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EL HOMBRE MÁS FELIZ DEL MUNDO- Sidney Sheldon

Frank era el hombre más feliz del mundo.

No tenía ni empleo ni esposa ni familia.

Frank era un vagabundo.

Y usaba ropa vieja y zapatos con agujeros.

Vivía en las calles y dormía debajo de los

puentes, o sobre un banco en el parque.

Vivía de lo que la gente le daba.

Se paraba en una esquina y decía:

¿Le sobran veinticinco centavos para una

taza de café, señor? O entonces

“hoy no comí”. ¿Podría darme algo?

” o “Ese sí que es un vestido bonito, señora. Si tuviera una taza de café,


brindaría por usted”.

Frank era encantador, y la gente lo quería. Tenía “clientes


habituales”, personas que le daban 25 o 50 centavos por día. Cuando Frank
juntaba lo suficiente para desayunar, almorzar o cenar, dejaba de pedir
limosna.

Frank tenía una novia que se llamaba Jean y que


tampoco tenía un hogar. Jean solía pararse en la
esquina enfrente a Frank y cuando los dos juntaban
el dinero suficiente para pagarse una taza de café o
sándwich, entraban en un pequeño café y se
sentaban juntos a hablar.

A Frank le gustaba mucho Jean. Se sentaban juntos


y observaban a todos los que pasaban apurados por
allí.

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- ¿Ves qué infelices parecen todos?-decía Frank- ¿Sabes cuál es
su problema? Tienen empleos y responsabilidades. –Y le daba
palmaditas en la mano a Jean.

- No tenemos ninguna preocupación- decía Jean- Sabemos cómo


ser felices.

Frank no estaba interesado en el dinero. Quería sólo lo suficiente para


seguir viviendo. Un día, uno de los clientes habituales de Frank dijo:

- ¿Sabes? Tienes una personalidad agradable. Podría conseguite un


empleo.

Frank estaba horrorizado.

-¿Un empleo? No, gracias.

Su cliente parecía asombrado.

- ¿Por qué no quieres un empleo?

- Por las responsabilidades. Verá, si alguna vez tuviera un empleo,


tendría que preocuparme por cosas como impuestos y otros
problemas. Las mujeres estarían tras de mí. Querrían casarse.
Además, tendría que preocuparme por una casa, una hipoteca e
hijos. No, gracias. Me gusta la vida que tengo. Y luego, todo eso
cambió…Sucedió como una broma.

Un día, uno de los clientes habituales de Frank se detuvo a darle algo de


dinero y se dio cuenta que no tenía cambio. Detestaba desilusionar a Frank.
Buscó en su bolsillo para ver si no tenía alguna otra cosa que darle. Tenía un
billete de lotería que había comprado. El cliente en realidad no creía en la
lotería, de modo que decidió regalarle el billete a Frank.

- Aquí tienes –dijo. Entregó el billete a Frank.

- ¿Que es? – preguntó Frank.

- Es un dólar. Quiero decir, es lo que pagué por el


billete.

Frank lo miró con escepticismo

- Oh. –Para él era solo un trozo de papel. –Está

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bien. Gracias. –Se lo metió en el bolsillo y se olvidó de él.

Y luego…

Una semana más tarde, el número ganador fue anunciado y resultó que el
billete de Frank había ganado. Frank no tenía idea de que había ganado un
millón de dólares hasta que su cliente habitual fue a buscarlo, muy
entusiasmado.

-¡Frank, eres rico!

- ¿De qué está hablando? – preguntó Frank.

- ¿Recuerdas ese billete de lotería que te di?

- Ah, sí.

- Bueno, salió el ganador.

-Ah. Qué bien- dijo Frank. No estaba interesado en absoluto.

Claro que no tenía idea de cuánto había ganado.

-¡Ve a las oficinas de la lotería a cobrar el dinero!

- Está bien –aceptó Frank- Gracias. –Extendió la mano. -¿Podría


darme veinticinco centavos para una taza de café?

El cliente lo miró extrañado, pero le dio el dinero.

-Por supuesto.

Frank se olvidó acerca del billete de lotería hasta dos días más tarde.
Decidió ir a ver qué había ganado, quizá 10 dólares.

Entró en las oficinas de la lotería y mostró el billete.

-¿A quién le entrego esto?

El hombre detrás del mostrador se mostró muy entusiasmado.

-Felicitaciones, señor…

-Simplemente llámeme Frank.

-…Frank. ¡Ganó el primer premio!

-Qué bueno- dijo Frank- Si pudiera dármelo en billetes de un dólar…

El hombre lo miró desconcertado.

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-¿Lo quiero todo en billetes de un dólar?

- Sí, o de dos o de cinco.

- ¿Lo quiere todo en billetes de 5 dólar?

- O déme cambio, lo que sea. En monedas de 25 centavos…

La gente empezaba a juntarse alrededor.

- No creo que pueda hacer eso. – le dijo el hombre.

Frank se estaba enojando.

-¿Gané o no gané algo?

-¡Sí!

-¿Entonces? ¿No puede dármelo con cambio?

-Creo que no-le dijo el hombre- ¿Tiene alguna idea de cuánto


ganó?

-Sí. 5 o 10 dólares.

-¡Ganó un millón de dólares!

-No le entendí.

-¡Ganó un millón de dólares!

- Es lo que me pareció que dijo. Debe de haber algún


error.-Frank comenzó a alejarse.

-¡Espere un minuto! ¡No puede irse! ¡Este dinero es suyo!

Frank empezó a sentir pánico.

- ¿Qué voy a hacer con un millón de dólares?

- Puede vivir como un rey el resto de su vida. ¡Es rico!

Frank nunca había sido rico y no quería serlo. Ser rico significaba tener
responsabilidades: hipotecas, impuestos, todas esas cosas que detestaba.

El hombre le entregó a Frank un cheque por un millón de dólares.

-Buena suerte – le dijo

Frank entró en un Banco que había en esa calle y le dijo al cajero:

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-¿Puede cambiarme un cheque?

El cajero miró a Frank con suspicacia. Estaba despeinado, tenía ropa sucia y
olía espantosamente.

-¿De cuánto es? – preguntó el cajero

-Un millón de dólares.

El cajero dijo:

-¡Salga de aquí antes que llame al gerente!

Frank no sabía que hacer.

-Está bien –dijo. “Quizás en este banco no

pueden cobrarse cheques”, pensó.

Siguió caminando algunas calles más y entró en otro Banco.

-Discúlpeme, ¿puedo cobrar un cheque por un millón de dólares?

-¡Salga antes que llame a la policía! – le dijo el cajero.

“Este trozo de papel no vale nada”, pensó Frank.

Fue a cuatro Bancos antes que un cajero se tomara la molestia de mirar el


cheque.

-¡Dios mío! – Dijo el cajero- ¡Es por un millón de dólares!

-Es lo que he estado tratando de decir a todo el mundo- dijo


Frank con paciencia.

-Bueno, señor…

-Llámeme Frank.

-Frank, ¿qué quiere hacer con el dinero?

- No lo sé. Llevármelo conmigo, supongo.

-No creo que sea una buena idea- le dijo el cajero-. ¿Por qué no lo
deposita aquí? Luego puede retirar dinero cada vez que quiera.
Déjeme llamar al gerente.

Cuando el gerente del Banco oyó lo que estaba sucediendo, condujo a Frank
hasta su oficina y escuchó la historia de cómo Frank había conseguido el

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millón de dólares.

- ¿Alguna vez tuvo dinero? –le preguntó.

- -Seguro- le contestó Frank-. A veces hago hasta 5 dólares por


día.

El gerente lo miró desconcertado.

-Frank, permítame que le dé un consejo. Va a necesitar ayuda.


Ahora es millonario. Tiene que vestirse, actuar y vivir como tal.

- No sé cómo hacerlo- confesó Frank.

Al gerente le caía bien Frank.

-Voy a ayudarlo. Lo primero que haremos será comprarle ropa


nueva. Luego iremos a un buen hotel para que se instale. Quizá
quiera comprarse una casa.

Frank no estaba seguro de que eso era lo que quería de todos modos.

-Lo intentaré- dijo.

El gerente le dio una tarjeta.

- Aquí está la dirección del hotel Ritz.


Vaya allí y pida la suite presidencial. Le
enviaré un sastre para que le tome las
medidas y le haga ropa nueva. Mientras
tanto, depositaremos su millón de
dólares. Puede retirar cualquier cantidad
cuando desee.

-Gracias-dijo Frank. Tomó la tarjeta y se


fue.

Cuando Frank entró en el lobby de hotel Ritz, el guardia de seguridad le


echó un vistazo y dijo.

-¿Qué quiere?

-Quiero la suite presidencial-dijo Frank.

El guardia observó la ropa andrajosa y los zapatos gastados de Frank y


empezó a reírse.

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-¿Usted quiere la suite presidencial? ¡Tiene que estar loco!

El gerente del hotel oyó la discusión y se acercó a toda prisa.

El guardia de seguridad dijo:

-Este vagabundo quiere la suite presidencial.

-Usted debe ser Frank. El Banco llamó para decirnos que vendría.
Lo estábamos esperando. ¡Bienvenido!

-Gracias- dijo Frank.

Lo condujeron a la suite más lujosa que jamás había visto. Por supuesto, la
verdad era que nunca había visto una suite de hotel.

Esa tarde llegaron a la suite de Frank un sastre, un zapatero, una manicura y


un barbero, y cuando terminaron con él, Frank tenía el aspecto del dueño de
un millón de dólares. Se miró en el espejo y no podía creerlo. Detestaba lo
que veía. Se sentía incómodo. Tomó el ascensor hasta el lobby.

-¿Desea una limusina?- le preguntó el gerente.

Frank nunca había paseado en una limusina.

¡Claro!- dijo.

Cuando el auto se detuvo frente al hotel,


Frank se subió al asiento delantero con el
conductor. Éste se quedó muy sorprendido.
Los pasajeros siempre se subían atrás.

-¿Cómo está? – le preguntó Frank

-Muy bien, señor.

Nadie le había dicho “señor” antes.

-¿A dónde le gustaría ir?

-Al Bowery.

El Bowery era la peor parte de la ciudad. El conductor miró a


Frank sorprendido.

-Sí, señor.

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Media hora más tarde, la limusina se detuvo frente al parque donde Frank
solía dormir.

Jean estaba parada en la esquina. Cuando lo vio bajarse de la limusina, le


dijo:

-¿Me daría una moneda para una taza de café, señor?

-¡Jean, soy yo!- le dijo Frank.

-¿Frank?

-¡Sí!

-¿Qué te han hecho? ¿De dónde sacaste ese traje? ¡Estás igual
que todos ellos!

Frank le contó que había ganado la lotería.

-Que lástima- dijo Jean-.Pobre de ti.

Ahora vas a ser igual que todas las demás personas.

-No, no va a ser así- le aseguró Frank.

-¿Estás seguro?

-Por supuesto que estoy seguro. ¿Podemos ir a tomar un café?-


preguntó Frank.

Jean sacudió la cabeza.

-Todavía estoy trabajando. Necesito otro dólar.-Se volvió hacia


una mujer que pasaba.

-Qué bonito vestido. ¿Cree que podría darme una moneda de


café?

Frank luego cruzó a la otra esquina de la calle.

Un hombre pasaba por allí. Frank le dijo:

-Discúlpeme, señor. ¿Podría darme una

moneda para un café?

El hombre lo miró fijamente. Frank tenía puesto un traje

de medida y zapatos hechos a mano.

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Frank no se daba cuenta de cuál era el problema. Permaneció allí durante
una hora y en todo ese tiempo, nadie le dio una sola moneda.

Cuando Jean reunió suficiente dinero, dijo:

-Vamos. Te invito a un café.

Caminaron hasta su café preferido y tomaron una taza de café.

-Supongo que no te veré más- le dijo jean

-¿De qué estás hablando?

-Bueno, ahora eres rico. Ya no vendrás por aquí.

Frank pensó un momento. “Ella tenía razón. Ahora que era rico, no
necesitaría pedir limosna. No podría dormir en el parque”.

-Voy a echarte de menos, Frank

-Yo también voy a echarte de menos.

Cuando Frank regresó a su hotel, el gerente del Banco estaba esperándolo


con otros 4 hombres. Se los presentó uno por uno.

-Este es el abogado, que lo asesorará en asuntos legales…

-Este es el contador, que se encargará de sus impuestos y


contaduría…

-Este es el agente de Bolsa, que invertirá su dinero en forma


sensata…

-y éste es el agente de bienes raíces, que lo ayudará a encontrar


una casa, con un chef, un mayordomo, varias armas de llaves y
jardinero, por supuesto…

Frank miró a las personas que había en el cuarto y pensó: “Jean tenía razón.
Voy a convertirme en uno de ellos. De ahora en adelante, voy a tener
preocupaciones que nunca tuve. El dinero va a convertir mi vida en un
infierno”. Frank se volvió hacia el gerente del Banco

-¿Qué sucede si no quiero este dinero?

El gerente parecía asombrado.

-No entiendo. Por supuesto, lo quiere.

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Frank meneó la cabeza.

-No. No creo que el dinero haga felices a las personas. Lo que


cuenta es lo que tenemos adentro. Yo me paso el día entero al
aire libre. Puedo dormir en el parque. Nadie me dice qué hacer.
Tengo una bonita novia. No soy feliz con todo esto. Antes era un
hombre feliz, y voy a volver a ser un hombre feliz.

-¡Pero no puede tirar a la basura este dinero! -protestó el


gerente del Banco.

-No voy a tirarlo a la basura. – Voy a donarlo a alguna asociación


de beneficencia.

-¿Está hablando en serio?

-Absolutamente.

-¿Todo el dinero?

-Todo el dinero. El Ejército de Salvación siempre se ha portado


bien conmigo. Les daré el millón de
dólares a ellos.Ninguno de los que
estaban en el cuarto podía creer lo
que estaba oyendo.

No estoy cómodo con esta ropa- dijo


Frank-Ni con estos zapatos. Quiero
que me devuelvan mi ropa vieja.

El abogado lo miró y dijo:

-Tengo que decirle algo. Lo admiro. Yo tengo que ir a trabajar


todos los días, esté enfermo o sano. Tengo que trabajar con
personas que no me gustan. Tengo una esposa de la que no estoy
locamente enamorado, y unos hijos que son unos monstruos.

El contador dijo:

- Yo me paso el día haciendo declaraciones de impuestos para


personas que son desgraciadas. Tienen mucho dinero y no son
felices.

El agente de bienes raíces le estrechó la mano a Frank.

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-Yo vendo casas a personas que están agobiadas por hipotecas y
tienen que trabajar día y noche para pagarlas.

-Bueno- dijo Frank- Voy a volver a mi antigua vida.

Y los hombres lo aplaudieron.

Cuando Frank salió del lobby, el gerente del hotel le dijo:

--¿No quiere una limusina, Frank?

Frank sacudió la cabeza.

-No. Esta vez voy a caminar.

Hizo una parada en el Ejército de Salvación, y cuando salió, tenía puesto un


viejo traje con pantalones abultados, una chaqueta con mangas demasiado
cortas y zapatos rotos. Volvía a tener el aspecto de un vagabundo. “Esto
está mucho mejor”, pensó.

Una hora más tarde, Frank estaba otra vez en el parque, con
Jean.

Ella lo miró y le dijo:

-Hola, Frank.

-Hola, Jean.

Era bueno volver a ser normal.

La Lotería – Sidney Sheldon

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