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SERIE VIKINGOS

LEO
BJÖRN
MAGNUS

EMMA MADDEN
LEO
Primer libro de la Serie Vikingos

EMMA MADDEN
Jamás le había interesado conocer a su padre biológico,
seguramente porque nunca había sido un misterio para él, ni
un secreto, y porque su padre de verdad, el que lo había criado
y querido toda su vida, había suplido de sobra cualquier
carencia o necesidad, fuera la que fuera, porque Alexander
Magnusson había sido el mejor padre, el más generoso y
afectuoso que cualquier persona hubiese podido desear.
Pensar en su padre en ese momento lo emocionó porque,
aunque había fallecido hacía ya seis años, aún lo echaba
terriblemente de menos; aún cogía el teléfono para llamarlo y
aún esperaba que cualquier día lo invitara a jugar al golf o a ir
al cine, como había hecho siempre.
Respiró hondo para espantar la tristeza, porque no estaba
solo y tampoco en casa, y levantó la cabeza a tiempo de ver
llegar a sus “hermanos” italianos: Franco, Luca, Marco, Mattia
y Fabrizio, a ese restaurante de Milán dónde lo habían citado
para conocerse y comer juntos.
Se puso de pie y estrechó la mano de Franco, que era el
único al que conocía en persona, y que fue el primero en
adelantarse con una sonrisa para saludarlo con mucha
cordialidad.
─Leo, muchas gracias por acercarte a Milán.
─De nada, tenía que venir igualmente.
─De todas maneras, te lo agradecemos muchísimo. Bueno…
Se giró hacia el resto, que tenían prácticamente la misma
estatura y el mismo aspecto físico. La misma pinta de
milaneses con dinero y buen gusto a la hora de vestir, y se los
señaló con una venia.
─De mayor a menor ─bromeó y Leo sonrió─. Este es Luca,
que ha venido desde París, donde vive habitualmente, Marco,
Mattia y Fabrizio.
─Hola, encantado.
Los saludó a los cuatro con un apretón de manos sin
mucha curiosidad, porque ya los había investigado a todos a
través de Internet, y pensó en que no le conmovía nada de
nada verlos en persona, aunque se reconocía en todos,
especialmente en Franco con el que, indudablemente,
compartía un evidente parecido físico.
─¿Nos sentamos?
Preguntó Marco, el tercero de los Santoro, el prestigioso
cirujano plástico que presidía una fundación dedicada a la
asistencia médica gratuita muy respetada en toda Italia y que
tenía fama de ser directo y resolutivo. Leo lo miró a los ojos y
asintió volviendo a su sitio en la mesa, recordando que Marco
estaba casado con una decoradora de interiores buenísima y
que era padre de dos hijos, aunque según su Instagram, ya
estaban esperando el tercero.
─¿Cuándo has llegado a Milán? ─Le preguntó Franco.
─Ayer por la noche, hoy tenía un par de reuniones
programadas en la ciudad.
─¿Y qué tal han ido?, ¿ya has encontrado alguna empresa con
la que situarte aquí?
─Nada que me acabe de convencer, pero sigo buscando.
─Franco nos ha comentado que tienes un par de gemelos.
Le preguntó Luca, el segundo de la camada, que era el
único de los hermanos que se dedicaba en exclusiva al negocio
familiar, es decir, a la construcción, y que tenía una solvente
empresa propia en París. Ciudad donde residía con su segunda
mujer, una chef francesa con la que había tenido dos hijos, lo
que sumaban tres, porque también era padre de una chica
adolescente fruto de su primer matrimonio.
─Sí, de once años, se llaman Leo y Alexander.
─Yo también tengo un Leo, los míos son Leo y Luca y tienen
cuatro años.
─Mi mujer y yo esperamos gemelos también.
Intervino Mattia, el exfutbolista profesional, abogado y
representante de deportistas, casado con una médica española
y padre de un niño pequeño, y que era el que había insistido en
organizar esa comida tan rara en el centro de Milán.
─Aún nos faltan dos meses para que lleguen, pero…
─Eso suman muchos niños ─comentó con una sonrisa y
aceptó la copa de vino que le estaba ofreciendo la camarera.
─Los nacimientos múltiples ayudan.
Bromeó Luca, que parecía el más relajado del grupo y
con el que seguramente se llegaría a llevar bastante bien, si en
algún momento, nunca se sabía, llegaba a sentir algún interés
real por sus medio hermanos italianos, y desvió los ojos hacia
Fabrizio, el menor de los gemelos y el más serio de los cinco.
Según Internet, Fabrizio Santoro era economista y gestor
de grandes fondos de inversión. Administraba al menos seis de
los más importantes de Italia y tenía fama de ser tan eficaz
como implacable; un tiburón curtido en Wall Street del que
apenas se sabía nada, porque no tenía redes sociales y porque
protegía con gran celo todo lo relacionado con su vida
personal. No obstante, Franco le había contado que también
estaba casado.
─Ya me había comentado Paolo, vuestro tío ─puntualizó,
ignorando a Fabrizio─, que en vuestra familia abundan los
nacimientos múltiples.
─Así es desde el principio de los tiempos ─susurró Luca
pidiendo la carta─ ¿Qué os apetece comer?
Todo el mundo se concentró en mirar la carta y Leo
apoyó la espalda en su silla intentando comprender por qué
esos cinco tíos adultos estaban tan unidos, o eso decía todo el
mundo, y por qué se seguían comportando como si fueran
niños.
Siempre le había llamado la atención que se respetara a
Franco por encima de todo. Él era el hermano mayor, por
supuesto, y al parecer alguien le había otorgado cierta
autoridad sobre los demás, pero ya no eran unos críos y
resultaba chocante que lo siguieran considerando el más
importante o el con más criterio o el más sabio, y le constaba
que la mayoría acudía a él para pedir consejo. También le
constaba que Franco tendía a proteger a sus cuatro hermanos, a
todos ellos, y a sus padres, y que la última decisión sobre
temas trascendentales relacionados con la familia la solía
tomar él.
Aquello era muy curioso. Aunque Franco Santoro fuera
un tío brillante e inteligente, muy exitoso, a él, desde su
mentalidad escandinava, esa especie de jerarquía y de
responsabilidad sublimada que tenía encima le resultaba
incomprensible y rara. Era tremenda la carga emocional con la
que tenía que convivir día tras día, pero estaba claro que en
algunas familias se funcionaba así, y si esa familia era italiana,
todavía más.
Respiró hondo, observando cómo los gemelos se ponían
de acuerdo para pedir platos diferentes pero complementarios,
algo que también hacían sus hijos, y cayó en que los cinco
habían llegado a la vez al restaurante. No uno a uno, como
solía hacer la gente normal, sino que se habían presentado
todos juntos, lo que le hacía suponer que habían quedado
antes, en otra parte, para llegar en comandita a conocer al
medio hermano sueco al que acababan de descubrir por
casualidad.
─Nos han dicho que tienes casa en el Lago Maggiore
─Comentó Luca tras pedir la comida y él asintió.
─Sí, en Stresa, la compró mi madre en el año 1970 y luego la
he heredado yo.
─¿Tu madre ya ha fallecido? ─Interrogó Mattia.
─Sí, hace ocho años.
─Lo siento ¿Sois muchos hermanos?
─Somos tres, tengo dos hermanas mayores ─Se hizo un
silencio en la mesa mientras le servían los platos y él sonrió─.
Anna y Amelia, son hijas biológicas del marido de mi madre,
no os preocupéis.
Soltó una risa y Franco y Luca con él, aunque los otros
tres se quedaron en silencio y observándolo con sus ojazos
oscuros muy abiertos.
─¿Tú tienes algún interés en conocer a nuestro padre?
─Preguntó al fin Fabrizio y él negó con la cabeza.
─¿Por qué?, ¿él tiene algún interés por conocerme a mí?
─No creo.
─Mejor, porque yo no tengo ninguna necesidad de conocerlo a
él.
─Solo te lo pregunto porque como has accedido a conocernos
a nosotros, pues…
─He accedido a comer con vosotros porque Mattia insistió y
porque venía a Milán, pero, si en cincuenta y un años de vida
jamás me ha interesado conocer a vuestro padre, ahora
tampoco. Esto no tiene nada que ver con él.
─¿Nunca lo has visto? ─Preguntó Marco y él entornó los ojos.
─Una vez hace mucho tiempo en Stresa. Veníamos todos los
veranos y una vez nos cruzamos con él. Mi madre me dijo que
ese era Francesco Santoro, mi padre biológico, pero no nos
detuvimos ni a saludarlo.
─Sin embargo, al tío Paolo y a nuestro primo Enzo si los
conoces bien, ¿no?
─Paolo siempre ha trabajado en nuestra casa del Lago
Maggiore, desde 1970. Los hermanos Santoro hicieron la
primera gran reforma de la villa y siguieron ocupándose de las
obras de la piscina, de ampliación, etc., durante muchos años.
Bueno, solo Paolo siguió echándole una mano a mi madre y
así hasta hoy.
─Pero ¿sabías que era familiar tuyo? ─Quiso saber Franco.
─Al principio no, pero cuando tenía ocho años me lo dijo
Enzo, se lo pregunté a mi madre y ella me contó la historia
completa.
─Vaya, pues qué suerte, porque a nosotros nadie nos había
contado nada ─soltó Marco moviendo la cabeza.
─Mis padres siempre hablaron con nosotros con total libertad
y en mi caso en particular, que no me parecía en nada a mi
padre o a mis hermanas, la idea de que mi padre biológico era
otra persona la tuve clara desde bien pequeño. Cuando Enzo
Santoro me dijo que éramos primos, no me sorprendió nada, ni
cambió nada, ni para mí ni para mi familia.
─Porque tus padres los normalizaron, algo impensable en
nuestra familia ─Musitó Luca─. A nosotros también nos lo
descubrió el primo Enzo, aunque fue de forma involuntaria.
─¿Y cómo lo lleváis?
Se atrevió a preguntar buscando los ojos de todos y lo
cinco dejaron de comer para mirarse entre ellos con cara de
duda.
─Aún es difícil de asimilar ─respondió Franco─, pero no creo
que suponga una molestia o un drama para nadie.
─Lo sorprendente ha sido enterarte a esta edad de que tu padre
y tu madre te ocultaban algo tan importante y que lo habían
hecho de forma consiente durante todo este tiempo ─susurró
Marco─. Incluso en este tema tan delicado para ellos como
pareja, se han mantenido unidos y firmes, tapándose el uno al
otro y no sé… en fin…
─En los años setenta se cometieron muchas locuras ─Comentó
con una sonrisa intentando relajar el ambiente─. Entiendo
perfectamente que enteraros de mi existencia os haya pillado
con el pie cambiado y que todo esto os afecte, también que
haya suscitado algún conflicto o decepción, pero no deberíais
darle mayor importancia. Lo pasado, pasado está y por mi
parte no os tenéis que preocupar, para mí conoceros no cambia
absolutamente nada.
─¿A qué te refieres con que no cambia absolutamente nada?
─intervino Fabrizio y él lo miró a los ojos.
─A que yo ya tengo una vida y me siento muy mayor para
cambiarla. En resumen: yo sigo con lo mío, vosotros con lo
vuestro y aquí no ha pasado nada.
1

─Paola, lo siento muchísimo.


Ingrid, la jefa de estudios, entró en su aula sin llamar y
ella levantó la cabeza, la miró a los ojos y supo de inmediato
que le traía la peor de las noticias.
─Joder… ─Resopló soltando el ratón del ordenador y su jefa
se quedó quieta, con cara de circunstancia.
─He hecho todo lo posible, Paola, pero me han dicho que no,
el presupuesto de este año no da para más y no te puedo dejar
ni como profe de apoyo. Lo siento de veras.
─No me podéis hacer esto, tengo una hipoteca, sin contar con
que estoy a punto de conseguir mi permiso de residencia
permanente.
─Lo sé, lo he explicado mil veces, pero… ya sabes… solo
puedo decirte que lo lamento muchísimo.
─Madre mía…
─Mira, Pao…
─¿Cuándo me tengo que marchar?
─Dentro de quince días.
─Vaya por Dios.
Se puso una mano en la cara y se echó a llorar, algo
totalmente fuera de lugar en el trabajo, y mucho más si ese
trabajo estaba en Suecia, donde la gente era bastante comedida
y controlada, y sobre todo discreta cuando se trataba de
expresar sentimientos en público.
En la práctica estaba actuando fatal, lo sabía, y de forma
muy poco profesional, era consciente, pero le importó un
pimiento montar el pollo delante de un superior, porque sintió
que ya no tenía nada que perder, y siguió llorando con sollozos
y todo mientras buscaba con una mano el paquete de pañuelos
desechables que debía tener en alguno de los cajones del
escritorio.
─Hija, no te pongas así ─Ingrid se le acercó y le pasó un
pañuelo─, al fin y al cabo, solo se trata de trabajo, encontrarás
algo en seguida.
─Ya estamos en octubre, con el curso ya avanzado y las
plantillas contratadas. ¿Dónde voy yo a estas alturas del
partido?
─Llegaste aquí en medio de un curso escolar y mira…
─¿Miro? ¿qué miro? ¿Qué cuatro años después me echáis a la
calle sin miramientos?
─Paola, has estado haciendo suplencias de manera sistemática
durante todo este tiempo, no te ha faltado trabajo y hemos
confiado en ti, pero nunca te hemos prometido un contrato
fijo.
─Nunca me habéis prometido un contrato indefinido, lo sé,
pero daba por hecho que seguiríamos colaborando juntos
porque parecíais muy contentos conmigo y mira, ahora me
largáis a la calle sin nada.
─Sin nada no, la indemnización es estupenda y en cuanto
tengamos un hueco serás a la primera a la que llamaremos. Un
poquito de calma, por favor.
─Ingrid ─se puso de pie y rodeó el escritorio para mirarla de
cerca─. Anders me ha dejado sola con una hipoteca carísima y
encima quiere que le pague su mitad del piso. Además, estoy a
solo cuatro meses de conseguir mi residencia permanente,
¿sabes las ventajas que acarrea eso?
─Bueno, no sé qué decirte, Paola, que te marches del colegio
no significa que te vayas a quedar sin trabajo o sin tu
residencia permanente, puedes trabajar en cualquier otra cosa
¿no?
─Ese no es el problema, el problema es que me he pasado
cuatro años dejándome la piel en este cole y nunca pensé que
me acabaríais dejando en la estacada.
─Debes entender que, aunque te apreciemos y valoremos el
gran trabajo que has hecho con nosotros, nosotros no somos
responsables de tus problemáticas individuales. Esto es una
decisión básicamente administrativa, no es nada personal,
Paola, con lo cual, no tengo respuesta para todo lo que me
estás reprochando.
La miró sin parpadear y le sonrió de una forma muy
educada, pero muy fría, giró sobre sus talones y se marchó del
aula dejándola con la boca abierta y las lágrimas mojándole la
cara.
Era increíble, pensó, regresando a la mesa para apagar el
ordenador y marcharse a casa, porque desde luego no pensaba
regalar ni un minuto más de su tiempo libre a ese colegio
carísimo del centro de Estocolmo, donde llevaba trabajando
cuatro años y donde, al parecer, no era más que un número, un
“individuo” más en medio de un mar de personas que entraban
y salían de allí sin dejar huella ni levantar compasión o
compañerismo alguno.
Solo el 14% de los alumnos suecos acudía a la
enseñanza privada o concertada, contra el 86% que elegía su
estupendo sistema público de educación. Un sistema pionero y
envidiado por medio mundo que era al que ella aspiraba a
incorporarse en cuanto consiguiera su residencia permanente.
El trabajar en un colegio privado internacional, que
costaba un riñón al mes y que solía tener entre sus alumnos a
hijos de expatriados y del cuerpo diplomático, o de familias
suecas ricas que buscaban una educación más diversa para sus
hijos, había sido en un principio una opción laboral pasajera,
porque nunca había dejado de soñar con su salto al sistema
público, sin embargo, con el paso de los años se había
convertido, además de en una alternativa maravillosa a los
empleos en hostelería o servicios que había ido encadenando
durante sus seis primeros años de residencia en Suecia, en un
regalo, porque allí había encontrado estabilidad, un ambiente
optimo de trabajo y un marco educativo puntero y rico donde
había podido desarrollar todos sus sueños profesionales
De hecho, había llegado a adorar su empleo y a sus
alumnos, había convertido ese centro en su casa y quedarse de
repente en la estacada, justo en medio de la mayor crisis
personal de su vida, era una putada, una muy grande que la
partía por la mitad y que no sabía cómo lograría superar.
Se enjugó las lágrimas, cerró el aula y salió al pasillo
sacando el teléfono para llamar a Anders.
─Hola, Paola, ¿qué quieres? ─Respondió él después de varios
tonos de llamada.
─Me han despedido.
─Podía pasar en cualquier momento.
─Ya, pero eso no quita que…
─Ahora a buscar otro curro ─La interrumpió─. Supongo que
te escribirán una excelente carta de recomendación. ¿Cuánto
dinero te van a dar de indemnización?
─No lo sé, pero no creo que me dure demasiado.
─¿Y?
─¿Y?, que seguramente sin trabajo el banco me denegará el
crédito para cubrir tu parte de la casa, con lo cual…
─¿Perdona? ─la volvió a interrumpir ─. Yo quiero vender el
puto piso, eres tú la que se lo quiere quedar, así que te toca
pagarme la mitad y yo necesito mi parte ahora. Ya han pasado
más de tres meses desde que te pedí mi dinero.
─La abogada me ha dicho que tendrías que cubrir tus
responsabilidades con la hipoteca hasta que pueda pagarte o
hasta que podamos vender, y no lo estás haciendo. Solo te
estoy pidiendo un poco más de tiempo.
─Dile a tu abogada de pacotilla que si se pone chulita nos
veremos en los tribunales y entonces te reclamaré una
indemnización por el retraso ¿de acuerdo?
─Pero ¿a ti que coño te está pasando?, ¿desde cuándo eres tan
capullo? Te recuerdo que tú me dejaste a mí, que tú…
─Dame mi dinero, Paola, no me llames para contarme tus
dramas. No me interesan.
─¿Alguna vez te han interesado?
Le preguntó saliendo a la calle, harta de él y de ese tono
despectivo con el que la trataba desde que se había
desenamorado de ella, decía él, y se había vuelto loco de amor
por una chica de veintipocos con la que ya estaba esperando
un hijo, y le colgó sin esperar su respuesta, porque sabía que si
esperaba a que dijera algo iba a acabar oyendo lo que no
quería oír y no tenía el cuerpo para seguir recibiendo
puñaladas.
Buscó con los ojos la parada del autobús, giró hacia allí
y en ese momento la voz de Natalie, una de sus colegas y una
buena amiga del colegio, la hizo detenerse para prestarle
atención.
─¡Paola, espera un momento! ─Gritó ella con su sueco
salpicado de acento francés y Paola le sonrió.
─¿Qué tal, Nat?
─Nos acaban de decir en la sala de profesores que te han
despedido.
─¿En serio?, madre mía, no han esperado ni a que se enfriara
mi cadáver.
─No digas eso, Pao ─la alcanzó y le dio un abrazo─. El
claustro de profesores presentará una queja formal en
dirección. Yo he propuesto compartir nuestro malestar con el
consejo de padres y montar un pequeño escándalo, estoy
segura de que ellos no aprobarán que te marches.
─Mejor dejarlo correr.
─Pero si los niños te adoran.
─Violeta regresa a su plaza y no hay otro puesto para mí, así
de claro. No hay nada que podamos hacer y yo no quiero irme
por la puerta de atrás. No quiero pelearme con nadie, mi padre
siempre dice que hay que irse como una señora de los trabajos
y yo suelo hacerle caso. Nunca he salido tarifando de ninguna
parte, por muy cutres que fueran mis jefes, y no voy a hacerlo
precisamente ahora.
─Pero es una putada, Pao ─pasó al francés para blasfemar a
gusto y luego le acarició el brazo─. ¿Qué pasará con tu
rehipoteca?
─No tengo ni idea.
─Igual el banco te la aprueba antes de que se te acabe el
contrato.
─Aunque me la aprobara ¿cómo la pago?, sin trabajo y sin un
sueldo como este ─señaló el colegio con la cabeza─, no podré
hacer frente a la cuota. Voy a poner el piso a la venta ahora
mismo y a tomar por saco, no pienso dejarme la salud por
culpa de toda esta mierda…
─No llores ─la abrazó otra vez y luego la miró a los ojos─,
seguro que encuentras otra solución y el capullo de Anders…
─El capullo de Anders me acaba de decir que quiere su parte
del piso ya mismo. Le importa un carajo todo lo demás.
─Es un fils de pute.
─Pero tiene razón, es ridículo que yo, que soy una inmigrante
sin dinero, me empeñe en tener piso propio en una ciudad tan
cara como esta.
─El plan B sería alquilarlo. Si consigues un trabajo
medianamente bien pagado y un inquilino responsable, podrías
hacer frente a todos los gastos hasta que…
─¿Y dónde vivo yo?
─Es verdad.
─Si me voy de la casa tendría que pagar igualmente otro
alojamiento, aunque fuera una habitación, y entonces no
avanzaría nada…
─A lo mejor existe otro remedio.
La agarró del brazo para subirse al autobús y no volvió a
hablar hasta que se sentaron juntas al final del vehículo.
─¿Sabes quién es Alicia Pedersen? ─la miró a los ojos y Paola
asintió.
─¿La tía de Leo y Alex Magnusson?
─Exacto. Me he enterado de que está buscando una niñera
para sus sobrinitos, que ya sabes que son como la quinta plaga
de Egipto.
─No digas eso, solo tienen once años y perdieron a su madre
hace cuatro, es normal que…
─Tú dirás lo que quieras, pero poca gente los controla. Su
última cuidadora se les ha ido sin avisar, simplemente los trajo
al colegio y no volvió a por ellos. Al parecer le intentaron
quemar el pelo después de prenderle fuego a toda la ropa de un
armario.
─¿En serio?
─Ofrecen casa, comida, contrato y un suelo cojonudo, más
que el que tú y yo cobramos ahora, porque hay que dormir en
la casa y quedarse muchos fines de semana, ya sabes que el
padre se pasa la vida viajando. Es un trabajo de primera y
Alicia me ha preguntado si conocía a alguien responsable y
con formación universitaria que quisiera arriesgar su vida
cuidando de los dos monstruitos.
─¿Dijo monstruitos? ─Natalie asintió─. No me extraña que
esos niños se rebelen, es increíble que los trate así. La gente no
es consciente del poder que tienen las palabras y del daño que
pueden provocar a los niños que tienen a su cargo. No sabía
que esa mujer fuera tan palurda.
─Está desesperada y los críos no le hacen ni caso.
─Repito: no me extraña.
─Podrías optar al puesto, es un gran trabajo en una casa
preciosa y con un buen salario, además, tú siempre te has
llevado de maravilla con Leo y Alex Magnusson.
─Sí, pero…
Se detuvo un momento a pensar en esos gemelos de once
años que habían perdido a su madre justo cuando ella había
empezado a trabajar en el colegio, y se le encogió el corazón,
porque la pérdida había sido tremenda, sobre todo para su
padre, que desde entonces no daba pie con bola, y para los
niños, que habían entrado en una espiral de hiperactividad y
mal comportamiento que no hacía más que crecer
exponencialmente, a pesar de lo cual, en su clase siempre se
habían comportado de maravilla.
─¿Paola?
─Sí, estoy pensando, pero no creo que sea buena idea, a mí su
tía Alicia no me cae muy bien, creo que el sentimiento es
mutuo y no me veo viviendo en su casa.
─No es para vivir en casa de la tía Alicia, sino en casa de su
padre.
─¿Pero Alicia y el padre no viven juntos?
─¡No!, el padre vive solo con los niños. Alicia es hermana de
la madre de los gemelos y le echa un cable con ellos, nada
más.
─En eso me parece que te equivocas, creo que son pareja, o al
menos eso me contó ella en alguna tutoría.
─Me acaba de decir que la cuidadora es para vivir con Leo,
Alex y su padre, ella vive en la misma zona, pero en otra casa.
─Vale, pero, no sé… creo intentaré buscarme la vida en algún
colegio o en una tienda antes de meterme en semejante jardín.
Los niños no son un problema, a mí siempre me han hecho
caso, pero vivir como Au Pair otra vez no sé si podría
soportarlo.
─Como quieras, solo era una idea.
─Muchas gracias, Nat ─le sonrió mirando cómo iban llegando
a su parada─. Lo tendré en cuenta, pero con algo de suerte,
encontraré otro trabajo en seguida.
2

─¡¿Creéis que tengo tiempo para esto?!


Bramó en cuanto entró en la cocina, donde los niños
estaban cenando con Alicia y Magnus, y los dos dieron un
respingo y lo miraron con los ojos abiertos como platos.
─Leo.
Intervino Magnus poniéndose de pie, pero él lo ignoró y
se acercó a los gemelos tirando la chaqueta al suelo, indignado
y confuso, porque llevaba horas pensando en cómo podría
castigarlos sin pasarse de frenada; aunque lo que habían hecho
con su niñera era gravísimo y se merecía un correctivo
importante.
─Papi…
─Nada de papi, estáis castigados de por vida y por separado.
Acabad de cenar y cada uno a una habitación diferente.
¡Vamos!
─Leo.
Magnus, que era hijo de su mujer, por lo tanto, el medio
hermano mayor de ese par de renacuajos, se cruzó en su
campo visual y trató de llevárselo a la terraza, aunque él no se
lo permitió y se quedó quieto con las manos en las caderas.
─No te metas, Magnus, esto no tiene nada que ver contigo.
─No me meto, pero estás demasiado cabreado ahora mismo
para pensar con claridad. Déjalo reposar y mañana…
─¡¿Mañana?! ─Gruñó─. ¡Han prendido fuego a un armario y
luego han intentado quemar a Rosalie! ¡¿Qué puedo dejar
reposar?! Son unos futuros delincuentes.
─Nosotros no le quemamos el pelo ─intervino Leo, que era el
mayor y el más lanzado, y él lo miró con el ceño fruncido─.
Quemamos el armario por accidente, pero a ella no le hicimos
nada.
─¿Disculpa?
─Rosalie fumaba todo el día en el armario y entramos para
esconderle el mechero, lo encendimos y ¡pum!…
─¿Entrasteis en su armario para esconderle el mechero?
─Fumaba cuando tú no estabas y se encerraba en su habitación
todo el día. Solo era una broma.
─No me lo puedo creer ─Se restregó la cara con las dos manos
y miró a Alicia, su cuñada, que asintió apoyando la versión de
Alex.
─Es cierto que fumaba, nos mintió en su solicitud de trabajo.
Me prometió mil veces dejar de fumar, pero…
─Yo no lo había notado.
─Porque tú también fumas ─intervino Leo─, y te da igual el
olor a humo.
─Madonna santa! ─exclamó en italiano y se alejó de la cocina
con las manos en alto─. Me da igual, fumara o no, lo que
habéis hecho es gravísimo, podrías haber quemado nuestra
casa ¿lo habéis pensado? Esta vez os habéis pasado cuatro
pueblos y vais a estar castigados hasta el año 2040.
Cruzó el pasillo y se fue directo a su habitación, entró y
cerró la puerta contando hasta veinte, porque en el fondo sabía
que él era el único culpable de todo aquel episodio. El único
responsable de que sus gemelos de once años, que habían
perdido a su madre hacía cuatro, se comportaran cada día peor.
El problema residía en que pasaban demasiado tiempo en
manos de otras personas y necesitaban llamar su atención,
necesitaban a sus padres, al menos a él, que era el que estaba
allí y el que había jurado a Agnetha que dejaría todo aparcado
para dedicarse en exclusiva a los niños, para criarlos como era
debido. Algo que no había cumplido, era obvio, y aquello no
podría perdonárselo jamás.
Entró en el cuarto de baño, se desnudó y se dio una ducha
bien caliente pensando en llamar a Gladys, su terapeuta, para
contarle las novedades y pedirle una cita urgente para los tres.
Ella no solucionaba demasiado, pero al menos sabía tratar a
los niños y a él solía darle buenos consejos, como, por
ejemplo, el castigo que debía imponer tras una situación tan
grave.
Resopló pensando en su padre, que había sido un médico
muy ocupado, lo que no le había impedido dedicarse en cuerpo
y alma a su familia, e involuntariamente pensó en Francesco
Santoro, su padre biológico, que al parecer también había
ejercido, y seguía ejerciendo, como un padre entregado y
cariñoso, y un abuelo incluso mejor.
Sin querer su mente voló y se imaginó a Leo y a Alex
disfrutando de su abuelo italiano, de sus tíos y primos
milaneses, y se le erizó la piel de todo el cuerpo, porque nunca
había pensado en algo semejante, principalmente porque
jamás, hasta ese momento, se había molestado en pensar en
ese padre biológico o en esos hermanos biológicos a los que
ahora parecía que veía hasta en la sopa, porque los cinco
estaban empeñados en meterse en su vida, aunque nadie los
había invitado.
Salió de la ducha concluyendo que aquello, eso de
intentar incluir abiertamente en su existencia a los Santoro, era
desde todo punto de vista imposible, y además inviable,
porque no estaba dispuesto a convivir con ellos como si tal
cosa después de cincuenta años sin relación, y se cambió de
ropa blasfemando en arameo, centrándose otra vez en sus
hijos, que eran lo que realmente importante y fundamental en
ese momento.
─¿Leo?
Su cuñada tocó la puerta, la entornó y se asomó para ver
si quería hablar con ella. Él se subió los pantalones del chándal
y la llamó con la mano poniéndose una camiseta.
─Pasa, Alicia.
─Ya han terminado de cenar y los he mandado a su cuarto,
cada uno al suyo, como tú querías.
─Mil gracias, sinceramente no sé qué haría sin ti. Gracias por
quedarte con ellos hasta estas horas.
─Me voy a quedar unos días con vosotros hasta que se calmen
las aguas. Voy a ir a buscar algo de ropa a mi casa y…
─No hace falta ─La detuvo con una sonrisa─. Me las arreglaré
solo, creo que es lo mejor. Me parece que necesitamos estar
los tres a solas durante unos días.
─¿Y tu trabajo?
─Me he tomado una semana libre, lo tengo todo controlado,
no te preocupes, pero mil gracias por tu ofrecimiento.
─Vale, pues, yo…
─Te llamaré para que vengas a cenar el viernes, si te parece
bien.
─Faltan tres días para eso.
─Bueno, ya te he dicho que necesitamos estar solos.
Respondió con firmeza y sin pestañear, porque Alicia,
que era estupenda y muy servicial, no era muy proclive a
entender indirectas y además se pasaba la vida en su casa
tratando de controlarlo todo, y ella le sonrió y dio un paso
atrás cruzándose de brazos.
─Entiendo, pues… hasta el viernes.
─Mil gracias por todo, cuñada.
─De nada.
Le sonrió, la rodeó evitando rozarla, y salió de su cuarto
para ir hasta la cocina donde Magnus estaba metiendo los
cacharros de la cena en el lavavajillas. Se le acercó y le
palmoteó la espalda antes de abrir la nevera para buscar algo
de beber.
─Déjalo, Magnus, y vete a casa, ya me ocupo yo.
─Ya he acabado… ─cerró la puerta del lavavajillas y se
enderezó mirando hacia el recibidor─. Hejdå, Ali!
─Buenas noches, chicos ─respondió Alicia desde allí, se
despidió con la mano y desapareció.
─Buenas noches y muchas gracias.
Susurró Leo tomando un sorbo de agua; observó cómo
cerraba la puerta principal y luego miró a su hijastro con cara
de pregunta, porque se había quedado quieto y mudo apoyado
contra la encimera.
─¿Qué pasa?
─No dejes que la próxima niñera la elija Alicia. Es mi tía, la
hermana de mi madre, pero es una metomentodo que no ayuda
en nada, más bien todo lo contrario. Hazme caso.
─¿A qué te refieres?
─A que elige cuidadoras a las que puede mangonear y
gobernar a su antojo, le dan igual las cartas de recomendación
o la experiencia, solo quiere tías insulsas a las que controlar y
cuando se rebelan las larga, así de claro.
─¿Por qué iba a hacer eso?
─Porque le encanta tener el control y actuar como si esta casa
fuera suya.
─No creo, yo…
─Ya sé que estás muy ocupado y que descansas mucho en mi
querida tita Alicia, Leo, pero ha llegado la hora de espabilar un
poco. Si no puedes ocuparte tú personalmente de elegir a la
nueva cuidadora me ocuparé yo, no me importa, solo quiero lo
mejor para mis hermanos y también para ti.
─Vaya… ─movió la cabeza un poco desconcertado y Magnus
le sonrió.
─No estoy diciendo que Alicia sea una mala persona, porque
no lo es, es una mujer muy entregada y adora a los niños.
Gracias a ella hemos podido salir todos adelante después de la
muerte de mamá, pero le encanta sentirse imprescindible y a
veces se pasa de frenada.
─¿Hasta el punto de querer cargarse a mis niñeras?
─Tú piensa en lo que te he dicho y saca tus propias
conclusiones, Leo… ─miró la hora─. Debería irme, me
esperan en Östermalm para celebrar un cumpleaños.
─El viernes vente a cenar, si quieres, también he invitado a
Alicia.
─¿Cómo te las vas a arreglar sin Rosalie?
─Me he cogido una semana libre, necesito tiempo para poner
un poco de orden por aquí.
─Me parece perfecto, chaval, pero si necesitas algo ya sabes
dónde estoy.
Le dio un golpecito en el hombro, cogió su chaqueta y se
marchó canturreando. Leo lo acompañó hasta la puerta, le dijo
adiós y cerró pensando en Alicia, que había sido su apoyo más
constante y concreto tras la muerte de Agnetha, y a la que de
vez en cuando tenía que parar los pies o recordar ciertos
límites, pero a la que nunca se habría imaginado saboteando su
casa y mucho menos el bienestar de sus sobrinos. Bienestar
que pasaba por tener una cuidadora eficiente, fiable y
profesional a su lado.
Incluso en vida, Agnetha habían contado con la ayuda de
alguna niñera a tiempo completo; incluso estando los dos
pendientes de los pequeños, habían optado siempre por
contratar ayuda extra y profesional, por eso no le cabía en la
cabeza que su cuñada, que conocía perfectamente sus
necesidades, se dedicara a contratar sin ton ni son a cualquier
persona para que cuidara de sus hijos, para luego, encima,
liquidarla a la primera de cambio.
Aquello le parecía perverso e inexplicable, pero si
Magnus, que solía tener mucho sentido común, se lo estaba
advirtiendo, sería por algo.
─Alex…
Entró en la habitación de Alexander, que estaba en la
cama leyendo unos comics, buscó una silla y se le acercó para
sentarse a su lado. Él dejó el libro y lo miró con sus ojos
azules muy abiertos.
─¿Va a volver Leo?
Preguntó, indicándole la cama vacía de su hermano, y
Leo apoyó la espalda en el respaldo de su silla y respiró
hondo.
─Creo que no, estáis castigados.
─No me gusta dormir solo.
─No estás solo, yo estoy al otro lado del pasillo y tu hermano
a cuatro metros de distancia.
─Vale… ─hizo un pequeño puchero, pero no lloró y se cruzó
de brazos.
─¿Cómo se os ocurre meteros en el cuarto de la niñera para
tocar sus cosas?
─Era una broma.
─Hay que respetar el espacio de los demás, hijo, os lo he
dicho mil veces.
─Ya, pero…
─La tía Ali dice que toda la casa es nuestra.
Interrumpió Leo, entrando en la habitación descalzo y
con pijama, y su padre se volvió hacia él mirándolo con los
ojos entornados.
─¿Cómo dices?
─La tía dijo que podíamos entrar donde quisiéramos porque
todo el piso era nuestro y que podíamos asustar a Rosalie
escondiéndonos en su armario.
─¿En serio?
─Solo queríamos gastarle una broma ─aseguró Alex─, no se
reía nunca y solo nos regañaba.
─¿Y la tía Alicia os dio permiso para jugar en su armario con
el mechero?
─No, eso no, nosotros nos lo encontramos cuando entramos
allí y pensamos en esconderlo, pero probamos cómo
funcionaba y se encendió todo.
─Podríais haber incendiado toda la casa, sin contar con que os
podríais haber quemado y haber hecho mucho daño.
Los miró indistintamente un poco desolado, porque solo
podía sentirse culpable y responsable de todo lo que había
pasado, y de todo lo que podría haber llegado a pasar, y se
puso de pie sintiendo el peso del mundo entero sobre los
hombros.
─Estáis castigados sin televisión ni videojuegos el próximo fin
de semana y vais a dormir cada uno en vuestra habitación
hasta que se me pase el enfado, para que tengáis tiempo de
pensar y valorar lo que habéis hecho. ¿De acuerdo? No quiero
ni una queja, ni una súplica, ni una sola palabra o el castigo se
extenderá hasta vuestro cumpleaños y entonces no lo
podremos celebrar ¿He hablado claro?
─Sí, papá.
─Muy bien, todos a la cama.
─Buenas noches.
─Solo una cosa más ─los miró poniéndose las manos en las
caderas y los dos lo observaron muy atentos─ ¿La tía Alicia se
llevaba mal con Rosalie?
─Al principio no.
─¿Y después?
─Le gritaba mucho.
─¿Por qué le gritaba?
─Decía que era insolente y que iba por libre.
─¿Con esas palabras?
─Sí.
─Vale, gracias. Os quiero mucho ─Le dio un abrazo a cada
uno y luego los mandó a su cama─. A dormir y no volváis a
hacer nada parecido nunca más, jamás, ¿me lo prometéis?
─Prometido.
─Porque ha sido gravísimo y de milagro no ha acabado en una
gran tragedia, quiero que penséis en eso.
─Sí, papá.
─Muy bien, mañana será otro día. Buenas noches.
3

─Te estoy dando todo lo que tengo…


Firmó los papeles para la trasferencia y buscó los ojos de
Haylee, su agente financiero, que parecía inmune a sus
problemas y sacrificios, aunque tras diez años de relación
comercial se hubiese esperado un poquito más de empatía.
─Bueno, esto favorece a tu rehipoteca, Paola, es dinero bien
invertido.
─Ya, pero… ─suspiró, entregándole los papeles y ella los
cogió al vuelo y los guardó en su expediente─, literalmente,
me estoy quedando a cero y es un poco inquietante.
─Con esto cubres cuatro meses de hipoteca y así tienes otro
pequeño margen de maniobra. Ahora solo necesito un
contrato, aunque sea en el Burger King, para que me den el
último OK a tu préstamo y puedas pagarle su parte a Anders.
─Madre mía ─resopló mirando al techo y Haylee le sonrió.
─Tampoco es tan difícil, eres una chica guapa, joven y con
muchos recursos, de dependienta en cualquier sitio te cogerán
y con ese contratito a mí me ayudas con la gestión de tu
crédito. ¿No has probado en Zara? Igual al tratarse de una
empresa española te cogen más rápido, ¿no? Conozco a mucha
gente que mataría por trabajar en Zara, creo que a los
empleados les hacen un descuento muy bueno.
─Ya he trabajado en Zara, llamaré para ver si se acuerdan de
mí y me dan alguna cosa. La lástima es que con un sueldo de
dependienta no me alcanzará para pagar la cuota que se me
quedará tras la rehipoteca, necesitaré más trabajos o…
─Alquila el piso, estando en Södermalm te lo quitarán de las
manos.
─¿Y dónde vivo yo?
─No tienes que irte, lo compartes y ya está.
─Solo tiene una habitación, son solo cincuenta metros
cuadrados de apartamento.
─Mi amiga Rossana alquilaba su única habitación y ella
dormía en el salón, así se tiró seis años hasta que terminó de
pagar la hipoteca.
─¿Qué? ─La miró con la boca abierta, porque le pareció
insólito que le hiciera ese tipo de recomendaciones y se puso
de pie─. Si tengo que llegar a eso prefiero venderlo, creo que
mi confort y mi bienestar están por encima de una hipoteca.
No voy a vivir en un salón para pagarle a Anders o a vosotros
vuestro dinero.
─Compartir piso puede ser divertido.
─¿Tú has compartido piso? ─ella negó con la cabeza─, yo sí,
muchas veces y te digo que no, que no es nada divertido. En
fin, me marcho, si consigo un contrato vuelvo, si no… es
igual, ya te iré contando.
─Anders estuvo aquí ayer, vino a firmar su nueva hipoteca.
─¿Ah sí? ─un escalofrío le atravesó la columna vertebral, pero
lo disimuló bien e hizo amago de irse.
─Vino con su mujer, han comprado un piso bastante majo en
Kungsholmen, ─Dejó su mesa para acompañarla a la salida─,
tiene tres habitaciones y está recién reformado, han tenido
mucha suerte.
─Me alegro por él.
Aquello de “su mujer” le chirrió un poco en los oídos,
pero prefirió no preguntar y se acercó a la puerta poniéndose el
abrigo.
─Los padres de ella les han regalado un buen pellizco por la
boda, así que ha sido coser y cantar, pero ─se le acercó para
hablarle en el oído─… esto igual no debería decírtelo, pero
nos conocemos desde hace mucho tiempo y me caes muy bien,
Paola…
─¿Qué pasa?
─Me aseguró que quería su parte de tu piso para rebajar la
nueva hipoteca y que si no se la pagabas antes de que acabara
este mes te iba a plantar una denuncia. Ya sabes como son los
abogados, directo a los tribunales y eso te puede llevar a la
ruina. Me lo comentó porque quería saber si te íbamos a
aprobar el crédito.
─¿Ah sí?
─Por supuesto no le dije nada, porque se trata de información
confidencial, pero… bueno… te lo digo para que lo tengas en
cuenta: espabila y tráeme un contrato de lo que sea o no te
podré dar el dinero y te meterás en un problema, uno gordo.
Adiós, nos vemos pronto.
Le soltó sin ninguna emoción, como si le estuviera
anunciando que iba a llover, y la dejó en la calle sola y
completamente descolocada, y no solo por lo del dinero y las
amenazas de denuncia por parte de su ex, sino por el tema de
la “mujer” y la “boda” de Anders, de la que ella no tenía ni la
más remota idea.
Respiró hondo y giró hacia la derecha para caminar
hacia su casa, con una sensación de ahogo enorme en el pecho
y no sabía muy bien por qué, porque hacía seis meses ya desde
que Anders la había dejado tirada de la noche a la mañana tras
doce años de relación, y que se comportaba como si fuera otra
persona. Otra persona muy diferente de la que ella se había
enamorado y por la que había dejado todo, absolutamente
todo, por seguirlo a Estocolmo.
Se habían conocido haciendo el Erasmus en Italia, ella
española y él sueco, y se habían vuelto locos de amor el uno
por el otro desde el primer momento, a partir de ahí, no se
habían vuelto a separar nunca más.
De los veintiuno a los treinta y tres años, había
compartido su vida entera con él. Al principio, de vuelta a
España tras su Erasmus en Milán, se había dedicado a trabajar
en todo lo que pillaba para viajar a verlo a Estocolmo; luego
más trabajo y una beca para hacer el máster en Suecia, que era
carísimo, y finalmente él la había presionado para que se
quedara permanentemente en Estocolmo y eso había hecho.
Aunque se había tenido que matar a trabajar para poder
vivir en una ciudad carísima y con el alto ritmo de vida que él
llevaba, lo había hecho encantada, feliz, porque lo había
amado con toda su alma hasta el mismo día en que le había
anunciado sin ningún preámbulo que se largaba y la dejaba
atrás porque ya no la quería, en realidad, ni le gustaba, le había
dicho sin mirarla a la cara, y porque se había enamorado de
una chica sueca de su trabajo.
Justo cuatro años antes de decirle eso, ella había
conseguido su primer trabajo serio como profesora en un
colegio internacional y por eso habían decidido comprar el
puñetero apartamento en Södermalm. Un caprichito más de
Anders Bielke, que era un niño mimado que nunca había
aceptado un no por respuesta y al que le encantaba vivir por
encima de sus posibilidades, aunque solo fuera un abogado del
montón que nunca iba a triunfar como lo había hecho su padre,
un prestigioso penalista al que conocían en toda Suecia.
Se puso el gorro, porque corría un viento gélido de
primeros de noviembre, y sacó el teléfono móvil, buscó el
número de Lexi, la hermana mayor de Anders, y lo marcó
esperando que se dignara a contestarle, ya que desde que él la
había abandonado sin previo aviso su familia, otrora cariñosa
y acogedora, también le había dado la espalda y ni siquiera la
habían llamado para saber si seguía viva, entera o si se había
largado de vuelta a Madrid.
─Hola, Pao ─contestó Lexi al segundo intento y ella respiró
hondo.
─Hola, no voy a molestarte demasiado, Lexi, solo te quería
preguntar por la boda de Anders.
─¿Qué pasa con ella?
─Nada, es que me lo han comentado en el banco y yo…
─Se casaron hace un mes en Londres, en el Ritz, los padres de
Ava son diplomáticos y viven allí.
─Ok, muchas gracias.
Respondió, sintiendo otra vez esa especie de
ahogamiento y tuvo que carraspear para no echarse a llorar,
porque era muy duro saber que el amor de tu vida, al que
habías dedicado más de doce años completos de tu existencia,
se había casado en menos de seis meses con otra persona y ni
siquiera se había molestado en contártelo.
─Ya sabes cómo son las cosas ─continuó hablando Lexi─. Te
pasas la vida huyendo del matrimonio y de repente boda, hijos
y casita con una valla blanca. Mi hermano siempre ha sido un
hombre de familia, tarde o temprano le iba a llegar su hora.
─Claro.
─Lo siento, ya sé que contigo podría haber pasado, pero…
─Estuvo pasando durante doce años, pero se ve que eso no
cuenta.
─No es lo mismo, erais muy jóvenes y muy diferentes. Ava ya
lo ha pillado con otra edad.
─Estupendo, pues, enhorabuena a toda la familia. Un saludo a
tus padres de mi parte. Adiós.
─¿Tú cómo estás, Paola?, ¿piensas quedarte en Estocolmo?
─De momento sí.
─Entonces llámame y comemos juntas un día.
─Tú espera sentada ─Le espetó en español y ella se quedó en
silencio─. Adiós, Lexi.
Colgó y sacó un pañuelo de papel para secarse las
lágrimas, porque la muy gilipollas estaba llorando sin control,
y se quedó quieta en plena calle, observando como los
transeúntes estocolmenses la rodeaban o la rozaban sin mirarla
a la cara, y por un minuto tuvo el impulso de mandarlo todo al
carajo, coger su maleta y largarse de vuelta a casa, a España,
donde al menos la gente, si te veía llorando en plena calle, se
paraba a preguntar si te pasaba algo.
Cerró los ojos respirando hondo y despacio para evitar
tener un ataque de ansiedad o algo peor, los abrió y vio que su
teléfono móvil se encendía y apagaba anunciando una llamada.
Pulsó la pantalla y al ver que se trataba de su amiga Natalie se
animó un poco y le respondió en francés.
─Bonsoir, Nat.
─Salut, guapísima. ¿Qué tal te van las cosas?
─No preguntes. ¿Tú qué tal?
─¿Qué te ha pasado ahora?
─Anders se ha casado. Se casó hace un mes en Londres y me
tuve que enterar por nuestra agente del banco. He llamado a
Lexi y me lo ha confirmado. Dice que su hermano está feliz
porque es un hombre de familia que tarde o temprano iba a
terminar casado y con hijos.
─¿Te dijo eso?
─Sí.
─Joder, esa tía siempre ha sido una estúpida, Pao, no le hagas
caso.
─Ya me ha arruinado la tarde, porque con los meses que llevo
encima, no tengo mucho ánimo para encajar las cosas
─suspiró─, pero es igual. Cuéntame ¿tú qué tal?
─Yo bien, me voy a París el finde, quiero ver a mis padres.
Vente conmigo, si quieres.
─Gracias, pero no ando muy bien de dinero.
─¿No te han respondido de la academia de idiomas?
─Pagan una miseria, diez euros la hora y tengo que captar
alumnos en mi tiempo libre. No me compensa y además está
muy lejos, solo en trasporte…
─Hoy he tenido tutoría con Leo Magnusson ─La
interrumpió─, el padre de los gemelos, y me ha contado que
sigue sin niñera, está desesperado y paga una pasta, Pao. En
serio, es casi el doble de nuestro sueldo en el colegio. Yo no
me voy con él porque hay que dormir allí y a Elías le daría un
parraque, pero es una oportunidad única. Ahorrarías y podrías
pagar tus cosas.
─No sé…
─Igual hasta te paga más porque dice que le encantaría una
cuidadora que hable italiano. Eso para él es fundamental.
─Ya, me lo imagino, conmigo siempre hablaba en italiano…
Miró al cielo pensando en ese padre viudo y tan
agradable, guapísimo, que se desvivía por sus hijos y que
hablaba un italiano perfecto y muy milanés, y de repente
contempló que igual no eran tan mala idea trabajar para él, que
igual aquella era la oportunidad que estaba esperando para
cambiar su vida y empezar a salir del pozo.
─¿Paola? ─preguntó Natalie─ ¿Sigues ahí?
─Sí, sí, perdona.
─¿Qué quieres hacer?
─Creo que voy a llamar al señor Magnusson. Llevo un mes sin
trabajo y me quedan treinta euros en el banco, no estoy para
andar rechazando ofertas de empleo.
─Te cuelgo y te mando su número, llámalo en seguida. Ya me
contarás. Adiós.
─Chao.
Reanudó el paseo hacia su edificio y al llegar a su portal
vio el mensaje de Natalie con el teléfono del señor Leo
Magnusson. Se lo agradeció, subió a su casa y cuando se sacó
el abrigo marcó el número y esperó pacientemente a que le
contestara.
─Hallå?
─¿Señor Magnusson?, soy Paola Villagrán, la profesora de
italiano de…?
─Ciao, come stai? ─La interrumpió él en italiano y con
mucho entusiasmo, y sin querer Paola sonrió y le respondió en
el mismo idioma.
─Buongiorno, perdone que lo llame a estas horas, pero he
hablado con mi compañera Natalie Dubois y me ha contado
que está buscando niñera o una Au Pair y yo…
─¿Conoces a alguien?, porque me salvarías la vida.
─En realidad, el empleo sería para mí, llevo un mes buscando
trabajo y a estas alturas del curso es prácticamente imposible
y…
─¿No te marchaste del colegio por una oferta mejor?
─No, me despidieron.
─Guau, a mí me dijeron que te habías ido a otro centro.
─Eso no es verdad.
Frunció el ceño empezando a enfadarse, porque estaba
claro que el colegio quería ocultar su despido para que los
padres no empezaran a hacer preguntas, y se movió por el
salón para relajarse y no parecer demasiado tensa delante de
ese hombre que no tenía culpa de nada.
─Me despidieron porque ya no había una plaza para mí, pero
eso es agua pasada. ¿Me haría una entrevista para el puesto de
Au Pair?
─Estás contratada, te conozco desde hace cuatro años, los
niños te adoran y los dejaría en tus manos sin dudarlo, lo que
me preocupa es que, obviamente, estás sobre cualificada para
el puesto.
─No me diga eso, por favor, llevo escuchándolo un mes y yo
solo necesito trabajar, lo demás no me importa.
─Muy bien, solo hay una cláusula inamovible.
─¿Cuál?
─Que en casa solo se hable en italiano. Necesito que los
chicos no lo pierdan.
─Por supuesto.
─Genial, me has alegrado el día, señorita Villagrán. Te mando
a un email el contrato, las condiciones, el sueldo, etc., y
cuando lo leas, si estás de acuerdo, te pasas por mi despacho o
por casa y lo firmamos. ¿Te parece?
─Muy bien, muchas gracias.
─¿Cuándo podrías empezar?
─Cuando usted quiera.
─Esa es otra cláusula inamovible.
─¿Cuál?
─Que me tutees, no me trates de usted, por favor.
─Sí, sí, claro, es la costumbre del colegio. Sin problema.
─Perfecto. Mándame en un WhatsApp la dirección de correo
electrónico y vamos hablando.
─Ahora mismo y muchas gracias.
─Grazie anche a te.
4

─¿Entonces qué has estudiado?


Preguntó Alicia muy seca a su nueva Au Pair, Paola
Villagrán, una exprofesora de sus hijos que tras ser despedida
del colegio había accedido amablemente a trabajar para ellos,
y Leo se les acercó para rebajar la tensión y evitar que aquello
se convirtiera en una entrevista de trabajo al uso,
principalmente porque no lo era, ya que habían firmado el
contrato hacía más de una hora.
─Filología en inglés e italiano en la Universidad Complutense
de Madrid.
─También tiene un máster en la Universidad de Estocolmo
─apuntó él, dejando las tazas de café en la isla de la cocina
donde se habían acomodado para charlar.
─¿Un máster en qué?
Quiso saber Alicia y Paola Villagrán, que era una belleza
morena y mediterránea deslumbrante, pero demasiado seria
para hacerla notar, respiró hondo antes de responder.
─Un máster en enseñanza de idioma extranjero, en mi caso
español e italiano.
─Ah, muy bien, genial. Lo que no entiendo es qué hace una
filóloga de tu edad, con un máster en la Universidad de
Estocolmo, pretendiendo trabajar de niñera y chica para todo
en esta casa.
─¿Chica para todo? ─Le preguntó Leo enarcando las cejas.
─Bueno, ya me entiendes.
─No, no te entiendo, Alicia, tenemos a Marina para que me
ayude con las labores del hogar, Paola solo se dedicará a los
niños, a enseñarles italiano y a cubrirme cuando yo no pueda
estar aquí.
─¿Y su nivel de italiano es suficiente?, porque contigo ya
aprenden muchísimo y…
─Yo hago lo que puedo. Paola es una profesional con un
italiano puro y perfecto. Doy fe ─La miró y le sonrió.
─Pero no es nativa y tú mismo decías que querías a una nativa.
─Si sirve de algo, mi madre es italiana ─intervino Paola
bajándose de la banqueta para mirarlos a los dos con los ojos
entornados─. Mirad, si tenéis alguna pega con mi currículo o
dudáis de mi capacidad para cuidar de Leo y Alex, este es el
momento de decirlo. Rompemos el contrato, yo me voy a mi
casa y todos tan amigos.
─¡No! ─Exclamó Leo─. Para mí, que soy el ÚNICO que
puede opinar respecto a esto, tú eres perfecta, Paola, de hecho,
casi no me puedo creer que vengas a trabajar con nosotros. Me
siento muy afortunado y los niños están encantados con que te
mudes aquí. Solo te puedo dar las gracias.
─Está bien, es que, si no estáis los dos de acuerdo, pues…
─Esta es mi casa y aquí únicamente vale mi palabra. Alicia
solo es la tía de los chicos y no hay nada más que hablar.
Miró a su cuñada de reojo y vio cómo, increíblemente,
se sonrojaba hasta las orejas y se tragaba la réplica apretando
los dientes, pero no le importó y le indicó a Paola Villagrán el
camino hacia su dormitorio.
─Te enseño tu cuarto, si te parece. ¿Este es todo tu equipaje?
─Señaló la maleta de ruedas y una mochila.
─Sí, solo eso, muchas gracias.
─Adelante, por favor.
La acompañó hasta el final del pasillo y la hizo pasar a
su enorme habitación, que tenía baño propio y unas vistas
estupendas hacia el parque. Dejó la maleta junto al escritorio y
observó cómo ella se acercaba a la ventana con las manos a la
espalda.
─Qué pasada Vasaparken, me encanta este parque, que suerte
vivir aquí.
─Bueno, el piso era de mi mujer, lo heredó hace años y
cuando nacieron los gemelos lo ampliamos ─se le acercó para
mirar con ella los árboles que se movían violentamente por
culpa de un viento implacable─. Diseñamos esta parte de la
casa para albergar los dormitorios y todos tienen vistas al
parque. Fue idea de Agnetha, que era una arquitecta con una
visión estupenda.
─Ya veo, es precioso.
─Muchas gracias. Bueno… ─dio una palmada caminando
hacia la puerta─. Bienvenida a casa, todo lo que necesites
cógelo tú misma, pero si necesitas algo y no lo encuentras,
pídemelo a mí o a Marina. Ella viene todos los días a las siete
de la mañana para preparar los desayunos, se va sobre las dos
y es quién mejor conoce la casa. Lleva con nosotros quince
años.
─Estupendo, mil gracias ¿Dónde están Leo y Alex?
─Han ido con su hermano al cine y a cenar. No te preocupes
por ellos, tú instálate tranquila y descansa, tu trabajo empieza
mañana a las seis y media de la mañana ayudándome a
levantarlos y a…
─¿Hermano? ─Interrumpió cruzándose de brazos─ ¿Tienes
otro hijo mayor?
─Hijastro, es hijo de Agnetha, de una relación anterior, y tiene
treinta y seis años. No vive con nosotros, aunque está muy
unido a los niños y pasa mucho tiempo por aquí. Ya lo
conocerás, se llama Magnus.
─Conozco a Magnus, muchas veces iba a buscarlos al colegio,
pero no sabía que era su hermano, creía que era su tío.
─Lo cree todo el mundo por la diferencia de edad.
─Claro, bueno, entonces a las seis y media los levanto,
desayunamos y me los llevo al colegio.
─Al colegio los llevo yo a menos que esté de viaje. ¿Tú
conduces?
─Sí y no me importa llevarlos todos los días si de ese modo te
libero un poco, en serio, cuenta conmigo para eso también o
me aburriré. Hasta que vuelvan del cole no tendré mucho que
hacer.
─Hay un gimnasio en la azotea del edificio ─bromeó saliendo
al pasillo, se detuvo y volvió sobre sus pasos─. Y, no hagas
mucho caso a lo que te diga mi cuñada. Alicia, desde que
murió Agnetha, se ha empeñado en ejercer de madre sustituta
y bueno… todos la queremos mucho, pero esta no es su casa y
aquí mi opinión o mis ordenes son las únicas que cuentan ¿de
acuerdo?
─De acuerdo.
─Perfecto, buena noches.
Cerró la puerta y giró hacia la cocina con una sensación
muy positiva por todo el cuerpo, porque algo le decía que esa
chica sí iba a funcionar, que sí iba a hacerse con los niños y
que ellos estarían mejor que nunca.
Los dos, en cuanto les había contado que había ofrecido
el trabajo de cuidadora a la señorita Villagrán, se había
alegrado muchísimo, incluso habían querido llamarla por
teléfono para invitarla a casa, y aquello no había pasado nunca
antes con ninguna otra niñera, así que, con algo de suerte,
Paola encajaría a la perfección en su micro mundo, se
adaptaría apoyada por los propios gemelos y él podría
empezar, al fin, a respirar con algo de normalidad.
Entró en la cocina para recoger la mesa y se encontró a
Alicia furibunda, esperándolo con los brazos cruzados y la
barbilla levantada, a punto de echarse a llorar o de ponerse a
chillar, no lo supo muy bien, pero la verdad es que le importó
un carajo y la ignoró para seguir a lo suyo antes de que
volvieran los niños del cine.
─Te lo voy a advertir una sola vez, Leo… ─soltó con la voz
tensa y él levantó la cabeza y la miró de reojo.
─¿Perdona?
─No vuelvas a contradecirme en público.
─¡¿Qué?! ─cuadró los hombros y la miró ceñudo─. Te
aprecio, cuñada, pero no seas impertinente y tengamos la fiesta
en paz, ni a mi mujer le habría permitido que me dijera
semejante cosa, aunque ella era lo suficientemente educada e
inteligente para no hacerlo.
─Ella era ella y yo soy yo.
─Desde luego.
─Lo único que te pido, por favor ─Bajó el tono acercándose a
él─, es que al menos delante del servicio no me contradigas,
porque es humillante y no pienso consentir que me trates así.
Yo no soy solo la “tía” de tus hijos, he estado aquí siempre,
antes y después de Agnetha, y me merezco un poco de
consideración.
─Tienes toda mi consideración, pero si estimo que estás
equivocada, o pienso que no estamos de acuerdo en algo, te
llevaré la contraria, faltaría más, somos adultos y las personas
adultas se contradicen en público o en privado ─parpadeó
asombrado─. Menuda gilipollez, Alicia.
─Yo…
─Y otra cosa: la palabra servicio no se usa en esta casa.
Marina es mi mano derecha, parte de esta familia, y ahora
Paola cuidará de mis hijos, por lo tanto, desde este momento
también lo es. ¿Está claro?
─A veces eres insoportable, Leo, y nada empático conmigo, a
pesar de lo que yo quiero a tus hijos.
─Sé lo que quieres a mis hijos y, repito, te lo agradezco
muchísimo, pero eso no te da carta blanca para actuar como
actúas.
─¿Actuar cómo?
─Como ahora mismo reprochándome semejante idiotez o hace
quince minutos tratando a esa pobre chica como si fuera una
incompetente, cómo si dudáramos de su capacidad para cuidar
de los niños, a pesar de haber sido su profesora y, aún más
importante que eso, a pesar de que yo ya había decidido
contratarla.
─¿Pobre chica?, no me lo puedo creer. Solo te digo que te
vayas con ojo porque por algo la habrán despedido; por mi
parte no pienso perderla de vista, no me fío ni un pelo y
encima…
─No tienes que hacer nada, Alicia, muchas gracias.
─Tú vives ocupado o en la luna, soy yo la única que puede
supervisar objetivamente a esa mujer. Los tíos, en cuanto
cumplís los cincuenta, veis a una chica joven y guapa y se os
nubla la sesera.
─¿Qué te pasa hoy que vas soltando una tontería tras otra?
─Está claro que esta noche no nos vamos a entender, Leo.
Mejor me voy a casa.
─Eso es, hasta luego.
Ni se molestó en mirarla a la cara, porque cuando
entraba en modo intratable no había quién la aguantara, mucho
menos él, que no soportaba ese tipo de discusiones, ni
reproches, ni salidas de tono; la oyó irse sin abrir la boca, y
siguió recogiendo la cocina en silencio hasta que el teléfono
móvil empezó a vibrar encima de la mesa y decidió
contestarlo.
─Hola, Franco ¿qué hay?
Saludó a su “hermano” en italiano y él le respondió con
ese tono educado y afable que manejaba siempre.
─Hola, Leo, todo bien, gracias. ¿Vosotros?
─Bien, ya tengo nueva niñera, así que genial.
─Me alegro mucho, espero que los niños se adapten rápido a
ella.
─Ya la conocían, era su profe de lengua extranjera en el
colegio, con lo cual, tenemos medio camino hecho. ¿Alguna
novedad por allí?
─¿Aparte del nacimiento de cuatro bebés Santoro desde la
última vez que nos vimos?
─¿Ya ha nacido el tuyo?
─Sí, anoche, se ha adelantado un poco, pero tanto él como
Agnese están muy bien y mañana nos vamos a casa.
─Vaya, tío, enhorabuena, es una gran noticia.
─Gracias, estamos muy contentos, pero, lógicamente, esto
cambia mi agenda y no voy a poder ir a Estocolmo pasado
mañana. Tendremos que dejarlo para más adelante. Me tomaré
una baja paternal de tres meses, pero creo que podremos seguir
hablando de negocios por videollamada, si te parece bien.
─Por supuesto, te mandaré los planos de los terrenos esta
semana y le vas echando un vistazo cuando tengas tiempo. No
hay ninguna prisa.
─Sofía, mi ex, también podría acercarse a verlos y… en fin,
confío en su criterio y es parte de mi empresa, con lo cual…
─No hay prisa, Franco, tú tranquilo.
─Entonces nada, lo vamos hablando sin prisas.
─¿Cómo se llama el pequeño?
─Giovanni, pero sus hermanos ya le llaman Gianni.
─Me gusta, es un clásico ─Se giró hacia la puerta al oír llegar
a Magnus con los niños, y observó con una sonrisa como los
dos corrían para abrazársele a la cintura─. Lo dicho, un abrazo
para todos, especialmente para tu mujer y para Gianni, Franco.
─Muchísimas gracias, dale un beso a tus hijos. Adiós.
─Arrivederci…
Se despidió, abandonó el móvil en la encimera y cogió a
cada enano con un brazo para levantarlos del suelo y hacerlos
reír a carcajadas. Magnus movió la cabeza y se fue directo a la
nevera para coger una botella de agua.
─¿Qué tal lo habéis pasado, chicos?
─¿Con quién hablabas en italiano, papá?
─Con un amigo de Milán. ¿Me vais a contar qué tal la peli y el
búrguer?
─Muy bien, hemos comido un montón de patatas fritas y en el
cine palomitas. La peli estaba chulísima.
─Eso, mucha comida sana ─Miró a su hijastro a los ojos y él
se encogió de hombros.
─Al menos no comieron caramelos, nada con azúcar, Leo, no
me mires así.
─Hola, buenas noches.
Oyó la voz suave y tímida de su nueva niñera por la
espalda y los cuatro se giraron hacia ella con mucha
curiosidad.
─¡Señorita Villagrán! ─Gritaron Leo y Álex, y corrieron para
darle un abrazo. Abrazo que ella devolvió con una enorme
sonrisa.
─Eh, tanto tiempo, chicos, ¿cómo estáis?
─Hemos ido a ver The Marvels con Magnus.
─¿En serio?, me la tenéis que contar, porque aún no he tenido
tiempo de verla.
─Hola ¿Qué hay?
Magnus, muy educado, dio unas cuantas zancadas y se le
acercó ofreciéndole la mano. Ella lo miró y le hizo una
educada venia antes de estrechársela y volver a dedicar toda su
atención a los niños. Un gesto que a Leo gustó especialmente,
porque muchas chicas, Au Pairs o no Au Pairs, solían
olvidarse de todo cuando conocían al gran Magnus Mattsson,
que acostumbraba a causar una gran impresión entre las
mujeres de todas las edades.
─Nos habíamos visto unas cuantas veces en el colegio ¿no,
señorita Villagrán? ─Interrogó él al ver su indiferencia y ella
lo miró y asintió.
─Claro, cuando iba a recoger a Leo y a Alex, pero llámeme,
Paola, por favor.
─Solo si tú me tuteas y me llamas Magnus.
─Muy bien ─Leo intervino interponiéndose entre los dos y se
dirigió a los gemelos─. Paola ha venido para quedarse con
nosotros, desde mañana os cuidará y le facilitaremos su
trabajo, ¿verdad, chicos?, me lo habéis prometido.
─Sí, papá.
─Estupendo, enseñadle vuestras habitaciones, si queréis, y
luego una ducha rápida y directos a la cama.
─Vale, adiós, Magnus. Venga, señorita Villagrán…
La cogieron de la mano para llevársela hacia el interior
de la casa y él los siguió con los ojos hasta dio un paso atrás y
miró a Magnus, que también los estaba observando fijamente
y sin moverse.
─Ni se te ocurra, Magnus, o te corto los huevos.
─¡¿Qué?!
─Ya me has oído, mantente lejos de la señorita Villagrán, la
necesito y no quiero que me la acabes espantando.
─¿Yo?
─Sí, tú. Ya sabes lo que me ha costado encontrar a alguien de
su perfil y cómo empieces a tirarle los tejos me buscas la
ruina.
─No necesariamente ─Lo miró con una media sonrisa y él se
puso serio─. Es broma, pero es que está muy buena, ya lo
estaba en el colegio, con ese baby de maestra que se ponía…
─La madre que te parió.
─No haré nada, no te preocupes. Palabra de Boy Scout.
─Eso espero o te dejo sin huevos. Estás avisado.
─Ok, mejor me voy. ¿No ha venido Alicia?
─Sí, estuvo para dar a Paola la bienvenida a su manera.
─Madre mía, mejor no pregunto. Me voy, quiero acostarme
pronto. ¿Confirmado el trekking de la semana que viene?
─Sí y la escapada a Noruega para navidades. He conseguido
reservar en el Juvet Landscape Hotel.
─¡¿En serio?! ─Leo asintió y Magnus saltó para darle un
abrazo─. ¡Qué grandes eres, tío!, por eso te quiero tanto.
─Ya, ya… Ahora vete, voy a meter a los niños en la cama, y
gracias por llevarlos al cine.
─Un placer, como siempre. Hejdå!
─Hejdå!
5

Salió del estudio de baile sonriendo y más ligera, y no


solo por la clase de ballet, sino porque esa mañana se había
quitado un enorme peso de encima y se sentía otra persona.
Buscó el coche con los ojos y caminó hacia allí mirando la
hora, comprobando que aún era pronto y que le daría tiempo
hasta de hacer la compra antes de ir a recoger a Leo y Álex a
su entrenamiento de futbol. Perfecto.
Se acercó al 4X4 de su jefe, lo abrió y se subió casi
escalando, porque era un cochazo enorme, aunque tan seguro y
sólido como un tanque, óptimo para llevar a los niños y para
salir de la ciudad, le había explicado el mismísimo Leo
Magnusson, que, como casi todos los escandinavos que
conocía, disfrutaba especialmente de la escalada, del esquí, del
trekking y de todos los deportes de aventura que se le pusieran
por delante.
En eso él era muy sueco, aunque en otras muchas cosas
era bastante más italiano, empezando por su afición a la
cocina, la pasta y el fútbol, y terminando por la ropa de firma,
porque siempre iba como un pincel y era muy cuidadoso con
su vestuario. De hecho, los niños tenían prohibido entrar en su
vestidor a manosear sus cosas y en eso no transigía ni un
centímetro. Se lo había dejado muy claro su primer día de
trabajo y Marina, que trabajaba con él desde hacía quince
años, se lo había repetido con los gemelos delante para no
dejar espacio a la duda.
En todo caso, ella no pensaba dejar a los niños “sueltos”
por la casa, porque ya había oído historias de terror respecto a
su comportamiento y no pensaba correr riesgos.
Por supuesto, los conocía muy bien, porque los había
tenido cuatro años en su clase de italiano y sabía que no eran
malos chicos, ni unos futuros vándalos, solo se trataba de un
par de críos inteligentes y muy inquietos que reclamaban más
de atención que la mayoría, tal vez porque habían perdido a su
madre y porque su padre se pasaba el día de viaje o trabajando,
y por eso pensaba darles un voto de confianza. Un voto que se
sustentaba en el respeto mutuo y la disciplina, así se los había
explicado a los dos y así lo habían entendido a la primera.
─Yo he venido para cuidar de vosotros y lo hago encantada,
porque me encantáis los dos ─Les había dicho la primera
noche que había dormido en esa casa─, pero no voy a permitir
indisciplina ni tomaduras de pelo, ni travesuras absurdas de
niños pequeños. Ya sois mayorcitos y confío en vosotros,
confío en que nos llevaremos muy bien y en que, si algún día
hay algún problema, me lo vendréis a decir en seguida antes
de hacer una tontería. ¿Qué opináis?
─Con las otras cuidadoras nos aburríamos mucho ─había
respondido Leo─. No hacían nada con nosotros, ¿tú qué
piensas hacer?
─En realidad, he preparado un calendario…
─Para ver la tele o jugar a videojuegos no necesitamos a una
niñera ─la interrumpió Álex─, para eso mejor nos quedamos
con Marina o con Magnus o con la tía Alicia.
─Estoy de acuerdo, por eso he pensado en organizar un poco
nuestro tiempo juntos lejos de la tele o los videojuegos; si
queréis mañana revisamos mis ideas y vosotros me aportáis las
vuestras.
─Vale.
─Se trata de que hablemos, nos comuniquemos y nos
respetemos. ¿Estáis de acuerdo?
─Sí, pero ¿podremos seguir jugando a videojuegos?
─Por supuesto, aunque creo que solo los fines de semana, o
eso me ha dicho vuestro padre.
─Qué rollo.
─Todo es negociable mientras las cosas vayan bien aquí y en
el cole. ¿Trato hecho?
─Trato hecho.
Se habían dado formalmente la mano y desde entonces,
tres semanas ya, el experimento estaba funcionando a las mil
maravillas, cosa que la alegraba muchísimo, porque ese
trabajo le había salvado la vida, al menos monetariamente
hablando, y solo esperaba hacerlo bien y mantenerlo durante el
mayor tiempo posible.
El contrato indefinido y el sueldazo que le estaba
pagando el señor Leo Magnusson le habían conseguido una
rehipoteca muy favorable, que le había permitido, a su vez,
abonar a Anders Bielke su parte correspondiente del piso de
Södermalm; concretamente los cuatro años de hipoteca que
había pagado y lo que había aportado a la entrada, y con eso
resuelto, al fin estaba viendo la luz al final del túnel.
Aquello era un verdadero milagro y no se cansaba de dar
gracias a Dios y a todos los santos a los que rezaban su madre
y su abuela, por concedérselo, porque hasta un minuto antes de
aceptar el trabajo con los Magnusson lo había tenido todo
perdido, todo, también su salud mental, porque hasta ese
mismo instante se había sentido morir y llevaba días sin comer
ni cuidarse como era debido. Algo, por cierto, que no pensaba
repetir, aunque se le volviera a caer el mundo encima.
Pagar sus deudas con su ex y poder quedarse con su
piso, poder mantenerlo sin necesidad de alquilarlo o
compartirlo, le había regalado un alivio inconmensurable, no
tenía palabras para expresar lo que había significado para ella,
y volver a estar activa, a tener trabajo con unos niños, que era
su verdadera vocación, también le había devuelto las ganas de
vivir y seguir luchando.
Seguramente, reconvertirse en Au Pair a los treinta y
cuatro años, con dos carreras, un máster y hablando seis
idiomas, era una especie de retroceso para su desarrollo
profesional, algo parecido al “fracaso” para muchas personas
de su entorno como Anders, su padre o su hermano, pero ella
no se lo había planteado así, porque en la práctica le estaba
proporcionando el dinero que necesitaba para vivir y en lo
teórico le estaba permitiendo ejercer como profesora, de una
forma un poco diferente, pero educando al fin.
Y es que a las pocas horas de estar en casa de los
Magnusson, se había dado cuenta de que Leo y Álex iban a
depender casi al 70% de ella, de lo que les inculcara o les
enseñara, y ese reto, que superaba al simple hecho de cuidarlos
o hablarles en italiano, le había puesto las pilas de inmediato.
Viendo el percal, su naturaleza metódica y organizada la
había empujado entonces a crear un calendario de actividades
para los gemelos, que incluía las tareas y obligaciones de cada
día, el ocio y las actividades lúdicas, y que pretendía dotarlos
de una rutina (que para los niños era igual a seguridad) estable
y sencilla.
Su segundo día de trabajo lo había comentado con su
jefe y a él, que solo pensaba en mejorar la calidad de vida de
sus hijos, le había parecido una idea extraordinaria y había
decidido pegar el calendario en la nevera. Así todos podían
saber lo que había previsto para cada día, también podían
modificarlo o sumar cosas nuevas con pósit de colores y
rotuladores, algo que a los peques les había encantado.
Desde ese instante había comenzado la reorganización
del tiempo y espacio de todos los habitantes del piso, incluidos
los de ella misma, y pasado el periodo de pruebas, o más bien
la semana que Leo Mangusson se había quedado en casa
supervisando y vigilando su integración con los niños, aquello
había empezado a funcionar como un reloj. Algo realmente
valioso para unos críos inquietos y demandantes como Leo y
Álex, que solo necesitaban, ella lo había sabido siempre, de
atención y de un marco seguro y estable dónde moverse.
Pasó por el supermercado, compró lo necesario para
hacer su cena especial del jueves y luego enfiló hacia su
antiguo colegio con la nieve cayendo copiosamente sobre
Estocolmo, aparcó cerca de la puerta y se bajó corriendo para
ir a ver a los niños al gimnasio donde estaban entrenando,
porque con esa nevada a los más pequeños los eximían de
jugar al aire libre. Voló por los pasillos y entró en el gimnasio
con tiempo de sobra para ver el partidillo; los saludó con la
mano, ellos le respondieron tan contentos, y al acabar se
movió hacia la puerta, junto a los demás padres, para
recogerlos y llevárselos a casa.
─Hola, Paola ─Se le acercó una de las madres, que era una
expatriada española muy pija, y le sonrió antes de dirigirse a
ella en español─ ¿Qué tal estás?
─Muy bien, gracias, ¿vosotros?
─Últimamente te vemos mucho por aquí ─susurró ella
ignorando su pregunta y con los ojos muy abiertos.
─Sí, vengo a recoger a Leo y Álex Magnusson.
─¿Es verdad que ahora vives con ellos? Dice Tirso que se lo
van contado a todo el mundo.
─Es verdad. ¿Os vais a España en navidades? ─Preguntó,
intentando cambiar de tema y la madre, que se llamaba
Cristina, le sonrió.
─Sí, lógicamente, nos vamos la semana que viene a pasar las
navidades con la familia ─Le tocó el brazo─ ¿O sea que es
cierto que te has liado con Leo Magnusson?
─¿Cómo dices?
─Es lo que se cuenta. Qué guardadito te lo tenías, guapa.
─¿Quién cuenta eso? ─frunció el ceño y se apartó unos pasos
de ella.
─Mucha gente y yo que me alegro, menudo partidazo. Ahora
me explico por qué dejaste el colegio.
─Yo no dejé el colegio, me despidieron en octubre, y no estoy
liada con nadie. Trabajo para el señor Magnusson, soy la
nueva cuidadora de sus hijos, por eso vengo a recogerlos.
─¿Cómo que te despidieron?
─Despidiéndome, si no por qué me iba a ir, me encantaba este
trabajo, pero decidieron prescindir de mis servicios y me he
tenido que buscar la vida como he podido. Gracias a Dios que
el señor Magnusson necesitaba una Au Pair y me ofreció un
contrato.
─¡Madre del amor hermoso!, no me lo puedo creer.
─Créetelo, mira ahí vienen. Hasta luego.
Se alejó de ella para saludar a Leo y Álex, que salían
corriendo del entrenamiento y con el pelo mojado tras su paso
por la ducha, y los animó a caminar hacia la calle de prisa,
percibiendo por primera vez la mirada de todo el mundo
encima, suponía que interesados por su supuesto romance con
un conocido padre del colegio.
Llegó al coche aceptando que en Suecia había tantos
cotillas como en el resto del mundo, se subieron, lo puso en
marcha y enfiló hacia Vasastan cavilando en si debía o no
comentar aquello con su jefe, que parecía vivir ajeno a todo,
pero al que igual le interesaba conocer los rumores que corrían
a su costa por el centro educativo de sus hijos
─¿Qué vamos a cenar hoy? ─Le preguntaron los niños
entrando en el aparcamiento de su edificio y ella les sonrió a
través del espejo retrovisor.
─Tortilla de patatas. ¿No queríais aprender a hacerla?, pues
hoy la haremos juntos, he comprado todo lo necesario,
incluido el aceite de oliva español.
─Mycket bra! ─Gritaron al unísono.
─In italiano, per favore.
─Bene!
─Perfecto, vamos.
Sacaron sus cosas del 4X4 y se subieron al ascensor
charlando del fútbol y de sus vacaciones navideñas, que
estaban a la vuelta de la esquina y que pasarían en Noruega;
llegaron a su planta y ella abrió la puerta principal con su llave
y tranquilamente, dio un par de pasos por el recibidor, subió la
cabeza y se encontró a su jefe saliendo a su encuentro con la
camisa abierta y descalzo.
─¿Qué hacéis aquí tan pronto? ─Interrogó, intentando cerrarse
los botones de los vaqueros─. ¿No ibais a pasar por el súper?
─¡Hola, papá! ─Exclamaron los pequeños al verlo en casa,
algo bastante insólito a esas horas, y saltaron para abrazársele
a la cintura.
─Repito: ¿Qué hacéis aquí tan temprano?
─Acabé mis temas personales pronto y pasé por el
supermercado antes de ir a recogerlos al entrenamiento, pensé
que con esta nevada…
Se calló, viendo aparecer detrás de él a una mujer mulata
guapísima, alta y a medio vestirse, que trataba de ponerse los
zapatos de tacón de pie, y comprendió al instante que los había
pillado en plena faena, o terminando la faena, y se quiso morir.
Miró a Leo Magnusson con cara de disculpa y estiró la mano
hacia los niños para llevárselos a la cocina o a su habitación, o
a cualquier parte antes de que a su padre le diera un infarto.
─¡Hola! ─saludó la mujer con mucho desparpajo y una gran
sonrisa, y los niños, instantáneamente, se pusieron muy serios
y se apartaron de su padre─. Qué mayores estáis, renacuajos,
¿no me saludáis?
─¡No!
─Chicos ─los regañó su padre─, saludad a Lisa.
─¡No!
Repitieron y salieron corriendo hacia el interior del piso.
Paola, que no sabía dónde meterse, sujetó la bolsa de la
compra contra el pecho y sonrió a la novia de su jefe
haciéndole una venia.
─Buenas tardes, yo voy a… ─Hizo amago de seguir a los
niños, pero ella se lo impidió.
─Encantada, tú debes ser la nueva Au Pair, me llamo Lisa ─Le
dijo en un inglés con acento americano y señalándole a los
niños con el pulgar─, yo también fui su cuidadora ¿sabes?, por
eso no les caigo muy bien.
─Eso fue hace mucho tiempo ─Intervino Leo Magnusson seco
y ella se acercó para besarlo en la boca.
─No tanto, bebé. En fin, me voy para que puedas hablar con
tus monstruitos. Ciao, bella y buena suerte.
Masculló, tratando de hablar en italiano, pero con un
acento penoso, y luego cogió su abrigo del perchero de la
entrada y salió al rellano sin mirarlos. Paola la siguió con los
ojos, muy impresionada por lo guapa que era, hasta que el
propio Magnusson dio una zancada, se aproximó a la puerta y
la cerró de un portazo.
─Que esto no se vuelva a repetir, Paola.
─Lo siento mucho, no sabía…
─Tranquila ─se metió las manos en los bolsillo mirándola a
los ojos─. No pasa nada, pero, por favor, no vuelvas a romper
tus planes del día, esos que tú misma has anotado en tu
calendario y, si lo haces, avísame, ¿de acuerdo? No me gusta
mezclar a mis hijos con mi vida personal.
─Claro.
─Muy bien, por hoy es suficiente, ya me hago cargo yo de los
gemelos, muchas gracias.
─Pero…
─Necesito hablar con ellos a solas, supongo que lo entiendes,
así que…
─Lo entiendo, pero ─miró hacia la cocina─, íbamos a hacer la
cena juntos.
─No hace falta, pediremos unas pizzas. Es jueves y se los
había prometido.
─Pero…
Él la miró de reojo, le dio la espalda y desapareció.
6

─¿De todas las mujeres del mundo tenías que tirarte


precisamente a Lisa Washington?
Esther Jakobsson, su mejor amiga, su colega, su socia,
su confidente y su amante intermitente desde hacía veinticinco
años, se desplomó en la almohada y buscó en la mesilla de
noche su paquete de tabaco para encender un pitillo, aunque en
aquel hotel de Valldal, en Noruega, estaba prohibido
terminantemente fumar en casi todas sus carísimas
instalaciones.
Leo la miró de reojo, movió la cabeza y luego resopló
buscando con la mirada su ropa interior, que seguramente se
había perdido debajo de la cama.
─No fue voluntario ni pensado, simplemente fue un impulso,
un momento de locura y pasó, no volverá a ocurrir, Esther. Y
no hace falta que me lo recrimines, ya me siento lo
suficientemente culpable.
─¿No fue voluntario?, ¿en serio? ─se echó a reír a
carcajadas─ ¿Tu exniñera te violó?
─Ya basta, no pienso consentir que encima te burles de mí.
Se levantó para ponerse los calzoncillos que había
localizado cerca de sus botas de montaña, y se giró hacia ella
para mirarla de frente.
─¿Cuándo llega Hanz?
─Mañana ─se sentó, se abrazó las rodillas y le sonrió─.
¿Sabes que Agnetha siempre sospechó que te acostabas con
esa Au Pair?, por eso a Alicia y a mí nos jodió tanto que la
mantuvieras en tu casa cuando ella murió.
─No me acostaba con Lisa, Agnetha lo sabía, lo hablamos
muchas veces.
─Lo que tú digas, yo solo sé lo que pensaba mi mejor amiga…
─Tú mejor amiga que sabía que tú y yo nos seguíamos
acostando de vez en cuando.
─Eso era diferente, Leo, teníamos una pareja abierta, vosotros
y nosotros, y nadie engañaba a nadie, nuestra relación siempre
se ha basado en la sinceridad y la confianza. Lo que le dolía a
Agnetha es que lo hicieras a escondidas con esa tía en vuestra
propia casa y con los niños cerca.
─Creo que Agnetha no estaba en disposición, por aquellos
años, de reclamar nada, menos sinceridad o confianza.
─Leo…
─En todo caso, nunca me acosté con Lisa, no hasta hace dos
semanas, cuando me la encontré por casualidad y surgió la
chispa.
─Lo entiendo, pero no deberías habértela llevado a casa.
─Tienes razón, pero yo qué sabía que los chicos llegarían
antes de lo previsto. Fue un puto accidente.
─Vale, no te voy a torturar más con esto, solo espero que lo
hayas arreglado con tus hijos, porque ellos no podían soportar
a esa yanqui gilipollas que los trataba fatal.
Leo la observó en silencio, sin poder replicar, porque
tenía toda la razón, y acabó de vestirse pensando en los días
horrorosos que había pasado con los niños por culpa de ese
encuentro furtivo con Lisa Washington en su casa. Un
encuentro sexual muy placentero que, sin embargo, le había
costado carísimo, porque tanto Leo como Álex habían
terminado llorando y descompuestos por su culpa.
¡Maldita sea!, masculló para sus adentros, volviendo a
sentirse el peor padre del mundo, y cogió su chaqueta
caminando hacia la salida.
─Pensé que te ibas a quedar a dormir conmigo ─susurró
Esther y él la miró con la mano en el pomo de la puerta─.
Hace mucho tiempo que no estábamos juntos y me apetecía
charlar.
─Lo sé, pero no quiero que los niños se despierten y no me
encuentren en la habitación, se supone que son las vacaciones
de los tres.
─Y de Magnus.
─Ya, pero él va a otro ritmo ─le sonrió─, nos vemos mañana,
Esther. Buenas noches.
─Godnatt, guapetón.
Le dijo adiós y salió al pasillo para ir a buscar la suite
que había reservado en ese hotel espectacular, que estaba
enclavado entre montañas y caídas de agua, para disfrutar de
dos semanas con los niños y con varios amigos de las
vacaciones de navidad. Una idea estupenda para despejarse,
pasar tiempo juntos haciendo deporte al aire libre y, sobre
todo, para esquivar la navidad en Estocolmo; esa navidad que
Agnetha no soportaba, aunque por los niños la había
convertido en un puñetero espectáculo.
Desde que ella había fallecido él había hecho todo lo
posible por mantener las costumbres y la normalidad familiar,
pero con lo de las fiestas navideñas no había podido tragar y
las había transformado simplemente en vacaciones. Un
divertido alto en medio del curso escolar y del trabajo para
salir fuera de casa a pasárselo bien, muchas veces en compañía
de amigos como Esther y su familia, que eran de los más
cercanos y a los que Leo y Álex adoraban.
Entró en la habitación sin hacer ruido, comprobó que
estaban durmiendo como benditos, y se fue directamente a la
sauna para darse un bañito de vapor mirando el paisaje nevado
a través de la cristalera que rodeaba toda la suite.
Realmente el hotel, que se había puesto de moda en todo
el mundo, era una gozada arquitectónica, muy nórdica, y era
un placer no solo disfrutarla desde dentro, sino también desde
fuera, y sin querer se puso a calcular la cantidad de madera y
cristal empleado en su construcción, y en su sofisticado y
eficaz sistema de calefacción sostenible que lo hacía único, y
se entretuvo un buen rato pensando en eso, sin acordarse de
Agnetha, ni del trabajo, ni de Esther y tampoco de su metida
de pata con Lisa Washington. Una metida de pata a la que
había contribuido su nueva Au Pair, esa profesora medio
española, medio italiana, que se había hecho con el control de
los niños y de la casa precisamente por insistir en seguir una
agenda, unas pautas, unos horarios y una previsiones que, a la
hora de la verdad, ella se había saltado a su antojo.
Por supuesto, no tenía por qué saber que él, en un
momento de prisas y de urgencia, había decidido llevarse a
una mujer preciosa a su casa y a su cama; obviamente no tenía
por qué adivinarlo, pero, joder, si mantenías una agenda
minuciosamente revisada a diario, haberla respetado, hombre,
y no haberte presentado una hora antes de lo previsto con los
niños en el piso.
Se lo había intentado explicar tranquilamente al día
siguiente, y ella lo había entendido, o eso le había dicho, pero
el follón con los niños ya se había desatado y a él le había
costado muchísimo hacerse con ellos otra vez.
Desde la muerte de Agnetha, su vida era un tira y afloja
constante con los gemelos, aún con terapeutas y sicólogos
expertos en duelo, diariamente tenía que esforzarse por
ganarse su confianza, por hacerlos sentir seguros, felices y
rodeados de estabilidad, porque el sentimiento de pérdida que
experimentaban era muy potente y no conseguían superarlo,
no en vano, su madre los había dejado una mañana en el
colegio y no la habían vuelto a ver nunca más, y eso era
traumático para cualquier niño de siete años. Eso le decían
todos los especialistas y por esa razón tenía paciencia y manga
ancha, pero también necesitaba de la cobertura de los demás.
Él se sacrificaba a gusto por el bienestar de sus hijos, y
hacía lo que hiciera falta por verlos bien, por atenuar el trauma
que habían sufrido, y gracias a ese planteamiento de vida
habían salido a flote, habían seguido adelante y él había
continuado manteniendo el control como padre, sin embargo,
para eso era necesario que su entorno cooperara y no le
anduviera poniendo piedras en el camino, como había hecho
Paola sin saberlo al aparecer con ellos en casa cuando se
estaba despidiendo de una amiga a la que Leo y Álex odiaban
con toda su alma.
En ese momento había pensado hasta en despedirla,
porque su puñetero calendario decía que iban a ir al súper y
que iban a volver a casa sobre las cinco y media de la tarde, no
las cuatro y media, y ese simple cambio de planes le había
costado un sofocón a los niños y un paso atrás en su pacto de
confianza mutua, porque ellos no pudieron entender, y seguían
sin entenderlo, que él invitara a casa precisamente a Lisa
Washington, una Au Pair que no se había portado nada bien
con ellos y a la que detestaban principalmente porque había
discutido a gritos con su madre la última mañana que la habían
visto con vida.
Incluso le habían recordado entre lagrimones que esa
mañana Agnetha había despedido a Lisa (de ahí los gritos) y
que les había jurado que no volverían a verla nunca más, que
le dijeran adiós para siempre, sin embargo, él, sobrepasado por
las circunstancias posteriores, había hecho caso omiso a sus
deseos y la había mantenido trabajando en su casa un par de
meses más.
La misma versión se la había confirmado palabra por
palabra Marina, su mano derecha, cuando se había enterado de
la “pillada” con Lisa; justo después de subirlo y bajarlo por
desconsiderado y torpe.
─Esa cabrona ─Le había soltado Marina en su español de
México─, castigó a tus hijos dos veces encerrándolos en un
armario y otras tantas sin cenar ¡¿Y ahora me dices que los
niños te han pillado aquí con ella?! ¿No te da vergüenza?, ¿no
podías llevártela a un hotel?
─Se suponía que la casa estaba sola y yo tampoco me
acordaba de…
─Qué te vas a acordar tú de nada, Leo, si vives en la luna.
─Ya, eso parece y por eso se supone que tenemos el puto
calendario de Paola ─se lo había señalado en la nevera─, pero
resulta que se lo saltó porque le dio la gana y ahora el
monstruo soy yo.
─No, lo que tú eres es un torpe de mucho cuidado. Tan listo
pa’unas cosas y tan tonto pa’otras.
Había zanjado indignada y él se había desplomado en
una silla sintiéndose el gilipollas más grande del planeta.
El calentón absurdo le había costado un chaparrón de
críticas, también por parte de Esther, y una pequeña grieta en
su relación con los gemelos, que era lo que de verdad le
preocupaba, aunque había ido arreglándolo poco a poco y
gracias a las vacaciones en Noruega esperaba enterrar el
incidente para siempre.
Salió de la sauna, se metió debajo de la ducha fría, luego
se secó y se fue a la cama con un libro para ver si le entraba el
sueño. Se acomodó sobre los cojines y vio que el teléfono
móvil no paraba de iluminarse con llamadas entrantes, lo
revisó, pensando que se trataba de alguno de sus medio
hermanos italianos, que lo habían llamado un par de veces
para saludarle las navidades, y al ver que se trataba
precisamente Lisa Washington, decidió responder para dar por
finiquitada cualquier tipo de relación con ella.
─Hola…
─Hola, papito, estoy tan húmeda que me he tenido que quedar
en pelotas… las bragas chorreaban cuando me las he quitado y
solo por pensar en ti, Leo Mangusson.
─Mira, Lisa…
─Estoy en Noruega.
─¡¿Qué?!
─He venido a Oslo con unos amigos, pero puedo subir a
Valldal para hacerte una buena mamada y follarte vivo hasta
que cambiemos de año. ¿Qué te parece?, puedo estar allí
mañana por la tarde para celebrar juntos la Nochevieja.
─Ni se te ocurra. Estoy en familia, con mis hijos y lo último
que necesito es verte aparecer por aquí.
─¿No te apetece empezar el año follando conmigo?
─No, muchas gracias.
─¿Me vas a dejar con las ganas?, no sabía que fueras tan soso,
Leo.
─Mira, Lisa, ya que has llamado… ─respiró hondo─. Lo de
vernos no es buena idea, lo he sabido desde un principio, así
que… no volveré a quedar contigo y espero que lo entiendas y
no me vuelvas a llamar.
─A mí nadie me deja plantada, guapo.
─No te dejo plantada, solo te digo que no quiero verte más…
─¿Por qué?
─No tengo que darte explicaciones.
─Cuando me hacías de todo en la cama bien que me dabas
explicaciones.
─Solo nos hemos visto dos veces, no hagamos un drama de
todo esto. ¿De acuerdo? Buenas noches.
─Si rompes conmigo porque tus monstruitos no me tragan
estás cagándola, Leo, a ellos dentro de nada le importarás una
puta mierda y te van a dar la espalda. Se llama adolescencia.
No deberías sacrificarte por ese par.
─Adiós, Lisa.
─Tú te lo pierdes, no conozco a ningún tío que no me desee a
todas horas después de haber follado conmigo. Un día te vas a
arrepentir de pasar de lo nuestro, papito, créeme.
─Tomo nota. Gracias.
Le colgó un poco alterado, porque esa forma que tenía
ella de expresarse, aunque él no fuera ningún santo, lo
incomodaba bastante, y se recostó cerrando los ojos y
pensando en otras cosas más agradables, como la fiesta de
Nochevieja que había organizado el hotel y a la que iba a
asistir con los niños, la escalada que iban a hacer a primera
hora del 1 de enero, el proyecto de reforma de un palazzo que
había ganado en la Lombardía a varios arquitectos locales, y
de repente se acordó de su nueva niñera, que esos días estaba
pasando las navidades en España: la siempre seria y distante
Paola Villagrán. Una morena guapísima que apenas le dirigía
la palabra, aunque llevaban casi dos meses compartiendo techo
y cuidando juntos de los niños.
Cuando la había conocido en el colegio como profesora
de lengua extranjera de Leo y Álex, ya le había llamado la
atención, también a Agnetha, que la calificado de preciosidad,
y a ambos les había encantado su forma de trabajar con los
pequeños y lo divertidas que eran sus clases, sin embargo, esa
persona no se parecía en nada a la que estaba trabajando para
él como Au Pair, y a veces se preguntaba si no le gustaba el
empleo o si se sentía minusvalorada realizando un trabajo que
no estaba ni de lejos a la altura de su currículo.
No estaba muy seguro y tampoco se atrevía a
preguntarle nada, porque ella era tan eficiente como lejana, y
porque lo cierto es que se llevaba a las mil maravillas con los
niños y cuando estaba con ellos sonreía y era muy activa y
cariñosa, y eso era lo único que le importaba.
─Hola…
Respondió al móvil de forma automática, porque se
había dormido con el libro en la mano y no sabía ni dónde
estaba, y la que lo saludó fue Alicia, que parecía muy
contenta.
─Hola, cuñado. ¿No te habrás dormido?, aún es temprano.
─Hemos tenido un día muy largo y estamos todos muy
cansados. ¿Qué tal?
─Bien, acabo de registrarme.
─¿Dónde?
─Aquí, en el Juvet Landscape Hotel, ¿dónde va a ser?
─¿Estás en Valldal? ─Se sentó en la cama mirando la hora.
─Claro, te dije que si encontraba una reserva de última hora
venía a pasar la Nochevieja con vosotros.
─Vaya, no me acordaba.
─Como siempre.
─Bueno, pues…
─Creo que estoy en vuestra planta, Magnus está aquí en el bar
y ya se lo pregunto a él, tú sigue durmiendo. Nos vemos para
desayunar, buenas noches.
─Madre mía…
Masculló después de colgarle, se desplomó en la
almohada, cerró los ojos y se durmió.
7

─Creo que es mejor padre que la mayoría, sin embargo, vive


rodeado de personas que pretenden supervisar lo que hace o
deja de hacer con sus hijos.
Comentó, refiriéndose a su jefe, y tomó el último sorbo
de su copa de vino blanco mirando a sus amigos con
curiosidad, porque los cuatro llevaban mucho rato en silencio
y aquello le pareció bastante extraño.
─¿Qué?, ¿pasa algo? ─Preguntó y ellos se encogieron de
hombros.
─Es que llevas toda la cena hablando de tu trabajo, Pao, es un
poco aburrido.
─Todos hablamos de trabajo.
─No, tú eres la única que disfruta hablando de trabajo y al
menos antes era un poco interesante, pero ahora…
Mamen, una amiga española a la que había ayudado
muchísimo cuando había llegado a Estocolmo, la miró
sonrojándose un poco y luego desvió la vista hacia la ventana.
─¿Ahora qué?, por favor, termina la frase, Mamen.
─Nada, solo queremos cambiar de tema. ¿Pido otra botella de
vino o nos vamos a tomar la última a mi casa?
─¿Os molesta que hable de mi trabajo como Au pair? ─Buscó
los ojos de todos y solo Mario se atrevió a mirarla a la cara.
─Ya no puedes considerarte una Au Pair a tu edad, Pao.
─Es lo que hago.
─Mejor llamarte institutriz o preceptora o tutora o…
─¿En serio? ─se echó a reír─. Todos los que estamos sentados
en esta mesa somos inmigrantes en Suecia y la mayoría hemos
trabajado en lo que hemos podido para salir adelante, y ahora a
mí me está tocando trabajar otra vez cuidando niños. No veo
cuál es el problema, pero si os incomoda, no volveré a
mencionarlo.
─No es eso, Paola, no te lo tomes a la tremenda, nadie ha
dicho nada en contra de tu trabajo.
─No hace falta, lo veo en vuestras caras.
─Porque te queremos e igual pensamos que podrías encontrar
algo mejor, es una lástima que alguien como tú…
─Gano el doble de lo que ganaba en el colegio.
─Siendo interna en una casa, así de claro, y a veces el dinero
no lo compensa todo.
Soltó Florencia, una chica argentina a la que conocía
desde el principio de los tiempos en Estocolmo, y que era la
única que vivía del dinero de sus padres y de alguna que otra
beca, y se le cayó el alma a los pies, porque en lugar de
apoyarla, como había hecho ella siempre con todos ellos, la
estaban juzgando y criticando, y eso sí que no lo podía
soportar. Ya se lo tenía que tragar viniendo de sus padres, que
no entendían nada de los sacrificios que tenía que hacer una
migrante sola fuera de su país para construirse un futuro
mejor, pero ¿ellos?
─Vale, tomo nota ─dejó la servilleta encima de la mesa y se
puso de pie─. Debería irme.
─Paola…
Dijeron los cuatro con voz de lamento o de
condescendencia, o de lástima, no lo supo muy bien y no se
quedó para averiguarlo, porque después de dejar su parte de la
cuenta encima de la mesa, cogió su abrigo y se largó del
restaurante con un nudo en la garganta.
En momentos como ese era cuando sentía que en
realidad estaba muy sola en Estocolmo, porque no podía
contar con nadie al cien por cien, porque a nadie le importaba
de verdad, y esa certeza solía desarmarla y hacerla sufrir,
porque ella era de las que se entregaba y daba hasta el último
aliento, el último apoyo y el último abrazo a sus amigos, sin
embargo, jamás había recibido algo parecido de nadie en
Suecia, tampoco de Anders, y eso era muy triste.
Buscó la parada de la línea de autobús 57 y se colocó
debajo de la marquesina para protegerse del viento aún gélido
de febrero. Lo esperó pacientemente, sintiendo vibrar el móvil
con mensajes de Mamen, pero pasó de responderlos y cuando
el bus apareció se subió pensando en llegar a darse un buen
baño antes de meterse en la cama, que para eso tenía un cuarto
de baño espectacular en casa del señor Leo Magnusson, y
pensaba aprovecharlo.
En quince minutos estaba en Vasastan subiendo la
pequeña cuesta que conducía hasta el edificio de su jefe. Llegó
allí, entró usando su propia llave y cuando el ascensor la dejó
en la última planta salió y abrió la puerta principal percibiendo
que había luz en la zona de la cocina, aunque reinaba un
silencio muy agradable en toda la casa.
─Buonasera!
Se asomó a la cocina americana, que era enorme y
preciosa, y vio a Leo Magnusson intentando abrir una botella
de vino tinto con uno de esos sacacorchos de diseño que tenía.
─¿Qué tal?, ¿los niños ya están en la cama?
─Buonasera, Paola y sí, se han dormido hace quince minutos
─Le respondió liberando el corcho con una sonrisa─. ¿Qué tal
tu fin de semana?
─Bien, muchas gracias, ¿el vuestro?
─Bien, fuimos a patinar sobre hielo, a comer comida basura y
hoy hemos visto un partido de futbol en casa de Magnus. Ya te
lo contarán.
─Eso seguro, bueno, yo…
─Paola.
─¿Sí? ─Detuvo su intento de caminar hacia los dormitorios y
le prestó atención.
─¿Te apetece una copa de vino?, te quería comentar una cosa
importante.
Le señaló uno de los taburetes junto a la barra y ella no se
movió, decidiendo si le convenía o no sentarse con él, o si
mejor pasaba y le decía que estaba muy cansada, pero
finalmente, movida por la curiosidad, asintió y caminó hacia él
sacándose el abrigo.
─Vale, gracias, pero solo la mitad de la copa, por favor, he
cenado con vino y ya he superado mi cuota por hoy.
─Es un Frecciarossa Pinot Nero Giorgio Odero, no me dejarás
bebérmelo solo ─susurró, poniéndole una copa delante.
─Un vino lombardo, qué bueno, muchas gracias.
─No sabía que entendieras de vinos.
─Solo un poquito, mis padres tienen un restaurante en Madrid
y a la fuerza he aprendido algunas cosas.
─¿Qué clase de restaurante?
─Un italiano especializado en comida de la Lombardía, mi
madre es de Varese.
─No me digas, yo tengo casa en Stresa, en el Lago Maggiore,
está a unos cuarenta minutos de Varese.
─Qué suerte, esa zona es un sueño ─Lo miró a los ojos, esos
ojazos verdes tan intensos que tenía, y él asintió.
─Sí, aquello es precioso, lamentablemente no puedo pasar
todo el tiempo que quisiera allí por culpa del trabajo, pero
cuando era pequeño me tiraba de dos a tres meses al año en el
lago, todas las vacaciones escolares.
─¿Tienes familia allí?
─No, mi madre, que era una sueca de Uppsala, lugar sagrado y
de peregrinación para el pueblo vikingo ─Le guiñó un ojo─,
adoraba Italia y compró una casa en el Lago Maggiore, era su
gran paraíso privado.
─No me extraña.
─Cuando ella murió la heredé yo y la sigo manteniendo a
punto, ya me entiendes, está preparada para ir en cualquier
momento.
─Qué bien.
─¿Tú tienes familia en Varese?
─Toda mi familia materna, solo mi madre vive fuera de Italia.
Se fue a España cuando se casó con mi padre.
─¿Dónde se conocieron?
─En Benidorm, en la playa, ella estaba de vacaciones y surgió
el amor. La historia de siempre.
─Claro…
La miró de medio lado y Paola de repente se dio cuenta
de que era un hombre realmente atractivo. Saltaba a la vista
que era guapo y con mucho estilo, pero como tenía cincuenta y
un años, según la Wikipedia, ella lo había mirado siempre
como a un señor, como al padre de unos alumnos, como a su
jefe, no como al tipo deslumbrante y sexy que tenía delante, y
aquello la conmocionó un poco, sin embargo, lo disimuló bien
y bajó la cabeza para no mirarlo.
─Te quería preguntar si estás a gusto trabajando con nosotros,
Paola, quiero decir: ¿después de tres meses cómo ves tu
estancia aquí? Nosotros estamos muy satisfechos con tu
trabajo, los niños están muy contentos, y me gustaría decirte
que, si puedo mejorarlo de alguna manera o tienes algo que
decirme, me lo digas con toda la confianza del mundo.
─Vaya, muchas gracias, pero no tengo nada que decir, la
verdad es que estoy muy a gusto también y no tengo ninguna
queja.
─Me alegra oír eso.
─Y a mí que veas que los niños están contentos.
─Lo están, llevaban una etapa muy revuelta, bueno, desde la
muerte de Agnetha no se centraban lo suficiente, pero estos
últimos tres meses han mejorado muchísimo, incluso en el
colegio me lo han comentado, y es todo gracias a ti.
─No es gracias a mí, este es un trabajo en equipo.
─Gracias por lo que me toca.
─De nada y… hay que tener en cuenta que Leo y Álex son dos
chicos estupendos, solo les hacía falta contar con un marco
más centrado en casa ─Lo miró a los ojos arrepintiéndose de
inmediato de decir aquello y tragó saliva─. Lo siento, yo no
soy sicóloga, pero sí profesora y sé que hay edades en las que
el orden y la rutina son fundamentales para el bienestar de los
niños.
─Estoy de acuerdo y lo estás demostrando.
─Genial.
Tomó un sorbo de vino pensando en cómo marcharse a su
habitación sin parecer muy maleducada y Leo Magnusson se
apoyó en la encimera metiéndose una mano en el bolsillo.
─Imagino que debe ser duro para una profesional de tu nivel
trabajar solo para nosotros y aquí en casa.
─No ─respondió sincera─, solo es una variante más de mi
trabajo y estoy muy agradecida por la oportunidad.
─Ya, pero, no sé, pasas muchas horas con los niños, atada a un
horario a tiempo completo y … ¿tienes…?
─No tengo novio, ni marido, ese no es un problema.
Contestó tajante, para zanjar el tema de inmediato, pero
él parpadeó un poco incómodo y se mesó la barba mirándola
con una sonrisa.
─No iba a preguntar eso, creo que es hasta ilegal que te lo
pregunte ─bromeó─, quería saber si… ¿tienes un piso o un
alojamiento permanente donde vivir cuando no estás aquí?
“Tierra trágame”, pensó, sonrojándose hasta las orejas y
sintiéndose idiota por ser tan impaciente y no dejar hablar a la
gente. Era obvio que un sueco (su jefe sueco), que no la
conocía de nada salvo del trabajo, no se iba a permitir jamás
una pregunta personal tan directa sobre su vida sentimental, y
bajó la cabeza pensando que parecía nueva o tonta, o las dos
cosas.
─Sí, tengo un apartamento pequeñito en Södermalm ─soltó al
fin.
─¿Södermalm?, guau, es una zona estupenda.
─Y carísima, lo compré hace cuatro años con mi novio,
aunque ahora la hipoteca la pago yo sola. Nos separamos hace
nueve meses.
─Entiendo.
─Bueno, yo…
─Te quería preguntar dos cosas más, Paola, si no te importa.
─Claro, tú dirás ─Levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
─Freja me ha propuesto separar de clase el próximo curso a
los gemelos. ¿Tú qué opinas?
─¿Eso te ha dicho Freja? No es su tutora.
─No, pero es la subdirectora y me mandó un correo
electrónico el viernes pasado para preguntarme qué opinaba.
─Bueno, yo creo que es importante para Leo y Álex tener
autonomía, sin embargo, me parece que separarlos ahora no
tiene ningún sentido, sería someterlos a un estrés innecesario.
Ellos están muy unidos y si funcionan muy bien juntos: ¿por
qué someterlos a una separación arbitraria?
─Eso he estado considerando yo, pero ella dice que sería
importante comprobar el nivel de individualidad que son
capaces de desarrollar por separado.
─Este trimestre han empezado con actividades extraescolares
diferentes y por separado, me parece que esa es una buena
muestra de su individualidad.
─Tienes razón, es exactamente lo que creo yo, y Magnus
también.
─A no ser que persista el problema de indisciplina o mala
conducta en tándem, personalmente, yo no los separaría.
─Ella no ha hablado de indisciplina o mala conducta.
─Si te parece bien, puedo hablar con ella mañana cuando los
vaya a buscar y así nos podemos hacer una idea más clara de
lo que quiere decir y por qué.
─¿Harías eso por mí?
─Por supuesto, conozco bien a Freja y seguro que no tendrá
ningún problema en hablar conmigo sobre tus hijos.
─Mil gracias, mañana tengo que salir de la ciudad y no sé
siquiera si me dará tiempo de volver a dormir a Estocolmo.
─No te preocupes, lo haré encantada y te mantendré
informado. Ahora debería irme a la cama ─Se bajó del
taburete con intención de dar por acabada la charla, pero él la
detuvo levantando una mano.
─Solo una última cosa, Paola.
─Sí, dime.
─¿Tienes planes para Pascua?, me quiero llevar a los niños
una semana al Lago Maggiore, y me preguntaba si tú nos
podrías acompañar. Te pagaría un extra, por supuesto.
─No tengo planes e iré encantada, imagínate ─Le sonrió─. Y
no necesito ningún extra, es parte de mi trabajo y será un
placer ir a Italia. Faltaría más.
─Genial, porque además de descansar, tengo trabajo que hacer
allí y no me gustaría tener que llevármelos a todas partes.
─No te preocupes, cuenta conmigo para lo que necesites.
─Muchísimas gracias, me estás salvando la vida.
─No será para tanto, pero de nada.
─Sí que es para tanto, porque si vas tú no tendré que invitar a
Alicia y eso ya es un regalo. Voy a sacar los billetes.
Le soltó tan tranquilo, le sonrió y se fue canturreando
hacia su despacho. Paola lo siguió con la mirada pensando que
aquello sí que era un regalo, porque llevaba dos años sin poder
pisar Italia. Sonrió de oreja a oreja y se fue a la cama tan
contenta.
8

Sábado 1 de abril y al fin estaban en el Lago Maggiore.


Casi no se lo podía creer, porque conseguir salir de Estocolmo
había sido una pequeña tortura de trabajos de última hora,
papeleos y complicaciones varias, pero afortunadamente, lo
había sorteado todo con paciencia y tranquilidad, y tal como
estaba previsto, habían cogido el avión con rumbo a Milán a
las seis de la tarde del viernes.
Hasta el último momento había estado temiendo por sus
vacaciones de Pascua, sin embargo, ya estaban en Italia, en
casa y acompañados por Paola Villagrán, su eficiente niñera,
que se había ocupado de todo, absolutamente de todo en casa y
con los niños, facilitándole la vida y liberándolo de paso de un
99% de preocupaciones y prisas innecesarias.
Salió a la terraza y admiró el precioso lago disfrutando
de una taza de café. Un café de primera en un escenario de
primera y sin tener que salir corriendo a la oficina o a ver
alguna obra. Maravilloso, masculló, sintiendo el aire fresco y
limpio de los Alpes Leponinos en la cara. No en vano, estaban
a solo un paso de las montañas y de la frontera con Suiza. Tal
vez uno de los paisajes más hermosos de Europa.
Sintió vibrar el teléfono en el bolsillo de los pantalones,
lo miró y al ver quién lo llamaba respondió con una sonrisa,
porque se trataba de otro de los grandes alicientes del Lago
Maggiore: la preciosa y sexy Beatrice Ventimiglia.
─Ciao, bella.
─¿Ya estás en Stresa, amore?
─Sí, llegamos anoche como estaba previsto.
─¿En serio?, no vi luz cuando pasé ayer muy tarde por tu casa.
─Tardamos una cinco horas desde Estocolmo a Stresa,
llegamos sobre las once de la noche con los niños dormidos,
así que todos a la cama y no encendí ninguna luz. ¿Tú cómo
estás?
─Deseando verte.
─Yo también quiero verte, pero no sé si tendré mucho tiempo
libre.
─No me digas eso, Leo. ¿No te has traído a tu cuñadita para
que se ocupe de los niños?
─No, hemos venido con una nueva niñera.
─¿Qué edad tiene?, lo pregunto para saber a qué me enfrento.
─Madonna santa!
─Es en serio, amore, eres el tipo más fácil del mundo: una
mujer guapa cerca y te tengo perdido.
─¿Fácil yo?, para nada.
─Qué no, dice. Qué gracioso. Venga, ¿cómo es la niñera
nueva?
─Es una chica medio española, medio italiana, su madre es de
Varese. Era la profesora de lengua extranjera de los niños en el
colegio, perdió el empleo y se vino a trabajar con nosotros en
noviembre, y desde que llegó funcionamos a las mil
maravillas, así que pretendo conseguir que no se vaya.
─Será guapa con esa mezcla de sangre española e italiana.
─Es tan guapa como seria y formal, es muy profesional y me
parece perfecto. Los niños la adoran.
─Esas son las peores.
─Qué mal suena eso, Bea, ¿qué ha sido de la sororidad?
─Bromeó y ella suspiró.
─Con la jóvenes me cuesta ser solidaria, la competencia es
durísima cuando los tíos de mi edad las preferís cada vez más
pipiolas.
─No es mi caso.
─¿Cuándo vienes a casa o reservo alguno de nuestros niditos
de amor favoritos?
─De momento no hagas nada, solo tenemos una semana hasta
el próximo sábado y me gustaría dedicarla en exclusiva a los
niños, ya te iré contando.
─Tienes a los niños todo el puto año, Leo, relájate un poco y
aprovéchate de tu niñera nueva.
─No voy a cargarla de trabajo en el primer viaje que hace con
nosotros ─se giró hacia el salón y vio precisamente a Paola
con los niños caminando hacia la cocina─. Te dejo, bella, han
despertado los gemelos y vamos a desayunar. Te llamo luego y
nos ponemos de acuerdo. Hejdå!
Le colgó y entró en la casa silbando, llegó a la cocina y
abrazó a los niños besándolos en la cabeza antes de mirar a
Paola, que los estaba observando con una sonrisa.
─Buongiorno, ¿qué tal has dormido, Paola?
─Fenomenal, muchas gracias. La habitación es muy bonita,
bueno, como toda la casa, las vistas son espectaculares.
─Sí, la verdad es que sí ¿Qué queréis desayunar, chicos? Hoy
el desayuno lo preparo yo.
─¡Tortitas! ─Gritaron al unísono y él se echó a reír.
─Lo sabía, lo tengo casi a punto. Id tomando un zumo y Paola,
sírvete un café si quieres, no tardo nada.
Se puso el mandil mirando de reojo como ella animaba a
los niños a poner la mesa y a servir zumo para los cuatro, y sin
querer los ojos de le fueron directo a ese trasero redondeado y
tan sexy que tenía, porque iba con unos vaqueros ceñidos que
le sentaban de maravilla y él no era de piedra, pero
inmediatamente se recompuso y se concentró en las tortitas.
─A papá solo le gustan las matemáticas y a mí también
─Estaba comentando Álex cuando se sentó a la mesa con ellos
y él estiró la mano y le revolvió el pelo.
─No solo me gustan las matemáticas, cariño, me gustan
muchas otras cosas, aunque prefiero las mates.
─Yo voy a ser piloto como Magnus y él dice que tengo que
saber muchas matemáticas ─intervino Leo.
─Me parece muy bien, pero hasta que seáis mayores hay que
estudiar de todo.
─Magnus dice que no.
─A Magnus le iba regular en el colegio, porque solo le
interesaban las ciencias, no obstante, siempre se esmeró
mucho por aprender de todo, porque para ser piloto hay que
saber muchas cosas y estudiar muchísimo.
─¿Tú que estudiaste, Paola? ─Le preguntaron a ella y ella los
miró tomando un sorbo de café.
─Ya os he contado que letras, una filología en inglés y otra en
italiano.
─Papá y mamá estudiaron arquitectura, que es muy duro, dice
la tía Alicia.
─Vaya, no sabía que habías estudiado arquitectura ─Le clavó
los ojos negros a él y él asintió.
─Sí, pero cuando conocí a Agnetha nos asociamos para
montar una empresa y entonces yo me dediqué al lado
empresarial y ella a la parte puramente arquitectónica. Hace
años que no proyecto nada, me va mejor en la gestión
comercial.
─¿La misma empresa que tienes ahora?
─Eso es. Empezamos con la construcción de edificios de
madera y nos fuimos expandiendo a otros sectores.
─La tía Anna y la tía Amelia son doctoras, una de personas y
la otra de animales ─Farfulló Leo.
─La tía Amelia es veterinaria ─Le corrigió Álex muy serio.
─Ya me lo habíais contado, es muy interesante ─Comentó
Paola─. Seguid desayunando, por favor.
─Los otros hermanos de papá también hacen cosas muy
interesantes. Uno era futbolista del Milán.
Soltó Álex con el desparpajo de sus once años y Leo se
echó a reír y se apoyó en el respaldo de la silla moviendo la
cabeza.
─Venga, acabad el desayuno y nos vamos a dar un paseo,
podemos enseñar Stresa a Paola y luego pasar a saludar a la
señora Sofía y a sus hijos. De paso compramos pan y fruta
para la cena.
Cambió radicalmente de tema y se entretuvo en charlar
con ellos de fútbol y de snowboard y de deportes varios hasta
que acabaron con sus tortitas y recogieron la mesa entre los
cuatro, charlando también, y cuando los mandó a su cuarto a
buscar sus abrigos para salir, detuvo a Paola en mitad de la
cocina para preguntarle por el comentario que había hecho
Álex sobre sus hermanos.
─Disculpa, Paola, una pregunta: ¿Álex o Leo suelen hablar de
mis “otros” hermanos?
─Me contaron que tenías cinco hermanos en Italia, pero no
suelen hablar demasiado de ellos ¿Por qué?, ¿te preocupa algo
sobre eso?
─En realidad, no, solo es que les hablé de su existencia hace
poco, porque hace poco que yo los he conocido, y no había
podido comprobar si le daban importancia o si pasaban
olímpicamente del tema.
─Creo que es la tercera vez que los nombran, al menos delante
de mí.
─Vale…
Se quedó pensativo, enganchado a esos ojazos oscuros
tan vivos, y ella dio un paso atrás sin preguntar nada más,
aunque imaginó que aquello le parecía tan extraño como a él
mismo y decidió explicárselo.
─Mi madre tuvo una aventura fugaz con un milanés, aquí en el
Lago Maggiore, y nueve meses después nací yo. Nunca hemos
tenido contacto, ni siquiera conozco a mi padre biológico, pero
sus cinco hijos “oficiales” me localizaron el año pasado y
desde entonces forman parte, de alguna manera, de mi vida, y
por eso se lo conté a los niños, aunque no quiero darle mayor
importancia.
─Entiendo ¿No los conocen aún?
─No, aunque les he contado a qué se dedican, sus nombres,
etc., no los conocen personalmente y no sé si propiciaré que
los conozcan.
─De acuerdo ─asintió, torciendo un poco el gesto, y él entornó
los ojos.
─¿Tú crees que deberían conocerlos? Dame tu opinión
sincera, por favor.
─No, vamos, no lo sé… tampoco debería…
─Si te lo pregunto es porque confío en tu criterio, Paola ─se le
acercó y ella se cruzó de brazos─, y porque conoces muy bien
a los niños.
─Sinceramente, no lo sé, solo sé que Leo y Álex tienen muy
poca familia y que ampliar su universo podría ser muy
enriquecedor para ellos.
─Eso es verdad, pero dar el paso de presentarles a los Santoro,
es decir, a mis “hermanos italianos”, desencadenaría un
montón de cosas y situaciones que no sé si estoy dispuesto a
gestionar.
─¿Qué clase de situaciones?
─Pues, que ─se paró un momento a reflexionar y se dio cuenta
de que no tenía demasiados argumentos, o no demasiado
buenos─. No lo sé, no me interesa que conozcan a mi padre
biológico, eso lo primero, ni que nos veamos invadidos por
cinco tíos, sus mujeres y sus respectivos niños, que suman no
sé cuántos, por el simple hecho de compartir un poco de
sangre con ellos. Nos ha costado mucho llegar al punto de
equilibrio y tranquilidad que tenemos ahora mismo y me
preocupa que un elemento externo, como una enorme familia
desconocida, nos desestabilice.
─¿Lo has hablado con la terapeuta?
─Opina lo mismo que tú.
─Bueno ─Suspiró─. Los mediterráneos somos un poco
invasivos e intensos, lo sé, para los suecos lo somos, pero
sabemos gestionar el afecto y la familia, y el amor no le viene
mal a nadie. No creo que a Leo o a Álex les desestabilice
conocer a sus tíos y primos italianos, ya son mayores y son
fuertes y maduros para su edad, pero obviamente entiendo tu
preocupación.
Soltó con esa tranquilidad tan suya y que él había
aprendido a valorar durante los últimos meses, y por una vez
en mucho tiempo se sintió acompañado, de verdad apoyado y
acompañado en el cuidado de sus hijos, no simplemente
aconsejado y presionado para hacer lo que les parecía correcto
a otras personas como sus hermanas, Alicia, Esther, su
terapeuta o el mismo Magnus.
Parpadeó con ganas de estirar la mano y abrazarla, pero
obviamente se contuvo y se mesó la barba con una sonrisa,
calculando que había llegado la hora de plantearse seriamente
el asunto “Santoro”. Una cuestión sensible que mantenía en un
rincón oculto del cerebro sin ganas ni ánimo para sacarla,
hacerla visible y enfrentarla.
Una idiotez, porque ellos lo habían buscado a él, no al
revés, y encima eran unos tíos estupendos, empezando por
Franco, al que creía que valía la pena incluir en la vida de sus
hijos, y terminando por Mattia, que era un chaval muy
afectuoso y agradable.
─Vaya…
Resopló con cierto alivio, porque estaba claro que había
llegado la hora de tomar decisiones y empezar a actuar por el
bien de sus gemelos y no solo por su propia comodidad, y
abrió la boca para compartirlo con ella, pero en ese momento
los niños llegaron gritando y empujándose a la cocina y Paola
dejó de prestarle atención para dirigirse a los dos muy seria.
─¿Qué está pasando, chicos?
─Leo me ha roto el comic de Spiderman ─se quejó Álex en
sueco y a punto de echarse a llorar.
─¿Es eso cierto, Leo?
─Solo quería leerlo, fue un accidente.
─Pero lo estaba leyendo yo.
─Muy bien, volvamos a hablar en italiano, por favor, y
arreglemos esto ahora antes de salir a pasear. ¿Os parece?
─¡No!
─¿Cómo que no, Leo?
─Tú no me mandas.
─No te mando, solo te estoy dando la oportunidad de
explicarte, a pesar de que has roto el comic de tu hermano.
─¡Déjame en paz!
Le gritó el pequeño y corrió a abrazarse a él, que lo
sujetó por los hombros para apartarlo y mirarlo a los ojos.
─No vuelvas a hablar en ese tono a Paola, Leo.
─Lo siento.
─Perfecto, ahora discúlpate con tu hermano. No pienso
castigaros a ninguno de los dos porque estamos de vacaciones,
pero un solo grito más, una mala palabra más o una mala
acción más, y nos quedamos todos encerrados aquí hasta el
próximo sábado. ¿Entendido?
─Sí, papá.
─Bien, todos a la puerta principal con los abrigos puestos
─Levantó la cabeza y miró a Paola─. Disculpa, Paola.
─Disculpado, pero, si no te importa, más tarde hablaré con los
dos tranquilamente sobre esto.
─Por supuesto.
─Gracias.
Respondió muy seria, le dio la espalda y se fue a buscar
su abrigo sin mirar atrás.
9

No se podía ser más guapo, pensó, observando a su jefe,


el señor Leo Magnusson, trajinar en la cocina mientras
charlaba por el manos libres con alguien de su trabajo y de
paso vigilaba a los niños, que habían insistido en ayudarlo a
preparar la cena.
Era tan varonil con ese pelo un poco largo y revuelto, los
ojazos verdes tan claritos, el mentón cuadrado, la nariz
rotunda, la barba de tres días y un cuerpazo, porque para tener
cincuenta y un años estaba como un queso, mucho mejor que
cualquiera de sus amigos de treinta.
Suspiró, recorriéndolo con los ojos de arriba abajo y de
abajo arriba, y se centró en su estatura y estilazo, y ese pecho
tan varonil que tenía, cubierto por un vello castaño que parecía
ser suave y oler muy bien, por supuesto, porque usaba un
perfume riquísimo que a ella solía poner muy nerviosa, porque
destilaba testosterona y masculinidad por todas partes.
Si lo hubiese conocido en otras circunstancias, caviló sin
quitarle los ojos de encima, seguro que habría ido a por él sin
dudarlo. Estando los dos solteros y sin compromiso, y sin ser
empleador y empleada, seguro que habría intentado ligárselo o
al menos llevárselo a la cama, porque estaba segura de que
encima era un As entre las sábanas, no había más que mirarlo.
Ay, Dios. No tenía ni idea de qué le estaba pasando o si
como decía su hermana solo se trataba de soledad, porque
vivía a dos velas desde hacía mucho tiempo y eso le nublaba el
sentido común, no lo sabía, pero la pura verdad es que llevaba
varias semanas fantaseando con ese señor estupendo y no
podía evitarlo. No podía y no quería, porque se divertía mucho
soñando con él.
Recorrió embelesada su magnífico trasero, porque
acababa de darle la espalda, y siguió observándolo
tranquilamente hasta que se dio cuenta de que él la estaba
mirando a ella a través del reflejo de la puerta de cristal que
tenía delante, es decir, que acaba de pillarla comiéndoselo con
los ojos, y de la vergüenza retrocedió, se dio la vuelta y se fue
directa a su dormitorio.
“Me cago en la leche”, Paola María Villagrán Brambati,
se dijo en castellano encerrándose en su cuarto baño, y se
sentó en la taza para hacer tiempo, total, no era para tanto y
cuando llegara la hora de la cena él ya se habría olvidado de
ella.
Por supuesto que se habría olvidado de ella, de eso no le
cabía la menor duda, porque él, que era un padre ejemplar,
también era un seductor de manual, un depredador de mujeres,
según Marina, y estaría acostumbrado a que lo miraran y
admiraran, y que ella lo espiara le daría igual o simplemente le
importaría un pimiento.
Cerró los ojos pensando en los últimos cinco meses que
llevaba trabajando para él y tuvo que aceptar que Marina tenía
toda razón y que era cierto, que al tío lo llamaban cantidad de
mujeres y que tenía cantidad de líos simultáneos (cada día lo
oía quedar con dos o tres chicas diferentes, en diferentes partes
de Estocolmo). Incluso allí, en Stresa, tenía sus historias, o eso
parecía por las llamadas telefónicas que mantenía medio a
escondidas y de espalda a los niños, aunque había aguantado
cuatro días sin salir de noche. Toda una proeza que había roto
de repente hacía veinticuatro horas.
Ni se había molestado en disimularlo, simplemente la
había ido a buscar a la terraza principal de la casa, donde
llevaban tres noches seguidas encontrándose después de
acostar a los niños para tomar una copa de vino y charlar de
todo mirando el lago, y le había soltado que se iba a pasar la
noche con su amiga Beatrice Ventimiglia. Una amiga de toda
la vida que vivía a una calle de distancia, le había explicado,
pero que no se preocupara porque llegaría a tiempo para
desayunar con Leo y Álex.
Ella no había sabido ni qué decir y se había despedido
con una sonrisa, asegurándole que estarían bien y que se fuera
tranquilo, pero se había quedado con el corazón un pelín roto,
porque esas tres noches con él en silencio, o hablando tan a
gusto, como dos buenos amigos delante de un paisaje tan
hermoso, había supuesto para ella lo mejor que le había
ocurrido en años, y que él pasara de eso sin inmutarse para
salir con una mujer, le había dolido un montón.
─Estás muy falta de cariño, Pao, te agarras a un clavo
ardiendo ─Le había dicho su hermana desde Londres, cuando
la había llamado medio llorando para contarle cómo se
sentía─, llevas más de un año sin Anders, pero ese capullo ya
se había ido emocionalmente hacía muchísimo tiempo, por lo
tanto, llevas muchos años sola. Es normal que te flipes con tu
jefe, que es el primer tío que te presta atención en no sé cuánto
tiempo.
─No es ese tipo de atención, no es eso, es que simplemente es
agradable e inteligente, interesante, y confía mucho en mí. Me
hace sentir bien e importante, solo es eso.
─¿Solo es eso?, pues a mí me parece más que suficiente para
pillarte por él.
─No, no soy tan idiota como para pillarme por un tío que me
saca diecisiete años, que es rico, guapo y exitoso, y que
encima es mi jefe.
─¿Entonces por qué te ha afectado tanto que se largara y te
dejara sola?
─Pues… no sé… supongo que me afecta acabar siendo
siempre la última de la lista para todo el mundo.
─Eso no es verdad, Pao.
─Lo es. Lo he sido para mi novio de más de doce años, para
su familia, lo soy para mis amigas y amigos, para papá y
mamá e incluso para mi jefe, que parecía estar muy a gusto
conmigo.
─Por lo que a nosotros respecta, eso es falso y muy injusto,
Paola, sabes que papá y mamá te adoran.
─Soy la hija del medio, Allegra, mamá y papá beben los
vientos por ti y por Juan, que encima sois perfectos.
─No, eso no es cierto, lo que pasa es que tienes una
percepción pésima de ti misma y eso es culpa de los doce años
que pasaste al lado del puto Anders, que no te supo valorar
nunca.
─No toda la culpa es de Anders.
─Yo diría que sí.
─Es igual, vamos a dejarlo. Estoy en un sitio precioso, no
pienso amargarme más, solo quería desahogarme un poco.
─En un mundo perfecto: ¿crees que tendrías alguna
posibilidad con tu jefe?
─Ni de coña, yo soy invisible para él.
─Nunca se sabe y soñar es gratis.
─Ni en sueños, créeme, además no quisiera arriesgarme a
perder mi trabajo por un escarceo tonto.
─En eso tienes razón, pero igual ha llegado el momento de
empezar a abrirte al sexo y al amor. Yo estoy convencida de
que solo necesitas un poco de fiesta para empezar a sentirte
mejor con el mundo, incluido tu jefe.
─En cuanto volvamos a Estocolmo voy a empezar a salir todo
lo que no he salido durante la última década y me voy a ligar a
todo lo que se menee. Te lo prometo.
─Así se habla.
Después de esa charla se había ido a dormir más
tranquila y a las ocho y media de la mañana del día siguiente,
cuando los niños ya estaban despiertos y vestidos, y se los
había llevado a la cocina para desayunar, se había encontrado
al señor Magnusson guapísimo y recién duchado allí, sonriente
y feliz, preparando gachas para el desayuno.
─¡Paola! ─Oyó la voz de Álex que llegaba desde el pasillo,
salió del cuarto de baño y cruzó la habitación para abrirle la
puerta y mirarlo a los ojos.
─¿Qué pasa, cielo?
─Papá ya ha puesto la pasta a cocer, cenamos en cinco
minutos, pero dice que, si prefieres descansar, te dejará un
plato en la encimera.
─Ah, vale, muchísimas gracias, yo…
Guardó silencio para considerar la oferta, pero antes de
decidir nada el timbre de la entrada principal sonó muy alto
provocándoles un respingo e inmediatamente oyó como su jefe
le pedía a Leo que vigilara la pasta mientras él salía a ver
quién era.
Miró a Álex y optó por ir a la cocina para vigilar ella
misma la cocción de la pasta fresca, caminó hacia allí de prisa
y nada más entrar sintió la voz de Alicia, la tía de los niños,
resonando alta y clara desde el recibidor. Los dos se giraron
encantados y salieron corriendo para darle un abrazo.
─¡Hola, tía Ali!
─¡Hola, hola, mis chicos! ¡Sorpresa!
Gritó ella dejando sus cosas en el suelo y Paola miró de
reojo a Leo Magnusson, al que le había cambiado la cara y el
rictus de forma instantánea, pero no se atrevió a comentar nada
y se volvió a su vez para saludar a esa mujer tan especialita a
la que sabía que no le caía muy bien, aunque tampoco le
importaba, porque el sentimiento era mutuo.
─Hola, Alicia, ¿qué tal está?
─Ya veo que tenéis la cena a punto ─dijo ella ignorando su
saludo y se acercó a los fogones para oler la salsa─. Creo que
he llegado justo a tiempo.
─¿Qué haces aquí, Alicia? ─Le preguntó Magnusson
apoyándose la encimera y Paola la observó de reojo.
─Quería daros una sorpresa, sabes que me encanta venir al
Lago Maggiore y así te puedo echar un cable con los niños.
─No hace falta, ya ves que Paola ha venido con nosotros
─Bueno, ahora puede volverse a Suecia o a dónde le venga en
gana ─bufó sin mirarla, como si no estuviera delante y su
cuñado frunció el ceño.
─¿Disculpa?
─Vengo para estar con mis sobrinos, Leo, no seas mal educado
y sírveme una copa de vino. Es una pesadilla llegar a este
rincón perdido del mundo. ¿Leo?
Lo miró chasqueando los dedos para que se moviera,
pero él no se movió y continuó muy serio y sin quitarle los
ojos de encima.
─Si hubiese querido que vinieras te habría invitado, Alicia.
─Niños… ¿queréis estar con la tía?
─¡Sí! ─respondieron los dos y Paola miró a Magnusson
moviendo la cabeza.
─¿Ves?, les encanta verme aquí y a mí estar con ellos. Son los
hijos de mi hermana, por el amor de Dios, no tengo que
pedirte permiso para venir a pasar unos días de vacaciones con
ellos.
─Yo creo que sí. Se trata de mi casa, mis vacaciones y mis
planes.
─¿Veis cómo me habla vuestro padre?, qué vergüenza.
Comentó ella con esa sonrisa falsa y tan fría que tenía, y
Paola a punto estuvo de decirle que no se atreviera a manipular
a unos críos de once años contra su padre y que se fuera por
dónde había venido, pero lógicamente no podía hacer nada de
eso y respiró hondo tragándose las palabras.
Miró a su jefe a los ojos, comprendió exactamente lo que
estaba pensando y decidió actuar y sacar a los pequeños de allí
antes de que estallara la Tercera Guerra Mundial; los llamó y
estiró la mano hacia ellos.
─Chicos ¿me acompañáis al huerto?, creo que necesitamos un
poco de cilantro para la ensalada de tomate.
─¡Sí!
─Genial, vamos.
Los sacó por la terraza del salón hacia el jardín trasero,
donde tenían una pequeña huerta con cilantro, albahaca y otras
finas hierbas que Leo Magnusson cuidaba con mucho esmero,
y pisó la terraza oyendo a su espalda el tono de voz grave y
severo de él dirigiéndose a ella sin ninguna amabilidad, con
mucha aspereza, y se alejó lo más que pudo con los niños,
hablándoles y distrayéndolos, rogando porque él fuera capaz
de mandar a su cuñada a paseo, o al menos de ponerla en su
sitio, porque esa señora era una influencia pésima para los
gemelos, a los que malcriaba únicamente para tenerlos de su
parte.
─Todos a cenar.
Al cabo de unos minutos apareció Magnusson con el
paño de cocina en la mano y los observó a los tres con una
sonrisa un poco amarga.
─Vamos, la mesa está puesta y no quiero que se nos pase la
pasta. Adentro.
─¿Dónde está la tía?
─Dice que le duele la cabeza y se ha ido a descansar, ya la
veréis mañana. Venga, lavaros las manos y a la mesa.
─¡Sí!
Gritaron los dos y entraron corriendo en la casa, Paola le
sonrió sin atreverse a decir nada, dio un paso hacia la terraza,
pero él la detuvo sujetándola por el brazo.
─No es que sea un borde maleducado con mi cuñada, o un
desagradecido, es que llevo mucho tiempo intentando que se
respeten unos límites y no lo consigo ─buscó sus ojos y ella
asintió─. Es muy difícil con Alicia y mi nivel de disimulo ya
está agotado.
─No tienes que explicarme nada.
─Sí, porque imagino que ha sido incómodo ─miró hacia la
cocina─, pero es que ya no me puedo controlarme. Encima,
había quedado con dos de mis hermanos y…
─¿En serio?
─Sí, Franco y Mattia iban a venir hasta Stresa el jueves con
sus respectivas familias para conocer a los niños, pero con
Alicia aquí se hace inviable.
─¿Por qué?
─Porque ella no sabe que veo a los Santoro y quiero que siga
sin saberlo.
─Pero, no sé, se puede hacer de alguna manera que ella no se
vea involucrada y…
─Imposible dejarla al margen estando aquí ─respiró hondo
mirando al cielo─. En fin, vamos a cenar.
─Es una lástima, Leo.
─Bueno, ya habrá más oportunidades.
Le sonrió y la invitó a entrar en la casa, pero antes de dar
dos pasos la detuvo otra vez hablándole por la espalda.
─Otra cosa.
─¿Qué cosa?
─Ha montado en cólera porque estás ocupando el cuarto que
suele usar ella.
─Si tú me lo pides, yo me voy a otra habitación ahora mismo,
pero por ella no lo haré. Lo siento mucho.
─Brava ─Le sonrió, observándola con los ojos entornados─.
No te preocupes, se ha marchado al hotel que hay al final de la
calle. No es la primera vez que acaba durmiendo allí.
10

─No lo sé, Björn, los dueños de las tierras no quieren


recalificarlas.
─No quiero que las recalifiquen, Leo, solo quiero que me las
vendan.
─¿No quieres recalificar?, entonces: ¿cómo pretendes vivir allí
con tu comunidad?
─Como hasta ahora en Njardarheimr, al estilo tradicional
vikingo, sin luz ni agua potable, autoabasteciéndonos y
respetando la naturaleza.
─En Njardarheimr ya se han levantado dieciocho edificaciones
vikingas que atraen a cientos de turistas cada año, en
Helgeland no quieren ni oír hablar de eso.
─Yo tampoco quiero hablar de eso, yo solo quiero construir
dos casas de madera, amplias y hermosas como las que tú
sueles hacer, cuñado, para que nos sirvan de refugio. Lo
último que pretendo es convertir mi hogar noruego en una
atracción turística.
─Ok.
Bufó, frenando en un semáforo, y calibró la posibilidad
de insistir un poco más con su contacto en Helgeland, al norte
de Noruega, donde el hermano pequeño de Agnetha, Björn, se
había instalado tras abandonar su vida burguesa y estresante
como bróker en Nueva York, Londres y Estocolmo.
Björn Pedersen, que toda su vida había sido un hijo de
papá consentido y triunfador, se había largado hacía cuatro
años a Noruega dejándolo todo atrás para encontrar sus raíces
vikingas y desde entonces vivía en una choza de madera y
tepe, solo comía de lo que plantaba o pescaba, se relacionaba
únicamente con personas de su cuerda espiritual y política, y
se consideraba una especie de ácrata, casi un místico, pero en
el fondo seguía siendo un burgués rico que no se podía resistir
a la posibilidad de comprar unas tierras muy golosas e invertir
en ellas para en un futuro ganar pasta a su costa. Así de claro,
aunque él lo negara y delegara en sus manos toda la operación
para no sentir que estaba traicionando sus propios principios.
─Ok, tío, voy a hacer un último intento ─soltó al fin, cuando
el disco se puso en verde y arrancó nuevamente el coche─,
pero no prometo nada, porque los veo bastante seguros de no
querer vender.
─Quieren vender, lo sé de buena tinta, igual al que no le
quieren vender es a mí porque soy sueco.
─¿Son racistas? ─soltó una risa llegando a Södermalm y Björn
resopló.
─Más de lo que te crees, cuñado, como buenos vecinos no nos
pueden ni ver, pero deberían tener en cuenta que todos
procedemos de la misma raíz y que yo soy tan escandinavo o
más que ellos.
─No voy a entrar en eso ¿de acuerdo?, pero haré un último
intento y te aviso con lo que me respondan.
─¿Les has mandado los planos de las casas?
─No creo que los planos cambien nada.
─Pues yo creo que sí, igual eso ayudaría a que confiaran más
en mi proyecto.
─¿Por qué no los llamas tú y negocias a tu manera, tío?, se te
daba muy bien.
─No, gracias, yo ya no hablo de dinero, me da urticaria.
─Ok, tú sabrás…pero…
Guardó silencio al ver en la acera, junto a una terraza
muy conocida y que estaba llena de gente, a Paola Villagrán
discutiendo con un tío alto y guapete que parecía muy
cabreado, y frenó en seco.
─¿Leo? ─Lo llamó Björn, pero ya no pudo prestarle más
atención.
─Luego te llamo, hermano.
Le colgó, aparcó el coche en segunda fila y se bajó de un
salto para ver qué estaba pasando, porque se dio cuenta de que
ella estaba llorando mientras el tipejo alto la seguía por la
calle, y aquello no le gustó ni un pelo.
Se les acercó de dos zancadas, se interpuso entre los dos
y la miró a ella a los ojos, cosa que la hizo abrir literalmente la
boca.
─¿Qué está pasando aquí, Paola?, ¿estás bien? ─Le preguntó y
su amigo se le puso delante para mirarlo a la cara.
─¡¿Qué te pasa a ti, tío?!, ¿alguien te ha dado vela en este
entierro?
─¡Cállate, Anders! ─Le espetó ella furiosa.
─¿Lo conoces?, ¿conoces a este tío? ─chilló el tal Anders con
voz aguda y señalándolo a él con el dedo, y ella le hizo un
gesto para que la dejara en paz.
─Vete a la mierda, ¿ok?
─Dime si lo conoces, solo contéstame a eso, me merezco un
poco de consideración, Paola.
─Claro que me conoce ─intervino él al ver que se trataba de
un imbécil prepotente y que ella no quería ni verlo, y se le
acercó mirándolo a los ojos y con las manos en las caderas─
¿Tienes algún problema, chaval?
─¿Chaval?, ¡¿tú de qué vas?!
─¡Ya está bien! ─Paola los separó colocándose en medio y
luego empujó a su amiguito por el pecho con las dos manos─.
No tengo que darte ninguna explicación, no te mereces
consideración alguna, así que vete de aquí y no vuelvas a
acercarte a mí o llamaré a tu mujer y le diré que me estás
acosando.
─No serás capaz.
─Ponme a prueba.
─Está bien, está bien ─Levantó los pulgares y retrocedió
alejándose despacio─. Tú te lo pierdes, guapa, yo solo quería
que volviéramos a ser amigos.
─Antes muerta.
─Qué rencorosa.
─Me fuiste infiel, me quisiste echar de mi propia casa, me
cobraste hasta el último centavo y me abandonaste a mi suerte,
creo que tengo derecho a ser rencorosa. ¡Gilipollas!
Lo último se lo gritó en español y el tal Anders sonrió, le
tiró un beso y luego desapareció entre la gente que se había
detenido a observar el numerito con enorme curiosidad,
porque ese tipo de escenas no se solían ver en Estocolmo y
mucho menos en pleno centro y a las doce del mediodía.
─Joder, qué vergüenza ─susurró ella pasando al italiano con la
cabeza gacha, hasta que cuadró los hombros y se giró para
mirarlo a la cara─. Lo siento mucho, Leo, me da mucho apuro
que hayas visto esto.
─He visto cosas peores ─sonrió, queriendo tocarla y darle un
abrazo, pero le pareció poco apropiado y retrocedió señalando
su coche─. ¿Te llevo a algún sitio?
─No, gracias, iba a comer por aquí… acabo de salir de clase
de baile.
─Bueno, pues, espera un segundo, aparco bien y comemos
juntos, ¿te parece? Estaba pensando en hacer un alto para el
brunch.
Mintió de forma completamente inconsciente, porque en
realidad iba hacia su restaurante favorito para comer con
Esther Jakobsson, pero no le importó nada y decidió que era
mejor quedarse con ella y acompañarla.
─No hace falta, Leo, en serio…
─Sí que hace falta, me muero de hambre.
Le guiñó un ojo y se fue hacia el coche sacando el
teléfono móvil, llamó a Esther para decirle que le había
surgido un imprevisto y que no podría llegar a comer con ella,
y luego se llevó el coche a un parking privado. Lo dejó allí y
volvió corriendo a dónde estaba Paola esperándolo con los
brazos cruzados y la mirada perdida.
─Ya estoy, ¿dónde comemos?
─Tenía una reserva aquí al lado, supongo que no les importará
que seamos dos.
─Claro que no les importará. ¿Estás bien?
─No me puedo creer que me haya montado semejante
espectáculo en plena calle.
─¿Se puede saber quién es?
─Es Anders, mi ex, el tipo que me dejó para casarse con otra y
que ahora dice que me echa de menos.
─Madre mía.
Llegaron a la cafetería y los dejaron sentarse en una
mesita junto a la ventana, él se le puso enfrente aún con ganas
de abrazarla y estrecharla contra su pecho, porque de pronto
solo quería protegerla y alejarla de todos los males del
universo, pero como eso era imposible, se dedicó a observarla
en silencio mientras ella leía la carta.
Desde luego, Paola Villagrán era muy guapa. La típica y
deslumbrante belleza del sur de Europa, muy rotuna y
femenina, mediterránea, con rasgos definidos y sensuales. A
saber: una boca de labios gruesos y bien dibujados, unos
ojazos almendrados enormes y oscuros, una piel dorada y
saludable que contrataba a la perfección con su pelo castaño y
largo sujeto esa mañana en un elaborado moño de bailarina.
No era muy alta, pero sí delgada, atlética y fuerte, con un
cuerpo armonioso que él se había acostumbrado a espiar en
secreto, porque lo atraía muchísimo, y desprendía un aire de
fragilidad que contrastaba bastante con su forma de ser, porque
en cuanto hablabas con ella y la conocías un poco te dabas
cuenta de que de frágil nada, porque se trataba de una chica
muy luchadora y llena de energía. Una superviviente nata y
con una voluntad de hierro que aplicaba a todos los ámbitos de
su vida, también al cuidado de Leo y Álex, a los que les había
cambiado radicalmente la vida desde que había pisado su casa
hacía ya seis meses.
─¿Ya saben lo que van a tomar? ─Preguntó la camarera
interrumpiendo su espionaje y los dos la miraron y asintieron.
─Sí, yo quiero el bruch clásico, pero pequeño, por favor
─susurró Paola y él se mesó la barba cayendo en que llevaba
horas sin comer nada.
─Y yo voy a querer el escandinavo grande, gracias.
─Buena elección.
Les dijo la chica que no era sueca y que se expresaba
solo en inglés, él apoyó la espalda en el respaldo de su silla y
respiró hondo antes de hablar.
─Siento haberme metido en medio de una discusión con tu ex,
Paola, pero es que pasaba justo con el coche por delante y te vi
un poco agobiada y…
─No pasa nada, al contrario, muchas gracias. Es la primera
vez que alguien saca la cara por mí.
─Eso no puede ser.
─Puede, sí que puede, y ha sido milagroso porque si no llegas
a aparecer aún seguiríamos discutiendo. Anders es muy pesado
y puede tirarse un día entero argumentando y presionando. Es
una pesadilla.
─¿Te lo encontraste por casualidad?
─No, me estaba esperando a la salida de la academia de ballet,
conoce mis horarios y es la segunda vez que aparece esta
semana.
─Eso es muy inquietante, a lo mejor deberías denunciarlo.
─De momento no, creo que amenazarlo con contárselo a su
mujer será suficiente para que me deje en paz.
─Tú sabrás ─observó cómo les servían la comida y tomó un
sorbo de zumo de naranja señalándola con el tenedor─ ¿O sea
que vienes de clases de ballet?
─Sí, bailo desde los cinco años y ya no puedo dejarlo o me
duele todo.
─Eso dicen.
─Curiosamente, Celia y yo íbamos al mismo conservatorio en
Madrid.
─¿Celia? ─Preguntó entornando los ojos y ella sonrió.
─Celia O’Reilly, la mujer de Marco Santoro.
─Ah, claro, Celia…
Guardó silencio pensando en la guapa y pelirroja mujer
de Marco, a la que habían conocido en el improvisado
encuentro que finalmente había tenido con sus “hermanos” en
casa de Franco Santoro en Milán, unas horas antes de coger el
vuelo de vuelta a Estocolmo tras las vacaciones de Pascua, y
sin querer sonrió, porque había sido una gran idea comer con
ellos y disfrutar de una tarde tan agradable y relajada con esa
familia, sobre todo para Leo y Álex, que se lo habían pasado
en grande.
─El mundo es un pañuelo ─Oyó que estaba diciendo Paola y
le prestó atención.
─¿Cómo dices?
─Qué es increíble que Celia, Clara y yo seamos del mismo
barrio de Madrid.
─Yo no tenía ni idea de que la mujer de Marco fuera
española… apellidándose O’Reilly.
─Su padre es irlandés, su madre madrileña.
─Qué interesante ─la miró sin dejar de comer y decidió
cambiar de tema─. ¿Tú por qué te viniste a vivir a Estocolmo?
─Por el capullo que has conocido antes.
─Ah, vale ─se echó a reír y ella respiró hondo.
─Nos conocimos haciendo el Erasmus en Italia y después de
muchas idas y venidas, me convenció para mudarme
definitivamente a aquí.
─¿Hace cuánto tiempo de eso?
─Diez años.
─Es muchísimo tiempo.
─Para mí una vida entera.
─¿Cuándo se acabó?
─Hace un año ─Lo miró a los ojos con los suyos húmedos y
movió la cabeza─. Un buen día me dijo que ya no me quería,
ni le gustaba, y que se había enamorado de otra persona. Me
dejó tirada de la noche a la mañana con una hipoteca carísima
y sin entender qué había pasado. Seis meses después de eso ya
se había casado y ahora es padre de una niña.
─Guau.
─Lo que más me duele es que no lo vi venir.
─No te tortures con eso, es algo bastante habitual.
─¿Tú crees?, porque yo sigo sintiéndome bastante idiota ─Se
restregó la nariz y luego se tapó la cara con las dos manos─.
Lo siento, no sé por qué te estoy contando todo esto.
─Yo he preguntado.
─Sí, pero…
─Agnetha y yo llevábamos veintidós años juntos cuando ella
murió ─La interrumpió, dejó la servilleta encima de la mesa y
le sostuvo la mirada─. Nos conocíamos muchísimo,
compartíamos un gran nivel de confianza, sin embargo, me
tuve que enterar en la morgue, con la policía delante, que no
iba sola ni en su coche cuando se había estrellado contra un
camión en una carretera cercana a Värmdövägen. El impacto
la había matado a ella, que iba de copiloto, pero no a su
acompañante, el conductor del vehículo al que encima yo
conocía perfectamente.
─¿Un amigo?
─El padre de Magnus, su exmarido, con el que llevaba dos
años siéndome infiel de forma regular. De hecho, venían de un
motel de carretera dónde les gustaba encontrarse casi todas
mañanas después de que ella dejara a los niños en el colegio.
A él no le quedó más remedio de confesárnoslo a su mujer y a
mí cuando despertó del coma.
─Madre mía…
─Con esto quiero decir que la mayoría no lo vemos venir,
Paola, por mucho que creas conocer a tu pareja.
─Lo siento muchísimo, no tenía ni idea de que tu mujer había
muerto en un accidente de tráfico, en el colegio nunca se nos
aclaró lo que le había pasado ─susurró con mucha congoja y él
estiró la mano y la posó medio segundo sobre su antebrazo.
─Tranquila, eso es muy sueco ─sonrió─. Y en casa tampoco
solemos hablar sobre el tema, porque aún es materia sensible y
tanto los niños como Magnus no lo mencionan, pero yo no
tengo ningún problema en contarlo, al contrario, me gusta
darle normalidad.
─Claro.
─Entonces: ¿el tal Anders ahora te echa de menos? ─Preguntó
para cambiar de tema y ella resopló.
─Eso dice, según él, se ha dado cuenta de que con su esposa
no tiene nada en común salvo un bebé.
─¿Y quiere volver a verte?
─Eso intenta… será gilipollas… ─lo miró con la boca abierta
y él se echó a reír.
─Mi madre siempre decía que los hombres somos muy
simples.
─No sé yo…
─Yo estoy de acuerdo con mi madre.
─Pues tú no eres nada simple. Gracias a Dios, yo creo que
tipos como Anders Bielke quedan pocos.
─Brindemos por eso ─chocó su vaso de zumo con el suyo y le
sonrió─. Al menos ha propiciado esta comida a solas contigo.
─Bueno…
Se sonrojó hasta las orejas, gesto que a él cautivó de
inmediato, porque no estaba acostumbrado a que las mujeres
de su entorno se sonrojaran por un simple comentario, y movió
la cabeza halagado, y agradecido por esa reacción tan genuina
y novedosa.
─Seis meses después de empezar a trabajar juntos ya nos
podemos considerar amigos ─Comentó para aclarar sus
intenciones hacia ella y pidió la cuenta─ ¿No te parece bien,
Paola?, porque a mí me parece perfecto.
─Es perfecto.
─Excelente. ¿Nos vamos?, te acerco a donde quieras.
11

No se había molestado, en todo un año, en cambiar la


cerradura de su piso, porque no lo había visto necesario y
porque era carísimo, como casi todo en Estocolmo, pero la
reaparición estelar de Anders en su vida la había obligado a
hacerlo y a gastarse una pequeña fortuna en una nueva y
moderna cerradura con su respectivo juego de llaves.
Increíble, pensó, probando las llaves delante del
cerrajero (que había tardado una eternidad en llegar) y luego le
dio su cheque y se despidió de él a toda prisa para salir
volando al colegio a recoger a Leo y Álex, que esa tarde tenían
esgrima al otro lado de la ciudad.
La idea de apuntarlos a esgrima había salido de la tía
Alicia; esa señora irritante que parecía pasarse las noches
urdiendo todo tipo de planes para meter las narices en casa de
su cuñado y así parecer útil o necesaria, o peor aún,
imprescindible en la educación de sus sobrinos de once años.
A ella Alicia Pedersen se le había atragantado desde el
primer día, incluso antes de llegar a trabajar a casa de Leo,
porque siempre había sido insufrible, siempre había tratado a
las profesoras del cole con distancia y condescendencia, con
una especie de desprecio que contrastaba muchísimo con la
cortesía que su hermana Agnetha prodigaba a todo el mundo.
A Agnetha la había tratado mucho menos, porque había
fallecido a las pocas semanas de llegar ella a trabajar al
colegio, pero siempre le había parecido una mujer encantadora
y cercana, muy llana y muy pendiente del desarrollo de sus
gemelos, al igual que Leo, que era otra persona abierta y
generosa al que nunca le había oído una mala palabra o una
queja hacia las profes o las tutoras que lo llamaban para
quejarse de la conducta a veces difícil de sus hijos, todo lo
contrario, él siempre estaba abierto a escuchar y a intentar
enmendar el comportamiento de los niños. Un
comportamiento que desde que estaban a su cargo, gracias a
Dios, había mejorado muchísimo, incluso o a pesar de la
metomentodo tía Alicia.
El gran problema residía en que esa señora disfrutaba
alterando o malcriado a los niños, manipulándolos
descaradamente a su favor mientras Leo Magnusson se lo
pasaba por alto. Él no se enteraba de la misa la media, o eso
parecía, y le permitía hacer muchas chorradas, como lo del
esgrima, que los niños ni habían pedido ni necesitaban, porque
ya practicaban tres deportes de forma regular y era más que
suficiente.
Su planteamiento al aceptar el trabajo había sido
centrarlos a partir de una agenda simple y rutinaria, no
recargarlos con más obligaciones o actividades. Se lo había
explicado claramente al padre, pero él, más pendiente de sus
historias profesionales, le había dicho, al enterarse de la nueva
matrícula en esgrima, que el saber no ocupaba lugar y que
practicar un deporte más no les perjudicaría. Fin de la charla y
Alicia Pedersen se había salido una vez más con la suya.
Lo que Paola seguía sin entender es con qué fin esa mujer
hacía ese tipo de cosas, porque ni los iba a llevar a entrenar, ni
los iba ir a ver competir, ni le interesaba una mierda el dichoso
esgrima.
Según Marina, y también Magnus, que no era muy fan
de su tía precisamente, el fin último de Alicia estaba muy claro
desde la muerte de Agnetha: meterse en esa casa de pleno
derecho, es decir, liarse con Leo, quizás casarse con él y
quedarse con la familia que había sido de su hermana mayor.
Esa hermana casi perfecta a la que había admirado y envidiado
toda su vida.
Eso le habían asegurado ellos cuando se había quejado
un poco de la tía Alicia, pero a ella seguía sin entrarle en la
cabeza que intentar conquistar a Leo pasara por perjudicar o
malcriar a unos niños que ya habían sufrido bastante y que
solo necesitaban un poco de orden, estabilidad y concierto en
su vida.
Desde su punto de vista, todo aquello era
incomprensible.
Llegó al colegio con la hora justa y se bajó corriendo del
4X4 viendo salir a los más pequeños por la puerta lateral. Se
apresuró en llegar a la reja donde estaban los demás padres y
en cuanto saludó a un par sintió que el teléfono móvil no
paraba de vibrar, lo miró y al ver que se trataba del pesado de
Anders decidió contestar.
─¿Me vas a obligar a cambiar de número de teléfono, Anders?
─¿Has cambiado la cerradura de casa?
─¿Cómo sabes eso?
─He venido a traerte unos libros y…
─Por eso mismo la he cambiado, porque no sé qué coño haces
intentando entrar en mi casa un día sí y otro también.
─Nuestra casa.
─¿Nuestra casa?, ¿ya no te acuerdas de que me obligaste a
pedir un crédito para pagarte tu parte de la casa, aunque me
había quedado sin trabajo?
─No me refiero al dinero, me refiero…
─Yo me refiero al dinero, que es lo único que te ha importado
siempre.
─No todo ha sido tan malo, Pao, lo sabes tú y lo sé yo.
─Voy a llamar a tu mujer, porque veo que no entiendes que
NO QUIERO VERTE NI OIRTE MÁS. Creo que ha llegado la
hora de que ella te meta en cintura. Adiós.
Le colgó indignada, con ganas de estrangularlo, porque
llevaba tres semanas dando la lata, desde que había empezado
a llamarla cuando estaba en el Lago Maggiore, y de repente se
dio cuenta de que estaba prácticamente sola en la puerta del
colegio, porque la mayoría de los niños habían salido y los
padres se los estaban llevando al coche o a dónde fueran a pie.
Entró en el recinto, no vio apenas a nadie y se le subió el
corazón a la garganta; inspeccionó la zona para ver si se
habían escondido para sorprenderla, y cuando entendió que no,
que no estaban jugando, decidió ir hasta su aula, pensando que
a lo mejor los habían dejado castigados y que a nadie se le
había ocurrido salir a avisarle.
─Briggitte, ¿qué hay? ─Se encontró con la tutora en el pasillo
y ella la miró con una sonrisa.
─¿Qué tal, Paola?
─¿Dónde están Leo y Álex Magnusson?, ¿los has castigado?
─¿Castigado?, ya no usamos esos métodos, cielo.
─¿Y dónde están?
─Salieron con los demás.
─No, no, no, fuera no están.
─¿Cómo qué no?
─Madre mía…
Se le fue el aire literalmente de los pulmones, se giró y
abandonó a Briggitte sin despedirse para salir corriendo otra
vez a la calle, pero antes de pisar la gravilla de la entrada
alguien la llamó a gritos y ella se detuvo para prestarle
atención.
─¡Paola!, ¿eres Paola? ─Le preguntó una chiquita muy joven
que no había visto nunca, y asintió viendo aparecer por su
espalda a Briggitte y a Natalie con cara de espanto.
─¿Sabes dónde están Álex y Leo Magnusson?
─Se los ha llevado su tía, los recogió en la puerta del aula.
─¡¿Cómo que en la puerta del aula?! ─Bramó Briggitte muy
nerviosa─. Nadie puede recogerlos en el aula sin mi
consentimiento ¿Quién era?
─No lo sé, los niños la reconocieron y le dieron la mano. Era
una señora muy morena, con gafas…
─No tienen ninguna tía morena ─dijo Paola cogiendo la mano
de Natalie─. Hay que llamar a la policía, nadie iba a venir a
recogerlos salvo yo… madre mía… esto es muy grave.
La chica joven se echó a llorar y tanto Briggitte como
Natalie se pusieron a gritar y a pedir ayuda, mientras a ella un
agujero en el centro del estómago empezó a destrozarle las
tripas. Hizo amago de llamar al 112 con los dedos
temblorosos, pero en ese mismo instante le entró una llamada
de su jefe y la respondió a punto del desmayo.
─Leo… los niños no están… alguien se los ha llevado del
aula…
─Tranquila, están con Alicia, acabo de hablar con ellos.
─¡¿Cómo que están con Alicia?! ─No pudo evitar chillar y
Natalie y Briggitte se quedaron en suspenso y con las manos
en alto─. No me avisó que venía ella, nos ha dado un susto de
muerte.
─Lo sé, lo siento muchísimo, acaba de llamarme y dice que
fue un impulso y que…
─Me parece increíble. Siento decírtelo así, Leo, si quieres
despídeme, pero no pienso callarme: ¡esa señora es una
puñetera irresponsable!
─Tranquila, lo siento mucho, yo…
─Adiós, gracias por avisar, estábamos a punto de llamar a la
policía.
Le colgó tan indignada con él como con la puta
irresponsable de su cuñada, que debía tener más de cincuenta
años y que, sin embargo, se comportaba como una adolescente
de quince, y luego se giró para mirar a sus excompañeras,
bufando.
─Chicas, lo siento muchísimo, ha sido una confusión,
efectivamente se los ha llevado su tía Alicia, pero no ha tenido
la deferencia de avisarme. Siento las molestias.
─Connard! ─exclamó Natalie antes de acercarse y abrazarla─.
Es una mala pécora esa mujer, Pao, cuidadito con ella. Esto lo
ha hecho para putearte, estoy segura.
─Lo sé, pero me va a oír, aunque hoy acabe despedida y de
patitas en la calle, me va a oír.
Se despidió de las tres, también de la nueva ayudante de
Briggitte, que seguía asustada y sin entender nada, se fue al
coche, se subió y tuvo que respirar hondo antes de ponerse a
conducir, porque estaba muy nerviosa y sabía que tardaría días
en dejar de estarlo.
Veinte minutos después, entraba en el parking del
edificio de los Magnusson, se bajaba del coche despacio, se
metía en el ascensor mucho más serena, llegaba a la última
planta, abría la puerta de la casa y al ver que no había a nadie,
decidía ir directa a su cuarto para preparar la maleta, porque
después de la que pensaba montar cuando apareciera la famosa
tía Alicia, sabía que a su jefe no le iba a quedar más remedio
que despedirla.
Miró sus cosas y sentó en la cama hecha polvo, muy
cansada de todo, calculando cuánto tardaría esa señora en traer
a los niños de vuelta para el baño y la cena, y decidió meditar
un poco, concentrarse en la respiración, hasta oyó cómo se
abría la puerta principal y entonces se levantó de un salto y
partió hacia allí decidida.
─Hola…
Saludó primero a Leo y a Álex, que venían con una
bolsa gigantesca de chucherías en cada mano, y luego a la tía
Alicia, a la que le costó reconocer porque se había teñido de
morena, de muy morena, con un pelo negro que chocaba
horrores con su piel tan pálida y sus ojos tan azules.
─¿Qué tal la esgrima?
─No hemos ido, hemos ido al parque ─respondió Álex y ella
frunció el ceño.
─Qué lástima, porque os estarían esperando. Ahora dejad las
chuches en la cocina, por favor, y si queréis podéis jugar con
el Fifa 23 hasta la hora del baño.
─No queremos dejar las chuches en la cocina ─contestó Leo
parodiándola y con la boca y los dientes manchados de azúcar
glas, y Paola se cruzó de brazos.
─No se comen chucherías durante la semana, son las reglas y
lo sabéis.
─Qué pesada ─masculló Alicia tirando su bolso en una silla─
¿Hay café o me tengo que preparar uno?
─Nada de chucherías ─insistió ella, ignorándola─. Dádmelas
y yo os las guardo hasta el sábado.
─¡No!
─¿No?
Se puso muy seria y estiró la mano para quitarles las
bolsas repletas de esa porquería procesada que su padre no
permitía en casa, pero antes de conseguir alcanzarlas, Leo se le
acercó y la empujó con las dos manos.
─¡Tú no nos mandas!, ¡no eres mi madre!
─Leo, ¿qué haces?
─¡Vete de mi casa!
─Si es que los sacas de quicio con tantas reglas y tantas
mierdas que no van a ninguna parte. ─Comentó Alicia
apoyándose en el dintel de la puerta que daba a la cocina, y
Paola la miró.
─Su padre les ha prohibido…
─Su padre no está aquí, estoy yo, que soy como su madre y si
yo digo que pueden comer golosinas las comen y tú te callas.
─¿Disculpe?
─Venga, preciosos míos ─se dirigió a los niños con una
sonrisa─. Id a vuestro cuarto con las chuches, disfrutadlas y
jugad a lo que queráis mientras yo hablo con esta señorita.
─¡Vale!
Gritaron ellos desatados y empezaron a correr por el
pasillo hasta que se perdieron en la zona de los dormitorios
dándose empujones. Paola esperó a que cerraran la puerta de
su cuarto y solo entonces se giró y miró a esa mujer insufrible
a la cara.
─No pienso consentir que me desautorice delante de ellos.
─¿Tú no piensas consentir?, pero ¿tú quién te crees que eres?
─La persona responsable en ausencia de su padre.
─En ausencia de su padre la única responsable soy yo, y en su
presencia también, a ver si te lo metes en la cabeza, bonita.
─Eso no es lo que me ha dicho el señor Magnusson y mientras
él no me diga lo contrario, yo…
─Tú nada, tú te callas.
Le dio la espalda para meterse en la cocina y ella la
siguió sin poder creerse que le hablara así.
─Tampoco voy a consentir que me hable en ese tono, ni con
esas maneras. No trabajo para usted y, aunque lo hiciera, no
son formas de dirigirse a nadie.
─Pues ahí tienes la puerta.
─Esta no es su casa, señora Pedersen, aunque lo pretenda, aquí
su autoridad no cuenta.
─No me gusta tu actitud y no pienso tolerarla, así que, mejor
será que vayas recogiendo tus cositas y te largues de aquí antes
de que llegue Leo y la cosa empeore.
─Esperaré a que llegue.
─Pues no en mi presencia. Vete a tu cuarto y cierra con llave o
haz lo que quieras, pero lejos de mí y de los niños ¿de
acuerdo?
─No.
Se cruzó de brazos sin intención de moverse y ella la
miró furiosa, con la taza de café en la mano, y por un
momento temió que se la acabaría tirando a la cara, pero no
claudicó y permaneció firme y sin dejar de mirarla.
─No me voy sin antes aclarar con usted el tema de la recogida
de los niños. No puede, bajo ningún concepto, ir a buscarlos
sin avisar como ha hecho hoy, nos dio un susto de muerte y a
punto estuvimos de llamar a la policía.
─Esos niños son mis hijos, a todos los efectos yo soy su madre
y, por lo tanto, hago lo que quiera y cuando quiera con
respecto a ellos. Tú no me vas a venir a decir a mí lo que
puedo o no puedo hacer.
─Si su plan era fastidiarme ─continuó con calma─, lo hizo
estupendamente. A mí me parece una actuación pueril e
irresponsable, pero allá usted.
─¿Sabes qué?, acabas de quedarte sin trabajo. Ya no te tendrás
que preocupar más por tus mierdas de horarios ni de
actividades, tampoco de recogerlos en el colegio, así que no
tengo por qué seguir escuchándote. Adiós.
─He dicho que no me voy hasta hablarlo con el señor
Magnusson.
─¡Qué te largues ya, imbécil!, ¡fuera!
─Ya basta.
Por su espalda las sorprendió la voz grave y firme de
Leo Magnusson, y Paola se giró hacia él viendo como tiraba
una bolsa de la compra al suelo y se acercaba a su cuñada con
las manos en las caderas y la cara desencajada.
─¡¿Qué coño te pasa, Alicia?!
─¿Qué coño?, pues tu Au Pair, que es una provocadora y una
mal educada y…
─Llevo diez minutos oyendo la conversación desde el
recibidor, no hace falta que me mientas.
─Desde que traje a los niños, no ha dejado de faltarme al
respeto.
─Eso no es verdad ─Intervino Paola y Leo la miró y levantó
una mano para hacerla callar.
─Lo sé, tranquila. Ahora, si no te importa, discúlpanos un
momento, por favor. Luego hablo contigo.
─Claro…
Respondió sin mucho afán, poque lo justo era estar
presente si iban a hablar de ella, pero decidió no empeorar las
cosas y se fue hacia su cuarto con las manos en los bolsillos,
oyendo cómo empezaban a insultarse y a decirse de todo, o
eso parecía, porque solo podía oír gruñidos y consonantes
raras que apenas podía descifrar.
Se quedó un rato en el pasillo sin saber muy bien qué
hacer, hasta que decidió ir a ver cómo estaban los niños. Llegó
a la habitación de Alex, que era donde solían estar juntos, y
trató de entrar, pero no pudo porque habían cerrado la puerta
con pestillo.
─Chicos, abrid ¿Estáis bien?
─¡Vete a tu casa! ─Le gritó Leo.
─No me voy a ir sin veros. Abrid, por favor.
─No, solo le abriremos a la tía Ali o a papá.
─Vale, como queráis.
Se quedó con la mano en el pomo de la puerta unos
minutos, intentando dilucidar cual sería la técnica
sicopedagógica más adecuada para afrontar semejante
escenario, pero al final mandó a paseo la sicología y la
pedagogía y optó por irse a su cuarto, porque no estaba para
niñerías insufribles alimentadas por una mujer igual de
insufrible.
Dio dos pasos por el pasillo y en seguida oyó la voz de
su jefe llamándola desde la cocina. Respiró hondo y regresó
allí muy serena.
─Dime ─Entró en el office y comprobó que estaba solo.
─¿Qué tal los niños?
─Encerrados en su cuarto con medio kilo de golosinas. No me
abren y quieren que me vaya a mi casa.
─¡Joder! ─exclamó, restregándose la cara con las dos
manos─. Ok, ya arreglaré eso.
─Si queréis que me vaya lo haré en seguida, no pienso pasar la
noche aquí.
─¿Qué?
─Tu cuñada me despidió hace quince minutos, sus motivos
tendría y, sinceramente, me iré sin oponer resistencia, porque
no pienso seguir trabajando con ella encima y tratándome
como si fuera la alfombrilla del baño. Necesito el dinero, pero
no tanto.
─Jamás se me ha pasado por la cabeza despedirte, Paola.
Alicia, cómo te he explicado en otras ocasiones, no tiene ni
voz ni voto en mi casa.
─Eso deberías aclarárselo a ella.
─Lo he hecho, lo hago continuamente.
─Pues parece que le cuesta asimilarlo.
─Mira… ─se le acercó para mirarla de cerca con esos ojazos
verdes tan bonitos que tenía y ella retrocedió─. Siento mucho
lo que ha pasado, también el quedarme al margen en el
recibidor oyendo la discusión, pero creí que lo más justo era
dejar que tú defendieras tu posición a tu manera, no conmigo
interviniendo por ti.
─Vale.
─Yo estoy de tu parte, Paola, lo he dejado claro una vez más y
Alicia no volverá a ser un problema. Lo prometo.
─Yo no estaría tan segura. Dicen que ha ido liquidando una a
una a tus niñeras y yo no me lo podía creer, pero ahora no me
cabe la menor duda; lo que no entiendo es por qué lo hace.
─Supongo que Magnus y Marina se han ido de la lengua ─ella
se calló y él sonrió─. Ya te expliqué que cuando murió
Agnetha, Alicia nos ayudó muchísimo y…
─Lo sé, si yo no cuestiono eso, ni dudo de su autoridad sobre
sus sobrinos. Jamás interferiría en su relación con ellos, solo
pido que el respeto sea recíproco y que me deje hacer mi
trabajo, que respete mis esfuerzos y mis normas, y que no me
desautorice delante de Leo o Álex o pasa lo que pasa ─señaló
hacia la habitación de los pequeños y él asintió.
─Tienes toda la razón.
─Gracias por tu apoyo, pero necesito que ella lo entienda o
tendré que marcharme. Este tipo de situaciones no son sanas
para nadie, mucho menos para tus hijos.
─Lo sé, pero, créeme, esta vez he zanjado el problema para
siempre.
─Bueno…
─Está celosa ─Le soltó moviendo la cabeza─, le dan celos
todas las niñeras y por eso las sabotea. Cree que no me doy
cuenta, pero hoy le ha quedado claro que soy perfectamente
consciente de sus maquinaciones y que no pienso tolerarlas
más.
─Vale…
─Estudiamos juntos en la universidad, nunca fuimos muy
amigos, pero al empezar las prácticas coincidimos, nos
acercamos y salimos juntos durante un par de meses hasta que
me presentó a su hermana mayor, Agnetha. Me enamoré de
ella, ella de mí y la historia con Alicia quedó enterrada, no
obstante, cuando Agnetha murió, Alicia volvió a la carga con
intenciones… “románticas” y, aunque la he rechazado
cortésmente durante cuatro años, sigue viendo en cualquier
mujer de mi entorno una amenaza y pierde los papeles. Es así
de simple y así de complejo.
─Madre mía ─masculló, sintiendo de repente solidaridad y
mucha pena por ella y Leo le sonrió haciendo amago de irse.
─Cualquier mujer le sobra y tú un poco más que las demás.
─¿Yo?, pero si yo no le he nada.
─No, pero eres inteligente, firme, dulce y preciosa, y yo no
soy de piedra.
Respondió con naturalidad, le guiñó un ojo y despareció
por el pasillo como si tal cosa, como si no acabara de soltar
una bomba atómica, dejándola completamente desconcertada,
y también halagada, en medio de la cocina.
Carraspeó para recomponerse, se alisó la ropa y sin
querer sonrió como una idiota, porque que un señor de ese
calibre, con lo guapo y deslumbrante que era, la viera de ese
modo, era una especie de regalo, algo demasiado bonito para
pasarlo por alto.
12

─Del 16 al 25 de junio los niños se irán a Helgeland con su tío


Björn. Yo los llevo, los dejo allí y luego Magnus los irá a
buscar y los traerá de vuelta a Estocolmo. No hace falta que
vayas con ellos, porque allí están muy bien atendidos, así que
te sugiero que te tomes esos días de vacaciones.
Se dirigió a Paola buscando sus ojos, pero ella no apartó
la vista del calendario de vacaciones que había preparado para
los gemelos y que acababa de extender sobre la isla de la
cocina.
─También puedes venirte a Noruega con nosotros, pero no te
lo aconsejaría, Paola, la vida salvaje de Björn no es apta para
todos los públicos.
Comentó Magnus, que se había pasado para cenar con
ellos, y le sonrió antes de apartarse para ir a buscar la botella
de vino que se habían dejado sin acabar en la mesa del
comedor.
─Sobre el papel no tengo vacaciones hasta octubre ─al fin ella
levantó la cabeza y lo miró a los ojos─, pero entiendo que en
octubre es imposible que me vaya, así que ok, aprovecharé
esos diez días de los niños en Helgeland para desconectar un
poco.
─Me parece perfecto. Queda cerrado ─se inclinó para
marcarlo sobre el calendario y luego le indicó el mes de
julio─. El 1 de julio nos vamos todos al Lago Maggiore y nos
quedaremos allí hasta el 6 de agosto si todo va bien.
─Irá bien si te lo propones, Leo ─opinó Magnus─, yo iré a
veros a menudo porque tengo vuelos a Milán todo el verano.
─Genial y así me cubres si tengo que volver a Estocolmo o me
surge algo de trabajo.
─Por eso no te preocupes, en tal caso me las arreglaría
perfectamente sola ─Paola lo miró y le sonrió─, y tengo
mucha familia cerca por cualquier eventualidad.
─¿De dónde es tu familia, Paola? ─preguntó Magnus.
─Mi madre es de Varese, a unos cuarenta minutos del Lago
Maggiore.
─Guau, qué suerte. Cuando conocí a Leo me llevó allí para
camelarme y me enamoré de su casa y de todo lo demás. Me
encanta Italia.
─No intentaba camelarte a ti sino a tu madre ─bromeó él y se
fue a buscar unos vasos limpios.
─Bueno, a los dos. Yo tenía diez años por aquel entonces y era
difícil llegar a mi madre si este menda no daba el visto bueno.
─Eso es verdad ─Regresó con tres copas y les indicó el
salón─. Venga, la última en la terraza, aprovechemos que los
niños están dormidos.
─No, gracias, creo que yo me voy a la cama ─contestó Paola
suspirando─. Mañana madrugamos para el partidillo de fútbol
y estoy un poco cansada.
─¿Me vas a dejar solo con este rufián? ─Le preguntó
entornando los ojos y ella se echó a reír.
─Me temo que sí.
─No, no te lo permito. Venga, la última. No puedes
abandonarme justo hoy.
─No te abandono, te dejo en buenas manos.
─Es nuestro momento del día, Paola, nos lo hemos ganado.
─Lo sé, pero, en serio, necesito dormir, ha sido una semana
muy larga.
─Bueno, está bien, pero me lo apunto y me lo debes ¿ok? Te
lo cobraré en Italia.
─Trato hecho. Buenas noches.
Les sonrió a los dos, él le devolvió la sonrisa y la siguió
con los ojos un poco obnubilado hasta que se perdió en la
oscuridad del pasillo. Se giró para caminar hacia la terraza,
aun sonriendo, pero se detuvo al encontrarse con la mirada
inquisidora de Magnus, que llevaba mucho rato en silencio.
─¿Qué pasa?
─¿Qué estás haciendo, tío?
─¿A qué te refieres?
─¿Y ese tonteo?
─¿Qué tonteo?
─¿Te estás acostando con Paola?
─¡No!, pero ¿qué dices?
─No sé, percibo mucha química en el ambiente.
─Es la cuidadora de mis hijos, no llevamos bien.
─No, no, no, macho, tú nunca has tratado así, con tantas
confianzas, a ninguna de las cuidadoras de tus hijos.
─Eso es falso, siempre intento…
─Mentira.
─Venga, Magnus, déjalo.
─¡Me cago en la puta!, ¡te mola tu niñera! ─Exclamó muerto
de la risa y él lo hizo callar.
─No digas gilipolleces y baja el tono, por favor, puede oírte.
─Te conozco desde hace veintiséis años, Leo Magnusson, y sé
reconocer cuando te gusta una mujer.
─No es cierto.
─Esta chica te tiene descolocado y no me extraña, porque está
buenísima y es muy interesante.
─Suficiente ¿ok? Salgamos a la terraza.
Caminó hacia salón, lo cruzó y llegó a la única terraza
abierta de la casa donde casi todas las noches, desde que
habían regresado de las vacaciones de Pascua en Italia, se
sentaba con Paola para tomar una copa de vino charlando
tranquilamente de sus cosas, hablando de lo divino y de lo
humano después de meter a los niños en la cama.
De pronto se dio cuenta de lo inusual de aquella
costumbre, que se había instaurado sin hablarlo, ni
proponérselo en su vida, y que esperaba con cierta ansiedad
durante todo el día, y se desplomó en un sofá aceptando que
igual había traspasado algunos límites con ella, que, al fin y al
cabo, trabajaba para él, pero aceptando también que no tenía
ninguna intención de renunciar a ello.
─Si te gusta de verdad no es nada malo, tío, al contrario, ya
era hora de que te pillaras por alguien. Agnetha murió hace
cuatro años.
─Tu madre odiaba que la llamaras por su nombre ─Lo miró de
soslayo y Magnus se echó a reír.
─No cambies de tema, a mí no me toreas, Leo, te conozco
demasiado bien.
─No sé qué quieres que te diga. Paola cuida de tus hermanos,
es estupenda en su trabajo, me ha liberado de muchas cargas
desde que vive con nosotros. Literalmente, nos ha cambiado la
vida y eso me hace sentir a gusto y en sintonía con ella.
─¿O sea que te gusta?
─Supongo que sí, ¿a quién no le gustaría?, es preciosa,
ingeniosa, divertida, tiene muchos recursos, además, es normal
que me sienta atraído por una persona con la que comparto
techo, responsabilidades, obligaciones y muchas horas desde
hace seis meses.
─¿Te había pasado antes?
─No, porque las otras niñeras no tenían su perfil, ni eran tan
afines a mí, ni se habían quedado tanto tiempo con nosotros.
─¿Y qué piensas hacer al respecto?
─¿Que qué pienso hacer al respecto?, pues, nada. ¿Qué
quieres que haga?
─No sé, el Leo Magnusson que yo conozco ya se la habría
camelado a fondo.
─Madonna Santa!
─¡¿Qué?!, ¿cuál es el problema?
─Ninguno, salvo que trabaja para mí, es mi amiga, los niños la
necesitan y no quiero complicar las cosas; sin contar con que
es diecisiete años más joven que yo.
─Menuda chorrada.
─Ninguna chorrada, te pega más a ti que a mí.
─Sí, pero a mí no me mira cómo te mira a ti, y lo cierto es que
ya lo intenté y me fue fatal.
─¿Cómo dices?
─La he invitado a salir dos veces, una a un concierto y otra a
tomar una copa con mis amigos, y declinó ambas invitaciones.
Ahora entiendo por qué, está claro que te prefiere a ti.
─Me prometiste que la ibas a dejar en paz.
─Eso fue al principio, pasados los meses también nos hicimos
amigos y no sé, siempre he pensado que necesitaba divertirse
un poco más, pero eso ya es historia. Volvamos a lo tuyo.
─No hay nada de lo mío.
─Deberías aceptar lo que te pasa, ser un hombre y tirarte a la
piscina con todo el equipo, no estás para dejar pasar muchas
oportunidades y ella es una gran oportunidad.
─¿Consejos sentimentales, Magnus? ─se echó a reír y él
frunció el ceño.
─En la práctica tengo mucha más experiencia que tú en estas
lides, amigo mío ─Lo señaló con el dedo─. Te liaste con mi
madre cuando tenías veinticinco años y hasta hoy. Después de
que ella muriera te has tirado a todo lo que se meneaba, es
cierto, pero no has intimado con ninguna mujer, ¿verdad?, con
ninguna como lo estás haciendo ahora con Paola y creo que
deberías aprovecharlo.
─Ay, señor.
─Ya sé que mamá y tú teníais una pareja abierta y que os
veíais con más gente, en grupo o a solas ─continuó hablando y
Leo se pegó a la silla sorprendido─. No me mires así, siempre
lo he sabido porque ella me lo contaba todo, y la verdad es que
siempre me pareció perfecto que fuerais tan abiertos, pero…
─¿O sea que sabías que ella se veía con tu padre a mis
espaldas? ─Lo interrumpió y Magnus parpadeó desconcertado.
─No, no lo sabía.
─¿En serio?
─¿Qué pregunta es esa?
─No sé, al decirme que ella te lo contaba todo e imaginado
que tal vez te había hablado de su aventura con Stellan.
─No, nunca me dijo nada, seguramente porque sabía que yo
iba a estar en desacuerdo y que le iba a montar un cirio
considerable.
─¿Y por qué crees que lo hacían?, ¿por qué crees que se veían
desde hacía dos años después de todo lo que pasó entre ellos?
Se atrevió a preguntar por primera vez desde la muerte
de Agnetha y tomó un sorbo de vino observando la reacción de
Magnus, al que había criado como a un hijo en ausencia de un
padre irresponsable y egocéntrico como Stellan Mattsson.
─Ni idea y ella ya no está aquí para explicarlo ─respondió al
cabo de unos minutos de silencio─, y con el cabrón de mi
padre sigo sin hablar, así que, lo siento, no tengo respuesta
para eso.
─Lo sé…
─¿Qué te dolió más? ¿Qué tuviera una aventura tan larga o
que fuera con mi padre?
─Que fuera con tu padre, porque hasta donde yo sabía lo
odiaba con toda su alma, pero también que tuvieran una
aventura secreta me destrozó, porque llevamos veinte años
siendo una pareja abierta y nunca nos habíamos ocultado nada,
ni nos habíamos escondido ni mentido el uno al otro. Ese
engaño creo que nunca lo acabaré de digerir.
─La mujer de mi padre dice que estaban pensando en romper
cuando tuvieron el accidente.
─Ya, me lo dijo en el funeral, pero a saber, Magnus, ya nunca
sabremos de verdad qué estaba pasando y por qué.
─¿Por eso no te lanzas a tener una relación con tu super sexy
niñera italiana? ─bromeó y Leo relajó los hombros─ ¿Tienes
miedo a que te la vuelvan a jugar?
─No, no es eso. Y no es italiana, es medio italiana, medio
española, que es mucho más sexy ─le guiñó un ojo y Magnus
se echó a reír a carcajadas─. El quiz de la cuestión es que yo
no busco un compromiso, ni una relación al uso, no por ahora,
no hasta que los niños sean mayores, y no voy a meter a Paola,
que está en edad de enamorarse, casarse o tener hijos, en una
historia superficial y sin futuro.
─Eso es que te gusta cantidad, macho, de lo contrario, ya te la
habrías pasado por la piedra.
─¿Qué edad tienes?, ¿quince años?
─Sí, sí, tú sigue desviando la atención. Leo ─se inclinó para
hablarle de cerca─. Paola te gusta, es guapísima, lista y una
mujer adulta, tal vez deberías dejar que ella decidiera lo que
quiere o no quiere hacer contigo, o lo que espera de la vida a
los treinta y cuatro años. A lo mejor estás anticipando
acontecimientos y lo que ella busca en este momento también
es una simple y superficial aventura. Recuerda que está
saliendo de una historia sentimental de muchos años.
─No creo que a Leo y Alex les hiciera mucha gracia.
─¿Vas a dejar que ese par de enanos te condicionen la vida?
─Ya lo hacen, lo hacen desde que nacieron.
─Pues muy mal, porque dentro de nada crecerán y adiós muy
buenas.
─¿Sabes qué?, adiós muy buenas te digo yo a ti ahora, me voy
a la cama.
─Leo…
─Buenas noches.
13

─No tengo a dónde ir, esta noche voy a dormir en un hotel,


pero mañana…
Anders la miró con ojos tristes, pero sinceros, concluyó,
evaluándolo con objetividad, y dio un paso atrás pensándose si
sería o no mala idea echarle un cable después de todo lo que le
había hecho, o preguntándose si él, en su misma circunstancia,
se hubiese apiadado de ella o le habría cerrado la puerta en las
narices.
Con total seguridad le habría dado la espalda, de eso no
le cabía la menor duda, por lo tanto, lo normal sería hacerle
algo parecido y olvidarse de él, pero, gracias a Dios, ella no
era como él y no iba a empezar a serlo a esas alturas de su
vida.
─No puedo contar con mi familia, ya sabes, ni con mis
amigos, porque son todos unos pirados; solo te tengo a ti, Pao,
y por eso vengo a arrastrarme para pedirte de rodillas este
favor, solo serán un par de días, te doy mi palabra de honor.
─Está bien, puedes quedarte dos días a partir de mañana, yo
me voy de viaje, pero vuelvo en seguida y no quiero
encontrarte en mi casa, ni ver huellas tuyas en ninguna de mis
cosas. ¿Estamos?
─Por supuesto.
─Está bien, mañana a las diez de la mañana nos vemos en el
portal, ni un minuto más tarde, porque a esa hora me tengo que
ir al aeropuerto y si no estás no te esperaré.
─Claro, mil gracias, Paola, no sé ni cómo agradecértelo.
─Muy fácil, cumpliendo con tu palabra y quedándote solo dos
días.
─Es el tiempo que necesito para que me entreguen las llaves
de un apartamento, mañana firmo el contrato y en cuarenta y
ocho horas me podré instalar allí.
─Genial. Te veo mañana, ahora tengo que irme.
─Pao…
La detuvo cuando se levantó de la mesa, de ese café
cerca de su casa dónde habían quedado tras muchos ruegos
telefónicos, y Paola lo miró y le hizo un gesto para que
hablara.
─¿No quieres que te cuente lo que ha pasado con Ava?
─La verdad es que no.
─Me ha echado de casa porque dice que sigo enamorado de ti,
ha pedido la custodia completa de la niña y sus padres y los
míos se han puesto de su parte.
─Le habrás aclarado que se equivoca y que entre nosotros no
hay nada desde hace años ─entornó los ojos─, aunque en
realidad no sé para qué te digo nada, la pura verdad es que me
importan poco tu vida o tus problemas familiares. Me voy.
─¿No hablarías tú con ella?
─¿Perdona?
─No sé, es una idea, igual si tú le aclaras que no nos estamos
viendo, ni le estoy siendo infiel contigo, ella…
─En serio, Anders, tienes mucha cara. No la llamé para
contarle que no me dejabas en paz, no la voy a llamar ahora
para esto ¿Cómo se te ocurre pedirme algo así?, ¿estás loco?
─Ok, está bien, lo siento, tenía que intentarlo. Estoy
desesperado, Pao.
─Me lo imagino y lo siento mucho, pero, afortunadamente,
ese ya no es mi problema ─se ajustó la mochila y le dio la
espalda para irse─. Mañana a las diez en punto o te quedas sin
las llaves.
Salió del café de prisa y corrió para llegar a tiempo de
coger el tren de Södermalm a Vasastan, que pasaba cada media
hora, porque, aunque no le apetecía nada cruzar la ciudad para
ir hasta la casa de su jefe, se había olvidado unos
medicamentos en su dormitorio y no tenía tiempo para
conseguir otra receta.
Leo y Álex habían terminado el colegio el 14 de junio y
el 16 se habían ido a Noruega para pasar diez días con su
misterioso tío Björn, el hermano pequeño de su madre, que
tenía cuarenta y dos años y que, según Magnus, estaba como
una chota, aunque adoraba a los niños y normalmente se lo
pasaban genial con él porque era divertidísimo y vivía como
un vikingo.
Desgraciadamente, aún no lo conocía en persona, pero
estaba deseando coincidir algún día con él, porque lo había
buscado en Internet y era cierto lo de su modo de vida vikingo
y su filosofía nórdica de autoabastecimiento, y su relación
pura con la naturaleza. Una verdadera pasada.
Se subió al tren pensando en su amiga Candela, que
seguro moriría de amor por un tipo así de salvaje y genuino, y
se sentó apuntando mentalmente llamarla para quedar con ella
cuando volviera de Londres, porque hacía muchísimo tiempo
que por culpa del trabajo no se veían y apenas hablaban por
teléfono.
La verdad es que era una pena lo abandonados que tenía
a sus amigos, pero no era todo culpa suya. La cruda realidad
era que trabajar cuidando de dos niños pequeños a tiempo
completo la tenía completamente absorbida y ni se acordaba
de quedar o de llamar a la gente, pero tampoco es que ellos
hicieran nada por remediarlo, porque algunos seguían
escandalizados con su trabajo como Au Pair y preferían
esquivarla para evitar discusiones o críticas innecesarias, y
porque ella lo prefería así. Total, esos tampoco es que fueran
amigos de verdad, y en los últimos meses había conocido a
otras personas mucho más interesantes y sin prejuicios:
Marina, por ejemplo, o Magnus, y por supuesto, el maravilloso
Leo Magnusson.
Ay, Leo Magnusson, suspiró, mirando el atuendo
veraniego y colorido de la gente que llenaba el tren, aunque
fuera no superaran los 21º; pero es que el verano era el verano
para los suecos y con dieciocho horas de luz continua ellos se
hacían a la idea y lo disfrutaban como si estuvieran en una
playa de Alicante.
A 17 de junio, el sol salía a las 3:40 de la madrugada y
se iba a las diez de la noche. Un largo día que era aprovechado
a tope y que llenaba bares, terrazas, calles y parques, como el
precioso Vasaparken, que estaba frente a la casa de los
Magnusson y que se imaginó era dónde iban la mayoría de sus
compañeros de viaje, sobre todo la gente joven que solía
desplazarse hasta allí para hacer picnic o botellón, o lo que se
terciara.
Normal, concluyó, llegando a su parada, se bajó y volvió
a pensar en su jefe con un nudo en el estómago, o con
mariposas en el estómago, como decía Natalie, esas mariposas
que no se podía quitar y que la hacían andar sonriendo como
una boba por todas partes, sobre todo, cuando tenía la fortuna
de verlo sin que él la viera, y cuando podía observarlo a gusto
y deleitarse en su pinta perfecta y algo desaliñada. Su estatura
ideal, el pelo castaño algo largo, esa cara tan varonil y
atractiva, la barba de tres días y sus ojazos verdes que parecían
de otro mundo… y oír su voz ronca y varonil, sobre todo
hablando en italiano, un idioma que le sentaba tan bien y que
lo hacía completa, absolutamente, irresistible.
Llevaba siete meses trabajando con él y los últimos dos
había descubierto que se moría por sus huesos.
Antes de ir a Italia lo veía como un papá cañón y
deslumbrante, pero después de pasar una semana juntos en el
Lago Maggiore, y de haber conectado tan bien, de entenderse
tan bien, había empezado a mirarlo de otra manera y a
emocionarse solo de escuchar cómo pronunciaba su nombre.
Aún y a pesar de la insufrible presencia de la tía Alicia
en la segunda mitad de sus vacaciones de Pascua, ellos habían
logrado crear su propio ecosistema, su propio lenguaje y
complicidad, y desde entonces no se lo podía quitar de la
cabeza. Era un amor platónico en toda regla, por supuesto,
pero era hermoso e intenso, y le encantaba sentirse así de
revolucionada y contenta, emocionada, porque gracias a él
había vuelto a sentirse guapa y admirada, incluso cortejada,
porque encima era muy galante y tenía muchos detalles con
ella, y con eso le valía de sobra para ilusionarse unos cuantos
años más. Al menos hasta que encontrara un amor verdadero y
posible que fuera capaz de quitárselo de la cabeza.
Entró en el piso con su llave, sabiendo que él estaba en
Noruega dejando a los niños, y se fue directo a su habitación
para buscar sus medicinas en el botiquín de su cuarto de baño.
Las encontró en seguida, se miró en el espejo y sin querer se
acordó del viaje a Italia, cuando había cruzado aeropuertos a
su lado, y compartido fila de asientos en el avión, y se rio sola,
porque había sido como jugar a un juego de rol donde ella
tenía un marido de diez y dos niños preciosos. Aquello la
había hecho sentirse fuerte, o poderosa, no sabía cómo
definirlo, salvo que había sido genial, tal vez porque siempre
había soñado con sentirse así de bien junto a Anders y a los
hijos que habían pensado tener juntos.
─¿Paola?
Preguntó Leo Magnusson por su espalda y ella saltó y
del susto tiró las cajitas de medicamentos al suelo.
─¡Jesucristo!, qué susto me has pegado, no sabía que
estuvieras en casa.
Se giró para mirarlo a los ojos y lo vio allí tan guapo, con
sus vaqueros desteñidos, su camiseta gris y los pies descalzos,
y se sonrojó de la pura emoción de verlo.
─Lo siento, no sabía que ibas a venir. No te he oído entrar,
eres muy sigilosa ─ella asintió─ ¿Qué haces aquí?, yo ya te
hacía en Londres con tu hermana.
─Y yo a ti en Noruega con los niños.
─Al final apareció Björn en Estocolmo, porque tenía que
firmar unos papeles, y se los llevó él. Me ahorró el viaje y yo
que se lo agradezco, porque así adelanto algo de trabajo. ¿Cuál
es tu excusa?
─Se me quedaron aquí mis medicinas de la alergia y mis
vitaminas y no me da tiempo a pedir otra receta porque me
voy mañana temprano a Londres, así que me he venido
corriendo a buscarlas.
─Vaya, lo siento… ven y tómate algo conmigo. ¿Has cenado?
─No ─lo siguió por el pasillo disfrutando de la visión de su
espalda recta y perfecta, y él se detuvo para señalarle la
terraza.
─Espérame allí y en seguida llevo algo de picar. Me han
regalado una cesta con productos italianos estupendos. ¿Qué
quieres beber?
─Lo mismo que tú.
Ni se molestó en declinar la invitación, porque estaba
segura de que no la dejaría irse, pero principalmente porque le
encantaba la idea de quedarse un ratito con él, y salió a la
terraza donde tenía una caja llena de fotografías en el suelo.
No quiso curiosear, pero sí pudo ver por encima que se
trataban de fotos Polaroid antiguas y otras no tan antiguas
donde se podía ver perfectamente a Agnetha, a Magnus y a los
gemelos pequeñitos.
Se acomodó en el sillón donde se sentaba siempre, todas
aquellas noches que acababan allí charlando como dos buenos
amigos, y esperó con paciencia a que apareciera con una
bandeja de antipasto o aperitivos italianos de primera, y media
botella de Brunello de Montalcino.
─Qué bien, qué rico, muchas gracias. ¿Aceitunas y suppli?,
creo que voy a morir ─comentó suspirando y él le guiñó un
ojo.
─Cuando los he visto he pensado lo mismo. Sírvete tú misma,
Paola.
Le acercó un plato con cubiertos y una servilleta, y se
sentó en su sofá sirviendo las copas de vino mientras se metía
un trocito de salami en la boca. Paola lo miró de reojo con una
sonrisa, pensando una vez más que hasta comiendo era casi
perfecto, y luego se dedicó picar suppli y frittata con mucho
entusiasmo, porque llevaba desde la mañana sin probar
bocado.
─¿Qué tal han llegado los niños a Noruega?
─Bien, se fueron de Oslo a Helgeland en la avioneta de un
amigo de Björn y estaban encantados. Imagínate, casi como
Indiana Jones.
─Me lo imagino ─Abrió los ojos un poco sorprendida por
semejante aventura y él le sonrió.
─No hay de qué preocuparse, es un avión muy seguro y al
piloto lo conozco desde hace años.
─Vale.
─En Helgeland su tío tiene ocho perros, no sé cuántos gatos y
varios caballos. Esta mañana ya habían salido a montar y
mañana se van de pesca muy temprano. Ir a visitar a Björn es
el sueño de cualquier niño de once años.
─Estaba ilusionadísimos.
─Sí, Björn es un tío peculiar, pero estupendo, y vive en una
especie de comunidad rodeado de amigos que tienen familia y
niños de todas las edades. Tendrías que venirte con nosotros
un día para ver aquello, es muy… salvaje… ─se echó a reír y
la señaló con el tenedor─. No sé qué tan salvaje eres tú, pero si
te gusta la naturaleza y la vida sencilla seguro que te lo
pasarías muy bien.
─Creo que yo soy más urbanita, pero me encantaría conocer
Helgeland. Apenas conozco Noruega, solo he estado en Oslo y
fue para ir a la boda de un amigo de Anders, así que tampoco
vimos demasiado.
─¿Sabemos algo de Anders? ─Preguntó sin mirarla y ella
resopló.
─Lo han echado de su casa, así que lo voy a dejar dormir dos
noches en mi piso.
─¿En serio?
─Sí, mientras estoy en Londres. Parece que todo el mundo le
ha dado la espalda y está prácticamente en la calle.
─¿Sigue teniendo alguna posibilidad contigo?
─¡No! ─se apresuró a contestar un poco ofendida por la
duda─. Finito e finito.
─¿Segura?
─Por supuesto, ya no me fio de él y no me fiaré nunca, y el
amor se acabó hace tiempo, aunque me costara aceptarlo.
─Entiendo que erais una pareja exclusiva y…
─Pues claro ─lo cortó moviendo la cabeza─, nunca fuimos
una pareja abierta, eso no iba con nosotros y mucho menos
conmigo.
─¿Por qué no?
─Porque yo lo doy todo en una relación, para mí el amor es
exclusivo, el compromiso es completo y no lo concibo de otra
manera. Yo lo doy todo y espero lo mismo de la otra persona.
No me gusta vivir a medias. Igual soy egoísta, pero necesito el
paquete completo ─soltó una risa y él se apoyó en su respaldo
para observarla con atención─. Te pareceré anticuada o
ingenua, pero es la verdad y no engaño a nadie.
─No me parece ni una cosa ni la otra.
─Vale.
─Pero el sexo es sexo y el amor es otra cosa, se pueden
compartir ambos, disfrutar del sexo fuera de la pareja con otras
personas y tenerlo todo sin hacer daño a nadie.
─A mí me haría daño.
─Si se sientan unas bases de confianza mutua y ambas partes
están de acuerdo, la pareja abierta puede resultar muy
enriquecedora y divertida; suele fortalecer a las parejas
estables que llevan mucho tiempo juntas.
─¿Crees que si Anders y yo hubiésemos tenido una pareja
abierta nos habría ido mejor?
─No creo nada, solo digo que hay que estar abierto a nuevas
experiencias y no cerrarse en banda a otras opciones de pareja
tan válidas como la monogamia.
─La teoría es preciosa, y adulta, y seguro que muy
beneficiosa, pero conociéndome, sé que no va conmigo.
─Qué lástima.
─¿Por qué?
─Porque entonces tú y yo nunca podremos tener nada.
Se lo soltó tan ancho, bebiendo un sorbo de su copa de
vino y ella parpadeó un poco desconcertada, con el corazón
subiéndose a la garganta, hasta que dio por hecho que estaba
bromeando y relajó los hombros buscando una salida honrosa
a la broma.
─Me temo que tú y yo nunca nos convertiremos en el tópico,
Leo.
─¿Qué tópico?
─El del jefe y la niñera.
─Nosotros somos mucho más que “el jefe y la niñera”, somos
amigos ¿no?
─Eso sí.
─Y tú me atraes muchísimo, creo que yo te atraigo a ti, y, en
condiciones normales, es decir, si nos hubiésemos conocido en
otras circunstancias, estoy seguro de que hace tiempo que te
habría tirados los tejos con la esperanza de que me dieras una
oportunidad.
Comentó aquello sin pestañear, directo al grano como
solían hacer los suecos, hombres y mujeres, y ella se sonrojó
sin saber qué responder o cómo seguir la chanza con
naturalidad, sin parecer una inexperta o una mojigata. Se
inclinó para coger su copa de vino y se la bebió de un solo
trago.
─¿Te incomoda que te hable así? ─Le preguntó él antes de que
ella reaccionara─, sé que puede parecer inapropiado, si es así,
mis más sinceras disculpas.
─No me parece inapropiado, es que, a pesar de llevar diez
años en Suecia, a veces me cuesta pillar vuestro sentido del
humor y no sé cuándo me estáis vacilando o no.
─No te estoy vacilando, yo soy más italiano que sueco, por
más que me pese, y hablo completamente en serio.
─¿Por más que te pese?
─Bueno, no conozco a mi padre biológico, fui un accidente
vacacional en la vida de mi madre y, sin embargo, mi sangre
italiana siempre ha sido muy… potente y se ha hecho notar.
Toda la vida me he sentido diferente a mis compatriotas
suecos, porque mi alma es básicamente italiana, y eso es
complicado de digerir y muchas veces me ha pesado.
─Entiendo ─lo miró y él le sostuvo la mirada─, debo
reconocer que a mí me encanta tu alma italiana.
─Porque congenia con la tuya.
─Será eso ─se sirvió más vino y volvió a beberse la copa de
un trago─. Bueno, ya que estamos siendo sinceros, tú también
me atraes muchísimo, pero ni en sueños me podría plantear
tener algo contigo, no solo porque eres de relaciones abiertas y
esas historias, sino porque me pareces inalcanzable.
Ya está, lo soltó sin titubear y miró hacia el parque
percibiendo que Leo Magnusson se ponía de pie y se le
acercaba para sentarse a su lado.
Sin poder evitarlo se le tensaron todos y cada uno de los
músculos del cuerpo y no se movió, esperando a que él dijera
o hiciera algo, porque ella, en las condiciones en las que
estaba, no era capaz ni de moverse.
─No vuelvas a decir eso, Paola, nadie es inalcanzable y mucho
menos yo, que solo soy un padre cincuentón prendado de la
chica que vive en su casa y cuida de sus hijos.
Empujada por una especie de resorte invisible, volvió la
cabeza para mirarlo a los ojos y le sonrió, estiró la mano para
acariciarle la mejilla y se le acercó muchísimo, hasta sentir su
aliento caliente pegado al suyo. No se contuvo más, cerró los
ojos y lo besó.
Primero le dio un beso suave en los labios entreabiertos,
percibiendo su aroma varonil y delicioso que le deshacía los
huesos desde hacía muchos meses, y luego sintió su lengua,
separó los labios y lo besó con ansiedad, comprobando que
besaba de cine y que sabía a Brunello de Montalcino y a él,
porque era riquísimo, y se dio cuenta de que no podría
prescindir de esos besos nunca más, no mientras siguiera viva.
Sin hablar se le montó encima y él le sacó la camiseta
por la cabeza con mucha delicadeza, le soltó el pelo, se lo
acarició mirándola a los ojos y luego le bajó el sujetador y le
atrapo los pechos con ambas manos, sin dejar de sostenerle la
mirada, hasta que se inclinó y se los lamió y succionó con la
boca abierta, provocando que ella arqueara la espalda de puro
placer.
Despacito, le lamió desde los pezones hasta el cuello y
luego volvió a atraparle la boca y la besó sin cesar mientras la
desnudaba con una habilidad sorprendente y, antes de pensar
en qué estaba haciendo y en lo que aquello podría significar
después, se abrió completamente a él y dejó que la penetrara
con fiereza y maestría, agarrándose a su espalda suave y
fuerte, sintiendo su abdomen caliente pegado al suyo, y dando
gracias al universo por regalarle un amante así de maravilloso,
así de intenso y precioso. Alguien que parecía haber estado
esperando toda su vida.
14

─Vaya, la propiedad es realmente impresionante.


Comentó Franco Santoro, observando las vistas desde su
enorme terraza en Stresa, frente al Lago Maggiore, y Leo se
apoyó a su lado en la barandilla, pero no para admirar el lago
sino a Paola Villagrán, que en ese momento estaba en la
piscina, sentada junto a la escalerilla y con los pies en el agua,
siguiendo atenta las clases de natación que habían acordado
contratar para Leo y Álex ese verano, el primero de ella en sus
vidas.
─¿Habéis reformado la casa muchas veces? ─Preguntó Franco
y él dejó de mirar a Paola y le prestó atención.
─Solo ha tenido una gran reforma, la primera, que fue en
1970, a partir de entonces la hemos pintado y mantenido en
perfectas condiciones, pero no la he vuelto a tocar. No quiero
hacerle nada, porque era cómo le gustaba a mi madre y como
la disfrutamos mis hermanas y yo de pequeños.
─Claro, tampoco le hace falta, es una casa preciosa.
─Gracias. La primera reforma la hicieron tu padre y tu tío ─Le
recordó y Franco lo miró y movió la cabeza riéndose─. Yo soy
la prueba viviente de todo aquello.
─Madre mía, Leo, todo esto me sigue pareciendo un culebrón
mexicano.
─Tal cual.
Le contestó y volvió a posar la mirada en esa chica
preciosa y sexy que lo tenía medio hechizado desde hacía unas
semanas, concretamente desde el 17 de junio, cuando habían
hecho el amor por primera vez en la terraza de su casa y
habían descubierto que se gustaban de verdad y que
compartían una química sexual extraordinaria, de esas que ni
se compraban ni se simulaban, y que podían poner la vida para
arriba de cualquier persona.
─Yo reformé el palazzo de Marco en el Lago Como y no le
hicimos apenas modificaciones ─continuó diciendo Franco─,
solo se hizo una reforma interior, el edificio lo respetamos y
reforzamos. Supongo que algo así se hizo aquí en 1970.
¿Quién fue el arquitecto que firmó la obra?
─No tengo ni idea, pregúntaselo a tu padre, a lo mejor se
acuerda.
─Lo haré… bueno… debería irme, Agnese y los niños me
están esperando para coger un vuelo.
─¿A dónde vais?
─A Cádiz, ella estudió en Sevilla y le encanta veranear en
España, además se vienen Valeria y Fabrizio. Solo estaremos
allí un par de semanas, así que espero que nos dé tiempo de
vernos otra vez antes de que volváis a Suecia.
─Claro, esta vez toca que vengáis aquí y prepararemos una
buena barbacoa a la sueca.
─Suena genial ─Se acercó como para abrazarlo, pero como él
no se movió, Franco optó por palmotearle la espalda─. Bueno,
tío, me voy.
─¡Chicos! ─llamó a los niños─. Decid adiós a Franco.
─¡Adiós!
Gritaron los dos y también Paola, que los miró con esa
sonrisa radiante que tenía, y Franco les dijo adiós con la mano
y luego giró hacia la casa para salir por el jardín delantero a
buscar su coche. Leo lo acompañó un paso por detrás,
alucinando con lo mucho que se parecían, porque de espaldas
era como mirarse en un espejo, y lo acompañó hasta su 4X4
con las manos en los bolsillos.
─Entonces quedamos en que mando a tu ayudante el proyecto
de Drottingholm para que consiga los permisos. Solo nos haría
falta la firma de un arquitecto sueco, porque no quiero
compartir este proyecto con el marido de mi ex, ¿de acuerdo?
─De acuerdo, ni se enterará, es nuestro y lo firmo yo ─Le
respondió y Franco abrió la puerta del coche y se lo quedó
mirando con algo incredulidad─. También soy arquitecto, tío,
no sé cómo a estas alturas del partido aún no lo sabes.
─No lo sabía, apareces como empresario en todas partes.
─Escuela de arquitectura del Real Instituto de Tecnología de
Estocolmo. No proyecto desde hace años, pero sigo teniendo
el título y la firma.
─Vale, pues, genial, colega. Más cosas en común ─Le dio un
apretón de manos y se montó en el 4X4─. Gracias por el
expreso y nos vemos dentro de un par de semanas. Adiós.
─Arriverderci y pasadlo bien en España.
Esperó a que se fuera y miró a su alrededor disfrutando
de la buena temperatura reinante, porque hacía bastante calor,
pero el viento que venía de las montañas refrescaba lo
suficiente como para no sentir el agobio típico del verano
italiano, que en otras zonas del país era insoportable.
Saludó a un vecino con una venia y volvió a entrar en su
jardín pensando en Franco Santoro, que se había pasado a
saludar sin previo aviso, solo porque tenía una obra cerca de
Stresa; algo impensable en Suecia, pero muy típico de los
italianos que, cuando tenían confianza, amistad o parentesco
contigo, se podían presentar en tu casa sin una invitación
formal, solo llamándote por teléfono diez minutos antes.
De normal, aquello le habría molestado un poco, porque
no estaba acostumbrado, pero tratándose de Franco no le había
importado, al contrario, porque le caía genial y porque,
además de ser su medio hermano biológico, Franco Santoro
era un tipo brillante, tanto, que acababa de ganar en concurso
público la construcción de una gran biblioteca cerca de
Estocolmo y había pensado en él para hacerse cargo de la obra.
Estupendo, concluyó, caminando hacia el patio trasero
donde estaba la piscina, los niños y la preciosa Paola
Villagrán, que llevaba uno vaqueros cortos sobre el bikini y la
parte de arriba, color rosa, a la vista de todo el mundo, también
del instructor de natación que en ese momento estaba hablando
con ella muy entregado mientras Leo y Álex hacían una
carrera de crol.
Sintió un pinchazo raro en el estómago, algo parecido a
los celos, o eso creyó, porque no tenía mucha experiencia al
respecto, y a punto estuvo de bajar de dos zancadas a despedir
al monitor, porque se la estaba comiendo con los ojos, pero se
contuvo y se quedó quieto en la barandilla con vistas al lago
para seguir la evolución de la escena a la distancia,
tranquilamente, sin intervenir y tratando de concentrarse en
sus hijos, que eran los que estaban aprendiendo a nadar mejor
ese verano.
Los saludó con la mano, ellos devolvieron el saludo y se
lanzaron a nadar otra vez, en esta ocasión seguidos de cerca
por el profesor que se había apartado de Paola para animarlos
y hacer algunas correcciones, cosa que lo alivió, aunque no
entendía muy bien por qué, porque él no era celoso y Paola
podía tontear con quién quisiera, si es que estaba tonteando,
porque conociéndola, lo dudaba un poco.
Ella lo miró cómo leyéndole el pensamiento, se cubrió
del sol con una mano y le sonrió; él devolvió la sonrisa y
decidió bajar para sentarse a su lado y observar los últimos
minutos de la clase de cerca.
─Hej, min sköna ─Susurró, rozando su muslo desnudo con el
dorso de la mano y le guiñó un ojo metiendo los pies en el
agua.
─¿Qué tal con Franco?
─Muy bien, venía para comentarme un proyecto nuevo de
trabajo.
─¿Aquí?
─No, en Drottingholm, a veintiún kilómetros de Estocolmo.
Ha ganado un concurso para construir una biblioteca pública y
nosotros nos haremos cargo de la obra.
─Qué bien.
─Sí. Ha dicho que volverán a vernos cuando regresen de sus
vacaciones en España.
─¿En España?, ¿dónde?
─Cádiz, me comentó que su mujer había estudiado en Sevilla
y que le encanta veranear en España.
─Es verdad, hizo un máster en conservación y restauración de
bienes culturales en la Universidad de Sevilla y pasó un año en
la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, en
Madrid. Habla perfectamente español.
─¿Cómo sabes eso?
─Me lo contó cuando fuimos a su casa en Semana Santa.
─Siempre admiraré la capacidad que tenéis las mujeres de
recordar los datos biográficos de la gente ─soltó una risa y ella
movió la cabeza.
─Solo prestamos atención.
─¡Papá!
Los niños acabaron la clase, se acercaron para saludarlo y
antes de darse cuenta ya lo habían tirado al agua, así que se
sacó la camiseta y decidió nadar un poco y jugar con ellos
mientras Paola se ponía de pie y acompañaba a Bruno, el
monitor de natación, a la salida.
Sin poder controlarse los siguió con los ojos, pendiente
de lo que ese chaval le decía con cara de embobado, y vio
aparecer por su derecha a Catalina, la persona que cuidaba de
la casa y de ellos en Stresa, señalándose el reloj con cierta
impaciencia.
─Tengo el almuerzo preparado, salid ya del agua, niños.
─Es muy pronto ─Protestaron los gemelos y ella asintió.
─Prontísimo, pero vosotros tomáis el lunch a esta hora. ¿No
tenéis hambre?
─¡Sí!
─Vale, entonces a comer todo el mundo.
Catalina los ayudó a salir del agua y Leo los imitó,
abandonó la piscina y cogió una toalla de las tumbonas sin
poder dejar de vigilar la casa, porque Paola no hacía amago de
volver y aquello empezó a incomodarle.
─¿Paola está en la cocina? ─Le preguntó a Catalina y ella lo
miró entornando los ojos.
─No lo sé, acabo de verla salir con Bruno.
─Ya hace un rato.
─Hará cinco minutos, don Leo.
─Bueno, venga, chicos, una ducha rápida aquí mismo y a
comer.
Los puso a los dos debajo de la ducha que su madre
había mandado a construir en el jardín junto a la piscina hacía
ya cuarenta años, y los ayudó quitarse el cloro sin dejar de
vigilar la casa, esperando a que apareciera Paola, pero no lo
hizo, así que los envolvió con una toalla a cada uno y se los
llevó a la terraza de la cocina donde Catalina había servido una
variedad de delicias frías que ellos se lanzaron a atacar con su
entusiasmo habitual.
─Sentaros y ahora vuelvo. Catalina, écheles un ojo, por favor.
─No se preocupe, si conmigo se portan muy bien.
─Genial, vuelvo en seguida.
Entró en la casa y se fue directo a la puerta principal,
pero ahí no había nadie, la abrió y se asomó al jardín y a la
calle, tampoco divisó a nadie, mucho menos al tal Bruno o a
Paola, y regresó sobre sus pasos para ir a buscarla a su
dormitorio.
Caminó por el pasillo con paso firme y subió las
escaleras cada vez más alterado y sin saber muy bien por qué,
y cuando llegó a su habitación entró sin llamar y caminó hacia
su cuarto de baño en silencio, como esperando pillarla en
algún renuncio, hasta que la oyó toser y entornó la puerta.
─¿Estás bien? ─Preguntó y ella saltó y se giró hacia él con
cara de espanto.
─¡Qué susto!, ¿no has llamado a la puerta?
─No, ¿qué te pasa?, ¿te sientes mal?
─Creo que he cogido frío o me ha sentado algo mal, pero ya
estoy bien.
─¿Segura? ─le levantó la barbilla con un dedo para que lo
mirara a los ojos y ella sonrió y le apartó la mano.
─He devuelto un poco y ya me siento mejor, no te preocupes
─cogió el cepillo de dientes y le echó el dentífrico mirándolo a
través del espejo─ ¿Los niños?
─Comiendo con Catalina.
─Vale, dame cinco minutos y estoy con ellos. ¿Tú te vas a
comer a casa de Beatrice Ventimiglia?
─¿Quieres que vaya a casa de Beatrice Ventimiglia?
Se le acercó por detrás y le sujetó el trasero con las dos
manos, deslizó los dedos y le separó las piernas pensando que
si no la penetraba en ese mismo instante iba a sufrir un
colapso, pero ella dio un respingo y se apartó para mirarlo de
frente.
─Acordamos que nunca de día. Son las reglas, Leo.
─A la mierda las reglas, a mi edad esto es un prodigio ─Le
sonrió señalándose su erección y ella se echó a reír.
─Madre mía.
─Ven aquí…
─No, los niños están abajo.
─Están comiendo y no me moverán de la mesa.
La agarró por la cintura y se la pegó al cuerpo. No le
costó nada sacarle los vaqueros cortos y el bikini y la apoyó en
la encimera sintiendo cómo lo envolvía con sus piernas largas
y esbeltas; percibiendo perfectamente cómo entraba en ella
con suavidad, porque estaba húmeda y muy caliente, y luego
buscó su boca para besarla como un loco, como siempre,
porque cada vez que la tenía cerca solo quería devorarla,
poseerla y hacerle el amor como un salvaje.
15

─¿Jugamos al Rummy?
Preguntó Álex y Paola dejó de observar, desde su
posición en la segunda planta de la casa, la fiesta que Leo
había organizado para sus vecinos y amigos de Stresa, y se
giró hacia el pequeñajo y le sonrió.
─¿No queréis jugar al Monopoli o a otra cosa?
─No, mejor a la cartas.
─Muy bien, id a buscarlas a mi habitación y preparad la mesa.
─¡Sí!
Los vio salir corriendo hacia su cuarto, donde tenía
guardada la baraja francesa que había comprado en el pueblo
hacía unos días, y luego se volvió para seguir prestando
atención a la animada reunión de amigos que se estaba
desarrollando junto a la piscina, con música, bufet y dos
camareros que se paseaban entre la gente con las bandeja
repletas de bebidas.
Todo el mundo, muy elegante y perfumado, había ido
llegando puntual desde las ocho de la noche, y a las ocho y
media se podía considerar que la lista de invitados íntegra ya
había fichado y se estaba divirtiendo junto a su guapo y
deslumbrante anfitrión, un Leo Magnusson muy animado, que
repartía sonrisas y abrazos, sobre todo entre las mujeres, que
lo adoraban con los ojos y con las manos, porque no dejaban
de toquetearlo.
Un poco incómoda ante semejantes muestras de afecto y
coqueteo, deslizó los ojos por la concurrencia y se topó con la
imagen siempre espectacular de Beatrice Ventimiglia, esa
mujer italiana tan rica y con tanto encanto que era la pareja
oficial de Leo Magnusson por allí. Todo el mundo sabía que
estaban liados desde hacía años y que tras la muerte de
Agnetha se habían unido aún más, aunque en esta ocasión,
seguramente por culpa de su presencia en el Lago Maggiore,
no se habían visto ni se habían dejado ver tanto juntos, al
menos no tanto como a Beatrice le habría gustado.
─Leo no es tu tipo ni te conviene, preciosa ─Le había dicho
esa señora al poco de llegar a Stresa, abordándola a la salida
de una heladería cuando iba sola con los gemelos.
─No sé de qué me hablas.
─Lo sabes perfectamente, Paola, ni tú ni yo somos idiotas, y tú
tienes toda la vida por delante, mil oportunidades dónde elegir,
no deberías perder tu tiempo con un padre soltero y estresado
de cincuenta y un años. Apártate, déjamelo a mí y tengamos el
verano en paz.
─Creo que eso lo deberías hablar con él.
─Se que está encoñado contigo, me lo ha reconocido y le dije
lo mismo que te voy a decir a ti ahora: es tu jefe, nunca
cambiará su vida por ti y te hará perder el tiempo. El tiempo y
el trabajo, porque al final te vas a quedar sin nada y en el paro.
Piénsalo y hazme un favor, bonita, no me arruines las
vacaciones.
Después de ese discurso, y sin que ella le hiciera el
menos caso, había pasado a su plan B, es decir, se había
dedicado a acosar a Leo y a visitarlo a diario, a todas horas, a
llevárselo casi a rastras a fiestas o a cenas, y a marcar territorio
como si él fuera de su propiedad o su mascota favorita. Un
comportamiento realmente patético, sobre todo en una mujer
de su perfil que podía tener a quién quisiera, y que encima no
hacía más que alterar a Leo y a Álex, que se pasaban el día
luchando por conseguir la atención y la compañía de su padre.
Ambos niños solo lo tenían a él, aunque a su alrededor
pulularan personas como su hermano Magnus, sus tías o ella
misma, ellos solo ansiaban estar con su padre, a más tiempo
mejor, y lo demandaban continuamente. Esta lucha
inconsciente, por supuesto, era agotadora para ellos y para
Leo, y solo se relajaba en momentos como aquel, cuando lo
tenían solo para los dos en Italia y de vacaciones, y que
personas ajenas a la familia como la señora Ventimiglia
apareciera cada dos por tres para inmiscuirse en su universo,
los sacaba de esa zona de confort y empezaban los llantos, los
malos comportamientos o las malas contestaciones.
Seguramente, por eso no soportaban a las mujeres que
rondaban o amenazaban ese espacio único que consideraban
suyo y que solo compartían con él, y por eso les hacían la vida
imposible. Y por eso ella se preguntaba muchas veces qué
estaba haciendo, acostándose con él, porque sabía el terreno
que estaba pisando, nadie mejor que ella lo conocía, y era
perfectamente consciente de que él nunca iba a cambiar su
vida por ella, ni la iba a incorporar a su familia como pareja, y
que al final no solo se iba a quedar sola, destrozada y sin
trabajo, sino que, además y más importante, iba a acabar
decepcionando y perjudicando a los niños, y por ahí sí que no
estaba dispuesta a pasar.
─Ya está, Pao.
La llamaron los niños y ella dejó de mirar la fiesta, se
giró hacia ellos y se sentó a la mesa para jugar una partida de
Rummy; un juego de cartas que les había enseñado nada más
pisar Stresa y que se había convertido en la gran atracción
nocturna de las vacaciones.
─¿Quién toma nota?
─Me toca a mí ─contestó Leo cogiendo papel y lápiz.
─Muy bien.
─¿Tú quieres bajar a la fiesta? ─le preguntó Álex y ella lo
miró, estiró la mano y le acarició el brazo.
─No, cariño, yo he venido para estar con vosotros, la fiesta es
cosa de vuestro padre. Venga, vamos a jugar.
Respiró hondo y se dedicó a jugar de forma automática,
y sin querer su mente voló hacia sus tórridas noches junto a
Leo Magnusson en el dormitorio principal.
Él podía salir y entrar, ir a cenar con sus amigos,
mantener una agitada vida social, llegar tarde o quedarse en
casa tranquilamente, daba igual, fuera como fuera, cada noche,
de cada día, regresaba corriendo a buscarla, la cogía de la
mano y se la llevaba a su cuarto para hacer el amor hasta bien
entrada la madrugada.
Estar juntos era brutal. No tenía palabras para definir su
química en la cama, el sexo era intenso y arrasador, y lo
deseaba a todas horas. Estaba loca por él y él por ella, no le
cabía la menor duda, porque además él se lo decía
continuamente y sin ningún disimulo, y aquello la hacía
sentirse deseada, guapa, sexy y hasta querida porque, aunque
por su parte seguramente no había amor, por la suya sí lo había
casi desde el principio, y hacer el amor con el hombre del que
estabas enamorada era un regalo. Un verdadero milagro.
─Un momentito…
Levantó una mano viendo que a su teléfono móvil le
estaba entrando una llamada de su antigua jefa y se puso de
pie.
─Lo siento mucho, dadme un minuto, chicos, tengo que
contestar porque parece importante.
─Ohhh.
─Dos minutos, id al baño o a coger algo de beber. Dejad las
cartas bocabajo ─los dos obedecieron y ella saludó a Ingrid─.
Hola, Ingrid.
─Paola, qué suerte encontrarte y disculpa las molestias y las
horas, pero es urgente.
─No pasa nada, tú dirás.
─Tengo una oferta para ti.
─¿Cómo una oferta?
─Estábamos cerrando el próximo curso y de la noche a la
mañana Sandra Rivera nos ha presentado su dimisión y me
han autorizado a ofrecerte su plaza y su contrato.
─Vaya… ─se pasó la mano por el pelo y salió a la terraza─,
supongo que es una suplencia y yo…
─No es una suplencia, Sandra se vuelve definitivamente a
Chile, ha heredado una finca y ha decidido instalarse allí. Es
una plaza fija y con un sueldo estupendo.
─Ahora mismo me pillas un poco fuera de juego, Ingrid, yo ya
tengo un trabajo muy bien pagado y no puedo dejarlo por…
─Trabajas de niñera para los Magnusson, lo sé ─La
interrumpió─, y supongo que te pagan una pasta, pero yo te
ofrezco volver a tu carrera y con un futuro estable dentro de la
escuela.
─Madre mía…
Desvió los ojos hacia la fiesta, que seguía muy animada
un piso por debajo de ella, y divisó a Leo hablando con
Beatrice Ventimiglia. Ella llevaba un vestido blanco de lino
muy escotado por la espalda, seguramente de alta costura y
que dejaba a la vista su bronceado de anuncio, e
instintivamente dio un paso atrás al ver como se acercaba a él
casi en cámara lenta y le mordía la oreja en un gesto tan íntimo
y tan cómplice, que le provocó una sacudida de celos por todo
el cuerpo.
─¿Paola?
Preguntó Ingrid y ella reaccionó, retrocedió y regresó a la
habitación donde los niños ya la estaban esperando.
─Sí, sigo aquí ─Le respondió al fin─ ¿Sería posible que me
dieras veinticuatro horas para hablarlo con mi jefe?, tengo un
contrato indefinido y…
─Te doy cuarenta y ocho. El lunes, a las nueve de la mañana,
necesito una respuesta en firme.
─Perfecto, gracias, te llamaré lo antes posible y mil gracias
por acordarte de mí.
─De nada, Paola, espero verte pronto. Adiós.
─Adiós ─colgó y se sentó a la mesa─. Venga, chicos, una
partida más y nos vamos a la cama.
─Nooooo.
─Sí, porque mañana tenemos que madrugar para ir a ver a mi
abuela. ¿Ya no os acordáis?
─¡Sí!
─Pues eso, tenemos que salir muy temprano para aprovechar
el día en Varese.
─¿Nos hará sus ñoquis?
─Eso me ha prometido por teléfono. Ya veréis qué ricos.
─¿Y se viene, papá?
─No lo sé, creo que tiene un compromiso con unos amigos…
─¿Qué compromiso puede ser más importante que ir a Varese
a conocer a la nonna Allegra? ─Comentó Leo entrando en la
habitación, se acercó a los niños y les revolvió el pelo
mirándola a ella a los ojos─ ¿Acaso pensabais abandonarme
aquí?
─No, es que no sabía si al final podrías venir con nosotros.
─No me lo perdería por nada del mundo.
─¡Bien! ─gritaron los pequeños.
─¿Qué tal todo por aquí?, ¿no es hora de irse a la cama?
─Sí, ahora. Acabamos en cinco minutos.
─¿Te vas a bajar a tomar una copa con nosotros, Paola?
Le preguntó con una sonrisa y ella frunció el ceño y
pegó la espalda al respaldo de la silla negando con la cabeza.
─¿Yo?, no, no voy a cambiarme a estas horas y estoy cansada,
pero gracias.
─No tienes que cambiarte, estás perfecta. Venga, no me digas
que no.
─No, gracias.
─¡Rummy! ─Exclamó Álex feliz, dejando sus tres escalas
sobre la mesa y Paola lo aplaudió.
─Genial, enhorabuena.
─Quiero la revancha ─Protestó Leo.
─Mañana la revancha, ahora todos a dormir.
Se levantó sin mirar a su jefe, porque por alguna razón, o
más bien por la razón de verlo con su amiga Beatrice tan
acaramelado, no podía ni mirarlo, y se llevó a los enanos
corriendo a su dormitorio, los hizo lavarse los dientes y esperó
con paciencia a que acabaran y luego se fueran a sus
respectivas camas con mucha disciplina, sin una sola protesta.
Los arropó, hablando de lo que pensaban hacer en Varese,
les dio las buenas noches y se volvió para encender el
ventilador de techo, fue en ese momento cuando se dio cuenta
de que Leo Magnusson no se había movido de allí, aunque
llevaba mucho rato en silencio y sin intervenir.
─Todo tuyos. Buenas noches. Buenas noches, chicos.
Les sonrió a los tres y salió al pasillo pensando en la
oferta de trabajo que le acababan de hacer y que parecía haber
estado esperando toda la vida, porque, aunque llevaba muchos
meses con el piloto automático cumpliendo con su trabajo y
sin pensar en su carrera, en el fondo de su corazón nunca había
renunciado a la posibilidad de volver a la enseñanza, nunca,
porque era su verdadera vocación y porque le encantaba,
aunque el sueldo, al final, acabara siendo bastante más exiguo
que el que le pagaba la familia Magnusson.
Entró en su habitación muy revuelta, por la oferta y por lo
que esta iba a desencadenar, y sacó el teléfono móvil para
llamar a su hermana, sin embargo, antes de llegar a marcar el
número, Leo tocó la puerta y la entornó para mirarla con cara
de pregunta.
─¿Estás bien?, ¿ocurre algo?
─¿Por qué no vuelves con tus amigos?, yo me quedo atenta a
los niños.
─Quiero que bajes conmigo.
─Nadie invita a la niñera a sus fiestas, Leo.
─Ok ─Dejó de sonreír, entró al cuarto, cerró la puerta y se
cruzó de brazos─ ¿Qué está pasando?
─Te he visto con tu amiga Beatrice desde la terraza y… no
sé… ha sido un poco chocante ver cómo os comportáis en
público.
─Bea es mi amiga desde hace más de veinticinco años.
─Lo sé, pero ha sido… raro.
─Lo raro es que le des importancia o te sientas molesta por
cómo trato yo a mis amigas en público o en privado.
─Sé que no tengo ningún privilegio, ni ningún derecho, ni
nada parecido con respecto a ti, pero tú has preguntado.
─¿No estarás celosa?
─No más que tú del pobre profesor de natación.
Se lo soltó sin más, porque él había despedido a Bruno,
según sus propias palabras, porque no soportaba cómo se le
acercaba y la “rondaba”, y porque según él no necesitaba a un
baboso paseándose por su piscina; y se cruzó de brazos
esperando su réplica, o su defensa, o lo que fuera, porque de
normal no reaccionaba al enfrentamiento y solía dar la callada
por respuesta.
─Touché ─Respondió al cabo de unos segundos.
─Vale, pues, entonces, buenas noches ─le indicó la puerta─.
Si no te importa, Leo, me gustaría dormir, estoy muy cansada.
Ha sido un día muy largo.
─Tú y yo no deberíamos discutir por estas chorradas, por mi
parte no lo he hecho nunca y no pienso empezar a hacerlo
ahora.
─Lo sé, lo tengo claro.
─Lo del tal Bruno estuvo mal, pero que tú te molestes por mi
relación con Beatrice también lo está.
─Bueno, lo que a mí me moleste o no, no creo que puedas
controlarlo.
─No pretendo controlarlo, solo…
─Si no me llegas a preguntar, no te lo habría dicho, así que
tranquilo ─lo interrumpió─. Vuelve a tu fiesta, yo me voy a
meter en la cama.
─¿Y ya está?, ¿no hay nada más? ─caminó hacia ella
sosteniéndole la mirada y Paola respiró hondo.
─Hay algo más, pero prefiero decírtelo mañana.
─No, dímelo ahora.
─Me acaba de llamar Ingrid, la jefa de estudios del colegio,
para ofrecerme un contrato estable.
─Guau ─masculló, entornando los ojos.
─Si lo acepto, puedo ayudarte a encontrar una sustituta o
incluso, puedo quedarme con los niños unos meses más.
Estando en el mismo centro y con los mismos horarios, creo
que nos podríamos organizar perfectamente hasta dar con
alguien que se haga cargo de mi trabajo.
─¿Y seguirías viviendo con nosotros?
─Por un tiempo sí, si lo ves bien.
─Madonna santa! … ─se restregó la cara con las dos manos─.
Doy por hecho que lo vas a aceptar.
─Sí, es mi carrera y mi futuro, Leo, no lo puedo rechazar.
─¿Tú futuro no está con nosotros?
─Leo y Álex crecerán y en nada no me necesitarán y ya será
tarde para mí. Tengo que volver al mi ámbito laboral ahora o
corro el riesgo de quedarme fuera para siempre.
─Por supuesto, pero te echaremos de menos.
─Y yo a vosotros, pero puedo esperar y combinar ambos
trabajos hasta que encuentres a la persona adecuada.
─¡Leo! ─Lo llamó una mujer desde el pasillo y él le señaló la
puerta con el pulgar.
─Me reclaman, creo que es la encargada del catering. Mañana
lo hablamos con calma.
─Claro.
─Ven aquí…
Se le acercó, la abrazó y ella cerró los ojos aferrándose a
su pecho, sintiendo su aroma y su calor, y pensado que de esos
abrazos le quedaban muy pocos, porque una vez de vuelta en
Estocolmo, y de vuelta a su trabajo, él se olvidaría de ella para
siempre; y tal vez era lo mejor. Lo mejor y lo más lógico.
─Me alegro mucho por ti ─la apartó y le dio un beso en los
labios─. Enhorabuena por la oferta.
─Muchas gracias.
─Ahora descansa, cuando se vaya la gente me vengo a dormir
contigo.
Ella asintió y le acarició la mano hasta que se alejó lo
suficiente para tener que soltarlo, y lo vio salir del dormitorio
y cerrar la puerta. Se desplomó en la cama, se abrazó a la
almohada, cerró los ojos y se durmió.
16

─¿O sea que tu padre lo sabía?


Le preguntó Luca Santoro con un botellín de cerveza en
la mano y Leo dejó de prestar atención a la barbacoa que
estaba preparando para mirarlo a los ojos y asentir.
─Claro, siempre lo supo. ¿Tú madre cuándo se enteró de que
su marido tenía un hijo desconocido en Suecia?
─Según nos contaron ellos mismos, ella supo desde el
principio que él había tenido un desliz con una chica sueca,
aunque estaban a punto de casarse, pero lo perdonó y siguieron
adelante con su vida. Años más tarde, el tío Paolo les habló de
ti y lo aceptó con la misma filosofía, es decir, aparentemente,
no le dio mayor importancia.
─Supongo que hizo bien.
─¿Te hubiese gustado que él hubiese intentado conocerte o
verte de vez en cuando? ─Interrogó Marco y Leo miró al cielo
y respiró hondo.
─Sinceramente, no. Mi padre fue y será siempre Alexander
Magnusson, él me crio, me apoyó, me educó y me dio su
amor, nunca necesité al padre biológico italiano al que mi
madre había decidido enterrar en el fondo de su memoria.
─Sin embargo, mantuvo la casa aquí en Stresa y procuró que
tú aprendieras italiano.
─Sí, porque para ella la cultura era muy importante y siempre
creyó que yo tenía derecho a conocer la mía, al menos la mía
teóricamente, ya me entendéis. Solo quería enriquecer mi
educación y no negarme esa parte italiana que le gustara o no
estaba presente en mi genética.
─¿Qué te contó sobre nuestro padre? ─Quiso saber Luca y él
lo miró sonriendo.
─La primera vez que le pregunté por él, me explicó que era
bastante más joven que ella y que se dedicaba a la
construcción. Se refería a él como un chico guapísimo, fuerte
y muy masculino, también me contó que habían tenido una
aventura porque ella la había propiciado en medio de una
grave crisis matrimonial con mi padre, pero que había sido
fugaz, algo puntual. A medida que fui creciendo, alguna que
otra vez me reconoció que me parecía muchísimo a él, algo
que yo ya sospechaba porque, desde luego, no me parecía en
nada a mi padre o a mis hermanas.
─¿Tus hermanas viven en Suecia?
─Sí, las dos, una es médica y la otra veterinaria, aunque nos
vemos menos de lo que me gustaría, básicamente estamos muy
unidos. Bueno… ─les señaló los platos y Marco se apresuró a
acercárselos─, ya podemos empezar a comer, la primera ronda
está a punto.
─Hay que organizar a la tropa, voy a bajar a poner un poco de
orden.
Comentó Marco indicándoles el jardín de la piscina y se
alejó de ellos llevándose una fuente con carne y salchichas
para las mesas que esa mañana temprano Catalina y Paola
habían preparado para su barbacoa a la sueca con Franco,
Luca, Marco, Mattia y Fabrizio Santoro, y sus respectivas
familias, en total, contándolos a ellos: doce adultos y trece
niños que se lo estaban pasando en grande en la piscina y
también jugando al fútbol con Mattia, que desde hacía un par
de horas se había convertido en el nuevo super héroe oficial de
Leo y Álex.
─Tenemos un carrito ahí detrás para llevar la carne ─Le indicó
a Luca y él se fue a buscarlo.
─Genial invento, creo que me comparé uno cuando volvamos
a París ─Le dijo acercándole la mesa de tres alturas y con
ruedas, y Leo le guiñó un ojo─. Te mandaré una desde
Estocolmo, las hace una amiga mía y es difícil encontrarlas
fuera de Suecia.
─Entonces podríamos comercializarlas.
─Ella no quiere, incluso IKEA ha querido comprarle la
patente y no se ha dejado. Las hace a mano y solo por encargo,
no existe nada más estable en el mercado.
─¡Gol!
Gritaron los niños desde abajo, desde la piscina, y él
levantó el puño para celebrarlo, viendo como los dos corrían
para abrazarse a Paola, que a su vez se había puesto a saltar y a
celebrar el gol como su fan número uno.
─¿Qué pasa con ella? ─Luca se le puso al lado y se la señaló
con la cabeza.
─¿Con quién?, ¿con Paola?
─¿Es tu pareja o de verdad es tu niñera?
─Es mi niñera.
─Si yo mirara a nuestra niñera así, Chantal me cortaría los
huevos.
─Estoy soltero y no tengo compromiso, no corro ese riesgo.
─Ya, pero… nada, déjalo…
─¿Qué?
─Que te la comes con los ojos y ella a ti, no te cabrees, pero
todos creemos que sois novios. Sois la hostia de evidentes,
chaval, disimuláis fatal.
─¿Todos?, ¿quiénes?
─¿Ayudamos en algo? ─Franco y Fabrizio aparecieron de
repente y miraron la barbacoa.
─Sí, por favor, llevaros esas fuentes de allí y nos vamos
sentando. No quiero que se enfríe la carne.
─Sí, no te preocupes. Marco, Paola, Celia y Agnese están
organizando las mesas y Catalina, Chantal y Clara ya tienen
listas las ensaladas y el puré de patatas ─le comentó Franco.
─Entonces vamos allá… luego podemos poner más carne en la
parrilla…
Se guardó sus artilugios de “parrillero”, tapó la barbacoa
y se sacó el mandil mirando a Luca, que se había quedado
quieto y con su botellín de cerveza en la mano.
─Independientemente del hecho de ser hermanos, Leo, me
caes genial, nos caes genial a todos, creo que eres un tipo
extraordinario y muy afín a nosotros ─Le dijo y Leo le sonrió.
─Lo mismo digo, tío.
Se acercó y le palmoteó la espalda indicándole el camino
hacia la terraza principal donde tenían las dos mesas enormes
para toda la familia, la de los niños a un lado y la de los padres
en otro, como se había hecho toda la vida.
Llegó allí y se sentó en su sitio observando como Paola,
que se había instalado en la mesa de los niños, estaba cortando
la carne de los gemelos y de los más pequeños con la ayuda de
Celia y Marco, y no pudo evitar recorrerla con los ojos,
disfrutando de esa imagen preciosa de ella con un vestidito de
verano amarrillo, muy sencillo, pero perfecto; sus sandalias de
esparto, sus piernas esbeltas, su pelo oscuro recogido en un
moño alto y su piel bronceada tras un mes bajo el sol italiano.
Por unos segundos se olvidó de dónde estaba y como
hipnotizado no pudo apartar la mirada de ella hasta que se
acordó de lo que le acababa de decir Luca y decidió ser más
discreto y concentrarse en la comida y en la charla, y en el
buen ambiente reinante, porque esa familia Santoro, además
de ser grande y bulliciosa, era muy interesante.
Todos le parecían buena gente, los hermanos y sus
mujeres, personas trabajadoras y fuertes, exitosas y con vidas
muy interesantes, y se pasó un buen rato disfrutando de la
conversación y de las anécdotas y de las risas, porque se reían
mucho, mientras observaba por el rabillo del ojo a sus hijos,
que estaban sorprendentemente relajados y alegres juntos a sus
“primos” de todas las edades, hablando en italiano fluido y
muriéndose de la risa con las ocurrencias de Michele Santoro,
el hijo de trece años de Franco, que además de jugar al fútbol
en los infantiles del Milán, era el mayor de la mesa en
ausencia de sus hermanos y de la hija mayor de Luca.
Una verdadera gozada que lo hizo aceptar el evidente
beneficio de esa relación fraternal que había iniciado hacía
casi un año con Franco y los demás: darles a Leo y a Álex la
posibilidad de disfrutar de una gran familia.
Aquello era un regalo, algo con lo que ni en sus mejores
sueños había contado, y por supuesto se acordó de su madre, a
la que no sabía cómo le habría sentado eso de tener a los hijos
y nietos de Francesco Santoro comiendo en su casa.
Sonrió pensando en ella, que siempre había intentado
protegerlo de los Santoro, no por prejuicio sino por miedo a
que algún día llegaran reclamándole algo, es decir, reclamando
una paternidad o derechos de visita, y se emocionó un poco,
porque conociéndola, estaba seguro de que, con tal de verlo a
él y a los niños felices, habría aceptado de buen grado esa
barbacoa, esas risas y esa relación, improbable unos años
antes, con sus hermanos.
─Papá, te dejaste el teléfono en la cocina y la tía Esther no
para de llamar.
Alex se le acercó con el móvil en la mano y él se sentó
mejor en la silla y le prestó atención acariciándole el pelo
rubio y revuelto.
─Luego la llamo, cariño.
─Le he respondido yo ─Le dijo entregándole el móvil y luego
se giró para salir corriendo─. ¡Estamos recogiendo la mesa!
─Ok… Esther, dame un minuto ─se puso de pie dirigiéndose a
sus hermanos─. Chicos, ahora vuelvo, tengo que contestar. Id
sacando el postre y el café si queréis.
─Tú tranquilo.
Le respondieron Mattia y Fabrizio y se levantaron para ir
hacia la cocina, él caminó por la terraza y al ver a Paola aún en
la mesa de los niños recogiéndola y poniendo orden, se le
acercó y le acarició la cintura.
─¿Qué haces?, ¿por qué no te sientas un rato con nosotros?
─Estoy trabajando.
─¿Cómo dices?
─Yo me hago cargo de los niños, tú no te preocupes.
Le sostuvo la mirada un segundo, bastante
desconcertado por esas salidas suyas de vez en cuando para
recordarle que esencialmente estaba allí porque era su niñera,
e hizo amago de regañarla y mandarla a tomar el café con los
demás adultos, pero ella le dio la espalda y se marchó
dejándolo con la palabra en la boca.
─Esther, ¿qué hay? ─Se puso el teléfono en la oreja bajando
las escaleras hacia el jardín y su amiga le respondió en un tono
un poco sombrío.
─Perdona por interrumpir tu comida, Leo, Alex me ha dicho
que tenéis invitados, pero…
─No pasa nada, ¿qué tal estás?
─Ya lo he hecho.
─¿El qué?
─He dejado a Hanz, he cogido la maleta y estoy en el coche.
─No es que ibas a esperar a…
─No pienso esperar ni un minuto más, Leo, llevo esperando
demasiado tiempo y esto ya era completamente absurdo.
─Vale, ¿qué tal se ha quedado Hanz?
─Tranquilo y hasta aliviado, supongo, ya te llamará para
contarte tu versión. Ya sabes que es un agonías.
─¿Se lo has dicho a los chicos o…?
─Sí, se lo he dicho antes de hablar con su padre, ya son
adultos y no quería ocultarles nada y los dos me han dicho que
les parecía fenomenal y ya está. Maddy está de vacaciones en
la India y Bobby en España, en realidad, les importa poco lo
que hagamos nosotros.
─Bueno, ya hablaréis cuando vuelvan. ¿Tú cómo estás?
─Bien, muy bien, ahora decidiendo a dónde ir, porque hice la
maleta y recogí mis cosas tan tranquila, pero no tengo ni idea
para donde tirar, supongo que estoy un poco conmocionada.
─Es normal. Te diría que te vinieras a Italia, pero solo nos
quedan cuatro días aquí, o sea… ─respiró hondo─ ¿Por qué no
te vas a mi casa?, ¿tienes llaves o le pido a Magnus que te las
acerque?
─Tengo llaves, amor.
─Perfecto, entonces vete allí y desconecta. Nosotros
volveremos el domingo por la noche y así te veo y podremos
charlar con calma. ¿Te parece?
─Me parece fenomenal, me muero por verte. Muchas gracias.
─De nada, cariño, mi casa es tu casa, ya lo sabes ─soltó una
risa para quitar hierro al asunto y ella suspiró.
─Álex me ha contado que está con sus primos.
─Sí, bueno, han venido los hermanos Santoro con sus
respectivas familias, hemos hecho una barbacoa sueca y los
niños se lo están pasando en grande.
─Pero ¿les has explicado oficialmente que son sus primos?
─No ha hecho falta, ha surgido solo y no pienso molestarme
en enrevesar las cosas. Tiempo al tiempo.
─Me parece muy bien y me alegro mucho por vosotros, amor,
es maravilloso que podáis quedar y pasar tiempo con esa
gente, sobre todo si tienen niños.
─Tienen muchos, la mayoría muy pequeñitos, pero Franco y
su mujer tienen a Carolina y Michele, que son más cercanos en
edad a Leo y Álex, y han congeniado muy bien. La verdad es
que esta barbacoa ha sido el final de verano perfecto.
─¿Y ella?
─¿Quién?
─Tu amante/niñera y viceversa.
─Se llama Paola.
─¿Paola sigue con la idea de dejaros y volver a trabajar de
maestra?
─Por supuesto, no iba a permitir lo contrario, ya ha firmado el
contrato por Internet.
─Te ha venido Dios a ver, cariño.
─¿A qué te refieres?
─A que esa oferta de trabajo la va a sacar de tu casa sin
necesidad de despedirla.
─No pensaba despedirla.
─¿Ah no?, ¿pensabas mantener el rollo amante/niñera
eternamente?.
─No…
Guardó silencio y se restregó la cara bastante incómodo,
porque eso era exactamente en lo que venía pensando a
medida que se agotaban las vacaciones, y finalmente fue
Esther la que habló.
─Si te gusta mucho, que se marche es bueno para mantener
una relación igualitaria con ella, y si no te gusta tanto, podrás
romper sin vivir un drama dentro de tu propia casa. Ambas
opciones te benefician.
─Supongo.
─¿Se va a quedar en tu casa hasta que consigas una nueva
cuidadora?, porque en eso yo te puedo ayudar.
─¿A qué te refieres?
─A que ahora estoy más libre y puedo ayudarte con los niños
a full time. No es necesario que Paola siga viviendo con
vosotros, yo me puedo quedar todo el tiempo que me
necesitéis hasta que encontremos a la niñera perfecta. He visto
nacer a tus hijos, Leo, son casi míos, ellos me adoran, yo a
ellos, puedo ocuparme de la casa y tu chica puede volver a su
vida normal sin necesidad de seguir sacrificándose.
─Bueno, lo hablaré con ella, porque en principio el acuerdo es
que siga con nosotros hasta diciembre.
─¿Con todo lo que ha pasado eso es lo que quieres?
─¿Tú tienes claro que lo nuestro no variará ahora que has
dejado a Hanz? ─Le soltó claramente y ella se echó a reír─.
No te rías, lo digo para poner las cartas sobre la mesa.
─No pretendo casarme contigo, amor, solo quiero ayudarte,
porque sé que siempre, siempre, después de un idilio sexual
brutal como el que has tenido con tu niñera, aterrizas, ves la
realidad, necesitas salir corriendo y esta vez yo estaré ahí para
darte cobertura.
─Nadie ha dicho que quiera salir corriendo.
─Tiempo al tiempo.
─Está bien, voy a dejarte, como ya sabes, tenemos invitados…
─En todo caso, Leo ─Lo interrumpió─, si ahora te está
entrando la necesidad de estabilizarte y tener novia, recuerda
que yo tengo prioridad, soy la primera de la lista de espera.
Bromeó, aunque Leo sabía que de broma había poco,
porque llevaban toda una vida, desde la universidad, viéndose
y acostándose a la más mínima oportunidad, y se giró al oír la
voz de Paola, que estaba llamando a los niños para que
descansaran un poco antes de meterse en la piscina.
─No te preocupes, Esther, no caerá esa breva.
─Por si acaso yo lo recuerdo, corazón, no te olvides de que
Agnetha siempre dijo que, si le pasaba algo, yo era su favorita
para casarme contigo.
─No metamos a Agnetha en esto. En fin, voy a colgar y a
tomarme un café. Creo que tienes la nevera llena, pero si
necesitas algo llama a Marina. Nos vemos dentro de cuatro
días.
─¿Puedo quedarme en tu dormitorio?
─Hasta que volvamos ¿por qué no?
─Qué sexy, me voy a correr oliendo tus cosas.
─Madonna santa! Adiós
─Eso, tú háblame en italiano y déjame caliente y sola.
─Hasta luego, Esther.
─Leo.
─¿Qué?
─Iba en serio lo que te he dicho, puedo quedarme en tu casa y
echarte una mano todo el tiempo que necesites, te quiero y
quiero a tus hijos, estaré encantada de ayudaros.
─Y yo te lo agradezco, amiga. Nos vemos el domingo. Adiós.
17

─Tú sabes que esos no son tus hijos y que él no es tu marido


¿verdad?
Le había soltado su abuela Allegra el segundo día que la
había ido a visitar con Leo y los niños a Varese, y ella se había
ofendido un poco por la duda, pero su nonna no se había
amilanado, la había cogido de un brazo y se la había llevado a
la cocina para hablarle bajito.
─Él es un señor mayor para ti, muy guapo y muy rico, pero no
está a tu alcance, y esos pobres niñitos son huérfanos de madre
y no necesitan que los marees con un cariño que se acabará en
cuanto cambies de trabajo y te vayas de su casa.
─Yo no mareo a nadie, los quiero de verdad y, aunque un día
me vaya de su casa, siempre me tendrán para lo que me
necesiten.
─No, mi vida, el roce hace el cariño y unos meses sin vivir
juntos y te olvidarás de ellos, sin contar con que la próxima
esposa del guaperas no te querrá rondando por su casa.
─No te preocupes, nada de eso va a pasar.
─Mientras no te metas en su cama, todo irá bien, porque si te
deja preñada adiós muy buenas y tú, que has estudiado tanto y
trabajado tanto, de repente madre soltera y sola. Hazme caso,
Paolina, yo sé cómo funciona el mundo.
─Tranquila, lo tengo controlado.
─Lo mismo me dijiste del tal Anders.
─¿Qué te dije de Anders?
─Que era muy bueno y que os queríais muchísimo, aunque a
mí ese rubito nunca me acabó de gustar, y mira lo que te hizo
al final.
─Bueno, ya pasó… ¿quieres que prepare el café?
─Eres demasiado guapa, mia ragazza, ojalá fueras menos
vistosa porque te iría mejor. A mi hermana Gina le pasaba
igual, era un bellezón deslumbrante y se la disputaban todos
los hombres que la conocían ¿y total para qué?, si al final
siempre le acababan rompiendo el corazón.
Le había dicho con su desparpajo habitual y luego la
había abandonado a su suerte para concentrarse en preparar el
dichoso café, que era una de sus grandes aficiones.
Ese día se había ido de Varese un poco descolocada,
porque su abuela tenía el don de hablar sentenciando y
removiendo conciencias y corazones, y en el trayecto de vuelta
a Stresa se había dedicado a pensar en todo lo que le había
dicho, y lo había desmenuzarlo una y otra vez hasta
convencerse de que estaba equivocada, porque ella no sabía
nada de Leo, ni de cómo funcionaba el mundo en Suecia y en
el siglo XXI, y a las pocas horas lo había olvidado totalmente
para seguir disfrutando de su intensa aventura amorosa con el
tipo más adorable del planeta. Un Leo Magnusson que además
de ser un guaperas, como lo había calificado su nonna, era un
tío cabal, serio y fiable.
Qué equivocada estaba.
Se apartó de la ventana de su aula y buscó un pañuelo de
papel para limpiarse las lágrimas. Era el primer día de la
vuelta al cole, en un par de horas tenía que recibir a alumnos y
padres, y necesitaba serenarse, sobre todo sobreponerse y
comportarse como una adulta, que es lo que era, aunque a
veces la hicieran sentir lo contrario.
Salió al pasillo, donde aún no había nadie, y se fue
paseando hasta el patio para respirar y tranquilizarse. Llegó
allí y se dedicó al mirar el paisaje y la pista de baloncesto, y el
césped y el arenero, hasta que acabó rememorando una vez
más la infausta noche en la que habían regresado de sus
maravillosas vacaciones en Italia y todo su mundo se le había
desmoronado como un castillo de naipes.
Si no recordaba mal (tampoco había pasado tanto
tiempo) hasta el último minuto Leo y ella habían estado
fenomenal, incluso en el avión habían tonteado y se habían
encerrado en el cuarto de baño para besarse a escondidas.
Nada la había hecho sospechar que él tenía sus propios planes
ya en ese momento, porque tampoco había tenido la decencia
de comentárselos, y cuando habían llegado a casa y había sido
su amiga Esther Jakobsson la que les había abierto la puerta en
pijama y descalza, se había llevado la mayor sorpresa de su
vida.
Qué ella estuviera allí no era extraño, iba muchas veces
porque eran íntimos, había sido la mejor amiga de Agnetha y
adoraba a los niños, pero que los recibiera en bata y se lanzara
a besar a Leo en la boca después de abrazarlo como si se fuera
a acabar el mundo, le había chocado muchísimo y se había
quedado paralizada y sin saber qué hacer unos segundos, hasta
que la misma Esther la había cogido por los brazos para
hablarle desde su metro ochenta de estatura.
─Hola, Paola, qué morenza, qué envidia me das.
─¿Qué tal, Esther?
─No me mires así, ¿no te ha dicho Leo que llevo unos días
viviendo aquí?
─Lo siento, no sabía nada.
─Me he separado ─Se acercó para hablarle en el oído─. Leo
me ha dado asilo y me voy a quedar aquí una larga temporada,
con lo cual, desde este momento te libero de cualquier
responsabilidad con respecto a los niños. Puedes volver a tu
casa esta misma noche, si quieres.
─¿Cómo dices?
─Me alegro mucho por tu nuevo trabajo, es estupendo que
retomes la enseñanza y no te preocupes por nada, yo te cubro
hasta que consigamos una nueva cuidadora.
─Vale, discúlpame.
La había dejado en el recibidor ocupándose de los
gemelos y había salido detrás de Leo, que se había perdido por
el pasillo como un cobarde, sin detenerse a explicarle nada. De
dos zancadas había llegado a su dormitorio y había entrado sin
llamar, percibiendo inmediatamente el fuerte y característico
perfume de Esther impregnándolo todo. Había echado un
vistazo superficial viendo cosas, incluidas un bolso y un
abrigo, y una bandeja con comida sobre la cama que estaba
abierta, y había acabado mirándolo a él a los ojos.
─¿Esther va a vivir con nosotros?
─¿Podemos hablarlo mañana, Paola?, estoy agotado.
─¿Desde cuándo sabes que ella estaba aquí?, ¿no has tenido
tiempo de advertírmelo?
─¿Advertirte el qué?
─Que me la encontraría al llegar y que duerme en tu cama.
─Esther es mi mejor amiga, Paola, desde hace veinticinco
años, no tengo que explicarte…
─Todas tus amigas las tienes desde hace veinticinco años.
─Bueno, si te parece, mañana lo hablamos, ahora hay que
acostar a los niños y…
─¿Vas a dormir con ella?
─Déjalo, por favor.
─¿O sea que sí?, es una pregunta muy simple. Me gustaría
entender qué está pasado, porque me acaba de decir que ella se
hará cargo de todo hasta que encuentres una nueva niñera y
que, si quiero, me puedo ir ahora mismo a mi casa.
─No tienes que irte a ninguna parte, pero sí, Esther se ha
ofrecido a cubrirte hasta que encontremos a alguien y así tú
puedes dedicarte exclusivamente a tu trabajo.
─¿Queréis que me vaya?
─Imagino que tienes que organizarte, pero puedes irte cuando
te apetezca, Paola.
─Me hubiese gustado que me lo dijeras tú, que eres mi jefe.
Habría estado genial que me contaras las decisiones que habéis
estado tomado a mis espaldas.
─Te lo iba a explicar mañana.
─Muchas gracias, qué amable. En fin… debería irme ahora, ya
que tengo las maletas hechas. Vendré a buscar el resto de mis
cosas otro día.
─Paola… ─la había alcanzado antes de llegar a la puerta y la
había obligado a mirarlo a la cara─. No tienes que marcharte
ni hoy ni mañana, puedes irte cuando te venga bien, solo
intentamos facilitarte las cosas. No te lo tomes a la tremenda.
─Es mi trabajo, puedo tomármelo cómo me parezca.
─Esto no tiene nada que ver con tu trabajo y tú lo sabes.
─No seas condescendiente conmigo, Leo, tengo treinta y
cuatro años y ahora mismo estoy muy cabreada.
─Ok, haz lo que quieras y cuando te sientas mejor lo
hablamos. No pienso enzarzarme en una discusión a estas
horas y después de un viaje tan largo.
─Perfecto, me voy. Buenas noches.
─Paola… ─intentó tocarla y ella lo esquivó─. Si quieres,
dentro de un rato, cuando todos estén durmiendo, voy a tu
cuarto y lo hablamos tranquilamente, tú y yo solos, como lo
hemos hablado todo hasta ahora. ¿Te parece?
─¿Te acuestas con ella, verdad? ─buscó sus ojos y él miró al
techo respirando hondo─ ¿Ha venido para quedarse contigo?
─Sí… ya conoces cómo es mi vida, Paola ─Respondió al
fin─, no hagas un drama de todo esto, por favor.
─Hago un drama de lo que me da la gana ─Bufó indignada─.
¡Tengo sangre en las venas, por el amor de Dios, no soy una
puñetera autómata como toda la gente de este puto país!
─Muy bonito, Paola, muy bonito.
Había susurrado tan sosegado y ella, con ganas de
ponerse a romperlo todo, porque no había nada más frustrante
que discutir con un mueble; le había dado la espalda y había
salido de allí rabiosa, pero no por él o por su amiguita Esther y
sus sonrisitas indulgentes, sino por ella misma, por ser tan
idiota e infantil, porque no se podía ser más gilipollas e
ingenua, porque nadie en su sano juicio podía creerse que unas
pocas semanas de vino y rosas en Italia, podían haber
transformado sus vidas, sus sentimientos o su forma de
relacionarse.
Ocho días después de aquello, seguía sin recordar muy
bien cómo había salido de esa casa, porque la furia la había
cegado, aunque sí sabía que se había despedido de los niños y
les había explicado su marcha. Lo que había ocurrido después
era una nebulosa, pero había sido capaz de recoger su equipaje
y parte de sus cosas, bajar a la calle, pedir un taxi y llegar a su
piso casi a la una de la madrugada. Todo eso sin que su
adorable amante de verano se molestara en llamarla o
interesarse por su bienestar.
Al final, tal como había augurado su abuela Allegra,
todo se había esfumado en un segundo, y tras el palo
profesional, porque lo había dado todo en esa casa durante
nueve meses y verse desechada en cinco minutos la había
partido en dos; y el palo sentimental, que había sido
apoteósico, se había encerrado en su casa y se había pasado
cuarenta y ocho horas llorando y fustigándose por ser tan
imbécil, porque había que ser muy imbécil para creerse que un
tipo de cincuenta y un años del perfil de Leo Magnusson se iba
a preocupar por ella, iba sacar la cara por ella o iba a tomársela
en serio.
Gracias a Dios, después de esos dos días de
lamentaciones y autoflagelación, había conseguido levantarse,
quitarse el polvo y salir a la calle con dos propósitos claros en
su cabeza. Primero: no volver a fiarse de ningún hombre, y
segundo: enterrar para siempre, en el fondo de su memoria, los
nueve meses que había pasado como niñera de los hijos de Leo
Magnusson, al que tendría que ver de vez en cuando en el
colegio, pero al que no necesitaba tratar más allá de lo
estrictamente necesario.
─Sí que has llegado pronto, guapa ─Natalie se le abrazó a la
cintura y ella la miró y le sonrió.
─Tengo muchas ganas de empezar a trabajar.
─Ingrid nos quiere ahora a todos juntos en la puerta.
─Entonces, vamos, ya casi es la hora.
─Vamos allá.
Se reunió con el resto de los compañeros, tranquila y
mirándose los pantalones y la blusa que se había puesto y que
le sentaban de maravilla (no lo podía negar), se colocó el pelo
suelto detrás de la oreja y esperó en silencio a que la puerta
principal del colegio se abriera y empezaran a entrar los niños
con sus padres o abuelos, porque esa mañana, la primera del
curso, entraban a las aulas y al patio para saludar a los
profesores e informarse un poco de las novedades de la
escuela.
Sin poder controlarlo, se le encogió el estómago ante la
posibilidad de ver otra vez a su antiguo jefe, que, en ocho días,
desde que se había ido de su casa, ni siquiera la había llamado
o mandado un mensaje, y trató de distraerse dando la
bienvenida a los pequeños hasta que Leo y Álex llegaron
corriendo y se le abrazaron tan contentos.
─¡Hola, chicos!, qué alegría veros.
─¡Hola!, ¿estamos en tu clase?
─Me temo que no, me han asignado a los de infantil, pero
podremos vernos igualmente ¿no?
─¡Siiiii!
─Hola, Paola, tan deslumbrante como siempre ─La saludó
Esther Jakobsson con su sonrisa habitual, acercándose para
acariciar el pelo de los niños, y ella le hizo una venia.
─Hola, Esther, buenos días.
─Lamentamos mucho no verte la semana pasada cuando fuiste
a por el resto de tus cosas.
─Me pasé a la carrera cuando estaba Marina y no tuve tiempo
de quedarme ─La ignoró dirigiéndose a los niños en italiano─.
Id entrando al aula, vuestra tutora querrá saludaros. En el
recreo os busco y charlamos, ¿vale?
─Vale.
─Arrivederci ─Los siguió con los ojos y luego miró a Esther
con una sonrisa─. Hasta luego, me esperan en mi clase.
─No encontramos tus llaves, ni el mando de la alarma.
─Lo dejé todo en el cuenco de la entrada el 6 de agosto, antes
de marcharme. Igual Marina lo ha colocado en otra parte.
─Será eso.
─Será. Adiós.
No esperó a oír su despedida, porque no hacía falta, y
entró en el edificio dando gracias al universo por no
encontrarse con Leo, porque tampoco había necesidad de verse
y de intercambiar saludos protocolarios y falsos después de
todo lo que habían hecho y dejado de hacer durante el verano,
y entró en su aula, donde aún no llegaban sus alumnos porque
los pequeños tenían que estar con sus tutoras al menos la
primera hora de clase, pensando en prepararse un té y repasar
una vez más el orden de las mesas donde pensaba instalar a los
niños de seis años que ese curso iniciaban la inmersión al
español y el italiano.
Abrió bien las cortinas, porque a 14 de agosto aún tenían
un sol cálido y luminoso, separó algunas sillitas y de repente
oyó la voz de la que creía haberse librado a su espalda.
─Ciao, Paola, buongiorno.
Saludó Leo Magnusson con esa voz grave y preciosa que
tenía y ella dejó lo que estaba haciendo y se quedó congelada
un segundo, pero en seguida se recompuso, lo miró y se giró
hacia él para saludarlo con educación y una gran sonrisa.
─Buenos días. Leo y Álex están con su tutora en la segunda
planta.
─Lo sé, quería pasar a saludarte.
─Muchas gracias, pero será mejor que subas en seguida.
─¿Qué tal te va?, no he querido llamarte ni ir a verte esta
última semana porque quería darte un poco de espacio y…
bueno, yo también necesitaba ese espacio y… en fin. Te veo
muy bien.
─Muchas gracias.
─Tenemos una conversación pendiente.
─¿Una conversación pendiente?, yo creo que no, ¿hay algún
problema con el contrato?. Mi gestora me dijo…
─No se trata del contrato, no finjas que se trata de eso.
─No finjo nada, no sé de qué conversación pendiente me estás
hablando.
─Déjame invitarte a cenar una noche de estas. Creo que
necesitamos aclarar algunas cosas… personales.
─No hace falta.
─Yo creo que sí.
─Mira… ─suspiró y se cruzó de brazos─. Ha sido estupendo
conoceros y pasar nueve meses trabajando en tu casa, porque
tus hijos son increíbles y, aunque al principio no fue fácil, al
final creo que nos fue muy bien, lo pasamos muy bien y
personalmente aprendí muchísimo. Es lo único con lo que me
quiero quedar de este último año, no necesito hablar de nada
más contigo, aunque agradezco mucho que tengas este detalle
conmigo.
─Ok.
─Adiós ─Le dio la espalda dando por zanjada la charla, pero
él se le acercó y se le puso al lado.
─Para nosotros fue un regalo tenerte en casa, Paola. Leo y
Álex nunca han estado mejor. Muchísimas gracias por todo.
─No hay de qué.
─Ya sabes dónde estoy y si necesitas algo, lo que sea, ya sea
hablar, salir a cenar o quedar conmigo, llámame y nos vemos,
¿de acuerdo?
─Eso no va a pasar.
─Paola…
─No va a pasar ─Lo miró de frente y con el ceño fruncido─.
Me rompiste el corazón, Leo, sé cómo es tu vida y cómo te
gusta relacionarte con las mujeres, nunca me engañaste al
respecto, pero eso no impide que yo tenga sentimientos. Fue
cobarde y muy duro cómo te deshiciste de mí, cómo lo dejaste
todo en manos de tu gran amiga Esther. Eso no se hace, menos
a alguien con la que además de sexo, habías compartido
intimidad, confianza y amistad, o al menos eso creía yo.
─Yo jamás me he deshecho de ti, tú te quisiste marchar.
─Porque habías acordado con tu amiga, a mis espaldas, lo que
pensabais hacer con mi trabajo, con mi tiempo o con mi
relación con los niños.
─No era nuestra intención, vamos, no era mi intención y soy
yo el que…
─Bastaba con habérmelo explicado, Leo, y me hubiese
despedido bien de los niños antes de pisar Estocolmo.
También me habría ahorrado la sorpresa de encontrarme de
patitas en la calle a las doce de la noche y con Esther tomando
decisiones por mí.
─Nadie te echó a la calle.
─Hay formas y formas de echar a la gente.
─Tampoco me diste un margen, no quisiste esperar para
hablarlo, te alteraste, te pusiste… ─sacudió las manos de
forma elocuente y ella se le acercó.
─Me enfadé y me alteré, la gente se cabrea, se ofende y a
veces eleva el tono, no pasa nada por expresarse. Yo no soy
como vosotros, que os lo guardáis todo hasta que os explota en
la cara.
─Y eso es lo que más me gusta de ti, pero a veces no sé lidiar
con ello.
─Tranquilo, no tendrás que volver a lidiar con nada.
─Paola, por favor…
─¿Sabes qué? ─soltó, ya para zanjarlo del todo─. Yo tengo
sangre italiana y española, soy un poco intensa, lo sé, pero al
menos no amenazo ni marco territorio, ni jamás he intentado
controlarte como hacen todas esas mujeres, tus amigas desde
hace más de veinticinco años, que te rodean y te acechan, y se
matan por conseguir llevarte a su terreno.
Él dio un paso atrás horrorizado, con los ojos muy
abiertos, y ella asintió muy tranquila.
─Lo siento, pero es así.
─¿Qué amenazas?, ¿de qué estás hablando?
─Pregúntale a tu cuñada Alicia o a tu amante italiana de
Stresa, las dos me invitaron a alejarme de ti y me amenazaron
y hablaron fatal. ¿Con ellas tampoco sabes lidiar?, pues igual
deberías aprender, Leo, porque esas personas sí son nocivas.
Con la excusa de la muerte de tu mujer y la de ayudarte los
niños, ellas o Esther, o las que sean, se han metido de lleno en
tu vida y jamás te permitirán vivir en paz o iniciar una relación
saludable con otra persona.
─¿Por qué no me habías dicho nada?
─¿Sobre qué?, ¿sobre las amenazas o sobre el hecho de que
estás rodeado de mujeres que intentan manipularte, controlarte
y casarse contigo?
─Soy consciente de las personas que me rodean, lo que me
preocupa seriamente ahora es que te hayan amenazado.
─Es igual, sé tratar con abusonas.
─De todas maneras… ¡Joder!
Se paseó por el aula indignado y ella lo observó
lamentado haberle arruinado el día, pero no se podía seguir
callando. Además, si lo que acababa de decir servía para algo,
por ejemplo, para que al fin mandara a todo el mundo al carajo
y se centrara en sus hijos y en su vida sin interferencias
egoístas y ajenas, habría valido la pena.
─Deberías subir a la clase de tus hijos, aunque Esther esté con
ellos, ellos solo quieren verte a ti, Leo ─Le dijo al cabo de
unos minutos de silencio y él la miró fijamente.
─Prométeme que quedaremos, hablaremos y arreglaremos
todo esto.
─No hay nada que arreglar, acabo de decir todo lo que
necesitaba decir; por mi parte esto ya es agua pasada.
─Por la mía no.
─Bueno, no se puede tener todo en la vida.
─No te librarás tan fácilmente de mí, Paola.
─¡Leo!
De repente apareció Alicia, su cuñada, que se había
pasado todo el verano desaparecida, muy agitada en la puerta y
lo miró ignorándola a ella descaradamente.
─No os encontraba por ninguna parte, ¿dónde están mis
niños?
─En su aula de siempre, en la segunda planta.
─¿Vamos? ─estiró la mano hacia él como si tuviera cinco
años, y él dio un paso atrás con el ceño fruncido.
─Ve subiendo, si quieres. Ahora subo yo.
─Llegaremos tarde.
─¡Pues ve tú, coño, y déjame en paz!
─¡Qué grosero!, es increíble ─Masculló ella roja como un
tomate girando hacia el pasillo─. No sé qué te ha pasado,
pareces otra persona, si Agnetha levantara la cabeza…
─¡Deja a Agnetha en paz! ─Le gritó y luego se volvió hacia
ella intentando tocarla, aunque ella no se dejó─. Sé que estás
dolida y enfadada conmigo, Paola, solo espero que aceptes mis
más sinceras disculpas y me des otra oportunidad.
─Está bien, no te preocupes, para mí ya pasó, en serio, de
verdad que es agua pasada. A partir de hoy borrón y cuenta
nueva y…
─Mírame…
La interrumpió y se inclinó un poco para mirarla
fijamente con esos ojazos verdes tan intensos que tenía.
─He venido hasta aquí hoy solo para verte, para intentar
acercar posiciones contigo después de estos últimos ocho días
y para comprobar una cosa muy importante para mí, Paola.
─Vale…
─Mírame bien ─Ella asintió sin apartar los ojos de los suyos─.
Ahora mismo me siento incapaz de seguir mi vida sin ti.
─¡Seño!
Los gritos de unos niños los interrumpieron y ella se
tuvo que sujetar a la mesa para recuperarse y recibirlos con
una gran sonrisa, como si no pasara nada y no acabaran de
decirle la cosa más hermosa del mundo.
El grupito entró acompañado por sus padres y ella los
saludó viendo como Leo Magnusson se alejaba hacia la puerta
sin dejar de mirarla. Le sonrió y él le guiñó un ojo, le tiró un
beso y desapareció.
18

Con Agnetha nunca había necesitado hablar ni


explicarse. Con ella, que durante veintidós años lo había
representado casi todo para él: amistad, compañerismo,
complicidad, familia y amor, nunca había ahondado en sus
sentimientos o preocupaciones, nunca, porque ella tampoco
era de hablar y se entendían con un gesto o con dos frases
cortas.
Aquello le había valido durante años. Durante muchos
años le había servido entenderse con su pareja a las mil
maravillas con un par de monosílabos, en casa o en el trabajo,
en sus actividades extracurriculares, en sus innumerables
aventuras fuera de la pareja, juntos o por separado, en el trato
con sus hijos. Aquello lo había hecho sentir hasta orgullo,
porque había sido perfecto; un trato perfecto entre dos
personas adultas que no sabían relacionarse mejor y que, sin
embargo, habían sabido convivir perfectamente, sin molestarse
ni reclamarse nada durante veintidós años.
Sin embargo, al parecer no todo había sido tan perfecto
como se creía y la prueba había llegado cuando ella había
fallecido en un accidente de tráfico volviendo de un motel con
su exmarido, y se había tenido que enterar por terceras
personas que llevaba dos años viéndose a escondidas con él.
Una tragedia.
Una tragedia obvia, lógicamente, porque ella había
perdido la vida a los cincuenta y un años dejando a tres hijos
desolados, los más pequeños de siete años, pero también una
tragedia personal e íntima para él, porque saber que ella lo
había estado engañando durante dos años, que le había estado
mintiendo, saltándose de ese modo su compromiso sagrado de
confianza y sinceridad mutua, lo había desconcertado
completamente, y lo había destrozado.
Aquella inconmensurable desgracia lo había hecho
pensar mucho y repasar una y otra vez su historia.
Se habían conocido cuando ella ya era una arquitecta
con una proyección profesional impecable. Por aquel entonces,
Agnetha Pedersen tenía veintinueve años y un hijo de diez
fruto de una relación anterior nefasta, y en cuanto se habían
conocido se habían enamorado y ella lo había invitado a
quererse sin compromisos, es decir, a disfrutar de los manjares
de una relación abierta y madura que él había aceptado con
reticencias al principio, pero que había acabado incorporando
a su modo de vida de manera natural y tranquila.
Su pareja abierta había sido increíble, salían con más
gente, participaban en fiestas de intercambio de parejas, se
reunían con otras personas en casa o en hoteles o durante sus
vacaciones, y siempre se lo habían pasado muy bien porque,
desde el minuto uno habían hecho el pacto sagrado de no
mentirse, ni engañarse, ni salir a escondidas con nadie, en
resumen: el pacto de no hacerse daño porque lo primero era su
amor y su confianza ciega.
A partir de esa base, él se había pasado veintidós años en
la gloria, al lado de una mujer de bandera, a la que admiraba y
quería y que, incluso, cuando él había empezado a fantasear
con la idea de ser padre, tras catorce años de relación, había
accedido a darle hijos.
El nacimiento de los gemelos había sido broche de oro
perfecto para una pareja perfecta y envidiable, los dos se
habían volcado en los niños y jamás, jamás, se había llegado a
imaginar que ese momento tan maravilloso para él iba a
desencadenar la incomodidad o la infelicidad de Agnetha que,
según leyó más tarde en su diario, se sentía superada por esa
maternidad tardía y había empezado a replantearse la
continuidad de su relación, porque lo último que quería, según
sus propias palabras, era acabar convertida en una matrona
cansada y aburrida dentro de una pareja igualmente cansada y
aburrida.
Todo aquello lo había sabido después, después de su
trágico accidente, porque como nunca se detenían a conversar,
nunca lo había compartido con él.
En teoría se conocían mucho, pero en la práctica no, y lo
había tenido que asimilar leyendo sus diarios y sus libretas de
pensamientos donde ella no solo se quejaba de la mala idea de
tener niños a los cuarenta y cuatro años, con su primer hijo ya
mayor y la vida resuelta, sino también donde se recreaba
hablando de Stellan Mattsson, el padre de Magnus, con el que
se había reencontrado y del que se había vuelto a enamorar, o
eso aseguraba, porque consideraba que le daba el sexo, la
pasión y la fantasía que él había dejado de lado para volcarse
en el cuidado de los gemelos.
Tres años de terapia había necesitado para superar esa
decepción, esa sensación de engaño, y cuatro para entender
que la falta de comunicación no solo había sentenciado su
relación con la madre de sus hijos mucho antes de que ella
falleciera, sino que podía cargarse también su presente y su
futuro si no hacía algo para remediarlo.
Entró en la cocina para buscar a Marina y la encontró
preparando los tápers para la cena, se le acercó y la miró con
una sonrisa.
─¿Qué ocurre, Leo?, ¿necesitas algo?
─Necesito que te vayas a casa o a dónde quieras, te doy el
resto del día libre.
─¿Por qué?
─Porque voy a tener una reunión familiar un poco incómoda y
no quiero que te la tengas que tragar.
─No me importa tragarme nada.
─Lo sé, pero…
─¿Esther al fin se va a ir de aquí? ─Preguntó y luego se calló
para concentrarse en el lavavajillas─. Lo siento, jefe, a veces
no sé morderme la lengua, pero es que ella es muy maja
mientras no la tengas pegada en el cogote controlándolo todo.
─Le voy a pedir que se marche, tranquila.
─Aleluya.
─Bueno, pues…
─Si no te importa, no me voy a ir, no te voy a dejar solo, me
quedaré al margen y no me veréis, pero no me muevo de aquí
hasta que acabes con tu reunión familiar.
─Como quieras.
─¿Necesitas que prepare algo?, ¿café, té, unos sándwiches?
─No, gracias, no te preocupes.
La dejó sola y volvió a su despacho para atender los
emails y los pendientes en el portátil y sin venir a cuento se
acordó de su sicóloga infantil, a la que lo habían llevado a los
ocho años, cuando le habían hablado por primera vez de su
padre biológico, y que había llamado a sus padres y delante de
él les había advertido que, seguramente, su hijo iba a
manifestar falta de comunicación y comportamiento distante
con los demás el resto de su vida debido al “trauma” que
suponía para cualquier ser humano, conocer sus orígenes y
saberse un hijo no deseado, fruto de un padre biológico al que
no conocería jamás. En resumen: que siempre iba a coexistir
con un miedo inconsciente e irracional al rechazo y el
abandono.
Aquello había desatado la Tercera Guerra Mundial.
Nunca se olvidaría de su madre, que siempre había sido de
armas tomar, montando un escándalo apoteósico en la clínica,
acusando a gritos a la sicóloga de ignorante y mala sangre, y
amenazando con denunciarlos a todos, tras lo cual, lo había
sacado de un ala de la consulta, se lo había llevado al parque y
cogiéndolo por los hombros le había dicho:
─Amor mío, tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida, tu
padre y yo te adoramos, y tu padre biológico, que es un
hombre hermoso, lleno luz y pasión, no está contigo porque no
lo necesitamos, pero seguro que te ha traspasado toda su
magia, su fuerza y su alma italiana. No hagas caso de esa
irresponsable y déjate llevar, porque tú no eres distante ni
tienes ningún trauma, mi vida, tú eres un niño feliz y
afortunado y serás un hombre al que todo el mundo adorará.
Una palabras preciosas para un crío desorientado, sin
embargo, muchas veces se había acordado de esa sicóloga y
había pensado que tanto no se había equivocado con su
diagnóstico, porque, aunque nunca había sido un antisocial
extremo, ni mucho menos, sí había mantenido las distancias y
el control y había evitado saltar al vacío por los demás, incluso
con Agnetha, que, hasta la aparición de Paola Villagrán en su
universo, había sido la única mujer importante de su vida;
además de su madre, por supuesto.
Giró la cabeza para mirar la fotografía que tenía de su
madre en un rincón del escritorio y sonrió, porque sabía que a
ella le fascinaría Paola Villagrán, esa mujer joven y fuerte,
preciosa, llena de esa magia mediterránea que a su madre solía
cautivar, y dio por hecho que, de haberse conocido, se habrían
llevado genial.
Paola era intensa y contestona, leal a sus principios y a
sus ideas; también era toda energía y bondad. Solo hacía falta
mirarla a los ojos para ver que no tenía dobleces ni sabía lo
que era maldad, de hecho, a veces le parecía demasiado
ingenua o bondadosa para el mundo que le había tocado vivir
o las personas con las que le había tocado lidiar; personas
como su exnovio o como Alicia, Beatrice Ventimiglia o la
propia Esther, que se había portado fatal con ella y sin ninguna
necesidad.
Y a pesar de eso, ella sonreía y mucho, era amable y
cariñosa. Entraba en cualquier parte y lo iluminaba todo,
también su casa, donde había pasado nueve meses increíbles
ayudándolos a todos, a los niños y a él, porque de repente
había puesto orden y concierto en sus vidas, había creado un
hogar silencioso y confortable, acogedor, donde se podía
hablar y jugar sin gritos ni travesuras terribles, ni regañinas ni
protestas. Ella había hecho literalmente magia con Leo y Álex
y eso la había convertido en lo mejor que les había pasado
nunca, especialmente a él, que se había enamorado de ella sin
más, y sin apenas darse cuenta.
─Chaval, ya estamos aquí.
Lo llamó Magnus desde la puerta y él saltó y lo miró
volviendo de golpe a la realidad.
─Hola, estupendo. No os entretendré mucho ─se levantó, se le
acercó y le palmoteó la espalda─ ¿Qué tal te va, Magnus?
─Bien, aunque ahora un poco perdido, ¿para qué me has
hecho venir a una reunión con Alicia y Esther?
─Porque también te interesa lo que tengo que decir y porque
necesito testigos.
Bromeó y le acarició el hombro entrando en el salón,
donde sus dos problemas más directos y enquistados estaban
de pie, mirándose de reojo y con desconfianza.
─Hola, chicas, gracias por venir a estas horas.
─De nada, pero no entiendo para qué me haces salir de la
oficina, Leo, si te veo todos los días y a todas horas
─respondió Esther─ ¿No podías decirme lo que sea esta noche
cenando?
─No, porque seguramente esta noche ya no te veré. Sentaos,
por favor, solo serán diez minutos.
─¿Cómo dices? ─preguntó desconcertada y Alicia se echó a
reír.
─Me parece que te quedan dos telediarios por aquí, Esther.
Masculló muy confiada, como si la cosa no fuera con
ella, y se desplomó en un sofá arreglándose la falda estrecha
que llevaba puesta.
─Bueno, os he convocado a las dos aquí porque vosotras sois
mi núcleo más cercano después Magnus y mis hermanas.
─Hace un año que no vemos a tus hermanas ─soltó Alicia y él
la miró con cara de asesino─. Es solo un comentario.
─He decidido tomar un par de decisiones importantes e
inamovibles. No quiero consejos, ni cuestionamientos, solo os
estoy informando para evitar, desde este mismo momento,
malentendidos, tensiones o discusiones que ya no voy a
tolerar. ¿Está claro?
─Clarísimo ─Contestó Magnus con una media sonrisa.
─Lo primero es que en MI casa ya no podréis venir cualquier
día, ni a cualquier hora, ni vais a poder opinar, organizar o
mandar a Marina o las personas que trabajen para mí. Mis
hijos son MIS hijos y desde ahora tampoco pienso consentir
que intervengáis en nada relacionado con ellos, entiéndase
educación, ocio, deportes, etc. A partir de hoy, cualquier
relación con Leo y Álex pasa por mi control previo y no
toleraré ni una sola falta, es decir, cómo traspaséis la línea roja
que acabo de imponer, me veré obligado a tomar decisiones
aún más drásticas porque, aunque esté muy agradecido por la
ayuda y el apoyo que me habéis brindado tras la muerte de
Agnetha, ha pasado el tiempo, ellos son MIS hijos y necesito
criarlos a mi manera y en nuestro hogar sin interferencias
ajenas.
─No sé a qué te refieres ─Habló Alicia blanca como la cera─.
Ellos me necesitan, yo soy prácticamente su madre…
─No, Alicia, tú no eres su madre, te lo vengo diciendo desde
hace cuatro años, tú eres su tía y como tal te quieren mucho,
pero tú no tienes ninguna autoridad en esta casa. Cuando
quieras verlos me llamas y si es posible vienes o sales con
ellos por ahí, pero se acabó el que te presentes en su colegio
cuando te dé la gana, asistas a las reuniones de padres de las
que ya me ocupo yo o los recojas sin mi permiso.
─Me parece muy injusto.
─Lo siento, pero es así y no va a variar. Una de las causas del
mal comportamiento de Leo y Álex estos últimos años ha sido
el caos que los ha rodeado en su propia casa; las contra
ordenes o tu presencia constante anulando mi autoridad o
tomándote atribuciones que ni te he pedido ni necesito, incluso
alentando travesuras que yo jamás consentiría. Te agradezco
en el alma tu amor y dedicación de estos últimos años, y no te
los estoy quitando, solo te estoy poniendo los límites que llevo
cuatro años intentando imponerte sin éxito.
─No tengo por qué escuchar esto.
─Es igual porque, aunque te vayas ahora, mis medidas son
inamovibles y prefiero que las escuches hasta el final. Si no te
gustan no es mi problema, repito: se trata de MIS hijos y mi
deber es procurar su bienestar le moleste a quién le moleste, o
te pongas tú cómo te quieras poner.
─¿Y cómo me voy a poner?, si me estás acusando de cosas
que no son ciertas, me estás apartando sin…
─¿Sabes qué? la verdad es que me importa un carajo cómo te
lo tomes, yo solo te estoy informando, que es más de lo que
debería hacer.
─¡Madre mía, si mi hermana…!
─Tu hermana apenas te tragaba, Alicia, así que no la saques a
pasear ahora… ─espetó Esther y Alicia la miró con la boca
abierta.
─Tampoco entiendo que hace esta aquí, que no es familia ni
nada.
─Esther, al igual que tú ─Intervino Leo con calma─, me ha
dado cobertura dentro y fuera de casa con los niños y en el
trabajo, también ha estado muy pendiente de nosotros y
también debería saber que su presencia aquí, a partir de hoy,
tendrá sus restricciones.
─Estarás de coña ─Le soltó muerta de la risa y él no cambió el
gesto.
─No, no estoy de broma. Últimamente has actuado fatal con
Marina o con otras personas de mi casa, Esther, y me he dado
cuenta de que, al igual que Alicia, te has tomado unas
atribuciones que yo no te he pedido y que he permitido por
desconocimiento o pereza, no porque me gusten.
─Solo he intentado ayudar.
─Y yo os lo agradezco, pero la cantinela de ayudar al viudo
con dos hijos pequeños se ha acabado, me he cansado de veros
por aquí. No voy a permitir más que, con la excusa de los
niños, me cerquéis e intentéis controlarme, eso se ha acabado a
partir de hoy, porque os aprecio, pero contrariamente a lo que
vosotras pensáis, no soy idiota.
─¿Idiota?, ¿qué quieres decir con eso?
─No me hagáis hablar más de la cuenta. Eso era todo, os pido,
por favor, que dejéis vuestras llaves en la entrada y espero
también no tener que repetir esta charla con ninguna de las
dos. Gracias.
─No, Leo ─Alicia se puso de pie de un salto y Esther con
ella─ ¿Qué insinúas con lo de idiota?, nunca nadie te ha
llamado así, ni…
─¿Creéis que no me doy cuenta de que utilizáis a mis hijos
para acercaros a mí? ─La interrumpió y las dos retrocedieron
ofendidísimas─. Sé que los queréis, pero también sé que
pretendéis conquistarme a través de ellos y eso no va a pasar
jamás. Aviso a navegantes: mis sentimientos no variarán
nunca, jamás, hacia ninguna de las dos, aunque os desviváis
por mis hijos.
─Toma ya… ─masculló Magnus muerto de la risa y Leo
suspiró.
─Ok, no olvidéis dejar las llaves en la entrada, por favor, y
Esther, tú puedes recoger tus cosas ahora. Le he pedido a
Aaron que te asigne un piso de la torre Wellington. Están
amueblados y dos son de la empresa, puedes quedarte allí el
tiempo que necesites.
─A ti lo que te pasa es que esa tía, la tal Paola de los cojones,
te ha comido el coco, seguro que esto es idea suya, porque tú
no eres así, Leo, tú nunca has sido un cabrón ─Esther se le
puso delante con intenciones de abofetearlo o algo peor, pero
él ni se inmutó.
─Ah, a propósito…
Respiró hondo poniéndose las manos en las caderas y los
tres, incluido Magnus, que estaba disfrutando a lo grande de la
escena, se lo quedaron mirando con los ojos muy abiertos.
─Ya que nombras a Paola. Una advertencia más: cómo alguna
de las dos se acerque a ella, le hable o simplemente la mire sin
el debido respeto o consideración, la denunciaré, ¿de acuerdo?,
la denunciaré por acoso, por hostigamiento, por amenazas o
por todo lo que me dé la gana, porque ya me habéis hartado
con vuestras putas impertinencias.
─Lo que hay que oír, estás encoñado, amigo, pero ya se te
pasará ─contestó Esther en tono de burla y él entornó los ojos.
─¡¿No estarás pensando en volver a meterla aquí?! ─Intervino
Alicia histérica y él le sonrió.
─Eso espero, espero que quiera volver conmigo y no se
marche nunca más.
19

Corrió por el pasillo hasta la sala de profesores, entró en


el cuarto de baño, buscó una cabina vacía tapándose la boca,
pasó dentro y se dobló sobre la taza, se sujetó a la pared y
devolvió hasta la primera papilla.
Odiaba vomitar, lo odiaba con toda su alma, por eso no
solía beber mucho, ni comer mucho, ni probar cosas raras,
todo con tal de no correr el riesgo de terminar vomitando, pero
en esta ocasión nada de eso tenía que ver con sus vómitos,
porque lo que le pasaba era mucho más importante y
trascendental.
Al fin alivió las náuseas y abandonó el retrete para tomar
aire, lavarse la cara y los dientes ya que, desde hacía una
semana, desde que había empezado con el malestar, no se
separaba de su cepillo de dientes. Se enderezó y se miró en el
espejo con curiosidad, porque estaba muy pálida, se tocó las
ojeras, que las tenía y enormes, y pensó en su madre y en su
abuela Allegra, que, seguro, al primer vistazo, habrían pillado
lo que le estaba pasando.
En resumen: solo ocho semanas acostándose con un tío
que la volvía loca y la dejaba embarazada a la primera de
cambio.
Seguramente, algo parecido le había pasado a Anders con
su Ava, pensó arreglándose el pelo, porque se habían visto,
acostado y embarazado en un periodo muy corto de tiempo. La
vida era así de imprevisible y de hermosa, concluyó, sonriendo
y entendiendo por primera vez de verdad lo que le había
pasado a Anders con su mujer.
Seguro que, como le había pasado a ella, no habían
podido evitarlo, porque la atracción era la atracción, la
compatibilidad, la compatibilidad y la ferocidad del deseo, la
ferocidad del deseo, algo que sus amigas llamaban “furia
uterina” y que solía desembocar en una predisposición
ancestral y biológica a la concepción.
Fuera como fuera, todo apuntaba a que el hombre de sus
sueños la había dejado embarazada en Italia y no podía estar
más feliz, no podía, porque, aunque no sabía qué le iba a
deparar la vida o el destino, se sentía dichosa y agradecida,
porque aquello era un verdadero regalo del cielo y lo iba a
recibir con todo su amor y con los brazos muy abiertos.
Se miró el abdomen liso y se lo acarició sonriendo,
intentando imaginar a su bebé de solo cinco semanas, un
embrión que según su médica medía unos dos milímetros. Una
miniatura perfecta y redondita que pronto podría ver en una
ecografía, le había jurado Miriam, la ginecóloga, que le había
explicado que hasta las seis semanas no era aconsejable hacer
ese tipo de pruebas diagnósticas.
Allegra, su hermana mayor, que era matrona y vivía en
Londres, era la única persona en el mundo, además de su
ginecóloga, que sabía que estaba embarazada, y estaba tan
contenta como ella, porque decía que se encontraba en la edad
óptima para ser madre. Cumplía los treinta y cinco a primeros
de octubre, por lo tanto, si todo iba bien, iba a dar a luz en
abril en perfecto estado de salud y más fuerte que nunca, con
trabajo estable, pisito propio en Estocolmo y la vida
medianamente resuelta, aunque lo de resuelta era relativo,
porque nunca se sabía las vueltas que daba la vida.
Desde luego, tenía algunas cosas, las más importantes,
controladas: trabajo y casa, y con eso le bastaba de momento.
Con eso estaba tranquila, al menos hasta poder hablar con Leo
Magnusson y ver cómo reaccionaba, porque conociéndolo,
dudaba mucho que pudiera desentenderse de su bebé, aunque
seguramente la noticia le caería como un jarro de agua fría.
Él era básicamente un buen tío y un padrazo, sabía que
“haría lo correcto” y eso la hacía dudar en si debía contarle o
no las novedades, porque lo quería muchísimo y no quería
complicarle la vida. No quería forzar a un hombre de casi
cincuenta y dos años, soltero, con dos hijos preadolescentes y
una existencia ya de por sí compleja, a empezar de cero con un
embarazo no programado.
La sola posibilidad de tener que empujarlo de vuelta a la
casilla de salida, cuando ya había superado tantas cosas, le
partía el corazón, porque él ya tenía sus cargas, sus
responsabilidades y sus propias servidumbres con las que
debía lidiar día tras día, y era consciente de que el tema más
hijos o una pareja estable le sobraban muchísimo.
Lo habían hablado mil veces, no hacía falta que le
explicara nada, y, a pesar de que hacía una semana le había
confesado que no se sentía capaz de seguir su vida sin ella, ella
sabía, perfectamente, de qué pie cojeaba y lo que buscaba en la
vida, y nada de eso coincidía con su forma de entender el amor
o la pareja, mucho menos si ahora iba a haber un bebé por en
medio.
Tras aquella maravillosa y emocionante confesión en su
aula de Lengua Extranjera, ella se había permitido diez
minutos de ilusión, solo eso, porque en seguida había
recuperado el sentido común y había recordado con quién
estaba tratando y lo que él le podía ofrecer, y se había
desinflado entre lágrimas y mucho malestar, mucho dolor, y
había acabado malísima en urgencias, donde le habían
informado que estaba embarazada de un mes.
Jugarretas de la vida, le había soltado su hermana muerta
de la risa por teléfono, y la había consolado diciéndole que no
estaba sola, que la tenía a ella y a sus padres, que un bebé era
una bendición y que sería muy feliz donde quisiera y con
quien quisiera.
─¡Paola!
La llamó Ingrid entrando en los servicios como un
vendaval y ella saltó, se guardó el cepillo de dientes y la miró
con toda la serenidad posible.
─¿Te encuentras mal?
─Un poco, pero ya se me ha pasado. ¿Necesitas algo?
─Necesito que vengas a mi despacho.
─¿Qué ha pasado?
─Los gemelos Magnusson la han vuelto a liar, su tutora está
furiosa y ha llamado a su padre, pero no contesta al teléfono.
Tampoco su hermano mayor y… en fin ¿puedes ir a ocuparte
de ellos, por…?
Antes de que acabara la frase, asintió y salió corriendo
por el pasillo para ir a ver qué estaba pasando, porque Leo y
Álex llevaban mucho tiempo tranquilos e integrados, sin
ninguna incidencia, y que pasara algo así solo una semana
después de iniciar el curso escolar no le cuadraba nada.
Llegó al despacho de Ingrid, traspasó su puerta y se
encontró con los niños sentados y mirando al suelo mientras la
auxiliar de su clase, María, los vigilaba como si estuvieran en
Guantánamo.
─¿Qué está pasando aquí, María? ─Resopló indignada.
─No hemos hecho nada, ha sido Tirso Pérez ─Los niños la
miraron con alivio, se pusieron de pie y se le acercaron para
cogerla de la mano─. Nosotros estábamos al otro lado de la
clase.
─Esa es la excusa habitual ─Ingrid entró a la oficina y cerró la
puerta─. No me creo nada.
─Si no te crees nada, entonces para qué los traes a tu
despacho.
─Porque habrá que castigarlos, los voy a suspender una
semana. Una más y la expulsión será definitiva.
─Solo tienen once años.
─Cumplimos doce el domingo ─corrigió Leo y ella lo miró y
le hizo un gesto para que guardara silencio.
─¿Me puedes decir, María, por favor, qué ha pasado?
─Se han volcado todas las acuarelas en el suelo, han dejado un
mar de colores en el parqué y dos niñas y su profesora
resbalaron y se cayeron ─Apuntó ella.
─No fuimos nosotros.
─¿Se han volcado o las volcaron ellos? ─Le clavó los ojos y
María se encogió de hombros.
─Estaban en la repisa junto a sus pupitres.
─No estábamos en los pupitres, estábamos en la librería
cogiendo unos comics ─Protestó Álex con lágrimas en los ojos
y ella ya lo tuvo clarísimo.
─Me temo que me tendréis que dar más pruebas sobre este
incidente, dudo mucho que hicieran algo, porque suelen
reconocer sus errores. Supongo que la fama los precede, pero
no voy a tolerar que se cometa una injusticia con ninguno de
los dos.
─¿Vas a poner en duda la decisión de una compañera? ─Le
preguntó Ingrid y ella asintió.
─Sí, porque ni siquiera tienen las manos manchadas de
pintura, ni la ropa, ni los zapatos. Me temo que hay una
confusión, las profes también podemos equivocarnos y señalar
a quién no es, y espero que Ruth y María lo valoren otra vez,
busquen respuesta entre los demás niños y al final rectifiquen.
─A Ruth no le va a gustar ─masculló María─. Hoy ya no los
quiere en su clase, están todos muy revueltos y…
─Vale, como prevención no volverán hoy, insistiré con su
padre o con su hermano para que los vengan a buscar y
mañana será otro día. Como dice Paola, Leo y Álex
Magnusson serán muchas cosas, pero nunca han sido
mentirosos y suelen reconocer sus trastadas ─Zanjó Ingrid
indicándole la puerta─, dile a Ruth, María, por favor, que pase
a última hora a hablar conmigo.
─Claro, hasta luego.
─Hasta luego y vosotros dos ─Señaló a los niños con su
boli─, os daré el beneficio de la duda e investigaremos este
asunto minuciosamente, mientras tanto, sentaos en el pasillo
sin respirar, ni hablar hasta que consiga dar con alguien de
vuestra familia que se pase a recogeros.
─Ingrid ─Paola se le puso delante─. Me consta que su padre
está fuera de Estocolmo, ahora mismo debe venir hacia aquí
desde Drottingholm y por eso no habrá escuchado el móvil, su
hermano Magnus está volando y… ¿qué tal si se quedan
conmigo hasta que llegue su padre?
─Si no te importa, por mí genial.
─Estupendo, vamos, niños…
Los abrazó y se los llevó a su clase, que estaba vacía
hasta el final de la jornada, los sentó en mesas separadas y les
dio material para leer y dibujar. Se sentó en su escritorio y los
observó un rato sin decir nada, solo mirando lo guapos que
eran y la cara de santos que tenían, a pesar de ser un par de
trastos muy inquietos.
Observó sus pelos revueltos, rubios y lisos, el tono de su
piel y ojos, y concluyó que se parecían mucho a su hermano
Magnus, por lo tanto, se parecerían más a su madre que a su
padre, que tenía unos rasgos más mediterráneos y un pelo más
fuerte y ondulado, unos ojos verdes más oscuros e intensos.
Pensando en su padre, decidió enviarle un mensaje para
advertirle sobre el dichoso castigo, comentarle que ella estaba
en desacuerdo con el mismo y que se los había llevado a su
aula, y se entretuvo en leer los mensajes anteriores, muchos y
variados, que él le había estado enviando sin parar durante la
última semana.
Desgraciada o afortunadamente, no estaba muy segura,
después de decirle que no podía continuar su vida sin ella, no
habían podido verse en persona. Él, además de todo el trabajo
que lo esperaba a las vuelta de las vacaciones, había empezado
a desarrollar el proyecto de Franco Santoro en Drottingholm y
se pasaba mucho tiempo en el terreno, organizándose como
podía con los niños, porque de repente se había quedado sin
ninguna ayuda extra y solo gracias a Marina estaban saliendo
adelante. No obstante, habían hablado un par de veces por
teléfono y él se había reafirmado una y otra vez en la idea de
que quería otra oportunidad para empezar de cero y juntos,
porque no quería perderla.
Ella, un poco conmocionada por la noticia del embarazo
y todo lo que él le decía por teléfono o a través de mensajes,
había decidido aplazar cualquier decisión al respecto y le había
pedido tiempo. Un tiempo que igual era inútil, porque una
semana después de su primera y dulce declaración, ella seguía
pensando que, a pesar de los pesares, estaban destinados al
fracaso como pareja, sencillamente porque no existían dos
personas más diferentes y distantes a la hora de enfrentar una
relación sentimental.
─¡Papá!
Gritaron los niños y ella levantó la cabeza para ver entrar
a Leo Magnusson, guapísimo con botas vaqueras, jeans y una
camiseta blanca, en su aula. Los dos pequeños se le abrazaron
a la cintura y él los saludó buscándola a ella con los ojos.
─He recibido tus mensajes, gracias por quedarte con ellos.
─No hay de qué.
─He visto de pasada a Ingrid y dice que estudiarán el caso y
que no hay expulsión.
─Me alegro ─se puso de pie y se le acercó─. Seguramente ha
habido una confusión y seguro que sabrán rectificar.
─Muchas gracias por interceder y no dejarlos solos.
─Lo justo es justo ─estiró la mano y les acarició el pelo─. Ya
te los puedes llevar, si quieres, faltan diez minutos para la
salida.
─Sí, ahora. Chicos, ¿me esperáis en el patio?, necesito hablar
un momento con Paola.
─¡Vale! ─Corrieron para darle un beso, Paola los abrazó y
luego los observó salir disparados a jugar al patio.
─No los regañes demasiado, estoy convencida de que no han
hecho nada, ellos nunca mienten y…
─Paola ─La hizo callar acercándose y ella dio un paso atrás─.
¿Cuándo vuelves a casa conmigo?
─Mira, yo…
─He tenido una charla definitiva con Alicia y Esther, Magnus
ha sido testigo, incluso le he cantado las cuarenta a Beatrice, y
nadie, nunca más, volverá a interferir en nuestra casa o en
nuestra relación, ni volverá a molestarnos.
─Me alegro mucho por ti, Leo, eso es fantástico y va a ser
genial para los niños y para tu familia, pero no solo se trata de
eso, hay otras cosas que deberíamos…
─He zanjado cualquier tipo de relación con cualquier otra
mujer, yo solo quiero estar contigo, amore, mírame ─buscó
sus ojos y ella suspiró─. Esto es un compromiso en firme. Yo
te amo, Paola, no sé si sabes cuánto.
─Leo…
─Escucha, sé que tienes dudas y es normal, soy mucho mayor
que tú, tengo una mochila muy pesada, dos hijos y un trabajo
complicado, pero lo único que importa es saber si nos
queremos lo suficiente, si estamos dispuestos a seguir juntos
como compañeros de vida, como amigos y como pareja.
─No me preocupan para nada tu edad o tu mochila, nada de
eso es relevante, yo te quiero tal cual eres, Leo, salvo por el
hecho de que yo necesito una exclusividad y una…
─Cásate conmigo, casémonos, me encantaría celebrar una
gran boda en el Lago Maggiore, ¿a ti no?
─¿Desde cuándo el matrimonio es garantía de fidelidad?
─Si no te quieres casar conmigo no pasa nada, yo te estoy
ofreciendo ─se puso la mano en el pecho─: mi compromiso,
mi fidelidad, mi amor, mi vida entera e incluso mi apellido si
te lo quieres quedar.
─Yo…
─Tengo casi cincuenta y dos años y estoy enamorado de ti, mi
amor, sé que tú también lo estás de mí, no puedo seguir
perdiendo el tiempo. Me encantaría tener toda la vida por
delante para cortejarte, pero la verdad es que tengo un poquito
de prisa.
Le sonrió, estiró la mano, la cogió por el cuello y la
estrechó contra su pecho. Paola cerró los ojos y aspiró su
aroma disfrutando de esa sensación de seguridad y felicidad
que le proporcionaban sus abrazos, y finalmente se apartó y lo
miró a los ojos llorando.
─No llores, mi amor.
─Es de felicidad, es que…
─¿Qué?
─¿Estás seguro de todo esto?, ha sido muy rápido y no sé…
─El amor llega y te parte los huesos, puede arrasarte en diez
años, en unos meses o a primera vista, y yo estoy seguro de
que lo nuestro es real y para toda la vida, mi amor.
─Me alegra oír eso porque… Leo… yo…
─¿Qué?
─Estoy embarazada.
Él parpadeó un poco desconcertado, dio un paso atrás y
se mesó la barba. Ella se cruzó de brazos y le sostuvo la
mirada sin necesidad de añadir nada más, con el corazón
saltándole en el pecho, hasta que vio como sonreía con los
ojos verdes brillantes, se le acercaba feliz y la abrazaba con
todas sus fuerzas.
EPÍLOGO

─¿Qué suerte cumplir años casi a la vez?


Le habló un hombre por la espalda y Paola se giró hacia
él y al ver de quién se trataba le sonrió y dejó lo que estaba
haciendo para prestarle toda su atención.
─O igual no, porque siempre os veréis medio obligados a
celebrarlos en una misma fiesta y no sé yo si esa es tan buena
idea ─se contestó él mismo y luego le ofreció la mano─.
Encantado, soy Björn y acabo de llegar de Noruega.
─Encantada, Björn, tenía muchas ganas de conocerte en
persona, los niños hablan muchísimo de ti.
─También de ti ─La observó de arriba abajo─, te adoran y
ahora están como locos con la idea de convertirse en hermanos
mayores.
─Sí, es cierto, afortunadamente se lo han tomado muy bien.
─Enhorabuena por el bebé, es una gran noticia.
─Muchísimas gracias.
─¿Y sabes por qué el gran Leo Magnusson nos ha convocado
a todos en Italia para celebrar su fiesta, y la tuya, de
cumpleaños?
Se volvió hacia la terraza y le señaló a los amigos y
familiares que estaban reunidos en el jardín, comiendo y
disfrutando de una tarde espléndida junto al Lago Maggiore
mientras dos camareros se paseaban con bandejas de bebidas y
aperitivos entre ellos, y Paola respiró hondo y se encogió de
hombros.
─Se ha empeñado y no ha habido forma de quitarle la idea de
la cabeza.
─Bueno, al menos así podré conocer a sus hermanos italianos,
que son muchísimos.
─Son cinco, más esposas e hijos, suman un montón, la verdad.
¿Qué tal el viaje desde Njardarheimr?
─Largo, pero bien, aunque vengo desde Helgeland, al norte de
Noruega, donde ya hemos puesto la primera piedra de mi
nuevo hogar.
─Enhorabuena, Leo me contó que te había costado muchísimo
hacerte con ese terreno.
─Fue una pesadilla, pero… guau…
Se detuvo en seco abriendo la boca, mirando por encima
de su hombro, y Paola siguió sus ojos celestes hasta
encontrarse con la figura llamativa y preciosa de su amiga
Candela, que de casualidad se encontraba esos días en Italia, y
que había llegado esa mañana a Stresa para celebrar con ella
su treinta y cinco cumpleaños y de paso conocer a su nuevo
amor y a su nueva familia.
─¿Quién es? ─Le preguntó Björn sin poder quitarle los ojos de
encima y Paola sonrió─. Dime que la conoces y me la vas a
presentar.
─Claro que sí, es una de mis mejores amigas, se llama
Candela. ¡Candela!, ven, por favor.
Candela Acosta, hija de sevillana y brasileño, residente
en Madrid, aunque también había vivido en Estocolmo y en
otros tantos países porque era periodista y una viajera
incansable, se giró hacia ellos y se les acercó con una enorme
sonrisa.
Paola la cogió de la mano y la puso delante del cuñado
de Leo, que la seguía mirando con la boca abierta, e hizo
amago de hacer las presentaciones formales, pero no pudo
porque ambos se quedaron como hipnotizados, mirándose
fijamente, como reconociéndose o devorándose, pensó, y
decidió retirarse y dejarlos a su aire, porque era evidente que
no necesitaban que alguien rompiera la magia e interrumpiera
ese momento tan… raro.
Retrocedió sin perderlos de vista, aceptando que hacían
una pareja de cine, porque él era el típico escandinavo rubio,
alto y de ojos claros, y ella una mulata con el pelo rizado un
poco salvaje y los ojos negros, y abandonó la terraza
preguntándose cuál sería el estado sentimental de Björn
Pedersen, y, lo más importante, si sería un tío lo
suficientemente fuerte y resistente para mantener, en caso de
que surgiera, algún tipo de relación con Candela Acosta, que a
los tíos se los merendaba sin parpadear, y bajó al jardín de la
piscina riéndose sola, porque sería interesante ver qué acababa
pasando entre esos dos.
Se acercó a su abuela y a sus padres para preguntar si
necesitaban algo, y ellos, que estaban encantados con Leo y
con la noticia de su embarazo, le dijeron que todo estaba
perfecto y que su hermana había llegado hacía un rato, pero
que había desaparecido dentro de la casa y que no la habían
vuelto a ver.
Ella decidió ir a buscarla, pero de camino se encontró
con Marco y Celia Santoro, los saludó y se quedó charlando
un ratito con ellos, luego con Mattia y Franco, también con
Chantal y Valeria, las mujeres de Luca y Fabrizio; se despidió
de todos ellos y se pasó a ver qué tal estaban su amiga Natalie
y su novio Elías, que habían llegado la víspera de Estocolmo,
y de pronto se empezó a preguntar dónde estaría Leo, al que
había perdido de vista hacía bastante rato.
Hizo un barrido general por el jardín y no lo vio, aunque
sí localizó a varios de sus amigos más cercanos como Esther
Jakobsson y su marido Hanz, que se habían reconciliado al
poco tiempo de que Leo le pidiera a ella que se fuera de su
casa, también a un par de compañeros de su empresa, por
supuesto a Marina y su marido Pedro, y a una invitada
inesperada, la siempre espectacular Beatrice Ventimiglia, que
contra todo pronóstico, había aceptado la invitación para
asistir a esa gran fiesta doble de cumpleaños que Leo se había
empeñado en organizar en Stresa.
La alegría de su embarazo, la certeza de querer estar
juntos y la buena respuesta de Leo y Álex ante estas
novedades, lo habían vuelto como loco de felicidad y había
querido empezar a celebrarlo todo. Desde el principio, nada
más saber que iban a ser padres en abril, había iniciado todo
tipo de planes para celebraciones y festejos varios, y el broche
de oro era esa gran fiesta de cumpleaños en el corazón del
Lago Maggiore, en su casa favorita, le había dicho, y a la que
había invitado a casi sesenta personas entre familiares y
amistades cercanas.
Con la excusa de que cumplían años con dos días de
diferencia, se había puesto en marcha el invento y ahí estaban,
el primer fin de semana de octubre en Italia, rodeados de la
gente que querían, por supuesto de sus hermanos Santoro, y
ella solo podía sentirse feliz y agradecida, porque le encantaba
reencontrarse con tanta gente y la emocionaba pasar un fin de
semana de ensueño en uno de sus sitios favoritos del mundo,
que era a su lado, porque donde Leo Magnusson estuviera, ella
iba a ser feliz, daba igual donde fuera.
Saludó a su hermano y a Magnus con la mano y se dio
cuenta de que los gemelos también habían desaparecido del
jardín, giró buscándolos y con sus primos no estaban; se
asomó a la piscina y tampoco los vio, lo que empezó a
preocuparla. Hizo amago de entrar en la casa para ir a
localizarlos y entonces la pequeña banda que habían
contratado para amenizar la fiesta dejó de tocar y empezó a
ejecutar un redoble de tambores que la hizo detenerse.
─Señorita Villagrán venga aquí, por favor.
La llamó Leo desde el pequeño escenario y ella frunció
el ceño y bajó las escaleras hacia el jardín viendo que no
estaba solo, porque Leo y Álex lo estaban flanqueando muy
peinados y con sendos ramos de rosas blancas en la mano. El
corazón le dio un vuelco y se quedó congelada, pero su padre
vino por detrás, la abrazó por la cintura y la hizo ponerse
delante de todo el mundo para que pudiera mirar al amor de su
vida a los ojos.
─Paola Villagrán llegó a nuestras vidas para ayudarnos…
─comenzó diciendo Leo y ella se tapó la boca con las dos
manos y se echó a llorar─. Nosotros creíamos que venía a
nuestra casa solo para trabajar, pero al final nos dimos cuenta
de que había llegado para hacernos más felices y para
colmarnos de amor. Te queremos infinitamente, mi vida, eres
lo mejor que nos ha pasado nunca, a los tres, aunque yo
además te amo, me he enamorado de ti como nunca he amado
a nadie y por eso te quería pedir una cosa.
─Ohhhh…
Dijeron todos los invitados que se habían acercado para
rodearlos y escuchar el discurso, y ella vio con lágrimas en los
ojos como los niños le pasaban una cajita con un anillo de
compromiso.
─Leo, Alexander y yo te queremos pedir que te cases
conmigo, lo hacemos los tres para que no te atrevas a decirme
que no. ¿Quieres casarte conmigo, mio amore? ─Le dijo Leo
con una sonrisa y ella asintió.
─Sí, claro que sí.
─Genial ─saltó del escenario para abrazarla y ponerle el anillo
en el dedo entre vítores y aplausos, y luego la miró a los ojos,
la besó y se dirigió a todo el mundo─. Un momento, un
momento… tenemos otra sorpresa aún mayor si Paola me lo
permite, porque si ella quiere, esta no solo podría ser una fiesta
de cumpleaños…
─¿Qué? ─Preguntó sujetándolo de un brazo y vio que por su
derecha aparecía su hermana Allegra con un velo y un
maravilloso ramo de novia.
─Un pajarito me contó que odias las bodas ostentosas y que no
te veías capaz de superar los preparativos de un enlace, ni
elegir un vestido, ni preparar un banquete… que solo el velo
de tu madre te valía para dar el sí quiero en cualquier parte,
por lo tanto, mi vida… si tú quieres, podemos casarnos ahora
mismo y acabar con esto ya. Tu padre me ha dado su
bendición y tu madre nos ha traído su precioso velo nupcial.
¿Qué dices, señorita Villagrán?
─No me lo puedo creer.
Miró a sus padres, que estaban llorando abrazados y a
todo el mundo, que saltaba y aplaudía muy animado, y asintió
muerta de la risa, dejando que su hermana le pusiera el velo
alrededor del moño alto que se había hecho, y que Leo y Álex
la cogieran de la mano para llevarla al pequeño altar que había
aparecido de repente delante del Lago Maggiore, que a esas
horas de la tarde no podía estar más hermoso.
Miró hacia sus invitados, vio como Beatrice Ventimiglia
y Esther Jakobsson se daban la vuelta y abandonaban el jardín
furiosas, pero no le importó nada, porque nada, ni nadie, iba a
empañar ese momento mágico que había estado esperando
toda su vida. Miró a su maravilloso amor a los ojos, lo cogió
de las manos y asintió llorando de felicidad.
─Sí, quiero. Contigo hasta el fin del mundo, mi amor.
BJÖRN
Segundo libro de la Serie Vikingos

EMMA MADDEN
─¿Te conozco?
Le preguntó en inglés esa hermosa mujer y él parpadeó,
dio un paso atrás y sonrió negando con la cabeza.
─No, no nos conocemos, si nos conociéramos te acordarías de
mí.
Ella lo observó en silencio, con los ojos entornados
durante unos segundos, y luego se echó a reír a carcajadas,
cosa que le permitió relajarse y ofrecerle la mano.
─Hola, ¿qué tal?, me llamo Björn Pedersen, soy el cuñado de
Leo y por lo que sé, tú te llamas Candela.
─Sí, Candela Acosta. Encantada ─devolvió el apretón de
manos con energía─. Paola me ha hablado mucho de ti, me
contó que vivías en una comuna vikinga de Noruega.
─Yo no lo llamaría “comuna”, pero es cierto que mi estilo de
vida respeta la herencia de nuestros ancestros vikingos.
─¿Nuestros?, ¿de quienes?
─Bueno… de mis amigos y míos. Somos un grupo de
naturalistas y ecologistas que elegimos retirarnos de la urbe
para coexistir con la naturaleza y bajo los preceptos más puros
de…
─O sea una “comuna”.
─No. Una “comuna” implica someterse a algunas normas
preestablecidas y no es el caso. No tenemos reglas, ni
estatutos, ni una organización formal, somos más bien una
comunidad de compañeros y compañeras muy bienvenida.
─¿Os vestís como vikingos?
─No, no somos una atracción turística, como pasa con
Njardarheimr, lo nuestro es una forma de vida simple y
comprometida con el ecologismo escandinavo más puro y
positivo. Esos poblados vikingos cercanos a los Fiordos, que
habrás visto en algunos reportajes, no tienen nada que ver
conmigo.
─Entiendo… ─lo calibró de arriba abajo y él le sonrió─. No
quería ofender, si lo he hecho, lo siento muchísimo, lo que
pasa es que sé muy poco sobre todo eso, a pesar de lo cual, me
interesa muchísimo.
─Vente a conocernos a Helgeland, al norte de Noruega,
estamos levantando dos casas nuevas en medio de un marco
natural increíble, y seguro que te lo pasarías muy bien.
─¿Aceptáis visitas de periodistas?
─¿Eres periodista? ─ella asintió─. Eres bienvenida, pero
preferiría que me visitaras a título personal.
─Será un placer…
─Entonces está hecho ¿O sea que tú eres española como
Paola? ─cambió de tema y ella respiró hondo.
─Padre brasileño, madre sevillana. Nací y crecí en Madrid. Se
puede decir que soy española, aunque llevo muchos años
viviendo fuera del país.
─¿Dónde vives?
─Ahora estoy en Londres, pero pronto tendré que decidir si
me vuelvo a Estocolmo o me voy a Copenhague, la verdad es
que últimamente voy donde el trabajo me llama.
─¿Volver a Estocolmo?, ¿has vivido en Estocolmo? ─le
preguntó en sueco y ella se echó a reír.
─Sí, unos cuatro años, pero mi sueco no es demasiado bueno.
─A mí me parece perfecto.
Le guiñó un ojo y Candela Acosta le sonrió con esa boca
preciosa y sexy que tenía, y él supo en ese mismo instante que
ya era suya, o que al menos ya se la había metido en el
bolsillo, e hizo amago de cogerla por la cintura para llevársela
a buscar algo de beber, sin embargo, el estallido de aplausos y
gritos de algarabía en el jardín que estaba una planta por
debajo de ellos lo interrumpió y ella se apartó y se acercó de
dos zancadas a la barandilla para ver qué estaba sucediendo.
─Paola Villagrán llegó a nuestras vidas para ayudarnos…
─Estaba diciendo Leo a su guapísima novia y en seguida se
imaginó por dónde iban los tiros─… pero al final nos dimos
cuenta de que había llegado para hacernos más felices y para
colmarnos de amor.
─Oh, qué bonito ─susurró Candela Acosta a su lado,
sujetando la balaustrada con las dos manos, y él resopló.
─Te apuesto una cena a que le pide matrimonio.
─¿Tú crees? ─lo miró con sus ojazos negros muy abiertos y él
asintió─, pues a Paola le puede dar algo.
─Leo, Alexander y yo te queremos pedir que te cases
conmigo, lo hacemos los tres para que no te atrevas a decirme
que no. ¿Quieres casarte conmigo, mio amore? ─continuó Leo
Magnusson y él aplaudió.
─Te lo dije, me debes una cena.
─Espera… ─Lo hizo callar levantando una mano─, parece
que hay más.
─¿Qué más puede…?
─Un pajarito me contó que odias las bodas ostentosas y que no
te veías capaz de superar los preparativos de un enlace, ni
elegir un vestido, ni preparar un banquete… ─Continuó
diciendo Leo tras poner en el dedo de il suo amore el anillo de
compromiso─, que solo el velo de tu madre te valía para dar el
sí quiero en cualquier parte, por lo tanto, mi vida… si tú
quieres, podemos casarnos ahora mismo y acabar con esto ya.
Tu padre me ha dado su bendición y tu madre nos ha traído su
precioso velo nupcial. ¿Qué dices, señorita Villagrán?
─Vaya, esto sí que no me lo esperaba, se ha superado el
chaval.
Bromeó, viendo como casi todos los invitados, además
de la novia, se echaban a llorar de alegría, y observó con
atención a Candela Acosta, que no lloraba, pero que había
sacado su teléfono móvil de última generación para
inmortalizar aquel momento tan cursi.
─¿Cómo le pidió matrimonio a tu hermana?, ¿siempre ha sido
tan romántico?
Le preguntó de repente y él movió la cabeza para
observar cómo, de la nada, aparecía un atrio de boda cubierto
de flores y como su sobrino mayor, Magnus, ayudaba a un
cura católico a instalarse allí para oficiar la ceremonia. Desvió
los ojos hacia los pequeños, Leo y Álex, que estaban junto a su
padre con las alianzas y dispuestos a participar activamente en
la boda, y finalmente respiró hondo y miró a Candela a los
ojos.
─Nunca se casaron, no sé si se lo plantearon alguna vez,
aunque creo que no, porque mi hermana ya había estado
casada, le horrorizaba la idea del matrimonio y ninguno de los
dos era lo suficientemente romántico para pensar en este tipo
de chorradas, mucho menos Leo. Estoy flipando.
─¿Chorradas? ─Interrogó seria antes de echarse a reír─. Muy
bonito, Björn Pedersen. Me bajo para verlo de cerca, hasta
luego.
─Ok, tú misma.
Observó cómo le daba la espalda, dejando a la vista su
vestido de verano abierto hasta la cintura, y se quedó prendado
de la imagen inmejorable de sus curvas perfectas y femeninas
enmarcadas por una seda salvaje y estampada en tonos rosas
que le sentaba de maravilla a su piel oscura, color del
caramelo, que aparentaba ser sedosa y deliciosa.
Deslizó los ojos desde el trasero hasta los tobillos finos y
sus sandalias de tacón, y percibió perfectamente como una
oleada de calor lo devastaba de arriba abajo. Levantó la vista,
un poquito nervioso, y se encontró con su mirada pícara e
inteligente observándolo con calma.
─¿Qué?
─¿Es verdad lo que dicen de los vikingos? ─Le preguntó y él
frunció el ceño.
─¿A qué te refieres?
─A que primero te conquistan, luego te raptan y finalmente te
conducen a su paraíso o Valhalla.
─Ponme a prueba.
─Lo haré ─Se echó a reír y le dio otra vez la espalda─. No te
vayas muy lejos, Björn Pedersen, ahora vuelvo a por ti.
1

─Paoliña, no puedo estar más feliz por ti.


Al fin consiguió acercarse a su amiga Paola, que acababa
de casarse por sorpresa en Stresa, en el Piamonte italiano,
donde su novio, ahora marido, tenía una villa preciosa y muy
luminosa junto al Lago Maggiore, y la estrechó muy fuerte
percibiendo como ella se echaba a llorar otra vez.
─No llores más o te vas a deshidratar ─Bromeó y Paola se
echó a reír y la miró a los ojos.
─Qué suerte que pudieras venir.
─Bueno, yo venía a un cumpleaños y mira… tu chico es una
cajita de sorpresas. Os voy a tener que comprar un regalo
mucho mejor.
─No hace falta. ¿Qué tal estás?, ¿has comido algo?, ¿te lo
estás pasando bien?
─Muy bien y he picado algo, pero ahora me tengo que ir.
─¡No!, no puede ser, no nos ha dado tiempo ni de hablar.
─Lo sé, guapis, si pensaba quedarme hasta mañana, pero es
que el personaje que estábamos buscando en Milán ha
aceptado darnos una entrevista hace una hora y será mañana
temprano.
─Joder, Cande, no desconectas nunca.
─Hay que comer.
─Lo sé, pero me da pena no haber tenido tiempo para hacer
más cosas…
─¿Más cosas que una boda sorpresa?, esta vez te has
superado, Pao.
─Se ha superado Leo, porque yo no sabía nada.
─Y ha sido precioso, díselo de mi parte. Ahora me marcho, tú
sigue disfrutando de tu fiesta de cumple-boda y ya nos vemos
en Suecia, seguro que la semana que viene estaré en
Estocolmo y pienso quedarme unos cuantos días, así que…
─Ok, como quieras.
─¿Los hermanos italianos de Leo son de verdad o los habéis
contratado en alguna agencia de modelos? ─Bromeó, mirando
de reojo a un par de esos Santoro, que eran como salidos de
una película, y Paola se echó a reír.
─Por increíble que parezca, son de verdad.
─Qué lástima que además estén casados, porque cualquiera de
ellos me hubiese alegrado el día.
─¿Y Björn?
─¿Qué Björn?
─Björn Pedersen, el cuñado de Leo. Os vi un pelín
obnubilados.
─Ah, ya, es monísimo ¿verdad?
Giró, buscando a ese tío de más de metro noventa que
tenía pinta de abrir botellines de cerveza con los dientes, pero
no lo encontró, así que volvió a prestar atención a su amiga,
que a su vez la estaba observando muy atenta.
─¿Qué?
─Que Björn Pedersen es cualquier cosa menos “mono”.
─Es verdad, es como un dios escandinavo.
─Y te pega un montón, lo supe en cuanto me lo presentaron.
─¿En serio?… pues… no sé yo, y, aunque me apetecería
mucho, lamentablemente no puedo quedarme para
comprobarlo.
─¿Cris no puede sustituirte?
─No, el personaje es mío y llevo muchas semanas esperando a
que me reciba en su celda de San Vittore. Su entrevista es la
que nos falta para cerrar el documental.
─Vale, pues, entonces no insisto más, que hayas venido hasta
aquí ya es un regalo ─se acercó y la abrazó─ ¿Tienes coche o
te pido uno?
─He venido en un coche de alquiler, no te preocupes por mí y
sigue disfrutando de tu fiesta. Te lo mereces, Paoliña, estoy tan
feliz por ti, en serio.
La abrazó muy fuerte, pensando que verdaderamente
Paola Villagrán era de esas personas que se merecían que la
vida les regalara millones de cosas buenas, porque era
estupenda, generosa y muy buena gente; y hasta hace bien
poco lo había pasado muy mal, y se apartó de ella para
abandonar la fiesta a la carrera, sin despedirse de nadie, ni
siquiera del dueño de casa o de los padres o hermanos de
Paola, a los que conocía de toda la vida, porque se había
criado prácticamente con ellos en Madrid.
Esquivó a todo el mundo, concluyendo que ya era mala
pata que ese camorrista detenido en la cárcel de San Vittore
decidiera justamente entrevistarse con ella y con su equipo al
día siguiente a las ocho de la mañana, después de marearlos un
mes entero con sus cambios de fechas y de humor, y se detuvo
a un palmo de la puerta principal para buscar en la mochila las
llaves de su coche de alquiler; una maniobra un poco
complicada que alguien interrumpió acercándose demasiado a
ella.
─Hallå!…
La saludó en sueco el dios escandinavo, es decir, el imponente
Björn Pedersen, y ella dio un paso atrás y lo observó con una
enorme sonrisa.
─Más bien adiós, tengo que irme.
─No, no puede ser, no puedes abandonarme aquí.
─¿No puedo abandonarte aquí?, tú ya estabas aquí, aunque, si
quieres, puedo llevarte a Milán.
─Y yo al Valhalla.
Bromeó ladeando la cabeza, para observarla con sus
ojazos celestes que quitaban el hipo, y Candela no pudo evitar
echarse a reír.
─No lo pongo en duda, pero tendrá que ser otro día.
─¿Por qué?
─Porque tengo trabajo y me esperan el Milán. El deber me
llama.
─Muy bien, pero podrás tomarte una última copa conmigo en
la azotea, ¿no?
─Mmm…
─¿Ya has conocido el ático de la casa?, tiene unas vistas
impagables, confía en mí, te encantará verlas.
─De acuerdo ─soltó al fin, movida por la curiosidad─, pero
solo me tomaré un agua con gas porque tengo que conducir.
─Como quieras.
Sin saber cómo, porque ella no solía cambiar de planes y
mucho menos con un trabajo importante rondándole la cabeza,
lo siguió escaleras arriba hasta la segunda planta de la casa de
Leo Magnusson, donde había una terraza muy bonita con
vistas al jardín trasero y al lago Maggiore, y luego otro tramo
de escaleras más que los condujo directamente a un ático
enorme y silencioso donde no había nadie y se podía charlar
tranquilamente.
Lo admiró todo con la boca abierta, porque era
espectacular y muy acogedor, y observó cómo Björn Pedersen,
que iba vestido con pantalones oscuros y una camisa blanca
preciosa (a esas horas fuera de los pantalones y abierta hasta el
ombligo) se acercaba a una barra donde había una neverita de
diseño muy mona, la abría y sacaba una cerveza para él y una
botella de agua para ella.
─Aquí siempre hay provisiones.
─Genial, muchas gracias, pero solo me puedo quedar diez
minutos, mañana tengo que trabajar muy temprano.
─¿Sabes que este era el rincón favorito de mi hermana?
Le preguntó ignorando el comentario y caminó hacia la
única, pero gran ventana de la habitación que daba al lago y
regalaba una vista espectacular hacia las montañas,
señalándole el horizonte.
─Zúrich está a solo 130 kilómetros al norte, estamos pegados
a la frontera alpina entre Italia y Suiza, y ella decía que desde
aquí se sentía dueña de una de las vistas más bonitas de
Europa.
─Es precioso ─se le puso al lado y asintió contemplando el
paisaje─. Paola me contó que la casa la había comprado la
madre de Leo en los años setenta.
─Así es, la compró en 1970 y la llamaba su “paraíso”, pasaba
mucho tiempo aquí y Leo, desde que nació, ha venido siempre,
una o dos veces al año.
─Qué suerte.
─La verdad es que sí, ha tenido mucha suerte y la ha
compartido siempre con la familia y los amigos. Cuando
Agnetha vivía, la casa solía estar llena de gente.
─¿Veníais mucho?
─Todos los veranos ellos se instalaban aquí y los demás
pasábamos a visitarlos.
─Me lo imagino, es un sitio para visitar siempre que se pueda.
─¿Por qué has venido sola a la boda? ─Preguntó cambiando
de tema y Candela lo miró a los ojos.
─No sabía que era una boda, ¿tú lo sabías?
─No, pero…
─Yo tampoco, venía a un cumpleaños y de milagro, porque de
milagro me pilló cerca y me apetecía mucho ver a Paola y a su
familia, conocer a Leo y a sus hijos, etc.
─Le he preguntado lo mismo a Paola y ella me contestó que
no sabía si salías con alguien.
─Ah ¿o sea la pregunta es si he venido sola porque estoy
soltera? ─Él asintió soltando una risa─. Qué cotilla, señor
Pedersen.
─Necesito saberlo antes de besarte.
─¿Vas a besarme?, qué mono.
─¿Qué mono?, me han llamado muchas cosas en mi vida pero
nunca mono…
Se echó a reír, se le acercó y Candela no se movió, ni
ganas que tenía, porque calculó que no pensaba perderse un
beso de ese tío tan atractivo y que aparentaba saber misa en
latín, aunque ahora fuera pariente de una de sus mejores
amigas y esos líos familiares siempre acabaran acarreando
problemas.
Respiró tranquila y percibió el calor de su cuerpo al
pegarse al suyo, el de su mano al sujetarla por la nunca, y justo
cuando se inclinó para tocar su nariz con la suya, lo detuvo y
le puso un dedo sobre los labios.
─¿Tú has venido solo o hay alguien esperándote en la fiesta?
─He venido solo.
─Genial.
Susurró, se puso de puntillas y lo besó primero, como
siempre, porque le encantaba llevar las riendas en todos los
ámbitos de su vida, especialmente en esas lides “amorosas”, y
él reaccionó sonriendo sobre su boca, antes de separar los
labios y atraparle los suyos con deseo y mucha pericia,
dejándola completamente inmóvil, entregada al placer
absoluto de juguetear con su lengua y su boca caliente y
sabrosa, muy viril, porque ese tipo exudaba masculinidad por
los cuatros costados, e inmediatamente empezó a sentir un
calor descomunal subiéndole por las piernas, anunciándole que
seguramente no se podría separar de ese dios escandinavo
hasta no probar la “experiencia” al completo, es decir, hasta no
llevárselo a la cama.
─Madre mía, me gustas muchísimo, Candela Acosta.
Le dijo subiendo su mano grande y tibia por debajo de la falda
de su vestido, acariciándole las piernas y los muslos con
calma, hasta que llegó a su trasero y se lo apretó con urgencia
y propiedad. Ella aspiró su aliento cálido, lo miró a los ojos y
luego giró la cabeza para buscar un punto de apoyo donde
colocarse para estar más cómodos.
─¿Dónde…?
─Aquí no hay puertas, pero… ven aquí…
La cogió de la mano, se la llevó detrás de la barra que
había en la entrada y la apoyó contra ella bajándole los tirantes
del vestido. Primero le miró los pechos, muy atento, luego
estiró los dedos y le acarició los pezones con los pulgares,
provocando que arqueara la espalda de puro placer, y
finalmente se los lamió con toda la boca, mientras ella hundía
las manos en su pelo largo y suave y empezaba a gemir como
una loca, porque ya estaba desatada y no habría nada ni nadie
que pudiera detenerla.
Ella le sacó la camisa y le besó el pecho fuerte y
marcado, los hombros anchos, olió su perfume y le mordió el
cuello sintiendo cómo él se bajaba los pantalones y la
penetraba con un embiste preciso y perfecto, tan perfecto que
la hizo elevarse por encima de la barra para aferrarse a él con
ambas piernas, rodeándolo con todo el cuerpo y sin parar de
besarlo.
El sexo le encantaba y se le daba de maravilla, lo
disfrutaba al máximo porque era desinhibida y muy carnal,
muy apasionada, y a veces creía que ya lo había visto todo, sin
embargo, lo de Björn Pedersen era como de otro mundo, era
otro nivel, otra liga, pensó en medio de la lujuria total, y
mientras él le hacía el amor como un salvaje, empezó a sonreír
y hasta a reírse de puro gusto, de pura sorpresa, porque nunca,
jamás, había estado con alguien así.
─Me has llevado al Valhalla, señorita Acosta ─Le susurró
sobre la boca tras un orgasmo excepcional, y Candela le sujetó
la cara con las dos manos.
─Tu Valhalla es mi Valhalla, señor Pedersen.
─Habrá que repetir, dame diez minutos ─Le guiñó un ojo
apoyándose contra la pared, jadeando un poco y con el pelo
rubio revuelto sobre la cara, y ella lo señaló con el dedo.
─Me encantaría, pero tendrá que ser en otro momento,
gatinho, tengo que irme.
─¿Gatinho?
─Gatinho literalmente es gatito en portugués y es como
llamamos a los guapos en Brasil. Venga, me voy.
─No, no seas aguafiestas.
─En serio, tengo que trabajar y…
─¡Tío Björn!
Gritaron unos niños desde el pasillo, los dos se miraron con
los ojos muy abiertos, e instintivamente Candela se agachó y
recogió su ropa del suelo para ponérsela a toda velocidad
mientras Björn, muy caballeroso, salía al encuentro de los
pequeños para sacarlos de allí y darle a ella un pequeño
margen de maniobra.
─¿Qué pasa, chicos?
─¿Qué haces aquí?
─Estoy con mi amiga Candela, le estaba enseñando el ático y
las vistas hacia los Alpes ¿Necesitáis algo?
─Baja a jugar con nosotros, nos dejan quedarnos hasta tarde
porque como están los primos italianos…
─¿Jugar a qué?, estamos en una boda.
─Queremos enseñarle a Michele como tiras con arco, tenemos
el de…
─Ok, yo ya me iba.
Candela acabó de vestirse, se arregló el pelo, se revisó la
pulsera de las sandalias y se asomó al pasillo para saludar a
Leo y a Álex, los hijastros de Paola, que se la quedaron
mirando con la boca abierta mientras ella los rodeaba para
salir de allí a toda prisa.
─Ciao, chicos, ya nos veremos otro día. Adiós, Björn.
─Candela…
Oyó a su espalda, pero no hizo el menor caso y salió
corriendo escaleras abajo para evitar encontrarse con alguien
conocido. Esquivó a todo el mundo, a pesar de que la casa
seguía llena de gente, y salió a la calle buscando las llaves del
coche. Caminó por la acera estrecha intentando acordarse del
color del Audi que había alquilado hacía veinticuatro horas en
Milán, al fin lo encontró al otro lado de la calle, se montó, lo
puso en marcha y abrió las ventanas, un poco sofocada, siendo
consciente de repente de que se había acostado con un dios
escandinavo de película en el cumpleaños/boda de Paola, en el
ático de su casa llena de invitados (y de niños) y que no sabía
cómo se lo acabaría tomando ella si algún día decidía
contárselo.
“A lo hecho, pecho”, se dijo girando el volante para salir
del aparcamiento, pensando que en las bodas solían pasar este
tipo de cosas y que no iba a condenarse por eso, aunque al
final le tocara disculparse con su amiga. Enfiló despacio hacia
la carretera principal, viendo que tenía varias llamadas
perdidas de Cris, su socia, e hizo amago de llamarla, pero
antes de pulsar el manos libres, Björn Pedersen salió de entre
los coches y se puso en medio de la calle, descalzo y con la
camisa abierta, para obligarla a detener el coche.
─¡¿Qué haces?! ─Le gritó y él le dio un golpecito al capó
antes de acercarse a la ventanilla con su sonrisa de anuncio.
─No me has dado tu número de teléfono.
─Se lo podías pedir a Paola.
─¿Para qué si te tengo delante?
─Ok, te lo mando por Bluetooth. ¿Tienes tu móvil encima?
─No. ¿Sabías que el nombre Bluetooth es un homenaje al rey
vikingo Harald Blåtand Gormsson? Él unió las tribus danesas
en un solo reino.
─Lo había oído, sí. ¿Lo apuntas o te lo aprendes de memoria?
─El nombre surgió en una reunión entre Intel, Ericsson y
Nokia para estandarizar esa tecnología ─continuó explicando
él tan tranquilo y ella abrió los ojos y le hizo un gesto con la
mano para que le respondiera─. Tú dispara, yo me lo aprendo
de memoria, siempre se me han dado bien los números.
─A ver, espera… ─rebuscó en la mochila y encontró unas
tarjetas antiguas dónde venía impreso su número de móvil─.
Toma, guárdala y cuando puedas lo copias en tu Iphone.
─¿Das por hecho que tengo un Iphone?
─No lo sé, tú cópialo donde quieras. Tengo que irme, voy a
llegar tardísimo a Milán.
─Ok, härlig ─se le acercó y le pegó un beso muy apasionado,
mordiéndole la boca, antes de mirarla a los ojos─. Härlig es
como llamamos en Suecia a las chicas preciosas.
─Lo sé, adiós, Björg.
─Hejdå.
Se despidió y se apartó del Audi para dejarla marchar
con una sonrisa. Ella aceleró camino de la E62 con las rodillas
temblorosas, porque ese tío besaba demasiado bien, y ajustó el
espejo retrovisor para mirarlo por última vez, de pie ahí, en
medio de la calle: guapísimo, altísimo, rubísimo y sexy.
Un sueño escandinavo en toda regla.
2

─Despacio, despacio… venga, ya estamos…


Musitó Joseph, el cristalero, y las cuatro personas que
estaban manipulando el panel de cristal laminado a una altura
considerable, incluido él mismo, hicieron un último esfuerzo y
colocaron con precisión matemática el tramo que faltaba para
rematar la segunda planta de su nueva casa. Una segunda
planta que pensaba destinar a su zona más privada, es decir, a
su habitación, un pequeño salón y un cuarto de baño con sauna
que su cuñado Leo le había diseñado siguiendo una a una sus
instrucciones.
─Genial, ha quedado genial.
Aplaudió Joseph y Björn se dobló para apaciguar un
pinchazo en la zona lumbar, y luego observó desde su posición
lo bonito que había quedado todo, principalmente porque el
paisaje que rodeaba la casa era precioso, asombroso y casi
mágico, y miró a su amigo con una sonrisa.
─Está perfecto, Joe.
─Vale, me alegro de que te guste, chaval, ahora lo rematamos
todo y mañana podrás dormir aquí arriba si quieres.
─Eso estaría muy bien.
─Cuenta con ello, Björn.
─Gracias, mil gracias a todos por el esfuerzo. Si os apetece, os
invito a una Lervig en la cocina.
Miró al grupo, recuperó su jersey del suelo, se lo puso y
giró hacia sus preciosas escaleras, que habían terminado
mientras él se encontraba en la fiesta de cumpleaños/boda de
Leo y Paola en Italia, y las bajó con calma, acariciando con
placer el tacto suave de su recién pulido pasamanos de madera
de teca.
─¿Ya habéis terminado allí arriba?
Le preguntó Alana saliendo a su encuentro y él la miró y
le guiñó un ojo con una gran sonrisa.
─Sí, tienen que rematar, pero mañana podré empezar a subir
muebles, o al menos eso cree Joe.
─¿Les dará tiempo a sellarlo antes de mañana?
─Tienen todo el día, cielo, no te preocupes.
─Vale, tú sabrás.
─¡Mamá!
De la nada apareció la pequeña Andras, que a sus tres
años corría como un gamo por todas partes, dentro y fuera de
casa, y su madre se inclinó para cogerla en brazos y comérsela
a besos. Björn se les acercó, acarició el pelo rubio y
despeinado de la niña y luego se alejó de ellas señalándoles la
cocina.
─Voy a poner unas cervezas y algo de picar a los chicos, han
empezado a trabajar muy temprano y…
─Tú haz lo que quieras, pero primero llama a Leo a
Estocolmo, ha llamado varias veces a tu móvil. Supongo que
será importante.
─Igual no, pero ahora lo llamo. Gracias.
Entró en la cocina diáfana, que estaba concebida para
guisar para un regimiento y para albergar a un buen número de
comensales, y cogió su móvil de la encimera para llamar a su
cuñado. Marcó su número abriendo una de las neveras donde
guardaban las bebidas, sacó varias latas de Lervig oyendo los
tonos de llamada, y cuando Leo le respondió ya estaba
buscando embutidos y pan para poner en la mesa.
─Hola, tío ¿qué pasa?
─Hola, Björn, ¿qué tal ha ido la instalación del cristal
laminado?
─Acabamos de terminar, empezamos a las seis de la mañana,
pero no son ni las once y ya hemos acabado. Los cristaleros lo
están rematando.
─Vale, mándame fotos cuando lo tengan finiquitado.
─Claro, no te preocupes. ¿Qué tal por ahí?, ¿qué tal Paola y
los niños?
─Todos bien, retomando la normalidad, en la última ecografía
nos han confirmado que el bebé es una niña.
─¡Guau!, enhorabuena, estaréis encantados.
─Los gemelos no tanto, preferían un chico, pero ya están
asimilando que en la diversidad está la alegría y ahora andan
haciendo listas para elegir un nombre.
─Me imagino el debate.
─La cuestión es que no hay debate, se llamará Anna como mi
madre. A Paola y a mí nos gusta muchísimo y se dice igual en
sueco, español, italiano o inglés.
─Es bonito. Enhorabuena otra vez.
─Muchas gracias. Yo te he estado llamando por otra cosa…
─¿Qué pasa?
─Pasa que Alicia ha entrado en modo destructor y me ha
mandado un requerimiento judicial para que abandone mi casa
antes de dos meses.
─¡¿Qué?!
─Alega que, al casarme y formar una nueva familia con otra
persona, he perdido el derecho a quedarme aquí con Leo y
Álex y quiere venderla.
─¿Venderla?, ¿qué pinta Alicia queriendo vender nada?. Ese
piso lo heredó Agnetha hace más de veinte años y al fallecer
ella pasó automáticamente a sus hijos, ¿no?
─No es tan sencillo. Resulta que el piso no era de Agnetha, si
no de una de las sociedades anónimas de tus padres, por lo
tanto, es tan tuyo como de Agnetha o de Alicia. Yo no lo sabía
y mi abogado me acaba de confirmar que es cierto, que nunca
se liquidó esa parte de vuestra herencia y que no tengo nada
que hacer.
─Yo tampoco sabía nada, en la lectura del testamento de mi
padre, cuando se hizo el reparto principal de bienes, ese piso
constaba como propiedad de Agnetha, que yo recuerde;
aunque claro, yo tenía veinte años y estaba demasiado
conmocionado como para enterarme de nada. Tendría que
pedirle al albacea que revise…
─Déjalo, Björn, está todo claro, mis abogados no tienen
ninguna duda: el piso es vuestro. Agnetha solo tenía el
usufructo y a su muerte a nadie se nos ocurrió comprobar
nada. Fallo mío, pero ahora quiero solventarlo y por eso
necesitaba hablarlo contigo.
─Madre mía… ─se pasó la mano por el pelo─. Tú dirás.
─Quiero comprároslo y de primeras Alicia se niega a
vendérmelo, pero si tú me vendes tu parte igual podría
presionarla un poco. Magnus opina que lo más saludable sería
pasar de ella, entregarle el piso y comprarme otra cosa, pero sé
que Agnetha querría que los niños siguieran viviendo en el que
ha sido su hogar desde que nacieron, sin contar con que he
metido muchísimo dinero aquí en reformas. Me da lástima
perderlo de la noche a la mañana.
─¿Pero tú tienes bien atada la parte de Agnetha?
─Yo no tengo nada porque nunca nos casamos, la tienen sus
hijos. De hecho, objetivamente hablando, otro perjudicado
sería Magnus, que es tan heredero como Leo y Álex y
tampoco sabía nada de la situación de la casa. Todos dimos
por hecho que el piso era de los niños y no consultamos nada.
Craso error.
─Después de la trágica e inesperada muerte de mi hermana no
estábamos para preocuparnos por estas mierdas. Esa casa es de
Leo y Álex, que perdieron a su madre con seis años, y punto.
Lo que está haciendo ahora Alicia es una putada motivada por
los celos y la gilipollez. Hablaré con ella.
─No, no, prefiero no darle importancia porque es lo que busca,
ser protagonista de un nuevo drama e intentar manipularme y
controlar la situación. He decidido ignorar el problema e
intentar comprar la casa, si no cede, no pasa nada, nos vamos y
a otra cosa.
─En eso tienes razón. Está bien, mándame los papeles y te
firmo la venta de mi parte. Una venta simbólica, Leo, porque
no voy a cobrarte a ti, y por ende a mis sobrinos, por una
propiedad que ni contaba como mía.
─No, bueno, tampoco es eso, hermano, se trata de…
─La parte de Agnetha ─Lo interrumpió─, es de Magnus, Leo
y Alexander. Imagino que Magnus no se va a matar por un
puñado de coronas y si te las pide, que lo dudo, se las pagas a
él, pero a mí no me debes nada. Con esos dos tercios en tu
mano comprar la parte de la loca de mi hermana será coser y
cantar. No te preocupes.
─Vale, muy bien, muchas gracias. Te mandaremos la
documentación y lo vas mirando.
─Mio amore, me voy, Candela me está esperando en
Södermalm…
Oyó perfectamente como Paola se dirigía a Leo en
italiano, idioma que no controlaba demasiado, pero le bastó
con escuchar claramente dos palabras: Candela y Södermalm,
para sentir como la energía le volvía al cuerpo.
─Ciao, mio amore. Te veo esta tarde.
─Arrivederci, saludos a Björn.
─Ahora se lo digo… ¿Björn, sigues ahí?
─Sí, sigo aquí, ¿habla de Candela Acosta?
─Exacto.
─¿Qué pasa con ella?, ¿está en Estocolmo?
─¿Qué sabes tú de Candela Acosta?
─Nos conocimos en tu fiesta, en Italia, y conectamos muy
bien, aunque desde entonces me está costando horrores
localizarla por teléfono.
─Ah, vaya, no sabía nada.
─Se me habrá olvidado comentártelo. ¿Entonces está en
Estocolmo?
─Sí, ha venido por trabajo. Creo que le ha salido un proyecto
muy bueno, porque se va a quedar una temporada por aquí.
Paola le va a dejar el apartamento que tiene en Södermalm
para que se ahorre el hotel.
─¿En serio?
─Sí, igual ahora te cuesta menos localizarla.
─Ahora mismo la llamo.
─Bueno, tío, te dejo, tengo que ir a Drottingholm a ver la obra
de Franco Santoro, llevamos un mes de retraso por culpa de
los materiales que teníamos retenidos en aduanas.
─¿Qué tal con tus hermanos italianos?
─Viento en popa a toda vela.
─Me alegro, son buenos tíos, se parecen a ti ─Bromeó y Leo
se echó a reír.
─Eso dicen. En fin, te mandaré todos los papeles de la casa
para que tengas clara la situación, el precio de tasación, etc.
─Tú mándame el contrato de compraventa y lo zanjamos
cuanto antes.
─Ok, lo hablaré con mi abogado.
─Muy bien.
─Gracias por todo, Björn.
─De nada, adiós, hermano.
Le colgó, pensando en coger un avión para plantarse en
Estocolmo esa misma tarde, porque se moría de ganas de ver a
Candela Acosta, esa diosa de caramelo que lo tenía loco desde
que lo había mirado por primera vez a los ojos hacía dos
semanas en Stresa, a orillas del Lago Maggiore, y sonrió,
porque podía hacerlo perfectamente, aunque igual era más
sensato hablar con ella primero y ver si tenía algún plan o
intención de verlo.
Marcó su número de teléfono de memoria, se asomó al
ventanal para ver cómo empezaba a llover copiosamente sobre
Helgeland, y sin querer pensó en su boca dulce, su piel suave y
su risa contagiosa, porque se reía mucho y a él le encantaba
como sonaba esa risa en directo y también por teléfono,
porque, contrariamente a lo que él percibía y le acababa de
comentar a Leo, ella sí le había cogido un par de llamadas y sí
había devuelto otras tantas, por lo tanto, no le había costado
tanto localizarla, lo que pasaba es que él necesitaba localizarla
mucho más e incluso verla cuanto antes, porque no se la podía
quitar de la cabeza.
─Hola, gatinho, ¿qué tal te va? ─le respondió al sexto tono de
llamada y él sonrió.
─Me han dicho que estás en Estocolmo.
─Las noticias vuelan.
─¿Por qué no me has contado que venías a Suecia?
─Porque dependía del trabajo, no era nada seguro y no me
gusta adelantar acontecimientos. Da mala suerte.
─¿Cuándo has llegado?
─Esta mañana, ¿tú qué tal estás, Björn?
─Bien, con ganas de verte. Puedo estar en Estocolmo a la hora
de la cena. ¿Qué me dices?
─Bueno, yo… no sé, estoy liadísima y… ahora no soy muy
buena compañía. No vengas solo por mí.
─No veo un motivo mejor para ir a casa, Candela.
─Eres adorable, pero…
─¿Tú quieres verme?, dime que sí y me pillo el primer avión.
No tengo nada importante que hacer por aquí.
Miró a su espalda y vio como el equipo de construcción estaba
comiendo y bebiendo cerveza en la mesa de la cocina, y les
sonrió, pero luego volvió a prestar atención a la lluvia y
respiró hondo.
─No quiero presionarte, ni parecer desesperado, Candela, solo
es que me gustaría verte y sigo teniendo casa en Estocolmo.
No me supone ningún problema ir hasta allí, quedar contigo y
de paso arreglar unos papeles pendientes que tengo con Leo.
─Bueno, si aprovechas para hacer otras cosas me parece
perfecto, por supuesto que quiero verte, aunque te advierto que
tengo mucho trabajo y nada de tiempo libre.
─Me adaptaré, tú tranquila…
─¡Papá!
Gritó la pequeña Andras a su espalda y él se giró para
mirarla y ver cómo corría y saltaba a los brazos de su padre.
─¿Quién es? ─Preguntó Candela con voz de duda─ ¿Tu hija?
─No, es Andras, la hija de Alana y Hans, mis compañeros de
hjem.
─¿Hjem?
─De hogar, comparto casa con ellos. Hans es mi mejor amigo,
el que me dio cobijo en su casa y en su comunidad cuando
decidí retirarme a vivir a Noruega.
─Ah, no lo sabía.
─Ya nos pondremos al día.
─Pero… ya que estamos, ¿tienes pareja, expareja, hijos o algo
que debería saber? Te acabo de conocer y me da igual tu vida
privada, pero me he acostado contigo y no soy de las que se
mete en medio de otras relaciones o vive la vida loca sin
conciencia ni principios.
─Vaya ¿en el fondo eres conservadora?
─No soy conservadora, pero sí soy respetuosa con las
relaciones ajenas y no me gusta hacer a los demás lo que no
me gustaría que me hicieran a mí.
─Es bueno saberlo.
─Responde a mi pregunta, Björn.
─No tengo mujer, ni hijos, llevo solo muchos años y, aunque
te cueste creerlo, soy una especie de asceta, un místico y,
como tú, también soy muy respetuoso con la vida y las
relaciones de los demás.
─Ok.
─¿Tengo alguna esperanza?
─¿Esperanza?
─Si me preguntas esto y te preocupa, es que igual tengo
alguna esperanza de que quieras seguir viéndome y quedando
conmigo.
─Madre mía.
─Responde tú ahora a mi pregunta.
─Me he preocupado al oír a una niña pequeña llamando a su
papá, si por casualidad era tuya y tu mujer y ella estaban ahí
contigo, esta charla se habría acabado de inmediato y, por
supuesto, no te querría ver más salvo como pariente de Paola.
Aclarado esto, por supuesto que me gustaría seguir viéndote y
quedando contigo, pero como amigos, porque, aunque me
gustas mucho, mi vida ahora es muy complicada y no quiero
compromisos ni nada parecido.
─Con eso me vale. Me voy a pillar un avión y te veo para
cenar. ¿De acuerdo, Härlig?
─De acuerdo, gatinho.
─Me muero por tocarte. Hasta esta noche ─Le colgó y marcó
el número de teléfono de su colega Heini.
─Hei, kompis ─Le respondió él de inmediato y en noruego.
─Hola, chaval, ¿puedes llevarme ahora a Estocolmo?
─Estoy con la avioneta en Bodø, Björn, he venido con Egil
para traer un pedido de muebles, ahora mismo los están
embarcando para Canadá, pero, si quieres, puedo llevarte
desde aquí.
─Me parece bien ─miró la hora en el reloj de pared de la
cocina─. Creo que podré coger el ferry de la una. Tú ve
pidiendo los permisos y cuando llegue a Bodø te doy un toque,
¿ok?
─Ok, te espero aquí, amigo.
3

Se despertó de repente, asustada, con esa sensación tan


incómoda de llegar tarde a algo importante, y nada más
ponerse boca arriba recordó dónde estaba y con quién y se
sentó mirando la hora: las siete y media de la mañana.
Afortunadamente, aún tenía tiempo de sobra para darse una
ducha antes de salir corriendo a la reunión que tenía en la sede
de HBO Max Nordic, en Birger Jarlsgatan, a unos quince
minutos en coche desde Gamla Stan, el casco viejo de
Estocolmo, donde Björn Pedersen tenía su precioso y amplio
ático con vistas a la isla de Södermalm.
Miró de reojo a su lado y se encontró con el cuerpo
desnudo, fuerte y rotundo de su dios nórdico del sexo, y sin
querer suspiró, porque estaba buenísimo y le gustaba un
montón. Se inclinó para darle un beso en la espalda, se
entretuvo oliendo ere aroma viril e hipnótico que desprendía, y
finalmente se apartó de él, abandonó la cama y se fue sigilosa
hacia el cuarto de baño.
Aquel cuarto de baño era como todo el ático, es decir,
moderno, sueco y austero. Nada de colores chillones ni
adornos cursis, solo madera, mármol blanco con textura de
hielo (le había explicado el mismo Björn la noche anterior),
ducha con efecto de lluvia y toallas blancas, muchas toallas y
jabones naturales blancos por todas partes. Una verdadera
gozada.
Abrió el agua caliente y se metió debajo cerrando los
ojos, dándose cuenta de que estaba un poco dolorida tras la
maratón de sexo nivel superior que había compartido durante
horas con Björn Pedersen, que era un tipo apasionado y
salvaje, un poco bruto y muy dominante entre las sábanas.
Algo que le había encantado.
Aunque normalmente no solía tolerar ese tipo de
comportamientos, porque nunca se dejaba manejar ni le
gustaba perder el control en la cama, a él lo había dejado
hacer, porque había surgido de forma natural y muy
placentera, y al final la había vuelto literalmente loca de
pasión hasta tres veces durante la noche, eso sí, después de
haber disfrutado de una cena estupenda en uno de sus
restaurantes favoritos del distrito de Norrmalm.
El chico era un caballero y tenía buen gusto en materia
de restaurantes, vinos y charla, era un conversador nato y
ameno, y después de aparecer en Estocolmo, tal como había
prometido, la misma tarde que ella había llegado a la ciudad,
le había organizado una velada espectacular, paseo por la zona
vieja incluida. Una velada que ella había gozado al máximo,
porque era justo lo que necesitaba después de los meses de
trabajo arduo y duro que llevaba encima.
Ni por un segundo se había planteado negarse a sus
planes, que era lo que habitualmente hacía con todas sus
“aventuras fugaces”. Esos líos que, como con él, habían
sucedido sin planteárselo y por pura locura en un momento
puntual y único, y se había dejado llevar por primera vez en su
vida por un hombre, por su entusiasmo y sus ojazos claros, y
la verdad es que no se arrepentía de nada, porque lo habían
pasado de maravilla dentro y fuera del dormitorio, y estaba
deseando repetir si cumplían con todas las reglas. A saber: ni
compromiso, ni noviazgo, ni amor, ni obligaciones, solo
amistad y sexo libre y ufano.
Salió de la ducha, se envolvió con una de esas suaves y
enormes toallas blancas, y concluyó que había tenido una
suerte bárbara pudiendo ir a la fiesta de Paola en el Lago
Maggiore. No solo porque había podido estar con ella y con su
familia, sino porque, además, había tenido la fortuna de
coincidir con un tipo maduro, cuarentón y de vuelta de todo
como Björn Pedersen.
Un escandinavo en toda regla, es decir, un tío liberal, abierto y
sin complicaciones; alguien directo que hablaba claro, al que
podías hablar claro y con el que seguro no iba a tener ningún
problema de esos de los que ella solía huir como de la peste: el
drama o los celos, o las exigencias o los sentimentalismos
exagerados que la sacaban de quicio.
Lo suyo había sido directo y concreto desde el minuto uno. Se
habían mirado y se habían gustado, habían ido el uno por la
otra, la otra por el uno y ya está, fin del problema. Nada de
llamadas o cortejos innecesarios. En resumen, lo suyo con su
dios escandinavo del sexo estaba siendo tal y como ella soñaba
que fueran siempre sus historias con el sexo opuesto, y se
sentía muy tranquila con él.
Salió del cuarto de baño sin hacer ruido, se vistió y
buscó un papel para dejarle una nota. Lo encontró en la cocina,
en un bloc pegado a la nevera, le escribió una despedida,
volvió al dormitorio para dejársela en la mesilla de noche
junto a su teléfono móvil, y antes de marcharse se quedó unos
segundos mirándolo embobada, porque era tan guapo, tan
perfecto y sexy como una escultura clásica, eso sí, rubio y con
la piel calentita y suave.
Respiró hondo, hizo un esfuerzo sobrehumano para no
acurrucarse a su lado, e intentó pensar en su trabajo y en la
importante reunión que tenían esa mañana. Cerró los ojos, se
dio la vuelta y salió del ático a toda velocidad.
─Hola, Cris.
Nada más pisar la calle llamó a su socia y ella le
respondió de inmediato y quejándose como siempre.
─¿Dónde te has metido, Candela?, me da palo estar sola en el
piso de tu amiga, al fin y al cabo, te lo ha dejado a ti, no a mí.
─Nos lo ha dejado a las dos, no te preocupes por eso. ¿Ya has
salido camino de HBO?
─Estoy aquí, estoy desayunando en una cafetería que hay justo
al lado del edificio.
─Perfecto, espérame allí porque yo no he desayunado y me
muero por un café. Tenemos tiempo de sobra.
─¿Qué ha pasado con el tío guapo que te recogió ayer?, ¿no te
invita a desayunar?
─No le he dado tiempo, he salido disparada ¿Tienes mi
pendrive y…?
─Lo tengo todo. Tú coge un taxi y ven lo más rápido posible.
─En diez minutos como mucho estoy allí.
Le colgó y pidió un taxi, en cuatro minutos lo tenía
delante y se subió revisando su Tablet, donde tenía todas las
propuestas aprobadas de su nuevo proyecto. Las abrió una a
una para repasarlas y sintió vibrar su teléfono móvil, lo miró
de soslayo y al ver que se trataba de su hermana, lo respondió
sin mucho entusiasmo.
─Hola, Mamen.
─Hola, ¿dónde paras?, mamá dice que estás en Italia con
Paola Villagrán.
─Eso fue hace dos semanas. Fui a trabajar a Milán y
aproveché de pasar por su fiesta de cumpleaños.
─¿No era su boda?, mamá dice…
─Era su fiesta de cumpleaños, pero acabó en boda sorpresa.
─¿Cómo que acabó en boda sorpresa?, ¿con Anders?
─No, con otra persona, se llama Leo y él tiene una casa en el
Lago Maggiore, en el norte de Italia. ¿No te conté que rompió
con Anders hace dos años?
─Igual sí, pero no me acuerdo, soy mamá a tiempo completo
¿sabes? Es muy duro.
─Mmm…
Le respondió para no ponerse a discutir, porque su hermana,
que ya tenía dos niños a los treinta y cinco años, y estaba
esperando el tercero, solo veía valor en el hecho de ser madre
(parecía que era la única mujer en el mundo que había parido)
y sublimaba al máximo su calidad de “mamá a tiempo
completo”, como si eso fuera una hazaña o un sacrificio
estratosférico digno de medallas, y no algo bastante normal
para el resto de universo, y tragó saliva.
─En todo caso, Mamen, estoy en Estocolmo. ¿Necesitas algo?
─Me alegro muchísimo de que Pao se haya casado al fin ─
continuó ella sin escucharla─. Ya tiene treinta y cinco ¿no?, es
mayor que tú.
─Sí, tres años, tiene tu edad, ibais a la misma clase.
─Y el tal Leo tendrá posibles, supongo, si tiene casa en el
Lago Maggiore. ¿Es italiano?
─Es sueco, pero con raíces italianas, aunque tampoco conozco
muchos detalles de su vida.
─Qué raro si sois tan amigas.
─Es que yo no voy interrogando a mis amigas. ¿Qué tal
vosotros?, ¿qué tal los peques?
─Bien, ellos en el cole y yo haciendo disfraces de Halloween,
tenemos un AMPA muy activo.
─Me alegro.
─Te llamaba para preguntarte si sabes algo de papá, me han
llegado rumores de que se ha puesto malo o algo así.
─¿Y por qué no lo has llamado directamente a él?
─No le voy a hacer eso a mamá.
─Llamar a tu padre para saber cómo está no es ir en contra de
mamá.
─Para ella sí y yo estoy de su parte, no como tú.
─Se divorciaron hace veinte años, Mamen, a ver si maduráis
un poco. Y yo no estoy en contra de nadie, estoy hasta el gorro
de que me digáis siempre lo mismo.
─Porque es la verdad.
─No es cierto, solo intento…
─Bueno ─La interrumpió─ ¿Has hablado con él o no?
─La semana pasada y estaba bien, pero voy a llamarlo por si
acaso… ¿De dónde os han llegado esos rumores?
─De Brasil, de la tía Júlia.
─La tía Júlia tampoco le habla a papá, no sé de dónde se ha
sacado eso. Si le hubiese pasado algo seguro que Jack ya me
habría avisado.
─Lo has tenido que nombrar. Te dejo, me has arruinado el día.
─Madre mía…
Oyó cómo le colgaba y resopló llegando a la calle Birger
Jarlsgatan, donde la esperaban Cris y la sede de HBO Nordic.
Se bajó del taxi incómoda, como siempre que tenía que
hablar con su hermana mayor, que era más intolerante y
conservadora que su abuela de setenta y seis años, y llegó al
café dónde estaba Cris pensando en llamar a su padre en
cuánto el cambio horario le fuera favorable, porque tampoco
se trataba de despertarlo y darle un susto.
Entró en la cafetería pidiendo un café americano y unas
tostadas, y se sentó frente a su socia mirando la hora y
calculando que, si eran las ocho y veinte de la mañana en
Estocolmo, solo eran las dos y veinte de la madrugada en
Nueva York, por lo tanto, podría llamar a su padre y a Jack
cuando saliera de su importante reunión con la directora de
contenidos de HBO Nordic.
─¿Qué tal?, ¿has podido dormir algo? ─Le preguntó Cris y
ella asintió.
─Sí, lo suficiente. ¿Has traído el guion acabado que dejé en el
portátil?, no lo tengo en la Tablet y si no…
─Lo tengo, te he dicho que he traído tu pendrive y ayer,
cuando lo terminaste, lo grabaste allí, como siempre.
─Sí, joder, lo siento, es que acabo de hablar con mi hermana y
ya sabes cómo me descoloca.
─¿Qué le duele a Mamen ahora?
─Quería saber de mi padre, porque al parecer una de nuestras
tías de Brasil le ha dicho que a lo mejor está enfermo y cómo
no es capaz de llamarlo a él, me llama a mí y me suelta todo su
mal rollo.
─¿Y has podido hablar con él?, la última vez fue cuando
volvimos a Londres. Al menos que yo sepa.
─Sí, la semana pasada. Luego lo llamaré, aún es de madrugada
en Nueva York. En fin… ─Tomó un sorbo largo de su café y
cogió una tostada para darle un gran mordisco─. Tengo mucha
hambre.
─¿Y, tu nuevo amigo sueco?, ¿no me vas a hablar de él?. Está
como un queso.
─Lo acabo de conocer, no hay mucho que te pueda contar
sobre él salvo que es familia del marido de mi amiga Paola, y
sí, está como un queso y encima es súper majo.
─¿Cuántos años tiene?
─Cuarenta y uno y la cabeza muy bien amueblada. Me
encanta.
─Vaya, qué peligro.
─Es solo un amigo. Bueno, volvamos a lo nuestro y
repasemos los puntos a destacar y… espera…
Sintió vibrar el teléfono móvil otra vez, lo miró y al leer
Björn en la pantalla, sin querer sonrió, se puso de pie, pidió
disculpas a Cris y salió a la calle para contestar.
─Buenos días, ¿cómo estás?
─Me siento un poco abandonado, esperaba poder llevarte el
desayuno a la cama.
─Me hubiese encantado, pero a las nueve tengo una reunión
importarte en HBO. Te lo dije ayer.
─Lo sé, es broma. Solo te llamaba para desearte suerte,
aunque estoy seguro de que no la necesitas.
─Oh, qué mono. Muchas gracias.
─¿A qué hora nos vemos?
─Te llamo luego ¿vale?, no sé a qué hora me voy a desocupar
o si tenemos que quedarnos por aquí para cerrar más cosas,
pero buscaremos un hueco y nos veremos.
─Sea como sea, ¿esta noche duermes conmigo?
─No me lo perdería por nada del mundo.
─Así me gusta. Bueno, Candela Acosta, deslumbra a esa gente
y luego llámame y me lo cuentas. Estaré haciendo todas las
gestiones que tengo pendientes en Estocolmo, pero también
estaré pensando en ti.
─Muchas gracias, eso me anima un montón.
─De nada. Hasta luego, Härlig
─Hasta luego.
Le colgó, levantó la vista, vio su reflejo en un cristal que
tenía delante y se dio cuenta de que estaba sonriendo de oreja
a oreja, como una cría, y parpadeó un poco confusa. Movió la
cabeza para quitarse esa cara de boba, cuadró los hombros y
volvió a la cafetería para acabar de desayunar, y para centrarse
en lo realmente importante: su trabajo y su reunión clave en
HBO.
4

─Alicia está en todo su derecho, el piso pertenece al


patrimonio de la familia y si ahora quiere recuperarlo, no seré
yo el que se oponga.
Le soltó Hugo Karlsson, el administrador de los
fideicomisos y las sociedades anónimas ligadas al patrimonio
de sus padres, y Björn entrecruzó los dedos y respiró hondo
antes de hablar.
─Doy por hecho que se ajusta a la ley y que está en su
derecho, lo que me sorprende, y escandaliza, es que lo haga
sabiendo que perjudica a sus sobrinos pequeños, que perdieron
a su madre hace cinco años.
─Los niños tienen un padre, no los está dejando en la calle.
─No, pero han nacido y crecido en ese apartamento que
Agnetha compró hace más de treinta años.
─Lo compraría ella, pero con el dinero de vuestros padres, ese
es un hecho irrefutable, Björn.
─Todos estábamos seguros de que lo había heredado en
exclusiva tras la muerte de nuestra madre, a ninguno se nos
había ocurrido pensar lo contrario y ahora…
─Ahora Alicia ─Lo interrumpió, apoyándose en su butacón de
cuero─, ha decidido revisar el estado de la herencia y ha
descubierto la anomalía. Solo quiere subsanarla.
─Lo que quiere es fastidiar a Leo, así de claro, y no entiendo
por qué tú la apoyas. Tú conocías muy bien a mi hermana y el
amor que sentía por Leo y por sus niños. Lo eran
absolutamente todo para ella, seguro que no le gustaría que
estuvierais planeando echarlos de su hogar de la noche a la
mañana.
─Leo ni siquiera se casó con ella.
─Porque ninguno de los dos quería casarse.
─Se lo advertí, le advertí a Agnetha que, si quería proteger a
sus hijos, debía oficializar la relación y casarse con
Magnusson, pero ella…
─Ella hizo siempre lo que le vino en gana y no vamos a
cuestionarla ahora, cinco años después de su muerte.
─No, pero sí podemos intentar poner orden y concierto en
todo este asunto ahora que Magnusson sí ha querido casarse
con otra mujer y tener más hijos.
─Ya veo que Alicia te ha aleccionado bien.
─No, Björn, yo estoy aquí solo para velar por vuestro
bienestar, por la seguridad de vuestro patrimonio y para cuidar
de vuestros intereses. Ha sido así desde hace más de veinte
años y pienso seguir haciéndolo con ecuanimidad el tiempo
que haga falta.
─¿Ah sí?, ¿y por qué cuando murió mi hermana no le dijiste a
Leo que se marchara de la propiedad?, ¿eh?, ¿por qué ahora?.
Yo te voy a decir por qué, porque Alicia, en su
inconmensurable egocentrismo, no soporta que Leo sea feliz,
que se haya casado con otra mujer que no sea ella y que vaya a
tener más hijos. A Alicia, como a mí, le importa una mierda
ese piso de Vasastan, lo único que quiere en este momento es
joder a Leo al precio que sea, y te ha convencido a ti y ha
iniciado esta cruzada absurda por la puñetera herencia a la que
nunca le había prestado ninguna atención. No sé si eres
consciente de lo que está haciendo, Hugo, pero lo seas o no,
conmigo no contéis.
Se puso de pie decidido a zanjar la charla y Hugo hizo lo
mismo levantando una mano para detenerlo.
─No le dije nada en su momento por los niños, por todo lo que
había pasado, pero ahora que Alicia reclama la propiedad no
puedo negarme, está en su derecho.
─¿En su derecho de ser egoísta y mala persona?
─Björn…
─Te repito que su única motivación para poner en marcha este
tema es fastidiar a Leo, aunque sus sobrinos sigan siendo
menores de edad y ese sea el único hogar que conocen, el
único que compartieron con su madre, a ella le da igual con tal
de perjudicar al que fue su cuñado.
─Bueno, mira, creo que te estás equivocando y que deberías
hablarlo con Alicia.
─No voy a hablar con ella porque Leo me ha pedido que no lo
haga, y porque en realidad no me interesa, no me gusta que me
mientan a la cara.
─¿Y qué quieres que haga yo?
─Tú limítate a tramitar la herencia que les corresponde a los
hijos de mi hermana lo antes posible, por favor. Empieza por
el piso de Vasastan y sigue con lo que tengan pendiente,
porque es una vergüenza que cinco años después de su
fallecimiento aún queden flecos sueltos y nos tengamos que
encontrar con este tipo de gilipolleces.
─¿Estás poniendo en duda mi diligencia después de tantos
años?.
─No estoy poniendo en duda nada, solo estoy pidiéndote que
hagas algo que deberías haber hecho hace tiempo. Todos
sabemos que los últimos años he pasado bastante de este tipo
de asuntos familiares, pero mi hermana y tú acabáis de
traspasar mi límite, que son mis sobrinos, y pienso empezar a
prestar más atención a todo lo que se hace por aquí. Te aprecio
y te respeto, Hugo, pero os estáis pasando cuatro pueblos.
─Ha sido iniciativa de Alicia.
─Pues deberías habérselo impedido, se supone que tu papel es
controlarnos e imponer un poco de cordura en algunas de
nuestras decisiones.
─Tienes razón, pero ella, desde su punto de vista, también,
tampoco estamos dejando a una familia en la indigencia. Leo
Magnusson tiene más dinero del que nos imaginamos, puede
vivir donde quiera.
─No se trata de eso, no se trata de dinero, se trata de principios
y de amor, de amor por los hijos pequeños de mi hermana, que
necesitan estabilidad, no a una tía loca enarbolando los
derechos de propiedad sobre su casa porque su padre la ha
rechazado abierta y públicamente.
─Björn, por el amor de Dios.
─Es así de crudo y si ni siquiera lo sospechabas, es que no
conoces a Alicia.
─En todo caso ─masculló incómodo─, solucionaremos la
herencia de Agnetha esta semana, empezando por el piso de
Vasastan, del que Magnus también tiene una parte. Lo llamaré
y hablaré con él para ponerlo al día.
─Magnus está al tanto de todo y está tan cabreado como yo
con Alicia. No quiere ni oír hablar de ese piso y ha decidido
ceder su parte a sus hermanos pequeños, como haré yo con la
mía.
─¿De qué estás hablando?
─De que en cuanto tengas resuelto el papeleo de esta
propiedad en particular, Magnus y yo se la cederemos ante
notario a Leo y Alexander Magnusson.
─A tu hermana no le va a gustar.
─¿Crees que me importa?.
─Supongo que no.
─En fin, tengo que marcharme. Espero que todo haya quedado
claro y solo te pido, en mi nombre y en el de mis sobrinos, que
hagas tu trabajo y lo hagas ya, por favor, ni un día más de
conflicto por culpa de semejante chorrada o iré a los tribunales
y te refutaré como albacea.
Lo miró desde su altura sin parpadear, dio un paso atrás,
giró y salió del despacho de Hugo Karlsson pensando que
nunca le había hablado así, pero que también tenía derecho a
cabrearse y a ponerse serio de vez en cuando, porque, aunque
para la mayoría de su familia y los asesores y abogados que
los rodeaban, él solo era un tiro al aire poco implicado, un
lunático inofensivo que había huido del mundo real hacía
cinco años para vivir como un ermitaño en Noruega, seguía
siendo un Pedersen, el único hijo varón de su padre, y a veces
había que recordarlo.
Salió a la calle pensando en su padre, ese hombre fuerte
y lleno de vida, una fuerza de la naturaleza que había
levantado su imperio industrial de la nada, que se había casado
tarde y contra viento y marea con una guapa aristócrata,
miembro de una de las familias más antiguas y ricas de Suecia,
y que hasta el último día de su vida había estado trabajando y
controlando todos los asuntos que afectaban a su familia, su
patrimonio o su fortuna, y sin querer se emocionó, porque
Björn Pedersen senior había fallecido hacía ya veintiún años,
pero él lo seguía echando terriblemente de menos.
Lo cierto es que su padre se había volcado en su
educación y su crianza, y siempre habían estado muy unidos.
Había crecido pegado a sus pantalones, acompañándolo a
todas partes, viajando con él, asistiendo a sus reuniones
importantes, oyéndolo y admirándolo, porque siempre lo había
idolatrado, y el sentimiento había sido mutuo desde que tenía
memoria, porque para su padre él era único, su único hijo
varón, su legítimo heredero, su “proyecto” más importante,
decía, y eso los había convertido en inseparables.
Nacido en el año 1927, Björn Viktor Pedersen era de otra
época y no había podido evitar comportarse como un patriarca
machista y todopoderoso para el que sus hijas eran sagradas,
adoraba a Agnetha y a Alicia, pero nunca las había incluido en
su negocio, ni en sus planes de futuro, ni siquiera había
contemplado esa posibilidad, sin embargo, con su hijo
pequeño, que había nacido inesperadamente cuando él ya tenía
cincuenta y cinco años, todo había sido muy diferente y desde
bien pequeño le había puesto el mundo a sus pies, y había
dado por hecho que continuaría con su legado.
De ese modo, aunque le encantaba el deporte y la
naturaleza, su padre lo había llevado sutilmente hacia su
terreno y acabada la secundaria lo había empujado a estudiar
derecho y economía; un paso académico lógico en su
formación como futuro responsable de sus empresas y bienes.
Por aquel entonces ni se planteaba otra cosa, le gustaba la idea
y había entrado a estudiar derecho en la mejor facultad del
país, y allí había permanecido sacando buenas notas dos años.
Solo dos años porque justo acabado el segundo año de carrera,
cuando se encontraba de viaje por Marruecos, su padre había
fallecido inesperadamente en Menorca durante sus vacaciones
y el mundo se le había puesto del revés.
Tenía veinte años, su padre setenta y cinco, y su madre de
sesenta y cinco se había vuelto literalmente loca de dolor. Ni
ella ni sus hermanas mayores supieron gestionar la pérdida y
por primera vez en su vida le había tocado ser el fuerte y coger
las riendas de la familia, y lo había hecho con criterio y
serenidad, tal como le había enseñado su padre, sin embargo,
solo era un crío desorientado y devastado que a las pocas
semanas se había derrumbado como los demás.
Dos meses después del funeral, el mismo día que se oficializó
el complicado testamento de Björn Viktor Pedersen, había
llegado la primera gran inflexión de su vida: dejó la carrera,
aparcó su existencia cómoda en Estocolmo y se largó a la
India para trabajar como voluntario y conocer el mundo a su
manera.
Un año sabático completo que dedicó a recorrer la India,
Sri Lanka, Pakistán, Nepal y China sin apenas dinero,
trabajando en cualquier cosa, hasta que se hartó de llorar, curó
las heridas más abiertas y se sintió con las fuerzas necesarias
para regresar a casa a cumplir con sus obligaciones.
Una vez en Estocolmo, se encontró con la sorpresa de una de
las peticiones expresas de su padre: no quería que se hiciera
cargo de la dirección de sus empresas hasta que no cumpliera
los treinta y cinco años.
Por escrito, en un anexo de su testamento que él no había
tenido tiempo de leer, había expresado su deseo de que se
formara y se foguera trabajando para otros dentro y fuera de
Suecia:
“No quiero que nadie pueda decir que no te has hecho a ti
mismo, que no has demostrado en otros campos, en otros
países y a otras personas, lo valioso que eres, hijo mío ─decía
claramente─. Quiero que el mundo disfrute de tu enorme
talento antes de que vengas aquí para tomar el mando. Este es
tu negocio, tu casa y tu patrimonio, y siempre te estarán
esperando.”
Por supuesto, se lo había oído decir en vida muchas veces,
pero nunca había llegado a imaginar que un día aquello sería
una realidad y al principio se lo había tomado bastante mal, sin
embargo, en seguida y con la ayuda Agnetha, su hermana
mayor, que se había apartado de su propio estudio de
arquitectura para supervisar la empresa matriz, había decidido
cumplir su deseo, empezando por volver a la universidad para
acabar la carrera, y donde acabaría descubriendo su verdadera
vocación: las altas finanzas, la Bolsa y las inversiones.
A punto de terminar Derecho, un profesor le propuso trabajar
en un fondo de inversión privado como chico para todo y allí
le desvelarían por primera vez la magia de los valores y el
riesgo. Casi sin darse cuenta, empezó a intervenir directamente
en el negocio de su jefe, empezó a mover dinero y a ganarlo
para sus clientes, y descubrió que se le daba de maravilla. Al
parecer, había nacido para ser bróker y aquella certeza volvió a
cambiarle la vida.
Tenía solo veinticuatro años y se entregó en cuerpo y
alma al oficio, pero al poco tiempo decidió dejar Estocolmo
para seguir trabajando y formándose en Londres, y se graduó
Summa cum laude en Finanzas por la prestigiosa London
Business School a los veintiséis. Un año después, a los
veintisiete, coincidiendo con la muerte de su madre, decidió
quedarse en Inglaterra de forma permanente y no se movió de
allí hasta que le hicieron una gran oferta de trabajo en Nueva
York, en Wall Street, y fue entonces cuando volvió a dar un
volantazo y se mudó a los Estados Unidos para iniciar una
nueva vida, y una nueva carrera loca y agotadora por mantener
su éxito y su prestigio.
A los treinta y un años ya gestionaba grandes fondos
públicos y privados en la meca de las finanzas mundiales,
estaba muy bien situado en Nueva York, en la misma cúspide,
y se mantuvo así, a flote y brillando en Manhattan, cuatro años
más, hasta los treinta y cinco, la edad aconsejada por su padre
para volver a casa a hacerse cargo del imperio Pedersen, sin
embargo, la vida volvería a asestarle un golpe mortal que lo
cambiaría absolutamente todo.
─¿Sí?
Contestó al teléfono móvil de forma automática, sin mirar,
dándose cuenta de que llevaba mucho rato caminando por el
centro de Estocolmo sin rumbo, pensando en sus cosas, y la
voz que oyó fue la de Leo.
─Hola, chaval, ¿estás en Estocolmo?
─Sí, claro ─respondió, pasándose una mano por la cara─.
Acabo de salir de una reunión con Hugo Karlsson, creo que
solucionaremos el problema en un par de días.
─Vaya, pensé que lo verías mañana.
─No soy de perder el tiempo.
─Lo sé, pero es que… en fin… ¿por qué no vienes a casa a
cenar y lo hablamos?
─Cenar no puedo, tengo planes.
─¿Y ahora?, los chicos no tienen extraescolares y están a
punto de llegar. Les encantará verte.
─Y a mí a ellos ─miró la hora─. Ok, cojo un taxi y voy para
allá.
─Genial, pondremos algo de picar y… ─respiró hondo─. Tío,
me sabe fatal, pero ha habido cambio de planes con respecto al
piso.
─¿Qué ha pasado? ─Levantó una mano para parar un taxi y se
subió dándole las señas de Vasastan.
─Un cliente me vende un ático precioso muy cerca de aquí y
frente al parque, es más grande y está recién reformado, de
hecho, la reforma se la hemos hecho nosotros y…
─¿Quieres comprarlo? ─Lo interrumpió─, si es lo que quieres,
cómpralo, hermano.
─Ya, pero estás aquí, ya has hablado con Hugo y…
─Por eso no te preocupes, no he venido exclusivamente por
este tema, he venido para ver a Candela y de paso he
aprovechado de invadir a Hugo en su torre de marfil. Ha
estado bien hablar con él y recordarle que sigo vivo y
coleando.
─¿Candela? ─preguntó Leo con voz de duda y él sonrió.
─Sí, Candela Acosta, la amiga de tu mujer.
─¿En serio?
─Sí, ya te dije que conectamos muy bien en Italia y… estamos
muy bien juntos. Me gusta muchísimo.
─Me alegro por ti.
─Gracias. Llego en diez minutos y ve haciendo una oferta en
firme por ese ático. Igual lo más saludable, como dice
Magnus, es que hagáis un cambio radical y paséis página.
─Bueno…
─No oponer resistencia y dejarse llevar siempre es bueno,
Leo. Hazme caso, sé de lo que hablo.
5

─¿Tú has sido modelo?


Le preguntó en inglés un hombre por la espalda y
Candela, sin dejar de guardar sus cosas en la mochila, lo miró
por el rabillo del ojo con un poco de hastío, porque estaba
hasta la peineta de que se hicieran los graciosos y la abordaran
preguntándole semejante idiotez.
─No. ─Respondió seca, pero el tipo no se rindió y se le acercó
un poco más para ofrecerle la mano.
─¿Qué tal?, me llamo Rusty Stone, soy ejecutivo de HBO
Nueva York y he seguido vuestra presentación desde otra sala.
─¿Por qué desde otra sala?
─No me gusta intimidar.
─¿Intimidar a quién?
─Bueno…
Soltó una risa un poco incómoda, porque al parecer quería
impresionarla de alguna manera y no estaba surtiendo efecto, y
se metió las manos en los bolsillos mirando al suelo.
─Vengo de la central, no quiero interferir en el trabajo de mis
colegas de HBO Nordic y mucho menos en el de los creadores
de contenidos como tú. Prefiero no dejarme ver para no asustar
a nadie.
─A nosotras nos hubiese dado igual, pero, en fin… tengo que
irme, mi socia me está esperando abajo.
─Me gusta mucho vuestra propuesta, es interesante y potente
y creo que la contemplaremos para un lanzamiento mundial.
─Yo creo que más bien interesará solo en Suecia, en España o
en Italia, pero una vez terminado nuestro trabajo, podéis hacer
lo que queráis con el documental.
─Podemos discutirlo comiendo o cenando.
─Ya lo hemos discutido con Emilia Lundgren, habla con ella,
si quieres.
─Puedo agendar una reunión más privada para esta semana y
lo charlamos con tranquilidad. ¿Te parece?
─Se lo diré a Cris, mi socia. Ya nos avisaréis y encantada de
conocerte.
Se puso la mochila al hombro, cogió su abrigo e hizo
amago de abandonar la sala de reuniones donde habían pasado
cuatro horas hablando de su próximo proyecto, pero no
alcanzó a llegar a la puerta, porque ese tipo joven y guapete le
cortó el paso entornando los ojos.
─¿De verdad que no has sido modelo?
─No, pero hice algo de publicidad cuando estaba en la
universidad. ¿Por qué?
─Porque me suena tu cara y porque eres guapísima, pareces
una modelo de alta costura.
─Me falta altura y me sobran kilos para ser una modelo de alta
costura.
─No, por Dios, eres perfecta ─soltó de forma bastante
inapropiada y ella frunció el ceño─. Disculpa, ya me
entiendes, tienes una imagen preciosa y yo, pues… me tienes
fascinado.
─Debería irme ─Le señaló la puerta.
─Claro, pero una pregunta más.
─Tú dirás.
─He revisado tu trabajo y he comprobado que nunca sales en
pantalla, ¿eso por qué?
─Porque trabajamos de maravilla con una presentadora
británica que se implica muchísimo y con la que nos sentimos
muy cómodas. Apostó por nosotras desde el primer
documental y ya es marca de la casa. ¿Hay algún problema?
─Ninguno, es que suelo tener buen ojo para estas cosas y creo
que tu imagen en pantalla sería un valor añadido para…
─Yo soy periodista y productora ─Lo interrumpió─, no
presento ni salgo en imagen, solo me dedico a crear contenido,
a documentarlo, rodarlo y a ponerlo a disposición de gente
como vosotros.
─Está bien, solo era una sugerencia. Personalmente, creo que
deberías aprovechar todos tus recursos ─La miró de arriba
abajo con descaro y Candela dio un paso atrás, asombrada.
─Me estoy empezando a sentir incómoda.
─Oh, lo siento, perdona, no he querido parecer… vaya… es
que es inevitable, soy un tío y mirándote, pues…
─Suficiente, me voy. Lo que tengas que sugerir o apuntar, a
partir de ahora, por favor, díselo directamente a Emilia
Lundgren. Ella va a ser nuestra productora ejecutiva y conoce
al dedillo nuestra propuesta. Adiós.
Lo dejó rojo como un tomate y quieto en la sala de
reuniones, y salió al pasillo maldiciendo en todos los idiomas
que conocía, porque era insólito que aun, a esas alturas del
partido, un tío se atreviera a hablarle así a una mujer
profesional en un ámbito laboral, como si estuvieran en un bar
o en una discoteca, y encima después de haberse presentado
como un jefazo o un superior de los Estados Unidos.
El tipo era un capullo arrogante y desubicado, no sabía
ni dónde estaba, pero eso no lo eximía de ser un candidato
perfecto para acabar en Recursos Humanos, acusado de
comportamiento inapropiado o de atosigamiento, porque si
volvía a dirigirse a ella en esos términos, acabaría poniendo
una queja formal contra él.
Bajó al vestíbulo del edificio resoplando, salió del
ascensor y se encontró con Cris, que la estaba esperando junto
a la puerta principal con los brazos cruzados. Se le acercó
moviendo la cabeza y antes de abrir la boca ella se le puso
delante con los ojos muy abiertos.
─¿Qué ha pasado?, ¿por qué has tardado tanto?
─Nada, no te lo vas a creer, me retuvo un ejecutivo americano
que había seguido la reunión desde otra sala y…
─¿Desde otra sala?, ¿por qué?
─Me ha dicho que para no intimidarnos.
─¿Intimidarnos?, ¿qué coño quiere decir eso?
─Supongo que se siente muy importante. Vamos.
─¿Y qué te ha dicho? ─la sujetó por el codo y ella la miró
encogiéndose de hombros.
─Nada, que le había gustado la propuesta. Lo heavy ha sido
que se ha puesto un poco impertinente y le he tenido que parar
los pies.
─¡¿Qué?!
─No te preocupes, no me he pasado de la raya, solo le he dado
un pequeño toque.
Abrió la puerta y salió a la calle sintiendo el viento helado
dándole en la cara, dio unos pasos hacia el metro, pero se tuvo
que detener al ver que Cris no la estaba siguiendo. Se giró
hacia ella y la vio quieta y enfadada en medio de la acera.
─¿Nos vamos?
─¿Qué te ha dicho el capullo ese?
─Nada serio, un par de piropos que no venían a cuento.
─Pues se va a cagar ─Retrocedió con intenciones de ir a
comerse al tal Rusty Stone, pero Candela fue más rápida y se
lo impidió.
─¡Eh!, ¿qué haces?
─Se llama sororidad, voy a apoyarte contra ese impresentable
y lo voy a poner en su lugar.
─Te lo agradezco, pero yo ya lo he puesto en su lugar de
sobra.
─¿Estás segura?
─Por supuesto ¿o no me crees capaz?
─Sé que eres capaz de defenderte sola, pero estas cosas me
sacan de quicio.
─Lo sé, a mí también y por eso se lo dejé claro desde el
minuto uno. ¿Nos vamos, por favor? Quisiera ir hasta
Södermalm para dejar mi mochila y todas estas cosas, me
gustaría aprovechar el resto del día en la hemeroteca de la
Biblioteca Nacional.
─¿No tenemos la biblioteca a un tiro de piedra de aquí?
─Sí, pero necesito cambiarme de ropa. Si quieres, tú ve directo
a la biblioteca, yo me paso por el piso de Paola, me cambio y
te veo allí.
─Mejor aprovecharé de ir a visitar a una compañera de la
facultad. Lleva un mes viviendo en Estocolmo y le prometí
que iría a conocer su casa cuando tuviera un rato libre.
─¿Dónde vive?
─En Tensta.
─Vaya, pues, está un poco lejos de aquí. ¿Sabrás llegar?
─Sí, me voy en Uber.
─Genial, pásatelo bien.
─Por curiosidad, ¿cómo se llamaba el ejecutivo
impresentable?
─Rusty Stone.
─Ok y no te olvides de llamar a tu padre, dijiste que tenías que
llamarlo lo antes posible.
─Lo haré, muchas gracias. Adiós.
Se despidió y le dio la espalda pensando que era rarísimo
que no le hubiese hablado antes de su amiga de la facultad
residente en Estocolmo, porque normalmente se lo contaba
todo, pero no le quiso dar importancia y bajó al metro sacando
el teléfono para llamar a su padre, que seguramente ya estaría
despierto en Manhattan.
Marcó su número y a los seis tonos él le contestó con la
voz un poco ronca.
─Olá, meu amor ─La saludó en portugués y ella sonrió.
─Olá, papai, ¿qué tal estás?
─Estoy bien, ¿tú dónde estás? Hay mucho ruido.
─Estoy en Estocolmo, ahora concretamente en el metro. He
venido para hablar con HBO Nordic sobre mi nuevo proyecto.
La productora ejecutiva quería hacer unos últimos retoques.
─¿Y cómo ha ido?
─Ha ido estupendamente, hemos trabajado mucho y por eso
no te había llamado, he estado muy liada con todo este tema.
─No te preocupes, pero ¿cuándo me vas a venir a ver?
─La semana que viene tengo que ir a Seattle para ver el primer
pase del documental sobre los presos ilustres y he pensado
guardarme unos días libres para quedarme en Nueva York con
vosotros.
─¡Eso sería estupendo!
─¿Tú estás bien? ─Preguntó otra vez y él se puso a toser─
¿Papá?
─Estoy muy bien, aunque he tenido algunos achaques. Jack se
ha preocupado y me están haciendo algunas pruebas médicas,
pero estoy maravillosamente.
─¿Qué clase de achaques? ─Se puso tensa y él volvió a toser.
─He tenido una gripe tremenda y andaba muy cansado, los
médicos creen que podría ser algo del corazón. Al parecer
podrían ser las secuelas del Covid, pero no hay de qué
preocuparse, meu amor.
─¿Cómo que no hay de qué preocuparse?, ¿por qué no me
habías dicho nada?
─No te he dicho nada porque no es grave y hay que estar
tranquilos, si fuera importante te hubiese llamado.
─No es verdad, nunca me avisas de nada ─resopló─. ¿Sabes
qué?, voy a adelantar el viaje a los Estados Unidos y así te
acompaño a los médicos.
─Candela, hija, no hace falta, ya me han hecho todas las
pruebas importantes. Ven cuando puedas venir, no cambies tus
planes por una tontería.
─Vale, lo que tú digas. ¿Podría hablar con Jack o ya se ha ido
a trabajar?
─¿No te fías de mi palabra?
─No mucho, la verdad.
─Madre mía, qué cabezota. Espera un momento.
Se bajó del metro oyendo como su padre le pedía a Jack,
su compañero desde hacía veinte años, que se pusiera al
teléfono, y salió a la calle cada vez más preocupada, porque su
padre ya tenía sesenta y seis años y nunca se había cuidado ni
hecho pruebas, y mucho menos caso a médico alguno, con lo
cual, seguro que lo que le estaba pasando era mucho más serio
de lo que intentaba aparentar.
─Hola, preciosa ─La saludó Jack en inglés.
─Hola, Jack, ¿qué le pasa de verdad?
─Lo que te ha dicho, ha tenido una gripe muy mala y una
pequeña deficiencia respiratoria que según los médicos podría
ser cardiaca también. Le han hecho pruebas en el Monte Sinaí,
estamos a la espera de los resultados, pero su médico nos ha
dicho que no hay de qué preocuparse. Se encuentra en las
mejores manos. Tú tranquila.
─¿Cómo me voy a quedar tranquila?
─Ha aceptado ir al hospital y lo están evaluando, que ya es
bastante. No te habíamos llamado para contártelo porque
sabíamos que estás hasta arriba de trabajo y porque no era tan
importante. A partir de ahora te mantendré informada, lo
prometo.
─Tengo que ir a Seattle la semana que viene, pero intentaré
adelantar el viaje para veros y acompañaros al médico.
Después de Seattle, si no te importa, podría quedarme otra
semana más en Nueva York.
─Aquí tienes tu casa, cariño, ven cuando quieras, pero no lo
hagas por los médicos, lo tenemos todo controlado.
─Vale, está bien.
─Genial, tenemos muchas ganas de verte. Te paso otra vez a tu
padre. Un beso.
─Un beso. Gracias.
─¿Gatinha? ─La saludó él tan animado.
─Te veo la semana que viene, papá, mientras tanto, cuídate
mucho y llámame por cualquier cosa. ¿De acuerdo?
─De acuerdo, mi vida.
─Te quiero. Hasta luego.
Le colgó y buscó en el teléfono su billete electrónico a
Seattle, lo revisó y vio que no se podía cambiar, así que antes
de llegar al piso de Paola pulsó la página WEB que solían usar
para comprar los vuelos y puso en la búsqueda Nueva York y
una fecha más cercana, a ver si tenía suerte y encontraba
alguna oferta para volar cuanto antes.
Entró en el piso de su amiga casi sin darse cuenta y cuando
tiró la mochila al suelo hizo amago de llamar a su hermana
para confirmarle que, efectivamente, su padre no estaba muy
bien de salud, como le había contado la tía Jùlia, pero fue
incapaz de hacerlo.
Si algo sabía a ciencia cierta, es que a Mamen no le
interesaba en absoluto el bienestar de su padre.
Desde que sus padres se habían divorciado hacía más de veinte
años, y su padre se había ido a vivir con un hombre americano
a los Estados Unidos, había presenciado muchas veces como
ella y su madre lo insultaban, maldecían y deseaban lo peor.
Nunca se habían cortado a la hora de augurarle las siete plagas
de Egipto, así que no pensaba alegrarle el día con una noticia
como esa.
Mamen se había ensañado durante veinte años con su
padre por cometer el tremendo pecado de abandonar a su
madre por otra persona, en este caso un hombre, cosa que
jamás, nunca, le iba a perdonar, pero no solo ella y casi toda su
familia materna, sino también en coalición con la familia
paterna de Brasil, que también lo había repudiado y
despreciado sin piedad.
Solo Pastora, su abuela materna, y ella, no le habían
dado la espalda. Su abuela porque siempre había adorado a su
guapísimo y simpático yerno brasileño, y ella porque era su
hija y como hija lo quería, lo respetaba y podía entender
perfectamente su forma de vida, porque, como él mismo le
había explicado antes de irse de España: el amor no tenía sexo,
uno se enamoraba de la persona, del alma y la esencia de
alguien, y eso no se podía combatir.
Se desplomó en un sofá intentando espantar los malos
recuerdos y aquellos años de gritos y peleas entre sus padres,
de las batallas legales por la custodia y las visitas, de esos
oscuros y horribles años en los que su madre le había
prohibido terminantemente mantener contacto alguno con su
progenitor e incluso nombrarlo, y se le encogió el estómago,
porque no podía soportarlo.
Cerró los ojos tratando de pensar en otra cosa y se acordó de
su dios escandinavo, cogió el teléfono móvil y lo llamó.
─Candela, estaba pensando en ti ¿qué tal tu reunión? ─Le dijo
nada más contestar al teléfono y ella sonrió.
─Bien, pero he salido muy cansada y ahora no me apetece
seguir trabajando. ¿Qué planes tienes para esta tarde?
─¿Esta tarde?, pues, estoy en Vasastan cuidando de mis
sobrinos. Leo y Paola tenían que salir a comprar algunas cosas
para la bebé y me he ofrecido de niñero. Si te apetece, vente y
juegas con nosotros al Monopoli.
─Es un plan muy tentador, pero mejor me quedo en casa y
aprovecho de descansar un poco.
─¿Dónde estás?
─En Södermalm, en el piso de Paola.
─¿Nos vemos para cenar?
─Solo si puedes, por mí no…
─Claro que puedo, Leo y Paola regresarán antes de las seis.
¿Nos vemos en Gamla Stan a las siete?
─Genial, pero esta noche invito yo, dime a qué restaurante te
apetecería ir y lo reservo ahora mismo.
─Preferiría ir a mi casa y cocinarte algo, igual podemos cenar
desnudos en la cama.
─Madre mía… ─se echó a reír─. Está bien, te veo en tu casa a
las siete. Adiós.
Le colgó, oyendo como se reía y movió la cabeza
gratamente sorprendida, porque que cuidara de sus sobrinos le
parecía un detalle muy bonito, pero que no lo dejara todo para
salir corriendo en cuanto lo había llamado le gustaba
muchísimo más, incluso la fascinaba, y aquello no tenía
precio.
6

─¿Tu padre vive con otro hombre?


Dejó de aliñar la ensalada y miró a Candela Acosta a los
ojos. Ella, que iba preciosa con la cara lavada, un vaquero y
una simple camiseta blanca, asintió y tomó un sorbo de su
copa de vino.
─Sí, desde hace veinte años, desde que se divorció de mi
madre.
─¿Y ella cómo lo lleva?
─¿Mi madre?, pues, imagínate, fatal, al principio fue muy
traumático y durante mucho tiempo nos obligaba a decirle a
todo el mundo que él la había abandonado por otra mujer,
pero… en fin… es normal, hace veinte años estas cosas no
solían suceder o no se sabían. No eran muy habituales.
─¿Y vosotras?, ¿tu hermana y tú cómo lo lleváis?
─¿Cómo sabes que tengo una hermana?
─Me lo contó Paola, me dijo que habían sido compañeras de
clase, aunque siempre se había sentido más cercana a ti, a
pesar de que tú eras más pequeña.
─Solo nos llevamos tres años ─Le sonrió─. Pao siempre fue
majísima conmigo, siempre fuimos muy amigas y cuando vine
a hacer un máster a Estocolmo se portó de maravilla y me
ayudó un montón. Ella ha sido mejor hermana mayor conmigo
que Mamen, con la que no me llevo bien precisamente por el
tema de mi padre, que es algo infranqueable y que nos ha
separado toda la vida, bueno, desde el divorcio de nuestros
padres.
─¿Por qué?
─Porque ella y mi madre formaron un equipo de odio y
destrucción contra mi padre y yo me posicioné a su lado, por
lo tanto, no me lo perdonan y encima, con los años, Mamen se
ha vuelto ultracatólica, ultraconservadora, muy convencional e
intolerante, y no podemos hablar ni diez minutos sin discutir.
─Qué lástima ─volteó el salmón que tenía sobre la plancha y
luego continuó preparando la ensalada─. ¿O sea que tú sí
mantienes una relación estrecha con tu padre?
─Sí, todo lo estrecha que se puede mantener a la distancia,
porque él vive en Nueva York con su marido y no nos vemos
todo lo que nos gustaría, pero intentamos mantener el
contacto.
─¿Dónde vive en Nueva York?
─En Brooklyn, en Williamsburg.
─Me encanta Williamsburg. Yo viví cuatro años en
Manhattan, en la Tercera Avenida.
─¿En el Upper East Side?, qué
pasada,
un verdadero sueño.
─Estaba bien, pero al final terminé harto de la gran ciudad.
Venga ─Le señaló la barra de la cocina─. Siéntate y prueba mi
salmón con puré de patatas y ensalada.
─Tiene una pinta estupenda, muchas gracias.
Se le acercó, lo cogió por la pechera de la camiseta, se puso de
puntillas y le pegó un beso en los labios antes de sentarse en
uno de los taburetes.
─Me encanta la cena y me parece muy sexy que sepas cocinar.
─¿Te parece sexy?
─Claro.
─Ok, tomaré nota ─se echó a reír y le sirvió más vino─
¿Comes carne o eres vegetariana?
─Como de todo, con esta vida tan desordenada que llevo, no
puedo darme el lujo de ser muy selectiva.
─Me alegra saber que comes de todo, estoy un poco harto de
los veganos, los vegetarianos, los lacto-vegetarianos, los crudi-
vegetarianos, los ovo-vegetarianos, etc. Yo soy un carnívoro
de pro.
─Paola me contó que cazas y pescas en Noruega.
─Cazar no, pero sí pescamos y criamos cerdos, vacas y
gallinas, y contamos con un carnicero experto que se ocupa de
la muerte digna y el despiece del ganado. Por supuesto,
producimos leche y hacemos quesos; tenemos huevos, también
árboles frutales y huertos con patatas, tomates, repollos,
cebollas, judías, frutos del bosque o finas hierbas. El año
pasado plantamos maíz y hemos tenido una cosecha muy
buena. Ahora quiero cultivar aguacates en invernadero y
estamos construyendo la infraestructura. A ver si conseguimos
autoabastecernos también de aguacates, porque consumimos
muchísimos.
─Desde luego, no te aburres.
─No.
─Me parece increíble que vivas así.
─Para mí es el paraíso, deberías venir a probarlo una
temporada.
─Una temporada no creo que pueda, pero sí espero ir un día a
conocer tu casa.
─Estás invitada cuando quieras y todo el tiempo que quieras
quedarte. Antes de venir a Estocolmo habíamos dado por
acabada la segunda planta de mi casa, es decir, mi zona
privada, y estoy seguro de que te va a encantar. Tengo unas
vistas espectaculares.
─No lo dudo.
─También tenemos caballos para salir a cabalgar y un barco
para salir a navegar.
─¿Es verdad que los vikingos eran polígamos? ─Cambió de
tema y él le sonrió.
─En la antigüedad sí, tenían el compromiso con su comunidad
de engendrar descendientes, por lo tanto, tenían derecho a
mantener varias esposas e incluso algunas concubinas, y todos
los hijos nacidos de estas relaciones eran legítimos. Y… ─la
miró a los ojos─, existía la condición sine qua non de tener
que cumplir con sus obligaciones conyugales con cada una de
sus mujeres. En realidad, ambas partes tenían responsabilidad
en esta tarea de traer niños al mundo, con lo cual, no tener
hijos o ser sexualmente incompatibles, era una razón legal
para pedir el divorcio.
─¿Podían divorciarse?
─Sí y era un trámite que podía iniciar cualquiera de las dos
partes de la pareja.
─Es muy interesante, no tenía ni idea.
─Dentro de su espíritu conquistador y salvaje, el pueblo
vikingo, a su manera, llegó a ser bastante más “civilizado” que
otros pueblos europeos.
─He leído que también eran muy limpios.
─Tenían el vatdagr, o día del baño y la colada, se celebraba
una vez por semana y solía coincidir con nuestro sábado
actual. Según parece, comparados con otras culturas, eran
bastante aseados y se cuidaban muchísimo el pelo, usaban una
mezcla de grasas de animales, ceniza y sosa caustica para
lavarlo. Una especie de “champú” muy efectivo que le daba
brillo y fortaleza al cabello rubio.
─Por eso seguís teniendo un pelo tan bonito.
─¿Tú crees?
─Solo hay que darse una vuelta por Estocolmo ─bromeó─.
Mírate a ti, mataría por tener tu pelo.
─A mí me encanta el tuyo ─estiró la mano y se lo acarició─.
Eres la chica más guapa que he visto en toda mi vida, Candela.
─Oh, qué mono eres.
─Va en serio.
─Gracias ─Le cogió la mano y se la besó cambiando otra vez
de tema─ ¿Cuántos hermanos sois vosotros?
─Nosotros éramos tres: Agnetha, Alicia y yo.
─¿Hay más sobrinos además de Leo y Álex?
─Magnus, el hijo mayor de Agnetha.
─Claro, claro, Magnus, lo conocí en la boda de Paola y Leo.
─Yo tenía cuatro o cinco años cuando él nació, así que para mí
es casi un hermano.
─Jo, os lleváis poquísimo.
─Sí, porque Agnetha era quince años mayor que yo y tuvo a
Magnus a los diecinueve, así que…
─¿Quince años?
─Sí y con Alicia me llevo once. Mis padres ya no se esperaban
más hijos cuando nací yo, de hecho, mi madre tenía cuarenta y
cinco años y mi padre cincuenta y cinco.
─Vaya, serías el niño mimado de la casa.
─Hasta que murió mi padre, cuando yo tenía veinte años, se
puede decir que sí. ¿Quieres más salmón?
─No, gracias. ¿Y tu madre?
─Ella falleció seis años después que mi padre y soñando con
tener muchos nietos. Afortunadamente, llegó a conocer a
Magnus, pero se perdió a los gemelos.
─Paola adora a Leo y a Álex.
─Y ellos a ella.
─Por supuesto, siento muchísimo lo de tu hermana Agnetha,
pero me alegro mucho de que Pao se encontrara con Leo.
Hacen una pareja estupenda.
─Igual que nosotros ─Le guiñó un ojo y ella movió la
cabeza─ ¿Quieres postre o lo comemos después?
─Lo que tú quieras.
─Lo que quiero es besarte.
Se levantó, la alcanzó con una mano y la puso de pie
para besarla. Ella, que era puro fuego y respondía a la más
mínima caricia, sonrió sobre sus labios y empezó a devolver
los besos con mucha pasión, acariciándolo por debajo de la
camiseta, así que se la llevó despacio hacia el dormitorio y
cuando llegaron la empujó sobre la cama y se quitó la ropa
muy rápido y sin dejar de mirarla a los ojos.
─Me vuelves loco, Härlig.
─Calla y ven aquí… ─abrió los brazos y él obedeció y se le
puso encima intentando bajarle los pantalones.
─Puta mierda de ropa, deberíamos vivir desnudos.
─Nos moriríamos de frío.
─Tú y yo nunca.
Le acarició la cara, la sujetó por la cadera y la penetró
sintiendo su humedad caliente y acogedora recibiéndolo dentro
de su cuerpo. Cerró los ojos y la embistió con todo ese deseo
que lo estaba consumiendo, y la besó y le comió los labios y la
lengua, y sus pezones suaves y morenos hasta que llegó a un
clímax brutal, y se vació dentro de ella gruñendo de puro
placer.
─Me vas a matar, Candela.
─El orgasmo es la pequeña muerte, dicen los franceses ─Le
comentó muerta de la risa, acurrucándolo contra su cuello y él
se lo mordió.
─Bueno, moriré feliz entre tus piernas.
─Lo mismo digo.
─¿Sabes que hacía muchísimo tiempo que no me acostaba con
alguien? ─Confesó, desplomándose sobre la almohada y ella
se incorporó para mirarlo a los ojos.
─¿Muchísimo?, ¿cuánto?, ¿dos semanas?
─No, no es broma. Al menos dos años.
─¡¿Dos años?!, ¿tú?, imposible. No te creo.
─No me creas si no quieres, pero parte de mi crecimiento
personal ha pasado por elegir la abstinencia sexual.
─¡¿Qué?!, ¿por qué?
─Porque de los catorce a los treinta y nueve años me pasé de
cama en cama y necesitaba controlarme, respetar más mi
cuerpo, proteger mi energía y probar una nueva relación
individual con el mundo.
─Y… ¿cómo lo has conseguido?
─Desviando mi energía sexual hacia la meditación, el yoga, el
deporte, la naturaleza… la tierra, el mar, hacia mi crecimiento
espiritual.
─Guau…
─El sexo descontrolado y la vida que llevé durante muchos
años me llegaron a consumir física y mentalmente. Este
“descanso” me ha fortalecido a muchos niveles
─Bueno, visto de ese modo.
─He estado esperando dos años a la persona adecuada para
romper el celibato y gracias a Dios has aparecido tú.
Se echó a reír y le acarició la mejilla percibiendo que se había
puesto un poco seria, hizo amago de besarla para quitar hierro
al momento, pero el timbre de la puerta principal, no la del
portal, se lo impidió sonando muy alto. Frunció el ceño y miró
la hora comprobando que ya eran las diez de la noche.
─Qué raro. Voy a abrir, igual es algún vecino que necesita
algo.
Le dio un beso en la frente y salió de la cama buscando
los pantalones, se los puso, cerró la puerta de la habitación y
caminó por el pasillo oyendo que volvían a tocar el puto
timbre como si se fuera a acabar el mundo. Llegó a la puerta
principal, se asomó la mirilla y al ver de quién se trataba
resopló pensando en no abrir, pero si no lo hacía sería peor, lo
sabía fehacientemente, así que respiró hondo contando hasta
diez y abrió despacio para mirar a su hermana Alicia a la cara.
─¿Dónde te metes, Björn?, ¿ya estabas durmiendo?
─Hola, Alicia, ¿qué tal estás?
─Cabreada ─Le soltó, entró sin que la invitaran y al llegar al
centro del salón se volvió para mirarlo a los ojos─ ¿Cómo has
podido hacerlo, Björn? ¿No sabes lo que es la lealtad?, ¿la
familia?
─No sé de qué me hablas.
─¿Has ido a hablar con Hugo y le has dicho que vas a regalar
tu parte del piso de Vasastan a Leo Magnusson?
─Ah, es eso ─se apoyó en la pared y se cruzó de brazos─. Sí,
pero no es un regalo para Leo, sino para sus hijos.
─Es lo mismo, los niños son menores de edad y él se puede
quedar allí con ellos el tiempo que le dé la gana.
─¿Y a ti que más te da?
─¡¿Cómo que qué más me da?!. ¿Te parece bien que duerma
con la buscona de la niñera en la cama de nuestra hermana?
─Uh, uh, uh, Alicia, estás pasándote cuatro pueblos.
─¿Yo pasándome cuatro pueblos?, ¿y él?
─Él se ha enamorado, se ha casado y va a ser padre otra vez.
Deberías alegrarte por su felicidad y por ende por la de tus
sobrinos.
─Se está comportando como un imbécil, un débil y un
irresponsable, y por mi parte puede hacer lo que le venga en
gana, pero no en mi propiedad.
─Por eso ya no te preocupes, aunque le he dado mi parte a los
niños, se van a mudar igualmente. Han encontrado un piso
más grande y mejor en Vasastan. Tú tranquila.
─¿Tranquila?, ¡¿cómo voy a estar tranquila con esa mujer
criando a los hijos de Agnetha?!, ¡¿No lo ves?!. Ella es una
estafadora, una sinvergüenza calienta pollas, una aprovechada
que le va a sacar los ojos. La vi venir en cuanto entró en la
casa, en cuanto se hizo la fuerte mientras él no hacía nada por
ponerla en su sitio. Yo hice lo que pude, pero…
─¿Tú te estás oyendo? ─la interrumpió sin elevar el tono y
ella le bufó─. Deberías poner tierra por medio y reorganizar tu
vida lejos de Estocolmo, de Leo y los niños, Alicia, al menos
por una temporada. Necesitas ayuda.
─No pienso permitir que esa mujerzuela me aleje de mis
niños.
─Entonces podrías empezar por respetarla. Te guste o no,
Paola ahora es la mujer de Leo y si quieres que él te deje pasar
tiempo con los niños, que te permita estar presente en su
crecimiento, te conviene sanar ese rencor, cambiar de actitud
y…
─No me vengas con tus mierdas de autoayuda, Björn, no
necesito que tú me des lecciones de nada.
─No es lo que pretendo.
─En lugar de andar haciendo el gilipollas con tus amigotes en
Noruega, deberías volver aquí y tomar las riendas de la
familia, como quería papá.
─Ok, suficiente. Te pido, por favor, que te vayas de mi casa.
─Si te comportaras como el hombre que él educó, me estarías
apoyando y estarías velando por el bienestar de tus sobrinos,
no permitiendo que cualquier extranjera muerta de hambre los
crie…
─Adiós, Alicia.
─Papá ya hubiese conseguido la custodia de Leo y Álex. Si
Leo no sabe comportarse como es debido y no sabe respetar la
memoria de Agnetha, deberíamos quitarle a los niños.
─¿Estás insinuando que demande a Leo por la custodia de sus
hijos?
─Sí, he venido a pedirte un poco de conciencia y de
responsabilidad familiar. Esos niños son Pedersen y deberían
criarse con nosotros, su familia materna, no con la niñera trepa
que se tira a su padre.
─¡Joder!, sí que estás mal.
─Si no lo haces tú como cabeza legal de la familia, lo haré yo
y entonces perderás la oportunidad de honrar a papá.
─Deja ya de nombrar a papá, Alicia, murió hace veintiún años.
Respeta un poco su memoria.
─Solo te estoy avisando: si no me ayudas en esto, iré a por la
custodia y cuando el juez me la otorgue, no dejaré que vuelvas
a acercarte a los niños.
─¿Eres consciente de que llamaré a Leo y le contaré tus
intenciones y de que, si sigues adelante con esto, yo mismo
declararé en tu contra delante de cualquier tribunal?, ¿sí?.
Fenomenal. Ahora, por favor, vete de mi casa.
─Es una zorra, Björn, esa tipa, la tal Paola, es una zorra y está
destruyendo a nuestra familia.
─¿Estás hablando de Paola Villagrán?
Preguntó Candela apareciendo por su espalda. Él se giró
y trató de interceptarla, pero ella ni lo miró y se acercó a
Alicia con las manos en las caderas.
─No sé quién eres y no hablo muy bien sueco, pero entiendo
lo suficiente para saber lo que estás diciendo y no pienso
consentir que te refieras a Paola en esos términos.
─¿Y tú quién coño eres? ─preguntó Alicia observándola de
arriba abajo antes de ignorarla y dirigirse a él─ ¿Quién es esta,
Björn?
─Me llamo Candela y puedes mirarme a los ojos. Candela
Acosta y soy amiga de Paola. ¿Tú quién coño eres?
La parafraseó y Alicia se echó a reír dirigiéndose hacia
la puerta, aunque antes se detuvo para señalarlo con el dedo.
─Ahora lo entiendo todo, está visto que la tal Paola está
extendiendo sus tentáculos y te ha colocado a una de sus
amigas. Qué simples sois los tíos, joder.
─¡¿Qué?! ─Candela se dirigió él con el ceño fruncido─ ¿Me
puedes explicar quién es esta señora tan maleducada?
─¿Maleducada yo, niñata…?
─¡Basta!
Björn se le enfrentó elevando el tono y Alicia, que en el
fondo era bastante cobarde, reculó de inmediato y caminó
hacia la salida con la espalda recta y la barbilla levantada.
Apoyó la mano en el pomo de la puerta y se detuvo para
mirarlo de soslayo.
─Me voy, pero piensa en lo que te he dicho. Tu deber es dejar
de dar la espalda a tus responsabilidades, hermanito. Vuelve a
Suecia de una puñetera vez y pon un poco de orden en tu
familia.
Se fue dando un sonoro portazo y él miró al techo
contando hasta diez, tragándose la ira y las ganas de quemarlo
todo, porque él ya no era esa persona y no pensaba perder los
papeles por su culpa.
Se volvió para pedir disculpas a Candela, pero ella le
sonrió y se le acercó con los brazos cruzados.
─¿Así que esa es tu hermana? ─Él asintió y ella se echó a
reír─… y yo quejándome de la mía.
─Ya, lo siento.
─No te preocupes. ¿Qué tal si ahora nos tomamos el postre?
7

─Candela…
La llamó Paola y ella apartó la vista del ordenador, la
saludó con la mano y se puso de pie para darle un par de
besos.
─¡Hola!, estás guapísima, Pao.
─Muchas gracias, yo me siento hecha polvo. ¿Tú qué tal
estás? ─Se desplomó en la silla y miró por la ventana del
restaurante la lluvia cayendo a raudales sobre el centro de
Estocolmo─. Gracias por quedar a comer conmigo
─De nada, me encanta que me hayas llamado. ¿Por qué te
sientes hecha polvo?
─Porque no se me quitan las náuseas ni la acidez y duermo
fatal.
─¿Qué te ha dicho la ginecóloga?
─Que tenga paciencia porque las molestas del embarazo me
pueden durar hasta el final ¿Qué le vamos a hacer? Leo se
empeña en que coma galletitas saladas y tome infusiones de
salvia, pero, de momento, no me ayudan demasiado.
─Vaya putada.
─Bueno, no pasa nada, gajes del oficio ¿Tú qué tal?, ya me
contó Leo lo que pasó anoche con Alicia Pedersen en casa de
Björn.
─Bah, flipas, Pao, qué mujer más mal maleducada.
─Lo sé, la he padecido en mis carnes muchas veces, es
insufrible.
─Llegó sobre las diez de la noche sin avisar y se puso a
insultar y a amenazar. Yo el sueco lo controlo menos de lo que
quisiera, pero las palabrotas eran tan evidentes que tuve que
salir al salón, intervenir y decírselo a la cara. Me pareció de lo
peor, no parece hermana de Björn.
─Según Leo, Agnetha y Björn son una cosa y Alicia otra
completamente diferente.
─Eso parece. ¿Qué quieres comer?
─Unos espaguetis a la Carbonara, por favor.
─Vale, yo lo mismo ─Levantó una mano para llamar a la
camarera, le pidió la comida y luego miró a Paola a los ojos─
¿O sea que Björn ya le explicó a Leo todo lo que soltó ayer su
hermana?
─¿Lo de la custodia y demás? ─Candela asintió─. Sí, esta
mañana fue a primera hora a su despacho y se lo contó con
pelos y señales para que no lo pillara por sorpresa.
─¿Y cómo se lo ha tomado?
─Se ha cabreado por la situación, sin embargo, no parece
preocupado. Dice que Alicia es perro ladrador, pero poco
mordedor, y que, en todo caso, si se atreviera a llevarlo a los
tribunales para pedirle la custodia de los niños, no existe juez
en toda Suecia que le diera la razón. Él es el padre biológico,
el legal y eso está por encima de cualquier otro pariente o
familiar.
─Tiene toda la razón, es amenazar por amenazar.
─Sí, pero es irritante.
─Desde luego es para matarla. ¿Ve mucho a los niños?
─No, los ve poquísimo y menos que los verá a partir de ahora
con la que le ha montado a Björn, porque Leo está furioso.
Suspiró y guardó silencio observando cómo les servían
sus platos de Carbonara recién hechos y Candela metió el
tenedor en el suyo pensando que se moría de hambre, porque
había salido muy pronto de la casa de su dios escandinavo y se
le había olvidado desayunar.
─¿Vamos a pasar por alto el hecho de que anoche estabas en el
ático de Björn? ─Preguntó su amiga guiñándole un ojo y ella
la miró entornando los suyos.
─Hemos quedado un par de veces después de conocernos en
Italia.
─¿Sólo un par de veces?
─Sí, ¿por qué?
─No sé, porque él parece muy ilusionado contigo.
─¿Muy ilusionado?
─Habla muchísimo de ti y Leo dice que Björn nunca ha sido
así, que siempre ha sido extremadamente reservado con su
vida personal, así que da por hecho que se ha pillado en serio
por ti.
─Me estás asustando.
─Candela, no seas mala.
─No soy mala, es que apenas lo conozco y si le he dado una
oportunidad a esto es porque él me parce una persona muy
similar a mí, o sea, muy libre, independiente y nada rarito.
─Pillarse por alguien no es ser “rarito”.
─Sí, si lo acabas de conocer.
─Los dos sois adultos, él tiene cuarenta y un años e igual ya
no está para perder el tiempo.
─No, no creo.
─Ok, yo solo te cuento lo que nos parece a nosotros.
─Tomo nota, pero espero que estéis equivocados.
─Pero ¿te gusta?
─Por supuesto que me gusta, si no, no quedaría con él.
─Me refiero a si te gusta más de lo normal.
─Es un tío estupendo, interesante, sexy, guapísimo y muy
divertido, claro que me gusta muchísimo y me parece muy
especial, lo que no significa que esté por la labor de ir más allá
de una simple amistad con derecho a roce.
─Vale.
─Sigo siendo un puñetero desastre, Pao, solo vivo para mi
trabajo y no sé ni en qué país dormiré mañana.
─Lo sé, pero a veces un ancla o un punto de estabilidad se
agradecen.
─Supongo, pero por ahora no es lo que busco, ni necesito.
─Tú no, pero a lo mejor Björn sí y…
─Björn ─la interrumpió─, vive en comunidad, perdido por
Noruega, rodeado de gente, practicando la pesca y la
agricultura, y centrado en su crecimiento personal. Créeme, él
ya ha encontrado su Valhalla y su estabilidad, y, de hecho, eso
es lo que más me atrae de su personalidad.
─Está bien, igual Leo se equivoca y yo no he sabido leer bien
la situación, en todo caso, lo importante es que tú estés bien.
─Si te digo la verdad, llevaba más de seis meses sin quedar
con nadie, ni siquiera a tomar un café, centrada en el trabajo y
huyendo de historias que me pudieran distraer o quitar tiempo,
y fue conocerlo y ya, no me lo pensé ni veinte segundos. Nos
tiramos los dos a la piscina y es lo mejor que he hecho en
años.
─Me alegro mucho, Cande.
─Es un sol, solo espero que la amistad nos dure.
─Desde luego, parece un gran tipo, los niños lo adoran y Leo
y Magnus también. A mí me cae genial, siempre ha sido muy
amable y atento conmigo.
─Oye, cambiando de tema, anoche su hermana le empezó a
recriminar mil cosas y en medio del griterío le dijo que tenía
que volver a Suecia para hacerse cargo de la familia, de sus
obligaciones, que lo habían educado para eso, etc. ¿Sabes a
qué se refería? Yo se lo pregunté a él, pero me dijo que
prefería pasar y no hablar de esas cosas.
─Tampoco te creas que yo sé demasiado, pero con el lío del
piso y la herencia de Agnetha, Leo me contó que la familia
Pedersen era muy rica, que por eso ni se habían dado cuenta
del tema de la casa de Vasastan y que Björn era legalmente el
“cabeza de familia” desde la muerte de su padre; el gran
jefazo, el único con autoridad para ayudarlo a solucionar el
problema.
─¿En serio?
─Sí, al parecer, el padre de Agnetha, Alicia y Björn fue un
industrial brillante y muy influyente en este país desde los
años sesenta y, según Leo y Magnus, educó a su único hijo
varón, o sea a Björn, como a un futuro heredero al trono. Los
mejores colegios, las mejores universidades, lo formó bajo su
directa influencia, pero Björn, tras unos años trabajando en
Londres y Nueva York como bróker, y cuando le tocaba
hacerse cargo del cotarro, pasó de todo y se retiró a Noruega
para buscarse a sí mismo y vivir como un vikingo.
─Qué grande ─sonrió─. Es un alma libre.
─Supongo que sí, aunque gente como Alicia, sus abogados o
asesores, no se lo perdonan.
─Bueno, es su vida y podrá hacer lo que quiera, digo yo.
─Sí, pero ya sabes cómo es la gente, incluso en Suecia
─Resopló y llamó a la camarera─ ¿Quieres algo de postre?, yo
me pediré una infusión.
─Yo un café, gracias ─Miró a la camarera y luego a Paola, que
estaba acariciándose su incipiente tripita de embarazada─
¿Qué tal Allegra?, en Italia me contó que estaba pensando
dejar Londres para volver a España.
─Sí, pero a Peter no le hace mucha gracia, él tiene plaza fija
en el hospital y no habla ni papa de castellano, es normal que
no quiera dejar Inglaterra, aunque le encante Madrid y se lo
pase muy bien allí.
─Lógico.
─Vendrá para el nacimiento de la niña con mi madre, las dos
ya han anunciado visita para quince días antes del parto.
─Siendo Allegra matrona es lo normal ¿no?
─Sí, pero Leo ha flipado un poco porque mi madre, como
buena madre mediterránea, ha dicho que se va a quedar por lo
menos un mes después del parto para echarnos una mano.
─Claro… ─Se echó a reír.
─Él dice que tiene experiencia de sobra con bebés y que
estaremos bien, pero al final ha entendido que mi madre no se
lo piensa perder.
─Y tenéis mucha suerte.
─¿Qué sabes de tu padre? ─Le preguntó cambiando de tema y
ella se encogió de hombros.
─Bueno, dice que está bien, pero haciéndose analíticas y
pruebas médicas varias.
─¿Por qué?
─Porque ha tenido una gripe muy fuerte y le ha provocado
insuficiencia respiratoria, también cardiaca según Jack. Ya
sabes que lo pasó fatal con el Covid y ahora lo están vigilando.
Yo voy a adelantar mi viaje y me voy en cuanto pueda a Nueva
York para verlo y comprobar que no es nada serio.
─¿No te fías de su palabra?
─No mucho, porque siempre le quita hierro a todo para no
preocuparme y al final me tengo que enterar de las cosas a toro
pasado. Ya ves con el Corona Virus, me lo contaron cuando ya
había salido de la UCI y eso no se me olvida.
─Seguro que no es nada, de todas maneras, mándale un beso
de mi parte.
─Se lo diré. A ver si me puedo ir antes del fin de semana,
aunque lo dudo mucho porque aún nos quedan cuatro
entrevistas previas para el documental y tengo que dejarlas
cerradas antes de marcharme de Estocolmo.
─¿Y no puede hacerlas Cris?
─Sí, podría, pero… ─sacó el teléfono móvil y tocó la pantalla
para ver si tenía alguna llamada o algún mensaje de su socia─.
Ahora que lo pienso, no sé nada de ella desde ayer a mediodía,
qué raro.
─Sí que es raro, aunque ella es muy rara.
─Pao…
─Es verdad, siempre me ha parecido ─movió las manos─, un
pelín invasiva, no sé, es peculiar.
─Es un poco pesada, pero es muy buena en su trabajo y nos
solemos complementar de maravilla. En fin, ¿nos vamos?,
tengo que pasar por la Biblioteca Nacional para echar un
vistazo en la hemeroteca.
Pagaron la cuenta, salieron a la calle y Paola se ofreció a
llevarla en coche hasta Östermalm. Lo aceptó encantada,
porque llovía muchísimo, y se fueron charlando muy animadas
hasta Humlegården, el precioso parque donde se encontraba la
Biblioteca Nacional de Suecia y donde debía revisar algunos
datos para su nuevo proyecto. Se despidieron en la puerta, bajó
corriendo para entrar en el edificio, pisó el vestíbulo y en ese
mismo instante le entró una llamada de Emilia Lundgren, su
productora ejecutiva de HBO Nordic.
─Hola, Emilia ¿qué tal? ─La saludó pasando sus cosas por el
arco de seguridad y Emilia tosió antes de contestar.
─¿Puedes hablar, Candela?
─Sí, claro. Tú dirás.
─¿Tienes algo que contarme o alguna queja que presentar en
nuestras oficinas o…?
─No sé a qué te refieres.
─Mira, me resulta incómodo hacer esto por teléfono, pero
tengo que actuar muy rápido y este es el mejor canal. ¿Te has
sentido incómoda, acosada u hostigada por algún miembro de
nuestro equipo?, y a equipo de refiero a nuestros ejecutivos.
─¿Qué? ─buscó un rincón apartado y dejó la mochila en el
suelo─. No entiendo nada, ¿ha pasado algo?
─No sé, dímelo tú, por eso te estoy llamando.
─No tengo ninguna queja, pero me gustaría aclarar de qué
estamos hablando, porque me pillas completamente fuera de
juego.
─Estoy hablado de que ayer tu social, Cristine Stewart,
agredió física y verbalmente a Rusty Stone, nuestro
compañero de HBO Nueva York, acusándolo de haberte
acosado dentro de nuestras oficinas, cuando te encontrabas a
solas con él después de nuestra reunión.
─¡¿Qué?! ─se apoyó contra la pared─. No puede ser.
─¿Te hizo algo?, ¿dijo algo que te hiciera sentir mal o
intimidada o presionada?
─No, bueno, fue… ─Resopló─, fue un poco raro porque soltó
algunos halagos y piropos impropios para un ámbito de
trabajo, pero se lo hice notar y él reculó y pidió disculpas. No
sé por qué Cris ha hecho algo así, lo lamento mucho, no sabía
nada.
─¿No le pediste que hablara con él?
─¡No! por supuesto que no. Tengo años, profesionalidad y
experiencia para enfrentarme yo misma a este tipo de cosas.
─Aun así, ¿quieres poner alguna queja o una denuncia?
─No.
─Ok, me fío de tu palabra y te tengo que decir que él sí ha
denunciado a Cristine por agresión e insultos y la cosa va muy
en serio. No hemos podido hacer nada por apaciguarlo.
─Madre mía.
─Desgraciadamente, este episodio también afecta a nuestro
proyecto en común y de momento queda cancelado.
─No me digas eso, Emilia, llevamos muchos meses con esto,
he rechazado otras ofertas, de otras plataformas y productoras,
para dároslo a vosotros, no me podéis cancelar ahora. He
invertido muchísimo tiempo y dinero en este proyecto y…
─Lo siento mucho, Candela, pero las cosas son así. Rusty
Stone había venido a Estocolmo precisamente para dar el visto
bueno a los nuevos proyectos y el vuestro dependía de su
última palabra. Ahora cree que no es aconsejable colaborar
con vosotras y el departamento jurídico opina lo mismo, al
menos hasta que las aguas se calmen.
─No me lo puedo creer ─se pasó la mano por la cara─. Ahora
sí, esto me parece abuso de poder y acoso laboral.
─Tienes todo el derecho de tomar las medidas jurídicas que
estimes conveniente, yo solo te cuento lo que hay. A mí me
duele tanto como a ti tener que cancelar un trabajo a pocos
días de ponerlo en marcha, es una verdadera pena, pero Cris ha
cruzado todos los límites y estas son las consecuencias.
─¿Podemos hablarlo en persona?
─Claro, pero te diré lo mismo.
─De acuerdo, pero me gustaría hablarlo cara a cara.
─Vente ahora y nos tomamos un café abajo.
─Gracias, Emilia, voy para allá.
Le colgó con el alma en los pies, más desolada que
enfadada, pero sobre todo muy desconcertada por la actuación
completamente impresentable de Cris, y la llamó por teléfono
saliendo a la calle, pero ella no le respondió ni a la primera ni
a la sexta vez, y terminó cogiendo un taxi cabreadísima,
pensando muy seriamente en romper, desde ese mismo
instante, cualquier asociación o amistad con ella.
8

Aterrizó en el Aeropuerto de Bodø a las cuatro de la


tarde y salió rápidamente de la terminal para ir a recoger su
coche al aparcamiento e intentar pillar el ferry antes de que se
le hiciera demasiado tarde.
Si conseguía subirse al ferry de las cinco de la tarde, aún
le quedarían dos horas más de travesía hasta Grønnøy y desde
ahí cincuenta minutos más conduciendo hasta su casa, en
resumen, una verdadera odisea que no sabía si tenía mucho
sentido, porque, aunque tenía a la familia en Estocolmo y
había pasado un tiempo estupendo con la chica más guapa que
conocía, semejante despliegue de medios y transporte solo
para estar tres días en Suecia no podía ser saludable.
Llegó al puerto justo a tiempo, entró en el ferry y llamó
a Candela sin éxito, porque seguía “apagada o fuera de
cobertura”. Una situación un poco inquietante, porque ella
había desaparecido de repente casi sin despedirse y lo había
dejado colgado y con un montón de planes sin hacer, después
de haber disfrutado solo de dos noches juntos.
Mala suerte, masculló, bajándose del todoterreno para ir
a la cafetería a tomarse un café, y calculó que hacía ya veinte
horas que ella lo había llamado desde el aeropuerto de Arlanda
para contarle que se tenía que marchar a Nueva York de
urgencia, por lo tanto, en teoría, contando las nueve horas de
vuelo sin escalas, llevaba unas diez horas en Manhattan, o en
Brooklyn, donde pensaba quedarse con su padre, y que
siguiera con el teléfono apagado empezaba a ser preocupante.
Entró en la zona de pasajeros del ferry, se acercó a la
pequeña cafetería y se pidió un buen café americano
observando la oscuridad total del cielo, una noche que caía a
plomo sobre esa zona de Noruega sobre las cinco de la tarde a
partir del mes de octubre, después de haberse deleitado con el
sol de medianoche todo el verano.
El sol de medianoche, susurró, pensando en que el
próximo, con algo de suerte, podría enseñárselo a Candela, si
ella se dejaba, si tenía tiempo y si seguían juntos, o al menos
viéndose con regularidad porque con ella, como con él mismo
hacía unos años, nunca se sabía y podía cambiar de opinión en
un abrir y cerrar de ojos. Tal como había ocurrido el día
anterior, cuando lo había llamado muy angustiada para
explicarle que se le había caído el proyecto con HBO por
causas ajenas a ella y que se marchaba a Nueva York para
intentar solucionarlo.
─Mi socia ha metido la pata hasta el fondo, pero me han dicho
que a lo mejor podemos arreglarlo ─Le había contado muy
apresurada─. Según mi productora de aquí, ella ya no puede
hacer nada, pero me ha aconsejado ir a la central y suplicar un
poco.
─¿Suplicar por qué?
─Porque Cris se ha equivocado a título personal, no
profesional ni como sociedad conmigo, y tal vez explicándome
y pidiendo disculpas formales nos den otra oportunidad.
─Yo no te aconsejaría suplicar, Candela, los americanos lo
verán como una debilidad y se estrujarán a su antojo. Si os han
cancelado, sea por el motivo que sea, coge tu proyecto y
llévatelo a otro sitio, seguro que…
─Rechacé cuatro propuestas para quedarme con HBO Nordic,
no puedo volver atrás como no sea suplicando también.
─¿Hay algún vínculo contractual?
─Sí, pero ha quedado invalidado.
─Mándamelo y le echo un vistazo mientras tú llegas a
Manhattan.
─No te preocupes, ya me las arreglaré.
─Aunque viva como un granjero vikingo, sigo siendo
abogado, mándamelo y lo miraré, si encontramos un resquicio
legal iremos a por ellos. Déjame ayudar.
─Eres un cielo, Björn ─Había soltado una risa amarga─.
Siento mucho tener que marcharme así, espero volver a verte
algún día.
─¿Cómo que esperas volver a verme algún día?, no tienes más
remedio que volver a verme.
─Eso espero. Bueno, te dejo, te mantendré informado, ¿vale?
Un beso grande.
Y eso había sido todo. Unos minutos después le había
mandado el contrato draconiano con la plataforma y había
apagado el teléfono móvil. Normal, si se había subido a un
avión, pero él había esperado que cuando pisara tierra lo
llamara para avisarle que había llegado bien, sin embargo, no
había sido así y había tenido que aceptar que era el último de
la fila, o al menos, uno sin mucha relevancia al que no tenía
por qué estar avisando de su llegada a los Estados Unidos.
Sonrió, porque le estaban dando de su propia medicina
(muchas amigas le habían recriminado cosas similares a lo
largo de toda su vida) y decidió volver a su coche para estar
tranquilo y pensar, porque necesitaba pensar en muchas cosas.
Primero en Magnus, su sobrino mayor, que era piloto y estaba
estudiando la posibilidad de aceptar un contrato con Emirates
Airlines y mudarse a vivir a Dubái. Segundo en Leo y Alex,
que a sus doce años le habían pedido muy seriamente que
volviera a Estocolmo porque lo echaban demasiado de menos.
Tercero en su hermana Alicia, que había llamado a varios
abogados para demandarlo e intentar arrebatarle su cargo
como CEO no ejecutivo del conglomerado industrial Pedersen,
algo que no le preocupaba lo más mínimo, salvo por su padre
y lo que habría pensado al respecto; y por último en su tía
Maggi, la única hermana que quedaba viva de su madre, una
dama encantadora, que le había pedido cuatro millones de
coronas suecas para poner un restaurante de comida cubana en
el centro de Estocolmo junto a su futuro marido, un profesor
de Pilates cubano que la tenía loca de amor y que apenas
superaba los cuarenta años.
“Que viva el amor”, pensó, decidiendo que su tía se
merecía otra oportunidad para ser feliz, y abrió el WhatsApp
para enviarle un mensaje diciéndole que sí, que le iba a dejar
el dinero, pero que iba a redactar un contrato sobre el negocio
y sobre el manejo de los fondos para evitarse sorpresas en el
futuro. Se lo mandó y en ese preciso instante le entró una
llamada de Candela Acosta.
─Hola, viajera, ¿qué tal estás? ─Le respondió con una sonrisa.
─Yo bien, gracias, en casa de mi padre. Tengo dos llamadas
perdidas tuyas. ¿Va todo bien?
─Por mi parte sí, solo quería saber si habías llegado bien.
─Muchas gracias, todo bien ¿Has podido leer el contrato?
─Sí, claro, le he echado un vistazo en el avión y creo…
─¿En el avión?, ¿dónde estás?
─Ahora en un ferry camino de mi casa, he vuelto a Noruega.
─¿En serio?, creí que te quedarías un tiempo en Estocolmo.
─No, viajé principalmente para verte a ti y tu cambio de
planes cambió los míos. Tengo muchas cosas que hacer en
Helgeland.
─Oh… vaya…
─He mirado el contrato a fondo y no hay nada que hacer, se
habían reservado el derecho unilateral y absoluto de romper el
acuerdo, cambiarlo o cancelarlo si en cualquier momento,
antes, durante o después del proceso de producción del
documental, lo estimaban necesario. No os habéis blindado
nada, no sé quién te revisó esto, pero es un pardillo o una
pardilla sin ningún conocimiento de derecho mercantil.
─No lo revisó ningún profesional.
─Muy mal, si jugáis en primera división, tenéis que empezar a
rodearos de buenos asesores.
─A buenas horas mangas verdes.
─¿Perdona?
─Nada, es un dicho español. Y tienes toda la razón, muchas
gracias por mirarlo.
─De nada. ¿Cómo estás?
─Bueno, un poco sobrepasada, el viaje ha sido agobiante
dándole vueltas y más vueltas a este rollo, pero ya me calmaré.
Estar con mi padre y con Jack me ayudará a verlo con otra
perspectiva.
─Siempre existe la opción de buscar otras productoras.
─No puedo, ya te expliqué…
─Lo sé, pero, a lo mejor, si lo dejas reposar unos meses podéis
volver a ofrecerlo…
─No puedo hacer eso, Björn ─Lo interrumpió─. He invertido
dinero y muchas horas en este proyecto, no tengo fondos para
esperar unos meses a que se pase el chaparrón.
─¿No os pagaron el que vas a estrenar este mes?
─Solo un adelanto, el pago restante es a ciento veinte o ciento
cuarenta días…
─Santa madre de Dios ─movió la cabeza entendiendo que no
tenían ni idea de negociar y suspiró─. La próxima vez, si no te
importa, déjame ver lo que firmas.
─No puedo pagar un abogado.
─No te voy a cobrar, estoy retirado, es un asesoramiento entre
amigos.
─Gracias, agradezco tu ayuda y lo tendré en cuenta, aunque
ahora mismo lo único que me importa es el presente y este
contrato. Si no soluciono esto ya, tendré que buscar trabajo en
un Burger King.
─¿Me puedes explicar qué hizo exactamente tu socia?
─Ya da igual.
─No da igual, porque, si la responsabilidad última de la
cancelación es suya, podrías demandarla por daños y
perjuicios.
─Ella está peor que yo, no puede responder de ninguna
manera ante algo así.
─Ok, entonces…
─Entonces deséame suerte y cruza los dedos por mí, mañana a
las nueve de la mañana me reciben en HBO.
─Por supuesto, muchísima suerte.
─Muchas gracias por todo, Björn, y espero que llegues sano y
salvo a tu casa. Un abrazo.
─Espera… ¿No sabes cuándo vas a volver por aquí?
─A Estocolmo será complicado si no resolvemos esto y a mi
casa en Londres, tampoco lo sé. No puedo hacer previsiones y
ni siquiera pensar en eso en este momento.
─Bueno, pues, cuando vuelvas por aquí quedamos y hablamos
sobre la parte mercantil de tu trabajo y sobre lo que quieras.
¿De acuerdo?
─De acuerdo.
─Todavía tengo piso en Nueva York ─Se acordó de repente─.
En el Upper East Side, si necesitas quedarte en Manhattan es
todo tuyo, las llaves las tiene el portero.
─Mil gracias, pero me quedaré en Brooklyn con la familia.
Tengo que dejarte, Björn. Un abrazo y lo dicho, muchas
gracias por todo. Adiós.
Le colgó y a él le sonó igual que un portazo en la oreja,
porque en el fondo le hubiese hecho ilusión seguir hablando
con ella y escuchando sus preocupaciones. Haber podido hacer
algo para aliviar su angustia, pero al parecer ella no estaba por
la labor de compartir nada más con él y se quedó mirando el
teléfono móvil un buen rato, tratando de comprender el
momento complicado por el que estaba pasando y al que él,
obviamente, no tenía acceso.
Oyó por los altavoces cómo anunciaban la llegada a Grønnøy,
se puso el cinturón de seguridad y esperó pacientemente a que
le dieran paso para salir del ferry. Lo hizo detrás de dos coches
muy cargados y al final consiguió esquivarlos y acelerar hacia
su finca, su refugio, su Valhalla, que estaba muy lejos de
todos los problemas del universo, también de los de Candela
Acosta, que además parecía que se las arreglaba muy bien sin
su ayuda.
Condujo por la carretera oscura casi de memoria,
aceptando que la vida y las personas fuera de Helgeland a
veces le resultaban ajenas, incluso su adorada familia o
alguien como Candela, por la que, no obstante, habría cruzado
el océano a nado esa misma noche si se lo hubiese pedido, y
entró en su propiedad viendo la luz tenue que bañaba las
ventanas sin cortinas de la casa principal.
Una imagen acogedora y hogareña que lo hizo sentirse bien de
inmediato.
Se bajó del 4X4 oyendo los ladridos de felicidad de sus
perros, que salieron a recibirlo con su cariño habitual, se
inclinó para abrazarlos y acariciarlos, y en ese momento oyó la
voz de una mujer a su espalda.
─Hallo,velkommen hjem!
─¡Ágata!, ¡madre mía!, ¡¿qué haces aquí?!
Exclamó sorprendido, girando hacia ella con los brazos
abiertos, y ella, que era una de sus mejores amigas, su
baluarte, su terapeuta, una de las personas más fundamentales
de sus últimos años de retiro y vida en Noruega, se le acercó y
lo abrazó muy fuerte.
─¡Qué ganas tenía de verte, Björn!
─Y yo a ti, ¿qué tal estás? ─La apartó para mirarla de arriba
abajo y ella le sonrió acariciándole un brazo.
─Ahora, mucho mejor mirándote a los ojos. ¿Estás bien?
─Perfectamente, ¿cuándo has llegado a Helgeland?
─Antes de ayer y me iba hoy, pero me he quedado cuando
Hans me ha asegurado que regresabas esta noche. ¿Qué tal en
Estocolmo?
─Bien, aunque cada día me parece que está más lejos.
─Alana y Hans juran que fuiste a Suecia solo para ver a una
mujer. ¿Es eso cierto?
─Bueno, en parte sí, fui para estar con una amiga, pero
también necesitaba resolver otros temas familiares. Ya sabes,
lo de siempre.
─¿Y ella quién es?, ¿la conocemos?
─No, no es nadie de mi pasado. Se llama Candela ─la abrazó
por los hombros para caminar hacia la casa─, es medio
brasileña, medio española. Es amiga de la nueva esposa de
Leo.
─Una mujer de sangre caliente ─bromeó, dándole un golpe en
el pecho─. Siendo medio brasileña, medio española, doy por
hecho de que es una preciosidad.
─Es mucho más que una preciosidad. Es inteligente, divertida,
sexy, abierta, trabajadora y muy simpática.
─¿Y qué tal con ella? ─Detuvo el paso y le clavó los ojos─
¿Cómo estás?
─¿Yo?, de maravilla, ¿por qué lo preguntas?
─Soy tu amiga y tu terapeuta, me preocupa tu bienestar
después de cinco años de retiro y dos de abstinencia sexual.
Dar una paso hacia la intimidad es muy importante y como no
me llamaste para hablarlo, yo…
─No te llamé porque todo surgió de forma natural y
espontánea, tal como lo necesitaba, y no vi necesario discutirlo
contigo.
─Bueno, eso ya es un logro, que no necesitaras hablarlo
conmigo.
─Lo sé.
─¿Te has enamorado?, porque eso sí podríamos tratarlo ya que
estoy aquí.
─No sabría decirlo, pero no lo descarto. Acabamos de
conocernos.
─Genial, querido, me alegra mucho oír eso. Paso a paso,
despacio y asumiendo lo bueno y lo positivo de esta energía
sexual y sentimental que fluye, que vuelve a ti más sana y
consciente, con serenidad.
─Con serenidad no sé hasta qué punto ─soltó una risa,
pensando en los vehementes encuentros con Candela─, pero
estoy bien, Ágata, es justo lo que necesitaba en este momento
de mi vida.
─Estupendo, vamos a celebrarlo.
9

─Nunca entenderé lo que has hecho, Cris, pero que encima no


dieras la cara y te escondieras, dejándome sola para enfrentar
el marrón, es de lo peor y dudo mucho que pueda superarlo.
─Yo solo quise hacer lo correcto.
─Pero… ¿para ti qué es lo correcto?
Apoyó la espalda en la silla de ese Starbucks del centro
de Seattle y Cris, que normalmente era una chica vivaz y muy
lanzada, se encogió como un ovillo y dejó de mirarla a la cara.
─Las mujeres tenemos que defendernos, se llama sororidad
─soltó al fin.
─Totalmente de acuerdo, pero yo no necesitaba ninguna
defensa, había resuelto la charla con el ejecutivo americano sin
ningún drama y no me sentía violentada, ni acosada ni nada
parecido, de hecho, te lo comenté como una anécdota y
recuerdo haberte dicho claramente que ya lo había puesto en
su lugar.
─Las víctimas, muchas veces, son las últimas en reaccionar.
─¡Pero yo no era ninguna víctima! ─Elevó el tono y se pasó la
mano por el pelo─. Si me hubiese sentido víctima de ese tío,
habría montado la de Dios es Cristo, parece que no me
conocieras, ¡joder!
─Estás tan acostumbrada a que los hombres te tiren los tejos,
te piropeen o te miren con ojos de cordero degollado, que a
veces pierdes la perspectiva, Candela. A veces solo sonríes y
lo dejas pasar. Yo quise protegerte y ser una buena amiga.
─¡¿Qué?!
─Es verdad.
─Qué me veas de ese modo me ofende profundamente.
─La verdad duele.
─La única verdad aquí es que no me conoces una mierda, que
no eres mi amiga y que te has cargado un proyecto de ciento
cincuenta mil euros ─se puso de pie cogiendo la mochila y la
miró a los ojos─. Las mujeres tenemos que apoyarnos, por
supuesto, pero también deberíamos confiar en nuestras
capacidades y nuestro sentido común, no comportarnos como
neandertales, ni tomar decisiones por las demás, que es justo
lo que hacen los machistas.
─Yo solo quise protegerte ─repitió, sin moverse.
─Nadie te pidió que me protegieras.
─Hice lo correcto y no me arrepiento.
─¿No te arrepientes de agredir verbal y físicamente a un
ejecutivo de HBO?
─No.
─¿Tampoco de huir, esconderte debajo de la cama, dejarme
sola con el problema y no dar la cara?.
─Me dio un bajón, tengo estrés y ansiedad y…
─Todas tenemos estrés y ansiedad, y no por eso damos la
espalda a nuestras responsabilidades. Si estás enferma, busca
ayuda, pero no uses tu ansiedad para justificar lo que has
hecho y cómo lo has hecho, porque así no se vive en el mundo
real, Cris, y conmigo no va a colar.
─Estoy aquí, he venido para el estreno.
─No me sirve de nada que estés aquí, tenías que haber estado
conmigo en Estocolmo hablando con Emilia Lundgren o en
Nueva York enfrentándote a la ristra de ejecutivos y ejecutivas
de HBO a los que tuve que mirar a los ojos, disculparme en tu
nombre y rogar una segunda oportunidad. Ahí tenías que estar,
no en tu casa escondida sin coger el teléfono, ni aquí para el
estreno de un trabajo ya terminado.
─Yo…
─Se acabó, no voy a seguir hablando sobre esto porque ya no
sirve de nada; por mi parte cualquier sociedad o colaboración
contigo, actual o futura, se termina desde ya y te pido, por
favor, que te olvides de mí y me dejes en paz.
─No puedes dejarme al margen, ¿qué ha pasado con el
documental sobre las suecas y la liberación sexual? Lo
presentamos a medias, es tan tuyo cómo mío.
─Quédatelo, todo tuyo. HBO no nos quiere por tu inexcusable
comportamiento y la cancelación se mantiene. Adiós.
─Cada persona reacciona como puede, Candela ─Le dijo
poniéndose de pie─, no todas somos tan perfectas como tú.
─¿Vas a seguir usando el ataque como defensa?, porque me la
trae al pairo.
─Desde que te conozco he estado trabajando a la sombra de tu
carisma, Candela Acosta, aunque en realidad éramos socias, y
nunca me he quejado. Ahora no voy a permitir que me juzgues
por un pequeño error, que encima cometí por tu culpa, por
intentar ayudarte, así que hazme un favor y vete a tomar por el
culo, que seguro se te da muy bien.
Le espetó a la cara, casi escupiéndola, y se largó del
local de dos zancadas, empujando de paso a un par de chicas
que estaban tranquilamente en la cola para pedir sus
capuchinos.
Candela respiró hondo sin dar crédito, porque de repente
la villana era ella y no la persona que había pegado a un tipo al
que ni conocía, y tras un momento de desconcierto, salió de la
cafetería con ganas de quemarlo todo. Pisó la calle, donde
llovía un montón, y se fue directa al hotel para recoger sus
cosas y marcharse al aeropuerto.
La víspera, había asistido al estreno oficial de su
documental sobre la vida en las cárceles de medio mundo de
presos célebres y famosos, y, aunque el resultado no podía
haber sido mejor y había recibido aplausos y felicitaciones por
parte de público, colegas, productores y jefazos de HBO, no
había sido capaz de disfrutarlo y solo quería volver a casa.
En circunstancias normales, se habría ido de juerga para
celebrarlo y luego habría aprovechado para conocer gente,
hacer contactos y acudir a reuniones de trabajo, que solían
producirse tras estos debuts privados previos a los estrenos en
la plataforma, pero llevaba días sin vivir unas circunstancias
muy normales y no estaba para socializar o para sonreír como
si no pasara nada.
Según su padre, siempre había tenido poca disposición
para la frustración y mucha menos tolerancia para la injusticia,
y por eso el incidente de Cris y la decisión de la productora,
ambas completamente ajenas a ella, la tenían tan desesperaba
y triste, y la hacían sentir tan impotente.
Ver que tu trabajo de meses y meses, tu dinero, tus
esfuerzos y tus desvelos, se habían ido por el retrete porque a
tu socia se le había ocurrido motu proprio abofetear a un
ejecutivo e insultarlo, era desolador, y no lograba
comprenderlo, ni siquiera sabía si lograría superarlo, porque
después de reunirse con un montón de responsables de la
plataforma e incluso con su servicio jurídico, solo tenía una
cosa clara: por culpa de Cris la habían declarado persona non
grata y seguramente no volverían a trabajar con ella.
Nada más pisar HBO en Manhattan, le habían explicado
que no revocarían la cancelación de su proyecto por motivos
personales y le habían enseñado un video de seguridad de
HBO Nordic, donde se podía ver perfectamente a Cris
insultando, pateando, escupiendo y pegando a Rusty Stone.
Una evidencia incontestable que la había dejado hecha polvo y
sin argumentos en cuestión de segundos. Se había sentido
avergonzada e idiota.
De nada habían servido sus disculpas, sus explicaciones,
su condena absoluta a la actitud de Cris, que había actuado,
evidentemente, sin su conocimiento ni aprobación, y de la que
no había sabido nada hasta que Emilia Lundgren se lo había
contado unas horas más tarde.
Lo había intentado todo, con amabilidad y firmeza, con
profesionalidad y rigor, y también, al final, apelando a la
compasión y simpatía de sus interlocutores, sin embargo, el no
había sido rotundo y el que la agresora ni siquiera se hubiese
presentado para pedir perdón y contar sus motivos para
proceder así, y de paso exculparla a ella oficialmente, solo
había empeorado las cosas, así que había salido de esas
oficinas frustrada y dolida, furiosa con Cris, comprendiendo
que por su culpa acababa de perder su credibilidad y había
dado como mil pasos atrás en su carrera como productora de
documentales.
El nefasto resultado de sus reuniones con HBO le había
costado un sofocón de casi una semana de llanto desatado y
pesimismo máximo, y se había quedado en casa de su padre
metida en la cama y sin querer hablar con nadie, tomando
helado y viendo películas mientras él le acariciaba el pelo o le
preparaba tizanas para que pudiera dormir.
Jack y él la habían salvado del colapso o algo peor como
una depresión, y gracias a ellos se había levantado, había
hecho la maleta y se había presentado en Seattle, tal como
había prometido, para ver el primer pase de su documental. Lo
que no se había imaginado ni en sueños es que allí se iba a
encontrar con Cris, que, tras más de tres semanas desaparecida
y sin coger el teléfono, había dado la cara tan tranquila,
hablando con la gente y dirigiéndose a ella como si jamás
hubiese pasado nada.
Aquello la había terminado de descolocar y por supuesto
no lo había podido dejar pasar, y había montado en cólera nada
más verla, aunque después, más tranquila, había decidido dejar
la charla para el día siguiente y había accedido a sentarse con
ella por última vez, para explicarle en qué situación estaban y
porque no quería volver a trabajar con ella nunca más.
Al menos, a pesar de su reacción, había podido decir lo
que necesitaba decir, pensó, entrando en el hotel para recoger
el equipaje que había dejado en consigna, y caminó hacia la
recepción distraída, pensando en sus cosas, como en si podía
coger un taxi para ir al aeropuerto o mejor se buscaba un
transporte público más económico, o en cómo era posible que
Cristine Stewart, a la que había conocido en la universidad,
haciendo el Erasmus en Inglaterra, se había quedado tanto
tiempo en su vida, cuando todo el mundo sabía que no se
parecían en nada, en nada en absoluto.
─¿Candela Acosta?
Le preguntó un hombre por la espalda y ella recogió su
maleta y se giró hacia la voz con una media sonrisa.
─Sí.
─Hola, ¿qué hay? ─la saludó en castellano─. Me llamo
Álvaro Jiménez, soy director de contenidos de un grupo
español audiovisual, he visto vuestro documental y me ha
parecido extraordinario.
─Muchas gracias.
─Se rumorea que os han cancelado un proyecto que ya teníais
firmado ─Candela asintió─. Vaya, lo siento mucho.
─Gracias, pero parece que pasa más de lo que creemos.
─Si tienes tiempo podríamos hablar de ese proyecto, nos
gustaría echarle un vistazo. Emilia Lundgren me ha dicho que
está relacionado con España e Italia y nos encantaría
estudiarlo.
─¿Has hablado con Emilia?
─Sí, es amiga mía.
─Te agradezco el interés, pero no puedo quedarme ahora,
tengo que coger un avión dentro de dos horas y ya voy un
poco justa…
─Entiendo. ¿Vives en España?
─Oficialmente en Londres, aunque no sé hasta cuándo. Mira,
coge mi email y ya nos comunicamos y nos ponemos de
acuerdo para hablarlo tranquilamente. ¿Te parece? ─Sacó una
de sus viejas tarjetas de visita y se la entregó.
─Perfecto, te escribiré esta noche y así vamos agendando
alguna cita en Londres o dónde quieras.
─Estupendo, mil gracias, Álvaro. Hasta luego.
Le dijo adiós con la mano y salió con prisas a la calle,
levantó una mano y pidió un taxi sin evitar sonreír de oreja a
oreja, porque aquel hombre acababa de alegrarle el día, aunque
solo fuera por mostrar interés en su trabajo, que ya era
bastante.
Se montó en el coche y llamó de inmediato a Emilia
Lundgren para darle las gracias y contarle que había conocido
a su amigo, pero ella no le respondió, así que colgó y se relajó
un poco, respiró hondo y sin venir a cuento se acordó de Björn
Pedersen, al que había prometido llamar hacía más de una
semana.
Madre mía, masculló, sintiéndose fatal por ser tan poco
formal con sus amigos, por vivir en la luna la mayor parte del
tiempo; miró el móvil atentamente y se prometió llamarlo en
cuanto superara el control de policía y pasara a la zona de
embarque del aeropuerto.
Cerró los ojos acordándose de los suyos azules y
trasparentes, de su cuerpazo calentito y fuerte, de su boca
juguetona y deliciosa, y un escalofrío le recorrió la columna
vertebral, porque solo pensar en él le producía un placer
extraordinario, y por un segundo se permitió fantasear con la
idea de coger un avión para ir a verlo a su Valhalla, al norte de
Noruega, lejos del mundanal ruido, donde seguro podría
descansar y reponer fuerzas acurrucada sobre su pecho.
10

Corrió por la terminal de llegadas del aeropuerto de Oslo


maldiciendo el tráfico, la nieve y las prisas de esas fechas,
porque era insólito que a todo el mundo se le ocurriera viajar
al mismo tiempo, a finales de año, como si no hubiese un
momento mejor para coger un vuelo.
Esquivó a pasajeros estresados, a niños cansados, a los
carritos llenos de equipaje y finalmente llegó a la puerta por la
que tenía que salir Candela, que había cogido un vuelo desde
Sevilla para pasar con él la Nochevieja, derrapando y
cabreado, porque odiaba llegar a tarde a cualquier sitio, pero
mucho más si se trataba de recibir a alguien en el aeropuerto.
Alguien, además, que había tardado muchísimo en decidirse a
visitarlo.
Frenó en seco frente a la barandilla donde se agolpaba la
gente para dar la bienvenida a los suyos y miró el reloj, ella
había aterrizado hacía media hora, con lo cual, con algo de
suerte, aún estaría esperando las maletas y jamás se enteraría
de que había llegado con la hora pegada para recogerla.
─Hola, gatinho.
Lo saludó tocándole el hombro y él saltó y se giró para
verla de pie allí, con el anorak en una mano y su exiguo
equipaje en la otra.
─¡Madre mía! ¿ya has salido? ¡Joder, siento mucho la
tardanza!
La sujetó por el cuello y la abrazó muy fuerte contra su
pecho, oliendo el perfume de su pelo y sintiendo su calor con
los ojos cerrados, percibiendo de inmediato como las
feromonas empezaban a activarse por todo su torrente
sanguíneo.
─No pasa nada, no he esperado ni cinco minutos ─Le dijo ella
con una enorme sonrisa, apartándolo para mirarlo a la cara─.
Qué alegría verte, estás guapísimo.
─Tú sí que estás guapísima.
La sujetó por la nuca y se la pegó al cuerpo mirándola a
los ojos, recorriendo con deseo su boca y su piel de caramelo
suave y olorosa, hasta que no pudo contenerse más y la besó.
La besó sin importarle que estaban en público y que ya no era
ningún adolescente, y siguió besándola con pasión,
saboreándola a conciencia, hasta que ella lo detuvo muerta de
la risa.
─Yo también te he echado de menos, pero dejemos algo para
después.
─Tienes razón. Venga, vamos, härlig ─La cogió de la mano
para llevársela a buscar el Uber─ ¿Qué tal el vuelo?
─Todo genial, en Madrid había mucha gente, pero la conexión
fue perfecta. ¿Tú qué tal?
─Bien, salimos de Estocolmo nevando y aterrizamos en Oslo
nevando, pero la buena noticia es que ha despejado y según
Heini, que nos espera en el otro aeropuerto, tendremos cielo
sin precipitaciones hasta llegar a Helgeland.
─Qué suerte.
─El problema ha sido llegar desde Gardermoen hasta aquí, el
tráfico por carretera está imposible.
─Me lo imagino, por eso te dije que te quedaras allí, que podía
ir yo sola hasta Gardermoen.
─No, de eso nada.
─La vuelta, al menos, la tengo desde allí.
─Si te dejo volver.
La miró de reojo y ella entornó los suyos moviendo la
cabeza.
─Ya, ya.
─No es broma, podría secuestrarte, siguiendo las ancestrales
costumbres de mi pueblo, y convertirte en la reina de mi
Valhalla.
─Muy gracioso, Björn Pedersen, muy gracioso.
Llegaron casi en seguida a la calle, se detuvo y volvió a
abrazarla, porque apenas se podía creer que estuviese allí
después de tantas charlas telefónicas, de tantas negativas y de
tantas reticencias suyas a viajar hasta los confines del mundo
para celebrar el año nuevo con él, y ella se le acurrucó en el
pecho, haciéndolo sentir tan bien, tan acompañado, que
cuando vio aparecer el coche para recogerlos lamentó que
fuera puntual, porque no tenía ninguna necesidad de romper el
momento y tener que soltarla.
─¿Cómo se ha quedado tu abuela? ─le preguntó ya dentro del
Uber y ella se encogió de hombros mirando por la ventana.
─Bien, ya más tranquila. Yo creo que a su edad le abruma un
poco tener a tanta gente en su casa. El día de Nochebuena se lo
pasa trabajando en la cocina y luego sirviendo la mesa, a mí
me agobia verla. Le he dicho a mi madre que tal vez
deberíamos empezar a liberarla de celebrar la navidad siempre
en su casa, pero, bueno… ella dice que estas fiestas le dan la
vida y que disfruta mucho con toda la familia allí.
─Puede ser…
─Lo que puede ser es que sus hijos pasan de asumir la faena y
la responsabilidad que supone celebrar todos juntos la
Nochebuena en Sevilla y prefieren mirar para otro lado. Como
dice mi tía Lucía, en cuando mi abuela falte, allí no se reunirá
ni Dios y cada uno se quedará en su casa tan a gusto. Ahora les
mola estar juntos porque se ocupa de todo la abuela.
─Cosas similares pasan en todas las familias.
─Lo sé, pero a mí me afecta mucho. Mi abuela dice que es
porque estoy hecha una cascarrabias.
─Igual tiene razón.
─La tiene, pero intento mejorar ─Le guiñó un ojo─. Paola me
ha contado que los niños hicieron lo imposible para que te
quedaras en Estocolmo.
─Sí, pero estaban de broma. Pasamos una semana estupenda
juntos y sabían desde el primer día que tenía que volver a casa
después de Nochebuena y, lo más importante, en nada nos
volveremos a ver. Vendrán a esquiar con Magnus a finales de
enero.
─Dicen que eres un tío de primera.
─Eso dicen y yo les creo ─le sonrió y ella le señaló su
teléfono móvil.
─He estado leyendo lo que me enviaste sobre el Yule o la
Navidad vikinga, es muy interesante y ahora me da mucha
lástima habérmela perdido.
─No te la has perdido del todo, empezó con el Solsticio de
Invierno y acaba después del año nuevo. Aún tienes tiempo de
celebrar el Valhalla de hidromiel y, créeme, en casa lo
festejamos como se merece.
─¿Valhalla de hidromiel?
─El paraíso de la cerveza ─le cogió la mano y se la besó─. Te
he prometido un año nuevo inolvidable y lo tendrás, härlig,
confía en mí.
─Confío en ti, sino no estaría aquí, estaría en Río con mi
padre.
─Río de Janeiro ─suspiró─, la mejor Nochevieja de mi vida.
─Y varias de las mías.
─El año que viene, si quieres, celebraremos la Nochevieja en
Río de Janeiro con tu padre.
─¿En serio te gustaría? ─buscó sus ojos y él asintió.
─¿Playa, calor, fiesta y tú en bikini?. No me lo perdería por
nada del mundo.
─Madre mía, qué juguetón eres, gatinho.
─¿Es un trato o no?
─Trato feito.
Respondió en portugués, chocando su puño con el suyo,
y luego guardó silencio, mirando el paisaje de las nevadas
carreteras de Oslo sin decir nada, pero cogiéndolo de la mano,
transmitiéndole su buena energía y su dulzura, hasta que
llegaron a la zona de vuelos privados del aeropuerto de
Gardermoen, donde los estaba esperando Heini con su
avioneta y con los permisos en regla para despegar de
inmediato camino de Helgeland.
11

Sintió el violento tirón de pelo y se despertó de un salto,


oyendo como Andras, esa niña tan mona, pero tan
ingobernable, se echaba a reír a carcajadas y la señalaba con el
dedo, burlándose en su cara del susto que le había pegado.
Candela se incorporó, tapándose con el edredón y
decidida a llamarle la atención, porque no podía andar tirando
el pelo a la gente, menos si estaba dormida, y mucho menos si
ni siquiera tenía permiso para estar en su dormitorio, pero no
hizo falta, porque en seguida oyó los gritos de Alana, la madre
de la criatura, llamándola desde la escalera.
─¡Andras!, ¡Andras!
Se puso a llamarla y a decirle mil cosas en noruego,
idioma que ella, por supuesto, no dominaba, y la niña le sacó
la lengua y obedeció a su madre abandonando la segunda
planta de la casa, teóricamente, la zona “privada” de Björn, a
la carrera y gritando como si estuviera en un parque a
atracciones.
Candela se tapó la cara con las dos manos y contó hasta
veinte para no ponerse a chillar, porque llevaba tan solo tres
días allí y ya no podía más con la niña, con sus hermanos, con
los vecinos y con todo el maremágnum de personas que
entraban y salían de la “casa principal”, como la llamaban
ellos, y que, aunque eran extremadamente amables y atentos,
no dejaban de invadir su espacio y de interrumpir su sueño, su
descanso o su tiempo con Björn.
Björn, masculló, el único motivo de su viaje a esa zona
inhóspita del mundo. Giró la cabeza y lo miró, durmiendo a su
lado como un bebé, completamente ajeno a los gritos de la
niña y de la madre, desnudo y medio destapado, soñando con
sus cosas, supuso, cosas como la pesca, la escalada, el esquí,
los trineos, los aguacates o sus perros, dos mastines y dos
Buhund noruegos preciosos, que dormían a los pies de la cama
sin alterarse lo más mínimo.
Buscó en la mesilla de noche su teléfono móvil, que
perdía o recuperaba la cobertura casi al unísono, y comprobó
que aún eran las seis de la mañana. Demasiado pronto para
levantarse, decidió, y se acercó a su precioso dios escandinavo
para olerle el pecho y besarle el cuello antes de acurrucarse
sobre él; cerró los ojos y un segundo después la alarma de un
reloj cochambroso empezó a sonar como si se fuera a acabar el
mundo.
─¡Arriba, härlig!, los trineos nos esperan.
─¿Eh?
Se sentó otra vez en la cama y observó cómo él la abandonaba
de un salto y le regalaba la imponente imagen de su cuerpo
desnudo, y la de su pelo largo, rubio y revuelto sobre la cara.
─Vamos, cielo, ¿nos duchamos juntos?
─Bueno…
─Venga, dormilona, que ya es año nuevo.
De dos zancadas la alcanzó y la sacó de la cama en
brazos, como si fuera un fardo de lana, y la metió debajo de la
ducha mirándola a los ojos.
─Eres preciosa, Candela Acosta. ¿Te lo he dicho lo suficiente?
─No me mojes el pelo, por favor ─cogió el gorro de baño que
había llevado y se lo puso a la par que él abría el grifo de la
ducha y un chorro de agua gélida los alcanzaba de plano─
¡Joder!
─Lo siento, lo siento, tarda un segundo en calentarse… o eso
creo ─La cogió por el cuello para besarla y ella lo apartó─. No
seas gruñona, es solo agua fría.
─No es solo el agua fría, es… ─Lo miró a los ojos, estiró la
mano y le acarició la barba─, es igual, lo que pasa es que estoy
muy cansada, nos acostamos hace cuatro horas.
─Nochevieja.
─Sí, Nochevieja, pero estoy cansada.
─¿Quieres seguir durmiendo?, puedes quedarte aquí sin
problemas. Yo me voy con los chicos y vuelvo esta tarde para
la cena. Te dejo todo el día para ti.
─No creo que pueda seguir durmiendo.
─Les pasa a todos los urbanitas, me pasaba a mí al principio,
se duerme fatal en medio de la paz y el silencio. Ya te
acostumbrarás.
─¿Paz y silencio? ─soltó una risa y se puso debajo del chorro
de agua ya caliente con los ojos cerrados─. Aquí hay de todo
menos paz y silencio.
─¿Tú crees?
─¿Tú no? ─salió de la ducha, cogió una toalla y se envolvió
con ella antes de mirarlo a la cara─. Tu casa es preciosa, la
finca es maravillosa y estáis en medio de la nada, pero por
aquí se pasea más gente que en la Gran Vía de Madrid en
navidades.
─Bueno, te ha pillado el Yule en todo su apogeo, de eso se
trataba ¿no?
Le sostuvo la mirada pensando que no, que de eso no se
trataba, porque si había cogido tres vuelos y había viajado
hasta los confines del universo había sido para estar a solas
con él, y pasar unos días juntos y tranquilos, no para sobrevivir
en medio del festival escandinavo de la cerveza, pero se calló,
porque al fin y al cabo la culpa era suya por montarse unas
películas que no venían a cuento, y le sonrió.
─Sí, tienes razón.
─Es nuestra forma de vida, la de compartir y estar los unos
con los otros ─salió de la ducha y la abrazó─. Soy consciente
de que puede abrumar un poco al principio, pero estoy seguro
de que lo llegarás a disfrutar.
─Ok.
─¿Sabes qué?, hoy nos olvidaremos de los trineos y de la
gente y nos quedaremos a solas aquí arriba ¿Te apetece?
─No hace falta, Björn, dame un buen café y estaré lista para
salir a pasear en trineo.
─Genial, härlig.
Se inclinó para besarla, después la dejó sola en medio
del enorme cuarto de baño y salió al dormitorio para vestirse y
bajar las escaleras corriendo con sus perros hacia la “zona
común” o la cocina, donde seguramente ya estaba media
vecindad desayunando o cocinando, o lo que hicieran a esas
horas de la mañana.
Ella se vistió, hizo la cama, cogió la ropa de esquí que le
habían regalado al llegar, y bajó las escaleras despacio, hasta
la mesa donde Alana, Hans, sus hijos y varios amigos, estaban
tomando café y degustando la típica Pyttipanna sueca con
huevos fritos y pepinillos. Les sonrió a todos, que le dieron la
bienvenida con entusiasmo, y se sentó en un rincón
observando como Björn, que estaba cocinando, charlaba con
sus amigos y freía huevos con una sonrisa perenne en la cara,
tan integrado y feliz, tanto, que se preguntó qué estaba
haciendo ella allí, visitando a un tío prácticamente
desconocido, que estaría buenísimo y que le gustaba una
barbaridad, pero con el que no tenía nada en común salvo un
sexo fuera de serie.
─¡Hola a todos!
Gritó uno de los vecinos irrumpiendo en la cocina cubierto de
nieve y Candela saltó y trató de prestarle atención mientras él
soltaba una perorata ininteligible en noruego, hasta que él
mismo la miró y se le acercó con una sonrisa para dirigirse a
ella en inglés.
─Les estoy diciendo que lo siento mucho, pero que no
podremos salir esta mañana con los trineos, el hielo no está en
condiciones y no quiero forzar a los perros.
─Ah, vale, muchas gracias, por mí no te preocupes.
─Vaya, qué lástima ─Björn se les acercó, palmoteó la espalda
de su amigo y la besó a ella en la cabeza─. Igual mañana o
pasado podremos hacerlo, ¿no, Arne?
─No prometo nada, amigo, la seguridad, ante todo. ¿Qué me
ofrecéis de comer?
Arne los ignoró para sentarse a la mesa con el resto y
ella miró a Björn a los ojos con una sonrisa, imaginándose una
jornada acurrucaditos en la cama, al lado de la chimenea y
comiendo chocolate, pero él se atusó la barba y resopló.
─Bueno, härlig, también podemos trabajar en el invernadero.
Tengo muchas cosas que hacer allí y estaremos tan a gusto a
veinticuatro grados. ¿Te apuntas?
─Yo… pues… claro.
─Vamos.
La cogió de la mano, se despidieron de todo el mundo y
la abrigó él mismo antes de salir a la intemperie. Candela se
dejó abrochar el anorak y ajustar gorro y guantes, mirándolo
todo el tiempo, aceptando que era demasiado guapo como para
dejarlo ahí plantado y volver corriendo a la civilización, y
finalmente lo siguió camino de su nuevo invernadero, donde
estaba cultivando frutas tropicales como aguacates, plátanos y
chirimoyas. Todo un desafío que lo tenía tremendamente
emocionado.
─Esto es espectacular, Björn, en serio.
Le comentó viendo el enorme invernadero por dentro, y
que había montado con sus propias manos, y él se puso en
jarras tan orgulloso.
─Gracias, lo importante ahora es que dé resultados. Libérate
de la ropa de abrigo, härlig, o te vas a asar.
─Sí, la verdad es que aquí se está fenomenal.
─Coge, por favor, esas bolsas con semillas y unas
herramientas, y sígueme al fondo.
Hizo lo que le pidió y luego lo siguió a buen paso,
observando las plantitas creciendo a su ritmo, y empezó a
sentirse mejor porque al menos estaban solos y hacía calorcito,
y cuando llegaron al final de la alargada construcción lo miró
muchísimo más relajada.
─¿Qué quieres que haga? ─Le preguntó y él se acercó y la
besó en la boca antes de indicarle un línea recta de tierra
abonada.
─Vamos a plantar aquí, tú haz lo mismo que yo e intentaremos
terminar este segmento. ¿Te parece?
─Claro ─Se puso de rodillas para mover la tierra con la pala
de jardín que le había dejado y lo miró─ ¿Qué?, ¿lo estoy
haciendo mal?
─No, lo estás haciendo muy bien, aunque ya veo que no eres
una chica de campo.
─No lo soy, pero aprendo rápido y, lo más importante, me
encanta aprender a hacer cosas nuevas.
─Me alegra oír eso.
─¿Tú antes de venirte aquí eras un chico de campo?
─No, pero de pequeño me gustaba trajinar en el jardín con mi
madre. De adulto siempre he tenido plantas en mis
apartamentos.
─Yo no tengo plantitas, no puedo cuidarlas.
─¿En tu piso de Londres no tienes nada?, en Inglaterra la
gente cuida mucho sus jardines y sus macetas de flores.
─Bueno, pero yo no soy inglesa, ni tengo jardín, y comparto
piso con dos chicas más. No tengo tiempo ni espacio para
cuidar plantas.
─Cuando vaya a verte a Londres me ocuparé de regalarte unas
plantas resistentes ─Levantó la cabeza y le guiñó un ojo─.
Tocar la tierra es muy saludable y alivia el estrés.
─El caso es que estoy pensando en dejar Londres.
─¿Por qué?
─Porque es una ciudad muy cara, de momento no tengo un
trabajo concreto, ni ingresos a largo plazo, y mi padre me ha
ofrecido que me vaya a vivir con ellos a Nueva York. Allí
podría optar a muchos empleos y me ahorraría el alquiler.
─¿Qué? ─Dejó de trabajar y se enderezó para mirarla a los
ojos.
─Igual te tocará ir a visitarme a Brooklyn.
─No, yo a Nueva York no voy.
─Muy gracioso.
─No es broma. En la vida volveré a pisar Manhattan.
─Es Brooklyn, dijiste que te encantaba… ─de pronto notó
algo raro en el tono de su voz y también dejó de trabajar para
observarlo mejor─ ¿Pasa algo con Nueva York?
─Me trae muy malos recuerdos.
─¿Ah sí?, no me habías dicho nada.
─Porque aún no te he contado muchas cosas sobre mí.
─Vale…
Movió la cabeza un poco desconcertada por el tono
brusco y decidió seguir plantando semillas sin abrir la boca.
No pensaba indagar ni preguntar por cosas que no le había
contado aún, ni presionarlo, ni hacerlo sentir más incómodo,
porque era evidente que estaba incómodo. No recordaba
haberlo visto tan serio desde que lo conocía.
─¿Sabes que nunca me has preguntado abiertamente por qué
vivo retirado en Noruega? ─Interrogó al cabo de unos minutos
y ella lo miró.
─Porque cuando nos conocimos me dijiste que habías elegido
una forma de vida simple y comprometida con el ecologismo
escandinavo más puro y positivo, y porque después, en alguna
ocasión, me has comentado que tu forma de vida anterior te
había llegado a consumir física y mentalmente y que aquí
habías encontrado la paz, tu Valhalla. No había mucho más
que preguntar.
─El caso es que ocurrieron algunas cosas gravísimas en mi
vida que me rompieron por dentro y me empujaron a buscar
ayuda y respuestas aquí, en Noruega, y casi todas las sufrí en
Nueva York.
─Vaya, yo…
─Cuando tenía veinte años murió mi padre ─La interrumpió─,
que lo era todo para mí, luego mi madre y entonces inicié una
carrera loca en Londres y en Nueva York, todo por conseguir
triunfar y demostrar al mundo lo que podía hacer yo solo, sin
la ayuda de nadie, y no me fue nada mal. La verdad es que
profesionalmente llegué donde quise y podría haber llegado
incluso más lejos poniéndome al frente de las empresas de mi
familia, pero cuando estaba a punto de iniciar ese retorno a
casa murió mi hermana Agnetha, que era otro pilar
fundamental de mi existencia y… Yo me encontraba en
Manhattan y ella llevaba meses rogándome que volviera a
Suecia, porque decía que me necesitaban, ella, la empresa, los
niños, la familia, pero yo no le hacía caso e iba retrasando
conscientemente el traslado hasta que, al final, una mañana
Leo me llamó para contarme que se había estrellado en una
carretera, que había fallecido en el acto y que no iba sola, que
iba con su exmarido y que al parecer llevaba un par de años
sosteniendo una doble vida de la que yo no sabía nada, claro,
porque estaba demasiado ocupado en Nueva York haciendo
mil idioteces sin importancia como para preocuparme por mi
hermana.
─Björn…
Se levantó y se le acercó para acariciarle la espalda, él le
sonrió con los ojos brillantes y siguió hablando.
─Aquello, como te he dicho, me pilló en Manhattan y me
quedé en estado de shock, incapaz de reaccionar, hasta que
alguien me metió en un avión y llegué a Suecia para
enfrentarle al drama sin ningún recurso, completamente
devastado, pero decidido a proteger y consolar a mis sobrinos.
─Qué duro.
─Fue muy duro, pero lo solventamos con un poco de suerte y
muy unidos, sin embargo, en lugar de quedarme en casa, como
todo el mundo esperaba, decidí regresar a Nueva York; en
parte para huir del dolor, en parte para ocuparme de mis
responsabilidades, y allí, dos días después de pisar la ciudad,
uno de mis ayudantes, uno de mis subalternos más fieles y
comprometidos, mi protegido, apareció muerto, ahorcado en
su diminuto pisito de Queens.
─¿Qué?
─Se llamaba Oliver Carpenter, tenía veintidós años y en su
nota de suicidio aseguraba que se quitaba la vida para no tener
que enfrentarse a mí, porque había perdido varios millones en
una gran compra fallida de valores que yo no había autorizado
y no podía soportar la idea de defraudarme.
─Madre mía.
─La policía vino a buscarme al despacho, tuve que declarar,
incluso contratar un abogado y defenderme, porque,
obviamente, yo no había hecho nada, mucho menos incitarlo a
hacer semejante locura, pero tuve que enfrentarme a un
proceso y escuchar y leer las declaraciones de otros colegas y
empleados sobre Oliver y la relación que mantenía conmigo, y
fue en ese momento cuando descubrí la imagen que me había
creado con tanto esmero: la de un tipejo implacable, exigente,
egoísta, cuadriculado y frío. Un pequeño monstruo
escandinavo sin corazón.
─No puede ser.
─Lo fue y aquello me destrozó, pero más me destrozó saber
que no solo me percibían así en el ámbito laboral, que ya era
gravísimo y vergonzante, sino también en las relaciones
personales y “sentimentales”, porque, aprovechando la
coyuntura, muchas amigas y conocidas declararon a la policía
que yo me comportaba de la misma forma en la intimidad y
que, por lo tanto, había ido dejando muchísimos cadáveres
emocionales a lo largo del camino.
─Lo siento mucho, Björn.
─Afortunadamente, aquel proceso infame y doloroso, del que
mi familia no sabe nada, por cierto, no llegó a tener
consecuencias legales para mí, pero me desmontó de arriba
abajo.
─¿No lo sabe nadie?, ¿ni Leo, ni Magnus…?
─No, en aquel momento todos estábamos inmersos en un
duelo brutal por la muerte de Agnetha y no quise empeorar las
cosas.
─Madre mía… ─Le apretó la mano, imaginando por lo que
había pasado en completa soledad, y él le sonrió.
─La muerte de mi hermana, la de Oliver y sus consecuencias,
propiciaron el cambio más radical y positivo que he hecho en
toda mi vida. Puse punto final a ese Björn Pedersen, pedí
disculpas a todo el mundo, di el portazo definitivo a Nueva
York y me volví a casa para reencontrarme con mis raíces y la
naturaleza. Necesitaba reconectar conmigo y con lo que creía
ser, Candela, y ese camino lo inicié aquí, en Noruega, donde
ya había estado alguna vez conociendo a Hans, a mi terapeuta
Ágata, y a esta forma de vida tan natural y espiritual que
llevaban. Llegué aquí hecho trocitos, sin saber cómo iba a
continuar adelante, porque no tenía ni idea de hacía dónde me
iba a llevar este proceso de curación, sin embargo, cinco años
después, aquí me tienes, entero y completo para ti.
La observó de medio lado, con esos ojazos hermosos y
limpios que tenía, y ella abrió la boca para decir algo, pero no
encontró las palabras adecuadas, así que se limitó a acercarse
para abrazarlo con todas sus fuerzas.
12

─No pienso renunciar a esto sin más.


Miró los ojos verdosos y suspicaces de Ágata, y ella le
sostuvo la mirada y luego desvió la vista hacia el paisaje
nevado que los rodeaba, y que no era el de Helgeland, sino el
de Oslo, donde había acudido para hablar con ella antes de
coger un vuelo a Inglaterra.
─Deberías agradecerle su sinceridad y dejarla marchar, Björn,
es evidente que tenéis vidas muy diferentes y que ella jamás se
va a adaptar a la tuya.
─Si algo me habéis enseñado es que la gente puede cambiar.
─¿Y qué pretendes?¿Qué a los treinta y dos años Candela
abandone su carrera, sus sueños de estrellato y se retire
contigo a vivir con lo mínimo al norte de Noruega?
─No, no pretendo eso, solo aspiro a avanzar, a vivir una
relación estable, pero libre y en libertad, a encontrar un punto
medio que puede estar en Londres o en Estocolmo, o dónde
ella quiera. No tengo ninguna prisa y puedo esperar a que esté
preparada para…
─¿Para acabar viviendo en un hogar colectivo? ─Lo
interrumpió─. ¿Teniendo media docena de niños en un
ambiente en el que, obviamente, no se siente cómoda?
─Se lo pasó muy bien y disfrutó muchísimo de Helgeland.
─Solo porque estaba de paso, cariño, fue evidente para todo el
mundo. Tú no lo notaste, porque estabas demasiado ocupado
con tu felicidad como para ver que tu novia parecía, todo el
tiempo, un pez fuera del agua.
─La primera vez siempre es un poco difícil para todo el
mundo, aun así, avanzamos muchísimo como pareja y no
pienso darle la espalda a eso.
─Estás en tu derecho, pero, antes de irse, te dijo claramente
que no pensaba enamorarse de ti, me lo acabas de explicar. Te
dijo que le gustabas muchísimo y que era muy feliz cuando
estaba contigo, pero que no se iba a enamorar, porque vivíais
en mundos muy diferentes y no estaba dispuesta a sortear esas
diferencias.
─Nadie elige cuándo o cómo se enamora, esas son palabras
vacías.
─Seguro que para ella no.
─Sea como sea, ahora nos veremos en Londres y todo puede
cambiar. Lo que nos pasa cuando estamos juntos es demasiado
potente como para ignorarlo. Yo, al menos, no pienso hacerlo.
─¿Y tú no harías el camino a la inversa?
─¿A qué te refieres?
─Podrías volver a la civilización, seguirla en su crecimiento y
dejar que las cosas fluyan. Tú aun tienes un par de asignaturas
pendientes en Estocolmo, con tus sobrinos y con tus
obligaciones empresariales, a lo mejor este es el momento de
asumirlas.
─No lo descarto, soy consciente de que Leo y Álex me
necesitan y de que yo necesitaría poner orden en todo aquello,
pero, si te soy sincero, no lo haría sin Candela.
─Muy bien, es bueno que seas sincero.
─Quiero cumplir el deseo de mi padre, coger las riendas y
ponerme al frente de nuestro patrimonio, sobre todo para
evitar que se disipe en un mar de empresas sin alma ni
fundamento. Después de cinco años retirado, a veces creo que
es justo lo que necesito, pero también sé que necesito un
impulso fuerte y concreto que me empuje y me ilusione, y
ahora sé que es ella, que es Candela Acosta.
─No puedes sobrecargarla con esa responsabilidad, Björn.
─Es una forma de hablar, solo aspiro a tener una compañera,
no una muleta.
─Tienes una docena de mujeres escandinavas fuertes,
preciosas y fértiles ─bromeó, regalándole una sonrisa─,
dispuestísimas a impulsarte y a vivir contigo en Helgeland, a
ser tu compañera y a fundar una familia en ese hogar colectivo
y hermoso que has creado para tu comunidad, querido, pero, si
estás convencido de que tu camino está junto a esa belleza
latina llamada Candela Acosta, ve a por ella y ábrete al
mundo.
─No estoy convencido de nada, solo quiero intentarlo. Es lo
que siento.
─Y yo me alegro de que te sientas así. Después de tantos años
con ese corazón cerrado, trabajando en tu sanidad y en tu
crecimiento, curando tantas cosas, es maravilloso que vuelvas
a sentir algo bueno y tan concreto.
─Muchas gracias, Ágata, yo también me alegro.
Se puso de pie, dispuesto a dar por acabada la visita, y
ella también se levantó, se le acercó y lo abrazó muy fuerte
antes de apartarse para mirarlo a los ojos.
─Muy bien, tú saca el guerrero vikingo que llevas ahí dentro
─Le dio un golpe en el pecho─ y lucha por lo que quieres,
como siempre has hecho, pero esta vez con calma, serenidad y
empatía. Estás preparado para hacerlo.
─Lo intentaré.
Cogió su mochila y el anorak, y Ágata lo abrazó por la
cintura para acompañarlo hasta la salida.
─¿Sólo llevas este equipaje?, ¿no es que ibas a Londres para
una boda?
─En el piso de Londres tengo mucha ropa de vestir y un
chaqué, o eso creo, porque hace mucho tiempo que no paso
por allí.
─Cosas de ricachones ─comentó Ágata y él entornó los ojos─
¿Quién sino tiene pisos que no usa, con ropa que no usa?
─Bueno… el apartamento técnicamente pertenece a Industrias
Pedersen, no es mío.
─Estaba bromeando.
─Ok.
─¿O sea que tienes que llevar chaqué a la boda?
─Para la boda chaqué y para la preboda traje, no lo sé, no he
mirado bien la invitación. Si te soy sincero, no me apetece
nada ir, solo voy porque William es uno de mis mejores
amigos y me ha pedido que sea su testigo, que, si no, ya le
podrían haber dado bien a la dichosa boda.
─Ay, Señor, con lo guapo que estarás vestido de gala. Hazte
una foto y mándamela.
Se detuvo en la puerta y le acarició el pecho como solía
hacer su madre, él le sonrió y se inclinó para darle un beso en
la mejilla.
─Me voy, Ágata, no quiero perder el avión.
─¿Candela va contigo a la boda?
─No, ha declinado la invitación.
─Bueno, otra vez será. De momento, disfruta y comparte
tiempo con tus amigos. Llámame si necesitas hablar.
─Lo haré, gracias por todo. Adiós.
Le dio la espalda y bajó las escaleras a la carrera para
salir a la calle a buscar un taxi que lo llevara al aeropuerto.
Tarea complicada con la nieve cubriendo el noventa por ciento
de las carreteras de Oslo.
Sacó el móvil para pedir un Uber y sin querer comprobó
primero si tenía alguna llamada perdida o algún mensaje de
Candela, con la que había pasado una semana estupenda a
principios del mes de enero y con la que, un mes después,
seguía manteniendo una comunicación telefónica fluida,
aunque algo tensa por culpa de lo que había pasado la misma
mañana que se había marchado de Helgeland.
Resopló, viendo aparecer su coche, se subió, se acomodó
junto a la ventanilla e inmediatamente su mente voló hacia
aquella mañana gélida de enero, la última de Candela en su
casa, cuando había cometido la imprudencia (o no) de decirle
después de hacer el amor que, tal vez, deberían empezar a
plantearse el avanzar un poco en su relación.
─¿Cómo avanzar? ─le había preguntado ella acurrucada sobre
su pecho y él le había acariciado la espalda.
─Al menos saber hacia dónde vamos.
─Ya sabemos hacia donde vamos. Tú te quedas en Noruega y
yo me tendré que ir a Nueva York a buscar trabajo.
─Es un eufemismo, härlig. Me refiero a ti y a mí como pareja.
─Solo nos conocemos desde octubre.
─Ya, pero yo necesito mucho más.
─No, Björn, no me digas eso, por favor ─Se había apartado y
se había desplomado sobre la almohada tapándose los ojos.
─¿Decirte qué?, ¿qué me importas? ¿Qué estoy loco por ti?
─Nos acabamos de conocer.
─¿Y?, ¿desde cuándo hay plazos para sentir o enamorarse?
─¿Enamorarse? ─Le había clavado los ojos muy seria─.
Somos amigos y nos entendemos de maravilla, pero somos dos
personas muy diferentes, de mundos muy diferentes, con un
proyecto de vida muy distinto.
─¿Y?
─¿Y?, pues que aquí, entre nosotros, no hay cabida para el
amor o para enamorarse, te lo advertí antes de encontrarnos
por primera vez en Estocolmo y me dijiste que lo entendías.
No lo estropeemos, por favor. Tú eres justo lo que quiero
ahora, pero sin compromisos, ni ataduras, ni
sentimentalismos…
─¡¿Qué?!, ¿por qué?
─Mira dónde vives, Björn ─se había sentado en la cama
moviendo la cabeza─, mira de dónde vengo yo, ¿qué
pretendes?, ¿por qué tienes que complicarlo todo?
─¿Decir lo que siento por ti es complicarlo todo?
─Sí, porque estamos genial como estamos, ¿por qué…?, ¿por
qué tienes que hablar de esto ahora?
─Porque hemos pasado unos días geniales, porque he
comprobado que eres lo único que necesito, porque te he
contado mi vida entera, porque me siento seguro y completo a
tu lado, porque confío en ti, porque me gustas mucho,
Candela, porque ahora sé que no me interesa una vida sin ti.
Ella lo había mirado con los ojos muy abiertos, había
cogido su ropa interior de entre las sábanas y se la había
puesto haciendo amago de abandonar la cama.
─Yo no pienso enamorarme de ti, Björn. No pienso sufrir, ni
penar, ni añorar, ni tener nada de eso en mi cabeza. No puedo
hacerlo, no quiero hacerlo, no en este momento de mi vida.
─¿Enamorarse es sufrir y penar y añorar?
─Suele serlo y yo no quiero ningún drama en mi vida.
─¿Qué drama?
─Este drama, este tipo de conversaciones… él que tú vivas
aquí y yo tenga que irme a vivir al otro lado del mundo lo hace
inviable ¿No te das cuenta de que no tenemos ningún futuro?
─Tenemos el futuro que nosotros queramos tener.
─¿Ah sí?, ¿dónde?, ¿aquí?, porque yo no podría soportar
quedarme ni veinticuatro horas más.
─¿No te gusta Helgeland?
─¡No!, bueno, sí, es precioso y me habéis tratado de maravilla,
pero este no es mi sitio. Si me he quedado una semana ha sido
para estar contigo y conocer tu mundo, Björn, porque me
encantas y también estoy loca por ti, pero… si ni siquiera me
gusta el frío. Yo no pinto nada aquí y estoy deseando volver a
mi piso, a mi intimidad, a mi silencio, a la gran ciudad que me
convierte en una persona anónima, a todo eso que tú rechazas
y no soportas.
─Yo estoy dispuesto a luchar para salvar nuestras diferencias.
─Yo no, cariño, porque no nos conduciría a nada. Si tú
renuncias a lo que te importa por mí o yo renuncio a lo que me
importa por ti, un día, tarde o temprano, nos pesará y nos hará
daño. El amor nunca dura, porque nunca es suficiente, y yo no
quisiera perderte como amigo por un impuso “amoroso”
equivocado o por tomar malas decisiones.
─¿Por qué eres tan pesimista, härlig?
─Porque soy practica y lo he visto muchas veces a lo largo de
mi vida con mis amigas, mis primas, mis tías, los vecinos, los
colegas, compañeros de trabajo, incluso con mis padres, y por
eso no creo en cuentos de hadas, ni en amores tempestuosos
que sortean los problemas y triunfan. La vida real no es así, yo
no soy así y no puedo ofrecerte nada más.
─Déjame demostrarte lo contrario.
─No, Björn, dejémoslo estar.
─Tú baja esa guardia tan alta ─se le había acercado para
abrazarla por la cintura y mirarla a los ojos─, y permite que la
vida te sorprenda. Ya sé que las relaciones no tienen nada que
ver con los cuentos de hadas y que tú y yo, en teoría, estamos
en las antípodas, pero si confías en mí lo haré posible, haré
posible que podamos estar juntos.
─Madre mía…
─No te voy a presionar, Candela, si quieres no volveré a
mencionar esto nunca más, no tengo prisa. Tenemos todo el
tiempo del mundo, ¿ok?
─Ok…
─Hallo!
La pequeña Andras había irrumpido gritando y corriendo
en el dormitorio, interrumpiendo la charla y el momento
íntimo, algo que ella ya le había pedido encarecidamente que
tratara de evitar, y lo siguiente había sido preparase para volar
a Oslo, compartir un desayuno con todo el mundo y despedirse
con muchos besos y abrazos en el aeropuerto. Prometiendo
verse pronto, aunque ambos sabían que aquello iba a ser
difícil, por mucho que él se empeñara en esquivar las
distancias, porque, si algo le había quedado claro esa mañana,
después de haber abierto el corazón y enseñado sus cartas, es
que Candela Acosta no solo estaba lejos geográficamente de
él, sino que vibraba en una sintonía muy diferente a la suya.
─Hola, härlig.
Respondió a una llamada suya entrando en la zona de
embarque del aeropuerto y sonrió oyendo su voz suave y tan
sexy saludándolo desde Londres.
─Hola, ¿qué tal?, ¿ya se han ido tus sobrinos?
─Sí, los dejé esta mañana temprano en el aeropuerto, luego he
ido al centro para ver a Ágata y he vuelto para coger mi vuelo.
¿Qué tal tú?
─Bien, me han ofrecido otra campaña de publicidad y muy
bien pagada, así que me quedo una semana más por aquí. Creo
que podré verte después de la boda, solo quería decírtelo para
organizarnos.
─¿Cómo después de la boda? Voy camino de Londres, tú estás
allí, ¿no podemos vernos esta noche?
─Tú esta noche tienes la preboda, o como se llame eso, estarás
liado y mañana…
─Hoy y mañana podrías ser mi acompañante, aún estás a
tiempo de…
─No, Björn ─lo interrumpió─, ya hemos hablado de esto, no
voy a ir a esa boda, aunque agradezco tu invitación. Tú
llámame cuando estés libre y te invito a comer, ¿te parece
bien? También te tengo que entregar unos regalos que me ha
pedido Alana del Fortnum & Mason.
─No, no me parece bien, pero, ok, mañana te llamo.
─Estupendo. Un beso y feliz viaje. Pásalo muy bien en la
boda, ya me contarás.
Le colgó, dejando clara la distancia invisible que
pretendía imponerle, algo que se venía repitiendo desde su
última charla cara a cara en Helgeland, y él frunció el ceño y
después sonrió, porque era obvio que no lo conocía lo
suficiente como para saber que, hiciera lo que hiciera, o se
pusiera como se pusiera, aun le quedaba mucha cuerda para
seguir luchando por ella.
13

Catorce de febrero, qué fecha más manida para una


boda, concluyó, pensando en los amigos de Björn, que se
casaban ese mediodía, a las dos de la tarde, en la Iglesia de
San Lucas de Chelsea, y entró en esa tienda de delicatessen tan
bonita de South Kensington donde preparaban desayunos de
lujo para llevar o para enviar de regalo o simplemente para
darse un caprichito, olvidándose de ellos al instante y
calculando cuánto se podría gastar para mimar un poco a
Björn, al que no trataba demasiado bien desde que, hacía un
mes en Noruega, había empezado a desvariar sobre el futuro
de su “relación” o sobre lo sentía por ella.
Como le solía suceder en estos casos, le habían saltado
todas las alarmas y a punto había estado de salir huyendo
como en los dibujos animados de su casa, a toda prisa y sin
mirar atrás, pero obviamente no lo había hecho, porque él era
él, es decir, era diferente y adorable, y ella lo respetaba
muchísimo y también sentía muchas cosas cuando lo tenía
cerca y lo miraba a los ojos.
Difícil sustraerse a su encanto natural, a lo guapo,
educado y viril que era, a sus palabras cariñosas, a su
sensibilidad y su fortaleza, a esa vulnerabilidad tan dulce que
desprendía solo a veces y en la intimidad, a su personalidad y
a todo lo que representaba, porque él, no podía negarlo,
representaba para ella todo lo que aspiraba a encontrar en un
hombre, empezando por su inteligencia y acabando por su
atractivo, por la química que compartían en la cama o por lo
bien que se entendían fuera del dormitorio.
En resumen, Björn Pedersen era una especie de deseo
concedido, es decir, era el hombre que hubiese pedido al genio
de la lámpara si dudarlo, con los ojos cerrados, salvo por el
hecho de que no estaba preparada para asumirlo o para
incluirlo en su vida, porque su vida ya era de por sí inestable y
complicada y porque, principalmente, le aterraba la idea de
enamorarse y perder los papeles por alguien, por muy perfecto
que a priori pudiera parecer.
Su experiencia, empezando por la nefasta relación de sus
padres, le había enseñado que toda la magia y la amistad, las
buenas maneras y el respeto, se podían hacer añicos por culpa
del amor, o más bien del desamor, y por eso había huido toda
la vida de las relaciones estables, de los novios dependientes y
de los dramas sentimentales. Ella había aprendido muy pronto
que estaba mejor sola y sin tener la obligación de querer o de
hacer feliz a alguien, que vivía mucho mejor y en paz
manteniendo las distancias con los hombres y por eso, a los
treinta y dos años, se podía considerar la soltera perfecta,
porque nunca había tenido un novio o una relación de más de
una semana.
No hasta llegar Björn, obviamente.
Según su terapeuta, su problema era que tenía un miedo
inconsciente y patológico a la pérdida y al abandono, y que
por eso huía de las relaciones estables, y seguramente era
cierto, pero no le importaba porque había aprendido a cuidarse
y a no dejarse llevar, a poner sus reglas, y gracias a eso
sobrevivía sin hacer daño a nadie y evitando que se lo hicieran
a ella, y aquello le parecía un triunfo. Llevaba así muchos años
y el resultado no podía ser más positivo.
La única vez en su vida que se había enamorado había
sido de Juan Villagrán, el hermano pequeño de Paola, que era
su vecino y su compañero de clase, y que era tan guapo que le
daban ganas de echarse a llorar cada vez que lo veía. Era tan
majo y tan deportista, tan buen estudiante, tan perfecto, que
había bebido los vientos por él toda su vida, desde la
guardería, hasta que entrando en la adolescencia se había
atrevido a confesarle su amor y él le había dicho que la veía
como a una hermana y, lo peor de todo, que solo le gustaban
las rubias de ojos azules.
Aquellas palabras, para una chica mulata de trece años,
habían sido como un bofetón en plena cara y se había pasado
llorando varios meses sin que nadie le hiciera caso, porque,
además, le había pasado en plena batalla salvaje y brutal de
sus padres por el divorcio.
Un par de años más tarde, cuando había cumplido los
quince, había sido ella la que le había tenido que dar calabazas
al pobre Juan, varias veces, y con el paso de los años habían
acabado siendo buenos amigos, y él pidiéndole mil disculpas
por lo que le había dicho, sin embargo, ella nunca había
superado ese rechazo y ese sentimiento de dolor y de
vergüenza, y había acabado convirtiéndolo en una coraza. Una
coraza estupenda y que llevaba a gala allí por donde pasaba.
─¿Qué vas a querer?
Le preguntó la dependienta, sacándola de golpe de sus
ensoñaciones, y ella le sonrió y le señaló el desayuno
continental completo, con sus cruasanes y sus mermeladas, sus
tostadas, su mantequilla, sus huevos pasados por agua y su
zumo de naranja, además de otras delicias francesas y un café
de primera, o eso aseguraba el cartelito del mostrador.
─¿De dónde es el café?
─Tenemos Kopi Luwak de Indonesia, Blue Mountain de
Jamaica, Incapto de Brasil y arábico colombiano.
─Guau, sí que tenéis buen café. Ponme Incapto brasileño y
que el desayuno sea para dos y para llevar, por favor.
─Muy bien, son ciento veinte libras.
─Ok, gracias.
Sacó la tarjeta y pagó pensando que con eso se podía
comprar un billete a cualquier parte de Europa, pero respiró
hondo y contó hasta diez, porque no se podía ser tan rácana en
la vida, y mucho menos si se trataba de dar una sorpresa a
alguien que te importaba y que se lo merecía todo,
especialmente si no lo habías tratado muy bien durante las
últimas semanas.
Se pasó la mano por la cara intentando espantar el
sentimiento de culpa, pero fue inútil, porque tenía que sentirse
culpable, porque había reaccionado fatal a su “declaración”
sentimental y a su posterior invitación para que lo acompañara
a la boda de uno de sus mejores amigos. Lo había hecho todo
mal, llevaba semanas comportándose como una adolescente
insufrible a la que ella habría querido ahorcar, aunque Björn,
que era adorable y muy buena gente, había soportado
estoicamente y sin rechistar.
Pero es que, ¿quién invitaba a la boda de su mejor amigo
a una chica a la que acababa de conocer? Nadie en su sano
juicio, y así se lo había hecho saber cuándo la había llamado,
dos días después de marcharse de Noruega, para pedirle que lo
acompañara a un evento en Londres el 13 y 14 de febrero.
─¿Qué evento? ─le había preguntado poniéndose en guardia y
él se había echado a reír.
─¿Nunca irías a una cita a ciegas, härlig?
─Jamás.
─Se casa William Weston, uno de mis mejores amigos, un
camarada de la Escuela de Negocios de Londres, y lo hace con
otra gran amiga mía, Beatrice Garfield. Será el 14 de febrero
en la Iglesia de San Lucas de Chelsea, aunque el 13 hay una
cena de bienvenida o preboda. Me gustaría que fueras mi
acompañante.
─Muchas gracias, pero no puedo acompañarte, si todo va bien,
antes de que acabe enero me iré a Nueva York. Tal como te
comenté.
─Puedes venir desde Nueva York, ¿no?
─No, no me lo puedo permitir y tampoco me puedo permitir
asistir como invitada a una boda de ese nivel, porque me da
que será muy pija y yo no tengo ropa para esas cosas.
─No hay problema, yo me ocupo de todo. Mi familia tiene
cuenta en Carolina Herrera o Dior o dónde quieras, bastará con
hacer una llamada y resolveremos lo de la ropa en seguida, y
el vuelo…
─¿Cómo en Pretty Woman? ─Le había preguntado empezando
a cabrearse y él se había echado a reír─. No te rías, porque ha
sonado a eso y la verdad, yo no soy del perfil que acepta que le
compren ropa o le paguen vuelos.
─Bueno, disculpa, solo quería facilitar las cosas. Somos
amigos, me importas y un vestido o un billete de ida y vuelta a
Nueva York tampoco suponen un gran esfuerzo. Yo solo estoy
pensando en que me acompañes y conozcas a mis amigos.
─Y yo te lo agradezco, pero no podré, el 14 de febrero espero
estar en Nueva York trabajando.
─Ok…
─Además, no estaría bien presentarme contigo en un evento
familiar de ese tipo si acabamos de conocernos. Eso no se
hace, es preferible ir solo que ir acompañado por una
desconocida a una boda. Es una regla no escrita que todos
deberíamos respetar.
─Menuda gilipollez.
─Será una gilipollez, pero a las novias les afecta. Lo he
contado ampliamente en un documental sobre bodas que
hicimos para una televisión española.
─Vale, está bien. No he dicho nada.
Había respondió al fin el pobre, que solo había querido
ser amable, y no le había vuelto a mencionar el asunto de la
boda hasta el día anterior, cuando, a punto de coger el avión
camino de Londres, le había preguntado por lo mismo y ella le
había vuelto a responder con una negativa tajante.
─Ya lo tienes. Qué aproveche.
Le dijo la dependienta entregándole una cesta preciosa
con el desayuno continental para dos y ella la cogió con
cuidado y salió camino del edificio de Björn Pedersen, que,
según le había chivado Leo, estaba en South Kensington,
concretamente en Exhibition Road, una calle muy elegante
cerca del Albert Hall.
Muy orgullosa de su idea de sorprenderlo con un
desayuno a domicilio, avanzó por las calles esperando que el
detalle fuera suficiente para disculparse con él. O al menos lo
suficientemente sincero para intentar borrar sus últimas
semanas de distanciamiento y malos modos.
No pretendía que la perdonara e hiciera borrón y cuenta nueva,
por supuesto, porque sabía que apenas se merecía esa
oportunidad, pero al menos quería acercar posiciones,
explicarle que el inconsciente la traicionaba muchas veces y
que lo último que quería era alejarse de él o tratarlo mal, pero
que no podía controlar el miedo irracional que tenía a
estropearlo todo, a enamorarse y a acabar, con el paso del
tiempo, perdiéndolo para siempre.
En eso iba a consentir su disculpa, y miró la hora
llegando al espectacular edificio, cruzando los dedos para que
se hubiese despertado ya, porque la boda empezaba dentro de
seis horas en Chelsea y ella tenía que estar en el West End a
las doce y media, o sea, que no disponían de mucho tiempo
para estar juntos.
Se detuvo en la acera para comprobar en el móvil el piso
al que tenía que subir y antes de volver a cerrar el teléfono le
entró una llamada de Cindy, su compañera de piso y su nueva
jefa, porque gracias a ella, que era la encargada de casting de
una agencia de publicidad muy activa de Londres, llevaba tres
semanas trabajando a buen ritmo como modelo publicitaria.
─Hola, Cindy ─le respondió traspasando el jardín que rodeaba
el edificio─ ¿Pasa algo?
─Nada, es que tengo algo nuevo para mañana, me ha fallado
una modelo y te puedo meter a ti. Es una publicidad gráfica
para Boots, las sesiones durarán más o menos una semana y la
tarifa es la habitual.
─Cuenta conmigo, mil gracias, aunque a finales de mes lo
dejo, que no se te olvide.
─Sí, claro, no te preocupes, lo tengo previsto. ¿Te veo a las
12:30 en Covent Garden?
─Sí, sin problema. Hasta luego.
Le colgó, entró en el edificio de Björn y se acercó al
mostrador donde una persona de seguridad, que miró su cesta
con el desayuno dando por hecho que era un pedido, la dejó
traspasar el vestíbulo sin hacer preguntas e indicándole el
ascensor que tenía que tomar.
Ella entró en el aparato, que era muy lujoso y olía de
maravilla, poniéndose un poco nerviosa por la emoción de la
sorpresa y la alegría de poder ver a su dios escandinavo
después de un mes, y llegó a su planta, que la era la última,
arreglándose un poco la ropa y el pelo. Se acercó decidida a su
puerta y tocó el timbre sin moverse, respirando hondo.
─Hola…
La saludó una mujer asiática muy guapa, abriendo la
puerta vestida con una bata de seda de hombre, descalza y
perfectamente maquillada, y Candela frunció el ceño y dio un
paso atrás para mirar el número y comprobar que no se había
equivocado de casa.
─¿Nos traes el desayuno? ─Le preguntó la mujer muy
contenta y ella no dejó que lo tocara.
─¿Björn Pedersen?
─Sí, es aquí, es mi marido. Soy Hana Pedersen. ¿Quién nos
manda el desayuno?, ¿es de parte de los novios?
─Yo…
Masculló ella empezando a marearse, sin entender nada,
porque era rarísimo que hubiese otro Björn Pedersen en esa
misma planta, y la mujer giró la cabeza hacia el interior del
piso y gritó con mucho entusiasmo.
─¡Björn, nos han mandado el desayuno!
─¿El desayuno? ─Preguntó Björn, SU Björn, desde dentro y a
Candela le fallaron literalmente las piernas.
─Sí, seguro que es cosa de William y Beatrice, qué monos ─la
miró con una sonrisa y le quitó la cesta de un tirón─. Ya no
saben qué hacer en las bodas, pero esto es muy original.
Muchas gracias.
Candela retrocedió viendo como ella se quedaba con su
carísimo desayuno, sintiendo cómo se le abría el pecho en
canal, porque aquello era lo último que se habría imaginado
encontrar allí, e hizo amago de irse, pero su sangre caliente se
lo impidió y se le acercó de dos zancadas, forzando una
enorme sonrisa.
─Señora Pedersen ─le dijo muy amable y ella no cerró la
puerta y le prestó atención.
─¿Le puede decir a su marido, por favor, que el desayuno se lo
ha traído Candela? Candela Acosta.
─Claro.
─Muchas gracias. Bon appetit!
Giró buscando el ascensor y entró sujetando las
lágrimas, aunque no sabía muy bien porqué estaba llorando.
Llegó a la calle corriendo, sintiendo cómo el móvil le
empezaba a vibrar con llamadas de Björn, pero lo ignoró,
cruzó hacia Hyde Park y desapareció entre la gente sin mirar
atrás.
14

─¿Björn?, ¡Björn!
Le dijo Hana tocándole el brazo, sin soltar la cesta con el
desayuno que al parecer le acababa de llevar Candela, y él
bufó confuso y pegado al teléfono, levantó la vista y ella dio
un paso atrás.
─¿Qué ha pasado?, ¿conoces a esa chica?
─No me coge el teléfono.
─A lo mejor sigue en el ascensor y no le entran las llamadas.
─El ascensor tiene cobertura.
─¿Y qué pasa?
─¿Qué le has dicho? ─Le preguntó frunciendo el ceño y ella
se encogió de hombros.
─Nada, no me ha dado tiempo. Le he dado las gracias y ya
está.
─No, no, no, ¿qué más le has dicho?
─Nada, ¿qué le iba a decir?
─Ella no se iría así, sin hablar conmigo, piensa un poco y
dime qué le has dicho.
─¿Quién es?
─Es Candela, la chica de la que te hablé.
─¡Joder! ─exclamó, dejando la cesta en la mesa del
comedor─. Le dije que era Hana Pedersen, tu mujer.
─¡Me cago en la puta, Hana!
Bramó indignado, entendiéndolo todo, cogió su camisa y
se la puso caminando hacia la puerta principal. Hana lo siguió
por el pasillo y él le hizo un gesto para que no lo tocara.
─Es la verdad, solo le he dicho la verdad. ¡Björn!
La miró de soslayo queriendo matarla, salió al rellano y
llamó al ascensor, pero cómo tardaba, buscó las escaleras y las
bajó corriendo hasta llegar al portal del edificio donde,
lógicamente, Candela ya no estaba.
Volvió a llamarla oteando el horizonte, a ver si la veía
por alguna parte. Deslizó los ojos hacia Hyde Park y dio por
hecho que se había ido por ahí, pero también se podía haber
ido camino del metro, el problema era adivinar a qué metro,
porque había dos cercanos, South Kensington y Gloucester
Road. Respiró hondo y decidió caminar hacia el parque, hacia
Kensington Gore, donde había una parada de autobuses, pero
nada más pisar la acera se dio cuenta de que había bajado
descalzo y de que estaba lloviendo.
─Señor Pedersen.
Le habló uno de los porteros por la espalda, se giró para
mirarlo y vio que le estaba ofreciendo un paraguas. Un gesto
muy cortés, pero que a él no le hizo ninguna gracia dadas las
circunstancias, así que lo esquivó y volvió al edificio para
subir a buscar sus zapatos.
─¿No ha visto por dónde se ha ido una chica morena y joven
que subió a mi casa con una cesta de desayuno? ─Le preguntó
deteniéndose frente a los ascensores y el conserje lo miró
atentamente y luego negó con la cabeza.
─La verdad es que no, aunque sí la vi salir. ¿Hay algún
problema, señor?
─No, ninguno. Muchas gracias.
Entró en el ascensor maldiciendo en sueco y tratando de
discernir por qué Candela había decidido ir a verlo, después de
mostrarse tan esquiva con él durante cuatro semanas, por qué
no le había avisado de su visita y, lo más importante, por qué
carajo tenía tan mala suerte.
Llegó al piso con los pies helados y despotricando por lo
bajo, sin separarse del teléfono, y cuando entró y vio a Hanna
tan tranquila disfrutando de los manjares del desayuno
continental, dio un portazo y la señaló con el dedo.
─Eso no es para ti, apártate de esa cesta y vete a tu casa, por
favor.
─No, me he traído mi ropa, habíamos quedado en ir juntos a la
boda.
─Ahora ya no.
─¿Cómo qué no?, yo no me muevo de aquí.
─¡Vete, joder!
─Vaya, vaya con el asceta espiritual y pacífico residente en
Noruega.
─¿Perdona? ─Le clavó los ojos y ella se levantó.
─Mira, Björn, entiendo tu cabreo, ya sé que estás loco por esa
chica, que es muy guapa, por cierto, pero en lugar de enfadarte
conmigo o con el mundo, cabréate contigo mismo por no
haber sido sincero. Las mentiras tienen las patitas muy cortas.
─¡¿Qué mentiras?!, ¿de qué coño estás hablando?!
─Yo solo digo lo que veo: esa chica viene aquí con un
desayuno romántico, yo pienso que es un regalo de William y
Beatrice, y simplemente me identifiqué. Si ha reaccionado tan
mal, ha salido corriendo y no te coge el teléfono, será porque,
obviamente, carece de toda la información.
─No tienes ni idea…
─Tú mismo. Yo me largo, eres muy aburrido cuando te pones
de mal humor.
Se fue a recoger todas sus cosas, incluido su traje para la
boda, y él la ignoró de inmediato volviendo a llamar a
Candela. Un ejercicio inútil porque sabía que no le iba a
responder. Cerró los ojos pensando en que no tenía ni idea de
dónde podía ir a buscarla, y entonces se le ocurrió llamar a la
única persona que la conocía mucho mejor que él.
─¿Paola? ─Preguntó cuando ella respondió al móvil, y se
acercó a la mesa para coger una taza de café─. Siento
molestarte, imagino que estarás en clase, pero es importante.
─Hola, Björn. Acabo de terminar una clase, puedo hablar.
¿Qué ha pasado?, ¿estás bien?
─¿Tienes la dirección de Candela en Londres?
─No lo sé, ¿por qué?
─Estoy aquí y necesito ir a verla.
─Te advierto que no le van las sorpresas.
─Lo sé, pero es importante… por favor.
─Tengo llamarla y comprobarlo, porque se ha cambiado
muchas veces de casa y no estoy segura…
─No te preocupes, si hay que llamarla, ya la llamo yo, era por
si la tenías sin necesidad de pedírsela a ella.
─Te mandaré la última que tengo, aunque imagino que a estas
horas estará trabajando. Tiene mucho lío con el tema de la
publicidad, supongo que te lo habrá contado. Hoy iba a rodar y
a hacerse fotos en Covent Garden.
─¿Covent Garden?. Genial, con eso me vale, Paola.
─De nada, espero que la encuentres allí.
─Sí, si no la encuentro te volveré a llamar. Mil gracias. Manda
un beso a los niños. Adiós.
Le colgó y se quedó mirando la cesta del desayuno con
un nudo en el estómago, porque sabía que llevársela hasta su
casa significaba muchas cosas, la mayoría buenas, aunque a
esas horas ya no sabía ni qué pensar.
Se terminó el café, que era delicioso, cogió un cruasán y
se lo comió de un bocado decidiendo si era mejor ir
directamente a Covent Garden o esperar a que terminara la
ceremonia de la boda para ir a buscarla.
Conociéndola un poco, sospechaba que lo más prudente era
darle un margen de tiempo y no molestarla en su trabajo, pero
conociéndose él, sabía que no soportaría dilatar el encuentro
tantas horas, así que optó por lo más sencillo: vestirse y salir
pitando hacia el West End.

Cuando llegó al centro, una hora más tarde, se topó con un


mar de gente, sobre todo turistas, llenando los alrededores de
Covent Garden, lo que retrasó otro tanto su paseo por las
callejuelas hasta llegar a la misma plaza donde no vio ningún
rodaje o sesión fotográfica. Lo miró todo con atención y no
detectó rastro alguno de personas trabajando al aire libre, lo
que lo empujó a recorrer los soportales y a entrar en algunas
tiendas hasta que una dependienta le dijo que en la cafetería
del Royal Opera House parecía haber movimiento de cámaras
y modelos.
Se dirigió hacia allí directamente, llamándola por teléfono otra
vez, pero por supuesto no le contestó y cuando llegó a Bow
Street vio un cordón de gente cortando la calle justo en la
entrada de la cafetería, algo bastante habitual en ese tipo de
rodajes. Se acercó y se dirigió a una de esas personas con la
mejor de sus sonrisas.
─Hola, busco a Candela Acosta, es modelo. ¿La conoces?
─Vaya, qué guapo ─Le respondió un chaval, que no debía
tener más de veinte años, recorriendo con los ojos su elegante
chaqué─ ¿Vienes al rodaje?
─No, voy a una boda. ¿Conoces a Candela Acosta o no?
─Sí y ahora mismo me da muchísima envidia.
─¡Kevin!, no te pases ─Lo regañó una chica más mayor y
luego lo miró a él a los ojos─. Candela está esperando ahí
enfrente, aún se tiene que maquillar y peinar, pero en cuanto
esté lista iniciaremos su sesión de fotos, así que, por favor, si
no se trata de una emergencia, vuelve cuando acabe.
─No tardaré nada, muchas gracias.
Le sonrió y cruzó hacia una calle sin salida que habían
habilitado como sala de peluquería y maquillaje, dio un par de
pasos y en seguida la localizó, sentada en una silla de lona,
charlando con un chico de su edad.
La observó un rato embobado, porque iba preciosa con
un minivestido de cuadros escoceses y unas botas altas, y no
se pudo mover hasta que el chaval con el que estaba hablando
la alertó de su presencia y ella lo miró, lo descubrió de pie ahí
quieto, y saltó para acercarse a él echando chispas por los ojos.
─¿Qué haces tú aquí? ─Le preguntó en voz baja, muy tensa, y
él resopló.
─¿Tú qué crees?, ¿por qué no me coges el teléfono?
─Porque estoy trabajando. ¿Qué quieres?
─¿Qué quiero?, ¿por qué saliste corriendo de mi casa?
─No, no, no. No voy a hablar de eso aquí ─Le hizo un gesto
elocuente hacia sus compañeros.
─Mírame, Candela ─Se le acercó y ella dio un paso atrás─.
Será mejor que hables conmigo ahora o esto se alargará más
de lo necesario.
─Tú vete a tu boda y si eso, luego hablamos.
─¿Qué te crees?, ¿qué tengo quince años?
─¿Y tú qué te crees?, ¿qué yo soy idiota?
─¿Perdona?
─Mira, Björn, vete a tu boda y luego me llamas y me cuentas
lo de tu mujer. Será interesante escucharlo.
─Skit! ─Exclamó en sueco, soltando una risa, y estiró la mano
para tocarla, pero ella se alejó de un salto─. Candela.
─No me toques, por favor, no me toques.
─¿Va todo bien? ─El chaval de la silla se levantó y se le
encaró en un tono un poco agresivo.
─¡Tú no te metas!, esto no va contigo ─Le respondió Björn
cabreado, mirándolo a los ojos y señalándolo con el dedo, y él
crío agachó la cabeza y retrocedió con cara de susto.
─¡Björn!
Exclamó Candela escandalizada, se disculpó con su amiguito,
lo cogió a él de la chaqueta y se lo llevó fuera del círculo de
gente hacia una zona más despejada. Se le puso delante con las
manos en las caderas, levantó la cabeza y lo miró con el ceño
fruncido.
─¿Te divierte asustar a críos de dieciocho años?
─Luego le pediré disculpas. A lo nuestro, ¿qué ha pasado hoy?
─He conocido a tu señora esposa, Björn. ¿Cuándo pensabas
presentármela o al menos hablarme de ella?
─No es mi esposa, no estoy casado.
─¿Y ella lo sabe?
─Candela…
─Lo digo en serio, porque se presenta como tu mujer, la
señora Hana Pedersen.
─Estuvimos casados hace dieciocho años.
─¿Ah sí?, no lo habías mencionado.
─Porque nunca le he dado importancia.
─Esto empeora por momentos.
─Se llama Hana, es originaria de Corea del Sur, salíamos
juntos en la universidad y cuando a ella y a sus padres no les
renovaron el visado de residencia en Suecia y los instaron a
largarse del país, me casé con ella para ayudarlos. Estuvimos
casados hasta que le dieron su nacionalidad sueca y sí, lleva
mi apellido porque es más sencillo que Kyung, o eso dice.
─¿Y vive en tu casa de Londres?
─No, acababa de llegar cuando tú tocaste el timbre, vino a
vestirse a casa para salir desde allí juntos hacia la boda.
─Ah, muy bonito.
─Te recuerdo que tú rechazaste acompañarme a la boda, te lo
pedí dos veces. Anoche me encontré con Hana en la preboda y
como es mi amiga y también es una de las testigos de la novia,
decidimos quedar e ir juntos. Si no hubieses salido corriendo,
te lo hubiese explicado hace dos horas.
─¿Tú qué habrías hecho en mi lugar?
─Esperar a verte y aclarar las cosas. Yo confío en ti.
─Igual es que yo no confío tanto en ti.
─Está visto que no y ese es un gran problema.
─Por esa razón, he estado pensando y creo que no quiero
seguir con esto, Björn. No puedo estar aquí ─se señaló así
misma─. No me gusta estar aquí.
─¿Aquí?, ¿dónde?
─Aquí, sintiéndome idiota e incluso engañada.
─Yo no te he engañado, cielo, yo…
─Me gustas mucho y me pareces increíble, pero yo no sirvo
para esto. No sirvo para enfrentarme a situaciones como las de
esta mañana. He huido de cosas así toda mi vida.
─Solo ha sido un malentendido, härlig. No convirtamos esto
en un problema infranqueable. Ya lo hemos hablado, lo hemos
aclarado y ahora…
─No voy a negar que me descolocó escuchar a esa chica decir
que era tu mujer ─continuó, estrujándose las manos─, pero lo
que más me jode es que me dolió, me dolió mucho y no quiero
sentirme así, no puedo lidiar con esto, Björn. Como te
expliqué en Helgeland, yo no quiero dramas románticos en mi
vida, ni andar metida en historias que sé que podrían acabar
destrozándome. Fui muy sincera contigo y cuatro semanas
después pasa esto.
─Yo no planee que pasara esto, ella no tenía que estar allí, eras
tú la que tenía que estar conmigo, pero tú no quisiste verme.
─¿Ahora la culpa es mía?
─No, pero mía tampoco, solo ha sido un puñetera casualidad.
─¿Cuándo pensabas hablarme de ella?
─No lo sé, ni lo había contemplado.
─¿Nunca pensaste que me iba a acabar enterando?, ¿qué Leo
podría habérmelo dicho y que me habría quedado tan
desconcertada como hoy?
─No creo que Leo sepa nada, o se acuerde de algo. Cuando
pasó aquello, solo Agnetha, los albaceas y los abogados se
enteraron de la dichosa boda, porque intervinieron para
proteger el dinero de mi familia. Hana se casó renunciando a
todo y sabiendo que no estábamos enamorados, solo fue un
mero trámite, un tema administrativo que ahora no tiene nada
que ver con nosotros.
─Tiene que ver en la medida que me he sentido engañada.
─Y yo que lo siento, pero ya te lo he explicado, jamás quise
engañarte. Somos adultos, no…
─Es que ya no se trata de explicaciones, ni de ser adultos, se
trata de que… ha sido muy feo.
─Lo entiendo, o trato de entenderlo, pero…
─Ya no quiero seguir con esto.
─¿A qué te refieres?
─A nosotros, a que ya no puedo seguir con esto.
─Tú eres lo que he estado esperando toda mi vida, Candela.
¿No te das cuenta de que lo único que quiero es hacerte feliz?
─Esa es tu mayor virtud, querer hacer feliz a toda la gente que
te rodea, y te admiro muchísimo por eso, pero yo no necesito
que te hagas responsable de mi felicidad, porque yo tampoco
me siento capaz de hacerme responsable de la tuya.
─¿Intentas romper definitivamente conmigo?
─No como amigos, me encantaría que siguiéramos siendo
amigos, porque me encantaría que siguieras estando presente
en mi vida.
─El problema es que yo no quiero ser solo tu amigo, yo quiero
estar contigo.
─No puedo, Björn, en serio, no puedo. Esto ya me supera y
me afecta mucho más de lo que soy capaz de manejar. Lo
siento mucho.
─¿Y qué pasa con lo que yo siento?
─Tú tienes una vida maravillosa en Noruega, en cuanto
vuelvas allí estarás en la gloria y te alegrarás de haberme
perdido de vista. Ya sé que soy muy intensa y difícil,
insoportable según mi madre, te estoy librando de una buena.
Bromeó, intentando forzar una sonrisa, y él dio un paso atrás
muy confuso, empezando a enfadarse.
─¿Eres consciente de que tu miedo a que te amen, a sentir o a
perder el control, a dejarte llevar, nos está perjudicando a los
dos?
─Lo siento mucho, no sé hacerlo de otra manera.
─Está bien, pero que quede claro que esto se acaba por tu
culpa, Candela, porque tú nunca has querido empezar nada en
serio, porque tú lo estás decidiendo de modo unilateral, y
porque te aterra ser feliz.
Le soltó indignado y retrocedió unos pasos sosteniéndole
la mirada, esperando una última reacción medianamente
humana, pero ella no se movió, ni abrió la boca, así que se
rindió impotente, oyendo cómo empezaban a llamarla para que
se sentara en la silla de la maquilladora.
Le dio la espalda y se marchó.
15

Dos meses después

Regent’s Park a esas horas de la mañana estaba repleto


de corredores, siempre pasaba igual, incluso en pleno invierno
se llenaba de runners que, como ella, tenían que hacer deporte
antes de ir al trabajo porque no disponían de más tiempo libre.
Cosas de frikis de clase media, solía decir su exsocia Cris, que
se burlaba de ella cada vez que se enteraba de que se había
levantado a las cinco y media de la mañana para correr por el
parque.
La suerte es que al menos tenía un parque cerca de su
piso, porque lo de correr en el gimnasio o en casa sobre una
cinta la deprimía muchísimo, la cansaba mucho más y no la
ayudaba en nada. Cero endorfinas si estaba encerrada, miles
liberadas si podía correr por el parque y respirar el aire limpio
de la mañana.
Aspiró ese aire limpio y fresquito de abril y se dio
cuenta de que hacía mucho tiempo que no se acordaba de Cris,
a la que había perdido de vista en Seattle hacía unos cinco
meses, aunque le constaba que se había dedicado
sistemáticamente a ponerla verde con sus amigos y conocidos,
y también en su ámbito de trabajo donde se conocían casi
todos. Una actitud muy suya que la retrataba fatal y la dejaba
en evidencia, sobre todo porque ella, que había sido su gran
perjudicada, jamás había dicho nada en su contra.
Trató de espantar el mal recuerdo de Cris, que no venía a
cuento, y se concentró en sus finanzas, porque, gracias a Dios,
el trabajo eventual como modelo publicitaria le había
reportado muchos beneficios y con ellos había podido
aguantar en Inglaterra el tiempo suficiente para engancharse a
un nuevo proyecto audiovisual. Un documental que no era
suyo, era de una pareja de amigos ingleses con los que había
estudiado el máster en Estocolmo y que se habían quedado sin
su productora y documentalista solo a un par de meses de
empezar a rodar en Londres.
Afortunadamente, Peter y Amanda se habían acordado de ella
y la habían llamado en febrero, justo después de su hecatombe
emocional con Björn Pedersen, y había empezado a trabajar
con ellos de inmediato. La mejor cura que le podía haber caído
del cielo, porque estar muy ocupada siempre le había servido
de refugio (de escape, decía su terapeuta) y gracias a eso había
podido remontar y seguir adelante. Adelante dentro de lo
posible.
Tragó saliva acordándose de Björn, otra vez, porque se
pasaba el día pensando en él… y detuvo el paso para tomar un
poco de aire. Se inclinó apoyando las manos en las rodillas,
levantó la cabeza y lo vio: un tipo alto, fuerte, guapísimo, que
iba enseñando bíceps y brazos perfectos con una camiseta sin
mangas corriendo hacia ella. Instintivamente se le detuvo el
pulso, porque debajo de una gorra se adivinaba su pelo largo y
rubio, y durante unos veinte segundos dio por hecho que era
él, que era Björn Pedersen y que estaba en Londres para
buscarla.
Se enderezó muy emocionada, nerviosa, y no le quitó los
ojos de encima hasta que se fue haciendo más visible y
entonces descubrió con enorme pesar que no era él, sino otro
hombre escandinavo igual de imponente.
─Hej, snygging.
Le dijo el rubio en sueco y guiñándole un ojo, es decir,
“hola, bombón”, y ella frunció el ceño, le dio la espalda y
retomó la carrera sintiéndose idiota, porque no era normal que
se entusiasmara tanto ante la idea de que apareciera de repente,
cuando había sido ella misma la que lo había apartado de su
existencia.
“Eres gilipollas, Candela”, se dijo apretando el paso y
tragándose las lágrimas, como venía haciendo desde hacía dos
meses.
Ni llantos ni lamentos, ni añoranzas ni arrepentimientos,
porque, aunque le doliera en el alma, lo suyo con Björn no
tenía futuro, había empezado a hacerle daño y a convertirla en
una mujercita frágil y vulnerable, y eso sí que no. No, porque
no pensaba repetir la experiencia que había vivido esa mañana
en la puerta de su piso de South Kensington, y no se refería al
momento de conocer a una chica que se había presentado
como su mujer, sino a lo que aquello le había provocado: un
dolor, un desgarro inmenso, una sensación de pérdida que la
había partido literalmente en dos y que había sido incapaz de
gestionar, por lo tanto, lo mejor que podía haber hecho había
sido apartarse de él y dejarlo marchar.
Dejarlo ir para que encontrara a alguien que estuviera a su
altura y le diera lo que él necesitaba y lo hiciera feliz.
Solo pensar en verlo con otra, casado y rodeado de
niños, o simplemente paseando de la mano con ella por
Estocolmo, la hizo frenar en seco para sujetarse el pecho,
donde su corazón seguía roto en mil pedazos y no la dejaba
respirar.
Hizo varias respiraciones de Pilates para recomponerse,
bebió un poquito de agua y se encaminó despacio hacia la
salida del parque para volver a casa. Tenía muchas cosas que
hacer esa mañana y necesitaba centrarse en eso: el trabajo. Un
trabajo precioso que iba sobre las bandas musicales
alternativas de rock o de punk, integradas por chicas de
minorías étnicas y que estaban arrasando en Londres. Un
fenómeno que no era nuevo, del que incluso había una serie, y
que la tenía inmersa en el difícil y apasionante ambiente
musical londinense, desde los años setenta hasta el presente.
Una tarea de documentación ardua, pero muy divertida.
Llegó a su edificio en pleno corazón de Camden,
comprobó que sus compañeras de piso seguían durmiendo,
preparó café y se fue directo a la ducha. Se desnudó y se puso
debajo del chorro de agua caliente pensando otra vez en Björn,
en sus manos enormes y calentitas, en cómo hacía el amor,
porque ese hombre era un portento, pero antes de empezar a
fantasear con él, lo cual era patético, recordó que tenía que
llamar a Paola cuando saliera del baño, porque estaba a puntito
de dar a luz y quería estar informada, ya que su idea era ir a
Estocolmo a conocer a la niña en cuanto naciera.
No pisaba Estocolmo desde su desastrosa experiencia en
HBO Nordic y estaba deseando volver, y el nacimiento de la
pequeña Anna iba a ser la excusa perfecta. Perfecta para
regresar a una ciudad que el encantaba y para ver, con un poco
de fortuna, a Björn, porque Paola le había contado que llevaba
un mes allí, desde principios de marzo, haciéndose cargo de un
montón de problemas que su hermana Alicia había generado
en Industrias Pedersen.
Al parecer esa mujer, que era el incordio personificado,
lo había demandado para quitarle la presidencia de las
empresas y había alegado ausencia permanente en el puesto y
desidia en sus obligaciones, lo que había desatado el pánico
entre sus accionistas, inversores, consejeros y empleados,
porque encima había tenido la desfachatez de denunciarlo
públicamente dando entrevistas en prensa y televisión. Incluso
sus valores en Bolsa habían caído en picado y Björn, fiel a su
talante, se había presentado en Suecia para coger las riendas,
hacerse responsable y apagar todos los fuegos encendidos por
su hermana.
─No te creas, está muy contento ─Le había comentado Paola
cuando ella había manifestado su preocupación por él─. Leo
dice que está en su elemento, que ha nacido para esto y que se
le da de maravilla. Ha sido llegar y acallar el escándalo, ha
detenido el desplome bursátil y se ha puesto al frente de todo,
que es mucho, porque Industrias Pedersen es enorme.
─Es muy eficiente y sabe hacer su trabajo, porque es un tío
brillante, pero su hogar está en Helgeland.
─Puede ser, pero dice que no lo ha dejado para siempre, piensa
ir y venir, y asegura que ha redescubierto Estocolmo. Leo y
Álex están felices porque ahora lo ven muchísimo. Le
agradeceré eternamente que les dedique tanto tiempo, sobre
todo ahora, que se acerca en nacimiento de la niña. Es un
cielo.
─Sí que lo es.
─Lástima que os hayáis distanciado, Cande, nunca me meto en
tus historias personales, lo sabes, pero permíteme decir que me
encantaba que salieras con él. Hacéis una pareja tan bonita.
─Bueno… es complicado.
Unos días después de esa charla con Paola se había
animado y le había mandado un mensaje para saludarlo, para
ver cómo estaba y para desearle suerte en su nueva etapa en
Estocolmo, y él le había respondido unas horas más tarde con
un escueto: “Todo bien, muchas gracias”.
Aquello la había terminado de aniquilar, porque,
inconscientemente, había intentado reclamar su atención y
recuperar sus palabras siempre cariñosas, pero no había sido
así y aquel baño de realidad había sido durísimo, por eso
quería volver a verlo, aunque fuera por casualidad y durante
cinco minutos, solo para comprobar que aún no era demasiado
tarde y podían volver a ser amigos. No amantes, ni novios, ni
nada parecido, porque él ya no querría ni verla, pero al menos
amigos, porque sabía que no podría seguir su vida sin él, no
podría.
─Cariño, tú rompiste esta historia, tú alejaste a este hombre de
tu vida, te toca ser consecuente y dejarlo marchar ─Le había
dicho Carmen, su terapeuta, a través de FaceTime y ella se
había puesto a llorar.
─Lo sé, pero no pensé que lo echaría tanto de menos.
─Entonces, llámalo, dile que lo añoras y que te has enamorado
de él.
─No sé si me he enamorado de él.
─¿Y cómo llamarías a lo que sientes?
─No lo sé, nunca me había sentido así. Duele y no me gusta.
─Candela, vivir duele, el amor duele, los sentimientos duelen,
la buena noticia es que no duelen siempre, la mayor parte del
tiempo te hacen sentir bien y plena. No hay mayor felicidad
que encontrar a tu alma gemela, no renuncies a ella por ese
miedo incontrolable a sufrir que te domina y te hace renunciar
a tantas cosas.
─No puedo evitarlo.
─Lo sé, llevamos muchos años trabajando con esto y sé que
no puedes evitarlo, sé que tienes ahí dentro un cerrojo que
crees que te protege de todos los males del universo, pero no
es verdad, ese cerrojo solo te impide vivir de forma completa.
Es hora de romperlo.
─Lo último que me dijo es que me aterraba ser feliz.
─Creo que te ha leído muy bien. Es un hombre adulto, con
mucho trabajo emocional y mucho crecimiento personal a sus
espaldas, estoy segura de que te comprende y que sabe
exactamente lo que te pasa, por eso me inspira confianza. Es
una suerte que os hayáis conocido.
─Pero rompí con él y como tú bien dices, me toca ser
consecuente.
─Gracias a Dios, no todo es blanco y negro en esta vida,
cariño, aunque te cueste creerlo, algunas puertas nunca se
cierran para siempre. Si quieres a ese chico en tu vida, ve a por
él, pero con tus sentimientos y tu corazón en la mano.
Aquello lo habían hablado a mediados de marzo y
estaban a ocho de abril y aún no había hecho nada concreto al
respecto, porque seguía siendo una cobarde y porque no era de
las que se retractaba y volvían atrás, pero sabía que ir a
Estocolmo podía ser un buen motivo para verse, mirarlo a los
ojos y tal vez, si era capaz, reconocer su error y confesarle que
lo necesitaba.
Salió del cuarto de baño, se vistió y cogió su mochila
para pasar por la cocina, desayunar y salir pitando al trastero
que tenía alquilado en Camden Market y que era donde
guardaban el equipo de grabación y de sonido que habían
comprado hacía un año en una subasta. Había sido la primera
adquisición importante que había hecho en sociedad con Cris y
ambas habían decidido alquilar un trastero seguro para
guardarlo y tenerlo a mano en zona neutral. Ese equipo, como
otro más antiguo, un par de ordenadores, paraguas de luz,
focos, perchas y todo lo que habían ido comprando poco a
poco a lo largo de los años para evitarse alquilar equipos
ajenos y carísimos, y que ahora iba a alquilar a Peter y a
Amanda para su documental.
Ellos les iban a pagar menos de lo habitual, porque eran
amigos, pero sí lo suficiente para cubrir seis meses más de
trastero si decidía continuar con el alquiler. Una decisión que
debía tomar, le gustara o no, con Cris, porque el contrato
estaba a nombre de las dos, lo mismo que los equipos que no
podían seguir sin uso y olvidados allí porque ellas no
estuvieran trabajando juntas.
Tomó nota mental de escribir esa misma mañana un mensaje
electrónico a Cris, para intentar llegar a un acuerdo amistoso y
equitativo sobre todo ese tema que llevaba demasiado tiempo
aparcado, y salió a la calle decidiendo hacerle una oferta
económica por su mitad. Tenía ahorros suficientes para pagarle
el 50% del valor total de lo que había en el local y si ella lo
aceptaba, se haría cargo de todo sola, también del trastero,
porque nunca venía mal tener uno en el centro de Londres.
─Hola tú… ─Le dijo Amanda saliendo a su encuentro en
Camden Market y ella la miró y se acercó para darle un
abrazo.
─Hola, qué puntuales.
─Sí, para aparcar la furgo teníamos que venir pronto. Peter y
Andrea nos esperan dentro.
─Genial, vamos ─sacó las llaves y le indicó el camino.
─He estado hablando de ti, Candela
─¿Ah sí?, espero que bien ─Bromeó y Amanda se detuvo para
sacar una bolsa de su mochila.
─¿Te acuerdas de Marie Gessle?, ¿la profe de laboratorio de la
Jönköping? ─Candela asintió─, ahora es ejecutiva de
contenidos de Amazon Prime Video y ayer coincidí con ella en
una cena porque es amiga de mi madre.
─¿En serio?
─Sí y me contó que está buscando a alguien que le interese
meter el diente a esto. Es un proyecto personal, pero busca a
alguien que se lo desarrolle y lo produzca.
Sacó de la bolsa dos libros, uno bastante gordo, y se los
puso en las manos. Ella los observó con atención, porque los
dos estaban escritos en sueco, pero al ver la foto y leer el
nombre en uno de ellos se dio cuenta de quién se trataba y
abrió la boca sin emitir sonido alguno.
─Son dos biografías de Björn Viktor Pedersen. Un visionario,
un empresario modelo y un sueco de pro que al parecer se
merece un documental, o eso me ha dicho ella, y he pensado
que te interesaría a ti, ya que has pasado más tiempo en
Suecia, documentaste lo de la liberación sexual y no sé… ¿el
chico sueco con el que salías no se apellidaba Pedersen?
─Sí, este señor es su padre.
─Pues, genial, tía. Yo le sugerí tu nombre a Marie, porque
nosotros tenemos mucho curro por delante y la verdad es que
tampoco nos interesa hablar de un industrial rico de
Estocolmo, y ella se acordaba perfectamente de tu paso por la
escuela y me autorizó a ofrecértelo. Se queda una semana en
Londres, así que puedes llamarla y quedar con ella
directamente. Te anotó su número de móvil en la primera
página de esta biografía ─se la señaló y ella respiró hondo.
─Primero me gustaría comprobar qué línea editorial quiere
llevar, porque si se trata de ponerlo fatal, yo paso. Es el padre
de una persona que me importa, el abuelo de los hijastros de
una de mis mejores amigas y no estoy dispuesta a meterme en
ese jardín si va dirigido a destruir su nombre o algo parecido.
─Guau, Cande, ¿dónde está su objetividad periodística?
─Se desvanece cuando se trata de mi gente.
─Lo mejor es que hables con ella y te lo cuente en
profundidad, aunque mi apreciación personal es que quiere
reivindicarlo y destacar su aportación a la economía y la
sociedad sueca, no lo contrario.
─Vale, la llamaré. Muchas gracias por acordarte de mí.
Apartó la vista de los libros, miró a Amanda y se acercó
para darle un abrazo, porque ese tipo de recomendaciones no
las hacía nadie, mucho menos en su gremio, y ella le sonrió y
la animó a buscar la puerta del trastero antes de que se les
hiciera demasiado tarde.
Llegaron en dos minutos frente a la cortina metálica de
su cubículo, donde ya estaban Peter y Andrea esperándolas,
los saludó y se agachó para abrir el cierre. Entre todos tiraron
de la cortina para subirla hasta arriba, encendió la luz y a la
par oyó el grito ahogado de sus amigos.
Se giró asustada hacia el interior y se lo encontró vacío,
no había nada, absolutamente nada, ni rastro de su valioso
equipo de rodaje, ni de sus ordenadores, ni siquiera de un
alargador. Eso sí, en la pared del fondo había un grafiti enorme
donde se podía leer: FUCK YOU, jódete en inglés y firmado
por Cris Stewart.
16

─Supongo que esta vez la ha denunciado.


Le preguntó a Paola, que acababa de dar a luz y, sin
embargo, ya estaba en casa atendiendo a su familia y haciendo
vida normal, y ella dejó de beber su taza de té y lo miró a los
ojos.
─¿Esta vez?
─Perdieron un contrato con HBO por culpa de la tal Cris
Stewart, no sé exactamente qué fue lo que hizo, pero la cara la
acabó poniendo Candela, porque esa mujer encima la dejó
tirada. Yo le aconsejé en ese momento demandarla por daños y
perjuicios, pero no quiso y mira… al final se la ha jugado por
partida doble.
─Ahora la ha denunciado, porque sus amigos llamaron a la
policía, así que Cris se enfrenta a una acusación por robo.
─Le impondrán una multa y tal vez la conminen a devolver los
bienes, pero nada más, lo que tendría que hacer es demandarla
por el paquete completo, es decir, por esto y por el contrato
cancelado de HBO Nordic.
─No creo que haga nada de eso, meterse en líos judiciales es
caro y lo último que necesita Candela en este momento son
más gastos. Lo ha perdido prácticamente todo, en esos equipos
tenía invertida la mayor parte de sus ahorros.
─¡Me cago en la puta! ─exclamó Björn indignado─, si yo
pudiera hacer algo, avísame, por favor. Le puedo conseguir un
buen abogado en Londres y echarle un cable. Sé que no me lo
va a aceptar, pero igual si se lo ofreces tú…
─Te lo agradezco mucho, Björn, pero no te preocupes, ya se lo
he ofrecido y su padre también. Se recompondrá rápido, es
muy fuerte y ahora tiene trabajo, así que saldrá a flote, lo que
la tiene hecha polvo es el gesto, la falta de lealtad, la maldad
de una tía con la que ha trabajado tanto tiempo.
─¿Tú la conoces bien?
─¿A Cris?, más o menos, principalmente a través de Candela
y nunca me dio buena espina. Siempre estaba encima de ella,
controlándolo todo, era muy invasiva y me parecía como
oscura, taimada, pero según Cande trabajaba muy bien y se
complementaban de maravilla.
─¿Y sabes qué pasó exactamente con HBO Nordic?
─Que Cris escupió, pegó e insultó a un ejecutivo de la
plataforma acusándolo de acosar a Candela, aunque no había
sido verdad.
─¿Qué?
─Te lo juro. El tipo, que había venido desde Nueva York para
ver su propuesta, esperó después de una reunión para hablar a
solas con Candela, al parecer le dijo un par de piropos que ella
frenó en seco, ya sabes cómo es, pero después se lo comentó a
Cris como una anécdota y ella se quiso tomar la justicia por su
mano. Según confesó más tarde, lo había hecho para
defenderla del acoso, cosa que nadie le había pedido porque
Candela para eso es muy rigurosa, y finalmente el ejecutivo
americano, viendo el percal, habló con Recursos Humanos y
con el Departamento Jurídico y decidieron apartarlas y
cancelar el proyecto.
─Joder, me había imaginado otra cosa.
Respiró hondo, sintiendo otra vez esa sensación de
impotencia que lo embargaba demasiadas veces con respecto a
Candela, porque ella no se dejaba ayudar, ni proteger, ni
querer cómo se merecía, o al menos cómo él creía que se
merecía, y tomó un sorbo de su taza de café reprimiendo las
ganas de salir corriendo a Londres para abrazarla.
─La ragazza sta ancora dormendo con suo padre. È un
piccolo angelo.
Oyó que decía en italiano la madre de Paola acercándose
a la cocina y él la miró y le sonrió.
─Que la niña está durmiendo con su padre. Es un angelito.
─Repitió con un inglés marcadísimo por ese acento italiano y
él asintió─, y los niños dicen que tengas un poco de paciencia,
les faltan unos diez minutos para acabar con los deberes.
─No hay prisa, el partido no empieza hasta dentro de dos
horas.
─¿Le has servido algo de comer a Björn, Paolina?
─No quiere nada, mamma, pero se llevará una de tus lasañas
para cenar en casa de Magnus.
─Molto bene. Puoi versarmi un espresso?
Siguió hablando esa señora tan agradable en italiano,
mientras revisaba la cafetera de lujo que tenían en una de las
encimeras, y él la siguió con los ojos, pero de inmediato
desconectó, porque lo que le acababa de contar Paola sobre lo
que había pasado hacía tres días en Londres con Candela y su
trastero, le parecía demasiado grave, e intuía que no lo dejaría
dormir durante varios días.
Se atusó la barba para calmarse, principalmente porque
no podía intervenir e ir salvarla de todos los males del
universo, porque ella no lo dejaría y porque él no se sentía con
fuerzas para hacerla cambiar de opinión, y cerró los ojos
pensando en aquella mañana en Covent Garden, cuando había
cortado con él de forma tajante y hasta despiadada, desde su
punto de vista, solo porque Hana la había confundido y la
había hecho sentir tan incómoda.
“Me siento incapaz de hacerme responsable de tu felicidad”, le
había dicho entre otras cosas, cuando él le había confesado su
intenciones hacia ella, y le había dado el pasaporte sin la más
mínima oportunidad de lucha. Una injusticia, porque entre
amigos las cosas no se hacían así, por mucho que le asustaran
los dramas románticos, como decía ella, o la aterrara la idea de
un compromiso.
Él nunca había pasado por algo parecido, aunque podía
reconocer que a la inversa sí lo había hecho alguna vez con
alguien, es decir, había cortado con una mujer por sus propios
motivos sin tener en cuenta los sentimientos de la otra persona,
y por eso había optado por ser coherente, por tragar y dejarla
en paz, por marcharse sin mirar atrás, aunque le había roto el
corazón en mil pedazos.
De repente, las ilusiones o los proyectos, el amor que había
empezado a sentir por ella, se habían quedado sin sentido, sin
fundamento, y había iniciado una lucha sin cuartel por
superarlo con algo de dignidad, porque estaba claro que no
podía obligar a nadie a que lo quisiera y mucho menos a que
apartara sus miedos y se tirara a la piscina por él. Y en parte,
lo había conseguido.
Dos meses después de aquella mañana nefasta, la de la boda
de William y Beatrice, a la que había asistido como un zombi,
y cuando había estado a un tris de perder los papeles y suplicar
para que Candela Acosta lo quisiera, se sentía mejor. Solo,
porque la echaba muchísimo de menos (su risa, su voz, su
sentido del humor, su cuerpo, el sexo) a veces triste y
decepcionado, pero mejor y todo gracias a Ágata, a sus amigos
de Noruega y a la terapia que había retomado con disciplina.
Ya tenía experiencia en eso de curar el alma, así que había
concentrado toda su energía en el silencio, en el mar, en sus
perros, en su huerto, en la compañía de la gente que lo
apreciaba, y había empezado a curarse, sin embargo, en medio
de su “drama romántico”, el primero de su vida, en Estocolmo
había estallado el escándalo y le había tocado poner los pies en
la tierra, dar un golpe en la mesa y volver a casa para hacerse
cargo del timón de Industrias Pedersen.
Todo lo había iniciado Alicia, como siempre, que lo había
demandado por desidia en sus obligaciones y ausencia
permanente de su puesto de trabajo, y la cosa se había
desmadrado al punto de hacerse pública y empezar a
perjudicar seriamente los intereses de la empresa.
Afortunadamente, su nuevo talante, que no había quitado un
ápice a su habilidad empresarial, le había ayudado a enfrentar
el problema con serenidad, con calma y distancia, de hecho, el
grueso del proceso jurídico que había puesto en marcha su
hermana, lo había dejado en manos de terceros y solo se había
concentrado en lo importante: limpiar la imagen de la
compañía, la suya propia y devolver la confianza a sus
colaboradores, a sus socios, consejeros, a la banca, la Bolsa e
incluso al gobierno sueco, que lo había llamado para que
explicara personalmente qué estaba pasando con Industrias
Pedersen, uno de los conglomerados empresariales más
importantes del país.
Aún se encontraba en plena batalla, porque el huracán
desatado por Alicia les había hecho mucho daño en muy poco
tiempo, pero al menos el incendio principal ya estaba apagado
y lo demás se estaba ajustando poco a poco. Una tarea ardua,
pero muy satisfactoria, que lo había acercado a sus raíces, a su
verdadera vocación e incluso mucho más a su padre, y que lo
estaba ayudado a superar en gran parte el dolor provocado por
la ruptura con Candela.
Nueve semanas después de su última conversación en
ese callejón de Covent Garden, vivía muy tranquilo en su piso
de Estocolmo, con un pie en Helgeland, a dónde se escapaba
siempre que podía gracias a la avioneta de su amigo Heini, y
muy cerca de sus tres sobrinos. De Álex y de Leo, por
supuesto, a los que veía siempre que podía, y también de
Magnus, que era un hombre hecho y derecho, un tío estupendo
y maduro, pero que necesitaba del apoyo y del amor de su
familia tanto como los demás.
─Candela ya ha aterrizado y viene de camino.
Oyó como a lo lejos, volvió de sus pensamientos y
prestó atención a Paola, que estaba apoyada en la encimera de
la cocina con el teléfono móvil en la mano.
─Eccellente. Ho una sorpresa per lei.
Comentó su madre, yéndose hacia los dormitorios y Paola lo
miró a él y le sonrió.
─Candela al fin ha podido venir, con lo del lío del robo no le
dio tiempo de llegar a la clínica, que es lo que quería, pero ya
está aquí.
─Bueno, la peque solo tiene tres días ─comentó la señora
Villagrán regresando con un sobre color sepia─. Mirad lo que
encontró Juan en el trastero, me lo ha traído para regalárselo a
Candela ya que la íbamos a ver aquí.
Abrió el sobre y volcó su contenido sobre la mesa, varias
fotos en color, muchas de ellas de cumpleaños y niños
pequeños de todas las edades. Paola se tapó la boca
emocionada, cogió algunas y se las enseñó a él.
─Mira, esta es Candela de pequeña, con su hermana y su
padre.
Le puso delante una imagen donde se veía a un tipo muy
atractivo, alto, estiloso y de piel oscura, abrazando a dos niñas
preciosas y pequeñitas, una de ellas vestida de princesa, y al
reconocerla, sonrió.
─Guau, qué preciosidad.
─Le encantaba andar disfrazada ─Le explicó la señora
Villagrán─, aunque su madre la perseguía todo el día para
ponerle ropa normal. Era una niña tan guapa, tan despierta,
una muñequita, ella y su hermana, y sus padres, porque tanto
Rocío como Fabio, que trabajaban como profesores en el cole
del barrio, eran unos bellezones.
─Es verdad ─susurró Paola─. Todas las mujeres y todos los
hombres, de todas las edades, babeaban por los dos, pero
especialmente por Fabio, porque quitaba el hipo. Fue modelo
de pasarela mientras estudiaba en París ¿sabes?
─No lo sabía ─respondió él mirando el resto de las
fotografías.
─Era estudiante universitario en Río de Janeiro cuando un
cazatalentos lo fichó en la playa de Copacabana y se lo trajo a
París para trabajar como modelo de alta costura. Luego acabó
la carrera de bellas artes en La Sorbona y cuando conoció a la
madre de Candela lo dejó todo, pero fue una estrella en su
momento.
─La madre tampoco se queda atrás ─comentó, viendo la
imagen de una mujer bellísima cogida al brazo de Fabio
Acosta.
─Rocío, como buena andaluza, era un espectáculo de mujer
─intervino la madre de Paola─. Guapísima, simpática, alegre,
divertida, aunque todo eso se acabó con el divorcio.
─Mamma! ─La regañó Paola, pero ella no le hizo caso.
─Es la verdad. Ahora sigue siendo guapísima, porque la que
tuvo, retuvo, pero tiene un carácter muy diferente, nunca ha
superado su divorcio y se las hizo pasar muy mal a las povere
ragazze con la separación, sobre todo a Candela, que adoraba
a su padre y le prohibió verlo durante muchos años. Hizo todo
lo posible porque las dos hijas renegaran del padre, pero con
Candelina no lo consiguió nunca, porque ella siempre ha sido
muy suya y ha sabido hacer lo correcto.
─Mamma… ─Repitió Paola mirándola con los ojos muy
abiertos.
─Puedo opinar, hija mía, cuidé muchas veces de Candela
cuando era pequeña, pasó muchas horas y muchos días en
nuestra casa y en el restaurante mientras su madre la dejaba
tirada para perseguir a Fabio y hacerle la vida imposible.
Algún derecho tendré de decir lo que pienso, ¿no?
─Sí, pero…
─Seguro que Björn lo entiende. No soy una cotilla, cariño ─Se
dirigió a él─, solo digo la verdad.
─Lo sé, no se preocupe.
─Fueron años muy duros para esas crías, pero, como decimos
en Italia: Ciò che non ti uccide ti rende più forte. No sé cómo
se dice eso en inglés, Paola.
─Lo que no te mata te hace más fuerte.
─Mira a nuestra Candela, que me ha dicho Leo que es muy
amiga tuya, Björn, es una fuerza de la naturaleza ¿O no?
─Lo es, es una chica increíble.
─Pura forza, pero por dentro sigue siendo una niña, una
ragazza muy frágil y muy dulce. No te olvides de eso.
─¡Tío!
Interrumpieron los gemelos llegando a la carrera a la
cocina y él dejó de mirar a la madre de Paola, que no sabía si
le estaba mandando un mensaje subliminal, o directo, y se
puso de pie para abrazarlos y ponerse en marcha camino del
piso de Magnus, donde los estaba esperando para ver los
cuatro juntos un partido de la Champion League.
─Llevaos la lasaña, es de carne y está deliciosa ─Les dijo
Paola entregándoles la fuente con la comida y dándoles un
beso en la frente a cada uno─. Portaos bien con el tío y
pasadlo genial.
─Addio! Ciao, nonna Allegra.
─Ciao, i miei amori.
Se despidieron todos y él sujetó a los gemelos por el
cuello para salir al rellano y coger el ascensor sin dejar de
pensar en las palabras de la señora Villagrán, que venían a
corroborar lo que siempre había sospechado, es decir, que
Candela solo era el resultado emocional de muchas pérdidas y
de una infancia complicada, lo que la hacía estar la mayor
parte del tiempo en guardia y protegiéndose de todo el mundo,
incluido de él, que solo había intentado quererla.
Llegaron al vestíbulo del edificio hablando del partido,
sobre todo los niños, que eran muy futboleros, y salieron a la
calle emocionados, felices por ir a casa de Magnus a mitad de
semana, hasta que se detuvieron en seco para saludar a
alguien.
─Hola, Candela.
─¡Hola, chicos, ¿qué tal?! ─La oyó decir y levantó la cabeza
para verla allí, a un palmo de distancia, preciosa con su sonrisa
y una gabardina azul claro─. Estáis súper altos. Hola, Björn.
─Vaya, qué sorpresa. ¿Qué tal?
─Bien, gracias. Deseando conocer a la pequeña Anna.
─No llora nada ─Dijo Álex─, se porta muy bien.
─Qué suerte, ¿vosotros que tal?
─Vamos a ver un partido de futbol a casa de Magnus.
─Estupendo, no os entretengo, pasadlo muy bien.
─Hasta luego ─Se despidieron los dos en español y ella les
sonrió y se apartó para dejarles el paso libre.
─Hasta luego, chicos ─susurró, siguiéndolos con los ojos y
luego lo miró a él con una media sonrisa─. Adiós, Björn, me
ha encantado verte.
─Adiós.
Respondió seco, un poco conmocionado por el encuentro
y un poco desconcertado, sin saber muy bien cómo debía
comportarse con ella después de todo lo que había pasado, y
porque seguía dolido y enfadado; y le dio la espalda para
caminar hacia su coche.
Dio varios pasos sin querer mirarla, pero finalmente una
fuerza sobrehumana lo hizo girarse para buscarla con los ojos
y ahí la encontró, quieta en la entrada del edificio de Leo,
mirándolo también, y no pudo evitar decirle adiós con la
mano, gesto que ella respondió de la misma forma y con una
tímida sonrisa en los labios.
17

─Me parece genial, Candela. Adelante con ello.


Le dijo al teléfono Marie Gessle, su antigua profesora en
la Universidad Jönköping de Estocolmo, y ella hizo un gesto
de la victoria silencioso, porque tampoco quería parecer muy
desesperada, y carraspeó antes de seguir hablando.
─Gracias, creo que en tres semanas hemos hecho mucho o al
menos lo suficiente como para que la familia Pedersen se haga
una idea clara de lo que quieres hacer y nos autorice a empezar
a rodar. He pensado en ir adelantando algunas entrevistas…
─Esperaremos a que nos den un sí rotundo y nos firmen un
contrato, porque con los ricos nunca se sabe. En cualquier
momento aparece algún asesor a meterles el miedo en el
cuerpo y no tienen ningún reparo en echarse atrás y dejarnos
tirados.
─Sí, pero…
─Tú tranquila, Candela, no hay prisa, sigue investigando y
cuando lo tengamos todo atadísimo empezaremos a pensar en
un plan de rodaje.
─Ya tengo un plan de rodaje, está en el informe que te he
enviado.
─Es cierto, perdona. Entonces ya tenemos algo más
adelantado, eres muy rápida. ¿Te ha llegado el cheque…?
─Sí, ayer lo ingresé, muchas gracias.
─Gracias a ti, en un mes has conseguido contrastar más
material que yo en un año entero de trabajo.
─Es lo que tiene la dedicación exclusiva.
─Supongo ─se echó a reír.
─Seguiré adelantando con lo que ya tenemos en previsión de
lo que nos surja después, cuando ya empecemos a trabajar en
colaboración con la familia.
─Me parece perfecto. Ahora, por favor, envía este informe a
los Pedersen y cruzaremos los dedos, a ver si nos dan una
respuesta rápida. Adiós.
Le colgó y ella se levantó y se estiró bailando un
poquito, porque llevaba tres semanas enteras casi sin dormir,
trabajando en el posible documental dedicado a Björn Viktor
Pedersen, y al parecer su esfuerzo estaba dando sus frutos, al
menos para su jefa, y eso la alegraba muchísimo.
Hacía solo tres semanas Marie Gessle, que había sido una de
sus profesoras en el máster de producción audiovisual que
había hecho en Estocolmo, la había contactado a través de su
amiga Amanda, habían quedado, le había contado su proyecto
con respecto al padre de Björn, y se habían entendido a la
primera. Esa misma tarde la había contratado con un sueldo
muy bueno y ella se había puesto a revisar full time y muy
ilusionada el desarrollo de la idea, el grueso de la
investigación y había creado un primer borrador de guion para
presentar a la familia Pedersen, que eran los que tenían la
última palabra con respecto al documental, porque sin su
aprobación expresa, Marie no pensaba hacer nada.
Una tarea ardua, pero muy interesante, que le había caído del
cielo, porque mientras a su alrededor todo parecía
desmoronarse, ella se había podido sujetar al trabajo para no
caerse.
La ruptura con Björn, el robo de todas sus cosas por parte de
Cris, la falta de proyección profesional, la sensación de fracaso
total, casi la habían hundido para siempre, de hecho, en la
comisaría, cuando había acudido con Amanda y Peter a poner
la denuncia contra su exsocia, se había desmoronado y se
había echado a llorar copiosamente durante cuarenta minutos.
Un pequeño ataque de pánico fruto de todos sus males, que
había superado en cuanto se había sentado frente a Marie
Gessle y ella le había ofrecido trabajo.
A partir de ahí todo había empezado a remontar, al menos
estar ocupada la ayudaba a no pensar en sus cosas, y había
empezado a dedicarse en cuerpo y alma a rastrear y
documentar al milímetro la vida y milagros del padre de Björn.
Un señor impresionante, por cierto, porque había sido un
hombre hecho así mismo, un gran empresario, un idealista, un
visionario y un encantador de serpientes, porque era evidente
que había ido encandilado a todas las personas que lo habían
conocido a lo largo de toda su vida.
Se sentó nuevamente frente al portátil, echó un último vistazo
al Abstract summary o resumen del documental, es decir, a la
propuesta paso por paso de lo que Marie Gessle quería rodar,
le dio el visto bueno, lo cerró y se lo mandó a Björn Pedersen
con copia para su relaciones públicas y para el abogado de su
familia. Tal como él le había pedido que hiciera cuando habían
hablado por primera y única vez sobre el tema por teléfono.
Unas horas después de aceptar el encargo de su antigua
profesora, había llegado a Estocolmo para conocer a la hija de
Paola y Leo, se lo había encontrado por casualidad en la puerta
del edificio de sus amigos y su reacción había sido tan fría y
tan distante, que no se había atrevido a mencionarle nada de su
proyecto, sin embargo, unos días más tarde, animada por Leo
y Magnus, a los que sí se había atrevido a contarles lo que
querían hacer sobre Björn Viktor Pedersen, se había puesto
delante del ordenador y tras pensárselo mucho, le había
mandado un extenso correo electrónico contándole paso a paso
la idea de Marie y pidiéndole su opinión.
Dos días después, él la había llamado personalmente
desde su despacho, desde un teléfono fijo, y tras saludarla con
cordialidad sueca, le había asegurado que le parecía una muy
bien la idea, que la familia se sentía halagada, pero que
necesitaba un informe amplio y detallado de lo que pensaban
hacer, para él y para sus abogados, porque si no superaba su
filtro directo, no les dejarían rodar nada.
─No es la primera vez que nos contactan para hacer algo
parecido ─le había dicho─, pero hasta el momento nadie nos
ha hecho una propuesta concreta, ni nos ha hablado de una
línea editorial… Comprenderás…
─Te enviaré una propuesta concreta y me comprometo
personalmente a mantener una línea editorial objetiva, pero
amable y justa, con la figura de tu padre.
─No estoy hablando de endulzar u ocultar, todas las personas
tienen sus claroscuros, lo que no pienso consentir es que se
empañe el trabajo o la obra de mi padre, mucho menos su
figura familiar o intima.
─Por supuesto, estoy de acuerdo, Marie también y me quedaré
hasta el final de la producción para velar porque así se haga.
─No pretendo que protejas a mi padre, solo que se cumpla con
lo que se acuerde entre las partes, si llegamos a un acuerdo,
claro.
─Así se hará.
─Ok, envíamelo todo y lo estudiaremos. Te advierto que, si
decimos que no, cualquier intento de continuar con la
producción será vetado judicialmente por nosotros y os podéis
enfrentar a un problema grave.
─Lo sé, llevamos el tiempo suficiente en el negocio para saber
qué podemos o no podemos hacer. No te preocupes.
─Genial, envíamelo todo, por favor, y mi ayudante te mandará
los datos de nuestra relaciones públicas y de nuestros
abogados para que les hagas llegar una copia.
─Muchas gracias, Björn.
─De nada. Adiós.
Eso había sido todo, una simple comunicación profesional y
plana, sin ninguna pregunta personal, que le había provocado
otro ataque de llanto desatado.
Qué triste, pensó, tocándose el pecho, qué triste que se
desvaneciera toda aquella magia que habían creado y
compartido. Qué tristeza haber perdido al único hombre que la
había hecho estremecerse y vibrar, que la había hecho cambiar
muchísimo, porque con él era otra persona, una mejor y más
feliz, una que le gustaba y con la que se sentía más cómoda.
Y encima todo se había roto por tu culpa, así que no tenía
ningún derecho a quejarse.
─¿Cande?
Oyó la voz de su madre en el pasillo, saltó y se puso de
pie cerrando el ordenador.
─Estoy en la cocina.
─¿Qué haces tan temprano en el ordenador, hija?
Su guapísima madre, que estaba en Londres de
escapadita romántica con su novio, entró en la cocina y se la
quedó mirando con los ojos muy abiertos.
─No es tan temprano y estaba hablando con mi jefa.
─Duermes muy poco, pero tú sabrás… ─se acercó a la
cafetera, se sirvió una taza y luego abrió la nevera─. Tenéis
mucha comida para ser tres chicas que os cuidáis tanto.
─¿Te hago unas tostadas o quieres unos cruasanes?, los he
comprado a la vuelta de correr, son de una pastelería muy
buena.
─Los cruasanes están bien ─respondió, sentándose a la mesa─
¿De verdad que a las chicas no les molesta que alojemos aquí?
Jaime dice que aún estamos a tiempo de buscar un hotel.
─No les molesta y Evelyn está de viaje, así que somos menos
y no hay problema, no te preocupes. No sois los primeros
invitados que tenemos. ¿Te los pongo a la plancha o…? ─le
enseñó los bollos y ella negó con la cabeza.
─No, no, así, tal cual están, tienen muy buena pinta. Gracias,
hija.
─De nada.
─¿Qué sabes de tu padre, Candela?
Le preguntó de repente y ella se detuvo, la observó un
poco desconcertada y luego bajó la cabeza y le puso un plato
con cruasanes, mantequilla y mermelada junto a su taza de
café.
─Está bien, tuvo una pequeña deficiencia pulmonar, pero sin
consecuencias graves. Son las secuelas del Covid.
─Eso me han dicho, pero es normal, todos nos estamos
haciendo viejos. Quién me iba a decir a mí que ya llevo dos
años jubilada.
─Prejubilada y estás estupenda, mamá, ya quisiera yo estar tan
bien.
─¿Hablas mucho con él?
─¿Con papá?, todo lo que puedo, pero… ─se le sentó enfrente
y la miró a los ojos─, tú y yo nunca hablamos de papá ¿Pasa
algo?
─No, simplemente me intereso por tu relación con él. Como te
he dicho antes, nos estamos haciendo viejos y… en fin… sigue
siendo tu padre… aunque eso tú siempre lo has tenido claro.
Respiró hondo sin mirarla a la cara y tomó un sorbo
largo de café. Candela se quedó estupefacta, porque jamás
hablaban de su padre y mucho menos de manera tranquila y
sin insultos, e instintivamente se puso en guardia.
─Sí, siempre lo he tenido claro.
─Quiero que sepas que ya no me molesta que hables con
Fabio, Cande, en el pasado me dolía muchísimo que estuvieras
de su parte sabiendo lo que me había hecho, pero ahora tengo
sesenta y cuatro años y lo veo de otra manera.
─Yo nunca he estado de su parte, mamá, y jamás quise hacerte
daño o hacerte sufrir por culpa de mi relación con él, solo…
─Erais niñas y luego adolescentes ─La interrumpió─ y no
erais conscientes del daño que nos había hecho a las tres
─Yo era muy consciente del daño que te había hecho a ti.
─Nos lo hizo a todas, cariño, a mí como mujer y a vosotras
como hijas. Se largó de Madrid y no lo vimos nunca más.
─Tú le dijiste que se marchara lo más lejos posible, porque si
se quedaba en Madrid te iba a humillar aún más. Lo sé, estaba
delante.
─Bueno, son cosas que se dicen en medio del dolor y la
desesperación, pero nunca pensé que me iba a hacer caso y se
iba ir sin mirar atrás.
─Él dice que no quería empeorar las cosas, que ya estaban
bastante mal.
─En el pecado está la penitencia.
─Mamá… ─resopló y ella estiró la mano y le tocó el brazo.
─Escucha, solo estamos hablando, no voy a despotricar más
contra Fabio Acosta, que fue un marido deplorable, pero que
hizo todo lo posible por ser un buen padre, te lo prometo, solo
quería aclarar las cosas. Cuando vas a España nunca tenemos
tiempo para hablar y no sabes que he curado muchos episodios
de mi pasado. Incluso tu hermana ahora está enfadada
conmigo porque le he contado que estoy trabajando en
perdonarme y en perdonar, lo primero a vuestro padre.
─Mamen será muy católica, apostólica y romana, pero no
conoce la empatía ni la palabra perdón.
─Las dos tuvisteis una infancia complicada por mi culpa y ella
no lo ha sabido gestionar como tú.
─Yo no sé si lo he sabido gestionar muy bien, pero sí sé que
no todo fue culpa tuya, mamá. No te machaques con eso.
─Gracias por decirme eso, cariño, siempre he tenido la
sensación de que no me entendías.
─¿Cómo no lo iba a entender? Un buen día tu marido, después
de dieciocho años de matrimonio, te pide el divorcio porque
dice que es gay y que se quiere ir vivir con otro hombre. Claro
que te entiendo, te entiendo perfectamente, eres humana y
estabas sufriendo, aunque eso no quita que no esté de acuerdo
con las cosas que pasaron con nosotras después, como
alejarnos de papá y prohibirnos verlo, yo siempre te he
entendido y nunca, jamás, he estado de parte de nadie, ni tuya
ni de papá. Ya que lo estamos hablando, me gustaría que esto
quedara claro para siempre y no me volvierais a acusar, ni
Mamen ni tú, de lo contrario.
─Por mi parte no lo volverás a oír, siento mucho haberte
hecho sentir así.
─No te preocupes, ya es agua pasada.
─Te juro por Dios que, si aquello me pasa hoy o con la
madurez que tengo hoy, no hubiese actuado de aquella manera.
No sé qué se me pasó por la cabeza.
─El dolor a veces nos hace hacer cosas de las que luego nos
arrepentimos, mamá. No le des más vueltas, el pasado,
enterrado está ─Le apretó la mano─. Me encanta que hayamos
hablado sobre esto, en serio, muchas gracias.
─Ya era hora de que nos sentáramos frente a frente y te dijera
lo que llevaba tanto tiempo queriendo decirte, Cande. Gracias
a ti por escucharme.
─Nunca es tarde si la dicha es buena, diría la abuela.
─¿No has hablado con tu hermana?
─Sobre papá es imposible.
─No, sobre que viniera a tu casa con Jaime.
─No, ¿por qué?, ¿qué le pasa ahora?
─Pasa que no quiere que tenga novio, dice que le da vergüenza
y que quiere que deje Sevilla, vuelva a Madrid y me dedique a
cuidarle a los niños. Ya le he dicho yo que me he prejubilado
para vivir en mi tierra tranquila, cerca de mi madre y con mi
novio, no para criar nietos, y se ha puesto como una loca, más
aún cuando le he dicho que nos veíamos de escapada
romántica a Londres.
─Madre mía.
─No le habla a Jaime y el pobre…
─Buenos días, señoritas.
Jaime Márquez, un sevillano encantador y que era el
novio oficial de su madre desde que ella se había jubilado y se
había vuelto a vivir a Sevilla, entró en la cocina y les regaló
una enorme sonrisa.
─Buenos días, Jaime, ¿qué tal has dormido?
─Muy bien, Candela, el colchón es muy bueno, muchas
gracias.
─Me alegro. ¿Qué planes tenéis para hoy? Yo me puedo tomar
el día libre si queréis que os acompañe a alguna parte.
─Queremos ir en barco hasta Greenwich, vente y comemos
por allí. Luego tenemos que ver si conseguimos entradas de
última hora para el Globe o para cualquier otro teatro.
─Por las entradas no os preocupéis, tengo un amigo…
Esperad…
Les hizo un gesto de disculpa al sentir vibrar el teléfono, lo
miró y al ver que se trataba de Jack desde Nueva York, se alejó
de la cocina y le contestó con un nudo en el estómago.
─Hola, Jack, ¿qué pasa?
─Tu padre ha tenido un infarto ─Le soltó, llorando─, es muy
grave y los médicos me han dicho que llame a la familia. No
se me ocurría a quién llamar, tú eres la única…
─Tranquilo, tranquilo, ¿está en el Monte Sinaí?
─Sí, ¿vas a venir?
─Cojo el primer vuelo y me voy para allá.
18

Recoger a sus sobrinos del colegio siempre resultaba un


poco incómodo, porque todos los padres y madres lo
escrutaban a conciencia en la puerta, mientras una o dos
profesoras salían un par de veces a comprobar que era
realmente quién decía ser, o sea, el familiar autorizado para
llevárselos a casa. Una medida a priori exagerada, pero que
entendía como lógica después de que Alicia se los intentara
llevar alguna vez sin el permiso de Leo.
Alicia, qué incordio, pensó, viendo salir a los niños, que
en cuánto lo localizaron en la entrada corrieron para saltar y
darle un abrazo, los dos juntos y a la vez, como cuando eran
pequeños, aunque ya estaban muy mayores y pesaban un
montón.
─¡Eh, chavales! Un día me vais a matar, ¿no veis que ya estoy
hecho un viejales?
─¿Dónde vamos a comer, tío Björn?
─Al lado de vuestra casa, porque vuestro padre os quiere allí
temprano para hacer los deberes y recibir a la profe de piano.
─¿A la pizzería o la hamburguesería?
─Lo que vosotros queráis.
─¡Hamburguesas!
Gritaron los dos al unísono subiéndose al 4X4, no sin
antes echar a suertes quién iba de copiloto, y él los miró y
sonrió moviendo la cabeza, porque siempre coincidían en todo
y aquella magia entre gemelos lo seguía sorprendiendo y
haciendo mucha gracia.
Los dejó elegir la música y puso en marcha el coche para
enfilar hacia Vasastan, donde tenía que quedarse con ellos una
hora como mucho, solo hasta que Leo y Paola regresaran con
la pequeña Anna del pediatra. Una petición de última hora que
le había descuadrado un poco el mediodía, pero que estaba
encantado de cumplir porque a ellos les había fallado la
canguro en el último momento, la madre de Paola hacía dos
semanas que se había vuelto a Madrid y, al fin y al cabo, él
tenía libertad de movimientos y le encantaba poder echar un
cable.
─Hola ─Contestó al móvil con el altavoz y la que le habló fue
Greta, su ayudante.
─Björn, he anulado la comida con el secretario de estado, pero
su asistente quiere otra fecha y la quiere ya.
─Busca algún hueco, a ser posible para desayunar.
─Ok. Tu hermana Alicia dice que la llames, que quiere llegar a
un acuerdo sobre su incorporación a la empresa porque
necesita estar ocupada y trabajar.
─Que hable con mis abogados. Mejor, llama tú a Christian y
que él se ocupe de eso directamente. ¿Algo más?
─Lo normal, invitaciones, peticiones de citas y una propuesta
para hacer una entrevista con el Dagens Nyheter. Olivia cree
que debería agendar una fecha, pero le he dicho que no sin tu
autorización.
─Que decline la invitación, por favor, no tengo tiempo para
chorradas.
─Bien, solo era eso ¿A qué hora vienes?, recuerda la reunión
con Producción de Gotemburgo.
─A las tres y media estaré allí. Hasta luego.
─¡Björn! ─Le gritó impidiéndole cortar─. Perdona, también
ha llamado Candela Acosta, ha dicho que era importante.
─Ya, no te preocupes, también me ha llamado al móvil. Será
por lo del documental sobre mi padre.
─Entonces, nada más. Hasta luego.
─Hasta luego y gracias.
Le colgó, acordándose de que tenía dos llamadas
perdidas de Candela, que esa mañana temprano le había hecho
llegar el Abstract summary del documental que una tal Marie
Gessle quería rodar sobre su padre, y sin querer se puso tenso,
porque había cometido la putada de no contestar el teléfono y
se sentía fatal.
Resopló, observando el denso tráfico de Estocolmo a
esas horas del mediodía, y se pasó la mano por la cara
intentando ahuyentar el sentimiento de culpa que sentía por no
responder a sus llamadas, pero es que él era un ser humano
como los demás y a veces también tenía derecho a no querer
hablar con una chica que aún le dolía, por la que seguía pillado
y con la que estaba claro que no tendría otra oportunidad.
Miró el móvil de reojo y vio que le había dejado un par
de mensajes, pero los ignoró y trató de pensar en otra cosa,
como en el documental que le habían propuesto hacer sobre su
padre y que en principio pintaba muy bien, a pesar de lo cual,
había encargado a un grupo de profesionales que lo estudiaran
a fondo antes de autorizar su rodaje.
Ya había pasado por ahí y no pensaba perder el tiempo
con oportunistas poco profesionales, con gente de esa
aficionada a manchar reputaciones ajenas, así que hasta que no
tuviera un informe claro al respecto, no pensaba hablar con
Candela. No tenía por qué hacerlo, ya había hecho bastante
llamándola por teléfono para explicarle personalmente su
postura y dándole una oportunidad al proyecto, así que estaba
en su derecho a no querer saber nada más de ella, y si ella lo
que quería era comprobar que había recibido el informe, que
mirara la bandeja de entrada de su email donde encontraría su
respuesta.
Lo dicho: él no era de piedra y mientras no pudiera
quitársela de la cabeza, mientras no consiguiera olvidarse de
ella, pensaba seguir tomando una fría distancia, aunque
acabara comportándose como un cabrón sin alma.
─¡Tío, te pasas el búrguer!
Le gritaron los niños, él volvió de sus cavilaciones, frenó
y buscó un sitio para aparcar. Se bajó del coche haciendo un
esfuerzo sobrehumano por no pensar más en Candela Acosta,
y entró con los niños a ese restaurante de comida tex-mex que
estaba muy cerca de su casa.
Se sentaron, pidieron las hamburguesas y mientras ellos
charlaban, él miró los dos mensajes de Telegram que le había
mandado Dayle, una amiga noruega de Hans con la que había
cenado la noche anterior y a la que a punto había estado de
invitar a su piso, pero a la que había acabado dejando en su
hotel a las diez de la noche con un beso en la mejilla y poco
más.
Una lástima, porque era guapísima y habían conectado muy
bien, además hablaba sueco y noruego, era de Bodø y aquello
le habría facilitado mucho la vida, sin embargo, la cabeza era
la cabeza, el corazón era el corazón y no había podido
acostarse con ella.
─Hola, Paola ─Respondió al teléfono cuando ya estaban
acabando de comer y ella lo saludó un poco seria.
─¿Qué tal, Björn?, ya hemos llegado.
─Genial, nosotros ya hemos terminado, pido la cuenta y te los
dejo en el ascensor.
─Muchas gracias, pero, ¿podrías subir un momentito?
─Claro ─miró la hora─, pero solo unos minutos porque…
─No te preocupes, no te entretendré demasiado. ¿Has hablado
con Candela?
─¿Yo?, no, ¿por qué?
─Nada, cuando vengas te lo cuento.
─Ok, hasta ahora.
Salieron del restaurante en seguida, él empezando a
ponerse nervioso sin motivo, imaginándose mil historias con
respecto a Candela, porqué si no de qué Paola le estaba
preguntando por ella, y cuando llegaron al piso, que estaba en
la última planta, se la encontró esperándolos en el rellano. Se
saludaron y lo invitó a pasar.
─¿Qué ha pasado, Paola?, ¿la niña está bien? ─le preguntó
siguiéndola a la cocina y ella asintió.
─Sí, sí, está perfecta, gracias a Dios, solo era un control. Leo
se ha vuelto al trabajo y… muchísimas gracias por recoger a
los niños. Nos has salvado la vida.
─No será para tanto, ya sabes qué estoy para lo que necesites
─Le clavó los ojos y ella se cruzó de brazos.
─Supongo que sabes que el padre de Candela vive en Nueva
York ─él asintió─, pues ha sufrido un infarto, al parecer es
grave y los médicos le han dicho a su marido que llamara a la
familia porque… ya sabes… igual es… puede que no
sobreviva. Lo van a operar, pero…
─Vaya… ─dio un paso atrás sintiendo un jarro de agua fría
cayéndole encima─. ¿Cuándo ha sido?
─Anoche, en la madrugada de ellos, a Candela le han avisado
a las siete y media de la mañana.
─Cuanto lo siento, ¿ella está bien?
─No, no está bien, nunca la había oído llorar al teléfono ─se
enjugó una lágrima con un trozo de papel de cocina─. Ellos
siempre han estado muy unidos, a pesar de todo lo que han
pasado, siempre han procurado estar juntos. Han luchado
mucho por estar juntos. Él es el gran pilar de la vida de
Candela y ella es lo único que él tiene, además de Jack, por
supuesto… pero ni su otra hija, ni su familia de Brasil… ni…
madre mía.
─No llores… si yo pudiera hacer algo.
─Llámala, por favor, creo que ahora nos toca apoyarla a todos.
Yo no puedo ir a Nueva York por los niños y tampoco mi
hermana, que se pidió vacaciones por el nacimiento de Anna y
ya no tiene más días libres en el hospital, así que…
─No te preocupes, ahora mismo la llamo y si necesita algo, yo
me ocuparé de todo. Tranquila.
─¡Pao! ─Los interrumpió Alex entrando en la cocina─. Anna
se ha despertado y está empezando a llorar.
─Voy, cariño.
Se limpió las lágrimas y se fue hacia el interior de la
casa detrás de Álex. Él miró su móvil, sintiendo un abismo
enorme a su alrededor, percibiendo perfectamente lo que ella
estaría sufriendo, encendió el teléfono y antes de marcar su
número, pulsó el ícono de los mensajes y oyó el primer audio
que le había dejado hacía ya cuatro horas.
─Björn, lo siento… ─empezaba diciendo entre sollozos─, no
te quiero incordiar, pero… en la primera persona en la que he
pensado es en ti y… Mi padre está grave, ha sufrido un infarto
y Jack cree que no saldrá de esta, nos han pedido ir a la familia
y estoy a punto de coger un vuelo a Nueva York, el primero
que he encontrado y antes de irme quería oír tu voz. Solo
quería oírte y hablar contigo… lo siento… siento tanto todo lo
que te dije en Londres… yo… te echo tanto de menos…
Un clic de fin del mensaje y él notó que se le habían
humedecido los ojos. Pulsó el segundo respirando hondo y se
apoyó en la pared.
─Ok, no voy a llorar más. Solo quería hablar contigo, quería
escucharte, porque me encanta oír tu voz y porque ahora
mismo estoy muerta de miedo y no dejo de pensar en ti. Llevo
muchas semanas pensando en que cometí muchos errores
contigo y me duele en el alma. Me duele mucho haberte
hecho daño, porque yo te quiero y te echo de menos, Björn…
En fin, tengo que embarcar, mantendré a Paola informada por
si quieres preguntarle a ella por mi padre. Un beso.
El mensaje se cortó y él se pasó la mano por la cara sin
saber muy bien qué hacer, porque aquello era demasiado
importante e inesperado, y se movió por la cocina un poco
incómodo.
¿Te quiero?, se preguntó en voz alta bastante conmocionado y
se giró para mirar a Paola, que había regresado con la bebé en
brazos.
─¿Qué? ─Le preguntó ella con el ceño fruncido─ ¿Estás bien?
─¿Sabes en qué hospital está ingresado Fabio Acosta?
─En el Monte Sinaí.
─Perfecto y gracias por avisarme. Adiós.
Se acercó para darle un beso a la niña en la frente, gritó
un adiós hacia sus sobrinos y salió disparado al rellano, con la
energía a tope y bombeándole por todo el cuerpo.
19

─El café es malísimo, pero no hay nada más decente en la


máquina. ¿Quieres que vaya a un Starbucks a buscar un
Caramel Macchiato?
Le preguntó a Jack acariciándole la espalda y él, que
parecía otra persona, completamente derrumbado y triste, la
miró de reojo y negó con la cabeza.
─No, cariño, por mí no te preocupes, pero si quieres ve a
buscar uno para ti y así te das una vuelta. Aún deberían tardar
una hora más.
─Tranquilo, yo me he pillado un isotónico.
Se le sentó al lado y le cogió la mano pensando en que,
si a su padre le pasaba algo, si no salía con vida de ese
hospital, tendrían un grave problema con Jack, porque no lo
sobrevivía mucho tiempo más, no se recuperaría jamás de algo
así, y seguramente se dejaría morir de la pena en su piso de
Brooklyn.
Respiró hondo tratando de no echarse a llorar, porque
uno de los dos tenía que hacerse el fuerte, o al menos
parecerlo, y le apretó la mano rogando a Dios porque todo
fuera bien, porque obrara el milagro y su padre saliera bien de
la operación que le estaban haciendo y que el equipo médico
había retrasado hasta que ella pudiera llegar a Manhattan.
Afortunadamente, ambos contaban con un seguro
médico estupendo, porque Jack era profesor universitario en
Columbia y su padre había dado clases de arte veinte años en
un instituto de Manhattan, y eso les estaba permitiendo recibir
una atención médica de primera y muy completa en el Monte
Sinaí, donde los estaban tratando de maravilla, a pesar de lo
cual, no las tenían todas consigo, porque a Fabio le estaban
practicando una cirugía abierta de válvula aórtica y aquello era
muy serio, sobre todo para un paciente con patologías crónicas
como las suyas, es decir, deficiencia respiratoria y diabetes.
El doctor Silver, que, en un acto de máxima generosidad hacia
ellos, había retrasado la intervención catorce horas para darles
tiempo a que ella llegara a la clínica procedente de Londres y
pudiera dar un beso y hablar un poquito en portugués a su
padre, le había explicado tan tranquilo que le iba efectuar una
incisión de veinticinco centímetros en el pecho, le iba a
separar el esternón para ver bien el corazón y luego lo iba a
conectar a un sistema de circulación extracorpóreo o bomba de
derivación. Es decir, que su corazón se iba a detener
completamente mientras estuviera conectado a esa máquina y
así su equipo podría reemplazar la válvula aortica dañada
minimizando los riesgos.
Eso se lo había explicado junto a la cama del enfermo,
mientras ella abrazaba a su pobre padre, que estaba entubado y
conectado a un montón de aparatos tras sufrir un infarto agudo
la noche anterior, y después de escucharlo con cara de póker, y
esperar a que se fuera, había tenido que correr al cuarto de
baño para devolver hasta la primera papilla.
Había sido muy duro oír aquello para alguien
impresionable como ella, pero se había recompuesto rápido y
al final, gracias a Dios, había podido acompañarlo hasta la
entrada del preoperatorio, despedirse de él en portugués y
decirle que lo quería y que lo estaría esperando para salir a
bailar juntos por Río de Janeiro.
Bailar juntos, sonrió, pensando en lo bien que bailaba su
padre y en lo guapo que había sido siempre con su estatura, su
estilazo y su piel color caramelo. Además, siempre había
vestido muy bien, había sido un señor de los pies a la cabeza y
ella siempre se había sentido muy orgullosa de él, incluso
cuando las madres de sus amigas, sus vecinas o las hermanas
mayores de sus compañeras del colegio, la avergonzaban
cuchicheando delante de ella sobre lo bueno que estaba.
─Madre mía ─susurró sin querer y Jack la miró.
─¿Qué pasa, cielo?
─Nada, me estaba acordando de la de pretendientas que tenía
papá cuando yo era pequeña. Desde las vecinas del barrio a
sus alumnas, compañeras de trabajo o amigas de mamá. Era
increíble.
─Siempre ha sido un hombre espectacular. Tú te pareces
mucho a él.
─¿Te acuerdas de cuándo os conocisteis?
─Por supuesto. Fue en Madrid, yo había ido a dar unas
conferencias sobre Velázquez… ─se echó a reír─. Imagínate a
un yanqui como yo hablando de Velázquez en Madrid, pero,
bueno, me habían invitado y allí, en el Museo del Prado, nos
presentaron.
─Fue amor a primera vista.
─Sí, pero él tenía su vida, a vosotras y tardamos en volver a
vernos y dar el primer paso. ¿Estás segura de que quieres
hablar sobre esto, Candela?
─Claro.
─Solo te puedo decir que nos pasamos más de un año
hablando por teléfono a diario e intercambiándonos cartas y
correos electrónicos antes de volver a encontrarnos.
─Qué romántico, quiero decir, lo siento por mi madre, pero
qué romántico para vosotros.
─Bueno, cariño, es importante que sepas que yo no llegué a
romper nada, cuando conocí a Fabio ya estaba muy lejos
sentimentalmente de vuestra madre. No es por justificarme,
pero…
─Lo sé ─le acarició la mano─. Él me lo ha explicado muchas
veces.
─Siempre ha sido muy importante para él que vosotras lo
entendierais.
─¿Sabes que justo cuando me llamaste para avisarme de lo de
papá, yo estaba teniendo la primera charla serena y tranquila
con mi madre sobre todo esto?
─¿En serio?, ¿en Londres?
─Sí, está allí con su novio y se han alojado en mi piso.
─Vaya, qué buena noticia.
─Me explicó que está trabajando en el perdón, que se
arrepentía de haber actuado como actuó con nosotras durante
el divorcio y me pidió disculpas por todo lo que había pasado.
─Guau ─Jack la miró con los ojos muy abiertos─. Eso es
estupendo, Cande, me alegro mucho por ti, tal vez ahora
Mamen también pueda empezar a elaborar un perdón y quiera
volver a ver a su padre. Él está loco por conocer a sus nietos.
─Yo no contaría con eso por ahora, pero a saber. ¿Quién me
iba a decir a mí que un buen día mi madre iba a reconocer sus
errores e iba a empezar a perdonar?, nadie, así que todo puede
pasar.
─Ojalá, el pobre Fabio no se mereció que lo alejaran de
vosotras hace veinte años, y ahora no se merece que lo alejen
de sus nietecitos ─se limpió una lagrima─. Cuando salgamos
de aquí, si todo va bien, igual conseguimos convencer a tu
hermana para que venga a vernos o nos deje ir a visitarla a
Madrid.
─Bueno, lo importante ahora es que esto se acabe ya o me va a
dar un infarto a mí.
Se restregó la cara con las dos manos y cerró los ojos
sintiendo el peso de la preocupación y el cansancio en la
espalda. Si no se equivocaba, llevaba unas trece o catorce
horas en tensión absoluta, desde que Jack la había llamado a
Londres para contarle lo que estaba pasando.
Su primera reacción había sido salir corriendo y gracias a su
tarjeta American Express había conseguido un vuelo en la
British Airways a las once la mañana. Ocho horas después
(siete de la tarde en Londres, dos de la tarde en Nueva York)
había aterrizado en el Aeropuerto Kennedy y había tardado
casi dos horas más en salir de allí, coger un taxi y llegar al
Hospital Monte Sinaí. A las cuatro y media en punto (hora
local) a su padre se lo habían llevado a quirófano y ya llevaba
dos horas y media dentro. En resumen, alrededor de catorce
horas de tensión permanente.
─¿Por qué no subes a la habitación y descansas un poco,
Candela?. Estás agotada, no tenemos por qué estar los dos
aquí.
─Seguro que tú estás más cansado que yo, así que si alguien
debería subir a la habitación eres tú.
─No, gracias, a mí nadie me mueve de aquí, tengo que estar
cerca de él.
Se inclinó hacia delante y ella le acarició la espalda y
miró a su alrededor. Estaban en la zona de quirófanos, en un
pasillo donde algunos familiares preocupados como ellos,
esperaban la salida de los cirujanos, y sin venir a cuento pensó
en que eran muy afortunados, porque a pesar de lo grave del
pronóstico, al menos su padre estaba en las mejores manos y
recibiendo los mejores cuidados, algo que en los Estados
Unidos era carísimo y que solo se podían permitir algunos
privilegiados con mucho dinero o los trabajadores con muy
buenos seguros de salud, como era su caso.
Resopló mirando el teléfono y vio algún mensaje de
Paola, otro de su madre y de su abuela, y una llamada perdida
de Björn.
Björn Pedersen, masculló y se tapó la cara con ganas de
echarse a llorar otra vez, primero porque lo echaba muchísimo
de menos, porque hubiese matado por tenerlo a su lado,
apoyándola con su mirada, su voz y sus brazos fuertes y
acogedores; y segundo porque estaba segura de que había
metido la pata hasta el fondo y que ya era irreversible y
oficial: esa mañana lo había perdido para siempre y la culpa,
otra vez, era toda suya.
Joder, joder, joder… se puso de pie y se paseó delante de Jack
contando hasta veinte, aspirando y espirando para no echarse a
llorar, y para espantar la vergüenza, porque: ¿a quién coño se
le podía ocurrir decir a alguien con el que había roto que lo
quería y lo echaba de menos? ¿A quién?, a ella, que era idiota.
¿Cómo se le había ocurrido llamarlo en plena crisis?, ¿cómo?,
pues porque estaba en shock y porque era el único en el que
había pensado en ese momento, porque estaba muerta de
miedo y necesitaba oírlo y tenerlo cerca, porque, seguramente,
se había cansado de mentir y el inconsciente la había
empujado a reconocer lo que sentía por él, aunque él hacía
tiempo que había pasado página y se dedicaba a otras cosas.
─¡Maldita sea! ─Exclamó en castellano y Jack le cogió la
mano y la obligó a sentarse.
─Tranquila, cielo, ya falta menos.
─No es solo por papá, Jack, es que… déjalo.
─No, cuéntame, no podemos hacer otra cosa que hablar. ¿Qué
pasa?
─Pasa que le he dicho por mensaje de voz a un hombre que lo
quiero y lo echo de menos.
─Eso es precioso.
─No, si había roto con él en febrero.
─Bueno…
─Yo lo dejé por mis neuras y mis miedos y mi alergias al
compromiso, a la pérdida y todo eso, y hoy voy, en medio de
todo esto… ─hizo un gesto elocuente─, y se me ocurre
llamarlo, decirle que lo quiero sin venir a cuento, no darle
espacio a la réplica y… Supongo que estará flipando tanto
como yo muriéndome de la vergüenza.
─Decir lo que uno siente no es para avergonzarse, cielo.
─Eso es muy estadounidense, Jack, pero conmigo no funciona
y con Björn creo que tampoco.
─Ve a llamarlo y compruébalo.
─Ahora mismo no estoy en mi mejor momento. Cuando papá
esté en planta y mejor, igual lo llamo y le doy una explicación.
─¿Explicación de qué?, los sentimientos no deberían
explicarse…
─¿Familia?
La voz del doctor Silver los interrumpió y ambos se
pusieron de pie de un salto. Candela se agarró al brazo de Jack
y en cuanto vio los ojos del cardiólogo intuyó que no traía
muy buenas noticias.
─¿Cómo está?
─Hemos conseguido hacer el cambio de la válvula y hemos
limpiado otras arterias. Desgraciadamente, nos han
sorprendido algunas hemorragias, así que lo dejaré conectado
al sistema de circulación extracorpóreo una o dos horas más,
en previsión de nuevas hemorragias que hagan necesario
volver a operarlo.
─Pero ¿cuál es su estado general? ─Quiso saber Candela.
─Su estado general es bueno, Fabio es un tipo deportista y
saludable, tiene una buena genética y solo sesenta y seis años.
Mi esperanza es que aguante sin cambios y podamos cerrarlo y
llevarlo a la UCI en seguida.
─Ok, muchas gracias, doctor.
─¿Puedo verlo? ─Preguntó Jack.
─Está anestesiado y con el tórax abierto, no es visible porque
está protegido, pero está sin cerrar y quiero que lo tengas en
cuenta si pretendes entrar, Jack. No tiene muy buen aspecto.
─No me importa.
─Entonces ven conmigo y lo podrás ver a través de un cristal.
─Gracias. Candela… ─Jack la miró a ella con los ojos llenos
de lágrimas y ella asintió y le acarició el brazo enjugándose las
suyas.
─Tranquilo, no te preocupes, ve tú, yo te espero aquí.
Tranquilo.
Lo vio salir detrás del cirujano y volvió a pensar en lo
frágil y vulnerable que parecía, porque, aún con su
envergadura y su aplomo habitual, Jack solo era un hombre
enamorado que podía perder a su compañero de vida para
siempre. Una circunstancia terrible para él y también para ella,
porque como hija tampoco sabía cómo podría llegar a
gestionar el posible fallecimiento de su padre.
Se desplomó en la silla observando a las personas que a
su alrededor se apiñaban para hablar en susurros y consolarse
mutuamente a la espera de noticias sobre sus familiares, y
cerró los ojos pensando en que Jack y ella solo eran dos, que
estaban solos, pero que al menos se tenían el uno al otro y que
eso ya era más que suficiente.
Sacó el móvil y escribió un mensaje con copia para su
abuela, su madre y para Paola, explicándoles que aún no había
pasado el peligro y que Fabio seguía en el quirófano. Lo envió,
guardó el teléfono y se abrazó las piernas intentando pensar en
cosas bonitas para distraerse, como en Björn Pedersen, que
tenía los ojos más celestes y limpios del universo, en sus
manos grandes y elegantes, en su sonrisa cálida, en la nieve de
Noruega, hasta que un escalofrío le recorrió la columna
vertebral de arriba abajo y se puso en guardia temiéndose lo
peor.
Se sentó mejor mirando hacia la salida de los quirófanos
y no vio a nadie, recorrió el pasillo con los ojos y vislumbró la
figura de un tipo alto caminando hacia ella, pero no lo
reconoció. Deslizó los ojos por sus botas, sus vaqueros, su
camiseta blanca, sus andares tan seguros, y pensó que se
trataba de un hombre imponente, guapísimo, pero no lo vio
con claridad hasta que levantó la cabeza, lo miró a la cara y se
pegó a la silla de la impresión: era Björn o al menos alguien
que se le parecía muchísimo, y se puso de pie de un brinco,
con el corazón saliéndose por la garganta.
─Härlig… ─Susurró él inclinándose un poco para buscar sus
ojos y ella abrió la boca sin poder emitir sonido alguno─.
¿Candela?
─¿No era que tú nunca pisabas Nueva York?
Se oyó decir entre lágrimas, con un hilito de voz, y él
movió la cabeza, le sonrió y se acercó un poco más para
acariciarle la mejilla con un dedo.
─Amor, yo por ti cruzaría el océano nadando ¿Cómo no iba a
venir a estar contigo en Nueva York?
Ella soltó un sollozo y a la vez una risa, todo junto
porque no se lo podía creer, lo cogió por la camiseta y lo
abrazó. Lo abrazó con todas sus fuerzas mientras él le besaba
la cabeza y le acariciaba la espalda, y lo siguió abrazando
mucho rato, y mucho más, pensando que nunca, jamás,
volvería a dejarlo marchar.
EPÍLOGO

Siete meses después.

Miró el documento definitivo de la fusión que tenía


pendiente en Estocolmo, lo leyó muy rápido, le dio el visto
bueno y volvió a prestar atención a su portátil, donde tenía una
videollamada abierta con Olle y Katerina, sus gerentes de
operaciones, que a esas horas aún seguían trabajando en la
sede central de Industrias Pedersen.
─Ok a todo, buen trabajo y muchas gracias. Ahora cerradlo y
marcharos a casa, por favor.
─Gracias a ti, Björn. Oliver ha dicho que cuando vuelvas a
Suecia lo llames para celebrar el trato con una cena.
─¿Celebrarlo después de hacernos trabajar hasta el 31 de
diciembre?
─Ya sabes cómo es.
─Lo sé, hasta hace poco yo era igual. En fin, lo dicho, buen
trabajo y disfrutad de la nochevieja. Adiós.
Les colgó, miró la hora y comprobó que en Estocolmo
eran las doce del mediodía, las ocho de la mañana en Río de
Janeiro, donde él se encontraba de vacaciones con Candela y
su padre, además de Jack y Magnus, que se había apuntado a
última hora a pasar el año nuevo con ellos en Brasil.
Se levantó de la silla despacio para no hacer ruido, se
estiró, se asomó al dormitorio de la suite para mirar a su chica,
que seguía durmiendo profundamente encima de las sábanas, y
suspiró, porque solo llevaban dos días en Río y ambos ya
estaban cansadísimos.
Afortunadamente, Fabio Acosta había sobrevivido a su
operación de corazón, había superado su estado crítico y había
abandonado el Hospital Monte Sinaí de Nueva York un mes
después de su ingreso y casi como nuevo. Una feliz
circunstancia que los había empujado a organizar el fin de año
en Río de Janeiro, como a Fabio le gustaba y tal como Candela
y él habían acordado en Helgeland hacía un año, cuando
habían celebrado juntos el Yule y cuando aún no imaginaban ni
en sueños lo que iban a acabar viviendo unos meses después.
Nadie, mucho menos ellos, habían llegado a sospechar
que el día de la boda de Leo y Paola en Italia, iba a suponer el
inicio de la mayor aventura romántica de sus vidas. Ese día se
habían conocido, reconocido decía Candela, y el mecanismo
mágico del amor se había puesto en marcha regalándoles
momentos maravillosos de intimidad y confianza, de mucha
alegría y complicidad, pero también otros de desconcierto y de
falta de comunicación, de miedos e inseguridad que casi
habían acabado por separarlos, sin embargo, cuando algo tenía
que ser acababa siendo y ellos no se habían podido sustraer a
eso.
La inesperada gravedad en el estado de salud de Fabio lo
había empujado directo a Nueva York para estar al lado de la
mujer que amaba, justo después de que ella le hubiese
confesado por teléfono sus sentimientos por él, y aquello había
vuelto a poner en marcha el mecanismo que los había unido
siete meses antes en Italia, y habían vuelto a encontrarse, y a
reencontrarse, y no se habían vuelto a separar nunca más.
De hecho, se había mantenido a su lado todo el tiempo
posible mientras su padre se recuperaba en el hospital. Había
trasladado su residencia a Manhattan para trabajar desde allí
sin perder de vista a Candela, que por aquellos días no pasaba
por su mejor momento, y había permanecido firme a su lado,
sin soltarla de la mano hasta que Fabio había recibido el alta,
había vuelto a casa y ellos habían decidido regresar a Europa
juntos. Juntos y sin fisuras.
En junio, ella había pasado por Londres y tras recoger su
casa y cerrar su etapa allí, se había mudado a vivir con él a
Estocolmo. Ya en Suecia, habían empezado a organizar su vida
como pareja estable, compartiendo hogar y alegrías y mucho
amor, uno enorme y divertido, porque se lo pasaban de
maravilla juntos. Incluso discutiendo o estando en desacuerdo,
se lo pasaban de maravilla juntos, y aquello no tenía precio.
Desde entonces, mientras ella se dedicaba a trabajar en
sus nuevos proyectos profesionales, principalmente en el
documental sobre su padre, que su equipo de asesores había
aprobado a finales de agosto, él seguía al frente de Industrias
Pedersen más fuerte que nunca.
Tomar las riendas del que había sido su destino desde
que había nacido, le había costado un largo camino, pero una
vez iniciado solo podía sentirse satisfecho, agradecido y
realizado, porque se sentía en su elemento trabajando con
números, previsiones y tomando decisiones casi siempre
trascendentales. Muchas veces, a lo largo de los últimos
meses, se sentaba en la butaca que había sido de su padre, en
el despacho que había sido de su padre, y sonreía sintiéndose
tan cerca de él, aceptando que al fin estaba donde tenía que
estar, en su lugar en el mundo y encima apoyado por la mujer
que amaba. No se podía pedir más.
Salió a la terraza de su suite en el espectacular Sheraton
Grand Rio Hotel, que tenía unas vistas estupendas a la piscina
y a las playas de Leblon, y enseguida sintió el calor en la cara.
Un buen inicio para el último día del año, pensó, aunque él
siguiera prefiriendo su frío y nevado Valhalla al norte de
Noruega. Un paraíso al que se escapaban siempre que podían
gracias al avión de Heini, que los recogía en Estocolmo o en
Oslo, o donde le pidieran, para llevarlos directamente a su casa
en Helgeland.
Helgeland, susurró, rememorando sus paisajes, sus
cascadas, sus islas, su mar, su gente, a la que le debía tanto y a
la que Candela se había ido adaptando poco a poco y sin
ninguna resistencia, a pesar de lo cual, habían decidido vivir
de forma autónoma dentro de su finca, en su propio espacio y
en una nueva casa que Leo les había construido frente al mar.
El proyecto ya estaba iniciado y bastante avanzado
cuando él había entendido que su mujer necesitaba de su
intimidad y de su propio hogar para estar más cómoda, y él
también, así que había metido un poco de prisa a la obra y la
habían acabado en septiembre, un par de días antes de casarse
en una ceremonia vikinga al aire libre, vestidos de blanco y
oficiada por un gothi.
La boda, que la hermana de Candela había calificado
como “pagana”, y a la que, por supuesto, se había negado a
asistir, había sido simbólica. Preciosa y mágica frente a una
cascada, con flores en el pelo, rodeados por la naturaleza y por
la gente que amaban y que los amaba, inolvidable para los dos,
sin embargo, no tenía validez jurídica, por lo tanto, iban a
celebrar un segundo enlace civil en el ayuntamiento de
Estocolmo el 10 de enero, al volver de Brasil y para cumplir
con todos los requerimientos que exigía la ley.
Lo cierto es que le había pedido matrimonio en Nueva
York en junio, el mismo día que su padre había recibido el alta
del hospital y habían podido salir a pasear y cenar solos y
tranquilos, y ella no había mostrado ni la más mínima duda y
le había dicho que sí en seguida y entre lágrimas. Una de las
mayores alegrías de su vida.
Seis meses después, ya casados por el ancestral rito
vikingo y a punto de sellar su unión frente al mundo
occidental, él acababa de sortear otro gran rosario de
obstáculos generados por abogados y albaceas de su familia
empeñados en proteger el patrimonio Pedersen. Ellos habían
intentado hasta hacía una semana imponer acuerdos
prematrimoniales, de confidencialidad o de protección de
secretos, y él había mostrado una resistencia feroz hasta
conseguir frenarlos en seco, principalmente porque estaba
decidido a casarse con el amor de su vida sin contratos, sin
nada más que el amor, la lealtad y el compromiso que se
profesaban.
Solo su hermana Alicia seguía oponiéndose férreamente
a su decisión de casarse sin “protección” alguna, pero, como
solía decir Leo, Alicia disfrutaba creando problemas y con
Candela no iba a ser diferente, por lo tanto, todo lo que dijera
carecía de importancia.
─Hola…
Respondió el móvil a Magnus, que había llegado el día
anterior a Río, y él lo saludó con la voz un poco pastosa.
─¿Interrumpo algo?
─No, Candela está durmiendo y yo voy a darme una ducha
─Entró en la habitación, cerró el ventanal de la terraza y se
dirigió hacia el cuarto de baño─ ¿Qué pasa?, ¿qué tal terminó
tu noche con los primos Acosta?
─Bien, me llevaron a algunos clubs y… tío, ¿te acuerdas de
cómo era yo de los dieciocho años?
─¿Estás borracho, Magnus?
─No, va en serio.
─¿Por qué?, ¿qué ha pasado?
─Anoche conocimos a un grupo de ingleses en un beach club
de Ipanema, estuvimos bebiendo y bailando hasta que una de
las chicas; una a la que le intenté entrar porque estaba
buenísima; me dijo que me conocía de Suecia, de la época del
instituto. Yo le reconocí que no sabía quién era y me soltó:
“típico de Magnus Mattsson, siempre has sido un gilipollas y
siempre lo serás”.
─Vaya…
─¿Era tan gilipollas?
─No, que yo recuerde, ni tu madre ni Leo lo hubiesen
permitido, pero a saber qué hacías tú en el instituto. Cuando tú
pasaste a secundaria yo ya estaba en la universidad.
─Hablaré con Leo.
─¿Pero a ti qué más te da que una desconocida te diga
semejante idiotez?
─No sé, me jodió bastante la noche, todos estábamos en buen
plan y ella va y lo fastidia burlándose de mí, porque se dedicó
el resto de la noche a carcajearse en mi cara. Tengo treinta y
siete años, Björn, no estoy para idioteces de este nivel.
─Por eso mismo, ya somos todos adultos y deberías ignorarla.
Que no te amargue las vacaciones.
─No lo hará… en fin… ¿nos vemos para desayunar?, hay un
bufé libre espectacular en la terraza principal.
─Ok, pero dame al menos media hora.
─Muy bien, dile a tu mujer que se venga también.
─Sigue durmiendo, pero se lo diré. Hasta ahora.
Abrió la ducha con efecto lluvia y se metió debajo con
los ojos cerrados, pensando que a Magnus cualquier detalle
insignificante le podía afectar, a pesar de que la mayor parte
del tiempo parecía una roca de hielo infranqueable, igual que
su madre.
Sonrió acordándose de Agnetha, su querida hermana
mayor, la tía más divertida y pasota que había conocido nunca,
y de repente sintió la presencia de Candela dentro de la ducha,
abrió los ojos y ella se le aferró a la espalda con todo el
cuerpo.
─Bom día, meu gatinho ─ronroneó, mordiéndole la espalda─
¿Quién te ha dado permiso para irte de la cama?
─Tenía que trabajar, amor, me llamaron Olle y Katerina
temprano y ya me desvelé.
─¿Cerraron el contrato?
─Sí, al fin.
─Genial, entonces: ¿ahora vas a disfrutar de los dos días de
vacaciones que nos quedan en Río de Janeiro?
─No hago otra cosa que disfrutar, härlig.
Se giró y la miró a los ojos sonriendo, se inclinó y la
besó. La cogió por el cuello y la pegó a los azulejos para
seguir besándola con la boca abierta, comiéndosela entera, con
muchas ganas, hasta que ella se le aferró a la cintura con los
muslos y propició que la penetrara con total facilidad,
percibiendo perfectamente su intimidad caliente y acogedora
recibiéndolo dentro de su cuerpo, volviéndolo completamente
loco.
La penetró una y mil veces, desatando el salvaje que
llevaba dentro. Esa alma vikinga y conquistadora que lo hacía
perder rápido el control, y siguió empotrándola contra la
ducha, sintiendo el agua sobre la piel y el deseo exigente de
ella, hasta que llegaron a un clímax desatado que los hizo
mirarse jadeando y muertos de la risa.
─Madre mía, cuánto te quiero ─susurró ella acariciándole la
boca.
─Yo más, pero no voy a discutir. ¿Quieres bajar a desayunar
con Magnus?, está un poco agobiado.
─¿Agobiado?, ¿por qué?
─No sé, un pequeño desencuentro con alguien.
─¿Mis primos lo llevaron a algún sitio raro o algo?
─No, nada de eso, se encontró con alguien que al parecer
había estudiado con él y no fue muy amable.
─Pobre Magnus, con lo majo que es.
─Bueno… ─salió de la ducha y le acercó una toalla─. Todos
tenemos un pasado y no siempre le hemos caído bien a todo el
mundo.
─Tú sí.
─¿Yo?, yo menos que nadie ¿No sabes cómo era yo hace unos
años?
─Sé cómo eres ahora, Björn Pedersen, y eres perfecto.
─Eso es porque tú sacas lo mejor de mí, härlig.
─Y tú lo mejor de mí, mi amor ─Estiró la mano, lo sujetó por
el hombro y lo abrazó muy fuerte.
─No ha estado tan mal, ¿no?
─¿El qué? ─Se apartó y lo miró a los ojos con una sonrisa.
─Que te conquistara, te raptara y finalmente te condujera a mi
Valhalla.
MAGNUS
Tercer libro de la Serie Vikingos

EMMA MADDEN
Las bodas solían ser muy aburridas, una gran pérdida de
tiempo desde su punto de vista, y desde hacía unos años no
hacía más que rechazar invitaciones y evitar asistir a ellas
gracias a su trabajo, que lo mantenía lejos de Suecia la mayor
parte del tiempo, o al menos eso creían todos sus allegados, y
gracias a su instinto, que lo tenía tan fino, que lo salvaba cada
dos por tres de ese tipo de compromisos incluso antes de que
osaran cursar una invitación a su nombre.
Y no es que él fuera un descreído o un aguafiestas, es
que, a su edad, treinta ocho años, gran parte de sus amigos y
conocidos se casaban demasiado, incluso por segunda o
tercera vez, y aquello ya resultaba cansino, muy cansino y
prefería mantenerse al margen.
Eso por norma, aunque a veces las normas se podían
romper si se trataba de personas a las que él quería de verdad,
como era el caso esa fría mañana de enero en el Ayuntamiento
de Estocolmo.
Levantó la cabeza y observó a los novios que tenía
delante y que estaban firmando los papeles de su boda civil
cinco meses después de haberse casado al aire libre, en una
ceremonia vikinga mucho más divertida y multitudinaria
celebrada en Helgeland, al norte de Noruega.
Sin querer sonrió, porque aquella boda había sido
apoteósica, se lo había pasado realmente de maravilla, y de
repente oyó su nombre, porque era uno de los testigos del
enlace y al parecer había llegado la hora de que también
estampara su firma en los documentos oficiales.
Se acercó a la mesa de la alcaldesa, que era quién
oficiaba la ceremonia, guiñando un ojo a la preciosa novia, y
luego cogió el bolígrafo que le estaba ofreciendo el novio, su
querido tío Björn (más que su tío, su hermano), le palmoteó la
espalda y se inclinó para firmar.
─Ya está ─susurró la alcaldesa en cuánto él acabó y luego
sonrió al escaso grupo de invitados antes de dirigirse a los
novios─. Ya estáis casados también ante la ley. Enhorabuena,
Candela y Björn Pedersen, espero que la vida os colme de
mucha felicidad compartida.
─¿Puedo besar a la novia?
Preguntó Björn muerto de la risa y todos, es decir: Leo y
Paola, la madre, la abuela y una prima de la novia, el abogado
de la familia y él mismo, aplaudieron y contemplaron con una
sonrisa como la parejita se abrazaba y se besaba como en las
películas.
─Hacen una pareja perfecta. Tan guapa ¿verdad?
Le preguntó Paz, la prima de Candela, en inglés y
acercándose demasiado a su oído, y él instintivamente saltó, se
apartó y la miró asintiendo.
─Así es.
─¿Ahora qué me vas a enseñar de Estocolmo?
─¿Yo?, nada, lo siento pero me tengo que ir a trabajar.
─¿Estarás de coña?
─¡Vamos!
De pronto apareció Candela por su derecha para coger a
su prima del brazo y lo salvó del momento incómodo
señalándoles la salida con la cabeza.
─Venga, chicos, vamos a comer algo, tenemos reserva en el
DalaNisse a la una.
─Muchas felicidades, Candela ─Magnus se le acercó y la
abrazó muy fuerte antes de mirarla a los ojos─. Ha sido una
boda muy bonita, pero desgraciadamente tengo que irme,
tengo un trasatlántico a las tres.
─Claro, no te preocupes, si solo ha sido un trámite. Tú
tranquilo.
─¿Qué quieres decir con trasatlántico? ─Lo interrogó Paz con
el ceño fruncido.
─Un vuelo largo, me voy a Nueva York.
─¡¿Qué?!, ¿o sea que he venido a Suecia para nada?
─¿Perdona? ─Le preguntó Candela muerta de la risa y ella
bufó.
─Quiero decir, estoy encantada de poder haber venido a tu
boda civil, Cande, pero creí que podría pasar tiempo con
Magnus. En Noruega me prometió que me enseñaría
Estocolmo.
─Yo no recuerdo haber dicho eso y por teléfono te advertí que
tenía trabajo ─contestó él un poco seco y se inclinó para besar
a Candela en la mejilla─. Lo dicho, preciosa boda y muchas
felicidades. Tengo que irme.
─Por supuesto, buen vuelo, Magnus.
─Adiós a todos.
Se acercó a Paola y le dio un beso, otro a la madre y a la
abuela de Candela, palmoteó la espalda de Leo y le pegó un
abrazo muy fuerte al flamante novio.
─Colega, tengo un vuelo y no puedo quedarme a comer,
pero…
─Tranquilo, ya lo celebraremos otro día.
─Ok, cuando vuelva os llamo. Adiós a todos.
Le dio la mano al abogado de la familia, miró al grupo y
les sonrió antes de darles las espalda para salir de allí a la
carrera, con el tiempo justo para llegar a casa, ponerse el
uniforme y salir pitando al aeropuerto.
Pisó la calle pensando que Paz, la prima de Candela, era
muy persistente y se estaba volviendo un pelín incómoda, y
tomó nota mental de hablar con ella seriamente cuando lo
llamara otra vez por teléfono (que lo haría), para dejarle claro
que no tenía ningún interés por ella, ni lo tendría, y que si
seguía insistiendo en “acosarlo” acabaría incluso con la
posibilidad de llegar a ser amigos.
Era una lástima, pero no le dejaba muchas más opciones.
En Noruega ya lo había perseguido a conciencia y a punto
había estado de estropearle la fiesta, y llevaba cinco meses
llamándolo y mandándole mensajes de forma constante.
Suficiente para cualquiera, mucho más para él, que nunca le
había dado pie, ni había hecho nada que la hiciera pensar que
sentía alguna inclinación romántica o sexual hacia ella.
Juventud, pensó subiéndose a un taxi, la gente joven era
muy directa y no entendía de sutilezas ni de mano izquierda, y
esa veinteañera, que le había advertido que a ella no la
rechazaba nadie y que no iba a parar hasta conseguir llevárselo
a la cama, era de las peores.
─Hola, papá.
Respondió el teléfono a su padre llegando a su edificio y
él lo saludó con voz de ultratumba.
─¿Dónde estás, Magnus?
─En casa, pero me voy a Nueva York dentro de dos horas.
¿Necesitas algo?
─La semana próxima es el aniversario del accidente y…
─carraspeó─, vamos a celebrar un oficio religioso en Santa
Clara. Es el miércoles a las cinco de la tarde.
─¿Un oficio religioso? ─Entró en su piso y se fue directo al
vestidor donde tenía el uniforme recién traído del tinte.
─Les he avisado a los Pedersen y solo me ha contestado tu tía
abuela Maggi. Es increíble.
─Ningún Pedersen es religioso, papá, y mamá tampoco lo era.
─Que no lo fuera no significa que no podamos recordarla en la
iglesia donde fue bautizada y dónde se casó conmigo. Si estás
en Estocolmo el miércoles, espero que puedas acompañarnos.
─Estaré en Canadá, creo, pero tengo que revisar el planning
del mes, nos lo cambian continuamente.
─Muy bien, hijo, al menos quedas avisado. ¿Es verdad que
Björn se casaba hoy en el ayuntamiento? Lo he leído en el
periódico.
─Sí, ahora mismo vengo de allí. Solo fue una boda civil, la
gran boda fue el verano pasado en Noruega.
─En fin, buen vuelo y ojalá nos veamos la semana que viene.
─Gracias. Hasta luego.
Le colgó, se cambió muy rápido y cuando se puso
delante del espejo para ajustarse la gorra, le sonó el móvil con
el aviso de que el transporte de la compañía ya estaba llegando
a su calle.
Echó un vistazo rápido al piso, cogió sus llaves, la
maleta, cerró la puerta y bajó al portal calculando que su
padre, que año tras año iba aumentado su sentimiento de culpa
por el accidente de coche que había cegado la vida de su
madre, ahora estaba encontrando un poco de consuelo en la
religión y que de ahí venía lo del “oficio religioso” por el
aniversario de su muerte, porque, si no, todo aquello le
resultaba incomprensible.
─Hola, comandante ¿qué tal?
Lo saludó el conductor del minibús, dos azafatas y
Hugo, su copiloto, y él les sonrió a todos y se sentó en un
asiento libre extendiendo la mano para que le pasaran la
carpeta con el manifiesto y el plan de vuelo. Un vuelo regular
y rutinario Estocolmo- Nueva York que solía durar unas ocho
horas y cincuenta minutos en su Airbus A350-900. Un avión
de pasajeros robusto y seguro que era su favorito, y una de las
joyas de la corona de SAS, Aerolíneas Escandinavas, dónde
trabajaba como piloto desde hacía ocho años.
─Al parecer tenemos un poco de lío en bodega ─le comentó
Hugo y él lo miró de soslayo.
─¿Caballos, vacas, algún tipo de ganado?
─No, un correo de Stockholms Auktionsverk.
─¿La casa de subastas?
─Sí, trasladan dos cuadros de Klimt, valorados en dos
millones de euros, a la sede de Sotheby’s en Nueva York.
Viajan la correo y dos guardias de seguridad privada. Han
montado un poco de lío en el aeropuerto, pero el
Departamento de Relaciones Públicas ya se ha ocupado y los
han dejado supervisar la carga.
─Nadie me había comentado nada.
─Para eso estoy yo.
Hugo le sonrió y luego se concentró en su iPhone.
Magnus miró por la ventana la nieve junto a la carretera, luego
observó el cielo y comprobó que seguía despejado, tal como
anunciaba el parte meteorológico, respiró hondo y volvió su
atención sobre el manifiesto de pasajeros. Repasó los nombres
y de repente, en primera clase, detectó un apellido que le
sonaba un montón: Clausen. Carolina Clausen.
El apellido le sonaba muchísimo, porque era el de un
querido compañero del colegio, uno de sus mejores amigos,
sin embargo, Carolina Clausen no le sonaba para nada, así que
apartó la carpeta, cerró los ojos para relajarse y de inmediato
lo olvidó.
1

Ser correo de arte era uno de los grandes beneficios de


su profesión y consistía en acompañar valiosísimas obras de
arte de un museo a otro, de un domicilio a otro o de una casa
de subastas a otra, defendiendo con tu propia vida su
integridad y su máxima seguridad.
Era una tarea un pelín peligrosa y de extrema
responsabilidad, lógicamente, porque tenías en tus manos
cientos de miles de euros o de dólares, a veces millones, desde
que te entregaban el envío hasta que lo dejabas en su destino,
sin embargo, ella casi nunca pensaba en los riesgos del trabajo
y se lo tomaba como una gran oportunidad para viajar, para
conocer a nuevos colegas, nuevos museos, nuevas galerías o
simplemente para vivir nuevas aventuras dentro del
apasionante y exclusivo mundo del arte.
En resumen, se podía considerar una afortunada y no se
cansaba de agradecérselo al universo, como esa tarde en
Estocolmo, dónde la habían convocado para que se hiciera
cargo de un envío multimillonario de la Stockholms
Auktionsverk, la casa de subastas más antigua del mundo, a la
sede de Sotheby’s en Nueva York. Nada menos que dos
cuadros de Gustav Klimt que un coleccionista privado sueco
había puesto en manos de Stockholms Auktionsverk para que
los sacara a la venta.
─¿Todo bien, Carolina?
Le preguntó la relaciones públicas de SAS, Aerolíneas
Escandinavas, siguiendo su mirada, que no se podía apartar de
los cuadros cuidadosamente embalados y colocados dentro de
un baúl acolchado, con exterior de acero y una cerradura
electrónica de última generación, en uno de los
emplazamientos de la bodega del avión que les habían
asignado, y suspiró.
─Todo bien, gracias.
─Estupendo, entonces os invito a salir de la bodega, porque
técnicamente no está permitido que permanezcáis aquí.
─Lo sé, ya nos vamos. ¿Gustav?
Se dirigió a uno de los dos guardias de seguridad privada
que iban a acompañarla en el viaje, y él le hizo un gesto
positivo con el pulgar dando por bueno el proceso de
almacenaje.
─Ok. Nos vamos y disculpa las molestias, Katerina, pero…
─Lo sé, lo sé ─Le respondió ella señalándoles la salida─, si
mis jefes os han dado carta blanca para supervisar la carga, lo
que pasa es que a los compañeros de equipajes les pone
nerviosos tener personas ajenas al servicio pululando por aquí.
Puede ser peligroso, ¿sabes?
─Nos hacemos cargo. Muchas gracias.
─De nada. Ahora, si os apetece, subid a la Sala VIP y esperad
allí el embarque.
─Si no te importa, Katerina ─Intervino Gustav, ya en la pista
junto al gigantesco avión─, mi compañero Félix, que también
está autorizado por tus jefes, se queda aquí hasta que se cierre
el vuelo y se inicie la maniobra de despegue.
─No creo que haya problemas.
─Estupendo. Carolina ─se dirigió a ella─, pasa tú a la Sala
VIP y en seguida estoy contigo, Olivia te está esperando allí.
─Muy bien, hasta ahora.
Lo dejó junto al avión y caminó detrás de Katerina, que
para ser relaciones públicas parecía tener poco aguante, de
vuelta a la terminal del aeropuerto en completo silencio. Una
vez dentro la condujo a la Sala VIP evidenciando que estaba
muy harta de la mañanita que le estaban dado por culpa de los
dichosos cuadros de Klimt, y finalmente la invitó a entrar con
una media sonrisa.
─¿Necesitáis algo más, Carolina?
─Nada más hasta llegar a Nueva York, muchísimas gracias.
─Bueno, afortunadamente, eso ya no será asunto mío. Espero
que vaya todo bien. Hasta luego y buen viaje.
─Hasta luego.
La siguió con los ojos pensando que igual se habían
pasado un poco con las exigencias en el tratamiento de sus
cuadros, pero rápidamente concluyó que era lo habitual, sobre
todo si se trataba de una obras de arte únicas, valoradas en más
de dos millones de euros, y movió la cabeza decidida a no
quemarse.
Respiró hondo y entró en la Sala VIP buscando a Olivia,
la otra escolta de seguridad a la que había pedido
expresamente para el viaje, porque eran amigas desde sus
primeros tiempos en la sede sueca de Stockholms
Auktionsverk.
─¿Qué tal ha ido? ─Le preguntó Olivia cuando la vio aparecer
cerca de la barra─ ¿Quieres tomar algo?
─Un café con leche, gracias.
─¿Y?, ¿cómo ha ido todo?
─Todo bien, aunque parece que hemos molestado a más de
alguien en SAS. Son muy tiquismiquis.
─¿Por qué?, ¿por supervisar la carga?, es el protocolo.
─Eso creía yo, pero después de comprobar todos nuestros
permisos durante una hora, nos han tratado como a unos
apestados. En fin, es igual, no me voy a amargar. Ahora viene
Gustav, Félix se quedará esperando el despegue.
─Ok.
─En Copenhague suelen ser más amables ─Bromeó, tomando
un sorbo de su café.
─No sé yo… ─La miró de soslayo─. No me digas que no
echas de menos Estocolmo, Carolina, por muy amables que
sean los daneses.
─Estocolmo se echa de menos siempre, pero en días como hoy
me acuerdo de que me encanta vivir en Copenhague.
─Madre mía…
Bufó Olivia y ella se concentró en su café. Abrió la
mochila para comprobar que llevaba todas sus cosas y sacó el
móvil para contestar a varios mensajes de su empresa y de
paso avisarle a su madre que estaba bien y que ya iban a
despegar.
Le escribió contándole un poco de su periplo en el
aeropuerto y ella le respondió desde Dinamarca de inmediato,
contándole que también estaban bien y que le deseaban buen
vuelo y buena suerte con todo.
Sonrió, imaginándose a sus padres en el invernadero o
en el salón de casa disfrutando de una buena taza de té, y se
sintió bien de inmediato, porque solo sentirlos próximos le
producía bienestar y consuelo, alegría, tal vez por eso había
decidido mudarse a Dinamarca hacía cuatro años, para tenerlos
cerca después de vivir hasta los veintiocho en Estocolmo.
Su padre, que era danés, había conocido a su madre en
Suecia hacía cuarenta y cuatro años, se habían casado y
formado una gran familia en Estocolmo, pero nada más
prejubilarse, habían decidido instalarse cerca de Copenhague,
donde él había heredado una casa de ensueño, y allí vivían
desde hacía seis años muy felices, a pesar de estar lejos de sus
cuatro hijos y sus ocho nietos, algo que les pesaba lo suficiente
como para que ella, que era la pequeña, decidiera remediarlo
en parte pidiendo un traslado en el trabajo y mudándose a vivir
a diez minutos de su casa en Hillerød, al norte de Copenhague.
De ese modo, había dejado su puesto como experta en
pintura del siglo XIX y XX en la sede de Stockholms
Auktionsverk de Estocolmo y se había trasladado a su sede
danesa con los mismos privilegios, pero con menos actividad,
porque lógicamente el mayor volumen de trabajo de la
empresa, que había sido fundada nada menos que en 1674, se
encontraba en Suecia.
Aquello había significado una especie de paso atrás en
su fulgurante carrera, no obstante, hasta el momento le estaba
valiendo la pena porque vivía cerca de sus padres, que se
estaban haciendo mayores muy rápido, y, lo más interesante,
porque seguían contando con ella en Estocolmo para ciertos
peritajes, valoraciones y, sobre todo, para actuar como correo
de sus piezas más importantes, que era precisamente lo que
estaba haciendo ese día en el aeropuerto de Arlanda.
─No te muevas.
Le susurró Olivia sujetándola por el brazo y levantando
disimuladamente el teléfono móvil para grabar algo que estaba
a su espalda. Carolina cuadró los hombros y suspiró.
─¿Qué haces?
─Estoy grabando a un par de pilotos macizorros para mi
colección de TikTok.
─¿No estás violando su derecho a la imagen?
─Ay, Carol, no seas aguafiestas, lo hace todo el mundo.
─Tú sabrás ─oyó vibrar el móvil y vio que les estaban
anunciando el embarque de su vuelo─. ¿Has terminado?,
porque tendríamos que ir andando hacia la puerta de
embarque.
─Sí, sí, ya tengo material suficiente. Mira al más alto, parece
salido de una revista de moda.
Asintió, se giró para observar al piloto “macizorro” y al
reconocerlo saltó de la impresión, se giró otra vez hacia su
amiga, se movió disimuladamente hacia un muro que había
cerca y se quedó allí intentando pasar desapercibida, mientras
buscaba una buena vía de escape.
─¿Qué te pasa? ─le preguntó Olivia acercándose a ella con la
boca abierta─ ¿Has visto un fantasma?
─No, peor, a un tío que me cae fatal y al que no quiero saludar.
─¿Uno de los pilotos? ─ella asintió─. Ok, han cogido unos
cafés y se están marchando ¿Cuál es el que te cae tan mal?
─El más alto, lo conozco desde pequeña y últimamente no
hago más que encontrármelo. No lo veía desde hacía años, me
lo encontré hace diez días en Río de Janeiro y ahora aquí. Es
increíble.
─Igual es el destino, yo que tú hablaría con él.
─No, ni de coña.
─Vale, vamos, ya no hay peligro.
La cogió del brazo y abandonaron la Sala VIP camino de
su puerta de embarque, llegaron cerca de las filas repletas de
pasajeros y ahí lo localizó otra vez, tan alto y tan guapo
destacando en medio de la gente con su uniforme impecable,
la gorra de piloto debajo del brazo y el pelo rubio recogido en
un moño hípster que le sentaba de maravilla.
─Me cago en diez ─soltó por lo bajo─. ¿No será nuestro
piloto?
─Está claro que lo es ─musitó Olivia muerta de la risa.
─Joder, joder, joder…
Observó cómo él se despedía del personal de tierra con su
sonrisa de anuncio y se dirigía a la pasarela de embarque tan
seguro de sí mismo, tan firme como había sido toda su vida, y
ella cerró los ojos resoplando.
─¿Qué estáis esperando? ─Peguntó Gustav provocándole un
respingo y fue Olivia la que respondió.
─Nada, ya vamos ¿Carolina?
─Sí, ya, qué remedio… joder…
Siguió protestando mientras pasaba su tarjeta de
embarque y su pasaporte a la azafata de tierra, luego cuando
tuvo que caminar por la “manga” hacia el aparato y al llegar a
la entrada del avión, se apartó para dejar pasar primero a
Olivia y a Gustav mientras ella cotilleaba la cabina de los
pilotos, que desde ese ángulo se distinguía perfectamente.
Se quedó quieta observando la camisa blanca de ese tío
(que se había sacado la chaqueta azul marino), su reloj
carísimo, que era inmenso y deportivo, y finalmente su
perfecta cabeza un poco inclinada para leer una carpeta con
papeles que tenía sobre los mandos.
─Joder ─Repitió para sus adentros─ ¿De todos los pilotos del
mundo me tenía que tocar precisamente Magnus Mattsson?
¿En serio?
Bufó cabreada y en ese preciso instante él pareció intuir
algo y se giró hacia ella rápido, aunque no lo suficiente como
para pillarla espiando, porque de un salto se metió dentro del
avión, buscó su asiento en primera clase y se instaló allí con la
intención de hacerse invisible hasta pisar Nueva York.
2

─Kennedy autorizaciones. SK1014, comandante Magnus


Mattsson, solicito prueba de radio.
Dijo entrando en el espacio aéreo de Nueva York y sintió
como Billy, el jefe de sobrecargos, se asomaba a la cabina, le
ponía un café americano al alcance de la mano y después se
marchaba cerrando la puerta en silencio.
─Se le escucha 5X5, SK1014.
─Buenas tardes, control. ¿Me da datos, por favor?
─Pista de servicio 13R/31L. Precipitación con nieve, tres
grados bajo cero, losa despejada.
─Muchas gracias, control. Procedemos a aproximación.
─Adelante.
Miró a Hugo de reojo, fijó el rumbo magnético e inició
el descenso haciéndole un gesto para que fuera él el que se
dirigiera a los pasajeros y anunciara la inminente
aproximación al aeropuerto J.F. Kennedy de Nueva York.
Afortunadamente, habían tenido un vuelo tranquilo y sin
incidencias, y pretendía aterrizar de la misma forma. Se relajó
y se concentró en la maniobra mientras Hugo se dirigía a los
pasajeros y al personal de cabina primero en sueco y después
en inglés, tras lo cual se ponía a su disposición para
acompañarlo en la tarea de posar el Airbus A350-900, y a sus
cuatrocientos pasajeros, sanos y salvos sobre las pistas heladas
del Kennedy.
─Flaps. Ruedas de freno automático.
Anunció, sintiendo como el inmenso aparato vibraba entre sus
manos; uno de los mejores momentos del vuelo, ese y el
despegue, aunque en teoría eran los más peligrosos; y sujetó
los mandos con tranquilidad, traspasando los Cumulonimbos y
viendo a los pocos segundos el entorno de las pistas cubiertos
por una nieve blanca y espesa.
─Mucha nieve, mucho hielo ─susurró Hugo.
─No para un sueco ─Le respondió él sonriendo y
descendiendo a buena velocidad─. Landing.
Se aproximó a la pista asignada y tocó tierra suavemente
(suave para una mole de 275 toneladas), mientras la torre de
control le daba la bienvenida y se enzarzaban en esos diálogos
técnicos que repetía casi por inercia, aunque su primer
instructor de vuelo le había enseñado que nunca, jamás, había
que volar por inercia o dando las cosas por sentadas.
Se centró en el protocolo y vio que tenían una alerta
referida a la carga millonaria que llevaban en bodega para la
casa de subasta Sotheby’s de Nueva York y que iba custodiada
por un correo y dos agentes de seguridad privada.
Dio el visto bueno para que se siguieran las
instrucciones aprobadas por su compañía y por las autoridades
locales con respecto a las obras de arte, y se dedicó a rodar su
avión suavemente hasta la plataforma de desembarque. Cogió
el micrófono interno para despedirse de su pasaje y de su
tripulación, y de paso pidió un poco de paciencia para que los
pasajeros no se desabrocharan los cinturones, aunque sabía
que eso era tarea imposible, ya que nada más pisar la pista la
gente se volvía loca y empezaba a quitarse los cinturones de
seguridad, a encender los dispositivos electrónicos e incluso a
ponerse de pie. Una costumbre muy mala y peligrosa, porque
si por casualidad sufrían un bache o un impacto inesperado,
podían salir disparados contra los asientos o el pasillo.
─Motores apagados, vuelo cerrado. Apertura de puertas. Buen
trabajo, compañero.
Se dirigió a Hugo y él le sonrió extendiéndole la
carpetita con el plan de vuelo para que la firmara, y luego
ambos se concentraron en repasar uno a uno los pasos del
protocolo de aterrizaje, el checklist, mientras la tripulación
despedía a los pasajeros y se comenzaba el desalojo del
aparato.
─Hola, chicos…
Saludó a los operarios de seguridad y mantenimiento del
aeropuerto veinte minutos después, mientras abandonaba la
cabina de mando, y antes de dejar el avión se despidió del jefe
de cabina que a su vez le confirmó que ellos también habían
terminado la lista de chequeo y que se marchaban todos al
hotel.
─Buen vuelo, comandante. La mayoría vamos a cenar algo en
el restaurante del hotel ¿Te apuntas?
─No, gracias, Billy, ya tengo otro compromiso. ¿Todo en
orden con el pasaje?
─Sin novedad salvo con los del Klimt.
─¿Qué pasa con ellos?
─La descarga de los cuadros se está retrasando y la correo está
montado un pequeño barullo en el mostrador de SAS ─le
señaló el teléfono móvil─. Acaban de contármelo.
─¿Quién se está ocupando de resolverlo?
Caminó de prisa por la rampla de desembarque detrás de
Hugo, que estaba como loco por llegar a Manhattan para ver a
su novia, y Billy no dijo nada hasta que él se detuvo dentro del
aeropuerto, giró y lo miró a los ojos.
─¿Billy?
─No lo sé, Magnus, solo sé que los tienen esperando y que no
los han dejado bajar a supervisar la descarga.
─¿Por qué no?
─No es asunto nuestro, colega ─Intervino Hugo señalándole la
salida─, ya se ocupará el personal de tierra. Vamos.
─Claro que es asunto nuestro, no voy a permitir que haya un
problema con una carga millonaria de obras de arte. No en mi
avión.
─Ok, pero…
─No os preocupéis, id saliendo y yo me pasaré a comprobar
qué está pasando. Os veo más tarde en la ciudad, hasta luego.
─El transporte de la compañía se marchará sin ti.
─Es igual, pediré otro o me iré en taxi.
Les dijo adiós con la mano, les dio la espalda y se fue directo
al mostrador de SAS de esa inmensa terminal de llegadas
donde siempre había un trajín enorme.
Caminó hacia allí arrastrando el trolley y la percha con
su segundo uniforme pensando que, si aún no se había resuelto
la entrega de los cuadros de Gustav Klimt iba a tener que
intervenir directamente para solucionarlo, porque hasta que no
estuvieran en manos del correo asignado por Stockholms
Auktionsverk, moralmente no podía dar por finalizada su
responsabilidad sobre los mismos.
Esquivó el mar de gente que llenaba las instalaciones del
Kennedy, empezó a vislumbrar las letras de Aerolíneas
Escandinavas al fondo de un inmenso pasillo, y a medida que
se fue acercando, vislumbró también un pequeño grupo de
personas que estaba discutiendo junto al mostrador con varios
papeles en la mano.
Dio por hecho que se trataba del correo y los agentes de
seguridad privada, y llegó hasta ellos viendo a una chica
joven, alta y morena, muy estilosa, llevando la voz cantante
del rifirrafe. Sin querer la recorrió con los ojos, porque era un
bellezón y porque llevaba el pelo recogido en un moño sujeto
con un boli, un detalle que le pareció muy gracioso. Bajó los
ojos por sus vaqueros y sus zapatillas de deporte y cuando la
tuvo a medio metro todos sus acompañantes lo miraron a él
por encima de su hombro, provocando que ella se callara y se
girara para clavarle unos enormes y familiares ojazos oscuros.
─Vaya por Dios.
Soltó sin querer al reconocerla, porque se trataba nada
menos que de esa joven que le había arruinado la Nochevieja
en Río de Janeiro, cuando le había espetado un montón de
impertinencias sin venir a cuento, y sin que los hubiesen ni
presentado, y ella dio un paso atrás cruzándose de brazos.
─¿Me estás siguiendo? ─Bromeó y ella frunció el ceño─. Lo
digo porque es la segunda vez que te veo en menos de quince
días.
─Muy gracioso.
─¿Necesita algo, comandante?
Se apresuró a preguntar la azafata de tierra de SAS y él
dejó de mirar a la preciosa y maleducada jovencita, y le prestó
atención.
─¿Usted es?
─Evelyn Berg, jefa de servicio.
─Encantado, Evelyn, yo soy Magnus Mattsson, comandante
del SK1014.
─Sé perfectamente quién es, comandante.
─Genial, entonces me podrá explicar qué problema ha surgido
con la descarga de…
─Gustav Karlsson, comandante Mattsson ─Interrumpió en
sueco un tipo alto con pinta de militar ofreciéndole la mano─.
Soy el responsable de seguridad de Stockholms Auktionsverk.
Mis compañeras y yo llevamos un rato tratando de explicar a
estas personas que me habían autorizado para recoger
personalmente la valija que traemos para Sotheby’s. En
Arlanda pudimos supervisar su custodia hasta el momento del
despegue y ahora, aquí, nos dicen que tenemos que esperar a
que nos la traiga algún operario de equipajes.
─Esto es completamente irregular ─Intervino su “amiga de
Río de Janeiro” ─, y no solo porque puedan perderla o alguien
la pueda robar, sino porque, encima, la pueden destrozar sin la
manipulación adecuada.
─Nadie va a destrozar nada, señorita Clausen ─se defendió la
asistente de tierra─, hay gente especializada para estas cosas.
─¿Qué está haciendo para ayudar a nuestros pasajeros,
Evelyn? ─Quiso saber él soltando la maleta y dejando la
percha con el uniforme sobre el mostrador.
─Estamos siguiendo el protocolo, comandante.
─¿El de SAS o el del aeropuerto Kennedy?, porque a lo que a
nosotros respecta, la descarga debía supervisarla
personalmente el equipo enviado por Stockholms
Auktionsverk. Así se acordó y así consta en el contrato que
firmaron con la compañía, por lo tanto, si no resuelve esto ya,
ahora mismo, nos podemos ver inmersos en un problema legal
gravísimo. ¿Lo entiende o se lo repito en inglés?
─Lo entiendo perfectamente, pero…
─¿Tendré que llamar a la central en Estocolmo para que usted
les explique por qué estamos entorpeciendo la descarga
pactada de unas obras de arte?
─Veré qué puedo hacer.
─Gracias. Esperaré aquí hasta que se resuelva.
─Como quiera ─Bufó ella mirándolo con cara de asesina.
─Muchas gracias.
Le dijeron el tal Karlsson y la otra chica del grupo, y él asintió
observando cómo la señorita Berg se alejaba para llamar a
alguien con su walkie-talkie. Una llamada corta y precisa que
al parecer la autorizó para hacer algo útil, porque
inmediatamente regresó llamando a Gustav Karlsson con la
mano.
─¿Me acompaña?, ya tenemos su envío bajo custodia.
─Vamos allá ─susurró Karlsson e hizo amago de seguirla,
pero antes se detuvo y le ofreció la mano─. Muchas gracias
otra vez, comandante.
─Magnus, me llamo Magnus.
─Gracias, Magnus.
─No hay de qué.
Lo vio marcharse y solo entonces prestó atención al resto del
personal de tierra de la compañía, que había seguido la charla
desde detrás del mostrador sin intervenir. Los saludó con una
venia y luego buscó los ojos de su “amiga de Río de Janeiro”
─¿Te apellidas Clausen?
─Sí ─contestó ella mirando a su compañera─. Olivia, voy a
llamar a Sotheby’s para tranquilizar a Mary, tengo varios
mensajes suyos y…
─Disculpa.
Le cortó el paso y la escrutó con atención, porque de repente
se dio cuenta, observándola a esa distancia, que no solo le era
familiar por la dichosa Nochevieja en Río, si no por algo más,
algo mucho más concreto, y dio un paso atrás rascándose la
mejilla.
─¿No serás familia de Erik Clausen?
─Sí, es mi hermano.
─¡¿Tú eres hermana de Erik?! ¿Por qué no me lo habías dicho
antes?
─No te conozco, ¿por qué te lo iba a decir?
─Carolina… ─Resopló su compañera moviendo la cabeza.
─Es verdad, no lo conozco de nada.
─Pero en Río de Janeiro me dijiste que me conocías del
colegio.
─Por mis hermanos mayores.
─Carolina Clausen ─repitió, tratando de recordarla sin ningún
éxito─. Lo siento, pero las únicas hermanas que recuerdo de
Erik son Violeta y Amanda, su hermana mayor y su melliza…
pero… ¡ah, claro! ¿Carrie? ¿Tú eres la pequeña Carrie?
─Solo mi familia me llama así.
─Carrie, joder, en realidad te pareces mucho a Erik y a tu
madre. ¿Qué tal están tus padres?
─Todos muy bien, muchas gracias. Olivia ─Lo ignoró
mirando a su amiga─. Lo dicho, voy a llamar a Mary.
Sacó su teléfono móvil y se alejó dándoles las espalda.
Él frunció el ceño pensando que había estado fatal mirar a la
hermana pequeña de un amigo como lo había hecho él hacía
quince minutos, pero para su descargo, no tenía ni idea de
quién se trataba. La Carrie que él recordaba era una cría
pequeña con gafas y aparato, una pizpireta que siempre andaba
pegada a los talones de Erik y Amanda, pero a la que no había
vuelto a ver desde sus tiempos de secundaria, tal vez desde los
primeros años de universidad, cuando él había ingresado en la
Fuerza Aérea Sueca y había dejado de relacionarse con la
mayoría de sus colegas del colegio.
─No se lo tengas en cuenta, de normal es una chica estupenda
y muy maja ─Le dijo Olivia y él la miró y le sonrió.
─¿Maja y estupenda?, no es mi experiencia hasta ahora, pero
es igual, no pasa nada.
─Está nerviosa por el tema de los cuadros, lo que ha pasado
aquí es una pesadilla para cualquier correo.
─¿O sea que ella es el correo?
─Sí, Gustav y yo somos los guardias de seguridad de
Stockholms Auktionsverk.
─Entiendo.
Levantó la cabeza y vio como Karlsson y Berg, escoltados por
dos miembros de la seguridad del aeropuerto, regresaban con
un carrito de equipajes y sobre él lo que parecía ser su valija
para Sotheby’s.
─Bueno, parece que el problema ya está solucionado. Ahora
debería irme.
─Muchas gracias, Magnus, sin tu ayuda seguro que habríamos
esperado aquí hasta mañana.
─De nada, hasta luego.
─Si quieres, podríamos tomar algo para agradecerte el apoyo
─sacó una tarjeta y se la entregó─. Solo nos quedamos esta
noche, pero… no sé… una copa, una cena, lo que quieras.
Llámame.
─Muchas gracias, pero esta noche no puedo, tengo un
compromiso y también necesito dormir. Mañana volamos de
vuelta a casa.
─Nosotros también, ¿en el vuelo de las seis de la tarde?
─Así es.
─Genial, entonces te vemos mañana y ya quedaremos en
Estocolmo. Con Gustav y conmigo, eso sí, porque Carolina
vive en Copenhague y se va desde Nueva York directamente
hacia allí.
─¿Copenhague?, ¿no trabaja para Stockholms Auktionsverk?
─Sí, pero en la sede danesa de la empresa.
─Ok, pues, espero que no surja nada más y nos veamos
mañana. Hasta luego.
Se despidió, cogió sus cosas y puso rumbo a la salida
para pillar un taxi, aunque antes buscó con los ojos a la
hermana pequeña de Erik y la vio acercándose a sus obras de
arte con evidente alivio.
Sonrió, apuntando mentalmente llamar a su mejor amigo
del colegio para contarle que había visto a su hermanita
pequeña en Río de Janeiro y después en Nueva York, y sacó el
teléfono móvil para contestar una llamada entrante.
─Come stai, bellissima?
Respondió en italiano, llegando a la fila de los taxis, y lo
que escuchó fue la sexy y cálida voz de su amiga Giovanna.
─¿No habías aterrizado hace dos horas, amore?, ¿por qué no
estás aquí?
─Porque se me ha complicado un poco la cosa. Cojo un taxi y
estoy en Manhattan en seguida.
─Mi fiesta ya ha empezado.
─Llegaré un poco tarde, pero llegaré. No te preocupes.
─Vale, hasta ahora, mio amore.
3

─¡Hola!
Entró en el piso de Sten con su propia llave y antes de ir
a saludarlo guardó su maleta y su mochila en el armario del
recibidor, colgó su abrigo y lo cerró todo con sumo cuidado
para no dejar nada fuera de su sitio.
Se miró en el espejo del salón y se arregló un poco el
pelo sonriendo, porque la casa olía de maravilla y sabía que le
esperaba una cena deliciosa y saludable. Una de esas que su
novio sabía elaborar con tanto mimo, con tanta dedicación; se
alisó el jersey y luego se fue a buscarlo a la cocina.
─Hej, guapo.
Se le acercó por la espalda y él la miró de reojo sin soltar
la cuchara de madera que estaba utilizando para aliñar la
ensalada.
─Hola, peque, pensé que tardarías un poco más en llegar, le
faltan unos seis minutos a la lasaña.
─No te preocupes por eso ─Se le abrazó fuerte y le besó la
espalda─. Puedo esperar, mientras tanto me tomaré una copita
de vino.
─He comprado dos tintos en la tienda de Moira, están en el
botellero.
─¿Y no queda nada del Rioja que traje de España? ─Lo miró y
él se encogió de hombros.
─Tiré los restos, no me gusta tener vino no vegano en casa,
cielo.
─¿Qué?
─Es más saludable, Carol, y sabe igual.
No sabe igual ni de lejos, pensó, pero no quiso
enzarzarse en una discusión inútil justo el día que volvía de
Nueva York, y se fue al ordenado botillero donde tenía los
vinos veganos que su amiga Moira traía a su tienda ecológica
especialmente para él. Cogió una botella y la descorchó
buscando una copa.
─¿Quieres un poco, Sten?
─No, nada de alcohol hasta el fin de semana. Gracias.
─Vale, como quieras.
─¿El vuelo bien?
─Sí, he dormido bastante. Estaba agotada después de las
tensiones de la ida.
─¿Qué tensiones?, si al final se resolvió todo favorablemente
─Levantó los ojos azules y se los clavó─. Lo importante es el
resultado ¿no?, y al final todo salió tal como esperabas.
─Sí, pero los nervios y el disgusto de la ida, sin poder
intervenir en la descarga… en fin. Tienes razón, voy a
quedarme con los bueno. Lo importante es que los cuadros ya
están sanos y salvos en Sotheby’s.
─Claro, peque ─Se le acercó y le dio un casto beso en la
nariz─. En nuestras manos está ser positivos.
─Lo más positivo es que he traído las cremas que me había
encargado tu madre, al final me ha dado tiempo a pasar por
Macy’s.
─Genial, se las podemos llevar el fin de semana.
─Se las tendrás que llevar tú, el fin de semana iré a casa de
mis padres. Mi hermano y mi cuñada vienen con los niños,
¿recuerdas?
─Sí, pero eso lo puedes hacer el sábado ¿no?, el domingo
podemos tomar el brunch con mis padres.
─Erik viene desde Estocolmo, me gustaría pasar todo el finde
con él y con los niños, al bebé apenas lo conozco.
─No tiene ni seis meses, no creo que le importe.
─Sten… ─Lo miró muy seria y él se encogió de hombros
antes de echarse a reír.
─Estaba bromeando, tú haz lo que quieras.
─¿No quieres venir a Hillerød conmigo?, podemos pasar un
finde tranquilo en…
─No, gracias, peque, ya sabes que no entiendo muy bien
vuestro rollo familiar y mucho menos con niños de por medio.
─No tienes que tocarlos, ni hablarles, ni siquiera mirarlos.
─Yo paso, pero podemos vernos el domingo por la noche para
cenar. ¿Te parece?
─Vale.
Respondió un poco decepcionada, porque, aunque
llevaban un año siendo una “pareja formal y oficial”, él nunca
hacía el esfuerzo de estar con su familia, ni siquiera por
cortesía, y aquello empezaba a escocerle un poco, sobre todo
por sus padres, que no entendían por qué el “novio” de su hija
pequeña los evitaba de forma tan evidente y descarada.
─¡Ring!
Sonó la alarma del horno y Sten saltó para sacar la
fuente con la lasaña de verduras. Ella lo siguió con los ojos
con ganas de coger sus cosas y marcharse, porque había días
en que solo quería huir de ahí y no verlo nunca más, nunca
más, porque esa frialdad, esa distancia con la que se
desenvolvía la sacaba de quicio, pero en seguida recuperó el
sentido común y recordó que Sten representaba, en muchos
aspectos, todo lo que ella buscaba en un hombre, es decir:
estabilidad, lealtad, madurez, compromiso y calma. Unas
cualidades muy difíciles de encontrar entre los chicos de su
edad con los que solía relacionarse.
─No te pongas tan seria ─le dijo, señalándole la silla para que
se sentara─. Solo soy sincero, sabes que no soporto a los niños
y mucho menos a un bebé de seis meses. Si voy a casa de tus
padres, acabaré escapándome antes de que me sirvan un café y
será peor.
─Si no haces un esfuerzo nunca verás a mi familia, tengo ocho
sobrinos.
─Tampoco es necesario, salgo contigo, no con ellos.
─¿Entonces por qué yo frecuento tanto a tus padres?
─Porque tú eres mejor persona que yo.
─No estoy bromeando, Sten.
─Vamos a dejarlo, la lasaña no puede esperar. Bon appetit.
Se inclinó para darle un beso en la frente y luego se
sentó en su sitio cambiando de tema radicalmente para
hablarle de sus pacientes y de un congreso en Suecia al que
tenía que asistir en febrero, coincidiendo con San Valentín, lo
que podía ser una buena excusa para celebrarlo allí porque,
aunque él no era muy aficionado a ese tipo de celebraciones e
incluso le parecían ridículas, estaba dispuesto a transigir y a
celebrarlo con ella en Estocolmo si a ella le hacía ilusión.
Ella lo miró probando la lasaña y lo dejó divagar sin
replicar ni implicarse mucho en la conversación, porque lo de
San Valentín le daba tan igual como a él y porque, de repente,
empezó a sentir como el jet lag comenzaba a atacar su cuerpo,
algo que le solía pasar cuando volvía de América o de
cualquier parte del mundo que estuviera a más de seis horas de
vuelo.
Respiró hondo tomando un sorbo de vino y sin venir a
cuento pensó en Magnus Mattsson, que se pasaba la vida
volando de un hemisferio a otro y sin mucha tregua, aunque
los pilotos de largos recorridos trabajaban poco, o eso había
leído alguna vez, y seguramente había aprendido a descansar
bien y a asimilar los cambios horarios sin mayores problemas.
Al menos era joven y fuerte, y estaba en muy buena
forma, y eso, desde luego, debía ayudar a sobrellevar su estilo
de vida nómada y estresante, porque ser piloto comercial debía
ser muy estresante, por eso descansaban tanto entre un vuelo
intercontinental y otro. Si no recordaba mal, un día entre una
ida y una vuelta, y hasta una o dos semanas entre un vuelo y
otro.
─¿Carolina?
La llamó de repente Sten y ella levantó la cabeza y lo
miró con una sonrisa.
─La lasaña está perfecta, muchas gracias.
─No te estaba preguntando eso, ¿estás bien?
─Sí, no sé, solo me ha entrado el sueño.
─Cenas y a la cama, si quieres quedarte aquí, y mañana estarás
como nueva.
─Lo sé.
─Te estaba diciendo que me ha llamado tu hermana.
─¿Mi hermana?, ¿qué hermana?
─Amanda.
─¿Por qué?
─Para pedirme consejo profesional. Le han diagnosticado un
TDAH a Andy y dice que no la convence.
─¿Andy con TDAH?, no me ha dicho nada.
─Fue ayer y tú estabas trabajando en Nueva York.
─Sí, pero… joder… es algo importante.
─Quería que le recomendara algún siquiatra en Londres y le
he dado el nombre de Samantha Cameron. ¿Te acuerdas de
ella? Hicimos juntos la especialidad en Cambridge y es la
mejor en Trastorno por Déficit de Atención.
─Andy ya tiene ocho años, ¿es normal que no se lo hayan
diagnosticado antes?
─Mucho más normal de lo que te imaginas. He mandado un
correo a Sam y me ha dicho que les buscará un hueco para esta
semana.
─Muchas gracias. Joder ─dejó el tenedor y la servilleta sobre
la mesa─. Amy debe estar preocupadísima, lo siento, pero voy
a llamarla.
─¿No puedes esperar a que nos acabemos el postre?
─No quiero postre, muchas gracias. Discúlpame.
Se levantó y él se quedó resoplando y recogiendo los
platos, porque no podía soportar la idea de tener platos o
cubiertos sucios en la mesa, y ella lo miró de reojo y se alejó
de la cocina sacando el teléfono móvil para llamar a su
hermana, que era una feliz madre de familia numerosa
residente en Londres, ciudad natal de su marido.
Marcó su número un par de veces y a la tercera ella le
respondió un poco agitada.
─Hola, peque ¿ya has vuelto?
─Sí, estoy cenando con Sten y me ha comentado lo de Andy.
¿Cómo estáis?
─En este momento contándole un cuento a los gemelos.
─Vaya, entonces te llamo más tarde.
─Ya es igual, Andrew ha tomado el relevo.
─Siento molestar, pero ni miré la hora, solo me quedé con lo
del TDAH y…
─Ya, es una putada, pero en el fondo estamos aliviados de
saber qué le está pasando y cómo lo podemos ayudar. De todas
maneras, consultaremos una segunda opinión.
─Sten dice que la colega que te ha recomendado es muy
buena.
─¿Tú la conoces?, él solo habla maravillas de ella.
─Sí, bueno, una vez cenamos con ella en Londres, cuando
acompañé a Sten a un congreso en el King’s College. Creo que
te lo comenté…
─Ah, claro, de eso me sonaba, es su ex ¿no?
─Sí, su novia de Cambridge, aunque ahora es una mujer
felizmente casada con un productor de televisión.
─El caso es que ha sido muy amable y me ha buscado una cita
urgente para el viernes. Ya te contaré.
─Vale. ¿Andy está bien?, ¿se lo habéis explicado?
─Sí, se lo hemos explicado, pero pasa bastante, obviamente.
Él es así. A los que no les he dicho nada es a papá y mamá.
Hasta que no tengamos un diagnóstico contrastado y firme, no
voy a discutirlo con ellos, así que, porfa, Carrie, mucha
discreción.
─Por supuesto, no te preocupes. ¿Tú estás bien?
─Bien, tranquila. ¿Tú qué tal?, ¿qué tal en Manhattan?
─El trabajo bien, lo demás visto y no visto, no he tenido
tiempo ni de pasear por Time Square.
─Qué lástima.
─En fin, te dejo seguir con los cuentos. Manda un beso a los
niños y otro a Andrew. Te quiero.
─Yo también te quiero, cariño, ya hablaremos. Un beso.
Su hermana le colgó y ella respiró hondo mirando el
móvil, sin saber muy bien qué hacer, porque ante una situación
así tampoco podía ayudar mucho, ni siquiera aconsejar, así que
volvió a la cocina para ayudar a Sten a meter los platos en el
lavavajillas, y se dedicó a eso, a recogerlo todo en absoluto
silencio, sin un solo comentario, pero en perfecta armonía,
como una pareja bien avenida, hasta que acabaron y él la miró
señalándole su despacho.
─Voy a revisar algunas notas de hoy y a poner al día la agenda
de mañana. ¿Te vas a quedar o…?
─Pues… ─se miró a sí misma y luego miró hacia el ventanal
que daba a la calle─. Ha dejado de nevar y mañana tengo que
madrugar, si no te importa, mejor me voy a casa. Estoy
rendida.
─¿Cómo me va a importar, peque?
─Vale, estupendo, y muchas gracias por la cena.
─¿Qué te dijo Amanda sobre Andy? ─La siguió hacia el
recibidor y observó atento como ella sacaba su abrigo y su
maleta del armario.
─No mucho, están tranquilos, solo quieren una segunda
opinión y tu amiga les ha dado hora para el viernes.
─Sam es estupenda y muy generosa, seguro que les ayuda a
afrontar mejor el tema.
─¿Tú crees que no hay duda y es un TDAH?
─Es un diagnóstico sencillo, no creo que se haya equivocado
el primer especialista.
─Ok.
─Hoy en día no es una desgracia, existen terapias y
medicación.
─¿Medicación?, solo tiene ocho años.
─¿Y qué problema hay? Existen estimulantes como el
metilfenidato que funcionan muy bien en niños y adolescentes,
pero eso tendrá que determinarlo su médico.
─¿Qué?
─No entiendo ese miedo que tenéis la gente de a pie a la
farmacología, en siquiatría es un elemento fundamental y
efectivo para ayudar a nuestros pacientes. No es ningún drama,
Carolina.
─Que mi sobrino de ocho años empiece a medicarse con
estimulantes me preocupa. Es normal.
─En todo caso, sus padres tendrán que dejar esa decisión en
manos de sus médicos, con lo cual, es estéril que tú y yo
discutamos ahora sobre esto. ¿Te pido un taxi?
─Tú eres siquiatra ¿con quién mejor puedo discutirlo?
─Madre mía ─se acercó y la besó en la frente─. No es mi
paciente ni es tu hijo, es tu sobrino y es cosa de sus padres, no
nuestra. Voy a pedir un taxi.
Carolina lo observó con la boca literalmente abierta, sin
saber qué hacer o cómo comportarse ante tan poca empatía, y
finalmente abrió la puerta y salió al rellano arrastrando su
maleta y colgándose la mochila al hombro.
─Tardará cinco minutos ─le anunció Sten asomándose y
sujetando la puerta─. No bajes ahora a la calle, te vas a helar.
─Estoy bien, gracias.
─¿Te has enfadado?, porque si es así pienso ignorarlo, sé que
no he dicho nada que no sea lógico o verdadero.
─Adiós, Sten ─Respondió entrando en el ascensor.
─Adiós, nos vemos el domingo para cenar.
─No lo sé, te aviso el sábado. Adiós.
Esperó que se cerrara la puerta del ascensor y soltó la
maleta para restregarse la cara con las dos manos,
preguntándose qué hacía yendo hasta allí después de un viaje
tan largo, si a su novio le daba igual lo que sintiera o le pasara
o le preocupara. Si total, él vivía su propio mundo donde ella
no le hacía la menor falta.
Ay, Dios, Carolina, se dijo saliendo al vestíbulo del
edificio, si ni siquiera te ha dado un beso en condiciones.
4
Klara Kyrka, o la Iglesia luterana de Santa Clara, estaba
ubicada en Norrmalm, en pleno corazón de Estocolmo, y, si no
recordaba mal, había sido construida por un arquitecto de
origen holandés sobre los cimientos del convento de Santa
Clara, allá por el siglo XVI. Tenía la segunda torre más alta de
Escandinavia, después de la de la Catedral de Upsala, al
noroeste de Estocolmo, y era el quinto edificio más alto de
Suecia. Ciento dieciséis metros de altura, recordó, aceptando
que ser criado por dos arquitectos, le había servido para
almacenar un montón de datos curiosos sobre las joyas
arquitectónicas más importantes del mundo.
Una suerte, porque de pequeño había viajado un montón
con su madre y con Leo, su padrastro, y ambos se habían
ocupado de mantenerlo perfectamente informado de todo lo
que veían y visitaban.
Una infancia feliz, muy divertida e intensa al lado de un
padrastro estupendo y de una madre maravillosa e incansable,
la guapísima Agnetha Pedersen, que desgraciadamente había
fallecido a los cincuenta y un años víctima de un accidente de
tráfico. Un hecho espantoso que estaban recordando esa tarde
allí, precisamente en la Iglesia de Santa Clara, donde su padre
se había empeñado en organizar un funeral por el séptimo
aniversario de su muerte.
Puro y auténtico sentimiento de culpa.
Respiró hondo y se sentó mejor en el banco de la iglesia,
sintiendo como la tía Maggi, la única tía que quedaba viva de
su madre, le acariciaba el antebrazo a modo de consuelo. Él la
miró de reojo y le sonrió sin mucha emoción, porque la verdad
es que, tras siete años de duelo muy trabajado con su
terapeuta, ya llevaba bastante mejor la repentina muerte de
Agnetha. Una muerte acaecida un 24 de enero mientras volvía
de una cita clandestina con su exmarido, es decir, con su
padre, con el que estaba manteniendo una aventura secreta
desde hacía un par de años. Un palo tremendo para Leo y para
él mismo, porque no recordaba haber visto a sus padres bien o
en armonía nunca, jamás, en toda su vida.
Aquello, por lo tanto, se había traducido en un gran
dolor por la pérdida, pero también en la más absoluta
estupefacción.
A aquella tragedia, que los había devastado, porque no
solo lo había dejado huérfano a él, que ya era un adulto, sino
también a sus hermanos gemelos de seis años, se había
sumado, encima, el gran escándalo que había estallado por las
circunstancias del accidente y por los secretos escabrosos del
mismo que se empezaron a comentar en todos los salones del
Estocolmo más exclusivo, aquel en el que Agnetha Pedersen
había reinado desde que había nacido.
De la noche a la mañana, no se hablaba de otra cosa en
la ciudad, porque no solo había muerto de forma inesperada la
carismática hija mayor de un rico y famoso industrial sueco,
una madre de familia con hijos pequeños, una arquitecta y una
empresaria de éxito con pareja estable desde hacía más de
veinte años, sino que lo había hecho mientras abandonaba a las
tres de la tarde un motel cercano a Värmdövägen, donde
llevaba muchos meses encontrándose furtivamente con su
exmarido, el reputado banquero (también casado) Stellan
Mattsson.
Todo aquel circo había sido horroroso y a partir de ese
momento no había podido aparecer en ningún sitio público,
esos en los que siempre se había sentido a gusto, sin que
alguien no le preguntaran si él sabía que sus padres eran
amantes desde hacía dos años. Una pesadilla, y además viendo
que Leo, al que él adoraba, se tenía que hacer cargo de sus
hijos, de su empresa y de su dignidad sin ningún recurso,
porque a él, como a los demás, el affair de Agnetha con
Stellan le había pillado por sorpresa.
Ese punto de inflexión en sus vidas, afortunadamente, no
lo había apartado de su padrastro, al contrario, los había unido
aún más y desde ese momento él, al igual que sus tíos
maternos, se había volcado e involucrado directamente en la
crianza y el cuidado de Leo y Álex, sus hermanos pequeños, y
no los había dejado solos frente al peso del escándalo y del
dolor.
Durante los últimos siete años se habían apoyado mutuamente
como la familia que eran, habían salido adelante juntos y se
habían fortalecido juntos y, aunque jamás entendería por qué
su madre estaba siendo infiel a Leo precisamente con su padre,
al que aparentemente no soportaba, había aprendido a no
juzgarla, había aprendido a perdonarla, como también había
conseguido perdonar a Stellan, al que consideraba poco más
que un pariente, porque para él, desde los once años, su único
padre había sido, y seguía siendo, Leo Magnusson.
─Amén.
Oyó que decía la gente poniéndose de pie a su alrededor,
dio por hecho que el oficio religioso había acabado y se
levantó también ofreciendo el brazo a su tía abuela Maggi.
─Vamos, tía Maggi, si quieres te acompaño a casa.
─Deberías haber venido de uniforme, Magnus, me encanta
verte con el uniforme, cariño ─Le dijo ella acariciándole la
mejilla.
─No llevo uniforme si no vuelo, tía.
─¿Cómo qué no?, ¿no tenéis el de gala para actos solemnes
como este?
─En la Fuerza Aérea Sueca sí, en las Líneas Aéreas
Escandinavas no y desde hace ocho años yo…
─Siempre serás aviador, cariño, tu abuelo estaría tan
orgulloso.
─Vale, te llevo a casa.
─No hace falta, me está esperando el chófer. ¿Cuándo vas a
venir a almorzar conmigo?, podrías traer a los niños, hace
mucho tiempo que no los veo. Creí que Leo los traería hoy al
funeral.
─Esto no tiene nada que ver con ellos, menos aún con Leo.
─Tienes razón, pero, bueno, llévamelos un día y arrastras
también a tu tío Björn. Desde que se ha enamorado apenas me
llama por teléfono.
─Va y viene de Noruega y…
─No lo defiendas, ya sé cómo sois.
─Sabes que todos te queremos y estamos pendientes de ti.
─Zalamero ─se le cogió fuerte al brazo─ ¿Qué te parece
Candela?, creo que nunca he visto a Björn tan contento.
─Ella es estupenda y es la horma de su zapato. Son muy
felices juntos.
─Me ha dicho que están buscando un niño.
─Sí, parece que quieren ser padres, pero no les he preguntado
directamente por el tema.
─Hay que tener hijos o si no nos vamos a ir todos a la mierda.
Le soltó tan ancha llegando a la puerta de la iglesia
donde la estaba esperando su chófer y Magnus de echó a reír.
─Ay, tía Maggi, eres de lo que no hay.
─Suecia necesitas más niños, toda Europa los necesita, el
continente envejece y hay que poblarlo. Espero que tú no
tardes mucho y me des algún sobrino o sobrina antes de que
me haga más mayor. Serían mis bis sobrinos nietos.
─Ya veremos.
─Eres tan guapo, Magnus, que tienes la obligación de procrear
─Lo miró de arriba abajo y luego le acarició el pecho─. Tienes
los mismos ojos de tu madre y me encanta verte, porque te
miro y la veo a ella. Llámame y ven a visitarme cuando
quieras. ¿De acuerdo?
─Lo prometo, tía Maggi. Cuídate.
Observó cómo se marchaba escoltada por el chófer y
volvió a decirle adiós con la mano cuando ella se subió al
vehículo y lo miró con una sonrisa. Reculó, pensando en ir a
despedirse de su padre, pero antes de volver a entrar en la
iglesia Ingrid, su última “madrastra”, lo interceptó para darle
un abrazo de los suyos.
─¡Magnus!, qué alegría verte, tu padre no estaba muy seguro
de que pudieras venir.
─Me cambiaron el planning a última hora y me he podido
acercar. ¿Qué tal estás?
─Bien, todo bien, gracias. ¿Tú?
─Bien también… ─se apartó de ella para despedirse de otros
familiares y luego volvió a mirarla a los ojos─. Debería irme,
tengo que…
─Espera un momento para despedirte de Stellan, por favor,
está muy ilusionado con verte aquí, nadie de la familia de tu
madre, salvo la tía Maggi, se ha dignado a asistir al funeral.
─¡Hijo!
Su padre se le acercó con los brazos abiertos e
interrumpió la charla para pegarle un gran abrazo, él lo
respondió palmoteándole la espalda y luego dio un paso atrás
observando como Ingrid se retiraba sutilmente para dejarlos a
solas.
─Me alegro tanto de verte, Magnus. Gracias por venir.
─De nada, aunque ya debería irme, me esperan en…
─¿Leo no te ha permitido traer a los gemelos?
─Ni siquiera se lo plantee.
─Qué lástima, era una gran forma de recordar y honrar a su
madre.
─Ellos ya recuerdan y honran a su madre a diario, no te
preocupes ─Sin querer se puso tenso y su padre, al notarlo, le
sonrió.
─No estoy criticando nada, simplemente creo que Agnetha se
merecía un oficio religioso en el día del aniversario de su
fallecimiento y hubiese sido precioso que estuvieseis sus tres
hijos presentes. Siento parecer tan sentimental, pero la muerte
de tu madre…
─Entiendo lo que quieres decir, pero ellos no y su padre
tampoco, así que mamá tendrá que conformarse conmigo.
─Magnus…
─Nunca forzaré a Leo a involucrar a sus hijos contigo o con
algo promovido por ti, supongo que lo entiendes.
─Por supuesto, pero…
─Pero nada ─se acercó y le palmoteó el brazo─. Gracias por
invitarme, pero ahora tengo que irme. Ya nos veremos en otro
momento, papá. Adiós.
Le dio la espalda, se despidió de parte de su familia
paterna con la mano y abandonó Santa Clara a buen paso, sin
mirar atrás, porque no pretendía involucrarse emocionalmente
ni un segundo más, ni con su padre ni con sus remordimientos
o sus afanes de remisión, porque aquello le interesaba tanto
como él le había interesado a su padre durante toda su vida, es
decir, nada.
Llegó a la acera pidiendo un Uber, porque tenía que ir
hasta Vasastan para cenar en casa de Leo y Paola, donde no
solo lo esperaba la familia, sino también Marco, uno de los
hermanos italianos de su padrastro que estaba de paso por
Estocolmo y que le caía genial. Genial como le caía toda su
familia, que eran unos milaneses con mucho estilo y mucha
alegría que solían convertir cualquier velada en un pequeño
jolgorio.
Todos los Santoro eran tan geniales como Leo, concluyó,
pidiendo un coche y girándose hacia la iglesia para
contemplarla y ver a lo lejos como su padre, del brazo de su
tercera esposa, continuaba despidiéndose de sus invitados al
funeral con cara de abatimiento.
Respiró hondo, los ignoró y cerró los ojos sintiendo
cómo los copos de nieve le caían sobre la cara, una sensación
muy agradable que siempre le recordaría a Agnetha, su
irrepetible, divertida y grandiosa madre, para quién el invierno
y la nieve eran sinónimo de júbilo y divertimento.
─¡Magnus Mattsson!, no me lo puedo creer.
Exclamó un hombre a su espalda y él se volvió de un
salto para encontrarse con la sonrisa y los ojos oscuros de Erik
Clausen.
─¡Madre mía, tío!, ¡qué sorpresa! ─se acercó a su mejor
amigo del colegio y se dieron un gran abrazo─ ¿Qué tal estás?,
¿hace cuánto tiempo que no te veía?
─Hace un montón, igual un par de años. ¿Qué tal estás,
Magnus?, ¿qué haces Norrmalm?
─He venido a una misa funeral en Santa Clara, es el séptimo
aniversario de la muerte de mi madre y a mi padre se le ha
ocurrido organizar un oficio religioso.
─Vaya, ¿siete años ya? Parece que fue ayer. ¿Qué tal tu padre?
─Creo que bien, se ha vuelto a casar y…
─¿Cómo?, ¿se divorció de Ava?
─¿No lo sabías? ─Erik negó con la cabeza─. No sobrevivieron
al accidente, a la infidelidad, etc. Hace unos dos años se casó
con su ayudante.
─Guau, él nunca ha sido de los de perder el tiempo ─se echó a
reír─ ¿Qué tal te encuentras tú?
─Bien, muy centrado en el trabajo, como siempre. ¿Qué haces
por aquí?
─Trabajo, salgo de un congreso en el Gran Hôtel.
─¿Daisy y los niños?
─Daisy trabajando desde casa y los niños geniales, tres años
Rose y casi siete meses Erik. Están enormes, acabamos de
llevarlos a Copenhague a ver a mis padres y se lo pasaron
estupendamente.
─¿Copenhague? ─Preguntó, frunciendo el ceño.
─Sí, siguen viviendo allí, ya no piensan en volver a
Estocolmo. ¿Qué tal los gemelos?, ¿Leo y Björn? Leí en la
prensa que tu tío se ha casado.
─Me he encontrado con tu hermana dos veces este año ─Le
soltó ignorando su pregunta y Erik entornó los ojos─ ¿No te
ha dicho nada?
─¿Hermana?, ¿cuál de ellas?
─La pequeña, Carrie. Me la encontré en Nochevieja en Río de
Janeiro y hace poco más de una semana en Nueva York. Iba en
mi avión desde Estocolmo y tuve que intervenir para ayudarla
a ella y a su equipo con una descarga para Sotheby’s.
─Sé que estuvo en Brasil para fin de año con una amigas y que
hace una semana ejerció de correo de Stockholms Auktionsverk
para Sotheby’s en Nueva York, pero no me ha comentado nada
de ti y eso que pasamos el fin de semana pasado juntos.
─¿En serio?
─Sí, pero no me extraña, Carrie es un poco despistada.
─Pues…
─¿Te dijo que era mi hermana?
─Sí, además de otras cosas.
─¿Qué cosas?
Sintió como el conductor del Uber tocaba el claxon y se
giró hacia él para pedirle que lo esperara un segundo, el
tiempo justo para volver a abrazar a Erik y despedirse de él
prometiendo verse lo antes posible.
─Tío, tengo mucho curro, pero, por favor, nos llamamos y
quedamos, ¿vale?, me encantaría charlar con calma para
ponernos al día.
─Eso está hecho, Magnus. Llámame tú, que es el que tiene los
horarios más complicados, me dices cuándo estarás libre y nos
organizamos, ¿de acuerdo?
─De acuerdo.
Caminó hacia el Uber, abrió la puerta y antes de subirse
al coche volvió a mirarlo a los ojos.
─Me ha encantado verte, Erik. Manda recuerdos a Daisy de mi
parte, también a tus padres y, a tu hermana Carrie, pregúntale
por mí, a ver qué te cuenta.
5

Azra Andersson, su amiga, su mentora, y una de las


jefazas de Stockholms Auktionsverk, se la llevó de un brazo
hacia el cuarto de baño de señoras y la metió dentro sin hablar,
sin decir ni una sola palabra hasta que comprobó que no había
nadie, que estaban solas y que podían charlar con sinceridad,
pero sobre todo con discreción, porque no quería que nadie
oyera lo que le tenía que contar.
─¿A qué tanto misterio?
Preguntó Carolina, observando cómo Azra recorría las
cabinas y finalmente se apoyaba en la puerta principal para
evitar que las interrumpieran.
─A que aquí las paredes oyen y no quiero alimentar el
cotilleo.
─¿Qué ha pasado? ─Sonrió, esperándose un jugoso chisme,
pero su amiga movió la cabeza muy seria.
─Se trata de trabajo.
─Vale.
─Olav Hansson se va de la empresa y voy a proponerte para
cubrir su puesto.
─¿Jefa de Adquisiciones?, ¿en serio?
─En serio, pero necesito que te comprometas conmigo a
aceptar el puesto antes de sentarme frente a la junta directiva y
decir tu nombre.
─Pero… hay tres o cuatro personas de su departamento con
más edad y más…
─Es hora de airear un poco la jerarquía y poner a una chica
joven, pero con tu experiencia, al mando. Sé que estás
preparada, te he formado yo, y sé que estás de sobra
capacitada para asumir el cargo.
─Muchas gracias, pero… ¿tendría que volver a Estocolmo?
─Por supuesto.
─Pues…
─¿Qué? Cuatro años en Copenhague es más que suficiente,
¿no crees?
─Bueno, es que no es solo el trabajo, están mis padres y…
─Tus padres son dos personas razonables que siempre quieren
lo mejor para su hija. Estarán felices de ver que avanzas en tu
carrera. Lo sabes.
─Y Sten…
─¿Sten?, ¿ese capullo sin sangre?
─¡Azra!
─Es la pura verdad, lo sabe todo el mundo menos tú.
─Madre mía.
─No me decepciones rechazando la mejor oportunidad
profesional de tu vida por un tío, Carol, no lo hagas. Los
hombres van y vienen, pero tu carrera siempre estará allí.
─Lo sé, solo estoy reflexionando en voz alta, también tengo
derecho a pensar en mis padres o en mi novio. Es lo normal.
─¿Tu novio? ─Preguntó con retintín y Carolina reculó
frunciendo el ceño─. Vale, lo que tú digas, si quieres verlo
como a tu “novio”, por mí perfecto, ya sabes lo que pienso de
esa relación y no me voy a repetir, solo digo que, aunque lo
consideres tu “novio”, él no puede condicionar tus decisiones.
Si te quiere, entenderá que vuelvas a Estocolmo e incluso, si te
quiere muchísimo, se vendrá contigo.
─Eso es inviable, tiene a sus pacientes, el hospital…
─Muy bien, pues… estamos a cinco horas en tren de alta
velocidad o a una hora y cuarto en avión, tampoco es para
tanto.
─Sí… pero… ─se pasó la mano por la cara y Azra bufó.
─No me puedo creer que el doctor sosainas esté acaparando y
empañando lo realmente importante de esta conversación.
¿Sabes qué? ─Hizo amago de abrir la puerta─, olvídalo, no he
dicho nada.
─Azra, espera, por favor ─La sujetó por el brazo─. Tienes
razón, no deberíamos estar hablando de él; culpa mía. Solo te
pido unas horas para pensar en esto con calma, es un paso
importante para mí.
─Tienes hasta mañana a las seis de la mañana. A las ocho han
convocado una reunión de directores para hablar, entre otras
cosas, sobre esto, y me gustaría tener un nombre afín a mí para
proponer.
─Ok, muchas gracias, te daré una respuesta antes de mañana.
Tranquila.
─Muy bien, pero mantén la discreción, ¿de acuerdo? Me voy,
tengo trabajo.
─Azra… ─La detuvo antes de que saliera al pasillo─. Me
siento muy halagada de que pensaras en mí para el puesto, en
serio, mil gracias. No sé cómo agradecerte que…
─Si quieres agradecérmelo, sal con mi hermano Aslan
─bromeó, guiñándole un ojo─. Nunca debiste rechazar a un
buen turco por un triste loquero danés.
Carolina se echó a reír y la dejó marchar moviendo la
cabeza, porque era cierto que Aslan Yildirim, el hermano
pequeño de Azra, había intentado ligar con ella cuando ya
estaba empezando a salir con Sten, por lo tanto, lo había
rechazado y aquello había supuesto un pequeño drama para
Azra, que siempre había apostado por él como el novio
perfecto para ella.
Una fantasía, porque el tal Aslan, que era tan guapo
como los actores que salían en las telenovelas turcas, era
también un vividor rompecorazones del que más valía
mantenerse alejada. No como Sten Olsen, que igual sería un
siquiatra metódico y un poco aburrido, pero que
principalmente era el más estable y fiable de los mortales.
Salió del cuarto de baño, caminó por el pasillo
alfombrado de las oficinas de Stockholms Auktionsverk en
Estocolmo, dónde había llegado para acompañar como correo
unas piezas de arte Olmeca propiedad de un coleccionista
danés, y se acercó a su antiguo despacho para despedirse de
sus colegas con la mano. Se entretuvo en intercambiar algunas
frases de cortesía con todo el mundo, pero sin involucrarse
mucho porque no podía dejar de pensar en la propuesta de
Azra; propuesta que si aceptaba y llegaba a buen puerto le
cambiaría otra vez la vida, y salió de allí a la una en punto
camino de su restaurante favorito, donde la estaba esperando
Olivia, su escolta favorita.
Llegó corriendo a la puerta del italiano y antes de entrar
sintió el impulso irrefrenable de hablar con Sten, pero sabía
que a esas horas estaría pasando consulta y no se molestaría en
mirar el teléfono móvil, así que le mandó un mensaje
pidiéndole que la llamara en cuanto fuera posible. Después
entró en el local, que olía de maravilla, buscando a su amiga
con los ojos.
─¡Carol!
La llamó Olivia desde el fondo y ella le sonrió y caminó hacia
su mesa mordiéndose la lengua para no soltarle las novedades
de Azra a la primera de cambio.
─Hola, perdona el retraso, pero es que Azra necesitaba hablar
de un tema importante. ¿Qué tal?, ¿ya has pedido?
─Sí, nuestra pizza de siempre.
─Genial, gracias.
─¿Qué quería la jefa?, ¿va todo bien?
─Sí, todo bien, solo era un tema personal. ¿Tú qué tal?, me
han contado que igual hay que ir a buscar un Bottichelli a
Florencia.
─Eso parece, pero no sé si Gustav va a contar conmigo, al
parecer se quiere llevar a su propia guardia pretoriana.
─Tú eres parte de su guardia pretoriana.
─Sigo siendo una chica ─resopló Olivia, recibiendo la pizza
que traía el camarero con aplausos─. Muchas gracias, me
muero de hambre.
─¿Qué tendrá que ver que seas una chica?
─El mundo real funciona así, Carolina.
─Sí me lo encargan a mí, pediré expresamente que vengas
conmigo. Se trata de contar con los escoltas habituales, con los
de confianza, no con gente de fuera, por muy colegas de
Gustav que sean.
─Es igual y ahora mismo no sé si me apetece viajar
demasiado.
─¿No te apetece ir a Florencia? Yo mataría por pasar solo una
hora en la Galería de la Academia. Hace muchísimo tiempo
que no voy y mi amiga Sofía seguro que me puede organizar
una visita exprés y privada.
─He conocido a alguien ─Le soltó de golpe y Carolina dejó de
comer.
─¿En serio?
─Sí, he conocido a una chica increíble, es azafata de la SAS.
─Guau, enhorabuena. ¿Cómo es que no me habías dicho nada?
─Porque es muy reciente y, además, quería contártelo en
persona. Necesitaba verte la cara ─Se echó a reír y Carolina se
inclinó y le acarició el antebrazo.
─Me alegro un montón. ¿Desde cuándo…?
─Desde hace tres semanas, se llama Vivien y me la presentó tu
amigo el piloto.
─¿Qué amigo piloto?
─Magnus Mattsson.
─Ese tío no es amigo mío ─se echó atrás y se apoyó en el
respaldo de la silla muy seria.
─Dijiste que lo conocías del colegio.
─Porque era amigo de mis hermanos.
─Sea como sea, quedamos con él y…
─¿Cómo que quedasteis con él? ¿Quiénes? ─la interrumpió
tomando un sorbo de refresco.
─Gustav y yo. Nos trajo en el vuelo de vuelta desde Nueva
York y como se había portado tan bien con nosotros, lo
invitamos una noche a tomar unas copas… et voilá. Nos llevó
a un sitio donde paran habitualmente pilotos, sobrecargos y
azafatas, etc., y ahí estaba Vivien, la chica de mis sueños. Fue
un auténtico flechazo.
─Madre mía…
─¿Qué?, estoy muy feliz, Carolina.
─Y yo que me alegro. No se trata de eso, se trata de ese tío
que últimamente se me aparece hasta en la sopa.
─Ya te dije que igual era el destino.
─¿Nos pedimos una ensalada? ─cambió de tema buscando al
camarero con los ojos y Olivia resopló.
─¿Qué te pasa a ti con Magnus Mattsson?, ¿te hizo algo que
yo debería saber?, porque a mí me parece encantador y encima
se portó muy bien con nosotros en el Aeropuerto Kennedy.
─Solo hizo su trabajo, tampoco es para ponerle medallitas.
─Interceder por nosotros ante el personal de tierra no es parte
de su trabajo, amiga. Fue un detalle y hay que ser agradecidas
con las personas que detienen su mundo para echarnos un
cable. ¿No te enseñaron eso tus padres?
Carolina frunció el ceño y soltó la pizza en el plato,
empezando a enfadarse seriamente por semejante crítica que
no venía a cuento y que no tenía nada que ver con ella, que
ella sería muchas cosas, pero nunca malagradecida o
maleducada.
─Agradezco su gestión, pero creo que no fue para tanto si se
trataba de desembarcar de SU avión unos Klimt valorados en
millones de dólares. Cualquier piloto responsable hubiese
hecho lo mismo.
─Sabes que no. La mayoría sale disparado camino del hotel,
sobre todo si ha pilotado un avión repleto de pasajeros durante
casi nueve horas.
─Vale, no voy a discutir contigo por culpa de tu nuevo mejor
amigo.
─No es mi nuevo mejor amigo, solo intento ser justa y de paso
saber qué te pasa a ti con él, ¿por qué lo odias tanto?
─No lo odio, simplemente no lo trago.
─¿Por qué?
─Porque hizo sufrir un montón a mi hermana Amanda, fue un
cabrón con ella en el colegio y no se lo perdonaré en la vida
─soltó al fin y Olivia abrió mucho los ojos.
─¿Qué?
─Lo que oyes.
─Pero eso pasó hace un montón de tiempo.
─A mí no se me olvida, yo era pequeña, pero la vi llorar y
sufrir por ese cabrón arrogante durante muchísimo tiempo.
Acabó en el sicólogo con problemas de autoestima por su
culpa, incluso cayó en algún desorden alimenticio.
─Carolina…
─Era el mejor amigo de Erik, ¿sabes?, andaban todo el día
pegados, desde la primaria, y Amanda bebía los vientos por él,
así que no se separaba de ellos, hasta que llegada la pubertad
él empezó a pasar de ella, a dejarla de lado, a ignorarla;
aunque bien que le pedía que le hiciera los deberes de biología
o de historia.
─Eran unos críos, todo el mundo…
─Me da igual todo el mundo ─la interrumpió─, a mí me
importa mi hermana, que pasó una adolescencia horrible por
su culpa. Siempre fue un niñato egoísta y privilegiado al que
todo el mundo, desde que nació, le ha bailado el agua.
─Si fue así, a mí me parece que ha cambiado muchísimo,
porque es muy amable y generoso.
─La gente no cambia, compañera, te aseguro que, dentro de
ese hombre educado, gentil y respetable, sigue viviendo un
gilipollas pagado de sí mismo. No hay más que verlo.
─Lo siento, Carol, sabes que te quiero, pero en este caso en
particular no puedo estar de tu parte, porque creo que hablan
tus prejuicios y no estás siendo objetiva.
─Bueno, tiempo al tiempo.
─Ok, mejor vamos a dejarlo.
─¿Sabes que su abuelo materno era multimillonario? Tenían
casas por todas partes ─continuó─. Erik y Amanda las
visitaban con él, porque su madre, con tal de que el pequeño
Magnus no se aburriera o se sintiera solo, se llevaba a sus
amigos con él de vacaciones. Mis padres los dejaban ir porque
ella era encantadora, y también su padrastro, un hombre medio
italiano dueño de una mansión cerca de Milán. Mis hermanos
fueron a esquiar, a Menorca o a Italia con ellos durante años,
hasta que un buen día Magnus decidió pasar de Amanda y le
pidió a su madre que no la incluyera más en sus planes. Ella
tendría unos quince años y se pasó un mes entero llorando.
Desde ese momento, mis padres decidieron que Erik tampoco
iba a viajar más con esa familia. Fue un tremendo drama.
─¿Qué edad tenías tú?, ¿nueve años?, es imposible que te
dieras cuenta de lo que pasó en realidad, de las circunstancias
o…
─Me daba cuenta de absolutamente todo, créeme, a mi
hermana le costó muchísimo superar a Magnus Mattsson. Lo
presencié con mis propios ojos.
─¿Lo habéis hablado de adultas?
─No, no hace falta. Nunca he querido remover la mierda, fue
muy duro para ella, ¿sabes?
─¿Y Erik sigue siendo amigo suyo?
─No lo sé, a los dieciocho años, mientras todo el mundo se iba
a la universidad, Magnus Mattsson ingresaba en la Fuerza
Aérea Sueca y creo que mi hermano le perdió bastante la pista,
o eso parece. De hecho, no fue ni a su boda, gracias a Dios.
─Ahora te entiendo mejor, pero no dejo de pensar en que son
cosas de críos y que el tiempo pasa para todos, también para
él. Tal vez no deberías juzgarlo por lo que hizo cuando tenía
catorce o quince años.
─También cuando era más mayor.
─Ok, diecisiete o dieciocho años, da igual, el caso es que
pocas personas pasaríamos con buena nota nuestro
comportamiento en el colegio o en nuestra primera juventud.
Todos éramos un poco gilipollas y crueles, Carolina.
─Está bien, acepto esa premisa, solo digo que al tío no lo trago
y que no me interesa verlo ni en pintura. Has preguntado mis
razones y te las he dado, por mi parte no tengo nada más que
añadir.
─Ok, pero…
─Espera… ─Sintió vibrar el teléfono móvil y al ver que se
trataba de Sten se puso de pie─. Lo siento, tengo que
contestar, vuelvo en un segundo.
Salió a la calle respondiendo a la llamada y cuando su
novio la saludó, percibió de inmediato que estaba tenso o
enfadado.
─¿Qué tal?, ¿va todo bien, Sten?
─No, me han anulado el viaje a Londres.
─¿Qué ha pasado?
─Se ha suspendido el congreso de la noche a la mañana,
aunque estoy pensando en ir igualmente, necesito ver a
algunos colegas del King’s College y había agendado esos días
para estar fuera de la consulta, con lo cual… creo que lo más
sensato es ir. Ahora tengo que buscar vuelos y hoteles por mi
cuenta y eso me fastidia una barbaridad, ¿podrías hacerlo tú?
─Claro, mándame por escrito exactamente las fechas y yo me
ocupo.
─Gracias. Trata de reservar el hotel de Mayfair al que fui la
última vez, era inmejorable.
─Lo intentaré.
─¿Por qué necesitabas que te llamara, peque?, ya sabes que
tengo mucho trabajo y podíamos haberlo hablado esta noche.
─Me han ofrecido proponerme para un puesto importante en la
empresa y quieren que les dé una respuesta antes de mañana a
primera hora.
─¿Ofrecido proponerte?, ¿eso qué quiere decir?
─Que, si estoy dispuesta a asumirlo me propondrían, si no,
pues, buscarían a otra persona.
─Eso es muy ambiguo, o te proponen o no, no te preguntan
primero si estarías dispuesta a…
─Bueno, es igual ─Lo cortó antes de que empezara a divagar
sobre lo incorrecto del asunto y él resopló─. Es lo que hay y
quería consultarlo contigo.
─¿Conmigo por qué?, se trata de tu carrera no de la mía.
─Porque tendría que volver a Estocolmo.
─¿Y?
─¿Y?, ¿no te importa que deje Copenhague y vuelva a Suecia
de forma permanente?
─¿Por qué habría de importarme?, no soy del perfil que va
condicionando la vida de los demás.
─No, pero yo no soy los “demás”, tú y yo somos una pareja.
─Con mayor razón. No seré yo el que cargue con semejante
responsabilidad dentro de una pareja. Tú toma tus propias
decisiones al margen de nuestra relación y yo te apoyaré.
─Entendido, gracias.
─Perfecto y no te olvides de mi viaje a Londres, es importante
hacer las reservas ahora mismo.
─¿No te interesa saber qué puesto me han ofrecido?
─Por lógica algo mejor, ¿no?
─Sí.
─Ok, ya me contarás. Te dejo, tengo un paciente esperando.
Le colgó y Carolina miró el teléfono móvil sintiéndose
de repente muy sola, y muy idiota por aceptar que la tratara de
ese modo, pero sacudió la cabeza y volvió dentro del
restaurante pensado lo que pensaba siempre: Sten sería un
poco frío, pero al menos era predecible, era directo y de fiar,
no la engañaba ni le mentía nunca. Iba con la sinceridad por
delante y aquello no tenía precio.
6

─Lo siento, amore, pero no puedo invitarte a mi casa, tengo a


mis hermanos pequeños hasta el domingo.
─Porca miseria! ─Exclamó Giovanna indignada─, para una
vez que piso esta gélida y aburrida ciudad, Magnus.
─Lo siento de veras, pero me comprometí hace más de un mes
a quedarme con ellos y ya están aquí.
Se asomó al salón dónde Leo y Álex estaban peleándose
por el mando a distancia, y volvió a la cocina para sacar platos
y vasos de esos armaritos que no tocaba nunca.
─Puedo ir cuando se vayan a la cama ─insistió Giovanna─, lo
que no quiero es pasar la noche sola. No tengo que cenar ni
confraternizar con los enanos, solo quiero dormir contigo.
─Mi dispiace, amore, pero es imposible. No se trata de que no
te vean, se trata de que ya tenemos planes para esta noche.
Este fin de semana lo tengo a tope con ellos, sin embargo, si
no quieres estar sola en esta “gélida y aburrida ciudad”, puedes
llamar a…
─No me apetece follarme a nadie más, Magnus, muchas
gracias.
─Lo siento mucho, pero…
─No sé para qué coño he pedido esta ruta si no puedo verte…
─Interrumpió─, pero… en fin, supongo que la culpa es mía
por pensar que saltarías de felicidad al saber que estaba en
Estocolmo.
─En otro momento estaría encantado de dedicarte todo mi
tiempo libre, amore, el problema es que has venido, sin avisar,
en el único fin de semana que tengo comprometido con mi
familia.
─Ok, a la mierda. Adiós.
Le colgó y él sintió una oleada de odio llegándole desde
el otro lado del teléfono, pero lo ignoró rápido y se concentró
en buscar lo necesario para poner la mesa; no la mesa del
comedor, que tenía llena de papeles e historias varias, sino la
mesa de centro del salón donde pensaba cenar pizza con sus
hermanos de trece años. Unos críos estupendos que siempre le
alegraban la vida cuando los tenía cerca.
Canturreó, sacando los refrescos de la nevera, y por un
segundo se detuvo a pensar en Giovanna Pilatos, su amiga
italiana residente en Nueva York que trabajaba como piloto
para una línea aérea privada, es decir, solo pilotaba jets
pequeños para estrellas de cine, de la música, deportistas de
élite o para magnates de Internet que preferían cruzar el
mundo a solas, o al menos lejos de las miradas ajenas.
Un curro muy bien pagado y bastante exclusivo donde
Giovanna, que era una mujer preciosa y llena de glamour,
encajaba de maravilla.
Por una milésima de segundo se arrepintió de no intentar
buscar una alternativa para poder quedar con ella esa noche,
porque le encantaba verla, pero recordó que a los gemelos no
los podía dejar solos ni un minuto, sobre todo porque Leo lo
partiría en dos si se enteraba de que se había ausentado o había
delegado en otra persona su cuidado. En resumen: no era
viable a menos que quisiera morir a manos de su padrastro y
más le valía olvidarse de ella y concentrarse en su fin de
semana como niñero.
─Eh, chicos, ya vienen las pizzas ─salió al salón y les habló
poniendo la mesa─ ¿Tenéis mucha hambre?
─Siempre ─Contestó Alex sin apartar la vista de la tele.
─¿Ya tienes las entradas para el partido de mañana?
─Preguntó Leo y él asintió.
─Sí, vuestro tío Mattia ha movido sus hilos y milagrosamente
nos ha conseguido las entradas.
─¡Bien! ─aplaudió Leo─. ¿Sabes que nos ha invitado al
último partido del Milán en mayo?
─El último en San Siro ─Apuntó Álex─, y papá ha dicho que
sí, que podemos ir.
─Vaya, qué buena noticia, a ver si también puedo apuntarme.
Tendré que mirar mi agenda.
─¿A mamá le gustaba el fútbol?
Interrogaron los dos, dejando a la vez de prestar atención
a la televisión para mirarlo a los ojos, y Magnus parpadeó un
poco sorprendido, porque normalmente no hablaban de
Agnetha, al menos no con él, y aquello le sonó un poco
extraño.
─No mucho, la verdad, creo que nunca la vi mirar un partido
completo en la tele, ¿por qué?
─¿Y a tu padre?, ¿a él le gusta el fútbol?
─¿A Stellan?, no sé, no demasiado, él es más de golf o de
tenis.
─¿Y mamá quería a tu padre?
─Supongo que cuando era joven, se casó con él a los
dieciocho años, aunque luego de divorciaron. ¿A qué viene…?
─Malika Olsen dice que mamá era novia de tu padre cuando
murió ─Lo interrumpió Leo y él se enderezó y cuadró los
hombros entornando los ojos.
─¿Disculpa?
─Dice que iba a dejar a papá para irse a vivir con tu padre.
─¿Quién diantres es Malika Olsen?
─Es la novia de Leo ─soltó Alex muerto de la risa.
─¡No es mi novia, es mi amiga!
─¿Y de dónde saca eso Malika Olsen? ─Levantó una mano
para hacerlos callar.
─Se lo ha contado su madre y nosotros lo buscamos en
Internet. Vimos que iba con tu padre cuando murió.
─Es verdad que iba en el coche con mi padre cuando tuvo el
accidente, pero ella estaba con vuestro padre, estuvieron juntos
veintidós años y se querían muchísimo.
─Eso no es lo que dice la madre de Malika.
─¡¿Y qué coño sabrá la madre de Malika?! ─bramó cabreado
y luego reculó y respiró hondo─ ¿Sabéis qué?, no hagáis caso
a lo que dice Internet o a lo que opina la gente que no nos
conoce ¿de acuerdo? No tengo ni pajonera idea de quién es la
madre de Malika, tampoco me interesa, pero os aseguro que lo
que diga esa señora me trae sin cuidado y creo que a vosotros
tampoco debería importaros. ¿De acuerdo?
─Era muy amiga de mamá, iban juntas a Pilates y se fueron a
París de fin de semana de chicas, lo que pasa es que tú no te
acuerdas de ella.
─Leo… ─miró al pequeñajo con paciencia─. Si hubiese sido
una gran amiga de mamá yo la conocería, créeme, así que ni
caso ¿de acuerdo? Además, es muy feo que las personas
cotilleen sobre otras, sobre todo si esas personas ya no están
aquí para defenderse.
─También es amiga de la tía Alicia.
─No sé por qué no me sorprende ─movió la cabeza pensando
en la hermana de su madre, para quién meterse en la vida de
los demás era un deporte, y suspiró─. Insisto, no me importa
lo que diga esa señora, no debería interesarnos y es mejor
ignorarla.
─Vale ─Asintieron los dos.
─¿Os preocupa especialmente esto?, quiero decir, ¿queréis que
hablemos otra vez sobre lo que pasó en el accidente o…?
─No, era por saber.
─Muy bien. Me alegro mucho de que me lo hayáis
preguntado, sabéis que siempre podemos hablar de todo lo que
queráis, porque siempre estaré para vosotros ¿De acuerdo?
─De acuerdo.
─Genial, voy a buscar los refrescos.
Se movió hacia el pasillo sin perderlos de vista,
intentando adivinar si los había ayudado o más bien todo lo
contrario, o si la había cagado saltando contra Malika y su
madre, que en el fondo no estaba mintiendo, porque era cierto
que Agnetha estaba engañando a Leo con Stellan, y entró en la
cocina calibrando la posibilidad de volver y explicarles toda la
verdad lo mejor posible y sin paños calientes.
Se apoyó en la encimera sintiéndose culpable, porque
con trece años a lo mejor ya tenían derecho a entender, a
conocer toda la verdad sobre lo que había ocurrido,
principalmente porque si pretendía protegerlos lo mejor era
darles las armas y el conocimiento necesarios para defenderse
de la mala intención o los cotilleos de terceras personas, y
cerró los ojos aceptando que había llegado la hora de ser
sincero, aunque antes lo más prudente sería consultarlo con
Leo, que era su padre y el responsable último de su bienestar.
Miró el teléfono con la intención de llamar a su
padrastro a Madrid, pero en ese mismo instante el timbre de la
puerta lo sobresaltó y caminó hacia allí pensando que no había
oído que llamaran al portal, algo extraño tratándose del
pizzero. Se pegó a la mirilla y al ver quién traía las pizzas,
abrió la puerta despacio y resoplando.
─¡Sorpresa! ─exclamó su tía Alicia entrando sin esperar
invitación─. Me he encontrado al repartidor abajo y le he dado
una buena propina, no te preocupes. ¡Hola, mis niños!
─¡Hola!
La saludaron los gemelos poniéndose de pie para darle
un abrazo mientras él los observaba con las manos en los
bolsillos, preguntándose si Alicia los estaba espiando o era
clarividente para saber que estaban en su casa y esperando a
que les llevaran la cena.
─He pasado por Stikkinikki y os he traído helados para el
postre.
─¡Bien! ─Aplaudieron los niños.
─¡Venga, Magnus!, trae un plato y un vaso para mí ─Le
ordenó su tía, pero él no se movió.
─¿Cómo has sabido que estábamos aquí?
─Me lo contaron ellos ─señaló a los gemelos─. Hablamos
hace unos días por teléfono y me comentaron que se iban a
quedar contigo este fin de semana porque su padre se
marchaba no sé dónde.
─Leo se ha ido con su mujer y su bebé a Madrid, a la boda de
la hermana de Paola.
─¿Me traes un plato o como sobre el cartón? ─Preguntó
ignorando su puntualización y él se puso en jarras.
─Es un fin de semana de hermanos, Alicia, solo chicos. Lo
siento, pero…
─Me iré después de cenar, no los veo apenas, déjame estar un
rato con ellos.
─Madre mía…
Se pasó la mano por la cara calculando que lo más
sencillo era dejarla quedarse a cenar, no oponer resistencia y
mandarla a paseo siguiendo las instrucciones de Leo, que no
quería que se acercara a sus hijos después de muchos
desencuentros, impertinencias y malas decisiones que le
habían costado el destierro total de la familia, y finalmente
asintió.
─Ok, pero después del postre yo mismo te pediré un taxi.
─Muchas gracias, precioso, te lo agradezco mucho.
─Procura que no me arrepienta.
─¿Cómo es que los niños no se han quedado con Björn? ─Lo
siguió a la cocina y él la miró metiendo los helados en el
congelador.
─¿Por qué tenían que quedarse con Björn?, ¿acaso no soy
perfectamente capaz de cuidarlos yo?
─Claro que sí, pero desde que ha vuelto a Estocolmo me
consta que pasan mucho tiempo con él.
─Björn y Candela están en Nueva York, él tenía trabajo allí y
ella lo acompañó para aprovechar de ver a su padre.
─Ah, vale, ahora lo entiendo.
─Vamos a cenar, estamos muertos de hambre. ¿De verdad
quieres pizza o te pongo otra cosa?
─La pizza está bien.
─¡Ok, todo el mundo a cenar!
Llamó la atención de los niños y se sentaron en la
alfombra, entorno a la mesa del salón, para degustar las pizzas
mientras veían un partido de fútbol en la tele y charlaban de
todo entre ellos y con Alicia, que parecía feliz y encantada de
estar con los tres, hasta que el timbre de la puerta principal
volvió a sonar y lo obligó a levantarse de un salto para ir a
abrir.
─¿Qué coño…?
Alcanzó a decir, viendo como Giovanna Pilatos, vestida
de punta en blanco y maquillada como para ir a una discoteca,
entraba como un vendaval dentro de la casa sin pedir permiso
y levantando una mano a modo de escudo.
─¡Déjame, Magnus, déjame!
Le gritó sin mirarlo y acto seguido pasó directamente al
dormitorio encendiendo luces y escudriñando todos los
rincones, incluso dentro del cuarto de baño, hasta que se
convenció de que no había nadie y regresó sobre sus pasos
primero a la cocina y luego al salón donde miró detrás de las
cortinas antes de saludar a su tía y a sus hermanos como si
fuera lo más normal del mundo que se paseara por allí como
una loca.
─¡¿Qué haces, Giovanna?!
La increpó en italiano y ella se le acercó y le acarició el
pecho con sus uñas largas y pintadas de rojo antes de ponerse
de puntillas para intentar besarlo en los labios, aunque él fue
más rápido y la esquivó.
─Solo quería comprobar que no mentías y que de verdad
estabas con tu familia, mio amore. Odio que me tomen el pelo,
ya lo sabes, Magnus.
─Por favor, fuera de aquí ─Le señaló la puerta y ella repitió el
intento de tocarlo, lo que provocó que retrocediera aún más
enfadado─. Giovanna, por favor.
─Ya hablaremos, cariño. Llámame, estaré en el hotel hasta
mañana a mediodía.
─Adiós.
─Soy italiana, Magnus, tengo la sangre caliente y hago estas
cosas, no te hagas en ofendido conmigo.
─Adiós.
─Mag…
Balbuceó, pero él la animó a marcharse hasta que la dejó
en el rellano y le cerró la puerta en las narices.
─Vaffanculo, ragazzo del cazzo!
Chilló desde el pasillo, pero él ni se inmutó y cerró con
seguro antes de regresar al salón donde Alicia y los niños lo
estaban esperando con la boca literalmente abierta.
─¿Quién era? ─Lo interrogó su tía.
─Nadie, una antigua amiga. Lo siento. Vamos a terminar la
pizza y os sirvo el postre.
─Ragazzo del cazzo!
Repitieron los gemelos muertos de la risa y él movió la
cabeza sonriendo, pensando que si alguna vez Giovanna Pilato
había tenido alguna oportunidad medianamente seria de salir
con él, acababa de perderla para siempre.
7

─La abuela dice que tengo el mismo pelo que tú.


Le comentó Clare, su sobrina mayor, mirándose en el
espejo mientras ella le hacía una trenza de espiga con sumo
cuidado, despacito para no equivocarse. Un verdadero desafío
porque la niña era muy inquieta.
─Yo también lo creo, al menos en el color.
─Y en lo ondulado, mamá lo tiene más liso.
─Eso es verdad.
─Y papá lo tiene súper lacio.
─Sip, como muchos suecos que conozco ─La observó a través
del espejo y le guiñó un ojo─. Tú has salido a los Arrieta
claramente.
─¿Qué Arrieta?
─La familia de la abuela Sole, tus bisabuelos maternos que se
llamaban Felipe y Teresa. ¿No te acuerdas de la abuelita
Teresa? Vivió con los abus hasta que murió hace cuatro años.
─Ah, sí, la abuelita Teresa ─le dijo es español y Carolina
sonrió─. Era muy mayor.
─Claro, porque era la madre de tu abu, vivió hasta los noventa
años.
─¿O sea que tú eres más Arrieta también?
─Sí, el tío Erik y yo nos parecemos a la abuela, por lo tanto, a
los Arrieta, y tu madre y la tía Amanda al abuelo, o sea, es más
Clausen.
─Ahhhhhhhhh.
─Ya está, estás guapísima, corazón ─Acabó la trenza y le besó
la cabeza─. Ya nos podemos ir a la casa del tío.
─Gracias, tía Carrie.
─Un placer, ahora dile a mamá que ya estás lista y que yo voy
en seguida. Tengo que hacer una llamada importante, ¿vale?
─¡Vale!
Exclamó encantada de la vida, como siempre, y salió
corriendo hacia el salón donde su madre estaba preparando al
resto de la prole, es decir a sus hermanos de ocho y seis años,
para marchar camino de la casa de Erik, donde pensaban
disfrutar de una gran barbacoa familiar.
La siguió con los ojos hasta que se perdió de vista y
luego sacó el teléfono móvil para llamar por enésima vez a
Sten, que estaba en Londres por un tema de trabajo, pero que
llevaba dos días sin responder a sus llamadas, tampoco a sus
mensajes, algo poco habitual y que estaba empezando a
preocuparla de verdad.
─Hola, Sten ─Habló al contestador─, soy yo otra vez. Siento
insistir, pero solo quiero saber si estás bien. Sigo en Estocolmo
hasta el martes, porfa, dime algo. ¿No me estarás haciendo
ghosting?, si es así, al menos dímelo y te dejaré tranquilo.
Adiós.
Colgó, sonriendo, porque aquello era una broma, aunque
sabía que Sten odiaba las bromas, y salió al pasillo, decidida a
sumarse a la familia en el largo proceso de salir de una casa
con tres niños pequeños, sin embargo, cuando llegó a la cocina
se encontró a su hermana Violeta sola y disfrutando de una
gran taza de café.
─¿Los peques?
─Hugo se los ha llevado a echar gasolina, ahora nos recogen
─le señaló el café─. Necesitaba un respiro. ¿Quieres uno?
─Ya me lo sirvo yo, no te preocupes.
Se acercó a la encimera y se preparó un café observando
por la ventana el precioso y despejado día preprimaveral que
tenían.
─Parece que vamos a tener buen día para la barbacoa.
─Hace frío, pero mientras se mantenga despejado, vamos bien.
¿Carrie?
─¿Qué? ─Se giró y la miró a los ojos.
─Hugo y yo te queríamos ofrecer formalmente nuestra casa, si
decides volver a Estocolmo. No hace falta que te lo diga, eres
mi hermana pequeña, pero por si acaso te lo digo: estaríamos
encantados de que te quedaras con nosotros.
─Oh, muchas gracias ─se acercó y le dio un abrazo─. Mil
gracias, pero ya tengo alojamiento, me quedaría con Olivia si
al final me dan el ascenso. Se le va su compañera de piso y
vive muy cerca de Stockholms Auktionsverk, así que le he
dicho que me guarde la habitación unos días.
─¿Y cuándo crees que te confirmarán el ascenso?
─Antes del martes, espero que el lunes durante el día.
─Cruzaremos los dedos.
─Bueno, que sea lo que Dios quiera. No quiero generarme
expectativas, solo pienso que, si es para mejor, pues que pase,
si no, prefiero seguir tranquila en Copenhague.
─¿En serio?, a todo el mundo nos gusta el reconocimiento y
que nos asciendan, Carolina, no te cortes y apunta siempre
alto.
─Lo sé, pero es que hay muchas cosas en juego, están papá y
mamá…
─Papá y mamá están de cine en Hillerød, aún son jóvenes,
autónomos, están en plena forma y vienen cada dos por tres a
Estocolmo, no necesitan que tú estés allí por ellos. Te lo han
dicho mil veces.
─Jamás van a reconocer que nos echan de menos y que les
gusta tener a sus hijos cerca.
─Ellos decidieron libre y conscientemente mudarse a
Dinamarca, Carrie, igual hasta para “independizarse” de
nosotros, así que no los uses como excusa. Si quieres volver,
aleluya, y todo irá bien.
─Vale, si tienes razón.
─¿No será que te preocupa Sten? ─preguntó al cabo de unos
segundos de silencio y Carolina se encogió de hombros─. Ni
se te ocurra condicionar tu vida por ese tío, porque si fuera al
revés él no lo haría por ti y lo sabes.
─Bueno, es mi novio, es normal que…
─¿Tu novio?, si ni si quiera te deja dormir en su casa después
de un año de…
─Eso no es cierto, ya tengo las llaves de su piso.
─¿Y puedes entrar cuándo te dé la gana?, ¿puedes quedarte a
dormir sin pedirle permiso?, ¿puedes invitar a tus amigos?, ¿a
tu familia?.
─Él es un hombre peculiar, no es tan abierto como nosotros,
pero eso no significa… ─La miró a los ojos y respiró hondo─.
Ya sé que no os gusta, pero no pienso justificarme ni defender
mi relación. Nos va bien y me da estabilidad.
─Madre mía.
─¿Qué?
─Que la estabilidad está bien, por supuesto, pero después de
vivir la locura de amor correspondiente, cariño ─se acercó y le
acarició el pelo─. Eres fuerte, valiente, inteligente,
trabajadora, brillante, preciosa y estás buenísima, te lo mereces
todo y a manos llenas, Carrie, incluida la pasión, el frenesí y la
lujuria.
─No todas las personas buscamos lo mismo.
─Pues deberías, deberías dejar que la vida te sorprenda y te
regale ese amor vehemente e irracional con el que soñamos
todos. No te conformes con un siquiatra cuarentón que no te
deja ni tocar sus cosas, ni vivir con tu gato, ni ducharte en su
mismo cuarto de baño.
─Eso es muy injusto.
─Nos lo has contado tú, será por eso por lo que a ninguno de
nosotros nos gusta el tal Sten, que es como un pan sin sal. Tú
no eres así, mi vida, tú vales mucho y te mereces muchísimo
más.
─¿Nos vamos? ─De repente apareció Clare en la cocina y se
las quedó mirando con sus enormes ojazos marrones─. Papá
dice que ya estamos y que nos podemos marchar.
─Vale, ya nos vamos. Vamos, Carrie.
Violeta la cogió de la mano, salieron a la calle y se la
llevó al Range Rover de siete plazas donde los pequeños y
Hugo las estaban esperando con una sonrisa. Carolina los
saludó y se montó al coche sin querer enfadarse con su
hermana por lo que le acababa de soltar, porque no era el
momento y no procedía, pero se guardó la réplica para una
futura charla en la que le pensaba hacer entender que le dolía
muchísimo que hablara así de su pareja, porque, aunque no
encajara con ellos o con su familia, Sten seguía siendo su
novio, el hombre con el que llevaba viéndose dos años, el
último de manera formal, y junto al que pensaba planificar su
futuro. Con el que tal vez podría formar una familia.
Una familia que Sten no quería, porque la verdad es que
él no creía en la paternidad responsable ni en el porvenir del
planeta.
─Nadie es buen padre o buena madre y no pienso joder la vida
de un ser humano ─Le había explicado la primera vez que ella
había sacado el tema, al principio de conocerlo─. Además, no
quiero cuidar de nadie, ni preocuparme por nadie ni ser
responsable de nadie. Los seres humanos no estamos
programados para cuidar de forma eficiente de los demás, lo
intentamos, pero lo hacemos fatal y al final destrozamos la
vida de los hijos.
─A mí me gustaría tener hijos, tal vez porque sí he tenido unos
grandes padres y creo en la familia.
─Traer hijos al mundo es un acto mezquino, la mayor parte de
las veces irresponsable. No seas ingenua, Carolina, tu familia
no es perfecta, ni tus padres lo son, ni tú tampoco, pensar eso
es pueril.
─Seré infantil, pero…
─Tengo la consulta llena de hijos, parejas o padres que
piensan como tú y todos están jodidos. Lo ideal sería
conseguir parar este ciclo continuo de cagadas y desmitificar
la puñetera familia, la paternidad o la maternidad, porque son
una estafa.
─Eso, carguémonos la raza humana.
─Ojalá, porque es una puta mierda y, en todo caso, el mundo
se va a acabar igual. ¿Quieres una copa de vino?
Le había soltado para zanjar la charla y nunca más
habían vuelto a hablar de hijos o de familia, o de cualquier
tema que oliera a eso, porque Sten se ponía furioso y
empezaba a soltar un rosario de peroratas que solo conseguían
desorientarla. No obstante, dos años después de conocerlo
seguía con él y a veces se preguntaba por qué, realmente por
qué, si no tenían nada en común.
─¡Guau, qué cochazo!
Exclamó su sobrino de ocho años mirando con la boca
abierta el vehículo que había aparcado en la acera, junto a la
casa de su hermano Erik, y Carolina lo observó de reojo
pensando que el color, beige metalizado, era muy bonito.
─¿Qué coche es, papá?
─Es un Aston Martin DB5, un clásico de 1965. Lo usaba
James Bond.
─¡Qué pasada!
Se bajaron los dos entusiasmados para admirar el
cochazo, mientras ella y Violeta se ocupaban del pequeño
Lucas y de los túper con ensaladas y pan, y otras delicias de
Chile, tierra natal de sus abuelos maternos, hasta que escuchó
la voz de su hermano dándoles la bienvenida.
─¡Hola! ¿No habéis tardado mucho?, tengo la barbacoa a
punto.
─¿Tan temprano? ─le preguntó Violeta dándole un abrazo─.
Te pareces a mamá, cada día comemos antes.
─Son las once y media de la mañana, a las doce empiezo a
poner la carne. ¿Habéis traído ensaladas? ¡Qué bien! Hola,
pequeñaja ─se le acercó y la abrazó besándole la cabeza─.
Dichosos los ojos que te ven.
─Lo mismo digo, ¿dónde están los niños?
─Con la siesta de media mañana. Id pasando, estamos todos
en la terraza de la cocina.
─¿Todos?, pensé que solo éramos nosotros.
─Han venido mis suegros, la hermana de Daisy con su novio,
Syred y Shahid, y…
─¿De quién es este coche tan chulo, tío Erik?, ¿es tuyo? ─Los
interrumpió Matías muy entusiasmado.
─No, cariño, ya quisiera yo, es de un amigo mío…
─¡Hola!
Oyó de pronto Carolina a su espalda y al reconocer la
voz (porque lamentablemente lo había visto tanto durante los
últimos meses que ya podía reconocer su voz con los ojos
cerrados), se puso tensa y se giró hacia él con el ceño fruncido,
pensando en qué pintaba ese tipo allí, una mañana de sábado
para comer una simple barbacoa rodeado de niños.
─¡¿Magnus Mattsson?! ─Exclamó Violeta con los brazos
abiertos y él se le acercó con su sonrisa de anuncio─ ¡No me
lo puedo creer!, ¿hace cuánto que no te veía?
─Como un millón de años, ¿qué tal estás, Violeta?
─Genial. Mira, este es mi marido Hugo y estos son nuestros
hijos: Clare, Matías y Lucas. De mi hermana Carolina seguro
que te acuerdas.
─Claro, cómo no… ─La miró a ella con las manos a la
espalda y ella lo ignoró para concentrarse en cerrar el coche.
─¿Es tuyo el Aston Martin? ─Preguntó Hugo y Magnus
Mattsson asintió.
─Sí, era de mi abuelo, me lo dejó en su testamento.
─Menuda joya.
─Lo sé, es una pasada y tengo pocas ocasiones de usarlo en el
centro de Estocolmo, así que hoy me lo he traído a Bromma.
─¿Dónde estás viviendo ahora, Magnus? ─Le preguntó
Violeta.
─En Östermalm.
─Cómo no ─Farfulló ella esquivándolos para entrar en la casa.
─¿Cómo dices, Carrie? ─La miró su hermano.
─Nada, que voy a dejar esto en la cocina.
─¿O sea que abandonaste Vasastan? ─Oyó que insistía en
preguntar Violeta, animándolo a caminar por el jardín.
─Sí, bueno, no del todo porque mi padrastro y mis hermanos
siguen viviendo allí, así que voy continuamente.
─¿Qué tal los gemelos?, después de lo de tu madre yo…
─Están muy bien, gracias. Leo se ha casado con una chica
estupenda, han tenido una hijita y están todos felices.
¿Vosotros qué tal?, ¿dónde vives ahora?, ¿o sigues en
Vasastan?
─Ahora vivimos en Norrmalm. Hugo y yo trabajamos en el
Centro Tecnológico de Volvo, así que nos mudamos allí para
estar más cerca de la oficina. Estamos encantados, la verdad.
─No me extraña, mí me gusta mucho Norrmalm, mi tío Björn
tiene un ático allí.
─Oh, tu tío Björn, todas nos moríamos por sus huesos…
─Yo creía que el favorito era mi padrastro.
─Él también ─Violeta soltó una carcajada.
─¿O sea que os dedicáis a la automoción?
─Hugo, que es ingeniero automotriz, yo llevo el área de
relaciones externas.
─Vaya, qué interesante…
Fue lo último que oyó decir a Magnus Mattsson, que
parloteaba más que su hermana, porque se alejó de ellos
decidida a no prestarle más atención.
Salió a la terraza para saludar a su cuñada, a los padres de su
cuñada, a su hermana y su novio, y a sus vecinos, una pareja
de origen pakistaní muy maja con la que se entretuvo
charlando un rato hasta que la terraza se llenó de gente y de
niños, su hermano se puso a asar la carne y entonces ella
empezó a divagar sobre la posibilidad de marcharse sin
parecer muy mal educada, porque la presencia de Magnus
Mattsson, como uno más allí acaparando la atención de la
gente, se le empezó a atragantar y sabía que tarde o temprano
acabaría por hacerse evidente.
─Se te dan de maravilla los niños, Mag, te los voy a dejar de
vez en cuando.
Oyó que comentaba su cuñada y que todo el mundo
soltaba una carcajada cómplice, y ella dejó de hacer lo que
estaba haciendo para observar de soslayo a Mattsson, que se
había sentado en una sofá con su sobrinito de siete meses en el
regazo.
─Cuando quieras, Daisy, tengo mucha experiencia, ya sabes
que cuidé de mis hermanos gemelos desde que nacieron.
─¿Aún no te has planteado tener niños? ─Le preguntó la
madre de su cuñada y él sonrió.
─Dos o tres en cuanto encuentre a quién quiera tenerlos
conmigo.
─Seguro que hacen cola, no seas modesto.
Bromeó Violeta, dándole un empujoncito amistoso en el
hombro, y ella puso los ojos en blanco y siguió aliñando
ensaladas y cortando pan amasado mientras Erik empezaba a
sacar choricillos y delicias varias con las que agasajar a sus
invitados.
─¿Tienes modificado el motor del Aston Martin? ─Intervino
Hugo cambiando de tema y Carolina se inclinó para dar de
comer a su sobrina Rose.
─No, es el original de 1966, bloque de seis cilindros en línea
de 4.0 litros y doble árbol de levas ─soltó como si hablara del
tiempo y tanto Hugo como el pequeño Matías soltaron un
silbido de exclamación.
─Guau, qué pasada. El 2022 salió a subasta el de Sean
Connery por una barbaridad de dinero…
─Tres coma veinticinco millones de euros ─Respondió
Carolina de forma involuntaria y Magnus la miró fijamente
antes de volver a prestar atención a Hugo.
─¿Quieres verlo y darte una vuelta?
─Jamás diría que no a una propuesta semejante.
─Vamos.
─No tardéis, por favor.
Les pidió Violeta observando cómo se marchaban y
Carolina sin querer los siguió con los ojos comprobando como
Mattsson se sacaba las llaves del coche del bolsillo y se las
entregaba a Hugo, que no podía estar más ilusionado con el
asunto, al igual que Matías, que de repente se giró hacia ella y
le hizo un gesto con la mano.
─¿No te vienes, tía Carrie?
─No, cariño, muchas gracias.
─¡Es un Aston Martin!
─Como si fuera un patinete, a mí esas cosas me dan igual.
─Qué borde eres, hermana, en serio.
La regañó Erik pasando por su lado y ella frunció el
ceño y lo siguió a la cocina un poco ofendida por el
comentario.
─¿Perdona?
─Qué eres muy borde cuando te lo propones, Carolina. Desde
que has llegado tienes cara de acelga, si no tenías ánimo o
ganas de venir, no haber venido ─La miró con las manos en
las caderas y ella se cruzó de brazos muy dolida.
─Por supuesto que tenía ánimo y ganas de venir, lo que no
esperaba era encontrarme a ese tío aquí.
─¿A qué tío? ¿A Magnus? Es mi amigo desde hace treinta
años.
─Ni siquiera fue a tu boda.
─Porque estaba con la Fuerza Aérea destinado en Malí. ¿A
qué viene esto, Carry?, ¿tienes algún problema con él? Creo
que lo has visto un par de veces desde enero y ni siquiera me
lo habías comentado.
─¿Ya no recuerdas cómo trató a Amanda, tu melliza, en el
colegio?
─¡Erik! ─Los interrumpió su cuñada─. Te llaman del hospital,
es importante, aunque espero que no te hagan ir. Me lo habías
prometido.
─No tengo que ir, cielo, solo estaba esperando el resultado de
unas pruebas que hicimos ayer.
Se acercó a su mujer y la besó en la cabeza cogiendo el
teléfono móvil y haciendo amago de irse, aunque antes se
volvió y la señaló con el dedo.
─Magnus es mi amigo y estoy encantado de tenerlo hoy aquí,
pero si tú no te sientes cómoda con él, por la razón que sea,
puedes irte. No te lo voy a reprochar.
─Perfecto, porque tengo trabajo.
─Tú misma.
La dejó en medio de la cocina y ella, en lugar de recular
y pedir disculpas, se fue directo a la terraza para excusarse con
todo el mundo y salir pitando de allí, que era lo que de verdad
le apetecía hacer desde que había llegado hacía dos horas.
Dio las explicaciones pertinentes, culpó a la subasta que
esa mañana tenían en Stockholms Auktionsverk, donde en
teoría la necesitaban, y después se fue a la puerta principal
para recoger su abrigo, sus cosas y pedir un taxi.
─¿Ya te vas? ─Le preguntó Magnus Mattsson abriendo la
puerta a la par que ella y ella retrocedió.
─Sí, me reclaman en el trabajo. ¿Hugo y Matías?
─Se han ido a dar una vuelta después de revisar el motor a
conciencia ─le sonrió─ ¿Te puedo hacer una pregunta?
─Tú dirás.
─Estoy detrás de unas cartas aeronáuticas de Hjalmar Riiser-
Larsen y me consta que van a salir a subasta a través de
Stockholms Auktionsverk, aunque aún no hay ninguna
información al respecto.
─¿Hjalmar Riiser-Larsen?
─El célebre piloto y explorador noruego, sobrevoló el polo
norte y era amigo personal de mi abuelo.
─No sé quién es.
─Además de empresario, Hjalmar Riiser-Larsen fue
explorador, militar y piloto, se le considera el pionero de la
aviación escandinava y fundador de la Fuerza Aérea Noruega.
Para cualquier amante de la aeronáutica sería un lujo poder
hacerse con alguno de sus mapas, aunque al parecer tu
empresa los piensa sacar a subasta dentro de otros lotes ajenos
a su persona. Es lo que me ha contado su propia familia y es
una lástima.
─No me suena.
─Pagaré lo que sea.
─No lo dudo, pero yo ya no estoy al día con lo que pasa en la
sede de Estocolmo y, además, lo mío es el arte de los siglos
XIX y XX, no los objetos personales.
─Olivia me ha asegurado que tú podrías echarme un cable.
─¿Olivia?, ¿ah sí?, pues yo no estaría tan segura ─Le sostuvo
la mirada y por unos segundos se perdió en ese mar celeste y
luminoso, hasta que reaccionó y movió la cabeza incómoda─.
Me informaré y si me entero de algo se lo contaré a Olivia
para que te lo transmita, pero no te prometo nada.
─Muchas gracias, con eso me vale ¿Te doy mi número de
teléfono?
─No hace falta, se lo diré a ella.
─Está bien. Gracias.
─De nada. Ahora, si no te importa, debería irme.
─Claro, hasta luego, Carolina.
Le guiñó un ojo y ella sintió cómo, literalmente, le
fallaban las rodillas y el cuerpo le pedía a gritos retractarse y
quedarse allí, a charlar con él sobre Hjalmar Riiser-Larsen o
sobre lo que quisiera.
8

─¡Me alegro mucho, Björn!, ¡enhorabuena!


Exclamó sinceramente, porque sabía que para su tío
Björn, a sus cuarenta y tres años, aquella era la mejor noticia
posible.
─Muchas gracias, eres de los primeros en saberlo.
─¿Cómo se encuentra Candela?
─Radiante, preciosa, feliz… no podemos estar más
ilusionados.
─¿Y cuándo nacerá el nuevo o la nueva bebé Pedersen?
─En octubre, al parecer lo concebimos en Estocolmo antes o
después de la boda civil.
─Vaya, pues, es estupendo. Enhorabuena otra vez. ¿Dónde
estáis ahora?
─En Suecia, volvemos a Noruega en junio ¿Tú dónde paras?,
me ha dicho Leo que te han dado la ruta a Oceanía.
─Bueno, lo sigo cubriendo todo, en realidad, solo me han
ampliado las rutas, así que ahora he empezado a volar también
a Australia y Nueva Zelanda. ¿Hace cuánto tiempo que no
hablábamos?
─No lo sé, un montón, a ver si vienes a cenar una noche o nos
vamos a tomar algo solos. ¿Te parece?, ¿qué tal lo tienes hoy?
─Hoy mal porque estoy en Copenhague, pero podemos vernos
el fin de semana.
─Perfecto, me lo apunto, ¿el sábado te viene bien?
─Genial, cena y unas copas dónde quieras.
─Eso está hecho, Magnus. Nos vemos el sábado y vete
pensando en si quieres ir a Helgeland este verano, queremos
organizar algo familiar allí, aunque entiendo que igual
prefieras descansar en la soleada Italia con Leo y los niños.
─Aún no tengo nada decidido y ni sé cómo tengo la agenda o
cuándo tengo vacaciones.
─Ok, pues cuando sepas algo ya nos vas contando, de
momento, nos vemos el sábado.
─Eso es y enhorabuena otra vez, manda un abrazo a Candela
de mi parte.
─Gracias, chaval. Adiós.
Le colgó y Magnus soltó una carcajada, porque era
increíble cómo, sin verlo, podía percibir perfectamente su
sonrisa y su felicidad, algo que lo hacía muy feliz a él también
porque Björn, el adorado hermano pequeño de su madre, no
solo era su tío, además era uno de sus mejores amigos. Una
gran persona y un tipo que había pasado por muy malos
momentos a lo largo de toda su vida, que había superado
muchas pérdidas, así que era grandioso que al fin le tocara
ganar y sumar, crear su propia familia junto a una mujer
impresionante como Candela Acosta, la perfecta horma de su
zapato.
En realidad, Björn se lo merecía todo, concluyó,
llegando al precioso Barrio Latino de Copenhague, el corazón
de la ciudad, donde no solo podías encontrar el ayuntamiento,
el palacio real, mansiones, palacetes y las tiendas más chic del
momento, sino también la sede danesa de Stockholms
Auktionsverk, donde trabajaba Carolina Clausen, la hermana
pequeña de su amigo Erik que le había conseguido en un
tiempo récord las famosas cartas aeronáuticas de Hjalmar
Riiser-Larsen, por las que llevaba penando muchos años.
A mediados de marzo se habían encontrado por
casualidad (otra vez) en casa de Erik y un mes después ya
tenía los documentos en su mano y gracias a que ella había
gestionado y agilizado la compra directa antes de pasar por
una subasta, como deferencia a la familia Riiser-Larsen y a él
mismo, que había sido el único en manifestar un interés real
por los mismos.
Una gestión valiosísima que había querido agradecer por
teléfono sin éxito, o enviándole flores, lo que, al parecer,
según su amiga Olivia, no le había sentado muy bien porque
no era muy dada a aceptar regalos o detalles por hacer su
trabajo, así que, haciendo una excepción en medio de sus días
libres, se había cogido un avión como extra-crew y se había
plantado en Copenhague con la intención de verla
personalmente y, con algo de suerte, conseguir invitarla a
cenar o a tomar algo, si se dejaba, porque Carolina Clausen era
la chica más distante y escurridiza con la que se había topado
jamás.
Que ella fuera así, tan fría, normalmente lo habría
espantado, porque él era el más sociable y abierto de los
mortales y le gustaba tratar con gente parecida, sin embargo,
sentía mucha curiosidad por ella, de hecho, la había
“investigado” en Google y también había interrogado a su
entorno más cercano, a Olivia por ejemplo o a sus hermanos,
al mismo Erik, que le había explicado que Carrie era muy suya
y muy tímida, aunque si le dabas tiempo, podías llegar a
descubrir lo generosa, alegre y cariñosa que era.
Eso si le dabas tiempo o si se trataba de su familia,
seguramente, porque con él, desde el minuto uno en Río de
Janeiro, se había comportado como una harpía desalmada y
poco compasiva. Un hecho incomprensible que no se le
olvidaba y que lo tenía desde entonces desconcertado, no
obstante, tras conseguirle las preciadas cartas aeronáuticas de
Hjalmar Riiser-Larsen, prefería no darle más vueltas a aquello
y regalarle una segunda oportunidad.
Total, lo más seguro es que solo se había tratado de un
malentendido y, si de algo podía presumir Magnus Mattsson,
era de ser comprensivo e indulgente, así pues, había seguido
su impulso natural, había obviado sus desaires y había
decidido pasar a saludarla a su oficina danesa, como habría
hecho con cualquier otra persona que le hubiese facilitado una
gestión tan importante para él.
─Hola, buenas tardes, venía a ver a la señorita Carolina
Clausen.
Informó en inglés a la guapa recepcionista de
Stockholms Auktionsverk, regalándole la mejor de sus sonrisas,
y ella se puso de pie de un salto para mirarlo coqueta.
─¿Tiene cita?
─No, la verdad es que no ─Apoyó los brazos en el mostrador
y suspiró─. Pretendía darle una sorpresa, soy amigo de su
hermano, pasaba por el barrio y…
─¿De dónde viene?
─Hoy desde Estocolmo.
─¿Hoy?
─Viajo mucho. ¿Está Carolina o…?
─Creo que no, igual ya se ha ido, aunque yo acabo de empezar
mi turno. Espere un minuto y lo consulto con su ayudante,
pero tenga en cuenta que sin cita no sé yo si podrá atenderlo y
menos a estas horas. Es muy estricta con eso.
─¿Qué tal si empiezas por tutearme? ─Miró la plaquita de su
pechera─, Aneka. ¿Te llamas Aneka?, es muy bonito.
─Significa “llena de gloria”.
─Me encanta.
─Está bien ─Le sonrió arreglándose el pelo─. Dime cómo te
llamas y trataré de pasarte a su despacho.
─Genial, mil gracias, me llamo Magnus Mattsson.
─Un minuto, por favor.
Alzó un dedo concentrándose en su ordenador y él se
alejó del mostrador metiéndose las manos en los bolsillos.
Giró prestando atención a la recepción, que era mucho más
pequeña que la de la sede central de Estocolmo, donde había
ido a recoger su tesoro hacia una semana, pero con el mismo
estilo y sobriedad. Un escenario muy propio para la estilosa y
sobria Carolina Clausen.
─¿Magnus?
─Sí ─Miró a Aneka y ella le extendió un pase de seguridad.
─Sube a la tercera planta.
─Estupendo, muchas gracias.
─Esto igual me cuesta una regañina, o sea que ve pensando en
cómo compensarlo.
─¿Perdona?
─Salgo a las diez de la noche.
─No te preocupes, no habrá ninguna regañina, me ocuparé
personalmente de que Carolina sepa que todo ha sido culpa
mía. Muchas gracias.
Le guiñó un ojo, le quitó el pase y ella se cruzó de
brazos un poco descolocada, sin entender si estaba de broma o
se la estaba jugando de mala manera, así que, antes de que
reaccionara, caminó directo al ascensor y se metió dentro
diciéndole adiós con la mano.
Movió la cabeza sintiéndose un poco culpable, porque
tontear con una mujer para conseguir algo, por pequeño que
fuera, era inaceptable y mucho más a su edad, y anotó
mentalmente mandar unas flores de agradecimiento a la
señorita Aneka, que había sido muy amable con él, a pesar de
haberse saltado, seguramente, la mayoría de las normas de
seguridad de su empresa.
Llegó a la tercera planta y entró en una segunda
recepción que estaba vacía, caminó unos pasos y se encontró
con un espacio de trabajo diáfano y elegante donde había
cuatro escritorios con sus respectivos ordenadores encendidos,
pero también vacíos, y al fondo del todo, un despacho con
cristales ahumados alrededor del cual se congregaban unas
seis personas en actitud expectante y nerviosa.
Se acercó a ellos sin hablar, y entonces oyó los gritos
que provenían del interior de la oficina e inmediatamente el
golpe de un objeto pesado contra una pared.
─¿Qué está pasando? ─Preguntó a un chico que estaba
comiéndose las uñas sin perder ripio de la disputa y él se
encogió de hombros sin mirarlo.
─Carolina, que se va a comer a su novio.
─¿Cómo dices?
─Carolina que… ─Se giró y lo miró a los ojos─ ¿Tú quién
eres?
─Mag…
─¡No me toques, mentiroso de mierda! ─Lo interrumpió un
grito en sueco de Carolina e instintivamente dio un paso hacia
ella.
─¡Eh!, no te metas, ¿quieres llevarte lo tuyo?. No está el horno
para bollos, hombre, quieto ahí ─Lo frenó el chaval
poniéndole una mano en el pecho.
─¿No pensáis intervenir?
─Ni de coña ─contestó otra persona─. El muy capullo se
merece que lo haga pedazos.
─¡Que no te acerques! ¡No me toques!
Volvió a gritar Carolina, lanzando algo contra el cristal y
la voz del tipo que estaba con ella, que se mantenía calmado,
pero que tenía un tono tenso y despreciable, no le gustó nada.
Apartó al grupito, se acercó a la puerta y la abrió sin llamar.
─¿Qué está pasando aquí? ─Se dirigió a ella, que al verlo
parpadeó confusa, y entró poniéndose las manos en las
caderas─ ¿Estás bien?
─¿Magnus?, ¿tú que haces aquí?
─Pasaba por el barrio. ¿Estás bien? ─Miró al tipejo, que era
un guaperas de pelo oscuro y cara de estirado, dio un paso
atrás y cerró la puerta─ ¿Carolina?
─Estoy bien, no te metas…
─¿Eres consciente de que tenéis público ahí fuera? ─la
interrumpió, señalándole la oficina con el pulgar.
─¡Joder!, si es que… Sten… ─Increpó a su amigo─. Vete, por
favor, y no vuelvas a llamarme nunca más. En tu puta vida, ¿lo
tienes claro?
─Estás siendo pueril y…
─Pueril, pueril. Pueril tú, capullo infiel y mentiroso. ¿Sabes
cuál era tu único mérito?, ser leal, ser honesto, ser estable y
ahora sabemos que todo eso era una vil mentira. No vales un
pimiento, ni una mierda es lo que vales.
─Baja el tono y el ritmo cardiaco, peque, mírame y vamos a…
─Dio un paso hacia ella y ella cogió la grapadora de encima
de la mesa y se la tiró a la cabeza.
─¡Vete!, ¡joder, vete!, ¿tan difícil es de entender?
─Peque…
Volvió a intentarlo, dio otro paso hacia ella y entonces
Magnus se le acercó con calma y le cortó el paso mirándolo
desde su altura.
─Ya la has oído.
─¿Se puede saber quién coño es este tío? ─Bufó el tal Sten
ignorándolo y Magnus se inclinó y buscó sus ojos.
─Me llamo Magnus Mattsson, soy amigo de su hermano Erik,
la conozco de toda la vida y, cómo no te largues ahora mismo
de aquí, en nombre de Erik, y en el mío propio, te voy a
romper esa cara de gilipollas que tienes. ¿Te parece bien?
─¿¿Qué?!, ¿quién habla así?, por el amor de Dios.
─Un tío que no tiene ningún problema en darte una buena
paliza, así que ya sabes… ─Le indicó la puerta─, andando o
atente a las consecuencias.
─¡Suecos!
Soltó a modo de insulto, agarró la puerta con furia y
salió de allí dando un sonoro portazo. Magnus, que no había
perdido un ápice de serenidad, lo siguió con los ojos y luego se
volvió hacia Carolina.
─Menudo pelmazo.
─Muchas gracias por… ya no sabía qué hacer para que se
marchara.
─¿Estás bien?, ¿te ha hecho algún daño?, porque si es así aún
estoy a tiempo de pillarlo en el ascensor.
Sonrió, guiñándole un ojo, pero ella permaneció seria,
con lágrimas en los ojos.
─¿Qué haces aquí, Magnus?, ¿necesitabas algo? ─Bajó la
cabeza y se inclinó para recoger los objetos que había tirado
sin mucha puntería contra el guaperas de pelo oscuro.
─No, la verdad es que solo quería saludarte e invitarte a tomar
algo.
─¿Por qué?
─Por tu gestión con las cartas aeronáuticas de Hjalmar Riiser-
Larsen.
─Agradezco el detalle, pero solo hice mi trabajo.
─Para ti solo es trabajo, para mí es mucho más. No sé si te lo
habrá contado Olivia, pero las he entregado a la fundación de
mi abuelo y se expondrán a partir de mayo en su museo.
─No sabía nada, pero me alegro mucho ─Respiró hondo y lo
miró de frente─. El museo dedicado a Industrias Pedersen y su
legado es de mis museos privados favoritos, me alegro
muchísimo de que los documentos de Riiser-Larsen acaben
expuestos allí.
─Hjalmar era muy amigo de mi abuelo y estarán junto a otros
objetos y mapas suyos.
─Acabo de enterarme de que Sten ─Le señaló la puerta─, que
era mi novio formal desde hacía un año, ha dejado embarazada
a otra mujer, una excompañera del King’s College que encima
había recomendado como terapeuta para mi sobrino Andy.
─Guau, lo siento mucho…
─¿Por qué todos los tíos sois tan capullos?
─Yo…
─Salvo mi padre y mi hermano, tal vez mis cuñados, no hay
uno solo que se salve.
─Gracias por lo que me toca.
─Ni siquiera quería tener hijos, ¿sabes?, fue lo primero que
me dijo cuando nos conocimos, y ahora dice que es una
oportunidad para crecer y madurar, para mejorar como ser
humano y siquiatra. No se puede ser peor persona, lleva con
ella, que está casada, desde el año pasado y asegura que se va
a divorciar para criar juntos al niño.
─Un impresentable no nos define a todos.
─¿Tú crees? ─le clavó los ojos negros secándose las lágrimas
con la manga de la camisa─. Yo no estaría tan segura.
─¿Carolina? ─El chico que había intentado impedir que
interviniera en la discusión se asomó al despacho y les
sonrió─ ¿Estás mejor?, es hora de irse a casa.
─Os podéis ir y perdonad la escenita, pero…
─No te preocupes, todos estamos de tu parte ─Lo miró a él de
arriba abajo─. Hasta otra, señor sueco desconocido.
─Hasta otra ─Le hizo una venia y él le tiró un beso antes de
desaparecer por el pasillo.
─Bueno, al parecer se ha hecho tardísimo ─Comentó Carolina
cogiendo su abrigo.
─Eso parece. ¿Tú también vas?, ¿te puedo acompañar a algún
sitio?
─¿No querías invitarme a tomar algo? ─Él asintió─. Entonces,
adelante, esta noche creo que necesito un buen trago.
9

No solía beber y esa noche, por muy destrozada que se


sintiera, tampoco pensaba hacerlo, aunque nada más llegar al
pub favorito de sus compañeros de trabajo pidió una pinta y un
chupito de whiskey para relajarse, o para envalentonarse,
porque lo que realmente necesitaba en ese momento era valor
y fuerza, empuje para conseguir entender aquel drama oscuro
e inesperado en el que la había metido Sten Olsen,
oficialmente su ex, el más embustero y egoísta de los mortales.
Se bebió el chupito de un trago y levantó los ojos para
mirar a su archienemigo, Magnus Mattsson, ese espectacular
sueco de metro noventa, pelo rubio y ojos color del cielo, al
que llevaba odiando desde los nueve años por destrozar el
corazón de su hermana Amanda; y que esa tarde se había
comportado como un caballero y como un gran amigo con
ella.
─¿No deberíamos pedir algo de comer? ─le preguntó él como
si nada, indicándole su copa vacía con la cabeza, y ella
asintió─. Muy bien, voy a ir a la barra a pedir unos nachos y
un par de sándwiches o unas hamburguesas. ¿Te apetece una
hamburguesa?
─Ok. Hacen unas Frikadeller muy buenas aquí.
─¿Hamburguesas al estilo danés?, no, gracias, pero si tú
quieres, te pido una.
─Gracias, para ti habrá normales, no te preocupes.
─Eso espero.
Se levantó y se fue a la barra seguido por la mirada de
muchas mujeres, de todas las edades, que a esa hora salían del
trabajo y pasaban por el pub para tomar unas copas y relajarse
tras una ardua jornada laboral.
Ella las observó con cierta distancia, oyendo
comentarios y viendo codazos cómplices, y no solo de ellas
sino también de algunos tíos, y luego desvió la vista hacia la
pared, pensando que salir con un tío como Magnus Mattsson,
que lo mismo encandilaba a hombres que a mujeres, debía ser
un coñazo y una pequeña tortura, especialmente porque se
pasaba la vida viajando y a saber qué hacía por ahí.
Un amor en cada puerto, concluyó, apiadándose de la
pobre incauta que acabara enamorada de él, porque, fuera
quién fuera y se portara cómo se portara, terminaría sufriendo.
No hacía falta más que verlo.
Lo buscó otra vez con los ojos y lo vio apoyado en la
barra, hablando con la camarera mientras ella se atusaba el
pelo y le ponía ojitos de cordero degollado, y no pudo evitar
espiar su pinta estupenda, aunque informal, con vaqueros y
una camisa blanca sencilla, sus botas de cowboy que le
sentaban de cine. Un vikingo con mucho estilo y mucha clase,
porque, no se podía negar, exhalaba glamour por los cuatro
costados, al igual que su madre, que había sido una mujer
bellísima y deslumbrante.
─Gracias a Dios tienen cheeseburger normal ─Le comentó
volviendo a la mesa y sentándose frente a ella─ ¿Paras mucho
por este pub?
─Muy poco, pero está al lado de la oficina y a mis compañeros
de trabajo les encanta.
─Está bien y al menos no hay tantos turistas, a pesar de estar
en esta zona.
─¿Tienes algo contra los turistas?
─Dentro de un avión no, fuera me agobian bastante ─le sonrió
con su sonrisa del millón de dólares y ella puso los ojos en
blanco.
─Adoro Italia y sigo yendo religiosamente al Lago Maggiore
todos los años, pero cada vez es más difícil descansar, cenar o
pasear sin toparse con un mar de turistas. Mira Venecia, ya no
hay quién consiga callejear por ahí.
─Supongo, pero el turismo mueve la economía y a Dinamarca
le viene fenomenal, no todo van a ser los Fiordos Noruegos en
Escandinavia.
─Eso no te lo voy a discutir ─Tomó un sorbo de su cerveza sin
quitarle los ojos de encima─ ¿Quieres hablar sobre lo que ha
pasado antes?
─¿Sobre Sten?, no, ya te he explicado todo lo que hay que
saber.
─No quiero conocer más detalles sobre Sten, quiero saber
cómo te encuentras tú.
─Ahora mismo me encuentro fatal, pero lo superaré, a pesar
de lo que se me viene encima con mi familia.
─¿Con tu familia por qué?
─Porque no soportaban a Sten, nunca lo hicieron y ahora
podrán decirme “te lo advertimos” con toda la razón del
mundo.
─Vaya… Y… ¿por qué no lo soportaban?
─Principalmente, porque antes de ser mi novio fue mi
terapeuta, no es muy ético y… ya sabes…
─¿Se ligó a una paciente?, podrías denunciarlo.
─Bueno, solo me vio profesionalmente dos veces, porque en
seguida conectamos y me propuso salir. Lo dejé como
siquiatra y me cambié de terapeuta.
─Aún así, creo que pasó la línea de confianza y eso no puede
ser sano.
─¡¿Crees que no lo sé?! ─Subió el tono, pero de inmediato
reculó y suspiró─. Lo siento, Magnus, estoy…
─¿Te enamoraste de él?, si es así no hay nada que reprochar,
nadie elige de quién se enamora.
─Muchas gracias por entenderlo, pero no sé si era amor de
verdad, nunca lo sentí de ese modo…
─Un par de hamburguesas y unos nachos ─Anunció la
camarera interrumpiéndolos y los dos agradecieron sus platos
llenos de comida─ ¿Otra ronda de bebidas?
─Sí, por favor y muchas gracias.
Contestó Magnus Mattsson con esa calma autoritaria
suya, porque parecía estar acostumbrado a mandar y a saber lo
que quería, a pedirlo con seguridad y educación, y Carolina no
se movió pensando que, a pesar de los pesares, ese tío era muy
interesante, muy masculino, como esos galanes de las
películas o de las novelas románticas que le gustaban tanto.
─Guau, está deliciosa, me moría de hambre.
Comentó dando un gran mordisco a su hamburguesa y
ella hizo lo mismo con la suya, tratando de no mirarlo tanto.
─¿Qué has venido a hacer a Copenhague? ─Le preguntó
cambiando de tema y él se encogió de hombros.
─Vine a verte y ahora me parece que fue muy oportuno que
viniera.
─¿A verme a mí?, ¿por qué?
─Porque llevo semanas queriendo agradecerte la gestión con
los documentos de Hjalmar Riiser-Larsen, ya te lo he dicho
antes.
─Pero no hacía falta que vinieras hasta aquí.
─Pues parece que sí ─Le guiñó un ojo─, si no llego a
aparecer, el tal Sten estaría a estas horas en Urgencias con un
pisapapeles incrustado en la frente.
─A lo mejor se lo merecía.
─No me cabe la menor duda.
─La pura verdad es que nunca le había tirado nada a nadie,
pero me he quedado muy a gusto, el muy cabrón es un…
sinvergüenza. ¿Sabes lo que me ha dicho? Que pretendía
seguir conmigo a pesar de su novia embarazada ─Dejó la
hamburguesa en el plato y bebió un sorbo largo de cerveza─.
Dice que está enamorado de ella y que quiere ser padre con
ella, pero que nada en esta vida es eterno ni definitivo y que
mejor no romper nuestro “vinculo” por lo que pudiera pasar.
¡¿Por lo que pudiera pasar?! ¡¿Qué coño quiere decir?!, ¿qué
me quede en el banquillo por si acaso a él le sale mal el
invento? Es imbécil.
─Ahora me arrepiento de no haberle dado una buena paliza.
─No estoy bromeando.
─Yo tampoco ─suspiró─. No soy violento, pero si algo he
aprendido en esta vida, es que hay personajes que se merecen
un buen repaso, y no me refiero solo a lo verbal.
─No te preocupes, si vuelvo a verlo, ya se lo daré yo.
─¿Vivíais juntos?, porque si necesitas que te acompañe a casa,
yo…
─Nunca ha querido vivir conmigo. Lo conozco desde hace dos
años, pero solo desde hace uno me dejaba llamarlo “novio”; si
apenas me permitía quedarme a dormir en su piso y al mío nos
iba porque decía que había pelos de gato por todas partes y es
alérgico.
─¿En serio?
─Sí, aunque mi pobre Félix vive con mis padres desde que lo
conocí a él.
─La pregunta es: ¿cómo has podido aguantar a semejante
gilipollas durante dos años?
─No lo sé, al principio era adorable y es un tío muy
inteligente, y yo pensaba que era fiel y muy estable, supongo
que me tenía deslumbrada y, además, el desafío de defender
mi relación contra todo el mundo no me permitía ver la
realidad.
─Vale, lo importante es que ya pasó, ¿no?
─Eso parece.
─Cualquier crisis siempre es una oportunidad, te irá mucho
mejor sin él.
─¿Y tú? ─Le clavó los ojos y él levantó las cejas─ ¿Cómo es
tu vida sentimental?, ¿tienes novia, novio, ambos o un amor en
cada aeropuerto? Ya sabes lo que se dice de los empleados de
las líneas aéreas.
─¿Qué se dice?
─Que aquello es Sodoma y Gomorra, como en los hospitales o
las multinacionales, tantas horas trabajando juntos al final crea
“vínculos” y ya se sabe, que el roce hace el cariño.
─Mmm ─contestó mirando al techo─, tal vez es cierto, pero
no es mi caso, hace tiempo que procuro separar el trabajo de la
vida personal.
─¿Cuánto tiempo llevas en SAS?
─Ocho años. A los treinta dejé la Fuerza Aérea Sueca y me fui
al sector privado.
─¿Por qué pasaste por la Fuerza Aérea?, ¿no se puede ser
piloto a través de academias o…?
─Se puede, pero la formación óptima es a través de la Fuerza
Aérea, dentro del cuerpo puedes estudiar ingeniería
aeronáutica y prepararte para servir a tu país. Mi abuelo Björn
me lo inculcó desde que tengo uso de razón: Primero un rango
militar real y luego te pasas al sector privado donde te
recibirán con los brazos abiertos.
─Pero has dejado de servir a tu país.
─Lo serví durante doce años y lo sigo sirviendo. Estoy en la
reserva.
─Vale, pero ¿por qué no quedarse en las fuerzas armadas?, no
creo que tú necesites del dinero que se gana en la aviación
comercial privada ¿no?
─¿Qué te hace pensar eso?
─Sé quién era tu abuelo.
─Que mi familia tenga dinero no invalida mi derecho a querer
avanzar profesionalmente, a ser un poco ambicioso. El cambio
de lo público a lo privado es lo natural en cualquier piloto de
mi edad.
─Touché! ─Le respondió, aceptando lo prejuicioso de la
pregunta y siguió comiendo─. Lo siento, estoy un poco piripi,
así que soy capaz de preguntar cualquier cosa.
─No pasa nada.
─Los curritos de clase media siempre pensamos que, si
fuéramos ricos, no haríamos nada salvo pasarlo bien… ya
sabes…
─Lo sé, pero tú deberías saber que, a pesar de lo que
presupones, yo no soy rico y me tengo que ganar el pan como
todo el mundo. El patrimonio de los Pedersen no es mío, está
en manos de fideicomisos, empresas, juntas de accionistas,
fondos de inversión, etc. Me he tenido que buscar la vida
siempre y, te digo una cosa, cuando mi abuelo vivía era igual,
porque no quería una familia mediocre u ociosa viviendo de
las rentas.
─Me hubiese gustado tu abuelo.
─Era genial ─terminó su hamburguesa y se apoyó en el
respaldo de la silla─. Olivia me ha dicho que estás esperando
un ascenso en Estocolmo.
─Sí, pero se está retrasando, llevo un mes esperando. Una
putada, porque ahora me vendría de perlas poder marcharme
de Dinamarca ─Le clavó los ojos─. ¿Por qué habláis con
Olivia sobre mí?
─Porque la gente habla de las personas que tienen en común.
─Yo no.
─Lo que tú digas.
─Uy… ─miró la hora─. Creo que me voy a ir, he comido
demasiado y encima estoy cada vez más piripi. Necesito mi
cama.
─Espera y te acompaño a casa.
─Ingen ─Trató de ponerse de pie y se tuvo que sujetar a la
pared─. Me cachis en la mar, lo veo todo nublado, es oficial:
estoy borracha.
─Eso parece, señorita Clausen. Venga, te llevo a casa.
─No te dejaré entrar, no te hagas ilusiones…
Trató de mantener la dignidad haciéndose la graciosa,
mientras él pedía la cuenta, y se sujetó bien a la silla para
ponerse el abrigo, aunque un calorcito muy agradable le
recorría todo el cuerpo.
─Jamás te dejaría camelarme, vamos…
─Nada más lejos de mis intenciones, Carolina.

─¿Por qué?, ¿acaso no te gusto? ─Le preguntó un pelín


ofendida y él soltó una carcajada.
─Claro que me gustas ─Le ofreció el brazo para salir a la
calle─. Lo que pasa es que yo jamás me aprovecharía de una
chica “piripi” que acaba de romper con su novio.
─No te creo ─Llegaron a la acera y se le agarró a la chaqueta
con las dos manos, porque todo se le había puesto del revés─.
Madre mía, qué pedo llevo…
─Ya te digo.
─No te habrás enrollado tú con chicas piripi… ─Insistió y
Magnus Mattsson movió la cabeza.
─Creo que no, pero si ha pasado, yo estaría igual de piripi y
ella, te lo aseguro, no era la hermana de ninguno de mis
amigos. ─Le informó, levantando una mano para llamar un
taxi.
─¿Qué quieres decir con eso?
─Que nunca, jamás, salgo con la hermana de un amigo.
─¿Por eso rechazaste a mi hermana?
─¿Qué?, ¿qué hermana?
─No te hagas ahora el caballero andante conmigo, Magnus, te
tengo calado.
Se apartó de él para acercarse al taxi que se había
detenido junto a la acera, y él la siguió tratando de cogerla por
el codo.
─¡No me toques!, no hace falta. Gracias.
─Vale, pero el suelo tiene hielo y…
─Oye, chaval, que ya no tengo nueve años ─Se giró para
señalarlo con el dedo─, puedo irme sola y, para que lo sepas,
me caes fatal, no me gustas un pimiento, así que déjame en
paz. Me voy.
Llegó al taxi despacito, abrió la puerta y se metió dentro
sin mirar atrás, cada vez más mareada. Levantó los ojos para
decirle al conductor donde tenía que llevarla, pero antes de
abrir la boca Magnus Mattsson le tocó el cristal de la ventana
y no le quedó más remedio que abrirla y prestarle atención.
─¿Qué?
─¿Estás segura de que eres hermana de Erik Clausen?
─¿Perdona?
─Conozco a los Clausen desde siempre y todos ellos son
educados, amables y encantadores. No sé de dónde has salido
tú, pero no te pareces en nada a tu familia.
─Serás…
─Suerte en la vida, Carrie. Adiós.
Le sonrió, se enderezó y le dio un golpecito al coche
para que se pusiera en marcha. Carolina blasfemó en todos los
idiomas que conocía, impotente por no tener la réplica perfecta
para hundirlo en la miseria, cerró los ojos y se durmió.
10

Palmoteó la espalda de su padrastro y se le puso al lado


para mostrar su apoyo incondicional, porque sabía que él
necesitaba de todos los suyos a su lado en un momento tan
delicado como ese: conocer a su padre biológico, al que había
ignorado durante más de cincuenta años.
La madre de Leo, que era una enamorada de Italia, se
había comprado una casa en el Lago Maggiore, cerca de
Milán, en el año 1970 y, además de construir allí su paraíso
privado, había tenido una aventura fugaz con un adonis local,
un affaire fuera del matrimonio, que había dado sus frutos con
el nacimiento de Leo. Un hijo deseado, a pesar de su
inesperada llegada, que había crecido rodeado de amor y de
una familia estupenda que jamás le había negado su origen,
aunque él decidiera pasarlo por alto hasta hacía bien poco,
concretamente hasta que sus cinco hermanos biológicos, unos
tíos estupendos residentes en Milán, habían aparecido de
pronto para intentar integrarlo en su familia.
Leo había construido una vida feliz en Suecia, pero sin
perder nunca de vista Italia, porque su madre se había
empeñado en que aprendiera italiano y pasara todos los
veranos en el Lago Maggiore, así que había accedido a tratarse
con ellos y allí estaban, dos años después de su primera toma
de contacto, a punto de conocer al hombre que había marcado
sin querer y desde el anonimato su existencia.
Magnus respiró hondo, tratando de imaginarse cómo se
sentía, y caminó detrás de él y de Paola hasta la mejor mesa
del Restaurante Matsalen, en el corazón del Gran Hotel, dónde
a esas horas de la tarde el famoso padre biológico, el señor
Francesco Santoro, su esposa y dos de sus hijos, los esperaban
para conocerse y compartir, con algo de suerte, una apacible
cena familiar.
Volvió a tocar la espalda de su padrastro y al llegar a la
mesa se apartó un poco para saludar a Franco y Mattia con una
venia, mientras el señor Santoro se ponía de pie, se adelantaba
y ofrecía la mano a un Leo Magnusson serio, pero afable.
─Buenas noches, habéis llegado pronto ─Comentó en su
perfecto italiano, estrechando la mano de su padre, y él le
sonrió.
─Llevamos todo el día de turismo. Encantado de conocerte,
Leo. A Franco y a Mattia me consta que los conoces muy bien.
Esta es mi esposa, Lucía.
─Mucho gusto, señora Santoro.
También le ofreció la mano, aunque ella no se había
levantado de la silla, y luego se giró para presentar a Paola.
─Esta es Paola, mi mujer, y este es mi hijo Magnus.
─Vaya, no sabía que tenías un hijo tan mayor.
─En realidad, soy hijo de su primera mujer ─Intervino
Magnus estrechándole la mano con una sonrisa─, pero me crie
con él. Mucho gusto.
─¡Si también hablas italiano! ─Exclamó la señora Santoro con
los ojos muy abiertos y él asintió.
─Sí, en casa siempre se ha hablado en italiano.
─Paola, tú eres de Varese ¿no?
El señor Santoro, que tenía una pinta espectacular para
sus años, y al que se parecían todos sus hijos, incluido Leo,
ofreció caballerosamente una silla a Paola y ella se sentó
saludando a Franco y a Mattia, que hasta ese momento no
habían abierto la boca.
─Es española, papá ─musitó Mattia.
─Sí, yo soy de Madrid, pero mi madre es italiana, de Varese, y
tengo mucha familia allí.
─Estupendo, entonces nos podremos entender en italiano.
─Nosotros no hablamos ni inglés ─susurró la señora
Santoro─. Todos los chicos sí y los nietos también, pero
nosotros somos de otra época.
─Claro, no hay problema.
─Tenemos dos nueras españolas, una francesa y dos italianas,
las cenas de navidad son como la ONU.
Bromeó doña Lucía, acariciando el brazo de su hijo
Franco, y Magnus comprendió que estaba nerviosa e
incómoda, tal vez preguntándose qué hacían ahí, para conocer
a un hombre adulto del que jamás habían tenido noticia, del
que ni siquiera habían hablado a su familia durante más de
cincuenta años.
─Nos han avisado que la inauguración de la biblioteca de
Drottingholm se hará oficialmente a finales de agosto
─comentó Franco Santoro intentando normalizar la charla y
Leo asintió─. Estará completamente operativa para el inicio
del curso escolar.
─Eso parece, ya están clasificando libros y organizándolo
todo.
Apareció el camarero para tomar nota de la comanda, se
sirvieron vinos y se siguió hablando de trabajo muchísimo
tiempo; también de arquitectura, construcción y de la empresa
de los Santoro. Una de las contratas más grandes y famosas de
Milán, que el patriarca había dejado en manos de sus hijos
hacía poco tiempo y a la que Leo le quería meter mano, porque
llevaba años buscando una compañía sólida de construcción en
Italia, principalmente en el norte, para expandir su negocio.
─Si quieres invertir, estamos todos de acuerdo ─Comentó el
señor Santoro─. Franco dice que además de arquitecto, eres un
constructor de primera y con mucho éxito en toda
Escandinavia, pero yo no quiero traspasar el negocio en su
totalidad. Fue fundado por mi abuelo hace setenta y cinco
años, justo después de la guerra, y perder su control ahora…
─Lo entiendo perfectamente ─Interrumpió Leo─, pero
también entiendo que ninguno de sus propietarios dispone de
tiempo para dirigir la enorme carga de trabajo que soportan
desde hace años. Yo podría gestionarlo perfectamente con mi
equipo.
─Tampoco veo bien que la propiedad de la empresa se vaya
fuera de Italia.
─Fiscal y legalmente se quedaría en la Lombardía, en el Lago
Maggiore, sin embargo…
─Te podemos ofrecer el 51%.
Intervino Franco tomando las riendas de la charla y
Magnus apoyó la espalda en la silla poniendo la mente en
blanco, porque ni entendía, ni quería entender, de acciones,
inversiones o empresas de construcción.
Su mente voló hacía su adolescencia, cuando Agnetha lo
ponía a trabajar parte de las vacaciones, las de verano, Pascua
o Navidad, en las obras de su empresa, y sonrió, porque
gracias a esos curros había ahorrado dinero suficiente para
comprarse su primer IPad o sus primeras zapatillas de deporte
con pedigrí, de esas que su madre se negaba a pagar por
tratarse, según ella, de un lujo innecesario.
Qué tiempos aquellos, caviló, acordándose de Erik
Clausen, su gran colega desde los nueve años, al que también
Agnetha y Leo habían contratado algún verano para trabajar
con ellos… qué bien se lo habían pasado.
De pronto, acordarse de Erik lo animó un montón, pero
también lo empujó a evocar la imagen de su hermanita
pequeña, la enigmática Carrie Clausen, la chica más fría y
menos empática que conocía.
Madre mía, qué pesadilla, concluyó, recordando sus
ojazos negros implacables y su aire de ofensa continua. Era
eso, precisamente eso, lo entendió con claridad: Carolina
Clausen se mostraba constantemente ofendida por él y no
lograba saber por qué, porque, desde luego, apenas la conocía
y apenas la había tratado. Si la última vez que la había visto
tendría unos ocho o nueve años, por el amor de Dios.
─El salmón estaba delicioso ─Le comentó Paola y él salió de
sus cavilaciones y asintió mirándola con una sonrisa.
─El pescado en Estocolmo es maravilloso ─Opinó Franco
Santoro.
─Nos han dicho que el bacalao también lo cocinan muy bien.
─Sí, Lucía, le aconsejo que lo pruebe antes de regresar a Italia
─Paola respondió a la señora Santoro con mucha amabilidad.
─Por supuesto, a ver si nos da tiempo. ¿Qué tal la nena
pequeñita?, dicen los chicos que es muy guapa.
─Sí, está preciosa, gracias, se llama Anna.
─Anna como mi madre.
Comentó Leo con calma e inmediatamente se hizo un
silencio incómodo que todos entendieron, porque referirse a su
madre en ese contexto era delicado, y finalmente fue Mattia el
que rompió la tensión carraspeando y dirigiéndose a su padre.
─Bueno, papá, no hagamos perder más tiempo a Leo y vamos
a cerrar el 51% ahora mismo.
─Menudo negociador estás hecho, Mattia ─Cortó incómodo el
patriarca.
─Para nosotros, los cinco hermanos, Leo es familia y me
niego a seguir regateando con él.
─Estoy de acuerdo ─Intervino Franco─. Este trato nos
conviene a todos y seguir discutiéndolo es absurdo.
─Está bien, está bien… ─Se rindió Francesco Santoro
cogiendo la mano de su mujer.
─Ok, he traído los contratos y mañana podemos firmar ante
notario aquí ─Mattia señaló su maletín─ y la semana que
viene en Milán ¿De acuerdo?
─De acuerdo.
Magnus miró a Leo, que llevaba mucho rato serio, y él le
guiñó un ojo para tranquilizarlo, como asegurándole que todo
iba bien y que al final se había salido con la suya, así que le
sonrió y atendió su móvil, que llevaba un buen rato vibrando
en el bolsillo trasero de sus vaqueros.
Leyó varios mensajes y contestó a dos de su amigo
Christian, que lo estaba esperando en el Stampen, el club de
jazz más famoso de Estocolmo. Le respondió confirmando que
iba hacia allí y luego observó a sus compañeros de mesa, que
estaban dando, gracias a Dios, por acabado el encuentro.
Se puso de pie para despedirse con un apretón de manos
del señor Santoro y de su mujer, y con un par de abrazos de
Franco y Mattia, y salió del restaurante y del Gran Hotel a
buen paso junto a Paola, que al llegar a la calle se volvió para
abrazar a su marido.
─¿Estás bien, mi vida?
─Sí, amore, tampoco ha sido para tanto ─Respondió Leo
dándole un beso en la boca.
─¿Qué te ha parecido Francesco Santoro?
─Bueno, es el padre de cinco tíos estupendos a los que ya
considero hermanos, así que bien. No voy a darle más vueltas.
¿Te vienes a celebrar la venta, Magnus? En cuanto Franco y
Mattia dejen a sus padres en su habitación, se vendrán a tomar
algo con nosotros al Spy Bar.
─He quedado en el Stampen, me están esperando, pero puedo
pasarme más tarde.
─De acuerdo y gracias por venir a la cena, chaval.
Le dio un abrazo y Magnus se lo devolvió antes de poner
rumbo a Gamla Stan, dónde estaba el Stampen, que, según
Google Map, le quedaba a solo once minutos andando desde el
Gran Hotel.
Se dirigió al oeste y echó a andar con paso seguro hacia
Strömbron primero y Stora Gråmunkegränd después,
disfrutando de una agradable noche de finales de mayo, casi
verano, pensando con gran placer en que podría trasnochar sin
problemas, porque no volaba hasta dentro de dos días. Una
verdadera gozada.
Llegó a la puerta del Stampen, la traspasó y se adentró
en el club oyendo la música de jazz a toda pastilla. Localizó a
su grupo de amigos con los ojos y en seguida percibió que
algo raro estaba pasando. Frunció el ceño y sin querer se puso
en guardia al ver que Christian se estaba interponiendo entre
su mujer y un tío con pinta de hooligan; un tío que no iba solo,
si no con otros tres o cuatro muy parecidos a él.
Mierda, masculló al reconocer sus camisetas del
Liverpool, porque recordó que esa tarde el Liverpool F.C. se
había enfrentado al AIK en Estocolmo, en un disputado
partido de la UEFA que encima habían pedido, por lo tanto, no
había que ser muy listo para entender que andaban alterados y
buscando pelea.
Miró a su alrededor comprobando que la gente observaba el
espectáculo sin intervenir, muy típico de los suecos, así que no
le quedó más remedio que echar para delante y meterse en
medio de la inminente trifulca para intentar de pararla.
─Christian ¿qué haces?, ¿no ves que te están provocando?
─Le dijo a su amigo poniéndole una mano en el pecho y él se
revolvió.
─¿Provocando?, le han faltado el respeto a Sonia, son unos
putos gilipollas.
─Da igual, venga, vamos. ¡Christian!, ¡mírame!
─¿Este es tu novio?, ¿así que van los rubitos, capullín? ─Se
burló el del Liverpool poniendo voz de pito y Magnus se giró
y lo miró desde su altura.
─Tranquilo, tío, este es un local pacífico, en una ciudad
pacífica. Será mejor que te calmes.
─¿Pacífica?, putos vikingos invasores, violadores y roba
niños. Habría que mataros a todos.
─¿Cómo dices?
Se le acercó con los puños cerrados, olvidándose de sus
buenas intenciones, y en ese momento oyó cómo alguien
aparecía por su espalada y se interponía entre los dos
apoyando sonoramente una jarra de cerveza sobre la barra.
─¿Qué pasa, chavales?
Preguntó esa chica espectacular mirando al inglés desde muy
cerca y Magnus dio un paso atrás reconociendo a Carolina
Clausen, que llevaba una minifalda diminuta y unas botas altas
que le cubrían gran parte de sus interminables piernas.
─¿No nos ibais a invitar a unas copas?, ¿dónde está la
caballerosidad británica? Mis amigas y yo estamos al final de
la barra.
─Es verdad, monada, ¡vamos allá!
Chilló el tipejo y animó a sus compañeros a olvidarse de
ellos para ir a saludar al grupo de chicas suecas que estaban,
efectivamente, al otro lado de la barra celebrando un
cumpleaños o una despedida de soltera.
─De nada ─Susurró Carrie girándose hacia él con una sonrisa.
─Gracias por intervenir, aunque no hacía falta.
─Te debía una por lo de Sten y ya te la he pagado. Adiós
─Hizo amago de irse, pero él la sujetó por el brazo.
─¿No pretenderás ir a beber con ellos?
─No creo que sea tu problema, Magnus, pero no te preocupes,
los tenemos controlados.
─¡¿Qué?!, no, no, no, ni de coña, esos gilipollas…
─Te los he quitado de encima, creo que me las arreglaré.
─¡No!
La siguió por el bar y volvió a detenerla empujado por
ese instinto de protección que le brotaba siempre con las
chicas, sobre todo si la chica en cuestión era, como en este
caso, la hermana pequeña de un buen amigo.
─¡Eh, Carolina!, por favor, quédate conmigo, déjame invitarte
a una copa.
─No, gracias.
─¿No te has preguntado por qué hemos estado tantos años sin
vernos y últimamente no dejamos de encontrarnos?
─Argumentó, alejándola de los hooligans─. Yo sí y creo que
semejante casualidad merece una copa.
─No suelo preguntarme esas cosas.
─No importa, venga, ¿qué quieres tomar?
─Ok, una Coca Cola Zero, pero me voy en seguida.
─¿Un refresco?, muy bien. Ahora vuelvo.
La dejó junto a una pared haciendo gestos hacia sus
amigas, avisándoles que se había encontrado con alguien, y él
se pegó a la barra espiando, sin querer, su vestidito, sus botas
de cuero y esa cara preciosa que tenía, hasta que algo concreto
le hizo un clic por dentro, haciéndolo admitir que le gustaba
demasiado, y se le detuvo literalmente el pulso.
─Aquí tienes ─Le anunció la camarera y él saltó, recuperando
inmediatamente el control de sus actos.
─Gracias ─Pagó y luego se acercó hasta Carolina Clausen,
que lo estaba esperando con los brazos cruzados─. Skål!
─¡Salud!
─¿Qué haces en Estocolmo?
─Empiezo en mi nuevo puesto de trabajo el lunes y me he
venido antes para poder acompañar a mi amiga Lucy en su
despedida de soltera.
─¿O sea que ya tienes el ascenso? ─Ella asintió─. Estupendo,
enhorabuena.
─Muchas gracias.
─¿Qué tal tu ex?
─No lo sé, no he vuelto a tener noticias suyas, gracias a Dios.
─¿Y ya sales con alguien? ─Se oyó preguntar y ella sonrió.
─Para ser una persona insufrible y maleducada, no me faltan
opciones.
─Vaya, mira, yo… siento muchísimo lo que te dije en
Copenhague, pero, para mi descargo, debes admitir que desde
Nochevieja no has sido precisamente afable conmigo.
─Disculpas aceptadas.
─Gracias ─Bebió un sorbo de cerveza sin poder quitarle los
ojos de encima─. Creo que a partir de ahora no nos queda más
remedio que ser amigos.
─¿Tú crees?
─Claro, acabas de evitar que me partieran la cara y eso me
hace pensar que no te caigo tan mal.
─No creo que te fueran a partir la cara, estás en muy buena
forma ─Dejó el vaso a medias sobre una mesa─. Gracias por
el refresco, Magnus, pero debería irme, me están esperando.
Hizo amago de marcharse, pero él, impulsado por no sé qué
resorte invisible, por no sé qué fuerza sobrenatural, le cortó el
paso y ella retrocedió y se cruzó de brazos otra vez.
─Al menos dame tu número de teléfono, me gustaría volver a
verte.
─¿Quieres quedar conmigo?
─Ahora mismo, quisiera hacer muchas cosas contigo,
Carolina.
Le clavó los ojos con decisión y ella le sostuvo la mirada,
aunque luego bajó la vista resoplando.
─Tú te has olvidado de que soy hermana de Erik.
─No lo he olvidado, si lo hubiese olvidado, ya te habría
entrado a saco hace diez minutos.
─¡Carol!
Gritaron sus amigas desde lejos y una de ellas se acercó
corriendo y lo señaló a él con el dedo antes de cogerla por el
brazo.
─¡Tú eres el de Río de Janeiro!, qué guapo eres, chaval.
¡Vamos, Carol!
La arrastró hacia la salida y Magnus las siguió con los
ojos y no los apartó de ellas hasta que Carolina se giró, le dijo
adiós con la mirada y despareció en la oscuridad.
11

─Vale, ¿qué ha pasado? Dime la verdad.


Entró con prisas en su nuevo despacho y miró a Olivia,
que la estaba esperando cómodamente sentada frente a su
escritorio y con una gran taza de café en la mano.
─Tu ayudante es muy maja, me ha traído un café buenísimo.
─Olivia, por favor…
Se desplomó en su butaca buscando sus ojos, tratando de
que se centrara en lo importante, en ese tema tan controvertido
que tenía a su nuevo departamento, el de Adquisiciones,
revolucionado, y Olivia respiró hondo y estiró las piernas.
─No me gusta chivarme de la gente, amiga.
─Estamos hablando de seiscientos mil euros, más de seis
millones de coronas suecas, tú me dirás.
─Las joyas llegaron intactas y eso es lo único que debería
importar a la empresa.
─Los clientes han puesto una queja formal contra Adam,
nuestro nuevo correo, que resulta que es hijo de uno de los
gerentes y que, al parecer, se presentó en su casa resacoso y
oliendo a alcohol.
─Le dije que se duchara, pero no me hizo caso. Apareció en el
hotel a las ocho de la mañana y…
─¿O sea que es verdad? ─Apoyó la espalda en el respaldo de
la butaca y resopló.
─Es joven, torpe y está enchufado. No sé cómo lo habéis
mandado a Islandia a por seiscientos mil euros en joyas
antiguas. La culpa es vuestra, te lo digo en serio, nosotros
hicimos todo lo posible por ayudar y la prueba es que trajimos
las joyas sanas y salvas a Estocolmo.
─Joder.
Cuatro días en su nuevo puesto de trabajo y ya se
encontraba con semejante metida de pata. Un error
imperdonable que no había propiciado ella, afortunadamente,
porque cuando había aterrizado en Estocolmo ese correo ya
estaba designado, pero que debía comerse igualmente, porque
la responsabilidad última estaba en sus manos.
Abrió el correo electrónico y escribió un informe somero
a su jefa, explicándole que los clientes islandeses tenían razón
porque, según sus fuentes, Adam Lundqvist había incumplido
las normas básicas de “decoro” y responsabilidad como
imagen de la empresa, y se había presentado en malas
condiciones en su domicilio, suscitando la consabida
incomodidad y la posterior desconfianza que, por suerte, los
dos guardias de seguridad que lo escoltaban habían podido
subsanar.
Le pidió que valorara el caso y tomara las decisiones
pertinentes contando con su colaboración, y le mandó el
correo de inmediato. Cerró el portátil y miró a Olivia, que la
estaba observando en silencio y con mucha atención.
─Lo siento, pero no me queda más remedio que informar
ahora mismo a Azra, es mi trabajo y no puedo consentir que
algo así se vuelva a repetir.
─A mí me da igual.
─Si lo despiden, no lo decidiré yo, pero creo que alguien así,
que en su primer trabajo serio se salta todas las normas y se
presenta con resaca y sin ducharse en casa de unos clientes, no
debería seguir trabajando con nosotros.
─Siendo hijo de quién es, no lo van a despedir.
─Yo no estaría tan segura, Samuel Lundqvist es un señor muy
cabal.
─Sinceramente, este chico me preocupa más bien poco ─Se
levantó despacio y se estiró─. Yo he acabado por hoy, si no me
necesitas para nada más, me voy al gimnasio y después a casa
de Vivien.
─Claro y gracias por todo.
─Carolina…
─¿Qué?
─Magnus Mattsson, desde el jueves pasado, me ha pedido
unas seis veces tu número de teléfono.
─¿No entiendo por qué? ─Abrió otra vez el ordenador
mostrando indiferencia y Olivia se lo cerró─ ¿Qué haces?
─El tío solo intenta ser tu amigo, te ha llamado al despacho y
no respondes a sus llamadas.
─No tengo tiempo para esto, en serio.
─Ya sé que se la tienes jurada por un asunto que pasó en la
prehistoria con tu hermana, pero ya vale, cariño, no tenemos
doce años.
─Con todos mis respetos, no creo que sea asunto tuyo.
─Soy tu amiga, sé que no eres rencorosa, que eres muy buena
persona y que ese tío adorable, guapo y sexy, quiere acercarse
a ti. No pienso mirar para otro lado y dejar que la cagues como
lo hiciste con el capullo de Sten.
─¿Perdona?
─Todo el mundo te advirtió que lo de Sten Olsen iba a salir
fatal, porque era un imbécil y no te merecía. Yo me callé
entonces por respetar tu decisión y me arrepentí bastante
después, así que ahora no me callaré. Magnus Mattsson es un
tío de los pies a la cabeza y está interesado en ti, dale una
puñetera oportunidad.
─No está interesado en mí. ¿De dónde sacas eso?
─Tengo ojos y tus amigas de la despedida de soltera me
contaron lo que pasó en el Stampen, parece que saltaron
chispas cuando os encontrasteis. Todo el bar se dio cuenta.
─Me parece tan infantil que a nuestra edad andéis cotilleado
sobre estas chorradas que… mejor paso.
─Infantil tú, amiga mía, que te acojonas ante un tío que de
verdad te pone cachonda.
─¡¿Qué?!
─No te ofendas tanto, es normal, Magnus tiene pinta de tener
un polvo sublime.
─¡Olivia!
─Bueno, santa Carolina, mejor me voy.
─A mí no me puede poner un tío del que estuvo enamorada
una de mis hermanas y que encima la hizo sufrir.
─Joder, vuelta la mula al trigo ─Movió la cabeza impotente─.
Tú misma, yo solo digo que la vida es muy corta para andar
perdiendo oportunidades. Adiós.
Le dio la espalda y desapareció cerrando la puerta del
despacho. Carolina se levantó y miró por la ventana la
hermosa luz que bañaba Estocolmo a las cuatro de la tarde de
un jueves de finales de mayo, cuando los días duraban
diecisiete horas y ya se adivinaba el famoso sol de
medianoche. Un fenómeno que empezaba en junio y que
siempre llegaba con fiestas, festivales de música y mucha
actividad social y cultural por toda Escandinavia.
Trató de concentrarse en eso y no pudo, porque los ojos
celestes de Magnus Mattsson mirándola fijamente en el
Stampen hacía una semana, apenas la dejaban respirar, porque
apenas podía quitárselos de la cabeza.
Volvió al escritorio y se sentó en su silla respirando
hondo para intentar centrarse en el trabajo. Abrió el ordenador
y en el correo electrónico vio que tenía otro mensaje suyo, y
ya iban seis por los menos. Lo cerró sin leerlo, como no había
leído ninguno de los anteriores, y se puso a trabajar como una
loca, revisando propuestas, proyectos y leyendo los pendientes
que se había dejado su antecesor, hasta que una hora más tarde
volvió a pensar en Magnus Mattsson e inmediatamente perdió
la concentración.
La pura verdad es que solo le bastaba distraerse medio
segundo para que su mente volara otra vez hacia él, hacia sus
ojos, sus manos, su sonrisa o su perfume, porque ese hombre,
encima, olía de maravilla.
Según su terapeuta (la única persona a la que había llamado
para contarle el episodio del Stampen) lo que le estaba
pasando con Magnus Mattsson no era nada más que saludable
atracción física. Algo que sería muy saludable para otros,
podía entenderlo, pero no para ella, porque antes muerta que
olvidarse de todo y enrollarse con él, que había destrozado la
adolescencia de su hermana.
─Hola…
Contestó al móvil sin mirar y la voz que oyó al otro lado
del teléfono la hizo espabilar de golpe.
─Hola, princesa.
─Aslan Yildirim, qué sorpresa, ¿cómo estás?
─Muy contento, porque me ha dicho mi hermana que ya has
vuelto a Estocolmo y soltera. ¿Cuándo nos vemos?
─Pues… este fin de semana lo tengo libre.
Respondió al instante, pensando que ese turco guapísimo, el
querido hermano de Azra, le venía de perlas para olvidarse de
todo, y él se echó a reír.
─Genial, no esperaba que me dijeras que sí, pero ¿qué tal
ahora? me han hablado de un sitio nuevo y estupendo en
Östermalm.
─Está bien, ¿por qué no?, aunque no puedo quedarme hasta
muy tarde.
─No importa, te llevaré a casa temprano.
─Estupendo ¿Dónde quedamos?
─Soy un caballero, te reojo dónde me digas.
─Estoy en la oficina, puedo ir andando a…
─No, señora, dame cuarenta minutos y me paso por allí.
─Vale, muchas gracias. Hasta ahora.
Le colgó con una sonrisa, porque ese hombre era muy
majo y sabía que se lo pasaría muy bien con él, y se sintió más
animada ante la perspectiva de hacer algo diferente y empezar
a salir con chicos; sin contar con que su jefa se iba a alegrar
muchísimo cuando se enterara de que al fin había aceptado ir a
cenar con su hermano favorito.
Pensó en llamarla para contárselo, pero desistió cuando
vio que ya era tarde y que la oficina se estaba quedando vacía.
Apagó el ordenador, recogió su mesa, cogió su mochila y salió
del despacho decidida a pasar por la tintorería antes de que
llegara Aslan.
Bajó al hall, se despidió de los guardias de seguridad y
salió a la calle poniéndose los audífonos del teléfono, aunque
el gesto se le congeló a medio camino cuando vio nada menos
que a Magnus Mattsson justo frente a la puerta principal,
apoyado contra un coche y con las gafas de sol puestas.
─Carolina Clausen ─Susurró con su voz ronca acercándose a
ella.
─¿Qué haces tú aquí?
─Buenas tardes ¿qué tal estás?
─Buenas tardes… ¿Qué haces tú aquí? ─Repitió con el
corazón saltándole en el pecho.
─Quería verte y como no coges el teléfono de tu oficina, ni
respondes a mis emails, he decidido cortar por lo sano. ¿Tu
ayudante no te ha pasado mis mensajes?
─Estoy hasta arriba de trabajo, acabo de aterrizar y…
─Ok, vamos a tomar un café, necesito hablar contigo.
─Tengo cosas que hacer, lo siento, pero…
─Muy bien, te acompaño a dónde tengas que ir.
─Vale, un momento.
Se apartó de él y de la puerta de Stockholms
Auktionsverk, y cuando estuvo fuera del alcance visual de sus
compañeros de trabajo, se detuvo, se giró hacia Magnus
Mattsson y lo miró a los ojos.
─No sé de qué quieres hablar conmigo y lamento mucho que
vinieras hasta aquí, pero hoy no puede ser, si quieres, te llamo
otro día y…
─No, no me llamarás y yo no puedo seguir esperando. ─dio un
paso y se le pegó al cuerpo hasta que ella retrocedió─. Acabo
de volver de Australia ¿sabes? He volado ida y vuelta durante
unas cuarenta y cuatro horas y no ha pasado ni un solo día, ni
una sola hora, en la que no pensara qué me pasa contigo, qué
te pasa a ti conmigo, y lo más importante: ¿por qué me resulta
tan difícil superar esta barrera invisible, pero tan evidente, que
interpones entre tú y yo?
─No sé de qué me hablas.
─Vamos, Carrie, parece que te he ofendido en algo. Háblame.
─Lo que no entiendo es este interés repentino por mí.
─No es repentino, ya me fije en ti en Río de Janeiro, lo que
pasa es que tú no has dejado de tratarme como a un paria y yo
no he sabido manejarlo. Llevo unos meses bastante
desconcertado, tratando de comprenderte, pero creo que ya es
suficiente, tengo treinta y ocho años y no me gusta perder el
tiempo.
─Ok, mira, yo… mi herma…
─Si necesitas que hable con Erik ─La interrumpió
sonriendo─, lo haré. Igual quiere matarme por intentar salir
con su hermana pequeña, pero lo soportaré y él lo acabará
entendiendo. Somos amigos, sabe que soy un buen tío y
seguro que quiere lo mejor para nosotros.
─¿Nosotros?
─Me gustas mucho, intuyo que yo también te gusto.
Deberíamos darnos una oportunidad.
─¡Jesucristo! ─Exclamó dando un paso atrás─. No doy
crédito, en serio, te lo tienes muy creído, pero, bueno, vamos a
dejarlo y que sepas que, aunque quisiera salir contigo, no
necesito de la autorización o el visto bueno de mi hermano.
─Lo sé, lo siento, ha sonado un poco paternalista, pero…
─Vale, se me hace tarde, debería irme.
─No ─La sujetó por el brazo y ella lo esquivó─. No suelo
aceptar una negativa sin argumentos.
─¿Disculpa?
─No voy a rendirme tan rápido. Sé que tú sientes lo mismo
que yo.
─¡¿Qué?! Yo jamás, ¿me oyes?, jamás saldría contigo.
─¿Por qué?
─¿Por qué? ¿No te acuerdas de mi hermana Amanda?, ¿de lo
que pasó con ella?
─¿Con Amy?
─Sí, con Amy.
Cuadró los hombros y se le acercó frunciendo el ceño,
provocando que el que retrocediera esta vez fuera él, decidida
a cantarle las cuarenta de una vez por todas para poner las
cosas en su sitio, porque, aunque a ella le apeteciera olvidarse
de todo y saltar a sus brazos, existían principios y valores
mucho más importantes que debía respetar, empezando por la
lealtad y el amor hacia su hermana. Esa hermana a la que él
había tratado fatal.
─¡Carolina!
Escuchó a su espalda junto con el sonido de un claxon y
las palabras se le atragantaron en la garganta, se giró hacia la
carretera y vio al guapísimo Aslan Yildirim llamándola desde
su coche.
─Tengo que irme. Adiós, Magnus.
─A ver empezado por ahí.
Le dijo él metiéndose las manos en los bolsillos y
señalándole a su amigo con la cabeza. Ella cerró los ojos y
optó por ignorarlo. Le dio la espalda, corrió al coche y se
subió sin mirar atrás, aceptando que era mejor así, que no valía
la pena alterarse ni perder los papeles por él, ni por un
hipotético romance que nunca, jamás, iba a pasar.
12

Era capaz de pilotar un Airbus con más de trescientos


pasajeros, un helicóptero de rescate, un caza F-35 Lightning II,
considerado el avión de combate más avanzado y eficaz del
planeta, una avioneta cochambrosa por el sur de Marruecos o
un jet privado de última generación. Lo podía pilotar todo,
porque había nacido con el instinto y los nervios de acero
necesarios para elevar cualquier cosa del suelo y volver a
posarla en tierra sin pestañear.
Ese era su súper poder, lo había sabido desde los doce
años, cuando había empezado a llevar planeadores sin motor o
a ponerse a los mandos del avión privado de su abuelo Björn,
y aquella certeza lo había conducido directo a la Fuerza Aérea
Sueca, donde además de aprender a pilotar toda clase de
aparatos, se había graduado como ingeniero aeronáutico y
había alcanzado el grado de coronel como piloto de combate.
En resumen, siempre había sabido lo que había querido
hacer, siempre había tenido una vocación clara que lo había
librado de incertidumbres, dudas o de perder el tiempo, y esa
filosofía la había aplicado, durante toda su existencia, a todos
los ámbitos de su vida, empezando por el trabajo y acabando
por las relaciones personales, incluidas las “románticas” o las
“sexuales”, donde siempre actuaba de forma directa, rápida y
sin segundas intenciones.
Ese modus operandi le parecía, además, justo para todo
el mundo, porque no solía marear la perdiz ni confundir a
nadie, ni jugar con nadie. Él, en cinco minutos, a veces incluso
menos, podía saber si alguien le gustaba o no, si le caía bien o,
todo lo contrario, por lo tanto, a pesar de ser tachado por
algunas personas como infranqueable o frío, Magnus Mattsson
se sentía orgulloso de no haber alentado jamás falsas ilusiones
o haber manipulado o utilizado malas artes con nadie.
El rollo “seductor” le sobraba bastante, nunca lo había
necesitado y lo había despreciado toda su vida. No podía
soportar las llamadas “artimañas” femeninas o masculinas,
porque las maniobras subterráneas para conseguir enamorar a
alguien o esos típicos tira y afloja entre parejas le parecían
infantiles y estúpidos. No podía con ellos y, de hecho,
constituían uno de los motivos principales por los que solía
alejarse de una mujer.
Manipulación, tretas, control o celos, todo eso le parecía
gravísimo y cualquier atisbo de ellos los cortaba de cuajo y
para el resto de la vida. No había vuelta atrás.
A su edad ya tenía bien claro lo que no le gustaba y lo
manifestaba desde el principio, como también solía tener muy
claro lo que quería e iba a por ello de cabeza, sin perderse en
florituras ni en paños calientes, como había hecho hacía dos
semanas con Carolina Clausen.
Carolina Clausen, susurró, pensando en su cara preciosa,
sus ojazos negros, el pelo oscuro y su tez blanca, que
formaban un conjunto exquisito, porque además de ser muy
guapa, era elegante y femenina, como una obra de arte.
Desde que la había visto en Nochevieja, en Río de
Janeiro, se había quedado deslumbrado por esa luz
espectacular que emanaba, y porque estaba buenísima, no lo
iba a negar. Le había gustado al primer vistazo porque era su
tipo al cien por cien, sin embargo, todo se había desmoronado
ante su poca receptividad y simpatía, rasgos que habían ido
empeorando en los consiguientes encuentros fortuitos que
habían tenido en Nueva York, en casa de Erik, en Copenhague
o en el Stampen.
Por supuesto, había llegado a pensar que era insufrible y había
tratado de convencerse de eso porque encima era la hermana
pequeña de Erik, por lo tanto, intocable. No obstante, como
solía decir su madre: “no se le puede poner puertas al campo”,
y a él ya lo había pillado, y bien pillado, en esa fiesta en
Brasil, cuando había decidido llevársela a la cama nada más
mirarla a los ojos.
En una situación normal, y con la evidente química que
compartían, igual a esas alturas del año ya estarían viviendo
juntos, o yéndose de vacaciones juntos, así de claro lo había
visto después de su último encuentro en el Stampen.
Aquella noche había experimentado una revelación en toda
regla y no solo mental, también física, y se había marchado a
Australia dos días después sin poder quitársela de la cabeza.
Una pequeña obsesión que solo había podido resolver como
solía resolverlo todo: de cara y yendo al grano.
Lástima que ella no estuviera en su misma sintonía y lo
acabara rechazando y dejando plantado en plena calle para irse
en un coche hortera con un tío que él conocía perfectamente,
porque se movían en los mismos círculos de Estocolmo.
─¿Magnus?, ¡Magnus!
Gritó de pronto su entrenador personal y él saltó, volvió a la
realidad y lo miró sacándose los audífonos para prestarle
atención.
─Basta de cardio, colega, llevas una hora corriendo.
─No me había dado cuenta ─observó cómo se detenía
progresivamente la cinta y bebió un gran trago de agua.
─Si quieres puedes bajar a nadar a la piscina, pero para mí ya
es suficiente. Hemos hecho hora y media de Crossfit, media de
pesas y una hora de cardio.
─Y ha estado genial ─Cogió la toalla, su móvil e hizo amago
de irse, pero Ron lo detuvo por el pecho.
─Las dos chicas del fondo son americanas y quieren invitarte
a cenar. Dicen que un trío con un auténtico vikingo es su
fantasía por cumplir en Suecia.
─Dales las gracias, pero no estoy disponible. Hasta mañana.
Le palmoteó el hombro y se fue andando despacio hacia
los vestuarios, se despidió de las americanas con la mano y se
perdió entre los pasillos preguntándose qué le estaba pasando
para no aceptar semejante invitación, encima siendo sábado.
Se metió debajo de la ducha decidiendo llamar a alguna
de sus amigas para salir esa noche a cenar o ir directo a la
cama, e inmediatamente recordó algo que había intentado
ignorar todo el día: el cumpleaños de Olivia, la mejor amiga
de Carolina Clausen, que iba a celebrar esa misma noche una
gran fiesta en el piso que compartían en Östermalm, a solo tres
manzanas de su casa.
Olivia, que era una chica estupenda y que salía con
Vivien Andersson, una auxiliar de vuelo de su compañía, lo
había invitado verbal y por escrito a su fiesta de cumpleaños,
pero él había declinado la invitación alegando otros
compromisos. En realidad, había decidido no ir para no
incomodar a Carolina, y para no incomodarse él, porque
dudaba que pudiera soportar verla con Aslan Yildirim. Un tipo
que, por otra parte, se había acostado con al menos diez de sus
amigas.
─¿Qué pasa, coleguita?, ¿va todo bien?
Saliendo del gimnasio, devolvió una llamada perdida de
Álex, que estaba con Leo en un campamento de fútbol en
Barcelona, y él le respondió muy contento, cosa que lo
tranquilizó de inmediato.
─Estamos bien, solo te queríamos pedir pasta.
─¿Para qué queréis pasta?, vuestro padre os ha cubierto todos
los gastos.
─No estos ─Intervino Leo quitando el móvil a su hermano─.
Van a ir todos al cine y a cenar y necesitamos al menos veinte
euros cada uno.
─Vale, os mando una transferencia al móvil, pero me extraña
que Leo y Paola os hayan dejado sin dinero.
─Nos dieron ciento cincuenta euros a cada uno para quince
días y hemos ido al Burger, a la pizzería, a una heladería, a
comprar cromos y ya no tenemos nada. Papá dice que no
sabemos administrarnos y que deberíamos empezar a hacer
trabajillos para ganar nuestro propio dinero.
─Y tiene toda la razón.
─Trabajaremos cuando lleguemos a Italia, cuidaremos del
jardín y de la piscina de casa, pero ahora estamos tiesos.
─Madre mía ─soltó una carcajada─. Está bien, os mandaré
cien euros, pero me devolveréis la mitad con vuestro curro en
el Lago Maggiore. ¿Estamos de acuerdo?
─¡Gracias, Magnus!
─De nada, por lo demás ¿qué tal?
─A Álex le gusta una chica española, pero no se atreve a ni a
mirarla. Le tiene miedo.
─¡No es verdad! ─Gritó Alex ofendido.
─¿Por qué le tiene miedo?
─Porque es la mejor del equipo y no le hace ni caso.
─No es eso, es que no sé hablar bien en español.
─Alex, no hace falta hablar bien en español, inténtalo con el
italiano, que se le parece, o con el inglés o simplemente con
gestos. No te cortes, hombre, seguro que le gustas.
─Para ti es fácil decirlo.
─Venga, tenéis trece años, hay que empezar a ser valientes si
la causa vale la pena. A todo el mundo le gustan las personas
con valor y las ideas claras.
─Vale.
─Muy bien, ahora os mando la transferencia, no os la gastéis
en una sola noche porque todavía os quedan cuatro días allí.
─Nooooo y gracias.
─Os quiero y cuidaos. Adiós.
Les colgó sonriendo, muy orgulloso de los dos, porque
eran unos chavales estupendos, y llegó al portal de su casa
andando, casi en seguida. Entró en el ascensor enviándoles
dinero al móvil y después miró la hora decidiendo a quién
podía llamar para pasar la noche del sábado, aunque, de
repente, sopesó lo que le acababa de aconsejar a su hermano
de trece años y movió la cabeza sorprendido, porque él estaba
haciendo justamente lo contrario.
Por primera vez en su vida estaba huyendo de una
situación incómoda, como la posibilidad de ver a la chica de
sus sueños acompañada por otro hombre, y eso no le pegaba
nada. Aquello era una puñetera cobardía y él podía ser muchas
cosas, pero nunca cobarde, así que entró en casa, se fue directo
al vestidor para cambiarse de ropa y media hora después salió
con dos botellas de vino camino del cumpleaños de Olivia.
13

─¿Es jamón serrano de verdad?


Le preguntó una amiga española en castellano,
cogiéndola por la cintura, y Carolina le respondió
afirmativamente, acercándole la bandeja con jamón.
─Sí, como Vivien es azafata, ha traído un montón de Madrid.
─Qué suerte.
─También ha traído vinos y muchos quesos.
─Nos pondremos la botas, a pesar de la mala fama de estos
suecos.
Bromeó Beatriz guiñándole un ojo y Carolina se apartó
de ella muerta de la risa, reconociendo que, la fama de los
suecos como malos anfitriones era cierta, porque normalmente
esperaban que llevaras a sus fiestas hasta el vino que te
pensabas tomar. Afortunadamente, ese no era su caso, porque
ella se había criado con abuelos y una madre chilena, es decir,
en medio de una familia extremadamente acogedora y
generosa, con lo cual, esa noche había insistido muchísimo en
la idea de olvidar las costumbres locales para centrarse en ser
atentas y espléndidas con sus invitados. No en vano, estaban
celebrando a lo grande el trigésimo cuarto cumpleaños de
Olivia.
Entró en la cocina y sacó de la nevera las dos tortillas de
patatas que habían llevado Beatriz y Paco, unos botes de
aceitunas y las anchoas de Santoña que habían encontrado en
un supermercado cerca de casa.
Colocó todo en la encimera y se entretuvo en organizar los
platos como solía hacer su madre, hasta que alguien entró en la
cocina y la sobresaltó.
─Estás guapísima, Carol, me encanta tu vestido.
─Muchas gracias, Vivien, lo mismo digo.
─¿Cuándo vas a dejar de currar y vas a salir al salón a
divertirte?
─Me lo estoy pasando bien, me encanta atender a la gente, es
una manía que tenemos en mi familia.
─Me ha contado Olivia que tu familia materna es originaria de
Chile. En mi barrio había dos familias chilenas también.
─No me extraña, Suecia dio asilo político a más de diez mil
chilenos exiliados desde 1973. Mis abuelos llegaron a
Estocolmo a mediados de 1974, cuando mi madre tenía
dieciséis años.
─¿Y nunca volvieron allí?
─A vivir no, aunque muchos amigos sí regresaron, mis
abuelos no quisieron, principalmente porque mi madre se casó
con mi padre, que es danés, mi tía se casó con un sueco de
Uppsala y las dos hicieron su vida aquí. Solo hemos ido de
vacaciones.
─¿Y tú hablas castellano?
─No tan bien como me gustaría, pero algo sé, por eso hice el
Erasmus en Madrid.
─Guau, adoro Madrid, Sevilla, Ibiza, Menorca y sobre todo
Tenerife ─se le acercó para hablarle bajito─. Mi exnovia, con
la que estuve seis años, es de Tenerife, por eso me pone mucho
que me hablen en castellano.
─¿En serio?, pues allí fuera tienes a varias personas hablando
en español.
─Ya, no se lo digas a Olivia o me encerrará en el cuarto de
baño ─se echó a reír─. Es súper celosa, algo no muy
recomendable si sales con una auxiliar de vuelo.
─No es celosa, solo busca seguridad y confianza, como todo el
mundo.
─¡Chicas! ─Las interrumpió Olivia muy animada desde la
puerta de la cocina y las dos se giraron para observarla─.
Mirad quién se ha dignado a venir a mi fiesta de cumpleaños.
Estiró el brazo y tiró de alguien que a Carolina se le hizo
visible como en un sueño, porque no se lo esperaba para nada
allí y porque encima iba espectacularmente guapo. Parecía un
actor de cine, tan alto y tan sexy, con sus ojazos celestes, sus
vaqueros clásicos y su camisa blanca abierta hasta el tercer
botón: Magnus Mattsson con la mejor de sus sonrisas.
Sin querer saltó y se volvió hacia la encimera para seguir
organizando sus platos con aperitivos, haciendo un esfuerzo
titánico por parecer tranquila, por ocultar la desazón, y a la vez
la algarabía, que le provocaba verlo, hasta que oyó como
Vivien lo saludaba y se lo llevaba de vuelta al salón, como si
le leyera el pensamiento, como si hubiese adivinado que, si no
lo apartaba de su vista ya, acabaría con un soponcio en el
suelo.
─Carol, es mi cumple ─Olivia se acercó─, por favor, sé
amable con él, sé que puedes serlo. Normalmente eres
adorable, y él también lo es.
─No sé de qué me hablas.
─Claro que lo sabes. ¡Guapa! ─Le dio un cachete en el
trasero─, que estás muy guapa.
La dejó sola y ella terminó los apetitivos con los dedos
temblorosos, sin poder controlarlo, porque ese tío, que hacía
dos semanas le había pedido salir a su manera (poniéndola en
una situación realmente incómoda) seguía ocupando sus
pensamientos y sus preocupaciones, sus célebres comidas de
coco.
¡Maldita sea!, masculló furiosa, sin encontrar otra cosa
que hacer en la cocina, y finalmente decidió salir al salón y
enfrentarse a la cruda realidad: era una adulta con el control de
sus actos y ese individuo, por muy bueno que estuviera, por
muy sexy y por muy lanzado que fuera, no le iba a arruinar la
noche. Faltaría más.
Se acercó a la mesa del comedor para dejar los platos
con la comida y de reojo lo vio rodeado de chicas y con una
cerveza en la mano, iluminando la terraza que tenían abierta,
porque junio les estaba regalando unas noches muy cálidas.
Pasó por la barra que habían improvisado junto al pasillo y
saludó a Betty, la amiga de Olivia que se había ofrecido como
barman. Le ofreció ayuda, pero ella le dijo que no necesitaba
nada, así que le pidió una copita de vino blanco y se fue a
saludar a Gustav y a otros amigos del trabajo preguntándose
cómo era posible que Magnus Mattsson, que debía tener todas
las opciones del mundo una noche de sábado en Estocolmo,
hubiese decidido acudir a una sencilla y nada glamurosa fiesta
de cumpleaños.
De hecho, que ella supiera, había declinado la invitación
nada más recibirla, con lo cual, era muy raro que estuviera allí,
y lo observó desde lejos mucho rato, comprobando que parecía
encantado y en su salsa, totalmente integrado con sus amigos
después de haberse metido a medio público femenino en el
bolsillo.
Típico, musitó, dándose cuenta de que ni él ni su vida
eran asunto suyo, y de que como amigo de Olivia y de Vivien,
tenía tanto derecho a estar allí como los demás, por lo tanto,
más le valía pasar y dejar de prestarle atención mientras le
fuera posible.
─Carolina Clausen.
Un par de horas más tarde, cuando ya había conseguido
ignorarlo, al menos parcialmente, porque era imposible ignorar
del todo a semejante monumento escandinavo, apareció de la
nada y le susurró el nombre al oído, desatando un escalofrío
monumental que casi la hace perder el equilibrio.
─Magnus Mattsson ─respondió en el mismo tono, girando
para mirarlo a los ojos.
─Gran fiesta, todo está delicioso.
─El mérito no es solo mío, pero muchas gracias.
─Olivia dice que el mérito es todo tuyo ─Observó a su
alrededor, metiéndose las manos en los bolsillos─. Este piso es
muy bonito y muy grande para estar en Östermalm.
─Lo es, la abuela de Olivia lo alquiló en los años cincuenta.
─¿Renta antigua?, qué interesante, creía que ya no existían en
Estocolmo.
─Ya ves que sí.
─¿Dónde está tu amigo Aslan Yildirim? ─Preguntó
directamente y ella se cruzó de brazos─. Sé quién es, nos
movemos en los mismos círculos.
─Eso me ha dicho.
─¿Qué más te ha dicho?
─Nada más.
─¿No viene al cumpleaños?
─¿Por qué?, ¿querías saludarlo?
─No te pongas a la defensiva, Carrie, solo estoy preguntando.
─No me pongo a la defensiva, y no, no viene al cumpleaños.
Creo que está en Turquía.
─¿Crees?
Le sostuvo la mirada y él entornó los ojazos celestes con
suspicacia, cómo queriendo leer su mente, pero ella no se lo
permitió y se apartó señalando la cocina.
─Disculpa, hora de sacar la tarta.
Caminó hacia la cocina, sintiendo su presencia
contundente pegada a la espalda, sin embargo, no hizo caso y
llamó a Vivien con la mano para que la ayudara con los platos
y las velitas. Se acercó a la nevera para coger la tarta y él se
apoyó en la encimera que estaba justo al lado.
─¿Vas en serio con Yildirim?. Sí o no, es una pregunta muy
sencilla.
─No creo que sea asunto tuyo, Magnus.
─Claro que es asunto mío.
─¿Perdona? ─Puso la tarta sobre la mesa y lo miró con las
manos en las caderas
─Tú me gustas y quisiera saber qué terreno estoy pisando.
─El terreno de saber si tú me gustas a mí ─contestó
enfadada─. Podrías empezar por ahí.
─¿Te gusto?
─Te dejé bien claro que nunca saldría contigo.
─Eso no responde a mi pregunta.
─Madre mía…
─Te advertí que no suelo aceptar una negativa sin argumentos.
No pienso rendirme tan fácilmente.
─Te di argumentos, aunque no tendría por qué darte
explicaciones.
─No los entendí.
─¿En serio?, ¿para esto has venido a la fiesta de Olivia?, ¿para
dar un poquito la lata?
─No, he venido porque quería verte.
─¿Interrumpo?
Vivien se asomó a la cocina tímidamente y Carolina se
lo agradeció y se dedicó a poner las velitas y a encenderlas
mientras ella preparaba los platos de cartón y los tenedores,
pidiendo a Dios que el pulso no le fallara, porque no quería
que se dieran cuenta, en realidad, que Magnus Mattsson se
diera cuenta, del efecto que tenían sus palabras, su ímpetu y
esa forma tan directa e intensa de decir las cosas.
─Vale, ya está, apagad las luces, por favor.
Se llevó la tarta con las velas encendidas al salón y la
gente se puso a cantar cumpleaños feliz hasta que Olivia sopló
las velitas. Entonces, encendieron las luces otra vez y continuó
la fiesta con música de salsa y bachata, que eran las favoritas
de la cumpleañera, montándose un pequeño jaleo que Carolina
esquivó con elegancia, apartándose sigilosamente para
perderse por el pasillo hasta su habitación, donde decidió
encerrarse un rato para recuperar el aliento, centrarse y no
emocionarte tanto con la segunda declaración de intenciones
de Magnus Mattsson.
Una “declaración” que, en otra vida, en otro mundo, hubiese
recibido comiéndoselo a besos, porque no era de piedra, ni
idiota, y podía reconocer que le gustaba una barbaridad, que la
estaba empezando a volver loca, y que se moría por un abrazo
suyo.
─¿Carrie?
Oyó que preguntaba tocando la puerta y ella se quedó en
absoluto silencio esperando a que se marchara, pero no lo hizo
y, antes de poder saltar y cerrarla con llave, él la entornó y se
asomó dentro del dormitorio buscándola con los ojos.
─¿Qué quieres ahora, Magnus?
─Ya me iba, ¿estás bien?
─Sí, gracias, solo un poco cansada.
─Ok. Mira ─entró y cerró a su espalda─. No soy un acosador,
ni quiero incomodarte. Siento haberme pasado un poco, siento
si te he molestado. Solo he querido ser sincero contigo ¿lo
entiendes?
─Vale.
─No estoy muy acostumbrado a evitar los problemas o a
esconderme hasta que se solucionen solos. Yo soy de los que
dan la cara y van de frente
─Vale ─Repitió poniéndose de pie y se le acercó para mirarlo
a los ojos─, pero no quiero seguir hablando de esto.
─No prometo nada ─sonrió, iluminando la casa entera y ella
suspiró─. Es broma, no volveré a decirte nada, nunca más, si
con eso consigo que seamos amigos.
Carolina asintió, recorriéndolo con los ojos, sintiendo
como el corazón se le salía del pecho y le bombeaba muy
fuerte contra los oídos; como todo su organismo empezaba a
reaccionar, como sus músculos se empezaban a mover sin
obedecerle y como, de repente, sin pensarlo, estaba pegada a él
acariciándole la mejilla.
No dijo nada, él tampoco, solo se sostuvieron la mirada
en la penumbra, ella percibiendo que se estaba disolviendo por
dentro, que estaba a punto de rendirse y que ya no le
importaba nada.
Se puso de puntillas, lo sujetó por el cuello y lo besó.
Primero un beso ligero, deleitándose en su aliento
caliente pegado al suyo, sus labios suaves, sus manos bajando
por sus caderas, hasta que no se pudo seguir conteniendo y le
mordió la boca, le separó los labios y lo besó saboreando su
lengua experta y caliente.
Se aferró a sus bíceps y se lo llevó hacia la cómoda que había
junto a la puerta, se apoyó allí y le abrió la camisa a
mordiscos, completamente ciega de lujuria, lamiendo su pecho
perfecto, tan liso y templado, recreándose en sus tatuajes, en
su perfume, en su aroma increíblemente varonil, aceptando
que si no la penetraba de una vez se iba a morir o se iba a
desmayar de la desesperación.
Magnus Mattsson, que, obviamente, tenía más experiencia que
ella, y que todos los tíos con los que había estado a lo largo de
su vida, pareció leer perfectamente su cuerpo y le subió el
vestido con pericia. Se lo sacó por la cabeza lamiéndole los
pechos y los pezones, con ansiedad y con hambre, y,
finalmente, rompió sus braguitas, le elevó los muslos con esas
manos grandes y enérgicas que tenía, y la penetró haciendo
que gimiera y se asiera a su cuerpo hermoso y fuerte con toda
su epidermis revolucionada.
Era enorme y vehemente, un poco salvaje, y sintió que
se iba a desintegrar mientras él la embestía con pasión,
guiándola hacia unos confines desconocidos, y se entregó
como nunca, sonriendo cuando no lo estaba besando, hasta que
llegaron juntos a un clímax perfecto y desatado que la hizo
soltar una carcajada con los ojos llenos de lágrimas.
14

Un mes después

─Carrie, hijita, toma un poco de zumo, no has comido nada.


Su madre se le acercó con el abanico en la mano y le
entregó un vaso enorme de zumo de piña con hielo.
─Gracias.
─No comes nada, cualquier día desapareces.
─He comido poco, porque con este calor no hay quién coma,
pero he comido.
─¿Crees que no te observo?, aunque tengáis sesenta años, si
sigo viva, os seguiré vigilando.
─Mamá…
─Ay, virgen santa ─se quejó ella desplomándose en una
tumbona─. Nosotros no tenemos cuerpo para estas
temperaturas. Oye bien lo que te digo, Carrie, este es el último
año que venimos a Mallorca de vacaciones.
─Llevas diciendo eso diez años.
─Esta vez va en serio, el cambio climático nos tiene
achicharrados. ¿Te has tomado el zumo?, venga, que yo te vea.
Carolina resopló y se tomó el vaso de zumo de un trago.
Su madre le sonrió y luego cerró los ojos con la intención de
echarse una siesta frente al mar, aunque seguramente estaría
mucho mejor dentro del apartamento con el aire
acondicionado a tope, pensó ella mirando hacia la playa de
Port Pollensa, al norte de Mallorca, donde sus padres tenían un
apartamento de cuatro habitaciones que habían comprado en
los años ochenta, cuando ella ni siquiera había nacido.
Estiró la mano para coger su libro y ponerse a leer, pero
no pudo concentrarse. Lo dejó en la mesilla y trató de dormir
como su madre, pero tampoco tuvo éxito, así que se levantó de
un salto y decidió bajar a la playa para nadar o caminar, o para
hacer cualquier cosa que la distrajera y la alejara del
dormitorio y de la cama, donde se había pasado medio
encerrada desde que había pisado España.
Se puso el bikini y un pareo, las gafas de sol y una gorra,
cogió una toalla y abrió la puerta principal sin hacer ruido,
porque tanto su padre como su hermana Amanda y su familia,
estaban en las habitaciones descansando tras una alegre
mañana de playa y una gran comida familiar. Lo de costumbre
cuando se encontraban de vacaciones en Mallorca.
Salió al rellano y bajó al portal por las escaleras, llegó a
la calle, la cruzó y se dirigió a la playa con la intención clara
de no pensar en nada, de no torturarse más. Pisó la arena, tiró
la toalla, escondió las gafas y el móvil debajo, y corrió para
meterse de un salto en ese mar templado y tranquilo que solía
regalarle muy buena energía; que era justamente lo que
necesitaba en ese momento.
Se entretuvo en nadar y nadar mucho rato, hasta perder
la noción del tiempo, hasta que los ojazos celestes y llenos de
reproche de Magnus Mattsson le volvieron a la mente y
entonces se le paralizó el pulso. Ahogó un sollozo y se echó a
llorar.
Nunca en su vida se había arrepentido tanto, tanto de
algo como de haberse acostado con él; de haber sido capaz de
perder el control y el sentido común entre sus brazos, y no solo
una vez de pie y contra un mueble de su habitación, no, porque
al final habían acabado en su precioso piso de Östermalm una
noche entera, haciendo el amor como locos, comiendo helado
de madrugada y besándose como si no hubiese un mañana.
Todo había empezado tras echar el mejor polvo de su
vida con el tipo más guapo y sexy del planeta. Aquella
aventura loca, que podría haberse quedado en eso, en un
affaire en medio de una fiesta de cumpleaños, se había
complicado cuando él la había besado despacito y mucho rato
tras el mejor orgasmo de la historia, y le había propuesto, entre
beso y beso, entre caricia y caricia, dejar la fiesta para disfrutar
de la intimidad de su casa.
Ella, completamente borracha de oxitocina, y de otras
hormonas similares, había accedido, porque en realidad, nunca
nadie la había tratado así, ni la había hecho sentir así de
deseada y especial, tan sensual, ni siquiera Sten, en teoría su
pareja más seria, por lo tanto, se había entregado a la pasión,
se había vestido y lo había seguido ciega, bien cogida de su
mano, hasta su espectacular ático a tres manzanas de su casa.
Una vez allí, se había desatado la lujuria compartida más
intensa y divertida de su existencia. La mejor noche, la más
completa, la más increíble. Esa que no olvidaría jamás.
Desgraciadamente, nada era perfecto y la oxitocina y
toda aquella maravillosa excitación se habían desvanecido a la
mañana siguiente, cuando había despertado en su cama,
desnuda y agotada de tanto amor, y entonces la cabeza se le
había iluminado y le había provocado un clic gigantesco que la
había devuelto, en cuestión de segundos, a la realidad y sus
circunstancias.
En ese momento, solo había querido huir y no verlo
nunca más, porque sabía que nunca más podría mirarlo sin
desearlo y quererlo, y se había levantado con sigilo al
comprobar que él no estaba en la cama y que esa ausencia le
estaba regalando un tiempo precioso para ducharse, vestirse y
salir pitando.
Todo había pasado muy rápido, como en una película,
pero nunca podría olvidar la cara de Magnus cuando había
salido del dormitorio para marcharse y se lo había encontrado
en su hermosa terraza acristalada desayunando; cuando no le
había quedado más remedio que ponerse delante de él para
anunciarle que todo aquello era un error gravísimo y que no
pensaba volver a verlo.
─Hola, cielo ─Le había dicho él con una enorme sonrisa,
estirando la mano para abrazarla, y ella había dado un paso
atrás─ ¿Qué pasa?, ¿estás bien?
─No mucho, la verdad.
─¿Por qué? ─Se había puesto de pie preocupado y ella había
retrocedido un poco más.
─Me ha encantado estar contigo, Magnus, eres adorable y
yo… me gustas muchísimo, pero esto ha sido un error terrible
y no se va a repetir.
─¿De qué estás hablando?
─De que yo no debería estar aquí. Jamás debí cruzar la línea y
acostarme contigo. Sé que me entiendes.
─No, no entiendo nada.
─Yo…
─¿Qué ocurre?, ¿estás saliendo con otra persona?, ¿con Aslan
Yildirim?
─¡No!, no salgo con nadie y menos con Aslan.
─Entonces, ¿qué pasa?
─Yo… ─se había puesto las manos en las caderas para
envalentonarse y él había entornado los ojos─. Es por
Amanda, mi hermana… yo jamás podría hacerle daño o
hacerla sufrir. De hecho, no sé ni cómo debería afrontar todo
esto con ella… no sé si debería contárselo por teléfono, ir a
verla a Londres o…
─¿Qué pinta Amanda aquí?
─Fue muy duro para ella lo que pasó cuando erais
adolescentes.
─¡¿Qué?! ─Exclamó moviendo la cabeza─ ¿Qué tiene que ver
aquello con nosotros veinticinco años después?
─¿Cómo que qué tiene que ver?, ¡es mi hermana!
─¿Y?, nosotros somos nosotros, nos hemos encontrado y al fin
hemos conseguido estar juntos ─se le aproximó buscando sus
ojos y ella retrocedió─. Ha sido la bomba, Carrie, sé que para
ti también, no podemos dar la espalda a esto, estoy loco por ti.
─Mi hermana está por encima de todo y no pienso complicar
más las cosas. Ya la he fastidiado bastante.
─No entiendo nada.
─No hay mucho que entender, ella es mi familia, tú no
representas nada bueno para ella y yo la voy a respetar.
─¡¿Que yo no represento nada bueno para ella?!, ¿qué coño
estás diciendo?. Amy y yo siempre fuimos muy buenos
amigos.
─Hasta que todo se torció y a ella se le arruinó la adolescencia
─resopló─. No sé si Erik te lo habrá contado, pero deberías
saber que le costó muchísimo remontar tras la primera gran
decepción sentimental de su vida.
─Esto es absurdo.
─Para mí no y por eso… mejor me voy.
─Estás cometiendo un gran error, Carolina.
─Yo creo que no.
Lo había mirado por última vez, había visto sus ojos
indignados e impotentes, llenos de reproches, le había dado la
espalda y había salido de su casa sin mirar atrás. Hecha polvo
y destrozada por haberse acostado con un hombre del que
había estado enamorada una de sus hermanas.
Un mes después, seguía sin dormir bien y llorando a
todas horas, porque sabía que la había fastidiado dejándose
llevar por sus instintos y su mala cabeza, pero lo que de verdad
le dolía era la puñetera injusticia de haber conseguido tocar el
cielo con los dedos para después tener que abandonarlo.
Aquello era una auténtica putada, no tenía otro nombre, y
estaba rota, frustrada y a veces furiosa, sin embargo, había
seguido adelante cumpliendo en el trabajo, en casa, con sus
amigos y con su familia, e incluso había sucumbido a las
súplicas de sus padres y no había anulado sus vacaciones
anuales en Mallorca. El único momento del año, aparte de las
navidades, en el que podían coincidir los hermanos y disfrutar
de algún tiempo libre juntos.
Como muchas familias, sus padres hacían malabares cada año
para organizar las estancias en el piso de la playa, para estar
todos cómodos y a gusto, y ella, que no tenía ánimo ese año
para andar de vacaciones, no había podido escaquearse, ni
evitar los ruegos de la propia Amanda, que la había llamado
varias veces para decirle que la echaba de menos y que todos
querían verla.
Amanda, susurró saliendo del agua, era urgente hablar con ella
cara a cara y contarle lo que había pasado con Magnus
Mattsson o acabaría volviéndose loca.
Su adorada hermana, la melliza de Erik, su ojito derecho, su
eterna cómplice, era un sol de persona. Una hija, una hermana
y una madre espectacular. Representaba en muchos aspectos,
todo lo que ella había querido ser siempre: una mujer de
mundo, una profesional de éxito, una madre realizada y
presente. La admiraba, además de quererla, y si pretendía
seguir manteniendo una relación saludable con ella, debía
sincerarse y decirle lo que había pasado con el primer amor de
su vida.
Se envolvió en la toalla, respiró hondo y caminó decidida
hacia su edificio, subió los escalones de dos en dos y cuando
entró en el piso se encontró a sus sobrinos y a sus padres
preparando la merienda.
─¿Amy no se ha levantado? ─Preguntó dándole un beso a
cada uno y su padre la miró.
─Sí, claro, está en su cuarto, reunida por videollamada con
alguien del trabajo. ¿Sabes que Andrew ha conseguido reserva
para todos en el Zaranda?
─Vaya, qué suerte.
─Ve a ducharte, Carrie, estás llenado la casa de arena.
La regañó su madre y ella asintió y se fue a su
habitación, entró en el cuarto de baño para darse una ducha
rápida, rezando para que hablar con Amy no se convirtiera en
una tragedia, para que fuera capaz de encontrar el tacto y las
palabras adecuadas para hablar con ella, y cuando salió
secándose el pelo con una toalla, se la encontró con un vaso de
refresco esperándola en la terraza.
─Hola, peque ─La saludó en español y Carolina se le acercó
con una sonrisa─ ¿Me estabas buscando?
─Sí, quería…
─Genial, así me escaqueo un poco de tanto jaleo ─la
interrumpió, desplomándose en una butaca─. Siempre me ha
gustado este cuarto, creo que es el mejor de la casa. Qué bien
lo pasábamos cuando dormíamos las tres aquí, ¿te acuerdas?
─Claro que me acuerdo, me disfrazabais de todo.
─Es que eras tan guapa, cariño, una preciosidad ─Suspiró─.
La abuela Tere decía que eras como una muñequita de
porcelana.
─La abu nos veía a todas maravillosas.
─Y tenía razón. Mírate ahora, eres un pibonazo ─Giró la
cabeza y la observó de arriba abajo con mucha atención─
¿Qué te pasa?, ¿estás bien?
─Bueno…
─¿Mal de amores?, ¿no habrás vuelto con el impresentable de
Sten?
─¡No!
─¿Sabes que se ha mudado a Londres?, se supone que vive
con Samantha Cameron en alguna urbanización de esas
aburridísimas.
─No tiene nada que ver con Sten, ya ni me acordaba de él.
─Muy bien, porque tanto él como su novia son unos snobs,
uno insoportables. Andrew y yo pensamos que eran iguales
cuando la conocimos a ella y por eso no dejamos que tratara a
Andy.
─Amy… ─se le sentó delante y la miró a los ojos─. Tengo que
decirte algo, algo muy gordo que llevo días queriendo
contarte.
─¿Qué ha pasado?, ¿no estarás embarazada?
─No, no se trata de eso, se trata de Magnus Mattsson.
─¿Magnus? ─Preguntó, frunciendo el ceño─ ¿Qué pasa con
él?, hace mucho tiempo que no lo veo.
─Pues… yo sí lo veo… coincidimos en enero en Río de
Janeiro, en Nochevieja, y… y desde entonces, no sé cómo,
pero empezamos a coincidir en todas partes y… aunque he
hecho todo lo posible por alejarme de él, pues… no…
─¿Qué?
─Me he acostado con él.
Se hizo un silencio atronador y Carolina tragó saliva y se
quedó quieta, incapaz de mirarla a la cara, hasta que Amanda
soltó una carcajada.
─¡No me lo puedo creer!
─Yo tampoco, pero…
─¿Vais en serio?, porque Magnus es un partizado. ¿Se lo has
dicho a papá y mamá?, ¿a Erik?
─¿Eh? ─Parpadeó confusa.
─Erik siempre ha sido súper protector con nosotras y, al fin y
al cabo, él es su mejor amigo de la infancia y tú eres su
hermanita pequeña, deberías contárselo antes de que se entere
por otro lado.
─¿Y a ti no te molesta?
─¿Por qué me iba a molestar? Conocemos a Magnus de toda
la vida y es perfecto para ti. Menuda pareja hacéis.
─Vaya por Dios.
Se puso de pie y caminó por la terraza con las manos en
las caderas, sin entender nada. Se detuvo mirando hacia la
playa y luego se giró hacia su hermana para escrutarla con los
ojos entornados.
─¿Me has oído bien?, se trata de Magnus Mattsson.
─Claro que te he oído bien, cariño.
─¿Y de verdad no te importa?
─Mientras se porte bien contigo, ¿por qué me iba a importar?
─¿Por lo que pasó cuando teníais catorce o quince años?
─¿El qué?
─¿Cómo que el qué?, ¿no te acuerdas de ese verano…?
─Joder… ─Amanda la interrumpió moviendo la cabeza─.
Lamentablemente, me acuerdo más de lo que me gustaría,
Carrie, pero: ¿qué tiene que ver Magnus con todo eso?
─Te enamoraste de él, él pasó de ti y te hizo mucho daño.
Recuerdo perfectamente las largas charlas de sus padres con
los nuestros, el fin de esa amistad. Estabas hundida.
─Fue así, pero yo no me enamoré de Magnus.
─¿Cómo dices?
─Magnus, en aquel tiempo, cariño, era un crio para mí, era
como mi hermano. Del que me enamoré fue de Björn, su tío de
veinte años al que, cuando perdió a su padre, yo acosé y estuve
a punto de meter en un lío considerable.
─¡¿Qué?!
─Te acordarás de que viajábamos mucho juntos. Agnetha y
Leo nos invitaban a todas partes y yo, desde el principio,
empecé a beber los vientos por Björn Pedersen, el hermano
pequeño de Agnetha. Él era perfecto, guapísimo, sexy y,
encima, siempre que nos acompañaba, se portaba genial con
nosotros, con todos nosotros, aunque yo creía que solo
conmigo.
Se pasó la mano por la cara sonrojándose un poco y
tomó un sorbo largo de su refresco antes de volver a hablar.
─Ese verano que tú recuerdas, murió repentinamente su padre
y Agnetha decidió llevárselo con nosotros al Lago Maggiore.
El pobre estaba muy unido a su padre y su muerte, que lo
había pillado lejos, lo destrozó. Llegó a Italia hundido y yo,
que me moría por sus huesos, no respeté ni su dolor ni nada y
me pegué a él como una lapa. Me pasaba los días acosándolo,
persiguiéndolo, adorándolo, una tarea inútil, porque él se
mostraba distante y frío conmigo, hasta que una noche,
desesperada, no se me ocurrió nada mejor que colarme en su
dormitorio para confesarle mi amor eterno.
─¿En serio?
─Lo que oyes. Me metí directamente en su cama y él montó
un tremendo escándalo. En cuestión de segundos parecieron
Agnetha y Leo y trataron de templar los ánimos y consolarme,
porque por supuesto a mí me dio un ataque de llanto de la pura
vergüenza, y al final, al día siguiente, no les quedó más
remedio que llamar a papá y mamá y ellos decidieron que nos
mandaran a Erik y a mí de vuelta a Estocolmo. Y eso no fue
todo…
─¿Ah no?
─No. Una par de semanas después, mamá me sentó en el
comedor con Agnetha y las dos me explicaron que Björn era
un universitario de veinte años, por lo tanto, mayor de edad, y
yo una cría de quince, menor de edad, y que ese tipo de
“situaciones”, como la que yo había provocado en el Lago
Maggiore, estaban penadas por la ley. Se llamaba estupro y
podían perjudicar gravemente a Björn. Fue muy instructivo y
desagradable.
─Madre mía.
─Con los años, he entendido que solo querían protegerme, y
que Agnetha pretendía salvaguardar el buen nombre de su
hermano, el flamante heredero de Industrias Pedersen, y, de
paso, prevenir algo en lo que solo piensan los ricos.
─¿El qué?
─Una posible demanda. Ella era una mujer estupenda y
generosa, pero también práctica y tenía que velar por el
bienestar de su familia. Nosotros, por supuesto, no íbamos a
hacer nada, porque todo había sido culpa mía y no los íbamos
a perjudicar, pero es cierto que no todo el mundo es igual de
honesto y una mínima filtración, un rumor o cualquier cosa
que afectara a Björn en ese sentido, podría haber generado un
problema legal enorme. Hoy por hoy, yo haría lo mismo.
─Increíble.
─Increíble es que tú te acuerdes de algo si tenías ocho años.
─¿Cómo no me voy a acordar si te pasabas los días encerrada
y llorando? Estabas enfadada con todo el mundo, me
ignorabas y luego vivieron los problemas alimenticios, las
terapias, los llantos de la abuela…
─Yo sufría porque me moría de amor por Björn Pedersen y no
podía verlo, porque papá decidió que no íbamos a viajar más
con esa familia. Los problemas alimenticios vinieron después
y por otros motivos, no por Björn y mucho menos por el pobre
Magnus, que nunca dejó de ser nuestro amigo.
─¡Joder!
─¿De dónde has sacado que Magnus…?
─Y yo que sé ─la interrumpió, empezando a ser consciente de
lo que había hecho─. No tengo ni idea, pero hasta hace dos
minutos hubiese jurado sobre la biblia que él era el culpable de
todos tus males.
─Eso te pasa por no preguntar, peque.
─No te he preguntado porque tú nunca quieres hablar del
tema.
─No es verdad, hace tiempo que es un tema superado. De
hecho, estuve con Björn en el entierro de Agnetha y todo fue
perfecto y cordial.
─¡Joder!, ¡joder!, joder!. No te imaginas cómo he tratado a
Magnus por pensar que te había hecho tanto daño.
Se tapó la boca con las dos manos y se echó a llorar. Amanda
se puso de pie y la abrazó por los hombros.
─Carrie… no será para tanto…
─Lo he tratado horriblemente y lo he dejado tirado sin tener
culpa de nada, sin haber hecho nada. Cuando es adorable
conmigo, siempre lo ha sido y yo… soy idiota.
─Seguro que podemos arreglarlo.
─No, ya me debe odiar y con razón, porque me he comportado
fatal… ¿cómo he podido…?
─Escucha ─buscó sus ojos─. Voy a llamarlo ahora mismo y le
voy a explicar lo que ha pasado.
─Tú no tienes que hacer nada.
─¿Cómo qué no?, me siento súper responsable. Has actuado
mal con alguien por ser leal conmigo, lo menos que puedo
hacer es intentar mediar entre vosotros.
─Da igual, ya es demasiado tarde.
─Nunca es tarde para hablar, cariño ─Le acarició el pelo y la
ayudó a limpiarse las lágrimas─. Eres un amor, Carrie, y has
demostrado tener principios, ser firme, fuerte y fiel a las
personas que quieres. Magnus valora mucho esas cosas y dudo
mucho que no quiera saber nada más de ti.
─No lo sé…
─Bueno, vamos a intentarlo. “No hay peor diligencia que la
que no se hace”, decía la abuela.
Carolina asintió, se secó la cara, cuadró los hombros y
suspiró.
─Está bien, pero lo haré yo sola.
15

Situada justo al sur del Círculo Polar Ártico, al norte de


Noruega, la costa de Helgeland está considerada uno de los
mejores lugares del mundo para navegar con kayak. Un
deporte que le encantaba y que cada año, al menos una vez,
iba a practicar con Björn, su aventurero tío vikingo, que
llevaba más de seis años residiendo en la región y que ese
verano le había venido de perlas para alejarse del mundanal
ruido, sobre todo del ruido que tenía en la cabeza y no lo
dejaba descansar.
Enfiló a toda velocidad viendo la costa muy cerca y se
dedicó a remar con movimientos suaves hacia su cuerpo, con
los brazos estirados, solo girando la cintura, utilizando la pala
como timón, tal como le había enseñado el propio Björn
cuando tenía diez años.
Si miraba hacia atrás, Björn siempre había estado muy
presente en su vida. Él, Agnetha, sus abuelos y posteriormente
Leo, que había llegado para abrirle un nuevo mundo cuando se
había enamorado de su madre. Cuando, con su sonrisa eterna,
lo había llevado por primera vez a Italia, le había enseñado a
hablar italiano, a comer pasta fresca y a disfrutar del fútbol.
Sonrió, aceptando que había sido muy afortunado con la
familia que le había tocado, con las personas con las que se
había criado, y sin querer su mente voló también hacia su
hermanastro George, el hijo de la segunda mujer de su padre,
al que hacía un montón que no veía. Hacia los amigos, amigos
como Erik y Amanda Clausen, que habían sido sus primeros
colegas, sobre todo Erik, al que durante muchísimos años
había considerado un hermano.
Erik, masculló llegando a tierra. No sabía qué pensaría
Erik de él si supiera que había estado persiguiendo a su
hermana pequeña durante meses hasta conseguir llevársela a la
cama. Hasta conseguir conquistarla, aunque el romance le
hubiese durado más bien poco, concretamente una sola noche,
porque ella lo había mandado al carajo a la mañana siguiente.
En su descargo, podía alegar buenas intenciones, la
pretensión honesta de iniciar una historia real y estable con
ella. Con ella, que todo lo que tenía de deslumbrante lo tenía
de complicada, hermética e insondable. Una pesadilla.
Carolina Clausen, no lo podía negar, era preciosa,
inteligente, fuerte y la adoraban todos sus amigos, pero con él
nunca, jamás, había bajado la guardia y al final había acabado
por hacerle daño. Muchísimo daño y no sabía si algún día sería
capaz de perdonarla, porque, contrariamente a lo que ella
podría suponer, él no era un robot, no era de piedra y sentía,
tenía sentimientos y las cosas le dolían tanto o más que a los
demás.
─¡Tío, has puesto el turbo! ─Le gritó Björn llegando a su
lado─ ¿Qué te pasa?
─Lo siento, me distraje pensando en mis cosas ─Lo miró
sacándose el chaleco salvavidas y Björn se quedó en suspenso,
sin quitarle los ojos de encima─ ¿Qué?
─Que estás un poco raro, no sé qué te pasa, pero sea lo que
sea, podré soportarlo.
─No tiene nada que ver contigo.
─Eso lo doy por hecho, pero a lo mejor necesitas hablarlo.
─Solo estoy un poco distraído, llevo unos meses muy raros.
─Ok, vamos.
Le hizo un gesto hacia el pequeño embarcadero que los
llevaba directamente hasta su nueva casa en Helgeland, y
Magnus lo siguió cargando su kayak y viendo aparecer a sus
perros, que se habían dispersado por la playa mientras ellos
estaban en el mar, pero que ya se habían reorganizado para
saludarlos.
─¡Hola, chicos!
Exclamó Björn acariciándolos y Magnus hizo lo mismo
pensando en la gozada que sería poder tener perros, un lujo
que él no podía permitirse por culpa de su trabajo. Una
verdadera lástima.
─Guardemos el equipo antes de entrar ─Le dijo indicándole el
cobertizo─ ¿Tienes mucha hambre, Magnus?, mi suegra ha
hecho tortilla de patatas. ¿La has probado alguna vez?, es un
manjar de dioses, aunque Candela dice que solo si está bien
hecha.
─Lo mismo dice Paola y claro que la he probado muchas
veces. Ella la prepara continuamente para cenar, a los gemelos
les encanta.
─No me extraña.
Entraron en su cobertizo nuevo y Björn le indicó el
material con el que dejar el equipo limpio y seco en su zona de
almacenaje. Una costumbre muy de los Pedersen, pensó
sonriendo, porque aquello le recordó a su madre, que era muy
estricta con esas cosas, y se entretuvo en la tarea en silencio,
hasta que su tío se le acercó y lo miró directamente a los ojos.
─¿Quién es ella?
─¿Quién?
─Ella. No marees la perdiz, Magnus, te conozco demasiado
bien.
─La cruda realidad es que ya no hay nadie.
─¿O sea que sí la hubo?
─No sé, yo… ─Le dio la espalda para no entrar en esas
profundidades, sin embargo, Björn no se rindió.
─Te voy a decir una cosa que siempre decía mi padre, o sea tu
abuelo: los Pedersen somos una roca firme e inmutable hasta
que nos enamoramos y perdemos el control.
─Hablar de amor en este caso me parece exagerado.
─Llámalo cómo quieras.
─¿Te acuerdas de los Clausen?, ¿Erik, Amanda y Violeta?
─Por supuesto.
─Tienen una hermana pequeña que se llama Carolina y creo
que me he pillado como un gilipollas por ella. Eso es lo único
que me pasa.
─Vaya ─susurró, apoyándose contra la pared─ ¿Y cuál es el
problema?
─El problema es que desde que me la encontré en Río de
Janeiro en Nochevieja, no ha dejado de marearme. Es muy
desconcertante, no la entiendo, aunque me gusta muchísimo, y
esa incongruencia me vuelve loco ─Respiró hondo─. La
buena noticia es que me ha dejado tirado, no quiere volver a
verme, así que solo es cuestión de tiempo que lo supere y
vuelva a recuperar la calma.
─¿Nochevieja?, ¿no será la chica que te habló fatal en una
fiesta?
─Exactamente.
─¿Y a pesar de eso…?
─A pesar de eso ─Lo interrumpió─, no he dejado de
perseguirla durante seis meses. Al principio de forma
involuntaria y al final a saco, porque me encanta. Así de
idiotas somos los tíos ¿no?
─Somos humanos, nos pasa a todos, hombres y mujeres. Yo
con Candela me lo tuve que currar muchísimo, pero valió la
pena.
─Candela no tenía ningún prejuicio en tu contra.
─¿A qué te refieres?
─La última vez que la vi, después de pasar una noche
espectacular juntos, me dijo que no podía estar conmigo por su
hermana Amanda. Me soltó que yo no representaba nada
bueno para Amy y que ella la iba a respetar, así que adiós muy
buenas.
─¿Cómo que no representas nada bueno para Amanda?,
siempre fuisteis muy buenos amigos.
─Eso dije yo, pero ella sacó a relucir lo que pasó cuando
teníamos quince años.
─¿Qué?, ¿lo que pasó conmigo?. Tú no tienes nada que ver
con eso.
─No me dio tiempo a explicarlo. Al parecer, concluyo yo tras
cuatro semanas dándole vueltas, es por eso por lo que ha sido
tan distante conmigo y hemos tenido tantos desencuentros.
─Insisto: tú no tuviste nada que ver.
─Yo no, pero mi madre sí, me consta que fue muy tajante con
todo ese tema para evitar efectos secundarios no deseados y
que aquello afectó mucho a Amanda, y a todos los Clausen,
recuerda que nunca más viajaron con nosotros y que mis
amistad con Erik se resintió bastante. Tal vez por eso Carolina,
que era una cría por entonces, tiene una idea tan equivocada
sobre mí.
─La única responsable de aquella situación tan incómoda fue
Amanda Clausen. De hecho, años después, lo hablé con ella
tranquilamente y se disculpó.
─Conmigo también se disculpó y Erik jamás ha vuelto a
mencionar nada sobre aquello, al poco tiempo volvimos a ser
tan amigos como antes. La verdad es que yo ni me acordaba de
ese episodio en el Lago Maggiore hasta hace un mes, cuando
Carolina lo sacó a colación sin venir a cuento, asegurándome
que había arruinado la adolescencia de su hermana.
─No sé qué pasaría después, pero te puedo asegurar que
nosotros no tuvimos la culpa y mucho menos tú, que solo
tenías quince años.
─Lo sé, pero ella no lo verá así.
─Creo que solo es un malentendido que en el fondo tiene muy
fácil solución, Magnus.
─¿Cuál?
─Sentarse a hablar y aclararlo todo. Si quieres, yo puedo
intervenir, me encantaría ayudar.
─No, Björn, gracias, pero para mí ya es tarde, ya he tirado la
toalla y no me interesa esforzarme más. Me he pasado seis
meses tragando quina, siendo indulgente y poniendo la otra
mejilla, pero se acabó. Todo el mundo tiene un límite.
─No, si estás enamorado.
─No he dicho que esté enamorado, para estar enamorado
tienes que ser correspondido y no es el caso, así que más me
vale retirarme y pasar página cuanto antes.
─Magnus…
─En serio, colega ─le palmoteó la espalda─. No te preocupes
por mí, estoy bien y ahora solo me apetece pasarlo de puta
madre en Helgeland; para eso he venido, para no pensar en
nada y mucho menos en ella.
─De acuerdo, lo entiendo, pero aquí me tienes si decides hacer
algo al respecto.
─Gracias.
Terminaron de organizar el equipo y salieron del
cobertizo rodeado por los perros y charlando de otras cosas
más agradables, como el clima estupendo que le estaba
tocando, y Magnus pensando que la charla le había venido
muy bien, porque siempre venía bien desahogarse, pero que
era la última en su vida que iba a dedicar a Carolina Clausen;
esa preciosidad sexy y arrolladora que aún lo tenía obnubilado,
pero a la que esperaba olvidar y superar antes de que acabaran
sus vacaciones de verano.
─¡Magnus!
Oyó a su espalda y se giró para mirar a las vecinas de
Björn, que formaban parte de su “comunidad vikinga” en
Noruega, y que parecían volver también de hacer deporte en el
mar. Dejó que su tío siguiera andando solo hacia su casa y
caminó hacia ellas para saludarlas.
─Hallo, jenter!, ¿qué tal el agua?, nosotros acabamos de
volver con los kayak.
─Genial, hemos hecho un poco de surf en Træna, el tiempo
está maravilloso ¿Ya conoces a nuestra prima Elke?, llegó ayer
de Sídney.
─No tenía el placer, encantado Elke.
Sonrió a esa pelirroja espectacular que no había visto antes y
que lo estaba observando con auténtica curiosidad, y ella le
guiñó un ojo, se le acercó y le dio un beso en la mejilla.
─Guau, qué guapo. ¿Estás soltero? ─le preguntó con ese
acento australiano tan marcado y él soltó una carcajada.
─Libre como el viento ¿Cuánto tiempo te quedas por aquí?
─Depende del que te quedes tú, me han dicho que eres de
Estocolmo.
─Sí, pero acabo de llegar, aún me queda una semana más de
vacaciones en Helgeland.
─Entonces nos veremos, ¿no?
─Por supuesto.
─Esta noche tenemos barbacoa y fiesta al aire libre en casa.
Pásate, Magnus, e intenta traer a Candela y a tu tío.
Le dijo una de las vecinas y él asintió prometiendo ir y
mirando de arriba abajo a Elke la pelirroja, que le tiró un beso
antes de girarse, darle la espalda y enseñarle su estupenda
figura enfundada en un bikini rosa.
Madre mía, masculló, soltando una risa de
complacencia, porque estaba claro que el destino le estaba
regalando un motivo muy sexy para disfrutar aún más de su
estancia en Noruega, y, lo más importante, para olvidarse de
Carolina Clausen.
Caminó hacia la casa de Björn más animado, dando gracias al
cielo por lo oportuno de ese regalo, se volvió dos veces para
despedirse de su nueva amiga, y cuando entró en la cocina
saludó Candela y a su madre, que ya estaban poniendo la mesa
para comer.
─Hola, chicas ─Les dijo en español y las dos le sonrieron.
─Hola, Magnus, ¿qué tal?, ¿tienes mucha hambre?
─Mucha hambre como siempre, pero primero, si no os
importa, me voy a dar una ducha.
─Claro, no hay prisa, Björn también se está cambiando.
─No tardo nada.
Hizo amago de caminar hacia las escaleras, pero Candela, que
estaba guapísima en su sexto mes de embarazo, lo detuvo
enseñándole su teléfono móvil.
─Espera, te dejaste el móvil aquí y no ha parado de vibrar.
Igual es importante.
─Gracias, Cande, solo espero que no sea una emergencia de
trabajo.
Cogió el Iphone y subió hacia su cuarto echando un
vistazo superficial a las llamadas. Tenía una de su padre, otra
de los gemelos y otras cuatro de un número desconocido.
Entró en el dormitorio con la intención de llamar a sus
hermanos, pero se fijó en que tenía un mensaje de audio del
número desconocido y se detuvo para oírlo. Pulsó sobre el
icono y la voz que oyó lo hizo fruncir el ceño.
“Hola, Magnus, soy Carolina. Erik me ha dado tu número de
teléfono. Necesito hablar contigo urgentemente. Tenías razón,
ahora sé que me he equivocado en todo contigo. No sabes
cuánto lo siento. Lo siento muchísimo. ¿Podríamos hablar o
ya es demasiado tarde? Sé que no me merezco nada de ti, ni
una corta conversación, pero si tengo que suplicar, lo haré.
Por favor, llámame”.
Sonó un clic y el mensaje terminó de forma abrupta, aunque
no lo suficientemente rápido como para no darse cuenta de que
ella estaba llorando.
Resopló desconcertado, sin saber qué hacer, pero muy
cabreado porque acababa de estropearle el día y sus planes de
olvidarla y pasar página.
Miró el móvil con atención, lo agarró con fuerza y lo estampó
contra la pared.
16

─Ruth, me voy.
Pasó junto a la mesa de su ayudante a toda velocidad,
poniéndose la chaqueta, y ella se levantó para seguirla al
ascensor.
─¿Qué hago con la reunión de las cinco?
─Pásala a la semana que viene, por favor.
─Me van a matar, Carolina.
─Lo siento, pero tengo una cita médica ineludible y
programada desde hace una semana.
─¿Estás bien?
─Sí, no te preocupes, y si no quieres anular nada, dile a Rose
que vaya en mi lugar.
La miró, pulsando el botón para llamar al dichoso
ascensor de Stockholms Auktionsverk que era lentísimo, y Ruth
resopló moviendo la cabeza.
─Vale, hablaré con Rose.
─Ahora les mando un mensaje a ella y otro a Azra. No te
angusties tanto, solo es una reunión rutinaria.
─A propósito de Azra, te ha llamado su hermano Aslan dos
veces hoy para recordarte lo de su fiesta de cumpleaños en
Estambul. Ha insistido mucho en que confirmes tu asistencia
ya, es por el tema de los vuelos y el hotel.
─Es cierto ─Llegó el ascensor y se metió dentro─, ya me
ocuparé de eso en otro momento.
─No puedes decir que no, Carol, es con los gastos pagados.
─No creo que tenga tiempo. Hasta mañana.
Le dijo adiós con la mano y miró la hora comprobando
que iba con el tiempo justo para llegar al aeropuerto de
Arlanda, a cuarenta kilómetros de Estocolmo, con el margen
suficiente para ver a Magnus Mattsson antes de que se subiera
a su avión.
Salió a toda velocidad del edificio, corrió por la acera
para subirse a un taxi y una vez dentro sacó el móvil para
cumplir con los pendientes. A saber: alertar a Rose para que
fuera a la reunión en su nombre, disculparse con Aslan por no
poder asistir a su fiesta de cumpleaños, decirle a su madre que
estaba bien y que ya la llamaría, y descargar la tarjeta de
embarque del primer vuelo que había pillado y que salía de la
misma terminal y casi a la misma hora que el de Magnus. Un
vuelo de ida a Oslo al que no pensaba subirse y que le había
costado dos mil ochocientas cuatro coronas suecas, es decir,
unos doscientos cincuenta euros.
La cuestión era conseguir llegar a la Terminal de Salidas
y a la zona de embarque por dónde iba a pasar la tripulación de
Magnus. Una información que le había facilitado Vivien, la
novia de Olivia, que también le había sugerido lo de la compra
del billete de avión para poder traspasar el control de policía
sin problemas, tras lo cual, podría adentrarse en el aeropuerto
como una pasajera más.
Aquello parecía ser el camino más corto para acercarse a él y
había optado por probarlo. En resumen, con algo de suerte, esa
tarde lo esperaría en su puerta de embarque, justo antes de que
se subiera a su Airbus A350-900 con destino a Australia.
Parecía una locura, sobre todo tratándose de ella, que no solía
hacer ese tipo de disparates, pero le daba igual. Desde que
había hablado con su hermana Amanda y había aclarado tantas
cosas, ya todo le daba igual y solo pensaba en verlo y en
disculparse con él.
No tenía otra cosa en mente.
Desde Mallorca, hacía tres semanas, aquella era su máxima
obsesión, su único propósito, y, aunque le costara la vida o su
prestigio como persona sensata y normal, al menos lo iba a
intentar. Iba a hacer todo lo posible por llegar hasta él, mirarlo
a los ojos y pedirle perdón. Después, ya podría descansar y
reorganizar su existencia con algo de tranquilidad.
Lo importante era verlo, porque él llevaba tres semanas
desaparecido, ni siquiera cogía el teléfono o respondía a sus
mensajes y aquello, que era lógico después de cómo lo había
tratado, la estaba matando. No dormía, no comía, trabajaba
fatal y pasaba los días dispersa, ideando estrategias para verlo;
planes de acercamiento como ese, el de presentarse en su
trabajo antes de que lo empezara y soltarle todo lo que le tenía
que decir.
La idea, en realidad, había salido de Vivien, que como azafata
de SAS era la mejor informada con respecto a la agenda de
Magnus.
─No puedo pasarte sus cuadrantes, es información
confidencial ─le había asegurado una noche cenando en
casa─. Demasiado he hecho diciéndote que está de vacaciones
fuera de Suecia, sin embargo, puedo mirar MIS cuadrantes y si
en algún vuelo coincido con el comandante Mattsson, te lo
puedo contar.
─¿Y de qué le serviría eso? ─Había querido saber Olivia.
─¿De qué? Cariño, saber cuándo vuela le puede dar una pista
casi exacta de a qué hora y dónde estará. Todos los pilotos
tienen unas rutinas y Magnus más que nadie, es muy
quisquilloso con los horarios y hace que su tripulación llegue
con bastante antelación al aeropuerto.
─No, no voy a molestarlo en su trabajo ─Había respondido
Carolina de forma automática─. Estoy desesperada, pero no
tanto. Si no contesta a mis llamadas ni mensajes, menos querrá
verme en el aeropuerto.
─¡¿Cómo qué no?! ─Había soltado Olivia buscando sus
ojos─. Es una idea cojonuda, Carol. Has interrumpido tus
vacaciones para venir a buscarlo, lo has llamado, le has
escrito, andas como una zombi… esta es tu oportunidad de
encontrarlo. No se trata de tirarse a su cuello, solo se trata de
acercarte, saludarlo y manifestarle lo importante que es para ti
verlo y explicarte con él.
─No sé yo…
─No pierdes nada, cielo y, lo más importante, para bien o para
mal, ha llegado la hora de zanjar esta historia.
Y en eso tenía razón, porque no podía seguir así. No
podía seguir pasando por su casa a diario para ver si había
vuelto, o llamándolo sin que él se molestara en responder, o
mandándole emails. No podía, no era nada saludable y según
su terapeuta, estaba a un tris de pasar de persona preocupada a
persona obsesionada. Una definición que la había aterrado,
porque, de repente, se había dado cuenta de que estaba a punto
de rozar el acoso.
Miró por la ventana la silueta del Aeropuerto de Arlanda
y se le contrajo el estómago. Sacó un espejo y se peinó un
poco con los dedos.
─Buen viaje.
Le dijo el taxista dejándola en la Terminal de Salidas,
ella se lo agradeció y entró en el aeropuerto con paso firme,
sin pensar en nada, porque si se detenía a calibrar lo que tenía
planeado hacer, se iba a arrepentir y ya no era negociable. Ya
era tarde para arrepentimientos.
Pasó su tarjeta de embarque por los terminales
automáticos, se puso a la cola para el control de acceso y en
ese momento le llegó un mensaje de Vivien anunciándole que
estaban a diez minutos de Arlanda.
─Voy en el transfer de la compañía. Tengo a Magnus al
alcance de la mano ─decía─, va sentado delante de mí, si
quieres te llamo y te lo paso o seguimos con el plan inicial que
es más bonito. La puerta de embarque es la 86.
Ella le confirmó que ya había llegado, que seguía adelante con
todo y que en diez minutos esperaba estar en la puerta 86. Pasó
el arco de seguridad con el corazón saltándole en el pecho,
recuperó sus cosas de las bandejas de la policía y salió
corriendo hacia su destino.
Atravesó volando las tiendas del Duty Free, varias salas de
espera y de repente vio el número 86 sobre su cabeza, giró
hacia la izquierda y se encontró a las azafatas de tierra
empezando a preparar la apertura del embarque. Se asomó a la
cristalera que tenían detrás, intentando dejar de jadear por el
esfuerzo de la carrera, y en seguida pudo vislumbrar el
gigantesco avión que, en una hora como mucho, Magnus
Mattsson iba a pilotar camino de las Antípodas.
Retrocedió con una mano en el pecho, cayendo en lo increíble
que era su trabajo, sacó el móvil para mirar la hora y en ese
mismo instante oyó su voz grave y hermosa pronunciando su
nombre.
─Carolina Clausen.
Susurró, y ella se giró de un salto para mirarlo a los ojos. Esos
hermosos y enormes ojos celestes que él medio ocultaba con
su gorra de piloto, aunque en seguida se la quitó y se la puso
debajo del brazo para saludarla.
─¿Qué haces aquí?, ¿vas a Sídney?
─Hola, Magnus. No, no voy a ninguna parte, solo he venido
para verte.
─¿Cómo dices?
─Llevo tres semanas intentando hablar contigo y… ─resopló,
saludando a Vivien con la mano y luego fijó los ojos en él─.
He comprado un billete para entrar al aeropuerto y poder
mirarte a la cara, lo único que necesito son dos minutos para
disculparme contigo.
─¿Que has hecho qué?
─Solo es un vuelo a Oslo, no he pagado tanto ─Le enseñó el
móvil sonriendo y él frunció el ceño, haciendo un gesto para
que se apartaran de la puerta de embarque.
─No tenías que venir hasta aquí, Carolina, esto es innecesario,
recibí tu primer mensaje y…
─Y no me has contestado ─Lo interrumpió─, ni una señal de
vida y no podía seguir así, no puedo, tienes que saber que
siento muchísimo lo que ha pasado, como te he tratado desde
el principio. No tenía ni idea de la historia de Amanda con tu
tío Björn; yo siempre di por hecho que le había pasado algo
grave contigo y… bueno, me… yo… ─Se cruzó de brazos
mirando su uniforme impoluto y elegante─. Lo siento
muchísimo, Magnus, perdóname.
─Vale, perdonada.
─¿Así de simple? ─Le clavó los ojos y él desvió los suyos.
─Cómo no perdonar a alguien que viene hasta el aeropuerto
para disculparse ─sonrió y volvió a mirarla─. Rompí el móvil
en Noruega y no me compré otro hasta llegar a Italia, estuve
incomunicado unos cuantos días, pero me dio tiempo a leer tu
primer mensaje. Siento no haber respondido, pero lo hago
ahora: tranquila, no importa y disculpas aceptadas.
─Bueno, yo…
─Tampoco ha sido para tanto, Carolina, solo fue un
malentendido.
─Un malentendido del que me siento muy responsable, porque
debí informarme mejor antes de reaccionar como una harpía
insufrible contigo.
─Te honra haber tratado de proteger a tu hermana. Eso yo lo
respeto, lo entiendo y es lo único que debería importarte.
─No, porque también me importas tú.
─Bueno, por mí no te preocupes, ya está todo olvidado ─miró
la hora─. Debería irme, gracias por venir hasta aquí, Carolina,
has sido muy amable.
─Magnus, yo…
Balbuceó, un poco desconcertada por esa reacción tan
fría y distante. Una reacción que no había contemplado entre
los innumerables escenarios que se había imaginado, y dio un
paso hacia él para intentar tocarlo, pero él, increíblemente, la
esquivó fijándose otra vez en su reloj.
─Tengo que embarcar, hay un protocolo que poner en marcha.
Mil gracias por hacer esto, en serio, te lo agradezco mucho.
Ella asintió, empezando a notar cómo las lágrimas le
contraían la garganta, y retrocedió sin saber dónde meter las
manos, se arregló un mechón de pelo suelto y lo siguiente que
oyó fueron los gritos en inglés de una mujer muy escandalosa.
─Love!, my sweet love! ¿Me estabas esperando para subir?
Chilló con un acento australiano muy marcado y se
acercó corriendo a Magnus para abrazarlo con todo el cuerpo.
Él devolvió el abrazo con un beso en los labios y después la
apartó con una gran sonrisa.
─No, Elke, tú aún tendrás que esperar unos minutos más aquí
fuera.
─¿Aunque el piloto sea mi novio y yo vaya en primera clase?.
Qué putada.
─Las reglas son las reglas, ahora te pedirán el pasaporte y…
Empezó a explicar él con su encanto habitual, mientras
su “novia”, que era una chica pelirroja guapísima, espectacular
y muy llamativa, con pinta de modelo de Playboy o de Sports
Illustrated como poco, le acariciaba el pecho por debajo de la
chaqueta.
Carolina, involuntariamente, se fijó en su perfume
dulzón, en sus zapatos fucsia y sus interminables tacones, en
su bronceado de anuncio, y empezó a retroceder con náuseas,
arrepintiéndose de inmediato, y para lo que le restara de vida,
de haber tenido la pésima, espantosa idea, de ir hasta allí para
hacer el ridículo con sus disculpas infantiles. Con sus
preocupaciones pueriles, como las habría calificado Sten con
toda la razón del mundo.
Respiró hondo y giró para desaparecer lo antes posible
de allí. Les dio la espalda a los dos y caminó de prisa primero
y corriendo después hacia la salida.
Llegó a la calle llorando, ahogándose en unos sollozos
incomprensibles y estúpidos que no venían a cuento, porque
había que ser muy idiota, mucho, para pensar que su esfuerzo,
su acto heroico, le iba a cambiar la vida, le iba a conseguir una
segunda oportunidad con Magnus Mattsson o le iba a regalar
su final feliz.
17

─Arlanda autorizaciones. SK1020, comandante Magnus


Mattsson, solicito prueba de radio, snälla du.
Dijo entrando en el espacio aéreo de Estocolmo, con
muchas ganas de volver a casa tras una semana entera en
Sídney, diez días enteros fuera de Suecia, he inmediatamente
oyó la respuesta en sueco.
─Se le escucha 5X5, SK1020.
─Hallå, control. ¿Me da datos, por favor?
─Pista de servicio 12R/31L.
─Muchas gracias, control. Procedemos a aproximación.
─Adelante, Magnus.
Fijó el rumbo magnético e inició el descenso haciendo,
como siempre, un gesto hacia su copiloto para que fuera él el
que se dirigiera al pasaje y anunciara la inminente
aproximación al aeropuerto de Arlanda.
─Flaps. Ruedas de freno automático.
Le susurró a Hugo, percibiendo la vibración brutal del avión,
sujetó los mandos con tranquilidad y quince minutos después,
el Airbus A350-900 y sus cuatrocientos pasajeros, se posaban
sanos y salvos sobre las pistas de Estocolmo-Arlanda.
─Landing. Vuelo cerrado. Apertura de puertas. Buen trabajo,
tripulación.
─Hogar, dulce hogar. ─susurró Hugo quitándose el cinturón
de seguridad.
─Ya te digo.
─¿Qué planes tienes para los días de descanso, comandante?
─Principalmente descansar, estar con la familia y resolver
algunas cosas.
─Yo lo mismo, aunque Rachel llega esta noche de Nueva
York, así que una semanita movida la tengo asegurada.
Magnus sonrió mirándolo de reojo e inició el tedioso,
pero necesario, protocolo de aterrizaje, el checklist, mientras la
tripulación despedía a los pasajeros, se comenzaba el desalojo
del aparato y los motores dejaban de ronronear sutilmente
hasta quedar en absoluto silencio.
Revisó el plan de vuelo que habían seguido desde
Sídney y que había contado con dos escalas técnicas, una de
cuatro horas y media en Singapur y otra de hora y media en
Atenas, y suspiró, porque en la práctica eso se traducía,
contando las veintidós horas en el aire, en un total de
veintiocho horas de trabajo continuado. Una barbaridad que no
tenía mucho futuro porque tarde o temprano SAS, como otras
líneas aéreas de la competencia, acabaría operando en algún
punto del trayecto con terceros. No le cabía la menor duda.
Cerró el vuelo, firmó el papeleo y se levantó mirando la
hora. Se despidió de la tripulación, de Hugo y de los
compañeros de mantenimiento de SAS, y salió a buen ritmo
hacia la Terminal, entró encendiendo el teléfono móvil y en
cuánto llegó a la calle buscó en la agenda el número de
Stockholms Auktionsverk y lo marcó.
─Adquisiciones, buenas tardes ─respondió en seguida la
misma chica de siempre y él la saludó.
─Hola, Ruth, soy Magnus Mattsson otra vez. Acabo de
aterrizar en Estocolmo, ¿ha vuelto Carolina?
─Lo siento, señor Mattsson, pero la señorita Clausen sigue
fuera de Suecia.
─¿Todavía? ─bufó, acercándose a la parada de taxis─ ¿Ya ha
pedido autorización para darme su nuevo número de móvil?
─Sí y lo siento, señor Mattsson, pero no me han dado permiso
para facilitar esa información.
─Está bien, gracias, Ruth. Hasta luego.
Le colgó moviendo la cabeza impotente, porque aquello
ya olía a cachondeo, y se subió a un taxi pidiéndole al
conductor que lo llevara a casa, aunque sus planes iniciales
eran pasar directamente por Stockholms Auktionsverk para
hablar con Carrie, a la que no podía localizar (otra vez) desde
hacía diez días, desde que se había despedido de ella en la
puerta de embarque del aeropuerto.
Aquella escena de película, con ella preciosa y titubeante
pidiéndole disculpas, lo había paralizado. Lo había dejado tan
fuera de juego que solo había sido capaz de reaccionar tres
horas y media después, ya en Atenas, su primera escala
técnica, cuando había entendido de verdad la dimensión de su
gesto y la importancia de lo que le había dicho.
Por supuesto, la había llamado por teléfono en seguida
para disculparse por ser tan torpe, pero ella ya había
desconectado el móvil y no lo había vuelto a conectar. Desde
entonces, no había vuelto a dar señal y él había empezado a
llamarla al trabajo, como en los viejos tiempos, sin obtener
respuesta, hasta que Ruth, que se había identificado como su
ayudante, se había apiadado hacía una semana de él y le había
explicado que Carolina se encontraba en viaje profesional
fuera de Suecia y que no llevaba su teléfono personal encima.
En ese momento había optado por llamar a Erik.
Saltándose un poco la regla implícita de no involucrarlo en sus
historias con Carrie, había contactado con él para saludarlo y
en el devenir de la charla se había interesado por sus hermanas
y él le había contado con total naturalidad que Carrie estaba
muy ilusionada, porque la habían llamado para que se
encargara de catalogar la liquidación de un patrimonio de arte
valiosísimo en Inglaterra. Un sueño para cualquiera en su
posición.
─Ha empezado el trabajo hace unos días y está feliz ─Le
había explicado orgulloso─. El dueño es sueco y ha querido
que Stockholms Auktionsverk catalogue y valore lo que pueda
ser susceptible de subastar y Carrie se ha puesto al mando.
Nadie mejor que ella, la verdad. Será mi hermana, pero tengo
derecho a decir que es increíblemente lista y eficiente.
─Claro que sí, me alegro mucho por ella.
─Ya era hora de que le pasara algo bueno, lleva un año un
poco jodido, ¿sabes? Ella lo disimula, pero nosotros nos
hemos dado cuenta. En fin, ¿qué tal tú, colega? ¿Cuándo te
vienes a jugar un partido de fútbol con mi equipo del hospital?
─Mándame los datos y trato de organizarlo.
─Genial, nos vendría bien un poco de apoyo.
─¿Carrie ha cambiado de móvil?, he intentado llamarla y
siempre está apagado.
─Que yo sepa no, pero no me hagas mucho caso. Lo más
sencillo es que la llames a la oficina.
Y había seguido insistiendo en Stockholms Auktionsverk
con más ahínco, pero sin ningún éxito, lo cual era
extraordinariamente frustrante teniendo en cuenta su historial
de desencuentros con ella.
Cerró los ojos pensando que igual podría ir a buscarla a
Inglaterra, que siempre era un escenario elegante y romántico
para intentar recuperar a alguien, sobre todo si ese alguien era
especial y hermoso como Carrie Clausen, la chica de sus
sueños, la única a la que le podría llegar a hablar de amor… la
mejor química sexual de su vida.
─Hola ─respondió al móvil llegando a su casa y el que lo
saludó fue su padre.
─Hola, hijo, ¿dónde estás? ¿Sigues en Sídney?
─No, acabo de aterrizar, estoy llegando a Östermalm. ¿Tú qué
tal?
─Necesito hablar urgentemente contigo.
─Habla.
─En persona, por favor, necesito contarte algo y enseñarte
unos papeles que deberías firmar. No te preocupes, es algo
muy bueno.
─Ok ─miró el reloj─. Subo a casa, me doy una ducha y voy
donde me digas, la adrenalina no me dejará dormir hasta
dentro de un rato.
─Yo estoy en mi despacho, bajo y voy a tu piso.
─Muy bien, pero dame media hora. Adiós.
Le colgó entrando en su edificio y subió a su ático
marcando el número de teléfono de Olivia, que igual lo podía
ayudar a averiguar en qué rincón perdido de Inglaterra se
encontraba Carrie, y, a partir de ahí, decidir qué hacer al
respecto.
─Comandante Mattsson ─Lo saludó ella al segundo tono de
llamada─. Qué sorpresa.
─Hola, Olivia, ¿cómo estás? Disculpa que te moleste, pero te
quería preguntar si tú sabes dónde está trabajando Carolina, su
ayudante…
─En Inglaterra.
─Eso ya lo sé, me refiero al…
─¿Y tu novia australiana? ─Lo interrumpió seca y él dejó el
equipaje en el salón frunciendo el ceño─ ¿Se ha quedado en
Sídney o también le has pagado un billete de vuelta a
Estocolmo?
─¿Disculpa?
─Vivien me ha contado que le regalaste un billete en primera
clase a Australia, en realidad, la muchacha se lo contó a todo
el puñetero avión. Es guapísima ¿no?, Carolina se quedó
impresionada.
─Mira, Olivia… ─Resopló desconcertado y ella se echó a reír.
─Eso es un pastizal, un billete en primera a Sídney nada
menos, pero tú mismo, los tíos sois así de gilipollas cuando se
trata de una tía buena y a ti te sobra la pasta. En todo caso, no
es asunto mío, como tampoco es asunto tuyo dónde está
Carolina ahora. Déjala en paz.
─Oye, yo…
─Llevo meses defendiéndote e intentando convencerla de que
eres un buen tío, que te diera una oportunidad, pero al final,
ella iba a tener razón y no eres más que un capullo, porque hay
que ser muy capullo para hacer daño a una chica como
Carolina Clausen, que es la mejor tía que te vas a encontrar en
tu vida.
─Te estás equivocando, Olivia. Ella me dejó tirado a mí por un
asunto que no tenía nada que ver conmigo, sin embargo, yo
respeté su decisión y seguí con mi vida. ¿Ok? ─respondió,
cabreado─. Y para tu información, la tuya y la de todo vuestro
entorno, la chica que conoció Carrie en el aeropuerto es una
amiga, una colega de mi familia en Noruega y sí, le regalé un
billete de avión porque me pidieron ese favor y porque me dio
la gana. ¿Pasa algo?
─Vaya, he despertado a la furia vikinga.
Bromeó ella, pero él ya no estaba para gilipolleces y le
colgó furioso. Se desnudó y se metió debajo de la ducha
queriendo romper algo. Dio un puñetazo contra los azulejos y
maldijo a toda esa gente que opinaba y se metía en su vida sin
pensar, que lo juzgaba como lo había juzgado la propia
Carolina sin conocerlo, y después maldijo a Elke, la amiga
australiana de Björn, que la había cagado, efectivamente,
besándolo y llamándolo “novio” delante de Carrie.
No iba a negar su aventura sexual con ella en Helgeland,
porque se habían acostado una vez tras una juerga
considerable y lo habían pasado muy bien. No lo suficiente
como para repetir o considerarla algo especial, pero sí lo justo
para sentirse culpable, porque había sentido que le había sido
infiel a Carolina, algo que nunca le había pasado antes.
Infiel a una chica que no quería verlo ni en pintura, el
colmo de la ironía.
A ese escarceo lo habían seguido un par de besos
motivados por Elke, que era muy insistente, y al final, en
medio de esa nube de culpa, Björn le había preguntado si
podía ayudar a sufragar su viaje de vuelta a Sídney, algo
bastante habitual en su comuna vikinga, donde se compartían
gastos o se ayudaba al prójimo sin ningún drama, y él había
accedido a comprar un billete con el consabido descuento
como personal de línea aérea.
Ahí había quedado todo. Tras el vuelo no la había vuelto
a ver, ni a tratar, ni siquiera había vuelto a pensar en ella hasta
hacía diez minutos.
─Hola, papá.
Abrió la puerta a su padre, más despejado después de la
ducha, y le ofreció una taza de café.
─¿Quieres tomar un expreso o algo?
─No, Magnus, gracias. No te robaré mucho tiempo, solo
quería contarte dos cosas importantes.
─Adelante ─Se lo llevó a la terraza─. Siéntate.
─Se trata de George Percy-Kinkade.
─¿George?, ¿el hijo de Ava? ¿Qué le pasa?
─Pasa que acaba de heredar su patrimonio al completo y ha
decidido poner a la venta algunas propiedades.
─No me ha dicho nada y hablé con él varias veces este verano.
─Bueno, ya sabes cómo es. La cuestión es que su padre y su
tío le han dejado una heredad ingobernable y sus asesores le
han aconsejado dividirla y deshacerse de algunas cosas.
─¿Y?
─Le he comprado la finca y la casa de Surrey.
─¿En serio?, ¿por qué?
─Porque siempre me gustó esa casa, Ava tampoco la quiere y
me apetece tener una propiedad importante en Inglaterra.
George está encantado, porque prefiere que se quede en manos
de la familia, o de la ex familia como es mi caso.
─Vale.
─Ya he cerrado el trato y ahora forma parte de nuestro
patrimonio. Aquí están los documentos, léelos y fírmalos
cuando quieras.
─De acuerdo ─cogió el contrato, lo leyó por encima y luego lo
firmó sin pensarlo demasiado─. Ya está ¿Algo más?
─De este asunto nada más, pero hay otra cosa más personal.
─Tú dirás.
─Me he separado de Ingrid y estoy con otra persona.
─Joder, papá, vaya carrerón ─bromeó y su padre movió la
cabeza─. Yo creía que os iba muy bien.
─Nuestra relación laboral era mucho mejor, como pareja
somos un desastre. Me casé con ella porque Ava me había
abandonado tras la muerte de Agnetha y me sentía solo y
culpable, solo por eso. En realidad, nunca he dejado de
sentirme culpable.
─¿Sigues yendo a terapia?
─¿Tú me has perdonado por lo que le hice a tu madre,
Magnus? ─Le clavó los ojos húmedos y él asintió.
─Tuvisteis un accidente de tráfico, tú no le hiciste nada.
─Pasó cuando salíamos de un motel, en medio de una aventura
extramatrimonial. Sé que te dolió.
─Me dolió por Leo, porque mamá se portó fatal con él en ese
sentido, pero con el tiempo he dejado de juzgarla y la he
perdonado.
─¿Nos has perdonado a los dos?
─Por supuesto.
Se levantó, al ver que se había echado a llorar, lo hizo
ponerse de pie y lo abrazó. El primer abrazo en siglos, porque
normalmente no se tocaban, y él se le aferró muy emocionado,
hasta que al fin se separó con una sonrisa.
─Gracias, hijo. No sabes lo que esto significa para mí.
─Entonces habrá que repetirlo.
─Tu madre solo tenía dieciocho años cuando se quedó
embarazada y decidimos casarnos ¿sabes? ─Volvió a
sentarse─. Los dos éramos muy jóvenes e inmaduros, tu
abuelo quiso matarme, pero nos mantuvimos firmes y unidos
porque nos queríamos de verdad. Agnetha fue el gran amor de
mi vida, Magnus, por eso, en un momento de debilidad,
coincidimos y cometimos la locura de volver a vernos, de ser
infieles a Ava y a Leo, porque nuestro pasado, de repente, pesó
más, pero cuando tuvimos el accidente, justo ese día,
habíamos decidido romper y volver a nuestras vidas. Quiero
que lo sepas, porque, aunque no sirva de mucho consuelo, esa
es la pura verdad.
─Ava le contó algo parecido a Leo.
─Sí, yo se lo expliqué todo a ella, sin embargo, nuestro
matrimonio no lo pudo superar.
─Bueno, ya pasó y… ─Lo miró con una sonrisa, intentando
relajar la tensión─, ahora dices que estás con otra persona.
¿Quién es ella?
─Alicia.
─¿Alicia?, ¿qué Alicia?, ¿Alicia Pedersen?, ¿mi tía Alicia?
─Sí, sé que parece una locura, pero no lo hemos podido evitar.
─No me lo puedo creer.
─Somos muy felices, Magnus, tenemos un pasado en común,
hemos sido familia, compartimos el mismo círculo de
amistades y muchas aficiones. En resumen: ella es la persona
que estaba buscando.
─Vaya… ─respiró hondo y forzó una sonrisa─. Sí es lo que
quieres y sois felices, enhorabuena.
─Muchas gracias, ella quería que te lo dijera yo primero,
porque no sabía cómo te lo ibas a tomar, pero ya te llamará.
─Muy bien.
─Podemos organizar una cena o algo.
─Claro, sin problema.
Asintió, pensando en Leo y Björn, que se iban a partir de
la risa cuando se enteraran de que Alicia, al fin, había
“alcanzado” a Agnetha de alguna manera ligándose a su
primer marido, y acompañó a su padre a la puerta.
─Gracias por todo, hijo. Me ha encantado verte. ¿Tú estás
bien?
─Un poco cansado, porque llevo veintiocho horas de vuelo
encima, pero ya descansaré.
─Hazlo, que ya no tienes veinte años ─Bromeó─. Antes de
que se me olvide, vamos a subastar algunos objetos, cuadros y
muebles de Percy House a través de Stockholms Auktionsverk.
Ni a George ni a mí nos interesa todo lo que está en los
desvanes o en los áticos y el dinero que saquemos con la venta
ayudará a solventar la reforma de la casa principal.
─Gran idea.
─Cuando tengamos un catálogo definitivo te lo mando, de
momento, tenemos a la jefa de adquisiciones de Stockholms
Auktionsverk Estocolmo haciendo el inventario y según
Georgi, ella y su equipo van muy rápido.
─¿Perdón?, ¿cómo has dicho?
Se le encendieron todas las alarmas y su padre salió al
rellano y le sonrió.
─He dicho que están revisando y elaborando un primer
inventario. Es una tarea ardua, pero el gerente de la casa de
subastas, que es muy amigo de Ava, dice que su jefa de
adquisiciones de Estocolmo es la mejor y al parecer no miente.
─¿Se llama Carolina Clausen?
─En realidad, son Ava y George los que tratan con ella, pero
creo que sí, que se llama Carolina. ¿Te suena de algo?
─Claro, es la hermana pequeña de Erik Clausen.
─¿Tu amigo Erik?, vaya, qué pequeño es el mundo.
─Es el destino, papá, que no se rinde.
─¿Qué quieres decir?
─Nada, tú tranquilo y cuidado con la tía Alicia, no le pases
una o te acabará volviendo loco.
─Magnus…
─Va en serio. Hasta luego.
Lo siguió con los ojos hasta que desapareció camino del
ascensor, retrocedió y entró en el ático mucho más animado,
sonriendo de oreja a oreja, porque esa era una señal ineludible
del universo y ya no había marcha atrás.
Sacó el móvil y buscó el número de teléfono de George Percy-
Kinkade, ese loco inglés encantador, el más pijo y a la vez más
salvaje y adorable de los mortales; el único hijo de Ava, su
primera madrastra, con el que había compartido niñez y
muchas aventuras a lo largo de toda su adolescencia.
Encontró el contacto, dio a llamar y a la segunda señal George
le respondió con su entusiasmo habitual.
─¡¿Qué pasa, brother?! Sea donde sea la fiesta, yo me apunto.
18

─No sé qué decirte, Azra, hemos encontrado algunas cosas


muy interesantes, pero nada demasiado relevante. Nosotros
creemos que ya hubo alguna venta o subasta en el pasado y
que los Percy-Kinkale actuales no tienen ni idea del expolio.
─¿Expolio?
Preguntó Azra desde Estocolmo y Carolina respiró
hondo y caminó por la galería despacio, mirando a través de
los cristales la inmensidad verde que rodeaba esa mansión al
estilo Downton Abbey, donde llevaban más de una semana
trabajando incansablemente.
─Lo llamo expolio porque esta gente no es consciente de que
alguien ya arrasó sus desvanes.
─Vale, ¿has hablado con el nuevo dueño?
─El nuevo dueño se desentiende, ha dejado todo en manos de
su exmujer y ella está tan sorprendida como nosotros. En todo
caso, algo sacaremos de aquí y trataré de convencerlos para
que me cedan alguna puerta y algunos muebles que están sin
uso en la planta noble. Hay una puerta plafonada de roble
totalmente abandonada y medio roída en un pasillo, que yo
calculo que es del siglo XVIII, y otra Art Déco preciosa en un
cuarto de baño para invitados. Si deciden subastarlas,
compensará tanto esfuerzo.
─Necesitamos más, Carol. La biblioteca es fundamental.
─Lo sé, pero tienen paneles enteros con libros pintados. ¿En
qué estaría pensando esta gente?
─Obviamente, también les han expoliado la biblioteca.
─Arvid opina que deberíamos llamar a un notario para
denunciar tanto vacío, pero George, el flamante conde, no
quiere saber nada de eso y dice que no nos preocupemos de
nada y que hagamos lo que podamos. Está claro que solo
sueña con entregar las llaves y largarse.
─Es raro, porque los herederos ingleses suelen responder ante
patronatos o ante Patrimonio Británico y eso los condiciona un
montón.
─Creo que no es el caso, al parecer esta es la casa más
pequeña de su herencia y no está tan controlada, o él es un
pasota y todo le da igual.
─Apuesto por lo segundo.
─Yo también.
─Bueno, vosotros seguid trabajando porque, saquemos buen
material o no, el inventario ya está pagado y eso que nos
llevamos.
─Ok, hasta luego.
─Adiós, guapa.
Le colgó, miró los mensajes electrónicos pendientes, los
WhatsApp y los Telegram, respondió lo más importante y
regresó corriendo al hall principal para subir las escaleras que
iban hacia los desvanes que aún les quedaba por revisar.
Ya habían perdido la cuenta de la cantidad de cuartitos,
buhardillas, trasteros y altillos que tenía esa mansión
reformada primero en el siglo XIV y posteriormente en el
XVII, y construida en el siglo X por un noble vinculado al rey
Canuto El Grande. Un rey de origen danés que había reinado
en Dinamarca y Noruega, y también en Britania allá por el
1016.
La circunstancia de que dicho monarca fuera nórdico,
había servido para bromear con el último conde en heredar la
casa, el famoso George Percy-Kinkale, un tío de treinta y seis
años, muy atractivo y muy cercano, que solía ser carne de la
prensa rosa y que tenía fama de crápula y mujeriego. Un
donjuán de manual que, sin embargo, era tan simpático que le
perdonabas todo.
George, que tenía alterados y enamoriscados lo mismo a
su compañero Arvid que a su compañera Eve, acababa de
vender Percy House a un pariente cercano sueco, les había
explicado, y por eso estaba a cargo del inventario y la posible
subasta que saliera de aquello, porque su ex padrastro (el
comprador) vivía en Estocolmo y no podía ir a Inglaterra en
ese momento, con lo cual, le tocaba a él echar un cable y
supervisarlo todo, aunque lo suyo, más que la campiña de
Surrey, fueran los clubs nocturnos de Londres.
─Hola, chicos…
Llegó al desván casi jadeando, porque había subido
ciento veinte escalones sin parar, y se acercó a los dos baúles
de viaje que Eve había abierto junto a la ventana. Se puso en
cuclillas y abrió mucho los ojos al vislumbrar al menos cuatro
vestidos antiguos, en muy buen estado y envueltos en papel de
seda, dentro de uno de ellos.
─¡Madre mía, qué maravilla!
─¿Serán auténticos o serán disfraces? ─Preguntó Arvid.
─Son originales y de finales del XIX, mirad la tela y estos
bordados ─se puso los guantes de látex y tocó el paño─. Es
muselina con hilo de plata. Un tesoro, acabamos de encontrar
a nuestro Tutankamón.
─Costarán una fortuna.
─Habrá que autentificarlos, pero, aunque cuesten una fortuna,
lo normal es aconsejar su donación al Victoria&Albert
Museum o al Museo de la Moda de Londres.
─No creo que Stockholms Auktionsverk quiera prescindir de
subastar algo así de espectacular.
─Eso es verdad, habrá que valorarlo, de momento, vamos a
guardarlos y etiquetarlos con sumo cuidado, ¿de acuerdo? Más
tarde llamaré a George Percy-Kinkale para comentárselo.
─Lo puedo llamar yo.
Saltó Eve con una sonrisa y Carolina le sonrió y asintió,
yendo a buscar los estuches especiales que tenían para guardar
vestuario y elementos similares que necesitaran ser
preservados inmediatamente del polvo y la humedad. Se
acercó al pasillo, los recató de las cajas que llevaban para el
embalaje y de repente se acordó de Magnus Mattsson, en el
que no dejaba de pensar, aunque, gracias a Dios y a ese
minucioso e inesperado trabajo en Inglaterra, estaba
arrinconando poco a poco en el fondo de su memoria, también
de su corazón.
Tiempo al tiempo, solía decir su sabia madre, y ella se había
propuesto olvidarlo costara lo que le costara; aunque le costara
el resto de su vida.
Afortunadamente, tenía una vida llena con su familia y
sus amigos, y un trabajo que adoraba, que se le daba muy bien
y que de repente te podía hacer regalos como ese: el estar en
una maravillosa mansión inglesa revisando sus tesoros y
catalogándolos todo el día, así que no se podía quejar, porque
el estar ocupada era la mejor de las medicinas.
Tras su encuentro fallido en el aeropuerto, cuando al fin
había visto la importancia o la trascendencia que podía llegar a
tener ella para Magnus Mattsson, cuando había conocido a su
deslumbrante novia australiana, por supuesto que había estado
fatal, literalmente había colapsado y se había pasado tres días
llorando, maldiciendo al puñetero destino que lo había puesto
en su camino, pero ya se encontraba mejor.
Aquel proceso había sido muy duro, porque se había
creado unas expectativas falsas y totalmente involuntarias con
respecto a él y asumir que todo había sido un espejismo le
había dolido, claro, como también le había dolido aceptar que
la única culpable de perder el norte era ella y nadie más. Sin
embargo, gracias a Dios, en medio del drama, la vida había
querido compensarla y de repente y muy rápido todo se había
iluminado gracias a un proyecto de trabajo inmejorable. El
sueño de su vida.
Azra se había presentado en su despacho tres días
después de su colapso en el Aeropuerto de Arlanda y le había
encomendado una tarea gigantesca, urgente y con mucha
responsabilidad en Inglaterra: el inventario de los tesoros
secretos de una gran mansión al sur de Londres, y ella la había
aceptado sin dudarlo.
Solo veinticuatro horas más tarde, se había plantado en Surrey
con su equipo y desde entonces, una semana ya, no paraban de
trabajar, de investigar y de pasarlo bien, porque al igual que
ella, tanto Eve como Arvid disfrutaban del trabajo duro. Un
trabajo duro que se había convertido en la mejor terapia para
olvidarse de Magnus Mattsson.
─Si me hubieses dicho que me estabas rechazando por mi
hermano, me habría retirado elegantemente y con el honor
intacto.
Le dijo George Percy-Kinkale por la espalda,
apareciendo de la nada, y Carolina saltó y tiró sus estuches de
embalaje al suelo.
─¡Madre de Dios!, ¡qué susto!
─Lo siento, soy muy sigiloso ─se le acercó con las manos a la
espalda─. Mi abuela decía que era igual que un gato. ¿Estás
bien?
─Sí, es que no te esperábamos por aquí y el guardés nos dejó
solos hace rato.
─Vaya… ─se inclinó para ayudarle a recoger sus bolsas─. En
realidad, no tenía previsto venir, pero no he podido negarme.
─Me alegro de que hayas venido. Hemos encontrado un baúl
con ropa de mujer del siglo XIX en perfecto estado.
─¿No has oído lo que te he dicho?
─¿Sobre qué?
─Sobre que, si me hubieses dicho que me estabas rechazando
por mi hermano, me habría retirado elegantemente y con el
honor intacto.
─No entiendo ─frunció el ceño y dio un paso atrás.
─Te conocí y te invité a salir, ¿quién no lo haría?, y tú me
dijiste que no podías, porque estabas en pleno duelo por una
relación frustrada. Que esto ─Hizo un gesto elocuente hacia la
casa─ era una especie de terapia y que pensabas respetarla.
─¿Y?
─Podrías haberme dicho que el protagonista del duelo era
Magnus Mattsson.
─¿Conoces a Magnus Mattsson? ─Preguntó tras unos
segundos de silencio y él asintió.
─Es mi hermano, bueno, mi hermanastro legalmente
hablando. Mi madre y su padre estuvieron casados veinte años,
por eso yo pasé tantas temporadas de mi infancia y mi
adolescencia en Suecia, ¿no te lo había contado?
─No.
─Ya ves, el mundo es un pañuelo. También conozco a tu
hermano Erik.
─¿En serio?
─Claro, cuando Magnus se licenció como piloto de combate,
los dos le organizamos la fiesta de celebración.
─No sabía nada.
─Ya, eso me han dicho ─Miró a su alrededor─. Stellan
Mattsson, mi padrastro, es el que ha comprado esta casa, en la
práctica estáis trabajando para él. Él insistió muchísimo en que
una compañía sueca como Stockholms Auktionsverk fuera la
que se hiciera cargo del inventario y la subasta.
─Vaya…
─Me encanta cuando pasan estas cosas, es como hacer un
puzle gigantesco. Si Stellan no llega a contárselo a Magnus,
¿crees que hubiésemos llegado a encajar las piezas nosotros
solos?
─No lo sé.
─Yo tampoco, pero afortunadamente Stellan, que es un tío
muy concienzudo, habló con su único heredero de su nueva
adquisición, del inventario y sus sueños de subasta, y Mag,
que suele prestar atención, contó dos más dos y te puso en la
ecuación. Por eso estoy yo hoy aquí.
Carolina entornó los ojos un poco desconcertada, porque
aquello más que una casualidad le parecía una broma, y
observó sin moverse como George Percy-Kinkale, guapísimo
con su ropa de críquet, sacaba su teléfono de última
generación del bolsillo y se lo ponía en la oreja.
─Hola, hermano, estoy con ella; espera un segundo ─susurró,
mirándola a los ojos─. Cógelo, Carolina, por favor.
─Yo…
─Por favor.
Asintió para no parecer una mal educada, extendió la
mano, agarró el teléfono y lo respondió.
─Hola.
─Hola, Carrie. Lo que tengo que hacer para localizarte ─Le
dijo él en tono de broma y ella le dio la espalda a George.
─¿En qué puedo ayudarte?
─¿Tú qué crees?, llevo diez días tratando de explicarme,
porque lo que pasó la última vez que nos vimos en el
aeropuerto no fue muy bien y…
─Ya está olvidado. No te preocupes.
─No voy a dejar de preocuparme, pero entiendo que esto ya
parece una jugarreta infantil, me refiero a estas idas y venidas,
a estos malentendidos que no nos pegan a ninguno de los dos y
por eso he decidido proponerte algo. Un último gesto de
confianza, una última oportunidad para enmendar los errores
que pudiéramos haber cometido ambos.
─¿A qué te refieres, Magnus? Estoy trabajando.
─Sé que estás trabajando, pero esto es importante.
─Vale ─resopló pasándose la mano por el pelo.
─No voy a extenderme en pedir disculpas por mi reacción en
Arlanda, solo quiero decir que me pillaste fuera de fuego y que
no supe responder hasta bastante después; ni voy a jurarte que
Elke, la chica australiana que viste allí, es solo una amiga, en
realidad, es amiga de Björn, de su comuna vikinga en
Noruega. No significa nada para mí ni yo para ella. Todo lo
que dijo e hizo fue en broma.
─Oye, yo…
─Dicho esto ─la interrumpió─. Quiero que sepas que esta
noche llego a Londres y que voy a estar mañana en el bar del
hotel Ritz a las seis de la tarde. Si crees, como yo, que nos
merecemos otra oportunidad, una nueva e impoluta dejando el
pasado atrás, ve y tómate una copa conmigo. Solo eso, ni
charlar de lo ocurrido, ni de otras personas, ni de
malentendidos de antaño. Ni disculpas ni perdones, solo
vernos, volver a la casilla de salida y empezar de cero.
Carolina tragó saliva, pensando que aquello era lo más
marciano y peliculero que le habían propuesto nunca, e hizo
amago de hablar, pero no le salieron las palabras.
─Muy bien, Carrie, la propuesta está hecha. Creo que nos
merecemos un último intento, porque a veces siento que no
puedo vivir sin ti y es porque te quiero, y quisiera pensar que a
ti te pasa lo mismo conmigo. No obstante, si no estás por la
labor ni en esta sintonía, no pasa nada. Si no vas al Ritz lo
aceptaré como un caballero y no volveré a molestarte nunca
más, te doy mi palabra de honor.
Colgó y ella se quedó congelada, miró el teléfono, se
giró hacia George y se lo entregó.
19
─No entiendo que vivas aquí, George, es demasiado grande
para ti.
Se apoyó en la isla de la cocina, de esa enorme cocina
recién reformada, de la enorme casa de su hermanastro en el
corazón de Mayfair, y él se le acercó, lo miró a los ojos y
suspiró.
─Bueno, yo tampoco entiendo esta pasión desmedida tuya por
Carolina Clausen.
─No es solo pasión, hay una conexión superior que, por más
que lo he intentado, no puedo romper y mucho menos ignorar.
─Lo mismo me pasa a mí con esta casa.
─George…
─En serio, mi tío Arthur nunca se la quiso ceder a mi padre,
aunque no necesitaba tanto espacio siendo soltero y sin hijos,
así que, en cuánto la he heredado me he instalado aquí. No
pude ignorarlo, tengo una gran conexión con ella, sé que mi
padre estará riéndose de su hermano allá dónde se encuentre.
¿Te gusta la reforma?
─Sí, ha quedado genial.
─Me ha costado un riñón, pero ha valido la pena.
─Me lo imagino.
─¿Es verdad que Stellan se ha separado de Ingrid? Ada lo ha
celebrado descorchando una botella de champán.
─No sé si lo celebrará tanto cuando sepa que se ha liado con
mi tía Alicia.
─¡¿Qué?!
─Lo que oyes.
─¡Me cago en la puta!, eso sí que es un notición. Yo creía que
el que le molaba era Leo.
─Y le seguirá molando, pero Leo nunca la ha correspondido y
ahora, además, está felizmente casado con una chica estupenda
que le ha dado una hija, así que…
─¡Joder!, llamaré a mi madre para contárselo… o mejor la voy
a ver y así soy testigo del soponcio que le va a dar.
─No seas malo, George… ─dio un golpe a la mesa y se
enderezó─. En fin, me debería ir yendo hacia el Ritz.
─Desde aquí está a solo cinco minutos, tranquilo, hombre.
Luego te pido un taxi.
─No necesito un taxi para un trayecto de cinco minutos, voy
andando tranquilamente, pero gracias.
─Los nórdicos siempre tan prácticos y austeros.
─Todo el mundo prefiere andar, hermano, eres tú el que no
pisa la calle.
─Eso no es verdad y para muestra ─se fue directo hacia el
pasillo─, me pongo unos zapatos y te acompañó, porque te
veo un pelín nervioso, Magnus.
Magnus soltó una risa y lo siguió con los ojos hasta que
se topó con una puerta de cristal y vio su imagen reflejada en
ella. Sin querer se escrutó de arriba abajo, inspeccionó su pelo
sujeto con una coleta hípster, su americana negra, la camisa
blanca y luego los vaqueros y las botas brillantes gracias a
Daniel, el valet de George, que, aunque no se lo había pedido,
las había sacado de su maleta y se las había dejado recién
lustradas en el pasillo junto a la puerta de su habitación.
Cosas que solo pasaban en Londres y en una familia
como esa, pensó, dejando de mirarse y caminando hacia la
salida principal de la casa, porque ¿quién tenía un valet en
pleno siglo XXI?, ¿quién?, pues George Percy-Kynkale, que lo
había “heredado” de su padre.
Llegó al vestíbulo y volvió a mirarse en un espejo, signo
inequívoco de que estaba muy nervioso, un poco paranoico,
porque no tenía ninguna certeza de que Carolina Clausen
aceptara su loca propuesta de verse en el bar de un hotel para
arreglar las cosas como en las películas. Concretamente como
en la película An Affair to Remember, con Cary Grant y
Deborah Kerr, cuyos personajes quedan no en un bar, pero sí
en el Empire State Building de Nueva York para confirmar su
amor.
En la película, que era de 1957 y una de las favoritas de
su madre, la cosa no había salido muy bien, al menos al
principio, y, aunque a él le había parecido una idea genial
hacer algo similar para zanjar el pasado y empezar de cero sin
cargas ni mochilas propias o ajenas, desde que había pisado
Londres había empezado a dudar, incluso había empezado a
calibrar la posibilidad de que aquello no fuera más que
soberana idiotez y que ella se lo iba a tomar como una especie
de broma, por lo tanto, que no iba a tener ni la más mínima
intención de aparecer en el Ritz.
Lo de ser romántico era una novedad para alguien como
Magnus Mattsson, una auténtica alteración en su
comportamiento, pero era lo que le nacía desde que había
conocido a Carrie y no pensaba renunciar a ello. Podría
parecer cursi o incluso ridículo, sin embargo, después de ocho
meses de tantos desencuentros y malentendidos, al menos lo
iba a intentar por última vez, y, si salía mal, ya lograría
superarlo. Era un tipo duro y con los recursos emocionales
suficientes para superar el fracaso, no tenía de qué
preocuparse.
─Vamos, chavalín…
George le palmoteó la espalda y lo invitó a salir de la
casa. Magnus lo siguió sintiendo el agradable viento de
principios de septiembre en la cara, y se lanzó a caminar
decidido hacia el 150 de Picadilly Street, donde se encontraba
uno de los hoteles más famosos y emblemáticos del mundo, el
elegante Ritz de Londres.
─Yo te esperaré en Green Park ─le aseguró George mirando la
hora─. Se ha quedado una tarde estupenda y después podemos
cenar en el May Fair Kitchen, tienen una comida japonesa
cojonuda y está justo aquí al lado.
─¿Tienes alguna certeza de que no va a venir? ─detuvo el
paso y lo miró a los ojos─ ¿Sabes algo que yo no sé?
─Yo no sé nada, Magnus, la chica es más hermética que tú.
Ayer ni abrió la boca, ni parpadeó, ya te lo he dicho.
─¿Seguro?
─¿Crees que me guardaría una información así?. Eres mi
hermano y antes muerto que verte pasarlo mal.
─Ok.
─Anotaremos este día en el calendario: la primera vez que el
célebre Magnus Mattsson pierde su legendaria seguridad en sí
mismo por culpa de una mujer.
─Ya te pasará a ti algún día, brother.
─¿A mí?, te apuesto mi casa a que no. A mí no me torearán de
esta manera jamás.
─Se trata de amor, no de torear a nadie.
─¿Amor?, ¡maldita sea, Magnus! ─le dio un golpe en el
pecho─. Joder, sí que vas en serio, hombre. Hasta hace
cincuenta segundos pensaba que se trataba de un gran calentón
o de un pequeño reto personal, de un desafío, no de amor.
─Es que no me prestas atención.
─¿Y Erik lo sabe?, no sé, al fin y al cabo, se trata de su
hermanita pequeña.
─Ya no estamos en el siglo XIX, Georgi.
─Algunas cosas no cambian.
─Afortunadamente sí cambian y, en todo caso, Erik es mi
colega, sabe que soy buen tío y que, si su hermana me acepta,
haré todo lo que esté en mi mano por hacerla feliz.
─¡Madre mía, sí que te ha dado fuerte!
Lo miró con los ojos muy abiertos llegando a Picadilly
Street y Magnus le sonrió cruzando la calle hacia el hotel,
llegaron a la puerta y se detuvo mirando la hora.
─Las diecisiete y cuarenta, voy a entrar y a esperarla en la
barra.
─¿Has quedado en el Rivoli Bar, en el restaurante o en The
Caviar & Champagne Experience?
─¿Qué?, en el bar.
─¿El Rivoli Bar?, haberlo comprobado, Magnus. Tú ve
entrando y yo le mando un mensaje a Carolina para
confirmarlo.
─No ─Lo detuvo sujetándole el brazo─. No mandes nada, si
viene irá al Rivoli Bar, pensamos igual.
─A lo mejor os confundís de sitio y…
─No te preocupes, que sea lo que tenga que ser, dejemos que
el azar funcione porque yo ya no pienso intentar controlarlo.
─Ok, mucha suerte, brother, me quedaré aquí al lado en el
parque. Si me necesitas me avisas y si no me necesitas, dímelo
y me voy a cenar con Simon.
─Gracias, George, eres el mejor.
Se dieron un abrazo y entró en el hotel despacio,
saludando a los porteros de uniforme y aceptando que igual
George, que tenía la cabeza más clara en ese momento, tenía
razón y terminarían equivocándose de bar por no ser más
preciso en su propuesta.
Inconvenientes de elegir un hotel tan grande y con tantas
posibilidades, se lamentó, recriminándose no haberlo pensado
mejor. Hizo amago de volver a la calle para esperar a Carolina
allí, en los soportales al menos media hora por si acaso, pero
se quedó quieto y decidió cumplir con su premisa inicial: que
fuera lo que Dios quiera y punto.
Preguntó dónde estaba el Rivoli Bar, se lo indicaron y se
fue hacia allí cada vez con más dudas, con mariposas en el
estómago, entró en el precioso vestíbulo y miró hacia la barra,
donde había una chica de pie revisando su teléfono móvil.
Se entretuvo en admirar sus piernas largas, sus tobillos
finos, sus pies con sandalias de tacón. Subió la vista por su
sencillo traje de coctel negro sin mangas, que tenía un cuello
de encaje alto; encaje que bajaba por la espalda hasta la cintura
de una manera muy elegante, y luego observó su pelo oscuro,
recogido en un moño un poco informal.
Sin querer suspiró, porque le pareció increíblemente
preciosa, aunque aún no le había visto la cara, y avanzó otro
paso hasta que ella lo percibió y se giró para mirarlo con sus
enormes y luminosos ojos negros, sus labios pintados de rojo,
que dibujaron una sonrisa esplendorosa para saludarlo.
─Hola.
─Hola.
─¿Qué tal?, me llamo Carolina Clausen ─Pronunció en sueco
ofreciéndole la mano.
─Magnus Mattsson ─Respondió él, estrechándosela con una
sonrisa─. Veo que empezamos de cero.
─¿No es lo que querías?
─Más que nada en el mundo.
─Entonces estamos de acuerdo.
Ella superó la distancia que los separaba y lo abrazó con
todas sus fuerzas. Magnus devolvió el abrazo cerrando los
ojos, hundiendo la cara contra su pelo, oliendo su maravilloso
perfume, recorriendo su cuerpo cálido y menudito con las dos
manos, sintiendo que nada, nunca más, podría separarlos.
EPÍLOGO

Año nuevo

Nunca había estado tan al norte de Escandinavia, justo


debajo del Círculo Polar Ártico, en una región hermosa,
salvaje, con una naturaleza potente y voluptuosa que te daba la
bienvenida en pleno invierno cubierta de nieve y hielo. Dos
elementos con los que Carolina Clausen se entendía de
maravilla, sobre todo, si se trataba de hacer deporte y
compartir tiempo libre con personas tan increíbles como la
familia de Magnus; desde sus hermanos, a su padrastro y por
supuesto a su tío Björn, que los había acogido en su propiedad
en Helgeland para celebrar la Nochevieja y empezar el año
nuevo todos juntos y en perfecta armonía.
Una maravilla, pensó, asomándose al enorme ventanal
de su habitación para intentar mirar el mar, que no estaba muy
lejos de la casa de Björn y Candela, aunque a esas horas de la
mañana los copos de nieve, enormes y compactos, no dejaban
vislumbrar nada más allá de una tupida cortina blanca que lo
envolvía todo.
Una imagen idílica y entrañable para cualquier nórdico,
porque mientras el resto del mundo solo podía ver frío e
invierno, ellos podían ver el hogar, la tradición, la navidad, la
sustancia de su tierra, y eso, a ella, siempre la había fascinado.
Suspiró, echando un último vistazo al paisaje, y decidió
volver a la cama donde su vikingo particular la estaba
esperando desnudo y dormido como un angelito, no en vano,
se habían acostado hacía unas cuatro horas tras celebrar a lo
grande la Nochevieja.
Se metió en la cama con cuidado para no despertarlo, se
pegó a él y se acurrucó en su pecho calentito cerrando los ojos,
aspirando su aroma delicioso y dando gracias a Dios, una vez
más, por él y por todo lo que habían vivido durante el último
año. Lo bueno y lo malo, porque de lo bueno habían sacado
muchísimo, pero de lo malo también habían aprendido
muchísimo, por ejemplo, a hablar y comunicarse siempre, a
confiar el uno en el otro, a mirarse a los ojos antes de
reaccionar, a quererse y cuidarse. En resumen: a disfrutar del
enorme regalo que les había hecho la vida propiciando que se
encontraran y reconocieran.
Los dos estaban convencidos de que habían nacido para
estar juntos, a pesar de los vaivenes, los innumerables
malentendidos y los desencuentros, el destino no se había
rendido con ellos, ellos habían conseguido superar sus propias
barreras y al final habían llegado a su auténtico Valhalla. Su
paraíso, su hogar, su nido, esa vida que ella había soñado
siempre y que Magnus había llegado para hacer realidad.
El camino, sin duda, había sido tortuoso, pero la
recompensa no podía ser mejor y desde ese 8 de septiembre en
Londres, cuando él la había citado en el Hotel Ritz y ella había
llegado decidida a apostarlo todo y a empezar de cero, vivían
una autentica luna de miel.
Por supuesto, eran novatos, solo llevaban tres meses
juntos, le había recordado su madre en Navidad, y se
encontraban en plena euforia amorosa sexual, pero la verdad
es que ambos no lo veían así. Los dos pensaban que lo suyo
era una especie de reencuentro cósmico, porque nada más
mirarse a los ojos no habían dejado de buscarse; porque nada
más tocarse se habían sentido en casa y completos; porque de
repente habían perdido el miedo y habían decidido saltar
juntos al vacío.
Sonaba un poco poético, tal vez demasiado romántico,
pero era cierto y no les estaba yendo nada mal.
Tras esa mágica tarde en el Ritz de Londres, que habían
terminado en una de sus suites cenando y haciendo el amor
hasta la madrugada, habían pactado no perder más el tiempo.
Magnus se había quedado una semana con ella en Surrey antes
de tener que regresar al trabajo y ella, en cuanto había acabado
el proyecto de Percy House, había vuelto a Estocolmo, había
recogido sus cosas de casa de Olivia y se había mudado a su
ático con la clara intención de integrarse en su vida y crear un
hogar juntos.
El hogar él ya lo tenía montado, pero la había recibido
con los brazos abiertos y le había facilitado todo lo necesario
para que se sintiera en casa, incluso, le había pedido que
recuperara a su gato Félix, que había dejado hacía dos años
con su padres en Dinamarca, y lo llevara a vivir con ellos. Una
propuesta tan bonita y generosa, que no tenía palabras para
definir lo feliz que la había hecho.
Magnus era así, generoso, afectuoso y atento, y por eso
lo adoraba. A veces sentía que lo quería tanto, que iba a morir
en sus brazos, con él dentro de ella, amándose como locos o
despacito mirándose a los ojos.
Fuera como fuera, lo amaba y lo protegía y lo cuidaba, él
hacía lo mismo por ella, y ese amor los guiaba en todos sus
pasos, incluso en la distancia provocada por su trabajo, que
dos veces al mes se lo llevaba muy lejos. Incluso en esos
momentos, Magnus se mantenía en contacto continuo, se veían
por facetime, hacían el amor a través de videollamada y se
morían de la risa contándoselo todo, planeando todo lo que
iban a hacer cuando volviera a casa.
Ella siempre había pensado que enamorarse de un piloto
tan guapo sería era una especie de tortura, pero había
aprendido que los viajes o la distancia no eran nada gracias al
contacto y a la confianza, y que los reencuentros eran
memorables, tanto, que hasta cuando se iba ya había aprendido
a disfrutarlo un poco, porque las despedidas eran intensas,
pero sabía que el retorno lo sería muchísimo más.
Sintió un ruido en la escalera y se incorporó para mirar la
hora en el móvil que tenía en la mesilla: las siete de la mañana.
Muy temprano para levantarse, pensó, imaginando que Leo y
Álex seguirían durmiendo y que los bebés de la casa, es decir,
el pequeño Björn de dos meses y la pequeña Anna de nueve,
eran los que habían sacado a sus padres de la cama.
Era lo que pasaba cuando tenías bebés, que daba igual la
Nochevieja, la trasnochada o el sueño, porque ellos se
despertaban como un reloj. Se acurrucó otra vez contra
Magnus pensando en sus propios hijos, porque los dos querían
tener niños, y esa posibilidad, por pequeña o remota que fuera,
no le podía hacer mayor ilusión.
Tener hijos siempre había sido una constante en su
proyecto de vida, nunca había desechado la idea porque estaba
convencida de que quería ser madre, porque creía en la
familia, así que cuando lo había hablado con Magnus y él
había manifestado el mismo deseo, habían empezado a
fantasear con el número de hijos que iban a tener e incluso los
nombres que les iban a poner. Una jugarreta que él había
empezado a tomarse muy en serio durante las fiestas, cuando
había reconocido en casa de Erik, en plena cena de
Nochebuena y delante de toda su familia, que no quería ser un
padre muy mayor y que soñaba con verla embarazada.
Jamás podría olvidarse de la cara de desconcierto (y a la vez
de espanto) de sus padres y hermanas.
─Carrie…
Oyó que susurraba, se incorporó y comprobó que seguía
durmiendo plácidamente. Le acarició el pecho, el cuello, el
pelo y se inclinó para besarlo en la mejilla, pero él no
despertó, así que aprovechó para contemplarlo tranquilamente
y en silencio, acordándose de su hermana Violeta, que lo había
calificado como un vikingo perfecto de metro noventa, el pelo
rubio, los ojos celestes y el cuerpazo de infarto. Un obsequio
para la vista.
Madre mía, masculló, acordándose de las ocurrencias de
su hermana, y las de toda su familia, que habían recibido con
auténtico jolgorio la noticia de su noviazgo y su deseo de
invitarlo a su cena de Nochebuena.
Jamás, nunca, había invitado a un novio a su casa en
Nochebuena, menos en Navidad, pero con Magnus había sido
el paso natural, lo más lógico teniendo en cuenta la seriedad de
su relación y el hecho de que sus padres y hermanos lo
conocían de toda la vida. Además, toda su familia cercana se
iba a repartir entre Italia y España y él se había apuntado feliz
a quedarse en Suecia con ella. Un regalo, porque, desde luego,
había sido la mejor Nochebuena y la mejor Navidad de su
vida.
Unas navidades mágicas que habían continuado en
Noruega con los Pedersen y los Magnusson para pasar la
Nochevieja todos juntos, otro paso natural en su nueva vida en
pareja que se estaba convirtiendo en unas divertidas
vacaciones de invierno con deporte al aire libre, el Valhalla de
hidromiel y comilonas junto a la chimenea, que era, le había
explicado Björn, como celebraban el Yule, el Solsticio de
Invierno o Navidad vikinga, en su familia.
─Carrie…
Susurró otra vez y sin abrir los ojos estiró la mano y la
sujetó por el cuello, se la pegó al cuerpo y la besó con
ansiedad, recorriendo con su lengua caliente sus labios y los
confines de su boca, haciéndola suspirar y excitarse de
inmediato.
Carolina le besó el pecho, el abdomen y bajó la mano
lentamente hasta su ingle para acariciar su enorme erección.
Sonrió sobre sus labios y se puso encima permitiendo que la
penetrara sin ningún esfuerzo, arqueando la espalda para
sentirlo mejor, mientras él abría los ojos y le tocaba los
pezones con los pulgares, volviéndola completamente loca.
En ese momento, él se sentó para lamerle los pechos y la
boca, la sujetó por el cuello y la dejó mecerse y llegar sola a su
primer orgasmo, sin decir nada, solo tocándola, hasta que, al
verla rendida, la levantó a pulso, la posó sobre la cama y la
penetró de frente con vehemencia, con esa furia que ella
recibía siempre entre lágrimas, porque sentía que la hacía
desaparecer, que la disolvía entre el mayor placer posible, y no
podía contener su felicidad.
─Te amo…
Le susurró al oído tras el clímax y se desplomó a su lado
sin dejar de mirarla a los ojos. Ella le sonrió y se le abrazó
fuerte besándole el cuello.
─Yo también te amo, mi amor.
─¿Cuánto tiempo llevabas despierta?
─No sé, un rato, en realidad, estaba entre dormida y despierta
pensando en mis cosas.
─Podrías haberme despertado.
─¿Para qué?, nos acostamos tardísimo.
─¿Estabas pensado en que hace justo un año nos encontramos
en Río de Janeiro?
─Entre otras cosas ─soltó una risa─. Quién nos iba a decir que
un año después estaríamos juntos en Helgeland.
─Yo no, desde luego, porque menuda macarra estabas hecha.
─¡Magnus!
─Es cierto… vaya…
Miró el teléfono móvil que tenía en silencio en la mesilla
de noche y que no dejaba de encenderse, y estiró la mano para
echarle un vistazo.
─Vaya, vaya…
─¿Quién es?
─George, tengo seis llamadas perdidas suyas.
─Contesta, igual es importante.
─Con George nunca se sabe, ya lo llamaré más tarde. ¿No
tienes hambre, amor?
─Sí, pero… mira, ahora me está llamando a mí… ─cogió su
teléfono y lo respondió sin dudarlo─. Hola, George, feliz año
nuevo. ¿Estás bien?
─Feliz año nuevo, preciosidad. ¿Tienes a tu hombre cerca?
─Sí, te lo paso.
─No me lo pases, pon el altavoz, por favor.
─Vale, ya está ─Presionó el manos libres y miró a Magnus.
─¿Qué pasa, brother? ─resopló Magnus moviendo la cabeza─
¿Qué tal en Nassau?
─Calor, chicas guapas y una resaca del quince. ¿Qué tal
vosotros sepultados bajo la nieve?
─Todo muy bien.
─Seguro que os pillo acurrucaditos en la cama.
─¿Necesitas algo, Georgi?
─Nada, solo quería contaros que voy a casarme con la tía más
rica de Las Bahamas.
─¡¿Qué?! ─Magnus se sentó y frunció el ceño─ ¿Otro
compromiso, tío?, ¿no has aprendido nada?
─Bueno, al menos esta está forrada y es de mi círculo de
amistades de Londres. Ya verás que a mi madre le va a
encantar.
─¡Joder! Vale, tú mismo, total, siempre te podrás divorciar.
─No pretendo divorciarme, hermano, pretendo sentar la
cabeza como vosotros ─Magnus miró a Carolina y puso los
ojos en blanco─. Es una rica heredera de cuarenta años que
está muy buena y juega muy bien al golf. Me pidió
matrimonio anoche, delante de todo el mundo y dije que sí.
Fue muy romántico. Quiere casarse en Westminster Abbey,
aunque dudo mucho que nos dejen hacerlo.
─Colega, creo que sigues borracho. Date un buen baño,
tómate unas buenas tazas de café y luego hablamos. ¿De
acuerdo?
─Necesito tu voto de confianza, Magnus Mattsson, por eso te
he llamado.
─Y te lo daré cuando se te pase la resaca y lo hablemos
tranquilamente.
─¿Lo prometes?
─Lo prometo.
─Ok ─exclamó muy animado─. Feliz año nuevo, tortolitos, y
nos vemos pronto en Estocolmo. Llevaré a mi prometida para
presentárosla, veréis qué maja.
─¿Cómo se llama? ─Quiso saber Carolina y él se quedó en
silencio.
─Mmm… la llamamos Trixy, creo que viene de Beatrice.
Beatrice… mmm… Gascoyne, me parece, aunque no me
hagáis mucho caso.
─Madre mía ─Magnus se pasó la mano por la cara─. Genial,
cuando se te pase la resaca y te acuerdes del nombre me
llamas. ¿Ok?
─Ok, brother. Un abrazo a los dos.
Les colgó y Carolina buscó los ojos de Magnus, que
había saltado de la cama con intenciones de entrar en el cuarto
de baño.
─¿Va en serio?
─No te preocupes por él, amor, es la tercera o cuarta vez que
se compromete. Luego lo anula, con algo de mala suerte se
enfrenta a una demanda por incumplimiento de palabra y a
otra cosa mariposa.
─¿Y por qué se compromete?
─Porque le pierde el entusiasmo y le encanta fastidiar a su
madre.
─¿A los treinta y seis años?
─Treinta y siete el 5 de enero. Vamos, ¿quieres ducharte
conmigo?
─Increíble…
Se levantó y lo siguió al cuarto de baño donde tenían una
ducha con efecto lluvia maravillosa. Observó cómo él la ponía
en marcha con el agua muy caliente y se metió debajo
abrazándolo.
─Me cae genial George, es un tío deslumbrante, inteligente,
culto y tan simpático, no entiendo que haga estas cosas.
─Excentricidades de ingleses de clase alta, tiene un punto de
locura que no puede controlar.
─A lo mejor es verdad que está buscando estabilidad y solo le
falta encontrar a la persona adecuada.
─Carrie… ─buscó sus ojos─. Basta de hablar de George, no te
preocupes por él, estará bien.
─¿Te haces una idea de cuánto te quiero, Magnus Mattsson?
─Le preguntó coqueta y él se echó a reír.
─Creo que sí, pero necesito pruebas empíricas.
Se mordió el labio inferior y la pegó contra los azulejos,
la levantó y se acomodó entre sus muslos haciéndola gemir.
─Así me gusta y sí, sé cuánto me quieres, pero, lo que no
sabes tú, amor, es que yo te quiero más, muchísimo más. No te
haces una idea.
INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA

Emma Madden es periodista, trabaja desde hace más de


doce años en el mundo de las celebritys y los famosos. Nació
en Madrid, pero reside en Londres con su marido, al que le
debe su apellido.
Lleva muchos años escribiendo, pero debutó en 2019 con
la Serie DIVAS, que incluye CHLOE, GISELLE y PAISLEY,
una serie romántica dedicada a tres mujeres fuertes, ricas y
famosas. Continuó con la Serie SUEÑO AMERICANO, que
incluye BRADLEY, CONRAD y TAYLOR, dedicada a tres
hombres de una misma familia, con profesiones muy diversas,
y que representan la quintaescencia del sueño americano. La
SERIE ESCOCESES, dedicada a cuatro escoceses del siglo
XXI, ANDREW, DUNCAN, EWAN y KYLE; la SERIE
AUSTRALIA, que nos cuenta la historia de tres hermanos que
se conocen tras la inesperada muerte de su padre, que incluye
los libros WILLIAM, ALEX y OLIVER; la SERIE PARÍS,
dedicada a tres amigos de la infancia, ÉTIENNE, CHANTAL
y JEAN-JACQUES, chefs de profesión, que viven sus
apasionantes e intensas vidas en París, la ciudad del amor; la
Serie AMORE, ambientada en Italia y que cuenta las idas y
venidas de cuatro hermanos milaneses, MARCO, MATTIA,
FABRIZIO y FRANCO, y sus apasionantes y originales
historias de amor; y la SERIE VIKINGOS, ambientada en
Escandinavia, donde conoceremos cómo se enamoran y viven
tres atractivos y fascinantes vikingos del siglo XXI.

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