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Preámbulo Un niño la llamaba corriendo entre el calmil.

Debe quedar grabado en la conciencia. -¡Nemecia! -le decía-


Que la justicia no es madera que crece en la montaña. Se llevan a Crisanto porque robó una vaca,
Y mientras no sea semilla que se deposite en la tierra Que’s que’l es abigeo y te lo van a colgar.
Para que el campesino la cultive, Lo llevaron pal'cerro, -el niño repetía-,
Seguirá siendo adorno en la elocuencia. Se fueron por la joya y en el amate prieto
Privilegio en las mentes cultivadas. Te lo van a colgar.
Punto de apoyo en la ambición desmedida; Mientras lloraba el niño. Nemecia se encrespaba
Porque es la justicia como masa amorfa. Como animal salvaje a punto de atacar.
Que cada quien ajusta a su medida. Surgiendo el cambio brusco,
El cardo por el nardo. Cordera por pantera.
La loba De la ovejita mansa a la loba matrera.
Catalina Pastrana Con la fuerza salvaje y transformada en fiera.
Se levantó la madre,
Está cincelada en mi conciencia, Ya no miró aquel niño
Una efigie de barro humedecido, Qué triste suplicaba: ¡Reza Nemecia, reza!
Y no en la sola conciencia de mi cuerpo ¡Reza pa'que la Virgen te oiga, la Virgen es muy buena
Por la inútil protesta enmohecido, Y a ti te quiere mucho, porque le llevas flores
Sino en la recia conciencia de la idea, pa'que adorne su altar!
En la fuerza de la razón, -¡No Chamol, ya no hay tiempo pal ‘rezo!
Y en la tibia dignidad que nos rodea. Nemecia ya no pensó en la Virgen, no suplicó a los santos
En la efigie de una mujer, ni dobló las rodillas. Buscó entre los troncones
De barro dije, el machete de cinta y bien puesta la razón, .
Porque es la tierra la que nutre sus pesares; y bien medida la calma, se fajó el corazón
Es la tierra donde finca sus altares, y se fajó bien el alma.
Donde crece el débil y el más fuerte, Ni marañas ni piedras detuvieron sus pasos,
Donde siembran la vida y cosechan la muerte. conocía bien las brechas porque sus pies enjutos
Mientras canta el cenzontle hicieron los caminos.
Se trabaja la tierra; Y cortó esos caminos por los desfiladeros
Mientras toda la flora se cubre de rocío, como bestia acosada, la loba azuzada,
La tierra se trabaja. la garra afilada de una pantera.
La yunta corta el surco cual filo de navaja Rastreando aquel monte no pensaba en nada,
Con la ilusión más santa, olfateaba al hijo.
Que el jornal se termina, No pensaba en Dios que a las ciervas mansas
Cuando el sol ya declina siempre las bendijo.
Y el cenzontle no canta. Maldijo las piedras que estorbaban sus pasos,
Ahí entre la huizachera y entre los matorrales, el charco lodoso que torció su camino;
Muy cerca del encino donde la fronda oculta maldijo a la mujer que parió la maldad en los hombres,
La historia del nagual, y que amamantó la mente que engendró la codicia.
Ahí vivió Nemecia, Maldijo mil veces, todas las injusticias.
Su casita de palma tenía como chinámil Olfateando cual perro de caza
Un cerco de acahual. no sintió fatiga ni sintió cansancio,
Fue ahí donde sus cantos arrullaron al hijo, olvidó su sed y olvidó su hambre,
Lo vio crecer sumiso y madurar violento, escalando el monte y pensando en su hijo.
Siempre con la mirada perdida bajo el sol. Caminaba y dejaban sus pasos una sombra triste,
Crisanto era rebelde, huella de martirio, huella de dolor.
Creía que era indigna la vida de su pueblo, huella de calvario.
Que era vano el esfuerzo y que era inútil su queja, Caminaba a grandes zancadas
Porque en la resolana siempre se confundía con todo el impulso de su amor materno.
Su pena con la tierra y su cuerpo con las bestias. La guiaba su instinto, su rabia, su fuerza,
Y era peor que la bestia, más que todas las bestias, y el poder que lleva la madre en el alma,
Porque dentro de su alma sangraba la protesta. como escapulario, clavado en el pecho.
Nemecia era tan mansa como una corderita, Trasudando llegó hasta la loma .
Era enjuta y pequeña, olía siempre a campo frente a aquella turba que arrastraba a su hijo.
Y a la fragancia tenue de las flores marchitas. Levantó el machete y les gritó con rabia:
Era como una espiga entre flores de cactus, -¡Suéltenlo!-Y retumbó su voz entre las montañas-
Y prodigaba su aroma en el sonido de su voz, ¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo! –Y golpeó en el instinto de las
Cual canto de la paloma. alimañas.
Anudaba a sus trenzas la cinta de colores Y fue ese grito un impulso, un rugido
Cobijando sus sueños bajo del toronjil, que fue rebotando por todas las rocas,
Cuando escuchó muy cerca el angustioso grito, por todas las piedras del monte;
y se hicieron mil voces,
mil voces rugiendo.
-¡Suelten a mi hijo, perros del infierno!
¡La voz retumbaba por toda la punta del cerro,
Por todas las grietas, por todas las cuevas!
por todas las grietas, por todas las cuevas.
¡Por esos parajes guaridas de zorras,
y por las guaridas que reptan las víboras!
¡Suéltenlo perros del demonio!
Con saltos violentos llegó a donde estaba la reata colgada,
y con el machete la partió en pedazos.
¡Malditos, mil veces malditos!
¡Malditos de cielo, de tierra y de infierno.
Poco vale pa'ustedes un hombre,
vale menos aun que los perros,
vale menos aun que las vacas.
y lo iban a'horcar por justicia,
y la justicia no está en las tinajas,
y no es nada que puedan guardar en sus arcas.
Mijo no robó la vaca, le sangró las patas,
y fue por venganza.
Ustedes humillan y estafan al peón
que trabaja por unas migajas.
Ustedes han robado muchísimo más que una vaca,
y nadie se atreve a colgarlos,
y nadie les sangra las patas.
Ustedes han matado toda la esperanza...
Sólo han dejado el hambre en la casa,
esa hambre que enferma y que cansa.
¡Yo soy el pueblo Elías, soy pueblo...
no me busques pleito,
no me des motivo pa'que arda la mecha
que ya está queriendo!
Guarda bien tu casa, Guarda bien tus vacas
Y guárdate las ganas de matar a mi'jo.
porque muy adentro me punza el coraje,
y puede que me anime a encender la mecha.
¡Algo había en Nemecia...!
¡Ese amor de madre que es amor y fuerza!
Toda aquella turba se quedó muy tensa,
se quedó en silencio, sintiendo vergüenza,
frente a la mujer que estrujó sus torcidas conciencias.
Fue así que aquellos maleantes soltaron su presa
y se dispersaron...
Sólo se quedaron Crisanto y Nemecia,
la madre y el hijo.
¡Y es que Dios bendijo a las siervas mansas,
y a las lobas que llevan la garra en el alma,
también las bendijo!

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