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Para los que hemos nacido en el siglo pasado, y bien adentro, un viaje en transporte público

se validaba con la compra de un boleto, impreso, con una numeración de 5 cifras. Había
100.000 boletos distintos, numerados del 00000 al 99999, una serie que empezaba en un
número capicúa y terminaba en otro, pasando por 998 capicúas más, alternados en la serie.
El boleto capicúa era una rareza que festejábamos, en muchos casos fue nuestro primer
talismán. Sacar un capicúa era sinónimo de buena suerte, porque no había otro modo de
obtenerlo, solo por azar, si el pasajero delante nuestro justo le tocaba el pre-capicúa y a
nosotros nos dejaba toda la suerte. A veces espiábamos en la boletera expendedora el
número que nos tocaría, pero era muy difícil trampear al azar, si faltaban dos números para
llegar al capicúa, y éramos los próximos, podíamos fingir una distracción o amabilidad y
dejar pasar delante nuestro al que estaba atrás. Por más que perdiéramos el último asiento
libre del transporte colectivo, la suerte de haber sacado un capicúa compensaba el
sacrificio. Pero la suerte no se puede trampear y el logro con estratagema nunca era
comparable a la alegría de haber sacado un capicúa por simple azar.
¿Por qué nos estimula tanto esa sucesión de números pareja que se lee igual de izquierda a
derecha que de derecha a izquierda? Es tan probable que el azar nos depare la suerte de
sacar el 54645 como el 54389, no obstante, el primero nos alegra con su vaticinio, y el otro
nos dejará indiferentes. La seducción de ese orden secuencial de ida y vuelta tiene un
magnetismo inexplicable.
La palabra capicúa viene del catalán capi, cabeza, i cúa , y cola , que vendría a evocar el
símbolo de la alquimia de la serpiente que se muerde la cola, la transmutación y el eterno
retorno. El capicúa nos hace sentir hamsters dando vueltas sin fin en una rueda hacia
ningún lado, un sentimiento de encierro y libertad. La angustia del destino inexorable y la
convicción de que seguimos andando.
Hay un concepto en cosmogonía que es el del universo finito e ilimitado, y no es un
oxímoron. Imaginemos una hormiga sobre una esfera, caminará, caminará y caminará sin
encontrar ninguna barrera, ningún límite, recorrerá un espacio ilimitado, pero no obstante
es finito porque no podrá salir de esa esfera a la de al lado, ni siquiera al espacio en el que
está flotando.
Las cifras capicúas, con su imagen de perfección, son como las esferas de la hormiga.
Damos vueltas de uno a otro lado, con la ilusión de manipular el destino, aunque eso
difícilmente suceda. Muchos, al sacar un boleto capicúa, corrieron a comprar un boleto de
lotería con ese número, pero no hay registro de que nunca haya resultado premiado un
número capicúa.
El inglés no usa la palabra capicúa y a estos números los llama palindromic numbers,
aunque palíndromo se utiliza más para la escritura que para los números.
Palíndromo viene del griego πάλιν, de nuevo, y δρόμος, carrera, y es la “palabra o frase que
se lee igual de izquierda a derecha, que de derecha a izquierda” como capicúa.
La relación entre las letras que forman palabras y los números para hacer cuentas, no es
solo esta coincidencia de vocabulario. Desde el origen de las letras fenicias y su expansión
hacia otros pueblos, las letras también representaron números. No había notación para los
números y entonces las letras los representaron de diferentes maneras, en algunos casos,
por simple numeración en un alfabeto de 22 letras con números del 1 al 22, luego,
entendiendo la complicación de las cuentas, las primeras letras representaron números del 1
al 9, luego decenas del 10 al 90, y lo que quedaba centenas. Y así se agregaron apóstrofes y
puntos para significar miles o la repetición de una misma letra podía significar un
exponencial.
Letras y números fueron lo mismo por cuestiones prácticas porque no había dibujo o
escritura para los números, por lo menos en Occidente hasta casi el año 1000, que fueron
introducidos por los árabes que los trajeron de los indios, los inventores.
La relación conveniente entre letras y números fue percibida como algo trascendental y no
pasó mucho tiempo para que determinadas combinaciones se volvieran reveladoras.
Los judíos cabalistas, imbuidos por el gnosticismo griego establecieron un complejo
sistema de cálculo para encontrar revelaciones de los designios de Jehová o Yavhe con la
guematría. Solo como ejemplo para mostrar cómo funcionan estas equivalencias
reveladoras vamos a hablar del número 26, que es el valor de YHWY (las letras hebreas del
nombre de Dios, sin vocales), quién en el versículo 26 del Génesis de la Torah, dice
“hagamos el hombre a nuestra imagen”, y resultó Adan, y cuyas letras suman también 26.
Las generaciones que separan a Adan de Moises son 26, y hay unas cuantas coincidencias
más con ese número.
Los árabes, antes de conocer los números de los indios que son los que trajeron a
Occidente, también tuvieron diferentes valores para las 28 letras de su alfabeto con las que
realizaban cálculos complejos para entender el mensaje de Allah o lograr un presagio. En la
víspera de una batalla podían saber quién sería el ganador calculando la suma de las letras
de los nombres de los contendientes. Pero también tuvieron una notación secreta y mágica
para la fabricación de talismanes.
En el sistema da’wa, que significa invocación, cada una de las letras es la inicial de una
virtud de Allah, y el valor numeral de esa letra será la suma de las letras de la palabra de la
virtud. La primera letra alif es la inicial de Allah y, por lo tanto, tiene su valor 66. En
África, los magos musulmanes suelen ofrecer herz, talismanes, para tener éxito en los
negocios y que es lo que se denomina “cuadrado mágico”, un cuadrado dividido en 9
casilleros, cada uno con una letra diferente que tiene un valor y que, sumadas todas las
líneas horizontales, verticales y diagonales, siempre el resultado será 66, el número de
Allah.
(aquí van 2 imagenes , un herz y al lado, otro cuadrado con los valores numéricos)
Lo curioso, con el cuadrado herz, es que las 8 series de letras ( 3 horizontales, 3 verticales y
2 diagonales), no forman ninguna palabra conocida, pero que por su valor en la suma de
las letras, dan 66 o sea, el número de Allah. Entonces, el cuadrado talismánico herz
descubre 8 nuevos sinónimos de Allah, lo cual no sé si será una blasfemia, pero a la
matemática me remito.
Los cuadrados mágicos son sumamente seductores y los hay repartidos por todo el mundo y
las culturas. En Europa se puede ver uno en un grabado de Durero de 16 casilleros y su
constante en 34, sin otra explicación que la última línea, al centro, que muestra el 15 y el
14, 1514, el año de la realización del grabado. En la catedral Sagrada Familia, en
Barcelona, hay un cuadrado mágico, también de 16 casilleros y una constante más obvia,
33, la edad de Cristo a su muerte. También en libros y tratados de matemáticas esparcidos
por los siglos aparece la descripción de los cuadrados mágicos, su curiosidad y la fórmula
para establecerlos.
Así como las letras pasaron a los números de ellos volvemos a las letras con el cuadrado
mágico SATOR, reproducido en toda Europa, y siendo el más antiguo el encontrado,
toscamente grabado en una pared de Pompeya, por lo menos anterior o igual al año 79
después de Cristo, fecha en que la ciudad fue sepultada por la erupción del Vesubio.
( acá imagen del SATOR de Pompeya)

Este cuadrado de 25 casilleros, no tiene números, solo letras y, línea por línea, las palabras
son SATOR, AREPO, TENET, OPERA, ROTAS, una frase palíndrómica, que a la vez es
ejemplo de multipalíndromo en el cuadrado, porque se lee igual de arriba a abajo y de abajo
hacia arriba.
Este cuadrado mágico multipalindrómico ha sido talismán en Europa durante siglos, y lo
más notable es que sus palabras no significan nada. Las palabras parecen latín, pero no son
exactas, incluso descomponiendo las palabras, juntando letras de una y otra, aunque
manteniendo el orden, no habría un significado claro, apenas la sugerencia de una oración
oracular. De todos modos, maravilla la conjunción perfecta, el ir y venir del hámster en la
rueda, la hormiga en el universo finito e ilimitado donde damos vueltas como en aquel otro
palíndromo latino: In girum imus nocte et consumimur igni , damos vueltas en la noche y
somos consumidos por el fuego.
En los palíndromos valoramos la imagen que logran al proyectar en el ida y vuelta algo
distinto a lo que sus partes separadas no ofrecen. La primera parte de este palíndromo
latino: In girum imus nocte, damos vueltas en la noche, no nos sugiere más que las
andanzas de unos parranderos, y la segunda parte, et consumimur igni, somos consumidos
por el fuego, es más sugestivo, pero le falta referencia, puede ser una remanida metáfora de
la pasión, en cambio, ambas partes juntas concretan un palíndromo muy estimulante
sugiriendo el misterio de la noche, de lo oculto, y un destino fatal.
En los multipalíndromos o cuadrados mágicos, como ya vimos en el cuadrado SATOR, el
significado no es tan importante, porque la sola armonía del entrecruzamiento de palabras
para formar un cuadrado regular, ya maravilla.
Tav Ripo, pastor de ovejas en las frías montañas de Valdemanco, cerca de Madrid, conjuró
el frío del páramo reflexionando sobre los cuadrados mágicos multipalindrómicos, y
elaborando muchos, los que hoy ofrece en este libro.
El cuadrado SATOR fue un graffti en una columna de Pompeya que todos podían ver,
recitar, y si quisieran copiar. A diferencia de otras reliquias y objetos rituales, los cuadrados
mágicos no necesitan bendición, son benditos solo por su perfección y armonía y no les
exigen mucho a sus fieles solo percibir algo numinoso, inexplicable, maravilloso en esa
forma, que nos alegra verla y recorrerla en el ida y vuelta.
Los boletos capicúas no se conseguían en un templo, si no, en un ómnibus, no los entregaba
un sacerdote, si no el chofer. Ya fuera que tuviéramos la suerte de conseguirlos o no, al
entrar al “templo” sobre ruedas, nos iniciábamos en la magia cotidiana.
Tav Ripo es el sacerdote que da la bienvenida a este templo que es un libro.
Como los boletos capicúas, los cuadrados mágicos también auspician un viaje. Buena
suerte.

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