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Registro Safe Creative N° 2310225659227

Boris Oliva Rojas

Perdidos

Después de almorzar y una deliciosa taza de capuchino, Sofía decidió que


ya era una hora apropiada para realizar las compras y volver a casa.

Cuando esperaba que el semáforo cambiara de luz, sintió que alguien le


jalaba la manga de su blusa. Al volverse vio a un niño de unos cinco años que la
miraba con ojitos inocentes.

― ¿Hola, niñito, me confundiste con tu mami? ―preguntó amablemente


Sofia.

―Estoy perdido, señora ¿Me puede ayudar a volver a mi casa? ―preguntó


con su dulce voz el niño.

― ¿Y tu mamá dónde está? ―quiso saber Sofía.

―En mi casa ―respondió el pequeño.

― ¿Quieres decir que viniste solo al centro? ―preguntó sorprendida la mujer.


―Pues sí ―contestó el niño con toda naturalidad―. Siempre lo hago, pero
hoy di muchas vueltas y no sé cómo volver.

―Ya veo. Déjame pensar un poco ―meditó Sofía, mirando para todos lados.
Mientras, el niñito la miraba suplicante.

―Ven, acompáñame ―decidió la mujer al ver unos carabineros que


patrullaban el lugar.

― ¿Buenas tardes, me pueden ayudar? ―se dirigió ella a los uniformados.

― ¿En qué podemos servirle? ―preguntó uno de los carabineros.

―Encontré a este niño perdido y no sabe cómo volver a su casa ―explicó


Sofía.

― ¿Y tu mamá dónde está? ―preguntó una carabinera.

―Vine solo ―contestó el niño.

Frunciendo el ceño, molesta por la negligencia de los padres del niño, la


mujer policía se puso muy seria.

―Gracias, señora. Ahora nosotros nos haremos cargo ―respondió la


uniformada, tendiéndole una mano al niño.

―No. Quiero que ella me lleve a mi casa ―rechazó el pequeño, alejando el


brazo.

― ¿Qué debo hacer? ―preguntó Sofía a los carabineros.

―Le agradecería mucho si puede ayudar a este pequeño a volver a su


domicilio ―solicitó la uniformada.

―Está bien; haré lo posible ―aceptó resignada Sofía.

―Tome mi tarjeta y llámeme en cuanto todo esté listo ―indicó la policía,


pasándole su tarjeta con su número de teléfono y correo electrónico.

Tras darle todos sus datos a los carabineros, Sofía se puso en marcha,
siguiendo las instrucciones del niño.

― ¿Queda muy lejos tu casa ―preguntó la mujer, deteniéndose en un


negocio para comprar dos helados.

―Un poco, pero no mucho ―respondió el niño, lamiendo su helado.


― ¿En qué trabajan tu papá y mamá? ―quiso saber Sofía.

―A mi papá no lo conozco. Y mi mamá es secretaria ―contestó el niño.

― ¿Con quién más vives ―siguió preguntando la mujer, para tratar de


entender cómo dejaban a un niño tan pequeño alejarse tanto solo.

―Vivimos los dos no más ―fue la natural respuesta del niño, que no había
soltado en ningún momento la mano de Sofia.

―Ya entiendo ―respondió ella.

― ¿Usted es mamá? ―preguntó el niño.

―Si tengo un hijo y una hija; vivimos con papá, los cuatro ―contó Sofía.

― ¿Cree que se van a preocupar si usted se demora en volver a su casa?


―preguntó el niño.

―Claro que se preocuparían, pero ya les avisé por teléfono que voy a llegar
más tarde, porque estoy haciendo algo muy importante ―explicó ella.

―Hay que doblar en esa esquina ―indicó el niño.

Según calculaba Sofía, ya llevaba caminando cerca de una hora y aun no


llegaban a la casa del niño.

Otra esquina y otro giro, luego otro y otro más. Después de un rato, Sofía
estaba tan desorientada, que no sabía exactamente dónde estaba ni a qué distancia
del centro de la ciudad; para empeorar la situación, las calles no tenían ningún
letrero que indicara el nombre de éstas ni la altura en que se encontraba.

― ¿Sabes el número de teléfono de tu mamá? ―preguntó Sofía, algo


avergonzada de no haberlo hecho antes.

―Mi mami no tiene teléfono ―respondió el niño.

Por un motivo que no entendía bien, esa parte de la ciudad le parecía algo
rara a Sofía, como si estuviera fuera de lugar algo. Era un barrio que se veía viejo,
con casas de adobe y casi sin ningún negocio; pero lo que más le llamó la atención,
era que hacía un rato no veía ningún vehículo en las calles. Después de pensarlo
un poco, le daba la impresión de que el tiempo había olvidado avanzar en esa parte
de la moderna urbe en que se había convertido Santiago, o al menos el centro y el
barrio alto.

El sol de la tarde veraniega tenía un poco sofocada y algo mareada a Sofía


y transpiraba copiosamente, por lo que supuso que le estaba dando insolación y
debía estar deshidratada.

― ¿En qué lio me metí? ―se preguntaba mientras miraba su reloj, que ya
marcaba pasado las cuatro de la tarde.

― ¿Falta mucho para llegar a tu casa? ―preguntó con vez débil la mujer.

―Como dos cuadras ―respondió el niño, tirando de la mano a su


benefactora.

Ya sin fuerzas suficientes, Sofía solo se dejó llevar. Finalmente el niño se


detuvo frente a una casa vieja y fea; el estuco agrietado, que en algunos puntos
definitivamente había desaparecido, dejaba a la vista un adobe gastado y en muy
mal estado; la puerta se notaba maciza, a pesar de lo sucia y resquebrajada que
estaba la pintura; una gruesa capa de polvo en las ventanas completaba la triste
decoración exterior de la vivienda. Sofía sintió pena por el niño, que aparte de la
falta de atención y cuidado por parte de un adulto responsable, debía vivir y dormir
ahí.

―Bueno, quién soy yo para juzgar a los demás ―se dijo a sí misma
golpeando la puerta de calle de la casa, ya que obviamente no tenía timbre.

Después de algunos segundos la puerta se abrió y una mujer muy joven, bien
aseada y correctamente vestida, para sorpresa de Sofía, los recibió.

― ¿Hijo, dónde te habías metido? ―preguntó la mujer, dándole un fuerte


abrazo al niño.

―Salí a caminar y me perdí ―explicó este―. Esta señora me ayudó a volver


a la casa.

―Muchas gracias por traer a este pilluelo ―dijo la mujer a Sofía.

―No es nada. La verdad es que nos divertimos mucho camino acá


―contestó ella.

―Y me compró un helado y una bebida ―contó el niño.

―Una vez más, permítame agradecérselo ―dijo la madre del niño, tomando
las manos de Sofía.

Una calidad sensación de paz sintió ante el contacto de esas suaves manos.
―Bien, ya cumplí con mi deber cívico, debo marcharme ―se despidió Sofía.

―Pero ya está de noche ―señaló la mujer―. No es conveniente que una


mujer tan hermosa ande sola en la calle a estas horas.

Sofía se sorprendió al percatarse de que efectivamente ya había oscurecido.


―Pediré un taxi ―indicó sacando su celular.

―En esta parte no hay señal ―explicó la mujer.

―Efectivamente, con desagrado Sofía comprobó que no tenía tono de


llamada, ni señal de internet y, obviamente, el GPS tampoco funcionaba.

― ¿Hay alguna avenida principal donde pueda tomar locomoción o un taxi?


―preguntó inquieta.

―Por aquí no pasan micros ni taxis ―contestó la mujer.

―Esto no es bueno ―se quejó Sofía.

―Mejor pase la noche aquí, con nosotros, hasta mañana y cuando salga el
sol puede irse más segura ―sugirió la mujer amablemente; lo mismo el niño con
una mirada y una sonrisa muy tierna.

―Supongo que tiene razón ―aceptó Sofía luego de meditarlo.

Sofía se enteró que la madre del niño cuidaba de él a duras penas,


trabajando de secretaria en una pequeña empresa; por lo cual, lamentablemente
pasaba demasiado tiempo solo.

Después de compartir una taza de café y galletas y una agradable charla,


Sofía sintió que el sueño comenzaba a invadirla, costándole mantener los ojos
abiertos.

Sus sueños placenteros la hacían sentir como si estuviera flotando en una


tina de agua tibia, siendo acunada por una suave melodía, llevándola a mundos de
fantasía.

Ya estaba el sol brillando cuando finalmente abrió los ojos, sintiéndose muy
descansada y relajada, como hace tiempo no pasaba.

Sobre la mesa del comedor, la dueña de la casa había dejado una nota
indicándole que ya se había ido a trabajar.

―Hola ―saludó el niño al verla.


―Hola ―contestó Sofía―. Tu mami ya se fue a trabajar.

―Sí, ya sé ―respondió el pequeño.

―Yo también me voy a mi casa ya ―agregó ella―. Ya me deben extrañar.

―Bueno, que le vaya muy bien y gracias por traerme con mi mami ―contestó
el niño.

Aun cuando se había desorientado un poco al llegar a esa casa, Sofía sabía
que si caminaba derecho hacia el norte, llegaría tarde o temprano a la Alameda y
desde ahí podría tomar alguna locomoción hasta su casa.

Afortunadamente a esa hora de la mañana la temperatura era agradable, así


es que no debería tener ningún inconveniente.

Después de una hora de caminata, no había señales de que se estuviera


acercando al centro de la ciudad, lo cual intrigó un poco a Sofía. La temperatura
subió rápidamente y su cuerpo comenzó a sentirlo.

Con el sol justo sobre ella, la temperatura se volvió sofocante y Sofía empezó
a sentir dolor de cabeza, mucha sed y algo de mareos.

Pronto el sol estaba frente a ella y su luz hería sus ojos.

Cuando empezaba a oscurecer, Sofía con sorpresa vio que se encontraba


nuevamente frente a esa casa.

― ¿Cómo es posible esto? Debo haber caminado en círculo sin darme


cuenta ―dedujo con una sensación de frustración en su interior.

Ya estaba totalmente oscura la calle y se sintió un poco inquieta. La noche


en la ciudad podía ser peligrosa; lo único que se le ocurrió ante esa situación fue
golpear la puerta.

A los pocos segundos ésta se abrió y con una sonrisa la recibieron el niño y
su madre.

―Pase, por favor ―pidió la mujer.

En medio de su creciente confusión, Sofía entró en silencio a la casa.

―Yo…, creo que me perdí y no supe como volver al centro ―explicó


nerviosa Sofía.

―No se preocupe ―contestó la dueña de la casa.


Había algo distinto en la casa a como la recordaba del día anterior, pero Sofía
no podía precisar exactamente que era. La luz blanca en el techo, que provenía de
todos lados, le confería un aspecto más amplio a la vivienda, que antes le había
parecido mucho más pequeña.

―Me siento muy avergonzada ―reconoció Sofía.

―Todo estará bien ―agregó la mujer―. Poco a poco todo estará bien.

― ¿Desea comer algo? ―ofreció la dueña de la casa.

―No quisiera molestar más ―se excusó Sofía.

―No es ninguna molestia; además, estamos por cenar ―agregó la mujer.

―La verdad es que tengo mucho apetito ―aceptó Sofía.

El guiso le pareció muy apetitoso y reconfortante a la invitada. Aun sentía


mucha sed, debido al calor al que se expuso al intentar regresar a su casa; y el agua
fresca definitivamente la revitalizó, a pesar de la extraña sensación de que era
levemente más densa de lo habitual.

Al cabo de unos minutos los párpados le comenzaron a pesar muchísimo a


Sofía, lo cual fue notado por su anfitriona.

―Creo que está por quedarse dormida ―observó la dueña de la casa―.


¿Por qué no se acuesta a descansar?

― ¡Qué vergüenza! ―se disculpó Sofía.

―No se preocupe y venga a acostarse ―le ofreció la mujer, tomándola de


una mano y conduciéndola a una habitación que no había visto la noche anterior.

Nuevamente su mente fue transportada a mundos de fantasía con aires


futuristas, mientras su cuerpo parecía flotar en agua tibia.

La noche estaba un poco calurosa y Sofía despertó a mitad de ésta con la


garganta seca. Tratando de no hacer ruido, se dirigió al cuarto de baño a lavarse la
cara y tomar un poco de agua.

Al encender la luz, el vaso que llevaba en la mano cayó abruptamente al


suelo y se rompió en miles de pedazos. Aterrada, Sofía dio un fuerte grito y pegó su
espalda contra la pared. Justo frente a ella un ser de piel verde grisácea, pómulos
hundidos, grandes ojos negros, carente de cabello, cuello fibroso y aspecto en
general amenazante la observaba en silencio.
Ante los gritos de Sofía, la dueña de la casa corrió hacia el baño y apagó
rápidamente a luz.

―Querida, tuviste una pesadilla parece ―dijo tomándola de la mano y


llevándola de vuelta a su cama.

―Creo que sí ―coincidió Sofía―. Pero esa cosa se veía tan real y me dio la
impresión de que no era la primera vez que la veía.

―Así son las pesadillas ―comentó la madre del niño, dándole un vaso de
agua a Sofía, la cual se volvió a dormir instantáneamente.

A la mañana siguiente Sofía despertó muy relajada y descansada, justo


cuando su nueva amiga se disponía a tomar desayuno.

― ¿Me acompañas a desayunar? ―ofreció poniendo una segunda taza en


la mesa.

―Sí, muchas gracias ―aceptó tomando asiento―. Siento mucho haberte


despertado anoche con mi pesadilla, pero se veía muy real.

―Las pesadillas suelen parecer reales ―agregó su amiga, dándole una


mascada a su pan.

―Sí, tienes razón ―coincidió Sofía dándole un trago a su café.

―Se me olvidaba decirte; ayer, antes de salir de mi trabajo, llamé a tu casa


y les conté que te estabas quedando en casa de una amiga, para que no se
preocuparan ―contó la mujer.

―Esto es muy extraño ―meditó Sofía―. Nunca me había perdido en la


ciudad.

―Es que esta parte es un verdadero laberinto ―agregó la mujer―. Yo


demoré más de una semana en poder acostumbrarme y empezar a orientarme.
Pero como tú y yo somos amigas ahora, vas a tener la oportunidad de practicar
seguido.

―Supongo que tienes razón ―aceptó Sofía con una sonrisa.

―Hoy es viernes y trabajo mediodía ¿Por qué no hacemos cosas de chicas


cuando regrese? ―sugirió

―Pero mi familia se va a preocupar ―dudó Sofía.

―Yo les aviso desde mi trabajo ―indicó su amiga.


―Supongo que está bien ―aceptó Sofía.

― ¡Genial! Lo pasaremos muy bien ―celebró la mujer―. Ahora debo correr


o llego tarde.

―Cuídate ―le deseo Sofía.

―Nos vemos en un rato más ―se despidió la mujer, tomando las manos de
su nueva amiga.

Una vez más Sofía sintió esa agradable sensación de tranquilidad y calor, al
contacto de las manos de su amiga.

El niño había salido al colegio junto a su madre, así es que Sofía se


encontraba sola en la casa. Movida por su curiosidad, echó una mirada por toda la
vivienda; algo que la sorprendió fue no encontrar ni una partícula de polvo en ella,
ni una pelusa o siquiera una tela de araña; algo sorprendente, teniendo en cuenta
lo arruinada que estaba en su exterior. Eso solo podía significar una cosa; la dueña
era extremadamente minuciosa y fanática del aseo.

Lo otro que le llamó la atención, fue que no hubiera ninguna fotografía de la


madre y el niño, ni ninguno de los típicos dibujos hechos por los hijos y que los
padres suelen coleccionar.

La habitación de su amiga le pareció aburridamente funcional pero


confortable, destacándose el gran espejo mural de dos metros de alto junto a una
cómoda.

―Pero que chica más guapa es esta ―dijo Sofía, contemplándose en cuerpo
entero.

En la televisión no había ningún programa bueno y no había nada que leer


para pasar el rato, así es que Sofía decidió acostarse para dormir un rato más.

Pronto cayó en un sueño profundo y reparador, pero un sueño muy extraño.


Se veía a sí misma flotando en una especie de tina grande, llena de agua tibia. No
podía calcular el tamaño de la habitación, ya que no lograba ver las paredes, y una
fuerte luz blanca que provenía de todos lados hacía imposible establecer cualquier
punto de referencia. Junto a ella había, al menos, dos seres de piel verdosa, con
grandes ojos que la observaban atentamente. Sofía sintió una creciente sensación
de miedo, que aceleró violentamente su pulso y respiración; una hembra, por lo que
pudo apreciar, de esos extraños seres, le puso una mano en la frente.
Inmediatamente la envolvió una sensación de tranquilidad y bienestar, proveniente
del calor de la mano de aquella mujer.
Nuevamente sintió que flotaba y que su mente se movía por espacios más
allá de la imaginación más ferviente. Mundos distantes pasaban frente a sus ojos;
veía soles nacer y planetas morir. Era como estar recorriendo el espacio interestelar
en unos breves instantes.

Cuando Sofía despertó de su seño, ya la tarde estaba en todo su esplendor


fuera de la casa. La puerta de calle se abrió y su amiga, junto al niño, regresaron al
cabo de una larga jornada.

―Hola ―saludó la mujer―. ¿Cómo lo has pasado?

―Creo que me dormí todo el día ―comentó Sofía.

―Debes haberlo necesitado realmente ―opinó la mujer.

―Supongo que tienes razón ―coincidió Sofía― ¿Y qué tal tu día?

―Ya sabes, llamadas telefónicas, correos electrónicos y un jefe difícil pero


manejable ―contó su amiga.

―Tuve un sueño de lo más loco comentó Sofía.

―Mientras comemos algo me lo cuentas ―sugirió la mujer.

Entre bocado y bocado, Sofía fue relatando el sueño, ante la sorpresa de sus
anfitriones.

―Guau, parece una película de ciencia ficción ―celebró el niño.

―Es cierto ―coincidió Sofía―. Y fue un sueño muy vívido, que hasta parecía
real.

―Debe haber sido muy emocionante ―pensó la dueña de casa―. Lo que


es yo, no recuerdo mis sueños.

―Noté que sacaste el espejo del baño ―observó Sofía.

―Lo que pasa es que se rompió, y para no tener pedazos de vidrio


peligrosos, preferí sacarlo ―contestó ella.

―Es mejor así, sobre todo cuando hay niños pequeños en la casa ―aprobó
Sofía.

―Yo ya no soy pequeño ―reclamó el niño.

―Por supuesto que no, mi pequeño hombrecito ―asistió la mujer,


revolviendo el cabello de su hijo.
― ¿Te sirves té? ―ofreció la mujer a Sofía, con dos tazas humeantes en las
manos.

―No hay nada mejor que una buena taza de té después de cenar ―aceptó
Sofía.

Apenas dio unos sorbos al líquido, un pesado sopor comenzó a nublar su


mente y los ojos empezaron a cerrársele.

―Amiga, te estás quedando dormida ―le advirtió la dueña de casa―. Mejor


anda a dormir.

―Sí, creo que tienes razón ―reconoció Sofía.

―Vamos, te llevo a la cama ―ofreció la mujer.

Como si fuera una niña pequeña, Sofía se dejó arropar por su amiga, quien
tiernamente puso una mano sobre su frente.

El calor de esa suave mano la llenaba de una sensación de tranquilidad y


bienestar, que la envolvía completamente, como si fuera un acogedor líquido tibio.
Finalmente, Sofía se durmió profundamente.

Extrañas y verdes manos revisaban el cuerpo de Sofía y a pesar del terror


que la invadía, no podía hacer nada por impedirlo ni moverse, ya que estaba
completamente paralizada, flotando en agua tibia. Uno de los extraños tomó una de
sus manos y la observó con detenimiento; una mano verde; una mano igual a la de
los extraños.

Quería gritar y escapar, pero ninguno de sus músculos obedecían las


órdenes de su cerebro. El terror se había convertido en pánico; imposibilitada de
moverse, su respiración se aceleró y su corazón latía con tanta fuerza que parecía
que se saldría de su pecho.

Los extraños se miraron entre sí sin decir ninguna palabra, pero Sofía
percibía la preocupación ellos. La extraña mujer le puso suavemente una mano en
la frente y le tomó la otra; aunque no lo comprendía, ese contacto le resultó muy
familiar a Sofía y la hizo relajarse, devolviéndole la paz a su mente. Finalmente su
respiración se volvió suave y rítmica, mientras que el corazón comenzó a latir en
forma regular y acompasada. Sofía se sintió reconfortada y le pareció ver una leve
sonrisa en el verdoso y extraño rostro de la mujer.

El sueño cambió a colores y formas fantásticas, mundos y soles que se


acercaban y se alejaban en forma vertiginosa. Finalmente llegó a un hermoso e
inimaginable mundo, iluminado por un distante sol que le confería un aspecto similar
a los ocasos que a ella tanto le gustaban.

El sueño volvió a cambiar y Sofía se encontró nuevamente flotando en el


agua. Los extraños no estaban y sintió que podía moverse con total libertad;
impulsada por la curiosidad, comenzó a recorrer el lugar donde se hallaba, pero no
había nada que ver, pues salvo la gran caja con agua, no había nada más allí.

Unos pasos que se acercaban pusieron en alerta los sentidos de Sofía; quiso
escapar pero no había donde ir. Una especie de puerta, que no se veía a simple
vista, se abrió en lo parecía ser una pared que tampoco se notaba, debido a la
uniformidad del color del lugar; tres extraños entraron, posando sus grandes ojos
sobre ella.

Un poco sobresaltada Sofía abrió los ojos, viendo que se encontraba


acostada en la cama, en casa de su nueva amiga. Sentada junto a ella, su amiga la
observaba con sus grandes, grandes y negros ojos en un rostro de tonos verdosos.

Sentándose bruscamente, Sofía se incorporó de la cama. En la cocina su


amiga preparaba el desayuno.

― ¿Sofía, me acompañas a desayunar? ―preguntó desde la otra habitación.

―Si, en cinco minutos estoy contigo ―aceptó.

―Hoy es sábado y no trabajo ―señaló la dueña de casa―. ¿Se te antoja


una maratón de películas?

―Es una buena idea, pero me gustaría comunicarme con mi familia primero
―aprobó Sofía.

―Vamos de una carrera al centro u aprovechamos de llamar ―sugirió su


amiga.

―Astuta idea ―coincidió Sofía tomando su cartera.

En un supermercado de Santiago Centro Sofía marcó el número de su


esposo, mientras su amiga compraba helado, galletas y otras golosinas.

―Hola, amor -saludó cuando su marido contestó―. Voy a pasar el fin de


semana con mi amiga. Espero no te moleste o algo así.

―No hay ningún problema. Solo relájate y pásalo bien ―deseó su esposo.
―Todo listo ―señaló Sofía guardando el celular―. Ahora a divertirse.

―Esa es la actitud ―celebró su amiga.

Una tarde de ocio y ninguna preocupación es lo que necesitaba Sofía, para


relajarse y olvidarse de los extraños y repetitivos sueños de los últimos días.

Después de tres películas, su amiga estiró los brazos y piernas y se dirigió al


baño.

―Una última película ―propuso Sofía.

―Ahora elijo yo ―se anticipó si amiga.

Tras varias horas sentadas frente al televisor, Sofía también fue a hacer sus
necesidades básicas. De regreso frente a la pantalla m, la aguardaba una humeante
taza de té.

―Justo lo que necesitaba ―agradeció, dándole un largo sorbo a la infusión.

Pronto sintió que se relajaba y comenzaba a dormirse.

―Ya me ganó el sueño ―contó a su amiga, en medio de un bostezo.

―A mí también ―coincidió ella―. Te invito a que nos acostemos.

― ¿Perdón, te me estás insinuando acaso? ―preguntó Sofía con una pícara


sonrisa.

―Claro que no. Tú en una cama y yo en otra ―aclaró su amiga.

―pusiste una cara de susto que da risa ―celebró Sofía su chiste.

―Pero si insistes, acepto ―dijo su amiga tomándole la cintura.

―Para, que solo era una broma ―retrocedió Sofía toda cohibida.

―Ahora eres tú la que puso cara de espanto rio su amiga.

―En seri; ya debo dormir, …sola ―se disculpó Sofía casi a punto de perder
la consciencia de pie.

―Déjame ayudarte a llegar a la cama ―pidió su amiga, tomándola por los


hombros y mano para afirmarla.

―Trata de descansar. Vamos un paso a la vez ―dijo la dueña de la casa,


posando su mano en la frente de Sofía.
Su mente condujo a Sofía por distantes mundos, extraños y fascinantes.
Aunque flotaba en la tina de agua tibia, podía moverse a voluntad; sentándose
despacio salió del líquido. Grande fue su sorpresa al ver sus piernas, brazos y el
resto de su cuerpo; alto, esbelto, con fibras visibles a simple vista y de un color
verde grisáceo; sin embargo, esta vez le resultó algo natural.

Se dirigió hacia una de las paredes de uniforme color, que se confundía con
el techo y el piso, no sabiendo donde comenzaba uno o donde terminaba otro. Una
pared imperceptible al principio se abrió silenciosamente permitiendo el pasó a
Sofia. Un amplio corredor la condujo hasta una amplia sala llena de consolas y una
gran pantalla donde se veían los astros pasar velozmente; en ella, cuatro seres de
aspecto similar a ella estaban concentrados en controlar lo que supuso era una nave
espacial.

Los extraños se volvieron y asintieron con una leve sonrisa al verla, sin
levantarse de sus asientos.

Sofía se despertó en medio de la noche, pero a diferencia de las anteriores


veces, no estaba asustad ni nerviosa; acomodándose se volvió a dormir hasta la
mañana siguiente.

Los silbidos alegres de su amiga, preparándose para ducharse, la


despertaron trayéndola de vuelta a la realidad.

―Buenos días, bella durmiente ―saludó la dueña de la casa.

―Buenos días ―respondió Sofía estirando los brazos.

―Creo que dormiste bien ―observó su amiga.

―Tuve otro de esos sueños raros, pero esta vez no era aterrador; de hecho,
yo era uno de esos extraños seres ―contó a grandes rasgos Sofía.

―Si deseas ducharte hay toallas limpias en el closet de mi pieza ―ofreció


su amiga.

―Gracias, la verdad es que lo necesito ―aceptó Sofía.

―También hay ropa interior limpia ―gritó su amiga desde el baño.

―Gracias ―respondió Sofía, saliendo de una vez de la cama.

Revisando los cajones de la cómoda, Sofía encontró un coqueto conjunto de


pantaleta y sostén de encaje de su agrado. Del closet tomó la primera toalla que
encontró y un cepillo para el cabello.
Con todo en una mano fue a su habitación, apoyándose en el borde del gran
espejo mural de su amiga; inesperadamente éste se deslizó silenciosamente, dando
paso a un largo pasillo, que le recordó el que vio en su último sueño.

― ¿Y esto? ―se preguntó sorprendida ante tan inusual descubrimiento.

El pasillo la condujo hasta una sala con un único objeto en el centro;


estupefacta, Sofía contempló la caja llena de agua. Todos los sueños regresaron de
golpe a su mente; las imágenes se sucedían una tras otra en una vertiginosa
cascada de colores y sensaciones. La cabeza le comenzó a girar y habría caído al
piso, de no ser por las manos que la sujetaron.

―Todo va a estar bien ―dijo su amiga.

― ¿Qué está pasando? ¿Qué es todo esto? ―preguntó Sofía.

―Todo se aclarará pronto ―trató de calmarla su amiga.

― ¿Los sueños son reales, verdad? ―quiso saber angustiada Sofía.

―Sí, lo son, pero todo tiene una explicación ―asintió su amiga.

―Tú me has estado drogando ―gritó Sofía.

―Es cierto, era la única manera de poder ayudarte ―explicó la mujer.

Sofia miró sus verdes manos y pasó de la confusión a la histeria.

― ¿En qué me estás convirtiendo? ―preguntó en medio de lágrimas.

―Debes intentar calmarte ―pidió la mujer acercándose lentamente.

―Aléjate de mí ―gritó Sofía, arrojándole el cepillo de pelo, que aún tenía en


la mano.

El improvisado proyectil golpeó en la cara de la mujer y su apariencia cambió


momentáneamente, mostrando un rostro verde grisáceo, carente de cabello, ojos
desmesuradamente grandes y profundamente negros, y un cuello lleno de fibras
que se entrecruzaban.

―Tú eres uno de esos monstruos ―gritó Sofía― y me quieres transformar


en uno también.

―Aquí no hay ningún monstruo ―trató de explicar la mujer, luciendo


nuevamente como su amiga.
―Te vi como eres realmente y no sé qué quieres de mí, convirtiéndome en
una cosa como tú ―continuó Sofía.

―Estás enferma y solo trato de ayudarte ―señaló su amiga―. Has estado


demasiado tiempo manteniendo la forma humana; más del máximo tiempo seguro.
Tu mente se ha confundido tanto, que has llegado a creer que eres una terrícola.

―Quieres que me vuelva loca. Eso es ―gritó Sofía.

―Eres una exploradora. Tu misión debía durar solo unos cuantos meses
terrestres, pero llevas cerca de dos años en este planeta. Cuando dejaron de llegar
tus informes, supusimos que algo no estaba bien y vinimos a buscarte ―continuó
la mujer.

―Durante estos días te he puesto en un estado de sueño inducido para


intentar estabilizar tu memoria, dentro de un cámara regeneradora ―continuó.

―Todo eso es mentira. No soy ninguna alienígena; mi nombre es Sofía


Rivera y nací el quince de septiembre de mil novecientos noventa y tres, en Santiago
―negó Sofía, al borde del colapso nervioso.

―Esa es la identidad falsa que se te asignó al momento de iniciar tu misión


―señaló la mujer.

―No es cierto ―gritó Sofía, rompiendo con sus manos la fina cadena de oro
que colgaba de su cuello, similar a la que llevaba su supuesta amiga, y que les
permitían mantener su forma humana.

La apariencia de Sofía cambió instantáneamente, tomando la forma de uno


de esos monstruos aterradores que la atormentaban en sus sueños.

Tocando su rostro y cuello con pavor, echó a correr lo más rápido posible, ya
que el único pensamiento en ese minuto era el de escapar, lo más rápido y lejos
posible.

―No puede salir así ―trató de detenerla la mujer, pero la hizo a un lado de
un empujón.

― ¡Demonios! ―exclamó ella, corriendo tras la que hace un minuto parecía


ser una común y corriente mujer más, como tantas otras se movían por la ciudad.

―No sabemos cómo reaccionarán los terrícolas ―trató de hacerla entrar en


razón, pero ya atravesaba la puerta de la casa y salía a la calle.

Era domingo en la mañana y a esa hora había poca gente. Sin embargo, sus
fuertes y largas piernas acercaron rápidamente a la perturbada exploradora al
centro de la ciudad.
Su presencia causó estupor al principio, pero cuando los transeúntes se
percataron de que no era ningún tipo de truco, éste se convirtió en miedo que pronto
se convirtió en pánico, cuando ella intentaba acercarse a los humanos, creyendo
ser una más de ellos.

Los gritos de la multitud pronto atrajo la atención de la policía. Vehículos con


luces y sirenas encendidas solo perturbadas más a la extraña. Algunos perros K9
fueron soldados por sus guías, pero estos no se atrevían a acercarse.

La extraña, que aún creía ser Sofía, trataba de explicarle todo a los asustados
espectadores, pero no lograban entender sus palabras. Intentó afirmar a un niño
para que la viera bien y mostrarle así, que era parecida a su madre.

Gritos de alarma de varias personas aumentaron la tensión de la situación.


El intento de acercarse al niño se vio frustrado cuando dos detonaciones la
detuvieron en seco.

Mirando su pecho sorprendida, la extraña cayó al suelo con dos balas en el


pecho, disparadas por un policía. Una verde mancha de sangre se extendió
lentamente cerca de su cuerpo, bajo la mirada atónita e incrédula de los
transeúntes.

― ¡Hay mierda! ―exclamó la amiga de Sofía, que se había mezclado con la


multitud.

Uno de ellos había quedado expuesto frente a demasiados testigos y era


necesario controlar lo antes posible la situación.

Rápidamente se puso gafas negras y golpeó su reloj. Un cegador resplandor


cegó a todos momentáneamente; tiempo suficiente para acercarse al cuerpo y subir
con él en un rayo de luz, hasta un pequeño vehículo que permanecía camuflado.

De regreso en la base pusieron el cuerpo lo más rápido posible en la cámara


de regeneración. Afortunadamente los proyectiles no tocaron ningún órgano vital,
pero el grueso calibre de las balas, disparadas a corta distancia, había provocado
un trauma severo y no sabían si sobreviviría a sus heridas.

Después de varias horas de incertidumbre, finalmente Sofía abrió sus


grandes ojos negros. Su amiga permanecía junto a ella monitoreando sus signos
vitales, que comenzaban a estabilizarse.

Las heridas físicas pronto sacarían; sin embargo, tendría que permanecer
por un tiempo en una institución especializada, en su planeta de origen, distante
varias decenas de años luz de la Tierra, debido al desequilibrio provocado en su
mente, causado por permanecer tanto tiempo con un cuerpo tan distinto al suyo.
Por un tiempo, seguiría creyendo que era Sofía Rivera, nacida en la ciudad de
Santiago de Chile, en el planeta Tierra.

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