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Este documento contiene los textos completos del libro

La naturaleza en Castilla-La Mancha


textos de los que son autores Manuel Peinado Lorca y Juan Luis Aguirre
Martínez.

ÍNDICE
Introducción 1
Los Montes de Toledo y el Parque Nacional de Cabañeros 3
Los humedales castellano-manchegos: el Parque Nacional
de las Tablas de Daimiel 7
El Parque Natural de las Lagunas de Ruidera 11
El Macizo de Ayllón y el Parque Natural de Tejera Negra 14
El Monte de Venus o la Sierra de San Vicente 18
El Cañón del Alto Tajo 20
Guadalajara: Alcarria, campiña y páramo 22
La Serranía de Cuenca: hoces, muelas y aljezares 24
La Reserva Natural de las Hoces del Cabriel: donde Castilla se hace
Levante 29
Las serranías béticas: Sierra de Alcaraz y Calar del Mundo 32
Las estepas 35
Los ríos 38
Catálogo de flora 44
Catálogo de fauna 55
Bibliografía recomendada 68

Introducción
Con una extensión superficial de 79.225 Km2, la Comunidad Autónoma de Castilla-
La Mancha representa el 15,7% de la extensión territorial nacional. Enclavada en el
centro geográfico de España peninsular, la fisiografía de Castilla-La Mancha está
determinada por la influencia geomorfológica de la gran Meseta central española, la
cual confiere a la península una clara originalidad frente al resto resto del relieve
europeo, bien por su posición central, bien por su elevada altitud (660 m; lo que
convierte a España en el segundo país con mayor altitud media de Europa) o bien por su
gran extensión superficial, puesto que la Meseta ocupa casi la mitad de la superficie
peninsular española.

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A pesar de esta influencia mesetaria en la topografía castellano-manchega, que
podría hacer pensar en un relieve poco contrastado al que, de hecho, están habituados
quienes atraviesan la Comunidad por las carreteras que, recta tras recta, discurren sobre
la llanura manchega, a pesar de ello, Castilla-La Mancha presenta abundancia de
relieves abruptos, pues su territorio está delimitado por cadenas montañosas de cierta
entidad que surgieron como consecuencia de la acción de la orogenia alpina sobre viejas
montañas paleozoicas a las que aquella rejuveneció -como es el caso de la sierra de
Ayllón, de los Montes de Toledo o de Sierra Morena-, o sobre sedimentos marinos
depositados en un viejo océano -el legendario Tethys que separó los supercontinentes de
Laurasia y Gondwana-, que hoy constituyen paisajes tan relevantes como las parameras
de Molina, la sierra de Alcaraz, el Cañón del Alto Tajo o la Serranía de Cuenca.

Junto a estas grandes unidades geomorfológicas de carácter regional, el paisaje de


Castilla-La Mancha se ve también diversificado por rasgos fisográficos de carácter más
local que, por lo mismo, le confieren una gran personalidad. Entre ellos destacan el
Campo de Calatrava, las Tablas de Daimiel, las lagunas de Ruidera o los numerosos y
dispersos humedales castellano-manchegos, verdaderos refugios de la biodiversidad y
ejemplo maravilloso de las íntimas relaciones entre agua y tierra, entre hidrosfera y
litosfera, unos espacios naturales donde se concitan una gran variedad de ecosistemas.

Gran extensión superficial, situación central en la península -lo que ha influido


mucho en la definición final del paisaje vegetal y en la influencia que sobre la flora y la
vegetación tienen territorios próximos como Andalucía, Levante o Extremadura- y
variabilidad geológica, orográfica y fisiográfica, hacen de Castilla-La Mancha una
comunidad de gran diversidad natural y, por lo mismo, difícil de sintetizar en unas
pocas páginas. Del florido y abigarrado paisaje castellano-manchego hemos escogido un
ramillete de espacios naturales que nos parece significativo de su diversidad. El criterio
no ha sido otro que mostrar lo más significativo y los más representativo, aunque hayan
quedado cosas en el tintero. Por poner un ejemplo, algún lector quizá echará en falta a
Sierra Morena, ese reborde meridional de la Meseta que separa Castilla-La Mancha de
Andalucía. Ahora bien, Sierra Morena guarda estrechísimas relaciones geológicas,
fisiográficas y biogeográficas con los Montes de Toledo, los cuales la superan en
extensión y en variedad de flora, fauna y vegetación. Obligados a seleccionar, hemos
preferido primar a los Montes, auténtico eje vertebrador de las dos cuencas

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hidrográficas -la del Tajo y la del Guadiana- alrededor de las cuales se articula la
Comunidad Autónoma.

Tampoco hemos pretendido, ni podría razonablemente pretedenderse, hacer una


relación exhaustiva de la flora y la fauna castellano-manchega. Hemos escogido unas
cuantas plantas y unos pocos animales, y lo hemos seleccionado con dos criterios: bien
porque sean representativos del conjunto paisajístico de la Comunidad -tal sería el caso
de las encinas, de las jaras o de los alcornoques- bien porque sean joyas preciadas de la
naturaleza de Castilla-La Mancha; con tal criterio, hemos seleccionado especies
animales y vegetales incluidas en el Catálogo de Especies Amenazadas de la
Comunidad, algunas de las cuales son auténticos tesoros naturales castellano-
manchegos, puesto que su área de distribución no supera o apenas lo hace el ámbito
administrativo de la Comunidad Autónoma: Hutera rupestris, Hutera leptocarpa,
Securinega tinctorea o Helianthemum polygonoides son ejemplos destacados de una
selección realizada con este último criterio.

Gran diversidad, mucha fauna y mucha flora, mucho espacio natural y pocas páginas
para describir todo ello, han sido el principal escollo de este libro. Con todo, la
genialidad de la cámara de Antonio Manzanares sirve sobradamente para compensar
con la visión lo que la palabra no ha sabido o no ha podido describir. Esperamos que al
leer o al mirar este libro disfruten tanto como nosotros al redactarlo. Pese a todo, el
mayor placer estará, sin duda, es recorrer sobre el terreno lo que estas páginas intentan
torpemente describirles. A ello, lector, te animamos.

Los Montes de Toledo y el Parque Nacional de Cabañeros

Hace unos 300 millones de años, durante el Paleozoico, cuando aún no existían las
plantas con flores ni la mayoría de los animales que hoy conocemos, dos gigantescas
placas continentales -la Africana y la Europea- entraron en colisión. Uno de los
resultados de aquel gigantesco episodio geológico fue una orogenia -conocida como
Hercínica- que levantó montañas, hundió valles y cambió la faz de las tierras que hoy
circundan un Mediterráneo entonces inexistente. En España, la manifestación más
conocida de esa orogenia fue el levantamiento de lo que hoy conocemos como Montes
de Toledo.

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Tras su nacimiento, la historia geológica de los Montes fue la de un intenso proceso
de erosión que actuó selectivamente sobre las viejas rocas, desgastando activamente las
blandas pizarras y levemente los duros contrafuertes cuarcíticos, para crear unos
relieves que conforman el más bello ejemplo europeo de una forma de modelado -el
apalachiense-, en el que destacan lomeríos de escasa altura (las cotas más altas de los
Montes raramente sobrepasan los 1.200 m), dotados de laderas relativamente suaves
que, sin embargo, aparecen coronadas por abruptos riscos donde destacan las duras
cuarcitas armoricanas.

Ligeramente rejuvenecidos por la orogenia Alpina que aconteció a finales del


Terciario, 290 millones de años después de la formación de los Montes, cuando muchas
de las plantas que hoy dominan su paisaje ya existían, el relieve recibió más tarde la
huella de los episodios climáticos del Cuaternario. Períodos aluviales de arroyadas
inmensas que transportaron al pie de las montañas fragmentos de cuarcitas envueltos en
una matriz arcillosa proveniente de las blandas pizarras, fueron el origen de las rañas,
una de las formas de paisaje más frecuentes en los pies de las serranías. La influencia de
las glaciaciones cuaternarias se manifiesta hoy en las pedreras que, aquí y allá, salpican
las laderas de los Montes como testimonio de períodos fríos en los que episodios
alternativos de fuerte helada y de deshielo actuaron como cuñas, fragmentando las rocas
en bloques piramidales todavía hoy desprovistos de vegetación.

Riscos abruptos y laderas suaves, amarillas cuarcitas aflorantes en un mar de oscuras


pizarras, valles angostos por donde circulan arroyos todavía límpidos, rañas adehesadas
y pedreras colosales circundadas por melojares, brezales o alcornocales, constituyen hoy
el paisaje característico de los Montes de Toledo, un cordón de montañas extendido
desde La Mancha al este hasta la sierra de San Mamede en Portugal. En total más de
150 km de este a oeste, unos 50 km de anchura media, 5.500 Km2 de superficie a veces
cultivada, frecuentemente adehesada, pero las más de las veces cubierta de tipos
naturales de una vegetación, la esclerófila, que tiene en los Montes el mejor ejemplo de
los ecosistemas mediterráneos europeos.

Extendidos por Ciudad Real y Toledo, escindidos en macizos y sierras de


evocadores nombres -Rocigalgo, Robledo de Montalbán, Riofrío, Miraflores, San Pablo
de los Montes, La Hiruela- los Montes de Toledo son como islas de densa vegetación
natural o seminatural que emergen sobre un mar mesetario en el que la aridez es la nota
predominante. Porque, no en vano, la particular disposición de los Montes con respecto

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a los frentes lluviosos hace que sus serranías reciban mucha más precipitación anual
(entre 550 y 700 l/m2) que las tierras bajas que los circundan (350-400).

Gracias a ello, pero también a la forma de explotación que tradicionalmente ha


tenido un territorio despoblado poco apto para la agricultura, pero que se presta muy
bien a la actividad cinegética por lo denso de su vegetación, los Montes de Toledo
albergan las mejores representaciones de vegetación mediterránea de toda Europa. Es
por ello que el destino de uno de sus predios mejor conservados -el de Cabañeros- haya
sido el de Parque Nacional, el único parque español que está destinado a los ecosistemas
más representativos de nuestra península: los bosques y matorrales esclerófilos que,
junto a otros tipos minoritarios de formaciones vegetales (alisedas, melojares,
abedulares y loreras), constituyen el refugio ideal para una rica fauna en la que destacan
joyas únicas de la riqueza naturalística española: el águila imperial, el buitre negro y la
cigüeña negra, habitantes todos ellos de un ecosistema natural, el alcornocal, que tiene
en Los Montes de Toledo en general y en Cabañeros en particular, las mejores
representaciones europeas.

Las 41.000 hectáreas que constituyen el Parque Nacional de Cabañeros se extienden


en una franja de aproximadamente 50 kilómetros de longitud por 15 de anchura, situada
en el noroeste de la provincia de Ciudad Real y en el extremo suroccidental de la de
Toledo, en cuyo perímetro se incluyen gran parte de los macizos de Rocigalgo (1.445
metros) y del Chorito (1.100 metros), que constituyen un sector montañoso superpuesto
sobre la raña basal, hoy adehesada, en la que añejos ejemplares de encinas y quejigos
lusitanos destacan sobre un pastizal que hace recordar a algunos las sabanas arboladas
del corazón de África. Nada más lejos de la realidad, porque el aspecto sabanoide de las
dehesas de Cabañeros no es el resultado de una evolución natural de los ecosistemas
mediterráneos, sino la consecuencia de las roturaciones que intentaron -entre 1958 y
1972- convertir en feraces cultivos unos sustratos poco acordes con una explotación
agrícola rentable.

La fallida política agrícola del Instituto Nacional de Colonización -uno de cuyos


testimonios más visibles es Pueblonuevo del Bullaque, núcleo de población en el que
hoy se asienta el Centro de Acogida y Administración del Parque Nacional- vino a
interrumpir un dilatado período de inalterabilidad secular que mantuvo durante siglos
prácticamente virgen al territorio que hoy constituye el Parque Nacional.

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Los Montes de Toledo reciben ese nombre por haber sido -desde su compra a la
Corona de Castilla en 1284- los Montes Propios del Concejo de la ciudad de Toledo,
cuyas ordenanzas acerca de la “conservación, guarda y aprovechamiento” son un
modelo conservacionista desde el siglo XIII, pues sus territorios estaban reservados a
los “vecinos de esta ciudad (de Toledo) y a los otros nuestros vasallos”, con el
imperativo de que no “destruyan y talen” la vegetación de monte ni afecten a la
“conservación de la caza que suele haber”. Desde entonces, y tras pasar por algunas
vicisitudes amenazantes tras la desamortización de la primera mitad del siglo XIX, los
Montes en general y Cabañero en particular permanecieron en un estado casi natural si
se exceptúan los aprovechamientos para leña y los aclareos de madera que vinieron
practicándose tradicionalmente por los escasos pobladores de los Montes, algunos de
los caules construían unas curiosas cabañas de leña que hoy dan nombre al parque
Nacional.

Precisamente la escasez de habitantes, el aislamiento geográfico frente a cualquier


núcleo de población importante y la geomorfología de Cabañeros -un gran circo
montañoso casi cerrado en cuyo pie la gran llanura se prestaba extraordinariamente a las
maniobras militares y a loos vuelos rasantes de los aviones- animaron al Ejército del
Aire a emprender un proyecto de ubicación de un gran campo de tiro en la finca
adquirida a sus propietarios al inicio de la década de los ochenta. El proyecto militar se
enfrentó con los movimientos ciudadanos primero y con la oposición frontal de la Junta
de Comunidades de Castilla-La Mancha después, cuyo Consejo de Gobierno declaró en
1988 a Cabañeros como Parque Natural, incluyendo bajo tal figura proteccionista a un
territorio de 25.000 hectáreas coincidente con la práctica totalidad del latifundio creado
por un particular, Francisco de las Rivas, quien adquirió en 1860 diez dehesas contiguas
procedentes de la desamortización de los montes del Concejo de Toledo.

En 1995, a petición de la Junta, las Cortes Generales crearon el Parque Nacional de


Cabañeros, con 41.000 hectáreas de extensión en cuyo seno se encuentran de nuevo
unidas los veinte montes y dehesas que fueron un día propiedad del Concejo toledano.
El Parque Nacional de Cabañeros es el parque mediterráneo por excelencia, el mejor
enclave español para estudiar o conocer los ecosistemas esclerófilos propios de la
cuenca del Mediterráneo y de su clima de inviernos suaves y húmedos y de veranos
calurosos y áridos. Alcornocales, encinares, quejigares. rebollares, madroñales,
brezales, jarales, fresnedas y abedulares, constituyen hoy un prodigioso mosaico

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paisajístico dentro del parque y un refugio extraordinario para la fauna que enriquece la
biodiversidad de Cabañeros, hasta convertirlo en el ejemplo más señero de los
ecosistemas mediterráneos.

Jiménez García-Herrera (1997) ha publicado una síntesis de las comunidades


florísticas y faunísticas más sobresalientes del Parque Nacional, cuyas joyas animales
son, sin duda, las aves nidificantes de las áreas boscosas serranas, que cuentan con
elementos de tanto interés como la cigüeña negra, el buitre negro (más de 120 parejas,
el segundo núcleo de cría del mundo), el águila imperial ibérica, el águila real, el águila
calzada, el gavilán y otras aves de presa de ambiente forestal, que encuentran en las
abiertas dehesas unos excelentes cazaderos cuyas aves reinas son la gran avutarda y su
pariente el sisón.

Los humedales castellano-manchegos: el Parque Nacional de las Tablas


de Daimiel

Uno de los aspectos más sobresalientes del paisaje vegetal castellano-manchego es


la existencia de zonas húmedas (tablas y lagunas) que, pobladas por tipos especializados
de vegetación palustre y halófila, contribuyen a la diversificación florística del paisaje
de Castilla-La Mancha, además de poseer un valor excepcional, reconocido
internacionalmente, como hábitats de aves acuáticas. Aunque rondan los dos centenares
los humedales castellano-manchegos que fueron censados por Dantín Cereceda hace
más de cincuenta años, la mayoría de ellos eran lagunas estacionales de escasas
dimensiones, muchas de ellas hoy desecadas, lo que reduce a alrededor de una
cincuentena el número de estos espacios acuáticos que tienen mayor o menor
importancia en lo que a su tamaño y valor ecológico se refiere.

Aunque las hemos agrupado bajo un epígrafe común, las zonas húmedas de Castilla-
La Mancha responden a cinco tipos diferentes. El primero de ellos corresponde a
lagunas como las de Ruidera, ligadas a complejos fenómenos hidrológicos de naturaleza
geoquímica, que son descritas en otro epígrafe de este libro. Un segundo tipo,
paisajísticamente semejante al anterior, corresponde a las lagunas de origen cárstico,
asociadas a dolinas y torcas, como las existentes en la serranía de Cuenca: las torcas de
las Cañadas del Hoyo o la laguna de Tobar sobresalen como más características. Un
tercer tipo son las lagunas originadas por la acumulación del agua en el cráter de los

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antiguos volcanes del Campo de Calatrava: las lagunas de las Cucharas, Carboneros,
Pozadilla, Alcolea y Fuentillejo se cuentan entre las de este tipo.

Los dos últimos tipos de humedales castellano-manchegos, las tablas y las lagunas
manchegas, tienen su origen en el carácter semiendorreico de la cuenca alta del
Guadiana, cuyos afluentes manchegos (Cigüela o Gigüela, Riansares, Záncara y el
propio colector) transcurren por la extensa y horizontal llanura, favorecedora del lento
divagar de los cursos superficiales por leves hondonadas o por depresiones donde tiende
acumularse el agua de las lluvias, donde afloran los acuíferos por razones tectónicas o
donde, por el efecto de la evaporación, tienden a subir aguas subterráneas cargadas de
sales que, durante el árido verano, se acumulan en forma de costras de sal. Estos dos
últimos tipos -tablas y lagunas arreicas- constituyen la genuina zona húmeda de La
Mancha, extendida por una superficie de 2.500 km2, de los cuales sólo un 10%
aproximadamente corresponde a áreas encharcadas temporal o permanentemente. La
Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza ha incluido estos humedales
manchegos con rango preferente en el "Catálogo de zonas húmedas de importancia
internacional como hábitats de aves acuáticas". El gobierno de la Nación por su parte,
creó aquí en 1973 el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, mientras que otras
figuras de protección de carácter nacional o autonómico (reservas de caza, y refugios de
fauna) afectan a varias de las lagunas que componen estos singulares espacios
castellano-manchegos, veintiocho de los cuales están siendo objeto desde 1996 (Diario
Oficial de 21 de junio) de expediente para la aprobación de sus Planes de Ordenación de
Recursos Naturales, paso previo para su declaración como Parque Natural.

El exceso de sales es mortal para la inmensa mayoría de los organismos y las plantas
no son excepción. Sin embargo, un grupo de plantas -conocidas como halófitos, del
griego halos, sal, y phytos, planta- son capaces de prosperar en medios extremadamente
ricos en sales, en los cuales gozan de la ventaja de no tener que competir con la mayoría
de las plantas. La vegetación halófila suele estar ubicada en vecindad del mar, en
marismas, contradunas y saladares, pero también aparece en depresiones interiores, en
las cuales a la flora halófila especializada se unen otras plantas capaces de resistir un
contrastado clima continental muy diferente del marítimo u oceánico que caracteriza a
los habituales biotopos halófilos. De ahí que en los espacios salinos interiores se
conciten halófitos propios de zonas costeras con halófitos especializados, en ocasiones

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plantas endémicas muy localizadas como Microcnemum coralloides o especies del
género Limonium, que enriquecen el valor natural de estos saladares continentales.

La mejor representación ibérica de ecosistemas halófilos continentales se encuentra


en las lagunas arreicas manchegas que salpican toda la cuenca alta del Guadiana.
Sobresalen las lagunas del camino de Villafranca y Las Yeguas en las proximidades de
Alcázar de San Juan; las de Alcabozo, Navalafuente y del Pueblo en Pedro Muñoz; la
del Salicor en Campo de Criptana, la de Manjavacas al sur de Mota del Cuervo, además
de las zonas empantanadas salobres del curso del Cigüela cerca de Herencia, Villarta de
San Juan y Daimiel.

Dependiendo del grado de humedad del suelo, de la salinidad de éste y de la


existencia o no de corrientes de agua dulce que contribuyan a disolver la concentración
salina, en estas lagunas se presentan diferentes tipos de zonaciones vegetales, esto es, de
distribución espacial de las plantas y de las comunidades formadas por ellas en zonas o
bandas alrededor del factor ecológico (salinidad, profundidad de la capa freática, grosor
de la costra salina superficial, etc.) que predomine en una determinada posición. En todo
caso, la dominancia corresponderá a juncáceas (Juncus maritimus, J. gerardii),
ciperáceas (Scirpus maritimus, Cladium mariscus), poáceas (Hordeum marinum,
Phragmites australis, Puccinellia maritima), salicorniáceas de tallos crasos por la
acumulación de sales (Sarcocornia, Microcnemum, Salicornia, Suaeda) o especies de
Limonium provistas de una roseta de hojas basales cubiertas de glándulas eliminadoras
de sal.

Con el término “tabla” se denominan grandes extensiones ocupadas por cañaverales,


masiegares, espadañales u otros tipos de vegetación anfibia, que se implantan sobre
terrenos parcialmente inundados de forma tal que las partes basales de las plantas
dominantes quedan sumergidas a escasa profundidad. En La Mancha, el lento divagar
de los ríos Azuer, Guadiana, Cigüela y Záncara, que apenas excavan el terreno, sino que
deambulan premiosamente ensanchando su cauce por la llanura, recorriendo pendientes
que apenas alcanzan desniveles del uno por mil, depositando sólidos y desbordándose
con facilidad, se dan condiciones para el desarrollo de esta zonas palustres o de
cañaveral, con poca variabilidad florística pero de acusada personalidad paisajística y de
enorme importancia desde el punto de vista de la conservación de la avifauna.

La explosión de vida y naturaleza que se da en las Tablas de Daimiel, el


encontrarnos con espejos de agua rebosantes de un verde marjal que contrasta con la

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cárdena aridez de la inmensa llanura manchega, es una consecuencia de la
concatenación local del sistema hidrológico de la cuenca del alto Guadiana, cuyo
receptor es el Cigüela, con los afloramientos del acuífero 23, en particular con esos
aliviaderos naturales antaño rebosantes que son los “ojos”, entre los cuales destacaban,
antes de su desaparición, los Ojos del Guadiana. Las aguas que sostienen los
ecosistemas acuáticos de las Tablas de Daimiel son de salinidad diferente -las unas
salinas, las otras dulces, salobres las más -, lo que propicia una enriquecedora mezcla de
unas y otras para conformar un intrincado mosaico de comunidades vegetales entre las
que destacan los cañaverales de carrizo (Phragmites australis) en las aguas más dulces
y los de la halófila masiega (Cladium mariscus) junto con la casatañuela (Scirpus
maritimus), en las aguas de más acusada salobridad, en su mayoría procedentes de los
aportes salinizados del Cigüela. Precisamente, las casi 2.000 hectáreas del Parque
Nacional albergan el mayor masiegar de Europa Occidental.

Cañaverales y masiegares son el refugio y el sustento de una impresionante variedad


de avifauna permanente o migratoria en la que somormujos, ánades, porrones, grullas,
garcillas, patos colorados, avefrías, patinegros, archibebes, canasteras, fumareles,
aguiluchos laguneros y un sinfín de otras aves acuáticas, comparten los hábitats
acuáticos con diversos peces, anfibios, reptiles y mamíferos, entre los cuales destaca la
nutria ibérica Lutra lutra.

La riqueza de la flora y la fauna de Daimiel, así como lo interesante de sus zonas


palustres como representantes de biótopos naturales cuya conservación es fundamental,
ganaron para las Tablas una merecida resonancia internacional y una ordenación
jurídica en la que, por primera vez en la legislación española, confluyeron tres
categorías de protección y conservación del territorio: Reserva Nacional (1966), Parque
Nacional y Reserva Integral de aves acuáticas (1973).

No se podrían cerrar estos párrafos dedicados a las Tablas sin hacer referencia al
peligro de desaparición de las mismas. Aunque los factores de degradación que inciden
el más pequeño de nuestros parques nacionales son diversos, los principales resultan ser
el descenso del acuífero originado por la proliferación de pozos y regadíos, la
desaparición de algunos cauces aportadores como los del hoy embalsado Azuer, y la
contaminación producida por el vertido de aguas negras y residuales a los cursos de
agua que vierten en las Tablas. El número de hectáreas en regadío que se benefician de
las aguas del acuífero se ha multiplicado por siete en apenas veinte años, aumentando la

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demanda anual de agua (entre 500-600 hm3) muy por encima de la recarga natural del
acuífero (335 hm3), lo que ha provocado la reducción de su capacidad a prácticamente
la mitad. Las consecuencias de este esquilmamiento hidráulico, agravadas por el
irregular ciclo hidrológico de la zona, tuvieron inmediata respuesta en los ecosistemas:
los Ojos del Guadiana dejaron de manar, el nivel freático descendió, todo el sistema se
alteró y las Tablas entraron en un período de descenso freático que hizo temer por su
conservación. En 1987, el año más crítico, no hubo ninguna entrada de agua, ni fluvial
ni subterránea, a las Tablas que, por el contrario, recibieron el fétido aporte de las aguas
negras industriales, rurales y urbanas de Villarrubia de los Ojos, único caudal de un
desvastado Cigüela.

La puesta en marcha de un Plan de Regeneración Hídrica del parque, iniciada hace


poco más de diez años (1988), empieza a dar síntomas positivos de la recuperación de
los ecosistemas, si bien -habida cuenta de que el agua aportada por el Plan es dulce en
su totalidad- todavía es prematuro pronunciarse sobre las alteraciones que tal aporte de
agua provocará en la regeneración de unas comunidades vegetales muy ligadas a unas
aguas salobres, las del Cigüela, hoy prácticamente desaparecidas como aporte natural al
Parque. Lo que hoy queda de este río, poco más de un hilo de agua altamente
contaminada, es el principal peligro que hoy amenaza el éxito del Plan de Recuperación
y pone en entredicho la supervivencia del más bello de los humedales interiores
españoles.

El Parque Natural de las Lagunas de Ruidera

Desde los campos y huertas de Argamasilla de Alba, regados por los canales del mal
llamado Guadiana, la carretera que sube hacia Ruidera asciende lenta e
imperceptiblemente hasta que, en pocos kilómetros, llegamos a un altiplano alzado a
poco más de 150 metros sobre la llanura de Alba; el paisaje ha cambiado totalmente:
encinas y coscojas, romeros y aladiernos, genistas y espliegos, linos y salvias, tomillares
y espartales, monte bajo en definitiva, estallan en rico colorido natural, raramente
interrumpido por viñedos y campos de cereales. Estamos en los confines orientales de
un altiplano, el Campo de Montiel. En el fondo del altiplano, el verde intenso de
cañaverales y juncales denuncia al oculto río canalizado.

Por fin Peñarroya, ermita, castillo y pantano; el agua, que habíamos visto hasta
ahora canalizada hacia Argamasilla y Tomelloso, oculta posteriormente en la inmensa

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llanura manchega, se nos muestra dominada y embalsada por el hombre. La cola del
embalse, tras desaparecer atrapada por densísimos espadañales y cañaverales, nos lleva
hasta Ruidera, sin duda uno de los lugares más encantadores de España. Quizás por ello,
por su encanto, el inmortal Cervantes situó en ellas a un tropel de encantados
personajes- la dueña Ruidera, sus hijas y sus sobrinas, Belerma, Durandarte, la reina
Ginebra y el mismísimo Lanzarote- habitantes todos de un suntuoso alcázar -la modesta
cueva de Montesinos- a la que el valeroso don Quijote dio “felice cima” en el libro
segundo de la obra del genial alcalaíno.

Más allá de la fantasía, el largo cordón de las quince lagunas y lagunazos que
constituyen el paisaje lacustre de Ruidera es un prodigio natural donde se concitan la
geología y la química para producir un efecto paisajístico extraordinario, una
concentración de flora y fauna que contrasta sorpredentemente con el árido marco
biológico que la rodea, y un paraje de excepcional valor geomorfológico, comparable
tan sólo a los lagos escalonados de Plitvice, cuyo origen y génesis es similar al de estas
lagunas castellano-manchegas.

Aunque el origen de las lagunas -tectónico para algunos, cárstico para otros- ha sido
objeto de alguna controversia, en los últimos años se ha impuesto la tesis de considerar
a las lagunas como un fenómeno producido por la acumulación química de carbonatos
que, al depositarse día a día, mes a mes, año tras año, han acabado por formar unas
presas naturales de tobas y travertinos capaces de detener el curso fluvial para
transformarlo en remansado espacio lacustre. Las lagunas son, en términos estrictos, la
zona de descarga del acuífero 24, el acuífero de Montiel. El Campo de Montiel es una
extensa altiplanicie de unos 8.000 km2, un típico páramo ibérico cuya altura máxima
alcanza los 1.100 m en su extremo oriental, para ir decayendo progresivamente hacia el
oeste, es decir, hacia Ruidera. En este páramo, como en todos los páramos ibéricos,
predomina la sencillez estructural que conforma relieves planos, unos relieves que son
el resultado de la deposición tabular de sedimentos marinos -hoy transformados en
calizas y dolomías carniólicas- que se depositaron en un mar mesozoico, principalmente
jurásico, hace 130 millones de años, cuando los grandes dinosaurios dominaban la fauna
terrestre.

Estas calizas y dolomías tabulares son unas rocas muy permeables, capaces de
recoger por infiltración todas las aguas del Campo de Montiel y de conducirlas por
gravitación, poro a poro, fisura tras fisura, hasta las cotas más bajas, hasta Ruidera,

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donde el agua infiltrada, frenada en su descenso en profundidad por una capa
impermeable de arcillas y yesos triásicos que subyace a las rocas jurásicas, encuentra
una vía de escape y pasa a formar el cordón lagunar. En su trayecto subterráneo, el agua
de lluvia infiltrada cambia su composición química, pues se va progresivamente
cargando de sustancias en disolución, particularmente de carbonatos. Cuando aflora a
superficie en la más alta de las lagunas, cambian las condiciones químicas en las que se
había producido la disolución. En consecuencia, a medida que descienden desde la
laguna más alta a la más baja, se producen reacciones químicas complejas y los
carbonatos van depositándose en forma de travertinos y tobas que, a modo de presa, han
ido cerrando secularmente el curso fluvial transformándolo en lagunas.

Estos procesos geoquímicos, junto con la belleza del paisaje y la riqueza de la flora,
de la fauna y de la vegetación, son el motivo de que las lagunas merecieran la
consideración de Parque Natural, intentando con ello poner freno a una
desproporcionada presión urbanística incontrolada que hizo poner en peligro el
equilibrio ecológico de todo el sistema lagunar y de su cuenca. Una cuenca en la que
destacan sobremanera los perfiles piramidales de las sabinas albares (Juniperus
thurifera), un árbol típico de los páramos ibéricos que acostumbra a vivir en bosques
abiertos a mayores altitudes que las que se alcanzan en Ruidera. Aquí, sin embargo,
aparece un fenómeno geobotánico bien conocido, el de la inversión térmica, que hace
que plantas y comunidades vegetales termófilas se sitúen en las laderas de valles y
cubetas al beneficiarse de las corrientes ascendentes de aire cálido. En cambio, los
fondos de valle, las cubetas y las depresiones lacunares embolsan aire fresco y calmo,
propiciando un hábitat local más frío que es ocupado por especies que, fuera de este
ambiente, ocupan posiciones altitudinales superiores.

Ruidera es también un espacio biológico de frontera, un ecotono en términos


estrictamente ecológicos, un lugar donde se produce el tránsito entre ecosistemas
acuáticos -espadañales, carrizales, juncales- y terrestres. Pero además de esta frontera
biológica entre lo húmedo y lo seco, en Ruidera se produce el ecotono entre los
encinares mesetarios dominados por la encina o carrasca Quercus rotundifolia, y los
sabinares de sabina albar. De ahí que lo característico del entorno sea el constatar
visualmente esa lucha por el espacio que, desde los últimos procesos glaciares, hace
retroceder a las viejas coníferas frente a las jóvenes y agresivas fagáceas. Un motivo

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más para considerar a este espacio natural castellano-manchego como uno de los tesoros
naturales de nuestro país.

El Macizo de Ayllón y el Parque Natural de Tejera Negra

La gran Meseta central, ese enorme territorio que constituye el rasgo más
característico de la topografía española, está dividida en dos grandes submesetas, la
norte y la sur -correspondientes también a las tierras castellano-leonesas y castellano-
manchegas, respectivamente-, gracias a un alargado espinazo montañoso, el Sistema
Central o Cordillera Carpetovetónica, extendido de oeste a este a lo largo de más de 500
km desde la portuguesa Serra Estrela hasta los confines orientales del Sistema Central,
situados en la sierra de Ayllón (Guadalajara), que actúa de enlace con el Sistema Ibérico
gracias a esa charnela biogeográfica que es la sierra de Pela.

El Sistema Central es un macizo viejo, constituido por las viejas rocas paleozoicas
del Escudo Hespérico, levantadas primero por la orogenia Hercínica, arrasadas después
por la erosión durante más de cien millones de años, para ser más tarde -a mediados del
Terciario- rejuvenecidas y elevadas por la orogenia Alpina, que irguió la cordillera en su
configuración actual. Los suaves relieves del antiguo Cuaternario serían reavivados por
la activa erosión glaciar desarrollada en las áreas cumbreñas.

Los mares secundarios y terciarios que anegaron el centro de la Península Ibérica no


cubrieron nunca las actuales tierras del Sistema Central y de ahí que, a falta de las rocas
sedimentarias secundarias o terciarias originadas en ambiente marino, la litología de la
cordillera Carpetovetónica esté dominada por materiales silíceos paleozoicos: granitos,
gneises, esquistos, cuarcitas y, sobre todo, por pizarras, unas pizarras cuyas lajas han
sido usadas con profusión en la arquitectura rural de la sierra de Ayllón, para construir
las casas, los silos y los apriscos de esos pequeños pueblos casi vacíos hoy -Majaelrayo,
Umbralejo, Matallana o Valverde de los Arroyos-, que constituyen la ruta de la
arquitectura negra. Para poco más dan esas duras y pobres rocas silíceas, faltas de
nutrientes, poco proclives a la agricultura por su escaso rendimiento, y de ahí que las
tierras ayllonenses hayan estado tradicionalmente despobladas y salpicadas por
pequeños núcleos de población que buscaban con su dispersión aprovechar los escasos
recursos del territorio.

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De ahí también que, por la pobreza de los suelos, la agricultura haya sido
tradicionalmente poca e itinerante, instalada en un lugar para, aprovechados al máximo
los nutrientes del suelo, trasladarse en pocos años a otro y reiniciar el proceso. Las
tierras abandonadas, esquilmadas de nutrientes, se han visto ocupadas por jarales o
brezales que hoy forman los rasgos más sobresalientes de un paisaje vegetal en el que la
reconquista por parte de los árboles de su antiguo territorio, del que fueron expulsados
por el hacha y por el fuego, es poco menos que imposible.

Durante el Secundario, podemos imaginar al Sistema Central como una plataforma


medianamente erosionada a cuyos pies llegaban las aguas del viejo mar de Tethys.
Hasta esa orilla montañosa llegaban las aguas del mar con mayor o menor profundidad
durante sus avances (transgresiones) y retrocesos (regresiones). Durante las primeras,
principalmente en el período Cretácico, se formaron enormes masas de calizas y
dolomías; durante las segundas, en aguas más someras, se depositaron areniscas y
arenas. En cualquier caso, ambos tipos de rocas no penetran en el macizo, sino que
forman unas orlas periféricas que a veces sorprenden al provocar grandes contrastes
paisajísticos, como ocurre en la ermita de Tamajón, donde hay un agudísimo contraste
entre las pizarras paleozoicas y las calizas cretácicas que llegan a formar allí una
pequeña ciudad encantada, como las que se forman en la Serranía de Cuenca por efecto
del modelado cárstico sobre las rocas calcáreas. Un contraste denunciado claramente
por la vegetación, un libro abierto sobre el comportamiento ecológico de las plantas que
puede apreciar el observador menos avezado, porque como si de un corte de cuchillo se
tratara, el mar de jaras silicícolas que crece sobre las pizarras se detiene bruscamente en
el contacto con las calizas, reino de la sabina albar, del romero y la ahulaga, república
calcícola de donde están proscristas la brecina, la jara, el cantueso y la amarilla estepa.

Debido a su gran extensión superficial, el Sistema Central tiene rasgos climáticos


muy diferenciados. Para lo que aquí interesa, baste decir que sus extremos -tanto el
portugués como el Ayllonense- son bastante más húmedos que el núcleo central, lo que
es una consecuencia del régimen pluviométrico de los vientos ábregos los cuales,
debido a sus componentes dominantes -noreste y suroeste-, hacen que se produzca un
notable incremento de las precipitaciones en las áreas más occidentales y orientales
carpetovetónicas. Sin llegar a los extremos de la sierra de Gredos -en la que se anotan
algunos de los registros pluviométricos más elevados de España- algunos de los puntos
de la sierra de Ayllón (estaciones de Valverde de los Arroyos y Cantalojas) registran

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unas precipitaciones de hasta 1000 litros anuales, lo que permite suponer precipitaciones
cercanas a los 1500 en algunos puntos, que son notablemente superiores a las del resto
de la provincia de Guadalajara. Esta circunstancia, junto con el hecho de que algunos
pasos de montaña sean el escenario de fuertes tormentas de verano que traen la lluvia a
enclaves privilegiados que ven así compensada la aridez estival propia del clima
mediterráneo imperante en toda la cordillera, es la causa de que en Ayllón sobrevivan
algunos hayedos, un tipo de vegetación más propio de la España húmeda septentrional
que de la Iberia seca. Los hayedos, reliquias de bosques más húmedos, joyas
geobotánicas castellano-manchegas, fueron en 1978 la causa de la creación del Parque
Natural de Tejera Negra, enclavado en el municipio de Cantalojas. Una figura de
protección que estaba en consonancia con la importancia de unos hayedos como los de
Cantalojas y los vecinos del puerto de la Quesera (Segovia) y Montejo de la Sierra
(Madrid) que, junto con los del puerto de Beceite (entre Tarragona y Castellón), son los
más meridionales de España y aun lo fueran de Europa de no existir algunos hayedos
sicilianos y balcánicos.

Los hayedos son los bosques más característicos de las montañas en la Iberia
húmeda. Solas o en mezcla con robles y abetos, las hayas son los ejemplos más
genuinos del bosque planocaducifolio europeo, un tipo de ecosistema forestal
profusamente representado en la media montaña cántabro-atlántica y pirenaica. La
historia de los hayedos es ciertamente interesante, pues representa uno de los casos más
espectaculares de avance de la vegetación al abrigo de condiciones climáticas
favorables.

El haya (Fagus sylvatica) es una especie antigua, pues sus fósiles aparecen
ampliamente distribuidos por toda Europa durante el Terciario, en condiciones de clima
subtropical. Como es sabido, durante el Cuaternario, esto es, durante el período
geológico que ocupa los últimos 1,5 millones de años, hubo una veintena de
glaciaciones de mayor o menor duración, interrumpidas por períodos de clima
interglaciar más templados y húmedos. Los climas fríos y secos de los períodos
glaciares provocaron el avance hacia el sur de tipos de vegetación esteparios o
tundrales, mientras que los tipos menos adaptados retrocedían o se extinguían. Las
glaciaciones cuaternarias provocaron la extinción de muchas especies, en particular de
las de carácter más subtropical, al tiempo que otras consiguieron refugiarse en enclaves
particularmente favorables en los que se dejó sentir menos el cambio climático. El haya

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debió quedar refugiada en algunos de esos enclaves microclimáticos, los cuales -
teniendo en cuenta las apatencias ecológicas de la especie- debieron ser zonas ribereñas
o barrancos húmedos de la cuenca del Mediterráneo.

Es de suponer, y así lo confirman los yacimientos polínicos de turbera que son como
un registro o padrón de los antiguos habitantes vegetales que poblaron una zona, que la
sierra de Ayllón, al igual que los territorios sicilianos y balcánicos que hoy albergan
hayedos, debió ser uno de esos refugios a partir de los cuales el haya tuvo una
prodigiosa expansión tras el final del último gran período glaciar, el Würm, que terminó
hace algo más de 12.000 años. Hace 9.000 años, el registro fósil sólo recoge testimonios
puntuales del polen del haya aquí y allá; a partir de entonces, el área de la especie no ha
hecho sino expandirse y continúa haciéndolo, pues todo indica que algunos puntos
septentrionales ibéricos como los Ancares, el Caurel o la Liébana, están siendo
colonizados actualmente por los hayedos en detrimento de los robledales atlánticos de
Quercus petraea.

En Ayllón las hayas se encuentran dispersas entre los 1.300 y 1.800 metros de
altitud aproximadamente, ocupando las zonas más frescas y de continentalidad menos
acusada. Los hayedos más extensos son los de Cantalojas, extendidos en las cabeceras
de los ríos Lillas y Zarzas o de la Hoz, que discurren paralelos en dirección este. En el
valle del río Lillas el haya forma una masa boscosa uniforme y continua que se aclara
un poco en la cabecera del río, subiendo por las empinadas laderas rocosas del pico de
la Buitrera hasta los 1.850 metros. En el valle del río Zarzas las hayas aparecen más
dispersas, agrupándose en bosquetes de pequeña o mediana extensión, entre los cuales
destaca el del barranco de Tejera Negra.

Sorprende de estos hayedos la igualdad de tamaño de los pies de haya, lo que se


explica por la práctica secular que se ha seguido con estos bosques, talados a mata rasa
en varias ocasiones. Con la seguridad que suministran los documentos administrativos,
sabemos hoy que los hayedos de Cantalojas han sufrido recientemente dos talas a mata
rasa, una en 1860 y otra un siglo después, en 1960, que es la responsable del rebrote
coetáneo desde tocón que hoy nos muestra un hayedo rejuvenecido por el filo del hacha.
Que el haya se encuentra ecológicamente cómoda en estos parajes no ofrece ninguna
duda, pues su rebrote desde cepa ha hecho sucumbir a unas plantaciones con pino
silvestre realizadas en los setenta para enmendar el suelo.

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El viajero curioso que quiera observar hayas más ancianas, deberá bajar a los fondos
de los barrancos, en particular al de Tejera Negra, donde viejos ejemplares de plateados
troncos retorcidos son el testimonio vivo de una especie atlántica que una vez, cuando el
clima le era desfavorable, encontró refugio en las acogedoras sierras ayllonenses. Y con
la reina Fagus, su corte, un grupo de plantas (Ilex aquifolium, Pyrola minor, Vaccinium
myrtillus, Sanicula euroapea, Paris quadrifolia, Galium rotundifolium, Melica uniflora
y tantas otras) que convierten a Tejera Negra en una isla atlántica en pleno dominio de
la vegetación mediterránea, en un reino de la humedad inmerso en el seco imperio de la
Iberia seca.

El Monte de Venus o la Sierra de San Vicente

Enmarcado al sur por la fosa del Tiétar, al este por la del Jerte y al oeste por la de
Béjar, Gredos es el macizo culminante del Sistema Central español. Aunque la mayor
parte del macizo gredense se extiende por las provincias de Ávila y Salamanca, sus
estribaciones meridionales penetran en el norte de la provincia de Toledo, en el
interfluvio de los ríos Tiétar y Alberche, dentro la comarca de Talavera de la Reina.

En realidad, ese interfluvio es un gran bloque tectónico o horst levantado entre dos
grandes fosas en la cuales han excavado sus cauces los dos tributarios del Tajo. El
bloque tectónico es fundamentalmente granítico y muy antiguo -del Paleozoico- y de ahí
que prevalezcan las redondeadas formas erosionadas típicas de los granitos, visibles
tanto paisajísticamente en las ovaladas formas del pico de San Vicente (1.321 m), de la
sierra de La Higuera (1.025) o en el Berrocal de Nombela (1.061), como en las
abundantes rocas graníticas, redondas y pesadas, que constituyen los berruecos, un
ejemplo característico de la geología gredense.

Quizás estas formas curvas, suaves y prietas, como de mujer, llevaron a los romanos
a consagrar el más alto de los picos de esta sierra a la diosa del amor y por eso la sacra
montaña cristiana, consagrada hoy al martirio de San Vicente, llevó una vez el evocador
nombre de Monte de Venus, un lugar donde se ofrendó culto al amor, a la felicidad, a la
belleza y a las flores. Un lugar considerado sacro por carpetanos, romanos, moros y
cristianos, un lugar que fue hasta fecha bien reciente lugar conventual de los carmelitas,
quienes construyeron en Navamorcuende un convento -el Piélago -hoy en ruinas todavía
hermosas en su soledad montana- cuyo nombre nos recuerda la abundancia de fuentes y
de zonas encharcadas características de los relieves graníticos en los que las aguas

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infiltradas afloran a través de las grietas que hienden las pétreas fracturas de los
enormes bloques de granito.

Al pie de la sierra corre el Alberche y lo hace sobre unas arenas, las arcosas, que
proceden de la disgregación de las rocas graníticas del pie de monte serrano. Entre el
macizo granítico y el valle fluvial se sitúa la raña, enlace geomorfológico entre montaña
y valle, paisaje cubierto de rocas de tamaño medio, abundante en bloques, berruecos y
piedras caballeras, bien visibles en los alrededores de Nombela y Pelahustán.

Y a tal forma de relieve, tal paisaje vegetal. En el valle del Alberche, sobre las
arcosas y con las tierras más fértiles, la vegetación natural ha cedido su lugar a viñedos,
frutales y olivos. La rampa es lugar de encinares adehesados en los cuales encinas
(Quercus rotundifolia), alcornoques (Quercus suber), retamas (Retama sphaerocarpa),
jaguarzos (Halimium ocymoides), cebollas albarranas (Scilla maritima), cantuesos
(Lavandula pedunculata), berceos (Stipa gigantea) y jaras pringosas (Cistus ladanifer),
alternan con pastizales que sostienen ovino en las majadas, caprino en la breñas más
secas y bovino -ganado bravo- allí donde la humedad del suelo permite el crecimiento
de bosquecillos de fresnos (Fraxinus angustifolia) y de densos prados de tréboles y
vallicas (Agrostis castellana). Un paisaje mediterráneo que todavía alberga alguna de
las poblaciones del amenazado lince ibérico (Lynx pardina).

Subiendo hacia las cumbres serranas comienzan a aparecer los robledales de roble
melojo (Quercus pyrenaica), primero en las umbrías de las tierras bajas, donde se
mezclan con encinas, alcornoques y madroños (Arbutus unedo), para luego -a medida
que la humedad y el frío se dejan sentir al ascender la montaña- dominar casi por
completo el paisaje, alternando con densos bosques de castaños (Castanea sativa) o con
repoblaciones de pinos resineros (Pinus pinaster) o pinos albares (Pinus sylvestris), en
cuyo sotobosque bullen los retoños jóvenes del melojo, indicándonos la verdadera
vocación forestal del territorio, el robledal.

Parece fuera de toda duda que el castaño es árbol autóctono de la Península Ibérica,
como así lo demuestran los análisis polínicos de algunas turberas españolas que
registran la presencia de castaños desde hace más de 40.000 años. Ahora bien, que el
castaño sea español no quiere decir que todos los castañares españoles sean naturales,
porque no hay tampoco duda de la preferencia que tuvieron los romanos por cultivar un
árbol pródigo en frutos con los que alimentar a sus tropas y esclavos. Así, el castaño y
los castañares aparecen con frecuencia allí donde hubo asentamientos romanos y el

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suelo y el clima permiten el cultivo de una especie amante de los suelos profundos y
frescos como los son las tierras pardas donde se asientan los robledales. El cultivo desde
tiempos romanos es, con toda probabilidad, el origen de los castaños de San Vicente.
Sea acual sea su procedencia, natural o cultivada, los castaños forman hoy densos
bosques, húmedos y frescos, que se prestan extraordinariamente al activo senderismo o
al sosegado paseo en las luminosas mañanas de primavera, cuando las nevadas cumbres
de Gredos son un álbido telón de fondo a un monte hoy consagrado al martirio y ayer a
la alegría.

El Cañón del Alto Tajo

Cuando el río Tajo, el mayor de los ríos españoles, alcanza la llanura manchega para
recibir las aguas del Sorbe, del Henares o del Jarama, es ya un río manso, de cauce
amplio y aguas tranquilas en las que Austrias y Borbones escenificaron fiestas y batallas
fluviales navegando en ligeros bateles que las remansadas aguas sostenían ante el pasmo
de los vecinos de Aranjuez. Pero antes, desde su nacimiento en la conquense fuente de
García, el padre Tajo hubo de abrirse paso a través de los agrestes paisajes de la
Serranía de Cuenca para, surcados éstos, encontrarse con las parameras de Molina, en
las que prosiguiendo su hercúlea tarea de erosión, ha excavado los cañones del Alto
Tajo, tierra abrupta, santuario de una vida en salvaje libertad de la que fueron últimos
representantes humanos los gancheros, caminantes sobre el río, jinetes increíbles de un
mar de troncos de pinos laricios que había que conducir, aguas abajo, hasta las serrerías
ribereñas y, desde ellas, hasta el océano, para transformarse en esa “selva del mar” con
la que Lope de Vega comparó a la Armada española.

Tierra de gente ruda, acostumbrada a mirar al río con agradecimiento y con temor,
porque el río es aquí, en las altas tierras de Guadalajara, fuente de vida, de vida sí, pero
de una actividad vital bulliciosa y silvestre en la que el visitante curioso puede asistir
todavía a una naturaleza viva en la que el río, de no ser por su caudal, asemejaría un
turbulento torrente que realiza, jornada tras jornada, su inmenso trabajo de modelado,
ímproba tarea que se refleja en el paisaje montaraz de la hoz de la Escaleruela que fuera
magistralmente descrito por José Luis Sampedro en El río que nos lleva: “el río Tajo no
es una suave corriente entre colinas, sino un río bravo que se ha labrado a la fuerza un
desfiladero en la roca viva de la alta meseta. Y todavía corroe infatigable la dura peña
saltando en cascada de un escalón a otro, como los que han dado nombre a aquella hoz.

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Sí, el esfuerzo del río continúa: lo demuestra el aspecto caótico de obra a medio hacer,
con los desplomes de tierra al pie de los acantilados, las enormes peñas rodadas desde lo
alto hasta en medio del cauce, la rabia de las aguas y el espumajeo constante. El río
bravo sigue adelante, prefiriendo la soledad entre sus tremendos murallones, aislado de
la altiplanicie cultivada y de sus gentes, para que nadie venga a dominarle con puentes o
presas, con utilidades o aprovechamientos. Los pueblos le huyen, asustados por las
bajadas al barranco y temerosos de las riadas. Apenas los pastores y los trajinantes se le
acercan por necesidad. Sólo los gancheros se atreven a convivir con él, y aún así
aparece encabritarse para sacudirse los palos de sus lomos y enfurecerse más aún contra
los pastores del bosque flotante”.

El Alto Tajo es la rama castellana del Sistema Ibérico y por eso comparte con la
Serranía de Cuenca historia geológica y una misma forma de modelado paisajístico.
Pero aquí, más que en las serranas tierras conquenses, dominan los altiplanos inmensos,
las comarcas llanas, atravesadas por rectos caminos, veredas y carreteras, una llanuras
frías y venteadas donde sólo el abierto sabinar es capaz de resistir un avieso clima
continental, helado en invierno y seco en verano, lo más parecido al clima glaciar que
sacudió Europa en el Cuaternario reciente, cuando las viejas coníferas, pinos y sabinas,
dominaban la cuenca del Mediterráneo.

Unos páramos inhóspitos hasta lo sobrecogedor, tierra de lapiaces, de pétreos suelos


atravesados por las potentes raíces de la sabina albar, que con prostrados aladiernos,
espinos, ahulagas, tomillos, salvias y espliegos conforma ese paisaje abierto y despejado
del páramo castellano que, como nos cuenta El Cantar del Mío Cid, buscara Rodrigo
Díaz de Vivar en su viaje al destierro valenciano para “evitar emboscadas”. Unos
páramos de cuando en cuando hendidos por gargantas verticales, cañones estrechos,
desfiladeros y hoces que son, sobre todo, el escenario de un teatro natural en el que
realizan sus proezas aéreas los más gráciles actores de nuestra ornitofauna: halcones
peregrinos, águilas calzadas, buitres leonados, cernícalos y alimoches.

Paisaje de gargantas y cañones que constituyen los estrechos cauces de unos ríos
afluentes todos del padre Tajo -Gallo, Dulce, Hoz Seca y Bullones, entre otros- de aguas
todavía azules, saltarinas, frescas, oxigenadas y límpidas, en las cuales nutrias,
desmanes de prolongados hocicos, y gráciles musgaños, prosperan en una libertad casi
ajena al hombre, amenazada tan sólo por los numerosos depredadores -búhos reales,

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azores y gavilanes, garduñas y gatos monteses, ginetas y turones- que todavía abundan
en las cumbres y en los pies de los empinados farallones.

Entre todas las gargantas, ejemplos señeros del karst externo, destaca por su
magnitud y belleza el Cañón del Alto Tajo, una fisura escarpada en la que el río se
adapta con perfección a las líneas de plegamiento impuestas por la estructura geológica.
De ahí que, para sorpresa del viajero, de cuando en cuando el Tajo trace machadianas
curvas de ballesta en torno a nada o cambie bruscamente de dirección, haciendo
extrañas inflexiones en su incesante búsqueda de una salida hacia la libertad de La
Alcarria y a la placidez de la horizontal llanura manchega donde el fatigado río
recobrará fuerzas antes de enfrentarse a las escarpadas y duras rocas de la meseta
toledana.

En el momento de escribir estas líneas, la Junta de Comunidades de Castilla-La


Mancha prepara el Plan de Ordenación de Recursos Naturales del Alto Tajo, paso
imprescindible antes de promulgar el decreto de Parque Natural para un territorio de
177.000 hectáreas, que abarca 38 municipios pero tan sólo ¡3.000 habitantes!, cuya vida
se desenvuelve entre pinares y sabinares, aprovechando sabiamente un territorio cuyos
recursos empiezan ahora a verse amenazados por un turismo que empieza a ser
desordenado, por unas minas de caolín necesitadas de procesos modernos medio
ambientalmente sostenibles y por la avidez de colonizar las orillas del río con una
miríada de minicentrales eléctricas que acabarían con el equilibrio de unos tramos
fluviales aún vírgenes.

Guadalajara: Alcarria, campiña y páramo

Páramos horizontales cortados por las cuchillas hirientes de la erosión fluvial.


Hendido el páramo, los ríos divagan por la campiña, tierra natural de olmedas y
choperas hoy casi desaparecidas bajo el filo del hacha y la reja del arado que han
transformado las otrora frondosas vegas en feraces huertas, campos de regadío y
ordenadas hileras de manzanos, membrilleros y gráciles mimbreras. Entre la campiña
abajo y el páramo elevado, la cuesta, terrenos empinados que con como una geología
abierta de relieves tabulares otrora cubiertos por las aguas. Eso es la Alcarria: orgullosos
páramos separados por profundas campiñas a los que unen cuestas pinas. Campiña,
alcarrias y parameras que son, junto a la sierra de Ayllón, las comarcas naturales más

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representativas del paisaje de la más extensa de las provincias de Castilla-La Mancha,
Guadalajara.

Sierra, campiña, alcarria y parameras, nombres femeninos que indican el valor


simbólico de una tierra no por poco poblada mal habitada, una tierra cuya simbología
totémica matriarcal alcanza su máxima representación en sus puntos más elevados
(1.145 m): la Tetas de Viana, dos majestuosos cerros que fueron inmortalizados por
Camilo José Cela en su Viaje a La Alcarria, y a los que ciñen en masculino abrazo los
tortuosos meandros del padre Tajo.

Como acabamos de decir, las cuestas son como un libro abierto que refleja la joven
historia geológica de La Alcarria, una historia calma y tranquila, pues los ordenados
estratos que hoy nos muestran las cuestas y que rematan en las mesas de los páramos,
son el testimonio de que estas tierras interiores nunca sufrieron el embate paroxísmico
de la orogenia Alpina. Cuando tuvo lugar ésta, allá por el Terciario medio, se formaron
las cadenas montañosas del Sistema Central por el norte, los Montes de Toledo y Sierra
Morena por el oeste y el sur, respectivamente, y el Sistema Ibérico por el este. Estas
alineaciones montañosas delimitaron una gran depresión que estuvo largo tiempo
cubierta por un inmenso sistema de lagunas durante el Mioceno. Y como este período
geológico fue muy árido, tan árido que hasta el Mediterráneo desapareció, evaporado,
durante las crisis de aridez más acusada, el gran sistema lagunar miocénico fue también
evaporándose, hasta dejar como testimonio una grandiosa cuenca fluvio-lacustre que
hoy conocemos como la Alcarria.

El origen del topónimo alcarria es discutible y discutido, aunque probablemente


venga del árabe al'carri: el pueblo. En la actualidad, los lugareños llaman alcarrias a las
superficies llanas que constituyen los páramos, unos altiplanos edificados sobre las
duras calizas pontienses que, por lo general pero no siempre, rematan el ciclo
sedimentario de toda la cuenca miocénica. Erosionadas las duras pero solubles calizas,
fue fácil para los ríos -Tajo, Tajuña, Sorbe, Badiel, Henares- hendir las blandas rocas
subyacentes, un paquete de margas, yesos, areniscas y arcillas que hoy se nos muestran
como láminas en las abigarradas cuestas desde las cuales se avista el divagante curso de
los cauces fluviales al que denuncian, más que las aguas, estrechos pasillos verdes en
los que compiten alisos, sauces, chopos, juncales, carrizos y espadañales.

Atravesando el corazón de la Alcarria, el viajero curioso tendrá ocasión de


contemplar unos paisajes de poca altitud, pero no por ello menos sobrecogedores en su

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magnificencia y variedad. Si se quiere una visión de conjunto, una instantánea perfecta
que sirva de introducción al viaje que describiera el último Nobel español, deténgase el
apresurado viajero en Trijueque, recién coronada la meseta pontiense tras superar ese
perfecto enlace entre campiña y páramo que es la cuesta de Torija en la Nacional II, y
desde allí podrá contemplar la entrega de aguas del Badiel al Henares y el trabajo
realizado por ambos para dibujar unos de los más esplendorosos paisajes con los que
nos recrea La Alcarria.

Geológicamente, no deben confundirse las altiplanicies de los páramos alcarreños


con las vecinas parameras de Molina. Recuérdese lo dicho: el modesto páramo que
ahora nos ocupa es cuenca lacustre y postorogénica, mientras que la más alta paramera
de Molina -en la que el Tajo excavó su profundo cañón- es un componente del Sistema
Ibérico y, como tal, nacida desde la misma orogenia Alpina cuando ésta elevó unos
terrenos antaños cubiertos por el mar.

El páramo alcarreño resulta así menos elevado y, como su altitud es menor, carece
de los pinares y sabinares que caracterizan el paisaje vegetal de las parameras de
Molina, del Alto Tajo y de la Serranía de Cuenca. Encinares y quejigares, los primeros
en las solanas, los segundos en las umbrías o buscando los suelos más profundos y
frescos de las mesetas, son los representantes más genuinos del paisaje vegetal
alcarreño. Encinas y quejigos, como en tantas otras partes expulsados de gran parte de
su territorio por la presión del hombre y del ganado, han cedido su lugar a un cortejo de
matorrales que cada verano iluminan el paisaje con los amarillos de jazmines y
ahulagas, el blanco de los linos y el azul de romeros, salvias y espliegos, un tropel de
brillantes corolas que salpican el ceniciento mar de las aromáticas matas que
constituyen los tomillares, salviares, ahulagares o esplegares, fuente de alimento de las
laboriosas abejas que, año tras año, transportan polen y liban en jugosos nectarios para
rendir ese dulce tributo que es la dorada miel de La Alcarria.

La Serranía de Cuenca: hoces, muelas y aljezares

Viajando de oeste a este, en búsqueda del mar, desde La Mancha a Levante, el


viajero no tardará en encontrarse con un macizo montañoso, la Serranía de Cuenca, que
habrá de atravesar si desea alcanzar las azules aguas del Mediterráneo. La Serranía de
Cuenca es la prolongación meridional del Sistema Ibérico, un gran espinazo de sierras
(Urbión, Albarracín, Gúdar y Javalambre, los Montes Universales y la propia Serranía)

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que de noroeste a sureste recorre España desde las altas tierras sorianas y burgalesas
hasta la vecindad del mar en Valencia.

Con independencia de su paisaje vegetal, del que nos ocuparemos más adelante
porque interés tiene y en ocasiones mucho, lo que distingue a la Serranía es su historia
escrita en piedra, una historia geológica que día a día va dejando sus huellas en esas
maravillas naturales que son las recoletas y angostas hoces, las empinadas y romas
muelas, y las caprichosas y laberínticas ciudades encantadas de las cuales una de ellas,
la Ciudad Encantada de Cuenca, ha alcanzado merecida fama por más que no sea sino
una más de otras más apartadas pero no menos hermosas. Como escribiera Federico
García Lorca, son paisajes y ciudades que “gota a gota labró el agua en el centro de los
pinos”, altas muelas y estrechas hoces que son como “la grieta azul de luna rota que el
Júcar moja de cristal y trinos”.

En otro lugar de este libro hemos dejado escrito que la distribución de los mares
sobre la superficie de Castilla-la Mancha fue muy diferente en el transcurso de los
tiempos geológicos. Durante la era Secundaria, en los períodos Jurásico y Cretácico -
ligado el primero al dominio y luego a la extinción de los grandes dinosaurios que
dejaron sus huellas impresas en las piedras de las vecinas tierras sorianas y riojanas;
ligado el segundo al no menos importante fenómeno natural de la aparición de las
primeras plantas con flores que hoy dominan el paisaje terrestre- las tierras que hoy
conforman la Serranía conquense estuvieron cubiertas por el mar. En aquellos remotos
tiempos, el mar sufrió importantes subidas y bajadas -transgresiones y regresiones,
dirían los geólogos- que originaron sedimentos muy diferentes y de profundidad
desigual: grandes masas de dolomías y calizas en períodos de avance marino, bajo aguas
profundas; areniscas, arcillas y yesos en períodos de evaporación acentuada
correspondiente a marismas o mares someros, principalmente de los inicios del
Terciario, del Paleógeno.

Como las actuales tierras conquenses estaban situadas durante la era Secundaria en
el borde del mar, las oscilaciones de éste se dejaron sentir muy especialmente,
provocando la alternancia de rocas de diferente naturaleza y, lo que es más importante
desde el punto de vista del relieve actual, con diferentes grado de dureza y, por tanto de
resistencia a la erosión. Así, las rocas de caprichosas formas que conforman las
ciudades encantadas son dolomías masivas del Cretácico superior (dolomías
Turonenses), mientras que las regulares calizas tableadas del Jurásico constituyen una

25
forma de paisaje, localmente conocidas como “librerías”, muy representativa de la
disposición ordenada, tabular, como los libros en los anaqueles de una biblioteca, con la
que se nos presentan las rocas de aquel período.

En cualquier caso, durante toda la era Secundaria y una buena parte del Terciario se
formó una gran superficie de sedimentación con grosor variable -en algunos casos los
sedimentos alcanzan un espesor de 1.000 metros-, de topografía llana, muy diferente de
la topografía abrupta con la que hoy se nos presenta la Serranía. La explicación del
cambio de relieve es tan fácil como impresionante. A mediados del Terciario la
orogenia alpina -ese inmenso cataclismo geológico responsable de la elevación de los
principales macizos europeos- actuó suavemente sobre aquella superficie de
sedimentación, levantando montañas y excavando valles, configurando un paisaje
medianamente abrupto que posteriormente, entre el final del Terciario y el día de hoy,
ha sido y está siendo erosionado en su exterior por el viento y por el agua, en su interior
por la infiltración de las aguas superficiales que excavan galerías hasta encontrar, aquí y
allá, escapes en forma de surgencias, manantiales y fuentes que jalonan las tierras bajas
de la Serranía o alimentan las cuencas de sus ríos.

El proceso erosivo más fuerte provocó la práctica desaparición del macizo


rejuvenecido por la orogenia hasta formar una gran superficie de erosión llana, una
inmensa paramera, sobre la cual los ríos del Cuaternario han ido excavando sus valles.
La erosión ha sido diferenciada, selectiva, dependiendo -como decíamos más arriba- del
grado de dureza de las rocas, por más que ninguna de ellas -al contrario de las cuarcitas
que conforman el agreste paisaje de los Montes de Toledo- sea muy resistente a la
erosión eólica o hídrica. Esta erosión diferencial aparece claramente definida en la
reserva natural de las Hoces del Cabriel, cuyo recorrido al sur del embalse de Contreras
se puede dividir en tres tramos geomorfológicos conocidos como otros tantos parajes:
Cuchillos, Fuenseca y Hoces propiamente dichas. En el primero, el río Cabriel -recién
salido del embalse- corta dolomías cretácicas y produce un paisaje de afiladas crestas y
cañones profundos; en el segundo, el río se encuentra con areniscas, margas yesíferas y
arcillas de un color rojo vivo y de edad paleógena. Estas rocas, fácilmente erosionables,
ceden con facilidad al paso del río que de esta forma no excava un valle profundo, sino
amplio y con laderas acarcavadas. Finalmente, en el tercer tramo, el de las Hoces, el río
vuelve a encontrarse con dolomías cretácicas y calizas jurásicas más resistentes a la
erosión, lo que determina de nuevo un paisaje de profundos cañones u hoces.

26
Restos del gran proceso erosivo interno y externo son las las formas de relieve que
caracterizan la Serranía. Excavada la paramera por los ríos, sus vestigios quedan en
forma de muelas, elevaciones de altura moderada rematadas por superficies llanas,
amesetadas, restos de la antigua plataforma de la paramera. La excavaciones de los ríos
han sido ciertamente profundas y han formado profundos tajos, empinados estrechos o
angostos cañones separadores de las muelas. Por lo general, el perfil de las laderas de
las hoces es en “escalera”, lo que se debe al diferente grado de resistencia de las rocas
excavadas, pues allí donde el río encuentra rocas duras el perfil se hace casi vertical,
mientras que al encontrarlas blandas la pendiente se suaviza.

Junto a hoces, muelas y parameras, las formas de erosión cárstica, esto es, por
infiltración de las aguas, son las otras formas de relieve características de la Serranía.
Las superficies amesetadas de hoces y parameras son muy secas, sin cursos de agua ni
manantiales, debido a que están formadas por rocas altamente permeables en las que el
agua se infiltra en profundidad y excava largas galerías subterráneas para
posteriormente manar en las hoces, conformando vergeles donde prosperan avellanos,
tejos y tilos, todo un jardín de caducifolios entre un mar de pinos. A veces, estos
manantiales son el origen de importantes ríos como ocurre con los Ojos de
Valdeminguete (nacimiento del Júcar), el nacimiento del río Cuervo o la fuente García
en la que nace el Tajo; unos ríos los conquenses que, al menos en sus tramos serranos
altos, albergan todavía importantes poblaciones de nutria (Lutra lutra).

Las formas cársticas más típicas son las ciudades encantadas -técnicamente una
forma de lapiaz-, excavadas por la infiltración del agua de escorrentía a través de las
fracturas de las dolomías del Turonense, formando un dédalo en el que alternan
plataformas con angostos pasillos que las sustentan. Típicos de los relieves cársticos son
las dolinas o depresiones de contorno circular o poligonal, provocadas por la
convergencia de fisuras de disolución y el hundimiento más o menos profundo de la
superficie rocosa erosionada. Atendiendo a su forma, las dolinas reciben varios nombres
locales como torcas cuando los bordes son muy abruptos, hoyas cuando son suaves y
lagunas cuando almacenan agua en su fondo. Finalmente, la toponimia nava, como en
otras partes del centro y sur de España, se aplica a otras formas cársticas, los poljes, que
son a modo de grandes depresiones con varios kilómetros de diámetro.

Un último elemento característico de la periferia serrana son los depresiones


excavadas por la erosión a favor de rocas fácilmente deleznables, lo que ha permitido

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unas formas de relieve mucho más suaves tradicionalmente cultivadas por el hombre y
lugar de los principales asentamientos humanos. Entre todas ellas, sobresalen las
depresiones cubiertas por yesos miocénicos, localmente conocidos como aljezares,
hábitats de unas comunidades vegetales dominadas por plantas especializadas, los
gipsófitos, entre los cuales sobresale el endémico Helianthemum conquense.

A despecho de su paisaje vegetal antaño dominado por frondosas entre las cuales la
encina o carrasca castellana (Quercus rotundifolia) en las solanas, el quejigo (Quercus
faginea subsp. faginea) en las umbrías y los robles melojos (Quercus pyrenaica) en los
afloramientos de las areniscas del Triásico eran los elementos más conspicuos, la
Serranía de Cuenca es hoy, sobre todo, tierra de coníferas. Además de los abiertos
bosques primarios de sabina albar (Juniperus thurifera) propios de las parameras secas
y venteadas, la Serranía es tierra de pinares, algunos naturales, como los pinares albares
(Pinus sylvestris) de la alta montaña serrana, los más secundarios o favorecidos por el
hombre como acontece con los de pino de Alepo (Pinus halepensis), los de pino laricio
(Pinus nigra subsp. salzmannii) o los de pino negral o rodeno (Pinus pinaster), quizás
formadores de antiguos bosques mixtos con las frondosas, pero que hoy -eliminadas o
disminuidas éstas por la tala o el fuego y la subsiguiente erosión de los suelos- se han
adueñado del territorio cubriendo miles de hectáreas en la provincia de Cuenca. Más
competitivos y menos exigentes que las frondosas, pinos y sabinas han sabido colonizar
las extensas superficies rocosas de la Serranía, dibujando un paisaje siempre verde,
agreste y grandiosamente monótono que, sin embargo, encierra oasis
extraordinariamente ricos en vegetación especializada en la colonización de
determinados hábitats.

Entre ellos sobresalen los enclaves de vegetación caducifolia reliquial o relíctica,


esto es, testigo de antiguos climas más favorables para determinados tipos de vegetación
eliminados del territorio por el cambio hacia la aridez del Cuaternario reciente. Los
bosques de avellanos (Corylus avellana), fresnos (Fraxinus oxycarpa) y tilos (Tilia
platyphyllos), a veces mezcados con tejos (Taxus baccata) o acebos (Ilex aquifolium),
que crecen en los recoletos fondos húmedos de las hoces son eso, testimonios de una
vegetación caducifolia más propia del atlántico clima de la cornisa cantábrica que de las
secas tierras de la cuenca mediterránea. Como también es más propio del norte de
nuestra península el roble Quercus petraea, formador de extensos bosques en la Europa
húmeda, pero que también ha dejado huella de su antigua área de distribución en la

28
Serranía de Cuenca en cuyas areniscas triásicas y pizarras silúricas, en particular en las
de la Sierra de Valdemeca, mantiene todavía enclaves de cierta extensión que, como
avellanares y tilares, tienen extraordinario valor botánico.

En un mundo natural en el que la roca es el principal de los escenarios, las plantas


que crecen sobre la roca desnuda, fijando sus raíces en las fisuras más pequeñas,
buscando rellanos donde se forman incipientes suelos, las plantas rupícolas en
definitiva, son estrellas de un mundo vegetal en el que la verticalidad, el extraplomo, y
la sequía condicionan un mundo de especialistas no exento de joyas endémicas o de área
muy restringida como Antirrhinum pulverulentum, Saxifraga corbariensis, Saxifraga
latepetiolata, Globularia repens subsp. borjae, Linum ortegae o Sarcocapnos
enneaphylla.

Unos roquedos que concitan también, al abrigo de farallones, grietas, cárcavas y


oquedades, un universo faunístico de reptiles (lagartijas ibéricas, lagartos ocelados,
víboras hocicudas, culebras bastardas...), mamíferos (ginetas, garduñas, tejones...) y
aves (chovas, grajillas, búhos reales, mirlos acuáticos, halcones peregrinos...), sobre los
que imperan los majestuosos vuelos del buitre leonado y del águila real ibérica, rapaz
que tiene en la Serranía uno de sus principales lugares de nidificación, con una
cincuentena de parejas censadas.

La Reserva Natural de las Hoces del Cabriel: donde Castilla se hace


Levante

Hace algunos años, a comienzos de 1993, dos topónimos hasta entonces


desconocidos -La Manchuela y las Hoces del Cabriel- saltaron a la luz pública con
motivo de la construcción de la autovía que había de comunicar Madrid con Valencia,
cuyo trazado más directo -pero también ecológicamente más dañino- habría de atravesar
aquellos lugares. Declaradas Reserva Natural en 1995 por el Gobierno regional, las
Hoces del Cabriel quedaron definitivamente preservadas merced a un trazado
alternativo que cruza las remansadas aguas del río en la presa de Contreras, justo antes
de que el Cabriel comience su tarea erosiva. A salvo del automóvil, la quietud milenaria
de las Hoces no corre otro peligro que la excesiva presión turística, hoy todavía lejana,
pero que comienza a dar síntomas alarmantes de una actividad beneficiosa y educativa
si queda sujeta a unas normas de elemental convivencia entre el hombre urbanita y la
naturaleza silvestre.

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El recto camino desde la Meseta hacia Levante debe pasar, se quiera o no, por las
estribaciones meridionales del Sistema Ibérico, allí donde la Serranía de Cuenca se
trueca poco a poco en las altas tierras del interior valenciano, allí donde el contrastado
clima continental de la meseta castellana empieza a sentir los atemperados efectos del
clima marítimo levantino. Y allí, en esa tierra de frontera climática, geológica, política y
biogeográfica, un río, el Cabriel, ha dejado y deja huella de su paso, horadando un
camino estrecho, encajonado, agreste y abrupto, en el que formas estructuraless de
agudos relieves -¿caben nombres más evocadores que cuchillos y hoces?- son la
manifestación visual de la ciclópea tarea que día a día, durante los últimos dos millones
de años, lleva a cabo el modesto pero bravío Cabriel.

En su camino hacia el mar, algo que únicamente lograrán tras morir en Cofrentes,
donde se entregan al Júcar, las aguas del Cabriel se abren paso a través de los múltiples
y angostos valles que recorren el corazón de la Serranía de Cuenca. Atravesada ésta, las
aguas del río son embalsadas por la presa de Contreras, a partir de la cual el tortuoso
cauce del río hace de frontera natural entre Castilla-La Mancha y la Comunidad
Valenciana mientras atraviesa una comarca de topografía fundamentalmente llana, La
Manchuela, una meseta horadada aquí y allá por afloramientos de calizas cretácicas que
son esculpidas por el río hasta configurar una serie de estrechos, las hoces, cuyas
paredes verticales llegan a rondar el centenar de metros de desnivel. Y como enhiestos
centinelas del devenir ribereño, el paisaje queda también salpicado por agudos dientes
de sierra, los cuchillos, cuyas caprichosas formas resultan de la conjunción de los
plegamientos alpinos terciarios y del paciente pero incensante trabajo cuaternario de la
red fluvial.

Cuchillos y hoces son una consecuencia de la erosión diferencial que realiza el río
sobre materiales geológicos de naturaleza, disposición y resistencia distinta. Como ya se
ha dicho en otro lugar de este libro (véase La Serranía de Cuenca: hoces, muelas y
aljezares) el Sistema Ibérico se originó gracias al levantamiento provocado por la
orogenia Alpina durante el Terciario medio. Los materiales sedimentados en ambiente
marino durante la era Secundaria -calizas y dolomías jurásicas y cretácicas- fueron
levantados por los movimientos orogénicos alpinos, los cuales provocaron al mismo
tiempo intensos plegamientos de los estratos originales. Así, estratos de calizas y
dolomías originariamente sedimentados en capas horizontales, fueron plegados como
arrugadas hojas de papel y quedaron en posición más o menos inclinada o vertical.

30
Finalizada la orogenia, en el tranquilo período que fue el Mioceno, los estratos
altitudinalmente más bajos fueron sepultados por una cobertera sedimentaria detrítica -
arenas, limos, arcillas- que formaron la llanura de La Manchuela.

Los materiales detríticos son fácilmente deleznables, presa fácil para la activa y
bulliciosa red fluvial cuaternaria que, cargada de energía potencial tras haber atravesado
la entonces joven Serranía de Cuenca, no tuvo mayores dicultades en atravesarlos,
profundizando rápidamente en el terreno antes de tropezar con las sepultadas calizas y
dolomías secundarias, mucho más compactas y resistentes a la erosión. Donde el río
encontró rocas tabulares en disposición horizontal, talló hoces. Donde las aguas
encontraron estratos inclinados rellenos por los sedimentos detríticos miocénicos y
postmiocénicos, tallaron éstos, dejando las calizas y dolomías levantadas hacia el cielo a
modo de testigos del trabajo realizado, dientes de unas agudas sierras o cuchillos a cuyo
pie corre impetuoso el Cabriel.

Como ha quedado dicho más arriba, la Reserva Natural de Las Hoces del Cabriel es
frontera por múltiples razones y, como no podía ser menos, también lo es desde el punto
de vista de la fauna piscícola que puebla sus aguas, la cual resulta ser un ecotono
faunísticamente enriquecido, esto es, una transición ecológica entre las aguas de media
montaña y las propias de la llanura sedimentaria. Pese a la acción ecológica muy
negativa de la presa de Contreras, cuyos efectos se diluyen sin embargo en los primeros
centenares de metros de río aguas abajo del embalse, la ictiofauna del Cabriel es bien
conocida por zoólogos y pescadores. Se dan cita allí peces de aguas rápidas como la
trucha, el cacho, la boga o la madrilla, y peces de aguas lentas como la tenca y la
colmilleja, sin que falten tampoco los eclécticos, los adaptados a las oscilaciones del
caudal, entre los que no faltan barbos y gobios, indicadores más visibles de una cadena
trófica muy significativa de la riqueza natural de un río cuyo caudal ecológico, falto hoy
de la regularidad de sus aguas de cabecera, está garantizado por la abundancia de
manantiales subterráneos que descargan en el cauce tributario.

La Manchuela es tierra llana y por tanto su vegetación potencial, los encinares


manchegos, ha cedido su lugar a cultivos de almendros, olivos solaneros, ciruelos y
viñedos. Así las cosas, las inaccesibles hoces y los escarpados cuchillos han quedado
como un refugio vegetal clave y altamente diversificado, porque si algo caracteriza a los
paisajes encajonados es la multiplicidad de contrastes microclimáticos y por
consiguiente de hábitats. Como sobresale el roquedo, domina la vegetación de escarpes

31
y paredones, las plantas rupícolas y subrupícolas, los pinares de pino de Alepo, Pinus
halepensis, y los sabinares de sabina negral, Juniperus phoenicea, poco exigentes en la
profundidad y en la humedad de los suelos.

Una humedad que, desde luego, no falta en los fondos de las hoces allí donde se
encuentra el reino de la vegetación higrófila, el dominio de las saucedas arbustivas (S.
purpurea, S. elaeagnos), de los juncales (Juncus articulatus, J. subnodulosus, Scirpus
holoschoenus), de las saucedas arbóreas (Salix alba) y de las choperas (Populus alba),
que forman una zonación en cauces, sotos y riberas que culmina en los suelos de vega,
donde unos pocos pies de olmo (Ulmus minor) han resistido la feroz grafiosis y
constituyen el refugio genético de una especie que a partir de estos individuos ya
resistentes, recuperará un día su antiguo hábitat natural de no ser agredida por el
hombre.

Las serranías béticas: Sierra de Alcaraz y Calar del Mundo

Junto con Grecia, la Península Ibérica es la zona europea con mayor número de
plantas endémicas. Dentro de nuestra península, la provincia biogeográfica Bética es -
con mucho- la zona más rica en vegetales exclusivos o endémicos. Teniendo en cuenta
factores de índole fisiográfica, geológica y, sobre todo, florística, la provincia
biogeográfica Bética se divide habitualmente en una serie de unidades o sectores, uno
de los cuales, el sector biogeográfico Subbético, penetra claramente en el sur de
Albacete, donde forma una serie de alineaciones montañosas separadas por depresiones,
con altitudes que oscilan entre los 1.500 y los 2.000 metros, entre las cuales destacan las
sierras de Alcaraz (Pico Almenaras 1.797 m), Calar de Mundo (1.631), Lagos (Pico
Tragoncillo 1.559), Cabras y Taibilla (2.081).

Las sierras que constituyen el sistema Subbético se formaron en la era Secundaria,


cuando el antiguo mar de Tethys cubría una buena parte de las actuales tierras
emergidas peninsulares. En un ambiente marino de relativa profundidad, se
despositaron materiales que hoy constituyen las calizas y dolomías triásicas y jurásicas
dominantes en el paisaje del denominado arco Subbético, un gran territorio que arranca
por el oeste en Martos (Jaén), se dirige en dirección suroeste-noreste por Jaén, Granada
y el sur de Albacete, para llegar hasta Alicante, donde desaparece bajo las aguas del
Mediterráneo para volver a aparecer formando las elevaciones montañosas de las
Baleares y de otras islas mediterráneas como Córcega y Cerdeña.

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Durante la crisis de aridez del Mioceno tardío, las aguas del actual Mediterráneo
prácticamente desaparecieron por evaporación y el arco Subbético quedó como una gran
tierra emergida que conectaba las actuales tierras andaluzas con Baleares, Córcega y
Cerdeña, lo que permitió que un enorme flujo de plantas y animales compartieran el
territorio y se produjeran migraciones de flora y fauna. Así se produjo la colonización
de las islas Baleares con elementos procedentes de la Península Ibérica, a través de Ibiza
y Formentera, y procedentes de Córcega y Cerdeña a través de Mallorca y Menorca.
Cuando, a finales del Mioceno, se abrió el actual estrecho de Gibraltar y las aguas del
Atlántico inundaron la entonces casi desecada cuenca del Mediterráneo, gran parte de
los viejos terrenos subbéticos quedaron inundados. Sólo las relativamente altas
montañas que hoy integran el gran arco Subbético (Cazorla-Segura-Las Villas-Alcaraz)
o el subarco Diánico en Alicante, además de las islas antes mencionadas, emergen sobre
los sedimentos jóvenes del Mioceno o sobre las aguas mediterráneas, conformando un
amplísimo territorio que comparte una flora común (de ahí el evocador nombre de una
planta, Buxus balearica, que, como otras muchas plantas puede recolectarse en Mallorca
y en Granada) pero que, también, por el aislamiento geográfico de los últimos cinco
millones de años entre una y otra elevación montañosa, posee un núcleo de especies
endémicas locales de primera magnitud.

Durante el Cuaternario (Pleistoceno), que se inició hace unos 1,5 millones de años,
las plantas tuvieron que sufrir la gran prueba que empobreció la flora de gran parte de
Europa. Las altas montañas béticas constituyeron un refugio de primera magnitud para
muchas plantas árticas que descendieron en latitud durante los casi 20 períodos glaciares
pleistocénicos; el posterior aislamiento geográfico y genético de las mismas hizo de
todas las sierras Béticas un núcleo de especiación vegetal de primer orden, en el que se
encuentran en la actualidad un elevado número de endemismos de media y alta
montaña. Una buena parte de ellos son bien conocidos por todos los botánicos y
naturalistas que los relacionan con la flora de Sierra Nevada o de Cazorla, pero con
igual merecimiento forman parte de la flora castellano-manchega. Castilla-la Mancha ha
sabido reconocer el valor naturalístico de estas plantas y ha incluido una buena parte de
los endemismos béticos en su catálogo de especies protegidas: Andryala agardhii,
Santolina elegans, Sarcocapnos baetica, Atropa baetica, Antirrhinum subbaeticum,
Vella spinosa, Erodium cazorlanum, Viola cazorlensis, entre otras muchas, son algunos
de los endemismos béticos que uno puede encontrar en las altas cumbres subbéticas

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enclavadas en terrenos castellano-manchegos. Entre todas ellas la joya es, sin duda,
Coincya rupestris o Hutera rupestris, endemismo castellano-manchego, cuya única
localidad espontánea conocida es el desfiladero de La Molata, situado al sureste de
Alcaraz, donde vive sobre roquedos calizos en compañía de otras plantas rupícolas
como Sarcocapnos baetica, Chiliadenus saxatilis y Sisymbrium arundanum.

Observando la vegetación de Alcaraz, uno cree encontrarse en Andalucía. En


efecto, la flora y la vegetación recuerdan a los de la sierra de Cazorla y, salvo en la más
acusada deforestación, nada tienen que envidiarle. Encinares y quejigares de influencia
bética (el nombre de una asociación evoca su origen: Daphno-Aceretum granatensis
(los quejigares cor arce granadino), pinares de pino cazorleño o salgareño (Pinus nigra
subsp. salzmannii), sabinares de cumbres con matorrales espinosos de blancos,
amarillos o azulados cojines de pastor -Astragalus granatensis, Echinospartum
boissieri, Erinacea anthyllis, respectivamente- y pequeñas plantas rastreras de hojas
canescentes y poderosos sistemas radiculares que retienen las rocas dolomíticas
disgregadas (Andryala agardhii, Fumana baetica, Scorzonera albicans, Pterocephalus
spathulatus, Convolvulus nitidus).

De toda la comarca, quizás el lugar más destacado sea el Calar del Mundo, situado al
sur de Riópar. Situado a unos 1.200 m de altitud, el Calar es una extensa plataforma
caliza y dolomítica suavemente deformada que constituye un conjunto cárstico de
primer orden; en su superficie se observa un impresionante desarrollo de formas de
disolución de todos los tamaños, unas heredadas, las otras en proceso de formación:
dolinas, sumideros, uvalas y poljés. Sobre su pared norte está ubicada la cueva de los
Chorros, nacimiento del río Mundo, que salta en forma de impresionante cascada para
salvar un desnivel de más de 200 m de altura. La citada cueva es una cavidad cárstica
con más de 10 km cartografiados y una de las más interesantes de España desde el punto
de vista hidrogeológico y espeleológico.

Aunque todo el conjunto del Calar se encuentra situado en un agreste y abrupto


paraje, los amantes de la flora encontrarán en los paredones calizos rezumantes de los
Chorros a la joya botánica del lugar, la atrapamoscas Pinguicula vallisneriifolia,
endemismo subbético por excelencia, una delicada planta de flores blanco azuladas y
roseta de largas hojas verde-amarillentas que segregan una sustancia viscosa en la que
quedan atrapados multitud de pequeños insectos que le sirven de alimento al ser
digeridos completamente. Una joya asesina, sin duda, pero una joya que pone el broche

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de oro a una localidad, la del Calar, de cuyas entrañas emerge el río Mundo, punto de
surgencia de cauces subterráneos que están ahora modelando un oculto paisaje cárstico
que, dentro de millones de años, finalizado el ciclo geológico de modelado interno,
aparecerá como una nueva Ciudad Encantada, hoy sólo columbrada tras una cascada de
espectacular y singular belleza.

Las estepas

En una excelente serie de artículos aparecidos en una revista ya extinta (Ibérica), el


edáfologo y naturalista español Emilio Huguet del Villar publicó en 1925 tres ensayos
dedicados a lo que el mismo denominó "la pretendida estepa central española", acertada
denominación porque las mal llamsdas estepas españolas, como los desiertos
almerienses, son transmutación poco fundamentada de otros tipos de paisaje y de
ecosistemas ajenos a la Península Ibérica que, sólo por su fisionomía, recuerdan a algún
paisaje peninsular. Tal es el caso de algunos paisajes castellano-manchegos, los cuales,
sin tener nada que ver ecológicamente con las verdaderas estepas, albergan tipos de
vegetación -campos cerealistas, tomillares, pastizales u otras comunidades vegetales
ralas y de poca talla- que recuerdan fisionómicamente a las estepas euroasiáticas. Quizá
por ello un botánico austriaco, Mauricio Willkomm, fue el primero que en 1825 aplicó
el nombre de estepas a algunas zonas deforestadas españolas.

La palabra estepa proviene del ruso stepj, que se aplica a algunas comunidades
vegetales dominadas por herbáceas graminoides que viven en climas muy continentales,
relativamente húmedos y sobre unos suelos específicos, los chernozen. Ni este tipo de
suelos, ni las condiciones climáticas que los determinan, ni mucho menos los pastos
estépicos se dan en nuestro país, lo que no evita la semejanza superficial antes aludida
que hizo que Huguet las denominara pseudoestepas. Las pseudoestepas españolas, a
diferencia de las europeas y asiáticas, no están dominadas por herbáceas bajas, sino por
arbustos y matas, ni tampoco son de origen natural, sino provocadas por la actividad
humana. Excepción a esta regla son algunas pseudoestepas de los saladares interiores,
dominadas por plantas halófitas (Arthrocnemum, Sarcocornia, Limonium, Puccinellia,
Lygeum spartum), cuya presencia se remonta cuando menos a finales del Terciario.

Paradigma de la íntima relación entre la actividad humana y las pseudoestepas


ibéricas son los cultivos cerealistas de secano, en lo que se refugian poblaciones de aves
-migratorias o no- cuyas poblaciones se encuentran en Castilla-La Mancha y en otros

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lugares tan remotos como las estepas ucranianas o bielorrusas. Entre esta variada
avifauna estépica destaca la avutarda (Otis tarda), la más grande de las aves voladoras,
símbolo de la conservación de la naturaleza en España. Además de ella, gangas
(Pterocles alchata), sisones (Otis tetrax), avefrías (Vanellus vanellus) y algunas rapaces
como los aguiluchos pálidos (Circus cyaneus) y ceniciento (Circus pygargus),
componen una rica ornitofauna casi imposible de observar fuera de nuestras
pseudoestepas cerealistas.

Tomillares, espliegares, cambronales, romerales y espartales son también


considerados como pseudoestepas, por más que en su mayoría no sean sino etapas de
sustitución que reemplazan a sabinares, encinares u otros tipos de comunidades
forestales desarboladas por el hombre y el ganado. Entre todas ellas destacan por su
originalidad o por su riqueza florística los matorrales de gipsófitos o aljezares y los
espartales de atochas y albardines.

Los sedimentos miocénicos ricos en yeso tan abundantes en Castilla-La Mancha son
un medio ecológico muy exigente para la vida vegetal, pues la inmensa mayoría de las
plantas no toleran las altas concentraciones de sulfato de calcio que contienen. En
consecuencia, estos suelos han actuado como centro de especiación vegetal, tal y como
se deduce de la abundancia de endemismos ibéricos que se comportan como exclusivas
de los yesos o gipsófitos. Tan sólo en Castilla-La Mancha existen los siguientes
gipsófitos endémicos: Centaurea hyssopifolia, Centaurium triphyllum, Ctenopsis
gypsicola, Gypsophila hispanica, G. struthium, Heliantkemum squamatum, H.
conquense, Herniaria fruticosa subsp. fruticosa, Jurinea pinnata, Lepidium subulatum,
Koeleria castellana, Odontites longiflora var. gypsophila, Ononis tridentata, Reseda
suffruticosa, Sedum sypsicola, Teucrium libanitis, T. pumilum, Thymus lacaitae y
Ziziphora hispanica.

Estos endemismos ibéricos son comunes en todos los afloramientos yesíferos


castellano-manchegos edificados sobre sustratos miocénicos o triásicos, si bien los
yesos de este último período -más antiguos y por lo tanto más lavados de sulfatos-
resultan más pobres en gipsófitos. Como localidades más sobresalientes destacan las de
Ontígola, Huerta de Valdecarábanos y La Guardia, en Toledo; Carrascosa del Campo,
Torralba, Buendía y Huete, en Cuenca; los yesos de Hellín, en Albacete; y las de la
cuenca del Tajuña en Guadalajara: Illana, Pastrana, Yebra, Mazuecos, Almoguera, etc.

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Los paisajes dominados por gipsófitos destacan por el color ceniciento del suelo,
siempre predominante en estas comunidades abiertas, de baja cobertura vegetal,
excepción hecha de algunos puntos donde permanecen retazos cubiertos por la coscoja
Quercus coccifera. Por lo general, las plantas dominantes son matas de talla baja que
apenas levantan 50 centímetros del suelo y que, salvo por el colorido que les presta en
primavera la brillante floración de algunas dominantes, permanecen el resto del año con
un impresionante aspectos de aridez que recuerda fisiognómicamente a algunos
desiertos o semidesiertos irano-turanianos.

Con el nombre de espartales se conocen dos tipos de comunidades de ecología bien


diferente, ambas dominadas por gramíneas de talla media (0,75-1,5 metros), el esparto o
albardín (Lygeum spartum) y el esparto o atocha (Stipa tenacissima). Los espartales de
albardín o albardinares son comunidades propias de suelos ligeramente salinos muy
secos, mientras que los espartales de atocha suelen rehuir estos suelos salinos y viven
sobre otros tipos de sustratos, alternando con los matorrales en laderas inclinadas y
erosionadas de buena parte de Castilla-La Mancha. Stipa tenacissima es un
iberonoretafricanismo, una planta muy común en el norte de África y en la mitad
meridional de España , pues su área se extiende desde las fronteras septentrionales del
Sáhara -un desierto mediterráneo en su porción magrebí- hasta el centro de España,
donde alcanzan su frontera septentrional los espartales de atocha que -por lo mismo, por
hallarse en su límite de tolerancia térmica- buscan por lo general las laderas bajas y
orientadas a mediodía.

Por lo general, no muy lejos de los espartales, a veces coexistiendo con ellos, se
encuentran ejemplares sueltos o comunidades dominadas por plantas como Salsola
vermiculata, Kochia prostrata, Peganum harmala o Artemisia herba-alba a las que
encontramos desde Castilla-La Mancha, pasando por las estepas centroeuropeas, hasta
alcanzar los semidesiertos del Oriente Próximo y Medio y aún de Afganistán. La
distribución estas plantas y de las comunidades que forman -espartales, sisallares,
ontinares- son indicadores del origen tanto de ellas como de la fauna asociada a las
pseudoestepas ibéricas. En otro lugar de este libro ya hemos apuntado que durante el
Mioceno, hace unos 6 millones de años, el Mediterráneo era un mar cerrado, pues las
placas continentales europea y africana estaban en contacto y no existía el estrecho de
Gibraltar. Como en aquellos tiempos hubo fuertes crisis de aridez, con ocasión de una
de ellas, ocurida en el período Messiniense, el Mediterráneo llegó a evaporarse casi por

37
completo. Las tierras emergidas sirvieron de puente de unión entre las lejanas tierras
ibéricas y asiáticas hoy separadas por el mar. A través de ese puente se produjo una
fuerte migración de plantas que llegaron a colonizar toda la actual cuenca del
Mediterráneo. Abierto el estrecho de Gibraltar e inundada la cuenca, los climas
posteriores del Cuaternario extinguieron esa flora de una buena parte de su área
miocénica, sobreviviendo sólo en aquellos lugares que, por su clima árido y relativa
continentalidad, recuerdan su hábitat miocénico original. La Península Ibérica en
general, y algunas zonas castellano-manchegas en particular, albergan algunos de estos
hábitats que son de un extraordinario interés paleobiogeográfico y por tanto
merecedoras de especial atención.

Los ríos

Sabido es que las aguas que discurren por la Península Ibérica pertenecen a dos
cuencas hidrográficas, una muy bien irrigada, la atlántica, a la que vierten la mayor
parte de los ríos peninsulares, y otra, la menguada cuenca mediterránea, en la que el
aporte fluvial -excepción hecha del caudaloso Ebro- es mucho más modesto. Dos
cuencas que son también asimétricas, pues la divisoria de aguas peninsular, lejos de ser
equidistante de ambas costas, se alinea de norte a sur con el Sistema Ibérico para,
finalizado éste, dirigirse hacia el suroeste alineada con las cumbres béticas.

Por esta razón, por esa disimetría de cuencas, salvo los ríos tributarios del Júcar que,
tras atravesar las tierras levantinas acaban en el Mediterráneo, o los tributarios del
Segura, nacidos en los confines surorientales de Albacete que riegan con sus aguas las
feraces huertas murcianas, salvo estas excepciones, la mayoría de los ríos castellano-
manchegos -y entre ellos los dos grandes ríos de la región, Tajo y Guadiana- desaguan
en la vertiente atlántica tras vencer pendientes muy escasas y deambular lenta y
pausadamente por esa casi penillanura que es el corazón de la Comunidad Autónoma.

Quizá sorprenda a muchos, pero Castilla-La Mancha es región productora de agua,


pues el 70% de sus recursos hídricos -con los que se sostiene y aún regala
solidariamente a otras cuencas fluviales- provienen de las escorrentías de la propia
Comunidad Autónoma. Y son unos recursos ciertamente importantes, del orden de
10.000 hm3 por año, una cifra diez veces billonaria en litros que bastaría por sí sola para
satisfacer las demandas anuales conjuntas de las sedientas cuencas del Júcar y del
Segura, pero que, por su desigual reparto o por su inaccesibilidad, no bastan para

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satisfacer la demanda de una comunidad en la que el 80 por ciento del consumo se
destina al regadío agrícola, una actividad que cada día se extiende más por todo el
territorio regional.

Las dos cuencas tributarias principales de Castilla-La Mancha son la del Tajo al
norte y la del Guadiana al sur, separadas ambas por el umbral de los Montes de Toledo.
Desde su nacimiento hasta su entrada en tierras extremeñas ambos ríos atlánticos tienen
un discurrir muy diferente, motivado por el desigual origen de su cabecera -montañosa
la una, mesetaria la otra- y por la desigualdad geológica de los terrenos que atraviesan.

El Tajo es río caprichoso, pues nace en los Montes Universales, que son parte
sustancial del Sistema Ibérico, cuya divisoria de aguas dista algo más de un centenar de
kilómetros de las costas del Mediterráneo. Pese a ello, el Tajo no sigue el camino de sus
hermanos de cabecera, el Júcar, el Turia o el Cabriel, sino que elige el camino largo, el
camino del oeste, la senda que le llevará, tras avenar casi 55.000 km2 de cuenca, a su
desembocadura en Lisboa. Y como nace en sierra, entre breñas, pedreras y roquedos,
antes de volverse lento río caudaloso, el Tajo es torrente bullicioso que horada
hermosos cañones en las tierras altas de Guadalajara, tierras de pinos y sabinas, de
quejigos, melojos y encinas, tierras de profundas gargantas y de escarpados farallones
en cuyo fondo, jinetes del río, fornidos gancheros guiaban antaño los troncos hasta el
Real Sitio de Aranjuez.

Superada la sierra y llegado a Trillo, el Tajo serpentea ocioso como si quisiera


abrazar -caballero él- las rotundas tetas de Viana, cerros testigos de la vieja red erosiva
fluvial. Aguas abajo, poco después, tranquilizado el otrora bullicioso río, el hombre
embalsa las aguas en el llamado Mar de Castilla, uno de los principales enclaves
hidráulicos de España, en el que sobresalen los pantanos de Entrepeñas y Bolarque,
impresionante obra de ingeniería de la que también parte el trasvase Tajo-Segura,
moderno acueducto que conduce el agua castellano-manchega al conquense embalse de
Alarcón en el río Júcar y, desde allí, al embalse de Talave en el cauce del Mundo, ya en
la cuenca del Segura. Y así es como unas aguas que al nacer desdeñaron las azules
aguas del Mediterráneo se ven abocadas- por mor de la ingeniería- a desembocar en ese
mar.

Tras los embalses, superada la sierra de Altomira a través de un desfiladero


pacientemente labrado por el río, entra el Tajo en la gran fosa tectónica que lleva su
nombre. Penetra entonces en Madrid y es allí donde el río ya domeñado, henchido su

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cauce con las aguas de sus afluentes más caudalosos -Sorbe, Henares, Tajuña, Jarama y
Manzanares-, se trueca en curso suave que riega los jardines de Aranjuez antes de
abandonar Madrid para enfrentarse a la imperial Toledo, alrededor de cuyos granitos
dibuja el famoso y enigmático Torno.

Está el río de nuevo en Castilla-La Mancha y, tras girar en Toledo, toma dirección
noroeste para adentrarse en la Meseta Cristalina, escultura en granito, relieve rocoso y
llano en el que destacan los majestuosos montes-isla de Noez o Layos, avanzadilla de
unos Montes de Toledo que, a diferencia del Guadiana, el Tajo apenas llega a visitar.
Pasada La Jara, tras atravesar el Puente del Arzobispo, el río abandona las tierras
castellano-manchegas para adentrarse en Extremadura.

Si serrano y tumultuoso era el nacimiento del Tajo, mesetario y plácido es el del


Guadiana. Tan plácido que ha sido objeto de gran controversia, pues hasta no ha mucho
se pensaba que -como narra Cervantes en El Quijote- nacía en Ruidera y, tras ocultarse
en Argamasilla de Alba, volvía a reaparecer cual ave fénix en los Ojos del Guadiana, en
la vecindad de las Tablas de Daimiel. Más allá de lo legendario, el nacimiento del
Guadiana es tan difuso y etéreo que resulta más conveniente hablar de confluencia que
de surgencia, pues estamos ante un río cuya cabecera es un confluvio, una reunión de
varios ríos entre los que cabe destacar el Cigüela -Gigüela, prefieren decir algunos
eruditos-, el Záncara, el Riánsares y el Azuer.

Y es que toda la zona donde nace el Guadiana, la gran llanura manchega, fue hasta
hace bien poco un colosal rebosadero, un inmenso manantial por el que se aliviaba una
tierra henchida de agua, la aparición superficial del gigantesco acuífero de La Mancha
Occidental o acuífero 23, un colosal reservorio de agua que se extiende por más de
5.000 km2 que antaño, antes de ser sobreexplotado por abusivas prácticas agrícolas,
surgía en esos aliviaderos naturales que son las Tablas de Daimiel, en los humedales
que afloraban aquí y allá en Villarrubia, Alarcos, Villafranca o Herencia, o en los hoy
desaparecidos Ojos del Guadiana, donde cuenta la leyenda que pastaban los rebaños
oretanos. El río es, pues, un precioso ejemplo de regularización fluvial subterránea.

Abandonada su cuenca cabecera al atravesar el puente de Alarcos, se adentra


entonces el río en la región volcánica del Campo de Calatrava, tierra brava, tierra
fronteriza cedida por Sancho III a la Orden de Calatrava para que la defendiera del
ataque de los fieros almohades. Y entonces, si algún viajero siguiera al río, se
encontraría en la comarca volcánica más importante de España y en uno de los paisajes

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más singulares de Castilla-La Mancha. Paraíso de los vulcanólogos, el Campo de
Calatrava alberga en unos pocos kilómetros cuadrados más de un centenar de volcanes
de los más diferentes tipos: lávicos, domos exógenos, maares de serratas, maares de
llamadas, piroclásticos y mixtos. Y asociadas a los volcanes, las fuentes termales,
conocidas localmente como hervideros o fuentes agrias, aguas burbujeantes ricas en
anhídrido carbónico y en hidróxidos de hierro y manganeso que les confieren un agrio
sabor picante.

Son las tierras volcánicas extraordinariamente productivas y de ahí que el viajero


encontrará pocos restos de la vegetación autóctona, pero esta falta de diversidad vegetal
es de sobra compensada por un maravilloso paisaje de lavas y cenizas, de conos y
lapillis, de bombas volcánicas y piroclastos, de cráteres y coladas, que merecerían una
mayor atención y quizás, por qué no, la declaración de Parque Natural Volcánico de
Castilla-La Mancha.

Dejado atrás el Campo de Calatrava, se enfrenta el Guadiana a los Montes de


Toledo. Y no lo hace en solitario, porque pronto, procedente del corazón de los Montes,
se le viene a unir el Bullaque, uno de los ríos más hermosos y desconocidos de España.
Río que en la vecindad de Piedrabuena formaba hasta hace unos pocos años uno de los
paisajes fluviales más bellos de nuestra península: las Tablas de la Yedra. Paisaje de
lotos y nenúfares, de saucedas y fresnedas, pletórico de peces, de anfibios y tortugas, un
lugar silvestre que todavía conserva algo de su sabor natural pese a las agresiones
urbanísticas. Remonte el viajero el Bullaque a través de la carretera que, desde
Piedrabuena, lleva a Arroba de los Montes. Se adentrará así en los Montes de Toledo
aunque esté todavía en tierras de Ciudad Real. Entre Piedrabuena y Arroba, pasadas las
casas del Gargantón y de Fuentepalillos, desvíese a la izquierda para tomar la pista
forestal de Río Frío. Avance hasta encontrar el río y allí se topará con uno de los tesoros
botánicos de España: el abedular de Río Frío, refugio de especies atlánticas entre las que
se encuentran el abedul de los montes (Betula pendula subsp. fontqueri), el mirto de
Bravante (Myrica gale), el helecho real (Osmunda regalis) y un cortejo de arbustos y
herbáceas de apetencias húmedas que son una isla de vegetación relíctica terciaria
sumida en un mar mediterráneo de encinares, alcornocales, jarales y brezales.

El Bullaque, como su afluente el Estena, en cuyas gargantas prosperan abedules,


alisos (Alnus glutinosa), melojos (Quercus pyrenaica), tejos (Taxus baccata) y brezos
arbóreos (Erica arborea, E. lusitanica), es el río de Cabañeros, el primer Parque

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Nacional español dedicado a los ecosistemas esclerófilos. Estamos, pues, en el corazón
mismo de los Montes de Toledo que es como decir en el corazón de la Iberia
mediterránea.

Cuando tras recibir las aguas del Bullaque en las cercanías de Luciana, el Guadiana
se adentra en lo Montes, el río serpentea, su cauce se retuerce en meandros y hoces,
algunas espectaculares como la de Puebla de Don Rodrigo, vistosa despedida del río
antes de adentrarse en tierras extremeñas donde poderosos embalses regulan los
regadíos del Plan Badajoz. Entre Piedrabuena y la Puebla el paisaje es abrupto,
dominado por cerrados alcornocales y encinares prácticamente intransitables, tal es la
profusión de biomasa arbustiva que proporcionan madroñales, brezales y piornales.
Madroños (Arbutus unedo) que, en compañía de brezos arbóreos y olivillas (Phillyrea
angustifolia) se acercan a la ribera, reino del fresno (Fraxinus angustifolia) y dominio
de los sauces (Salix salviifolia, S. atrocinerea) que, año tras año, intentan la imposible
lucha de frenar el curso fluvial.

Dicen las evidencias y cuentan los geólogos que fue el Júcar río que vertía sus aguas
al Atlántico hasta que hace no mucho, poco más de un millón de años, al inicio del
Cuaternario, su cauce fue capturado y conducido hasta el Mediterráneo. Nacido casi en
el vértice de las provincias de Teruel, Guadalajara y Cuenca, el Júcar es un río sobre
todo conquense, pues no en vano es en Cuenca donde sus aguas y las de sus afluentes
realizan sus mayores proezas al labrar las calizas mesozoicas, de cuyas hoces pende hoy
Cuenca y ayer la romana Valeria.

En otro lugar de este libro hemos narrado las proezas erosivas del Alto Júcar en la
Serranía de Cuenca o las de su afluente el Cabriel cuando, haciendo de frontera entre
Castilla-La Mancha y Valencia, el río parece querer despedirse con esas maravilas
geomorfológicas que son cuchillos y hoces. Algo más al sur, también en la comarca de
La Manchuela, tan estrechamente ligada al Cabriel, pero ya en tierras de Albacete, el
Júcar se despide de Castilla-La Mancha con otra maravilla geológica, el cañón del
Júcar, de cuyos meandros surge -como abrazada- la villa de Jorquera, y en cuyos
escarpes se ubicaron moriscos trogloditas. Un punto desconocida, la hoz de Alcalá de
Júcar es, sin embargo, una de las hoces más espectaculares y vistosas de la Comunidad
Autónoma.

Nacido en la gienense sierra de Segura, articulada en el eje subbético Cazorla-


Segura-Las Villas, el Segura abandona pronto las tierras andaluzas para adentrarse en

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Albacete camino de la huerta de murciana, no sin antes ver sus aguas cuatro veces
embalsadas -pantanos de la Fuensanta, Cenajo, Camarillas y Talave-, siendo de especial
relevancia el último de ellos, pues en él se recogen las aguas del travase Tajo-Segura.

Y si gracias al Segura Castilla-La Mancha recoge aguas andaluzas, en justa


correspondencia devuelve recursos a Andalucía, pues la cuenca del Guadalquivir avena
5.000 km2 de territorio castellano-manchego, pocos de ellos a través del Guadalimar,
que comparte nacimiento con el Mundo en el albaceteño Calar, y principalmente de los
numerosos afluentes del Guadalén y del Guarrizas, cuya cuenca es un abrupto puente -
Despeñaperros- que une a la Meseta con Andalucía.

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Catálogo de flora

Sabina albar (Juniperus thurifera)

Árbol catalogado como "de interés especial" y por tanto protegido por la Junta de
Comunidades de Castilla-La Mancha, la sabina albar es uno de los representantes más
genuinos de los abiertos bosques sabineros de los páramos castellanos Es en estos
lugares de clima frío y suelos pobres, incapaces de ser colonizados por las modernas y
más exigentes fagáceas, donde sobreviven las viejas gimnospermas que, como la sabina
albar, una vez dominaron el frío paisaje periglaciar ibérico. La lucha por el espacio es
todavía observable en algunas zonas de contacto, como el Campo de Montiel o los
alrededores de Ruidera, donde coexisten encinas y sabinas, formando unos
inconfundibles bosques de transición.

Sabina negral (Juniperus phoenicea)

Aunque puede alcanzar porte arbóreo, la sabina negral es de proporciones más modestas
que su congénere la sabina albar. Excelente especie para el carboneo, su área se ha visto
muy reducida por esta circunstancia y en la actualidad sobrevive, a veces
abundantemente, como especie colonizadora de roquedos calizos abruptos en los que
comparte hábitats con espinos negros (Rhamnus lycioides) y un cortejo de helechos y
angiospermas rupícolas.

Tejo (Taxus baccata)

Otrora más abundante en el paisaje vegetal ibérico, de cuya presencia dan testimonio los
abundantes topónimos que salpican toda la geografía ibérica y que aluden a su nombre -
entre otros el de Tejera Negra-, el tejo es hoy una especie relítica que sobrevive al
abrigo de cañones profundos y umbrías donde se reproduce microclimáticamente el
ambiente templado y húmedo del Terciario, cuando el tejo formó parte de los bosques
dominantes del sur de Laurasia. Es una especie catalogada como "vulnerable" por el
Gobierno regional.

Abedul de los Montes (Betula pendula subsp. fontqueri)

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Dedicado a uno de los más insignes botánicos españoles, Pío Font Quer (fontqueri), el
abedul de los Montes de Toledo era desconocido hasta hace pocos años, cuando fueron
descubiertas las poblaciones de la Sierra de Río Frío en Ciudad Real. Desde entonces se
han encontrado nuevas poblaciones ribereñas de una raza endémica castellana (variedad
parvibracteata) cuyo interés científico radica, sobre todo, en que se trata de una especie
más expandida en los climas más templados y húmedos del Cuaternario. Hoy se pueden
encontrar poblaciones de la especie en el Atlas marroquí, en Sierra Nevada y en las
riberas castellano-manchegas de los Montes, que parecen ser el límite septentrional de
este interesante abedul, hoy incluido en el catálogo de especies amenazadas de la
Comunidad Autónoma.

Haya (Fagus sylvatica)

Aunque se trata de un árbol común en toda la Europa húmeda, lo que incluye el norte de
España, las poblaciones castellano-manchegas de haya tienen un interés especial por
tratarse de las más meridionales de España. El Parque Natural de Tejera Negra, donde el
haya convive con otras especies catalogadas por la Junta de Comunidades como el tejo,
el acebo o el abedul serrano (Betula alba), encierra uno de los hayedos más importantes
del centro peninsular. El haya, dominante arbóreo casi exclusivo de sus bosques, es un
elemento fundamental en la cadena trófica de este ecosistema atlántico enclavado en
pleno dominio de la flora mediterránea.

Aliso (Alnus glutinosa)

Árbol propio de los cauces fluviales sin estiaje, el aliso es una especie que forma
bosques en galería en la zona inmediata a las aguas corrientes. Sus raíces contienen
bacterias fijadoras del nitrógeno, por lo que los bosques de aliso -por otra parte
indicadores de aguas descarbonatadas- son muy importantes en el mantenimiento del
equilibrio ecológico de los bosques ribereños castellano-manchegos.

Acebo (Ilex aquifolium)

Árbol o arbusto cuyos frutos rojos son, además de un típico adorno navideño, una
garantía de supervivencia invernal para la ornitofauna frugívora, el acebo es raro en

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Castilla-La Mancha y de ahí su consideración como planta de "interés especial" en el
catálogo regional de especies amenazadas. Gusta de los barrancos umbríos y frescos de
las zonas serranas, que representan refugios para ésta y otras plantas que, como tilos,
avellanos o tejos, son el testimonio vivo de climas más húmedos del Cuaternario
reciente.

Tilo (Tilia platiphyllos)

Deriva su nombre del griego ptilon (ala), que alude a la bráctea u hoja transformada
donde se sitúan primero las flores y luego los frutos. Precisamente al cocimiento de
brácteas y frutos se deben las propiedades sedantes de este interesante árbol, común en
los bosques colinos del norte de España, pero que tiene en la Serranía de Cuenca su
límite meridional, a todas luces un refugio microclimático umbrío y fresco, al pie de
cantiles y en los recoletos meandros de las hoces, donde sobreviven un cortejo de
plantas propias de otros ambientes: avellanos, tilos, arces, fresnos y serbales.

Avellano (Corylus avellana)

En su juventud, aún sobre la planta, las avellanas están recubiertas de un casco o yelmo
(griego koris) del que recibe su nombre este arbusto o arbolillo que por lo general forma
setos o mantos en derredor de hayedos, tilares o fresnedas, es decir, en ambientes
húmedos en los que nunca falta el agua, pues el avellano, como el haya, el tilo o el tejo,
es planta de clima más húmedo cuyos requerimientos hídricos han de ser aportados por
el suelo en el seco clima mediterráneo propio de nuestra región.

Alcornoque (Quercus suber)

Los rojizos troncos de los alcornoques recién descortezados son uno de los elementos
más característicos de esa porción castellano-manchega a la que los naturalistas conocen
con el nombre de provincia biogeográfica Luso-Extremadurense. Porque, en efecto,
gusta el alcornoque de los climas marítimos portugueses y extremeños, lo que no
impide que habite en el interior de Castilla-La Mancha siguiendo la penetración de los
húmedos ábregos. El alcornocal, o los bosques mixtos de alcornoques con encinas y

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quejigos lusitanos, es uno de los ecosistemas más originales del Mediterráneo español y
el refugio y sustento de una riquísima flora y fauna.

Encina (Quercus ilex subsp. rotundifolia)

Quizás el árbol más representativo de la España mediterránea en general y de Castilla-


La Mancha en particular. La abierta copa de la encina, bajo la que buscan refugio y
sombra los rebaños de ovejas en el tórrido verano manchego, es todo un símbolo del
papel totémico, matriarcal o protector de una especie arbórea cuyo área de distribución
está hoy muy mermada por el filo del hacha y la reja del arado. Empero, sobreviven en
Castilla-La Mancha encinares o bosques mixtos de encinas y otras fagáceas que
merecen ser protegidos.

Quejigo (Quercus faginea)

El quejigo es árbol que, cubierto de hojas, algunos confunden con la encina a la que se
une frecuentemente para formar bosques mixtos. Además de por ciertos caracteres
fácilmente distinguibles, la encina es de hoja perenne, mientras que el quejigo la pierde
en invierno. Es el quejigo un árbol más exigente en precipitaciones que la encina y de
ahí que sustituya a ésta cuando las precipitaciones aumentan tanto hacia el este, en las
calizas alcarreñas y conquenses donde está representado por la subespecie faginea,
como hacia el oeste, en los sustratos paleozoicos de los Montes de Toledo y de Sierra
Morena, donde vive el quejigo lusitano (subespecie broteroi).

Coscoja (Quercus coccifera)

Aunque puede ser un árbol en climas marítimos, en los climas continentales castellano-
manchegos la coscoja no pasa de ser un modesto arbusto cuyo papel ecológico es, sin
embargo, fundamental, pues coloniza pendientes abruptas sobre todo tipo de sustratos,
incluidos los inhóspitos yesos, y por ello contribuye a la recuperación de los bosques
primarios. Aunque es más común sobre sustratos calcáreos, en Castilla-La Mancha
habita también sobre los silíceos, pues sutituye a los madroñales como etapa de
sustitución de los encinares cuando las precipitaciones escasean.

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Melojo (Quercus pyrenaica)

Árbol raro en buena parte de la región y, por lo mismo, merecedor de especial


protección. El melojo o roble melojo es especie silicícola que fue común en la media
montaña de la Sierra de Ayllón, en la que todavía sobreviven rodales de cierta
extensión. Más raro en Los Montes de Toledo, sus poblaciones son allí particularmente
interesantes porque en ellas convive el melojo con algunas especies como el madroño,
el durillo o el abedul que no son acompañantes habituales de los melojares ibéricos.

Madroño (Arbutus unedo)

Cuenta Andrés Laguna, naturalista, médico y profesor que fuera de botánica en la


renacentista Universidad de Alcalá, que el nombre genérico del madroño, Arbutus,
proviene del diminutivo arbor, que viene a significar arbolillo pues en su máximo
desarrollo -que rara vez alcanza- el madroño no sobrepasa la altura (8-10 metros) de un
modesto arbolillo. Aunque presente en otros puntos de Castilla-La Mancha, tanto en
sustratos calizos como silíceos, el madroño es, sobre todo, un genuino representante de
los ecosistemas lusoextremadurenses de los Montes de Toledo. Crece allí con profusión,
formando arbustedas densas, los madroñales, que orlan o sustituyen a los densos
alcornocales.

Aliagas o ahulagas (especies amarillas del género Genista)

La especies provistas de agudas espinas vulnerantes son comunes en todo el territorio de


Castilla-La Mancha, donde reciben el nombre de ahulagas o aliagas. Entre las más
características se cuentan Genista scorpius y G. hirsuta. La primera es planta de suelos
calcáreos, muy extendida por alcarrias y páramos, como componente habitual de
espliegares y romerales. En las tierras altas es reemplazada por la ahulaga prostrada o
cambrón, Genista pumila, acompañante habitual de los sabinares de paramera. Una
tercera ahulaga es Genista hirsuta, especie silicícola, sustituta de los encinares
lusoextremadurenses de los Montes de Toledo.

Retama (Retama spahaerocarpa)

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"Debajo de una retama se cría un cordero", tal es el dicho que viene a alabar las
propiedades fertilizantes del suelo de un conocido arbusto, la retama, muy extendido en
todas las tierras deforestadas de Castilla-La Mancha. En las raíces de la retama crecen
unas bacterias simbiontes capaces de fijar el nitrógeno atmosférico el cual actúa, en
efecto, como fertilizador del suelo. Las estilizadas siluetas de la retama son un elemento
paisajístico inconfundible de los pastizales castellano-manchegos.

Escoba blanca (Cytisus multiflorus)

El género Cytisus está representado en la Península por una quincena de especies, la


mayoría de ellas de flores amarillas, como las castellano-manchegas Cytisus scoparius,
común en bosques densos, o C. oromediterraneus, el piorno serrano, arbusto prostrado
que crece en las altas tierras de Ayllón. Excepción por el colorido blanco de sus flores
es la escoba blanca, arbusto de mediana talla cuyas blancas inflorescencias cubren en
primavera los roquedos graníticos toletanos.

Jaras de flor blanca (especies del género Cistus)

Son las jaras componentes habituales y frecuentemente dominantes de los matorrales de


sustitución de los encinares mediterráneos. La mayoría de las jaras son pirófilas, esto es,
les favorecen los incendios, puesto que la germinación de sus semillas se ve
incrementada por el sobrecalentamiento del suelo que provocan las llamas. Por ello, no
es extraño ver extensas poblaciones de jaras, en particular de la jara pringosa o jara de
ládano (Cistus ladanifer) cubriendo grandes extensiones en los Montes de Toledo. En la
sierra de Ayllón y en los rodenos silíceos conquenses y alcarreños es reemplazada por
Cistus laurifolius. Una tercera jara de flor blanca es la jarilla o romerillo Cistus clusii,
que al contrario que las dos anteriores es especie calcícola, común en algunas solanas y
enclaves térmicos de Castilla-La Mancha, donde convive con el romero, Rosmarinus
officinalis, con el que es frecuentemente confundida.

Jaras de flor rosa (especies del género Cistus)

Como las jaras de flor blanca, las jaras de flor rosa son componentes habituales de los
matorrales de sustitución de los encinares y alcornocales. La más común de ellas es la

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jara de estepa, Cistus albidus, especie indiferente edáfica que puede encontrarse en todo
tipo de matorrales de la región. Por el contrario, Cistus crispus, una jara prostrada de
flores de color rosa intenso, es especie silicícola que suele crecer en compañia de otras
jaras o de brezos en el occidente de Castilla-La Mancha. Una tercera jara rosada, Cistus
psilosepalus, es más rara y se desvía del comportamiento del resto de las especies del
género Cistus, pues suele formar parte de comunidades riparias en compañía de zarzales
y rosaledas.

Esparto fino o albardín (Lygeum spartum)

El albardín es una gramínea alta, de unos 40-50 cm, provista de un rizoma rastrero
enterrado del que surgen tallos apretados en denso cepellón. Los tallos, provistos de
unas hojas envainadoras punzantes, rematan en una bráctea o espata en la que hay una
sola espiguilla. Los albardinares se desarrollan en suelos ligeramente húmedos y salinos
que en el estío se cubren de eflorescencias blancas con ligero sabor a sal. Fue utilizado
antiguamente para la obtención de fibra de esparto destinada a cestería.

Tamujo (Securinega tinctoria)

A pesar de su riqueza florística, la Península Ibérica no es rica en géneros endémicos.


Uno de ellos es el género Securinega que es casi endémico de Castilla-La Mancha.
Crece con profusión en los arroyos de las rañas de los Montes de Toledo y en otras
zonas silíceas de la región, siempre en vecindad de zonas con alguna ligera humedad
periódica. Es una de las plantas más interesantes de Castilla-La Mancha.

Jaramagos de roca (Hutera y Coincya)

El género Hutera al que pertenecen tan sólo dos especies es endémico de Castilla-La
Mancha. Se trata de unas plantas que crecen en rocas y paredones, un hábitat muy
especializado que pocas plantas son capaces de ocupar. El género Hutera está
representado en todo el mundo por H. rupestris, planta exclusiva de los roquedos
calizos del pico de La Molata, en Albacete, y por H. leptocarpa, endémica de las
cuarcitas de la sierra de Alhambra, en Ciudad Real. Muy próximo es el género Coincya,

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al que pertenece C. longirostra, endemismo ibérico, frecuente en los paredones
cuarcíticos y pizarrosos de Sierra Morena.

Esparto basto o atocha (Stipa tenacissima)

Gramínea robusta que forma cepellones muy densos de hojas y cañas. Las hojas, que
son el esparto propiamente dicho, son tenaces y están enrolladas sobre sí mismas para
formar un canuto fino. El esparto basto tiene su origen en el Mediterráneo oriental
concretamente en las estepas y zonas subdesérticas ucranianas, y ha llegado a España a
través de una vía migratoria norteafricana.

Espantazorras (especies del género Limonium)

Los espantazorras o limonios son matas de talla pequeña provistas de una roseta basal
de hojas con forma de espátula y cubiertas de abundantes glándulas blanquecinas. El
color blanquecino de estas glándulas se debe a que eliminan las sales que estas halófitas
toman de los suelos en los que viven. El género Limonium es muy rico en especies
endémicas y está ampliamente diversificado en los saladares de Castilla-La Mancha,
donde crecen entre otros L. dichotomum, L. latebracteatum, L. bellidifolium, L.
carpetanum, L. supinum o L. tournefortii. Entre todos ellos sobresale L. erectum,
endemismo de suelos yesíferos que tiene en la sierra de Altomira sus únicas poblaciones
mundiales.

Jarillas (Helianthemum polygonoides y H. conquense)

Las jarillas son especies del género Helianthemum, comunes en diversos tipos de
matorrales mediterráneos. El género está formado por numerosas especies dos de las
cuales son endémicas de Castilla-La Mancha y ambas han sido encontradas y descritas
muy recientemente. Helianthemum polygonoides tiene una ecología desviante del resto
de sus congéneres, pues habita en los saladares existentes entre Tobarra y Cordovilla
(Albacete), única localidad conocida de esta bella especie. Por su parte, Helianthemum
conquense, conocido de las provincias de Guadalajara y Cuenca, habita en los jabunales
sobre suelos yesíferos.

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Violeta de Cazorla (Viola cazorlensis)

Uno de los más bellos endemismos españoles, la violeta de Cazorla es planta rupícola o
subrupícola, es decir, que vive en paredones o en lugares pedregosos inclunados.
Común en las sierras gienenses de Cazorla, Segura y Mágina, alcanza también las
dolomías de la sierra de Alcaraz en Albacete.

Brezos (especies del género Erica)

Los brezos juegan un papel ecológico similar al de los jarales, es decir, son especies de
los matorrales silicícolas que sustituyen a los bosques esclerófilos o caducifolios. A
diferencia de las jaras, los brezos son más exigentes en precipitaciones y por ello
aparecen en las zonas de clima más húmedo, como sustituyentes de alcornocales,
melojares o hayedos. Erica arborea es común en los sutratos paleozoicos ácidos de toda
la Comunidad, aunque sus mejores poblaciones estén en los Montes de Toledo, donde
es componente habitual de madroñales y brezales de umbría. En estas zonas es común
también un brezo enano, E. umbellata, que forma parte de matorrales sobre suelos
pedregosos y secos. Por su parte, E. australis subsp. aragonensis es común en los
brezales de la sierra de Ayllón, como componente de los matorrales de sustitución de
melojares y hayedos.

Pino salgareño o laricio (Pinus nigra subsp. salzmannii)

Uno de los pinos más característicos de la alta montaña ibérica, el pino salgareño forma
importantes masas forestales en las serranías calizas de Castilla-La Mancha,
principalmente en Guadalajara (Alto Tajo) y en la Serranía de Cuenca. El cortejo de
plantas que acompaña a los pinares de laricio es muy semejante al que acompaña a los
quejigares de Quercus faginea subsp. faginea, lo que permite suponer que una posición
natural de estos pinos sería la formación de bosques mixtos con quejigos. No cabe
tampoco olvidar que en condiciones de clima más seco y continental este pino comparte
hábitat con la sabina albar o con el pino albar, con los que forma bosques mixtos sobre
las calizas de la alta montaña alcarreña y conquense.

Pino albar (Pinus sylvestris)

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Por extensión superficial, es sin duda el rey de los pinos del hemisferio norte, pues su
área de distribución se extiende desde el extremo oriental de Siberia (donde soporta
temperaturas inferiores a los 70º C) hasta Laponia por el norte, mientras que por el sur
lo hace hasta la alta montaña castellano-manchega y bética. A pesar de esta espectacular
extensión, el pino albar estuvo más extendido durante los períodos glaciares
acontecidosn en el transcurso de los últimos cien mil años. Se trata, en efecto, de una
especie que tolera climas continentales extremadamente fríos, por lo que en latitudes
bajas como las de Castilla-La Mancha lo encontramos ligado a formaciones forestales
de alta montaña, principalmente en Cuenca y Guadalajara.

Pino negral, resinero o rodeno (Pinus pinaster)

Quizá el pino con peor prensa de todos los españoles por haber sido empleado
abundantemente en repoblaciones forestales, lo que se debe a que es una especie
pionera, altamente resistente y capaz de colonizar sustratos rocosos y pendientes muy
inclinadas. A pesar de su empleo en repoblaciones se trata de una especie autóctona
española con hábitats muy específicos. Uno de ellos son los rodenos o areniscas del
Buntsandstein tan abundantes en el Sistema Ibérico de Cuenca y Guadalajara, donde
formó bosques mixtos con melojo en los mejores suelos o pinares puros en las rocas
más abruptas.

Pino carrasco o de Alepo (Pinus halepensis)

Es el pino mediterráneo por antonomasia, pues sus poblaciones delimitan toda la cuenca
de este mar. Es una especie pionera que contribuye a fijar el suelo, a disgregar las rocas
y a prepara, en definitiva, la entrada de las quercíneas, siempre más exigentes
ecológicamente. A diferencia del resto de los pinos ibéricos, que por lo general están
adaptados a la montaña alta y media, el pino carrasco es especie xeroterma, esto es,
prospera mejor en sitios secos y cálidos y de ahí que su área natural sea eminentemente
costera, lo que no impide su penetración interior buscando siempre las mejores
orientaciones de solana. Los pinares de las tierras bajas de la Serranía de Cuenca y de la
sierra de Alcaraz representan penetraciones levantinas o béticas de esta especie. En el
resto de Castilla-la Mancha el pino carrasco ha sido introducido por repoblaciones.

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Pino piñonero (Pinus pinea)

Además de por otros caracteres morfológicos, su inconfundible silueta aparasolada le


distingue del resto de los pinos españoles. El área de distribución natural de esta especie
es objeto de fuerte controversia, pues ha sido cultivado desde muy antiguo para
beneficiar los nutritivos piñones. La mayor parte de los botánicos están de acuerdo en
considerar que uno de los hábitats naturales de esta especie son los suelos arenosos, por
lo que las poblaciones castellano-manchegas de esta especie (principalmente las
situadas entre Minaya y el Provencio en Albacete, y las de Cuenca) pueden considerarse
autóctonas.

Jabuna (Gypsophila struthium)

La jabuna es un arbusto relativamente común en los matorrales que viven sobre suelos
yesíferos en toda la Comunidad. El nombre científico, Gypsophila, le cuadra muy bien,
pues significa amante de los yesos, mientras que el nombre común, jabuna, no es menos
preciso pues tiene propiedades jabonosas y frotada con agua produce espuma gracias a
unas sustancias activas, las saponinas, que contiene. De jabuna sale jabunar, nombre
empelado para designar a los matorrales sobre suelos yesíferos, a los que también se
adjudica el nombre árabe de aljezares el cual, estrictamente hablando, debería ceñirse a
designar los yesares o terrenos ricos en yeso y no las comunidades que los pueblan.

Plantas barrilleras (Suaeda brevifolia, Salsola vermiculata, Sarcocornia perennis,


Arthrocnemum macrostachyum)

Este grupo de plantas son halófitos y, por tanto, componentes habituales de las
comunidades sobre suelos salinos tan comunes en las depresiones miocénicas
manchegas. El nombre de barrilleras alude a una vieja actividad que se beneficiaba del
alto contenido en sodio y potasio que almacenan en su interior estas plantas, y que
toman de los saladeres en los que viven. El nombre de barrilla se empleaba para
designar a la ceniza de estas plantas que, mezclada con grasas de origen animal, servía
para hacer jabón.

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Catálogo de fauna

Abejaruco (Merops apiaster)


Podríamos considerar a este pájaro, de unos 30 cm de tamaño, un arco iris volante. Sus
colores rojo, azul, amarillo y verde, junto con sus destellos iridiscentes, hacen de él un
un ave que pudiera parecer más típica de los húmedos bosques tropicales que de las
secas campiñas y montes manchegos. Su carácter ruidoso mientras vuela, pues emite
reclamos constantes, hace que difícilmente pase desapercibido. Es un migrador invernal,
que regresa a tierras españolas en primavera y verano, temporadas en las que
acostumbra a cazar en bandadas todo tipo de insectos de tamaño medio. Su hábito más
característico es su capacidad de horadar agujeros en taludes, donde luego anida. El
abejaruco es, sin duda, uno de los pájaros más bellos de la avifauna europea.

Avefría (Vanellus vanellus)


Asiduo visitante invernal de nuestro territorio, el avefría aparece con los primeros fríos,
cuando comienzan a verse bandadas de estas preciosas aves moviéndose de un lado para
otro, muchas veces de una manera errática y con bruscos giros. En ese momento la
coloración en blanco y negro de sus alas nos produce gran desconcierto. Sin duda es un
efecto buscado con el fin de desorientar a sus depredadores. Pese a que son más
abundantes durante el invierno, existen unas cuantas parejas que anidan en el territorio
de Castilla-La Mancha, alrededor de 500, que se reparten en las zonas llanas y baldías
cercanas a las lagunas. La colonia de cría más importante está en las Tablas de Daimiel
con alrededor de 50 parejas reproductoras.

Cuervo (Corvus corax)


No es este el pájaro negro que vemos cerca de ciudades y pueblos. A menudo
confundido con las cornejas (Corvux corone) esta bonita especie ha sido quizás una de
las más perseguidas de toda la fauna. Acusada sin fundamento por cazadores y
agricultores, la inquina hacia los cuervos más parece provenir de los lejanos tiempos de
maldiciones, encantamientos, augurios y profecías, que de datos razonablemente
expuestos sobre su función en el medio natural. El cuervo es el más grande los llamados
pájaros (Paseriformes), un excelente planeador -lo que le diferencia de las cornejas- y
un estupendo cazador de reptiles y roedores. Su hábito más característico es la
alimentación de carroña, a la que avista y alcanza mucho antes que los buitres, sirviendo

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a éstos de indicador. Este córvido es ave ligada a las montañas, donde vive en parejas,
nunca en bandadas, dominando un amplio territorio. El cuervo es considerado un animal
sagrado en numerosas culturas indígenas euroasiáticas y americanas, que incluso llegan
a elevarlo a la categoría de reencarnación del Supremo Creador, algo sin duda debido a
su gran inteligencia y extraordinario aplomo, caracteres que, junto a la elegancia de su
vuelo, convierten al más grande de los córvidos en una de las joyas aladas de nuestro
cielo.

Alcaudón común (Lanius senator)


Los alcaudones son muy conocidos por todos los interesados en la fauna ibérica. Su
costumbre de ensartar a sus presas en las espinas de rosales, majuelos y endrinos, ha
llamado la atención desde siempre a los amantes de la naturaleza. Además, su pequeño
tamaño -unos 20 cm- convierte al alcaudón en una pequeña rapaz, algo así como un
águila a pequeña escala. El alcaudón común es un migrador invernal, que pasa la
primavera y el verano entre nosotros, siempre acechando desde algún espino o poste el
paso de insectos grandes. Es un gran consumidor de saltamontes, pero también de
pequeños roedores y lagartijas. Especie muy representativa de los setos que rodean los
campos de cultivo, la desaparición de éstos, muchas veces producida por la
concentración parcelaria, les ha afectado -como a otras muchas aves- de manera muy
negativa.

Rabilargo (Cyanopica cyanea)


Una de las especies más curiosas de nuestra fauna. La distribución mundial de esta
elegante ave es objeto de controversia. La encontramos abundante en el nordeste de
Asia, llegando desde el lago Baikal y la meseta del Tíbet, hasta el Japón. Luego
desaparece de todo el resto de Eurasia para reaparecer en España. Esta distribución,
llamada técnicamente alopátrica, permite bastantes interpretaciones, pero aún no hay
pruebas concluyentes sobre ninguna de ellas. Especie típica de hábitat forestal, el
multicoloreado rabilargo se mueve en bandadas muy ruidosas y constantemente en
activo movimiento lo que no pasa desapercibido para cualquier observador. En Castilla-
La Mancha lo encontramos abundante en Toledo, Ciudad Real y norte de Guadalajara,
siendo escaso en Cuenca y Albacete. Se piensa que la especie está en un lento pero
continuo período de expansión, por lo que las nuevas citas suelen ser frecuentes.

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Sisón (Tetrax tetrax)
Con alrededor de 45 cm de altura, el sisón es considerado una de nuestras aves de gran
talla más frecuentes en los terrenos de cultivo. Quizás sea Castilla-La Mancha el
territorio donde esta especie abunda más en todo el mundo. Vive siempre en llanuras
cerealistas y de vid, prefiriendo las zonas donde hay variedad de cultivos. Su nombre
viene del ruido que producen al volar, una especie de siseo muy característico. Se
alimenta de pequeños insectos, reptiles, gusanos, caracoles, etc., dieta que enriquece con
materia vegetal, ramillas, hojas tiernas y semillas. Es una especie que se ve afectada de
manera negativa por la homogeneización e intensificación de los cultivos, aunque aún
es fácil de observar en los amplios campos castellano-manchegos.

Avutarda (Otis tarda)


Esta descomunal ave, con alrededor de un metro de alto y hasta 16 kilos de peso en el
caso de los machos, ostenta varios records. Es el ave de más peso de Europa, la más
pesada de todas las aves que logra volar y, quizás, el ave más asustadiza del viejo
continente. Relativamente rara en Castilla-La Mancha, en España se concentra casi la
mitad de la población mundial de esta especie amenazada en otros lugares euroasiáticos.
Vive normalmente en bandadas en las llanuras cerealistas, siempre en zonas de baja
densidad de población humana, en las cuales puede desarrollar su ciclo de vida de
manera tranquila, sin perturbaciones importantes. Desde la prohibición de su caza en
España a partir de 1986, el avutarda ha visto aumentar sus poblaciones en la mayoría de
los lugares donde era frecuente, lo que ha frenado el acusado declive que se estaba
produciendo. Sin embargo, la lenta pero progresiva urbanización y la construcción de
vías de comunicación en las zonas cerealistas está provocando un amenazador
aislamiento y empequeñecimiento de las poblaciones. Reconforta ver las majestuosas
figuras de las avutardas en las llanuras más tranquilas de nuestras provincias, siempre
atentas a levantar el vuelo a la menor molestia, y destacando con su estatura en los
campos de cereal ya cosechados.

Malvasía (Oxyura leucocephala)


La del pato malvasía es la historia de un éxito de las medidas de protección de la fauna.
En 1977 existían en España 22 individuos de la especie, casi todos en una laguna
andaluza. A partir de ahí, con la ayuda de una asociación conservacionista y las medidas
de la administración, poco a poco fue creciendo el número de ejemplares que ahora se

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estima en más de 500. Por supuesto, la malvasía aún no está fuera de peligro, pero su
recuperación demuestra que las medidas de protección, basadas en la prohibición de la
caza en las zonas de nidificación y en la suelta de ejemplares criados en cautividad, han
sido efectivas. Las causas de la rareza de la malvasía no están claras, aunque hay
ornitólogos que afirman que es la anátida que más tarde levanta el vuelo ante una
perturbación. Por tanto, en las cacerías de patos, tan frecuentes en las lagunas de toda
España, eran los ejemplares de malvasía los más fáciles de cazar. En Castilla-La
Mancha puede observarse en algunas lagunas del sur de Toledo y del norte de Ciudad
Real, siempre según la cantidad de agua disponible ese año. Confiemos en que la
recuperación de estos preciosos patos de pico azul siga su curso y podamos volver a
observarlos de nuevo en la mayoría de nuestros humedales.

Cigüeña negra (Ciconia nigra)


La cigüeña negra es pariente cercana de la mucho más común cigüeña blanca (Ciconia
ciconia). Pero a pesar de la proximidad zoológica, no puede haber comportamientos
más distintos entre ambas especies. Todo lo que tiene la blanca de buscar la cercanía del
hombre, lo tiene la negra de asustadiza y de rehuir la presencia humana. Mientras que la
blanca suele anidar en edificios de pueblos y ciudades, la negra lo hace en los más
escondidos farallones y en las intricadas e inaccesibles copas de los árboles de las zonas
más frondosas del bosque mediterráneo. La población castellano-manchega,
concentrada en la porción ciudarrealeña de los Montes de Toledo, se estima en unas 15-
20 parejas nidificantes, aunque en época de migración se pueda observar
esporádicamente en bastantes lagunas, ribazos y sistemas fluviales. Esta cigüeña es un
perfecto bioindicador del estado de conservación de nuestros ríos, lagunas y montes, por
lo que su preocupante rareza indica un estado poco saludable de nuestros ecosistemas.

Buitre negro (Aegypius monachus)


Esta especie, la más grande de nuestras rapaces, dotada de un plumaje de color
uniformemente negro, es característica entre los buitres por su costumbre de anidar en
árboles, la mayoría de las veces en encinas y grandes pinos. Anida en colonias donde se
concitan decenas de parejas, una de las cuales -la del Parque Nacional de Cabañeros, en
la que anidan unas 120 parejas- se cuenta entre las más conocidas. El buitre negro es
una especie espectacular, de gran envergadura, provista de anchas alas con las que
planea a baja altura buscando las carroñas con las que se alimenta. A diferencia del otro

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buitre ibérico, el leonado, el buitre negro no rechaza las carroñas pequeñas, por lo que
es frecuente observarlo mientras se alimenta de un cadáver de conejo o de liebre en
cualquiera de sus abiertas zonas de campeo.

Águila imperial (Aquila adalberti)


Esta rapaz es una de las más amenazadas de extinción del mundo, pues tan sólo
sobreviven alrededor de 120 parejas, todas ellas en nuestro país. Es además una preciosa
especie, con unas manchas alares completamente blancas que destacan entre su plumaje
oscuro. Frecuente en numerosos escudos heráldicos, su figura esbelta, su vuelo pausado
y elegante y su posar altivo, la convierten en la más espectacular de las rapaces
españolas. Y también en la más amenazada. Después de una lenta y laboriosa
recuperación en las últimas décadas, sus poblaciones han comenzado de nuevo a decaer
desde mediados de los 90. La causa fundamental ha sido la vuelta del empleo del
veneno a nuestros campos que ha provocado su extinción en amplias zonas en las que se
había recuperado. El águila imperial está muy ligada al bosque, principalmente a los
encinares y pinares albares, en los cuales anida. Tiene un territorio muy amplio, siempre
elegido en zonas con una baja presencia humana. En Castilla-La Mancha hay alrededor
de 35 parejas nidificantes, concentradas principalmente en los Montes de Toledo y en
Sierra Morena.

Águila perdicera (Hieraaëtus fasciatus)


Actualmente conocida como águila-azor perdicera, es una especie grande, muy fuerte y
robusta que gusta de criar en roquedos calizos, muchas veces en vecindad a buitreras, y
que huye de las grandes montañas prefiriendo zonas a baja altitud, lo que la convierte en
una especie muy sensible a zonas humanizadas y en proceso de urbanización. Su
preferencia por las zonas bajas quizá se deba a la competencia que la enfrenta al águila
real, dueña y señora de las grandes montañas de nuestro país. Pese al nombre que
ostenta, sus principales presas son las palomas y los conejos, y es una de las pocas
rapaces que se enfrenta con éxito a los grandes córvidos -cornejas, grajillas y chovas-,
los cuales pueden ser parte importante de su alimentación. Por causas aún por
determinar, el águila perdicera ha sufrido un proceso de rarefacción muy acusado en los
últimos años, pues ha desaparcido de todo el norte cantábrico y sus poblaciones se han
reducido en el centro y oeste peninsular. Su principal área de distribución está en las
sierras del litoral mediterráneo y en el Sistema Ibérico. En Castilla-La Mancha se

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encuentra en todas las provincias, aunque de un modo esporádico en la mayor parte de
su área de distribución.

Águila calzada (Hieraaëtus pennatus)


Es la más pequeña de las águilas europeas, y de ahí el nombre el nombre común cada
vez más aceptado de aguililla calzada. Esta especie es típica de bosques, pues anida en
árboles corpulentos, especialmente sobre pinos. A pesar de esta preferencia forestal de
nidificación, el águila calzada necesita de claros y matorrales en donde cazar, pues a
diferencia de otras rapaces nidificantes del bosque como el gavilán y el azor, vuela mal
bajo los doseles arbóreos. Es un águila migratoria, por lo que en otoño deja nuestras
tierras para desplazarse hacia zonas más templadas, hábito que la ha salvaguardado de la
caza ilegal una vez levantada la veda invernal. En Castilla-La Mancha es frecuente en
Guadalajara, Cuenca y en el norte de Toledo, y más escasa en Ciudad Real y Albacete.

Buho real (Bubo bubo)


Como todas las especies de rapaces nocturnas el buho real gusta de pasar desapercibido
en los paredones y roquedos en los que nidfica y se oculta durante el día. A pesar de
este hábito que parece rehuir al hombre, el buho real puede llegar a nidificar muy cerca
de las poblaciones humanas si no es molestado. Es la rapaz nocturna más grande y
fuerte, por lo que su comportamiento en la cadena trófica de nuestros ecosistemas es el
de un superdepredador. Es de las pocas especies que puede cazar otras rapaces, como lo
demuestra el hecho de que en sus nidos aparezcan restos de ratoneros, azores, gavilanes
e incluso águilas. La potencia de sus garras incluso le permite cazar a los vulnerantes
erizos. En Castilla-La Mancha su población se estima en unas 25 parejas, muy
distribuidas por todo el territorio de la Comunidad, siempre en zonas de matorrales y
pastizales con arbolado disperso, pues evita tanto el espesor de los bosques como las
zonas abiertas de los cultivos de secano.

El terror del veneno


Después de dos décadas de lento incremento de las poblaciones de las grandes rapaces,
en los últimos años sus poblaciones se están viendo muy afectadas por el uso ilegal de
venenos en numerosos cotos de caza. Un libro como éste, dedicado a glosar las
maravillas del medio natural de Castilla-La Mancha, es un buen lugar para reiterar que
el uso de venenos en el campo es un gravísimo atentado para todas las especies en

60
general, pero en particular para las más importantes de nuestra fauna que, como en el
caso de las rapaces, suelen culminar la cadena trófica en la que, tarde o temprano,
directa o indirectamente, termina por actuar el veneno. La recuperación de nuestras
grandes rapaces, que tanto dinero y esfuerzo ha costado, no debe verse interrumpida por
la utilización de veneno por unos cuantos desaprensivos. Las autoridades deberían
tomar cartas en el asunto, ya que la pérdida de las grandes especies de rapaces y de
mamíferos es a la vez que una importante pérdida de biodiversidad y de valor
faunístico, una pérdida económica cada vez más considerable por la gran cantidad de
subvenciones de la Unión Europea que vienen a España para la conservación de la
fauna. Las tendencias conservacionistas cada vez más arraigadas en Europa y el
importante papel que nuestro país debe jugar como “zona verde” europea, quizá permita
que en un futuro Dentro de unos años, con la evolución de las políticas agrarias, quizás
ya no se tenga que decir que las personas de campo deben vivir con la fauna, quizás
llegue un momento en que vivan de ella.
La electrocución
Hasta hace pocos años la primera causa de mortalidad de las aves más representativas
de la fauna castellano-manchega se debía al disparo directo, al expolio de nidos o a los
cepos. En los últimos años, junto al veneno, la electrocución en las líneas de alta y
media tensión ha desplazado a esas causas. Son datos casi increíbles los miles y miles
de ejemplares de aves grandes que mueren por choque y electrocución todos los años en
los campos españoles. En los últimos años ha habido un esfuerzo por parte de los
movimientos conservacionistas para que se adopten medidas protectoras en los tendidos
eléctricos que eviten esas muertes. Se han modificado algunos tendidos, conocidos
como las líneas de la muerte, y hay una cierta concienciación en algunas empresas
eléctricas. Es importante que se determinen los tramos más peligrosos y que en las
nuevas líneas se apliquen las medidas correctoras, conocidas como salvapájaros. Las
nueva reglamentación de Castilla-La Mancha sobre tendidos es un paso más en esta
dirección.

Desmán de los Pirineos (Galemys pyrenaicus)


Podríamos definir al desmán como un topo acuático. Este pequeño mamífero que habita
aguas limpias y cristalinas, casi ciego y sordo, nocturno y misterioso, pasa
desapercibido en las zonas donde se alimenta de artrópodos acuáticos. Se puede utilizar
como bioindicador, ya que la presencia del desmán ya habla por sí sola de un río limpio,

61
con aguas bien oxigenadas y abundante fauna acuática. Aunque está censado en algunos
poco ríos del norte de Toledo y de Guadalajara, el desmán es casi imposible de observar
por sus hábitos nocturnos y por ser un animal muy desconfiado. La ausencia casi total
de visión y de oído no le impide moverse con total soltura por el agua, pues utiliza una
serie de órganos especiales y sobre todo el tacto en la captura de sus presas, en su
mayoría pequeños y medianos artrópodos.

Nutria (Lutra lutra)


La nutria es uno de nuestros mamíferos más conocidos. Su naturaleza juguetona y su
gran movilidad acuática la han convertido en uno de los animales favoritos en
documentales y reportajes. La nutria común antiguamente habitaba la mayoría de los
ríos españoles. Actualmente se encuentra en poco sitios, aislada de sus congéneres,
sobreviviendo en los más limpios, recónditos y mejor conservados cursos de agua. La
necesidad de encontrarse con presas de tamaño medio, peces y cangrejos sobre todo, y
de habitar en zonas tranquilas y de aguas impolutas, ha provocado sus ausencia en casi
todos nuestros ríos. En Castilla-La Mancha la encontramos todavía en las partes más
altas de los ríos, sobre todo en la provincia de Guadalajara y Cuenca. El aislamiento de
las pequeñas poblaciones de nutria pone al conjunto de las nutrias ibéricas en peligro de
extinción, problema agravado por la sequía que atenaza periódicamente nuestro país y
por las obras hidráulicas que dejan los cauces fluviales bajo los mínimos
imprescindibles para sostener la pirámide trófica del ecosistema fluvial que culmina con
la nutria como gran depredador.

Gato montés (Felis silvestris)


Más grande y robusto que el gato doméstico, este felino altamente evolucionado es un
depredador que consume presas de tamaño pequeño y medio, entre las que destacan los
micromamíferos. Es un animal muy adaptado al bosque y a las zonas de matorral con
árboles. Se localizaba en llanuras y montañas, pero últimamente ha desaparecido de las
primeras por persecución del hombre. Se han detectado problemas de hibridación con
los gatos domésticos, con pérdida del valor genético de las poblaciones silvestres. Es un
animal principalmente nocturno aunque en invierno se le puede ver durante el día.
Carece prácticamente de enemigos en la naturaleza, quizá exceptuando al lince y al
lobo. Se han dado citas de águilas reales muertas al intentar cazar ejemplares de gato
montés, lo que da muestra de su extraordinaria fiereza y valor. En Castilla-La Mancha

62
lo encontramos en los hábitats favorables de todas las provincias, pero está ausente de
las extensas zonas cultivadas de secano y vid.

Tejón ( Meles meles)


Este mustélido, pariente de nutrias y comadrejas, se caracteriza por lo compacto de su
cuerpo, cubierto de un pelale largo y denso y, sobre todo, por el antifaz negro que le
cubre la cara. Animal de hábitos nocturnos y coloniales, el tejón forma grupos de 2 a 12
individuos que comparten complejos de madrigueras subterráneas interconectadas por
un dédalo de túneles que emergen al exterior a través de numerosas entradas,
generalmente entre 3 y 10, pero que pueden llegar hasta la cincuentena. A estos
conjuntos se les conoce como tejoneras. El tejón es animal de poca vista y oído, pero de
un olfato muy desarrollado. Animal también de reiteradas costumbres, el tejón recorre
cada noche los mismos caminos, por lo que es fácil de detectar gracias a las sendas
dejadas por sus correrías nocturnas. En Castilla-La Mancha está distribuido por todo el
territorio, siempre que tenga una zona apropiada para hacer sus madrigueras y el
alimento sea abundante.

Murciélago orejudo (Plecotus austriacus)


Quizás el grupo de los murciélagos sea el de mamíferos con peor imagen del reino
animal, a duras penas compartido con las ratas. Sin embargo, estos pequeños animales
insectívoros no pueden ser más beneficiosos para el hombre. El orejudo es una de las
especies más típicas de Castilla-La Mancha, cuyos cielos surca cada noche ayudándose
de sus sobredimensionadas orejas, una especie de pantalla receptora que facilita el
recibir las ondas ultrasónicas con las que se orientan todos los murciélagos. Los
murciélagos son un grupo de animales que ha disminuido mucho en las últimas décadas,
principalmente debido al uso de pesticidas en la agricultura, pero también al deterioro y
destrucción de sus colonias de cría. Desde aquí hacemos un llamamiento para que
cuidemos a estas beneficiosas especies, a sus refugios y sus hábitats, con el fin de que
puedan seguir jugando su papel ecológico, que no es otro que el de limitar las
poblaciones de insectos en ambientes rurales y urbanos.

Lince (Lynx pardina)


Si se preguntara qué felino está en mayor peligro de extinción en el mundo, la mayoría
de las respuestas señalaría al tigre, al leopardo de las nieves o al guepardo. Sin embargo,

63
la respuesta está más cerca, pues es el lince ibérico, superviviente en España, y ya casi
desaparecido de Portugal, el felino con un número de ejemplares más reducido -entre
400 y 1000 según algunos biólogos- y con poblaciones que se encuentran en un
acentuado proceso de rarefacción. Es curioso que cuando escribimos estas líneas lo
hagamos pensando en la hipótesis de si un posible lector que leyera estas páginas dentro
de 25 o 30 años, lo hará una vez que se haya cumplido lo que hoy es una premonición:
que esta bellísima especie haya desaparecido ya. Y en proceso de extinción está, algo
repetidamente avisado por muchos grupos conservacionistas, expertos en la materia y
todos los científicos que lo estudian. Los pocos ejemplares que quedan siguen siendo
perseguidos en los cotos de caza a tiro limpio bien o con traidores cepos y mortíferos
venenos. También siguen muriendo atropellados en las carreteras y de hambre por la
ausencia de su presa indispensable, el conejo, víctima éste de la mixomatosis y de la
neumonía hemorrágica, dos enfermedades que han llevado a la escasez de los otrora
abundantes conejos de nuestros campos. Pero debemos dar un poco de esperanza
también, ya que el lince es la única especie que actualmente tiene un plan de
recuperación a nivel estatal y se están haciendo esfuerzos para su reproducción en
cautividad y la mejora en su hábitat. Castilla-La Mancha es una comunidad vital para la
supervivencia del lince pues una parte importante de su población se encuentra aquí
tanto en los Montes de Toledo como en Sierra Morena, dentro de las provincias de
Toledo, Ciudad Real y Albacete. Como en el resto de sus territorios, el lince se
encuentra en Castilla-La Mancha en franca regresión y sobre todo distribuido en
micropoblaciones aisladas, por lo que la desaparición de pocos individuos lleva a la
extinción del conjunto de la población de la zona y al aislamiento entre las vecinas. Los
últimos estudios demuestran que la desaparición del lince conlleva un aumento en las
poblaciones de zorro y meloncillo, predadores mucho más generalistas que el lince. Por
otra parte, la desaparición de esta especie sería una pérdida irreparable para nuestros
montes y una visión catastrofista del medio ambiente, pues tal sería que una de las
especies emblemáticas de nuestro país dejase de vagar definitivamente por nuestros
campos.

Lobo (Canis lupus)


El lobo es el mamífero que más forma parte de nuestra imaginción colectiva. En épocas
pretéritas su competencia con el hombre hizo que se le presentara en cuentos, fábulas y
leyendas como el animal maligno a destruir, el competidor y enemigo que había que

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vencer. Indudablemente también había un halo de respeto en esas historias, aunque
siempre por debajo de la batalla continua entre los dos superdepredadores. Hoy en día la
guerra ha acabado y el lobo ha sido el gran derrotado. Sólo en zonas poco humanizadas,
con grandes territorios de campeo y con abundancia de ungulados silvestres, sobreviven
manadas con una mínima estructura social. Al norte del Duero el lobo es todavía una
especie en un estado medio de conservación. Por el contrario, al sur del Duero, las
poblaciones de Extremadura y de Sierra Morena, que fueron protegidas desde el año
1986, han terminado por sucumbir, exterminadas por la caza furtiva, acosados por la
proliferación de vallas cinegéticas o aniquilados por el traidor veneno. En los Montes de
Toledo y en Sierra Morena, hasta hace bien poco refugios meridionales del gran cánido
ibérico, las historias de lobos ya solo podrán referirse al pasado y los aullidos en las
noches invernales habrán desaparecido definitivamente.

Cangrejo autóctono ibérico (Austropotamobius pallipes)


No hace muchos años este crustáceo era una de las especies más frecuentes en nuestros
ríos. Las capturas en algunas zonas eran ingentes y aún así las poblaciones se mantenían
en un aceptable estado de conservación. Por su abundancia y comportamiento el
cangrejo de río era una pieza decisiva como mantenedor del ecosistema acuático, dada
su condición de limitador de poblaciones faunísticas como el depredador eficiente que
es y, a su vez, una fuente de alimento para predadores de mayor tamaño como la nutria.
Su papel ecológico fue exterminado con la propia especie, hoy prácticamente
desaparecida por la aparición de una virulenta enfermedad, la afamicosis, que acabó con
la mayoría de las poblaciones. Posteriormente, la introducción del cangrejo rojo
americano empeoró su situación ya que éste actúa como portador de la enfermedad
aunque no la sufra. Hoy en día el cangrejo ibérico está refugiado en las cabeceras de
algunos de nuestros ríos, siempre en tramos muy cortos, que favorecen la desaparición
en cuanto las condiciones empeoran. Pese a los intentos de repoblación, la recuperación
del cangrejo ibérico es muy dificultosa y ello por varias razones, entre las que hay que
destacar la falta de un tratamiento adecuado para erradicar al hongo productor de la
afamicosis, la contaminación fluvial y la proliferación de los cangrejos americanos,
mucho más agresivos, adaptables y resistentes, que se han adueñado de los territorios
tradicionales del cangrejo autóctono. En Castilla-La Mancha existen todavía
poblaciones aceptables en los tramos altos de la mayoría de los ríos de Cuenca y
Guadalajara, aunque siempre en zonas muy localizadas. Es indispensable la búsqueda

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de una vacuna para la afamicosis y una estricta prohibición de las reintroducciones de
otros cangrejos, como el señalado, que podrían ser la puntilla para las exiguas
poblaciones castellano-manchegas.

Ciervo volante (Lucanus cervus)


Es la especie de escarabajo más grande de los que pueblan nuestros campos. Su aspecto
imponente, sobre todo el del macho, ofrece de este bonito y tranquilo coleóptero una
agresiva imagen que no se corresponde con la realidad. Sus descomunales mandíbulas
le sirven para enfrentarse con otros machos usándolas a modo de palanca y de ningún
modo las utiliza como arma de ataque, defensa o caza, ya que carece de músculos que le
permitan cerrar con fuerza tan espectaculares atributos. De hecho, este robusto y bello
insecto se alimenta de savia de árboles y jugos dulces de fruta. Su vida como adulto es
corta, entre quince días y dos meses, mientras que la mayor parte de ella la pasa en
forma de larva alimentándose de madera. Es una especie que se está volviendo
progresivamente rara porque su alimentación a base de madera en descomposición se ve
perjudicada por los usos silvícolas intensivos. En Castilla-La Mancha está catalogada
como de interés especial, pues el límite ibérico meridional de la especie se encuentra en
la provincia de Toledo. Más al sur hay una especie de aspecto y hábitos parecidos
(Pseudolucanus barbarossa), con la que puede confundirse y que puede encontrarse en
todas las provincias de la Comunidad Autónoma.

Mariposa Apolo (Parnassius apollo)


Estamos ante una de las mariposas más amenazadas de extinción de España. Su figura
elegante y discreta dista mucho del aspecto grande, pesado y negro de sus vistosas
orugas, siempre solitarias mientras se alimentan de diferentes plantas carnosas,
principalmente de los géneros Sedum, Sempervivum y Saxifraga. La mariposa apolo
vive en poblaciones aisladas en muchos montes españoles y de ahí que se haya
diferenciado genéticamente, existiendo muchas subespecies y variedades. En Castilla-
La Mancha existen poblaciones significativas en las serranías de Cuenca y Guadalajara,
poblaciones que deben ser protegidas habida cuenta del declive de la especie en todo el
territorio español.

Vibora hocicuda (Vipera latastei)

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Pese a la aprensión que producen en el común de las gentes, los reptiles son animales
esenciales para regular los mecanismos de control de la naturaleza. El temor reverencial
a las serpientes forma parte de la cultura judeocristiana y está ligado al mito bíblico de
la serpiente que engañó a Adán. Otras culturas mediterráneas como la griega o la
romana se benficiaban de los hábitos cazadores de las serpientes para que, criadas como
animales domésticos tal y como hoy día se hace en algunos pueblos asiáticos,
mantuvieran las casas libres de ratones. A diferencia del resto de los continentes, que
cuentan con abundantes y mortíferas serpientes venenosas, Europa escasea de ellas y las
existentes son, afortunadamente, poco agresivas. En España las únicas serpientes
venenosas son las víboras, de las que existen varias especies, aunque la más común es la
hocicuda, bastante común en Castilla-La Mancha. Eficaz cazadora de roedores y
pequeños animales, la víbora hocicuda es un animal asustadizo que rehuye la presencia
humana. Las escasas mordeduras registradas en nuestro país se deben a accidentes
fortuitos por haber apoyado alguna extremidad en ellas. Pese a todo, su veneno es
doloroso pero no mortal, salvo en el caso de personas muy ancianas y niños. Recuerde
este dato: en España mueren menos personas por picaduras de víboras que por las de
avispas o abejas.

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