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El Velorio
El Velorio
Eran sólo unas pocas casas; nadie podía imaginar siquiera una veintena de
moradores, incluyendo los niños, sin embargo, ahí se estaba mostrando la
solidaridad de la gente sencilla, que no necesita conocerse para mostrar su
pesar ante el dolor de los demás.
Fue una noche muy larga, que, a fuerza de rezos, café, algunos tragos de
aguardiente y una que otra cabeceada, fue transcurriendo lentamente.
Con el carpintero que se ofreció hacer la caja del muerto, llegó un perro que
sin dilación se dirigí hacia el rincón de la cabaña, en donde se hallaba echada
una gallina, que por haber sacado ese mismo día su pollada, a nadie se le
ocurrió moverla de su sitio; y había que ver la que se armó entre píos,
cacareos, ladridos y vuelos, los niños de los asistentes se despertaron
(algunos llorando), dos de las velas del difunto se apagaron y una de ellas, al
caer, andaba provocando que se quemara el petate que servía de puerta a la
cocina.