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Tema: 6 Características de la mujer

visionaria en lo espiritual.
Texto: 1ro de Samuel 2:

Visionaria: Ser visionaria es tener la capacidad


de ver las oportunidades, de ver más allá de las
circunstancias y perseverar para lograr lo que te
propones
1.-confianza en Dios o fe en El.

2. Congruente: Tener equilibrio entre lo que


haces, piensas y dices. Ser capaz de decir no
cuando te enfrentas a situaciones que no van con
tus principios y valores.
3. Segura de tí misma: De esta forma asumes
riesgos y tomas acción oportunamente.
4.Excelente en las relaciones personales:
Estableciendo relaciones de confianza, de respeto
y armonía donde cada persona es valiosa por el
solo hecho de estar en tu vida. La mujer es por
naturaleza conciliadora.
5.Pasión: Facundo Cabrales, dice: Si amas lo
que haces, estarás benditamente condenado al
éxito. Haz lo que te apasiona, ama lo que haces
y pronto verás cómo atraes más y más éxito,
abundancia y prosperidad a tu vida.
6. Perseverante: Napoleón Hill, autor de Piense y
Hágase Rico, la define como irremplazable para
alcanzar el éxito y da estas 4 pautas para ser
perseverante:
o Un propósito definido apoyado por un
ardiente deseo de cumplirlo.
o Un plan definido, expresado en una acción
continúa.
o Una mente cerrada a toda influencia y
desánimo negativos, incluyendo las
sugerencias negativas de parientes, amigos
y conocidos.
Una alianza amistosa con una persona o más capaz
de animar a uno a seguir adelante con el plan y con
el propósito. Sigo con las mujeres “famosas” de la
Biblia judía. Entre ellas sobresale Ana la Cantora,
madre de Samuel. Su historia consta de una
anunciación (que puede compararse con la de la
anunciación de la madre de Sansón y de la madre de
Jesús ) y de un canto (semejante a los de María la
del Éxodo y de Débora, la profetisa triunfadora).
Ésta es una historia fuerte, que nos sitúa en el centro
de la dinámica de la Biblia Judía.
a. Anunciación.

Está al comienzo del libro primero de Samuel, que


es como una continuación del de los Jueces. No
incluye una visión propiamente dicha (como en el
caso de la madre de Sansón), sino que se sitúa en un
contexto sacral (ante el sacerdote del templo) y de
disputa de mujeres:

Hubo un hombre de Ramá…, que se llamaba Elcaná,


de la tribu de Efraim. Tenía dos mujeres: una se
llamaba Ana y la otra Penina; Penina tenía hijos,
pero Ana no los tenía. Este hombre subía de año en
año desde su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios
a Yahvé Sebaot en Silo… El día en que sacrificaba,
daba porciones para su mujer Penina y para cada uno
de sus hijos e hijas, pero a Ana le daba solamente
una porción, pues aunque era su preferida, no tenía
hijos. Su rival la zahería y vejaba de continuo,
porque Yahvé la había hecho estéril. Así sucedía año
tras año… y Ana lloraba y no quería comer.
Un día… después que hubieron comido…, se
levantó Ana y se puso ante Yahvé. El sacerdote Elí
estaba sentado en su silla, contra la jamba de la
puerta del santuario, Estaba ella llena de amargura y
oró a Yahvé llorando sin consuelo, e hizo este voto:
«¡Oh Yahvé Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción
de tu sierva y acordarte de mí, no olvidarte de tu
sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahvé
por todos los días de su vida y la navaja no tocará su
cabeza».
Ana oraba en silencio, de manera que sus labios se
movían, pero no se oía su voz, y Elí creyó que estaba
ebria, y le dijo: «¿Hasta cuándo va a durar tu
borrachera? ¡Echa el vino que llevas!». Pero Ana le
respondió: «No, señor; soy una mujer acongojada;
no he bebido vino ni cosa embriagante, sino que
desahogo mi alma ante Yahvé. No juzgues a tu
sierva como una mala mujer; hasta ahora sólo por
pena y pesadumbre he hablado». Elí le respondió:
«Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo
que le has pedido». Ella dijo: «Que tu sierva halle
gracia a tus ojos» Se fue la mujer por su camino,
comió y no pareció ya la misma.
Se levantaron de mañana y, después de
haberse postrado ante Yahvé, regresaron, volviendo
a su casa, en Ramá. Elcaná se unió a su mujer Ana y
Yahvé se acordó de ella. Concibió Ana y llegado el
tiempo dio a luz un niño a quien llamó Samuel,
«porque, dijo, se lo he pedido a Yahvé» (cf. 1 Sam
1, 1-20).
La iniciativa no parte aquí de Dios (pues él no se
aparece), sino de la misma mujer, que le pide un hijo
y obtiene la certeza de que va a recibirlo. En los
casos de Agar y de la madre de Sansón Dios mismo
decía a la madre lo que su hijo sería. Aquí es la
madre la que pide a Dios un hijo y se lo “promete”,
diciendo que, en caso de tenerlo (de recibirlo de
Dios), le hará “nazir”, consagrado de Dios, de
manera que no se cortará nunca el cabello (1 Sam 1,
11. La versión de los LXX añade que no beberá nada
fermentado; cf. Jc 13, 5).
Ana aparece así como una mujer emprendedora, que
quiere definir y define la vida de su hijo, al que ella
considera como “don de Dios” (en caso de tenerlo).
A diferencia de la madre de Sansón, Ana no habla
con su marido, ni le pide ayuda, ni deja que él decida
lo que ha de ser su hijo, sino que es ella misma la
que toma la iniciativa. En este contexto se sitúa la
intercesión del sacerdote, que presenta ante Dios la
petición de Ana (cf. 1 Sam 1, 19-20).

b. Canto. El pasaje más significativo de la historia


de Ana no es la “anunciación” (su promesa de
ofrecer a Dios la vida de su hijo), sino el canto de
agradecimiento y profecía (1 Sam 2, 1-10), que ella
eleva a Dios después de haberlo obtenido y ofrecido.
Este canto (unido a los de → María y Débora)
constituye una de las expresiones más significativas
de la fe de Israel, desde la perspectiva de una mujer,
que es aparece gran profetisa y vidente del pueblo,
pues “ve” lo que ha de pasar e interpreta desde Dios
la historia israelita:

Mi corazón se regocija por Yahvé,


por Yahvé se exalta mi poder,
mi boca se ríe de mis enemigos
porque celebro tu salvación.
No hay santo como Yahvé,
no hay otro fuera de ti,
no hay roca como nuestro Dios…
Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan
La mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía.
Yahvé da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la riqueza y la pobreza,
Yahvé humilla y enaltece.
El levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y herede un trono de gloria;
pues de Yahvé son los pilares de la tierra
y sobre ellos afianzó el orbe.
El guarda los pasos de sus fieles,
mientras los malvados parecen en las tinieblas,
porque el hombre no triunfa por su fuerza… (1 Sam
2, 1-9).

Ésta es una confesión de fe gozosa, expresada en


forma de alabanza, como muestra la primera parte
del pasaje (2,1): la orante, madre del profeta,
símbolo del pueblo, se eleva hacia Dios y canta. Su
vida está firme y puede “reírse” de sus adversarios,
pues celebra y canta al Dios que ha revelado su
poder a favor de los israelitas, descubriendo y
declarando que la tierra es ya lugar seguro para los
fieles de Yahvé. De esa manera, su misma vida se
vuelve liturgia y su palabra se hace canto para todos
los israelitas.
Pues bien, frente a ese gozo confesante, ella
eleva también la palabra de advertencia dirigida a
los que piensan gozar de firmeza, por sí mismos,
volviéndose arrogantes ante Dios. Pero Yahvé lo
sabe todo, conoce bien lo que está en el corazón del
hombre, de forma que nadie puede vencerle ni
engañarle. Por eso, la verdadera oposición no se
establece entre los fieles (que se gozan en Yahvé) y
los arrogantes (que pretenden cimentar la vida en su
soberbia), sino entre los arrogantes, que quieren
convertirse en dioses de este mundo, y Yahvé, Dios
verdadero, que protege a sus devotos. Ana nos sitúa,
según eso, ante un juicio teológico.

En ese contexto se entiende la inversión que ella,


madre profética, proclama y describe, en un plano
militar, económico y demográfico. (a) Conflicto
militar (2, 4). Antes dominaban los valientes
cananeos, expertos en la guerra (=giborim); pues
bien, ahora se han roto sus poderes (arcos, armas
militares) y pueden elevarse triunfadores los antes
cobardes (=niksalim), esto es, los israelitas,
previamente dominados por el miedo. (b) Conflicto
económico (2, 5a). Duramente deben trabajar por
pan los que estaban hartos; en cambio, los antes
hambrientos (israelitas) pueden ya vivir tranquilo,
sin temor ni angustia alimenticia. (c) Conflicto
demográfico (2, 5b). En situación de necesidad los
niños mueren, pues las madres no los pueden
engendrar o alimentar, como pasaba con los
israelitas, que eran pocos, en comparación con los
ricos cananeos. Pues bien, la situación se ha
invertido: los israelitas crecen (pueden asegurar la
vida de sus hijos), mientras decrecen los antes
opresores.

Ana proclama de esta forma la gran inversión


israelita. Siguiendo una lógica de fuerza, antes
dominaban los poderosos del mundo: los que tenían
buen ejército, los ricos y los numerosos. Pues bien,
la presencia de Yahvé ha invertido esa lógica, de
forma que ahora vencen los impotentes, cobardes y
pobres, y así logran hacerse numerosos los que antes
sólo eran una minoría amenazada. Ha podido
suceder así porque el Dios de Israel es el poderoso,
el que mueve los hilos de la historia, como ha visto y
cantado Ana, la gran madre israelita.
Antes dominaba el poder y la riqueza, la abundancia
de los hombres. En ese contexto no podía hablarse
de salvación de Dios (de los pobres), sino de
imposición de los poderosos. Ahora, en cambio, ella,
la madre antes estéril, descubre que su vida (la vida
de su pueblo) se ha vuelto fecunda y así lo formula
en este canto, ampliando su experiencia a todo el
pueblo de Israel, que antes parecía estéril, al borde
de la muerte, y que ahora (en el tiempo del comienzo
de la monarquía: siglo X a.C.) empieza a mostrarse
fecundo y abundante.

Este cambio de suertes (del vacío estéril a la


fecundidad) sólo puede formularlo una mujer como
Ana, que así aparece, con → María, como la primera
profetisa y teóloga de Israel, pues descubre y dice
que Dios dirige con poder la historia del pueblo,
abriendo un camino de futuro salvador para los
pobres israelitas. Ella es la teóloga y cantora de la
gran “inversión”, por la que se expresa la lógica más
alta de Dios (que da la muerte y la vida, hunde en el
abismo y levanta, humilla y enaltece), pero que no
un Dios de puro azar, sino que, actuando de forma
imprevisible, se revela como salvador de los
pequeños y oprimidos: Él levanta del polvo al
desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer
que se siente entre príncipes y herede un trono de
gloria. Ésta es la verdad de Dios en Israel, la
experiencia de un pueblo que puede elevarse y vivir
(como ella, Ana, se ha elevado y vive).

Por encima de la lógica de la fuerza, que antes


imperaba, Ana ha descubierto, en su propia vida
(como madre), una experiencia más alta de
misericordia y ternura, pues el hombre no triunfa
por su fuerza (2,9), ni la justicia se extiende por
imposición. De esa forma, ella pobre mujer estéril,
viene a elevarse en Israel como representante de la
abundancia y alegría de la vida, como cantora
exultante del Dios de los pobres, en una línea que se
repite y culmina en el Magnificat en el Nuevo
Testamento (Lc 1,46-55).
Este canto de la madre profética, expresa y
promueve un cambio cualitativo, que la tradición
israelita identificará más tarde con los ideales
mesiánicos formulados por los grandes profetas. Ana
descubre y formula el triunfo de los
débiles/pequeños, no por efecto de su propia fuerza
sino como expresión de la fuerza de Dios, que
promueve la victoria de los pobres/débiles/pequeños,
pero no con el fin que sean como fueron los antes
dictadores, sino para expandir sobre la tierra un tipo
de vida que no es lucha impositiva. En este contexto
podemos recordar y resumir el tema de los tres
grandes cantos de Israel, cantos de mujeres,

– El Canto de Débora (Jc 5) nos sitúa


ante una guerra claramente humana, entre los carros
de combate de los cananeos y los
voluntarios/campesinos de Israel, que no tienen
carros de combate, pero que confían en el Dios de
las batallas. Sobre las aguas de un llano, convertido
en pantano por la lluvia, los israelitas se sintieron
superiores, tomaron el control sobre la tierra y
empezaron a crecer. Esa victoria militar, entendida
como triunfo de los campesinos pobres, constituye el
centro de la teodicea femenina de Débora: el mismo
Yahvé ayuda desde el cielo (¡tormenta!) a los pobres
soldados israelitas (y a Yael, que mata a Sísara).

– El Canto de María (Ex 15) interpreta el


tema de la guerra desde antiguas tradiciones del
éxodo de Egipto: triunfa un pueblo sin ejército, un
grupo de fugitivos, que acaban de salir de la
opresión y que no pueden enfrentarse a campo
abierto contra los soldados de Egipto, pero que
confían en la ayuda de Dios. Estrictamente
hablando, los israelitas no presentan resistencia
armada, ni tienen estructuras militares, pues, en este
caso, los únicos soldados son los otros, los carros y
caballos del Faraón y de Egipto. Desde aquí se
entiende la teodicea de María, que canta al Dios que
vence sin necesidad de armas humanas.

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