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Adrián Lois Illana - Ensayo de la práctica 3: “La recepción de la Antigüedad en los medios de masas”.

Historia de la Grecia antigua. Diciembre 2023

“Diariamente y casi minuto por minuto, el pasado era puesto al día. De este modo, todas las
predicciones hechas por el Partido resultaban acertadas según prueba documental. Toda la historia se
convertía así en un palimpsesto, raspado y vuelto a escribir con toda la frecuencia necesaria. En ningún caso
habría sido posible demostrar la existencia de una falsificación.” - George Orwell, 1984, pp. 50-51

“El que controla el pasado -decía el slogan del Partido-, controla también el futuro. El que controla el
presente, controla el pasado.” - George Orwell, 1984, p. 44

Quisiera dar inicio a estas reflexiones con la siguiente matización. El “pasado” es un término
que puede ser entendido en varios sentidos y que hace referencia a realidades epistemológicamente
diversas. Así, en un primer nivel el pasado puede significar todo aquello que se dio en algún momento
y lugar en la realidad social; en segunda instancia el término puede adoptar una significación
historiográfica, aludiendo a la reconstrucción que se hace sobre aquello mismo que se dio. Es decir,
difieren lo que ocurre y lo que se dice de lo que ocurre; siendo esto último, además, necesariamente
incompleto y sesgado respecto a lo primero, en tanto que lo que se da a cada instante es
mayoritariamente fútil y perecedero, e ínfima la porción de parcialidades que termina
materializándose en fuentes. La realidad es, en definitiva, tan vasta que es irregistrable en su totalidad.
Por esa razón nuestro relato del pasado, aun cimentado sobre un número finito de documentos,
siempre estará sujeto a la fluidez y la reinterpretación (que habrá de ser, por supuesto en menor o
mayor medida presentista; ref. a oración nº 5 del debate: “Resulta imposible no hacer lecturas
presentistas del pasado.”). Desde este marco es entendible la extremización de Orwell, que hipotetiza
macabramente con como este primer pasado es tan incognoscible en sí mismo que no existe como
ente externo e inamovible, sino que lo que en verdad ocurrió es, a efectos prácticos, igual a lo que en
cada momento se diga que ocurrió. El pasado no existiría como tal más allá de aquel en nuestro
imaginario. Es el presente del pasado.
De lo anterior se deduce el papel fundamental que ha de cumplir el/la historiador/a como
guardián/a y portavoz del pasado en su reconstrucción y difusión más fidedigna; esto es, habiendo ya
desistido de la exactitud total con el primer pasado, remitiendo por lo menos a tanto rigor como en la
academia esté entonces presente (sería, por todo lo dicho, imposible la afirmación de la oración nº 1:
“No puedo evitar desear que algún día tengamos representaciones exactas de los grandes momentos
de la Historia. (...)”). No obstante, tenemos que, de facto, este pasado segundo o pasado presente se
presenta en el ideario colectivo en forma de una degradación ulterior respecto a la ya sesgada versión
colegial. Esto se debe a las siguientes causas. Por un lado y de manera ineludible, existe la
problemática de la jerarquización horizontal fruto de la especialización, de tal manera que el pasado
de la “masa” será, por lo general, cuantitativamente más pobre que el humanamente obtenible
mediante la institución escolar (ref. oración nº4 debate: “En muchas ocasiones este tipo de
producciones historicistas son el único contacto que el público general tendrá con la Historia, (...)”.)
Aprovecho para clarificar el término “masa” y recoger la señalización que se hizo durante el reciente
debate en el aula acerca de la pertenencia o no del historiador a la misma. Signifique la “masa” un
subconjunto mayoritario de la población de nuestras sociedades industriales globalizadas,
caracterizado por la despersonalización de los individuos y su consiguiente adecuación a unos mismos
estándares de consumo. En según qué contextos suele incluir en su significación un matiz de
alienación y merma en la capacidad lógico-racional. El historiador, en tanto que historiador y no
según su individualidad concreta, entendemos que no es esencialmente superior al resto y
necesariamente ajeno a la masa; a lo sumo podría concebirse una correlación ligera -entre el
ser-historiador y la no-participación en la masa- si asumimos que el carácter humanístico de sus
saberes le pudiera prevenir de masificarse. Nótese la concepción previa que se está barajando de la
pertenencia a la masa como algo peyorativo; si bien creo muy razonables y obvias las múltiples
razones por las que podría considerarse indeseable, querría simplemente enfatizar la posibilidad de
otras argumentaciones con axiomas contrarios. Volviendo a la cuestión, lo que entonces media entre el
pasado segundo público y el académico es, a nivel cuantitativo, una mera inversión de tiempo y
dedicación, análogamente a la superioridad que tendría un mecánico en su oficio frente al mismo
historiador. Por otro lado, existe una degradación cualitativa, consecuencia de la actual multiplicidad
de responsables de la divulgación del pasado segundo, entre los cuales el historiador no es ya, me
atrevo a pensar, ni el encargado principal. En efecto, se han cargado el pasado a sus espaldas, de
manera más o menos directa o indirecta, productores tanto cinematográficos como novelísticos como
artísticos de toda índole. La problemática que aquí se presenta guarda relación con la (in)coherencia
entre el oficio y objeto con el que se trabaja y la asunción de las responsabilidades que dicho oficio u
objeto exigen de uno. Me explico. Estos sujetos ya no se dedican al saber por sí -theoría- sino a la
instrumentalización de este como materia para producir -poiesis- determinado bien de consumo. Y,
ciertamente, no se asumen las mismas responsabilidades para con el instrumento como para con el
objetivo.

“El cineasta no es un traductor de la obra original, sino que es un nuevo autor por derecho propio.
Por tanto, está permitido reescribir la Historia cuanto sea necesario según los intereses, ya que el rigor
histórico puede ser un elemento que lastre el dinamismo de las producciones cinematográficas” Debate, or. 2

Bajo esta lógica queda entonces pseudo-justificada la toma de “licencias artísticas”; esto sería,
en el ejemplo de las obras con pretensión historicista, la vía libre para la relativa tergiversación del
pasado segundo académico. Viene ahora en nuestra exposición como anillo al dedo la reciente
producción cinematográfica “Napoleón” (Ridley Scott, 2023), en la que, por ejemplo, se muestra a
Napoleón ordenando a su ejército destruir pirámides egipcias a cañonazos. Evidentemente, algo así no
ocurrió, pero en ello se capta magníficamente el afán de ostentosidad e impactación perseguido por
algunas producciones. Las preguntas pertinentes serían entonces, ¿por qué la toma de licencias?¿por
qué la distorsión?¿no es, como se dice en debate, or. 1: “(...) la realidad ya es suficientemente
fantástica”? Habría que esclarecer el sentido del término “fantástica”. En boca de un historiador,
como es el caso, es razonable pensar que se alude más a un “ensimismamiento de investigador” que a
la fantasiosidad peliculera de efectos especiales y eventos extraordinarios. De nuevo, no quiere
decirse que el historiador esté en la torre de marfil y que “la masa” sea ignorante radical; más bien me
es presumible que, gracias a ese mismo cultivo del aprendizaje a lo largo del tiempo, florece en el
investigador el interés y aprecio por ciertos matices que, de otro modo, parecerían intrascendentes.
Por lo que no, para la industria de los medios de masas la historia pura, como contenido televisivo
objeto de consumo, podría no ser lo suficientemente mágica como para brillar al nivel de sus rivales la
ciencia ficción, la fantasía o el terror.
En suma, tenemos que el pasado segundo, en su transmutación al público general, sufre una
doble degeneración, cuantitativa y cualitativa. Y tenemos que la recepción del pasado para este
público se materializa entonces de forma imperante en un puñado de producciones artísticas cuyo
objetivo no pasa por el pasado mismo más que secundariamente. Y por ende, tenemos que la carga de
responsabilidad de una correcta identificación entre el imaginario colectivo y el pasado segundo
académico se presenta como una cuerda en cuyos opuestos hallamos a la fidelidad histórica de los
artistas por un lado, y a la capacidad discernitiva del consumidor por otro. A mayor malversación de
los hechos, más tarea racional para la masa. El problema subyacente de esta relación es, como ya
veníamos señalando, la incoherencia de iure/de facto que se da en lo siguiente. Por un lado, tenemos
de facto que, como se decía en deb, or. nº4, para la masa, a quien consideramos predominantemente
no-historiadora y con poco contacto con difusiones de historiadores, las producciones son la principal
fuente de representación del pasado. Pero, por otro, tenemos la exculpación de los fabricantes
alegando que de iure sus obras no son, pretendidamente, más que entretenimiento y que es
responsabilidad de la masa así tenerlo en cuenta. Con lo que estos creadores están de facto causando
unas consecuencias negativas -la mentira a una masa que no siempre, más bien casi nunca, se esfuerza
en investigar y desmentirla- quitándose una responsabilidad que sí tienen por ocasionar lo que no
reconocen que se esté ocasionando. La cuestión no es culpar e idiotizar a una población ocupada a la
que se induce a consumir de una manera acelerada e incompatible con la logicidad que luego se les
encarga. La cuestión es asumir la existencia de la jerarquización horizontal y hacer cargo a quienes
trabajan directa o indirectamente con el pasado segundo de su correcta difusión. ¿Hasta qué punto nos
mentimos a nosotros mismos cuando nos decimos que el cine no debiera ser tomado, por su naturaleza
corta y simplista, como un medio decente de transmisión?
“En muchas ocasiones este tipo de producciones historicistas son el único contacto que el público
general tendrá con la Historia, por lo que es mejor que se sigan realizando a pesar de que el mensaje que
transmitan sea incorrecto históricamente o estereotipado. Pues pueden ser la puerta a que algunas personas se
interesen y profundicen.” Debate, or. nº 4

Esta afirmación es reduccionista, en tanto que expone el problema como una disyuntiva entre
no hacerlo o hacerlo mal. ¿Acaso no hay cabida para la opción de imponer legalmente la producción
historicista fidedigna? El hecho de que el cine tenga sus limitaciones metodológicas y expositivas
-principalmente la duración- no nos excusa para utilizarlo demagógicamente. No caigamos en la
filosofía del todo o nada. No seamos, como sociedad, tan ilusos de priorizar el entretenimiento barato
somático ante la interacción de nuestros ciudadanos con el pasado.

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