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Colonial Latin American Review
Vol. 20, No. 1, April 2011, pp. 9!33

Flotistas en la Nueva España:


diseminación espacial y negocios de
los intermediarios del comercio
transatlántico, 1670 1702 !
Xabier Lamikiz
Universidad Autónoma de Madrid
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Introducción
En mayo de 1672, tras recibir noticias de que una nueva flota de navı́os marchantes
estaba cercana a partir de España con rumbo a Veracruz, los comerciantes de la Ciudad
de México creyeron oportuno advertir a sus colegas sevillanos de las lamentables
consecuencias que todos ellos habrı́an de padecer. Los mexicanos aseguraban que los
comerciantes que habı́an comprado mercancı́as de la flota el año anterior no habı́an
podido venderlas ‘aun con notable pérdida, con que para los comerçiantes de esta
Nueva España a sido grande ruina y lo mismo es para los de España, que con la
continuación de las flotas an bajado los géneros a tan ynfimos preçios que ninguno
dejará de perder mucha parte de su caudal.’1 La solución pasaba por evitar que la
frecuencia de los intercambios transatlánticos fuera anual; la flota de Nueva España
debı́a partir cada dos años. Ese año el Consulado de Sevilla consiguió, tras previo
pago de un generoso donativo de 125,000 pesos, convencer al rey para que permitiera
retrasar la salida de la flota hasta el verano de 1673.2 Sin embargo, cuando llegó el
momento de la partida, el Consulado de México volvió a insistir en que ‘está este
Reino abastezido de muchos géneros sin haverles dado salida por los muchos que han
traydo las continuadas flotas hasta aquı́’.3 Esta vez no hubo aplazamiento y la flota
partió con rumbo a Veracruz.
Las advertencias de los mexicanos y los manejos de los sevillanos dejan entrever
algunas de las caracterı́sticas más destacadas de la organización del comercio entre
España y el virreinato de Nueva España durante los más de dos siglos que van de 1566
a 1778: comercio dominado por dos gremios de comerciantes, pagos a la corona
(donativos e indultos) para salvaguardar los intereses de los comerciantes, y, sobre
todo, intercambios transatlánticos mediante flotas periódicas (teóricamente anuales)
ISSN 1060-9164 (print)/ISSN 1466-1802 (online) # 2011 Taylor & Francis on behalf of CLAR
DOI: 10.1080/10609164.2011.552546
10 X. Lamikiz
entre dos puertos únicos.4 Pero las cartas del Consulado de México también
muestran que el monopolio del comercio colonial no era garantı́a de beneficios
desorbitados, ni siquiera de beneficios razonables. La saturación del mercado
americano y la incertidumbre generada por la volatilidad de precios son problemas
que la historiografı́a ha asociado, principalmente, a tres importantes fenómenos:
primero el floreciente contrabando extranjero que comenzó a penetrar los dominios
españoles desde poco después del descubrimiento (Klooster 2009; Moutoukias 1988;
Zahedieh 1986); en segundo lugar los tejidos chinos que desde 1571 llegaban
anualmente a Acapulco en el galeón de Manila, también conocido como la nao de
China (Bjork 1998; Schurz 1959); y, finalmente, la evolución de la producción minera
y su efecto sobre el numerario disponible (Bakewell 1971; Garner 1988). Curiosa-
mente el efecto saturador de las propias mercancı́as de flota ha sido relativamente
poco estudiado.5
Los dos siglos de pervivencia de un sistema en apariencia tan poco competitivo y
lleno de problemas como el de las flotas periódicas es algo que ha despertado la
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curiosidad de un buen número de historiadores. La mayorı́a de estudios se centran en


cuestiones polı́ticas e institucionales para explicar la longevidad de la organización
del comercio mediante flotas, destacando entre ellas la presión ejercida por los
propios comerciantes para evitar la introducción de reformas (Stein y Stein 2000,
197!98). Inicialmente los objetivos del sistema fueron dos: servir de defensa ante
posibles ataques piratas y facilitar el cobro de impuestos. Las crı́ticas comenzaron a
aflorar en la segunda mitad del siglo XVII, a medida que otras potencias europeas
iban tomando posiciones en el Caribe. Algunos de los integrantes de la Real Junta de
Comercio de 1679, formada para discutir planes y proyectos dirigidos a revitalizar la
economı́a española, ya consideraban que la organización del comercio transatlántico
mediante flotas era inapropiado e incapaz de frenar el contrabando extranjero. Algo
similar ocurrirı́a en 1705, en plena Guerra de Sucesión, cuando españoles y franceses
formaron la Junta de Restablecimiento del Comercio: los franceses deseaban reformar
el comercio colonial español y que se diera cabida legal a sus compatriotas, pero los
españoles no estaban dispuestos a transigir ante semejantes pretensiones (Dilg 1975,
66!103; Walker 1979, 24!31). El viejo sistema iba a recibir un fuerte impulso con el
Tratado de Utrecht (1713), debido a que el asiento de negros y el navı́o de permiso
concedidos a Gran Bretaña estaban estrechamente asociados a la forma tradicional de
comerciar entre España y América (Walker 1979, 94). Posteriormente varias medidas
administrativas y fiscales adoptadas en 1720, 1725, 1735 y 1754 trataron de subsanar
los problemas de eficiencia del sistema, aunque con poco éxito (Garcı́a-Baquero
1976, 151!65). El funcionamiento del sistema y sus numerosos problemas de retrasos
y falta de flexibilidad han sido extensamente analizados en el marco del reformismo
borbónico del siglo XVIII, cuando su ineficacia fue haciéndose cada vez más patente a
raı́z de la gradual introducción de navı́os de registro.6 Sin embargo, el periodo
anterior a la llegada del primer rey Borbón, o lo que es lo mismo, el comercio colonial
bajo el reinado de Carlos II, el último Austria, ha recibido mucha menos atención por
parte de los historiadores.
Colonial Latin American Review 11
Otro aspecto poco estudiado del comercio colonial bajo el régimen de flotas es el
propio funcionamiento práctico de los intercambios transatlánticos. Este es un
aspecto crucial que en gran medida explica la preferencia de los comerciantes por los
convoyes y los puertos únicos. Para la segunda mitad del siglo XVII, José Marı́a Oliva
Melgar (2004, 54!73; 2005) asegura que el verdadero garante del sistema tradicional
del comercio colonial fue el gigantesco fraude al que se dio cabida: el contenido de los
cajones, fardos, tercios y otros embalajes enviados a Indias no se revisaba, y la inmensa
mayorı́a de las remesas de plata sencillamente no se registraba. En cambio, con una
visión cronológicamente más amplia, Jeremy Baskes (2005) sugiere que el sistema
de flotas periódicas y puertos únicos, más que una forma de obtener beneficios
astronómicos, fue un método efectivo para reducir la enorme incertidumbre propia de
un comercio de larga distancia. De ahı́ que hubiera tanto interés por parte de los
comerciantes en mantener vivo un sistema en apariencia tan poco competitivo.
Embarcando todas sus mercancı́as de una sola vez y cada uno o dos años (en el
siglo XVIII los lapsos entre flota y flota serı́an de hasta cuatro y cinco años), los
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comerciantes españoles (y los extranjeros a través de prestanombres españoles)


lograban regular la volatilidad del flujo de mercancı́as y reducir la incertidumbre del
comercio transatlántico.
Los argumentos de Oliva Melgar y Baskes son en realidad complementarios.
Ambos, sin embargo, prestan escasa atención a la experiencia individual de los
comerciantes. El presente artı́culo pretende explorar las vivencias de los ‘flotistas’
(comerciantes y agentes españoles que viajaban a Nueva España en las flotas) de finales
del siglo XVII con objeto de profundizar en las interpretaciones de Oliva Melgar y
Baskes. El acercamiento a los protagonistas del comercio es importante porque solo ası́
se pueden evaluar tres aspectos cruciales de los intercambios transatlánticos: en primer
lugar el funcionamiento del sistema de flotas desde dentro, en conjunción con la
incidencia del contrabando, el fraude y el comercio intercolonial; en segundo lugar, el
análisis del dı́a a dı́a del comercio permite evaluar el grado de incertidumbre y riesgo al
que los comerciantes se veı́an sometidos, y qué decisiones tomaban al respecto; y, por
último, la lectura de la correspondencia de los propios comerciantes permite acceder
al rico entramado de relaciones sociales sobre los que se sustentaba el comercio, lo
cual sirve de contrapunto a la visión marcadamente corporativa que se extrae de
documentos oficiales de origen gubernamental o consular. En las páginas que siguen
se analizan las funciones que cumplı́an los flotistas, sus negocios, su movilidad dentro
del virreinato, sus redes comerciales y sociales, la información de que disponı́an sobre
el mercado colonial, sus expectativas y planes, y su contacto con la metrópoli mientras
se encontraban en tierras novohispanas. Con ello se quiere contribuir a un mejor
conocimiento de la organización del comercio transatlántico español bajo su forma
más caracterı́stica y duradera, y en su periodo menos conocido.
Una de las razones que explican el relativo desconocimiento de los entresijos
cotidianos del comercio es la descorazonadora escasez de archivos privados. Este
estudio recupera la correspondencia privada de Pedro de Munárriz, comerciante
navarro establecido en Cádiz que, entre 1680 y 1699, viajó a Nueva España en cinco
12 X. Lamikiz
ocasiones. Al regreso del último de esos periplos en otoño de 1702, en plena Guerra
de Sucesión Española (1702!1713), la flota en la que viajaba, pese a contar con la
protección de una escuadra francesa, se vio obligada a dirigirse a Vigo, donde fue
atacada por las armadas inglesa y holandesa (Juega Puig 2001; Kamen 1966). En la
bahı́a gallega los ingleses destruyeron las dieciséis embarcaciones que componı́an la
flota española y se hicieron con diversa documentación perteneciente a comerciantes
y marinos españoles. Entre los papeles decomisados se encontraban 236 cartas que
Munárriz habı́a recibido y contestado entre octubre de 1699 y septiembre de 1701.7
Junto a esta correspondencia inédita también se ha consultado en el Archivo General
de Indias diversa documentación relativa a las flotas del periodo 1670!1702.
Que la flota de 1699 fuera destruida en periodo de guerra y que las cartas de
Munárriz correspondan a dos años, son hechos que suscitan dudas lógicas sobre la
representatividad de la experiencia del comerciante navarro y sus compañeros
flotistas. Carlos II falleció el 1 de noviembre de 1700, y su sucesor, Felipe V, no hizo su
entrada en Madrid hasta febrero de 1701. La noticia de la muerte del rey llegó a
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Veracruz el 3 de marzo de 1701.8 Las fuerzas de la Gran Alianza, lideradas por


Inglaterra y las Provincias Unidas, no declararı́an la guerra a España y Francia hasta
mayo de 1702 (Kamen 1969, 4!11; Pérez-Mallaina 1982, 9!18), pero a comienzos de
junio de 1701 tanto el virrey de Nueva España como los propios flotistas y dueños de
naos se mostraban temerosos por la posible presencia de escuadras inglesas y
holandesas en el Atlántico.9 También lo habı́an estado meses antes de la muerte del
rey, en mayo de 1700, cuando veinte navı́os de guerra ingleses habı́an sido avistados
en el Caribe.10 Estas amenazas consiguieron retrasar el regreso de la flota pero no
parece que alteraran excesivamente el proceder de Munárriz y sus compañeros. Las
comunicaciones con España solo se vieron afectadas a raı́z del comienzo de la guerra
en primavera de 1702.
Aunque no se pueda establecer con total seguridad, los dos años que recogen
las cartas de Munárriz parecen mostrar prácticas comerciales representativas de las
últimas décadas del siglo XVII. Como se verá, este hecho lo sugieren caracterı́sticas
comunes que emanan de la documentación consultada en el Archivo General de
Indias, caracterı́sticas tales como el tiempo de permanencia de las flotas en América y
la poca importancia de la feria de Veracruz.

Flotas, ferias y el Consulado de Sevilla


La segunda mitad del siglo XVII es el periodo menos estudiado del comercio colonial.
Para un primer acercamiento a su organización resulta imprescindible analizar el
papel del Consulado de Cargadores a Indias, con sede en Sevilla, ya que tuvo amplia
capacidad para controlar y manipular el funcionamiento de los intercambios
transatlánticos. En las últimas décadas del siglo el gremio sevillano consiguió, en
numerosas ocasiones, que la flota no partiera anualmente sino con intervalos de dos
o tres años (Lang 1998, 31). En las contadas veces en que hubo flota en años
sucesivos, como en 1670 y 1671, los sevillanos no ocultaron su descontento e hicieron
Colonial Latin American Review 13
todo lo posible para que no volviera a ocurrir. Pero la corona no siempre estuvo
dispuesta a transigir. Por ejemplo, la flota de 1698, del mando del general Juan
Bautista de Mascarúa, fue conocida como ‘la flota de la arena’ porque no hubo
comerciante dispuesto a cargar mercancı́as en ella. El Consulado de Sevilla habı́a
advertido de esta posibilidad al Consejo de Indias, pero de Madrid la respuesta habı́a
sido ‘que pues no habı́a quien cargara, que cargase arena’. Según refiere en sus
memorias el comerciante saboyano residente en Cádiz Raimundo de Lantery, la flota
de 1698 estuvo compuesta por Capitana y Almiranta (ambas galeones de guerra) y
dos ‘navichuelos’ marchantes (Bustos 1983, 328). Lo normal, sin embargo, era que la
flota estuviera compuesta por muchas más embarcaciones. La de 1699, por ejemplo,
la formaron veintidós barcos, entre marchantes y galeones de guerra (Lang 1998,
282). En el último cuarto del siglo XVII la flota partió de España en 1673, 1675, 1678,
1680, 1683, 1687, 1689, 1692, 1695, 1696, 1698 y 1699.
Otra cuestión en la que el Consulado sevillano intercedı́a para defender los
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intereses de sus afiliados era el del tonelaje de la flota. ¿Cuántas toneladas de


mercancı́as debı́an enviarse a Nueva España? El Consejo de Indias, a través de la Casa
de la Contratación, solicitaba al Consulado que señalara el buque de la flota.
Entonces los comerciantes se reunı́an en junta general para acordar un número de
toneladas que requerı́a el visto bueno del Consejo de Indias (Garcı́a Fuentes 1980,
159!61). A diferencia de los intervalos entre flota y flota, donde era el Consulado
quien se mostraba más conservador, a la hora de establecer buque era sin embargo la
corona quien habitualmente tiraba a la baja. A finales de 1677, por ejemplo, el
Consulado de Sevilla solicitó 4,500 toneladas para la flota que tenı́a que salir en
verano del año siguiente, pero el Consejo de Indias concedió solamente 3,000.11 Algo
similar ocurrirı́a con la finalmente cancelada flota de 1685: el Consulado solicitó
4,000 toneladas pero el Consejo de Indias, que inicialmente habı́a concedido 3,000,
finalmente accedió a que fueran 3,600.12 Entre los motivos que explican que los
comerciantes no quisieran enviar flotas de tonelaje más reducido estaba, por un lado,
su temor a que los dueños de navı́os les cobraran fletes excesivos, y, por otro, que al
tratarse de pocas toneladas y fletes caros los cargadores se veı́an obligados a embarcar
artı́culos de lujo, dejando en tierra géneros de menor valor en relación a su volumen,
como vino, aguardiente y aceite.13 En la raı́z de este segundo problema estaba un
hecho fundamental: los comerciantes nunca permitieron que se revisara el contenido
de los fardos, cajones y tercios que embarcaban para América. Hasta 1629 los
impuestos los habı́an pagado sobre el valor declarado de las mercancı́as, lo cual
también habı́a dejado un amplio margen para el fraude (Vila Vilar 1982). Pero a
partir de ese año el control fue aun menor debido a que los impuestos sobre las
mercancı́as pasaron a pagarse por el peso del embalaje, sin atender a su valor (Garcı́a
Fuentes 1980, 79!80; Oliva Melgar 2005, 43!44). Este hecho no solo contribuyó a
reducir considerablemente el tonelaje de las flotas (por la conveniencia de embarcar
artı́culos de lujo) sino que se convierte en un obstáculo prácticamente insalvable para
calcular el valor real de lo embarcado para América.
14 X. Lamikiz
Un logro muy importante del gremio sevillano fue que la corona permitiera que la
inmensa mayorı́a de la plata americana se embarcara fuera de registro (Oliva Melgar
2005, 21!24). Agrupando las cantidades por quinquenios, la Tabla 1 muestra el tesoro
registrado y las remesas que legaron a la metrópoli a bordo de las flotas de Nueva
España en las últimas décadas del siglo XVII. El tesoro registrado (perteneciente tanto
al rey como a particulares) fue disminuyendo en cada quinquenio, reduciéndose en
un 85 por cien para finales de siglo. En marcado constraste, las estimaciones de
Michel Morineau sobre el total del tesoro novohispano, aunque no dibujan una
tendencia clara, sı́ que muestran una enorme discrepancia con los registros de la Casa
de la Contratación. En el quinquenio 1696!1700 lo registrado representaba en torno
al 1 por cien de todos los metales preciosos novohispanos (sobre todo plata) que
llegaban a España.
Es cierto que los datos de Morineau son estimaciones basadas en informes de
consules y en datos publicados en las gacetas holandesas de la época, y que por tanto
no son, tal como el propio autor reconoce, del todo fidedignos. Empleando también
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informes de consules, John Everaert (1973, 902) llega a conclusiones parecidas a las
de Morineau, y afirma que durante los quinquenios del periodo 1671!1700 el tesoro
americano que llegaba a España fue superior a cualquier otro quinquenio del pasado,
superior incluso a los datos máximos recogidos por Earl J. Hamilton (1934, 34!38)
para la última década del siglo XVI. Otros importantes especialistas están de acuerdo
en considerar los datos de Morineau y Everaert mucho más cercanos al valor real de
las remesas americanas que lo que sugieren los datos oficiales de la Casa de la
Contratación (Garcı́a Fuentes 1980, 382; Kamen 1980, 134!40; Oliva Melgar 2005,
36). Aunque la evidencia cuantitativa de mayor peso que corrobora este hecho la
proporciona Francisco de Paula Pérez Sindreu (1990) en su estudio sobre el valor
de los metales preciosos acuñados en la Casa de la Moneda de Sevilla. La Tabla 2
compara los datos de Pérez Sindreu con los valores totales de las remesas (novo-
hispanas y peruanas) proporcionados por Morineau. Si se tiene en cuenta que una
parte del tesoro no llegaba a Sevilla porque era antes ilegalmente transferido a barcos
extranjeros en la bahı́a de Cádiz (Girard 2006, 392!400), entonces los datos de
Morineau no parecen tan exagerados.
Sobre el acusado descenso de la moneda acuñada en el último quinquenio, Pérez
Sindreu (1990, 10) no duda en afirmar que las flotas de finales del siglo XVII ‘traı́an

Tabla 1 Remesas de tesoro novohispano, 1670!1700 (en pesos de 272 maravedı́es)


Quinquenios Tesoro registrado Estimaciones de Morineau

1671!1675 2,798,201 32,182,566


1676!1680 2,040,656 28,000,000/30,000,000
1681!1685 1,285,593 32,100,060/37,100,060
1686!1690 1,282,977 32,000,000/42,000,000
1691!1695 859,096 24,000,000
1696!1700 411,842 36,000,000/48,000,000

Fuentes: Elaboración propia a partir de Garcı́a Fuentes (1980, 535!37) y Morineau (1985, 232!36).
Colonial Latin American Review 15
Tabla 2 Moneda acuñada en Sevilla y remesas totales de tesoro americano, 1670!1700
(en pesos de 272 maravedı́es)
Quinquenios Casa de la Moneda de Sevilla Remesas según Morineau

1671!1675 37,651,452 51,182,566/61,682,566


1676!1680 33,547,797 80,000,000/89,000,000
1681!1685 58,343,276 54,509,037/56,509,037
1686!1690 62,187,197 71,000,000/80,000,000
1691!1695 34,315,388 70,500,000
1696!1700 4,968,704 63,500,000/77,500,000

Fuentes: Elaboración propia a partir de Pérez Sindreu (1990, 331!32) y Morineau (1985, 237).

tesoros tan copiosos como los mejores tiempos de Felipe II, pero en gran parte
consistı́an en barras y piñas que los extranjeros se llevaban en bruto; o venı́an ya
acuñadas en las casas de moneda de América, cuya actividad era cada vez mayor.’
Además, para el caso especı́fico de Nueva España, Peter Bakewell (1971, 259) ha
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constatado una marcada recuperación de la producción argentı́fera a partir de 1670.


Si eludir el registro de la plata fue importante para los comerciantes, no lo fue
menos la supresión del derecho de averı́a en 1660, medida que, según Garcı́a Fuentes
(1979, 254!57), abrı́a un periodo de prosperidad en la Carrera de Indias. A este alivio
impositivo se le añadió otro no menos determinante: a partir de 1668 la labor de
asignar la parte de almojarifazgo correspondiente a cada cargador, que hasta entonces
habı́a recaı́do en los oficiales de la Casa de la Contratación, pasó a estar en manos de
diputados designados por el propio Consulado, con el beneficio de toda la vista gorda
que ello implicaba (Oliva Melgar 2005, 50!51). Una vez en América era labor de estos
diputados electos defender los intereses de los flotistas. Por ejemplo, cuando la flota
comandada por el general Francisco Martı́nez de Granada arribó a Veracruz en
septiembre de 1675, un comisionado del rey, con la ayuda de dos guardas mayores,
fiscal y veedor, puso los navı́os bajo vigilancia ‘para que no saliera ropa sin su licencia
hasta ser reconosida si era de Françia.’ Los tres diputados del comercio intervinieron
inmediatamente para evitar que los fardos y cajones que habı́a traı́do la flota fueran
abiertos. A cambio el comisionado ‘llegó a pedir trescientos mil pessos para su
majestad,’ pero, tras ardua negociación, finalmente el asunto ‘se ajustó en 20 mil
pesos.’14 Desde 1682 los flotistas, a través de sus diputados, pagaron 12,000 pesos para
que ‘en la Real Aduana desta ciudad [de México] ni en las demás partes desta Nueva
España no se les abran ni registren los fardos de mercadurı́as que yntroduxeren
en ella.’15
No cabe duda de que la intervención del Consulado de Sevilla repercutı́a muy
favorablemente en los intereses de los comerciantes. Mayor control sobre los
intercambios se traducı́a en menos gastos y menor grado de incertidumbre para
los participantes en el comercio. Sin embargo, ni la mano del Consulado llegaba a
todas partes ni todas las actividades de los comerciantes ocurrı́an al abrigo de su
gremio. Esta es una realidad que no se ve reflejada en la historiografı́a. En su lugar, los
historiadores presentan una imagen excesivamente corporativa y simplificada de la
16 X. Lamikiz
organización de los intercambios transatlánticos. Junto con la falta de archivos
privados, dos son los aspectos que más han contribuido en este sentido: en primer
lugar los paralelismos apreciados entre el Consulado de Sevilla y las compañı́as
monopolı́sticas noreuropeas del mismo periodo; en segundo la idea de que los
intercambios entre flotistas y americanos se efectuaban sistemáticamente en una feria
celebrada en tierras novohispanas.
La primera tiene su origen en el clásico estudio de Clarence Haring (1918, 137).
Según el historiador norteamericano, a través del Consulado los comerciantes
sevillanos podı́an controlar ‘the character and size of outbound cargoes, and dictate
prices at will. In practice, if not in theory, they resembled the exclusive trading
companies of the same period in England and Holland.’ Esta interpretación continúa
gozando de buena salud. En el importante trabajo que desdice la idea de que el
comercio transatlántico español padeciera durante la segunda mitad del siglo XVII la
crisis que tradicionalmente se le ha atribuido, José Marı́a Oliva Melgar afirma que los
comerciantes andaluces difı́cilmente podı́an ver con buenos ojos la creación de una
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compañı́a privilegiada que canalizara el comercio con las colonias americanas. ‘¿Para
qué más compañı́as monopolı́sticas que la que constituı́a el propio Consulado?,’
concluye el historiador español (2005, 69). Sin duda la acción corporativa del
Consulado beneficiaba al conjunto de cargadores sevillanos, pero es importante
recordar que el comercio con América lo efectuaban centenares de comerciantes a
tı́tulo individual. Eran ellos quienes corrı́an los riesgos del comercio transatlántico,
no el Consulado que los representaba. En otras palabras, conocer los oscuros manejos
del Consulado no equivale a conocer el funcionamiento del comercio. Este hecho,
aunque obvio, tiende a olvidarse con frecuencia.
La visión corporativa también ha contribuido a simplificar en exceso las actividades
de los comerciantes peninsulares en Nueva España. ¿Dónde y cómo vendı́an los
flotistas sus mercancı́as? Aunque con anterioridad al siglo XVIII es relativamente poco
lo que se sabe sobre este tema, de la historiografı́a emana una imagen de clara
rivalidad entre peninsulares y americanos. Desde la década de 1560 y durante buena
parte del XVII parece que los flotistas, pese a tener libertad para vender donde les diera
la gana, se desplazaban a la Ciudad de México para celebrar una feria. Según José
Joaquı́n Real Dı́az (1959, 9), el inminente viaje de regreso de la flota impedı́a a los
comerciantes peninsulares ‘perderse por la intrincada geografı́a americana, vendiendo
poco a poco sus consignaciones’. Ello les dejaba en situación de debilidad ante los
grandes comerciantes mexicanos, a quienes el control sobre la producción argentı́fera
del virreinato no solo permitı́a realizar grandes compras de mercancı́as europeas sino
también presionar a los presurosos flotistas para que vendieran sus mercancı́as
a precios más bajos (Valle Pavón 2006, 46!48). En 1683 la corona determinó que
flotistas y mexicanos celebraran una feria en Veracruz. Antes de la apertura de la feria
los diputados de ambos comercios debı́an reunirse para negociar los precios de las
mercancı́as (174 artı́culos en total), y a continuación se esperaba que todos los
comerciantes se adhirieran a lo acordado. Este método se venı́a empleando en el Istmo
de Panamá desde el siglo XVI con objeto de facilitar los intercambios entre
Colonial Latin American Review 17
peninsulares y peruanos (Loosley 1933), y la corona confiaba en que un arreglo similar
agilizarı́a los intercambios en Nueva España. Pero las negociaciones fracasaron y los
flotistas no tuvieron más remedio que subir a México para vender sus mercancı́as
(Bernal 1992, 224!26; Real Dı́az 1959, 11). La siguiente mención de feria fracasada es
de 1706, cuando en plena Guerra de Sucesión la corona volvió a insistir en que los
intercambios tuvieran lugar en Veracruz. Según Iván Escamilla (2003, 55), la falta de
acuerdo dejó a los flotistas ‘a merced de los almaceneros de México.’ Nunca exenta de
problemas, a partir de 1718 la feria de la flota pasó a celebrarse en Jalapa, a medio
camino entre Veracruz y la Ciudad de México (Real Dı́az 1959; Stein y Stein 2003,
127!35; Walker 1979, 114!19). Los abundantes estudios que analizan las contro-
vertidas ferias de este último periodo han contribuido a forjar la idea de que antes
de 1718 las ferias de Nueva España también se celebraban en un lugar fijo y en
condiciones similares.
En realidad los intentos de 1683 y 1706 de celebrar feria en Veracruz fueron
excepciones. El de 1683 habı́a estado motivado por la salida tardı́a de la flota (habı́a
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partido en febrero de 1683 en lugar de junio del año anterior) y por los deseos de la
corona de un pronto regreso. Fue por ello que al virrey de Nueva España se le habı́a
ordenado que ‘tenga dispuestos a todos los comerçiantes de México para que luego
que aya llegado [la flota] vajen a la Beracruz a çelebrar la feria.’16 En toda la
segunda mitad del siglo XVII fueron esta flota y las de 1650 y 1656 las únicas que
permanecieron en el puerto de Veracruz durante tres meses escasos. Lo habitual era
que la flota llegara a América en septiembre u octubre y que regresara a España entre
abril y julio del año siguiente, aunque hubo casos en que la estancia se alargó hasta
dos y tres inviernos. La media de permanencia en Veracruz de las catorce flotas del
periodo 1670!1702 fue de algo más de doce meses (Morineau 1985, 279!82). Es
decir, los flotistas tuvieron tiempo no solo para negociar en Veracruz sino para
adentrarse en el virreinato novohispano con relativa holgura.
Pero Veracruz no era del gusto de los flotistas. Por un lado estaba el problema de su
insalubridad. A la llegada de la flota de 1699, por ejemplo, los recién llegados
padecieron los estragos de un brote epidémico de ‘vómito negro,’ el nombre con el
que se conocı́a a la fiebre amarilla. ‘Sin frı́o ni calentura a los tres dı́as morı́a el que le
dava este accidente,’ escribió desde Veracruz el almirante de la flota.17 Igualmente,
Raimundo de Lantery se lamentarı́a en sus memorias del fallecimiento de su hijo
Bernardo y de cerca de mil personas más a consecuencia de aquel vómito negro
(Bustos Rodrı́guez 1983, 341).
Junto a la insalubridad, la otra razón que desaconsejaba hacer negocios en Veracruz
era puramente económica. En julio 1695, el rey, informado de que las últimas flotas
enviadas a Nueva España habı́an transportado ‘creçidas cargazones,’ se mostró
preocupado por lo poco que se habı́a recaudado en el puerto de Veracruz en concepto
de almojarifazgo. Los oficiales del puerto novohispano fueron reprendidos y al virrey
se le encomendó la tarea de averiguar lo que ocurrı́a. Las pesquisas mostraron dos
cosas: primero que los avalúos realizados en Cádiz eran muy inferiores al valor real
del cargamento de la flota, y segundo que Veracruz no era el lugar donde se realizaban
18 X. Lamikiz
las ventas. El 14 de noviembre de 1695, seis semanas después de la llegada de la flota
del general Ignacio de Barrios al puerto de San Juan de Ulúa, se tomó declaración a
dos corredores de lonja y tres comerciantes vecinos de Veracruz. Se les preguntó si
habı́an vendido o comprado alguna de las mercancı́as de la flota, y, en caso de haberlo
hecho, a qué precios y a qué personas. Los cinco declararon que a los flotistas no les
interesaba vender sus mercancı́as en Veracruz sino conducirlas a ‘la Puebla y México y
demás partes deste Reyno como lo an acostumbrado en las flotas antezedentes a ésta,
por pareserles les a de tener mexor quenta.’18 Los declarantes también aseguraron que
hacı́a muchos años que los flotistas pasaban de largo ‘sin celebrar la feria en esta
ciudad.’19 Lo mismo afirmarı́an en 1697 los diputados del comercio de España con
motivo de los intentos del arrendador de la alcabala de cobrar a los flotistas por
ventas que no se realizaban en Veracruz. Según los diputados, en Veracruz no se
celebraba feria, ‘sirbiendo solo aquel puerto de descargar y tránsito para las tres
principales ciudades del Reyno.’20 Es decir, en las últimas décadas del siglo XVII los
flotistas no se limitaban a vender sus mercancı́as en una única feria de flota celebrada
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a pie de puerto. En su lugar preferı́an adentrarse en el virreinato y dirigirse a ciudades


como México, Puebla de los Ángeles y Oaxaca, donde, como se verá, las ventas se
efectuaban de distintas maneras.

Los flotistas
En su estudio sobre los comerciantes de la Ciudad de México en la primera mitad del
siglo XVII, Louisa Hoberman (1991, 48!50) afirma que los mexicanos tomaban parte
muy activa en el comercio transatlántico y que muy a menudo actuaban como agentes
de sus corresponsales en España. Sin embargo Hoberman no menciona que muchos
de los cargadores en Veracruz no eran vecinos de Nueva España sino flotistas. No cabe
duda de que sucesivos priores del Consulado de México, como Andrés de Acosta y
Gonzalo Sánchez de Herrera, actuaron como agentes para comerciantes sevillanos,
embarcando plata, grana, palo brasilete y otras mercancı́as para España. Pero esa
misma labor también la cumplı́an los comerciantes peninsulares que llegaban a
tierras novohispanas a bordo de la flota. Lo cierto es que es muy difı́cil determinar con
exactitud el grado de participación de unos y otros en los intercambios transatlánticos.
Por un lado está el problema del ingente volumen de documentación de los registros
de las flotas, y, por otro, el hecho de que los registros no dejan conocer ni el contenido
ni el valor real de las mercancı́as embarcadas. No obstante, las licencias de pasajero
concedidas a comerciantes y el registro de un navı́o de flota permiten realizar un
cálculo orientativo de participación.
El navı́o marchante Nuestra Señora de los Dolores, de 365 toneladas de porte, fue
una de las veintidós embarcaciones que formaron la flota de 1699. Su cargamento de
ida estuvo dividido en 179 partes, cada una de ellas formada por uno o varios
embalajes.21 Las mercancı́as fueron embarcadas por 104 individuos vecinos de
Andalucia (sobre todo de Sevilla y Cádiz), de los cuales 49 se disponı́an a viajar a
América en ese u otro navı́o. La propiedad de las mercancı́as no aparece especificada
Colonial Latin American Review 19
en todos los casos, pero cuando lo hace la parte perteneciente a vecinos de América es
mı́nima. Pero son los nombres de los consignatarios de las mercancı́as en Veracruz los
que realmente arrojan luz sobre la naturaleza de las redes comerciales transatlánticas.
Las mercancı́as iban dirigidas a 123 individuos que habrı́an de recibirlas en Veracruz
en calidad de primeros consignatarios. De ellos, 63 eran comerciantes vecinos de
Andalucia con licencia para viajar a América (es decir, flotistas), 13 eran vecinos de
Nueva España, y el resto eran capitanes, oficiales y, sobre todo, maestres empleados
en los navı́os de la flota. Una vez llegados a Veracruz, los 63 flotistas iban a recibir el
cargamento equivalente al 70 por cien del registro de Nuestra Señora de los Dolores.
Entre flotistas y tripulantes el portentaje ascendı́a a 90 por cien.
Por supuesto, estos datos han de ser tratados con mucha cautela. Además, aunque el
navı́o en cuestión ha sido elegido al azar, está claro que su representatividad es muy
cuestionable. Pese a todos los datos de Nuestra Señora de los Dolores son consistentes
con la imagen que transmiten numerosos testimonios y documentos oficiales de la
época: el grueso del comercio entre España y Nueva España se realizaba por inter-
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mediación de comerciantes peninsulares que viajaban en la flota. La correspondencia


de Pedro de Munárriz corrobora esta idea. A esto se le unı́a el hecho de que eran
‘muchos los estrangeros mercaderes y corredores con plaza de soldados y artilleros’
que se embarcaban en las flotas y que también cumplı́an labores de intermediación.22
La fuerte presencia de flotistas y la relativa baja participación de los mexicanos no
era fruto de la casualidad sino del grado de incertidumbre e incentivos asociados al
comercio de larga distancia. Además de las flotas, los mexicanos podı́an surtirse tanto
de los tejidos que llegaban en el galeón de Manila como del contrabando extranjero
que entraba en el virreinato; comprar mercancı́as en España, personalmente o por
medio de agentes, era una posibilidad que no les estaba vetada pero que entrañaba un
alto grado de incertidumbre que no les era imprescindible padecer. Podı́an
sencillamente esperar a que la flota llegara a Veracruz para realizar sus compras.
En cambio, los comerciantes del Consulado de Sevilla no tenı́an más remedio que
participar en la Carrera de Indias si querı́an comerciar con Nueva España. Algunos lo
hacı́an a pie quieto, desde sus casas; otros optaban por cruzar el Atlántico. Ası́, el
número de flotistas que se embarcaban para Nueva España variaba con cada flota. En
1680 fueron 78 las licencias concedidas a comerciantes; en 1689 fueron 67; y en 1699,
en la flota del general Manuel de Velasco y Tejada, fueron 140.23 Estas cifras, sin
embargo, no son del todo exactas. Por ejemplo, en octubre de 1699, tres meses
después de la partida de la flota de ese año, la Casa de la Contratación elaboró una
lista de todos los pasajeros que habı́an pasado a Nueva España: entre ellos habı́a 158
comerciantes en lugar de 140.24
Las licencias para pasar a Indias recogen información de gran interés para conocer
más de cerca a los flotistas. Éstos cruzaban el Atlántico en condición de cargador
(dueño de las mercancı́as), factor (como agente a cargo de mercancı́as pertenecientes
a otros comerciantes) o cargador-factor (combinando ambas funciones). Por ejemplo,
49 por cien de las 140 licencias de 1699 fueron concedidas a factores, 44 por cien a
cargadores, y 7 por cien a cargadores-factores. En cuanto a su estado civil, 47 por cien
20 X. Lamikiz
de los flotistas de 1699 eran hombres casados, y, como tal, cada uno de ellos requirió
permiso expreso de su esposa para ausentarse del hogar. En julio de 1699 Leonor
Francisca López del Clavo, esposa de Pedro de Munárriz, afirmaba que su marido tenı́a
‘diferentes negocios y dependencias’ en Nueva España que requerı́an su presencia, y
por ello le otorgaba ‘permisso y lizencia’ para que ‘reçida [en Indias] el tiempo que
fuere nesesario hasta la concluçión de dichas dependencias.’25 En realidad la ley
concedı́a un plazo de tres años para que los flotistas casados regresaran al hogar.

La correspondencia novohispana de Pedro de Munárriz


Munárriz llegó a Veracruz el 6 de octubre de 1699 a bordo del Santo Cristo de San
Román, uno de los navı́os que componı́an la flota del general Velasco. Con Munárriz,
que llegaba en condición de cargador, viajaban su cuñado Vicente Ros de Ysava,
maestre del navı́o, y su amigo Antonio de Eléxaga, comerciante vecino de la Puebla de
los Ángeles. Pocas semanas más tarde, tan pronto recibió las mercancı́as que habı́a
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traı́do consigo (cera, hilo, papel y ropas), Munárriz se desplazarı́a a Puebla, donde iba
a residir en casa de Eléxaga hasta comienzos de septiembre de 1701. Aunque era allı́
donde pretendı́a vender el grueso de sus mercancı́as, una vez instalado Munárriz no
perdió ocasión para acceder a otros mercados novohispanos gracias a una extensa red
de contactos que le mantuvieron informado. En los casi dos años que pasó en Puebla
Munárriz recibió al menos 216 cartas de 42 correspondientes y conservó las copias de
20 cartas enviadas por él mismo. La lectura de estas misivas permite conocer de
primera mano la experiencia de los flotistas en Nueva España.
De toda la correspondencia de Munárriz solo cinco cartas están fechadas en España
(cuatro en Cádiz y una en San Sebastián), y únicamente dos de las veinte copias de sus
propias cartas habı́an sido enviadas al otro lado del Atlántico, ambas al comerciante
gaditano Juan Lamberto. El resto, 229 cartas, están fechadas en nueve localidades
americanas: Ciudad de México (96 cartas), Veracruz (83), Puebla de los Ángeles
(24, aunque 18 son copias de las escritas por él mismo), Oaxaca (18), Campeche (3),
San Luis Potosı́ (2), Guatemala (1), Pachuca (1) y Guaxuapa (1). El número de cartas
recibidas de cada uno de esos lugares es un buen indicador de dónde se concentraba la
atención de Munárriz. Naturalmente la Ciudad de México era de largo el principal
mercado del virreinato. Munárriz contaba allı́ con diecinueve correspondientes,
aunque eran los flotistas Francisco Ferrari (30 cartas), Juan Antonio Padilla y Zavala
(14), Pedro Chapore (12) y Francisco Moreno Mañara (10) quienes más le escribieron.
Veracruz, en cambio, era el puerto en el que agurdaban los navı́os de la flota para el
regreso a España y el lugar al que llegaban noticias tanto de la propia España como de
diferentes lugares de América. Desde Veracruz era Ysava, su cuñado (a quien Munárriz
llamaba hermano y el único correspondiente que le tuteaba en sus cartas), quien
le escribı́a casi semanalmente (71 cartas). Los demás contactos de Veracruz eran o bien
comerciantes de paso como Juan Antonio Padilla (que habı́a llegado a Veracruz
procedente de Guatemala y seguı́a camino para la Ciudad de México), o bien
tripulantes de la flota como el capitán Cosme Antonio de Montagudo o el médico
Colonial Latin American Review 21
Pedro Pizaño (ambos muy involucrados en el comercio). La otra ciudad colonial de
importancia con la que Munárriz mantuvo correspondencia regular fue Oaxaca,
capital de la región más importante en el cultivo de la cochinilla. Allı́ su principal
corresponsal para la compra de grana era el también navarro Miguel de Ylundayn
(7 cartas).
La circulación del correo dentro del virreinato no estaba exenta de problemas. Las
cartas de Puebla tardaban tres dı́as en llegar a Veracruz (62 leguas).26 De Puebla a
México (22 leguas) el correo podı́a tardar de tres a once dı́as.27 De Oaxaca a Puebla
(63 leguas) de siete a quince dı́as.28 Pero a menudo las cartas se retrasaban mucho más.
Por ejemplo, en octubre de 1700 Miguel Ylundayn desde Oaxaca decı́a haber recibido
carta de Munárriz fechada un mes antes.29 Otras veces las cartas simplemente se
perdı́an en el camino. También en octubre de 1700, Ysava decı́a estar espantado de que
‘me digas no as rezevido carta mı́a desde 31 de agosto haviéndose escrito en cinco
ocasiones sin ésta’.30 En marzo de 1701, ante la desaparición de más cartas, Ysava
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trataba de calmar el enfado de Munárriz asegurándole que ‘si se pierden las cartas yo
no tengo la culpa.’31
Es importante subrayar que entre los correspondientes de Munárriz habı́a un gran
número de vecinos de Nueva España. De las licencias concedidas a flotistas y de
la lectura de las cartas de Munárriz se deduce que solamente 15 de las 37 personas
que le escribieron desde dentro del virreinato habı́an llegado en la flota. Para los
comerciantes peninsulares la colaboración con colegas novohispanos era de suma
importancia. A cambio Munárriz ponı́a sus contactos en España a disposición de sus
amigos novohispanos. Por ejemplo, la grana de Diego Piñera, vecino de Oaxaca, la
vendı́an en Cádiz los amigos de Munárriz por un 2.5 por cien de comisión.32
El entendimiento entre Munárriz y sus amigos novohispanos se habı́a venido
fraguando desde su primera visita a Nueva España en 1680. Posteriormente Munárriz
habı́a regresado en 1683, 1687 y 1689.33 Ahora, en 1699, Munárriz contaba con 44
años de edad y con mujer e hijos en Cádiz. En realidad este último periplo lo habı́a
promovido la pura necesidad. ‘Siento que atrasos le ayan motibado a v[uesa]
m[erced] el bolver a navegar,’ le escribirı́a un vecino de Oaxaca en enero de 1700.34
Las cartas de Munárriz son una fuente única para conocer los entresijos del comercio
transatlántico bajo el régimen de flotas.

Los negocios de los flotistas


Nada más llegar a Puebla, Munárriz comprendió que el dinero que algunos
comerciantes locales le debı́an (por mercancı́as llegadas en flotas anteriores) no iba
a ser fácil de cobrar. Desde Veracruz Ysava le decı́a que lo mejor era pasar página:
‘Veo el mal estado de tus dependenzias y nunca yze juzio de otra cosa, y no ay que
apurar el entendimiento en eso pues no tiene remedio, olvidar es lo mexor.’35 Al igual
que todos sus colegas flotistas, Munárriz debı́a ahora centrarse en vender las
mercancı́as que habı́a traı́do consigo.
22 X. Lamikiz
En la correspondencia hay numerosas referencias a las ferias de las principales
ciudades novohispanas, aunque era la de la Ciudad de México la que tenı́a mayor
influencia. Por ejemplo, en febrero de 1700 Ysava envió a Puebla 103 arrobas de papel
y 81 arrobas de cera para que Munárriz se encargara de su venta, pero también le
pedı́a a éste que ‘siempre que tuvieras ocazión me havisarás del estado de la feria.’36
Un mes más tarde informaba de la venta en Veracruz de 24 marquetas de cera
‘a prezio de feria, como bendiere en México [el flotista] don Juan de los Reies
Esquivel.’37 El precio de la feria de la Ciudad de México era un referente para todos
los comerciantes del virreinato. Cuando Munárriz encargó a Ysava que comprara 12
zurrones (108 arrobas) de grana con tiempo para la regreso de la flota, éste aseguraba
que ‘ninguno quiere dar por 90 ni por 96 pesos [por zurrón] ni tampoco a prezio de
feria.’38 Tres dı́as más tarde Ysava acordó con un comerciante local la compra de la
grana ‘a como se abriere la feria, ni al más caro ni al más vaxo precio, sı́ al del
medio.’39 Es decir, ahora Ysava se estaba referiendo a la feria que parecı́a iba a
celebrarse justo antes de la salida de la flota. Una semana después decı́a ‘todavı́a no se
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ha havierto [la feria] aunque tengo notizias que algunos an comprado desde 95 asta
98 [pesos por zurrón de 8 arrobas], pero no cossa que haga feria.’40 De sus palabras se
deduce que la feria, al menos en Veracruz, tenı́a que declararse oficialmente. Ysava
finalmente compró la grana, y dı́as más tarde, a finales de agosto de 1700, la embarcó
en la flota del general Mascarúa (‘la flota de la arena’ que habı́a llegado a Veracruz en
octubre de 1698). Pero, incluso después de partir Mascarúa, Ysava aún no sabı́a el
precio exacto que tenı́a que pagar por la grana sencillamente porque no se habı́a
celebrado feria. Para conocer el precio final, él y el vendedor quedaban a la espera de
que se abriera feria a la salida de la flota del general Velasco.
La correspondencia de Munárriz muestra con gran nitidez tanto los ritmos del
mercado colonial como las enormes dificultades para vender las mercancı́as de flota.
A finales de noviembre de 1699, los flotistas fueron llegando poco a poco a la Ciudad
de México con sus mercancı́as. A comienzos de diciembre ya estaban listos para
empezar a negociar. Munárriz, que se hallaba en la Puebla de los Ángeles, recibió desde
la capital del virreinato los precios de varios artı́culos. Un horrorizado Francisco
Moreno Mañara aseguraba que las bretañas menudeadas se estaban vendiendo a 31
reales, los ruanes a 6 ½ y las creas a 5 ½. Estos precios eran ‘los que an empessado a
bender algunos a precios de feria, de lo qual no me espanto pues nosotros mismos
damos la ropa para que nos hagan mal y no escarmientan con exemplares de otros
viajes.’41 En enero de 1700, el flotista Pedro Chapore informaba, también desde la
Ciudad de México, que ‘en quanto a el estado de la feria de esta ciudad bamos bien a
Dios gracias, menos los liensos y hilos, picotes y lamparillas, que los ruanes no quieren
llegar a seis reales, bretañas buenas menudeadas apenas llegan a treinta reales, olanes
no passan de catorce pesos contra echos, ni estopillas ni encaxes trensilla ni abujero
no ay quien los pida,’ y aseguraba que no se ofrecı́a otra cosa ‘más que vender y
arrepentirse.’42 Dos semanas más tarde las cosas iban a empeorar notablemente. La
llegada de la nao de China a Acapulco consiguió congelar las ventas en la Ciudad de
México, ‘de forma que no ay hombre que entre por puerta de nadie.’43 Chapore ponı́a
Colonial Latin American Review 23
sus esperanzas en unos rumores que hablaban de tres navı́os que estaban siendo
aprestados en el Perú con rumbo a Acapulco. De otra manera, decı́a Chapore, habı́a
‘mui malas esperansas.’ En abril las cosas seguı́an igual. ‘En esta ciudad,’ decı́a ahora
Chapore, ‘oy no bende si no es el que se quiere aorcar.’44 La alternativa de adentrarse
en el virreinato no parecı́a muy atractiva porque, tal como advertı́a Manuel Casado
desde México, de tierra adentro ‘todos buelben perdidos.’45
Las ventas se aceleraban a medida que se acercaba la fecha prevista para el regreso
de la flota, pero la confirmación de una nueva invernada conseguı́a enfriar el ánimo
tanto de los compradores como de los propios flotistas. En abril de 1700 Ysava
le advertı́a a Munárriz que ‘si acasso se declare nuestra ynbernada suspenderás la
venta.’46 La invernada se confirmarı́a al mes siguiente cuando llegaron noticias de la
presencia de ‘20 navı́os de guerra ingleses que aguardaban a las dos flotas.’47
En España no tuvieron noticia de la llegada de la flota a Veracruz en 6 de octubre
de 1699 hasta que el aviso capitaneado por Miguel de Arburu entró en la bahı́a
gaditana el 9 de marzo de 1700, es decir, cinco meses más tarde. La respuesta de los
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gaditanos no partirı́a hacia América hasta finales de abril. Las cartas que habı́a de
recibir Munárriz dejan entrever importantes caracterı́sticas del comercio transat-
lántico bajo el régimen de flotas. Los amigos gaditanos de Munárriz aseguraban estar
dispuestos a ayudar a su esposa en todo lo que pudiera necesitar. Juan Francisco de
Fuentes, por ejemplo, decı́a haberle ‘ofrecido el dinero que uviesse de menester, y le e
dado alguno, lo qual continuaré cada y quando lo pidiere.’48 El mismo ofrecimiento
le hacı́a el importante comerciante vasco Andrés Martı́nez de Murguı́a (Carrasco
González 1997, 48).49 Sus contactos de Cádiz, sin embargo, apenas incluı́an inform-
ación comercial en las cartas, ni siquiera preguntas sobre el estado del mercado
novohispano. Igualmente, tampoco Munárriz se preocupaba de enviar información a
España sobre las caracterı́sticas de la demanda colonial. Se limitaba a informar
escuetamente sobre el penoso discurrir de los negocios debido a la saturación del
mercado y a la falta de numerario.50 La única referencia a precios de la otra orilla del
Atlántico la daba Ysava en abril de 1700, cuando le decı́a a Munárriz que ‘la grana
dizen que subió a 100 ducados en España.’51 Esta situación contrasta marcadamente
con el ingente flujo de información comercial que habı́a de cruzar el Atlántico en la
segunda mitad del siglo XVIII, cuando la mayor frecuencia de los registros sueltos
sustituyó a los ritmos periódicos de las flotas (Lamikiz 2007, Lamikiz 2010, 95!115).
El segundo correo de España llegarı́a a bordo de una urca de azogues el 15 de julio de
1700. Su capitán era conocido de Ysava y Munárriz y traı́a, según informaba el propio
Ysava, ‘cartas en su papelera de tu cassa y la mı́a y que todas las familias quedavan
buenas y el pan, vino y carne baratos.’52
En noviembre de 1700, cuando ya habı́a transcurrido más de un año de la llegada de
la flota del general Velasco, a Munárriz le llegaron rumores de que en la Ciudad de
México se habı́an efectuado algunas ventas de consideración. Dı́as más tarde era Juan
Antonio de Padilla quien le aseguraba que en realidad se habı́a realizado una sola venta
‘según la bos que corre, que es de cantidad de 19 mil pesos entre el diputado [del
comercio] don Balthasar Franco y Landetegui, y los más son texidos y bien
24 X. Lamikiz
estraordinarios en los presios.’53 Padilla estaba dispuesto a enviarle los precios a
Munárriz, pero también le advertı́a que en la venta de Franco habı́a gato encerrado.
Según algunos rumores el negocio se habı́a efectuado con el único objetivo de animar
a otros comerciantes de la tierra. Padilla aseguraba que todo estaba parado, ‘y si a
v[uesa]m[erced] le disen otra cosa le engañan, porque yo todos los dı́as no tengo mas
ofisio que pasear en casa de los amigos y beo quanto pasa.’54 No obstante entre los
flotistas también habı́a quien conservaba un punto de optimismo. Pese a que las ventas
seguı́an paradas, Moreno Mañara tenı́a ahora ‘muy buenas esperanzas de lograr
rasonables prezios en los géneros corrientes respecto de yrse en ellos reconosiendo
falta y cada dı́a estar entrando porziones de plata.’55 Dı́as más tarde continuaba
afirmando que las ventas eran pocas, pero reconocı́a que ‘es verdad todos estamos ya
en el último terzio y algunos aviados del todo.’56 A finales de 1700 Moreno Mañara
veı́a muy posible que la flota regresara a España hacia mayo del año siguiente. Sin
embargo, una vez más la llegada del galeón de Manila a Acapulco (de frecuencia anual)
estaba apunto de trastocar todos los planes. ‘No ai novedad que avisar a vm,’ decı́a
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Francisco Ferrari desde la Ciudad de México, ‘si solo lo que ya será biejo pallá que es la
nao de China con cuya venida se quedará esto más muerto de lo que estaba.’57
Cuando llegó mayo de 1701 las ventas de los flotistas aún no habı́an adquirido
mejor cariz. Chapore afirmaba que ‘están estos caballeros de la tierra aguardando a el
tiempo forsoso para lograr la suya como la lograron con lo pobres chinos en
Acapulco, que ban destruidos.’58 Según Chapore, muchos flotistas iban a verse
obligados a quedarse en Nueva España sin poder regresar a España ‘por no poder
conseguir aquellos pressios equibalentes a salir de sus enpeños.’59 Otro flotista, Joseph
Sibaute, afirmaba que ‘esto está tan muerto que no parese corte sino aldea.’60 Las
ventas no empezaron a agilizarse en la capital hasta julio de 1701, y solo porque
comenzaron a circular fuertes rumores de que la flota saldrı́a a finales de agosto a más
tardar. Estas noticias animaron a los compradores. Fue Pedro de Padilla, hermano de
Juan Antonio, quien le dio la buena nueva a Munárriz: ‘aunque asta ahora a estado
todo muerto parese que se enpiesan a menear celebrando ventas, si bien con algún
jénero de quemasón. Yo imajino que aunque invernara la flota no avı́an de comprar
sino de essa manera.’61
Mientras sus corresponsales en la Ciudad de México se desesperaban para cerrar
tratos, a Munárriz las cosas parecı́an irle algo mejor en la Puebla de los Ángeles. En
mayo de 1701, Moreno Mañara decı́a haber ‘oydo se halla vm aviado en ventas; me
alegraré sea tanbién en cobranzas. Yo tendré treinta mill pesos en ser, y me deben
algunos reales. Ya no ay paziençia para tolerar viaje tan penoso.’62 Las palabras de
Moreno Mañara muestran uno de los grandes problemas al que se enfrentaban los
flotistas: las ventas a crédito. Francisco Ferrari decı́a estar ‘tan aflixido en no saber qué
aserme pues de España me escriben mis ynteresados les remita todo quanto pudiere
en las primeras naos de banderas que salieren . . ., y no aver bendido más de las dos
partes de lo que e traı́do y allarme ahora tan apurado sin poder cobrar nada para
poder haser mis remisiones.’63 Pese a todo, las ventas de Ferrari debieron ser
considerables porque decı́a disponer de 50,000 pesos listos para remitir a España.
Colonial Latin American Review 25
Quedaba también el recurso de enviar mercancı́as a otros lugares del virreinato,
aunque para ello era necesario disponer de un buen número de corresponsales. Por
un lado estos contactos informaban sobre los precios corrientes de las distintas
mercancı́as que habı́an llegado en la flota. A Munárriz fueron sobre todo Francisco
Moreno Mañara, Francisco Ferrari, Pedro Pizaño y Leandro de la Vega quienes le
mantuvieron al tanto de los precios que corrı́an en la Ciudad de México. Desde
Oaxaca era Miguel de Ylundayn quien informaba regularmente del precio de la grana.
Disponer de una red de corresponsales también permitı́a utilizar libranzas o letras de
cambio para completar pagos y cobros sin necesidad de enviar dinero con arrieros.
Igualmente, una buena red de corresponsales facilitaba la circulación y reparto de las
cartas que llegaban de España. Muchos flotistas venı́an con idea de dirigirse a alguna
de las principales ciudades novohispanas, pero por motivo de negocios acababan
viajando por el virreinato con frecuencia. Ello dificultaba que sus familiares, amigos y
contactos en España supieran adónde debı́an dirigir sus cartas. Desde la Ciudad de
México, por ejemplo, Manuel Casado encargaba a Munárriz que ‘si hubiere cartas de
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España por allá para mı́ me las remita vm o noticias de mi casa.’64


Munárriz vendı́a sus mercancı́as por sı́ mismo y por medio de amigos que hacı́an
las veces de agentes. También recurrı́a a jovenes comerciantes que estaban dispuestos
a viajar por el interior del virreinato. Tras tomar prestadas varias mercancı́as de
Munárriz, Pascual de Agesta se habı́a dirigido a la Ciudad de México. Viendo que allı́
las ventas no pintaban nada bien, en julio de 1700 Agesta decidió salir de viaje hacia
el norte con algunos amigos. Primero se dirigió a San Luis Potosı́, donde tuvo poca
suerte ‘por caussa de haver en la d[ic]ha ciudad muchos mercaderes con ropa y allarse
mui cortto de platta y no aber salida de cossa ninguna y por esttar los jéneros muy en
baxos precios.’65 Su plan era continuar más al norte, hacia alguna mina de Charcas,
para ver ‘si le puedo dar salida a mis jéneros y azer reales aunque sea a ttrueque de
platta en pastta para bolberme a la Puebla de los Ánjeles a tiempo que benga navı́o de
China.’66 Algunas semanas más tarde aún seguı́a en San Luis Potosı́ sin haber vendido
nada, por lo cual pedı́a de plazo hasta navidades para saldar la deuda con Munárriz.
En febrero de 1701 Agesta regresó a la Ciudad de México pasando por Guanajuato en
compañı́a de un paisano suyo. De allı́ el siguiente destino fue Acapulco. De regreso de
Acapulco, Agesta escribı́a a Munárriz que lo cobrado por algunas ventas efectuadas en
Guanajuato lo habı́a empleado en comprar mercancı́as de China que habı́a enviado
de nuevo a Guanajuato, y que otros 200 pesos se los habı́a entregado a su primo, el
flotista Felipe de Agesta, para que los cargara en la cuenta corriente de Munárriz.
Agesta aseguraba que harı́a todo lo posible por saldar la deuda ‘sin que aiga falta
alguna para el despacho [de la flota].’67
El problema de deudores como Agesta era que, en la medida de lo posible, habı́a que
estar ojo avizor con ellos. La correspondencia mercantil de época moderna no
solamente servı́a para facilitar la circulación de información sobre precios y mercados.
Igualmente importante era cualquier información referente a la reputación y conducta
de otros comerciantes, sobre todo cuando éstos se hallaban distantes (Lamikiz 2010,
100!7; Trivellato 2009, 177!93). Gracias a sus amigos Munárriz podı́a recabar
26 X. Lamikiz
información sobre el paradero de comerciantes novohispanos a los que habı́a fiado
mercancı́as. Este es un tema muy recurrente en la correspondencia que muestra el
grado de incertidumbre al que los flotistas se veı́an sometidos. Joseph Sibaute, por
ejemplo, querı́a que Munárriz averiguara si un tal Joseph Casanoba, corredor de Cádiz
que habı́a venido en la flota, se hallaba en la Puebla de los Ángeles, ‘pero sea con todo
secreto sin que se llegue a entender.’68 Desde Oaxaca, Miguel de Ylundayn informaba
que ‘Mathı́as de León está en esta ciudad aunque no le e ablado todabı́a sobre su
dependencia de vm por ynformarme primero en secreto si tiene algo.’69 Dos semanas
más tarde Ylundayn confirmaba que León no tenı́a ni un solo peso: habı́a quebrado en
cantidad de diez mil pesos y le debı́a 4,525 a Munárriz. Otros deudores también se
hallaban repartidos por el virreinato. En noviembre 1700, desde Veracruz Ysava
informaba que ‘[de] Juan Barragán no tte puedo dezir nada porque jamás le he vistto
ni solizitto ver a pı́caros.’70 Sobre Toribio Fernández de Ribera, un deudor de Munárriz
que estaba en paradero desconocido, Pedro Pizaño decı́a haberlo buscado sin éxito en
la Ciudad de México. Tras preguntar a varios amigos, habı́a averiguado que Ribera
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‘andaba escondido pero que luego se abı́a de volver a essa ciudad de los Ángeles.’71
Munárriz también habı́a dejado parte de sus mercancı́as en manos de dos
comerciantes de Veracruz a los que Ysava debı́a vigilar para que pagaran. ‘Dizes que
me descuido con Palazios y Pedro Simón,’ decı́a el propio Ysava, ‘a quienes ttengo
requeridos muchas vezes y todavı́a no he podido cobrar un real y es el casso que
hellos venden y buelven a comprar y aunque estto no es malo no quisiera que después
anduviésemos a malas, pero yo trendré cuydado en conttinuar con amenazas por si
puedo sacar algo.’72 Ysava escribirı́a repetidamente de sus intentos por cobrar lo que
debı́an ambos deudores. Pedro Simón viajó a Oaxaca con vino, aguardiente y frutas
de España. Juan de Palacios, en cambio, decı́a que no conseguı́a vender nada aunque,
en opinión de Ysava, tampoco parecı́a esforzarse demasiado. Ysava aseguraba que
‘con Palazios e ttenido basttanttes attaques y aguantto por que no se pierda ttodo.’73
Finalmente consiguió recuperar algunos reales, pero solo tras hacer un esfuerzo tal
que ‘a sido como si los ubiera cojido del fondo de la mar.’74
Curiosamente en la correspondencia de Munárriz hay una única referencia a la
presencia de contrabando extranjero en el virreinato. ‘Amigo, el navı́o franzés bien
mala obra a echo en el comersio,’ comentaba Antonio de Eléxaga en septiembre de
1701, justo cuando Munárriz acababa de llegar a Veracruz pensando que la flota estaba
a punto de regresar a España.75 Ni los comerciantes de México ni los de Oaxaca o
Veracruz hablaron en ningún otro momento de mercancı́as extranjeras de contra-
bando que estuvieran entorpeciendo las ventas. En cambio, en la correspondencia hay
frecuentes referencias a operaciones encaminadas a evitar el pago de impuestos,
aunque sin hacer mención explı́cita de la participación de oficiales reales corruptos.
Por ejemplo, desde Cádiz Juan Lamberto le recordaba a Munárriz que recogiera del
contramaestre del navı́o Nuestra Señora de los Dolores las bretañas y platillas que
venı́an escondidas en los huecos de varios frangotes.76 También desde Cádiz, Juan
Bautista Mazón decı́a habérsele olvidado a la salida de la flota ‘suplicarle de hazer su
possible para escusar de pagar los derechos de la grana a la salida y hazerlos passar por
Colonial Latin American Review 27
otros frutos como save vm.’77 Finalmente la grana irı́a camuflada en el rancho de la
Capitana y en la permisión de la Almiranta de la flota de Mascarúa.78 Y junto con la
grana Ysava envió 15,000 pesos por cuenta de Munárriz, plata que iba dirigida a los
acreedores de éste en Cádiz y que no iba registrada: Ysava embarcó la mitad con el
capitán Utrera en la Capitana, pagándole un 0.5 por cien, y la otra mitad con Francisco
de Salas, maestre de plata de la Almiranta, por la misma comisión.
Los flotistas que no cobraban a tiempo para el regreso de la flota podı́an optar por
quedarse o por encargarle la tarea a sus amigos, fueran éstos flotistas o comerciantes
locales. Para ello Munárriz confiaba en su buen amigo Antonio de Eléxaga, aunque
también recibı́a ofertas de otros vecinos de Nueva España. Por ejemplo, Fernando de
Mier y Albear le aseguraba desde Guaxuapa que ‘si se le ofrece algo que dejarme
mandado en este reyno lo executaré con todo gusto y legalidad.’79 Cuando parecı́a
que la flota iba regresar en verano de 1701, a Munárriz aún le faltaban ventas por
cobrar y 10,000 pesos de ropa por vender.80 A comienzos de septiembre se desplazó a
Veracruz, aunque la flota aún permanecerı́a en puerto hasta el verano siguiente por
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motivo de la Guerra de Sucesión Española.81

Conclusiones
En relación a los tres objetivos marcados al comienzo de este estudio, el acercamiento
a la experiencia diaria de Munárriz y sus compañeros ha servido para arrojar nueva
luz sobre el funcionamiento del comercio colonial español en uno de sus periodos
menos conocidos y, quizás por ello, más controvertidos. La tradicional imagen de
decadencia de los intercambios transatlánticos durante la segunda mitad del siglo
XVII (Garcı́a Fuentes 1980; Lynch 1969, 160!93) es repetidamente atribuida a la
incidencia del contrabando extranjero y a la debilidad de la Monarquı́a Hispánica.
Sin embargo los estudios de Morineau, Everaert, Pérez Sindreu y Oliva Melgar
apuntan en una dirección muy diferente: los canales oficiales del comercio colonial
posibilitaron una notable recuperación del comercio gracias al creciente control
ejercido por el Consulado de Sevilla y al enorme fraude al que se dio cabida. Los
documentos consultados en el Archivo General de Indias y las propias cartas de
Munárriz dan testimonio de estos hechos.
Quizás sean más sorprendentes las escasas referencias al contrabando extranjero
que aparecen en las cartas de Munárriz. En efecto, de la correspondencia se deduce
que el verdadero rival de las mercancı́as de flota no era tanto el contrabando
extranjero como el comercio intercolonial entre Nueva España y Filipinas. Por ello los
lamentos y sinsabores de los compañeros de Munárriz hay que situarlos en el
contexto de un comercio pujante que ocurrı́a en condiciones de mucha competencia.
La conclusión que se ha de extraer de este hecho es de gran relevancia: antes de la
llegada del primer rey Borbón el comercio colonial español bajo el régimen de flotas
no era una actividad moribunda, sino más bien lo contrario.
El segundo objetivo de este estudio, evaluar el grado de incertidumbre y riesgo al
que los flotistas se veı́an sometidos, es igualmente importante. La experiencia de los
28 X. Lamikiz
flotistas de 1699 desdice la idea de que el fraude y los manejos del Consulado de
Sevilla facilitaran el logro de pingües beneficios. Sin duda contribuı́an a reducir la
incertidumbre, pero no constituı́an ninguna garantı́a. Además, la idea propuesta por
Jeremy Baskes de que el sistema de flotas era un método efectivo para reducir la
incertidumbre generada por un comercio de larga distancia, aunque cierta, necesita
ser apostillada. No hay duda de que enviando todas las mercancı́as de una sola vez y
aumentando los lapsos entre flota y flota los comerciantes conseguı́an aplacar buena
parte de la incertidumbre que generaba el comercio transatlántico. Sin embargo, ello
no hacı́a que los flotistas operaran en un entorno menos competitivo, porque lo que
el sistema conseguı́a no era reducir los niveles de competencia sino adaptar su
impacto a un ámbito geográfico más manejable. Mediante las flotas periódicas, en
lugar de competir en el eje transatlántico, los comerciantes lograban que buena parte
de sus actividades tuvieran lugar dentro de los lı́mites del virreinato de Nueva España.
Allı́ la información fluı́a con mucha más facilidad y en mucho menor tiempo que el
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que se tardaba en cruzar el Atlántico. Pero, tal como muestran las cartas de Munárriz,
esta ventaja tenı́a un aspecto negativo: la competencia, en lugar de ser continuada en
el tiempo, se concentraba en los meses que los flotistas pasaban en América. A ese
hecho se le unı́a la posición de control que adquirı́a la demanda novohispana, que
podı́a esperar hasta el inminente regreso de la flota para conseguir precios más bajos.
Finalmente el acercamiento a las actividades diarias de los flotistas ha servido para
comprobar que el sistema de flotas albergaba un rico entramado de relaciones sociales
sobre los que se sustentaba el comercio. Ello se aleja notablemente de la imagen
socialmente aséptica que emana de las ferias novohispanas según las presenta la
historiografı́a. Las compraventas no se realizaban en una sola feria sino en varias, y no
exclusivamente en éstas. Los flotistas recurrı́an a sus contactos en distintos puntos del
virreinato y a comerciantes dispuestos a viajar tierra adentro para vender sus
mercancı́as. Estos contactos, esenciales para recabar información sobre precios y
sobre las andanzas de otros comerciantes deudores, podı́an ser tanto flotistas como
vecinos del virreinato. De todo ello se deduce que incluso un sistema monopolı́stico
como el comercio colonial español, tan reglado y restringido, dejaba un amplio
margen a la informalidad en su organización y funcionamiento.

Reconocimientos
Quisiera agradecer a Alfonso Quiroz la invitación a participar en este número
especial de la CLAR. Igualmente agradezco al propio Alfonso y a los dos evaluadores
anónimos sus valiosos comentarios y sugerencias.

Notas
1
Consulado de México al Consulado de Sevilla, Ciudad de México, 3/5/1672, en AGI, Consulados
313.
Colonial Latin American Review 29
2
Aunque el valor de lo transportado en las flotas es muy difı́cil de establecer, según Henry Kamen
(1980, 117), la flota de 1670 habı́a llevado a Veracruz mercancı́as extranjeras por valor de
11,500,000 pesos.
3
Consulado de México al Consulado de Sevilla, Ciudad de México, 20/6/1673, en AGI,
Consulados 313.
4
Paralelamente, otro convoy, este conocido como galeones, se encargaba de transportar
mercancı́as a Tierra Firme, es decir, Cartagena de Indias y el Istmo de Panamá, adonde acudı́an
los comerciantes del Consulado de Lima a comprar mercancı́as europeas (Dilg 1975; Lamikiz
2010, 73!81; Ward 1993).
5
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVII el Consulado de Sevilla señaló veinte problemas
distintos que perjudicaban al comercio con América. El problema más recurrente era el de la
saturación del mercado colonial (Garcı́a Fuentes 1980, 66!77).
6
A raı́z de la guerra con Gran Bretaña (1739!1748) el sistema de flotas y galeones fue suspendido
y el comercio se llevó a cabo mediante navı́os de registro o registros sueltos (Stein y Stein 2000,
180!99). Quince años más tade, en octubre de 1754, el sistema de flotas fue restituido para el
comercio con Nueva España, no ası́ para Tierra Firme. Desde 1742 el grueso de los intercambios
entre España y el Perú se llevó a cabo mediante navı́os de registro que llegaban directamente al
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Pacı́fico por la ruta del Cabo de Hornos (Lamikiz 2010, 81!94; 2011). Finalmente, la abolición
del sistema de flotas llegarı́a con la publicación del Reglamento y aranceles reales para el comercio
libre de España a Indias de 1778, que finiquitaba el monopolio de Cádiz abriendo el comercio
colonial a trece puertos peninsulares (Bernal 1987). Sin embargo, el comercio libre no se harı́a
extensivo a Nueva España hasta 1789. De 1778 a 1789 los intercambios con Veracruz (de largo el
principal puerto novohispano) se efectuaron mediante registros sueltos procedentes de Cádiz
(Stein y Stein 2003, 267!304).
7
Las cartas de Munárriz, ası́ como las pertenecientes al capitán de barco Martı́n de Noguera y al
comerciante de boticas Juan Matheos Yáñez, fueron identificadas y ordenadas cronológicamente
por el autor de este artı́culo. Las tres correspondencias se hallan en dos cajas: The National
Archives, London (en adelante TNA), High Court of Admiralty (en adelante HCA) 30/230 y
30/231.
8
La noticia de la muerte de Carlos II fue inmediatamente transmitida de Veracruz al interior
del virreinato. Andrés Garcı́a Mozával a Juan Matheos Yáñez, Veracruz, 3/3/1701, en TNA, HCA
30/230.
9
Vicente Ros de Ysava a Pedro Munárriz, Veracruz, 17/6/1701, en TNA, HCA 30/231.
10
Ysava a Munárriz, Veracruz, 18/5/1700, en TNA, HCA 30/231.
11
Consulado de Sevilla al rey, Sevilla, 7/12/1677, en AGI, Indiferente General 2614.
12
Casa de la Contratación al Consejo de Indias, Sevilla, 26/6/1685, en AGI, Indiferente General
2605.
13
Para una interesante disquisición en torno a las perniciosas consecuencias de una flota de bajo
tonelaje véase Juan Antonio de la Torre Carbonera (teniente de alcaide de la Casa de la
Contratación) al rey, Sevilla, 17/2/1677, en AGI, Indiferente General 2614.
14
Melchor de Melo (diputado del comercio de España) al Consulado de Sevilla, Ciudad de México,
15/11/1675, en AGI, Consulados 313.
15
Certificación de pago dada por Joseph Martı́nez de Zandategui, contador de la Real Aduana,
México, 14/8/1684, en AGI, Consulados 780.
16
Juan Ximenes de Montalvo a Francisco de Altamira Angulo, Sevilla, 12/1/1683, en AGI,
Indiferente General 2616.
17
Joseph Chacón a Martı́n de Sierralta, Veracruz, 22/11/1699, en AGI, Indiferente General 2631.
18
Declaración de Domingo Mauleón de Mendoza, Veracruz, 14/11/1695, en AGI, México 64, R.2,
N.22, f. 15v.
19
Declaración de Juan Bauptista de Sosa, Veracruz, 14/11/1695, ibid., f. 12r.
30 X. Lamikiz
20
Juan de Zearreta (en nombre de los diputados del comercio de la flota) al virrey de Nueva
España, México, sin fecha 1697, en AGI, Consulados 314.
21
AGI, Contratación 1261. Las licencias concedidas para pasar a Indias en 1699 están en AGI,
Contratación 5459.
22
‘Instrucciones que ha de observar don Gaspar de Velasco en el viage de la flota que este año de
1680 . . .’, en AGI, Indiferente General 2616, f. 7r.
23
AGI, Contratación 5443, 5451 y 5459.
24
‘Relación de las personas . . .,’ Sevilla, 1/10/1699, en AGI, Indiferente General 2631.
25
AGI, Contratación 5459, N.19, f. 4r!v.
26
Antonio de Eléxaga a Munárriz, Puebla de los Ángeles, 17/9/1701, en TNA, HCA 30/231.
27
Pedro Chapore a Munárriz, Ciudad de México, 21/7/1701, en TNA, HCA 30/231.
28
Miguel de Ylundayn a Munárriz, Oaxaca, 13/8/1700, en TNA, HCA 30/231.
29
Ylundayn a Munárriz, Oaxaca, 26/10/1700, en TNA, HCA 20/231.
30
Ysava a Munárriz, Veracruz, 18/10/1700, en TNA, HCA 30/231.
31
Ysava a Munárriz, Veracruz, 3/3/1701, en TNA, HCA 30/231.
32
Diego Piñera a Munárriz, Oaxaca, 27/1/1700, en TNA, HCA 30/231.
33
AGI, Contratación 5443, N.2, R.130; 5445, N.2, R.95; 5448, N.135; 5451, N.108.
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34
Piñera a Munárriz, Oaxaca, 27/1/1700, en TNA, HCA 30/231.
35
Ysava a Munárriz, Veracruz, 22/12/1699, en TNA, HCA 30/231.
36
Ysava a Munárriz, Veracruz, 6/2/1700, en TNA, HCA 30/231.
37
Ysava a Munárriz, Veracruz, 4/3/1700, en TNA, HCA 30/231.
38
Ysava a Munárriz, Veracruz, 9/8/1700, en TNA, HCA 30/231.
39
Ysava a Munárriz, Veracruz, 12/8/1700, en TNA, HCA 30/231.
40
Ysava a Munárriz, Veracruz, 19/8/1700, en TNA, HCA 30/231.
41
Francisco de Preen y Castro a Munárriz, Ciudad de México, 7/12/1699, en TNA, HCA
30/231.
42
Chapore a Munárriz, Ciudad de México, 18/1/1700, en TNA, HCA 30/231.
43
Chapore a Munárriz, Ciudad de México, 30/1/1700, en TNA, HCA 30/231.
44
Chapore a Munárriz, Ciudad de México, 13/4/1700, en TNA, HCA 30/231.
45
Manuel Casado a Munárriz, Ciudad de México, 25/4/1700, en TNA, HCA 30/231.
46
Ysava a Munárriz, Veracruz, 2/4/1700, en TNA, HCA 30/231.
47
Ysava a Munárriz, Veracruz, 18/5/1700, en TNA, HCA 30/231.
48
Juan Francisco de Fuentes a Munárriz, Cádiz, 22/4/1700, en TNA, HCA 30/231.
49
Andrés Martı́nez de Murguı́a a Munárriz, Cádiz, 25/4/1700, en TNA, HCA 30/231.
50
Munárriz a Juan Lamberto, Puebla de los Ángeles, 5/8/1700 y 12/4/1701, en TNA, HCA 30/231.
51
Ysava a Munárriz, Veracruz, 2/4/1700, en TNA, HCA 30/231.
52
Ysava a Munárriz, Veracruz, 16/7/1700, en TNA, HCA 30/231.
53
Juan Antonio de Padilla y Zavala a Munárriz, Ciudad de México, 17/11/1700, en TNA, HCA
30/231.
54
Ibid.
55
Francisco Moreno Mañara a Munárriz, Ciudad de México, 24/11/1700, en TNA, HCA 30/231.
56
Moreno Mañara a Munárriz, Ciudad de México, 4/12/1700, en TNA, HCA 30/231.
57
Francisco Ferrari a Munárriz, Ciudad de México, 16/12/1700, en TNA, HCA 30/231.
58
Chapore a Munárriz, Ciudad de México, 4/5/1701, en TNA, HCA 30/231.
59
Ibid.
60
Joseph Sibaute a Munárriz, Ciudad de México, 27/5/1701, en TNA, HCA 30/231.
61
Pedro de Padilla y Zavala a Munárriz, Ciudad de México, 6/7/1701, en TNA, HCA 30/231.
62
Moreno Mañara a Munárriz, Ciudad de México, 23/5/1701, en TNA, HCA 30/231.
63
Ferrari a Munárriz, Ciudad de México, 2/8/1700, en TNA, HCA 30/231.
64
Casado a Munárriz, Ciudad de México, 25/4/1700, en TNA, HCA 30/231.
Colonial Latin American Review 31
65
Pascual de Agesta a Munárriz, San Luis Potosı́, 4/9/1700, en TNA, HCA 30/231.
66
Ibid.
67
Agesta a Munárriz, Ciudad de México, 16/4/1701, en TNA, HCA 30/231.
68
Sibaute a Munárriz, Ciudad de México, 20/5/1701, en TNA, HCA 30/231.
69
Ylundayn a Munárriz, Oaxaca, 28/8/1700, en TNA, HCA 30/231.
70
Ysava a Munárriz, Veracruz, 3/11/1700, en TNA, HCA 30/231.
71
Pedro Pizaño a Munárriz, Ciudad de México, 30/11/1700, en TNA, HCA 30/231.
72
Ysava a Munárriz, Veracruz, 16/4/1701, en TNA, HCA 30/231.
73
Ysava a Munárriz, Veracruz, 16/5/1701, en TNA, HCA 30/231.
74
Ysava a Munárriz, Veracruz, 10/8/1701, en TNA, HCA 30/231.
75
Eléxaga a Munárriz, Puebla de los Ángeles, 17 /9/1701, en TNA, HCA 30/231.
76
Ysava a Munárriz, Veracruz, 31/5/1700, en TNA, HCA 30/231.
77
Juan Bautista Mazón a Munárriz, Cádiz, 29/4/1700, en TNA, HCA 30/231.
78
Ysava a Munárriz, Veracruz, 18/10/1700, en TNA, HCA 30/231.
79
Fernando de Mier y Albear a Munárriz, Guaxuapa, 20/7/1701, en TNA, HCA 30/231.
80
Ysava a Munárriz, Veracruz, 21/7/1701, en TNA, HCA 30/231.
81
Consulado de México al Consulado de Sevilla, Ciudad de México, 2/6/1702, en AGI, Consulados
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780.

Archivos

AGI: Archivo General de Indias (Sevilla, España)

– Consulados 313, 314 y 780.


– Contratación 1261, 5443, 5445, 5448, 5451 y 5459.
– Indiferente General 2605, 2614, 2616 y 2631.
– Audiencia de México 64.

TNA: The National Archives, antigua Public Record Office (Londres, Reino Unido)

– HCA: High Court of Admiralty 30/230 y 30/231.

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