuantitativos se puede afirmar que en varios países de América Latina existe una disminución,
estancamiento o bajo crecimiento de la cantidad de democracia. Al contrario que en las de-
mocracias de los países de Europa Occidental y Norteamérica, en América Latina el deterioro
de la democracia no ocurre tras largos períodos de expansión de los derechos políticos, liber-
tades cívicas y mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos. Los estancamientos y re-
trocesos en los indicadores de democracia comienzan a aparecer muy tempranamente luego
de las transiciones (Hagopian & Mainwaring, 2005), con variantes de país a país, casi todas las
democracias de la tercera ola en América Latina y también las preexistentes a tal ola (Colombia,
Costa Rica y Venezuela). En algunos casos, las crisis conducen a cambios abruptos de gobierno
tras protestas masivas y prolongadas. En otros, los gobiernos logran mantenerse, negociando
con los oponentes o reprimiendo a las protestas. Sea como fuera, en muchos casos, la calidad
de la democracia se ha deteriorado y las instituciones y los equilibrios de poder se han roto o
cambiado. Sin embargo, en contraste con las crisis del pasado, descritas y explicadas por la
literatura del quiebre de las democracias (Linz & Stepan, 1978), hasta ahora incluso las crisis
más severas se han resuelto sin que desaparezcan del todo las formas democráticas, aún en los
casos donde más deterioro institucional ha sido observado.

¿HASTA QUÉ PUNTO PUEDE HABLARSE DE CRISIS


DE LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA?
En la región hay un grupo de países que destaca por tener un relativamente elevado y estable
desempeño como democracias electorales. Ello no significa que los miembros de este grupo
estén exentos de tensiones, problemas y situaciones críticas, sino que sus democracias en-
frentan estas circunstancias sin sufrir decaimientos severos. Costa Rica es el caso más nota-
ble, aunque también Chile y Uruguay son democracias electorales que se acercan al máximo
puntaje de las escalas de V-Dem. Argentina y Panamá desde sus transiciones y Perú, luego del
colapso del autoritarismo electoral de Alberto Fujimori (Carrión, 2006), forman otro clúster de
países que obtienen valores altos en el índice de democracia electoral. No obstante, los miem-
bros de este segundo subgrupo tienen niveles promedio de democracia electoral inferiores a
los de Costa Rica, Chile y Uruguay. (Ver gráfico 1)

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GRÁFICO 1: Países con valores más elevados de democracia electoral en América Latina:
Argentina, Chile, Costa Rica, Panamá, Perú y Uruguay. V-Dem, 1900-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos del Índice de Democracia Liberal de V-Dem (Coppedge et, al.,
“V-Dem [Country–Year/Country–Date] Dataset v10”. Varieties of Democracy (V-Dem) Project; Pemstein et al., 2020).
Datos disponibles en https://www.v-dem.net/en/data/data-version-10/

No obstante, si se enfoca el comportamiento, las cifras para los últimos años se observan caídas
en los niveles de democracia en Chile, Uruguay y Costa Rica (ver Gráfica 2). La caída en los
valores de democracia electoral en Chile es bastante más marcada que en Uruguay. En este
otro país, se registra una caída en 2013 y pequeñas variaciones posteriores con tendencia al
deterioro. En 2017, Costa Rica registra una caída abrupta en el índice de democracia electoral
con ligera recuperación desde entonces. En 2016, la confrontación política alcanzó niveles más
altos de los comunes en ese país centroamericano, debido al debate sobre la reforma tributaria
promovidas por el gobierno del presidente Luis Guillermo Solís Rivera. El fracaso del intento de
reforma ha sido visto como un hito en una “crisis de gobernabilidad más generalizada” (Borges,
2017) caracterizada por una marcada fragmentación y polarización partidaria que dificultó el
logro de acuerdos para la aprobación e implementación de políticas públicas. Similarmente, el
descenso de los niveles en el indicador de democracia en Uruguay coincide con el incremento
de la confrontación entre partidos. El año 2012, inmediatamente anterior a la caída del indica-
dor graficado, ha sido visto como una “bisagra política” (Bidegain Ponte, 2013) . En 2012, último
año de la gestión de gobierno del presidente José Alberto “Pepe” Mujica, la oposición arreció
la confrontación con el gobierno, dejando de lado acuerdos de gobernabilidad, con el fin de
prepararse para las elecciones de 2014. Igualmente, algunos asuntos públicos como la insegu-
ridad y la educación se hicieron salientes. El crecimiento de la confrontación entre partidos y la
preeminencia de asuntos sentidos como problemas crecientes por parte de la población, pu-
dieron afectar no solo la imagen del presidente sino también las actitudes hacia la democracia.

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GRÁFICO 2: Países con valores más elevados de democracia electoral en América Latina:
Chile, Costa Rica y Uruguay. V-Dem, 2009-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos del Índice de Democracia Liberal de V-Dem (Coppedge et, al.,
“V-Dem [Country–Year/Country–Date] Dataset v10”. Varieties of Democracy (V-Dem) Project; Pemstein et al., 2020).
Datos disponibles en https://www.v-dem.net/en/data/data-version-10/

GRÁFICO 3: Democracias electorales de mejoramiento moderado en América Latina:


Colombia, Guatemala, México, El Salvador y Paraguay. V-Dem, 1900-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos del Índice de Democracia Liberal de V-Dem (Coppedge et, al.,
“V-Dem [Country–Year/Country–Date] Dataset v10”. Varieties of Democracy (V-Dem) Project; Pemstein et al.,
2020). Datos disponibles en https://www.v-dem.net/en/data/data-version-10/

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GRÁFICO 4: Democracias electorales en declive en América Latina:
Bolivia, Brasil, Ecuador, Honduras, Nicaragua y Venezuela. V-Dem, 1959-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos del Índice de Democracia Liberal de V-Dem (Coppedge et, al.,
“V-Dem [Country–Year/Country–Date] Dataset v10”. Varieties of Democracy (V-Dem) Project; Pemstein et al., 2020).
Datos disponibles en https://www.v-dem.net/en/data/data-version-10/

En otro grupo de países de la región, el índice tiende a crecer ligeramente poco después de
las transiciones (gráfico 3). La tendencia tiene una pendiente positiva pero no muy fuerte, lo
que sugiere un avance lento de estos países en términos de crecimiento del nivel de pluralis-
mo político. No obstante, en la mayoría de ellos (cuatro de los cinco países son de este grupo)
se observan retrocesos. Salvo en Paraguay, en los demás (Colombia, Guatemala, El Salvador
y México) fueron registrados peores desempeños democráticos en 2019 que en años ante-
riores. Los retrocesos no son severos como los que se ven en el tercer grupo a ser analizado
más adelante. No obstante, siendo que se trata de países con déficits democráticos, un des-
censo en el nivel de democracia electoral debe ser observado con atención.
El gráfico 4 resume las tendencias en la democratización de un tercer grupo de países. En
este, la pendiente del índice de democracia se ha hecho recientemente negativa. El descenso
del índice ha sido consistente, año tras año, desde hace un quinquenio o más. No obstante, el
momento histórico del inicio del declive de la democracia varía de un país a otro.
Venezuela destaca en este grupo por la fuerte caída en el nivel de su poliarquía desde me-
diados de los noventa, pese a que fue el único país democrático del grupo desde 1959
hasta los ochenta; 1992 y 1993 fueron años de levantamientos militares fallidos y de intensas
polémicas públicas causadas por el juicio, destitución y posterior encarcelamiento del pre-
sidente Carlos Andrés Pérez. Aunque el valor del índice se recupera en 1995, cae de nuevo
sin mejoras importantes a partir del año 2000, cuando el presidente Hugo Chávez lidera un

43
proceso de intensas reformas dirigidas expresamente a acabar con la democracia electoral
y reemplazarla por una, así llamada, “protagónica” y participativa. Venezuela es el país con el
actual nivel más bajo de democracia electoral, seguido muy de cerca por Nicaragua.
Desde 2008, Nicaragua tiene un patrón de decaimiento del pluralismo y la competitividad
electoral muy parecido al de Venezuela, y el punto de inflexión de su curva se ubica después
del venezolano, en 2006, tras la elección de Daniel Ortega. No obstante, el deterioro de la
competitividad electoral nicaragüense comienza antes, con gobiernos de derecha. En Hon-
duras, la pendiente de caída de la democracia electoral es bastante similar a la de Venezuela
y Nicaragua. Las curvas de Ecuador y Bolivia tienen pendientes menos pronunciadas, pero en
ambos países se observan deterioros marcados, especialmente desde el año 2008. En Brasil,
por el contario, la pendiente negativa de su curva se inicia más recientemente, en correspon-
dencia con una secuencia de eventos que van desde graves escándalos de corrupción a los
niveles más altos del gobierno, la salida forzada del poder de la presidenta Dilma Rousseff y
la elección del capitán retirado de extrema derecha Jair Bolsonaro como presidente.
No sorprende que sean estos los casos de aquellos países de la región en los que han sido
electos y han gozado de amplio respaldo popular (y algunos reelectos repetidamente) líde-
res expresamente contrarios a los principios de la democracia liberal e, incluso, elementos
básicos de la democracia electoral. En algunos de estos países, los gobernantes actuales
o sus predecesores impulsaron –con éxito– reformas constitucionales para prolongar sus
mandatos, incrementar el número de sucesivas reelecciones y limitar las libertades cívicas y
la oposición política.

¿HAY DESENCANTO CON LA DEMOCRACIA?


Como se dijo antes, en este trabajo se define operativamente el desencanto como una caída
en el nivel de apoyo y de satisfacción con la democracia, con base a mediciones hechas
por estudios de opinión comparables a lo largo del tiempo y entre países. Visto así, el des-
encanto es una función inversa del apoyo y la satisfacción. Obviamente, se debe insistir en
decir que carece de sentido hablar de desencanto si el apoyo a la democracia se mantiene
igualmente bajo, o con pocas variaciones, a lo largo del tiempo en un mismo país. Para que
haya desencanto, previamente tuvo que haber encantamiento. Como también se dijo antes,
el desencanto se mide acá usando cifras de Latinobarómetro y LAPO.
La tabla 3 muestra los porcentajes de respuestas a la pregunta con la que Latinobarómetro
mide el apoyo a la democracia de 2015 a 2018. Lo primero a destacar, con base en los datos
de la tabla, es que la democracia ha sido la forma de gobierno preferida en todos los países
de la región.

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TABLA 3: Apoyo a la democracia en América Latina. Latinobarómetro, 2015-2018

Fuente: Latinobarómetro. Datos disponibles en www.latinobarometro.org


Pregunta “¿Con cuál de las siguientes frases está Ud. más de acuerdo?” Las frecuencias corresponden a las respuestas:
“la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno;” “En algunas circunstancias, un gobierno autoritario
puede ser preferible” y “A la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático.”

Sin embargo, si se comparan las cifras para 2015 y 2018, el apoyo a la democracia ha des-
cendido en todos los países con la única excepción de Costa Rica. Esta caída generalizada no
tiene precedentes. En el pasado, las cifras de apoyo a la democracia han variado de un año
a otro en unos países, pero no en todos a la vez.
Otros datos en la misma tabla muestran que la justificación de la eventual instauración de
regímenes autoritarios no ha variado de forma importante salvo en el caso de Brasil, en el
que la justificación a un eventual régimen no democrático pasa de 16 a 41 % en cuatro años.
No es este el caso de la respuesta “A la gente como uno, nos da lo mismo un régimen de-
mocrático que uno no democrático,” cuyas frecuencias también se leen en la misma tabla.
Esta respuesta puede ser interpretada como un indicador de indiferencia o apatía y, por ello,
también como una señal de desencanto democrático.

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En 2018, en El Salvador, Brasil, Honduras, México, Guatemala y Panamá, un tercio o más de
la población es indiferente entre la democracia y la dictadura. El Salvador es el caso más
alarmante, con un 54 % de los ciudadanos indiferentes respecto de la democracia y la no
democracia. En Brasil y Honduras, el mismo año, la cifra es de 41 %. En casi todos los demás
los países el porcentaje de los indiferentes respecto a la democracia gira en torno al 20 % de
los ciudadanos. Solo en Costa Rica y Chile la indiferencia respecto de la democracia fue me-
nor en 2018 que en 2015. El deterioro del apoyo a la democracia en esos mismos años, los
niveles de indiferencia respecto a la democracia, juntamente con el moderado crecimiento
de la aceptación a un posible régimen autoritario en algunos países, indica un posible y pre-
ocupante crecimiento del desencanto democrático.
La conclusión no es más alentadora si se analiza la serie temporal completa de datos dispo-
nibles de Latinobarómetro (1995 o 1996 a 2018). Comparando el apoyo a la democracia al
comienzo de la serie (1995 o 1996, según el país) con el recibido al final (2018), se observa
un descenso en la gran mayoría de los países (ver gráfico 5):

GRÁFICO 5: Variaciones en el apoyo a la democracia en América Latina, por país,


según la magnitud de la diferencia entre el primero y el más
reciente estudio disponible. Latinobarómetro, 1995-1996 y 2018

Fuente: Latinobarómetro. Datos disponibles en www.latinobarometro.org


Pregunta y respuesta graficada: “¿Con cuál de las siguientes frases está Ud. más de acuerdo? La democracia es
preferible a cualquier otra forma de gobierno.”. Nota: Datos para Ecuador corresponden a 2004 y 2018.

46
En casi todos los casos, la diferencia entre el apoyo a la democracia en 1996 y el registrado
en 2018 alcanza cifras de dos dígitos. Panamá, El Salvador y Guatemala sufrieron caídas muy
altas, entre el inicio y el final de la serie, en términos de diferencias en puntos porcentuales.
Incluso en países con niveles históricamente elevados de democratización, la caída es noto-
ria. Uruguay, por ejemplo, es uno de los países con mayor nivel de democracia según V-Dem.
No obstante, mientras el 80 % de los uruguayos apoyaba a la democracia como la mejor
forma de gobierno en 1996, veintidós años después solo el 61 % de la población dice que
la democracia es la mejor forma de gobierno. En Costa Rica, otro país con niveles histórica-
mente altos de democracia también ha ocurrido un importante desencanto democrático. La
democracia costarricense perdió 17 puntos de apoyo entre 1996 y 2018. La valoración de la
democracia mejora en dos países. En Venezuela, paradójicamente sube quince puntos en un
contexto político de deterioro de las instituciones democráticas. En Chile, la variación positiva
es de seis puntos porcentuales. El comportamiento de este indicador permite afirmar que el
nivel de apoyo a la democracia en muchos países de la región no solo es preocupantemente
bajo, sino que además ha descendido en el tiempo.
El crecimiento del desencanto puede también medirse como variación porcentual del apoyo
a la democracia entre 1995-1996 y 2018. Este indicador revela crecimiento asombrosa-
mente alto del desencanto democrático en los países de América Latina, con solo las dos
excepciones ya mencionadas (ver gráfico 6).

GRÁFICO 6: Variaciones porcentuales en el apoyo a la democracia en América Latina


Latinobarómetro, 1995-1996 y 2018

Fuente: Latinobarómetro. Datos disponibles en www.latinobarometro.org


Pregunta y respuesta graficada: “¿Con cuál de las siguientes frases está Ud. más de acuerdo? La democracia es
preferible a cualquier otra forma de gobierno.” Nota: Datos para Ecuador corresponden a 2004 y 2018

47
Los datos de LAPOL muestran una tendencia incluso más preocupante (ver gráfico 7). El
apoyo a la democracia cayó en todos los países, salvo Panamá, entre 2014 y 2016. Las caídas
más acentuadas, de una magnitud igual o superior a diez puntos de porcentaje, se observan
en Ecuador, Venezuela, Colombia, Chile, Guatemala y México.

GRÁFICO 7: Variaciones porcentuales en el apoyo a la democracia


en América Latina. LAPO 2014-2016

Fuente: Elaboración propia con base en datos suministrados por Latin American Public Opinion Project (LAPO),
disponibles en http://infolapop.ccp.ucr.ac.cr/index.php/tendencia-apoyo-democracia-latam.html.
Pregunta: “Cambiando de nuevo el tema, puede que la democracia tenga problemas, pero es mejor que cualquier otra
forma de gobierno. ¿Hasta qué punto está de acuerdo o en desacuerdo con esta frase?” Escala original de la variable
1-7, donde 1 indica muy desacuerdo y 7 indica muy de acuerdo. Escala Recodificada 0-100, donde 0 indica muy en
desacuerdo y 100 indica muy de acuerdo.

Enfocando el problema del apoyo a la democracia con base en los datos más recientes, la de-
mocracia es respaldada por 50 % o algo más de la población solo en nueve países. En orden
ascendente Ecuador (50 %), Nicaragua (51 %), Bolivia (53 %), Colombia (54 %), Argentina
(58 %), Chile (58 %), Uruguay (61 %), Costa Rica (63 %) y Venezuela (75 %). No obstante, en
estos cinco países, al contrario que en Chile y Venezuela, el apoyo a la democracia ha mer-
mado en el lapso de las dos décadas cubiertas por los datos de Latinobarómetro. En la otra
mitad del total de los países latinoamericanos (El Salvador, Guatemala, Honduras, República
Dominicana, Perú, Panamá, Paraguay, México, Brasil) la democracia es apoyada por menos
del 50 % de los votantes. El Salvador y Guatemala son casos extremos. En estos dos países,
menos de un tercio de los ciudadanos apoya a la democracia como forma de gobierno.

48
El apoyo al sistema democrático se correlaciona con el nivel de satisfacción con la forma en
la que la democracia funciona en América Latina. La correlación entre apoyo y satisfacción
entre 1995 y 2018 para toda la región es alta (r de Pearson = 0.62) y estadísticamente muy
significativa (p < 0.01).
El nivel de satisfacción con la democracia muestra un cuadro aún más crítico que el descrito
por el nivel de apoyo a la democracia en general. A la pregunta de Latinobarómetro sobre el
nivel de satisfacción con el funcionamiento de la democracia en el país del entrevistado, la
suma de las frecuencias de las respuestas “muy satisfecho” y “más bien satisfecho” no alcan-
za 50 % en ningún país en 2018 (ver gráfico 8).
Solo en tres países la cifra había sido superior o igual al 50 % en 1996: Uruguay (57 %), Costa
Rica (51 %) y Argentina (50 %). En 2018, los niveles de satisfacción más altos se observan en
Uruguay (47 %), Costa Rica (46 %) y Chile (42 %). Sin embargo, de estos tres países, la satis-
facción con la democracia mejoró solo en Chile en los veintidós años incluidos en este estudio.
En los otros dos, la satisfacción decreció. En ese lapso, la satisfacción con la democracia tam-
bién creció en México y, en más que ningún otro país, en Colombia (con una ganancia de once
puntos). Las cifras más bajas de satisfacción se registran en algunos de los países con más bajos
valores en los índices de democracia: Brasil (9 %), Venezuela (11 %), Honduras (18 %), Nicara-
gua (16 %), aunque no en todos ellos. En Ecuador, solo un tercio de la población está satisfecha
con la democracia que tiene. En República Dominicana se registra la más importante caída de
la satisfacción con la democracia (33 puntos) pasando de 44 % en 1995 a 11 % en 2018.

GRÁFICO 8: Variaciones en el nivel de satisfacción con la democracia


existente en el país según la magnitud de la diferencia entre el primero
y el más reciente estudio disponible. Latinobarómetro, 1995-2018

Pregunta: “En general, ¿Diría Ud. que está muy satisfecho, más bien satisfecho, no muy satisfecho o nada
satisfecho con el funcionamiento de la democracia en (PAÍS)?” Las frecuencias corresponden a la suma
de las respuestas “muy satisfecho” y “más bien satisfecho.”

49
Tal como muestra el gráfico 9, elaborado con datos LAPO, el único país de la región donde
aumentó ligeramente (2%) la satisfacción con la democracia, entre 2014 y 2016, fue Nica-
ragua. En todos los demás, el nivel de satisfacción de los ciudadanos con las democracias
de sus países en 2016 cayó respecto del registrado dos años antes. Es alarmante que entre
los países con mayor deterioro de la satisfacción con la democracia estén Chile, Panamá y
Costa Rica que, de acuerdo con V-Dem están en el grupo de países de la región con mayor
nivel de democracia. Al contrario, así como en Nicaragua creció la satisfacción, en Venezuela
y Honduras, por ejemplo, la insatisfacción creció menos que en países más democráticos.

GRÁFICO 9: Tendencia de la satisfacción con la democracia según LAPO


Países ordenados por cambio en el período 2014-2016

Fuente: Elaboración propia con base en datos suministrados por Latin American Public Opinion Project (LAPO),
disponibles en http://infolapop.ccp.ucr.ac.cr/index.php/tendencia-satisfaccion-democracia-latam.html
Pregunta: “En general, ¿usted diría que está muy satisfecho(a), satisfecho(a), insatisfecho(a) o muy insatisfecho(a)
con la forma en que la democracia funciona en (país)?” Escala original de la variable 1-4, en la que 1: Muy satisfecho;
2: Satisfecho; 3: Insatisfecho, y 4: Muy insatisfecho. Escala Recodificada 0-100, en la que 0: Muy insatisfecho; 33:
Insatisfecho, 66: Satisfecho, y 100: Muy satisfecho.

Además del descenso en las cifras de apoyo y satisfacción con la democracia, también se
observa una prevalente valoración negativa de la democracia existente en cada país (ver
gráfico 10 y gráfica 11). Desafortunadamente, los datos de Latinobarómetro sobre la percep-
ción del funcionamiento de la democracia en cada nación están disponibles solo para 2017
y 2018. No obstante, las respuestas indican la existencia de un malestar en la mayoría de los
países de la región.

50
GRÁFICO 10: Percepción de la democracia en el país
Latinobarómetro, 2017

GRÁFICO 11: Percepción de la democracia en el país


Latinobarómetro, 2018

Fuente: Latinobarómetro. Datos disponibles en www.latinobarometro.org


Pregunta: “¿Cómo diría Ud. que es la democracia en su país?” Las frecuencias corresponden a las respuestas: “Una
democracia plena,” “Una democracia con pequeños problemas,” “Una democracia con grandes problemas,” “No es
una democracia” y “No entiendo lo que es una democracia.”

51
En ningún país de American Latina el porcentaje de electores que cree vivir en una demo-
cracia plena es de dos dígitos. En casi todos los países de la región, la respuesta más fre-
cuente a la pregunta “¿Cómo diría Ud. que es la democracia en su país?” es que esta forma
de gobierno presenta “grandes problemas.” Esa fue la respuesta más frecuente dada por
los ciudadanos en catorce de los dieciocho países de la región en 2018. En 2017 el número
fue trece.
En 2018, Chile, Costa Rica y Uruguay integran el reducido grupo de países en los que las
mayorías perciben que sus regímenes políticos son “democracias con pequeños problemas.”
En Ecuador, la opinión de la mayoría pasa de considerar al sistema como una democracia
con problemas menores a una con problemas mayores. En Nicaragua, la percepción se hace
aún más negativa. En 2018, la mayoría de los nicaragüenses dice que en su país no hay de-
mocracia. Con las excepciones de Costa Rica y Uruguay, la respuesta “no es una democra-
cia” supera a “es una democracia plena” en todos los casos, y fue la segunda respuesta más
frecuente en Venezuela, Honduras, El Salvador y Brasil.
En suma, con base en los datos disponibles puede concluirse preliminarmente que la mayoría
de los latinoamericanos, en términos generales, ven a la democracia como la mejor forma de
gobierno de sus respectivos países. Esa es una buena noticia, pero las malas noticias no son
menores. El número de ciudadanos partidarios de la democracia ha disminuido en el tiempo
y en casi todos los países. El apoyo a la democracia como forma preferida de gobierno no
solo ha descendido en la mayoría de las naciones, sino que, en varios países, la variación
porcentual del numero de partidarios de la democracia no solo es negativa sino muy elevada.
Igualmente preocupante es la creciente insatisfacción con el modo en el que la democracia
funciona en muchos países. Ha crecido también la indiferencia respecto de la democracia
y no democracia, así como la percepción de que las democracias existentes tienen grandes
problemas. Es necesario esperar por datos de encuestas más recientes para verificar si se
trata de una tendencia sostenida o si en los últimos dos años hay cambios de importancia.
No obstante, a la espera de mejor data, se puede afirmar –por ahora– que a partir del año
2018 la región entra en una fase de desencanto democrático generalizado.
Es imperioso indagar las razones que tienen los ciudadanos para estar descontentos con el
funcionamiento de la democracia, hasta un punto en el que dan señales de desencanto con
ella como forma de gobierno. Más adelante se exploran algunas hipótesis al respecto. No
obstante, esta es una materia pendiente que requiere análisis más detenido y con mayores y
mejores datos actualizados.

DESENCANTO COMO RESULTADO DE DÉFICITS DEMOCRÁTICOS


Previamente, al comienzo de esta misma sección del trabajo, se intentó responder a la pre-
gunta de hasta qué punto puede hablarse de crisis de la democracia en América Latina.
Con base en las mediciones de V-Dem, se dejó claro que buena parte de los países de la
región presenta retrocesos en sus niveles de democracia electoral. Ahora bien, es extendida
la creencia de que “los males de la democracia se curan con más democracia,” como dijo
hace un siglo Al Smith, exgobernador demócrata del estado de Nueva York.
En consecuencia, es posible proponer que los déficits de democracia electoral se podrían
curar con diseños democráticos que añadan metas sustantivas a la democracia, más allá
de la mera elección de gobiernos representativos. Valores como el principio liberal de pro-
tección de los derechos individuales y de las minorías, la participación, la deliberación y la

52
igualdad, podrían contribuir a reducir el desencanto democrático o, mejor aún, a incrementar
el apoyo de los ciudadanos a la democracia.
Es posible argumentar que mientras un determinado modelo de democracia entra en cri-
sis, otro puede emerger, superar o compensar al que se muestra insuficiente. Podría ser el
caso que el desencanto con la democracia sea producto de insuficiencias de la democracia
electoral y que formas más participativas, igualitarias o deliberativas de democracia pueden
encontrar más respaldo popular.
A continuación se discuten algunos hallazgos que muestran la relación entre diversos com-
ponentes de la democracia y el nivel de desencanto. Se verá que en realidad no hay grandes
diferencias entre los diversos componentes de la democracia en su relación con el desen-
canto. Dicho de otra forma, no se puede afirmar que los latinoamericanos estén más des-
encantados de la democracia electoral que de otras formas de democracia. Sin embargo, el
hecho de que otras formas de democracia tengan un desarrollo limitado en la región impone
una limitación evidente a las conclusiones del análisis empírico de la relación entre ellas y las
variaciones en niveles de desencanto.
En primer lugar, tal como podría esperarse a partir de lo dicho arriba sobre desencanto y de-
mocracia electoral, hay correlación estadísticamente significativa entre el nivel de democracia
electoral y el nivel de apoyo a la democracia. Es decir, el desencanto y el bajo nivel de demo-
cracia electoral marchan de la mano. El valor del coeficiente de correlación entre el índice de
democracia electoral y el porcentaje de ciudadanos que apoya la democracia (en el conjunto
de los países de la región de 1995 a 2018) es positivo y significativo a un nivel p = 0.01, aunque
su magnitud es baja (0.19). Es decir, a más democracia, más apoyo a la democracia por parte
de los ciudadanos y por tanto, puede inferirse que hay menos desencanto. Veremos seguida-
mente como se relacionan las demás variedades de democracia con el desencanto.

DÉFICIT DEL COMPONENTE LIBERAL DE LA DEMOCRACIA


La protección de los derechos individuales y de las minorías es típicamente postulada por los
demócratas liberales no solo por ser “naturales” sino también porque permiten que la de-
mocracia funcione en paz y con eficacia. Para el liberalismo político el gobierno del pueblo
es ejercido a través de representantes electos y está sometido al imperio de la ley con el fin
de impedir que la tiranía (de un individuo o de la mayoría) coarte los derechos fundamentales
de los individuos. El individuo, que naturalmente disfruta derecho a poseer y enriquecerse,
es la entidad de la que emana la voluntad política del Estado. No hay entidad superior que
pueda restringir arbitrariamente los derechos del individuo. La democracia opera en el mar-
co del Estado de derecho que asegura la absoluta independencia política del poder judicial,
un sistema de balances y contrapesos entre los poderes y la completa sujeción del poder
ejecutivo a la ley.
Jeremy Bentham, al teorizar acerca de cómo debían vivir los hombres libres en sociedad,
afirma que la comunidad es un cuerpo ficticio, compuesto por las personas individuales que
la constituyen, por lo que el interés de la comunidad no es otra cosa que la suma de los in-
tereses de los diversos miembros que la componen (Bentham, 1982 [1889]). Si el pueblo no
es más que la suma de los individuos que lo componen, entonces no puede reconocérsele
autonomía ni mucho menos superioridad ética o teleológica respecto de los ciudadanos que
lo integran. El gobierno del pueblo es el de los individuos que integran la comunidad que
constituye ese gobierno. El interés del pueblo no es un ente holístico, sino la agregación de
los intereses individuales de los ciudadanos que lo integran. En el ejercicio de sus derechos,

53
los individuos se agrupan en partidos o en facciones. Algunas de estas facciones son mayori-
tarias y otras minoritarias. El interés del pueblo tampoco es el de una facción, por amplia que
esta fuese, sino la suma de los individuos que lo componen.
James Madison halló lo peor de la democracia justamente en el “espíritu faccioso” que la
misma trae consigo (Madison, 1977 [22 November 1787]). Una facción, integrada por un cier-
to número de ciudadanos, sea este número la mayoría o una minoría del conjunto, que actúa
movida por una pasión compartida o por un interés adverso a los derechos de los demás
ciudadanos o a los intereses permanentes de la comunidad considerada en conjunto, co-
rrompe al gobierno popular.
Según Madison, la propensión a la división en facciones tiene su origen en la naturaleza
humana y no hay forma de suprimirla, solo se puede controlar sus efectos mediante institu-
ciones. De todas las posibles, la peor es la democracia pura o directa, pues en ella es posible
establecer comunicación y acuerdos constantes entre los facciosos mayoritarios que harán
posible que con harta frecuencia impongan, por la fuerza superior que les da ser mayoría,
medidas no conformes con las normas de la justicia y los derechos del partido más débil o a
algún sujeto odiado por la mayoría. La democracia directa, según él, conduce a severos con-
flictos entre facciones que resultan incompatibles con la seguridad personal y la propiedad
privada, son de corta duración en el tiempo y terminan de forma violenta.
El remedio para la inevitable división social en facciones y la lucha entre partidos es la re-
pública representativa liberal. Madison, al igual que muchos otros republicanos de su tiem-
po en los Estados Unidos y más allá, fue cauto al emplear el término “democracia,” por las
implicaciones de gobierno de participación directa y tiranía de la mayoría que el concepto
acarreaba consigo. El principal efecto benéfico de la república representativa se deriva de
la restricción de las funciones de gobierno a un número reducido de representantes que,
de ese modo, logran afinar y ampliar la opinión pública, pasándola por el tamiz de un grupo
escogido de ciudadanos especialmente capaces de representar el interés público. Es posible
que en alguna ocasión ciertas personas con “designios siniestros” puedan obtener los votos
del pueblo por medio de intrigas y corruptelas. Sin embargo, el “tamaño apropiado” de la
república, evita que tal circunstancia se produzca. Y el “tamaño apropiado” de la república se
logra, según Madison, gracias al federalismo que procura la fórmula adecuada para agregar
intereses particulares a nivel nacional y de los estados.
John Stuart Mill planteó una solución diferente al problema de agregación de intereses en
conflicto. Su solución es el gobierno parlamentario con representación proporcional. En una
sociedad dividida en clases, el gobierno ideal es aquel ejercido por una asamblea que re-
flejase en su interior, proporcionalmente, la diversidad social. En una sociedad dividida en
clases o por razones de raza, idioma o nacionalidad, la organización del gobierno debe ser de
tal índole que permita que los grupos de ciudadanos estén distribuidos en forma equilibrada
dentro de un sistema representativo, en el que cada una de ellas representa. La pluralidad en
el parlamento asegura un sistema en el que cada sector compensa al otro y el bien colectivo
resulta del balance de fuerzas. Sin embargo, a diferencia de Bentham y James Mill, el sistema
de votación proporcional de Stuart Mill otorga pesos diferentes a los votos, para proteger a la
minoría de propietarios de la tiranía de la mayoría compuesta por los trabajadores.
Sin embargo, teóricos fundamentales de la democracia liberal no solo desdeñan la importan-
cia de la desigualdad como problema para la democracia, sino que la justifican o al menos
elaboran mecanismos institucionales para reducir sus efectos políticos. John Locke sostiene
que, si bien todos los individuos tienen derecho a la propiedad común, la desigualdad resulta

54
del hecho de que las diferencias en propiedad privada emergen naturalmente del desigual
valor de distintos trabajos (Locke, 2016 [1689]). Siendo que la desigualdad es natural, la de-
mocracia liberal no requiere la igualdad per se de los hombres, sino más bien la protección
de tales desigualdades. En consecuencia, desde la perspectiva liberal, la desigualdad, en
particular la económica, no solo no es enemiga de la democracia, sino que es natural a su
funcionamiento.
En acuerdo con Locke, Nozick afirma que los individuos son los únicos sujetos naturales de
derecho y sus derechos son inalienables. En particular, su derecho a conseguir sus propios
fines, lo cual está estrechamente asociado al derecho a propiedad y a la acumulación. En
consecuencia, el Estado ideal es el Estado mínimo, el que menos interfiere con los derechos
naturales de los individuos. El Estado interventor, regulador, es un estorbo y una inmoralidad
pues solo cada individuo puede saber que es “la vida buena en una comunidad ideal” y “no
puede imponer su propia visión de la utopía a los demás” (Nozick, 1974). Nozick no especifica
un modelo de democracia en su visión de la sociedad, pero deja muy claro que el derecho
natural de todo individuo como ser libre no puede sacrificarse en aras de la igualdad y de la
democracia política.
Hayek va mucho más allá, sosteniendo que es posible que existan democracias autoritarias
(que limitan la libertad económica por medio de la planificación central y la regulación del
mercado) y autoritarismos liberales que, en condiciones excepcionales, favorecen la liber-
tad (Hayek, 2007 [1944]). Tal fue el caso, según se ha mostrado que Hayek pensaba, de la
dictadura de Pinochet (Farrant, 2012). Para evitar los males de la democracia en contra de
la libertad, es necesario un Estado que facilite el proceso por el que los individuos consi-
guen sus propios fines e impida que sean los burócratas y los políticos los que impongan
su voluntad al resto de las personas y, especialmente, son necesarias normas que impidan
a la mayoría ejercer un poder coercitivo sobre los individuos. Estas normas, en términos de
Hayek, constituyen la ley. No la legislación aprobada por mayoría, sino las normas genera-
les que rigen las condiciones de ejercicio de la libertad individual entre las que están las
normas constitucionales. El gobierno democrático no es el que se abstiene de intervenir en
cuestiones económicas y sociales, sino aquel que lo hace de forma tal que queda sometido
al imperio de la ley, es decir, que no impida a los individuos la consecución de sus propios
fines. Por ello, resultan ilegítimas las legislaciones sociales que pretenden la redistribución de
la riqueza. Nadie, y en particular ningún gobierno, es capaz de saber qué merece cada uno
por su esfuerzo. Eso solo lo puede determinar el mercado. El Estado de bienestar es injusto
y arbitrario, y solo sirve a los fines del gobierno que coarta la libertad individual en nombre
del interés común.
No hay mejor política social que una política de no regulación de la economía privada de
mercado con un Estado mínimo, desburocratizado, que no pretenda saber qué es lo que de-
sea y conviene a cada individuo. Nozick y Hayek contribuyen a formar la idea de democracia
neoliberal que pretende reivindicar los valores individualistas que dieron lugar a la teoría
liberal clásica de la democracia, pero enfatizando el papel negativo de la burocracia, y los
políticos, y el Estado de bienestar, en la restricción de la libertad individual al llevar a cabo
programas de redistribución de la riqueza.
En suma, desde la perspectiva de la democracia liberal, la combinación de instituciones de
gobierno representativo y la limitación del gobierno por la ley protectora de la libertad indi-
vidual hacen realidad la promesa liberal de garantizar la sujeción del gobierno a los intereses
del pueblo sin violentar los derechos individuales y de las minorías. Aunque esta concepción

55
de democracia parte del reconocimiento de la existencia de divisiones “naturales” de clases,
aspira a la constitución de gobiernos que superen tal división y procuren el bien común.
Son bien conocidas las limitaciones de la democracia liberal. En la práctica, como sostie-
ne Norberto Bobbio, el modelo se fundamenta en promesas incumplidas y cada vez más
difíciles de cumplir. Basta con decir que, en una democracia limitada a la consulta popular
periódica para elegir entre políticos que compiten por el poder, los gobiernos se han hecho
cada vez más opacos para los ciudadanos y poseen cada vez más mecanismos de control de
la ciudanía del que tiene esta sobre el gobierno (Bobbio, 1984).
Los Estados latinoamericanos, desde sus orígenes hasta hoy (con pocas excepciones) han
tenido constituciones republicanas liberales con cartas de derechos fundamentales, sepa-
ración de poderes, imperio formal de la ley, y gobiernos formalmente declarados democrá-
ticos, que han coexistido con dictaduras prolongadas y muy represivas en la mayor parte de
la historia de nuestros países o democracias defectuosas. Este hecho, por sí mismo, limita
severamente el valor del modelo liberal de la democracia para la mayor parte de nuestros
países, la mayor parte del tiempo.
Los factores que explican la debilidad histórica de la democracia liberal en la región son mu-
chas. La mayor parte de ellas han sido identificadas desde hace muchas décadas. Entre ellas
se han incluido razones culturales (falta de formación cívica o de cultura liberal), el excesivo
poder presidencial, las deficiencias de los procesos electorales y la preponderancia política
de los militares sobre los civiles (Cerceda, 1957). Aunque el valor del índice de democracia
liberal mejora sustancialmente en las latinoamericanas de la tercera ola, en ellas se eviden-
ciaron déficits de importancia desde muy temprano. Poco después del inicio de la oleada
de democratización en Sudamérica, Guillermo O’Donnell identificó a la “democracia delega-
tiva” como una nueva especie política en la que el presidente electo por la mayoría se aleja
del modelo liberal de democracia al impedir que su poder sea limitado y balanceado por la
legislatura, los tribunales o cualquier otro mecanismo de lo que él mismo llamó responsabili-
dad horizontal (O’Donnell G., 1993; O’Donnell G., Delegative Democracy, 1994; O’Odonnell,
1998). A su vez, Larry Diamond halla también tempranamente importantes indicios de la
existencia de “democracias iliberales” (Diamond, 1999). Abundan en la región regímenes
políticos que combinan constituciones democráticas y gobiernos electos competitivamente
con debilidad o impunidad frente a formas extendidas de violencia que incluyen, entre otras,
severas violaciones de derechos humanos incluyendo el asesinato sistemático de activistas
sociales y la intimidación o muerte de periodistas; altas tasas de criminalidad; asesinatos po-
líticos; violencia contra poblaciones enteras y desplazamientos poblacionales masivos cau-
sados por grupos paramilitares y guerrillas, así como por las policías y ejércitos; corrupción y
violencia contra el poder judicial; presencia de poderosas bandas de crimen organizado vin-
culadas al narcotráfico y al tráfico de personas, con vínculos con militares, policías y jueces.
Operativamente, empleamos el “índice de democracia liberal” de V-Dem, para medir en qué
medida, tanto de jure como de facto, existe protección de los derechos individuales y de las
minorías frente a la tiranía del gobierno y de la mayoría. El índice incluye la garantía consti-
tucional de las libertades ciudadanas, la fuerza del Estado de derecho, la independencia del
poder judicial y el sistema de balances y contrapesos para limitar el poder del ejecutivo. El
índice incluye, a su vez, el nivel de democracia electoral (Coppedge, Lindberg, Skaaning, &
Teorell, 2015; Coppedge M. J., 2020b).
El indicador de democracia liberal de V-Dem correlaciona significativamente a p = 0.01 con
el porcentaje de ciudadanos que apoyan a la democracia. A mayor democracia liberal, mayor

56
apoyo a la democracia. Este hallazgo sugiere, en consecuencia, que déficits en la protección de
libertades individuales y de las minorías guarda relación con el desencanto, en América Latina
entre 1995 y 20018. No obstante, el valor del coeficiente (0.18) es ligeramente menor que el
calculado para la relación entre apoyo a la democracia y el monto de democracia liberal.

LA PARTICIPACIÓN MÁS ALLÁ DE LO ELECTORAL


John Dewey aporta importantes argumentos a favor de la tesis de que la participación es un
fin sustantivo de la democracia. Para él, la participación de todo ser humano maduro en la
formación de los valores que regulan la convivencia de los hombres es necesaria tanto desde
el punto de vista del bienestar social como por su efecto sobre el pleno desarrollo de los se-
res humanos como individuos. Los individuos, según Dewey, logran ser libres solo mediante
su participación trabajando conjuntamente, con el propósito compartido de lograr el bien
común (Dewey J. , 1935). Su concepto de igualdad es especialmente relevante contemporá-
neamente. No se refiere a la similitud (sameness) entre individuos sino a la singularidad (uni-
queness) de cada persona. Es decir, la igualdad correlaciona con la diversidad. La comunidad
democrática es una unidad de individuos diversos entre sí, en la que todas las partes tienen
igual valor (Morehouse, 2016).
El concepto de democracia participativa parte de la crítica a la democracia liberal. Según
C. B. Macpherson, la democracia como mercado político competitivo, produce un equilibrio
oligopólico en la desigualdad que responde a la “demanda efectiva” (es decir, la de aquellos
que cuentan con la “capacidad adquisitiva” suficiente para respaldarla) (Macpherson, 1977).
La competencia política oligopólica no responde a los intereses de todos los votantes sino a
la demanda que los propios partidos generan. Aquellos que cuentan con el dinero necesario
(o “el gasto en energía” del activismo político) para apoyar a un partido o candidato, para
financiar un grupo de presión o comprar publicidad en los medios (o para comprar medios)
son quienes condicionan las acciones de los representantes electos y sus competidores. En
la medida en que existan importantes desigualdades en la distribución de la riqueza y en
las oportunidades de adquirir riqueza, las oportunidades de influir en la campaña electoral
serán muy desiguales.
No obstante, el modelo participativo no pretende suprimir la competencia electoral, sino
reconciliar el principio ético liberal de igualdad de derecho de todos al pleno desarrollo y
usos de sus capacidades, mediante la introducción de mecanismos participativos que no
dependan de la riqueza. Aquellos ciudadanos que por su educación y ocupación tienen más
dificultades que otros para obtener y procesar la información necesaria para una partici-
pación efectiva se hayan en clara desventaja. Una hora de su tiempo invertida en participar
no tiene tanto efecto como una hora de quienes están mejor educados. David Held, por su
parte, concibe la democracia como un proceso “de dos caras”, cuyo principio rector es el
de autonomía que, para desarrollarse adecuadamente, exige la combinación del ideal liberal
de limitación legal del poder político y el ideal marxista de igualdad económica (Held, 1991).
Aunque rechaza las utopías, propone la promulgación de reformas que desarrollen el “prin-
cipio de autonomía” mediante políticas de igualdad social, económica y política tales como
el desarrollo de empresas de propiedad social, medios independientes, garantía de acceso
a la salud pública, justicia distributiva, derechos humanos, participación directa, acceso a la
información y capacidad de establecer la agenda política.
Similarmente, con el propósito de desarrollar una “democracia fuerte” (participativa) y su-
perar las limitaciones de la democracia representativa, Benjamin Barber, como académico y
asesor político, especifica un conjunto de reformas institucionales (Barber, 1984). El camino

57
hacia la democracia fuerte pasa por la reforma de las instituciones de la democracia repre-
sentativa con el fin de hacer posible la participación. Tales reformas implican la instituciona-
lización de las siguientes formas de participación y deliberación: (1) asambleas de vecinos (de
cinco y veinticinco mil personas y con reuniones semanales); (2) programas interactivos de
TV y de fomento de la educación cívica; (3) participación en la toma de decisiones mediante
referendos; (4) sistemas de asignación de cargos políticos por rotación y sorteo para acabar
las tendencias oligárquicas de la representación; (5) desarrollo de formas participativas en el
lugar de trabajo, como las cooperativas y la cogestión.
En las democracias representativas, el conflicto es inevitable y las deliberaciones públicas
no son más que negociaciones entre individuos o grupos atomizados. En la democracia par-
ticipativa o “fuerte,” las deliberaciones permiten transformar el conflicto en cooperación.
Barber toma distancia de las formas “orgánicas” de formación del consenso, como las del
nacionalsocialismo alemán, que pretenden la unidad homogénea o monolítica con base a la
identificación con una raza, nación o voluntad común. Esta forma de consenso termina sien-
do lograda mediante la coacción. En la democracia “fuerte”, el conflicto puede transformarse
en cooperación mediante la participación ciudadana, la deliberación pública y la educación
cívica. No obstante, como lo observa Putnam, puede que este modelo de democracia fun-
cione a nivel local, pero el modelo de participación en comunidades descentralizadas deja
sin resolver el problema del acceso al poder en las instancias centrales de coordinación
del gobierno (Putnam R. D., 1993). En tales instancias, los ciudadanos pueden participar en
consultas masivas (electorales), individuales o grupales, pero en términos de formación del
gobierno nacional, las consultas no son sustituto de los mecanismos electorales. A lo sumo,
se pueden imponer mandatos imperativos a los representantes, principalmente por la vía de
los referendos sobre temas específicos de interés colectivo, pero los comicios pluralistas y
competitivos siguen siendo el mecanismo adecuado de escogencia de los gobiernos nacio-
nales, regionales y locales.
La teoría de la democracia participativa se enfrenta a dos tipos de críticas que plantean pro-
blemas severos a la hora de implementar reformas destinadas a lograr mayor involucramiento
y, por tanto, mayor calidad y cantidad de democracia. El primer problema es el del tamaño
de la unidad política en la que la participación tiene lugar. El tamaño es importante porque
plantea, en primer lugar, un problema operativo: asegurar que todos los que deben partici-
par efectivamente puedan hacerlo. Pero también plantea un problema cualitativo. A mayor
tamaño, mayor es la probabilidad de divisiones y diferencias que hacen muy complejo, si no
imposible, el acuerdo sobre el bien común o, en términos de Kenneth Arrow, una función de
bienestar social (Arrow, 1950). Dahl y Tuftle mostraron hace mucho tiempo que las comuni-
dades pequeñas tienden a ser más homogéneas, mientras que en las grandes hay más diver-
sidad (Dahl & Tufte, 1973). Ello tiene consecuencias directas sobre la efectividad de la partici-
pación como mecanismo para asegurar un gobierno más incluyente y efectivo. No obstante,
también existe evidencia de que no hay diferencias significativas en términos de diversidad
étnica y religiosa en las comunidades pequeñas, lo que deja abierto el problema de falta de
homogeneidad del demos y su efecto sobre la efectividad de la democracia participativa
(Anckar, 2002). Por otro lado, al margen del problema del tamaño y la diversidad, está el
problema de la motivación y el conocimiento. Dejando de lado la información, el ciudadano
debe contar además con el conocimiento que le permita manejar la información necesaria
para tomar decisiones políticas y, sobre todo, motivación para participar (Sartori, 1988). Este
último problema no es menor en la medida en que con frecuencia existen tensiones entre
la demanda de tiempo y la motivación que exige la participación en asuntos públicos, y las

58
dificultades para posponer o desatender asuntos privados (desde el trabajo o la salud, hasta
la pareja y la familia).
La democracia participativa ha sido introducida en normas constitucionales y prácticas polí-
ticas nacionales, regionales o locales latinoamericanas incluso desde las reformas del Estado
de los ochenta, principalmente en Bolivia, Brasil, El Salvador, México, Nicaragua y Venezuela.
En algunos casos, como sería en los gobiernos más radicales del llamado socialismo del siglo
XXI (especialmente en Venezuela y Bolivia), la democracia participativa se propone como
alternativa en conflicto con la democracia representativa. En algunos de estos países se han
introducido reformas institucionales destinadas a favorecer, al menos en el discurso político,
la participación a nivel local en la formulación y gestión de políticas y en la administración de
recursos. Brasil, el país frecuentemente estudiado como caso exitoso de democracia partici-
pativa a través de Presupuestos Participativos, los Consejos Gestores y los Planes Directores
(todos de nivel municipal) y las conferencias a nivel nacional, no escapa al problema del es-
calamiento del tamaño de la unidad territorial-poblacional (Ramos Pérez, 2019).
No obstante, de acuerdo con Gisela Zaremberg, los resultados de los distintos países han sido
desiguales. Mientras en Brasil existe una mayor autonomía de la sociedad civil en los pro-
cesos participativos, en Nicaragua, México y Venezuela los partidos políticos y los gobiernos
han cooptado a las organizaciones sociales y, con ello, conducido los procesos participativos
hacia fines político-partidistas (Zaremberg, 2012). Aunque esta descripción corresponde a
procesos observados hace casi una década, la situación no ha cambiado significativamente.
Un problema fundamental de la democracia participativa es el de la escala. Es relativamente
mucho más sencillo promover y lograr la participación ciudadana en comunidades locales y
de pequeño tamaño que en grandes territorios regionales o a nivel nacional.
El monto de democracia participativa, medida por V-Dem, guarda relación positiva y signifi-
cativa (a nivel p = 0.01) con el apoyo a la democracia. Más aún, su magnitud (0.31) es mayor a
la observada para las mediciones de democracia electoral y liberal. La participación en pro-
cesos de toma de decisión, más allá de aquellos típicamente electorales, al parecer se asocia
a niveles más bajos de desencanto democrático. No obstante, paradójicamente, en algunos
de los países con más avances en mecanismos e instituciones de participación democrática
no solo se presentan los problemas descritos por la literatura, sino que sus valores en los
índices de democracia V-Dem han caído más marcadamente que en democracias menos
participativas (gráfico 12).

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GRÁFICO 12: Índice de democracia participativa de V-Dem en Bolivia, Brasil,
México, Nicaragua y Venezuela, 1959-2019

Fuente: Elaboración propia con base en datos del Índice de Democracia Liberal de V-Dem (Coppedge et, al.,
“V-Dem [Country–Year/Country–Date] Dataset v10”. Varieties of Democracy (V-Dem) Project; Pemstein et al., 2020).
Datos disponibles en https://www.v-dem.net/en/data/data-version-10/

En Brasil, pese a que desde mediados de los años ochenta y especialmente luego de la apro-
bación de la Constitución de 1988, se observa un desarrollo importante de la democracia
participativa (registrado por el índice respectivo de V-Dem), en la segunda década del pre-
sente siglo se produce un retroceso de importancia similar al descrito por los demás índices
de variedades de democracia. Brasil ascendió en el índice de democracia participativa desde
un valor de 0.46 (en una escala de 0 a 1) en 1989, inmediatamente luego de aprobada la
Constitución, hasta un máximo de 6,58 en 2008 y 2009, y desde allí cae aceleradamente
hasta llegar a un nivel inferior al de 1989: 0.44 en 2019. Los valores actuales de los demás
países de este subgrupo son similares a los de Brasil (en el caso de Bolivia y México) o peor
(Nicaragua y Venezuela), sea por deterioro marcado en casi todos los casos o por estanca-
miento en niveles bajos de democratización participativa en el caso de México.
El decaimiento de la democracia procedimental en estos países, incluyendo un relativamente
mayor deterioro de las libertades y derechos civiles y políticos, no es compensado por ni-
veles más elevados de democracia participativa. Este grupo de países ha visto deteriorarse
la democracia electoral y liberal que emergió con las transiciones sin que haya ocurrido un
cambio de modelo, desde uno representativo a otro más participativo.

DEMOCRACIA Y DELIBERACIÓN
Frente a los déficits y promesas incumplidas de representación y de participación, entendida
esta última simplemente como movilización activa a favor de una causa organizada, en muchas
circunstancias emergen los populismos. Estos se erigen, en buena medida, del supuesto simple

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de que los sectores menos beneficiados de la sociedad están en condiciones de ejercer su au-
tonomía y actuar en política con base en intereses colectivos. El populismo pone en evidencia
que amplios sectores de la población carecen de la posibilidad de desarrollar la propia auto-
nomía como ciudadanos y optan más bien por agruparse en asociaciones espontáneas para
hacer valer sus demandas al margen de las instituciones y movilizados políticamente por líderes
personalistas que toman ventaja oportuna de las crisis endémicas de la democracia. Frente a
las insuficiencias de la democracia liberal y la recurrente emergencia del populismo en Améri-
ca Latina, ya no como un régimen transitorio o transicional sino como una práctica permanente
y establecida, algunos han propuesto la necesidad de desarrollar la democracia deliberativa
sobre la base de un desarrollo pleno de la condición de ciudadanía (Guariglia, 2011).
Varios de los autores de la democracia participativa anticiparon la importancia de mecanis-
mos deliberativos para la solución de conflictos y la toma de decisiones consensuadas. La
deliberación en los procesos democráticos genera resultados que aseguran el bien común a
través de la razón más que a través del poder político. La base de la democracia deliberativa
no es la competencia entre intereses opuestos, sino un intercambio de información y justifi-
caciones que respaldan distintas visiones del bien público.
Los trabajos seminales de John Rawls y Jürgen Habermas aportan las bases fundamentales
de la teoría deliberativa de la democracia. Rawls argumenta que el uso de la razón configura el
marco para el logro de una sociedad política justa. La razón restringe el interés propio pues, bajo
incertidumbre (“velo de ignorancia”) lo racional para cada individuo es elegir una estructura de
la sociedad política que sea justa para todos los participantes en esa sociedad, asegurando los
mismos derechos para todos los miembros de esta (Ralws, 1971). Por su parte, Habermas afirma
que los procedimientos justos y la comunicación clara pueden producir decisiones consen-
suadas entre los ciudadanos. La justicia que rige a los procedimientos del proceso deliberativo
fundamenta la legitimidad de los resultados del proceso político (Habermas, 1984).
El supuesto básico es que el ciudadano racional está abierto a considerar la fuerza de los
mejores argumentos en lugar de decidir con base a preferencias preconcebidas, prejuicios o
puntos de vista privados que no son públicamente justificables para los demás deliberantes.
La democracia requiere más que una agregación de preferencias existentes. Exige el diálogo a
todo nivel, desde la formación de las preferencias hasta el momento de toma de decisiones. En
tal sentido, el fin último de la democracia deliberativa es el logro de mejores resultados de las
políticas gubernamentales, pero no principalmente con base en la racionalidad de la eficiencia
económica, como la razonabilidad de la participación ciudadana para el logro tanto de mejores
resultados como de una sociedad más auténticamente democrática. El logro de tal fin exige no
solo arreglos sociales, sino también de la estructura del Estado (Bessette, 1994).
Los procesos deliberativos se encuentran más desarrollados, desde el punto de vista institu-
cional, en algunos países como Colombia, Venezuela, Bolivia y Ecuador mientras que lo están
mucho menos en casos como los de Chile, Brasil, Uruguay, Argentina y Perú (Garrido-Ver-
gara, Valderrama, & Ríos Peñafiel, 2016). Con los aspectos deliberativos de la democracia en
Latinoamérica ocurre algo que se asemeja a lo ocurrido con los componentes participativos
pero, como veremos más adelante, el déficit de deliberación es aún mayor. En realidad, paí-
ses que han desarrollado muy poco el modelo desde el punto de vista formal en sus consti-
tuciones y sus leyes, como es el caso de Uruguay, muestran más uso efectivo de mecanismos
deliberativos que otros como Venezuela.
A los fines de medir el nivel de deliberación de cada país, se emplea acá el componente deli-
berativo del índice de democracia de V-Dem. Este pretende registrar el proceso mediante el

61
cual se toman decisiones colectivas, incorporando también el índice de democracia electoral
como uno de sus componentes. El proceso deliberativo se centra en la racionalidad del público
y supone que está compuesto por ciudadanos informados, competentes y abiertos a la per-
suasión, capaces de identificar el bien común como motivación y finalidad de las decisiones,
en contraste con apelaciones emocionales, lazos solidarios, intereses parroquiales o coacción.
La medición del componente deliberativo de la democracia también guarda relación signifi-
cativa (a p= 0.01) con una magnitud de 0.26, con el nivel de apoyo a la democracia. Es decir,
la incorporación de la población en procesos comunicativos para la solución de conflictos y
el logro de acuerdos podría ayudar a prevenir el desencanto democrático. La experiencia de
la región a este respecto tiene aún un largo trecho por andar, pero si este hallazgo es cierto,
cabe esperar que las prácticas deliberativas puedan contribuir a fortalecer el apoyo de los
ciudadanos al gobierno popular.

DEMOCRACIA E IGUALDAD
La compleja relación entre igualdad y democracia ha dado lugar a largos debates en teoría
política, V-Dem busca “traer de vuelta la igualdad” recogiendo el debate teórico acerca de
los fundamentos igualitarios de la democracia y ofreciendo un índice para medirlos (Sigman
& Lindberg, 2018). El índice se basa en el concepto de democracia como modelo político en
el que todos los grupos sociales son igualmente capaces de ejercer sus derechos y libertades
políticas y de influir en los procesos políticos y de gobierno, y es medido con base en tres
dimensiones: la igualdad de protección de los derechos y libertades de todos los grupos, la
igualdad de distribución de recursos y la igualdad de acceso al poder.
El componente de igualdad medido por V-Dem es el indicador de la democracia que mejor
correlaciona con el nivel de apoyo al gobierno popular. La correlación, como todas las des-
critas previamente es muy significativa (a p = 0.01) y directa, pero además su magnitud es
de 0.45. Dicho de otro modo, la igualdad es el componente de la democracia que explica el
más alto porcentaje de varianza del apoyo popular a esta forma de gobierno (0.20%). Este
hallazgo sugiere que la igualdad tiene mayor impacto en la prevención del desencanto de-
mocrático que las reformas institucionales dirigidas a mejorar la participación, la deliberación
y el Estado de derecho. No quiere decir esto que tales reformas sean innecesarias, sino que
ellas tienen un menor impacto en la generación de apoyo a la democracia que la igualación
de oportunidades y resultados.
La democracia, desde una perspectiva igualitaria, exige que tanto en las condiciones de fun-
cionamiento como en los resultados de sus procesos, el gobierno del pueblo garantice equi-
dad. En realidad, toda teoría democrática incluye una noción de igualdad. No obstante, den-
tro de los enfoques de la democracia igualitaria hay algunas claramente incompatibles con la
democracia política, tal como ha sido definida en este trabajo. Es este el caso de la teoría de
democracia “verdadera” como dictadura del proletariado tanto en la obra de Marx (Marx &
Engels, 1973) como en el marxismo-leninismo (Lenin, 1919), ciertos marxismos no leninistas
(Luexemburg, 1940 [1922]) y otras emparentadas con esta como la llamada “democracia ra-
dical” (Cortina, 1993). Lo anteriormente dicho no significa que sea errónea la idea marxista de
necesidad de igualación de las condiciones materiales como condición para la participación
política efectiva. Lo que es incompatible con la democracia es la tesis según la cual la com-
petencia electoral entre partidos y candidatos es una forma burguesa y formal de democracia
que resulta prescindible en un modelo proletario y material de “verdadera democracia.”

62
La igualdad corta transversalmente todos los componentes de la democracia. No se puede
hablar de democracia sin suponer o aspirar a la igualdad. En el plano de la competencia
electoral, la idea de competencia justa implica igualdad de todos los competidores tanto en
el disfrute de derechos políticos como en el de la garantía de libertades civiles. El liberalismo
político, a su vez, enfatiza la igualdad ante la ley como principio general, exige el derecho
igual a la protección de las desigualdades “naturales” y postula la igualdad de derechos polí-
ticos como el sufragio, la organización de partidos y las elecciones. Las ideas de democracia
participativa y deliberativa, a su vez, reclaman la existencia de iguales derechos para todos e
iguales condiciones materiales que aseguren que todos podrán cumplir con el deber de par-
ticipar y que la voz de todos y cada uno tiene igual oportunidad de ser escuchada y formar
parte de los resultados de la deliberación democrática.
Es importante insistir en que el concepto de democracia igualitaria subraya no solo la impor-
tancia de la provisión de derechos y libertades que aseguren la representación de intereses
diversos, la igualdad de oportunidades y la participación en consultas, referendos o delibera-
ciones para la formación de políticas y definición del interés público, sino que exige también
igualdad material, como condición para que pueda existir el autogobierno del pueblo. Desde
este punto de vista, la teoría de la democracia igualitaria produce la expectativa de que las
políticas democráticas refuercen la igualdad entre los ciudadanos y que no reproduzcan las
desigualdades preexistentes.
La igualad jurídica, aunque no irrelevante, es generalmente insuficiente para impedir que
una determinada minoría o individuo, en la práctica, se imponga e incluso logre ser percibi-
do como especialmente calificado para ejercer el poder sobre el resto (lo cual obviamente
contradice el concepto de democracia). Autores fundamentales de la ciencia política con-
temporánea (incluyendo algunos que típicamente son considerados, con razón, como de-
fensores de la democracia liberal) han puesto de relieve la importancia de la igualdad para el
funcionamiento de la democracia liberal y pluralista. Dahl (1989) por ejemplo, señala que la
desigualdad obstaculiza el funcionamiento de su “principio fuerte de igualdad,” que estable-
ce que en las decisiones vinculantes (leyes, reglas y políticas) el reclamo de ningún ciudadano
es superior a los reclamos de cualquier otro, pues los ricos estarán en posición de sostener
que los pobres no son aptos para gobernar.
América Latina se caracteriza por una marcada desigualdad material. Los datos comparati-
vos en series históricas son muy incompletos pero, con base en la información más reciente
disponible para cada país, el panorama puede ser descrito como aparece en el gráfico 13.
Como se sabe, el índice de Gini mide cuánto se desvía la distribución del ingreso en una
economía en comparación con una distribución perfectamente equitativa. En términos por-
centuales, un valor de Gini igual a cero (0) representa la igualdad perfecta, mientras que uno
de 100 implica una desigualdad completa. Salvo El Salvador y Uruguay, la desigualdad es
superior a 40 % en todos los países. Brasil, Honduras y Colombia son tres de los países más
desiguales, con un Gini superior al 50 % en los tres casos.

63
GRÁFICO 13: Índice de Gini. América Latina, datos más recientes para cada país

Fuente: Banco Mundial (información disponible data.worldbank.org ).


Nota: datos correspondientes a 2018 para todos los países salvo Chile (2017), Guatemala (2014), Nicaragua (2014)
y Venezuela (2006).

La desigualdad es estructural en América Latina. Ha sido por bastante tiempo la región más
desigual del planeta (NU. CEPAL, 2016). Sus posibles efectos sobre la inestabilidad política
han sido señalados desde hace bastante tiempo (Calderon, 2013). Más recientemente, se ha
señalado su papel como detonante de las protestas sociales que han sacudido a varios países
de la región, por ahora en reflujo tal vez como efecto de las restricciones para la interacción
social que ha impuesto la pandemia de COVID-19. No obstante, sus causas están aún laten-
tes y podrían agudizarse de nuevo en cualquier momento en el futuro.
Una pregunta crucial es por qué democracias políticas de la región no han sido más efectivas
en la superación de las grandes desigualdades históricamente acumuladas, muchas de ellas
profundizadas tras los ajustes neoliberales de los noventa (Zovatto D. , 2021; Busso & Messi-
na, 2020). Antes que nada, es necesario subrayar que las democracias latinoamericanas han
tenido efecto positivo en la igualdad, en ciertos casos y con determinadas políticas. El punto
en discusión es por qué no han sido tan efectivas en la reducción de la desigualdad como
teóricamente cabría esperar.
Hay evidencias de que la disminución de la desigualdad se asocia positivamente con el in-
cremento del gasto social. Al menos en la década de los ochenta hubo relación significativa
entre el gasto social per cápita de las democracias latinoamericanas y la reducción de la
desigualdad (Brown & Hunter, 1999). La estabilidad democrática prolongada en el tiempo, en
América Latina, correlaciona con mayor gasto en seguridad social y en educación, bienestar
social y disminución de la desigualdad (Huber & Stephens, 2012). La relación positiva entre

64
democracia e igualdad no se expresa solo en el impacto de políticas sociales efectivas. Re-
formas institucionales y cambios tecnológicos pueden también tener efecto igualador en lo
político y lo social, como el caso del incremento de la participación política de los analfabetas
en Brasil gracias al uso de nuevas tecnologías electorales (Fujiwara, 2015).
No obstante, las democracias latinoamericanas enfrentan obstáculos de importancia para
hacer un mejor y más sostenido trabajo en términos de reducción de la brecha social y eco-
nómica entre los más pobres y los más ricos. Las evidencias citadas en el párrafo anterior
muestran que es posible hacerlo, pero los datos siguen indicando la persistencia en el tiempo
de la desigualdad y sus efectos negativos sobre la calidad y estabilidad de la democracia.
De acuerdo con Busso y Messina, en el trabajo previamente citado, el proceso democrático
puede conducir a la reducción de la desigualdad, tanto por la “vía de la demanda” como por
la “vía de la oferta.” En el primer caso, dos obstáculos fundamentales para que la democracia
latinoamericana tenga mejores efectos igualitarios son tanto la no participación de los más
pobres en los procesos electorales, como la asimetría de información entre los más ricos y
los más pobres, que afecta incluso la autopercepción de estos últimos sobre sus ingresos
(por sobreestimación) y factores que afectan sus condiciones de vida (como, por ejemplo, la
propagación y prevención del COVID-19).
Por el otro lado, la función igualadora del proceso democrático también puede verse limi-
tado por distorsiones del lado de la oferta de las políticas públicas. En los países con mayor
desigualdad económica hay también más desigualdad en el reparto del poder (por ejemplo,
en cargos en las legislaturas), lo que se asocia a la implementación de políticas fiscales regre-
sivas (Ardanaz & Scartascini, 2013). Adicionalmente, la existencia de “movilidad del capital”
(Boix, 2003) o “fuga de capitales” (Campello, 2011) limita las posibilidades de reformas
sociales con efectos redistributivos de importancia. El mercado puede servir de “prisión”
a la democracia, imponiendo limites a lo que los gobiernos reformistas pueden hacer para
reducir las brechas sociales (Lindblom, 1982).
Las democracias latinoamericanas no han mejorado el nivel de gasto social focalizado en los
más vulnerables; las políticas impositivas tienden a ser regresivas y con más énfasis en la re-
caudación de impuesto al valor agregado que al ingreso o al beneficio; los servicios públicos
en general y los de asistencia social son generalmente de mala calidad y, en medio de todo,
la corrupción resta eficacia a la inversión social del Estado.
No obstante, Busso y Messina hallan que en América Latina y el Caribe hay una relación
inversa entre el nivel de desratización y la desigualdad, sin descontar el pago de impuestos,
pero descontando impuestos no hay más desigualdad en las democracias más consolidadas
de la región que en las más débiles. Más aún, al parecer, las democracias más fuertes redu-
cen mejor la desigualdad a través del sistema impositivo. En la misma dirección, encuentran
que en las democracias más consolidadas hay mayor redistribución fiscal, entendida como la
diferencia entre el índice de Gini bruto y el neto (es decir, descontando impuestos).
Aún así, hasta en las democracias más consolidadas de la región que han sido más eficaces en
la reducción de la desigualdad, estos niveles son mucho más altos que en el resto del mundo.
La desigualdad, según los autores que se vienen comentando, esta en el fondo de las protestas
sociales que se extendieron por el continente durante buena parte del 2020. El desarrollo de la
dimensión igualitaria de la democracia es, a todas luces, una prioridad en la región. La igualdad
tiene no solo valor en sí misma, como objetivo normativo de la democracia, sino que tiene tam-
bién utilidad instrumental como medio que contribuye a la estabilidad de la democracia política.

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CRISIS PRESIDENCIALES Y DESENCANTO DEMOCRÁTICO
La crisis presidencial es un fenómeno extendido en las democracias latinoamericanas de la
tercera ola. Cerca del 14 % de los presidentes electos en América Latina desde 1980 o la
transición democrática en su país han terminado su mandato prematuramente. En la medida
en que esto ocurra constitucionalmente, puede ser un mecanismo para evitar el quiebre de la
democracia e incluso podría mejorar la legitimidad, al menos en el corto plazo. Sin embargo,
también existe el riesgo de que la salida prematura de los presidentes conduzca a la desins-
titucionalización política y a problemas de gobernabilidad democrática.
Dada la enorme importancia política de la presidencia en América Latina, es posible conje-
turar que las crisis sucesivas y severas que han afectado a esta institución en distintos países,
puede tener incidencia directa en el desencanto democrático. Las crisis presidenciales lati-
noamericanas han sido estudiadas desde diversas perspectivas explicativas, pero poco se ha
estudiado el efecto de estas sobre desencanto con la democracia. ¿Cuál es la relación entre
crisis presidenciales y el apoyo a la democracia? ¿Son estas un factor que afecta negativa-
mente la valoración de la democracia por parte de los ciudadanos, haciendo que los polí-
ticos más importantes del país, electos por el voto popular, pierdan credibilidad? ¿Generan
desencanto, apatía o cinismo político o, por el contrario, son una oportunidad para poner a
prueba el poder transformador de las acciones de masas y la capacidad de las instituciones
democráticas para autocorregir sus fallas sin recurrir a salidas de fuerza?
Las crisis presidenciales pueden definirse como situaciones en las que el jefe de Estado y
de gobierno entra en abierto conflicto con otros poderes públicos (las cortes y legislaturas,
principalmente) o fácticos (como por ejemplo los medios, poderosas organizaciones sociales
y movimientos de masas). Tales crisis pueden llevar a la interrupción del mandato presiden-
cial, como ha ocurrido en muchas ocasiones, o pueden crear situaciones de gobernabilidad
comprometida sin conducir necesariamente a la salida del presidente antes del vencimiento
de su lapso. Otro tipo de crisis relacionada con el ejecutivo nacional es aquella que envuelve
a expresidentes que, habiendo concluido su mandato con o sin grandes conflictos, sin em-
bargo, son procesados por actos cometidos durante el ejercicio del cargo. Podemos llamar
a este tipo de situaciones, crisis pospresidenciales. Aunque estas últimas pueden ser menos
amenazantes para la estabilidad política, puede que al igual que las primeras tengan influen-
cia en la valoración de la democracia por parte de los ciudadanos.
Algunas crisis culminan con interrupción del mandato presidencial. Este ha sido el caso en
nueve de dieciocho democracias latinoamericanas. Desde 1992, ha habido salidas forzadas
de los presidentes por renuncia o juicios políticos. Ha habido un total de dieciséis crisis pre-
sidenciales graves en los últimos 28 años. Es decir, en promedio, una cada año y medio. No
ha sido un fenómeno extraño ni irrelevante desde el punto de vista de sus efectos políticos.
En Ecuador ha habido tres crisis políticas: en 1997, con Abdalá Bucaram; 2000, con Jamil
Mahuad y 2005, con Lucio Gutiérrez. En Paraguay, dos presidentes han salido del poder sin
concluir su mandato: Raúl Cubas Grau, en 1999 y Fernando Lugo, en 2012. Cubas renunció
tras grandes protestas y represión violenta contra los manifestantes, en medio de un conflic-
to de poder con el Tribunal Supremo y la legislatura que había iniciado un juicio político en
su contra. Igualmente, en Guatemala dos presidentes salieron imprevistamente de su cargo:
Jorge Serrano en 1993 y Otto Pérez Molina en 2015. En Brasil también dos presidentes han
sido removidos tras juicios políticos: Fernando Collor de Melo en 1992 y Dilma Rousseff
en 2016. En Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada y Evo Morales renunciaron, bajo fuertes
presiones, 2003 y 2019 respectivamente. En Honduras, Manuel Zelaya fue forzadamente

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removido de su cargo en 2009. En Perú, Alberto Fujimori renuncia en 2000 tras protestas
masivas contra la corrupción electoral y administrativa al final de su segundo gobierno. En
Venezuela, Carlos Andrés Pérez, en 1993, renuncia al cargo en medio de un juicio político
conducido por la Corte Suprema, tras el que fue condenado por corrupción, y Hugo Rafael
Chávez fue depuesto y restituido pocas horas después.
En algunos casos, además de las acciones de calle y la presión de la opinión pública, la inter-
vención de los militares ha sido evidente. Ejemplo de ello son las deposiciones de los presi-
dentes Jamil Mahuad, en Ecuador, año 2000, y Manuel Zelaya, de Honduras, en 2009. No
obstante, en los casos en los que los militares han intervenido, tanto el presidente que sucede
al depuesto, como el régimen político siguen siendo civiles y la competencia democrática no
es suspendida. Una excepción podría ser el caso venezolano en 2002. Pedro Carmona Es-
tanga, el presidente que por pocas horas reemplazó a Hugo Chávez era civil, pero respaldado
principalmente por una facción de las fuerzas armadas y pretendió –sin éxito– suspender
la vigencia de la Constitución, disolver los órganos de gobierno electos a nivel nacional y re-
gional y posponer provisionalmente toda elección. Sin embargo, Carmona fue depuesto por
los militares en cuestión de horas y Chávez, quien estaba detenido por estos, fue restituido
en su cargo por otra facción militar. Aunque el golpe fue relativamente incruento (no así los
enfrentamientos de calle y manifestaciones que le precedieron), Venezuela es uno de los
pocos casos de quiebre democrático en términos muy parecidos a los descritos por Linz y
Stepan (Álvarez, Social cleavages, Political Polarization and Democratic Breakdown in Vene-
zuela, 2006; Linz & Stepan, The Breakdown of Democratic Regimes. Crisis, Breadown and
Reequilibration, 1978). En la salida de Evo Morales del poder en Bolivia, 2019, los militares
también jugaron un rol clave inclinando la balanza de fuerzas en su contra.
Además de las crisis presidenciales, que envuelven a presidentes en funciones, también hay
que considerar dos situaciones que han afectado a los presidentes latinoamericanos y que
pueden tener efectos sobre el desencanto. En primer lugar, no todas las crisis presidenciales
llevan a la salida del presidente antes del vencimiento del mandato. En algunos casos, la imagen
y calidad de la gestión se erosionan llevando a los presidentes a ser vistos como personajes no
calificados para el cargo, envueltos o rodeados de hechos de corrupción, o simplemente in-
competentes. En Colombia, Ernesto Samper fue procesado en 1995 por delitos de financiación
ilegal procedente del narcotráfico. Su destitución no procedió, pero fue un claro caso de crisis
al más alto nivel del gobierno. Similarmente, también por delitos de corrupción, Carlos Andrés
Pérez fue juzgado por el Congreso en 1973. Su destitución no se produjo por una mínima di-
ferencia de un solo voto a su favor. Arnoldo Alemán fue procesado, condenado y encarcelado
por corrupción cuatro años después de terminar su mandato. Por otro lado, tenemos lo que
podemos llamar crisis pospresidenciales que conducen al enjuiciamiento de presidentes una
vez concluido sus mandatos. En este tipo de situaciones se han visto envueltos presidentes que
terminan su gestión muy desprestigiados, pero también otros que las concluyeron con evalua-
ciones positivas de parte del electorado. Casos de crisis pospresidenciales son, por ejemplo,
el enjuiciamiento y encarcelamiento de Carlos Saúl Menen en 2011 y el del expresidente Luiz
Inácio “Lula” da Silva y su sucesor, Michel Temer en Brasil, 2018.
Las crisis presidenciales y pospresidenciales han sido encausadas por vías institucionales,
incluso en aquellos casos donde la intervención militar ha sido evidente. En general, han
conducido bien sea a la renuncia del presidente, al juicio político o una combinación de am-
bos factores, teniendo –en todo caso– importantes consecuencias sobre el funcionamiento
de las instituciones y la calidad de la democracia presidencialista latinoamericana (Sánchez

67
Gayosso & Escamilla Cadena, 2017). Las renuncias o deposiciones de los presidentes han
estado precedidas de fracturas de respaldo en la legislatura, intensa movilización de los ciu-
dadanos y mucha presión de los medios de comunicación (Pérez-Liñan, 2007). En la mayo-
ría de los casos, las interrupciones de los mandatos presidenciales se han impuesto por vías
judiciales o por decisiones de las legislaturas que han llevado a la renuncia o al juicio político.
En algunos casos, la influencia de los militares para lograr la renuncia del presidente o su
intervención directa para deponerle han sido más evidentes que en otros.
Desde una visión panorámica del asunto, algunos trabajos sugieren una relación inversa entre
crisis presidencial y desencanto, al subrayar que las salidas presidenciales se han producido,
generalmente, gracias a la participación activa y prolongada de la población en protestas, en
muchos casos pacíficas, así como al poder de las legislaturas para contrapesar a los presi-
dentes y hacerles responsables ante la ley, como medios para reducir los incentivos a buscar
vías extraconstitucionales para salir de un presidente indeseable y cuestionado (Kim, 2004).
La forma expedita e incruenta de solución de las crisis podría sugerir la existencia de flexi-
bilidades de facto que desmienten la tesis de la rigidez institucional del presidencialismo en
contraste con el parlamentarismo (Linz & Valenzuela, The Failure of Presidential Democracy,
1984). La forma en la que se han desarrollado y solucionado las crisis presidenciales podría
sugerir un efecto reforzador, más que deteriorador, de la confianza popular en las institucio-
nes democráticas y en el poder de la participación popular.
Dada la importancia formal y la relevancia de los presidentes latinoamericanos, es razona-
ble conjeturar que las crisis presidenciales, especialmente aquellas que terminan en salidas
involuntarias de los presidentes antes de concluir su mandato, abonan el terreno del desen-
canto. Es poco probable que las crisis dejen indemne la credibilidad de los ciudadanos en
las instituciones y en la democracia misma. De un lado, quienes respaldaban al presidente
removido del cargo podrían tener dos tipos de reacciones: unos, podrían sentirse defrauda-
dos por el presidente e incluso por el sistema que los llevó a depositar su confianza en él.
Del otro lado, aquellos que siguen respaldando al presidente destituido, podrían ver el hecho
como una violación de la constitución y las leyes, y sentirse defraudados por el modo en que
las instituciones democráticas operan. Finalmente, aquellos que se opusieron al presidente
removido o renunciante pueden ver la destitución como un acto de justicia y de fortaleci-
miento de las instituciones, pero también puede que en ellos queden dudas acerca del siste-
ma que hizo posible, en primer lugar, que políticos juzgados por corrupción, abuso de poder,
tergiversación de la voluntad del electorado o incapacidad para el ejercicio de tan alto cargo,
puedan tener acceso al poder en una democracia.
En suma, las crisis presidenciales (sea que lleven o no a la destitución) y las pospresidenciales
crean un nivel de polarización política que cualquiera que sea el desenlace puede afectar
negativamente tanto a la percepción de cómo funcionan las instituciones democráticas en el
país, como a la valoración de la democracia como forma de gobierno. Mientras mayor sea la
gravedad de la crisis presidencial, mayor será la probabilidad de que conduzca al desencan-
to con la democracia. No obstante, tales crisis toman diversos caminos y, en consecuencia,
pueden tener distintos tipos y niveles de influencia sobre el apoyo a la democracia.
Las respuestas a las interrogantes que se han resumido en esta sección están aún abiertas. Para
responderlas, es indispensable la investigación empírica. Se desconoce, a priori, cuál ha sido
el impacto de las crisis presidenciales en el deterioro del apoyo ciudadano a la democracia.
El problema requiere un abordaje empírico y basado en las experiencias específicas de cada
país. En este trabajo se introduce una medición preliminar del impacto de las crisis presi-

68
denciales en el desencanto democrático. Se han codificado los casos de estas crisis, hayan
conducido o no a la salida del presidente, y los eventos de crisis pospresidencial a fin de
medir su efecto sobre el apoyo a la democracia.

EFECTO PARADÓJICO DE LA CORRUPCIÓN


Muchas de las crisis de gobierno y salidas prematuras de los presidentes han sido desatadas
por escándalos de corrupción o han estado asociadas a estos. El desencanto político pro-
ducto de la corrupción ha sido uno de los componentes del activismo de masas en contra
de presidentes percibidos como ilegítimos. Algunos movimientos de protesta social contra
la corrupción han precedido a juicios políticos del presidente por la legislatura nacional o la
renuncia. Tales fueron los casos ya mencionados de, por ejemplo, Fernando Collor de Melo
en 1992, en Brasil y Carlos Andrés Pérez de Venezuela, en 1993.
Teóricamente, la corrupción daña la democracia y erosiona las bases de su apoyo por parte
de la población. Para algunos, hay correlación entre corrupción y crisis de la democracia.
Generalmente, se espera que un incremento de la corrupción en determinado país esté aso-
ciado a la erosión de los sistemas de balance y contrapeso, la independencia de los tribuna-
les y la frecuente restricción de las libertades necesarias para la denuncia e investigación por
parte de los medios de comunicación y la sociedad civil. Más aún, la corrupción endémica
o en aumento puede socavar el apoyo de los ciudadanos (tanto en las democracias nuevas
como en las ya establecidas) y provocar efectos adversos tales como niveles altos de absten-
ción electoral, desconfianza en las instituciones y apoyo a partidos y candidatos contrarios al
sistema democrático (Drapalova, 2019; Blake & Morris, 2009).
Sin embargo, hay evidencias de que la relación entre corrupción y sistemas democráticos, es
mucho más compleja en la práctica política latinoamericana. La corrupción afecta negativa-
mente la confianza y el apoyo en las instituciones democráticas, más frecuentemente entre
aquellos que se oponen al gobierno que entre los que le apoyan. Paradójicamente, la corrup-
ción constituye una violación de las normas que hacen posible el funcionamiento de los prin-
cipios democráticos, pero también es uno de los mecanismos que asegura formas de lealtad
que favorecen la estabilidad no solo de determinados políticos en el poder de algunos sistemas
democráticos (Anderson, 2003). Barbara Geddes y Ribeiro Neto también hallan evidencias de
que la corrupción, en algunos casos puede resultar instrumental a la democratización. En el
caso de Brasil, ciertos cambios constitucionales que incrementan el poder del Congreso y que
algunos podrían ver como las bases para mejorar la responsabilidad horizontal del Ejecutivo,
paradójicamente facilitan amiguismo y el tráfico de influencias a expensas de los recursos pú-
blicos (Geddes & Neto Ribeiro, Institutional Sources of Corruption in Brazil., 2007).
La corrupción y el nivel de democracia electoral tienen una relación inversa. Es decir, a mayor
democracia, menor corrupción. A esta conclusión conduce el análisis de las correlaciones
estadísticas entre el índice de percepción de la corrupción (Corruption Perception Index, CPI,
reportado por la organización Transparencia Internacional) y el índice de democracia elec-
toral de V-Dem (ver gráfico 14). Es conveniente recordar que el CPI es en realidad un índice
de transparencia. A mayor el score reportado para un país, más baja la corrupción percibida
en él por los codificadores. La relación estadística entre el CPI y el índice de democracia
electoral es significativa (a p = 0.01), directa y relativamente fuerte (r = 0.40).
No obstante, paradójicamente, el apoyo a la democracia tiene una relación inversa con la
transparencia. El coeficiente tiene un valor bajo (r = -0.17) pero el signo es negativo y la re-

69
lación es significativa a p = 0.01. Es decir, donde la democracia recibe porcentajes más altos
de apoyo, la percepción de corrupción es más alta. (Ver gráfico 15)
Tal hallazgo pone de manifiesto la existencia de una brecha de importancia entre la opinión
de los expertos. Muy probablemente esto se explica en parte por la peculiar relación que
existe en algunos países (especialmente Venezuela) en los que la democracia es muy respal-
dada, pero los niveles de democracia son bajos y la corrupción es alta. Otra hipótesis es más
cínica. Es posible que para algunos ciudadanos la corrupción sea un mecanismo del cual
derivan algunas ventajas u oportunidades que le llevan a respaldar más la democracia. Sea
como fuere, este hallazgo merece más y mejores explicaciones.

GRÁFICO 14: Democracia electoral y transparencia en América Latina, 2000-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos de V-Dem (Índice de Democracia Electoral)
y Transparencia Internacional (Índice de Percepción de la Corrupción, CPI).

70
GRÁFICO 15: Apoyo a la democracia (en porcentajes) y transparencia
en América Latina, 2000-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro (porcentajes de apoyo a la democracia)
y Transparencia Internacional (Índice de Percepción de la Corrupción, CPI).

DÉFICIT DE CAPACIDADES DEL ESTADO


Los países latinoamericanos transitaron a la democracia o, un grupo más pequeño de ellos,
pretendieron implementar reformas políticas en medio de los agudos y profundos problemas
fiscales y macroeconómicos desatados en los primeros años de la década de los ochenta
y prolongados hasta bien entrada la de los noventa (Weyland K. G., 2002). En ese contex-
to económicamente inestable, colapsaron algunos de los sistemas de partidos previamente
estables y muy imbricados en sus respectivos Estados, como el de Venezuela y Colombia,
aunque otros (como el de Brasil) lograron más institucionalización (Roberts, 2014), emer-
gieron protestas sociales y de pueblos indígenas históricamente excluidos tanto en lo social
como en lo político, se produjeron varias crisis presidenciales y graves escándalos políticos
ya previamente comentados arriba.
En tal contexto, varios autores han sugerido que existe una tendencia de los ciudadanos a de-
safiliarse de la política por desencanto con el desempeño de las instituciones políticas (Huber,
Rueschemeyer, & Stephens, 1997; Munk, 1993). Juan Rial y Daniel Zovatto hablaron del des-
encanto político, infiriéndolo a partir del análisis del desarrollo y resultados de las elecciones
en Centroamérica, la Región Andina y el Cono Sur entre 1992 y 1998 (Instituto Interamericano
de Derechos Humanos, 1998). En 2002, Zovatto analizó la cultura democrática en la región
con base en los datos de Latinobarómetro entre 1994-2002, concluyendo que el desencanto
no era un mero reflejo de la precaria situación económica ni de la ineficacia de los gobiernos

71
en la implementación de políticas, sino expresión del mal funcionamiento de procesos funda-
mentales, actores e instituciones fundamentales del sistema democrático que no resultaban en
soluciones a los problemas de los ciudadanos y, peor aún, que defraudaban reiteradamente
sus expectativas (Zovatto D. , 2002). Similarmente, el auge de la izquierda latinoamericana,
especialmente en América del Sur, a finales de los noventa y comienzos del nuevo siglo fue
también vista en parte como producto del desencanto con la democracia y sus institucio-
nes, especialmente los partidos políticos y las dificultades para desarrollar mecanismos de
representación, participación y rendición de cuentas, así como la pobreza, la desigualdad y los
desbalances internos creados por la globalización (Arson, 2007; Kaufman R., 2007; Weyland,
Madrid, & Hunter, Leftist Governments in Latin America. Successes and Shortcomings, 2010).
En la tercera ola de democratización se han introducido elecciones competitivas en países con
muy débiles instituciones básicas del Estado de derecho, organizaciones de la sociedad civil y
mecanismos de rendición de cuentas de los gobernantes. Ello contrasta con el curso histórico
de la primera ola de democratización que fue precedida por la construcción de Estados mo-
dernos antes de que se introdujera el sufragio universal. Esto lleva a algunos a pensar que, dado
que se han democratizado “al revés,” la mayoría de los países de la tercera ola son actualmente
democracias incompletas (Rose & Shin, 2001). Las democracias incompletas pueden desa-
rrollarse de tres formas diferentes: completando la democratización; repudiar las elecciones
libres y optar por una alternativa antidemocrática; o caer en una trampa de equilibrio de bajo
nivel en la que las insuficiencias de las elites se combinan con bajas demandas y expectativas
populares. Muchas democracias latinoamericanas caen en esta tercera opción.
Desde esta perspectiva, las capacidades estatales condicionan la gobernabilidad democrá-
tica. De las primeras se deriva la posibilidad de que el gobierno democrático pueda efec-
tivamente definir problemas de política pública, elaborar soluciones basadas en evidencias
y conocimiento experto, controlar recursos y gestionarlos para la implementación de solu-
ciones. La existencia de capacidades estatales limitadas pueden afectar negativamente el
desempeño del gobierno y, en esa medida, favorecen el descontento.
En este contexto, entonces, una pregunta fundamental es hasta qué punto las debilidades
del Estado se traducen en problemas de gobernabilidad democrática. Muchos estudiosos
afirman que la democracia mejora el bienestar de los pobres y otros, complementariamente,
que el mal desempeño estatal para las mayorías afecta la calidad democrática. En ese gru-
po de escépticos respecto de la democracia sin capacidades estatales está, por un lado, el
trabajo de Ross que sugiere que la democracia no es buena para los pobres (Ross, 2006).
Este autor argumenta que las democracias tienen poco o ningún efecto sobre las tasas de
mortalidad infantil y juvenil y que, pese a que gastan más dinero en educación y salud que
las no-democracias, concentran tales beneficios en los grupos de ingresos medios y altos.
Por su parte, Hanson concluye que tanto la democracia como la capacidad estatal pueden
beneficiar el desarrollo y el bienestar, pero sugiere que no necesariamente hay una relación
sinérgica entre altos niveles de democracia y capacidad estatal (Hanson, 2015). En este orden
de ideas, se ha descrito una relación peculiar, en forma de “J”, entre la democracia (como
factor explicativo) y las capacidades estatales. El efecto de la democracia sobre la capacidad
estatal es negativo en valores bajos de democracia, inexistente en valores medios, y fuerte-
mente positivo en altos niveles de democracia. Tal relación curvilínea se debería al efecto
combinado de dos formas de dirección y control: uno ejercido desde arriba, el otro desde
abajo. El control desde abajo se logra más efectivamente cuando las instituciones democrá-

72
ticas están consolidadas, gracias a la existencia de recursos, mecanismos de participación y
libertad de expresión. Por el contrario, en las democracias no consolidadas la presión desde
abajo es menos efectiva (Bäck & Hadenious, 2008).
En suma, en la literatura han aflorado serias dudas acerca de la relación entre bienestar social,
capacidades estales y apoyo a la democracia. Con base en los trabajos citados, como mínimo
no puede afirmarse como una verdad sin condiciones que la democracia por sí misma asegura
mejor gobernabilidad y mayor bien común. Cabe preguntarse, entonces, ¿qué efectos tiene
la capacidad estatal sobre la valoración que de la democracia hacen los ciudadanos? Las rela-
ciones entre diferentes tipos de capacidades estatales, el desencanto y el nivel de democracia
puede ser explorado usando los seis indicadores de gobernabilidad del Banco Mundial:
»»Efectividad gubernamental, que mide la competencia de la burocracia y la calidad
de los servicios públicos, así como su independencia de presiones políticas y la cali-
dad de las políticas publicas.
»»Calidad regulatoria, entendida como la habilidad del gobierno para formular e im-
plementar políticas y regulaciones que permitan y promuevan el desarrollo del mer-
cado y del sector privado.
»»Estado de derecho, entendido como la calidad del cumplimiento de contratos, la
administración de justiciar, la calidad de la policía y los índices del crimen y la violencia.
»»Voz y rendición de cuentas, que incluye diversas mediciones de respeto y ejer-
cicio de los derechos humanos y políticos y de las libertades civiles, tales como la
participación en la elección de gobernantes, la libertad de expresión y la libertad de
asociación.
»»Estabilidad política y ausencia de violencia, que comprende la probabilidad de
amenazas o cambios que generen inestabilidad del gobierno y sus instituciones, vio-
lencia interna y terrorismo. También monitorea la implementación y continuidad de
políticas públicas.
»»Control de la corrupción, considerado como la medida en que el poder público
se ejerce para obtener ganancias privadas, incluyendo las pequeñas y las grandes
formas de corrupción, así como el grado en que el Estado está capturado por inte-
reses privados.
Casi todos estos indicadores de capacidad de gobierno correlacionan significativamente y
de forma directa con el apoyo a la democracia y el nivel de democracia electoral. Además,
correlacionan fuertemente entre sí. En términos generales, se puede afirmar que las capa-
cidades del Estado impiden el desencanto y mejoran los niveles de democracia política. No
obstante, la influencia de las capacidades del Estado es más marcada sobre el nivel de de-
mocracia que sobre el apoyo popular al gobierno del pueblo. (Ver tabla 4)
Si se ordenan estos indicadores de capacidad según la magnitud de su relación con el ni-
vel de democracia, de mayor a menor, el factor más influyente parece ser responsabilidad
(accountability) y rendición de cuentas, luego el funcionamiento del Estado de derecho, el
control de la corrupción, la capacidad de mantener la estabilidad política, la efectividad del
gobierno y, por último, la capacidad regulatoria. No obstante, debe insistirse en que todos los
factores que miden la capacidad del Estado para producir resultados (políticas) y producir
bienes públicos (como la seguridad, el cumplimiento de la ley y el orden político, entre otros)
se relacionan significativamente con la democracia.

73
TABLA 4: Correlación de Pearson entre indicadores de gobernabilidad del Banco
Mundial, el apoyo a la democracia y el índice de democracia
electoral América Latina, 1996-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos suministrados por el Banco Mundial, Latinobarómetro y V-Dem.

La capacidad regulatoria correlaciona negativamente con el apoyo a la democracia y, ade-


más, es el único coeficiente sin significación estadística. Siendo que el énfasis de ese indi-
cador está puesto en la capacidad del Estado, estabilidad política y ausencia de gobierno,
imperio de la ley para intervenir eficazmente en el mercado mediante incentivos al sector
privado, no sorprende que este indicador no influya en el apoyo popular a la democracia.
Todos los demás indicadores de gobernabilidad favorecen el apoyo a la democracia por par-
te de los ciudadanos. De todos, el más fuertemente relacionado con el apoyo es la provisión
del orden necesario para lograr estabilidad política y la ausencia de violencia. El control de la
corrupción y la responsabilidad gubernamental son los otros dos factores que más favorecen
el respaldo popular a la democracia.
En suma, a mayor capacidad del Estado para asegurar efectividad en la implementación
de políticas, estabilidad y paz, cumplimiento de las normas, responsabilidad y rendición de
cuentas, tenemos mayor democracia y menor desencanto. No obstante, por ahora no es po-
sible determinar empíricamente el sentido de la causalidad. No se puede afirmar con certeza
si son las capacidades del Estado las que explican mejores niveles de democracia y de apoyo
popular a la misma o si es lo contrario. Este es uno de los temas que merece mayor y mejor
atención en futuros estudios.

74
CONCLUSIONES
En este trabajo se ha hecho un recorrido acelerado y con una visión panorámica de la rela-
ción teórica y empírica entre el desencanto y la democracia, tomando como base la literatura
sobre el tema y los datos comparables disponibles. Se propusieron definiciones de ambos
conceptos y se emplearon indicadores para medirlos a lo largo del tiempo, cubriendo la ma-
yor parte de la historia democrática postransiciones en América Latina. Los datos empleados
provienen de fuentes secundarias. Por razones de tiempo y recursos no pudieron generarse
datos primarios. La recolección y análisis de datos intencionalmente producidos para descri-
bir y explicar los problemas de la democracia latinoamericana debe ser parte sustantiva del
trabajo a realizarse en fases ulteriores de esta investigación.
La información disponible permite ofrecer una descripción del panorama de la democracia
en la región. Aunque preliminar, esta descripción puede servir de punto de arranque para
mediciones más precisas y elaboraciones teóricas más sofisticadas. El panorama preliminar-
mente descrito permite ver una serie de regularidades, diversidades, paradojas y anomalías
que, en términos generales, apuntan a sostener la tesis de que en América Latina hay una
declinación de la democracia y un deterioro de importancia en el nivel de apoyo y satisfac-
ción con esa forma de gobierno.
La situación actual de la democracia en la región es paradójica. Pese a que hoy en día hay
muchas más democracias que en el siglo anterior, el encanto inicial que produjo en cada país
la ola democratizadora de los ochenta y noventa contrasta con retrocesos y desencantos de-
mocráticos. Siendo indudable que hay más países con gobiernos democráticos en América
Latina, es también evidente que los niveles de democracia han descendido.
No obstante, en este proceso no hay uniformidad. En algunos países el deterioro de los nive-
les y apoyos de la democracia se produjeron poco después de que transitaron a la democra-
cia; en otros, el desencanto y retroceso democrático aparecen más recientemente, mientras
que en algunos otros el proceso es irregular en el tiempo, con picos de apoyo a veces muy
altos y descensos abruptos. En algunos de estos últimos pareciera haber un cierto patrón cí-
clico de alzas y bajas del desencanto. Mientras, algunos países que no eran democráticos en
los setenta han elevado apreciablemente sus niveles de democracia; en otros que sí lo eran
se ha producido un marcado retroceso.
Hay más democracias, pero muchas de ellas se han hecho menos democráticas, cuentan
con menor apoyo de la población y generan menos satisfacción. El retroceso de la demo-
cracia no es uniforme, pero sí suficientemente extendido y agudo como para permitir afirmar
que hay una nueva crisis de democracia en la región. Las explicaciones hipotéticas a los re-
trocesos democráticos tampoco son uniformes. Hay una gran diversidad en la región en los
niveles de democracia, de apoyo y de satisfacción, y las explicaciones que parecen funcionar
en un país no sirven en muchos otros para dar cuenta de por qué la democracia, el apoyo y
la satisfacción han retrocedido.
Tal crisis es más profunda en algunos países que en otros, pero incluso en Costa Rica, Uru-
guay y Chile, los tradicionalmente más democráticos de la región, hay indicios de cierto
deterioro. Argentina, Panamá y Perú no alcanzan aún los niveles de democratización que
históricamente han caracterizado a los tres países más cuantitativamente democráticos, pero
sus niveles de democracia han mejorado sustantivamente. No obstante, pese a caídas co-
yunturales recientes que deben ser analizadas cuidadosamente, se puede afirmar que los
seis casos antes mencionados son los menos preocupantes, comparativamente hablando.

75
Con ello no se quiere decir que no hay amenazas de importancia, sino que su situación es
menos crítica que la de otros países de la región.
Los seis casos mencionados antes contrastan con otros que, incluso habiendo tenido demo-
cracias de larga duración en su historia como Venezuela, experimentan hoy en día importan-
tes declives. El caso venezolano puede servir de alerta para toda la región y especialmente
para aquellos países con menores retrocesos de democracia actualmente. La democracia no
se puede dar por sentada. La democratización no es un proceso unilineal e irreversible. La
democracia puede retroceder y ello puede suceder de una forma gradual pero persistente
en el tiempo, sin que ocurran interrupciones violentas del hilo constitucional (revoluciones
sociales y golpes militares), e incluso realizándose elecciones periódicas y frecuentes. Ade-
más de Venezuela, la lista corta de los países con peor desempeño democrático reciente
incluye a Bolivia, Brasil, Ecuador, Honduras y Nicaragua.
Otras naciones no alcanzan los niveles más altos de democratización observados en Costa
Rica, Chile o Uruguay, e incluso han experimentado descensos en su cantidad de democra-
cia recientemente. Estos países, cuya lista incluye a Colombia, Guatemala, México, El Salva-
dor y Paraguay, no han enfrentado niveles de retroceso democráticos tan marcados como
en Venezuela, Nicaragua, Honduras, Brasil, Bolivia o Ecuador, pero ciertamente sufren de
crisis democráticas de mediana intensidad, tanto en relación con el debate teórico como con
algunos de los hallazgos empíricos.
La actual crisis de democracia de la región no es la primera, ni mucho menos es terminal o
irreversible. No obstante, no esta claro si los retrocesos democráticos apenas están comen-
zando, ni cuál es la profundidad que puedan alcanzar en el futuro inmediato. Lo que sí se
sabe es que tales retrocesos constituyen una señal de alarma que no puede pasar desaper-
cibida. Tal señal convoca a los académicos de la región tanto a la investigación dirigida a dar
cuenta del fenómeno, como la acción comprometida con el rescate y la profundización de
las prácticas democráticas.
No obstante, esta crisis tiene algo especial. Ella combina, en muchos países de la región a la
vez, niveles altos de retroceso de las instituciones democráticas (medidos con los índices de
V-Dem) con caídas de importancia en el apoyo a la democracia, elevación de la indiferencia
entre democracia y formas no democráticas de gobierno e, incluso, algunas alzas en la valo-
ración de las alternativas autoritarias (según datos de Latinobarómetro y LAPO). ¿Hasta qué
punto constituye esto o no una “tormenta perfecta” que puede llevarse consigo los avances
democráticos en la región? Este es un asunto urgente que solo puede ser dilucidado por
medio de investigaciones más exhaustivas, como la profundización de los estudios de caso
que acompañan a la descripción del panorama de la región que en este trabajo se presenta,
así como por la vía de mejores y más profundos análisis comparativos.
Con base en lo que nos dice la literatura y los datos disponibles, podemos concluir que:
»»La democracia electoral, procedimental o representativa, cualquiera que sea la de-
nominación que se prefiera, no es prescindible a la hora de explicar la valoración que
hacen los ciudadanos de la democracia. Es claro que a mayor poliarquía, mayor apo-
yo a la democracia. Bien sea porque la cultura de respaldo ciudadano a la democra-
cia hace que los niveles efectivos y formales de esta sean mayores o, al contrario, que
sea el adecuado funcionamiento de instituciones formales de la democracia lo que
lleva a una valoración positiva y apoyo de esta forma de gobierno. Sea como fuese, el
porcentaje de personas que apoyan a la democracia (es decir, el indicador del nivel
de desencanto con la democracia) correlaciona significativamente con el nivel de

76
poliarquía. Lo mismo indican los resultados para variables que miden el desempeño
de los gobiernos democráticos, como por ejemplo la “voz y rendición de cuenta,” que
ofrecen otras formas de medir el funcionamiento del Estado democrático.
»»El apoyo a la democracia es favorecido por el desarrollo de todas las dimensiones
de democracia examinadas en este trabajo. Las variaciones en niveles de protección
liberal de los derechos individuales por el Estado, participación, deliberación y, muy
especialmente, en términos de igualdad material, formal y de oportunidades, explican
en buena medida las variaciones de apoyo y desencanto con la democracia de parte
de los ciudadanos.
»»Junto a la igualdad, el componente deliberativo de la democracia guarda relación di-
recta con el apoyo a esta. Los procesos deliberativos son recientes (pese a que algunos
son también ancestrales en comunidades indígenas) y poco extendidos. No obstante,
al parecer se puede concluir que a mayor involucramiento de los ciudadanos en expe-
riencias en las cuales, a través del diálogo, se halla un piso común para la acción colec-
tiva, mayor es el respaldo que recibe la democracia como forma de gobierno.
»»Las capacidades del Estado muestran que la eficacia gubernamental, la accountability
del gobierno, el aseguramiento del orden y la paz en el territorio, el Estado de derecho
y el cumplimiento de la ley, la estabilidad política y la transparencia y control de la co-
rrupción, guardan relación directa tanto con el nivel de democracia como con el apoyo
de la población a esta. De nuevo, no es fácil determinar el sentido de la relación. ¿Es el
Estado el que crea las condiciones para una mejor democracia o son el apoyo popular
a la democracia y el funcionamiento adecuado del mecanismo de competencia política
los que llevan a niveles más elevados de capacidad estatal? Este es un problema de
gran importancia y debe estar en la agenda de futuras investigaciones.
»»Finalmente, también es materia pendiente un mejor análisis del efecto que las crisis
presidenciales (incluyendo las que afectan a expresidentes y aquellas que no termi-
nan en la salida definitiva del presidente antes de terminar su período) pueden tener
sobre el funcionamiento de las instituciones y apoyo a la democracia. Como conjetu-
ra, se sostiene que el deterioro de la imagen de políticos tan influyentes como los pre-
sidentes latinoamericanos y de una institución tan visible y poderosa como la jefatura
del ejecutivo nacional es uno de los factores que pudiera contribuir al desencanto
con la democracia en la región.
En la actual coyuntura de salud pública, es posible que se agudicen ciertas medidas restric-
tivas de la libertad individual, que haya postergaciones o se haga más fácil la manipulación
de elecciones y que aumente la concentración de poder en manos del ejecutivo nacional.
Al mismo tiempo, la crisis de salud pública también crea oportunidades para la acción co-
lectiva mediante el desarrollo de redes de comunicación y organización social que pueden
contribuir a chequear y reducir el potencial efecto antidemocrático de la crisis, tanto durante
como después de la pandemia. No obstante, las evidencias de retrocesos en las instituciones
y actitudes democráticas en la región surgieron mucho antes de la pandemia e incluso antes
de la preocupante ola de protestas y represión ocurridas principalmente en 2019 en varios
países de la región (especialmente Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Honduras, Haití, Nica-
ragua, Perú, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela).
A todo lo anterior se suman algunos factores críticos que pueden contribuir a explicar el
desencanto con la democracia y para los cuales es necesario profundizar en el análisis y
hallar mayor y mejor información empírica cualitativa y cuantitativa en el futuro inmediato. En

77
primer lugar, es necesario prestar atención a inequidades económicas y sociales derivadas
de desigualdades de género, etnia, regiones y culturas, acumuladas en el tiempo. A tal fin, es
indispensable desarrollar métodos e indicadores más precisos que los empleados acá.
En segundo lugar, debe investigarse con atención el peso que sobre la democracia y su des-
empeño pudieran tener las altas cifras de criminalidad en la región, los problemas endémicos
de violencia social e inseguridad ciudadana, la violación sistemática de derechos humanos
y prevalencia del crimen organizado asociado a un significativamente alto tráfico ilegal de
sustancias psicoactivas (drogas).
Finalmente, también es importante abordar las oportunidades y amenazas para la democra-
cia del surgimiento de un nuevo y poderoso elemento del paisaje de la comunicación políti-
ca: las tecnologías de la información, la inteligencia artificial y las redes sociales. Este nuevo
elemento crea oportunidades inéditas de interacción social, potencialmente útiles para la
organización, deliberación y participación política. Las redes pueden crear espacios virtuales
para canalizar y organizar el desencanto y crear formas alternativas de organización y acción
política que no tienen cabida en los canales ordinarios de la democracia electoral. Ellas pue-
den hacer posible que voces tradicionalmente silenciadas logren ser escuchadas. En suma,
podrían tener un efecto democratizador en la definición de la agenda de problemas públicos
y la coordinación de la acción social dirigida a buscar soluciones democráticas. No obstante,
hasta ahora, la tecnología y las redes han sido vinculadas al resurgimiento del personalismo
político neo-populista, respaldado por nuevas tecnologías de información y desarrollo de
mecanismos efectivos de control social por parte de gobernantes autoritarios. Este tema es,
sin duda, de importancia central en la agenda actual de investigación sociopolítica.

78
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85
86
CAPÍTULO II
Crisis y desencanto con la democracia
en América Latina
AMENAZAS Y OPORTUNIDADES PARA EL CAMBIO
ESTUDIOS DE CASO

87
88
INTRODUCCIÓN
El deterioro en los últimos años del apoyo en la democracia en la Argentina está en sintonía con
lo que ocurre en América Latina en general. En la Argentina, en 2018 solo el 58 % de la pobla-
ción apoyaba a la democracia, diez puntos por debajo del nivel de apoyo que existía en 2015
y apenas un punto por encima del que se verificó en 2001 (Latinobarómetro, 2018), cuando
en toda la región se sentían con fuerza los efectos de la crisis asiática y en el país se daba una
de sus peores crisis económicas y políticas desde la restauración de la democracia en 1983.
El presente trabajo pretende ser una contribución, si bien preliminar, para establecer cuáles
factores o qué aspectos de la democracia argentina y su funcionamiento pueden explicar
este deterioro.
El texto se estructura de la siguiente manera. En un primer apartado se examina lo que la
literatura sobre la democracia argentina reciente señala respecto del funcionamiento de la
democracia en los últimos años, tanto en términos generales como en algunos de sus aspec-
tos político-institucionales y sociales más relevantes.
En las seis secciones siguientes, se abordan diferentes aspectos o rasgos de la democracia
argentina que podrían aportar una explicación de la caída del apoyo a la democracia en este
país: crisis de la institución presidencial, corrupción, desigualdades, denegación de justicia y
corrupción judicial, preeminencia de intereses sectoriales o particulares y, finalmente, neopo-
pulismo y redes sociales. Estos factores se examinan debido a que los mismos parecen tener
una incidencia significativa en el apoyo a la democracia en un estudio cuantitativo previo que
abarca la totalidad de países de la región (Álvarez 2020). Un séptimo factor crítico identifica-
do como potencialmente relevante, cual es la prevalencia de organizaciones criminales que
inciden y/o condicionan sustancialmente el proceso político, no ha sido examinado dada la
razonable presunción que este factor no tiene suficiente entidad en este país (la criminalidad, si
bien en aumento en los últimos años, aun se mantiene circunscripta al ámbito de la “seguridad”
y las correspondientes representaciones y actitudes ciudadanas respecto de la misma).
En el octavo apartado presentamos un estudio cuantitativo en base a una encuesta de LAPOP
(correspondiente a la onda 2018-2019). La intención de este estudio es realizar observacio-
nes y deducciones relativas a la subjetividad de los ciudadanos, de tal modo de avanzar en
el establecimiento de un vínculo analítico entre los factores objetivos de nivel macro que se
abordaron en los apartados anteriores y las actitudes y/o representaciones de los ciudadanos.
El trabajo cierra con algunas reflexiones a modo de conclusiones. Estas, en su faz analítica,
se concentran en establecer el mencionado vínculo entre las características que asume la
democracia argentina y los factores que a nivel individual inciden sobre el apoyo o no apoyo
a la democracia. En su faz normativa, abordamos en ellas cuestiones relativas a las acciones
que debieran tomarse para incrementar el apoyo a, y la satisfacción con la democracia, y el
rol de los académicos en este sentido.

LA DEMOCRACIA ARGENTINA EN LOS ÚLTIMOS AÑOS:


ESTADO DE LA CUESTIÓN
La literatura que realiza una evaluación general sobre el desempeño democrático en la Ar-
gentina en los últimos años es muy escasa. Sí es mucho más numerosa y variada la biblio-
grafía que se ocupa de aspectos parciales de la dinámica democrática en el país, como el
funcionamiento del Congreso, el sistema de partidos, la participación política, etcétera.

89
Entre los trabajos con una perspectiva más global destaca el de Gervasoni (2015), quien, des-
de una posición muy crítica respecto del kirchnerismo, hace una evaluación sistemática de
diferentes dimensiones de la democracia durante los gobiernos kirchneristas (2003-2015).
Desde su punto de vista, en estos años la democracia argentina ha mostrado retrocesos en
varias dimensiones (liberal, consensual, participativa y deliberativa), un resultado neutro en
otras (electoral e igualitaria) y positivo en la dimensión mayoritaria. En líneas generales, para
este autor se verificó un retroceso de la calidad democrática con cierto riesgo de caer en
un régimen híbrido (el cual presenta elementos autoritarios tan importantes como los demo-
cráticos). No obstante, este riesgo no se materializó y el régimen político podía caracterizarse
como democrático hacia finales de los gobiernos kirchneristas.
La perspectiva global que ofrece Murillo (2017), por otra parte, tiene connotaciones más posi-
tivas, particularmente en aquel aspecto (el de la democracia liberal) que para Gervasoni (2015)
es el más preocupante en su diagnóstico. Para esta autora, la democracia argentina muestra
desde 1983 un avance y expansión continuos de derechos que se dieron a través de gobiernos
de distinto signo político. Estos avances tuvieron importantes hitos durante las décadas del
ochenta y del noventa del siglo pasado (juicio a las Juntas Militares de la última dictadura, ley
de divorcio, cuota femenina en el Congreso, educación sexual y reproductiva, etcétera).
Esta agenda de derechos individuales continúa durante el kirchnerismo cuando se
aprueba la ley de matrimonio igualitario, el derecho a la identidad de género y el fin
de las restricciones discriminatorias a la adopción, entre otros. Este proceso no pa-
rece haberse detenido durante el gobierno de Cambiemos si bien no es una de sus
banderas. (Murillo, 2017: 208)

En lo que hace a la evaluación de aspectos más específicos de la institucionalidad y la política


democrática argentina en los últimos años, puede decirse que, en general, los diagnósticos
resaltan progresos y aspectos positivos, no sin reconocer la vigencia de problemas o aspec-
tos negativos relativamente serios.
En el caso del Congreso, Calvo (2013) sostiene que las evaluaciones negativas sobre su fun-
cionamiento tanto en el ambiente académico como periodístico son en realidad prejuicios
que no tienen sustento en el real desempeño de la política legislativa. En general, para este
autor, no es cierto que el Congreso actúe como la “escribanía” del Poder Ejecutivo, ya que un
alto porcentaje de las iniciativas legislativas de aquel o no se aprueban o son aprobadas con
modificaciones. Por otra parte, el Congreso actúa efectivamente como una barrera eficaz
contra el uso unilateral de los decretos por parte del Presidente. El funcionamiento del Con-
greso presenta ciertos déficits, pero estos están lejos de configurar una imagen predominan-
temente negativa. Es cierto “[…] (que) existe una diferencia significativa entre la percepción
pública y el desarrollo de la actividad legislativa en el Congreso”, pero “[…] esta diferencia se
explica diciendo que los créditos legislativos son capitalizados por los actores políticos mien-
tras que los costos son socializados por la institución” (Calvo, 2013: 155).
En cuanto al sistema de partidos y los partidos políticos, es bien conocido que la crisis de
2001 implicó una masiva desafección partidaria que prácticamente pulverizó (en términos
electorales y en algunos casos de la propia existencia organizativa) al polo no peronista del
sistema partidario. En esta situación, una gran masa de votantes se convirtió en “huérfana”
de la política partidaria (Torre, 2003). Sin embargo, tras doce años de aquella crisis, y luego
de un proceso gradual de paulatina articulación, el polo no peronista logró reconstituirse en
una alianza (Cambiemos) que alcanzó el gobierno en 2015 (Torre, 2017). Este triunfo elec-
toral tuvo un significado más profundo que la, ciertamente clave, reconstitución de un polo

90
electoral que subsane el vacío representativo originado por aquella crisis. Implicó, además,
que por primera vez en la historia política argentina una coalición de centro-derecha pudiera
legitimarse electoralmente. Esto parece “[…] un hecho crucial para un país donde la falta de
alternativas electorales de derecha llevó a la constante inestabilidad democrática en el siglo
veinte” (Murillo, 2017: 209). Adicionalmente, la alianza Cambiemos parece haber procesado
exitosamente el test de la derrota electoral de 2019 en cuanto a su continuidad como coa-
lición electoral y alternativa efectiva de gobierno. El peronismo, por su parte, se recompuso
de la derrota de 2015 sin disgregarse en sus diferentes líneas internas. De este modo, el sis-
tema de partidos argentino parece reordenado en dos coaliciones (una de centro-izquierda
y otra de centro-derecha) que en principio aparecen como estables y capaces de sostener
la condición democrática de la alternancia. Más aún, el gobierno de Cambiemos, a pesar de
ubicarse en las antípodas programático-ideológicas del anterior gobierno peronista, mantuvo
sin cambios sustanciales algunas de sus políticas más importantes, particularmente las de
asistencia social, la propiedad estatal de grandes empresas de servicios y la administración
por el Estado del sistema de pensiones y seguridad social (Nazareno, 2019).
Otro aspecto de la democracia argentina que llamó la atención de los estudiosos es el de la
participación política más allá del voto en las elecciones y la militancia estrictamente partida-
ria. A pesar que la Argentina tiene habilitados recursos de participación política no electoral
y de democracia semi-directa (referéndum, que a partir de la Constitución de 1994 pasó a
ser “consulta popular”, e iniciativa legislativa ciudadana), estas instituciones fueron muy poco
utilizadas en toda la etapa democrática (Welp, 2008; Sancari, 2014) y no lo fueron en abso-
luto en por lo menos los últimos diez años. Sin embargo, para muchos autores, un rasgo de la
democracia argentina es que diferentes tipos de actores sociales y a través de diferentes mo-
dalidades de participación política no institucionalizada han extendido su rango de acción,
el alcance de las temáticas abordadas y su incidencia sobre distintas áreas del Estado, de tal
modo que la dinámica política y las acciones estatales no pueden entenderse completamen-
te sin referencia a este tipo de participación. Buena parte de los avances en cuanto a diferen-
tes tipos de derechos (civiles, sociales, medio ambientales, de género, de pueblos originarios,
de aplicación de justicia, etcétera) y de control sobre el Gobierno y el Estado (reclamos por
transparencia, control de la corrupción, la violencia institucional, etcétera), tanto desde la
reinstauración democrática en general como en los últimos años en particular, han sido en
buena medida resultado de la movilización, la protesta y la acción de diferentes grupos y ám-
bitos de la sociedad civil (Delamata, 2013; Mauro y Rossi, 2011; Böhmer, 2013; Murillo, 2017;
Pérez y Pereyra, 2013). Por cierto, la participación política desde y a través de la sociedad
civil, presenta aún muchas debilidades: su heterogeneidad, sus agendas no siempre conver-
gentes y aun antagónicas, su falta de articulación y sus respuestas no siempre consistentes
respecto a las ofertas de integración a las estructuras partidarias y a las del propio Estado
(Mauro y Rossi, 2011). No obstante, su crecimiento cuantitativo y cualitativo es innegable, se
ha transformado en un rasgo característico de la sociedad democrática argentina y si bien
no todas sus iniciativas y demandas han tenido éxito, han generado un cambio profundo en
las dinámicas político-partidaria y electorales como generadoras y garantes de derechos, en
la generación de una nueva narrativa democrático-comunitaria y en la emergencia de una
nueva semántica institucional (Delamata, 2013; Annunziata, 2013).
Un aspecto diferente, si bien con fuertes vínculos con el de la vitalidad creciente de la socie-
dad civil, fue lo que se dio en llamar la “(re)politización” de las juventudes. A partir de 2001
y especialmente a partir del primer gobierno de los Kirchner en 2003, los jóvenes, hasta
entonces un estrato etario relativamente desafectado de la política, se vuelca masivamente a

91
ella a través de distintas formas de participación, desde los movimientos sociales y la protesta
hasta la militancia partidaria (Quiroga, 2016).
Como puede verse, las evaluaciones que en la literatura se hacen sobre el balance general y
algunas dimensiones claves del desempeño democrático argentino en los últimos años pue-
den considerarse, hasta cierto punto, positivas.
Sin embargo, la literatura marca también al menos tres cuestiones que se ubican claramente
entre las deudas de la democracia argentina, las cuales, de no abordarse pronta y adecua-
damente, pueden comprometer seriamente la calidad democrática en el país.
Una de ellas, de más largo plazo, son las crisis económicas de gran profundidad y virulencia
que desde 1983 recurrentemente afectan al país. La Argentina ha vivido, en fases que duran
aproximadamente diez años, crisis de gran magnitud que implicaron el crecimiento exponen-
cial de las tasas de inflación y depreciación monetaria, la caída abrupta de la producción y la
elevación de la pobreza, la desigualdad y/o el desempleo a niveles de enorme magnitud. La
recurrencia y gravedad de estas crisis tienen un efecto negativo sobre la credibilidad de los go-
biernos (Margheritis, 2019). Luego de cada crisis, sobrevienen períodos de fuerte recuperación.
Sin embargo, estas recuperaciones no disipan el temor de que nuevas crisis se produzcan, ni
la desconfianza en las capacidades de los gobiernos para evitarlas. Además, cada gobierno
que asume luego de una crisis, adopta una política “refundacional” que pretende rupturas
abruptas con el pasado, dañando la posibilidad de acumulaciones incrementales de logros y
experiencias socio-económicas (Murillo, 2013). Por otra parte, estas recuperaciones poscrisis
tampoco logran restaurar la situación social en su nivel previo a la crisis, con lo cual se verifica
una tendencia de mediano y largo plazo de creciente deterioro social. De este modo, se ha
configurado en los últimos años un panorama de fragmentación social que no existía en el país
al inicio de la restauración democrática: amplios sectores sociales se encuentran sumidos en la
pobreza, desplazados del mercado laboral formal y sin perspectivas ciertas de mejora susten-
table en el mediano plazo. Es cierto que hasta ahora los efectos políticos de estas brechas se
han canalizado a través de movimientos sociales y partidos políticos (en especial el peronismo).
Pero cabe la pregunta de hasta dónde este partido podrá administrar las tensiones que surgen
entre su base trabajadora formal y la creciente masa de trabajadores informales (Torre, 2017).
El segundo problema, también con una vigencia de décadas, es la fragmentación territorial
del sistema político y su efecto sobre la calidad de las políticas públicas y gobernabilidad. En
una adaptación disfuncional a la estructura federal del país, los partidos políticos se han con-
vertido en “federaciones de partidos provinciales” (Torre, 2005) y las elecciones se han des-
nacionalizado (un partido político nacional obtiene resultados electorales muy divergentes
en los distintos distritos subnacionales) (Calvo y Escolar, 2005). De este modo, los gobiernos
nacionales deben construir coaliciones de gobierno en una permanente negociación con las
elites políticas provinciales; estas coaliciones tienen una base inestable ya que no se sostie-
nen en fundamentos ideológico-programáticos y/u organizacionales, sino en intercambios
contingentes de diferente tipo (Escolar, 2013). Estas negociaciones afectan negativamente
la eficiencia y equidad de las políticas públicas y la distribución de recursos en el territorio
nacional (Escolar, 2013; Ardanaz, Leiras y Tommasi, 2012 y González y Mamone, 2011).
Finalmente, un problema que puede considerarse más reciente, pero que, no obstante, abre un
horizonte preocupante hacia el futuro, es la creciente polarización e intolerancia social y polí-
tica en diferentes ámbitos de la sociedad civil. El racismo, el sexismo y actitudes y expresiones
discriminatorios de diferente tipo parecen haberse extendido y agudizado en los últimos años.
Es justo reconocer que muchos movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil e

92
incluso organismos específicos del Estado han generado reacciones muchas veces efectivas
respecto a esta tendencia. No obstante, esta parece clara. Una encuesta de 2011 muestra que
aproximadamente un tercio de la población era abiertamente misógino, homofóbico, racis-
ta, clasista y xenófobo (Grimson, 2015). Desde entonces a la fecha no parece haber habido
cambios positivos, sino todo lo contrario, en la medida que la esfera pública ha mostrado un
crecimiento notorio (incluso en los medios de comunicación y, particularmente en las movili-
zaciones políticas) de la agresividad respecto de oponentes o adversarios políticos a partir de
descalificaciones racistas, misóginas, ideológicas o de otro tipo (Grimson, 2015: 2014).

SITUACIÓN DE LA PRESIDENCIA: CREDIBILIDAD, RESPALDO Y CRISIS


La Constitución argentina, en el artículo 1, adopta para su gobierno la forma representativa
republicana federal y, en el artículo 87, asigna el ejercicio del Poder Ejecutivo a un ciudadano
con el título de presidente de la Nación. La constitución histórica de 1853 tomó el modelo de
la Constitución de Filadelfia de 1787, con algunas diferencias que establecieron un tipo de
presidencialismo más “fuerte”, al estilo de la Constitución de Chile de 1833, bajo la influen-
cia de Alberdi. Las atribuciones del presidente establecidas en la Constitución (CN. art. 99)
además de consagrarlo jefe supremo de la Nación, jefe de gobierno y responsable político
de la administración general del país, comprenden incluso funciones de naturaleza colegis-
lativa y reglamentaria: puede presentar proyectos de ley, además de promulgar y publicar
los sancionados por el Congreso y vetar las leyes. Excepcionalmente también dictar decretos
de necesidad y urgencia. Al asumir este diseño institucional el constituyente abrió lugar a la
posibilidad de existencia de tensiones dentro de la misma Constitución en el ejercicio del po-
der, entre la división de poderes, característica del sistema republicano, y el sistema federal
de gobierno, que reconoce la autonomía de las provincias, por un lado, y la concentración
de poder en el Ejecutivo, por el otro, con impacto sobre todas las partes comprometidas
en el difícil juego político- constitucional que demanda equilibrio de poder. La Constitución
contempla la figura del vicepresidente de la Nación y establece las mismas reglas tanto para
el presidente como para el vicepresidente. Le asigna al vicepresidente el ejercicio del Poder
Ejecutivo en caso de enfermedad, ausencia de la capital, muerte, renuncia o destitución del
presidente. Además, ejerce la presidencia del Senado de la Nación. Institucionalmente la fi-
gura del vicepresidente está asociada a la necesidad de cubrir la acefalía del Poder Ejecutivo
en las situaciones previstas por la Constitución, que contemplan situaciones temporales y
permanentes. El espíritu de la Constitución en caso de acefalía es garantizar la continuidad
del ejercicio del poder por aquella autoridad que ha sido elegida conforme las mismas con-
diciones que el presidente. Sin embargo, la realidad ha dado muestras de los problemas que
en los hechos puede generar una relación conflictiva entre quien ejerce la presidencia y la
vicepresidencia. La ambición política, la deslealtad, la incapacidad, la implicación en escán-
dalos públicos o hechos de corrupción, el enfrentamiento directo u otras razones, puede
minar o comprometer el poder del presidente y constituir incluso la causa de una crisis pre-
sidencial. En Argentina, desde 1983 a la fecha, se han presentado situaciones de diversa ín-
dole que muestran lo delicada que es, en términos de sus consecuencias políticas, la relación
presidente–vicepresidente: la renuncia del vicepresidente Álvarez en el gobierno de De la
Rúa, el voto no positivo de Julio Cobos en el gobierno de Cristina Fernández en tiempos de
la 125 y la crisis con el campo, las causas de corrupción de Boudou, también en un gobierno
de Cristina Fernández y, lo más reciente, la tensión entre la vicepresidenta Cristina Fernández
y el presidente Alberto Fernández, a quien ella misma nominó para ese cargo.

93
Es pertinente observar que la cualidad de fuerte o débil y sus gradaciones, puede ser seña-
lada como característica de la presidencia-institución y entonces contemplamos el conjunto
de atribuciones que la Constitución otorga al presidente, o bien, como característica política
de los presidentes, y entonces lo que observamos es la forma como asume su liderazgo y las
relaciones con los actores institucionales y no institucionales, conforme o no a las normas.
Es un dato de la realidad que múltiples factores han desplazado al Congreso del centro del
poder político y han situado en su lugar al Poder Ejecutivo, que nominalmente ocupa en el
orden institucional una posición subordinada a la ley. Entre estos factores los estudios des-
tacan: las interrupciones del orden constitucional; las emergencias políticas, económicas y
sociales que opacan el protagonismo del Congreso; la crisis de los partidos políticos y la
crisis de representación política que pone en cuestión la legitimidad del Congreso y de los
mecanismos a partir de los cuales articula su funcionamiento; la desvalorización de sentido
de la ley en sociedades anómicas, a lo que se suma la emergencia de liderazgos personalis-
tas donde lo importante es la persona del líder y no la institución y sus reglas. En Argentina,
las asimetrías económicas, sociodemográficas y culturales, la inestabilidad democrática y
las prácticas clientelares, corporativas y oportunistas –por citar solo algunos aspectos–,
no favorecieron, desde hace décadas, el desarrollo de capacidades institucionales para lle-
var adelante la producción de bienes colectivos e impulsar relaciones más transparentes,
horizontales y negociadas para la potenciación de dichas capacidades. Se constata aquello
que la literatura politológica afirma: el oportunismo político –caracterizado por anteponer el
éxito político personal a principios y valores– se desarrolla especialmente en situaciones de
crisis o debilidad institucional del sistema político.
El hiperpresidencialismo es un fenómeno jurídico, fáctico y cultural. Modificar las normas
para atenuar el hiperpresidencialismo legal no implica necesariamente, por cierto, que se
modificarán correlativamente las condiciones y las prácticas que han dado lugar al hiper-
presidencialismo como realidad política. Argentina por historia, tradición y cultura es un país
presidencialista, tolerante frente al ejercicio discrecional del poder –aunque ello represente
un riesgo para la libertad y la igualdad–, a la vez que vacilante en su adhesión y respaldo a
una figura presidencial honesta y apegada a las normas, conforme sea su desempeño en el
campo económico. Lo que lleva a cuestionar si los antecedentes de corrupción funcionan
como factores destituyentes o instituyentes, esto es, qué papel efectivo juegan en una crisis
presidencial o en una elección. Hay que destacar, como componente negativo de nuestra
cultura política, la tendencia hacia un “legalismo”, de frondosa normativa jurídica con escasa
vigencia efectiva, además de una tendencia a la configuración centralista y jerárquica de la
estatalidad, si no siempre formalmente, sí en el plano informal. Ello mucho tendría que ver
con un centralismo que hunde sus raíces en la historia colonial que ha tendido a perdurar
en el comportamiento de las elites políticas. El peso del rol institucional del presidente en
Argentina no solo es el resultado del que le atribuyen las normas, sino del que le asigna el
imaginario social. Especialmente en las crisis, los gobernadores, legisladores, sindicalistas
y empresarios, demandan hablar directamente con el presidente, no con sus delegados o
representantes y la ciudadanía exige acciones; “[…] los presidentes argentinos están casi obli-
gados a mostrarse fuertes, tomar decisiones fundacionales, distinguir amigos de enemigos en
forma tajante y revertir las decisiones y símbolos del mandato anterior” (San Martin, 2016).
Argentina en el año 1994 llevó adelante una reforma de la Constitución nacional que tuvo
entre sus ideas fuerza atenuar el hiperpresidencialismo resultante de sus normas y en tal sen-
tido se dispuso: la reducción del mandato del presidente a cuatro años, con posibilidad de
una reelección inmediata y elección directa, la reducción de las atribuciones del presidente

94
en la designación de los miembros del Poder Judicial mediante la creación del Consejo
de la Magistratura, la incorporación al texto constitucional de los decretos de necesidad y
urgencia. La reducción del mandato de seis a cuatro años y la admisibilidad de una reelec-
ción inmediata fueron el resultado de la negociación y pacto entre Alfonsín, que aspiraba a
atenuar el hiperpresidencialismo reduciendo el número de años del mandato presidencial
y la voluntad de Menem de obtener la posibilidad de presentarse a una reelección. Una de
las lecciones más claras de la historia reciente es que las normas constitucionales suelen ser
inertes para contener las aspiraciones de líderes que se proponen prolongar sus mandatos;
piénsese que Cristina Fernández al concluir su mandato actual como vicepresidenta con-
tabilizará doce años en el área de competencia propio del Poder Ejecutivo, dos mandatos
como presidenta de la Nación y uno como vicepresidenta, sin descartar la posibilidad de una
futura candidatura como presidenta o vicepresidenta, según se presente la oportunidad en
términos de respaldo electoral y conveniencia de diseño de la fórmula como aconteció en las
últimas elecciones. Amerita también ser señalado que Néstor Kirchner declinó postularse a
un segundo mandato para que lo hiciera su esposa Cristina Kirchner, lo cual forma parte de
la experiencia de algunas provincias argentinas en las que el poder es ejercido por muchos
años por una misma familia. La reforma de la Constitución también incorporó la figura del jefe
de Gabinete de Ministros, institución de cierto carácter híbrido por su origen parlamentario
en un sistema presidencialista, pensada para servir como válvula y asegurar la gobernabili-
dad en situaciones de crisis políticas, no cumple, sin embargo, la finalidad política para la que
fue creada. La norma constitucional se ha modificado, pero no se ha verificado en los hechos
una atenuación del hiper-presidencialismo.
Mauricio Macri gobernó desde el 10 de diciembre de 2015 hasta el 10 de diciembre de 2019,
liderando la Alianza Cambiemos. Cristina Fernández lo precedió en la conducción del Poder
Ejecutivo durante dos gestiones de gobierno. En las elecciones presidenciales de 2015 Macri
y Michetti, candidatos a presidente y vicepresidenta, se impusieron en segunda vuelta a Daniel
Scioli y Carlos Zannini, candidatos por la Alianza Frente para la Victoria, por el 51,34 % a 48,66
%. Macri ganó por una diferencia de 678 mil 864 votos, en un país con 32 millones 108 mil
509 votantes llamados a las urnas. Votó en esa oportunidad el 80,77 % del padrón electoral.
Argentina vivió con una inesperada calma este giro político tras doce años de kirchnerismo.
Macri asumió el poder con la promesa de unir a los argentinos, respetar la justicia indepen-
diente, combatir la corrupción y librar la lucha contra la pobreza. Promesas ambiciosas para
un gobernante que estaba desprovisto de las características actitudinales propias del tipo de
liderazgo de su predecesora y que accedió al gobierno sin un respaldo electoral contundente
que pudiera posicionarle en un lugar de fuerza en la toma de decisiones. Macri nunca desa-
rrolló el tipo de liderazgo presidencial que ejerció Cristina Fernández, que se caracterizó por
ser una manifestación típica de hiperpresidencialismo, al concentrar los recursos de poder
institucionales y fácticos necesarios para acentuar su gravitación personal en la dirección del
Estado. Tanto por características personales como por la existencia de condicionamientos
institucionales y contextuales desfavorables, Macri ejerció la función dentro de los cánones
relativamente normales del presidencialismo fuerte del sistema argentino. Tenía frente a él
una oposición que acababa de perder la elección pero que lo había hecho por un escaso
margen. Por los números compartían la legitimidad democrática de sus propias posiciones.
En los números, las elecciones de 2015 daban cuenta de un país partido casi justo por
la mitad, lo cual, por lo demás, no es una novedad en la historia argentina, que tiende a
concentrar los votos en dos candidatos como característica de un sistema “bipolar” (Ollier,

95
2008:73). Macri accedió al gobierno con un mandato débil de la sociedad. Esta situación
le impuso a su gestión restricciones y condicionamientos adicionales a los derivados de los
problemas económicos, sociales y políticos que recibiera de la gestión anterior. En primer
lugar, lideró una coalición integrada por varias fuerzas políticas en Cambiemos. Esto lo obligó
a asegurarse y conservar, puertas adentro, el apoyo de sus aliados. En segundo lugar, care-
cía de respaldo político en el Congreso de la Nación. Fue el primer presidente, desde 1983,
que inició su mandato sin contar con mayoría en ninguna de las dos cámaras del Congreso.
Esto lo forzó a procurar la cooperación de parte de la oposición para implementar su agenda
legislativa, lo cual pudo lograr parcialmente, al menos en aspectos clave para el ejercicio del
gobierno como es la sanción de las leyes de Presupuesto. También consiguió acuerdo para la
sanción del nuevo Código Procesal Penal de la Nación, la Ley de Responsabilidad Penal de
las Empresas, la reforma del mercado de capitales, la Ley de Acceso a la Información Pública
y quizás la más importante, la que permitió el pago de la deuda con acreedores externos. Sin
embargo, a partir de 2017, la relativa cooperación y acuerdo comienza a romperse con la re-
forma previsional y las revueltas callejeras con heridos y detenidos. Hubo también proyectos
de leyes presentados por el Poder Ejecutivo que el Congreso no sancionó por desacuerdos
sobre el contenido, por inconveniencia política, o por no aceptar la apropiación por parte de
Cambiemos de los contenidos relativos a la tutela de derechos sociales, cuyo reconocimiento
y protección reivindica para sí, como una conquista, el peronismo. Quedaron así pendientes
la sanción de una reforma electoral para terminar con la boleta de papel, hacer indepen-
diente los comicios y unificar el calendario electoral; una ley que declara la equidad salarial
entre el hombre y la mujer y aumenta la cantidad de días de licencia por paternidad y otras
licencias; la que endurece las penas para los barras brava; la que permite que las empresas
privadas financien las campañas electorales; la ley que establece la obligatoriedad del jardín
de infantes a partir de los tres años. La discusión del aborto legal, por su parte, generó disen-
so dentro de la coalición y con la oposición.
El triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativas del mes de octubre de 2017 reforzó el
respaldo legislativo del presidente pero no logró modificar la falta de mayoría en el Congreso.
Un síntoma de la debilidad de la coalición gobernante en el Congreso es el número de decre-
tos de necesidad y urgencia, herramienta excepcional de la que dispone el Poder Ejecutivo,
que ascendieron a 70 DNU en los cuatro años. Cristina Fernández dictó 81 DNU en ocho
años pero, a diferencia de Macri, en los dos períodos contó con una mayoría parlamentaria
que no le hacía necesario utilizar este recurso institucional de baja legitimidad democrática.
Macri tampoco contó con organizaciones con capacidad de movilización de la que sí dispo-
nen los sindicatos y los movimientos sociales, que ideológicamente se encuentran más próxi-
mos a Cristina Fernández. Fuertes los primeros y activos los segundos, estuvieron dispuestos
a ganar la calle durante los cuatro años de gobierno. Desde 1983, los que más sufrieron paros
nacionales fueron los gobiernos no peronistas. Macri no fue en este sentido la excepción.
De un total de 42 paros nacionales, mayoritariamente planteados bajo la consigna de lucha
contra la política económica, veintiséis se concentraron en tres presidentes no peronistas
(Alfonsín, De la Rúa y Macri), cada uno con un único mandato total o parcialmente cumpli-
do. Esto contrasta con los dieciséis paros a cuatro presidentes de origen peronista (Menem,
Duhalde, Kirchner y Fernández de Kirchner). El promedio de días que pasan los gobiernos
peronistas sin tener paros desde su asunción es de 1.108 días, mientras que en el radicalismo
y alianzas es de 275 días. Otro contraste es el que se observa entre el primer gobierno de
Cristina Fernández que no tuvo medidas de fuerza contra su gestión y el gobierno de Macri
en el que se verificaron cinco paros generales.

96
La relación con los gobernadores representa un capítulo especial en el ejercicio del poder
presidencial. Como hemos señalado, el conjunto de atribuciones que la Constitución otorga
al presidente hacen del Poder Ejecutivo el poder “fuerte” y el motor de la dinámica constitu-
cional (Bidart Campos, 1988:195). Sin embargo, y a despecho de la institucionalidad formal,
y en sintonía con las tensiones señaladas entre federalismo y Poder Ejecutivo nacional, los
análisis muestran que los presidentes argentinos suelen encontrar dificultades para lograr el
acuerdo y respaldo de otros actores que cuentan con bases autónomas de poder como los
gobernadores, cuya acción se hace sentir por la presión de sus demandas ante el gobierno
nacional, por sus reticencias a seguir la orientación de un Poder Ejecutivo nacional de dife-
rente signo partidario y por la influencia que tienen sobre los legisladores nacionales de sus
jurisdicciones. En este sentido, la dinámica del federalismo y la acción de los gobernadores
introduce límites al poder del presidente siempre que no cuente, claro está, con la habilidad
para neutralizar los límites y disciplinar a los gobernadores. La relación del presidente Macri
con cada uno de ellos osciló entre la cooperación y el desencuentro. La imagen, credibilidad
y respaldo del presidente no alcanzaron para ser reelegido, ejercer un segundo mandato
e implementar la agenda de reformas que se había propuesto y no logró realizar durante
su gestión. Diversos factores, pero particularmente la agudización de la crisis económica a
partir de 2018, debilitaron las bases de su respaldo electoral. La derrota previsible, aunque
incierta en la realidad, fue anticipada por los resultados de las primarias abiertas, simultá-
neas y obligatorias: Alberto Fernández 49,9 % y Mauricio Macri 32,93 % de los votos. Estos
resultados abrieron un período de tensión que acentuó los problemas de la crisis económi-
ca y generaron dudas sobre la gobernabilidad, desde entonces y hasta la entrega efectiva
de poder, elecciones mediante. La fórmula de Juntos por el Cambio formada por Mauricio
Macri, candidato nuevamente a presidente y Miguel Picheto, vicepresidente, no logró impo-
nerse a la fórmula rival del Frente de Todos integrada por Alberto Fernández, presidente y
Cristina Fernández, vicepresidenta. Fernández y Kirchner se impusieron, en primera vuelta,
con el 48,10 % de los votos al binomio Macri-Pichetto, que obtuvo el 40,38 % de los votos.
Los comicios en todos los casos se desarrollaron de manera regular, conforme a las pautas
constitucionales de renovación de autoridades del Poder Ejecutivo.
En Argentina, tras el retorno a la democracia en el año 1983, se registraron crisis presi-
denciales que condujeron a la renuncia de los presidentes: Alfonsín en 1989, De la Rúa en
2001, Rodríguez Saa, también en 2001 y Duhalde en 2003. La primera crisis presidencial
se produjo en el gobierno de Raúl Alfonsín (UCR), el presidente que inaugura el retorno a la
democracia en Argentina. Alfonsín asumió en 1983 y dejó la presidencia haciendo entrega
anticipada del cargo en 1989 a Carlos Menen, nuevo presidente electo, quien asumió cinco
meses antes de lo previsto por las normas constitucionales. La crisis que condujo a la salida
anticipada del presidente no tuvo impacto sobre la continuidad de la labor del Congreso y
los diputados y senadores concluyeron sus mandatos en los términos constitucionales. La
segunda crisis presidencial se produjo durante el gobierno de Fernando De la Rúa, quien
asumió en 1999 y renunció el 21 de diciembre de 2001. El vicepresidente, Carlos Álvarez,
había renunciado en octubre del año 2000, lo que hizo necesario aplicar el régimen de
acefalía ante la renuncia de De la Rúa. El Congreso debió entonces nombrar un sucesor y
lo designó a Adolfo Rodríguez Saa (PJ) quien permaneció solo una semana en el cargo, tras
lo cual el Congreso nombró a Eduardo Duhalde (PJ). El nuevo presidente designado por el
Congreso tomó la iniciativa de anticipar las elecciones y entregar el poder al presidente y vi-
cepresidente electos. Como ya había acontecido en el gobierno de Alfonsín, el recambio solo
tuvo impacto sobre el Poder Ejecutivo. Desde 1930 a 1983 las crisis presidenciales desem-

97
bocaban en un quiebre de la institucionalidad constitucional y la desarticulación del Estado
de derecho de la mano de golpes cívico-militares que instauraban un gobierno autoritario.
Las crisis presidenciales en Argentina, una vez restaurada la democracia en 1983, ya no son
seguidas de la ruptura del régimen democrático. Son crisis que encuentran su resolución
dentro del cauce institucional del sistema constitucional y no ponen en jaque al sistema de-
mocrático. Tampoco han puesto en jaque al presidencialismo (Ollier, 2008:74).
La revisión del desempeño de la democracia argentina en los últimos años revela algunas no-
vedades para la política nacional. La primera es la vigencia, continuidad y estabilidad del ré-
gimen democrático puesta de manifiesto en el funcionamiento de sus instituciones a la hora
de renovar autoridades con un alto nivel de participación del electorado. La cifra más alta de
participación electoral se alcanzó el 30 de octubre de 1983, en los comicios que marcaron
la vuelta al sistema democrático luego de siete años de dictadura militar. En esas elecciones,
en las que fue electo el radical Raúl Alfonsín, con el 51,75 % de los sufragios, se llegó al 85,61
% de participación. La segunda novedad es que Macri es el primer presidente no peronista
que logra concluir su mandato y realizar, de manera regular, el traspaso de mando a su su-
cesor proveniente de las filas de la oposición. Se pasó de una situación de incertidumbre a
una situación de normalidad desde el punto de vista electoral. Si se piensa que el fantasma
de la ingobernabilidad parece no abandonar nunca la Casa Rosada y el partido justicialista
suele esgrimir su “capacidad para ejercer el poder” como principal arma política contra sus
adversarios, las elecciones conforme a derecho y el traspaso de mando entre candidatos de
diferentes fuerzas políticas, son novedades que se pueden contabilizar como realizaciones
que operan a favor de la consolidación de la democracia argentina.

CORRUPCIÓN
El Estado de derecho democrático puede definirse como un principio de gobernanza en el
que todos, sin excepción, personas, instituciones y entidades, tanto públicas como privadas,
incluido el Estado, están sometidos a la ley. El mismo está valorativamente fundado en la
aspiración de garantizar la libertad de los ciudadanos frente a la discrecionalidad del funcio-
nario (Kelsen, 1977), resguardar el imperio de la voluntad soberana del pueblo expresada en
la ley (Panebianco, 1988), asegurar, mediante el principio de legalidad, el trato igual a todos
los ciudadanos y garantizar el interés público (Olsen, 2005). La asignación de las diversas
funciones a los órganos estatales y concretamente a las personas que las ejecutan, parla-
mentarios, gobierno, burocracia y magistratura, representa, al decir de Locke, un depósito de
confianza en la autoridad, que se hace bajo el supuesto de la actuación leal (Mayntz, 1985;
García Pelayo, 1991; Panebianco, 1988), además de impermeable a influencias externas que
pudiesen desvirtuar el sentido de la voluntad democráticamente legitimada y legalmente
instituida (Olsen, 2005; Cunill Grau, 2004).
Se asume que los funcionarios públicos obran conforme a una serie de principios rectores
como son: neutralidad, que supone tomar decisiones exclusivamente en función del interés
público, no para obtener beneficios personales; integridad, que demanda a quienes ejercen
una función pública no situarse en relación de obligación financiera o de otra naturaleza
respecto de individuos u organizaciones que puedan influir sobre ellos en el cumplimiento
de sus obligaciones públicas; objetividad, que les impone realizar elecciones en función del
mérito; responsabilidad, que somete el ejercicio de la función pública a control; transparen-
cia, que impone dar los fundamentos de las decisiones y hacerlas públicas; honestidad, que

98
impone el deber de declarar y tomar medidas para resolver un conflicto entre un interés par-
ticular y el interés público. A efectos de garantizar tales premisas y evitar que se autonomicen
sustrayéndose a los fines y propósitos de su función, ejecutando sus propios objetivos par-
ticulares o corporativos, el diseño institucional del Estado de derecho reparte en diferentes
órganos el ejercicio de las funciones estatales y somete al imperio de la ley la actividad de los
tres poderes del Estado y de todos aquellos que ejercen una función pública, sin que en esto
importe si el mandato es electivo o se origina en una designación, si se trata de funcionarios
de carrera o de funcionarios políticos, si se trata de la administración central o de las empre-
sas del Estado. El objetivo es proteger el interés público.
La corrupción atenta contra el interés público allí donde este se encuentre: el Congreso, si lo
que se intenta es influir sobre las decisiones públicas en la fase de su elaboración; el Poder
Ejecutivo, la administración pública y sus entidades si el objetivo es obtener una exención o
aplicación favorable de la norma; el Poder Judicial si lo que se propone es evadir las sancio-
nes previstas por la ley. La corrupción, como abuso del poder público para obtener benefi-
cio particular traiciona la confianza que los ciudadanos han depositado en las autoridades.
Corruptor y corrupto al realizar una transacción o intercambio particular sobre un bien no
negociable como es el interés público quebrantan y rompen el pacto social de convivencia
conforme a derecho, y el compromiso de igual reconocimiento, valoración y trato. Es por ello
que el beneficio que corruptor y corrupto obtienen es un perjuicio que el resto de la socie-
dad soporta. La corrupción crea privilegios, discrimina y atenta contra la igualdad.
Numerosos estudios han señalado cómo la debilidad de las instituciones básicas del Estado
de derecho y la debilidad de la sociedad civil constituyen condiciones propicias para la di-
fusión de hechos de corrupción que involucran a actores públicos y privados, cuyo accionar
se ve facilitado por la existencia de fallas institucionales (falta de regulación, falta de control,
falta de sanción y consagración de la impunidad, falta de transparencia) y por la debilidad de
la sociedad civil que es incapaz, indiferente o tolerante frente a la corrupción. La necesidad
de corregir estas fallas parece aún más apremiante para países como Argentina que ha sido
descripta por Carlos Nino como un país al margen de la ley, donde coexisten la sobreburo-
cratización en el plano formal y modalidades preburocráticas, informales, patrimonialistas,
nepotistas, clientelares, particularistas, corporativas y oportunistas, en el comportamiento
real. Las sociedades que cuentan con instituciones fuertes, capaces e íntegras, que son sos-
tenidas y respaldadas por una sociedad fuerte, tienen mayores oportunidades en la lucha
contra la corrupción.
En el caso argentino, la corrupción alcanzó uno de los primeros lugares en la agenda social
y el sistema político comenzó crecientemente a tomar nota de ello. Así, Macri, en su discurso
de asunción a la presidencia en diciembre de 2015 en el que planteó las líneas directrices de
su plan de gobierno, prometió ser implacable con la corrupción, proveer transparencia a la
acción de gobierno y respaldar una justicia independiente.
Delia Ferreira Rubio señala que la promesa de ética y honestidad “[…] fue la respuesta a un
reclamo mayoritario de la ciudadanía contra la corrupción que había marcado la gestión kir-
chnerista” y observa que:
[…] el cambio de administración se produjo en el marco de una prolongada crisis de
confianza de la ciudadanía en las instituciones que es el resultado de un cúmulo de
factores, entre los cuales cabe mencionar la creciente corrupción política, la falta de
transparencia en el manejo de los asuntos públicos. (Ferreira Rubio, 2017: 151)

99
Al analizar la gestión del gobierno kirchnerista concluye: “Lamentablemente Argentina fue
testigo en la última década del abuso de los bienes del Estado y su utilización como patri-
monio personal de los funcionarios o como recurso del partido político en el poder” (Ferreira
Rubio, 2017:160). Alejando Katz, al considerar los factores que intervinieron en el final del ci-
clo kirchnerista (20003-2015) destaca también el papel de la demanda social que describe
como una “[…] bastante audible demanda de regeneración institucional expresada por am-
plios sectores de la sociedad y amplificada por los medios de comunicación (Katz, 2017: 12).
El Estado argentino ha asumido en los últimos veinticinco años importantes compromisos
internacionales en la lucha contra la corrupción: la Convención Interamericana contra la
corrupción (CICC) de la Organización de los Estados Americanos, aprobada por la Ley N°
24.759, del año 1996; la Convención sobre la lucha contra el cohecho de funcionarios pú-
blicos extranjeros en las transacciones comerciales internacionales de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), aprobada por Ley N° 25.319 del año
2000; la Convención de Naciones Unidas contra la delincuencia organizada trasnacional,
aprobada por la Ley N° 25.632, del año 2002; la Convención de las Naciones Unidas contra
la corrupción (CNUCC), aprobada por la Ley N° 26.097, del año 2006.
En el año 2016 Argentina participó de la Cumbre Internacional Anticorrupción en Londres,
con el objeto de impulsar una respuesta global para hacer frente a la corrupción y asumió
una serie de compromisos vinculados con la promulgación de una Ley Nacional de acceso
a la información pública, la persecución de la corrupción público-privada local y trasna-
cional a través de un régimen jurídico de responsabilidad penal de las personas jurídicas
y el fortalecimiento de la cooperación público-privada para la prevención e investigación
de la corrupción, a través de programas de integridad en empresas y otras entidades. En el
año 2017 Argentina adhirió formalmente a la Recomendación sobre Integridad Pública de la
OCDE que propone a los responsables de políticas públicas el diseño de una estrategia con
énfasis en cultivar una cultura de integridad. En el año 2018 Argentina participó de la Cum-
bre de las Américas donde se adoptó el denominado compromiso de Lima “Gobernabilidad
democrática frente a la corrupción” y adhirió al compromiso que promueve el fortalecimiento
de la gobernabilidad democrática, la transparencia, el acceso a la información, protección de
denunciantes, el financiamiento transparente de organizaciones políticas y campañas electo-
rales, la prevención de la corrupción en obras públicas, contrataciones y compras públicas,
la cooperación jurídica internacional, el combate al cohecho, al soborno internacional, al
crimen organizado y al lavado de activos así como la recuperación de activos. En el año 2018
Argentina participó de la Cumbre de Líderes del G20 realizada en Buenos Aires y adhirió a la
Declaración asumiendo el compromiso de implementar acciones orientadas a la prevención
y lucha contra la corrupción.
Conforme con los objetivos prioritarios que en materia de lucha contra la corrupción se plan-
teó el gobierno nacional, en el período 2015 a 2019 se aprobó un importante conjunto de
normas sobre la materia en línea con las Convenciones Internacionales contra la corrupción,
el crimen organizado y el lavado de dinero de la ONU, la OEA y la OCDE. Entre los avances
institucionales en materia de lucha contra la corrupción, que promueven mayor transparencia,
control y rendición de cuentas, para prevenir, detectar y sancionar la corrupción se destacan:
Ley de Derecho de Acceso a la Información Pública N° 27.275, Plan de Apertura de Datos
Decreto N° 117/2016, Ley del arrepentido para los casos de corrupción, N° 27.304, Ley del In-
formante-cooperador, N° 27.319, que modifica el Código Penal de la Nación, de Regulación del
Régimen de Obsequios a Funcionarios y Viajes Financiados por Terceros Decreto N°1179/16,

100
Ley de Responsabilidad Penal de las Personas Jurídicas, N° 27.401, del año 2017 y Resolución
de la Oficina Anticorrupción N° 27/18, Reformas para la Modernización del Estado: Decreto N
°434/16, Decreto N° 1063/2016, Decreto N° 29/18; normas de simplificación, modernización y
desburocratización de la Administración Pública Nacional: Ley N° 27.444, Ley N° 27.445 y Ley
N° 27.446; Decretos Nros. 201/17 y 202/17 de Integridad y Transparencia en Juicios del Estado
y Contrataciones Públicas; Decreto N° 93/18 Antinepotismo; Decreto N° 1169/18 de Reorga-
nización y Fortalecimiento del Sistema de Contrataciones Públicas; Creación de la Secretaría
de Fortalecimiento Institucional Decreto N° 6/18; Fortalecimiento de la Sindicatura General de
la Nación (SIGEN) Decreto N° 72/18; Fortalecimiento de la Oficina Anticorrupción Decreto N°
174/18; Decreto del Régimen Procesal de la Acción Civil de Extinción de Dominio Decreto N°
62/19; Plan Nacional Anticorrupción (2019 -2023) Decreto N° 258/19.

DESIGUALDADES
Pese al canon liberal de la desigualdad como un factor natural de funcionamiento de una
democracia, lo cierto es que las desigualdades materiales, en cuanto disparidades funda-
mentales que permiten a una persona ciertas opciones vitales y se las niega a otra (Sen,
1985), plantean serios cuestionamientos económicosociales (a más de morales) a la demo-
cracia liberal, al punto que resultan –sin duda– susceptibles de influir en el desencanto
democrático; tales reproches, a juicio de algunos estudiosos, abarcan –en la experiencia
argentina– desde el análisis pormenorizado del Estado de derecho de los ciudadanos, hasta
las cuestiones más básicas de la supervivencia humana, desde la visión éticofilosófica de la
equidad/inequidad, hasta su aspecto funcional (London – Rojas, 2010).
Si bien, según la última Encuesta de Cultura Constitucional, el 76 % de los argentinos cree
que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno –aunque solo el 17 %
considera que, en algunas circunstancias, un gobierno no democrático pudo ser mejor (Fi-
danza et al, 2015:1112), algunos expertos nacionales presentan el problema de la desigualdad
como el núcleo central del fenómeno de erosión democrática. Tal posicionamiento descubre
el énfasis –inherente al núcleo de las propuestas del igualitarismo– en la intervención del
poder público en demanda de justicia, subrayándose la idea que la vida de las personas ha
de depender de las decisiones de las que estas son responsables –y no de circunstancias
que le son ajenas– (Gargarella, 2010; 2003: 270).
Tal entendimiento, por cierto, se asocia a la tendencia de los argentinos a conferirle al Estado
(en lugar de al sector privado) una serie de responsabilidades relacionadas con la gestión
pública tales como ser el dueño de las empresas e industrias más importantes, principal res-
ponsable de asegurar el bienestar de la gente, crear empleos, implementar políticas públicas
para reducir la desigualdad de ingresos, proveer las pensiones de jubilación y los servicios de
salud (Lodola y Seligson, 2010: 276).
Bajo tal premisa, si se retiene el punto de vista albergado en la antedicha encuesta, se cons-
tata que una amplia mayoría de los argentinos afirma que no ha sufrido discriminación en
materia religiosa (82 %), racial (82 %), de opción sexual (82 %), edad (77 %), nivel educativo
(64 %), etcétera, mientras que, por lo menos, el 25 % afirma haberla vivenciado por motivos
económicos y sociales (Fidanza et al, 2015: 9). A la par, la percepción acerca de la falta de
reconocimiento efectivo de los derechos y la existencia de discriminación se acelera en lo
que atañe a la situación económica (37 %), al nivel educativo (24 %), la zona de residencia (19
%), la edad (16 %), etcétera, de los argentinos (Fidanza et al, 2015: 10).

101
No es una novedad que con un coeficiente de Gini regularmente oscilante entre valores
máximos de 53 % en 2002 y valores mínimos de 40 % en 1980, la Argentina es un país que
si bien se posiciona como uno de los más equitativos de América Latina, es –empero– más
desigual en su distribución del ingreso que la totalidad de los países de Europa, y que más
del 60 % de los países de Asia (Banco Mundial, 2005).
Pese a ello, en los últimos decenios, los estudiosos son del parecer que la desigualdad se ha
ido profundizando sin pausa, agudizando los problemas de pobreza y exclusión en las fases
de estancamiento económico, fundamentalmente en la década del 80, aunque también para
1998 y 2002. Paradójicamente, en los períodos de recuperación o auge, la Argentina no ha-
bría evidenciado una mejora sustantiva en la distribución personal del ingreso, manteniendo
–así– una brecha creciente entre pobres y ricos (London y Rojas, 2010).
En este orden de ideas, la deuda social puede definirse como lesión moral o privación de un
derecho que debería haber sido preservado, lo que hace entrar en juego a los valores éticos
de justicia e igualdad. Así, durante las últimas tres décadas el sistema económico argentino
ha sido incapaz de mantener un crecimiento constante y sostenido del producto (al punto
que a cada ciclo de crecimiento le ha devenido un ciclo más profundo de recesión y empo-
brecimiento): v.gr., mientras la pobreza urbana no solo ha alcanzado pisos cada vez más altos
en los puntos máximos del ciclo económico (4,7 % en 1974, 12,7 % en 1986, 16,8 % en 1993,
25,9 % en 1998, etcétera), la crisis de la convertibilidad marcó un nuevo hito debido a que
entre 1974 y 2002 –en el distrito más rico del país– la proporción de población pobre se
multiplicó por once, pasando de menos de 5 % a casi 58 %, descontando que la de aquellos
que no lograron cubrir sus necesidades nutricionales –los indigentes– creció más de doce
veces (de 2 % a casi 25 %) (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2004).
Inclusive, el análisis de la pobreza durante el período 20102019 aporta su comprensión de
carácter estructural de este proceso, donde más allá de las fluctuaciones a nivel de los ingre-
sos, particularmente en los momentos de crisis, se observa una alta proporción de población
que presenta privaciones sociales fundamentales: v.gr., el 46,3 % presenta privaciones en al
menos dos dimensiones de derechos, el 37,4 % lo está en al menos una dimensión, pero al
mismo tiempo es pobre por ingresos, y, por último, el 21,4 % es pobre por ingresos y al mismo
tiempo en tres o más dimensiones (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2020).
Tal propiedad, por cierto, no es ajena al resto de los vectores latinoamericanos, pues pesa la
convicción de que las democracias regionales no han podido, al fin de cuentas, desmantelar
la desigualdad, a pesar del crecimiento económico y de la movilidad social de un segmento
de la población que ha permitido la existencia de una nueva clase media. Y hasta que, al pro-
pio tiempo, han fallado en las garantías sociales, a pesar del aumento de educación y acceso
a servicios públicos.
Precisamente en el caso argentino, v.gr., se detalla que la pobreza estructural asume una
tendencia decreciente tras 2010, permaneciendo en niveles cercanos al 14 % hasta 2015. A
partir de 2016 comienza una etapa en la que experimentó un incremento sostenido (con la
excepción del año 2017) llegando al nivel más alto de la serie en 2019, cuando alcanzó a un
21 % de la población (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2020).

102
No obstante, contra el pronóstico de una zona de peligro a lo Przeworski (2000:117)1, ni
siquiera los fenómenos cíclicos de recesión económica en nuestro país han sido indefecti-
blemente acompañados de una devaluación en la confianza endilgada a las bondades del
sistema democrático, manteniéndose, incluso, un nivel considerable y estable de democracia
en el período 20052010 (superior, por entonces, a los exhibidos por México y Venezuela,
aunque inferior al logrado por Chile y Uruguay) (Lodola-Seligson, 2010: 11).
Tampoco es un dato menor que, con motivo de la percepción de la vigencia de las liberta-
des democráticas, los argentinos estiman que se encuentran ampliamente reconocidas las
libertades de índole religiosa (92 %), política (85 %), de reunión (89 %), asociación (83 %) y
educación (75 %). No obstante, los indicadores cotizan a la baja cuando el 52 % y el 51 % de
los miembros de la sociedad argentina reseña que puede expresar libremente su opinión y
que puede trabajar en lo que quiere, respectivamente (Fidanza et al, 2015: 7).
¿Una democracia, tal vez, sin contiendas? No es banal precisar que lo reseñado no ha impe-
dido, en modo alguno, el cariz de una democracia contenciosa en la práctica argentina por
intermedio de la tolerancia hacia el ejercicio pleno del derecho a la protesta (v.gr., desde cortes
de calles y acceso a vías de circulación pública, pasando por los originarios cacerolazos, hasta
la invasión a la propiedad privada), uno de los derechos preferidos en entornos democráticos
por los portavoces del igualitarismo, en tanto dinamiza y revitaliza los reclamos en pos de vul-
neraciones de los restantes derechos como de creación de nuevos derechos. Ciertamente,
Argentina se encuentra al tope –en el continente– entre las sociedades con mayor nivel de
participación en protestas sociales, al coronar un porcentaje de participación del 15,4 %, supe-
rior a Estados Unidos (13,5 %), Perú (12,2 %), Paraguay (12 %), Uruguay (11,4 %), etcétera.
La desigualdad –según la explicación de algunos especialistas– puede tener diferentes cau-
sas, pero esta es particularmente grave, profunda, difícil (incluso, explosiva) cuando sectores
de la población carecen de las condiciones para integrarse en los sistemas sociales. Eso sig-
nifica que hay personas que están privadas del acceso a la salud, la educación, la economía,
la política y la protección legal, con lo cual resultan excluidas del goce efectivo de sus de-
rechos; el concepto de exclusión, por ende, se revelaría –en opinión de tales expertos– en
útil para una empresa descriptiva de las verdaderas dimensiones del desafío (von Bogdandy
et al, 2017: 22). De tal modo, en la práctica argentina el Derecho ha operado, a veces, como
un instrumento de erradicación de desigualdades materiales. Así, a nivel legislativo, más allá
de la Ley Antidiscriminatoria n.° 23592 (1988), se ha erigido en un hito –a nivel regional– la
sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario n.° 26618 (2010), pues la Argentina (57,7 %) se
posiciona, tras Canadá (63,9 %), como una de las sociedades democráticas que más se ha
comprometido institucionalmente con la vigencia efectiva del estatuto de derechos de la
comunidad LGBTI, tras un debate público abierto, robusto y desinhibido.
En otras ocasiones ha sido la interpretación judicial a cargo del máximo órgano judicial, la
Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN), cual agente de reducción de la desigualdad
estructural (tocante a una concepción de igualdad como no sometimiento o no exclusión, y
no tan solo como no arbitrariedad o neutralidad). Así, v.gr., ha impulsado una visión orientada
a desarticular la lógica de la dominación social en áreas sensibles como las atinentes a la
prohibición de empleo de motivos de discriminación prohibida o categorías sospechosas por
el art. 1.1 de la CADH (tal como acontece con la nacionalidad) en los casos Repetto (CSJN,

1 Con arreglo a la idea que las democracias son más propensas a perecer cuando experimentan crisis económicas que cuando
sus economías crecen.

103
F. 311:2272, 1988), Calvo (CSJN, F. 321:194, 1998), Hooft (CSJN, F. 327:5118, 2004), etcétera,
o bien, anulando actos discriminatorios contra la mujer o la presencia de estereotipos de
género en el caso “Sisnero” (CSJN, F. 337:611, 2014), sin perjuicio de despejar la apariencia
neutral de normas en materia religiosa (cuando su aplicación en un contexto social concreto
produce un impacto desproporcionado en un grupo determinado), a partir del caso “Castillo”
(CSJN, F. 340:1795, 2017).
Con este enclave, el modelo de una democracia igualitarista se nutre de otro constructo
poderoso: la inclusión en el marco de los principios constitucionales. De modo que sus pro-
motores aseveran que, si las constituciones no se limitan a la organización de la política, sino
que incorporan una idea de sociedad, se comprende que los objetivos de superación de la
exclusión y promoción de la inclusión son raigales al diseño de una democracia constitucio-
nal y hasta deberían permitir una convivencia que involucre perspectivas diferentes –incluso
divergentes– (von Bogdandy et al, 2017: 23).
Sin embargo, existe –en la sociedad argentina– una creencia generalizada (próxima al 63
%) de que los ciudadanos, en realidad, no son iguales ante la ley (Fidanza et al, 2015: 49), a
pesar de lo que establece el texto formal de nuestra Constitución política, incluso cuando tal
norma de base (principalmente a partir de 1994) se ha equipado con cláusulas comprome-
tidas con la igualdad real de trato y de oportunidades: v.gr., entre varones y mujeres para el
acceso a cargos electivos y partidarios (art. 37 de la Constitución nacional), en la distribución
de recursos tributarios que velen por la igualdad de oportunidades en todo el territorio na-
cional (art. 75.2 CN), en el acceso a la educación sin discriminación alguna (art. 75.19 CN),
en la legislación y promoción de medidas de acción positiva que garanticen la igualdad real
de oportunidades y de trato, y el pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos por
esta Constitución y por los tratados internacionales vigentes sobre derechos humanos, en
particular respecto de los niños, las mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad
(art. 75.23 CN), etcétera.
Más allá de la valía formal de tales enunciados normativos, a lo largo del período 20102019.
pese a avances en aspectos tocantes a privaciones no monetarias (v.gr., acceso a servicios
públicos, calidad de la vivienda y medio ambiente), el estancamiento económico, sus efectos
sobre los ingresos de los hogares, junto a la inversión insuficiente en materia de desarrollo
humano, incidieron en la vigencia de altos niveles de privación en materia de alimentación,
servicios de salud, inclusión educativa para los jóvenes y seguridad social plena de derechos
–todo ello, a más, en un contexto de marcadas y crecientes desigualdades estructurales–
(Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2020).

CORRUPCIÓN JUDICIAL, DENEGACIÓN DE JUSTICIA


Y POLITIZACIÓN DE LA JUSTICIA
La corrupción es una noción con muchas connotaciones y posibles interpretaciones (las
que, sin duda, varían según el tiempo y el lugar en el que opere), no obstante, se ha hecho
especial énfasis en la trascendencia de los niveles e incentivos de corrupción en el sector
público, pues se trata de un fenómeno que socava objetivos de desarrollo y distribución, al
propio tiempo que gesta conflictos con los valores democráticos y republicanos (Ackerman
y Palifka, 2019: 41).
El involucramiento de los jueces argentinos en acciones corruptas resulta de una percepción
correspondiente al 43 %, por debajo de la que los ciudadanos le asestan al presidente y

104
sus funcionarios (53 %) o a los legisladores (46 %), pero levemente superior en relación a la
atribuida a los empresarios (40 %) o a los concejales (38 %). En todo caso, los restantes in-
dicadores regionales revelan que la percepción del protagonismo judicial en actos corruptos
puede llegar a ser superior al caso argentino: v.gr., Paraguay (62 %), Ecuador (59 %), Vene-
zuela (56 %), República Dominicana (52 %), etcétera. (Informe Latinobarómetro, 2018: 67).
Ahora bien, el grado de corrupción que los ciudadanos detectan en los tribunales de justicia
argentinos no es bajo: 7.6 –a lo largo de una escala donde 0 significa nada y 10 mucha (In-
forme Latinobarómetro, 2017: 39), aunque lo sugestivo es que aquél no necesariamente es
congruente con el nivel de gravitación de la corrupción como una dificultad primordial que
ha conjurarse y desmantelarse en una sociedad democrática.
Bajo tal premisa, si bien la corrupción judicial en Argentina es apreciada por los ciudadanos
como un malestar que tornaría vulnerable al sistema democrático del país, hay empero una
línea de registros en los que solo se le asigna el 3 % como uno de los aspectos del problema
principal que ha de encararse en la experiencia argentina (opacado, así, por las preocupacio-
nes que generan las crisis económicas y sociales, la delincuencia, los problemas de salud y
educación, etcétera), en contraste con los datos correspondientes a Colombia (20 %), Perú (19
%), Brasil (16 %), México (14 %), etcétera. (Informe Latinobarómetro, 2018: 59). Por lo demás, es
cierto que en encuestas anteriores la preocupación sobre el asunto ha oscilado entre distintos
niveles: v.gr., 6 % (2017), 5 % (2016), 8 % (2015), etcétera; no obstante, tales guarismos lejos se
encuentran, todavía, de presentar una problemática de dos dígitos (Informe Latinobarómetro,
2017: 35; Informe Latinobarómetro, 2016: 53, 63; Informe Latinobarómetro, 2015: 102).
Debe remarcarse el hecho de que el sistema de justicia doméstico ha tenido una larga his-
toria de acuses y denuncias de actos corruptos (v.gr., sobornos, extorsiones, intercambio de
favores, fraude judicial, etcétera). Así, si se repara en el mapa del soborno judiciario se cons-
tata que los argentinos tienen una percepción media sobre la probabilidad de sobornar a un
magistrado judicial (36 %), inferior a las chances de llevarlo adelante en relación a agentes de
seguridad pública (41 %) o funcionarios ministeriales (40 %), pero en todo caso por debajo
de los niveles regionales de percepción sobre el punto habidos en Venezuela y Paraguay (49
%), República Dominicana (46 %), Perú (38 %), etcétera. (Informe Latinobarómetro, 2017: 38).
Con prescindencia del sitial que la ciudadanía le adjudica a la erosión de las instituciones ju-
diciales por prácticas corruptas, la percepción de su aumento no cede en Argentina: en 2018
superó el 50 %, hasta situarse, durante ese año, en el 56 % (aunque en contraste con otros
indicadores regionales, los guarismos siguen siendo medios: 87 % en Venezuela, 77 % en Re-
pública Dominicana, 74 % en México, 73 % en Brasil, etc.) (Informe Latinobarómetro, 2018:62).
La concientización alrededor de la existencia de actos de corrupción por parte de autorida-
des judiciales (como de las consecuencias dañinas que producen), resulta esencial para su
inserción en la discusión política, la agenda gubernamental, el diseño de políticas públicas de
ética y transparencia judicial, la instalación de buenas prácticas, etcétera, con el propósito de
prevenirlas y combatirlas eficazmente. Pese a ello, el 40 % de los argentinos está dispuesto
a pagar el precio de la corrupción para solucionar sus problemas particulares (Informe La-
tinobarómetro, 2018: 65), revelando que sus actitudes y comportamientos lejos estarían de
resultar propicios para contribuir a neutralizar la tolerancia ante actos de corrupción que
inficionan la institucionalidad democrática.
Otro tanto acontece con el dato de la pasividad de los argentinos ante eventos de corrupción
a cambio de que las autoridades públicas resuelvan los problemas del país, debido a que el

105
llamado trade off de la corrupción registra el 34 %, muy inferior al apuntado en otros siste-
mas regionales (v.gr., 65 % en República Dominicana, 59 % en Nicaragua, 56 % en Hondu-
ras, etcétera) (Informe Latinobarómetro, 2016: 68).
Estos dos últimos aspectos contrastan con la percepción del 91 % de los argentinos en virtud
de la cual se sentirían obligados a denunciar actos de corrupción si los presenciaran, o bien,
con la del 36 % que avista avances en el combate contra la corrupción (Informe Latinoba-
rómetro, 2017: 35, un avance en relación al 21 % que se apuntaba dos años antes según el
Informe Latinobarómetro 2015: 73) y hasta con la del 40 % que está de acuerdo en que es
posible erradicarla (Informe Latinobarómetro, 2016: 65). En rigor, al margen del estado de
insatisfacción pronunciado de los ciudadanos del país para con el fenómeno de la corrup-
ción judicial, se advierte –como lo sugiriera Nino (2014: 28)– una tendencia a la ilegalidad
y a la anomia a través del desprecio –en aras de su autointerés– de las reglas y valores
que alientan la ética pública como la probidad y transparencia en el ejercicio de la función
judicial –las que conllevan, por cierto, una mejor apreciación de la calidad democrática del
sistema y un vector para el análisis de su declive o estancamiento.
A la larga, la lectura de tales parámetros parecería indicar que la corrupción en las cortes de
justicia argentinas decantaría no solo un problema político, sino más bien societal. No obs-
tante, en relación al primer desafío se impone hacer notar que, como agentes de la ciudada-
nía, los jueces –en tanto funcionarios públicos– actúan para los ciudadanos y, a la vez, con
otros, de modo que la primera característica genera conflictos entre los principios de acción,
mientras que la segunda entre los principios de responsabilidad (Thompson, 1999: 14).
Siendo así, en el caso argentino cabría indagar si la instrumentación de un procedimiento di-
ferenciado del juicio político clásico para enjuiciar la conducta de los magistrados inferiores
ante tachas de corrupción, ha producido resultados atendibles en el robustecimiento de las
defensas institucionales de la democracia. Es notorio que, con relación a los denominados
jueces subordinados a la CSJN, el Congreso de la Nación solo destituyó entre 1862 y 1999
un total de trece funcionarios judiciales, mientras que –únicamente en diez años de funcio-
namiento– el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados removió idéntica cantidad de jueces
acusados (Corcuera, 2010: IV 539).
Igualmente, con motivo de la presentación del Informe Jueces en el Banquillo, se ha reseña-
do que en más de 160 años de historia institucional se realizaron 58 juicios políticos a jueces
federales, pero 36 de ellos en los últimos veinticinco años, de tal modo que se destituye en
promedio un juez federal por año. Inclusive, cabe destacar que de los 58 enjuiciamientos
políticos a magistrados federales se dictaron 45 destituciones, de las cuales veintisiete se
realizaron en los últimos veinticinco años. El dato de la remoción de magistrados en nuestro
país es llamativo. Solo basta comparar con la experiencia norteamericana, donde en 230
años de vigencia del texto constitucional de 1787 solo han sido destituidos por proceso de
responsabilidad política trece jueces federales (Santiago, 2016).
Otro de los aspectos que en el caso argentino ha de subrayarse es la creciente judicialización
de la política, por la cual ciertas prácticas específicas de la esfera política son capturadas por
la forma tribunal (O’Donnell, 2008), tal lo que ha acontecido en lo atinente a las altas dosis de
canalización judicial de cuestiones políticas (Fairstein, Kletzel y García Rey, 2010)) detecta-
das en función de la emergencia de una tipología de fallos judiciales que exorbita el formato
clásico y exhibe –en el producto judicial de la CSJN– el género de sentencias atípicas o
manipulativas: v.gr., al disponer la adecuación de los haberes jubilatorios a los montos sala-
riales de empleados en actividad en la saga de casos Badaro I (2006) y Badaro II (2007), el

106
diseño y seguimiento de ejecución del plan de saneamiento ambiental de la cuenca Matanza
Riachuelo en el caso Mendoza (2006), la definición de políticas públicas en materia de su-
perpoblación carcelaria como en lo que respecta al régimen de excarcelaciones en el caso
Verbitsky (2005), el otorgamiento de licencias en el mercado de medios de comunicación
en el caso Grupo Clarín S.A. (2013), etcétera.
También se revela como un indicador de peso el tocante a la denegación sistemática de jus-
ticia a un determinado grupo de la población, al advertirse los distintos obstáculos procesa-
les, pero también estructurales y culturales que dificultan –y hasta obturan– el acceso a la
justicia como la tutela judicial efectiva de sus derechos por parte de comunidades indígenas,
personas con discapacidad, personas mayores, etcétera.
Así, un caso paradigmático es el inherente a las comunidades indígenas, cuyas tradiciones
fueron desafiadas por la secularización moderna, afectadas por una doble emergencia, eco-
nómica y de posesión y propiedad de tierras, las cuales tuvieron respuestas de la CSJN
variadas, y en ocasiones insuficientes respecto de su tutela por la reforma constitucional de
1994 (art. 75, inciso 17). Este colectivo poblacional y cultural empeoró notablemente su si-
tuación después de la crisis de 2001 y siguió empeorando su situación de terrible abandono
por parte de los poderes del Estado. En el período 2016- 2018, hubo dos fallos. Neuquén y
Defensor del Pueblo, ambos en 2018. El primer caso, gira en torno a los poderes concurren-
tes entre provincia y nación respecto a la personería jurídica de las comunidades indígenas,
reconocidas en el art. 75, inciso 17 de la Constitución nacional. En el segundo caso, sale a la
luz la discontinuidad de la asistencia dispuesta por la CSJN en 2007 en el caso homónimo,
ya que nunca se reanudó y el estado de vulnerabilidad, indefensión y ausencia de alimentos,
agua potable, asistencia sanitaria, persiste y va en aumento. Respecto de estos colectivos,
el abandono por parte del Estado nacional y provincial, y la falta de cumplimiento de las
previsiones constitucionales protectoras de estos pueblos originarios hacen que el status de
minoría se fortalezca junto con un exterminio progresivo, sistemático y silencioso.

PERSONALISMOS, (NEO)POPULISMO Y NUEVAS TECNOLOGÍAS


Desde la restauración democrática en 1983 a la actualidad, la política argentina ha estado
marcada, entre otros, por dos rasgos claves: la relevancia político-electoral del Partido Jus-
ticialista, heredero del “peronismo”, una de las expresiones más importantes y duraderas del
“populismo clásico latinoamericano” de mediados del siglo veinte, de una parte, y por una
estructura político-institucional “hiperpresidencilista” o “decisionista” centrada en el ejecuti-
vo y la figura del presidente, (Quiroga 2016, Cavarozzi 1997) de la otra.
En efecto, “el Poder Ejecutivo argentino cuenta con recursos institucionales y fiscales sufi-
cientes para formar y mantener coaliciones de gobierno y avanzar en la agenda presidencial
a discresion” (Bonvecchi y Zelaznik 2012: 2).
En este contexto, y si entendemos al populismo como una modalidad de movilización y parti-
cipación política (tanto electoral como no electoral) articulada en torno de un líder que capta
la adhesión fuertemente emocional (pero no irracional) de amplias capas de la población que
son (auto)concebidas como “el pueblo”, opuesto antagónicamente a sectores concebidos
como el “antipueblo”, parece razonable suponer que la llegada al gobierno de líderes popu-
listas puede implicar un riesgo para algunas dimensiones de la democracia, en particular la
correspondiente a las libertades y derechos civiles y políticos (democracia electoral y demo-
cracia liberal).

107
El ciclo presidencial del kirchnerismo (2003-2015) puede pensarse, justamente, como una
etapa de combinación de los rasgos institucionales hiperpresidencialistas con liderazgos po-
pulistas. En efecto, el kirchnerismo fue caracterizado como un gobierno populista con orien-
taciones izquierdistas tanto por miradas críticas, como de adhesión y neutrales (Castañeda
2006, Laclau 2006, Casullo 2019). Al mismo tiempo, los gobiernos kirchneristas adoptaron
rasgos de las llamadas “presidencias dominantes” (Ollier, 2015), esto es, que controlan o se
garantizan el apoyo tanto de las instituciones formales (poderes judicial y legislativo) como
de otros actores (fuerzas armadas, sindicatos, etcétera) de modo tal que ejercen un poder
concentrado y personalizado.
No obstante, los efectos de esta potencialmente deletérea combinación no parecen haber
tenido efectos particularmente negativos que implicaran un daño grave a la calidad demo-
crática en sus diferentes dimensiones. Es cierto que, para algunos autores, las consecuen-
cias negativas de las presidencias kirchneristas fueron notorias y serias. Para Ollier en estos
años se consolida una “democracia invertida” en la que “[…] es más potente el resultado de
la lucha política para imponer la regla que la regla lo es para definir el resultado de la lucha
política” (Ollier, 2015: 64). Quiroga (2016) por su parte, señala lo que considera intentos de
afectar la independencia del Poder Judicial a través de algunas iniciativas legislativas como
la modificación del Consejo de la Magistratura, aumentando la cantidad de representantes
del poder político o la instauración de la elección popular de los fiscales y la continuidad de
situaciones de excepción fiscal como la ley de Emergencia Económica que aumentaba sus-
tancialmente la discrecionalidad fiscal y presupuestaria del Ejecutivo.
No obstante, una perspectiva más amplia nos permite mensurar el real significado de estos
aspectos negativos en términos de la vigencia y la calidad del sistema democrático argentino.
Podemos señalar una cantidad significativa de hechos político-institucionales durante esta
etapa que matizan en buena medida el balance de los gobiernos kirchneristas. Entre ellos
podemos destacar la falta de cuestionamientos serios a los procesos electorales y las consi-
guientes derrotas oficialistas en diferentes elecciones, principalmente en 2015, en balotaje y
por un margen estrecho, que derivó en la emergencia de un gobierno de distinto signo. A ello
podemos sumar los cambios introducidos en la selección de los miembros de la Corte Su-
prema de Justicia que hizo al procedimiento más abierto y participativo, los fallos contrarios
al Gobierno de la Corte Suprema y acatados por aquel (siendo entre los más notorios el que
declaró inconstitucional la Reforma del Consejo de la Magistratura mencionada más adelante
y el que fijó límites legales a los Decretos de Necesidad y Urgencia del Poder Ejecutivo), la
ampliación de derechos civiles como en la llamada “ley de matrimonio igualitario”, la reforma
electoral, que implicó, entre otros aspectos, avanzar hacia una mayor equidad en el finan-
ciamiento y el acceso a los medios masivos de comunicación de los partidos políticos, entre
otros. Una síntesis más equilibrada de esta etapa es la de Carlos Gervasoni (2015) quien,
siendo un duro crítico de los gobiernos kirchneristas, concluye que “[…] el kirchnerismo de-
bilitó a la joven democracia argentina, pero estuvo lejos de terminar con ella” al tiempo que
reconoce que, si bien en algunas dimensiones democrácticas los resultados pueden consi-
derarse negativos, en otras fueron o bien neutros o incluso positivos.
Una evaluación similar puede hacerse del Gobierno de Cambiemos (2015-2019), de un sig-
no político-ideológico opuesto al kirchnerismo. El contexto institucional de “presidencialismo
fuerte” no sufrió cambios sustanciales manteniéndose en los mismos parámetros que el go-
bierno anterior. También el nuevo gobierno mostró ciertos rasgos populistas, particularmente
en sus primeros años en los cuales tuvo vigencia un discurso antagonista combinado con

108
matices populares (Casullo, 2019). No obstante, a pesar de ciertas iniciativas que pueden
considerarse dañinas en términos de la calidad democráctica (nombramiento de dos Jueces
de la Corte Suprema de Justicia por decreto –si bien el mismo luego fue derogado y los
jueces fueron nombrados siguiendo las normas constitucionales–, restauración del secreto
presupuestario de la Agencia Federal de Inteligencia que había sido derogado hacia fines del
gobierno anterior, sospechas de manipulación o presión sobre el Poder Judicial, entre otros),
puede concluirse que la democracia argentina no sufrió daños severos y/o irreversibles du-
rante esta etapa.
Estos efectos inocuos de una potencial muy dañina combinación entre populismo e institu-
cionalismo hiperpresidencialista puede deberse a que, por un lado, la relación entre populis-
mo y democracia es cuando menos ambigua. En efecto, si bien el populismo puede derivar
en situaciones de “hibridación institucional” que impliquen la desarticulación de algunos
engranajes claves de la institucionalidad democrática, esto no necesariamente es así (Pe-
ruzzotti, 2017). Más aún, en ciertos contextos el populismo emerge como la salida a ciertas
limitaciones que exhiben las democracias realmente existentes (Peruzzotti, 2017). El populis-
mo, así, no es la contracara de la democracia, sino uno de sus “lados” (Canovan, 1999). Por
otro lado, los recursos institucionales y fiscales que son propios del hiperpresidencialismo
argentino, no son de “libre disponibilidad”. Su uso está condicionado no solo por contrape-
sos institucionales (como por ejemplo los que regulan el uso de los Decretos de Necesidad
y Urgencia), sino también porque su uso efectivo está condicionado por la construcción de
amplias coaliciones que, por definición, implica el respecto de la división de poderes (Bon-
vecchi y Zelaznik, 2012).
Las tendencias populistas, ancladas en una discursividad intensa y en la relación sin interme-
diarios entre el líder y sus seguidores, podría encontrar en las redes sociales un vehículo que
facilite su implantación. La Argentina es uno de los países del mundo en los que el uso de
redes sociales está más extendido. Hacia 2017, más de la mitad de la población usaba alguna
de las interfaces disponibles (en su gran mayoría Facebook), y la intensidad de su uso (horas
promedio por día) lo ubica también entre los primeros lugares de América Latina y el mundo.
El uso de las redes por parte de los políticos, confirma la compatibilidad entre orientaciones
populistas y redes sociales. Así, por ejemplo, en el caso de Macri entre 2015 y 2017 se per-
cibe en las redes un discurso antagonizante que divide al campo político entre un nosotros y
un ellos, al tiempo que también se apela a la figura del hombre común y sus preocupaciones
(Slimovich, 2017). No obstante, el uso de redes sociales por líderes o referentes políticos no se
restringe a quienes exhiben tendencias populistas. La gran mayoría de estos referentes hicie-
ron un uso extensivo de la red Twitter por lo menos desde la campaña presidencial de 2011,
cubriendo todo el arco ideológico partidario desde la izquierda troskista hasta partidos de
centro derecha, pasando por la izquierda de orientación socialdemócrata (Slimovich, 2016).
El efecto de las redes sociales sobre el funcionamiento de la democracia no opera, por lo que
dijimos más arriba, a través de las orientaciones populistas, sino que se debe a la naturaleza
de la estructura comunicacional que propicia. De una parte, las redes pueden tener efectos
positivos en tanto facilitan las dinámicas participativas y de activismo social (Calvo y Arugue-
te, 2020). En la Argentina esto es muy claro, por ejemplo, con el movimiento feminista y sus
iniciativas políticas como la despenalización del aborto. Por otro lado, las redes pueden tam-
bién tener efectos disruptivos en la medida que amplifican y profundizan los antagonismos,
la polarización socio-política y la propagación del conflicto (Calvo y Aruguete, 2020). Por
sus propias características, redes como Twitter facilitan la segregación y la constitución de

109
burbujas informativas, facilitando la constitución de formatos relacionales más confrontativos
(Calvo y Aruguete, 2018). En el caso argentino hay evidencia que la polarización y la con-
frontación antagónica son uno de los rasgos sobresalientes de las redes sociales. Kessler y
Fuerstein (2020) muestran que entre mayo y junio de 2020 se configuran dos comunidades
correspondientes a los polos “oficialista” y “opositor”. El nivel de polarización entre ambos
polos es muy alto, no obstante situarse por debajo de Brasil, Estados Unidas y Reino Unido.

INTERESES SECTORIALES O PERSONALES Y CONDICIONAMIENTO


DE LA INSTITUCIONALIDAD DEMOCRÁTICA
La Constitución y el sistema político de la Argentina vigentes no reconocen formalmente a
grupos sociales y/o corporaciones de ningún typo, privilegio alguno en materia de represen-
tación política y/o de influencia sobre las acciones del poder estatal.
No obstante, es posible establecer al menos tres tipos de condicionamientos políticos que
generan ciertos sesgos en el funcionamiento de la institucionalidad democrática argentina.
Uno de ellos es territorial y formal y deviene de las características específicas que asume la
organización federal del Estado argentino. El otro, social e informal y deviene del poder políti-
co de facto que algunos sectores sociales ejercen en función de la preeminencia que deten-
tan en recursos de poder no formalmente políticos, principalmente el económico. El tercero
corresponde a sectores externos, incluyendo, particularmente, los organismos multilaterales
de crédito, en especial el Fondo Monetario Internacional.
Respecto al federalismo argentino, uno de sus rasgos más notorios es el extremo malappor-
tionment del Congreso nacional, dada la sobrerrepresentación en ambas cámaras de las
provincias menos pobladas (Leiras 2013). Esto implica que hay un sesgo territorial en la distri-
bución del poder político legislativo a favor de ciertos sectores de la población en desmedro
de otros. Esto tiene consecuencias negativas en términos de las características que asume
la distribución de recursos. En efecto, los gobiernos nacionales están dispuestos a favorecer
con recursos financieros discrecionales a los territorios menos poblados, pero con mayor, en
términos relativos, representación legislativa, con el fin de obtener apoyo en el Congreso. Al
mismo tiempo, tienen predisposición a derivar recursos de capital físico (obra pública), hacia
los territorios más poblados, el voto de cuya población precisan para ganar elecciones. El
efecto de esta dinámica es aumentar las diferencias y desigualdades territoriales en términos
de desarrollo, ya que las provincias más pobres y más pequeñas usan los recursos financie-
ros para sostener el empleo público en desmedro de la inversión pública. La sobrerrepresen-
tación, entonces, aparece como un obstáculo para una redistribución territorial progresiva.
Sin embargo, este sesgo territorial no es totalmente injustificable en términos de la institucio-
nalidad democrática, ni irreversible en sus efectos negativos (Leiras, 2013). En primer lugar, la
sobrerrepresentación tiene una justificación en términos de proveer a las jurisdicciones menos
pobladas y ricas de ciertos instrumentos políticos que podrían revertir la situación o al menos
no agravarla. En este sentido puede interpretarse como un modo de equilibrar la dimensión
electoral con la dimensión igualitaria de la democracia. En segundo lugar, los efectos negativos
de esta sobrerrepresentación no corresponden tanto a ella misma, sino a otros aspectos del
sistema político (como, por ejemplo, la fragmentación territorial de los partidos políticos nacio-
nales) que son susceptibles de correcciones a través de una adecuada ingeniería institucional.
De todos modos. es cierto que la organización federal del Estado argentino implica riesgos
graves de parálisis institucional cuando los poderes subnacionales son investidos con pode-

110
res de veto. Tal es el caso previsto en la norma constitucional sancionada en 1994 de acuerdo
con la cual una nueva Ley de Coparticipación (que regula la cuestión clave de la distribución
de los recursos impositivos entre los diferentes distritos) solo podrá ser aprobada si cuenta
con la aprobación unánime de todas las legislaturas provinciales. Esto llevó a que la nueva ley
no se sancionara y la mencionada distribución fiscal siga haciéndose en una mezcla confusa
de discrecionalidad y acuerdos (“pactos fiscales”) contingentes e inestables.
Respecto a los sectores socioeconómicos, es bien conocida la postura de reconocidos aca-
démicos e intelectuales que señalan una creciente brecha entre una distribución igualitaria
de jure del poder político y una distribución de facto que favorece notoriamente a algunos
sectores o grupos normalmente muy minoritarios, pero con grandes recursos, que les per-
mite ejercer gran influencia sobre el campo político sin interrumpir ni violar abiertamente la
vigencia de los principios básicos de la democracia electoral y liberal (Acemouglu y Robin-
son, 2008; Blofield, 2011 entre otros). Los recursos a través de los cuales estos grupos se co-
locan en posición de condicionar a los gobiernos democrácticos, cuando no de imponerles
directamente sus preferencias de políticas públicas, son variados. Este sesgo de los procesos
democrácticos en el marco de la vigencia de las libertades civiles y políticas, llevó a algunos
autores a hablar de “posdemocracia” (Crouch, 2016). En un tipo ideal extremo, la posdemo-
cracia implica la reducción de la democracia a una cáscara vacía meramente formal.
La Argentina presenta desde el inicio de la restauración democrática ciertos rasgos posde-
mocráticos. No obstante, se trata de una situación compleja que presenta muchos matices
y que se encuentra lejos de ser una situación extrema en el que el juego democrático se
reduce a una simple formalidad.
En primer lugar, la posdemocracia argentina parece seguir un patrón cíclico (el cual no ne-
cesariamente coincide con los períodos correspondientes a diferentes gobiernos), con la
influencia de las elites socio-económicas, pasando por etapas de expansión y retracción, si
bien nunca desapareciendo totalmente. Si tomamos los últimos quince años de la democra-
cia argentina, podemos distinguir una etapa de fuerte retracción (2003-2008), una de pau-
latina recuperación (2009-2015), una de expansión (2015-2019) y el inicio de una nueva
retracción a partir de 2019.2
Sin embargo, esta dinámica cíclica muestra una tendencia creciente de la influencia de facto
de las elites socio-económicas. Cada ciclo de retracción de su influencia la hace retroceder
a un piso cada vez más alto, de tal modo que cada fase de expansión implica un crecimiento
de su influencia respecto a las fases expansivas previas.
Esta tendencia, puede pensarse a la vez como resultado y como causa de un fenómeno
que es previo a la restauración democrática, pero que continuó claramente desde 1983 a
la fecha: la creciente concentración y centralización de la producción de bienes y servicios,
unidas a un proceso de extranjerización de las empresas más importantes que trajo apare-
jada la internacionalización de las elites socio-económicas con el consiguiente deterioro de
su compromiso con el desarrollo humano y económico domésticos (Scaletta, 2017; Freytes,
2013). Hacia 2014, las primeras grandes firmas generaban el 18 % del PBI y el 80 % de las
exportaciones (fuente de divisas externas, un insumo escaso y crítico de la economía argen-
tina) al tiempo que generaban solo el 5 % del empleo (Scaletta, 2017: 18).

2 Sobre la relación entre las elites económicas y el gobierno durante los gobiernos kirchneristas, ver Bonvecchi, 2011); sobre esta relación
durante el gobierno de Mauricio Macri, ver Casullo (2016) y Castellani (2018).

111
Esta cada vez mayor concentración y centralización productiva implicó la emergencia de
elites económicas cada vez más poderosas con intereses, dada su creciente internalización,
cada vez más vinculados a las corrientes financieras y mercantiles internacionales. La cre-
ciente financierización de sus operaciones y la dolarización y fuga de sus activos, sustrayén-
dolos de inversiones productivas, han contribuido sustancialmente a las recurrentes crisis
cambiarias que sufre el país y a la consiguiente necesidad de los gobiernos de caer en enor-
mes endeudamientos externos que condicionan fuertemente los grados de libertad de la po-
lítica socio-económica (Rua y Zeolla, 2018; Manzanelli et al., 2015). Los sucesivos gobiernos
de diferente signo se han mostrado incapaces, más allá de las diferencias en la intensidad de
estos fenómenos y la mayor o menor voluntad de revertirlos, de ejercer un control efectivo
sobre estas conductas.
En buena medida, esta incapacidad gubernamental se relaciona con la capacidad de estas
elites para desplegar sus recursos en el campo político.
Estos recursos son de cuatro tipos. El primero corresponde a los aportes de campaña de los
sectores empresariales. Estos aportes han demostrado tener una incidencia significativa en los
resultados electorales, particularmente en lo que hace al desempeño de los partidos oposito-
res (Freille y Soffietti, 2017). El segundo corresponde al lobby informal (el lobby no está regu-
lado en el sistema político argentino), esto es, la promoción de los propios intereses a través
del acceso directo y la interacción con quienes tienen capacidad de decisión en la estructura
estatal. Este recurso ha probado ser efectivo: las empresas más activas en el lobby incremen-
tan significativamente sus chances de obtener contratos con el Estado (Freille et al., 2019). El
tercer recurso es el formar parte de los elencos gubernamentales. Históricamente, durante
las dictaduras militares argentinas miembros de las elites económicas o sus representantes
directos formaron parte de los elencos ministeriales, particularmente en áreas vinculadas con
la política económica y financiera. Sin embargo, al tiempo que este mecanismo se hacía cada
vez más evidente y extendido en diferentes países, se hizo presente también en los gobiernos
democráticos de la Argentina y alcanzó durante el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019)
una intensidad, extensión y magnitud inéditas. Macri, el mismo miembro de la elite económica,
puso al frente de numerosos ministerios a dirigentes de grandes corporaciones empresariales,
exCEO de empresas multinacionales y antiguos directivos de fondos internacionales o bancos
de inversión (Castellani, 2018; Morón et al., 2019). Esta situación entraña altos riesgos de con-
flictos de intereses que pueden dañar o distorsionar la orientación del gobierno en función de
los intereses de la sociedad en su conjunto. El cuarto recurso corresponde a lo que algunos
autores llaman poder estructural, el cual consiste en la capacidad de generar efectos políticos
a partir de conductas económicas de gran impacto: aumentos de precios, presión sobre el tipo
de cambio, no liquidación de exportaciones, etcétera.
El incremento de poder de las elites económicas se corresponde también con la crecien-
te pérdida de poder del sindicalismo, que durante muchas etapas de la historia argentina
actuó como un mecanismo de compensación frente a aquel. La caída de la influencia del
sindicalismo tiene que ver con grandes cambios que sufrió la estructura socio-económica
argentina, particularmente los procesos de desindustrialización y el crecimiento dramático
de la informalidad laboral. Estos cambios incidieron para que el sindicalismo profundizara su
división (entre sindicatos de trabajadores que consiguieron sostener sus ingresos y aquellos
más castigados por las transformaciones estructurales) y para que se generara una creciente
tensión entre los trabajadores formales y aquellos excluidos del mercado de trabajo y cre-
cientemente dependientes de la ayuda del Estado (Murillo, 2013).

112
Finalmente, la gobernabilidad democráctica argentina aparece muy condicionada por los or-
ganismos multilaterales de crédito, en especial el FMI. Prestamista de última instancia frente
a las crisis desatadas por las corridas cambiarias y las retracciones cíclicas de los préstamos
privados externos, los créditos del FMI normalmente están asociados a una serie de exigen-
cias (“condicionalidades”) que implican la delegación por parte de los gobiernos argentinos
de amplios márgenes de maniobra en materia de política fiscal y social. El FMI aparece como
un actor con gran capacidad para condicionar la política doméstica (Nemiña, 2013). La ma-
siva deuda que en 2018 el gobierno de la Argentina contrajo con el FMI para hacer frente a
la depreciación del peso y la ingente fuga de capitales, aparece como una nueva edición de
estos condicionamientos. El gobierno argentino que asumió en diciembre de 2019 está en
pleno proceso de negociación para refinanciar esta deuda, pero las exigencias del FMI ya
parecen claras en términos de los equilibrios fiscales que demanda para acceder al estira-
miento de los plazos de pago correspondientes.

SATISFACCIÓN CON LA DEMOCRACIA DE LOS CIUDADANOS:


FACTORES INDIVIDUALES DETERMINANTES
En este apartado examinamos, para el caso argentino, la relación de algunas variables que
han sido destacadas por la literatura en cuanto a su relación con la satisfacción con la de-
mocracia. Esta exploración está condicionada por los datos disponibles hasta el momento,
pero creemos que aun con esta limitación, es posible establecer algunos primeros resultados
importantes para la construcción de una agenda de investigación.
La variable dependiente se obtuvo de una pregunta estándar en la literatura del tema: “En
general, ¿usted diría que está muy satisfecho(a), satisfecho(a), insatisfecho(a) o muy insatisfe-
cho(a) con la forma en que la democracia funciona en Argentina?” realizada en la encuesta
LAPOP a 1.527 personas entre 2018 y 2019.
En primer lugar, examinamos variables vinculadas a la situación económica personal y del
país, luego variables vinculadas a participación política y protesta, percepción de inseguridad
y del principal problema del país, confianza en las instituciones públicas, tipo de medio por
el que recibe noticias, y finalmente, percepción de corrupción.
Incorporamos una serie de variables de control, como género, edad, nivel de educación,
ocupación (quienes están buscando trabajo) y autopercepción de raza. Comparamos los re-
sultados de un modelo de regresión lineal simple (OLS) (ya que la variable dependiente tiene
varias categorías) y un modelo logístico para variable dependiente ordinal (OLOGIT) que, en
principio, debería ser el que mejor ajusta al tipo de variable dependiente. Los resultados en
ambas especificaciones reportan valores muy similares. Solamente dos variables pierden
significancia estadística y dos de ellas la ganan en el modelo logístico. Estas variables son
analizadas más abajo. Realizamos algunas pruebas de posestimación al final para analizar la
robustez de los resultados.
La Tabla 1 (al final de esta sección) muestra los resultados de la regresión entre la satisfacción
con la democracia y las variables clave en nuestros modelos. En primer lugar, los resultados
indican que, controlando por terceras variables, la percepción de la situación económica
personal de la persona entrevistada y la del país no se relacionan con la satisfacción repor-
tada con la democracia. El hecho de que las personas estén buscando trabajo tampoco se
vincula con satisfacción.

113
Algo similar sucede con variables vinculadas al interés en la política, la ideología, la simpatía
por algún partido político, o la participación en organizaciones de la sociedad civil. Ninguna
de estas variables se relaciona con satisfacción con la democracia. Participación en protes-
tas e interés en la política se relacionan negativamente y son estadísticamente significativas
en el modelo logístico. Tampoco lo hacen variables que reportan la recepción de ayuda por
parte del gobierno o la sensación de inseguridad de la persona entrevistada. Por el contrario,
un aumento en la confianza en el congreso y los partidos, se vinculan con más satisfacción.
Confianza en los partidos pierde significancia estadística en el modelo logístico.
Esta relación positiva con la satisfacción se mantiene cuanto mayor es el acuerdo entre las
personas entrevistadas en que los que gobiernan piensan en la gente (“la gente común”). Las
personas que manifiestan mayor apoyo a la redistribución, tienden a tener más satisfacción.
Pero los que perciben que la corrupción es alta, tienen menos.
Por otro lado, las personas que indican más seguimiento de noticias tienen menos satisfac-
ción. Si la persona tiene una cuenta de Twitter, la satisfacción que reporta es menor.
En relación a los controles, las mujeres reportan menos satisfacción, pero la significancia
estadística se pierde en el modelo logístico. Las personas de mayor edad y más alto nivel
educativo reportan más. Ninguna de las variables de autoidentificación de raza se relaciona
estadísticamente con la variable dependiente.
En un segundo modelo recodificamos las variables que reportan el principal problema del
país para la persona entrevistada. Solamente aquellas que identifican a la desigualdad como
el principal problema, tienden a tener menos satisfacción con la democracia.
Realizamos algunas pruebas de posestimación para analizar la robustez de los resultados. La
prueba de Breusch-Pagan/Cook-Weisberg y un diagrama de dispersión para el término de
error en los modelos principales indican que hay heterocedasticidad. La autocorrelación en
el término del error posiblemente esté indicando la existencia de alguna variable omitida. El
r2 indica que nuestros modelos explican entre el 10 % (en OLOGIT) y el 27 % (en OLS) de la
variación en la variable dependiente. Futuros modelos podrán especificar mejor las variables
clave que incidan en la satisfacción con la democracia.

114
TABLA1: Resultados de la regresión (OLS y OLOGIT)

115
Nota: la variable dependiente es satisfacción con la democracia. Coeficientes de regresión no estandarizados.
Errores estándar reportados entre paréntesis. *p<0.100; **p<0.050; ***p<0.010.

Cómo síntesis de lo que muestran estos modelos, podemos decir que, a nivel micro, las tres
variables socio-políticas más relevantes en términos de satisfacción con la democracia son:
desigualdad (identificada como el problema más relevante) con un efecto negativo; percepción
de la corrupción de los funcionarios, también con un efecto negativo; y percepción de que el
gobierno actúa a favor del interés de la gente, con un efecto positivo sobre cuán satisfechos
están los ciudadanos con el sistema democrático (con los recaudos del caso, esto permite
plantear la hipótesis –razonablemente fundada– que la percepción de que el gobierno actúa
a favor de las elites tiene un efecto negativo sobre la conformidad con la democracia).

116
Creemos relevante explorar la relación que existe entre estas variables. La Tabla 2 muestra las
correlaciones entre ellas.

TABLA2: Correlaciones entre percepción de la desigualdad, de la corrupción


y de la acción del gobierno a favor de la gente

Las correlaciones son prácticamente inexistentes salvo entre la percepción de corrupción y


la de gobierno a favor de la gente, la cual, sin embargo, es muy baja.

117
CONCLUSIONES
La literatura y las evidencias sobre el funcionamiento de la democracia argentina presen-
tan luces y sombras. Desde su restauración en 1983, y particularmente a partir de 2001,
el sistema democrático argentino muestra avances sistémicos indudables, empezando por
su resiliencia y estabilidad a pesar de las gravísimas crisis sociales y políticas que atravesó
desde entonces. Recientemente, el sistema democrático saldó una de las que parecía ser su
deuda más importante: que un gobierno no peronista terminara su mandato constitucional
sin tener que adelantar las elecciones o la asunción del mando del presidente entrante. A
estos “signos” auspiciosos se suman otros aspectos positivos como la creciente participación
política no-institucionalizada (normalmente bajo el formato de “protesta” y/o movilización
en espacios públicos), el funcionamiento más que aceptable de instituciones claves como el
Congreso, el mantenimiento del equilibrio entre los poderes del Estado, particularmente en-
tre el Ejecutivo y el Legislativo, el fortalecimiento y ordenamiento del sistema de partidos que
logró reconstituirse luego de la devastadora crisis de 2001 y el continuo avance en materia
de derechos civiles de diversa índole, entre otros.
Los signos negativos y las deudas de la democracia argentina son también claros: el avance
de la corrupción, la creciente intolerancia y agresividad en la esfera pública y en los ámbi-
tos de las relaciones políticas, la muy elevada desigualdad social y económica que opera en
diferentes dimensiones y se traslada a otros ámbitos (como el acceso a la justicia), la con-
tinuidad de las crisis económicas que orada la confianza en los gobiernos, el creciente poder
político de las elites económicas, entre las más significativas.
¿Cuáles de estos problemas y en qué medida inciden sobre el descontento con la democracia?
Un modo de realizar esta evaluación, que adoptamos aquí, es establecer la correspondencia
entre estos problemas, que pueden considerarse rasgos “objetivos” de la democracia argen-
tina, de una parte, y el modo en que estos problemas son concebidos por los ciudadanos y
tienen incidencia (o no) sobre su satisfacción con la democracia, por el otro. En otros térmi-
nos, intentaremos (hasta dónde sea posible en virtud de los datos disponibles y/o procesados
hasta el momento), establecer el vínculo entre las caracterizaciones basadas en la literatura
y en observaciones en el nivel macro, con los datos y análisis estadísticos en el nivel micro
realizados en base a la encuesta de LAPOP de la onda 2018-2019.
Una advertencia sobre la variable dependiente de nuestros modelos cuantitativos: la pregun-
ta de LAPOP sobre satisfacción de la democracia, que usamos para construir esta variable, no
especifica qué se considera “democracia”. Creemos razonable asumir que los encuestados,
en su gran mayoría, adoptarán una noción “de sentido común” respecto a este término, esto
es, identificarán democracia con la vigencia de derechos civiles y políticos, más la elección
periódica de gobernantes en elecciones libres y justas. No creemos que el ciudadano común
identifique a la democracia, en tanto régimen, con la participación activa, la deliberación,
ni la justicia redistributiva, lo que habilita tratar a estos últimos aspectos (o algunos de ellos)
como variables independientes.
Los problemas más graves que surgen al establecer la correspondencia entre lo que sucede
a nivel macro y a nivel micro son la desigualdad, la corrupción y la primacía de los intereses
sectoriales de las elites económicas. Como vimos, estos son todos problemas que, más allá
de ciertas fluctuaciones, han mostrado una tendencia a hacerse más profundos y a agravarse
con el transcurso del tiempo. Estas tendencias estructurales se reflejan en las percepciones
agregadas de la población: en 2018 una clara mayoría (casi el 60 %) creía que la corrup-
ción era peor que el año anterior, solo el 9 % de la población creía que la riqueza estaba

118
distribuida de modo justo y el 82 % creía que el país estaba gobernado por unos cuantos
grupos poderosos en su propio beneficio. Y como muestran nuestros modelos econométri-
cos, todos estos factores inciden negativamente, a nivel individual, sobre la satisfacción con
la democracia (en el caso de las elites, nuestros modelos toman la variable complementaria,
mostrando que aumenta la satisfacción de la democracia cuando se cree que el gobierno
piensa en la gente). En otras palabras, parece haber evidencia suficiente que la desigualdad,
la corrupción y el poder político de las elites económicas son factores que explican en buena
medida el creciente desencanto con la democracia en la Argentina.
En cuanto a la creciente importancia de las redes sociales, vimos que las evaluaciones a nivel
macro son ambivalentes. Parece claro que tienen efectos positivos, particularmente en lo
que hace a la dinámica de los movimientos sociales y al activismo de la sociedad civil. No ob-
stante, sus efectos negativos parecen ser también evidentes (proliferación de noticias falsas,
creciente agresividad y generación de “burbujas” culturales e informativas que facilitan acti-
tudes discriminatorias, entre otros). Nuestros modelos parecen confirmar esta ambigüedad.
Por un lado, el uso de ciertas cuentas, como Twitter, muestra que, a nivel micro, prevalecen
los aspectos negativos: su uso tiene una relación negativa con la satisfacción con la democ-
racia. No obstante, esta red es la menos usada en el país –y en América Latina en general–
(Barómetro de las Américas 2019), por lo que su incidencia sobre el desencanto democrático
puede considerarse (aún) limitada. El uso de otras redes como WhatsApp y Facebook, de uso
mucho más masivo, no parece incidir sobre la satisfacción con la democracia.
La participación política, por su parte, nos muestra una situación paradójica. Vimos que la
extensión de la participación, en el formato de protesta y movilización callejera, es una de las
características sobresalientes de la democracia argentina. Por otra parte, la participación es
una dimensión conceptual de la democracia entendida en sentido amplio. Sin embargo, en el
nivel micro, la protesta se relaciona negativamente con la satisfacción con la democracia. Una
posible explicación es que la relación sea inversa: el desencanto con la democracia electoral
y liberal lleva a la protesta como un modo de conseguir que los gobiernos lleven adelante
acciones que no asumen por los incentivos que son propios de los procesos electorales. Esta
es una cuestión que debe explorarse en futuras y más detalladas indagaciones.
En lo que hace a las crisis económicas (un factor estructural que en principio puede asumirse
que tiene un efecto importante sobre la satisfacción con la democracia) el análisis cuanti-
tativo muestra que no tiene efecto sobre la satisfacción con la democracia. Ni la situación
económica personal, ni la del país, tienen efecto respecto de esta satisfacción. Puede con-
siderarse que este es un rasgo muy positivo de la cultura política democrática: los ciudada-
nos establecen una clara discriminación entre el régimen democrático y los gobiernos; no
culpan al sistema democrático por las crisis y sí, dados los resultados electorales desde 1983
a 2019, hacen responsables a los gobiernos y los castigan electoralmente.
Respecto del funcionamiento de instituciones democráticas claves como los partidos políti-
cos y el Congreso, la evidencia a nivel macro muestra que la democracia argentina ha tenido
desempeños aceptables e incluso notorias mejorías en los últimos quince o veinte años. En
principio, estos rasgos estructurales se reflejan a nivel micro sobre la satisfacción con la de-
mocracia: la confianza en los partidos y en el Congreso tienen un efecto positivo y significa-
tivo sobre la satisfacción con el sistema. Sin embargo, a nivel agregado la confianza (mucho
o algo) en el Congreso en 2018 abarcó solo al 24 % de la población, con lo cual el efecto
positivo respecto de la satisfacción con la democracia a nivel micro queda bastante diluido a
nivel macro. En otros términos, la baja percepción del efectivo buen funcionamiento de estas

119
instituciones democráticas neutraliza, en buena parte de la población, el efecto positivo de
aquel sobre la satisfacción individual con la democracia.
Finalmente, vimos que no parece haber evidencia que el populismo haya tenido un efecto
negativo sobre el funcionamiento de la democracia. A nivel micro, esto se corresponde con
el hecho que la simpatía por algún partido no tiene incidencia sobre la satisfacción con la
democracia. Dado que hay partidos (como el peronista) que presentan claras tendencias
populistas, aquel resultado permite suponer que orientaciones individuales populistas o de
apoyo al populismo no afectan negativamente la consideración o aprecio por la democracia
electoral y liberal.
Como vimos más arriba, las tres variables socio-políticas más importantes en términos de su
efecto sobre la satisfacción con la democracia (percepción de desigualdad, de corrupción y
atención del gobierno a los intereses de la gente común) no se correlacionan, salvo, si bien
en un nivel muy bajo, corrupción y gobierno en interés de la gente. Es llamativo que esta
correlación sea positiva. Esto podría dar sustento a la idea que, en cierta medida, no del todo
despreciable si bien sujeta a futuras verificaciones, funcionaría aún en la Argentina el aforis-
mo popular “roban, pero hacen” (en este caso sería “hacen a favor de la gente”). No obstante,
dado el efecto que la corrupción tiene sobre la satisfacción de la democracia, es claro que
este “pero” puede implicar altos costos sobre la legitimidad del sistema.
Como evaluación general, el balance parece ser más bien negativo. Los aspectos de la de-
mocracia argentina que presentan un desempeño deficitario más o menos grave (desigual-
dad, corrupción y poder de las elites) inciden negativamente en las actitudes ciudadanas
respecto de la democracia. Pero aspectos positivos como participación política tienen tam-
bién un efecto negativo, y otros aspectos positivos, como el funcionamiento de los partidos
y el Congreso, no son percibidos como tales, por lo que su eventual efecto positivo sobre las
actitudes respecto de la democracia, en buena medida se diluyen. Los elementos positivos
de este balance no carecen de importancia, por cierto. La sofisticación de una cultura políti-
ca que discrimina entre gobierno y régimen es sin duda un gran avance, como es también
positivo que no parezca haber asociación entre orientaciones partidarias e individuales pop-
ulistas y descrédito del sistema democrático liberal y electoral.
No obstante, el panorama negativo prevalece. El resultado de este balance no podría ser otro,
dada la evolución decreciente de la valoración de la democracia en los últimos años.
Como síntesis final, entonces, podemos caracterizar la situación actual de la democracia
argentina como escindida en dos niveles que muestran situaciones y aún dinámicas difer-
entes. En el nivel sistémico, de funcionamiento de instituciones claves e involucramiento de
los ciudadanos en la política activa, el panorama parece promisorio. Incluso la propia cul-
tura política de los ciudadanos relativa a su interacción con la política institucional (como la
ya mencionada sofisticada separación entre el desempeño de los gobiernos y la valoración
del sistema) presenta aspectos que contrastan favorablemente con el pasado. Sin embargo,
cuando nos movemos a nivel micro, estos aspectos positivos no tienen allí una valoración
sustantiva, al tiempo que las deudas cada vez más grandes del sistema (creciente desigual-
dad, visibilidad cada vez mayor de la corrupción y el poder político de pequeñas minorías
con gran poder económico) tienen un peso negativo cada vez mayor sobre la valoración que
los ciudadanos hacen de la democracia.
A partir de este diagnóstico, los posibles escenarios futuros que se abren no dejan de ser
preocupantes. En efecto, esta doble dinámica de la democracia argentina no parece ser

120
sustentable en el largo y aun el mediano plazo. Parece poco plausible que el sistema políti-
co-institucional pueda seguir funcionando aceptablemente bien mientras continúe el dete-
rioro de la satisfacción democrática de los ciudadanos impulsada por las percepciones de
desigualdad, de corrupción y de indiferencia del gobierno por los problemas del común de
los ciudadanos. Es de esperar que más tarde o más temprano, las instituciones democráticas
empiecen a registrar el impacto de esta insatisfacción creciente. O bien a través de una cada
vez mayor desafección política institucional (menor asistencia a las elecciones, mayor por-
centaje de votos nulos o blancos, etcétera) que habrán de generar problemas crecientes de
legitimación, o bien a través de la creciente importancia y atracción de movimientos políticos
antisistémicos. En el primer caso es de esperar que emerjan problemas serios de gobernab-
ilidad, en contextos de fuerte apatía y descreimiento ciudadano, por “falta de sustentación
social”. En el segundo caso es previsible que los problemas de gobernabilidad emerjan como
consecuencia de fuertes procesos de impugnación social al funcionamiento de las insti-
tuciones democráticas.
La pregunta clave, por cierto, es qué hacer frente a este panorama.
Obviamente, la prioridad es operar sobre los factores que aparecen como los más graves:
debe haber acciones concretas y contundentes para reducir la desigualdad (como señalan
muchos especialistas sobre la cuestión, una reforma tributaria progresiva que cambie estruc-
turalmente un sistema muy regresivo debería ser la prioridad en este sentido); la corrupción
debe quedar incluida de modo central y permanente en la agenda política de todos los
gobiernos, cualquiera sea su signo, y deben tomarse medidas sustantivas para que el Poder
Judicial actúe de modo rápido y efectivo sobre las sospechas fundadas de actos corruptos;
esta efectividad y rapidez, no obstante, solo serán posibles si se avanza de modo decidido y
sin contemplaciones sobre los núcleos de corrupción y penetración por intereses privados y
políticos que afectan a parte del Poder Judicial; debe avanzarse en una reforma política que
limite los recursos políticos de los sectores económicamente más poderosos (la regulación de
los lobbies empresarios, la restauración y aun mayor restricción de los aportes empresariales
a las campañas, un examen detenido de los rasgos y del rol de los medios de comunicación
que constituyen enormes emporios empresariales, etcétera, son aspectos que deben ser
abordados a la brevedad).
El rol de los académicos en este proceso puede ser importante. Para ello, las agendas de
investigación deben tener una orientación prioritaria hacia estas cuestiones. Sin embargo, si
el resultado de las investigaciones académicas habrá de tener algún impacto, lo será en la
medida que los actores académicos institucionales (Universidades, Centros de Investigación
y Centros de Formación) adopten estrategias de difusión masiva y con un lenguaje accesible
de sus hallazgos. Los incentivos académicos deben alinearse en este sentido. Esto implica
que deben establecerse los arreglos institucionales y organizacionales para que las tareas de
divulgación y difusión tengan el reconocimiento académico del que hoy carecen.

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126
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INTRODUCCIÓN
Bolivia registra para el año 2020 el mayor tiempo de funcionamiento y continuidad de la in-
stitucionalidad democrática de toda su historia política republicana, que pronto cumplirá dos
siglos desde su fundación. Un record para un país cuya historia, como la de muchos países lati-
noamericanos, estuvo jalonada por largas interrupciones, ausencia de prácticas e instituciones
democráticas y gobiernos no electivos, generalmente vinculados con la institución armada.
Desde el 10 de octubre de 1982 a la fecha, Bolivia registra 38 años de continuidad democráti-
ca, elecciones periódicas, reformas estructurales en el Estado, ampliación de la participación
ciudadana y novedosos procesos de inclusión social. El modelo democrático recuperado y
vigente durante las últimas cuatro décadas, sin embargo, no se halla exento de conflictividad,
tensiones, crisis, que en reiteradas ocasiones hicieron temer por la ruptura y el retorno a formas
autoritarias de gobierno. En este contexto, el análisis de la aprobación o rechazo, credibilidad
o desconfianza, conformidad o desencanto, de la ciudadanía respecto del buen o mal funcio-
namiento de las instituciones de la democracia en Bolivia, desde el año 2014 al presente, seis
años, constituye el eje temporal y narrativo del presente documento inicial.

RECUENTO HISTÓRICO DEL PROCESO POLÍTICO BOLIVIANO


El 10 de octubre de 1982 es la fecha emblemática de retorno a la institucionalidad democráti-
ca, desde gobiernos no electivos, de carácter autoritario, vinculados a las Fuerzas Armadas, a
gobiernos elegidos por el voto popular y de carácter civil. El complejo y prolongado proceso
de recomposición institucional democrática comenzó a finales de la década de los 70, antes
de la convocatoria a elecciones, entre grupos de poder y organizaciones políticas. En 1978,
1979 y 1980, se llevaron a cabo elecciones fallidas que finalmente derivaron en elecciones
anuladas (1978) o nuevas interrupciones protagonizadas por la institución armada (1979 y
1980) hasta que, finalmente, un acuerdo entre los actores políticos de la época estableció el
reconocimiento de los resultados de la última elección –efectuada en 1980– y el repliegue
de las Fuerzas Armadas, lo cual dio pie al ciclo democrático, aún vigente.
A principios de la década de los 80, Bolivia retoma el camino de la institucionalidad demo-
crática de la mano de una coalición de izquierda denominada Unidad Democrática y Popular
UDP, la cual por una inadecuada gestión de la crisis económica, presiones sociales y expec-
tativas colectivas de bienestar insatisfechas, se vio obligada a convocar a elecciones antici-
padas, provocando el acortamiento del mandato del Ejecutivo y Legislativo, pero superando
con ello una primera crisis del sistema democrático y de los partidos políticos de la época. A
partir de los 80 se realizan elecciones periódicas, relativamente competitivas; alternancia de
partidos en el gobierno, jalonadas por crisis políticas que suelen colocar al país en situacio-
nes de conflictividad, de enfrentamiento interno y al borde de la ruptura del sistema demo-
crático. Tiempo político en el cual la aprobación o desencanto con la democracia, depende
del momento y contexto político institucional.
Las casi cuatro décadas de institucionalidad democrática que vive Bolivia y las severas crisis
políticas superadas, nos animan a sostener con una alta dosis de optimismo que la demo-
cracia en Bolivia llegó a finales de los 70, para quedarse. Sin embargo, la propia historia
nos recuerda que muy pocas instituciones políticas perduran inalterables e indefinidas en
el tiempo; la mayor parte de ellas se renuevan, ya sea porque los actores, organizaciones y
contextos políticos, cambian, y porque las actitudes, comportamientos, lealtades o desapro-
bación, también se modifican.
La oposición autoritarismo militar vs. democracia, características de la década de los 70, ha
sido sustituida en el siglo XXI por otro tipo de oposición, el autoritarismo ideológico partida-

128
rio, esto es, por el “autoritarismo democrático” de los partidos o coaliciones políticas tanto de
derecha como de izquierda, según se hallen en el gobierno. Las elecciones periódicas per-
miten, por lo menos durante un tiempo, alternancia de partidos en el gobierno, de izquierda
o derecha. Si bien los partidos en el gobierno y con representación parlamentaria tienen un
origen político electoral, democrático, estas coaliciones o partidos en el ejercicio guberna-
mental, suelen desplegar tendencias autoritarias del mismo signo del discurso o ideología
que les permitió ganar elecciones y llegar al poder. Por tanto, durante la actual etapa de-
mocrática de casi cuatro décadas, la dicotomía dictadura vs. democracia, del siglo XX, se
ha sustituido en el siglo XXI por la dicotomía: autoritarismos democráticos de izquierda o de
derecha, donde la aprobación o desencanto con la democracia, del ciudadano o de los dis-
cursos políticos, dependerá del lugar que se ocupe en este espacio de competencia política
y en el movimiento pendular, ideológico partidario.
En los diversos procesos electorales llevados a cabo en Bolivia –desde 1978 hasta la actua-
lidad, 2020– para la elección de la presidencia y conformación del parlamento (Asamblea),
han gobernado coaliciones o alianzas de izquierda o derecha, las cuales se enfrentaron a
los siguientes dilemas: participación ciudadana-exclusión; derechos ciudadanos-estabilidad
política; transparencia-corrupción estatal. Todos, sin embargo, han tomado decisiones pri-
vilegiando la estabilidad política de los gobiernos. En consecuencia, la prevalencia de go-
biernos respaldados por la fuerza y asociados a la institución militar han sido sustituidos por
coaliciones de partidos u organizaciones políticas, civiles, de izquierda o derecha, apoyados
en la legitimidad que otorga el voto ciudadano. La legitimidad de origen de los partidos y
gobiernos, media o alta popularidad, baja, media o alta aprobación, llegó a disminuir hasta
llegar a niveles críticos, de acuerdo al momento político-social donde les correspondió ac-
tuar y el tipo de decisiones que adoptaron. Esta fluctuación en el comportamiento colectivo
permite identificar y asociar el concepto de desencanto ciudadano con la democracia, lo
cual genera, a su vez, conflictividad social. El malestar ciudadano emergente suele canali-
zarse luego en las elecciones inmediatas, sustituyendo al partido y gobierno por otra opción
diferente, lo que deriva en alternancia ideológica partidaria en el gobierno. Esta tendencia
al desencanto y alternancia se mantuvo en las elecciones de 1985, 1989 y 2002, hasta las
elecciones de 2005 en las cuales se produjo la primera victoria del Movimiento al Socialismo
y Evo Morales, que a la postre derivó en un gobierno que reprodujo el poder durante tres
periodos constitucionales, un poco menos de quince años, con mayorías abrumadoras en la
Asamblea Legislativa, fortaleza política que dio lugar al surgimiento del autoritarismo de iz-
quierda, control del Estado, subordinación de la justicia, persecución política, descalificación
del adversario, censura y, en muchos casos, exilio político.
El Movimiento al Socialismo y Evo Morales, acompañado por Álvaro García Linera en la can-
didatura vicepresidencial, ganó las elecciones presidenciales y legislativas en 2005, 2009,
2014 y 2020. Sin embargo, el proceso político de elecciones periódicas fue todo menos
lineal y pacífico. La victoria del MAS en el año 2005 fue inesperada, incluso para el binomio
ganador. El flamante vicepresidente, Álvaro García Linera, también fue candidato a diputado
en las elecciones de 2005, asegurando un puesto legislativo, por si acaso el MAS perdía la
elección presidencial. Para las organizaciones políticas de la época, constituyó un verdadero
terremoto pues por primera vez en veinte años de gobiernos de centro izquierda o decidida-
mente conservadores y de derecha, perdían la elección contra un partido que proclamaba y
anunciaba el socialismo del siglo XXI. Para entonces, para el año 2005, se podía detectar y
explicar, por fatiga ciudadana, la derrota de los partidos políticos conservadores tradicionales,
estigmatizados por hechos de corrupción en el ejercicio del poder. La corrupción en un país

129
pobre como Bolivia, argumentaban los simpatizantes o militantes del MAS, era robar dos veces
al pueblo, además de perpetuar la exclusión social, pues al que se roba es al más pobre. La
izquierda había gobernado por última vez entre 1982 y 1985, dejando un registro de alta inefi-
ciencia gubernamental. Un estrepitoso fracaso en el manejo de la crisis económica, tanto que
sus erradas políticas derivaron en lo que se conoció como la hiperinflación, el despido masivo
de trabajadores mineros y la subsecuente migración a las ciudades, incrementando la presión
social sobre los gobiernos de la época que exigían políticas de Estado que aliviaran la pre-
cariedad de los migrantes del hambre en los centros urbanos. En dicha época, por supuesto
que se gestó un desencanto corrosivo respecto de la democracia y contra el gobierno de
izquierda, la Unidad Democrática y Popular UDP. La decepción social y colectiva derivó en un
giro político desde la izquierda hacia la derecha en las siguientes elecciones llevadas a cabo
en 1989. A partir de entonces, en las elecciones de 1989 y en las posteriores elecciones 1993,
1997 y 2002, durante dieciséis años, el gobierno quedó en manos de partidos nacionalistas
de derecha o en coalición con la centro-izquierda: el Movimiento Nacionalista Revolucionario
MNR, Acción Democrática Nacionalista ADN y Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR.
En este tiempo político, si llegó a gestarse una acumulación de desencanto por la democracia
se concentró en los gobiernos de la época, etiquetados como neoliberales por las políticas
económicas de más mercado, globalización y menos Estado; excluyentes de la participación
popular e indígena en el país. Además de reprimir severamente las movilizaciones ciudadanas
que demandaban reformas estructurales en el Estado. Aquellos gobiernos de centro y dere-
cha, intentaron en alianza con la institución armada y la policía, mantener la estabilidad de sus
gobiernos hasta las elecciones inmediatas, a contrapelo del creciente desencanto contra su
popularidad y contra las políticas de desestatización, liberalización del mercado, matizadas
con hechos de corrupción y exclusión social, especialmente de sectores populares.
En el año 2002, los resultados electorales de aquel tiempo anunciaron el giro histórico que
se iba a producir en la política boliviana. Evo Morales y el MAS lograron un insospechado se-
gundo lugar a escasos 40 mil votos del primero. Esto le permitió consolidar una importante
bancada legislativa que desde el primer momento se convirtió en la expresión del desen-
canto de un sector de la población, todavía minoritario, respecto del gobierno recientemente
elegido y contra todo el sistema político de partidos, de centro y derecha, que habían go-
bernado el país desde 1985 a la fecha. En los años posteriores al proceso electoral de 2002,
Bolivia habría de vivir un periodo de alta conflictividad y alta intensidad política que derivó,
luego de enfrentamientos y paralización del país, movilizaciones y huelgas generalizadas, en
la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, a un año y poco más de haber sido
designado por el Parlamento de la época.
La renuncia del presidente Sánchez de Lozada en 2003 no significó la ruptura de la institu-
cionalidad democrática, ni el retorno al tiempo de los gobiernos gestionados por la institución
armada, sino que a pesar de la severa crisis política se activó la sucesión constitucional. De este
modo la institucionalidad democrática sobrevivió, el desencanto con la democracia pareció
diluirse, al menos por un tiempo. El vicepresidente de la época, Carlos Mesa, asumió la presi-
dencia del país, pero ello no significó la anhelada estabilidad, el fin de los conflictos o el renacer
del entusiasmo por la democracia. Tan solo sería una tregua para que los movimientos sociales
y los desencantados con los partidos tradicionales acumularan fuerzas y continuaran su arre-
metida contra un sistema político fatigado y agotado, próximo a ser desplazado del poder.
Una nueva crisis en el año 2005 y nuevamente la democracia sale airosa, aunque magullada.
El presidente Mesa renuncia al mando presidencial, año y medio después de haber jurado al

130
gobierno, provocando con ello una nueva crisis político institucional. Si bien no se produce
la tan temida como anunciada ruptura del sistema democrático, la sucesión constitucional
llegará en esta ocasión hasta la presidencia de la Corte Suprema de Justicia, ultimo eslabón
de la sucesión constitucional de la época. Eduardo Rodríguez Veltzé, a la sazón presidente
del Tribunal Supremo de Justicia, asume la presidencia con el compromiso de realizar elec-
ciones a la brevedad posible. Elecciones que se verificarán a los cinco meses de asumir la
presidencia, en diciembre del año 2005.
La convocatoria a elecciones fue de parto muy complicado pues significó romper algunas
normas y tradiciones, como recortar el periodo de gobierno de cinco años a tres; adelantar el
calendario electoral por dos años, acortar el mandato del Parlamento en funciones. Todo con
el propósito de salvar la continuidad de la institucionalidad democrática de sus detractores,
de quienes se veían afectados por las elecciones adelantadas, de los desencantados con las
soluciones políticas en los márgenes de la democracia.
Si en algo coincidían todos los críticos de la democracia boliviana, era que se estaba rompiendo
el hilo constitucional y legal. Efectivamente, la democracia conocida hasta ese momento tenía
los días contados. Las elecciones adelantadas del año 2005, fueron el principio del fin de un
ciclo histórico de gobiernos de centro y derecha; así como el principio de un ciclo político, del
gobierno del Movimiento al Socialismo MAS. El desencanto ciudadano con los partidos tradi-
cionales con un tipo de democracia poco participativa, excluyente y con evidencias de corrup-
ción, había cristalizado en las elecciones de 2005, apostando por el retorno de la izquierda al
gobierno, después del fallido paso en 1982. El retorno de la izquierda al poder, de la mano de
Evo Morales y el MAS, fue mucho más que un cambio de gobierno, trajo consigo un cambio
radical en el sistema político, en las características y funcionamiento del sistema democrático.
El MAS, a las pocas semanas de haber asumido el mando del país, en enero del año 2006,
convocó a elecciones para conformar una Asamblea Constituyente y reformar la Constitu-
ción Política de la época, que se mantenía vigente desde finales de la década de los 70. La
Constitución vigente para aquel momento político había sobrevivido a varios gobiernos mili-
tares, permitido la recuperación de la institucionalidad democrática y resistido dos reformas
parciales en los años 1994 y 2004. La convocatoria a una Asamblea Constituyente, por el
Movimiento al Socialismo, para reformar la Constitución, respondía a un Plan Estratégico
Simple, que comenzaba con acceder al poder por la vía electoral, reformar la Constitución y
realizar reformas estructurales en el Estado para, finalmente, trasformar la sociedad boliviana.
El primer paso, el acceso al poder, se había producido en las elecciones de 2005 y al año
siguiente se daba el segundo, se convocaba a la ciudadanía, por primera vez en la historia
política de Bolivia desde la fundación republicana, a participar del proceso de reforma cons-
titucional. En las elecciones de 2005 se rompía con décadas de exclusión de la base social
étnica del país, retornaba la izquierda al gobierno, se cambiaba la piel del Estado pues los
nuevos administradores estatales reivindicaban orgullosos su pertenencia a grupos sociales
indígenas, campesinos o de pueblos originarios.
El desencanto con los partidos tradicionales, de centro y derecha; el desencanto con el
funcionamiento de la democracia, trocaba por entusiasmo. La izquierda que combatió a la
democracia burguesa durante décadas y que la calificó como instrumento de dominación,
después de conquistar el poder por la vía electoral, cambió su discurso, su desencanto y la
percepción sobre ella. Ahora, la democracia era un instrumento para el cambio y un aliado
tanto para acceder al poder, como para conservarlo. La convocatoria a una Asamblea Cons-
tituyente formaba parte de este giro de percepciones y comportamientos políticos.

131
El proceso de reforma de la Constitución duró tres intensos y largos años, desde el 2006
hasta el 2009. A principios del año 2009 se llevó a cabo la consulta popular para aprobar
o rechazar las reformas realizadas por la Asamblea Constituyente. A finales del mismo año
se llevaron a cabo nuevas elecciones generales, elecciones adelantadas, que modificaban
otra vez el calendario electoral, acortaba el mandato de los legisladores y el gobierno de Evo
Morales. Sin embargo, en esta ocasión el acortamiento del mandato no tuvo resistencias y las
elecciones anticipadas fueron entendidas por el MAS como un plebiscito fácil de ganar y una
ventana de oportunidad para reproducir el poder.
El Plan Estratégico Simple, en su segundo paso, reformar la CPE y realizar reformas estructu-
rales en el Estado, se cumplía a pesar de las resistencias de los partidos políticos desplazados
del poder, de centro y de derecha. A pesar de las tensiones políticas y enfrentamientos en la
Asamblea y en las elecciones generales, más que desencanto por la democracia, se percibía
entusiasmo por las reformas y apoyo ciudadano a las mismas. El MAS había ganado las elec-
ciones generales de 2005 con un sorprendente 53 % de los votos; el mismo partido en la
Asamblea Constituyente logró un 54 % de los asambleístas y en las elecciones generales de
2009, elecciones que le permitían reproducir el poder por segunda vez de manera consecu-
tiva ejerciendo simultáneamente la presidencia y la candidatura presidencial, el MAS incre-
mentó su apoyo hasta alcanzar un 64,2 %. El apoyo social al MAS, a Evo Morales y a Álvaro
García Linera, era evidente, lo mismo ocurría con el entusiasmo ciudadano por las reformas
políticas y los nuevos escenarios democráticos.
El segundo mandato constitucional de Evo Morales y el MAS llegaba a su término en 2014.
Tempranamente, colaboradores cercanos a Evo Morales, con el consentimiento del líder, po-
sicionaron la idea de la reelección por tercera vez consecutiva en las elecciones generales
de 2014, bajo el argumento de que en el marco de un nuevo texto constitucional, aprobado
recién en el año 2009, el primer mandato de Morales no contaba. Por tanto, el derecho a
una primera reelección para el periodo 2014-2019, estaba intacto. Argumento jurídico po-
lítico que naturalmente despertó rechazo de una parte de la población. Si bien el asunto de
la reelección causó polémica en el mundo político, terminó imponiéndose la sesgada inter-
pretación del derecho intacto a la reelección de Morales y García, reelección que se haría
efectiva en las elecciones de 2014.
Por supuesto que la decisión de ir a la reelección con la no objeción del sistema jurídico y
electoral, causó entusiasmo entre los simpatizantes del MAS. En cambio, la noticia dejó un
sabor amargo y sensación de derrota política, en la oposición política y sectores ciudada-
nos de clase media, principalmente. En las elecciones de 2014, el MAS, Morales y García,
pondrían a prueba su popularidad y aprobación; por su parte la oposición política acusaría
de prorroguismo ilegítimo al binomio MAS, con lo que intentaba disputar con éxito el poder
político al partido gobernante.
Con todos los recursos estatales, humanos y económicos a su favor, el MAS y el binomio
Evo-Álvaro, se impusieron en las elecciones de 2014 con un 61,36 % de los sufragios. Inde-
pendientemente de las interpretaciones jurídicas y políticas, a favor o en contra del tema de
la reelección presidencial, el MAS había llegado al gobierno en el año 2005 con un enco-
miable 53 % de los votos, diez años más tarde, luego de realizar reformas estructurales en el
Estado y dos periodos gubernamentales, la popularidad y aprobación no solo se mantenía,
sino se incrementaba notablemente.
Si a partir de los resultados electorales, inferimos aprobación o rechazo al gobierno y/o a la
democracia, es inevitable concluir que el MAS, como organización política, bajo las figuras de

132
los gobernantes Morales y García, desde el año 2005 hasta el 2014, para los tres procesos
electorales, no solo mantenía altos índices de aprobación, sino que, en términos de votos y
porcentajes, la misma se incrementaba. El idilio o encanto de los ciudadanos electores con el
partido de gobierno se resquebrajaría después de las elecciones de 2014.
Al poco tiempo de realizadas las elecciones de 2014, mediante las cuales Morales y García,
gobernantes y candidatos, habían recibido la aprobación ciudadana para un tercer periodo
de gobierno (2014-2019), sin perder tiempo, iniciaron una intensa campaña por la reelec-
ción indefinida. La campaña oficialista tropezaba con varias limitaciones legales y una opi-
nión pública que, si bien se había expresado favorablemente para renovar el poder político a
Evo Morales en dos ocasiones (elecciones 2009 y 2014), tambien se podía vislumbrar cierta
desazón y disgusto en la ciudadanía respecto de la reelección indefinida.
El camino elegido por el MAS fue proponer al país la modificación del texto constitucional, en
uno de sus artículos, aquel que señalaba sin ambigüedades que: “El periodo de mandato de
la Presidenta o del Presidente y de la Vicepresidenta o del Vicepresidente del Estado es de
cinco años, y pueden ser reelectas o reelectos por una sola vez de manera continua.”
Por tanto, para Evo Morales y las expectativas de una reelección indefinida, era la Constitu-
ción Política del Estado el principal escollo. La CPE, en este sentido, era taxativa, pues solo
permitía la reelección por una sola vez de manera continua. Morales y García, bajo la Cons-
titución vigente, que ellos mismos habían promovido y aprobado en el 2009, habían hecho
uso de aquella disposición y con éxito en las elecciones de 2014. No quedaba sino el camino
de la reforma constitucional para garantizar la continuidad del gobierno y del proyecto polí-
tico del Movimiento al Socialismo.
El dilema gubernamental y político, en ese momento consistía en determinar cuándo hacer
la reforma y si la misma debería contemplar varios artículos o uno solo, el que bloqueaba
la reelección indefinida. En los cálculos gubernamentales se consideró la posibilidad de un
rechazo ciudadano a la reforma constitucional, por ello se apuró el paso y se convocó de ma-
nera inmediata a Referéndum de un solo artículo de la CPE, para febrero de 2016. Morales
y García habían asumido funciones en enero de 2015 y al año siguiente, febrero de 2016, el
país se enfrentaba al dilema de apoyar la iniciativa gubernamental de la reelección indefinida
o rechazarla, en razón de varios argumentos históricos, legales o políticos.
Nunca antes en la historia política del país, ningún gobernante había tenido la oportunidad de
ganar tres elecciones y gobernar tres periodos constitucionales, de manera consecutiva. La
reelección indefinida estaba vetada por la Constitución que el mismo Morales había promo-
vido. La modificación de la CPE, de un solo artículo, tenía como inocultable objetivo político,
asegurar la perpetuación de su gobierno de manera indefinida. No cabe duda que Morales
para aquel tiempo, 2014, tenía y conservaba una enorme popularidad que se incrementaba
con el tiempo, sin menguar en ninguna ocasión. Basados en este aserto, Morales, el gobierno
y el partido llevaron adelante una intensa campaña para confirmar aquel supuesto político.
El referéndum modificatorio de la CPE se llevó a cabo, sin contratiempos, en febrero de 2016
y el resultado del mismo fue un durísimo revés a las aspiraciones y expectativas del MAS y
Evo Morales para una reelección indefinida, dado que la ciudadanía rechazó la modificación
del texto constitucional, por una mayoría mínima. Pero como pregonaba el vicepresidente
Álvaro García Linera, en medio de la campaña, un referéndum se gana o se pierde por un
voto. Y el MAS había obtenido en el referéndum 136 mil votos menos, por tanto, la CPE no se
modificaba y la expectativa de una reelección indefinida se diluía. ¿Qué había ocurrido con la

133
popularidad de Evo Morales? ¿La ciudadanía estaba desencantada con la persona, el partido
o el gobierno? ¿El desencanto ciudadano trascendía al partido, a los liderazgos e impactaba
también en el modelo democrático?
Evo Morales, Álvaro García y el MAS, frente a la derrota sufrida en el Referéndum 21F, no
se quedaron con los brazos cruzados, al poco tiempo la Asamblea Legislativa, realizaba una
consulta al Tribunal Constitucional de Bolivia sobre los derechos de Morales y los resultados
del Referéndum. La persona que hacía la solicitud oficial a nombre de la Asamblea era nada
más, ni nada menos, que el vicepresidente del Estado, Álvaro García, quien había promovido
la modificación del texto constitucional vía referéndum para beneficiarse junto con Morales
en la reelección indefinida. El Tribunal Constitucional, por simpatías ideológicas, presión o
amistad, decidió “declarar la aplicación preferente de los derechos políticos” de Morales y
García, por encima de los artículos de la Constitución que limitaban y limitan, la cantidad de
veces que una persona puede ser reelecta. Pese a que la CPE boliviana señala taxativamente
que nadie puede gobernar por más de dos periodos consecutivos y que ambos mandatarios,
Morales y García, perdieron el Referéndum 21F de 2016, el Tribunal Constitucional emitió el
controversial fallo a favor de la reelección indefinida.
Como era de prever, el año en el cual debían realizarse las elecciones, 2019, el tema de la
postulación de Morales y García, se convirtió en el asunto central de campaña y motivo para
la polarización política. Verificadas las elecciones y conocidos los resultados que procla-
maban a Morales como ganador de las elecciones 2019 en primera vuelta, Bolivia vivió una
de las crisis políticas más insospechadas de las últimas décadas. A pesar de que el Tribunal
Electoral de la época emitió resultados oficiales por los cuales ratificaba la victoria de Mo-
rales-García, la ciudadanía que había participado del proceso electoral, en relativa calma,
salió a las calles durante casi tres semanas a denunciar la existencia y realización de fraude
electoral. El país se convulsionó al extremo de que la policía se negó a seguir en las calles re-
primiendo la protesta social y las Fuerzas Armadas, finalmente, inclinaron la balanza entre los
factores en pugna. En el momento más álgido de aquel tiempo político, el Alto Mando militar
sugirió a Evo Morales, que renunciara a la presidencia, “por la pacificación del país.” El jefe
militar de la época, que sugirió la renuncia de Morales a la presidencia, explicó que el pedido
se hizo en el marco de la “Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas, la cual permite al Alto Mando
Militar y al Comandante en Jefe sugerir a las autoridades correspondientes alguna situación
y principalmente si el Estado está en peligro” (Romero, 2019). Finalmente, Morales renunció
a la presidencia y buscó asilo político en México y luego en la Argentina.
A tiempo de renunciar Morales, arrastró en una cadena de renuncias a toda la línea de su-
cesión constitucional con el objetivo político de crear vacío de poder y paralizar el Estado,
situación que eventualmente le permitiera retornar a la presidencia de la mano de las Fuerzas
Armadas, movimientos sociales, partido y sociedad, sumidos todos en un caos institucional
y político.
La solución a la crisis política fue inesperada para la mayoría del país y, por supuesto, para
el MAS; no vino de los tradicionales factores de poder en pugna, sino de un grupo de re-
presentantes de organismos de cooperación internacional, minorías políticas en la Asamblea
Legislativa, convocados todos por la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica boliviana,
quienes, ante el artificial vacío de poder generado por el MAS y la dramática situación que
vivía el país, concibieron y apoyaron un complejo esquema de sucesión constitucional. Toda
la línea de sucesión constitucional había presentado renuncia: presidente, vicepresidente,
presidente del Senado, primer vicepresidente del Senado, presidente de la Cámara de Di-

134
putados, excepto la 2da. vicepresidenta del Senado, la señora Jeanine Añez, hasta ése mo-
mento una legisladora de dilatada carrera política y de bajo perfil, quien, con gran decisión
y fortuna, convocó a una sesión de Congreso y en medio del desconcierto político asumió la
acéfala presidencia del Estado plurinacional.
La crisis había encontrado una salida constitucional, legal pero carente de legitimidad, pues
la mayoría de los integrantes del Órgano Legislativo eran del MAS, afines a Morales y García,
quienes también fueron sorprendidos por la elección de la señora Añez. El argumento central
para la elección de la 2da. vicepresidenta del Senado, fue el compromiso de pacificar el país
mediante la convocatoria a elecciones generales a la brevedad posible. El escenario políti-
co boliviano había cambiado sustancialmente, producto de la anulación de las elecciones
de 2019, la renuncia y exilio de Morales, la designación de Jeanine Añez y el compromiso
de convocar a elecciones para pacificar el país. La presencia de una mujer en el Palacio de
Gobierno, rostros nuevos en el gabinete de ministros, Morales en el exilio y sus inmediatos
colaboradores fuera del país o refugiados en embajadas, anunciaban vientos de cambio,
elecciones competitivas y transparentes, luego de quince años de hegemonía del Movimien-
to al Socialismo.
Si hubo sorpresa generalizada luego de realizadas las elecciones de 2019, la anulación de
las mismas, la renuncia y autoexilio de Morales, este inicial desconcierto se cambió por una
creciente expectativa por el futuro político del país. Las preguntas de aquel momento político
variaban desde la más sencilla, de ¿Cuándo se realizarían las elecciones? ¿Quiénes serían los
candidatos?, hasta aquellas que vislumbraban un giro en la historia política del país o quienes
vaticinaban el retorno de Morales. Como suele ocurrir con las predicciones políticas, estas
creen estar muchos pasos por delante y en realidad, suelen ir detrás de los acontecimientos.
La crisis de octubre-noviembre 2019, que debía culminar con la realización de elecciones
en un plazo máximo de cuatro meses, encontró una variedad de excusas para postergarse
en tres ocasiones, hasta que finalmente se llevaron a cabo el 20 de octubre de 2020. La
testaruda realidad, que rechaza ajustarse a los pronósticos políticos, muestra que, en Bolivia,
las elecciones 2020 las ganó el MAS, de la mano de Morales desde el exilio y como jefe de
campaña, pero con la figura de Luis Arce Catacora como candidato, profesor universitario,
ministro de Hacienda y Economía de Evo Morales durante más de doce años.
Los ciudadanos bolivianos, después de todos estos avatares políticos vividos durante estos
últimos intensos quince años, desde el año 2005 cuando Morales y García ganaron por vez
primera la presidencia de la República, hasta las elecciones 2020, las cuales permitieron el
retorno del MAS al gobierno, pero con nuevos y viejos rostros ¿están desencantados con la de-
mocracia? ¿Se vislumbra en el horizonte político fatiga ciudadana por las reiteradas elecciones
y conflictos que derivan en crisis políticas? Una aproximación de respuesta a las interrogantes
formuladas podría emerger luego de las elecciones subnacionales a llevarse a cabo el mes de
marzo de 2021. Elecciones que permitirán completar la estructura y distribución del poder
político. Hasta el momento se eligieron 166 legisladores, el presidente y vicepresidente del
Estado; en las elecciones de marzo 2021 se prevé la elección de nueve Gobernadores, nueve
Asambleas Departamentales, 339 Alcaldes y más de 1.500 concejales municipales. También
se prevé la disminución de número de electores, la fragmentación del voto por el número ele-
vado de candidaturas y organizaciones políticas en competencia. Morales es nuevamente jefe
de campaña en las elecciones subnacionales del Movimiento al Socialismo, elecciones que
pueden constituirse en peldaño de su carrera de retorno al poder, en las elecciones 2025.
Fecha en que los bolivianos celebraremos doscientos años de la fundación de la República.

135
EL SISTEMA ELECTORAL BOLIVIANO
El ciudadano boliviano dispone de dos votos en un mismo acto decisional1. La boleta elec-
toral, tanto para las elecciones nacionales, se halla dividida en dos campos, uno superior y
otro inferior; y tantas franjas como partidos políticos participen de la contienda electoral. El
primer voto que el ciudadano consigna en el campo superior permite elegir al presidente/
vicepresidente, senadores por Departamento (36 en total, cuatro por cada uno de los nueve
departamentos que conforman la unidad republicana) y el 50 % de la Cámara de Diputados
(diputados denominados plurinominales). En el campo inferior y con el segundo voto se elige
el otro 50 % de los diputados denominados uninominales2. Los cuadros que se presentan
posteriormente recogen información solamente de los votos emitidos en el campo superior
de la boleta electoral3. Los bolivianos residentes en el exterior, habilitados para votar en las
elecciones nacionales de 2009, 2014, 2019 (anuladas) y 2020, solo tienen un voto y eligen
solamente al presidente/vicepresidente. En consecuencia, no eligen ni diputados ni senado-
res para la Asamblea Legislativa, como tampoco votan en las elecciones subnacionales.

TABLA 1: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016


POBLACIÓN/CIUDADANOS POTENCIALMENTE ACTIVOS/CIUDADANOS POLÍTICAMENTE
ACTIVOS/CIUDADANOS POLÍTICAMENTE AUSENTES

1 La propaganda gubernamental y del órgano electoral insiste en el famoso principio democrático, un ciudadano,
un voto, lo cual genera en algunos sectores, generalmente no urbanos, una confusión pues en los hechos el
ciudadano vota dos veces en el mismo acto decisional.
2 El número de diputados, tanto plurinominales como uninominales, asignados a cada Departamento ha sufrido
reiteradas variaciones desde su introducción en el año 1997. Hasta las elecciones de 1993 los diputados solo se
elegían en circunscripciones departamentales; a partir de las elecciones 1997 se eligen diputados uninominales y
plurinominales en número variable.
3 Comparar los votos que obtiene un partido político en el campo superior e inferior, se denomina estudios sobre el
voto cruzado. Área de estudio que excede los propósitos del presente trabajo.

136
GRÁFICO 1: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016
POBLACIÓN/INSCRITOS/EMITIDOS/VÁLIDOS

TABLA 2: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016


POBLACIÓN/CIUDADANOS POTENCIALMENTE ACTIVOS/CIUDADANOS POLÍTICAMENTE
ACTIVOS/CIUDADANOS POLÍTICAMENTE AUSENTES

137
GRÁFICO 2: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016
POBLACIÓN/CIUDADANOS POTENCIALMENTE ACTIVOS/CIUDADANOS POLÍTICAMENTE
ACTIVOS/CIUDADANOS POLÍTICAMENTE AUSENTES

TABLA 3: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016


CIUDADANOS ACTIVOS/INDIFERENTES/INSATISFECHOS/AUSENTES/INACTIVOS

138
GRÁFICO 3: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016
CIUDADANOS ACTIVOS/INDIFERENTES/INSATISFECHOS/AUSENTES/INACTIVOS

TABLA 4: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016


CIUDADANOS ACTIVOS/INDIFERENTES/INSATISFECHOS/AUSENTES/INACTIVOS

139
GRÁFICO 4: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016
CIUDADANOS ACTIVOS/INDIFERENTES/INSATISFECHOS/AUSENTES/INACTIVOS

TABLA 5: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016


COMPARACIÓN VOTOS EMITIDOS, VALIDOS MAS, VÁLIDOS OTROS PARTIDOS,
ABSTENCIÓN, AUSENTISMO

140
GRÁFICO 5: Elecciones 2005, 2009, 2014, 2019, 2020 y referéndum 2016
COMPARACIÓN VOTOS MAS/OTROS PARTIDOS

141
TABLA 6: Elecciones 2020. Partidos políticos/representación
CAMARA DE SENADORES-DIPUTADOS. SIGLAS/NUMERAL

142
TABLA 7: Partidos políticos y representación política obtenida

GRÁFICO 6: Partidos políticos y representación política obtenida

143
CONSIDERACIONES FINALES
» No existen señales que muestren el debilitamiento del modelo democrático. No en el caso
de Bolivia, la legitimidad de la democracia se basa en la realización periódica de elecciones,
participación ciudadana, paternalismo estatal, que es respaldado por mayorías relativas.
Polarización ideológica. Se advierte una tendencia gradual hacia la polarización ideológica,
partidaria y social. En las elecciones de 2002 llegó el MAS y Evo Morales para quedarse las
dos próximas décadas en el poder.
» Crisis presidenciales. Se produjeron crisis presidenciales, entendidas estas como pérdida
de popularidad, decisiones desacertadas en el ejercicio gubernamental, renuncias a la pres-
idencia, acortamiento del mandato presidencial y elecciones anticipadas.
» Corrupción. Todos los gobiernos, sin excepción, fueron débiles en la lucha contra la cor-
rupción, fueron tolerantes o partícipes de hechos de corrupción.
» Desinstitucionalización de los sistemas de partidos. Dos tendencias, la renovación de lid-
erazgos y organizaciones políticas en las competencias electorales y descalificación a los acto-
res políticos tradicionales, sumado a la inexperiencia en campañas, gestión pública, conduce al
fracaso en las elecciones a muchos liderazgos y organizaciones políticas. En otros casos nuevos
líderes y organizaciones políticas, en apariencia renovados, resultaron exitosos electoralmente
lo que les permitió llegar al poder y estimuló a la permanencia y reproducción del poder.
» Personalismo político. Entendido como una limitación en la educación, experiencia y ded-
icación a la política, que lleva a que cualquier persona, profesional o no, grupos o corpo-
raciones, ingresen en la política bajo la creencia equivocada de que representan las ex-
pectativas sociales de renovación, eficiencia, capacidad para gobernar. Los políticos “no
profesionales” irrumpen en la competencia electoral pero la mayoría de ellos no son exitosos
o se agotan en poco tiempo. Lo que conduce a una aparente renovación en la competencia,
pero son los políticos profesionales o los partidos profesionales, los que reproducen el poder.
» Neopopulismo. Puede tener una mala prensa en círculos académicos, pero ha resultado
ser altamente exitosa en la política real. Los líderes, discursos y organizaciones calificadas
como populistas, han resultado ser altamente exitosas en competencias electorales, repro-
duciendo exitosamente el poder en los procesos electorales en los cuales participan.
» Restricción de derechos políticos y libertades civiles. Una vez que una organización políti-
ca, de derecha o izquierda se vuelve políticamente exitosa y toma el control gubernamental,
en el ejercicio del poder cambia su origen democrático y legitimidad electoral por medidas
populistas, que en muchos casos tienden a restringir libertades civiles y derechos democráti-
cos. Los que difieren con el poder o son críticos con ellos, son perseguidos políticamente.
» Otro fenómeno no mencionado, es que los gobiernos neopopulistas en el ejercicio del
poder, inician procesos de reforma estructural en el Estado, proceden a cambiar las reglas
del juego democrático, generan reformas constitucionales y legales que tienden a la repro-
ducción indefinida del poder, a limitar los derechos de los disidentes, o críticos con el go-
bierno. Las reformas estructurales y legales también permiten el fortalecimiento del aparato
estatal. La consecuencia de ello es más Estado, menos ciudadanía.
» La crisis o la severidad de la crisis democrática depende del punto de vista que se adopte
en el análisis. Se puede aplicar el ejemplo del vaso de agua cuyo contenido está a la mit-
ad. Hay quienes ven y argumentan que el vaso está casi vacío y otros sostienen que el vaso
está casi lleno. La democracia para los liderazgos y organizaciones políticas que ganan elec-

144
ciones, conservan y reproducen el poder, la democracia está más vigorosa que nunca. La
participación social que les da la victoria legitima esta visión. El pueblo apoya en las urnas el
discurso de renovación de la política, lo cual da pie para encarar reformas legales y estruc-
turales en el Estado, que tienden a la reproducción del poder de los detentadores del poder
político. Al mismo tiempo reducen las posibilidades de la alternancia, crítica, disidencia y
renovación del poder por otras fuerzas políticas. Para ello, en las últimas décadas, los gobier-
nos populistas y exitosos electoralmente recurren a la justicia como mecanismo para limitar
o perseguir a adversarios políticos. En este sentido, la institución de la justicia, subordinada
al poder político, sustituye a los tradicionales actores políticos y fuerzas represivas que en el
pasado protagonizaban la política, generando la polarización entre dictadura y democracia.
Sustituyéndola, como se anotaba anteriormente, por la contradicción gobiernos autoritari-
os de izquierda o derecha. En el caso de Bolivia de gobiernos de origen democrático, con
tendencias autoritarias. El ciudadano, en tanto apoye a ofertas populistas exitosas, también
apoyará las medidas que adopte el gobierno o líderes populistas. Su percepción será que la
democracia funciona bien porque el gobierno y las decisiones son a favor de la mayoría del
pueblo. En sentido inverso, los ciudadanos que pierdan las elecciones serán críticos con el
gobierno y sujetos de persecución política, por tanto, serán quienes argumentarán que la
democracia está en crisis.
» Cabe hacer una diferencia en el concepto de ciudadanía, la relación y pertenencia con
movimientos sociales. Los ciudadanos de zonas urbanas reivindican derechos civiles y hu-
manos, y pertenencia a diversos grupos políticos o de activismo por causas eco-ambientales,
de igualdad de género, contra la violencia y trata de personas, etcétera. Raramente forman
parte o reivindican pertenencia a movimientos sociales, sindicatos, etcétera. Los ciudadanos
de zonas rurales, en general no reivindican derechos civiles sino derechos de inclusión, de-
mandas insatisfechas, salud, educación, bonos, subsidios, etcétera. También pertenencia a
movimientos sociales, sindicatos agrarios, altos niveles de movilización. Ciudadanos de zonas
periféricas, de las grandes ciudades y ciudades intermedias, reivindican ambas identidades
y comportamientos sociales.
» Desencanto ciudadano con la democracia. Si bien existe una tendencia hacia el des-
encanto de la democracia, este es selectivo. También depende de la ubicación territorial,
pertenencia a movimientos sociales o grupos de activistas, simpatía o afiliación a organi-
zaciones políticas. De acuerdo a la identidad territorial y política, simpatía y afiliación políti-
ca, se manifiestan expresiones de desencanto o apoyo al modelo democrático. También se
debe señalar que el concepto de modelo, organización y funcionamiento de democracia es
difuso. La idea más difundida y asimilada de democracia es de competencia electoral, luego
de defensa de derechos civiles y humanos, finalmente, de democracia social y económica.
Por tanto, la democracia es participación y competencia electoral. Mientras mayor número
de electores y menos ausentismo exista en un proceso electoral, será un parámetro para
afirmar que la participación ciudadana es sinónimo de apoyo a la democracia. Dependiendo
de la afiliación política y cuán exitosos sean los ciudadanos y organizaciones políticas en la
contienda electoral, el entusiasmo por la democracia es mayor y menor el desencanto. La
ubicación territorial de la ciudadanía y la pertenencia o no a movimientos sociales que reivin-
dican inclusión social, redistribución de la riqueza y participación, tanto en la administración
del Estado como en la redistribución de bienes o beneficios que realiza el Estado, también
influye en el optimismo o desencanto con la democracia. Los ciudadanos de zonas rurales
que pertenecen a movimientos sociales, que son exitosos electoralmente y participan de la
administración del Estado en cualquiera de sus tres niveles de gobierno (nacional, departa-

145
mental o municipal), tendencialmente no exhiben desencanto con la democracia, más bien
reivindican apoyo y conformidad.
» ¿Diferentes modos de organizar la democracia? Mayor participación ciudadana tanto en
procesos electorales, como en las instituciones, procesos políticos, referéndum, etcétera,
expresan conformidad con la democracia. Caso Bolivia, la democracia formal o procedimen-
tal, procesos electorales, es sustituida por una democracia participativa: referéndums 2016,
referéndum por el gas, conformación de Asamblea Constituyente 2006, reforma constitucio-
nal 2009, expresa conformidad con la democracia. La consideran incluyente y participativa.
» ¿Mayor participación, mayor deliberación e igualdad política y social favorece un mayor
apoyo a la democracia? Existen datos que confirman la existencia de una mayor participación
en procesos electorales, movilización por demandas, mayor interés por los temas de la políti-
ca; los medios de comunicación han ampliado su cobertura noticiosa de la actividad política,
las redes sociales y las nuevas tecnologías han revolucionado la política, es decir, permiten una
mayor participación en el debate, crítica, sátira, ironía, burla, denuncia. Esto conlleva a una
ampliación ilimitada de la participación por edades, género, territorio, horarios y todo tipo de
activismo. Adicionalmente, las redes y medios de comunicación han completado el proceso
de globalización de la información y de la politización de las sociedades. Si hay elecciones en
USA, la sociedad política boliviana, o una parte de ella, está pendiente y atenta a los resultados
electorales. Lo mismo ocurre con todo tipo de temas “políticos”, lo que ocurre en cualqui-
er lugar del planeta repercute en Bolivia. Golpes de Estado, corrupción, elecciones, muerte,
catástrofes o políticas públicas respecto del medio ambiente y el planeta, ocupan el tiempo
de las personas, las entretiene, les da la oportunidad del comentario e intercambio de opin-
iones. A pesar de que el mundo puede estar convulsionado, toda la información que circula
contribuye a valorar las instituciones y procesos políticos propios. Para bien o para mal. Si hay
elecciones en otros países, generan expectativas para también realizar elecciones propias; si
hay corrupción, terrorismo, se genera un rechazo a ese tipo de manifestaciones políticas. En
consecuencia, se estimula la participación, el debate y la circulación de información, lo cual
contribuye a valorar la institucionalidad democrática. En última instancia, la información, redes
y medios, contribuyen y se constituyen en un freno a los brotes autoritarios, y tal vez ayudan
a fortalecer la democracia. Lo que parece no necesitar confirmación es que la circulación de
información incrementa la participación y esta a su vez retroalimenta la democracia y cierra
las puertas a brotes autoritarios. Lo anterior describe adecuadamente lo que ocurre en Bo-
livia. A pesar de las tendencias de gobiernos y políticas para fortalecer el aparato estatal y
su capacidad de intervenir y regular a la sociedad, esta ha desarrollado amplias formas de
participación ciudadana a través de las nuevas tecnologías, medios de comunicación y redes
sociales. Las grandes redes de comunicación o carteles mediáticos, conviven y compiten con
microempresas comunicacionales: periódicos, semanarios, TV, radio, grupos WhatsApp, Twit-
ter. En suma, esto ha llevado a un incremento exponencial de los espacios de participación
ciudadana. Sobre todo, ha involucrado a las clases medias urbanas, de las ciudades grandes,
intermedias y pequeñas, cambiando los modos de participación política. Las movilizaciones,
reuniones, caminatas, marchas, mítines, bloqueos, continúan siendo instrumentos de partic-
ipación social y ciudadana, pero se han vuelto costosos y dificultosos de realizar. En cambio,
las redes y medios de comunicación propician la participación y circulación de opinión, con
mayor comodidad, oportunidad, brevedad y espontaneidad.
» ¿La mayor participación ayuda a manejar mejor las crisis, mejor que las instituciones de
las llamadas democracias formales? No necesariamente una mayor participación contribuye

146
a un mejor manejo de las diversas crisis. Una mayor participación viene de la mano de una
mayor inexperiencia en el manejo de los asuntos públicos. No toda la información que reci-
ben o comparten es completa o cierta, tampoco tienen la preparación y conocimiento para
desagregar la información y relacionarla con el contexto y con la historia. Pero la participación
en los problemas de la sociedad les permite desarrollar empatía con los problemas y anima
a ser tolerantes. La empatía y tolerancia con la situación se tensiona y disminuye cuando los
gobiernos o nuevos liderazgos no logran resolver los problemas o crisis y, a pesar de que hay
participación, información, nuevos actores, las políticas públicas siguen repitiéndose en sus
peores aspectos, ineficiencia, ineficacia para resolver los problemas, corrupción, despilfarro.
En este último aspecto o tramo del desarrollo de las percepciones sociales, puede sobrevenir
el desencanto con la democracia. Pero mientras estemos en el momento de la euforia de la
participación, más que desencanto hay aprobación y entusiasmo por la democracia.
» Otro elemento o proceso político que contribuye a mantener los niveles de tolerancia con
la democracia es que los gobiernos u organizaciones políticas que detentan el poder, en el
marco del desarrollo de su gestión de la crisis inducen y dirigen la atención social produci-
endo procesos de reforma estructural del Estado, bajo la lógica de que reformando el Estado,
la Constitución y la normativa específica, será el primer paso para la transformación de la
sociedad y de resolución de los diversos conflictos y problemas sociales. Los procesos de
reforma estructural pueden iniciarse con demandas y movilizaciones de activistas u organi-
zaciones de la sociedad civil que colocan los temas en la agenda política y mediática; cuando
los problemas o demandas son de dominio público o se han politizado, algunos gobiernos
toman el tema y lo estatizan, es decir, intentan convertirlo en una política pública de reforma
estructural. Se vuelven promotores de reformas estructurales, con lo que desactivan el prob-
lema, cambian la imagen y posición del gobierno respecto del problema. Por la disponib-
ilidad de recursos estatales: información, medios de comunicación, medios de coacción,
inician un largo proceso de reformas estatales, precautelando el cumplimiento de proced-
imientos legales. Los efectos políticos suelen ser que la sociedad que demanda solución a
las crisis, termina por aceptar que la solución pasa por reformas constitucionales, elecciones,
referéndums, en definitiva, por una participación social controlada, tolerante y programada
de acuerdo con los plazos legales. Esto, de alguna manera desactiva los problemas o difiere
la conflictividad. La sociedad ingresa en el proceso de reformas estructurales y el gobierno se
convierte, además, en el abanderado de las reformas. Generalmente, la reforma, como pro-
ceso, demanda varios años de gestión del conflicto, recursos adicionales no contemplados
en el presupuesto del Estado, mucho debate y energía social, así como tiempo político, de-
pendiendo de lo que establece la Constitución. Las reformas estructurales suelen demandar
mucho tiempo para la planificación, organización, varios procesos electorales de convocato-
ria a los ámbitos de debate, legislación y aprobación de las reformas.
» ¿Qué pueden hacer los académicos para incidir en los procesos sociales y políticos para
elevar los niveles de democracia? Un adecuado seguimiento de los procesos sociales y políti-
cos, de acuerdo con el contexto social y político del cual forma parte. Participar en grupos
de reflexión y debate, académicos, en redes sociales, con el objetivo de estar actualizado,
compartir información, escuchar otros puntos de vista. Generar opinión pública. Asesorar,
aconsejar a líderes políticos u organizaciones políticas. Por último, intervenir en los procesos
políticos como activista o candidato.

147
TABLA 8: Procesos electorales, políticos y situación
lEGAL E INSTITUCIONAL: CASO BOLIVIA 2002-2020

148
149
BIBLIOGRAFÍA

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presidencia.

150
brasil
Fabio Lacerda (Coordinador)
Carla Araújo
Rafael Mahfoud Marcoccia
Dario Brito
Roberta Caiado
Valdenice Raimundo
Hernán Ramirez
Miguel Tedesco Wedy

151
INTRODUCCIÓN
Vivimos en un período de recesión democrática en el mundo. Entre 1974, cuando comenzó
lo que Huntington (1991) llamó la “tercera ola” de democratización, y principios de la década
de 2000, el número de democracias en el mundo se expandió. Según Freedom House, este
periodo de tres décadas estuvo marcado por una expansión significativa de los derechos
políticos y las libertades civiles. Esta expansión se detuvo a principios de la década de 2000
y dio paso a una reversión moderada. Desde entonces, las democracias consolidadas y en
consolidación han retrocedido, y los países autoritarios se han vuelto aún menos libres y de-
mocráticos. Las democracias se han vuelto menos liberales, y las autocracias, más represivas
(Lührmann et al., 2018; Mechkova et al., 2017; Diamond, 2015).
Las “olas de democratización” son procesos caracterizados por la transición de regímenes
políticos autoritarios a regímenes democráticos. El término “ola de democratización” se hizo
famoso gracias al artículo de Huntington (1991). Según él, la primera ola comenzó en la déca-
da de 1820 y duró hasta la década de 1920, cuando la llegada de Mussolini al poder en Italia
marcó la primera “ola inversa”. La victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, en la
década de 1940, sería el inicio de la segunda ola de democratización, que continuaría hasta la
década de 1960, cuando comenzaría la segunda ola inversa. La tercera ola de democratiza-
ción, que comenzó en 1974, parece haber llegado a su fin alrededor de la década de 2000.
La referencia a las “olas” de democratización, así como a las “olas inversas”, ayudan a com-
prender la trayectoria de la democracia en Brasil. Sin embargo, los procesos globales de
democratización o autoritarismo no implican uniformidad para todos los países. En 1964, un
golpe llevó a la creación de una dictadura militar que gobernó el país durante veinte años. En
1985, Brasil tuvo su primer presidente civil desde 1960. En 1988, se instituyó una nueva
Constitución, conocida como la “Constitución Ciudadana”. A partir de entonces, el país ex-
perimentó su mayor período de expansión democrática. Se han establecido los derechos po-
líticos, sociales y civiles. Los gobiernos fueron seleccionados mediante elecciones regulares
y libres y cuyos resultados no fueron cuestionados. Desde la década de 1980, casi toda la
población adulta ha podido alistarse y votar sin restricciones. Sin embargo, los cambios en la
competencia política brasileña se han hecho notorios desde los años 2010.
En 2013, grandes manifestaciones tomaron las calles de varias ciudades en demanda difusa
por mejores servicios públicos. En 2014, estas manifestaciones continuaron y ganaron cierto
grado de oposición al Partido de los Trabajadores (PT), de la entonces presidenta Dilma Rous-
seff. En ese mismo año, la Operación Lava Jato desveló uno de los mayores escándalos de
corrupción del país. La caída del PIB, la crisis económica, las denuncias de corrupción y las
manifestaciones callejeras fueron algunos de los factores que polarizaron especialmente las
elecciones de 2014. Dilma Rousseff fue reelegida en una ajustada victoria contra el candidato
opositor Aécio Neves (PSDB), quien cuestionó públicamente la transparencia de los resulta-
dos electorales. El conjunto de factores antes mencionados, sumados a la incapacidad del
gobierno federal para responder a ellos, así como el temor a la detención de políticos, llevaron
a la destitución de Rousseff en 2016. La secuencia de denuncias impulsada por Lava Jato en
investigaciones que luego habrían cuestionado parte de su legitimidad, fue lo que llevó a la
condena y el encarcelamiento del expresidente Lula, el mayor líder de izquierda del país. Lula
fue arrestado en abril de 2018. En octubre de 2018, Jair Bolsonaro fue elegido presidente.
Bolsonaro obtuvo el 55,1 % de los votos válidos en la 2a vuelta frente al 44,9 % del candidato
Fernando Haddad, del PT. La campaña electoral de 2018 fue la más polarizada desde la re-
democratización. En septiembre, un mes antes de la 1a vuelta, Bolsonaro sufrió un intento de

152
asesinato, siendo apuñalado en el abdomen mientras participaba en un acto electoral en la
ciudad de Juiz de Fora (MG)1.El candidato se sometió a varias cirugías y se alejó de la cam-
paña, mientras tanto su recuperación recibió una gran atención mediática.
Durante la campaña, Bolsonaro dio continuas muestras antidemocráticas y antiliberales. Aún
candidato, afirmó que no reconocería la derrota si no fuera elegido2. Su hijo, el diputado
federal Eduardo Bolsonaro, declaró públicamente que un cabo y un soldado bastarían para
cerrar el Supremo Tribunal Federal (STF). Hablando desde una pantalla grande a los mani-
festantes durante la 1a ronda, Bolsonaro dijo que “borraría del mapa a los bandidos rojos de
Brasil”, refiriéndose a la izquierda; y siguió diciendo, “o salen o van a la cárcel”3. Estos son
solo algunos ejemplos.
Una vez electo presidente, Bolsonaro mantuvo una tendencia autoritaria, movilizando su base
electoral contra las instituciones. Su comportamiento fue una lucha constante contra el es-
tablishment político y los medios de comunicación independientes. En octubre de 2019, el
diputado Eduardo Bolsonaro afirmó, en una entrevista con una periodista en YouTube, que si
la izquierda brasileña se radicaliza, una respuesta podría ser “a través de un nuevo AI-5”4. El
Ato Institucional No. 5 (AI-5) fue un decreto utilizado por la dictadura militar brasileña en
1968 que suspendió las garantías constitucionales. En abril de 2020, el presidente Bolsonaro
estuvo en un acto que pedía por una intervención militar y el regreso del AI-55. Antes del dis-
curso del presidente, los manifestantes gritaron consignas pidiendo el cierre del Congreso y
del STF. Un mes después, en mayo, participó en manifestaciones que pedían el cierre del STF
y la intervención militar6. En el mismo mes, participó en otra manifestación, en la que, una vez
más, los manifestantes pidieron la intervención militar y el cierre del STF. Las demostraciones
autoritarias de Bolsonaro se volvieron más moderadas después de junio de 2020, cuando
la policía arrestó a un ex asesor de Flávio Bolsonaro (Republicanos-RJ), su hijo mayor. El ex
asesor fue acusado de los delitos de peculado, blanqueo de capitales, malversación de fon-
dos públicos y organización delictiva. La posibilidad de que su hijo estuviera involucrado en
las denuncias hizo que Bolsonaro moderara sus acciones y discursos.
En este capítulo adoptamos una concepción poliárquica de la democracia (Dahl, 1971). En
este sentido, las democracias serían sistemas políticos con un alto grado de participación y
competencia política. La definición poliárquica, así como las definiciones minimalistas y pro-
cedimentales comunes en la ciencia política (p. ej., Przeworski, 1999), enfatizan la dimensión
electoral del fenómeno político. Sin embargo, reconocemos que dimensiones importantes
como las desigualdades sociales y raciales, que aún son constitutivas de la estructura social
brasileña, pueden tener un impacto decisivo en la democracia del país.
Creemos que la campaña electoral para la presidencia en 2018 y el gobierno de Jair Bolsona-
ro representaron un revés para la democracia brasileña. Los ejemplos citados anteriormente
corroboran esta observación. Sin embargo, el proceso de regresión democrática en Brasil
es anterior a 2018. ¿Qué caracterizó la regresión democrática anterior a 2018? ¿Qué hizo

1 “Facada golpeó el intestino de Jair Bolsonaro y el candidato es operado en Minas” (O Globo , 21/06/21).
2 “Bolsonaro dice: ‘No acepto resultados electorales distintos de los míos’” (G1, 28/09/2018).
3 “Bolsonaro a millones en euforia: ‘Borremos a los bandidos rojos del mapa’” (El País, 22/10/2018).
4 “Eduardo Bolsonaro dice que si se deja radicalizar, la respuesta puede ser ‘un nuevo AI-5’” (Folha de S. Paulo,
31/10/2019)
5 “Políticos y ministros desaprueban la adhesión de Bolsonaro a un acto antidemocrático” (UOL, 19/04/2020).
6 “Bolsonaro una vez más apoya un acto antidemocrático contra el STF y el Congreso, en Brasilia” (G1,
03/05/2020).

153
posible la elección de Jair Bolsonaro? ¿Existe un “desencanto democrático” en Brasil, enten-
dido como desprecio o rechazo de la población a la democracia? ¿La democracia brasileña
estaría limitada por la estructura social del país? Este texto tiene como objetivo contribuir a
dar respuesta a estas preguntas. A pesar de la difícil situación que atraviesa la democracia
brasileña, creemos que las evidencias aquí presentadas ofrecen motivos de esperanza.
Este capítulo se divide en cuatro partes, además de esta introducción. En la segunda parte se
esboza la dinámica de la competencia política nacional post-2010, con el fin de esclarecer la
coyuntura que hizo posible la elección de Bolsonaro en 2018 y cuáles fueron los fenómenos
que caracterizaron el retroceso democrático desde 2014. La tercera sección se basa en un
análisis de encuestas sobre el apoyo a la democracia en Brasil. Se utilizaron datos de LA-
POP, Latinobarómetro y Datafolha. En la cuarta sección, presentamos consideraciones sobre
el racismo y la violencia en Brasil, y cómo estos fenómenos podrían limitar la democracia en
el país. La quinta sección concluye el capítulo y presenta, de manera sucinta, algunas suge-
rencias para enfrentar el revés democrático brasileño.

COMPETENCIA Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA EN BRASIL DESPUÉS DE 2010


Después de la promulgación de la Constitución de 1988, Brasil vivió un período de fuerte
estabilidad democrática. Este período estuvo marcado por la expansión de los derechos, la
creación de instituciones de fiscalización y control y por una relativa estabilidad política y
partidaria. La dinámica de los partidos políticos se basó en una competencia electoral lidera-
da por dos partidos, el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Social Democracia
Brasileña (PSDB).
El PT fue creado en 1980, en la ciudad de São Paulo, a partir de la unión de sindicalistas,
comunidades eclesiales de base y grupos progresistas vinculados a la Iglesia Católica, inte-
lectuales y, finalmente, militantes de la izquierda brasileña que lucharon contra la dictadura,
incluyendo grupos que se adhirieron a la lucha armada. El PT es el partido brasileño que
tiene los índices más altos de identificación partidaria, en un país donde dicha identidad
tiene niveles comparativamente bajos. En términos electorales, el PT es, en muchos sentidos,
el partido político brasileño más exitoso, habiendo ganado las elecciones presidenciales en
2002, 2006, 2010 y 2014, además de haber estado en la segunda vuelta en 1989 y 2018.
El PSDB fue creado por una división paulista del MDB y sus líderes tenían afinidades históri-
cas y de valores con la izquierda brasileña. Fernando Henrique Cardoso (FHC), principal líder
tucano7, fue elegido presidente en 1994 gracias al éxito del Plan Real (plan de ajuste econó-
mico) y, posteriormente, fue reelegido en 1998. Entre 1994 y 2014, el PT y el PSDB alternaron
al frente de la jefatura del ejecutivo federal. Este bipartidismo federal estructuró e hizo inteli-
gible la disputa política nacional (Limongi y Cortez, 2010). Los otros partidos actuaron como
miembros de coaliciones lideradas por PT (centro-izquierda) o PSDB (centro-derecha).
En 2002, el candidato del PT, Luis Inácio Lula da Silva, fue elegido presidente. Lula, líder
sindical y mayor figura electoral del partido, sería reelegido en 2006. En 2010, el PT volvió a
salir victorioso, eligiendo a Dilma Rousseff quien, en 2014, fue reelegida. Entre 2002 y 2014,
los enfrentamientos entre los gobiernos liderados por el PT y la oposición fueron duros, pero
dentro de los límites del juego democrático.

7 A los políticos y simpatizantes del PSDB se les llama “tucanes”, en alusión al ave encontrada en Brasil y utilizada
como símbolo del partido.

154
La elección de Lula, en 2006, fue una respuesta al colapso de la segunda “ola neoliberal”, a
finales de la década de 1990 en Brasil y principios de 2000 en Argentina, apoyando lo que
en América Latina se llamó “ola rosa”8, con el auge de los gobiernos de centro izquierda.
Todos los indicadores confluyen en la creación de un estado de optimismo que no solo se
observaba en lo económico, sino que se traducía también en el apoyo a los gobiernos y al
sistema democrático, fenómeno que irá a extenderse inclusive tras la crisis de 2008, que por
políticas anticíclicas tuvo un impacto social menor en la región, que dio más aliento sistémico.
De hecho, en este nuevo escenario, aunque la economía parecía estar en el camino correcto,
la disputa política se convirtió en el otorgamiento de derechos sociales, con lo que no todos
estaban dispuestos a consentir. Así, registramos oposición a programas de transferencia de
ingresos como Bolsa Familia, a niveles étnicos de ingreso a universidades públicas, al ingreso
de sectores desposeídos a universidades privadas a través de exenciones tributarias e inclu-
so el otorgamiento de derechos civiles más equitativos a diferentes grupos.
Cuando Lula abandona la presidencia registra índices de popularidad de 85 % y ha dejado
atrás su primer escándalo de corrupción.
El descontento político creció al mismo tiempo que las dificultades económicas se hicie-
ron sentir, por un agotamiento parcial del modelo escogido, que ya había hecho colapsar
al modelo desarrollista que lo precedió y que su sucedáneo tampoco consiguió enfrentar
adecuadamente.
Si bien se produjeron transformaciones, persistieron viejos vicios estructurales, tanto econó-
mica como políticamente, como forma de gestión del poder, que paulatinamente sirvió a los
desplazados para derrocar al régimen y retomar las riendas.
Entre 2013 y 2016, Brasil fue testigo de manifestaciones callejeras masivas. En 2013, estas
manifestaciones comenzaron como protestas contra el aumento de las tarifas de los autobu-
ses. El carácter de las protestas fue ambiguo, pero adquirieron proporciones nacionales. En
2014 continuaron las manifestaciones callejeras, pero pasaron a tener un carácter cada vez
más anti-PT, de la entonces presidenta Dilma Rousseff, y anticorrupción.
El orden político construido después de la Constitución de 1988 fortaleció los mecanismos
de control y lucha contra la corrupción. El Ministerio Público, Policía Federal, Tribunal de
Cuentas de la Unión, Contraloría General de la Unión, todas estas instituciones se fortalecie-
ron y obtuvieron autonomía durante los gobiernos del PSDB y PT. La corrupción, al ser moni-
toreada más de cerca, se hizo más explícita, más visible y más investigada por los medios de
comunicación (aunque no necesariamente más frecuente).
Las manifestaciones callejeras de 2013-16 impulsaron la creación de la Operación Lava Jato
(OLJ), una de las operaciones anticorrupción más grandes de Brasil y, quizás, del mundo. La
OLJ destapó un enorme esquema de corrupción vinculado al financiamiento ilegal de cam-
pañas de partidos políticos, que, al controlar juntas directivas en empresas estatales, ofrecía
acceso a contratos públicos a cambio de dinero para las campañas.
La caída del PIB, la crisis económica, los informes de corrupción y las manifestaciones ca-
llejeras fueron algunos de los factores que polarizaron especialmente las elecciones de
2014. Dilma Rousseff fue reelegida en una ajustada victoria contra el candidato opositor

8 Término acuñado por investigadores de la Universidad de Nottingham para designar la serie de victorias
electorales de izquierda experimentadas por la mayoría de los países latinoamericanos entre 1998 y 2006.

155
Aécio Neves (PSDB). El PSDB pidió al TSE una auditoría para verificar la integridad de la
elección, actitud que violaba las reglas informales del juego (Avritzer, 2018). En 2016, la pre-
sidenta Dilma Rousseff fue sometida a un impeachment considerado ilegítimo por una parte
de la opinión pública. El avance de Lava Jato llevó a Lula a convertirse en imputado en ocho
casos y, como consecuencia de uno de ellos, fue condenado y encarcelado en abril de 2018.
En este escenario, el choque entre las principales fuerzas políticas se ha distanciado del su-
puesto de la indulgencia mínima necesaria para la democracia.
El PT fue severamente afectado por la Operación Lava Jato (OLJ). Las denuncias de la OLJ
llevaron a una fuerte polarización de la sociedad brasileña. Parte de la opinión pública consi-
deró que la OLJ tendría un sesgo político anti-PT, siendo al final, una operación ilegítima. Di-
versas decisiones tomadas por el juez Sergio Moro, una de las figuras centrales de la OLJ,
fueron cuestionadas y su imparcialidad puesta en cuestión9. En 2019, las conversaciones
entre Moro y miembros del força-tarefa de Lava Jato (nombre del grupo de magistrados
encargados de la operación) llevadas a cabo por Telegram y obtenidas ilegalmente por un
hacker se hicieron públicas en varios medios de prensa brasileños10. La transcripción de las
conversaciones reveló que el entonces juez Moro ayudó a los fiscales a construir los casos,
brindándoles consejos y sugiriendo pistas.
La OLJ fue decisiva para el clima político que llevó al impeachment de Dilma. La Operación
Lava Jato impactó fuertemente la imagen del PT y, en menor medida, de otros partidos
tradicionales brasileños. Además, hizo que los políticos temieran ser arrestados. El miedo de
los políticos les impidió buscar una salida a la crisis y el impeachment fue la salida. Además,
el descontento por la crisis económica y las manifestaciones en las calles contribuyeron a
socavar la popularidad de Rousseff. En esta coyuntura, un nutrido grupo de parlamentarios
apostaron por la deposición de la presidente y por la creación de un nuevo gobierno lidera-
do por un político tradicional (el vicepresidente Michel Temer) que frenaría a la OLJ. El juicio
político contribuyó aún más a la polarización de la sociedad.
En el ensayo How democracies Ddie, de Levitsky y Ziblatt (2018), una de las comprobaciones
más interesantes es que el propio sistema genera las rendijas por donde es carcomido. En
este caso concreto no deja de ser una paradoja observar que el Partido de los Trabajadores
había luchado por imponer las leyes que luego se le volvían en su contra, como la Delación
Premiada, el Acuerdo de Leniencia (Acuerdo de Lenidad) y el republicanismo institucional,
que dejo intacto el corporativismo institucional, que sería aprovechado por la Operación
Lava Jato, para instrumentalizar soluciones sui generis, fuera del rol constitucional, como la
Prisión en Segunda Instancia, por ejemplo. Lo que no fue cuestionado por la sociedad civil,
con poca cultura política.
Las denuncias de corrupción, la crisis económica, la desmoralización de la clase política (y,
en particular, del PT) y la polarización de la sociedad contribuyeron a la tensa atmósfera de
las elecciones de 2018. El actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, probablemente fue
beneficiado por todos estos factores. Además de presentarse con un discurso fuerte, anti-PT
y anti-establishment, supo crear una “agenda moral” y difundirla a través de las redes socia-
les. Bolsonaro supo encarnar el “orden” y la “decencia” frente a la corrupción de los políticos
y del PT. Con muy pocos recursos para su campaña, pudo movilizar a activistas en las redes

9 En 2019, Moro se convirtió en ministro de Justicia y Seguridad Pública del gobierno de Bolsonaro, cargo que ocupó
hasta abril de 2020.
10 Las conversaciones fueron hechas públicas por el periodista Glenn Greenwald, creador de The Intercept.

156
sociales y difundir mensajes a través de Whatsapp, Facebook y Twitter. Así, Bolsonaro fue
elegido presidente en 2018 por el Partido Social Liberal (PSL), partido que, aunque poco
conocido, eligió a una gran cantidad de diputados en 2018 gracias al éxito de Bolsonaro. Fue
el fin de la alternancia entre el PT y el PSDB al frente del ejecutivo federal.
El índice de democracia electoral del V-Dem Institute, que intenta adoptar el concepto de
poliarquía de Dahl (1971), revela un declive de la democracia en Brasil a partir de 2016 (ver
gráfico 1)11. El índice V-Dem se basa en encuestas con expertos y mide diferentes dimensio-
nes de la democracia. La dimensión electoral, que se muestra en la figura siguiente, toma en
cuenta la amplitud del sufragio, la libertad y la imparcialidad de las elecciones, la libertad de
asociación y la libertad de expresión, entre otros. Cada uno de estos componentes, a su vez,
se compone de otros subcomponentes (elecciones libres y justas, por ejemplo, dependen
del grado de compra de votos, violencia electoral, intimidación de la oposición, etcétera)
(Bizzarro y Coppedge, 2017).

GRÁFICO 1: Brasil (Índice de democracia electoral)

Fuente: V-DEM

Otro indicador común para medir la democracia es Freedom House, que mide el grado de
derechos políticos y libertades civiles en todo el mundo. Aunque la medición de Brasil no
ha retrocedido (el país tiene nota dos en una escala de uno a siete, donde uno es más libre
y siete es menos libre), en el informe de 2019 la institución manifiesta preocupación con la
elección de Jair Bolsonaro y menciona la tensión y la violencia que marcaron la campaña
electoral presidencial de 2018. Según el informe Freedom in the World, “[…] la retórica de

11 El área gris representa intervalos de confianza del 95 %.

157
Bolsonaro estaba impregnada de desdén por los principios democráticos y las promesas
agresivas de acabar con la corrupción y los delitos violentos, que resonaron en un electorado
profundamente frustrado” (Freedom House, 2019)12.
En resumen, el cuestionamiento de Aécio Neves (PSDB) sobre la integridad electoral de
2014 marcó una ruptura con las reglas informales del juego democrático. El impeachment
de Rousseff, a pesar de haber seguido los procedimientos legales, fue considerado ilegíti-
mo por parte de la opinión pública. La parcialidad de los integrantes de Lava Jato, del juez
Sergio Moro y parte de la cúpula militar en actuar contra el PT desequilibró la competencia
política nacional. Este sesgo perjudicó el desempeño del candidato del PT en 2018, y, al me-
nos indirectamente, benefició a Bolsonaro. Las elecciones presidenciales de 2018 estuvieron
marcadas por una feroz polarización, violencia y manifestaciones autoritarias de Bolsonaro,
quien salió victorioso de la contienda electoral.

EVIDENCIA DE ENCUESTAS SOBRE APOYO A LA DEMOCRACIA EN BRASIL


Para verificar la percepción de la población brasileña sobre la democracia en el país, utiliza-
mos datos del Barómetro de las Américas, vinculado al Proyecto de Opinión Pública de Amé-
rica Latina (LAPOP) de la Universidad de Vanderbilt en Estados Unidos. También presentamos
datos del instituto Datafolha de Brasil y Latinobarómetro de Chile.
Empezamos analizando la creencia de que la democracia es la mejor forma de gobier-
no. Es importante señalar que los tres institutos miden esta creencia con diferentes pre-
guntas. La pregunta de la encuesta de LAPOP es: “La democracia tiene algunos problemas,
pero es mejor que cualquier otra forma de gobierno. ¿Hasta qué punto estás de acuerdo
o en desacuerdo?” Los encuestados se enfrentan a una escala del uno al siete, donde uno
significa muy en desacuerdo y siete, muy de acuerdo. Consideramos que concuerdan con la
afirmación los encuestados cuya respuesta varió entre cinco y siete.
Latinobarómetro plantea dos preguntas para este punto. A una de ellas, el instituto la deno-
mina “churchiliana” y está formulada de manera similar a la de LAPOP. La formulación es la
siguiente: “¿Está Ud. Muy de acuerdo; de acuerdo; en desacuerdo; o muy en desacuerdo
con las siguientes afirmaciones? La democracia puede tener problemas, pero es el mejor
sistema de gobierno. Consideramos que están de acuerdo con la afirmación los encuestados
que dijeron estar muy de acuerdo o de acuerdo con la afirmación. Dada la similitud entre
las dos preguntas, optamos por presentar el resultado de ambas (LAPOP y Latinobarómetro
“churchiliano”) en el gráfico 2, a continuación.

12 Disponible en: https://freedomhouse.org/sites/default/files/2020-02/Feb2019_FH_FITW_2019_Report_


ForWeb-compressed.pdf

158
GRÁFICO 2: La democracia tiene problemas, pero es la mejor forma de gobierno

El gráfico 2 muestra que existe una convergencia considerable entre los datos de LAPOP y
los del Latinobarómetro “churchiliano”. En el caso de LAPOP, en 2008, el 67 % de los brasi-
leños consideraba que la democracia era mejor que otras formas de gobierno. En 2010, este
porcentaje se elevó al 71,5 %, pero descendió desde 2012 y, en 2017, alcanzó el 52,4
%. En 2019 volvió a crecer y alcanzó el 60 %. En el caso del Latinobarómetro “churchiliano”,
el primer dato se refiere al 2002, año en el cual el 70 % de los brasileños consideraba la
democracia como el mejor sistema de gobierno. Este porcentaje se mantuvo más o menos
estable hasta 2005 y, a partir de entonces, comienza a crecer, alcanzando un pico del 82 %
en 2008. Este nivel fluctúa poco hasta 2013; entonces comienza una fuerte caída que cul-
mina en 2018, cuando el 56 % de los brasileños consideraba que la democracia era el mejor
sistema de gobierno.
La pregunta de Datafolha, a su vez, es la siguiente: “¿Con cuáles de las siguientes afirmaciones
estás más de acuerdo? La democracia siempre es mejor que cualquier otra forma de gobier-
no; en determinadas circunstancias, una dictadura es mejor que un régimen democrático; no
importa si el gobierno es una democracia o una dictadura”. Esta pregunta es muy similar a
otra realizada por Latinobarómetro, cuya formulación es: “¿Con cuál de las siguientes frases
está Ud. más de acuerdo? La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno.
En algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático. A
la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático”. Con
base en el planteamiento del gráfico 3, presentamos los resultados obtenidos por Datafolha y
los de la segunda pregunta de Latinobarómetro, que llamamos ‘Latinobarómetro 2’.

159
GRÁFICO 3: La democracia es la mejor forma de gobierno

El instituto Datafolha tiene la más grande serie histórica entre los tres13. En 1989, el 54 % de
los brasileños estuvo de acuerdo en que la democracia siempre sería mejor que otras for-
mas de gobierno. A lo largo de la década de 1990, el apoyo a la democracia fluctúa, pero se
mantiene estable. En la década de 2000, comenzó a crecer y alcanzó el 66 % en 2014. A
partir de entonces, hubo una caída en el porcentaje de apoyo a la democracia, que, en 2017,
alcanzó el 56 %. Sin embargo, a partir de 2018, el apoyo a la democracia vuelve a subir y,
en junio de 2020, alcanza el 75 %, el nivel más alto de la serie histórica. Nótese que existe
cierta convergencia entre los dos institutos en el gráfico 3. En el caso del Latinobarómetro 2,
hay una acentuada caída en el apoyo a la democracia, que, del 50 % en 1996, pasa al 30
% en 2001. A partir de entonces, el instituto registra un aumento del apoyo a la democracia,
aunque con fluctuaciones. Este crecimiento se interrumpe en 2015; a partir de entonces,
Latinobarómetro 2 registra una fuerte caída en el apoyo a la democracia. La serie histórica
finaliza en 2018, registrando que solo el 34 % consideraba que la democracia era preferible
a cualquier otra forma de gobierno.

13 Los datos de Datafolha se pueden encontrar aquí: http://media.folha.uol.com.br/datafolha/2020/06/29/


ae4ce42b1f209589158cb991d1123b8cdd.pdf (consultado por última vez el 27 de febrero de 2021).

160
Por varias razones, las conclusiones que podemos extraer de los datos anteriores son limita-
das. Las series históricas de LAPOP y del Latinobarómetro “churchiliano” son pequeñas. Las
preguntas de los tres institutos no se formulan de la misma manera. Existen diferencias en la
metodología de investigación aplicadas por cada uno de los institutos. Solo Datafolha tiene datos
para 2020. A pesar de todas estas consideraciones, es posible establecer algunas conclusio-
nes. El apoyo a la democracia ha crecido en Brasil durante la década de 2000. Dicho apoyo se
ha estabilizado a partir de 2008 y presenta poca fluctuación en los años siguientes. En algún
momento entre 2012 y 2015, el apoyo comienza a disminuir, alcanzando un nivel de 52 % para
LAPOP en 2017; 56 % para Datafolha también en 2017; 56 % para el Latinobarómetro “churchi-
liano” en 2018; y 34 % para Latinobarómetro 2 en el mismo año. Son los niveles más bajos desde
principios de la década de 2000. Sin embargo, el apoyo a la democracia crece para LAPOP en
2019, alcanzando el 60 %, y también para Datafolha en 2020, alcanzando el 75 %. Al momento
de escribir este capítulo, los últimos datos de Latinobarómetro para Brasil corresponden a 2018.
No sabemos si el instituto chileno encontrará una tendencia similar. En cualquier caso, parece
plausible suponer que los años 2017/2018 marcaron el inicio de un nuevo crecimiento en apoyo
a la democracia en Brasil. También se observa que existe una convergencia considerable entre
los institutos, aunque la variación entre ellos en algunos años es superior al 20 %.
El gráfico 4, presentada a continuación, tiene como base las encuestas de LAPOP y Latino-
barómetro y muestra el nivel de satisfacción de los brasileños con el funcionamiento de la
democracia en Brasil. Las preguntas de ambos institutos son idénticas: “¿Está usted muy sa-
tisfecho, satisfecho, insatisfecho o muy insatisfecho con el funcionamiento de la democracia
en Brasil?”. El gráfico 4 muestra la suma de quienes respondieron que estaban satisfechos
o muy satisfechos. Como siempre, los porcentajes de Latinobarómetro son inferiores a los
de LAPOP. La serie histórica del instituto chileno comienza en 1995, cuando el 30 % de los
brasileños se declara satisfecho con la democracia en el país. Este porcentaje se mantuvo
relativamente estable hasta 2005. A partir de entonces, la satisfacción crece, alcanzando un
pico del 49 % en 2010. En 2011 comienza a declinar y, en 2018, alcanza el 9 %, el nivel más
bajo de la serie histórica. Los datos de LAPOP muestran un patrón similar. En 2008, el 61 %
de los brasileños se declaró satisfecho con la democracia en el país. Este porcentaje aumen-
tó y, en 2012, alcanzó el 66 %. Sin embargo, desde 2012, la satisfacción ha disminuido. En
2014, solo el 41,4 % se declaró satisfecho. En 2017, este porcentaje se redujo al 22,3 %. En
2019, subió al 42,1 %.

161
GRÁFICO 4: Satsifacción con el funcionamiento de la democracia en Brasil

Las pruebas con regresiones logísticas que utilizan datos del LAPOP de 2019 muestran que
la creencia de que la democracia es mejor que cualquier otra forma de gobierno se aso-
cia positivamente con los ingresos, la escolaridad, la ideología (ser de derecha) y tener una
religión. No se asocia con la raza y se asocia negativamente con ser mujer14. En cuanto a la
satisfacción con el funcionamiento de la democracia en Brasil, las pruebas revelan que la
satisfacción se asocia positivamente con los ingresos y la ideología (cuanto más a la derecha,
más satisfacción). Se asocia negativamente con ser mujer y con la escolaridad. Se puede
destacar que, manteniendo los demás factores constantes, una mayor escolaridad se asocia
a una mayor valoración de la democracia y, al mismo tiempo, a un mayor descontento con
la democracia brasileña. Por otro lado, los ingresos se asocian positivamente para ambas
creencias. También se observa que existe una asociación positiva entre ser de derecha y
estar satisfecho con la democracia en Brasil, y también ser de derecha y considerar la demo-
cracia como la mejor forma de gobierno.
El gráfico 5, a continuación, muestra el grado de apoyo a un golpe militar ante mucha corrup-
ción o cuando hay mucha delincuencia. Entre 2008 y 2019, el apoyo a un golpe fue siempre
inferior al 50 %, pero fluctuó considerablemente en el período. En 2008, el porcentaje de
apoyo a un golpe cuando había mucha delincuencia era del 46,6 % y cuando había mucha
corrupción era del 40 %. Ambos porcentajes cayeron al 34 % en 2010. En 2012, aumenta-

14 La variable dependiente categórica se creó al colapsar los valores 5 a 7 de la pregunta de LAPOP “ing4” como 1, y
de 1 a 4 como cero.

162
ron al 36 %. En 2014, el apoyo a un golpe en caso de mucha corrupción alcanzó el 48 %. Es
importante recordar que en el 2014 se inicia la Operación Lava Jato, cuyas investigaciones
sobre esquemas de corrupción fueron ampliamente publicitadas por los medios de comu-
nicación. El apoyo a un golpe en caso de mucha delincuencia alcanzó el 42 %. Después de
2014, el nivel de apoyo a golpes se redujo. En 2017, el apoyo a un golpe en caso de mucha
corrupción fue del 34,6 %, y en el caso de mucha delincuencia del 37 %. En 2019, estos
porcentajes fueron del 35,5 % y 37 %, respectivamente.

GRÁFICO 5: En su opinión, un golpe militar estaría justificado cuando

El gráfico 6, a continuación, muestra el porcentaje de apoyo al cierre del Congreso. La en-


cuesta de LAPOP hace la siguiente pregunta: “¿Cree Ud. que cuando el país atraviesa difi-
cultades, se justifica que el Presidente de la República cierre el Congreso y gobierne sin el
Congreso?” Cabe destacar que el grado de apoyo al cierre del Congreso creció levemente
de 2012 a 2014, alcanzando el 21 %, y de 2017 a 2019, alcanzando el 22 %. Aun así, la ten-
dencia para el período cubierto por LAPOP, de 2008 a 2019, es de estabilidad y pocas fluc-
tuaciones. El apoyo para el cierre del Congreso nunca superó el 22 % de 2019.

163
GRÁFICO 6: ¿Cuando hay dificultades, es justificable que el Presidente
cierre el Congreso?

Por lo tanto, en general se observa que los resultados de las encuestas de opinión pública so-
bre el apoyo a la democracia en Brasil convergen entre sí. Con respecto a la creencia de que
la democracia es el mejor sistema de gobierno, existe una aparente divergencia debido a que
la serie histórica de Latinobarómetro termina en caída, a diferencia de la de LAPOP y Data-
folha, que terminan en ascenso. Esta discrepancia posiblemente se explique por el hecho de
que no tenemos datos de Latinobarómetro para 2019 o 2020. En cualquier caso, nuestra
valoración es que la creencia de que la democracia es el mejor sistema de gobierno alcanzó
su nivel más bajo entre 2017 y 2018, pero ha vuelto a aumentar en 2019 y 2020.
En cuanto a la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, ha habido una caída
significativa desde principios de la década de 2010 y se acentúa tanto para LAPOP como
para Latinobarómetro. Sin embargo, LAPOP registró un crecimiento en satisfacción en 2019,
mientras que la serie Latinobarómetro finalizó en 2018. En cuanto al apoyo a golpes militares,
hay una fluctuación notable, pero también una caída considerable en el apoyo a golpes des-
pués de 2014. Con respecto al cierre del Congreso, el apoyo es bajo y nunca superó el 23 %.
Es importante resaltar la dificultad de establecer la dirección de causalidad entre el apoyo a la
democracia y el cambio de régimen. En otras palabras, es difícil identificar una relación causal
entre la caída del apoyo a la democracia y la ruptura democrática. Incluso si ese fuera el caso,
los indicadores de Brasil no sugieren, en nuestra opinión, un “desencanto” con la democracia
en sí. Lo que presentan las encuestas analizadas parece explicarse por la historia reciente
de Brasil. La década del 2000 estuvo marcada por el boom de las commodities (matérias
primas), por la primera elección a la presidencia en la historia de Brasil de un partido orgáni-
camente vinculado a grupos populares, por el crecimiento económico, por la reducción del
desempleo, entre otros factores. La situación comenzó a cambiar a principios de la década

164
de 2010 y empeoró gravemente a partir de 2014, cuando la crisis económica, la crisis política
y los escándalos de corrupción ampliamente cubiertos por los medios de comunicación se
mezclaron. No es de extrañar que el apoyo a los golpes creciera en 2014; la satisfacción con la
democracia brasileña ha caído; y la misma creencia en la democracia como un mejor sistema
de gobierno también se ha visto afectada. Sin embargo, a partir de 2019, crecieron tanto el
apoyo a la democracia como la satisfacción con la democracia brasileña.
Es razonable conjeturar que el creciente apoyo a la democracia está asociado precisamente
a una percepción de amenaza derivada de la elección de Bolsonaro. En cualquier caso, el
conjunto de evidencias presentadas no respalda la conjetura de que el apoyo a la democra-
cia en Brasil está disminuyendo o que se encuentra en un nivel particularmente bajo. No hay
nada que diga que existe un “desencanto” con la democracia que amenaza al propio sistema
político. Si hay algún “desencanto democrático”, es el descontento –muchas veces difuso–
de parte de la población y que se hace comprensible a partir de la historia reciente de Brasil.

LOS LÍMITES DE LA DEMOCRACIA ELECTORAL: RACISMO Y VIOLENCIA EN BRASIL


Si bien partimos aquí de una concepción minimalista de la democracia y, según las encuestas,
no se percibe por parte de la sociedad un “desencanto” con la democracia que pueda poner
en peligro el propio sistema político, no negamos que la democracia brasileña siempre ha con-
vivido con una sociedad extremadamente desigual, violenta y racista. Y estas son dimensiones
que, hasta cierto punto, pueden limitarla. Los altos niveles de desigualdad social y racial encon-
trados en Brasil distorsionan el Estado de derecho y ponen serios límites a su aplicación. Como
señala O’Donnell (2002), hasta el mismo Schumpeter admitía que, para que exista la “libre
competencia por el libre voto”, deben cumplirse ciertas condiciones externas al propio proce-
so electoral. Un alto grado de desigualdades podría minar estas condiciones. En esta sección,
presentamos algunas consideraciones sobre el racismo y la violencia en Brasil.
La violencia no es un elemento reciente en la historia de Brasil, es parte de su formación
socio-histórica. Cuando los portugueses llegaron a Brasil, la utilizaron como herramienta
socializadora en la relación con los pueblos originarios y, posteriormente, en el secuestro de
los pueblos negros trasladados del continente africano. Han pasado los años y la violencia
permanece en la realidad brasileña, expresada de diversas formas, comprometiendo y ame-
nazando la democracia.
La violencia que amenaza y debilita la democracia expone a una gran parte de la población
brasileña, impidiéndole el pleno ejercicio de su ciudadanía. En este sentido, entendemos
que la violencia está ligada a la estructura que organiza las relaciones sociales y necesita ser
entendida desde sus condiciones concretas.
Hay una permanencia de la violencia que cambia según la situación histórica. Hoy en día, ella
se presenta como una de las principales preocupaciones de la población, ya que afecta, de
diferentes formas, a todas las clases y sectores sociales.
Fraga (2002) caracteriza la violencia como primaria o secundaria. La primaria, o natural, era
la practicada en la lucha por la supervivencia, en un grado de desarrollo que no ofrecía otras
opciones y posibilidades de acción y relación. Era una violencia estructural que encontró un
cierto equilibrio en el orden de la vida. La violencia secundaria es la que configura la actua-
lidad, es estructural y disgregadora.

165
Según Morais (1981), la violencia está intrínsecamente ligada a los procesos que originan la
desigualdad social y sus formas de producción, resultantes de la organización social capita-
lista, en la cual lo importante es el lucro en detrimento de la vida humana.
Arendt (2009) demuestra que es necesario entender la violencia desde las brechas que
dejó el pasado, sobre las cuales es posible entender el futuro. Para la autora, la violencia se
entiende como una relación íntima con el poder, con la desintegración del poder dando lugar
a la violencia. De esta manera, la violencia está vinculada a la incapacidad de acción de los
gobernantes.
Queremos resaltar en las discusiones teóricas presentadas anteriormente los siguientes su-
puestos: la formación social de Brasil se llevó a cabo sobre bases violentas, por lo que es un
elemento importante para comprender la estructura social; la violencia es un instrumento
utilizado para el mantenimiento de privilegios y dominio de la clase que se encuentra en el
poder; se alimenta de la desigualdad social y su permanencia está ligada al desinterés de los
gobiernos por elaborar acciones e iniciativas decisivas para transformar esta realidad.
En este contexto, los procesos democráticos que resultan de la lucha de los movimientos so-
ciales son débiles y revelan una lógica neoliberal que ataca a los derechos conquistados y que,
en última instancia, podrían transformar la democracia en una mera formalidad, es decir, su
definición liberal entendida como régimen de la ley y del orden para garantizar las libertades
individuales. En este sentido, Chauí (2008) sostiene que la democracia no puede limitarse a
la concepción de un régimen político, una forma de gobierno. Ella debe traspasar este límite
impuesto por el liberalismo y convertirse en un proceso que involucre a toda la sociedad.
En un escenario de formación social violenta, excluyente y de retrocesos de los derechos
conquistados, se encuentran los pobres donde la mayoría es negra. Según Campello (2017),
el 70 % de los pobres en Brasil son negros. Estos individuos han sido históricamente rele-
gados a diversas expresiones de violencia: social, política, territorial, urbana, policial y racial.
Luego de lo anterior, es importante resaltar que no es posible entender la formación social
y económica de Brasil sin entender que se desarrolló a partir del racismo estructural. Para
Almeida (2018), el racismo estructural no puede entenderse como un acto aislado o una
continuidad de actos que sintetiza un evento circunscrito a acciones provenientes de las ins-
tituciones; es un proceso históricamente y políticamente legitimado por un grupo que tiene
acceso a privilegios y arroja a otro grupo a la subordinación.
Según Santos (2020), el 79,9 % de la población brasileña tiene acceso a Internet, siendo los
entornos virtuales, por su omnisciencia, el campo de acción perfecto para la práctica del ra-
cismo. El autor presenta datos importantes para entender el tema: primero, en 2019, Safernet
Brasil recibió 8.337 denuncias de racismo en Internet. En segundo lugar, hay más delitos de
racismo en línea que de tráfico de personas (509 denuncias), intolerancia religiosa (1.084
denuncias), maltrato animal (1.142 denuncias) y neo nazismo (4.244) combinados. En tercer
lugar, todo esto ocurre a pesar de la existencia de una legislación reguladora de Internet, el
llamado Marco Civil da Internet de 2014.
Ya sea en la realidad concreta o en el universo virtual, las bases que dan origen al racismo
son las mismas e impactan perversamente al 54 % de la población brasileña, compuesta por
negros. La situación de pobreza, la exposición a la violencia y al racismo que relega a una
porción significativa de la población, deja en claro el fracaso del Estado brasileño en el cum-
plimiento de la Constitución Federal de 1988 que garantiza a todos los brasileños el acceso a
los derechos por igual, fortaleciendo así la democracia y los procesos resultantes.

166
Esta situación es aún más grave en lo que respecta al sistema de justicia y al sistema peni-
tenciario. En Brasil, según datos del Departamento Nacional Penitenciario, somos un país con
más de 700 mil presos, de los cuales cerca del 40 % son presos provisionales, sin juicio. Un
país en el que el 64 % de los presos son afrodescendientes y alrededor del 60 % son anal-
fabetos o semianalfabetos. La tasa de hacinamiento en las cárceles es aproximadamente del
197 %. Faltan casi 300 mil vacantes y en muchos lugares los presos se encuentran amonto-
nados en condiciones que violan las normas internacionales sobre el tema.
Entre 1994 y 2010, la población brasileña creció alrededor del 29 %. El número de presos,
sin embargo, creció 400 % en ese período. Posteriormente, entre 2005 y 2017, Brasil dupli-
có el tamaño de su población carcelaria (gráfico 7 y tabla 1):

GRÁFICO 7: Evolución de las personas privadas de libertad entre 1990 y 2017

Fuente: Ministerio de Justicia. A partir de 2005, datos de Infopen.


Nota: número de personas en millares.

TABLA 1: Crecimiento de la población privada de libertad entre 2006 y 2017

Sin embargo, los datos sobre violencia no han disminuido. A pesar de esto, de manera con-
tradictoria, hay un clamor creciente por más castigos.

167
CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES
El período que comienza después de la promulgación de la Constitución Federal de 1988
y se extiende hasta 2014 fue, en términos de participación y competencia política, el más
democrático del país. Casi toda la población adulta puede votar sin restricciones. Las elec-
ciones libres se llevaron a cabo sin oposición por parte de los perdedores. La Operación Lava
Jato, creada en 2014, revela que la disputa política del período coexistió con extensas prác-
ticas de financiamiento ilegal de campañas que incluyeron a los principales partidos políticos
del país. Aun así, fue un período de logros democráticos.
La mezcla de manifestaciones callejeras, crisis económica, crisis política y escándalos de co-
rrupción, que tuvo lugar a partir de 2013, desembocó en unas feroces elecciones presiden-
ciales en 2014, en las que el candidato derrotado, Aécio Neves, cuestionó públicamente la
integridad de la elección. Aunque salió victoriosa, Rousseff gobernó en medio de varias crisis,
siendo blanco de un proceso de impeachment en 2016. El grado de polarización del país
ha crecido a niveles sin precedentes. Los partidos políticos tradicionales de la democracia
posterior a 1988 se vieron afectados por acusaciones de corrupción. Entre ellos, el más afec-
tado fue el PT. En este contexto, las elecciones presidenciales de 2018 estuvieron marcadas
por la violencia y el empeoramiento de la polarización y condujeron a la victoria de un su-
puesto outsider y candidato anti-establishment, Jair Bolsonaro. Durante la campaña y en sus
primeros años en el cargo, Bolsonaro promovió continuas manifestaciones antidemocráticas y
movilizó su base electoral contra instituciones que pueden servir de freno al Poder Ejecutivo.
El revés democrático brasileño comienza en 2014. El cuestionamiento de los resultados
electorales, la polarización política resultante del impeachment (juicio político) a Rousseff en
2016, los escándalos de corrupción, las pruebas de parcialidad de la justicia contra el PT, la
campaña electoral de 2018 y el posterior gobierno de Bolsonaro, todos estos factores contri-
buyeron al declive de la democracia en Brasil. Todos estos factores probablemente contribu-
yeron a que, en 2018, se registraron los peores niveles de apoyo a la democracia en Brasil, así
como de satisfacción con la democracia en el país. Al mismo tiempo, destacamos que estos
niveles se elevaron después de 2018 y no hay indicios de que un desencanto de la población
con la democracia pueda conducir a una ruptura institucional. Los ciudadanos brasileños,
como los de cualquier otro país, reaccionan a las condiciones materiales y políticas de su
tiempo. Los escándalos de corrupción, la caída del PIB y el aumento del desempleo hacen
que los ciudadanos juzguen mal a la democracia, ya sea en su país o en sí misma. Además,
también vale la pena señalar que los altos niveles de participación y competencia política en
Brasil han vivido con niveles extremos de desigualdad social y racial. La desigualdad puede
minar gravemente el ejercicio de los derechos civiles, políticos y sociales.
Considerando las evidencias presentadas en este capítulo, mostramos a continuación algunas
recomendaciones, es decir, sugerencias que podrían contribuir a la experiencia democrática
brasileña. Cabe señalar que, dado el espacio limitado, las sugerencias no se desarrollarán,
tal como quisiéramos. Con respecto al sistema político brasileño, la literatura especializada
apunta a la necesidad de abaratar las campañas electorales. El alto costo de las campañas se
destacó luego de las denuncias de Lava Jato, que revelaron que la mayoría de los partidos
tradicionales financiaban ilegalmente sus campañas. Una posibilidad de abaratar las campa-
ñas serían cambios puntuales en el sistema electoral brasileño. La disminución de la magnitud
de los distritos podría tener algún efecto en el costo de las campañas. También vale la pena
recordar que, en 2015, el STF prohibió el financiamiento corporativo de campañas electorales.

168
Otro aspecto importante que merece atención es el alto nivel de fragmentación partidaria de
los legislativos brasileños. La alta fragmentación de los partidos puede dificultar la formación
de coaliciones y aumentar sus costos. En respuesta a este problema, el Congreso brasile-
ño aprobó, en 2018, una cláusula de desempeño electoral, restringiendo el financiamiento
público de los partidos que no obtienen el porcentaje mínimo de votos. Es posible que los
efectos positivos de esta decisión se sientan en los próximos años.
Otro aspecto del sistema político que, hasta donde sabemos, aún no ha sido abordado es el
de una mayor transparencia y democratización de los partidos políticos brasileños. Dentro
de este tema, las reformas serían importantes para traer más transparencia a las cuentas de
estas organizaciones políticas, una mayor renovación en los cargos de dirección y una mayor
igualdad y justicia en sus decisiones internas.
Sin embargo, los cambios en las reglas del sistema político deben ir acompañados de cam-
bios profundos en la estructura social, económica y racial del país. Obviamente es un tema
difícil, especialmente considerando la desigualdad histórica de la estructura social brasileña,
así como las actuales situaciones tributarias y fiscales. Hacer frente a estos cambios va nece-
sariamente a enfrentar las distorsiones del sistema tributario brasileño que hace que los ricos
paguen menos impuestos que los más pobres.

169
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170
171
INTRODUCCIÓN
Hasta octubre del año 2019, Chile era uno de los países que gozaba de mejor fama en Améri-
ca Latina. La estabilidad política y la prosperidad económica mostrada en las últimas décadas,
le valieron ser considerado un ejemplo dentro del continente. Sin embargo, desde el 18 de
ese mes, esta imagen fue demolida por los hechos. Masivas protestas ciudadanas, reprimidas
con brutalidad por el Estado, dejaron en evidencia un mayoritario descontento con el modelo
económico imperante y el sistema político diseñado por la dictadura militar para protegerlo.
Los eventos que gatillaron el levantamiento ciudadano sucedieron en pocos días. Frente al
alza del precio del pasaje de metro (subway), los estudiantes secundarios protestaron con
masivas evasiones, a lo que el gobierno, para impedirlas, respondió con violencia policial. Lo
que vino luego fue la adhesión a las movilizaciones de miles de hombres y mujeres a lo largo
de todo el país. Ya no solo por el alza del transporte, sino como expresión de un malestar ma-
yoritario frente a las consecuencias sociales del modelo económico neoliberal y a la inacción,
incluso burla, de la clase política frente a ellas. Este descontento, oculto bajo la apariencia de
progreso, se arrastraba por décadas. Rápidamente se generalizó la consigna “no son treinta
pesos”, en referencia al alza del precio del metro, “sino treinta años”, en referencia al tiempo
viviendo en democracia bajo las reglas impuestas por la dictadura militar.
El pilar fundamental del modelo económico neoliberal impuesto en Chile, y fuertemente blin-
dado por la Constitución vigente de los año 80, es la idea de que todos los bienes y servicios
deben ser provistos por privados, prohibiendo, por tanto, al Estado intervenir, salvo que sea
para asegurar lo mínimo y ojalá provisoriamente. Consecuentemente, todas las prestaciones
sociales son entregadas a la administración de particulares, generalmente conglomerados
económicos, quienes las administran según las reglas del mercado. Esto, mientras aquellas
que ofrece el Estado para quienes no están en condiciones de solventarlas, son precarias o
de baja cobertura.
Considerando la desigualdad existente en el país y los bajos sueldos que percibe un por-
centaje significativo de la población laboralmente activa, los efectos sociales de esta política
han sido devastadores. Se pueden dar algunos ejemplos. El acceso a la salud, mediado por
seguros privados (las conocidas Instituciones de Salud Previsional o ISAPRES), se volvió un
privilegio. Así, familias quedan en la ruina por pagar tratamientos médicos. Algo semejante
acontece con la educación. La educación secundaria, signo de status que reproduce la seg-
mentación socioeconómica, es accesible solo para quienes pueden financiarla. La educa-
ción superior, pagada por medio de un préstamo avalado por el Estado a la banca privada,
endeuda a profesionales jóvenes, sin la certeza de encontrar mas adelante empleo en su
campo laboral. Ambos niveles de educación son provistos por instituciones privadas que,
en su mayoría, lucran, con un bajísimo control estatal. Por último, las pensiones, también son
entregadas a administradores privados, las denominadas AFP (Administradoras de Fondos de
Pensiones). Las AFP generan un monto promedio que no alcanza para cubrir las necesidades
básicas de una persona, lo que fuerza a los jubilados a continuar trabajando a riesgo de vivir
en la miseria.
Las prolongadas y cada vez más intensas movilizaciones reclamando por las situaciones arriba
dichas, así como la falta de voluntad política de los representantes para remediarlas y las trabas

172
institucionales que prevé la actual Constitución para poder hacerlo, son parte de la explicación
del denominado levantamiento o estallido social1 y del modo que se abrió para resolverlo.
Se puede avanzar la idea de que las grandes movilizaciones vistas entre octubre y noviembre
de 2019 son la suma de muchas marchas realizadas por décadas. Los dirigentes políticos,
impotentes frente a ellas, encontraron que la firma del Acuerdo por la Paz y una nueva cons-
titución eran el único cause institucional para mediar sus múltiples reclamos. Además, este
acuerdo comprometió un llamado a referéndum para aprobar o rechazar la adopción de una
nueva carta fundamental y cuál sería el órgano encargado de redactarla, en caso de aprobarse.
A pesar de que se ha cuestionado la legitimidad de este acuerdo previamente mencionado,
principalmente por haber sido adoptado por aquellos mismos dirigentes que nada hicieron
anteriormente frente a los mismos reclamos, se siguió adelante con el proceso previsto. Así, el
pasado 25 de noviembre de 2020 se desarrolló el plebiscito donde el 78 % de los votantes
(sobre el 50 % del padrón electoral) aprobaron adoptar una nueva constitución y decidie-
ron que el órgano será una Convención Constituyente completamente electa para ello, con
representación de género igualitaria2. Esto último, por primera vez en los procesos constitu-
yentes a nivel mundial.
Visto el contexto anterior, el propósito de la presente entrega es analizar diversos datos dispo-
nibles3 relativos a la realidad social, política y económica chilena en los últimos treinta años,
a fin de tener una imagen más nítida del proceso que llevó a la crisis institucional actual y a
un álgido movimiento social que nos lleva a repensar otras formas de concebir y construir la
democracia.
En un momento posterior a la presentación de diversos tipos de datos provenientes de diver-
sas fuentes nacionales e internacionales (Parte 1), se profundizará en los nudos críticos y en
algunas propuestas sobre aquellos aspectos críticos que permitirían perfeccionar la democra-
cia en dirección a que provea de mayor estabilidad y justicia social (Parte 2).
Para ello, la Parte 1 está dividida en siete secciones. La sección I trata sobre la presidencia.
Dado que uno de las características sobresalientes del modelo político chileno es su hiper-
presidencialismo, resulta decisivo comprender tanto la imagen que se tuvo de su rol, como
los niveles de aprobación hacia esta figura. Producto de esta misma relevancia, en esta misma
sección se incorporan los datos sobre adhesión a la democracia. La sección II se enfoca en
la corrupción. Como se muestra en esta parte, en Chile existía la creencia de que era una so-
ciedad donde la intensidad de este problema era inferior al resto de la región. Sin embargo, la
corrupción aparece finalmente como una de las causas de descrédito de la clase política y del
sistema en su conjunto. La sección III presenta información sobre la desigualdad. Aquí se eva-
lúa y compara tanto la realidad económica, como social de Chile en relación a la comunidad
internacional. Estos datos permiten explicar de manera consistente las causas del descontento
social que generó las movilizaciones de octubre de 2019.

1 Las consecuencias de la política neoliberal y su protección constitucional también afectan otras áreas, como la
devastación ecológica, la débil protección laboral, la débil protección a los consumidores. Así mismo, la dificultad
para reformar la Constitución y la falta de voluntad política para hacerlo, también afecta a los pueblos originarios.
2 Al momento de la redacción de este reporte, se sigue discutiendo la incorporación con escaños reservados para
los pueblos originarios.
3 En el país existen diversas fuentes de información que generan datos periódicos sobre aspectos políticos,
sociales, económicos y culturales: por ejemplo: COES, Centro de Estudios Públicos/CEP, Encuesta Bicentenario/PUC
y diversos ministerios.

173
La sección IV evalúa la democracia desde el punto de vista del acceso, rol y uso del aparato
judicial. En esta parte se muestra tanto la relación de los ciudadanos con la judicatura y los
efectos prácticos que tienen las resoluciones judiciales. Se dedica también un apartado al
uso político que se le da a las herramientas procesales. Las secciones V y VI tratan sobre la
violencia y el uso de la fuerza respectivamente. La primera, referida a las acciones colectivas
no institucionales para dar a conocer demandas sociales. En esta parte, se trata de manera
particular, aquellas relativas al estallido social, algunas anticipadas más arriba. En la segunda
se trata la respuesta del Estado frente a estas demandas. Si bien ambas pueden ser tratadas
bajo la categoría violencia, se ha conservado la referencia tradicional a violencia para la acción
civil y fuerza para la estatal, a fin de diferenciarlas.
La parte 2 profundizará en los nudos críticos y en algunas propuestas sobre aquellos aspectos
que permitirían perfeccionar la democracia en dirección a que provea de mayor estabilidad y
justicia social y al rol que la educación podría jugar en ello.
Para finalizar, al momento de elaborar el presente informe, como será notorio de su lectura, es-
tamos siendo testigos del desarrollo de acontecimientos inéditos en la historia política del país.
Esto tiene dos consecuencias que no podemos dejar de mencionar. La primera, que nuestras
ideas y métodos son desafiados por lo hechos, por lo que debemos cuidar aún más de nues-
tras conclusiones. La segunda, es que estamos personalmente involucrados con el proceso en
curso, y esperamos que nuestra reflexión sea una contribución para una mejor democracia,
especialmente en favor de los grupos históricamente excluidos.

PARTE 1
PRESIDENCIA
Desde el retorno a la democracia en el año 90, luego de la dictadura militar, Chile ha sido
gobernado primeramente por diversos presidentes de una coalición de partidos hasta que, en
el año 2010 hasta ahora, comienza una alternancia de la derecha y la centro izquierda.

TABLA 1: Periodo dictatorial y presidentes de Chile

Imagen presidencial
El desarrollo y la medición de la imagen presidencial está atravesada por la dificultad que
surge al no existir patrones comunes entre los distintos instrumentos de medición existentes.
En otras palabras, es posible ver que en las principales encuestas de medición en Chile (por
ejemplo, Encuesta CEP 2009 y Encuesta CEP 2019) no se realiza la misma pregunta para
medir esta imagen o bien no hay un seguimiento histórico de la misma pregunta o compara-
ción entre los distintos liderazgos. Con todo, es posible advertir ciertos datos que resaltan y
que pueden resultar útiles para determinar la medición concreta que se presenta.

174
A continuación, se acompañan los gráficos más relevantes de estas mediciones. Se advierte
que se entiende por “imagen” la adscripción de atributos o habilidades a la persona o gobier-
no, y no su aprobación o desaprobación (estos datos se presentarán más adelante).
En el Gráfico N° 1 (proveniente de la encuesta CEP-mayo 2019) se observa el panorama ge-
neral respecto a la atribución de “firmeza” o “debilidad” de los gobiernos de Bachelet y Piñera
en sus respectivos periodos. Sin perjuicio de que el instrumento no está midiendo específica-
mente la imagen o la persona del presidente, se considera pertinente integrarlo en este análisis
puesto que el modelo chileno descansa fuertemente en la imagen (y capital) del presidente
de turno. Lo anterior, sería un efecto del carácter hiperpresidencialista del modelo. Por esta
razón, y ante la ausencia de una medición histórica de las figuras propiamente tales, se añade
este dato a la presentación.

GRÁFICO 1: Atributos de Bachelet periodo 1 y 2 y Piñera periodo 1 y 2

En el Gráfico N° 2, con datos de encuestas CEP, se puede observar cómo la ciudadanía


chilena ha visto los gobiernos desde el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle al gobierno de
Sebastián Piñera en su primer periodo en función de los atributos “firmeza” y “debilidad”.

175
GRÁFICO 2: Atributos gobiernos Frei, Lagos, Bachelet periodo 1 y Piñera periodo 1

De los datos presentados, se observa que la imagen proyectada de cada gobierno tiene
como puntos de firmeza y debilidad más altos y bajos respectivamente los siguientes:
»»Lagos: 51 puntos de firmeza (52 puntos de debilidad).
»»Bachelet (periodo 1): 63 puntos de firmeza, (69 puntos de debilidad).
»»Piñera (periodo 1): 50 puntos de firmeza, (73 puntos de debilidad).
»»Bachelet (periodo 2): 42 puntos de firmeza, (78 puntos de debilidad).
»»Piñera (periodo 2): 35 puntos de firmeza, (68 puntos de debilidad).
Destaca la brusca diferencia entre Bachelet en su primer periodo respecto de Bachelet en su
segundo periodo y entre Piñera en su primer y segundo periodo.
En el siguiente Gráfico N° 3, datos encuestas CEP, se observa la percepción de la ciudadanía
respecto de la entonces presidenta Michelle Bachelet en su primer periodo presidencial. El
eje en esta impresión de la ciudadanía gira en torno al eje cercanía/lejanía de su figura.

176
GRÁFICO 3: Percepción de cercanía/lejanía Bachelet periodo 1

En la encuesta CEP de mayo de 2019, se midió la percepción de la ciudadanía respecto al


presidente Piñera (segundo periodo) en torno al eje confianza/desconfianza (gráfico 4).

GRÁFICO 4: Percepción confianza/desconfianza Piñera periodo 2

177
Finalmente, se acompaña un gráfico que revela los índices de percepción (eje firmeza/debili-
dad) con datos de las encuestas CEP, por gobierno desde Lagos a Bachelet en su periodo 2.

GRÁFICO 5: Percepción firmeza/debilidad desde Lagos a Bachelet periodo 2

Entre las principales conclusiones de los datos presentados podemos decir que:
»»Las mediciones tienden a estimar de forma irregular la imagen del presidente(a) o de
su gobierno. Se sugiere que esto se debería al carácter fuertemente presidencialista,
que implica el hecho (o la suposición) de que la imagen del primero afecta o determi-
na sustantivamente la imagen del segundo.
»»Solo Lagos y Piñera en su primer gobierno iniciaron sus periodos con una impresión
de firmeza más alta que de debilidad. Ambos terminaron con una percepción de de-
bilidad más alta que la percepción de firmeza.
»»Bachelet en su primer gobierno es la que alcanzó el índice de firmeza más alto,
mientras que en su segundo mandato alcanzó el índice de debilidad más alto.
»»La caída de Lagos podría asociarse a la explosión del caso de corrupción denomi-
nado MOP-Gate (caso que salió a la luz el año 2000 y la jueza en visita a cargo de la
investigación fue designada el 23 de enero de 2003).

178
Aprobación presidencial
En el caso de la aprobación y desaprobación presidencial podemos observar los siguientes
datos. En los gráficos 6, 7 y 8 (con información proveniente de encuesta GFK) podemos ob-
servar los datos relativos a la aprobación presidencial de Bachelet en sus periodos 1 y 2 y de
Piñera en su periodo 1.

GRÁFICO 6: Aprobación presidencial


Bachelet periodo 1

GRÁFICO 7: Aprobación presidencial


Piñera periodo 1

GRÁFICO 8: Aprobación presidencial


Bachelet periodo 2

Analizando datos provenientes de las en-


cuestas CEP y expuestos por Ramírez y
Varas (2013) para la evolución de la apro-
bación presidencial entre el 2000-2012,
tenemos que son los presidentes Lagos y
Bachelet los mejor evaluados de este pe-
riodo: para Lagos, el peak de aprobación
estuvo en 61 %, mientras que para la pre-
sidenta Bachelet, el peak de aprobación
en su primer periodo estuvo en el 78 % .
En el gráfico 9, con datos provenientes de
las encuestas CEP, se observa la aproba-
ción de los gobiernos de Bachelet 1, Piñe-
ra 1, Bachelet 2 y Piñera 2.

179
GRÁFICO 9: Aprobación presidencial Bachelet periodo 1 y 2, Piñera periodo 1 y 22

Por último, se añade el gráfico 10, con datos de la encuesta CADEM, que indica la aprobación
del presidente Piñera en su actual periodo (segundo).

GRÁFICO 10: Aprobación Piñera periodo 2

180
Las principales conclusiones referidas a los índices de aprobación y desaprobación más altos
por periodo (%).
»»Los índices de aprobación presidencial más altos en Chile, evaluados por las en-
cuestas presentadas, los encontramos en el primer gobierno de la presidenta Bache-
let, 78 puntos (once puntos de desaprobación).
»»Los índices de desaprobación más altos, evaluados por las encuestas presentadas,
los encontramos en el segundo mandato del presidente Piñera: 82 puntos (seis pun-
tos aprobación).
APOYO A LA DEMOCRACIA
En la tabla 2 observamos datos provenientes de la Encuesta Latinobarometro - 2018, año
previo a las grandes movilizaciones de 2019. En esa tabla observamos que, cerca de un 60
% de los chilenos cree que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno,
aunque un 22,1 % cree que en algunas circunstancias un gobierno autoritario sería preferible.
Sobresale el porcentaje de entrevistados más jóvenes (15-25 años), el 26,2 %, que cree que,
en algunas circunstancias, un gobierno autoritario sería preferible.

TABLA 2: Apoyo a la democracia-2018 según edad del entrevistado

Pero, ¿qué sucede en el 2020, durante la pandemia y posmovilizaciones de 2019? Según,


la última medición del Latinobarómetro (2020) hecha en el país, el apoyo a la democracia
en Chile aumenta desde un 54 % el año 2016 hasta alcanzar un 61 % en 2020, en plena
pandemia (ver Gráfico 11). Además, según datos de este mismo estudio, Latinobarómetro, en
el 2010 con la primera presidencia de Sebastián Piñera se registran los niveles más altos de
apoyo a la democracia desde 1995 con un 63 % y dichos porcentajes se mantienen en esos
niveles durante toda esa administración. Luego el apoyo aumenta al 65 % en el segundo
mandato de Michelle Bachelet, para después caer al 54 % en 2016. Con la segunda alter-
nancia hacia la derecha, en el segundo mandato de Sebastián Piñera, se vuelve a producir
un aumento del apoyo a la democracia de 55 % en 2017 a 61 % en 2020.

181
Por tanto, según estos datos, nuestro país gozaría de uno de los más altos niveles de apoyo a
su democracia desde que este apoyo se comienza a medir hace un cuarto de siglo en 1995.
Además, estos mismos datos indican que la pandemia ha reforzado la fe en la democracia
en Chile, contrario a lo que muchos podrían creer. El apoyo a la democracia no estaría rela-
cionada con la confianza en las instituciones de la democracia y no se ve afectada por ello,
como quedará demostrado cuando veamos los temas de confianza.

GRÁFICO 11: Apoyo a la democracia en Chile 1995-2020

A la vez, estos mismos datos del Latinobarómetro (2020) indican que la democracia que
tenemos no es la que quieren o aspiran a tener los chilenos. Casi ningún chileno dice que lo
que tenemos es una democracia plena (2 %). Además, el porcentaje de personas que dice
que nuestra democracia tiene grandes problemas aumenta once puntos porcentuales, pa-
sando de un 43 % en 2018 a un 53 % en 2020 y aumenta de un 6 % a un 15 % en el mismo
período, el porcentaje de personas que dicen que esto no es una democracia. Por tanto, no
hay duda alguna respecto de la dureza de la crítica a nuestra manera de hacer democracia
en el país.

182
Junto con los valores anteriores, resulta útil apreciar los indicadores arrojados por la En-
cuesta Nacional Bicentenario UC, recogidos en los periodos de pandemia de 2020. Según
este estudio se observa un aumento significativo de la percepción de conflictividad, espe-
cialmente en las variables referidas a gobierno y oposición (76 % versus el 59 % de 2019), y
entre ricos y pobres, en la cual el porcentaje sube a 77 %, diez puntos más que en 2019. Las
expectativas de los encuestados siguen descendiendo, como se observó en los resultados de
2019. Además, según esta encuesta, actualmente existe poca confianza en que un joven in-
teligente, pero sin recursos, pueda ingresar a la universidad, así como que cualquier persona
pueda iniciar con éxito un negocio de forma independiente.
Según la misma encuesta Bicentenario, la confianza institucional se mantiene baja, aunque
se observan alzas de esta confianza en lo que se refiere a la Iglesia católica y a las Fuerzas
Armadas. Respecto de las distintas instituciones encargadas de lidiar con la pandemia, la
mayoría confía en la ciencia para combatir el virus. Se percibe un aumento en la confianza
social respecto del año pasado. El 23 % de los consultados dice que se puede confiar en la
mayor parte de las personas, con diferencias significativas por edad y estrato socioeconómi-
co. Los jóvenes siguen siendo quienes expresan menor confianza (15 %), sobre todo aquellos
del estrato socioeconómico medio.

CORRUPCIÓN
Un panorama general de la corrupción global permite situar a Chile respecto de otras regio-
nes del globo. Los datos de Transparency.org más recientes (2020), usando un índice que
va de 0 a 100 (0= corrupción elevada y 100=ausencia de corrupción) muestran que Lati-
noamérica está en una posición “intermedia” respecto a otros países del mundo. Según este
índice, los países con las puntuaciones más altas son Dinamarca y Nueva Zelanda, con 88
puntos, seguidos de Finlandia, Singapur, Suecia y Suiza con 85 cada uno. Por otro lado, los
países con las puntuaciones más bajas corresponden a Sudán del Sur y Somalia, con doce
puntos cada uno, seguidos de Siria (14), Yemen (15) y Venezuela (15). Según este mismo índice
Chile tiene una puntuación de 67/100, y habría bajado seis puntos desde el año 2014. Por
otro lado, según los datos del Círculo de Estudios Latinoamericanos (2020), los países menos
corruptos son Uruguay, Chile y Costa Rica (ver gráfico 12).

183
GRÁFICO 12: Corrupción en América Latina

Finalmente, según datos de Exporting Corruption en el “Progress report de 2020: assesing


enforcement of the OECD Anti-Bribery Convention” (2020), Chile se ubica como un país de
“Limited enforcement”, colocándose como un país del penúltimo grupo en la clasificación de
países respecto de su regulación anticorrupción.
1. Active enforcement
2. Moderate enforcement
3. Limited enforcement
4. Little o No enforcement
Este mismo reporte sitúa a Chile en un rango medio-alto de probidad, a diferencia de otros
países cuyos índices de corrupción son más altos.

CORRUPCIÓN EN CHILE
La posición de Chile en el índice de percepción de corrupción no ha variado significativa-
mente en las últimas mediciones efectuadas. Según el índice de percepción de la corrupción

184
elaborado por Transparencia Internacional, índice que permite conformar un ranking entre
los países de acuerdo a su percepción de la corrupción en el sector público, Chile mantiene
el segundo lugar a nivel latinoamericano, después de Uruguay (ver gráfico 13).

GRÁFICO 13: Percepción de corrupción en Chile 2000-2019

También cabe añadir que, recientemente, la Contraloría General de la República publicó los
resultados de un estudio sobre corrupción en el país (Labrín, 2020). Según este sondeo,
realizado en dieciséis regiones y en 328 comunas, más de un 77 % de las personas que
participaron en la encuesta consideran que Chile es hoy más corrupto que el año anterior.
La encuesta detalla las cinco áreas en que se genera una mayor percepción de faltas a la
probidad: compras públicas (71,8 %), contratación de personal (65,3 %), construcciones de
obras públicas (54 %), la entrega de beneficios sociales (43,8 %) y la fiscalización y auditoría
(32,6 %) encabezan la lista.
Uno de los aspectos que aborda este estudio de la Contraloría refiere a los tipos de actos
que se perciben como corrupción dentro de los organismos del Estado. Así, por ejemplo, la
obtención de beneficios por ser familiar de una autoridad, favorecer a un amigo o familiar,
aceptar dinero por acelerar un trámite o no denunciar actos irregulares son parte de los
conceptos identificados por los 16 mil participantes del estudio. ¿Ha sido usted víctima y/o
testigo de un acto de corrupción? es otra de las preguntas en las que ahonda el análisis del
estudio de la Contraloría. El 51,4 % de los participantes, es decir, uno de cada dos encues-
tados (8 mil 645 personas), dice haber visto o conocido de un acto de esta naturaleza. Pese
al alto número de víctimas o testigos de estos hechos, apenas un 32,9 % denunció estos
hechos. La razón detrás de la baja cantidad de denuncias, detalla el estudio, se explicaría
porque un 47,4 % desconfió de las instituciones que verían la denuncia, mientras que otro
39,9 % consideró que su denuncia no tendría consecuencias.

185
DESIGUALDAD EN CHILE
Una de las razones esgrimidas para el reciente estallido social del 2019 es la enorme des-
igualdad existente en el país. Y si bien Chile ha cumplido sus metas macroeconómicas y es
percibido internacionalmente como un país desarrollado en Latinoamérica, dicho desarrollo
esconde enormes desigualdades, no solo económicas sino también sociales.
A continuación, mostraremos solo algunos datos que permiten dimensionar dicha desigual-
dad y en qué ámbitos se expresa.

DESIGUALDADES ECONÓMICAS
Antes de introducir información sobre indicadores relativos a las desigualdades culturales,
sociales y económicas, resulta apropiado analizar el índice de percepción de la “situación
económica” con datos de las encuestas CEP, toda vez que se entiende que en la percepción
que se tiene de la propia posición, puede derivarse la percepción general de sensación o
sentimiento de injusticia estructural en las sociedades profundamente desiguales. La En-
cuesta CEP acostumbra a preguntar por la posición o situación económica general. A con-
tinuación, se introduce la evolución de esta medición en los gobiernos de Bachelet primer y
segundo periodo y Piñera primer y segundo periodo (ver gráfico 14).

GRÁFICO 14: Percepción situación económica Bachelet periodo 1 y 2, Piñera periodo 1 y 2

Respecto de la desigualdad económica se deja el índice GINI de Chile hasta el año 2017,
siendo el último de 44,4 (Banco Mundial, 2020). A su vez, se complementa la información
del GINI con algunos datos relativos a la (des)igualdad de ingresos en el país (Larrañaga, &
Rodriguez, 2014) (ver tablas 3, 4 y gráfico 15).

186
TABLA 3: Distribución general de los ingresos de la ocupación principal

TABLA 4: Desigualdad ingresos 1990-2013

187
GRÁFICO 15: Porcentaje de ingresos que acumula el 0,01 % más rico de cada país

Otros datos relevantes aportados por un estudio de la Fundación Sol (2020) que dan cuenta
de la desigualdad económica en Chile refieren a:
»»El 50 % de los trabajadores chilenos gana menos de $ 401.000 (U$ 500) y dos de
cada tres trabajadores chilenos gana menos de $ 550.000 líquidos (U$ 700). Solo
el 19,4 % de los trabajadores chilenos gana más de $ 800.000 líquidos (U$ 1000).
»»El 84,8 % de las mujeres que tienen un trabajo remunerado gana menos de $ 800
mil líquidos (U$ 1000).
»»En noviembre de 2019, la línea de la pobreza por ingresos en Chile para un hogar
promedio de cuatro personas es de $ 445.042 (U$ 560). Si consideramos solo a
los asalariados del sector privado que trabajan jornada completa, la mediana es $
449.652 (U$ 560), esto quiere decir que prácticamente el 50 % ni siquiera podría
sacar a un grupo familiar promedio de la pobreza, lo que hace obligatorio que al me-
nos dos personas trabajen en el hogar.
»»Se registran 1.164.736 de asalariados que no tienen contrato de trabajo, y el 80 %
gana menos de $ 454 mil (U$ 570).
»»En Chile se registraron 4,9 millones de deudores morosos. El monto promedio de la
morosidad es de $ 1.894.721 (U$ 2400). Además, según este mismo estudio de Fun-
dación Sol (2020) usando los datos de la última Encuesta de Presupuestos Familiares
(VIII EPF) del INE, más del 70 % de los hogares está endeudado.

188
Además, en Chile, el 1 % de las personas con mayores ingresos concentró como promedio
entre el 2005 y 2010, el 32,8 % de los ingresos totales (si se incluyen las utilidades retenidas)
o el 30,5 % (si se incluyen las ganancias de capital), lo que sería mucho más que lo que dice
la encuesta Casen (15,1 %) o los datos sin ajustar del Servicio de Impuestos Internos (21,1 %)
(Durán, & Kremerman, 10 de abril, 2013).
Además, en continuidad con lo anterior, el reporte hecho por Ramón López, Eugenio Figue-
roa y Pablo Gutiérrez (2013) titulado: La ‘parte del león’: nuevas estimaciones de la partici-
pación de los súper ricos en el ingreso de Chile, aporta datos muy relevantes.
Según este reporte, el gran problema que tendría Chile sería que un pequeño grupo de la
población vive mejor que las personas más ricas de Suiza, mientras que el 50 % de los traba-
jadores gana menos de $ 250.000 (U$ 300) y en el 65 % de los hogares el ingreso mensual
autónomo por persona es menor a $ 203.000 (U$ 250). Este estudio añade, además, que
en otros países del mundo, los niveles de concentración de la riqueza son considerablemente
menores: en Suecia se registra un 9,1 %, en España 10,4 %, Japón 10,9 %, Alemania 12,1 %
y Canadá 14,7 %, mientras que en Estados Unidos, uno de los países más desiguales en el
mundo occidental, se alcanza un 21 %, mucho menos que Chile.
También, según datos aportados por este estudio (López, Figueroa & Gutiérrez, 2013) si se
hace un zoom y nos concentramos solo en el 0,1 % de los chilenos que tienen mayores in-
gresos, veremos que estos concentran entre 17,6 % y 19,9 % de los ingresos totales, mientras
que en Estados Unidos se quedan con el 10,5 %, en Alemania el 5 % y en Suecia 3,4 %. Y si
ahora, observamos solo al 0,01 % de los chilenos de mayores ingresos, se observa que estos
tienen entre 10,1 % y 11,5 % de los ingresos totales del país, mientras en Estados Unidos con-
centran el 5,1 %, en Alemania 2,3 % y en Suecia 1,4 %.
Otros datos preocupantes provienen de las pensiones, lo que denota nuevamente enormes
desigualdades económicas en Chile. Un reciente informe que usa datos de la Superinten-
dencia de Pensiones (24horas.cl, 23 de julio de 2020), mostraba que prácticamente el 80
% de las pensiones pagadas son inferiores al salario mínimo. Además, la Superintendencia
de Pensiones con datos hasta mayo de 2020, señalaba que el promedio de las pensiones en
nuestro país era de $ 288.308 (U$ 360), y que la cifra varía de forma importante según el
género: entre los hombres el pago promedio es de $ 353.206 (U$ 445) y en las mujeres de $
217.380 (U$ 274). Además, el mismo informe antes mencionado señalaba que 94,2 de cada
cien mujeres jubiladas por Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP, sistema privado
de capitalización individual) en la modalidad de vejez edad retiro programado, reciben una
pensión menor o igual a $ 158.353 (U$ 200) (60 % del salario mínimo).

DESIGUALDADES SOCIALES
A continuación, en el gráfico 16, con datos provenientes del Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo y su estudio “Desiguales: orígenes, cambios y desafíos de la brecha social
en Chile” (2017), se observa que es la clase social, una de las principales razones esgrimidas
de maltrato en el país, seguido del lugar en el que se vive y cómo se viste. Es decir, se maltrata
en función de la pertenencia de clase o de la atribución de clase que se haga (gráfico 16).

189
GRÁFICO 16: Razones percibidas por las que se reciben malos tratos

Otro dato relevante refiere a la discriminación racial y étnica en Chile. Datos provenientes
del Informe de DD.HH. del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) de 2017 indican
magnitudes relevantes de dicha discriminación:
En relación con las características asociadas a las personas pertenecientes a pue-
blos originarios, los datos levantados muestran que algunos atributos consultados
se perciben como características colectivas o esenciales de estos pueblos, mientras
que algunos rasgos son particularidades de una parte de sus integrantes o de ninguno
de ellos. En este sentido, la población considera que en general los pueblos origina-
rios no se caracterizan por ser personas trabajadoras (63,1 %), ni agradables (71,7
%), ni humildes (65,7 %), ni educadas (73,4 %), ni solidarias (69,3 %); y que parte
de sus integrantes tienden a ser violentas (81,6 %), rebeldes (82,9 %), flojas (69,1
%), extrañas (65,2 %) y desagradables (67,4 %). Si bien estas percepciones tienden
a ser transversales, al desagregar los datos por sexo, nivel socioeconómico, lugares
de residencia y edad, los atributos negativos se acentúan entre las personas de ma-
yor edad, niveles socioeconómicos bajos y entre quienes habitan la zona centro sur.
Al consultar por la opinión sobre las manifestaciones de discriminación contra los
pueblos originarios, un 65,7 % de la población considera que es un problema con so-
lución si todo el mundo pone de su parte, un 25 % asegura que es un problema que
siempre ha existido y no tiene solución, y un 5,2 % refiere que es una situación menos
grave de lo que se cree. En cuanto al rol de los pueblos originarios en estas manifes-
taciones violentas, un 48,2 % de la población considera que en algunos casos las per-
sonas indígenas provocan estas situaciones, un 12,7 % afirma que sus actitudes son
la causa de la violencia contra ellos, mientras que un 33,4 % cree que no tienen res-
ponsabilidad y son solo víctimas. De lo anterior se puede inferir que más de la mitad

190
de la población sitúa a los indígenas como responsables –total o parcialmente– de las
situaciones violentas que experimentan, percepción que se agudiza en los segmentos
socioeconómicos altos y medios, así como en las zonas norte y sur del país. Respecto
al tercio de la población que los victimiza, esta percepción es más acentuada en la
zona central y en la región metropolitana, así como en la población más joven. Esto
muestra la incidencia en la opinión pública que está teniendo el conflicto intercultural
entre el pueblo Mapuche y el Estado, y la polarización de las percepciones vinculadas
a la zona de residencia, tramo etario y nivel socioeconómico. La actitud decidida de
los actores del mundo político y la sociedad en general, así como del establecimiento
de un diálogo de alto nivel para resolver sus demandas y problemáticas, ayudaría a
aminorar las actitudes discriminatorias contra los pueblos originarios. Sin embargo,
la percepción de que en algunos casos las personas indígenas son quienes provocan
estas situaciones, requiere de una atención especial sobre todo en relación al pueblo
Mapuche, al que usualmente se le vincula a hechos de violencia. (INDH, 2017: p. 19)

A continuación, algunos datos relativos a discriminación y desigualdad respecto a minorías


sexuales y diversidad. Por ejemplo, los datos del XIX Informe Anual de DD.HH. de la diversi-
dad sexual y de género –hechos 2020, confeccionado por el MOVILH indican que:
El 2020 es el año de la resiliencia de la población LGBTIQ+ frente a los abusos, los in-
cumplimientos de compromisos y las contradicciones en todos los poderes del Estado
en materia de igualdad, hechos frente a los cuales las personas y los movimientos de
la diversidad no bajaron los brazos, pues en condiciones muy hostiles, como el Co-
vid-19, siguieron levantando las banderas por sus derechos. Tras 19 informes Anua-
les de Derechos Humanos de la Diversidad Sexual y de Género resulta incomprensible
e intolerable que el Estado siga en grave deuda con las personas y familias LGBTIQ+ y
que los casos y denuncias por discriminación vengan en explosivo aumento desde el
2018, aún cuando hace décadas se vienen diagnosticando, documentando, analizan-
do y proponiendo de manera sistemática diversas medidas para erradicar y prevenir
la transfobia y la homofobia. (MOVILH, 2020: p. 11)

Este mismo informe del MOVILH (2020) indica que el número anual de casos y porcentaje
del total de abusos ha pasado de 48 casos en el 2002 a 1266 en el 2020. Es decir, que en
este último año se han registrado la mayor cantidad de casos de la historia chilena. Del total
de casos conocidos en 2020, el 26 % afectó a gays, el 15 % a lesbianas y el 11 % a trans (76
mujeres y 59 hombres), mientras el 48 % perjudicó a la población LGBTIQ+ como conjunto.
En comparación al año 2019, la discriminación a gays aumentó un 78,4 %; a trans un 46,8 %
y a lesbianas un 8,28 %, mientras que los abusos contra la población LGBTI+ como conjunto
mermaron un 6,26 %.
Respecto a la equidad de género, un reciente informe de la OECD para la región del Pací-
fico (OECD, 2016), indicaba que Chile, Colombia, México y Perú han logrado importantes
adelantos en la participación de la mujer en la toma de decisiones, los años de escolaridad
de las niñas, el ingreso de la mujer al mercado laboral y la protección social para las familias.
Sin embargo, a la vez, este estudio muestra que la desigualdad económica de las mujeres se
mantiene alta en toda la región, y que esta desigualdad tiene un efecto especialmente duro
en las mujeres, sobre todo en las pertenecientes al ámbito rural, con bajos ingresos y menor
nivel educativo.
Entre los datos que se mencionan en este informe, se señala que entre el 2000 y 2012, la
tasa de matrícula en educación superior en Chile se duplicó, debido en gran parte a la in-
corporación de mujeres jóvenes, cuya tasa de matrícula pasó del 35 % al 84 %. Chile sería
el único país de la Alianza del Pacífico cuyo promedio en la matrícula total de educación no

191
es inferior al de la OCDE. Además, este estudio indica que las mejoras en la educación de la
mujer han sido acompañadas por un crecimiento impresionante en la participación de estas
en el sector laboral. Así, en Chile, la tasa de participación en la fuerza laboral de las mujeres
en edad productiva (15 a 64 años) pasó de 37,4 % en 1996 a 55,7 % en 2014. Sin embargo,
este estudio remarca que aún hay grandes diferencias en la participación de ambos sexos en
la fuerza laboral asalariada chilena.
De esta forma, la brecha de género en la participación en la fuerza laboral en Chile es de cerca
de veintidós puntos porcentuales, que aunque está por debajo del promedio de América La-
tina y el Caribe (veinticinco), se sitúa por encima del promedio de la OCDE. También, este es-
tudio indica que en Chile, no solo las mujeres continúan ganando menos que los hombres por
cada hora de trabajo que realizan, sino que las brechas salariales en el país han aumentado en
los últimos años, mientras que en América Latina en general, esta brecha se redujo.

ESTADO Y DEMOCRACIA
En el siguiente apartado se presentan observaciones relevantes respecto a materias vincula-
das al Estado y a la justicia como sistema institucional. Se dividen las observaciones en tres
grupos; (i) acceso a la justicia, (ii) ejecución (de la justicia) y justicia efectiva; y (iii) judicializa-
ción de la política.

Acceso a la justicia
De forma preliminar se indican las razones que dificultan o desincentivan la concurrencia a
la justicia para lograr soluciones o resolver controversias.
Según un reporte de resultados de un estudio sobre los procesos de participación ciuda-
dana para el diagnóstico del Plan Nacional de Acceso a la Justicia, efectuado en Chile por
el departamento de coordinación y estudios del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos
(2020), se observa que los costos de la asistencia letrada ocupan un lugar importante dentro
de las razones que se esgrimen para ello, a su vez se indican costos emocionales, descon-
fianza en los procedimientos de justicia y desconocimiento de derechos y obligaciones como
razones que desincentivan la concurrencia a la justicia chilena (ver gráfico 17).
En este mismo estudio, respecto a quienes sí concurrieron, se preguntó por la institución u
organismo al cual acudió (ver Gráfico 18). Dichos resultados muestran una tendencia relevante.
La institución de Carabineros de Chile es la institución más recurrida en la búsqueda de acceso
a la justicia. Destaca el hecho de que Carabineros no es un organismo jurisdiccional (como los
Tribunales de Justicia) ni administrativo (como el Servicio Nacional del Consumidor o SER-
NAC). Destaca a su vez el Servicio de abogado privado, lo que observado con el indicador de
la tabla anterior permite presumir cierto acceso marcado por la capacidad económica.

192
GRÁFICO 17: Razones de la población que no solicitó ayuda

GRÁFICO 18: Servicio al cual acudió

193
Ejecución y justicia efectiva
Respecto a la justicia efectiva, o a la percepción de eficacia que otorga el sistema legal y
jurisdiccional chileno, debe indicarse primeramente las necesidades que mayoritariamente
existen en la población chilena. Es decir, para calificar o hacer una evaluación de las dis-
tintas instituciones de justicia (Carabineros, PDI o Tribunales) habría que observar los datos
respecto a las necesidades, porque así y solo así, podría estimarse si el servicio público o las
instituciones respectivas están o no respondiendo a las necesidades reales de la ciudadanía.
Ahora bien, hay que hacer la distinción entre eficacia en el acceso y eficacia de la jus-
ticia propiamente tal. Para lo segundo, es decir, para estimar la eficacia de la justicia chilena,
es dable observar los índices de prisión preventiva versus los índices de sentencias conde-
natorias posteriores. El resultado es doble, (i) el número de prisiones preventivas decretadas
por los Tribunales de Garantía ha ido creciendo progresivamente, mientras que los índices de
imputados a quienes se les impuso como medida cautelar la prisión preventiva y terminaron
siendo declarados inocentes también va en aumento (ver gráficos 19, 20, 21 y 22).

GRÁFICO 19: Inocentes o no GRÁFICO 20: Inocentes o no condenados


condenados 2016-2018 on prisión preventiva 2016-2018

194
GRÁFICO 21: Cantidad de prisión preventiva decretada 2006-2018

GRÁFICO 22: Porcentaje de causas ingresadas por región

195
Como se verá más adelante, estos indicadores revelan una conducta cada vez más típi-
ca de nuestros tribunales de justicia, quienes recurren a una medida cautelar excepcional
y especialmente gravosa (prisión preventiva) como instrumento típico de medida cautelar,
aplicándola indiscriminadamente sin considerar el mérito de los antecedentes. Esta situación
ha empeorado posestallido social, donde muchos manifestantes llevan un año en prisión
preventiva por delitos que ni siquiera tienen pena de cárcel. La aplicación sistemática de la
prisión preventiva como “pena anticipada” a los imputados se ha vuelto una forma de repre-
sión estructural y de criminalización.

Judicialización de la política
Los recientes casos de corrupción han generado un desplazamiento de la política a la sede
propiamente judicial. Sin embargo, este fenómeno ya venía produciéndose con anterioridad,
conforme al cual el Estado negaba prestaciones sociales que tenían que ser exigidas por vía
judicial. Así, los Tribunales de Justicia han ido supliendo la ausencia del Estado en cierto tipo
de prestaciones sociales y de protección. Otro ejemplo típico es el número de demandas por
el aumento ilegal de los Planes de salud por parte de la ISAPRES4 (sistema privado de salud).
En el ámbito penal, las causas de corrupción han generado una suerte de tensión entre el po-
der político y los organismos persecutores (principalmente el Ministerio Público). Muchos de
los políticos procesados por delitos de corrupción han alegado “persecución política” y que el
“Ministerio Público se ha politizado”, es en estos casos donde la política se ha “judicializado”.

VIOLENCIA
Percepción de la violencia
La victimización es una forma de medir la percepción de violencia en un contexto determinado.
Los resultados del estudio efectuado por la Fundación Paz Ciudadana 2020 indican que el
27,4 % de los hogares reportan que, al menos, algún miembro del hogar ha sido víctima de
robo o intento de robo en el año 2020. Esta cifra, según este reporte, es la mas baja de toda
la serie medida desde el año 2000 y trece puntos porcentuales menor al 40,6 % observado
en el año 2019. Además, este estudio indica que la disminución de los hogares en que algún
miembro ha sido víctima se produce tanto en la Región Metropolitana como en las demás
regiones y en todos los niveles socioeconómicos. Asimismo, el estudio añade que los robos e
intentos de robo en el hogar disminuyeron un 61 % respecto al año 2019, mientras que en los
que ocurrieron en la vía pública solo un 27,1 % respecto al mismo período. Por último, un 17,7
% de los hogares encuestados señala que algún miembro ha sido víctima de más de un delito
en los seis meses previos a la encuesta en el 2020, cifra significativamente menor que el 26,0
% de revictimización observado en el año 2019, disminución que se observa tanto en la Re-
gión Metropolitana como en las demás regiones y en todos los segmentos socioeconómicos.

El conflicto social en Chile: el denominado estallido social


Durante la última década (2010-2021), diversos movimientos sociales han protagonizado la
discusión pública nacional. En esa línea podemos mencionar el movimiento estudiantil del
año 2011, las movilizaciones regionalistas de la región de Aysén en el sur del país, el movi-
miento No + AFP5, el auge del feminismo durante el 2018 (con diversas movilizaciones ini-
ciadas en universidades y colegios), hasta llegar al denominado “estallido social” que comen-

4 Las Instituciones de Salud Previsional (ISAPRES) son aseguradoras privadas encargadas de otorgar servicios de
financiamientos, beneficios y seguros en materia de salud.​
5 Administradoras de Fondos de Pensiones.

196
zó en octubre de 2019. Por tanto, en el país, cada vez más se ha hecho necesario profundizar
en el análisis de los datos que se disponen sobre la movilización y la protesta social en Chile.
Según un estudio hecho por el Observatorio de Conflictos de COES (ELSOC, 2020), ya el se-
gundo semestre del año 2011 se acompañó de un aumento de presencia de hechos violentos
en el país. El 2011 fue caracterizado por el movimiento social estudiantil, pero también por
un conjunto heterogéneo de otras demandas sociales asociadas a la mejoría de servicios de
bienestar del Estado, incluyendo salud, vivienda y otros relacionados con una mejor calidad de
vida. Sin embargo, en el estallido social del año 2019, a diferencia de 2011, se hace evidente la
asociación entre la ausencia de un liderazgo definido en las movilizaciones y el incremento de
la violencia asociada a ellas. Además, en el 2019, la ausencia de demandas claras podría estar
reflejando un malestar más generalizado e inorgánico, conducente a manifestaciones más bien
anómicas y desorganizadas que expresan un conjunto de emociones como la rabia y el des-
contento más que intenciones o propuestas de transformación específicas.
Según el COES, en la última década en Chile, la observación de la actividad contenciosa sugie-
re que el estallido social del año 2019 responde a un conjunto de procesos iniciados al menos
desde el año 2011. Aunque no se aprecia una tendencia constante al alza, esto sí ocurre para
las demandas por reformas de tipo político y de aquellas ligadas a los pueblos originarios, dos
formas de protesta que han cuestionado intensamente los fundamentos institucionales del país.
Además, según el COES (ELSOC, 2020), el diagnóstico actual es bastante poco optimista, lo
que se une a mecanismos de negociación debilitados entre los poderes Ejecutivo, Legislativo
y movimientos de protesta que no tienen liderazgos estables y cada vez más desconectados y
hostiles hacia los partidos políticos. En este contexto, el éxito de los procesos de moderniza-
ción institucional en curso, como por ejemplo el proceso constituyente, es clave para fortificar
procesos de construcción de acuerdos en diversos ámbitos de negociación política y econó-
mica. También, es preciso mencionar que el estallido social de 2019 trajo una proliferación sin
precursores de las protestas, y en particular de aquellas de tipo violentas.

Demandas
La mayoría de las protestas consumadas durante el estallido social no tenían demandas ex-
plícitas o visibles. Un análisis de las movilizaciones durante este periodo muestra que las de-
mandas laborales y educativas, de amplia presencia en la protesta chilena previo al estallido
social, se restringen marcadamente, si bien siguen siendo las más frecuentes. Las demandas
ecologistas-territoriales caen, casi desapareciendo. Sin embargo, las demandas por salud,
vivienda, previsión social y violencia contra las mujeres se sostienen o aumentan. Las prime-
ras referidas a salud, vivienda y previsión aluden a aspectos materiales.
Lo anterior, permite afirmar que el estallido social habría resultado de problemas materiales
de grupos vulnerables. Finalmente, las demandas por cambio constitucional y/o asamblea
constituyente, demandas casi inexistentes antes del estallido social, fueron las que más se
acrecentaron durante el estallido (ver gráfico 23).

197
GRÁFICO 23: Demandas presentes en protestas (pre y posestallido social)

Apoyo democracia, justificación uso violencia, percepción de elites


y desigualdad y cambio constitucional
En primer lugar, advertimos datos sobre apoyo a la democracia en el periodo más reciente
(2016-2019) (ELSOC, 2020) (ver gráfico 24).
El apoyo a la idea que la democracia es preferible a cualquiera otra forma de gobierno, crece
en el periodo evaluado: el apoyo a la democracia aumenta entre 2016 y 2019, desde un 48 %
a un 60 %. Pero, el descontento con el funcionamiento de la democracia asciende en el pe-
riodo evaluado, logrando un 53,9 % de total insatisfacción con su funcionamiento en el 2019.

GRÁFICO 24: Satisfacción funcionamiento democracia Chile

198
Sobre la desigualdad del país, el gráfico 25 muestra el grado con que diversos grupos son
tratados con respeto en el país, observándose que es la clase alta, el grupo que es visto como
mejor tratado y las personas pobres el grupo peor tratado.
GRÁFICO 25: Frecuencia con que grupos son tratados con alto respeto

GRÁFICO 26: Justificación de la violencia para el cambio social

199
El gráfico 26 muestra las respuestas obtenidas el 2019 a diversas preguntas referidas a la justifi-
cación de la violencia para el cambio social. En el gráfico advertimos que este tipo de violencia
nunca se justifica en ninguna de las afirmaciones propuestas. Sin embargo, hay significativas
diferencias en el nivel de justificación según tramos de edad: los encuestados más jóvenes son
más proclives a aceptar el uso de la violencia para el cambio social que las personas mayores.

GRÁFICO 27: Caracterización opinión pública sobre cambio constitucional

También, las personas que más asisten a movilizaciones sociales son las más proclives a acep-
tar el uso de la violencia que quienes no asisten a dichas movilizaciones. Además, los hombres
más jóvenes están mas dispuestos al uso de dichas acciones para promover el cambio social.
Respecto a la opinión que existe sobre la Constitución actual, hay una proporción importante
de personas que es favorable al cambio de ella, proporción que aumenta el año 2019 (82
%), versus solo el 7 % de los encuestados que está de acuerdo con la actual Constitución.
Entre las personas estudiadas, son las más jóvenes quienes están más a favor del cambio de
la Constitución (ver gráfico 27).

USO DE LA FUERZA
Se concluye esta parte 1 mencionando que diversos informes, entre los que podemos men-
cionar el del Instituto Nacional de Derechos Humanos (2020), el de Amnistía Internacional
(2020), o el de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos (2019) han alertado acerca de los problemas endémicos del uso de la fuerza po-
licial y, asimismo, estos reportes han mostrado que esta violencia se incrementó durante el
estallido social.

200
PARTE 2
Esta segunda parte busca avanzar en la explicación de lo que sucede en el país, consideran-
do que el proceso antes descrito mediante información descriptiva proveniente de diversos
campos y niveles, presenta un carácter complejo donde se reconocen elementos constitu-
cionales, institucionales y relacionales. Por tanto, en esta parte se propone reflexionar sobre
los conflictos presentes dentro de cada nivel y las relaciones que existen entre ellos.
A partir de lo anterior, se desarrollarán algunas ideas sobre cómo, complementando la re-
presentación democrática con aspectos participativos y deliberativos, puede fortalecerse y
renovarse el ethos democrático que ya existe. Asimismo, nos interesa mostrar especialmente
cómo la educación y la formación ciudadana podrían jugar un rol fundamental en el fortale-
cimiento de la democracia, tanto como institución y como ethos.

SOBRE EL CONTEXTO
La descripción y análisis de los datos expuestos previamente en la parte 1 de este reporte
nos llevan a afirmar la existencia de un conjunto de “nudos” y “tensiones” que contribuirían a
entender lo que actualmente sucede en Chile. Pero estos nudos y tensiones no solo permiten
entender el presente nacional, sino que igualmente el estallido social de 2019. Este estallido
tenía sus antecedentes en algunos movimientos sociales de índole indígena, como el Wall-
mapu6 y educativo, como las manifestaciones estudiantiles que se han producido desde el
2000 en adelante. Todas esas movilizaciones han cuestionado el modelo económico, social
y político existente en el país. En particular, se han cuestionado duramente los resultados
obtenidos de la implantación de un modelo neoliberal impuesto a través de una Constitución
aprobada de manera fraudulenta durante la última dictadura civil-militar chilena.
En particular, con el denominado estallido social se decantan algunas interrogantes respecto
a cómo fue que los sectores que no están institucionalmente instruidos en política (la ju-
ventud chilena con ausencia de una educación cívica formal y que tuvieron en los años de
posdictadura un acceso amplio a la educación superior vía créditos), fueron los que activaron
el proceso social que se desencadenó en el estallido social.
Se podría indicar que aspectos vinculados con la formación ciudadana están dentro de los
aprendizajes curriculares formales, no obstante, estudios como el ICSS 2016 realizado a es-
tudiantes de octavo básico (Agencia de la Calidad de la Educación, 2017) dan cuenta de la
baja adhesión a sistemas políticos tradicionales y una alta valoración a expresar sus opiniones
en espacios fuera del marco legal. Esto nos lleva a preguntarnos ¿las experiencias en torno a
la organización fuera de los márgenes institucionales reportan una mayor legitimidad para los
jóvenes? y ¿dónde se generan estos aprendizajes?
Y una de las explicaciones posibles de aducir para lo sucedido es que el país se ha adherido
a un principio democrático liberal impuesto y protegido en la Constitución redactada en el
80 durante la dictadura civil-militar de Pinochet, lo que ha generado, entre otros problemas,
la brutal desigualdad existente en Chile. Existen antecedentes de una clara convergencia
ideológica respecto del modelo económico entre quienes asumieron la gestión del modelo
heredado de la dictadura y quienes lo instalaron.
Sin embargo, la adhesión a este principio neoliberal del que hablábamos en el párrafo ante-
rior ha sido fuertemente tensionada y cuestionada por la ciudadanía en las movilizaciones de

6 Wallmapu es el nombre que algunos grupos y movimientos indigenistas asignan al territorio que los mapuches
habitan.

201
2011 y continuadas con fuerza desde el 2019 hasta ahora. La fidelidad al principio democrá-
tico neoliberal ha generado una enorme dificultad para vernos a nosotros mismos como un
colectivo social y, por tanto, más bien en el país, el sujeto tiende a verse como individuo (esto
a su vez se conecta con lo dicho respecto a la matriz ideológica del liberalismo que se enfoca
en las libertades y derechos del individuo). En otras palabras, se produce un proceso de frag-
mentación social impulsado por la socialización, lo que impondría la singularidad como una
evidencia. De otro modo, la socialización ya no es puesta al servicio de la integración social,
sino de su fragmentación (Martucelli, 2010), permitiendo producir las subjetividades que un
determinado modo de producción necesita.
Por ende, lo anterior genera un desafío importante de cara al futuro en Chile: pensar en suje-
tos colectivos que no estén sometidos a la sospecha o la desconfianza. Además, se precisa la
necesidad de determinar cuáles son las fortalezas y las debilidades en las relaciones sociales
que permitirían pensar una nueva democracia o una democracia alternativa a la existente.
Los contornos de la nueva democracia se amplían incluyendo progresivamente un reemplazo
de la representación a otra de carácter participativo.
Pero, en particular, ¿cuáles son los nudos o tensiones que estarían sustentando el/los proble-
mas existentes en Chile?
Hemos detectado tres tipos de nudos entrelazados y algunas tensiones generadas entre ellos.
Un primer gran nudo estaría situado en el nivel constitucional.
Chile aún es regido por la Constitución de 1980, redactada en plena dictadura civil- militar
de Augusto Pinochet e impuesta mediante un plebiscito sin un padrón electoral, con vocales
de mesa designados, con poca libertad de prensa y con el derecho a reunión y movimiento
restringido. Recientemente, en octubre de 2020, mediante un plebiscito, se ha iniciado el pro-
ceso para la futura redacción de una nueva constitución mediante una asamblea constituyente.
Hasta la fecha, el problema ha sido que la actual Constitución del 80 ha tenido por propósito
declarado el impedir cualquier iniciativa individual o colectiva que pueda tener como resultado
la transformación del ideario económico. Y de ella se deriva que su problema principal no es
con los movimientos sociales, sino con el cambio social y político que afecte el modelo eco-
nómico. El sistema de representación existente fue diseñado para no mediar suficientemente
la realidad de la nueva ciudadanía chilena, lo que ha derivado en una tensión importante entre
Constitución y democracia. Y, consecuentemente, lo anterior dio lugar a una cultura política
donde los representantes se volvieron proveedores y utilizan los derechos como sobornos.
De esta forma, la Constitución del 80 ha sustentado una cultura política individualista y peticio-
naria que reconoce en la autoridad un “dador” de derechos, incentivando el reconocimiento
de derechos como dádivas. En cambio, actualmente, mayoritariamente la ciudadanía es par-
tidaria de una nueva constitución entendida como comunidad, donde se determinen las es-
tructuras e instituciones que reproducen la desigualdad, concentran el poder y no reconocen
la complejidad y la diversidad de la realidad social. Se busca, por tanto, una nueva constitución
sustentada no ya en un principio neoliberal, sino que en un principio de reconocimiento.
Una constitución define el nosotros que se organiza y orienta por ella. La Constitución chilena
no reconoce, por ejemplo, de forma explícita, la existencia de los diversos pueblos origina-
rios, su cultura y su autonomía política. Se trata de una Constitución que homogeneiza y no
acoge la diversidad (sea esta del tipo que sea). De allí que el “nosotros” que se deriva de ella
no sea inclusivo, niegue el reconocimiento, y no permita la emergencia de una comunidad
que se reconoce con sus diferencias. Chile es un país diverso étnicamente, donde existen

202
diversas lenguas y culturas, y que debe avanzar en la integración de todos quienes viven en
el territorio. De allí la necesidad de cambios en el nivel constitucional.
A nivel institucional y de cómo ellas se atan con la ley hemos detectado un segundo nudo.
En este nudo encontramos dos tipos importantes de instituciones: aquellas de representación y
las instituciones económicas, ambas atadas por el régimen jurídico vigente y, por tanto, ambas
no pueden responder a la tensión con la sociedad. Las primeras (de representación), porque no
promueven los intereses de los representados, sino los propios (entre otras cosas). Las segun-
das, porque responden a un modelo extractivista depredador y debido a que tienden a la acu-
mulación del capital y la desigual distribución de los bienes producidos por el desarrollo. Las
movilizaciones sociales han cuestionado el carácter depredador de este modelo, modelo que
afecta gravemente al medio ambiente en favor de intereses privados. En Chile hay un modelo
de desarrollo de acumulación capitalista con un Estado con escasa capacidad regulatoria y un
sistema de partidos “cartelizado”. En particular, durante el periodo 1990 a 2020 se observa
una profundización del modelo de economía de libre mercado, especialmente durante los pri-
meros tres gobiernos de regreso a la democracia, con un fuerte debilitamiento en la capacidad
regulatoria del Estado en ámbitos como la educación, las relaciones laborales, la salud u obras
públicas, entre otros. Se instala la percepción en la ciudadanía de que el Estado no interviene
en múltiples situaciones de fallos de mercado y abuso por asimetría en uso de información,
abuso de posición dominante y diferentes casos de colusión entre empresas.
Los resultados económicos del modelo son pobres en términos de redistribución y acceso a
seguridad social. El modelo neoliberal maximiza la rentabilidad y la acumulación de grupos
económicos, subsidiados por el Estado, pero la propia definición constitucional del rol del
Estado impide su injerencia para poder intervenir asumiendo el rol redistribuidor. Se trata de
un agotamiento de legitimidad de instituciones tradicionales de la política, pero también de
todas aquellas que permiten sostener relaciones desiguales entre grupos.
El modelo chileno ha generado una profunda desigualdad que se reproduce y mantiene en
instituciones que hacen muy difícil propender a orientaciones alternativas. Hay asimismo
una tensión entre lo inorgánico y lo orgánico: existe una tensión entre movimientos sociales
y las instituciones, lo que se traduce al nivel de la representación política. Así, una parte de la
ciudadanía no tiene representantes políticos con los que se identifique, a su vez, el sistema es
centralizado y no profundiza en modelos de autonomía política y local.
Además, observamos crecientes niveles de desconfianza vertical hacia las autoridades y ho-
rizontal hacia otros ciudadanos, con la persistencia de una cultura individualista y un de-
bilitamiento de la disposición cooperativa. Esta situación previamente descrita puede ser
entendida como un proceso en el que se demanda por más y mejor democracia. La demo-
cracia como ethos es aceptada, pero en tanto institución es cuestionada profundamente. La
demanda de participación implica el paso progresivo de una democracia representativa a
otra deliberativa y participativa. Del mismo modo, la percepción de los ciudadanos es que las
instituciones operan diferenciadamente, esto es, ofreciendo derechos diferenciales a ricos
y pobres (por ejemplo, existiría una educación para ricos y para pobres o una justicia que
castiga duramente a quienes carecen de recursos y que es blanda con quienes los poseen).
Asimismo, se observa que el sistema de partidos políticos aparece como una estructura “car-
telizada” que impide la manifestación de las demandas mayoritarias y obstruye cambios al
sistema económico e institucional. Tampoco la democracia entra en el aula y no se piensa
esta como un espacio de ciudadanía y participación.

203
Respecto a la afirmación previa referida a la democracia en el aula, debemos agregar que en
el país, ha cobrado importancia la formación ciudadana en las escuelas, entendida esta como
un área que se vincula directamente con el desarrollo de los ciudadanos, por medio de con-
tenidos, procedimientos y actitudes que promueven la convivencia democrática ampliando
con ello la noción de ciudadanía tradicional, circunscrito a lo normativo y legal. De esta for-
ma, se van incorporando en el currículum (desde el cambio que comenzó a regir hacia fines
de 1900 hasta las bases curriculares actuales) aspectos relacionados con una ciudadanía
social, crítica y activa, aunque sigue primando una visión centrada en los derechos indivi-
duales (liberal). Con ello, queda como desafío transitar hacia una concepción comunitaria
(Magendzo, 2016).
Además, en el país se estableció como política educativa para todos los establecimientos
reconocidos por el Estado, la creación de un Plan de Formación Ciudadana en el año 2016,
cuyo propósito es integrar esta área en las escuelas a través de las necesidades y requeri-
mientos de las comunidades educativas. Acá se evidencia una tensión, ya que la mayor parte
de las escuelas en Chile han desarrollado pocas acciones enmarcadas en este plan, las que
se realizan son de carácter más bien instrumental y la participación está reducida a la etapa
de validación o difusión (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2018). También
se registra desconocimiento de los estamentos de las escuelas y que la elaboración del plan
recae en uno o dos docentes, generalmente de la asignatura de Historia y Ciencias Sociales
(Zúñiga, Ojeda, Neira, Cortés y Moren, 2020).
La manera en que ha evolucionado la concreción de la formación ciudadana en las escue-
las, la sitúa en un ámbito predominantemente minimalista (Kerr, 2002), con algunos atisbos
maximalistas, caracterizado por una integración del desarrollo ciudadano y político restringi-
do respecto a los desafíos que el contexto social y político actual invita a implementar en el
ámbito educativo. Esta predominancia minimalista genera un desajuste entre la experiencia
política que se vive en la escuela y la que se expresa a nivel social. Esta integración restringida
de la formación ciudadana se refleja de diferentes maneras:
»»Distancia entre el discurso normativo en torno a la formación ciudadana (FC) y la
experiencia de aprendizaje político en el espacio escolar. El discurso normativo pene-
tra fuertemente en una serie de dispositivos para orientación de la FC a nivel escolar,
como el curriculum y sus diversos vínculos con el área, como el Plan de Formación
Ciudadana, Plan de Mejoramiento Educativo (PME), el Proyecto Educativo Institucio-
nal (PEI), o el Reglamento para la convivencia escolar, entre otros. Sin embargo, y a
pesar que el mundo escolar hoy tiene asumido la elaboración de estos dispositivos,
estos no logran permear y transformar las prácticas escolares en su cotidianeidad, es
decir, permitir que estos procesos ayuden a tomar decisiones personales y colectivas
y donde la participación de los diversos actores en el diseño e implementación de
dichos dispositivos sea esencial en su desarrollo. Esta forma de inserción de la FC
asegura su presencia en cuanto dispositivos reglamentarios que permiten evidenciar
un avance, pero dichos dispositivos no obligan a desarrollar experiencias formativas
auténticas en torno a lo político durante la vida escolar, disociando la experiencia de
aprender como un acto político que efectivamente “entrene” en esa importante com-
petencia ciudadana.
»»Esta manera de integración de la FC en el mundo escolar visibiliza una segunda pro-
blemática para su desarrollo, expresada en una visión discursiva/neutral de lo político.
En la escuela se ven reducidas las opciones de vivencia de lo político, pues todavía
subsiste la comprensión de su aprendizaje como un espacio estanco, asociado a una

204
asignatura más que a la construcción de una experiencia integral del proyecto vital
personal y colectivo de los sujetos participantes. Y en esa comprensión, se somete a
una fragmentación donde se aprende solo discursivamente la FC, y los demás aspectos
centrales de carácter procedimental y ético no se expresan en la misma medida en la
experiencia escolar. Así, la noción de deliberación, controversia y conflicto, problema-
tización de temas socialmente relevantes, y participación deliberativa en los procesos
educativos, resulta ser una experiencia de casos especiales más que de la construcción
impulsada legal e institucionalmente en los establecimientos escolares.
Esta descripción de la integración de la FC resulta ejemplar y reflejo de la forma en que nues-
tra institucionalidad en distintos niveles genera -o no genera- espacios para la participación y
la toma de decisiones desde las escalas más locales de encuentro de la comunidad y escalas
nacionales de construcción colectiva.
El mundo escolar como espacio público de presencia obligatoria de distintos actores sociales
es así la expresión de las tensiones entre las demandas de movimientos sociales actuales y
la respuesta restringida de la institucionalidad vigente y su expresión legal. La respuesta vi-
gente de FC no resulta representativa para los estudiantes, los que en su gran mayoría viven
y aprenden lo político fuera de la experiencia escolar curricular.
Por último, detectamos un nudo a nivel relacional, observando relaciones sociales marcadas
por una profunda desigualdad y segregación. Esta desigualdad y la segregación que las afir-
ma impiden el reconocimiento mutuo. Como efecto de dicha desigualdad, un nudo impor-
tante se produce en el efecto que las instituciones sociales, políticas y económicas –que hoy
se encuentran agotadas y deslegitimadas– tienen en el universo relacional del sujeto tanto a
nivel social, como laboral y afectivo. Existe una dimensión de las estructuras abusivas que im-
pacta en las formas de vida del sujeto y determinan a su vez el modo en que esas relaciones
se producen. Se cuestionan las relaciones sociales que permiten reproducir cotidianamente
el modelo, cuestionándose la autoridad ciega, las jerarquías y las diversas formas de discrimi-
nación existentes en el país. Por ejemplo, lo anterior produce que a nivel educativo también
surjan problemas relacionales: el aula no se piensa como espacio democrático y no piensa a
sus estudiantes como (futuros) ciudadanos.
En el nivel relacional pueden constatarse, además de lo anterior, la existencia de fuertes es-
tereotipos grupales. Así, los diferentes grupos formados por aquellas dimensiones relevantes
a la hora de segmentar la sociedad (sexo/género, orientación sexual, clase social, etnia o
categorización política) mantienen estereotipos intergrupales sumamente negativos respecto
de sus exogrupos. Todo ello no hace sino dar cuenta del enorme desafío de construir una
sociedad inclusiva y categorías supraordenadas con las cuales todos puedan sentirse identi-
ficados. De allí que los desafíos constitucionales, la construcción o definición de un nosotros,
resulte fundamental.
Estas tres dimensiones descritas como nudos que limitan o atan al país y las tensiones ge-
neradas entre estos niveles (constitucional, institucional y relacional) han sido propuestas por
varios autores (Maddison, 2017; Schaap, 2006; Cárdenas, 2020) como capas o dimensio-
nes que deben ser abordadas en los procesos de reconciliación exitosos.
De allí que sea posible pensar que en el país hay una deuda pendiente con una genuina de-
mocratización y situaría el proceso de reconciliación política chileno entre aquellos que no
han sido efectivos o eficientes a la hora de permitirnos transitar desde climas de violencia a
otros de paz. La renuncia a realizar los cambios comprometidos a la ciudadanía (por ejemplo,
nueva constitución o transformaciones económicas que se tradujeran en mayores niveles

205
de igualdad) por los gobiernos posdictatoriales retorna como demanda a la escena política.
Chile nunca fue tan desigual como hemos podido constatar en la última década.
Existen diversos estudios que muestran el contraste entre los bullados éxitos económicos
del modelo chileno (crecimiento sostenido) con sus logros reales a la hora de transformarlo
en indicadores de calidad de vida. Así, se evidencian altos niveles de concentración de la
riqueza (López, Figueroa y Gutiérrez, 2013) y un aumento sostenido de la desigualdad (Mi-
nisterio de Desarrollo Social, 2015); al mismo tiempo que existe una marcada infravaloración
del mercado laboral, un sistema educativo altamente segregado (Santos y Elacqua, 2016) y
un sistema universitario excesivamente privatizado (Zurita, 2015). Todo ello ha generado altos
niveles de endeudamiento estudiantil (Kremerman, Páez y Sáez, 2016) y altos niveles de en-
deudamiento general en los hogares chilenos (Banco Central, 2017; Ruíz-Tagle, García y Mi-
randa, 2013), así como el hundimiento progresivo de los asalariados hacia la pobreza (Durán
y Kremerman, 2017). Lo anterior se ha visto agravado por un sistema de pensiones basado
en la capitalización individual del ahorro, administrado por entidades privadas (Fundación
Sol, 2014), y un sistema de salud que, en comparación con otros países de la OCDE, muestra
bajos niveles de inversión pública, número limitado de proveedores de atención médica y
un sentimiento generalizado de descontento por parte de la población chilena (Goic, 2015).
Varias décadas de neoliberalismo han venido produciendo un creciente malestar social
(Aceituno, Miranda y Jiménez, 2012), caracterizado por un marcado proceso de despoliti-
zación (Angelcos, 2011), bajos niveles de confianza en las instituciones (Proyecto de Opinión
Pública de América Latina, 2014), bajos niveles de participación formal (como son los proce-
sos electorales) y un muy evidente descrédito de la política (Valenzuela, 2011).
De esta forma, la demanda social (nivel relacional), debe ser mediada políticamente (nivel
institucional) buscando crear, enmendar o derogar normas jurídicas relativas a esa demanda
(nivel constitucional). Así cada nivel está atado, así cada nivel es tensionado por los demás.

206
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209
210
INTRODUCCIÓN
Sin duda alguna, una investigación en torno al desencanto de la democracia resulta, no solo
oportuna, sino pertinente, debido a que se han vuelto cotidianas las contravenciones e in-
consistencias flagrantes sobre sus principios básicos; también son noticia diaria las manifes-
taciones públicas con las que las poblaciones a lo largo del planeta intentan exigir el respeto
a este sistema político, percibido globalmente como el más acertado.
No obstante, un análisis en torno a la democracia entraña también dificultades, relacionadas,
por una parte, con el gran número de temas importantes estrechamente asociados a ella, y
por otra, con recabar información estadística relativamente objetiva, sobre cómo se percibe
la presencia de sus principios y valores a nivel nacional.
Consecuentemente, y con respecto al discurrir democrático en los años recientes en Colom-
bia, centramos el análisis en torno a seis temas: a) encanto vs. desencanto b) desigualdades
socioeconómicas c) conflicto armado d) personalismos políticos e) corrupción y f) la protesta
social. Los criterios para su selección y el orden en que los presentamos responden a que ini-
ciamos este análisis preguntándonos si el desencanto en torno a la democracia en Colombia
proviene de un encantamiento previo o si más bien es la extensión de un desencantamiento
constante en la historia de este país. Seguidamente, ofrecemos algunos datos y reflexiones
sobre el contexto de desigualdad socioeconómica que en Colombia ha sido de muy larga
duración y con implicaciones en otras esferas, como la política; de allí, que se relacione es-
trechamente con nuestro tercer tema, el conflicto armado, del cual las desigualdades fueron
causa y han sido consecuencia. Luego, el tema de los personalismos políticos, en el caso del
expresidente Álvaro Uribe, responde al papel fundamental que jugó no solo en términos del
escalamiento de esta guerra interna, sino también de lo funcional que dicha guerra le resultó
a su forma particular de gobierno y a sus políticas y a la influencia que aun mantiene en el
gobierno. La creciente presencia del fenómeno de la corrupción en diversos ámbitos de la
realidad colombiana, y con profundas consecuencias políticas, es el tema que antecede a
nuestro tema final, las recientes movilizaciones populares especialmente porque, aunque se
iniciaron debido a un incidente de corrupción en una de las universidades colombianas, han
terminado recogiendo una gran variedad de demandas sobre los principales problemas que
agobian a la población.
En términos de la información estadística, acudimos a varias bases de datos: V-Dem (2020),
porque ofrece las series de tiempo más largas, aunque su información es recabada solamen-
te por expertos en el tema; el ‘Barómetro de las Américas - LAPOP’ (2018) pues, a partir de
una muestra representativa a nivel nacional de 1.663 personas, abordó con mayor precisión
una serie de variables de nuestro particular interés, como las relacionadas con los persona-
lismos políticos y la protesta social. Además, ya contamos también con algunos resultados
de la versión 2020, aunque todavía no haya acceso a las bases de datos; y también acudi-
mos a la ‘Encuesta de Cultura Política y Ciudadana’ (2019) del Departamento Nacional de
Estadística (DANE), que ofrece la base de datos más reciente y que, además de indagar por
la satisfacción con la democracia y los procesos electorales, entre varios otros, tomó infor-
mación de una muestra nacional de 31 mil 813 personas representativas de todos los estratos
socioeconómicos de la población urbana y rural. A lo largo del análisis, y en algunos casos,
también pusimos de presente algunas dificultades importantes que conlleva tanto la toma,
como la interpretación de los datos estadísticos de un tema tan complejo.

211
¿HA HABIDO ENCANTO EN TORNO A LA DEMOCRACIA EN COLOMBIA?
Analizar el desencanto democrático implica que ha habido un ‘encantamiento’ alrededor de la
democracia. Nuestra hipótesis inicial era que, dados los altos niveles de desigualdad socioe-
conómica, los hechos frecuentes de corrupción y sobre todo el largo e intenso contexto de
conflicto armado, en Colombia no ha habido un encantamiento en torno a la democracia o que
este era muy débil; de allí, que al revisar los datos estadísticos esperábamos encontrar valores
históricos y recientes muy bajos en torno a la importancia que se le atribuye a la democracia.
Sin embargo, lo que encontramos al analizar las cifras de las bases de datos ya mencionadas,
contradice nuestra hipótesis e indica que no solo sí ha habido un encantamiento en torno a
la democracia, cuyo punto más alto se puede ubicar entre los años 2014 y 2015, sino que,
además, a partir de allí y hasta este momento, se observa una marcada tendencia de des-
encanto. Los valores (entre 0 y 1) de los cinco tipos de democracia sobre los que trabaja el
sistema de información V-Dem, así lo confirman (gráfico 1):

GRÁFICO 1: ¿Hasta qué punto se alcanza el ideal de democracia deliberativa,


electoral, participativa, igualitaria, y liberal?

El gráfico 1 muestra cifras para un lapso de tiempo desde 1955 hasta el presente, porque du-
rante este se presentaron importantes hitos en la historia política y democrática de Colombia,
con repercusiones hasta hoy. Muestra, además, varias tendencias entre los cinco tipos de
democracia y algunas particularidades, que se analizan a continuación:
a) Una tendencia es que todos los tipos de democracia analizados por V-Dem,
evidencian un incremento en 1957, que podría ser resultado de que, a finales de
este año, por primera vez en Colombia la población votó un plebiscito que re-
sultó en la aprobación de lo que se conoce como el Frente Nacional; este podría

212
resumirse en un acuerdo de paz entre los dos partidos mayoritarios tradicionales
(Liberal y Conservador), pero que además incluyó otras reformas como el dere-
cho al voto para las mujeres y una inversión no menor del 10 % del presupuesto
nacional para la educación pública. No obstante, la oposición fue importante, ya
que, entre otros hechos, este acuerdo excluyó a los demás partidos políticos del
acceso al poder.
b) Otro comportamiento común de los cinco indicadores muestra que su punto más
alto se alcanzó muy recientemente, entre 2014 y 2018, hecho que encuentra su
explicación en que, a partir del año 2012, y después de casi sesenta años de con-
flicto armado, comienzan las negociaciones con el grupo guerrillero más grande, las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP),
que culminaron con la firma de los Acuerdos de Paz, en junio del año 2016.
c) Sin embargo, la tercera tendencia muestra que para los cinco indicadores todas
las cifras han decrecido constantemente desde 2014 hasta 2019, que es el año
con los datos más recientemente recopilados, dejando la posibilidad de que sigan
decreciendo. La explicación más plausible es que estas cifras reflejan la poca con-
fianza que ha generado el incumplimiento de los Acuerdos de Paz por parte del
gobierno actual. Una comparación entre estos valores se muestra en la tabla 1:

TABLA 1: Mínimos y máximos históricos cinco tipos de democracia (1955-2019)

Fuente: V-Dem (2020).

d) Pasando a las particularidades, se tiene que la democracia deliberativa se centra


en el proceso mediante el cual se toman decisiones en un sistema de gobierno; la
importancia de dicho proceso deliberativo es que el razonamiento público, centra-
do en el bien común, motiva decisiones políticas, en contraste con los llamamientos
emocionales, los lazos solidarios, los intereses parroquiales o la coacción.1

1 El índice de democracia deliberativa está compuesto por los subíndices de justificación razonada, bien común,
respeto a los contraargumentos, rango de consulta, compromiso de la sociedad y también tiene en cuenta el nivel
de democracia electoral.

213
En el caso Colombia, y al comparar los cinco tipos de democracia, el indicador de demo-
cracia deliberativa es el que muestra un comportamiento más errático a lo largo del tiempo,
con subidas y bajadas pronunciadas, que se mantienen en los últimos veinte años. Este
indicador se incrementó moderadamente a partir de 1957 hasta 1974, año en que hubo un
crecimiento muy importante (de 0,14 a 0,29) que se mantuvo hasta 1977 (con 0,28) para
disminuir de nuevo a sus niveles promedio (alrededor de 0,14). Entre los hechos políticos
que pueden explicar estas cifras se tiene la elección del primer presidente (Alfonso López
del Partido Liberal) que, al no hacer parte del Frente Nacional terminó con la hegemonía
política que este pacto tuvo desde 1957, apuntando a una apertura política y carácter
reformista que finalmente no se respaldó con hechos. Al contrario, a lo largo de su man-
dato hubo una crisis, debido al alza de los productos básicos, de los servicios públicos, a
la eliminación de subsidios y a la imposición de nuevos impuestos que junto con el lema
presidencial de “convertir a Colombia en el Japón de Sudamérica” se expresó en la con-
solidación de los grandes monopolios económicos, fortaleciendo la economía exportadora,
para el beneficio de los monopolios locales y extranjeros. De allí que, en 1977, las centrales
obreras y sus demandas convocaron e hicieron efectivo un paro a escala nacional que,
después de ser declarado subversivo, convocó a la mayoría de los sectores de la sociedad
y que terminó violentamente, con más de veinticinco muertos, miles de detenidos y toque
de queda nacional. Este estallido ciudadano, que marcó un hito en la historia de este país,
fue recogido por el siguiente presidente electo, Julio Cesar Turbay (1978-1982), como una
insurrección subversiva; Turbay, después de Uribe, es quien ha tenido la administración
presidencial más represiva en la historia de Colombia.
La democracia deliberativa también tuvo un fuerte descenso en los años 2003 y 2004, en
los que pasó de 0,37 (2002) a 0,2 (2004). Para entonces, el primer período presidencial de
Álvaro Uribe duraba dos años, en los que mientras la economía mostraba un repunte, en el
campo militar se daban duros golpes a la guerrilla; su política bandera, “la seguridad demo-
crática”, no solo escaló dramáticamente la violencia del conflicto armado, sino que polarizó
al país. Esta básicamente consistió en:
[…] tres líneas de acción: la primera, la continuación de la ofensiva contra las FARC,
activada al final del gobierno anterior; la segunda, una ‘política de paz’ con los para-
militares, y la tercera, un grupo de políticas específicas –como los soldados campe-
sinos, los estímulos a la deserción y las redes de informantes– destinadas a alimen-
tar a las otras dos […] La aplicación militar de esta política de seguridad constituyó
un ‘plan de guerra’. Sin embargo, en el contexto oficial de no aceptar la existencia del
conflicto armado interno se le llama Plan Patriota, que es complementario al Plan Co-
lombia contra las drogas, iniciado en 2001 con apoyo de Estados Unidos. (Leal, 2006:
12 – cursivas nuestras)

Este plan de guerra, combinado con el Plan Colombia, que en última instancia también fue
un plan anti insurgencia (Duro, 2002; Ferro at al., 2003; Murcia, 2016), trajo el consecuente
escalamiento del conflicto armado (tema que se retoma con mayor análisis más adelante), lo
que a su vez, implicó otra serie de efectos: entre los más sobresalientes están el masivo des-
plazamiento forzado e interno de población, las múltiples masacres de pobladores rurales y
lo que “[…] eufemísticamente se conoció en los medios como los ‘falsos positivos’, que fueron
asesinatos extrajudiciales de civiles por parte del miembros del ejército colombiano, quie-
nes recibían a cambio un pago al presentarlos como guerrilleros dados de baja en combate”
(Castillo, 2010: 58). La agencia de cooperación alemana MISEREOR describió la situación así:

214
[…] la política de seguridad democrática del actual gobierno pretende involucrar a
toda la sociedad en el conflicto armado, ha intentado cambiar la constitución en su
afán por ignorar el principio entre combatientes y no combatientes. El gobierno mide
a la sociedad civil bajo la máxima de o estás conmigo o estás contra mí. (DW, 2005:1)

Adicionalmente, un acercamiento a los datos de los últimos treinta años del V-Dem muestra
que es justamente durante los dos períodos presidenciales de Uribe (2002-2010), que no
solo el índice de democracia deliberativa disminuyó (de 0,37 en 2002 a 0,2 hasta 2006),
sino que también lo hacen las cifras de ‘Freedom from torture’ (de 1,58 en 2002 a 1,45 en
2004) y de ‘Freedom from political killings’ (de 1,46 e 2002 a 1,25 en 2004). Aunque a partir
de estos años, y antes de que terminara el segundo período presidencial de Uribe, el V-Dem
muestra una mejora para estos tres indicadores, estas cifras tienen una alta probabilidad
de demostrarse equivocadas, una vez la justicia compruebe sus continuas violaciones a los
DD.HH. como política de Estado. A partir de entonces los valores de la democracia delibera-
tiva crecieron hasta llegar a 0,59, en el año 2015, para decrecer de nuevo, siendo este, entre
los cinco, el valor que más disminuye; la relación entre conflicto armado en Colombia y la
democracia se analiza más adelante.
e) La democracia liberal, por su parte, enfatiza la importancia de proteger los dere-
chos individuales y de las minorías contra la tiranía del Estado y la tiranía de la ma-
yoría. El modelo liberal tiene una visión “negativa” del poder político en la medida
en que juzga la calidad de la democracia por los límites impuestos al gobierno. Esto
se logra mediante libertades civiles protegidas constitucionalmente, un Estado de
derecho sólido, un poder judicial independiente y controles y equilibrios efectivos
que, en conjunto, limitan el ejercicio del poder ejecutivo.2
En torno a la democracia liberal, también se observa un incremento importante de 1957 a
1959, pasando de 0,11 a 0,25, y manteniendo un crecimiento moderado hasta 1992 (0,42)
para seguir creciendo hasta su máximo histórico en 2015 con 0,57, cuando inicia una caída
que en el año 2019 va en 0,5. El incremento de 1992 podría deberse a la modificación de
la Constitución nacional, también conocida como la Constitución de los Derechos Humanos
y que en 1991 reemplazó a la conservadora constitución de 1886; por otra parte, el máximo
histórico de 2015 podría explicarse, también, por los avances en torno a las conversaciones
de paz, mientras que su caída de 2019 podría responder, justamente, a la poca voluntad que
ha demostrado el actual gobierno para cumplir y poner en marcha los Acuerdos de Paz; de
ello se han derivado una serie de hechos violentos que se focalizan en ciertas regiones del
país, como los departamentos de Cauca y Antioquia y en ciertos grupos, como los excomba-
tientes y los defensores de los derechos humanos.
A pesar de estas explicaciones, sorprende el valor alto que alcanza el indicador de democracia
liberal, debido a que este enfatiza en la “[…] importancia de proteger los derechos individuales
y de las minorías contra la tiranía del Estado y la tiranía de la mayoría” (definición del V-Dem),
este valor no se corresponde con las condiciones de desigualdad socioeconómica y de estig-
matización y persecución política de los movimientos de izquierda, que a mediados del siglo
pasado dieron origen de conflicto armado en Colombia. Reconociendo que la represión de
movimientos armados (sean políticos o criminales) no contradice los principios de la demo-

2 El índice de democracia liberal está compuesto por los subíndices de igualdad ante la ley y libertades individuales,
restricciones judiciales al poder ejecutivo, restricciones legislativas al poder ejecutivo y también toma en cuenta el
índice de democracia electoral.

215
cracia liberal y, por el contrario, el Estado liberal y los gobiernos democráticos están constitu-
cionalmente, y de facto, obligados a proteger al resto de la sociedad contra dicha violencia,
actuar extrajudicialmente sí va del todo en contravía de dichos principios constitucionalmente
democráticos; actualmente la justicia investiga al expresidente Uribe por 51 causas, entre ellas
haber permitido la violación de derechos humanos y su relación directa con grupos paraes-
tatales, en ese intento guerrerista de darle “seguridad democrática” a una nación sacudida ya
por sesenta años de guerra (HRW, 2006; Sanjuan et al. 2010; Borda, 2012).
f) La democracia electoral busca encarnar el valor fundamental de hacer que
los gobernantes (que llegan a ser tales, mediante la competencia electoral y la
aprobación del electorado en circunstancias en las que el sufragio es extenso)
respondan a los ciudadanos. Este indicador incluye, además, la capacidad de
las organizaciones políticas y de la sociedad civil para operar libremente; que
las elecciones sean limpias y no estén empañadas por fraudes o irregularidades
sistemáticas y que exista la libertad de expresión y medios de comunicación in-
dependientes capaces de presentar puntos de vista alternativos sobre asuntos de
relevancia política.3
En el año 1958 (0,22) hubo un incremento importante que en 1959 llegó a 0,36 y que puede
responder al acuerdo del Frente Nacional, ya mencionado. A partir de entonces, muestra una
trayectoria de crecimientos y descensos moderados, alcanzando su máximo histórico en el
año 2015 (0,71). En los últimos cuatro años ha disminuido hasta alcanzar 0,67 en el año 2019,
lo que también podría explicarse por el poco avance que el gobierno del actual presidente
Iván Duque (y copartidario político de Álvaro Uribe) ha mostrado en torno al cumplimiento
de los Acuerdos de Paz, defraudando con ello la expectativa de una paz estable y duradera.
El muy alto valor que alcanza el indicador de democracia electoral, y que tanto su valor
mínimo, como el máximo, sean los mayores dentro de todo el conjunto de valores, puede
obedecer a la valoración que se hace, sobre todo desde afuera de Colombia, del ininterrum-
pido proceso de elecciones en nuestro país desde 1957; a diferencia de lo ocurrido en varios
países de América Latina, y en especial del Cono Sur que, como sabemos, sufrieron severas
dictaduras en los años sesenta, setenta y ochenta. En Colombia los procesos electorales se
han mantenido ininterrumpidamente durante los últimos sesenta años.
g) La democracia participativa está motivada por la práctica fundamental de
la democracia electoral y la delegación de autoridad en los representantes. Por
lo tanto, este modelo de democracia da por sentado el sufragio, enfatizando el
compromiso con las organizaciones de la sociedad civil, la democracia directa y
los órganos electos subnacionales. Para que sea una medida de la democracia
participativa, el índice también toma en cuenta el nivel de democracia electoral.4

3 En el esquema conceptual de la V-Dem, la democracia electoral se entiende como un elemento esencial de


cualquier otra concepción de democracia representativa: liberal, participativa, deliberativa, igualitaria o alguna
otra. El índice de democracia electoral está compuesto por los subíndices de libertad de expresión y fuentes
alternativas de índice de información, libertad de asociación, proporción de la población que votó, elecciones
limpias y cargos que se eligen.
4 El índice de democracia participativa está compuesto por los subíndices de participación de la sociedad civil, voto
popular directo, gobierno local, gobierno regional y de democracia electoral.

216
Las cifras muestran un mínimo histórico de 0,05 en 1956 y un máximo de 0,48 en 2018;
la mejora en 2018 podría responder al primer proceso de elección presidencial después de
la firma de los Acuerdos de Paz, con cifras históricas de participación y que incluyó al par-
tido político de la, anteriormente, guerrilla de las FARC. Aun así, los datos de la democracia
participativa, junto con los de la democracia igualitaria, son los históricamente más bajos de
todo el grupo pues, como era de esperarse, en un contexto de conflicto armado las posibi-
lidades de participación política se inhibieron sustancialmente. De hecho, y consistente con
nuestro análisis, en los cinco aspectos de los que se compone el Índice de Democracia de
The Economist (pluralismo y proceso electoral, funcionamiento del gobierno, participación
política, cultura política y libertades civiles) Colombia obtuvo en 2020, su puntaje más bajo
en participación política, con cinco sobre diez (The Economist, 2020).
h) Finalmente, la democracia igualitaria sostiene que las desigualdades mate-
riales e inmateriales inhiben el ejercicio de los derechos y libertades formales y
disminuyen la capacidad de participación de los ciudadanos de todos los grupos
sociales.5
No sorprende que los valores de la democracia igualitaria, incluyendo el valor máximo, sean
no solo muy bajos, sino que se hayan mantenido más cerca del mínimo a lo largo de los
años. Sus valores crecen significativamente a partir de 1959, desde 0,12, y mostrando solo
un repunte alrededor de 1992, cuya explicación podría consistir en la ya mencionada nueva
Constitución nacional de 1991, para alcanzar su máximo histórico en el año 2014 con 0,42,
máximo aún por debajo de la media. Los valores disponibles de los últimos diez años muestran
que mientras en el año 2009 se contó con un valor de 0,37, este valor creció hasta el máximo
histórico ya mencionado (2014 con 0,42) y a partir de allí ha decrecido para retornar a 0,37
en 2019. Como se analiza más adelante, las condiciones de inequidad socioeconómica en
Colombia no solo son de muy larga trayectoria, sino que se hacen cada vez más profundas.
Por otra parte, en el Informe para Colombia del Barómetro de las Américas, 2018, se indaga
sobre la satisfacción con la democracia, preguntando: “Cambiando de nuevo el tema, puede
que la democracia tenga problemas, pero es mejor que cualquier otra forma de gobierno.
¿Hasta qué punto está de acuerdo o en desacuerdo con esta frase?” Las respuestas indican
que, en una escala de 1 a 100,
[…] entre 2004 y 2018, el nivel promedio de apoyo a la democracia se ha ubicado por
encima del punto medio (50) de esta medida. Por otra parte, la satisfacción con la
democracia, aunque se ha mantenido cercana a 50, muestra un cambio substancial a
partir de 2013. Entre 2004 y 2012, la satisfacción se encontraba por encima de 50 y a
partir de ese año tuvo una disminución importante cercana a las 40 unidades, que se
ha mantenido desde entonces. (Rivera et al, 2019: 43)

Tanto ha decrecido la satisfacción con la democracia en Colombia que, según datos muy
recientemente revelados por el equipo del Barómetro de las Américas, aunque un 60 % de
la población mantiene el apoyo a la democracia como forma de gobierno, la satisfacción con
ella alcanzó el año pasado (2020) su mínimo histórico, pues solo el 18 % de la población de-
clara estar satisfecha con su funcionamiento (Observatorio de la Democracia, 2021).

5 Según los lineamientos del V-Dem, la democracia igualitaria se logra, primero, cuando los derechos y libertades
de las personas se protegen por igual en todos los grupos sociales, cuando sus recursos se distribuyen por igual en
todos los grupos sociales y cuando los grupos e individuos disfrutan de igual acceso al poder. Para convertirlo en una
medida de democracia igualitaria, el índice también toma en cuenta el nivel de democracia electoral, además de los
subíndices de equidad en la protección, equidad en el acceso al poder y equidad en la distribución de los recursos.

217
La encuesta de Cultura Política y Ciudadana del DANE no solo confirma estos resultados, sino
que, con sus datos basados en la muestra nacional de 2019, revela un panorama aún más
sombrío: al preguntar “En una escala de 1 a 5, en la que 1 significa muy insatisfecho(a) y 5 muy
satisfecho(a), ¿qué tan satisfecho(a) se siente con la forma en que la democracia funciona
en Colombia?”, solamente el 16,4 % del total de las personas encuestadas contestó que se
siente muy satisfecho, mientras que el 47,1 % respondió que se siente muy insatisfecho; si
sumamos a este último porcentaje aquellos que declararon no estar ni satisfechos, ni insatis-
fechos, el porcentaje llega a 80,9 % del total de la población.
De allí, que los datos indican que nuestra hipótesis inicial en torno a que no ha habido un
encantamiento alrededor de la democracia estaba equivocada en varios sentidos:
»»Los valores crecientes a lo largo del tiempo en los cinco tipos de democracia, ge-
neralmente a partir de finales de la década del 50, ponen en evidencia el progresivo
encantamiento alrededor de la democracia.
»»Los valores más altos en los cinco tipos de democracia (V-dem) son muy recientes
y están concentrados entre el año 2014 y el año 2018 (período en que se negocian y
firman los Acuerdos de Paz).
»»También para todos los casos en los años más recientes estos valores han disminuido.
»»Adicionalmente, es muy probable que la pandemia y sus efectos más evidentes
estén incidiendo también en los bajos resultados actuales en torno a la satisfacción
sobre el funcionamiento de la democracia; de hecho, al indagar sobre el problema
más grave para los colombianos durante el año 2020 para los hombres continuó
siendo la corrupción, mientras que para las mujeres fue la falta de servicio de salud
(Observatorio de la Democracia, 2021: 5).
Podemos concluir, entonces, que no solo sí hubo un encantamiento en torno a la democra-
cia, sino que este estuvo creciendo y se mantuvo hasta hace unos muy pocos años (entre
2014 y 2018) y es solo entonces cuando los valores de todos los tipos de democracia co-
mienzan a decrecer.
No obstante, más allá de nuestra hipótesis inicial y como lo demuestran los datos del DANE y
lo afirma el mismo informe del Barómetro de las Américas,
Como resultado, en 2014 y 2016, las actitudes promedio de los colombianos son aque-
llas que se asocian con una democracia en riesgo, donde los ciudadanos no apoyan el
sistema político y tienen bajos niveles de tolerancia política. En contraste, en 2018 se
registra una leve mejoría respecto al 2016, pues hubo un aumento en los niveles de
tolerancia política y de apoyo al sistema político. Bajo estas condiciones, las actitudes
del colombiano promedio son favorables a una situación de estabilidad autoritaria.
Se requiere una mejora en ambos frentes, especialmente en el nivel de tolerancia po-
lítica, para que las actitudes ciudadanas favorezcan el desarrollo de una democracia
estable en Colombia. (Rivera et al, 2019: 43 – Cursivas nuestras).

El índice de Democracia de The Economist apoya esta apreciación.6


Las siguientes secciones ofrecen un análisis más detallado de algunas de las que considera-
mos las razones para el continuo desencanto que las cifras, desde 2015, muestran en torno
a la democracia en Colombia.

6 Las cuatro categorías del Índice de Democracia de The Economist Unit (democracia plena, defectuosa, híbrida y
regímenes autoritarios) ubican en 2020 solo al 8,4 % de la población global como ciudadanos de una democracia
plena; siendo 1 la mejor posición, Colombia quedó ubicada en el puesto 46 de 165 países, y categorizada como una
‘democracia defectuosa’.

218
DESIGUALDADES EN COLOMBIA Y SU RELACIÓN
CON LA PERCEPCIÓN DE LA DEMOCRACIA
El nivel de las desigualdades no solo económicas y sociales, sino también de género, etnia
y cultura, está ampliamente extendido en Colombia y se ha venido profundizando en los
últimos años.
Las cifras son muy preocupantes para Latinoamérica en general:
En 2017, el número de personas pobres en América Latina llegó a 184 millones, equi-
valente al 30.2 % de la población, al tiempo que el número de personas en situación
de pobreza extrema se situó en 62 millones, representando el 10.2 % de la población.
(Cepal, 2019: 79)

Mientras entre 2002 y 2014 tanto la pobreza, como la pobreza extrema se redujeron de ma-
nera significativa en América Latina, pasando de una tasa del 44,5 % al 27,8 %, en el primer
caso y del 11,2 % al 7,8 %, en el segundo caso, en 2015 se inició un incremento en los dos
fenómenos, que se ha mantenido hasta hoy.
Sin embargo, ha habido una leve reducción de los dos fenómenos en algunos países, entre
ellos Colombia, en donde, las cifras de pobreza pasaron de 30,6 % en 2015 29,8 % en 2017,
mientras la tasa de pobreza extrema pasó de 11,3 % en 2015 a 10,9 % en 2017. Aun así, Co-
lombia se encuentra entre los países de la región con las tasas más altas, tanto de pobreza,
como de pobreza extrema, según estimaciones de la CEPAL (tabla 2).

TABLA 2: Participación en el ingreso total, por quintiles de ingreso,


en algunos países de América Latina (porcentajes)

Fuente: CEPAL (2019: 41 - Encuestas de hogares más recientes de cada país).

219
Al comparar la diferencia en la distribución de ingresos de los hogares, por ejemplo, restando
del ingreso captado por el quintil V (hogares con mayores ingresos) el quintil I (hogares de me-
nores recursos), muestra que Brasil es el país más desigual de la región; no obstante, el grupo
conformado por Colombia, junto con Costa Rica, México y Nicaragua, son los que ocupan el
cuarto lugar en la escala de los países más desiguales de la región, bajo este mismo criterio.
En Colombia, el ingreso captado por el quintil V representa alrededor del 48 % del ingreso
de los hogares, mientras que el ingreso del quintil I es en promedio de apenas un 5 % de los
ingresos totales; aunque, de nuevo las cifras sobre la evolución de la distribución del ingreso
muestran algunos leves progresos en este sentido (tabla 3):

TABLA 3: Distribución del ingreso en el quintil I en Colombia (2002 a 2017)

Fuente: Cepal (2019: 73).

Según estimaciones de la misma organización, y dadas las altas cifras de Colombia, tanto de
pobreza como de pobreza extrema, se requeriría una tasa de crecimiento de alrededor del 6
% anual o más, si no se produjera algún cambio de relevancia en la distribución de los ingre-
sos medios; es decir, si se mantiene la práctica de que el incremento del ingreso promedio
no beneficie principalmente a los hogares de menores recursos, no solo necesitaremos tasas
muy altas de crecimiento anual, sino más tiempo para que estos hogares puedan rebasar las
líneas de pobreza y pobreza extrema.
No obstante, dado que el porcentaje de la tasa de crecimiento anual del PIB en Colombia se-
gún el Banco Mundial (2020) de los últimos años ha sido: 4,5 (2014); 3 (2015); 2,1 (2016); 1,4
(2017); 2,5 (2018) y 3,3 (2019), la tasa de crecimiento requerida, y además en medio de los
efectos económicos de la pandemia, será prácticamente imposible. De hecho, sin haber podi-
do prever esta coyuntura, las proyecciones de la CEPAL de comienzo de 2019 indicaban que:
[…] de mantenerse un desempeño similar al histórico en materia de crecimiento y
reducción de la desigualdad, el año en el que se alcanzarían las metas de reducción
de la pobreza de los Objetivos del Desarrollo Sostenible sería el 2035 para Colombia,
México, Honduras y El Salvador. (CEPAL, 2019: 96)

Revisando la distribución de la pobreza y pobreza extrema al interior de Colombia, recorde-


mos que su ordenamiento territorial se compone actualmente de 32 departamentos, cada
uno con su ciudad capital (o centro poblado), los departamentos están compuestos por mu-
nicipios (1.103 en total), cada uno también con su centro poblado (cabecera municipal) y los
municipios están subdivididos en veredas que, excepcionalmente tienen un centro poblado
o caserío, y en donde habitan quienes estadísticamente se denominan “la población rural
dispersa”, es decir, en su gran mayoría, campesinos, comunidades afrocolombianas, palen-
queras, raizales y comunidades indígenas. Adicionalmente, en términos socioeconómicos,
las poblaciones urbanas se ubican en seis estratos, siendo “uno” el de menores ingresos y

220
condiciones de vida más bajas y “seis”, en el que se ubican las élites socioeconómicas; es
importante anotar que actualmente la necesidad o inconveniencia de la estratificación so-
cioeconómica está en discusión, pues no solo los límites establecidos, tanto el menor (estrato
uno) como el mayor (estrato seis) no parecen recoger suficientemente las pobrezas y las ri-
quezas extremas, sino que sus detractores argumentan criterios de carácter ético. Tan es así
que se hizo necesario usar el estrato “0”, un estrato más bajo que el “uno”, que se denomina
“conexión ilegal–pirata”, aludiendo a que el acceso a los servicios básicos de estas personas,
cuando acceden a ellos, son conexiones ilegales.
El DANE mide, por una parte, la pobreza multidimensional, que incluye otra serie de factores,
además de la capacidad de adquisición monetaria y, por otra, la pobreza y pobreza extrema
en Colombia, mediante la pobreza monetaria y la pobreza monetaria extrema o indigencia,
respectivamente.
La pobreza monetaria resulta de medir el ingreso corriente del hogar, dividido por el total
de sus integrantes y se compara con el costo monetario de adquirir una canasta de bienes
alimentarios y no alimentarios mínimos para la subsistencia; y la pobreza monetaria extrema
o indigencia resulta de medir el ingreso corriente del hogar, dividido por el total de sus inte-
grantes y se compara con el costo monetario de adquirir una canasta de alimentos (gráfico 2).
Con estos criterios se establecen líneas de pobreza y pobreza extrema monetaria diferentes

GRÁFICO 2: Porcentaje pobreza monetaria (2014 a 2018)

221
para las trece ciudades y áreas metropolitanas del país, para las cabeceras de los municipios
rurales, para los centros poblados rurales y la población rural dispersa. El cálculo de estos
valores varía año a año dependiendo del Índice de Precios al Consumidor.
Aunque las estimaciones de la CEPAL arrojan cifras más altas para el total nacional que los
cálculos del DANE, se pone en evidencia que las desigualdades entre la incidencia de la po-
breza a nivel nacional y los centros poblados rurales y la población rural dispersa son enor-
mes. Las desigualdades entre el país urbano y rural son históricas y aún mayores, cuando se
comparan las trece ciudades y áreas metropolitanas del país con los centros poblados rurales
y la población rural dispersa; los datos del año 2018 así lo muestran (gráfica 3):
Las desigualdades también se ponen de presente, cuando se comparan los porcentajes de

GRÁFICO 3: Porcentajes pobreza monetaria (2018)

Fuente: DANE (2019: 6).

pobreza al interior de las trece ciudades y áreas metropolitanas; por ejemplo, mientras Man-
izales (ciudad capital de la zona donde se produce el café de exportación colombiano) tuvo,
en 2018, la menor incidencia de pobreza a nivel nacional (11,9 %) y Bogotá (ciudad capital
del país) tuvo la segunda cifra de pobreza más baja (12,4 %), Riohacha (uno de los departa-
mentos con alta presencia de población indígena de Colombia) ocupó el segundo lugar con
la incidencia más alta de pobreza en el país (47,5 %) y Quibdó (ciudad capital de uno de los
departamentos habitado por comunidades afrocolombianas), tuvo las cifras de incidencia de
pobreza más alta en el 2018 con 48,3 %; es decir, Quibdó tuvo cuatro veces más personas
bajo la línea de pobreza que Bogotá.

222
Otra de las inequidades con mayor impacto en la historia de Colombia, y que también está
presente de otros países de América Latina, es la forma como está distribuida la tierra; como
se explica más adelante, en la sección del conflicto armado, en Colombia, los procesos de
desposesión y desplazamiento forzado fueron una de las causas y consecuencias de la guerra.
En medio de este contexto, a continuación, se pueden observar algunos datos sobre la va-
loración del apoyo a la democracia por estrato socioeconómico; ante la pregunta “En una
escala de 1 a 5, en la que 1 significa nada importante y 5 muy importante, ¿qué tan importante
considera usted que es vivir en un país democrático?” (de la encuesta de Cultura Política y
Ciudadana) todos los estratos lo consideran muy importante, pero de manera bastante dife-
renciada (gráfico 4).

GRÁFICO 4: En una escala de 1 a 5 ¿Qué tan importante considera usted que


es vivir en un país democrático? por estrato socioeconómico

Fuente: cálculos propios basados en le Encuesta de Cultura Política y Ciudadana (2019).

El gráfico 4 muestra que en la medida en que aumenta el estrato socioeconómico, aumenta


la importancia que se le atribuye a vivir en un país democrático; es ‘muy importante’ solo
para el 52 % de las personas del estrato 0 y solo para el 55 % del estrato 1, mientras que
también es ‘muy importante’ para el 71 % del estrato 4, el 76 % del estrato 5, y el 71 % del 6.
En esta misma gráfica (No. 4) también se puede observar que de todos a quienes les parece
‘nada importante’ vivir en un país democrático, el 86 % se encuentran en los estratos 0, 1 y
2, cifra que podría explicarse, justamente, debido al desencanto por una democracia que no
les ha permitido disfrutar de sus beneficios.

223
Frente a estos resultados:
[…] los trabajos más recientes han demostrado que la valoración de los regímenes
políticos depende del lugar que cada ciudadano ocupa en la escala social del régimen
vigente en el país en el que vive. Desde una aproximación sociológica (y con datos de
la Encuesta Mundial de Valores), Ceka y Magalhaes (2020) muestran que —tanto en
regímenes democráticos como no democráticos— el statu quo será más valorado por
los sectores más privilegiados de la jerarquía social, mientras que el apoyo a dicho
régimen por parte de los sectores económicamente más desfavorecidos será signi-
ficativamente menor. Los autores encuentran, a su vez, que esta disparidad se hace
más aguda en las sociedades económicamente más desiguales, y que cuanto mayor
es la desigualdad, menor es el compromiso con la democracia liberal, en especial de
los más ricos en los regímenes autocráticos, y de los más pobres, en los regímenes
democráticos. (Del Tronco & Monsiváis-Carrillo: 2020: 4).

Ahora bien, cuando se analiza la satisfacción con la forma en que funciona la democracia en
Colombia por estrato (gráfic 5) se encuentra lo siguiente:

GRÁFICO 5: En una escala de 1 a 5 donde ¿Qué tan satisfecho se siente con la forma
en que la democracia funciona en Colombia? por estrato socioeconómico

Fuente: cálculos propios basados en le Encuesta de Cultura Política y Ciudadana (2019).

Primero, se hace evidente que la enorme insatisfacción con la democracia, ya mencionada


en la primera sección, se manifiesta en todos los estratos socioeconómicos (según LAPOP
alcanzó el 82 % en 2018 y según el DANE el 80,9 % en 2019); sin embargo, mientras más alto
el estrato socioeconómico, menos son las respuestas de ‘Muy insatisfecho’. No se pueden
obviar los muy altos porcentajes alcanzados en todos los estratos al contar con la opción de
responder ‘Ni satisfecho, ni insatisfecho’, y mientras en los estratos altos decrecen los por-
centajes de ‘Muy insatisfecho’, aumentan los del indiferente, lo que podría indicar también
insatisfacción, pero mediante una respuesta menos comprometedora.

224
Aunque moralmente resulte inaceptable que una democracia subsista en medio de grandes
desigualdades, como es el caso de Colombia, los datos estadísticos demuestran que esta
situación es mucho más frecuente, a nivel global, que lo deseable y también que el impacto
de las desigualdades socioeconómicas en las percepciones de la democracia, no responden
a una relación directa, ni obvia. Las perspectivas más conocidas al tratar de entender esta
relación se han centrado principalmente en: a) los procesos de aprendizaje, b) el papel de
los valores o c) las consecuencias redistributivas de los regímenes democráticos. La primera
argumenta que la lealtad a las reglas democráticas liberales resulta de socializarlas en con-
textos donde esas reglas se respeten constantemente. Desde el papel que juegan los valores
se sostiene que abrazar la noción de democracia liberal es algo que se deriva de adquirir y
compartir valores culturales particulares de libertad y emancipación. La tercera perspectiva
afirma que, dado el potencial redistributivo de contar con elecciones libres y con igualdad
política, es la posición socioeconómica de cada cual la que debe determinar si los individuos
respaldan las reglas y principios de la democracia liberal (Ceka & Magalhães, 2020).
Sin embargo, una perspectiva reciente propone que en la relación desigualdades socioeco-
nómicas y democracia también interviene el hecho de que:
[…] muchos de los que expresan su apoyo a la ‘democracia’ en las encuestas sociales
y científicas, también muestran un compromiso poco entusiasta con los principios
democráticos liberales básicos, mostrando en cambio una comprensión del concepto
mismo de ‘Democracia’ que no necesariamente prioriza los derechos individuales o
civiles, las elecciones libres, o la igualdad política. (Ceka & Magalhães, 2020: 1)

Adicionalmente, y como es bien sabido, las amplias diferencias en los ingresos de las perso-
nas ubicadas en los diferentes estratos, tiene profundos impactos en el acceso a los servicios
básicos, tales como los de saneamiento, vivienda, salud y también en la educación. En el
caso de esta última variable en Colombia, las siguientes cifras indican que el mayor aprecio
a vivir en un país democrático se concentra en las personas cuyo mayor nivel educativo es
primaria y secundaria, y desciende de manera importante en el caso de las personas con
estudios superiores (tabla 4).

TABLA4 : ¿Qué tan importante considera usted que es vivir en un país democrático?
por mayor nivel educativo alcanzado

Fuente: cálculos propios basados en le Encuesta de Cultura Política y Ciudadana (2019).

225
Estas cifras se podrían explicar, por un parte, porque la población más educada o con estu-
dios superiores, puede ser más crítica, y percibir que vivir en una democracia tan débil, como
la que ha habido en los años recientes, particularmente a partir de las administraciones de A.
Uribe (año 2002) es ‘nada’ (17,5 %) o ‘poco importante’ (21,1 %). No obstante, otra interpreta-
ción, de estos mismos resultados, es que los altos porcentajes de la población, con estudios
primarios o secundarios, que considera que es importante (73 %) o muy importante (63,3 %)
vivir en un país democrático, lo consideran así debido, justamente a su falta de educación y
no cuentan con un entendimiento elaborado de lo que significa la democracia.
Al analizar la relación apoyo a la democracia e ingresos no es raro encontrar resultados e
interpretaciones que, como esta, podrían parecer un contrasentido, tal como otros analistas
lo mencionan:
Conforme a Boix, ‘[l]os individuos menos acomodados apoyan una democracia, ya
que les da una oportunidad de establecer mecanismos redistributivos en su benefi-
cio. Por el contrario, los individuos más acomodados, que tendrían que soportar una
pérdida neta de ingresos en una democracia, apoyan una estructura constitucional
en la que solo ellos pueden votar’ (Boix, 2003: 171) [1]. (Ceka, & Magalhães, 2020: 4).

En el caso de nuestros datos, tanto la población de los estratos bajos, como los altos apoya
a la democracia, pero presumimos que, por razones diferentes, aunque la fuente de la infor-
mación primaria no haya profundizado sobre dichas razones.
Nuevamente Ceka & Magalhaes (2020)
[…] encuentran que, aun tomando en cuenta los valores adquiridos durante el pro-
ceso de socialización, la posición socioeconómica resulta un determinante directo
del apoyo a una concepción específica de democracia. Cuanto más alta la posición
en la escala social, mayor es su defensa del statu quo, independientemente de si di-
cho régimen es una democracia liberal u otro tipo de régimen. Estos hallazgos tienen
implicaciones relevantes para el debate sobre la crisis y erosión de la democracia li-
beral, y el surgimiento de alternativas iliberales o autocratizantes en muchos países
occidentales. Así, los hallazgos respaldan la conclusión de que, en democracias esta-
blecidas, la desigualdad reduce el compromiso con una noción liberal de democracia,
especialmente entre los sectores pobres. (Del Tronco & Monsiváis-Carrillo, 2020: 4).

Aunque algunos analistas consideran que otra explicación podía ser que los menos educados
perciben que tienen más oportunidades de incidir en política en un régimen democrático que
en uno no democrático, por el simple hecho de ser mayoría, pero consideramos que dicha
explicación no aplica al caso colombiano: primero, porque los procesos de organización e in-
cidencia política requieren de unos niveles de educación, en general, y de educación política,
en particular, con los que las poblaciones más desfavorecidas no cuentan. En segundo lugar,
porque Colombia es el país de la región que menos se destaca en sus cifras de participación
política, mostrando históricamente porcentajes muy bajos de participación electoral (tabla 5).

TABLA 5: Participación electoral en las elecciones presidenciales

Fuente: cálculos propios basados en le Encuesta de Cultura Política y Ciudadana (2019).

226
Durante los últimos veinte años, los datos individuales de la participación electoral presiden-
cial en Colombia muestran los porcentajes más bajos de todos los países de América Latina,
con la única excepción de Chile, que en el año 2013 solo contó con la participación del 42
% de su población, mientras en Colombia votó el 48 % (Registraduría del Estado Civil, 2018:
79-81). Sin embargo, nuestros cálculos sobre los datos actualizados muestran que, en pro-
medio, Colombia se llevó el primer lugar en baja participación con un 47,3 %, mientras Uru-
guay ha contado con la más alta participación (89 %) en estos veinte años. De hecho, este
fue otro de los criterios que nos llevó a considerar la hipótesis inicial de que en Colombia no
había habido un encantamiento alrededor de la democracia.
A manera de cierre de esta sección, que muy brevemente aborda la difícil relación democra-
cia/desigualdades en Colombia, retomamos una reflexión de largo aliento del profesor Alejo
Vargas quien afirmó:
Las elites gobernantes en Colombia a través de la historia, tuvieron la tendencia a im-
pulsar procesos de modernización, sin que ello implicara simultáneamente democra-
tización de la sociedad. Desde finales de los 80s centraron todos sus esfuerzos en la
denominada Modernización del Estado. Es la vieja tradición colombiana, de disociar
norma y realidad, de considerar que los problemas de la realidad se resuelven simbóli-
camente en el ámbito normativo: frente a cada problema en la realidad, la respuesta es
una norma y por lo general ésta no se cumple. Y en esa medida en los últimos decenios
las elites dirigentes colombianas le embolataron a la sociedad las necesarias reformas
que requería para su introducción real en la modernidad y la consolidación de la de-
mocracia y el proceso de reforma del Estado, incluido allí la expedición de la Constitu-
ción Política de 1991 que en este campo fue la síntesis y la culminación de un proceso
reformista iniciado quince años atrás, puso todo el acento en la modernización del
estado y ‘olvidaron’ la necesidad de la democratización del mismo. (Vargas, 2000: 6)

CONFLICTO ARMADO Y DEMOCRACIA: ¿PREFERIBLE LA GUERRA


QUE LA DEMOCRATIZACIÓN?
La guerra en Colombia ha permitido desde los años sesenta mantener y justificar una “de-
mocracia de baja intensidad”, es decir, aquella que ha mantenido el formalismo o minimalis-
mo democrático, mediante elecciones ininterrumpidas, desde 1958. El mensaje de las elites
guerreristas, no siempre explicito, ha sido: “la guerra no permite sino ese tipo de democra-
cia”. Por eso, las críticas de un sector importante de las elites políticas, lideradas por Álvaro
Uribe, a la nueva Constitución de 1991 se basaron en que dicha Constitución, reconocida
internacionalmente como una carta garantista de derechos, no era adecuada para un país en
guerra. El contexto de la confrontación armada facilitó enormemente el discurso que ubicó a
la seguridad como la principal preocupación de los colombianos y a la guerrilla como el más
grave problema de la sociedad (Rivera et al, 2019). Todo esto, según esta visión, implicaba
dejar en un segundo plano las reformas políticas, sociales y económicas ante la magnitud de
las amenazas a la seguridad del Estado.
Para entender esto a mayor cabalidad es necesario comprender las ventajas que la guerra ha
traído para sectores importantes de la elite colombiana y como estas “ventajas” se traducen
en pasivos democráticos:
a) Tal como se observa en los datos del crecimiento del Producto Interno Bruto
durante cincuenta años (Gráfica No. 6), la guerra, efectivamente, no impidió ni el
crecimiento económico, ni la acumulación de las elites.

227
GRÁFICO 6: PIB Colombia a precios constantes de 2010 (1971 a 2019)

Además, la concentración del ingreso en estos sectores, durante la guerra, ha sido un pro-
ceso sostenido en medio de un contexto creciente de desigualdad y de persistencia de altos
índices de pobreza con especial fuerza en las áreas rurales (tabla 6). El conflicto armado ha
permitido la acumulación por desposesión principalmente a través de la vía del desplaza-
miento forzado y del despojo de tierras.

TABLA 6: Evolución del Índice de Gini en Colombia (años seleccionados)

228
GRÁFICO 7: Porcentaje de tierra propietaria del 1 % de las explotaciones más grandes

Fuente: Oxfam (2018: 14).

Las cifras que muestra la Gráfica No. 7, en el caso de Colombia, reflejan la información de la
Fundación ‘Forjando Futuros’ (2020), cuya base de datos se fundamenta en 5 mil 775 sen-
tencias del Sistema de Restitución de Tierras y contabiliza 6 millones de hectáreas de tierras
despojadas, de las cuales solo el 9 % habían sido restituidas en agosto de este año. Este fe-
nómeno ha contribuido claramente a una mayor concentración de la propiedad:
Las tierras siempre han sido un problema en Colombia. De hecho, la desigualdad en
su uso y pertenencia ha sido reconocida como uno de los detonantes en la creación de
las guerrillas, especialmente las FARC. Tan importante es este tema en el país que fue
el primero de los puntos que se negociaron en el Acuerdo de Paz, firmado a finales de
2016 […] Esto es muy importante, ya que Colombia es el país más desigual de América
Latina en los derechos de propiedad sobre las tierras, pues la mayoría de los predios
están concentrados en manos de unos pocos. (Paz y Latam, 2018: 1)

De hecho, las cifras revelan que: el 1 % de las fincas de mayor tamaño tienen en su poder el
81 % de la tierra colombiana; el 19 % de tierra restante se reparte entre el 99 % de las fincas;
que el 0,1 % de las fincas que superan las 2 mil hectáreas ocupan el 60 % de la tierra y que
en 1960 el 29 % de Colombia era ocupado por fincas de más de quinientas hectáreas, en el
2002 la cifra subió a 46 % y en 2017 el número escaló al 66 %. Y como si esto fuera poco,
el 42,7 % de los propietarios de los predios más grandes dicen no conocer el origen legal de
sus terrenos. Si a la muy inequitativa distribución de la tierra se le suma la disminución del
costo de la mano de obra no calificada procedente del campo, todo esto termina en el em-
poderamiento aún mayor de las tradicionales formas de poder en las zonas rurales (Fajardo,
2018: pp. 128-136).

229
b) Los conflictos armados son muy propicios para cultivar el miedo y para generar
un estado de shock permanente. Como lo ha señalado Klein (2007), este tipo de
contextos conllevan grandes ventajas para quienes tiene el poder estatal, en la
medida en que se convierten en una gran oportunidad para desarrollar acciones,
programas o políticas que no tendrían apoyo popular si se implementaran en
condiciones normales. En el caso de Colombia, los ejemplos de aprovechamiento
del miedo son claros: Los “Estatutos de seguridad”, la “Conmoción Interior”, Las
Zonas de Consolidación, la supresión de derechos civiles, todos ellos paquetes y
medidas que se han aprobado sin discusión democrática.
c) El ambiente de guerra permite también la construcción permanente de “ene-
migos” y la criminalización de la crítica, la oposición, la movilización y de la pro-
testa social que se desarrolla frente a las acciones del Estado y frente al modelo
de desarrollo. Un viejo recurso de los diferentes gobiernos ha sido asimilar, en
muchos casos, la protesta social a acciones orientadas por la subversión. Esta ha
sido la mejor forma para deslegitimar el descontento social legítimo. De manera
casi mecánica se afirma que la protesta social, expresada en marchas, paros,
bloqueos, ocupaciones o tomas, está de alguna manera infiltrada por la guerrilla.
El conflicto armado es entendido como un ataque terrorista al Estado y a la so-
ciedad, y esto claramente despolitiza el conflicto armado y en general cualquier
expresión de conflicto frente al Estado.
d) Gracias a las políticas neoliberales, que se profundizan en razón del conflicto
armado, los costos financieros de la guerra, o los llamados “impuestos de guerra”,
tienden a ser menores que los beneficios obtenidos a través de las ventajas que el
Estado le ha otorgado al gran capital en las últimas décadas (flexibilización labo-
ral, exenciones tributarias, zonas francas, zonas especiales de desarrollo empre-
sarial, subsidios a la producción exportable, disminución de impuestos ordinarios,
créditos y políticas preferenciales, etcétera).
En general, la prolongación de la guerra y la particular forma como esta se ha desarrollado
en Colombia ha terminado siendo beneficiosa para un proyecto político y económico de un
sector de las elites colombianas. La existencia de la guerrilla fue y ha sido estratégicamente
aprovechada, pues bajo el manto de la lucha contrainsurgente se ha sostenido una democracia
precaria, se ha implementado un modelo económico neoliberal que acrecienta la desigualdad
socioeconómica. En ese sentido, la política de la Seguridad Democrática de los dos gobiernos
de Uribe resultaron ser la propuesta política más articulada y sofisticada para seguir cosechan-
do las ventajas de la guerra y para mantener la democracia a raya. En últimas, pareciera que
para este proyecto resulta mejor mantener la guerra, que permitir la democratización.

230
Ahora, es importante no olvidar que en la guerra pocos ganan y muchos pierden. Los si-
guientes son los enormes costos de la guerra hasta el 2013 (CNMH, 2013).

Costos de la guerra hasta el 2013 (CNMH, 2013)

En esta guerra las comunidades campesinas (el 25 % de la población) han sido las grandes
perdedoras, pues han sufrido grandes privaciones y violaciones de sus derechos: a) despla-
zamiento forzado, despojo, pérdida o abandono de la tierra y/o del territorio (en el caso de los
territorios étnicos pérdida del uso del territorio) sin condiciones de seguridad para el retorno,
ni para la denuncia sobre el despojo. b) Homicidios sistemáticos de dirigentes nacionales,
departamentales y municipales y por ende la pérdida de importantes liderazgos tradicionales
en medio de una impunidad sistemática. c) Desarticulación y dispersión de las organizacio-
nes nacionales campesinas. d) Descomunitarización, destrucción del tejido social y político e
instalación del miedo como matriz de articulación de la vida cotidiana.
Aun así, al revisar el impacto que hechos como los descritos han tenido en el apoyo a la de-
mocracia, y contrario a lo que podría esperarse, las cifras muestran pocos efectos negativos
en dicho apoyo (gráfico 8).

231
GRÁFICO 8: Apoyo a la democracia vs. Víctimas de hechos
violentos durante el conflicto armado

Fuente: Cálculos propios con base en LAPOP (2018).

Ante la pregunta “Puede que la democracia tenga problemas, pero es mejor que cualquier
otra forma de gobierno. ¿Hasta qué punto está de acuerdo o en desacuerdo con esta frase?”
el gráfico 8 agrupa, por un lado, el porcentaje de respuestas de “Muy de acuerdo, algo de ac-
uerdo y de acuerdo”, y por el otro, “Muy de desacuerdo, poco de acuerdo y en desacuerdo”
y las cruza con las personas que declararon que ellos o miembros de sus familias habían sido
víctimas de hechos violentos. Como se observa en todas las regiones del país las cifras de
apoyo son contundentes.
Sin embargo, se obtiene un panorama diametralmente opuesto cuando se contabiliza el im-
pacto que este tipo de hechos han tenido en la satisfacción con respecto a cómo funciona la
democracia en Colombia. El gráfico 9 muestra los resultados al preguntar: En general, ¿usted
diría que está muy satisfecho(a), satisfecho(a), insatisfecho(a) o muy insatisfecho(a) con la forma
en que la democracia funciona en Colombia?” y cruzar las respuestas también con las perso-
nas que declararon que ellos o miembros de sus familias habían sido víctimas de los mismos
hechos violentos; los resultados sobre el efecto negativo de haber sido víctimas de hechos
violentos propios del conflicto armado en el desencanto con la democracia son impactantes:

232
GRÁFICO 9: Satisfacción con el funcionamiento de la democracia vs
Víctimas de hechos violentos durante el conflicto armado

Fuente: Cálculos propios con base en LAPOP (2018).

Las diferencias entre el apoyo a la democracia (per se) y la satisfacción con cómo funciona la
democracia en Colombia, no son expresadas solamente por aquellas personas, víctimas de
hechos violentos durante el conflicto armado. Como se puede apreciar según los cálculos del
Índice de Incidencia del Conflicto Armado (IICA) del Departamento Nacional de Planeación
(DNP, 2016: 10), el conflicto armado se extendió sobre todo el territorio nacional, pero con
diferente intensidad. Basados en dichos resultados, comparamos departamentos en donde
el conflicto tuvo mayor intensidad (los primeros cinco departamentos), con aquellos en don-
de la intensidad fue moderada (los siguientes cuatro) y en donde fue baja (los últimos tres);
como se aprecia en el gráfico 10, encontramos, en general, un alto apoyo a la democracia,
sin mayores distinciones, sin desconocer, tampoco, los altos porcentajes, en algunos casos,
de quienes no se comprometieron con una respuesta a favor o en contra.

233
GRÁFICO 10: Apoyo a la democracia vs. Departamentos del país con alta,
moderada y baja incidencia del conflicto armado

Fuente: Cálculos propios con base en LAPOP (2018).

Ahora bien, como en el caso de las víctimas de hechos violentos, cuando se calcula, ya no
el apoyo a la democracia como forma de gobierno, sino la satisfacción de cómo funciona en
Colombia, los resultados son opuestos (gráfico 11):

GRÁFICO 11: Satisfacción con el funcionamiento de la democracia vs.


Departamentos del país con alta, moderada y baja incidencia del conflicto armado

Fuente: Cálculos propios con base en LAPOP (2018).

234
También se pone en evidencia que la insatisfacción con la democracia es significativamente
más alta en los departamentos en los que el conflicto armado tuvo mayor intensidad.
Todo esto nos lleva a que tenemos que desarrollar una mayor reflexión sobre el enorme peso
de la democracia como ideal de forma de gobierno y como este ideal aún se mantiene fuerte
pese a los duros golpes que propina la democracia realmente existente, en este caso a través
de los efectos de la guerra al interior de un mismo país.

LA “PAZ LIBERAL” DE SANTOS


Aunque los Acuerdos de Paz del 2016 han sido un avance democratizador importante, estos
se han planteado en los términos más básicos de una democracia liberal; se hablaba de “Balas
por votos”, es decir, de sacar a la violencia de la política, pero inmediatamente se insistía en
que en este acuerdo “el modelo de desarrollo no se estaba negociando”. El presidente Santos,
que defendió la paz, no lo hizo para poder cambiar de modelo de desarrollo, lo hizo para poder
profundizarlo, e incluso, para llevarlo a los territorios donde este no había podido llegar por las
condiciones adversas propias de la guerra. Esto es claro en los planteamientos de su programa
económico a través de algunas de las llamadas “locomotoras del desarrollo” basados en: 1)
Agricultura de grandes superficies: agronegocio y agroexportación. 2) Eliminar las restriccio-
nes planteadas por la Unidad Agrícola Familiar (UAF) a las grandes explotaciones agrícolas 3)
Creación de territorios de competitividad y Alianzas Productivas y 4) el privilegio minero.
Hablamos de “Paz liberal” porque con Santos hay un cambio de concepción frente al conflicto
armado, la paz y la democracia: de la funcionalidad de la guerra para la acumulación y para
la reproducción del poder tradicional (perspectiva de su antecesor), a la guerra vista como un
impedimento para la profundización del modelo de desarrollo actual, a la paz entendida como
seguridad definitiva y a la democracia como el ejercicio de la política sin violencia.

EL REGRESO DEL URIBISMO AL PODER Y SUS IMPACTOS


SOBRE LA DEMOCRACIA COLOMBIANA
Con la pérdida del plebiscito por la paz en el 2016 y el retorno del partido uribista ‘Centro De-
mocrático’ al gobierno en el 2018, estos elementos de minimalismo democrático defendidos
durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe, y la oposición a medidas de apertura democrática
que plantea el Acuerdo de Paz con las FARC, han regresado con el gobierno de Iván Duque:
»»Su visión muy desconfiada de la protesta social (como veremos más adelante en la
sección sobre ese tema) que ve en toda marcha o movilización social la infiltración de
la guerrilla y del terrorismo, como en los casos de importantes protestas de impacto
nacional como el Paro Nacional de noviembre de 2019, la Minga indígena de octubre
de 2020 y las protestas actuales de abril y mayo del 2021.
»»Su perspectiva legalista de la paz (la política de paz del gobierno Duque se llama:
“Paz con legalidad”) desconfía del sistema de justicia transicional (en especial de la
Justicia Especial para la Paz-JEP) que resultó de los Acuerdos de Paz; esta permite,
entre otras cosas, impartir justicia a partir de rebajas de penas u otro tipo de penas di-
ferentes a las tradicionales, a cambio de reparación a las víctimas y de contribuciones
significativas a la verdad sobre lo ocurrido durante el conflicto armado. El gobierno, a
través de su partido, fracasó por muy pocos votos en su intento de limitar las atribu-
ciones de la JEP, a través del Congreso de la República en el 2019, pero ha restringido

235
su presupuesto y desacreditado permanentemente su gestión. Un ejemplo destacado
de estas críticas a la JEP es la no aceptación del gobierno de la confesión que hicieran
las exFARC sobre su responsabilidad en el asesinato del importante político y líder del
partido Conservador Álvaro Gómez, una verdad que fue aportada en las sesiones de
la JEP. El mandatario dijo:
[…] la investigación tiene que llegar a la verdad real, no a la verdad elaborada con
propósitos que hoy son bastante dudosos. Que aparezcan grupos a adjudicarse se-
mejante magnicidio, pero con responsabilidades indeterminadas, diciendo que eso
fue pensado hace más de 30 años y que quienes participaron ya no están en el mundo
terrenal, pareciera una especie de opereta para tratar de construir un petri metri de
sastrería procesal al servicio de quién sabe quién. (El Tiempo, 05 de noviembre 2020).

»»Esto no deja de ser contradictorio, pues el gobierno de Duque ha insistido en que


la guerrilla debe contar la verdad sobre sus crímenes en la guerra ante la JEP, pero
una vez lo hacen, y frente a un crimen de esa magnitud, esta verdad no es aceptada.
»»El actual gobierno de Duque se ha opuesto a la Circunscripción Especial de Paz
(fruto de los Acuerdos) que permitía a las víctimas del conflicto armado tener, durante
dos legislaturas, representantes directos en el Congreso de la República. Además, la
votación del partido Centro Democrático fue definitiva para el hundimiento de esta
iniciativa, con el argumento de que estas víctimas solo representaban a simpatizantes
de las extintas FARC (Dailymotion, 2001).
»»Adicionalmente, ha optado por resolver el tema de los cultivos ilícitos, más que por los
mecanismos de sustitución negociados con el Estado (fruto de los Acuerdos), por la vía
de la fumigación de dichos cultivos (opción que el actual gobierno hasta el momento no
ha podido implementar por las condiciones que la Corte Suprema ha impuesto).
»»La escasa participación de las comunidades en la implementación de los Acuerdos
que con un punto específico (el punto 2) habla de “apertura democrática para cons-
truir la paz”, lo cual implica reformas normativas, de política y de actuación del Estado
y de actores sociales y políticos. El balance es que:
Desde el inicio de la implementación del Acuerdo se observan deficiencias en el
cumplimiento de las tareas participativas: el Plan Marco de Implementación solo
incluyó 57 tareas de las 114 acordadas y, en general, el ritmo de la implementación
ha sido lento. Solo se han cumplido, a octubre de 2019, ocho tareas mientras que
41 no se han desarrollado. (Fundación Foro por Colombia, 2020)

»»En general este gobierno ha mostrado una enorme lentitud en la implementación de


los Acuerdos de Paz, y según el Instituto Kroc (2020) a finales del 2019 el 60 % de
los compromisos del Acuerdo están o en estado mínimo o por implementar.
»»Con relación a la Consulta Anticorrupción celebrada el 26 de agosto de 2018 en
Colombia, la cual planteaba legitimar el Congreso y en general las instituciones del
Estado mediante fuertes penalidades para funcionarios y congresistas corruptos, la
estrategia del gobierno actual fue no apoyarla decididamente, delegar las críticas al
senador Uribe, jefe del partido de gobierno, y restarle protagonismo a los líderes po-
líticos de oposición que la propusieron, con el argumento que estas mismas medidas
se podían tramitar a través del Congreso de la República. El resultado: aunque la
victoria del SI sobre el No fue arrolladora la consulta no obtuvo el porcentaje mínimo
de aprobación necesaria y las medidas finalmente no se aprobaron en el Congreso,
en buena parte por la participación del partido de gobierno en esas votaciones (El
Espectador, 29 ago. 2018).

236
»»Finalmente, lo más grave que se ha dado durante los dos años largos de este gobier-
no, con enormes costos democráticos y de derechos humanos, es el escalamiento
de la guerra. Así, tenemos el retorno de las masacres, las cuales aumentaron un 30
% en los primeros dos años del gobierno Duque y el incremento del asesinato de
los líderes sociales: desde la firma del Acuerdo de Paz, el 24 de noviembre de 2016,
hasta julio de 2020, en Colombia fueron asesinados 349 líderes sociales. El 52 % de
estos crímenes ocurrieron durante los dos primeros años del gobierno de Iván Du-
que (El Espectador,10 ago. 2020). Solo durante el año 2020, 303 personas han sido
asesinadas en 76 masacres: Antioquia: dieciocho masacres, Cauca: doce masacres,
Nariño: nueve masacres, Norte de Santander: seis masacres (INDEPAZ, 2020).

PERSONALISMO POLÍTICO Y DETERIORO DEMOCRÁTICO


Las personas encuestadas por el Barómetro de las Américas en Colombia, en el 2018, aso-
cian tanto su satisfacción con la democracia (en su sentido práctico, efectivo), como su apo-
yo a la misma (en su sentido teórico o ideal) con la aprobación presidencial; es decir, la valo-
ración de la democracia está fuertemente asociada con la aprobación presidencial. Quienes
aprueban el desempeño del presidente de turno, también se consideran más satisfechos
con la forma como funciona la democracia en Colombia (Rivera et al, 2019). Igualmente, la
aprobación presidencial está asociada con el apoyo a la democracia como forma de gobier-
no, pero no en todos los años; las excepciones son los años del 2011 al 2014, que son los del
primer gobierno de Santos.
En últimas, si la percepción sobre el presidente de turno es favorable se tiende a apoyar la
democracia y a estar más satisfecho con esta, así este presidente sea de corte autoritario,
como fue, precisamente, el caso del presidente Uribe entre el 2002 y 2010. Según un ar-
tículo de Fierro (2014), publicado en la prestigiosa revista Análisis Político de la Universidad
Nacional de Colombia, el expresidente Uribe tendría varias de las cualidades propias de un
líder político populista y autoritario:
1) Un líder carismático y autoritario con grandes habilidades comunicativas.
2) Manejo de un discurso político sencillo, directo, corriente, popular, moralista y
maniqueo.
3) Encarnación de la voluntad del pueblo que lucha contra su enemigo. La política
es asumida como una lucha moral y frontal contra un enemigo. No se acepta el
diálogo y la negociación conceptos fundamentales de la democracia liberal.
4) Relación directa con la población, especialmente con la gente de menos re-
cursos económicos a través especialmente de los Consejos Comunitarios reali-
zados en todo el país.
5) Un líder autoritario que concentra el poder durante su gobierno.
6) Manejo de un discurso nacionalista.
7) Igual que en el populismo se polariza la sociedad, los que apoyan su gobierno
y los que están en su contra. (Fierro, 2014: 129).
Tenemos entonces una paradoja: un ejercicio del poder menos democrático redunda en más
apoyo a la institución presidencial. En ese sentido, una posible hipótesis plantearía que lo
que arrastró hacia abajo la confianza de los colombianos en las instituciones, fue el cambio
de gobierno de 2010, y más específicamente a partir de 2012, con la demoledora crítica de

237
Uribe a Santos por su propuesta de paz. De esa manera, el personalismo político produjo
grandes efectos sobre un proceso fundamental para la democracia como lo es el proceso de
paz adelantado con las FARC desde el 2011. Según el Barómetro,
El debate alrededor de las negociaciones con las FARC quizás fue el tema con el im-
pacto más pronunciado en la diferenciación de las opiniones ciudadanas entre ‘uri-
bistas’ y ‘no uribistas’. En particular, entre 2012 y 2014 cae de forma precipitada el
apoyo a dicha negociación entre los uribistas, reflejando el rechazo de Álvaro Uribe al
proceso de negociación de Juan Manuel Santos con las FARC y evidenciando la ruptu-
ra entre estos dos líderes: entre este sector de la población el apoyo a la salida nego-
ciada pasa del 58.5 % en 2012 a 37.3 % en 2014. (Rivera et al, 2019: 110)

Estamos, entonces, frente a una cultura política personalista o, si se quiere, poco institucional,
en donde la valoración de la democracia depende de la valoración de personas concretas
como el presidente o los líderes políticos. Es por esto que los populismos en Colombia (y de
hecho en casi toda América Latina) tienen grandes oportunidades de crecer. Hasta hace solo
veinte años, en Colombia los partidos tradicionales eran más fuertes que las instituciones
estatales, pareciera que ahora son los líderes los que marcan la pauta sobre las valoraciones
de la democracia. Eso podría incluir a importantes políticos de izquierda con muy poca re-
presentación en el Congreso, como es el caso del actual senador Gustavo Petro, y líder del
movimiento Colombia Humana, perdedor en la segunda vuelta presidencial de 2018 con la
más alta votación de la izquierda en la historia colombiana, y quien actualmente (mayo de
2021) encabeza las encuestas de preferencias para las elecciones presidenciales de 2022.
El problema del personalismo presidencial no se resuelve en el presente pues el presidente
Duque está intentando no quedar muy atrás de su mentor. La pandemia le ha generado una
oportunidad para el ejercicio de cierto personalismo y autoritarismo político, expresado, por
ejemplo, en los múltiples decretos que se han expedido desde el gobierno, sin el suficiente
control constitucional. Según el constitucionalista Rodrigo Uprimny:
Debido a los riesgos y temores ocasionados por la pandemia, Duque ha usado los po-
deres de excepción más intensamente que cualquier otro presidente durante la Cons-
titución de 1991. En pocos meses, Duque expidió 115 decretos legislativos, o sea con
fuerza de ley, que equivalen aproximadamente a un tercio de todos los 386 decretos
legislativos expedidos durante los 20 años de la Constitución de 1991. Nadie ha legis-
lado tanto por decreto como lo ha hecho este Gobierno.

Igualmente, es grave que el actual Fiscal (su gran amigo de juventud), el Defensor del Pueblo,
el Contralor y la Procuradora son de la alianza política que apoya su gobierno, lo cual clara-
mente pone en peligro la salud de la democracia por la pérdida de autonomía e independen-
cia política de los organismos de control y del ente acusador.
La jurista Catalina Botero, Decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes,
advierte al respecto:
[…] los constitucionalistas no hemos sido lo suficientemente enfáticos para tratar de
contener el efecto sobre el Estado de Derecho. Lo que ha pasado en América Latina y
en Colombia es que no hemos sido contundentes a la hora de evitar que no haya un
hiperpresidencialismo absolutamente desaforado que debilita otros órganos de go-
bierno, los controles, las garantías democráticas y que no afecte de manera despro-
porcionada los derechos. (Observatorio de la Democracia. Julio 6 2020)

238
En ese mismo sentido, el actual presidente ha decidido emitir desde inicios de la pandemia
un programa diario televisivo de una hora, el cual se transmitió hasta abril de 2021, incluso
por los principales canales privados (Caracol y RCN) en horario prime. Para los latinoame-
ricanos esta estrategia permite evocar los famosos programas de televisión del presidente
Hugo Chávez en Venezuela, aunque sin el “folclorismo” del mandatario venezolano. Esta
transmisión diaria, inicialmente aumentó su popularidad al lograr transmitir al público la sen-
sación de un presidente que estaba al tanto de todos los pormenores de la emergencia de
salud pública. Adicionalmente, la libre expresión, cualidad propia de una democracia sólida,
se ha visto limitada en la medida en que esta estrategia de comunicaciones ha implicado la
reducción drástica de las ruedas de prensa, lo cual impide las preguntas incomodas de los
medios de comunicación independientes.
Todo esto refleja que Colombia, actualmente, con el caso emblemático del presidente Uribe y
en menor medida con el de su delfín político, no está muy lejos de los problemas que repre-
sentan para la democracia los personalismos políticos, como bien lo analiza Lagos (2018: 2):
La historia de las democracias de la tercera ola es, en varios países (quizás dema-
siados), la historia de líderes con nombre y apellido, donde el país queda en segun-
do plano, prendado, detrás de la persona que lo encabeza. Eso pasa a ser una de las
trampas de los procesos de consolidación a la democracia, la personalización de los
destinos de un país. Si los destinos de un país dependen de una sola persona, es por-
que ya el proceso se ha viciado y sus instituciones y líderes no están cumpliendo con
el rol que corresponde.

LA CORRUPCIÓN OFICIAL Y FRAGILIDAD DEL ESTADO


Mientras considerábamos que entre los problemas más graves que aquejan a la sociedad
colombiana estaban el desempleo, la violencia relacionada con el conflicto armado y la falta
de seguridad, la corrupción fue el que, en 2019, los ciudadanos señalaron como el problema
más grave en las encuestas. Esta percepción también se refleja en el contexto de la región,
pues, entre los países de América Latina, Colombia registra el porcentaje más alto de perso-
nas que consideran que la corrupción en el Gobierno es un problema grave en su país (con
94 %) y solo después de Perú (con 96 %) según el Indicie de Percepción de la Corrupción
en el Sector Público, 2019 (Transparency Internacional, 2019: 10).
Dado que usualmente se cree que hay problemas más sentidos cotidianamente por la po-
blación, tales como el desempleo (la tasa de ocupación laboral fue apenas de 56,6 % en
2019) (revista Dinero, 2020), la inseguridad, debido principalmente al hurto y la violencia
del conflicto armado, entre varios otros, resulta sorpresivo que el fenómeno de la corrupción
sea tan evidente; ante la pregunta ¿En su opinión cuál es el problema más grave que está
enfrentando el país? alcanzó el primer lugar, entre los problemas más graves en 2018, según
la encuesta del Barómetro de las Américas, con 19,2 % y de lejos le siguió la falta de empleo
con 10,6, %. Sin embargo, los datos de esta misma fuente para el año 2020, muestran que
tanto la salud como la incertidumbre económica, ambos por los efectos de la pandemia, al-
canzaron el primer y segundo lugar como los problemas más graves de país, con 36,6, % y
22,9, %, respectivamente, seguidos por la corrupción (15,8, %) y el conflicto armado (8,6, %)
(Observatorio de la Democracia (2020).
La percepción de corrupción en el sector público es un reflejo del debilitamiento de la con-
fianza de los ciudadanos en su Gobierno y en las instituciones en las que este se apoya y
consecuentemente en la fragilidad del Estado. Por ejemplo, de acuerdo con el senador de

239
oposición Jorge Enrique Robledo (revista Semana, 2017:1) Colombia fue uno de los países,
cuyos funcionarios públicos, entre ellos exministros, senadores y congresistas, además de
empresarios de la escala del mayor banquero de Colombia, Luis Carlos Sarmiento Angulo,
participaron activamente de la red de sobornos de Odebrecht, cuyo escándalo se hiciera
público en el año 2017. Este caso resulta, además, emblemático, en términos de las conse-
cuencias políticas que tuvo, particularmente sobre la poca transparencia de las dos últimas
campañas presidenciales.
Además de los amplios efectos que la corrupción tiene en todos los ámbitos de la sociedad,
incluyendo la eficiencia económica de un país, genera un grave problema, no solo en las
democracias emergentes, sino las que presentan factores de riesgo (como es el caso de la
colombiana), pues conduce a la desconfianza en las instituciones de administración de jus-
ticia y de gobierno y disminuye la legitimidad política. De hecho, cuando se indagó, con una
escala de uno a cinco por el nivel de corrupción percibido para diferentes grupos de institu-
ciones y organizaciones, se tiene que los funcionarios e instituciones del Estado son las que
obtienen los niveles más altos de corrupción. (tabla 7)

TABLA 7: ¿En una escala de 1 a 5, en la que 1 significa nada corrupto y 5 muy corrupto
cuál considera usted es el nivel de corrupción de los siguientes grupos o actores?

Fuente: DANE (2019) Encuesta de Cultura Política y Ciudadana.

Y cuando el Barómetro de las Américas preguntó “Pensando en los políticos de Colombia,


¿cuántos de ellos cree usted que están involucrados en corrupción?” solo el 11,9 % respon-
dió que ‘Ninguno’, ‘Menos de la mitad’ o ‘La mitad’, mientras que 22,8 % respondió que ‘Más
de la mitad’ y el 14,5 % respondió que ‘Todos’.

240
La confianza en las tres ramas del poder público no solo sigue en niveles bajos, sino que bajó
aún más entre 2018 y 2020: según la misma fuente, la población que confía de la rama eje-
cutiva pasó del 44 % al 38 %, en la rama legislativa pasó del 25 % al 21 % y en la rama judicial
bajó del 30 % al 26 %. Aumentó, en cambio, la confianza en los alcaldes, lo que puede ex-
plicarse, no solo porque en 2020 estos mandatarios estaban en su primer año de gobierno,
sino por el manejo más transparente y asertivo de la crisis sanitaria; la población que confía
en ellos pasó del 34 % en 2018 al 53 % en 2020 (Observatorio de la Democracia, 2020).
Aun así, cuando esta misma encuesta cuestionó ¿Frente a mucha corrupción, en su opinión,
se justificaría que hubiera un golpe de Estado por los militares?, el ‘No’ obtuvo un 34,9 %, el
‘Sí’ un 13,2 %, pero el ‘No sabe’ obtuvo un preocupante 49,7 %.
Según nuestros cálculos, de todas las personas que señalaron que la corrupción era el pro-
blema más grave que aquejaba al país, el 69,1 % declaró, además, estar ‘Insatisfechos’ o ‘Muy
insatisfechos’ con la forma en que la democracia funciona en Colombia.
Adicionalmente, y según Transparency Internacional (2019), el 57 % de las personas consi-
dera que el Gobierno colombiano está actuando mal en su lucha contra la corrupción, el 40
% que está actuando bien y el 3 % no sabe o no responde; la Encuesta del Cultura Política y
Ciudadana (2019) presenta cifras más contundentes con un 66,1 % de la población encues-
tada indicando que las acciones o políticas del gobierno nacional para reducir o combatir la
corrupción han sido poco o nada efectivas.
Cuando el DANE pregunta por las “áreas o asuntos, en los cuáles considera que se presentan
los casos más graves de corrupción en el sector público en general”, la gran mayoría de las
personas (53,3 %) responde que la salud, es el área con los casos más graves (y dato que
seguramente se incrementará con el manejo errático de la pandemia) seguida por la justicia
con 23,3 % y la Infraestructura con 9,8 %.
Finalmente, cuando el DANE indaga sobre los siguientes seis factores que podrían estar moti-
vando o induciendo a que se presenten actos de corrupción, los porcentajes de las respues-
tas afirmativas son los que presentamos enla tabla 8:

TABLA 8: Posibles factores que motivan o inducen a actos de corrupción

Fuente: DANE (2019) Encuesta de Cultura Política y Ciudadana.

241
Hasta ahora en este aparte hemos establecido que la corrupción es vista como un serio pro-
blema, pero aún no sabemos si eso necesariamente se traduce en una mala evaluación de la
democracia. (gráfico 12)

GRÁFICO 12: Satisfacción con la democracia vs. Corrupción


como el principal problema del país

Fuente: © Observatorio de la democracia

En ese sentido, optamos por cruzar la pregunta sobre el porcentaje de satisfacción con la
democracia con la pregunta sobre si se considera o no que la corrupción es el principal
problema del país; lo que encontramos es que están claramente más insatisfechos con la
democracia aquellos que consideran que la corrupción es el principal problema del país (20
%) que los que no la consideran de esa manera (10,1 %).

242
EL TRATAMIENTO A LA PROTESTA SOCIAL
Uno de los elementos centrales del descontento con la democracia colombiana es la for-
ma como los gobiernos han enfrentado la protesta social. Para estos, como lo dijimos en el
acápite sobre conflicto armado y democracia, la protesta es asimilada en muchos casos a
subversión, y de acuerdo a esto es tratada como una acción de guerra contra-estatal:
En Colombia, entonces, la protesta urbana no deja de ser vista por los líderes eclesiás-
ticos, empresariales, políticos, además de los representantes del gobierno de Donald
Trump, como una conspiración comunista internacional orquestada por guerrillas rura-
les como el ELN y lo que queda de las FARC, para introducir caos y anarquía en ‘la socie-
dad’ que ellos pretenden proteger en nombre de la seguridad nacional. (Hylton, 2020:1)

Con ocasión de esta problemática, diversas organizaciones, académicos y defensores de de-


rechos humanos presentaron una tutela solicitando la protección al derecho fundamental a la
protesta y a la libertad de expresión y de prensa (FLIP, 2020). Basadas en la forma como el
gobierno reaccionó a las grandes protestas durante los últimos meses de 2019 (disolviendo ar-
bitrariamente las protestas pacíficas, utilizando antirreglamentariamente armas potencialmente
letales, usando de manera desproporcionada agentes químicos irritantes en la disolución de
protestas, reteniendo de forma arbitraria personas en el marco de las protestas por parte de la
policía nacional y atacando a periodistas que cubrían las manifestaciones) la tutela demostró
como el gobierno había violado los derechos constitucionales de quienes se manifestaban.
En respuesta a este recurso, la Corte Suprema de Justicia colombiana, el 22 de septiembre
de 2020, protegió el derecho fundamental a la protesta, amenazado y vulnerado en el mar-
co de las movilizaciones realizadas a partir del 21 de noviembre del 2019. Según este fallo,
el Gobierno nacional debe mantener la neutralidad en el desarrollo de las manifestaciones
no violentas, aun cuando los cuestionamientos se realizan frente a sus propias políticas; y
en poco tiempo debía expedir un acto administrativo por medio del cual ordena mantener
la neutralidad a todas y todos los miembros de la rama ejecutiva del orden nacional, que
incluye cumplir con la obligación de garantizar y facilitar el ejercicio de los derechos funda-
mentales a la protesta pacífica, reunión y expresión. Desconocer lo anterior implica no acatar
las recomendaciones y resoluciones de la CIDH, la Corte IDH y la ONU, de no restringir las
garantías democráticas. La neutralidad de los altos funcionarios gubernamentales frente a las
razones de la protesta social debe ser una garantía en una sociedad pluralista y democrática.
Con relación a la protesta social hay otro fenómeno interesante. según Rivera, et al (2018:123):
“[…] el nivel de participación en protestas alcanza 18 % entre quienes poseen algún nivel de
educación superior; 9,6 % entre quienes tienen algún nivel de educación secundaria y 7,9 %
entre quienes cuentan con educación primaria o no recibieron una educación”. Siendo así, los
más educados proporcionalmente participan más en las protestas que los menos educados,
¿pero por qué sucede esto si lo más necesitados (en teoría) deberían ser los que más quisieran
protestar? Nuestra observación empírica en las grandes marchas realizadas en Bogotá, en el
2019 y en lo que va de 2021, contra las políticas educativas, los abusos policiales, la política de
paz, el “paquetazo” económico del actual gobierno, el proyecto de reforma tributaria, y en gene-
ral contra el gobierno de Duque, muestran, efectivamente, que estas marchas son mayoritaria-
mente manifestaciones de clases medias urbanas, sectores sociales predominantemente jóve-
nes, con educación universitaria y con alto uso de redes sociales. Según Rivera, et al (2018:123):
Este resultado es llamativo en la medida que quienes tienen menos educación posi-
blemente sean quienes tengan más necesidades que pudieran motivarlos a protestar.
Sin embargo, es posible que los menos educados, también carezcan de los recursos
para definir una estrategia, planificar la movilización y asumir los costos de partici-
par en una manifestación.

243
No deja de ser un gran problema para la democracia que los menos educados proporcio-
nalmente protesten menos, puesto que esto implicaría algo muy perverso: para las elites
políticas dominantes sería conveniente no mejorar el nivel educativo de las clases populares.
La madurez de una democracia también debería estar representada en su capacidad de
respetar la protesta social y sobre todo de tramitarla hacia acciones y políticas de cambio,
escuchando el clamor popular y respondiendo a este.

LA MUERTE DE MANIFESTANTES Y LA PÉRDIDA DE CONFIANZA EN LA POLICÍA


La muerte de Dilan Cruz, quien recibió un impacto en la cabeza de un artefacto disparado
por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), en noviembre del 2019, es solo uno de los
casos más sonados de los fallecidos en medio de las recientes manifestaciones de protesta
en el país (BBC News, 2019). Durante los últimos años se han registrado varias muertes du-
rante movilizaciones en las que ha habido tensiones y en ocasiones enfrentamientos entre
manifestantes y la fuerza pública. Esta muerte fue un punto de quiebre en la discusión públi-
ca sobre el rol de la fuerza pública en las manifestaciones de noviembre de 2019.
Según la última encuesta del Observatorio de la Democracia (2020), en Colombia la con-
fianza en la policía ha disminuido en promedio en los últimos dieciséis años, pero es impor-
tante destacar que esta confianza cae más abruptamente en el último par de años donde
descendió siete puntos significativos: del 42 % en el 2018 al 35 % en el 2020. (gráfico 13)

GRÁFICO 13: Confianza en la policía a nivel nacional (2004 al 2020)

Fuente: Observatorio de la Democracia (2021) Presentación Institucional Estudio Nacional 2020.

En Bogotá, en ese mismo periodo, como aparece en la gráfica No 14, la confianza pasó de
51,9 % a 24,6 % en el 2020.

244
GRÁFICO 14: Confianza en la policía en Bogotá en el periodo 2004-2020

Fuente: Barómetro de las Américas por LAPOP -95 % intervalo de confianza (efecto de diseño incorporado).

Y de acuerdo con el Observatorio de la Democracia (27 de octubre 2020) esa confianza en


la policía en Bogotá ha bajado sustancialmente entre quienes participaron de las grandes
protestas de 2019: en el 2018 era del 33 %, en el 2020 bajó al 3 %.
Más grave aún fue lo sucedido en el caso de Javier Ordoñez el 9 de septiembre del 2020
en Bogotá (France 24, 2020), el ciudadano que murió luego de recibir golpes y descargas
eléctricas por parte de miembros de la policía y que desató varios días de protestas a nivel
nacional y la muerte de al menos diez personas que participaron en las protestas especial-
mente dirigidas contra la policía y los Centros de Atención Inmediata (CAI) del mismo cuerpo
policial, lugar donde falleció Javier Ordoñez. Ante este hecho, la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos –CIDH– le pidió al Estado colombiano investigar los hechos y sancionar
a los responsables. En concreto, la CIDH pide:
[…] el cese inmediato del uso desproporcionado de la fuerza por parte de las fuerzas de
seguridad del Estado, subraya que la actuación de la policía en el mantenimiento del
orden público debe basarse estrictamente en los estándares internacionales de De-
rechos Humanos que rigen el uso de la fuerza bajo los principios de excepcionalidad,
proporcionalidad y absoluta necesidad y le recuerda al gobierno que debe garantizar el
derecho a la vida, la integridad y la libertad de manifestación. (Gómez, 2020: 1)

Como dice Mauricio Archila, el académico que tal vez más ha estudiado la protesta social en
Colombia:
Protestar en Colombia sigue siendo algo de hombres y mujeres valientes. Más cuando
hay toda esta cantidad de líderes asesinados, más de mil desde el 2016. Porque cae en
ese estigma del enemigo interno y cuando no es la Fuerza Pública, son los paramili-
tares que no han desaparecido, se han rearmado y en algunas regiones siguen siendo
muy fuertes y en otras, como Bogotá, sigue mandando amenazas. Entonces sí, aquí
es de valientes hacer protestas, organizar sindicatos y crear organizaciones sociales.
Es un oficio muy peligroso. (Arenas, 2020: 1)

245
Finalmente, el siguiente gráfico (número 15) muestra que el porcentaje de satisfacción con el
funcionamiento de la democracia sí parece significativamente afectado por la participación
en las marchas durante el año 2020.

GRÁFICO 15: Satisfacción con la democracia vs. Participación en protestas 2020

Fuente: © Observatorio de la democracia

El porcentaje de satisfacción con el funcionamiento de la democracia de los “protestantes” (7,8


%) es cercano a la tercera parte del porcentaje de los que no protestaron en ese año (20,2 %).
En el momento de escribir este texto (mayo 20 de 2021) se han completado tres semanas
de bloqueos, protestas y movilizaciones sociales permanentes y en buena parte del territorio
nacional. La forma como el actual gobierno las califica no ha variado de lo dicho anterior-
mente sobre las protestas de 2019, es decir, una obligada aceptación de la legitimidad de
la protesta pacífica acompañada de una visión semejante a la doctrina del enemigo interior:
detrás de las protestas ciudadanas está la subversión, el terrorismo y el oportunismo políti-
co-electoral de la oposición política al gobierno, o muchos de los protestantes son incau-
tos o “idiotas útiles” de estos proyectos subversivos. Hasta este momento las protestas han
conseguido que el gobierno retirara del Congreso sus proyectos de reforma tributaria y de
reforma de la salud, y que renunciaran los ministros de Hacienda (ideólogo del proyecto de
reforma tributaria) y de Relaciones Exteriores (acusada de mal manejo de la crisis a nivel
internacional y en particular de la comunicación frente a los organismos internacionales de
derechos humanos). Los diálogos con el Comité del Paro y con otros sectores sociales hasta
ahora han comenzado, pero los costos de la actual protesta han sido especialmente altos.
Según la ONG Temblores (2021) hasta el 18 de mayo en el marco de las manifestaciones del
Paro Nacional han sido asesinadas 51 personas, de las cuales 43 con presunta autoría de la
fuerza pública, hay dieciocho víctimas de violencia sexual por parte de miembros de la fuer-
za pública, 33 víctimas heridas en los ojos y 2 mil 387 casos de violencia policial.

246
CONCLUSIONES
Contrario a nuestra hipótesis inicial, en el sentido de que en Colombia ha habido un cons-
tante desencanto de la democracia, los datos muestran que sí ha habido un encantamiento
creciente a partir de mediados de los 50 y que, con algunas fluctuaciones, se mantuvo cons-
tante hasta el 2015 fecha en que se evidencia el desencanto. Las cifras, tanto de los cinco
énfasis de la democracia que trabaja el V-Dem, como del Barómetro de las Américas y de la
Encuesta de Cultura Política y Ciudadana, lo confirman.
Como se analiza en este documento, la democracia en Colombia no ha tenido un piso o so-
porte social y económico igualitario por la existencia de una sociedad con enormes desigual-
dades históricas de índole socioeconómico que, dicho sea de paso, con la actual pandemia y
las políticas de corte neoliberal, tienden a ampliarse. De otro lado, está la debilidad del Estado
colombiano para detentar el monopolio legítimo de la fuerza, para impartir justicia y hacer
cumplir las leyes y la Constitución, para arropar todo el territorio, para proteger sus múltiples
culturas y para generar desarrollo social y económico inclusivo y sostenible.
La oportunidad política más reciente para solucionar esas dificultades estructurales (la ante-
rior fue la coyuntura de la Constitución de 1991) las ofrecía el proceso de paz con las FARC-
EP formalizado en el de Acuerdo de Paz de la Habana. Era (y aun podría ser) una oportunidad
de fortalecer la democracia colombiana, mediante varias reformas institucionales y particu-
larmente mediante la inclusión en la política legal de un actor armado de la trascendencia
de las FARC-EP. Esta esperanza se ha ido diluyendo, en buena parte, por la enorme división
que este proceso ha generado en la sociedad colombiana. El plebiscito sobre el Acuerdo de
Paz en 2016 con un resultado de 49,78 % a favor y 50,21 % en contra es muy ilustrativo del
fraccionamiento en dos claras mitades.
Para ahondar las dificultades, el presidente elegido después de la firma de esos acuerdos
representa al sector político que se opuso a los mismos y de ahí la clara contradicción de un
gobierno que por ley debe implementar un plan del que claramente desconfía. Los costos de
desaprovechar esa coyuntura y oportunidad de cambio para la democracia son altos, pues
el riesgo de un nuevo ciclo de violencia ya se empieza a insinuar con la presencia activa de
viejos y nuevos actores ilegales, ciclo que de consolidarse traerá como consecuencia el fra-
caso de los propósitos centrales de la paz: la transformación del Estado (especialmente en
lo que tiene que ver con la calidad de su presencia en las regiones y territorios); las reformas
políticas que permitirían más voces diversas en la política, más ciudadanos participando en
los asuntos públicos y nunca más la mezcla de armas y política; las políticas de desarrollo
rural con énfasis en acceso a la tierra y sustitución de cultivos de uso ilícito; y finalmente los
propósitos fundamentales de la transición hacia un país sin conflicto armado: verdad, justicia,
reconciliación y no repetición, todos necesarios para una sana convivencia en el futuro.
Desde el ámbito de la cultura política hay otro factor que ha deteriorado en este siglo la de-
mocracia, y es la aparición con fuerza del fenómeno del personalismo político. El líder político
de derecha Álvaro Uribe, con enorme poder y aceptación popular desde hace veinte años,
concibe y ejerce la política desde posturas y prácticas autoritarias, populistas, maniqueas e
incluso mesiánicas. Su popularidad y su poder puesto en contra de procesos e instituciones
tan importantes, entre otras, la Constitución del 91, los Acuerdos de Paz, el tránsito de una iz-
quierda armada a una izquierda legal, la Consulta Anticorrupción, el equilibrio de los poderes
del Estado (en particular de la autonomía de la rama judicial y de las altas cortes), y a favor del
“todo vale” para derrotar a la guerrilla (Convivir, falsos positivos) y del tratamiento represivo
de la protesta social, ha minado y erosionado nuestra ya débil democracia, ha provocado un
menor apoyo a la misma y ha debilitado las valiosas oportunidades de reformarla.

247
El fenómeno creciente de la corrupción expresado tanto en hechos y escándalos de la mag-
nitud de: los sobornos a altos funcionarios de la constructora Odebrecht, los fallos judiciales
comprados (conocido como el caso del Cartel de la Toga), el gigante descalabro económico
del proyecto de la hidroeléctrica de Hidro-Ituango, la compra masiva de votos (el caso “Aida
Merlano” y la “Ñeñe política”), contribuyen a un aumento en la insatisfacción con la democra-
cia en la forma como esta se presenta en el día a día, e incluso a una disminución del apoyo
a la misma como régimen político ideal.
Precisamente, buscando enmarcar lo que sucede con el apoyo a la democracia, de un lado,
y con la satisfacción, por otro, en un contexto geográfico más amplio, encontramos como
Welzel, al analizar cómo responde la gente a las preguntas sobre su apoyo a la democracia,
concluye lo siguiente: “Las orientaciones hacia la democracia son más una cuestión de eva-
luación que una cuestión cognitiva: las respuestas de la gente a las preguntas sobre demo-
cracia indican menos lo que la gente sabe sobre la democracia que lo que desean que sea”
(Welzel, 2013: 328).
En la gráfica No. 16, el cruce de los datos sobre apoyo a la democracia con satisfacción sobre
su funcionamiento en nuestro país parece confirmar que pese a los golpes que han minado
considerablemente la satisfacción con la democracia “realmente existente”, la gente, aunque
en menor medida que hace dos décadas, sigue apoyando mayoritariamente la democracia
como forma de gobierno ideal.

GRÁFICO 16: Apoyo a la democracia vs Satisfacción con la democracia

Fuente: Observatorio de la Democracia (2021) Presentación Institucional Estudio Nacional 2020.

248
Además del ya mencionado argumento de Welzel (2013), las cifras del alto apoyo a la demo-
cracia por parte de la población colombiana, incluso de aquellos que enfrentan cotidianamen-
te las privaciones socioeconómicas en un país tan desigual, y de aquellas personas que han
sufrido todos los rigores de la violencia del conflicto armado, sorprenden, porque reflejan la in-
sistencia y la esperanza (casi como un acto de fe) en la democracia, como un valor positivo per
se. Y este hecho nos remite, inevitablemente, a los debates en torno al concepto de ‘desarrollo/
crecimiento económico’ que, como la democracia, genera una situación similar. Aunque ha
demostrado fehacientemente, no solo estar errado, sino ser, además, altamente contraprodu-
cente en términos del bienestar de los seres humanos y de la naturaleza, permanece arraigado
en nuestras sociedades como otro valor hegemónico a nivel global (Castillo, 2016).
Finalmente, todo lo que hemos argumentado en este artículo nos hace recordar el análisis
que hacía Atilio Borón en 2006 sobre la democracia en América Latina:
Hace ya tiempo que la democracia se ha desvinculado por completo de la mismísima
idea que su término evoca, pueblo o demos, para no mencionar de su languideciente
protagonismo. La fórmula de Lincoln ‘gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo’ ha sido archivada como una nostalgia peligrosa de un estado de cosas irre-
versiblemente perdido en el pasado. […] La reemplazó la fórmula de la democracia
como un conjunto de reglas y procedimientos desprovisto de cualquier contenido es-
pecífico relacionado con la justicia distributiva o la equidad, que ignora el contenido
ético y normativo de la idea de democracia y pasa por alto el hecho de que esta debería
ser un componente crucial y esencial de cualquier propuesta para la organización de
una ‘buena sociedad’, más que un mero dispositivo administrativo o para la toma de
decisiones. (Borón, 2020: 266).

Frente a este crudo diagnóstico, sobre las principales problemáticas que a nivel nacional han
incidido sobre el desencanto democrático, nos queda la esperanza de la nueva ola de pro-
testas y movilizaciones sociales que ha estallado en Colombia y en algunos países de Améri-
ca Latina. La participación activa y con nuevos repertorios de protesta de parte de las muje-
res, de los jóvenes, de los estudiantes, de los grupos étnicos indígenas y afrocolombianos, de
los ambientalistas, de los grupos LGBTI, de los animalistas, etcétera, es una señal inequívoca
de renovación de la acción colectiva contestataria en la búsqueda de una ampliación de la
democracia. El reto es articular todas esas demandas democráticas en movimientos políticos
que las traduzcan, desde afuera y desde adentro del poder, en actitudes, políticas y legisla-
ciones que fortalezcan la democracia en todas las dimensiones aquí analizadas.

249
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INTRODUCCIÓN: ECUADOR, DEMOCRACIA DE MÍNIMOS
El planteamiento que hacemos para medir el desencanto con la democracia en Ecuador
articula dos ejes: la institución de la democracia como tal, es decir, la forma de gobierno, la
medición del desempeño estatal dentro de un marco constitucional democrático, y la per-
cepción ciudadana de dicha democracia desde una perspectiva multidimensional.
El objetivo de esta investigación es explorar si la población ecuatoriana está desencantada
con la democracia, como modelo de gobierno, o atraviesa una crisis de los procesos de-
mocráticos. Esto será analizado a través del modelo de multidimensionalidad establecido
por Fund for Peace —que será descrito en el siguiente apartado— y que pretende verificar
cómo los ámbitos sociales, económicos y culturales influencian la percepción de democracia
en un país como Ecuador. Por ello, la calidad de la democracia es evaluada considerando
la multiplicidad de factores que influyen en su vivencia, que no se reducen a las estructuras
estatales en un determinado modelo de gobierno, sino que abarcan las dimensiones legales,
socioeconómicas, culturales y políticas en las cuales la ciudadanía interactúa diariamente.
Para iniciar una discusión en la que se enfrente al Ecuador en un contexto de democracia
debemos partir de una base necesaria: el país ingresó a lo que Huntington (1991) denomina la
“Tercera ola democratizadora” a finales de la década de 1970. Lo hizo tras superar repetidas y
prolongadas experiencias autoritarias que interrumpen su inserción al modelo democrático.
Esta transición sucedió durante una década “perdida” y otra de crecientes desigualdades.
Este proceso se prolongó a partir del desarrollo de la Guerra Fría, lo que se traduce en la la-
bor de Estados Unidos por expandir en la región latinoamericana un modelo de “democracia
liberal”; por esto, se construye bajo la premisa de que la democracia —como idea y como
sistema de gobierno— es mejor que cualquier otra forma de organización social y política;
pero ¿cómo es percibida la democracia representativa en una sociedad profundamente des-
igual y heterogénea?
La democracia en América Latina generó dos cambios principales. Por un lado, una liberali-
zación de sus regímenes políticos: mayor pluralismo político, tolerancia hacia la oposición y
respeto de las libertades públicas y, por otro lado, una mayor participación popular directa o
indirecta (Rey, Barragán y Hausmann, 1992). Así, en Ecuador, en 1978 se convocó a una con-
sulta popular en la que el pueblo votó por la décimo novena Constitución, cuya función era
“restablecer el orden democrático”. Más tarde, ese mismo año, se realizaría la primera vuelta
electoral que generaría dos binomios ganadores: el candidato de la derecha, el socialcristia-
no Sixto Durán Ballén, y el de centro izquierda, Jaime Roldós Aguilera.
En el contexto señalado, Ecuador cumplió con cuatro criterios mínimos para determinarse
como régimen democrático (Levinsky y Way, 2004: p.162):
1) Los cuerpos ejecutivo y legislativo son elegidos a través de elecciones abiertas, li-
bres y justas; 2) virtualmente todos los adultos tienen derecho a votar; 3) los derechos
políticos y las libertades civiles, incluida la libertad de prensa, la libertad de asocia-
ción y la libertad de criticar al gobierno sin represalias, son ampliamente protegidos;
4) las autoridades elegidas tienen autoridad real para gobernar y no están sujetas al
control tutelar del ejército o a los líderes religiosos.

Estos criterios se relacionan parcialmente con lo que Norris (1999) cataloga como principios
centrales del régimen y entran en el primer nivel de la democracia: “[…] hasta qué punto la
ciudadanía coincide con valores democráticos tales como la libertad, participación, tole-
rancia, la búsqueda de acuerdos mutuos, etc.”; no obstante, esta definición se acerca más a
la conceptualización de una democracia plena. Así, la democracia plena supone una activa

255
participación de la ciudadanía en la vida pública, la existencia de organizaciones sociales
autónomas y el fortalecimiento del tejido social. Entonces, desde sus inicios, esta democracia
plena no pudo garantizarse dado el papel central de las cámaras de producción de Ecua-
dor en la vida política y económica del país, quienes niegan al Estado en la vida económica
porque creen que el mercado libre y la empresa privada son los ejes ‘naturales’ de ella (Paz
y Miño, 2016).
Adicionalmente, la democracia plena no pudo consolidarse ya que entró en una época mar-
cada por grandes tensiones con crisis social y económica: la aplicación de políticas de ajuste
estructural intensificó las desigualdades. Posteriormente, a lo largo de la década de 1990,
factores como la guerra con Perú, los escándalos de corrupción, el fenómeno de El Niño
(1998), la caída del precio del petróleo, y el impacto de la crisis financiera internacional
(1999), intensificaron la problemática alrededor de la consolidación del modelo democrático.
Considerando los postulados de Gerardo Munck (2013), respecto a la calidad de la demo-
cracia, en Latinoamérica no solo se han analizado los procesos de democratización y transi-
ción desde las dictaduras de finales de siglo XX, sino que se ha evidenciado la necesidad de
medir la calidad de la democracia a partir de la forma en que esta “se vive y se percibe” por
parte de los ciudadanos. Es decir, el foco de atención se traslada desde la forma en que la
democracia se instaura, hacia la forma en que llega a la población.
Los distintos procesos democráticos latinoamericanos demuestran que no existió uniformi-
dad en estas transiciones y que la consolidación ha sido difícil y variada, en algunos casos
con avances importantes y en otros, como Venezuela o Nicaragua hoy por hoy, con retro-
cesos. Esto demuestra que, pese a los avances en materia de garantías constitucionales de
la institucionalidad democrática, los poderes políticos han logrado sobrepasar estos límites,
dejando al Estado en indefensión ante su propia incapacidad de instaurarse como Estado
constitucional de derecho.
Si bien es difícil hablar de un desencanto democrático en Ecuador, dado que los estudios
demuestran que, por el contrario y de manera permanente, ha vivido en una democracia
frágil, en este estudio denominaremos “desencanto” a la ausencia de identificación del ciu-
dadano común como parte del sistema y, por tanto, que eventualmente rechace a la demo-
cracia como la mejor forma de gobierno y un medio para acceder a la justicia y garantizar
igualdad política y social (Jenkins, 2018).
La investigación parte de una referencia histórica que analiza la evolución de la democracia,
con especial énfasis al periodo 2016-2019, dado que este comprende la transición de un
modelo de gobierno que debilitó la institucionalidad democrática ecuatoriana hacia un go-
bierno que no logra recuperarla. Prueba de ello, la crisis de octubre de 2019, hito que marca
la historia reciente en Latinoamérica.
Este enfoque permitirá definir si estas disrupciones sociales son consecuencia de la elasti-
cidad del sistema democrático, el debilitamiento de los mecanismos democráticos, o si hay
otras influencias que deben tomarse en cuenta.

256
JUSTIFICACIÓN DEL MARCO TEÓRICO Y METODOLÓGICO:
MULTIDIMENSIONALIDAD EN LA MEDICIÓN DE LA DEMOCRACIA
Fund for Peace (FFP) ha sido por más de medio siglo un referente en lo que concierne a la
creación de métodos tendientes a la reducción del conflicto. El Fondo logra articular la segu-
ridad humana con el desarrollo humano a través del Fragile States Index (FSI). Este enfoque
permite que se identifiquen los aspectos cruciales para asegurar la capacidad de respuesta
del Estado, y a su vez facilita la medición del comportamiento estatal frente a estos aspectos
–multidimensionales– de desempeño.
De acuerdo con Coppedge, Gerring y Lindberg (2012), pese a que no se cuente una úni-
ca definición de democracia, sí existe un consenso generalizado respecto de los principios
que componen al término. En este sentido, mencionan las condiciones del gobierno para el
pueblo: electoral, liberal, mayoritario, consensual, participativo, deliberativo e igualitario. El
primero incluye la forma en que los grupos se disputan el poder en el marco de los proce-
sos electorales (en una democracia representativa, y tiene que ver con la legitimidad de los
procesos). El principio liberal se refiere al Estado de derecho, los procesos de rendición de
cuentas y los derechos de las minorías (relativo a la legalidad). El mayoritario hace referencia
a la voluntad de las mayorías dentro de la institucionalidad de un Estado respetuoso de las
reglas establecidas. El principio consensual, relacionado con la gobernabilidad, plantea cómo
se admite una amplia variedad de opiniones desde la diversidad, en un marco democrático
transparente que garantiza las divisiones de poder y el Estado de derecho. El principio par-
ticipativo hace referencia a la garantía para la participación política de la sociedad en todos
los niveles. El deliberativo se entiende como el proceso decisorio de la mayoría, respetuoso
de los procesos de la institucionalidad estatal. El principio igualitario, por su parte, se refiere
al goce de los derechos civiles y políticos; pero también, a los aspectos de desigualdades
(materiales e inmateriales) que impiden el disfrute de tales derechos y que se amplían a los
grupos tradicionalmente excluidos por motivos políticos, sociales o económicos. Estos prin-
cipios, aunque no logran establecerse en todos los acercamientos teóricos de la democracia,
sí se ubican en la mayoría de los sistemas de gobierno actuales permitiendo establecer un
parámetro de evaluación en cuanto a desempeño estatal. Además, están directamente rela-
cionados con los tres niveles de la democracia que Norris (1999) propone.
Ahora bien, más allá del recuento de la entrada del modelo democrático en Ecuador, el pro-
pósito de la presente investigación es analizar si la ciudadanía experimenta un desencanto
hacia este sistema. Para ello, amplía la medición de la democracia partiendo de una concep-
tualización particular que no solo responda a los parámetros de las estructuras clásicas del
modelo democrático como único referente, que obligue a la revisión de varias fuentes y no
solo las tradicionales y con marcos institucionales rígidos, sino que propone una perspectiva
más completa, que permite analizar los elementos que confluyen en el sistema democrático
multidimensional.
Como riesgos dentro de la región en lo que concierne a los procesos democráticos tenemos
la militarización de las democracias por las políticas de securitización. En esta línea, la baja
consolidación de las instituciones del Estado en Latinoamérica y las consecuentes crisis de
legitimidad se traducen en presiones automáticas al Estado; estas impiden su estabilidad e
influencian las políticas “securitistas”, dado que aquellos países con menor gobernabilidad
propenden por el recurso de la militarización, lo que se explica en el aumento del recurso
financiero estatal para seguridad y defensa, dejando en indefensión el ámbito socioeconó-
mico que es nucleico en nuestros países, debilitando la democracia (Gutiérrez Sanín, 2010).

257
De acuerdo con Munck (2013) el estudio de la calidad de la democracia carece de un debate
estructurado en términos de análisis empírico, es por ello por lo que plantea una reconcep-
tualización que concibe a la democracia como un sistema político que comprende la libertad
y la igualdad como valores que la sustentan. De igual manera, esta visión incluye dos com-
ponentes del sistema que son los mecanismos de toma de decisiones y el ámbito social de la
política. Munck, posteriormente, desarrolla los estándares de estos elementos pretendiendo
el objetivo de clarificar el concepto de la calidad de la democracia y proveer los elementos
de análisis que permitan medirla. El objeto se dirige a la consideración de que la democracia
es mucho más que un mecanismo que garantiza elecciones, percepción a la que nos unimos
cuando consideramos el aspecto social de la democracia.
De esta manera, la legitimidad de las elecciones y de las decisiones, la percepción de la se-
guridad humana –que permite vivir a plenitud las garantías democráticas y las libertades–,
las condiciones socioeconómicas, la percepción de independencia, imparcialidad y eficacia
de la ley, la forma en que se percibe a la política –como campo–, el acceso real a la partici-
pación política, el ejercicio de los derechos civiles y políticos, las garantías de igualdad para
todos los ciudadanos, son factores interconectados que permiten analizar cómo se constru-
ye, garantiza y se vive una democracia plena.
Es este el enfoque de la presente investigación, considerando la necesidad de incluir todas
estas variables en una medición mucho más amplia de la democracia para entonces deter-
minar si existe este alejamiento del sistema democrático, entendido como un desencanto de
la democracia y sus valores.

DIMENSIONES DE LA DEMOCRACIA EN ECUADOR:


UNA BREVE CARACTERIZACIÓN HISTÓRICA
COHESIÓN SOCIAL: GOBERNABILIDAD Y DESCONTENTO DE GRUPO
Aunque “cohesión social” no tiene una única definición, se la puede entender como un con-
cepto cercano a “capital social”. Así, se refiere a la capacidad de manejar normas, redes y
lazos sociales de confianza. Esto permitiría reforzar la acción colectiva y sentar bases de
reciprocidad en el trato. En otras palabras, es una forma ampliada de la integración. Para
ello, se requiere de un sistema capaz de integrar a los ciudadanos, pero también la voluntad
de la ciudadanía de formar parte (Cepal, Agencia Española de Cooperación Internacional y
Secretaría General Iberoamericana, 2007).
La cohesión social se relaciona directamente con el principio de gobernabilidad1 que, a su
vez, se enlaza con el primer y segundo nivel de democracia (Norris, 1999). Mientras el primer
nivel ya fue explorado en líneas anteriores, el segundo tiene que ver con “el desempeño del
régimen” (Norris, 1999).
Ecuador, entre 1990 y 2000 vivió lo que fue catalogado como la “segunda década perdi-
da” (Albornoz, 1999). Esta década se caracterizó por una movilización popular fuerte, pero
sin constituirse en movimiento social; puso en relieve la crisis de gobernabilidad que tenía
la República. Se sucedieron, sin completar su mandato de cuatro años, un total de ocho
presidentes. Incluso en 2000, un triunvirato respaldado por una parte del Ejército resolvió

1 La gobernabilidad, de acuerdo con el Banco Mundial, es el conjunto de modalidades de coordinación de las


acciones individuales, entendidas como fuentes primarias de construcción del orden social. Tiene que ver con la
capacidad de los ciudadanos de cumplir las reglas para la vida pacífica.

258
tomar el poder –lo que va en contra de la democracia electoral–, aunque en menos de 24
horas el orden constitucional fue restablecido. Esto ilustra la fragilidad de la democracia en
tiempos de crisis. De hecho, se puede catalogar a Ecuador como un caso límite de crisis de
gobernabilidad (Fontaine, 2002b).
Entonces, si la democracia implica el compromiso de respetar unas determinadas reglas en
los procesos que guiarán a la sociedad, las crisis serían el momento perfecto para poner a
prueba dicho compromiso; aquí es cuando se evidencia la frágil democracia ecuatoriana, in-
capaz de negociar entre actores. Como Isaacs (s/f) anota, la consolidación democrática tiene
que verse asistida por el cumplimiento de al menos tres condiciones:
El liderazgo de los partidos políticos debe estar dispuesto y poder involucrarse –y
debe poder hacerlo– en un proceso constante de compromiso democrático que re-
presente en forma efectiva los intereses de la sociedad civil; los valores democráticos
tienen que volverse intrínsecos (es decir, debe mantenerse el compromiso popular
con la democracia que acompañó al proceso de transición); y se debe superar la ame-
naza militar a los procesos democráticos.

Esta ausencia de consolidación democrática permanece hasta la actualidad. El ejemplo más


claro se encuentra en las protestas de octubre de 20192, donde se evidenció la ausencia de
mecanismos de negociación de los actores políticos y la falta de compromiso con los valores
democráticos desde los actores sociales. En 2010, la crisis política del llamado “30-S” fue
calificada por el entonces presidente de Ecuador, Rafael Correa, de un “intento de golpe de
Estado”. Esta denominación tuvo amplia acogida popular. Esto se debe al patrón ecuatoriano
de recurrir a la figura de la “protesta” sin el deseo de manifestarse, sino que interferir en la
continuidad del mandato de un representante elegido.
Entonces, la transición y la consolidación de la democracia no son procesos lineales: histó-
ricamente, el retorno a la democracia a finales de la década de 1970 no garantizó que el ré-
gimen se sedimente. Por ello, hay estados de permanente transición y Ecuador se ha sumido
en lo que Levitsky y Wayne (2004, 2010) denominan “autoritarismo competitivo” o “autori-
tarismo moderado”, como lo conceptualiza Linz (2000). El gobierno autoritario competitivo
mantiene las elecciones como herramienta de legitimidad; sin embargo, manipula a las ins-
tituciones y las direcciona a su favor. Esto es evidente al revisar la historia constitucionalista.
Desde 1830 hasta la actualidad, la República del Ecuador ha tenido veinte constituciones;
desde el retorno a la democracia, se ha reformado en dos ocasiones: 1998 y 2008. Adicio-
nalmente, según el índice democrático de The Economist, desde 2006 hasta 2016 (Primi-
cias, 2019), Ecuador era considerado como un país con una “democracia híbrida”, que sig-
nifica ser clasificada como una nación con frecuentes fraudes electorales, lo que les impide
ser democracias libres y justas. El país no es un caso aislado; en Latinoamérica, los casos de
retroceso democrático vienen con frecuencia acompañados de escándalos de corrupción o
manifestaciones de “tendencias autoritarias, populistas y de violencia” (Almagro, 2019).

2 El anuncio gubernamental de retiro de los subsidios a los combustibles dispararía el malestar social, en una
movilización de once días que aglutinó a varios sectores (sindicales, indígenas, estudiantes, ciudadanos en general)
y culminó con la derogación del decreto propuesto, tras intensas jornadas de represión y tras la asunción de las
bases indígenas de la “representación del bien común” (Ramírez, 2019). Estas protestas, enmarcadas dentro de la
redistribución y el reconocimiento, y en consonancia con la ola de protestas en América Latina, muestran una crisis
de la legitimidad (relacionado con actores políticos) o un fracaso de la representación política (Mason, 2013; Arce y
Rice, 2019). Así, estas protestas muestran un desencanto hacia el sistema democrático instaurado en Ecuador, pero
solo son posibles en un sistema democrático liberal.

259
Por ello, como Lagos (2018: p.2) advierte:
La historia de las democracias de la tercera ola es, en varios países (quizás dema-
siados), la historia de líderes con nombre y apellido, donde el país queda en segun-
do plano, prendado, detrás de la persona que lo encabeza. Eso pasa a ser una de las
trampas de los procesos de consolidación a la democracia, la personalización de los
destinos de un país. Si los destinos de un país dependen de una sola persona, es por-
que ya el proceso se ha viciado y sus instituciones y líderes no están cumpliendo con
el rol que corresponde.

En este contexto, las bases de la democracia electoral incluyen “[…] un gobierno constituido
por líderes elegidos competitivamente” (Moncagatta et al., 2020). Sin embargo, para América
Latina, han existido dos riesgos en estos mínimos democráticos: el primero es que actores no
elegidos, como los militares por ejemplo, arrebaten el poder a los gobernantes electos o el
fantasma permanente de los golpes de Estado impida terminar el mandato. El segundo es el
riesgo de que el Poder Ejecutivo pretenda gobernar unilateralmente, debilitando los demás
poderes del Estado.
Volviendo al caso de estudio, si bien la democracia debe ser representativa, el sistema políti-
co ecuatoriano no lo ha sido: los partidos políticos no han logrado consolidarse; de hecho,
no se han establecido partidos nacionales y populares. Lo mismo ocurre con la ideología.
Desde el retorno a la democracia, las adhesiones o la creación de partidos políticos se basan
más en la región (Costa o Sierra) donde viven los candidatos, que en criterios políticos o
ideológicos. De ahí que sus posturas respecto a la política pública se vuelven ambiguas, lo
que dificulta la representatividad (Handelman, 1979). Esto se hace notorio con la llegada de
líderes personalistas –como es el caso de Rafael Correa– cuyo partido político no funciona
como una agrupación alrededor de una ideología compartida, sino que requiere de un líder,
único tomador de decisiones, para funcionar. Lo que es más, de acuerdo con Mainwaring y
Scully (1995), un sistema de partidos institucionalizado y con altos índices de representativi-
dad podría marcar la diferencia al momento de gestionar las demandas políticas y minimizar
el conflicto. Así, las acciones colectivas estarían condicionadas –hasta cierto punto– por la
calidad de representación. Esto explicaría los niveles de violencia y la forma de protesta que
en Ecuador se acostumbra y la escalada de violencia en las manifestaciones de octubre de
2019, por ejemplo.
La ausencia de una ideología movilizadora es común en la realidad ecuatoriana. En este con-
texto, los líderes personalistas –que cumplen además con la definición de ser “autocráticos”
porque los poderes recaen sobre una persona–, muy comunes en Ecuador, abusan del poder,
incluidos los poderes democráticos. Esto degenera en la ausencia de negociación entre actores
e impide que el fantasma de la inestabilidad y de los golpes de Estado se disipe. ¿Cómo influye
esto en la consolidación de la democracia? Aunque se puede percibir como una “elasticidad”
del régimen civil, en realidad demuestra su fragilidad porque no respeta los principios centrales
del régimen (hasta qué punto la ciudadanía coincide con valores democráticos tales como la
libertad, participación, tolerancia, la búsqueda de acuerdos mutuos, etcétera) y demuestra la
insatisfacción con la forma en que funciona la democracia (Norris, 1999).

260
ECONOMÍA: CONCENTRACIÓN PRODUCTIVA,
INEQUIDAD, DOLARIZACIÓN Y MIGRACIÓN
Según O’Donnell (2007), si bien la crisis de la democracia es intrínseca y perpetua en todos
los países, esta se ve agudizada en América Latina. Ello se debe a factores como la injusticia
electoral; la restricción de libertades políticas; las limitaciones en el desarrollo de la ciudada-
nía; la pobreza; las desigualdades económicas, étnicas, de género y regionales; la corrupción
y las deficiencias del Estado, entre otras.
Así, entendiendo como parte del fenómeno del desencanto democrático al hecho de que
los ciudadanos pasan a valorar negativamente la política, dejan de interesarse en participar
y dudan al considerar a la democracia como la forma de gobierno idónea para acceder a la
justicia y garantizar igualdad política y social (Jenkins, 2018), es fundamental señalar algunos
elementos relativos a la economía.
El desarrollo económico puede resultar determinante en cuanto a la percepción ciudadana
sobre la democracia y su potencial desencanto. Claro está, nos referimos aquí a la democra-
cia entendida en un sentido amplio, como la cultura y prácticas que influyen en la sociedad
civil, en las concepciones y prácticas que afectan la igualdad entre las personas (O’Donnell,
2004), con el Estado como soporte ineludible de esta, a partir de la creación de capacidades
estructurales indispensables para la garantía de los derechos ciudadanos de manera efectiva
y homogénea (Iazetta, 2008).
Los aspectos económicos cobran relevancia, con miras a una comprensión multidimensional
e integral de la democracia, desde una perspectiva sustantiva, además de la procedimental;
es decir, que se logre conciliar la existencia igualitaria de oportunidades y el bienestar ge-
neralizado con las libertades individuales, para hablar de una sociedad democrática (Osorio,
2009). Lo anterior es relevante por cuanto la ausencia de una democracia sustantiva o social,
que se cristaliza en una creciente desigualdad, puede afectar la mantención de un régimen
democrático; como ocurre en el caso específico de América Latina, en donde los procesos
de transición a la democracia –desde la década de 1980– habrían enfrentado dificultades
en un contexto de políticas públicas orientadas a lo económico y a la reducción de servicios
sociales. A ello deben sumarse las limitaciones de los incipientes partidos políticos, desde
la transición a la democracia, para articular y responder a las demandas sociales (Huber,
Rueschemeyer & Stephens, 1997), y su representación de intereses económicos particulares,
que ha reproducido los patrones de desigualdad y ha contribuido a generar una percepción
ciudadana de descontento, o desencanto democrático.
En este sentido, es fundamental señalar algunas características del desarrollo histórico de la
economía ecuatoriana que, por una parte, han contribuido a generar inestabilidad social en
diversos periodos, y por otra, desconfianza hacia los partidos políticos, las clases gobernan-
tes, el Estado y la democracia. La transición de un modelo estatal-desarrollista a un modelo
empresarial-aperturista, iniciada con el gobierno de Oswaldo Hurtado y consolidada con el
de León Febres Cordero trajo como consecuencias centrales, entre otras, la construcción de
una economía inequitativa, una sociedad tensionada, la desestructuración institucional y la
precarización del trabajo, lo cual ha configurado un cuadro de riesgos para la democracia
(Paz y Miño, 2006).
Un primer elemento característico de la economía ecuatoriana es su orientación primario-ex-
portadora, es decir, su dependencia de la exportación de recursos naturales y su bajo grado
de diversificación. La agricultura es el principal eje de acumulación desde la constitución de

261
la República, a través de su inserción en la división internacional del trabajo como oferente
de materias primas (Acosta, 2000). Esta característica ha sostenido, históricamente, las es-
tructuras de dominación e inequidad vigentes hasta la actualidad. La concentración de la ac-
tividad económica en torno a pocos productos primarios (cacao, banano) ha sido impulsada
por los grupos dominantes, es decir, por el régimen oligárquico-terrateniente, que vinculó a
amplias capas de población indígena y campesina en una economía agrícola, bajo el dominio
de una elite rentista de propietarios de haciendas (Paz y Miño, 2006).
En la Costa ecuatoriana, esta clase rentista, “ha determinado la vida económica y hasta so-
ciopolítica del Ecuador republicano” (Acosta, 2000). Adicionalmente, mantuvo mayor dinamia
por la actividad de un incipiente núcleo de comerciantes, banqueros y manufactureros (Paz y
Miño, 2006), y por el rol intermediario entre las exportaciones de commodities y las importa-
ciones de bienes elaborados de las oligarquías agro-financieras y comerciales (Acosta, 2000).
La rentabilidad de las exportaciones ha desestimulado históricamente la diversificación de
la estructura productiva, impidiendo que se articule un modelo nacional y de inserción en el
mercado mundial, centrado en el mercado interno (Acosta, 2000). La influencia que, directa
o indirectamente han tenido en las finanzas públicas los intereses particulares de sectores
comerciantes y banqueros, a través del financiamiento fiscal, que generó en el siglo XIX una
mayor dependencia del Estado de estos, en tanto grupos particulares poseedores del dinero,
y debilitó su capacidad de representación de los intereses generales y, desde entonces y en
términos generales, por cuanto la concentración productiva ha impedido el desarrollo indus-
trial, una mejor distribución del ingreso y la recaudación de los necesarios ingresos fiscales
(Acosta, 2000).
En el siglo XX, tras el boom del banano, a partir de la década de 1970, la explotación petrole-
ra sería fundamental para la economía ecuatoriana. No obstante, la política económica basa-
da en los años de bonanza petrolera conllevaría otro elemento clave en la historia económica
ecuatoriana, un alto endeudamiento, que desembocaría en la crisis de la década de 1980, a
la que le seguiría la liberalización del sector hidrocarburífero y la progresiva pérdida de con-
trol de la política petrolera por parte del Estado ecuatoriano, así como una ola de políticas de
ajuste estructural (Fontaine, 2002a). Junto con la promoción de exportaciones, estas políti-
cas, implementadas desde 1982, tuvieron un alto costo social: incremento de la desigualdad
social, el desempleo y la persistencia de la pobreza (Larrea, 2004).
Si bien en un primer momento, los efectos de la bonanza petrolera incrementaron las ne-
cesidades de mano de obra e hicieron subir los salarios, posteriormente tuvo lugar el efecto
de la “enfermedad holandesa” o la concentración de la actividad económica en productos
primarios, dada el alza de sus precios, con efectos perversos para el resto de la economía. La
devaluación del tipo de cambio ocasionada por el incremento de las exportaciones generó
un incremento de la inflación, y la pérdida de competitividad de los sectores exportadores
tradicionales, desencadenando procesos de desindustrialización o la desaparición de cier-
tas actividades, como la agricultura. Así, los problemas estructurales de inequidad social,
concentración del ingreso, exclusión y pobreza se intensificaron en el país. Los ingresos por
habitante registraron, entre 1990 y 1998, un crecimiento medio menor al 0,3 %, un grupo de
productos primarios o escasamente elaborados (petróleo, banano, café, cacao, camarones,
flores) aportaba el 90 % de las exportaciones, a lo que se debía añadir una considerable
deuda externa que pesaba sobre el PIB (Larrea, 2004).
El fracaso de esta política acarrearía efectos a largo plazo, incluyendo, en el año 2000, la do-
larización de la economía ecuatoriana (Fontaine, 2002a). La caída de los precios del petróleo

262
en 1998 y 1999, sumada a factores como el fenómeno de El Niño y los efectos internos de
la crisis financiera internacional, causaron una profunda crisis económica, social y política
(Larrea, 2004). El desempleo abierto y la pobreza urbana se incrementaron, pasando del 8
% en 1998 al 17 % en 1999, y del 36 % al 55 %, en el mismo periodo, respectivamente. Tam-
bién creció el subempleo (Larrea, 2004). Es oportuno acotar que la fuerte dependencia de
los ingresos públicos del sector petrolero, una supervisión bancaria deficiente y el alto nivel
de la deuda pública limitaron la implementación de políticas adecuadas para contrarrestar el
efecto de los choques externos que precipitaron la crisis (Bardomiano, 2014).
Como consecuencia de la crisis de 1998 y de la adopción de la dolarización3 (Paz y Miño,
2006), se produjo un tercer elemento clave, la masiva migración internacional de traba-
jadores ecuatorianos (no únicamente no calificados, sino también obreros especializados,
técnicos y profesionales, contando un 17 % de los hombres y un 22 % de las mujeres migran-
tes con formación superior, según la encuesta ENEMDU 2007 (Fondo de Población de las
Naciones Unidas, 2008) hacia países industrializados (España, Estados Unidos e Italia). Este
proceso migratorio tuvo como consecuencia elevadas transferencias de divisas, las remesas,
que se convertirían en una fundamental fuente de entrada de divisas al país, después de las
exportaciones del petróleo (Larrea, 2004). (Gráficos 1 y 2)

GRÁFICO 1: Saldo migratorio 1976-2007

Fuente: (Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2008).

3 En enero de 2000, se adoptó la dolarización oficial de la economía, ante la amenaza de hiperinflación,


inestabilidad y especulación, en pro de la estabilización y recuperación económica. No obstante, ello no fue el
resultado de una estrategia económica de largo plazo, sino que se trató de una medida emergente en un contexto
de crisis (Larrea, 2004), tras la implementación de una serie de medidas que, ante la inminente bancarrota en
parte del sistema financiero, se orientaron a proteger al sector bancario mediante una serie de salvatajes para las
instituciones financieras (Paz y Miño, 2006). Los gobiernos sucesivos promoverían la inversión extranjera en el
sector petrolero, con el fin de incrementar los volúmenes de exportación, al tiempo que se buscó incrementar las
recaudaciones fiscales (Larrea, 2004). Sin embargo, la dependencia del precio del petróleo, en este sentido, ha
demostrado su fragilidad hasta la actualidad.

263
TABLA 1: Ingresos por remesas 1993-2007

Cabe señalar que la recuperación económica ob-


servada inmediatamente tras la implementación de
la dolarización se explica en gran parte por el efecto
de estas remesas, que se destinaron mayormente al
consumo (Paz y Miño, 2006), además del alza del
precio del petróleo, pero no refleja una dinamiza-
ción de las exportaciones (Larrea, 2004). El tipo de
cambio al que se adoptó la dolarización permitió
precios favorables para las exportaciones en el año
2000. Por su parte, la reducción de las tasas inter-
nacionales de interés permitió la reducción de los
intereses de la deuda externa y con ello, un alivio
de su presión sobre el presupuesto. No obstante, en
cuanto a la inflación, si bien esta se redujo, continuó
siendo superior a la internacional (3 %). El desem-
pleo se redujo (Bardomiano, 2014), pero ello en par-
te se explica por las altas tasas de migración. Adi-
cionalmente, se incrementaron las importaciones de
bienes de consumo, generando desequilibrios en la
balanza comercial (Larrea, 2004).
Entonces, se vuelve fundamental señalar que la cri-
sis incrementó la conflictividad social, redujo la go-
bernabilidad –pilar de la democracia– y, por tanto,
las perspectivas de superación de las condiciones
de inequidad, estancamiento económico y debili-
Fuente: Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2008. dad de las instituciones públicas (Larrea, 2004).
En general, la concentración productiva se ha mantenido; es así que, de 2006 a 2012, más
del 90 % de las exportaciones del país eran bienes primarios y petróleo (Bardomiano, 2014).
Lo anterior ha conllevado una alta vulnerabilidad macroeconómica en lo relativo a la depen-
dencia de la economía de la exportación de recursos naturales, mayormente monocultivos y,
por tanto, de la volatilidad de sus precios inestables y declinantes, y de la amenaza de plagas
que los afectan (Larrea, 2004). De igual forma, la falta de diversificación productiva, sumada
al peso de la deuda externa conjugada con los ajustes estructurales de la década de 1980 y
1990 han tenido un alto impacto en cuanto a la inequidad estructural y la concentración de
la riqueza, generando conflictivas relaciones sociales (Paz y Miño, 2006). Si bien se registra
un descenso del índice de Gini (donde 0= perfecta igualdad y 100= total desigualdad), a
partir de 2007, entre 2010 y 2018, con ciertas variaciones, este se mantiene alrededor de
45. (Gráfico 2)

264
GRÁFICO 2: Evolución del Índice de Gini en Ecuador

Fuente: (Banco Mundial, s.f.).

Pese a que los puntos brevemente esbozados han sido objeto de discursos de cambio (“cam-
bio de la matriz productiva”, por ejemplo), no se habría registrado, sin embargo, una trans-
formación estructural en los últimos años, sino, más bien, una profundización de las activi-
dades extractivas basadas en la explotación petrolera y la minería a cielo abierto (De la Torre,
2010). Por otra parte, el boom petrolero y el consenso de los commodities de los años 2000
(Svampa, 2016) permitió una redistribución del excedente, que generó mucha popularidad
al gobierno de Rafael Correa, gracias a la formación de nuevas elites y de una nueva clase
media que accedió a empleo y a mejores salarios, además de los bonos y otros instrumentos
focalizados en las clases populares; sin afectar, sin embargo, a los grandes capitales (De la
Torre, 2014).
Así, el gobierno de Correa se desmarcó de la ortodoxia neoliberal, devolviendo un rol central
a la planificación estatal en lo relativo a la regulación y coordinación de la política económica.
No obstante, cabe acotar que ello se dio en el contexto de un incremento de la renta petrolera,
que permitió subir el gasto social, asentando las políticas sociales en bases institucionales que
no han podido mantenerse en el mediano y largo plazo, con la caída de los precios del petróleo
y el cambio de gobierno, en 2017 (De la Torre, 2010). Para Polga-Hecimovich (2013), si bien
el incremento en gasto social, educación y salud pública constituyó buenos referentes para la
población, al punto que se le concedió incluso menos atención e importancia al déficit de las
instituciones democráticas, el gobierno ecuatoriano tendrá que enfrentar su dependencia del
sector petrolero y asumir sus obligaciones de deuda externa con China.

265
En este punto, vale la pena hacer un recuento sobre el acceso a servicios básicos4, en es-
pecial a la garantía del derecho a la salud (concebido en el artículo 32 de la Carta Magna de
Ecuador) y educación (artículo 26) y su provisión por parte del Estado. En lo que respecta a
la educación, el artículo 28 de la Constitución dicta: “La educación responderá al interés pú-
blico y no estará al servicio de intereses individuales y corporativos. Se garantizará el acceso
universal, permanencia, movilidad y egreso sin discriminación alguna y la obligatoriedad en
el nivel inicial, básico y bachillerato o su equivalente”. No obstante, según el censo de 2010,
6,8 % de la población era analfabeta; la población con mayor tasa de analfabetismo son los
indígenas con el 20,4 %, seguido por los montubios —campesinos de la costa— con 12,9 %.
En cambio, la pandemia por COVID-19 ha revelado que hay un acceso desigual a la salud
dependiendo de la geografía: la existencia de unidades y personal de salud depende de la
provincia; la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la
Salud (OMS), para el período 2006-2015, recomendaron que la tasa de personal de salud
–profesionales en medicina y enfermería– debía llegar a 25 por cada 10 mil habitantes.
Ecuador, para 2018, cumplió esta meta, con 38 por cada 10 mil habitantes. Sin embargo, hay
provincias como Santa Elena y Los Ríos que tienen 22 y 23, respectivamente (Velasco, Hur-
tado y Tapia, 2020). Adicionalmente, no se puede olvidar las restricciones significativas en el
acceso, por parte de mujeres y niñas, a la atención de salud reproductiva.
Los puntos anteriormente analizados son importantes en la medida en que la promesa de
mejores condiciones económicas y acceso a servicios públicos ha sido una constante en los
procesos electorales, así como una clave de los discursos populistas, que han presentado a
las elecciones como una coyuntura crítica hacia los cambios deseados “para el destino de
la nación”, como una “lucha a muerte entre el pueblo y la oligarquía” (De la Torre, 2014). Por
ejemplo, en 1996, Abdalá Bucaram presenta su elección como una resistencia al proyecto
neoliberal y técnico de Jaime Nebot, promoviendo el lema “primero los pobres” frente a la
oligarquía representada en el Partido Social Cristiano (pese a contar con el apoyo de los
grupos familiares más poderosos de Ecuador: el de Álvaro Noboa, el magnate bananero; Fer-
nando Aspiazu, ligado con la banca y el grupo Isaías, con conexiones en la banca, los medios
de comunicación y otros sectores empresariales, (Paz y Miño, 2006), y en el 2006, Rafael
Correa se presenta con una rebelión ciudadana en contra de la “partidocracia” y las reformas
excluyentes de “la larga noche neoliberal” y, en el 2013, como la continuidad de un proyecto
“de cambio” (De la Torre, 2014).
Las carencias, en este sentido, han afectado al sistema político ecuatoriano, rondado por el
riesgo desestabilizador representado en el conjunto de demandas ciudadanas:
[…] esperanzadas en un cambio profundo, pero frecuentemente frustradas con los
logros de la conducción económica y política, algo visible en los derrocamientos de
presidentes acaecidos en los últimos años, y ‘en la acumulada reacción ciudadana
contra las instituciones del poder del Estado, afectadas por la deslegitimación y la
desinstitucionalización’. (Paz y Miño, 2006)

Esto podría sentar las bases para hablar de un desencanto democrático en el Ecuador.

4 En Ecuador, la urbanización se caracterizó por el asentamiento informal, consecuencia del éxodo rural. Muchas
personas decidieron construir sus casas en áreas de riesgo y en las periferias de las ciudades. Por ello, el acceso a
servicios básicos, como agua potable, electricidad y teléfono se han visto comprometidos. Por ejemplo, pese a la
tipificación del derecho al agua, según cifras del Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censos (INEC), el 26,6 % de
la población ecuatoriana no tiene acceso a una fuente de agua segura (Primicias, 2020b).

266
Finalmente, es fundamental señalar dos hitos particulares que han marcado la transición hacia
el último periodo de gobierno, así como un creciente descontento con la democracia. Por una
parte, en 2015, la intención del gobierno de Rafael Correa de tasar las herencias y especula-
ción inmobiliaria generó una serie de protestas callejeras, reviviendo movilizaciones previas en
contra de la política de mercado interno, llegando a aglutinar incluso a sectores sindicalistas e
indígenas en contra de las políticas de regulación de importaciones, y promoviendo la expatria-
ción de divisas y la profetización de un colapso económico inminente (Ramírez, 2019).
Por otra parte, la desmovilización de los objetivos de transformación económica, bajo la am-
bivalente postura del gobierno de Lenín Moreno, posibilitaría la reactivación de las agendas
promercado, en un contexto en que ningún candidato había utilizado el discurso populista
contra “los de arriba” (Ramírez, 2019), en las elecciones de 2017. En su periodo de gobierno,
bajo el contexto del endeudamiento correspondiente al periodo previo y el fin de la bonanza
petrolera (Olivares & Medina, 2020), Lenín Moreno se acercó progresivamente a los grupos
tradicionales de poder económico y a la implementación de políticas neoliberales y de ajuste,
cuyas consecuencias, empobrecimiento, desempleo y precariedad, generaron una creciente
conflictividad social, que, sin embargo, no logró articularse en un primer momento.
Aquí vale destacar lo acontecido en octubre de 2019 –antes ya descrito–, que está mar-
cado por un claro quiebre del marco institucional, que demuestra su alta dependencia del
contexto económico y político (Olivares & Medina, 2020). Entonces, podemos ver evidencias
de un creciente descontento con un sistema democrático que, como se ha mencionado, no
ha resultado representativo de los intereses económicos de las grandes mayorías, y que ha
perpetuado la desigualdad en favor de grupos económicos tradicionales.

POLÍTICA: LEGITIMIDAD, ACCESO A SERVICIOS PÚBLICOS Y DERECHOS HUMANOS


Dentro de los indicadores políticos, Fragile States Index analiza la legitimidad de los Estados,
la garantía de los servicios públicos y la aplicación de la ley y respeto a los derechos huma-
nos. Esto se relaciona con la percepción del estado de bienestar que el Estado da a sus ciu-
dadanos y permite que los actores sociales se sientan parte del sistema porque hay políticas
públicas que los respaldan. Así, se relaciona directamente con la democracia.
En primer lugar, la legitimidad encuentra puntos de contacto con el tercer nivel de la de-
mocracia, en donde “[…] se mide el apoyo a las instituciones principales del régimen de-
mocrático, tales como el gobierno, el poder legislativo y el ejecutivo, los partidos políticos,
la administración pública, el poder judicial, la Policía y las Fuerzas Armadas” (Norris, 1999).
Para Kelsen, la legitimidad se funda sobre la legalidad; sin embargo, dadas las características
de la democracia liberal, una definición más apropiada es la de Weber cuando se refiere a la
legitimidad racional, que supone “el acatamiento voluntario y no tiránico del poder” (Weber
en d´Ors, 1979). Entonces, legalidad y legitimidad se podrían convertir en conceptos contra-
puestos: la legitimación popular es una justificación para impugnar la legalidad.
En otras palabras, una investigación de Doyle (2011) acerca de América Latina, revela que la
falta de confianza en las instituciones políticas tradicionales atrae a los ciudadanos a votar
por candidatos que se muestran como outsiders y que mantienen un discurso de marcado
enfado por el orden político establecido. Para ilustrar esto, vale la pena recordar la petición
“que se vayan todos” que resonó durante el golpe de Estado de los Forajidos, 2005, que
exigía la salida del entonces presidente Lucio Gutiérrez. Posteriormente, la victoria de Rafael
Correa en tres elecciones consecutivas (2007, 2009 y 2013) bajo la promesa de una com-
pleta reformulación de las funciones del Estado y la redacción de una nueva Constitución
demuestra la falta de confianza institucional.

267
El orden político establecido puede verse como la legalidad, pero el candidato outsider, al
ganar en las votaciones, adquiere la legitimidad que le permite cambiar las leyes y adaptarlas
a su conveniencia. Esto, como se ha visto anteriormente, es la realidad de Ecuador, donde se
tiene un entendimiento plebiscitario de la democracia y, también, se relaciona con el popu-
lismo, que será analizado a profundidad en el apartado Cultura democrática.
Los cambios constantes en la ley afectan la legitimidad del poder, especialmente cuando se
restringen o afectan las garantías fundamentales. Cuando, además, estos cambios se extien-
den a las normas que regulan los procesos electorales, se los llega a cuestionar y se altera la
confianza en la legitimidad del candidato (y por ende del sistema). Es común que se implante
un modelo de gobierno autoritario que llega a concentrar los poderes en el Ejecutivo.
En segundo lugar, respecto a la garantía del acceso a los servicios públicos y sociales, su va-
lor recae en que representan un intento consciente de redistribución. Por ello, su exploración
es fundamental, dados los altos índices de inequidad de Ecuador, como se ha descrito en el
apartado Economía. Adicionalmente, la provisión de servicios públicos se relaciona con el
Sumak Kawsay5, principio rector para el Estado actual.
La provisión de servicios básicos y su acceso se relaciona directamente con la calidad de
vida y, por tanto, con la importancia que la gente le da a votar. Por ello, no es sorprendente
que, si el voto en Ecuador no fuera obligatorio, la clase social determinaría quién saldría a
votar de todos modos y quién no: 65,2 % clase alta; 69,6 % media; 54,8 % baja (Sánchez
Parga, 1999). Si extrapolamos las cifras, los indígenas, los campesinos y las mujeres –que
son los grupos más pobres– son justamente los que restan el valor a su voto porque sus ne-
cesidades básicas no están sanadas y, por lo tanto, una vez más, la democracia deja de ser
percibida como un medio para garantizar igualdad social y política.
En tercer lugar, sobre el respeto a los derechos humanos, The Human Rights Watch (2019)
advierte que Ecuador enfrenta problemas crónicos en materia de derechos humanos. En su
análisis incluyen las condiciones deficitarias en los centros de detención, la aprobación de
leyes que otorgan a las autoridades amplios poderes para coartar la libertad de expresión y
la independencia judicial. Pese a los intentos por las reivindicaciones de los grupos minorita-
rios –como la aprobación del matrimonio igualitario–, la década de 2010 a 2019 ha estado
marcada por avances –como el caso de la creación de la Comisión de la Verdad6–, y retro-
cesos –el arresto de los Diez de Luluncoto–7 y la negación del pedido de consulta popular
de Yasunidos8 (Basantes y Castro, 2020).

5 El Sumak Kawsay es la noción indígena del “estar bien” y del “buen vivir”. Se relaciona con vivir en comunidad,
un convivir; no puede existir una vida plena al margen de una comunidad, pues en ella se materializan las
diferentes formas de solidaridad y de respeto a la naturaleza (Hidalgo, Arias y Ávila, 2014 en Ecuador en cifras).
6 La Comisión de la Verdad se creó en 2007 para esclarecer violaciones a los derechos humanos. Los casos más
importantes que investigaron son el de los hermanos Restrepo y los Once de Putumayo. El primero se trata de dos
hermanos, de 14 y 17 años, que desaparecieron en 1988 tras salir de su casa y que fueron torturados, asesinados
y desaparecidos por la Policía Nacional. El segundo se refiere al caso de una emboscada a una patrulla militar. Se
detuvo a diez colombianos y un ecuatoriano que presuntamente estaban implicados. Los once del Putumayo fueron
torturados durante ocho días y luego estuvieron dos años en prisión.
7 En 2013, diez personas fueron condenadas por “terrorismo organizado” en un proceso judicial poco transparente.
Se los involucró con la explosión de bombas panfletarias durante la visita del presidente de Colombia, Juan Manuel
Santos. En 2016, declararon extinta la pena.
8 En 2014, el Consejo Nacional Electoral (CNE) negó la petición de Yasunidos, un colectivo ambiental que se formó
para evitar la explotación petrolera del parque Yasuní, de hacer una consulta popular. El colectivo recogió más de
750 mil firmas, 166 mil más del mínimo establecido en la ley, pero el CNE invalidó muchas.

268
Human Rights Watch pone especial énfasis en la Ley de Comunicación, 2013 –que hasta
la presente fecha ha tenido seis reformas (2014, 2015, 2016, 2017 y dos en 2019)–, como
responsable de coartar la libertad de expresión; en la intervención del gobierno que compro-
mete la libertad sindical (derecho a la asociación); y pone en duda la independencia judicial:
“[…] la corrupción, la ineficiencia y la interferencia política han caracterizado al poder judicial
de Ecuador” (Human Rights Watch, 2019).
Todo esto ha contribuido a que Ecuador, tras analizar la aplicación de sus derechos políti-
cos y libertades civiles, sea considerado un país “parcialmente libre” para Freedom House
(2020). Así, este organismo destaca la politización del Consejo Nacional Electoral (CNE),
quien es el encargado de vigilar los procesos electorales en Ecuador.
En conclusión, al ser parte de un Estado que tiene baja probabilidad de cubrir las necesida-
des básicas de las personas, los ciudadanos podrían desanimarse de participar en los pro-
cesos democráticos establecidos y de controlar a sus gobernantes. Como afirma Sen (2001:
79), la integración de las personas, a través de la educación, entre otros factores, afecta las
auténticas libertades de la ciudadanía.

SOCIAL Y TRANSVERSAL: PRESIÓN DEMOGRÁFICA, POBREZA Y GRUPOS ÉTNICOS


En lo que tiene que ver con aspectos sociales y transversales que pueden afectar la per-
cepción ciudadana sobre la democracia (y explicar su desencanto), desempeñan un rol las
presiones demográficas sobre los recursos, por cuanto el acceso a estos puede influir en la
estabilidad social y política de un país.
Ecuador tiene la más alta tasa de densidad demográfica de América del Sur (56,8 habitantes
por km2) y una alta incidencia de población rural (solo un 64,4 % del total corresponde a
población urbana). Actualmente, el país se encontraría en una etapa de transición demográ-
fica, con un crecimiento poblacional del 1,6 % entre 2010 y 2015, frente al 2,1 % del periodo
1990-1995 o al 2,8 % de la década de los años 70, como consecuencia de una tasa de na-
talidad decreciente y una tasa de mortalidad que se estabiliza alrededor del 5 %. Este cam-
bio en la dinámica poblacional resulta importante por cuanto implicaría menores presiones
sobre el sistema productivo y el mercado de trabajo y facilitaría la reducción de la pobreza
e indigencia, por cuanto sería factible alcanzar mayores tasas de crecimiento del producto
per cápita (Calderón & Stumpo, 2016), para enfrentar una problemática histórica aún latente.
En Ecuador, si bien se registró una reducción de la pobreza entre 1999 y 2006, del 52,2 %
al 38,3 %, y de 39,4 % a 25,8 % entre 1995 y 2014, en lo relativo a la pobreza por consumo,
así como una mayor disponibilidad de alimentos, ya que el índice de crecimiento de la pro-
ducción agropecuaria presenta un promedio de 8,31 % entre 2003 y 2016 y el crecimiento
poblacional anual no supera el 1,5 %, la pobreza subsiste (Ayaviri, Quispe, Romero, & Fierro,
2016). Las mayores tasas de pobreza corresponden a las áreas rurales (y, como se demostró
en el anterior apartado, esto influye en su acceso a los servicios básicos). En 2009, según
datos de la Cepal, un 50,2 % de la población rural en el país se encontraba bajo la línea de
pobreza y 25,6 % en condiciones de indigencia.
Adicionalmente, el perfil de pobreza por grupos étnicos refleja la relación entre pobreza y ex-
clusión económica y social; en el caso de los grupos indígenas, la incidencia de pobreza por
consumo es mayor y alcanza un 69,9 % (Chiriboga & Wallis, 2010). En 1999, el 91,8 % de esta
vivía bajo la línea de pobreza y para 2014, seguía siendo el grupo étnico más pobre en Ecuador
(Castillo & Andrade, 2016), pese a constituir una parte importante de la economía nacional, al
ser productores de los alimentos básicos que consume el resto del país y a estar asentados so-

269
bre territorios donde se explotan los recursos petroleros y mineros, y ser propietarios de tierras
agrícolas. Aparte de una posición desfavorable en aspectos de servicios básicos, infraestructu-
ra, oportunidades de empleo, inversiones económicas, los pueblos indígenas tienen que lidiar
con otros problemas específicos de su propia identidad, como sus derechos tradicionales, por
ejemplo, la tenencia de tierras y agua para riego y consumo humano.
Existe un vínculo entre pobreza y seguridad alimentaria, dado que la no disponibilidad de
ingresos o su carácter precario impiden el acceso a los alimentos. En este sentido, adquiere
relevancia la capacidad estatal de garantizar, la disponibilidad, acceso y consumo de alimen-
tos a la población. Si bien se registraron algunos avances en los últimos años, en lo relativo a
institucionalidad y normativa, subsisten temas pendientes en cuanto a la definición de accio-
nes concretas y sistemáticas, además de una necesaria mayor y mejor coordinación con los
actores de interés para garantizar la sostenibilidad de los resultados y la mejora de la calidad
de vida de la población (Ayaviri, Quispe, Romero, & Fierro, 2016). Lo anterior es relevante
para la democracia, por cuanto la seguridad alimentaria posee la condición de un bien pú-
blico, y representa un objetivo fundamental tanto para la gobernanza como para el desarrollo
(Castro, 2014) (Smith, Obeid, & Jensen, 2000).
Históricamente, la falta de mejoras sustantivas en la calidad de vida de las poblaciones indí-
genas en el transcurso del último periodo democrático se ha traducido en desconfianza en el
régimen político y, por tanto, en diversas formas de conflicto y de confrontación con el Estado a
lo largo de la década de 1980 (Sánchez Parga, 1996). A partir de la década de 1990, después
de algunos años de lucha, los pueblos indígenas representan una importante fuerza política
(Encalada, García, & Ivarsdotter, 1999), lo cual se reforzaría, tras un periodo de desmovilización
relativa, en los eventos acaecidos en octubre de 2019, en Ecuador (Ramírez, 2019).

CULTURA POLÍTICA: CULTURA Y PARTIDOS POLÍTICOS,


CORRUPCIÓN, MOVIMIENTOS ÉTNICOS
En 1999, un estudio cuantitativo de Sánchez Parga revelaba que, en Ecuador, la gente “vota,
pero no elige”. Esto debido a que solo el 69,3 % de los ecuatorianos consideraba legítimos a
los gobernantes y el 90,4 % respondía que no era importante votar. Este fenómeno, en apa-
riencia, no guardaría relación con los índices de votación: no hay que olvidar que los ecuato-
rianos están obligados a votar de acuerdo con el artículo 62 de la Constitución9. No obstante,
la confianza ciudadana en las elecciones ha disminuido con el paso del tiempo –del 61,2 %
en 2004 al 49,3 % en 2016 (Lapop, 2018: p.16)–. Esto puede deberse al constante fantas-
ma de fraude electoral al que los candidatos vencidos siempre aluden después de la jornada
electoral, a la falta de fiabilidad en los recursos tecnológicos aplicados en el conteo, o los
índices de corrupción a los que los ecuatorianos están expuestos permanentemente.
Para analizar la cultura democrática, se debe tomar en cuenta la representatividad del siste-
ma (la presencia de los movimientos étnicos y culturales y el sistema de partidos) y la corrup-
ción. La falta de representatividad de los candidatos afecta la calidad del voto. Esta ausencia
de candidatos consolidados puede deberse al deterioro de las elites en la región y a la au-
sencia de una ideología como motor para la toma de decisiones. En otras palabras, el voto

9 El voto obligatorio, en un Estado como el ecuatoriano puede ser una buena estrategia para fortalecer el sistema
democrático ya que genera una representación proporcional. De acuerdo con un análisis crítico del voto obligatorio
(Lever, 2009), este puede ser necesario para proteger el derecho al voto en Estados débiles, desiguales o con mucha
variedad étnica (como ocurre en Ecuador). Esto se relaciona con el estudio de Sánchez Parga (1999) que estima que si
el voto en Ecuador no fuera obligatorio, la clase social determinaría quién saldría a votar de todos modos y quién no.

270
que faculta a un grupo para acceder al poder no podría garantizar que las políticas públicas
estén creadas en función de los intereses que la sociedad eligió. Por el contrario, durante el
ejercicio del mandato, quien realmente toma las decisiones podrían ser grupos ajenos a las
personas electas. Parafraseando a Acemoglu y Robinson (2012), el reparto del poder puede
ser restrictivo y en beneficio de pocos actores. Peor aún, todo puede recaer en líderes per-
sonalistas capaces de difuminar la separación de los poderes del Estado.
Históricamente Ecuador, desde los medios de comunicación y la academia, ha manifestado
una actitud antipartido dado que, desde los inicios del retorno a la democracia se tendió a
relacionar la formación de partidos con la clase alta o burguesa (como ya se explicó en el
apartado de Cohesión social). Asimismo, la ausencia de lazos fuertes entre ellos, la indiscipli-
na de los miembros y su tendencia a generar consensos de carácter pendular causa que los
sistemas de partidos en América Latina tengan los niveles más bajos de institucionalización.
De hecho, de acuerdo con una encuesta de la firma Cedatos (2020), solo seis de 95 fuerzas
políticas del país alcanzan entre 2 % y 10 % de aprobación de cara a las elecciones de 2021;
para el 64 % de los electores ningún movimiento político es de su agrado, señala el docu-
mento de la encuestadora (El Mercurio, 2020).
La falta de reconocimiento entre partidos, a su vez, causa que haya una permanente bús-
queda de desgastar a los partidos de gobierno. Así, los demás partidos, la oposición, amplían
su base de consenso. Por ello, es común el aparecimiento de nuevas alianzas o incluso de
nuevos partidos políticos solo durante procesos electorales.
En esta misma línea de ideas:
[…] estos partidos pueden estructurar la competencia y dar forma a los resultados
electorales; crear un universo conceptual que orienta a los ciudadanos y a las élites en
cuanto a la comprensión de la realidad política, ayudar a concertar acuerdos en torno
a políticas gubernamentales, establecer acciones para la actuación legislativa; pro-
veer de cuadros a las instituciones y hacer operativo al sistema político (Freidenberg
y Alcántara, 2001: p. 12)

No obstante, si bien estos partidos son capaces de cumplir con estas funciones en el ámbito
regional, no logran integrar a los actores nacionales. Por ello, se puede afirmar que el sistema
de partidos ecuatoriano está fracturado regionalmente (Costa-Sierra) o, incluso, localmente.
Así, vale la pena citar el estudio de Seligson et al. (2008: 70) para aclarar que en Ecuador
hay un relativamente alto involucramiento de las personas en organizaciones locales de la
sociedad civil en comparación con democracias más establecidas como Canadá o Estados
Unidos. Sin embargo, “[…] los ecuatorianos prefieren formar organizaciones de la sociedad
civil para atender sus necesidades o resolver sus problemas, antes que presentar solicitudes
al gobierno local o participar en reuniones de cabildo abierto para este efecto”. Entonces, en
concordancia con lo que Putnam (1993) sugiere, “[…] la baja participación en las institucio-
nes políticas locales y la consecuente resignación de los ciudadanos a auto-abastecerse de
servicios públicos, lo que podría estar contribuyendo a la volatilidad democrática en Ecuador
(Seligson et al., 2008: 71).
Con respecto a los movimientos étnicos, para De la Torre (2003), si bien es importante re-
conocer el indudable y profundo impacto democratizador del movimiento indígena y las
organizaciones afroecuatorianas, gracias a sus demandas contra la corrupción, la impunidad
y las prácticas que resisten la discriminación, cuestionando el colonialismo y el imaginario
racista que ha privilegiado el acceso de oportunidades y recursos para los blanco-mestizos,
revalorizando sus identidades y llegando a instancias de representación política a nivel nacio-

271
nal. No obstante, muchas veces utilizan las retóricas y prácticas populistas y corporativistas
que permitieron la incorporación de otros grupos subalternos, con el riesgo de observar a
la democracia desde una perspectiva instrumental, que permita la incorporación al aparato
estatal, privilegiando el acceso de un individuo, grupo o familia a recursos, antes que la lucha
colectiva para que la igualdad ciudadana se convierta en una realidad.
En lo que a corrupción se refiere, un reporte realizado por AS/COA Anticorrupción Wor-
king Group, Americas Quarterly y Control Risks (2020), revela que Ecuador está por debajo
del promedio regional para combatir la corrupción. Cuando se mide su capacidad legal, la
calidad de la democracia e instituciones políticas y el papel de la sociedad civil, medios de
comunicación y sector privado en la lucha contra la corrupción, Ecuador obtiene 4,19, por
debajo de la media regional que es de 4,71 (Primicias, 2020a).
La corrupción debe ser entendida como una forma de influir en las decisiones públicas. Lo
hace en al menos tres niveles: elaborando políticas para favorecer a determinados grupos,
aplicando normas que favorezcan a grupos o personas y facilitando la evasión de la ley. Asi-
mismo, Ecuador es el cuarto país (luego de Jamaica, Honduras y República Dominicana) de
la región más propenso a tolerar la corrupción (Moncagatta et al., 2020). Por ello, los ciuda-
danos, incluso la justifican o naturalizan como parte de la política, pero no solo se desarrolla
en esta esfera. Ecuador es el cuarto país de América Latina y El Caribe en el que más ciuda-
danos afirmaron haber sido afectados directamente por la corrupción, con un 26,6 %, solo
superado por Bolivia (38 %), México (32,2 %) y Paraguay (28,3 %). Esta afectación se traduce
en el pago de coimas, sobornos para garantizar la atención o pagos fuera de la normativa.
Finalmente, relacionado con la corrupción, el rumor permanente de fraude electoral debilita
la legitimidad de los procesos democráticos. Así, es natural que las acusaciones de fraude en
Ecuador cambien de bando en dependencia de los resultados.
Si la cultura democrática del país sufre crisis profundas de legitimidad –debido a la for-
mación de partidos políticos poco representativos, ausencia de ideologías, corrupción y un
discurso consolidado de fraude electoral–, pero, además de gobernabilidad –golpes de Es-
tado permanentes, fantasma del paso militar por el poder–, se puede entrever que el sistema
democrático no es elástico, sino frágil y esto repercute directamente en la ciudadanía, que
ha dejado, si alguna vez lo hizo, de confiar en el sistema y cumplir con los acuerdos sociales
para la toma de decisiones.

MARCO METODOLÓGICO Y UNIDADES DE ANÁLISIS


Una vez terminada la revisión sobre las condiciones en las que Ecuador ingresó al sistema
democrático, sus particularidades y su evolución, proponemos un estudio de carácter explo-
ratorio que articulará herramientas cuanti-cualitativas de análisis. Esta investigación permitirá
determinar hasta qué punto y por qué, se evidencia un rechazo al sistema democrático, lo
cual podría configurar un desencanto. Permitirá determinar las percepciones ciudadanas y
los posibles efectos de desarrollarse en un sistema que –como se ha evidenciado– carece
de gobernabilidad, legitimidad y legalidad.
Con ese fin, y de acuerdo con las dimensiones propuestas en la sección anterior, se aplicó
una encuesta en línea para comprender la percepción de la población a partir de un diseño
muestral que apuntó a las principales ciudades de Ecuador en relación con su población. Se
utilizó la encuesta en línea ante la imposibilidad de movilizarse al territorio para recolectar
información en el contexto de la actual crisis sanitaria por la COVID-19 y, si en principio se

272
planteó un diseño muestral con cobertura en las ciudades más pobladas del país, de momen-
to se han alcanzado cerca de cuatrocientas entrevistas a nivel nacional. Estas dificultades no
son ajenas a las investigaciones que se vienen realizando a nivel regional; incluso el mismo
Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) ha limitado su capacidad de recolección.
Un ejemplo de esto es la encuesta de hogares que se realiza sistemáticamente cada trimes-
tre para analizar la dinámica laboral; hasta diciembre, el INEC relevaba alrededor de 17 mil
hogares, en septiembre de este año lograron obtener información de algo más de 8 mil. No
obstante, los resultados que se presentan se robustecerán en términos estadísticos, ya que el
aplicativo continúa en línea y es difundido de acuerdo con las capacidades institucionales de
la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE).
El análisis tiene tres elementos, el primero se fundamenta en estadística descriptiva para rela-
tar los principales hallazgos en la encuesta para cada dimensión de la democracia planteada
en el marco conceptual de este trabajo. Un segundo elemento comprende la aplicación del
Análisis Factorial Confirmatorio (AFC) para comprobar la significancia estadística de cada
atributo en la dimensión analizada. Finalmente, se ajusta un Modelo de Ecuaciones Estructu-
rales (MEE) para determinar las dimensiones más relacionadas con la democracia.

DISEÑO MUESTRAL
Para el levantamiento de información se planificó una encuesta que se está difundiendo en redes
sociales y mailing de la PUCE en las seis ciudades más pobladas de Ecuador (Quito, Guayaquil,
Cuenca, Santo Domingo de los Tsáchilas, Ambato y Portoviejo). Estas representan el 42 % de la
población según los datos de las proyecciones poblacionales del 2020 del INEC. (Gráfico 3)

GRÁFICO 3: Distribución acumulada de población proyectada a 2020

Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.

273
La difusión de la encuesta busca garantizar la representatividad estadística con un nivel de
confianza del 95 % y un error en la estimación de la proporción del 5 % dentro de cada uni-
dad geográfica. Para precautelar que los entrevistados registren adecuadamente su ubica-
ción, se ha incluido en el instrumento digital la posibilidad de que el informante pueda geo-
rreferenciar voluntariamente el punto desde el que completa la encuesta, que es anónima.
La muestra que se ha obtenido hasta el momento se posestratificó a partir de la composición
que se obtiene del marco muestral del Censo de Población y Vivienda de 2010 considerando
el género y la edad de los entrevistados a partir del siguiente detalle reflejado en la tabla 2.

TABLA 2: Distribución de la muestra efectiva y ponderación

Fuente: Instituto Nacional de Estadística y Censos.

RESULTADOS
La presentación de resultados está dividida en las cinco dimensiones propuestas (cohe-
sión social, económica, política, social y transversal, y cultura democrática) y un análisis que
aborda elementos específicos en torno a la percepción de la democracia. En lo referente a
cohesión social: gobernabilidad y descontento de grupo se puede señalar que la mayoría de
entrevistados perciben que la Policía y las Fuerzas Armadas están reguladas por las autori-
dades del gobierno nacional. Existe división en la apreciación sobre la existencia de guerrillas
o grupos armados y algo más del 40 % señala que es necesario contar con permisos para
obtener un arma de fuego; es decir, existe una percepción de facilidad en la obtención de
armas de fuego. La confianza en la Policía y las Fuerzas Armadas no presenta indicadores
apreciables, aunque es esta última institución la que goza de mayor crédito con apenas un
36 %. Este resultado no llama la atención si nos referimos a los datos del Latinobarómetro
2018 en los que nueve de cada diez entrevistados señalaron que algunos, casi todos o todos
los elementos de la policía ecuatoriana están involucrados en actos de corrupción y apenas
el 22 % tenía mucha confianza en las Fuerzas Armadas.

274
Dentro de los elementos que se consideraron en lo que se denomina “fraccionamiento de las
elites”, la percepción de que todos los grupos sociales participan en las decisiones importan-
tes del país es marginal. Apenas el 7 % señala aquello y una proporción semejante considera
que las decisiones que toma el gobierno nacional son pensadas en todos.
Existe una percepción altísima de desigualdad en distribución de los recursos del país: ape-
nas un 2 % interpreta que existe una división igualitaria de la riqueza. Al referirnos a la sensa-
ción de intolerancia o violencia hacia otras personas por su condición étnica, religiosa u otra
característica, algo más del 90 % de informantes cree que existe. Esto significa que hay una
sensación generalizada de sectarismo en nuestra sociedad. (Tabla 3)

TABLA 3: Cohesión social: gobernabilidad y descontento de grupo

Fuente: elaborado por los autores.

275
La aplicación del AFC en cada dimensión tiene dos propósitos. El primero es entender desde
un enfoque multivariante y simultáneo el nivel de relación de cada variable con la dimensión
estudiada. Se obtienen coeficientes estandarizados a partir de una estimación libre asintótica10
que facilitan la interpretación y eliminan el efecto de las unidades de análisis de cada variable.
La segunda finalidad que tiene el uso del AFC en cada dimensión es garantizar que las variables
que no se relacionan estadísticamente con la dimensión estudiada no se incluyan en el MEE.
En la Figura 5 se observa que el atributo que más se relaciona con la cohesión social es la
confianza en la Policía con 0,9 desviaciones estándar11 (DE), las Fuerzas Armadas con 0,6.
Otro atributo que se relaciona positivamente y con relevancia estadística es la percepción
que la Policía y el Ejército están regulados con 0,22 DE y la “participación de todos los gru-
pos sociales” con 0,16 DE. La sensación de que no existen expresiones de intolerancia se
relaciona de forma inversa y, estadísticamente, su coeficiente es nulo12.

FIGURA 1: AFC: Cohesión social: gobernabilidad y descontento de grupo

Fuente: elaborado por los autores.

10 En estos algoritmos se desestiman los supuestos clásicos que se deben cumplir con el método de máxima
verosimilitud.
11 Las estimaciones que se presentan corresponden a coeficientes estandarizados y su interpretación se realiza en
torno al cambio en desviaciones estándar asociado a cada variable.
12 El intervalo de confianza del coeficiente contiene al cero.

276
Al estudiar la segunda dimensión, “Economía: concentración productiva, inequidad, dolari-
zación y migración” en lo que se ha denominado “declive económico”, los resultados de la
encuesta nos muestran que la población entrevistada tiene una percepción generalizada de
un país endeudado y seis de cada diez consideran que Ecuador no es atractivo para invertir
o iniciar un emprendimiento. Sobre las posibilidades de adquirir bienes que requieren algún
tipo de capacidad de ahorro, la mayor dificultad percibida está en la posibilidad de adquirir
una vivienda. Allí, la tercera parte de informantes considera que es difícil adquirir un bien
inmueble en el país, esto no contraviene con los datos de la Encuesta Nacional de Empleo
y Desempleo de 2019 del INEC en la que el 69 % de los jefes de hogar declaraba que su
vivienda es propia.
Sobre un posible desarrollo económico desigual, los informantes afirman que existe inequi-
dad en el acceso a derechos como la salud, educación y empleo. Los mejores puntuados en
ese aspecto son salud y educación con proporciones semejantes, mientras que solo el 4 %
percibe que el acceso al empleo es igualitario. Esto último se puede explicar en función de la
proporción de personas de 18 a 24 años que acceden a la educación superior y su relación
con la posibilidad de obtener un empleo. Hasta 2019, la tasa bruta de asistencia a educación
superior de acuerdo con los datos de las encuestas de hogares del INEC es del 38 %13, cifra
que ha permanecido sin muchas variaciones durante los últimos años.
Sobre la percepción del costo de vida y la capacidad del hogar para cubrir sus gastos, el 67 %
de los entrevistados declara que Ecuador es un país caro para vivir y solo el 46 % señala que
los ingresos del hogar les permite cubrir todas las necesidades. Esta proporción no es tan baja
si se considera que a diciembre de 2019, de acuerdo con los datos del INEC de la Encuesta
de Empleo, solo el 6 % señaló que la situación económica es mejor respecto del mes anterior.
Sobre la fuga de mano de obra calificada al exterior, los resultados muestran que solo el 13 %
de las personas que emigran son ciudadanos que cuentan con instrucción universitaria. En
otras palabras, no existe una percepción generalizada sobre la posibilidad de que personas
más calificadas salgan del país. Tampoco consideran que es buena idea que un ciudadano
ecuatoriano que estudia en el exterior regrese a trabajar en el país. (Tabla 4)

13 Esta proporción incluye a quienes declaran asistir a la nivelación de la Secretaría de


Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (SENESCYT).

277
TABLA 4: Economía: concentración productiva, inequidad, dolarización y migración

Fuente: elaborado por los autores.

278
Con el análisis factorial confirmatorio podemos establecer que todas las variables tienen una
relación estadísticamente significativa con la dimensión económica y la mayoría con una re-
lación inversa, las principales relaciones están con la posibilidad de comprar una vivienda o
un terreno con -0,85 y -0,81 DE respectivamente. (Figura 2)

FIGURA 2: AFC: Economía: concentración productiva, inequidad,


dolarización y migración

Fuente: elaborado por los autores.

279
En la dimensión política: legitimidad, acceso a servicios públicos y derechos humanos, la
percepción de los entrevistados en lo que se relaciona con la legitimidad del Estado, muestra
un fuerte distanciamiento con el gobierno nacional. Apenas un 6 % se siente representado
por este y solo un 4 % confía en el aparato estatal. Esto, una vez más, no es llamativo si nos
referimos a la información de 2018 del Latinobarómetro. En esa medición, únicamente el 5
% declaraba tener “mucha confianza” en el gobierno nacional. Al estudiar la confianza en los
resultados de los procesos de elecciones, sobre los datos muestrales podemos señalar que
solo uno de cada cinco informantes cree en los resultados electorales.
La valoración de los servicios públicos es muy baja. Especialmente la de los hospitales y
centros de salud del Estado, seguida por la de las escuelas, colegios y universidades fiscales;
algo mejor calificados se encuentran los servicios básicos como el de agua, luz, transporte o
telefonía pública. Estas calificaciones muestran que la población entrevistada tiene una mejor
valoración de servicios básicos que del acceso a derechos fundamentales como la salud y
la educación. En el ámbito educativo llama la atención la baja calificación, en tanto que has-
ta junio de 2017 de acuerdo con los datos del INEC, la valoración de la educación pública
básica y secundaria era la mejor después de la que tenía el Registro Civil, así también la que
recibía la educación superior ofertada por el Estado era de las mejor valoradas.
En la encuesta tampoco se muestra que exista un sistema judicial independiente e imparcial
al cual acudir en caso de situaciones de vulneración de derechos. Apenas un 8 % está de
acuerdo con la independencia de la función judicial. Esta cifra duplica a la del Latinobaró-
metro que muestra que solo el 4 % de los entrevistados en las ciudades del estudio tenían
“mucha confianza” en la justicia en el país.
En esta investigación se revela la sensación de que los derechos civiles –como la libertad, la
justicia o la igualdad– no son respetados sin distinción. Uno de cada diez informantes señala
aquello; la percepción de que los derechos políticos para ser elegido o elegir una dignidad
pública son respetados sin distinción tiene una mejor valoración, esto último atado a la des-
confianza casi general en los medios de comunicación. Solo el 9 % de entrevistados consi-
dera que estos “dicen” la verdad sobre los hechos que suceden en el país. Dicha proporción
no dista del porcentaje que se obtenía en el Latinobarómetro de 2018. En ese año, solo el 8
% tenía “mucha” confianza en medios de comunicación. (Tabla 5)

280
TABLA 5: Política, legitimidad, acceso a servicios públicos y derechos humanos

Fuente: elaborado por los autores.

281
Volviendo a las conceptualizaciones de Norris (1999), se puede conjeturar que una de las
fuentes del desencanto democrático viene del sentimiento generalizado del irrespeto a los
principios básicos de la democracia. Nueve de cada diez personas encuestadas considera
que no se respeta la libertad, la justicia y la igualdad en Ecuador. Sin embargo, en el contexto
actual (COVID-19), con base en el análisis factorial, se comprueba que todos los atributos
incluidos en la encuesta se relacionan significativamente con la dimensión “Política, legiti-
midad, acceso a servicios públicos y derechos humanos”; los más relevantes son las valo-
raciones que se realizan a los servicios de educación y salud pública. Sin embargo, esto se
ha mantenido a lo largo de la historia, dado que de acuerdo con Freedom House (2007), el
segundo factor de la democracia política ecuatoriana que obtuvo la calificación más baja es
la protección contra el aprisionamiento injustificado, terror de Estado y tortura, solo después
de la efectividad y rendición de cuentas del gobierno. Asimismo, el tercer factor con la cali-
ficación más baja es la independencia judicial (Seligson et al., 2008).
Estos resultados muestran que la evaluación del gobierno y su trabajo concreto son los que
mayoritariamente influyen en la percepción del funcionamiento de la democracia. En con-
traste, en lo que se refiere al respeto de derechos –mínimo de la democracia liberal– no se
forman relaciones fuertes. (Figura 3)

FIGURA 3: AFC: Política, legitimidad, acceso a servicios públicos y derechos humanos

Fuente: elaborado por los autores.

282
En el eje social y transversal, integrado por elementos como la presión demográfica, pobreza
y grupos étnicos se destaca que apenas el 17 % de informantes consideran que el gobierno
nacional es quien resuelve los problemas del país en los ámbitos de educación, salud, em-
pleo o seguridad. Es decir, existe un sentimiento de distanciamiento con los responsables de
la política pública y, como se podría esperar, la proporción de entrevistados que consideran
que el gobierno nacional atiende las necesidades sociales y económicas de todas las perso-
nas es apenas del 6 %.
Menos de la cuarta parte opina que la población extranjera en condición de movilidad reci-
be el mismo trato que los nativos por parte del Estado ecuatoriano y existe una conciencia
en torno a los actos de discriminación que pueden cometer los ecuatorianos en contra de
ciudadanos extranjeros. Al menos seis de cada diez informantes opinan que existe discrimi-
nación hacia población extranjera. Esto último no es menor si se consideran los flujos migra-
torios de población –especialmente venezolana– que, de acuerdo con los datos de los sal-
dos migratorios del INEC, a 2019 se registró un saldo positivo de más de 180 mil14 personas
provenientes de Venezuela, Colombia y Perú.
En esta dimensión se incluyeron preguntas en relación con la dependencia que tiene el país.
Los resultados de la encuesta indican que la percepción sobre los compromisos que Ecuador
debe cumplir con países u organismos extranjeros de los que recibe recursos económicos es
considerable: siete de cada diez coinciden con ello y cerca del 85 % percibe al país como
dependiente de otros Estados. Esta política exterior dependiente se relaciona con los tra-
tados comerciales firmados con Estados Unidos y República Popular China principalmente
(entre ambos, en 2018 sumaron el 36,1 % de las exportaciones globales y el 40,6 % de las
importaciones totales). Se debe resaltar que si bien las dependencias son económicas, estas
afectan las decisiones políticas.

14 El saldo migratorio se calcula a partir de los registros regulares en pasos fronterizos y están disponibles en www.
ecuadorencifras.gob.ec . Para 2019, los tres principales saldos migratorios positivos corresponden a población
venezolana (159 mil 729), colombiana (18 mil 014) y peruana (3 mil 094).

283
TABLA 6: Resultados: Social y transversal: presión demográfica,
pobreza y grupos étnicos

Fuente: elaborado por los autores.

En esta dimensión, el atributo que más se relaciona con la arista social es la percepción de
que el gobierno nacional sea quien atienda las necesidades sociales y económicas, seguido
por la autonomía y un trato sin discriminación a la población extranjera. El atributo que valora
la percepción del cumplimiento de compromisos de Ecuador con otros países tiene una re-
lación inversa con la dimensión social y estadísticamente no es significativo.

284
FIGURA 4: AFC: Social y transversal: presión demográfica, pobreza y grupos étnicos

Fuente: elaborado por los autores.

La última dimensión considerada es la que valora la cultura política. Lo hace desde varios
enfoques y en relación con la participación de los informantes en partidos políticos. Esta al-
canza apenas un 13 % a nivel general y una quinta parte en el género masculino. Esto se debe
posiblemente a la desconfianza que existe en los partidos políticos, así lo reflejan los datos
del Latinobarómetro de 2018. En esa encuesta, apenas un 2 % tenía “mucha confianza” en
los grupos políticos. La organización o firma de peticiones para acciones en política pública
alcanza una cuarta parte de la muestra, lo que llama la atención.
Cerca del 40 % declara que asisten a votar en elecciones por obligación; esto no es un dato
menor si se considera que en Estados democráticos esta es la herramienta más “palpable”
que tiene un ciudadano de participación en la definición del destino que tiene una sociedad.
Si bien lo anterior muestra un desinterés en la participación de elecciones, existe un interés
apreciable en los temas políticos: el 45 % de los informantes tiene mucho interés en ese
tema, especialmente en el género masculino donde algo más de la mitad le presta mucha
atención a ese aspecto.

285
La simpatía por algún partido político apenas alcanza un 16 %, lo que muestra la desconexión
con estos movimientos políticos y el desinterés en las estructuras políticas, no así en los temas
políticos como se señaló.
TABLA 7: Cultura política: cultura y partidos políticos, corrupción,
movimientos étnicos

Fuente: elaborado por los autores.

Al consultar sobre qué grupos no deberían participar en elecciones, no existen proporciones


apreciables; sin embargo, existe algo de rechazo a los grupos religiosos. Mientras, al referirnos

286
a qué sectores sociales son los que regularmente participan en elecciones, los informantes
perciben que son los mismos partidos políticos de siempre, seguidos de artistas o personajes
de farándula y grandes grupos económicos. (Tablas 8 y 9)
TABLA 8: Grupos que no deberían participar en elecciones

Fuente: elaborado por los autores.

TABLA 9: Grupos que generalmente participan en elecciones

Fuente: elaborado por los autores.

287
Todos los atributos se relacionan de forma positiva con la dimensión de cultura política y, en
mayor medida, el interés por temas políticos y la organización y participación en acciones en
política pública. (Figura 9)

FIGURA 5: AFC: Cultura política: cultura y partidos políticos, corrupción,


movimientos étnicos

Fuente: elaborado por los autores.

El abordaje conceptual de este trabajo considera las cinco dimensiones reseñadas y, para
describir el contexto democrático a partir del sondeo, se realizaron preguntas adicionales
que buscan establecer una caracterización del contexto democrático en el país. Al respecto,
se destaca que, a pesar de que Ecuador es un Estado democrático, apenas un 5 % de los
informantes considera que existe una democracia plena o una democracia con pequeños
problemas. La mayoría reflexiona que existe una democracia con grandes problemas. Más
del 70 % estima que el sistema democrático ecuatoriano es pésimo o malo, esto ligado a
una desconfianza generalizada en los gobernantes que se ve reflejada en la baja importancia
percibida de los gobernantes hacia los informantes.
Las expectativas en torno a las formas en las que se elige el gobierno son positivas; piensan
que se puede mejorar el sistema de elección, posiblemente por la percepción de injusticia
que existe alrededor de las elecciones. Esa sensación de elecciones injustas se enmarca
en un sentimiento de desigualdad en los beneficios que brinda una elección: casi las tres
cuartas partes de los informantes señala que las elecciones son el mecanismo para conse-
guir provechos individuales antes que colectivos, que se deriva posiblemente de la escasa
confianza que tienen en los partidos políticos. (Tabla 9)

288
TABLA 10: Caracterización de la democracia

Fuente: elaborado por los autores.

289
Con el análisis factorial confirmatorio se identifica que todas las características incluidas en
la caracterización de la “democracia” tienen una relación estadísticamente significativa y las
que más se relacionan son elecciones justas y un buen sistema democrático.

FIGURA 6: AFC: Caracterización de la democracia

Fuente: elaborado por los autores.

Ecuaciones estructurales
Los Modelos de Ecuaciones Estructurales son los métodos estadísticos más reconocidos para
medir asociaciones entre varios constructos y sus predictores, principalmente, por propor-
cionar un método directo para tratar relaciones simultáneas con eficacia estadística y su
transición del análisis factorial exploratorio al confirmatorio (Hair et al., 1999).
Los modelos estándar de ecuaciones estructurales usan dos componentes. El primero, que
es un modelo de análisis factorial confirmatorio que relaciona variables latentes con sus
respectivas variables observadas; este componente puede ser tomado como un modelo de
regresión, en donde las variables observables son tratadas como variables independientes y
las latentes como dependientes. El segundo está conformado por la asociación entre varia-
bles latentes exógenas y endógenas; donde dos o más variables latentes que se miden por
variables independientes observadas determinan una tercera variable latente, la cual se con-
sidera como endógena. Como las variables latentes son aleatorias, no pueden ser analizadas
directamente a través de técnicas de regresión usuales; por lo tanto, se utilizan los MEE.
La potencialidad de los MEE se ve marcada en la integración del Análisis Factorial Confirma-
torio (AFC) y modelos de ecuaciones simultáneas. Dicha integración dio paso al modelo de
relaciones estructurales lineales (LISREL, por sus siglas en inglés); está definido mediante una
ecuación estructural, que esencialmente es un conjunto de ecuaciones simultáneas lineales
con variables latentes y los modelos de medida que relacionan las variables latentes con las
variables observadas mediante el uso de AFC.

290
Esta metodología se ajusta muy bien a la estructura del modelo conceptual que valora la
democracia desde un enfoque multidimensional en el que se presentan varias relaciones
entre variables observadas y latentes, que son las dimensiones estudiadas y una variable ob-
servada que mide la democracia a partir de los resultados del AFC aplicado en las variables
relacionadas con la democracia. Para eso, se construye la siguiente variable:
Democracia={1: si sistema democrático ecuatoriano bueno o muy bueno o las elecciones en Ecuador son justas 0:
en cualquier otro caso

El ajuste del modelo nos muestra que todas las dimensiones son estadísticamente signifi-
cativas y tienen una relación directa con la “democracia”. La mayormente relacionada es la
cohesión social gobernabilidad y descontento de grupo, expresada principalmente por la
confianza en la Policía y la participación de todos los grupos sociales. En esta misma línea de
ideas, en una sociedad con profundas divisiones sociales, regionales y étnicas, es entendible
que esta variable sea la que más se relaciona con la democracia. Por lo tanto, se infiere que
la baja calificación que se obtiene genera el sentimiento de desencanto o desconfianza en
los procesos participativos.
La segunda dimensión que más se relaciona es la “social y transversal”. Está asociada es-
pecialmente con la percepción de autonomía que tiene Ecuador y la sensación de que el
gobierno nacional atiende todas las necesidades sociales y económicas de la población. La
siguiente dimensión es la que se ha denominado: “Economía: concentración productiva, in-
equidad, dolarización y migración” que esta fundamentalmente explicada por la percepción
que tienen los informantes en torno a la posibilidad de adquirir bienes como casas, vehículos
o terrenos. La dimensión “política” se fundamenta en la valoración de los servicios básicos y
de los derechos a la educación y salud; es decir, estos aspectos tienen mayor importancia
relativa dentro de esta dimensión, que la confianza en el gobierno nacional o en los resulta-
dos de las elecciones. En esta dimensión llama la atención que los puntajes obtenidos para
la valoración del sistema judicial independiente y la confianza en medios de comunicación
son las mismas y las más bajas dentro de este constructo. Finalmente, la dimensión “Cultura
política” es la que menos se relaciona con la valoración de la “democracia”. Por lo tanto, si
bien puede afirmarse que la cultura política en Ecuador guarda relación significativa (empíri-
camente) con el desencanto de la democracia, también se debe notar que es la que menos
relación evidencia. Esto puede estar vinculado a la historia democrática ecuatoriana donde
se tiende a confundir el papel del gobierno con el concepto de democracia en sí. De ahí que
se tienda a estimar a la democracia como algo ajeno al individuo y más bien inherente al go-
bierno. No es de sorprender dada la histórica intensificación del antagonismo entre pueblo y
gobernantes y oficialismo y oposición. (Figura 7)

291
FIGURA 7: Modelo de ecuaciones estructurales

Fuente: elaborado por los autores.

292
Como se observa en los resultados, la gran mayoría de indicadores tienen una baja calificación
en la encuesta realizada. En principio, esto podría llamar la atención; sin embargo, las estima-
ciones obtenidas con esta muestra se condicen con los resultados del Latinobarómetro y, si
además consideramos los registros sobre conflictividad que lleva el Centro Andino de Acción
Popular (CAAP), se confirma que los últimos dos años ha crecido el número de conflictos, sien-
do 2019 el año con mayor número de conflictos registrados desde 1998. (Tabla 11)

TABLA 11: Número de conflictos por año

Fuente: (Centro Andino de Acción Popular, 2020).

293
REFLEXIÓN: ELECCIONES 2021

El desencanto democrático es palpable en Ecuador. A inicios de 2021, en plena pandemia por


COVID-19, se llevaron a cabo las elecciones para presidente, asambleístas y parlamentarios
andinos. Para disputar la presidencia, dieciséis candidaturas fueron aprobadas por el Consejo
Nacional Electoral (CNE). Entre estas, destacaron los presidenciables Andrés Arauz (Fuerza
Compromiso Social), Guillermo Lasso (Movimiento CREO) y Yaku Pérez (Pachakutik). El prime-
ro, candidato por el correísmo, fue el ganador indiscutible en la primera vuelta con 32,72 % de
los votos (CNE, 2021). Así, se evidencia la presencia del líder personalista Rafael Correa, quien
ha dirigido el discurso político desde 2006 y ha participado dentro o fuera de la papeleta.
El segundo candidato, Guillermo Lasso, es un exbanquero y empresario conservador cuyo
lema de campaña fue “emprendimiento, innovación y futuro”. El tercer presidenciable, por el
movimiento indígena Pachakutik, Yaku Pérez, es un activista cuya agenda política se basó en la
ecología y la protección social. En la primera vuelta, estos candidatos recibieron una votación
muy estrecha. Pérez obtuvo el 19,39 % de votos, mientras que Lasso 19,74 % (CNE, 2021). El
estrecho margen y el avance de Lasso en las últimas horas de la contabilización generaron que
el fantasma del fraude electoral ensombreciera los comicios. Por ello, tras el anuncio de los
resultados, Yaku Pérez llamó a movilizaciones indígenas para exigir un recuento.

294
En la segunda vuelta, el ganador resultó Guillermo Lasso, con el 52,5 % de los votos válidos,
pero con el porcentaje de votos nulos más alto de la historia (15 %). Con esto, Ecuador se
suma a la ola centro-derecha que experimenta América Latina luego de vivir una década y
media de socialismo del siglo XXI y la intervención política permanente de Rafael Correa. En-
tonces, la llegada de Lasso a la presidencia supone el fin de la personalización del gobierno,
clave para resignificar la democracia desde la ciudadanía.
Así, se evidencia que Ecuador sigue políticamente fragmentado y que no hay un entendi-
miento o apego a la democracia representativa; en este sentido, las motivaciones ciudadanas
giran en torno al “no” (oposición al correísmo) en lugar de la búsqueda de identificación con
un candidato y sus propuestas. Además, llama la atención el alto porcentaje de votos nulos,
que demuestra una total desconfianza al sistema (legitimidad) y que puede generar dificul-
tades para Lasso al momento de gobernar, lo que, a su vez, se traducirá en problemas rela-
cionados a la gobernabilidad.

295
CONCLUSIONES
En función del análisis en este documento: construcción teórica, análisis y aplicación de da-
tos y su modelado, podemos determinar que la democracia ecuatoriana, nacida a partir de la
tercera ola, produjo cambios políticos que fueron expresados en mínimos democráticos res-
pecto a su conceptualización: desde el punto de vista del sistema, mayor pluralismo político,
tolerancia hacia la oposición, respeto de las libertades públicas; y, desde el de la ciudadanía,
una mayor participación popular directa o indirecta.
Así, se fue consolidando una democracia electoral, con votaciones obligatorias, pero que
no gozan de apoyo popular –cuyo cumplimiento se ata a la recepción de un certificado útil
para la mayoría de trámites civiles–, esto se demuestra a partir de los datos recolectados vía
encuesta, en donde cuatro de cada diez ecuatorianos solamente asiste a votar por obliga-
ción, pero, además, se refleja una profunda desconfianza en los resultados de las elecciones
cuando casi el 60 % considera que las elecciones no son justas ni transparentes. Podemos
relacionarlo directamente con el concepto de legitimidad y legalidad. En otras palabras, si el
sistema no garantiza igualdad de oportunidades para participar en procesos electorales, los
resultados tampoco son reconocidos por un porcentaje mayoritario de la población, lo que
posteriormente puede desencadenar en crisis de gobernabilidad, inestabilidad o crear con-
flictos. De ahí que no es casual, además, que el número de conflictos incremente a medida
que el desencanto en el sistema democrático lo haga.
Como se puede advertir en este análisis multimodal, las dimensiones más importantes a
ser tomadas en cuenta son: (1) la cohesión social, gobernabilidad y descontento de grupo y
(2) la dimensión social y transversal. Estos resultados pueden deberse a que la ciudadanía
experimenta dificultad para separar la percepción de gobierno y del sistema democrático,
pero también podría estar vinculado a que el sistema presidencialista (centralizado), liberal
y representativo es un sistema importado, que no responde a la realidad heterogénea ecua-
toriana: en un país conformado por minorías y grupos históricamente excluidos, no es de
sorprender que el desencanto (suponiendo que alguna vez la población estuviera encantada)
se extienda en la ciudadanía y más durante la percepción de una crisis social, económica y
sanitaria, como la actual. Esto, sumado a la falta de confianza en los procesos, genera una
crisis en la legitimidad que, por supuesto, tiene consecuencias en lo referente a la gobernabi-
lidad dado que se han creado formas por fuera del sistema establecido para mostrar malestar
con las decisiones políticas y sociales tomadas por los gobernantes. Esto también se constata
a partir de la revisión de los golpes de Estado.
Siguiendo la misma línea de ideas, la tercera dimensión a tomar en cuenta es la económica;
el creciente descontento —expresado en las diferencias entre los resultados de la encuesta
aplicada en 2020 y los datos recolectados en el Latinobarómetro 2018— no escapa de la
crisis por COVID-19, que ha demostrado la incapacidad del Estado de dotar a la ciudadanía
de salud y educación, derechos básicos consagrados en la Constitución y que muestran las
falencias en la administración de la política pública. En otras palabras, si partimos de que el
acceso a servicios públicos incrementa no solamente la legitimidad política de los procesos
de reforma, sino también la legitimidad de las instituciones del estado (Seligson et al., 2008),
es comprensible que frente a una crisis sanitaria la legitimidad se vea, una vez más, compro-
metida. Esto se vincula con la volatilidad democrática (Putnam, 1993) que experimentamos.
Este análisis demuestra que, a diferencia de los estudios del Norte global —desde donde adop-
tamos el sistema democrático—, el desencanto ecuatoriano no se expresa simplemente en la
economía, sino en la percepción de falta de oportunidades, desigualdad y representación de la

296
ciudadanía. Todos estos ámbitos están atravesados por el principio de legalidad que la demo-
cracia debería defender y garantizar, esto se relaciona con la legitimidad del sistema. Como ha
mostrado el análisis histórico, la ausencia de ideologías que se consoliden en partidos políticos,
la intervención de grupos de poder –Ejército y Policía– en las elecciones y golpes de Estado,
y la ola de corrupción, han generado un descontento grupal evidente en este estudio que, en
cambio, se expresa en altos niveles de conflictividad y baja gobernabilidad.
Adicionalmente, este estudio demuestra particularidades de la democracia ecuatoriana: la
ciudadanía afirma que “se interesa por temas políticos”, pero que no votaría si no fuera obli-
gatorio. A partir de lo relatado, varias aristas de investigación quedan iniciadas, así como la
posibilidad de continuar con la aplicación de este modelado al menos una vez por año en
Ecuador, creando así un baremo que permita una futura toma de decisiones.

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300
mexico

301
INTORDUCCIÓN
México atraviesa un momento singular. En medio de un escenario global en el que la demo-
cracia liberal se encuentra en crisis por el malestar con la representación y las deudas so-
ciales que persisten en regiones como América Latina, las elecciones de 2018 supusieron un
punto de inflexión dentro de un proceso local que, dando continuidad a una narrativa de la
transición secuestrada por la partidocracia, buscaba seguir avanzando obstinadamente ha-
cia una aparente perfección bajo la idea de la consolidación democrática. Sin embargo, más
allá de la disputa por el relato postransicional, 2018 significó el fracaso de dicha narrativa,
cuyo saldo está a la vista en la caída en los niveles de apoyo y satisfacción con la democracia
en los últimos años.
Si se toman los más recientes resultados de las encuestas de opinión pública en la región
(Latinobarómetro 2018 y Barómetro de las Américas 2018/19), el escenario democrático tie-
ne tintes oscuros. Según el informe 2018 de Latinobarómetro, México es de los países de
América Latina en donde el porcentaje de apoyo a la democracia es más bajo, con un 38 %,
frente a un promedio de 48 % en el conjunto de la región. El nivel no es el más bajo del que
se tiene registro, pero sí da cuenta de una convicción en descenso prácticamente sostenido
desde los años posteriores a la alternancia en el poder federal. Además, a otro 38 % de la po-
blación mexicana le es indiferente un régimen democrático que uno que no lo sea (siendo 28
% el promedio latinoamericano). Si bien solo un 11 % de la sociedad mexicana considera que
un gobierno autoritario puede ser preferible, el país tiene altos índices de indiferencia demo-
crática. Por lo que toca a la satisfacción con la democracia, México destaca como uno de los
países con índices más bajos: apenas 16 % de la población mexicana se mostró satisfecha.
El Barómetro de las Américas, por su parte, muestra una recuperación en 2019 respecto a
2016 tanto en el apoyo a la democracia como en la satisfacción de los mexicanos con ella,
pasando de 49,3 % a 62,7 % y de 26,5 % a 46,4 %, respectivamente. Ambos indicadores
estarían reflejando “[…] una opinión pública motivada por el mensaje de ‘cambio de régimen’
que el nuevo presidente ha expresado, donde se identifica al ‘viejo régimen’ como corrupto,
violento, insensible e ineficiente” (Romero y Parás, 2020: p. 23). En esta medición, no obs-
tante, llama la atención el incremento de la tolerancia a los golpes ejecutivos para la disolu-
ción del Congreso15, que se movió de 17,1 % a 28,1 %; situación que adquiere relevancia dado
el dominio del partido del presidente en las dos cámaras legislativas en la primera parte de
su mandato. El gobierno unificado que se generó, producto de las coaliciones con el partido
del presidente, ha sido un mecanismo efectivo para influir, por ejemplo, en la integración de
la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Esto podría poner en riesgo el principio de sepa-
ración de poderes, creando escenarios institucionales favorables para reducir los controles
por parte del Legislativo y el Judicial hacia el Ejecutivo.
Junto con otras variables que se exploran en las páginas siguientes, estas cifras son revelado-
ras de un desencanto con la democracia como ha sido experimentada, quedando en duda si
esta desilusión es con los valores democráticos o con las expresiones políticas de los arreglos
democráticos, es decir, las actuaciones de los gobiernos emanados de elecciones democrá-
ticas. De hecho, son esta insatisfacción con la democracia y la indiferencia entre un régimen
democrático y otro que no lo es, los factores que pueden dar cuenta del viraje electoral que
se vivió en México en 2018. Como afirma Arditi (citado en Velasco, 2017), el desencanto es

15 El reactivo fue: ¿Cree usted que cuando el país enfrenta momentos muy difíciles, se justifica que el presidente del
país cierre el Congreso y gobierne sin Congreso?

302
un disparador para cambiar la democracia. Y ya los resultados de la Encuesta Nacional de
Cultura Política realizada a finales de 2014 estimaban una alta propensión al cambio en el
país ante una constatación de que las cosas no marchaban bien: 43,3 % se inclinaba en ese
entonces por cambios profundos y un 28,8 % por un cambio radical16. Y así fue.
Con una de las participaciones más elevadas en la historia reciente, el candidato de una coali-
ción electoral encabezada por el partido Morena, que por primera vez se presentó a una elec-
ción presidencial y en cuyo programa se define como una “organización política amplia, plural,
incluyente y de izquierda”, obtuvo la mayor votación –en números absolutos– de la que haya
registro en el país. En una competencia entre cuatro candidatos, Andrés Manuel López Obra-
dor se alzó con la victoria con poco más de 30 millones de votos (53, 17 % de la votación total),
superando en más de 17 millones de sufragios a quien obtuvo el segundo lugar.
Adicionalmente, Morena consiguió con su coalición la mayoría absoluta en la Cámara de
Diputados17 y se quedó a unos cuantos escaños de tenerla en el Senado de la República.
Con los partidos que se sumaron a la coalición Juntos Haremos Historia en 2018 (Partido del
Trabajo y Partido Encuentro Social) y uno más con el que fraguó una alianza de facto (Parti-
do Verde Ecologista de México), Morena tuvo mayoría calificada en la Cámara de Diputados
durante los tres primeros años del sexenio18; no en el Senado, aunque esta condición no ha
sido impedimento para avanzar reformas constitucionales de amplio impacto.
Si bien el balance del actual gobierno federal distingue avances y retrocesos, varios de los
cuales se han acentuado en plena pandemia, los altos niveles de aprobación presidencial19,
aun en medio de una crisis sanitaria y económica, contrastan significativamente con la caída
libre de este indicador en el sexenio pasado. Pese a ello, los grandes problemas que antes de
2018 explicaban el malestar social y que la alternancia democrática tampoco zanjó, siguen
allí: la pobreza, la desigualdad, la violencia y la impunidad20.
Algunas políticas han cambiado rotundamente, como es el caso de los apoyos sociales a
grupos en condiciones de vulnerabilidad, la lucha contra los privilegios y el dispendio vía la
austeridad, y el combate a la corrupción a gran escala; mientras que otras no solo se han
sostenido, sino que se han profundizado incomprensiblemente, tal es el caso de la estrategia
de seguridad en manos de las Fuerzas Armadas y de la continuación de megaproyectos de
carácter extractivista.

16 En esta encuesta la pregunta sobre la propensión a los cambios no se hizo de manera específica sobre política
o economía, sino con un carácter más estructural. El reactivo fue: Por lo que usted ha visto, ¿diría que el país está
bien como está, necesita pequeños cambios, necesita cambios profundos o requiere un cambio radical?
17 Existe una discusión al respecto pues con todo y la existencia de un límite en la sobrerrepresentación de las
fuerzas políticas en la Cámara de Diputados, Morena superó este techo registrando a candidatos propios en
partidos aliados que luego regresaron a este instituto político y recibiendo a diputados de otros partidos en sus
filas, lo que a pesar de no estar prohibido se ha criticado como una mayoría artificial.
18 Al momento de entregar este informe, estaban por celebrarse las elecciones intermedias para renovar la Cámara
de Diputados.
19 Más adelante se hace una aproximación a esta variable en específico.
20 Aziz distingue cuatro problemas importantes: “a) una clase política con niveles importantes de corrupción; b)
situación que se agrava con niveles altos de impunidad; c) por otra parte, hay una violencia que no se ha podido
bajar y que sigue golpeando a la sociedad; d) existe una muy desigual redistribución del ingreso y una condición de
pobreza que atrapa a la mitad de población en diferentes grados, regiones y necesidades.” (2020: p.23).

303
En este contexto se inserta la discusión sobre el estado de la democracia en México, así como
el desencanto alrededor de ella según los estudios de opinión mencionados previamente21.
Inevitablemente, los resultados electorales de 2018 y las decisiones del primer tercio del
gobierno federal han traído consigo una acalorada polarización política y social de la que no
está exenta este debate. Para algunos, la concentración del poder y las duras críticas que la
administración del presidente Andrés Manuel López Obrador ha lanzado hacia la oposición,
los organismos autónomos, organizaciones de la sociedad civil y medios de comunicación,
son indicadores claros de una ruta autoritaria. Para otros, el horizonte que ha perfilado el go-
bierno de la autodenominada Cuarta Transformación22 representa la oportunidad de cambiar
el sistema político en beneficio de los excluidos y los marginados, en correspondencia con la
exigencia social de transformación que subyace detrás del malestar.
Así, en la literatura reciente sobre el estado de la democracia en México es posible identificar
tres tendencias, las dos que naturalmente se desprenden de la confrontación de ideas que
acarrea la polarización, cuyo marco es el de los derechos y las libertades, y una tercera que
emerge como desafío a la democracia representativa mediante la construcción de alternati-
vas y autonomías políticas desde abajo (Alonso y Alonso, 2017; y García, Solís y Uc, 2016). En
cualquier caso, como mar de fondo de las tres vertientes aparecen en toda su complejidad
los problemas estructurales ya señalados, de cuya solución depende que el malestar crezca
o aminore.
Para Merino (2012), el periodo de 2003 –apenas unos cuantos años después del bono
democrático de la primera alternancia en el país a nivel federal– a 2012, puede ser narrado
como la crónica del desencanto democrático. El clímax de este proceso lo llegó a representar
el triunfo en 2012 del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su regreso a la presidencia
de la República luego de doce años. El retorno no fue una sorpresa, sino producto de la
desilusión con los gobiernos de la alternancia. Pero a juzgar por los indicadores de Latinoba-
rómetro y Barómetro de las Américas, dicho desencanto se agravó en los seis años siguientes
(2012-2018), de ahí que diferentes voces hayan visto en este periodo extendido un fracaso
en la construcción de una democracia de calidad en todas sus dimensiones.
Monsiváis (2018), por su parte, observa un estancamiento en el desarrollo de la democracia
mexicana entre el año 2000 y 2012 seguido de un proceso de erosión de 2012 en adelante,
atribuible a la combinación de violencia criminal, corrupción política, inseguridad pública y
fragmentación del poder; en suma, un serio descontento político por las altas expectativas
que se colocaron en la democratización del régimen.
Las expresiones son distintas, pero coinciden en denotar críticamente un proceso fallido:
espejismo democrático (Meyer, 2007), democracia vulnerada (Aziz y Alonso, 2009), de-
mocracia estancada (Aguayo, 2010), democratización frustrada (Olvera, 2010), democracia
interrumpida (Tuckman, 2013), la transición democrática como mito (Ackerman, 2015) y de-
mocracia insuficiente (Monsiváis, 2017). Un trabajo más reciente sitúa la elección de 2018
como el comienzo de un proceso de realineamiento que al canalizar el descontento acumu-

21 El análisis del desencanto obliga a pensar en términos de un encantamiento previo. Siguiendo los trazos de esta
exposición inicial, el encantamiento podría encontrarse precisamente en la narrativa de la transición democrática y
sus promesas de cambio no solo en términos políticos, sino también en términos sociales y económicos. Con todo,
es importante no perder de vista que, en perspectiva crítica, un régimen democrático supone y requiere un grado
saludable de desconfianza.
22 La idea de la Cuarta Transformación se explica en perspectiva histórica, siendo la primera la Independencia de
México (1810-1821), la segunda la Reforma (1857-1861) y la tercera la Revolución Mexicana (1910-1917).

304
lado por causa de un ciclo de desdemocratización23 que se agudizó en 2014, todavía en la
parte inicial del sexenio de Enrique Peña Nieto, abre un reacomodo político con desenlace
incierto (Aziz, 2020). Al mismo tiempo, la democracia como aspiración no deja de estar en la
línea de batalla (Córdova, Flores, Alejandre y Vázquez del Mercado, 2015; Guillén y Monsiváis,
2017; Woldenberg, 2015 y 2019; y Mirón, 2019).
Brevemente y en modo conciliatorio entre las tendencias mencionadas sobre el fenómeno
democrático, se podría decir con Monsiváis (2017) que, con todo y los retos que aún prevale-
cen en la órbita de las instituciones electorales, en México se ha consolidado una democracia
electoral, en tanto vía institucionalizada de acceso al poder que, sin embargo, es insuficiente
para apuntalar estándares de control democrático, o bien, de rendición de cuentas sobre los
resultados del gobierno. En efecto, la consolidación de la competencia electoral no es un
tema menor pues ha favorecido el pluralismo24 y tres alternancias, poniendo la democracia
a prueba (Murayama, 2019), pero palidece en comparación con los déficits en materia de
Estado de derecho y, no se diga, ante los desastrosos saldos sociales que arrastra el país.
Se podría decir que la democracia electoral en México ha sobrevivido en un ambiente hostil,
en el que los ciudadanos no tienen pleno acceso a derechos civiles y sociales básicos. Mues-
tra de ello son los más de veinte años de alternancias políticas en las que los perdedores han
seguido mal que bien las reglas del juego democrático, sin que se haya suscitado un levan-
tamiento o rebelión. No obstante, conviene señalar que la sobrevivencia de la democracia
electoral puede verse amenazada por dos factores: 1) el crimen organizado y 2) los cambios
político-institucionales que se han verificado a partir de la llegada de Andrés Manuel López
Obrador a la presidencia.
En cuanto al primero, conviene destacar el rol que tiene el crimen organizado en las elec-
ciones, particularmente, en el asesinato de políticos, candidatos a presidentes municipales
y diputados locales. De acuerdo con la organización Etellekt (2018), el proceso electoral de
2018 puede ser clasificado como el más violento desde la transición, pues de los 152 polí-
ticos que perdieron la vida en atentados, 48 eran precandidatos y candidatos a puestos de
elección25. Esto representa una amenaza seria a elementos centrales de la poliarquía, a saber,
la libertad para competir electoralmente y la existencia de instituciones que hagan depender
las políticas gubernamentales del voto (Dahl, 1963).
Por otro lado, durante la gestión de Andrés Manuel López Obrador se han evidenciado rasgos
institucionales de una erosión democrática, entre los que podemos destacar las reformas y
decisiones que han incrementado el poder de las Fuerzas Armadas en materia de seguridad
y en otros espacios de la vida pública –como se expone hacia el final de este trabajo–; la
subordinación y el control político del Legislativo por el Ejecutivo; la amenaza presupuestal
y política a organismos autónomos como el Instituto Nacional Electoral, encargado de orga-

23 Este es el término que utiliza Aziz, aunque pareciera más útil analíticamente el de erosión democrática (del
Tronco y Monsiváis, 2020), el cual alude al deterioro de los atributos del régimen político logrado.
24 Con mirada crítica autores como Aziz (2020) plantean que se trató en realidad de un pluralismo débil en el
que se pasó de un sistema de partido hegemónico a un sistema de hegemonía de partidos con problemas de
representación y desconfianza que justamente se vio desmoronado en 2018.
25 De acuerdo con el Cuarto Informe de Violencia Política en México 2021 de la consultora Etellekt, con fecha del
5 de mayo de 2021, el proceso electoral de 2021 se había convertido en el segundo más violento desde el año 2000.
A un mes de la jornada electoral del 6 de junio de 2021, esta consultora había registrado 476 hechos delictivos en
contra de políticos y candidatos, con un saldo de 443 víctimas (64 % más en comparación al mismo periodo del
proceso electoral 2017-2018), de las cuales 79 fueron mortales.

305
nizar las elecciones y el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Pro-
tección de Datos Personales, garante de estos derechos; así como ataques a los jueces del
Poder Judicial federal y a los medios de comunicación.
Regresando con Monsiváis (2019), lo que valora la ciudadanía al evaluar el desempeño de
la democracia es su experiencia respecto a sus resultados, conduciéndole a juzgar favora-
blemente o no su funcionamiento. En este sentido, el malestar con la democracia en México
que aumentó de manera importante de 2014 a 2017 obedece a tres factores clave: la per-
cepción sobre los resultados del sistema político, principalmente en materia económica y de
servicios públicos; la evaluación del desempeño político del gobierno y sus instituciones; y la
opinión pública en torno a la calidad en la aplicación de las leyes y sus procedimientos. Sin
embargo, la eficacia de un régimen político, medida en resultados concretos, no es suficiente
para mostrar satisfacción o insatisfacción con el mismo. También es de considerar el nivel de
adhesión y de percepción de que es el mejor régimen posible.
De esta forma, el apoyo a la democracia es un indicador más en abstracto, pues lo que mide
es qué tanto los ciudadanos consideran este régimen como ideal. Al respecto, Monsiváis
(2018) sostiene que los deseos críticos de una democracia liberal en México, esto es, las
expectativas de vivir en un régimen que garantiza derechos y libertades –noción sustantiva
de la democracia–, son más débiles de lo esperado. Como lo han documentado Moreno y
O´Neil (2014), la sociedad mexicana nunca ha despuntado por expresar grandes conviccio-
nes democráticas. Aun así, el bajo apoyo al régimen democrático en México responde a una
experiencia democrática incompleta y deficiente.
La desconfianza hacia las instituciones políticas, la percepción de que las elecciones
no son plenamente íntegras y la creencia de que en México existe una precaria pro-
tección de los derechos humanos están asociadas negativamente con las evaluacio-
nes críticas de la democracia, y con el deseo crítico de una democracia liberal (Mon-
siváis, 2018: p .283).

La Encuesta Nacional de Cultura Política de 2014 lo advertía de la siguiente manera:


Los mexicanos esperan que su democracia, que les provee de elecciones en las que
no creen mucho, les provea además de justicia social y de una defensa íntegra de los
derechos humanos. Si a estas expectativas se agrega la poca capacidad del gobierno
para cumplirlas, el resultado es una mezcla tóxica para las opiniones de los mexica-
nos sobre su democracia. (Córdova et al., 2015: pp. 252-253)

Con todo, de acuerdo con el análisis de los resultados de dicha encuesta, “[…] quienes más
valoran la importancia de que México sea gobernado democráticamente, consideran que la
forma en que hoy se gobierna es poco democrática” (Córdova et al. 2015: p.32), con lo que
el déficit democrático es mayor entre quienes creen que la democracia es la mejor forma
de gobierno: a mayores expectativas, mayores desencantos. El mismo ejercicio demoscó-
pico reportaba que 35,8 % de los mexicanos opinaba que la democracia sirve para elegir
gobernantes, 33,8 % para resolver injusticias de la sociedad y 20,8 % para exigirle cuentas
al gobierno.
Sin quedar desplazada su asociación con la solución de problemas sociales, estas cifras le
atribuyen un peso importante a la democracia en términos político electorales, de modo que
como lo barrunta el análisis de la Encuesta Nacional de Cultura Política: “[…] puede interpre-
tarse como un problema de demandas insatisfechas, más que uno de desencanto o desape-
go. No es el caso que los mexicanos quieran menos democracia porque están insatisfechos
con ella, sino que quieren que haya más y funcione mejor” (Córdova et al., 2015: p. 254).

306
Así, no se trata de una crisis de legitimidad sistémica en rechazo a la democracia electoral
cuanto de legitimidad funcional por el descontento hacia los gobiernos. Pero como ha que-
dado expuesto e ilustrado arriba, lo cierto es que las “[…] consecuencias de la insatisfacción
y el desencanto pueden contribuir efectivamente a la erosión silenciosa de las normas y las
instituciones democráticas” (Monsiváis, 2017: p.42).
A propósito de la disfuncionalidad democrática, en un alegato contra las fórmulas autoritarias
de ejercicio del poder, Woldenberg (2019) enumera como causas del descontento político
el estancamiento económico que se traduce en desempleo, informalidad, migración, falta de
oportunidades y deterioro de las condiciones materiales de vida; la expansión de la violencia
criminal con la amenaza a la gobernabilidad que supone; los déficits en el Estado de derecho,
entre ellos la corrupción, la impunidad y las violaciones a los derechos humanos26; la escisión
del país por la coexistencia de altos niveles de pobreza y concentración de la riqueza; y la
crónica desigualdad que con tintes de exclusión y discriminación impide la cohesión social27.
Ante tal repertorio, aboga por una agenda social que permita pasar de democracias frágiles a
democracias sostenibles, sin que esto implique liquidar lo que se ha conseguido. O, dicho de otra
manera, protegiendo lo construido, toda vez que por sí mismo, el malestar “[…] suele, en su re-
chazo a lo existente, mezclar prácticas, valores, normas e instituciones que vale la pena preservar,
y si se quiere reformar, con otras que deberíamos intentar desterrar.” (Woldenberg, 2019: p.129)
Pérez (2017) coincide en que la cohesión social es un factor clave para la democracia, sin el
cual el proceso democrático puede terminar por desencantar aún más a la ciudadanía y que
esta, a falta de proyectos políticos incluyentes, busque salidas por la vía de las movilizaciones.
En un país en el que el 10 % de la población más rica posee el 64 % de la riqueza nacional
y el número de millonarios creció entre 2007 y 2012 en 32 % (Esquivel, 2015), se vuelve ur-
gente la “[…] necesidad de recomponer la representación política de lo social en los órganos
de poder y con ello intentar (re)construir la necesaria cohesión social” (Pérez, 2017: p.51).28
Así, de acuerdo con Torres-Ruiz (2018), son claramente sintomáticos los movimientos socia-
les que se han presentado en México en las últimas dos décadas, por ejemplo, el Movimiento
por la Paz con Justicia y Dignidad, la irrupción juvenil bajo el hashtag #YoSoy132 y las mo-
vilizaciones en torno a la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de
Ayotzinapa, así como la emergencia de colectivos de víctimas de la violencia y familiares que
buscan a sus desaparecidos. Estas expresiones han sido actores importantes de transforma-
ción lenta y gradual de la comunidad política y son muestra del mal funcionamiento de las
democracias representativas, así como del distanciamiento de los partidos políticos de su
base social. Este tipo de acción colectiva es una clara llamada de atención sobre las fallas
de la democracia liberal, “[…] que cada vez hace más patente su incapacidad, insolvencia
y desinterés para resolver problemas y demandas sociales propios de nuestro tiempo” (To-
rres-Ruiz, 2018: p.195); de ahí el desapego, la desafección y la indiferencia.

26 De acuerdo con el informe 2020 de Human Rights Watch, México enfrenta una grave crisis de derechos
humanos que se compone de un ineficaz sistema de justicia penal, abusos militares e impunidad, tortura,
desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, ataques contra periodistas, defensores de derechos humanos
y migrantes. Ver: https://www.hrw.org/es/world-report/2020/country-chapters/336494#8c4080
27 Si bien este menú linda con la caracterización de lo que Rotberg (2003) llama Estado fallido, este concepto se
ve superado ante realidades en las que la fragilidad del Estado es resultado de acciones deliberadas de retracción o
complicidad, o bien, por fenómenos de captura que llegan a vaciar de contenido a la democracia electoral.
28 Los paréntesis son propios. La palabra original es reconstruir, pero queda en duda si alguna vez ha habido una
cohesión social consistente en México.

307
Con su crítica a la democracia de cuño liberal, Alonso y Alonso (2015) plantean que esta
democracia de los de arriba se limita a una serie de rituales y procedimientos en los que el
pueblo (el demos) es el gran ausente. Por ello es que ciertos movimientos desde abajo, bajo
la categoría de “demoeleuthería”29, no piensan más en términos de la corrección de las fallas
de la democracia liberal, sino de alternativas de organización política y social.
Hecho este encuadre, las páginas siguientes de este informe están dedicadas a analizar al-
gunas de las variables que alcanzan a explicar el desencanto alrededor de la democracia
–que como ha quedado explicado, no es tanto con la democracia misma como con su
realización–, así como algunas de sus principales amenazas. En primer lugar, hacemos una
aproximación a la dimensión electoral en México y una caracterización de la situación actual
de la presidencia, acompañada de un apunte sobre el personalismo político a través del uso
de las redes sociodigitales. En segundo lugar, presentamos variables que a juicio del equipo
redactor de este informe se encuentran detrás del desencanto reportado en las encuestas
de opinión pública ya mencionadas y reflejado, como se ha dicho, en los resultados electo-
rales de 2018. Finalmente, concluimos con un acercamiento a los procesos de militarización
y militarismo, mismos que, sumados a los problemas estructurales que han desembocado en
la insatisfacción con la democracia mexicana, amenazan su futuro.

LAS ELECCIONES, LA VÍA


América Latina ha vivido en los últimos cuatro años diversos procesos de democratización
por la vía electoral, con avances y retrocesos, con problemas y con aciertos. Ciertamente,
dichos procesos no han sido exitosos en todos los países, ni han representado puertos de
llegada y, por el contrario, han sido limitados en varios casos. Los cambios en los gobiernos y
en las representaciones políticas no han llevado, de manera amplia, a cambios profundos en
las estructuras de poder nacionales y, en los casos en que esto ha sucedido, las reacciones
de los grupos locales (oligarquías) han sido de abierta confrontación.
En este contexto, la presencia de la población en las elecciones ha sido importante, así como
los cambios que se han presentado y han afectado tanto a los sistemas de gobierno, como
a los sistemas electorales y sus sistemas de partidos. Para Nohlen (2012), los sistemas elec-
torales “[…] determinan las reglas a través de las cuales los electores pueden expresar sus
preferencias políticas y mediante las cuales es posible convertir los votos en escaños parla-
mentarios o en cargos de gobierno” (p.3). Aunque también, señala el mismo autor, en algunos
casos “[…] se expande exageradamente el concepto hasta abarcar todo lo relacionado con el
proceso electoral, partiendo del derecho al sufragio, pasando por la administración electoral
hasta llegar al contencioso electoral” (p.3). Sartori (1999), por su parte, define a los sistemas
de partidos como:
[…] el espacio de competencia con reglas legítimas entre los partidos políticos, orien-
tado hacia la obtención y el ejercicio del poder político. El sistema de partidos funcio-
na como una cámara de compensación de intereses y proyectos políticos que permite
y norma la competencia, haciendo posible el ejercicio legítimo del gobierno. (p.158)

29 En contraposición con el concepto de democracia, con el que el demos queda bajo dominación, el término
demoeleuthería hace alusión a la libertad (eleuthería) de los de abajo, forjadora de autonomía.

308
Entre 2017 y 2019, se llevaron a cabo elecciones presidenciales en catorce países de Latinoa-
mérica. La vida electoral en la región, además de intensa, ha sido permanente. De las catorce
elecciones realizadas, solo tres países tuvieron una participación electoral menor a 50 %, once
países por arriba del 50 % y siete países tuvieron participaciones por arriba del 63 %. El pro-
medio es de 64,1 % de participación que es, sin duda alguna, alto. Esta situación muestra la
importancia que tienen, para la democracia, los procesos electorales en nuestra región conti-
nental y en el mundo. Al respecto dice Woldenberg: “[…] si bien las elecciones no son sinónimo
de democracia, lo cierto es que sin ellas resulta imposible hablar de democracia” (2017: p.1).
México transitó de un régimen caracterizado por la presencia hegemónica de un partido, a
uno en donde la pluralidad político-ideológica se convirtió en la norma. De una elección en
la que un partido obtuvo el 91,1 % de la votación en la elección presidencial de 1976, pasa-
mos a una elección, la de 2018, con una participación de nueve partidos políticos –en tres
alianzas de tres– y un partido triunfador con el 44,5 %30. Esto muestra que el proceso de
democratización permitió, en cuarenta años, abrir el sistema de partidos, haciéndolo más
plural y convirtiendo las elecciones y su entramado institucional, en el eje del proceso.
A propósito, Merino señala que:
[…] en lugar de ser una transición pactada, la mexicana ha sido, por llamarla de algu-
na manera, una transición votada; además, no ha habido –como sí lo hubo en otros
casos– una ruptura con el régimen anterior, por el contrario, el nuestro ha sido un
cambio basado en la apertura gradual y continua, no en el rompimiento; por último,
en vez de una transformación de las reglas del juego, lo que hemos presenciado ha
sido la recuperación de instituciones más que el diseño de nuevas. (2003: p.64)

Este argumento es central en el análisis del proceso de democratización mexicano, el cual


se centró en importantes reformas electorales, iniciadas en 1977, con la reforma política de
Reyes Heroles, hasta la reforma electoral de 2014, que es la que rige en este momento.
De un sistema electoral cerrado y controlado totalmente por el gobierno31, se transitó a uno
en el que la autoridad electoral administrativa, el Instituto Nacional Electoral –INE– y el Tri-
bunal Electoral del Poder Judicial de la Federación –TEPJF–, gozan de autonomía y son las
autoridades máximas en los procesos electorales.
Llegar a este arreglo institucional implicó largos debates y confrontaciones políticas y elec-
torales, además de diversas elecciones señaladas como fraudulentas. Pero hoy, aun con los
retos que les acompañan, la normatividad constitucional y electoral permite la participación
de candidatos independientes, la reelección en algunos cargos, la equidad de género, así
como la presencia de mecanismos de fiscalización a los actores electorales.
Bajo esta normatividad y con la larga evolución presentada, las instituciones y los procesos
electorales han adquirido, no sin críticas, un estatuto de legitimidad que, aunque periódica-
mente es descalificado, no ha afectado ni la participación electoral ni la importancia que se
le otorga a los procesos electorales, a pesar de la mala calificación a los partidos políticos.
Mientras que la confianza en los partidos políticos es muy baja: 11 % según el informe 2018
de Latinobarómetro, la confianza en las elecciones mejoró después del proceso electoral de
2018. De acuerdo con el Proyecto Comparativo de Elecciones Nacionales (CNEP) de la Uni-

30 Aunque participó en alianza con otros dos partidos y obtuvo el 53,2 % de la votación nacional (INE, 2018).
31 Desde la reforma electoral de 1946, existían las Comisiones Electorales (federal y estatales), que eran presididas
por el titular de la Secretaría de Gobernación correspondiente, en las que el PRI tenía la mayoría absoluta de votos.

309
versidad Estatal de Ohio, el 60 % de los entrevistados señaló que los resultados sí son plena-
mente confiables, mientras que 36 %, dijo que no lo son. Como parámetro comparativo, se
puede tomar la elección precedente (2012), en la que la confianza en los resultados fue del
46 % y la desconfianza del 50 %.
Estos no son datos menores y sirven para establecer que las elecciones tienen en este mo-
mento un nivel importante de confianza, aunque no así los actores de la política.
México ha mejorado de manera importante su legislación e instituciones electorales. La úl-
tima designación de consejeros electorales del INE realizada en 2020 fue aplaudida por
muchos sectores y considerada transparente y con control ciudadano.
Así, pese a sus hondas contradicciones, el tránsito de México hacia la democracia ha sido y conti-
núa siendo por la vía de las elecciones. Se puede señalar que, con base en esta condición, el pro-
blema del desencanto democrático descansa en los gobiernos y no en las elecciones como tales.
Como se resaltó al inicio, en México es la democracia electoral la que aun con sus limita-
ciones y retos, se ha consolidado como una ruta institucionalizada para acceder al poder,
permitiendo en las últimas dos décadas tres alternancias políticas en la presidencia, la última
de ellas con una fuerte legitimidad de origen cuya situación será abordada a continuación.

LA SITUACIÓN DE LA PRESIDENCIA, PERSONALISMO


POLÍTICO Y EL USO DE NUEVAS TECNOLOGÍAS
Para analizar la situación de la presidencia en México es importante tener en consideración
las características del presidencialismo, tan centrado en la figura del titular del Ejecutivo que
se ha hablado de un hiperpresidencialismo. Incluso cuando se fue otorgando más peso a
los poderes Legislativo y Judicial, la atención se siguió focalizando en la presidencia. Esto no
significa que no exista una fuerte institucionalidad, que ha sido una pieza clave para garanti-
zar un alto nivel de estabilidad en el país, con ausencia de crisis presidenciales. No obstante,
en términos de percepción, el titular del Ejecutivo sigue siendo la figura central de la política
mexicana, en la que se afincan todas las expectativas y a la que se dirigen las demandas ciu-
dadanas. Esto da una gran visibilidad a los presidentes, pero también en ocasiones los deja
muy expuestos ante la opinión pública.
En ese sentido, hay que entender el contexto en el que llegó al poder Andrés Manuel López
Obrador, marcado por las violencias, las enormes desigualdades, las violaciones a los dere-
chos humanos y la corrupción, como se señala en este reporte. El hartazgo de la sociedad era
evidente, la desconfianza hacia la clase política daba cuenta de la brecha entre gobernantes
y ciudadanía, como quedó expuesto en los índices de popularidad cada vez más bajos del
presidente Enrique Peña Nieto (2012-2018) a medida que avanzaba su sexenio. México se
encontraba en una profunda crisis de legitimidad de las instituciones (Ochoa, 2017), lo cual
se veía reflejado en los bajos niveles de credibilidad que presentaban instituciones como la
presidencia de la República en el sexenio 2012-2018, además de la asociación entre institu-
ciones públicas y corrupción por parte de la ciudadanía. Ante ello, la llegada de Andrés Ma-
nuel López Obrador generó altísimas expectativas, sobre todo porque arribó con un discurso
alternativo y de ruptura con respecto a lo que había sido el ejercicio del poder en las últimas
décadas. Así, mientras Enrique Peña Nieto terminó el mandato con una tasa de aprobación
del 20 %, Andrés Manuel López Obrador se asomaba a la presidencia con un índice de apro-
bación del 56 % como presidente electo (GEA, 20 de septiembre de 2018).

310
A partir de ese momento, y a pesar de lo controversial que resulta su forma de gobernar o del
impacto negativo que tuvo la crisis de la pandemia, Andrés Manuel López Obrador cuenta
con índices de popularidad relativamente altos, tal y como se muestra en el gráfico 132.

GRÁFICO 1: Comparativo de aprobación presidencial (diciembre 2018-marzo 2021)

Fuente: GEA-ISA (17 de septiembre de 2020 y marzo 2021),


Parametría (2020) y Consulta Mitofsky (3 de mayo de 2021).

Como se puede observar, a pesar de la caída en marzo de 2020, un porcentaje alto de la


población aprueba la labor realizada por el presidente. Además, de acuerdo con el periódico
El Financiero, los atributos personales más valorados son la honestidad –con un 54 % de
opiniones favorables– y el del liderazgo –con un 51 % de aprobación– (El Financiero, 2 de
noviembre de 2020).
Pero no es posible analizar la percepción de su gobierno sin considerar la forma de gobernar
de Andrés Manuel López Obrador, la cual ha sido abordada desde diversas perspectivas, en-
tre ellas el populismo. Aun cuando no existe un consenso claro sobre este concepto, autores
como Mudden y Rovira (2017) plantean que existen ciertos elementos en común que pueden
servir de guía para analizar este fenómeno, por ejemplo, la creación de un discurso de anta-
gonismos, en el que hay un pueblo “bueno” que es visto como honesto y la representación
de la esencia de la nación, frente a una elite corrupta que se erige como un enemigo de los
intereses del pueblo (Panizza, 2005).

32 Para la realización de esta figura se tomaron los resultados de tres encuestas diferentes, con el fin de observar las
diferencias entre unas y otras: GEA-ISA (17 de septiembre de 2020), Parametría (2020) y Consulta Mitofsky (2 de
noviembre de 2020). En el caso de Parametría, la última medición no corresponde a septiembre de 2020, sino que es
de agosto de 2020; y en el caso de Mitofsky, las primeras mediciones son de noviembre de 2018 y abril de 2019.

311
Desde esta visión, los líderes políticos tienden a tener una relación ambigua con la demo-
cracia, por cuanto asumen que todos los individuos que componen al pueblo terminan ha-
ciendo parte de un cuerpo homogéneo, bajo la categoría por ejemplo del “pueblo bueno”,
planteando ciertos retos frente a grupos minoritarios.
Ante este escenario, una de las principales estrategias de comunicación del presidente de
México reposa en las ruedas de prensa diarias, llamadas “mañaneras”, que han terminado
siendo la principal, y casi única, estrategia de comunicación del gobierno federal (Sánchez,
2020). Se destaca que el rumbo de las medidas que en materia de comunicación ha tomado
el gobierno ha terminado por fortalecer la figura del presidente (Olvera, 2020). Muestra de lo
anterior son los comunicados y las actuaciones del presidente que se muestran en la página
oficial del mandatario, y no en la página oficial de la presidencia de México.
Vinculado a las conferencias mañaneras, un fenómeno que se ha agudizado en el país es
la polarización social y política con altos niveles de confrontación. Tanto desde el gobierno
como desde la oposición se ha propiciado un discurso maniqueo entre el “nosotros” y el
“ellos”. Se han achicado cada vez más los espacios de encuentro y el nivel de violencia laten-
te ha ido en aumento. La sociedad ha quedado fracturada entre buenos y malos, haciendo
que el adversario en realidad se constituya en un enemigo al que hay que eliminar. Si bien
Mouffe establece que la distinción nosotros/ellos debe ser compatible con el pluralismo para
que podamos hablar de una política democrática (2016), en México se han ido cerrando las
puertas a esta posibilidad, porque cada vez hay menos disposición a aceptar la diferencia,
poniendo en riesgo la convivencia democrática.
En este sentido es posible interpretar el surgimiento de movimientos como el Frente Nacio-
nal Anti-AMLO (Frena) que ha declarado abiertamente que su objetivo es lograr la dimisión
del presidente Andrés Manuel López Obrador a través de una estrategia de presión social,
movilización en medios y mecanismos jurídicos33. A diferencia de otras formas de oposición
al gobierno que también han surgido en los últimos meses, como la iniciativa Sí por México
–que en la búsqueda de una alternativa al gobierno se autodefine como “[…] una organiza-
ción de mexicanas y mexicanos comprometidos, que desde nuestras trincheras ciudadanas
queremos sumar fuerzas a favor del crecimiento de nuestro país”34, y más que buscar quitar
al actual presidente, aspiran a construir una alternativa hacia futuro–, o incluso la Alianza
Federalista –conformada por un grupo de gobernadores que se aliaron para presionar al
gobierno federal frente a todos los retos derivados de la situación económica y de los efectos
de la pandemia del SARS-CoV-2–, Frena se trata de una propuesta abiertamente rupturista
y confrontadora. En realidad, sus integrantes proponen bastante poco, más bien se recrean
en despedazar al enemigo –que es el presidente, acusado de chavista y de comunista, entre
otros epítetos–, buscando enardecer a las masas para mantener un clima de polarización
y provocación. Aunque se dicen defensores de la democracia, su objetivo fundamental se
basa en violar el propio Estado de derecho, al proponer una dimisión del presidente que no
está contemplada en el marco constitucional35.

33 Para más información sobre la manera en que Frena plantea su lucha puede encontrarse en la página web del
movimiento: https://frena.com.mx/frenalo/
34 Información extraída de la página de Facebook de la iniciativa Sí por México: https://www.facebook.com/
SiPorMx/
35 Un análisis aparte, que se sale del objetivo de este trabajo, debiera hacerse de la alianza electoral “Va Por
México”, en la que los partidos PRI, PAN y PRD hicieron un frente común para contender en las elecciones
intermedias de 2021.

312
En este escenario, un factor nuevo que ha entrado en el juego han sido las nuevas formas de
comunicación a través de las redes sociales, que han generado nuevas formas de vincular a
la ciudadanía con la clase gobernante. Estudios realizados a través de algoritmos (Ruppert,
2018), plantean que, para el caso de las elecciones de 2017 en México, irrumpió con fuerza
el uso de bots36. De un millón de cuentas analizadas, el 53 % correspondía a cuentas au-
tomatizadas esgrimidas por todas las campañas políticas para posicionar a su candidato y
atacar a sus rivales, de modo que se crean mayores esfuerzos por manejar la agenda pública
en estos espacios virtuales. Esto da cuenta de cómo el escenario de discusión política se ha
desplazado, por lo menos en parte, hacia las redes sociales digitales y otros sitios de internet
(Muñoz, 2015), espacio propicio para el personalismo político.
También se debe mencionar, que aun cuando el gobierno federal de México tuvo una dismi-
nución real de sus gastos en publicidad, se han creado redes de usuarios, al parecer bots, que
lanzan fuertes campañas de ataque a medios de comunicación o personas que se muestran
críticos con el gobierno (Signa Lab, 2019). En este sentido, al hacer un análisis de los tuits
se demuestra una constante expresión de repudio contra los críticos del gobierno, lo que
alimenta una visión de que el presidente está siendo injustamente atacado (Signa Lab, 2019).
Uno de los grandes efectos de estas prácticas es que se avanza hacia la construcción de una
matriz amigo-enemigo en las redes sociales, en la que se tiende a desprestigiar a cualquier
voz que disienta del gobierno y, con ello, desincentivar la participación democrática, por
temor a ser blanco de ataques en el espacio público digital. Además, la existencia de este
tipo de arreglos tecnológicos que funcionan alejados del gobierno, permite que se puedan
deslindar de la responsabilidad de los ataques que se lanzan contra los opositores a la par
que se aprovecha de ellos para posicionar su agenda (Signa Lab, 2019).
La polarización existe también fuera de las redes, apreciándose que todo lo que está en el
lado contrario suele deslegitimarse, sin escucharse los argumentos o sin verificar la veracidad
de la información, creando grandes retos para la democracia.
Es importante estar alerta ante este tipo de comportamientos, puesto que socavan la convi-
vencia democrática y, como subraya Mouffe: “[…] la democracia sólo puede existir cuando
ningún agente social está en condiciones de aparecer como dueño del fundamento de la
sociedad y representante de la totalidad” (2016: p.19). Hoy en día, nos encontramos lejos de
este ideal de democracia.

LA DESIGUALDAD COMO OBSTÁCULO


Con Castells se entiende inicialmente la desigualdad como “[…] la apropiación desigual, en
términos relativos de la riqueza (renta y activos) por parte de individuos y grupos sociales
diferentes” (1991: p.61). Esta definición hace referencia a una grave disparidad, la económica,
que sin duda se encuentra en la base de problemas sociales diversos pero que no agota las
diversas desigualdades existentes en el México contemporáneo.
La Cepal (2016), por su parte, en una noción más amplia, reconoce la importancia de en-
fatizar la desigualdad de medios económicos, pero hace dos observaciones importantes:
primero considera a la igualdad en la perspectiva de “[…] la plena titularidad de los derechos
económicos, sociales y culturales como horizonte normativo y práctico para todas las per-

36 En referencia a los robots, los bots son cuentas automatizadas en las redes sociodigitales que repiten y publican mensajes para incrementar
la conversación sobre un tema, simulando el comportamiento humano.

313
sonas” (p.17), y agrega que como parte del enfoque de derechos se encuentra la ciudadanía
social, es decir, “[…] la inclusión de todos los ciudadanos y ciudadanas en la dinámica del
desarrollo, lo que implica una efectiva pertenencia a la sociedad (p.17).
La segunda observación sobre la desigualdad se refiere a la complejidad existente entre
las distintas vulnerabilidades, privación de derechos y exclusiones sociales, pues si bien es
cierto que subyace una clara influencia de la estructura productiva, la desborda. De hecho,
“[…] se extiende a los ámbitos laboral y social y se entrelaza con las relaciones de género, las
relaciones étnicas y raciales y las relaciones a lo largo del ciclo de vida” (Cepal, 2016: p.18),
y también “[…] llega incluso a definir, en gran medida, el patrón de desarrollo territorial (p.18).
Un análisis adecuado de este problema pasa por considerar a la desigualdad como apropiación
dispar, lo que conduce a observarla en su dimensión relacional: hay sectores, actores, grupos
y territorios beneficiados con la desigualdad y los hay perjudicados. No se trata solamente de
establecer acciones que impulsen el mejoramiento de las condiciones de vida de la población
más afectada, sino de observar detenidamente los factores que la provocan. Ahí se encontrarán
las razones estructurales (posesión de activos, propiedad, oportunidades, vínculos) que impiden
la igualdad de derechos, necesaria no solo por razones éticas o normativas, sino como variable
explicativa de la ineficiencia y crisis económica y social propia del desarrollo inequitativo.
Las manifestaciones de la desigualdad se expresan de manera diversa –salud, educación,
vivienda, trabajo digno, violencias, entre otras– y obedecen todas ellas a factores multidi-
mensionales que afectan también de manera diferenciada a distintos grupos poblacionales.
Estos fenómenos obedecen a una combinación particular y, por tanto, las estrategias de su
erradicación deben formularse en coherencia con esta particular articulación.
Uno de los casos más graves y emblemáticos de las desigualdades es el relacionado con el
género, sin desconocer los avances relativos que ha tenido la condición de las mujeres, “[…]
no existe prácticamente ninguna dimensión relevante del proceso de desarrollo en que no se
manifieste la problemática del género” (Cepal, 2016: p.19). Y agrega: “[…] las diversas formas
de desigualdad que afectan a las mujeres no constituyen un mero capítulo de la agenda de
desarrollo, sino uno de los puntos neurálgicos […] a partir de los cuales resulta decisivo tra-
bajar para apuntalar un verdadero proceso de desarrollo con igualdad” (p.19).
En México existe abundante información que documenta las distintas esferas de la desigual-
dad. Se muestran aquí solamente algunos datos al respecto.
Con respecto a la desigualdad de ingresos, “[…] al 1 % más rico le corresponde un 21 % de los
ingresos totales de la nación. […] el 10 % más rico de México concentra el 64,4 % de toda la
riqueza del país” (Esquivel, 2015).
Desde la óptica de la desigualdad se deben leer los datos del Consejo Nacional de Evalua-
ción de la Política del Desarrollo Social (Coneval), órgano que, facultado por la Ley General
de Desarrollo Social, tiene la misión de medir la pobreza en el país mediante un método mul-
tidimensional (Coneval, 2019):
»»El número de personas en situación de pobreza pasó de 49.5 a 52.4 millones de
personas entre 2008-2018.
»»El número de personas en situación de pobreza extrema pasó de 12.3 a 9.3 millones
de personas entre 2008 y 2018.
»»Si bien en estos diez años se ha reducido la brecha de pobreza entre las zonas ru-
rales y urbanas, la pobreza en 2018 en zonas rurales aún sigue siendo mayor: 55,3 %
comparado con 37,6 % en las zonas urbanas.

314
»»Solo el 18,7 % de la población se encuentra en una situación no pobre y no vulnera-
ble. Esto significa que el 82,3 % no tiene satisfechos sus derechos sociales.
En cuanto a indicadores de carencia social, se tienen las siguientes cifras (en millones de
personas): rezago educativo: 21.1; por acceso a los servicios de salud: 20.2; seguridad social:
71.7; calidad y espacios de la vivienda: 13.6; acceso a los servicios básicos de vivienda: 24.7;
por acceso a la alimentación: 25.5. Para la población hablante de lengua indígena en situa-
ción de pobreza, el porcentaje pasó de 76 % a 74,9 % entre 2008 y 2018. El porcentaje de
la población no hablante de lengua indígena en situación de pobreza pasó de 41,4 % a 39,4
% entre 2008 y 2018 (Coneval, 2019).
Los mismos reportes señalan que la desigualdad se asienta con mayor incidencia en la zona
rural, en la población indígena, con discapacidades y tiene un claro sesgo de género. Y los
cruces entre estas esferas llevan a la ahora llamada interseccionalidad, es decir, ser mujer,
discapacitada e indígena –sinónimo de pobreza– se encuentra en una situación severa de
mayor riesgo.
La desigualdad de género también se ha polarizado en los llamados cuidados en el hogar,
pues han aumentado las brechas en el trabajo doméstico no remunerado para el propio
hogar, en el trabajo no remunerado de cuidados a integrantes del hogar y en el trabajo no
remunerado como apoyo a otros hogares y al trabajo voluntario (INEGI, 2020). Esta situación
impide de manera severa la incorporación de las mujeres a la vida pública.
Los amplios sectores de la población en condición de pobreza y vulnerabilidad hacen que los
avances expresados en algunos de los indicadores de desigualdad se consideren insuficien-
tes de cara a una sociedad democrática, que requiere de ciudadanas y ciudadanos plenos
en sus capacidades y posibilidades de intervenir con solvencia en los asuntos públicos. La
disminución y erradicación de las brechas de desigualdad resulta urgente para avanzar hacia
una sociedad que observe a la democracia con frutos concretos en sus condiciones de vida.

PERCEPCIÓN DE LA CORRUPCIÓN
La corrupción en México representa uno de los males más extendidos y lacerantes para la
sociedad. Más allá de la notable dificultad para definirlo, debido en gran medida a la diver-
sidad de prácticas y variables que puede contener, existe una percepción de la corrupción
que suele relacionarse con el uso de recursos económicos (públicos) y, por lo tanto, con el
desempeño de un gobierno en términos de su manejo. Sin embargo, existen dimensiones
de la corrupción, igualmente dañinas, que no entran fácilmente en esta categoría –como
el tráfico de influencias, el nepotismo o la falta de integridad/ética–, ya que se basan en el
uso de una posición –redes y capitales simbólicos o políticos– para generar diferentes tipos
de beneficios. Debido a ello, Transparencia Internacional ha propuesto una definición de la
corrupción que asume una posición más general: el uso del poder público para beneficios
privados (2009: p.14).
Siguiendo el argumento, es necesario plantear un análisis de la corrupción que articule tanto
sus extensiones monetarias como las sociales y políticas. En este sentido, Drapalova (2019)
menciona que la corrupción puede llegar a ser tan amplia, multidimensional y profunda que
puede impedir a los ciudadanos del disfrute pleno de sus derechos. Esto genera una cre-
ciente desconfianza hacia las instituciones y una reacción abstencionista en términos elec-
torales que cimbran los cimientos de las democracias establecidas. Así, encuentra que el
deterioro de la democracia, o el desencanto hacia ella, está relacionado con el crecimiento

315
de la corrupción y lo que esto genera, en términos de percepciones, acerca del mal funcio-
namiento de los gobiernos. En esta tesitura, la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gu-
bernamental (ENCIG) elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI),
revela una disminución en la frecuencia percibida de actos de corrupción entre 2017 y 2019.
No obstante, es difícil obviar el enorme porcentaje de encuestados que la advierten y más
cuando la reportan como una vivencia habitual con diversas caras:

TABLA 1: Porcentaje de personas que consideran que los actos de corrupción


son frecuentes o muy frecuentes en México

Fuente: elaboración propia con datos de la ENCIG del INEGI.

TABLA 2: Problemas que más preocupan a los mexicanos

Fuente: elaboración propia con datos de la ENCIG del INEGI.

Para complementar y/o contrastar lo anterior, el Barómetro Global de la Corrupción (BGC)


construido por Transparencia Internacional,37 revela que en México el 61 % de los encuesta-
dos en 2019, consideró adecuadas las estrategias anticorrupción. Esto significa una mejora
muy importante si se reconoce que, en el año 2017, solo el 24 % respondió positivamente.
Lo dicho también se relaciona con que en 2019 solo el 44 % dijo que la corrupción había
aumentado, mientras que en 2017 fue el 61 % (Pring, 2017). Con todo, es necesario decir
que estas percepciones pudieron estar sujetas a la reciente coyuntura electoral, ya que el
levantamiento de la información se realizó durante febrero y marzo del 2019, es decir, a po-
cas semanas de que la administración federal de Andrés Manuel López Obrador entrara en
funciones.38 Esta hipótesis podría parecer paradigmática si se toma en cuenta que los entre-
vistados expresaron que uno de los cargos públicos mayormente envuelto en corruptelas es
la silla presidencial. Para el 2017, 51 % de ellos lo creía, mientras que en el 2019 el porcentaje

37 Basado en un conjunto de datos de opinión pública para mostrar cómo la corrupción no es solo un flagelo que
entorpece el crecimiento económico y la prestación adecuada de servicios públicos, sino también una variable que
se vincula a la sistemática violación de derechos y a la falta de integridad pública (Pring y Vrushi, 2019).
38 Un proyecto político acompañado de un discurso –con su correspondiente creación de expectativas– que en
campaña prometía una lucha frontal contra la corrupción como principal agenda gubernamental y que ha hecho de
esta cruzada una agenda prioritaria.

316
subió a 63 %. Una posible interpretación es que tal alza responde a las apreciaciones dejadas
por el sexenio finalizado en 2018,39 la cual parece reforzada por los datos de la ENCIG que,
levantados entre noviembre y diciembre de 2019, exhiben un aumento considerable en la
confianza depositada en el gobierno federal40 y no así en otras instancias:

TABLA 3: Niveles de percepción de confianza de la sociedad

Fuente: elaboración propia con datos de la ENCIG del INEGI.

Ahora bien, más allá del entorno que refiere a la actual presidencia de la República, el BGC
de 2019 muestra la continuidad de prácticas que son ampliamente vinculadas a la corrup-
ción por parte de la población. En concreto, los encuestados reflejaron el arraigo y la sis-
tematicidad de los sobornos y la compra de votos. En el primer caso, 20 % de los respon-
dientes reconoció haber pagado algún soborno por servicios públicos. En este sentido, el
conjunto total señala a la policía como la institución que más lo solicita, ya que el 52 % de los
entrevistados así lo consideró; un valor muy por encima de la media establecida en el índice
general de soborno (34 %) para ese mismo año.
Además, se señala un notable aumento en dicha percepción, en tanto que para 2017 solo
lo afirmó así el 30 % (dentro de un índice general de soborno del 51 %). Lo anterior deriva
también en que la policía sea vista como la organización más corrupta del país con un 69 %
en 2019 y la segunda en 2017 con 63 %, solo un punto porcentual por debajo de los em-
pleados públicos locales; datos que plantean un paralelismo con la ENCIG toda vez que la
policía es una de las organizaciones que genera menos confianza (ver tabla 3). Para brindar
mayor relevancia a tales resultados y visualizar su conexión con el desencanto democrático,
Blake y Martin (2006) señalan que las actitudes hacia la corrupción y hacia las instituciones
del Estado se encuentran permeadas por la probabilidad percibida de que los gobiernos
hagan cumplir la ley. Por ello, la hipótesis que sostienen es que la creencia depositada y la
honestidad observada en los diferentes agentes gubernamentales tiene mucho que ver con
las apreciaciones existentes sobre el primer mecanismo, el más cercano, de observancia de
la misma: la policía. De esta manera, estiman que, a una mayor percepción de corrupción
en dicha institución, le corresponde un aumento en la desconfianza y en el desencanto
hacia la democracia.

39 Esto porque el expresidente Enrique Peña Nieto y su administración concluyeron con diversas acusaciones de
corrupción y con un déficit de legitimidad que, sin duda, se relacionan con los resultados electorales adversos.
40 Considerando que, en términos de personalización de la política, la presidencia carga una parte importante de
las percepciones sobre el gobierno federal.

317
Finalmente, sobre la compra de votos, el BGC no presenta punto de comparación con el año
2017. Sin embargo, es importante mencionar el peso ganado por esta variable en el informe
de 2019 debido a que, en el caso de México, el 50 % de los entrevistados señaló haber re-
cibido un soborno a cambio de su voto. Igualmente, el 25 % se dijo víctima de amenazas en
caso de no votar de una determinada manera. A partir de esto, el mencionado informe señala
que, más allá de la dimensión económica, este fenómeno implica una falta de integridad de
aquellos que ofrecen el soborno, pero también una práctica estructural y naturalizada que
deja abierta la puerta al abuso, a la desconfianza hacia las instituciones y hacia las bases
representativas del modelo democrático.

ENCLAVES AUTORITARIOS SUBNACIONALES


Inicialmente la teoría democrática suponía que si un régimen nacional era democrático, los
niveles subnacionales también debían serlo; no obstante, autores como Gibson (2007) y
Behrend (2012), así como las experiencias de América Latina –generalmente federalistas–
y los países excomunistas desafían dicha suposición. Las transiciones hacia la democracia
de las últimas tres décadas han merecido atención politológica con respecto a lo que ha
supuesto en los niveles nacionales, pero no se ha puesto mucha atención a lo que a la par
ha permanecido a nivel local, con la persistencia de autoritarismos subnacionales o por lo
menos sistemas no democráticos en las provincias o estados, creando una paradoja de yu-
xtaposición de regímenes. Las agendas de las autocracias locales estarían enfocadas en mi-
nimizar y eludir las presiones democratizadoras nacionales a partir de lo que Gibson (2006)
denomina “estrategias locales de control político” (p. 217). El control político sería un control
de fronteras del territorio local en el que las elites políticas buscarían evitar la nacionalización
de los conflictos locales, construir alianzas con otros actores nacionales y, particularmente,
sobrerrepresentar a su provincia o territorio en las cámaras legislativas nacionales.
De esta manera, se entiende por enclaves autoritarios subnacionales a los regímenes políticos
locales en donde el Ejecutivo estatal tiene el control político de su territorio, sea a través de
mecanismos legales o mediante el uso de la coacción o coerción, sin que el uso de estas me-
diaciones –salvo raras excepciones– le suponga un costo político. El cambio político a nivel
nacional –la alternancia en la presidencia en el año 2000– no habría supuesto un efecto do-
minó a nivel subnacional. Todo lo contrario, las elites políticas locales habrían de experimentar
distintas alternancias partidistas a través de un reciclaje de la propia clase política en diferentes
partidos y con una marcada persistencia en el poder concentrado en el gobernador de turno.
“A medida que el gobierno federal pierde sus funciones, los gobernadores aumentan las suyas
sobre la maquinaria partidaria local, sobre la selección de candidatos a puestos federales y a
su autonomía para encargarse de los procesos locales” (Hernández, 2008: p.147). Los úni-
cos obstáculos que enfrentan los mandatarios estatales son a nivel constitucional, al no poder
cambiar las reglas electorales, incluyendo el principio de no reelección. Sin embargo, gozan
de amplias facultades en sus estados, lo que les permite actuar como caciques y dictadores
locales sin ningún tipo de contrapeso (Snyder, 1999, citado en Camacho, 2016). Los ejemplos
de control de los gobernadores no tienen límites. En 2019, por mencionar uno de ellos, el go-
bernador de Baja California, el morenista Jaime Bonilla, logró que su congreso local, dominado
por la oposición, aprobara una reforma a la constitución local para ampliar de dos a cinco años
su periodo de gobierno. La Suprema Corte de Justicia de la Nación tuvo que intervenir para
declarar “fraude constitucional” las pretensiones de Bonilla, pero este caso deja plasmado el
poder de un Ejecutivo estatal que logra doblegar incluso a su oposición.

318
Otro ejemplo es el uso de los gobernadores de las instituciones de justicia para disciplinar a
sus opositores y críticos. El entonces gobernador de Veracruz, Javier Duarte (2010-2016) le
hizo un favor político a su amigo y aliado líder nacional petrolero: había que deshacerse de
su competencia. “Atento a las inquietudes de su amigo, Duarte le dio una orden al encargado
de despacho de la Procuraduría General de Justicia del estado; –procurador, te doy 48 ho-
ras, no, te doy 24 horas para que lo detengas (a Pablo Pavón, la competencia); –¿Bajo qué
cargos?; –los que quieras–” (Pastrana, 2018: p.271).
El autoritarismo subnacional sería entonces la concreción de un régimen arbitrario con el
gobernador a la cabeza. Juan Linz (1971) plantea que:
[…] el apoyo a este tipo de régimen se basa no en la coincidencia de intereses entre
grupos sociales privados preexistentes y el gobernante, sino que sobre los intereses
generados por el dominio de este último, las recompensas que ofrece a cambio de la
lealtad y el temor a su venganza. A pesar de que este tipo de gobernante hace escasas
exigencias de apoyo a la población, todo el mundo se ve amenazado por su ejercicio
arbitrario de poder, predomina un vasto temor y los opositores y supuestos oposito-
res son arbitraria y duramente castigados (p.12).

Desde 2010 en México existe un ranking subnacional para medir el desarrollo democrático
y/o la persistencia del autoritarismo: el Índice de Desarrollo Democrático (IDD). Es anual e
incluye veinticinco indicadores principales que surgen de la integración ponderada de cin-
cuenta indicadores que constituyen datos empíricos relevados para caracterizar aspectos
parciales del desarrollo de cada entidad federativa integrados en cuatro dimensiones: de-
mocracia de los ciudadanos, democracia de las instituciones, democracia social y humana,
y democracia económica. Interesa la dimensión de la democracia de los ciudadanos que
integra seis indicadores relacionados con el respeto de derechos y libertades.
El IDD 2017 sostiene que:
[…] más del 60 % de la población sospecha que las elecciones de gobernadores y le-
gisladores no son libres ni justas; casi un 90 % de la población a nivel nacional cree,
que en su estado, la corrupción está instalada en el gobierno; el promedio del índice
de percepción de derechos políticos a nivel nacional se ubica apenas por encima de los
4 puntos sobre 10 posibles; la violencia y la desigualdad aparecen como los elementos
que más condicionan el ejercicio de las libertades civiles (IDD, 2017: p.49).

Por su parte, el último índice, el IDD 2019, concluye que:


Luego de dos años consecutivos de aumento del promedio de la dimensión, en 2019
se observa una baja, pasando de 5,521 puntos del promedio del año anterior a 5,220
puntos, este dato es acompañado por una caída en la cantidad de estados que han
avanzado en la dimensión Democracia de los ciudadanos. […] Es una alarma que se
enciende por el deterioro de los indicadores, a pesar del optimismo que algunos sec-
tores de la ciudadanía en la percepción de sus derechos y libertades (IDD, 2019: p.27).

En suma, los gobiernos subnacionales, a pesar de la alternancia partidista, siguen sostenien-


do prácticas autoritarias en ropaje institucional democrático, lo que conduce a regímenes hí-
bridos en los que, a pesar de la acción colectiva y los movimientos sociales, las elites políticas
locales se resisten a ser actores de cambio democrático.

319
LA FRAGILIDAD DEL ESTADO DE DERECHO
El Estado de derecho es el talón de Aquiles de la democracia en México. Este concepto, en
su más mínima acepción, indica la idea de que todos son iguales frente a la ley (Dicey, 1915),
esto es, gobernantes y gobernados están limitados en sus comportamientos por leyes claras,
públicas y no retroactivas (Fuller, 1970; Raz, 1970). Asimismo, engloba varios elementos que
van desde instituciones de justicia y seguridad41 independientes, íntegras y profesionales, así
como la efectividad de derechos humanos como el debido proceso, el acceso a la justicia o
la presunción de inocencia (Aguiar, 2013). En México varios de estos elementos sustantivos
del Estado de derecho están ausentes.
En su último reporte (2020), el World Justice Project (WJP) informa de la precariedad del
Estado de derecho42 en México. En una escala que va del cero al uno, donde cero es au-
sencia de adhesión al Estado de derecho y uno máxima adhesión a este, el índice reportado
para México fue de 0,44, por abajo del promedio global (0,56), colocando al país en el lugar
104 de 128. De hecho, México ha empeorado su posición en el ranking global del WJP en los
últimos cinco años, pasando de estar en el número 79 de 128 en 2015, 88 en 2016, 92 en
2017-2018 y 99 en 2019, a la posición 104 de 128 en 2020.
Estas mismas mediciones son realizadas por el WJP a nivel subnacional en México. En esta
dimensión, el promedio de las 32 entidades federativas se ubicó para el año 2019-2020 en
0,39, siendo Guerrero, Puebla, Quintana Roo, Morelos y Ciudad de México las cinco entida-
des en donde se percibe menos adhesión al Estado de derecho.
¿Qué funciona mal del Estado de derecho en México? ¿Cómo se relaciona ello con el des-
encanto con la democracia? Del reporte del WJP se desprende que el funcionamiento del
ministerio público (justicia penal) y la integridad de los tribunales y las policías (ausencia de
corrupción) son los factores que se encuentran en mayor riesgo, el primero con un puntaje
0,30 y el segundo con 0,27 (WJP, 2020).
En lo relacionado con la integridad de los tribunales, un estudio reciente mostró que, a pesar
de la gran reforma judicial de 199443, el Poder Judicial federal en México está construido
sobre la base de prácticas nepotistas: juzgados de distrito y tribunales colegiados (unitarios
y de circuito) están gobernados por redes de familiares. Los hallazgos principales de este es-
tudio muestran que entre los funcionarios que trabajan en el Poder Judicial federal existe un
68,36 % de relaciones de parentesco por consanguinidad –se es padre, madre, abuela(o),
hija(o) tía(o), prima(o), o sobrina(o) de algún juez(a) o funcionario(a) judicial–, y un 31,64 %
de relaciones de parentesco por afinidad –se es esposa(o), cónyuge, hijastra(o), media her-
mana(o), suegra(o), nuera(o), concuña(o), sobrina(o) política(o), entre otras de algún juez(a) o
funcionario(a) judicial– (Ríos Figueroa, 2017). El principal problema que se deriva de este
hecho tiene que ver con la falta de legitimidad, independencia y profesionalización de la ins-
titución que se encarga de impartir justicia.

41 Tribunales, ministerios públicos, defensorías públicas, policías y centros penitenciarios.


42 El Índice de Estado de Derecho del World Justice Project está compuesto por ocho factores: límites al poder del
gobierno, ausencia de corrupción, gobierno abierto, derechos fundamentales, orden y seguridad, cumplimiento
regulatorio, justicia civil y justicia penal.
43 Esta reforma dio independencia política al Poder Judicial federal, reorganizó la estructura de los tribunales
y creó el Consejo de la Judicatura Federal, un organismo encargado de gestionar el presupuesto, así como
de administrar la carrera judicial de los jueces mediante la organización de concursos públicos, selección,
capacitación, promoción, sanción y destitución de los funcionarios y jueces del Poder Judicial de la federación.

320
En materia de justicia penal, conviene señalar que México tiene una “cifra negra” (delitos que
no se denuncian o por los cuales no se inicia averiguación previa por parte de la autoridad
ministerial) que para el año de 2018 alcanzó 93,2 % (Envipe, 2019). La Figura 2 muestra que,
de acuerdo con la población encuestada, las tres razones principales para no denunciar un
delito ante el ministerio público son las siguientes: 1) es una pérdida de tiempo (31,7 %); 2)
desconfianza en la autoridad (17,4 %); y 3) trámites difíciles y largos (8, 9 %).

GRÁFICO 2: Motivos para no denunciar un delito

Fuente: elaboración propia con datos de Envipe 2019.

En las denuncias en las que el ministerio público sí inició una averiguación previa o carpeta de
investigación (solo el 10,6 % de los delitos que se ponen sobre sus escritorios), en el 51,1 % de
los casos no pasó nada y solo en el 4,9 % “se puso al delincuente a disposición del juez” (En-
vipe 2019), lo que no quiere decir que se haya dictado sentencia condenatoria. Así, en México
gobierna la impunidad. De hecho, el Índice Estatal de Desempeño de las Procuradurías y Fisca-
lías 2019, de la organización Impunidad Cero, informa que la probabilidad de que se esclarezca
un delito denunciado fue del 1,3 % para 2019 y del 1,1 % para 2018 (Impunidad Cero, 2019). De
modo que la probabilidad de que un delito quede impune es en promedio del 99 %.
Una de las razones para los altos niveles impunidad está ligada a que, a pesar de que han
pasado más de veinte años desde la transición a la democracia, el ministerio público –tanto
a nivel federal como en el plano estatal– es una institución que, en muchos casos, sigue
funcionando con las reglas del pasado autoritario. La falta de profesionalización y carrera
ministerial, además de su dependencia política, han hecho del ministerio público un botín
político: una institución clave para el acceso a la justicia desde la cual: 1) los gobernantes
electos protegen amigos y persiguen y castigan enemigos; y 2) los funcionarios (agentes de
investigación) no tienen incentivos de carrera para cambiar los trágicos niveles de impunidad
originados en la ausencia o deficiencias de sus investigaciones.

321
Esto se ha agravado por la infiltración del crimen organizado en varias de estas agencias de
investigación, así como en las instituciones dedicadas a la seguridad pública y de defensa
nacional. Ese es el caso de fiscalías estatales, como la fiscalía en el estado de Nayarit, la Se-
cretaría de Seguridad Pública federal durante el gobierno del expresidente Felipe Calderón
Hinojosa, o bien, la Secretaría de la Defensa Nacional durante el gobierno del expresidente
Enrique Peña Nieto. En tales casos, en los últimos tres años tribunales en Estados Unidos
detuvieron e iniciaron un proceso judicial contra los titulares de estas dependencias por sus
vínculos con la delincuencia organizada.
El caso de infiltración mafiosa en estas instituciones no tiene que ver con casos aislados en
México, sino que constituye una situación que se vuelve cada vez más regular, sobre todo en
las instituciones de seguridad e investigación a nivel subnacional (secretarías de seguridad
municipales y estatales, así como presidencias municipales), donde el asesinato de precandi-
datos o candidatos a alcaldes y diputados locales se incrementa con cada proceso electoral.
Una consecuencia adicional de la expansión de la violencia y el crimen organizado, y genera-
dora de una dolorosa impunidad institucional, se observa en la crisis de los servicios forenses
en México (Tzuc y Turati, 2020). El colapso de estas instituciones se deriva de su incapacidad
material para gestionar el número de autopsias y reconocimientos de personas asesinadas
por grupos criminales. El caso paradigmático, pero no aislado, es el descubrimiento de dos
tráileres que eran utilizados como depósitos refrigerados donde permanecían amontonados
más de 322 cuerpos sin reconocer. Más de 322 historias, varias de ellas posiblemente re-
lacionadas con los clamores de madres, hermanas y familiares de las casi 70 mil personas
desaparecidas en México desde que inició la “guerra contra el narco”.
Por lo señalado anteriormente, no sorprende que las instituciones del sector justicia se en-
cuentren entre las peor evaluadas por los ciudadanos en México y en las que menos confian-
za muestran. De acuerdo a la Encuesta Nacional de Victimización y Seguridad Pública 2019,
casi la mitad de la población encuestada desconfía en autoridades clave del sector justicia.
La Figura 3 muestra que el 46,3 % dijo tener algo o mucha desconfianza en la policía muni-
cipal, el 42,8 % tiene algo o mucha desconfianza en el ministerio público y las procuradurías
estatales, el 42,5 % tiene algo o mucha desconfianza en la policía ministerial, mientras que el
42,3 % dijo tener algo o mucha desconfianza en los jueces.

322
GRÁFICO 3: Nivel de desconfianza en las autoridades del sector justicia

Fuente: elaboración propia con datos de Envipe 2019.

La justicia, la seguridad y, en su conjunto, el Estado de derecho son pilares de la democracia


(O’Donnell, 2003). De hecho, cada vez más académicos reconocen el papel fundamental
que las instituciones del sector justicia juegan en la democracia, subrayando que el Estado
de derecho es uno de los tres elementos institucionales centrales de este régimen político
(Gingsburg and Huq, 2018; Przeworski, 2019). Con todo, en México el Estado de derecho
sigue siendo una de las asignaturas pendientes que el proceso de democratización no ha
logrado resolver.

CRISIS DE DERECHOS HUMANOS


Hoy en día los derechos humanos pueden ser considerados no solo una bandera política que
enarbola una cantidad inestimable de discursos, sino también un verdadero marco estraté-
gico de acción colectiva, de exigencia extensiva y de establecimiento de contrapesos en las
sociedades modernas. Lo anterior porque se encuentran cargados de reivindicaciones de
justicia y dignidad. Así lo refiere Boaventura de Sousa Santos (2014) cuando los define como
la legítima defensa y ejercicio de los derechos colectivos basados en la “[…] reciprocidad,
solidaridad y complementariedad vigentes tanto en las relaciones entre los seres humanos
como en las relaciones entre los humanos y la naturaleza” (p.20).
Las democracias actuales se asientan sobre la base, por lo menos teórica, de igualdad fren-
te al régimen jurídico y dentro de la colectividad en términos del ejercicio de los diferentes
derechos. No obstante, la piedra angular de la anterior definición de los derechos humanos
es que esa igualdad no se da en la práctica; los accesos son restringidos debido a la acción
de diferentes mecanismos de desigualdad estructural (Honneth, 2009). De esta manera, las

323
violaciones de derechos humanos deben ser entendidas, además de en términos de injusti-
cias y agravios morales (Moore, 1989) enraizadas en lo social, como fallas sistemáticas de los
procesos, agentes e instituciones de los regímenes que no solo evitan la solución de proble-
mas, sino que también lesionan la confianza y las expectativas de los ciudadanos.
En su informe 2017-2018, Amnistía Internacional parte por señalar el contexto en el cual las
violaciones a derechos humanos se hicieron presentes en México. Refiere, en particular, el
terremoto del 19 de septiembre de 2017 que impactó fuertemente a la Ciudad de México,
Puebla y Morelos. Sobre ello, esta organización evidencia las violaciones de derechos hu-
manos cometidas en contra de las personas que se quedaron sin hogar –estimadas en 250
mil–, ya que además de la dificultad que tendrían para acceder a vivienda, serían testigos
de la incautación ilegal de alimentos y de otros servicios básicos que debían ser entregados
a los sobrevivientes, en especial aquellos que se encontraban en comunidades pequeñas y
marginadas (Amnistía Internacional, 2018).
En otra índole menos coyuntural, ese mismo informe documenta las serias problemáticas en
el sistema de seguridad debido a la violencia creciente –vinculada en muchos sentidos al
narcotráfico– y a la respuesta del Estado mexicano en términos del uso de fuerzas militares
para cumplir funciones propias de la policía. En tal tesitura, se presta particular interés a las
violaciones de derechos humanos provocadas por la poca u opaca delimitación del uso de
la fuerza por parte de las Fuerzas Armadas. Para 2019, Amnistía Internacional revela que tal
situación no ha cambiado, ya que los arrestos o las detenciones arbitrarias por parte de es-
tos cuerpos, siguen siendo generalizados y muchas veces desencadenantes de hechos muy
lamentables como la tortura (2020).
Lo anterior está vinculado a la creciente ola de violencia en el país, al igual que uno de los
fenómenos actuales más lacerantes de la sociedad mexicana: las desapariciones forzadas.
Para el 2017, el informe de esta organización reportó, siguiendo los datos del Registro Na-
cional de Personas Extraviadas o Desaparecidas, un total de 34 mil 656 personas en tal
condición. Por sí sola, tal cantidad ofrece un escenario dramático en términos de violaciones
a los derechos humanos, conexas, en primera instancia, a la privación ilegal de la libertad.
Sin embargo, este fenómeno es aún más doloroso cuando se le ve redimensionado por la
corrupción y las incapacidades institucionales.
Al respeto, el mencionado informe denuncia que las investigaciones de personas desapare-
cidas suelen estar acompañadas de irregularidades y retrasos que llevan a la irresolución y a
la pérdida de confianza por parte de los familiares. En la conclusión del año 2019, la situación
no mejoró toda vez que el registro aumentó a 61 mil 637 personas desaparecidas. Además,
tan solo de diciembre de 2018 a diciembre de 2019 se encontraron 873 fosas clandestinas
y 1.124 cadáveres (Amnistía Internacional, 2020). A lo anterior también se suma la ineficacia
y negligencia gubernamental para resolver casos paradigmáticos y que atraen la atención
pública nacional e internacional como el de la desaparición, en 2014, de los 43 estudiantes
de la Escuela Rural Normal de Ayotzinapa en el estado de Guerrero.
Finalmente, otro conjunto de violaciones sistemáticas a los derechos humanos en México que
debe ser señalada es aquel que refiere a la violencia en contra de las mujeres y niñas. En efec-
to, según el informe de 2017 de Amnistía Internacional, la mayoría de las investigaciones sobre
estos hechos es deficiente, por lo que los perpetradores no obtienen castigo alguno. Aunado
a ello, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares estimó que en
2016, 66,1 % de las niñas y mujeres mayores de quince años había experimentado violencia
de género por lo menos una vez en su vida y que un 43,5 % de las mujeres la habían sufrido a

324
manos de sus parejas. La situación no ha mejorado si se considera que, para 2019, la organiza-
ción reportó 3 mil 752 mujeres asesinadas, mientras que en 2017 fueron 2 mil 668. Estos casos
fueron tipificados como homicidios a falta de mayores investigaciones, lo cual hace evidente la
debilidad institucional que existe para llevar pesquisas sobre feminicidio.44
En igual sintonía, el informe para la Relatoría Especial de Naciones Unidas sobre la Violencia
contra la Mujer de 2020 señala la falta de coordinación y diversos obstáculos para el acceso
a la justicia, un escenario recrudecido durante la pandemia. Paradigmáticamente, después
de la movilización de mujeres en diversas partes de México y del establecimiento de la jorna-
da “Un día sin mujeres” del 9 de marzo de 2020, ese primer mes de reclusión se registraron
20 mil 232 carpetas de investigación por violencia intrafamiliar, la mayor tasa desde que ese
tipo de delitos se empezó a registrar en 2015. Asimismo, tan solo al mes siguiente, el citado
informe reporta el asesinato de 337 mujeres tan solo en abril. Es decir, 11.2 por día, siendo
estos valores los más altos del año 2020 (EQUIS, 2020).
Como corolario, es necesario decir que las violaciones sistemáticas a los derechos humanos
tienen mucho que ver con otro fenómeno lacerante comentado previamente: la impunidad.
En efecto, las diferentes formas que cobra la corrupción y la falta de capacidades institucio-
nales resultan en niveles infranqueables de impunidad cuando se le relaciona a la violación
de derechos humanos. Así, es necesario considerar la adversidad de un contexto institucio-
nal que no genera sanciones o castigos, incluso con leyes y acuerdos internacionales de por
medio, respecto a dichas violaciones, lo cual incentiva la repetición de actos criminales que
vulneran a toda la sociedad mexicana.

DE LA MILITARIZACIÓN AL MILITARISMO
México atraviesa una crisis de violencia sin precedentes que ha traído consigo una expansión
militar igualmente sin registro previo. Por lo que hace a la violencia, la evolución de la tasa
de homicidios por cada cien mil habitantes (Figura 4) da cuenta de la ruptura que supuso en
esta tendencia el inicio de la guerra que el presidente Felipe Calderón Hinojosa le declaró
al narcotráfico al inicio de su sexenio. Desde 2007 las cifras de homicidios (Figura 5) han
registrado un aumento sostenido que, si bien entre 2012 y 2015 se comportaron a la baja, ha
llevado al país a superar durante varios años consecutivos el número de muertes.

44 Incorporado al Código Penal federal desde el año 2012.

325
GRÁFICO 4: Tasa de homicidios por cada cien mil habitantes en México 2000-2019

Fuente: elaboración propia con datos del INEGI.

GRÁFICO 5: Evolución de los homicidios en México 2007-2019

Fuente: elaboración propia con datos del INEGI.

326
La variable común en estos años ha sido la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles
desempeñando tareas de seguridad pública, un quehacer que no les es propio. Como lo
constatan los datos presentados y las graves violaciones a los derechos humanos cometidas
tanto por el Ejército como por la Marina45, se trata de un modelo de seguridad fallido (Centro
Prodh, 2018) que, sin embargo, parece perpetuarse y afianzarse a pesar de dos alternancias
políticas. La estrategia que puso en marcha el segundo gobierno del Partido Acción Nacio-
nal (2006-2012) fue continuada con el regreso del Partido Revolucionario Institucional a la
presidencia de la República (2012-2018) y, sorpresivamente, no solo mantenida sino profun-
dizada en el gobierno actual encabezado por Morena (2018-2024).
Como candidato, Andrés Manuel López Obrador prometió pacificar al país y regresar a las
Fuerzas Armadas a sus cuarteles. En el mismo tono, se comprometió a impulsar mecanismos
de justicia transicional para afrontar la severa crisis de violencia e inseguridad. No obstante,
México sigue envuelto en una espiral de violencia y el despliegue militar se ha fortalecido con
una nueva corporación –la Guardia Nacional–, con mayores atribuciones en materia de se-
guridad y con nuevas responsabilidades en múltiples ámbitos que van desde la construcción
de obra pública hasta el control de los puertos y las aduanas.
A dos años de su gobierno, el combate a la inseguridad está depositado en una Guardia
Nacional con fuerte composición y adiestramiento militar y en unas Fuerzas Armadas ro-
bustecidas en términos económicos, políticos y sociales46. La Guardia Nacional fue creada
a través de una reforma constitucional en 2019, cuya discusión central giró en torno a si
esta institución debería tener un carácter civil o militar. Un año antes, tras la aprobación
en 2017 de una Ley de Seguridad Interior anhelada y promovida fundamentalmente por
las Fuerzas Armadas para dar certeza a su actuación en tareas de seguridad pública, la
Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró inconstitucional esta norma. Por ello, la
respuesta del nuevo gobierno consistió en modificar la Constitución, cediendo finalmente a
la presión para que la Guardia Nacional tuviera un mando civil, no militar. Sin embargo, esto
se ha desafiado en la práctica tomando forma cada vez con mayor claridad la composición
militar de esta institución.
De acuerdo con un reporte del Observatorio de la Guardia Nacional (2020), esta nueva
corporación que sustituyó a la Policía Federal comenzó sus operaciones en agosto de 2019
mayoritariamente integrada por policías militares y navales (73 %), siguiendo lineamientos y
protocolos propios de un cuerpo castrense. Al mes de abril de 2020 los policías militares
y navales representaban 68 % del total de elementos de la Guardia Nacional, pasando los
integrantes de la antigua Policía Federal de 4 % a 24 % y el personal de apoyo del Ejército y
la Marina de 26 % a 8 % de agosto de 2019 a abril de 2020. El número de integrantes de la
Guardia Nacional pasó de 58 mil 602 en agosto de 2019 a 96 mil en junio de 2020.
En relación con su estructura orgánica, aunque la Constitución la define como una institu-
ción policial de carácter civil adscrita a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana,
a inicios de octubre de 2020 la Guardia Nacional pasó a ser coordinada operativamente
por la Secretaría de la Defensa Nacional, tomando el Ejército el control sobre ella y dejando
atrás la duda respecto a la ruta de consolidación de la vía militar en la seguridad pública de

45 Según lo han documentado diversos organismos, las Fuerzas Armadas han participado en prácticas de
desaparición de personas, tortura, violaciones sexuales y ejecuciones extrajudiciales. Ver: http://www.oas.org/es/
cidh/informes/pdfs/mexico2016-es.pdf
46 Por mencionar un ejemplo, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador comprometió para la Secretaría de la
Defensa Nacional el mayor presupuesto de su historia para 2021, el cual asciende a 112 mil 557 millones de pesos.

327
México (López Portillo, 2020). La Guardia Nacional, por tanto, es una extensión directa de
las Fuerzas Armadas.
Por lo que toca a las Fuerzas Armadas, estas han ganado notoriedad y protagonismo en el
país, convirtiéndose en el principal aliado del presidente Andrés Manuel López Obrador. De
suyo, como ocurre en América Latina, las Fuerzas Armadas han gozado de una importante
estima social. Según el ranking de confianza institucional de Consulta Mitofsky (2019), el
Ejército es la segunda institución que mayor confianza suscita en la población, solo por de-
trás de las universidades. La novedad en el caso mexicano reside en que su expansión en un
gobierno que se autodenomina de izquierda ha sido en el ámbito de la seguridad pública y
en otros campos de la vida pública que resultan problemáticos, al grado de conjeturarse que
para cada problema en México hay una solución militar (Storr, 2020).
Sobre su poder creciente en la seguridad pública47 es importante referir que el 11 de mayo
de 2020, en plena emergencia sanitaria, el presidente de la República dispuso a través
de un acuerdo del uso de las Fuerzas Armadas para llevar a cabo tareas de seguridad
pública de manera extraordinaria, regulada, fiscalizada, subordinada y complementaria48.
Dichos criterios son los que la Corte Interamericana de Derechos Humanos estableció en
su sentencia por el Caso Alvarado Espinoza y otros vs. México y que quedaron asentados
en el texto constitucional mexicano con la creación de la Guardia Nacional. No obstante,
el acuerdo mencionado solamente los enuncia, sin desarrollarlos, e incluso los contradice,
por ejemplo, al no subordinar las labores de las Fuerzas Armadas a autoridades civiles,
instruyendo en este caso a la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana a
coordinarse con –no a anteponerse a– la Secretaría de la Defensa Nacional y la Secretaría
de Marina.
Este acuerdo fue impugnado en junio de 2020 por la presidenta de la Mesa Directiva de la
Cámara de Diputados, sin que hasta la fecha haya sido discutido por el Tribunal Constitucio-
nal del país. En cualquier caso, es revelador de un despliegue militar sin controles claros ni
mecanismos de fiscalización y subordinación al poder civil (Pérez-Correa, 2020).
Por otra parte, las Fuerzas Armadas acumulan en lo que va del actual gobierno nuevas rutas
de expansión militar en funciones que trascienden la seguridad. Este ensanchamiento de la
presencia militar en la vida pública comenzó temprano en el sexenio con las acciones de
combate al robo de combustible, estrategia en la que el Ejecutivo federal incorporó pronta-
mente al Ejército en tareas de resguardo de zonas conflictivas y custodia de pipas de com-
bustible, y continuó con tareas concretas como el traslado y la distribución de libros de texto
gratuitos o, en el caso de la Marina, la contención del fenómeno del sargazo en las playas del
Caribe mexicano.
Actualmente, las Fuerzas Armadas concentran entre sus encargos la vigilancia de las fron-
teras con el fin de frenar el paso de migrantes centroamericanos que se dirigen a los Esta-
dos Unidos; la entrega de programas sociales; la instalación y administración de viveros; la
distribución de equipos e insumos médicos; la elaboración de trajes para el personal médi-
co; la remodelación de hospitales; la distribución, custodia y aplicación de vacunas contra
el SARS-CoV-2; la construcción del nuevo aeropuerto internacional de Santa Lucía que
posteriormente administrarán, sucursales del Banco de Bienestar, cuarteles de la Guardia

47 También es importante considerar que en el plano subnacional avanza de manera discreta una militarización de
las policías estatales mediante el equipamiento, la formación y la operación de tipo militar (Padilla, 2020).
48 Ver: https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5593105&fecha=11/05/2020

328
Nacional y tramos del Tren Maya –polémica obra en el sureste del país que también admi-
nistrarán junto con el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec–; la vigilancia de
aeropuertos y carreteras; y el control de puertos y aduanas49.
Así, mientras avanza la militarización de una seguridad pública que debería circunscribirse al
ámbito civil, avanza también el militarismo, “[…] que consiste en la preponderancia del poder
militar sobre el poder civil en términos políticos y en donde la esfera castrense influye en la
toma de decisiones políticas del Estado más allá de las del sector de seguridad y defensa”
(Arana y Anaya, 2020). En México, esto es visible en tres evoluciones: la subordinación de las
fuerzas civiles bajo el mando operativo de la Secretaría de Defensa Nacional, ejemplificada
en la Guardia Nacional; el uso de las Fuerzas Armadas para implementar los grandes proyec-
tos de infraestructura del gobierno federal (aeropuerto, Tren Maya y sucursales del Banco de
Bienestar); y la habilitación del Ejército y la Marina como la primera respuesta del gobierno
para atender cualquier emergencia o crisis (Storr, 2020).
En América Latina, con formas más sutiles que los golpes de Estado, el nuevo militarismo es
potencialmente igual de desestabilizador (Ríos, 2019). En México, el militarismo no aparece
hoy como un indicador del desencanto democrático, pero sí como una advertencia que
mañana podría representar una amenaza para la democracia por el crecimiento del poder
militar sobre el poder civil.

49 Una tarea más para las Fuerzas Armadas fue darles un asiento en el Consejo General de Investigación Científica,
Desarrollo Tecnológico e Innovación, responsable, entre otras cosas, de establecer las políticas nacionales en
materia de investigación científica y definir prioridades y criterios para la asignación del presupuesto en ciencia,
tecnología e innovación.

329
CONCLUSIONES
Los datos analizados en este estudio muestran que el desencanto con la democracia en
México es un hecho. Sin embargo, esta afirmación debe ser tomada con precaución. El
concepto de desencanto con la democracia y su medición (a partir de encuestas como el
Barómetro de las Américas y Latinobarómetro) presenta varias problemáticas que no pueden
ser ignoradas. La más importante de ellas es que la democracia es un concepto polisémico
que algunos pueden asociar con elecciones y competencia política, mientras que otros lo
hacen con bienestar social o con la situación económica. Por ello, como lo retoma la visión
general de esta investigación, una aproximación multidimensional a la democracia contribu-
ye a incluir la diversidad de apreciaciones sobre esta forma de gobierno. Un ejercicio de esta
naturaleza nos permite observar con más claridad si el desencanto es con la democracia o
con las instituciones políticas y la forma en cómo se administra el gobierno.
Afirmar lo anterior no desacredita dichos ejercicios demoscópicos pues aportan datos cru-
ciales para tomar el pulso de la evolución de las opiniones respecto a la satisfacción con
este régimen, así como algunas posibles explicaciones. El último informe de Latinobarómetro
(2018), por ejemplo, levanta indiscutiblemente las alertas al registrar altos niveles de presión
en la región, pues no hay un solo indicador con evolución positiva, en tanto que varios ca-
yeron a mínimos históricos (Lagos, 2018). Observando los datos de México, no deja de ser
inquietante que solo 38 % de la población apoye la democracia mientras otro 38 % se ma-
nifiesta indiferente entre un régimen democrático y uno no democrático; o que solo un 16 %
se considere satisfecho con la democracia. Como afirma Monsiváis (2017), la insatisfacción y
el bajo apoyo a la democracia puede derivar en una erosión silenciosa de sus instituciones.
Pero adicionalmente, el estudio de Latinobarómetro recupera como hipótesis detrás de estos
índices que solo un 14 % de la población mexicana percibe que el país está progresando, 54
% estima que la situación económica es negativa, 88 % cree que en el país gobiernan unos
cuantos grupos poderosos en su propio beneficio y, en suma, 48 % observa que la demo-
cracia mexicana es una democracia con grandes problemas. Así, hacia donde apuntan estos
datos es a un malestar con la democracia por la experiencia de sus resultados, no necesaria-
mente con sus valores; un malestar con el desempeño de los gobiernos democráticamente
electos, más que con la democracia como forma de gobierno.
De modo que más que hablar de una crisis de la democracia que abona al desencanto con
ella, convendría hablar de una crisis institucional, incluso una crisis del Estado, que sostiene
los arreglos democráticos en su vertiente procedimental en medio de grandes deudas socia-
les, algunas de ellas de carácter histórico. La recuperación en 2019 de los niveles de apoyo
y satisfacción con la democracia en México medidos por el Barómetro de las Américas entre
trece y veinte puntos porcentuales, respectivamente, dan cuenta del apego a los valores
democráticos, así como del rechazo a un tipo de ejercicio democrático si se analizan desde
una lectura política.
Lo cierto es que el desencanto existe en democracia principalmente por la falta de resultados
en diversos ámbitos, no solo en asuntos de orden social, sino también en materia de Estado
de derecho. En relación con este último, conviene destacar que la captura política y/o cri-
minal de instituciones claves para la seguridad y el acceso a la justicia, como por ejemplo las
fiscalías (federal y la mayoría de las estatales) y las policías (en todos los niveles), es la semilla
que permite la reproducción de la corrupción, la impunidad, las desapariciones y ejecucio-
nes extrajudiciales. La fragilidad del Estado de derecho es una de las amenazas latentes a la
democracia electoral, pero también la figura central del gobierno en México: el presidente.

330
En ese sentido, hay que ubicar el realineamiento político ocurrido en 2018 con el triunfo de
Andrés Manuel López Obrador, su partido Morena y la alianza que lo acompañó en su tercer
intento por llegar a la presidencia del país, quienes supieron canalizar por la vía electoral el
creciente malestar representado en la curva descendente de apoyo a la democracia como
forma de gobierno y el bajísimo nivel de aprobación del expresidente Enrique Peña Nieto (12
%), que contrasta significativamente con el alto nivel de aceptación, aun en plena crisis sani-
taria y económica, del actual presidente (60 %50). Esto es lo que hace que México atraviese
un momento singular con desenlace incierto.
Sin embargo, más allá de la aprobación presidencial, el primer tercio del gobierno de Andrés
Manuel López Obrador ha mostrado rasgos preocupantes en cuanto a la concentración del
poder, con fuerte influencia en el destino del Poder Legislativo, algunas decisiones del Poder
Judicial, así como en organismos con autonomía constitucional; la confianza excesiva en las
Fuerzas Armadas, en las que ha descargado un cúmulo importante de actividades que se en-
contraban en manos civiles, no solo en materia de seguridad; y la confrontación permanente
con la oposición, en la que lo mismo incluye a los actores políticos del “viejo régimen” que a
medios de comunicación, organizaciones de la sociedad civil y organismos autónomos.
La legitimidad de un triunfo electoral avasallador en las urnas ha sido usada por el presidente
y sus seguidores como base para desconocer el respeto a los mecanismos de control políti-
co y de rendición de cuentas, tanto aquellos establecidos por el principio de separación de
poderes, como los que se desprenden de la arquitectura institucional que se ha edificado
en los últimos años, sobre todo en términos de autonomías constitucionales. La lenta pero
consistente centralización del poder genera enormes costos políticos para la democracia y
para la sociedad que la habita.
Por lo que toca a la confianza excesiva en las Fuerzas Armadas, salta a la vista la vuelta de tuer-
ca que el presidente emprendió con la institución militar: de la justicia transicional propuesta
en su campaña, dio pie a depositar la seguridad pública en manos militares modificando el
marco constitucional. Un giro que solo se explica por la amenazante presencia del crimen
organizado en el territorio y la incapacidad técnica, material y de inteligencia de las fuerzas
policiales, por un lado, y, por el otro, por los valores que la institución castrense representa para
el avance del proyecto de la Cuarta Transformación: obediencia y lealtad. El elenco de tareas y
encargos asignados a las Fuerzas Armadas ha ido en expansión desde el inicio del gobierno de
Andrés Manuel López Obrador, lo que no solo les empodera, sino que socava las capacidades
de un gobierno civil de suyo debilitado en los quehaceres que le eran propios.
Aun cuando el Ejército goza de alta confianza por parte de la ciudadanía, dentro de esta insti-
tución se han documentado en los años recientes casos de corrupción y violaciones graves a
los derechos humanos, como tortura, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales.
En el último trimestre de 2020, el Ejército mexicano se vio envuelto en medio de una polé-
mica por las acusaciones por narcotráfico y lavado de dinero que desembocaron en la apre-
hensión en Estados Unidos del general Salvador Cienfuegos Zepeda, quien se desempeñó
como titular de la Secretaría de la Defensa Nacional en el sexenio de Enrique Peña Nieto51.

50 El porcentaje ha variado hacia arriba y ligeramente hacia abajo, además de que es distinto según la casa
encuestadora, pero se mantiene alrededor del 60 %.
51 Luego de una intervención diplomática tras su detención en octubre de 2020, el general fue liberado y puesto a
disposición de la Fiscalía General de la República de México un mes después, en noviembre. Pero en enero de 2021,
esta autoridad decidió no ejercer acción penal en su contra al no encontrar elementos probatorios respecto a los
cargos imputados.

331
Sobre la confrontación permanente con lo que el presidente engloba bajo la idea de oposi-
ción, llama la atención el rédito político que ha traído consigo la construcción de discursos
polarizantes que han generado fracturas sociales y políticas que ponen en riesgo la convi-
vencia democrática. Ciertamente no se está ante un problema exclusivo de gobierno, sino de
la clase política en su conjunto, siendo varios los actores, incluidos los de la oposición, que se
han beneficiado con la narrativa de amigo/enemigo. En cualquier caso, la factura la termina
pagando la sociedad.
Con referencia a este estilo de gobierno, es importante destacar el clima de toxicidad que
puede encontrarse en las redes sociodigitales, donde el debate y la deliberación encuentran
un ambiente hostil para su desarrollo. Recientemente, un informe de la organización Free-
dom House reportó tres comportamientos que limitan la experiencia de los usuarios de estas
plataformas: el uso de perfiles pro gobierno para manipular las discusiones en la red, ataques
físicos a blogueros y usuarios, y ataques técnicos contra críticos del gobierno y activistas. Sin
olvidar que México es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo.
En poco tiempo, a raíz de los resultados electorales de 2018, en México viró el malestar con
la representación. De estar depositado en la partidocracia que se adueñó del relato transi-
cional y, en este sentido, de la narrativa de la consolidación democrática, el malestar más
palpable hoy en México es el de las elites contra el gobierno de la autodenominada Cuarta
Transformación.
La realidad de la democracia en México, con todo, es mucho más amplia, profunda y com-
pleja que lo que alcanzan a retratar estas páginas. Como seguramente ocurre en los otros
países documentados, no hay una visión homogénea de la democracia mexicana, sino rea-
lidades regionales diversas que recuerdan que las miradas nacionales en materia de demo-
cratización deben enriquecerse con lo que puede verificarse en los niveles locales. La política
local importa no solo por estar más cerca de los ciudadanos, sino porque las elites políticas
locales, tarde o temprano, escalan a la política nacional, llevando consigo culturas políticas
que experimentaron y les fueron exitosas para sus propósitos personales y partidistas.
Los enclaves autoritarios subnacionales son persistentes a pesar de las alternancias partidis-
tas en los gobiernos locales. Los gobernadores de entidades y territorios locales concentran
excesivamente poderes de control, sanción y coerción, encareciendo el ejercicio de la ciu-
dadanía, de suyo limitada por la desigualdad social, la precarización, las violencias y la im-
punidad. Este es solo un terreno fértil para el continuo desencanto con las instituciones de la
democracia, y así lo confirman los resultados del IDD 2020, en el que 21 de las 32 entidades
federativas del país aparecen con un desarrollo democrático que va del medio al mínimo.
Conforme lo expuesto, los rasgos autoritarios persisten en México tanto a nivel local como
en el plano nacional. Se trata, al cabo, de una cultura política que echó raíces en el país y
que ha sido difícil desterrar por completo. A ello se suman las enormes deudas sociales que
tampoco se han podido superar, siendo las más acuciantes la desigualdad, la pobreza y la
corrupción, a las que se sobreponen crisis igualmente desafiantes en materia de derechos
humanos y seguridad. Las violencias que azotan el país, en las que este reporte no logró
detenerse de manera específica, no solo contribuyen al malestar y al desencanto, sino que
ponen en riesgo un tejido social seriamente lastimado. Por ello el golpe de timón en las urnas
y las altas expectativas en el gobierno en curso, así como las frustraciones que el mismo ha
propiciado en varios ámbitos. Como se ha buscado demostrar, no es poco lo que está en
juego y todavía por verse, aunque el pronóstico no es demasiado alentador.

332
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INTRODUCCIÓN
América Latina forma parte de la tercera ola de democratización que empezó en 1974 (Hun-
tington, 1994). Desde entonces, pese a sistemáticas crisis y persistentes insuficiencias, la de-
mocracia ha logrado perdurar por varias décadas en la mayor parte de los países de Centro
y Suramérica. No obstante, en los últimos años, varios países de la región muestran signos
severos de regresión en sus niveles de democracia y desencanto con esta forma de gobier-
no. Estos signos se expresan en el deterioro de los índices de democratización de las insti-
tuciones, con tendencia autocratizantes, y en el descenso del respaldo de la ciudadanía a la
democracia como forma de gobierno (Álvarez, 2020).
En el caso de Nicaragua, la crisis de la democracia no parece haberse traducido en un
desencanto con la democracia entre la población, según se observa en los indicadores de
respaldo a este régimen político. Así, si bien el país enfrenta, desde el año 2018, la crisis de-
mocrática tal vez más severa de su historia, también es cierto que el desencanto democrático
descendió. Según datos de la Corporación Latinobarómetro (2017, 2018), el apoyo ciuda-
dano a la democracia, que en el año 2017 era del 39,8 %, subió al 51,0 % en el año 2018.
De igual manera, aunque la valoración de las alternativas autoritarias1 subió levemente en el
período 2017-2018 de 8,4 % a 10,2 % respectivamente, la indiferencia respecto de la dico-
tomía democracia-autoritarismo2 descendió de 33,8 % en el año 2017 a 25,2 % en el año
2018. Ello podría indicar que la crisis institucional severa, no solo no profundizó el desen-
canto democrático entre la población, sino que produjo una mayor adhesión a este régimen
y fortaleció la demanda de volver a poner en vigencia la institucionalidad democrática por
vías no violentas. En efecto, el movimiento auto convocado que surge a partir del 19 de abril
de 2018, ha decidido hacer un cambio hacia la democracia y la justicia por la vía pacífica.
El objetivo de este estudio es lograr una visión de la situación actual (2017-2020) del nivel de
democracia y desencanto político presente en Nicaragua, así como la relación causal entre
ambos fenómenos. Para ello, buscamos responder las siguientes preguntas: a) ¿Cuán severa
es la crisis democrática actual en Nicaragua, tanto en lo referente al funcionamiento de las
instituciones como en lo concerniente a la valoración que hace el ciudadano de esta forma
de gobierno?; (b) ¿Hasta qué punto tales crisis abonan el terreno del desencanto ciudadano
con la democracia? y ¿De qué forma los diferentes modos de organizar la democracia influ-
yen en la valoración que de ella hacen los electores?, es decir, ¿acaso una mayor participa-
ción, deliberación e igualdad política y social favorecen un mayor apoyo a la democracia o
ayudan a manejar la crisis mejor que las instituciones de las llamadas democracias formales
o procedimentales?; c) ¿Qué pueden hacer los académicos para crear consciencia acerca
del estado de la democracia en Nicaragua y, más aún, para incidir en los procesos sociales y
políticos que contribuyan a elevar los niveles de democracia en el país?
El abordaje metodológico corresponde a un estudio de caso exploratorio con enfoque mixto.
Exploramos las dimensiones de diseño (instituciones), funcionamiento (política práctica) y
actitudinales (cultura) de la democracia, porque son claves para el abordaje del problema.
Utilizamos el enfoque cuantitativo para analizar los porcentajes del nivel de la crisis de la ins-
titucionalidad democrática en el país, así como el grado en que los ciudadanos y ciudadanas
apoyan la democracia y la percepción ciudadana sobre la gestión del gobierno y la corrup-

1 Esto hace referencia al porcentaje de ciudadanos que acepta que “en algunas circunstancias, un gobierno
autoritario puede ser preferible a uno democrático”.
2 Esto corresponde al porcentaje que convenía que “a la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático
que uno no democrático”.

340
ción de los funcionarios públicos y el combate de la misma. Para este propósito utilizamos las
bases de datos del Proyecto Variedades de la Democracia (V-Dem) 3, las encuestas de opi-
nión pública de la Corporación Latinobarómetro4 y del Barómetro de las Américas. Usamos
el enfoque cualitativo para contextualizar y profundizar en las variables que reflejan la rela-
ción causal entre la crisis democrática y la desafección ciudadana con el régimen autoritario
existente en Nicaragua (no con la democracia en sí misma) durante el periodo de estudio
correspondiente a los años 2017-2020. La información cualitativa deriva del trabajo de los
especialistas en el área, es decir, de investigaciones académicas o periodísticas.
Los resultados se presentan en cuatro partes. En la primera parte mostramos el marco de
referencia del estudio relacionado con la democracia, la crisis de la democracia y el des-
encanto democrático. En la segunda parte exponemos el estado del arte alrededor de la
crisis democrática y el desencanto democrático en Nicaragua, el cual revela que lo que se
ha estudiado es la relación entre la crisis democrática y la desafección ciudadana con el
régimen político autoritario. En la tercera parte presentamos brevemente los antecedentes
que dan cuenta del cambio de procesos de democratización iniciados en los años noventa
que abrieron espacios para la democracia a procesos de des-democratización del país que,
profundizados desde el año 2007, cierran espacio para la democracia. En la cuarta parte
discutimos los resultados de las preguntas planteadas. Finalmente, presentamos un apartado
de conclusiones y recomendaciones.

MARCO DE REFERENCIA: DEMOCRACIA, CRISIS


DE LA DEMOCRACIA Y DESENCANTO DEMOCRÁTICO
Empezamos el marco de referencia definiendo la democracia, la crisis democrática y el des-
encanto democrático. De esta forma, estamos en posición de explorar la forma en que la
crisis democrática puede producir desencanto democrático.
Entendemos la democracia como un régimen de gobierno y una forma de vida en sociedad.
Como régimen político, la democracia institucionaliza el acceso a las principales posiciones de
gobierno mediante elecciones libres, justas, competitivas y regulares. Además, la democracia
garantiza, durante y después de las elecciones, el disfrute de “[…] diversas libertades políti-
cas, tales como las de asociación política y civil, expresión, movimiento, el derecho al debido
proceso y el acceso a información no monopolizada por el Estado o por agentes privados”
(O’Donnell, 2004: p. 152). Tales libertades son garantizadas en el marco del Estado de dere-
cho, por lo que no podemos hablar de democracia sin pensar en el Estado y el modo en que
las instituciones del Estado permiten u obstruyen el funcionamiento de la democracia. De ahí
que O’Donnell (2004) pusiera énfasis en las complejas relaciones entre democracia y Estado.
Desde la perspectiva de la democracia como sistema político, el Instituto Variedades de la
Democracia V-Dem elaboró definiciones operativas para identificar todas las democracias
y medir los niveles de democracia (en una escala de cero a uno, donde uno es la democra-
cia plena). El Proyecto V-Dem, fundado en el conocimiento de expertos, construye cinco
índices con los distintos modelos de democracia: electoral, liberal, participativa, igualitaria

3 Este proyecto, fundamentado en la opinión de expertos del Instituto Variedades de la Democracia, elabora índices
que indican mejora o deterioro en la calidad de los distintos tipos de democracia (electoral, liberal, participativa,
igualitaria y deliberativa).
4 Esta base indaga sobre el desarrollo de la democracia (actitudes, valores y comportamientos) y pregunta sobre el
apoyo ciudadano a la democracia.

341
y deliberativa. Todos los índices incluyen el principio de la poliarquía, es decir, elecciones
competitivas y amplios derechos de participación electoral, al que se añaden las variables
correspondientes a cada modalidad de democracia: protección de los derechos individuales
y de las minorías frente a la tiranía del gobierno y de la mayoría; participación activa de los
ciudadanos en todos los procesos políticos, electorales y no electorales; igualdad política y
material y procesos deliberativos en el que el razonamiento de los ciudadanos centrado en el
bien común, motiva decisiones políticas (Coppedge et al., 2020).
La democracia es también un modo de vida. Incluye la cultura, es decir, los valores y las
prácticas que favorecen la participación social y política, la igualdad e inclusión de todas las
personas en medio de la diversidad y en el ejercicio práctico de la deliberación.
Tanto las instituciones como la cultura democrática son claves para definir y caracterizar el
nivel de democracia, pero también sus crisis. Definimos la crisis democrática como la ruptura
de un orden institucional en el que el andamiaje normativo ya no permite que sea el pueblo
quien ejerza el poder, sino la elite política y/o económica o militar y en el que, además, los va-
lores y prácticas democráticas de la ciudadanía van en declive, se tornan autoritarias (Mounk,
2018). La quiebra democrática no tiene señales inequívocas o universales, pero hay algunos
elementos que podrían mostrarla. Institucionalmente, la crisis democrática podría devenir en:
interrumpir las elecciones periódicas, justas y transparentes, cometer fraude electoral, minar
la independencia de las instituciones, restringir la prensa libre (Runciman, 2019), limitar la lib-
ertad de asociación, de expresión y de protesta pública de los ciudadanos, partidizar o coop-
tar la libertad de participación política, entre otros. Culturalmente, el retroceso democrático
supone: insatisfacción de la población con la democracia, baja valoración de la democracia,
escasa participación política y social, etcétera. Puede darse el caso de un país cuya democ-
racia esté desarticulada institucionalmente, aunque los ciudadanos sigan creyendo que vivan
en un país democrático y/o estén satisfechos con la democracia o bien, realicen prácticas
políticas para defender la democracia. Pero también puede darse el caso de un país en el que
la caída democrática, incluya elementos institucionales y culturales.
Por su parte, el desencanto democrático no equivale a que el ciudadano se torne más crítico
de los políticos y sus decisiones, sino que este se desligue, deje de verse como parte del sis-
tema y eventualmente rechace a la democracia como la mejor forma de gobierno y como el
medio para acceder a la justicia y garantizar igualdad política y social (Jenkins, 2018). El des-
encanto democrático es empíricamente observable cuando el nivel de apoyo a la democracia
desciende u ocurren eventos que muestran el compromiso o el distanciamiento popular con
el régimen político. Algunos indicadores son: grandes o pequeñas manifestaciones de apoyo
a la democracia luego de un intento de golpe de Estado o de la violación de derechos huma-
nos; nivel de abstención en elecciones competidas; Organizaciones de Sociedad Civil (OSC)
existentes en general y aquellas involucradas en la promoción de derechos civiles y políticos;
actividades en redes sociales que promueven o desincentivan la participación política y social;
la ampliación y respeto de derechos y la exigencia de responsabilidad y rendición de cuentas a
los políticos; surgimiento y crecimiento de grupos radicales antisistema o en contra de los dere-
chos de una determinada minoría o a favor de la supremacía de otros grupos étnicos, religiosos,
lingüísticos o regionales, sea que participen o no en elecciones, entre otras.

342
ESTADO DEL ARTE SOBRE LA CRISIS DEMOCRÁTICA
Y EL DESENCANTO DEMOCRÁTICO EN NICARAGUA (2018-2020)
El estado del arte sobre la relación entre crisis democrática y desencanto democrático en
Nicaragua (2018-2020) revela que lo que en realidad se ha estudiado en Nicaragua en este
periodo son los factores explicativos del vínculo entre la crisis democrática y la desafección
ciudadana con el régimen autoritario. La relación entre ambos fenómenos es un tema de es-
tudio que ocupa a profesionales de distintas disciplinas desde abril de 2018, cuando se hizo
más visible y más severo el quiebre democrático por la feroz represión del gobierno a las ma-
nifestaciones ciudadanas desencadenadas por la negligencia gubernamental en atender el
incendio de la Reserva Indio Maíz y las reformas inconsultas a la seguridad social. Un bloque
de investigaciones reproduce la versión oficial del gobierno de Nicaragua sobre esos sucesos
desde un enfoque conspirativo, coyuntural, carente de fundamento real y monocausal. Otro
bloque de investigaciones críticas, tiene un abordaje más estructural basado en la evidencia
empírica con explicaciones multicausales o monocausales. Presentamos a continuación las
explicaciones del objeto de estudio.

LA EXPLICACIÓN BASADA EN LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN DEL GOLPE


DE ESTADO VERSUS LA TEORÍA DE UN MOVIMIENTO SOCIAL AUTO CONVOCADO
Una explicación sobre la quiebra democrática en Nicaragua es la hipótesis de la “conspiración
armada”, la cual reproduce la versión oficial del gobierno de Nicaragua sobre los sucesos de
abril 2018. Según esta explicación, la crisis política tiene su origen en la conspiración armada
entre la derecha nicaragüense y los Estados Unidos para llevar a cabo un golpe de Estado
con la meta de poner fin a la revolución “democrática”, a la estabilidad política, económica y
social que había en el país. Así, el gobierno de Nicaragua justifica que tuvo que defender la
democracia y restaurar el orden político a través de las fuerzas de seguridad pública y de los
supuestos policías voluntarios (refiriéndose a los grupos de choque y las fuerzas paramilitares
armadas) que desalojaron de los espacios públicos a los supuestos “delincuentes” y “terroris-
tas” (Gobierno de Nicaragua, 2018, citado en Osorio & Rodríguez, 2020).
Otra versión sobre la crisis política provocada supuestamente por el intento de golpe de
Estado, argumenta que ello obedece a la injerencia histórica de los Estados Unidos en Cen-
troamérica que ahora ve amenazada su hegemonía política y económica por las potencias
rivales de China Continental y Rusia en Nicaragua (Midence 2018; Pérez, 2018). Esta explica-
ción deja de lado las causas internas del fenómeno y cualquier responsabilidad del gobierno
de Nicaragua en la crisis política, puesto que considera que los problemas vienen de afuera,
son provocados por el imperialismo estadounidense y no tienen nada que ver con el régimen
dictatorial impuesto al país por el partido de gobierno.
Desde una perspectiva contrapuesta, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independien-
tes (GIEI, 2018)5 ofrece la teoría de un movimiento ciudadano interno y autoconvocado, de
carácter pacífico, que exige democracia y participación, si bien fue aplacado por las fuerzas
de seguridad del régimen. Este movimiento social fue motivado por factores que erosionan la
democracia en Nicaragua: (a) el control absoluto de todos los poderes del Estado y de las fuer-

5 El GIEI, creado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), visitó Nicaragua en el año 2018
para realizar un monitoreo de los derechos humanos in situ, basándose en la evidencia empírica (testimonios
de las víctimas y de testigos presenciales de los hechos de violencia, con las familias afectadas y organizaciones
de derechos humanos, videos, fotografías y artículos periodísticos y material de los medios y redes sociales y la
información oficial entregada por el Estado a la CIDH).

343
zas públicas en manos del presidente, (b) la vulneración de los derechos humanos de algunos
sectores sociales: el derecho a la vida y la integridad de los defensores de derechos humanos,
los derechos políticos y territoriales de los indígenas, los derechos de propiedad de la tierra de
los campesinos y el derecho a la vida y a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres,
a los que se sumó desde el 2018, la vulneración del derecho a la vida, la integridad y la libertad
personal, el debido proceso y las garantías judiciales, la libertad de expresión, el derecho a
manifestarse, entre otros de los que protestaron en los espacios públicos, (c) la violencia estatal
que pasó de ser limitada durante 2007-2017 a ser una violencia sistemática y sostenida desde
el año 2018 dirigida a líderes de sectores sociales y políticos, defensores de derechos humanos
y medios de comunicación independientes que derivó en crímenes de lesa humanidad. Esta
violencia estatal funciona con la coordinación entre la Policía Nacional, los grupos paraestatales
y los aparatos de control y vigilancia en los barrios y las comunidades (los Consejos de Poder
Ciudadano, CPC, que evolucionaron a los Gabinetes de la Familia) y en las instituciones esta-
tales (Consejos de Liderazgo Sandinista). Producto de estos factores, el descontento social se
incrementó, hubo manifestaciones espontáneas y pacíficas de los ciudadanos en las calles y en
las redes sociales exigiendo democracia y participación.
La investigación de Sánchez & Osorio (2020), coincide en que existe un movimiento social
auto convocado desde el año 2018 y profundiza en las raíces políticas que explican la erosión
democrática y el descontento del pueblo. Primero, el retroceso democrático lo ha provocado
el gobierno electo que subvierte las instituciones democráticas. El Ejecutivo Nacional no solo
controla los poderes del Estado, sino que los rediseña conforme a sus intereses políticos y los
de la elite económica mediante reformas constitucionales ilegítimas que aprovechan el con-
trol total del Poder Ejecutivo en la Asamblea Nacional, además de negociaciones acordadas
en pactos políticos partidarios y alianzas con las elites económicas y políticas. Segundo, el
gobierno nacional implantó una estructura sociopolítica partidista de control territorial (Se-
cretarios Políticos del FSLN, CPC y Gabinetes del Poder Ciudadano, GPC) que posibilitó no
solo la vigilancia y el control político partidario en los barrios y las comunidades, sino el des-
mantelamiento de la autonomía municipal, de la gestión local descentralizada y los espacios
de participación multipartidarios y plurales. Tercero, la institucionalización de la violencia po-
lítica mediante un discurso y una práctica para reprimir cualquier defensa de la democracia,
persiguiendo y castigando a los disidentes y dejando en la impunidad a los operadores de la
violencia estatal, tiene sello del populismo autoritario. Estas condiciones provocaron que la
desafección ciudadana con el régimen autoritario se profundizara y que exista el anhelo de
enrumbar nuevamente al país hacia la democratización sobre la base de la justicia.

LA EXPLICACIÓN QUE COMBINA EL AUTORITARISMO


CON EL MODELO ECONÓMICO
La mayoría de las explicaciones sobre la crisis democrática y la desafección ciudadana con
el régimen autoritario, operan con un enfoque de economía política. En este sentido, Martí
(2018) considera que la crisis democrática tiene sus orígenes en el agotamiento del modelo
político y económico del gobierno de Ortega. Políticamente, se pasó de un régimen que con-
troló los poderes del Estado pactando con los adversarios tradicionales (Iglesia católica, sec-
tores del liberalismo, líderes de la Contra y de los EE.UU.) y cooptando a la elite económica
y a los sectores empobrecidos con los recursos de la cooperación venezolana, a un régimen
que se mantiene por la fuerza bruta. Económicamente, se pasó de la gestión arbitraria de
la cooperación venezolana que benefició a la familia presidencial y sus allegados, al sector
empresarial (mercado preferencial con los países del ALBA) y a los sectores empobrecidos

344
(políticas sociales focalizadas), a la disminución de la cooperación venezolana y al deterioro
de la economía por la coyuntura económica internacional y la crisis política doméstica. El
autor menciona que la protesta nicaragüense de abril 2018 que empezó por el descontento
acumulado en el ámbito político, económico y social se transformó en el rechazo a la forma
autoritaria, patrimonial y plutocrática del régimen.
Osorio & Rodríguez (2020) explican la crisis democrática y la desafección ciudadana con
el régimen autoritario, basándose en la teoría de Streeck (2016), según la cual, no podemos
tener democracia y neoliberalismo a la vez. Así, los orígenes de la crisis están en el binomio
autoritarismo y economía neoliberal: la subversión y centralización de las instituciones de-
mocráticas combinada con el crecimiento económico sostenido y programas sociales asis-
tenciales y clientelistas que no redujeron la desigualdad socioeconómica. La crítica ciuda-
dana a estas estructuras fue bloqueada mediante la violencia política brutal que derivó en
crímenes de lesa humanidad, la condena y el aislamiento del régimen en los foros internacio-
nales y las sanciones económicas internacionales dirigidas a altos funcionarios del régimen,
instituciones y empresas vinculados a la represión y la corrupción estatal. Según los autores,
para invertir esta tendencia, los nicaragüenses se han comprometido con la democracia y la
justicia protestando pacífica y masivamente en las calles y configurando distintas organiza-
ciones prodemocráticas para dialogar con el gobierno, movilizarse y enfrentar electoralmente
al régimen de Ortega en el año 2021.
La explicación que la quiebra democrática deriva de cambios políticos y económicos es
compartida por Chamorro (2020). La versión de este investigador se fija no solo en el des-
mantelamiento de las instituciones democráticas, sino en la inexistencia de una oposición
política que cuestionara el poder autoritario antes del año 2018 y la inminente crisis pre-
sidencial desde el 2018, manifiesta en la exigencia al presidente a que renunciara al poder
y que se negociaran elecciones anticipadas. Y desde el punto de vista económico, enfatiza
no solo en el mercado neoliberal, sino en la privatización fraudulenta de la cooperación
venezolana en favor de entidades empresariales que involucra al gobierno y la decisión de
megaproyectos económicos que benefician a la familia gobernante y sus allegados. En este
marco, el autor coincide en que ha habido una lucha cívica ciudadana para volver a instalar
la democracia mediante la protesta en las calles y la conformación de organizaciones pro-
democráticas, pero también desde la denuncia en los medios de comunicación tradicionales
independientes y en las redes sociales.
La versión que propone Cruz (2020), sobre el origen de la caída democrática consiste en el
cambio que experimenta la autocracia, los recursos estatales y las expectativas de la pobla-
ción. El autor menciona el factor de performatividad o de compensación de una autocracia
del presidente con el crecimiento económico sostenido, los abundantes recursos de la coo-
peración venezolana y las bajas expectativas clientelistas resueltas mediante un “populismo
responsable” (con estabilidad macroeconómica de las finanzas públicas) y la seguridad ciu-
dadana. La crisis democrática ocurre cuando la performatividad desapareció: la autocracia
se consolidó bajo un modelo familiar (la pareja presidencial), los recursos venezolanos dismi-
nuyeron, mientras que las expectativas de los nicaragüenses de bajos ingresos y de la clase
media aumentaron y la seguridad ciudadana disminuyó. Esto generó efectos inesperados
dentro y fuera de las filas del sandinismo: el rápido tránsito de clientes sandinistas a ciuda-
danos críticos, la división del aparato partidario del FSLN en dos productos de la sucesión
del presidente Ortega a la vice-presidenta Murillo y la conformación de una oposición po-
lítica nacional que defiende la democracia, pero que todavía es débil por falta de cohesión

345
y liderazgo. A la defensa de la democracia se ha sumado los Estados Unidos que ha pasado
de negociaciones frustradas con el gobierno buscando la reanudación del diálogo nacional,
a sanciones personales y económicas sin tregua negociadora.

LA EXPLICACIÓN CIMENTADA EN LA CORRUPCIÓN


El tercer bloque de explicaciones, relaciona el quiebre democrático y la desafección ciuda-
dana respecto al régimen autoritario con la corrupción. Moncada (2020) afirma que uno de
los orígenes de la crisis está en la corrupción histórica-estructural cambiante. En el pasado,
desde la dictadura somocista hasta el gobierno de Bolaños, la corrupción era perpetrada por
líderes del más alto nivel del gobierno para enriquecerse ilícitamente sin ser juzgados. En el
presente, con el gobierno de Ortega, la corrupción se complejiza: el enriquecimiento ilícito
supone también la captura del Estado y recientemente, la reconfiguración y cooptación.
Concretamente, la corrupción ha implicado la privatización de la cooperación venezolana,
las concesiones poco transparentes de megaproyectos económicos y la malversación de los
fondos del seguro social. También implicó la captura del Estado mediante una alianza entre
el gobierno y el sector privado para dictar leyes y políticas que garantizaron el éxito de los
negocios “legales”, imposibilitando consolidar la democracia y el Estado de derecho. Fractu-
rada la alianza con el sector empresarial, la corrupción supuso que el gobierno reconfigurara
y cooptara el Estado formando redes político-económicas ilícitas (RPEI) que se han lucrado
del Estado. Esa reconfiguración cooptada está relacionada fuertemente con la corrupción
judicial y policial que garantiza la impunidad del crimen organizado transnacional vinculado
al narcotráfico y la criminalización y la violación de los derechos humanos de la oposición
nicaragüense, mientras deja en la impunidad los crímenes cometidos por los agentes paraes-
tatales y las fuerzas armadas.
Sáenz (2020) considera que una de las causas de la crisis democrática que estalló en 2018
está relacionada con “[…] el agotamiento del modelo económico basado en el subsidio pe-
trolero y la corrupción, y las secuelas sociales derivadas de dicho agotamiento” (p. 470). La
economía neoliberal de Nicaragua que necesitó desmantelar la institucionalidad democrática,
creció en promedio, cerca del 5,0 % durante el gobierno de Ortega. Este régimen económico
(y político) se afianzó en la alianza entre el gobierno y los grupos económicos más poderosos
del país que les permitió redituar económicamente, abaratando la fuerza de trabajo y minimi-
zando o reprimiendo con las fuerzas armadas la lucha de los trabajadores por sus derechos
laborales. Pero también se afianzó con la cooperación venezolana privatizada en beneficio de
entidades empresariales bajo el control del gobierno. El período de auge de la cooperación
venezolana (2007-2014), si bien posibilitó programas asistenciales clientelistas, una gigantesca
fortuna a la familia presidencial y la cooptación de los funcionarios de los poderes del Estado
para el proyecto político y económico familiar, dicha cooperación no redundó en empleos
plenos, ni en la reducción sustantiva y sostenible de la pobreza del país. Hacia finales de 2017,
la caída de la cooperación venezolana, la casi desaparición de todos los programas sociales, el
estancamiento del empleo y los inexistentes megaproyectos económicos, provocaron el des-
contento de la población que vio caer sus expectativas de mejora. Otra condición que alentó
el descontento de la población fue la malversación de los fondos del seguro social. Además, a
raíz de la crisis democrática agudizada desde abril de 2018 que derivó en parte en una crisis
económica, hubo más desempleo, reformas draconianas a la seguridad social y en el campo
tributario que deterioró las condiciones de vida de la población.

346
LA EXPLICACIÓN BASADA EN EL AGOTAMIENTO DEL MODELO DE DESARROLLO
Otra explicación sobre las causas de la crisis democrática está fundada en el agotamiento del
modelo de desarrollo. Desde los primeros dos años de la crisis política severa en Nicaragua,
varios investigadores (Aguilar 2018; Baldizón, 2018; Fernández & Romero, 2019) argumen-
taron que la pérdida de la institucionalidad democrática tiene su origen en el modelo de
desarrollo extractivista o excluyente del que participa Nicaragua, al igual que el resto de la
región latinoamericana. Esta perspectiva también es defendida por Pérez-Reynosa (2020)
que enfatiza que el deterioro institucional en Nicaragua es un efecto del obsoleto y agotado
modelo económico que históricamente se ha basado en la sobre-explotación de los recursos
naturales y humanos a favor de las elites económicas nacionales (y extranjeras) y en detri-
mento del bienestar social, y que ha respondido a la necesidad de insertarse en la economía
global desde una posición subordinada de país en vías de desarrollo. Se trata de un modelo
de desarrollo dependiente de los términos de intercambio, de la inversión extranjera, de la
cooperación internacional, de las remesas familiares y de la mano de obra barata.

LA EXPLICACIÓN FUNDADA EN LA CULTURA POLÍTICA


DE LAS JUVENTUDES Y LAS REDES SOCIALES
Otra explicación relaciona la quiebra democrática con las redes sociales, aunque de una
forma diferente. Castro (2018) defiende que la crisis política y social que estalló en abril de
2018, se debe en parte a la represión policial inicial de las protestas sociales y a la política co-
municacional del gobierno que centralizó la información pública, cerró el espacio a la prensa
nacional e internacional para compartir información institucional y restringió la comunicación
gubernamental sobre lo que acontecía en el país, utilizando los medios de comunicación
tradicionales, bastante desactualizado en el manejo de las redes sociales. Según el autor, esta
política comunicacional gubernamental fue sobrepasada por el sector mediático opositor
tradicional con ediciones digitales y activos en redes sociales y por medios digitales recién
conformados con financiamiento estadounidense que cuestionaron y/o atacaron frontal-
mente al gobierno, pero sobre todo, por los activistas opositores en las redes sociales que
persuadieron a las juventudes y a parte de la comunidad internacional (los Estados Unidos)
con descalificaciones de las autoridades públicas, resignificaciones de contenidos (símbolos,
consignas, etcétera) de la lucha guerrillera sandinista y de la izquierda latinoamericana e in-
formaciones falsas sobre violencia política que se emitían durante las protestas. Fue durante
la crisis que el gobierno cambió su política comunicacional brindando información a medios
de comunicación nacionales oficialistas e internacionales y que la Juventud Sandinista se
activó en las redes sociales para equilibrar el impacto de las comunicaciones adversarias. Así,
según este investigador, las tecnologías de la información en manos de la oposición política
han servido para dañar el régimen democrático haciendo eco de la demanda de la renuncia
del gobierno y la convocatoria anticipada de las elecciones previstas para el 2021 mediante
noticias que falsean la realidad política.
Desde una perspectiva más crítica, varios investigadores (Rocha, 2019; Agudelo & Martínez,
2020), contradicen las investigaciones que hacen ver a los jóvenes posrevolución sandinista
con una cultura política caracterizada por la falta de compromiso social y político y alienados
tecnológicamente, bastante alejados de interesarse en sacar a Nicaragua de la crisis demo-
crática. Según los investigadores, la caída de la democracia en Nicaragua que tiene entre sus
componentes fundamentales el autoritarismo, la corrupción y el control de los medios de co-
municación tradicionales en manos de la familia Ortega-Murillo, hizo visible que los jóvenes
auto convocados fueron los que lideraron las manifestaciones de abril 2018, si bien tienen

347
otra forma de participar en la política: conformaron un movimiento social autoconvocado
que rompe con el paradigma revolucionario y que utilizó el potencial democratizante de los
teléfonos celulares y las redes sociales, un recurso que el régimen político no previo. Por un
lado, los jóvenes autoconvocados renuncian a la idealización del sujeto revolucionario como
carente de interés personal, fríos y mártires, y lo sustituyen con una política que combina
intereses personales y colectivos y el derecho a defender la patria y vivir. Por otro lado, la
política no solo se ejerció de manera presencial en las calles (marchas, plantones, barricadas,
tranques de carreteras, toma de universidades), sino también de forma virtual, a través de las
redes sociales que se constituyeron en un espacio político democratizante desde el que los
jóvenes universitarios formularon un discurso contra hegemónico, dieron voz a otros actores
del colectivo de auto convocados, compartieron información sobre lo que acontece en el
país a escala nacional e internacional, convocaron a las protestas en las calles. No obstante,
las redes sociales fueron un recurso de doble filo porque también informaba sobre los planes
y las marchas públicas de la oposición política al régimen político que ataca la democracia y
a la disidencia política.
El Estado del arte hace ver que la mayoría de las investigaciones sobre la crisis democrática
del periodo de estudio (2017-2020) se han concentrado en explicar las causas de la insu-
rrección de abril de 2018. Algunas explicaciones son multifactoriales y otras monocausales.
En dichas indagaciones no se dice que las manifestaciones tenían como una de sus consig-
nas centrales el repudio a la dictadura y la vigencia de la democracia. Una breve referencia
permitiría concluir por qué la crisis de la democracia más bien produjo más adherentes a la
democracia. En esa línea, el estudio de caso girará alrededor del vínculo entre crisis demo-
crática y desencanto democrático.

ANTECEDENTES: CRISIS DEMOCRÁTICA Y DESENCANTO


DEMOCRÁTICO EN EL PERÍODO 2007-2017
Nicaragua, a lo largo de su historia, ha transitado por rutas fallidas para alcanzar la demo-
cracia. A partir de 2007, con el retorno de Daniel Ortega a la presidencia, se observa un
constante deterioro de la democracia que se instauró después de las elecciones de 1990
(Jarquín et al, 2016). En este apartado, se exponen algunos sucesos del pasado reciente que
resultan significativos para comprender la agudización de la crisis democrática suscitada en
abril 2018 y que se mantiene abierta hasta la actualidad.6
A partir de 1990, Nicaragua emprende un proceso de democratización, transitando del auto-
ritarismo hacia la democracia electoral. En el periodo de 1990-2006, se instauran gobiernos
electos democráticamente. No obstante, dichos gobiernos constituyeron regímenes políticos
híbridos con elementos democráticos y autoritarios, bajo un modelo neoliberal que permeó
no solo las medidas económicas, sino que determinó las prácticas políticas, y en particular,
la política social (Aguilar, 2000).7 A pesar de estas condiciones, durante el período 1996-
2006, el porcentaje de apoyo a la democracia como forma de gobierno se sostuvo entre el

6 Los textos de Ortega Hegg, et al. (2020) y Jarquín et al. (2016) ofrecen detalle de los antecedentes de la
construcción del régimen autocrático actual.
7 Los denominados gobiernos neoliberales de la década noventa implementaron reformas estructurales que redujeron
el empleo en el sector público, atrajeron la inversión extranjera directa que se sostiene comprando u obteniendo
concesiones de las tierras de los campesinos y los indígenas y con empleos predominantemente informales, los
cuales erosionaron los derechos de seguridad laboral.

348
51,2 % y el 71,9 %. Esta tendencia se rompió circunstancialmente durante los años 2001 y
2004, puesto que solo el 42,7 % y 38,6 % de los ciudadanos, respectivamente, apoyaron el
régimen democrático (Corporación Latinobarómetro, 1996-2006).
El año 2000 es clave para comprender las condiciones actuales. Representa el inicio del
proceso de desinstitucionalización democrática, persistiendo una cultura autoritaria, cau-
dillista y autocrática en las elites políticas. Ese año entraron en vigencia las reformas consti-
tucionales y electorales resultado del pacto político entre Arnoldo Alemán8, líder del Partido
Liberal Constitucionalista (PLC) y Daniel Ortega9, líder del partido Frente Sandinista de Libe-
ración Nacional (FSLN). El pacto partidario decidió garantizar la primacía del Poder Ejecutivo
(necesario para que el Estado funcione como una corporación funcional a los intereses del
capital), el control bipartidista (según el peso político) del Poder Judicial, Electoral y de la
Contraloría General de la República, y una reforma electoral que, reduciendo el porcenta-
je de votos para ganar la presidencia de la República (de 45,0 % a 40,0 % para ganar en
primera vuelta, y a un 35,0 % en caso que la diferencia entre la primera y la segunda can-
didatura fuera superior al 5,0 %) volvería a elevar a la presidencia la persona autoritaria de
Daniel Ortega. A partir de esto, el sistema de pesos y contrapesos, propio de las instituciones
democráticas, se personalizó y pasó a los caudillos.
Las reformas, al reducir el porcentaje mínimo necesario para ganar las elecciones a presidente
y vicepresidente, fueron determinantes para que Daniel Ortega pudiese ganar las elecciones de
2006 y retomara el poder (Jarquín et al, 2016). Desde entonces, el presidente de la República,
Daniel Ortega, ha construido un régimen autoritario que mantiene una fachada democrática. El
control institucional fue posibilitado por la vigencia de la alianza partidaria libero-sandinista y la
construcción de la alianza con la cúpula empresarial que acordó que la política era asunto del
gobierno y la economía, un asunto de la elite empresarial (Spalding, 2017).10
En el primer período de gobierno de Daniel Ortega (2006-2011), asume la participación
ciudadana como un eslabón clave en la cadena de su gestión pública, en especial en las
políticas de salud y educación (Centro de Estudios y Análisis Político, CEAP, 2009). En 2007
constituyó los CPC y GPC, a los cuales les asignó funciones de administración y gobierno
(Casa de Gobierno, 2007). Estos Consejos empezaron a funcionar sustituyendo el modelo
de participación ciudadana establecido en la Ley de Participación Ciudadana (Asamblea
Nacional, 2003). Esto con el objetivo de institucionalizar un nuevo modelo político que ga-
rantizara la continuidad en el poder, aún en la eventualidad de perder las elecciones. El resul-
tado de esta nueva institucionalidad ha sido la partidización de la participación ciudadana.11

8 En el año 2000, Arnoldo Alemán ejercía como presidente de Nicaragua. Posteriormente, fue acusado de
malversación de fondos.
9 Durante la Revolución Sandinista de la década ochenta, Daniel Ortega había configurado un régimen político
corporativista autoritario que, desde las elecciones de 1990, contaba con el apoyo de una minoría considerable
en el país, que rondaba entre el 35,0 % y el 38,0 % de los votantes. En 1998, Daniel Ortega fue acusado de
abuso sexual por su hijastra, Zoilamérica Ortega Murillo.
10 “Ortega pone en práctica las lecciones aprendidas de su gobierno de los años 80; por tanto, regresa con un
discurso de unidad y reconciliación nacional. Es por ello que, por un lado, busca la reconciliación con la Iglesia
católica, con el sector privado y se integra a la economía de mercado abandonando el modelo de economía mixta.
Por otro lado, se da a la tarea de fragmentar la oposición, pactando con su principal líder y, de buscar concentrar
todo el poder para colocarse por encima del Estado de derecho. Todo ello ayudado por un contexto económico
favorable de relativa estabilidad macroeconómica y continuo crecimiento” (Ortega Hegg, et al., 2020: pp. 157).
11 CEAP (2009) señala que “[…] la estructura del poder ciudadano juega un triple rol a nivel territorial: organización
comunitaria para dar voz a grupo de pobladores; organización paraestatal para apoyar al gobierno a cumplir su
función en la prestación de servicios sociales; y organización parapartidaria que trabaja para fortalecer y ampliar la
base electoral del FSLN” (p.8).

349
Al finalizar el primer período de gobierno, la desinstitucionalización del sistema político se
expresó en la candidatura ilegal de Daniel Ortega en 2011. A pesar de que la Constitución
Política le prohibía en dos artículos distintos volver a presentarse como candidato a una ree-
lección sucesiva, sometió un recurso a la Corte Suprema de Justicia (CSJ), quien declaró in-
constitucional la Constitución y emitió una resolución permitiendo que volviera a presentarse
como candidato. El Consejo Supremo Electoral (CSE), hizo su parte perpetrando un fraude
electoral y dándole a este candidato el 62 % de los votos en las elecciones presidenciales y
legislativas de 2011. Esto le permite al Presidente de facto cambiar toda la institucionalidad,
sin necesidad de contar con la oposición, pues ello le da mayoría absoluta para cambiar, in-
cluso, la Constitución de la República.12
En el segundo período de gobierno (2011-2016), con la mayoría absoluta en la Asamblea
Nacional que le dio el fraude electoral de 2011, el partido de gobierno se dispuso a formalizar
la nueva institucionalidad. En esa línea, en el año 2012, el Presidente de la República reformó
la Ley de Municipios. Dicha reforma debilitó la institucionalidad municipal y convirtió a los
municipios en ejecutores de sus políticas centrales. De esta manera, el poder territorial se
ha centralizado y concentrado en la Presidencia de la República. Además, esta reforma, al
darle prevalencia en la toma de decisiones a los CPC sobre los concejos municipales electos,
debilita la institucionalidad del concejo municipal y pone en disputa la autoridad entre los
gobiernos electos y los GPC municipales, donde cada uno reclama para sí el poder de deci-
sión en la gestión pública (CEAP, 2009).13
En ambos períodos de gobierno (2007-2016), las instituciones estatales fueron utilizadas
para subvertir la democracia electoral, esto es, eliminar los límites del período presiden-
cial y limitar el pluralismo político y de esta forma garantizar su permanencia en el poder
de manera indefinida. También utilizó las instituciones estatales para destruir la democracia
participativa eliminando el acceso libre de las organizaciones civiles comunitarias y barriales
para participar en las cuestiones públicas y sustituyéndolas por organizaciones comunitarias
parainstitucionales (CPC), integradas predominantemente por afiliados del FSLN.
Además, ha convertido los poderes del Estado en armas políticas que dictan las decisiones
trascendentales en la Asamblea Nacional, en la CSJ y en el CSE donde la oposición política
es la minoría. También ha subvertido la función de las fuerzas públicas del Ejército de Nic-
aragua y de la Policía Nacional al sumarles el resguardo de la seguridad del régimen, al rol
de garantizar la Defensa Nacional y la seguridad pública, respectivamente. A ello se agrega
que es un régimen que profundizó el bloqueo de la autonomía regional de la Costa Caribe
y secuestró la autonomía comunitaria de la Costa Caribe y la autonomía municipal, al tiem-
po que violentó la libertad de expresión de los medios de comunicación independientes,
sometiéndola al asedio o la autocensura, y trató de impedir por vía de la represión el derecho
ciudadano a la protesta pública (Osorio & Rodríguez, 2020).

12 Esto luego se extendió a los alcaldes, a quienes, en Nicaragua, la Constitución les prohibía la reelección, y
que por medio de esta resolución pueden presentarse como candidatos. De la misma manera, vía un decreto, el
Presidente mantiene en sus cargos a magistrados de la CSJ, del Poder Electoral, y de otras instituciones del Estado,
a pesar de que la Constitución establece que estos cargos son de nombramiento de la Asamblea Nacional y no
del Presidente de la República. Asimismo, el Presidente mantiene en sus puestos a funcionarios que deberían ser
sometidos y confirmados para su nombramiento firme a la Asamblea Nacional, según la ley, como el caso de los
embajadores, con el solo nombramiento del Presidente.
13 Posteriormente, siguió con el control territorial de los gobiernos municipales y regionales del Caribe.

350
El secuestro de la autonomía y la censura se extendió al sector educativo. En particular, las
universidades públicas se sometieron al control del Estado, y las universidades privadas que
han resistido y defendido su autonomía, han sido sujetas a represalias y acosos ejecutados
por el Consejo Nacional de Universidades (CNU), controlado por el partido gobernante.14 En
el ámbito académico, la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN) opera como el
“brazo” político del partido de gobierno para ejercer el control de estudiantes y docentes, en
coordinación con las autoridades académicas, dentro de las universidades públicas y priva-
das que reciben apoyo estatal.
Así pues, observamos que, durante el periodo 2007-2017, hay un retroceso de la demo-
cracia y se construye un régimen político autoritario, con rasgos evidentes de una dictadura
familiar, que controla todos los poderes del Estado para continuar en el poder, que perpetúa
el neoliberalismo para favorecer la acumulación del capital, que implanta un populismo fa-
vorecedor de su clientela política y una política social parcialmente mejorada gracias a los
recursos de la cooperación venezolana. Durante este periodo, se observa un descenso en el
apoyo público hacia la democracia, la cual pasa de porcentajes del 61,4 % al inicio de este
gobierno (2007), a porcentajes que rondan el 39,8 % en el año 2017 (Corporación Latino-
barómetro, 2007-2017).

EXPLORANDO RESULTADOS Y FORMANDO CONJETURAS


En este acápite tratamos de responder a la pregunta sobre el nivel de severidad de la crisis de
la institucionalidad democrática actual en Nicaragua, así como el grado en el que los ciuda-
danos nicaragüenses apoyan la democracia. También intentamos responder a la interrogante
del por qué la crisis democrática severa no abona el terreno del desencanto ciudadano con
la democracia y de qué forma los diferentes modos de organizar la democracia influyen en la
valoración que de ella hacen los electores.

LAS DEMOCRACIAS SE DETERIORAN PROGRESIVAMENTE, MIENTRAS


QUE LOS CIUDADANOS SE ENAMORAN DE LA DEMOCRACIA
EN MOMENTOS DE CRISIS SEVERA
El gobierno populista-autoritario de Daniel Ortega que empezó en el año 2007 y que se
extiende hasta el año 2021, hizo evidente la progresiva caída de las democracias electoral,
liberal, deliberativa e igualitaria en Nicaragua, si bien la democracia participativa mejora le-
vemente durante un corto período a partir de la crisis de abril de 2018. La leve mejoría de
la democracia participativa obedece a que durante abril-julio de 2018, diversos sectores
sociales y la cúpula empresarial del país, protestó masivamente en las calles. Primero, en
contra de la negligencia gubernamental para sofocar el incendio en la Reserva Forestal Indio
Maíz y en contra de la reforma inconsulta de la seguridad social; y después, cuando las pro-
testas fueron reprimidas brutalmente por el Estado, con un saldo de centenares de muertos
y de presos políticos, miles de exiliados y decenas de desaparecidos. Sin embargo, dada la
persistencia de la resistencia ciudadana en las calles, el gobierno se vio forzado a sentarse
en dos ocasiones con los representantes de los sectores sociales y de la elite empresarial
aglutinados en la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) para participar en dos
diálogos que resultaron fallidos, con los cuales intentó resolver la crisis democrática severa.

14 Ejemplo de las represalias son los recortes presupuestarios a las universidades que cumplen con su misión
educativa de promoción del pensamiento crítico, la fe y la justicia.

351
Ahora bien, mientras que la democracia participativa mejora de forma coyuntural en el año
2018, observamos que la democracia liberal, ha funcionado persistentemente de forma pre-
caria, lo que significa que ni la voluntad popular, ni los derechos individuales, ni los derechos
de las minorías, son reconocidos en la práctica por el gobierno. Además, entre los distintos
tipos de democracia, la caída más pronunciada es la de la democracia deliberativa, puesto
que en la toma de decisiones políticas y en la solución de conflictos, prima el poder político
autoritario, antes que el consenso ciudadano basado en los mejores argumentos para el bien
común. La democracia electoral está por encima de todos los índices democráticos, aunque
también refleja una caída pronunciada. Mientras tanto, la democracia igualitaria que mejora
durante el año 2009 cuando había una crisis financiera en los Estados Unidos (que impactó
poco en Nicaragua porque la actividad bursátil no es importante) y durante los años de elec-
ciones generales en Nicaragua (2011, 2016) cuando los programas asistenciales del gobierno
ganaban ímpetu, tiende a mantenerse sin mayores cambios la mayoría de los años, tal como
puede observarse en el gráfico 1.

GRÁFICO 1: Comportamiento de los diferentes índices de democracia


en Nicaragua 2007-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos de Coppedge et al. (2020), “V-Dem [Country–Year/Country–Date]
Dataset v10” Varieties of Democracy (V-Dem). Project: Pemstein et al., (2020). https://doi.org/10.23696/vdemds20

Junto a la crisis sostenida de las democracias durante el período 2007-2019, observamos un


cambio en la legitimidad del régimen político de la democracia: el grado de encantamiento o
de apoyo público a esta, que empezó siendo del 61,0 % en el año 2007 cayó hasta el 39,8
% en el año 2017. Pero con la agudización de la crisis democrática y con el desencadena-
miento de la crisis económica en el año 2018, el apoyo democrático pasó del 39,8 % en 2017

352
al 51,0 % en el año 2018 (véase Gráfica 2). Ello podría significar que la caída al apoyo a la
democracia observada en el periodo anterior no era al régimen democrático en sí, sino a la
democracia realmente existente; es decir, al gobierno autoritario que coartaba todo tipo de
libertades; ello se hizo evidente con la represión. Una de las banderas claves de las manifes-
taciones era la demanda de democracia.
GRÁFICO 2: Apoyo a la democracia en Nicaragua, 2007-2018 (porcentajes)

Fuente: Corporación Latinobarómetro (2007-2018).

EXPLICACIÓN SOBRE PORQUÉ LA EROSIÓN SEVERA DE LA DEMOCRACIA DE ABRIL


2018, NO ABONA EL TERRENO AL DESENCANTO CON LA DEMOCRACIA
Determinar las condiciones que hacen posible que, en momentos de crisis aguda de la de-
mocracia, la mayoría de los ciudadanos no estén en contra de la democracia, requiere pres-
tar atención a circunstancias que ya no están presentes. En esa línea, seis son, al menos, esas
condiciones de posibilidad política, económica y cultural. A continuación, analizamos cada
una de estas seis causas que podrían explicar la crisis severa de la democracia de abril 2018
y el por qué ello no termina abonando el terreno al desencanto con la democracia.

Crisis presidenciales y pospresidenciales


En este lapso de casi treinta años, desde 1990 hasta la fecha, el país ha experimentado múl-
tiples crisis presidenciales y una crisis pospresidencial. La pérdida del gobierno del FSLN en
las elecciones de 1990 supuso el desarrollo de una estrategia que les permitió hacer realidad
la consigna de “gobernar desde abajo”. Durante los dieciséis años de gobiernos neolibera-
les, el poder fáctico de Ortega generó que todos los gobiernos después del 90 estuvieran
en una crisis permanente. El poder acumulado le permitió gobernar “desde abajo”, creando
inestabilidad política que afectó la legitimidad del sistema político democrático (Observatorio
Nacional de la Democracia y la Gobernabilidad, 2008; Serra & López, 2004). No obstante,

353
el apoyo público a la democracia fue más sostenido durante los gobiernos neoliberales. En el
caso de Nicaragua, encontramos que las crisis presidenciales crearon situaciones de gober-
nabilidad comprometida sin conducir a la salida del presidente.
En términos de la crisis pospresidencial, contextualizamos en detalle el caso del ex-presi-
dente Arnoldo Alemán por su significado y contribución en la construcción del régimen au-
toritario actual. En 2003, luego de cumplir su período presidencial (1997-2002), fue encon-
trado culpable, y sentenciado a veinte años de cárcel, por los cargos de lavado de dinero y
otros delitos de corrupción. En 2004, se convirtió en el primer mandatario en toda la historia
de Nicaragua en ser encerrado en la cárcel por corrupción, dictándose prisión efectiva por
el fraude de 1,3 millón de dólares y otros delitos en perjuicio del canal 6 de televisión estatal
(comúnmente conocido como Caso Canal 6). Esto provocó que adeptos al partido y a la fi-
gura de Alemán realizaran protestas por su encierro.
En 2009, el expresidente Alemán fue sobreseído de los cargos de corrupción por la CSJ de
Nicaragua; absolviéndolo de los delitos de los que fue acusado y sentenciado en 2003. Esta
nueva sentencia de absolución es percibida como un remanente del pacto político del 2000
entre Alemán y Ortega. La figura de Alemán perdió el apoyo de la población y llegó a tener
una imagen negativa durante y después de su gobierno (Biblioteca Enrique Bolaños, 2017);
sin embargo, su liderazgo dentro del partido (PLC) se mantuvo. Esto provocó la disidencia de
miembros del partido y la fundación de nuevos partidos políticos. Por ejemplo, en 2004, la
Alianza por la República (APRE) fue fundado por liberales disidentes del PLC y del Partido
Conservador (PC). De esta manera, se generó una división del voto liberal que había sido
clave para evitar el retorno de Daniel Ortega a la presidencia.15
Esta crisis pospresidencial, tuvo repercusiones en la campaña presidencial de Enrique Bola-
ños en 2001 y en su gestión del gobierno (2002-2007); al ser ambos miembros del mismo
partido político (PLC). Durante el período de presidencia de Bolaños, la corrupción era el eje
central de las noticias en los principales medios de comunicación por el rol protagónico del
gobierno de Bolaños en desmantelar los casos de corrupción del gobierno anterior. Como se
muestra en la Gráfica 3, en 2002, la aprobación a la gestión del gobierno era muy alta (83,9
%); pero disminuyó significativamente en 2003 (32,2 %) y se mantuvo hasta 2006 en niveles
muy bajos, entre el 23 % y 32,4 %.
La situación de crisis pospresidencial fue aprovechada, a su vez, políticamente por Daniel
Ortega. La connotación negativa del pacto generó división de la oposición y posibilitó el
triunfo electoral del FSLN en las elecciones de 2006. En la disputa Alemán-Bolaños, el voto
de los diputados del FSLN posibilitó la desaforación de Alemán y la pérdida de su inmunidad
parlamentaria para enfrentar las denuncias de corrupción; dándole a Daniel Ortega una in-
mensa capacidad de arbitrio (Jarquín et al., 2016). En esta línea, se suma la influencia política
del FSLN en los tribunales de justicia, previo a su llegada a la presidencia; lo cual le sirvió a
Ortega como un instrumento de presión contra el ex-presidente Alemán, quien eventual-
mente tuvo que negociar (desde prisión) la redistribución bipartidista en beneficio del FSLN,
en ese momento fuera del gobierno (Álvarez & Miranda, 2016). Una vez que Ortega recuperó
la presidencia, progresivamente le fue posible tener el control absoluto de los poderes del
Estado, lo que le ha permitido consolidar su régimen autoritario.

15 En 2001, el PLC obtuvo el 56,31 % de los votos; mientras que, en 2006, obtuvo el 27,11 %. El bloque liberal se
fragmentó: el partido Alianza Liberal Nicaragüense (ALN) consiguió 28,03 % de los votos. En tanto que el FSLN
obtuvo 38 %.

354
GRÁFICO 3: Gestión del gobierno (2002-2018) (porcentajes)

Fuente: elaboración propia con datos del Latinobarómetro (1996 - 2018).


Datos disponibles en www.latinobarometro.org

En la coyuntura actual, los sucesos de abril 2018 han profundizado el descontento social y el
anhelo de enrumbar el país hacia la democratización. El recambio de gobierno por la vía de
las elecciones adelantadas, como una demanda de la mayoría de la población, ha sido impo-
sibilitado por el control político que el presidente Ortega mantiene sobre todos los poderes
del Estado. Además del control de la Policía y el Ejército Nacional, que le ha permitido parali-
zar y desmovilizar las protestas cívicas ciudadanas; imponiendo un estado de excepción y un
régimen policial-parapolicial que ha mantenido invalidado el ejercicio de todos los derechos
ciudadanos (Ortega Hegg, et al., 2020).
De esta manera, en el caso de Nicaragua actualmente no nos encontramos con una crisis
presidencial que pone en abierto conflicto al Poder Ejecutivo con otros poderes públicos
o fácticos (Álvarez, 2020). En dos años de profundización de la crisis democrática, la per-
sistencia de la represión y la falta de voluntad política del gobierno, no han permitido hacer
transformaciones por la vía pacífica de las elecciones (Ortega Hegg, et al., 2020). Esto ha
tenido un efecto en la acumulación del descontento, la vertiginosa pérdida de legitimidad
del régimen y sus instituciones. Tal y como se observa en la Gráfica 3, el porcentaje de apro-
bación de la gestión del gobierno sufrió una caída de 44 % en un año, al pasar de 67,1 % en
2017 a 23 % en 2018 y la percepción de que el régimen gobierna para el pueblo descendió
de 52 % al 25 % (Sánchez & Osorio, 2020).

355
Déficit de democracia
Como apuntamos en el apartado “Las democracias se deterioran progresivamente, mientras
que los ciudadanos se enamoran de la democracia en momentos de crisis severa” la demo-
cracia liberal ha funcionado persistentemente de forma precaria; mientras que la democracia
participativa mejora de forma coyuntural en el año 2018. Durante el período de 1998-2018,
el proceso de autocratización avanzó en Nicaragua, comenzando a obstaculizar la calidad de
las elecciones. Según V-Dem, desde 2012, Nicaragua es catalogada como una autocracia
electoral; es decir, que hay celebración de elecciones, pero no se logra que sean libres y
justas o que cumplan un nivel mínimo de los requisitos institucionales. Está por verse si las
elecciones presidenciales y legislativas de noviembre de 2021, serán unos comicios libres,
justos y transparentes. El gobierno de Ortega sigue teniendo el control total del Poder Elec-
toral, ha aprobado unas reformas electorales diseñadas a su conveniencia y está cerrando la
competencia política. El Parlamento de Nicaragua dominado por el oficialismo, aseguró que
el partido de gobierno (FSLN) tenga la mayoría de magistrados en el Consejo Supremo Elec-
toral (6 de los magistrados titulares pertenecen al FSLN y uno al Partido Conservador), el cual
organizará los comicios de noviembre de este año. La Ley de Reforma y Adición a la Ley No.
331, Ley Electoral (Asamblea Nacional de la República de Nicaragua, 2021) propuesta y apro-
bada por la mayoría absoluta de diputados sandinistas del Parlamento, restringe derechos
constitucionales, inhibe a candidatos opositores que estén de acuerdo con las sanciones
internacionales contra el presidente Ortega y sus allegados, limita la financiación electoral y
prácticamente anula la observación electoral mediante la figura limitada del acompañamien-
to. Además, el gobierno ha cancelado ilegalmente la personería jurídica de partidos políticos
opositores (el Partido Restauración Democrática que era la plataforma electoral del bloque
opositor de la Coalición Nacional y el Partido Conservador) e inhibido a candidatos presi-
denciales. Aún sigue vigente la personería jurídica del Partido Ciudadanos por la Libertad
(CxL) alrededor del cual se aglutina el bloque opositor de la Alianza Ciudadana.
La crisis de abril 2018, posicionó a Nicaragua como el país de América Latina con el mayor
crecimiento en apoyo a la democracia con relación a 2017; situando al país en el octavo
puesto a nivel regional. A partir de 2016, el porcentaje de nicaragüenses que prefieren vivir
en un país donde se respeten todos sus derechos y libertades ha aumentado (de 53,2 % a
63,4 %); en contraposición con aquellos que prefieren orden económico (FUNIDES, 2020).
No obstante, es desde 2006 que se observa un cambio en las preferencias ciudadanas de
orden económico a respeto de las libertades. En este sentido, observamos que las democra-
cias no han dejado de ser atractivas para la población. Por ende, en el caso de Nicaragua, el
déficit democrático no se expresa en un descontento con esta forma de gobierno. En cam-
bio, la implantación de un régimen autoritario ha suscitado la demanda de reinstauración
de la democracia. Es por ello que, a pesar de la gradual reducción de libertades, surgían
protestas y organizaciones con demandas sociales, políticas y económicas (Cabrales, 2020).

Déficit de capacidades del Estado


La capacidad estatal es un elemento clave que favorece o restringe la democratización. De
tal forma que las debilidades del Estado se traducen en problemas de gobernabilidad demo-
crática. Desde 1990 hasta la fecha, la tendencia dominante en el modo de gobernabilidad
“[…] ha sido la de organizar un trueque entre grupos de interés del cual surgieron una serie de
arreglos dominantes sobre las reformas económicas, las reformas políticas, el bipartidismo de
facto y la repartición del Estado” (Observatorio Nacional de la Democracia y la Gobernabili-
dad, 2008: p. 52). Esto ha minado la capacidad estatal y se han producido graves problemas

356
de gobernabilidad. Esta situación se ha profundizado desde 2018. Los niveles de confianza
en las instituciones públicas sufrieron una dramática disminución, estableciéndose porcen-
tajes muy por debajo de la media de los países latinoamericanos (Sánchez & Osorio, 2020).
En la Gráfica 4, se observa que ninguna institución del Estado alcanzó el 25 % de confiabili-
dad para la ciudadanía. La CSJ (15 %), el CSE (14 %) y los partidos (10 %) fueron las institucio-
nes con los porcentajes más bajos de confianza. La policía de Nicaragua, principal arma de
represión del gobierno, resultó con apenas el 21 % de confiabilidad. En cambio, la Iglesia es
la institución más confiable para la ciudadanía. En el caso particular de Nicaragua, la Iglesia
ha tenido una labor de denuncia de los abusos que se han venido perpetrando sistemática-
mente en el país y, en algunos casos, ha sustituido el rol del Estado.

GRÁFICO 4: Nivel de confianza de las instituciones de Nicaragua (2018)

Asimismo, la pérdida de confianza en el poder Electoral (CSE) se expresa en una tendencia a


la baja en la participación ciudadana en los comicios nacionales, regionales de la Costa Ca-
ribe y en las elecciones municipales de los últimos años. Dado que se identifica una limitada
capacidad de la ciudadanía para participar libre y activamente en el ejercicio de los derechos
civiles y políticos. De igual manera, la situación de la administración de justicia es comple-
ja; identificando la falta de independencia y credibilidad del Poder Judicial como uno de
sus más grandes problemas (Observatorio Nacional de la Democracia y la Gobernabilidad,
2008). En consecuencia, el déficit de la capacidad estatal favorece la demanda ciudadana
de democratización para que las instituciones funcionen en beneficio de todos los ciudada-
nos y no solo de los simpatizantes del partido de gobierno.

357
Los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales
Orlando Núñez (2016), uno de los ideólogos del Frente Sandinista de Liberación Nacional,
manifestó que “[…] en tiempos de paz, aunque también en tiempos de guerra, los medios
de comunicación son las armas y municiones para la lucha ideológica, y la lucha ideológica
es el principal escenario de la guerra política”. Con esta premisa, desde el 2007, cuando el
Frente Sandinista retoma el gobierno, adquiere el control de gran parte de los medios de
comunicación tradicionales del país para defender las posiciones gubernamentales, difundir
las obras sociales y la acción diplomática del gobierno. La política comunicacional de este se
caracteriza por centralizar la información pública y cerrar el espacio a la prensa nacional e
internacional. La información pública ha estado concentrada en manos de la primera dama
(desde el 2016, también vicepresidenta de la República de Nicaragua) quien desde el año
2007 tiene una comparecencia telefónica diaria que es transmitida en los canales de televi-
sión, emisoras de radio y dos sitios de Internet (El 19 Digital y la Voz del Sandinismo) contro-
lados por el sandinismo. La prensa independiente local y la prensa internacional no lograron
obtener información directamente del gobierno y de las instituciones estatales mediante en-
trevistas. Por ejemplo, el presidente Ortega no dio entrevistas a medios locales y raramente
a medios extranjeros, sus intervenciones públicas en actos conmemorativos se limitaron a
posicionarse sobre algunos temas con sus seguidores (Castro, 2018).
La política gubernamental basada en la adquisición y control de gran parte de los medios de
comunicación tradicional para ponerlos al servicio de sus propios intereses, fue combinada
con otra política que presionó a la prensa independiente, violentando su libertad de expre-
sión mediante el asedio, la clausura de programas televisivos y la corporativización de las or-
ganizaciones gremiales de periodistas. Durante la crisis democrática de 2007- 2017, los me-
dios de comunicación independientes fueron asediados sacándolos del aire temporalmente
cuando cubrían las protestas sociales de diversos sectores sociales, o bien imponiéndoles la
transmisión de discursos gubernamentales en cadena. Los periodistas fueron amedrentados
mediante distintos mecanismos: la clausura de programas televisivos críticos del gobierno a
cambio de renovar el permiso de operaciones de las televisoras en cuestión; la corporativiza-
ción de las dos organizaciones gremiales de periodistas: Colegio de Periodistas de Nicaragua
y la Unión de Periodistas de Nicaragua a través de la conformación del Foro de Periodistas
Sandinistas acrítico del gobierno; las agresiones físicas y el despojo de equipos del personal
periodístico de medios no oficialistas por parte de la Policía Nacional y simpatizantes del
FSLN (Rothschuh, 2016).
Ambas políticas en el campo de la comunicación pertenecen al quiebre democrático del
período 2007-2017 y abonaron al descenso del apoyo a la democracia, en tanto que son
medidas antidemocráticas que impiden el acceso de los ciudadanos a la información pública
suficiente, obstaculizan la difusión de programas críticos de la gestión gubernamental, así
como la autonomía de las organizaciones de periodistas. Pese a ello, hubo una política co-
municacional del gobierno de tipo más democratizante, la cual consistió en proporcionar el
servicio gratuito de wifi en espacios públicos (parques públicos, estadios, etcétera). En parte,
gracias a esa política, el acceso al Internet y a las redes sociales se masificó en Nicaragua, a
tal punto que para el año 2018, más del 50,0 % de los nicaragüenses estaban conectados
al Internet y participando activamente en las redes sociales (We Are Social, 2018, citado en
Cruz, 2020).
El estallido de la crisis democrática severa de abril de 2018 recrudeció las condiciones es-
tructurales de la comunicación. En esta etapa, la política comunicacional del gobierno conti-

358
nuó siendo evitar el pluralismo informativo y el debate racional, aumentando su presencia en
los medios de comunicación internacionales y en los medios de comunicación nacional que
son de su propiedad, controlando autoritariamente los medios de comunicación tradiciona-
les independientes, el servicio de Internet y el uso de las redes sociales.
El gobierno reforzó el autoritarismo e incitó la polarización social utilizando los medios de
comunicación tradicionales controlados por la familia Ortega-Murillo, abriendo el espacio a
la prensa internacional para dar a conocer su versión de la represión letal de abril de 2018
y promoviendo el uso de las redes sociales por la Juventud Sandinista. En estos medios, el
discurso gubernamental y de sus seguidores invirtió la realidad vivida en el país mediante tres
ideas: Nicaragua experimentó un intento fallido de golpe de Estado que fue contrarrestado
por las fuerzas de seguridad pública y de los supuestos policías voluntarios, consecuente-
mente, el país ha vuelto a la normalidad, esto es, ha recobrado la senda democrática, el orden
político y la estabilidad económica.
Paralelamente, el régimen autoritario arreció los ataques contra la prensa independiente que
dio amplia cobertura a lo que acontecía en el país. Criminalizó la labor periodística mediante
el encarcelamiento y el enjuiciamiento de algunos periodistas; violentó física, psicológica
(amenazas, espionaje e intimidación) y materialmente (despojo de equipos) a los periodis-
tas, bloqueó en aduanas por más de un año la materia prima de los periódicos La Prensa y
el extinto Nuevo Diario y confiscó ilegalmente las instalaciones de algunos medios de co-
municación independientes (canal de televisión 100 % Noticias, Revista Confidencial y los
programas “Esta Semana” y “Esta Noche”). También forzó a algunos periodistas a exiliarse
en Costa Rica por las amenazas contra sus vidas. En el año 2019, aproximadamente setenta
periodistas se habían exiliado en Costa Rica a causa de la represión (Fundación Arias para la
paz y el progreso humano, 2019).
Para derrotar la censura oficial gubernamental y ejercer sus derechos civiles y políticos, los
medios de comunicación independientes y los ciudadanos nicaragüenses recurrieron a sus
teléfonos celulares y a las redes sociales. Las tecnologías de la comunicación digital sirvieron
para que los medios independientes se mantuvieran al aire mediante ediciones digitales y
activos en redes sociales, y para que los ciudadanos nicaragüenses se empoderaran, apare-
cieran en la tribuna nacional y global, y potenciaran la democracia desde el espacio virtual.
Se trató de un momento en el que el gobierno no tuvo la capacidad para controlar los efectos
políticos del uso ciudadano de las redes sociales para movilizar a la población, evidenciar el
descontento y la demanda social en términos de justicia y democracia.
Frente al rol democratizante de los medios de comunicación independientes y de las redes
sociales, escaló la represión gubernamental en el año 2020. Se han configurado nuevos jui-
cios penales arbitrarios en contra de periodistas independientes, se ha procedido con cobros
ilegales para silenciar la prensa independiente: embargo fiscal al Canal 12 de televisión, el
reparo fiscal al Canal 10 y el cobro ilegal al Canal 100 % Noticias, así como la aprobación
de tres leyes copiadas de Rusia, Cuba y Venezuela cuyo propósito es vigilar y controlar la
prensa independiente y las redes sociales, criminalizar la libre expresión de los nicaragüenses
críticos del gobierno bajo amenaza de cárcel y/o de confiscación de bienes.
La Ley Especial de Ciberdelitos (2020) declara implícitamente al Internet y las redes sociales
como una amenaza para la seguridad soberana del Estado, de ahí la necesidad de vigilar y
censurar estos espacios que se les dificulta a los autócratas dominar. Es una ley que frena a
los ciudadanos nicaragüenses dentro y fuera del país a recibir y difundir información y emitir
una opinión crítica respecto al sistema político y socioeconómico de Nicaragua, frena la in-

359
vestigación periodística que revela información pública clasificada como “reservada” y que
ponga en peligro la seguridad soberana del Estado. Castiga con prisión de entre uno y ocho
años de cárcel.
La Ley de Regulación de Agentes Extranjeros (2020) está dirigida a controlar los fondos
financieros que personas naturales y jurídicas reciban del exterior con el pretexto de evitar
que se destinen a actividades que atenten contra la seguridad del Estado. El espectro de la
ley es amplio e incluye desde consultores, asesores, publicistas, profesionales, personal de
organizaciones de sociedad civil y recipientes de remesas, a los que se les prohíbe postular
a cargos públicos. En ese sentido, el propósito que está detrás de la ley consiste en eliminar
candidatos de oposición política y quitar de en medio a organizaciones no gubernamentales
críticas u opositoras del gobierno. En el campo del periodismo independiente, los empleados
de servicios de información (y otros sujetos) que laboran para medios digitales emergentes y
corresponsales de medios de prensa internacionales que perciban fondos desde el exterior
no podrán optar a cargos públicos, ni a candidaturas de ninguna naturaleza, serán vigilados
y fiscalizados permanentemente por el gobierno y podrán ser sujeto de sanciones civiles y
penales, incluyendo confiscación de bienes (Junta Directiva PEN Nicaragua, 2020). Algunas
organizaciones civiles que laboran en el sector de la comunicación social han rechazado
esta ley y optado por el cierre de operaciones desde febrero de 2021: son los casos de la
Fundación Violeta Barrios de Chamorro dedicada a promover el periodismo independiente y
la libertad de prensa, PEN Nicaragua que orienta su labor a fomentar la literatura y la libertad
de prensa y el Centro de Investigación de la Comunicación (Cinco) que como su nombre lo
indica, se especializa en indagaciones sobre los medios de comunicación social y su rol en la
construcción de la democracia.
También se reformó el artículo 37 de la Constitución Política de Nicaragua para imponer
prisión perpetua a quienes cometan delitos de odio. Pese a que todavía no se ha definido
lo que se entiende por crímenes de odio en el código penal, el discurso del presidente Or-
tega con fecha del 15 de septiembre de 2020 en el acto en saludo al 199 aniversario de la
independencia de Centroamérica, incluyó como autores de delitos de odio a los opositores
a su gobierno: “[…] ellos quieren seguir cometiendo asesinatos, colocar bombas, provocar
destrucción, más destrucción de la que provocaron en abril de 2018” (Daniel Ortega, 2020,
citado en Medrano, 2020). En ese sentido, según la Unidad Nacional Azul y Blanco, (2020,
citado en Medrano, 2020) “[…] es una ley que pretende criminalizar y perseguir a la oposi-
ción, críticos y periodistas”.
Recientemente, en mayo de 2021, a menos de seis meses de las elecciones presidenciales,
el gobierno de Nicaragua reactivó su política represiva para cerrar reiteradamente, algunos
medios de comunicación social. Por segunda vez allanó ilegalmente el estudio de grabación
de los programas “Esta Semana” y “Esta Noche”, retiró los equipos de televisión y los docu-
mentos de oficina. Pese a ello, estos programas televisivos han continuado produciendo sus
programas de televisión y han transmitido las ediciones en Youtube y Facebook para evadir
la censura televisiva impuesta contra Canal 12 y el sistema de cable (Chamorro, 2021).
En suma, el régimen Ortega-Murillo ha hecho todo lo posible por censurar parte de la crítica
dirigida a su gobierno, ha desprovisto a una parte de la oposición democrática de la herra-
mienta del Internet al ser retirada de los espacios públicos, ha frenado el avance democráti-
co desde el punto de vista de la libertad de expresión. Frente a este escenario en el campo
comunicacional, más de la mitad de los nicaragüenses apoyan la democracia como forma de
gobierno, antes que a gobiernos autoritarios.

360
El retroceso económico y la desigualdad social
Desde que se instaló la democracia en 1990 hasta el año 2006, el crecimiento económico en
Nicaragua ha sido fluctuante, si bien coincidió con momentos en que se redujo levemente la
desigualdad. En los primeros años del gobierno de Violeta Chamorro, hubo un decrecimiento
económico (-0,1 % hasta -0,4 %), pero desde 1994, hacia finales del gobierno de V. Chamo-
rro, y durante los gobiernos de Arnoldo Alemán (1997-2001) y Enrique Bolaños (2002-2006),
la economía nicaragüense ha crecido a ritmos que oscilan desde el 0,8 % hasta 7,0 %. Durante
estos gobiernos, la pobreza general varió entre el 46,0 % y el 48,0 %, mientras que la pobreza
extrema alcanzó entre el 15,0 % y el 17,0 % (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, 2001,
2002; Instituto Nacional de Información de Desarrollo, 2007). En ese mismo período de tiem-
po, el índice de Gini que es el indicador convencional de la desigualdad de renta, se redujo
lentamente: pasó de 0,57 a 0,49 entre 1993 y 2005 (The World Bank, 2020).
Con la llegada de Daniel Ortega a la presidencia en 2007 hasta el año 2017, pese a la crisis
democrática, Nicaragua experimentó un crecimiento económico promedio de 4,5 %, lo que lo
convirtió en el tercer país de América Latina con mayor crecimiento económico, aunque conti-
nuó siendo el segundo país más pobre de Latinoamérica, después de Haití. Según Sáenz (2016,
citado en Osorio & Rodríguez, 2020), dicho crecimiento fue posibilitado por varias condiciones.
Algunos factores del crecimiento económico estaban presentes desde el gobierno de Bola-
ños: equilibrios macroeconómicos de las cuentas fiscales, la reducción de la deuda externa
por el ingreso a la Iniciativa para los países pobres altamente endeudados, el mantenimiento
moderado de la cooperación internacional y el inicio de la vigencia del Tratado de Libre Co-
mercio con Estados Unidos. Otras circunstancias son de carácter sistémico y global: el go-
bierno sandinista y la elite empresarial concertaron una política fiscal que disciplinó el gasto
público y permitió exoneraciones al sector empresarial, una política financiera que atrajo la
inversión extranjera directa, una política laboral que combinó la fuerza de trabajo barata, el
rígido control de las organizaciones sindicales y la desregulación del mercado laboral que
ubicó a la mayoría de los trabajadores (80,0 %) en la economía informal y una política cre-
diticia que quedó sujeta a estrictos parámetros de control monetario, aunque permitió que
el oligopolio bancario definiera las tasas de interés y la orientación del crédito. Otros factores
están relacionados con los altos precios internacionales de las materias primas, la inexisten-
cia de fenómenos naturales devastadores y el mantenimiento de los tratados comerciales
con la Unión Europea y con la emergente Venezuela.
El crecimiento económico sostenido por más de una década del gobierno de Ortega, no se
tradujo en una reducción considerable de la desigualdad. El índice de Gini pasó de 0,49 a
0,44 en 2005 y 2009, respectivamente. Sin embargo, la concentración del ingreso en una
pequeña parte superior provocó que la desigualdad volviera a subir hasta 0,47 en 2014. Así,
en 2014, el 10 % de las personas más ricas en Nicaragua tenía el 37,5 % del total de ingresos
en el país (The World Bank, 2019, citado en Osorio & Rodríguez, 2020). Por otro lado, la po-
breza general se redujo mesuradamente, del 42,0 % en 2009 al 30,0 % en 2014, mientras
que la pobreza extrema decreció casi la mitad: pasó del 15,0 % en 2009 al 8,0 % en 2014
(Instituto Nacional de Información de Desarrollo, 2016). La reducción de la pobreza obedece
principalmente a la mejora de los ingresos del trabajo agrícola, las remesas internacionales y
el bono demográfico que reduce el número de dependientes en los hogares.
Se desconoce empíricamente el aporte que tienen los programas sociales del gobierno en la
reducción de la pobreza. La prestación de servicios básicos como educación y salud tuvie-
ron un impacto limitado en la reducción de la desigualdad de ingresos debido a que el gasto

361
social sigue siendo uno de los menores en la región latinoamericana (The World Bank, 2017
citado en Osorio & Rodríguez, 2020). El gasto en salud pasó de 2,8 % del PIB en 2007 a 3,4
% en 2017, mientras que el gasto en educación pasó de 3,9 % del PIB en 2007 a 4,4 en 2017
(Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social, FUNIDES, 2019).
El crecimiento económico benefició predominantemente a la elite nacional y extranjera, mien-
tras que los jóvenes de clase media experimentaron frustraciones relativas en cuanto a sus
expectativas de un mayor nivel de vida (y de libertad). El “populismo responsable” respondió
a las demandas modestas de la clientela política conformada por empleados del Estado que
fueron beneficiados con bonos salariales y ciudadanos de escasos recursos afines al partido de
gobierno, los cuales fueron favorecidos con diversos programas sociales que incluyen el plan
techo (entrega de láminas de zinc), hambre cero (bono productivo dirigido a mujeres campe-
sinas), usura cero (microcréditos dirigidos a mujeres organizadas en grupos solidarios), entre
otros programas sociales. Así, en circunstancias en las que un régimen autoritario logra un cre-
cimiento económico sostenido, sin que ello se tradujera en una reducción considerable de la
desigualdad, los ciudadanos nicaragüenses se mostraron desencantados no con la democracia
en sí, sino con una democracia existente que ha devenido en una sociedad política autoritaria.
Desde abril de 2018 hasta el año 2020, cuando la crisis de la democracia se profundizó,
hubo un retroceso económico que rondó entre -3,9 % y -4,3 %. El desempleo abierto pasó
de 178 mil a 237 mil personas. Los hogares en situación de pobreza se incrementaron del
23,8 % al 31,9 % (FUNIDES, 2019; Banco Central de Nicaragua, 2019). La migración inter-
nacional en este período fue de alrededor de 90 mil personas. Tal como describen Osorio
& Rodríguez (2020), la crisis económica ocurrió cuando la producción nacional de materias
primas y los precios internacionales contratados fueron a la baja, al tiempo que la crisis so-
ciopolítica y las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos dificultó el mante-
nimiento del turismo y la inversión extranjera directa. En el año 2020, abonan al retroceso
económico la pandemia provocada por el COVID-19 y los huracanes Eta e Iota que causaron
daños económicos severos en el país, fundamentalmente, en las regiones de la Costa Caribe
y en la región Centro-Norte. Consecuentemente, los únicos pilares de la economía que han
crecido es la cooperación internacional y las remesas familiares que funcionan como soporte
para las familias de bajos recursos económicos afectadas por las crisis. Así, en 2020 se ha
señalado el profundo retroceso en la lucha contra la pobreza en Nicaragua, por la pandemia,
indicando que el “populismo responsable” a lo más que llega es a que los pobres se muevan
a constituirse en sectores vulnerables, lo que no los libera de la pobreza de manera firme y
estable, y que vuelven a esa condición de pobreza con cualquier crisis.
La contracción económica significó la reducción del presupuesto general de la República y
un déficit presupuestario con consecuencias negativas en el nivel de vida de la población
nicaragüense. El gasto público pasó de 80.780.9 millones de córdobas en 2018 a 52.428.7
millones de córdobas en el año 2019, mientras que los ingresos fiscales de 64.522.8 millones
de córdobas en 2018, se redujeron a 55.365.7 millones de córdobas en 2019. El gobierno
definió un programa de austeridad que destina un poco más de un tercio para el gasto en sa-
lud y educación. Decidió una reforma tributaria que eliminó exoneraciones a productos de la
canasta básica y a las empresas privadas. Además, se reformó la seguridad social con la pre-
tensión de cerrar el déficit de 5.500 millones de dólares del INSS: las empresas pagan hasta
22,5 % como cuota patronal en lugar del 19,0 % sobre el salario cotizable real, se redujeron
las nuevas pensiones en un 30,0 %, ningún trabajador obtiene más del 70,0 % de su salario
como pensión cuando antes podían recibir hasta el 80 % y los trabajadores activos cotizan

362
7,0 % sobre el salario en lugar del 6,25 % (FUNIDES, 2019, citado en Osorio & Rodríguez).
Paralelo a lo anterior, hay una pérdida en los salarios reales puesto que la Comisión Nacional
del Salario Mínimo presidida principalmente por sindicatos de trabajadores afines al gobierno
congeló el salario mínimo producto de la crisis económica (Calero, 2019).
En el contexto de una crisis económica explicada en parte por la caída democrática severa (y
recientemente por la pandemia del COVID-19 y los huracanes que causaron estragos econó-
micos en el país), los nicaragüenses han decidido apoyar la democracia como régimen político,
en tanto que aspiran a una mejoría progresiva en sus condiciones de vida. Ello significa que los
nicaragüenses probablemente tienen conciencia sobre la relación que existe entre una demo-
cracia que permite a los ciudadanos incidir en las decisiones que les afectan, un crecimiento
económico sostenible en el tiempo y una mejor redistribución social de los recursos.

Percepción ciudadana sobre la corrupción del gobierno de Ortega,


deterioro de la ayuda social y violencia política brutal
Coincidiendo con Moncada (2020), la corrupción del gobierno de Nicaragua es un proble-
ma histórico-estructural. En esa línea, la corrupción del gobierno de Ortega (2007-2020),
tiene un carácter singular y experimenta un cambio durante los períodos de gobierno.
Durante 2007- 2017, la corrupción del gobierno de Ortega se caracterizó por ser la de un
régimen sin ninguna transparencia y que debilita las instituciones, hace algo en beneficio del
ciudadano y ejerce una violencia política relativamente limitada. Como expusimos más arriba,
la corrupción gubernamental tomó la forma de la privatización de la cooperación venezolana
que ascendió a 5 mil millones de dólares y que enriqueció ilícitamente a los familiares y alle-
gados a la pareja presidencial Ortega-Murillo, las concesiones autoritarias de megaproyectos
económicos entre los que sobresalen las concesiones mineras y la explotación forestal, junto
a otros proyectos que no se llevaron a cabo (concesión del canal interoceánico a la empresa
china Hong Kong Nicaragua Canal Development Investment, proyecto hidroeléctrico Tumarín,
etcétera), la malversación de los fondos del seguro social, la falta de transparencia en la infor-
mación que debería de ser pública y en la rendición de cuentas, y en el control partidario de
los entes fiscalizadores de la corrupción. Como afirma Moncada (2020), para llevar a cabo la
corrupción económica, el gobierno procedió paralelamente con la corrupción institucional:
primero capturó el Estado y posteriormente, reconfiguró y cooptó el Estado.
A pesar de esta corrupción, con una parte de estos recursos el gobierno hizo algo en be-
neficio de la ciudadanía para mantener e incluso incrementar su base social: promovió los
bonos salariales, los programas Hambre Cero, Usura Cero, Vivienda Digna, Plan Techo, et-
cétera. Estas iniciativas y otros programas sociales de los ministerios se canalizaron, bajo la
lógica populista y asistencialista, a través de los Consejos y Gabinetes de Poder Ciudadano,
estructuras territoriales partidarias, que se han constituido en una maquinaria política electo-
ral, dada la instrumentalización de dichos programas en su permanente campaña proselitista
a favor del partido-gobierno (CEAP, 2009; Prado, 2016; Enríquez, 2015). Con el deseo de
incrementar su base social procedió con el subsidio de transporte urbano y de energía eléc-
trica, subsidio de las pensiones reducidas (adultos de la tercera edad que nunca cotizaron el
INSS o que cotizaron poco tiempo), entre otros (Spalding, 2017).
Durante 2007-2017, la corrupción del gobierno se llevó a cabo con una violencia política
relativamente limitada dirigida a los disidentes. Cuando los estudiantes universitarios protes-
taron en las calles en favor de que el Ejecutivo Nacional aprobara las pensiones reducidas,
cuando los indígenas y los campesinos marcharon en contra de la concesión del canal inte-

363
roceánico y de las concesiones mineras, etcétera, el gobierno respondió con una violencia
parcial. Como describen Osorio, Cortes, y Sánchez (2018), el gobierno nacional dispuso que
la Policía Nacional negara los permisos para la movilización del pueblo; reprimió las protes-
tas mediante grupos de choque simpatizantes del gobierno (compuestos por pandilleros,
expandilleros y miembros de la Juventud Sandinista) o mediante contra marchas en las que
participaban empleados estatales y simpatizantes del gobierno, o reprimió la movilización a
través de la Policía Nacional que utilizó excesivamente la fuerza de los antimotines y gases
lacrimógenos. Los resultados de esta violencia fueron algunas personas muertas (sobre todo
campesinos e indígenas), heridas, arrestos, detenciones e intimidación de promotores de
derechos humanos y de periodistas. Todo esto bajo la impunidad por los abusos cometidos.
Bajo estas circunstancias, los ciudadanos nicaragüenses consideraron que la corrupción es
uno de los principales problemas del país. Según el Barómetro de las Américas, en el período
2008-2014, más de dos tercios de los nicaragüenses opinaron que la corrupción de los fun-
cionarios públicos estaba muy generalizada o algo generalizada, si bien tiende a descender la
percepción ciudadana sobre la corrupción. Además, la evaluación ciudadana del desempe-
ño del gobierno en contra de la corrupción es tendencialmente positiva: en 2008 y 2010, un
poco más de un tercio valoraron de forma positiva los esfuerzos del gobierno de Ortega para
combatir la corrupción, porcentaje que asciende a más de 57,0 % en los años 2012, 2014 y
2016. Contrastan con esta última estadística, los datos del Latinobarómetro, según el cual, en
el período 2008-2017, solo un tercio o menos de los nicaragüenses consideran que el país
ha progresado mucho o algo en reducir la corrupción en las instituciones del Estado en los
últimos dos años, tal como puede observarse en el gráfico 5.

GRÁFICO 5: Percepción ciudadana sobre la existencia de la corrupción


de los funcionarios públicos y el combate de la misma (porcentajes)

Fuente: Barómetro de las Américas (2004-2018/19); Corporación Latinobarómetro (2006-2017)

364
A partir de abril de 2018, la corrupción del gobierno de Ortega se caracterizó por ser la de un
régimen que continúa apropiándose indebidamente del dinero público y debilita aún más las
instituciones, viola los derechos humanos, hace menos en beneficio del ciudadano y ejerce
una violencia política brutal. La corrupción sigue estando asociada no solo con la privatiza-
ción de la cooperación venezolana, el lavado de dinero y la cooptación del Estado, sino que
ahora está vinculada con la violación de los derechos humanos de los nicaragüenses (a la
vida, la libertad de expresión y de movilización, a la salud, etcétera) en la que participaron de
forma directa la Policía Nacional y el Poder Judicial, entre otras instituciones del Estado (GIEI,
2018). Esta violación de los derechos humanos fue perpetrada con excesiva impunidad, si
bien ha habido sanciones económicas de los Estados Unidos dirigidas a funcionarios o insti-
tuciones públicas que participaron en las violaciones de los derechos humanos.
La corrupción gubernamental continúa probablemente con menos recursos que antes, el go-
bierno central hace menos en favor de la ciudadanía, aunque siempre utiliza el criterio partida-
rio para repartir algunos beneficios sociales. Desde el 2017, el programa social de Plan Techo
no es completamente gratuito, sino que se requiere que los ciudadanos aporten 1.000 córdo-
bas para recibir el beneficio. También el Programa Hambre Cero requiere del apoyo monetario
de los ciudadanos desde el año 2017 y el subsidio de energía eléctrica se ha reducido desde el
año 2019. Se mantiene el subsidio de transporte urbano y de las pensiones reducidas.
Esta corrupción del gobierno se lleva a cabo con una violencia política brutal desde el año
2018. Se trata de una violencia en la que el Estado de Nicaragua, aunque tiene el monopolio
de la violencia física, ella ha perdido legitimidad porque en lugar de brindar seguridad a los
ciudadanos, más bien es la fuente generadora de la violencia social. En concreto, el Estado
ejerce violencia paramilitar y acciones represivas con características de terrorismo de Esta-
do. En esta línea, el Estado de Nicaragua cometió crímenes de lesa humanidad porque atacó
a la población civil que protestó para tener justicia (social) y democracia en el país: asesinó a
325 personas e hirió a unas 2 mil, negó atención médica estatal a heridos (Grupo Interdisci-
plinario de Expertos Independiente, 2018), acusó a 812 presos políticos de terrorismo, crimen
organizado, homicidios; y más de un centenar aún siguen presos, además de forzar al exilio
de cien mil personas. De igual manera, el Estado violentó la labor de incidencia política de
diez organizaciones no gubernamentales que trabajan críticamente en defensa de la demo-
cracia, ciudadanía, rendición de cuentas y defensa de los derechos humanos acosándolas
y retirándoles la personería jurídica, ha violentado la prensa independiente, los derechos de
propiedad privada de grandes y medianos agricultores y ganaderos opositores al gobierno,
así como a los campesinos opositores al régimen y a la Iglesia católica declarada en favor de
la justicia social y la democracia (Osorio & Rodríguez, 2020).
En este contexto, en el año 2018, según cifras del Barómetro de las Américas, más de la mitad
de los nicaragüenses (57,5 %) continúan considerando que la corrupción de los funcionarios
públicos está muy generalizada o algo generalizada (Véase Gráfica 4). Sorprende este dato
en el contexto político de Nicaragua porque refleja una tendencia descendente en la per-
cepción ciudadana sobre la corrupción respecto a los años anteriores. No obstante, el índice
de percepción de la corrupción (IPC) en el sector público arrojó que durante 2018-2019, en
tan solo dos años, el gobierno de Ortega ha experimentado una caída de tres puntos (pasó
de 25 a 22) en los niveles de percepción de corrupción, por lo tanto, según los ciudadanos,
la corrupción tiende a ser un problema que se profundiza en el país. Las razones de la pro-
fundización de la corrupción probablemente sea un factor que explique el hecho de que los
ciudadanos nicaragüenses volvieran a apoyar la democracia, antes que cualquier otra forma
de gobierno. La transparencia y rendición de cuentas es consustancial a la democracia.

365
CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES
En conclusión, encontramos que la crisis actual (2017-2020) de la institucionalidad demo-
crática en Nicaragua es severa, pudiendo hablarse del establecimiento de un régimen dic-
tatorial que controla y somete de forma personal a todos los poderes del Estado, incluyendo
las fuerzas armadas, y que no admite ningún tipo de autonomía institucional, asociativa, per-
sonal, regional o municipal.
Esa severidad de la crisis de la institucionalidad democrática actual en Nicaragua, no se co-
rresponde, según las encuestas y otras expresiones cívicas como las protestas y manifesta-
ciones, con la valoración crítica positiva que hace una mayoría de ciudadanos de esta forma
de gobierno.
Es importante destacar que las investigaciones sobre la crisis democrática se han concentra-
do en explicar la insurrección de abril de 2018, indagando los factores explicativos del vín-
culo entre la crisis democrática y la desafección ciudadana con el régimen autoritario; pero
no con el desencanto democrático. También revelamos que el retroceso de la democracia
se experimenta desde antes de la crisis actual, los sucesos de abril profundizan dicha crisis y
hacen más evidente el régimen autoritario en el que nos encontramos. Por consiguiente, los
antecedentes de la crisis son fundamentales de estudiar.
En los resultados que exponemos a continuación se pretende mostrar por qué la expresión ex-
trema de la severidad de la crisis institucional de la democracia que arranca desde abril 2018,
no ha abonado hasta ahora el terreno al desencanto con la democracia en la población.
»»En efecto, las crisis presidenciales y pospresidenciales a que nos hemos referido en
este texto, favorecieron el establecimiento del régimen autocrático actual; pero los
datos parecen indicar que no contribuyeron al desencanto con el régimen demo-
crático en sí. Así, es verificable que la pérdida gradual de democracia institucional y
su impacto en la convivencia social durante el gobierno sandinista, mermó el apoyo
público hacia la democracia realmente existente. Este apoyo había sido más soste-
nido durante los gobiernos neoliberales, probablemente por la mayor prevalencia de
las libertades públicas. No obstante, desde 2018, cuando se extrema el autoritarismo
dictatorial del régimen con la represión física letal a los manifestantes y el corte total
de libertades, el apoyo ciudadano al régimen democrático en sí se expresa con mayor
claridad. Si esto es cierto, se puede decir que el déficit democrático institucional no
solo no se ha expresado en un descontento ciudadano con esta forma de gobierno,
sino que, por el contrario, dio lugar a una demanda de vigencia plena del régimen de-
mocrático. Ello se verifica porque, en más de dos meses de manifestaciones masivas
autoconvocadas durante la insurrección cívica de abril de 2018, una consigna y de-
manda permanente de los manifestantes fue siempre: ¡Democracia sí, dictadura no!
»»Hasta antes de abril 2018, a pesar de la gradual reducción de libertades, las deman-
das sociales, políticas y económicas se mantuvieron aún con la persistencia de un régi-
men autoritario. La resistencia ciudadana por la prevalencia de sus derechos había he-
cho que la democracia liberal se mantuviera funcionando, aunque de forma precaria;
mientras que la democracia participativa mejoró de forma coyuntural en el año 2018.
Esta situación ha cambiado desfavorablemente con relación a los derechos y libertades
ciudadanas a partir de 2018 con la instauración de facto de un régimen policial.
»»Los problemas de gobernabilidad democrática se han profundizado en la crisis ac-
tual. Los niveles de confianza en las instituciones públicas han sufrido una dramática
disminución, muy por debajo de la media de los países latinoamericanos, favorecien-

366
do la demanda de democratización para que las instituciones funcionen en beneficio
de todos los ciudadanos y no solo de los simpatizantes del partido de gobierno.
»»La prensa independiente y los ciudadanos comprobaron el hecho nuevo del rol
democratizante que tuvieron el teléfono celular y las redes sociales durante la agudi-
zación de la crisis democrática que empezó en abril 2018. Las nuevas leyes de control
de los llamados ciberdelitos y de crímenes de odio buscan cerrar precisamente esos
espacios críticos para el régimen dictatorial.
»»Desde abril 2018, con la crisis severa de la democracia que redundó, entre otros, en
una crisis económica, los ciudadanos han experimentado el deterioro de su nivel de vida
y temen que, de no restablecerse la democracia, las condiciones sean aún más preca-
rias dado que no tienen canales para incidir en las decisiones públicas que les afectan.
»»Desde la crisis severa de la democracia de abril de 2018, la corrupción del régimen
se ha profundizado y se ha combinado con el deterioro de la ayuda social y una vio-
lencia política brutal. En ese sentido, los ciudadanos consideran que la reinstalación
de la democracia es central para que haya transparencia y rendición de cuentas,
justicia social y seguridad ciudadana.
Frente a estos hallazgos, la academia podría coadyuvar para crear consciencia acerca del
estado de la democracia en Nicaragua y, más aún, incidir en los procesos sociales y políticos
que contribuyan a elevar sus niveles en el país. En esa línea, las recomendaciones son las
siguientes:
»»Desarrollar procesos de formación universitarios que establezcan la democracia
como un eje transversal en todos los planes de estudio de las distintas disciplinas, no
solo de las disciplinas de las ciencias sociales.
»»Desarrollar procesos de investigación multidisciplinarios que profundicen las raíces
estructurales de la crisis democrática desencadenada en el país desde abril 2018 y
las lecciones que se pudieran derivar de esos acontecimientos. Esto con el fin de
proponer recomendaciones que contribuyan a prevenir la repetición de violaciones
a los derechos humanos y a promover valores que favorezcan una convivencia social
más humana, justa y democrática.
»»Vincular la labor de investigación social de las universidades con los actores direc-
tamente relacionados con los procesos de cambio social y político en el país, de tal
forma que los insumos de las indagaciones, sirvan de base para las propuestas, polí-
ticas y acciones que coadyuven a la democratización de la nación.
»»Desarrollar una cátedra abierta sobre el tema de la democracia en Nicaragua y en
el mundo, vinculada con otros temas centrales (economía, cultura, medio ambiente)
en la que participen académicos nacionales e internacionales, líderes de la sociedad
civil y del sector empresarial.
»»Difundir las investigaciones que la universidad desarrolle sobre la democracia, no solo
en revistas académicas, sino en medios de comunicación nacional y en versión popular.

367
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370
Venezuela

371
INTRODUCCIÓN
Los procesos socio-políticos que se viven actualmente en América Latina y el Caribe han
puesto en tensión a la democracia, que como sistema político, más allá de las diferencias
ideológicas, de estilo y eficacia administrativa, aún domina el panorama político del conti-
nente. El ciclo de auge progresista que se vive en la primera década del siglo XXI, con gobier-
nos encabezados por líderes emergentes como Hugo Chávez, en Venezuela; Néstor Kirchner,
en Argentina; Rafael Correa, en Ecuador; Lula Da Silva en Brasil; Pepe Mujica, en Uruguay;
Evo Morales, en Bolivia; Michel Bachelet, en Chile; entre los más destacados, se detuvo du-
rante el último lustro y toma nuevo auge en los tiempos que corren. También debe destacar-
se que desde unos años atrás América Latina está viviendo cambios políticos sustanciales,
orientados muchos de ellos hacia escenarios de derechización y autocracia gubernamental.
Aquellos amistosos y continuos encuentros presidenciales por la integración, con organismos
de promoción del multilateralismo sur-sur como el ALBA, Unasur, Celac, el Banco del Sur,
(Dias Martins, 2011), han dado paso a una ápoca signada más bien por el aislacionismo, el
conflicto y a la dispersión.
Pero si eso sucede en los círculos gubernamentales y en la esfera política, también se aprecia
la combinación de dos factores que podrán afectar, a futuro, ese predominio de la demo-
cracia: uno de naturaleza institucional y otro aparentemente actitudinal. Estos cambios han
tenido sus efectos en el descenso de la calidad de las instituciones y su funcionamiento, evi-
denciados en el retroceso en los índices de democratización de los organismos internacio-
nales, donde aparece también un deterioro en el respaldo de la ciudadanía a la democracia
como forma de gobierno.
El presente estudio aborda este proceso, pero enfocado en la variable actitudinal de la po-
blación respecto de la democracia en general y en el modo en que esta funciona o existe
en el país. Es decir, se asume una perspectiva desde el lado de la “demanda”, entendiendo
por esto las orientaciones de la población hacia su sistema político y hacia el liderazgo. En
este sentido, diferenciamos la categoría democracia en sus dos acepciones: como régimen
de gobierno y como forma de vida en sociedad. Como régimen político, la democracia ins-
titucionaliza el acceso a las principales posiciones de gobierno, mediante elecciones com-
petitivas y regulares. Como forma de vida, la democracia se refiere a una cultura y prácticas
correlacionadas, en algunos casos, y en otros no, con las instituciones formales. Pero está
presente en la participación no solo electoral y en las organizaciones políticas, sino también
en la sociedad civil, en las concepciones y prácticas que afectan la igualdad entre las perso-
nas y en el ejercicio práctico de la deliberación.
La variable “desencanto político” se refiere al cambio de actitud de los ciudadanos que pasan
de valorar de forma positiva la actividad política, llegando a involucrarse en su práctica con
diversos grados de compromiso, a negarla y dejar de participar. En un sistema democrático,
el desencanto no significa que el ciudadano se torne más crítico de los políticos y de sus
decisiones, sino más bien, puede significar una manera de desligarse de la lucha política,
autoexcluyéndose de la esfera pública, hasta llegar a rechazar a la democracia como la mejor
forma de gobierno.
Este desencanto puede ser eventual, explicable racionalmente; o puede ser valorativo, cul-
tural, cuando responde a un conflicto con la propia forma de vida. Al llegar a este escenario,
la pregunta es si el pueblo venezolano, frente a la crisis que actualmente vive, aspira salir de
esa crisis manteniendo la democracia, o cree en la efectividad más bien de las vías violentas,
autoritarias, inclusive dictatoriales.

372
Con respecto al período del socialismo del siglo XXI, que a falta de un mejor término califica-
remos como populismo autoritario, se hará énfasis en el contenido clientelar como su fuente
fundamental de legitimidad y se discutirá su penetración en la sociedad desde el punto de
vista de los valores y pautas políticas permanentes. Vale la pena discutir los “anclajes” que
tiene el socialismo del siglo XXI en la población venezolana y si ello será un obstáculo para
la implantación de una sólida democracia en el futuro. A la fase “madurista” del chavismo (a
partir de 2013) se le considera una clara evolución del populismo autoritario instaurado por
Hugo Chávez.
Por último, se hará una reflexión sobre la relación entre las orientaciones de la población
hacia el sistema de gobierno y el cambio político. Se busca con esto determinar los “canales”
que van desde las opiniones de la población sobre la política en el país y los cambios en el
estatus imperante. Abstención electoral, protesta, economía, pobreza, fuerzas armadas, des-
empeño de la oposición, serán considerados en este sentido como elementos de cambio.
El objetivo es tratar de evaluar los factores que impiden (o facilitan) el cambio político en Ve-
nezuela, entendiendo a este como el paso a un nuevo sistema político que podemos llamar
pospetrolero.
El caso venezolano destaca entre los países de América Latina. A partir de 2019 la región fue
sacudida por una serie de eventos con impacto político como protestas masivas, estallidos
sociales y problemas militares. No es coincidencia, entre otras cosas, que las perturbaciones
políticas y el desencanto con la democracia tengan como trasfondo el fin del boom de las
materias primas en 2015. En este sentido, pueden mencionarse los costos sociales que ha
generado la estabilidad macroeconómica en la región. Eliminar los desequilibrios fiscales,
monetarios y de balanza de pagos han sido objetivos básicos (no siempre alcanzados) de las
políticas públicas en la región desde la década de 1990, animadas por el llamado Consenso
de Washington. La austeridad resultante hizo más lenta la movilidad social y generó frustra-
ción ante las expectativas no satisfechas surgidas de la democratización de la región durante
la década de 1980. La corrupción en este contexto tuvo mayor relevancia y visibilidad que la
desigualdad (concentración del ingreso) como factores de desencanto.
Si bien es cierto que la búsqueda de la estabilidad macroeconómica, y las políticas económi-
cas subsiguientes, fueron la respuesta de una región que aprendió las lecciones del populis-
mo macroeconómico de tanto arraigo histórico, también es cierto que ello ha generado cos-
tos de alto impacto político asociados a las crecientes restricciones económicas a la acción
promotora y social de los gobiernos. Allí encontramos una fuente importante de descontento
con el sistema político.
Lo anterior obliga a que nuestros países busquen caminos intermedios entre la austeridad y la
expansión, entre la ortodoxia y el populismo macroeconómico. Mirar otras buenas prácticas
como la Economía Social de Mercado en Europa sería un buen comienzo.
Por su parte, Venezuela es un ejemplo del caso contrario. Su liderazgo no aprendió las dolo-
rosas lecciones de la década perdida (1980-1990) lo que se tradujo en los resultados devas-
tadores que hoy observamos. En ello influyó la condición petrolera de su economía. El boom
de 2003-2014 (más el endeudamiento externo del gobierno) fue dedicado en su totalidad
al consumo sin que le quedaran al país ahorros o activos productivos. Al disminuir el precio
del petróleo en 2014, la legitimación personalista (Chávez murió un año antes), clientelar y
distributiva del chavismo desapareció para dar prioridad al control de las instituciones, la
censura y la represión, como las formas básicas de mantener y ejercer el poder. El punto que

373
aquí se destaca es que el sistema político pasó de un sesgo clientelar a otro represivo y en
directa relación con el aumento de la desconfianza y la auto exclusión de amplios segmentos
de la población de los mecanismos políticos tradicionales de la democracia (la participación
electoral, por ejemplo).
El trabajo está organizado de la siguiente forma. En la segunda sección se exponen las prin-
cipales nociones teóricas que describen las orientaciones de la población hacia el sistema
político y se hace una evaluación preliminar de estas destacando el cambio hacia posiciones
menos democráticas. Se analizan aquí las tendencias de más largo plazo.
En la tercera sección se hace una panorámica de la situación socioeconómica de Venezuela,
como trasfondo a las orientaciones políticas de la población. La severa crisis económica ha
destruido el tejido y el capital social del país afectando así la capacidad de organización y
movilización de los ciudadanos y sus orientaciones hacia el sistema político y la democracia.
En la cuarta sección se exploran los apoyos sociales que ha tenido el socialismo del siglo XXI,
especialmente bajo el liderazgo de Hugo Chávez. Se otorga mayor peso a la llamada hipótesis
clientelar, o de distribución de recursos materiales como fuente de legitimidad.
En la quinta sección se hace un recuento de los principales hechos políticos de las primeras
décadas del siglo XXI las cuales contribuyeron a sembrar la desconfianza de la población en
el sistema político.
En la última sección se revisan los datos sobre las orientaciones de la opinión pública hacia la
democracia y se intenta dar sentido a los indicadores ambivalentes a esta forma de gobierno
que caracteriza a los venezolanos.
En las conclusiones se hacen algunas reflexiones generales.

LA DEMOCRACIA COMO FORMA DE VIDA. ENCANTO Y DESENCANTO


En este estudio nos hemos enfocado en la dimensión cultural de la democracia, es decir, en
un sistema político que tiene su correlato como forma de vida, ya que, además de las normas
y principios universales que la definen como valor universal (Sen, 2006), en su desarrollo
cotidiano, el sistema o gobierno democrático se corresponde con unos valores, una cultura
y unas prácticas, que inciden en el funcionamiento de las instituciones formales, e influyen
positiva o negativamente en la participación organizada de las personas en los partidos, en
lo electoral, en las instituciones de la vida política, y en la sociedad civil, con concepciones y
prácticas que afectan la igualdad entre las personas y orientan su actuación pública.
Desde esta perspectiva de análisis, Zovatto (2002) ha estudiado los valores, percepcio-
nes y actitudes hacia la democracia a partir de tres niveles de apoyo: un primer nivel de
apoyo a los principios centrales del régimen, lo que permite preguntar hasta qué punto la
ciudadanía comparte valores democráticos como la libertad, participación, tolerancia, la
búsqueda de acuerdos mutuos. En este nivel, para la población en general, más allá de
sus diferencias etarias, de sexo, ideología, religión o condición social, “la democracia en la
mejor forma de gobierno”.
El segundo nivel abarca las evaluaciones sobre el desempeño del régimen, es decir, el apoyo
hacia los regímenes democráticos o autoritarios en términos de su funcionamiento práctico.
Este desempeño se mide, por lo general, mediante una pregunta acerca del grado de “sa-
tisfacción con el funcionamiento de la democracia” o de “satisfacción con la forma en que
funciona la democracia”.

374
Y un tercer nivel, de apoyo a las instituciones principales del régimen democrático, tales
como el gobierno, el Poder Legislativo y el Ejecutivo, los partidos políticos, la administración
pública, el Poder Judicial, la Policía y las Fuerzas Armadas. Las preguntas que se centran en
las instituciones intentan valorar la confianza que existe en las mismas, consideradas estas en
un sentido amplio más que en individuos particulares asociados a ellas. Este tercer nivel per-
mite considerar de manera más profunda y detallada el desempeño del régimen, separando
en cierta forma, el desempeño de los gobiernos actuales de los elementos “institucionales”
del régimen, los cuales tienen un carácter más permanente.
En el primer nivel, la identidad es por los principios que la democracia representa; en el se-
gundo, la democracia se mide por su capacidad de resolverle problemas a la gente, apoyo que
no repara cualquier deslizamiento hacia el autoritarismo, porque lo que interesa es el funcio-
namiento. Y el tercer apoyo es hacia las instituciones, es decir, es un apoyo en el largo plazo al
entramado institucional, más allá de sus orígenes y sus funciones precisas en el orden político.
La democracia como forma de gobierno disfruta de amplio consenso entre los venezolanos.
Los altos niveles de apoyo a la democracia en el país deben ser explicados1. Aunque se
requiere un análisis más profundo para responder a esta interrogante, pueden mencionarse
como factores determinantes los cuarenta años de prácticas democráticas, previos al cha-
vismo, transmitidos a las generaciones más jóvenes; la intensa movilización política de la
población en el marco de un país polarizado al menos hasta 2013 cuando muere Chávez; la
participación electoral frecuente (una elección promedio al año desde 1999); el descontento
entre sectores opositores por la ineficiencia de los esquemas autoritarios propios del chavis-
mo; o la mayor apertura del país a las experiencias externas, entre otras.
No obstante, una mirada más cercana a lo dicho en el párrafo anterior arroja una perspectiva
un tanto diferente. En estudios realizados sobre la idiosincrasia del venezolano a lo largo del
tiempo (Rial, 2013), entendida esta como el sistema de creencias básico que le permite al
individuo “percibir, analizar y sentir” (p. 13), entre los rasgos del comportamiento social del
venezolano domina la urgencia, el ahora, en el abordaje de la solución de los problemas, con
una explicación polarizada del mundo, maniqueista, y un perfil motivacional al poder que
deriva en posturas autoritarias y centralizadoras, muy poco democráticas.
Al responder a la interrogante de si Venezuela es democrática, Rial (2013) señala que a partir
de una larga tradición, que data de 1959, en América Latina existía la creencia de que los
valores democráticos estaban bien afianzados en la cultura colectiva de los venezolanos. Sin
embargo, estos últimos veinte años siembran duda sobre esa afirmación ya que la realidad
ha demostrado:
[…] una extendida y alta necesidad de gratificación instantánea, altos niveles de ex-
ternalidad, una preferencia mayoritaria por los lideres fuertes, alto personalismo,
prioridad de las relaciones sobre las instituciones y una afición dominante por las re-
voluciones, las causas únicas, los mundos perfectos y las soluciones heroicas. (p.226)

Estos comportamientos sociales no son nada democráticos y a ellos hay que agregar que el cen-
tralismo del gobierno y el autoritarismo del Estado, frente a principios como la libertad econó-
mica y política, están respaldados por casi el 70 % de la población. Además, la debilidad institu-
cional al que apuntan diversos estudios históricos y sociológicos, se correlaciona “[…] con los dos
tercios de la población que mentiría para proteger a un amigo que cometió un delito” (p. 226).

1 El apoyo a la democracia es el más alto entre los países latinoamericanos: 75 % de la población (Informe 2018 de
la Corporación Latinobarómetro, p. 15).

375
Finalmente, afirma Rial, las sociedades que no tienen una cultura democrática desarrollada,
ni asociada a sus creencias centrales, son capaces de votar por un candidato que ofrezca,
tácita o explícitamente, acabar con la democracia para traer paz, desarrollo, trabajo, justicia
oficial o la panacea que despierte el entusiasmo de la gente. Sobre esta paradoja hay ejem-
plos en nuestro pasado y en nuestro presente.
En esta misma línea de pensamiento, Valia Pereira Almao (2002) en estudio realizado sobre
las fortalezas y debilidades de la actitud democrática en Venezuela, determina que producto
de la tradición democrática iniciada en el país en 1958, “[…] la preferencia democrática se
ha presentado relativamente fuerte entre todos los grupos sociodemográficos desde 1983 a
los noventa”(p. 119). Sin embargo, al explorar la consistencia de la actitud democrática con la
variable de valoración de tener un gobierno militar y un líder fuerte, esta valoración muestra
un crecimiento importante en el 2000 con respecto a 1995. En esta investigación ya se
aprecia un proceso de sensibilización, de buena parte de los distintos grupos de la población
considerados, hacia la idea de un hombre fuerte e irrespetuoso de las instituciones políticas
fundamentales, lo cual expresa rasgos de debilitamiento de la actitud democrática del vene-
zolano que deben tomarse en cuenta.
Este proceso de cambio de lealtad del pueblo, de la democracia hacia un líder fuerte, inclu-
sive no democrático, empieza a expresarse en los diversos estudios de opinión que se llevan
a cabo en la década siguiente. En su edición 2010, el Índice Democrático 2010, para un
universo de 165 países estudiados en su fortaleza democrática, Venezuela aparece en la po-
sición de régimen híbrido, ocupando la posición 96 y una puntuación 5,18 sobre el máximo
posible de diez. Los rasgos que definen ese estado híbrido son los siguientes: las elecciones
tienen irregularidades sustanciales que la alejan de ser libres y justas; la presión del gobierno
hacia los partidos políticos de oposición y sus candidatos es algo común; la corrupción tien-
de a ser generalizada y el imperio de la ley es débil. (Rial, 2013: 230)
El proceso político que vive Venezuela en la década de los años 90, que culmina con la lle-
gada al poder, por vía electoral, de Hugo Chávez, como el “retorno del héroe” (Rojas, 2011); el
periodo que se vive entre 2000 y 2013, autocalificado como un proceso revolucionario bajo
su mandato personalista, y el ciclo de crisis que sigue a su muerte, hasta llegar al presente,
¿cómo puede catalogarse?, ¿se trata de un proceso de autoritarismo impuesto desde la
esfera gubernamental? o ¿está acompañado por un asentimiento social y un velado desen-
canto por la democracia “como el mejor gobierno”? Antes de intentar una respuesta a estas
interrogantes, es conveniente dar una rápida mirada al deterioro socioeconómico experi-
mentado por Venezuela en los últimos años.

LA PERMANENTE CRISIS ECONÓMICA


En el Informe sobre el Desarrollo Humano 2009 del PNUD, se reportó que de los
166 países con datos disponibles, 135 (el 81 % del total) alcanzaron al valor más alto de su
PIB per cápita después de 2004. Los 31 países restantes (el 19 %), lo hicieron en su mayoría
durante el período 1980-1990. Esto nos pone frente a un hecho relevante: los países del
mundo no dejaron de crecer hasta que la Gran Recesión de 2008 interrumpió el proceso.
Posteriormente, el crecimiento se reanudó con un paso mucho más lento (se habló entonces
de “estancamiento secular”) hasta que la pandemia de 2020 creó una situación comparable
a la de la Gran Depresión.

376
En el grupo de los países rezagados, vale decir, aquellos que alcanzaron su máximo nivel de
riqueza por habitante durante el siglo XX, encontramos una gran variedad: los sumidos en
pobreza extrema, como es el caso de los africanos; países que pertenecieron a la desapa-
recida Unión Soviética; países destrozados por la guerra y, no por casualidad, países depen-
dientes de la producción y exportación de recursos naturales que no han podido recuperar
los niveles de ingreso de booms anteriores.
Venezuela alcanzó su máximo ingreso per cápita en 1980. Ello indica un serio problema
estructural: la renta petrolera ya no tiene capacidad para generar crecimiento económico ni
bienestar social. Si comparamos el desarrollo económico del país durante el período 1920-
1980, caracterizado por alto crecimiento y progreso social, con las tres décadas posteriores,
resulta evidente que Venezuela ha experimentado un descalabro económico y social con
pocos precedentes. Ni siquiera el boom petrolero que se inició en 2003 pudo suavizar los
rasgos deformes de una estructura económica poco diversificada, que no genera suficien-
tes empleos y contribuye a extender la pobreza. Quedó confirmada la lección que debió
aprender el país desde hace muchos años: el gasto público en sí mismo no es suficiente para
generar prosperidad de forma sostenida si en paralelo no existe un clima institucional que
estimule la creación de riqueza. Al final, el resultado es simplemente inflación y devaluación.
¿Cuáles son las causas del declive económico de Venezuela durante las últimas décadas que
materializan el descalabro económico? Un trabajo del Banco Interamericano de Desarrollo
las resume de la siguiente manera:
La crisis en la cual se encuentra Venezuela es la consecuencia del colapso económico
resultado del intervencionismo del Estado, los cambios en las reglas de juego del sec-
tor petrolero, y una irresponsable gerencia macroeconómica. En los últimos 20 años,
la participación del Estado en la economía aumentó substancialmente; la producción
petrolera y los ingresos cayeron debido al mal manejo de la industria, y el país no pudo
aprovechar los años de bonanza para acumular ahorros (Abuelafia y Saboín, 2020: p.7).

La declinación del PIB en el largo plazo es la tendencia más relevante. La producción de ri-
queza no fue suficiente para compensar el crecimiento poblacional dando como resultado el
empobrecimiento colectivo. El colapso productivo tiene pocos precedentes a escala mundial.
Entre 2014 y 2020-2021, se espera que el PIB real se reduzca en 70 % (UCAB, 2020: p. 5).
La contracción está liderada por la manufactura, en primer lugar, seguidos por el comercio y la
construcción. Ningún sector, petrolero o no petrolero, público o privado, escapó al descalabro.
La economía venezolana se ha hecho cada vez más improductiva. La formación bruta de
capital ha caído desde niveles que rondaban el 22 % del PIB a mediados de los años setenta
hasta el 3 % en 2018. En otras palabras, los trabajadores son menos eficientes (tienen menos
herramientas con qué trabajar) y por tanto sus ingresos tienden a caer. El colapso de la inver-
sión también significa menos absorción tecnológica y generación de empleo ante una fuerza
de trabajo que no ha dejado de crecer a pesar de la emigración.
La destrucción de la capacidad productiva no es otra cosa que la desindustrialización del
país. La participación de la industria en el PIB cayó desde su pico histórico de 21,5 % en 1988
al 17 % en 2008. No hace falta argumentar demasiado sobre la importancia de la manufac-
tura para el desarrollo. El valor agregado que este sector genera es tres veces mayor que el
de los servicios. Además, la manufactura crea muchos empleos por los encadenamientos
productivos inherentes a la producción industrial. Un bien manufacturado es en realidad
la suma de muchos productos intermedios. En la industria existe un mayor espacio para la
adopción o desarrollo de nuevas tecnologías así como de innovaciones y procesos.

377
Por su parte, las manufacturas son bienes transables, o lo que es lo mismo, productos que
permiten diversificar las exportaciones y defender al país antes shocks externos. Las exporta-
ciones petroleras constituyen el 95 % de las divisas que recibe el país. La oferta exportable es
mínima luego de varios años de reducción sostenida. De acuerdo con Unido (United Nations
Industrial Development Organization), las exportaciones manufactureras per cápita disminu-
yeron de US $ 471 en el año 2000 a US $ 201 en 2005. En ello influyó la sobrevaluación
de la moneda (el bolívar tiene mayor poder adquisitivo en el exterior que dentro del país) y
el clima poco favorable para la producción e inversión (inflación, control de cambio, riesgos
de expropiación). La literatura sobre el desarrollo ha destacado persistentemente la estrecha
relación que existe entre el desempeño exportador y el crecimiento económico de un país.
El achicamiento del sector industrial ha sido la otra cara de la moneda del crecimiento del
sector servicios. Durante la última década, los sectores líderes en crecimiento han sido las
comunicaciones (en el cual todo es importado), el comercio, y la intermediación financiera.
Los servicios, y ello no es el caso en los países desarrollados, se caracterizan por salarios
más bajos y menor capacidad de innovación. En Venezuela, el 70 % de la fuerza de trabajo
se desempeña en este sector en contraste con el promedio latinoamericano de 61 %. Esto
explica en gran medida los bajos sueldos y la poca productividad de la economía.
Los trabajadores venezolanos y los miles de jóvenes que todos los años se incorporan a la
fuerza de trabajo se desenvuelven en el peor ambiente posible para producir y obtener ra-
zonables contraprestaciones. El colapso de la inversión en equipos, maquinarias y edificios
hace menos competitiva a la economía y menos productivos a sus trabajadores. El aparato
productivo no crea suficientes puestos de trabajo y por ello la tasa de desempleo se ha man-
tenido alta, incluso por encima de los promedios latinoamericanos. Ello explica la emigración
forzada que entre 2017 y 2019 ascendió aproximadamente a 2.7 millones de personas que
han huido de la hiperinflación, el desempleo y la baja calidad de los servicios públicos.
A las tendencias estructurales de la economía venezolana, entre las cuales destacan la de-
pendencia del sector petrolero y la escasa diversificación productiva, se sumaron las parti-
culares características de las políticas económicas del socialismo del siglo XXI. En términos
generales, los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro supeditaron los procesos eco-
nómicos (criterios de eficiencia, estabilidad macroeconómica, o fortalecimiento del merca-
do) a los objetivos políticos, los cuales pueden resumirse en su estrategia de centralización,
aumento y mantenimiento del poder sin importar los costos sociales. El término “populismo
macroeconómico” se adapta a este caso: desprecio por los mecanismos de mercado, gasto
público como herramienta de legitimación y lucha política, y la consiguiente generación de
déficits fiscales. Las crisis se presentan cuando el gasto no se ajusta ante el colapso del sector
externo (bajan los precios del petróleo), como sucedió en 1983, 1986, 1989, 1996 y 2001.
En 2014 se repitió la historia, generando hiperinflación a partir del último semestre de 2017.
Las recurrentes crisis económicas por las que atravesó Venezuela al menos desde 1983 afec-
taron negativamente al capital social del país, acumulado, con sus altibajos, desde las ruptu-
ras políticas de 1936 y 1958. La década de 1990 fue dura desde el punto de vista económico,
con eventos como la crisis bancaria de 1994 y los bajos precios del petróleo, que impidieron
al Estado actividades compensatorias que evitaran la pobreza generalizada y el descontento
social. De ese entorno socioeconómico resultó Hugo Chávez. A partir de 2013, la gravedad
de la crisis, con sus episodios de escasez, hiperinflación y colapso de los servicios públicos,
dañó todavía más al tejido social producto del alto desempleo y sub-empleo, la desconfianza
y rechazo a los partidos, y la protesta espontánea y descoordinada, muchas veces violenta.
La respuesta del gobierno fue profundización de los mecanismos clientelares, aunque con
menos efectividad dada la caída de los ingresos fiscales, y el aumento de la represión.

378
La situación social de los venezolanos tampoco tiene precedentes en cuanto a su gravedad.
La Encuesta de Condiciones de Vida 2020 (Encovi), realizada por la Universidad Católica
Andrés Bello (UCAB), muestra un panorama de deterioro profundo en los principales indica-
dores sociales. Así, la pobreza extrema de ingresos, medida a partir del número de personas
que no consumen al menos 2 mil 220 calorías de la canasta de bienes básicos, creció del
20,6 % de la población en 2014, a 96,2 % en marzo de 2020. La pobreza extrema abarca
al 64,8 % de los hogares del país. Este último dato refleja la hiperinflación de 2017-2021.
El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de los ingresos, se ubicó en 0.51, cuando a
principios de siglo se encontraba en 0.42. El porcentaje de población que vivía con menos
de US $ 1,95 al día alcanzó al 76 %.
Ante tales circunstancias, no sorprende el acentuado deterioro de las orientaciones de la
población hacia la democracia.

EL APOYO A LA DEMOCRACIA Y LA HIPÓTESIS CLIENTELAR


Como se dijo al principio, la población venezolana ha mostrado, históricamente, un fuerte res-
paldo a la democracia como sistema de gobierno. No obstante, el cuestionamiento a la gestión
del Poder Ejecutivo, a los partidos, y a los políticos ha sido una constante como es frecuente
en las democracias modernas. El fenómeno es universal. Un informe de Cambridge University
muestra una gran insatisfacción con la democracia y sus gobiernos en una amplia muestra de
países de América, Europa, Asia y África. Tales actitudes son fácilmente observables en la ju-
ventud, especialmente en aquellos que tienen entre 18 y 34 años. La desconfianza de esa gene-
ración es mayor que en las anteriores. Las razones, dice el informe, se encuentran, básicamente,
en la crisis económica que azota al mundo desde hace una década y a la diferencia con sus
padres en la distribución del ingreso. La desigualdad ha minado la confianza en los gobiernos
democráticos, lo que puede estar en la base del auge de los llamados movimientos populistas.
El rechazo a los gobiernos y a las democracias no es lo mismo. Pero una cosa puede llevar a
la otra.
Al respecto cabe suponer un modelo escalonado de elasticidad de las evaluaciones
políticas en relación con condiciones adversas, donde primero se modifican las opi-
niones menos esenciales a la comunidad política y, en el otro extremo, se cuestiona
finalmente la democracia como sistema de gobierno (Torres, 1985: p.52).

El autor destaca a mediados de la década de 1980, en el caso venezolano, una clara tendencia
a apoyar a la democracia; pero al mismo tiempo un serio descontento de la población hacia
los gobiernos y partidos. La situación parece ser la misma en la segunda década del siglo XXI.
La hipótesis clientelar debe considerarse con atención al explicar las ganancias y pérdidas de
apoyo de los gobiernos chavistas. Para algunas visiones, el chavismo constituye una ruptura
en la historia política del país, un cambio de valores, que implica un reacomodo en el futuro
con respecto a los valores liberales de la democracia representativa instaurada en 1958. Para
Ignacio Ramonet, por ejemplo,
El chavismo es como el peronismo y que incluso la oposición no puede hacer política
fuera del chavismo. En Argentina no se puede hacer política sin pasar por el peronis-
mo y Chávez cambió más a Venezuela durante su mandato que Perón Argentina. Creo
que hay chavismo para 50 años. Es la victoria intelectual de Chávez2.

2 Declaraciones de Ignacio Ramonet a El País, 7-12-2013. https://elpais.com/internacional/2013/12/07/


actualidad/1386376826_054653.html

379
Por su parte, la hipótesis clientelar parte de una visión más pragmática del juego político en
el país. La condición clientelar no tiene nada de extraño en los sistemas políticos modernos.
Junto con la fuerza y la búsqueda sincera del consenso por parte de los ciudadanos, y la
autolimitación de los actores políticos al respetar las reglas de juego democráticas, la asigna-
ción de beneficios materiales puede mencionarse como uno de los factores que generan el
orden en las sociedades actuales, tanto las desarrolladas como las que están en vías de serlo.
La turbulencia política que culminó con el referéndum revocatorio de agosto de 2004, en el
cual Hugo Chávez resultó victorioso, coincidió con la tendencia ascendente de los precios
del petróleo a partir de 2003 y que duró hasta el momento de su muerte en 2013. Chávez
obtuvo entonces la base material para relanzar su proyecto y consolidarse en el poder. En-
tre 2003 y 2004 el precio del petróleo aumentó US $ 6,82, hecho que le dio al Presidente
un considerable margen de maniobra ante el movimiento opositor a su gobierno. El control
sobre el Consejo Nacional Electoral, presidido entonces por un funcionario que pasó poste-
riormente a los más altos cargos del chavismo, le permitió ganar tiempo para implementar la
política social. En términos reales, la cesta petrolera venezolana alcanzó los US $ 73,84 por
barril en octubre de 2007, superando el máximo de US $ 65,91 por barril alcanzado en 1981
(Párraga, 2007: p. 13).
Entre 2003 y 2012 el gasto público aumentó a niveles record. En 1999 el gasto como propor-
ción del PIB era de 19 %, mientras que en 2006 y 2012, años electorales, la proporción ascen-
dió a 40 % y al 51 % respectivamente. En términos nominales, cuando Chávez llegó al poder
en 1999, el precio del petróleo estaba alrededor de US $ 12. En 2003 el barril de petróleo se
cotizaba a US $ 23; en 2012 se ubicó en US $ 103,42. Las importaciones subieron de US $
17.021 millones en 2004 a US $ 59.300 en 2012. La deuda pública total pasó, como propor-
ción del PIB, del 32 % en 1999 a 71 % en 20123. Al mismo tiempo se implementó una costosa
política de subsidios y controles de precios y se estimuló el consumo mediante la expansión del
crédito. El número de trabajadores del Estado pasó de 1 millón 378 mil 407 en 2002 a 1 millón
969 mil 783 en 2007 (Olivares, 2007). El populismo macroeconómico fue clave para ganar el
referéndum revocatorio de 2004 y las elecciones presidenciales de 2006 y 2012.
En sentido contrario, cuando el clientelismo llegó a sus límites, resultado de la insuficiencia
del ingreso petrolero para subsidiar a la economía, los apoyos al chavismo comenzaron a
disminuir. A partir de las elecciones de 2006 el margen de triunfo de Chávez disminuyó
sostenidamente, incluso perdiendo el referendo aprobatorio de la reforma constitucional en
2007. La ventaja sobre sus oponentes en las elecciones presidenciales se redujo de veinti-
séis puntos en 2006, a once puntos en 2012, a 1,5 en las de 2013 con Nicolás Maduro como
candidato del chavismo. En estos años, aumentó la inflación, la escasez de bienes esencia-
les y la criminalidad. El aumento del gasto público no fue suficiente para mantener la sólida
ventaja que en los años anteriores mantuvo el gobierno. En las elecciones parlamentarias de
diciembre de 2020 la abstención alcanzó el 70 % y el partido de gobierno apenas obtuvo
el 20 % del electorado total. Aunque en política no hay nada escrito, la hipótesis clientelar
como soporte del chavismo parece cumplirse.

3 Y a pesar de los altos precios del petróleo, el gobierno, entonces interino, de Nicolás Maduro anunció el 9 de febrero
de 2013 la devaluación de la paridad oficial del bolívar de Bs F 4,30 a Bs F 6,30 por dólar.

380
VENEZUELA EN LAS PRIMERAS DÉCADA DEL SIGLO XXI: CONSTITUYENTE,
DEMOCRACIA Y CRISIS POLÍTICA PERMANENTE
Desde una perspectiva del mediano plazo, el tema de la democracia latinoamericana puede
analizarse históricamente a partir del ciclo que Samuel Huntington denominó la “tercera ola”
de la democratización (Huntington, 1991), la cual se inicia a finales de los años 70 del siglo
pasado. Mientras Europa presenciaba las transiciones de Portugal, Grecia y España, la caída
del muro de Berlín y la democratización de Europa del Este, América Latina se fue poblando
de gobiernos electos mediante el voto popular. Esta tendencia, renovada con los procesos
constituyentes en Colombia (1991), Venezuela (1999), Bolivia (2003) y Ecuador (2009) ac-
tualmente luce paralizada. En estos momentos, vivimos una etapa de retroceso democrático
y, a consecuencia de ello, la tendencia que empieza a dominar es la de gobiernos autocráti-
cos, cuando no abiertamente dictatoriales.
En el caso venezolano, la crisis política que vivió el país en la década de los años 90 del siglo
XX culminó con el triunfo de Hugo Chávez Frías en las elecciones presidenciales de 1998,
quien asume el poder con el compromiso de convocar a una Asamblea Nacional Constitu-
yente, la cual se realizó en 1999. Gracias a esta acción política se aprobó una nueva Cons-
titución por referendo consultivo y con ello se logró darle una salida pacífica, democrática e
institucional a la crisis que desde 1983 venía sufriendo el país.
Aquella propuesta constituyente no fue una oferta aislada de Chávez, ni una ocurrencia elec-
toral. La idea y su contenido legal venía siendo impulsada desde 1991 por diferentes sectores
del país, incluyendo la Comisión Bicameral del antiguo Congreso de la República, presidida
por el entonces senador Rafael Caldera, seguida por la Comisión Presidencial para la Refor-
ma del Estado (Copre) y por movimientos como el Frente Patriótico encabezado por figuras
de diferente posiciones políticas e ideológicas como Juan Liscano, Manuel Quijada, Luis Mi-
quelena, Manuel Alfredo Rodríguez, Edmundo Chirinos, Douglas Bravo y los generales Luis
Enrique Rangel Bourgoin y Alberto Müler Rojas.
Lamentablemente, el acuerdo político que llevó a Chávez al poder en 1998, se rompió en el
año 2001, abriéndose una etapa de confrontación que desemboca en los acontecimientos
de abril de 2002 y la salida de Chávez del poder el 11 de abril y su retorno el 14 de abril. A
partir de esta ruptura, la ruta de Chávez y de la revolución bolivariana será gobernar aleján-
dose cada vez más de la Constitución de 1999.
En síntesis, este proceso socio-político liderado por Chávez, podría dividirse en tres etapas:
una primera etapa que va del año 2000 al 2007, donde Chávez actúa en el marco de la
Constitución de 1999; una segunda etapa que va del año 2007 al 2013, cuando se da la rup-
tura con la Constitución de 1999 y se impone de facto un Estado socialista y comunal; y una
tercera etapa, que se inicia -tras la muerte de Chávez- con la llegada al poder de Nicolás Ma-
duro a través de las cuestionadas elecciones presidenciales realizadas en 2013, donde Ma-
duro obtuvo el 50,6 % de votos frente al 49,1 % de su oponente Enrique Capriles Radonski.
Aquellos cerrados resultados y la denuncia de fraude, generó la desconfianza de amplios
sectores del país en la ruta electoral, quedando la sociedad venezolana sometida a un per-
manente conflicto político, acompañado del deterioro de las condiciones de vida de la po-
blación y un progresivo aumento del autoritarismo gubernamental, que se refleja también a
escala continental.
Efectivamente, según las cifras del Democracy Index 2017, que reporta anualmente el pe-
riódico británico The Economist, de 167 países estudiados, un 11,4 % vive en democracias

381
estables, un 34,1 % en “democracias débiles”, un 23,4 % en “regímenes híbridos”, que son
países que viven un proceso de des-democratización y progresivo ascenso del autoritarismo
y un 31,1 % en regímenes autoritarios. La franja autoritaria es de un 54,5 %. El índice se basa
en procesos electorales con pluralismo; libertades civiles; actuación del gobierno; partici-
pación política y política cultural. En este Índice solo Uruguay aparece entre las diecinueve
democracias estables y Venezuela en el puesto 118 es parte de los regímenes autoritarios.

VENEZUELA: CONFLICTO POLÍTICO, CRISIS HUMANITARIA


Y APUESTA DEMOCRÁTICA
Si revisamos los resultados del Informe 2018 de la Corporación Latinobarómetro (2018), po-
demos apreciar que cuando se le pregunta al encuestado sobre el problema más importante
del país “[…] un 35 % de los latinoamericanos señalan los problemas económicos, en se-
gundo lugar se ubica la delincuencia con el 19 %, y en tercer lugar la situación política y la
corrupción con el 9 %.” (p. 5)
Al pasar al punto del “Apoyo a la Democracia” los resultados son inquietantes a escala regio-
nal, ya que aparecen catorce países del total consultado, en los que el apoyo a la democracia
disminuye entre 2017 y 2018. Solo en cuatro países el apoyo a la democracia se mantiene
igual y sorprendentemente en Nicaragua aumenta once puntos porcentuales de 40 % a 51
% entre 2017 y 2018. (p. 15).
El caso de Venezuela es particularmente interesante., ya que siendo Venezuela “[…] el segun-
do país en el que la ONU denosta (sic) violaciones a los derechos fundamentales en 2018,
es el país de América Latina que declara tener más apoyo a la democracia con 75 %, si bien
hay una disminución respecto del 78 % que había en 2017.” Cabe preguntarse, entonces, a
la luz de estos resultados, ¿qué significan estas respuestas para los dos países donde más se
cuestiona la democracia? ¿Son dos excepciones en este indicador?
En el caso venezolano, es evidente que el apoyo de la población a la democracia ha tenido
momentos de auge y caída. En las elecciones de 1998, por ejemplo, en un escenario de crisis
del sistema de partidos y frente a la emergencia de Chávez como candidato que ofertaba
una salida constituyente, “para renovar la democracia”, el apoyo era de un 60 %. En el 2002,
año de huelgas, acciones militares, marchas y contramarchas que determinaron la salida y
posterior regreso de Chávez del poder, tras los confusos sucesos de abril (Ortiz, 2002), el
apoyo llega al 73 %. Y en 2007, cuando el entonces presidente Chávez pretende imponer,
por vía de referendo consultivo –que pierde– una Reforma Constitucional (Rachadell, 2015)
con el interés oculto de modificar sustancialmente el modelo democrático establecido en la
Constitución de 1999, creando un denominado Estado comunal, en ese preciso momento, el
apoyo del venezolano a la democracia está en el 67 %. En 2013, año de la muerte de Chávez,
de elecciones presidenciales signadas por la emergencia y cuestionadas por fraudulentas, en
ese momento en que sale electo Nicolás Maduro, el apoyo a la democracia llega a su máximo
porcentaje: el 87 %.
La lectura que procede de estos datos de la realidad es que, en momentos en que en el es-
cenario latinoamericano prospera la salida autoritaria, los resultados de la encuesta realizada
en el país, coloca a Venezuela en una posición clara en favor de la democracia, ya que “[…] el
régimen autoritario es apoyado por el 27 % de los paraguayos, el 23 % de los chilenos y el 20
% de los guatemaltecos. El país que tiene el menor apoyo al autoritarismo es Venezuela con
el 6 %, seguido por Honduras, Nicaragua y Colombia con el 10 %” (p. 18).

382
En este sentido, al comparar los casos de Nicaragua y Venezuela, ambos bajo dominio de
gobiernos autoritarios, con abierta persecución a los sectores de oposición, se aprecia que
los venezolanos que apoyan la democracia son los que adversan también al gobierno. En am-
bos países existe una demanda concreta de democracia, demanda cruzada por la condición
de ser o no ser partidario del gobierno, lo cual politiza la demanda y hace depender de la
coyuntura política, su exigencia. Por ello, Venezuela y Nicaragua viven una democracia frac-
turada por la división política interna, ya el gobierno se aprecia como la principal amenaza de
la democracia, por lo que su defensa pasa por su salida pero en condiciones democráticas.
¿Qué significa esto?
Que el apoyo a la democracia en estos indicadores depende de dónde se ubica cada cual po-
líticamente en la sociedad, si está o no en el poder. Esta conducta se aleja del tipo ideal, para
quien la democracia es un concepto compartido por la población en su conjunto. Estaríamos,
en consecuencia, frente a una democracia politizada, polarizada entre grupos de poder, donde
el ejercicio de la democracia puede ser optativo, lo cual nos coloca en lo que Zovatto (2002)
denomina el nivel segundo, de desempeño del régimen, donde el apoyo hacia los regímenes
democráticos o autoritarios se mide en términos de su funcionamiento práctico.
La participación de la población en las elecciones parlamentarias de 2015, en las presiden-
ciales de 2018 y en las parlamentarias de 2020, puede ayudar a comprender mejor esta
visión de la democracia en el venezolano, ya que está alineada en favor del recate de la de-
mocracia, pero a la vez, influida por la pasión opositora hacia un gobierno.
A nivel latinoamericano, en el índice de “intención de voto” que presenta el Informe 2018 del
Latinobarómetro, Venezuela aparece con un 59 % de intención, para una media latinoameri-
cana del 58 %. Esa media, se mueve según los procesos electorales vividos en estos últimos
cinco años.
En el Estudio de la Opinión Pública Nacional realizado por la empresa consultora Alfredo Ke-
ller y Asociados, en 2015, la situación del país es la siguiente: para el 79 % de la población, la
evolución del país es negativa, el 82 % considera que la situación económica, social y política
es muy grave, el 33 % piensa que la responsabilidad es del gobierno y el 19 % del presidente
Maduro. En ese año, el problema personal más importante que tiene la familia es la escasez
de alimentos.
En lo político, el 44 % señala que la mejor solución a la crisis es la salida de Maduro, por-
centaje que llega a un 69 % de encuestados que demandan el cambio del Presidente y la
eliminación de sus políticas “socialistas”. Frente a un escenario de elecciones parlamentarias,
por un lado, y la urgencia de salir del gobierno, que es el Poder Ejecutivo, por el otro, el 77 %
de los encuestados asegura que va a votar en las parlamentarias, es decir, se inclina por una
salida electoral democrática de cambio. En esos momentos, la proyección era de un 57,7 %
de votos en favor de los candidatos de la oposición. El resultado fue una votación mayoritaria
a favor de esta propuesta, lo que le permitió obtener la mayoría absoluta de escaños en la
Asamblea Nacional.
Sin embargo, el desconocimiento inicial de los resultados electorales por parte del gobierno
de Nicolás Maduro, llevó finalmente a una política de persecución de los diputados electos,
violando la Constitución y las leyes de una manera pública y notoria, llegando a la práctica
eliminación de la actividad parlamentaria en el país. En ese escenario de confrontación, se
convocan dos nuevos procesos electorales: las presidenciales de 2018, cuestionadas desde
su convocatoria por la oposición, a la cual no asistió una mayoría de votantes. El Informe de

383
la Secretaria General de la OEA (2018), después de describir pormenorizadamente el proce-
dimiento de convocatoria, realización y conteo de votos, recogió todas las irregularidades y
denuncias relacionadas con este proceso electoral. Este párrafo, relacionado con la partici-
pación ciudadana, y la conducta de los partidarios del candidato oficial, da una imagen del
grado de desinstitucionalización en que han caído los procesos electorales en Venezuela:
Con respecto a la participación, fue notoria la poca afluencia de electores en los cen-
tros de votación a nivel nacional. En la mayoría de los casos hubo filas más largas de
electores en los “puntos rojos” que en los centros de votación. La baja participación
de la ciudadanía en la jornada electoral permitió la ejecución de operaciones masivas
del PSUV para coaccionar a electores a votar. Sumado a las irregularidades menciona-
das los observadores nacionales denunciaron traslado de electores con recursos del
estado, usurpación de identidades comprobadas, 51 miembros de mesas que abando-
naron sus puestos en el centro de votación para ir a buscar electores, y miembros del
Plan República (Fuerzas Armadas) que estuvieron encargados de vigilar y organizar
las colas fuera de los ‘puntos rojos’. (p. 13)

Efectivamente, oficialmente el CNE informó que participó el 46,01 % de los electores inscri-
tos, aunque la realidad fue otra. Una abstención cercana al 70 % de electores. En las últimas
elecciones llevadas a cabo en el país en diciembre de 2020, para la renovación de la Asam-
blea Nacional la abstención fue nuevamente la protagonista.
Todo ello nos lleva a plantear una reflexión final: para el pueblo venezolano, la ruta electoral
sigue siendo el camino para el cambio de gobierno. Cuando aprecia las condiciones legales
y políticas convenientes, como en 2015, su actuación es clara y mayoritaria. En escenarios
de confusión e incertidumbre, habla con el lenguaje de la abstención. Si eso es cierto, en
Venezuela la democracia no ha pasado de moda.
Pese a los estragos de una crisis humanitaria compleja, del hambre, la pobreza y la desinte-
gración familiar por la emigración forzada de casi 5 millones de sus habitantes, el venezolano
común sigue cifrando sus esperanzas en la democracia, como sistema político alternativo.
¿Será también como forma de vida? En todo caso, estos veinte años de liderazgo mesiáni-
co, deben dejar algunos aprendizajes. Si en 1958, la tradición a vencer era el legado de la
dictadura militar; y si en 1998, el legado fue el de una democracia corrupta; hoy, en 2021, la
tradición que orienta al pueblo venezolano es la memoria de haber vivido en democracia, y
su rechazo a los desmanes del autoritarismo.

384
CONCLUSIÓN
En este trabajo se analizaron las actitudes políticas de los venezolanos hacia el sistema polí-
tico y hacia la democracia. Se asumió una perspectiva de “demanda” en el sentido de darle
prioridad a las actitudes de los ciudadanos por sobre las instituciones u organizaciones polí-
ticas. En el caso de Venezuela, tales actitudes fueron influidas por el desempeño de un mo-
delo económico que alcanzó sus límites al menos desde mediados de la década de 1980. La
crisis económica afectó el tejido social venezolano al destruir organizaciones intermedias y
debilitar la necesaria confianza social entre ciudadanos y en las instituciones. A ello se sumó
el colapso del sistema de partidos, en la década de 1990, lo que generó actitudes adversas a
los actores del sistema político y cambios preocupantes con respecto a la democracia. Sur-
gieron tendencias ambiguas que combinaron un alto grado de apoyo a la democracia como
forma de gobierno, resultado de un sistema político estable por muchos años antes de 1999,
pero al mismo tiempo corrientes de opinión pública que en la práctica significaron apoyos a
los gobiernos autoritarios del socialismo del siglo XXI. Las políticas clientelares del chavismo
serían parte de la explicación a esa aparente contradicción. La recuperación de la democra-
cia venezolana pasa entonces por la estabilización de la situación económica y la transición
a un modelo pospetrolero, así como por la recuperación de la legitimidad de las instituciones
de las cuales los partidos son parte esencial. Esa reconexión del liderazgo político con las
necesidades reales de la población pudiera fortalecer el apego en el imaginario colectivo del
país hacia la democracia como fórmula capaz de organizar el Estado y atender las demandas
ciudadanas de manera priorizada.

385
386
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387
388
CAPÍTULO III
Consideraciones a modo de integración entre
los estudios de casos y el análisis regional
DE LA CRISIS Y EL DESENCANTO CON LA DEMOCRACIA
EN AMÉRICA LATINA: AMENAZAS Y OPORTUNIDADES
DE CAMBIO POLÍTICO

389
Consideraciones a modo de integración entre
los estudios de casos y el análisis regional
DE LA CRISIS Y EL DESENCANTO CON LA DEMOCRACIA
EN AMÉRICA LATINA: AMENAZAS Y OPORTUNIDADES
DE CAMBIO POLÍTICO

Ángel E. Álvarez

INTRODUCCIÓN
Este capítulo ofrece una síntesis de hallazgos sobre el estado actual de la democracia. Sus
contenidos se centran en la identificación tanto de temas y problemas compartidos, como en
las especificidades de cada caso estudiado. El propósito de la síntesis es doble. De un lado,
se integran y (en la medida de lo posible) se generalizan algunas de las observaciones hechas
para cada país, sin perder de vista sus especificidades. Las comparaciones entre casos per-
miten identificar rasgos y problemas compartidos por subgrupos de ellos.
El primer capítulo de este trabajo, titulado “Una visión panorámica de la crisis y el desencanto
con la democracia en América Latina: desafíos y oportunidades,” describió cuantitativamen-
te el estado de las democracias en América Latina y se resumieron algunos de los enfoques
teóricos empleados para estudiarlas. La presentación de las observaciones se organizó me-
diante el agrupamiento de los dieciocho países de la región, según sus niveles de democracia
medidos por V-Dem. Se identificaron tres grupos de países. Uno con niveles relativamente
altos de democracia electoral, otro con niveles medios y el tercero con bajos. El lapso de
estudio de esa descripción del problema se extiende de 1959 a 2019.
En contraste con ese capítulo panorámico, este otro se enfoca en aquellos países para los
cuales se realizaron estudios de caso conducidos por equipos de expertos. En consecuencia,
el número de casos es más pequeño que la muestra empleada en el primer capítulo. En lugar
de los dieciocho países, se estudian acá más detalladamente solo nueve casos: Argentina,
Chile, Colombia, Bolivia, Brasil, Ecuador, México, Nicaragua y Venezuela. La lista incluye paí-
ses de Centroamérica y Sudamérica. Carecemos de estudios de casos para la mitad exacta
de la región. La ausencia de estos obedece a razones de disponibilidad de equipos de in-
vestigadores, recursos y tiempo. En fases posteriores de esta investigación, valdrá la pena
incorporar los países que no fueron cubiertos en esta etapa.
El lapso de estudio también es más breve. Aunque las descripciones y modelos estadísticos
emplean datos correspondientes al lapso comprendido entre 1995 y 2019, el énfasis es colo-
cado ahora en evidencias más recientes. No obstante, en algunos casos, estos datos pueden

390
no estar actualizados. En general, la información estadística tiene uno o dos años de haber
sido recopilada o puesta a disposición del público. Esto, aunque es un problema evidente,
no puede ser evitado salvo recurriendo a análisis cualitativos de expertos en cada país. Por
ello, este trabajo no pretende sustituir el estudio en profundidad sobre cada caso realizado
por expertos y que son publicados junto a este resumen. Acá solo se presentan algunas ideas
que buscan integrar el estudio panorámico presentado previamente y algunos de los princi-
pales aportes de los estudios de caso.
Finalmente, el criterio para ordenar la descripción de los países también difiere del emplea-
do en el primer capítulo. Se emplea ahora un análisis de clústeres combinando el nivel de
democracia electoral con el apoyo a esta forma de gobierno para lograr una clasificación
bidimensional de los casos de estudio.
El capítulo está divido en tres partes. Además de esta introducción, la sección más extensa
del trabajo ofrece un balance de qué sabemos y qué debemos seguir investigando acerca
del estado del desencanto de los latinoamericanos con la democracia, sus variaciones en el
tiempo, los factores que pueden contribuir a explicarlo, así como los riesgos y oportunida-
des que plantea la actual problemática relación de los ciudadanos con el gobierno popular.
Para ello se emplean tanto observaciones obtenidas mediante el análisis de datos para cada
país, como algunos de los muy valiosos aportes de los estudios de casos realizados por
expertos-países. Finalmente, el capítulo ofrece conclusiones sobre lo observado y algunas
recomendaciones sobre materias pendientes que podrían ser abordadas en trabajos futuros.

LOS PAÍSES DE LA REGIÓN SEGÚN EL ESTADO DE SUS DEMOCRACIAS


La democracia es un arreglo institucional que asegura que las preferencias de las mayorías
se expresen libremente y condicionen las decisiones del gobierno electo por el voto popular
en comicios competitivos. Al mismo tiempo, el gobierno que surge de los votos de la mayoría
no oprime ni suprime los derechos fundamentales de los individuos y de las minorías. Para
que la democracia funcione y perdure, las instituciones tienen que garantizar la competencia
justa por el poder. No obstante, el funcionamiento y perduración de la democracia depende
también de que los ciudadanos la apoyen activamente y que el gobierno satisfaga las ex-
pectativas y necesidades materiales y simbólicas de estos (Linz and Alfred 1996). Es decir, la
democracia supone un demos que valora positivamente su participación directa o indirecta
en la elección y ejercicio del gobierno (Cammack 2019) y un kratos, entendido este como
un conjunto de reglas establecidas de jure y que de facto posibilitan el ejercicio directo o
indirecto del poder por el demos (Cammack, The Krayos in Demokratia 2018).
El apoyo a la democracia como forma de gobierno, medido por encuestas de opinión, sirve
de proxy de la valoración del régimen político por parte del demos. Si el pueblo es democrá-
tico, valorará la democracia por encima de cualquier otra forma de gobierno y bajo cualquier
circunstancia. El nivel de democratización de las instituciones de gobierno es la manera que
empleamos para lograr una definición operacional del concepto de kratos como conjunto de
normas que posibilitan el gobierno del demos. En este trabajo, en consecuencia, se estudia
cuánto apoyo le brinda el demos (es decir, los votantes) al régimen democrático y cuán demo-
crático es el kratos (es decir, las instituciones que generan un determinado nivel de competen-
cia, derechos, participación, deliberación e igualdad democrática). Cruzando la valoración de
la democracia por parte del pueblo con la medida de la amplitud con la que las instituciones
facilitan o no la participación del pueblo en el gobierno es posible identificar cuatro combina-
ciones típicas y una situación intermedia, tal como son representadas en la figura 1.

391
FIGURA 1: Combinaciones de niveles y apoyo a la democracia

Fuente: elaboración propia.

Las cuatro combinaciones extremas son, en primer lugar, la de los países de alto nivel en
valoración de la democracia por parte del público y alto nivel de democratización de las
instituciones. El segundo grupo corresponde a países con ambos valores opuestos al grupo
anterior; es decir, con niveles bajos de apoyo y de democratización del gobierno. El tercer
grupo, es el de los países que combinan niveles altos de democratización con niveles bajos
de apoyo a la democracia por parte de los ciudadanos. El cuarto grupo típico es el de países
cuya población valora la democracia que sus instituciones no garantizan. Además de estas
cuatro combinaciones, en este trabajo identificamos una situación limítrofe en la que se ubi-
can países con valores no extremos tanto del apoyo como de la democratización institucional.
La razón para definir esta categoría residual o limítrofe es que estas dos dimisiones se miden
cuantitativamente y, por tanto, existe la posibilidad teórica y empírica de que algunos países
caigan en la “zona gris” con valores cercanos a las medias de cada una de las dos variables.
La relación entre los niveles de democracia y de apoyo está lejos de ser perfecta. De hecho,
para el caso específico de los países y años analizados en este trabajo, el efecto del nivel de
poliarquía sobre el porcentaje de apoyo a la democracia, usando valores estandarizados de
las dos variables, es inverso y además débil, aunque estadísticamente significativo (b= -0.20,
significativo a p < 0.01). Es decir, paradójicamente, para el conjunto de países estudiados, a
mayor democracia electoral menos apoyo a la democracia. Es decir, al parecer los ciuda-
danos se hacen más críticos de la democracia mientras más derechos políticos y libertades
cívicas disfrutan. No obstante, el valor de la débil magnitud de la correlación indica que la

392
correspondencia entre democracia y apoyo está muy lejos de ser perfecta. Por ello, además
de haber casos en las posiciones extremas de poliárquicas con apoyo y regímenes débilmen-
te o nada democráticos sin apoyo popular, hay muchos otros casos de países que para de-
terminados años toman otras combinaciones de valores. El resultado es que los países están
esparcidos por todo el espacio definido por las dos dimensiones del análisis.
El gráfico 1 es una “nube de puntos” que muestra cómo se distribuyen los casos de estudio,
en los últimos años (de 2000 a 2018) en el espacio definido por las dos variables ya men-
cionadas (apoyo y democratización).

GRÁFICO 1: Dispersión de los países de América Latina según el nivel de democracia


electoral y de apoyo a la democracia. (2000-2018)

Fuente: elaboración propia con base en datos suministrados por Latinobarómetro y V-Dem.

En la gráfica mencionada se observa que casos ubicados en el extremo positivo (mucho apo-
yo y mucha democracia) y en el extremo negativo (muy poco apoyo y muy poca democracia)
son países que para determinados años poseen instituciones democráticas que funcionan
bien, a criterio de los expertos, pero la mayoría de sus ciudadanos no apoya a la democracia.
Similarmente, hay países en los que la mayoría de los ciudadanos apoyan a la democracia y la
prefieren a cualquier otra forma de gobierno, pero las instituciones existentes, incluso gracias
al voto de esos mismos ciudadanos en sucesivas elecciones, son poco o muy poco democrá-
ticas. Finalmente, también hay países en los que hay un funcionamiento de las instituciones
por debajo de las mejores democracias, pero superior al de las peores y, a la vez, niveles de

393
apoyo a la democracia que se alejan tanto de los valores máximos como de los mínimos. Son
democracias a mitad de camino.
Es obvio que los países no están siempre en el mimo punto y ni siquiera en la misma área del
cuadrante. De año a año, hay variaciones en el nivel de democracia de todo país y en el apo-
yo de los ciudadanos a esta. Para saber con relativa precisión en qué categoría, en promedio,
es razonable ubicar a cada país, se hace uso del análisis de clústeres K-media. Para ello, se
emplean los valores estandarizados de las variables para hacer comparables las unidades de
medida de los niveles de democracia (empleando el indicador de poliarquía de V-Dem) y la va-
loración de la democracia (medida como la frecuencia relativa del apoyo a la democracia para
un año determinado, según Latinobarómetro).1 El número de clústeres elegido es cinco (k = 5)
porque ese el número de las categorías teóricamente identificadas (de nuevo, ver la figura 1).
La tabla 1 identifica los clústeres, señala la combinación de nivel de democracia y apoyo que
corresponde a cada grupo de países, e indica los países que resultan clasificados en cada
uno de ellos.

TABLA 1: Clasificación de los países estudiados según su nivel de democracia

Fuente: elaboración propia.

Hay que hacer énfasis en que las categorías referidas en las gráficas y en las tablas anterio-
res no constituyen tipos de regímenes políticos. Tampoco suponen ninguna teoría acerca
del tránsito posible de un nivel a otro de democracia o de apoyo. No se busca responder a
la pregunta de si un país determinado es o no una democracia, una dictadura, un régimen
híbrido, un autoritarismo electoral o una autocracia abierta o competitiva. El tipo de régimen,
desde una perspectiva cualitativa, no es discutido en este trabajo. Como quiera que sea ca-
tegorizado por la literatura el régimen político existente en un país en un momento dado (lo
que tiende a variar de un autor a otro), lo que se busca acá describir y comparar es el estado
en el que se encuentran las instituciones y los valores democráticos.
Otra aclaratoria de importancia: es posible que algunos países compartan rasgos con otros
que permiten ubicarlos en más de un clúster. En este estudio, este es el caso de Nicaragua.
Aunque en el análisis este país, en promedio, resulta clasificado en el mismo clúster con Ve-
nezuela, siendo estos países las dos revoluciones socialistas-electorales que persisten en la
región, también es posible observar que Nicaragua ha compartido también el “área gris” con
Colombia, Ecuador y Bolivia. No obstante, en el análisis que sigue, se incluye a Nicaragua
y Venezuela como ejemplos de países con déficits democráticos de importancia pero con
apoyo popular a la democracia política.

1 Como es sabido, las variables estandarizadas tienen como media cero y desviación estándar uno.

394
El análisis de clústeres para toda la región y desde 1995, también k-media con k = 5 per-
mite observar una mayor variación en la distribución de los países (ver Gráfica 2: Clústeres
de democracias según sus niveles de apoyo a la democracia, según Latinobarómetro y de
democracia electoral, según V-Dem. América Latina, 1995-2018.). Al aumentar la longitud
de la serie temporal y el número de países incluidos en el análisis, los puntos para cada país
tienden a estar más dispersos. Por ello, un mismo país no cae siempre en el mismo clúster.2

GRÁFICO 2: Dispersión de los países de América Latina según el nivel


de democracia electoral y de apoyo a la democracia (1995-2018)

Fuente: elaboración propia con base en datos suministrados por Latinobarómetro y V-Dem.

En cada una de las subsecciones que componen la descripción de los clústeres, se presentan
algunas elaboraciones basadas en las invaluables contribuciones de los equipos de trabajo
especializados en cada caso. Cabe aclarar que esta sección no sustituye a los estudios de
caso. Para la comprensión plena de la situación de cada país estudiado es indispensable la
lectura del estudio correspondiente.

2 Ello se debe a que el análisis de K-media se basa, dicho simplemente, en la distancia entre los valores observados
y las medias. Sin entrar en detalles técnicos, se puede inferir que tal dispersión indica que los niveles de apoyo y de
democracia varían en el tiempo en casi todos los casos.

395
DEMOCRACIAS CON APOYO E INSTITUCIONES: CHILE Y ARGENTINA
Los países que combinan valores altos de ambas variables no están exentos de dificultades.
Por el contrario, como cualquier otro país, sufren crisis y algunas de estas pueden ser muy
severas, incluso con efectos potencialmente desestabilizantes. Sin embargo, los altos niveles
de democracia y de apoyo sostenidos en el tiempo indican que en ellos existen ciertas capa-
cidades estructurales, institucionales, culturales o de habilidad de las elites (lo que la literatura
anglosajona llama political agency) que permiten enfrentar las crisis y exhibir cierta resiliencia.
El término “resiliencia democrática” tiene poca tradición teórica en ciencias políticas. Es em-
pleado más comúnmente en trabajos de conceptualización realzados por organizaciones
promotoras de la democracia. Las democracias “resilientes” son definidas en el blog Demo-
cracy Works (demoworks.org) escrito por los funcionarios del National Democratic Institute
(NDI), como aquellas capaces de manejar el conflicto de manera pacífica (National Demo-
cratic Institute 2016). El Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electo-
ral define el término “resiliencia democrática” como la capacidad del sistema para afrontar,
sobrevivir y recuperarse de crisis y desafíos complejos (National Democratic Institute 2016).
Atributos asociados a la resiliencia, según IDEA en el mismo texto, son la flexibilidad con la
que el sistema amortigua las tensiones y presiones, la capacidad de superar desafíos y crisis,
la adaptabilidad a la presión y la innovación para aumentar la eficacia o eficiencia de sus
respuestas a desafíos y crisis.
Las diferencias institucionales, estructurales y de cultura política entre Chile y Argentina son
bien conocidas y han estado presentes antes y después de sus transiciones democráticas
(Undurraga 2015, Aravena Lavín 2012). El hecho de que estos dos países resulten clasificados
en el mismo clúster, con base en sus niveles actuales de democracia y las actitudes de los
ciudadanos hacia la misma, no pretende negar las marcadas diferencias entre ellos.
En ambos países, el nivel de apoyo a la democracia es más alto que en los otros países para
los que se hicieron estudios de caso. No obstante, en Chile la democracia tiene bastante
menos respaldo de la población que en Argentina. Aun así, las alzas y bajas de respaldo a la
democracia en los dos países durante más de dos décadas son similares, y al final del pe-
riodo de estudio (2018) las cifras convergen. El apoyo a la democracia en ambos países está
estadísticamente correlacionado (r = 0.33, significativo a p ≤ 0.01). De ello, obviamente, no
se pretende inferir ninguna causalidad, sino solamente mostrar que hay base para incluir los
dos casos en la misma categoría.
En estos dos países, el nivel de apoyo a la democracia excede al de la satisfacción con el
modo en el que esta funciona. En algunos años (2001-2002, 2004-2005, 2007-2010 y
2018) los argentinos tienden a estar menos satisfechos con su democracia que los chilenos,
pero de los veintitrés años del lapso de estudio, en catorce de ellos la satisfacción con la de-
mocracia es mayor en Argentina que en Chile.

396
GRÁFICO 3: Apoyo y satisfacción con la democracia en Chile y Argentina,
según Latinobarómetro (1995-2018)

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

La brecha entre apoyo y satisfacción con la democracia puede ser vista como una señal de
resiliencia democrática. Los ciudadanos de ambos países no están plenamente satisfechos
con sus democracias, desean cambios, mejoras, reformas, pero aun así, la mayoría sigue
viendo a la democracia como la mejor forma de gobierno. La insatisfacción, en consecuen-
cia, parece crear oportunidades para hacer que la democracia funcione.
Es necesario precisar, sin embargo, que la resiliencia democrática no es una constante. Vista
como la brecha entre apoyo y satisfacción, es posible observar variaciones de importancia
y tejer conjeturas acerca del posible efecto negativo que la insatisfacción sostenida puede
tener sobre el apoyo a la democracia. En Argentina, por lo menos desde 2015, tanto la satis-
facción como el apoyo a la democracia han tendido a caer. Esta es una señal de desencanto,
en los términos en que ha sido definido este concepto en este trabajo. La brecha entre apoyo
y satisfacción tendió a decrecer apreciablemente entre 2002, cuando alcanza su máximo, y
2016. En Chile sucede algo similar, aunque menos marcado. La brecha entre apoyo y satis-
facción se achica entre 2002 y 2010. Esto sugiere que el desencanto pudo haber mermado
el apoyo a la democracia. Es razonable pensar que la insatisfacción arrastró tras sí a la valo-
ración positiva de la democracia. No obstante, en Argentina, la brecha aumenta de nuevo en
2017 y 2018. Otro tanto ocurre en Chile a partir de 2011.
En el caso chileno, tras las protestas violentas de 2020, se ha iniciado un proceso de cambio
político por vías democráticas. El proceso constituyente chileno habla justamente de la capa-
cidad de esa democracia de superar la crisis e introducir reformas sin colapsar.

397
GRÁFICO 4: Brecha entre apoyo y satisfacción con de la democracia en Chile
y Argentina, calculada con datos de Latinobarómetro (1995-2018)

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

En la política chilena, según muestra en su informe el equipo de estudiosos del caso, han
existido un conjunto de “nudos” y “tensiones”, cuya comprensión es necesaria para dar
cuenta de la crisis y situación actual de la democracia en ese país (Barrientos, et al. n.d.).
Previo al estallido social de 2019, el descontento se expresó en protestas de grupos sociales
(indígenas y estudiantiles) que cuestionaron el modelo económico neoliberal chileno y sus
efectos sociales, así como el modelo político imperante, cuyo marco institucional es el de la
constitución impuesta por la dictadura en 1980, que ha generado una enorme desigualdad.
No obstante, con los datos disponibles de índice de Gini, que son pocos y truncados, no se
halla correlación significativa entre la insatisfacción y las bajas de apoyo a la democracia, de
un lado, y la desigualdad en el ingreso, por la otra. Como se verá más adelante para el caso de
Colombia, puede ser que una democracia se mantenga en el tiempo, aunque dé señales de
debilitamiento político y desigualdad social. No sería una democracia ideal, pero en un con-
texto regional de democracias de baja o mediana calidad, puede resultar comparativamente
más democrática que las otras. En todo caso, la desigualdad en sus diversas formas y sus
efectos sobre la lealtad o el desencanto con la democracia constituye un tema prioritario de
investigación en la región, en general, y en particular en Chile.
Los jóvenes, según reportan Barrientos y colaboradores, representan un sector de la pobla-
ción que merece especial consideración a la hora de pensar en intervenciones que contri-
buyan a que el cambio político en Chile asegure más y mejor democracia. Este grupo demo-
gráfico muestra “[…] baja adhesión a sistemas políticos tradicionales y una alta valoración a
expresar sus opiniones en espacios fuera del marco legal” (Barrientos, et al., 2021: 3).

398
La Constitución chilena ha sido gradual y parcialmente reformada luego de la transición. Las
mayores reformas ocurren 1989, 1991, 1994, 1999, 2005 (“la gran reforma”). Sin entrar en
detalles, puede afirmarse que en Chile ha habido un gradual proceso de ajustes que, si bien
no previno la crisis de 2019, indica que la democracia ha respondido con ajustes parciales de
su marco institucional a las tensiones surgidas en la sociedad y el sistema político (Carmona
Santander 2014).
El nuevo proceso constituyente iniciado formalmente con el Plebiscito Nacional del 25 de
octubre de 2020 enfrenta el reto de actualizar el marco jurídico a fin de lograr mayor re-
presentación política, inclusión social, igualdad en la distribución de la riqueza y cambios en
el modelo económico “extractivista depredador” (Barrientos, et al., 2021: 6). Se trata de un
hito clave que pone a prueba la capacidad del sistema para cambiar y adaptarse y, en con-
secuencia, seguir mostrando resiliencia.
Además de los problemas derivados del marco constitucional y las instituciones políticas y
económicas, la desigualdad en Chile también tiene una base cultural o, como la llaman Ba-
rrientos y colaboradores, “relacional.” Las relaciones sociales entre chilenos están marcadas
por la inequidad, segregación y estereotipos grupales (con base en sexo y género, clase so-
cial, etnia o posiciones políticas).
No es fácil saber cuánto de la resiliencia democrática chilena se debe a las instituciones pre-
existentes, ni cuantas de las tensiones actuales se generan por el modo en que estas han fun-
cionado. En una sociedad caracterizada por diversas líneas (probablemente entrecruzadas)
de desigualdad y división sociopolítica, un cambio político radical puede desatar conflictos
que las viejas instituciones mantenían inactivos, pese a sus efectos socialmente regresivos y
debido a su efecto conservador e incluso opresivo. El estallido social de 2019 puso en evi-
dencia algunas de las causas de esos conflictos. Como señalaron Barrientos y colaboradores
en la primera versión del estudio sobre Chile, el estallido social del año 2019 responde a
procesos conflictivos iniciados al menos desde el año 2011. Tales procesos no describen una
tendencia al alza, el pico de demandas políticas y protestas contra la corrupción del primer
semestre del año 2015 “[…] marca un punto de inflexión en la pérdida de confianza social en
las elites gobernantes.”
Este es un hallazgo crucial que requiere de mucha más atención en Chile y en la región. Es
necesario dar cuenta de la posible relación entre la acumulación de la insatisfacción con
aspectos específicos de la política nacional, como la corrupción o la exclusión de deter-
minados grupos sociales, étnicos o regionales, y los estallidos de violencia y desencanto
con el sistema en su conjunto. Es especialmente importante dimensionar la importancia
de este riesgo, su persistencia en el tiempo y respuestas requeridas desde las instituciones
de gobierno, la sociedad y la academia. En Chile, el reto del proceso constitucional es dar
respuestas, ofrecer canales de representación y marcos para la inclusión, sin desatar el con-
flicto a nivel que ponga en riesgo la estabilidad política. Chile está poniendo a prueba, en la
actualidad, la resiliencia de su democracia.
Al igual que la chilena, la democracia argentina ha enfrentado dificultades, algunas muy
severas, pero ha persistido. Más aún, actualmente, Argentina es tal vez uno de los mejores
ejemplos regionales de cómo se mantiene, adapta y supera la crisis en una democracia so-
metida a constantes y severas tensiones.
El estudio del caso argentino presenta una exhaustiva revisión de la literatura sobre la demo-
cracia argentina y analiza datos actitudinales tomados de las encuestas de LAPOP corres-

399
pondientes a la onda 2018-2019 que es la más reciente (González, et al. 2021). El equipo
de trabajo explora áreas problemáticas de la relación de los argentinos con la democracia. El
trabajo también analiza otros datos que proveen una descripción del contexto en el que las
actitudes políticas de los argentinos fueron medidas.
Los hallazgos resultan sorpresivamente alentadores. Dada la historia reciente del país, sus
problemas económicos endémicos y la polarización política entre el peronismo y el no pe-
ronismo, reconstruida recientemente como oposición entre izquierdas y derechas neolibe-
rales, era de esperar que se hallaran actitudes más escépticas de los argentinos respecto de
la democracia y su funcionamiento en Argentina. La percepción positiva del desempeño de
esta democracia se expresa no solo en estudios de opinión, sino también en el criterio de los
expertos en la academia.
El estudio del caso por el equipo de expertos argentinos identifica tres grandes áreas de pro-
blemas y retos para la democracia: las frecuentes y severas crisis económicas con sus efectos
sociales (desempleo, informalización del trabajo, desigualdad y disminución del poder adqui-
sitivo de los asalariados) y sus negativos impactos sobre la credibilidad de los gobiernos; los
problemas de gobernabilidad y de equidad y eficacia de las políticas gubernamentales como
resultado del creciente control político de las elites gubernamentales provinciales sobre los
legisladores nacionales, y la polarización social sobre los ejes de género, etnia y clase, entre
otros, que aporta bases para el posible desarrollo de nuevas formas de confrontación social.
Por otro lado, el trabajo describe tres variables que tienen efectos negativos sobre la valora-
ción de la democracia: la percepción de corrupción, la desigualdad social y el poder de las
elites. Las tres son variables de peso en el desarrollo de actitudes respecto de la democracia
no solo en Argentina (y de allí su importancia). Este hallazgo sugiere una línea de investigación
que es importante continuar y profundizar en Argentina y en toda la región. En relación con la
primacía de las elites, cabe esperar que este factor potencie con la corrupción y la desigual-
dad posibles tensiones de importancia.
En segundo lugar, también plantea los retos de la democracia argentina. Entre ellos destaca el
peligro de que, en el mediano plazo, se agudicen o profundicen las percepciones que ya existen
sobre la corrupción, la desigualdad y el poder de las elites económicas. ¿Puede una demo-
cracia en Argentina o en cualquier otro país de la región seguir funcionando satisfactoria-
mente con niveles altos de percepción de corrupción, desigualdad y privilegios de las elites
económicas? ¿Existe o puede desarrollarse una cultura de cinismo frente a la corrupción
y de resignación frente la desigualdad y el poder de las elites? Finalmente, ¿qué nivel de
riesgo hay para la democracia si en el mediano plazo tales percepciones no mejoran?
Pese a sus especificidades, las democracias de Chile y Argentina comparten no solo niveles de
resiliencia que, en comparación con el resto de la región, resultan relativamente altos. También
comparten algunas áreas de problemas que generan riesgos para la democracia. En ambos ca-
sos, el efecto social de la estructura económica es un área problemática, aunque en Argentina
el problema es de recurrente inestabilidad macroeconómica, con ciclos muy marcados de crisis
y recuperación, mientras que en Chile, siendo la economía mucho más desregulada de merca-
do, ha sido más estable en términos macroeconómicos, pero ha generado costos sociales ele-
vados. Finalmente, pese a las diferencias en el tipo de Estado (el argentino es federal y el chileno
unitario) y del sistema de partidos mucho más institucionalizado y nacionalizado (Mainwaring
2018) en Chile que en Argentina, en ambos países el hiperpresidencialismo genera tensiones
en la democracia. La centralidad del presidente es tal que una crisis presidencial o el deterioro
de su credibilidad puede afectar la percepción que los ciudadanos tienen de la democracia.

400
DEMOCRACIAS EN EL LÍMITE: BOLIVIA, COLOMBIA Y ECUADOR
Los países que por sus niveles de democracia y apoyo entran en el área limítrofe, rodeada por
los demás grupos de democracia, pueden ser vistos como democracias en una encrucijada.
No es casual que este sea el grupo más nutrido de casos. Las democracias de la región se
caracterizan por su existencia en medio de amenazas que las limitan y oportunidades que les
permiten expandirse.
El término “democracia en la encrucijada,” ha sido usado por René Mayorga para caracte-
rizar el caso de Bolivia (Mayorga 2005). Otros han hablado de “democracias al límite” para
caracterizar a ese mismo país (Levitsky and Way 2015). En una serie de reportes publicados
entre 2004 y 2012, sobre setenta países considerados estratégicos, la organización Freedom
House también usó el término de “países en la encrucijada” para caracterizar la situación de
aquellas democracias que se hallaban al borde del autoritarismo (Freedom House 2005).
No obstante, que estos países se hallen en esa suerte de encrucijada no significa que nece-
sariamente se desplazarán hacia abajo, hacia arriba, ni en cualquier otra dirección. Puede
ser perfectamente posible que se mantengan en esta zona limítrofe por mucho tiempo sin
cambios significativos en ninguna dirección.
Ese es el caso de Bolivia, Colombia y Ecuador. Los tres países han exhibido niveles sostenidos
en el tiempo de democracia y de apoyo menores que los países del grupo anterior, aunque
superiores a la media para todos los países estudiados. Igualmente, el respaldo a la democra-
cia por parte de la población también es bajo, pero por encima de la media regional.
En los tres países se puede describir desencanto con la democracia. Tal desencanto es suge-
rido por las tendencias negativas tanto del apoyo a la democracia como de la satisfacción al
funcionamiento de esta. El gráfico 5 muestra las caídas en los niveles de apoyo y satisfacción,
precedidas por ascensos de ambos indicadores. Tales altibajos indican desencanto periódico
con la democracia. Estas variaciones requieren explicaciones. En este trabajo se sugieren
algunas, pero los reportes de los casos de estudio profundizan el análisis.

GRÁFICO 5: Apoyo a la democracia y satisfacción con su funcionamiento en Bolivia,


Colombia y Ecuador. Latinobarómetro, 1996-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos


de Latinobarómetro.

En los tres países, los niveles de satisfacción


y de apoyo a la democracia están significa-
tivamente correlacionados, pero en Ecuador
y Bolivia la relación es bastante más fuerte
y significativa que en Colombia (ver tabla 2).

401
Estos niveles de correlación sugieren, en primer lugar,
que la población tiende a no establecer una gran dife-
TABLA 2: Correlaciones entre los porcentajes
rencia entre la democracia en abstracto, como modelo
de apoyo a la democracia y satisfacción
con la democracia en Bolivia, Colombia y Ecuador. político, y la democracia como la forma de gobierno que
efectivamente existe en su país. Este hallazgo es impor-
tante porque, hipotéticamente, se podría argumentar
que los ciudadanos diferencian claramente entre la de-
mocracia como un valor y como una forma de gobierno
con la que conviven cotidianamente. Al menos en estos
tres países, esa diferencia no es significativa.
En segundo lugar, la insatisfacción con el funcionamien-
** significante at p ≤ 0.01; to concreto de las democracias en estos países se asocia
* significante at p ≤ 0.05, n =20
con la pérdida de apoyo a la democracia en general. La
insatisfacción, en suma, es una clara señal de desencanto.
Aunque es válido concluir que los tres países comparten una problemática común, en cada
uno de ellos hay especificidades que vale la pena destacar, especialmente a fin de identificar
posibles causas y eventuales estrategias de acción destinadas a enfrentar el problema del
desencanto en cada uno de ellos.
Las similitudes actuales en términos de desencanto democrático no anulan las diferencias entre
los tres países. Bolivia y Ecuador, por ejemplo, al contrario que Colombia, tienen una mucho más
larga experiencia en quiebres democráticos, golpes de Estado y regímenes autoritarios. Colom-
bia, por su parte, tiene una más dilatada historia en conflictos violentos prolongados entre grupos
armados de izquierda, grupos paramilitares de derecha y el Estado respaldado en diversas opor-
tunidades y políticas por el gobierno de los Estados Unidos. Igualmente, los tres países comparten
divisiones sociopolíticas importantes enraizadas en líneas de división étnica, geográfica y socioe-
conómica. No obstante, las diferencias étnicas se han expresado más contundentemente en el
sistema de partidos y en las políticas gubernamentales de Bolivia que en Ecuador y más en estos
dos que en Colombia. Lo mismo ocurre en lo relativo a las diferencias entre regiones de los países.
Las similitudes y diferencias antes mencionadas no son más que ejemplos destinados a sub-
rayar que las coincidencias que permiten clasificar estos países en el mismo clúster, debido
a sus niveles comparables de democracia y de apoyo a esta forma de gobierno, así como por
los niveles de desencanto, no deben opacar las diferencias. La lectura de los tres estudios de
caso realizados por los expertos de cada país permite rescatar la importancia de tales dife-
rencias. Acá se vuelve sobre algunas de ellas.
Siguiendo un orden alfabético, por no tener uno mejor por ahora, se verán a continuación
algunas de las características del desencanto en Bolivia. Luego se hará lo mismo para el caso
de Colombia y finalmente para Ecuador.
Hasta el año 1982, la trayectoria democrática de Bolivia era, por decir mucho, corta y acci-
dentada. No obstante, este país está por registrar un récord de 39 años ininterrumpidos de
democracia en octubre de 2021. Aun así, de las casi cuatro décadas de la democracia boli-
viana contemporánea, quince transcurrieron bajo el gobierno de un mismo presidente, Evo
Morales, quien fue reelecto en sucesivas ocasiones. Morales logró obtener un amplio control
de la legislatura nacional y del poder judicial. Redujo los márgenes de acción de la oposición
por medio del hostigamiento, la persecución, el exilio y la censura de la prensa y de la libertad
de expresión de la oposición (Cordero 2021).

402
Con todo, Evo Morales y su movimiento de base indigenista han sido vistos como agentes
democratizadores. Se trató, se ha dicho, de un tipo distinto de democracia contraria al mo-
delo representativo y liberal de democracia, y apoyado más en la participación y la igualdad
social que en la mera realización periódica de elecciones competidas (Wolff 2013).
Los datos disponibles indican que en Bolivia, al menos entre 1996 y 2018, la correlación es-
tadística entre democracia participativa, medida por V-Dem, y el porcentaje de satisfacción
con la democracia es fuerte, directa y muy significativa (r = 0.57 significativa a p ≤ 0.01). El
cuadrado de la correlación, comúnmente llamado coeficiente de determinación, indica que
el desarrollo de instituciones participativas, medidas por V-Dem, explica un tercio de la va-
rianza del apoyo a la democracia, lo cual evidentemente no es poca cosa. Por otro lado, no se
halló correlación entre la satisfacción con la democracia y el índice de democracia electoral
para este país. Es decir, la realización de elecciones competidas no es un elemento impor-
tante para comprender lo que satisface o deja de satisfacer a los bolivianos.
En la tabla 3 se observan los coeficientes de regresión lineal para la variable “satisfacción con
la democracia” de Latinobarómetro y los niveles de las democracias participativa electoral
para los tres países en cuestión. El modelo 1 sugiere que el nivel de democracia participativa
es un buen predictor del nivel satisfacción con la democracia para los tres países, en con-
traste con el índice de democracia electoral (modelo 2) que no guarda relación significativa
con la satisfacción. Más aún, usando términos de interacción entre el índice de democracia
participativa y variables ficticias (dummy variable) para cada uno de los tres países de este
subgrupo, se observa que la satisfacción con la democracia guarda relación muy significativa
con la participación en Bolivia, menos significativa en Colombia y no significativa en Ecuador.

TABLA 3: Modelos de regresión lineal por mínimos cuadrados de la satisfacción


con la democracia y los niveles de democracia

Leyenda: Leyenda: ** significante at p ≤ 0.01; * significante at p ≤ 0.05.


Valores entre paréntesis corresponden al error estándar del coeficiente de regresión lineal.

403
Los índices de V-Dem permiten afirmar que, a lo largo del lapso de estudio, varias de las
dimensiones de la democracia se han deteriorado en Bolivia. No obstante, mientras la demo-
cracia electoral, la deliberativa y mucho más aún la liberal ha tenido un marcado deterioro,
el componente igualitario de la democracia se ha mantenido casi invariante y el participativo
creció marcadamente entre 2003 y 2012. Luego de esa fecha, el nivel de democracia parti-
cipativa ha tendido a bajar pero menos intensamente que las dimensiones liberal, deliberati-
va y electoral. Salvo en el caso de la dimensión igualitaria, el componente participativo de la
democracia boliviana correlaciona negativamente y de forma muy significativa con las demás
formas de democracia.
La democracia de Bolivia merece un estudio más minucioso. No obstante, las evidencias
disponibles sugieren, en primer lugar, que mientras han ocurrido retrocesos en la forma re-
presentativa de democracia, tanto en lo que respecta a la protección de las libertades indivi-
duales como a la competitividad electoral, una forma participativa de democracia parece ha-
berse desarrollado. En segundo lugar, los datos también indican que tanto el encanto inicial
como el desencanto con la democracia al final del período están específicamente referidos al
modelo no liberal, no representativo, de democracia participativa que se implementó desde
2006. Como lo señala Carlos Cordero en su estudio del caso boliviano: “No existen señales
que muestren el debilitamiento del modelo democrático […] la legitimidad de la democracia
se basa en la realización periódica de elecciones, participación ciudadana, paternalismo es-
tatal, que es respaldado por mayorías relativas” (Cordero, 2021: 23).
Colombia contrasta en muchos aspectos con Bolivia. En Colombia, el apoyo a la democra-
cia ha crecido entre 2002 y 2018, aunque con altibajos. No obstante, en 2018 aún no había
alcanzado de nuevo su máximo registrado en 1997 (cerca de 70 %) del cual descendió muy
vertiginosamente hasta un 36 % en 2001 (gráfico 6.). En las últimas dos décadas, cerca o más
de la mitad de la población da muestras de desencanto con la democracia en general y menos
del 40 % expresa satisfacción con el funcionamiento de esta forma de gobierno en Colombia.
El mínimo de satisfacción se registró en 2001, junto al mínimo de apoyo, pero en contraste con
la evolución en el tiempo del apoyo, la insatisfacción ha empeorado desde 2009.
Con base en los índices de V-Dem entre 1995 y 2018, Colombia es principalmente una
democracia liberal, con algunos procesos deliberativos y con deterioros en la dimensión
igualitaria de la democracia (Gráfica 7). Estos rasgos contrastan con lo descrito antes para el
caso boliviano.
Empleando modelos de regresión lineal, no se haya relación estadísticamente significativa
entre ninguna de las distintas formas de democracia y la insatisfacción. Basta con comparar
las dos gráficas para observar que mientras en Colombia ha habido variaciones importantes
en los niveles de apoyo y satisfacción, V-Dem no refleja cambios de importancia en los ni-
veles de democracia, salvo en la dimensión deliberativa. Ni siquiera las variaciones en niveles
de deliberación a lo largo del tiempo explican la satisfacción o insatisfacción de los colom-
bianos con su democracia.

404
GRÁFICO 6: Apoyo y satisfacción con la democracia en Colombia.
Latinobarómetro, 1996-2018

Leyenda: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

GRÁFICO 7: Componentes electoral, liberales, participativos, deliberativos


e igualitarios de la democracia en Colombia, según V-Dem, 1995-2018

Leyenda: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

405
Debe señalarse que tal invariancia en los niveles de casi todas las variedades de democracia
en Colombia desaparece si se considera un periodo mayor de tiempo. Si se estudia su evo-
lución desde mediados de los años cincuenta a esta parte, en realidad ocurrió una mejora
sustancial de la democracia colombiana –según V-Dem– hasta 2015, cuando comienzan a
hacerse evidentes algunas señales de deterioro democrático.
En el estudio del caso colombiano, Juan Guillermo Ferro y Olga Lucía Castillo subrayan la
importancia del problema multidimensional de la desigualdad en este país (Ferro and Cas-
tillo 2021). La desigualdad se expresa, políticamente, por la persecución y violencia contra
los grupos de izquierda; económica y socialmente, dadas las persistentes diferencias entre
géneros, etnias y culturas que se han profundizado recientemente.
El Índice de Gini (Gráfica 8) como medición de la desigualdad en el ingreso, muestra que
dentro de este subgrupo de tres países, Colombia ha sido, desde el 2008, el país más des-
igual y con la tendencia menos marcada a reducir la desigualdad. Hasta 2003, Colombia y
Bolivia describen un patrón de desigualdad bastante parecido tanto en las alzas como los
descensos del índice. Ecuador, por su parte, ha tendido a tener niveles más bajos y un patrón
menos cambiante en el monto de desigualdad.

GRÁFICO 8: Índice de Gini en Bolivia, Colombia y Ecuador (1995-2019)

Leyenda: Banco Mundial.

NOTA: Serie original truncada; los valores faltantes fueron estimados empleando una rutina de imputación
múltiple (con número de imputaciones = 5) en SPSS.

406
Sin embargo, el índice de Gini es un predictor significativo aunque no muy bueno del apoyo a
la democracia (r = -0.28, p ≤ 0.05). El signo del coeficiente de correlación entre desigualdad
y apoyo indica, como es de esperar, que para estos tres países la desigualdad influye negati-
vamente sobre el apoyo a la democracia. En contraste, no se halló relación significativa entre
la desigualdad y la insatisfacción con la democracia en estos tres países.
En el caso específico de Colombia, con los datos disponibles, no se puede afirmar que la
desigualdad esté en la base del desencanto democrático. Gini no correlaciona significativa-
mente en este país, ni con el apoyo a la democracia, ni con la satisfacción de los ciudadanos
con la democracia colombiana. Con ello no se pretende afirmar que la desigualdad no sea
un problema en sí mismo importante. Solo se apunta que es necesaria mayor investigación al
respecto. Siendo que la democracia en Colombia es, según datos de V-Dem, más liberal que
otra cosa, es teóricamente posible que coexista con altos niveles de desigualdad sin entrar en
crisis severas. Algunas democracias occidentales como el Reino Unido y los Estados Unidos
de América han vivido largos años de estabilidad política con grandes desigualdades, solo
superadas por los de países mucho más pobres (Organisation for Economic Co-operation
and Development 2021)
Otro problema de importancia en Colombia ha sido la violencia, sus efectos sobre la calidad
de la democracia y sobre la disposición de elites y población a aceptar limitaciones a la cali-
dad de la democracia como contraparte del enfrentamiento de los gobiernos con los grupos
violentos. El Estado colombiano ha sido parte de este proceso de violencia y, para algunos,
la parte más importante por la responsabilidad que han tenido sucesivos gobiernos en el
escalamiento del conflicto y la violación de derechos humanos. Es posible conjeturar que la
violencia en general y la violación de derechos humanos por acción u omisión de funciona-
rios gubernamentales puede ser un factor que explica el desencanto democrático.
En este ámbito es mucho lo que queda por investigar. No obstante, muy preliminarmente
con base en los escasos datos disponibles, la hipótesis de que la violencia gubernamental
conduce a desencanto democrático es rechazada. Para testear esta hipótesis se emplearon
dos indicadores empleados por la Escala de Terror Político (Political Terror Scale, PTS) con
base en los reportes sobre prácticas represivas estatales en contra de sus ciudadanos del
Departamento de Estado de los Estados Unidos y de Amnistía Internacional (AI) (Gibney, et al.
2020). La escala de terror político es una medición ordinal del grado de terror que un Estado
ejerce sobre su población. La escala es elaborada con base a codificaciones de los reportes
de asesinatos, torturas, desapariciones y encarcelamientos políticos permitidos o perpetra-
dos por ese mismo Estado. Los datos originales son extraídos de reportes sobre violaciones
de derechos humanos producidos por Amnistía Internacional, el Departamento de Estado de
los Estados Unidos y, ocasionalmente, Human Rights Watch. Mientras más alto es el valor del
PTS, más terror represivo ejerce el Estado sobre la población.
Ninguno de los dos indicadores de terror político correlaciona significativamente con el des-
encanto democrático para toda la región y tampoco en Colombia como caso aislado. No
obstante, de los tres países de este subgrupo, durante el lapso de estudio, Colombia es el que
registra los niveles más altos en la escala de terror político. Aunque la tendencia de los valores
medios entre los reportes de AI y del Departamento de Estado indica una disminución de
prácticas represivas desde 2010 en comparación al pasado.
Este hallazgo es claramente contradictorio con el rasgo principalmente liberal de la democracia
colombiana. Una democracia que efectivamente proteja y promueva las libertades individua-
les como su más evidente finalidad, no puede tener al mismo tiempo niveles tan elevados de

407
opresión política. Esta contradicción es digna de mejor estudio en el futuro. Especialmente, es
necesario dar cuenta de hasta qué punto el evidente desencanto de los colombianos con su
democracia responde no solo a la desigualdad, sino también a la violencia, el conflicto armado
y, en particular, el terror ejercido desde el Estado sobre sus ciudadanos. El estudio del caso co-
lombiano muestra abundantes evidencias de que efectivamente existe una relación importante
entre ser víctima de la violencia y estar insatisfecho con la democracia (Ferro and Castillo 2021,
16-23). Esta línea de trabajo resulta ser fructífera y en el futuro inmediato podrían hacerse aná-
lisis más minuciosos que permitan probar estadísticamente esta hipótesis.

GRÁFICO 9: Nivel de represión estatal en Colombia, Bolivia y Ecuador según


la escala de Terror Político, 1995-2019

Fuente: Political Terror Scale (datos disponibles en www.politicalterrorscale.org)

Mientras en la democracia colombiana destaca el componente liberal como rasgo distintivo


de ese sistema político y en la boliviana la dimensión participativa es la más relevante, en
Ecuador se ha desarrollado principalmente el componente deliberativo, mientras que el libe-
ral y el igualitario son menos notables.
Sin embargo, como en el caso de los otros dos países andinos, los niveles de democracia en
Ecuador han caído paulatinamente desde 2012. Lo mismo ha ocurrido con la satisfacción
con la democracia, que ha sido la más baja para los tres países en todo el periodo considera-
do. El apoyo a esta forma de gobierno, con alzas y bajas, ha estado siempre muy por encima
de los niveles de satisfacción. No obstante, recientemente, tanto las cifras de una como de la
otra variable indican la existencia de un descontento con la democracia.

408
En Ecuador, el nivel de satisfacción con la democracia existente no correlaciona con las
variaciones en los niveles de ningún tipo de democracia. Al parecer, las actitudes negativas
hacia ella, en Ecuador, son resistentes al cambio institucional. Por su parte, el apoyo a la de-
mocracia correlaciona negativamente con todos los modelos de democracia, aunque esta
correlación es muy fuerte solamente con la democracia participativa (r = -0.66, significativo
a p < 0.01). Ello sugiere, paradójicamente, que los aumentos en los niveles de democracia no
se traducen en más apoyo a esta. Peor aún, el desarrollo en el tiempo de instituciones parti-
cipativas se ha traducido en pérdida de apoyo a la democracia.

GRÁFICO 10: Componentes electoral, liberales, participativos, deliberativos


e igualitarios de la democracia en Ecuador según V-Dem, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de V-Dem.

Leyenda: vx_polyarchy: componente electoral; : vx_liberal: componente liberal; : vx_particip: componente


participativo; : vx_delib: componente deliberativo; : vx_egal: componente igualitario

409
GRÁFICO 11: Apoyo y satisfacción con la democracia en Ecuador según
Latinobarómetro, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

Se podría decir, hipotéticamente, que hoy la democracia ecuatoriana es formal, en el estricto


sentido de que es una forma institucionalizada de organización del poder que carece de res-
paldo efectivo de los ciudadanos. En este sentido, el equipo de trabajo del Ecuador, citando
a Paz y Miño (2006), sostiene que el sistema político ecuatoriano estuvo, desde la transición,
en riesgo de desestabilización a causa de la insatisfacción de las demandas ciudadanas y
la frustración de las esperanzas de cambio económico y político. Ello se tradujo en crisis y
derrocamientos de presidentes, así como en la acumulación de reacciones negativas de la
ciudadanía en contra de las instituciones del Estado.
No obstante, la evidencia también muestra que más recientemente (luego de 2018) se han
desarrollado actitudes políticas que permiten ser optimistas sobre el futuro de la democracia
en este país.
¿Qué lecciones pueden extraerse de la peculiaridad del caso ecuatoriano que den luces so-
bre los problemas de la democracia que otros países enfrentan o pudieran enfrentar de con-
tinuar en ellos el deterioro de las instituciones y del apoyo a la democracia? Las instituciones
democráticas se han mantenido en Ecuador, así como en Bolivia y Colombia, aunque por lar-
go tiempo afectadas por preocupantes niveles de deslegitimación y desinstitucionalización.
El equipo coordinado por Marco Paredes López pone de relieve que, entre los muchos as-
pectos que pudieran explicar la situación de la democracia ecuatoriana, la desinstituciona-
lización del sistema de partidos juega un papel clave (Paredes López 2021). Tal rasgo, por
lo demás, es compartido con muchos otros países de la región. En Ecuador existe una baja
identificación de la mayoría de los ciudadanos con los partidos. Entre otras razones porque
existe la percepción de que se trata de partidos de elites, creados por las clases altas. En

410
segundo lugar, por la falta de disciplina partidista entre sus miembros. En tercer lugar, por la
volatilidad del sistema que conduce a que nuevas alianzas y organizaciones políticas emerjan
durante los procesos electorales. En este orden de ideas, uno de los hallazgos más impac-
tantes del estudio del caso de Ecuador es que, en el estudio de opinión pública que condujo
el equipo, se observó que el 92 % de los ciudadanos no se siente representado ni confía en
el Ejecutivo nacional. Un 88 % no confía en los tribunales de justicia. Un 86 % duda del res-
peto de los derechos y libertades cívicas y 72 % piensa que no hay respeto por los derechos
políticos (de elegir o ser elegido). En concordancia con lo anterior, 76 % no confía en los
resultados electorales de ninguna elección y 83 % piensa que los medios no dicen la verdad.
En pocas palabras, los ecuatorianos no perciben que disfruten de una democracia liberal y
electoral. Hipotéticamente, en consecuencia, podría explicarse así la ausencia de correlación
entre los niveles de democracia y el apoyo a la misma. Las instituciones y los ciudadanos
están desconectados. Mejoras o deterioros en los niveles de democracia, en cualquiera de
sus formas, no se corresponden con las alzas iniciales, ni las caídas actuales de satisfacción
con este sistema de gobierno. Volviendo a la metáfora, en suma, en Ecuador y tal vez en otras
naciones de la región, la democracia es zombi. Aparenta vitalidad pero carece del elemento
fundamental para su funcionamiento: el apoyo y la participación política de los ciudadanos.
A partir de lo descrito para este clúster de países, surge una pregunta de importancia a tener
en consideración en futuros estudios comparados para la región: ¿hasta qué punto puede
mantenerse la disociación aparente (si es que efectivamente la hay) entre las instituciones
democráticas y el evidente desencanto democrático? No hay razones para pensar que países
en esta circunstancia forzosamente se harán progresivamente menos democráticos, violen-
tos o inestables. Tal statu quo puede prolongarse en el tiempo. No obstante, aun en el caso de
que no ocurran descalabros que afecten severamente los niveles de democracia, las “demo-
cracias al límite” exigen la implementación de reformas que disminuyan el riesgo de mayores
deterioros y aumenten la calidad del juego democrático y la satisfacción de los ciudadanos.

MÉXICO: POCA DEMOCRACIA Y POCO APOYO


México es el único país en este estudio que exhibe bajos niveles de democratización de las
instituciones y, a la vez, bajo nivel de apoyo a la democracia por parte de los ciudadanos.
El caso mexicano, así como otros similares no incluidos en este estudio, ha sido descrito
como una democracia deficitaria o con insuficiencias. Alejandro Monsivais-Carrillo emplea
el término “democracia insuficiente” para referirse al caso mexicano, caracterizado por un
marcado desencanto y descontento que conspiran en contra del control democrático de las
instituciones (Monsiváis-Carrillo 2017). Los niveles de satisfacción con la democracia en Mé-
xico han sido históricamente muy bajos, al menos con base en los datos de Latinobarómetro
(ver gráfico 12).

411
GRÁFICO 12: Satisfacción con la democracia en México según
Latinobarómetro, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

Entre 1995 y 2018, la satisfacción nunca fue mayor del 45 %. Ese pico se alcanza en 1997, des-
pués de las primeras elecciones en las que el PRI pierde la mayoría en diputados, anunciando
la posibilidad de transición que ocurre en 2000. Otro pico importante justamente el año en
el que Vicente Fox, del Partido Acción Nacional, gana la presidencia en unas elecciones que
marcaron el inicio de la transición de un sistema de partido hegemónico a uno más competi-
tivo. Aunque la satisfacción desciende paulatinamente desde entonces, vuelve al terminar el
sexenio, en 2006, año en el que es electo Felipe Calderón, del mismo partido de FOX.
Estos picos sugieren un ciclo de encanto-desencanto desde la transición hasta 2012. No obs-
tante, de haber existido los datos disponibles no sugieren que haya continuado en la segunda
década del siglo. Por el contario, desde entonces parece haberse instalado un creciente des-
encanto democrático en México. A todo evento, es importante aclarar que aquellos mexicanos
que han dicho que están satisfechos con la democracia, lo han hecho con reservas. El por-
centaje de ciudadanos que ha dicho estar muy satisfecho nunca ha superado al 7 % salvo en
2000, coincidiendo con la transición. Las cifras de alta satisfacción 2017 (1 %) y 2018 (3 %) son
muy similares a este respecto de las del 95 (3 %) y 95 (1 %).
El apoyo a la democracia ha sido siempre bastante superior a la satisfacción (gráfico 13). No
obstante, salvo en un par de años (2002 y 2005), apenas poco más de la mitad o menos de
los mexicanos dicen respaldar la democracia. Más aún, aunque no hay correlación estadís-
ticamente significativa entre el nivel de apoyo a la democracia y el nivel de satisfacción con
ella, la gráfica indica que las tendencias de ambas variables (satisfacción y apoyo) son nega-
tivas desde 2006, la tendencia a la pérdida de apoyo es bastante marcada.

412
Para el periodo estudiado, los mexicanos aparentemente no establecieron un nexo entre
su satisfacción o insatisfacción con la democracia, pero es un hecho que ambas se han
deteriorado paralelamente en la última década. Desde su pico en 2002 (62 %), el apoyo
a la democracia cae sistemáticamente hasta llegar a 38 % al final de la serie temporal que
provee Latinobarómetro. Ese porcentaje es muy cercano al mínimo histórico (37 % en 2013).
Es decir, en 2018, la democracia es apoyada por dos de cada cinco mexicanos. En suma, el
apoyo mayoritario que tuvo la democracia mexicana a comienzos de siglo se fue extinguien-
do paulatinamente.
No obstante, un nuevo repunte del apoyo y la satisfacción ocurre más recientemente según los
datos de Latin America Public Opinion Project (LAPOP). Con base en esta fuente, el equipo de
investigadores mexicanos reporta “[…] una recuperación en 2019 respecto a 2016 tanto en el
apoyo a la democracia como en la satisfacción de los mexicanos con ella, pasando de 49,3 %
a 62,7 % y de 26,5 % a 46,4 %, respectivamente” (Aguiar Aguilar and Alonzo Muñoz 2021).
LAPOP reporta, para 2019, niveles de apoyo y de satisfacción similares a los máximos re-
gistrados por Latinobarómetro para 2002 y 1997, respectivamente. De ser válida esta com-
paración de cifras, se puede afirmar como conjetura que los mexicanos tienen (o al menos
tuvieron en 2019) actitudes hacia la democracia similares a las que tuvieron en los años
cercanos a las primeras dos grandes derrotas electorales del PRI.

GRÁFICO 13: Apoyo y satisfacción con la democracia en México según


Latinobarómetro, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

413
El equipo de investigadores mexicanos coincide con los analistas de LAPOP en ver la mejora
en ambos indicadores de democracia como un resultado de una mayor motivación de la opi-
nión pública provocada por el mensaje de cambio del régimen anterior caracterizado, según
el presidente Andrés Manuel López Obrador, por la corrupción, la violencia, la insensibilidad
y la ineficiencia (Romero, et al. 2020). Al mismo tiempo, destacan que el incremento del op-
timismo con respecto a la democracia se acompaña de un incremento de la aceptación de la
implantación por parte del Ejecutivo de salidas inconstitucionales a eventuales crisis políticas.
No siendo la mexicana una democracia con fuertes componentes liberales que protejan los
derechos de las minorías del abuso del poder por parte del gobierno, pueden estarse ges-
tando condiciones para que, mediante el uso de métodos democráticos, el país se mueva
hacia una democracia mayoritaria como la que ha existido en la Bolivia de Evo Morales, la
Nicaragua sandinista y Venezuela en la era de Chávez.
En concordancia con lo dicho antes sobre el incremento reciente del optimismo respecto de
la democracia en México, tres de las cinco mediciones de democracia de V-Dem mejoran
entre 2018 y 2019. En estas mejoras destacan especialmente las registradas en los indicado-
res de democracia electoral y liberal. No obstante, históricamente, el nivel de democracia en
México no es de los más altos de la región y su componente liberal, hasta 2019, estuvo por
debajo de 0,5 (ver gráfico 14).

GRÁFICO 14: Componentes electoral, liberales, participativos, deliberativos


e igualitarios de la democracia en México según V-Dem, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de V-Dem.

Pese a alzas coyunturales, la insatisfacción con la democracia parece ser un rasgo crónico
de las actitudes políticas de los mexicanos. De ser así, una pregunta que exige una clara res-
puesta es ¿Cómo se explica tal insatisfacción?

414
Como un ensayo de respuesta a esta pregunta, se ofrecen acá los resultados de análisis de
datos que exploran la relación entre apoyo y satisfacción y entre estas dos y un conjunto de
variables institucionales y estructurales. La Tabla 4 presenta los valores de correlación (r de
Pearson), su significación de la correlación y el número de observaciones. El periodo cubier-
to por este análisis es de veintitrés años (1995 a 2018) pero hay valores faltantes (missing) de
todas las variables analizadas salvo los indicadores de democracia de V-Dem.
Los datos analizados para el caso mexicano llevan a tres conclusiones. En primer lugar, apoyo
y satisfacción no va de la mano en México. En segundo lugar, hay una serie de factores insti-
tucionales que correlacionan con el apoyo, pero hay marcada dificultad para dar cuenta de
la persistente insatisfacción con la democracia. Los mexicanos están crónicamente insatisfe-
chos con su democracia, pero queda mucho por saber acerca de las razones de este hecho.
En tercer lugar, ni el apoyo ni la satisfacción guardan relación con la desigualdad económica
y las condiciones de vida de los mexicanos.
Se puede afirmar como primera conclusión que la evidencia disponible muestra que el apo-
yo y satisfacción no correlacionan. La no correlación significativa entre satisfacción y ninguna
de las variables consideradas en este estudio es tal vez el resultado de que, como sostiene el
equipo de expertos mexicanos en su reporte del caso, el apoyo a la democracia es un con-
cepto abstracto que mide cómo los ciudadanos valoran la democracia como ideal, mientras
que la satisfacción está referida a la democracia tal y como concretamente funciona en el
país (Aguiar Aguilar and Alonzo Muñoz 2021, p.5).

415
TABLA 4: Correlaciones bi-variadas de Pearson entre apoyo y la satisfacción
con la democracia e indicadores democracia (V-Dem), gobernabilidad
(Banco Mundial). México, 1995-2018.

Leyenda: ** significante a p ≤ 0.01; * significante a p ≤ 0.05.


Valores entre paréntesis corresponden número de observaciones (n).

La separación entre apoyo y satisfacción no ocurre solo en México, sino en varios de los paí-
ses de la región. Sin embargo, siendo cierto que el apoyo es un valor más abstracto y la satis-
facción una actitud más específica, de todos modos no se puede subestimar la importancia
de la valoración de la democracia como régimen político en el estudio del desencanto. Más

416
adelante, al volver sobre el tema, se mostrará que hay razones para pensar que el apoyo a la
democracia es mucho más que un mero ritual de saludo a la bandera.
La democracia como ideal es un valor más abstracto que la satisfacción con su funciona-
miento. Pero ello no le resta relevancia a la primera variable a la hora de entender el encanto
y desencanto con la democracia en México. Ello nos lleva a la segunda conclusión sobre el
caso mexicano.
El apoyo a la democracia está muy correlacionado en México con la existencia y funcionamien-
to de instituciones y procesos electorales competitivos. Es un apoyo asociado exclusivamente
a la variedad electoral de la democracia. No hay correlación significativa entre apoyo y las
otras variedades de democracia. Este hallazgo, es relevante para entender qué entienden los
mexicanos por democracia y cuáles factores contribuyen en su valoración. La correlación entre
apoyo y nivel de democratización electoral es alta y significativa (r = 0.64, significativo a p =
0.01). Empleado el coeficiente de determinación (el cuadrado de r) se observa que variaciones
en el nivel de democracia electoral explican el 41 % de la varianza del apoyo a la democracia.
Se puede afirmar, entonces, que los mexicanos apoyan la democracia en buena medida por-
que hay elecciones libres y competidas. Cuanto mejor funcione la democracia electoral, más
respaldo alcanza el régimen político democrático. Con bajo riesgo de estar forzando la barra,
se puede decir que para los mexicanos, democracia significa elecciones.
La preeminencia de la democracia electoral como modo de concebir el gobierno popular
tiene importantes bemoles. Uno de ellos destaca a la luz de los procesos políticos de países
como Nicaragua y Venezuela. Las instituciones electorales, por sí solas, pueden pavimentar
el camino a gobiernos excluyentes y polarizadores. Sin el contrapeso al poder de la mayoría
que son impuestos por instituciones liberales, la mayoría puede hacerse tiránica. Sin meca-
nismos efectivos de participación, los grupos sociales no mayoritarios pueden ser excluidos
de los procesos de formulación de políticas gubernamentales. Sin deliberación entre grupos
e individuo con valores y preferencias opuestas, pueden desaparecer acuerdos básicos para
la gobernabilidad y prevalecer la polarización entre elites y en la sociedad.
Por ello, siendo que en México la dimensión electoral parece ser la más relevante a la hora
de entender el apoyo a la democracia, una pregunta crucial cuya respuesta requiere estudios
adicionales es ¿hasta qué punto el Congreso y el Judicial podrían imponer límites institucio-
nales al poder de mayoría que respalda al presidente en caso de que trate de imponer un
“golpe ejecutivo”? La democracia mexicana requiere un especial y continuo monitoreo por
parte de los académicos con el fin de anticipar procesos que puedan propiciar el mejora-
miento de su calidad y la prevención de derivas autoritarias.
El apoyo a la democracia también correlaciona directa y significativamente con algunos indi-
cadores de gobernabilidad medidos por el Banco Mundial, como el control de la corrupción,
la calidad regulatoria del Estado a favor del mercado, la estabilidad política y el imperio de
la ley. El apoyo, también correlaciona positiva y significativamente con el índice de fragilidad
estatal (FSI o Fragile States Index que es su nombre en inglés) reportado por el Fondo para
la Paz (Fund for Peace 2021). Este índice se interpreta de forma tal que a más bajo su valor,
menos fragilidad estatal. Su correlación directa con la democracia sugiere que el apoyo a la
democracia aumenta cuando se incrementa la fragilidad del Estado y la inestabilidad política.
Es decir, los mexicanos parecen dispuestos a respaldar más la democracia cuando más en
riesgo están las instituciones que la sostienen.

417
Igualmente, el apoyo a la democracia se asocia directa y positivamente con el índice de per-
cepción de la corrupción (CPI por Corruption Perception Index) de Transparencia Internacional
(Transparecy International 2021). Este índice puede interpretarse como una medición de trans-
parencia; es decir, lo opuesto a corrupción. Mientras más elevado es el valor del índice, menos
corrupción se percibe que existe en el país. La correlación positiva ente el apoyo a la demo-
cracia y el CPI sugiere que la corrupción y las bajas de apoyo a la democracia están asociadas
entre sí. Esto es consistente con la existencia de correlación positiva entre el apoyo y el control
de la corrupción tal como es medida por el Banco Mundial, como fue previamente reportado.3
El apoyo a la democracia también se asocia significativamente con el nivel de represión po-
lítica y de forma inversa. Como es razonable esperar, la correlación entre la escala de terror
político y el apoyo a la democracia es inverso. Ello sugiere que a mayor represión política,
menos apoyo a la democracia.
Sobre la satisfacción con la democracia no se puede decir tanto como se ha dicho de apoyo.
En contraste con lo expuesto sobre el apoyo a la democracia en México, en este trabajo no
se halló correlación significativa entre satisfacción con la democracia y ninguno de los facto-
res sociales e institucionales estudiados. A los mexicanos no les satisface más la democracia
porque varíe la desigualdad entre ellos o mejore la calidad de vida. Tampoco si las institu-
ciones políticas funcionen mejor o peor. La insatisfacción no guarda relación con avances o
retrocesos en los niveles de democracia, con el deterioro o mejora de la gobernabilidad, ni
con el funcionamiento del Estado de derecho, los niveles de corrupción percibida y el grado
de represión política.
Por último, mucho se ha dicho que los problemas de la democracia mexicana, así como otras
en la región, tienen su base en la desigualdad, la pobreza y otros problemas socioeconó-
micos que afectan la calidad de vida de los ciudadanos. Es comúnmente aceptado que el
apoyo y la satisfacción con la democracia, por más altos que sean después de una transición,
se deterioran luego de un tiempo si las democracias no son capaces de mejorar o, aún más,
si empeoran las condiciones materiales de existencia de la población. No obstante, en este
trabajo no se halló correlación entre indicadores de desigualdad y condiciones de vida en
México, de un lado, y el apoyo y la satisfacción con la democracia, del otro lado.
Hay dos mediciones comúnmente disponibles que pueden ser usadas a los fines de evaluar
esta explicación teórica. Una es el índice de Gini para medir la desigualdad en la distribución
del ingreso. El otro indicador es el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (United Nations Development Proframme 2020). El IDH,
al contrario que GINI, no mide solo la distribución del ingreso. Es una medición más completa
e integradora de los adelantos medios de un determinado país en un momento dado en tres
áreas del desarrollo humano (la expectativa de vida larga y saludable; el nivel de educación y
el nivel de vida medido por el PIB per cápita).
No se halló relación significativa entre el índice de Gini y la satisfacción con la democracia.
Con la información disponible, no se puede afirmar que los más pobres estén más insatis-
fechos que los más ricos. No obstante, hay limitaciones metodológicas en el uso de este
indicador. Una de ellas, de gran importancia, es que el índice recoge solo una de las muchas
dimensiones en las que se expresa la desigualdad. Otra limitación de gran importancia es que
el índice de desigualdad del ingreso de Gini no es reportado regularmente por los gobiernos

3 Vale la pena mencionar que el indicador de control de la corrupción del Banco Mundial incluye y correlaciona
con el CPI.

418
y agencias multilaterales. En el caso de México, se poseen datos para apenas la mitad de los
años de la serie temporal analizada en este trabajo (once de los veintidós años en total). El
IDH, además de ser una medición más completa y compleja que el índice de desigualdad de
Gini, es reportado regularmente, de forma que hay datos de desarrollo humano para toda la
serie temporal estudiada en este trabajo. Sin embargo, el IDH tampoco correlaciona signifi-
cativamente con el apoyo ni tampoco con la satisfacción.
En consecuencia, al menos preliminarmente, se puede concluir que por sugerente que sea
la hipótesis de que la desigualdad y las malas condiciones de vida deterioran el apoyo y la
satisfacción con la democracia, con los datos disponibles no se puede probar que esto sea
cierto en el caso mexicano. Más y mejores análisis con mejores datos cuantitativos y eviden-
cias cualitativas pueden arrojar más luces a este respecto.

BRASIL: ¿DEMOS QUE ABANDONA LA DEMOCRACIA?


La democracia brasileña está recorriendo un camino riesgoso. Teniendo instituciones que,
en el contexto regional, toman valores altos de democracia, y habiendo tenido momentos de
gran optimismo democrático, se encuentra desde hace unos años en una situación peculiar
en la que el pueblo parece haberle dado la espalda a la democracia política.
Algunos han usado el término “democracias impopulares” para referirse al caso de Brasil. La
periodista brasileña Eliane Brum ha usado repetidamente este concepto (Brum 2018, Brum,
Democracia sin pueblo 2017). El mismo líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Iná-
cio “Lula” Da Silva ha declarado que sus oponentes quieren establecer una democracia sin
pueblo (Redacción ANSA 2018). En el terreno académico, el término ha sido el centro de
elaboraciones de filosofía política francesa (Colliot-Thélêne 2011). De un modo más cercano
a la realidad latinoamericana, el concepto ha sido usado en Colombia, para describir el pe-
riodo del Frente Nacional (González G. 1973). También está presente en el marco conceptual
de la crítica a la democracia participativa en el Estado de Guerrero, México (Garza Grimaldo
2008) y se le emplea para caracterizar problemas de la democracia tras la implantación del
modelo neoliberal en la región (Del Percio 2018).
Por su parte, Kosh usa el concepto de “democracia zombi” (Kosh 2017) para situaciones si-
milares en países más desarrollados. Estas democracias se caracterizan por tener procesos
electorales regulares para escoger al gobierno, pero a un número creciente de sus ciuda-
danos le resultan indiferentes y se abstienen no solo de votar, sino de emplear otros cana-
les formales de participación política (partidos, organizaciones sindicales, consultas, grandes
medios de comunicación, etcétera). En estas democracias, sectores importantes de la pobla-
ción ven a los políticos y a quienes se asocian con ellos (principalmente los votantes de esos
políticos) como la antítesis de los residentes comunes. No se trata de que estos no tengan
formas propias de acción colectiva, sino que la vitalidad de estas se deriva precisamente de
su desarraigo a las instituciones políticas formales y su arraigo en la “socialidad” de la vida
diaria (Beck 2002). Aunque el concepto no se ha desarrollado dentro de una teoría política
con alto nivel de formalización y generalidad, resulta una metáfora sugerente.
En el caso de Brasil, el creciente desencanto democrático es evidente si se observan las ten-
dencias del apoyo y la satisfacción con la democracia entre 1995 y 2018, como se muestra
en el gráfico 15.
Luego de la caída en ambos indicadores entre 1995 y 2000, a partir del 2003 y coincidiendo
con la elección de Luiz Inácio “Lula” da Silva como presidente, se evidencia un accidentado
proceso de restablecimiento del apoyo e incremento de la satisfacción. Luego, coincidiendo

419
con la salida del poder de Lula y pese a haber sido electa Dilma Rousseff, del mismo partido
gobernante, el desencanto se hace presente. La satisfacción cae vertiginosamente año tras
año, hasta llegar a una cifra mínima de un dígito (9 %) en 2018. La salida de Rousseff en 2016
y la designación de Michel Temer no restituye la satisfacción. En el periodo de Rousseff y
Temer, las cifras de apoyo a la democracia son más oscilantes que las de insatisfacción. No
obstante, para todo el lapso analizado, ambos indicadores de encanto-desencanto con la
democracia guardan una alta correlación directa (r = 0.60, p > 0.01). Pareciera, entonces,
que a partir del 2011, el demos abandona a la democracia brasileña.
El auge y la caída del apoyo popular a la democracia en Brasil puede ser explicada con base
en el desempeño económico y social, producto de las políticas implementadas por el go-
bierno de Lula. El equipo de expertos de este país sostiene en su reporte que el buen des-
empeño de los indicadores económicos contribuye a crear un estado de optimismo que se
extiende de al ámbito político, traduciéndose en apoyo al gobierno y al sistema democrático
Ello explica que, incluso después de un escándalo de corrupción y pese a la disputa política
en torno a las políticas sociales y de transferencia de ingresos, la popularidad de Lula alcanza
85 % (Araújo, et al. 2021, 4).

GRÁFICO 15: Apoyo y satisfacción con la democracia en Brasil


según Latinobarómetro, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

En concordancia con esto, el equipo de expertos de Brasil halla también que:


[…] el descontento político creció al mismo tiempo que las dificultades económicas se
hicieron sentir, por un agotamiento parcial del modelo escogido, que ya había hecho
colapsar al modelo desarrollista que lo precedió y que su sucedáneo tampoco consi-
guió lidiar adecuadamente. Si bien se produjeron transformaciones, persistieron vie-
jos vicios estructurales, tanto económica como políticamente, como forma de ges-
tión del poder, que paulatinamente sirvió a los desplazados para derrocar al régimen
y retomar las riendas. (Araújo, et al. 2021, 4)

420
La aparente salida del pueblo de la arena democrática no es inocua para las instituciones. No
se trató de una salida pasiva sin ejercicio activo de la voz en contra del deterioro económi-
co.4 La insatisfacción se asocia a las multitudinarias manifestaciones de calle de 2012-2016,
movidas inicialmente por asuntos reivindicativos pero escaladas a la acción política en contra
de la presidenta Rousseff y de la corrupción política.
Los problemas enfrentados por la democracia brasileña son recogidos no solo por los indi-
cadores de desencanto (ver de nuevo gráfico 15: Apoyo y satisfacción con la democracia
en Brasil según Latinobarómetro, 1995-2018). También son expresadas por las mediciones
sobre las instituciones democráticas de V-Dem. Aunque estas se mantuvieron relativamente
invariantes desde 1995 hasta 2013, desde 2014 el desencanto se traduce también en las
mediciones de cantidad de democracia (ver gráfico 16).
Los indicadores de V-Dem muestran niveles de democratización relativamente estables y
comparativamente más altos que los de otros países de la región hasta 2015. No obstante,
a partir de 2016 y 2017, todos los indicadores de variedades de democracia caen abrup-
tamente. El desencanto con la democracia en Brasil y el deterioro de los valores de todas
las variedades de democracia, desde 2016, acercan al Brasil de hoy a una situación como
la descrita para México, en la que la democracia carece de un demos comprometido con el
régimen político y las instituciones se han desdemocratizado.

GRÁFICO 16: Componentes electoral, liberales, participativos, deliberativos


e igualitarios de la democracia en Brasil según V-Dem, 1995-2018.

Fuente: elaboración propia con base en datos de V-Dem.

4 “Salida” y “voz” se emplean en el sentido dado a los términos por Albert Hirschman (Hirschman 1970).

421
La satisfacción con la democracia en Brasil está correlacionada significativamente con todas
las variedades de democracia y con indicadores de transparencia (ver Tabla 5). No sorprende
entonces que la caída en el nivel de satisfacción desde el final del gobierno de Lula se asocie
con caídas en los niveles de democracia. La importancia de los escándalos de corrupción
y sus posibles efectos sobre las actitudes políticas, la protesta popular, la crisis y su manejo
por las elites, es recogida por la correlación significativa entre la satisfacción democrática y
la medición de control de la corrupción incluida entre los indicadores de gobernabilidad del
Banco Mundial. No obstante, no se halló correlación entre el apoyo y la satisfacción con la
democracia y el índice de percepción de la corrupción (CPI).
Lo que sí sorprende es que no exista correlación significativa entre el indicador de bienestar
socioeconómico (el HDI del Banco Mundial) y el desencanto democrático. Si bien es razona-
ble esperar que el apoyo a la democracia en Brasil estuviese llevado de la mano con refor-
mas sociales introducidas por el gobierno de Lula da Silva, en este estudio se observa que
las variaciones de la calidad de vida medidas por el Índice de Desarrollo Humano no tienen
relación con las variaciones en el apoyo y satisfacción con la democracia en Brasil.

TABLA 5: Correlaciones bi-variadas de Pearson entre apoyo y la satisfacción


con la democracia e indicadores democracia (V-Dem). Brasil, 1995-2018.

Leyenda: ** significante a p ≤ 0.01; * significante a p ≤ 0.05.


Valores entre paréntesis corresponden número de observaciones (n).

422
GRÁFICO 17: Satisfacción con la democracia según Latinobarómetro e Índice
de Desarrollo Humano (HDI) del Banco Mundial. Brasil, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro y el Banco Mundial.

Mientras el HDI crece de forma constante y casi lineal, con pocos retrocesos y ninguno muy
marcado, la forma de la curva de satisfacción con la democracia se acerca a la de una “U”
invertida. Ambas variables correlacionan significativa y directamente entre 1995 y 2011 (r =
0.61, p < 0.01), pero la caída de la satisfacción con la democracia desde 2013 es indepen-
diente del crecimiento de la calidad de vida medida por HDI y de su posterior estancamiento
a un nivel relativamente alto (0,76). De ser cierto este hallazgo, el desencanto democrático
en Brasil pudiera estar más movido por la dinámica política que por el desempeño de las
políticas de bienestar social.
La salida de Lula del poder pareciera ser un detonante de esa caída. Luego de 2011, bajo los
liderazgos de Rousseff, Temer y Bolsonaro, el desencanto democrático se acentúa. Pero por
más que la popularidad de Lula pudo ser un factor de importancia en procurar entusiasmo
democrático, no es menos cierto que el proceso obedece a causas mucho más complejas que
la mera simpatía del expresidente. El equipo de expertos de Brasil lo pone en estos términos:
Las acusaciones de corrupción, la crisis económica, la desmoralización de la clase
política (y, en particular, del PT) y la polarización de la sociedad, contribuyeron al
clima tenso de las elecciones de 2018. El actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro,
probablemente se ha beneficiado de todos estos factores […] Bolsonaro supo encar-
nar el ‘orden’ y la ‘decencia’ frente a la corrupción de los políticos y del PT […] pudo
movilizar a activistas en las redes sociales y difundir mensajes a través de WhatsApp,
Facebook y Twitter […]5 (Araújo, et al. 2021, 7)

5 Traducción al castellano hecha por el autor de este capítulo del original portugués

423
Bolsonaro asciende al poder cuestionando a los actores principales del juego democrático
durante las más recientes décadas (PT y el Partido de la Socialdemocracia Brasileña, PSDB) y
su discurso político no ha contribuido mucho a recuperar la valoración de la democracia. En
términos de Freedom House, en un reporte citado por el equipo de expertos de Brasil, la retó-
rica de Bolsonaro está impregnada de desdén por los principios democráticos y de promesas
agresivas de acabar con la corrupción y el crimen. Tales promesas pueden haber resonado
con un electorado “profundamente frustrado” y que guarda memoria del discurso de orden y
progreso que históricamente ha caracterizado al militarismo brasileño (Freedom House 2019).
La pregunta que deja abierta, por ahora, el caso brasileño y que exige urgente respuesta
basada en mejores evidencias de las que se disponen en este trabajo es: ¿Cómo revertir el
aparente abandono de la democracia por parte del pueblo y el retroceso en todas las va-
riedades de democracia en Brasil?

DEMOS SIN KRATOS: NICARAGUA Y VENEZUELA


En Nicaragua y Venezuela, como en México, la satisfacción y el apoyo parecen andar por
caminos separados. Aunque las gráficas pudieran sugerir algunas coincidencias en las alzas
y descensos del apoyo y la satisfacción, en algunas coyunturas, lo cierto es que el coeficien-
te de correlación entre estas dos variables, en los dos países, tiene un valor muy bajo y no
estadísticamente significativo.
Al contrario que el caso de Brasil, en Nicaragua y Venezuela el demos no ha terminado de
abandonar la democracia, aunque hacen falta datos más recientes para poder sostener esta
afirmación con firmeza. En estos dos países, el electorado mantiene convicciones democrá-
ticas pese al carácter poco democrático del gobierno. Podemos calificarlas de “democracias
fallidas.” El término ha sido empleado para caracterizar muchas de las democracias de la
región en distintos momentos de su historia. Ha sido usado, por ejemplo, para describir la de-
mocracia mexicana (Ávalos Tenorio 2013), donde también se ha hablado de transición fallida
(Bizberg 2015) empleando el adjetivo mencionado y otros sinónimos y palabras relacionadas
(Aguiar Aguilar and Alonzo Muñoz 2021). La democracia venezolana también ha sido califica-
da de fallida (Goig M. 2018). El secretario general de la Organización de Estados Americanos,
OEA, ha usado el término para referirse a ese país (Agencia EFE 2017). Desde hace mucho
tiempo, algunos académicos han escrito sobre el carácter fallido de la democracia venezo-
lana (Manrique 2007, Puerta R. 2016). No obstante, no parece haber hasta ahora un estudio
sistemático sobre el carácter fallido de las democracias venezolana y nicaragüense. Aun así,
a reserva de futuros desarrollos conceptuales, Nicaragua y Venezuela se caracterizan empí-
ricamente por la escasez de democracia en sus instituciones, en contraste (más marcado en
Venezuela que en Nicaragua) con el apoyo que esta obtiene de la población.
En el gráfic 18 se observa que el apoyo a la democracia en Nicaragua ha tendido a deterio-
rarse desde su máximo en 1997, llegando un punto, a partir de 2011, en el que la mitad de los
ciudadanos no apoya la democracia. Desde 2012, los porcentajes de satisfacción con la de-
mocracia se asemejan a los de apoyo. La satisfacción alcanza su máxima frecuencia en 2002
(59 %), desde allí crece sostenidamente hasta 2012, pero cae a su piso (20 %) en 2018. El
equipo de investigadoras de Nicaragua observa además que:
[…] los porcentajes de menor apoyo a la democracia ocurre en los años 2001 y 2004:
42,7 % y 38,6 % respectivamente. Ello puede deberse a la celebración del Pacto parti-
dario libero-sandinista en el año 2000 –a espaldas de la población– que comprome-
tió la institucionalidad democrática incipiente del país permitiendo el control parcial
y luego el dominio total de las instituciones por parte del FSLN. (Osorio Mercado and
Pérez Reynosa 2021b)

424
En el caso de Venezuela, los patrones de las curvas de apoyo y la satisfacción con la demo-
cracia cambian apreciablemente con el inicio de la revolución bolivariana en 1999 (ver gráfico
19). El último gobierno de la llamada la partidocracia (Coppedge 1994) fue paradójicamente
presidido por el veterano presidente Rafael Caldera, firmante del Pacto de Puntofijo que ini-
cia la transición democrática en 1958. No obstante, Caldera no fue electo como salvador de
la partidocracia. Hizo campaña y gobernó como independiente y antipartido, aprovechando
el gran desprestigio de los partidos producto de la evidente corrupción, crisis fiscal, ajustes
neoliberales y la inestabilidad política. Caldera representó el final de la democracia centrada
en partidos fuertes, nacionalmente enraizados y entrelazados con la estructura del Estado
(Álvarez 2003). El colapso de la partidocracia ha sido vista como el producto de los ajustes
promercado que llevaron al descontento popular sostenido desde 1989 y a dos violentas
insurrecciones militares, una de ellas liderada por Hugo Chávez en 1992, y la otra hecha con
su aval desde la prisión (Hellinger 2003).

GRÁFICO 18: Apoyo y satisfacción con la democracia en Nicaragua según


Latinobarómetro, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

425
GRÁFICO 19: Apoyo y satisfacción con la democracia en Venezuela según
Latinobarómetro, 1995-2018

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

Sea como fuere, la elección de Chávez en 1998 y su ascenso al poder en 1999, produce un
ligero crecimiento inicial de la satisfacción con la democracia, seguida de una depresión im-
portante del optimismo democrático. La satisfacción se eleva de nuevo entre 2005 y 2007,
años en los que se producen tres importantes elecciones: las legislativas de 2005, que llevan
al control total de la Asamblea Nacional por los partidos chavistas debido a la abstención de la
oposición; la reelección de Chávez por amplio margen en 2006; y su derrota en el referéndum
de reforma parcial de la Constitución de 2007. A partir de allí, la satisfacción con la democracia
no ha hecho sino caer, y con una pendiente mayor luego de la muerte de Chávez y la elección
de Nicolás Maduro. De su máximo de 59 % en 2007, cae a su mínimo de 11 % en 2018.
Hay que notar además que la satisfacción con la democracia en Venezuela ha sido siempre
muy baja, durante los años estudiados. Antes de la revolución chavista, poco más de un ter-
cio de los venezolanos estaba satisfecho con la democracia, aunque 60 % o más apoyaban
esta forma de gobierno. El apoyo se dispara hacia arriba al tiempo que la satisfacción cae.
En el tercer gobierno, en pleno declive de la satisfacción, el apoyo se eleva en promedio al
80 %. Con Maduro en el poder, la satisfacción y el apoyo caen ambos, pero este último se
mantiene en promedio en 79 %, cifra comparativamente alta para los estándares de la región.
La forma de la curva de satisfacción sugiere la existencia de ciclos de encanto y desencanto
democrático en Nicaragua y, parcialmente, también en Venezuela. El primer caso, el marcado
desencanto que se observa en 2018 es comparable al observado tras los picos aún más altos de
1997 y 2002. Después de esos dos picos, la insatisfacción con la democracia es muy marcada.

426
Las variaciones en la curva de apoyo en Nicaragua también sugieren desencanto, pero con
picos de reencantamiento mucho menos marcados. El desencanto, en términos de pérdida
de apoyo de la democracia como modelo político, ha sido menos accidentado y no ha lle-
gado a niveles tan bajos como la insatisfacción, pero su deterioro es gradual. Desde 2011,
aproximadamente la mitad de los nicaragüenses no piensa que la democracia es la mejor
forma de gobierno. En años anteriores, especialmente de 1996 a 2000, y en un par de años
posteriores (2007 y 2008), cerca o más del 60 % de los nicaragüenses apoyaban la demo-
cracia como forma de gobierno.
En Venezuela, los dos valores más elevados de satisfacción se corresponden con eventos
electorales de importancia nacional. El primer pico coincide con las llamadas elecciones de
“relegitimación” de 2000, realizadas luego de aprobada la nueva Constitución de 1999, que
conducen a un triunfo rotundo de Chávez y sus partidos. El segundo ocurre el mismo año
en el que Chávez pierde la única elección en la que fue derrotado: el referéndum consultivo
para permitir la reelección por indefinidas veces del presidente, en 2007. La relación entre la
satisfacción y el ciclo electoral venezolano desaparece en esa elección.
Con base en las cifras más recientes de apoyo, se puede conjeturar que Nicaragua entró, en
2018, en una nueva fase caracterizada por la disminución del desencanto con la democracia.
El equipo de expertos nicaragüenses lo pone en estos términos:
[…] la crisis de la democracia no parece haberse traducido en un desencanto con la
democracia entre la población, según se observa en los indicadores de respaldo a este
régimen político. Así, si bien el país enfrenta, desde el año 2018, la crisis democrática
tal vez más severa de su historia; también es cierto que el desencanto democrático
descendió […] De igual manera, aunque la valoración de las alternativas autoritarias
subió levemente en el período 2017-2018 de 8,4 % a 10,2 %, respectivamente, la in-
diferencia respecto de la dicotomía democracia-autoritarismo descendió de 33,8 %
en el año 2017 a 25,2 % en el año 2018. Ello podría indicar que la crisis institucional
severa, no solo no profundizó el desencanto democrático entre la población, sino que
produjo una mayor adhesión a este régimen y fortaleció la demanda de volver a po-
ner en vigencia la institucionalidad democrática por vías no violentas. En efecto, el
movimiento auto convocado que surge a partir del 19 de abril de 2018 ha decidido
hacer un cambio hacia la democracia y la justicia por la vía pacífica. (Osorio Mercado
and Pérez Reynosa, Crisis de la democracia y desencanto democrático en Nicaragua
(2017-2020) 2021a, 1)

Las cifras presentadas en el gráfico 18 indican un patrón que permite elaborar una conjetura en
el caso de Nicaragua. Las variaciones en los niveles de apoyo y satisfacción con la democracia
están asociados al ciclo electoral. El cambio de gobierno se corresponde con alzas importantes
tanto del apoyo con la satisfacción o, dicho de otra forma, con la disminución del desencanto.
No obstante, el reencantamiento dura muy poco. En la mayoría de los casos, apenas pasado el
primer año del nuevo gobierno, se producen marcados desencantos con la democracia. Esta
conjetura parece ser validada por los datos disponibles incluso para la elección de Daniel Orte-
ga en 2006, y las reelecciones sucesivas de 2011 y 2016, aunque tras estas dos solo aumenta
un poco el nivel de satisfacción con la democracia. En 2018 se observa un hecho que rompe
el patrón antes descrito. Ese año, la satisfacción cae, como es de esperar, de acuerdo con el
patrón antes descrito pero, el apoyo crece en once puntos porcentuales.
¿A qué responde este patrón de desencanto cíclico de la democracia en Nicaragua? Hay que
comenzar por decir que los niveles de democracia en este país se han deteriorado acentua-
da y prolongadamente desde 2007. Luego del triunfo militar y político del movimiento sandi-

427
nista contra el dictador Anastasio “Tachito” Somoza Debayle, los niveles de todas las formas
de democracia se elevan marcadamente. No obstante, la democratización es mayor en los
componentes deliberativos, igualitarios y, en menor grado, participativos, que los otros dos
restantes (electoral y liberal). No sorprende tal patrón en un régimen político que pretende
conducir una revolución popular, igualitaria y participativa, en contra de elites que por déca-
das sostuvieron formas republicanas de gobierno, justificadas con una retórica liberal, pero
excluyentes, represivas y no democráticas en la práctica.
En 1990, durante lo que puede ser considerada una transición democrática, tras la elección
de Violeta Chamorro y la coalición Unión Nacional Opositora (UNO), los niveles de demo-
cracia se elevan aún más. Como se ve en el gráfico 20, los valores de democracia delibera-
tiva, electoral, liberal y participativa alcanzan sus máximos históricos, aunque el indicador de
igualdad democrática desciende.

GRÁFICO 20: Democratización y desdemocratización de Nicaragua con base


a los indicadores de variedades de democracia de V-Dem, 1966-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

Tal ascenso en los niveles de democracia, especialmente los componentes electoral (poliár-
quico) y liberal fue muy marcado y sugiere que los expertos ven en ese período la inaugura-
ción de un proceso inédito de democratización política.
No obstante, la democratización no se corresponde con un crecimiento sostenido, sino me-
ramente coyuntural del apoyo y la satisfacción con la democracia. Luego de 1997, durante los
gobiernos de José Arnoldo Alemán Lacayo y Enrique Bolaños Geyerse, se inicia un proceso
de deterioro acentuado y gradual de la democracia, acompañados de los altibajos de des-
encanto democrático descritos previamente y asociados al ciclo electoral.

428
En los últimos tres gobiernos sucesivos de Daniel Ortega se acentúa el deterioro de las insti-
tuciones democráticas en todas sus variantes. La recesión democrática ha llegado al punto de
que algunas de las estimaciones de V-Dem se acercan a las observadas por expertos durante
el régimen somocista. El retroceso de los componentes poliárquicos y liberales serían justifi-
cables para la retórica revolucionaria que vería en ellos expresiones formales de democracia
burguesa, pero ni siquiera desde esta perspectiva se podría justificar las precipitosas caídas
de deliberación, participación e igualdad democráticas que, por mucho tiempo pareció ser el
rasgo más destacado de la democracia durante y después de la revolución sandinista.
El desencanto democrático está asociado a algunos indicadores de desempeño estatal y de-
mocrático, aunque paradójicamente tal relación tiene el sentido contrario al esperable teóri-
camente. El apoyo correlaciona positiva y significativamente con el indicador de “Voz y rendi-
miento de cuentas,” incluido entre los indicadores de gobernabilidad del Banco Mundial (r =
0.47, significativo a p > 0.05). Tal indicador expresa las percepciones acerca de la medida en
la que los ciudadanos ejercen derechos políticos (elección del gobierno) y disfrutan libertades
cívicas (libertad de prensa, de expresión y de asociación). A mayor libertad política, en suma,
mayor apoyo a la democracia en Nicaragua. No obstante, este indicador no afecta el nivel de
satisfacción con la democracia. El apoyo y la satisfacción están ambos asociados a la calidad
regulatoria, también medida por el Banco Mundial (respectivamente, r = 0.56 y r = 0.54, ambos
significativos a p < 0.05). Ello sugiere que más nicaragüenses valoran la democracia cuando las
acciones del gobierno permiten y promueven el desarrollo del sector privado de la economía.
En Venezuela no se presenta la curva en “U” invertida que existe en Nicaragua. Desde el
inicio de la revolución bolivariana, todos los indicadores de variedades de democracia han
caído con una pendiente muy inclinada. El gráfico 21 muestra que la única excepción es el in-
dicador de democracia participativa que se elevó en 1999, año en el que se inicia el proceso
constituyente que lleva a un nuevo texto constitucional que, entre sus innovaciones, aban-
dona expresamente el modelo de democracia representativa y adopta uno expresamente
calificado de participativo y que busca promover la justicia entendida principalmente como
igualdad material y de derechos. No obstante, aunque los indicadores de democracia par-
ticipativa e igualitaria son los que caen con la pendiente menos aguda, en contraste con las
otras tres variedades de democracia, ningún indicador de democracia mejora en veinte años.
La revolución chavista ha hecho retroceder todas las variedades de democracia desde su ini-
cio. En ello difiere de la revolución sandinista (1979-1990). No obstante, el patrón regresivo
de los valores de democracia en Venezuela en los últimos veinte años coincide plenamente
con lo registrado por V-Dem para Nicaragua entre el 2007 y el 2019.
En Venezuela hay correlación negativa y significativa entre el apoyo a la democracia y tres
de los cinco indicadores de democracia de V-Dem (electoral, liberal y deliberativa), los seis
indicadores de capacidad de gobierno del Banco Mundial y la medición de transparencia
del gobierno. Ello sugiere que mientras el régimen político se hace menos democrático, más
corrupto y menos gobernable, los venezolanos apoyan más la democracia. Al mismo tiempo,
hay correlación fuerte y positiva entre la calidad de vida y el apoyo a la democracia.
No ocurre lo mismo con la satisfacción con el modo en que la democracia funciona en Vene-
zuela, como es lógico. Hay, como es de esperar, una correlación positiva entre la satisfacción
con la democracia y su nivel de participación e igualdad. Siendo que tanto los índices de de-
mocracia como el porcentaje de satisfacción tienden a bajar acentuadamente a lo largo del
tiempo, lo que ocurre en Venezuela es que mientras menos participativo e igualitario es el régi-
men, menos satisfacción hay con el funcionamiento de la democracia en el país. El control de
la corrupción correlaciona positivamente con la satisfacción indicando que, el debilitamiento
del control de la corrupción se corresponde con la caída del nivel de satisfacción.

429
GRÁFICO 21: Desdemocratización de Venezuela con base a los indicadores
de variedades de democracia de V-Dem, 1996-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos de V-Dem.

430
TABLA 6: Correlaciones bivariadas de Pearson entre apoyo y la satisfacción
con la democracia e indicadores democracia (V-Dem). Nicaragua y Venezuela, 1995-2018

Fuente: Leyenda: ** significante a p ≤ 0.01; * significante a p ≤ 0.05.


Valores entre paréntesis corresponden número de observaciones (n).

431
Al igual que en Venezuela, en Nicaragua hay una relación inversa entre el nivel de democracia
electoral y el apoyo. En la medida en que la democracia electoral se deteriora, el apoyo a la
democracia aumenta. El crecimiento del apoyo a la democracia también se asocia significati-
vamente al deterioro de la democracia igualitaria. En ambos países, a menor democracia, más
apoyo a la democracia. Ello lleva a pensar que en Nicaragua y Venezuela las salidas autoritarias
a los problemas que enfrentan las democracias no tienen el apoyo de la gran mayoría.
No obstante, como se vio en el gráfico 19, el nivel de apoyo de los venezolanos se ha deterio-
rado durante el gobierno de Maduro. Sigue siendo alto pero se puede argumentar que tras
largos años de deterioro institucional y social, las convicciones democráticas de los vene-
zolanos están mellándose. La inflexión en la calidad de vida que se inicia luego de la muerte
de Chávez. La misma es tanto el resultado de la caída de los altos precios del petróleo que
permitieron a Chávez financiar políticas de transferencia del ingreso del sector público a los
particulares, como de la inexistencia de fuentes alternativas de empleo e ingreso nacional
debido a la destrucción del aparato productivo a causa de las regulaciones, las expropiacio-
nes, el clientelismo, la ineficiencia e incapacidad técnica.
El gráfico 22 representa la estrecha correlación entre el crecimiento y declive de la calidad de
vida, que se eleva marcadamente durante los gobiernos de Chávez y cae desde 2013, y el cre-
ciente apoyo a la democracia que se deteriora simultáneamente con la caída del valor del HDI.

GRÁFICO 21: Apoyo a la democracia e Índice de Desarrollo Humano.


Venezuela, 1995-2019

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro y Banco Mundial.

432
En contraste, en Nicaragua se observa un paradójica relación inversa y muy significativa entre
el Índice de Desarrollo Humano y el apoyo a la democracia. Este índice de equidad no co-
rrelaciona significativamente con la satisfacción democrática. Este hallazgo es problemático.
Uno de los argumentos más frecuentemente usados para explicar el desencanto democrá-
tico de los mexicanos es la base estructuralmente desigual de la sociedad y la economía del
país. No obstante, el equipo de expertos de Nicaragua sostiene, con abundante información
empírica, que el crecimiento de la desigualdad y los problemas económicos de Nicaragua no
se han traducido en desencanto con la democracia sino que, por el contario:
[…] En el contexto de una crisis económica explicada en parte por la caída democrática
severa (y recientemente por la pandemia del COVID-19 y los huracanes que causaron
estragos económicos en el país), los nicaragüenses han decidido apoyar la democracia
como régimen político, en tanto que aspiran a una mejoría progresiva en sus condiciones
de vida. Ello significa que los nicaragüenses probablemente tienen conciencia sobre la
relación que existe entre una democracia que permite a los ciudadanos incidir en las de-
cisiones que les afectan, un crecimiento económico sostenible en el tiempo y una mejor
redistribución social de los recursos. (Osorio Mercado and Pérez Reynosa 2021a, 27-28)

No es fácil formular una solución para esta paradoja. No obstante, reconociendo que se re-
quiere más investigación al respecto, se puede conjeturar que la polarización social del país,
incitada desde el gobierno (Osorio Mercado and Pérez Reynosa 2021a, 23) puede estar en la
base de este hallazgo. El índice de democracia igualitaria ha sido históricamente más alto que
el de democracia electoral durante los cuatro gobiernos de Ortega, mientras que lo contrario
ocurre cuando los sandinistas han estado en la oposición. Es razonable especular, entonces,
que mientras los partidarios del sandinismo apoyan la idea de democracia como igualdad,
sus opositores ven la democracia primariamente como competencia electoral. Así, quienes
rechazan al sandinismo no apoyan su concepción de democracia y los sandinistas no apoyan
la democracia electoral.
Dado que, como ya se mostró, existe una variación del apoyo asociada al ciclo electoral, es
posible que la caída del apoyo luego de cada elección tenga que ver con la pérdida de este
por parte del gobierno y, consecuentemente, de los contrastantes modelos de democracia
del sandinismo y de los grupos que se le han opuesto. Esta conjetura debe ser más deteni-
damente analizada, con datos y teoría, a fin de dar cuenta de su importancia para explicar
el desencanto periódico y creciente de los nicaragüenses con la democracia. Una variante
de importancia respecto de esta conjetura ha sido propuesta por el equipo de especialistas
en Nicaragua y tiene que ver con la opacidad y carácter fraudulento de las elecciones ni-
caragüenses. Las alzas y bajas en el apoyo a la democracia pueden tener que ver más con
el carácter no-democrático de la competencia política que con el desempeño del gobierno.
Por último, como se ha visto en otros países, la represión aliena a los ciudadanos de la de-
mocracia. En Venezuela, a mayor terror ejercido por el Estado sobre la población, menor
satisfacción hay con el modo en que la democracia funciona. Contrastantemente, el PTS no
correlaciona significativamente con el apoyo. El terror del Estado, en suma, afecta negativa-
mente la satisfacción con la democracia pero no influye en la valoración de la democracia
como forma deseable de gobierno. Un patrón similar se observa en Nicaragua. El terror es-
tatal correlaciona negativamente con la valoración de la democracia. PTS y apoyo es inversa
también pero no significativa. Es conveniente aclarar que el indicador de terror estatal que
correlaciona significativamente con la insatisfacción democrática es el basado en los infor-
mes de Amnistía Internacional, pero no el elaborado con base a los informes del Departa-
mento de Estado de los Estados Unidos.

433
CONCLUSIONES
En este trabajo se intentó sintetizar los hallazgos de la investigación sobre la crisis y el desen-
canto con la democracia en América Latina. Amenazas y oportunidades de cambio. El estudio
se centró en análisis de las evidencias más recientes. Los datos corresponden principalmente
a los años comprendidos entre 1996 y 2019, aunque en las encuestas de opinión empleadas
para estudiar las dos variables de mayor interés (apoyo y satisfacción con la democracia) hay
discontinuidad y no están disponibles sino hasta 2019. Ese vacío de información es llenado,
al menos parcialmente, por los estudios en profundidad sobre cada caso realizado por ex-
pertos y que son publicados junto a este resumen.
El balance general del trabajo realizado sugiere, en primer lugar, que el problema del des-
encanto de la población con la democracia, así como su relación con las crisis políticas y
el deterioro de la calidad de la democracia en la región, es de naturaleza multidimensional
(involucra muchos aspectos de la vida en sociedad, yendo desde el desempeño político
individual de los líderes, hasta factores institucionales y macroeconómicos). Por la comple-
jidad del problema, el número de factores involucrados y sus relaciones, se entiende que el
mismo tiene expresiones diferentes en cada país. De allí la importancia de adoptar, como se
ha hecho, una aproximación que combina el estudio de la región como un todo con las es-
pecificidades de los casos incluidos en el estudio.
La primera conclusión de este trabajo es que para el estudio de la democracia y democra-
tización en la región es indispensable combinar estudios de opinión que midan las actitudes
hacia la democracia con estudios de las instituciones, sus fortalezas y sus debilidades. En
segundo lugar, para el estudio del desencanto y crisis de la democracia, uno de los mejores
indicadores es la brecha entre apoyo a la democracia como modelo y la satisfacción del fun-
cionamiento del modelo en el país estudiado.
Los casos de Argentina y Chile muestran que tal brecha puede ser vista como una señal del
nivel de resiliencia democrática. Los ciudadanos de estos dos países no están plenamente
satisfechos con sus democracias, desean cambios, mejoras, reformas, pero aún así, la ma-
yoría sigue viendo a la democracia como la mejor forma de gobierno. La insatisfacción, en
consecuencia, puede crear oportunidades para hacer que la democracia funcione.
La resiliencia no es ni inflexibilidad, pero tampoco invulnerabilidad. El caso de Chile pone
de manifiesto que es necesario dar cuenta de la posible relación entre la acumulación de
la insatisfacción con aspectos específicos de la política nacional, como la corrupción o la
exclusión de determinados grupos sociales, étnicos o regionales, y estallidos de violencia
y desencanto con el sistema en su conjunto. Es crucial intentar dimensionar este riesgo, su
persistencia en el tiempo y respuestas políticas y sociales para reducir el riesgo de colapso
democrático. Tal dimensionamiento es una tarea pendiente para futuras investigaciones.
En tercer lugar, el caso de Argentina plantea un reto de importancia. La resiliencia de la
democracia argentina se ha impuesto frente a retos severos, derivados de la percepción de
corrupción, desigualdad y privilegios de las elites económicas y políticas. Una pregunta clave
es hasta qué punto puede sobrevivir una democracia en tales condiciones sin que se desa-
rrolle o consolide una cultura de cinismo y resignación que, a la larga, deje a la democracia
sin demos, tal como al parecer ha ocurrido en Brasil.
Por otro lado, los países en la llamada “zona gris” se plantean una serie de problemas de
importancia que han representado y pueden seguir representando factores de riesgo. En
Colombia, por ejemplo, conflictos internos prolongados han bajado de intensidad, pero si-

434
guen siendo una amenaza de importancia con efectos negativos severos sobre los derechos
civiles, los derechos humanos y la profundización de los esfuerzos por alcanzar la paz. Co-
lombia, Ecuador y Bolivia comparten el rasgo de estar cruzados por importantes divisiones
sociopolíticas, étnicas, geográficas y socioeconómicas. No hay evidencia de que los políticos
hayan renunciado a explotar electoralmente tales líneas de división, por lo que se mantienen
hoy, como en el pasado, altos niveles de la polarización social y política que han llevado a
rupturas del orden, protestas violentas, crisis presidenciales y movimientos armados.
En estos tres países se observa que el nivel de democracia participativa es un buen predictor
del porcentaje de la población que se dice satisfecha con el modo en el que la democracia
funciona. Si esto es cierto, una recomendación obvia es la profundización de reformas lega-
les y procesos efectivos de participación ciudadana en la búsqueda de soluciones acordadas
que permitan superar las divisiones que históricamente han sido políticamente explotadas
por partidos y líderes personalistas. La continuación de los procesos de democratización y la
eventual salida de la “zona gris” hacia niveles más altos de apoyo, satisfacción y calidad de-
mocrática puede hallar un camino práctico en los procesos de participación, no solo a nivel
macro o nacional (en referendos y consultas) sino a niveles más operativos de micropolítica
local, regional y sectorial.
La quinta conclusión es referida al caso mexicano. La mexicana es una democracia defi-
citaria, en la que ni los ciudadanos la apoyan en grandes proporciones, ni las instituciones
democráticas tienen un desempeño muy alto. En este contexto, la noción de democracia es
principalmente procedimental, no sustantiva. Mientras las elecciones sean libres y compe-
tidas, el régimen es considerado democrático. Para los mexicanos, al parecer, democracia
significa esencialmente elecciones.
Este hecho, en el que cualquier estudioso empirista de la democracia no vería problemas,
puede ser fuente de tensiones y potenciales deterioros de la democracia incluso si fuese
concebida como mero procedimiento. Los casos de Nicaragua y Venezuela alertan sobre
los riesgos de reducir la democracia a elecciones mayor o menormente competidas. Las
elecciones pueden pavimentar el camino a gobiernos excluyentes y polarizadores. Sin insti-
tuciones de democracia liberal, que impongan balances y contrapesos al poder de la mayoría
en control del Ejecutivo, esa mayoría puede ejercer el poder tiránicamente. Sin mecanismos
efectivos de participación, los grupos sociales no mayoritarios pueden ser excluidos de los
procesos de formulación de políticas gubernamentales. Sin deliberación entre grupos e in-
dividuo con valores y preferencias opuestas, pueden desaparecer acuerdos básicos para la
gobernabilidad y prevalecer la polarización entre elites y en la sociedad. Por ello, en el texto
se recomienda lo que acá se repite: La democracia mexicana requiere de continuo moni-
toreo con el fin de prever oportunidades que permitan mejorar su calidad, desarrollar otras
dimensiones de la democracia además de la electoral y prevenir derivas autoritarias del go-
bierno popular.
Nicaragua y Venezuela generan un par de preguntas complementarias. De un lado, ¿pueden
mantenerse en el tiempo altos niveles de apoyo a la democracia pese a que la forma en que
esta funciona en la práctica, en ese país, indica niveles altos de deterioro democrático? Y, del
otro lado, ¿pueden mantenerse niveles altos de democracia en un país en el que la población
no apoya al sistema de gobierno? Estas preguntas seguirán abiertas al final de este trabajo. Se
requiere de mucho más labor de investigación y elaboración teórica para dar con respuestas
razonables y basadas en evidencia. No obstante, en su lugar se ofrecerán algunas respuestas
provisionales a modo de conjeturas.

435
Brasil también plantea preguntas cruciales acerca de su futuro. Resulta un reto de gran mag-
nitud la recuperación y mantenimiento en el tiempo de la valoración de la democracia. Pero
aún más peligroso es el hecho de que, prolongada en el tiempo la falta de valoración positiva
de la democracia, las instituciones democráticas también pueden retroceder. Ya, de hecho,
V-Dem registra retrocesos de importancia. Previamente se ha formulado una pregunta, que
por ahora permanecerá sin respuesta: ¿Cómo revertir el aparente abandono de la demo-
cracia por parte del pueblo y el retroceso en todas las variedades de democracia en Brasil?

436
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439
440
CAPÍTULO IV
Recomendaciones para la Asociación de
Universidades Confiadas a la Compañía de
Jesús en América Latina (Ausjal)
DE LA CRISIS Y EL DESENCANTO CON LA DEMOCRACIA
EN AMÉRICA LATINA. AMENAZAS Y OPORTUNIDADES DE
CAMBIO POLÍTICO

441
Recomendaciones para la Asociación
de Universidades Confiadas a la Compañía
de Jesús en América Latina (Ausjal)
DE LA CRISIS Y EL DESENCANTO CON LA DEMOCRACIA
EN AMÉRICA LATINA. AMENAZAS Y OPORTUNIDADES
DE CAMBIO POLÍTICO

Francisco José Virtuoso, s.j.

La visión panorámica de la crisis y el desencanto con la democracia en América Latina, los


exhaustivos estudios de casos que forman el grueso de esta investigación, y el análisis com-
parado entre ellos, son productos que pretenden ser de utilidad para los académicos, los
actores sociales y los decisores políticos. Los interesados hallarán en este espacio una puesta
al día de los problemas de las democracias de América Latina y una invitación a generar una
agenda de investigación-acción destinada a conocer más y a profundizar o recuperar los es-
pacios de la democracia política tanto en los diseños institucionales, como en la cultura ciu-
dadana. La tarea no es sencilla, pero acá damos un paso al frente para contribuir a abordarla.
La situación actual de la democracia en la región es paradójica. Pese a que hoy en día hay
muchas más democracias que en el siglo anterior, el encanto inicial que produjo en cada país
la ola democratizadora de los ochenta y noventa contrasta con retrocesos y desencantos de-
mocráticos actuales. Siendo indudable que hay más países con gobiernos democráticos en
América Latina, es también evidente que los niveles de democracia han descendido.
Hay más democracias, pero muchas de ellas se han hecho menos democráticas, cuentan con
menor apoyo de la población y generan menos satisfacción. El retroceso de la democracia
no es uniforme, pero sí suficientemente extendido y agudo como para permitir afirmar que
hay una nueva crisis de democracia en la región. El estudio de casos y el análisis comparado
entre ellos lo confirma y permite acercarnos al fenómeno desde una mirada más precisa.
El hallazgo más inquietante de esta investigación lo expone el Dr. Ángel Álvarez en los si-
guientes términos:
No obstante, esta crisis tiene algo especial. Ella combina, en muchos países de la re-
gión a la vez, niveles altos de retroceso de las instituciones democráticas (medidos
con los índices de V-Dem) con caídas de importancia en el apoyo a la democracia,
elevación de la indiferencia entre democracia y formas no democráticas de gobierno
e, incluso, algunas alzas en la valoración de las alternativas autoritarias (según datos
de Latinobarómetro y LAPO). ¿Hasta qué punto constituye esto o no una ‘tormenta
perfecta’ que puede llevarse consigo los avances democráticos en la región? Este es
un asunto urgente que solo puede ser dilucidado por medio de investigaciones más

442
exhaustivas, como la profundización de los estudios de casos que acompañan a la
descripción del panorama de la región que este trabajo presenta, así como por la vía
de mejores y más profundos análisis comparativos.1

Consideración especial merecen los déficits de democracia encontrados tanto a nivel de


los países estudiados como en la mirada panorámica regional, lo que hace a los regímenes
democráticos más débiles para encarar las diversas dificultades que sufren sus sociedades.
Igualmente aparecen otros problemas directamente vinculados con las crisis y el desen-
canto democrático como son la fragilidad estatal, las crisis de representación política, cuyas
expresiones más graves son las caídas abruptas de popularidad que rápidamente sufren las
presidencias nacionales de los países, así como los conflictos irresolubles entre los poderes
ejecutivos nacionales y los parlamentos.
Finalmente, el impacto de la violencia y la criminalidad, así como de las crisis socioeconómicas
que sufre la región están en la base del descontento social y en la insatisfacción con la demo-
cracia. En esta investigación se recomienda la profundización de la relación entre estas variables.
Las tareas que se desprenden para la sociedad civil y los actores políticos son apremiantes si
queremos recuperar y sanar la democracia como un modo de gobierno y convivencia social
que permita a nuestra sociedad avanzar hacia el cambio. Es urgente afrontar las amenazas
que supone la disolución de la democracia o su tergiversación en fórmulas de autoritarismo
y populismo como régimen alternativo.
Pero también hay que aprovechar las oportunidades que están presentes en la crisis. Hoy
contamos con una ciudadanía mucho más movilizada y dispuesta a hacer valer sus exigen-
cias y derechos. Las diversas manifestaciones populares que se han producido en varios
países en estos últimos años dan muestra de ello. En varios escenarios esos movimientos
han logrado incidir en cambios políticos importantes. La calle, la plaza pública y el barrio,
son los espacios donde se desafía a diario el orden social y político dominante. Movimiento
este, complejo y desafiante, que va mucho más allá de los esquemas convencionales de la
protesta social y en donde se evidencia la combinación de muchos intereses e imaginarios.
Además de la amenaza permanente de la violencia. En todo caso, es obvio que allí hay una
fuerza importante que exige cambio y no encuentra los canales institucionales adecuados
para encauzar sus demandas.
Las universidades confiadas a la Compañía de Jesús quieren ser educadoras de una ciudanía
universal.2 Lo cual supone:
Formar para la ciudadanía universal supone educar en el reconocimiento de la diver-
sidad como dimensión constitutiva de la vida humana plena. Supone experimentar la
diversidad cultural como oportunidad de enriquecimiento humano. Queremos for-
mar un ser humano capaz de sentirse miembro de la humanidad porque se ha hecho
consciente críticamente de su propia cultura (inculturación), es capaz de reconocer
gozosamente la de otros seres humanos (multiculturalidad) y relacionarse con otros,
enriqueciéndose de la variedad de la cual su propia cultura forma parte (intercultu-
ralidad). La universalidad vivida de esta manera puede convertirse en un impulso a
la justicia social, la fraternidad y la paz.3

1 Cfr: ÁLVAREZ, Ángel: “Una visión panorámica de la crisis y el desencanto con la democracia en América Latina:
desafíos y oportunidades”.
2 SOSA, Arturo (julio 2018): La universidad fuente de vida reconciliada. Loloya (España).
3 Idem.

443
Una de las dimensiones de la educación para esta ciudadanía universal es la formación en la
convivencia democrática que implica asumir corresponsabilidad en la construcción del es-
pacio público, plural y diverso, apostando a la deliberación de los graves problemas que nos
afectan, desde la actitud del reconocimiento al otro y en el marco de las libertades cívicas.
Implica participar activamente en la cogestión de los asuntos públicos y en el ejercicio de los
derechos políticos. Todo ello significa velar para que la institucionalidad del poder público y
quienes ejercen el poder desde ella, por mandato popular, cumplan sus compromisos.
Encantar nuevamente a la ciudadanía con la democracia exige soñarla juntos y rediseñarla,
forjarla y construirla, exigirla y luchar por ella. Hay pues en este sentido una urgente tarea
de educación pública y de pedagogía social que requiere la construcción de programas
especiales al interior de nuestras instituciones, y desde estas para la sociedad en general.
Programas dirigidos a la formación en valores democráticos, de acompañamiento a las rei-
vindicaciones de derechos y de incidencia pública para impulsar transformaciones institu-
cionales. En fin, programas educativos para promover el ejercicio de una ciudadanía integral
y desarrollar capacidades para ello.
Los resultados de la investigación dan cuenta de la fragilidad del Estado en nuestros países y
de los déficits institucionales para el mejor ejercicio del gobierno del pueblo que obstaculi-
zan las garantías de libertad e igualdad de los ciudadanos. Rescatar la democracia requiere
urgentes transformaciones político-institucionales a nivel de nuestros países, y ello supone
proponer programas de reformas y procesos de negociación y acuerdo para alcanzar sus
objetivos. Requiere emplear el talento profesional de nuestras instituciones en ello, así como
sus capacidades de incidencia pública. En esta línea podemos también desarrollar acciones
a nivel regional para incidir en los distintos espacios de integración latinoamericana. La red de
Ausjal, en conjunto con otras redes universitarias puede servir de base para ello.
Finalmente, el grupo de investigadores que ha participado en esta investigación está cons-
ciente de la necesidad de continuar profundizando en este importante tema de la crisis y el
desencanto con la democracia en América Latina. Los diferentes trabajos que aquí se pre-
sentan sienten la necesidad de conocer mejor la relación entre los diversos problemas de la
compleja realidad de nuestros países con el malestar y la crisis de sus regímenes democrá-
ticos, para hacer frente a las amenazas, para la paz y el desarrollo humano integral, así como
para detectar oportunidades para la acción que busca incidir en el cambio.

HACIA LA CONSTITUCIÓN DE UN OBSERVATORIO PERMANENTE


DE LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
Para dar continuidad al esfuerzo iniciado con esta investigación se ha propuesto constituir un
observatorio permanente de la democracia en AL, que permita dar seguimiento a los proble-
mas identificados y a otros que no se han abordado, que permita también discriminar estos
problemas a nivel nacional, regional y local, también por grupos etarios, composición étnica
y socioeconómica. Para ello se requiere producir data propia, ajustada a los requerimientos
conceptuales que se han venido definiendo según nuestros enfoques. El observatorio permi-
tiría también una mirada continua del desarrollo de las tendencias en los países, también nos
permitiría medir tendencias regionales comparables con otros datos como Latinobarómetro,
el reporte de democracia de V-DEM y otros. Y lo más importante nos permitiría construir
propuestas y hacer abogacía por ellas.

444
En la región y en institutos de investigación latinoamericanistas, en Europa y Norteamérica,
se han constituido grupos de estudio y análisis de la democracia. Algunos de ellos son deno-
minados observatorios y otros, adoptando otras denominaciones, realizan trabajos de análisis
político centrado en la democracia o algunos de sus aspectos o variantes.
Los centros que realizan algún tipo de observación regular de algunas o todas las democra-
cias latinoamericanas son de diversa clase. Algunos tienen un enfoque regional y otros se
especializan en un país, con o sin adoptar una visión comparativa. Algunos están adscritos a
universidades y sirven esencialmente al logro de fines académicos de investigación y docen-
cia; otros son firmas privadas u organizaciones no gubernamentales que ofrecen servicios de
información, asesoría y consultoría, mientras otros combinan diversas figuras organizativas y
fines, y otros operan en el seno de organizaciones multilaterales. Las tareas desempeñadas
por estos observatorios son diversas y van desde reportes centrados en un solo país hasta
estudios regionales, cualitativos o cuantitativos, de forma periódica, para el público general o
especializado, o para demandas específicas de sus clientes. Finalmente, algunos se centran
en los eventos electorales, otros estudian aspectos no electorales de la democracia, como la
participación, la inclusión de grupos sociales determinados y la justicia social, mientras otros
más analizan diversas dimensiones de la democracia política y social. Aquellos centrados en
los eventos electorales también realizan actividades de diferente tipo. Mientras algunos parti-
cipan en las actividades de veeduría u observación de procesos electorales en determinados
países, otros evalúan la calidad de la competencia electoral aun sin haber desempeñado
formalmente la misión de observadores internacionales o sociales.
Algunos de los centros existentes y sus principales actividades, focos y productos son los
siguientes:
1. En el ámbito de las organizaciones multilaterales, cabe mencionar al Observatorio de la
Democracia y del Desarrollo Integral de las Américas, de la Organización de Estados Ame-
ricanos (OEA) y el Observatorio de la Democracia del Parlamento del Mercosur (ODPM). El
primero es un proyecto de la Secretaría General de la OEA para generar productos y ser-
vicios a la organización y los Estados miembros, ordenar y recopilar indicadores y proveer
apoyo técnico y de prevención de riesgos, en el marco de la Carta Democrática y la Carta
Social de las Américas. Por otro lado, el ODPM fue creado para fortalecer los objetivos del
Protocolo de Ushuaia sobre el Compromiso Democrático. A tal fin, realiza actividades de
acompañamiento durante los procesos electorales de los países del Mercosur y produce
informes periódicos y especiales.
2. Algunos centros de investigación producen trabajos académicos y realizan actividades
docentes de pregrado y posgrado enfocados en estudios latinoamericanos. Dentro del am-
plio ámbito de los estudios regionales, la mayoría de estos centros dictan cursos, realizan
investigaciones y publican trabajos acerca del estado de la democracia de América Latina.
En los Estados Unidos, la lista de centros de este tipo es demasiado extensa como para ser
eficientemente resumida acá. De la larga lista de centros enfocados en la región, vale la pena
mencionar algunos de ellos que expresamente reportan la realización de actividades de ob-
servación de las democracias. Uno de estos es el PoliLAT, de la Fundación Konrad Adenauer,
que desde 2002 a 2014 produjo el Índice de Desarrollo Democrático de América Latina
(IDD-LAT). Luego de 2014, la información no está disponible salvo para el caso de México, en
el que se ha reportado el índice para cada uno de los 32 estados del país.
3. Otros centros, aunque se denominan observatorios, en realidad son espacios formales
de enseñanza universitaria que realizan actividades de investigación y publicación perió-

445
dica, como el Observatory on Latin America (OLA) de la New School University, con sede
en Nueva York, y el Observatoire politique del’Amérique latine et des Caraïbes (OPALC) de
Sciences Po, en París, que además de trabajos de investigación y docencia, participa en la
observación de procesos electorales. También hay revistas académicas que adoptan el titulo
de observatorios, como el Observatorio Latinoamericano y Caribeño del Instituto de Estu-
dios de América Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Buenos Aires, subrayando el hecho de que además de publicar artículos, crean un espacio
para el debate y la reflexión sobre la democracia. Hay también publicaciones periódicas de
centros regionales que, aun orientándose más al estudio de procesos sociales que políti-
co-institucionales, se definen como observatorios del desempeño democrático de los países,
las economías y los gobiernos. Es este el caso del Observatorio Social de América Latina, del
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), cuyas publicaciones han perdido
periodicidad desde 2014.
4. Finalmente, hay observatorios especializados en países y/o en dimensiones o variantes de
la democracia latinoamericana.
a. Entre los centros nacionales están, por ejemplo, el Observatorio Argentino,
que reúne académicos de diversos países interesados en los problemas de jus-
ticia, democracia y derechos humanos en el país y países vecinos. Este observa-
torio, como muchos otros, publica en su web reportes de análisis de coyunturas
críticas y, en ciertos casos, propuestas de reformas políticas y sociales. En Brasil,
el Instituto da Democracia (que forma parte de los Institutos Nacionales de Cien-
cia y Tecnología) congrega investigadores del país, Argentina y Portugal, dedica-
dos al estudio de la opinión publica, democracia, justicia y ciudadanía. El instituto
difunde trabajos de investigación realizados por académicos e instituciones uni-
versitarias asociadas. También en Brasil, existe el Observatorio da Democracia,
enfocado en el estudio de la soberanía nacional, y que ha sido creado en colabo-
ración por siete fundaciones de partidos políticos de izquierda y centroizquierda
(POP, PSOL, PSB, PDT, PCdoB, PROS y PT) para difundir información y análisis
de periodistas, activistas sociales y académicos. En Chile existe, desde 2014, la
Red de Estudios para la Profundización Democrática (RED). Aunque la misma
esta inactiva desde 2020, recientemente ha creado el Observatorio del Proce-
so Constituyente con recursos aportados por la Fundación Ford. Igualmente, en
lo que va de 2021, FLACSO-Chile ha estado en el desarrollo del Observatorio
Nueva Constitución, para crear alianzas entre académicos, expertos en políticas
públicas, universidades e instituciones internacionales a los fines de analizar el
proceso constituyente. El Departamento de Ciencia Política de la Universidad de
los Andes, en Colombia, está a cargo del Observatorio de la Democracia, con-
cebido como un centro de investigación académica y de análisis de la opinión
pública y del comportamiento político y social mediante estudios cuantitativos y
cualitativos. Uno de sus principales trabajos es la realización del Barómetro de las
Américas en Colombia. Este centro ofrece reportes regulares sobre la situación
política de Colombia y provee acceso gratuito a datos de encuestas en forma-
tos CVS y de STATA. En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
funciona el Observatorio de la Democracia, surgido en 2002, como ámbito de
diálogo y deliberación en el marco del seminario Perspectiva Democrática del
Instituto de Investigaciones Sociales. Su objeto es el funcionamiento y la cali-
dad de la democracia en México y en otras partes del mundo. Este observatorio

446
publica notas breves y trabajos más extensos, así como libros colectivos, sobre
los problemas actuales de la democracia mexicana. Finalmente, en Nicaragua, el
tanque de pensamiento Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico
y Social (Funides) está al frente del Observatorio de la Democracia. Este centro
difunde datos (en su mayoría de fuentes secundarias como V-Dem, Corruption
Perception Index y Electoral Integrity Project), reportes y análisis sobre la demo-
cracia en Nicaragua y en América Latina.
b. Respecto de algunas modalidades de democracia pueden mencionarse, de
un lado, el Observatorio Internacional de la Democracia Participativa (OIDP) que
busca ser una red internacional abierta a todas las ciudades, organizaciones y
centros de investigación interesados en el conocimiento, intercambio y experien-
cias participativas en el ámbito local. Este centro, pese a que su nombre sugiere
otra cosa, se acerca más a la figura de una red que conecta actores sociales y
políticos con interés en avanzar agendas de democracia participativa, que a un
observatorio que produzca datos que permitan monitorear el funcionamiento de
la democracia y alertar de riesgos y oportunidades. Por otro lado, en República
Dominicana funciona el Observatorio de la Democracia Local, enfocado en la
investigación, el análisis, la evaluación y difusión de prácticas de participación,
transparencia y desarrollo en los municipios dominicanos. Este ente ofrece pu-
blicaciones de interés para el estudio de la realidad democrática local en Repú-
blica Dominicana, que eventualmente pueden ser de utilidad para la realización
de estudios comparativos y la difusión de prácticas exitosas no suficientemente
conocidas en la región.
El breve y no necesariamente exhaustivo inventario anterior resume el estado del arte en
relación con los centros que realizan algún tipo de observación del desempeño democrático
en la región. La revisión presentada pone de manifiesto la existencia de una imperiosa nece-
sidad de organizar los esfuerzos de los académicos de nuestras universidades, cuyo objeto
de estudio, docencia, investigación y acción sea la democracia, con el fin de dar continuidad
y mayor profundidad a los estudios sobre la democracia, sus variantes y sus problemas en
la región. Pese a la proliferación de organizaciones definidas como observatorios, aún hay
mucho que avanzar en la producción de datos confiables, comparables entre países y a lo
largo del tiempo, actualizados y útiles para para tener incidencia en la solución de problemas
y manejo de conflictos.
La importancia y prestigio de estas instituciones antes mencionadas es incuestionable, pero
su existencia no llena el vacío de información producida sistemáticamente para todos los
países de la región, por expertos regionales, con métodos comparables, de forma regular y
oportuna para la descripción de coyunturas y anticipación de riesgos, y difusión libre, gratuita
y no restringida a un publico determinado académico o político.
El Observatorio de la Democracia Latinoamericana que proponemos está concebido como
una organización de extensión académica, que procura tener incidencia en el mejoramien-
to de la calidad de la democracia en todas sus variantes, así como en la prevención de su
decaimiento, con base en evidencias científicas actualizadas y producidas en plazos que
resulten útiles para la toma de decisión sobre problemas urgentes. A tal fin, en primer lugar,
el observatorio busca generar datos propios y colectar datos secundarios, así como analizar
y difundir información confiable e independiente sobre riesgos de deterioro y oportunidades
de fortalecimiento de las instituciones y prácticas democráticas. En segundo lugar, busca

447
también ofrecer programas de entrenamiento y formación política y cívica dirigidos a líderes
sociales, juveniles y profesionales, incluyendo activistas de organizaciones sociales y políti-
cas, en áreas cruciales identificadas con base en investigaciones previamente realizadas.
El Observatorio está pensado para monitorear en tiempo real, con base en evidencia colec-
tada por los centros de investigación asociados en cada país y otras fuentes confiables que
empleen métodos rigurosos de recolección y análisis de datos, con el propósito de producir
alertas tempranos, análisis de coyunturas críticas, estudios de perspectivas y trabajos com-
parativos con todos o algunos otros de los países de la región. Tales materiales serán la base
para trabajos de incidencia, entrenamiento y formación sociopolítica de grupos de la pobla-
ción cuyo empoderamiento sea prioritario. Adicionalmente, el observatorio podría ofrecer
servicios públicos de veeduría u observación electoral, así como de asesoría, apoyo técnico
directo a agencias de gobiernos democráticos, organizaciones sociales y políticas defensoras
de la democracia y tomadores de decisiones políticas comprometidos con los valores de
igualdad y justicia social y política.
Finalmente, este observatorio estaría concebido desde los intereses que guían las preferen-
cias apostólicas de la Compañía de Jesús y desde las ambiciones estratégicas de Ausjal, de
tal manera que sea un instrumento propio que oriente la búsqueda del conocimiento nece-
sario para incidir en la transformación política de nuestros países y nuestra región.

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AUTORES

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Autores

Ángel E. Álvarez
MA y PhD en Ciencias Políticas de la Universidad de Notre Dame, Estados Unidos. Es-
pecialista en Análisis de Datos Estadísticos en Ciencias Sociales y politólogo egresado
de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Fue director del Instituto de Estudios
Políticos de la UCV entre 1994 y 2003 y de 2008 a 2011. Fue jefe de la cátedra de
Teoría Política de la Escuela de Derecho y miembro del Comité Académico del Centro
de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Actualmente es
profesor por tiempo determinado de la Universidad de Ottawa en Canadá, consultor
en políticas públicas para organismos multilaterales e investigador, por contrato, de
diversas organizaciones públicas y privadas. Es autor de múltiples publicaciones so-
bre democracia, procesos electorales y políticas gubernamentales.

MARCELO NAZARENO
Universidad Católica de Córdoba–Uni-
dad Asociada al Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas/ CARLOS CORDERO CARRAFFA
Universidad Nacional de Córdoba; doctor Politólogo de la Universidad Central de
en Ciencias Sociales. Venezuela UCV, con maestría en Cien-
cias Políticas en la Universidad Interna-
LUCAS GONZÁLEZ
cional de Andalucía/España. Doctorante
Consejo Nacional de Investigaciones
en Ciencias Políticas y Relaciones Inter-
Científicas y Técnicas – Universidad Na-
nacionales por la Universidad Mayor de
cional de San Martín – Universidad Cató-
San Andrés. Docente titular y Emérito
lica de Córdoba; doctor en Ciencia Política.
de la Universidad Mayor de San Andrés
MARÍA ALEJANDRA NALLINO (UMSA). Docente titular de la Carrera de
Universidad Católica de Córdoba – Fa- Ciencias Políticas, de la Universidad Ca-
cultad de Derecho y Facultad de Ciencia tólica Boliviana. Catedrático universita-
Política y Relaciones Internacionales; rio de pre y posgrado, autor de libros so-
doctora en Derecho y Ciencias Sociales. bre instituciones políticas y electorales.
Consultor en marketing electoral y cam-
VICTORINO SOLA pañas electorales. Asesor permanente de
Universidad Católica de Córdoba – Fa- la Conferencia Episcopal Boliviana, de la
cultad de Derecho; doctor en Derecho y Iglesia católica.
Ciencias Sociales.

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FABIO LACERDA VALDENICE RAIMUNDO
Profesor del Departamento de Cien- Profesora del Programa de Posgrado en
cias Sociales y Jurídicas de la Fundação Ciencias de la Religión (PPGCR) de la
Educacional Inaciana (São Bernardo do Universidade Católica de Pernambuco.
Campo). Investigador posdoctoral en Posdoctorado en Servicio Social por la
Centro Brasileiro de Análise e Planeja- Universidade Federal de Pernambuco.
mento (Cebrap). Doctor y magíster en Doctora y magíster en Servicio Social por
Ciencia Política por la Universidade de la Universidade Federal de Pernambuco.
São Paulo.
HERNÁN RAMIREZ
CARLA ARAÚJO Investigador de CNPq y profesor de la
Jefe del Departamento de Ciencias Socia- Universidade do Vale do Rio dos Sinos y
les y Jurídicas de la Fundação Educacional de la Maestría en Partidos Políticos de la
Inaciana (São Bernardo do Campo). Doc- Universidad Nacional de Córdoba. Pro-
tora en Educación por la Universidade de fesor y licenciado en Historia y magíster
São Paulo y magíster en Sociología por la en Partidos Políticos por la Universidad
Universidade Estadual de Campinas. Nacional de Córdoba y doctor en Historia
por la Universidade Federal do Rio Gran-
RAFAEL MAHFOUD MARCOCCIA
de do Sul, con posdoctorado en el Insti-
Profesor del Departamento de Cien-
tuto Universitário de Pesquisas do Esta-
cias Sociales y Jurídicas de la Fundação
do do Rio de Janeiro.
Educacional Inaciana (São Bernardo do
Campo). Doctor y magíster en Ciencias MIGUEL TEDESCO WEDY
Sociales por la Pontifícia Universidade Decano de la Facultad de Derecho de
Católica de São Paulo. la Universidade do Vale do Rio dos Si-
nos. Magíster en Ciencias Penales por la
DARIO BRITO
Pontifícia Universidade Católica do Rio
Profesor de la Universidade Católica de
Grande do Sul. Doctor en Ciencias Jurídi-
Pernambuco. Doctor en Design de la In-
cas y Penales por la Facultad de Derecho
formación y magíster en Linguística por
de la Universidad de Coimbra (Portugal).
la Universidade Federal de Pernambuco.
Profesor del Programa de Pregrado y
ROBERTA CAIADO Posgrado en Derecho de Unisinos.
Profesora del Programa de Posgrado en JAIME BARRIENTOS
Ciencias del Lenguaje de la Universidade
Facultad de Psicología, Universidad Al-
Católica de Pernambuco. Posdoctorado
berto Hurtado.
en Lingüística Aplicada por UCPEL. Doc-
tora en Educación y magíster en Letras/
Lingüística por la Universidade Federal
de Pernambuco.

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MABELIN GARRIDO DANIELA MORA VERA
Facultad de Filosofía y Humanidades, PUCE, Facultad de Comunicación, Lin-
Universidad Alberto Hurtado. güística y Literatura (oficialmente),
María Soledad Jiménez magíster en Relaciones Internacionales
(Universidad Andina Simón Bolívar) y en
Directora magíster en Didáctica de la Desarrollo, Medio Ambiente y Socieda-
Historia y las Ciencias Sociales, Facultad des, mención Economía Social (Univer-
de Filosofía y Humanidades, Universidad sidad Católica de Lovaina).
Alberto Hurtado.
JORGE ANDRÉS CRUZ SILVA
JUAN DIEGO GALAZ
PUCE, Facultad de Comunicación, Lin-
Trinity College Dublin & Trinity Centre güística y Literatura. Master of Science
for Constitutional Governance. by Research in Digital Media and Culture
MARCELO MELLA – The University of Edinburgh.
Facultad de Humanidades, Universidad ANDREA DEL CARMEN
de Santiago de Chile. CARRILLO ANDRADE
MANUEL CÁRDENAS PUCE, Facultad de Comunicación, Lin-
Facultad de Psicología, Universidad de güística y Literatura. Máster Universita-
Talca. rio en Ciencia Política, Universitat Autò-
noma De Barcelona –España.
JUAN GUILLERMO FERRO
Politólogo, PhD en Estudios Latinoame- AZUL A. AGUIAR AGUILAR
ricanos, profesor-investigador de la Fa- Doctora, profesora e investigadora de
cultad de Estudios Ambientales y Rurales tiempo completo en el Departamento de
de la Pontificia Universidad Javeriana, Estudios Sociopolíticos y Jurídicos del
Bogotá. Instituto Tecnológico y de Estudios Su-
periores de Occidente.
OLGA LUCÍA CASTILLO O.
Socióloga, PhD en Estudios del Desarrollo, ROBERTO IGNACIO ALONSO MUÑOZ
profesora-investigadora de la Facultad de Magister, coordinador de la Licenciatu-
Estudios Ambientales y Rurales de la Pon- ra en Ciencias Políticas y Administración
tificia Universidad Javeriana, Bogotá. Pública y del Observatorio de Participa-
ción Social y Calidad Democrática en el
MARCO LÓPEZ-PAREDES Departamento de Ciencias Sociales de la
PUCE, Facultad de Comunicación, Lin- Universidad Iberoamericana Puebla.
güística y Literatura. PhD en Ciencias de
la Comunicación, Universidad de Artes, GERARDO COVARRUBIAS VALDERRAMA
Ciencias y Comunicación – Chile, PosDoc. Doctor, coordinador del Doctorado en
Centro Internacional de Estudios Superio- Ciencias Sociales, Complejidad e Inter-
res de Comunicación para América Latina. disciplinariedad en el Departamento de
Investigación y Posgrado de la Universi-
IVONNE LILIANA TÉLLEZ PATARROYO dad Iberoamericana León.
PUCE, Facultad de Jurisprudencia. LLM
máster of Laws, University of Glasgow,
United Kingdom.

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JORGE FEDERICO JESSICA PÉREZ REYNOSA
EUFRACIO JARAMILLO Universidad Centroamericana, Instituto
Doctor, profesor-investigador adscrito Interdisciplinario de Ciencias Sociales.
al Centro Interdisciplinario para la For- Doctora en Economía.
mación y la Vinculación Social del Insti-
HLORELEY OSORIO MERCADO
tuto Tecnológico y de Estudios Superio-
Universidad Centroamericana, Instituto
res de Occidente.
Interdisciplinario de Ciencias Sociales.
JOSÉ LEONARDO GARCÍA FERNÁNDEZ Doctoranda del Doctorado en Ciencias
Magister, profesor del Departamento de Sociales de la Universidad de Granada,
Ciencias Sociales y Humanidades de la España.
Universidad Iberoamericana Tijuana.
FERNANDO SPIRITTO
JUAN LUIS HERNÁNDEZ AVENDAÑO Politólogo egresado de la Universidad
Magister, director general del Medio Central de Venezuela (UCV). Especializa-
Universitario de la Universidad Ibe- ción en Economía por la Universidad de
roamericana Puebla. Colorado. Master en Políticas Públicas por
la Universidad de Georgetown en Washin-
DAVID MARTÍNEZ MENDIZABAL
gton DC. Doctor en Competitividad Em-
Doctor, profesor-investigador adscrito al
presarial y Desarrollo Económico por la
Departamento de Investigación y Posgra-
Universidad de Deusto en el País Vasco,
do de la Universidad Iberoamericana León.
España. Director de la Maestría en Admi-
OTHÓN PARTIDO LARA nistración de Empresas de la UCAB y coor-
Doctor, coordinador de la Maestría en Po- dinador de investigación de posgrado.
lítica y Gestión Pública en el Departamen- PIERO TREPICCIONE
to de Ciencias Sociales y Humanidades de
Politólogo egresado de la Universidad
la Universidad Iberoamericana León.
Fermín Toro (UFT) en Barquisimeto,
RENÉ VALDIVIEZO SANDOVAL Venezuela. Especialización en Gerencia
Doctor, profesor-investigador del De- de Programas Sociales por la Universi-
partamento de Ciencias Sociales de la dad Centro Occidental Lisandro Alvara-
Universidad Iberoamericana Puebla. do (UCLA). Subdirector de la Fundación
Centro Gumilla y coordinador de la red
HELENA VARELA GUINOT de centros sociales de América Latina y
Doctora, profesora-investigadora del el Caribe de la CPAL.
Departamento de Ciencias Sociales y Po-
líticas de la Universidad Iberoamericana
Ciudad de México.

Francisco José Virtuoso, s.j.


Politólogo, Doctor en Historia. Rector de la Universidad Católica Andrés Bello (Ve-
nezuela). Profesor invitado en el Doctorado de Ciencias Políticas de la Universidad
Central de Venezuela. Coautor de varias publicaciones relacionadas con el tema de la
democracia en Venezuela y en América Latina.

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ÍNDICES

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