Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
*
Versión castellana de la conferencia pronunciada el 5 de marzo de 2015 en los departamentos de Filosofía y de
Estudios Liberales de la California State University - Los Angeles - EEUU.
I. EL ESCENARIO CONTEMPORÁNEO
1) Ámbito laboral:
Una generación atrás, si una persona de mediana edad en busca de empleo
mostraba en su hoja de vida que había trabajado en tres empresas distintas no iba a
ser bien visto. Por el contrario, hoy no sería favorecido por haberse desempeñado
siempre en la misma empresa. Ya nadie trabaja toda su vida en el mismo lugar y, si
alguien lo hace, sus compañeros cambian, por lo que no se pueden establecer
vínculos duraderos en el ámbito laboral.
2) Ámbito de residencia:
Esto conlleva la necesidad de trasladarse de un lugar a otro en busca tanto
de cercanía con el lugar de trabajo como de vivir en un barrio acorde al nuevo status
(superior o inferior) adquirido, tornando imposible conocer a los vecinos y, por ende,
ocurre lo mismo que en el caso anterior: no se pueden establecer vínculos
duraderos de vecindad.
3) Ámbito doméstico:
La alta productividad obtenida gracias al empleo de las nuevas tecnologías y
de la mayor capacitación de los trabajadores requiere de un mayor consumo de
productos con alto valor agregado. Una familia con diez hijos difícilmente pueda
cambiar de auto todos los años o salir a cenar afuera dos veces a la semana. Es
preciso, por tanto, que la mujer salga de casa y vaya a trabajar. De ese modo, no
solamente tendrá menos hijos (que ya no son necesarios ni para morir en la guerra
ni para mantener bajos los salarios industriales) sino que además sumará otro
ingreso a la economía familiar. El ideal propuesto por el sistema productivo serán los
DINKs: Double Income No Kids.
Si la mujer madre de diez hijos era maltratada por su esposo, no tenía más
remedio que soportar el maltrato. Del mismo modo, tampoco el marido tenía ocasión
de encontrar otra mujer salvo en el prostíbulo, pero difícilmente dejase a su esposa
para irse con la trabajadora sexual. El mercado matrimonial era mucho más
restringido: usualmente la mujer una vez que se comprometía (y lo hacían a edad
temprana) con un hombre debía casarse con él y, por tanto, desaparecía del
mercado. Por eso, el hombre casado tampoco tenía ocasión de conocer mujeres: no
las había en la fábrica, ni en la oficina, ni en la calle. El matrimonio era indisoluble.
Hoy, en cambio, hombres y mujeres pueden encontrar en cualquier lugar la
persona con la que comenzar una nueva relación. Incluso, como el sistema alienta el
hecho de no tener hijos (No Kids) el sexo reproductivo deja de ser el ideal y otras
variantes como la masturbación, la homosexualidad, el lesbianismo o el sexo anal
pasan a ser prácticas aceptadas, por lo que probablemente el hombre o la mujer
descubra una nueva orientación o preferencia sexual, ampliando así más aún el
espacio de oferta y demanda. Obviamente esto tiene mayor vigencia en las clases
medias y altas que en los estratos menos favorecidos, pues en estos como el varón
no tiene mayores posibilidades de realización profesional, no quiere una mujer que
esté "por arriba" suyo en la escala social. Por lo tanto, en esos sectores se sigue
viendo a la mujer como Madre. Resultado: en los kioskos, las revistas más baratas
ofrecen mujeres más pechugonas (tetas=maternidad) y en las más caras tienden a
aparecer de espaldas y a tener las piernas más largas (piernas=dinamismo=nuevas
formas de relación laboral). La minifalda y las calzas ajustadas reemplazan al
escote.
Las consecuencias sociopolíticas:
a) La cultura de la imagen:
Cuando la gente trabaja toda la vida en el mismo lugar y vive siempre en el
mismo barrio, conoce a sus compañeros y vecinos. Por lo tanto, puede hablar de
temas importantes. Si hoy uno entra a la oficina con mala cara, lo más probable es
que nadie lo note. Y si alguien lo nota y pregunta por qué está así, uno no va a
contarle lo que le pasa; se limitará a decir que no durmió bien o que comió algo
pesado anoche. En cambio, si uno conoce al otro desde hace años, va a contarle lo
que le pasa. Va a hablar de cosas importantes. Y las cosas importantes no se
refieren sólo a las personales, sino también a las que nos afectan colectivamente: se
hablará de política, de filosofía (aunque no se lean a los filósofos: en el cafetín de
Buenos Aires yo aprendí filosofía...), se analizará de otro modo lo que pasa en el
trabajo, además obviamente de hablar de fútbol y otros temas. Por eso, los
programas con entrevistas o con políticos tenían un rating altísimo hace apenas
treinta años. En cambio, cuando uno no conoce al otro solamente habla de
banalidades. Como cuando nos invitan a un cocktail a las siete de la tarde.
Resultado: la sociedad se vuelve banal. No es la televisión chatarra la responsable
de la banalización de los argentinos. Si a los argentinos les interesaran estos temas
que estamos comentando, los canales con más audiencia estaría entrevistando a
Doberti o a Scannone en horario central. La política necesariamente se hace trivial.
Los candidatos hablan de cualquier cosa menos de política.
Concomitantemente, al no conocer nada de la trayectoria ni de los orígenes
del otro, nos quedamos con lo que el otro muestra, con su imagen como única
referencia. El otro ya no muestra lo que supuestamente "es" (rey, noble o
campesino: fetichización de la posición social) ni lo que tiene (fetichización de la
mercancía) sino que el otro es lo que muestra, aunque el auto sea alquilado y no
haya pagado más que la primera cuota de la indumentaria que lleva puesta. La
distinción aristotélica entre valor de uso y valor de cambio, agudamente retomada
por Marx para señalar la primacía del valor de cambio en la sociedad capitalista de
acumulación, se tranforma en la reversibilidad de ambos valores: las zapatillas de
moda deben su valor de uso a su valor de cambio. No compramos ese calzado
deportivo porque sea de buena calidad, sino porque es caro.
El otro es lo que muestra y lo que muestra es lo que consume. Pero también
se muestra para ser consumido. Esto vale tanto para la chica que se muestra como
un pedazo de carne intervenido con botox y siliconas, como para el juez que está
haciendo su doctorado en derecho no porque tenga algo genuino que aportar a la
ciencia jurídica, sino para mostrarse como doctor para ascender en su carrera,
aunque no le interese en lo más mínimo ni el doctorado ni su tarea judicial.
3) De Edipo a Narciso
Cuando el sistema requería familias numerosas el varón era el proveedor del
sustento. Por tanto, su poder en el ámbito doméstico era indiscutido. Él decidía lo
que se podía y se debía hacer y lo que no. El chico crecía con esa figura paterna y
cuando salía de su casa seguía necesitando que alguien le diga qué hacer, como la
maestra al frente del aula. Y cuando crecía, lo buscaba en el gobernante, ya sea
dictatorial (Videla, Pinochet, Stalin o Mussolini, para el caso es lo mismo) o
democrático (Nasser, De Gaulle, Perón).
En cambio hoy la vida de los progenitores gira en torno a los hijos (uno o
dos, como mucho tres): el sábado a la mañana hay que llevar a Jorgito a judo, a la
tarde al cumple de su compañerito de colegio y el domingo al cine. En la semana lo
más importante son los deberes de Jorgito, se come lo que al nene le gusta. Si los
progenitores viven juntos, puede ser que Jorgito vea cómo discuten papá y mamá
para decidir qué programa ver en la televisión o dónde ir de vacaciones: desaparece
la autoridad despótica del padre-varón. Y si están separados, seguramente Jorgito
manejará el control remoto de la tele e irá a pasar unos días de vacaciones con uno
de los papás y otros con otro... donde él decida. Cuando ese chico sale de su casa,
no va a estar buscando ningún padre: se busca a sí mismo, se saca una selfie y la
sube a las redes sociales. Este chico descubrió que fuera de casa no hay padre ni
madre. No es poco. Pero tampoco es suficiente. Se autoconvocará con sus
congéneres en Plaza Tahrir para decirle a Mubarak que no es el padre de Egipto...
pero después no sabe qué hacer y hoy tiene gobernando a un general cuyo nombre
no conoce. Se juntará en Puerta del Sol para protestar indignado contra Zapatero y
los políticos, dejando que el PP llegue al gobierno. Lo mismo ocurre en San Pablo
donde contribuye a debilitar a Dilma o en Nueva York complicando a Obama.
Estamos frente a la primera generación de hijos de los nacidos en los setenta,
cuando todos estos cambios comenzaron.
La presencia de un padre fuerte y su correlato social: las ideologías
tradicionales, establecían claramente lo que está bien y lo que está mal. Generaban
estructuras dicotómicas que anulaban la percepción de la complejidad de la vida
individual y de la existencia en común. Los chicos miraban programas donde esa
dualidad era manifiesta: "Tom y Jerry", "El Coyote y el Correcaminos"; los
adolescentes no le iban en zaga: "Chips Patrulla Motorizada" o "Starsky y Hutch" son
buenos ejemplos. Hoy ya alcanzan la edad de votar jóvenes que en su infancia
veían programas de la complejidad de "Pokemon" o "Bob Esponja" y de
adolescentes CSI o "La ley y el orden".
En este contexto de fragmentación individual y social el mundo
contemporáneo debe afrontar desafíos tales como el desempleo (especialmente
juvenil), persistencia de la pobreza extrema e incremento de la inseguridad en
vastas regiones de Nuestra América, hambre y violencia en África, anarquía y
guerras intestinas en Irak, Libia, Siria o Afganistán y las consecuentes migraciones
masivas, por nombrar sólo algunos.
Claro que la desaparición de los fundamentos no implica la desaparición de
los fundamentalismos sino que, por el contrario, en un intento desesperado por
imponer un sentido a una vida en común que pareciera dejar de tenerlo, muchos y
muchas se lanzan a la negación del pluralismo y de la diferencia. En palabras de
Chantall Mouffe, “es peligrosa para la democracia, pues crea un terreno favorable
para los movimientos políticos de extrema derecha o los que apuntan a la
articulación de fuerzas políticas en torno a identidades nacionales, religiosas o
étnicas. En efecto, cuando no hay apuestas democráticas en torno a las cuales
puedan cristalizar las identificaciones colectivas, su lugar es ocupado por otras
formas de identificación de índole étnica, nacionalista o religiosa” (Mouffe 1999; 17).
Concepciones de la sociedad
a) El individualismo:
Aquellos que tienden a privilegiar la libertad por sobre la igualdad suelen
entender la sociedad como una mera yuxtaposición de individuos: lo que importa es
cada individuo y cada familia, pero la sociedad como tal no existe sino como
resultado de la interacción entre los individuos. Así lo han sostenido políticos como
Margaret Thatcher o Ronald Reagan y teóricos como Frederick Hayek, Ayn Rand o
Robert Nozick, así como numerosos dirigentes, académicos y comunicadores
sociales de Latinoamérica. Si la sociedad no existe, tampoco puede existir algo así
como la justicia social. Como no hay sociedad, la justicia social es una fata morgana,
fuegos artificiales usados por los políticos pícaros para engañar a los votantes, o
argumentos de gente bien intencionada pero que nada entiende de las leyes de la
economía.
b) El colectivismo:
La sociedad es un organismo viviente (el volk o la Santa Madre Rusia) y los
individuos son parte de sus órganos. Es el punto de contacto entre el extremo de los
cultores de una sociedad fuertemente jerarquizada y estratificada con los partidarios
de un hiperintervencionismo estatal en toda la economía para garantizar la plena
igualdad de todos los ciudadanos. Para estos, el individuo sólo cuenta en tanto que
es una parte de una totalidad superior. Los ejemplos más claros los encontramos en
los comunismos realmente existentes en la ex Unión Soviética, la Rumania de
Ceaucescu, la China de Mao o la Camboya de Pol Pot. Obviamente -por si algún
despistado creyera que hace falta aclararlo- no estamos refiriéndonos ni a Marx ni a
las experiencias latinoamericanas, sino a los sistemas que en nombre de la igualdad
anularon hasta casi extinguir la autonomía del individuo.
Unos y otros discuten sobre cuál es el verdadero sujeto de la historia: si es el
individuo o si es la colectividad. Esta oposición entre individualismo y colectivismo se
nos presenta como un estorbo que nos impediría captar a la Sociedad o al Individuo
como es en sí: su verdadera esencia siempre se nos escaparía. No es posible
encontrar la síntesis superadora de este antagonismo. En cambio, si olvidamos la
obsesión del pensamiento occidental por encontrar en todo y por encontrarle a todo
la la esencia, la sustancia, y nos ubicamos más cerca de otras tradiciones filosóficas
para las que la relación es previa a la sustancia podremos, al menos, explorar
algunas alternativas a los problemas que para las concepciones expuestas no
solamente son irresolubles, sino directamente inabordables. Pero no nos
adelantemos.
Ante la disolución de la sustancia/sujeto que hemos mencionado, estas
posturas se quedan sin fundamentos firmes dando lugar al cuadro de situación que
explica Carlos Cárcova en su aporte a este libro, al que remito al lector del presente
capítulo.
Rómulo y Remo, Caín y Abel, Jacob y Esaú, Tupí y Guaraní: en todas las
latitudes encontramos mitos de origen que nos refieren peleas entre hermanos, que
a veces llegan incluso al fratricidio. La experiencia cotidiana de cualquier padre de
dos o más hijos confirma que los hermanos se pelean. Sin embargo, en contra de
toda evidencia, las madres insisten en decirle a sus hijos que no deben pelearse
sino que deben quererse como hermanos. Asimismo, cuando dos amigos quieren
indicar que su amistad es muy fuerte, dicen que son como hermanos. 1
Ocurre que la hermandad o fraternidad puede entenderse en dos sentidos
distintos: o bien como aquello que efectivamente es o como aquello que querríamos
que fuese. En el primer caso, la lucha entre hermanos nos pone frente a un dato de
la realidad: las relaciones horizontales estimulan el conflicto. En el segundo caso
estamos frente a un anhelo: si pudiésemos evitar el conflicto todos seríamos más
felices. Si extrapolamos el concepto de fraternidad del ámbito doméstico al terreno
político, cuando hablamos de fraternidad universal podemos hacer referencia o bien
a: a) la condición originaria de la sociedad: no hay padre ni madre, por tanto el
conflicto está siempre ahí, en forma manifiesta o latente, o bien: b) podemos
referirnos a un ideal, a un fin inalcanzable pero que nos atrae como un imán: una
sociedad armónica en cuyo seno cada cual pueda desplegar libremente todas sus
potencialidades.
En este sentido, la fraternidad es bifronte como Jano: con una de sus caras
mira esperanzado hacia el futuro que deberíamos construir, y con la otra mira alerta
el pasado en el que hemos ido construyendo este presente. Una cara dicta un
mandato; la otra describe un dato. Paradójicamente, la cara realista nos da el dato
(“dado”) de que nada está dado de antemano y que por lo tanto todo es cuestión de
construcciones, las que nunca son definitivas sino que son el dinámico resultado de
luchas y de consensos, de diálogos e imposiciones.
Toda extrapolación de lo privado a lo público tiene sus riesgos e
inconvenientes2, lo que ha llevado a muchos a desechar este concepto como
1
Para un análisis detallado de las implicancias de la fraternidad, cfr. Del Percio (2014).
2
Dicho sea de paso, mayores son los riesgos de suponer que “lo privado” se constituye naturalmente, sin
advertir la influencia que sobre el tiene “lo público”: por ejemplo, el lugar de la mujer como “ama de casa”
es una imposición tomada en el ámbito público. Asimismo las relaciones sexuales constituirían el ámbito de
lo privado por excelencia; sin embargo, la aceptación o la condena de determinadas preferencias, prácticas u
categoría política útil. Sin embargo, la riqueza que podemos extraer de él es tan
grande que bien vale la pena correr ese riesgo aunque, claro está, con las debidas
prevenciones. La primera de ellas ya la explicitamos: en la familia, los padres
establecen la verticalidad que tiende a disolver el conflicto.
En cambio, en el ámbito público no hay ni hubo nunca padre ni madre: no
hay persona ni grupo que pueda detentar “naturalmente” la función paterna de
establecer la ley, ni hay una sociedad-útero en cuyo seno maternal todo
antagonismo se disuelve. La fraternidad universal nos advierte que la vida en común
es una construcción que depende de nosotros, una realidad originaria e ideal a
alcanzar: en la tensión entre estos dos extremos se juega la existencia colectiva,
existencia que no deja lugar a ingenuidades o banalizaciones.
No hay un padre que imponga su ley, sino que la vida en común es una
construcción colectiva. Tampoco hay una madre útero que nos contenga
armónicamente a todos en su seno. No somos almas bellas capaces de vivir en un
mundo sin conflictos una vez que hayamos acabado con "aquellos", los hijos de
mala madre, que nos lo impiden. No tenemos más remedio que hacernos cargo de
nuestra situación.
Esto es lo que molesta de la fraternidad y por eso se tiende a relegarla frente
a principios "fuertes" como la libertad, la igualdad o la justicia. El problema es que
esos principios nos hablan de un deber ser, mientras que la fraternidad nos obliga a
confrontarnos con lo que es, con lo que somos. Esto por derecha molesta a quienes
pretenden que las sociedades se encuentran "naturalmente" estratificadas y por
izquierda a las vanguardias iluminadas que tratan a los subalternizados como a
niños a los que hay que explicarles que están sometidos y cómo tienen que hacer
para emanciparse. Y también molesta a quienes prefieren ignorar su responsabilidad
esperando "que alguien haga algo". La fraternidad nos pone de cara ante el hecho
de que siempre y necesariamente somos responsables, esto es: debemos dar
respuesta. Si hubiese un padre, cuando llaman a nuestra puerta él se encargaría de
responder. Pero no hay padre, por lo que aún nuestro silencio, nuestro quedarnos
callados, es también una respuesta, aunque poco eficaz pues no se puede vivir
siempre callado en casa por miedo al que llama. Los excluídos del festín por la
aplicación de las políticas neoliberales llaman a la puerta de los satisfechos. Estos
podrán encerrarse en sus barrios privados y elevar muros en torno a las autopistas
3
Una excelente crítica de las políticas de reconocimiento del indígena y del afroamericano alentada por los
organismos internacionales en América Latina puede verse en Gómez Michel, G. (2014)
más a una sociedad que no les da la oportunidad de hacerlo. Esta es la dimensión
que los medievales llamaban la "justicia general" y que la modernidad olvidó, por
considerar al individuo como una sustancia en lugar de asumir que la persona se
hace en su relación consigo misma, con los demás y con el resto de la naturaleza.
Nos referimos acá a la dimensión de la justicia social consistente en garantizar a
cada uno el derecho a realizarse plenamente a través de su aporte a la realización
de los demás.
La ciencia y la filosofía modernas tienen una notoria incapacidad para
advertir esta dimensión constitutiva del ser humano, por eso tienden a reducir la
necesidad de hacer algo por los demás a la dimensión anterior (búsqueda de
reconocimiento) o a una forma de narcisismo. Sin embargo, esto no es así: todos
conocemos gente que dedica su tiempo libre a colaborar como voluntario sin que
nadie lo sepa. Alguien que teje abrigos para donar a una ONG sin que nadie sepa su
nombre, el que aporta dinero en secreto. Pero más allá de esos casos evidentes,
¿acaso el médico que salva una vida, no se siente pleno por el mero hecho de haber
salvado esa vida? ¿Acaso es el reconocimiento o la autocontemplación narcicística
lo que lo impulsa? Entiendo que no hace falta continuar fundamentando esta
dimensión de la justicia como una dimensión independiente, pues el lector
seguramente habrá experimentado alguna vez en su vida que al dar podemos ser
más felices que al recibir.
En síntesis: si nos quedamos con la concepción hegemónica de la libertad
en el pensamiento moderno occidental, podemos entender al poder como su
opuesto. En cambio, si pensamos en términos de liberación, el poder es un
instrumento necesario para transformar la realidad. Asimismo, la clásica tensión
entre libertad e igualdad se diluye, pues la liberación es el camino hacia la
consecución de la justicia social.
BIBLIOGRAFÍA
Auat, A. Hacia una filosofía política situada, Waldhuter, Bs. As., 2011.
Buber, M. Yo y Tú, Caparrós Editores, Madrid, 1993.
Contreras Nátera, M. A. Otro modo del ser o más allá del euroccidentalismo,
CELARG, Caracas, 2014.
Dussel, E. Etica de la liberación. Trotta. Madrid, 2001.
Esposito, Roberto. Bíos. Biopolítica y filosofía, Amorrortu, Bs. As., 2006.
Del Percio, Enrique. Ineludible fraternidad. Conflicto, poder y deseo. CICCUS, Bs.
As., 2014.
Douzinas, C. and Gearey, A. Critical Juriprudence. The political philosophy of justice.
Hart Publishing, Oxford, 2005.
Gómez Michel, G. La tercera raíz. La construcción del imaginario identitario
afrolatinoamericano ante los retos de la interculturalidad en 2014 Summer LASAK
International Conference. Neoliberalism and Pos-neoliberalism. Challenge and
Response from Latin America, Editado por Institute of Iberoamerican Studies, Busan
University, Busan, 2014, pp 283 y ss.
Kant, I. Crítica de la razón pura Aguilar, Bs. As. 2010.
Laclau, E. Antagonismo, subjetividad y política en Revista Debates y
Combates, Año 2, Nro. 3, Bs. As., 2012.
OXFAM, Working for the fews. Political capture and economic inequality,
accesible en www.oxfam.org
Marion, J. L. El tercero o el relevo del dual en Strómata, San Miguel, Enero-Junio
2006.
Mouffe, Ch. El retorno de lo político. Paidós. Barcelona. 1999.
Scannone, J.C. Discernimiento filosófico de la acción y pasión históricas. Anthropos.
Barcelona. 2009.
----------------- Religión y nuevo pensamiento. Hacia una filosofía de la religión para
nuestro tiempo desde América Latina. Anthropos. Barcelona. 2005.
----------------- Sabiduría popular, símbolo y filosofía. Ed. Guadalupe. Bs. As. 1990.
Tristán, F. (2008) Peregrinaciones de una paria en:
http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtual/libros/literatura/pereg_paria/contenido.htm
Žižek, Slavoj El sublime objeto de la ideología, Bs. As., Siglo XXI, 2009