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Perdidos
Perdidos
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―Ya veo. Déjame pensar un poco ―meditó Sofía, mirando para todos lados.
Mientras, el niñito la miraba suplicante.
Tras darle todos sus datos a los carabineros, Sofía se puso en marcha,
siguiendo las instrucciones del niño.
―Vivimos los dos no más ―fue la natural respuesta del niño, que no había
soltado en ningún momento la mano de Sofia.
―Si tengo un hijo y una hija; vivimos con papá, los cuatro ―contó Sofía.
―Claro que se preocuparían, pero ya les avisé por teléfono que voy a llegar
más tarde, porque estoy haciendo algo muy importante ―explicó ella.
Otra esquina y otro giro, luego otro y otro más. Después de un rato, Sofía
estaba tan desorientada, que no sabía exactamente dónde estaba ni a qué distancia
del centro de la ciudad; para empeorar la situación, las calles no tenían ningún
letrero que indicara el nombre de éstas ni la altura en que se encontraba.
Por un motivo que no entendía bien, esa parte de la ciudad le parecía algo
rara a Sofía, como si estuviera fuera de lugar algo. Era un barrio que se veía viejo,
con casas de adobe y casi sin ningún negocio; pero lo que más le llamó la atención,
era que hacía un rato no veía ningún vehículo en las calles. Después de pensarlo
un poco, le daba la impresión de que el tiempo había olvidado avanzar en esa parte
de la moderna urbe en que se había convertido Santiago, o al menos el centro y el
barrio alto.
― ¿En qué lio me metí? ―se preguntaba mientras miraba su reloj, que ya
marcaba pasado las cuatro de la tarde.
― ¿Falta mucho para llegar a tu casa? ―preguntó con vez débil la mujer.
―Bueno, quién soy yo para juzgar a los demás ―se dijo a sí misma
golpeando la puerta de calle de la casa, ya que obviamente no tenía timbre.
Después de algunos segundos la puerta se abrió y una mujer muy joven, bien
aseada y correctamente vestida, para sorpresa de Sofía, los recibió.
―Una vez más, permítame agradecérselo ―dijo la madre del niño, tomando
las manos de Sofía.
Una calidad sensación de paz sintió ante el contacto de esas suaves manos.
―Bien, ya cumplí con mi deber cívico, debo marcharme ―se despidió Sofía.
―Mejor pase la noche aquí, con nosotros, hasta mañana y cuando salga el
sol puede irse más segura ―sugirió la mujer amablemente; lo mismo el niño con
una mirada y una sonrisa muy tierna.
Ya estaba el sol brillando cuando finalmente abrió los ojos, sintiéndose muy
descansada y relajada, como hace tiempo no pasaba.
Sobre la mesa del comedor, la dueña de la casa había dejado una nota
indicándole que ya se había ido a trabajar.
―Bueno, que le vaya muy bien y gracias por traerme con mi mami ―contestó
el niño.
Aun cuando se había desorientado un poco al llegar a esa casa, Sofía sabía
que si caminaba derecho hacia el norte, llegaría tarde o temprano a la Alameda y
desde ahí podría tomar alguna locomoción hasta su casa.
Con el sol justo sobre ella, la temperatura se volvió sofocante y Sofía empezó
a sentir dolor de cabeza, mucha sed y algo de mareos.
A los pocos segundos ésta se abrió y con una sonrisa la recibieron el niño y
su madre.
―Todo estará bien ―agregó la mujer―. Poco a poco todo estará bien.
―Creo que sí ―coincidió Sofía―. Pero esa cosa se veía tan real y me dio la
impresión de que no era la primera vez que la veía.
―Así son las pesadillas ―comentó la madre del niño, dándole un vaso de
agua a Sofía, la cual se volvió a dormir instantáneamente.
―Nos vemos en un rato más ―se despidió la mujer, tomando las manos de
su nueva amiga.
Una vez más Sofía sintió esa agradable sensación de tranquilidad y calor, al
contacto de las manos de su amiga.
―Pero que chica más guapa es esta ―dijo Sofía, contemplándose en cuerpo
entero.
Entre bocado y bocado, Sofía fue relatando el sueño, ante la sorpresa de sus
anfitriones.
―Es cierto ―coincidió Sofía―. Y fue un sueño muy vívido, que hasta parecía
real.
―Es mejor así, sobre todo cuando hay niños pequeños en la casa ―aprobó
Sofía.
―No hay nada mejor que una buena taza de té después de cenar ―aceptó
Sofía.
Como si fuera una niña pequeña, Sofía se dejó arropar por su amiga, quien
tiernamente puso una mano sobre su frente.
Los extraños se miraron entre sí sin decir ninguna palabra, pero Sofía
percibía la preocupación ellos. La extraña mujer le puso suavemente una mano en
la frente y le tomó la otra; aunque no lo comprendía, ese contacto le resultó muy
familiar a Sofía y la hizo relajarse, devolviéndole la paz a su mente. Finalmente su
respiración se volvió suave y rítmica, mientras que el corazón comenzó a latir en
forma regular y acompasada. Sofía se sintió reconfortada y le pareció ver una leve
sonrisa en el verdoso y extraño rostro de la mujer.
Unos pasos que se acercaban pusieron en alerta los sentidos de Sofía; quiso
escapar pero no había donde ir. Una especie de puerta, que no se veía a simple
vista, se abrió en lo parecía ser una pared que tampoco se notaba, debido a la
uniformidad del color del lugar; tres extraños entraron, posando sus grandes ojos
sobre ella.
―Es una buena idea, pero me gustaría comunicarme con mi familia primero
―aprobó Sofía.
―No hay ningún problema. Solo relájate y pásalo bien ―deseó su esposo.
―Todo listo ―señaló Sofía guardando el celular―. Ahora a divertirse.
Tras varias horas sentadas frente al televisor, Sofía también fue a hacer sus
necesidades básicas. De regreso frente a la pantalla m, la aguardaba una humeante
taza de té.
―Para, que solo era una broma ―retrocedió Sofía toda cohibida.
―En seri; ya debo dormir, …sola ―se disculpó Sofía casi a punto de perder
la consciencia de pie.
Se dirigió hacia una de las paredes de uniforme color, que se confundía con
el techo y el piso, no sabiendo donde comenzaba uno o donde terminaba otro. Una
pared imperceptible al principio se abrió silenciosamente permitiendo el pasó a
Sofia. Un amplio corredor la condujo hasta una amplia sala llena de consolas y una
gran pantalla donde se veían los astros pasar velozmente; en ella, cuatro seres de
aspecto similar a ella estaban concentrados en controlar lo que supuso era una nave
espacial.
Los extraños se volvieron y asintieron con una leve sonrisa al verla, sin
levantarse de sus asientos.
―Tuve otro de esos sueños raros, pero esta vez no era aterrador; de hecho,
yo era uno de esos extraños seres ―contó a grandes rasgos Sofía.
―Eres una exploradora. Tu misión debía durar solo unos cuantos meses
terrestres, pero llevas cerca de dos años en este planeta. Cuando dejaron de llegar
tus informes, supusimos que algo no estaba bien y vinimos a buscarte ―continuó
la mujer.
―No es cierto ―gritó Sofía, rompiendo con sus manos la fina cadena de oro
que colgaba de su cuello, similar a la que llevaba su supuesta amiga, y que les
permitían mantener su forma humana.
Tocando su rostro y cuello con pavor, echó a correr lo más rápido posible, ya
que el único pensamiento en ese minuto era el de escapar, lo más rápido y lejos
posible.
―No puede salir así ―trató de detenerla la mujer, pero la hizo a un lado de
un empujón.
Era domingo en la mañana y a esa hora había poca gente. Sin embargo, sus
fuertes y largas piernas acercaron rápidamente a la perturbada exploradora al
centro de la ciudad.
Su presencia causó estupor al principio, pero cuando los transeúntes se
percataron de que no era ningún tipo de truco, éste se convirtió en miedo que pronto
se convirtió en pánico, cuando ella intentaba acercarse a los humanos, creyendo
ser una más de ellos.
La extraña, que aún creía ser Sofía, trataba de explicarle todo a los asustados
espectadores, pero no lograban entender sus palabras. Intentó afirmar a un niño
para que la viera bien y mostrarle así, que era parecida a su madre.
Las heridas físicas pronto sacarían; sin embargo, tendría que permanecer
por un tiempo en una institución especializada, en su planeta de origen, distante
varias decenas de años luz de la Tierra, debido al desequilibrio provocado en su
mente, causado por permanecer tanto tiempo con un cuerpo tan distinto al suyo.
Por un tiempo, seguiría creyendo que era Sofía Rivera, nacida en la ciudad de
Santiago de Chile, en el planeta Tierra.