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El naufragio de la democracia en México: Una

entrevista con L. M. Oliveira.


Por Miguel Lapuente
Revista nexos Año 2018
En: https://www.nexos.com.mx/?p=39089

México acaba de pasar por las elecciones electorales más


grandes de su historia. La organización y el resultado podrían
utilizarse para argumentar el éxito de la democracia. Sin
embargo, pensar que el proceso democrático del país terminó
el 1 de julio, sería un error. O tal vez ya es un error, histórico.
Leonardo da Jandra, L.M. Oliveira y Guillermo Fadanelli
reflexionan sobre algunos de los retos de la sociedad mexicana
en un nuevo libro titulado: Desconfianza. El naufragio de la
democracia en México.
Platicamos con L.M. Oliveira, autor del ensayo La democracia
en la oscuridad, sobre lo que nos dejó el último proceso
electoral y lo que viene, o debería de venir.
Miguel Lapuente: La democracia no es un lugar, es una
trayectoria, y es importante reflexionar hacia dónde vamos.
L.M. Oliveira: La democracia no es un lugar, aunque muchas
veces se piensa así o se utiliza esa metáfora de la democracia
como un sitio al que llegamos. Es un proceso y tenemos que
revisarlo bien para ver si estamos caminando de la manera
adecuada o no. En ese sentido, el libro tiene una relevancia
que debemos subrayar porque desde las elecciones del
primero de julio, se vive un ambiente festivo en buena parte del
país, sin embargo no podemos dejar que esa alegría nos haga
pensar que hemos fortalecido nuestra democracia o que está
más saludable porque sería falso. Si México ganara el día de
mañana la Copa América, decir Mundial ya sería mucho, no
podríamos pensar que eso es resultado de que el futbol
mexicano está mejor Tenemos que ir con cuidado, que la fiesta
no nos haga pensar que ya caminamos lo que no hemos
caminado.
ML: ¿Qué genera tanta desconfianza en la democracia
mexicana?
LM: Hay encuestas que se hacen a nivel mundial y en
específico a nivel latinoamericano que muestran que en la
región hay una profunda desconfianza por la democracia. ¿Por
qué la regionalizo? Porque México comparte con Latinoamérica
muchos vicios y también de las virtudes. Por un lado, la
impunidad es muy fuerte y eso hace que la gente no confíe en
las instituciones, principalmente la que imparte justicia; la
desigualdad económica y la falta de oportunidades de las
personas, ¿Por qué este sistema democrático que se supone
que está ahí para ofrecer la posibilidad de que las personas
vivan la vida que quieren vivir, no logra su objetivo? Acabo de
ver una encuesta del INEGI que nos muestra que el 80 por
ciento de los mexicanos gana 13 mil pesos o menos. Si vemos
los sueldos que reciben los Ministros de la Corte, nos damos
cuenta de una disparidad ridícula, pasar de 13 mil pesos a 400
mil, produce que las personas se pregunten cómo es posible
que un sistema que se supone que tiene que ser justo, permita
esas desigualdades. Eso aleja a las personas de la confianza
en el sistema democrático. Y por último, la violencia, la cual
hace que las personas sientan desasosiego, intranquilidad,
miedo, y cuando las personas tienen que vivir con miedo, no
pueden vivir plenamente. Cuando tienes miedo de salir a la
calle, miedo a que tus hijos jueguen, miedo a que no regresen
a la casa después de irse de fiesta, se vive a medias Entonces
surge la pregunta, ¿qué me está dando la democracia?
ML: Sobre la inseguridad y la violencia, ¿qué te parece la idea
de los diálogos para la reconciliación y la paz en el país?
LM: Apenas están empezando y por lo tanto creo que es muy
pronto para hacer un juicio sobre ellos, pero como idea, en
abstracto, a mí me parece adecuado. Creo que tenemos que
caminar a una sociedad que esté dispuesta a la reconciliación
porque lo que hemos vivido en los últimos años nos ha dividido
profundamente como sociedad, lo cual trae muchos problemas
consigo porque después de todo no sólo somos un conjunto de
individuos encerrados en un territorio, eso suena más como a
una sociedad carcelaria, la sociedad de un país libre debería
ser cooperativa, es decir, un espacio donde los individuos que
están reunidos, se ayudan los unos a los otros para tener una
mejor vida. Sin embargo está demostrado, y esto ya no es sólo
una idea, sino que hay pruebas psicológicas que lo prueban,
las personas que no confían en otras personas no pueden
cooperar con ellas. Cuando sales a la calle y te asaltan, violan
tu integridad, o te matan, por su puesto que tienes razones
para desconfiar de los demás. Lo que tenemos entonces es
una sociedad profundamente fragmentada y muy incapacitada
para desarrollar bienestar. Y el bienestar no es sólo un nombre
cursi que proponen para las secretarías de estado. Se trata de
generar las oportunidades para que las personas estén bien.
Por supuesto es imposible garantizar que cada uno de los
ciudadanos sea feliz, eso no tiene sentido, la felicidad es una
búsqueda individual, pero una sociedad sí puede garantizar
que se den las oportunidades para la felicidad, y esas existen.
Cuando vivimos como ratas encerradas es muy difícil que se
desarrolle la parte humana, que además es la que nos
distingue y por lo tanto deberíamos enaltecer, exaltar. Si no
caminamos esos caminos veo muy difícil que la sociedad
mexicana se vuelva un lugar donde las personas quieran estar.
Los diálogos por la reconciliación tienen sentido, lo que pasa es
que deben estar bien enfocados. Una de las cosas que más se
han repetido es que para que podamos estar en paz,
necesitamos justicia, en este caso, entendida no sólo como el
proceso legal que castiga o que emite sentencias y repara
daños, también un proceso de memoria.
ML: En el libro citas a John Locke: “Donde no hay ley no hay
libertad”, y Leonardo Da Jandra afirma que el descontento y el
escepticismo impide que podamos distinguir entre una libertad
simulada y una real. ¿De qué forma afecta la impunidad y el
descontento a la concientización sobre la relevancia de la
ciudadanía?
LM: En el libro coincidimos que la democracia no es solamente
un conjunto de instituciones que se rigen a partir de una
constitución democrática, tenemos una idea más amplia, más
ambiciosa y que en la teoría se llamaría perfeccionista. ¿Por
qué? Porque exige que no sólo las instituciones se comporten
de manera democrática, sino que todos los ciudadanos, o la
mayoría, se comporten democráticamente. Si esperamos que
los ciudadanos se comporten de la manera adecuada sólo
cuando están bajo vigilancia de las instituciones, lo que va a
pasar es que donde no haya instituciones no exista un
comportamiento adecuado. Lo que dice Da Jandra es muy
cierto, los ciudadanos deben respetar los derechos de los
demás. Imagínate que los hombres no amenazaran la
seguridad, la integridad, tanto física como psicológica de las
mujeres cuando salen a la calle. Si eso sucediera, no
necesitaríamos policías para garantizar la seguridad de las
mujeres al caminar por la calle. Lo que necesitamos no son
policías, es erradicar a los machos. La erradicación del
machismo pasa por hacer propios los valores y principios de la
democracia. Eso es lo que estamos proponiendo, que no basta
con el sueño de las instituciones democráticas, aunque son
necesarias, por supuesto. Necesitamos ciudadanos que se
comporten como demócratas. En ese sentido me gusta pensar
que la democracia es una moralidad, así como hay una moral
católica, hay una moral democrática. Lo que pide es que los
ciudadanos se comporten de tal forma que respeten los
derechos de los demás. Eso sería la utopía. Imagínate una
sociedad donde todos los individuos se frenen cuando sus
conductas van a violar los derechos de los otros. Eso es un
ideal y por supuesto no podemos suponer que vamos a llegar
ahí, pero lo que sí podemos suponer es que nos comportemos
como ciudadanos, y que en la mayoría de los casos
respetemos los derechos de las personas.
ML: Al hablar del desencanto, en tu ensayo invitas a
preguntarnos: “¿Por qué nos va tan mal como cuando vivíamos
en un régimen autoritario? ¿Qué ha cambiado desde que
vivimos en democracia?” No puedo evitar pensar que una de
las causas del resultado de estas elecciones fue la no
elaboración de esta pregunta por parte de nuestros
gobernantes.
LM: Puede ser. Si comparamos nuestra realidad con la que
teníamos hace algunas décadas podremos ver que la
transición a la democracia ha cambiado cosas en la estructura
institucional de este país. Tenemos un INE fuerte pese a que
en el 2006 casi se quiebra, se han ido abriendo instituciones
muy importantes como el Instituto de Transparencia, tenemos
especialistas que están en instituciones autónomas que miden
la inflación, el crecimiento de la economía, y eso puede parecer
trivial, pero en otros países de nuestra región no se pueden fiar
de los datos que dan para medir si esos países han mejorado
o no. En México sí hemos logrado desarrollar instituciones que
miden eso de manera fiable y por lo tanto se ha generado un
cambio importante en las instituciones democráticas. El hecho
de que Andrés Manuel López Obrador haya ganado las
elecciones es reflejo de que se han transformado las
instituciones de este país. Si hubiéramos seguido bajo el
régimen autoritario de hace cuarenta años, la llegada de López
Obrador hubiera sido imposible. Claro que existen las
transformaciones hacia la democracia. Sin embargo, como
decíamos al principio de esta entrevista, la democracia es un
camino, entonces no se trata de que ya votamos, ya llegamos,
ya sacamos al PRI, ya somos democracia, no. Se trata de ir
caminando a la realización de los derechos y el reconocimiento
de los mismos. Y es ahí donde yo creo que está la gran deuda
de la democracia mexicana. En la vida cotidiana las personas
no son capaces de gozar esos derechos, y no son capaces de
gozarlos porque no hay escuelas o las escuelas son muy
malas, o no hay tribunales para dar justicia, o no hay centros de
salud, o los centros de salud están vacíos, o no hay doctores, o
no hay medicinas.
ML: Si algo nos dejó este proceso electoral fue la
comprobación de que la discusión pública está en crisis. ¿Qué
riesgos se corren cuando las emociones hacen a un lado al
debate o el debate se basa en las emociones?
LM: Uno de los mejores índices para ver la calidad de la
democracia es el nivel del debate público. Las elecciones para
escoger presidente y representantes son seguramente la
ventana más importante para hacer que el debate público
llegue a todos los rincones del país. Y por supuesto, el nivel del
debate público de la pasada campaña fue deplorable.
Corremos muchos riesgos. El más importante es que se siga
desconfiando de la democracia, porque si no se explican las
cosas, si los ciudadanos no están convencidos de las
decisiones que toman sus representantes, el estado pierde
legitimidad. Y no tengo duda que una de las grandes crisis que
padece el país es de legitimidad. Vamos a ver si este voto
masivo que va a llevar a López Obrador a la presidencia
cambia ese balance y la legitimidad del gobierno se vuelve más
sólida. Porque la legitimidad es fundamental para que las
decisiones que se toman en el gobierno sean aceptadas por la
población. Cuando se toman medidas que la población no
acepta son medidas que tienen que imponer, y eso complica
las cosas. Si el debate público fuera más rico, si fuera más
explicativo, si fuera más detallado, haría que las personas
estuvieran más interesadas en lo público. Pero es necesario
que las personas tengan una preparación mínima. Es
alarmante cuando vemos la preparación que están dejando
nuestras escuelas, las personas no tienen mucha noción de
cómo discutir, es decir, no conocen cuáles son las falacias más
básicas y las cometen todo el tiempo. No saben escuchar a los
demás. No saben qué es la transigencia y por lo tanto se
vuelven muy intransigentes, no saben lo que es la
imparcialidad, y eso va empobreciendo el discurso, porque lo
que queda es un debate de necios. Hacia donde se está
inclinando la democracia, y eso no sólo en México, sino en el
mundo, es al gobierno de aquellos que saben manipular las
emociones de las personas. Porque cuando el debate público,
más que debate de razones, se vuelve un show donde se
ganan o se pierden votos según se hace sentir bien o mal a las
personas, en realidad quien está ganando la batalla son los
mercadólogos, capaces de convencer a las personas a través
del estómago y el corazón. Y el estómago y el corazón no son
los instrumentos que nos permiten tomar las mejores
decisiones.

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