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ÍNDICE
Introducción 1
Los Montes de Toledo y el Parque Nacional de Cabañeros 3
Los humedales castellano-manchegos: el Parque Nacional
de las Tablas de Daimiel 7
El Parque Natural de las Lagunas de Ruidera 11
El Macizo de Ayllón y el Parque Natural de Tejera Negra 14
El Monte de Venus o la Sierra de San Vicente 18
El Cañón del Alto Tajo 20
Guadalajara: Alcarria, campiña y páramo 22
La Serranía de Cuenca: hoces, muelas y aljezares 24
La Reserva Natural de las Hoces del Cabriel: donde Castilla se hace
Levante 29
Las serranías béticas: Sierra de Alcaraz y Calar del Mundo 32
Las estepas 35
Los ríos 38
Catálogo de flora 44
Catálogo de fauna 55
Bibliografía recomendada 68
Introducción
Con una extensión superficial de 79.225 Km2, la Comunidad Autónoma de Castilla-
La Mancha representa el 15,7% de la extensión territorial nacional. Enclavada en el
centro geográfico de España peninsular, la fisiografía de Castilla-La Mancha está
determinada por la influencia geomorfológica de la gran Meseta central española, la
cual confiere a la península una clara originalidad frente al resto resto del relieve
europeo, bien por su posición central, bien por su elevada altitud (660 m; lo que
convierte a España en el segundo país con mayor altitud media de Europa) o bien por su
gran extensión superficial, puesto que la Meseta ocupa casi la mitad de la superficie
peninsular española.
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A pesar de esta influencia mesetaria en la topografía castellano-manchega, que
podría hacer pensar en un relieve poco contrastado al que, de hecho, están habituados
quienes atraviesan la Comunidad por las carreteras que, recta tras recta, discurren sobre
la llanura manchega, a pesar de ello, Castilla-La Mancha presenta abundancia de
relieves abruptos, pues su territorio está delimitado por cadenas montañosas de cierta
entidad que surgieron como consecuencia de la acción de la orogenia alpina sobre viejas
montañas paleozoicas a las que aquella rejuveneció -como es el caso de la sierra de
Ayllón, de los Montes de Toledo o de Sierra Morena-, o sobre sedimentos marinos
depositados en un viejo océano -el legendario Tethys que separó los supercontinentes de
Laurasia y Gondwana-, que hoy constituyen paisajes tan relevantes como las parameras
de Molina, la sierra de Alcaraz, el Cañón del Alto Tajo o la Serranía de Cuenca.
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hidrográficas -la del Tajo y la del Guadiana- alrededor de las cuales se articula la
Comunidad Autónoma.
Gran diversidad, mucha fauna y mucha flora, mucho espacio natural y pocas páginas
para describir todo ello, han sido el principal escollo de este libro. Con todo, la
genialidad de la cámara de Antonio Manzanares sirve sobradamente para compensar
con la visión lo que la palabra no ha sabido o no ha podido describir. Esperamos que al
leer o al mirar este libro disfruten tanto como nosotros al redactarlo. Pese a todo, el
mayor placer estará, sin duda, es recorrer sobre el terreno lo que estas páginas intentan
torpemente describirles. A ello, lector, te animamos.
Hace unos 300 millones de años, durante el Paleozoico, cuando aún no existían las
plantas con flores ni la mayoría de los animales que hoy conocemos, dos gigantescas
placas continentales -la Africana y la Europea- entraron en colisión. Uno de los
resultados de aquel gigantesco episodio geológico fue una orogenia -conocida como
Hercínica- que levantó montañas, hundió valles y cambió la faz de las tierras que hoy
circundan un Mediterráneo entonces inexistente. En España, la manifestación más
conocida de esa orogenia fue el levantamiento de lo que hoy conocemos como Montes
de Toledo.
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Tras su nacimiento, la historia geológica de los Montes fue la de un intenso proceso
de erosión que actuó selectivamente sobre las viejas rocas, desgastando activamente las
blandas pizarras y levemente los duros contrafuertes cuarcíticos, para crear unos
relieves que conforman el más bello ejemplo europeo de una forma de modelado -el
apalachiense-, en el que destacan lomeríos de escasa altura (las cotas más altas de los
Montes raramente sobrepasan los 1.200 m), dotados de laderas relativamente suaves
que, sin embargo, aparecen coronadas por abruptos riscos donde destacan las duras
cuarcitas armoricanas.
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a los frentes lluviosos hace que sus serranías reciban mucha más precipitación anual
(entre 550 y 700 l/m2) que las tierras bajas que los circundan (350-400).
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Los Montes de Toledo reciben ese nombre por haber sido -desde su compra a la
Corona de Castilla en 1284- los Montes Propios del Concejo de la ciudad de Toledo,
cuyas ordenanzas acerca de la “conservación, guarda y aprovechamiento” son un
modelo conservacionista desde el siglo XIII, pues sus territorios estaban reservados a
los “vecinos de esta ciudad (de Toledo) y a los otros nuestros vasallos”, con el
imperativo de que no “destruyan y talen” la vegetación de monte ni afecten a la
“conservación de la caza que suele haber”. Desde entonces, y tras pasar por algunas
vicisitudes amenazantes tras la desamortización de la primera mitad del siglo XIX, los
Montes en general y Cabañero en particular permanecieron en un estado casi natural si
se exceptúan los aprovechamientos para leña y los aclareos de madera que vinieron
practicándose tradicionalmente por los escasos pobladores de los Montes, algunos de
los caules construían unas curiosas cabañas de leña que hoy dan nombre al parque
Nacional.
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paisajístico dentro del parque y un refugio extraordinario para la fauna que enriquece la
biodiversidad de Cabañeros, hasta convertirlo en el ejemplo más señero de los
ecosistemas mediterráneos.
Aunque las hemos agrupado bajo un epígrafe común, las zonas húmedas de Castilla-
La Mancha responden a cinco tipos diferentes. El primero de ellos corresponde a
lagunas como las de Ruidera, ligadas a complejos fenómenos hidrológicos de naturaleza
geoquímica, que son descritas en otro epígrafe de este libro. Un segundo tipo,
paisajísticamente semejante al anterior, corresponde a las lagunas de origen cárstico,
asociadas a dolinas y torcas, como las existentes en la serranía de Cuenca: las torcas de
las Cañadas del Hoyo o la laguna de Tobar sobresalen como más características. Un
tercer tipo son las lagunas originadas por la acumulación del agua en el cráter de los
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antiguos volcanes del Campo de Calatrava: las lagunas de las Cucharas, Carboneros,
Pozadilla, Alcolea y Fuentillejo se cuentan entre las de este tipo.
Los dos últimos tipos de humedales castellano-manchegos, las tablas y las lagunas
manchegas, tienen su origen en el carácter semiendorreico de la cuenca alta del
Guadiana, cuyos afluentes manchegos (Cigüela o Gigüela, Riansares, Záncara y el
propio colector) transcurren por la extensa y horizontal llanura, favorecedora del lento
divagar de los cursos superficiales por leves hondonadas o por depresiones donde tiende
acumularse el agua de las lluvias, donde afloran los acuíferos por razones tectónicas o
donde, por el efecto de la evaporación, tienden a subir aguas subterráneas cargadas de
sales que, durante el árido verano, se acumulan en forma de costras de sal. Estos dos
últimos tipos -tablas y lagunas arreicas- constituyen la genuina zona húmeda de La
Mancha, extendida por una superficie de 2.500 km2, de los cuales sólo un 10%
aproximadamente corresponde a áreas encharcadas temporal o permanentemente. La
Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza ha incluido estos humedales
manchegos con rango preferente en el "Catálogo de zonas húmedas de importancia
internacional como hábitats de aves acuáticas". El gobierno de la Nación por su parte,
creó aquí en 1973 el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, mientras que otras
figuras de protección de carácter nacional o autonómico (reservas de caza, y refugios de
fauna) afectan a varias de las lagunas que componen estos singulares espacios
castellano-manchegos, veintiocho de los cuales están siendo objeto desde 1996 (Diario
Oficial de 21 de junio) de expediente para la aprobación de sus Planes de Ordenación de
Recursos Naturales, paso previo para su declaración como Parque Natural.
El exceso de sales es mortal para la inmensa mayoría de los organismos y las plantas
no son excepción. Sin embargo, un grupo de plantas -conocidas como halófitos, del
griego halos, sal, y phytos, planta- son capaces de prosperar en medios extremadamente
ricos en sales, en los cuales gozan de la ventaja de no tener que competir con la mayoría
de las plantas. La vegetación halófila suele estar ubicada en vecindad del mar, en
marismas, contradunas y saladares, pero también aparece en depresiones interiores, en
las cuales a la flora halófila especializada se unen otras plantas capaces de resistir un
contrastado clima continental muy diferente del marítimo u oceánico que caracteriza a
los habituales biotopos halófilos. De ahí que en los espacios salinos interiores se
conciten halófitos propios de zonas costeras con halófitos especializados, en ocasiones
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plantas endémicas muy localizadas como Microcnemum coralloides o especies del
género Limonium, que enriquecen el valor natural de estos saladares continentales.
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cárdena aridez de la inmensa llanura manchega, es una consecuencia de la
concatenación local del sistema hidrológico de la cuenca del alto Guadiana, cuyo
receptor es el Cigüela, con los afloramientos del acuífero 23, en particular con esos
aliviaderos naturales antaño rebosantes que son los “ojos”, entre los cuales destacaban,
antes de su desaparición, los Ojos del Guadiana. Las aguas que sostienen los
ecosistemas acuáticos de las Tablas de Daimiel son de salinidad diferente -las unas
salinas, las otras dulces, salobres las más -, lo que propicia una enriquecedora mezcla de
unas y otras para conformar un intrincado mosaico de comunidades vegetales entre las
que destacan los cañaverales de carrizo (Phragmites australis) en las aguas más dulces
y los de la halófila masiega (Cladium mariscus) junto con la casatañuela (Scirpus
maritimus), en las aguas de más acusada salobridad, en su mayoría procedentes de los
aportes salinizados del Cigüela. Precisamente, las casi 2.000 hectáreas del Parque
Nacional albergan el mayor masiegar de Europa Occidental.
No se podrían cerrar estos párrafos dedicados a las Tablas sin hacer referencia al
peligro de desaparición de las mismas. Aunque los factores de degradación que inciden
el más pequeño de nuestros parques nacionales son diversos, los principales resultan ser
el descenso del acuífero originado por la proliferación de pozos y regadíos, la
desaparición de algunos cauces aportadores como los del hoy embalsado Azuer, y la
contaminación producida por el vertido de aguas negras y residuales a los cursos de
agua que vierten en las Tablas. El número de hectáreas en regadío que se benefician de
las aguas del acuífero se ha multiplicado por siete en apenas veinte años, aumentando la
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demanda anual de agua (entre 500-600 hm3) muy por encima de la recarga natural del
acuífero (335 hm3), lo que ha provocado la reducción de su capacidad a prácticamente
la mitad. Las consecuencias de este esquilmamiento hidráulico, agravadas por el
irregular ciclo hidrológico de la zona, tuvieron inmediata respuesta en los ecosistemas:
los Ojos del Guadiana dejaron de manar, el nivel freático descendió, todo el sistema se
alteró y las Tablas entraron en un período de descenso freático que hizo temer por su
conservación. En 1987, el año más crítico, no hubo ninguna entrada de agua, ni fluvial
ni subterránea, a las Tablas que, por el contrario, recibieron el fétido aporte de las aguas
negras industriales, rurales y urbanas de Villarrubia de los Ojos, único caudal de un
desvastado Cigüela.
Desde los campos y huertas de Argamasilla de Alba, regados por los canales del mal
llamado Guadiana, la carretera que sube hacia Ruidera asciende lenta e
imperceptiblemente hasta que, en pocos kilómetros, llegamos a un altiplano alzado a
poco más de 150 metros sobre la llanura de Alba; el paisaje ha cambiado totalmente:
encinas y coscojas, romeros y aladiernos, genistas y espliegos, linos y salvias, tomillares
y espartales, monte bajo en definitiva, estallan en rico colorido natural, raramente
interrumpido por viñedos y campos de cereales. Estamos en los confines orientales de
un altiplano, el Campo de Montiel. En el fondo del altiplano, el verde intenso de
cañaverales y juncales denuncia al oculto río canalizado.
Por fin Peñarroya, ermita, castillo y pantano; el agua, que habíamos visto hasta
ahora canalizada hacia Argamasilla y Tomelloso, oculta posteriormente en la inmensa
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llanura manchega, se nos muestra dominada y embalsada por el hombre. La cola del
embalse, tras desaparecer atrapada por densísimos espadañales y cañaverales, nos lleva
hasta Ruidera, sin duda uno de los lugares más encantadores de España. Quizás por ello,
por su encanto, el inmortal Cervantes situó en ellas a un tropel de encantados
personajes- la dueña Ruidera, sus hijas y sus sobrinas, Belerma, Durandarte, la reina
Ginebra y el mismísimo Lanzarote- habitantes todos de un suntuoso alcázar -la modesta
cueva de Montesinos- a la que el valeroso don Quijote dio “felice cima” en el libro
segundo de la obra del genial alcalaíno.
Más allá de la fantasía, el largo cordón de las quince lagunas y lagunazos que
constituyen el paisaje lacustre de Ruidera es un prodigio natural donde se concitan la
geología y la química para producir un efecto paisajístico extraordinario, una
concentración de flora y fauna que contrasta sorpredentemente con el árido marco
biológico que la rodea, y un paraje de excepcional valor geomorfológico, comparable
tan sólo a los lagos escalonados de Plitvice, cuyo origen y génesis es similar al de estas
lagunas castellano-manchegas.
Aunque el origen de las lagunas -tectónico para algunos, cárstico para otros- ha sido
objeto de alguna controversia, en los últimos años se ha impuesto la tesis de considerar
a las lagunas como un fenómeno producido por la acumulación química de carbonatos
que, al depositarse día a día, mes a mes, año tras año, han acabado por formar unas
presas naturales de tobas y travertinos capaces de detener el curso fluvial para
transformarlo en remansado espacio lacustre. Las lagunas son, en términos estrictos, la
zona de descarga del acuífero 24, el acuífero de Montiel. El Campo de Montiel es una
extensa altiplanicie de unos 8.000 km2, un típico páramo ibérico cuya altura máxima
alcanza los 1.100 m en su extremo oriental, para ir decayendo progresivamente hacia el
oeste, es decir, hacia Ruidera. En este páramo, como en todos los páramos ibéricos,
predomina la sencillez estructural que conforma relieves planos, unos relieves que son
el resultado de la deposición tabular de sedimentos marinos -hoy transformados en
calizas y dolomías carniólicas- que se depositaron en un mar mesozoico, principalmente
jurásico, hace 130 millones de años, cuando los grandes dinosaurios dominaban la fauna
terrestre.
Estas calizas y dolomías tabulares son unas rocas muy permeables, capaces de
recoger por infiltración todas las aguas del Campo de Montiel y de conducirlas por
gravitación, poro a poro, fisura tras fisura, hasta las cotas más bajas, hasta Ruidera,
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donde el agua infiltrada, frenada en su descenso en profundidad por una capa
impermeable de arcillas y yesos triásicos que subyace a las rocas jurásicas, encuentra
una vía de escape y pasa a formar el cordón lagunar. En su trayecto subterráneo, el agua
de lluvia infiltrada cambia su composición química, pues se va progresivamente
cargando de sustancias en disolución, particularmente de carbonatos. Cuando aflora a
superficie en la más alta de las lagunas, cambian las condiciones químicas en las que se
había producido la disolución. En consecuencia, a medida que descienden desde la
laguna más alta a la más baja, se producen reacciones químicas complejas y los
carbonatos van depositándose en forma de travertinos y tobas que, a modo de presa, han
ido cerrando secularmente el curso fluvial transformándolo en lagunas.
Estos procesos geoquímicos, junto con la belleza del paisaje y la riqueza de la flora,
de la fauna y de la vegetación, son el motivo de que las lagunas merecieran la
consideración de Parque Natural, intentando con ello poner freno a una
desproporcionada presión urbanística incontrolada que hizo poner en peligro el
equilibrio ecológico de todo el sistema lagunar y de su cuenca. Una cuenca en la que
destacan sobremanera los perfiles piramidales de las sabinas albares (Juniperus
thurifera), un árbol típico de los páramos ibéricos que acostumbra a vivir en bosques
abiertos a mayores altitudes que las que se alcanzan en Ruidera. Aquí, sin embargo,
aparece un fenómeno geobotánico bien conocido, el de la inversión térmica, que hace
que plantas y comunidades vegetales termófilas se sitúen en las laderas de valles y
cubetas al beneficiarse de las corrientes ascendentes de aire cálido. En cambio, los
fondos de valle, las cubetas y las depresiones lacunares embolsan aire fresco y calmo,
propiciando un hábitat local más frío que es ocupado por especies que, fuera de este
ambiente, ocupan posiciones altitudinales superiores.
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más para considerar a este espacio natural castellano-manchego como uno de los tesoros
naturales de nuestro país.
La gran Meseta central, ese enorme territorio que constituye el rasgo más
característico de la topografía española, está dividida en dos grandes submesetas, la
norte y la sur -correspondientes también a las tierras castellano-leonesas y castellano-
manchegas, respectivamente-, gracias a un alargado espinazo montañoso, el Sistema
Central o Cordillera Carpetovetónica, extendido de oeste a este a lo largo de más de 500
km desde la portuguesa Serra Estrela hasta los confines orientales del Sistema Central,
situados en la sierra de Ayllón (Guadalajara), que actúa de enlace con el Sistema Ibérico
gracias a esa charnela biogeográfica que es la sierra de Pela.
El Sistema Central es un macizo viejo, constituido por las viejas rocas paleozoicas
del Escudo Hespérico, levantadas primero por la orogenia Hercínica, arrasadas después
por la erosión durante más de cien millones de años, para ser más tarde -a mediados del
Terciario- rejuvenecidas y elevadas por la orogenia Alpina, que irguió la cordillera en su
configuración actual. Los suaves relieves del antiguo Cuaternario serían reavivados por
la activa erosión glaciar desarrollada en las áreas cumbreñas.
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De ahí también que, por la pobreza de los suelos, la agricultura haya sido
tradicionalmente poca e itinerante, instalada en un lugar para, aprovechados al máximo
los nutrientes del suelo, trasladarse en pocos años a otro y reiniciar el proceso. Las
tierras abandonadas, esquilmadas de nutrientes, se han visto ocupadas por jarales o
brezales que hoy forman los rasgos más sobresalientes de un paisaje vegetal en el que la
reconquista por parte de los árboles de su antiguo territorio, del que fueron expulsados
por el hacha y por el fuego, es poco menos que imposible.
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unas precipitaciones de hasta 1000 litros anuales, lo que permite suponer precipitaciones
cercanas a los 1500 en algunos puntos, que son notablemente superiores a las del resto
de la provincia de Guadalajara. Esta circunstancia, junto con el hecho de que algunos
pasos de montaña sean el escenario de fuertes tormentas de verano que traen la lluvia a
enclaves privilegiados que ven así compensada la aridez estival propia del clima
mediterráneo imperante en toda la cordillera, es la causa de que en Ayllón sobrevivan
algunos hayedos, un tipo de vegetación más propio de la España húmeda septentrional
que de la Iberia seca. Los hayedos, reliquias de bosques más húmedos, joyas
geobotánicas castellano-manchegas, fueron en 1978 la causa de la creación del Parque
Natural de Tejera Negra, enclavado en el municipio de Cantalojas. Una figura de
protección que estaba en consonancia con la importancia de unos hayedos como los de
Cantalojas y los vecinos del puerto de la Quesera (Segovia) y Montejo de la Sierra
(Madrid) que, junto con los del puerto de Beceite (entre Tarragona y Castellón), son los
más meridionales de España y aun lo fueran de Europa de no existir algunos hayedos
sicilianos y balcánicos.
Los hayedos son los bosques más característicos de las montañas en la Iberia
húmeda. Solas o en mezcla con robles y abetos, las hayas son los ejemplos más
genuinos del bosque planocaducifolio europeo, un tipo de ecosistema forestal
profusamente representado en la media montaña cántabro-atlántica y pirenaica. La
historia de los hayedos es ciertamente interesante, pues representa uno de los casos más
espectaculares de avance de la vegetación al abrigo de condiciones climáticas
favorables.
El haya (Fagus sylvatica) es una especie antigua, pues sus fósiles aparecen
ampliamente distribuidos por toda Europa durante el Terciario, en condiciones de clima
subtropical. Como es sabido, durante el Cuaternario, esto es, durante el período
geológico que ocupa los últimos 1,5 millones de años, hubo una veintena de
glaciaciones de mayor o menor duración, interrumpidas por períodos de clima
interglaciar más templados y húmedos. Los climas fríos y secos de los períodos
glaciares provocaron el avance hacia el sur de tipos de vegetación esteparios o
tundrales, mientras que los tipos menos adaptados retrocedían o se extinguían. Las
glaciaciones cuaternarias provocaron la extinción de muchas especies, en particular de
las de carácter más subtropical, al tiempo que otras consiguieron refugiarse en enclaves
particularmente favorables en los que se dejó sentir menos el cambio climático. El haya
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debió quedar refugiada en algunos de esos enclaves microclimáticos, los cuales -
teniendo en cuenta las apatencias ecológicas de la especie- debieron ser zonas ribereñas
o barrancos húmedos de la cuenca del Mediterráneo.
Es de suponer, y así lo confirman los yacimientos polínicos de turbera que son como
un registro o padrón de los antiguos habitantes vegetales que poblaron una zona, que la
sierra de Ayllón, al igual que los territorios sicilianos y balcánicos que hoy albergan
hayedos, debió ser uno de esos refugios a partir de los cuales el haya tuvo una
prodigiosa expansión tras el final del último gran período glaciar, el Würm, que terminó
hace algo más de 12.000 años. Hace 9.000 años, el registro fósil sólo recoge testimonios
puntuales del polen del haya aquí y allá; a partir de entonces, el área de la especie no ha
hecho sino expandirse y continúa haciéndolo, pues todo indica que algunos puntos
septentrionales ibéricos como los Ancares, el Caurel o la Liébana, están siendo
colonizados actualmente por los hayedos en detrimento de los robledales atlánticos de
Quercus petraea.
En Ayllón las hayas se encuentran dispersas entre los 1.300 y 1.800 metros de
altitud aproximadamente, ocupando las zonas más frescas y de continentalidad menos
acusada. Los hayedos más extensos son los de Cantalojas, extendidos en las cabeceras
de los ríos Lillas y Zarzas o de la Hoz, que discurren paralelos en dirección este. En el
valle del río Lillas el haya forma una masa boscosa uniforme y continua que se aclara
un poco en la cabecera del río, subiendo por las empinadas laderas rocosas del pico de
la Buitrera hasta los 1.850 metros. En el valle del río Zarzas las hayas aparecen más
dispersas, agrupándose en bosquetes de pequeña o mediana extensión, entre los cuales
destaca el del barranco de Tejera Negra.
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El viajero curioso que quiera observar hayas más ancianas, deberá bajar a los fondos
de los barrancos, en particular al de Tejera Negra, donde viejos ejemplares de plateados
troncos retorcidos son el testimonio vivo de una especie atlántica que una vez, cuando el
clima le era desfavorable, encontró refugio en las acogedoras sierras ayllonenses. Y con
la reina Fagus, su corte, un grupo de plantas (Ilex aquifolium, Pyrola minor, Vaccinium
myrtillus, Sanicula euroapea, Paris quadrifolia, Galium rotundifolium, Melica uniflora
y tantas otras) que convierten a Tejera Negra en una isla atlántica en pleno dominio de
la vegetación mediterránea, en un reino de la humedad inmerso en el seco imperio de la
Iberia seca.
Enmarcado al sur por la fosa del Tiétar, al este por la del Jerte y al oeste por la de
Béjar, Gredos es el macizo culminante del Sistema Central español. Aunque la mayor
parte del macizo gredense se extiende por las provincias de Ávila y Salamanca, sus
estribaciones meridionales penetran en el norte de la provincia de Toledo, en el
interfluvio de los ríos Tiétar y Alberche, dentro la comarca de Talavera de la Reina.
En realidad, ese interfluvio es un gran bloque tectónico o horst levantado entre dos
grandes fosas en la cuales han excavado sus cauces los dos tributarios del Tajo. El
bloque tectónico es fundamentalmente granítico y muy antiguo -del Paleozoico- y de ahí
que prevalezcan las redondeadas formas erosionadas típicas de los granitos, visibles
tanto paisajísticamente en las ovaladas formas del pico de San Vicente (1.321 m), de la
sierra de La Higuera (1.025) o en el Berrocal de Nombela (1.061), como en las
abundantes rocas graníticas, redondas y pesadas, que constituyen los berruecos, un
ejemplo característico de la geología gredense.
Quizás estas formas curvas, suaves y prietas, como de mujer, llevaron a los romanos
a consagrar el más alto de los picos de esta sierra a la diosa del amor y por eso la sacra
montaña cristiana, consagrada hoy al martirio de San Vicente, llevó una vez el evocador
nombre de Monte de Venus, un lugar donde se ofrendó culto al amor, a la felicidad, a la
belleza y a las flores. Un lugar considerado sacro por carpetanos, romanos, moros y
cristianos, un lugar que fue hasta fecha bien reciente lugar conventual de los carmelitas,
quienes construyeron en Navamorcuende un convento -el Piélago -hoy en ruinas todavía
hermosas en su soledad montana- cuyo nombre nos recuerda la abundancia de fuentes y
de zonas encharcadas características de los relieves graníticos en los que las aguas
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infiltradas afloran a través de las grietas que hienden las pétreas fracturas de los
enormes bloques de granito.
Al pie de la sierra corre el Alberche y lo hace sobre unas arenas, las arcosas, que
proceden de la disgregación de las rocas graníticas del pie de monte serrano. Entre el
macizo granítico y el valle fluvial se sitúa la raña, enlace geomorfológico entre montaña
y valle, paisaje cubierto de rocas de tamaño medio, abundante en bloques, berruecos y
piedras caballeras, bien visibles en los alrededores de Nombela y Pelahustán.
Y a tal forma de relieve, tal paisaje vegetal. En el valle del Alberche, sobre las
arcosas y con las tierras más fértiles, la vegetación natural ha cedido su lugar a viñedos,
frutales y olivos. La rampa es lugar de encinares adehesados en los cuales encinas
(Quercus rotundifolia), alcornoques (Quercus suber), retamas (Retama sphaerocarpa),
jaguarzos (Halimium ocymoides), cebollas albarranas (Scilla maritima), cantuesos
(Lavandula pedunculata), berceos (Stipa gigantea) y jaras pringosas (Cistus ladanifer),
alternan con pastizales que sostienen ovino en las majadas, caprino en la breñas más
secas y bovino -ganado bravo- allí donde la humedad del suelo permite el crecimiento
de bosquecillos de fresnos (Fraxinus angustifolia) y de densos prados de tréboles y
vallicas (Agrostis castellana). Un paisaje mediterráneo que todavía alberga alguna de
las poblaciones del amenazado lince ibérico (Lynx pardina).
Subiendo hacia las cumbres serranas comienzan a aparecer los robledales de roble
melojo (Quercus pyrenaica), primero en las umbrías de las tierras bajas, donde se
mezclan con encinas, alcornoques y madroños (Arbutus unedo), para luego -a medida
que la humedad y el frío se dejan sentir al ascender la montaña- dominar casi por
completo el paisaje, alternando con densos bosques de castaños (Castanea sativa) o con
repoblaciones de pinos resineros (Pinus pinaster) o pinos albares (Pinus sylvestris), en
cuyo sotobosque bullen los retoños jóvenes del melojo, indicándonos la verdadera
vocación forestal del territorio, el robledal.
Parece fuera de toda duda que el castaño es árbol autóctono de la Península Ibérica,
como así lo demuestran los análisis polínicos de algunas turberas españolas que
registran la presencia de castaños desde hace más de 40.000 años. Ahora bien, que el
castaño sea español no quiere decir que todos los castañares españoles sean naturales,
porque no hay tampoco duda de la preferencia que tuvieron los romanos por cultivar un
árbol pródigo en frutos con los que alimentar a sus tropas y esclavos. Así, el castaño y
los castañares aparecen con frecuencia allí donde hubo asentamientos romanos y el
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suelo y el clima permiten el cultivo de una especie amante de los suelos profundos y
frescos como los son las tierras pardas donde se asientan los robledales. El cultivo desde
tiempos romanos es, con toda probabilidad, el origen de los castaños de San Vicente.
Sea acual sea su procedencia, natural o cultivada, los castaños forman hoy densos
bosques, húmedos y frescos, que se prestan extraordinariamente al activo senderismo o
al sosegado paseo en las luminosas mañanas de primavera, cuando las nevadas cumbres
de Gredos son un álbido telón de fondo a un monte hoy consagrado al martirio y ayer a
la alegría.
Cuando el río Tajo, el mayor de los ríos españoles, alcanza la llanura manchega para
recibir las aguas del Sorbe, del Henares o del Jarama, es ya un río manso, de cauce
amplio y aguas tranquilas en las que Austrias y Borbones escenificaron fiestas y batallas
fluviales navegando en ligeros bateles que las remansadas aguas sostenían ante el pasmo
de los vecinos de Aranjuez. Pero antes, desde su nacimiento en la conquense fuente de
García, el padre Tajo hubo de abrirse paso a través de los agrestes paisajes de la
Serranía de Cuenca para, surcados éstos, encontrarse con las parameras de Molina, en
las que prosiguiendo su hercúlea tarea de erosión, ha excavado los cañones del Alto
Tajo, tierra abrupta, santuario de una vida en salvaje libertad de la que fueron últimos
representantes humanos los gancheros, caminantes sobre el río, jinetes increíbles de un
mar de troncos de pinos laricios que había que conducir, aguas abajo, hasta las serrerías
ribereñas y, desde ellas, hasta el océano, para transformarse en esa “selva del mar” con
la que Lope de Vega comparó a la Armada española.
Tierra de gente ruda, acostumbrada a mirar al río con agradecimiento y con temor,
porque el río es aquí, en las altas tierras de Guadalajara, fuente de vida, de vida sí, pero
de una actividad vital bulliciosa y silvestre en la que el visitante curioso puede asistir
todavía a una naturaleza viva en la que el río, de no ser por su caudal, asemejaría un
turbulento torrente que realiza, jornada tras jornada, su inmenso trabajo de modelado,
ímproba tarea que se refleja en el paisaje montaraz de la hoz de la Escaleruela que fuera
magistralmente descrito por José Luis Sampedro en El río que nos lleva: “el río Tajo no
es una suave corriente entre colinas, sino un río bravo que se ha labrado a la fuerza un
desfiladero en la roca viva de la alta meseta. Y todavía corroe infatigable la dura peña
saltando en cascada de un escalón a otro, como los que han dado nombre a aquella hoz.
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Sí, el esfuerzo del río continúa: lo demuestra el aspecto caótico de obra a medio hacer,
con los desplomes de tierra al pie de los acantilados, las enormes peñas rodadas desde lo
alto hasta en medio del cauce, la rabia de las aguas y el espumajeo constante. El río
bravo sigue adelante, prefiriendo la soledad entre sus tremendos murallones, aislado de
la altiplanicie cultivada y de sus gentes, para que nadie venga a dominarle con puentes o
presas, con utilidades o aprovechamientos. Los pueblos le huyen, asustados por las
bajadas al barranco y temerosos de las riadas. Apenas los pastores y los trajinantes se le
acercan por necesidad. Sólo los gancheros se atreven a convivir con él, y aún así
aparece encabritarse para sacudirse los palos de sus lomos y enfurecerse más aún contra
los pastores del bosque flotante”.
El Alto Tajo es la rama castellana del Sistema Ibérico y por eso comparte con la
Serranía de Cuenca historia geológica y una misma forma de modelado paisajístico.
Pero aquí, más que en las serranas tierras conquenses, dominan los altiplanos inmensos,
las comarcas llanas, atravesadas por rectos caminos, veredas y carreteras, una llanuras
frías y venteadas donde sólo el abierto sabinar es capaz de resistir un avieso clima
continental, helado en invierno y seco en verano, lo más parecido al clima glaciar que
sacudió Europa en el Cuaternario reciente, cuando las viejas coníferas, pinos y sabinas,
dominaban la cuenca del Mediterráneo.
Paisaje de gargantas y cañones que constituyen los estrechos cauces de unos ríos
afluentes todos del padre Tajo -Gallo, Dulce, Hoz Seca y Bullones, entre otros- de aguas
todavía azules, saltarinas, frescas, oxigenadas y límpidas, en las cuales nutrias,
desmanes de prolongados hocicos, y gráciles musgaños, prosperan en una libertad casi
ajena al hombre, amenazada tan sólo por los numerosos depredadores -búhos reales,
21
azores y gavilanes, garduñas y gatos monteses, ginetas y turones- que todavía abundan
en las cumbres y en los pies de los empinados farallones.
Entre todas las gargantas, ejemplos señeros del karst externo, destaca por su
magnitud y belleza el Cañón del Alto Tajo, una fisura escarpada en la que el río se
adapta con perfección a las líneas de plegamiento impuestas por la estructura geológica.
De ahí que, para sorpresa del viajero, de cuando en cuando el Tajo trace machadianas
curvas de ballesta en torno a nada o cambie bruscamente de dirección, haciendo
extrañas inflexiones en su incesante búsqueda de una salida hacia la libertad de La
Alcarria y a la placidez de la horizontal llanura manchega donde el fatigado río
recobrará fuerzas antes de enfrentarse a las escarpadas y duras rocas de la meseta
toledana.
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representativas del paisaje de la más extensa de las provincias de Castilla-La Mancha,
Guadalajara.
Como acabamos de decir, las cuestas son como un libro abierto que refleja la joven
historia geológica de La Alcarria, una historia calma y tranquila, pues los ordenados
estratos que hoy nos muestran las cuestas y que rematan en las mesas de los páramos,
son el testimonio de que estas tierras interiores nunca sufrieron el embate paroxísmico
de la orogenia Alpina. Cuando tuvo lugar ésta, allá por el Terciario medio, se formaron
las cadenas montañosas del Sistema Central por el norte, los Montes de Toledo y Sierra
Morena por el oeste y el sur, respectivamente, y el Sistema Ibérico por el este. Estas
alineaciones montañosas delimitaron una gran depresión que estuvo largo tiempo
cubierta por un inmenso sistema de lagunas durante el Mioceno. Y como este período
geológico fue muy árido, tan árido que hasta el Mediterráneo desapareció, evaporado,
durante las crisis de aridez más acusada, el gran sistema lagunar miocénico fue también
evaporándose, hasta dejar como testimonio una grandiosa cuenca fluvio-lacustre que
hoy conocemos como la Alcarria.
23
magnificencia y variedad. Si se quiere una visión de conjunto, una instantánea perfecta
que sirva de introducción al viaje que describiera el último Nobel español, deténgase el
apresurado viajero en Trijueque, recién coronada la meseta pontiense tras superar ese
perfecto enlace entre campiña y páramo que es la cuesta de Torija en la Nacional II, y
desde allí podrá contemplar la entrega de aguas del Badiel al Henares y el trabajo
realizado por ambos para dibujar unos de los más esplendorosos paisajes con los que
nos recrea La Alcarria.
El páramo alcarreño resulta así menos elevado y, como su altitud es menor, carece
de los pinares y sabinares que caracterizan el paisaje vegetal de las parameras de
Molina, del Alto Tajo y de la Serranía de Cuenca. Encinares y quejigares, los primeros
en las solanas, los segundos en las umbrías o buscando los suelos más profundos y
frescos de las mesetas, son los representantes más genuinos del paisaje vegetal
alcarreño. Encinas y quejigos, como en tantas otras partes expulsados de gran parte de
su territorio por la presión del hombre y del ganado, han cedido su lugar a un cortejo de
matorrales que cada verano iluminan el paisaje con los amarillos de jazmines y
ahulagas, el blanco de los linos y el azul de romeros, salvias y espliegos, un tropel de
brillantes corolas que salpican el ceniciento mar de las aromáticas matas que
constituyen los tomillares, salviares, ahulagares o esplegares, fuente de alimento de las
laboriosas abejas que, año tras año, transportan polen y liban en jugosos nectarios para
rendir ese dulce tributo que es la dorada miel de La Alcarria.
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que de noroeste a sureste recorre España desde las altas tierras sorianas y burgalesas
hasta la vecindad del mar en Valencia.
Con independencia de su paisaje vegetal, del que nos ocuparemos más adelante
porque interés tiene y en ocasiones mucho, lo que distingue a la Serranía es su historia
escrita en piedra, una historia geológica que día a día va dejando sus huellas en esas
maravillas naturales que son las recoletas y angostas hoces, las empinadas y romas
muelas, y las caprichosas y laberínticas ciudades encantadas de las cuales una de ellas,
la Ciudad Encantada de Cuenca, ha alcanzado merecida fama por más que no sea sino
una más de otras más apartadas pero no menos hermosas. Como escribiera Federico
García Lorca, son paisajes y ciudades que “gota a gota labró el agua en el centro de los
pinos”, altas muelas y estrechas hoces que son como “la grieta azul de luna rota que el
Júcar moja de cristal y trinos”.
En otro lugar de este libro hemos dejado escrito que la distribución de los mares
sobre la superficie de Castilla-la Mancha fue muy diferente en el transcurso de los
tiempos geológicos. Durante la era Secundaria, en los períodos Jurásico y Cretácico -
ligado el primero al dominio y luego a la extinción de los grandes dinosaurios que
dejaron sus huellas impresas en las piedras de las vecinas tierras sorianas y riojanas;
ligado el segundo al no menos importante fenómeno natural de la aparición de las
primeras plantas con flores que hoy dominan el paisaje terrestre- las tierras que hoy
conforman la Serranía conquense estuvieron cubiertas por el mar. En aquellos remotos
tiempos, el mar sufrió importantes subidas y bajadas -transgresiones y regresiones,
dirían los geólogos- que originaron sedimentos muy diferentes y de profundidad
desigual: grandes masas de dolomías y calizas en períodos de avance marino, bajo aguas
profundas; areniscas, arcillas y yesos en períodos de evaporación acentuada
correspondiente a marismas o mares someros, principalmente de los inicios del
Terciario, del Paleógeno.
Como las actuales tierras conquenses estaban situadas durante la era Secundaria en
el borde del mar, las oscilaciones de éste se dejaron sentir muy especialmente,
provocando la alternancia de rocas de diferente naturaleza y, lo que es más importante
desde el punto de vista del relieve actual, con diferentes grado de dureza y, por tanto de
resistencia a la erosión. Así, las rocas de caprichosas formas que conforman las
ciudades encantadas son dolomías masivas del Cretácico superior (dolomías
Turonenses), mientras que las regulares calizas tableadas del Jurásico constituyen una
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forma de paisaje, localmente conocidas como “librerías”, muy representativa de la
disposición ordenada, tabular, como los libros en los anaqueles de una biblioteca, con la
que se nos presentan las rocas de aquel período.
En cualquier caso, durante toda la era Secundaria y una buena parte del Terciario se
formó una gran superficie de sedimentación con grosor variable -en algunos casos los
sedimentos alcanzan un espesor de 1.000 metros-, de topografía llana, muy diferente de
la topografía abrupta con la que hoy se nos presenta la Serranía. La explicación del
cambio de relieve es tan fácil como impresionante. A mediados del Terciario la
orogenia alpina -ese inmenso cataclismo geológico responsable de la elevación de los
principales macizos europeos- actuó suavemente sobre aquella superficie de
sedimentación, levantando montañas y excavando valles, configurando un paisaje
medianamente abrupto que posteriormente, entre el final del Terciario y el día de hoy,
ha sido y está siendo erosionado en su exterior por el viento y por el agua, en su interior
por la infiltración de las aguas superficiales que excavan galerías hasta encontrar, aquí y
allá, escapes en forma de surgencias, manantiales y fuentes que jalonan las tierras bajas
de la Serranía o alimentan las cuencas de sus ríos.
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Restos del gran proceso erosivo interno y externo son las las formas de relieve que
caracterizan la Serranía. Excavada la paramera por los ríos, sus vestigios quedan en
forma de muelas, elevaciones de altura moderada rematadas por superficies llanas,
amesetadas, restos de la antigua plataforma de la paramera. La excavaciones de los ríos
han sido ciertamente profundas y han formado profundos tajos, empinados estrechos o
angostos cañones separadores de las muelas. Por lo general, el perfil de las laderas de
las hoces es en “escalera”, lo que se debe al diferente grado de resistencia de las rocas
excavadas, pues allí donde el río encuentra rocas duras el perfil se hace casi vertical,
mientras que al encontrarlas blandas la pendiente se suaviza.
Junto a hoces, muelas y parameras, las formas de erosión cárstica, esto es, por
infiltración de las aguas, son las otras formas de relieve características de la Serranía.
Las superficies amesetadas de hoces y parameras son muy secas, sin cursos de agua ni
manantiales, debido a que están formadas por rocas altamente permeables en las que el
agua se infiltra en profundidad y excava largas galerías subterráneas para
posteriormente manar en las hoces, conformando vergeles donde prosperan avellanos,
tejos y tilos, todo un jardín de caducifolios entre un mar de pinos. A veces, estos
manantiales son el origen de importantes ríos como ocurre con los Ojos de
Valdeminguete (nacimiento del Júcar), el nacimiento del río Cuervo o la fuente García
en la que nace el Tajo; unos ríos los conquenses que, al menos en sus tramos serranos
altos, albergan todavía importantes poblaciones de nutria (Lutra lutra).
Las formas cársticas más típicas son las ciudades encantadas -técnicamente una
forma de lapiaz-, excavadas por la infiltración del agua de escorrentía a través de las
fracturas de las dolomías del Turonense, formando un dédalo en el que alternan
plataformas con angostos pasillos que las sustentan. Típicos de los relieves cársticos son
las dolinas o depresiones de contorno circular o poligonal, provocadas por la
convergencia de fisuras de disolución y el hundimiento más o menos profundo de la
superficie rocosa erosionada. Atendiendo a su forma, las dolinas reciben varios nombres
locales como torcas cuando los bordes son muy abruptos, hoyas cuando son suaves y
lagunas cuando almacenan agua en su fondo. Finalmente, la toponimia nava, como en
otras partes del centro y sur de España, se aplica a otras formas cársticas, los poljes, que
son a modo de grandes depresiones con varios kilómetros de diámetro.
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unas formas de relieve mucho más suaves tradicionalmente cultivadas por el hombre y
lugar de los principales asentamientos humanos. Entre todas ellas, sobresalen las
depresiones cubiertas por yesos miocénicos, localmente conocidos como aljezares,
hábitats de unas comunidades vegetales dominadas por plantas especializadas, los
gipsófitos, entre los cuales sobresale el endémico Helianthemum conquense.
A despecho de su paisaje vegetal antaño dominado por frondosas entre las cuales la
encina o carrasca castellana (Quercus rotundifolia) en las solanas, el quejigo (Quercus
faginea subsp. faginea) en las umbrías y los robles melojos (Quercus pyrenaica) en los
afloramientos de las areniscas del Triásico eran los elementos más conspicuos, la
Serranía de Cuenca es hoy, sobre todo, tierra de coníferas. Además de los abiertos
bosques primarios de sabina albar (Juniperus thurifera) propios de las parameras secas
y venteadas, la Serranía es tierra de pinares, algunos naturales, como los pinares albares
(Pinus sylvestris) de la alta montaña serrana, los más secundarios o favorecidos por el
hombre como acontece con los de pino de Alepo (Pinus halepensis), los de pino laricio
(Pinus nigra subsp. salzmannii) o los de pino negral o rodeno (Pinus pinaster), quizás
formadores de antiguos bosques mixtos con las frondosas, pero que hoy -eliminadas o
disminuidas éstas por la tala o el fuego y la subsiguiente erosión de los suelos- se han
adueñado del territorio cubriendo miles de hectáreas en la provincia de Cuenca. Más
competitivos y menos exigentes que las frondosas, pinos y sabinas han sabido colonizar
las extensas superficies rocosas de la Serranía, dibujando un paisaje siempre verde,
agreste y grandiosamente monótono que, sin embargo, encierra oasis
extraordinariamente ricos en vegetación especializada en la colonización de
determinados hábitats.
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Serranía de Cuenca en cuyas areniscas triásicas y pizarras silúricas, en particular en las
de la Sierra de Valdemeca, mantiene todavía enclaves de cierta extensión que, como
avellanares y tilares, tienen extraordinario valor botánico.
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El recto camino desde la Meseta hacia Levante debe pasar, se quiera o no, por las
estribaciones meridionales del Sistema Ibérico, allí donde la Serranía de Cuenca se
trueca poco a poco en las altas tierras del interior valenciano, allí donde el contrastado
clima continental de la meseta castellana empieza a sentir los atemperados efectos del
clima marítimo levantino. Y allí, en esa tierra de frontera climática, geológica, política y
biogeográfica, un río, el Cabriel, ha dejado y deja huella de su paso, horadando un
camino estrecho, encajonado, agreste y abrupto, en el que formas estructuraless de
agudos relieves -¿caben nombres más evocadores que cuchillos y hoces?- son la
manifestación visual de la ciclópea tarea que día a día, durante los últimos dos millones
de años, lleva a cabo el modesto pero bravío Cabriel.
En su camino hacia el mar, algo que únicamente lograrán tras morir en Cofrentes,
donde se entregan al Júcar, las aguas del Cabriel se abren paso a través de los múltiples
y angostos valles que recorren el corazón de la Serranía de Cuenca. Atravesada ésta, las
aguas del río son embalsadas por la presa de Contreras, a partir de la cual el tortuoso
cauce del río hace de frontera natural entre Castilla-La Mancha y la Comunidad
Valenciana mientras atraviesa una comarca de topografía fundamentalmente llana, La
Manchuela, una meseta horadada aquí y allá por afloramientos de calizas cretácicas que
son esculpidas por el río hasta configurar una serie de estrechos, las hoces, cuyas
paredes verticales llegan a rondar el centenar de metros de desnivel. Y como enhiestos
centinelas del devenir ribereño, el paisaje queda también salpicado por agudos dientes
de sierra, los cuchillos, cuyas caprichosas formas resultan de la conjunción de los
plegamientos alpinos terciarios y del paciente pero incensante trabajo cuaternario de la
red fluvial.
Cuchillos y hoces son una consecuencia de la erosión diferencial que realiza el río
sobre materiales geológicos de naturaleza, disposición y resistencia distinta. Como ya se
ha dicho en otro lugar de este libro (véase La Serranía de Cuenca: hoces, muelas y
aljezares) el Sistema Ibérico se originó gracias al levantamiento provocado por la
orogenia Alpina durante el Terciario medio. Los materiales sedimentados en ambiente
marino durante la era Secundaria -calizas y dolomías jurásicas y cretácicas- fueron
levantados por los movimientos orogénicos alpinos, los cuales provocaron al mismo
tiempo intensos plegamientos de los estratos originales. Así, estratos de calizas y
dolomías originariamente sedimentados en capas horizontales, fueron plegados como
arrugadas hojas de papel y quedaron en posición más o menos inclinada o vertical.
30
Finalizada la orogenia, en el tranquilo período que fue el Mioceno, los estratos
altitudinalmente más bajos fueron sepultados por una cobertera sedimentaria detrítica -
arenas, limos, arcillas- que formaron la llanura de La Manchuela.
Los materiales detríticos son fácilmente deleznables, presa fácil para la activa y
bulliciosa red fluvial cuaternaria que, cargada de energía potencial tras haber atravesado
la entonces joven Serranía de Cuenca, no tuvo mayores dicultades en atravesarlos,
profundizando rápidamente en el terreno antes de tropezar con las sepultadas calizas y
dolomías secundarias, mucho más compactas y resistentes a la erosión. Donde el río
encontró rocas tabulares en disposición horizontal, talló hoces. Donde las aguas
encontraron estratos inclinados rellenos por los sedimentos detríticos miocénicos y
postmiocénicos, tallaron éstos, dejando las calizas y dolomías levantadas hacia el cielo a
modo de testigos del trabajo realizado, dientes de unas agudas sierras o cuchillos a cuyo
pie corre impetuoso el Cabriel.
Como ha quedado dicho más arriba, la Reserva Natural de Las Hoces del Cabriel es
frontera por múltiples razones y, como no podía ser menos, también lo es desde el punto
de vista de la fauna piscícola que puebla sus aguas, la cual resulta ser un ecotono
faunísticamente enriquecido, esto es, una transición ecológica entre las aguas de media
montaña y las propias de la llanura sedimentaria. Pese a la acción ecológica muy
negativa de la presa de Contreras, cuyos efectos se diluyen sin embargo en los primeros
centenares de metros de río aguas abajo del embalse, la ictiofauna del Cabriel es bien
conocida por zoólogos y pescadores. Se dan cita allí peces de aguas rápidas como la
trucha, el cacho, la boga o la madrilla, y peces de aguas lentas como la tenca y la
colmilleja, sin que falten tampoco los eclécticos, los adaptados a las oscilaciones del
caudal, entre los que no faltan barbos y gobios, indicadores más visibles de una cadena
trófica muy significativa de la riqueza natural de un río cuyo caudal ecológico, falto hoy
de la regularidad de sus aguas de cabecera, está garantizado por la abundancia de
manantiales subterráneos que descargan en el cauce tributario.
31
y paredones, las plantas rupícolas y subrupícolas, los pinares de pino de Alepo, Pinus
halepensis, y los sabinares de sabina negral, Juniperus phoenicea, poco exigentes en la
profundidad y en la humedad de los suelos.
Una humedad que, desde luego, no falta en los fondos de las hoces allí donde se
encuentra el reino de la vegetación higrófila, el dominio de las saucedas arbustivas (S.
purpurea, S. elaeagnos), de los juncales (Juncus articulatus, J. subnodulosus, Scirpus
holoschoenus), de las saucedas arbóreas (Salix alba) y de las choperas (Populus alba),
que forman una zonación en cauces, sotos y riberas que culmina en los suelos de vega,
donde unos pocos pies de olmo (Ulmus minor) han resistido la feroz grafiosis y
constituyen el refugio genético de una especie que a partir de estos individuos ya
resistentes, recuperará un día su antiguo hábitat natural de no ser agredida por el
hombre.
Junto con Grecia, la Península Ibérica es la zona europea con mayor número de
plantas endémicas. Dentro de nuestra península, la provincia biogeográfica Bética es -
con mucho- la zona más rica en vegetales exclusivos o endémicos. Teniendo en cuenta
factores de índole fisiográfica, geológica y, sobre todo, florística, la provincia
biogeográfica Bética se divide habitualmente en una serie de unidades o sectores, uno
de los cuales, el sector biogeográfico Subbético, penetra claramente en el sur de
Albacete, donde forma una serie de alineaciones montañosas separadas por depresiones,
con altitudes que oscilan entre los 1.500 y los 2.000 metros, entre las cuales destacan las
sierras de Alcaraz (Pico Almenaras 1.797 m), Calar de Mundo (1.631), Lagos (Pico
Tragoncillo 1.559), Cabras y Taibilla (2.081).
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Durante la crisis de aridez del Mioceno tardío, las aguas del actual Mediterráneo
prácticamente desaparecieron por evaporación y el arco Subbético quedó como una gran
tierra emergida que conectaba las actuales tierras andaluzas con Baleares, Córcega y
Cerdeña, lo que permitió que un enorme flujo de plantas y animales compartieran el
territorio y se produjeran migraciones de flora y fauna. Así se produjo la colonización
de las islas Baleares con elementos procedentes de la Península Ibérica, a través de Ibiza
y Formentera, y procedentes de Córcega y Cerdeña a través de Mallorca y Menorca.
Cuando, a finales del Mioceno, se abrió el actual estrecho de Gibraltar y las aguas del
Atlántico inundaron la entonces casi desecada cuenca del Mediterráneo, gran parte de
los viejos terrenos subbéticos quedaron inundados. Sólo las relativamente altas
montañas que hoy integran el gran arco Subbético (Cazorla-Segura-Las Villas-Alcaraz)
o el subarco Diánico en Alicante, además de las islas antes mencionadas, emergen sobre
los sedimentos jóvenes del Mioceno o sobre las aguas mediterráneas, conformando un
amplísimo territorio que comparte una flora común (de ahí el evocador nombre de una
planta, Buxus balearica, que, como otras muchas plantas puede recolectarse en Mallorca
y en Granada) pero que, también, por el aislamiento geográfico de los últimos cinco
millones de años entre una y otra elevación montañosa, posee un núcleo de especies
endémicas locales de primera magnitud.
Durante el Cuaternario (Pleistoceno), que se inició hace unos 1,5 millones de años,
las plantas tuvieron que sufrir la gran prueba que empobreció la flora de gran parte de
Europa. Las altas montañas béticas constituyeron un refugio de primera magnitud para
muchas plantas árticas que descendieron en latitud durante los casi 20 períodos glaciares
pleistocénicos; el posterior aislamiento geográfico y genético de las mismas hizo de
todas las sierras Béticas un núcleo de especiación vegetal de primer orden, en el que se
encuentran en la actualidad un elevado número de endemismos de media y alta
montaña. Una buena parte de ellos son bien conocidos por todos los botánicos y
naturalistas que los relacionan con la flora de Sierra Nevada o de Cazorla, pero con
igual merecimiento forman parte de la flora castellano-manchega. Castilla-la Mancha ha
sabido reconocer el valor naturalístico de estas plantas y ha incluido una buena parte de
los endemismos béticos en su catálogo de especies protegidas: Andryala agardhii,
Santolina elegans, Sarcocapnos baetica, Atropa baetica, Antirrhinum subbaeticum,
Vella spinosa, Erodium cazorlanum, Viola cazorlensis, entre otras muchas, son algunos
de los endemismos béticos que uno puede encontrar en las altas cumbres subbéticas
33
enclavadas en terrenos castellano-manchegos. Entre todas ellas la joya es, sin duda,
Coincya rupestris o Hutera rupestris, endemismo castellano-manchego, cuya única
localidad espontánea conocida es el desfiladero de La Molata, situado al sureste de
Alcaraz, donde vive sobre roquedos calizos en compañía de otras plantas rupícolas
como Sarcocapnos baetica, Chiliadenus saxatilis y Sisymbrium arundanum.
De toda la comarca, quizás el lugar más destacado sea el Calar del Mundo, situado al
sur de Riópar. Situado a unos 1.200 m de altitud, el Calar es una extensa plataforma
caliza y dolomítica suavemente deformada que constituye un conjunto cárstico de
primer orden; en su superficie se observa un impresionante desarrollo de formas de
disolución de todos los tamaños, unas heredadas, las otras en proceso de formación:
dolinas, sumideros, uvalas y poljés. Sobre su pared norte está ubicada la cueva de los
Chorros, nacimiento del río Mundo, que salta en forma de impresionante cascada para
salvar un desnivel de más de 200 m de altura. La citada cueva es una cavidad cárstica
con más de 10 km cartografiados y una de las más interesantes de España desde el punto
de vista hidrogeológico y espeleológico.
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de oro a una localidad, la del Calar, de cuyas entrañas emerge el río Mundo, punto de
surgencia de cauces subterráneos que están ahora modelando un oculto paisaje cárstico
que, dentro de millones de años, finalizado el ciclo geológico de modelado interno,
aparecerá como una nueva Ciudad Encantada, hoy sólo columbrada tras una cascada de
espectacular y singular belleza.
Las estepas
La palabra estepa proviene del ruso stepj, que se aplica a algunas comunidades
vegetales dominadas por herbáceas graminoides que viven en climas muy continentales,
relativamente húmedos y sobre unos suelos específicos, los chernozen. Ni este tipo de
suelos, ni las condiciones climáticas que los determinan, ni mucho menos los pastos
estépicos se dan en nuestro país, lo que no evita la semejanza superficial antes aludida
que hizo que Huguet las denominara pseudoestepas. Las pseudoestepas españolas, a
diferencia de las europeas y asiáticas, no están dominadas por herbáceas bajas, sino por
arbustos y matas, ni tampoco son de origen natural, sino provocadas por la actividad
humana. Excepción a esta regla son algunas pseudoestepas de los saladares interiores,
dominadas por plantas halófitas (Arthrocnemum, Sarcocornia, Limonium, Puccinellia,
Lygeum spartum), cuya presencia se remonta cuando menos a finales del Terciario.
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lugares tan remotos como las estepas ucranianas o bielorrusas. Entre esta variada
avifauna estépica destaca la avutarda (Otis tarda), la más grande de las aves voladoras,
símbolo de la conservación de la naturaleza en España. Además de ella, gangas
(Pterocles alchata), sisones (Otis tetrax), avefrías (Vanellus vanellus) y algunas rapaces
como los aguiluchos pálidos (Circus cyaneus) y ceniciento (Circus pygargus),
componen una rica ornitofauna casi imposible de observar fuera de nuestras
pseudoestepas cerealistas.
Los sedimentos miocénicos ricos en yeso tan abundantes en Castilla-La Mancha son
un medio ecológico muy exigente para la vida vegetal, pues la inmensa mayoría de las
plantas no toleran las altas concentraciones de sulfato de calcio que contienen. En
consecuencia, estos suelos han actuado como centro de especiación vegetal, tal y como
se deduce de la abundancia de endemismos ibéricos que se comportan como exclusivas
de los yesos o gipsófitos. Tan sólo en Castilla-La Mancha existen los siguientes
gipsófitos endémicos: Centaurea hyssopifolia, Centaurium triphyllum, Ctenopsis
gypsicola, Gypsophila hispanica, G. struthium, Heliantkemum squamatum, H.
conquense, Herniaria fruticosa subsp. fruticosa, Jurinea pinnata, Lepidium subulatum,
Koeleria castellana, Odontites longiflora var. gypsophila, Ononis tridentata, Reseda
suffruticosa, Sedum sypsicola, Teucrium libanitis, T. pumilum, Thymus lacaitae y
Ziziphora hispanica.
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Los paisajes dominados por gipsófitos destacan por el color ceniciento del suelo,
siempre predominante en estas comunidades abiertas, de baja cobertura vegetal,
excepción hecha de algunos puntos donde permanecen retazos cubiertos por la coscoja
Quercus coccifera. Por lo general, las plantas dominantes son matas de talla baja que
apenas levantan 50 centímetros del suelo y que, salvo por el colorido que les presta en
primavera la brillante floración de algunas dominantes, permanecen el resto del año con
un impresionante aspectos de aridez que recuerda fisiognómicamente a algunos
desiertos o semidesiertos irano-turanianos.
Por lo general, no muy lejos de los espartales, a veces coexistiendo con ellos, se
encuentran ejemplares sueltos o comunidades dominadas por plantas como Salsola
vermiculata, Kochia prostrata, Peganum harmala o Artemisia herba-alba a las que
encontramos desde Castilla-La Mancha, pasando por las estepas centroeuropeas, hasta
alcanzar los semidesiertos del Oriente Próximo y Medio y aún de Afganistán. La
distribución estas plantas y de las comunidades que forman -espartales, sisallares,
ontinares- son indicadores del origen tanto de ellas como de la fauna asociada a las
pseudoestepas ibéricas. En otro lugar de este libro ya hemos apuntado que durante el
Mioceno, hace unos 6 millones de años, el Mediterráneo era un mar cerrado, pues las
placas continentales europea y africana estaban en contacto y no existía el estrecho de
Gibraltar. Como en aquellos tiempos hubo fuertes crisis de aridez, con ocasión de una
de ellas, ocurida en el período Messiniense, el Mediterráneo llegó a evaporarse casi por
37
completo. Las tierras emergidas sirvieron de puente de unión entre las lejanas tierras
ibéricas y asiáticas hoy separadas por el mar. A través de ese puente se produjo una
fuerte migración de plantas que llegaron a colonizar toda la actual cuenca del
Mediterráneo. Abierto el estrecho de Gibraltar e inundada la cuenca, los climas
posteriores del Cuaternario extinguieron esa flora de una buena parte de su área
miocénica, sobreviviendo sólo en aquellos lugares que, por su clima árido y relativa
continentalidad, recuerdan su hábitat miocénico original. La Península Ibérica en
general, y algunas zonas castellano-manchegas en particular, albergan algunos de estos
hábitats que son de un extraordinario interés paleobiogeográfico y por tanto
merecedoras de especial atención.
Los ríos
Sabido es que las aguas que discurren por la Península Ibérica pertenecen a dos
cuencas hidrográficas, una muy bien irrigada, la atlántica, a la que vierten la mayor
parte de los ríos peninsulares, y otra, la menguada cuenca mediterránea, en la que el
aporte fluvial -excepción hecha del caudaloso Ebro- es mucho más modesto. Dos
cuencas que son también asimétricas, pues la divisoria de aguas peninsular, lejos de ser
equidistante de ambas costas, se alinea de norte a sur con el Sistema Ibérico para,
finalizado éste, dirigirse hacia el suroeste alineada con las cumbres béticas.
Por esta razón, por esa disimetría de cuencas, salvo los ríos tributarios del Júcar que,
tras atravesar las tierras levantinas acaban en el Mediterráneo, o los tributarios del
Segura, nacidos en los confines surorientales de Albacete que riegan con sus aguas las
feraces huertas murcianas, salvo estas excepciones, la mayoría de los ríos castellano-
manchegos -y entre ellos los dos grandes ríos de la región, Tajo y Guadiana- desaguan
en la vertiente atlántica tras vencer pendientes muy escasas y deambular lenta y
pausadamente por esa casi penillanura que es el corazón de la Comunidad Autónoma.
38
satisfacer la demanda de una comunidad en la que el 80 por ciento del consumo se
destina al regadío agrícola, una actividad que cada día se extiende más por todo el
territorio regional.
Las dos cuencas tributarias principales de Castilla-La Mancha son la del Tajo al
norte y la del Guadiana al sur, separadas ambas por el umbral de los Montes de Toledo.
Desde su nacimiento hasta su entrada en tierras extremeñas ambos ríos atlánticos tienen
un discurrir muy diferente, motivado por el desigual origen de su cabecera -montañosa
la una, mesetaria la otra- y por la desigualdad geológica de los terrenos que atraviesan.
El Tajo es río caprichoso, pues nace en los Montes Universales, que son parte
sustancial del Sistema Ibérico, cuya divisoria de aguas dista algo más de un centenar de
kilómetros de las costas del Mediterráneo. Pese a ello, el Tajo no sigue el camino de sus
hermanos de cabecera, el Júcar, el Turia o el Cabriel, sino que elige el camino largo, el
camino del oeste, la senda que le llevará, tras avenar casi 55.000 km2 de cuenca, a su
desembocadura en Lisboa. Y como nace en sierra, entre breñas, pedreras y roquedos,
antes de volverse lento río caudaloso, el Tajo es torrente bullicioso que horada
hermosos cañones en las tierras altas de Guadalajara, tierras de pinos y sabinas, de
quejigos, melojos y encinas, tierras de profundas gargantas y de escarpados farallones
en cuyo fondo, jinetes del río, fornidos gancheros guiaban antaño los troncos hasta el
Real Sitio de Aranjuez.
39
cauce con las aguas de sus afluentes más caudalosos -Sorbe, Henares, Tajuña, Jarama y
Manzanares-, se trueca en curso suave que riega los jardines de Aranjuez antes de
abandonar Madrid para enfrentarse a la imperial Toledo, alrededor de cuyos granitos
dibuja el famoso y enigmático Torno.
Está el río de nuevo en Castilla-La Mancha y, tras girar en Toledo, toma dirección
noroeste para adentrarse en la Meseta Cristalina, escultura en granito, relieve rocoso y
llano en el que destacan los majestuosos montes-isla de Noez o Layos, avanzadilla de
unos Montes de Toledo que, a diferencia del Guadiana, el Tajo apenas llega a visitar.
Pasada La Jara, tras atravesar el Puente del Arzobispo, el río abandona las tierras
castellano-manchegas para adentrarse en Extremadura.
Y es que toda la zona donde nace el Guadiana, la gran llanura manchega, fue hasta
hace bien poco un colosal rebosadero, un inmenso manantial por el que se aliviaba una
tierra henchida de agua, la aparición superficial del gigantesco acuífero de La Mancha
Occidental o acuífero 23, un colosal reservorio de agua que se extiende por más de
5.000 km2 que antaño, antes de ser sobreexplotado por abusivas prácticas agrícolas,
surgía en esos aliviaderos naturales que son las Tablas de Daimiel, en los humedales
que afloraban aquí y allá en Villarrubia, Alarcos, Villafranca o Herencia, o en los hoy
desaparecidos Ojos del Guadiana, donde cuenta la leyenda que pastaban los rebaños
oretanos. El río es, pues, un precioso ejemplo de regularización fluvial subterránea.
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más singulares de Castilla-La Mancha. Paraíso de los vulcanólogos, el Campo de
Calatrava alberga en unos pocos kilómetros cuadrados más de un centenar de volcanes
de los más diferentes tipos: lávicos, domos exógenos, maares de serratas, maares de
llamadas, piroclásticos y mixtos. Y asociadas a los volcanes, las fuentes termales,
conocidas localmente como hervideros o fuentes agrias, aguas burbujeantes ricas en
anhídrido carbónico y en hidróxidos de hierro y manganeso que les confieren un agrio
sabor picante.
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Nacional español dedicado a los ecosistemas esclerófilos. Estamos, pues, en el corazón
mismo de los Montes de Toledo que es como decir en el corazón de la Iberia
mediterránea.
Cuando tras recibir las aguas del Bullaque en las cercanías de Luciana, el Guadiana
se adentra en lo Montes, el río serpentea, su cauce se retuerce en meandros y hoces,
algunas espectaculares como la de Puebla de Don Rodrigo, vistosa despedida del río
antes de adentrarse en tierras extremeñas donde poderosos embalses regulan los
regadíos del Plan Badajoz. Entre Piedrabuena y la Puebla el paisaje es abrupto,
dominado por cerrados alcornocales y encinares prácticamente intransitables, tal es la
profusión de biomasa arbustiva que proporcionan madroñales, brezales y piornales.
Madroños (Arbutus unedo) que, en compañía de brezos arbóreos y olivillas (Phillyrea
angustifolia) se acercan a la ribera, reino del fresno (Fraxinus angustifolia) y dominio
de los sauces (Salix salviifolia, S. atrocinerea) que, año tras año, intentan la imposible
lucha de frenar el curso fluvial.
Dicen las evidencias y cuentan los geólogos que fue el Júcar río que vertía sus aguas
al Atlántico hasta que hace no mucho, poco más de un millón de años, al inicio del
Cuaternario, su cauce fue capturado y conducido hasta el Mediterráneo. Nacido casi en
el vértice de las provincias de Teruel, Guadalajara y Cuenca, el Júcar es un río sobre
todo conquense, pues no en vano es en Cuenca donde sus aguas y las de sus afluentes
realizan sus mayores proezas al labrar las calizas mesozoicas, de cuyas hoces pende hoy
Cuenca y ayer la romana Valeria.
En otro lugar de este libro hemos narrado las proezas erosivas del Alto Júcar en la
Serranía de Cuenca o las de su afluente el Cabriel cuando, haciendo de frontera entre
Castilla-La Mancha y Valencia, el río parece querer despedirse con esas maravilas
geomorfológicas que son cuchillos y hoces. Algo más al sur, también en la comarca de
La Manchuela, tan estrechamente ligada al Cabriel, pero ya en tierras de Albacete, el
Júcar se despide de Castilla-La Mancha con otra maravilla geológica, el cañón del
Júcar, de cuyos meandros surge -como abrazada- la villa de Jorquera, y en cuyos
escarpes se ubicaron moriscos trogloditas. Un punto desconocida, la hoz de Alcalá de
Júcar es, sin embargo, una de las hoces más espectaculares y vistosas de la Comunidad
Autónoma.
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Albacete camino de la huerta de murciana, no sin antes ver sus aguas cuatro veces
embalsadas -pantanos de la Fuensanta, Cenajo, Camarillas y Talave-, siendo de especial
relevancia el último de ellos, pues en él se recogen las aguas del travase Tajo-Segura.
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Catálogo de flora
Árbol catalogado como "de interés especial" y por tanto protegido por la Junta de
Comunidades de Castilla-La Mancha, la sabina albar es uno de los representantes más
genuinos de los abiertos bosques sabineros de los páramos castellanos Es en estos
lugares de clima frío y suelos pobres, incapaces de ser colonizados por las modernas y
más exigentes fagáceas, donde sobreviven las viejas gimnospermas que, como la sabina
albar, una vez dominaron el frío paisaje periglaciar ibérico. La lucha por el espacio es
todavía observable en algunas zonas de contacto, como el Campo de Montiel o los
alrededores de Ruidera, donde coexisten encinas y sabinas, formando unos
inconfundibles bosques de transición.
Aunque puede alcanzar porte arbóreo, la sabina negral es de proporciones más modestas
que su congénere la sabina albar. Excelente especie para el carboneo, su área se ha visto
muy reducida por esta circunstancia y en la actualidad sobrevive, a veces
abundantemente, como especie colonizadora de roquedos calizos abruptos en los que
comparte hábitats con espinos negros (Rhamnus lycioides) y un cortejo de helechos y
angiospermas rupícolas.
Otrora más abundante en el paisaje vegetal ibérico, de cuya presencia dan testimonio los
abundantes topónimos que salpican toda la geografía ibérica y que aluden a su nombre -
entre otros el de Tejera Negra-, el tejo es hoy una especie relítica que sobrevive al
abrigo de cañones profundos y umbrías donde se reproduce microclimáticamente el
ambiente templado y húmedo del Terciario, cuando el tejo formó parte de los bosques
dominantes del sur de Laurasia. Es una especie catalogada como "vulnerable" por el
Gobierno regional.
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Dedicado a uno de los más insignes botánicos españoles, Pío Font Quer (fontqueri), el
abedul de los Montes de Toledo era desconocido hasta hace pocos años, cuando fueron
descubiertas las poblaciones de la Sierra de Río Frío en Ciudad Real. Desde entonces se
han encontrado nuevas poblaciones ribereñas de una raza endémica castellana (variedad
parvibracteata) cuyo interés científico radica, sobre todo, en que se trata de una especie
más expandida en los climas más templados y húmedos del Cuaternario. Hoy se pueden
encontrar poblaciones de la especie en el Atlas marroquí, en Sierra Nevada y en las
riberas castellano-manchegas de los Montes, que parecen ser el límite septentrional de
este interesante abedul, hoy incluido en el catálogo de especies amenazadas de la
Comunidad Autónoma.
Aunque se trata de un árbol común en toda la Europa húmeda, lo que incluye el norte de
España, las poblaciones castellano-manchegas de haya tienen un interés especial por
tratarse de las más meridionales de España. El Parque Natural de Tejera Negra, donde el
haya convive con otras especies catalogadas por la Junta de Comunidades como el tejo,
el acebo o el abedul serrano (Betula alba), encierra uno de los hayedos más importantes
del centro peninsular. El haya, dominante arbóreo casi exclusivo de sus bosques, es un
elemento fundamental en la cadena trófica de este ecosistema atlántico enclavado en
pleno dominio de la flora mediterránea.
Árbol propio de los cauces fluviales sin estiaje, el aliso es una especie que forma
bosques en galería en la zona inmediata a las aguas corrientes. Sus raíces contienen
bacterias fijadoras del nitrógeno, por lo que los bosques de aliso -por otra parte
indicadores de aguas descarbonatadas- son muy importantes en el mantenimiento del
equilibrio ecológico de los bosques ribereños castellano-manchegos.
Árbol o arbusto cuyos frutos rojos son, además de un típico adorno navideño, una
garantía de supervivencia invernal para la ornitofauna frugívora, el acebo es raro en
45
Castilla-La Mancha y de ahí su consideración como planta de "interés especial" en el
catálogo regional de especies amenazadas. Gusta de los barrancos umbríos y frescos de
las zonas serranas, que representan refugios para ésta y otras plantas que, como tilos,
avellanos o tejos, son el testimonio vivo de climas más húmedos del Cuaternario
reciente.
Deriva su nombre del griego ptilon (ala), que alude a la bráctea u hoja transformada
donde se sitúan primero las flores y luego los frutos. Precisamente al cocimiento de
brácteas y frutos se deben las propiedades sedantes de este interesante árbol, común en
los bosques colinos del norte de España, pero que tiene en la Serranía de Cuenca su
límite meridional, a todas luces un refugio microclimático umbrío y fresco, al pie de
cantiles y en los recoletos meandros de las hoces, donde sobreviven un cortejo de
plantas propias de otros ambientes: avellanos, tilos, arces, fresnos y serbales.
En su juventud, aún sobre la planta, las avellanas están recubiertas de un casco o yelmo
(griego koris) del que recibe su nombre este arbusto o arbolillo que por lo general forma
setos o mantos en derredor de hayedos, tilares o fresnedas, es decir, en ambientes
húmedos en los que nunca falta el agua, pues el avellano, como el haya, el tilo o el tejo,
es planta de clima más húmedo cuyos requerimientos hídricos han de ser aportados por
el suelo en el seco clima mediterráneo propio de nuestra región.
Los rojizos troncos de los alcornoques recién descortezados son uno de los elementos
más característicos de esa porción castellano-manchega a la que los naturalistas conocen
con el nombre de provincia biogeográfica Luso-Extremadurense. Porque, en efecto,
gusta el alcornoque de los climas marítimos portugueses y extremeños, lo que no
impide que habite en el interior de Castilla-La Mancha siguiendo la penetración de los
húmedos ábregos. El alcornocal, o los bosques mixtos de alcornoques con encinas y
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quejigos lusitanos, es uno de los ecosistemas más originales del Mediterráneo español y
el refugio y sustento de una riquísima flora y fauna.
El quejigo es árbol que, cubierto de hojas, algunos confunden con la encina a la que se
une frecuentemente para formar bosques mixtos. Además de por ciertos caracteres
fácilmente distinguibles, la encina es de hoja perenne, mientras que el quejigo la pierde
en invierno. Es el quejigo un árbol más exigente en precipitaciones que la encina y de
ahí que sustituya a ésta cuando las precipitaciones aumentan tanto hacia el este, en las
calizas alcarreñas y conquenses donde está representado por la subespecie faginea,
como hacia el oeste, en los sustratos paleozoicos de los Montes de Toledo y de Sierra
Morena, donde vive el quejigo lusitano (subespecie broteroi).
Aunque puede ser un árbol en climas marítimos, en los climas continentales castellano-
manchegos la coscoja no pasa de ser un modesto arbusto cuyo papel ecológico es, sin
embargo, fundamental, pues coloniza pendientes abruptas sobre todo tipo de sustratos,
incluidos los inhóspitos yesos, y por ello contribuye a la recuperación de los bosques
primarios. Aunque es más común sobre sustratos calcáreos, en Castilla-La Mancha
habita también sobre los silíceos, pues sutituye a los madroñales como etapa de
sustitución de los encinares cuando las precipitaciones escasean.
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Melojo (Quercus pyrenaica)
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"Debajo de una retama se cría un cordero", tal es el dicho que viene a alabar las
propiedades fertilizantes del suelo de un conocido arbusto, la retama, muy extendido en
todas las tierras deforestadas de Castilla-La Mancha. En las raíces de la retama crecen
unas bacterias simbiontes capaces de fijar el nitrógeno atmosférico el cual actúa, en
efecto, como fertilizador del suelo. Las estilizadas siluetas de la retama son un elemento
paisajístico inconfundible de los pastizales castellano-manchegos.
Como las jaras de flor blanca, las jaras de flor rosa son componentes habituales de los
matorrales de sustitución de los encinares y alcornocales. La más común de ellas es la
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jara de estepa, Cistus albidus, especie indiferente edáfica que puede encontrarse en todo
tipo de matorrales de la región. Por el contrario, Cistus crispus, una jara prostrada de
flores de color rosa intenso, es especie silicícola que suele crecer en compañia de otras
jaras o de brezos en el occidente de Castilla-La Mancha. Una tercera jara rosada, Cistus
psilosepalus, es más rara y se desvía del comportamiento del resto de las especies del
género Cistus, pues suele formar parte de comunidades riparias en compañía de zarzales
y rosaledas.
El albardín es una gramínea alta, de unos 40-50 cm, provista de un rizoma rastrero
enterrado del que surgen tallos apretados en denso cepellón. Los tallos, provistos de
unas hojas envainadoras punzantes, rematan en una bráctea o espata en la que hay una
sola espiguilla. Los albardinares se desarrollan en suelos ligeramente húmedos y salinos
que en el estío se cubren de eflorescencias blancas con ligero sabor a sal. Fue utilizado
antiguamente para la obtención de fibra de esparto destinada a cestería.
El género Hutera al que pertenecen tan sólo dos especies es endémico de Castilla-La
Mancha. Se trata de unas plantas que crecen en rocas y paredones, un hábitat muy
especializado que pocas plantas son capaces de ocupar. El género Hutera está
representado en todo el mundo por H. rupestris, planta exclusiva de los roquedos
calizos del pico de La Molata, en Albacete, y por H. leptocarpa, endémica de las
cuarcitas de la sierra de Alhambra, en Ciudad Real. Muy próximo es el género Coincya,
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al que pertenece C. longirostra, endemismo ibérico, frecuente en los paredones
cuarcíticos y pizarrosos de Sierra Morena.
Gramínea robusta que forma cepellones muy densos de hojas y cañas. Las hojas, que
son el esparto propiamente dicho, son tenaces y están enrolladas sobre sí mismas para
formar un canuto fino. El esparto basto tiene su origen en el Mediterráneo oriental
concretamente en las estepas y zonas subdesérticas ucranianas, y ha llegado a España a
través de una vía migratoria norteafricana.
Los espantazorras o limonios son matas de talla pequeña provistas de una roseta basal
de hojas con forma de espátula y cubiertas de abundantes glándulas blanquecinas. El
color blanquecino de estas glándulas se debe a que eliminan las sales que estas halófitas
toman de los suelos en los que viven. El género Limonium es muy rico en especies
endémicas y está ampliamente diversificado en los saladares de Castilla-La Mancha,
donde crecen entre otros L. dichotomum, L. latebracteatum, L. bellidifolium, L.
carpetanum, L. supinum o L. tournefortii. Entre todos ellos sobresale L. erectum,
endemismo de suelos yesíferos que tiene en la sierra de Altomira sus únicas poblaciones
mundiales.
Las jarillas son especies del género Helianthemum, comunes en diversos tipos de
matorrales mediterráneos. El género está formado por numerosas especies dos de las
cuales son endémicas de Castilla-La Mancha y ambas han sido encontradas y descritas
muy recientemente. Helianthemum polygonoides tiene una ecología desviante del resto
de sus congéneres, pues habita en los saladares existentes entre Tobarra y Cordovilla
(Albacete), única localidad conocida de esta bella especie. Por su parte, Helianthemum
conquense, conocido de las provincias de Guadalajara y Cuenca, habita en los jabunales
sobre suelos yesíferos.
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Violeta de Cazorla (Viola cazorlensis)
Uno de los más bellos endemismos españoles, la violeta de Cazorla es planta rupícola o
subrupícola, es decir, que vive en paredones o en lugares pedregosos inclunados.
Común en las sierras gienenses de Cazorla, Segura y Mágina, alcanza también las
dolomías de la sierra de Alcaraz en Albacete.
Los brezos juegan un papel ecológico similar al de los jarales, es decir, son especies de
los matorrales silicícolas que sustituyen a los bosques esclerófilos o caducifolios. A
diferencia de las jaras, los brezos son más exigentes en precipitaciones y por ello
aparecen en las zonas de clima más húmedo, como sustituyentes de alcornocales,
melojares o hayedos. Erica arborea es común en los sutratos paleozoicos ácidos de toda
la Comunidad, aunque sus mejores poblaciones estén en los Montes de Toledo, donde
es componente habitual de madroñales y brezales de umbría. En estas zonas es común
también un brezo enano, E. umbellata, que forma parte de matorrales sobre suelos
pedregosos y secos. Por su parte, E. australis subsp. aragonensis es común en los
brezales de la sierra de Ayllón, como componente de los matorrales de sustitución de
melojares y hayedos.
Uno de los pinos más característicos de la alta montaña ibérica, el pino salgareño forma
importantes masas forestales en las serranías calizas de Castilla-La Mancha,
principalmente en Guadalajara (Alto Tajo) y en la Serranía de Cuenca. El cortejo de
plantas que acompaña a los pinares de laricio es muy semejante al que acompaña a los
quejigares de Quercus faginea subsp. faginea, lo que permite suponer que una posición
natural de estos pinos sería la formación de bosques mixtos con quejigos. No cabe
tampoco olvidar que en condiciones de clima más seco y continental este pino comparte
hábitat con la sabina albar o con el pino albar, con los que forma bosques mixtos sobre
las calizas de la alta montaña alcarreña y conquense.
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Por extensión superficial, es sin duda el rey de los pinos del hemisferio norte, pues su
área de distribución se extiende desde el extremo oriental de Siberia (donde soporta
temperaturas inferiores a los 70º C) hasta Laponia por el norte, mientras que por el sur
lo hace hasta la alta montaña castellano-manchega y bética. A pesar de esta espectacular
extensión, el pino albar estuvo más extendido durante los períodos glaciares
acontecidosn en el transcurso de los últimos cien mil años. Se trata, en efecto, de una
especie que tolera climas continentales extremadamente fríos, por lo que en latitudes
bajas como las de Castilla-La Mancha lo encontramos ligado a formaciones forestales
de alta montaña, principalmente en Cuenca y Guadalajara.
Quizá el pino con peor prensa de todos los españoles por haber sido empleado
abundantemente en repoblaciones forestales, lo que se debe a que es una especie
pionera, altamente resistente y capaz de colonizar sustratos rocosos y pendientes muy
inclinadas. A pesar de su empleo en repoblaciones se trata de una especie autóctona
española con hábitats muy específicos. Uno de ellos son los rodenos o areniscas del
Buntsandstein tan abundantes en el Sistema Ibérico de Cuenca y Guadalajara, donde
formó bosques mixtos con melojo en los mejores suelos o pinares puros en las rocas
más abruptas.
Es el pino mediterráneo por antonomasia, pues sus poblaciones delimitan toda la cuenca
de este mar. Es una especie pionera que contribuye a fijar el suelo, a disgregar las rocas
y a prepara, en definitiva, la entrada de las quercíneas, siempre más exigentes
ecológicamente. A diferencia del resto de los pinos ibéricos, que por lo general están
adaptados a la montaña alta y media, el pino carrasco es especie xeroterma, esto es,
prospera mejor en sitios secos y cálidos y de ahí que su área natural sea eminentemente
costera, lo que no impide su penetración interior buscando siempre las mejores
orientaciones de solana. Los pinares de las tierras bajas de la Serranía de Cuenca y de la
sierra de Alcaraz representan penetraciones levantinas o béticas de esta especie. En el
resto de Castilla-la Mancha el pino carrasco ha sido introducido por repoblaciones.
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Pino piñonero (Pinus pinea)
La jabuna es un arbusto relativamente común en los matorrales que viven sobre suelos
yesíferos en toda la Comunidad. El nombre científico, Gypsophila, le cuadra muy bien,
pues significa amante de los yesos, mientras que el nombre común, jabuna, no es menos
preciso pues tiene propiedades jabonosas y frotada con agua produce espuma gracias a
unas sustancias activas, las saponinas, que contiene. De jabuna sale jabunar, nombre
empelado para designar a los matorrales sobre suelos yesíferos, a los que también se
adjudica el nombre árabe de aljezares el cual, estrictamente hablando, debería ceñirse a
designar los yesares o terrenos ricos en yeso y no las comunidades que los pueblan.
Este grupo de plantas son halófitos y, por tanto, componentes habituales de las
comunidades sobre suelos salinos tan comunes en las depresiones miocénicas
manchegas. El nombre de barrilleras alude a una vieja actividad que se beneficiaba del
alto contenido en sodio y potasio que almacenan en su interior estas plantas, y que
toman de los saladeres en los que viven. El nombre de barrilla se empleaba para
designar a la ceniza de estas plantas que, mezclada con grasas de origen animal, servía
para hacer jabón.
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Catálogo de fauna
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a éstos de indicador. Este córvido es ave ligada a las montañas, donde vive en parejas,
nunca en bandadas, dominando un amplio territorio. El cuervo es considerado un animal
sagrado en numerosas culturas indígenas euroasiáticas y americanas, que incluso llegan
a elevarlo a la categoría de reencarnación del Supremo Creador, algo sin duda debido a
su gran inteligencia y extraordinario aplomo, caracteres que, junto a la elegancia de su
vuelo, convierten al más grande de los córvidos en una de las joyas aladas de nuestro
cielo.
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Sisón (Tetrax tetrax)
Con alrededor de 45 cm de altura, el sisón es considerado una de nuestras aves de gran
talla más frecuentes en los terrenos de cultivo. Quizás sea Castilla-La Mancha el
territorio donde esta especie abunda más en todo el mundo. Vive siempre en llanuras
cerealistas y de vid, prefiriendo las zonas donde hay variedad de cultivos. Su nombre
viene del ruido que producen al volar, una especie de siseo muy característico. Se
alimenta de pequeños insectos, reptiles, gusanos, caracoles, etc., dieta que enriquece con
materia vegetal, ramillas, hojas tiernas y semillas. Es una especie que se ve afectada de
manera negativa por la homogeneización e intensificación de los cultivos, aunque aún
es fácil de observar en los amplios campos castellano-manchegos.
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estima en más de 500. Por supuesto, la malvasía aún no está fuera de peligro, pero su
recuperación demuestra que las medidas de protección, basadas en la prohibición de la
caza en las zonas de nidificación y en la suelta de ejemplares criados en cautividad, han
sido efectivas. Las causas de la rareza de la malvasía no están claras, aunque hay
ornitólogos que afirman que es la anátida que más tarde levanta el vuelo ante una
perturbación. Por tanto, en las cacerías de patos, tan frecuentes en las lagunas de toda
España, eran los ejemplares de malvasía los más fáciles de cazar. En Castilla-La
Mancha puede observarse en algunas lagunas del sur de Toledo y del norte de Ciudad
Real, siempre según la cantidad de agua disponible ese año. Confiemos en que la
recuperación de estos preciosos patos de pico azul siga su curso y podamos volver a
observarlos de nuevo en la mayoría de nuestros humedales.
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buitre ibérico, el leonado, el buitre negro no rechaza las carroñas pequeñas, por lo que
es frecuente observarlo mientras se alimenta de un cadáver de conejo o de liebre en
cualquiera de sus abiertas zonas de campeo.
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encuentra en todas las provincias, aunque de un modo esporádico en la mayor parte de
su área de distribución.
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general, pero en particular para las más importantes de nuestra fauna que, como en el
caso de las rapaces, suelen culminar la cadena trófica en la que, tarde o temprano,
directa o indirectamente, termina por actuar el veneno. La recuperación de nuestras
grandes rapaces, que tanto dinero y esfuerzo ha costado, no debe verse interrumpida por
la utilización de veneno por unos cuantos desaprensivos. Las autoridades deberían
tomar cartas en el asunto, ya que la pérdida de las grandes especies de rapaces y de
mamíferos es a la vez que una importante pérdida de biodiversidad y de valor
faunístico, una pérdida económica cada vez más considerable por la gran cantidad de
subvenciones de la Unión Europea que vienen a España para la conservación de la
fauna. Las tendencias conservacionistas cada vez más arraigadas en Europa y el
importante papel que nuestro país debe jugar como “zona verde” europea, quizá permita
que en un futuro Dentro de unos años, con la evolución de las políticas agrarias, quizás
ya no se tenga que decir que las personas de campo deben vivir con la fauna, quizás
llegue un momento en que vivan de ella.
La electrocución
Hasta hace pocos años la primera causa de mortalidad de las aves más representativas
de la fauna castellano-manchega se debía al disparo directo, al expolio de nidos o a los
cepos. En los últimos años, junto al veneno, la electrocución en las líneas de alta y
media tensión ha desplazado a esas causas. Son datos casi increíbles los miles y miles
de ejemplares de aves grandes que mueren por choque y electrocución todos los años en
los campos españoles. En los últimos años ha habido un esfuerzo por parte de los
movimientos conservacionistas para que se adopten medidas protectoras en los tendidos
eléctricos que eviten esas muertes. Se han modificado algunos tendidos, conocidos
como las líneas de la muerte, y hay una cierta concienciación en algunas empresas
eléctricas. Es importante que se determinen los tramos más peligrosos y que en las
nuevas líneas se apliquen las medidas correctoras, conocidas como salvapájaros. Las
nueva reglamentación de Castilla-La Mancha sobre tendidos es un paso más en esta
dirección.
61
con aguas bien oxigenadas y abundante fauna acuática. Aunque está censado en algunos
poco ríos del norte de Toledo y de Guadalajara, el desmán es casi imposible de observar
por sus hábitos nocturnos y por ser un animal muy desconfiado. La ausencia casi total
de visión y de oído no le impide moverse con total soltura por el agua, pues utiliza una
serie de órganos especiales y sobre todo el tacto en la captura de sus presas, en su
mayoría pequeños y medianos artrópodos.
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lo encontramos en los hábitats favorables de todas las provincias, pero está ausente de
las extensas zonas cultivadas de secano y vid.
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la respuesta está más cerca, pues es el lince ibérico, superviviente en España, y ya casi
desaparecido de Portugal, el felino con un número de ejemplares más reducido -entre
400 y 1000 según algunos biólogos- y con poblaciones que se encuentran en un
acentuado proceso de rarefacción. Es curioso que cuando escribimos estas líneas lo
hagamos pensando en la hipótesis de si un posible lector que leyera estas páginas dentro
de 25 o 30 años, lo hará una vez que se haya cumplido lo que hoy es una premonición:
que esta bellísima especie haya desaparecido ya. Y en proceso de extinción está, algo
repetidamente avisado por muchos grupos conservacionistas, expertos en la materia y
todos los científicos que lo estudian. Los pocos ejemplares que quedan siguen siendo
perseguidos en los cotos de caza a tiro limpio bien o con traidores cepos y mortíferos
venenos. También siguen muriendo atropellados en las carreteras y de hambre por la
ausencia de su presa indispensable, el conejo, víctima éste de la mixomatosis y de la
neumonía hemorrágica, dos enfermedades que han llevado a la escasez de los otrora
abundantes conejos de nuestros campos. Pero debemos dar un poco de esperanza
también, ya que el lince es la única especie que actualmente tiene un plan de
recuperación a nivel estatal y se están haciendo esfuerzos para su reproducción en
cautividad y la mejora en su hábitat. Castilla-La Mancha es una comunidad vital para la
supervivencia del lince pues una parte importante de su población se encuentra aquí
tanto en los Montes de Toledo como en Sierra Morena, dentro de las provincias de
Toledo, Ciudad Real y Albacete. Como en el resto de sus territorios, el lince se
encuentra en Castilla-La Mancha en franca regresión y sobre todo distribuido en
micropoblaciones aisladas, por lo que la desaparición de pocos individuos lleva a la
extinción del conjunto de la población de la zona y al aislamiento entre las vecinas. Los
últimos estudios demuestran que la desaparición del lince conlleva un aumento en las
poblaciones de zorro y meloncillo, predadores mucho más generalistas que el lince. Por
otra parte, la desaparición de esta especie sería una pérdida irreparable para nuestros
montes y una visión catastrofista del medio ambiente, pues tal sería que una de las
especies emblemáticas de nuestro país dejase de vagar definitivamente por nuestros
campos.
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vencer. Indudablemente también había un halo de respeto en esas historias, aunque
siempre por debajo de la batalla continua entre los dos superdepredadores. Hoy en día la
guerra ha acabado y el lobo ha sido el gran derrotado. Sólo en zonas poco humanizadas,
con grandes territorios de campeo y con abundancia de ungulados silvestres, sobreviven
manadas con una mínima estructura social. Al norte del Duero el lobo es todavía una
especie en un estado medio de conservación. Por el contrario, al sur del Duero, las
poblaciones de Extremadura y de Sierra Morena, que fueron protegidas desde el año
1986, han terminado por sucumbir, exterminadas por la caza furtiva, acosados por la
proliferación de vallas cinegéticas o aniquilados por el traidor veneno. En los Montes de
Toledo y en Sierra Morena, hasta hace bien poco refugios meridionales del gran cánido
ibérico, las historias de lobos ya solo podrán referirse al pasado y los aullidos en las
noches invernales habrán desaparecido definitivamente.
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de una vacuna para la afamicosis y una estricta prohibición de las reintroducciones de
otros cangrejos, como el señalado, que podrían ser la puntilla para las exiguas
poblaciones castellano-manchegas.
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Pese a la aprensión que producen en el común de las gentes, los reptiles son animales
esenciales para regular los mecanismos de control de la naturaleza. El temor reverencial
a las serpientes forma parte de la cultura judeocristiana y está ligado al mito bíblico de
la serpiente que engañó a Adán. Otras culturas mediterráneas como la griega o la
romana se benficiaban de los hábitos cazadores de las serpientes para que, criadas como
animales domésticos tal y como hoy día se hace en algunos pueblos asiáticos,
mantuvieran las casas libres de ratones. A diferencia del resto de los continentes, que
cuentan con abundantes y mortíferas serpientes venenosas, Europa escasea de ellas y las
existentes son, afortunadamente, poco agresivas. En España las únicas serpientes
venenosas son las víboras, de las que existen varias especies, aunque la más común es la
hocicuda, bastante común en Castilla-La Mancha. Eficaz cazadora de roedores y
pequeños animales, la víbora hocicuda es un animal asustadizo que rehuye la presencia
humana. Las escasas mordeduras registradas en nuestro país se deben a accidentes
fortuitos por haber apoyado alguna extremidad en ellas. Pese a todo, su veneno es
doloroso pero no mortal, salvo en el caso de personas muy ancianas y niños. Recuerde
este dato: en España mueren menos personas por picaduras de víboras que por las de
avispas o abejas.
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