Está en la página 1de 614

YO

Gregorio Torres Quintero


YO
Gregorio Torres Quintero

María de los Ángeles Rodríguez Álvarez


“Mara”

COLIMA
2014
D.R. © 2014
María  de  los  Ángeles  Rodríguez  Álvarez   “Mara”

D.R. © 2014
Archivo Histórico del Municipio de Colima
Independencia 79
Centro Histórico
Colima, Col. 28000
Tel. 01 (312) 3122857
www.casadelarchivo.gob.mx

Cuidado de la edición: Héctor Porfirio Ochoa Rodríguez


Captura y diseño interior: Virginia Gonsen Urraca
Diseño de portada: Griselda Gonsen Urraca

Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso del autor.


Impreso y hecho en México/Printed and made in México

ISBN 978-607-701-026-5

LIBRO REALIZADO CON RECURSOS PIFI 2013


... un pueblo sin héroes es como
un campo sin flores, como un cielo
sin estrellas, como un corazón sin
sentimientos. La historia gira en
torno a ellos y nos relata sus
proezas gloriosas y sus hechos me-
morables como una enseñanza para
las generaciones futuras.

GREGORIO TORRES QUINTERO,


La Educación Contemporánea
Tomo II No. 22, septiembre 1897.
A mis hijos y nieto: Alex, Fabi, Paula y Alexis.

A los maestros de Colima.


ÍNDICE
Página
PRESENTACIÓN 13
Ernesto Terríquez Sámano
INTRODUCCIÓN 15
María de los  Ángeles  Rodríguez  Álvarez  “Mara”
CAPÍTULO PRIMERO: QUERIDO HERMANO
Y AHIJADO: A TUS CUARENTA AÑOS, RE-
CUERDO….TU NACIMIENTO 33
Lo que eres hoy 37
Colima, tu ciudad natal 38
Los franceses en Colima 41
De nuevo la república con Juárez 43
La apacible vida de tu infancia 47
Nuestra pequeña ciudad 60
CAPÍTULO SEGUNDO: YO, CAMINO DE LA
ESCUELA 65
Un maestro formó mi niñez 65
Mi buena estrella, vivir en esa época 83
Para   ser  maestro… 83
Visita al Señor del Rancho de Villa 86
CAPÍTULO TERCERO: EL LICEO DE
VARONES DE COLIMA 91
Años intensos 1883-1884 103
Al fin conocí algunos de los lugares de
mis sueños 108
CAPÍTULO CUARTO: HACIA EL PUERTO 115
La escuela del Tamarindo 124
Mis juveniles años de esparcimiento 128
Inspector de Exámenes 134

9
Página
CAPÍTULO QUINTO: LA ESCUELA NORMAL
DE PROFESORES 137
Mi primera estancia en México, 1888-1891 138
La Escuela Normal de Profesores 143
Mis maestros: Altamirano, el arquitecto
de mi juventud 150
CAPÍTULO SEXTO: RETORNO A CASA 171
Colima en la modernidad a fines del
siglo XIX 175
Funcionario y promotor de la nueva
educación en Colima, 1892-1898 184
Una nueva vida 195
Inspector de Instrucción Pública 198
Mi boda 199
Mis primeras obras 207
CAPÍTULO SÉPTIMO: MIS MEJORES AÑOS
PROFESIONALES 215
Algunas de mis preocupaciones
pedagógicas 231
Consejo Superior de Educación 236
Nuevas publicaciones 244
El Método que me hizo famoso 254
CAPÍTULO OCTAVO: TURBULENTO
AÑO DE 1911 279
Mi candidatura al gobierno de Colima 280
De nuevo en Educación 321
Congreso Nacional de Educación Primaria 322
Termina el año con convulsiones 326
CAPÍTULO NOVENO: AÑOS DE REVOLUCIÓN
Y EXILIO, 1912-1918 329
En torno a la Revolución 329
Instrucción Rudimentaria 333
La Casa de Estanco de Mujeres 348
10
Página
Jefe de Educación Pública en Yucatán 352
Primer viaje a los Estados Unidos, 1917 373
De regreso a Yucatán 388
CAPÍTULO DÉCIMO: MIS ÚLTIMOS AÑOS
EN LA FUNCIÓN PÚBLICA 393
Segundo viaje a los Estados Unidos
de 1920 a 1921 404
De nuevo en el país 438
Se crea la Secretaría de Educación Pública 448
Jubilación 451
Publicaciones 452
CAPÍTULO UNDÉCIMO: EL FINAL
SE ACERCA, 1923-1933 455
Mis publicaciones de esos años 463
Docencia extemporánea 464
Viaje a Europa, Asia y África, 1926 – 1928 466
Regreso a la cotidianidad 515
Aún defendiendo mi método 521
No obstante seguí publicando 525
“Cesen las risas y comience el llanto...” 528
NOTAS 533
BIBLIOGRAFÍA Y HEMEROGRAFÍA 596
PUBLICACIONES CITADAS DE GREGORIO
TORRES QUINTERO 605
PÁGINAS ELECTRÓNICAS 610
REVISTAS 611
ARCHIVOS 611
SIGLAS Y ACRÓNIMOS 612

11
PRESENTACIÓN
¿Otra biografía de Torres Quintero? Hay varias, sin duda
unas mejor que otras; pero en ésta, pergeñada por María
de los Ángeles Rodríguez Álvarez, hay una visión uni-
versal de este singular colimense que tiene un sitio pre-
ponderante en la historia de la pedagogía mexicana.

La autora, como buena historiadora, hurgó en los


papeles de trabajo y personales de su biografiado para
entregarnos a un maestro consagrado con denodado
esfuerzo a su tarea, sin más objetivo que el fiel cum-
plimiento de un apostolado bien entendido, mediante el
cual, al educar a los niños y jóvenes se construía y mo-
delaba el futuro de nuestro país.

Descubrirlo y describirlo en sus propias palabras


es un acierto, nos permite escudriñar el interés que pu-
so en informarse de las diversas corrientes pedagógicas
y adoptar aquellas que, según su criterio, se ajustaran
mejor a las necesidades impuestas por las característi-
cas de un país que venía del atraso y de la ruina.

Torres Quintero es más que su Método Onomato-


péyico y los Cuentos Colimotes, es un hombre com-
prometido en el tiempo y en la circunstancia en la que
le tocó desempeñarse y contribuyó a crear un sistema
educativo nacional que respondiera a las necesidades
que México exigía.

Aquí, guiados por su propio pensamiento, ten-


dremos la oportunidad de conocerlo mejor, gracias al
talento y a la dedicación de Mara.

Ernesto Terríquez Sámano

13
INTRODUCCIÓN
¿POR QUÉ UNA BIOGRAFÍA NOVELADA?

La  idea  primera…  surgió  en  mi,  al  principio,


como un sueño, como uno de esos proyectos
imposibles que se acarician y se dejan escapar;
una quimera que sonríe, que muestra su rostro
de mujer y que despliega al punto sus alas remontándose a un
cielo fantástico.
Pero la quimera, como muchas otras quimeras, truécase a veces
en realidad
y entonces dicta sus mandamientos, hace patente su tiranía, a la
que hay que ceder.
Honoré de Balzac, La comedia humana [1842]

No soy novelista, soy historiadora. Entonces —se pre-


guntarán— ¿por qué hacer una biografía con algo de
ficción? Mis razones principales fueron dos: primero
porque ser historiadora es también enfrentar la vida a
través de la existencia de otros y otras. Es la posibilidad
de reconstituir la memoria de una existencia, que a su
vez, nos permita asomarnos a la esencia del ser hu-
mano. En segundo lugar porque quería que esta biogra-
fía pudiera llegar a un público más amplio —no sólo el
académico— pues considero la vida de Torres Quintero
como un modelo a seguir. Ejemplo de vida y obra en
especial para los maestros, a quienes puede ser fuente
de muchas reflexiones sobre su propio quehacer. Asi-
mismo, la creación de esta obra me ofreció la oportuni-
dad de escucharlo entre las líneas que nos dejó su plu-
ma, pude sentir sus sueños y decepciones e interpretar
sus sentimientos a través de la reconstrucción de su
vida.

Hubo —sí— muchas preguntas y dudas ante el


necesario debate personal por encontrar validez acadé-

15
mica y una razón profesional, pero ¿cómo atrapar al per-
sonaje para poder llevarlo a públicos más amplios? Esa
fue mi excusa para introducir algo de ficción —nada
fuera de la realidad— sólo ubicar una escenografía real
en el cuadro de su vida.

Otra de las razones finales fue una cercana al


pensamiento   de   Paul   Valery,   quien   decía:   “La   historia  
es el producto más peligroso que la química intelectual
ha elaborado. Sus propiedades son bien conocidas. Ha-
ce soñar a los pueblos, los embriaga, les engendra fal-
sos recuerdos, exagera sus reflejos, conserva sus viejas
heridas, los atormenta durante el reposo, los conduce al
delirio de grandeza o bien de persecución y hace a las
naciones amargas, soberbias, vanas e insoportables. La
Historia justifica eso que uno quiere. No enseña riguro-
samente nada, porque ella contiene todo y da ejemplos
de todo”.1

El giro biográfico me permitió aprehender algo


sobre toda esta gama de contradicciones vitales en una
de las figuras que sobresalen en la historia de la peda-
gogía en México. El pensamiento de Gregorio Torres
Quintero expresó siempre acción, justicia y esperanza
de un bienestar colectivo; por su calidad moral es un
testimonio de la libertad ética en el individuo, que nos
permite tener esperanzas sobre el género humano y su
acción.

Mucho se había escrito sobre este pedagogo co-


limense. Su biografía ha aparecido en tesis, libros, dic-
cionarios y compilaciones biográficas de célebres
maestros. Sin embargo nos atrevimos a dar esta otra mi-
rada a su vida, un tanto novelada, tratando de encontrar
nuevos y distintos acercamientos enriquecidos por nue-
vos datos que sugieren otras pinceladas a su imagen.
16
Tratar de reconstruir su vida constituyó así
otra forma de revalorar al personaje, su época y sus
circunstancias.

Decidí que Torres Quintero fuera quien relata-


ra su vida, porque gran parte de la información que
se proporciona en este libro proviene de sus propias
palabras rescatadas en sus libros, escritos y cartas.

¿POR QUÉ GREGORIO TORRES QUINTERO?

Cuando llegué a vivir a Colima no era mi intención


investigar sobre él. Creía que ya se había escrito sufi-
ciente sobre el personaje. Desde hace quizá veinte años
he trabajado la línea de Historia de la Educación, inclu-
so durante mi estancia en el Instituto Politécnico Na-
cional —en educación técnica—, pero al decidir fijar
mi residencia en Colima opté también por trabajar la
educación de este estado. Gracias a mi amigo José Mi-
guel Romero de Solís supe de la existencia de connota-
dos educadores colimotes, como Rafaela Suárez, Enri-
que Corona Morfín, Antonio Barbosa Heldt y, entre
éstos, Torres Quintero. Cuando ya me instalé en el Ar-
chivo Histórico del Municipio de Colima había decidi-
do trabajar a un ilustrado del siglo XIX: don Ramón R.
de la Vega, quien había hecho mucho por la educación
en Colima. Sin embargo, varias circunstancias fueron
marcando un camino que poco a poco se fue convir-
tiendo en otro escenario.

¿QUÉ FUE LO QUE PASÓ?

Todavía viviendo en la ciudad de México fui a


buscar información bibliográfica sobre la historiografía
de la educación en Colima a la biblioteca que consideré
esencial en esta búsqueda: la de la Universidad Peda-
17
gógica Nacional en el Ajusco. ¡Cuál sería mi sorpresa
cuando al bajar los escalones, miré con asombro que
esta biblioteca llevaba su nombre! Llamó mi atención
la cantidad de veces que había ido a ese lugar y nunca
me había percatado que tenía el nombre de Gregorio
Torres Quintero. ¿Fue una señal? No lo sé, pero de ahí
en adelante su nombre aparecería constantemente en
mis pesquisas. Yo ubico desde ahí mi cercanía al per-
sonaje pero sobre todo la querencia que fui adquiriendo
sobre su vida. Más tarde, otras situaciones me fueron
acercando al personaje hasta que finalmente lo convertí
en mi objeto de estudio.2

Una vez iniciado el trabajo de investigación sobre


su vida, la propia innata curiosidad, la riqueza del per-
sonaje y quizás una romántica fijación en un recuerdo
de la niñez, me fueron llevando de la mano y casi sin
darme cuenta a establecer un contacto profundo con su
vida y obra. Su imagen se ligó a mi vida personal, gra-
cias a una fotografía que conserva mi prima —María
García Ahumada— que me proporcionó para la portada
de mi primer libro sobre la educación en Colima.3 En
dicha fotografía se encuentra mi madre entre un nume-
roso grupo de alumnas, mientras que Torres Quintero
ocupa la parte central, jerárquicamente rodeado de
maestras y alumnas, desde las más chiquitinas hasta las
adolescentes. Después supe que la tomaron en una visi-
ta que hizo el maestro ya casi al final de su vida a la
escuela de las Adoratrices en Colima, en donde estu-
diaba mi madre.

Desde el 2004 empecé a investigar con más acu-


ciosidad el personaje e inicié el proceso de recolección
de información. Reuní materiales, presenté proyectos,
ponencias y ahora éste es el resultado de muchos años
de investigación. Siempre habrá más que no se logró
18
conocer pues no puedo decir que fue una investigación
total, siempre convivió con otros proyectos y quehace-
res que en ocasiones lo dejaban a un lado, pero poco a
poco la base de datos, las fotocopias, libros e imágenes
digitalizadas fueron incrementándose.

Un hecho final desencadenaría la construcción de


la obra. Estando al frente del Archivo Histórico del Es-
tado de Colima, un día llegó Andrés Aguirre Gómez
descendiente de uno de los hijos adoptivos de Torres
Quintero —Gregorio Gómez Cárdenas— con una caja
de documentos del archivo personal del maestro, lo-
grándose más tarde la donación de este valioso acervo
para Colima.4 Documentación que se aunó a lo locali-
zado en otros archivos de la ciudad de México, de Yu-
catán, del Estado de México y claro está de Colima.

De Colima fueron muy importantes tres archivos


históricos, el del Estado, el Municipal y el de Justicia.
En el primero el periódico oficial El Estado de Colima,
que nace precisamente en 1867, fue una fuente valiosa
en la reconstrucción del Colima de su época.

Pretendí buscar en el personaje la dimensión hu-


mana y profesional, su pedagogía; evitando las narra-
ciones lisonjeras y elogiosas que a menudo lo han con-
vertido en un símbolo, un mito; no obstante, segura-
mente en la obra se perfila su innegable fuerza viven-
cial. Fue muy difícil encontrar la veta de su vida coti-
diana, encontré muy poco sobre su familia, sobre Ma-
tilde —su esposa— y sus hijos adoptivos; lo poco que
se trasluce nos habla de una sana y cordial vida fami-
liar, pero la mayor parte de las referencias son en torno
a su trabajo y sus inquietudes de pedagogo, pareciera
que en su vida sólo hubo trabajo, y como dice François
Dosse los historiadores de ahora no nos satisfacemos
19
con   percibir     el   “nivel   manifiesto   de   la   realidad”   sino  
que también quisiéramos encontrar signos del incons-
ciente en las prácticas colectivas.5

Dosse también señala que tal vez el mal del siglo


XIX —el Romanticismo— sólo permitía que el relato
de vida nos acerque a la melancólica identidad del bur-
gués que se desarrollaba durante este siglo: finalmente,
“¿cómo   pensar   y   escribir   la   demasiado   rara   y,   sin   em-
bargo, esencial historia de la persona?”6

Esta es la primera ocasión que yo me atrevo a es-


cribir una biografía, me parece una forma muy bella de
hacer historia, porque nos permite entrar a un escenario
desde un observatorio distinto, y aunque no podamos
acceder a la individualidad o a la personalidad comple-
ta del sujeto —situación imposible aún para aquellos
que hubieran vivido directamente con él— podemos
traspasar levemente las líneas escritas para visualizar al
hombre en su dimensión ideal y poética, podríamos
decir en una utópica realidad vital.

Además me permitió encontrar el México que se


debatía entre la modernidad del Porfiriato y las nuevas
exigencias sociales surgidas en el siglo XX, para ser
aplicadas, adaptadas y algunas removidas durante el
periodo revolucionario; lo cual produjo cambios sus-
tanciales en la sociedad mexicana. Describir esta histo-
ria fue encontrar el presente de muchas preocupacio-
nes, acciones y disputas de su tiempo.

Una veta distinta que se intentó trabajar fue su


acción a través de lo que François Guerra denomina
“actores   colectivos”.   Es   muy   claro   en   su   desarrollo   pro-
fesional cómo se involucra y comparte espacios, fun-
ciones y poder con un cierto grupo, tanto en su natal
20
Colima como en la ciudad de México, tal vez por ello
será una generación desplazada en el México posrevo-
lucionario pues los vínculos establecidos cambian, des-
aparecen con la muerte y se instalan nuevos grupos. A
través de clubes, partidos y relaciones profesionales se
establecen compromisos y obligaciones. Torres Quinte-
ro pertenece a la generación que vive y triunfa durante
el Porfirismo, para 1911 —año de la renuncia de Porfi-
rio Díaz— contaba ya con cuarenta y cinco años, y le
fue difícil insertarse en nuevos grupos.7

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL


PERSONAJE

El análisis de gran parte de su obra nos permitió mirar


al personaje en diversas facetas, aunque del aspecto
personal e íntimo muy poco, como ya se dijo, porque la
mayoría de nuestras fuentes fueron oficiales. Sin em-
bargo en sus cartas, sus cuadernos de notas y las posta-
les de su viaje a Europa, pudimos encontrar algunos
rasgos personales y familiares, esbozar algo de su per-
sonalidad, sus cualidades, ideales, costumbres y pen-
samientos, los que se traslucen y son revelados por el
propio maestro en sus escritos, ahí encontramos su ex-
presión y su tiempo.

Hombre de personalidad seria y solemne, de ca-


rácter fuerte —a veces demasiado— y pese a ello mo-
desto, sencillo y tierno. Esta última cualidad se aprecia
sobre todo en su papel de maestro.

Era un hombre que concebía al trabajo como uno


de sus más preciados valores; con una inclinación mar-
cada para la verdad y la humildad, con enorme aprecio
a la discreción, la mesura en el hablar, caminar, vestir y
comer.
21
La profesora María Ceja Avellaneda, sobrina de
Matilde —la esposa de Torres Quintero—, tuvo la
oportunidad de conocerlo de cerca ya que vivió cinco
años con ellos en su casa de la ciudad de México.
Ella   nos   dejó   el   siguiente   testimonio:   “tenía   gusto
especial por la naturaleza, calmado, ponderado, objeti-
vo, ecuánime. Tendía a realizar con vigor sus ambicio-
nes, de acción decidida y a veces precipitada. Confiaba
en la experiencia y no en los sistemas. Optimista y
generalmente de buen humor. Tenaz y perseverante.
Cordial, demostrativo, emprendedor. De sentido prácti-
co. Buen observador. Conciliador, de buen carácter,
lealtad y franqueza. Gran capacidad de trabajo. Respeto
a principios y normas de conducta. Gusto acentuado
por la poesía y el arte. Elocuencia, talento oratorio.
Cortés. Agradable a los demás, de grata compañía.
Gusto por lo novedoso. Hombre de hábitos. Vida senci-
lla, sin grandes necesidades. Admirado por su valentía.
Apegado a la vida familiar, patriótica y religiosa”.
Además, Margarita Espinosa agregó que era inclinado
a rumiar acontecimientos pasados. Y Ma. del Carmen
Llerenas, dijo que gustaba de las diversiones y los jue-
gos y que era muy exigente consigo mismo.8

Amaba a Colima, su tierra natal, a ella le dedicó


siempre sus sueños y ambiciones; sus obras y escritos
así lo demuestran, sobre todo en el ámbito literario
donde pudo expresar la riqueza de sus emociones y
experiencias que la tierra colimota imprimió en su
mente.
Gregorio Torres Quintero vivió exactamente la
mitad de su vida en el siglo XIX (1866-1900) y la otra
mitad en el XX (1900-1934). Habitó, asimismo, la casi
mitad de su existencia en su natal Colima (1866-1898)
y la otra en el resto del país, en especial en la ciudad de
22
México. Este recorrido cronológico marcó su proceder
ya que perteneció a la generación que dio un enorme
impulso a la educación en la segunda mitad del siglo
XIX y primera década del XX, en ese momento po-
demos calificarlo como un individuo de avanzada.
Después de la Revolución tuvo que adaptar su vida y
sus circunstancias a los cambios violentos que se su-
cedieron, apreciándose su comportamiento más con-
servador, chapado a la antigua, como corresponde
también aquellos que han traspasado el cincuentenario
de su existencia.

No obstante representa a uno de los intelectuales


y educadores más brillantes de su época, razón por la
que José Vasconcelos lo invitó a participar en la nueva
cruzada educativa que se inició a partir de la creación
de la Secretaría de Educación Pública en 1921. Serían
sus últimas gestiones en el ámbito educativo, aunque
no paró de trabajar hasta que la enfermedad se lo impi-
dió. Su vida fue de intenso trabajo. Dejó gran cantidad
de testimonios escritos, en archivos, libros, revistas y
documentación personal. Gracias a esta numerosa pro-
ducción pudimos rescatar, no sólo su obra y las princi-
pales acciones de su vida, sino también algo de su per-
sonalidad, ¡cuando menos me lo imaginaba! aparecía
una curiosa nota personal. Él nos explica por qué se-
guía tal método, cómo lo aprendió, de quién era in-
fluencia, por qué hacía un nuevo libro o una nueva edi-
ción. Éstas fueron nuestras pistas para develar al perso-
naje entre el maremágnum de todo lo que dejó escrito.
Seguramente algo se nos pasó, pretexto ideal para que
otro siga este camino y nos pueda descubrir algo más
sobre este fascinante ser humano.
Se nos quedaron en la mente algunas preocupa-
ciones como la de haber oído una conferencia donde se

23
decía que Torres Quintero había sido masón; de hecho
una logia de Colima lleva su nombre. Sobre este tópico
François-Xavier Guerra menciona por ejemplo a Enri-
que Rébsamen entre el grupo de las logias masónicas
de entonces, y nos habla de varios destacados educado-
res como Porfirio Parra quienes a través de la escuela
impulsaron la educación oficial laica combatiendo a la
iglesia.9 Yo no localicé ninguna referencia que me indi-
cará que Torres Quintero fuera masón.

Otra disyuntiva que tuve ocurrió cuando lo en-


contré en algunos trabajos como positivista.10 No me
parecía acertado, hasta que encontré en otros autores
las razones para no incluirlo en esta línea. Gregorio
Torres Quintero no lo fue, porque en esa época los inte-
lectuales se debatían entre el liberalismo y el positivis-
mo, ambas corrientes se desarrollaron paralelamente,
todas las grandes personalidades decimonónicas estu-
vieron   envueltas   en   estas   polémicas.   “En   ocasiones   re-
nuncian a algunos de sus puntos esenciales y se acer-
can, se asocian, colaboran, y a veces se alejan, contien-
den, disputan”.11

En el quinto capítulo comento lo que Concepción


Jiménez nos dice sobre el positivismo en la Normal y
cómo éste se vio mermado después de 1882, cuando
Ezequiel Montes —secretario de Justicia e Instrucción
Pública— inició un periodo de ataques a los positivis-
tas, secundado por Ignacio M. Altamirano y Guillermo
Prieto; por ejemplo, planteó que los alumnos educados
en el positivismo de la Escuela Preparatoria se hacían
materialistas y ateístas. Jiménez enfatiza que desde
1880   “la   correlación   de   fuerzas   lleva   al   positivismo a
una declinación y al liberalismo a un ascenso y fortale-
cimiento   en  el   área  política.”12

24
Si recordamos que la Normal había sido proyec-
tada por Altamirano, su creador y primer conductor,
podemos ver que seguramente el positivismo no tuvo
eco en esta institución. Al contrario se considera que el
proyecto   elaborado   por   él   “significó   un   triunfo   más  
para   el   liberalismo   en   el   campo   de   la   educación”13 y si
a ello aunamos que Altamirano para Torres Quintero
fue uno de sus más queridos maestros y gran influen-
cia, podemos concluir que la postura de Torres Quinte-
ro debió ser más conservadora en este sentido; además
de haber recibido una profunda tradición religiosa en su
natal Colima. Todas estas circunstancias de vida debie-
ron haberlo puesto en bastante cautela frente a la ola
positivista.

François Xavier Guerra nos proporciona otra in-


teresante explicación —posible en cuanto a Torres
Quintero—, este pensador aprecia que la generación a
la que perteneció Torres Quintero estableció un pacto
entre el liberalismo y una ideología de orden para re-
construir el país, esta última una de las posturas del
positivismo.14 Más adelante nos da otra razón para ex-
cluir a Torres Quintero del círculo formal del positi-
vismo,   cuando   nos   explica   que   “la   enseñanza   positi-
vista queda reservada a las últimas etapas de la forma-
ción de la élite más elevada y restringida; no concier-
ne al resto de la enseñanza, ni aun a la que siguen los
maestros”.15

Lo que sí se aprecia en su obra es un profundo


laicismo, que tuvo más que ver con la separación entre
Iglesia y Estado, donde la escuela constituye el vehícu-
lo principal de formación del individuo. Y en ese tenor
la escuela debía apartarse de la enseñanza religiosa.

25
Sorprende encontrar en el personaje una enorme
riqueza de influencias en el ámbito pedagógico, tuvo
acceso a muchos autores, conocía sus obras; algunas de
ellas seguro las adquirió, como el Orbis Pictus de Co-
menio que se lo encargó a un amigo que iba a Estados
Unidos. Dominaba el inglés y el francés, lo que le faci-
litó llegar a muchos autores. Podemos sin ninguna duda
ubicar a Torres Quintero en el ámbito de la denominada
“Escuela   Nueva”   aunque   dentro   de   la   escuela   pública  
oficial. Fue uno de los impulsores de la modernidad
educativa, admirador de la educación de los Estados
Unidos gracias a sus viajes de reconocimiento de sus
sistemas educativos y de la educación rural, postura que
aparece claramente en sus propuestas de educación, de
ahí   sus  últimas   posturas  hacia   la  “escuela   activa”.

¿CUÁLES FUERON MIS PRINCIPALES


FUENTES?

Mis fuentes fueron, fundamentalmente, todos sus escri-


tos. En alguna ponencia se me ocurrió poner el título
“Un   prolífico   autor   mexicano”,   resulta   increíble   la   mo-
numental obra escrita que dejó. Hay de todo tipo: lite-
rarias, pedagógicas, periodísticas y hemerográficas, así
como sus expedientes personales. Sólo el del Archivo
Histórico de la SEP son dos voluminosos legajos con
más de doscientas fojas.

Logró publicar entre libros y folletos una cin-


cuentena de obras. De éstos hubo varias ediciones de
libros escolares, de historia de México, una novela
didáctica, varias obras de versos y recitaciones.

De todos ellos el que más utilicé fue Cuentos Co-


limotes, porque gracias a estas narraciones pude entre-
sacar mucho de su vida en Colima y de su infancia de
26
la que tenía casi total carencia de noticias. Por esa serie
de relatos pude acercarme a la personalidad del sujeto,
a varias anécdotas simpáticas de sus años de estudiante
y maestro. La publicó tres años antes de su muerte, en
1931, y curiosamente ha sido la obra más vendida en
Colima, eso sí después del Método Onomatopéyico,
que lo hiciera famoso en todo el país y fuera de él, ven-
diéndose varios miles desde 1904 hasta la última edi-
ción de 1992. Cuentos Colimotes fue un retorno a su
vida en Colima, en ella encontramos todo el amor que
le tuvo a esta tierra que lo vio nacer y crecer.

Muy importantes fueron también la gran cantidad


de artículos publicados en diversas revistas, logré regis-
trar más de cuatrocientos, aunque hay algunos que se
publicaron varias veces, en distintas revistas, además
de varios folletos. Toda esta información se sumó a la
obtenida en los archivos y en fuentes secundarias.

SU ÉPOCA

François-Xavier Guerra menciona la existencia de tres


generaciones bien definidas durante el siglo XIX: la
primera, que llega a la mayoría de edad durante el pe-
riodo más agitado de la historia de México, entre 1846
a 1867; la segunda, después de la restauración de la
República, en 1867, y la tercera, a la que pertenece To-
rres Quintero, …   entre   1865   y   1880,   cuando   el   Porfi-
riato ya está instalado. Para este grupo, el período de
disturbios pertenece al pasado y el orden, la estabili-
dad y la prosperidad parecen ser el estado normal del
país. Es, esencialmente una generación en la que se
encuentran pocas grandes figuras, pero muchos apelli-
dos conocidos.16 Curiosamente entre esta nueva gene-
ración menciona en Colima a Trinidad Alamillo, tipó-
grafo y periodista, quien se convertirá en terrible rival
27
de Torres Quintero cuando éste contiende a la goberna-
tura del estado en 1911.17 Guerra comenta sobre el Por-
firiato que fue un régimen autoritario pero no totalita-
rio,   que   proporcionó   “la   tranquila   seguridad   de   un   ré-­
gimen aceptado, que violaba incesantemente los princi-
pios   que  proclamaba”.18

Fue el momento de poner en práctica mucho de


lo anhelado durante la primera mitad del siglo XIX del
México independiente, y entre estos pendientes estaba
la educación, proceso que se inicia con la expedición
de la Ley Orgánica de Instrucción Pública, del 2 de
diciembre de 1867. Para ese momento, la educación
representaba el necesario cambio de adecuación de
conciencias a su nueva identidad, como mexicanos, lo
que generaría el orgullo de ser y con ello de conservar
y engrandecer a la Patria.

Torres Quintero nació en ese momento tan espe-


cial para México, se cerraba un ciclo de revueltas, pro-
blemas y sinsabores, y se iniciaba la República Restau-
rada; época donde los cambios van a empezar a hacerse
posibles. Aquí mismo en Colima le correspondió crecer
cuando los sistemas educativos tomaban fuerza, des-
pués de la estancia de Mathieu de Fossey —fundador
de la primera normal— cuando había nuevos maestros
y maestras. En ese tiempo también se reabrió el Semi-
nario Conciliar de Colima, gracias al cual se graduaban
preceptores con una mejor preparación. Apenas en 1863
se había expedido la primera Ley de Instrucción Públi-
ca por don Ramón R. de la Vega.

Diez años más tarde en la ciudad de México, el 4


de abril de 1873, el ministro de Educación había envia-
do al Congreso de la Unión el proyecto de Ley de la
Instrucción obligatoria en el Distrito Federal y Territo-
28
rio de Baja California,19 la que en Colima se decretó en
1879.20 Gracias a esta ley, a partir de entonces, todos
los niños y niñas en edad escolar tenían que ser envia-
dos por sus padres a la escuela; esta ley inició el largo
proceso de amplio desarrollo educativo del siglo XX.
Será por primera vez cuando la educación dejó de ser
en México sólo un privilegio de algunos.

A Torres Quintero le correspondió formarse co-


mo pedagogo en las etapas más ricas y florecientes de
la educación mexicana del siglo XIX. Ésta será la
época de una importante transformación en el campo
educativo, con los Congresos Nacionales de Educa-
ción, el surgimiento de las principales normales, la
aportación de renombrados pedagogos extranjeros y
mexicanos y la difusión de nuevas ideas en la vasta
prensa pedagógica.

Josefina Vázquez plantea que en México se dis-


tinguen cinco etapas fundamentales en el desarrollo
educativo como nación. La primera, de 1821 a 1857, la
de los propósitos, en la cual se postulan los caminos
que debe seguir el país para alcanzar el progreso; la-
mentablemente la nación no estaba en paz y tranquili-
dad para poder alcanzarlo. En la segunda etapa, 1857-
1889, se suponía que debería conducirse el país hacia la
felicidad,   pero   “la   libertad total que defendían los cons-
tituyentes de 1856 se cambió, después de la guerra de
Reforma y de Intervención, en un intento de formar
nuevos ciudadanos para el futuro mediante la escuela
laica”.   La   tercera   etapa,   1889-1917, inicia como una
fase de reorganización educativa hacia la unificación
nacional,   “el   primer   Congreso   Nacional   de   Instrucción  
Pública [...] comprende el primer gran esfuerzo educa-
tivo interrumpido por la Revolución". Durante la cuarta

29
etapa, 1917-1940, empiezan hacerse realidad algunos
de los postulados de las etapas anteriores. Y en la quin-
ta etapa, 1940-1960, se alcanza la tan anhelada unidad
nacional, que culmina con el decreto de 1959 donde se
crea el texto gratuito y obligatorio.21 Torres Quintero
vivió entre la segunda y cuarta etapa, pero básicamente
fue producto de la educación porfirista nacionalista.

Podríamos decir que con él muere toda una épo-


ca, aunque su obra trasciende y se vuelve tan significa-
tiva como esta misma, por las alteraciones que provocó
en la conciencia colectiva, en todo ello radica el valor
de su estudio.

Muchas escuelas llevan su nombre, hay bustos,


calles, jardines y una plaza en Tepito donde vivió, la
tradicional plaza de San Sebastián. Entre las esculturas
más importantes está la del Paseo de la Reforma.

Sin embargo, ¿cuántos jóvenes de ahora en Coli-


ma y en el resto del país identifican ese nombre y co-
nocen su obra? Para todos ellos, y en especial a los
maestros, dedico este libro.

Con qué gusto habría oído Torres Quintero el si-


guiente relato de una maestra durante la educación
socialista:
En la noche estuve pensando qué método esco-
gería para enseñarlos a leer... me decidí por el método
onomatopéyico de Torres Quintero. En la tarde empe-
zamos a formar nuestro primer libro, porque yo tam-
bién hice mi libro... con cerdas que le habíamos corta-
do a los caballos y a los burros de la crin de la cola hi-
cimos pinceles y brochas; con el hollín que le quitá-
bamos a los comales, al papel quemando y a la tre-
mentina líquida de los pinos, hicimos tinta negra y con
30
papeles de envoltura y algunas revistas de propaganda,
principalmente Amigos de la URSS, hacíamos nuestros
cuadernos... Se nos hizo rutina estar en la mañana en
contacto con la naturaleza, por las tardes íbamos a tra-
bajar en las distintas casas donde los padres nos invi-
taban, mientras construían un aula. 22

AGRADECER ¿A QUIÉNES? A TODOS

Fueron tantos los que me ayudaron, me impulsaron, me


dieron pistas, me auxiliaron en archivos y bibliotecas,
que tendría que dar una larga lista de nombres y segu-
ramente alguien se quedaría sin mencionar. Una inves-
tigación como ésta, de tantos años, debe tanto a tantos
que resulta imposible nombrarlos a todos. En los casos
en que me proporcionaron algún dato o documento im-
portante lo señalé en el texto en la nota de referencia.

Sólo me referiré a aquellos que de manera directa


me apoyaron en los últimos procesos de la redacción.
Ruth Peacok, mi primera lectora, crítica y correctora, y
en este mismo tenor Milada Bazant, que conoció la
obra ya en sus finales, lástima que tomé su curso sobre
construcción de biografías cuando ya el trabajo estaba
en borrador final, sino tal vez hubiera hecho algo más
ameno y literario como ella nos sugirió en el curso. La
próxima vez quizás... Ernesto Terríquez y Elvia Montes
de Oca, amigos y lectores del borrador final, fueron
atinados críticos con muchas observaciones y correc-
ciones que me ayudaron a pulir el texto. Gloria Vergara
y Carmelita Zamora, magníficas escritoras, fueron de-
terminantes; la primera en orientarme hacia dónde po-
día transitar en la idea de hacer una biografía novelada
y la segunda ha sido fundamental con sus observacio-
nes y correcciones. Mis editores no pueden faltar: Juan
Carlos Meza Romero, director de la Facultad de Peda-

31
gogía de la Universidad de Colima; Rosa María Alva-
rado Torres directora del Archivo Histórico del Muni-
cipio de Colima; y Enrique Ceballos Ramos, de la Edi-
torial Tierra de Letras. Ellos han sido amigos y críticos
fundamentales, además de haberme proporcionado re-
ferencias, orientaciones y la posibilidad de ver impresa
mi obra.

En el camino de la investigación hubo alumnos


que me ayudaron en la dura talacha de la captura, foto-
grafía y digitalización; Lupita, Claudia y Chuy (Ma.
Guadalupe Herrera Guerrero, Claudia Ramírez Guerre-
ro y Jesús Magaña González).

Debo mucho a las instituciones donde he trabaja-


do en Colima, empezando por el Archivo Histórico del
Municipio de Colima, después la Universidad de Coli-
ma, en esta particularmente la Facultad de Pedagogía, y
el Archivo Histórico del Estado de Colima. En todas
ellas, autoridades y compañeros fueron un gran auxilio.

Mi mayor deuda es con mi familia: Alex, Fabi y


Paula, mis hijos; Alexis, el nieto; Claudia, mi nuera y
mis hermanos, Carmen y Joaquín. Ellos me alientan,
me dan confianza y ánimo, pero sobre todo, tanto amor
que sin ellos el trabajo y mi vida no tendrían sentido.

Colima, deposita sobre su sepulcro la corona


sensitiva de su mar verde palmar como los pue-
blos de la antigüedad ponían sobre los sepu l-
cros de sus poetas coronas de laurel; y con su
muerte se pierde, hoy por hoy el más ilustre de
sus hijos.
José Juan Ortega, 4 de febrero de 1934.23

32
CAPÍTULO PRIMERO
QUERIDO HERMANO Y AHIJADO: A TUS
CUARENTA   AÑOS,  RECUERDO… TU
NACIMIENTO

…dedícale   un   recuerdo  de  gratitud  [a  


nuestra madre] por los esfuerzos que
hizo porque llegaras a la posición en
que te encuentras.24

Mi padre estaba de soldado en Zapotlán y mi madre no


podía explicarnos lo que pasaba. En ese entonces no lo
adiviné mientras ella insistente nos mandó a bañar al
río, ordenándonos que regresáramos hasta la tarde. Era
un viernes 25 de mayo y no había qué comer...

Yo no me las camelé —Melitón y yo, nos


quedamos en la calle, junto al río a la sombra del gran
sauz,   en   nuestro   viejo   barrio   “Las   cabezas”25 — hasta
que tú naciste, mero a las 12 del día a la hora del
calorón. Un año luego de la terrible inundación de
186526 . Ciertamente no había que comer y no porque no
hubiera, sino porque no había quien lo hiciera, así que
hasta la noche comimos cuando yo pude hacerlo.

Fragmento del plano testi-


monio Colima 1887 elabo-
rado por Jaime Pizano Alca-
raz, donde se señala el ba-
rrio   “Las   Cabezas”,   inme-
diatamente al norte del ba-
rrio de España. (Pizano Al-
caraz, 1997).

33
Naciste en plena Intervención Francesa, cuando
el Departamento de Colima formaba parte del Imperio.
En enero de ese mismo año, Napoleón III decidió reti-
rar sus tropas de México y con ello se iniciaría la caída
de Maximiliano.

Al día siguiente de tu nacimiento te llevaron al


registro civil, de acuerdo a los nuevos tiempos y no a la
parroquia, como anteriormente se acostumbraba. Te
pusieron por nombre Gregorio, porque ese día corres-
pondía al del santo papa Gregorio VII según el
calendario Galván.27 Te registró el alcalde municipal
Carlos Meillón quien a su vez era el oficial del registro
civil. Te llevaron los amigos de la familia: Refugio
Zamora quien te presentó, mientras que como testigos
fungieron Agustín Navarro, originario de Tacascuaro; y
el talabartero colimote28 Abundio Cabrales. Declararon
que eras hijo legítimo de Ramón Torres y de Ignacia
Quintero.29

Acta de nacimiento de Gregorio Torres Quintero, AHEC, Fondo


Acas del Registro Civil, caja 97, Colima, 1860-1867.

Así fue como don Carlos Meillón te registró co-


mo colimote, aquel ricacho hacendado dueño de la ha-
34
cienda de Camotlán de Miraflores, una de las más ricas
y grandes del Estado. Era tan grande que sus linderos
comenzaban en el cerro del Vigía en el puerto de Man-
zanillo, puerto que le pertenecía: por eso, ellos vendie-
ron la mayoría de los lotes hasta que se declaró el Fun-
do Legal del Puerto. De ahí se extendía la hacienda
hasta antes de Cihuatlán, Jalisco, con una extensión
total de 20,000 hectáreas.30 Aunque gran parte de sus
terrenos estaban incultos se producía abundante algo-
dón, cocoteros, en especial la palma de coquito de don-
de se saca el aceite y muchas frutas tropicales: tamarin-
do, mamey, chico, limón, plátano, papayo y zapote,
entre las principales. Contaba con buenas y abundantes
maderas para la construcción, como: cedro, granadillo,
tampinzirán31 , palo fierro, primavera, caoba, parota,
palo Brasil y Campeche, de ahí se extraían algunas
gomas y resinas como el copal, el oli o hule, el chicle,
la goma de mangle arábiga y olvidaba también que se
cosechaba cacao y tabaco, productos que se enviaban,
muchos de ellos, para exportación a California por la
línea de vapores que entraban en el puerto.

Don Carlos Meillón fue diputado y gobernador


sustituto en varias ocasiones; la última vez suplió a
Santa Cruz32 —tú todavía estabas aquí en Colima, fue
hace diez años, en 1896— cuando estuviste bien malo.
¡Ah, qué susto nos diste esa vez!, hasta el periódico
oficial lo publicó.33 Él, como te decía, precisamente te
registró cuando era alcalde municipal nombrado por los
franceses —por el general Félix Carlos Douay— en
noviembre de 1864, en lugar de Miguel Bazán.34 ¡Qué
había de hacerse hermano! Sin duda, naciste en tiempos
difíciles.

Creo que mi carta del 22 de mayo despertó tu cu-


riosidad por saber más de nuestros antepasados y ahora
35
me pides más datos sobre la familia de nuestro padre;
quizás a la distancia te sorprendieron varios hechos, ¿por
qué estábamos en Colima? y ¿cómo era que mi padre
luchaba del lado conservador? ¡Tú, tan liberal que siem-
pre has sido! Perteneces a la generación de la “Reforma
en   marcha”   que   se   consolida   con   este   periodo   durante el
gobierno de Díaz. Así te declaraste, desde tus primeros
inicios como escritor, en aquella revista que fundaste
cuando eras estudiante del Liceo de Varones aquí en
Colima, Juventud era el nombre de esa publicación.
Fue en ella donde empezaste a publicar tus ideas libera-
les de acuerdo a la obra de Gabino Barreda y luchabas
contra lo que se publicaba en el Boletín Religioso.35

Nuestros bisabuelos fueron Ignacio Torres y Ja-


cinta Villegas, ellos vivieron en su ranchito, allá en Los
Reyes, Michoacán, en el rico valle de Peribán, cercano
al sistema volcánico transversal de la sierra de Patam-
bán. Aparentemente vivieron tranquilos. ¡Eran otros
tiempos!

Nuestro abuelo Agapito Torres fue comerciante y


durante un altercado, no sé por qué fue apresado y lle-
vado a Morelia, ahí estuvo todo un año ya que después,
a la fuerza, lo hicieron soldado del lado conservador:
¡llegando hasta el grado de capitán! Después partió a
Guadalajara, ahí nuevamente durante una riña mató a
otro capitán. Esa vez lo llevaron preso a Atenquique,
aunque no alcanzó a llegar, porque al pasar por Za-
potlán cayó muerto entre unas tortilleras, quienes pia-
dosamente lo cubrieron de los curiosos. Llevaron su
cadáver para Tuxpan junto con un hermano, quien tam-
poco alcanzó a llegar pues se murió en Zapoltitic.36
Eran días muy duros.

36
Nuestro padre nació en Los Reyes, pero el abuelo
los había enviado a Colima, buscando un lugar tranqui-
lo donde vivir. Estando aquí quiso ir a ver a la familia a
Los Reyes y se le ocurrió pasar por Zapotlán, ¡Uy! ahí
lo agarró la leva,37 también del lado conservador, como
al abuelo. Duraría unos seis meses: justo durante el
tiempo en que tú naciste.38

Cuando logró regresar a Colima, puso su negocio


de zapatero para sostener a la familia y nosotros le
ayudábamos como podíamos.

LO QUE ERES HOY

Ahora tienes un lugar en el Ministerio de Instrucción


Pública, eres jefe de la sección de Instrucción Primaria
y Normal; has publicado libros, el método onomatopé-
yico que te ha hecho famoso pero también te ha origi-
nado duras críticas; nunca faltan enemigos y sobre todo
en estos momentos cuando empiezas a brillar como
pedagogo. Asimismo tienes muchos seguidores y ami-
gos, tanto aquí en tu tierra como en la capital; algunos
muy importantes, sobre todo desde que estás en el Con-
sejo Superior de Educación Pública, nada menos que
comandado por don Justo Sierra y Ezequiel A. Chávez,
entre otros muchos ilustres maestros.

¡Qué barbaridad! Ahora vives en esa gran ciudad


de México, violentada por el progreso; tienes agua en-
tubada en tu casa, luz eléctrica y pronto quizás hasta
teléfono. Hay telégrafo para comunicarnos de rapidito;
las calles están pavimentadas, y tú caminas sorteando
los caballos y los nuevos coches o automóviles, cómo
se les dice elegantemente; hay ferrocarriles y pronto
podrás obtener tal vez un   radio…

37
COLIMA, TU CIUDAD NATAL

¿Qué sentirás? Tú que naciste en esta pequeña ciudad


—de Colima— distinta   y   distante,   la   “Ciudad   de   las  
Palmas”,   como   nos   gusta   llamarla,   escenario de un lu-
juriante verdor selvático, rodeada de hermosas y fres-
cas huertas, alimentada por los ríos que descienden
desde las montañas y cruzan la población de norte a
sur. Con un paisaje coronado por dos imponentes vol-
canes, el de Fuego y el de Nieve; que de vez en cuando
nos atemorizan, el que se encuentra activo denominado
ciertamente   “de   Fuego”. No obstante, a todos, propios
y extraños, estos volcanes nos hipnotizan con una irre-
verente atracción.
Entre la ciudad y los volcanes nada impide su
vista panorámica, la perspectiva hace creer que el de
Fuego es más grande que el de Nieve, lo cual es erró-
neo. Lo que te fascinaba y siempre nos lo decías es que
estos dos volcanes “parecen   dos   hermanos   estrecha-
mente   abrazados”.39 Y no en balde siempre has dicho
que los niños de Colima, el primer dibujo que hacen es
de los volcanes.

Pintura de unos niños de los volcanes .


38
Los fuegos y volcanes

Seguramente tú, como muchos de nosotros, quedaste


impresionado desde aquel año de 1869. Qué susto nos
dio el volcán cuando le   nació   “el   volcancito”.   El   mag-
ma estaba por debajo del borde del cráter principal,
pero encontró una salida en el noreste del cono, for-
mándose un domo parásito a un kilómetro del eje del
cráter principal, aproximadamente 700 metros abajo.40

Y la otra ocasión en el año de 1872 —estabas


más crecidito, tenías seis años de edad— empezó un
terrible temblor, por lo cual te agarrabas de mis piernas
tembloroso y no sabías qué pasaba. Se dijo que el vol-
cán había reventado con una erupción gigantesca, una
enorme nube cruzada de relámpagos coronaba la cima
del volcán. Por las noches cuando nos lo permitían, lo
contemplábamos coronado por una masa de lumbre
“como  si  fuese  la  de  un  cigarro  colosal,  crecer  y  subir,  
y luego rebozar, derramándose sobre los labios del
cráter y correr por la falda en forma de ríos o avalan-
chas   infernales”.41 Seguro y a pesar de ser tan escuincle
guardas todavía en la memoria aquel duro percance,
que tanto nos impresionó, asustados de aquellas enor-
mes piedras incandescentes que bajaban desbaratándo-
se en mil luces las cuales durante las noches se perci-
ben como fuegos pirotécnicos, pues este volcán no arro-
ja lava derretida en forma de ríos, sino material espeso
en forma de rocas que cae en sucesivas explosiones.

A él dedicaste uno de tus primeros poemas, pre-


cisamente uno de los más famosos.42 Eso fue en 1893
unos días después de haber sido nombrado inspector de
Instrucción Pública en el Estado, el más alto cargo en la
función educativa de Colima.

39
Poema al Volcán, de Gregorio Torres Quintero, Versos, cuentos y
leyendas, Imprenta del Gobierno del Estado a cargo de F. Munguía
Torres, 1894, 36.

En 1873, cuando estábamos tranquilamente en


casa, otro fuego se desató. Esta vez en la bodega de la
casa de los Hermanos Oetling, comerciantes muy reco-
nocidos en la población. Todos fuimos a apagar el in-
cendio, ricos y pobres, extranjeros y nacionales luchan-
do codo con codo, por cerca de tres horas para sofocar-
lo. Finalmente se comprobó que el incendio destrozó la
bodega y los efectos que en ella se encontraban, pero
afortunadamente no hubo ninguna pérdida humana.43
Cómo eran comunes los incendios en ese entonces, de-
bido a las construcciones tan endebles de pajareque y
madera y a la utilización de velas y leña en el hogar.

Aunque ese año lo que realmente causó furor en-


tre la población fue el anuncio de la prohibición de las
peleas de gallos y las corridas de toros, por considerar-
las nocivas a la moralidad y reprobadas a la civiliza-
ción.44 ¡Qué revuelo causó entre la población colimota!
40
Puede ser que más que muchos temblores e incendios
juntos.

LOS FRANCESES EN COLIMA

Cuando tú naciste el ejército invasor francés estaba


ocupando parte de Colima. Estábamos entre dos fue-
gos: liberales y conservadores. Batallas importantes se
desarrollaban, sobre todo en la barranca de Atenquique
donde se distinguió el general Ramón Corona, encar-
gado de la campaña en los estados de Jalisco y Colima.
En Colima los fusilamientos se sucedían contra los li-
berales. Fue famoso aquel de Jesús Lira que se negó a
retractarse de haber jurado la Constitución Federal de
1857.45 Las luchas entre Julio García y el general fran-
cés Alfredo Berthein fueron terribles; éste último fue
conocido   como   “La   Avispa”   por   la   crueldad   con   que  
trataba a sus enemigos —los liberales—. Por eso cuan-
do Julio García logró vencerlo en El Guayabo le cortó
la cabeza y la envió en alcohol a Colima.46

Los liberales encabezados por Julio García, An-


tonio Rojas, Pueblita y Merino, se encontraban tan cer-
ca en los alrededores de la ciudad, causando mucha
bulla. Algunos de ellos lograban entrar muy cerca a las
orillas de la población pero no llegaban hasta los forti-
nes que tenían los conservadores en derredor de la ciu-
dad. Muchas veces se dedicaron al pillaje y a la em-
briaguez en las casas y tiendas de la periferia, en lugar
de tomar a sangre y fuego la plaza. En fin, así son estas
cosas de las guerras.

Indudablemente más de la mitad del ejército


francés quedó sepultado entre nuestros bosques y cam-
piñas, en aquellos tres meses empleados en la desocu-
pación.47
41
La ciudad estaba resguardada por el jefe conser-
vador Oronoz con trescientos hombres, quienes se en-
frentaban y defendían como podían. A finales de octu-
bre, cuando ya las tropas francesas se habían embarca-
do para sus tierras, los liberales entraron comandados
por Julio García

…más consciente de la situación, puso en


práctica un plan que consistió en sorprender a la
guarnición apostada en un fortín en la calle de San
Cayetano, hoy Constitución, en la esquina donde
después estuvo el Liceo de Varones y hoy se halla la
Escuela Secundaria Nocturna No. 2.
Con ese objeto el jefe García mandó abrir
horadaciones en las paredes de las casas desde tres
cuadras al norte, donde existía calle cerrada y se
proponía pasar sus tropas hasta la contraesquina del
cuartel; pero al atravesar la casa del maestro Vizcarra,
misma finca de ladrillo en la que años después estuvo
un Asilo para Huérfanos y donde también existía la
escuela oficial de la que eran alumnos los hijos del
jefe García, se mandó aviso a éste del peligro que
corrían sus hijos y el maestro Vizcarra y su familia.
Sin pérdida de tiempo una escolta de soldados
liberales sacó a todos a altas horas de la noche y los
condujo a la fábrica de hilados y tejidos de Corvière 48
(después llamada La Atrevida) y de allí a San
Cayetano, más alejada de la población, donde el
administrador don Sixto de la Vega, los escondió en
una bodega de la fábrica. 49

Todo esto terminaría pronto el día 2 de enero de


1867 cuando fue depuesto el prefecto superior político
José Ma. Mendoza, figura gubernativa de mayor jerar-
quía del Imperio en el Departamento de Colima. Fue-
ron los últimos sucesos de la injusta lucha que los me-
xicanos libramos, por el anhelo de unos cuantos, que
querían tener un Imperio con un monarca güero y euro-
42
peo —Maximiliano I y su esposa doña Carlota—. Sue-
ño que terminaría con su fusilamiento y el de Miramón
y Mejía, y la recuperación de la nación por Benito Juá-
rez. En Colima regresó como gobernador don Ramón R.
de la Vega,50 quien recibió de parte del presidente Juá-
rez, el 17 de julio de 1867, el siguiente mensaje:

Tengo el gusto de participar a Ud. que el 15 del


corriente hice mi entrada a esta ciudad, en la que como
en todas partes estoy a su disposición. La ocupación
de la plaza de Veracruz ha cerrado la dolorosa historia
de la intervención Europea. 51

Si bien iniciaste tu vida con un efímero Imperio,


tus primeros seis años transcurrieron durante el juaris-
mo restaurado, Colima y todo México poco a poco se
fue recuperando, a partir de julio de 1867.

DE NUEVO LA REPÚBLICA CON JUÁREZ

Ramón R. De la Vega sólo estuvo al frente del go-


bierno hasta 1869. Entonces se nombró gobernador
sustituto a Francisco Santa Cruz, quien se quedaría has-
ta 1873.

Don Ramón sí que fue un personaje importante


para Colima, hizo tanto por ésta su tierra adoptiva, pues
nació en Zapotlán pero desde muy chico vivió en Co-
lima. El viejo de todo se ocupaba, tantito en la ciudad
arreglando asuntos, tantito en el campo. Dicen que él
trajo a Colima el plátano y el café de Costa Rica. Tam-
bién impulsó la industria en las fábricas de manta tan
exitosas —la manta de Colima era famosísima— sobre
todo   la   de   “San   Cayetano”.   Esa   fábrica   la   dirigió   don  
Ramón por muchos años. La educación fue una de sus
grandes preocupaciones y gracias a su empeño se lo-

43
graron muchos progresos, el Liceo de Varones donde tú
estudiarías unos años más tarde, fue también una obra
que él impulsó. Quién nos diría que tú lo sustituirías
después de su muerte, a fines de 1896, en la Inspección
de Instrucción Pública.

¡Qué personaje! Suerte tuviste de estar cerca de


él, pues sin duda fue una importante influencia en tu
carrera de educador.

Tantas cosas pasaron esos años. Unas primordia-


les, otras no tanto: quizás tú no recuerdes muchas pues
eras tan pequeñito. En 1869, por ejemplo, se realizó la
famosa expedición a las Islas Revillagigedo, por la cual
se hizo mucho alboroto. Hasta el gobernador, todavía
don Ramón R. De la Vega, fue a Manzanillo a despedir
la expedición. Por esos años cuántos alemanes llegaron
a Colima, uno de ellos fue don Arnoldo Vogel funda-
dor de la productiva hacienda cafetalera de San Anto-
nio. Varias veces fuimos de cacería por ahí, bien cer-
quita del volcán; los alemanes en aquellos años se deja-
ron venir en gran cantidad, aunque también llegaron de
otros países.

No todo era bueno, un decreto presidencial cerró


el puerto de Manzanillo al comercio de altura y cabota-
je. Cómo hemos luchado en Colima porque ese puerto
sea una puerta segura y abierta para nosotros y el resto
del país; algún día, hermano, lo lograremos. Por ahora
ha mejorado mucho la situación con el ferrocarril, por
fin ya está funcionando. Al menos ya corre de Manza-
nillo a Colima. ¡No puedo imaginarme! Cuando esté
terminada la línea hasta Guadalajara y México, cómo
será viajar de corridito, sin recuas y sin diligencias has-
ta la gran ciudad.

44
Por cierto que en esos años, para solucionar el
problema de atravesar la laguna de Cuyutlán en tiem-
pos de aguas, el cónsul americano don Augusto Morrill
puso en servicio un curioso vaporcito que cruzaba la
laguna de Manzanillo a Cuyutlancillo: una de las rutas
más difíciles en el camino del puerto al interior sobre
todo en época de lluvias cuando se hacía imposible el
viaje. Ese fue el mayor impedimento en el desarrollo
del Puerto y si bien no solucionó del todo el problema,
sí lo aligeró pues este vaporcito fue de gran ayuda
cuando se hacía imposible el camino porque la laguna
crecía y desbordaba los caminos.

Esta Compañía de Navegación comenzó sus fun-


ciones por allá de agosto de 1871. El vaporcito era muy
simpático: toda una proeza ingenieril construida con
deshechos pero sin problemas para funcionar. Era más
bien pequeño, de 36 pies de largo (10.97 metros) por
14 de ancho (4.26 metros) y no obstante lograba subir
hasta 140 cargas de mula. Eso sí: no navegaba muy
rápido, apenas unos 12 kilómetros por hora. El motor
era lo más curioso de todo el aparato, había sido de un
pequeño aserradero, con una caldera gigantesca y unos
cilindros pequeños que hacían dudar de su buen fun-
cionamiento y que aún conservaban las viejas bandas
de cuero que trasmitían el movimiento a las ruedas de
las paletas.52 Muchas veces se descomponía y había que
esperar. Durante la temporada de secas no se podía na-
vegar al bajar el caudal de la laguna pues se quedaba
varado.53

Como te puedes dar cuenta, el progreso de Coli-


ma ya se vislumbraba. Recuerdo también que por esas
fechas empezó a funcionar una de las primeras fábricas
de jabón, conocida como   “Las   Calderas”, propiedad del

45
señor Mariano Morales quién la cerró, desafortunada-
mente, en 1884.

El año de 1869 fue significativo, pues llegó el te-


légrafo a Colima desde Guadalajara.

A las diez de la mañana del 12 de marzo de ese


año pasaron el primer mensaje telegráfico dirigido al
licenciado Benito Juárez, presidente de la República. El
mensaje iba firmado por el gobernador Ramón R. de la
Vega. De inmediato se recibió contestación con frases
de amplias felicitaciones para los colimenses. Por pri-
mera vez Colima se encontraba cerca del mundo a tra-
vés de esos hilos misteriosos. Teléfono no había aún y
tuvieron que pasar varios años para que lo hubiera; el
primero llegó hasta la instalación de la central en 1883.

Ese año tuvimos una visita importante en Colima.


Vino el secretario de Estado del gobierno de Abraham
Lincoln, el norteamericano William H. Seward, quien
desembarcó en Manzanillo y recorrió gran parte del
país. Aquí en la ciudad lo hospedó el español Juan
Fermín Huarte, en su bella casa del portal Medellín en
contraesquina de la Catedral. Bueno, qué te puedo de-
cir, ese año hasta se le ocurrió a don Agustín Alvarelli
traer nieve del volcán pero no lo autorizaron.

En 1871 se empezó a construir un hermoso teatro


con   el   nombre   de   “Francisco   Santa   Cruz”   como   el   go-
bernador de entonces. El teatro se edificó durante el
largo gobierno de éste; gobierno de naturaleza vitalicia,
pues Santa Cruz gobernó desde 1873 hasta 1902. Por
ello, llevó su nombre, que luego cambio por el actual
de Teatro Hidalgo.54

46
A la reelección de Juárez, de nuevo empezaron
los problemas en el país. Porfirio Díaz se levantó con el
Plan de la Noria y fue directamente al fracaso. En Co-
lima fue nombrado gobernador Filomeno Bravo, aquel
joven apuesto que dicen ayudó a Juárez en Guadalajara,
cuando intentaron matarlo y Guillermo Prieto pronun-
ció las celebres palabras “Los   valientes   no   asesinan”, y
a quien también le achacan que su porte gustaba a la
emperatriz Carlota. 55

A la muerte del presidente Juárez la situación


empeoraría, pues las ambiciones por el poder presiden-
cial se desataron. Sebastián Lerdo de Tejada quedó
como presidente provisional, quien a su vez pretendió
reelegirse al final del periodo en 1876. Entonces se le-
vantó en armas José Ma. Iglesias y, a su paso por Co-
lima, Filomeno Bravo le otorgó toda clase de conside-
raciones. Don Filomeno tanteó a los tres porque tam-
bién le coqueteó a Porfirio Díaz cuando lanzó el Plan
de Tuxtepec. En pocas palabras jugó con los tres y a la
postre se quedó chato, pues en 1876 al convertirse en
presidente Porfirio Díaz, éste lo destituyó en enero del
77 y nombró a Doroteo López, con todo el mando civil
y militar al declarar a Colima en estado de sitio. A don
Filomeno la gente de Colima le quería, pero no le fue
nada bien; después del motín que organizó en 1878,
terminó fusilado el 25 de diciembre en el "Potrero
Grande" cercano a El Mamey.56 Y al convocar a elec-
ciones don Doroteo López salió triunfante. Tú entonces
tenías diez años, y junto con el país que entraba en una
nueva etapa, tú vida también cambiaría.57

LA APACIBLE VIDA DE TU INFANCIA

A despecho de los problemas políticos nosotros vivía-


mos en nuestra pequeña casa en la vecindad donde
47
transcurrió tu niñez; apenas teníamos unos cuantos
cuartos con techo inclinado de teja, sobre grandes vi-
gas, sostenidas por troncos de palmas clavados en el
suelo y de paredes gruesas de adobe, como eran las
casas de los humildes en ese tiempo; sin embargo, era
nuestro querido hogar. La casa estaba enjarrada de
blanco como la mayoría de las casas en Colima y aun-
que no teníamos huerta, ni corrales, como casi todas, el
patio era nuestro lugar de juegos. Ahí junto a los lava-
deros hacíamos travesura y media, y nos divertíamos de
lo lindo.
Casi no pasábamos tiempo en el interior que era
muy modesto. Apenas tenía unos cuantos muebles de
bejuco. Ahí sólo hacíamos las comidas y por la noche
dormíamos en nuestros tapeixtles que tenían un petate
como colchón. Estos últimos teníamos que enrollarlos
muy temprano al levantarnos.58 No había llaves de en-
trada, la ciudad era tan segura que por las noches sólo
se cerraba con un palo chico que atravesara los barrotes
de puerta.59 Aún ahora dormimos tranquilamente sin
candados ni chapas complicadas. ¡Qué rico olía Colima
por las noches! A puro coco por el aceite con que ali-
mentaban las lámparas de la ciudad, eran noches de paz
y tranquilidad arrulladas por grillos, ranas o sapos, sólo
interrumpidas por la monótona voz de los serenos que
decían: Ave María Purísima sin pecado original con-
cebida, y anunciaban el tiempo si amenazaba tormenta
estaba lloviendo o bien decían hay cielo despejado, o
neblina.60
En la casa no había baños como tú tienes ahora
en tu casa de México con regadera y toda la cosa; noso-
tros nos bañábamos en el río o en los baños públicos
que había en sus riberas, con enramadas de palma o de
plátanos,   de   esos   recuerdo:   “Las   Atarjeas”,   “Los   Fres-

48
nos”   o   “El   Baño   Azul”;;   hasta   los   caballos   tenían   un  
sitio especial para bañarlos. El río, nuestro río de Coli-
ma, ¡cómo nos gustaba! En cuanto teníamos un tiempe-
cito y el calor arreciaba corríamos a chapotear en el
agua.

Baños junto al río, IISUE/AHUNAM/Fondo


Ezequiel A. Chávez, doc. 540.

De niños corríamos y caminábamos por toda la


ciudad llena de casitas de techos de teja roja, pintadas
con cal de diversos colores que cambiaban cada dos
años, con enormes huertas y corrales donde asoman
soberbias y orgullosas las palmas, las que se admiran
desde lejos; por eso precisamente la llaman   “La   ciudad  
de las Palmas”.   Entonces   eran   casas   de   un   solo   piso   y  
apenas empezaban a construirse de dos pisos por la
Calle Real.61 Ahora ¡cómo han cambiado las casas! De
un tiempo para acá a la gente les han gustado los techos
planos con cornisas adornadas, llenas de extrañas y
abigarradas líneas, dizque arabescos. La realidad es que
se están perdiendo las techumbres de teja que tanto co-
lorido le daban a la ciudad, cuentan que éstas son más
modernas y al estilo europeo. Quién sabe si esto sea lo
mejor pues en tiempos de lluvias no son muy prácticas
esas azoteas, provocan muchas humedades al interior
de las piezas y los chorros que caen por los tubos que
49
dan a la calle lo empapan a uno. Antes podíamos cami-
nar sin mojarnos debajo de los aleros de los techos de
teja. Pero los tiempos cambian. ¡Qué se le va hacer!

Puente Zaragoza. Fotografía proporcionada por el Mtro. José Luis


Silva.

La vecindad de los principales puentes Viejo y


Zaragoza era uno de los lugares más bellos, con gran-
des espacios sembrados de hierba y grandes sauces.
Los márgenes del río eran tan hermosos al esconder
una serie de parajes llenos de vegetación y grandes
sauces. En cambio y como siempre sucede la ambición
los ha ido urbanizando llenando este hermoso espacio
de casas y a veces sólo casuchas.62

El tesoro del puente quebrado


Por cierto, guardo una grata remembranza sobre la
construcción del puente Zaragoza, también llamado
puente Nuevo o “puente Quebrado”; así le llamaban por
su  forma,   en  referencia   al  otro  que  era  el  “puente   Viejo”.

¿Te acuerdas que cuando lo empezaron a cons-


truir pusieron en el cimiento occidental del puente una
caja con periódicos, documentos, monedas y retratos de
los funcionarios de entonces, testimonios de la época,
50
que la gente dio por llamar   “El   Tesoro   del puente que-
brado”? ¿Qué se conservará de todo aquello que deja-
ron? Sería interesante saberlo.63 Tardó tres años en
construirse.

La inauguración. ¡Qué ceremonia tan portentosa!


Vivíamos tan cerquita que pudimos ver todo —tú ten-
drías apenas unos siete años— fecha cercana a tu cum-
pleaños y por eso no la olvido, 21 de mayo de 1873.
Ahí estábamos de mirones Melitón, tú y yo; yo por ser
el mayorcito estaba cuidándolos. Vimos toda la cere-
monia encaramados en el viejo sauz que está junto al
río.

Desde tempranito empezó el jolgorio. En punto


de las seis de la mañana abrió la banda de música. Era
domingo, lo recuerdo muy bien porque junto con la
música de la banda se oían las campanas de las iglesias
que llamaban a misa. Se había puesto una enramada
sobre el puente y cuando llegaron las autoridades y
grandes personajes tuvimos que bajarnos a una rama
más baja para mirar mejor. Estaban el gobernador Fi-
lomeno Bravo y los padrinos de la obra que fueron pu-
ros grandes dones de la época: Adolfo Kebe, Christian
Flor —entonces cónsul del Imperio Alemán en Coli-
ma—, Antonio E. Orozco, Isidoro Barreto y Miguel
Bazán. Con música e inflamados discursos se inauguró
el puente, todos hacían mención del alarife que lo cons-
truyó: don Lucio Uribe, quien recibió una banda trico-
lor con el   lema   “Premio   al   trabajo”,   además   de   un   di-
ploma, un ramo de flores, cien pesos y algunas mone-
das de oro, a lo que el homenajeado dio las gracias con
emotivas palabras. Se le puso el nombre de Zaragoza
en honor del ilustre general Ignacio Zaragoza, vencedor
de los franceses en la famosa batalla del 5 de mayo de
1862.
51
Concluido el acto, las autoridades, padrinos e in-
vitados se dirigieron a la Casa de Gobierno donde esta-
ba preparado un sencillo lunch64 , con vasos de espumo-
sa cerveza y vinos que ocasionaron numerosos brindis.
En el evento predominó la alegría y se dijo que las
obras materiales eran el termómetro de la civilización y
del progreso. Nunca habíamos visto algo igual. ¡Qué
bárbaros, cómo nos divertimos ese día! Hubo fiesta
hasta la noche, que terminó con la quema de gran can-
tidad de cohetes.65

Otra de las cosas que nos maravillaron por esos


años era la fabricación de velas. Cuando mamá nos
mandaba a la tienda El Paraíso66 a comprarlas —entre
otras muchas cosas— nos embobábamos viendo cómo
las hacían al pasar por la fábrica. Desde la cortada de
los pabilos en diferentes dimensiones, de acuerdo al
tamaño de la vela. Luego estos pabilos se suspendían
en una serie de clavos adheridos a una rueda o arco de
madera de tres o cuatro metros de diámetro, y así sus-
pendidos en este velero se les daba de vueltas girándo-
las dentro de un cazo lleno de cebo. Así transcurría un
largo rato en que la rueda giraba de las piernas del tra-
bajador al cazo y cada pabilo se iba bañando poco a
poco con este cebo, los excedentes caían de nuevo en el
cazo, hasta que los pabilos engrosaban y se convertían
en velas. Con éstas se formaban manojos y se coloca-
ban en el burro, nombre del palo donde se colgaban. 67
Nosotros aún seguimos usándolas, aunque ahora nos
alumbramos más con lámparas de petróleo; incluso se
dice que ya pronto va a llegar la luz eléctrica a Colima;
se ha fundado una compañía y se está instalando una
planta en El Remate.68

A veces íbamos al teatro, después de bañarnos


por la tarde. No veíamos obras, esas eran para la gente
52
grande y adinerada; nosotros nos colábamos para ver el
circo, nos gustaban sobre todo las representaciones
cómicas. Aunque ¡qué feo era ese escenario! Apenas
unos troncos de palma levantados como columnas for-
mando un círculo que sostenían un techo con un aguje-
ro en el centro, sin paredes. Dentro algunas bancas,
sillas, palcos eran todo el mobiliario, más un sencillo
foro con decoraciones. Soñábamos los colimotes con
un buen teatro pues aún no existía nuestro magnífico
Teatro Santa Cruz.69

Por las tardes mi mamá nos mandaba sacar algu-


nas sillas a la calle ¡Ah, cómo le gustaba platicar con
las vecinas! y ver lo que sucedía fuera de casa, saludar
a los transeúntes y seguir con la mirada a quiénes iban
rumbo a la plaza o al río.

Nosotros aprovechábamos para jugar a las cani-


cas, a la matatena con piedritas, el bebeleche o bien
cantábamos rondas juntando las manos: Aserrín, ase-
rrán, Lindo pescadito, ¿no quieres venir?70

Una vez, cómo nos molestaste, porque querías


ganar la cuica más grande y bonita y nos hiciste la ron-
cha. Ese día dijiste: Muchachos, pinto mi raya y hay
van mis agüitas porque voy a matar todas tus bolas. Yo
tiro, yo tiro, decías y tantas veces lo hiciste que final-
mente ganaste varias de nuestras queridas bolonas. En-
tre éstas había una canicota de bellos colores, la cual
era mi preferida.

Gritabas bien contento: ¡Francisco, te gané tu ca-


nicota! y te echaste a correr.

Yo detrás te gritaba: ¡Vas a ver. Si te agarro te la


quito! Te perseguí hasta el jardín y bien que te me es-
53
condiste entre las plantas con mi canicota bien guarda-
da en el bolsillo.

A veces, como ese día, nos escapábamos hasta la


plaza mayor que por esos años se le puso el nombre de
“Jardín   Libertad”.71 No dábamos la vuelta, sólo mirá-
bamos cómo iban unos para allá y otros para acá; no se
mezclaban los ricos con los pobres, ni hombres con
mujeres; los pobretones tenían que circular por el lado
de afuera.

Los cuentos de los abuelos

Muchas noches, sobre todo en tiempo de lluvias que no


podíamos salir, nos sentábamos a escuchar las historias
de los viejos ¡Cómo nos encantaban los cuentos de fan-
tasmas y terror! ¡Con qué miedo los escuchábamos! No
perdíamos detalle, ni pestañeábamos. Queríamos ente-
rarnos de todo, aunque luego en la noche tuviéramos
pesadillas.

¡Cuántas leyendas oímos entonces! Nos gustaba


en especial la de la piedra de Juluapan, y siempre de-
cíamos en nuestro interior: algún día iremos y encon-
traremos el tesoro escondido en la gigantesca mole de
piedra.72

Una vez tú, preguntaste: Don Anacleto ¿cree que


podríamos ir y encontrar los tesoros escondidos por
los ladrones?, a lo que el viejo te respondió: Claro,
cuando sean más grandecitos y puedan subir hasta allá,
porque es dura la pendiente. Además habrá que llevar
palas, lámparas y algo para dormir allí, pues no pueden
ir y venir en el mismo día. Está lejesón el sitio. Enton-
ces dijiste: no quiero ir porque eso de pasar la noche
allí, no me gusta para nada. ¿Qué tal si se nos apare-
54
cen los que tienen escondidos sus tesoros? Yo franca-
mente le sacateo.

Otro sueño que siempre teníamos era conocer el


mar —tan cerquita de Colima y no lo conocíamos—
pero me acuerdo que decías, algún   día… algún día y ya
joven cuando estabas en el Liceo fuiste a Cuyutlán con
un compañero, desde entonces quedaste enamorado de
esa playa y cuantas veces vienes a Colima buscas un
tiempito para ir a ese mar.

También querías conocer la laguna de Alcuzahue,


de la que se contaban tantas historias, sobre todo de
caimanes.

Como aquella tan terrorífica del saurio del río


Armería que se llevó un bebé entre las fauces y la ma-
dre enloquecida corría tras él siguiendo el llanto del
niño, hasta que lo alcanzó y sin ningún miedo enfrentó
al animal librando el cuerpecito de su hijo ya muerto
que arrojó a la orilla del río; tristemente en su intento
ella también acabó en las fauces del cocodrilo. El infe-
liz padre y marido cuando supo lo sucedido lo buscó y
mató, y con horror vio que dentro de él estaban los res-
tos de su esposa. Esta historia nos dejaba pálidos y
temblorosos pero también nos enseñaba lo profundo
que puede ser el amor de una madre.73

Con estos cuentos y la imaginación fluyendo por


todo nuestro cuerpo nos íbamos a dormir. Por las ma-
ñanas nos despertaba el rumor de la ciudad con los en-
sordecedores gritos de los vendedores ambulantes que
ofrecían por la calle pasteles, nieve, dulces, fruta de
horno, charamuscas, carne de carnero, cuajada, quesos
y quesillos, mantequilla, panelas, tuba74 ….  

55
Así empezaba la faena diaria con la algarabía de
los vendedores y el inicio de nuestros quehaceres, tú
ayudabas a traer agua en cántaros de barro, porque no
teníamos pozo en la casa y los aguadores que hacían las
entregas en las casas con sus burros la vendían muy
cara. Ibas a buscarla muchas veces al Amial75 o al
Charco de la Higuera, donde brota un agua magnífica y
transparente, de paso te quedabas jugando un rato en su
placita, junto estaba la denominada del Pocito Santo
pero éste era un ojo de agua privado.

Noches de alfajor

Cuando arreciaba el calor después de la comida la ciu-


dad enmudecía, las calles se vaciaban, parecía una ciu-
dad abandonada casi desierta, se dormía la siesta. Al
caer el sol volvía la vida y la gente salía a la calle a to-
mar el fresco. Se sacaban los equipales y a platicar con
los vecinos, mientras se tejían sombreros de palma.

Al anochecer atentos esperábamos escuchar el


grito del hombre que cargaba en su cabeza un bote, de
bajo fondo, con los dulces de ante de coco adornados
con banderitas de papel de china, acompañado por la
guitarra y el pandero que tocaba una mujer:
Aquí esta
El ante de coco,
Piña cubierta!
Vengan a comprar:
Doy a dos por medio,
Cuatro por un real,
Mirando que el tiempo
Está muy fatal!
Ya la luna
Va saliendo
Con su bandera

56
Volando
Qué dirá
La muy ingrata
Que por ella
Ando penando!
Vengan a comprar:
Doy a dos por medio,
Cuatro por un real,
Mirando que el tiempo
Está muy fatal!76

Rápido en casa cuando quedaban algunos centa-


vitos nos compraban algo, cuando no había nos con-
formábamos mascando las muñecas, huevos o globitos
de chicle que habíamos comprado antes. De esta forma
distraíamos el gusto por la cocada o el alfajor.

Algunas tardes veíamos las procesiones religiosas


llenas de luces; las calles se adornaban con arcos de
flores y se iban regando pétalos por donde iba a pasar
la imagen. Nosotros desde la acera veíamos la proce-
sión entre alegres y piadosos. Por la noche había mu-
chos cohetes; hubo ocasiones en que se pusieron tabla-
dos, los más grandecillos aprovechábamos para mirar a
las muchachas. En las casas de los ricos había tertulias
y los señores jugaban la malilla, mientras las señoras
bebían chocolate. No faltaban los jóvenes que hacían
suertes con la baraja y los que componían versos en
honor a los santos.77

Las huertas en domingo

Los domingos nos encantaba ir a las huertas, llenas de


árboles frutales de todo tipo: mameyes, mangos, agua-
cates, zapote prieto, anonas, islamas, jinicuiles, naran-
jas, limas y limones; sobre todo plátanos de todas cla-
ses: guineos, corrientes, manzanos de Costa Rica, do-

57
minicos, y gordos o machos, y no faltaban las palmas,
las plantas de café y cacao bajo las ramadas.78 ¡Cómo
nos hartábamos de comer fruta! Porque podíamos co-
mer toda la que quisiéramos. Eso sí, la que se llevaba
fuera de la huerta había que pagarla a la salida.

¡Ay, qué hermosas son las huertas de Colima! La


mayoría rodeando la ciudad como: el Crucero, San Mi-
guel, la de Álvarez o bien las Escamillas, la Albarrada
y la Albarradita hacia el Sur, o en el centro la del Boli-
che, en el sur en la parte oriental la Florida y Tívoli.
¡Ah! Qué rico era tirarse en los estanques. La de Álva-
rez tiene todavía un agua tan azul. Después del baño, si
había un poco de feria podíamos comprar tuba, mi
mamá llevaba siempre algo para comer, enchiladas o el
famoso gallo colimote cocinado con naranja, coco y
chile. Nos íbamos temprano para alcanzar un cenador
cerca de las fuentes murmuradoras, ya por la tarde mis
papás y los grandes tocaban la guitarra, bailaban y can-
taban,79 mientras nosotros no dejábamos de jugar a las
escondidas o encantados entre los árboles.

¡Qué días más felices y contentos pasamos en


medio del arrullo y canto de los pájaros en estas extra-
ordinarias huertas de Colima! Todavía hoy voy yo con
la familia, nos encanta pasar el día en alguna de éstas,
sobre todo en los meses calurosos, aunque la verdad en
Colima no hace tanto calor como en la costa, gracias a
que estamos a mayor altura y lo sentimos menos en
estas frescas huertas; ¿recuerdas cómo nos gustaba oír
el canto de las calandrias y las voces de los zanates,
cotorras y pericos que cruzaban el cielo siempre azul y
luminoso?

La naturaleza ha sido bondadosa con nuestra tie-


rra, sus calles empedradas nos ofrecen además del ru-
58
mor del caracoleo de las mulas y caballos, sonidos que
confundidos con los grillos por la noche y pájaros y
cotorros por el día, le dan ese especial ambiente sonoro,
al que se sumaban las campanas de las iglesias anun-
ciando las horas del día. Su caserío guarda el recuerdo
de otros tiempos, en sitios donde hay calles que llevan
el   nombre   de   “La   Muralla”,   en   recuerdo   de   la   que   exis-­
tía.80 Imagino cómo la recordarás, como la extrañarás,
en este momento en la gran ciudad.

También trabajábamos

Dejemos la ensoñación, las fiestas y diversiones, tam-


bién trabajábamos; en especial los domingos que eran
días de mercado. Melitón y tú vendían cerillos, esos los
adquiríamos en la recién establecida fábrica de don An-
tonio Zamora. O bien ayudaban a las señoras con sus
compras cargando sus bolsas llenas de fruta, granos,
carne y todo lo que mercaban para la semana. Empezá-
bamos tempranito, yo ayudaba a mi padre en el arreglo
de los zapatos y a veces también cargaba bultos; uste-
des iban y venían, entre la algarabía de los puestos de
los indios, que traían sus productos a vender y con sus
ganancias compraban las provisiones para la semana.
Esos días veíamos muchas caras distintas, y con ellas
trajes y colores. Tú no descansabas ofreciendo tus ceri-
llos81 y aunque te regatearan, no les bajabas ni un quin-
tito. Muy serio y sentencioso, les decías: Este es el pre-
cio, y si no los quiere, ni modo. Bien sabías que el di-
nero que obtuvieras sería de gran ayuda para la familia.

59
Anuncio de la apertura de la nueva Fábrica de Cerillos, periódico
oficial El Estado de Colima, 3 de octubre de 1873.

NUESTRA PEQUEÑA CIUDAD


Qué pequeñita era nuestra ciudad, apenas seríamos
unos 20 mil habitantes en unas cuantas cuadras. Aún
ahora sigue siendo chiquita. Entonces la mayoría eran
indios o mestizos. Fue por estos años que vinieron mu-
chos extranjeros y fuereños de otras partes; sobre todo
del sur de Jalisco, gente de Zapotitlán y Zapotlán, así
como de Pihuamo y Tecalitlán o bien de los vecinos
lugares de Michoacán, como de Trojes —de donde era
don Julio García— y de otros muchos lugares. A pesar
de ello la ciudad conserva al menos en la parte central
su traza colonial con calles rectas; ahora todas lucen
empedradas y muy bien barriditas. Te acuerdas cómo
tempranito veíamos que sacaban a los presos de sus
bartolinas a limpiarlas. En esos años se impuso la mo-
dernidad en el vestir y se decretó el uso del pantalón,

60
prohibiéndose el uso del calzoncillo blanco dentro de la
ciudad.82
Colima estaba dividida por el río en dos barrios.
Uno de estos era el Oriental o también llamado Manri-
que, el que pertenece al centro, donde están el Jardín
Libertad y las oficinas públicas junto a la parroquia en
construcción y sin techo después del terrible terremoto
de 1818. Por cierto, ¿recuerdas a los fieles de esa época
llevando sacos de arena en sus chiquihuites y las muje-
res en sus rebozos para la reconstrucción?83

En el jardín, nos impresionaba mirar a los presos


de la cárcel y a los soldados del cuartel, en aquel viejo
edificio colonial que era el Palacio de Gobierno del
Estado. Su fachada era de piedra casi negra con muros
de dos varas de anchura que parecía una fortaleza, éste
empezó a ser demolido por allá de 1877 cuando tú ten-
drías más o menos unos once años. La demolición daría
lugar al elegante y airoso Palacio que ahora tenemos.
El apreciado alarife que lo construyó fue el mismo don
Lucio Uribe, artífice de nuestro puente Zaragoza. La
ciudad tenía su caja de agua, que surtía de pajas a las
casas de los ricos. De este lado están la mayoría de las
iglesias: El Beaterio, La Merced, El Sagrado Corazón
de Jesús, La Capilla de las Ánimas y La Sangre de
Cristo, que en ese entonces era apenas un pequeño
templo.
El otro barrio era el occidental, donde nosotros
vivimos; del lado poniente del puente, más bajo y más
pobre. Ahí tenemos la iglesia de la Salud junto al río
Colima, donde otro río corre después de pasar por Los
Martínez84 : el Pereyra.

En enero de 1870 la modernidad empezó a llegar


a Colima pues se instaló una estación de coches de sitio
61
jalados por caballos, un signo de gran adelanto para la
ciudad. Muy útil sobre todo para los comerciantes y
extranjeros que se movían constantemente. El servicio
empezaba muy temprano: de las siete de la mañana a
las doce del día, y de las tres de la tarde a las ocho de la
noche. Los precios variaban y dependían de la distancia
y el tiempo que los ocuparas; los viajes dentro de las
garitas, podían costar desde dos reales por menos de
media hora, hasta seis reales pasando de hora y media,
después de los horarios indicados era muy caro, se po-
dían alquilar hasta por diez reales, o sea un peso y me-
dio (el peso constaba de ocho reales), esto era de las
diez de la noche hasta las cinco de la mañana. Sólo se
admitían cuatro personas como máximo.

Fuera de garita eran las poblaciones alejadas,


como Manzanillo, o bien las aledañas, como: Tonila,
La Atrevida, la Huerta de la Albarradita, San Francisco
Almoloyan o el llano de Santa Juana. Aunque también
se podían alquilar coches por todo un día a lugares más
alejados o bien comprar boletos para las diligencias que
daban servicio a Zapotlán o a Guadalajara.85

Sitio de coches, IISUE/AHUNAM/Fondo


Ezequiel A. Chávez, doc. 574.
62
Por todos lados se veían cambios. Se construía el Teatro
Santa Cruz y los nuevos edificios para Palacio de Gobierno
y el hospital; 86 se arregló también el Jardín Libertad y los
Portales. Además se construyeron más puentes, tan
necesarios para comunicar la ciudad. 87

Esta ciudad tiene un sabor especial pues todo


mundo se enamora de ella, los fuereños quedan impre-
sionados. ¿Recuerdas aquel guatemalteco que nos visi-
tó un día —cuando eras jefe de la Sección de Instruc-
ción y Beneficencia Públicas en 1897—?. Se llamaba
don Juan Pedro Didapp. En el momento en que salió al
balcón de Palacio en compañía de don Alberto Betan-
court, entonces secretario de Gobierno, no dejaba de
exclamar y contemplar lo que se extendía ante sus ojos
y dijo: ¡Oh, esto es hermoso! ¡Nunca había contempla-
do cuadro semejante! ¡Esta vista es para inspirar aún
a los que no son poetas!88

Sería por eso que nuestro amigo Miguel García


Topete, a quien le gustaba esto de la poesía, compuso
aquel   viejo   poema   que   lleva   por   título:   “La   poética   ciu-
dad  de  los   jardines”,   que  en  una   parte  decía:

do se arrullan placenteros,
ocultos entre nardos y jazmines
y embelesados por su tibio aroma,
colibrís (sic), ruiseñores y jilgueros
que responden los cantos lastimeros
en el verde sauz de la paloma.
Sobre la cima de tus dos volcanes
que se coronan de argentina nieve…89

Querido ahijado y hermano Gregorio, esta fue tu


niñez en Colima, cuando tu destino empezó a cambiar…

63
CAPÍTULO SEGUNDO
YO, CAMINO DE LA ESCUELA90 *
... entráis en la mansión de un
maestro de escuela; saludadlo más
atentamente. ¿Sabéis lo que hace?
.... fabrica espíritus.
Víctor Hugo 91

UN MAESTRO FORMÓ MI NIÑEZ

Ir a la escuela fue la primera experiencia que marcó mi


vida.
—Con cuánto gusto recuerdo a mi maestro de
primeras letras. Él inició mis pasos por la senda del sa-
ber; ¡me quito el sombrero ante su memoria!
—Todo empezó un día cuando oí a mis padres
comentando…
—Ramón, Gregorio debe ir a la escuela, ya tiene
diez años; varios de nuestros amigos y vecinos me lo
han recomendado.
—¿Tú crees que en verdad quiera él estudiar?
—¡Ay! Si vieras con qué tristeza mira a los niños
cuando pasan de camino a la escuela, yo miro que tiene
tantas ganas de ir. ¿No te has fijado con qué gusto ha
aprendido algunas letras? Ya hasta quiere leer.
—¿Qué opinas?
—Bueno, pues. Mira tú sí lo aceptan en alguna de
las escuelas de por acá cerca.
—¿Puedo  llevarlo  mañana  a  la  llamada  “Progreso”?
—Es la que más recomiendan los amigos.

* A partir de este capítulo Gregorio Torres Quintero es el narrador


de su historia.
65
—Iría a hablar con el maestro Francisco Pamplo-
na, su actual director. A ver qué me   dice   él…
—¿Y por qué quieres esa llamada “Progreso”?  
Está hasta el Jardín Núñez. ¿No te parece que queda
muy lejos? Debe haber otra más cerquita.
—Mira,   está   la   “Libertad”, que atiende la maestra
Modesta Aguilar, aquí por nuestra calle, pero es de mu-
jeres. En el barrio de la Sangre de Cristo está  la  “Mede-
llín”,   con   el   preceptor   José   María   Ramos;;92 pero a mí,
me gustaría más que Gregorio estudiara con el maestro
Pamplona. Dicen que es muy bueno.
—Antes estaba el maestro Miguel Díaz, que el
año   pasado   renunció.   En   ese   tiempo   se   llamaba   “Escue-
la Núñez”93 pero a nuestro gobernador, don Filomeno
Bravo, le pareció mejor darles nombres con ideas libe-
rales. Algunos dicen que son nombres copiados de la
Revolución Francesa por eso ahora se llaman: Libertad,
Fraternidad, Igualdad, Reforma, Progreso y quién sabe
qué más.
—¿Qué te parece si mañana voy a platicar con el
maestro Pamplona? Me llevaré a Gregorio para que
conozca al profesor y la escuela.

¡Con qué ansias escuché a mis padres hacer pla-


nes sobre mi posible entrada a la escuela! ¡Y con el
maestro Pamplona! Tantas cosas bonitas se decían de
él, todo mundo mencionaba que era muy buen maestro.
Al día siguiente acompañé a mi mamá a la escue-
la; ese día conocí a mi querido y siempre recordado
maestro Francisco Pamplona.
¡Cuántos niños había! ¡Más de cien! y el maestro
los atendía a todos. Eso sí, con ayudantes. 94

El maestro Pamplona fue muy amable, y le plati-


có a mi mamá cómo era el método de enseñanza que
66
llevaba: el Lancasteriano.95 En este método se dividía a
los muchachos por grupos de acuerdo a su nivel de co-
nocimientos; por lo que yo entraría en el primer grupo.
Y, poco a poco, de acuerdo a mi propia superación iría
ascendiendo de grado.
Le comentó cuáles útiles debía comprarme, los
horarios de clase y enfáticamente le dijo: tráigalo el
próximo lunes, y me anotó en una lista.
Ahora en el recuerdo a mis sesenta y cuatro años,
cuando me han pedido que dé un discurso en la adqui-
sición de un lote para los maestros muertos en el panteón
de Dolores de la ciudad de México, tengo la grata creen-
cia de que algo de ultratumba me envuelve y que tu ros-
tro, maestro Pamplona, se perfila en mi memoria. Ahí
estás, mi querido maestro, contigo aprendí a leer, de ti
recibí el amor al estudio, a la ciencia y a la educación.

Erais tan buen maestro, que os adelantasteis


cincuenta años a los maestros modernos, en mi grupo
sólo éramos cuatro. La disciplina de vuestra escuela
era la disciplina de la escuela activa. Había libertad.
Los muchachos nos conducíamos por nosotros mis-
mos; y me acuerdo de mi grupo, un grupo de cuatro
alumnos, que trabajábamos juntos, movidos por nues-
tros propios intereses, realizando adelantos sorpren-
dentes. ¡Cómo recuerdo, por ejemplo, que los cuatro
aprendimos la geografía de entonces, frente a los ma-
pas, sobre los mapas y haciendo mapas, sin recibir
nunca vuestro ¡magister dixit! Había en vuestra escue-
la la libertad: la libertad de trabajar. Cada grupo traba-
jaba sin espuelas, con el sólo estímulo de vuestra gran
disciplina, que era la de un maestro sin segundo. Y
erais tan buen hombre, tan honrado, tan   limpio   […]  
Oh amado maestro de mi niñez. Moriste en una epi-
demia de fiebre amarilla, época de terror. 96

67
En aquel fúnebre sitio percibí en la distancia tu
alegre fisonomía, tu bonhomía y enorme placer por
enseñarnos.

¿Quién olvida su primer día de clases?

Sobre todo a los diez años. ¡Qué ansias aquel primer


día de escuela! Caminaba yo fuertemente agarrado de
la mano de mi madre por la banqueta recién barrida.
Me sentía temeroso y a la vez confiado; dando el paso a
las señoras con chal que se dirigían presurosas a su mi-
sa diaria. Ya cerquita oímos la gritería de los chiquillos
que llegaban tempranito a clases.

Después de ese día me fui solo; pues no estaba le-


jos —unas diez cuadras desde la casa—, frente al Jar-
dín Núñez por la calle del mismo nombre.97

¡Qué emoción! Cuando llegué frente al edificio


de ancho zaguán y paredes antiguas, donde cerca del
techo y en letras grandes y negras98 decía   “Escuela  
Progreso”.   Un   toque   de   campana   señaló   el   inicio   del  
día escolar y se hizo el silencio; los niños calladitos
ingresaron en fila al salón de clases. En ese momento,
sentí la mano de mi maestro Pamplona, segura y firme,
que me condujo al salón indicándome mi asiento.
A partir de ese día mi vida se vio envuelta en la
cotidiana rutina de la escuela. La clase iniciaba con el
canto de un himno, que diariamente infundía en nues-
tros espíritus la alegría por el estudio. Luego venían las
clases, que el maestro desde el pizarrón desarrollaba:
dictado, ejercicios y su corrección entre unos a otros.
Más tarde venía el recreo, feliz momento de juego y de
esparcimiento antes de regresar de nuevo a clases. Íba-
mos a comer a casa y regresábamos al aula hasta las
68
cinco de la tarde, cuando terminaban las labores del
día. Al toque de la campana, salíamos en tropel en una
mezcla de algarabía y alegres despedidas, para llegar a
casa henchidos del conocimiento aprendido.

Nuestros deberes eran seguir en todo momento


los consejos del maestro, a quien considerábamos nues-
tro mejor amigo, como si fuera parte de nuestra fami-
lia.99 Él siempre nos decía:

Amaos los unos a los otros. Amad a


vuestros condiscípulos y estén seguros de
que ellos os amarán. La amistad atrae a la
amistad.100

Tuve varios compañeros con quienes pasaba gran


parte del día. A veces me iba con ellos por las mañanas
a la escuela y a la salida con frecuencia jugábamos un
rato antes de irnos a casa a cenar y dormir. Esos amigos
se volvieron como una extensión de mi familia, como
otros hermanos, con quienes compartí alegrías, penas y
disgustos. A veces peleábamos, pero nunca gran cosa;
en general, nos llevábamos muy bien porque el maestro
no hacía diferencias de ningún tipo. A todos nos quería
por igual; es más, los grandes cuidábamos a los más
chicos, y entre pobres y ricos no había distinciones.
Siempre nos daba muchos consejos: no pelear ni por
una canica, por un trompo, o por una muchacha y, so-
bre todo, decía que jamás nos denunciáramos entre no-
sotros porque no éramos los encargados de hacer la
policía de la clase. Decía, no es honrado ir a denun-
ciarlo; más bien, hay que ayudarse, hay que reconocer
nuestros errores cuando los cometamos y arrepentirnos,
porque finalmente nadie está exento de cometer fal-
tas.101 También nos recomendaba que no peleáramos,

69
porque ante todo éramos amigos y todos somos iguales.
En la escuela no hubo privilegios.

No era lo mismo en otras escuelas; los niños de la


escuela Filantropía tenían un maestro que siempre se la
pasaba o comiendo o leyendo el periódico, mientras sus
alumnos peleaban, corrían y se aventaban cosas por
todo el salón. Estos niños cuando llegaban a la escuela
tiraban el sombrero en un rincón digno clavijero de
otros cincuenta sombreros que allí se hallaban amon-
tonados,102 no como nosotros que ordenadamente los
colgábamos del perchero, a la entrada del salón.

Cómo era mi salón y mis útiles

Recuerdo muy bien que esa misma tarde fui con mi


mamá a comprar mis primeros útiles escolares a la
tienda “El   Pétalo   Vivo”,   la   que   se   encontraba   detrás   de  
la Catedral103 junto al mercado. ¡Ah! ¡Qué orgulloso me
sentí cuando salí con mis primeros útiles! Ya se me
hacía tarde para empezarlos a usar.

Entre los útiles escolares que se tenían en las es-


cuelas de este tiempo predominaban los silabarios en
carteles para el aprendizaje de la lectura. Había algunos
libros: los de urbanidad, de historia sagrada de Fleury,
de aritmética, gramática y geografía, y algunos instru-
mentos de geometría; y cuando se tenía un poco más de
dinero, algunos cuadernos. Muy importante fue siem-
pre la presencia del reloj de sala y, en ocasiones, las
escuelas más riquillas contaban orgullosamente con un
globo terráqueo.

En una esquina de mi salón había un pequeño es-


tante con algunos libros, figuras geométricas y un ába-
co para aprender a sumar. Mi curiosidad no tenía lími-
70
tes, quería saber qué había en esos libros, si bien en
casa me habían enseñado algunas letras aún no sabía
leer de corridito. Inicié mis clases armado con mi piza-
rra de piedra; ésta era como el maestro Pamplona nos
había recomendado comprarla, con marco de madera y
las esquinas redondeadas para no lastimarnos, y con
unas piecesitas de caucho o corcho para que no hiciera
ruido al dejarla caer sobre el pupitre.

Todavía no usaría papel, ni amarillento mate,


como lo sugiere el maestro, ni —por supuesto— el por-
taplumas o tinta. Sobre éstos dos nos había advertido,
¡mucho cuidado! En especial en el uso del cortaplumas
y añadía que el primer portaplumas que se me compra-
ra, ¡debería ser grueso! para que pudiera tomarlo có-
modamente entre los dedos chiquitines y torpes. En
cuanto a la tinta, ¡debíamos tener mucha precaución!
cuando la adquiriéramos, no debería contener sustan-
cias venenosas, como colores de anilina, sales de cobre,
de plomo, o de arsénico; pues es normal que los niños
se las lleven a la boca y las chupen, muchos lo hacen
así para limpiarlas, como el salivazo que dan a la piza-
rra y luego con la mano o la ropa borran así lo escrito,
práctica antihigiénica, pero muy utilizada entre los es-
colares de esa época.

Nos dijo el maestro que cuando ya dominara la


escritura, preferiría que usara la pluma, porque el lápiz
y el pizarrín ofrecen poca visibilidad.104 Todo eso nos
recomendó y siempre nos lo recordaba en clase cuando
lo hacíamos mal.

En las paredes del aula se miraban muchas cartas


ilustrativas con los accidentes geográficos bien defini-
dos; también había mapas y algunos de éstos con ríos
señalados por líneas anchas, lo mismo que las fronte-
71
ras, y no tenían nombres para que nosotros los identifi-
cáramos a la hora de la clase. Me admiraba, ¡cuántos
lugares había en este mundo! y me preguntaba ¿cómo
sería la vida en ellos?

Al día siguiente, en el salón de clases, observé


más atentamente todo lo que había. Además de los car-
teles, planos y mapas en las paredes, estaba como parte
distintiva del salón, la tarima del maestro con su escri-
torio y, detrás de él, colgado en la pared, un gran piza-
rrón rectangular de color negro mate, (debía ser así pa-
ra evitar los reflejos de la luz de las ventanas), tenía en
el borde bajo una saliente pequeña de madera donde se
colocaban los gises normalmente dentro de una caja y
los borradores.

En esta escuela también a veces se utilizaba un


pizarrón más pequeño de caballete, enmarcado de ma-
dera, sobre dos pies también de madera que lo soste-
nían. Este pizarrón podía darse vuelta y utilizarse por
ambos lados; normalmente el maestro lo utilizaba
cuando separaba al grupo por niveles de estudio, y ahí
anotaba las especificaciones de cada clase por nivel,
como el mío, donde sólo éramos cuatro; dejando en el
pizarrón grande de la pared las anotaciones generales
para el resto del salón, como algunas cuentas, proble-
mas o bien ejercicios de gramática, ortografía o caligra-
fía. En el más pequeño se anotaban las letras y las
cuentas; cuando terminábamos, levantábamos la mano
para indicarlo, entonces los ayudantes nos las revisaban
y corregían en nuestras pizarras o cuadernos depen-
diendo de nuestro nivel escolar.

Por ello era importante que la escuela contara con


ayudantes, o bien monitores éstos últimos nombrados
por el preceptor entre los niños más adelantados, para
72
que se ocuparán en ayudar á dar á los niños  […],  y  en  
demás que sea anecso (sic) al arreglo y desempeño de
los ramos de enseñanza.105

Ese primer año tuvimos la visita de las autorida-


des educativas del Estado y recuerdo que apareció una
crónica en el periódico oficial, donde decía:

Escuela Progreso
Hemos tenido ocasión de visitar este estableci-
miento que cuenta con más de trescientos alumnos; y
hemos quedado agradablemente sorprendidos de la
moralidad, adelanto y orden que observamos en los
jóvenes escolares. Felicitamos muy cordialmente al
Sr. D. Francisco Pamplona Director de dicho estable-
cimiento, en cuyas manos está el porvenir de tanto ni-
ño de quienes más tarde y con sus buenas lecciones,
hará buenos y honrados ciudadanos.106

Era normal en aquella época que un profesor


atendiera a un número superior a los cien niños o niñas,
había tan pocas escuelas y tan pocos maestros en esas
fechas. Recuerdo que en la ciudad de Colima sólo ha-
bía en total once, repartidas así: cuatro de niños, entre
las que figuraban Progreso, Medellín, Zaragoza y Álva-
rez; y siete de niñas: La Esperanza, La Libertad, La
Fraternidad, La Igualdad, La Independencia, La Filan-
tropía y La Reforma, entonces no había mixtas, no se
permitían.107

Las clases

La actividad escolar debía comenzar a las siete y media


de la mañana, porque a las ocho en punto se tocaba la
campana para formarnos y teníamos que entrar al sa-
lón; aunque siempre había quienes llegaban en el últi-
mo minuto.
73
Durante la mañana estudiábamos normalmente la
lengua, de acuerdo a nuestro nivel. En primer lugar
aprendíamos a leer el juego completo de carteles, los
recomendados por la enseñanza Lancasteriana, que en
general correspondían al orden de los silabarios, como
el   de   “San   Miguel”.   Cuando   el   alumno   ya   sabía   leer  
continuaba con los libros de lectura: segundo y tercero.
Al dominar el libro tercero de lectura, se pasaba a la
escritura, la que se trabajaba en tres actividades distin-
tas: caligrafía, dictado y estudio de ortología. 108

Al inicio de las clases el maestro nos separaba


por grupos, a los del primer nivel que éramos sólo cua-
tro nos ponía en un semi círculo, con el cartel que nos
tocaba, cuando adelantábamos se iniciaba la enseñanza
de la escritura y entonces nos entregaba una plana de
caligrafía y los ayudantes o el niño más adelantado se-
guía dirigiendo la clase. Al término de la sesión, el
ayudante tocaba la campana que estaba sobre el escrito-
rio. Luego seguíamos haciendo más planas de escritura,
dependiendo del adelanto que lleváramos era el ejerci-
cio que hacíamos; podía ser una letra, una sílaba, una
palabra o una frase completa. Al finalizar esta sesión se
recogían las planas y el ayudante o el profesor las revi-
saba. Después se veía ortología y por último lectura, en
la que uno por uno nos iba tomando la lección; no po-
díamos salir hasta que se nos daba la señal respectiva.

Por la tarde regresábamos a las tres. Los que aún


no pasábamos escritura estudiábamos religión; eso sí,
los que ya escribían seguían sus estudios de primera a
quinta pauta de ortología: articulación, entonación, én-
fasis, ritmo y timbre; y los que terminaban la quinta ya
podían tomar aritmética.
Se trabajaba hasta las cinco de la tarde hora en
que todos abandonábamos la escuela.
74
Los sábados entrábamos a la hora acostumbrada
y en semicírculos de cinco en cinco estudiábamos reli-
gión hasta las once del día en el famoso libro Historia
Sagrada de Fleury. Generalmente se empezaba por
pedir las lecciones ya aprendidas de memoria y nada
más, ese día no había más clases.

Poco a poco fui ascendiendo de nivel, llevé las


materias de lengua, o sea aprender a leer y escribir, con
ortografía, lectura de imprenta y manuscrita, las de:
aritmética, moral o religión que era doctrina cristiana,
urbanidad, y nociones de cosmografía y geografía.109
Después en la primaria superior estudié algo de álge-
bra, geometría, historia de México e historia sagrada.110

Sobre mis clases de aritmética, que en mi tiempo


eran seis, en la quinta se empezaba por las cantidades y
en la sexta por la numeración. Los compañeros solían
preguntar: ¿cómo vas? Y uno contestaba ¡voy de canti-
dades! y ¿qué cantidades? Y se llegaba a contestar las
kilométricas; porque a veces abarcaban de un extremo
al otro del pizarrón y algunas veces hasta le daban la
vuelta. Los monitores, se complacían en dictar trillo-
nes, cuatrillones, quintillones... y cómo sudábamos la
“gota   gorda”   para   escribir   aquellas   incomprensibles
cantidades; repetíamos todo como loros y lo hacíamos
maquinalmente.

Cuántos preciosos días perdí en aquel fastidioso e


inútil trabajo, habría la intención de que odiáramos la
escuela, con razón muchos no llegaban a terminarla.
Ahora me pregunto, después de haber estudiado peda-
gogía, para qué nos harían estudiarlas así, no le encuen-
tro ninguna lógica. En una ocasión intenté hacer el
ejercicio de contar un billón, rápidamente me arrepentí
75
de esta locura, pues si alguien lo intentara, calculo que
le llevaría más de diecinueve años hacerlo. Desde en-
tonces pensé que hubiera sido mejor utilizar el tiempo
en aprender bien las operaciones básicas de la aritméti-
ca, sumar, restar, multiplicar y partir o dividir, como se
dice ahora.111

El ábaco

Durante mis clases de aritmética aprendí finalmente


qué era el ábaco y cómo se usaba. Me pareció muy útil
su empleo, pues de una forma muy simple se podía
aprender el sistema decimal, ya que se compone de una
serie de varillas horizontales con bolas pequeñas ensar-
tadas en series de diez dentro de un marco.

Con este aparato hacíamos ejercicios de cálculo a


la vista. Aunque después ha sido muy criticado su uso
porque se dice que no ayudaba en el proceso de abs-
tracción tan importante en esta materia. Sobre todo
porque la facilidad lo ha llevado a una exagerada utili-
zación por parte de algunos maestros. La recomenda-
ción que se hace es que resulta mejor enseñarles a cal-
cular mentalmente. Por ello ahora se recomienda sólo
usarlo con los niños muy pequeños.

Pero yo pienso, porque así lo viví y así lo dicen


otros pedagogos, que es bueno empezar por los ojos;
hay que ir nos dicen de lo concreto a lo abstracto, de la
imagen a la fórmula: ésta es la ley general de la sana
pedagogía.

También pasaba que muchos de nosotros em-


pleábamos los dedos de la mano para contar. Cuando el
maestro nos miraba haciéndolo, ¡bien que nos regaña-
ba!, porque decía que si tomábamos esa costumbre, lo
76
haríamos toda la vida; la experiencia docente así me lo
ha demostrado, por eso pienso que es preferible usar el
ábaco, sobre todo en los niños pequeños. Con él hacía-
mos todas las combinaciones posibles y entendíamos
las principales operaciones de aritmética, sobre todo
cuando la clase era numerosa, el ábaco permitía al
maestro hacer más fácilmente las demostraciones.112

Riñas estudiantiles y otos sucesos

No faltaron en mi vida escolar las consabidas riñas en-


tre los alumnos de otras escuelas que rivalizaban por
llevarse el título de tener la mejor escuela.

Nunca se me olvidará aquella memorable pelea que


tuvimos contra los niños de la escuela Regeneración.

Pedrito y yo íbamos camino a la escuela con


nuestras bolsas de manta colimense llenas de libros y
colgadas al hombro, yo con el tintero aparte colgado de
un hilo para no arriesgarme a que me manchara los
cuadernos.

Cuando íbamos atravesando la árida plazuela del


Nombre de Jesús113 no se me borra de la memoria, una
runfla de chiquillos gritaban y vociferaban contra una
mujer andrajosa las siguientes groseras palabras: “¡Cal-
zones,   calzones!”

Se decía que aquella mujer era una de las monjas


que se habían exclaustrado en tiempos de Juárez. Ella
ni tarda ni perezosa, con una cruz de tejamanil en las
manos lanzaba gritos de cólera y arrojaba piedras a los
chiquillos, mientras ponía en alto la cruz y decía: ¡Lí-
brame Señor de estos bellacos! Los niños no dejaban de
agredirla.
77
Mi compañero y yo mirábamos todo muy quiete-
citos y medio escondidos en la esquina. Cuando ella se
iba alejando, los nangos114 nos sentimos muy valientes
y también le gritamos: ¡Calzones, calzones! Ella nos
miró y de pronto se nos vino encima, íbamos a empren-
der la huída cuando un rival nuestro nos detuvo. Llegó la
loca y descargó sobre [mí] tupidos golpes. Todavía no
se cómo logramos escabullirnos; corrimos como pudi-
mos hacia la escuela. Ellos nos gritaban, no corran ¡jui-
lones!,115 no saben pelear, nosotros somos más hombres
que ustedes los de su escuela. Y vayan y díganselo por-
que no  [nos…]  sirven  ni  para  comenzar.

Nosotros corrimos y corrimos lo más que pudi-


mos, hasta llegar a la escuela adonde llegamos todos
sudados, pues eran más de cinco cuadras, sentíamos
que el corazón se nos iba a salir. Luego luego los com-
pañeros nos empezaron a preguntar ¿qué había pasado?
porque traíamos la ropa rasgada. Nosotros entre resue-
llo y resuello y con el Jesús María116 en la boca, les
contamos todo lo sucedido.

Nuestros compañeros enfurecidos rápidamente


organizaron una redada contra ellos. Así fue como se
enfrentaron las dos escuelas, en busca de obtener el
orgullo de ser los mejores de Colima.117

Ésta no sería la única ignominia que tuve que vi-


vir en esos años. También me tocó ser testigo involun-
tario de un acto atroz, que me dejó un sombrío recuer-
do: los fusilados del río.

Era sábado, día en que en las escuelas de aquel


tiempo sólo se estudiaba el catecismo. A los que no
sabían leer, un monitor les repetía los rezos hasta que

78
los aprendían de memoria. ¡Era de oír a estos monito-
res repetir constantemente, verso a verso, el Todo fiel
cristiano, a los principiantes!
La lección del catecismo se llamaba la cuenta y
siempre he ignorado la razón de este nombre.
La sesión escolar de los sábados era corta. El
alumno que daba la cuenta, se iba a su casa, quedán-
dose únicamente los rezagados, hasta las doce, mu-
chos de ellos hincados, en pena de su rudeza o des-
aplicación.
La escuela estaba en una manzana que limitaba
con el río de la población. Y en esa parte del río, junto
a un puente solían ir los soldados del batallón que
guarnecía la ciudad a bañarse y a lavar sus ropas, pre-
cisamente los sábados. Los soldados formaban pabe-
llones con sus fusiles, entrelazando las bases de las
bayonetas. Y luego se dispersaban a lo largo del río,
en una zona limitada y bien resguardada por guardias
y centinelas.
Al salir de la escuela, muchos muchachos acos-
tumbrábamos ir al río a jugar en el zacate verde de las
riberas. Y entonces contemplábamos aquel cuadro
lleno de color. Muchos soldados andaban casi desnu-
dos llevando, sin embargo, en la cabeza, el gran chacó
negro de erguida bola roja. Éstos lavaban, aquéllos se-
caban sus ropas tendiéndolas en los azules cantos ro-
dados y alisadas guijas que tapizaban el borde de la
corriente, algunos dormían a la bartola, bajo el radian-
te sol, otros almorzaban, calentando sus gordas en fo-
gatas humeantes.118

En un descuido algunos soldados intentaron de-


sertar, la corretiza no se hizo esperar, pero para su infor-
tunio tres de ellos fueron aprehendidos, entonces el co-
ronel Mariano Ruiz dio la terrible orden: “¡Fusílenlos!”

El sitio estaba junto a los baños   de   “La   Morena”,


al   lado   de   la   “Palma   Gacha”,   ahí   los   chiquillos   nos   en-

79
caramamos en las tapias de la huerta y desde allí con-
templamos todo el drama ¿Cómo no hubo una mano
piadosa que nos quitara?

Los tres condenados se despojaron de sus uni-


formes de dril, dos de ellos temblaban tanto que no po-
dían quitarse los pantalones, los tuvieron que ayudar
otros soldados. En cambio el tercero, un chico de dieci-
siete a dieciocho se quitó él sólo el uniforme, se vendó
por sí mismo y en posición de firmes se colocó como si
dijera ¡estoy listo!

El coronel Ruiz dio la orden y al toque de clarín


se iba a pasar por las armas a los tres desertores, cuan-
do el coronel, antes dijo: ¡Batallón! Entre estos deser-
tores ¡hay un valiente! un muchacho que tiene calzones
y merece vivir, por lo mismo le perdonó la vida.

El niño Gregorio se preguntó entonces ¿Fue


aquello justicia o asesinato?

Los fusilados fueron Mariano Lagunas y Valente


Ruiz, a quienes se debió someter a un Consejo de Gue-
rra Ordinario y no se hizo así.

Muchos años después, cuando publiqué en el li-


bro Cuentos Colimotes esta historia, el general Mariano
Ruiz escribió un artículo titulado Los Patriotas no ase-
sinan inconforme con la versión publicada por mí, lo
que provocó la polémica.

Yo, como testigo presencial de aquel acto, le con-


testé al general dándole una serie de detalles observa-
dos por mí en este terrible suceso. Le envié el libro y le
pedí que lo revisara bien, por si me había equivocado
en algún detalle, mismo que él me regresó más tarde,

80
diciéndome que no acostumbraba perder el tiempo en
esas discusiones.
A sus ochenta y seis años el general me impug-
naba;;   aquel   general   de   la   “Decena   Trágica”   me   decía
que los fusiló por orden del general Doroteo López,
bajo quien estaba el batallón número trece a sus órde-
nes, para quitarse de toda responsabilidad. Lo cierto es
que durante la ejecución nunca dijo esto, ni siquiera
mencionó el hecho de haberle perdonado la vida al va-
liente, cuando yo bien recuerdo que no fue por sus cal-
zones lo que dijo, sino más bien otra palabra que co-
mienza   con   las   letras   coj…,   misma   que   por   decente no
escribí en el cuento.

Pero lo que no le gustó al general fue mi última


frase: ¿Fue aquello justicia o asesinato?

Se le olvidó al general Ruiz que para entonces su


batallón ya no dependía del general Doroteo López,
entonces gobernador de Colima. El batallón trece de-
pendía de la Primera División cuyo jefe era el general
Francisco Tolentino, residente en Guadalajara, el único
que podía haber ordenado el fusilamiento.119

Recuerdo bien este dato porque precisamente en


ese año se realizaron elecciones para gobernador el 13
de julio de 1877, para las cuales mi padre fue nombra-
do instalador de mesa. Él nos comentaba cómo los sol-
dados se vistieron de paisanos para votar y favorecer la
elección de Doroteo López, quien efectivamente fue
electo gobernador del Estado.120

Como todo niño de la época, jugaba también en


las plazuelas, tenía mi pandilla que excursionaba por
las huertas, llanos y haciendas de los alrededores y lle-

81
gábamos hasta la Piedra Lisa,121 a las fábricas de manta
“San   Cayetano”   o   “La   Armonía”   y   seguido   nos   refres-
cábamos en las hondonadas del río, nadando o pescan-
do chigüilines.122

No siempre andábamos de pingos, en ocasiones


hacíamos un poco de cultura, en enero de 1881 nos
acercamos   al   teatro   “Pabellón   Mexicano”   para   escuchar  
al famoso violinista que hacía poco había llegado a Co-
lima, se trataba de don José Levy.123 Quién me diría que
después sería mi maestro de francés en el Liceo, pues
don José era originario de Courcelles, Francia, pero
desde muy pequeño lo llevaron sus padres a vivir a los
Estados Unidos. Había llegado a Manzanillo en una
gira de la Compañía de Variedades,124 en un barco pro-
veniente de San Francisco, y cuentan que su barco ve-
nía averiado. Como iba a tardar un buen rato en arre-
glarse, decidió venir a conocer la ciudad de Colima.
Dicen que se enamoró a tal grado de esta tierra, que
mandó traer a su familia y se quedó a vivir aquí. Des-
pués también fue famoso porque fundó en 1883125 la
“Lira   Colimense”, primera orquesta de la ciudad, la que
por muchos años nos deleitaría con sus serenatas los
jueves y domingos en el kiosco del Jardín Libertad.

Exámenes y premios

El primero de marzo de 1881 presenté mis últimos


exámenes   de   la   escuela   primaria   “Progreso”,   mis   sino-
dales fueron: don Justo Tagle, Andrés Martínez e Hila-
rio Cisneros.126
Al finalizar la primaria tuve el orgullo de recibir
un premio de manos del gobernador Agustín Santa
Cruz. Se me concedió medalla de honor ante el buen
desempeño escolar que tuve y me regalaron mi primer

82
libro Almacén de los niños, famoso volumen de cuentos
elaborados por la francesa Jeanne-Marie Leprince de
Beaumont, muy conocida por ser la autora del célebre
cuento de La Bella y la Bestia. Ese día el gobernador
iba acompañado del inspector de Instrucción Pública,
don Ramón R. De la Vega127 quien tuvo muy en cuenta
mi premiación y desde ese día no me quitó el ojo. 128

MI BUENA ESTRELLA, VIVIR EN ESA ÉPOCA

Tuve suerte de vivir en Colima durante ese tiempo,


pues me contaron que en 1849 con la llegada del maes-
tro francés Henry Mathieu de Fossey, invitado por don
Ramón R. De la Vega se había intensificado y mejora-
do la educación en Colima.129 A él le tocó ser director
de la primera Normal en Colima, que más bien fue una
primaria superior, donde los egresados podían presentar
examen en el ayuntamiento para obtener el título de
preceptores, ya fuera de primer orden, los mejores
quienes se quedaban enseñando en la ciudad; de segun-
do orden los que se iban a las poblaciones más peque-
ñas y los de tercer orden enseñaban en los lugares más
apartados, ranchitos o pequeños pueblos.130 Entre sus
alumnas se cuenta a doña Rafaela Suárez, maestra que
tanto prestigio le ha dado a Colima en la educación de
la mujer.

PARA SER MAESTRO

Desde 1865 la forma en que se presentaba este examen


en el ayuntamiento de Colima exigía al postulante pre-
sentar primero una carta certificada de alguien reconoci-
do por su honradez, religión y costumbres, que conociera
bien al postulante y pudiera asegurar sus buenas costum-
bres y proceder. Luego se le daba un día para presentar

83
el examen ante dos sinodales, que debían ser preceptores
o preceptoras, de acuerdo al sexo del postulante.

La maestra Ygnacia Ybarrola contaba cómo ha-


bía sido su examen:
[…]   siendo   alumna   de   la   Escuela   Normal   que  
desempeñaba la Srita. Preceptora de primer orden, D.
Rafaela Suarez, en el examen que tuvo lugar el 28 de
diciembre de 1863, fui examinada en los ramos si-
guientes: catecismo de Ripalda, religión por Díaz, mo-
ral, ortología, lectura, escritura, gramática castellana,
aritmética teórica y práctica, geografía, geometría y
costura, según se ve en el certificado que acompaño; y
deseosa de obtener el título de preceptora, que no pedí
en aquella época porque quería perfeccionarme en los
ramos de costura que últimamente he cursado, suplico
a esa Corporación que en virtud del certificado que
presento, y teniendo en consideración las razones que
manifiesta la Srita. Suárez respecto de mi aptitud y
conocimiento se sirva acordarme el (título) de Precep-
tora que solicito, en la que recibiré, merced y gracia
que imprento. Colima 21 de abril de 1865. 131

El maestro francés Henry Mathieu de Fossey, En-


rique como le llamábamos en la tierra colimota, trajo
ideas educativas muy novedosas y como se hizo muy
amigo de don Ramón, le dejó imbuida en la cabeza la
necesidad de establecer en Colima un liceo o sea una
escuela de estudios preparatorios de enseñanza supe-
rior. Justo ahí iría yo a parar al término de la primaria,
por eso creo que sí tuve mucha suerte, porque el Liceo
desapareció casi en cuanto yo salí.

Curiosamente también tuve suerte de nacer al fi-


nal del segundo Imperio, el de Maximiliano, cuando las
ideas de obligatoriedad en la asistencia a la escuela
primaria empezaron a multiplicar la aparición de más y
84
mejores escuelas. En los primeros años no hubo mu-
chas, ni adecuados locales, muebles y útiles escola-
res.132 Pero cuando yo empecé a asistir a la primaria
“Progreso”,   esta  situación   empezaba   a  cambiar.

Tuve suerte de asistir a la escuela primaria por-


que era terrible en general la situación educativa mexi-
cana. En 1876, existían en México siete millones en
completa ignorancia, quinientos mil apenas sabiendo
leer y escribir y muchas cosas inútiles; cuatrocientos
mil con mejor instrucción, sin que ella se levantara a la
altura del siglo, y cosa de cien mil pedantes,133 de una
población total de 9,384,193 de habitantes para todo el
país.134 Nosotros podíamos considerarnos un grupo pri-
vilegiado, no sólo por tener escuela, sino por el gran
maestro que tuvimos.

También fui afortunado porque a finales del año


de 1876, cuando inicié la escuela, comenzó una nueva
etapa en la historia del país. Porfirio Díaz tomó la pre-
sidencia por medio del Plan de Tuxtepec. Y con ello se
inició la denominada paz porfiriana. Periodo que fue
casi continuo, hasta 1911, cuando Díaz renunció; ex-
ceptuando los cuatro años que gobernó su compadre
Manuel González, de 1880 a 1884. Éstos fueron de re-
lativa paz y progreso económico, muchas veces por la
fuerza del propio gobierno; atrás quedaron los turbulen-
tos tiempos de guerras civiles e intervenciones tan de-
soladoras y violentas para el país.

Sin embargo, también presencié funestos sucesos,


cuando tenía doce años, falleció el Papa Pío IX. Emoti-
vo acto fúnebre que me impresionó vivamente porque
advertí la profunda religiosidad del pueblo colimote y
las ancestrales tradiciones de la dominación española.

85
Cuando en el Seminario se conoció la noticia hu-
bo conmoción de corazones. Se organizaron las exe-
quias y treinta misas de San Gregorio durante el mes de
septiembre. Las exequias se celebraron el 5 de sep-
tiembre. La oración fúnebre la pronunció el rector del
Seminario, el reverendo padre José Ramón Arzac,
quien hizo rememoración de la vida y obra del Papa,
también Amador Velasco pronunció una sentida poesía.

Se invitó a la población con elegantes cartas fú-


nebres, la iglesia del Beaterio se vio profusamente con-
currida, a pesar de ser apenas las siete de la mañana el
templo estaba majestuoso y lúgubre, una banda negra
cubría toda la cornisa y balaustrada, así como el altar
mayor enlutado con crespón, las columnas con negra
vestidura contrastaban con la blanca luminosidad de los
cirios. En la segunda bóveda se levantó un elegante
catafalco de tres cuerpos, lleno de cirios que alumbra-
ban un retrato del Papa y las armas pontificias, ángeles
blancos en distintas posiciones protegían al santo pa-
dre. La música, el canto lúgubre intensificó la tristeza y
nos hacía pensar en lo que pasaría más allá de la tumba,
en mí se avivaba la triste idea de la muerte, y el pueblo
oraba ferviente por el descanso eterno del Pontífice.135

VISITA AL SEÑOR DEL RANCHO DE VILLA

Otra prueba de la religiosidad de mi tierra son las pere-


grinaciones, en especial, al señor de Rancho de Villa.136

Siempre recordaré la que hicimos mi madre y yo


cuando terminé la primaria y me llevó a dar gracias al
Señor del Rancho de Villa. Era un martes de Pascua,
mamá estaba tan contenta de mis calificaciones, que
como premio me llevó. Y en realidad así fue, me gus-
taba tanto ir a ese lugar.
86
Muy tempranito empezamos la caminata, a las
cinco de la mañana, porque el lugar está a unos tres
kilómetros del centro de la ciudad de las palmas; se
llega   por   la   calzada   que   conducía   a   la   “Albarrada”   y  
la   “Albarradita”.   El   camino   estaba   lleno   de   árboles  
enormes, frondosos tamarindos y esbeltas tescala-
mas, con tierras sembradas de arroz, maíz y frijol. En
el camino vimos algunos caseríos de calles polvosas
y sin alineamiento.

Los martes de Pascua la romería era cuantiosa,


por eso se ponían enramadas en el camino, para el al-
muerzo, con puestos de enchiladas, café y sopitos; o
bien tamales picositos de gallina, o puerco, y también
de dulce, que se acompañaban de un rico atole dulce de
leche, ya fuera de tamarindo, de cascarilla, de cacao o
ciruelas. A veces también había tamales de iguana,
pues por esos lugares había muchas iguanas verdes,
algunos les gustaban pero a mí no. Todo lo demás sí
era de mi agrado cuando aún lo recuerdo: ¡hum!, se me
hace agua la boca nomás de pensarlo. No faltaban las
bebidas de tepache, horchatas de arroz, agua de limón,
chía o tamarindo o las tradicionales de tejuino, tuba o
bien ponche de granada,137 con el calor del camino nos
caían muy bien estas bebidas.138

Ya para llegar al pueblito se veía la iglesia desde


la entrada, porque está en una suave elevación rodeada
de un amplio atrio.

Algo que me impresionaba mucho de esas visitas


al Señor de Villa, era mirar a los fieles que iban a pagar
mandas, algunos caminaban coronados de espinas car-
gando cruces a cuestas. Ese día miré a un penitente que
caminaba con grillos de hierro en los pies sangrantes.

87
Otra vez nos sobresaltó un terrible griterío que se
desató en la plaza por una pelea entre un hombre a ca-
ballo que pretendía acuchillar a otro a pie, ambos salie-
ron corriendo de la plaza y se metieron en un potrero,
luego ya no supimos qué pasó.

Al llegar a la plazuela muchos hombres y mujeres


caían de rodillas y así llegaban hasta la iglesia, los asis-
tentes les ayudaban tendiendo rebozos y frazadas para
ganarse indulgencias.

Entrando al Rancho de Villa, mi madre luego


luego fue a comprarme la medida del señor139 para po-
nérmela al cuello y con ella rezar dentro de la iglesia.
En el templo nos deslumbramos de la cantidad de velas
encendidas, parecía una gran luminaria. Después de los
rezos acostumbrados mi mamá me dejó libre para irme
a columpiar en las ramas colgantes y elásticas de los
copudos tamarindos que abundaban en los potreros.
Más tarde me alcanzó, y ahí mismo nos comimos lo
que llevaba, unas ricas tortillas dobladas con sopa de
arroz, carne de puerco en chile y frijoles fritos.

En los días de fiesta, como ese martes de Pascua,


había cohetes en el atrio y la fiesta se celebraba en gran-
de. Cuando regresábamos a Colima ¡qué orgulloso me
sentía portando la medida del señor en mi cuello!140

A dos personas sobre todo admiré en mi infancia,


aparte de mis padres; ellos fueron mi maestro Pamplo-
na y el padre Pinto, este último era un sacerdote muy
popular de figura alta, delgado, tez blanca, con voz
afable y acento de misionero, bueno con pobres y ricos,
caritativo en exceso. De este padre se contaban una
serie de historias que relataban su bondad y santidad,
muchos años después cuando regresé al Rancho de Vi-
88
lla, me encontré un exvoto, era sobre un milagro que el
Señor de Villa le había hecho al padre Pinto. 141 En esos
momentos recordé todo sobre aquella memorable visi-
ta, que hiciera con mi madre al final de mis cursos de la
primaria, para dar gracias al Señor de Villa por el bene-
ficio de haber podido estudiar.

El maestro Francisco Pamplona era a la vez de


director de la Escuela Progreso maestro de matemáticas
en el Liceo de Varones. En 1877 al pobre hombre se le
pidió que escogiera entre estos dos empleos, a lo que él
alegó que no recibió un sueldo fijo para la clase del
Liceo; ocasionalmente le daban algo de gratificación,
por eso, con gran pesar suyo tuvo que dejar a sus alum-
nos del Liceo y se quedó sólo como director de la es-
cuela Progreso.142 Después regresaría al Liceo. Todavía
hizo algo notable por mi futuro, motivó y convenció a
mis padres para que me inscribieran en el Liceo de Va-
rones del Estado. Ahí volvería a ser mi maestro.

Atrás quedó mi infancia, ahora iniciaba otra eta-


pa: la de adolescente.

Querido maestro, tú guiaste mis primeros pasos y


me pusiste en la senda del estudio.

Idos en paz, cumpliste tu destino de constructor


de hombres.

89
CAPÍTULO TERCERO
EL LICEO DE VARONES DE COLIMA

¡Qué recuerdos más gratos tengo de mis días como es-


tudiante en Colima! Éramos jóvenes e inquietos. La
vida nos parecía fácil y apacible, pero a veces pertur-
badora. Sueños, ilusiones y amores, todo eso se encerró
en el círculo del estudio.

Mi ingreso al Liceo de Varones de Colima no só-


lo representó un gran cambio en mi vida, sino el inicio
de una existencia por la senda educativa que me marcó
de forma imperecedera. Aunque el maestro Pamplona
me había encaminado hacia los conocimientos básicos,
fue el Liceo el que me introdujo a la pedagogía que se
convertiría en mi destino profesional. En esos años hice
amigos entrañables, algunos de ellos fueron para toda
la vida; muchos siguieron también esa senda y juntos
luchamos por ser buenos educadores.

La existencia del Liceo fue una gran avance edu-


cativo para Colima. Por primera vez se contaba con una
escuela de estudios preparatorios a los superiores, que
funcionaba regularmente. Antes sólo existía el Semina-
rio, inaugurado en enero de 1846.143 Hubo un intento
que fracasó en 1859, cuando el gobernador en turno,
Lic. Miguel Contreras Medellín decretó la existencia de
un Colegio Civil; trabajó muy brevemente pues los
problemas de inestabilidad causados por la guerra de
Reforma no le permitieron subsistir.144

91
Seminario Conciliar de Colima, IISUE/AHUNAM/Fondo
Ezequiel A. Chávez, doc. 568.

El Liceo fue inaugurado el 5 de mayo de 1874,


fecha cívica muy importante para los mexicanos porque
conmemora la victoria en Puebla contra los franceses.
Entrar a estudiar al Liceo no significaba cualquier cosa.
Sin duda mis antecedentes escolares ayudaron pero
definitivamente lo que de seguro valió fueron las reco-
mendaciones del maestro Pamplona y de don Ramón R.
de la Vega, colimotes muy estimados. El Liceo era la
escuela adonde fueron los hijos de los riquillos, la gen-
te importante de Colima, donde enseñaron los mejores
maestros.

Entré de quince años, en plena adolescencia y,


como cualquier otro, a veces perdía los estribos; gracias
al maestro Blas Ruiz, nuestro director, no perdí el rum-
bo. Cuando me veía alocado y desatento a mis deberes,
él fue quien enderezó mis pasos.

… hombre lleno de virtudes, a cuyo lado estudié


Gramática Castellana y las primeras nociones de la
Ciencia Pedagógica, era hombre muy recto y su recti-
tud enderezó mi conducta. Después fuimos amigos

92
hasta el último instante y exhaló su último suspiro en
tierra extranjera de California. 145

La escuela empezó como era lo usual en aquellas


épocas, con grandes penurias económicas y siempre
tuvo graves problemas presupuestales a pesar de los
esfuerzos por mantenerla. Por ejemplo, el impuesto de
la sal durante algún tiempo se le otorgó a la escuela
para su manutención económica. Desafortunadamente
nunca pudo resolver del todo este problema y, final-
mente, junto con una terrible epidemia de fiebre amari-
lla tuvo que cerrar en 1884.

El Liceo duró apenas diez años pero en tan corto


tiempo logró formar a una generación de colimotes,
que le dieron lustre e impulso a la entidad. Varios de
mis compañeros se volverían mis grandes amigos, entre
ellos: Victoriano Guzmán, Balbino Dávalos, Cenobio
González, quien fuera alumno interno, y Miguel García
Topete, de quien muchos años después la política nos
separaría.146 Algunos, como Balbino y yo, seguimos
sendas contiguas mientras otros tomaron distintos rum-
bos; sin embargo, Colima y el Liceo se convirtieron por
siempre en nuestro lazo de unión. Nunca olvidaré aque-
llos   tiempos   en   que   “C.   González”,   como   le   llamába-
mos, nos hacía reír con sus bufonadas, chistes y anéc-
dotas: era todo un humorista que nos hacía la vida de
estudiante más agradable.147 Fue también maestro y
periodista,   fundó   el   periódico   “El   Zancudo”,148 nombre
muy de acuerdo con su forma de ser. Por cierto, fue
uno de los periódicos que estuvieron a mi favor durante
mi campaña por la candidatura a gobernador en 1911.
A muchos de nosotros, el Liceo nos formó en la docen-
cia y en el arte de escribir, actividades que habrían de
ser partes esenciales de nuestro existir.

93
Desde algunos años atrás, existía la intención de
establecer una institución de este tipo. Recordemos que
el francés Henry Mathieu de Fossey había logrado es-
tablecer una Normal y seguramente su amistad con don
Ramón R. de la Vega, como ya lo dije, sirvió para su-
gerirle la idea de tener un Liceo, como en Francia, donde
era la escuela de estudios, que se llamaban preparatorios
generales para acceder a la educación superior.

Cuando se inauguró el Liceo en 1874, se estaba


viviendo un enorme entusiasmo por mejorar la situa-
ción educativa del Estado y el Liceo era parte de los
proyectos más importantes de don Ramón R. De la Ve-
ga, entonces el Inspector de Instrucción Pública o sea,
la posición más importante en el ramo. En 1880 se
convirtió en Dirección de Instrucción Pública y allí se
quedó don Ramón hasta su muerte, el 6 de noviembre
de 1896, cuando me correspondió sucederle. Más tarde
en 1898, esta posición se llamaba otra vez Inspección
de Instrucción Pública. Volviendo al año de 1874 el
periódico oficial El Estado de Colima comentaba a
propósito del fervor educativo del momento:

La Instrucción Pública se halla bien atendida y


en verdadero progreso; hay más de veinticinco escue-
las pagadas por el Gobierno y los Ayuntamientos. To-
dos estos planteles de instrucción primaria, en los
exámenes respectivos que se verificaron en fin del año
próximo pasado, dieron las pruebas más satisfactorias
de su adelanto. Sabemos que en el próximo abril, van
a abrirse las cátedras de instrucción secundaria en el
Estado. 149

Esos años fueron intensos para todo mundo, mi


vida cambiaría con el Liceo y Colima adquiría, como
todo el país, el matiz de una nueva época. Proceso que,

94
en Colima, se palpó claramente con la expedición de
una nueva constitución el 27 de mayo de 1882.150

Los extranjeros llegados a Colima desde princi-


pios del siglo tuvieron una época de gran auge. En es-
pecial los alemanes crearon compañías y empresas co-
merciales importantes: Kebe151 Vander Linden y Com-
pañía; Vander Linden, Vogel y Compañía; y Arnoldo
Vogel y Compañía. Como propietario de San Antonio,
una de las haciendas cafetaleras más ricas del Estado,
Arnoldo Vogel fue uno de los empresarios más podero-
sos. También hubo varios cónsules que hicieron fortuna
y fueron grandes terratenientes, como el español Juan
Fermín Huarte, propietario de la hacienda de Calera
más tarde llamada de las Caleras o La Constancia152 y
dueño de una de las casas más bonitas de la ciudad, la
que está en contra esquina de la Catedral frente al jar-
dín. Otro de los ricos alemanes fue Christian Flor, cón-
sul alemán y socio gerente de la Sociedad Flor y Kebe
Asociados y heredero de una parte de la hacienda de
Miraflores, aquella de Carlos Meillón.153 También el
cónsul americano Augusto Morrill tenía su sociedad,
Morrill y Pérez, de la que era socio y gerente. Fue fa-
moso por vender el elixir para provocar el sueño (clo-
ral hidratado) que vendía en su concurrida droguería
Americana.154
¿Qué era el Liceo de Varones de Colima?

Desde el siglo XVIII, a finales del periodo virreinal,


todavía bajo el auspicio de la Iglesia Católica155 se ha-
bía planteado la necesidad de establecer en Colima una
institución de nivel secundario. Para estos años de in-
tensa pasión liberal, lo que se proponía era una escuela
civil, laica y moderna. Vuelvo a pensar que la denomi-
nación de Liceo se debió quizá a la influencia del fran-

95
cés Mathieu de Fossey, o bien a la cercanía de Guada-
lajara, donde también se estableció en esa época un
Liceo de Varones, que venía funcionando desde 1847,
aunque con vaivenes.156

Cuando la idea de Universidad se remontaba al


pasado conservador virreinal, en México, los liceos
junto con los institutos, se contemplaban como la moda
en la educación decimonónica mexicana. Fueron las
modernas instituciones de la época. Colima tuvo su
Liceo, como otros lugares tuvieron sus Institutos Cien-
tíficos y Literarios.

Los estudios

Al principio el plantel inició con unas cuantas cátedras,


pero muy pronto empezó a completar su plan de estu-
dios hasta tener cubierta la enseñanza en sus cuatro
áreas básicas: intelectual, moral, estética y física. Yo
escogí desde el principio el área de las materias Educa-
tivas–Humanísticas y llevé: filosofía, literatura, y pe-
dagogía, además de francés, inglés, gramática española,
lógica y dibujo.

Viví mi época de estudiante en el Liceo junto con


el periodo presidencial del general Manuel González
(1880-1884), compadre de Porfirio Díaz, quien enfren-
tó serios problemas durante su mandato. Sobre todo en
los dos útlimos años de su gobierno, cuando quiso im-
poner aquella horrible moneda de níquel, la hizo circu-
lar en tan gran cantidad, que el pueblo perdió la con-
fianza, rehusándose a recibirla dicen que el desconten-
to creció de tal forma que un día, cuando el Presidente
llegaba a Palacio en medio de la multitud enojada, una
mujer le arrojó un puñado de monedas de níquel en la
cara esa vez, su valor personal lo salvó. La realidad es

96
que la economía del país seguía tambaleándose después
de tantos años de guerra. Por eso, se fundó el Banco Na-
cional, aunque no logró arreglar la deuda o la situación
en general. Como resultado los estudiantes se manifesta-
ron, movimiento que se reprimió, hubo presos, heridos y
algunos muertos. A tal grado llegó la situación, que los
empleados de gobierno no recibieron su sueldo los últi-
mos meses de su gobierno. Este gobierno dejó una muy
triste fama de corrupción e inmoralidad.157

No obstante en el país empezaban a notarse pro-


gresos con la inauguración de nuevas vías férreas. En
Colima se logró terminar el tramo de Manzanillo a
Armería, y gracias a ello, se acabó aquella terrible
penuria de cruzar la laguna de Cuyutlán; apenas eran
cuarenta y cuatro kilómetros pero significaron mucho
para el tráfico de mercancías entre el Puerto y la ciu-
dad de Colima.158

En 1869, llegó el telégrafo a Colima y catorce


años después el teléfono. Un adelanto tecnológico que,
en verdad, nos dejó atónitos, a pesar de que ya lo espe-
rábamos. Así fue el establecimiento de la primera com-
pañía   telefónica   llamada   “Telefónica   Colimense”,   con  
veinte aparatos para el servicio local, donde como
siempre el inquieto don Ramón R. De la Vega quedó
como vicepresidente.159 No podíamos creerlo, oír la voz
de personas que se encontraban lejos, igual a cientos de
kilómetros de nosotros como si estuvieran a nuestro
lado. No cabe duda, el mundo estaba cambiando.

Ese mismo año supimos por nota en el periódico


oficial, que nuestra querida maestra Rafaela Suárez
había sido nombrada directora de la Escuela Nacional
Secundaria de Niñas en la ciudad de México. ¡Qué mu-
jer! Admirable logro para ella y para todos, no cabía-
97
mos de admiración, sobre todo, nosotros que ya éramos
preceptores.160

En Colima hubo dos gobernadores constituciona-


les, Francisco Santa Cruz (1880-1883) y Esteban Gar-
cía (1883-1887), aunque Miguel de la Madrid sustituyó
a Santa Cruz en dos de sus ausencias.161 A Esteban
García le tocó enfrentar la terrible epidemia de fiebre
amarilla que asoló al Estado durante 1883-1884, misma
que fue trágica para el Liceo, de lo cual hablaré más
tarde.

Inicié los cursos en el Liceo y pronto empecé a


darme cuenta lo que significaba estudiar en una escuela
de ese nivel. Me esforcé mucho y creo que gracias a
ello mis calificaciones fueron buenas; en aquel enton-
ces la escala de la calificación era máxima de 20 pun-
tos. En octubre de 1882 presenté mis primeros exáme-
nes y en ellos obtuve 20 en todas las materias: gramáti-
ca castellana, filosofía, matemáticas, inglés segunda
clase y pedagogía, con tres primeros lugares en gramá-
tica, filosofía y pedagogía, dos segundos lugares en
matemáticas e inglés segunda clase, y dos menciones
de sobresaliente en gramática y pedagogía.162 Sólo yo,
Balbino Dávalos y tres alumnos más, hicimos al mismo
tiempo cinco exámenes.163 Aunque las materias donde
más me sentí a gusto y por lo mismo saqué mejores
calificaciones, fueron gramática y pedagogía. De algu-
na manera, mis personales inclinaciones o preferencias
se empezaban a definir.164

Las clases que llevamos fueron: latinidad, histo-


ria y cronología, gramática española, pedagogía, inglés,
francés, lógica, metafísica y moral, matemáticas, física
y química elemental, cosmografía, geografía, historia
natural, teneduría de libros, dibujo y pintura. El año
98
escolar comenzaba el dieciocho de octubre y terminaba
el último de agosto.165

Los maestros que tuvimos fueron muchos, aun-


que cambiaron con los años. Recuerdo que estuvo el
famoso ingeniero jaliscience, Longinos Banda, geográ-
fo y especialista en estadística, uno de los que fueron
en aquella expedición a las islas Revillagigedo. En ma-
temáticas fue mi querido maestro Francisco Pamplona,
quien daba todas las materias relacionadas con esta
ciencia: álgebra y geometría plana, aritmética comer-
cial, contabilidad mercantil y teneduría de libros por
partida simple y doble. Blas Ruiz, el director cuando yo
entré al Liceo, me enseñó gramática y pedagogía, como
ya lo he dicho. Remigio Rodríguez, maestro de los
primeros años del Liceo, no recuerdo qué daba. Hubo
un sacerdote jesuita italiano, Alejandro Buquetti primer
maestro de francés en el Liceo, a quien sucedió don
José Levy en mis años de estudiante. Miguel Díaz daba
geografía y cosmografía y fue nombrado director del
Liceo, cuando terminaba mis estudios pues entró el 12
de marzo166 y yo me titulé a principios del mes. De sus
clases de geografía, recuerdo que usaba el libro de
Geografía Universal de Antonio García Cubas y en las
paredes estaban colgadas las notables cartas de su Atlas
Geográfico, Estadístico e Histórico de la República
Mexicana, editadas por las casas de Salazar, Iriarte y
Decaen con todo lujo en 1858. (Años después, en la
Normal de México, tendría el gusto de conocer al au-
tor).167 Con Silvestre Urzúa tomé latinidad, gramática
general y filosofía, y Severo Campero me dio física,
Rosendo Rivera —todo un artista de la litografía—
daba dibujo y caligrafía; también Jesús Martínez Var-
gas dio dibujo, era tan buen maestro que Darío Fajardo,
su alumno y nuestro compañero elaboró los títulos de
todos los preceptores que nos titulamos en 1883. El
99
maestro Clemente Contreras fue mi sinodal en el exa-
men de titulación, junto con Diego Peregrina —
entonces   director   de  la  primaria   “Ocampo”—.168

En la institución había dos tipos de alumnos (los


internos y los externos), yo siempre fui de los externos.
Normalmente, los internos eran de sitios alejados de la
población. A mí me quedaba bien cerquita el Liceo,
pues estaba en el mero centro de Colima por la calle del
Palacio Municipal, esquina con la calle de La Salud.169

La escuela empezaba a trabajar a las seis de la


mañana, cuando se despertaba a los internos y termina-
ba hasta las diez de la noche cuando se apagaban las
luces y se establecía silencio general en los dormito-
rios. Los externos entrábamos a las ocho de la mañana
y salíamos a las diez y media, para regresar otra vez de
las dos treinta de la tarde hasta las cinco cuando termi-
naban las clases. El tiempo se dividía en el estudio de
las materias, recreos y comidas. Teníamos horario de
verano: empezábamos una hora más temprano a partir
del mes de marzo hasta agosto, seguramente, para
aprovechar mejor las horas de luz diurna.170

La única formación profesional que proporciona-


ba la escuela era la de preceptor, por eso, era muy im-
portante la materia de pedagogía; fue la primera vez
que se impartía en Colima. Debido a esto, la mayoría
obtuvimos el título de preceptores, y gracias a la buena
formación recibida, muchos obtuvimos el grado de pre-
ceptor de primer orden.

Uno de los aspectos más importantes en mi for-


mación dentro del Liceo fue la educación moral y so-
cial que recibí. La conducta debía ser irreprochable.
Considero que el Liceo contribuyó hondamente a for-
100
mar mi personalidad (seria y adusta) como debía ser la
de todo buen maestro. La escuela era muy estricta en
sus reglas de conducta, como lo eran normalmente las
del siglo diecinueve. A los internos los vigilaban muy
estrechamente en todo momento; en la mesa a la hora
de las comidas, en los salones de clase, en la forma de
vestir. El uniforme debería usarse con toda corrección y
esmero. Consistía en un traje de levita azul con botones
dorados, pantalón azul, también, con vivos de oro y
chaleco de piqué blanco con botón dorado, corbata y
sombrero negro; a mí, no me agradaba mucho, lo con-
sideraba muy cursi, pero qué se le había de hacer, era la
forma de identificarnos como alumnos de la moderna
institución escolar. Traje que en los meses de calor nos
hacía sufrir, aunque nadie se quejaba, ni los mayores de
traje con corbata, —algo muy común y necesario del
buen vestir de la época. Las fotos de ese tiempo así lo
muestran en la vestimenta de hombres y mujeres de
Colima; los hombres con elegante jaquet oscuro, som-
brero de bombín y, por supuesto, con elegante bastón y
zapatos cerrados; y las mujeres con faldas al tobillo,
manga y cuellos cerrados. Era la usanza y había que
respetar las buenas formas, a pesar del calor.

En mi vida adulta he preferido vestir de traje os-


curo, con chaleco, de corbata y botín o zapato cerrado.
Sobre todo en mi carrera de maestro y después como
funcionario de educación; el vestir formalmente contri-
buye a proporcionar una imagen de respeto y autoridad.

Unos de los momentos más duros de mi vida de


estudiante fueron los exámenes públicos, los que en el
Liceo se convirtieron en todo un gran espectáculo, fies-
ta que convocaba a toda la comunidad durante la cual
la escuela tenía que lucirse ante la sociedad; sin embar-
go, nosotros sufríamos indeciblemente cuando tenía-
101
mos que pasar al frente, y mostrar lo aprendido ante las
autoridades (la mayoría de las veces asistía el goberna-
dor del Estado), amigos, vecinos y parientes. En Méxi-
co, en mi papel de funcionario de educación, he parti-
cipado en muchos de estos eventos en las escuelas na-
cionales, y en varias ocasiones tuve la oportunidad de
compartir la presencia del propio presidente de la Re-
pública, don Porfirio Díaz.

De estudiante significaron experiencias muy in-


tensas por el alto sentido que tenían. Siempre nos po-
níamos muy nerviosos, eran momentos de enorme ten-
sión, pero también de gran orgullo cuando salías selec-
cionado para presentar examen público. Había que
aprenderse muy bien la perorata, las lecciones y las
traducciones que nos iban a poner; pero una vez pasado
el trago amargo, estas experiencias nos forjaron y pre-
pararon para la vida futura. En adelante aprendimos a
enfrentarnos ante un grupo numeroso, y la oratoria se
convirtió para nosotros, en una habilidad más. Cómo
me serviría a mí este arte, todas las veces que he tenido
que pronunciar discursos enfrentándome a diferentes
públicos y en desiguales situaciones; hasta en política
tuve que ser orador, aunque no con resultados muy sa-
tisfactorios, como más adelante se verá en mi frustrada
vida política.

Eran tan importantes los exámenes públicos de


todas las escuelas de la ciudad, que muchas veces se
desarrollaron en el propio Liceo hasta 1883, después se
empezaron hacer en el recién inaugurado Teatro Santa
Cruz.

En el Liceo inicié otra actividad —la de escri-


tor— que me acompañaría el resto de mi vida. Inquietud
tal vez propia del momento y compartida con compañe-
102
ros y maestros, quienes nos permitieron de esta forma
expresarnos públicamente. Así fue como fundé mi pri-
mer periódico, La Juventud, tal y como correspondía a
nuestra edad. Lamentablemente tuvo muy corta vida.
Cuando publicamos un artículo dedicado a don Gabino
Barreda, reconocido intelectual positivista creador de la
Escuela Preparatoria, donde arremetía en ideas contra el
Boletín Religioso171 que se editaba en esas fechas en
Colima, a nuestro director no le gustó y lo suprimió.
Más tarde en 1886 volví a participar en la edición de
otro periódico pedagógico Ecos de la Escuela, donde
colaboraron también Miguel Díaz, Diego Peregrina,
Joaquín Iñiguez y el buen amigo, Miguel Ribera.172

AÑOS INTENSOS, 1883-1884

El año de 1883 fue de peculiar importancia en mi vida


y para Colima. Yo me titulé. También hubo hechos
importantes, algunos desfavorables y otros de singular
importancia.
Colima se convirtió en diócesis, el veinticinco de
junio llegó su primer obispo, el ilustrísimo señor licen-
ciado don Francisco Melitón Vargas, al que se le hizo
un apoteótico recibimiento.173 Todavía no nos acostum-
brábamos a la idea de tener obispo y catedral, cuando
se presentó un fatídico evento, empezaron a llegar las
malas noticias sobre la entrada de la fiebre amarilla en
el puerto de Manzanillo, venía en uno de los vapores de
la   compañía   “La   Mala   del   Pacífico”   procedente de Pa-
namá. En el barco viajaba un enfermo que se bajó al
puerto y de ahí se empezó a esparcir la enfermedad. Al
principio, no se supo exactamente qué era; se achacó
como siempre la culpa al paludismo, fiebre endémica
del lugar, muy propiciada por el estancamiento de las
aguas de la laguna de Cuyutlán. Pero en esta ocasión

103
fue esta terrible fiebre amarilla que mató a un gran por-
centaje de la población. En ese barco venía la notable
cantante de ópera, Ángela Peralta, quien falleció de la
misma enfermedad en Mazatlán.174 Durante 1883 la
fiebre amarilla atacó ferozmente a Manzanillo, y para
menguarla, gran parte de la población emigró a Teco-
mán y de alguna forma se logró frenar; sin embargo,
para nuestra desgracia llegó a nuestra ciudad. El primer
infectado fue el contador de la aduana marítima de
Manzanillo, don Epitacio Gómez, traído del puerto a
esta ciudad. Pronto empezó a hacer estragos en nuestra
capital, sobre todo en 1884.175
Ese mismo año, nuestro querido maestro Francis-
co Pamplona176 fue uno de los primeros en irse, para ser
exactos su muerte ocurrió el trece de febrero de 1884.
El periódico El Estado de Colima lo anunció al día si-
guiente:
Ayer a las nueve de la noche dejó de existir el
Sr. Francisco Pamplona, apreciabilísimo profesor de
instrucción primaria y catedrático del Liceo de Varo-
nes de esta misma capital. El Sr. Pamplona fue un dis-
tinguido ciudadano por su honradez, por su inteligen-
cia, por su patriotismo. Colima estaba orgullosa de
contar en el número de sus hijos al que fue sabio sin
pretensión, humilde por naturaleza y amante del traba-
jo por convicción, la instrucción pública pierde a uno
de sus más activos y eficaces propagandistas, la socie-
dad un miembro útil, la industria a un obrero infatiga-
ble, porque Pamplona dedicaba todo el tiempo que le
dejara libre su profesión al ejercicio de diferentes ra-
mos de la industria. Nosotros que conocimos a fondo
todas las virtudes que adornaban al Sr. Pamplona, no
podemos menos que lamentar su desaparición, conso-
lándonos la idea de que aquellas han de haber alcan-
zado el premio correspondiente en la otra vida. Reciba
la apreciable familia nuestro más sentido pésame. 177
104
El mismo periódico informaba sobre la celebra-
ción de las honras fúnebres: Sabemos que los compañe-
ros del Liceo de Varones, del finado Sr. Pamplona es-
tán organizando una función religiosa dedicada a su
memoria y en cuya función tomará parte la Lira Coli-
mense. Dicho acto tendrá lugar próximamente en la
iglesia del Beaterio.178

Cuando años después, en 1930, pronuncié un dis-


curso en honor a los maestros muertos en el lote del
panteón Dolores que consiguió la Sociedad de Maes-
tros Jubilados en la ciudad de México; recordé aquella
funesta y fría madrugada cuando fuimos a enterrarte,
querido maestro Francisco Pamplona, a las cuatro de la
mañana de la misma noche en que abandonaste este
mundo. Los cadáveres se enterraban casi inmediata-
mente para frenar el contagio, esa madrugada ahí está-
bamos tres de tus discípulos acompañándote a tu última
morada.179

Apenas el 1 de enero de 1884 la población de Co-


lima había estrenado de manera apresurada su nuevo
cementerio en el potrero denominado Las Víboras,
propiedad del señor Juan de Dios Brizuela. La epide-
mia comenzaba a desbordar los existentes y entonces
fue necesario apresuradamente abrir este otro. (Además
el antiguo panteón o panteón viejo, por sus condiciones
de tipo de suelo, con un manto freático bastante super-
ficial no cumplía con las normas mínimas de higiene y
también por su cercanía a la zona urbana).

Se   te   enterró   en   las   denominadas   “tumbas   del   ce-


rrito”,   por   encontrarse   éstas   en   la   parte   más   alta   del  
terreno. Ahí nos dimos cita para darte sepultura. Cuan-
do voy a Colima te visito, todavía se conserva tu mo-
numento funerario.
105
Tiene una placa de mármol blanco con la siguien-
te inscripción en grabado:180

A LA BUENA MEMORIA DEL MODESTO E ILUSTRE


PROPAGADOR DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA
SEÑOR PROFESOR
FRANCISCO PAMPLONA
DEJO DE EXISTIR EL 13 DE FEBRERO DE
1884, A LOS 38 AÑOS DE EDAD
SUS DISCÍPULOS

Regresando al funesto año de 1883 cuando entró


la epidemia en Manzanillo, me titulé precisamente el
día dos de marzo de ese año181 junto con mi compañero
Zeferino Robles, evento presidido por el propio Ramón
R. de la Vega, inspector de Instrucción Pública. Mis
sinodales fueron los maestros: Diego Peregrina y Cle-
mente Contreras. Fui aprobado por unanimidad como
preceptor de primer orden,182 y el veinte de marzo recibí
mi título de manos del gobernador Francisco Santa
Cruz. Ya titulado en diciembre de 1883, presenté un
examen de Contabilidad Mercantil con el maestro
Pamplona, con la idea de adquirir otro conocimiento
que me podría ser útil.183 En esta época se denominaba
generalmente como teneduría de libros y aritmética
comercial al conjunto de conocimientos contables, pero
en el examen se mencionaba ya como tal y se preguntó
sobre el texto de Bernardino del Razo.184 ¿Quién me
diría que escasamente dos meses después se iría el
maestro en el furor de la fiebre amarilla?

Se sucedieron entonces alegrías e infortunios


cuando mostré mi título a mi familia: no cabían de feli-
cidad. En esos momentos mis padres se emocionaron
tanto que alcancé a distinguir un brillo en sus ojos, eran
lágrimas de alegría. A días de recibir el título, el vein-
tiocho de febrero, decididamente mi suerte empezó a
106
cambiar a pesar de los infortunios vividos frente a la
peste.185

Mi carrera iba en veloz ascenso. En agosto de ese


año, el día 27, a mis escasos diez y siete años, ya estaba
yo actuando de sinodal, junto con Teodoro Ramírez y
Felipe Rodríguez, en el examen de titulación del com-
pañero Gregorio Mendoza.

Curiosamente, ese año tan triste para Colima fue


tan trascendental en mi vida, porque me acerqué a Ma-
tilde, la que sería la compañera de mi vida. Ya la había
visto, me gustaba mucho y me tocó en suerte asistir en
julio a su examen de preceptora. Así fue como la seño-
rita Matilde González entró de lleno en mi vida; era
alumna de la maestra Juana Ursúa, directora de la Es-
cuela Superior de Niñas. Empezamos con un tibio co-
queteo de acercamiento, pero pronto se convirtió en
inmenso fuego dentro de mi corazón, ¡cómo anhelaba
su presencia! y a la vez me cohibía profundamente; así
inicié mi aventura en el amor, dulce emoción y ardiente
pasión, que en adelante me sucedería al verla y estar en
su cercanía.186 ¿Quién me diría en aquellos días, tan,
tan, inquietantes, que estaría junto a mí a partir de en-
tonces? Nos casamos diez años después cuando yo re-
gresé de la ciudad de México con mi título de normalis-
ta, que me proporcionó mejor situación económica, la
necesaria para poder enfrentar el sostenimiento de un
hogar.

El siguiente año, 1884, fue de cambios profun-


dos. El siete de marzo fui nombrado catedrático de ma-
temáticas en el Liceo, en sustitución del maestro Pam-
plona,187 renunciando a mi reciente nombramiento co-
mo director de la escuela de niños de Guatimotzin (hoy
Cuauhtémoc). Después me encomendaron la escuela de
107
primeras letras anexa al Liceo, donde hacíamos nues-
tras prácticas docentes. En 1883 el Liceo estaba en
pleno auge, cuando la epidemia se hizo presente en
Manzanillo y para 1884 atacaba con terrible virulencia
a la ciudad de Colima.

El Liceo desde su nacimiento había tenido cons-


tantes problemas presupuestales, con esta calamidad ya
no pudo sostenerse por más tiempo. El 27 de octubre de
1884 se le suspendió el presupuesto y el 5 de diciem-
bre, cuando todas las escuelas abrirían de nuevo sus
puertas, el Liceo ya no volvió a funcionar.188 Después
surgiría de nuevo como Escuela Normal con Miguel
Díaz como director, quien la mantuvo activa hasta
1887, cuando se cerró definitivamente.189 Sólo estuve
trabajando en el Liceo un corto tiempo —nueve meses,
diecisiete días— hasta el 27 de octubre de 1884.190

Se cerraba el círculo de mis estudios en Colima,


junto con la historia de este Liceo de Varones. Breve
existencia de enorme significado para Colima y para
todos aquellos que tuvimos la suerte de ser alumnos del
plantel. A finales de año, estaría como director de la
Escuela de Niños de Manzanillo.191

AL FIN CONOCÍ ALGUNOS DE LOS LUGARES DE


MIS SUEÑOS

No todo fue estudio en esos años. Cumplí varios de mis


anhelados deseos; uno de ellos fue conocer la famosa
piedra de Juluapan, enorme bloque de granito que bien
se aprecia desde la ciudad de Colima. Un día fui con
mis compañeros hasta la enorme peña, nosotros no en-
contramos ningún tesoro, pero contemplamos uno de
los espectáculos más bellos de mi vida, la ciudad de
Colima, un valle eternamente custodiado por sus dos
108
volcanes, uno nevado y el otro con una intensa fumaro-
la, y una verde planicie atravesada por varios de sus
ríos, entre ellos el caudaloso Río Grande serpenteando
de norte a sur.

Mientras subía hasta la peña, no podía dejar de


recordar todo lo que de ella había escuchado cuando
era niño. Pasé por el pueblo de Juluapan, pueblo de
indios que fabrica hermosos sombreros, tan blancos
como la grácil palma con que los hacen. Continúe el
ascenso y de vez en cuando volteaba para esa enorme
roca que salía del cerro, como un brote peñascoso ele-
vándose a gran altura.192

Después volví varias veces y siempre me detenía


en el rancho que se encuentra debajo de la piedra, me
entretenía con el dueño, un viejo indio ilustrado, con
quién charlaba sobre tantas historias y leyendas que se
cuentan sobre esta misteriosa piedra, sobre los tesoros
que se encontraban escondidos ahí.

De grande supe que el dueño de la hacienda del


Platanarillo, un pobre maestro de escuela, se había he-
cho rico de la noche a la mañana por un tesoro escon-
dido del que supo por su madre, quien dicen había ayu-
dado a un bandolero que le había indicado donde estaba
escondido el producto de sus latrocinios; en agradeci-
miento porque ella le había ayudado y comprendiendo
que iba a morir, le dijo donde se encontraba este tesoro.

El maestro dejó la escuela y compró una hacien-


da. Parece que sí había tesoros enterrados en la famosa
peña, aunque nosotros no encontramos nada, a pesar de
haberlo intentado.

109
Otro de mis viajes fue a la famosa barranca del
Muerto, la que está rumbo a Tonila, […]   tuve   que   pa-
sarla varias veces a caballo, bajando y subiendo por
sus callejuelas en zigzag [siempre con algo de temor,
por la terrible historia que se contaba sobre ella].
Aunque siempre admiré extasiado el espectáculo de
estas hondas cañadas, en donde los jilgueros elevan
perennemente su divina música alegrando los boscosos
declives.193

Conocer el mar era otro de mis anhelos soñados,


por eso organicé, junto con otro amigo en unas vaca-
ciones de Semana Santa, un viaje al balneario de Cuyu-
tlán en el Pacífico. Desde pequeño, miraba un camino
que iba hacia el poniente sobre las montañas que ro-
dean a la ciudad de Colima; me pasaba horas enteras
observando cómo el extremo lejano del camino se cla-
vaba en las montañas azuladas, como una punta de
acero. Entonces, ignorante de la perspectiva, me pre-
guntaba siempre, ¿adónde llevará este camino? Y la
gente me respondía que al mar. Crecí con esta idea, y
me propuse un día conocer el mar.

Fue un día del mes de abril, cuando emprendimos


el   ansiado   viaje.   Hicimos   el   recorrido   en   un   “guayín”  
tirado por seis mulas. Durante el camino observamos
toda clase de viajeros. Muchas vendimias se ofrecían al
fatigado transeúnte; la refrigerante tuba o la fresquí-
sima sandía. Se veían cabañas diseminadas, humeantes
y risueñas, con las perezosas hamacas tendidas en los
corredores; el son de las guitarras y los cantos de la
costa; todo ello le dio a la marcha un sello de alegre
vitalidad al camino tan frecuentado. Por la tarde llega-
mos a Armería y ahí quisimos cambiar de caballos para
proseguir el camino, pero ante la demanda de ellos tu-
vimos que conformarnos con dos burros que un saline-
110
ro tenía sin carga. A la mañana siguiente, cuando el
lucero de la mañana apareció, a horcajadas en nuestros
dos jumentos, continuamos el camino. Don Valeriano,
el salinero, nos acompañaba; ansiosos, continuamente,
le preguntábamos ¿cuánto falta para llegar? Y él siem-
pre nos contestaba: …poco.   Como   a   las   ocho   ya   esta-
remos por allá. Entonces nos preguntó:
—Por cierto, ¿llevan sus pasaportes?
—¿Qué? —contestamos perplejos— ¿Para qué?
—Pues para entrar a Cuyutlán —Nos contestó
don Valeriano—, porque según veo es la primera vez
que vienen.
Nos quedamos con gran estupor, pues no llevá-
bamos los dichosos pasaportes, ansiosos le dijimos: ¿y
ahora qué haremos? Él, muy tranquilo, nos dijo que
podía proporcionárnoslo, nosotros no cabíamos de
agradecidos con don Valeriano. Entonces salió del ca-
mino y regresó con un par de huesos. “¿Eso   es   burla?”,  
pensamos, pero el salinero sólo se encogió de hombros
y seguimos el camino con nuestros huesos colgados de
los   aparejos…

De pronto,

El pueblo se presentó a nuestra vista con toda la


hermosa sencillez de los caseríos humildes; sus largas
calles de cabañas se perdían a lo lejos en la espesura
de los árboles, y las espirales de humo que se despren-
dían de los hogares, formaban sobre los techos una
azulada red flexible y ondulante: allí había vida.
Próximos a entrar en la placita, divisamos un
grupo de bañistas, hombres y mujeres que ocupaban
casi la mitad de la bocacalle.
¿A quién entregamos el hueso? Inquirió mi
compañero a media voz.

111
No obstante la cautela, la pregunta fue oída por
los del grupo, pues acercándoseme un joven, con mu-
cha urbanidad, me dijo:
-El hueso, señor.
Fue necesario detener a los burros casi a fuerza;
y al entregar el pasaporte, hirió mis oídos una carcaja-
da homérica.
Levanté los ojos. ¿Qué sucedía? Una multitud
nos rodeaba con caras de risa y burla. El ruido fue cre-
ciendo, mezclado con silbidos y gritos; algunos som-
breros cruzaban el aire, y una voz vibrante se levantó
diciendo:
-¡Vivan los estudiantes!194

De esta forma entre risas y bromas, nos recibió la


gente de la costa; gracia que a nosotros no nos gustó
tanto; pero cuando distinguimos el mar entre la bruma,
se disiparon todos nuestros malestares:

Al franquear el médano, el mar se presentó ante


nuestros ojos con toda su majestad. ¡Sublime espec-
táculo! Aquella inmensidad de agua, cuyas riveras
opuestas ni la imaginación alcanzaba, y que se con-
fundía en la línea del horizonte con el cielo, en un
pliegue invisible, me causó una impresión profunda de
admiración y asombro.
Allá lejos, en la reventazón se levantaba la ola
verde,  alta  y  larga  como  una  muralla…195

Qué bellas vacaciones pasamos frente al mar.


Qué pronto se nos pasó la semana entre bailes, juegos,
tertulias y deliciosos baños de mar. Ni modo, había que
regresar al colegio, pero nuestros recientes amigos de
Cuyutlán, no podían dejarnos ir sin una despedida ade-
cuada; cuando partíamos montados de nuevo en nues-
tros jumentos, organizaron una cencerrada, esto es, una
veintena de personas tocando cajas o botes de hojalata,

112
jícaras, flautas, pitos de carrizo o barro con una lejana
cantinela que decía ¡te juites y me dejates!

Yo me enamoré de este lugar y cuantas veces he


podido hacerlo, siempre que voy a Colima vuelvo a con-
templarlo y a extasiarme con sus atardeceres, cuando:

La tarde desfallece de calor y se reclina con


languidez en el ocaso.
¡Qué esplendoroso incendio de colores, de nu-
bes y de jirones de cielo, invade con sus gigantes lla-
maradas el vasto horizonte que será, dentro de poco, la
tumba del sol!196

El 25 de febrero de 1884 me dieron nombramien-


to de director de la escuela de niños de Guatimotzin,
como ya les platiqué. Empleo que no llegué a desem-
peñar pues casi al mismo tiempo se me ofreció primero
la ayudantía de la dirección del Liceo, y luego la cáte-
dra de matemáticas que estaba vacante ante la muerte
del maestro Pamplona. Al cerrar el Liceo y quedarme
sin trabajo, me puse a buscar empleo y recordé que en
julio había mirado en el periódico oficial El Estado de
Colima una convocatoria a la vacante de director de la
escuela primara de niños en el puerto de Manzanillo.197

113
CAPÍTULO CUARTO
HACIA EL PUERTO
Hermoso mar ¡qué azul y qué profundo!
¡Te acuestas sobre el mundo!
Sigue ocultando en tus entrañas hondas
Tus mágicas escenas.
Mientras que yo sentado en tus arenas
No aparto la mirada de tus ondas.198

¿Quién me diría que mi rumbo se enfilaría hacia el


puerto de Manzanillo? Si bien desde mayo de 1884, la
Junta de Caridad de vecinos que ayudaron económica y
físicamente durante la epidemia de la fiebre amarilla,
habían anunciado que el contagio se había terminado;
mostraron las cuentas de todas las aportaciones recibi-
das y los gastos hechos presentados por el tesorero, don
Arnoldo Vogel.199 Todavía no sé como pudimos sortear
la enfermedad ya que mucha gente se nos fue pero no-
sotros logramos sobrevivir, ¡a Dios, gracias! Ninguno
de mi familia se fue incluyendo a mi novia Matilde.

De cualquier forma me preocupaba irme hacia el


puerto y al mismo tiempo me sentía entusiasmado ante
la idea de vivir junto al mar; mil ideas y pensamientos
revoloteaban dentro de mi cabeza. Desde el veinte de
junio de 1884 había salido la convocatoria para el pues-
to de director de la escuela en Manzanillo, con un suel-
do anual de 720 pesos. Desde que la vi lo estuve pen-
sando, finalmente los acontecimientos que se sucedie-
ron con el cierre del Liceo terminaron por convencer-
me. Empecé a hacer los preparativos, para iniciar la
actividad escolar el siguiente año.200

Mi nombramiento como director de la escuela de


niños de Manzanillo se expidió el veintinueve de di-

115
ciembre de 1884. Apenas tuve tiempo de pasar Navidad
y Año Nuevo con la familia. Triste sin duda fue la des-
pedida, en especial, de la que para entonces era parte
insustituible de mi vida: Matilde.

A finales de 1884, Porfirio Díaz regresó a la pre-


sidencia y yo me desarrollaría en la profesión magiste-
rial durante su mandato hasta mis cuarenta y cinco
años.
Desde 1884, y por sucesivas reelecciones, ocu-
pó [Porfirio Díaz] la silla presidencial hasta el 25 de
mayo de 1911, en que renunció [a] su alta magistratu-
ra, a consecuencia de una insurrección popular.
En ese largo período de gobierno del general
Díaz, en que se aseguró la paz, el país pudo desarrollar
las fuentes del progreso y de la riqueza pública. Nunca
disfrutó la patria, en los tiempos pasados, de una era
de prosperidad como la que esencialmente caracte-
riz[ó] el gobierno de Díaz.
No sólo se niveló la Hacienda pública, sino que
aumentaron las rentas federales de un modo notable,
permitiendo llevar a cabo numerosas obras de utilidad
general y fomentar la instrucción del pueblo hasta un
grado de adelanto muy considerable.
Durante esa larga era de paz, los mexicanos pu-
dieron explotar tranquila y concienzudamente su sue-
lo. Como signos del trabajo y de la actividad, las lo-
comotoras cruzaron las llanuras y montes, salvando
puentes y túneles, despertando con sus silbidos a los
pueblos y las industrias, atravesando el país en todas
direcciones, ligando puertos, valles y llanuras, y estre-
chando las relaciones de todos los habitantes de la Re-
pública. Se multiplicaron las líneas telegráficas y tele-
fónicas, para llevar en alas del fluido eléctrico, el pen-
samiento por todos los ámbitos del país.
Debido a este movimiento, los campos pudieron
cultivarse, los bosques aprovecharse, las minas explo-

116
tarse, los ganados aumentarse. Cien industrias nacie-
ron; millares de chimeneas, arrojando negro humo,
denotaban la existencia de las fábricas, a las cuales
millares de hombres pudieron acudir a trabajar, para
transformar las materias primas en objetos manufactu-
rados o en diversos productos que utiliza la industria o
consumen las necesidades humanas.
El país reconoció todas las deudas extranjeras y
arregló el pago por anualidades. Debido a eso y al
exacto cumplimiento de sus compromisos, pudo ad-
quirir buen crédito ante las naciones civilizadas del
mundo.
La seguridad de que se disfrutó en tan largos
años, en caminos, campos y ciudades, inspiró confian-
za al capital extranjero, el cual vino a promover la in-
dustria nacional, a dar trabajo a muchos mexicanos y a
mejorar los jornales del obrero. Y al mismo tiempo
vino a estimular en los mexicanos el espíritu de em-
presa, casi nulo entre nuestros compatriotas en tiem-
pos anteriores.
La prosperidad fue general.
[….]
Y esas rentas, gastadas con inteligencia, permi-
tieron llegar a tener en las áreas federales hasta noven-
ta millones economizados, es decir, noventa millones
de reserva, cosa inaudita, para un país en que la mi-
seria del Tesoro público fue cosa corriente en épocas
pasadas.
El general Díaz llegó a tener un inmenso presti-
gio en el extranjero. Algunos emperadores, reyes o
presidentes de Europa, así como soberanos asiáticos,
le enviaron insignias, condecoraciones o presentes,
que sólo conceden a los grandes hombres. 201

Varios gobernadores se sucedieron en Colima du-


rante el largo periodo del Porfiriato. En 1884 estaba
todavía Esteban García, quien permaneció hasta 1887,
cuando continuó don Gildardo Gómez a partir del pri-
mero de noviembre hasta noviembre de 1893; a este
117
último personaje le recuerdo con especial aprecio pues
él fue quién me otorgó la beca para estudiar en la ciu-
dad de México en 1888.

De 1893 en adelante ocupó la gubernatura don


Francisco Santa Cruz hasta la fecha de su muerte, la
cual ocurrió en 1902; a éste se le consideró el goberna-
dor porfirista por excelencia, pues permaneció en el
gobierno por casi diez años. Terminó el periodo Enri-
que O. de la Madrid, quien renunciaría junto con el
gobierno de don Porfirio, en mayo de 1911. Aunque de
la Madrid lo hizo unos días antes, el día diecinueve y
Díaz el veinticinco.

Hubo inquietantes sucesos durante esos años, en


1886 tuvimos otra erupción del volcán; por suerte, se
turbó un poco y no pasó a mayores daños. Aunque los
colimotes ya acostumbrados a este tipo de eventos lo
tomamos con calma, no obstante sabemos que una
erupción podría causar daños irreparables incluyendo la
muerte.202
Hubo un hecho que sin duda nos dejó atónitos:
se publicó en el periódico oficial del Estado, una noti-
cia que —previamente— había aparecido en El Moni-
tor de la ciudad de México acerca de la existencia de
habitantes en la Luna. El descubrimiento fue por parte
de un científico alemán, el Dr. Blendmann, quien con su
telescopio había distinguido ciudades en nuestro satélite.
Lástima que nos quedamos siempre con la duda por-
que no se volvió a decir más sobre este asombroso
descubrimiento.203
Manzanillo

Se llegó el momento de dejar definitivamente mi ciu-


dad. El camino entonces de la capital al puerto era de
118
noventa millas, más o menos veintiocho leguas.204
Inicié el viaje en diligencia, pasando por varias pobla-
ciones: Coquimatlán, Cajitlán, Tecomán, Valenzuela,
Tecolapa, la Congregación de San Bartolo hasta el río
Armería,205 a donde llegué muy fatigado y traqueteado,
pero ¡cómo había disfrutado la serie de paisajes que se
sucedieron en mi vista! Desde el valle y luego la bajada
hasta el litoral, con cambios sorprendentes de flora y
fauna. El momento más dramático fue la cruzada del
río Armería, en el lugar conocido precisamente como
“El   paso”.   Afortunadamente por la temporada, las
aguas estaban bajas así que lo atravesamos sin ningún
problema. En Armería descansé en un mesón para em-
prender al día siguiente otra jornada llena de sorpresas.

Tomé tempranito la peculiar locomotora del fe-


rrocarril de vía angosta, recién construida, que sólo ha-
cía el viaje tres veces por semana y eso si el tiempo era
favorable, porque: cuando las lluvias no deslavaban
trechos  de  vía  […]  o  se  llevaba  veintenas  de  metros de
rieles en algunos lugares. Era una locomotora de leña,
que apenas viajaba de veinte a veinticinco kilómetros
por hora. 206 Ya descansado, disfruté de los nuevos pai-
sajes, la profusa vegetación que bordea la laguna de
Cuyutlán, limitada al oriente con bosques de palmeras.
Los compañeros de viaje comentaron que había mu-
cha tortuga en la costa occidental de la laguna, llena
de … manglares y mimosas, cuya espesura, en algunos
sitios, convierte el paisaje en bosque muy profundo; se
pueden apreciar aquí inmensas cantidades de aves,
penélopes [conocidas más como chachalacas], papa-
gayos y otros. Ocasionalmente también, vi venados,
iguanas enormes de diferentes especies; [ y algunas]
aves acuáticas.207

119
Cuando llegué al Puerto era tanta mi emoción por
conocer el lugar, que de inmediato me dirigí al muelle.
Si bien la población era modesta y muy pequeña, el
lugar era hermosísimo. El cansancio del camino no me
importó, y en mi juventud subí sudoroso la empinada
cuesta del cerro del Vigía; valió la pena, mi mirada fue
avasallada cuando contemplé esa imponente bahía con
sus dos grandes ensenadas. Pocas veces en mi vida he
estado tan impactado por una vista tan majestuosa.
Después volteé hacia las lagunas: al norte, la de San
Pedrito en cuyas márgenes se encontraban plantaciones
de coco, piña, limoneros y más allá, la de Cuyutlán al
sur de la pequeña península que sobresale entre ambas
donde está la población.

La laguna de Cuyutlán en tiempos de sequía


siempre causaba graves problemas de salud entre la
población, porque al bajar las aguas éstas se convertían
en pestilentes miasmas, con gran mortandad de peces
que quedaban a flor de tierra, convirtiéndose en criade-
ros de miles de mosquitos causantes de enfermedades
como malaria y paludismo. Además había muchos
caimanes, que de tarde en tarde, daban buenos sustos a
los ribereños.

Se insistía desde hacía ya varios años en abrir un


canal que permitiera la entrada del agua de mar y nive-
lara así la laguna, sobre todo cuando se quiso cerrar el
puerto, por considerarlo insalubre. A mitad del siglo el
señor Manuel Aliphat hizo un interesante estudio sobre
éste para evitar el proyecto de clausurarlo, sobre todo
porque era la única salida de los productos agrícolas
colimotas, haciendo énfasis en las magníficas condi-
ciones que tenía el Puerto con sus dos magníficas ense-
nadas sin más obstáculos que seis piedras llamadas
Frailes, ubicadas junto a los riscos de la entrada este a

120
la ensenada de Santiago. Separadas por una punta lla-
mada La Audiencia, estas dos grandes ensenadas de
Santiago y Manzanillo tienen una profundidad de 42 a
180 pies, lo que permite la entrada de barcos de gran
calado, llegando los buques a anclar a muy poca dis-
tancia de la playa. La bahía acepta buques de gran tone-
laje y no necesita el servicio de prácticos, debido a que
su acceso no se dificulta por salientes o arrecifes. En
cualquier tiempo podían anclar navíos de gran cabotaje;
además, la entrada es muy ancha. Tiene otras pequeñas
ensenadas como Salagua, orgullosa playa, porque ahí
se construyeron los primeros barcos españoles durante
la Conquista para las famosas expediciones que busca-
ban el camino al oriente.
La ensenada de Santiago se consideraba magnífi-
ca por las facilidades que tiene para reparar los barcos
averiados, además en sus alrededores había muy bue-
nas maderas. Sus playas todas son de arena. Sólo hacía
falta abrir un canal que comunicara la laguna de Cuyu-
tlán con la ensenada de Manzanillo, entre los dos cerros
pequeños que existen y con ello mejoraría mucho la
salubridad del Puerto.208
La idea del canal persistió constantemente y se
insistió mucho en su apertura: es más, en noviembre de
1874, se habían inaugurado oficialmente las obras que,
lamentablemente, nunca se concluyeron. Luego se in-
tentó en varias ocasiones seguir los trabajos pero el
hombre cava y el mar rellena, el pretendido canal se
había tragado millones sin poderse terminar. Entonces
se había pensado que, de lograrse, la laguna podría
ejercer funciones como puerto lacustre.209
Hay en Manzanillo dos barrios: el del mar y el de
la laguna unidos por una calle estrecha abierta en el

121
cerro. Las casas se encuentran diseminadas en las fal-
das del cerro, lo que ofrece una bella vista desde el
mar, sobre todo en las noches en las que parece un
nacimiento.
Está construida a lo largo de la angosta franja
de  tierra  que  hay  entre  las  montañas  y  la  bahía,  […]  en
un pequeño espacio abierto formado por un desfilade-
ro en las alturas, rodeado de un lado por el mar y del
otro por el lago. Comprende tres o cuatro calles cortas
y estrechas que interceptan en ángulo recto la calle
principal, la cual corre a lo largo de la playa; todas es-
tán pulcramente pavimentadas con cantos rodados.
Las casas son, con pocas excepciones de un solo piso,
a veces sólidamente construidas con adobe, otras lige-
ras de madera; todas están protegidas por techos de te-
ja inclinados, pues las lluvias torrenciales son frecuen-
tes aquí en época de aguas. Hay un grupo importante
de chozas esmeradamente construidas, con espesos te-
chos de paja, distribuidas alrededor de la ciudad, en
las faldas de los cerros, pertenecientes a una comuni-
dad de indios.
Hay un conato de plaza, si es que a unos cuan-
tos bancos colocados en un pequeño espacio abierto
provisto de media docena de árboles puede llamársele
así; pero el centro de la plaza está desfigurado por al-
gunos tugurios y puestos miserables, donde algunas
indias tienen a la venta las frutas varias de la región y
caña de azúcar en trozos. 210

El cerro principal del Vigía se encuentra al po-


niente de la ciudad y defiende al puerto de los furiosos
vientos, se le llama así porque arriba hay una oficina
que vigila el puerto. Desde este cerro se aprecia la es-
plendidez del paisaje con ensenadas, montañas, playas
y bocana, y el inmenso mar a nuestros pies.
En ese tiempo Cuyutlán tenía más habitantes que
Manzanillo, el cual era realmente una pequeñísima po-
122
blación pues apenas contaría con unos quinientos habi-
tantes211 . La mayoría de las casas eran de madera, a ex-
cepción de las oficinas construidas en las partes bajas
cerca del muelle por Ruiz y Sucesores, había casas es-
parcidas aquí y allá en las faldas del cerro sin trepar
muchas a sus alturas.212 El agua213 y la leña son muy
abundantes, en el lugar se puede conseguir vainilla,
tortugas de concha fina, bellas perlas, conchas de cara-
col, en que se obtiene el color púrpura y diversas made-
ras preciosas, tales como el ébano, la caoba y la grana-
dilla.214 Los únicos habitantes extranjeros eran Stoll,
Schulte y el americano ferrocarrilero Mr. Steaden. Sin
embargo, el puerto mezclaba lo provinciano con lo
cosmopolita debido al tránsito constante de extranjeros
que continuamente arribaban al puerto; situación que
provocaba mayor libertad en las costumbres.

La aduana del puerto produce mucho dinero aun-


que la población se vea tan pobre. Las compañías ale-
manas han hecho grandes ganancias en él; una cosa es
la modestia con la que viven y otra, ¡el dinero que tie-
nen y manejan continuamente! Los barcos de Hambur-
go que hacían el viaje atravesando por el estrecho de
Magallanes duraban cuatro meses de venida y seis de
regreso: por lo tanto les tomaba todo un año el viaje
completo y, sin embargo, llegaban más seguido de lo
que uno se podría imaginar con la enorme distancia que
tenían que navegar. Sus mercancías se distribuyen en el
Estado y en toda la parte sur de Jalisco y Michoacán.215
En Colima hasta se han llegado a denominar como
“muebles   austriacos” a los muebles de las casas de los
ricos y también los pianos casi siempre de ahí provie-
nen, traídos por alemanes.

Los buenos hamburgueses, tripulantes de esos


buques, preguntan si para tales chozas traen tantos
123
millones de pesos en mercancías; y cuando se les
contesta que son para Colima, ciudad distante noven-
ta millas de allí, se asombran más aún. Esos tranqui-
los marinos no comprenden un viaje de noventa mi-
llas sin ferrocarriles.216

En aquel tiempo el comercio de Colima estaba en


manos de los alemanes; cada casa comercial instalada
en la capital del estado tenía su correspondiente sucur-
sal en Manzanillo donde recibía la carga. Cuando la
mercancía de la lejana Hamburgo era descargada en
Manzanillo, se transportaba primero por el ferrocarril
hasta Armería y luego por los arrieros y la aduana co-
braba buenos derechos. Sabemos que la casa de Oetling
y Compañía en un solo año ganó un millón de pesos. Y
con honda tristeza miré que estos bergantines regresa-
ban con piedras, como lastre, mísera contribución de la
tierra mexicana a las tierras europeas.217

Los años que permanecí en Manzanillo no fueron


suficientes para acostumbrarme a su belleza; ese mar
no dejó ningún día de asombrarme, con sus luminosas
mañanas, sus rojos atardeceres, incendios de colores
con nubes y jirones de cielo que parecen llamaradas en
el vasto horizonte y el mar pronto a recibir al sol218 : la
fluorescencia del mar percibida mejor en las madruga-
das y por las noches, cuando no era luna llena, además
del espléndido cielo estrellado.

LA ESCUELA DEL TAMARINDO

No dejé casi ningún día de bañarme en ese mar de


aguas tan transparentes que a tres o más metros de pro-
fundidad219 podía uno admirar una gran cantidad de
peces de gran colorido cómo si fuera un acuario. No
perdía la ocasión de darme un chapuzón y una buena

124
nadada, en especial en los meses de calor, lo llegué ha-
cer hasta tres veces al día, por la mañana, la tarde y en
la noche antes de acostarme. Cuando arreciaba el calor
de la tarde después de las dos, me zambullía, muchas
veces huyendo de las nubes de mosquitos que se deja-
ban venir desde las lagunas de San Pedrito y Cuyutlán.
La escuela estaba situada tan cerquita del mar, en la
mera orillita, tanto que las olas, a la hora del flujo, se
estrellaban en las paredes del patio y hasta corrían por
el portal pasando frente a mi puerta de clases, llegando
hasta la cocina.220

Plano de Manzanillo de Ricardo Orozco de 1868. Mapoteca


Orozco y Berra, 1629-25.

Empecé las clases el doce de enero de 1885. Ha-


bía llegado unos días antes, los suficientes para arreglar
mis pertenencias en las habitaciones destinadas a mi
estancia, dentro de la propia escuela como era lo acos-
tumbrado entonces. Ya era maestro de escuela; aún no
podía valorar todo lo que ello significaba. La escuela era
sencilla como todas las de esa época, un cuarto lleno de

125
niños, apenas con unos cuantos muebles y utensilios.
Fue mi primera experiencia frente a la cruda realidad de
la verdadera situación en la educación primaria del país,
mucho aprendería a partir de ese momento.

Mi primera gran enseñanza fue palpar directa-


mente las tristes condiciones de la escuela mexicana.
Era imposible aplicar mucho de lo aprendido en mis
clases de pedagogía ante la falta casi total de libros e
instrumentos de apoyo. Así que el gis y el pizarrón se
convirtieron en mis únicos aliados. Este era el real es-
tado de la educación en la mayoría del país, y no los
métodos y teorías que aprendimos en el Liceo de gran-
des autores europeos.

Pienso que la escuela de Manzanillo fue mi expe-


riencia más profunda como maestro de primaria, pues
aunque sólo permanecí tres años, fue la única vez en
toda mi vida que lo hice bajo estas condiciones y en
este nivel. Después mi trabajo magisterial fue diferente,
en otras circunstancias y niveles. Si bien después volví
a ser maestro de primaria en la ciudad de Colima,
cuando regresé de mis estudios en la Normal de la ciu-
dad de México, esa vez fue como director de la escuela
Modelo, donde la situación escolar fue completamente
diferente. La escuela del Tamarindo de Manzanillo fue
mi época de precoz maestro; mi juventud me llevó a
convivir de lleno con mis también tiernos alumnos,
para los más pequeños, me convertí en un hermano
mayor y quizás en algunos casos hasta en un jovial pa-
dre, pero sobre todo fui un amigo para todos ellos.
Aprendí mucho de la rutina escolar, del trabajo coti-
diano, la preparación de mis clases y las continuas y
permanentes revisiones de planas, cuadernos y pizarras.
Siempre lleno de gis, tratando de conservar impecable
mi traje oscuro, el que a pesar de los días de intenso
126
calor supe soportar con gallardía, era joven pero ya
sentía el orgullo de saberme el maestro del pueblo, por
lo que debía ser ejemplo ante la comunidad, de acuerdo
a los tiempos en que se consideraba el magisterio un
apostolado laico.

En el patio de la escuela había un hermoso tama-


rindo, por eso popularmente fue conocida como la es-
cuela   “del   Tamarindo”,   árbol   maravilloso   porque   nos  
ofrecía un poco de frescura y protección en los meses
de sol fuerte y los chicos en sus recreos gustaban jugar
bajo su sombra.

Cuenta la tradición que bajo este tamarindo des-


cansó el presidente don Benito Juárez, durante la Gue-
rra de Reforma, ya que enfrente se encontraba el mesón
donde pernoctó, cuando se embarcó el once abril de
1858 en el vapor John Stiffens (sic) rumbo a Panamá y,
de ahí, por La Habana hacia Veracruz.221

Existe otra anécdota sobre la estancia del señor


presidente, cuando estuvo en el puerto, la que nos pinta
un Benito Juárez diferente de la adusta personalidad
que se le ha endilgado. Nos muestra a un ser feliz ju-
gueteando en la playa; no todo debieron ser asuntos de
Estado y de la guerra de Reforma (los que seguramente
también le preocuparon). Asimismo debió ser un hom-
bre gustoso de la vida; y el mar, ciertamente despertó en
él ese placer por juguetear en la arena. Cuenta don Gui-
llermo Prieto, quien había llegado muy enfermo al puer-
to, que tenía grandes deseos de ver la bahía, entonces:

Juárez y Ocampo [le] hicieron silla de manos y


[lo]  pasearon  en  la  playa;;  yendo  […]  orgulloso  y  triun-
fal y con el alma luminosa dentro el pecho, más feliz
que sobre el primer trono del mundo: [su] amado Pan-

127
cho Cendejas iba por delante haciendo farsa. De re-
pente volvía los ojos y [le] sorprendían las brillantes
huellas que iban dejando [sus] conductores (eran los
efectos del fósforo): alegres con mis sorpresas, los
acompañantes de mis amigos restregaban la arena
con las manos y la esparcían refulgente como polvo
de luceros…222

Por cierto, aquí en Manzanillo, yo hice mis pini-


nos en política brevemente; durante un año fui regidor
del puerto, lo que me significó un pequeño aumento en
mi salario de veinticinco pesos mensuales.223

MIS JUVENILES AÑOS DE ESPARCIMIENTO

¡Cómo disfruté esos años, en los momentos y días de


descanso escolar! Tuve multitud de fiestas y paseos, sin
duda, pasé mis mejores años de juventud en el bello
puerto; pequeña población que parecía una gran casa
de vecindad, donde no faltaban los días de fiesta y los
bailes, los días de campo a las playas, como a la Punta
del cerro de Campos, entonces incomunicada de la la-
guna de Cuyutlán, a la playa de Santiago o a Punta de
Campos, donde Mr. Steaden poseía un rancho, o los
ascensos al cerro del Vigía, desde donde no me cansaba
de admirar la espléndida vista del Océano Pacífico.224

Me gustaba la naturaleza, andar a caballo por los


errantes caminos, salir de cacería, ya fuera en tierra, o
en el mar y hasta un día fui a cazar tiburones con Moja-
rro, el playero. También hice la alocada vida de todo
joven. Me gustaba ir a los toros, jinetear y hasta hubo
noches que me iba a la cantina a jugar y beber, o bien a
bailar; sin embargo, mi mayor gusto fue la pesca.

128
El que caza, se fatiga y suda, los que jinetean y
torean, llevan el peligro de morir en la caída o quedar
clavados en las astas de un toro; el que juega; pierde
dinero y salud; los bailes traen gastos y desafíos, los
viajes polvo y disgusto; ¡pero la pesca! - ¡Ah!, ¡sólo el
que no ha pasado horas enteras con la cuerda en la
mano, los ojos fijos en el agua y atento a los menores
movimientos, no sabe las delicias que trae! 225

Estaba tan fascinado con la pesca que hubo un


momento que todo dejé por ella: un cigarro y un anzue-
lo se volvieron mis compañeros inseparables. Empecé
con el anzuelo, luego la red y, finalmente, el arpón;
las ponía en los clavos y rincones de mi casa, y me la
pasaba el día arponeando todos los objetos que tenía
enfrente, con el fin de adquirir habilidad, para el día de
mi debut en el mar junto a mi amigo Mojarro.226

Otra diversión que disfruté tanto en el puerto, fue


la llegada de los barcos. ¡Cómo nos entreteníamos
cuando arribaba un buque, en especial si nos permitían
visitarlos! Siempre tuve una enorme curiosidad por
conocer sus interiores; me admiraba como podían vivir
los marinos en tan pequeños espacios durante largos
viajes; seguramente la vista del horizonte del mar com-
pensaba esa limitación.

El vigía, que cuidaba desde este cerro, anunciaba


al puerto la entrada y salida de los buques de acuerdo a
convenidas señales con un conjunto de palos, cuerdas y
banderines (todo un lenguaje criptográfico). Después
tocaba la campana de la manera acostumbrada y todos
alzábamos la vista hacia el cerro, para más tarde correr
al muelle para saber qué barco entraba. Entonces: Los
curiosos se [agolpaban] en los muelles, La chiquillería
escolar se [inquietaba], y no [quedaba] al maestro más

129
remedio que dejar salir a los grandecillos para que [ayu-
daran] a sus padres [y se ganaran] una propina.227

Cuando llegaban los barcos extranjeros solíamos


ir a comprar a bordo; los fiscales de la aduana nos lo
permitían siempre y cuando lleváramos las cosas a la
vista, entre las manos. Una vez le compré una linda
mascada a Matilde, otra vez una botella de Kananga
(perfume japonés), y a veces me compraba ropa, ca-
chuchas, chanclas chinas, o juguetes para premiar a los
mejores alumnos. Cuando subíamos a bordo de los va-
pores americanos, lo que más me admiraba eran los
marineros chinos, con sus largas trenzas, fumando sus
pipas y comiendo arroz con sus palillos, con tal habili-
dad, que el arroz formaba un hilo continuo del plato a
la boca, […]  les  pagábamos  con  pesos  fuertes  del  águi-
la, que ellos apreciaban mucho.228

Las líneas de vapores que llegaban a Manzanillo


con servicio de pasajeros y cabotaje   eran:   “La   Mala del
Pacífico”,   de   San   Francisco,   la   cual   hacía   viajes   a   Cen-
tro y Sudamérica tocando Manzanillo cada quince o
treinta días. De tiempo en tiempo, llegaba una barca del
Boleo y Santa Rosalía llevando minerales a Francia o
bien para transportar   a   los   “enganchados”   que   iban   a  
trabajar a estos centros mineros en la península de Baja
California.229

Cuando las goletas llegaban al puerto, los playe-


ros se encargaban de descargarlos. En el puerto se api-
ñaban desde enormes cajas de piano, barriles de vino o
de cerveza, licores y otros muchos objetos, y ¿qué era
lo que estos barcos regresaban a sus puertos, cuando
eran vacíos? ¡Piedras!, que servían como lastre hasta
Holanda y Dinamarca y ahí tirarlos al mar.230

130
¿Qué se comía entonces en Manzanillo? Claro es-
tá que la preferencia era pescado y mariscos; del prime-
ro   el   “pargo”,   es   decir   el   huachinango del Pacífico; o
bien, si se prefería la carne, costillitas refritas de puer-
co, aderezadas con papas en mantequilla y no faltaban
para completar los frijoles fritos con queso y sardinas,
que   en   Colima   se   conocían   como   “frijoles   puercos”,  
acompañados de un buen vino tinto de California, fruta,
dulces y café.231

En los meses invernales numerosos cachalotes


vienen a la bahía a tener sus crías, la gente del lugar
cree que son ballenas, la presencia de estos gigantes se
aprecia por los chorros de agua que lanzan y se les ve
con sus chicuelos divertirse entre las olas del mar, aún
los pequeños deben ser gigantes como un elefante pues
a tres o cuatro kilómetros se les aprecia bien.

Cierta tarde unos amigos y yo rentamos un bote


velero   a   la   “Casa   Vogel”232 y nos hicimos a la mar. Ya
lo habíamos hecho varias veces: nos gustaba remar,
aprender a usar la vela y el timón; eso sí siempre nos
hacíamos   acompañar   de   un   “playero”   (experto piloto)
por si lo necesitábamos. Esa tarde soplaba un buen
viento por lo que navegábamos a buena velocidad aun-
que el oleaje era agitado; el sol iba descendiendo con
un bello color dorado y estábamos muy contentos:
reíamos y cantábamos con la guitarra cuando, de pron-
to, los chorros de las ballenas aparecieron creando un
bello espectáculo de géiseres. Sin anticiparlo un gran
chorro de agua surgió frente a nosotros y pudimos ver
el negro dorso del gigante marino, que se dirigía per-
pendicularmente con nuestro bote: pasamos un terrible
susto pero ¡a Dios gracias! no pasó nada.

131
En otra excursión que realicé partiendo del barrio
de la laguna, llegamos después de navegar una hora al
puerto de Ventanas, pequeña playa rodeada de cerros
abruptos lo que concede al sitio una poética belleza.
¡Cómo me gustaba ir con mis alumnos en los días de
paseo a esta playa! A los chicos les encantaba recoger
los caracoles de tinta, o sea el famoso múrice de Tiro,
la púrpura fenicia: excelente tinta para teñir telas por lo
que la experiencia se completaba cuando llevaban mas-
cadas o madejas de seda o hilo y las teñían. Para con-
seguirlo, los muchachos trepaban entre las rocas escu-
driñando la superficie en busca del caracol que es muy
pequeño, como del tamaño de una nuez, de color obs-
curo y de superficie estriada. Cuando lo descubrían,
lanzaban gritos de alegría, lo tomaban entre sus manos
y le escupían sobre el cuerpo blando del animalillo. Al
sentir la saliva el molusco reaccionaba lanzando un
jugo verdoso, la tinta con la cual los rapaces alumnos
rápidamente teñían sus telas o madejas. Una vez hecho
lo arrojaban nuevamente al mar.233

En mis ratos de ocio solía trepar el morro que cie-


rra la bocana del puerto y entre las oquedades a veces
encontraba agua con algunos pececillos, como acuarios
naturales, y entre ellos, encontraba conchas de madre-
perla de varios tamaños:

…uno   de mis gozos mayores era acercarme a


ellos con toda precaución, arrastrándome como un
molusco, a fin de sorprender a las conchas abiertas,
[…]  sólo  en  una  ocasión,  en  una  sola,  pude  contemplar
a la madre-perla, con sus valvas abiertas de nacarada y
pulida superficie en el interior, y al precioso molusco,
reposando  en  el  fondo  de  su  mágico  estuche  […]  pero  
sólo un instante, porque en seguida cerró estrepitosa-
mente su balcón.234

132
En una de estas excursiones mientras contempla-
ba el mar a mis pies entre las rocas de agua tranquila
sin mayor movimiento de repente vi entrar en ese es-
tanque una tintorera de buen tamaño; tenía cuatro o
cinco metros de longitud, de color aceitunado. Al verla,
sentí gran temor pues el agua estaba apenas a un metro
de mis pies pero el animal no sospechó mi presencia y
pude entonces en sana lejanía, observar tan bello y te-
mible animal.235

Otra vez, estando en el cerro del Vigía hacia la


punta donde comienza la bocana, observé como a cien
metros una cosa blanca que aparecía y desaparecía en
las aguas: reconocí a una bella mantarraya que nadaba
con extraordinaria velocidad y, por vez primera, pude
observar con toda tranquilidad el bello nado de este
pez.236

En otra ocasión mientras andaba de cacería junto


con otros jóvenes de mi edad en un lado opuesto a
Manzanillo en el puerto de Salagua —en el lindo arro-
yito del lugar— nos pusimos a reposar en las transpa-
rentes aguas de este río, cuál sería nuestra sorpresa que,
al remover el agua con mis pies, empecé a ver una pro-
fusa cantidad de brillantes lentejuelas que se adherían a
mi cuerpo; la luz del sol las hacia brillar como de oro y
pensamos que efectivamente era este metal. Comenza-
mos a recogerlo, pero esas como escamas, se nos es-
capaban entre los dedos y volvían a caer al fondo; sólo
cuando lo removíamos, volvían a salir a la superficie.
Nunca supimos si se trataba de algún mineral, aunque
lo supusimos; de cualquier forma, fue una hermosa
experiencia.237

Otra similar experiencia que tuve en la bahía, al


igual que don Benito Juárez y sus acompañantes en su
133
estancia en 1858, fue la fantástica fosforescencia del
mar, la cual sólo se presentaba una vez anualmente
cuando arreciaba el calor. Me gustaba levantarme de
madrugada, a las cuatro de la mañana, porque era
cuando mejor se apreciaba este bello espectáculo; pare-
cían miles de luciérnagas en el mar y la arena de la pla-
ya se convertía en un montón de luces como si tuviera
polvo de estrellas entre las manos, por eso en esa época
gustábamos tanto de la pesca nocturna.238

INSPECTOR DE EXÁMENES

En una ocasión se me encomendó, como director de la


escuela de Manzanillo, inspeccionar los exámenes de
las escuelas de la región: Armería, Tecomán e
Ixtlahuacán. En consecuencia recorrí todos los caminos
que conducían a los lugares donde hubiera escuelas, la
mayoría no bien transitados.

En una de estas visitas, iba muy entusiasmado


pues me tocaba atender los exámenes de Ixtlahuacán,
lugar donde se encontraba Matilde dando clases. Salí a
medio día de Tecomán en un mal caballo; un amigo en
Manzanillo me había prestado una pistola de cilindro lo
que me daba valor y confianza,

…tenía   veinte   años,   estaba   enamorado,  e  iba  a  


ver a mi novia. Si el inspector hubiera sabido que la
directora de la escuela de niñas, de Ixtlahuacán era la
dueña de mi corazón, no me hubiera comisionado para
hacer   el  examen  de  su  escuela.  Pero  no  lo  sabía  […]  
Era un grato anticipo, pues nuestra dulce esperanza era
vernos en Colima en el periodo de vacaciones. 239 Lle-
vaba, pues alegre el corazón. Y tanto más alegre cuan-
to que ella ignoraba que yo era el comisionado oficial
para verificar los exámenes de su escuela.240

134
Con el corazón henchido de regocijo, recorría el
camino pensando la sorpresa que le iba a dar a Matilde.
En   Tecomán,   pueblo   de   “indios   nahuas”,   me   parecieron  
muy bonitas las inditas; algunas me reconocieron como
el maestro que hacía los exámenes. Seguí hacia
Ixtlahuacán pasando por la famosa laguna de Alcu-
zahue. Mis pensamientos alegremente revoloteaban
junto con la algarabía de las urracas, mis únicas parlan-
chinas compañeras; triste era la ausencia a la que estaba
impuesto este noviazgo y por eso cantaba:

Lejos de ella, cuán cansada


¡Y cuán triste es la existencia!
Y las horas de su ausencia
¡Cuánto tarda, cuánto tardan, en pasar!
Dile, oh luna, que la adoro,
Que le mando mis cantares;
Que mis penas y pesares,
Nunca, nunca; nunca ella
Los sabrá!241

De pronto el ambiente empezó hacer mella en mi


sentir y cuando caminaba junto a la laguna El graznido
monótono de las asustadizas cocochas, que surgían de
entre los tulares para internarse entre las espadañas,
me hacía volver la cara hacia la laguna, hacia la cual
no quería dirigir mis ojos por un miedo instintivo que yo
mismo me reprochaba, pero no podía vencer.242

Bajo estas emociones quise utilizar la pistola, un


poco para comprobar que me acompañaba ¡Cuál fue mi
terrible desencanto, que la pistola estaba trabada y no
disparaba! Entonces todo el peso de la leyenda de la
laguna243 me cayó encima; también se me vino la noche
pero crucé la laguna y nada aconteció, sólo que mi ca-
ballo perdió el camino y se extravió y, de repente, al ir

135
subiendo y chocando en camino estrecho, la pistola se
disparó. Seguimos subiendo sin ton ni son, hasta llegar a
la cima del cerro; ahí contemplé las luces de un lugar
habitado y hacia allá me encaminé, no sabía qué hora era
pues: en aquel tiempo, aún no era dueño de reloj.244

Por fin llegué a un pueblo todavía de noche —o


tal vez al amanecer— cuando vi a un hombre que me
reconfortó la vida; extenuado le pregunté dónde esta-
ba, a lo que muy tranquilo el hombre contestó: “en
Ixtlahuacán”. De la sorpresa casi me caigo del caballo,
no cabía de emoción: ¡al fin estaba en el sitio donde
vería a mi Matilde!245

Pronto daría mi vida un giro abrupto, la tranquili-


dad de mis años mozos como maestro en Manzanillo
terminarían. A la distancia en el tiempo, aún no sé que
me motivó a tomar la decisión de partir, esta vez lejos,
muy lejos de mi estado natal; iría a la ciudad de México.
Fueron mis ilusiones de conocer mundo, de ampliar mis
horizontes, no lo sé, la verdad es que sentí un enorme
reto ante mí y todo la fascinación por experimentarlo.

Estuve en Manzanillo tres años hasta el veintiséis


de diciembre de 1887.

136
CAPÍTULO QUINTO
LA ESCUELA NORMAL DE PROFESORES

[…]  los  grupos  intermedios  que  el  Por-


firiato creó por medio de la cultura, no
son ante todo los técnicos sino los
maestros de escuela.246
François-Xavier Guerra

Gildardo Gómez tomó posesión como gobernador del


estado de Colima el primero de noviembre de 1887.
Muy pronto el gobernador en respuesta a una circular
enviada a todos los estados, convocó a una junta extra-
ordinaria para elegir a dos jóvenes maestros que irían
becados a estudiar en la recién inaugurada Escuela Na-
cional Normal de Profesores de la capital, con el pro-
pósito de incidir en la unificación educativa nacional a
través de la preparación de su profesorado.247 Un poco
antes se había abierto la Normal de Jalapa bajo la di-
rección de Rébsamen; sin embargo, hacía falta una de
tipo   “Nacional”.  

¡Gratísima sorpresa! Yo fui uno de los elegidos.

Me consultaron y, por supuesto,   dije   que   “sí”   de  


modo inmediato. Aunque mi paga se reduciría conside-
rablemente; eso no me importó, ya vería cómo lo resol-
vería. Por lo pronto, me concedieron una pensión de
veinticinco pesos mensuales frente a los sesenta que
ganaba en la escuela de Manzanillo, menos de la mitad,
pero la oportunidad de ir era única; así que, sin pensar-
lo mucho, acepté. Además me seguirían considerando
en servicio activo dentro del Estado durante el tiempo
que estuviera estudiando en la Normal.248 Eso sí, se es-
tableció la obligación de regresar a Colima al concluir

137
los estudios, para prestar durante tres años servicios en
el ramo, claro, mediante la retribución correspondien-
te.249 El otro maestro seleccionado fue el profesor Vic-
toriano Guzmán, excompañero del Liceo. Aunque allí
me antecedió unos años en el estudio, fue ahí donde lo
conocí, por eso me fue muy grata la noticia de saber
que iríamos juntos en esta aventura estudiantil.250 Esta
nueva experiencia nos dio la oportunidad de conocer-
nos mejor, logrando establecer una profunda amistad.

Dejé Colima en un momento de transición urba-


nística: cuando todavía no se terminaba la obra del Pa-
lacio de Gobierno, no había kiosco en el Jardín Liber-
tad y apenas se estaba solicitando para la que entonces
se   llamaba   “Plaza   Libertad”.251 No llegaba aún el ferro-
carril a la ciudad. En cambio, cuando regresé en 1892,
la transformación fue notable; Colima había accedido a
la modernidad como gran parte del país durante el Porfi-
riato pero esa es otra historia que contaré más adelante.

MI PRIMERA ESTANCIA EN MÉXICO, 1888-1891

Partí de Colima muy tempranito una fría mañana de


enero de 1888 con mis veintiún años.252 Lleno de ilu-
sión y miedo, soñaba con días de triunfo y fortuna co-
mo todo joven; sentía el enorme pesar de dejar atrás el
apreciado lugar donde nací, mi familia y a Matilde.
Elegí este camino porque quería seguir estudiando una
carrera que ahora me apasionaba y lo emprendí con el
tesoro de mis recuerdos y mis sueños. No me fui en
ferrocarril, porque aún faltaban algunos tramos: el de
Colima a Guadalajara y el de Guadalajara a Irapuato.

Hice el camino de Colima a Guadalajara a caba-


llo. Lo preferí así que ir en carruaje. Primero, por el
precio y luego, porque quise sentirme más libre y no
138
encerrado en un pequeño espacio con diez o doce per-
sonas. De esta forma pude contemplar la maravillosa
naturaleza de las faldas de los volcanes y gozar la pers-
pectiva de las agrestes barrancas. Cuando el sol me
agobiaba, descansaba bajo la sombra de un árbol. Pude
admirar montes, valles, árboles, fuentes, pájaros y flo-
res; oí el ruido del viento entre las hojas de los árboles
y el murmullo de los arroyos.

Cuando se viaja en carruaje, por cambio de to-


das estas bellezas, tenemos el hastío; la monotonía del
camino; la somnolencia y pesantez que invade nues-
tros miembros; el polvo que se introduce; y que unido
al humo de los fumadores producen náuseas, y nos ha-
ce lamentar, aún en el silencio, el uso del tabaco y la
falta de cortesía de sus adeptos. Añádase a esto el des-
agradable aliento de los amantes del vino que nos lle-
ga al rostro. Los modales bruscos de esos acompañan-
tes de botella... 253

Llegando a Guadalajara, después de descansar un


poco en un mesón, seguí mi camino en diligencia, no
había de otra. Mala suerte la mía, por poquito hubiera
podido viajar cómodamente sentado en los lujosos nue-
vos trenes, pues el tramo faltante se inauguró el si-
guiente 15 de mayo. La opción más práctica fue irme
en la tradicional diligencia hasta la capital. De cual-
quier forma me pareció interesante el camino; pude
observar los cambios de paisaje. Acostumbrado a la
costa tropical y a la pródiga naturaleza de Colima, me
asombró pasar por aquellos grandes valles, los bosques
fríos de pinos en las alturas y, sobre todo, vislumbrar
por primera vez la ciudad de México, asentada en un
enorme valle, antes lleno de lagos y ahora sólo con
unos cuantos, majestuosamente custodiada por sus dos
volcanes —el Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl—.

139
Llegué a una ciudad en pleno crecimiento con
cerca de 300 000 habitantes en una extensión de casi
cuarenta kilómetros cuadrados. Invadida de fuereños
provincianos como yo, por cada tres citadinos, dos
éramos de fuera. La población, en su mayoría, todavía
vivía dentro de la antigua traza virreinal. Sin embargo,
empezaban a surgir nuevas colonias y barrios. Algunos
muy distinguidos con grandes casas al estilo europeo y
otros populares. Los del centro estaban llenos de vecin-
dades, muchas de ellas instaladas dentro de lo que fue-
ron grandes mansiones coloniales creando …   una   ciu-
dad sumamente heterogénea y desigual, que oscilaba
entre la modernidad y el atraso, entre la prosperidad y
la miseria.254

Era una ciudad violentada por una serie de pro-


yectos   “progresistas”   como   el   destinado   a   la   instalación  
del desagüe, que intentaba controlar epidemias y en-
fermedades al eliminar las miasmas de las aguas estan-
cadas. Resultado de ello las cañerías desaguaban al aire
libre las materias fecales, donde convivían animales
con personas, obviamente todo esto provocaba mucha
insalubridad. Ya comenzaban a transitar coches y tran-
vías eléctricos aunque los burros seguían siendo los
cargadores predilectos y los caballos el medio más so-
licitado de transporte.

La capital de la República Mexicana, la gran


Tenochtitlán, la Ciudad de los Palacios, el corazón de
Anáhuac, es considerada como el cerebro de la nación
a causa de sus grandes establecimientos de enseñanza,
sus sabios, sus poetas, sus escritores, sus recursos, sus
edificios, sus industrias, etc. A ella, dicen, convergen
las redes telegráficas y ferrocarrileras y de ella ema-
nan como radiaciones luminosas las creaciones de la

140
ciencia y del arte, el libro, el periódico, para extender-
se en la vasta nación mexicana y nutrir con su sabia
vivificante las celdillas más apartadas de este inmenso
organismo.
Ese gran centro impulsor de la vida nacional,
ese cerebro, tiene, para asumir realmente este papel, la
imprescindible necesidad de elevarse a la altura que
un puesto semejante requiere.255

¿Dónde vivir?

Mi primera preocupación fue conseguir vivienda. Que-


ría estar cerca de la Normal, así que busqué por ese
rumbo un lugar barato, propio para un estudiante coli-
mote humilde como yo. Al fin fui a vivir en una vecin-
dad próxima a la escuela. La casera me proporcionó un
pequeño cuarto con escaso mobiliario, algunos trastos
de barro, una mesita de palo, la cama en bancos y con
petate, una estampa religiosa en la pared que me dijo
me iba a cuidar, y un vaso para la lámpara de aceite que
me iluminaría en las noches. Ahí debía preparar mis
alimentos, comer y dormir, incluso por las noches usa-
ba una conveniente bacinica. Cuando salía aseguraba la
puerta con una armella. El cuarto daba a un corredor
que conducía a las escaleras que bajaban al patio. Afor-
tunadamente me tocó en el primer piso, pues en el patio
se desarrollaba la vida de esta pequeña comunidad, ahí
se encontraban los lavaderos y los baños comunes; en
pocas palabras era un lugar ruidoso que me hubiera
impedido concentrarme en mis estudios. Aunque por
otro lado fue el sitio donde logré establecer mis prime-
ras amistades con los vecinos —único paliativo a la
soledad de un migrante colimote— fuera del ambiente
escolar. La casera vigilaba permanentemente la entrada
y salida de todos los vecinos, y ¡ay de ti! si te atrasabas
con la renta porque lueguito religiosamente te pescaba

141
a la entrada y te incomodaba cada vez que salías o en-
trabas hasta que cumplieras con la paga.

Como necesitaba algo que me reconfortara, pues


me sentía tan extraño en este nuevo mundo; en cuanto
pude fui a la Villa a pedirle protección a la virgencita
de Guadalupe y luego, emprendí el viaje a visitar al
señor de Chalma. La Virgen y el Santo Señor de Chal-
ma me dieron la fuerza espiritual para seguir adelante,
además le había prometido a mamá Nachita y a Matilde
que lo haría. El viaje hasta Chalma resultó muy intere-
sante, aunque pasé mucho frío, sobre todo cuando cru-
cé por el Desierto de los Leones y La Marquesa, las
montañas que cierran el valle de México al oeste. To-
davía estábamos a mitad del mes de enero de 1888. No
fue fácil.

El camino es bastante tortuoso, casi todo por la


montaña, pero valió la pena ver esos tupidos bosques
de pinos, el santuario junto al río y, sobre todo, mirar el
famoso   “Cristo   Negro”.   Existen   multitud   de   historias
sobre su aparición y milagros; la realidad es que es el
segundo santuario más visitado de México. Mucha gen-
te acude y se hacen una serie de ritos como dar de vuel-
tas en el ahuehuete que está en el camino ya para llegar
al Santuario, costumbre que yo no realicé; ni me puse
flores en la cabeza, ni bailé ante el santuario simple-
mente me hinqué y oré frente al Cristo, pidiéndole su
protección y ayuda para enfrentar lo que el futuro me
deparaba.

Ese año, de inmediato, sentí la dificultad de poder


enfrentar los gastos de mi supervivencia; en realidad, la
beca que recibíamos no nos alcanzaba y muchas veces
no nos llegaba el pago a tiempo. Así que escribí al se-
ñor gobernador de Colima don Gildardo Gómez expo-
142
niéndole mi situación. En la primera carta de agosto,
sólo le suplicaba se nos enviara el dinero a tiempo; pero
a finales de año, después de haber terminado los prime-
ros exámenes con éxito, le pedía consejo para ver si po-
día solicitar trabajo en alguna escuela y, de esa manera,
afrontar el problema económico en que vivía.256

LA ESCUELA NORMAL DE PROFESORES

“Mi  dulce  y  virtuosa  madre   intelectual”.257

La Escuela Normal de Profesores fue inaugurada un


patriótico 24 de febrero de 1887. El presidente Porfirio
Díaz, junto con todo su gabinete y ante la intelectuali-
dad de la época, dio el banderazo de inicio del plantel
en el salón de actos del edificio colonial escogido para
su sede bajo los acordes del Himno Nacional, aunque
las clases comenzaron hasta el año siguiente.258

Después de tantos años y esfuerzos por consti-


tuirla, finalmente, se había logrado su creación. Su
existencia se planteó desde la ley del 2 de diciembre de
1867, expedida durante el gobierno del presidente Be-
nito Juárez, pero luego la ley de 1868 que reformó la de
1867, suprimió el artículo respectivo. Unos años más
tarde, en 1875, José Díaz Covarrubias volvió a insistir
en su establecimiento; pero fue hasta que el maestro
Ignacio M. Altamirano insistió con gran empeño y te-
nacidad emprendiendo una campaña de prensa en pro
de su establecimiento, que al fin, logró despertar el in-
terés del gobierno. Fue así como el ministro de Instruc-
ción Joaquín Baranda tocado por el verbo entusiasta y
persuasivo del maestro, acordó con el presidente Ma-
nuel González, en octubre de 1882, nombrar al maestro
Altamirano para que presentara el plan de organización
respectivo. Finalmente el ministro Baranda envió al
143
Congreso el 12 de mayo de 1885 la iniciativa del decre-
to de su creación (cuando gobernaba por segunda vez el
general Porfirio Díaz) y solicitó la asignación de un
presupuesto para su sostenimiento. El decreto se expi-
dió el 17 de diciembre de ese mismo año pero la escue-
la pudo abrir hasta su inauguración el 24 de febrero de
1887.

Ese día el ministro de Justicia e Instrucción Pú-


blica don Joaquín Baranda pronunció un bello discurso.
Yo aún no me encontraba en México pero tuve después
oportunidad de conocer sus palabras:

En esta época el maestro no es el que enseña a


leer, escribir y contar; es más elevada su misión, y hay
que prepararlo para que la cumpla satisfactoriamente.
Por esto se adoptó el sistema científico al reglamentar
la escuela normal.
El progreso humano no puede explicarse sino
aceptando la necesidad de vulgarizar los conocimien-
tos. Hay que vestir la ciencia con la blusa del obrero
para regenerar el taller; hay que vestirla también con
el inocente traje del niño para deslizarla en la escuela
primaria.
Los niños en nuestras escuelas primarias no son
más que unos prisioneros condenados a estar inmóvi-
les varias horas con perjuicio de sus facultades físicas
y fatigando sus facultades morales con el aprendizaje
de reglas y preceptos que no están a su alcance, y de
allí vienen la resistencia que por lo común oponen a la
escuela.
Señores, al abrir el señor Presidente las puertas
de esta Escuela, abre las del porvenir de la República.
Confiemos en que por ellas pasarán nuestros hijos más
ilustrados, más libres, más fuertes, más felices que no-
sotros; confiemos en que realizadas nuestras esperan-
zas y cumplidos nuestros votos, la escuela será el tem-
plo en que se rinda culto al progreso y desde donde se
144
elevará hasta el cielo, con los acordes solemnes del
órgano, el himno sagrado y conmovedor de la Patria;
confiemos en que la gratitud de la posteridad no basta-
rán las fechas del 16 de septiembre de 1810; del 5 de
febrero de 1857; del 5 de mayo de 1862, sino que el
calendario glorioso de las fiestas nacionales, agregará
una más de gran significación y trascendencia, la del
¡24 de febrero de 1887!259

Fue designado como director de la escuela el


maestro Miguel Serrano, quien había estado en Puebla
en el ramo de educación pública y había realizado un
viaje a Norteamérica para estudiar las principales nor-
males,260 por lo que se debió haber considerado que él
era la persona más indicada para el puesto. Durante
1886 se le comisionó otra vez a los Estados Unidos
para conseguir y comprar el mobiliario y materiales
para la Normal. Mientras tanto el maestro alemán, En-
rique Laubscher, se encargó de la adaptación del edifi-
cio del ex convento de Santa Teresa. La escuela anexa
se le encomendó después a este maestro; erróneamente,
se anexó un kindergarten que se trasladó en 1890 a la
Normal de Maestras, lugar adonde correspondía, pues
ahí se enseñaba el área de párvulos.

El primer plan del maestro Altamirano sufrió una


serie de modificaciones al ser discutido en una junta
conformada por el ministro Baranda; Justo Sierra, el
doctor Manuel Flores, el maestro Miguel Schulz, el li-
cenciado Miguel Serrano, el profesor Manuel Cervantes
Imaz y, obviamente, por el propio maestro Altamirano.

Con la apertura de la institución se inició en Mé-


xico una época de renovación educativa a nivel nacio-
nal. Si bien ya se habían dado algunos esfuerzos en
varias regiones del país, en especial en Veracruz, con la

145
creación de la Normal de Jalapa bajo la dirección del
pedagogo suizo Enrique Rébsamen. No obstante, hacía
falta un centro donde se ubicaran todas las corrientes e
influencias que existían para irradiarse a partir de éste
al resto de la nación. Por eso, fue que se invitó a beca-
rios estudiantes de todos los estados dignos de ese pri-
vilegio.261 Y   yo   fui   uno   de   éstos   “dignos”,   verdadera-
mente fue un privilegio que la vida me concedió.

Llegó el ansiado día de la apertura de clases, re-


cuerdo muy bien que era una helada mañana de enero,
iba abrigado hasta las narices (no me había acostum-
brado todavía al frío invernal de la ciudad de México).
Llegué hasta la actual calle de Primo de Verdad donde
se encontraba la Escuela en el imponente edificio colo-
nial del ex convento de Santa Teresa, de gran fachada
con tres grandes puertas. Miré sorprendido la imponen-
te cúpula de esta Iglesia, aún ahora que han transcurri-
do tantos años, no deja de sorprenderme la gran altura
de su tambor sosteniendo esa airosa gran cúpula.

Escuela Nacional de Profesores , IISUE/AHUNAM/Fondo


Secretaría de Instrucción Pública, doc. 547.

146
Entré por la puerta de la derecha y, de inmediato,
pregunté a una señorita en la primera oficina que en-
contré, dónde se realizaría la bienvenida a los alumnos.
Después supe que esta oficina era la Secretaría que an-
tecedía a la dirección del plantel; por cierto, al frente de
ésta, se encontraban las habitaciones del conserje y la
portería donde miraría ansioso cada mes mis califica-
ciones en las listas que ahí se colocarían.

La sonriente joven me indicó el lugar: fue un po-


co complicado pero traté de seguir sus instrucciones,
me dijo que primero tenía que pasar la mampara de
vidrios de colores para después seguir por el pasillo
donde debía colocar mi sombrero y abrigo en los per-
cheros, pues iba muy trajeado y con sombrero nuevo,
como merecía la ocasión. Más tarde debía continuar
por este pasillo hasta el lado oriente del patio donde se
encontraba la imponente escalera, ya que los salones
estaban en el piso superior. Mi admiración no tuvo lí-
mites pues en Colima sólo el flamante Palacio de Go-
bierno, aún en construcción, tenía una escalera similar.
Recuerdo cómo subí con miedo, emoción y expecta-
ción uno a uno los escalones de esta impresionante es-
calinata, sintiendo que mi vida en cada ascenso subía
hacia espacios inimaginables. Al llegar al descanso, se
abría la escalera en dos ramas que terminaban en un
corredor; ahí de nuevo me sentí perdido en el enorme
edificio, entonces le pregunté a un joven que pasó junto
a mí ¿dónde estaba el salón de actos? que era donde se
daría la bienvenida, pero él estaba tan perdido como yo
y fue cuando nos dimos cuenta que junto con nosotros
iban muchos a la ceremonia, así fue nomás seguir a los
demás como dimos con el elegante salón de actos.

Después nos señalaron donde tomaríamos las dis-


tintas clases, las de gimnasia y prácticas militares se
147
harían en la planta baja; las segundas en el segundo
patio que se encontraba totalmente enlosado y que daba
a la calle de Santa Teresa. También, en la parte baja,
nos mostraron los salones para el anexo de párvulos en
cuatro salas correspondientes a cuatro secciones y de
los ocho salones de la izquierda nos dijeron eran para la
primaria anexa: cuatro en el patio principal y cuatro en
el segundo patio. Todos estos salones estaban correc-
tamente amueblados con bancas, estantes, pizarrones y
todo lo necesario. Más tarde con gusto comprobé que
también mis salones estaban muy bien equipados; qué
diferencia a los edificios escolares que yo conocía.
Aquí todo relucía nuevo y moderno.

¡No podía creerlo! ¡Estaba en la ciudad de Méxi-


co y en mi nueva escuela la Normal! Ahí, conviviría
por cuatro años con una juventud ansiosa por transfor-
mar el ambiente educativo del país, sobre todo en nues-
tros lugares de origen; en ese lugar trabajaría con maes-
tros entusiastas, capaces y preparados, todos con la emo-
ción de dar al magisterio mexicano un nuevo rumbo.

Ese mismo día, me dí a la tarea de localizar a los


que serían mis principales salones: al lado de la fachada
supe se darían las clases de geografía, historia y mate-
máticas; del lado sur historia natural, fisiología e higie-
ne; al este física y química con sus laboratorios y gabi-
netes; y al norte del lado del patio que daba salida a
Santa Teresa —hoy Guatemala— estaba el monumen-
tal salón de dibujo con sus pizarrones murales.

Cuando nos llevaron al gimnasio, situado exacta-


mente abajo del salón de actos me sorprendió ver tantos
aparatos cuya función ignoraba completamente —nos
dijeron que eran para hacer ejercicios físicos—. También
me impresionaron mucho los armeros llenos de fusiles
148
colocados en las paredes para las prácticas militares y
aunque yo nunca fui propenso a la violencia tendría que
tomarlas y aprender a usarlas. A un lado del gimnasio
estaban los baños muy limpios y bien acondicionados.262

Pronto estuve sumergido en la vida cotidiana es-


colar, las clases comenzaban tempranito a las siete de
la mañana y a las doce del día salíamos a comer para
regresar a las dos de la tarde y de ahí teníamos clases
hasta la siete de la noche. Así se me fueron los días,
salía cansado, sólo para tomar algo por la noche, estu-
diar duro para las clases y a seguirle día con día. Al
principio —como todo— se me hizo pesado acostum-
brarme; al frío en primer lugar aunque como la vesti-
menta era el traje resultaba más fácil soportarlo. Luego
vino el cambio de temperatura como por marzo, siem-
pre la ciudad tiene un clima más llevadero, pues es
templado casi todo el año, un poco caluroso en el ve-
rano y frío en el invierno. En cuanto a las comidas cier-
tamente eran un poco diferentes a las de Colima, me
acostumbré a las garnachas del rumbo y a las comidas
de las fondas, baratas y muy completas. Aunque a ve-
ces en mi cuarto, sobre todo por la noche me hacía un
café que completaba con algún pan o tamales.

Cursé la carrera en cuatro años llevando diversas


materias, como: lectura superior, matemáticas, cosmo-
grafía y geografía, historia de México y general, física,
química, historia natural y lecciones de cosas, nociones
de fisiología, gramática española, nociones de medicina
doméstica, de higiene doméstica y escolar, elementos
de derecho constitucional y de economía política. Dos
años llevé francés, inglés, caligrafía, dibujo y pedago-
gía; y los cuatro años gimnástica, canto coral y ejerci-
cios militares.263

149
Debo confesar que mis mejores calificaciones las
obtuve en el primer año, casi todas fueron excelentes,
pero después la vida de estudiante me llevó hacia otras
distracciones y aunque mis notas fueron buenas, los
excelentes casi desaparecieron en los siguientes años.264
Mis dotes para el canto se hicieron notar y siempre ob-
tuve un MB (muy bien) y el único excelente de segun-
do año, no lo niego, siempre me gustó cantar; ello me
recordaba las tardes y noches que nos pasábamos ras-
cando la guitarra y entonando baladas durante las idas a
los ranchos, de cacería o bien en las fiestas familiares.

MIS MAESTROS: ALTAMIRANO, EL ARQUITECTO


DE MI JUVENTUD

Tuve la enorme suerte de pertenecer a la primera gene-


ración de la Normal que tuvo a los mejores maestros de
aquel momento, podría decir la intelectualidad de la
época.

Entre todos, distingo al maestro Ignacio Manuel


Altamirano, quien como ya había dicho fue el principal
promotor en la organización de la escuela. Curiosamen-
te, él no era pedagogo pero en sus andanzas había sido
maestro de una escuela primaria en su juventud cuando
vagabundeaba de villorrio en villorrio.265 Nosotros lo
considerábamos   “pedagogo   por   intuición”,   porque así
lo fue.266
A eso de las cuatro de la tarde aparecía la
inequívoca figura del Maestro, avanzaba por la calle
del pequeño jardín inglés instalado en el patio princi-
pal del local, ascendía por la amplia escalera que daba
acceso al piso alto, su paso era seguro como el de un
hombre en la plenitud de su edad madura, su ademán
era de superación como la majestad de un dios olímpi-
co, todas las cabezas se descubrían a su paso y todas
150
las miradas iban a confundirse sobre su fisonomía en
respetuosa conjunción.
La clase de Lectura Superior y Ejercicios de
Recitación se impartía por primera vez en México. Di-
lecto por cuanto atañía a la palabra y, el decir, el
Maestro señaló lugar preferente en el programa gene-
ral de estudios a la Lectura y a la Elocución.
Las primeras informaciones que tuvimos fue-
ron las que expone con toda claridad Ernesto Legou-
vé en su interesante obra L`Art de la Lecture;;…
Amante el Maestro de la naturaleza, nos hacía
leer y recitar de preferencia composiciones alusivas al
sol, a la impetuosidad de las corrientes fluviales, a la
entrada de la primavera, etcétera, literatura que apar-
te de la forma se encuentran conocimientos del más
alto valor cultural.
Para dar mayor fuerza y variedad a los ejerci-
cios puso a nuestro alcance, además de las obras de
autores nacionales, tales como Ignacio Rodríguez
Galván, Fernando Calderón, Guillermo Prieto, Floren-
cio M. del Castillo e Ignacio Ramírez, una selección
de páginas de autores extranjeros, especialmente anti-
llanos,   centro   y   sudamericanos…   No   sólo   se   ponía   a
nuestra disposición una serie de trozos literarios del
más alto valor, no sólo se practicaban ejercicios de
reminiscencias, sino que se abordaban representacio-
nes teatrales y se desarrollaban temas que daban pábu-
lo a discusiones.
Hacía el Maestro que la memoria se cultivara en
estrecho abrazo con la inteligencia, lo que al respecto
nos servía de gran entrenamiento. Y a tal grado elevó
esta práctica, que a veces era suficiente una lectura de-
tenida para reproducir un párrafo interesante.
En la clase de Gramática, Altamirano comenta-
ba las doctrinas más importantes sobre el particular. El
texto que servía para ayudar a nuestra memoria fue la
Gramática del filólogo Joaquín Avendaño.
El curso de Historia Patria dejó hondas huellas
en  todos  [nosotros]  […],  la  figura del Maestro se agi-

151
gantaba a la par que iba desarrollando el tema del día,
casi siempre ilustraba con dibujos a colores en el ence-
rado la narración que fluía ora tranquila y serena como
cuando relataba las costumbres, las artes y las ciencias
que cultivaron los pueblos indígenas de México; ora
cariñosa, encomiástica y aun reverente como cuando
describía la acción humanitaria de los franciscanos y
de los dominicos, pero en ocasiones se tornaba en tro-
nadora, terrible y tempestuosa, como cuando su pala-
bra presentaba los cuadros de la tragedia de la con-
quista sobre la que el héroe Cuauhtémoc se alzaba en-
hiesto, digno y valiente sobre la ambición, la mez-
quindad y la felonía del aventurero extremeño.
Sucedíale a Altamirano lo que se refiere aconte-
cer a las personas tocadas en santidad, envuélvelas una
aurora inconfundible supra terrestre, así veíamos al
Maestro transfigurado por la elocuencia que operaba
el singular efecto de convertir no sólo su palabra, sino
todo su ser, en una meta de irresistible belleza que
producía en su auditorio una maravillosa atracción
magnética.
El curso de Historia General descubrió ante
nuestros ojos la vieja civilización que floreció a orillas
del Nilo, nos paseó luego por Asia, se detuvo nuestro
pensamiento ante la grandeza del pueblo más artístico
que haya vivido hasta ahora sobre la tierra. Roma pasó
en seguida como un relámpago que iluminó débilmen-
te la etapa de la Edad Media, a continuación echamos
una ojeada al Renacimiento, a la Reforma, a la Revo-
lución francesa y terminamos con los tiempos referen-
tes a los movimientos insurreccionales en América.
¿Y qué decir de los asistentes a las clases?
Además de los maduros estudiantes que de otras es-
cuelas   venían   en   pos   del   maestro,   […]   estaban   asi-
mismo en el auditorio los normalistas entre los que
sobresalían Francisco Chiapa, muchos años más tarde
fusilado en Sonora por las fuerzas revolucionarias;
Emilio Rodríguez, quien una vez recibido fue orgullo
del profesorado regiomontano, Victoriano Guzmán,

152
que no tuvo rival como maestro al frente del grupo;
José Juan Barroso, maestro distinguido, especializado
en las enseñanzas geográficas; Manuel E. Villaseñor,
autor de varios textos escolares y muerto muy joven
cuando era esperanza para la causa de la educación, y
Epifanio Vieyra, fogoso, amante de la libertad, por lo
que sufrió persecuciones y cárceles y quien habiendo
sido amigo del general Obregón, fue designado por el
Gobierno, miembro del Patronato del Nacional Monte
de Piedad.
Para formar los jurados de examen al fin de los
cursos concurrían a tales actos personas de la talla de
don Guillermo Prieto, de Juvenal, el formidable cro-
nista de El Monitor Republicano, Juan de Dios Peza,
el cantor de los niños y de don Miguel E. Schulz. 267
La vigorosa personalidad del Maestro dominó la
marcha de la Escuela Normal durante mucho tiempo,
no sólo mientras directamente ejerció el magisterio,
sino aún después de su ausencia. Puede afirmarse que
la propia educación pública recibió un impulso de re-
novación, merced al influjo preponderante de Altami-
rano; Justo Sierra fue el ejecutor del plan de acción
educativo que abarcó desde el kindergarten hasta la
universidad, pero sábese bien que la inspiración de
aquella brillante etapa cultural tuvo su origen en el
hombre que fue alma, pensamiento y fisonomía moral
de la Escuela Normal de Profesores. 268
Aquel hombre jamás había estudiado pedago-
gía, pero toda su vida fue un educador; no dirigió ni-
ños,   sino   jóvenes;;   y   el   podía   haber  dicho:  “Dejad  que  
los  jóvenes  se  acerquen  a  mí”.  Fue  maestro  por  espon-­
taneidad; surgió en él el magisterio como las flores del
trópico, sin esfuerzo; tenía para ello todo lo necesario:
sabiduría y bondad, talento y amor, un gran cerebro y
un fogoso corazón. Descuidaba el detalle para fijarse
en los grandes lineamientos, en los rasgos, en los hori-
zontes, en los toques de efecto, en esas pinceladas que
deciden del mérito de una obra, en esos golpes de buril
que dan vida a las creaciones del arte. Se preocupaba

153
más por formar el carácter del futuro institutor que de
llenarles la cabeza de definiciones y reglas; [n]os que-
ría patriotas, y sabía infundir[nos] amor por la tierra
mexicana y veneración por los héroes que nos dieron
vida política o ejemplos de civismo; [n]os quería libera-
les, y [n]os inspiraba un amor profundo por la libertad y
la causa del pueblo: [n]os quería progresistas, y sabía
comunicar[n]os un gran afán al estudio y al mejora-
miento personal y social; [n]os quería dignos, y [n]os
enseñaba un alto concepto de la personalidad humana
para no doblarse por el miedo o no mancharse por la
adulación; quería que fuera[mos] honrados, y [n]os pre-
sentaba su vida toda como un ejemplo de rectitud y
probidad.269

Cuando supimos que se iba el maestro en junio


de 1889, al ser nombrado cónsul general de España con
residencia en Barcelona, lo sentimos en el alma. Fue
una de esas partidas que marcan tu existencia. Con el
tiempo sería cambiado a París, Francia, en febrero de
1890. Justo cuando realizaba un viaje por Suiza e Italia
se enfermó, buscando entonces mejorar su salud se
trasladó a San Remo, Italia, lamentablemente no lo lo-
gró y ahí falleció el 13 de febrero de 1893. Luego su-
pimos que su cuerpo fue incinerado y en un principio
sus cenizas se colocaron en el cementerio Père Lachai-
se de París. Más tarde fueron traídas a México.

Altamirano se despidió de nosotros ese junio de


1889. Quién nos iba a decir que no volveríamos a ver-
lo. Aunque tuve la fortuna de continuar una breve rela-
ción epistolar con él. Tengo en mi poder, de esa época,
tres cartas suyas que son para mí un tesoro: la primera
la recibí el 18 de mayo de 1890 cuando estaba en París.
En ella, después del cariñoso saludo de Muy querido
discípulo y amigo, me informaba que había llegado a
París gracias a la permuta que hizo con Manuel Payno.
154
Me contó que quería viajar a Oriente y a los Balcanes
visitando Egipto, Libia, Grecia y Constantinopla para
luego finalmente regresar a la patria. Me mencionaba
que había tenido conocimiento de mis adelantos en la
Escuela Normal, por lo que me felicitaba; en especial
recuerdo que elogió mi trabajo literario y me recomen-
daba leer a los escritores más renombrados, los más
ilustres por sus conocimientos así que consideraba el
Liceo Hidalgo270 como el mejor de los sitios para desa-
rrollarme. —Ahora si, hijo mío; a estudiar mucho y a
escribir sin miedo; ha renacido la literatura nacional,
y hay que cantar a la patria libre y unida.271 Me pedía
noticias sobre los compañeros y la escuela, ya que
constantemente nos recordaba, haciéndome hincapié
que de seguro a su regreso no nos encontraría más en el
plantel. En esa carta me preguntaba sobre Ignacio Ra-
mírez, quería saber sí era cierto que se encontraba en
Oaxaca al frente de una escuela. Tuvo la gentileza de
notificarme que me enviaba una litografía y un artículo
suyo, con Gonzalitos (Luis González y Obregón). Fi-
nalmente me enviaba saludos de su esposa Margarita y
finalizaba con: el afecto cordial de su maestro y amigo.
Ignacio M. Altamirano.

Extrañábamos tanto al maestro que en una


reunión informal tomando café se nos ocurrió a varios
de nosotros mandarle un telegrama especial de felicita-
ción, a un año de su partida, con la pura y sana inten-
ción de hacerle patente nuestro cariño y decirle cómo lo
extrañábamos. Por eso en la segunda carta del primero
de agosto del mismo año, me pedía fuera su intérprete
ante mis compañeros normalistas, que le habían envia-
do un telegrama felicitándolo, mismo que leyó con lá-
grimas y así me escribía: ¡Mis queridos discípulos!
¡Cómo pensé en [ustedes]! ¡Cómo los recuerdo siem-
pre! comentándome que el Sr. Mariscal fue testigo de
155
tan gran emoción presente en su casa cuando la recibió.
Me solicitaba le diera los nombres de quienes se lo en-
viaron, para saberlo e inscribir en mi memoria sus
nombres, con pena se los comuniqué porque entre ellos
iba el mío. En esa misma carta me comentaba con tris-
teza que tal vez ya no me vería, pues a su regreso de
seguro yo ya habría partido a Colima. Si bien al final
de la carta enfatizaba: Yo iré a Colima. Ya habrá ferro-
carril, deseo volver a ver esa encantadora ciudad. Te-
nía muchos deseos de regresar a México, aunque no
hiciera los viajes proyectados y me decía que entonces
seguiría conociendo el oriente por los libros. ¡Si viera
Ud. como se desencanta uno viendo de cerca a los
pueblos! Vale más viajar en la imaginación. Terminaba
enviando saludos a todos: Su maestro y amigo.

En la tercera carta que recibí ese mismo año, el


22 de septiembre, me anexaba el número del Nouveau
Monde y otro de la Revue Diplomatique donde salieron
publicadas las narraciones de sus reuniones para cele-
brar la independencia en París y me pedía que se las
mostrara a los amigos de la escuela. También en ella
me pedía la dirección de su amigo Ramírez, ya que
deseaba enviarle algunos folletos, y me recomendaba
que le escribiera para que le dijera con cuanto cariño lo
recordaba. Como siempre mandaba saludos para todos
los compañeros, en especial para el otro colimote, Vic-
toriano Guzmán. Me pedía le contara en mi siguiente
carta cómo saldría en mis exámenes finales, pues bien
sabía que era mi último año de estudios. En esa carta
me mencionó que a causa de la enfermedad de su mujer
pensaba regresar pronto, aunque él la miraba más re-
puesta y por ello quizás se quedara un poco más, aun-
que no mucho pues tiene nostalgia de la Patria. No se
puede salir de la Patria cuando es uno viejo y tiene en
ella familia, amigos y afectos como yo los tengo. Fran-
156
cia es hermosa, París es un paraíso pero la patria es más
“y   México   no   tiene   rival   para   un   mexicano   y   patriota
como   yo.”   Me   contó   que   en   el   invierno   iría   a   Italia y tal
vez a Oriente y en la primavera a Inglaterra, Alemania
y Suiza y antes de que se acabe el estío estaré en Mé-
xico. Me enviaba saludos de su esposa Margarita y de
Aurelio, despidiéndose de mí como: su maestro y ami-
go. Quién me iba a decir que sería la última comunica-
ción que tendría con él y que jamás regresaría a su que-
rido México.272

Años más tarde, cuando yo era maestro de la


Normal, se colocó su retrato en el aula de historia, ese
día yo les dije a mis alumnos: Ese hombre cuyo retrato
veis allí, ocupa un lugar envidiable en las páginas de
nuestra historia nacional; luchó por la democracia y la
República en los campos de batalla, en el periódico, en
la tribuna, en el libro y en el magisterio. 273

Aún me viene a la memoria su rostro indígena de


cabellera abundante y siempre a medio peinar. No pue-
do pronunciar su nombre más que con la cabeza descu-
bierta; él fue el arquitecto de mi juventud; fue formador
de hombres y modeló mi carácter para la vida.

Él me encauzó por el camino de las letras, uno


de mis primeros poemas —el dedicado al Volcán de
Colima— se publicó, precisamente, en la revista fun-
dada por él. Aquella llamada El Renacimiento, lo que
significó un gran honor para mí; lamentablemente él no
llegó a saberlo pues murió un mes después. También
bajo su influencia entré a la prestigiada asociación lite-
raria mexicana,   el   “Liceo   Hidalgo,”   fundada   igualmen-
te por el maestro.

157
Carlos A. Carrillo, el maestro castizo

Otro de mis predilectos maestros fue Carlos A. Carri-


llo, el Pedagogo más distinguido que ha tenido el
país,274 él me dio pedagogía práctica. En sus clases y
prácticas, nos proporcionó lecciones verdaderamente
originales, profundas y llenas de ciencia. Sus diserta-
ciones en clase nos asombraban por la vehemencia con
que impartía sus discursos, la sencillez y naturalidad de
sus razonamientos y la gran persuasión de sus argu-
mentos en un curioso lenguaje castizo pero de vasta
erudición. Sin duda, el maestro Carrillo fue el gran
formador de jóvenes pedagogos durante ese tiempo.
Dejó una enorme influencia en muchos de nosotros,
pero en especial tanto Daniel Delgadillo como yo sen-
tíamos una deuda con él por los conocimientos recibi-
dos. Conocedores de su obra, la mayoría inédita, deci-
dimos a diez años de su muerte en 1903 publicar un
antología donde pudiéramos recopilar todos aquellos
artículos pedagógicos que el maestro había escrito en
forma dispersa por eso sólo lo intitulamos Artículos
Pedagógicos275 .

Recuerdo cómo conocimos al maestro:

Una mañana, paseábamos por los corredores va-


rios compañeros, libro en mano, preparando las lec-
ciones del día, llamó nuestra atención un joven alto, de
anteojos, delgado, caído de hombros, de andar presu-
roso, que repartía saludos a granel a los niños que en
esos momentos entraban a clase.
―¿Quién  es  ese  señor?   —preguntó algún com-
pañero— ¿Un nuevo ayudante?
―No,   contestó   otro,  es  el nuevo Director de la
Primaria.

158
Ignorábamos que desde el año anterior ya
trabajaba en la escuela anexa, con el carácter de
subdirector.276

Como aún no se habían hecho los turnos de prác-


tica, no supimos que él iba a ser nuestro maestro. Pero
esos días no dejábamos de observarlo curiosos por ver
como iba y venía de un salón a otro. Siempre hablaba
con sus ayudantes y, con un libro siempre bajo el bra-
zo, para leer en ratos cuando podía. También notamos
que continuamente conversaba con los niños, discutía
con ellos o bien los amonestaba, seguro hacía falta.
Durante los recreos siempre estaba rodeado de chiqui-
llos sonrientes y alegres con las historietas que les con-
taba. Pronto pudimos darnos cuenta que, además de
muy ilustrado, era un hombre bueno y cariñoso. Por
ello, resultó muy grato darnos cuenta que pronto toma-
ríamos clase con él. Cuando aparecieron en la tabla de
avisos los turnos para las prácticas de los sábados en la
escuela anexa, que serían precisamente con su director,
nos percatamos que sería nuestro maestro de pedagogía
práctica.

Era un maestro muy exigente y las prácticas eran


una tarea extra, por eso al principio nos sentimos ago-
biados, pero en el transcurso del curso ¡cuál sería nues-
tra sorpresa al percatarnos de su elocuencia, de sus co-
nocimientos, continuamente haciendo referencias de
numerosos autores y a sus obras por cada uno de los
temas que desarrollaba! Las observaciones que nos hi-
zo durante las prácticas fueron de vital importancia en
nuestro desarrollo como maestros.

Algo que me impresionó mucho de Carrillo fue


su   inmenso   amor   a   los   niños;;   les   decía   mis   “angelitos”.  
Ante el castigo, práctica que por siglos había sido vio-
159
lenta, decía que hay que castigar la intención y no el
resultado de una falta. El castigo debe reparar la falta
que lo origina. Un buen sistema de disciplina debe es-
tar basado en el principio general de evitar mejor que
corregir, debe, al máximo, evitarse y si ello no es posi-
ble, aplicarse con suma prudencia.

Sus clases fueron siempre novedosas y claras,


llenas de ejemplos. No supimos que admirar más, si la
precisión   y   naturalidad   con   que   se   desprendieron…   o  
la elocuencia y erudición del maestro.277

Habíamos tenido excelentes maestros y por ello


se conoce a esta etapa como edad de oro de la Escuela
Normal, pero Carrillo en sus clases los comprendía a
todos.

Esta apreciación nuestra, que nada tiene de exa-


gerada, la confirma el notable enciclopedista veracru-
zano   Manuel   R.  Gutiérrez.  «No  fue  extraño  ―dice―  
a ninguno de los conocimientos humanos. Sabía muy
bien que la pedagogía es una ciencia que necesita del
concurso de todas las otras y las cultivó todas; supo
unir a la universidad de sus conocimientos la profun-
didad de sus ideas. Los que con trabajo podemos ver
tan sólo un aspecto limitado de la ciencia, lo oímos
respetuosamente discurrir con tal claridad de concep-
ción y tal solidez de criterio, que parecía que había
consagrado todo su tiempo al estudio de nuestra espe-
cialidad. Era preferible consultarle a abrir el dicciona-
rio de Pierre Larousse. 278

Durante nuestras prácticas en la escuela anexa el


maestro Carrillo nos enseñaba así:

¿Ve   usted,  ve  usted  cómo  lo  hago?”  Nos  decía  


al  terminar  sus  clases.  “Pues  no  quiera  usted hacer lo

160
mismo; resultaría muy malo. El maestro jamás debe
sujetarse en sus lecciones al cartabón que marcan los
preceptistas; el maestro ha de ser un artista, en toda la
extensión de la palabra y no un servil imitador.
¿Cuándo ha visto usted que dos artistas procedan del
mismo modo en la ejecución de una obra? ¿Cuándo ha
visto usted que un mismo artista intérprete de la mis-
ma manera una obra varias veces? La uniformidad en
los procedimientos es rutina, es estancamiento.
Yo quiero que ustedes se fijen en lo que hago:
cómo el fenómeno más vulgar, el detalle más nimio, el
hecho más insignificante, son el pretexto para bordar
mí   plática   ―   efectivamente,   sus   lecciones   eran  pláti-
cas;;―  quiero  que  aprendan  ustedes  a  servirse  de  la  na-
turaleza, no de los libros. Y cuando ustedes se hayan
posesionado de este gran principio, que es la llave de
oro de la enseñanza, entonces impriman a sus leccio-
nes ese sello personal que se refleja en las palabras de
cada uno, en las miradas, en las acciones, en el modo
de ser particular, para que el niño, que ya conoce a sus
maestros, los entienda, los comprenda, los adivine. 279

De sus enseñanzas recuerdo en especial como


continuamente nos enfatizaba que los estudios pedagó-
gicos en ninguna escuela normal del país deberían es-
tudiarse separadamente de la metodología, la organiza-
ción, la disciplina escolar y la historia de la pedagogía
y que, en la Nacional, así se estaba haciendo, por eso
era necesario empezar por conocer la naturaleza del
espíritu (la psicología), luego las leyes del pensamiento
(lógica) y después los principios metodológicos y dis-
ciplinares de la educación, donde los segundos debían
deducirse de los primeros (esto en al menos dos años
de estudio). Por eso consideraba un error estudiar pri-
mero la pedagogía, que la psicología; para terminar con
una práctica y observación exhaustiva en las escuelas
anexas en todos los grados de estudio. Decía que la

161
enseñanza es un arte que sólo se obtiene por la práctica,
y la observación del espíritu infantil asimilados por
medio de la teoría, esto es ir de la teoría a la práctica y
viceversa.280

No cabe duda que tuvimos excelentes maestros


en la Normal, quienes además conforman ese destacado
grupo promotor de la pedagogía y la nueva educación
en México. Carrillo, Laubscher y Rébsamen fueron los
precursores de la buena enseñanza en México; Réb-
samen fue el ariete formidable contra el irracional em-
pirismo de nuestro pasado pedagógico.281 De este talan-
te lo fue también el recordado maestro J. Manuel Gui-
llé, quien con sus notables escritos fue el precursor de
la buena enseñanza en México. También lo fueron los
dos médicos: Luis E. Ruiz y Manuel Flores, con sus
tratados de Pedagogía no igualados hasta entonces en el
país.282

Otros de mis recordados maestros fueron el recto


don Manuel María Contreras (quien nos impartió ma-
temáticas); Miguel E. Schulz (geografía y cosmografía)
quien daba su clase a las siete de la mañana, cuando las
clases se iniciaban en enero lo que para un «costeño»
como yo hacía de tripas corazón y tiritando de frío
[me] presentaba en clase, primero que los demás
[compañeros] Pues, ¿cómo había de perder ni una sola
palabra de aquel sabio maestro?283 No olvido tampoco
al virtuoso músico Juan N. Loreto (solfeo y canto co-
ral);284 Federico Delezé (francés); Alfonso Herrera (his-
toria natural) y hasta el propio director don Miguel Se-
rrano, a veces, nos daba clases sobre todo de metodolo-
gía y pedagogía. En especial cuando alguien faltaba él
se presentaba para cubrir la ausencia. Todos estos des-
tacados profesores habían sido correctamente escogidos
por el maestro Serrano.
162
Si bien Antonio García Cubas no fue mi maestro
directamente, tuve el privilegio de conocerlo durante
un examen que hice de geografía en la Normal, cuando
fungió como sinodal. Entonces tendría unos cincuenta
y seis años, era delgado, de ancha cabeza, barba gris,
cara alargada por el uso de una luenga piocha, de tez
blanca, aspecto benévolo y siempre iba vestido de obs-
curo. En esa ocasión me pidió expusiera cómo se debía
realizar un viaje de la ciudad de México a Acapulco.
Creo que lo hice bastante bien pues obtuve la máxima
calificación.285

El Lic. Serrano era como doña Rafaela Suárez


[mi paisana colimota, entonces directora de la Escuela
Secundaria de Niñas convertida en 1890 en la Normal
de Mujeres] estricto en la conservación de la discipli-
na de maestros y alumnos. Durante su época la escuela
marchó, como se dice vulgarmente, como un reloj.
Aquellas eran las características que más apreciaba el
general Díaz en los directores de escuelas.286

De mis años de estudios en la Normal lo que con


mayor aprensión recuerdo fueron los terribles exáme-
nes finales que nos hacían. A pesar del modernismo
educativo que regía en la escuela, éstos siguieron sien-
do orales como en la edad media. Bueno, no éramos
muchos alumnos y la costumbre no fue fácil cambiarla,
hasta que el crecimiento de estudiantes en las aulas lo
hizo imposible. Sin embargo, ello nos obligaba a obte-
ner ciertos valores formativos que los exámenes escri-
tos no pueden evaluar porque además se hacía de forma
individual y pública, con tres sinodales nombrados por
el director. Los sinodales podían hacer todas las pre-
guntas que quisieran al sustentante durante todo el
examen, el cual podía durar desde tres cuartos de hora a
hora y media, dependiendo del promedio de faltas y

163
asistencias que hubiéramos tenido en el curso. Aunque
fue una verdadera tortura a la vez nos presentó el reto
de prepararnos muy bien para salir con éxito.

Mis compañeros

Daniel Delgadillo, dibujo del libro Daniel Delgadillo, SEP, Méxi-


co, 1974 (agradezco a Enrique Ceballos quien me lo obsequió)

¿Quién en su vida de estudiante no hace amigos para la


vida sobre todo en el nivel profesional? Yo logré en
estos años encontrar varios que compartieron gran parte
de mi vida. De ellos recuerdo a Lucio Tapia a quien yo
le llevaba siete años de diferencia más o menos. Fue
muy curiosa la forma en que se inició nuestra amistad.
Su nombre me antecedía en la lista de alumnos: Tapia,
¡presente!; Torres Quintero, ¡presente! Así fue como
me fijé en él, desde el primer día de clases, después con
el tiempo se fue desvaneciendo la timidez y un día em-
pezamos a platicar y con el tiempo a entendernos de
maravilla. Hicimos la clásica amistad de estudiantes, ir
a tomar algo, hacer tareas o trabajos conjuntos y algu-
nas veces salir juntos los domingos. Y lo que entonces
fue unido por las letras del alfabeto, quedó para siem-
pre unido en la vida, ...una hermandad de letras y una
hermandad de corazones.287
164
Cuando terminamos la escuela, Lucio Tapia se
quedó en México y yo regresé a Colima. Seguimos ca-
da uno trabajando en la dulce tarea de la enseñanza.
Cuando regresé unos años más tarde a la capital, Tapia
seguía trabajando en la escuela anexa a la Normal. Re-
tomamos la amistad, que en el camino se fue desarro-
llando fuertemente. Era un hombre serio y elocuente;
cuando hablaba en público, era magnifico orador (A mí
tristemente me correspondió ser el orador frente a su
tumba). Lo tuve como compañero de estudios, de vida
y los últimos años como miembros de la Sociedad de
Maestros Jubilados, de la cual Tapia fue vicepresidente.
Recuerdo muy bien a otros dos compañeros, lás-
tima que ellos se nos fueron muy pronto, murieron jó-
venes. Eran Manuel E. Villaseñor y Enrique Estrella; a
éste último, lo apodábamos Estrellita. Ambos eran los
traviesos de la clase, formando la parte alegre y risue-
ña de la familia escolar. Su carácter avispado y guasón
los hacía simpáticos en extremo.288 Estrellita no logró
terminar con nosotros y a mí curiosamente me corres-
pondió ser su maestro cuando regresé a México y em-
pecé a dar clases en la Normal. Los dos murieron en
1907 (Estrellita falleció por un mal cardíaco y, honesta-
mente, no recuerdo por qué causa murió Villaseñor).
Ambos tendrían unos treinta y cuatro años más o menos.
El mejor amigo que hice en la Normal y lo sigue
siendo hasta ahora es Daniel Delgadillo, originario de
Atizapán de Zaragoza, en el estado de México. Éramos
casi contemporáneos, aunque yo era unos años mayor,
pues él nació el 29 de septiembre de 1872 y yo en
1866. Delgadillo hizo casi todos sus estudios en la ciu-
dad de México. Le tocó estudiar en la recién abierta
Escuela de Artes y Oficios, reinaugurada por el presi-
dente Benito Juárez en 1867. Estuvo con nosotros en la

165
Normal los últimos años; pues, él se graduó hasta 1893
y nosotros, Victoriano y yo, en 1891. Por eso, tuvimos
casi los mismos maestros y nos quedamos muy in-
fluenciados por el maestro Carrillo, lo que nos llevó a
publicar años más tarde (Delgadillo y yo) un libro con
su obra pedagógica. Delgadillo se distinguió en la vida
magisterial como maestro de geografía e hizo algunos
textos para el uso de los escolares en esta ciencia, y en
la enseñanza de la lectura y escritura. También desem-
peñó puestos como inspector y en la Dirección General
de Instrucción Primaria. En la vida profesional tuvimos
muchas oportunidades de compartir espacios.
Sin duda mi más cercano amigo fue mi paisano
Victoriano Guzmán, aunque como suele suceder en la
vida estudiantil ambos conocimos y tuvimos nuevos
amigos, lo cual no demeritó nuestra amistad que segui-
ríamos de por vida, a veces sólo de manera epistolar,
sobre todo en los últimos años.

El positivismo en nuestra época


A muchos de nosotros, se nos señaló como positivistas
porque era la posición filosófica que había predomina-
do durante el Porfiriato y al ser nosotros estudiantes de
la Normal se creía que también habíamos recibido esta
influencia. El Positivismo hizo su entrada en los últi-
mos años del presidente Juárez, cuando Gabino Barre-
da lo introdujo en México, regresaba de Francia donde
había estudiado con Augusto Comte; y al organizar y
crear la Escuela Preparatoria ahí difundió su doctrina
entre los estudiantes del plantel. Augusto Comte, padre
de la Sociología, planteaba el uso de la razón y la cien-
cia como primordial en el desarrollo del conocimiento.
Decía que la humanidad había pasado por tres perio-
dos: primero, la etapa teológica; la segunda, metafísica;

166
y la tercera y última, la positiva. En la Normal fue dis-
tinta la situación pues desde 1882, cuando Ezequiel
Montes fue secretario de Justicia e Instrucción Pública,
se había empezado a atacar fuertemente a los positivis-
tas Por cierto, quienes más los combatieron fueron mis
maestros Altamirano y Guillermo Prieto. Por eso, en la
Normal no tuvo mucho eco esta postura filosófica; al
contrario, el maestro Altamirano impulsó el pensamien-
to del liberalismo en el campo de la educación.289 Eso
sí, fuimos partidarios muy fuertes del laicismo, pero
sobre esto les hablaré más tarde.

Del maestro Altamirano heredamos la necesidad


de rescatar al indígena, la educación de la mujer y de
los minusválidos, la obligatoriedad de la enseñanza, la
educación popular y la destrucción del predominio
eclesiástico en el rubro. En cambio nos sentimos atraí-
dos por la educación que se impartía en los Estados
Unidos de Norteamérica con sus modernas propuestas
que nos podían ayudar a borrar la vieja y tradicional
influencia colonial española.290

Fin de mis cursos en la normal

Terminé los cursos y mientras me titulaba, acepté el


cargo de director de una escuela particular —la del pro-
fesor Ricardo Gómez— pues me encontraba bastante
desprovisto de los recursos necesarios para presentar
mi examen profesional al grado de ponerle una estam-
pilla de menor precio a mi solicitud de examen.291
También ayudé en sus clases al ingeniero Fernando
Ferrari Pérez, catedrático de física y química en la
Normal. El ingeniero era entonces titular de la Comi-
sión Geográfica Exploradora que se encontraba en el
Museo de Historia Natural, en Tacubaya.292

167
A principios de este mi último año en México, en
marzo de 1891, mis padres me enviaron un ejemplar
del periódico oficial de Colima en donde aparecía la
noticia sobre un discurso que Matilde había dado en la
solemne distribución de premios en el teatro Santa
Cruz; ella también seguía por la senda del magisterio,
destacándose como maestra y oradora. ¡Qué gusto me
dio saberlo! ¡Felicidades, Matilde!293

Sabía que ya pronto regresaría con la familia, pe-


ro mi nostalgia iba en aumento. Necesitaba verlos, en
especial a Matilde, qué duro me resultaba el noviazgo
en la distancia; aunque se dice que ésta mata el amor, la
verdad es que yo vivía perdidamente enamorado y sólo
sus cartas aliviaban mis ansias, aunque terminaba mu-
chas veces llorando y deseando tenerla junto a mí, las
leía una y otra vez, y era entonces cuando no veía el
momento de volver a verla, de poder abrazarla.
Llevado por la melancolía de la ausencia cuando
leí en enero Atala, la novela de François-Rene Cha-
teaubriand, de pronto me encontré inmerso en todo el
sentimentalismo de la obra y se me ocurrió hacer una
imitación,   dedicando   un   poema   a   la   “madre   india”.  
Aquella que ha perdido al hijo ante la tiranía del blan-
co, era una historia muy triste, pero me hizo pensar tan-
to en el amor de las madres; además estaba en momen-
tos en que la poesía me tentaba a escribir como una
forma de poder expresar mis tristes sentimientos de
añoranza por la ausencia ya tan prolongada. Lo publi-
qué en el periódico El Correo de las Señoras.294

Por fin llegó la fecha de mi examen de titulación.


En la portería apareció el correspondiente aviso para el
día 21 de agosto de 1891 a las once de la mañana en el
salón de geografía. Lleno de nervios que procuré man-

168
tener a raya, me presenté ese día; el examen comenzó a
las once y veinte minutos. El presidente del jurado fue
el director don Miguel Serrano, acompañado por los
profesores Dr. Ángel Gutiérrez, Alfonso Herrera, Fer-
nando Ferrari Pérez y José Miguel Rodríguez y Cos,
como propietarios; Teodoro Bandala y Leopoldo de la
Barreda, como suplentes. Mi examen consistió en res-
ponder de las 110 fichas con todos los temas a pregun-
tar, se colocaron en una ánfora y yo saque la número
104   que   decía   “Maíz”   sobre   el   que   diserté   quince   minu-
tos, después cada uno de los jurados me hicieron mu-
chas y variadas preguntas. Fui aprobado por unanimi-
dad.295 Al día siguiente se envió al gobernador de Coli-
ma don Gildardo Gómez el aviso de mi respectiva titu-
lación   con   el   resultado   de   “aprobado   por   unanimidad”.
Hasta el 3 de noviembre del mismo año se me extendió
el honroso título de ¡Profesor de Instrucción Primaria!
Victoriano Guzmán ya me había ganado unos meses
antes, pues él lo presentó el 1 de mayo y se le extendió
su título el 27 de junio, por eso mismo regresó antes a
Colima.296

Foto del acta de examen profesional de Profesor de Gregorio


Torres Quintero, Escuela Normal, 21 de agosto de 1891, Archivo
Histórico SEP, libros de actas de exámenes de títulos para
profesores, 1891-1905.

169
Fotografía de Victoriano Guzmán tomada de su acta de examen
profesional como profesor de la Escuela Normal, 30 abril 1891,
Archivo Histórico SEP, libros de actas de exámenes de títulos para
profesores, 1891-1905.

Cuando parte uno a estudiar lejos del hogar nunca


te imaginas como esta experiencia puede transformarte.
Un fuereño colimote acostumbrado a la plácida vida de
la bella provincia mexicana, donde los eventos más
importantes del lugar eran bautizos, matrimonios y
muertes de pronto se vio envuelto en el trajín de la ca-
pital, una ciudad que crecía y se modernizaba a pasos
agigantados. Por esos mis estudios en la Normal de la
ciudad de México fueron años decisivos en mi vida, en
mi carrera y mi futuro; cambiaron sustancialmente mi
forma de percibir el mundo, además me tocó una época
de grandes cambios en la educación del país, viví los
Congresos Nacionales en Educación, donde conocí a los
grandes maestros de esta transformación —Rébsamen,
Laubscher, Justo Sierra—. De todos ellos, además de
mis queridos maestros, recibí un torrente de conoci-
mientos y formación, que me dieron una mirada distin-
ta y una disposición más amplia de vida.

170
CAPÍTULO SEXTO
RETORNO A CASA

LA HERENCIA DE LA HUMANIDAD
¿Qué has hecho tú por el progreso humano?
¿En dónde están tus obras, tus proyectos,
Para hacer que el hermano ame al hermano,
para hacer a los hombres más perfectos?
Gregorio Torres Quintero.297

Quité mi vivienda en la vecindad donde pasé mis años


de estudiante. En un santiamén arreglé mis pocas per-
tenencias, me urgía volver a mi tierra colimota; sin em-
bargo,   mi   estima   de   recién   egresado   “Maestro   Norma-
lista”   me   decía   que,   antes   de   partir,   debería   conocer   la  
afamada Normal de Jalapa. Así que apacigüé mis áni-
mos de pronto retorno y antes de regresar a Colima fui
a conocer la Normal de Veracruz y a su director —el
célebre pedagogo suizo Enrique Rébsamen—. Además,
debía esperar a que saliera mi título.

Me recibieron muy bien en Jalapa y la verdad que-


dé muy impresionado por el plantel y, sobre todo, por la
cantidad tan grande que tenía de alumnos —muchos más
que mi escuela Normal de la ciudad de México—. Yo
deduje que esto se debía a que en la de México, casi
todos éramos becados por los estados y, creo que becar
a muchos debía salir carísimo. Así que solo algunos
como yo tuvimos esa suerte pero, finalmente, no éra-
mos tantos como en Jalapa. También era claro que allí
era la única opción profesional que se tenía en la re-
gión; por eso se concentraban más estudiantes; eso sí,
la escuela era sólo para varones.

Curiosamente la Normal de mujeres de la ciudad


de México tenía igualmente una matrícula muy nume-
171
rosa por la misma razón. Las mujeres de la capital en
aquel entonces no tenían muchas oportunidades de tra-
bajo y estudio y, como la docencia era muy bien vista
como profesión femenina, hacia a ella se iban nuestras
muchachas capitalinas. Ésta y otras razones, como pen-
sar que la profesión docente era una derivación de la
materna, fueron convirtiendo el magisterio de la ins-
trucción primaria en una profesión preferentemente
femenina, situación que se empezaba a percibir desde
este siglo en casi todas partes.

Después de visitar la Normal de Jalapa no podía


dejar de conocer la de Guadalajara que estaba en mi
camino a Colima. Sentía que el hecho de ser egresado
normalista de la capital me confería una situación espe-
cial —una confianza que empezaba a proyectar más mi
conducta y formas de vida—. Visitar estas escuelas
significó entonces, más que una obligación, un deber
moral.
Era principios del año de 1892 cuando la visité
con qué gusto recuerdo haber conocido al director de su
Escuela Práctica Anexa, el maestro orizabeño Emilio
Bravo, quien:
…pertenecía   a   la   raza   indígena,   era   bajo   de  
cuerpo y de movimientos ligeros. Era notable la pe-
queñez de sus pies y de sus manos. Se movía incli-
nándose un poco hacia adelante; pero al detenerse, su
actitud era firme y erguida. Su voz era un tanto rápida,
ejecutiva, y el maestro aquel dio en mi presencia una
clase de escritura en el pizarrón. Los alumnos escri-
bían simultáneamente en sus cuadernos. Todo era por
tiempos: uno, dos, uno, dos, etc., que el maestro decía
y que repetían los alumnos a coro al escribir las letras
y al influjo del compás. Era la escritura rítmica usada

172
en Alemania y que introdujo en México, en la Escuela
Modelo de Orizaba, el Sr. Enrique Laubscher.298

En marzo finalmente llegué a mi tierra colimota.


Esta vez el regreso lo había hecho en dos trayectos: el
primero por tren de México a Guadalajara donde hice
un alto como ya lo comenté, y luego seguí a Colima en
diligencia porque aún no se terminaba el trecho de vía
entre Zapotlán El Grande y la ciudad de Colima. Las
profundas cañadas de las faldas del volcán, como la de
Atenquique, habían obligado a la construcción de va-
rios puentes y túneles que mantenían interrumpido este
trayecto. La línea en su totalidad fue finalmente inau-
gurada el 12 de diciembre de 1908 por el propio presi-
dente Porfirio Díaz quien llegó a la ciudad de Colima
por este medio. No me quedó más que volver a viajar
en las incómodas diligencias, aunque en las cañadas
tuve de nuevo que subirme en un burro y pasar con las
“conductas”   o   atajos   de   los   arrieros   para   después   seguir  
en otra diligencia a partir del mesón de San Marcos
hasta la ciudad. En el Jardín Núñez, sitio de llegada de
las diligencias, me esperaban ansiosas la familia y Ma-
tilde. Era todavía el fresco clima de inicio de año, así
que hasta el calor se me estaba olvidando. Pero no el
calor familiar que enseguida me rodeó y me hizo sentir
de nuevo en casa.

Desde mi arribo al hoy Jardín Núñez, empecé a


fijarme en los cambios que en cuatro años habían ocu-
rrido. El propio Jardín Núñez se había convertido en
una bella alameda con vegetación colimota y enormes
laureles de la India traídos desde Mazatlán por barco; los
prados lucían multitud de flores, rosas y otras flores exó-
ticas con cercados de cedros bien recortaditos, adorna-
dos los amplios corredores de grandes jarrones.299

173
Me sorprendió mucho cómo la comunidad coli-
mota me recibió. De pronto me había vuelto importante
—¿qué pasó?— El fuereño de la capital ahora era po-
pular en su tierra: regresaba profesor de la Normal de
México. Yo, en un principio, no entendía bien el signi-
ficado que esto tenía para Colima pero, sin duda, Victo-
riano y yo habíamos tenido una gran oportunidad al ser
seleccionados para ir a estudiar a México y, poco a po-
co,   lo   fuimos   comprendiendo.   Traíamos   nuevas   y   “mo-
dernas   ideas”   y,   todo   ello,   debo confesar me trajo la
complacencia de mis paisanos y eso me gustó. Pronto
percibimos la diferencia en el trato. Hasta el periódico
oficial anunció mi llegada:

Acaba de llegar a esta ciudad el joven precep-


tor D. Gregorio Torres Quintero, después de haber
terminado brillantemente sus estudios Pedagógicos en
la capital de la república.
Inmediatamente se le ha distinguido con hacerlo
ingresar   a   la  escuela  Modelo  “Porfirio  Díaz”  y  el  Go-
bierno del Estado, justo apreciador del mérito, se ocu-
pa ya de la formación de otro establecimiento de la
misma naturaleza para encargarle de su dirección. 300

Apenas llegaba y ya tenía trabajo de nuevo.

Creo que llegamos a Colima en un momento cir-


cunstancial e importante pues había cierta expectación
y entusiasmo por todo lo que era progreso y moderni-
dad y el sector educativo era uno de los caminos para
lograrlo. Las autoridades y compañeros del magisterio
tenían curiosidad por conocer las innovaciones que
traíamos. ¿Serían nuevos modelos didácticos? ¿Libros,
autores o bien útiles escolares? Creían que podíamos
cambiar el mundo de la escuela y, aunque muchos de
nuestros propósitos así lo eran, no fue un proceso fácil,

174
ni rápido porque, en primer lugar, hacían falta más
maestros   preparados   en   la   “nueva   escuela”.   De   hecho   la  
Normal había desaparecido desde 1887; recuérdese que
cuando el Liceo fue cerrado a causa de la fiebre amari-
lla en 1884, se convirtió en Normal. Aunque ésta tam-
poco sobrevivió por mucho tiempo.301

COLIMA EN LA MODERNIDAD A FINES


DEL SIGLO XIX

A mi llegada mi primera sensación fue de comodidad


quizás porque, de nuevo, estaba en mi casa y en mi
“ciudad   de   las   Palmas”.   Otra   vez   en   la   tranquilidad   de  
la vida provinciana, alterada tan sólo con algún suceso
de la vida colimense, que transcurría enmarcada por el
deslumbrante entorno tropical y sus dos volcanes; don-
de las mañanas y las tardes eran arrulladas por el canto
de las calandrias y el vocerío, a veces estridente, de las
parvadas de zanates, cotorras y pericos atravesando su
cielo azul.

Poco tiempo después de mi llegada se inauguró el


primer tren urbano, el dos de abril de 1892; la idea era
comunicar la ciudad con el cementerio nuevo y con
Villa de Álvarez para más tarde llegar hasta Comala.
Se le dio la obra a una compañía que pasó la concesión
al ingles, Mr. Wright, mismo que comisionó al ingenie-
ro francés Arturo Le Harivel (personaje que había ve-
nido con las tropas francesas). Se tendió la «rielería»
desde el llano de Santa Juana enfrente de la estación
del ferrocarril que venía de Manzanillo y subía por la
calle del Colegio Civil (también llamada Jardín Nú-
ñez). Ahí daba vuelta para seguir por la calle Principal
pasando por el centro de la ciudad, luego volteaba a la
derecha en la calle De la Teja, para subir hasta el tem-
plo de San Francisco. De ahí seguía por la calle de San
175
Francisco hasta la parroquia y centro de Villa de Álva-
rez. En total tenía una longitud de ocho kilómetros.
Servía para carga y pasaje y su fuerza motriz era im-
pulsada por mulas y caballos, contando con un hato de
70 mulas y 10 caballos.

El servicio se daba cada media hora. Salían al


mismo tiempo, en sentido contrario, dos trenes de cada
estación, cada uno con un pequeño margen de tiempo.
Los de la Villa bajaban por la calle Principal mientras
los otros iban subiendo por la calle Colegio Civil, cru-
zándose en doble vía el primero frente al pueblo de San
Francisco Almoloyan y el segundo cruce se hacía fren-
te a la cárcel a la mitad del Jardín Núñez costado este.
Al principio, los carros fueron descubiertos pero luego
hubo también cerrados.

El tren al cementerio sólo funcionaba los domin-


gos y los días de difuntos. Para los sepelios de los ricos
se compró una carroza muy lujosa; todo vino por barco
desde Nueva York. Las plataformas siempre estuvieron
en servicio para mover mercancías de la estación de los
ferrocarriles. Para mantener la suavidad del peso de las
ruedas en las esquinas, por la mañana y por la tarde, un
empleado barría las curvas y las embetunaba con un
lubricante negruzco.302

En cuanto a diversiones, la zarzuela era una de


las más favorecidas; se representaba en el recién
construido teatro Santa Cruz donde los ricachones
ocupaban los palcos primeros y los primeros asientos
del «patio»; los palcos estaban adornados con espigas de
palma en floración y todo el espacio alumbrado por el
lujoso candil de cristal regalado por la colonia alemana
—un bouquet de luces que daban una luz blanca y
semi-amarillenta, de las velas de estearina también
176
traídas desde Alemania— con un telón de foro que
exhibía la pintura mitológica de la Diana cazadora. 303

En agosto de ese año recuerdo que fui a ver la


compañía   Montenegro   que   presentaba   las   obras   “La   Ga-
llina   ciega   “,  “El   hombre   es  débil”   y  “Doña   Juanita”.304

Anuncio de zarzuela de la Compañía Montenegro, periódico ofi-


cial El Estado de Colima 27 de agosto de 1892.

Cómo me divertí en aquellas funciones, a veces


íbamos los amigos, otras veces fui con Matilde. La
primera vez que fuimos, por cierto me contó muy orgu-
llosa que ella nuevamente había pronunciado el discur-
so en la distribución de premios de las niñas de este año
ahí en el teatro. Matilde fue alumna de la querida maes-
tra colimense Juana Urzúa, cuando era la directora de
la Escuela Superior de Niñas en julio de 1883 cuando
Matilde se tituló;305 el ser alumna de esta maestra ade-
más de su diligente trabajo, le habían ya proporcionado
una especial posición en el magisterio colimote. Esa

177
vez el discurso en la entrega de los premios lo hizo
Victoriano Guzmán, evento que se celebró un poquito
antes de mi llegada; ¡qué lástima!, ¡cómo me hubiera
gustado haberlos acompañado!306

Tristemente, contemplé cómo el Palacio de Go-


bierno aún no se terminaba; ¡ya llevaba catorce años en
construcción y no se le veía para cuándo! Atanasio
Orozco, periodista local, mencionaba que se debía elo-
giar al general López, no por haber iniciado la cons-
trucción del nuevo Palacio sino por haber demolido las
viejas casas consistoriales y aquellos inmundos cala-
bozos y aquella fea capilla en donde sentíamos que nos
ahogaba el vaho de los ajusticiados.307 La catedral iba
mucho mejor, ya bien adelantada la obra, pronto se
consagraría.

El que encontré hermoso fue el Jardín Libertad


con su elegante kiosco, también donado por los alema-
nes, quienes además regalaron el reloj del palacio. En
ese kiosco cómo nos deleitábamos los jueves y domin-
gos   con   la   “Lira   Colimense”   del   maestro   José Levy.
Tocaba pura música clásica de los grandes composito-
res como Johann Strauss. No olvido el día que interpre-
taron la famosa obertura   “Caballería   Ligera”   de   Franz  
von Suppé, todavía cuando la oigo en los modernos
fonógrafos, recuerdo esas tardes y mi jardín.

Era una delicia oír la música, sentados en los


bancos   de   los   alrededores   comiendo   alguna   “nangue-
ra”308 , en medio de la vegetación del jardín, entrete-
niéndonos mirando a los jóvenes que buscaban novia
dando de vueltas al jardín: ellos por un lado y ellas por
el otro y, en cada vuelta, echando ojitos y lanzando dis-
cretos piropos a las candidatas elegidas de su corazón.
Bella música la que entonaba este grupo magistralmen-
178
te dirigido por el maestro Levy, quien siempre me sa-
ludaba y me recordaba de cuando fui su alumno en el
Liceo.

Entre las diversiones que tuve por entonces y que


no olvido de mi querida tierra colimota estaban las tra-
dicionales pastorelas anuales, las funciones de gallos,
las corridas de toros y las esperadas galas teatrales. Los
bailes no podían faltar, ya fueran caseros o públicos
donde   la   aparición   del   “Polko”,   (el   sastre   llamado   así  
por ser muy bailador de polkas) no dejaba de participar
siempre bailando el jarabe tapatío, o bien, la polka de
pasos brincados, de ahí su bien ganado apodo. 309 Ob-
viamente no faltaron los días de campo en las huertas
pues eran los paseos dominicales preferidos de la fami-
lia; o bien, la llegada del circo para la chiquillería, donde
a veces pudimos ver sorprendentes cirqueros japoneses.

En Colima no faltaron nunca los dulces. Entre és-


tos, nuestro preferido —el alfajor— que podías encon-
trarlo en la miscelánea o estanquillo del señor Martínez
Rubio, quien, para envolverlos, hacía unas lindas caji-
tas de empaque con sellos de goma; además, vendía
tinta a los chicuelos que iban a la escuela. Éstos po-
drían encontrar también en la tienda de la calle princi-
pal más productos escolares. Otro local siempre muy
concurrido   fue   la   botica   “Morrill”   del   que   fuera   mi
amigo por muchos años el americano Augusto
Morrill,310 donde conseguías ungüentos y medicamen-
tos, aunque no era la única. Había otra, la   “Botica  
Fuentes”   propiedad   de   Ignacio   Fuentes, en el portal
viejo de Colima.

El comercio no era muy amplio; las casas princi-


pales   eran   “La   Colmena”,   “La   Bandera   Mexicana”   y  

179
“La   Francia   Marítima”,   además   de   una   ferretería,   y   las  
dos boticas ya mencionadas así como dos o tres tiendas
de abarrotes con productos nacionales y extranjeros, en
especial alemanes. Entre las comandadas por naciona-
les estaba la de don Crescencio Bolaños, donde se ven-
día de todo como: pan, manteca, ropa vieja, escobetas y
todo lo demás como velas en racimos o azúcar de pilón.
Ahí también, los escolares podían conseguir lápices,
pizarrines, canuteros y papel; además D. Crescencio era
prestamista y comerciante. Fue diputado durante el
Porfiriato. Asimismo, estaba el mercado que surtía casi
de todo, desde zapatos, pieles, sillas de montar pero
principalmente alimentos no faltaban en las consabidas
fondas de panaderos y lecheros. También había libre-
ros: Remigio Rodríguez vendía en especial libros de
texto y Andrés Silva quien también los vendía en su
tienda o papelería en la calle principal.311

¿Cuánto costaba la vida entonces en Colima?


Una cuartilla de maíz valía tres centavos, en el mercado
te daban cinco o seis tortillas por un tlaco que era cen-
tavo y medio. Las piezas de pan, birotes o las de man-
teca costaban desde un centavo a cuartilla (nótese que
el pan de huevo realmente tenía huevo). El frijol costa-
ba a seis centavos el cuartillo; el azúcar de pilón y la
más blanca del mismo se vendía en ocho centavos la
libra; el arroz seis centavos la libra; una gallina se podía
conseguir por un real y medio; en cuanto a la ropa, un
cotón de manta y unos calzones se conseguían en el
mercado por un peso. Cuando se exigió llevar pantalón
costaba tres pesos y un flux o terno compuesto de saco,
chaleco y pantalón de buen casimir francés se obtenía
entre veinticinco o treinta pesos. Un maestro solía vestir
su terno con albeantes camisas con puños y cuello posti-
zos que la plancha dejaba duros como de cristal.312

180
Los sueldos variaban mucho. Pagaban a los peo-
nes de las haciendas entre quince y veinticinco centa-
vos diarios, sin pago los domingos, con diez o más ho-
ras de jornada y cuatro o seis pesos mensuales a las
criadas o mozos; los dependientes o escribientes reci-
bían de quince a sesenta pesos y los maestros entre
veinticinco y cuarenta y cinco pesos, pero los que te-
nían más de dos años a su cargo cincuenta y cinco y los
directores ochenta y cinco. El prefecto político ciento
cincuenta pesos, el inspector de Educación ciento vein-
ticinco, igual que el Secretario de Gobierno y por su-
puesto, que quien mejor ganaba era el gobernador con
trescientos pesos, además de otras ventajas. Pero había
muchos desocupados; por eso, pasaban por Colima los
enganchadores que se los llevaban a las minas del Bo-
leo en la península de Baja California o a los cortes de
café y madera. El presupuesto del Estado siempre era
raquítico, en constante crisis económica, pues las con-
tribuciones no se pagaban con puntualidad y, si bien
producía buenos productos como el maíz y el frijol,
éstos eran de autoconsumo; la sal —una de sus rique-
zas— estaba acaparada por unos cuantos propietarios
de pozos y el aceite del coquito se usaba para producir
jabón pero éste no competía con el que venía de Za-
potlán (el alfajor de coco era de sus fuertes).

No podía faltar la peluquería barbería —el centro


de la chismografía—.   Famosa   fue   la   del   “Perico”   por  
su atinada tijera de artista, además de aderezar el corte
con buenos chistes no colorados por lo que tenía una
gran clientela, sobre todo de catrines.313

Los bancos no se conocían pero los montepíos sí;


famoso fue el de Anaya, por cierto, el único cuando yo
estaba; prestaba con rédito de un real —doce centavos
y medio en cada peso o fracción mensual a plazo corto
181
de tres meses a los más seis— sin dar demasías, el rédi-
to era pagado por adelantado o descontado de la suma
prestada.314

Casi todo lo poseían los políticos o los extranje-


ros, hacendados igualmente políticos que obviamente
engañaban al fisco.315

Era una organización patriarcal donde dominaban


apellidos de diversos orígenes. Entonces los ricos de
Colima eran los Vogel, Oldenbourg, Schat, Schulte,
Gartman, Seute, Struck, Dinner, Flor, Kulman, Schmidt
(éstos últimos alemanes), Meillón y Brun (franceses) y
Huarte (español); otros de diversos orígenes como
Levy, Santa Cruz, Arturo Le Harivel, Gamiochipi y los
colimotes como los Álvarez, Brizuela, Fernández, Gó-
mez, Madrid, Melgar, Solórzano y, también, los ameri-
canos, Morril, entre otros. Muchas de las personas
acomodadas eran terratenientes pero siempre hombres
de trabajo y muy hábiles comerciantes, sobre todo los
alemanes y franceses. Con ellos se conseguían pianos,
papel,   loza   fina   y   los   muebles   llamados   “austriacos”.  
Entre los rancheros ricos colimotes se encontraban los
apellidos Montes, Castañeda, Ortiz, Salazar, Cruz, Gar-
cía y Dueñas. Poseían en sus ranchos buenos caballos
con espléndidas sillas plateadas de montar, usaban pa-
vonadas pistolas y costosos sombreros jaranos, panta-
lones con chapetones de plata y chaparreras. Para esa
época, finales de siglo, solamente el gobernador Santa
Cruz poseía coche.316

En esos años hicieron una gran fortuna los her-


manos Ruiz que eran muy buenos comerciantes. Prime-
ro la desarrolló don Ponciano Ruiz y, a su muerte, si-
guió en el negocio su hermano, mi maestro y ahora

182
buen amigo Blas Ruiz, con Casas de Consignación, la
suya   “Blas   Ruiz   y Sucrs”.317

Los residentes alemanes también se divertían;


ellos lo hacían preferentemente en la huerta conocida
como   “El   Boliche”   adonde   se   reunían   cada   noche   y,   en  
especial, los domingos. Era su club, como los de su
patria, donde además de jugar boliche, fumaban, bebían
cerveza   de   la   “Pala”   y   comían   sándwiches,   jugaban  
ajedrez y cantaban. Ahí celebraban sus fiestas y
reuniones familiares, los chicos pobretones se ganaban
unos centavos levantando los bolos.

Los días de asueto eran: 5 de febrero, aniversario


de la Constitución de 1857; 2 de abril, fecha en que
Porfirio Díaz tomó la ciudad de Puebla a los franceses
en 1867; 5 de mayo, cuando las armas mexicanas se
vistieron de gloria derrotando a los franceses en Pue-
bla; 18 de julio, celebración de la muerte de Juárez y,
por supuesto, 15 y 16 de septiembre. En estas ocasiones
los oradores de batalla fuimos abogados o maestros
como Manuel Rivera, Miguel García Topete, Martín
Medina Leal, Victoriano Guzmán y yo mismo.318

No   faltaban   los   días   de   paseo   a   “La   Almita”   —el


rancho, a pocos kilómetros de la ciudad de Colima— el
cual fue uno de los refugios preferidos de los amigos.
Ahí íbamos de cacería de huilotas y chachalacas que
había en abundancia, las que se defendían en las tupi-
das ramas de los camichines; más tarde, todos cansados
y sudados nos refrescábamos en el arroyo en un reman-
so bajo los sabinos, mirando el cielo azul y luminoso.
Visitantes asiduos del rancho, además de mi persona,
fueron Miguel García Topete, Manuel Rivera, Victo-
riano Guzmán y Manuel Velázquez Andrade.

183
En   la   ciudad   había   dos   hoteles:   el   “Hotel   del   Jar-­
dín”   en   el   portal   norte   del   Jardín   Núñez, y   el   “Hotel  
Manzanillo”   en  la   calle   de  Morelos.

FUNCIONARIO Y PROMOTOR DE LA NUEVA


EDUCACIÓN EN COLIMA, 1892-1898

Pero también venía a trabajar y a aplicar todo lo que


había aprendido en la ciudad de México.

Entre las primeras acciones que el gobernador


Gildardo Gómez quiso echar andar en materia educati-
va, fue abrir dos escuelas modelo en Colima donde se
pudiera acabar con el viejo sistema educativo de un
solo maestro para todas las materias y todos los alum-
nos, si acaso con algún o algunos alumnos ayudantes.
Este tradicional sistema había sido el modelo de la Es-
cuela Lancasteriana. Ahora, en las nuevas escuelas, se
tendría un maestro para cada curso escolar; y se utiliza-
rían los métodos de carácter inductivo-deductivo de la
nueva enseñanza objetiva.

Estas escuelas modelo se pusieron en boga a par-


tir de la primera que abrió Enrique Laubscher en Vera-
cruz. La idea de estas modernas instituciones educati-
vas era establecer recintos escolares bajo la perspectiva
de   la   “Nueva   Escuela”   europea,   bajo   las   ideas   de   Pesta-
lozzi, Herbart, Froebel y tantos otros pedagogos euro-
peos que estaban cambiando radicalmente las formas y
prácticas de la educación. Nosotros, recién salidos de la
Normal, traíamos todas estas enseñanzas e influencias
pedagógicas y, claro, queríamos ponerlas en práctica
para modificar y mejorar la educación que se había
otorgado en Colima.

184
Cuando nosotros partimos a la ciudad de México
en 1888, la población escolar en el estado de Colima
era de aproximadamente 3,570 alumnos distribuidos en
65 escuelas. En la ciudad de Colima había 2,213 alum-
nos en 44 establecimientos, o sea casi 62 por ciento del
total; en los demás municipios había 21 escuelas con
1,357 alumnos. De todos éstos planteles sólo había uno
de instrucción secundaria y profesional, dos de párvu-
los y una de adultos en la cárcel, las demás todas eran
primarias. Curiosamente había más mujeres escolares
(1,892) que hombres (1,678). La mayoría de las escue-
las eran oficiales, sostenidas por el gobierno del Estado
(63), además del asilo de huérfanos auspiciado por par-
ticulares con algunas subvenciones del Estado y del
ayuntamiento de la capital. El clero sostenía dos escue-
las y el seminario. Los alumnos y alumnas de las po-
blaciones del Estado eran los más faltantes, por dedi-
carse sus familias más a la agricultura y necesitar a los
niños y niñas en estas tareas. Los profesores ganaban
en término medio 33 pesos. Los libros de texto que se
manejaban preferentemente era los de: Lectura por el
Mantilla reformado, modelos de escritura inglesa y
ornamentados, gramática de la Academia, Aritmética
de Urcullu, Sistema Métrico por Oronoz, Historia Uni-
versal por Lefranc, Historia de México por Payno. De
moral se extractaban nociones de La instrucción prima-
ria, y urbanidad por Carreño; también, se llevaba en
las escuelas de niños el Compendio de la Organización
política de México y en las de niñas el de higiene y
economía doméstica de Monlan junto con labores de
costura, bordados y flores artificiales. En las escuelas
de la capital se llevaban también cátedras de dibujo
lineal y caligráfico.319

Cuando regresamos, no había cambiado mucho


esta situación pues en algunos casos, hasta se había
185
desmejorado aunque la población escolar sí había au-
mentado. Lo interesante fue ver cuántos nuevos precep-
tores encontramos con título de primer orden, en espe-
cial, 21 mujeres tituladas.320

El gobernador —creyente fervoroso en el fomen-


to a la educación, desde el 12 de diciembre del año an-
terior a nuestra llegada, 1891 —había preparado el ca-
mino de renovación educativa con la expedición del
decreto número 12 para modernizar la instrucción pri-
maria del Estado de acuerdo a los preceptos aprobados
por el Congreso Pedagógico Nacional del año anterior,
al cual habíamos asistido como oyentes Victoriano y
yo.321 Se autorizaba un presupuesto especial para la
creación de las nuevas escuelas y utensilios y equipo
necesario para su funcionamiento. Así que veníamos
justo con el impulso de las nuevas reformas de la edu-
cación para empezar a aplicarlas en Colima.

La primera escuela se abrió el 1 de marzo bajo el


nombre del presidente de la República Porfirio Díaz y
nombrándose como director a Victoriano Guzmán. Ya
se estaba pensando en abrir otra para que yo la dirigie-
ra.

Al principio la Porfirio Díaz se instaló en las an-


tiguas instalaciones del Liceo, pero ante la fuerte de-
manda estudiantil pronto fue cambiada a un local más
amplio mientras se construía el magnífico edificio que
luego tuvo en la calle principal, a media cuadra del jar-
dín Libertad.322

186
Escuela  Modelo  “Porfirio   Díaz”,   IISUE/AHUNAM/
Fondo Ezequiel A. Chávez, doc. s/n.

En esta escuela se empezaron a dar clases de in-


glés, francés y pedagogía por las tardes para quien qui-
siera tomarlas como alumnos supernumerarios; se esta-
bleció un gabinete de física con un moderno equipo:
dos poderosos imanes en forma de herradura, una brú-
jula, un termómetro, un nivel de gota, un arómetro, va-
rios prismas, un alcohómetro, un pesaleches y otros
objetos de cristalería. También se instalaron gabinetes
de historia natural con objetos como estrellas de mar,
erizos, minerales e insectos; y se inició la instalación de
una biblioteca pública. Este gobernador se preocupó
mucho por la educación de los colimotes, aunque a de-
cir verdad, los últimos de este siglo lo hicieron; nos
sentíamos muy agradecidos por este apoyo de difundir
la luces de la instrucción en nuestro Estado. Existía este
fervor por mejorar la educación en todo el país. 323

Victoriano Guzmán no perdió tiempo en el em-


peño de hacer cambios en el ambiente educativo del
Estado, y, al mismo tiempo que iniciaba labores la pri-
mera escuela modelo bajo su dirección, editó la primera
187
revista pedagógica del Estado, la que llamó acertada-
mente   “La   Educación   Moderna”.   En   el   segundo   núme-
ro me dedicó un bello mensaje de bienvenida:

“La  Educación  Moderna”  se  honra  con  contarlo  


en el número de sus redactores y los lectores de este
periódico podrán gozar de sus producciones y apreciar
su estilo correcto y sencillo.
El director de este periódico, amigo de corazón
del recién llegado, le envía el abrazo más sincero y sus
votos porque la tierra natal le sea propicia. 324

Las reformas que se empezaron a realizar fueron


primero dividir la educación primaria en elemental y
superior. La primera en cuatro años con niños menores
de doce años sería obligatoria y la segunda de dos años
con carácter voluntario para los que quisieran tener una
educación más científica o literaria. En la elemental se
enseñaría: moral práctica, instrucción cívica, lengua
nacional incluyendo lectura y escritura, lecciones de
cosas, aritmética, nociones de ciencia físicas y natura-
les, nociones prácticas de geografía, nociones de histo-
ria patria, dibujo, canto, gimnasia y labores manuales
para niñas.

Para la primaria superior fue el siguiente progra-


ma: instrucción cívica, lengua nacional, nociones de
ciencias físicas y naturales, nociones de economía, polí-
tica y doméstica, aritmética, nociones prácticas de geo-
metría, nociones de geografía, nociones de historia gene-
ral, dibujo, música vocal, gimnasia, ejercicios militares y
francés e inglés como asignaturas voluntarias.325

Pronto se abriría la segunda escuela modelo bajo


mi dirección, inaugurada el célebre 5 de mayo, con seis
maestros bajo mis órdenes. Para esa ocasión preparé

188
con esmero mi primer discurso como autoridad; me
temblaban las manos cuando sostuve esas palabras en-
tre mis manos, me armé de valor y dije:

Yo no intento disimularlo: este día me llena de


la satisfacción más grande que he experimentado en
mi vida. El hombre que en sus trabajos y fatigas, mira
en lontananza el objeto de sus afanes, sueña en alcan-
zar, en llegar a donde le espera la realización de sus
deseos de aquellos deseos que por tanto tiempo ha
acariciado, que por tanto tiempo ha conservado ence-
rrados, comprimidos dentro del pecho. ¡Qué hermoso,
cuán satisfactorio es para el caminante a quien fatiga
la sed, llegar a convencerse de que el hermoso lago
que veía brillar en los confines del horizonte, ya no es,
como otras veces, una de las desgarradoras ilusiones
del desierto!
Si, yo no intento disimularlo; este día me llena
de la satisfacción más grande que he experimentado
en mi vida. La fundación en Colima de una escuela, y
de una escuela moderna en toda la extensión de la
palabra, era ya esperada por todos los que amamos la
instrucción, por todos los que deseamos la prosperi-
dad de la patria, y hoy, ante la evidencia de una re-
forma tan benéfica como la presente, siento que mi
corazón palpita de alegría.326

Mi entusiasmo era enorme y me sentía tan honra-


do que no podía disimularlo. Ser director de la segunda
escuela modelo, llamada con el nombre de nuestro li-
bertador   “Hidalgo”   representaba   un   enorme   orgullo  
para mí. Poder empezar a mejorar la educación en mi
Estado, era una enorme responsabilidad, pero a la vez
una hermosa encomienda que la vida me daba. En esta
ocasión me permití solicitar a los padres de mis alum-
nos toda su confianza, les dije que la escuela sería co-
mo un árbol del cual se recogerían más tarde los frutos

189
y me comprometí hacer de sus hijos buenos seres hu-
manos provechosos para su sociedad.

Resalté el hecho de que la educación que recibi-


rían sería diferente basada en la naturaleza del niño,
con un alto sentido para el individuo.

Aquí nos esforzaremos en dar a vuestros hijos, si


no una enseñanza profesional, sí una preparación a la
vida práctica, a la vida laboriosa, que nos da a cada
uno en este hermoso Colima, el derecho de llevar la
frente levantada y llamarnos ciudadanos.327

Antes se creía que las cuatro reglas del cálculo,


aprendidas sin aplicación a la vida práctica, al dele-
treo de la cartilla y del catón sensorino, unos cuantos
palotes trazados con la célebre pluma de ave, y la mo-
ral del P. Ripalda, arrimada y arrinconada en la me-
moria, bastaban para obtener la felicidad.

Ese día les dije que la vida humana corresponde a


cuatro ámbitos: el primero es nuestra conservación per-
sonal; el segundo nuestra función como padres; el ter-
cero como miembros de una sociedad; y el cuarto la
satisfacción emotiva y sensitiva de nuestra naturaleza.
Respecto al primero es necesario el desarrollo del juego
en el niño, parte importante de su crecimiento natural y
comenté: ¡Ojalá que los maestros y padres de familia,
reconociendo esta incontestable verdad, dejaran ya de
ser los verdugos de los niños y que jamás les prohibie-
ran lo que es una necesidad imperiosa, reclamada por
la misma naturaleza!

Gracias al conocimiento que genera la investiga-


ción científica se puede asimismo contribuir al cuidado
de nuestra salud, el trabajo de manera indirecta también
190
contribuye a nuestro desenvolvimiento y para continuar
enlistando cómo cada una de las ciencias y sus conoci-
mientos que ayudan al desarrollo de la vida. Hice hin-
capié en la necesaria educación y formación de los pa-
dres de familia:

Para cumplir medianamente bien la difícil misión


de padre de familia, es indispensable que todo mundo
tenga nociones, aunque sean muy elementales de Pe-
dagogía; entonces los padres de familia, en lugar de
ser los antagonistas del maestro de escuela, se conver-
tirán en sus mejores colaboradores...

Para ser buen ciudadano se necesita saber amar


a la Patria y para amar bien a la Patria, es preciso
ante todo conocerla, por medio de su historia, de su
geografía, estudiando sus instituciones...

Para garantizar todas estas funciones resulta in-


dispensable el desarrollo moral del individuo: con el
objeto de conseguir la consolidación fraternal que de-
be existir en el mundo.

Una vez cumplidos estos preceptos, es posible


gratificar el espíritu gracias al arte que nos permitirá el
goce legítimo de placer. La nueva escuela, enfaticé,
tiene que ser como una universidad donde se propor-
cionen los conocimientos aunque sea someros indis-
pensables para el buen desarrollo de la vida futura.

Un sabio dijo: una escuela que se abre hoy, es


una cárcel que se cerrará dentro de veinte años, El
saber es para el hombre un elemento de paz y de
progreso …al   fundar   este   establecimiento   vamos   a  
ensayar métodos y procedimientos completamente
nuevos…
191
[……….]

Si el porvenir viene a confirmar nuestras espe-


ranzas, si lo que hoy nos prometemos llega a ser un
hecho mañana, el personal del Gobierno que hoy im-
planta esta mejora, y los humildes profesores de este
establecimiento, podrán descansar tranquilamente bajo
la tumba.328

Cómo era un día de clases en la escuela modelo

Comenzaba al toque de la campana; los escolares se


formaban para entrar muy ordenaditos a sus diferentes
salones de acuerdo a su grupo. La mañana iniciaba con
un canto a coro que variaba de acuerdo al maestro y al
día.

Empezábamos las clases al término del canto en-


tonces los chicos tomaban su asiento y se iniciaban las
lecturas o recitación, también a coro; a veces observá-
bamos a los caminantes de la calle detenerse en las re-
jas de las ventanas a escucharnos. Luego impartíamos
las clases más duras, como álgebra; por cierto, todos
recordamos a Victoriano Guzmán dándolas en el muro
de uno de los corredores, que estaba pintado de negro y
que él había convertido en un gran pizarrón.

Luego a veces venía el dictado de problemas de


matemáticas, al término del ejercicio les pedíamos a los
alumnos que intercambiaran cuadernos para que se co-
rrigieran entre ellos mismos.

Más tarde venía el ansiado recreo durante el cual


se renovaban las fuerzas; los chicos aprovechaban para
jugar en el patio. En numerosas ocasiones se echaban
agua de la pileta, los maestros teníamos que estar al
192
alba para contenerlos. También aprovechaban para to-
mar algún alimento.

Después del recreo, normalmente, venían las cla-


ses de música y de dibujo.

El horario de clases se dividía entre la mañana y


la tarde, como siempre había sido, pero la jornada esco-
lar terminaba a las cinco de la tarde cuando como par-
vada estruendosa partían los alumnos a casa.329

Por esos años la política educativa profesaba la


laicidad. Sin embargo en Colima, donde era muy pro-
fundo el arraigo religioso, muchos maestros la pasaban
por   alto   y   los   maestros   “dizque   laicos”   enseñaban   a   los  
niños de forma obligatoria una idea de Dios, tema que
figuraba en el programa de moral. Se utilizaba, por
supuesto, como parte de esta enseñanza el catecismo de
Ripalda, esta clase se daba los sábados como ya ante-
riormente lo hemos visto durante mi infancia. Otros
maestros trataron de seguir la política nacional y no
seguían estas costumbres, como Victoriano Guzmán o
Cenobio González, situación que a pesar de ser el go-
bernador de tradición liberal lo veía con desagrado, ya
que era más bien moderado.330 No obstante, creo que
intentó ser progresista y gobernar con relativa indepen-
dencia del obispo Velasco; pero Colima para esas fe-
chas aún no tenía una fuerte tradición liberal. Final-
mente tuvo que dejar la gubernatura, se dice que por
culpa de sus amigos que lo adulaban y agasajaban con
fiestas.331

Pronto me di cuenta que la vida no era tan fácil,


ni tan diligente como yo la imaginaba. Desde entonces
he tenido que saltar a la palestra para defender mis
ideas, mis acciones y en Colima empecé a responder
193
ante las acusaciones que se hacían por los rivales y
enemigos que nunca faltan.

Alguien nos criticó diciendo que lo que más falta


hacía en Colima era la educación superior, y no las es-
cuelas primarias, como lo señalaba un artículo del se-
ñor Esquivel Obregón, intitulado La instrucción supe-
rior es una cuestión capital para el Estado. Tuve que
contestar manifestando al autor que primero teníamos
que fortalecer la instrucción primaria creando nuevas
escuelas, con nuevos métodos y enseñanzas y que, pre-
cisamente en eso estábamos en Colima. Le expliqué
qué se estaba haciendo y cómo se había dividido la ins-
trucción primaria de la ciudad en tres secciones escola-
res: la central, la oriental y la occidental. La central
correspondía a la mayor con seis nuevos establecimien-
tos, una escuela católica gratuita y una particular. En
las otras secciones había en total siete escuelas oficia-
les, o sea que se habían aumentado a trece en total.

En estas nuevas escuelas se enseñaba química, fí-


sica, zoología, botánica, minerología, inglés, francés,
música, gimnasia, ejercicios militares, economía políti-
ca, dibujo y trabajos manuales, además de las antiguas
de lecto-escritura y matemáticas.

Por lo pronto se pensó más en reforzar la instruc-


ción primaria antes de instalar una institución de edu-
cación superior en Colima. No me enfadó tanto el ar-
tículo de Esquivel Obregón sino de quien tergiversó y
usó algunas de sus palabras para atacarnos. Ni modo, a
partir de entonces me percaté que no siempre iba a en-
contrar mis ideas y acciones bien recibidas.332

194
UNA NUEVA VIDA

Pronto me vería en los escenarios de la vida pública del


Estado, el 18 de julio de ese mi primer año de mi re-
torno a Colima me seleccionaron para ser el orador en
la conmemoración del fallecimiento del presidente Be-
nito Juárez y tuve que preparar un emotivo discurso
que diserté en el teatro Santa Cruz, éste fue apologéti-
co, dulce y romántico por mi admiración al persona-
je.333

El 2 de abril del siguiente año, 1893, otra vez me


subí a la tribuna para conmemorar una fecha en esa
época, gloriosa para la nación, porque dicho día en el
año de 1867 Porfirio Díaz había logrado la captura de
la ciudad de Puebla de manos de los conservadores. En
esa fecha se realizó la distribución de premios en el
teatro Santa Cruz, y tuve que hacer gala de mi oratoria
y sensibilidad poética, recitando un poema dedicado a
la batalla de Puebla del 2 de abril de 1867 cuando se
había distinguido el general Porfirio Díaz. El poema
apareció publicado en el Periódico Oficial El Estado de
Colima.334

Había aprendido de mi maestro Altamirano que


la distribución de premios debía ser solemne, espléndi-
da y conmovedora, nunca fiestas lujosas que insultan la
miseria pública, ni de adulación al poderoso. Estos fes-
tejos debían tener la solemnidad de la virtud y del sa-
ber, sin derroche, ni ostentación, porque eran las fiestas
para el porvenir; estos espectáculos debían endulzar los
momentos amargos y avivar la fe en el engrandeci-
miento del país.335

Durante las fiestas patrias de ese año me corres-


pondió otra vez ser el orador y declamar un discurso en
195
honor al libertador, el padre Hidalgo, precisamente en
el entonces llamado teatro Santa Cruz, donde la tradi-
ción menciona estuvo su casa durante el tiempo que
vivió en Colima, que fue muy breve, pero muy honroso
en la historia de mi tierra.

Ese día me atreví a decir, durante mi disertación,


que el teatro debería llevar su nombre: ¿Qué inscrip-
ción, qué mármoles o bronces, qué monumentos re-
cuerdan a las nuevas generaciones y advierten al via-
jero que esta casa fue habitada por el más grande de
nuestros héroes...?336 y les hice hincapié que en otros
países se conservaba con veneración las casas donde
habían habitado sus invictos personajes históricos.

Creo que con aquel discurso desperté las con-


ciencias y poco tiempo después se borró el nombre de
Santa Cruz y se puso el digno nombre de nuestro invic-
to  héroe   quedando   como   hasta   hoy   “Teatro   Hidalgo”. 337

Muerte de mi madre

Lamentablemente ese año un terrible suceso entristece-


ría mi vida. Mi madre, mi adorada madre, falleció ape-
nas unos días después de mi sentido discurso al bene-
mérito Benito Juárez; el 30 de julio de 1892, doña Ig-
nacia Q. de Torres, nos dejaba para siempre después de
una penosa enfermedad.

196
Nota del periódico oficial El Estado de Colima, del 30 de julio de
1892, donde se comunica la muerte de la madre de
Gregorio Torres Quintero.

Desde el año anterior a mi llegada, empecé a te-


ner noticias de los problemas de salud que sufría doña
Nachita; por eso, en aquel lejano 11 de enero de 1891
publiqué   mi   primer   poema   titulado   “La   Madre   India”.  
En ese aciago momento recordaba una frase del poema
que  decía:   “Si   no  te  hubieras   ido”.338

Años más tarde le dedicaría otro poema que en-


tonces   titulé   “La   oración   del  hijo”:

“Es  mi  madre  mi  tesoro,


Yo la adoro;
¿No veló junto a mi cuna?
Cual ninguna.
¿No cuido de mi niñez?
Cierto es.
Ella me enseñó a marchar
Y a charlar:
¡Qué paciencia, madre,
197
Eres santa,
Eres mi dulce sostén,
Caro bien!
A tu lado madre mía,
No hay falsía
Nada temo si te veo;
En ti creo.
Si yo sufro, rauda vuelas,
Me consuelas;
Tus palabras cariñosas,
Melodiosas,
Son divinas inflexiones,
Dulces sones!
Quiero feliz contemplarte
Y ensalzarte,
Trabajar por ti anheloso,
Cuidadoso;
Y en tanto viene la muerte,
Quiero verte!
¡Oh mi madre, mi tesoro!
Yo te adoro!339

INSPECTOR DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA

Hay momentos en la vida que todo le sale bien a uno y


otros todo lo contrario; 1893 fue distinto. En ese año
la vida me fue más generosa pues sustituí en la con-
ducción de la Instrucción Pública del Estado al nada
menos prestigiado anciano maestro Ramón R. de la
Vega, quien lo venía ocupando desde 1877. Por cierto,
en ese año también se denominaba Inspección, luego
cambió de nombres (primero como Junta directiva y
luego como Dirección, para después volver a ser Ins-
pección).

Las cosas sucedieron así: el 12 de enero de 1893


fui nombrado inspector de las Escuelas de Niñas y

198
Adultas en el Estado, continuando a la vez como direc-
tor de la escuela "Hidalgo". Al mismo tiempo Victo-
riano Guzmán fue nombrado inspector de las Escuelas
de Niños y Adultos del Estado, continuando como di-
rector   de   la   escuela   “Porfirio   Díaz”.   Fue   en   estos   nues-
tros primeros años de combate por la educación que
nos dimos a la tarea de preparar nuevos maestros; yo
logré que se titularan varias maestras y Victoriano, por
su parte, varios maestros.340

MI BODA

Con este nombramiento me sentí seguro y más confia-


do en el porvenir y me atreví finalmente a pedir en ma-
trimonio a Matilde. La presentación se hizo a principios
de abril y el matrimonio religioso el día 20 en la iglesia
de San Felipe de Jesús. Nuestros padrinos de la cere-
monia religiosa fueron el gobernador Gildardo Gómez
y su esposa Amada Mancilla de Gómez. Yo tenía en-
tonces veintisiete años y Matilde veintitrés; el matri-
monio civil fue el día 27 del mismo mes. Mi padre aún
vivía pero muy enfermo y de Matilde sólo vivía su
mamá doña Tránsito González. En ese entonces Matil-
de usaba todavía el apellido de su papá (Larios). Más
tarde se lo quitó. No tenía buenos recuerdos de él pero
muchas veces sólo ponía la L. En el matrimonio civil
tuvimos como testigos a Ignacio G. Vizcarra, Félix A.
Sánchez, Eugenio Z. Gómez y Miguel García Topete.
Y dio fe como prefecto político J. Trinidad Alamillo,
encargado del Registro Civil.341 Curiosas situaciones
nos hace el destino, quién me diría entonces que dos de
ellos se convertirían en mis enemigos y opositores en
1911, cuando propuse mi candidatura a gobernador del
Estado en oposición a la de Alamillo.342

199
Tuvimos una linda fiesta donde hubo muchos re-
galos, se mataron muchas gallinas y alguna res, la fiesta
se   animó   con   la   afamada   “Lira   Colimense”   y   también  
hubo mariachis; se brindó con mucho ponche como
eran las bodas de entonces. Echamos como se dice la
casa por la ventana, pues asistieron muchas personali-
dades del Colima de entonces, entre éstos el propio go-
bernador, además yo ya era funcionario de su gobierno.

Esa noche declaré con pasión a Matilde:

El amor me sujeta a tus brazos más fuertemente


que el cielo a las estrellas; tu imagen me seguirá [por
siempre] y me alentará cuando me vea acosado por
muchos enemigos. Tu amor y mi valor nos han salvado.
Me  has  concedido  la  [vida],  y  […]  yo  seguiré  siendo  tu  
esclavo hasta la muerte!343

Tuve la oportunidad de obtener una casita en la


calle   “De   los   once   pueblos”   (hoy   calle   27   de   Septiem-
bre, número 36) donde vivimos nuestros primeros años
de matrimonio en Colima. 344

El siguiente año, 1894, con la llegada del nuevo


gobernador Francisco Santa Cruz,345 se reorganizó todo
el sector y se creó la sección de Instrucción y Benefi-
cencia Públicas dentro de la Secretaría de Gobierno
donde tuve el honor de ser nombrado, todo ello porque
este gobernador tenía la intención de reorganizar todo
el sector educativo y para ello me encargó realizar una
propuesta para la expedición de una nueva Ley de Ins-
trucción Pública.346

Yo me auxilié de varios compañeros maestros y


de mi buen amigo Victoriano Guzmán; nos pusimos a
trabajar bien duro para sacar la Ley de Instrucción. El
200
gobernador nos había pedido que en ella especificára-
mos bien las obligaciones escolares, los programas de
enseñanza, exámenes, vacaciones, premios y castigos;
y las recompensas que debían otorgarse a los maestros.

La ley fue promulgada en mayo de 1894 y el re-


glamento a principios de 1895. Por esta nueva legisla-
ción educativa del Estado se estableció por primera vez
la educación laica, gratuita y obligatoria en la entidad.
Más tarde la Sección de Instrucción y Beneficencia
Públicas se convirtió de nuevo en Inspección.347

La reforma que se hizo en esos años planteaba la


instrucción primaria en seis años divididos en tres cur-
sos, cada uno en dos años, denominándose: curso infe-
rior, curso medio y curso superior. Los dos primeros
conformaban la instrucción primaria elemental y eran
obligatorios; el tercero constituía la instrucción prima-
ria superior. En este caso era sólo para aquellos que
quisieran obtener mejor formación y también para los
que seguirían estudios superiores.

Se planteó que cada curso tuviera un maestro


aunque en algunos pueblos no se podía organizar de
esta forma al tener pocos alumnos.

Muy importante fue el intentar cambiar las insta-


laciones educativas y su equipamiento. Por ejemplo, se
empezaron a utilizar los mesabancos unitarios en lugar
de las largas mesas para diez o doce alumnos propias
del sistema lancasteriano. También se consiguieron
nuevos materiales didácticos como cajas de sólidos,
mapas, cartas anatómicas, pesas y medidas, láminas
para impartir lecciones, ábacos de madera y de metal y
algunos aparatos de física y química con la intención de
empezar a organizar los gabinetes de estas materias.
201
Además, había estantes, relojes, útiles geométricos,
esferas terrestres y libros de lectura. Y el nuevo edificio
de la elegante escuela Porfirio Díaz que actualmente
existe en los terrenos del que había sido el convento de
La Merced.

Pusimos mucho hincapié en reprimir la pésima


costumbre   de   los   maestros   “tomadores   de   lecciones”  
que basaban su enseñanza sólo en el aprendizaje de
memoria de los libros de texto y atacamos insistente-
mente la horrible costumbre de los castigos infamantes:
reprensiones en privado, notas malas o privación par-
cial del recreo. También se prohibió decir a los alum-
nos palabras ofensivas o ponerlos en ridículo.

Se seguirían dando premios y distinciones y se-


guiría la costumbre de colocar el cuadro de honor, por
ejemplo. Las escuelas dejarían de funcionar los sába-
dos para que los papás llevaran los niños a la doctrina
religiosa.348

El reglamento recién elaborado contemplaba en


el artículo tercero, entre mis obligaciones como inspec-
tor, la organización de una serie de reuniones con el
magisterio   denominadas   “Conferencias   Pedagógicas”,  
donde tratábamos temas y además compartíamos y dis-
cutíamos los problemas educativos, siempre con el
ánimo de apoyarnos mutuamente. Si nosotros habíamos
tenido la oportunidad de aprender con distinguidos
maestros y habíamos entrado en contacto con las nue-
vas tendencias educativas, sentíamos la obligación de
difundir todas estas nuevas ideas entre nuestros compa-
ñeros. Normalmente las preocupaciones iban sobre los
temas para los exámenes y los libros de texto más
apropiados, aunque salían otra serie de preocupaciones
que nos proporcionaban una clara idea de lo que se ne-
202
cesitaba. Los problemas se discutían en las distintas
comisiones elegidas para cada uno de los temas pro-
puestos; recuerdo que para la selección de libros de
textos quedaron: Soledad Romero, Carolina Vogel,
Victoriano Guzmán, Macario Alcaraz y Donaciano
Niestas. En la segunda comisión sobre la selección de
los temas para los exámenes estuvieron: Guadalupe
Vizcarra, Margarita Rodríguez Paz, Miguel Díaz, Mi-
guel Rivera y Bartolomé S. Morfín. En una de las
reuniones yo pedí que se imprimiera una aritmética
escrita para el primer año realizada por Victoriano
Guzmán. Estaba muy bien elaborada y consideraba que
nos prestaría grandes servicios. También manifesté que
se tuviera mucho cuidado en la enseñanza de la moral
ahora que la escuela era laica porque se estaban reci-
biendo muchos ataques por la prensa religiosa del país.

En una de las sesiones, la directora de la Escuela


Superior de Niñas, la maestra Soledad Romero, nos
hizo saber que hacían mucha falta una serie de libros y
equipo para las niñas pobres del establecimiento, algu-
nos urgentes como mesas y pizarras. Los libros que
pedía eran el Lector Hispano Americano, el Curso ele-
mental de enseñanza científica de Pablo Bert en la tra-
ducción que yo había hecho, la Gramática Castellana
de Tomás V. Gómez, la Geografía de Ezequiel A.
Chávez, uno de Cálculo Mental traducido y arreglado
por el profesor Miguel Rivera y el libro de Lectura de
Mantilla.349

Entre las anécdotas muy lindas que recuerdo de


mis años de funcionario de Colima, y que ya en parte
platiqué en el primer capítulo, fue la visita del ciuda-
dano guatemalteco Juan Pedro Didapp, quien acudió a
nuestra oficina pulcramente vestido de jaquet, sombre-
ro duro y bastón. Entonces don Alberto Betancourt era
203
el secretario general de Gobierno y mi oficina estaba
junto a su despacho; teníamos la ventaja de tener un
balcón que miraba al sur de la ciudad. Recuerdo que
salimos en esa ocasión al balcón y Juan Pedro se sor-
prendió con la belleza del paisaje: el caserío de techos
de teja roja entre el bosque formado por tabachines en
“floración   lujuriosa,”   entonces   le   salió   del   alma,   como  
ya dije, un ¡Oh, esto es hermoso! ¡Nunca había con-
templado cuadro semejante! ¡Esta vista es para inspirar
aun a los que no son poetas!350

Mi despacho se encontraba junto a otro salón más


pequeño donde se hacinaban los escritorios de los em-
pleados y, en un rincón, yacían cartapacios y rollos de
papeles, amontonados y en desorden a manera de im-
provisado archivo, limpiado fervorosamente por Ro-
drigo Álvarez (servicial seminarista, incluso amante de
la poesía) quien, con gran plumero y un trapo, sacudía
el polvo echándolo de un lugar a otro. Alberto Betan-
court (el secretario de Gobierno) le decía: Rodrigo…  
¿cuándo arreglarás esos montones de papeles, esos
trebejos —bienes mostrencos— que dan tan feo aspec-
to? Y esta inculpación se oía con periodicidad diaria…
Temía además la llegada de nuevas masas de papeles y
cachivaches, pues sudaba la gota gorda para acomodar-
los, ya que no tenía otro lugar donde ponerlos. Pode-
mos imaginarnos la cantidad de papel que debió acu-
mularse pues entonces todas las escuelas dependían del
Estado.351

Durante mi época de inspector tuve la oportuni-


dad de recorrer el Estado visitando las escuelas, a veces
con experiencias interesantes que guardo en la memo-
ria; algunas de éstas las introduje muchos años más
tarde en mi libro Cuentos Colimotes. Una fue la caza de
un caimán en las afueras de Manzanillo:
204
Recorría el estado visitando escuelas, acompa-
ñado de un gendarme. Hacíamos aquel recorrido a ca-
ballo caminando a veces por cerros, otras por cañadas
y también por llanuras. Cruzábamos ríos y bordeába-
mos lagunas.
En cierta ocasión, descansando a la orilla de un
río, el Salado, pasaron volando dos cocochas (garzas
color chocolate) y se posaron en la ribera opuesta.
Préstame su rifle, dije al gendarme.
¿Para qué?
Para tirarle a esas cocochas.
—Será tiro perdido, replicó. Tienen puras plumas.
—Veremos. Voy a tirarle a la de la derecha.
Fue un tiro certero; la cococha quedó en la are-
na, muerta como de rayo.
El gendarme se quedó boquiabierto. No sabía él
que yo tiraba.
Pues bien, una mañanita salimos de Manzanillo
a caballo, rumbo a Camotlán y al Mamey. Teníamos
que bordear la laguna de San Pedrito. El camino era an-
gosto e iba sobre un paredón alto, en la falda del cerro.
A nuestros pies, como a cinco o seis metros
abajo, se extendía la laguna. No estaba muy llena, en
vista de que estaba abierta la boca por la que se vacia-
ba en el mar; y había, por lo mismo, varios espacios
secos como islotes, unos descubiertos, otros sombrea-
dos por mangles.
La luz del sol. Todavía dorada, comenzaba a
alumbrar aguas, islas y mangles.
En un espacio seco, un gran caimán descansaba
indolentemente, con las enormes tapas abiertas, es de-
cir, con el hocico abierto, absorbiendo con fruición la
naciente luz del padre del día.
No sabemos que significará aquello. Pero es un
hecho sabido por todos. Parece que los caimanes gus-
tan de beber la luz del sol matinal. Si están por grupos
de a cinco o diez, toman las posturas más extravagan-
tes, pero siempre con las tapas abiertas hacia el sol,
inmóviles, extáticos, como en mística adoración.

205
—¿Le tira? — me preguntó el gendarme desci-
ñendo el rifle que llevaba al costado de la silla.
—Si, le contesté. Pero no con el rifle, sino con
mi pistola.
—Tiro perdido, señor. Con el rifle, la cosa es
más segura.
Rechacé el rifle y saqué mi pistola.
El animal estaba allá abajo, como a treinta o
cuarenta metros de distancia. Yo, arriba en el paredón,
y a caballo.
Mientra mantenía yo aquella conversación y ha-
cía mis preparativos, no noté que unos vaqueros, que
venían también de Manzanillo, se habían detenido si-
lenciosamente detrás de nosotros. Y eché esta bravata,
creyéndome sin más testigo que el gendarme.
—Para matarlo, necesito meterle la bala entre
los dos ojos. Si le doy en otra parte, aunque herido, se
meterá en el agua, y no sabremos después de él. ¡Fijese!
Apunté y disparé.
Del punto medio entre los dos ojos, exactamen-
te, brotó un chorro de sangre a bastante altura. El ani-
mal cerró las tapas, se agitó un momento y quedó
muerto en su propio lugar.
—Caramba! ¡Qué tiro! Gritaron a mi espalda.
Eran los vaqueros, que hasta ese momento vi.
—¡Señor! —exclamó el gendarme. ¡Yo no me
le pongo ni a cien metros de distancia!
El enfundó su rifle y yo mi pistola.
Los vaqueros se nos juntaron para hacer el viaje
acompañados. Y era de oír al gendarme alabar no se
cuántos buenos tiros que había hecho yo con su rifle.
Desde ese momento, querían que disparara so-
bre todo bicho viviente que se atravesaba en nuestro
camino: un loro, una chachalaca, un zopilote, una
aguililla, un quelele (quebranta-huesos) o bien un co-
nejo, un mapache o una serpiente.
Pero me negué siempre.
Después de aquel tiro magistral, no quería echar
por tierra mi fama... 352
206
MIS PRIMERAS OBRAS
La muerte de mi madre, la circunstancia de estar en
Colima al frente de una escuela modelo y más tarde al
frente del sector en la Inspección, me hicieron darme
cuenta de la ausencia de textos adecuados a los estu-
diantes de la primaria. Mi primer preocupación fue la
falta de libros de moral práctica.353 Con la escuela laica
se dejó de lado la enseñanza de la moral creyéndose
que tanto la familia como la iglesia iban a otorgar esta
formación. Sin embargo las nuevas corrientes hablaban
de una moral práctica que debía aplicarse en la escuela,
conocía el libro del francés Gabriel Compayre y me
propuse hacer la traducción de algunos de sus capítulos
de la última edición en francés. Este fue el primer libro
que puedo decir salió de mi mano, aunque sólo fue una
traducción, lo publicó el gobierno del Estado en 1892,
en la imprenta a cargo de Francisco Munguía con el
título Resúmenes y lecturas del curso de moral teórica
y práctica.354
Después me encontré con el libro de otro autor
francés Gustave Ducoudray, también de moral y asi-
mismo lo traduje y también lo publiqué en Colima. Mi
preocupación por la enseñanza de la moral se debía
mucho a las enseñanzas de mi maestro Altamirano,
quien siempre nos enfatizó que debíamos enseñar mo-
ral, no religión. Hablamos de la Moral universal, de
aquella que no está fundada en religión ninguna [...]
sino que es como decía Cicerón, la ley única siempre
una e inmortal que abraza todas las naciones y todos
los tiempos.355
También me di a la tarea de escribir una serie de
artículos, casi todos de preocupaciones pedagógicas
que estaban de moda, como la enseñanza objetiva por
lo que escribí   una   serie   de   “lecciones   de   cosas”.   Las  
207
primeras desde 1892 en la afamada revista La Ense-
ñanza Objetiva que se publicaba en la capital desde
1874; publicación que había introducido las nuevas
corrientes de la pedagogía tanto europea como mexica-
na, donde aparecían artículos de Johann Heinrich Pes-
talozzi, Friedrich Froebel, o del mexicano J. Manuel
Guillé, este último, uno de nuestros primeros pedago-
gos mexicanos, y de muchos más. A esa revista envié
mis primeras lecciones de cosas sobre: Las ovejas, Una
hoja, Las hortalizas, El campo, Las aves de corral, La
colmena, La pesca y muchos más. Estas lecciones se-
guían principios didácticos básicos: ir de lo simple a lo
compuesto, de lo fácil a lo difícil, de lo concreto a lo
abstracto, de lo conocido a lo desconocido. Despertar la
curiosidad del niño y no aburrirlo más insertar la nove-
dad para estimular la curiosidad eran los objetivos. Lo
importante era iniciar mostrando el objeto y de ahí paso
a paso por medio de preguntas ir dando una serie de
conocimientos, por ejemplo, en la lección sobre la sal,
se empieza preguntando:

¿Qué es esto?
—Sal
¿En que estado la ven?
—En estado sólido
¿A qué reino pertenece?
—Al reino mineral
¿De que color es?
— Blanca
¿Qué forma tiene?
—No tiene forma está compuesta de muchos granos...356

Y así seguía hasta lograr dar una descripción


completa del objeto; por eso, se denominaba enseñanza
objetiva porque se partía del objeto. Publiqué Leccio-
nes de Cosas desde noviembre de 1892 en la revista de

208
Colima La Educación Moderna, luego en la revista
dirigida ya por mí La Educación Contemporánea; des-
pués los seguí publicando hasta diciembre de 1908 en
la revista que por muchos años también dirigí La Ense-
ñanza Primaria pero ya en la ciudad de México.357
Había aprendido que la forma más natural para
estimular la atención al conocimiento era asociar lo
agradable con lo instructivo, saber despertar la curiosi-
dad y el deseo de aprender, instinto muy activo en la
infancia. Además cuando se obtiene éxito esto les causa
un gran placer a los alumnos y se les intensifica más su
deseo de aprender más y más.358
Durante los años que estuve viviendo en Colima,
además de las dos traducciones mencionadas, publiqué
otros libros: primero el de Versos, cuentos y leyendas,
que apareció en 1893. En este aparecieron algunos de
los primeros cuentos que hice; años más tarde, los re-
uniría junto con los publicados después en diferentes
medios en una de mis últimas obras Cuentos Colimotes
que se publicó hasta 1931. Dos años más tarde, en
1895, hice otra traducción esta vez de un libro de corte
científico –la obra del francés Paulo Bert– que apareció
con el título en español de Curso elemental de ense-
ñanza científica de Pablo Bert, ambos editados por la
imprenta del gobierno del Estado. Por supuesto, escribí
multitud de artículos en las dos revistas que organiza-
mos Victoriano Guzmán y yo, la primera La Educación
Moderna que empezó dirigiéndola Victoriano y luego
le seguí yo; y la segunda a la que le cambié el nombre
en 1895 a La Educación Contemporánea. Cuando dejé
Colima, entregué nuevamente la dirección a Victoriano
Guzmán y cuando éste se fue al territorio de Tepic,
como delegado de Educación se la dejó al profesor Mi-
guel Díaz. Yo les seguí enviando artículos hasta 1910

209
cuando la revista dejó de publicarse en enero de 1911.
En esas revistas publiqué multitud de artículos y poe-
sías. También me animé a seguir publicando en varias
revistas de la capital como las ya mencionadas Ense-
ñanza Objetiva, El Renacimiento y La Enseñanza Mo-
derna donde publiqué varios artículos sobre moral
práctica.

En 1897 la revista La Educación Contemporánea


había alcanzado un gran tiraje; se vendían cien suscrip-
ciones desde Colima que nos proporcionaron un capital
de diez pesos. Se repartía en otros estados de la Repú-
blica y hasta en algunos países del extranjero. Funda-
mos también Victoriano y yo la Sociedad Pedagógica
Colimense para que se divulgaran las ideas pedagógi-
cas de la nueva escuela y así motivar más su desarrollo.
En 1896, a la muerte del querido maestro Ramón R. De
la Vega, se le puso su nombre a la Sociedad; él falleció
ese año el seis de noviembre. De esta forma honrába-
mos la obra incansable de este promotor de la educa-
ción colimota: un ser de grandes cualidades que dedicó
su vida al desarrollo de su tierra adoptiva pues circuns-
tancialmente había nacido en Zapotlán El Grande, Ja-
lisco, pero desde muy pequeño vivió en Colima. Fue
militar, político, industrial, estadista, maestro, pero so-
bre todo, progresista y filántropo. El Colima de su épo-
ca le debe mucho y nosotros de forma sencilla ponién-
dole su nombre a nuestra sociedad pedagógica preten-
díamos honrar a quien tanto debíamos.

Matilde curiosa

Un primero de agosto de 1898 cuando regresaba del


trabajo Matilde me interpeló desde la entrada de la ca-
sa, donde ansiosa me esperaba.

210
—¡Gregorio! ¡Llegó un telegrama de la ciudad de
México! Es de tu maestro Luis E. Ruiz el ahora director
general de Instrucción Primaria; recuerdo que tú me
contaste que fue creada esta dirección en 1896 bajo su
cuidado. ¡Por favor, ábrelo! Me muero de ansias por
saber qué dice.

—¡Calma, mujer, calma! Ya veremos.

Luego de leerlo rápidamente, le dije:

—¡Qué crees! Me invita a irme a trabajar con él a


la capital. Me ofrece el puesto de oficial segundo inte-
rino de la dirección, en lugar de Andrés Oscoy, quien
solicitó permiso por seis meses. ¿Qué opinas? ¿Nos
vamos?

Me pide le conteste de inmediato. En el telegra-


ma me pregunta ¿Le conviene a Ud. venir a esa plaza?
Conteste por telégrafo y si acepta venga inmediata-
mente.359

—¿Qué dices? Reiteré la pregunta a mi emocio-


nada esposa.

Yo no lo pensé mucho, y ella tampoco; Matilde


tenía ganas de conocer la ciudad de México. A ambos
nos pareció una experiencia increíble, una gran oportu-
nidad. Ella sólo repetía ensoñadora: ¡Cómo será cono-
cer la capital! ¡Qué emoción!

Al día siguiente, enseguida, le contesté afirmati-


vamente al maestro con parto desde luego y nos pusi-
mos a hacer las maletas. No podíamos llevar muchas
cosas en vista de que el viaje sería muy penoso porque

211
gran parte de él lo haríamos a caballo o en mula hasta
Guadalajara donde podríamos tomar el tren.

Lo único que nos daba tristeza era dejar a la fami-


lia. Aunque ahora faltaban nuestros padres ya para en-
tonces, Trini —la hermana de Matilde— estaba casada
con Mariano S. Gómez, quien acababa de ser nombra-
do oficial de la oficina de correos de Colima por el pre-
sidente de la República360 y juntos habíamos hecho una
buena mancuerna. Nos llevábamos de maravilla, y te-
níamos una nueva familia con quien compartir.

Estuve en Colima hasta los primeros días de


agosto. Con fecha 4 de agosto de 1898 solicité licencia
por seis meses para pasar a la capital de la República a
desempeñar el empleo de oficial segundo interino de la
Dirección General de Instrucción.

El gobernador me hizo una emotiva despedida


donde expresó lindas palabras sobre mi acción al frente
de la educación en Colima y la influencia que ejercí en
su reforma y en las revistas pedagógicas que dirigí.

Al término de la licencia hice mi renuncia defini-


tiva, la que fue aceptada el 9 de febrero del siguiente
año. Cerraba la etapa colimense de mi vida. En ese en-
tonces no sabía que jamás volvería a vivir en el terruño,
pero el instinto me decía que esta vez mi separación
sería permanente. En aquella ocasión agradecí al go-
bernador y a los funcionarios de su grupo todas las
atenciones recibidas; él, a su vez, en mi hoja de servi-
cios expresó su agradecimiento en el documento que se
me expidió el 19 de mayo de 1899.

Serví a Colima del 15 de marzo de 1883 al 4 de


agosto de 1898.
212
Cuando mi maestro y después jefe, Luis E. Ruiz
publicó su famoso Tratado Elemental de Pedagogía,
publicado en julio de 1899, expresó sobre Colima y mi
persona lo siguiente:

El pequeño y simpático estado de Colima va


también a la vanguardia. Entre los alumnos que envió
a la Escuela Normal de México, debemos mencionar a
nuestro distinguido discípulo el profesor Gregorio To-
rres Quintero, quien al volver a su estado natal se de-
dicó con empeño a la reforma de la escuela primaria,
ya como director de la Escuela Hidalgo, ya como Ins-
pector General de Instrucción Pública. A él se debe la
redacción de la Ley de Instrucción Primaria y el Re-
glamento de Escuelas, y difundió la doctrina pedagó-
gica moderna por medio de conferencias y de su pe-
riódico   "La   educación   contemporánea”.  Los  goberna-
dores D. Gildardo Gómez y Coronel Francisco Santa
Cruz son los creadores en ese suelo de la escuela pri-
maria moderna, puesto que en tiempo del primero se
implantaron allí las doctrinas de la Escuela Normal y
en tiempo del segundo se dio la instrucción, la organi-
zación adelantada que hoy hace de aquel pequeño Es-
tado un foco de ilustración.361

Por cierto, en el libro me agradece haberle revi-


sado las pruebas antes de su edición.362

213
CAPÍTULO SÉPTIMO
MIS MEJORES AÑOS PROFESIONALES

El mentor que se hace querer al mis-


mo tiempo que respetar, merece dig-
namente el nombre de Maestro.
Simón Manzano.363

—En el camino a la capital Matilde me vino haciendo


mil preguntas sobre la ciudad de México. Sus dudas se
seguían unas a otras pues a cada momento insistía con:
“Gregorio,   ¿en   dónde   vamos   a   vivir?”,   “¿cómo es el
clima?”,   “¿cuál   será   la   ropa   adecuada   que   debo   usar?”,  
“¿dónde compraremos los alimentos?”,   y   así,   la   mayor  
parte de la travesía porque quería saber todo acerca de
la vida en la ciudad.

Era tanta su emoción, que no paraba de interro-


garme; yo, sosegadamente, le decía,   “¡calma,   calma,
mujer!”   y,   para   tranquilizarla,   le   sugería   que   viera   el  
camino; ni modo, al rato volvía a la carga y, de nuevo,
tenía que calmarla platicándole sobre la vida en México
y como muy pronto iba a adaptarse. Le comenté que
había dejado muy buenos amigos en la ciudad, y de
seguro nos iban a auxiliar; algunos ya estaban casados
como nosotros así que sus esposas la pondrían al tanto
de lo que se le ofreciera. Por fin, me hizo caso y empe-
zó a mirar el camino. Era la primera vez que Matilde
viajaba tan lejos y hacia el norte de Colima, así que,
sin darse cuenta, el espectáculo pronto la atrapó por
completo.

Tomamos la diligencia que pasaba por El Trapi-


che, San Jerónimo (después Guatemotzin), Alcaraces,
Quesería y Tonila.364 En el mesón de San Marcos nos

215
bajamos para seguir yo a caballo y ella a lomo de mula.
Franqueamos las siete terribles cañadas de las faldas
del   volcán,   llamadas   por   su   dificultad   “los   siete   peca-
dos   capitales”.   En   éstas,   a   veces   los   pasos   eran   tan es-
trechos que no podían pasar dos caravanas en sentidos
opuestos a la vez; por eso, el guía antes de entrar grita-
ba muy fuerte o bien soplaba su cuerno para dar aviso;
si venía otra en sentido contrario había que esperar has-
ta que pasara. En varias ocasiones, miré como Matilde
se agarraba nerviosamente de su montura cuando pasá-
bamos por las estrechas veredas junto al abismo.

Empezábamos las jornadas a las cuatro de la ma-


ñana para aprovechar el tiempo fresco; cabalgábamos
casi todo el día hasta cerca de las cuatro de la tarde pe-
ro en el camino almorzábamos unos chilaquiles, y des-
cansábamos un ratito antes de seguir el camino   “entre  
los gritos de ¡Arre la caponera! ¡Más apriesa! [sic]
¡Alto! ¡Atájelo! ¡Otro trago, compadre!365 Hasta llegar
al mesón del Platanar donde dormimos. Al día si-
guiente seguimos hasta el mesón de Atenquique y el
próximo continuamos el camino por Tamazula, Zapo-
tiltic y Zapotlán”.

Matilde no dejó ni un momento de gozar la ma-


jestuosa naturaleza de las faldas de los volcanes con su:

… ropaje verde, salpicado de catarinas moradas, ama-


rillas y blancas; estrellas de cinco hojas, cempasúchi-
les silvestres, escobetillas azules, cien colores, lirios,
violetillas moradas, nacarados ramilletes de la viuda,
cabellos de ángel, y arrogantes flores de teja, con el
corazón de terciopelo morado oscuro.
Parvadas de tordos negros y alegres golondri-
nas, pasaban sobre nuestras cabezas e iban a posarse
en   los   altos   pinabetes…   [sólo]   el   ruido  de  los  madro-

216
ños y pinabetes, mecidos por el viento [,] donde revo-
loteaban las calandrias de pecho amarillos, los rojos
cardenales, los negros mulatos... a cuyo concierto unía
quejas  la  paloma…366

El Nevado de Colima lucía una túnica azulada,


salpicada de nítidas nubes, los picachos altos cubiertos
de nieve y en sus obscuras barranquillas, sombreadas
por corpulentos madroños, pinos y encineros, bañados
algunos por las blancas hebras del heno; cantaban mil
pajarillos que se perdían entre las modulaciones y ba-
rrancos de la arrogante montaña.367

En Zapotlán tomamos la diligencia a Guadalaja-


ra. El carruaje no fue nada cómodo, tenía dos pisos: el
superior, llamado pescante, estaba abierto al rayo del
sol y expuesto a la lluvia, y por eso estaba considerado
como de segunda clase y el inferior en donde fuimos
nosotros con otras siete personas más o menos. En el
exterior iban algunos hombres bien armados cuidando
nuestra seguridad; eran tiempos frecuentes de asaltos,
los caminos se encontraban asolados por los bandidos,
algunos bien escondidos en las cuevas del Nevado.368

La ruta que seguimos fue por Amatitlán, Sayula,


Zacoalco, Acatlán y Tlajomulco para finalmente llegar
a Guadalajara. Matilde pudo apreciar los cambios sig-
nificativos del paisaje; dejamos atrás la tropical natura-
leza y nuestros volcanes para entrar en los grandes la-
gos y valles de la vasta planicie del sur de Jalisco.369

Guadalajara la impresionó mucho, y me preguntó


sí así de grande sería la ciudad de México. Sonriente le
dije: ¡Mucho más, mujer! ¡Mucho más!

217
Descansamos sólo una noche en un hotelito cerca
de la estación porque al día siguiente tomaríamos el
pullman a la capital. Era más rápido y exclusivo ya que
la cama baja costaba doce pesos y la alta diez; también
se tenía derecho de ir al carro comedor.

La estación del ferrocarril de Guadalajara era


pintoresca, un gran jacalón al que entraban de reverso
los trenes, tenía cuatro vías, estaba situada en el final
de la Avenida 16 de septiembre, formando un tapón
con la calle Ferrocarril al frente (atrás de Aranzazú), a
un lado, un callejón, después, la prolongación de la
Avenida Corona, que llegó hasta la calzada, pero esto
ya era un terreno despoblado. La estación tenía un
ambiente pueblerino; una cerca de madera limitando la
entrada por 16 de septiembre que doblaba por el lado
de Manzano en donde estaba la entrada. 370

Era un andén hasta cierto punto espacioso para


las necesidades de una época, en que el único medio de
viajar era en ferrocarril, pues no había carreteras y todo
eran brechas con atascaderos durante las lluvias. La
llegada de los trenes era un acontecimiento, aquella se
convertía en una feria de cargadores con número que
trataban, como sucede hasta hoy de ayudar a cargar las
maletas.

Comimos una sabrosa birria en los alrededores de


la estación, por la calle Manzano donde había muchí-
simos puestos. En la esquina de Ferrocarril y Manzano,
estaba un edificio de dos plantas que albergaba a la
contaduría de la División y a las oficinas del jefe de la
Estación; el ingreso al público estaba por la plazoleta
(prolongación de Manzano), donde se encontraban las
oficinas de boletos y el que los recogía sentado en un
banco alto, tenía una gran campana, la cual tocaba para
avisarle a los pasajeros de la partida del tren. 371
218
Por fin llegamos a la ciudad de México luego de
un viaje agotador, pues lo hicimos a la carrerita, ya que
yo tenía que presentarme cuanto antes en el nuevo tra-
bajo; por eso, sólo descansamos lo necesario en cada
trayecto donde hicimos los cambios de transporte.

La entrada a la ciudad volvió atraer intensamente


a Matilde quien comprobó lo grande que era. Yo le pro-
testé: —“¡Ah,   no   me   creíste!”   Para   entonces   la   ciudad  
contaba con más de trescientos mil habitantes (cuatro
veces más que todo el estado de Colima) y ocupaba una
gran extensión de territorio.

En ese momento me percaté la trascendencia del


cambio que se iba a efectuar en nuestras vidas. La ciu-
dad de México era el lugar más prestigioso de la vida
nacional porque los cargos que se ejercían ahí propor-
cionaban, además de reputación, la posibilidad de gene-
rar una buena carrera. Ahí habitaban las elites lo cual
significaba estar más cerca del poder. Ser empleado
público   era   una   de   las   ocupaciones   “más   honorable   pa-
ra   la   gente   decente”   y   era   la   forma   de   obtener   un   rango  
social reconocido. Y, efectivamente, así lo fue.372

Llegamos a la estación Colonia,373 ahí tomamos


un coche de alquiler al Hotel Bazar, a dos cuadras del
Zócalo en el callejón del poniente Espíritu Santo casi
esquina con Plateros,374 donde nos quedaríamos algunos
días mientras encontrábamos una vivienda pequeña en
el centro cerca de donde había yo vivido en mis años de
estudiante. Esta primera casa fue algo provisional pero
cómoda, pues no sabíamos por cuanto tiempo estaría-
mos en la ciudad quizás sólo los meses en que iba a
sustituir al maestro Andrés Oscoy. Todavía no tenía
una certeza.

219
Lo primero que me pidió Matilde fue que la lle-
vara a la Villita a dar gracias a la Virgen para pedir su
bendición en la nueva vida que emprendíamos. Siem-
pre fue Matilde muy religiosa y en la ciudad así siguió;
luego encontró una iglesia a donde asistir a misa, aun-
que muchos domingos le gustaba oírla en la Catedral y
después pasear por el Zócalo que fue llamado así por la
base que se construyó para un monumento a la Inde-
pendencia que nunca llegó a ponerse; sin embargo, le
quedó este nombre.

Al llegar a la ciudad de México luego me pre-


senté a trabajar pues mi nombramiento corrió a partir
del 8 de agosto. Miré que no tenía ropa adecuada y pedí
a Matilde me acompañara a comprar algo propio de un
funcionario público; en aquel tiempo la moda de la ciu-
dad era muy a la europea. Compré un pantalón de paño
a rayas negras del país, pues los casimires y géneros
extranjeros estaban muy caros, una chaqueta obscura
del mismo material, camisa blanca con puños de percal
muy almidonados, chaleco negro, un pañuelo, y zapa-
tos cerrados también negros. Conjunto que completé
con un peine, un manguillo o pluma para escribir y mi
billetera. No tenía reloj con cadena.375 ¡Estaban caros!
Los ojos se me iban en los escaparates que los mostra-
ban en las joyerías del centro. Cuando hubiera más di-
nero, tal vez, por lo pronto: ¡No!

En ese entonces los nombramientos los hacía el


presidente de la República a través de la Secretaría de
Estado y del despacho de Justicia e Instrucción Pública;
ciertamente, el sueldo que iba a ganar era casi el mis-
mo que estaba ganando en Colima pero tenía mis aspi-
raciones a futuro y ya se vería después, por lo pronto,
me fijaron un sueldo anual de $1500 pesos con 15
centavos.376
220
El día trece me presenté a hacer la protesta co-
rrespondiente al tomar el cargo. El maestro Luis E.
Ruiz me hizo la reglamentaria pregunta: “Protestáis sin
reserva alguna guardar la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, sus fracciones y reformas,
las leyes que de ella emanen así como desempeñar leal
y patrióticamente las obligaciones del cargo que se os
ha conferido”.   Habiendo   contestado   “Sí,   protesto”   el  
ciudadano   director   agregó   “Si   así   lo   hicieres   la   nación  
os lo premie y si no, os lo demande”.377 Agradecí por
escrito al presidente de la República el nombramiento
otorgado, al secretario de Justicia e Instrucción Públi-
ca don Joaquín Baranda y por supuesto a mi nuevo
jefe, el maestro Luis E. Ruiz, quien tuvo la gentileza
de invitarme.378

Pasamos nuestra primera navidad y fin de año en


el frío de la capital, tratando de acostumbrarnos al cli-
ma y a sus distintas formas de vida. Pronto Matilde
localizó las calles de sus compras preferidas (San Fran-
cisco-Plateros). Como a todas las mujeres, le encantaba
la ropa y, sobre todo, la nueva que miraba en las tien-
das. Esta calle que por el lado oriente se llama Plateros
y hacia el poniente San Francisco, era una de las calles
de mayor prestigio donde se encontraban varias de las
más   prestigiadas   tiendas   como   “La   Parisiense”   y   la  
“Mercería   E.   Sommer”   que   vendía   también   joyería.  
Asimismo se encuentran dos hermosas iglesias colonia-
les —La Profesa y San Francisco— y las más bellas y
hermosas mansiones coloniales, como la majestuosa
casa de los marqueses de Jaral y Berrio, después llama-
da Palacio de Iturbide. A esta calle desembocan una
serie de pequeñas callecitas llenas de sorpresas para la
curiosa avidez de una provinciana como mi Matilde.

221
Cuando la podía acompañar los fines de semana
nos dábamos una vuelta por la gran Alameda, o bien
llegamos hacer algunas veces el agradable paseo por el
canal de la Viga.

Uno de los espectáculos que nos impresionó mu-


cho en esos años fueron las presentaciones de los glo-
bos aerostáticos, verdaderamente daba susto ver a esos
hombres paseándose por los aires. Cuando estaba pro-
gramado un vuelo este se anunciaba por medio de hojas
volantes y podíamos organizarnos para ir a contemplar
tales acrobacias. En 1907 vimos hasta un dirigible; lo
trajo don Ernesto Pugibet. Todos fuimos a ver el des-
pegue hasta el presidente Porfirio Díaz asistió. 379

A veces nos íbamos más lejos hasta Tacubaya.


Tomábamos el tren y nos bajábamos en plaza de Carta-
gena y de ahí seguíamos a pie hasta el cerro de Chapul-
tepec donde se levantaba el airoso palacio que habitaba
el Presidente; en ocasiones seguíamos hasta el Molino
del Rey por un sombreado camino lleno de grandes
fresnos.

Los últimos años la ciudad se encontraba en un


enorme furor reformista. Don Porfirio Díaz intentaba
convertirla en una moderna capital estilo europeo.
Aunque ello significara el derrumbe de algunos edifi-
cios queridos por los capitalinos tal como el teatro
Principal cuya última función la dio el 3 de octubre de
1900 con la ópera Aída. En su lugar se empezaron a
construir el gran teatro de Bellas Artes que no veríamos
terminado,380 pues la Revolución interrumpió la obra.381

Dentro de esta transformación se empezaban a


apreciar hermosos cambios como la avenida 5 de Ma-
yo. A pesar de tanta destrucción, muchos sitios ganaron
222
en belleza; esta avenida fue uno de ellos. 382 Fueron años
de gran transformación pues la ciudad antigua fue arra-
sada con nuevas avenidas como la de San Juan de Le-
trán, Arcos de Belén, Avenida Juárez y la Mariscala
─hoy   Avenida   Hidalgo─,   siguiendo   Puente   de   Alvara-
do, donde se derrumbaron varias casas antiguas para
ampliarlas y también algunas pequeñas calles como
“La   Palma”   llamada   así   por   la   famosa   droguería   de   La  
Palma; ahí estaba también la afamada camisería Ele-
gante y varias ferreterías y sastrerías.

Pronto me percaté que mi sueldo no era suficiente


en una ciudad donde el costo de la vida era más alto.
Entonces, empecé a hacer la lucha por conseguir algo
más. Además, mi cargo era de interino y, si quería que-
darme en la ciudad, debería buscar otra cosa. Las cir-
cunstancias me fueron oportunas cuando dos prestigia-
dos maestros de historia patria y general de la Normal,
Rafael Zayas Enríquez y don Francisco del Paso y
Troncoso, solicitaron licencia. Ello me condujo a mi
“alma   mater”   como   maestro de historia a partir del 27
de enero de 1899. Con estos nuevos nombramientos
mejoró mucho mi situación salarial.383 Con qué gusto
me presenté con mi antiguo director y maestro, don
Miguel Serrano todavía al frente de la escuela. Me
otorgó mis nombramientos y me llevó a presentar con
los   alumnos.   ¡Qué   gran   satisfacción   regresar   a   mi   “al-
ma   mater”,   ahora   en  la  tarima   del   profesor!

Andrés Oscoy no regresó al puesto de oficial se-


gundo en la Dirección de Instrucción Primaria; a mí, se
me volvió a otorgar el nombramiento hasta el 31 de
julio. En agosto nuevamente Andrés Oscoy solicitó
separarse del empleo por lo que yo seguí al frente.384

223
Nuestra vida seguiría suspendida de la cuerda flo-
ja por unos meses más. De cualquier forma, Matilde
estaba contenta viviendo en la ciudad. Yo veía que el
cambio no le había afectado mucho aunque extrañaba
su familia y nuestra tierra colimota. Fue el destino que
decidió que nos quedáramos en México; el maestro
Oscoy no regresó al puesto y tampoco regresaron los
maestros Rafael Zayas Enríquez y Francisco del Paso y
Troncoso, así que yo continué al frente de sus cáte-
dras.385 Finalmente, el 19 de agosto de 1899, recibí mi
primer nombramiento definitivo como profesor de his-
toria Patria y general en la Escuela Normal de Profeso-
res de parte del señor presidente Porfirio Díaz.386 Sin
embargo seguí sustituyendo a don Francisco del Paso y
Troncoso.

Ya con un trabajo definitivo, Matilde y yo conse-


guimos una casita en el número tres de la calle de las
Inditas frente a la Iglesia de Loreto, llamada así porque
en la esquina se encontraba el colegio fundado para la
educación de las niñas indígenas.387 Estábamos en pleno
centro de la ciudad apenas a cuatro calles del Zócalo;
me gustaba vivir en el centro porque todo lo teníamos
cerquita empezando por mi trabajo. Así, iniciamos el
nuevo siglo con muchas esperanzas en una ciudad ver-
sátil donde convivía una población muy heterogénea de
ricos y pobres.

Ese año invité a venirse de Colima a Manuel Ve-


lázquez Andrade, ex-alumno muy querido de Victo-
riano Guzmán. Un joven muy brillante e inquieto y
sobre todo muy buen deportista, al principio, Manuel
Velázquez Andrade estuvo como ayudante en la escue-
la elemental número 73 y, luego, en la escuela primaria
superior número 1. Por su interés en la educación física
se inscribió en la segunda reserva del ejército como
224
subteniente de infantería, gracias a ello fue nombrado
profesor de gimnasia y ejercicios militares en las escue-
las primarias superior número 1 y 2 de Atzcapotzalco;
asimismo, dio clases de gimnasia en las Normales. Se
distinguió de tal manera en esta actividad que años más
tarde fue comisionado a estudiar un curso de Educación
Física Pedagógica en Boston y después, en 1906, se fue
a Europa a estudiar la organización y funcionamiento
de los gimnasios en Estocolmo, Bruselas, Berlín y Pa-
rís. A su regreso fue nombrado inspector de Educación
Física.388 En 1910, escribió un libro sobre educación
física de primer a tercer año.389 Con el tiempo nuestras
actividades nos distanciaron, pero cuando teníamos
oportunidad   de   vernos,   nos   veíamos   en   el   “Café   de   la  
Concordia”,   en   la   esquina   de   San   José   El   Real   y   Plate-­
ros,390 momentos que aprovechábamos para ponernos al
día sobre los últimos acontecimientos en las vidas de
los amigos y sobre nuestra tierra colimota.

Pronto me percaté sobre la grave problemática


que existía en la instrucción primaria, especialmente en
la del Distrito Federal, aunque también al departamento
le correspondían las escuelas de los territorios. Recuer-
do mi enorme desaliento ante la falta de entusiasmo de
muchos maestros; la mayoría se preocupaban más por
mantener la disciplina que por enseñar. Eran maestros
que se la pasaban llamando la atención a los estudiantes
porque no estaban atentos, y terminaban expulsando a
los inquietos,391 sin preocuparse por motivarlos o en-
tenderlos. Los maestros no tenían formación en psico-
logía del niño y en pedagogía en general y, por lo tanto,
no intentaban mejorar su metodología.

En una ocasión visitando una escuela supe que


había un maestro que presumía de comprar varias re-
vistas pedagógicas. Esto me interesó y picado por la
225
curiosidad por ver cómo estaba aplicando las nuevas
ideas que circulaban en esta prensa, quise conocerlo.
¡Cuál sería mi desagradable sorpresa cuando me encon-
tré con un panorama desolador —un local en malas
condiciones— y el maestro que yo imaginaba bien pre-
parado pedagógicamente se la pasaba leyendo novelas,
mientras ponía a sus alumnos a repasar las lecciones de
lecto-escritura en el Silabario de San Miguel, cuando
ya estaban en circulación otros métodos como el del
maestro Rébsamen! En esa ocasión le pregunté: ¿por
qué no aplicaba los nuevos métodos de las revistas que
compraba? El muy cínico me contestó que esas revis-
tas las leería el próximo año cuando terminara de leer
todas las novelas que le cayeran este año en sus manos.

Entonces me dije: ¡Con estos maestros nunca ha-


remos nada. Pobre Patria!392

Durante 1901 hubo cambios en el Ministerio de


Instrucción Pública; los embates políticos entre el gru-
po de los científicos empezaron a ser muy fuertes y la
presencia omnímoda del secretario de Hacienda, José I.
Limantour, provocó la renuncia del ministro señor Joa-
quín Baranda, en su lugar fue nombrado el 6 de febrero
el licenciado Justino Fernández, quien había sido du-
rante los últimos años el director de la Escuela de Ju-
risprudencia. Un prestigiado personaje liberal que plan-
teó una reforma en el Ministerio al nombrar dos subse-
cretarios: don Justo Sierra393 y el licenciado Eduardo
Novoa.

Yo también tuve un altercado; entonces recordé


cómo mi mamá siempre me decía, Gregorio, cuida tu
lenguaje. Eso de ser muy franco y expresar tus ideas de
manera muy espontánea, no siempre agrada a la gente y
menos cuando son tus superiores. Por un error en mi
226
pago, se me ocurrió inconformarme por escrito con el
señor subsecretario en mayo de ese año, y me gané una
buena reprimenda, suspendiéndome en mi cargo por
todo el mes de junio.394 Era una situación que se apro-
vechó para señalar públicamente que había quejas en
mi contra, dizque porque trataba ásperamente al públi-
co y, seguramente, lo que le disgustó al señor subsecre-
tario fue que le señalara un error. Afortunadamente
hubo quien me conocía bien y me defendieron expre-
sando públicamente: que tal vez a los funcionarios no
les gusta la crítica pues Gregorio Torres Quintero es
un caballero muy amable; agregando que, por mi fran-
queza tampoco creían que el trabajo que leí en el con-
greso científico, del año anterior, donde comentaba
varios aspectos incómodos referentes al Ministerio de
Instrucción Primaria figuraría en la colección oficial
que estaba formándose con los trabajos presentados en
este Congreso.395

En julio regresé de nuevo al puesto. El mes de


ausencia lo aproveché para sacar algunos pendientes y
proyectos que tenía atrasados y de los cuáles comentaré
más adelante.   Di   algunas   charlas,   como   la   “Educación  
entre   los   antiguos   mexicanos”   en   la   Escuela   Nacional  
de la calle San Juan, en el colegio de profesores norma-
listas, mismo que publiqué en La enseñanza prima-
ria.396 Años más tarde lo mejoré y lo expuse también en
la   Sociedad  Científica   “Antonio   Alzate”.397

Ese año me puse en contacto con mi paisano Ra-


fael Martínez Rubio, apodado   en   Colima   “El   Duque  
Juan”, quien estaba viviendo en la ciudad de México.
Tuve un encuentro muy grato con él. Se decía que era
protegido de Gutiérrez Nájera, quien lo dio a conocer
en la Revista Azul. Entonces se encontraba encargado
de la biblioteca de la Escuela de Jurisprudencia ubicada
227
en el antiguo convento de la Encarnación, contiguo a
mi oficina; así que nos veíamos con cierta frecuencia.398

En   1901   ingresé   a   la   Sociedad   Literaria   “Cuauh-


témoc”   cuando   el   28   de   abril   presenté   mi   trabajo   de  
ingreso en la casa del maestro Manuel E. Villaseñor.
Ahora ya pertenecía a varias agrupaciones de carácter
literario y científico, entre ellas,   a   la   Sociedad   “Antonio  
Alzate”   —que ya había mencionado anteriormente— al
Liceo Mexicano y a esta nueva. Siempre me inquietaba
el mundo literario; en estas agrupaciones, tenía la opor-
tunidad de compartir con la gente de letras, con histo-
riadores e intelectuales de la capital. No olvidaba la
recomendación del maestro Altamirano de socializar
con ellos para seguir superándome.

El año de 1902 definió nuestra estancia en la ca-


pital cuando la suerte empezaba a favorecernos. Ese
año recibí mi primer ascenso en Instrucción Pública y,
con esto se consolidaba mi estancia en la ciudad. Ade-
más, me saqué la lotería con cinco mil pesotes,399 que
mucho nos ayudaron para acabarnos de instalar. En el
Ministerio hubo muchos cambios: en febrero de ese
año, mi jefe, el maestro José Miguel Rodríguez y Cos,
Oficial 1ª de la Dirección de Instrucción Primaria, fue
nombrado inspector pedagógico y yo quedé en su lu-
gar; mi amigo, Celso Pineda, a su vez quedó en el mío
y nuestro compañero Ponciano Rodríguez, también fue
nombrado inspector pedagógico; entre los cambios lle-
gó de director el ingeniero y maestro Miguel F. Martí-
nez en lugar del maestro Luis E. Ruiz.400

228
Ing. Miguel F. Martínez, La Enseñanza Primaria, 1909.

Ese mismo año de 1902, me escogieron para el


discurso en la entrega de premios de las escuelas pri-
marias con la asistencia del señor subsecretario Justo
Sierra en representación del señor ministro Justino Fer-
nández. Parece que no lo hice tan mal, pues me felicitó
calurosamente el señor Sierra.401

Seguí dando clases de historia en la Normal, con-


tinuaba sustituyendo los cursos del maestro Francisco
del Paso y Troncoso y los míos propios. Ese año llegó a
la dirección de la Normal el prestigiado pedagogo sui-
zo, Enrique C. Rébsamen, y se conformó una Dirección
de Enseñanza Normal donde asimismo quedó él al
frente.

Cuando en 1902 llegó Rébsamen como director


de la Normal, el maestro Miguel Schulz402 tuvo algunos
229
problemas relacionados con su programa de enseñanza,
seguramente en inconformidad con el propio Rébsamen
por lo que Schulz me pidió le permutara mi clase,
“porque   decía   que   solamente   en   [mí]   tenía   confianza
para que llevara la suya, repugnándole que fuera a caer
en   manos   indeseables”.403 Después, al presentarse un
nuevo cambio en la dirección de la escuela con la
muerte de Rébsamen en 1904, volvimos a permutar
clases: yo en Historia General y Patria y él en Geogra-
fía. Al fin, en 1905 a partir del 1 de marzo, se me otor-
gó la titularidad de profesor de primero y segundo cur-
sos de historia.404

De esos años de maestro recuerdo en especial a


algunos buenos alumnos como Alfredo Uruchurtu,
Lauro Aguirre y Leopoldo Camarena.405 En uno de mis
cumpleaños, tuvieron mis alumnos la grata idea de re-
galarme un cuaderno con sus dedicatorias, tengo a la
vista la de Leopoldo: Maestro. La causa de la educa-
ción es santa, sus ideales sublimes. Vos perseguís con
anhelo tenaz esa causa y esos ideales: por eso os que-
remos, por eso también os amamos. ¡Qué el ser supre-
mo os conceda una larga vida, vida de frutos de gran
provecho para la juventud mexicana y, en general, pa-
ra el bello girón de tierra americana que llamamos con
orgullo nuestra Patria.406

Estábamos en una época en que las novedades


tecnológicas despertaban la curiosidad y el deseo de
utilizar nuevos artículos para la enseñanza. Por ahí es-
cuché   a   algunos   mencionar   que   los   maestros   “de   ahora”  
debían utilizar el fonógrafo en las clases. Enseguida
imaginé ¿cómo será oír aquellos que ya están muertos?
Situación interesante, pero fuera de lugar en la educa-
ción porque no creo que ningún aparato pueda sustituir
al maestro ¡nunca!:
230
…solamente  la  palabra  del  maestro  es  el  talismán de la
enseñanza moderna; el maestro, amado y tenido por
sabio, es para los alumnos el único agente eficaz que
puede encender en la mente de los niños la luz de la
ciencia y depositar en el corazón de sus educandos el
germen del bien; el amor es el que funda las felicida-
des, es el obrero del perfeccionamiento y del destino
social de los futuros hombres.
El maestro tiene que multiplicarse y dar a cada
niño, aparte del tratamiento general, otro muy particu-
lar que cada uno exige. La palabra del maestro debe
ser flexible, dúctil, elástica, a fin de acomodarse a la
diversidad de inteligencias que le escuchan; el maestro
debe saber contestar a las variadas y numerosas pre-
guntas que le dirijan, insistir sobre algún punto impor-
tante, a veces entrar en una digresión, en una amplia-
ción imprevista; recurrir a las objetivaciones, a las
demostraciones intuitivas; tomar el gis y trazar un di-
bujo, un esquema, que ilustre la noción que trata de
inculcar; otras veces hacer a sus mismos alumnos que
ejecuten ciertos actos para que el hecho de que les ha-
bla, les conste personalmente, por experiencia; y en
fin, disponer de todos aquellos recursos, a veces me-
cánicos, a veces ingeniosos, pero siempre eficaces, de
que el buen maestro sabe valerse para hacer más in-
teresante y por lo mismo más comprensiva su lec-
ción.407

ALGUNAS DE MIS PREOCUPACIONES


PEDAGÓGICAS

Una de ellas era el tema tan politizado sobre la laicidad


en la enseñanza. Yo provengo de una familia muy cató-
lica; mi esposa y padres han profesado esta religión, así
que la lucha ideológica que se desarrollaba en esos
años en torno a la educación religiosa me llevó a varias
reflexiones. Desde Colima empecé a publicar sobre el
tema en la revista La Educación Contemporánea y aho-

231
ra lo seguía haciendo en La Enseñanza Moderna con
cerca de 20 pequeños textos sobre la moral en la escue-
la entre 1898 y 1899. A partir de 1901 continué publi-
cando este tipo de artículos en la revista La Enseñanza
Primaria.

Uno   de   ellos   fue   sobre:   “Dios   y   la   enseñanza   lai-


ca”.   En   él   planteé,   a   pesar   de   mi   educación   profunda-
mente católica, que la Iglesia tenía subordinados el
pensamiento y la conciencia de los individuos, cuando
la ciencia ya había conquistado el pensamiento humano
desde la Ilustración hasta el Racionalismo y más tarde
con el empirismo de John Locke. Así fue como se
inició la secularización de las sociedades en Europa
donde se proclamó la libertad de conciencia y se consti-
tuyó el estado civil y laico con la separación de lo espi-
ritual y lo temporal. La escuela entró así en un proceso
de secularización. La enseñanza se había declarado lai-
ca, complementándose con la obligatoriedad como de-
recho social de los pueblos; si los padres no tenían me-
dios económicos para hacerlo, el estado debía dárselas
gratuitamente. La escuela, sostenida por el estado de-
cretaba   que   “la   enseñanza   laica   es   […]   neutral   en   mate-­
ria   de   religión”.   Por   eso,   se   ha   excluido   todo   tipo   de  
enseñanza religiosa; sólo debe otorgarse la moral uni-
versal. Claro esto ha causado pánico en muchos espíri-
tus que dicen: ¿ya no habrá enseñanza religiosa? Tal
vez sí, pero ahora depende de la familia y debería ha-
cerse fuera del entorno escolar los domingos o días de
descanso. Esto no le gustó a la Iglesia pues se vio afec-
tada porque antes los maestros la apoyaban en la tarea
de adoctrinar a los niños, y por eso atacaba a la escuela
oficial de atea y recomendaba a los padres no enviar a
sus   hijos   a   las   escuelas   oficiales   donde   se   dice:   “se   ha  
expulsado   a  Dios.”408

232
Quisiera abundar sobre el tema porque me ha
mantenido en la incertidumbre y se relaciona con lo
anterior. "¿Debe de enseñarse la moral en la escuela?"
“¿sí   o   no?”   La   moral   práctica:   “si”   en   algún   momento  
de   la   jornada   escolar;;   “sí”   bien   todo   el   tiempo   el   maes-
tro con el ejemplo debe estar enseñándola.409

Sin duda éste ha sido uno de los temas más can-


dentes de la educación primaria de los últimos años;
por eso, en 1909, decidí conjuntar todos estos materia-
les y los publiqué en una obra que titulé Moral e ins-
trucción cívica de G. Ducoudray, porque la gran mayo-
ría los había traducido del maestro francés Gustave
Ducoudray. Le agregué algunas poesías y trozos litera-
rios de prestigiados escritores del mundo, tanto mexi-
canos como extranjeros, estos últimos mayormente la-
tinoamericanos. Le introduje resúmenes y cuestionarios
para dar las clases y dividí el texto en cuatro partes:
“La   familia”,   “La   escuela”,   “Deberes   para   consigo  
mismo”   y   “Deberes   para   con   los   demás”.   Por   cierto,   el  
título que le puse no corresponde a ningún libro escrito
por G. Ducoudray; se lo puse así por ser casi todas lec-
ciones y exposiciones que él publicó sobre moral.410
Creo que quedó una combinación entre moral e ins-
trucción cívica de gran importancia en el desarrollo
espiritual de los niños.

No de tanta trascendencia como el tema anterior


fue el problema de las fiestas escolares con exhibicio-
nes de teatro que perjudicaban mucho la programación
escolar. Se perdía mucho tiempo en su preparación y,
en ocasiones, se convertían en un verdadero martirio
para los niños y maestros con una sobrecarga de traba-
jo, transformándose en eventos para entretener a los
padres de familia o a la comunidad. Para mí, no hay
necesidad de estas fiestas; sería mejor otorgarles a los
233
alumnos un rato de diversión después de las largas jor-
nadas de trabajo, las que deberían ser como una fiesta
donde los niños se diviertan libremente y no exhibién-
dolos. Recordé entonces cómo los niños gozan en las
ferias. ¿Por qué no transformar mejor estas en ferias
escolares y, así, dar a los niños   un   auténtico   “rato   de  
solaz?”411

Uno de los temas que siempre aboné en las revis-


tas fue sobre Historia Patria y su enseñanza. Me intere-
saba mucho plantear sobre metodología de la historia.
El primer artículo que escribí sobre este aspecto lo hice
en Colima antes de venirme a México, y apareció en La
Educación Contemporánea.412 En especial me agrada-
ban   las   leyendas   como   “La   fundación   de   México-
Tenochtitlán   por   los   mexicanos”,   las   historias   patrióti-
cas   como   la   de   Vicente   Guerrero   que   titulé   “Primero   es  
la patria”,   por   el   hecho   heroico   que   hizo   el   insurgente  
cuando el virrey trató de chantajearlo sentimentalmente
enviando a su padre para que dejara las armas y fue
entonces cuando el caudillo dijo las célebres palabras
“La   Patria   es   primero”.413 Dediqué otro artículo al lla-
mado héroe de Nacozari —don Jesús García— el ma-
quinista heroico que apagó el fuego de un tren, auto-
sacrificándose cuando lo puso en movimiento alejándo-
lo de la población, por lo que fue declarado Benemérito
de la Humanidad.414

Con ese mismo carácter narré la historia de los


padres de don Miguel Hidalgo, destacando la labor de
su madre, Ana María Gallaga.415 Otra fue la historia de
uno de los niños héroes, Santiago Hernández, quien
realizó el famoso cuadro donde aparecen estos heroicos
niños, ya que él sobrevivió al ataque y, como era mag-
nífico dibujante, los pintó a todos de memoria porque
no quería que sus rostros se perdieran para la historia.
234
Recién había muerto —1908— a la edad de setenta y
cinco años.416 Uno de mis preferidos fue “Pepillo el
arriero” quien narra la historia del niño, José María
Morelos y Pavón, y como éste se convirtió en cura.
Siendo arriero le había prometido a su madre seguir
esta carrera, la historia cuenta este episodio de la vida
del personaje.417 Me gustó tanto que en el año del cen-
tenario de la Independencia del país lo publiqué en tres
distintas revistas de la capital (La Enseñanza Primaria,
El Heraldo del Hogar y La Escuela Mexicana).

Sobre el descubrimiento de América y de México


publiqué una serie de siete artículos, todos en 1909 y en
la revista La Enseñanza Primaria. Partía de los prime-
ros descubridores; por supuesto, el primero era Cristó-
bal Colón en 1492 cuando se comprobó que el mundo
era redondo y la posibilidad de poder dar una vuelta
completa al mundo descubriendo así un nuevo camino
para la India. Conté sobre los problemas que enfrentó
Colón durante sus últimos viajes y su muerte para con-
tinuar con otros descubridores como Francisco Her-
nández de Córdoba y Juan de Grijalva.418

En la enseñanza de la historia, seguí los consejos


de Herbert Spencer, quien manifestaba claramente
debía   “proscribirse   para   siempre   de   la   escuela   prima-
ria lo que se ha llamado historia de fecha o historia
batalla”.419 Aconsejaba mejor seguir la evolución de
las sociedades desde la Sociología Descriptiva y enfa-
tizaba   que   una   buena   enseñanza   debe   “estimular   agra-
dablemente”,   recordar, nos decía, que a los niños les
gustan los cuentos, las leyendas, los mitos "...en la
educación del niño se reproduce en pequeño la educa-
ción de la humanidad." Deben desarrollarse las bio-
grafías, "en torno del héroe" primero los hechos y lue-
go las reflexiones.420
235
Muchas han sido mis preocupaciones en el ámbi-
to educativo pero no quiero cansarlos, ya he escrito
sobre ellas en las revistas de carácter pedagógico. Más
adelante comentaré sobre algunas otras.

CONSEJO SUPERIOR DE EDUCACIÓN

Regresaré un poco en el tiempo para relatarles sobre la


creación del Consejo Superior de Educación en 1902.
Desde que llegó don Justo Sierra a la subsecretaría del
Ministerio de Instrucción Pública éste tuvo el propósito
de sustituir la Junta Directiva de Instrucción Pública
que venía funcionando desde tiempos del presidente
Benito Juárez por este Consejo Superior de Educación.
Por cierto, en 1905 se creó por primera vez la Secreta-
ría de Instrucción Pública y Bellas Artes, separándose
del ramo de Justicia, quedando al frente el licenciado
Sierra.

El Consejo tuvo la tarea de reorganizar todo en


materia de instrucción pública a partir de la asesoría y
consejo de las mejores mentes que se tenían en el país.
Pocas veces en el México que yo he vivido se ha visto
la reunión de tantos destacados intelectuales.

Se planteó la creación de nuevas instituciones, la


revisión de programas, planes de estudio y reglamentos
en los planteles dependientes del Ministerio, la organi-
zación de los Congresos Nacionales y, de manera muy
especial, estudiaron la problemática de la educación
superior que se encontraba en gran abandono. La Ponti-
ficia Universidad de México, creada en 1551, había
sido cerrada sucesivamente en 1833, 1857, 1861 y, fi-
nalmente, durante el gobierno del emperador Maximili-
ano, en 1865. En esa fecha existían varias escuelas su-

236
periores, —Jurisprudencia, Medicina y Minería—, pero
no existía una Universidad que las articulara.

El Consejo inició su vida activa a partir de la fir-


ma de la ley emitida por el presidente Porfirio Díaz el
30 de agosto de 1902, publicada en el Diario Oficial el
5 de septiembre de 1902. Fueron consejeros natos las
directores de las siguientes dependencias: Dirección
General de Instrucción Primaria, el ingeniero Miguel F.
Martínez; por la Dirección General de Enseñanza Nor-
mal, Enrique Rébsamen y por la Dirección de la Escue-
la Normal de Profesoras, Rafaela Suárez. En esa oca-
sión yo quedé como consejero temporal junto con Leo-
poldo Kiel, Manuel Toussaint, Agustín Aragón y Anto-
nio Rivas Mercado, entre los que recuerdo; como secre-
tario del Consejo, quedó el connotado científico positi-
vista Porfirio Parra.421

El 13 de septiembre de 1902, a las 3.00 de la tar-


de se nos citó a la sesión inaugural en el Salón de Actos
de la Escuela Nacional de Ingenieros (hoy Palacio de
Minería), evento al que asistiría el presidente de la Re-
pública. Se invitó a todos los secretarios de estado y de
cada escuela se les pidió a los directores llevaran unos
diez maestros. A la comandancia militar se le solicitó
una guardia a la entrada del salón para hacer los hono-
res de ordenanza al Presidente.422

Sierra, en su discurso inaugural, planteó un ambi-


cioso programa educativo desde el nivel preescolar has-
ta la Universidad, y dentro de esta última, la Escuela de
Altos Estudios, misma que representaría la institución
de mayor rango científico.423 Esta escuela recuperaba la
enseñanza de las humanidades, en especial la filosofía
relegada por la influencia del positivismo y trajo tam-
bién la pedagogía a la Universidad.424
237
El Consejo sesionó en dos periodos al año, uno
de julio a septiembre y el otro de enero a marzo aunque
a veces tuvieron que ampliarse, y en ocasiones, se nos
convocó a juntas extraordinarias. Durante los recesos,
se nombró una comisión. Los asuntos se discutían a
partir de las iniciativas que se nos hacían llegar, y por
cada uno de ellos, se nombraba una comisión para es-
tudiarla. Una vez terminado el estudio, la comisión pre-
sentaba su dictamen al Consejo en pleno y ahí, de nue-
vo, la discutíamos hasta tomar la resolución final. Las
sesiones se celebraron normalmente los jueves y fueron
privadas. Sólo se admitía la asistencia de los miembros
del Consejo. Las actas se publicaban en el Diario Ofi-
cial de la Federación y en el Boletín de Instrucción
Pública. La primera reunión fue el primero de octubre
de 1902 y en ésta solamente se trataron asuntos de ca-
rácter general; sin embargo, a partir de esa fecha sesio-
namos una vez a la semana. Las sesiones duraban por
lo regular cerca de una hora; nuestra sede fue siempre
la Preparatoria Nacional.
Hubo un miembro del Consejo que, en especial,
me llamó la atención. Fue el pedagogo de origen britá-
nico, don Camilo Juan Williams, quien tras un largo
recorrido por Europa, Estados Unidos, Centro y Suda-
mérica había decidido quedarse en la ciudad de México
donde   fundó   en   1899   “The   English   College”.   Don   Ca-
milo era un verdadero intelectual, dominaba varios
idiomas como inglés, francés, italiano, español y latín.
A él le correspondió la discusión sobre el proyecto de
Educación Integral. 425
Yo participé en varias comisiones, y en especial,
en la de métodos de las escuelas primarias y normales.
También participaron Enrique C. Rébsamen, Enrique Pa-
niagua, Miguel F. Martínez, Alberto Correa; y al paisano

238
Balbino Dávalos le correspondió revisar los programas
de literatura de la Escuela Nacional Preparatoria.426
Otra comisión en la que participé varios años fue
en la campaña de propaganda antialcohólica. En ese
entonces escribí   un   artículo:   “Como   deben   convertirse  
las Escuelas Primarias en instrumentos eficaces de pro-
paganda   antialcohólica”.427 Las discusiones de esta
campaña se fueron hasta 1907 cuando se propuso crear
una asignatura especial para combatir esta mala costum-
bre. Yo entonces me opuse y comenté que cualquier
momento del día escolar se podía aprovechar para ense-
ñar al niño sobre los problemas que causa el alcohol.

En el Consejo tuve la oportunidad de tratar con la


intelectualidad mexicana; algunos ya los conocía, pero
a muchos no.

Los personajes más importantes fueron: en pri-


mer lugar, don Justo Sierra, su presidente; Ezequiel A.
Chávez, quien muchas veces estuvo en su representa-
ción, o bien figuró como secretario del Consejo; Enri-
que Rébsamen (quien lamentablemente falleció en
1904, por lo cual su participación fue muy corta); don
José Terrés; Porfirio Parra; Manuel Flores; Alfonso
Pruneda; José Ma. Vigil; el guatemalteco Enrique Mar-
tínez Sobral; el italiano Adamo Boari;428 Manuel Touis-
sant; Francisco del Paso y Troncoso; Agustín Aragón;
Amado Nervo y algunas damas, muy pocas, pero des-
tacadas como la maestra colimota doña Rafaela Suárez
y la pedagoga tabasqueña doña Dolores Correa Zapata.
Algunos eran o habían sido mis compañeros en el Mi-
nisterio, entre éstos don Luis E. Ruiz, mi exjefe; des-
pués don Miguel F. Martínez; don Alberto Correa, a
quien conocía y veía continuamente en la Escuela

239
Normal; mi compañero y maestro Miguel F. Schulz y
mi ex compañero de estudios Ponciano Rodríguez.

Enrique Conrado Rébsamen

Muchos pertenecían a las principales sociedades


científicas de entonces: la Academia Mexicana de la
Lengua, la Academia de Jurisprudencia, El Colegio
Nacional, Academia Mexicana de la Historia, y Aca-
demia de Medicina. Varios de ellos fueron innovadores
científicos, por ejemplo, en el área de la salud: Eugenio
Latapí Rangel inició en el país la tarjeta de salud y creó
la cédula sanitaria; a su vez, fue presidente de la Socie-
dad Mexicana de Dermatología.

Algunos otros destacaron fuera del país, como


Manuel Flores, quien recibió las Palmas Académicas y
la Legión de Honor de Francia y Ángel Gaviño Igle-
sias, quien junto con Carlos Pacheco, logró instalar el
primer laboratorio de bacteriología; éste último había
estudiado con Luis Pasteur en Francia y fue fundador
del Instituto Bacteriológico en México. También reci-
bió las Palmas Académicas de Francia. Francisco del
Paso y Troncoso además de ser miembro de la Acade-
mia Mexicana de la Lengua, lo era de la Real Acade-

240
mia de la Historia de España. José Ramos fue el primer
presidente de la Academia de Medicina y fundador de
la Sociedad Oftalmológica Mexicana y recibió el doc-
torado Honoris Causa de la Universidad de Harvard.
Francisco Sosa Escalante era miembro de varias socie-
dades: la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadísti-
ca; la Academia Mexicana de la Lengua y la Real Aca-
demia de Historia en España.

No obstante el origen oficial de la gran mayoría


de nosotros fue notable en algunas sesiones la intensi-
dad con que debatimos ciertos temas. Recuerdo que
cuando se discutió el programa de geografía general de
la Preparatoria me permití hacer la observación de que
en el cuarto tema se planteaba hablar de la distribución
de los pueblos en el viejo continente y hasta el quinto
tema no se les hablaba de la división del viejo conti-
nente por lo que propuse se invirtiera el orden de los
temas. El señor Chávez comentó que yo tendría razón
si el programa fuera para la instrucción primaria pero
éste era para el nivel de la preparatoria, no me conven-
cieron   sus   razones   “a   pesar   de   encontrarlas muy lumi-
nosas”   y   comenté   sobre   mi   experiencia   en   la   enseñanza  
de la geografía en la Normal, la que también era una
Escuela Superior. Nunca imaginé que quien iba a salir
en mi defensa fuera el señor Rébsamen, quien comentó
que la geografia debe estudiarse de lo particular a lo
general y que la geografía para él es una ciencia induc-
tiva. En adelante el señor Flores se enfrascó en toda
una perorata sobre la deducción de acuerdo a la obra
del señor Parra. Nuevamente Rébsamen argumentó:
“¿es   posible   que alumnos adolescentes sin vasta prácti-
ca en el razonamiento lógico, puedan hacer deduccio-
nes aun de las que el Sr. Flores juzga lícitas en geogra-
fía, sobre asuntos de orden social, moral político y reli-
gioso, o aún siquiera sobre cuestiones del orden pura-
241
mente   físico?”   Pese   a   ello,   no   logramos   convencerlos   y  
mi propuesta no fue aceptada.429

Cuando se discutió el Reglamento General de las


Escuelas Nacionales de Educación Primaria, en el ar-
tículo sexto se sugería que los alumnos denunciaran
abusos o faltas de sus compañeros. Salté del asiento y
dije que eso era provocar la delación en los jóvenes. El
doctor Flores me impugnó diciendo que esto no impli-
caba delación; pues ésta es así cuando se hace con fines
maléficos. Pero en esta ocasión casi todos estuvieron de
acuerdo conmigo y se eliminó este parte del artículo. 430
En casi todas las discusiones de este Reglamento inter-
vine porque en este aspecto tenía mucho más experien-
cia y conocimiento que los prestigiados intelectuales,
ya que muchos de ellos nunca habían dado clases en la
primaria. Discutí y defendí mis argumentos con algo
muy valioso como es la experiencia directa en el aula.
Otro tema muy candente fueron las diferentes clases
de exámenes porque o no se definían o estaban mal
conceptualizados.431

Balbino Dávalos también tuvo discusiones con el


maestro de la materia de literatura, Rafael Ángel de la
Peña, a quien no le gustaron mucho sus observaciones
pero en definitiva el programa que Balbino presentó
fue aprobado. Por cierto que a esas sesiones asistió
Amado Nervo.432

Otra polémica muy fuerte fue cuando yo planteé


que debía enseñarse en el programa de historia general
de la preparatoria el descubrimiento de América, lo que
objetó el señor Parra, diciendo que no era un curso de
historia de México; esa vez la discusión estuvo bastante
acalorada, y finalmente, fue aceptada mi propuesta. Esa
vez muchos me apoyaron.433
242
Muchas fueron las discusiones que subían de
tono en especial cuando revisamos reglamentos. Afor-
tunadamente predominó la cordura de los hombres doc-
tos y se tomaban las observaciones de todos.434

De este tipo solían ser nuestras controversias.


Participar en el Consejo fue una experiencia muy enri-
quecedora; tuve la oportunidad de compartir conoci-
mientos y vivencias con los mejores talentos del Méxi-
co de principios del siglo veinte y pocas veces he vuel-
to a tener esta prerrogativa en la vida.

La última comisión que se formó fue de gran


trascendencia para el país y era en la cual Justo Sierra
tenía mayores esperanzas fundadas, es decir, la encar-
gada de estudiar la creación de la Escuela de Altos Es-
tudios y la Universidad Nacional.

Durante todo 1908 se discutió sobre estas dos ins-


tituciones ligadas por supuesto a una misma (la Univer-
sidad). Fue hasta 1910 cuando se logró la propuesta de
ley. El decreto de creación lo expidió el presidente de
la República el 26 de mayo y el 22 de septiembre fue
inaugurada dentro de los festejos del centenario de la
Independencia. En conmemoración a tan célebre evento
se otorgaron   una   serie   de   doctorados   “Honoris   causa”  
—entre otros reconocimientos— a varios de los miem-
bros del Consejo: Manuel Flores, Justo Sierra Méndez,
Porfirio Parra, Miguel V. Ávalos, Alfonso Pruneda,
Miguel F. Schulz y Ezequiel A. Chávez Lavista.

Dejo las actividades de este Consejo cuya vida


se prolongó hasta 1914, ya que funcionó efímeramente
durante los años de la Revolución.

243
NUEVAS PUBLICACIONES

Continué escribiendo pues en 1900 publiqué otra ver-


sión de Cuentos y Leyendas pero en esta ocasión no
incluí versos. Se la dediqué a mi madre, a mi maestro
Altamirano y a mi amigo José P. Rivera. Me lo edita-
ron   en   la   imprenta   de   “El   Agricultor   Mexicano”   en  
Ciudad Juárez, Chihuahua. Repetí varios de los que ya
había publicado en 1893 y aumenté los siguientes cua-
tro: “Me quieres por esposo¨, ¨Aventura de un niño y
una   campamocha”   (que   ya   había   publicado   en   Educa-
ción Contemporánea,   en   1896),   “La   sirena¨   y   “Una  
escena   en   la   costa”.   Con   esta   edición,   poco   a   poco   se  
fue perfilando mi colección de cuentos y leyendas,
que muchos años más tarde convertiría en una edición
exclusiva para cuentos sobre Colima; algo que ya he
comentado.

El 6 de enero de 1900, se inauguró el Colegio de


Profesores Normalistas de México, donde fui invitado
y elegido como presidente. Como tal me correspondió
dictar el discurso de inauguración. En aquella ocasión
mencioné la ardua tarea que teníamos; la escuela sería
nuestro campo de batalla al que nos enfrentaríamos con
amor y ciencia, no importaría el cansancio ni el sufri-
miento, partes esenciales de la vida. En esa ocasión
traté de dar aliento a mis compañeros del magisterio
enfatizando que la vía era la de una moral intachable, la
modestia, y un asiduo trabajo. Ese día rebosaba —
como muchas veces— de romanticismo e idealismo;
pues, con retórica energía finalicé con un: ¡Adelante,
compañeros!   […]  recordemos  que  no  son  los  pergami-
nos los que ennoblecen, sino las acciones. Nuestra so-
ciedad   será   un   centro   de   estudio   y   de   emulación   […]  
¡Larga vida y frutos perdurables para nuestra socie-

244
dad!435 Publiqué este discurso años después en La ense-
ñanza primaria.

Muchas acciones se han realizado en este grupo


que han representado siempre al magisterio de la Es-
cuela Normal; hubo una, en especial, que nos trajo el
recuerdo del maestro Altamirano. Se celebró una cere-
monia luctuosa en su honor en la Escuela justo el 13 de
febrero de 1903 conmemorando los diez años de su
muerte. ¡Qué rápido se pasa el tiempo! Me parecía tan
cercana y a la vez tan lejana su presencia, sobre todo en
el espacio de la Normal donde había dejado sus postre-
ras querencias en nosotros sus últimos alumnos.436

Sin duda, la acción más relevante dentro del Co-


legio de Profesores de la Normal fue iniciar la publica-
ción de la revista La Enseñanza Primaria, el 1 de julio
de 1901. Los fundadores fuimos: Luis de la Brena,
Ponciano Rodríguez, Celso Pineda, y yo que quedé
como jefe de redacción, aunque después fungí de direc-
tor. Celso Pineda sugirió que yo quedara al frente de la
revista porque era el único que tenía experiencia en este
ámbito.437 Fue un órgano pedagógico de difusión quin-
cenal del Colegio de Profesores Normalistas de Méxi-
co, que tenía el objetivo de publicar todo aquello de
interés en la enseñanza primaria.438 Fue impresionante
la buena acogida que tuvo nuestra propuesta, lo que se
aprecia en el índice del primer número con más de
veinte participaciones. En esos años estaban circulando
una buena cantidad de periódicos pedagógicos, muchos
de ellos de alta calidad, pero veíamos que la mayoría de
los maestros eran empíricos y no se acercaban a estas
lecturas. Pensamos que esta revista podría hacerlo dán-
doles conocimientos en pequeñas dosis que pudieran ir
digiriendo fácilmente.439

245
En este primer número tuve el gusto de que parti-
ciparan dos maestros de Colima, la maestra Juana
Ursúa y Victoriano Guzmán, la primera con un artículo
titulado   “El   antiguo   y   moderno   magisterio”.   Esta   revis-
ta se volvió parte de mi existencia durante los diez años
que la dirigí, convirtiéndose en una labor cotidiana muy
enriquecedora; pude aprender todo aquello que no sabía
gracias a las contribuciones que revisé durante todo
este tiempo. También yo publiqué mucho en ella, más
de un centenar y medio de artículos, si bien algunos ya
habían sido previamente publicados. Los temas que
manejé fueron principalmente de orden pedagógico:
lecciones de cosas, de biología (cuando hablé de las
plantas no dejé pasar la oportunidad de dedicar algunos
artículos a mi tierra colimota, como aquél que hice so-
bre la palmera),440 de geografía, palabras homófonas,
ejercicios ortográficos, de moral, de historia, de geome-
tría aunque hubo también poemas y comentarios sobre
la situación de la educación (nuevos programas y rees-
tructuración del sistema educativo a partir de 1909),
muchos   sobre   la   controversia   producida   por   mi   “Méto-­
do   onomatopéyico”   defendiéndome   de   los   múltiples
ataques que se me hicieron. Si mal no recuerdo mi úl-
tima contribución fue el 15 de febrero de 1910, con el
artículo de historia patria   ya   mencionado   arriba   de   “Pe-
pillo   el   arriero”.441

Mi interés se fue yendo hacia los libros de texto,


yo que tanto los había criticado, por haber sido esen-
cialmente el método utilizado por los maestros tradi-
cionales que no se preocupaban por preparar sus clases
y sólo se basaban en tomar las lecciones de los libros.
No obstante me percaté sobre la ausencia o deficiencia
de varios textos que se encontraban en la lista de libros
escolares, y curiosamente publiqué uno en 1901 sobre
Cálculo mental progresivo y simultáneo de las cuatro
246
operaciones fundamentales. Del 1 al 20. Con más de
600 problemas para niños de 8 a 7 años, fue un texto
pequeñito, no más de cincuenta páginas. En este texto
reuní todos los artículos que había editado en Colima
en La Educación Contemporánea. 442

Seguí al año siguiente, en 1902, con otro texto


sobre la vida natural, lo intitulé Lecturas intuitivas so-
bre vegetales útiles (agricultura e industria). Este fue
el primero que me editó la librería de la casa de la viu-
da de Ch. Bouret en la ciudad de México; se hizo otra
edición en 1904. Había realizado unos cuadros murales
sobre productos vegetales, ya que muchas veces en las
“Lecciones de   cosas”   los   maestros   no   contaban   con   el  
objeto para poder enseñarlo porque algunos productos
no se conseguían fácil, situación que yo intenté solu-
cionar con imágenes. Fue cuando la propia casa editora
me sugirió realizar este texto complementario. En él
aparecieron los cuadros en pequeño, en la hoja antece-
dente al texto explicativo. En total hablaba sobre veinte
productos: pulque, azúcar, maíz, trigo, arroz, cerveza,
algodón, papel, henequén (2), cacao, tabaco, café, vai-
nilla, vid, cacahuate y la higuerilla, añil, quina, jalapa,
zarzaparrilla y hule.443

247
Lámina el pulque del libro Lecturas intuitivas sobre vegetales
útiles (agricultura e industria), de Gregorio Torres Quintero

Creo que mi destino hasta esas fechas era susti-


tuir empleos de quienes pedían permiso pero ¿cuántos
no se inician así en el sector público? En septiembre de
1903 el profesor Ricardo Gómez, secretario de la Di-
rección de Instrucción Primaria, solicitó permiso por
dos meses y el director Ing. Miguel F. Martínez me
propuso en su lugar, quedándome por un corto tiempo.
Pues en 1904 se nombró al maestro Abel José Ayala
quien tampoco estuvo mucho tiempo. Resulta que yo
ocupé ambos puestos (jefe de la sección de Instrucción
Primaria y la secretaría de la dirección general de Ins-
trucción Primaria) hasta 1908, cuando a su vez fui sus-
tituido en la secretaría por mi amigo Daniel Delgadi-
llo,444 pues don Ricardo había renovado sus permisos

248
para escribir la memoria de los trabajos de la misma
dirección.

Todos esos años me la pasé sustituyendo a otros,


en agosto de 1904 nuevamente a Leopoldo Kiel (quién,
por cierto, no me quería mucho y criticó también el
Método Onomatopéyico, manifestando su preferencia
por el de Rébsamen, de acuerdo a lo que relato más
adelante). Kiel no regresó al puesto, porque en 1906
fue comisionado a Europa para estudiar la organización
de las escuelas normales por lo que yo seguí sustitu-
yéndolo hasta el 1 de julio de 1907. Cuando Kiel regre-
só en ese año pedí licencia en la secretaría, pero a él se
le nombró en otro puesto, así que yo volví a ocupar
ambos puestos (jefe de sección de Instrucción Primaria
y Normal y la secretaría de la Dirección General de
Instrucción Primaria).445 Y finalmente se me otorgó el
puesto ¡Bravo! Con carácter de propietario.446

Entre las acciones que realicé como secretario


hubo una que causó mucho revuelo. Resulta que los
maestros con la mayor facilidad del mundo propiciaban
la ausencia a clases en días festivos religiosos; por ese
motivo, mi jefe, el Ing. Martínez, me pidió que enviara
una circular prohibiendo esa práctica, misma que firmé
como secretario. Esta situación no les gustó para nada a
los compañeros maestros y me culparon del hecho, mu-
chos de ellos de forma directa; pero qué se iba hacer,
teníamos que acabar con esa mala costumbre.447

En —1903— se organizó el comité directivo or-


ganizador del centenario del natalicio de don Benito
Juárez, a celebrarse en 1906, adonde fuimos comisio-
nados el paisano Balbino Dávalos y yo.448

249
Hasta aquí tal parece que mi vida sólo era trabajo
y, en gran parte es cierto, pero en ocasiones me di
tiempo para asistir a algunas diversiones. La ciudad
tenía tantas distracciones y eventos que era verdadera-
mente un pecado no acudir algunos de vez en cuando,
sobre todo al teatro. Nos gustaba mucho la zarzuela y
había asistido a funciones en el teatro Principal. El 16
de mayo de 1903 se estrenó La Sargenta, de Aurelio
González Carrasco, con música del maestro aragonés
Rafael Gascón. Chole Álvarez se distinguió en el papel
de La Sargenta. La zarzuela no fue muy gustada en
aquel entonces porque esta obra presagiaba los momen-
tos revolucionarios donde La Valentina y La Adelita
serían tan famosas. Hasta ahora las obras que predomi-
naban en el teatro eran de carácter político para elogiar
al presidente Díaz. Recordar que el 2 de abril fue fiesta
nacional durante todo el Porfiriato. Así, Matilde y yo
vimos el 2 de abril de 1905, también en el teatro Prin-
cipal, una zarzuela inspirada en este hecho privilegian-
do la vida militar del presidente, aunque nadie se atre-
vía a poner en escena al general, apareció en una de
ellas don Carlos Pardavé. A veces también íbamos al
Coliseo, entonces llamado teatro de Lelo Larrea, uno
de sus dueños. Había función todas las noches, por tan-
das, y los jueves y días festivos dos, con género serio o
ligero y estrenaba obras semanalmente. O bien podía-
mos ir al teatro María Guerrero en la 8ª calle de Santo
Domingo, número 99, donde se celebraban Noches me-
xicanas, con la presentación de obras sólo de autores
mexicanos. Con gran éxito estuvo La onda fría de Pepe
Elizondo donde hubo de todo política, actualidad y fol-
klore;;   “…   en   una   escena   se   hacía   dialogar   al   torero   Ro-­
dolfo Gaona   […]   y   al   poeta   Ramón   N.   Franco,   […]  
mitad en broma, mitad en serio, por sus versos román-
ticos y su silueta de levita cruzada y chistera estrafala-
ria.”   y Sicalipsis.449 Era   estupenda   la   “belleza   de   Paqui-­
250
ta Cires Sánchez, el travieso salero de Emilia Plaza y la
mexicanísima gracia de Emilia Trujillo, la mejor tiple
cómica   mexicana”   de  entonces.

Vayamos a 1904, un año muy especial en mi vi-


da, lleno de eventos de toda clase.

El día 8 de abril murió don Enrique Rébsamen en


Jalapa a los 47 años. Desde hacía tiempo venía pade-
ciendo serios problemas de salud; nos dijeron que fa-
lleció rodeado de sus queridos alumnos. De pronto re-
cordé que, a inicios de 1900, me había enviado un
ejemplar de su Método Rébsamen de escritura lectura
con   una   bella   dedicatoria:   “A   mi   distinguido   compañe-
ro Sr. Prof. D. Gregorio Torres Quintero, afectuoso
saludo   de  año  Nuevo”.450

El ministro de Instrucción Pública, don Justo Sie-


rra, dispuso por acuerdo del Presidente que se le tribu-
tasen los honores correspondientes a los altos funciona-
rios y expresó una sentida alocución en su memoria. A
mi me tocó enviar la circular con la lamentable noticia
a todos los maestros de la capital, solicitándoles que en
señal de duelo se cerrara una de las hojas de las puertas
de las escuelas nacionales primarias.451 Entonces fue
cuando me enteré del rumor de que era masón.452

También, como secretario de la Dirección Gene-


ral de Instrucción Primaria, me correspondió hacer el
informe del año anterior sobre el estado de la instruc-
ción primaria en las escuelas del Distrito Federal y Te-
rritorios Federales. Para ese momento se tenían en el
Distrito Federal 337 planteles; 103 en Tepic; 45 en Ba-
ja California y 13 en Quintana Roo; es decir, un total
de 498. Para empezar enfaticé señalando la responsabi-

251
lidad de los ayuntamientos, los cuales se harían cargo
de la instrucción primaria.

Las escuelas primarias superiores se dividieron


en enseñanza general y especial, con una duración de
cuatro años; podían tomarse dos de general y dos de
especialidad, escogiendo en la segunda alguna industria,
comercio, agricultura o minería de acuerdo a la locali-
dad. Había escuelas unisexuales y mixtas; también, ha-
bía nocturnas, básicamente para obreros y obreras.

La planta de profesores de las escuelas nacionales


ya contaba con algunos maestros normalistas titulados
puesto que la Normal tenía pocos años de ofrecer sus
servicios. La mayoría eran titulados por el ayuntamien-
to y muchos ni siquiera contaban con un título, sobre
todo en los territorios de Baja California y Quintana
Roo donde muchas veces tuvieron que cerrar las escue-
las por la falta de maestros aunque en estos casos a ve-
ces fueron ubicados militares como maestros. Otro
problema fue que muchos edificios escolares eran de
propiedad privada, lo que originaba grandes gastos por
la renta de estos locales.

De acuerdo a los datos recabados en el Distrito


Federal se aplicaron exámenes a 25,467 alumnos apro-
bando 14,912; en Tepic, 4,150 aprobando 2,979; y en
Baja California 2,714 aprobando 1,292. Como es acos-
tumbrado se hicieron premiaciones de fin de año, fies-
tas muy queridas por los alumnos y las comunidades.

Fueron muy intensas y distintas las inspecciones


realizadas. La pedagógica, cuyo objeto fue mejorar las
formas de enseñar y aprender, requería que fueran los
inspectores a las escuelas para observar cómo daban la
clase los maestros; al igual, se les ofrecían cursos para
252
su mejor desempeño. La inspección administrativa se
encargaba de suplir las necesidades de los materiales
que se necesitaran en las escuelas. La médica tenía co-
mo función verificar que la salud de los niños fuera la
adecuada para que se tuviera un mejor aprendizaje. La
arquitectónica se encargaba de verificar y mantener en
óptimas condiciones los edificios de las escuelas.

Tuvimos una clase especial de supervisores (ve-


cinos encargados de vigilar que los padres de familia
efectuaran la obligatoriedad de la enseñanza). Cuando
no cumplían los padres, eran multados por los consejos
de vigilancia. En ese año de 1904 las multas ascendie-
ron a la cantidad de $5,295.10. Por otro lado el padrón
escolar arrojó las siguientes cantidades, al menos de la
enseñanza gratuita: 27,876 niños y 26,176 niñas, con
un total de 54,052 estudiantes.

Se logró que se legalizaran algunas escuelas par-


ticulares aunque la mayoría no aceptaron los programas
y menos la inspección por parte del ministerio; no obs-
tante, se logró en 135 colegios de la capital y 37 en los
territorios con una inscripción de 15,874 alumnos.

Ese mismo año se inauguró en la ciudad de Mé-


xico una nueva escuela de comercio para señoritas, la
Miguel Lerdo de Tejada. Además se logró la apertura
de treinta elementales en los territorios. Se hicieron
reparaciones a los edificios dañados, se contrataron
más maestros para las áreas de especialidades y, algo
que considero muy importante, se comenzó a cambiar
la opinión de los maestros respecto a la escuela rural
donde se tenía la creencia de que no se podía trabajar
adecuadamente.453

253
Nuevamente, en 1904, el general Díaz postuló
su candidatura para la presidencia. Dos reformas ha-
bían sido hechas a la Constitución, una ampliando el
periodo presidencial a seis años y la otra creando la
vicepresidencia. En esa época yo era miembro de la
Junta Directiva del Círculo Nacional Porfirista en la
Comisión de Instrucción, y firmé como tal para esta
nueva postulación.454

EL MÉTODO QUE ME HIZO FAMOSO

¡1904, qué año! Salió la primera edición del Método


Onomatopéyico, el acontecimiento que más ha im-
pactado mi vida, aunque también me causó algunos
embrollos.

Al fin en agosto fue publicado mi método para


enseñar la lectura y la escritura, ahora mejor conocido
como Onomatopéyico, aunque lo había entregado des-
de junio de 1901, a un año de que empezó a circular el
del maestro Rébsamen (1900). Hasta esos años el mé-
todo más utilizado había sido el de Claudio Matte,455
que se vendía en cerca de 80 mil ejemplares. 456 Tam-
bién se usaban mucho: el de Luis F. Mantilla, por su-
puesto el Silabario de San Miguel457 y el ya menciona-
do del maestro Rébsamen; los dos primeros todavía
dentro del marco de los silabarios.

Se publicaban tantos métodos en los últimos años


que consideré el mío como otro más. Sin embargo, mi
libro tenía una intención pedagógica distinta a las otras
“tendencias   modernas”   que   circulaban.   Estas   diferen-
cias fueron la marcha analítica–sintética y el uso de la
onomatopeya: las que me darían fama, y a su vez, con-
flictos especialmente por el uso de la onomatopeya.

254
Muchos libros habían aparecido en los útlimos
años, por ejemplo, el del maestro alemán Enrique Lau-
bscher —Escribe y Lee—; el de Manuel Guillé, que le
antecedió en el uso de las palabras normales; uno del
maestro Carlos A. Carrillo y hasta mi buen amigo y
compañero Daniel Delgadillo publicó uno. Si pudiera-
mos señalar cuántos libros en los últimos años se ha-
bían hecho en el país para enseñar a leer y escribir, se-
guramente llegaríamos a una cifra sorprendente.

¿Por qué el mío obtuvo tan redundante éxito que


ni yo mismo esperaba?

El problema se inició cuando la Comisión encar-


gada de elegir los libros de texto seleccionó el mío para
las escuelas nocturnas, quedando el libro del maestro
Rébsamen rezagado.458 Nunca se hubiera hecho esto,
fue la paja que incendió el odio de los alumnos de Réb-
samen. Si bien fue retirada la disposición en cuanto se
apreció la resistencia, la lucha se había iniciado. Hasta
se pusieron a prueba los dos métodos en las escuelas
nacionales para ver cuál era mejor.459 En Colima, bien
claro, el preferido por los maestros fue el mío por el
que recibí varias cartas de felicitación,460 aunque años
más tarde fue retirado de circulación (1911) pero esto
lo comentaré cuando se llegue el momento. En otros
lugares también fueron puestos a prueba y los resulta-
dos casi siempre fueron a favor del mío, aunque bien
claro se miraba en ciertos estados la preferencia por el
de Rébsamen. En realidad así fue como se distribuyó el
libro y la opinión de los maestros, casi podríamos decir
que la mitad del país aceptó el mío y la otra mitad el de
Rébsamen.461

255
Se anuncia que apareció su libro Método Onomatopéyico. Escuela
Mexicana, 30 octubre de 1904 p. 395.

Antes de seguir con las luchas que provocó, aho-


ra hablaré un poco del libro. Su primer título y edición
tuvo por título: Escritura - Lectura, o sea método fácil
y racional para enseñar a leer valiéndose de la escritu-
ra, libro primero para el primer semestre. En éste sólo
se enseñaban las cinco vocales, las consonantes fuertes
(b y c), las suaves (d, f, g) y la h, j, l, ll, m, n, ñ, p, r, rr,
s, y t. Lo emitió la casa editorial de la Viuda Ch. Bou-
ret, como muchos de mis libros, aunque después cam-
bió   de   giro   a   “Sociedad   de   edición   y   librería   Franco-
americana   S.   A.   (antigua   Librería   de   Bouret)”.   El   libro  
después adquirió sólo el nombre de Método Onomato-
péyico por haber sido ésta la parte más peculiar del mé-
todo porque asociaba la onomatopeya; o sea los soni-
dos de la naturaleza o de la vida cotidiana al de las le-
tras.

A los ocho meses de haber aparecido el texto del


primer semestre salió él de segundo semestre donde se
enseñaban las irregularidades ortográficas y se incluye-
ron más ejercicios de lectura. Se hacían las distinciones
en la pronunciación de los siguientes grupos de letras:
256
la c con la s y la z, la ll y la y, y la b con la v. También
explicaba el uso de la x en México.

La premura en editar los dos primeros semestres


me obligó a componer una pequeña guía de explicación
y ayuda al maestro para   su   utilización,   donde   “a   veces  
festinado, con poco espacio para largos razonamientos”  
expuse lo conducente al método. Después de las acalo-
radas discusiones que se dieron durante 1905 creí con-
veniente ampliar el texto, incorporando varios de los
artículos que había hecho para defender y sustentar mi
doctrina. Con este material organicé la segunda Guía,
donde se explica la parte teórica del método; por eso,
salió con el título de Guía teórica y práctica del méto-
do onomatopéyico – sintético, en 282 páginas, la que
dediqué a la Escuela Normal   de   México   “mi   madre  
intelectual”.

Al principio me preocupó editar una guía tan ex-


tensa; sin embargo, ante tantas críticas ahora era nece-
sario explicar en qué consistía mi metodología, la que
no era un invento personal sino un legado de antiguos y
modernos maestros y pedagogos, que yo utilicé con un
objetivo y sentido diverso en la enseñanza de la lectura
y la escritura. A pesar de los embates, tuve una grata
sorpresa: ¡En su primera edición se vendieron diez mil
ejemplares. Al final del año ya se había agotado!

¿Y cómo se desarrolló la contienda por el méto-


do? Desde 1905 los alumnos del señor Rébsamen se me
echaron encima, y como yo no soy de los que rehúye la
pelea, me defendí siempre y cuando los ataques fueran
con razones y no insultos.462 De todos ellos, el principal
crítico fue el maestro Abraham Castellanos, ex-alumno
del maestro Rébsamen. Tan pronto el libro apareció a
la   venta,   se   inició   la   discusión   en   la   revista   “México  
257
Pedagógico”,   creada   por   el   propio   Rébsamen.   Su   méto-
do había tenido gran demanda y la siguió teniendo,
pues nunca dejó de venderse a la par que el mío.

Uno de los ataques más fuertes que se le hicieron


a mi Método fue que la enseñanza partía de la letra a la
palabra mientras que el de Rébsamen partía de la pala-
bra a la letra, lo que se consideraba más moderno y de
acuerdo a la novedosa enseñanza objetiva. El otro ele-
mento muy criticado fue mi uso de la onomatopeya
porque decían que estaba yo resucitando momias y co-
piando a los grandes pedagogos. Pronto les hice saber
que bien sabía yo que éste no era para nada invento
mío, pues el mismo Juan Amos Comenio lo planteó en
su   obra   el   “Orbis   Pictus”,   ya   que   Comenio   había   utili-
zado la onomatopeya en la enseñanza del latín. Yo más
bien aclaré que a quien seguí fue al francés Augustin
Grosselin quien, en 1881, sacó un método para la ense-
ñanza de los sordos basado en la fonomímia que con-
siste en acompañar la emisión de un sonido (letra) con
cierto ademán o gesto que le sea correlativo. Este mé-
todo nos lo dio a conocer el maestro Rafael Izunza
cuando estudiamos en la Normal, y a partir de ahí desa-
rrollé una enorme curiosidad por la fonomimia en la
cual, por ejemplo, para la m imitaba el mugido de la
vaca.463

Hubo aspectos en los que coincidían ambos mé-


todos. Por ejemplo, la simultaneidad en la enseñanza de
la lectura y la escritura. Generalmente antes sólo se
accedía al aprendizaje de la lectura y a veces, hasta
después de dos años, a la escritura. Los dos estaban
basados en el fonetismo. Por cierto, años después, en
1908   publiqué   un   artículo   “Chiapas   - cuna del fonetis-
mo”   donde   rescaté la propuesta hecha por fray Matías
de Córdova desde 1828.464 Casi todos los métodos de
258
esa época intentaban enseñar las letras por medio de
sus sonidos y no de sus nombres, o sea la b es b y no
be, lo que antes no se hacía así, además el mío se
complementaba con el uso de la onomatopeya. El plei-
to básicamente fue que era analítico sintético es decir
partía de las letras, luego la sílaba y al final se sinteti-
za el proceso en la palabra completa, al contrario del
de Rébsamen.

Curiosamente el tan criticado uso de la onomato-


peya fue lo que lo hizo famoso porque volvió el apren-
dizaje de la lectura y la escritura fácil, rápido y agrada-
ble. Esto, aunado a la utilización del cuento, lo hizo
más atractivo; de esta forma permitía al alumno entrar
al mundo de las letras a través de pequeñas historias
relacionadas con su vida y entorno, y con sonidos pro-
pios de su ambiente; así, por simple asociación de
ideas, en corto tiempo los alumnos aprendían a com-
prender lo escrito y a escribir lo deseado.

En el pasado el primer acercamiento de los niños


al alfabeto y sus signos había sido terriblemente enfa-
doso, lleno de repeticiones hasta el agotamiento, bajo la
estricta mirada del maestro quien con la vara, la regla o
cualquier otro elemento en la mano estaba listo para dar
un golpe al que no lograra repetir la cancioncita de las
letras y sílabas, misma razón que los alejaba de su
aprendizaje.   Muchas   veces   se   me   dijo,   “Gracias   a   tu  
método se acabó la terrible enseñanza: De la letra, con
sangre entra”.

La escritura manuscrita que yo planteé fue la per-


pendicular y no la inclinada como se venía usando,
aunque también se enseñaba la letra de imprenta. Yo
siempre preferí el uso de la letra perpendicular por con-
siderarla más clara, legible, de fácil ejecución, rápida y
259
cómoda para la postura y fisiología natural del infante;
el problema es que en México, como en casi toda Amé-
rica Latina, desde la dominación española se había de-
cretado el uso de la letra inclinada, la conocida de To-
rio de la Riva o letra española.465 El método del maestro
Rébsamen en un principio manejaba la letra inclinada,
pero en 1908 se hizo la edición con la letra perpendicu-
lar, quedando subsanado este problema.466

No fue fácil convencer a los exalumnos de Réb-


samen, entre ellos el señor Castellanos, el más iracun-
do. Todavía en 1907 seguíamos con acaloradas discu-
siones. Castellanos publicó un texto que denominó El
criterio sobre los métodos de escritura-lectura, donde
de nuevo atacaba mi método. En ese momento, ya bas-
tante fastidiado de estar haciendo réplicas constantes en
revistas y periódicos, decidí yo sacar a luz un texto que
precisamente titulé: El criterio sobre los métodos de
escritura-lectura del señor profesor Abraham Caste-
llanos, editado por A. Carranza. A causa de las expli-
caciones que di en esta obra, de nueva cuenta el señor
Castellanos empezó a atacarme con una serie de artícu-
los   en   “El   Diario”,   esta   vez   no   sólo   con   pasión   sino   en  
un clímax de odio. Desafortunadamente, Castellanos no
había asumido una actitud digna con el “noble deseo de
buscar   la   luz”   haciendo   “más   uso   de   la   diatriba   que   de  
la   lógica”   planteando   una   serie   de   errores que perturba-
rían seguramente al público indocto. Pensé que serían
unas   cuantas   más   “patadas   de   ahogado”   y   contesté   a   las  
tres primeras, pero al ver que seguía publicando y que
cada vez se exacerbaba más su desprecio, decidí ya no
seguir contestando   a   través   del   “El   Diario”   y   publiqué  
el folleto: Cómo defendió D. Abraham Castellanos su
"criterio". Contiene artículos publicados por el Sr.
Castellanos en "Diario" de esta ciudad, por el Sr. pro-
fesor Gregorio Torres Quintero; donde demostré una
260
vez más con razones científicas mis ideas, con la inten-
ción de explicárselo al público.467 La cosa no paró ahí.
¡Qué remedio! Seguiríamos en el altercado. Castellanos
volvió a publicar sobre el tema dos artículos más los
días 27 y 29 de junio en La Patria Diario de México
del licenciado Ireneo Paz. Entonces de donde menos
me esperaba vino el apoyo, desde Chile el maestro Lo-
renzo Monsalve criticó la obra de Castellanos, y a mí
me felicitaba por la valiente crítica hecha, diciéndome
que pudiendo haber sido más severo no lo fui. 468

Fueron muy duros los primeros años de difusión


y venta del Método, y no porque no se vendiera, situa-
ción totalmente contraria pues se vendía muy bien, sino
fueron las ácres críticas recibidas. En el fondo creo que
me hicieron más fuerte y saqué una buena enseñanza,
la razón y los argumentos sólidos siempre acaban por
vencer; la prueba fue una serie de cartas que empecé a
recibir de felicitación de varios estados del país, tam-
bién de otros países como Cuba y Chile.469

No fue éste el único libro que publiqué ese año,


fueron varios; todavía no se acababa éste cuando salió
otro texto que afortunadamente no me provocó críti-
cas, sino más bien buenos comentarios, fue el libro de
historia La patria mexicana. Elementos de historia
nacional,470

Desde que empecé a dar clases de historia patria


en la Normal, me había entrado el gusanito por la ense-
ñanza de esta materia. La mayoría de los maestros sólo
se preocupaban por dejar lecturas sin comentarios, ni
explicaciones que el alumno debía repetir al día si-
guiente con gran número de nombres y fechas que la
hacían tan aburrida. Yo creo que la historia no debe
enseñarse sólo de forma oral. El libro que la comple-
261
mente debe ser como uno de lecturas infantiles que el
maestro amplíe con explicaciones. Después, deben po-
nerse ejercicios, como hacer un resumen de la lección.
La explicación oral que haga el maestro debe exponer-
se   como   un   cuento,   claro   sin   alterar   nada   “la   narración  
debe   ser   fiel   sin   echar   a   volar   la   imaginación”.   Eso   sí   se  
deben señalar y memorizar los sucesos más importan-
tes.471 Además, "el maestro, colocándose en el terreno
contemporáneo, debe procurar inspirar a los niños amor
al prójimo y a la humanidad, no con mojigaterías histó-
ricas sino apelando a la razón y al sentimiento."472

Otro libro más que salió ese año fue El Lector


Enciclopédico Mexicano No. 3, formado por ciento
veinticinco lecturas para uso de las escuelas primarias,
con una gran variedad de temas sobre: historia, ciencias
físicas y naturales, higiene y numerosos cuentos y
anécdotas, fueron lecturas pequeñas de apenas unas tres
o cuatro páginas cuando mucho. Algunos de los títulos
fueron,   por   ejemplo:   “Dos   narices   ilustres   (Mozart y
Haydn)”,   “La   conquista   de   México”,   “Los   grandes   in-
ventos”,   “Tzilacatzin,   alguien   que peleó contra los es-
pañoles”,   “La   conciencia   de   Víctor   Hugo   y   de   Ricardo  
Palma”;;   también   incluí   algunas   poesías,   de   ellas   varias  
mías como la dedicada al Volcán de Colima. Además
el libro salió muy bien ilustrado.473

A pesar de las críticas y polémicas, yo seguí publi-


cando libros escolares y pronto empecé a recibir para-
bienes por mi obra; hubo una carta del magisterio espa-
ñol que me felicitó por uno de los primeros, el de Lectu-
ras intuitivas sobre vegetales útiles.474 El siguiente año,
1905, publiqué Lector infantil mexicano.475

Regresando a la vida cotidiana, fue grato ente-


rarme en 1906 que mi gran amigo y compañero Victo-
262
riano Guzmán regresó a la ciudad de México, con el
nombramiento de inspector en Milpa Alta.476 Lo invité
a casa para celebrar mis cuarenta años, el veinticinco
de mayo de 1906; llegué a la edad madura y recibí co-
mo regalo de parte de mi hermano Francisco una mara-
villosa carta donde me platicó la historia de como vine
a este mundo y sobre el origen de nuestros abuelos. Fue
una interesante revelación.

En abril de 1907 una muerte enlutó al magisterio


al fallecer el maestro Manuel E. Villaseñor. Ante su
tumba, expresé una sentida alocución de despedida a
nombre de la Dirección General de Instrucción Prima-
ria.477 No fue la primera ni última vez. Tuve que volver-
lo hacer en otras ocasiones como cuando murió el
maestro Alberto Correa en 1909.

Durante 1907, Daniel Delgadillo y yo nos propu-


simos sacar una obra que conjuntara los artículos del
querido maestro Carlos A. Carrillo. Su prematura
muerte, ocurrida en 1903, había dejado su obra dispersa
entre las muchas revistas donde se publicó, tanto las
que él dirigió como otras donde participó. Era ya difícil
conseguir muchos de estos artículos y algunos hasta se
habían perdido. Considerábamos su obra tan buena que
nos preocupaba se perdiera. Nosotros teníamos la for-
tuna de poseer casi toda la colección y decidimos pu-
blicarlos; en aquel momento nos dimos a la tarea de
organizarlos en las distintas temáticas tratadas por el
maestro. Reunimos tal cantidad que se editaron dos
volúmenes: el tomo 1 con los artículos de carácter teó-
rico, y el tomo 2 con los prácticos. Los publicó la edito-
ra Herrero Hermanos y sucesores con el título: Artícu-
los pedagógicos del señor don Carlos A. Carrillo.
Continuaba preocupándome el problema de la en-
señanza de la moral en la escuela y se me ocurrió sacar

263
una obra con una serie de poesías, prosas, fábulas (Sa-
maniego, de J. de la Fontaine), pensamientos y máxi-
mas que había ido conjuntando a lo largo de los años.
Algunos eran míos, varios ya publicados, pero incluí
muchos de otros autores: Manuel M. Flores, Juan de
Dios Peza, Rodolfo Menéndez, Esther Tapia de Caste-
llanos, Emilio Castelar, Manuel Gutiérrez Nájera, Ma-
nuel Acuña y Andrés Bello, entre otros. Así fue como
en 1907 salió a la venta el Primer libro de recitaciones
aplicadas a la educación en verso y prosa, con noventa
y uno trabajos divididos en siete partes:

La primera parte la dediqué a la familia con poe-


sías sobre la madre, el padre, los abuelos y los herma-
nos principalmente. La segunda a la escuela. Cayetano
Rodríguez Beltrán dedicó una prosa al silabario; escogí
una poesía muy linda de Víctor Hugo sobre el maestro
con   una   parte   que   me   gusta   mucho   que   dice:   “Entráis  
en la mansión de un maestro de escuela; saludadlo más
atentamente. ¿Sabéis lo que hace? Fabrica espíritus.”478
La   tercera   parte   del   libro   la   dedique   a   “La   Patria”   em-
pezando por nuestro himno nacional, La cuarta parte
fue sobre deberes individuales cualidades y defectos
(aquí inserté un articulito sobre el suicidio de J. J.
Rousseau). La quinta parte fue sobre los deberes socia-
les (justicia y caridad); la sexta fue dedicada a la natu-
raleza, en ésta volví a publicar el poema mío dedicado
al Volcán de Colima; la última parte la dediqué a la
idea de Dios con tres participaciones de Rodolfo Mén-
dez, Gaspar Núñez de Arce y con una serie de máximas
y pensamientos.

Nunca me sentí como gran poeta, sin embargo, en


una ocasión el señor José P. Rivera me hizo favor de
ponerme a la altura de mi buen amigo y paisano, Bal-
bino Dávalos.479 ¿Qué tan valiosa sería su opinión? No
264
lo sé, otros juzgarán en el tiempo mi obra, uno no debe
nunca sentirse satisfecho.480

Del mismo modo ese año me animé a hacer una


novela de carácter didáctico para los niños y niñas con
la idea de que la historia se debía enseñar de forma
agradable como un cuento. Así fue como imaginé a
toda una familia de héroes, desde el abuelo participan-
do en la luchas de la Independencia hasta las últimas
luchas del siglo XIX, cuando regresa al pueblo el nieto
de aquel primer personaje y empieza a contarles a los
niños retrospectivamente toda la historia de esos hom-
bres de la familia que lucharon por el país. Aproveché
para hablarles del México de esa época, de los oficios
propios del pueblo, de la geografía de la República, su
naturaleza y por supuesto de historia. Una familia de
héroes apareció publicado a finales de 1907.481

Para entonces ya tenía varios libros que se ven-


dían en toda la nación, los precios con que se ofrecían
eran: El método, 0.25 centavos; La guía, 1.25, Lector
infantil mexicano, 0.45; Una familia de héroes, 0.60;
Lector enciclopédico mexicano, 0.50; Primer libro de
recitaciones aplicadas a la educación, 0.50. Ya no me
iba nada mal, empecé a tener buenos ingresos gracias a
las regalías que obtuve por los libros.482

De pronto me empecé a volver importante. ¿Se-


rían mis libros? ¿El método onomatopéyico? ¿Mis lu-
chas? ¿Artículos? No lo sé con precisión pero fue muy
grato saber que el 18 de febrero de 1907, en mi tierra
colimota se había establecido una sociedad de estudios
con mi nombre (primera ocasión que se hacía), y ese
mismo año en Mazatlán, Sinaloa, se estableció otra.
También el maestro Antonio Ricalde Gamboa puso mi
nombre a una escuela particular.483
265
En Colima figuraron en esta sociedad de estudios
mis amigos y algunos maestros que yo había formado
los últimos años de mi estancia en el Estado. Entre
ellos quedó como presidente, Jesús Díaz; vicepresiden-
ta, Paula Verján; secretario, J. Cruz Campos; tesorera,
V. Concepción Rivera; bibliotecaria, Ma. Concepción
Huerta Álvarez; vocales, Carolina Voges, Ramona An-
drade y Juana Pamplona. Publicaron una revista llama-
da Vida y Luz484 por poco tiempo, solamente hasta ma-
yo de 1911, fecha en que yo lancé mi candidatura al
gobierno del Estado. Recuerdo estos nombres porque
varios de ellos estarán ligados a la historia de esa frus-
trada campaña electoral.485 También en Estados Unidos
se empezaba a manejar mi nombre; el periódico The
Mexican Herald publicó una biografía sobre mi perso-
na en inglés.486

Hubo ocasiones en que visitaba las escuelas del


Distrito Federal para darme cuenta por mí mismo, co-
mo se manejaban. En noviembre de 1908, tuve una ex-
periencia de este tipo que dará idea de cómo trabajaban
la mayoría. Fui a la escuela elemental número 27 en la
octava calle de la Ribera de San Cosme. Lo primero
que vi cuando llegué fue que se estaban recibiendo me-
sabancos. Parecía que sobraban muchos que estaban
amontonados en la dirección. Al encontrarme sor-
prendido el director me dijo que servirían para el año
siguiente.

Enseguida pasé a observar las clases de los ayu-


dantes de cada grupo. El primer año con cincuenta
alumnos tenía claramente dos grupos de niños de dis-
tinto nivel, el primero muy bien, y de seguro, pasarían
de año. En cambio en la otra sección, los alumnos esta-
ban muy atrasados. Lo que más me preocupó es que
266
varios de los chicos llevaban ya dos años cursando este
primer año y tal vez muchos de ellos, sobre todo los del
grupo malo, tendrían que volver a cursarlo. ¿A qué se
debía esta situación? Decidí someter a la Dirección
General mi perplejidad y a ver si podíamos dedicar a
alguien para investigarlo.

En el segundo año se tenían veintiseis alumnos.


La maestra estaba dando una lección de recitación, pero
en cuanto me vio se puso tan mortificada que yo le in-
diqué cambiara de tema a su predilección. Fue en balde
pues inició una clase de geografía dibujando muy mal
en el pizarrón un río y después realizó una serie de pre-
guntas muy mal hilvanadas. Todo un fracaso, yo me
dije: como tiene a escasos cien metros el río del Consu-
lado, bien conocido por los jóvenes. ¿Para qué meterse
en honduras? Después lo comentaría con ella.

En el tercer año había treinta y ocho alumnos;


también, se estaba dando una lección de geografía so-
bre los límites del Distrito Federal y sus municipalida-
des. En esta clase quedé muy satisfecho, pues la maes-
tra que la impartía lo hizo muy bien.

El cuarto año tenía veintidos alumnos. Ahí se es-


taba dando una lección de geometría con la construc-
ción de polígonos. La maestra les pidió que resolvieran
un problema; había que sacar cuántos ladrillos se nece-
sitarían para pavimentar un patio; les dio las medidas
del polígono y el tamaño del ladrillo. La maestra tuvo
un error en la separación de las cifras decimales que
obviamente iba a influir mucho sobre el resultado.
Además el procedimiento estuvo mal planteado; no la
corregí delante de los alumnos para no quitarle el pres-
tigio que todo maestro debe tener frente a ellos, me lo
reservé para después.
267
Al final de las clases tuve tiempo de visitar las
instalaciones. En general los salones eran de buen ta-
maño aunque el de segundo tenía problemas de luz. La
escuela poseía un primer patio con un bello jardín pero
algo sombrío. En el fondo había otro patio utilizado
para los recreos. Hay una serie de piezas pequeñas que
no se utilizan para nada; ahí podrían guardarse los me-
sabancos y otros útiles que están amontonados en la
dirección.

Me reuní en la dirección con el personal para ha-


cerles las observaciones que tomé durante las clases; a
la de segundo año, le encargué preparar mejor sus cla-
ses; a la de cuarto, le indiqué que se había equivocado
y le sugerí que al día siguiente resolviera adecuada-
mente el problema con los alumnos para que a ellos les
quedara claro el procedimiento. De las tres maestras
sólo una era normalista, la primera con sólo dos años
de servicio, la mejor fue la más antigua y la del pro-
blema del polígono era de Aguascalientes. Me dijo el
director que probablemente mi visita sorpresa la morti-
ficó mucho. También al señor director le hice algunas
sugerencias que tomó muy bien.487

En la faena diaria, a veces con algunas distrac-


ciones, no dejé la poesía ni los recuerdos de mi tierra,
del mar; y entre las labores recordé un viejo poema que
hice sobre el océano de Colima:

Hermoso mar ¡qué azul y qué profundo


Te acuestas sobre el mundo!
Sigue ocultando en tus entrañas hondas
Tus mágicas escenas.
Mientras que yo sentado en tus arenas
No aparto la mirada de tus ondas.488
268
El 10 de enero de 1909 falleció el maestro Alber-
to Correa y de nuevo volví al cementerio a cumplir la
tarea de despedirlo pero no fui el único. A mi me co-
rrespondió hablar sobre su vida y trascendencia por
parte del profesorado de la Escuela Normal. En esa
ocasión recordé al que había sido nuestro maestro de
historia y a la vez director de la escuela anexa, que
también fue director general de Enseñanza Normal. Fue
redactor del periódico pedagógico El Escolar Mexicano
que sostenía con muchos sacrificios y mencioné por
cierto como el maestro Carlos A. Carrillo decía: "Un
periódico pedagógico es una perpetua quiebra".

Comenté como durante el Primer Congreso Na-


cional de Instrucción le correspondió al maestro Co-
rrea contestar un ataque ofensivo de Juan A. Ma-
teos. ¿Quién sabría más de educación el maestro o
el licenciado?

Alberto Correa fue un hombre clave en la educa-


ción mexicana de este tiempo junto con Justo Sierra,
Enrique Rébsamen y Miguel F. Martínez. Era tabas-
queño y formó una pareja ejemplar con su esposa. Fue
una muerte impactante para todos, pues el maestro Co-
rrea venía desarrollando una idea largamente acaricia-
da: conformar una unión nacional de maestros y, cuan-
do estaba a punto de culminar esta tarea, la parca se lo
llevó.489

269
Alberto Correa en La Enseñanza Primaria, 15 de enero 1909.

Justo el día de su muerte se recibió la confirma-


ción de todos los estados para constituir una asociación
nacional de maestros mexicanos bajo el nombre de
Unión Nacional del Magisterio.490

Desde 1904 el propio Justo Sierra había propues-


to crear un centro general de maestros, pero en ese
momento no tuvo mucho éxito su propuesta. Yo mismo
estuve en desacuerdo porque pensaba que no se debería
hacer un solo centro sino muchas asociaciones de
maestros.491 Sin embargo, más tarde los argumentos del
maestro Correa nos convencieron plenamente y apoyé
su iniciativa.

A escasos días de su muerte se inauguró la Unión


Nacional del Magisterio, donde quedó como presidente
Manuel Cervantes Imaz y dos vicepresidentes, el Ing.
Miguel F. Martínez y yo. Para después quedarme solo
en la vicepresidencia cuando el Ing. Martínez ocupó la
presidencia. Por cierto, a mí me tocó dar otra vez el
mensaje de bienvenida en el cual recordé los esfuerzos
270
del maestro Correa y sus ideas sobre esta asociación,
pues siempre nos decía que debería privar la cordialidad
y el compañerismo en pro de la educación mexicana.492

Después se formaron comisiones en la asociación


y a mí me correspondió estar en la de estatutos y re-
glamentos junto con Manuel Cervantes Imaz, Daniel
Delgadillo, Bruno Martínez y Juan León. Nos preocu-
pamos por definir los objetivos, funcionamiento y fi-
nanciamiento de la asociación.493 El señor Correa había
prometido en la conformación de la asociación el esta-
blecimiento de una mutualidad para que cuando un
maestro muriera, se le pudiera otorgar a su familia una
ayuda económica; era necesario entonces cobrar una
cuota que permitiera hacer una base financiera para
poder sufragar a los deudos. El asunto se miraba difícil,
pues la cuota planteada por el maestro Correa no alcan-
zaría para cubrir este compromiso, habíamos hecho
cálculos y sólo alcanzaría a cubrir seis defunciones por
año cuando se registraban cerca de veinte, por eso fue
necesario proponer que se elevara la cuota a diez pesos
anuales para los asociados.

Otra situación que enfrentó la asociación en este


primer año, fue la división que empezó a darse entre los
maestros   llamados   “centralistas   y   federalistas”;;   unos  
querían una sola asociación y los federalistas varias o
sea una en cada estado. Si bien años atrás yo había pro-
puesto esto mismo, ahora era claro que lo que más nos
convenía era una sola asociación, ya que la unión y la
solidaridad de todo el magisterio nacional permitiría
primero, ayudar a más maestros con el concurso de to-
dos, y segundo poder planear lo que se requería para
impulsar la profesión.494

271
Mientras, el régimen porfirista empezaba a dar
signos de agotamiento; seguramente el propio Presi-
dente se sentía ya demasiado viejo para continuar go-
bernando; ésta fue quizás la razón por la que concedió
una entrevista al periodista James Creelman, publicada
en la revista Pearson´s Magazine el 3 de marzo de
1908; en español apareció el 3 y el 4 de marzo en el
periódico El Imparcial. En esta entrevista anunciaba
don Porfirio su pronto retiro alentando a la creación de
una digna oposición.
He aguardado durante muchos años paciente-
mente, a que el pueblo de la República estuviera pre-
parado para elegir y cambiar el personal de su Go-
bierno, en cada período electoral, sin peligro ni temor
de revolución armada y sin riesgo de deprimir el crédi-
to nacional o perjudicar en algo el progreso de la Na-
ción, y hoy presumo que ese tiempo ha llegado ya.

Entre lo que mencionó, a mí me resaltaron sus


palabras sobre la educación, cuando dijo:
Quiero ver la educación llevada a cabo por el
Gobierno en toda la República, y confío en satisfacer
este deseo antes de mi muerte. Es importante que to-
dos los ciudadanos de una misma República reciban la
misma educación, porque así sus ideas y métodos
pueden organizarse y afirmar la unidad nacional.
Cuando los hombres leen juntos, piensan de un mismo
modo; es natural que obren de manera semejante 495

Signos de crisis y violencia se empezaban a vis-


lumbrar en el país desde 1906, primero con la huelga
de Cananea, y en 1907 con la de Río Blanco. Creo que
la entrevista aceleró el final del Porfiriato.

En Colima otro evento violento perfilaría de la


misma manera el principio del fin de esta era. En 1909
272
sucedieron los llamados crímenes de Tepames, cuando
el comandante de policía, Darío Pizano, asesinó junto
con otros gendarmes a dos hermanos; todo por una que-
ja de ciertos vecinos. Esto sucedió sin que las víctimas
opusieran ninguna resistencia, lo que disgustó grande-
mente a los pobladores. Este crimen le costó caro al
gobernador del Estado, Enrique O. de la Madrid porque
la prensa de oposición hizo gran escándalo, primero a
nivel regional y luego nacional. Se llegó a publicar un
libro sobre el incidente. La madre de las víctimas fue a
la ciudad de México y tuvo una audiencia con el presi-
dente Díaz, quien le prometió justicia mediante el
nombramiento de un nuevo juez en Colima. Este juez
hizo el proceso y condenó a muerte a Pizano y a la cár-
cel a sus cómplices; sin embargo, Pizano fue únicamen-
te encarcelado y unos años más tarde liberado, de lo
cual platicaré en el siguiente capítulo.496

Se presagiaban los días de tormenta. A pesar de


la represión, las ideas y malestar contra el sistema co-
menzaban a percibirse claramente, la revolución estaba
latente. Se percibía hasta en el teatro en algunas obras,
como Rebelión, que la vimos aunque fue censurada y
don Lorenzo, autor del libreto, tuvo que salir del país,
Por aquellos años las tandas no eran bien vistas; Luis
G.   Urbina   dijo   en   1908   que   “La   tanda   es   un   diverti-
miento cómodo y barato. Nuestra pereza intelectual,
nuestra flaccidez moral, nos inclinan naturalmente del
lado de un espectáculo frívolo   y   ligero…”   Este   teatro  
del género chico fue uno de los medios introductores de
nuevas realidades como En la hacienda, zarzuela de
Federico Carlos Kegel, donde el tema principal era la
misérrima vida del peón del campo y los abusos de los
hacendados con los peones y sus mujeres. Esta zarzuela
fue llevada a la pantalla en 1921 por Ediciones Camus
con arreglos del poeta José Manuel Ramos.497
273
Podríamos poner 1910 como el final de toda una
época. Fue un año de celebraciones y de rompimientos
sociales que darían origen a un nuevo periodo en la vida
nacional. Durante estos últimos diez años mi vida había
tenido un gran desarrollo profesional e intelectual.
Ese año tuvimos en la familia un sentido deceso,
la muerte de mi concuño Mariano S. Gómez que dejó a
Trinidad (la hermana de Matilde) viuda y con cuatro
niños en la orfandad. Solicité permiso en el Ministerio
y lo más rápido que pude me trasladé en ferrocarril a
Uruapan,498 para atender los asuntos relativos a su fune-
ral y traslado de la familia. Tuvimos que tomar fuertes
decisiones y hacernos cargo de la familia que quedaba
huérfana de padre y sin medios económicos suficientes
para subsistir.
Otra muerte muy sentida por todos los colimotas
ocurrió ese año, la querida maestra Rafaela Suárez dejó
de existir el 13 de enero 1910. Dediqué a su memoria
unas letras en la revista La Enseñanza Primaria, donde
relaté los aspectos más importantes de su fecunda labor
como educadora.499

Rafaela Suárez, La Enseñanza Normal, AH-CBENP,


15 de enero1909, p. 3.
274
Entre los eventos del Centenario me correspondió
estar cerca de la organización y desarrollo del Tercer
Congreso Nacional de Educación. Tuvo lugar del 14 al
24 de septiembre y don Justo Sierra pronunció el dis-
curso de inauguración en un célebre 13 de septiembre
(día de los Niños Héroes de Chapultepec). Fungió co-
mo presidente del mismo el ingeniero Miguel F. Martí-
nez y yo fui el vicepresidente. Vinieron maestros de
gran parte del país y de Colima, de donde asistieron
mis buenos amigos Miguel Díaz y J. Cruz Campos.

Las palabras del señor Sierra nos llegaron pro-


fundamente pues expresó varias veces la importancia
de la figura del maestro como forjador del alma nacio-
nal. Sobre todo miraba con preocupación la urgente
necesidad de educación para la gran parte de los mexi-
canos, quienes estaban excluidos de toda formación.
Ese día dijo que la mitad de los habitantes de la nación
ignoraban hasta lo que significaba ser mexicano; eran
incapaces de tener conciencia nacional, a causa del ais-
lamiento, la pobreza, la superstición y el alcoholismo,
todo ello los privaba de tener una alma nacional. Urgía
crear un programa de enseñanza rudimentaria que res-
catara a esa población mayormente indígena. En esa
ocasión el profesor Rodolfo Menéndez contestó el dis-
curso del señor Sierra y muy atinadamente señaló:
“Atrás   quedó   la   escuela   histórica   y   tradicional   con   su  
cortejo de sombras y prejuicios, la escuela memorista y
abstracta   con   su   método   ‘machaca’   al   decir   de   Réb-­
samen”,   hizo   hincapié   en   los   millones   de   analfabetos  
—la mayoría indígenas— que había.

Este Congreso constituyó un resumen de lo que


se había avanzado en los últimos años, una especie de
“balance   de   la   herencia   escolar   porfirista,”   y   a   la   vez,  
se marcaron los grandes problemas que existían en el
275
sector. Muchas escuelas seguían teniendo un solo
maestro para atender todos los grados. Se insistió en
poder dotar a todos de una educación más completa y
no sólo reducirla a leer, escribir y contar como sucedía
en muchos casos.

Sorprendió encontrar que muchos de los bellos


propósitos planteados desde el Primer Congreso en
1889 no hubieran sido alcanzados según las palabras
del subsecretario Ezequiel A. Chávez; la situación en
que se encontraba el ramo era lamentable. Después no
se trató más la problemática; los representantes de los
estados se dedicaron tan sólo a informar sobre la situa-
ción escolar de sus lugares de adscripción. Se apreciaba
claramente una disparidad enorme entre el desarrollo
de las escuelas primarias de los centros urbanos con las
rurales;;   era   como   “El   aspecto   brillante   en   el   claro oscu-
ro de la enseñanza nacional apenas se distinguía entre
la lobreguez de las sombras, y descubría palmariamente
el   oropel  de  su  condición.”500

Continué haciendo mi trabajo entre el barullo de


la preparación de las fiestas del centenario, y los ester-
tores del Porfiriato que agonizaba. Como jefe de la
Sección de Educación Primaria, el 26 de noviembre fui
invitado a asistir a las juntas informativas mensuales
para tratar los asuntos relativos a la inspección médica
de las escuelas primarias del Distrito Federal, con ca-
rácter obligatorio por parte del subsecretario Ezequiel
A. Chávez. 501

Las cosas no andaban bien. Con razón el Presi-


dente me negó en agosto la posibilidad de comprar un
edificio para una escuela. Sólo en dos ocasiones recibí
un escrito con su monograma y firma; éste fue el pri-
mero donde se dio la atención de negarme directamente
276
mi petición (la segunda fue cuando le comuniqué que
había recibido invitación de los vecinos de Colima para
postularme para gobernador en 1911)502 . Además del
Congreso de Educación, también asistí a la inaugura-
ción de la Universidad Nacional de México.

La celebración del centenario de la Independen-


cia se celebró con bombos y platillos. Hubo deslum-
brantes eventos, y por todos lados se miraban altos fun-
cionarios nacionales y extranjeros con el Presidente a la
cabeza, colmado de medallas e insignias. A pesar de
tanta fiesta, desfiles y barullo no se logró callar las vo-
ces de oposición que se venían dando. El señor Made-
ro, contendiente a la presidencia, había sido eliminado
y alevosamente encarcelado; ello no paró el movimien-
to; logró huir y lanzar   el   famoso   “Plan   de   San   Luis”,
donde convocaba a los mexicanos a levantarse en ar-
mas   a   partir   del   20   de   noviembre   para   derrocar   al   “ti-­
rano”   Porfirio   Díaz.

No obstante yo anoté que en ese largo periodo de


gobierno del general Díaz se había asegurado la paz, a
veces con medios de sumo rigor, pero en esa larga era
de paz, los mexicanos pudimos explotar tranquila y
concienzudamente nuestro suelo; las locomotoras cru-
zaron las llanuras y montes; las industrias estaban por
todo el país; se multiplicaron las comunicaciones tele-
gráfica   y   telefónica   y   llegó   la   luz   eléctrica.   “El   país  
reconoció todas las deudas extranjeras y arregló el pago
por  anualidades.”   “La   prosperidad   fue   general.”503

Hábil político, el general Díaz sofocaba todas las


ambiciones de sus correligionarios. Las elecciones ni
eran necesarias, era unánime la aceptación del general
Díaz   por   todos   los   mexicanos   “¿Para   qué   votar?   Díaz  
continuaría y era bueno que continuara”.   A   la larga esa
277
abstención provocó malos resultados, hubo inercia polí-
tica y se apagó el deseo legítimo de tomar parte en los
asuntos públicos. No había más opinión que la suya, y
todos se doblegaban ante sus deseos.

Así fue como Díaz constituyó un gobierno perso-


nal. Por algún tiempo se creyó que el poder absoluto
concedido al gran Presidente estaba bien pagado al pre-
cio del bienestar general que aseguraba al país. Des-
afortunadamente, fue un equilibrio al final muy débil
porque cualquier perturbación en la opinión pública
podría ser desafortunada, como sucedió cuando la opi-
nión se empezó a manifestar no contra Díaz, sino con-
tra los que lo rodeaban: los científicos.

Del mismo modo, empezó la preocupación sobre


quién continuaría en el poder si el general moría. Para
resolver este problema se modificó la Constitución para
nombrar   a   un   vicepresidente   “Y   aquí   fue   donde   se   divi-
dieron los mexicanos. Cosa rara: todos estaban unidos
en torno del presidente; pero se dividieron en lo refe-
rente a la vicepresidencia.”  

El general   Díaz,   “siguiendo   su   hábito   de   imponer  


su voluntad hasta entonces aceptada, quiso que fuera
vicepresidente   Don   Ramón   Corral.   Y   lo   impuso.”   Aun-
que,   “muchos   mexicanos   no   querían   a   Corral.   Pues  
bien; esa divergencia de opiniones fue el origen princi-
pal de la Revolución. Los mexicanos quisieron votar en
las   elecciones.   Quisieron   tener   sufragio   efectivo,   […]  
Además ya no quisieron la reelección.”   Ante   los   difíci-
les tiempos que se avecinaban, terminamos el año cele-
brando las navidades con simulada alegría.

278
CAPÍTULO OCTAVO
TURBULENTO AÑO DE 1911

En mala hora pretendí trocar el campo de la


escuela  p or  el  campo  de  la  política…  Y  a ho-
ra creo más firmemente que nunca, que los
maestros, maestros deben ser y no políticos.
Gregorio Torres Quintero 504

No habíamos dado mucha importancia al movimiento


del señor Francisco I. Madero, pero la opinión fue tor-
nándose día a día, sobre todo cuando tuvimos noticia
de la derrota de los federales en Chihuahua. Pronto nos
percatamos que las tropas no serían suficientes y ello
demostró que Porfirio Díaz no estaba apoyado por la
fuerza de las bayonetas. El movimiento aumentaba y el
gobierno se vio impotente para contenerlo.

El Presidente pretendió aplacarlo declarando ante


el   Congreso   que   aceptaba   la   “No   Reelección”   y   que   se  
modificaría la ley. Demasiado tarde, el deseo de reno-
var el gobierno había cundido por todo el país, el mila-
gro lo había hecho un personaje hasta entonces casi
desconocido, el señor Francisco I. Madero.

Con la toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911,


se tornó imposible el sostenimiento de Porfirio Díaz en
la presidencia, renunciando justamente el día que yo
cumplía los 45 años, —el 25 de mayo de 1911—. Ter-
minaba así el largo periodo llamado Porfiriato.

Quedó como presidente interino el licenciado


Francisco León de la Barra, hasta las elecciones donde
ganó abrumadoramente el señor Francisco I. Madero

279
para presidente y como vicepresidente José María Pino
Suárez, a partir del 6 de noviembre de 1911.505

MI CANDIDATURA AL GOBIERNO DE COLIMA 506

¿Por qué me metí en la política cuando el país se con-


vulsionaba con los movimientos revolucionarios? Qui-
zás en el pensamiento de todos estaba la posibilidad, el
sueño de la transformación política del país además las
condiciones se estaban dando en Colima y finalmente
todos, en algún momento de nuestras vidas, tenemos
ambiciones personales. Para mí llegar a la gubernatura
de Colima representaba un reto digno por el cual luchar.

Hombre de mi siglo, anhelo la libertad en todas


sus manifestaciones, en todos sus aspectos, con todos
sus antecedentes y consecuencias. Aspiro a ella con
ansias, porque yo, como mis conciudadanos, tampoco
la he gozado. Hacia ella vamos caminando. Las revo-
luciones impulsan el barco, pero el camino es largo.
Los pueblos libres trabajaron mucho para serlo. 507

Siempre he sido hombre de ideas liberales más


exaltado de joven, pero ahora había moderado mis jui-
cios y podía pensar con menos preocupaciones en los
asuntos de la cosa pública. Estaba entre el temor y el
entusiasmo, me decía ¿por qué no? Si ello podría servir
a la comunidad que tanto quiero: la colimota.

Me había dedicado a la educación, soy maestro


de vocación y de profesión, quizás por ello mi espíritu
tiene valores y principios de ética al servicio de los
demás. Aunque nunca me imaginé a lo que me enfren-
taba, y me lancé creyendo que hacía algo bueno por mi
tierra.

280
Desde principios del año me empezaron a llegar
noticias interesantes de Colima.

El gobernador Enrique O. de la Madrid estaba a


la expectativa de lo que pasara en México, pues desde
el crimen de Tepames había quedado muy despresti-
giado; por eso en su reelección del año anterior le costó
llegar. Fue cuando se le enfrentó quien sería mi con-
trincante, Trinidad Alamillo. En esa ocasión todavía la
voz del presidente Díaz valía y de la Madrid se reeli-
gió.508 En aquella ocasión Alamillo lanzó un programa
y en este especificó claramente que pondría especial
esmero en secundar la sabia política del Sr. Presiden-
te de la República General D. Porfirio Díaz, no le
sirvió, pues don Porfirio no lo apoyó, aunque habrá
que recordar esta propuesta cuando se maneje como
maderista.

Alamillo era un tipo taimado, nacido para amar el


poder, con posturas altivas, prepotentes y orgullosas.
Desde 1885 empezó a ocupar cargos públicos, fue pre-
fecto político en Colima y diputado en varias ocasiones
tanto a nivel local, como nacional y sobre todo ejerció
una fuerte labor periodística509 .

También resulta interesante comentar, que cuan-


do el señor Francisco I. Madero hizo su campaña den-
tro del Partido Antirreleccionista y se presentó en Co-
lima en el barrio llamado El Rastrillo del puente Zara-
goza; alquiló una pollera y llamó al pueblo —nadie
acudió— ni   los   “alamillistas”   que   podrían   haber   mos-
trado   su   descontento.   Es   más   los   “alamillistas”   en   el  
momento en que se inició la lucha revolucionaria le-
vantaron protesta contra el movimiento, con una pro-
clama que claramente planteaba su rechazo al movi-
miento y su apoyo al porfirismo.510
281
Hay hombres que han nacido para ambicionar el
poder y Alamillo era uno de ellos. Desde sus pininos
políticos durante el gobierno de Gildardo Gómez ad-
quirió la idea de que él tenía suficientes capacidades
para ser gobernador, en aquellos años tanto su amigo
Miguel García Topete como él pretendieron ascender
en la cúpula política.

Empezaba a considerar la perspectiva de volver a


Colima y también me sentía cansado de dirigir tanto
años la revista La Enseñanza Primaria, por eso le pedí
a mi buen amigo Celso Pineda se buscara alguien que
me pudiera relevar del cargo de director. Ya llevaba
bastantes años luchando por levantar el nombre de la
Escuela Normal de México a través de su revista, nece-
sitaba dejar esa responsabilidad que me consumía tanto
tiempo.511

La posibilidad de mi candidatura a gobernador


por el estado de Colima empezó a perfilarse. ¿Cómo
sucedió ese turbulento episodio de mi vida?

Paso a paso les contaré cómo se desarrolló.

Si bien ahora a la distancia miro con más ecua-


nimidad muchos de los sucesos que entonces no pude
interpretar correctamente, ni hábilmente. Ahora a mis
sesenta y cinco años si volviera a vivir esta experiencia
creo que lo haría de forma diferente, pero entonces era
todavía un soñador romántico e idealista; creía en el
honor, en la honestidad y en política desafortunada-
mente no se puede ser tan íntegro. Participé con la in-
genua creencia de que las cosas se efectuarían por la
vía legal y democrática,   en   aras   de   la   “No   Reelección   y  
el   Sufragio   Efectivo”,   banderas   ideológicas   enarbola-
das por Francisco I. Madero y la Revolución.
282
En abril cuando todavía no renunciaba el presi-
dente Porfirio Díaz, —a principios de mes— recibí una
subyugante carta de J. Trinidad Padilla, abogado y no-
tario de Colima, donde me manifestaba la necesidad de
contar en el gobierno del Estado con gentes como yo
para ayudar a generar los cambios ante la terrible tira-
nía que se había vivido con una serie de cacicazgos —
como los califican los periodistas— y a pesar de que yo
había públicamente manifestado que no me metería en
política; me exhortaba a que lo hiciera a favor de Coli-
ma, porque México, decía, necesitaba de gente como
yo.512

No sé si fue un movimiento hábil para tantear mi


interés en lanzarme a la candidatura pues ante mi res-
puesta donde le mostré cierto interés, se apresuró a res-
ponderme que ya se había comprometido con Trinidad
Alamillo a quien había propuesto como candidato; si-
tuación que él veía ahora muy positiva. Eso sí, me dijo,
Alamillo había aprendido del pasado y ahora lograba
conciliar intereses. También me pedía que platicara con
él para procurar soluciones en el mejor sentido.513

Ante esta situación decidí que en cuanto pudiera


encontrarme con Alamillo aclararía algunas cosas con
él. La oportunidad se me dio un día al salir de la Cáma-
ra de Diputados luego de oír una discusión sobre la
licencia del Sr. Corral, sesión que pronto se levantó.
Una vez en la calle me encontré con Alamillo, quien
iba en compañía de Lorenzo Elízaga y otros diputados,
y aproveche para preguntarle si iba a reanudar su cam-
paña política, no muy convencido Alamillo me contes-
tó: Espero a que primero lancen tu candidatura.514 Yo
me sorprendí ante esta respuesta, claramente le habían
llegado rumores desde Colima sobre mis movimientos,
porque hasta dijo que sabía que yo contaba con el apo-
283
yo del Lic. De la Madrid y que una comisión venía de
Colima a solicitármelo, comisión encabezada por Blas
Ruiz y Francisco Robles. Esa era una situación que yo
desconocía, pues apenas hacía unos días había visto a
Blas Ruiz, quien quería donar unos edificios escolares
en Colima y yo lo ayudaba en sus proyectos. Pero
aproveché para interpelarlo sobre su postura a lo que él
me respondió: el Sr. Presidente de la República me ha
mandado llamar para tratarme el asunto de Colima, y
espontáneamente me ha ofrecido el Gobierno del Esta-
do. Después el muy ladino hasta me sugirió que lo ayu-
dara durante su campaña, y me ofreció que cuando lle-
gara a gobernador me invitaría a mejorar el ramo de
instrucción pública. Lo mismo hacía con todo mundo
ofreciéndoles a todos muy buenos sueldos.

Ya lo habían decidido, la carta de J. Trinidad Pa-


dilla fue sólo para tantearme pues quince días después
cuando yo inicié mi postulación recibí otra carta de él,
donde me decía saber de mi candidatura y que ahora
que estaba seguro de ella, me comunicaba que ya esta-
ba comprometido con Alamillo y pedía que esta situa-
ción ¡ojalá! no lastimara nuestra relación personal.515

Fue entonces cuando se organizó la Convención


Electoral Colimense, en pro de la candidatura de Alami-
llo. Ésta estuvo conformada por Manuel R. Álvarez,
como presidente; Salvador M. Ochoa, vicepresidente;
Ignacio Padilla, 1er secretario; Miguel García Topete,
2do secretario; Isaac Padilla, 1er pro secretario; Manuel
Álvarez García, 2do pro secretario; y como vocales Vi-
cente Alfaro, Teodoro Padilla, Roberto F. Barney, Dr.
Atilano F. Velasco, Carlos M. Ochoa, Ponciano Dueñas,
Odilón Ayón y el Dr. Ismael Bracamontes.516

284
Claramente había un grupo simpatizante de Ala-
millo, los que estaban juntando firmas en Colima para
apoyar su candidatura, pues no había hecho un buen
papel antes y necesitaban asegurarse de sus posibilida-
des y saber con quienes contaban.517

En esos momentos, todavía no renunciaba el pre-


sidente Porfirio Díaz y yo decidí pedirle su opinión
para lanzarme, debido a que algunos vecinos del estado
de Colima me lo habían solicitado. A lo que él me con-
testó que no requería de su autorización, sólo bastaba
que yo aceptara la candidatura. Esta fue la segunda car-
ta que recibí con su monograma. ¡Claro, cómo estaban
las cosas en Ciudad Juárez! Ya no se atrevía a actuar
autoritariamente como antes cuando no se podía acceder
a un puesto de esta naturaleza sin su autorización.518 El
propio Alamillo también había buscado su aprobación.

Todavía no renunciaba el gobernador Enrique O.


De la Madrid pero era inminente su separación del car-
go. Los amigos en cuanto miraron esta posibilidad te-
mieron que yo no aceptara como en otras ocasiones ya
lo había hecho.519 Esta vez no lo pensé mucho y pensé
en mis adentros: Alamillo es científico, Alamillo protes-
tó contra la Revolución, su candidatura es de tiempos
del poder autocrático, y en ese momento iniciaba la
Revolución; el pueblo ahora exige sufragio efectivo,
libertad política y democracia. Alamillo no correspon-
día a esas aspiraciones, Colima no debía tener un go-
bernante de tal talante. Ya no tuve más dudas y decidí
entrar a la lucha.

Al día siguiente escribí a mi amigo Luis Alcázar


preguntándole si había en Colima otro candidato adver-
sario a Alamillo. Su respuesta fue que hasta ese mo-
mento no.
285
Fue entonces cuando empecé a dar a conocer en
Colima la noticia de mi candidatura —a finales de
abril— por medio de volantes y panfletos; por cierto,
algunos de ellos no me beneficiaban y fue don Agustín
Palencia quien enseguida me advirtió sobre este pro-
blema.520 Este se posicionó como el medio por el que
muchos se enteraron de mis intenciones políticas; a
partir de ahí empecé a recibir numerosas cartas de apo-
yo de Colima que me animaron a continuar.521

Desde ese momento quien decididamente me


apoyó fue mi amigo Blas Ruiz.

A finales de abril todavía teníamos a Porfirio


Díaz como presidente y a Francisco I. Madero como
adversario. Alamillo hábilmente empezó a ver hacia
dónde se inclinaba la balanza y cuando vio que era a
favor del señor Madero, rápidamente empezó a cambiar
su postura política hacia ese lado. Esta situación me
perjudicó pues pronto ellos me colocaron con el pasado
“porfirista”, mientras que Alamillo fue puesto hábil-
mente por sus amigos y correligionarios —como Gar-
cía Topete— del lado maderista.522

Otra situación que me dañó mucho —de lo cual


me advirtieron los amigos— fue que muchos me liga-
ban a la administración   “madridista”   y   como la planta
de empleados de dicha administración estaba bastante
desprestigiada, me aconsejaban sacar pronto mi pro-
grama de gobierno donde claramente se viera que mis
propuestas no eran el segundo tomo de este gobierno.523

A principios de mayo, necesitábamos saber real-


mente cuanta gente me apoyaría, por eso mi primo el
licenciado Ignacio Escoto me pidió una lista de las per-
sonas que me habían manifestado claramente su apoyo.
286
Obviamente los periódicos de mis adversarios no tarda-
ron en empezarme atacar, por eso fue muy grato lo que
él me escribió:

No se preocupe Ud. Por lo que digan los perió-


dicos en su contra. Todo hombre propuesto para una
elevada función pública, es discutido, y desgraciada-
mente hasta en su vida privada. Pero pocos tendrán la
pureza de la suya, y en cuanto a su buena intención y a
sus aptitudes, desafío a los más conspicuos.
Adelante sin vacilar, Ud. Representa el bien de
Colima y no debe cejar en lo más mínimo.524

Recibía mensajes y cartas de estímulo como la


del compañero maestro Rafael Rodríguez:

En la labor diaria de la escuela, en la cual se


puede apreciar tan cerca lo que valen los hombres
fundidos en el crisol de un verdadero, santo e inmacu-
lado patriotismo, es en la que he tenido el alto honor
de conocer la personalidad de Ud. aquilatar sus altas
concepciones y a seguir la estela luminosa de sus
ejemplos; es también en aquel santuario bendito donde
ocasiones innúmeras, he estimado y absorbido la gran-
deza de sus sentimientos manifestados en sus textos,
siempre he necesitado la ayuda de sus consejos y en-
señanza. Es por esto que ahora que el pueblo soberano
de Colima se ha fijado en la meritorísima (sic) persona
de Ud. para la primera magistratura del Estado, vengo
a traer mis felicitaciones más afectuosas y sinceras, las
cuales se servirá Ud., aceptar del más humilde de sus
servidores.525

Les parecía una sana aspiración que un maestro


llegara a la gubernatura ya que normalmente el magis-
terio se hacía a un lado; eran los militares y los aboga-
dos los que llegaban a ella, al respecto Graciano Valen-
zuela dijo:
287
¡Hurra por el estado de Colima que sabe leer en
la   frente   del   maestro!   [….]   ¿Quiénes   mejor   que   los  
educadores modernos, con su instrucción enciclopédi-
ca y sus ideales nunca extinguidos puesto que radican
en la infancia fecunda en esperanzas, para dirigir a un
pueblo cuando en realidad la política, la buena, la
justa, la "honrosa", no es más que educación para el
pueblo?526

Ahora sé que las luchas políticas suelen ser tan


desiguales y torcidas; pues así como me felicitaban,
adulaban y llenaban de elogios, también las críticas
empezaron a ser muy duras. Se comenzó a decir que
era masón y hasta llegaron a rumorar que no había na-
cido en Colima. Mi hermano Pancho tuvo que atesti-
guar que sí había nacido ahí. Aunque también a Alami-
llo se le hizo la misma acusación, comprobándose que
era oriundo de Villa de Álvarez. La Villa estaba consa-
grada por el ombligo del candidato 527 alusión al co-
mentario hecho por Alamillo, de que en una casa de la
Villa se le había quitado esa parte al nacer.

Sin embargo, los amigos como Agustín Palencia,


todavía estaban optimistas y me decían que sin mucho
trabajo ponemos a Alamillo fuera de combate.528 Era
necesario empezar la campaña más seriamente, hacer
publicidad y pedir apoyo a los amigos colimotes de
fuera y, lo más importante: ir a Colima. Se sabía que
pronto Alamillo llegaría; yo tenía que estar por allá
para hacerle frente.

Tuve apoyo de muchos, pero sin duda la partici-


pación de los amigos fue esencial, como Manuel Ceba-
llos, quien lucharía a brazo partido por mi candidatura.
Él hizo mucha propaganda para que se adhirieran a mi
causa los comerciantes de Colima, al igual que Blas

288
Ruiz, quien tomó en sus manos los trabajos a mi favor.
Muchos estuvieron a mi lado, no podría dar todos los
nombres, pero no puedo dejar de mencionar a: don Al-
berto Levy y a Manuel Velasco, quienes hicieron una
ardua labor en Coquimatlán; Santiago Hernández Me-
za, ex compañero del Liceo, Francisco Santa Cruz, Ro-
que Salazar y Agustín Palencia, entre otros muchos. 529

Don Francisco Robles quiso lanzarse asimismo


como candidato, quien sabe por qué a la mera hora no
lo hizo.530

Se formaron dos clubes en Colima para apoyar


mi candidatura, uno encabezado por Carlos Peregrina,
constituido por maestros. En éste fungió como vicepre-
sidente Ysidro Rivera; como secretario, E. Tiburcio
Pillo; como pro secretario, Francisco O Díaz; y final-
mente ejercieron como vocales: Cenobio González,
Felipe Cortes, Alberto Márquez y Martín Medina
Leal531 , bajo la advocación de nuestro viejo benefactor
de la educación   “Ramón   R.   de   la   Vega”.   El   otro   club  
fue   llamado   “Círculo   Democrático”   bajo la presidencia
de mi viejo y querido amigo —maestro, también—
Blas Ruiz, para entonces convertido en un hombre rico
y caritativo. Ambos me enviaron sendos telegramas
invitándome formalmente a ser su candidato, a los que
contesté afirmativamente. Entonces se editaron perió-
dicos   de   un   lado   y   de   otro,   los   “quinteristas”   fueron   La
democracia, estuvieron entre los responsables de éste
Miguel Galindo. El zancudo, cuyo director era Cenobio
González y La aurora democrática, de Juan Solórzano
Morfín.   Por   el   lado   de   los   “alamillistas”   salió   La gaceta
que se publicaba en Guadalajara y cuyo propietario era
nada menos que Alamillo; El popular, de Salvador Sau-
cedo y El sufragio efectivo y la revancha, del que no
recuerdo quién era su director.532
289
No sólo recibía mensajes de apoyo de Colima,
también pronto empezaron a llegar felicitaciones de
mis compañeros en la ciudad de México. Don Alberto
Beteta publicó dos cartas en el periódico La Iberia,533
bajo el título: Voto de adhesión a la candidatura de
Gregorio Torres Quintero al gobierno de Colima. La
firmaban muchos colegas del sector educativo.534 Si-
guieron publicando a mi favor, en el mismo periódico,
durante mayo y junio.535

El buen amigo Agustín Palencia me escribía con-


tinuamente y me contaba como iba la situación en Co-
lima; algo muy alentador le había pasado el domingo
anterior en el teatro, cuando entre las películas de cine,
pusieron mi retrato y hubo aplausos sonoros en todo el
salón y en las galerías. No dejaba tampoco de tenerme
al tanto sobre la situación de la familia de Matilde,
compuesta por mi cuñada Trini y sus cuatro chiquillos
(Mariano, Enrique, Matilde y Gregorio, el pequeñín)
así como sobre el estado de salud de doña Tránsito, mi
suegra, entonces ya muy delicada. Matilde y yo anhe-
lábamos pronto estar cerca de ellos, para poder ampa-
rarlos directamente.536

Carta de Agustín Pa-


lencia. AHEC, Fondo
GTQ, caja 3, exp. 77,
9 de mayo de 1911.

290
El 5 de mayo fecha que conmemoraba el triunfo
de las fuerzas liberales ante el invasor francés, envié mi
programa de gobierno, con los siguientes puntos:

1. No reelección de ningún funcionario político en


el estado.
2. Reforma de las leyes electorales, a fin de con-
seguir el más amplio y libre ejercicio del sufra-
gio universal por medio del voto directo.
3. Independencia en el funcionamiento propio de
los poderes del estado y efectividad de la res-
ponsabilidad de los funcionarios públicos.
4. Reorganización de la administración de justicia,
procurando que el Supremo Tribunal del Estado
sea designado popularmente y no como hoy lo
ha sido. Establecimiento del jurado popular y
creación del cuerpo de defensores de oficio.
5. Estricta vigilancia en el ramo de Hacienda, procu-
rando la equidad en los impuestos y manteniendo
la más completa moralidad administrativa.
6. Abolición del servicio gratuito de los diputados,
a fin de que el pueblo pueda libremente elegir a
sus representantes en el Congreso Local.
7. Renovación anual de los prefectos y subprefec-
tos políticos quedando a salvo la facultad del
Ejecutivo para removerlos antes, si ya no fueren
acreedores a la confianza pública.
8. Autonomía de los ayuntamientos a fin de que
funcionen de conformidad con sus respectivas
ordenanzas.
9. Perfeccionamiento de la instrucción pública y
extensión del sistema escolar hasta los pueblos
más apartados del territorio colimense.
10. Reforma de las leyes que lo necesiten y expedi-
ción de otras, encaminadas a la protección del

291
trabajo, al fomento de la industria y al desarro-
llo del comercio.
11. Predominio absoluto de la ley sobre la voluntad
de los funcionarios públicos, a fin de que las ga-
rantías individuales y las libertades constitucio-
nales sean siempre respetadas.537

Seguí en primer lugar los principios revoluciona-


rios pero me importaba bastante enfocar la mirada ha-
cia la honradez y la equidad, exigía moralidad y plan-
teaba el cambio drástico en muchos aspectos del mane-
jo del poder dirigiéndolo más al respeto de la voluntad
popular y finalmente remataba prometiendo un PRE-
DOMINIO ABSOLUTO DE LA LEY.

Lamentablemente no supe ver que Colima y el


país en general no estaban aún preparados para efectuar
un giro violento, tendrían que pasar algunos años de
luchas fraticidas, incoherentes y desgarradoras, para
empezar a construir un modelo diferente de país, basa-
do en el cambio periódico de sus funcionarios públicos,
en el establecimiento de leyes más justas y equitativas
para el pueblo, para el trabajador.

El 10 de mayo inicié mi viaje a Colima, y al pasar


por Guadalajara recibí un mensaje del sagaz Alamillo
—quien queriendo ser caballeroso me deseaba buen
éxito en mis trabajos electorales—538 ¡Ya vería yo qué
tipo de caballerosidad tenía!

Esperaba un modesto recibimiento al llegar a Co-


lima y cuál sería mi sorpresa cuando miré la estación
de mi tierra muy concurrida. Uno de los maestros, des-
de el pescante de un coche me dio la bienvenida; desde
ese momento empezó mi angustioso peregrinaje y el de
todos aquellos que me siguieron cuando un grupo de
292
chiquillos azuzados por un tipo de nombre Felipe Piz
empezaron a gritar para no permitir que se oyera mi
mensaje.

Más tarde cuando llegué a la casa del querido


amigo Blas Ruiz, (primorosa mansión que hoy ocupa el
Palacio Federal, frente al Jardín Núñez) otra turba de
pilluelos   empezaron   a   gritar   “¡Viva   Alamillo!”   Así   de-
mostró Alamillo su caballerosidad…

Tarjeta que Trinidad J. Alamillo le hizo llegar a Gregorio Torres


Quintero en Guadalajara. AHEC, Fondo GTQ, caja 2, exp. 22,
11 mayo 1911.

Esta recepción fue realmente muy desconsolado-


ra, en especial para un maestro como yo que había de-
dicado su vida a la educación de la infancia; si bien
comprendía que los chiquillos fueron azuzados y mani-
pulados con algunos centavos de por medio, no dejó de
mortificarme esta acción.
A pesar de la gritería me hice oír y di mi primer
discurso desde el balcón de la casa de mi amigo. Nunca
me arredré ante la adversidad y cuando me correspon-
día luchar lo hice, por eso con palabras enérgicas, dije:

293
¡A todos vosotros, les dije, amigos y enemigos,
porque todos sois mis hermanos, os traigo garantías,
de las que hace muchos años habéis carecido y de la
que jamás ha sido ni puede ser depositario el personaje
a   quien,   vosotros,   “alamillistas”,   aclamáis   en   estos  
momentos! ¿Sabéis por qué se ha hecho la revolución
particularmente? Se ha hecho para librar al pueblo de
la tiranía y rapacidad de los prefectos políticos, de
esos a los que un diputado, el diputado Batalla, ha
llamado en plena Cámara popular ¡cuadrilla de bandi-
dos! Y aclamáis en estos instantes, para acallar mis
honradas palabras, a un hombre de esos, a un hombre
cuyo negro padrón está en haber sido tres veces Pre-
fecto Político, pero aun, aclamáis a un hombre que se
avergüenza de llamarse colimense, mientras que yo ci-
fro mi mayor orgullo en haber visto la luz primera ba-
jo las palmas de este suelo querido, en donde reposan
las cenizas de mis padres ¡Colimenses! Yo vengo a
daros garantías, vengo en nombre de la revolución a
traeros palabras de paz, de prosperidad y de vida!539

Cuando terminé, les dije a mis amigos, ¡yo no me


imaginaba así la lucha! Me la figure leal, como los
principios de la Revolución… Pero en esos momentos
aún llevaba mucha energía e ideales por los cuales pe-
lear; aprecié que iba a ser difícil, pero la situación del
país así lo era y tenía la convicción como muchos de
que era el momento del cambio.

Seguimos adelante con la campaña, el 13 de ma-


yo di un discurso en el teatro Santa Cruz (hoy Hidalgo),
donde ataqué duramente a Alamillo enfatizando su re-
lación con el porfirismo. El domingo 14 nos fuimos a
visitar algunos pueblos; entre ellos pasamos por Cuyu-
tlán, ahí estuve con los salineros y al día siguiente par-
timos para Manzanillo, lugar donde había dejado mu-
cha querencia. Por eso me recibieron muy bien pues

294
algunos habían sido mis alumnos. Después nos fuimos
a   Tecomán,   ahí   los   “alamillistas”   habían   preparado otra
vez a los chicuelos con silbatos y gritos, pero de nuevo
me hice escuchar y algún católico entre el público re-
cordó al pueblo que Alamillo cuando era prefecto había
mandado aprehender a un Cristo que sudaba, ello pro-
vocó que la reunión concluyera con aclamaciones para
mi persona.

De ahí partimos para Coquimatlán que era bási-


camente   “alamillista”,   no   obstante   logré   pronunciar   un  
discurso en el kiosco de la plaza. Al día siguiente fui-
mos a la hacienda de La Magdalena donde los labriegos
me hicieron una buena recepción demostrándome total
adhesión. Continuaría la gira por Villa de Álvarez,
Comala, Guatimotzin —hoy Cuauhtémoc—, Tepames
e Ixtlahuacán.

El 14 de mayo hizo Alamillo su entrada triunfal


en Colima. Tenían todo preparado, pagado y arreglado
para que el candidato se mostrara popular y muy queri-
do de todos; el carro que lo iba a conducir de la esta-
ción al centro de Colima estaba muy engalanado y su-
puestamente el pueblo iba a tomar el lugar de los caba-
llos; Alamillo a la mera hora se bajó del carro, con tea-
tral humildad, y dejó que lo arrastraran vacío, yéndose
a pie al lado del pueblo. Cuando llegó a la casa de su
amigo Manuel R. Álvarez desde el balcón lanzó un
mensaje, invitando al pueblo a una reunión en el teatro
Santa Cruz, donde repitió el programa de gobierno que
había presentado un año antes, el porfirista. Todo esto
fue un 14 de mayo, cuando Ciudad Juárez ya había caí-
do en manos de los revolucionarios y el general Díaz
estaba a unos cuantos días de dejar la Presidencia.

295
Su programa de gobierno en verdad era muy di-
vertido porque decía que ante todo pondría: Especial
esmero en secundar la sabia política del señor presi-
dente de la República, el general don Porfirio Díaz.
Eso a unos días de que se derrumbara el porfirismo.
Planteaba una serie de diversiones para el pueblo como
construir plazas de gallos y de toros, construir hoteles
en Cuyutlán, comprar instrumentos de música para va-
rias bandas que iba a formar y proporcionar alegría
para las familias y juergas constantes para el pueblo,
poner trenes de recreo constantes a Manzanillo; en el
plano constructivo no había nada, es más proponía una
tontería: secar la laguna de Manzanillo para darle ma-
yor caudal a los ríos. No sabemos si lo proponía en se-
rio, pero parecía burla; eso sí, dijo que se reservaba
algunos puntos secretos para después.

Alamillo realizó su gira por los mismos lugares


que nosotros y sorpresivamente no fueron tan gratos los
recibimientos como él esperaba, a pesar del dinero y la
cerveza que se distribuía abundantemente para juntar y
aclamar al candidato. En Tecomán sobrevino la lucha
cuando le pidieron a Alamillo que se callara y se bajara
de la misma noria a la que yo me había subido, hubo
balazos y un herido.

Cuando Alamillo estaba en Manzanillo recibió un


telegrama en el cual se le informaba que el gobernador
Enrique O. de la Madrid había caído y que la capital
estaba en manos de los revolucionarios; me dijeron que
entonces Alamillo exclamó: ¡Ahora sí ya ganamos!.

Todo esto ocurría el 18 de mayo, el día que ha-


bíamos estado en la hacienda La Magdalena e íbamos
de regreso a Coquimatlán. Al día siguiente nos infor-
maron que efectivamente a media noche había sido to-
296
mado   el   palacio,   por   dizque   150   “maderistas”   al   mando  
de Eugenio Aviña, obligando al Lic. Enrique de la Ma-
drid a renunciar ante el Congreso, mismo que se reuni-
ría para nombrar gobernador sustituto. En este aviso se
nos advertía que había órdenes de aprehensión contra
varios de los nuestros.540 El terror y pánico cundió por
la ciudad pues los amotinados —la chusma dizque re-
volucionaria— soltó a los reos de las cárceles y hasta
los acusados por el crimen de Tepames salieron libres.

Resulta que el propio vicepresidente de la Con-


vención Electoral Colimense comandaba a los dizque
revolucionarios,   que   más   bien   eran   “alamillistas”,   pues  
ellos impulsarían la candidatura de Miguel García To-
pete para gobernador provisional. García claramente
era el aliado que necesitaba Alamillo para lograr su
triunfo electoral. El Congreso del Estado no aceptó e
increíblemente Manuel R. Álvarez, presidente de la
Convención Electoral Colimense, salió el 20 de mayo a
Palacio de Gobierno y preguntó —según ellos— al
pueblo, que más bien debieron ser algunas personas
enviadas a propósito: ¿Quieren a Miguel García Tope-
te como gobernador? A lo cual los interpelados contes-
taron afirmativamente y enseguida dijo: declaro como
gobernador del Estado al Lic. Miguel García Topete.541

Enseguida García Topete promulgó un documen-


to donde se definía como gobernador provisional;
nombrado supuestamente por Eugenio Aviña, jefe de
las fuerzas revolucionarias. ¿Qué pasó? ¿No fue Álva-
rez quien lo propuso y lo acreditó? —pensé—. En este
documento además de asegurar a los habitantes de la
ciudad que cuidaría del orden y seguridad, les manifes-
taba que se había formado un Consejo de Gobierno con
tres ciudadanos: Manuel R. Álvarez, Salvador M.
Ochoa y Vicente Alfaro, nombrándose además coman-
297
dante militar de la plaza a Ignacio Gamiochipi (Jr.) y
jefe de las Fuerzas Armadas a Eugenio Aviña.542

El cuartelazo estaba hecho, dueños y señores del


gobierno ahora podían manipular libremente las elec-
ciones, los antes fieles al patriarca presidente Díaz, de
pronto se convertían en revolucionarios, ¡qué habilidad
y bufonada para adherirse al grupo que iba ganando
terreno! Tan sólo unos días después Porfirio Díaz re-
nunciaría a la Presidencia. ¿Cómo pudo García Topete
nombrar como jefe de las fuerzas armadas a Aviña?
Sobre todo cuando él supuestamente lo había nombrado
gobernador y ¿cómo era que teniendo tanto poder Avi-
ña había quedado en segundo lugar después de Gamio-
chipi? ¡Todo era tan absurdo!

A todos nos sorprendió cómo Aviña se había


convertido en ¿jefe revolucionario? Cuando era tan
sólo un simple gendarme, dueño de un tendajón, un
changarro desmantelado en donde se presentó Salva-
dor M. Ochoa con algún dinero y lo convenció de que
reuniera revolucionarios; éste salió y logró juntar un
centenar de campesinos. Estas fueron las fuerzas rev o-
lucionarias que quitaron a Enrique de la Madrid y de-
jaron limpio el camino para las maniobras de los
“alamillistas”.543

La situación se puso muy tensa porque García


Topete no había sido reconocido por el Congreso, dan-
do paso a una serie de presiones y amenazas a los
“quinteristas”.   Ante   el   peligro   los   amigos   me   aconseja-
ron regresar pronto a la ciudad de México y desde ahí
continuar la lucha.

En la ciudad de México, nadie estaba enterado de


todo esto, el día 19 todavía apareció en el periódico El
298
Imparcial mi foto con el programa de gobierno; seña-
laba que mi programa planteaba aspectos en contra del
nepotismo y despotismo, con ideas democráticas, de
libertad y mejora sustancial de la administración. 544

Triste y acongojado regresé a la ciudad el 22 de


mayo. Ahí me encontraba cuando renunció el Gral.
Porfirio Díaz a la presidencia (25 de mayo) quedando
como presidente provisional Francisco León de la Ba-
rra. Por primera vez en muchos años no celebramos mi
cumpleaños pues las circunstancias no estaban para
fiestas, pasteles, ni mañanitas.

Entre tanto, el buen amigo Blas Ruiz quien se


quedó en Guadalajara, me seguía enviando noticias. En
un telegrama del 24 de mayo, un día antes de la renun-
cia de don Porfirio Díaz, me decía haber visto en la
prensa de esa ciudad la noticia de que el señor Madero
había reconocido a García Topete, por lo que pensaba
pronto trasladarse a Colima.545

Todavía tuvieron la desfachatez Manuel R. Álva-


rez y Vicente Alfaro de presentarse conmigo, con la
inocente encomienda de convencerme para que me
uniera   a   los   “alamillistas”,   me   dijeron   que   así   sólo   ha-­
bría colimenses que lucharan por el sufragio efectivo y
que arriara mi bandera; yo entonces los increpé: ¿cómo
iba haber sufragio efectivo? Si Alamillo se quedaba
solo y se manejaba como el candidato oficial. Chapu-
ceramente trató Álvarez de convencerme, pero bien
claro les dije que su movimiento no representaba a los
revolucionarios, que lo único que hicieron fue apode-
rarse del gobierno con fines espurios y que yo conti-
nuaría la lucha hasta el último momento, pues no estoy
conforme con el procedimiento que ha empleado, por
no ajustarse a los principios de la Revolución.546
299
Me seguían llegando muy malas noticias; se
desataron   los   odios   de   los   “alamillistas”   contra   los  
“quinteristas”.   A   don   Manuel Ceballos lo llevaron a la
cárcel como criminal e invadieron la casa de Manuel D.
Díaz destruyendo su zaguán a hachazos con lujo de
salvajismo, afortunadamente pudo refugiarse en el con-
sulado inglés, también iban contra Francisco Santa
Cruz y Luis Brizuela.547 A partir de ese día sus casas
estuvieron vigiladas.548 Roque Salazar estaba muy te-
meroso de que lo metieran también a la cárcel como a
Manuel Ceballos, pues los tenían muy vigilados.549

Enseguida los amigos me empezaron a aconsejar


que debía hablar con el señor Madero sobre la situación
de Colima, sobre todo por la ola de violencia que se
desató y el ejercicio despótico del poder.550 Situación de
momento imposible, pues el señor Madero aún no lle-
gaba a la ciudad de México (llegó hasta el 7 de junio).

Los   “alamillistas”   habían   decidido   hacer   esto  


mismo y pronto se aprestaron a venir a México (28 de
mayo) para lograr entrevistarlo o al menos a un repre-
sentante de él y organizaron una comisión encabezada
por Manuel R. Álvarez, Ignacio Padilla, Ignacio Ga-
miochipi e Ismael Bracamontes.551

Yo no me iba a quedar atado de manos pues in-


mediatamente me propuse escribir al presidente provi-
sional Francisco León de la Barra informándole sobre
la problemática que se vivía en Colima, entre la candi-
datura de Alamillo y la mía propia. Le manifestaba las
incongruencias políticas en que se había manifestado
Alamillo, primero súbdito leal a Porfirio Díaz y apenas
cuatro días después de haber señalado esto en su pro-
grama de gobierno se volvió frenético luchador revolu-
300
cionario al lado del señor Madero, apoderándose de la
capital por medio de su amigo el gobernador provisio-
nal García Topete, quien se apresuró a cambiar por fie-
les   “alamillistas”   a   todas   las   autoridades   municipales  
del Estado. Entre la legislatura oficial había algunos
partidarios míos y como éstos no se apegaban a su vo-
luntad fueron atacados violentamente. Le comunicaba
que yo mismo había tenido que abandonar el Estado
ante la falta de garantías para mi vida. Requeríamos
para que la lucha fuera legal que se nombrara a un go-
bernador neutral, a fin de poder llevar a cabo unas elec-
ciones imparciales de acuerdo a los postulados de la
Revolución. Le rogaba interviniera para solucionar esta
gravísima   situación   y   si   deseaba   más   explicaciones   “se-­
ría   mucha   honra   para   mí   que   […]   me   concediese   una  
conferencia para ponerlo al tanto de los sucesos”.552

El 1 de junio recibí una escueta respuesta del se-


ñor presidente provisional, tan sólo me daba las gracias
por los informes que le daba. Luego me enteré que ha-
bía reconocido el gobierno provisional de Miguel Gar-
cía Topete. De qué forma manejaron la situación los
“alamillistas”,   todavía   para   mí   es un misterio; pero el
31 de mayo se aprobó el nombramiento de Miguel Gar-
cía Topete. De nuevo tomé la pluma y le envié una se-
gunda carta al Presidente, donde le reiteraba lo básico
de la problemática existente en Colima haciendo hinca-
pié en que ahora con un gobierno espurio el reconocido
leader del   partido   “alamillista”:   la lucha electoral en
Colima se ha venido a hacer imposible.

El pueblo colimense creerá que hay un candida-


to oficial, sostenido por el centro, y nadie se resolverá,
por temor o desaliento, a tomar parte libremente en los
comicios.

301
No sólo no podrá ya surgir otra candidatura,
sino que la mía, ya lanzada, habrá que retirarla del pa-
lenque electoral. Y los colimenses verán triunfante la
del Sr. Alamillo, quien ha ofrecido en la ampliación de
su programa político construir para diversión del pue-
blo plazas de toros y de gallos.
Las elecciones debían efectuarse el 25 de julio,
finalmente le pedía reconsiderar los asuntos de Colima
y poder colocar un gobierno neutral  “que  a  mi  humilde  
juicio reclaman las circunstancias.553

Otra escueta respuesta recibí del Presidente don-


de sólo me decía que no había candidato oficial en Co-
lima y que estaba resuelto a que tanto allí como en to-
da la República los ciudadanos voten de una manera
enteramente libre.554

Nuestro periódico La aurora democrática del


mismo modo lanzó un memorial al Presidente el 31 de
mayo, donde igualmente le comentaban cómo se dieron
los vergonzosos acontecimientos seudo revolucionarios
en Colima y le pedían se nombrara un gobernador neu-
tral, para que se pudieran llevar a cabo unas verdaderas
elecciones que garantizaran el sufragio efectivo. El
Presidente de la misma forma que a mí les contestó
lacónicamente: que lo tomaría en consideración.

Fue entonces, el 1 de junio, cuando aparecieron


notas en los periódicos anunciando que el presidente de
la República declaraba que no habría fraude en las
elecciones de Colima.555

Un año después me reuní con el presidente Made-


ro y le hice un relato de todos estos acontecimientos,
Madero entonces me comentó que todo había sido culpa
del presidente provisional Francisco León de la Barra.

302
A partir de este momento se hizo insostenible la
lucha, comunicados y telegramas iban y venían sólo
diciéndome que se encomendaría la situación a Emilio
Vázquez Gómez, secretario de Gobernación. Yo tam-
bién le escribí a él comentándole lo mismo, a lo que
contestó evasivo y sólo me aseguraba que las eleccio-
nes se efectuarían adecuadamente para que el voto no
fuera burlado.556

Empezó a cundir el desaliento pues Manuel D.


Díaz me envió una terrible carta donde hacía feas acu-
saciones a los personajes ahora encumbrados en el
“alamillismo”;;   por   ejemplo,   a   Manuel   R.   Álvarez   lo  
acusaba de haberse enriquecido con la venta de medi-
cinas. Consideraba que la única forma de poder conti-
nuar la lucha con libertad sería con otra guarnición
realmente   “maderista”   y   un   gobierno   provisional   neu-
tral, como todos lo veníamos pidiendo.557

A pesar de todo me pedían que no dejara la lucha.


Francisco Santa Cruz con honda tristeza me decía que
no había explicación a lo que estaba sucediendo.

¡Qué poco civil! ¡Qué poco digno! Nosotros en


medio de una decepción inmensa sabremos sostener
nuestra causa¡ y en medio de la rechifla procuraremos
vencer, porque en ello vemos la felicitad de nuestro te-
rruño. Todo esto debe decepcionarlo horriblemente y
hacerlo pensar que son acreedores de un Alamillo co-
mo gobernante, pero no amigo mío, necesitamos la
enseñanza   de   Ud.   Su   ejemplo   su   sacrificio   [….]   aún  
quedamos un puñado de hombres honrados que sa-
bremos morir por la libertad.558
Los   ataques   a   los   “quinteristas”   siguieron, recibí
otra carta que me cimbró el alma, de un ex discípulo,

303
Jebronio Mora Saldaña, quien en su lenguaje procaz y
llano me describía su lastimera situación:

Como era de justicia, seguí trabajando de una


manera fuerte por su honrada causa que es la mía, de
tal suerte, que llegué a celebrar reuniones privadas en
mi misma escuela tratando entusiastamente que me
ayudaran.
Así las cosas caminaron bien y recordando que
al salir Ud., de Tecomán se dirigió a Coquimatlán, en-
tonces  traté  de  engatusar  a  La  Higuerita  y  “Los  Calle-
jones”,   con   tan   buen   éxito,   que   cuando   fueron   el   del  
molino de nixtamal Plácido García y el viejo Amezcua
dieron de frente con su alamillismo y no faltó quien
les informara de que yo había ganado para Ud., aque-
llos dos manchones de rancheros.
Vueltos de su mendiga expedición, llegaron
como unas fieras y luego dieron aviso de su mal resul-
tado al ridículo vejete don Miguel García quien acordó
que   se   unieran   los   pocos  “alamillistas”  y  se  presenta-
ran al Gobernador provisional y lo pidieran para pro-
visional Subprefecto de aquel pueblo lo que consiguie-
ron fácilmente. Ya con el inmundo hueso, lo primero
de que se ocupó como asunto de mas trascendencia
fue de gestionar cese lo que consiguió echándome
gente encima y sin pensarlo siquiera, ayer a eso de las
11.20 a. m., se presentó un individuo con una comuni-
cación oficial en que por orden del Ejecutivo, le entre-
gara inmediatamente, lo que verifiqué violentamente
vendiendo dos sábanas, petate en que dormía cántaro
en que tenía el agua para tomar y todo lo que podía ser
chamuscado para pagar mi pasaje en el tren y salirme
a la mayor violencia, pues de lo contrario sufriría una
mala pasada.
En resumen, aquí me tiene Ud., reunido con mis
pobrecitos hijos, arrimado con mis hijos hambrientos
y yo sin la más leve esperanza de colocarme en nada
porque   los   “alamillistas”   nos   son   capaces   de   dolerse  

304
de mi desgracia, pero no soy yo quien se humillará a
ellos, yo soy quinterista y no me retracto jamás.
Si Ud no me compadece, si Ud no me auxilia, si
no en fin, no me da la mano en mi desgracia, sufriré
como los hombres y conmigo mis hijos, pero jamás
alamillista, no soy cobarde señor maestro soy media-
namente estoico, pues mi sangre es indígena y los in-
dios como yo, no cejan ni se humillan jamás y, que
¡Viva Torres Quintero!559

Mientras tanto Alamillo agazapado decidió tras-


ladarse a Guadalajara donde se protegería, en lo que el
entorno se calmaba y se controlaba totalmente a su
favor.

El mes de junio inició con la celebración en la


ciudad de Colima del nombramiento oficial de gober-
nador provisional Miguel García Topete, anunciando
ufanamente que había sido aprobado por el senado de
la República y el Presidente provisional; hubo festejo
en el mercado con fandango y cohetes a raíz de que les
bajaron las contribuciones, así se allegaban de partida-
rios; Blas Ruiz e Ysidro Rivera muy contrariados me lo
contaban todo.560

Curiosamente en esos días también empezaron


rumores sobre la selección de otro candidato y que de-
jarían colgado a Alamillo.561 El 21 de junio mi hermano
Francisco Torres me envió una carta indicándome que
había salido un periódico llamado Colima libre cuyo
director era Eusebio Sánchez (La Picha) anunciando la
candidatura de Manuel R. Álvarez y que otras más sur-
girían.   “¡Quiera   Dios!”   decía   porque   ello   nos   favorece-
ría   dividiendo   al   grupo   “alamillista”.562 Hasta se comen-
tó que fueron a Guadalajara a convencer a Alamillo,
quien los mandó muy lejos y los despachó diciendo que

305
aunque siguiera solo, no se echaba para atrás.563 De
nuevo insistieron Padilla y Alfaro, en esa ocasión ade-
más de negarse a renunciar a la candidatura, los ame-
nazó con publicar en La gaceta toda la correspondencia
de cuando le ofrecieron la candidatura con las condi-
ciones que se le impusieron. Como ya no hicieron nada,
podemos juzgar lo bien hechas que estuvieron esas
condiciones.564

Los compañeros de los clubes organizados en pro


de mi candidatura, tampoco se quedaron callados y a su
vez enviaron una comunicación al presidente señor De
la Barra, todavía bastante seguros de que podíamos
ganar, a pesar de todas las calamidades que estábamos
pasando.565

Yo empezaba a vacilar sobre la conveniencia de


seguir adelante, y así lo hice saber al secretario de Go-
bernación, pero él me envió una misiva el 3 de junio
recalcándome que eran los partidos políticos los únicos
a quienes correspondía por medios legales encabezar la
lucha electoral y, que el gobierno actual no permitiría
que fuera burlado el voto de los ciudadanos, por lo que
me pedía no retirara mi candidatura pues estaba seguro
que cuando los actos de ese gobierno fueran bien cono-
cidos por toda la nación no habría motivo para que los
colimenses albergaran la idea de que existían candida-
turas oficiales.566 Varios telegramas se le enviaron al
señor secretario de Gobernación y una larga carta don-
de yo le contaba de nueva cuenta todo lo que pasaba en
Colima,567 pero nunca pasábamos de ahí.568

No   obstante,   los   colimotas   “quinteristas”   seguían  


en la brega. Continuamente recibía comunicados donde
me relataban sus peripecias, el profesor G. Toribio Or-
dóñez quiso organizar una manifestación en el pueblo
306
de Tepames, el lugar del famoso crimen de Marciano y
Bartolo Suárez, pero no fue permitida por tener una
autoridad   “alamillista”.569 Alfredo Levy continuaba tra-
bajando a mi favor pues a pesar de la dura oposición
que había en Coquimatlán, lograba encontrar algunos
aliados y sinceros partidarios, pero con los cambios que
había hecho García Topete en todos los municipios por
puro   “alamillista”   resultaba   muy   difícil   avanzar.   Des-
afortunadamente a finales de junio perdió a su hijita
Esperanza, esto lo perturbó bastante y decidió abando-
nar Coquimatlán y vender su negocio mercantil; en sus
cartas se apreciaba su gran desconsuelo y me expresaba
“¡Cuan   triste   es   que   se   sobreponga   la   pasión   a   la ra-
zón!”570 . En adelante me pedía enviarle el periódico y
entenderme con Manuel Velasco, secretario del club en
ese municipio.

Por cierto, Manuel Velasco aseguraba que la re-


volucionaria toma de Colima tenía   dos   fases   “pero   no  
es difícil comprobar que el partido   “alamillista”   se  
aprovechó de las circunstancias y bastardeó por com-
pleto las altas miras de la revolución en Colima".571 J.
Cruz Morales me tenía constantemente informado, nos
conocimos   desde   la   fundación   de   la   escuela   “Hidalgo”  
y se encargaba de repartir el periódico La aurora de-
mocrática en Tepames.572 Gracias a los amigos, profe-
sores y partidarios lográbamos repartirlo por todo el
estado,573 en Ixtlahuacán lo hizo siempre Antonio To-
rres, en Tecomán C. R. López, quien decía que hasta el
párroco  era  “quinterista”.574

Para acabarla de amolar en esos días se sintió un


temblor en Colima, hasta el telégrafo interrumpió sus
tareas y buen susto se llevaron todos, aunque afortuna-
damente no fue grave la situación.575

307
Las   chicanadas   de   los   “alamillistas”   continuarían.
El 14 de junio García Topete expidió el decreto donde
se convocaba a las elecciones, especificando que los
diputados terminarían el período legal de la XVIII le-
gislatura, en cambio sobre la gubernatura no especifi-
caba nada dejando abierta la posibilidad de que fuera
electo para todo el período constitucional 1911-1915.

García Topete hacía gala de seguir los impulsos


del pueblo. Cuando éste le solicitaba supuestamente
cambios,   y   cuando   los   “quinteristas”   requirieron   cam-
bios más profundos, como eliminar a los empleados del
viejo régimen,576 como a Betancourt, el viejo secretario
de los últimos tres gobernadores con más de 20 años en
el puesto y quien ya había sido tachado por el ministro
de Gobernación: a él García Topete aprovechó la cir-
cunstancia para quitarlo. No obstante en cuanto a otros
empleados   señalados   también   por   los   “quinteristas”,  
entonces debía reflexionarlo muy bien. Así manejaba
García Topete las cosas con habilidad de titiritero.

Utilizaron todos los medios perversos que pudie-


ron tener a su alcance, en ese momento organizaron un
grupo de saboteadores denominado La Porra, grupo de
individuos pagados, que se encargaron de hacerles la
vida   de   cuadritos   a   los   “quinteristas”.   A   partir   de   este  
momento la lucha electoral se convirtió en un combate
sin   razón,   ni   lógica,   los   “quinteristas”   eran   agraviados  
en todos sentidos, fueron hasta acusados de sedición
ante el presidente, el secretario y un vocal del Club
quinterista. Al día siguiente los dejaron en libertad ¡por
falta de méritos! Estaba visto que los   “alamillistas”   que-­
rían   “asegurar   el   Sufragio   Efectivo…   ¡para   ellos!”.577 Mi
hermano me contó en su carta del día 21 cómo conti-
nuamente había fandangos en Colima, como cuando
quitaron a Felipe Palencia del abasto, en medio de fies-
308
ta, música y morteros y sobre todo mucha cerveza. Cla-
ro, por la noche hubo heridos y hasta un muerto. Por
puro gusto había borrachera y gallos todas las noches,
las cantinas estaban abiertas hasta las once ó doce de la
noche.578 Los   supuestos   “maderistas”   se   la   pasaban   ha-­
ciendo gala del mayor desenfreno.

Una de las acusaciones más fuertes que recibí fue


aquella   que   me   señaló   como     “madridista”,   o   sea   elegi-
do   por   el   exgobernador   Enrique   O.   de   la   Madrid.   “¿Yo,  
‘madridista’?”   cuando   por   culpa   de   De   la   Madrid,   mi  
concuño Mariano S. Gómez —esposo de Trini, la her-
mana de Matilde— fue retirado del cargo de adminis-
trador de Correos en Colima y trasladado a Uruapan, a
pesar de los problemas de salud que tenía, provocándo-
sele la muerte. La cosa no paró ahí Manuel R. Álvarez
empezó a divulgar la existencia de correspondencia
entre el ex gobernador De la Madrid y mi persona don-
de se confirmaba nuestra conspiración para hacerme
del poder y después otorgarle a él concesiones, tratando
de engañar a mis partidarios con esta infame mentira. 579
Ya mi enojo no podía ir más allá, no concebía tanta
ignominia y los reté a que hicieran públicos estos do-
cumentos, claro está que no pudieron hacerlo y de esa
manera desmentí sus falsas acusaciones.

Volante   “Reto  de  Grego-


rio Torres Quintero a
Manuel   R.   Álvarez”,   24  
junio 1911. (Agradezco a
Aracely Gámez Chávez,
directora del AHEC la
referencia), Fondo siglo
XIX, caja 557, exp. 7.

309
Nuevamente recibí otra carta de Emilio Vázquez
Gómez dándome dizque las gracias por mis informes y
aplaudía mi franco y abierto proceder en el campo de
los trabajos electorales. Sobre los desmanes, escándalos
y atropellos que se habían dado vuelo en Colima, me
decía que ya habían sido licenciadas las tropas y como
iban regresando a sus hogares, con lo que decía desapa-
recerían muy pronto los grupos insurgentes que eran
quienes provocaban estos daños.580 Todavía me envió
otra carta a finales de junio agradeciéndome las expli-
caciones   que   le   daba   “ilustrando   su   juicio   sobre el par-
ticular”.581

En una larga carta Santiago Hernández Meza —


mi ahijado— me informaba cómo había hecho la repar-
tición del periódico y luego me comentaba sobre la
comisión que había ido a Guadalajara, formada por los
señores Vicente Alfaro y don Trinidad Padilla para ver
si hacían comprender a Alamillo la necesidad de que
renunciara   a   su   candidatura,   a   lo   que   contestó:   “nones”.  
“Esto   lo   hicieron   arrepentidos   dizque   con   objeto   de  
lanzar las candidaturas de Álvarez y la de don Salvador
Ochoa, pues según el Dr. Galindo parece que el señor
Alfaro también quiere. Además me decía que esa noche
habría   sesión   pública   “alamillista”   en   la   escuela   Porfi-
rio Díaz convocada por don Manuel, para poner su re-
nuncia   de  presidente   del  Club   “alamillista”.582

Agregaba una mala noticia, se decía que a los di-


rectores de escuelas quinteristas no les iban a pagar los
meses de vacaciones: ¡qué bajeza, vengarse con los
maestros!   Me   adjuntó   unos   “avisos   de   ocasión”   por   si  
creía oportuno que se publicaran en La Aurora Demo-
crática. Esas sátiras aunque duras pero admisibles en
tiempo de lucha política van dirigidas a nuestros más
encarnizados enemigos, los que no pierden ocasión de
310
ofendernos. Esta hoja fue impresa en Guadalajara en los
talleres de La gaceta y corregida por Severo Campero,
pues iba muy grosera y llena de insultos propios de gen-
te   plebeya.   “Lo   propio   pasa   con   una   pequeña   publica-­
ción   “alamillista”   titulada Grano de arena.583

A veces se cometen estupideces en las luchas po-


líticas; todos podemos caer en alguna de éstas. Me lle-
gó copia de una carta que me apenó muchísimo. Resul-
ta que los redactores de La aurora democrática come-
tieron el terrible desliz de acusar a una de las más pres-
tigiadas maestras de Colima, doña Juana Ursúa de ser
ferviente   “alamillista”   por   una   carta   de   adhesión que
ella había enviado al señor Alamillo. Lamentablemente
no se respetó el libre albedrío de la maestra, al moles-
tarla con insultos en el periódico a causa de esta carta.
Ella valiente y molesta expuso por qué apoyaba a Ala-
millo, a quien conocía de mucho tiempo atrás y con la
libertad que todos debemos tener le expresó su apoyo.
Situación que aprovechó Juan M. Rivera para utilizarla
en su contra. Afortunadamente la maestra me conocía
muy bien y en ningún momento me culpó por esta ac-
ción, ni se expresó incorrectamente sobre mí; todo lo
contrario pues a pesar del mal momento que se le hizo
pasar manifestó bellos pensamientos sobre mi persona
y mi calidad humana, sólo sentía que un candidato co-
mo yo —su amigo— tuviera ese punto negro en su
campaña. Yo pedí que se disculparan debidamente y
por fortuna creo que no pasó a mayores, pues ella nun-
ca se tornó en contra mía y continuó apreciándome.584

Para finales del mes de junio se empezó a rumo-


rar que llegaba a Colima el señor licenciado Roque
Estrada, así como Trinidad Alamillo.585 Santiago Her-
nández decía que el redactor de La arena granulada le

311
había asegurado que llegarían el lunes 3 de julio a Co-
lima
…tomaditos   del   brazo   y   tuteándose   el  señor  Lic.  Ro-
que Estrada, quien peleó (de pico) al lado del Sr. Ma-
dero y el Sr. J. Trinidad Alamillo  [….]  con  el  único  y  
exclusivo objeto de imponerse por sí mismo de sí el
pueblo de Colima ama o no al Sr. Don Trinidad y en
caso afirmativo darle el pase conrrespondiente.
…mediante   unos   cuantos  barriles  de  ponche  ese  pue-
blo querido, no solo aclamará a su camarada y candi-
dato sino bramará en frenéticos ahullidos amorosos,
con la venida del Sr. Estrada el triunfo [de Alamillo]
está asegurado. 586
Alfredo Levy me informó que le haría una en-
trevista pues fue condiscípulo de él. 587

Pronto se le ocurrió a Blas Ruiz contraatacar pi-


diendo la renuncia de García Topete. Expuso catorce
motivos y también se rechazaba la candidatura de Ma-
nuel R. Álvarez.588 Eran golpes que se perdían en la
arena.

Los amigos y partidarios a pesar del miedo si-


guieron trabajando por mi candidatura.589 Los   “alami-
llistas”   por   su   lado   no   paraban   de   causarnos   daños,   en  
Manzanillo apresaron a dos jóvenes: Espiridión Virgen
e Higinio Pérez Ochoa, uno era empleado del ferroca-
rril y el otro comerciante, ambos personas de moralidad
y buenas costumbres, sólo por el delito de haber firma-
do una solicitud dirigida al secretario de Gobernación,
Emilio Vázquez Gómez, pidiéndole el cambio de Teo-
doro Padilla como autoridad política.590 A mi hermano
y familia en Guatimotzín continuamente los molesta-
ban, al grado de que ya no querían salir a la calle. De
todos modos continuaron juntando firmas de apoyo, y
consiguieron muchas, sobre todo en Tecomán, donde

312
casi   todos   son   “quinteristas”,   pero   cuando   los   “alami-
llistas”   se   los   encontraban   los   molestaban y hasta llega-
ron a apedrear la casa de mi hermano una noche, pe-
gándoles un buen susto.591

En otros sitios las cosas iban mejor como en Te-


comán donde Tiburcio Pinto logró hacer una buena
manifestación con discursos, precisamente en la escue-
la de níños; en el evento hasta la filarmónica de Anas-
tacio Vizcayno participó, hubo vivas a Madero, al doc-
tor Vázquez Gómez y a mi persona. Pinto fue el princi-
pal orador, escasos avances pero buenos intentos al
menos   donde   la   autoridad   apoyaba   a   los   “quinteris-
tas”.592 En cambio en Santiago y Colomo, localidades
de Manzanillo, donde también se hizo propaganda a mi
favor se les recibió bien, pero cuando regresaron al
puerto le dieron la orden al director de la música de
presentarse en la prefectura a pagar una terrible multa
porque no había pedido licencia al señor prefecto para
tocar en estos lugares.593

Campaña de Torres Quintero en Manzanillo. AHMC, caja negra


01-02 y 01-03, 9 de julio 1911.

En plena lucha por la candidatura de Colima se


nombró en México un nuevo jefe de la Dirección de
Educación Primaria, a José Miguel Rodríguez y Cos, a
313
quien conocía bien. De cualquier forma me afectó la
salida del ingeniero Miguel F. Martínez después de
tantos años de estar juntos. No sé si el problema fue su
cercanía al general Bernardo Reyes cuando éste tuvo su
largo y buen gobierno en Nuevo León, tierra natal del
ingeniero.594

Entre los últimos esfuerzos hice un manifiesto al


Pueblo Colimense, donde expresaba mis ideas y planes
si llegaba al honroso puesto de gobernador; tristemen-
te fue mal distribuido y se perdió el objetivo que se
tenía.595

Hasta entonces los amigos se empezaron a dar


cuenta que bajo estas condiciones no sería posible ga-
nar las elecciones pues la brújula empezaba apuntar
hacia el otro lado. Todo así nos lo indicaba. La posi-
ción del gobierno federal, la total falta de apoyo que
tuvimos en todas nuestras gestiones por poner a un go-
bernador neutral, la aguerrida y feroz acometida que
día   a   día   se   recibía   de   parte   de   los   “alamillistas”,596 has-
ta llegamos a temer violencia armada contra nosotros el
día de las elecciones.597 Ya se había dado un incidente
penoso con el licenciado Orozco cuando molesto por
imprecaciones en mi contra protestó, y como no había
querido   volverse   “alamillista”   lo   atacaron   cobardemen-
te e intentaron destituirlo.598 El gobernador García To-
pete   y   sus   socios   “alamillistas”   despóticos,   arbitrarios   y  
abusivos recrudecieron sus actos criminales, sobre todo
desde el regreso del licenciado Ignacio Padilla, secre-
tario   de   Gobierno   y   secretario   del   Club   “alamillis-
ta”.599 Los días pasaban y la situación era cada vez
más peligrosa, todavía esperábamos alguna acción a
nuestro favor confiados en las promesas del ministro
de Gobernación.600

314
Don Manuel Velasco nos animaba a seguir y lu-
char hasta el fin. En sesión con los miembros de la me-
sa directiva de nuestro club se organizaron comisiones
de tres personas cada una para que pasaran unos días
antes de las elecciones a invitar casa por casa y solicitar
votos a favor mío, Alfredo Levy tuvo más precaución
pidiendo no se resolviera nada que pudiera parecer ile-
gal en las elecciones.601 Blas Ruiz, que tampoco se daba
por vencido, nuevamente el 24 de julio envió telegra-
mas al presidente provisional y al ministro de Goberna-
ción.602 Nada, no recibió ninguna contestación, la situa-
ción empezaba a verse muy comprometida.603

Pero   no   cejó   la   lucha,   los   “quinteristas”   unidos   en  


otra   corporación   política   llamada   la   “Unión   Democráti-
ca   Colimense”   ─cuyo   presidente   era   el   Lic.   Ramón  
González   Suárez─   no   dejaron   de   pedir   al   presidente   De  
la Barra y al secretario de Gobernación que cambiaran
de gobernador por uno neutral pues era muy claro que
de otra manera iba a ser imposible tener unas eleccio-
nes limpias. Cuando vieron que eso tampoco sucedería
pidieron que las elecciones se pospusieran, ya en la
desesperación porque no había respuesta ni del presi-
dente de la República, ni del secretario de Goberna-
ción. Yo solicité una audiencia con el Presidente provi-
sional, para el día 24 de julio, misma que me fue con-
cedida, en esta parecía que mis argumentos lo conven-
cían y me aseguró que las elecciones se aplazarían un
mes. Se hizo un desplegado que se presentó al ministro
de Gobernación y el 26 de julio envié un telegrama a
García Topete comunicándole la decisión del Presiden-
te. Rápidamente me trasladé a Colima, no sin antes pe-
dir al secretario de Gobernación se me otorgaran las
garantías para hacerlo,604 llegando el 27. De modo in-
mediato tuve una conferencia con García Topete y rá-
pido me percaté que el decreto de suspensión de elec-
315
ciones no había sido expedido, dizque porque el pueblo
se iba amotinar y que él no podría responder por la paz
pública. Todavía yo le hice entrega del pliego de ins-
trucciones del gobierno federal y él me contestó que lo
iba   a  consultar:   “¿con   quién?”,   pensé  para  mí   mismo.  

El drama llegaba a su fin. Decidimos ante esta


absurda situación suspender todos los trabajos de pro-
paganda y abstenernos por completo de participar en
las elecciones primarias del 30 de julio de 1911. Aún
creíamos que no participando podríamos continuar la
lucha en otras circunstancias, ya fuera que se aplazaran
las elecciones.

Apesadumbrado y aún confuso por todo lo que


nos había acontecido, regresé a la ciudad de México,
antes me hicieron una sentida despedida605 que yo apro-
veché para darles las gracias por todos los esfuerzos y
dolores que habían pasado por mi causa. Aún algunos
tenían esperanzas y manifestaron que sólo se cambiaría
de táctica pero que la campaña seguía, en esos instantes
no tuve el valor para negarlo, pero sí les pedí calma y
serenidad ante la adversidad sufrida y que el tiempo
nos señalaría con más precisión lo que pudiéramos ha-
cer a futuro. Mi amigo y compañero de lucha Blas Ruiz
se fue a Guadalajara temiendo las represalias en su con-
tra   por   los   “alamillistas”.606 Varios perdieron sus traba-
jos y se vieron en muy mala situación económica: San-
tiago Hernández Meza fue uno de ellos, solicitándome
que lo ayudara con Blas Ruiz para que le diera un tra-
bajo. Él no se atrevía a pedírselo directamente pues en
el pasado habían tenido un altercado en Manzanillo y
estaba temeroso de solicitárselo frente a frente.607 Por
supuesto que lo hice.

316
Aún continué recibiendo cartas, algunas de alien-
to y otras me entristecían más, Alfredo Levy otro entu-
siasta   de   la   causa   “quinterista”   se   encontraba   bastante  
enfermo y dejaría su querido rancho trasladándose a la
ciudad de Colima donde podría tener más cuidados. 608

Algunos no se daban por vencidos, Medina Leal


hizo un desplegado solicitando la nulidad de las elec-
ciones primarias por la gran cantidad de fraudes que se
hicieron. Vano esfuerzo porque la Comisión Electoral
pronto desechó su petición. Por cierto que cuando me
escribía esto, oyó las campanas a vuelo de Catedral
anunciando el triunfo de Alamillo, gran festejo se hizo:
se repartieron lonches y cerveza en abundancia pero
nubes de tormenta se anunciaban porque había rumores
sobre el posible encarcelamiento del Dr. Galindo, si eso
sucedía   “será   dificil   evitar   un   conflicto”. 609

Sobre lo mismo, en tono de burla, el Lic. José de


J. Orozco me decía: Arribó ayer a esta ciudad, con to-
da la pompa de un soberano, nuestro muy amado go-
bernador: el ilustre, magnánimo, progresista y nunca
como se debe ponderado don J. Trinidad Alamillo. YA
SOMOS FELICES.610

Les   costó   a   los   “alamillistas”   sudar   la   gota   gorda  


para maquillar esa elección como popular. Alamillo
subió al poder en unas elecciones fraudulentas, pero no
le duraría mucho el gusto pues el pérfido embaucador
político, cuando la usurpación y asesinato de Madero
por Victoriano Huerta, con celeridad se apresuró a feli-
citar al usurpador. Ahí selló su destino pues un grupo
de pretendidos felicistas que se organizó en Colima
finalmente lo derrocó en 1913.

317
Sin embargo la fatalidad estaba todavía con noso-
tros porque el día 24 de septiembre falleció mi suegra,
doña Tránsito González viuda de Cárdenas, la enterra-
mos en el panteón de Dolores. Desde que se pusieron
las cosas muy feas en Colima ya había decidido traer-
me a la familia de Matilde a vivir con nosotros: a doña
Tránsito —quien ya se encontraba bastante delicada—,
a mi cuñada Trini y sus cuatro hijos, a quienes desde
que perdieron a su padre les he visto como si fueran
mis propios hijos. Como yo era su padrino y ellos me
llamaban padrinito —sobre todo Gregorio, el más pe-
queño— me   empezaron   a   llamar   “Nito”,   mote   cariñoso  
que he conservado hasta ahora.611

Las   represalias   sobre   los   “quinteristas”   por   des-


gracia continuaron; el maestro Miguel Díaz me hizo
saber sobre los despidos, renuncias y cambios forzados
de maestros, él estaba ya pensando en renunciar al
igual que su hijo. El pobre tuvo que pasar el trago
amargo del besamanos al señor gobernador, quien co-
mo buen demagogo que era le dijo frases laudatorias,
que no cayeron nada bien a sus amigotes; por otra par-
te, mi pobre sobrino Pancho tuvo que irse a Tepic. 612

En cuanto a mi persona Alamillo supo bien orga-


nizar el desquite al nombrar precisamente en la jefatura
de Instrucción Pública del Estado a uno de mis más
encarnizados enemigos, Abraham Castellanos, quien
recordarán me atacó tanto por el Método Onomatópe-
yico, al grado que durante esos años se prohibió su uti-
lización en el Estado. En casi todo el país tenía mucha
presencia y en el único lugar que no se trabajaba con él,
era en mi tierra natal; sin duda Alamillo era taimado y
vengativo.

318
Nada había que hacer, al menos por el momento
y ante el infortunio que sentía por tanta bellaquería,
decidí escribir un pequeño texto sobre todo lo ocurrido.
Era un esfuerzo que consideré necesario para que la
opinión pública del país tuviera conocimiento de lo que
había pasado en Colima. Sentía la necesidad de dejar
testimonio de todo lo ocurrido y escribí el folleto, Polí-
tica colimense: apuntes sobre la última campaña elec-
toral, la revolución falseada, el actual gobierno de Co-
lima es anticonstitucional.613 Asimismo era la forma de
mostrar con pruebas y argumentos la anticonstituciona-
lidad del gobierno de J. Trinidad Alamillo.

Creo que quien obra bien tarde o temprano tiene


reconocimiento. Cierro este capítulo triste de mi vida
con el consuelo de las dulces palabras de la querida
maestra Juana Ursúa:

Señor profesor don Gregorio Torres Quintero,


Jefe de la Sección de Educación Primaria y Normal.
Señor y amigo de mi estimación:
La presente tiene por objeto saludar a Ud., y en
seguida felicitarlo por la suprema prueba que le abru-
ma. Sólo a personas de gran valer, se les lastima de la
manera que han lastimado a Ud., muchos de sus favo-
recidos.
Ud. Tiene una página preclara en su vida de
Pedagogo.
Yo ví la infancia de Ud., y ví los tamaños que
desde niño, tuvo para ingresar al santo ministerio que
abrazó con sublime vocación.
Ud es uno de los profesores que llevan sobre su
frente la aureola de la buena y siempre correcta con-
ducta en todas sus acciones.
Los que delinquen, pueden volver al buen ca-
mino y ser aceptados y recibidos en las buenas socie-

319
dades, cuando con su conducta de recato y arrepenti-
miento, siguen después el sendero de la honradez.
Jesucristo ha perdonado a los pecadores que se
acercaron a Él; ¿sería más pura que Jesucristo una so-
ciedad que no quisiera perdonar?
Pero los que, como Ud., han observado siempre
una conducta preclara, si no se deben llenar de orgu-
llo, deben, sí, estar más reconocidos hacia el Supremo
Sostenedor de los corazones honrados.
Ud., Don Gregorio, cuenta una larga época de
practicar el bien.
En su tierra natal, elaboró un gran número de
sacerdotes para el Magisterio. En esta Capital, su mi-
sión   ha   sido   de  “caridad  y  amor”,  permítaseme  la  ex-
presión que las Sagradas letras consignan a Jesús.
No ha tenido Ud., más que conmiseración y
afecto para todos los maestros que, juzgados por Ud.,
capaces de ser útiles al Estado, se han acercado a reci-
bir de manos de Ud., por su respetable influencia, el
empleo en que trabajan incansables para comer su pan.
¿Y de estos maestros, en número no escaso, re-
cibe ahora el pago que casi siempre da el mundo a los
bienhechores de la Humanidad?
Pues merece Ud., mis felicitaciones, mi buen
amigo, porque esa amargura que apura Ud., con infini-
to dolor, laurea su frente, e imprime su nombre en la
Historia, en la misma página en que se hallan impre-
sos los nombres de Joaquín Noreña, Manuel Ramírez,
José María Rodríguez Cos, Manuel María Contreras,
Adrián Fournier, y otros muchos héroes que han pres-
tado su contingente para el mejoramiento de las socie-
dades en medio de martirios y privaciones, de ingrati-
tudes y cruel olvido!
¡La Historia, sin embargo, no los olvidará!
Ya sabe Ud., que soy una anciana: tengo medio
siglo de servirle consecutivamente a la Instrucción
Pública, como a Ud., le consta.
En medio siglo, debo haber conocido las cuali-
dades y defectos de un buen número de pedagogos.

320
O soy una imbécil, o se me concede que yo ten-
ga discernimiento para conocer y calificar a los verda-
deros maestros.
Ud., Señor Torres Quintero es un verdadero
maestro, ¿lo oye Ud.?
Yo me permito calificar a Ud., con ese glorioso
nombre: es Ud., un maestro, infinitamente superior a
muchos de sus enemigos que lo ultrajan. ¡Pobres! Per-
donémosles, pues que el perdón refresca y dulcifica el
alma del que lo ejerce; siga Ud., su noble misión, sin
arredrarse por el pago que recibe, y cuando apure más
ingratitudes, no olvide Ud., que la última de sus ami-
gas, la más anciana, la que cuenta medio siglo de apu-
rar también ingratitudes, decepciones y sinsabores, co-
loca a Ud., con el derecho que le da su larga etapa de
experiencia y de trabajos entre los verdaderos pedago-
gos, bienhechores de la Humanidad.
Su siempre atenta amiga y servidora que lo
aprecia.
Juana Ursúa.614

Terminé   creyendo   que   “Los   maestros   no   deben  


dedicarse   a   la   política”,   sin   duda   fue   una   dura   lección  
que me dejó sensibles huellas. Desilusionado de la po-
lítica, a la cual había entrado en un momento de ofus-
cación juré alejarme de ella para siempre y dedicarme
al sólo ejercicio de mi carrera profesional.615

Valgo más de maestro que de gobernador.616

DE NUEVO EN EDUCACIÓN

Regresé a las labores cotidianas, que eran muchas. Mis


ausencias habían acumulado asuntos y problemas.
Pronto me enfrenté a una problemática que se venía
dando. Se habían propuesto los horarios corridos de
ocho de la mañana a las trece horas, para que los chicos

321
no regresaran por la tarde, antes se salía a las once y
media y se regresaba en la tarde. Esto causó tanta con-
moción   que   hasta   se   me   calificó   de   “fracasado   gober-
nador de Colima”   y   que   la   orden   se   estaba   dando   para  
que el futuro ministro de Instrucción ganara adeptos en
las próximas elecciones. Al ver que se había levantado
tanto revuelo propuse se organizara una junta de honor
que dirimiera sobre el asunto. Las discusiones se fueron
hasta fin de año sin resolver nada en concreto. 617

CONGRESO NACIONAL DE EDUCACIÓN


PRIMARIA

La vida nos da o nos quita, como político no me fue


nada bien, en el Ministerio de Instrucción me defendía
de los ataques que se me hicieron por lo del horario
corrido. Pero ese año tan difícil tuve la honra de haber
sido distinguido con el nombramiento como presidente
efectivo de la segunda reunión del Congreso Nacional
de Educación Primaria que se celebró del 20 de sep-
tiembre al 3 de octubre.618 Todavía seguía al frente de la
Sección de Instrucción Primaria, sin duda era un reco-
nocimiento a mi labor como pedagogo.619

Delegados al Cogreso Nacional de Educación Primaria celebrado


en 1911, con Gregorio Torres Quintero al centro, Boletín Instruc-
ción Pública, oct-nov. 1911, p. 410.
322
El discurso inaugural lo hizo el doctor Francisco
Vázquez Gómez, entonces secretario de Instrucción
Pública, y hermano de Emilio Vázquez Gómez, el mi-
nistro de Gobernación que tanto se dio a querer en la
campaña de Colima.

Por Colima contamos con la participación del ta-


lentoso maestro Basilio Vadillo, quien vino como su
delegado, entonces era estudiante de la Escuela Normal
de Profesores donde pude aquilatar su inteligencia. La
escuela entonces se encontraba en el espléndido edifi-
cio de Santa Julia, en Tacuba,620 construido por el inge-
niero e hijo del ex presidente, Porfirito Díaz. A Basilio
Vadillo correspondió dar las palabras de agradecimien-
to en la clausura del Congreso.

Se vivían momentos difíciles en el país "La con-


moción mexicana aun dura[ba] en los espíritus y las
olas populares no se aquietan todavía". Pero se sentía la
enorme necesidad de combatir el analfabetismo tan
grave en el país, se consideraba "...el alfabeto [como] el
primer escalón para ascender a la vida de la democra-
cia, y sólo merecen el dictado de demócratas los pue-
blos cultos y trabajadores."621

Los temas a discutir fueron básicamente tres.


Primero, la posible federalización de la educación pri-
maria en la República; segundo, los medios que debían
emplearse para hacer efectivo el precepto de educación
primaria obligatoria en todo el país y tercero, ¿qué in-
tervención debería tener el Estado en las escuelas pri-
marias no oficiales?

Sobre el primer punto yo opiné que:


La centralización no es mala en sí misma; la
unidad de autoridad es indispensable, por civilizadora,

323
en cierto periodo de la evolución de los pueblos, como
lo demuestra en todo momento la historia del mundo.
La centralización sólo llega a convertirse en obstáculo
para el progreso, cuando tiende a deprimir la iniciativa
local, cuando esa iniciativa ha llegado a su mayor
edad, cuando ya es consciente de sí misma, cuando
ya siente su dignidad y se revela su poder precisa-
mente como feliz resultado y en virtud de una buena
centralización. 622

Los delegados estuvieron muy renuentes a acep-


tar la centralización porque la percibían como una clara
intervención del centro en las formas locales, así que
por gran mayoría de votos fue impugnado el dictamen
de federalización.623

Respecto a la efectividad de la instrucción obliga-


toria de igual forma se conformó una comisión que dio
posibles soluciones pero se manifestó una discusión
muy acalorada, una de las cuestiones a discutir era que
cómo se pretendía hacer obligatoria la educación en
comunidades donde se tenían carencias en alimenta-
ción. Para ello era necesario cubrir primero esa necesi-
dad antes de hacer obligatoria la enseñanza, de ahí de-
rivó hacia una antigua problemática sobre la educación
laica, se manejaba el discurso de que no se iban a cam-
biar las costumbres familiares, ni alterar las creencias
de las familias.

Se vio también la necesidad de contar con más


maestros dispuestos a hacer su trabajo, si bien la escue-
la Normal estaba establecida, había pocas inscripciones
lo cual no beneficiaba a la educación pues para ser gra-
tuita tenían que contar con personal bien capacitado.
De ahí surgió la problemática del bajo salario devenga-
do lo que provocaba que no hubiera más candidatos a

324
prepararse. También en este punto surgió la problemá-
tica de las jubilaciones que no se otorgaban en todos
los estados.

Se determinó que para la legalización de los estu-


dios en las escuelas particulares éstas debían seguir los
programas propuestos por el Estado, de no ser así no se
legalizarían, por tanto tenían libertad de llevar sus pro-
pios programas pero eso conllevaba la no legalización.
En el Congreso se propusieron tres cláusulas para las
escuelas particulares: la primera, sobre la obligación de
informar a las autoridades correspondientes acerca de
la asistencia de los alumnos que cursan la instrucción
obligatoria; la segunda, tenían la obligación de enviar
las estadísticas escolares y la tercera, la exigencia de
enseñar en la lengua nacional —en el caso de las escue-
las particulares de extranjeros—. Las dos primeras fue-
ron aprobadas mientras que en la última hubo un debate
debido a que algunos de los representantes menciona-
ron que se verían afectadas las relaciones entre los paí-
ses, esta no procedió.

Otro de los temas fuertes de discusión fue la Ins-


trucción Rudimentaria, cuya ley apenas había sido de-
cretada el 1 de junio de ese año; la necesidad de llevar
la educación al indígena era ya insoslayable y para ello
se requería crear escuelas normales especiales.

Por votación se estableció que la próxima reunión


se realizaría en el estado de Veracruz.

No se pudieron cumplir las bases establecidas en


la convocatoria, sobre todo en el siguiente congreso
"debido al estado de guerra   intestina”   que   estábamos  
viviendo; sin embargo, los acuerdos tomados "valen

325
más que todos los acuerdos tomados por los aficiona-
dos a la pedagogía".

TERMINA EL AÑO CON CONVULSIONES

Todavía no terminaba el año cuando tuve que enfrentar


otra contrariedad. Un grupo de maestros que confor-
maban   la   “Gran   Unión   Independiente   de   Maestros”  
pidieron a Francisco I. Madero, recién electo presidente
constitucional de la República, mi destitución el 7 de
noviembre, insinuando que mi actitud era ofensiva y
deprimente hacia los maestros, y que siempre había
actuado en el puesto de jefe de la sección con el sello
característico de la tiranía y de la opresión, con cuyas
prácticas estaba identificado, siendo un funesto elemen-
to del régimen pasado, y solicitaban fuera removido de
mi cargo.

Después de la terrible lucha que había sufrido du-


rante la campaña por mi candidatura a Colima, ya no
me asombraban estas conductas. Eran momentos difíci-
les y se aprovechaba cualquier situación para llevar a
cabo disputas desiguales. Como otras veces tuve que
subir a la palestra a defenderme, parecía que la vieja
disputa con el ex alumno de Rébsamen, don Abraham
Castellanos, avivaba el fuego, pues él aparecía dentro
de la mesa directiva de esta asociación.624

“¿Hasta dónde puede llegar el odio y el rencor in-


sensato?”,   me   preguntaba   a   mí mismo, son hechos que
ningún ser humano podemos explicarnos. Pero como
dijo mi buena anciana amiga Juana Ursúa, la vida nos
enfrenta a veces y hay que lidiar contra éstos.

Existía encono contra todo aquello que represen-


taban las autoridades del pasado, en ese momento no se
326
aquilataba si habían sido buenos o malos elementos
sino que se buscaba el enfrentamiento. Afloraron en-
tonces los vicios y las oportunidades de quienes no
pueden llegar al éxito por el buen camino. La fama trae
aparejada la envidia pues entre más honores se disfru-
tan en ese mismo sentido se despiertan las enemistades
prontas a la reyerta.

El Presidente envió la carta al señor Secretario de


Instrucción Pública pidiéndole se estudiara el caso,
quien manifestó que en vista de los servicios que había
prestado a la educación nacional contestaba negativa-
mente   a   los   firmantes,   calificando   de   “verdadera   imper-
tinencia   su  memorial”.

Los maestros que bien me conocían, enviaron una


carta al señor Ministro exponiéndole la forma en que
este grupo quería introducir la discordia y fomentar el
odio entre el magisterio del Distrito Federal, con ca-
lumniosos ataques contra las autoridades, señalándome
a mí como una de sus principales víctimas, por ese mo-
tivo daban su voto de confianza y respeto a mi persona
“oponiéndose   a  [mi]   separación   del   Ministerio”.

Empezaron a llegar a la Secretaría de Instrucción


Pública cientos de firmas en mi defensa, protestando
“enérgicamente   contra   la   proposición que la minoría de
los   maestros   hacían   al   presidente   de   la   República”,   di-
ciendo:   “De   seguro   existe   un   grupo   de   maestros   que   ha  
formado una especie de MAFFIA o mano negra y que
se ha echado a cuestas la ingrata labor de procurar des-
prestigiar al Sr. Torres Quintero por medio de las más
ruines   calumnias.”625

El problema asimismo, tal vez, venía de mi oposi-


ción al horario corrido de las escuelas primarias. Los
327
maestros no querían regresar en la tarde y yo me oponía
a que se les dejara abandonados a los alumnos en las
tardes, escribí bastante en la prensa sobre esta proble-
mática explicando mi posición con razones. 626

Tuvimos que vivir con esta molesta situación


hasta finales de diciembre cuando el ministro les con-
testó   negativamente   a   la   mencionada   “Gran Unión In-
dependiente   de  Maestros”.627

Fueron unas navidades tristes con tanta penuria


sufrida durante el año, tanto en forma personal como
familiar con la muerte de mi suegra, y para la nación
que aún no encontraba estabilidad. El 28 de noviembre
el general   Emiliano   Zapata   proclamó   el   “Plan   de   Aya-
la”   desconociendo   el   gobierno   de   Madero,   debido   a   que  
no cumplía con las aspiraciones campesinas de resti-
tuirles las tierras a los pueblos que habían sido despo-
jados por hacendados y terratenientes.

Sin embargo la presencia de Trini mi cuñada, y


sus chicos nos ayudó a enfrentar la adversidad y logra-
mos sacar fuerzas y entusiasmo para gozar en familia
las fiestas y posadas navideñas.

328
CAPÍTULO NOVENO
AÑOS DE REVOLUCIÓN Y EXILIO, 1912-1918

Si el gobierno del que fue llamado por


nosotros  “Héroe  de  la  Paz”,  y  por  los  
americanos  “Constructor  d e  México”,  
pudo promover toda esa era de prospe-
ridad y de adelanto, ¿cómo es que cayó
a golpes de una revolución?
Gregorio Torres Quintero.628

EN TORNO A LA REVOLUCIÓN

Con la llegada del señor Francisco I. Madero a la presi-


dencia pensamos que el país volvería a la estabilidad,   “  
Madero fue ungido por el voto del pueblo, como jamás
se   había   visto   antes,   […]   subió   a   la   presidencia   de   la  
República en medio de las aclamaciones de júbilo de
las multitudes delirantes, que veían en él al salvador del
país y el origen de una era de bienandanzas para las
clases humildes, que esperaban un resurgimiento eco-
nómico capaz de aliviarles sus pesadas faenas en los
campos y en la fábrica.”629

No fue así. La bola revolucionaria ya estaba


echada a andar. Fueron años difíciles. El país no volvió
a tener calma; cada vez que parecía que ya no habría
movimientos violentos, se repetían las alzadas, golpes
de estado, nuevos planes y caudillos; hubo de todo.

No obstante, las celebraciones para los veinticin-


co años de existencia de la Escuela Normal eran mo-
mentos de regocijo para olvidar de momento el am-
biente convulsionado que nos rodeaba. Tuve el orgullo
de dictar el discurso conmemorativo el día de su
aniversario, el 24 de febrero de 1912, frente a las per-
329
sonalidades del momento; entre éstas contamos con la
presencia del propio presidente de la República, don
Francisco I. Madero.

Con cuánto afecto dediqué mis palabras a la


Normal,   “mi   dulce   y   virtuosa   madre   intelectual”.   Hice  
una rememoración histórica sobre la educación en el
país desde el periodo colonial. Del siglo XIX señalé los
esfuerzos de la Compañía Lancasteriana.630 Luego co-
menté cómo empezó a mejorar el sistema educativo a
partir de 1867 con la ley Barreda, no obstante, aún fal-
taba —dije— una institución que formara adecuada-
mente a los futuros maestros, aunque desde 1869 se
había creado la Escuela Secundaria para Señoritas,
donde se expedían los títulos de maestra (convirtiéndo-
se en Normal en 1889) pero para los varones no había
un establecimiento que los expidiera a pesar de que en
la Preparatoria desde 1880 se impartía la cátedra de
pedagogía a cargo del maestro Luis E. Ruiz (por 6
años). Algunas otras instituciones llegaron a expedir
títulos —la misma Compañía Lancasteriana, el Ayun-
tamiento de México y hasta la Filarmónica de Méxi-
co— pero no existía la institución académica especiali-
zada para otorgarlos legítimamente.

Hasta que don Joaquín Baranda encomendó a


nuestro querido y siempre recordado maestro Ignacio
Manuel Altamirano el proyecto de su creación. Él que
no era pedagogo por carrera sino por intuición, era
maestro de experiencia, maestro por antonomasia,   “un  
partero   de   almas   como   Sócrates”;;   a   él   le   tocó   con   justi-
cia echar andar la anhelada escuela.

El señor ministro Baranda discutió ampliamente


el proyecto con el mismo Altamirano y además con don
Justo Sierra, los doctores Manuel Flores y Luis E. Ruiz,
330
así como también con Miguel Serrano (primer director
del plantel), Manuel Cervantes Imaz y Miguel Schulz.
El resultado de todas estas deliberaciones fue la expe-
dición del reglamento del 2 de octubre de 1886. Había
llegado el momento de la creación de la escuela y para
ello se adecuó el edificio del ex-convento de Santa Tere-
sa, inaugurándose hace veinticinco años, en ese simbóli-
co día (24 de febrero de 1887).

Como director de la escuela anexa se nombró al


famoso pedagogo alemán Enrique Laubscher. Virtuo-
sos maestros tuvo mi generación, que fue la primera de
todas pero muchos ya habían muerto en esa fecha (los
he mencionado en el capítulo donde narro mis estudios
en esta casa de estudios).

Recordé a los presentes cómo se les había critica-


do a muchos de ellos por no ser maestros de carrera o
especialistas en pedagogía, lo cual para entonces era un
absurdo. ¿Cómo iba haber maestros de carrera cuando
las normales apenas iban surgiendo? Hice hincapié en
que todos ellos eran sabios eruditos en sus materias,
aunque no fueran pedagogos de carrera. Desde enton-
ces y hasta ahora yo he planteado que la Normal no
hace maestros, sólo los prepara porque para ser maestro
se requiere sobre todo de vocación, y quien no siente
dentro de sí el noble impulso de enseñar, no podrá ser
nunca buen maestro.

Ha habido muchos cambios desde entonces, va-


rios planes de estudio y seguro habrá más, pero ese día
dije: ¿Quién en educación puede decir que ya todo se
ha   dicho?   Es   cierto   que   “la   estabilidad   puede   convertir-
se en inercia, y la movilidad en sismo”.631

331
Terminé invitando a los presentes (maestros y a
las compañeras maestras) para ir a regar el campo me-
xicano con el saber cuando todavía un 90% de nuestra
población era analfabeta.

“¡Id,   hermanos   y   discípulos,   por   llanos   y   mon-


tañas, no sólo en las ciudades, hoy más que nunca,
hoy más que ayer, para disipar el negro y vergonzoso
analfabetismo que está sonrojando el rostro de la
Patria¡”632

1912 sería un año todavía de desagradables cir-


cunstancias; la Revolución estaba en marcha y se sentía
en el ambiente como persistían dolores y frustraciones
de los que habían iniciado la lucha y no estaban con-
formes con el gobierno de Madero. Los movimientos
iniciados   por   Emiliano   Zapata   con   el   “Plan   de   Ayala”   y  
el   de   Orozco   con   el   “Plan   de   la   Empacadora”   o   Plan  
Orozquista continuaban su lucha. Madero envió enton-
ces a Victoriano Huerta a combatirlos pero no pudo con
Zapata pero sí con Orozco. Habrá que recordar a este
fúnebre personaje más tarde cuando traicione a Madero
en aquellos terribles diez días de febrero del siguiente
año,  1913,  durante   la   famosa   “Decena   Trágica”.

Yo también continué con quebrantos pues los su-


cesos de Colima me seguían atormentando ya que
Alamillo en el poder ejerció terribles represalias contra
mis amigos y, en especial, me dolió la acechanza al
joven maestro J. Cruz Morales, herido a principios de
febrero de 1913; parece que lo confundieron con su
hermano Gilberto Morales, al menos ese fue el parte de
la policía, situación que no me pareció lógica y correc-
ta. Se dio parte de este atropello a la Procuraduría Ge-
neral de la República, a quien se le pasó la documenta-
ción a finales de dicho mes, por lo que el señor procu-

332
rador pidió informes sobre el particular al agente del
Ministerio Público de Colima. En especial, quería saber
sobre los procedimientos que se estaban llevando con-
tra los responsables. Yo, con tristeza, recordaba cómo
este joven maestro había sido uno de mis más fervien-
tes colaboradores durante la campaña. Afortunadamen-
te salió bien librado de este lance pero nos pegó un
buen susto.633

A pesar de tanta pesadumbre nacional yo seguía


en mis tareas dentro del Ministerio de Educación; entre
éstas, tuve la oportunidad de asistir una vez más a un
Congreso Nacional de Educación Primaria el que se
celebró en Veracruz, en octubre (1912). En esta oca-
sión sólo asistí con la representación del Distrito Fede-
ral. Los aires no estaban para propuestas, y éste fue el
último congreso nacional que se vivió de esta rica etapa
de reuniones pedagógicas.

En aquellos días recibí una misiva del subsecreta-


rio de Instrucción Pública y Bellas Artes, el señor G. L
de Llergo, donde me manifestaba su preocupación por
la situación que enfrentaba el amigo Daniel Delgadillo,
inspector entonces por su estado natal Veracruz, y como
yo estaría en el estado, me solicitaba viera su asunto.634

INSTRUCCIÓN RUDIMENTARIA635

A veces la vida nos da sorpresas aún en los momentos


más difíciles. El 1 de julio de 1912 fui nombrado jefe
del Departamento de Instrucción Rudimentaria636 por el
recién nombrado ministro, José María Pino Suárez; en
mi lugar en Educación Primaria quedó José Terrés.637

Si bien yo había participado activamente en la re-


dacción de la Ley publicada en el Diario Oficial el 15
333
de junio de 1911,638 no esperaba, de parte de la Presi-
dencia, se me otorgara tan distinguida función magiste-
rial. El departamento había sido creado en noviembre
de 1912639 y su primer director fue Manuel Brioso y
Candiani. Esta ley no afectaba los preceptos de educa-
ción de cada estado de la República y el ejecutivo sólo la
reglamentaría respecto a la instrucción rudimentaria.640

Como educador en varias ocasiones había plan-


teado el triste abandono en que se tenía a la población
rural e indígena. El país tenía el 70 % de la población
dedicado al campo, más de 15 millones de seres, distri-
buidos en pequeños pueblos, haciendas o ranchos
adonde no llegaba ni el ferrocarril, ni el telégrafo; en
donde se carecía de médicos, de mercados y, por su-
puesto, de educación.

En 1901 publiqué un pequeño artículo que intitu-


lé   “Culpable   abandono   de   las   escuela   rurales”, 641 donde
hacía mención de la gran diferencia que existía entre la
atención prestada a las escuelas urbanas contra las rura-
les totalmente desatendidas, cuya existencia transcurría
entre chozas destartaladas donde cuarenta o cincuenta
niños, sentados en el suelo de tierra, tomaban clases de
un maestro medio preparado. Así eran los preceptores
de segundo o tercer orden que apenas conocían el alfa-
beto, mal escribían y contaban. Los mexicanos tenía-
mos el fuerte compromiso de rescatar de la ignorancia a
esa población, que en su mayoría era indígena. Yo me
decía:   “El   alma   mexicana   no   vibrará   con toda su virili-
dad, sino el día en que la educación del pueblo se im-
parta con igual intensidad en los centros populosos y en
las   aldeas   humildes”.642

Varias habían sido siempre las discusiones en


torno al tema pero el punto donde casi todos estábamos
334
de acuerdo era en la necesidad de castellanizar a los
indios; pensábamos que sería la única forma de incor-
porarlos a la cultura nacional. Siempre recordaba las
palabras del maestro Altamirano quien hacía hincapié
en el desamparo que se tenía a este grupo al que él dig-
namente pertenecía. Recuerdo cómo nos contaba sobre
las deplorables condiciones de la educación en los pue-
blos donde aún se seguían las costumbres coloniales.
Los alumnos divididos por castas, ocupando bancos
diferentes, donde sólo se les enseñaba “la   doctrina   en  
malísimo castellano y de voz viva pues no se les permi-
tía   leer”.   Solamente   en   ocasiones   excepcionales,   cuan-­
do algún joven destacaba, se le incorporaba al lado de
la gente de razón y podía aprender a leer y escribir y
eso en los pocos casos donde existían escuelas.643

Desde el primer Congreso Higiénico Pedagógico


de   1882   se   había   planteado   el   asunto   de   la   “uniformi-
dad”   educativa   con   la   idea   de   conseguir   unidad   nacio-
nal. Muchos problemas se visualizaron desde entonces.
El más grave era la enorme heterogeneidad cultural del
país —grupos indígenas muy variados con distintas
lenguas y costumbres— todo ello aunado a la soberanía
de los estados que impedía establecer acciones de tipo
nacional.644

Si bien existían muchas escuelas rurales en ha-


ciendas y ranchos, lo grave no era sólo la ausencia de
ellas, sino la terrible situación en que se encontraban.645
Algunas medidas paliativas se habían tomado, la Ley
de Instrucción Obligatoria de 1888, promovida por
Joaquín Baranda, estableció la obligación de poner
maestros ambulantes en los lugares donde no existían
escuelas. Estos maestros deberían recorrer los caminos
y llegar adonde no las hubiera. También la ley del 15
de agosto de 1908 sobre Educación Primaria para el
335
Distrito y Territorios Federales, estableció la obligación
de extender la enseñanza rural aunque su acción que-
daba reducida al Distrito Federal y los territorios.646

Yo reflexionaba y me preguntaba:

¿No son niños mexicanos los que habitan los


campos y las aldeas? En un pueblo republicano y de-
mocrático como el nuestro, no debe haber escala dife-
rencial  de  derechos  […]  Siquiera los habitantes de los
campos fueran en menor número; pero entre nosotros,
donde son pocas las poblaciones de importancia, el
mal es profundo. Los filántropos o los que dirigen la
cosa pública, tienen a este respecto una grande obra
que  emprender  […]  Mientras  las  escuelas  rurales  sigan  
en el abandono casi completo en que ahora yacen, la
inmensa mayoría de los mexicanos seguirá sumida en
las tenebrosidades del no ser…647

A pesar de que la ley pretendía paliar esta situa-


ción hubo reacciones ante ella, entre sus más acérrimos
críticos estuvo el ingeniero Alberto J. Pani, quien en
1912 promovió la realización de una encuesta nacional
sobre educación popular.648 Con los resultados de su
encuesta Pani publicó un folleto titulado La instrucción
rudimentaria en la República donde planteaba los esca-
sos alcances de la ley, con el argumento de la compleja
heterogeneidad cultural y lingüística de México, lo
que hacía imposible afrontar presupuestariamente este
sector.649

Yo tuve que hacer frente a esta polémica, tanto


como jefe de la sección como por haber participado en
el proyecto de la ley; por tanto, decidí hacer un estudio
que profundizara sobre la situación educativa general
del país para con esto tratar de demostrar de modo ob-

336
jetivo que sí era viable la propuesta planteada en la ley
del 15 de junio de 1911.

Pani, a través de su encuesta, afirmaba que los


principales obstáculos a que se enfrentaría la instruc-
ción rudimentaria serían principalmente ocasionados
por la gran cantidad de individuos analfabetas que ha-
bía en el país, aunado a la diversidad étnica, cultural y
lingüística que había con problemas de difícil acceso y,
por ello, la marginación en que se encontraban estas
poblaciones. El Ing. Pani subrayaba la escasa disposi-
ción de recursos económicos para llevar a cabo tal em-
presa; además, consideraba una serie de defectos técni-
cos del programa: breve duración de los cursos, la no
promoción de una educación integral, carencia de per-
sonal docente y de espacios físicos.650

Alberto J. Pani sugería la modificación del decre-


to de educación rudimentaria, insistiendo en las si-
guientes especificidades:

1ª Restringir el acceso a estas escuelas exclusi-


vamente para la población en edad escolar. 2ª. Omitir
la ayuda alimenticia, es decir, las escuelas no tenían
condiciones para ofrecer alimentos además de instruc-
ción (se les proporcionarían alimentos y vestidos de
acuerdo a las circunstancias, esta provisión se adicionó
a la ley más tarde por los miembros del Congreso). 3ª.
Que la instrucción tuviera una duración de tres años en
donde se incluyeran conocimientos, a los que se referi-
ría como indispensables, tales como nociones de geo-
grafía, historia patria, talleres de dibujo y trabajos ma-
nuales. 4ª. La creación de escuelas de prácticas agríco-
las e industriales por región. 5ª. La formación del per-
sonal docente en escuelas normales regionales y orga-

337
nizar el servicio de manera tal que se evitara la resis-
tencia al mismo.651

En cuanto al número de escuelas que se requerían


para implementar el decreto de la educación rudimenta-
ria, Pani encontraba inalcanzable la cifra que según sus
cálculos requería la fundación de 67,500 escuelas, lo
que representaba un elevadísimo gasto.

Ante estas críticas respondí que el universo esco-


lar que se pretendía atender en educación rudimentaria
correspondía a 47,082 poblaciones de tipo rural, veinte
mil menos de las calculadas por Pani. Otro punto de
discusión era la insuficiencia de maestros para estas
67,500 escuelas, situación que era general para todo el
país, no sólo en educación rudimentaria, cuando, se
atendían cerca de doce mil escuelas por maestros no
normalistas. Además, los maestros normalistas difícil-
mente aceptarían el bajo salario que representaba ser
maestro de educación rudimentaria. Por lo tanto, nues-
tras metas debían ser en principio modestas y realistas,
acordes a la situación del país pero posibles como
inicio a un proceso que poco a poco se iría fortalecien-
do.

Un cursillo de dos o tres años, debidamente


orientado para alumnos que hubieran concluido su ins-
trucción primaria elemental, sería suficiente, en los
comienzos, para formar maestros de instrucción rudi-
mentaria en condiciones bastante aceptables para llenar
satisfactoriamente su cometido. Los que actualmente
tenemos al frente de las escuelas rurales, en su genera-
lidad valen menos que eso. Luego ya sería un marcado
progreso proceder en esa forma tan humilde. 652

338
También propuse que se proporcionaran a estos
maestros antecedentes históricos de los lugares a donde
fueran a trabajar.

[…]  en  la  actualidad  hay  algo  en  la  escuela  pri-
maria que pudiera llamarse humanidades populares: la
lengua materna, la literatura nacional, la historia, la
geografía.
Si a estas humanidades populares agregamos el
estudio elemental de las ciencias, habremos constitui-
do un plan de estudios que propenda en el grado posi-
ble a la cultura general de los niños mexicanos, sean
éstos de las diversas ciudades o de los campos, es de-
cir, sea que concurran a la escuela urbana o a la rural o
rudimental.653

Creo que la mayor dificultad que enfrentamos fue


la definición de la enseñanza de la lengua; Pani planteó
el desafío de la heterogeneidad lingüística, donde el
español se ubicaba como una lengua extranjera dentro
de las lenguas indígenas; sin embargo, la posición ge-
neral de casi todos era promover la enseñanza del espa-
ñol porque la existencia de tantas lenguas era en sí un
obstáculo para la conformación del alma nacional.

Si bien la ley de 1911 tenía defectos e inconsis-


tencias, yo la consideraba un adelanto ante la carencia
casi total de este tipo de enseñanza en el país. La edu-
cación era la única forma de redimir y desarrollar a to-
da la población además de ser un derecho para todos
aunque fuera rudimentaria. Al menos, se les podría do-
tar de las luces elementales que les dieran acceso al
mundo de las letras y la escritura.

Ante las críticas de oposición me vi obligado a


buscar adhesión y, todavía en calidad de jefe de la Sec-
ción de Instrucción Rudimentaria, elaboré un folleto
339
que presenté en el Congreso Científico realizado en
1912 bajo los auspicios de la Secretaría de Instrucción
Pública y Bellas Artes.654 En el folleto daba respuesta a
las críticas emitidas en algunos estados, entre éstos el
de Colima, donde estaba mi excombatiente a la guber-
natura del estado, Trinidad Alamillo, entonces como
gobernador. Recuérdese que había puesto al frente del
sector educativo de la entidad a uno de mis peores
enemigos Abraham Castellanos; él insistía en preservar
las culturas y lenguas indígenas, y proponía otro siste-
ma para las ciudades y los hijos de obreros. Y fundó
una serie de escuelas rurales en Colima. La primera en
Suchitlán, en 1912, después las de las cabeceras muni-
cipales de Coquimatlán, Tecomán e Ixtlahuacán; poste-
riormente en Colomitos, Juluapan, y también una es-
cuela práctica de agricultura en La Florida.655

En mi folleto insistía en la importancia de hacerle


llegar al indígena la educación, en la necesidad de en-
señarlo hablar, leer y escribir en castellano así como las
operaciones elementales de la aritmética.656 Lo conside-
raba un deber urgente de redención de este grupo.

Tenemos lo que podemos. Si nuestros recursos


no nos permiten tener escuelas perfectas, hagámoslas
como podamos. De cualquier modo que sean, ayuda-
rán a nuestro progreso, levantarán el nivel intelectual
del pueblo y contribuirán a hacerlo más apto para la
vida civilizada. Todos los pueblos adelantados han te-
nido que apoyarse en sus escuelas pobres; sin ellas no
habrían llegado a tenerlas como ahora ni llegado a ser
lo que son. ¿De suerte que porque ahora hay luz eléc-
trica en las ciudades no es permitido que los ranchos
se   alumbren   con   petróleo?   […]   Las   escuelas   de   ins-­
trucción rudimentaria tienen todavía, en nuestro país
el 78 por ciento de analfabetos y de escasos recursos,
un gran papel que desempeñar, La gravedad del pro-
340
blema debe hacernos prácticos y no soñadores, hom-
bres de acción antes que poetas. 657

Me preocupé mucho por proporcionar todos los


datos necesarios que justificaran la expedición de la
ley, con presupuesto, estadísticas y gráficas donde mos-
traba la utilidad de establecer estas escuelas en un nú-
mero de cinco mil en toda la República. Asimismo
planteaba los lugares donde serían más necesarios y los
defectos de carácter técnico que habría que enfrentar
para su implementación. Intenté dar respuesta a las crí-
ticas planteadas por Pani, argumentándolas con una
visión más optimista por medio de un diagnóstico sus-
tentado con cifras y datos y con el afán de demostrar
las posibilidades y bondades de la educación rudimen-
taria. Para reforzar mis argumentos presenté un análisis
comparativo de la situación educativa en el país, frente
a la de otras latitudes, en especial a la de los Estados
Unidos, con cifras y datos también.

Pero la guerra civil, iniciada en 1910, dificultó


mucho la labor en el avance de este sector, sobre todo
en los estados más beligerantes. Ello imposibilitó el
desarrollo de esta educación y fue muy poco lo que se
logró. Durante el Congreso realizado en Jalapa, Vera-
cruz, ya mencionado, informé cómo apenas se habían
establecido unas ochenta y seis escuelas. Además del
económico otro mayor problema fue que los padres se
negaban a enviar a sus hijos a tomar clases. Esto ya
había sucedido con la obligatoriedad a la educación
cuando los padres se rehusaban porque con ello perdían
la mano de obra de sus hijos; aunque esta ley de cual-
quier forma no incorporó la obligatoriedad, dejándolos
en libertad de asistir.

341
Puede ser que al ministro Vera Estañol y a mí nos
sobró entusiasmo; la situación del país no estaba para
proyectos tan ambiciosos. Después empeoraron las cir-
cunstancias con la cruenta faceta histórica llamada La
Decena Trágica y nos vimos envueltos en un marasmo
político, entre disparos y enfrentamientos, que personal
y familiarmente nos impactaron mucho.

En breve, el día 9 de febrero de 1913, estalló este


levantamiento acaudillado por militares que liberaron a
los dos generales, Bernardo Reyes y Félix Díaz, quie-
nes se pusieron al frente del movimiento atacando Pa-
lacio Nacional. En este primer enfrentamiento cayó
muerto el general Reyes. Como era domingo y había
muchos paseantes en el Zócalo, murieron cientos de
personas inocentes. Sin embargo, al no poder tomar
palacio, los asaltantes se retiraron al edificio de la Ciu-
dadela, fábrica de armas, apoderándose de él y lo con-
virtieron en su centro de mando. ¡Aquel día comenzó
La Decena Trágica!

El gobierno maderista peleó contra ellos, los civi-


les   estuvieron   expuestos,   cundió   el   pánico   “al   tronar   de  
los cañones y el lúgubre repiqueteo de las ametrallado-
ras”.   Recuerdo   que a empellones nos sacaron los solda-
dos de la Normal. En casa se escuchaba claramente el
sonido del bombardeo de la Ciudadela a palacio. En la
huida, cuando pasamos por el jardín de Loreto, se arro-
jaron balas desde la torres de la iglesia y veíamos como
rebotaban éstas en el pavimento. Muchos se refugiaron
en casas de amigos en dirección a la avenida Peralvillo,
que era la zona de menos peligro.

Esta cruenta batalla continuó con la traición del


general Victoriano Huerta quien se pasó al lado de los
enemigos tomando prisioneros al presidente Madero y
342
al vicepresidente Pino Suárez; los obligó a renunciar y
Huerta fue nombrado presidente por el Congreso de-
jando a los conspiradores de lado.

Pasamos noches y días que nos parecieron inter-


minables, las calles estaban desiertas y las puertas de
todas   las   casas   bien   cerradas:   “…un   hálito   de   muerte  
envolvía   la   ciudad   y  presagiaba   la  horrenda   tragedia”.
Después de diez días cesó el estruendo de los
cañones y la fusilería; las campanas de los templos
sonaron quejumbrosas. La noticia de la muerte de los
señores Madero y Pino Suárez se esparció como re-
guero de pólvora; toda la gente, como río desbordado,
se echó a la calle para ver los destrozos de la guerra:
una maraña de cables de luz, alambres de teléfonos y
telégrafos obstruían las avenidas; los muertos —
hombres y caballos— ardían en la vía pública   […]658

Después nos enteramos bien de lo acontecido: El


22 de febrero, en la madrugada, fueron asesinados bár-
baramente en el camino de la penitenciaría el Presiden-
te y el Vicepresidente.

Su sangre fue causa de una nueva revolución, la


más enconada que se ha desencadenado sobre la Re-
pública, y ante la cual las anteriores aparecen de muy
diminutas proporciones. ¡Jamás se derramó en México
tanta sangre y jamás se vio tan dividida la familia me-
xicana como en ella!659
Una aparente calma se observaba en la capital;
pero los estudiantes de la Escuela Normal para Maes-
tros conspiraban en la colonia Santa Julia (donde esta-
ba la Normal entonces). Los alumnos Adolfo Cienfue-
gos y Camus y Basilio Vadillo eran los jefes del mo-
vimiento. Burlando la vigilancia de los esbirros de
Huerta, los normalistas salieron para ir a incorporarse

343
al Ejército del Noroeste que comandaba el general
Obregón.660

Con la toma del poder por el espurio Victoriano


Huerta ya fue muy difícil instrumentar cualquier ac-
ción.   Huerta,   temeroso   del   “plan   político”   de   Vera   Es-
tañol que veía como propaganda la instalación de estas
escuelas, decía que no se estaba construyendo un sis-
tema federal sino un imperio político nacional con
agentes bajo capa de inspectores generales, directores,
maestros y comunidades beneficiadas por el sistema,
que juntos impulsarían a la población a oponerse a su
poder. Ante esta situación, Huerta rápidamente hizo
cambios en Instrucción Pública al nombrar a José Ma.
Lozano como nuevo ministro. Ante toda esta basura
política, renuncié al secretario José Ma. Lozano, el 28
de agosto de 1913661 para no tener que seguir un camino
que no era el mío. En mi lugar quedó el profesor Pon-
ciano Rodríguez.

El 1 de mayo de 1914, se expidió una nueva ley


que no tuvo casi vigencia, porque el tirano Huerta cayó
en agosto de 1914 y, al ser derrocado fue obligado a
huir del país. Con la revolución triunfante acaudillada
por el primer Jefe D. Venustiano Carranza, en 1915662 ,
se derogó la ley.663 Así, terminaba una propuesta educa-
tiva que apenas pudo dar algunos pasos durante la pre-
sidencia del señor Madero. Sería retomada hasta los
años veinte, cuando se hizo la reconstrucción nacional
educativa por José Vasconcelos.

Salir de Instrucción Rudimentaria fue dejar una


forma de vida que se había convertido en mi cotidiani-
dad; fue separarme de la cúpula donde se habían gene-
rado las últimas políticas educativas del país y las había
visto como la posibilidad de articularlas al resto de la
344
República. Lo que me quedó fue el grato encuentro con
los maestros del territorio; muchos me escribieron
cuando supieron de mi renuncia, lamentando mi ausen-
cia y manifestándome su adhesión cordial y permanen-
te, 664 también me escribieron algunos compañeros del
Ministerio, como J. Mansilla Río, jefe de la Sección de
Educación Normal y Especial.665

Era claro para los compañeros maestros lo que


había pasado, varios de ellos así me lo hicieron ver
mostrando su disgusto por los acontecimientos. Jacinto
Lara, inspector general de Instrucción Rudimentaria en
Veracruz, me decía que todo se debía al desbarajuste
nacional y la llegada de José Ma. Lozano al Ministerio
de Instrucción Pública.666 Estaban muy molestos e in-
dignados con Kiel, Ponciano Rodríguez, Scherwel y
demás compañeros de éstos, a quienes culpaban de la
situación   por   “politequería   mezquina   y   rastrera”,   época  
llena de engaño, mala fe, envida y calumnia donde la
ambición desenfrenada de los que nada valen atacan
para escalar sobre otros.667 Francisco Veyro, inspector
de Instrucción Rudimentaria en Toluca, Estado de Mé-
xico, me decía que desde que se enteró de las primeras
declaraciones del nuevo ministro Lozano relativas a la
"nueva orientación" dirigida a la enseñanza rudimenta-
ria, comprendió que algo se tramaba contra esta institu-
ción considerada por él como la única conquista positi-
va que la Revolución había legado al pueblo. Mencio-
naba que cuando comenzaron las insinuaciones relati-
vas sobre mi separación del cargo comprendió que el
asunto se iba concretando, hasta lo esperaba conocien-
do mi carácter y sabía que no permitiría hubiera asun-
tos nebulosos.668

Mi mayor satisfacción fue ver en muchas de estas


cartas la mención al esfuerzo y el cariño personal im-
345
preso en este empeño. Benjamín Negroe de Tabasco
me decía en su   carta,   “nosotros   sabemos   perfectamente  
que usted era el alma de esa institución, que usted fue
el autor de todo: desde el proyecto de ley, hasta las úl-
timas   disposiciones   reglamentarias.” Junto con Vera
Estañol   “a   ustedes   dos   les   queda   la   gloria   de   haber sido
los   que  quisieron   implantarla...”669

Con mi renuncia se cerró una larga etapa de mi


vida dentro del Ministerio de Instrucción Pública a
donde había llegado en 1898; quince años había estado
en la función pública del sector educativo, además de
mis tareas como profesor, básicamente, en la Normal.

Podía sentirme orgulloso de haber pertenecido a


esta época durante la cual produje muchas obras y li-
bros que me proporcionaron junto con mis trabajos una
buena posición económica. El Método Onomatopéyico
llevaba ya cinco ediciones. La Patria Mexicana se es-
taba vendiendo muy bien, no obstante ese aciago año.
El haberme quedado sin trabajo de base por pri-
mera vez desde mi egreso del Liceo y ante la terrible
situación que enfrentaba el país, me hacían sentir in-
cómodo e inestable. También miraba como mis com-
pañeros maestros sufrían durante esta década revolu-
cionaria porque muchas veces sus salarios no eran pa-
gados a tiempo; se retrasaban sin saber cuándo podrían
recibirlos además de estar muy mal pagados; y yo, sin
uno de base,  era  para  estar  intranquilo…670

Los enfrentamientos

En Colima no iban mejor las cosas. El movimiento re-


volucionario ahora sí había estallado a principios de
marzo. Mi amigo Pedro Zamora, me contó en una carta
cómo se inició. Él regresaba de un rancho por el llano
346
de Santa Juana cuando empezó la trifulca en el jardín
Libertad. Se había convocado a una manifestación pa-
cífica donde acudieron familias y, claro, sin armas
cuando   de   repente   “Nerón”, o sea Alamillo, lanzó un
tiro a manera de señal y la porra que se encontraba a su
lado en un balcón de palacio empezó a echar tiros con-
tra los asistentes que se habían reunido en el jardín, el
amigo Manuel Velasco, que había acudido gozoso a par-
ticipar, fue una de las víctimas de esta infame agresión.

Me contó la forma en que fueron retirados los


cuerpos, quitándoles sus bienes, a Manuel su argolla de
matrimonio y poniéndoles cajas con balas, para alegar
que ellos iban preparados para empezar el fuego. 671

Los acontecimientos revolucionarios en Colima a


partir de ese día empezaron con más fuerza, levantán-
dose en armas el doctor Galindo y el maestro Cruz
Campos. Tuve que lamentar la pérdida de unos amigos;
en uno de los enfrentamientos Cruz Campos y Carlos
Solórzano fueron aprehendidos y fusilados por órdenes
del propio Alamillo en Villa de Álvarez. Afortunada-
mente el doctor Galindo logró salvarse y, de esta for-
ma, pudo continuar con el levantamiento.672

Estos vergonzosos hechos al fin le costarían a


Alamillo la gubernatura. Tuvo que renunciar nombrán-
dose en su lugar el general Miguel R. Morales.673 Mi
ahijado, Santiago Hernández Meza, con gran gusto me
contó como el efímero reinado de Alamillo terminó:

…hoy   salió   (9   de   abril)   para   esa   metrópoli   su   leader  


don Trinidad acompañado por gendarmes en calidad
de preso por las responsabilidades que pesan sobre él
que son de tal magnitud, padrino, que una sola de ellas
es suficiente para que la expiara con la vida. La fatídi-

347
ca noche del día siete que con justicia designaríamos
con el nombre de la de San Bartolomé colimense por
un designio providencial salí ileso de la garras de
nuestros encarnizados enemigos que se portaron como
demonios  furiosos  y  atacaban  sin  tomar  en  razón  […]  
El execrable Piz complicado en el asesinato del ilus-
trado cuanto desventurado joven Carlos Solórzano
Morfín  se  va  preso  junto  con  su  amo  “¡Ojalá  y  se  haga  
justicia!”674

Por cierto, tuve que ayudar al entierro de Solór-


zano Morfín a través de mi buen amigo Morrill quien
se encargó de hacer todos los trámites; se tuvo que res-
catar el cuerpo cuando ya se había dado orden de que
se enterrara; justo a tiempo llegó Morrill: cuando el
sepulturero comenzaba a echarle tierra. Parece que
Alamillo quería ocultar que había sido fusilado bajo sus
órdenes.675

Ante todos estos hechos, se le ocurrió al buen


amigo Blas Ruiz que, de nuevo, lanzara mi candidatura
al gobierno del Estado. Esta vez ya no caí en la tenta-
ción y, amablemente, me negué; creo que él compren-
dió muy bien mi renuencia de volver al estrado de la
lucha política.676

LA CASA DE ESTANCO DE MUJERES

Aunque parezca raro, y a pesar de las circunstancias,


las personas que vivimos en medio de la guerra y los
enfrentamientos continuábamos nuestras vidas. Si bien
la ciudad de México vivió momentos muy difíciles du-
rante la Decena Trágica y en 1914 con la entrada de los
ejércitos villista y zapatista, la realidad es que en la
capital no hubo después más trastornos violentos, sólo
constantes cambios de gobierno.

348
Yo, por suerte, no perdí mis clases y continué la
docencia en varias escuelas: la Nacional Preparatoria,
la Normal de Maestros y en el Internado Nacional. Im-
partí clases de geografía, historia y metodologías espe-
ciales.677 En el Internado daba además moral práctica y
elementos de ética.678 Ese año, en diciembre, propuse
un nuevo programa para el cuarto año de la clase de
historia patria en la Escuela Normal Primaria para
maestros.679

Así fue como, de alguna forma, Matilde y yo se-


guimos con nuestra cotidianidad, eso sí, con una fami-
lia más grande por lo que requeríamos de más espacio.
Esto nos llevó a adquirir —en junio de 1912— otra
casa en la calle de Estanco de Mujeres número 174,
casa del maestro Aristeo González Garza quien había
quedado viudo y quería regresar a su natal Nuevo
León. Por eso, me la ofreció y a mi me pareció muy
conveniente. Se puso a nombre de Matilde.

La tuvimos que arreglar para poder vivir más


cómodamente.680 La familia ahora constaba de tres
adultos, Matilde, Trini y yo, más los cuatro chiquillos
de mi cuñada. En 1911, cuando nos trajimos a Trini y a
los niños a México, vivimos en una casa de la calle de
Edison 45,681 hasta 1913 cuando nos cambiamos a esta
nueva casa.682

La calle Estanco de Mujeres así se llamaba por-


que entre esta calle y su paralela de Estanco de Hom-
bres había una fábrica de puros y cigarros (estanco de
tabaco durante el periodo virreinal), que tenía dos puer-
tas, una hacia el sur por donde entraban los hombres y
la otra hacia el norte por donde entraban las mujeres;
de ahí, su nombre. Ambas corren de oriente a ponien-
te.683 La calle cambió el nombre al de Costa Rica duran-
349
te la Revolución, entonces se nos dio el número 72.
Esto fue cuando se les pusieron los nombres de las re-
públicas americanas que habían reconocido el gobierno
del general Álvaro Obregón, a las calles al norte del
Zócalo. En adelante, éste sería nuestro domicilio en la
ciudad de México donde gratos y bellos recuerdos ten-
go de la casa y del barrio.684

Por cierto, en el número 4 de la calle estaba la


Imprenta y librería de Angulo. Y el músico, compositor
y director de orquesta, Juan Arozamena Sánchez, había
nacido en esta calle, el 24 de junio de 1899, en el nú-
mero 133 (hoy calle Costa Rica núm. 19). Cuando no-
sotros ya vivíamos ahí tuvimos conocimiento de su
fama.

Cumplí mis cuarenta y siete años en la calle de


Edison, lo recuerdo porque, para ese día Matilde com-
pró una vajilla enorme que tenía 148 piezas. Ella pen-
saba seguro invitar a mucha gente. Yo me preocupé por
el precio —100 pesos— pero ella, muy tranquila, me
dijo que no me angustiara por el pago, pues la había
comprado a crédito, en cinco mensualidades de 20 pe-
sos cada una, situación que no me tranquilizó mucho.
No me gustaba comprar de esa forma, pero comprendí
que, en esos momentos, era la única forma de hacerlo
y, además, ella enfatizó que era una oportunidad, pues
era una vajilla de una casa muy renombrada la   “Casa  
Loeb Hermanos”.   Pobrecilla   quería   invitar   a   muchos  
amigos y no teníamos suficiente loza, ya no hice más
barullo y acepté la compra.685 Finalmente, hicimos una
bonita fiesta a la que todavía acudieron muchos amigos
del Ministerio de Instrucción Pública.

En septiembre de ese año, contratamos a dos in-


genieros, Teófanes Carrasco y Federico Baillet, para
350
que remodelaran la casa de Estanco de las Mujeres 174,
ya que sólo tenía un piso y era muy pequeña, con ape-
nas un salón, dos recamaras y una cocina pequeña, tal
como el baño. Sin embargo, tenía un buen patio y hasta
corral al fondo del terreno. Construimos un segundo
piso y lo adecuamos. Modificamos la fachada y arre-
glamos el patio. Teníamos un terreno de 350 metros
cuadrados de buen tamaño para la ciudad El frente era
pequeño (no llegaba a los diez metros) pero de fondo el
terreno tenía más de treinta metros; era un chorizo que
nos resultó muy conveniente en dos plantas.

En la planta baja se arreglaron las piezas y cons-


truimos un comedor, una cocina decente, un buen baño
y una zotehuela.686 Debajo del comedor se hizo un só-
tano. Para dar circulación a las piezas hacia el comedor
se construyó un corredor con barandal; el pasillo se
sostendría con columnillas de fierro y la techumbre fue
de bóveda catalana, sostenida por vigas de acero. En la
planta alta se construyeron otras tres piezas con su co-
rredor y la escalera de acceso a este piso.

Toda la construcción se rehabilitó en las partes


antiguas. Las paredes se revistieron con papel tapiz y
los rodapiés con buenos azulejos. Todos los pisos fue-
ron nuevos, el del comedor y las piezas de buena duela
americana, el baño y la cocina de ladrillo cocido, y los
pasillos   y   zotehuela   de   cemento   tendido   “Portland”.   En  
los techos del comedor y del baño se puso cielo raso de
manta. Los muebles del baño fueron un excusado ame-
ricano, un lavabo esmaltado, así como una gran tina;
para el agua caliente pusimos un tinaco calentador. En
la cocina se puso un brasero con cuatro hornillas cu-
bierto por ladrillo esmaltado y un lavadero. Todos los
muebles que requerían agua corriente fueron imple-

351
mentados con la tubería correspondiente. En la zo-
tehuela se hizo otro pequeño baño más modesto.

Toda la obra de reconstrucción tuvo un costo su-


perior a los cinco mil pesos que fueron pagados cada
semana hasta la parte final que se dejó para los honora-
rios de los arquitectos. La casa la habíamos adquirido
en seis mil pesos, así que en total nos salió en casi doce
mil pesos. La obra terminada nos la entregaron hasta
enero de 1914 cuando nos pudimos cambiar.

JEFE DE EDUCACIÓN PÚBLICA EN YUCATÁN

25 de abril de 1916 al 8 de septiembre de 1918

Pensé que se habían olvidado de mí cuando un


día me llamaron de la presidencia de la República de
parte del señor Venustiano Carranza. ¡Qué sorpresa!
¡Me enviaban a Yucatán! ¿Era un exilio o una oportu-
nidad de trabajo? No lo sabía pero lo que sí era seguro
es que se trataba de un buen empleo y una buena opor-
tunidad de alejarme de la ciudad por un tiempo.

Había llegado de aquellas tierras el Ing. Modesto


C. Rolland para arreglar varios asuntos, entre estos,
buscar quién pudiera hacerse cargo de la Jefatura de
Educación Pública en ese estado. Solicitándole al señor
Ministro, Félix F. Palavicini le recomendara alguien
para el puesto, fui yo el afortunado en esta selección.687
El señor Palavicini firmó el acuerdo de mi traslado a
esta jefatura el 15 de abril de 1916.688

En aquel entonces estaba como gobernador de


Yucatán el general Salvador Alvarado, en calidad de
comandante militar. El general Carranza lo había en-
viado para recuperar la plaza ante el levantamiento de
352
Abel Ortiz Argumedo (quien había depuesto al gober-
nador carrancista Toribio de los Santos) y así, poder
jefaturar el movimiento carrancista en ese estado.

Alvarado logró derrotar a los alzados, entrando


triunfante en Mérida el 19 de marzo de 1915. En cua-
renta horas había logrado derrocar al gobierno oligár-
quico que había tenido a este terruño sumido en plena
servidumbre, 689 ya que la entidad había dependido du-
rante el Porfiriato de la explotación del henequén bajo
la tutela de un trust norteamericano en monopolio con-
trolado por Mérida y los Estados Unidos. 690

Tan pronto pisó tierras yucatecas, el general Al-


varado expidió a su pueblo una carta en la cual exponía
sus ideales al frente del gobierno, basados en varios
aspectos claves como incrementar la infraestructura
ferroviaria y portuaria, diversificar el mercado hene-
quenero, la banca y la educación pública.691 Fue un go-
bernante liberal, demócrata y revolucionario, Alvarado
reorganizó totalmente el poder.692

Cuando llegué a casa en Estanco de la Mujeres,


muy orgulloso con mi nombramiento bajo el brazo y se
lo mostré a Matilde, ella no supo qué decirme. Muy
sorprendida, se quedó muda a pesar de que habíamos
comentado esta posibilidad. Su reacción fue complica-
da; sabía que debíamos trasladarnos cuanto antes a Yu-
catán, lo que significaba cambios, mudanza pero, sobre
todo, dejar a la familia. Era claro que sólo partiríamos
los dos porque resultaba difícil llevar a toda la familia:
los chicos tenían escuela, la casa no podíamos dejarla
sola y creímos que sería mejor para ellos permanecer
en la capital.

353
De esta forma fue que Matilde y yo emprendimos
el camino hacia el sureste. Nunca antes habíamos ido
por allá, así que resultó emocionante descubrir varias
partes del país que no conocíamos. Hicimos el viaje en
tren, en barco y otra vez en tren hasta Mérida.

En esos años tristemente el mundo asistía al es-


pectáculo tremendo de una gran conflagración univer-
sal: la Gran Guerra. Dos grandes imperios, Alemania e
Inglaterra disputábanse la hegemonía del mundo. Las
demás naciones se dividieron y se aliaban al conten-
diente cuya amistad les interesara más. Muchas perma-
necieron neutrales y a la expectativa como México, que
también estaba a la vez atravesando por la Revolución
Mexicana. Todos contemplábamos con estupor la gi-
gantesca   lucha   que   se   estaba   dando,   “jamás   ocurrida   en  
tales   proporciones”.   No   había   rincón   en   la   tierra   adonde  
no llegaran los ruidos de esta gigantesca conmoción
mundial.

Durante el viaje yo reflexioné mucho sobre el


¿por qué estaba pasando todo esto? Pensaba en como
antes el mundo vivía en pequeñas sociedades aisladas y
éstas se bastaban   a   sí   mismas:   “Las   relaciones   inter-
sociales eran de poco alcance y hasta un grupo ignora-
ba   la   existencia   de   los   otros.”693 Ahora en los puertos,
como el de Veracruz donde vimos tal cantidad de bu-
ques de todo el mundo, me percaté cómo las cosas
habían cambiado, la sociedad humana se había ensan-
chado increíblemente:

…los   hombres   cruzan   en   interminable   vaivén  


las fronteras internacionales; las comunicaciones de
todas clases unen a todas las naciones; el comercio ha
adquirido proporciones no imaginadas; la industria ha
llegado a ser asombrosamente colosal; los hombres

354
viven en las fábricas como abejas en las colmenas; las
industrias de transportes se abruman bajo el peso de
las manufacturas; la agricultura produce intensas co-
sechas para poder alimentar a aquellas abejas infatiga-
bles; vése [sic] el mar cruzado por buques mercantes
desde un confín al otro confín del universo, llevando y
trayendo los productos del trabajo humano.
Ahora existe una sociedad mundial….
La guerra lo está probando.
[….]
Dícese que la lucha es por la Democracia.
¡Temamos siempre de los poderosos!694

Así me distraje de tal manera que casi sin darme


cuenta llegamos al puerto de Progreso. Estábamos ya
en Yucatán y fue fácil dirigirse hasta Mérida, su capi-
tal, pues hay un tren que las une.

Mérida, hermosa y elegante, de inmediato nos


cautivó. No esperábamos ver una ciudad tan moderna,
amplia y bella; sus calles eran muy limpias y asfalta-
das, llenas de tráfico con modernos coches que las tran-
sitaban. Por todos lados se miraban espléndidos edifi-
cios, tanto de casas comerciales como de enormes resi-
dencias. Sus almacenes estaban repletos de mercancías
ya que la cercanía del puerto comercial de Progreso le
proporcionaba la entrada de muchos productos prove-
nientes de los Estados Unidos y de Europa. Los tranvías
de Mérida llegaban hasta el muelle del puerto de Pro-
greso, lo que facilitaba grandemente el comercio. No
sólo llegaban mercancías sino también mucha gente de
otras partes del mundo. Se apreciaba claramente como
el Estado estaba en gran desarrollo pronto tendría una
gran refinería de petróleo y una planta eléctrica que
proporcionaría energía a tranvías, fábricas, haciendas y
magnífica luz a la ciudad y al puerto.695

355
Conseguimos una bonita casa muy cómoda en el
centro, y nos preparamos para enfrentar la vida en Yu-
catán lejos de nuestra natal Colima y de nuestra casa y
familia en la ciudad de México. Ahora se presentaba
una gran oportunidad para conocer a nuevas personas,
hacer nuevos amigos, visitar lugares como las famosas
ruinas arqueológicas mayas y gozar los bellos parajes
del mar y de la selva. Estábamos muy entusiastas y es-
peranzados en el futuro que nos deparaba este prome-
tedor estado.

En cuanto al trabajo, me daba mucho gusto tener


la oportunidad de trabajar al lado del general Alvarado,
una persona progresista y todo un personaje de la polí-
tica. Fue un gran reformador social, apoyó mucho a los
trabajadores yucatecos, y gestionó muchos cambios
sociales y políticos en el estado. Promulgó una serie de
leyes de gran contenido social, entre éstas: la reparti-
ción de tierras y la protección a los obreros. Al tratar de
eliminar el alcoholismo entre los indígenas, declaró a
Yucatán como el primer estado seco de la República.
En especial luchó mucho contra el fanatismo religioso.
Se preocupó por el injusto trato a los indígenas en las
haciendas henequeneras y combatió las injusticias que
se habían tomado contra los yaquis a quienes se vendía
como esclavos en Yucatán. Con la llegada del Consti-
tucionalismo empezó a resquebrajarse la oligarquía
molinista yucateca, aunque continuó ejerciendo cierto
control económico.696

La acción educativa durante mi estancia en Yucatán

Desde el mandato del gobernador José Ma. Pino Suárez


en 1915, se habían expedido en Yucatán tres leyes muy
importantes en educación: el 17 de septiembre la Ley
General de Educación Pública, el 19 de noviembre la
356
Ley de Educación Primaria y finalmente la del Consejo
de Educación promulgada el 28 de agosto. Por estas
leyes todas las escuelas pasaron a depender del Ejecu-
tivo; ya no hubo escuelas municipales dependientes de
los ayuntamientos. La educación primaria se dividió
entonces en rudimental, elemental y superior.697 La en-
señanza rural, a su vez, se dividió en dos clases: prime-
ra para niños de siete a doce años y segunda para indi-
viduos de trece a veinte y un años. Se debían instalar
huertos o campos de prácticas agrícolas y talleres para
diferentes oficios, dar atención a la educación moral y
estética, y despertar en el alumno el sentimiento por lo
bello.698

No obstante, era muy poco lo que se había logra-


do avanzar. Yucatán sufrió mucho entre los años de
1912 a 1915. Durante este tiempo tuvo catorce gober-
nadores, entre propietarios, sustitutos e interinos, 699 ra-
zón por la que no llegó a implementarse ninguna escue-
la rural. En general, muy poco se había avanzado en el
ramo educativo. El cambio empezaría a darse con el
gobierno del general Alvarado y yo tuve la suerte de
colaborar con él en este ramo.

Se organizaron tres Congresos Pedagógicos y


también los congresos feministas que fueron los prime-
ros en el estado. Fundó varias importantes escuelas
como la de Agricultura, la de Artes y de Oficios, de
Bellas Artes y la Libre de Derecho. El régimen de Al-
varado enfatizó una política educativa en pro de la es-
cuela por la acción y por el trabajo y no por los princi-
pios de la escuela racionalista.700 Aquí fue donde tuve
muchos problemas que comentaré aparte por haber sido
una larga y penosa experiencia para mí. También tuve
choques con el poder económico e ideológico de la

357
iglesia católica porque las escuelas particulares estaban
en manos de ella.701

Alvarado quería que la educación fuera revolu-


cionaria en torno a los fines del constitucionalismo,
desfanatizadora y laica. Por supuesto que yo secundaba
estas ideas. Muchas escuelas privadas no cumplían con
estas premisas y fueron clausuradas y otras, mediante
inspección oficial, estuvieron sujetas a impartir la en-
señanza laica y nacional. Fue una lucha muy fuerte
contra las supersticiones y dogmas religiosos que se
impartían en la escuela. Hasta se llegaron a ocupar edi-
ficios propiedad de la Iglesia, como el palacio del arzo-
bispo que se usó para la Escuela Normal de Profesoras,
ya que se tenían muchas alumnas (388) 702 y se necesi-
taba un edificio grande y espacioso como éste y el ar-
zobispado lo tenía en gran parte vacío. En el estado
estaba   un   liberal   “jacobino”,   Adolfo Cisneros Cámara,
quien colaboró mucho en este sentido; pues, había for-
mado varias generaciones de maestros radicales en la
Escuela Normal de Mérida. Era un maestro muy in-
quieto, lleno de ideas modernas; había asistido a los
Congresos Nacionales Pedagógicos y se le consideraba
el portavoz del laicismo antirreligioso; seguía las ideas
de Rébsamen y de la escuela de Jalapa. Sus ideas fue-
ron propagadas por sus discípulos en todo el estado,
muchos de ellos como inspectores escolares. Durante
los tiempos de Alvarado este maestro daba clases en el
Instituto Científico y Literario de Yucatán.703

Todas estas responsabilidades recayeron princi-


palmente en mi jefatura. Era importante garantizar, ante
todo, la enseñanza gratuita y obligatoria, por lo que
debíamos vigilar y cuidar toda la enseñanza primaria,
tanto la oficial como la particular e impulsar los mo-
dernos métodos y procedimientos pedagógicos. Se uti-
358
lizaron la compulsión, la energía y el poder militar de
este gobierno por medio de comandantes militares en
los 16 partidos políticos para que supervisaran la cues-
tión educativa, sobre todo, la obligatoriedad. Se creó
hasta policía especial y se ponían multas a los padres
que descuidaban la asistencia a las escuelas. Incluso
estos comandantes presidían las conferencias   y   “fiestas  
del   saber”704 pues   “ningún   niño   podía   transitar   por las
calles o permanecer en lugares públicos sin el permiso
escrito   del  director   de  la   escuela”.705

Tuve que hacerle notar al gobernador la invasión


de atribuciones que hacían los comandantes militares
en educación. Solicitaban datos a los inspectores, cuan-
do sólo éstos últimos eran los que debían concentrar
toda la información. Entonces le propuse que para evi-
tar pérdidas de tiempo y disminuir dificultades entre
ellos, los comandantes militares le informaran directa-
mente al gobernador sobre los resultados de sus propias
observaciones. Además, se les podría enviar una circu-
lar, informándoles que los datos estadísticos yo se los
podría proporcionar en mi departamento.706 Hasta se
llevaba un sistema de control con el registro de las pe-
nas. Naturalmente hubo airadas protestas de muchos
padres de familia, sobre todo, los que vivían en el cam-
po y era porque muchos necesitaban a sus hijos para
ayudarles en la corta de las pencas de henequén. 707

Como parte de la problemática que se vivía, yo


sentía que se debía elevar el espíritu de colaboración de
los maestros yucatecos. Con esa intención hice un es-
crito dirigido a todos los maestros del estado conmi-
nándolos a mejorar la educación en la entidad para lo-
grar el ansiado cambio que requería el estado y el país
dando énfasis en que la formación de ciudadanos bien

359
educados favorecería el desarrollo social, así como el
personal.708

Me preocupaba fomentar en los maestros un posi-


tivo espíritu hacia el trabajo; bien sabía que cuando uno
desempeña con gusto un trabajo, éste lo hace mejor.
Pensaba que era necesario que los maestros convivieran
más cerca con sus alumnos. A muchos maestros, les
deba vergüenza que los vieran con sus alumnos pobres;
era indispensable formar el espíritu de servicio en los
maestros y les decía que lo que se hace con el corazón,
se hace mejor y se puede proporcionar más beneficio a
los demás; asimismo, ellos se sentirían más contentos y
satisfechos.709

Como en muchas otras partes del país, el proble-


ma grave con los maestros eran los bajos salarios que
recibían; además, también en Yucatán se carecía de una
ley de pensiones. Estas situaciones hacían difícil mejo-
rar la enseñanza porque muchos habían llegado al ma-
gisterio sin vocación y sólo por ser, la única forma de
trabajo disponible para ellos. En general, los maestros
de estas escuelas eran menores de dieciséis años y sólo
habían terminado la enseñanza elemental o superior.
Contábamos con muy pocos maestros debidamente
capacitados.

Una de las encomiendas más difíciles que nos


había dado el gobernador fue la de crear numerosas
escuelas; nos proponía establecer unas mil y, entre és-
tas, trescientas nocturnas para ambos sexos en el tér-
mino de dos meses.710 Para fundarlas era necesario pre-
parar a unos novecientos profesores,711 lo que también
significaba la apertura de otras escuelas normales. La
cuestión educativa para Alvarado era fundamental; de-
cía   que   era   la   “piedra   filosofal”   del   progreso   y   la   consi-
360
deraba   el   “factor   cardinal   de   los   progresos   y   de   la   gran-
deza   de   la   República.”712 Por eso, me manifestó que no
importaba que tuviéramos la necesidad de traer maes-
tros de otros lados, tal vez de la cercana Veracruz don-
de su Normal había preparado a tantos buenos maestros
y, aun del extranjero, si fuera necesario. Siempre se
presentaría   en   maestros   “importados”   el   inconveniente
de su desconocimiento de la lengua maya, lo que dificul-
taría el poder enviarlos a trabajar en el medio rural.713
Para paliar este problema se hizo una cartilla para que
los maestros enseñaran a leer y escribir en lengua ma-
ya.714 Alvarado consideraba que el maestro debía ser el
agente revolucionario en las fincas donde trabajara por-
que era necesario empezar a crear un hombre nuevo.715

Normalmente las escuelas que existían estaban


ubicadas en las fincas de los patrones donde había mu-
chos indios, que no mandaban a sus hijos. Otro pro-
blema fundamental fueron los planes de estudio que
estaban organizados para el ámbito urbano, lo que difi-
cultaba enormemente su enseñanza en vista de que los
maestros tenían que modificarlos sobre la marcha.

Se requería construir muchas de estas escuelas,


sobre todo, en el ámbito rural porque una de nuestras
mayores aspiraciones era llevar la educación al indíge-
na   (“[recordar   como]   muchos   indígenas   ni   siquiera   sa-­
bían   que  eran  mexicanos”).716

Los porcentajes de analfabetos en el Estado eran


enormes; por eso, era urgente la alfabetización general
del pueblo yucateco. Para esto, el gobernador concedió
un presupuesto del 36.2% de los egresos del Estado; a
pesar de ello, se requería un esfuerzo financiero enor-
me, y éste fue el mayor escollo al que nos enfrentamos
en el desarrollo de los proyectos.
361
Volví a mis anhelos por la educación rudimenta-
ria. Curiosamente se había promulgado una ley similar
en Yucatán aunque no se había logrado aplicar mucho.

Encontraba que la escuela en todo México se en-


frentaba ante dos adversarios constantes: el hogar y la
iglesia. En cuanto al hogar, era indispensable la inter-
vención de los padres, como por ejemplo, en los Esta-
dos   Unidos   con   la   “Asociación   de   Padres   y   Maestros”   y  
el   “Congreso   Nacional   de   Madres” que demostraba la
importancia que se le daba a la participación de los pa-
dres de familia en la educación de sus hijos, lográndose
crear mejores oportunidades de conocimiento, amistad
y cooperación. En México, en cambio, la iglesia obsta-
culiza muchos de los proyectos escolares. El cura tiene
más poder espiritual que el maestro poder instructivo.
La religión católica se esfuerza en detener la marcha
del   progreso,   “Víctor   Hugo   decía   en   Francia:   <En   cada  
lugar hay una luz: el maestro de escuela, y detrás de él,
una boca que sopla: el cura>. Y esto es tan cierto en
Francia   como   en  México.”717

Yo me propuse generar una integración de volun-


tades para impulsar el progreso y la educación de las
zonas rurales, lo que podría lograrse mediante el deve-
nir de una trinidad constructora: hogar, iglesia, escue-
la. Si bien algo tenía que quedar muy claro y era la ne-
cesidad de la separación de la iglesia de los procesos
educativos oficiales, no obstante, el papel que ha tenido
hasta ahora en la conformación social y humana de la
sociedad.

Todas eran propuestas específicas para impulsar


la educación rural. A partir de las características de ca-
da comunidad las escuelas rurales debían tener sus pro-
pios perfiles: no ser todas iguales. En aquellas comuni-
362
dades   de   “familias   casi   primitivas…   o   de   simples   ex-
plotadores de los bosques o de las aguas, la escuela
debe ser más bien una agencia de mejoramiento higié-
nico   y  social   que  de  instrucción”.718

Además de la biblioteca que debía tener cada es-


cuela rural —y del programa anual de lectura— se exi-
giría a cada niño un mínimo de lectura de diez libros
leídos por año. Toda escuela rural debería tener un te-
rreno anexo que sirviera lo mismo para las actividades
agrícolas, así como de campo de juego. También de-
bían enseñarse trabajos manuales más carpintería rural,
herrería rural y hojalatería rural. Las nuevas escuelas ya
no tendrían más instrucción cívica; se buscaría un pro-
grama mucho más efectivo, no sólo de lecturas sino de
participación comunitaria.

Las escuelas nuevas desterrarían la asignatura


que por tanto tiempo se había llamado instrucción cívi-
ca y que no ha sido otra cosa que instrucción libresca y
formal. Ahora se debería llamar civismo comunal y se
desarrollaría por la acción en las escuelas que lo adop-
ten. Los alumnos actuarían en la escuela como ciuda-
danos y aprenderían el civismo por la vida y no por el
texto.

¡Era muy grande la tarea a enfrentar con un in-


tenso programa por hacer! Mucho se logró y otro tanto
no. Entre los logros tuvimos la creación de las huertas
escolares y la caja de ahorros escolar.

Las huertas fueron para que los alumnos apren-


dieran científica y prácticamente el cuidado que se de-
bía tener de los cultivos al propiciar la solidaridad entre
alumnos y obtener un recurso económico, ya que las

363
cosechas se podrían exportar. Las semillas para las plan-
taciones se las dio el Departamento de Agricultura.719

Las cajas de ahorro escolar se organizaron de


manera que los alumnos cada semana desarrollaban el
ejercicio del ahorro. Los maestros anotaban en un libro
especial las cantidades abonadas por los alumnos y ca-
da niño tenía su propio libro con las mismas anotacio-
nes que hacía el maestro en el suyo. Los alumnos po-
dían retirar el dinero cuando quisieran, siempre y cuan-
do no dejaran la cuenta en ceros. Cuando el alumno
terminaba sus estudios, se liquidaba su cuenta de aho-
rros. Del mismo plantel, los trabajadores podían tam-
bién realizar ahorros, entregándoselos al director del
plantel, quien los anotaba en una libreta especial. 720

En ocasiones hice cambios que parecían simples


pero que resultaron interesantes. Por ejemplo:

Mandé sacar de los quintos y sextos años de las


dos escuelas primarias superiores de Mérida, los pupi-
tres binarios que los amueblaban y los sustituí por me-
sas comunes y corrientes, para trabajo o comedor, pla-
nas, horizontales y con capacidad para seis alumnos.
Y como asientos les puse sillas con respaldo, comunes
y corrientes. Al cabo de un mes quise saber el efecto
producido por aquel cambio. Llegué a uno de los gru-
pos, sin que me notaran, pues quería ver a los alumnos
usando sus mesas de cubierta horizontal y trabajando
por grupos. Cuando observaron mi presencia, se pusie-
ron en pie respetuosamente. Los saludé con afecto y
les pregunté: —¿Qué tal con los nuevos muebles? —
Muy contentos, respondieron. —¿No les mando traer
los otros? —No señor. —¿Prefieren estos? —Sí, se-
ñor. —¿Por qué? —(Los alumnos vacilaron unos ins-
tantes). —Señor, dijo un alumno con cierta vivacidad:
preferimos éstos, porque con ellos nos sentimos más

364
amigos. ¡Aquello era lo que yo deseaba; no había re-
sultado fallida mi previsión!721

Hice varios entrañables amigos que a la fecha


conservo aunque algunos de ellos ya se me han adelan-
tado como don Rodolfo Menéndez de la Peña (1850-
1928), cubano de nacimiento, director en ese momento
de la Biblioteca Central   “Manuel   Cepeda   Peraza”, 722
cuyos bellos poemas dedicados a la escuela he utilizado
en mis libros (en especial en el Lector enciclopédico
mexicano, No. 3). Don Rodolfo nos apoyó mucho en la
instalación de decenas de bibliotecas populares. Por
cierto, Yucatán en esa época tenía mayor contacto con
los Estados Unidos, Europa y Cuba que con la ciudad
de México.

También en Yucatán, tuve el gusto de encontrar-


me con Leopoldo E. Camarena, inspector de la segunda
zona escolar en Ticul, uno de mis ex alumnos de la
Normal y colega y ex director de la Normal de la ciu-
dad de México, quien al irse a vivir a Yucatán, en no-
viembre del año anterior a mí partida, me había dejado
su plaza de profesor de historia patria en la Normal de
la ciudad de México.723 Quién nos diría que al año si-
guiente estaríamos juntos en Yucatán trabajando ambos
por la educación del estado.

Mi enfrentamiento con los racionalistas

Una de las experiencias más difíciles que tuve que en-


frentar en Yucatán fue con los maestros que propugna-
ban por la Educación Racionalista. En los Congresos
Pedagógicos surgieron los enfrentamientos por las dos
propuestas que se planteaban: la de Educación por el
Trabajo y la de Educación Racionalista. Entre los ra-
cionalistas destacaron José de la Luz Mena (cuñado de
365
Pino Suárez), Vicente y Rodolfo Gamboa, y Agustín
Franco Villanueva. En el otro lado estaba yo con varios
compañeros maestros como don Gonzalo Gómez, Dr.
Eduardo Urzáiz Rodríguez, y don Artemio Alpizar,
entre otros.

El origen del movimiento Educación Racionalista


se encuentra en la obra de Francisco Ferrer Guardia La
Escuela Moderna, quien fundó en Barcelona una es-
cuela privada. En su libro denomina a su plantel como
Escuela Científica porque impartía ciencias naturales
(cuando en México se habían introducido éstas hacía
“por   lo   menos   diez   años”).   Cuando   no   quería   llamarla  
científica la llamaba racional y en ocasiones racionalis-
ta, porque decía que su organización era racional y la
enseñanza también lo era, término que ya había sido
usado por Herbert Spencer en su libro La educación y
yo también lo he utilizado con el mismo objeto.724

En el Congreso Pedagógico de Motul, en julio de


1917, se dieron fuertes discusiones entre las dos pro-
puestas: Educación por el Trabajo y Educación Racio-
nalista.725 Después, en el Segundo Congreso Pedagógi-
co de Yucatán, recuerdo que se les pidió nos precisaran
lo que entendían por Escuela Racionalista. Como los
veía hechos bolas para facilitarles la labor, les pregunté
¿si era la de Pestalozzi, la de Froebel, la de Tolstoi, la
de Ferrer Guardia, la de Elslander o la Escuela Nueva
de Reddie?

Dijeron que no era ninguna de éstas; y contesta-


ron  con  un  dictamen  confuso  que  nadie  entendió.  […]
agregaron que la Escuela Racionalista era un cuerpo
de doctrinas pedagógicas basadas en el Monismo, que
permite al educando transformar libre y espontánea-
mente sus facultades y poderes ingénitos, en ciencia y

366
fraternidad: es la escuela de la evolución. Esta última
sentencia escuela de la evolución [y] algunas frases
proferidas entonces en las discusiones y algunos escri-
tos publicados después, nos han venido a poner en co-
nocimiento de que la Biblia de los Racionalistas está
en Ferrer y en Elslander. De Ferrer han tomado el
anarquismo; de Elslander, el método histórico o natu-
ral. Posteriormente han agregado el método funcional
de que habla Aguayo en sus obras. 726

Este segundo congreso estuvo presidido por el


doctor Ayuso y O`Horibe, celebrándose en el Teatro
Peón Contreras, desafortunadamente no se arreglaron
las discrepancias, y esta vez triunfó la línea de la Es-
cuela Racionalista.727

José   de   la   Luz   Mena   Alcocer   era   el   “principal  


ideólogo e impulsor de la Escuela   Racionalista”;;   había  
fundado en septiembre de 1917 su primera escuela en
el antiguo barrio de Chuminópolis con cinco medios
para lograr su enseñanza. Estos eran la granja, el taller,
la fábrica, el laboratorio y la vida, considerados ser los
cinco   medios   normales,   “en   que   deben   estar   insertos   los  
niños para conducir su educación en libertad, responsa-
bilidad   y   solidaridad”.728 Pensaban que su método era
revolucionario.

A   mí   me   parecía   que   “En   pedagogía   no   existen  


métodos   revolucionarios”729 y al menos, nuestra posi-
ción logró que la Escuela Racionalista no se impusiera
durante el régimen de Alvarado aunque, sin duda, los
duros e intensos debates abonaron su camino imple-
mentándose como política educativa oficial durante el
breve   gobierno   de   Felipe   Carrillo   Puerto.   “A   Salvador  
Alvarado no se le conoce algún texto en el que se posi-
cionara claramente en favor de la educación racionalis-

367
ta”.730 A mí me parecía que la educación racionalista
acotaba la autoridad del maestro, a la formación de ca-
rácter y la voluntad de los niños, por la vía del trabajo
manual y la acción sobre objetos y fenómenos.

Yo me deslindé seriamente de la Escuela Racio-


nalista; me parecía una mala imitación de las propues-
tas pedagógicas anarquistas de León Tolstoi y de Fran-
cisco Ferrer Guardia de la Escuela Moderna y con
componentes epistemológicos de la doctrina positivista.
No tenía reglamentos, ni horarios, ni programas, ni au-
toridad ni disciplina; era libresca.731 Ni siquiera tenía
trabajos manuales y sólo, por este hecho, estaba desca-
lificada   como   escuela   de   la   acción.   “Aún   las   mismas  
ciencias naturales eran enseñadas dogmáticamente
(conferencias), y en la escuela no había ni trabajos ma-
nuales, ni cultivo de plantas, ni cría de animales, ni
consejos   de  maestros”.732

Llegué a la conclusión de que los impulsores de


la Escuela Racionalista le habían agregado todo lo que
quisieron, y que la propuesta ferreriana había sido des-
figurada; pues, la habían atiborrado de teorías pedagó-
gicas de Spencer, Eslander, Tolstoi, Montessori, De-
wey,   Aguayo,   y   otros.   “Todo   se   lo   aplicaron.   ¡Hasta   la  
teoría del monismo o doctrina filosófica de la unidad de
la   realidad   le   endosaron!   […]   Y   la   llamaron   Escuela del
Trabajo   […]   Y   también   Escuela   por   la   Acción   […]  
Atiborraron, pues, a la Escuela Racionalista de teorías
pedagógicas   traídas   de   aquí   y   de   allá,   […]   también de
socialismo   anarquista   hasta   el   exceso   […]   ¡Le   aplica-
ron las doctrinas de los artículos 27 y 123 de la Consti-
tución de Querétaro! Más todavía: la hicieron propa-
gandista de la ideas de Margarita Sanger acerca de la
reducción de la natalidad. Y, sobre todo, la inficionaron
de   ideología   y   política”.   Me   parecía   un   completo   “pot-
368
purrit   pedagógico”   [sic],   mezcla   de cosas buenas y mu-
chas malas y lo que yo procuré hacer en Yucatán fue
decidirme por la pedagogía de la acción y estudiar sus
métodos. Con toda honradez digo que sí se quitara a la
Escuela Racionalista la parte sectaria, quedaría algo
—aunque revuelto— más digno de estimación. 733

Escuela por el trabajo

Por eso, intenté darle más impulso a la educación por el


Trabajo y la Acción, a través de la Ley de Educación
Primaria expedida el 25 de abril de 1917, “a   fin   de   di-
fundir la educación primaria basada en el trabajo”.   Esta  
ley exponía la necesidad de implantar ocupaciones
agrícolas, talleres de diversas industrias como de car-
pintería,   herrería   y   hojalatería   “para   llenar   debidamente  
el   fin   de   impartir   la   enseñanza   por   medio   del   trabajo”.  
Esta educación era desarrollada en Estados Unidos por
John Dewey. El trabajo del cubano, A. M. Aguayo, me
pareció muy bueno porque traducía del inglés los textos
de Dewey, Escuelas del mañana. Cuatro factores del
desarrollo natural: juego, cuentos, observación y traba-
jo manual, artículo que yo mismo propuse se publicara
en la revista fundada por nosotros Yucatán Escolar, de la
cual comentaré su surgimiento más adelante.734

Aguayo nos decía que el niño debería ser el ins-


trumento de su propia educación.735 Me gustaron mucho
sus planteamientos y me convertí en otro de sus pro-
pugnadores porque estaba convencido de sus efectivos
nuevos métodos. Años más tarde (1925), con más co-
nocimiento y experiencia, publiqué el trabajo La escue-
la por la acción y el método de proyectos, producto de
una serie de conferencias pronunciadas en los cursos de
invierno de la Universidad Nacional.736

369
Afortunadamente, el gobernador Alvarado tuvo
siempre una muy buena acogida a nuestras ideas, y ello
propició que no se inclinara abiertamente por la Educa-
ción Racionalista. Escuchaba a todos y dejaba discutir a
los expertos buscando alianzas que fortificaran la con-
ducta social.737

Después de la salida de Alvarado, el racionalismo


ganó terreno y, como ya dije, en el régimen de Carrillo
Puerto (1922-1924) se adoptó como orientación domi-
nante en la política educativa de Yucatán.

Revista Yucatán Escolar

En diciembre de 1917 salió el primer número del bole-


tín Yucatán Escolar. Sin duda, mi ya larga historia en
la publicación de este tipo de prensa me impulsó a se-
guir por la misma senda y nos lanzamos de nuevo a
dirigir esta revista de carácter pedagógico, ahora en
Yucatán. Era la mejor forma de divulgar nuevas ideas,
participar a la colectividad planes y proyectos y dar
oportunidad a la circulación de las ideas, tanto las de
fuera como las que se generaban dentro del estado;
además fue el órgano del Departamento de Educación
Pública. Me apoyaron en la redacción David Vivas y
Ricardo Mimenza Castillo y como administrador, que-
dó Ernesto Ortíz Alcocer.

Durante mi estancia en el estado llegué a publicar


bastantes artículos en esta revista. En ellos hacía difu-
sión de mis ideas pedagógicas y muchas veces me sir-
vieron de vehículo para informar a los maestros sobre
las acciones que íbamos desarrollando. Se publicaron
los programas para la primaria elemental de cada una
de las materias. En español hice hincapié en la utiliza-
ción de los cuentos tan útiles en esta enseñanza, como
370
ya tantas veces lo había dicho por mi experiencia a tra-
vés del Método Onomatopéyico. En las ciencias natura-
les nos preocupamos por incitar al alumno a observar y
a preguntar sobre los animales y las plantas de su co-
munidad por lo que debían hacer excursiones. En la
materia de cálculo recomendábamos que en las opera-
ciones iniciales no se forzara al niño en un estudio for-
mal; se debería empezar por situaciones incidentales
cómo, por ejemplo, nombrar ¿cuántos niños asistieron a
clase? y ¿cuántos faltaron? etc. En fisiología e higiene
se debían enseñar hábitos de limpieza y de desarrollo
corporal, como sentarse adecuadamente, hacer ejercicio
físico, etc. Los trabajos manuales se intensificaron y no
se descuidó para nada la enseñanza moral y cívica.
También nos preocupamos por desarrollar la sensibili-
dad artística, en música por medio de la organización de
cantos corales ligados a las actividades que el alumno
desarrollaba. Para el segundo año escolar, en español
pedimos que cada niño leyera un libro como mínimo.

En varios artículos hice difusión de lo que estaba


pasando en la pedagogía moderna. Escribí de la Escue-
la Nueva y dentro de ésta sobre los estudios acerca de
la infancia cuando se le daba el valor que debía tener
esta etapa de la vida; también hablé de los nuevos mé-
todos pedagógicos, como el titulado   “Las   escuelas   del  
mañana. Cuatro factores de desarrollo natural: juegos,
cuentos, observación y trabajo. Experimento del profe-
sor   J.   L   Meriam”,   director   de   una   escuela   elemental de
Missouri, Columbia. Otro de los temas recurrentes fue
la necesidad de fomentar la educación industrial y, en
este sentido, la vocacional a la que, por cierto, se le
estaba dando mucho impulso; los alumnos de quinto y
sexto de primaria tomarían la pre-vocacional y los que
pasaran al nivel posterior, la vocacional, para después
ingresar en la Escuela de Artes y Oficios.
371
Se había nombrado al maestro Augusto K. Eccles
como encargado de la educación industrial en el esta-
do.738 Además, nos estaba ayudando con varios cursos-
talleres de trabajos manuales con temas tan interesan-
tes: estudio elemental del color, impresión con sellos
ornamentales, hechuras de cuadernos y libretas, casas
de muñecas, muebles y habitantes, tejido, trabajo de
cartulina, carteles ilustrativos, dibujos con gis y crayo-
las, teatrito de juguete, teñido de telas, trabajo ligero de
madera, cestería, trabajo de arcilla, impresión con colo-
res, hechura y uso de la tienda de juguete en el salón de
clase, dibujo lineal, trabajo de madera y la caja de are-
na. Los cursos iban dirigidos a maestros e inspectores,
siendo para estos últimos obligatoria su asistencia.739

Otros artículos fueron sobre el conveniente uso


de los textos escolares y sobre las huertas escolares,
algunos históricos (los que siempre fueron de mis ma-
yores intereses), varios sobre el papel del maestro y su
importancia   y,   por   supuesto,   sobre   “La   Escuela   por   el  
Trabajo”   donde hablé de la obra del maestro cubano A.
M. Aguayo.

Algunos de los artículos fueron hechos con el ob-


jetivo de informar a los padres de familia y maestros
sobre los propósitos educativos de nuestros proyectos
ya que en el caso de realizar actividades agrícolas, mu-
chos de los padres se excusaban diciendo que no que-
rían que sus hijos se ensuciaran, o en su caso, los más
pobres mencionaban el porque sus hijos iban a trabajar
para darle de comer al maestro, si ellos ni siquiera te-
nían para alimentarse bien. Yo, en un artículo dedicado
a este tema, expuse por qué era importante esta activi-
dad: el niño se familiariza y tiene una observación di-
recta de los fenómenos naturales; los niños comienzan
así su autoeducación al momento de hacerse responsa-
372
bles de una planta o un animal; los alumnos aprende-
rían, además, a ser pacientes y a tener fe porque ellos
conocerían diferentes clases de plantas y verían como
unas crecen más rápido que otras; por medio de todas
estas experiencias, desarrollarían sentimientos de amor
y fe por la naturaleza, admirándose hasta de las larvas
que crecen en el excremento de los animales; por ulti-
mo, el niño aprende a ser un ente humano individual y
social. Esto último lo tomé de mi amiga, la inglesa se-
ñora Later, que lo ha puesto en práctica de acuerdo al
método de María Montessori.740

PRIMER VIAJE A LOS ESTADOS UNIDOS, 1917 741

La estancia en Yucatán me dio la oportunidad de reali-


zar un interesante viaje a los Estados Unidos. Pude vi-
sitar este país en dos ocasiones, ambas con el interés de
conocer a fondo sus sistemas educativos. La primera
fue en enero de 1917, comisionado por el general Alva-
rado para visitar sus centros escolares y darme cuenta
del sistema educativo de ese país. Teníamos pensado
ver la posibilidad de contratar profesores, especialmen-
te para las escuelas de Comercio, Preparatorias de Ar-
tes y Oficios y Artes Domésticas y de conseguir becas
para estudiantes yucatecos. De momento se quedó en
mi lugar David Vivas Romero.

En el pensamiento de la época había una enorme


admiración hacia la educación que se impartía en el
vecino país. Varios funcionarios y maestros viajaron a
los Estados Unidos para conocer sus sistemas y proce-
dimientos. El propio Miguel F. Martínez —mi ex jefe
durante los primeros años de su estancia en el sector
educativo, cuando estuvo de delegado de Educación en
la frontera— pasó en varias ocasiones al otro lado con
esta intención. También lo habían hecho varios maes-
373
tros: Laura Méndez de Cuenca, Dolores Correa Zapata
y Luis E. Ruiz entre muchos más. El propio Altamirano
había sido admirador de la instrucción en los Estados
Unidos, la que consideraba la mejor organizada,   “como  
no se halla en ningún país civilizado, pone el sello de
perpetuidad   a  la  democracia   americana”.742

De inmediato me puse a organizar el viaje, Ma-


tilde estaba muy emocionada y yo también, ¡sería la
primera vez que saldríamos del país! No fue difícil tras-
ladarnos ya que del puerto de Progreso salían buenos
buques que nos transportaron hasta Nueva York, a
donde llegamos un seis de febrero. De inmediato me
puse en contacto con las personas que pudieran orien-
tarme en la delicada comisión que se me había dado.

En los Estados Unidos existía una sociedad con el


nombre   de   “Mexican   Cooperation   Society”, que me
apoyó mucho en mis gestiones. Visité al Sr. Paul U.
Kellogg, presidente del comité ejecutivo de dicha so-
ciedad, quien me dio toda clase de ayuda y me puso en
contacto con el Sr. Paul Kennaday, secretario del mis-
mo comité, quien me abrió las puertas de la Universi-
dad de Columbia donde visité su departamento de edu-
cación en Nueva York y también visite la Escuela No.
106,   conocida   con   el   nombre   de   “Ethical   Culture  
School”   institución   muy   interesante   por   las   reformas  
escolares que estaba desarrollando.

Tuve la fortuna de encontrarme en la Universidad


de Columbia con el señor Franz Boas, profesor de an-
tropología,   “una   notabilidad   científica”   quien   me   pro-
porcionó una importante carta de introducción para el
Comisionado de Educación en los Estados Unidos, Mr.
Philander. P. Claxton. Gracias a esta misiva, de inme-
diato me recibió Mr. Claxton en el Bureau of Education
374
de   Washington.   “Desde   aquel   momento el Bureau of
Education tomó, como quien dice, a su cargo, la ayuda
decidida a favor de mi comisión.”   Se   encargó   el   señor  
A. C. Monahan de hacerme los itinerarios de visita a
las principales escuelas del país. El Comisionado me
dio una carta de presentación que me abrió las puertas
de todas en las que me presenté.

El Bureau of Education de los Estados Unidos es


una dependencia que se fundó en el año de 1867 como
oficina independiente pero más tarde cambió a la de-
pendencia del Ministerio de Gobernación. Sus funcio-
nes son: dar asesoría a las instituciones educativas,
maestros o interesados para tener una mejor dirección
en los sistemas escolares, apoyar a las comunidades
locales para generar oportunidades educativas iguales
para todos, conducir y dirigir experimentos de educa-
ción con el objetivo de mejorar procesos educativos y
métodos de enseñanza.743 Lamentablemente, se había
suprimido en México la Secretaría de Instrucción Pú-
blica y Bellas Artes en 1917 y para entonces no te-
níamos   una   institución   semejante   a   este   “Bureau   of  
Education”.

Empecé mis recorridos por los estados del sur. El


itinerario que me hizo el Sr. Monahan estuvo tan bien
hecho que me indicaba escuelas por visitar, fechas, tre-
nes con sus horas de salida y llegada y hasta los hoteles
en donde podía hospedarme, y un mapa de cada uno de
los lugares. Asimismo envió cartas a todos los encarga-
dos de las instituciones que visité.

En este primer recorrido visité escuelas en los es-


tados de Virginia, North Carolina, South Carolina (en
ésta visité la Isla de Santa Elena, que narro aparte),
Georgia, Alabama y Tennessee. Terminada esta gira
375
me trasladé de nuevo a Washington donde se me orga-
nizó de la misma manera el segundo itinerario, esta vez
hacia los estados del Centro y Norte pero antes de par-
tir hice algunos arreglos de asuntos relacionados con
mi comisión en Nueva York.

En la segunda gira visité los estados de Pennsyl-


vania, Ohio, Kentucky, Chicago Wisconsin, y Massa-
chusetts (aquí tuve oportunidad de conocer un proyecto
llamado   “Home   Project”   que   es   una   forma   de   sistema  
cooperativo para relacionar la escuela con los trabajos
agrícolas de la casa). Finalmente, visité otras escuelas
en Nueva York, varias de Artes y Oficios, una en Man-
hattan para muchachas, una pre-vocacional y una pecu-
liar   escuela   para   niños   truhanes,   la   “Escuela   Parental”.  
En total, visité cerca de 35 escuelas de todos tipos: pú-
blicas elementales de Artes y Oficios, de Prevocaciona-
les y Secundarias (High Schools), de Tecnología, Agri-
cultura, de Ingeniería, Normales y tres Universidades
—las de Columbia, Cincinnati y Tennessee—.

Por cierto en la Universidad de Cincinnati, Ohio,


nació un sistema de educación que es conocido con el
nombre de sistema cooperativo. Su creador Mr. Schnei-
der personalmente me lo explicó.

La Universidad se pone en contacto con los in-


dustriales del lugar para que admitan a sus estudiantes.
Éstos trabajan por parejas en una sola máquina así
mientras uno permanece en la fábrica durante dos se-
manas consecutivas atendiendo la máquina, el otro
atiende sus cursos en la Universidad y así sucesivamen-
te, alternándose. Los alumnos entran ganando un sala-
rio, que se aumenta año con año, de esa forma muchos
pueden sostener sus estudios. Van cambiando de má-
quinas en cuanto adquieren la aptitud correspondiente,
376
así durante cuatro años, al final se gradúan de ingenie-
ros. Un inspector los vigila y a la vez todas aquellas
dudas que surgen las lleva a las clases teóricas. De esta
forma la Universidad se ahorra el enorme gasto de los
talleres, porque la maquinaria se vuelve obsoleta conti-
nuamente y los alumnos aprenden directamente en la
práctica. Nótese que el home project, los clubes de mu-
chachos y el sistema cooperativo tienen sus puntos de
semejanza.744

Visité escuelas para todo tipo de estudiantes (ne-


gros, blancos, pobres y ricos). Traté con superintenden-
tes de escuelas, inspectores, directores y profesores. En
varios lugares tuve la ocasión de ser presentado con los
gobernadores de los Estados. Dicté conferencias sobre
problemas rurales como en Rock Hill al celebrase la
Conferencia Nacional sobre Problemas Rurales, por in-
vitación de Mr. Claxton quien asistió al evento. En otras
ocasiones fueron sobre geografía e historia de México, a
veces dando énfasis a la península de Yucatán.

Escuelas de la isla Santa Elena 745

En especial, quiero comentar sobre la visita que hice a


las escuelas de la Isla Santa Elena en Carolina del Sur
en abril de 1917, porque fue una experiencia muy rica
que me dejó muy gratamente impresionado.

En el puertecillo de Beaufort me esperaba el se-


ñor J. E. Blanton (un negro, alto y bien plantado), era el
superintendente de la sección. Me explicó que la isla
estaba habitada por farmers (labradores, granjeros)
porque ahí todos tenían un pedazo de tierra para culti-
var.   Él   había   sido   nombrado   “Agente   de   Demostra-
ción”   por   el   Departamento de Agricultura con el fin de
impulsar y fomentar los cultivos. En realidad, estos
377
agentes eran como maestros de agricultura que se pasa-
ban de granja en granja, ayudando, aconsejando y en-
señando nuevas técnicas agrícolas. Su enseñanza con-
sistía en demostraciones de cómo hacerlas. De ahí vie-
ne su nombre.

La primera escuela que visité fue la Escuela


Penn, que me impresionó mucho por su organización y
resultados. Estaba en un lugar rodeada de pinos, hayas,
arces, álamos, y encinas que daban una bella sombra al
lugar. Ahí me recibió la directora, Miss Rosa B. Co-
oley. Las únicas personas blancas en la escuela eran
ella y la sub-directora quien me acomodó en un bello
cuartito de su cottage, un chaletito de madera.

Y se inició la visita, pero antes, subí a mi cuarto a


refrescarme la cara y la cabeza con una aspersión de
agua   fresca…

Cuando oí a la Srita. Cooley preguntarme:   “¿Está  


Ud. listo, Mr. Quintero?”  

—Sí, señorita —contesté.

Recorrimos los salones. Las maestras negras pro-


cedían del Instituto de Hampton, Virginia, el instituto
donde se formó y educó Booker T. Washington, autor
del famoso libro De esclavo a catedrático,746 y que los
había visitado durante tres días consecutivos a princi-
pios del mes.

El general Armstrong, hombre de elevado espí-


ritu, que había peleado a favor de los negros, com-
prendió que su tarea no había terminado en el campo
de batalla, y al efecto, fundó una escuela para ellos en
la desembocadura del río Potomac, estado de Virginia,

378
en un lugar llamado Hampton. El general Armstrong
quería transformar los esclavos en ciudadanos. Eso
pasó en 1868.747

Aquellas maestras enseñaban con la sonrisa en


los labios.

Los niños se sentían felices.

Había una atmósfera de cariño, de amor, que se


respiraba en todo aquel recinto. La Srita. Cooley repar-
tía caricias y sonrisas entre todos aquellos negritos. En
el grupo de primer año, un chiquitín, de grande cabeza
rapada y amelonada, reía de felicidad, con la boca y
con   todo   el   cuerpo   […]   cuando   la   Srita   Cooley   […]   les  
decía   algo   gracioso   […].

Luego fuimos a la capilla, que también se usaba


como salón de actos. Entonces la Srita. Paine puso en
marcha un grafófono (sic) resolviendo de esta forma la
ausencia de un piano. Me fijé que sólo en este lugar se
separaba   a   los   niños   de   las   niñas.   “De   repente una voz
dulce y suave se levantó de aquella multitud. Era el
preludio de un canto o la estrofa de un canto. Después
todas las voces se unieron y se alzaron…”   Aquel   canto
era   tristón.   “Son   sus   canciones   propias”,   me   dijo   la   Sri-
ta. Cooley.

La directora los había reunido allí para presen-


tarme y, con gran sorpresa, me encontré que me reci-
bieron con un fuerte aplauso. Dijo que probablemente
yo era el primer mexicano que visitaba la escuela y me
invitó   a   que   les   contara   algo   sobre   México.   “Hablé   por  
espacio de veinte o treinta minutos de México, de Yu-
catán, de la Revolución, de los ideales de los mexica-
nos y de nuestras esperanzas en la educación del pue-
379
blo. Les hice una pintura de la península de Yucatán
con sus planicies sembradas de henequén, sus fincas,
sus palmeras, sus cenotes, sus veletas, sus bosques altos
y   bajos,   sus   animales…   Hablé   de   las   ruinas   de   Chi-­
chén-Itzá y Uxmal, y de su alta importancia arqueoló-
gica; hablé de los mayas antiguos y modernos, de sus
costumbres…”   terminé   agradeciendo   con   el   alma   la  
bienvenida   que   me   habían   dado   “jamás   se   borrará   de  
mi   memoria”   esta  experiencia.
La directora enseguida me comentó detalles sobre
la escuela en lo que visitábamos otros departamentos,
una pequeña cocina, y la biblioteca con 2,500 volúme-
nes bien escogidos. La Srita. Cooley me enseñó unas
cajas que contenían sobre todo libros pero también mu-
chos otros objetos como tarjetas postales, grabados de
magazines, periódicos, letras grandes para las clases de
lectura, y muchas más chucherías que circulaban por
las   escuelas   pequeñas.   “Aquellas   cajas   parecían   nidos
de urraca. ¡Pero cuán útiles para los maestros que sa-
ben sacar partido de las cosas insignificantes y que no
esperan   museos   traídos   de  París   para  sus   lecciones!”
Después me enseñó el baratillo donde había toda
clase de objetos que donaba la gente y que los pobres
podían comprar a un centavo a dos y hasta tres centa-
vos, donde había sobre todo ropa pero también libros
viejos.
Pasamos luego a ver los jardines escolares. Las
huertas  […]  Vi  la  “hacienda  en  miniatura”  de  que  me  
habló Mr. Blanton: un acre de tierra sembrada perfec-
tamente por terceras partes con tres diferentes plantas.
Después me invitaron un sabroso lunch en el cot-
tage de la directora. Por la tarde visitamos los talleres
que correspondían a las necesidades del lugar, con el

380
propósito de poner a la isla en condiciones de bastarse
a sí misma. Había talleres de carpintería, zapatería, he-
rrería y una carrocería. En este último se hacen y com-
ponen buggies y carretas. Había también uno de ceste-
ría, industria heredada de África. La escuela vende las
canastas así como los otros productos que los alumnos
producen. Las ganancias quedan a beneficio del esta-
blecimiento porque el objetivo es que los muchachos
aprendan, no que ganen dinero. Las muchachas tam-
bién tienen sus propios oficios.
En la escuela también se tenían animales: ganado
vacuno, gallinas, mulas y caballos.

También visité los dormitorios; hay dos, uno para


los niños y otro para las niñas. Aparte estaban los baños
de tina y de regadera. Las maestras que no eran casadas
dormían con ellos. No todos los alumnos están inter-
nos, sólo los que vivían muy lejos y les es difícil trasla-
darse a la escuela diariamente. En la isla hay otras
quince escuelas pequeñas de un solo maestro para los
que no pueden venir hasta la escuela grande. Después
me   dijo   Miss   Cooley,   “Vamos   ahora   a   la   escuela   gran-
de; verá Ud. una cosa interesante.
Cuando estábamos cerca llegó a mis oídos un
canto como el que escuché en la mañana. Entramos
en el salón de costura y me encontré en presencia de
un cuadro conmovedor: una treintena de ancianas
cantaban y cosían. La Escuela Penn ha tenido la feliz
idea de reunir una vez a la semana a las madres y
abuelas para que reciban clases de enfermería y de
higiene.

Cantan canciones del tiempo de la esclavitud,


me dijo en voz baja la Srita. Cooley. Aquello me en-
frió el cuerpo. ¡Algunas de aquellas ancianas fueron

381
esclavas! Y ahora estaban sentadas en las sillas de
los niños, cosiendo en una escuela, para los pobres
Yo sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas. Este es
un modo de conservar los cantos populares, me dijo la
directora. Fue toda una lección para mí y decidí que
cuando regresara a Yucatán, también organizaría a las
madres y abuelas de las comunidades.

Después Mr. Blanton me llevó a visitar los sem-


bradíos. Al tiempo de partir saltó el perro pastor de la
Srita. Cooley al automóvil, quien se agregó a nuestra
excursión.

La Granja Escolar posee 120 acres de buenas


tierras. En ellas se siembra maíz, avena, cebada, cen-
teno, chícharos, arroz, sandías, frijoles, alfalfa, espá-
rrago [y] hortalizas. Hemos procurado hacer la ense-
ñanza de tal manera concreta y práctica, me dijo Mr.
Blanton que ahora todos los alumnos se han convenci-
do del peligro de mantener el sistema de una sola co-
secha.

¡Ojalá que los yucatecos se convencieran tam-


bién! Pensé  para  mí…

Toda la isla de Santa Elena era una escuela; la


acción de la Escuela Penn llegaba a todas partes.
Todos los agricultores se habían reunido en una aso-
ciación  que  curiosamente  se  llama  “Feria  de  Labrado-
res”, porque realizan una feria donde exponen todos
los productos que obtienen. Además, realizan muchas
actividades  a  favor  de  la  comunidad.  Tienen  un  “Club
del   Maíz”   que   ofrece   premios  a  los  que  obtengan  las  
mejores  mazorcas  y  otro  “Club  de  Mujeres”  que  ayu-
da a la escuela. La escuela no [había] olvidado los
entretenimientos; [tenían] juegos deportivos y una
banda.

382
Un vecino me comentó La escuela nos ha unido
a todos…¡ Por   la   noche   asistí   a   la   reunión   de   la   “Obra  
de Extensión”, donde cada maestro manifestó lo que
había hecho en pro de la comunidad. ¡Aquellos maes-
tros, pues, eran a la vez agentes de la escuela! No sólo
se [ocupaban] de enseñar en la escuela, sino que lle-
van su acción a las casas mismas de los padres de
familia!

Al día siguiente visité otras escuelas pequeñas,


una que llamaban la Modelo, porque, efectivamente,
servía de modelo a las otras. Todas estaban en peque-
ñas casuchas de un solo cuarto. Visité algunas casas de
los profesores y di por terminada mi visita.

La  Escuela  “Penn”  no  es  una  escuela  nueva.  


Es más vieja que el Instituto de Hampton y que la de
Tuskegee. Tiene 54 años de fundada. Y siempre ha es-
tado inspirada en el mismo espíritu. Posee un fondo y
caja que ascendía a unos 80,000 dólares. Recibe do-
nativos desde un peso hasta de varios miles. Sus hu-
mildes proporciones me hicieron pensar en una seme-
jante en Yucatán. ¿Será posible esto?

Cerca del medio día salí de aquel interesante


rincón en que una maestra blanca y quince negras rea-
lizaban una obra de verdadera civilización. En el ál-
bum   de   visitas   dejé   este   pensamiento:   “I   am   for   the  
Schools that prepare for life ¡Soy partidario de las es-
cuelas   que   preparan   para   la   vida!”748 . En ellas se re-
solvió el problema de la educación vocacional antes
que   en   las   escuelas   de   blancos,   ambas   son   “escuelas  
por la acción.749

La gira por las escuelas de este país había sido


bastante fatigosa apenas tuve los domingos para des-

383
cansar, mismos que aprovechaba para escribir mis no-
tas sobre las visitas que iba realizando.

Mi paso por los Estados Unidos, a través de


sus principales escuelas [fue un] acercamiento amis-
toso entre México y nuestros vecinos. Frecuentemen-
te, tuve que hablar en las escuelas, dirigiendo la pa-
labra  a  los  a lumnos  […]  tomando como tema el ideal
de reforma escolar que alienta a los revolucionarios
mexicanos y nuestra necesidad de acudir al país ve-
cino en busca de ideas y sugestiones educacionales
recogidas en el terreno práctico de la escuela; abo-
gaba por promover un mejor conocimiento mutuo de
los dos pueblos vecinos…

….donde   quiera   que  me  presenté,  fui  bien  recibi-


do y algunas veces tratado con excesiva benevo-
lencia, tanto por las autoridades como por los
profesores y en ocasiones por las familias de és-
tos, que me recibieron en sus casas. Les interesa-
ba el mexicano. En los estados del Sur no hay
muchos extranjeros así que el presentarme como
un mexicano de Yucatán les había llamado mu-
cho la atención.

En cuanto a mi investigación para contratar per-


sonas que pudieran venir a Yucatán como profesores, el
Bureau of Education me ayudó enviando una circular a
los principales centros educativos del país, invitando a
todos aquellos debidamente calificados a este objeto,
en especial que hablaran español; también, se envió a
Puerto Rico.

Como el gobernador Alvarado me había reco-


mendado no contratar a la primera, además de pedirles
a los candidatos informes sobre su preparación, nos
dimos a la tarea de investigar ya estando en Yucatán
384
sobre quiénes podrían ser los mejores candidatos.
Nuestras   escuelas   necesitaban   “savia   nueva”   no   en  
forma de teorías, sino en forma de enseñanzas efectivas
en el terreno real de la escuela. Era muy importante que
los profesores tuvieran una idiosincrasia, carácter y
costumbres afines a nuestro pueblo para no trasplantar
sistemas exóticos inadecuados a nuestra cultura.

Estuve platicando con los maestros puertorrique-


ños que fundaron una Escuela de Agricultura y fracasa-
ron, porque no siempre encajaban allí las reformas
americanas. Después cuando los maestros puertorri-
queños estuvieron bien instruidos y preparados a la
americana, con las adaptaciones necesarias aconsejadas
por la experiencia, volvieron a abrir la escuela y, en-
tonces sí tuvieron buenos resultados.

También me dediqué a investigar qué institucio-


nes podrían dar becas de estudios a mexicanos. Me pu-
se en contacto con el Sr. Peter H. Goldsmith, director
de la División Pan-Americana en la American Associa-
tion for International Conciliation, para que me infor-
mara acerca de cuáles y cuántas becas había. Me enteré
que muchas instituciones podían favorecer a nuestros
estudiantes, siempre que éstos hubieran terminado su
escuela preparatoria, tuvieran una buena formación y,
en muchos casos, se solicitaba un buen conocimiento
del inglés. En Filadelfia ya habían hecho algo similar,
por el Sr. Stanley R. Yarnall, director de una escuela de
cuáqueros,   llamada   “Friends   School”.

Gracias a los amigos Franz Boas y Paul Kenna-


day, tuve una cita en la ciudad de Filadelfia con el Sr.
Yarnall, quien cree en la eficiencia de la educación
para acabar con las guerras civiles e internacionales.

385
Partidario de un pueblo mexicano culto y educado; de
allí su empeño en procurarnos algunas becas.
Tenía ya cerca de cien respuestas, y esperaba
que se aumentaran considerablemente. Pero la guerra
vino a desviar el espíritu americano hacia otras preo-
cupaciones, y aquella obra benéfica se suspendió a la
mitad del camino. Y luego los mexicanos comenza-
mos a estar bajo sospecha…

Aunque meses más tarde me envió una larga


lista donde me enumeraba las instituciones, el tipo de
becas y criterios de aceptación. Además de la larga
lista que me proporcionó Mr. Yarnall tuve la fortuna
de que Mr. John Francis Jr., superintendente de la
“United   States   Indian  School”  me  ofreciera dos a fa-
vor de indios mayas.

Conocí la propuesta del consejero Thomas Ni-


xon Carver, un doctor en Economía, profesor de la
Universidad de Harvard, quien expresaba que los lo-
gros no se obtenían según las razas, que los negros,
los blancos, los indios, todos podían trabajar juntos
para cambiar las condiciones del campo y que no de-
bería haber diferencias.

Encontré en Estados Unidos que el método de


clubes industriales era una alternativa que generaba
resultados pedagógicos, económicos y comunitarios.
Estos clubes que existían en todo el territorio de los EU
involucraban a padres de familia, autoridades federales
y locales, universidades y compañías; así, se formaban
agrupaciones tales como el club del maíz, que miré en
Santa Elena, pero vi otros como el club del jitomate y
el club de la gallina. Eran dinámicas que estaban fun-
damentadas en las nuevas ideas de la enseñanza mo-
derna:   ahí,   los   niños   “hacen”   y   no   sólo   “aprenden”   de  
los textos, aprenden de la producción y de los negocios,
386
aprenden a trabajar en grupo y desarrollan el espíritu de
comunidad.
Regresé a México a finales de noviembre, o sea,
que estuve en los Estados Unidos un total de nueve
meses. Llegué con muchas ganas de hacer reformas y
cambios aunque bien sabía que éstas debían empren-
derse siempre con maestros competentes; quería crear
nuevas escuelas pero no sólo por el prurito de hacerlo.
Eso sería dilapidar tiempo y energías.

Y pensaba …mientras   esto   no   se   haga   (triste  es  


decirlo), las escuelas continuarán por muchos años en
el mismo estado, realizando progresos lentísimos casi
inapreciables. Lo que importaba era acelerarlos pero
con precaución.

El que esto escribe, [tenía] ideas generales so-


bre los más importantes medios de mejora escolar;
pero un hombre solo, aun cuando haga muchos es-
fuerzos, apenas logrará arrojar luz suficiente para
esclarecer los problemas, mas no para resolverlos.
En educación es preciso experimentar. Y todas esas
experiencias nuevas debían vigilarse por expertos pa-
ra no desperdiciar tiempo, dinero y energías.

En mi informe final del viaje, recuerdo que le es-


cribí al general Alvarado que:

Jamás me sentí más mexicano que cuando via-


jaba al través del país extranjero. Mi admiración por
el pueblo americano, por sus adelantos en la ciencia
y en la industria y especialmente en el terreno de la
educación pública despertaron en mi alma un gigan-
tesco estímulo, ambicionando para mi patria progre-
sos semejantes.750

387
Después nos visitó el señor Isaac J. Cox en Yuca-
tán y, entonces, fui yo quien lo llevé a visitar varias
escuelas en la península. Él tenía una comisión similar
a la que yo tuve en su país. Después de Yucatán, el se-
ñor Cox visitó muchas otras partes del país como tam-
bién lo hicieron otros colaboradores suyos que recorrie-
ron todo México. De sus experiencias me escribió una
carta, comentándome todas sus impresiones sobre la
educación mexicana.751

DE REGRESO A YUCATÁN

Empecé el año de 1918 con un enorme entusiasmo por


todo lo que había visto en el vecino país, y me dediqué
de tiempo completo a tratar de aplicar algunas ideas de
lo que había experimentado, adecuándolas a nuestra
idiosincrasia.

Nuestra mayor urgencia era preparar maestros ru-


rales. Hasta ese momento egresaban sólo maestros de la
Normal de Mérida, sin la especialidad de rurales, lo que
hacía muy difícil que quisieran trabajar en el campo.
Ninguno quería dejar las comodidades de la ciudad,
incluso lo miraban con repugnancia; por eso, no acep-
taban empleos en las escuelas rurales y, cuando alguna
vez tenían que irse, constantemente estaban pidiendo su
reingreso a la ciudad. No tenían en absoluto amor por
la vida del campo.752 Además el plan de estudios que
habían tenido en la Normal, era una total abstracción de
la existencia de los ámbitos rurales; ese era el otro fac-
tor de sus fracasos.

Yo propuse que los maestros rurales fueran en


principio originarios de las mismas áreas rurales; con
esto se evitarían muchos problemas porque conocerían

388
la problemática del lugar, su lengua y costumbres, pu-
diendo integrarse mejor a su comunidad y desarrollarla
mejor.

Estos jóvenes deberían convertirse en los leaders


de su mundo rural. Para que pudieran desarrollar mejor
su labor, deberían estudiar sociología y economía rura-
les; había que crear esas escuelas rurales del campo. 753

En enero le pedí al Sr. Gobernador me concediera


permiso para traer a dos maestros estadounidenses (un
experto hombre en educación industrial y una dama
experta en educación doméstica) con el objeto de echar
andar las nuevas ideas educativas, explicándole que
hacían falta por el conocimiento exacto del método que
ellos tenían. Le mencioné que el pago que pedían era
entre ciento veinte a cien dólares, más sus gastos de
viaje que ascendían también a cien dólares. De inme-
diato me contestó el gobernador favorablemente. Así
fue como tuvimos la fortuna de que el maestro Augusto
K. Eccles se viniera a establecer a Yucatán, quien desa-
rrolló una activa participación como ya se ha visto. 754

El año fue muy activo pero los acontecimientos


comenzaban a enturbiar mucho el ambiente, el 1 de
febrero dejó la gubernatura el general Alvarado.755 Con
su partida muchas cosas empezaron a cambiar. Toda-
vía, en mayo, tuve el placer de festejar mi cumpleaños
con los compañeros maestros, que me ofrecieron un
sabroso banquete en la escuela Josefa Ortiz de Domín-
guez, adonde me acompañó Matilde. Por cierto fue
amenizada por el quinteto Reyes Palacios y también
por el Orfeón de Maestros, quienes nos deleitaron con
bellas canciones; hubo como suele acontecer palabras
expresadas en mi honor por los amigos y colaborado-
res: David Vivas, Ricardo Mimenza y Agusto K. Ec-
389
cles. Yo, por supuesto, agradecí tan agradable convi-
vencia, la pasamos muy contentos.756

Grupo  que  asistió  a  “El   onomástico  de  nuestro  director”  Gregorio  


Torres Quintero, Yucatán Escolar, Tomo I, Núm. 6, mayo de
1918, p. 43.
En junio se realizaron los reconocimientos en to-
das las escuelas oficiales, y para ello se dictaron una
serie de especificaciones especiales para los distintos
niveles, escuelas, maestros e inspectores. Así terminó
otro año escolar.

A partir de la ausencia del general Alvarado,


quien siempre me otorgó su confianza, los ataques
de los compañeros de la Escuela Racionalista fueron
muy fuertes y a partir de entonces, no pararon los
enfrentamientos.

Recuerdo que le escribí al general a finales de


mayo, cerca de mi cumpleaños, comentándole que no
me sentía nada a gusto en el estado, más ahora con su
ausencia faltándome el apoyo que él siempre me había
dado. Me contestó que comprendía en toda la extensión
mi   situación:   Yo   le   decía,   “no   me   siento   a   gusto   en   este  
medio yucateco, es inútil entrar en explicaciones, [y él
me contestaba] siento lo que usted siente y comprendo
lo  que   le  pasa”.757

390
No lo pude soportar por mucho tiempo; en sep-
tiembre, decidí renunciar definitivamente cuando los
diputados y la liga de resistencia trataron de imponerse
sobre mi autoridad, queriendo obligarme a hacer desti-
tuciones a su gusto y nombramientos con su recomen-
dación.758 Así fue como regresé a la ciudad de México
con problemas de salud, los últimos duros meses en
Yucatán me habían afectado.759 En casa con la familia
pude recuperarla, gracias al cariño y a los cuidados de
quienes tanto me consintieron.

En cuanto a trabajo, en adelante estaba decidido a


dedicarme sólo a la redacción de mis libros, pero, nue-
vamente, se me presentó otra vez la tentación de la fun-
ción pública. Me ofrecieron un cargo en la ciudad de
Toluca.

Cuando le comuniqué a la familia esta nueva


propuesta, todos en principio se entristecieron; pues,
significaba de nuevo alejarme del hogar. Sin embargo,
como era en la cercana Toluca, esta vez se conforma-
ron más rápido, ya que de Yucatán a Toluca no había
comparación en distancias, así que sintieron que no
estaría tan lejos y nos veríamos con frecuencia. Pero
esto es parte del siguiente capítulo de mi vida.

391
CAPÍTULO DÉCIMO
MIS ÚLTIMOS AÑOS EN LA
FUNCIÓN PÚBLICA

“Ya  es  tiempo  de  que  esto  cese.


“Puse  mi  corazón  de  mexicano  y  mi  alma
de maestro en la obra.
“Válgame  la  buena  intención…”
Gregorio Torres Quintero 760

Los últimos meses de 1918 me los pasé meditando so-


bre mi futuro, me decía a mí mismo que ya debería de-
jar la función pública y dedicarme a escribir mis libros.
Estaba cansado de la vida política, de tantos sinsabores
y siempre en la cuerda floja. Eso más los intereses per-
sonales, la ambición y el poder eran los hilos que se
movían por todos lados. Deseaba alejarme de todo ello,
pero por otro lado aún sentía fuerzas para hacer algo
por mi patria, y donde yo podía hacerlo era en el ámbi-
to de la educación. Así que nuevamente una circuns-
tancia me volvería a poner en circulación dentro del
ámbito educativo.

Se iniciaba el año de 1919 y el ambiente aparen-


temente se tornaba más tranquilo. Había una nueva
Constitución, promulgada en 1917, y un presidente
electo constitucionalmente: don Venustiano Carranza;
no obstante, los resquemores continuaban, pues la pug-
na y la lucha política en el interior aún no concluía.
Esto porque muchos intereses y personalidades se ha-
bían destacado en la lucha y ahora buscaban el poder.
Por eso el país no lograba estabilizarse y surgían pro-
blemas y rencillas por todos lados; así que todos vivía-
mos el presente con enorme inseguridad, temerosos a
cada momento de volver a caer en los enfrentamientos.

393
Construir un México nuevo y diferente nos estaba
costando mucho trabajo, sobre todo a los que se nos
identificaba plenamente con el entonces odiado periodo
de don Porfirio Díaz. Si bien yo miraba con esperanza
los nuevos aires modernos, y con ellos mejores posibi-
lidades para la población, sobre todo en educación, aún
era difícil moverse con seguridad en el ambiente políti-
co tan efervescente.

Uno va dejando amigos por la vida que con los


años se convierten en nuestros mejores aliados. Quién
me iba a decir que esta vez el buen amigo Francisco
Javier Gaxiola me recomendaría para que me hiciera
cargo de la Normal Mixta de Toluca, entonces estaba
Joaquín García Luna como gobernador provisional en
el Estado de México. En aquel tiempo cubría la ausen-
cia del gobernador electo Agustín Millán Vivero.

Así fue como tomé posesión de la dirección del


plantel el 5 de enero de 1919,761 día que los niños espe-
raban por la noche sus regalos de Reyes, lo recuerdo
muy bien porque además me impactó el frío atroz que
hacía en Toluca. Nunca había sentido tanto frío, quizás
porque casi siempre viví en lugares cálidos, y en la ciu-
dad de México no bajaba tanto la temperatura.

En cuanto llegué tuve que hacer el informe de las


actividades realizadas el año anterior, aunque no me
había correspondido estar al frente de la escuela. 762

394
Oficio de su toma de posesión como director de la Escuela No rmal
de Toluca, AH-CBENP, 5 enero 1919.

Pronto hubo problemas por mi designación como


director de la Normal Mixta en Toluca, las alumnas
pidieron que continuara en sus labores Agustín Gonzá-
lez y como subdirectora Remedios Colón, pero al haber
renunciado el primero a ser miembro del Consejo había
perdido el derecho a serlo, ante la Ley General de Edu-
cación de ese estado.763

Yo me retiré discretamente a finales del mes,764


no quise forzar la situación y regresé a la ciudad de
México.

En el ínterin de esta provisional estancia en la


ciudad de México —porque aún sin saberlo regresaría a
Toluca un año después— pasaron varios hechos impor-
tantes en los que participé y en mi vida personal.

Ese año, 1919, tuve la desagradable sorpresa de


enterarme que la Comisión Técnica de la Dirección
General de Educación, encargada de dictaminar los
textos a utilizarse, había seleccionado la mayoría de los

395
editados por la casa Appleton (cuarenta y cuatro tex-
tos), todos de autores extranjeros y sólo doce de mexi-
canos, seis de la casa Bouret y seis de la editorial He-
rrero, los mismos que además habían sido aprobados
“como suplementarios”.

Obviamente fuimos muchos los que nos incon-


formamos y, como dice un aforismo, “No   hay   mal   que  
por   bien   no   venga”,   eso   nos   llevó   a   conformar   una   So-
ciedad de Autores Mexicanos de la cual quedé yo al
frente. Denuncié en conformidad con otros pedagogos
nacionales que los textos escogidos lesionaban los in-
tereses nacionales y lo más grave para nosotros:
[….]no  alentaban  a  los  niños  a  leer  cosas  de  su  
patria, eran antipedagógicos, anticuados; la impresión
dejaba mucho que desear, los grabados eran inapro-
piados, el empastado era detestable, eran más caros
que los nacionales, además, la inversión económica
sólo favorecía a los extranjeros. Por otra parte, sus pá-
ginas contenían tendencias no sólo religiosas sino es-
pecíficamente católicas. 765

Afortunadamente mucha gente importante se so-


lidarizó con nosotros —tanto políticos como directores
de educación— y al menos algo logramos pues impe-
dimos su libre ingreso en las aulas.

El 25 de mayo pasé otro feliz cumpleaños. Ya


llegaba a la edad madura (cincuenta y tres años), con
luchas y sueños todavía por delante, pero en ocasiones
me empezaba a sentir cansado, sobre todo de los en-
frentamientos entre hermanos, la Revolución había
trastornado mucho nuestras vidas y la política seguía
siendo un barullo horrible. Sin embargo nos animamos
e invité a los amigos a una familiar celebración a la
cual vino Celso Pineda de Colima, lo que me dio enor-

396
me gusto pues teníamos un buen tiempo sin vernos y
entre ambos ha existido un lazo muy estrecho y casi
familiar pues lo he querido como a un hijo.766

Por cierto que ese mes estalló una terrible huelga


de maestros en la cual los principales inconformados
eran los del Distrito Federal porque llevaban varios
meses sin recibir sus sueldos. La Revolución había per-
turbado en demasía al país y por ello la economía se
encontraba en ruinas, había muchos problemas porque
cada presidente o líder militar imprimía dinero y los
presupuestos andaban por los suelos.767

En junio recibí una carta que me llenó de júbilo


pues tenía rato que no sabía de mi hermano Melitón.
Así que cuando recibí su misiva me apresuré a su lectu-
ra, me moría de ganas por saber que había sido de su
vida. Llegaba desde Ugashik River Alaska, y era con-
testación a una que yo le había enviado a San Francisco
y que la empresa pesquera —para la que trabajaba— se
la había hecho llegar hasta Alaska.

Empezaba   con   un   cariñoso:   “Mi   nunca   olvidado,  


hermano”.   Luego   me   contaba   como después de 38 días
de navegación pescando, estaban finalmente en tierra,
eso sí, arreglando y confeccionando la pesca obtenida.
Cinco meses había estado en el frío terrible del norte
polar y afortunadamente lo había soportado bien, el
río todavía era un témpano y cuando regresaron tuvie-
ron que caminar sobre él para llegar al pueblo. Me
contó que llegó la influenza española al lugar y causó
una terrible mortandad entre los indios de la zona. Al
menos la población mermó en un 40% pero lo curioso
—me decía— es que sólo murieron los hombres pues
de las mujeres no falleció ninguna. Se sentía apenado
porque aún no había podido enviar las postales que le
397
había prometido a Mariano, pero muy enfáticamente
señalaba que ¡cuando él algo promete lo cumple! Me
decía que para agosto tenía previsto regresar a San
Francisco, no obstante me enviaba su dirección en
Ugashik River por sí le quería escribir todavía a ese
lugar.768 ¡De verdad! ¡Qué vida tan dura había escogido
Melitón!, pero le iba bien económicamente porque en
esa industria les pagan generosamente y trabajan tan
sólo por unos meses. Ojalá venga a México pronto,
¡tenemos muchas ganas de verle!

De regreso a Toluca

De alguna forma los acontecimientos que siguieron en


el Estado de México me hicieron volver a Toluca al
año siguiente, esta vez nombrado director directamente
por el amigo Gaxiola769 quien para ese momento era el
gobernador del estado, aunque interino nuevamente
ante otra ausencia de Agustín Millán Vivero.

Para ser director de alguna institución superior


en el Estado de México se debía pertenecer al Consejo
Universitario, así que primero ingresé al Consejo y ahí
encontré a mi amigo y paisano Balbino Dávalos, quien
desde junio estaba como consejero770 , y a su vez direc-
tor   del   Instituto   Científico   y   Literario   “Ignacio   Ramí-
rez”.771 Balbino tampoco estuvo mucho tiempo en To-
luca, regresó a México un poco antes que yo pues tam-
poco me quedaría de nuevo mucho tiempo en ese sitio.

Inicié mis actividades en la Normal a finales de


enero. En cuanto llegué pedí una reorganización de la
escuela porque tenía varios departamentos directivos
que a mi criterio me parecieron innecesarios. Así solici-
té que sólo hubiera uno a cargo de la maestra Consuelo
Mendoza, quien tenía una excelente trayectoria y pres-
398
tigio, además era persona de todas mis confianzas. 772
Después la maestra Consuelo Mendoza fue nombrada
directora de la escuela anexa a la Normal.773

Igualmente empecé actividades en el Consejo


Universitario, donde fui nombrado vicepresidente,774 y
unos días más tarde, en otra sesión del Consejo, fui
nombrado presidente.775

Estaba contento de tener a mi cargo la Escuela


Normal —entonces mixta— porque además se ubicaba
en un bellísimo edificio: una construcción porfiriana
admirable, construida en 1910 dentro de las conmemo-
raciones del centenario de la Independencia.

Ingresar al portentoso edificio significaba en sí


un enorme orgullo. Admiraba su espléndida fachada en
dos pisos de estilo clasista e influencia francesa, con
una elegante mansarda que tiene un reloj en la parte
central. El patio de la entrada tiene a ambos lados de-
pendencias para el departamento de párvulos. La esca-
lera principal es imperial de doble rampa y conduce a
un vestíbulo rematado por un ábside cubierto por una
gran vidriera con emplomados ornamentales, con acce-
so al salón de actos o aula magna decorada con un so-
brio artesonado clásico, todos los pasamanos del edifi-
cio son de hierro forjado de elegante factura. Tiene una
serie de corredores que permiten el acceso a todo el
edificio, los cuales están cubiertos de lámina de zinc
acanalada.

El patio central se ubica en la parte trasera de la


gran escalera misma que está decorada con otro arte-
sonado dedicado a Minerva, lugar que se ha converti-
do en un sitio simbólico pues ahí se retratan todas las
generaciones.
399
La escuela funciona como internado así que tiene
instalaciones pertinentes de este tipo y una escuela
primaria anexa para las prácticas de los y las alum-
nas.776 Me sentía muy complacido de trabajar en un es-
pacio tan confortable, bello y adecuado para la forma-
ción de los futuros profesores.

Patio de la Centenaria Escuela Normal de Toluca, donde tradicio-


nalmente se toman la foto las graduadas, con un relieve de Mine r-
va en la parte trasera, AHCENP, recorte del periódico
El Sol de Toluca.

Fui presentado como director a los maestros en el


majestuoso salón de actos el 3 de febrero a las once
horas, acto muy solemne que recuerdo gratamente.777

Uno de los eventos más emotivos de mi periodo


como director, fue cuando obsequié una bandera a los
estudiantes en un acto solemne en este mismo salón de
actos, ese día no perdí la oportunidad de encomiarles

400
“que   por   ella   jamás   se   apartaran   del   cumplimiento de
sus   deberes   de   estudiantes”.   Y   reorganicé   la   sociedad  
de  “Futuros   educadores”.778

Salón de Actos de la Centenaria Escuela Normal de Toluca.

En la Normal de Toluca aparte de la dirección me


hice cargo de las clases de metodología general779 y de
pedagogía general,780 en ese entonces el paisano Balbino
Dávalos781 se hacía cargo de las clases de literatura.

Mis clases de pedagogía, en esa ocasión, estuvie-


ron dentro de las nuevas corrientes de la pedagogía ac-
tivista. La pedagogía de la acción que plantea cómo
“La   acción   debe   constituir   la   base   y   fundamento   de   la  
vida   del   niño”   y   además   debía   formar hábitos sociales,
basado en las nuevas doctrinas de Decroly de quien
pude poner en práctica sus métodos y practicarlos en la
escuela anexa a la Normal.782 También organicé una
serie de conferencias científico pedagógicas para los
grados cuarto y quinto.783
401
Lamentablemente otra vez la guerra interrumpiría
nuestras acciones, ante el levantamiento de Agua Prieta
de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles contra don
Venustiano Carranza, por haber impuesto el candidato
a sucederlo, Lic. Ignacio Bonillas. Y ante la negativa
del señor Carranza a negociar, el movimiento avanzó
irremediablemente hacia la ciudad de México, haciendo
salir apresuradamente a principios de mayo al señor
Carranza junto con su gabinete, porque pretendía esta-
blecer su gobierno en Veracruz. No llegaría al puerto
ya que fue asesinado en su retirada, el día 21 de mayo,
en Tlaxcalantongo, Puebla.

Ante esta terrible situación y un artículo afrento-


so a mi persona que salió en el periódico El Demócra-
ta784 tomé la decisión de retirarme del Estado de Méxi-
co, presentando mi renuncia el 27 de mayo.785 En un
principio no me aceptaron la renuncia pero finalmente
entregué el puesto el 21 de junio a la maestra Sofía
Romero Nava, subdirectora de la escuela.786 En el Con-
sejo me retiré un poco antes el 8 de junio. 787

Para mi sorpresa el nuevo gobierno del presi-


dente interino, Adolfo de la Huerta, me solicitaba
regresar a la ciudad de México para una comisión
que me encomendarían.788

No obstante las circunstancias adversas en este


trayecto de mi vida, dejé algunas amistades y alumnas,
que a la fecha siguen en contacto conmigo, como Clau-
dia Villafán, Mercedes López y Cristina Villada.789
Anacleto López Ibarra se quedó como director a partir
del primero de septiembre de ese año.790

Un recuerdo muy impresionante que me quedó de


esa estancia fue la excursión que hice al cráter del Ne-
402
vado de Toluca junto con mi buen amigo Daniel Del-
gadillo y otros compañeros de la normal, entre ellos la
maestra Clementina López Zetina. Yo iba muy ufano
estrenando una cámara fotográfica con la que saqué
varios impresionantes paisajes.791 Es un admirable es-
pectáculo el cráter de ese enorme volcán, del cual sólo
ha quedado una formidable depresión con dos lagunas
lo que proporciona al sitio un extraño paisaje ¡lunar,
extraterrestre!

Gregorio Torres Quintero con su cámara en el Nevado de Toluca


en compañía de Daniel Delgadillo, AHCENP libro Primer Cente-
nario, de Adolfo Sánchez García.

En marzo, estando todavía en Toluca, recibí una


triste noticia de Colima; noticia que me afectó mucho
pues me comunicaban la muerte de don Augusto Mo-
rrill, atacado por un grupo de bandidos. La Revolución
había incrementado el bandidaje en gran medida, por-
que cuando los alzamientos terminaban muchos hom-
bres que se habían lanzado a la lucha —“a   la   bola”—
se quedaban armados sin actividad productiva y se de-
dicaban a este trajín.792

403
SEGUNDO VIAJE A LOS ESTADOS UNIDOS
DE 1920 A 1921

La comisión que me encomendó el presidente fue una


grata sorpresa.
Resulta que el general Salvador Alvarado había
sido nombrado secretario de Hacienda y seguramente
se acordaba de mí y del primer viaje que por su encargo
hice a los Estados Unidos. No sé cómo sería que él lo
comentó o sugirió, el caso es que el señor presidente
Adolfo de la Huerta me solicitó fuera nuevamente a los
Estados Unidos para hacer estudios sobre su organiza-
ción escolar y sus métodos pedagógicos. En especial
me encargó que visitara las escuelas agrícolas, indus-
triales y militares. Esta vez no fue básicamente el co-
nocimiento de las primarias, ni escuelas interculturales
o de minorías como en el primer viaje, sino la posibili-
dad de conocer todos los niveles escolares, formas y
prácticas escolares nuevas y distintas que pudieran ser-
virnos de ejemplo en México.

Recorrimos en siete meses gran parte del país: lo


atravesamos de este a oeste. Estuvimos principalmente
en los siguientes estados y ciudades: Nueva York; Wa-
shington D. C; Ohio, Columbus y Cleveland; Indianápo-
lis, Indiana; Illinois, Chicago; Colorado, Denver; Utah,
Salt Lake; California, San Francisco y Los Ángeles.
Nos trasladamos a Nueva York a principios de
septiembre de 1920. 793 Y pronto me puse en movimien-
to, el día once ya estábamos en Nueva Jersey en el dis-
trito de New Brunswick visitando la Universidad y el
Rutgers College bajo la conducción de Mr. Hutbert, en
éste último mi principal interés fue conocer como fun-
cionaban los clubes agrícolas de niños y niñas.

404
Washington

De ahí nos trasladamos a la capital del país, Washing-


ton, donde tenía arreglada una entrevista con el comi-
sionado del Bureau of Education Mr. P. P. Claxton; a
quien había conocido durante mi primer viaje y desde
entonces teníamos una cordial relación. Él mismo se
tomó la molestia de explicarme la organización y fun-
ción del Bureau y ordenó me informaran en cada sec-
ción, lo correspondiente. Así fue como conocí a los
encargados de todas éstas: Frank T Bunker de las City
Schools; Miss E. C. Lombard de las Home Education;
Mr. Egner de las Rurales; el doctor Zook de la Higher
Education; el Dr. Hamilton encargado de la Educación
en Alaska; el Dr. Sivigget de la Comercial Education;
Dr. Bawden de la Educación Industrial; Mr. C. John
Walton encargado de la estadística de los colegios de
agricultura, quien me proporcionó valiosa información
sobre éstas, y como hablaba perfectamente el español,
nos entendimos de maravilla.

Mr. P. P. Claxton de nuevo me concedió muchas


facilidades para que pudiera visitar todas las escuelas
que me interesara conocer y me dio una carta para los
secretarios de Guerra y Marina, para que me propor-
cionaran información acerca de la obra educativa que
estaban llevando a cabo con los soldados y marinos
estadounidenses.

El primer centro dedicado a la educación militar


que visité fue el General Tacoma Park, D. C. Ahí en-
contré a Mr. A. C. Monahan, antiguo empleado del Bu-
reau of Education, en ese momento encargado de la
educación vocacional de los soldados heridos. Él me
explicó que todo hospital tiene establecido un departa-
mento de terapia ocupacional (Curative work), bajo la
405
dirección   de   un   “chief   education   officer”;794 Monahan
tenía este empleo. Esta terapéutica ocupacional —me
dijo— se aplica a la restauración de las funciones de las
articulaciones endurecidas y comprende trabajo en la
cama y en la galería, con talleres y escuela. Comentó
que a los soldados al principio el trabajo o la ocupación
les   parecían   puro   “entretenimiento”   pero   luego se da-
ban cuenta que esta actividad era una reeducación para
un nuevo oficio. Así el método comprende, tres fases:
curativa, vocacional y recreativa.
Monahan me invitó una noche a cenar en el pro-
pio hospital, a fin de presentarme con una serie de per-
sonas ligadas a este servicio, como el coronel Reese,
quien me ofreció toda clase de información. Con este
coronel hacía dupla el Dr. A. R. Mann que es el educa-
dor   consejero   de   la   oficina,   “War   Plans   Division”.   To-
do fue una distinción muy especial que se me hizo.
Después de esta cena, hubo una reunión con todo
el personal médico y educativo que estaba bajo las ór-
denes   del   coronel   Ries   como   jefe   de   “War   Plans   Divi-
sion”   quien   pronunció   una   plática   magnífica   sobre   la  
obra educativa que se está llevando en el ejército.
Al otro día fui a sus oficinas para que me explica-
ran más ampliamente sobre el trabajo escolar desempe-
ñado en las fuerzas armadas. Como es enseñanza de
adultos se aplica un método diferente que consiste en
ponerles problemas prácticos que ellos deben analizar
para proponer soluciones. La enseñanza es personal y
no colectiva, a fin de dejar a los alumnos en la capaci-
dad   de   adelantar   individualmente;;   se   les   señalan   “jobs”  
(trabajos) y cuando los concluyen siguen adelante. Me
mostraron   “su   libro   favorito”   Education and Demo-
cracy por J. Dewey. Entonces comprendí que las ten-
dencias educativas del ejército están bajo las teorías de
406
Dewey —La escuela de la acción y el método de pro-
yectos— que a mí personalmente me parecía muy in-
teresante y conveniente en la nueva educación.

Estuve tan impresionado por los planteamientos


de este pedagogo que a mi regreso preparé un artícu-
lo sobre   él   y   su   obra,   el   “Learning   doing”   donde   el  
alumno deja de ser pasivo y el aprendizaje deja de
ser   libresco,   lo   titulé   “Los   textos y la escuela de la
acción”.795

Me pareció tan importante esta obra de educación


vocacional que consideré verla más detalladamente de
lo que pensaba. Miré que los alumnos llegaban a anali-
zar todos los movimientos fundamentales de cada ofi-
cio y lograban escribir manuales para cada uno. A esa
fecha llevaban publicados 24, mismos que me prome-
tieron enviar. Con este análisis lograban reducir nota-
blemente el tiempo del aprendizaje.

Encontré que todo puesto, campo o estación mili-


tar está provisto de estas escuelas. El servicio com-
prende dos partes principales: la escuela, con educación
general, vocacional y/o especial y la parte recreativa
que puede ser atlética, cine o pertenencia a un club so-
cial. Hay en las escuelas del ejército cerca de 150 ofi-
cios. Pero no todas los tienen, sino que están distribui-
das, según las posibilidades locales o equipo; en unas
puede estar la escuela de automóviles, en otras la de
agricultura, etc. Y hay industrias especiales para el
ejército mismo.

Nueva Jersey – Feria de Trenton

A finales de septiembre, entre otras visitas de escuelas,


fuimos a la feria anual del estado de Nueva Jersey en
407
Trenton, la capital, los días 27 y 28 de septiembre. La
feria no difería mucho de las nuestras, con puestos de
comidas y refrescos. Y es curioso ver que en los pues-
tos de comidas se fríen carnes en comales796 de lámina,
en forma de bandejas, para vender sándwiches. (En
Coney Island y Palisades vimos como fríen salchichas
llamadas perros calientes, para sándwiches o tacos).
Hay también juegos diversos y hasta   “ruletas”   para   ga-
narse objetos. Había un campo de juego con una gran
tribuna y un estadio para carreras. Justo frente a la tri-
buna en un estrado al aire libre estaba un circo, frente a
la tribuna.

La exposición local estaba junto al campo de jue-


go, colocada en muchas barracas y aun simples tiendas
de campaña, donde se exhibían automóviles e imple-
mentos   de   agricultura.   Hasta   un   “silo”   estaba   allí   a   me-
dio concluir para mostrar el material en uso. Esta feria
me recordó el concurso de ganadería de Coyoacán y las
exposiciones   florales   de   Mixcoac   y   del   “Vivero   de   Co-
yoacán”,   pues   había   animales   expuestos:   vacas,   ovejas,  
cabras, cerdos, caballos, perros, gallinas, pájaros, gua-
jolotes, faisanes, peces, etc., muchas flores muy bonitas
y frutas y hortalizas muy variadas. Vimos unas matas
de maíz tan altas y robustas como las de nuestras cos-
tas: era el resultado de un mejoramiento en el cultivo,
por cuidadosa selección de semillas cuyo método esta-
ba explicado en un cartel. Exponía algo así: las seis
mejores mazorcas se siembran en surcos separados. Del
surco más uniforme y mejor criado se hace otra selec-
ción, sólo de tres mazorcas, y así sucesivamente, con
dos siembras anuales durante dos años y utilizando sólo
la mitad de las mazorcas en el último año y así es como
logran mejorar el producto.

408
El comercio de la ciudad de Trenton estaba tam-
bién allí representado, en un gran edificio (todo allí es de
madera) de un solo piso, había muchos puestos como en
un mercado, exponiendo productos y manufacturas.

Aparte había un edificio consagrado a las niñas o


señoritas; allí tenían una exposición de costuras, algu-
nas útiles y otras de lujo; dibujos y fotografías. Pero a
la vez conservas de frutas y vegetales en botes de vi-
drio. En otro edificio había también frutas y hortalizas
y también botes de conservación que venían de los re-
formatorios, las escuelas del hospital, de los presos y aun
de  las  escuelas   de  “débiles   de  cerebro”  o  anormales.

Pero lo más importante para mí, desde el punto


de vista educativo, fue el edificio consagrado a los ni-
ños de todas las escuelas del estado, de los clubes agrí-
colas y de economía doméstica donde se exhibían los
productos que los niños elaboraron, criaron o sembra-
ron como: frutas, diversas hortalizas y animales domés-
ticos como gallinas, conejos y puercos principalmente.
Cada   “Club”   envió   una   delegación   de   tres   miembros,  
cuyos gastos erogó el estado. Los delegados dieron
“demostraciones”   de   lo   que   hicieron.   Por   ejemplo,   los  
niños   (o   niñas,   según   el   caso)   explicaban   “haciendo”,   la  
forma de conservar manzanas, duraznos, ejotes, elotes,
etc. Allí tenían una mesa y una estufa. Cada niño expli-
caba lo que los otros estaban haciendo, y luego contes-
taban las preguntas que les hacía el público.

Cada club está compuesto por niños desde diez


hasta dieciocho años. Esta fase educativa está dirigida
por un director de club en el estado, que depende del
Colegio de Agricultura de la Universidad del estado. Es
una   obra   de   “extensión   universitaria”   que   alcanza hasta
los niños de diez años de las escuelas rurales. El direc-
409
tor de estos clubes, con quien logré hacer amistad era
A. M. Hulbert,   y   es   del   “State   Club   Leader”,   que   reside  
en New Brunswick.

Nueva York

En octubre estábamos de regreso en Nueva York por-


que quería visitar el asilo y orfanatorio hebreo, el de-
nominado   en   inglés   “Friendly   Home   of   the   Hebrew  
Orphan Asylum”;;   bajo   los   auspicios   de   algunas   damas  
de la sociedad que sirven en este asilo. Estaba situado
en la cabeza de la Bribery, el barrio bajo de Nueva
York, donde abundan los judíos. Ahí me recibió el
Prof. Fross de la escuela de ingenieros, quien me ense-
ñó   el   edificio   “nuevo”   donde   se   dan   las   clases   para los
ingenieros eléctricos, mecánicos y civiles. Me admiró
el gran laboratorio que tienen de física, es inmenso, con
mesas individuales para los alumnos donde hacen sus
experimentos.

Los alumnos (había muy pocos) trabajaban por


parejas.   Este   es   el   “sistema”   de   trabajo,   más   bien   indi-
vidual; sólo cuando los aparatos o máquinas exigen
varios, se reúnen en grupos más numerosos. Hay un
auditorio muy bueno con capacidad para 1,600 perso-
nas, también se usa para dar clases, especialmente de
física, con pizarrones móviles, que pueden bajarse para
dejar   libre   la   pared   y   servir   de   “pantalla”.   Me   dijeron  
que allí hablaron Lincoln, Aramis, y otros grandes
hombres.

Las clases son comúnmente nocturnas; porque


esa fue la voluntad del donante de fondos, Peter
Cooper. Pero ahora ya hay clases diurnas también. La
carrera de ingeniero es más corta en los cursos diurnos

410
que en los nocturnos; cuatro años en los primeros y
cinco en los segundos.

Los estudiantes son generalmente trabajadores ya


casados, de esta forma siguen estudiando hasta gra-
duarse; tienen cuatro meses de vacaciones ya que por
ser trabajadores requieren de más tiempo. El edificio
viejo tiene cincuenta años de existencia y tiene un va-
lioso   “Museo   de   Arte”.   También   existe   una   escuela   de  
Bellas Artes: las alumnas concurren de día y los alum-
nos de noche. Peter Cooper, adivinando que algún día
se inventarían los elevadores, trazó el cañón para po-
nerlo; y, precisamente, el elevador que allí se puso fue
uno de los primeros. Me presentaron con la nieta del
fundador, hija de Mr. Hewitt.

Uno de los fideicomisos se llama Peter Cooper


Hewitt.

El día siguiente visité las clases de enseñanza


cooperativa del nivel high school, el director era Mr. R.
Percy Burnham, quien tiene experiencia en esta ense-
ñanza. Esta enseñanza se inauguró hace cinco años, en
diez u once high schools; y ahora se han colocado to-
dos los alumnos en esta sola escuela. Cuenta con el
apoyo del Departament Stores Asociation, del que es
presidente Percy Straus; esta asociación sostiene el Sis-
tema Cooperativo (recientemente habían donado
$125,000 dólares a la Universidad de Nueva York para
dar cursos en este sistema). La escuela aún no estaba
completamente organizada; entonces sólo tenía alum-
nos de 2°, 3° y 4° año; faltaban los centros de lenguas
extranjeras y la instalación era aún muy deficiente.

En el mismo edificio hay dos escuelas, una pri-


maria ocupando los pisos inferiores, y la high school
411
situada en los superiores. En el barrio viven muchos
italianos y además el sitio en que se ubica es más bien
un centro congestionado de negocios y comercios.

En la primaria observé que se daban clases para


niños estropeados (cojos, etc.). Había cinco grados con
esta clase de niños. Cada uno tenía arreglado su asiento
adaptado a su incapacidad física y hasta en algunos
salones había sillas de descanso, de extensión, para que
se acostaran y pudieran echarse un sueño. De varias
partes de la ciudad van los niños a esta escuela.

El high school, como es de enseñanza cooperati-


va, los alumnos permanecen una semana en la escuela
y otra en la tienda o escritorio. Me dijeron que el año
anterior habían ganado 200,000 dólares.

La escuela es exclusivamente comercial con cla-


ses de escritura a máquina, taquigrafía, teneduría de
libros y dependientes de mostrador. En la clase de ta-
quigrafía fui invitado a hacer un dictado en inglés. Me-
dia hora después me lo tradujeron las alumnas, y el pro-
fesor me lo regaló como recuerdo del trabajo. El tema
fue acerca de mi comisión y de mis propósitos.

Ese día los alumnos eligieron a la mesa directiva


de su sociedad, había dos planillas, y en los pizarrones
hacían llamamientos para votar por cada partido abo-
nando a sus candidatos.

Ambos directores me convidaron a tomar el


lunch. Salí muy agradecido de su buen trato y mi fir-
ma fue la primera que figuró en el libro de visitas de
la escuela.

412
Me informaron que en los años anteriores había
unos 1,250 alumnos de las diversas escuelas siguiendo el
plan de enseñanza cooperativa. Ahora sólo hay 450, pero
creían que el siguiente año tendrían más concurrencia,
cuando todo el plan estuviera en pleno crecimiento.

El 18 de octubre visité otra escuela militar, el


Camp Dix, en New Jersey. El capitán H. H. Elarth, ofi-
cial del Departamento de Educación y Recreo fue a la
estación a recibirme. Como estuvo trece años en Filipi-
nas hablaba bastante bien el español. Me condujo al
campo y luego a un restaurante donde tomamos el
lunch y pudimos platicar ampliamente sobre la escuela.
Después visité sus departamentos escolares, los acadé-
micos y vocacionales. En un salón de los primeros, una
señorita profesora me suplicó que hablara a sus discí-
pulos algo de la ciudad de México, satisfaciéndola con
gusto en una corta plática.

Todavía están arreglando el campo, se mira gente


trabajando por todos lados. Durante la guerra tuvo has-
ta 60 mil hombres, por eso es muy grande con muchos
edificios pero no estaban adaptados para escuelas, tam-
bién cuentan con los talleres que tuvo el ejército duran-
te la guerra. Aquí la educación vocacional es la más
importante, aunque también reciben educación musical
donde aprenden a tocar instrumentos de metal para
formar bandas y de cuerda para orquestas. La parte más
importante para mí fue la oficina de psicología, donde
se examina a los soldados para conocer sus aptitudes y
poder dedicarlos a éstas. Cada semana examinan a cer-
ca   de   500   soldados   por   medio   de   pruebas   o   “tests”   y  
dependiendo de los resultados se platica con ellos para
fijar su vocación.   El   lema   de   la   escuela   es   “Earn   While  
you   learn”.

413
En ese entonces todavía no era una escuela im-
portante porque estaba en vías de transformación, pero
todo indicaba que sería uno de los centros más notables
para la educación del estado americano, contándose por
miles sus concurrentes. Cuando estuve ahí había doce
mil soldados, de los cuales cerca de cuatro mil concu-
rrían a clases, pues la asistencia no es obligatoria.

El 26 de octubre fui a una de las instituciones


educativas más importantes de los Estados Unidos, el
Carnegie Institute of Technology en Pittsburgh. En el
área de tecnología está después del Instituto de Massa-
chussetts. Fue fundado por Carnegie quien compró los
terrenos. El primer donativo que dio fue de un millón
de dólares; pero el Instituto costó mucho más y final-
mente ascendió a 9 millones su costo.

La escuela tiene cuatro dependencias: escuela de


ingenieros, escuela industrial, escuela de arte y escuela
de mujeres, que lleva el nombre de la madre de Carne-
gie, Margarita Morrison. Las cuatro tienen estudios
académicos comunes. Las escuelas Industrial y de Arte
forman además maestros para las escuelas secundarias.
Tiene talleres especiales para cada una, donde los
alumnos hacen las prácticas. No creían mucho en el
sistema cooperativo, decían que había fracasado en
Massachussets.

Para entrar a los cursos regulares se necesita ha-


ber concluido el high school; sólo para algunos estudios
cortos se dispensaba este requisito. Ofrecía además cur-
sos nocturnos para los que ya estaban trabajando.

Kentucky

El 30 de octubre nos trasladamos a Fort Thomas,


Camp Kentucky, situado al otro lado de Cincinnati,
414
como a seis millas pasando el río Ohio. En este lugar
así mismo me dieron una acogida muy cordial, en es-
pecial el Commander Officer Coronel Peter E. Troub,
quien hablaba perfectamente el español. Nos invitó a
tomar el lunch a su casa y nos trataron con mucha cor-
tesía él y su esposa, siendo nosotros los únicos co-
mensales extraños.

Esa tarde me invitó a la ceremonia de pasar revis-


ta, era yo uno de los convidados de honor pues figuré
en la fila de prominentes ciudadanos que acudieron de
Cincinnati. Fue una experiencia extraña para mí, yo
siempre alejado de este tipo de ambientes militares, no
obstante el coronel Troub se portaba tan amable pre-
sentándome con todo el mundo.

Este campo no tiene muchos soldados, pues es un


puesto de reclutamiento nada más, siendo enviados los
reclutas para diversas partes, aún para Siberia o China,
después de dos o tres semanas en que los vacunan. Por
ello la parte escolar es reducida.

Indianápolis

Luego nos fuimos a Indianápolis ahí visité tres escuelas


high school una de ellas técnica, tres escuelas primarias
y la escuela Normal.

En las escuelas high school se ofrecen varios cur-


sos: comercial, industrial, ciencia doméstica, arte y
académico,   aunque   más   bien   son   como   “preparatorias”  
porque no se especializan, y sólo preparan para estu-
dios superiores. Aunque también en algunas se prepa-
raba   para   la   carrera   del   “magisterio”.   A   los   muchachos  
se   les   obliga   hacer   “ejercicios militares”.   En   general   las  
escuelas en Estados Unidos son mixtas en este nivel.
415
Observé que los maestros tienen libertad de ense-
ñar, lo aprecié cuando en el departamento de Arte miré
unos juguetes y me explicaron que el maestro enseñaba
con ellos.

Tienen talleres de: Wood Turning, Cabinet mak-


ing, Forging, Mechanical Drawing, pattern Making &
and Foundry Mech, Drawing, Machine Schop, Mech.
Drawing (Arch) donde realizaban el trabajo manual
(manual Trainning) pero de formación educativa, ya
que —repito— no se especializan en nada.

Curiosamente en una de ellas el profesor de histo-


ria me dijo que los alumnos no habían querido estudiar
historia de los pueblos americanos, situación que me
desilusionó. En la materia de historia se les da educación
cívica y un curso de comunity civics, como lo indica
Dunn en su obra The Community and the Citizen.

La escuela de mujeres tiene su Departamento de


Economía Doméstica donde hay: cocina, costura y mo-
das, elaboración de sombreros y enfermería doméstica.
En la high school “Shortridge”   tenían   un   taller   de   plate-
ría como en el Instituto Carnegie.

Mr. Moore, el jefe del Departamento de Historia,


me hizo un comentario que me dejó muy pensativo, me
dijo, que las muchachas son más aplicadas pero que se
ha demostrado la superioridad intelectual de los hom-
bres sobre ellas.

Estas escuelas en general están bien instaladas


pues algunas cuentan con magníficos auditorios donde
las orquestas de los alumnos dan audiciones, siempre vi
buenos laboratorios donde hacen sus prácticas de física,
química y biología. En la clase de química llevan el
416
“Método   de   Proyectos”,   por   ejemplo,   estudian   la   manu-
factura del gas, del jabón y sosa cáustica. Eso sí, si-
guiendo los métodos comerciales.

Otra circunstancia común en casi todas ellas es la


formación de clubes de muchachos. Además editan una
serie de publicaciones, a veces un diario, bajo la vigi-
lancia de los profesores de lengua inglesa. Otras veces
elaboran un periódico o magazín que ilustran ellos
mismos, en la Technical High School se llamaba The
Arsenal Cannon. En una de las primarias los niños
también publicaban un periódico The Bell News, donde
insertan sus trabajos de redacción, claro que esto ocurre
en los que merecen por su calidad, lo cual resulta muy
estimulante, preocupándose los niños por hacerlos lo
mejor posible para que sean publicados.

La Technical High School, tenía dos departa-


mentos: técnico y vocacional. Entre los cursos voca-
cionales había uno muy interesante de imprenta que
comprendía linotipo y monotipo en cuatro años, todos
los otros eran sólo de dos años. Es vocacional porque si
un alumno no encuentra convenientes los cursos que
había escogido, existe la suficiente flexibilidad para que
se cambie a otros. Por ejemplo, algunos muchachos que
habían adoptado los cursos vocacionales de dos años,
después decidieron hacer los cuatro años de la escuela
preparatoria.

Tienen además cursos industriales que llaman


part–time. Con los electricistas tienen arreglado un sis-
tema   parecido   al   “cooperativo”   desarrollado   por   sema-
nas. También cuentan con cursos   “nocturnos”   donde   se  
les proporcionan enseñanzas a los que ya trabajan.

417
Resulta importante que se han acogido a los be-
neficios de la ley Smith–Hughes, con lo que podrán
recibir más fondos.797

A la visita de las primarias798 me acompañó el su-


perintendente Mr. D. J. Wei en su coche. Estábamos
admirados de ver como había tantos automóviles en
este país; por todos lados mirábamos carreteras y cami-
nos. Eso permitió a la gente vivir en las periferias de
las ciudades en lindas casas rodeadas de jardines, pues
el coche les permite transportarse a sus trabajos sin
mayor problema.

Al llegar a la primera escuela los niños se prepa-


raban a tomar un vaso de leche. Las botellas estaban en
mesas, en los corredores; los alumnos mayores hacían
el servicio de entregar las botellas   con   un   “tubo”799 y
unas galletas. No todos los niños toman leche, sólo los
que la necesitan. Pagan veinte centavos a la semana por
este desayuno, lo que en verdad es muy poco. Todo se
hacía con el mayor orden, sin vigilancia especial. La
directora me   dijo:   “cada   quien   tiene   aquí   el   sentimiento  
de   su   responsabilidad”.   Después   observé   varias   clases  
en actividad, me sorprendió que el recreo se desarrolla
en muy buen orden (muy distinto a México); los niños
por un lado, y las niñas por otro.

No comento más sobre la organización de las


otras escuelas porque su funcionamiento es similar,
pero me gustaría mencionar uno de los métodos de en-
señanza en la lectura y escritura que miré; tema siem-
pre de mi interés particular.

En estas clases había ejercicios que aquí llaman


de   “recitación”,   pero   que   no   son   más   que   “lecciones”.  
Los niños forman círculo alrededor de la maestra, y
418
leen por turno en sus libros. Todos los grupos tienen
dos secciones; uno va a la recitación y otro permanece
en sus pupitres desempeñando algún trabajo, exacta-
mente   como   en  nuestro   “sistema   económico”.

La lectura en el primer año es por el método


“verbal”.   Tienen   las   palabras   impresas   en   cartones  
grandes; y las mismas en hojitas de papel, del tamaño
de las usuales en el texto, para recortarlas con tijeras y
formar frases. Los grandes se colocan en un aparato,
como   nuestros   “alfabeticones”,   muy   sencillo   e   ingenio-
so, del tamaño de un pizarrón.

Dibujo que hizo Torres Quintero en su cuaderno de notas sobre un


tipo de alfabeticón, durante su visita a las escuelas de
Estados Unidos.

Cada regla tiene en la parte superior una ranura a


lo largo en donde se encajan los cartones, haciendo que
la orilla superior de éstos descansen sobre la regla de

419
arriba. Así poniendo todos los cartones, formando fra-
ses, nada se ve al otro lado por en medio de ellos y dan
el aspecto de un pizarrón escrito. En una palabra, no se
miran las reglas.

Desde   el   primer   año   ensayan   el   “Método   Palmer”  


aun   cuando   no   era   “Palmer”   en   toda   su   pureza,   los   su-
pervisores vigilan que lleven lo más cerca posible este
sistema. Los niños hacían sus lecciones en el pizarrón,
otros en hojas de papel (no escribían en papel, hasta el
segundo semestre).
Una de las maestras ejercitaba a los niños hacién-
doles pasar el lápiz sin trazar sobre un óvalo (una O
grande), contando hasta diez. Y otra tocándoles una
pieza en el gramófono para que siguieran el ritmo al
trazar sus círculos en el pizarrón o papel. Me informa-
ron   que   este   método   “muscular”   les   había   dado   exce-
lentes resultados.
Me llamó la atención la existencia de una orques-
ta en una de las escuelas formada por los alumnos ma-
yores. Tocaban aires nacionales. La música se enseña
desde el primer año, por un método parecido al modal.
La maestra escribía las iniciales de las notas d m s y los
niños cantaban. Así se explica que los niños de 5º y 6º
años puedan cantar sus coritos leyéndolos en sus libros.

Tenían otra serie de eventos curiosos, la exis-


tencia de una tienda que los niños hacían de cartonci-
llo, esta práctica la miré en varias escuelas, y me pa-
reció interesante como método de enseñanza de va-
rias disciplinas.
También aprecié que en varias de estas escuelas
separan   a   los   niños   “brillantes”   con   un   maestro   especial  
y otro toma a los atrasados.
420
Una parte importante de la formación cívica del
alumno es la devoción a su bandera, en todas las clases
hay siempre una bandera y otra casi siempre al entrar a
la escuela en el vestíbulo interior. En algunas se pone el
juramento   “I   pledge   allegiance   to   my   flag   and   to   the  
Republic for which it stands, one Nation; indivisible,
with   Liberty   and  Justice   for   all”.

Este hecho curiosamente lo relacioné con lo que


había visto en la base del monumento que está en el
centro de Indianápolis, donde hay un Credo Cívico,
parodiando al credo cristiano. En él se rememora a los
soldados   que   fueron   a   la   “guerra   mexicana”;;   y   hay   en  
el   “basamento”   un   cuadro   titulado   “Batalla   de   Chapul-
tepec”,   tristemente   para   ellos   eso   había   sido   luchar   por  
su patria. Este monumento se parece mucho a nuestra
columna de la Independencia.

El 5 de noviembre visité la Normal de Indianápo-


lis. Es una escuela en formación que estaría bajo el
control de la ciudad. Hasta ahora no tiene edificio pro-
pio, pues está alojada en la Primaria No. 10. Tiene un
curso de dos años; pero es requisito de ingreso haber
terminado el high school. El primer año es aún acadé-
mico, destinado a dar una revista a las materias genera-
les; y sólo en el segundo se enseña metodología. La
directora la Srita. Webster, juzga acertadamente que no
basta un año profesional para formar maestros.

En esta escuela miré un ejercicio que me agradó


mucho, fue una discusión y comentarios sobre sucesos
corrientes que se tomaron del artículo de la revista Lite-
rary Digest uno en especial sobre la inmigración a los
Estados Unidos.

421
Uno de los aspectos que más me impresionaron
de la cultura de este país fueron sus bibliotecas, tanto
las escolares como las públicas. En Indianápolis, por
ejemplo, visité su magnífica biblioteca pública donde
pude constatar la existencia de los departamentos de
lectura especiales para los niños. Otro aspecto que me
pareció importante fue la posibilidad de que los lecto-
res busquen por sí mismos los libros que les interesen;
ellos pueden ver directamente en la estantería lo que
requieren, además se los prestan para llevárselos a su
casa, situación que permite desarrollar más y mejor el
hábito de la lectura.

En ese tiempo se estaba hablando mucho de esta-


blecer un Servicio Nacional de Educación, una ley es-
pecial para el sector de educación física. El proyecto se
llama   “Fess–Capper   Bill”   y   por   él,   el   gobierno   federal  
pagaría la mitad de los gastos de educación y los suel-
dos de los inspectores de sanidad. Habría igualdad de
gastos por parte de la federación y los estados, aunque
la educación física quedaría bajo la inspección de cada
estado. Se retiraría la ayuda federal, pasados cinco años
de haber iniciado sus actividades cuando el estado co-
rrespondiente no hubiera procurado que participaran en
dicha educación todos los niños de seis a dieciocho
años de edad. El programa no incluía ni la educación
militar, ni la educación para personas mayores de die-
ciocho años.

Chicago

Dejamos Indianápolis y nos movimos hacia Chicago,


Illinois, a finales de noviembre. Ahí conté con el apoyo
y compañía de Mr. Isaac Joslin Cox, él me acompañó a
visitar el Brand of Education, la Lane Technical
School, la escuela Franklin, la escuela Parental de
422
Chicago, las escuelas prácticas de la Universidad de
Chicago (preciosa universidad, por cierto) y una sucur-
sal de la Northwester University de Evanston que hay
en Chicago, después fui a la central en Indiana.

Entre los aspectos interesantes tuve la oportuni-


dad de presenciar una asamblea de ciudadanos, que
convocó el Bureau of Education de Washington, para
tratar asuntos educacionales desde el punto de vista
“nacional”   presidida   y   dirigida   por   el   propio   Mr.   Clax-
ton (commissioner of Education).

Mr. Claxton venía haciendo propaganda para fa-


vorecer la formación de maestros y el aumento de sala-
rios de éstos; y en medio de su campaña, estimuló a los
presentes para que con toda libertad criticaran la edu-
cación de ese momento o bien propusieran ideas. Du-
rante el discurso de inauguración hizo hincapié en el
gasto tan importante que hace el estado a favor de la
educación, me llamó la atención cuando dijo que: “Los
Estados Unidos componen la 1/17 del mundo, y sin
embargo gastan en educación tanto como todo el resto
del   mundo   combinado”.   En   especial manifestó la falta
de escuelas normales porque hacían falta muchos maes-
tros (más de 100 mil). En las votaciones se aceptó que
se deberían sostener más escuelas normales y elevarse
los sueldos de todos los maestros rurales y urbanos
(comentó que una muchacha al terminar su high school
puede ganar bien en los ferrocarriles, un sueldo mayor
que el de los maestros y malamente estudiaría   “dos  
años  más”   en  una   escuela   normal   para  ganar   menos).

Entre los asuntos que se trataron hubo uno que


me pareció fuera de lugar. Una señora perteneciente a
la Cruz Roja y miembro del Club de Mujeres (Mrs.
Harrison W. Ewing) expuso que era necesario abrir una
423
campaña   en   contra   de   las   “medias   de   seda”,   porque   el  
snobismo y otras cosas distraen a las muchachas de sus
estudios. Ella cambió a su hija a una de las escuelas
donde el uso de las medias de algodón y las blusas sen-
cillas fueron la regla y no la excepción. Y agregó, que
intentaría hacer una campaña en ese sentido en todo el
país. Quizás la posguerra les había mostrado la necesi-
dad de ser cautos con gastos o lujos innecesarios.

En las escuelas high school observé situaciones


muy similares a las que ya había visto antes, con cursos
vocacionales y talleres parecidos. En todos ellos se lle-
va el part-time, la mitad del curso se hace práctica, en
alguna labor productiva, y la otra mitad estudian las
materias propias del nivel.

También había cursos cooperativos en las escue-


las high scool, no en los primeros años, y cursos técni-
cos y prevocacionales para los muchachos atrasados,
no anormales, aunque en algunas escuelas sí se dan
clases para grupos especiales o problemáticos como
subnormales, truhanes o anémicos. Uno que me llamó
la atención fue el curso de panadería, donde asisten
panaderos ya en ejercicio, de un año. En México difí-
cilmente se nos ocurriría impartir un curso de este tipo,
aunque deberíamos.

Es constante la existencia de cursos nocturnos en


estas escuelas para los muchachos y muchachas que ya
trabajan en el comercio o en la industria. Es de admirar
como los jóvenes trabajan tan animados y contentos en
estos talleres.

El 25 de noviembre se celebró el Thanksgiving


Day, así que ese día descansamos. Además el frío em-
pezaba a quebrarnos, por lo que decidimos quedarnos
424
quietecitos y calientitos en nuestro cuarto de hotel. Pero
al día siguiente reanudé las visitas; me correspondía ir a
la escuela Parental de Chicago, ésta fue la única escue-
la   primaria   donde   miré   que   se   daban   “ejercicios   milita-
res”.   El   director   decía   que   eran   disciplinarios;;   observé
que era muy estricto porque en el dormitorio los mu-
chachos debían guardar silencio absoluto y si alguien
hablaba era castigado con estar de pie, o se le privaba
de algún alimento y hasta con encierro y sentadillas.
Los   muchachos   se   “atienden   a   sí   mismos”:   barren,  
tienden sus camas, se sirven en la mesa y sirven en el
taller de lavado.

Mi visita a la Universidad de Chicago fue muy


interesante, porque en esta universidad en el departa-
mento de Educación se hacen prácticas desde el kin-
dergarten, la escuela primaria y high school, en escue-
las creadas para ello, como anexas. Son sus laborato-
rios de educación, no para que ejerzan sólo prácticas,
son escuelas   de   “experimentación”   y   de   “investiga-
ción”.   De  allí   su  importancia.

Yo tenía noticia de ellas por el libro del pedagogo


americano John Dewey, titulado School and Society,
que contiene unas conferencias dadas con motivo de
sus experiencias pedagógicas en estas escuelas. Recor-
dé que en México el profesor Galación Gómez había
dicho que Dewey había fracasado en la Universidad de
Chicago   por   manifestarse   sobre   la   “disciplina   de   la   li-­
bertad”,   por   la   cual   aboga   Dewey,   pregunté   a   Mr.   Mo-
rrison (quien me acompañó en la universidad) su opi-
nión sobre el particular y se limitó a decirme que Mr.
Dewey era un filósofo y que muchas veces no es posi-
ble poner en práctica las ideas filosóficas; pero que de
ninguna manera podía llamarse fracaso a su obra en la
Universidad de Chicago, y que aún quedan algunas
425
huellas de su paso por la escuela; y que si no se conser-
va todo, es porque nunca se estaciona la pedagogía. Yo
de verdad quedé muy impresionado de dichas escuelas
y tengo una opinión muy elogiosa de ellas. Puede verse
allí   la   nueva   fase   de   la   educación   según   el   “Project  
method”.  

Las clases de historia que observé con este méto-


do se daban en   varias   “unidades”.   Donde   el   maestro  
procede así: un día, exploración; otro día, presentación;
dos días, asimilación; un día, organización; dos o tres
días,   recitación.   En   la   “exploración”   el   maestro   cate-
quiza a sus alumnos para formarse una idea de las no-
ciones   que   ya   poseen.   En   la   “presentación”,   el   profesor  
expone la materia por medio de una exposición de 20
minutos. Los alumnos la reproducen después por escri-
to.   En   la   “asimilación”   los   alumnos   se   dedican   a   estu-
diar   “en   clase”   todos   los   libros   concernientes.   Para   ello  
hay en la propia clase una adecuada biblioteca.

De esta forma el maestro se convierte en un con-


sultor, que aconseja a cada alumno cuando éste lo re-
quiere. Todos los alumnos estudian y toman notas y si
es necesario, se pueden llevar los libros a sus casas. Así
se   fomenta   “el   trabajo   personal”   y   la   “investigación”.  
Según   todo   esto,   el   maestro   ya   no   es   “el   hablador”   de  
nuestras cátedras tradicionales. Y los muchachos ya no
son   los   “escuchadores”,   sino   los   trabajadores.   Comple-
tamente se modifican los papeles.

Se publican en la universidad dos periódicos: The


School Review, periódico de educación secundaria; y
The Elementary School Journal. Ambos son órganos de
la facultad de la escuela de Educación y representan su
labor reformista.

426
Indiana

El 2 de diciembre nos trasladamos a Gary, Indiana, que


está a treinta millas de Chicago. Aquí visité una serie
de escuelas descritas en libros oficiales; quería verlas
personalmente para verificar en lo posible las cualida-
des que las adornan y por qué los educadores tanto ha-
blan de ellas, unos a favor y otros en contra. Fue así
como me encontré con mi amigo Mr. Cox, profesor de
historia de Sudamérica en la Universidad de Evanston.

Estas escuelas tienen el llamado sistema de es-


cuelas duplicadas, el creador es Mr. William Wirt. Las
más   importantes   son   “Emerson”   y   “Froebel”. Se llaman
escuelas duplicadas, porque permiten tener en un edifi-
cio doble número de alumnos de los que cabrían en las
circunstancias usuales. En cada edificio hay realmente
dos escuelas, X y Y, que ocupan las clases y demás
departamentos   sucesivamente   o  sea  “por   rotación”.

En los días siguientes nos trasladamos a Colum-


bia, Missouri, para visitar la Universidad del estado,
aquí también mi interés era conocer las escuelas anexas
(kindergarten, primaria y secundaria) que tiene a su
cargo el Prof. J. L. Meriam, y de quien habla en un ca-
pítulo Mr. Dewey en su libro Las escuelas del mañana.
Encontré la escuela tal cual está descrita por Dewey. Él
es   uno   más   de   los   que   plantean   el   “Project   method”.   En  
su clase de Pedagogía usan su libro titulado Child Life
and the Curriculum del cual me dio un ejemplar con
dedicatoria.

Los muchachos leen muchísimo, cerca de cin-


cuenta libros al año. Me sorprendió apreciar que la es-
cuela parecía más bien una casa.

427
Meriam no está de acuerdo con el trabajo manual
que se usa en las escuelas de la propia ciudad, dice no
servir para enseñar materias como geografía e historia,
etc., y manifiesta que los trabajos manuales deben re-
presentar una actividad verdadera.

Me sorprendió ver asimismo ejercicios militares.


Meriam cree en ellos, porque dice que enseñan a ejecu-
tar movimientos con precisión y prontitud.

Meriam nos invitó a Matilde y a mí a cenar a su


casa en dos ocasiones. En una invitó a alumnos ya gra-
duados; y en la otra a profesores de la universidad. En
ambas noches hablé sobre las condiciones educativas y
políticas de México, despertando mucho interés por lo
que estaba pasando en el país. Meriam se condujo con
mucha amabilidad con nosotros. Otro día, para que Ma-
tilde tuviese con quien hablar español, envió a tres se-
ñoritas profesoras de español de la universidad para
que la pasearan en automóvil. Eran dos americanas y
una chilena.

La señora Meriam nos platicó que había estado


en México hacía veinte años, y nos mostró algunos
ejemplares que aún conserva de loza de Guadalajara y
un cantarito de chía. También guarda dos candelabros de
bronce que compró en el Volador. Todas estas atencio-
nes nos produjeron una gratísima impresión. Meriam y
las tres señoritas fueron a despedirnos a la estación.

Denver, Colorado

Salimos de Columbia el domingo 12 de diciembre


rumbo a Denver, Colorado, donde el día 14 visité una
interesante escuela que se llama Oportunity School,
más bien dicho Free Public Opportunity School.
428
La escuela trabaja desde las 8:30 a.m. hasta las
9:15 p.m. Se puede entrar en cualquier época del año y
dedicarle tanto tiempo como uno pueda, es más se pue-
de entrar y salir constantemente, conforme lo necesite
el alumno. Es para todas las edades, con cursos voca-
cionales enseñándose multitud de actividades prácticas
a todo aquél que lo necesita y en el grado en que lo ne-
cesite. Además cuentan con una agencia de colocacio-
nes para ayudar a los alumnos a buscar trabajo.

Asistían cerca de mil alumnos,   todos   “rotativa-


mente”.800

Se les da un plato de sopa gratuito a todo aquel


que desde el taller se dirige a la escuela para no perder el
tiempo en ir a comer. Una señora rica facilita el dinero.

Los comerciantes del lugar ayudaron a instalar


los talleres y éstos se sostienen del trabajo de los alum-
nos y de las utilidades que dejan.

Aquí visité muchas escuelas high school, algunas


no estaban tan bien organizadas como otras que había
visto.

En cambio, la escuela High del North Side está


muy bonita; y aun cuando no lleva el nombre de Ma-
nual Training, me pareció mejor arreglada, sólo que
carecía de taller de máquinas. Ésta fue la que me pare-
ció más interesante.

En la escuela Clayton (una escuela pequeña), el


director mandó hacer en obsequio mío la ceremonia
diaria de izar la bandera, con banda y armas. Me llamó
la atención que unos chiquillos y chiquillas que juga-

429
ban muy distantes, a la hora que la bandera subía, sus-
pendieron su juego y la saludaron militarmente.

La escuela Gove fue interesante por el sistema


que tiene de Self Govermenmt. Los muchachos tienen
diariamente un periodo de veinte minutos en que se
manejan solos. Es una escuela muy completa. Presencié
“la   hora   social”   del   8º   año.   Tienen   asamblea   diariamen-
te.   La   profesora   de   “ciencia”   me   mostró   sus   “projects”  
realizados.

La escuela Neeker School (for defectives) tiene


veintiocho alumnos minusválidos que pasan la mayor
parte del tiempo en trabajo manual. Me dice la directo-
ra que es muy difícil para ellos la aritmética pero que
todos pueden aprender a leer y escribir. La directora
tiene en su propia casa diez de éstos alumnos. Me rega-
ló algunos ejemplares del trabajo manual.

Salt Lake City

El 21 de diciembre estábamos en Salt Lake City y ahí


debería continuar mis visitas. Pero el periodo no era
adecuado pues eran las vacaciones de Navidad que se
adelantaron unos días, la única que encontré trabajando
fue la West Junior High School porque las demás esta-
ban en fiestas y clausuras.

Sin embargo, pude realizar una visita muy intere-


sante, fui a las oficinas de la Iglesia Mormona con el
Apóstol A. W. Irvins, regente de la escuela de Agricul-
tura, uno de los líderes de la iglesia, quien había estado
anteriormente encargado de las colonias mormonas en
Chihuahua. No estaba el superintendente del sistema
escolar de la iglesia mormona, pero su secretario me
prometió   enviarme   a  México   “literatura   escolar”.
430
Amanecí enfermo el 24 de diciembre, y ya no
pude hacer ninguna visita. Todo el tiempo que perma-
necí en Salt Lake City estuvo nevando; y qué remedio,
uno que no está acostumbrado a estos climas, me hizo
caer en cama —con encierro de por medio— por cinco
días.

Un poco recuperado visité al Sr. Cordero, direc-


tor de la Sociedad Protectora Mexicana. En un momen-
to se reunieron como sesenta mexicanos y les dirigí la
palabra dos veces. Allí conocí a Mr. Gilliman y a su
esposa, director de Americanización, y a tres maestros
de inglés que enseñan esta lengua a los mexicanos.

California

Dejamos esta parte de los Estados Unidos para terminar


nuestro viaje en California. Atravesamos todo el país
de este a oeste: ¡qué enorme nación! Y aún cuando el
viaje empezaba a cansarnos, pues ya llevábamos varios
meses fuera, sin duda estaba resultando muy enrique-
cedora esta experiencia educativa. Aprovechamos un
poco el trayecto para descansar y conocer, ya que todas
las escuelas se encontraban de vacaciones.

Pero el 27 de enero de 1921 ya estaba visitando la


primera escuela de California de nombre Ethan Allen
ubicada en San Francisco. Aquí conocí otras escuelas
distintas a las que había visto, las que establecen las
cortes para los jóvenes en San Francisco, California.
Aquí no entra ningún menor de dieciseis años y no son
cárceles, son hogares de detención, para todos los que
no tienen padres o tutores o porque no es conveniente
que vivan con ellos. Todo el juicio es como familiar,
una vez sentenciados van a casa o a una asociación.
Hay oficiales de investigación especiales para estos
431
casos. En estas escuelas se hace el esfuerzo por rehabi-
litar el hogar, hay una que se denomina casa de deten-
ción   de   la   sociedad   “Ayuda   al   Niño”.   Las   niñas   no   acu-
den a las audiencias, son vistas aparte. Algunas de estas
escuelas no tienen internado así que los niños asisten
como a cualquier otro plantel público, y allí mismo
toman su lunch.

En nuestro país no existen esta clase de institu-


ciones.801

La directora de una de ellas me informó que los


niños pueden durar allí años, habiendo algunos que no
han tenido otra escuela. El Board of Education envía
allí a los estudiantes e incluso los padres pueden solici-
tarlo; pero la Corte Juvenil no envía a ninguno, cosa
que es de extrañarse.

No observé limpieza ni en la escuela ni en los


alumnos. Hacen trabajos manuales como en muchas
otras, había trabajos de mimbre (cestería, sillas, etc.,) y
madera y hojalata en pequeña escala.

También visité la Corte Juvenil y la Casa de De-


tención. Asistí al juicio de varios menores (muchachos)
que comparecieron ante el juez, regresé al día siguiente
para tomar más informes acerca de ella.

El 29 de enero visité la institución Boys And So-


ciety of California. Esta asociación mantiene una casa
que sí es una verdadera escuela parental, aquí sí se re-
ciben muchachos enviados por las Cortes Juveniles de
San Francisco y de otros condados. Por cada uno la
institución recibe del gobierno del Estado la suma de
veinte dólares, pero la sociedad gasta aproximadamente
treinta por cada uno. Esta escuela sí la vi más limpia y
432
ordenada. Los muchachos mayores de dieciseis años
tienen un departamento anexo donde llevan vida de
familia. Salen a trabajar; y pagan su alojamiento a razón
de veinte pesos nacionales. Guardan sus ahorros. Cada
uno tiene su cuartito. Hay una mesita de billar y una
biblioteca. Una matrona casada, es la jefa.

Los muchachos menores de dieciseis años pasan


todos los veranos en el campo cortando fruta durante
tres meses. Ahí viven en tiendas de campaña. Hechos
los gastos, traen una ganancia de diez mil dólares más o
menos.

En Los Angeles visité otra parental llamada Boy-


le Heights Parental School, en ésta vi que los alumnos
eran enviados por los directores de las otras escuelas
cuando   “no   los   aguantan”.

De la que quedé gratamente sorprendido fue de la


Normal del Estado por su sistema de organización y
método de enseñanza. La enseñanza en los grupos es
individual (de la primaria). Las alumnas practican una
hora y media diariamente. Los grupos de la anexa tie-
nen siempre de dos a tres practicantes a la vez. No hay
maestras de grupo. Por cada cuatro o cinco grupos hay
una inspectora. Como resultado de la organización de
los grupos, los alumnos tienen trabajos diferentes: na-
die hace lo mismo que el otro. La escuela permanece
abierta todo el año en la parte profesional. Cada
alumno (de la primaria o de la normal) puede dejar de
asistir el tiempo que quiera, darse vacaciones a su gus-
to, y volver cuando le place. Asimismo los alumnos
concluyen sus estudios en cualquier época del año,
siendo aptos según los tests de evaluación. El sistema
de tests se aplica también para averiguar las aptitudes o
tendencias o vocaciones particulares de los alumnos.
433
El 2 de febrero visité la Ungrader School para
niños subnormales y atrasados. Los siguientes días se-
guí visitando más escuelas, de las que no hago muchos
comentarios porque son ya reiterativos respecto a lo
que he visto hasta ahora.

Fui a la Polytechnical High School, a la Univer-


sidad de Berkeley, a la Escuela Normal de San José y
al Campamento Militar de El Presidio, terminando mis
visitas en esta parte de California.

Nos trasladamos hasta Los Ángeles donde llega-


mos a principios de marzo.

Aquí visité otra escuela politécnica la Evening


High School, la cual ofrece cursos   de   “continuación”  
para muchachos mayores de 14 años, que no han con-
cluido su educación primaria y se hallan trabajando.
Los alumnos, sin excepción son hombres o mujeres que
trabajan; y los hay de bastante edad, hasta con canas.
La escuela nocturna es enorme tiene una asistencia me-
dia de 2,700 alumnos. Uno de los profesores, Mr. Kes-
sey, me indicó su deseo de trabajar en México en esta
misma línea. Habla español, creo que sería un buen
elemento.

Seguí visitando escuelas unas que llaman Inter-


mediate School, y las high school, y otras que llaman
junior pues solo tiene los grados 7º, 8º y 9°.

En las escuelas de Los Ángeles hay casi siempre


clases de español porque tienen muchos inmigrantes
latinos y por supuesto más en el barrio mexicano, don-
de hay muchas escuelas.

434
En la escuela Amelia St. School había un depar-
tamento que podría llamarse “amigo   de   la   obrera”,   pues  
sirve para cuidar a los niños pequeños que dejan allí las
madres   trabajadoras.   Hay   una   “estación   de   leche”   y   un  
servicio médico. Las madres reciben instrucción para la
crianza de sus niños; a las mismas se les enseña inglés
y hasta a coser y a tejer en telar lo que aquí llaman
“wigs”.

Esta escuela se encuentra en un centro mexicano.


La directora tiene mucho interés por los mexicanos;
habla muy bien de ellos y dice que solamente es nece-
sario   “enseñarles   la  limpieza”.

Me pidieron que dictara un discurso en el Board


of Education a los alumnos mexicanos. Fue una expe-
riencia muy emotiva, la ceremonia comenzó con el
himno americano y terminó con el himno mexicano. Se
reunieron como 500 personas y hablé cerca de 45 mi-
nutos. Los mexicanos estuvieron muy contentos y los
americanos también.

Visité una de las escuelas para niños subnorma-


les, había cinco de esta clase en la ciudad. Todas con
talleres para trabajos manuales y de jardín. Los niños se
veían muy contentos trabajando.

La Manual Arts High School me pareció magní-


fica sobre todo el self goverment tan desarrollado entre
los alumnos y fomentado por la dirección. Los alumnos
manejan sus finanzas, que ascienden a cincuenta mil
dólares anuales. Aquí de nuevo me pidieron que habla-
ra sobre México a un grupo de estudiantes y publicaron
mi fotografía en su periódico.

435
Fui a la Universidad de California, rama del sur,
donde reconocí a su director el doctor E. C. Moore,
quien estuvo en México durante las celebraciones del
Centenario. Él se acordó muy bien de mí. En la visita
que hice a su kindergarten vi que se usaba mucho el
sistema de juegos montessoriano.

El 15 de marzo partimos a San Diego. Se acer-


caba el momento de dejar los Estados Unidos y de re-
gresar a mi país, estábamos ya cerca pero aún visité
varias escuelas en este lugar. Mr. Johnson llegó por mí
y me llevó a la high school, presentándome con el di-
rector. Éste tuvo empeño en que viera las clases de es-
pañol y pude visitar tres de ellas.

Tenía ganas de conocer escuelas privadas des-


pués de haber visto tantas oficiales. Así que fui a visitar
la Francis Parker School, que Mr. Meriam me había
recomendado mucho la conociera.

Al   llegar   exclamó   la   directora:   “¡Oh, Mr. Quinte-


ro!”,   ya   me   esperaban   porque   Mr.   Meriam   había   estado  
dando una serie de conferencias un poco antes de mi
llegada respecto al método que sigue en Columbia Mis-
souri y les había dicho que yo los visitaría. En la escue-
la encontré obviamente que seguían el método de Mr.
Meriam. De nuevo hablé sobre México a los alumnos
de la high school. La directora, la Sra. Johnson, me
trató con mucha fineza. Ella misma me llevó a mi hos-
pedaje en su automóvil; y volvió al día siguiente por
mí; su esposo nos llevó a visitar otras escuelas. La Sra.
Johnson nos llevó también al museo donde hay un sa-
lón de antigüedades mexicanas con una imitación del
templo de Taxco. Por la noche nos invitaron a Matilde
y a mí a cenar en su casa. Fue una cena en la que mi
esposa y yo ocupamos los lugares de honor. Durante la
436
cena nuevamente hablamos sobre la educación en Mé-
xico, en especial les interesaban mis observaciones
acerca de la educación de los indios. Salimos ya bas-
tante tarde después de las once de la noche.

El viernes 18 de marzo, estuve en la escuela


Normal del estado. Observé que los mesa-bancos están
siendo desterrados de las clases. Aquí los normalistas
dan lecciones para que los demás las critiquen. Hay
clases al aire libre (la Francis Parker tiene mejores).

Después del lunch, ocupé el lugar de honor para


dictar el discurso del día. Fue una distinción muy hon-
rosa, fui el único orador, y recibí muchas felicitaciones.
Mi tema fue la política educativa del gobierno mexi-
cano. Puedo decir que con esta plática cerré con broche
de oro mi larga e interesante visita a las escuelas de los
Estados Unidos.

El sábado 19 dejamos el país, pero todavía en Ti-


juana, México, nos quedamos un rato más invitados por
los maestros del lugar y por el inspector Matías Gómez.
Ahí estuvimos en el teatrito y di otra conferencia, esta
vez sobre la educación en los Estados Unidos. Venía
gratamente impresionado de todo lo que había visto lo
cual provocó el entusiasmo de un asistente del vecino
país.

En general tuvimos un muy buen viaje, nuestros


traslados algunas veces fueron muy largos pero cómo-
dos en autobuses o en ferrocarril. Fue —en pocas pala-
bras— un viaje muy fructífero, sentía que había cubier-
to satisfactoriamente los propósitos del mismo y traía
conmigo una serie de interesantes ideas que propon-
dría, tanto en la Presidencia, ahora ya en manos del
general Álvaro Obregón, como a don José Vasconce-
437
los, quien estaba encabezando el sector educativo con
mucho ímpetu.

Meses después empecé a recibir los folletos, tex-


tos y libros que me habían prometido enviar los colegas
norteamericanos, como W. S. Deffenban Gh. del De-
partamento del Interior de la oficina de educación en
Washington, especialista en sistemas escolares urbanos.
Recibí con agrado el folleto sobre educación, con el
texto sobre la ley de gobierno de las escuelas del distri-
to de Columbia.802

Ya en la ciudad de México recibí una carta de


Mr. Meriam diciéndome que se mudaría a San Diego,
California, porque quería trabajar en la Francis W. Par-
ker School, y me decía que si llegaba a enviar a alguien
a conocer su sistema mejor los enviara a la escuela de
Columbia o a la Parker School.803

Yo también envié los libros que había prometido


a Walton C. John, del departamento del Interior en la
oficina de educación de Washington, especialista en
estadísticas. Les mandé el de historia del Virreinato y
uno de lectura. Les comenté que pensaba escribir un
libro sobre mi viaje a los Estados Unidos, lamentable-
mente no lo he hecho.804
DE NUEVO EN EL PAÍS

Después de casi diez años regresamos a principios de


año (1921) a Colima. Por fortuna el ambiente, las per-
sonas y la situación en general habían cambiado de
modo radical y tuve el gusto de ser recibido con mucho
cariño por casi todo Colima. En esa ocasión me invita-
ron al Colegio Cuauhtémoc. Ese día me tomé la consa-
bida foto en medio de la muchachada que me recibió

438
con mucho afecto. Las jovencitas se lucieron ese día
con un festejo para nosotros, donde hubo cantos, bailes
y declamaciones, que terminaron con una sabrosa me-
rienda con tuba y enchiladas al estilo colimote. Entre
las alumnas estaban: Esperanza Orozco López, Lupita
Padilla, Carmen Ramos, Eulalia Díaz y Adelina Álva-
rez. ¡Ah! como disfrutamos los sainetes a cargo de las
profesoras y no olvido aquella cancioncita tan pegajo-
sa, que nos entonaron:

Pompas ricas, de colores, /de matices seductores,


/ del amor las pompas son, / pues deslumbra cuando
nace / al tocarlas se deshace / nuestra frágil ilusión.805

Gregorio Torres Quintero durante su visita al Colegio Cuauhtémoc


en la ciudad de Colima.

El 25 de mayo de 1921 recibí de regalo de cum-


pleaños el nombramiento de profesor en la Campaña
contra el Analfabetismo (comisionado en la formación
de la escuela para el indio) del Departamento Universi-
tario y Bellas Artes (todavía no se constituía la SEP)
por acuerdo del C. Presidente de los Estados Unidos
Mexicanos, el general Álvaro Obregón y por don José

439
Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional, quien
me tomó la protesta.

Tuve la suerte de que me pagaran el año comple-


to, con lo que me repuse de muchos gastos que había
hecho durante el viaje a los Estados Unidos y se me fijó
un sueldo de diez pesos diarios.806

Ese año estuve muy activo, con varias comisiones


y salidas. La Universidad por ejemplo, me pidió que
realizara un proyecto para la organización de las escue-
las de indios. En septiembre fui delegado ante el Con-
greso Nacional de Geografía,807 y en julio y agosto
realicé una exhaustiva inspección a las escuelas muni-
cipales de la capital, con el objeto de presentar un estu-
dio sobre el sistema municipal de educación, escribien-
do un largo informe sobre lo que encontré y que de
forma sucinta, a continuación, comento los aspectos
que más me impresionaron.

Visita a las escuelas municipales de la


Ciudad de México808

Así que seguí visitando escuelas pero esta vez en mi


país y en la ciudad de México.

Para ese estudio escogí escuelas de todos los ba-


rrios y en distintas condiciones, para poder enterarme de
la situación general. En total visité veinticuatro escuelas,
doce de niños y doce de niñas y dos kindergartens.809

Lo que encontré fue crítico y decepcionante, pa-


recía que la historia de la pedagogía nacional depen-
diendo de los municipios iba en retroceso, ¡“una ciudad
debe   encargarse   de   la   educación   de   sus   habitantes”  
desde el kindergarten hasta la universidad!”810 Después
440
de visitar las escuelas norteamericanas fue un terrible
desencanto ver la realidad de las nuestras, si bien te-
níamos ya más de diez años de Revolución, en educa-
ción no se había avanzado mucho. Fue una experiencia
muy desconsoladora.

Lo que pude observar de manera global fue muy


triste. Sólo vi escuelas en muy malas condiciones, sin
mesa-bancos, ni vidrios; obscuras, húmedas y caluro-
sas o frías dependiendo del clima, sin escusados ni
letrinas suficientes, puertas cubiertas sólo por una
simple tela colgada y sin espacios para la recreación
del alumnado. Grupos hacinados en espacios reduci-
dos, sentados en el suelo o donde podían. Asimismo,
maestros careciendo de un escritorio o mesa y sin es-
tantes para poner sus utensilios (la maestra los tenía
en un basurero de alambre).

En la escuela No. 55 de la calle Cinco de Febrero


No. 50, por ejemplo, el salón correspondiente a segun-
do año estaba donde antes era la cocina de la casa y los
niños se sentaban sobre el pretil o brasero.811 Con el
afán de tener más grupos los espacios eran sobre utili-
zados y quedan abarrotados, pues a las autoridades mu-
nicipales lo que les importaba era que se viera que ha-
bía muchas clases y con muchos alumnos. También en
el caso de las escuelas de niñas todo aparece muy dete-
riorado, aún las escuelas construidas al final del perio-
do de don Porfirio Díaz estaban abandonadas, situación
que se percibe hasta en los relojes pues la mayoría no
funcionan, como la escuela No. 44 de niñas en la calle
de Luis Moya número 99, que tenía 15 relojes y todos
estaban descompuestos.812

Las escuelas que visité tienen en total 246 maes-


tros que atienden a 11,121 alumnos/as, de los cuales
441
1,852 no tienen asiento, pues hay 719 mesa bancos ro-
tos, encontré 1,082 vidrios faltantes y 57 relojes des-
compuestos.

En proporción existía un director y nueve ayu-


dantes por escuela, a cada ayudante le correspon-
dían 51.5 alumnos en promedio, “teniendo   en   cuenta  
lo inadecuado   de   los   salones   de   clase,”813 se resume
que hay más alumnos de los que se podían atender
adecuadamente.

Respecto a la preparación de los maestros y no


queriendo causarles la pena de ser interrogados direc-
tamente, fui discreto en mis averiguaciones. Hice una
lista de los libros que me dijeron que habían leído y
encontré una buena enumeración de obras clásicas de
educación y pedagogía, así como de métodos de ense-
ñanza y nuevas posturas pedagógicas. Lamentablemen-
te cuando indagué cuántos habían leído en el último
año, me enfrenté a la triste realidad de que la mayoría,
debido a los problemas causados por la Revolución y a
“que   el   magisterio   no   ha   tenido dinero sobrante para
comprar libros ni tranquilidad para dedicarse al perfec-
cionamiento   de   su   profesión”, no los habían leído. En
cambio me percaté que sí leían novelas, lo que me en-
tristeció, pues un buen maestro, aunque carezca de di-
nero, busca las condiciones para allegarse de materiales
“un   hombre estudioso siempre tiene tiempo de leer aún
en   medio   de   las   interferencias   de   la   paz”.   Además   mu-
chos de los libros que me mencionaron haber leído se
equivocaron tanto en títulos y autores, que me hicieron
dudar de la veracidad de sus respuestas.814

Otra forma de darme cuenta de su formación do-


cente fue encontrar que de los 246 maestros, 67 care-
cían de título, 43 sí lo tenían pero no eran normalistas.
442
Sólo   136   sí   lo   eran.   “En   este   concepto   puede   decirse  
que las escuelas municipales no se encuentran a menor
altura que en tiempos pasados, anteriores a la revolu-
ción”.   Es   más   yo   encuentro   que   la   lucha   ha   provocado  
en los maestros una especie de “depresión   del   entu-
siasmo   profesional”. Mucho por culpa de la política
generada, ya que los mejores puestos empezaron a
otorgarse a aquellos más expertos en moverse política-
mente que en los mejor preparados, provocando una
lasitud general que invadió a los maestros, la causa re-
volucionaria   estaba   muy   alta   pero   la   de   la   escuela   “no  
levantaba   un   palmo”.   “Rutina   y   lasitud:   he aquí el
campo de la actividad escolar a pesar de los títulos o no
títulos   de   los   maestros   metropolitanos.”   Eso   fue   lo   que  
encontré.815

Durante sus clases y en los diarios de los profeso-


res me encontré otras deficiencias, problemas fuertes
de ortografía y de ignorancia. Por ejemplo, en una cla-
se; la maestra que estaba dando la clase de fisiología
les dijo a los alumnos que la sangre se nutre de sal y los
huesos de cal, por eso ellos debían comer sal y cal.
Otro maestro durante la lección del uso de la coma, les
dijo   que   ésta   se   ponía   “hasta   donde   se   aguanta   el   resue-
llo. ¡Y puso a los muchachos a leer el párrafo para ver
hasta dónde llegaban de una resollada!”,   en   el   uso   de   la  
coma una de las maestras puso una dentro del texto en
el pizarrón y un alumno le preguntó por qué y ella con-
testo muy ufana: “Algunas   veces la coma se pone por
elegancia”.816

Estos gazapos fueron cazados a la carrera; y me


imagino que los señores inspectores podrían coger mu-
chos si hicieran sus visitas atentas y detenidas. Son en-
señanzas erróneas de suma gravedad, que revelan gran
falta de preparación de algunos maestros. Los directo-

443
res de las escuelas y los inspectores podrían encontrar
bastantes de estos errores leyendo los Diarios Pedagó-
gicos y escuchando las clases de sus Ayudantes. 817

En términos generales informé que los maestros


no mostraban señales de progreso en materia de meto-
dología pedagógica, estaban abandonados a sus propias
fuerzas   y   hacían   lo   que   podían.   “Para   progresar   necesi-
tan estímulos. La exigencia es también un estímulo.”   818

Encontré problemas en los diarios de clase, mal


llevados y mal aprovechados por los inspectores, que
podrían fácilmente detectar muchas deficiencias y po-
der remediarlas; en la definición de los programas, tan-
tos se han hecho que ya no saben cuál es el adecuado, y
los maestros enseñan cada día lo que se les va ocu-
rriendo. Los métodos de enseñanza son básicamente
orales, el maestro es un ente activo y el alumno es pa-
sivo, nada se había hecho por mejorar la actividad de
los   estudiantes.   “Todo   es   viejo”. “La   escuela necesita
una revisión de todas sus prácticas metodológicas para
reanimarla y encauzarla por un camino más racional,
según   el   grito   de  los   tiempos.”819

Respecto a los kindergartens que visité mi mayor


preocupación fue darme cuenta que se toman lecciones
como en la primaria, cuando el juego debía ser la parte
fundamental de la enseñanza en este periodo de vida de
los infantes.

Recordé   que   “El   espíritu   fundamental   de   Froebel  


es la libertad del niño; y si hemos de seguir las huellas
del gran fundador, el niño del kindergarten debe ser tan
libre   en   México”820 como en cualquier otro lugar. La-
mentablemente hay todavía tan pocos planteles y sus

444
maestras no son especializadas, cuando es indispensable
este nivel en la formación de todos los niños y niñas.

En el informe pude hacer otro tipo de señala-


mientos de gran importancia, sobre el retraso de los
niños, la escasa población que lograba llegar al sexto
grado (6%), las causas de vagancia y la existencia de
retraso mental. Me percaté que el atraso escolar más
grave se daba en el primer año, hice varios cuadros so-
bre las edades, la cantidad de niños repetidores de año.
Encontré también que hay niños que hasta cinco veces
han repetido un año; la frecuencia de repeticiones de
año es altísima.821 Esta problemática la publiqué un año
después en la revista Educación con   el   título   “Los  
alumnos retrasados: algunas observaciones en las es-
cuelas   municipales”.822

Aproveché el informe para hacer una serie de se-


ñalamientos sobre ausencias en los programas, como la
falta de enseñanza en arte, en música y en trabajos ma-
nuales, respecto a la disciplina tradicional que mantiene
a los alumnos en la pasividad e inmovilidad impuesta
por el maestro dictador. Un dato que encontré muy
grave fue que habiendo noventa y siete escuelas menos
que en 1910, se atendían 4, 301 más alumnos. Lo que
ha provocado la consiguiente aglomeración en los edi-
ficios escolares y aun así no se logró atender a todos,
había una gran cantidad de niños fuera de la escuela
necesitándose doscientas escuelas más para poder aten-
der correctamente a la población en edad escolar. Re-
sultó muy desalentador mi informe, porque ese esfuer-
zo económico y de toda clase de recursos era imposible
de afrontar en esos momentos. Situación que se agra-
vaba desde que se decretó constitucionalmente la exis-
tencia   del   “Municipio   Libre”.823

445
Me dolía enormemente ver el atraso y la falta de
progreso en el ramo educativo, sobre todo después de
haber conocido el sistema de los Estados Unidos, don-
de también había problemas, pero sin duda estaban ha-
ciendo grandes avances, como en la escuela secundaria
llamada high school”;;   en   México   carecemos   casi   total-
mente de este tipo de escuelas, el esfuerzo se ha hecho
solamente en la escuela primaria. No tenemos escuelas
de artes, domésticas, universidades, una sola preparato-
ria   y   lo   que   es   más   triste   “ni   siquiera   un   sistema com-
pleto   y   eficiente   de   educación   primaria.”824 Recuerdo
como en Cincinnati que tiene una población aproxima-
da de 400 mil habitantes, el sistema de educación es
gratuito y va desde el kindergarten hasta la universi-
dad, y también allí es municipal. Cuando la visité te-
nían 55 kindergartens, 57 primarias de ocho años cada
una, escuelas especiales, industriales, vocacionales, seis
secundarias o high schools,   una   normal   y   una   “magní-­
fica universidad”.825

Después de estampar mis críticas me di a la tarea


de intentar encontrar algunas soluciones o propuestas,
mi gran duda era ¿por qué la ciudad no contaba con los
fondos necesarios para afrontar esta tarea, cuando es la
primera ciudad del país? La razón era que no recibía las
rentas que le correspondían, pues una entidad llamada
“Gobierno   del   Distrito”   le   “chupa   la   sangre   a   la   ciudad  
de  México”

La educación no es cuestión local sino nacional.


Hacen falta estudios presupuestales y organismos que
los distribuyan de forma eficiente, en general el dinero
que correspondería a educación y que se utiliza indebi-
damente para otros ramos. Aunque los impuestos con-
templen a la educación como uno de sus propósitos,
estos no son cumplidos. Muchos problemas se solucio-
446
narían si hubiera organismos con personal debidamente
preparado (educadores de oficio) que se encargaran del
ramo educativo en los grandes municipios, como en la
ciudad de México. Me servía de ejemplo lo que yo ha-
bía visto en los Estados Unidos, comparaba su situa-
ción y sus circunstancias con las nuestras y había as-
pectos en que deberíamos seguir su ejemplo. Con una
junta de educación autónoma se lograría alejar a la po-
lítica del servicio educativo. El nombramiento no debe
hacerse por elección para no politizar el asunto, ya que
donde hay esto siempre se generan compromisos y el
elegido buscará entonces adeptos y no los más aptos
para la función pública.

Hacían falta, por ende, un servicio médico, talle-


res para las enseñanzas industriales o bien manuales,
cocinas para las escuelas de mujeres y campos de juego
donde puedan los chicos ejercitarse en los deportes.

A su vez debería sustituirse el sistema anual por


uno semestral. Si esto se llevara a cabo no habría tanto
repetidor pues el alumno sólo repetiría la parte del pro-
grama (semestre, cuatrimestre) donde estuvo mal.

Me lamentaba que la Ley del Municipio Libre


hubiera sido malinterpretada y que los ayuntamientos
se hubieran atribuido la dirección, la administración y
el sostenimiento de las escuelas, considerando como
una de sus funciones naturales la de educar al pueblo
con fondos municipales. La libertad municipal equivo-
cadamente implicaba que los municipios eran libres
para administrar sus fondos, sin autoridad intermedia
entre ellos y el gobierno de los estados. El Artículo 124
de la Constitución señala: "[...] las facultades que no
están expresamente concedidas por la Constitución a
los funcionarios federales, se entienden reservadas a los
447
estados, por lo tanto, es lógico deducir que la facultad
de dirigir [y] atender la educación pública en los esta-
dos corresponde a éstos".826

El remedio estaba en concederles más dinero y


tener una experta dirección.

SE CREA LA SECRETARÍA DE
EDUCACIÓN PÚBLICA

El informe causó revuelo, sobre todo cuando estaba en


puerta el decreto del establecimiento de la Secretaría de
Educación Pública, creada el 3 de octubre de 1921 a
cargo de José Vasconcelos. De inmediato envié felici-
tación a don José a quien me unía ya una vieja amistad
desde que estuvimos juntos en el Consejo Superior de
Educación Pública.

Estaba muy contento con la reforma constitucio-


nal que creó esta secretaría, sobre todo, después de la
triste supervisión que hice de las escuelas municipales
de la ciudad de México. Fundada la Secretaría de Edu-
cación Pública con el señor licenciado José Vasconce-
los   al   frente,   se   limitaría   “la   nociva   influencia   de   caci-
ques  jefes   políticos   de  la  educación”.827

Don José Vasconcelos de inmediato me invitó a


colaborar en la nueva secretaría, nombrándome a fina-
les de 1921, consejero técnico de Educación Primaria y
Normal del Departamento Escolar,828 con un sueldo de
quince pesos diarios lo que me supuso un buen aumen-
to respecto al anterior. El puesto lo ocupé hasta el pri-
mero de marzo de 1923 cuando recibí mi jubilación. 829

Durante ésta mi última estancia en el sector pú-


blico recibí varias cartas del buen amigo de Yucatán,
448
don Rodolfo Menéndez, quien me comentaba sobre la
situación de las escuelas en aquel estado.

Aquí está muy enredada la cuestión de las es-


cuelas oficiales. El Consejo de Educación, [cuyo] Pre-
sidente [es] don José de la Luz Mena, está racionali-
zando dichas escuelas. Ahora parece que le llega su
hora a la Normal Mixta.¿Se acuerda usted de sus acer-
tadísimas labores y de la oposición que le hicieron
ciertos elementos, ahora triunfantes? Ya se constituyó
la Universidad del Sureste; su rector es el Dr. Eduardo
Urzáis...830

Le mandaba saludos a Vasconcelos y a su secre-


tario Jaime Torres Bodet. Don Rodolfo ya se encontra-
ba muy enfermo, llegaba a los sesenta y dos años de
edad, y por ello me pedía lo ayudara con el trámite de
su pensión que estaba trabado, situación que logramos
se arreglara pronto. Quedó tan agradecido conmigo que
en una tercera carta me ensalzaba como el gran educa-
dor de México, y me pedía que regresara a Yucatán.
Qué lejos estaba yo de poder aceptar una situación así
pero me dio mucho gusto ayudar a un maestro de tanta
honra y estimación.831

A un año de fundada la Secretaría de Educación


Pública y con el nombramiento de consejero técnico de
Educación Primaria y Normal, fui en noviembre de
1922 comisionado a la península de Baja California
para tomar los datos correspondientes y recibir, cuando
fuera el caso, las escuelas de los distritos sur y norte del
territorio que pasarían a depender de la secretaría. Se
me concedieron quinientos pesos de viáticos que se me
dieron en Mexicali y regresé hasta diciembre a pasar
las navidades con la familia.832

449
Don José Vasconcelos desde que se ocupó de la
educación en el Departamento Universitario y de Bellas
Artes, antes de que se creara la Secretaría de Educación
Pública, inició una activa campaña de alfabetización.
Entonces yo participé en la comisión de la formación
de la escuela para el indio.

Ya establecida la Secretaría, sumó a esta labor el


proyecto de constitución de las Misiones Culturales.
Por esta razón me pareció conveniente aportar mi gra-
nito de arena y me puse a estudiar esta problemática.

Me acordé de las escuelas ambulantes de Queens-


land en Australia, donde los ambulantes son los maes-
tros y no las escuelas, en estos casos los maestros
transportan una carpa y sus utensilios de un lugar a otro
cuando hay temporales o llega el invierno no funcio-
nan. En Maine, Estados Unidos, también las vi pero
allá las llaman escuelas rurales. Para éstas se prepara a
los mejores maestros en cursos especiales, quienes van
dando clases modelo, hay otros maestros semi ambu-
lantes   a   los   que   se   les   llama   “helping   teachers”;;   tam-
bién son ambulantes los maestros especiales como los
de música o economía doméstica.

Asimismo   hay   “agentes   agrícolas”   que   visitan   es-


cuelas y hogares, dando cursos y organizando a los ni-
ños en clubes o bien hacen ferias y exposiciones, hay
un líder en estos grupos. Había dos tipos de maestros
ambulantes: el unitario que tenía a su cargo la dirección
de la escuela o bien los periódicos, quienes eran espe-
cialistas y por ello sólo participaban un corto periodo
de tiempo.833

450
JUBILACIÓN

Desde mi último viaje a Estados Unidos y luego del


que hice a finales del año de 1922 a Baja California
empezaba a sentirme ya muy cansado; ya no aguantaba
tanta friega de travesías y movimiento, entonces empe-
cé a pensar seriamente en solicitar mi jubilación. Ello
no significaría dejar de escribir y participar en algunos
asuntos donde aún pudiera ser útil.

Me di entonces a la tarea de conjuntar papeles pa-


ra preparar mi hoja de servicios y poder solicitar la ju-
bilación. Me encontré que cuando me fui a Yucatán,
con las prisas de la partida, no pedí copia del acuerdo
donde   se   indicaba   que   me   iba   en   “comisión   o   continua-
ción de servicios federales”.   Afortunadamente no tuve
problemas en solicitar una copia certificada que me
enviaron en junio de 1922.834

Todavía en enero de 1923, Vasconcelos me rati-


ficó el nombramiento como consultor técnico de Edu-
cación Primaria y Normal de la Secretaría de Educa-
ción, al que renuncié a partir del primero de marzo de
1923.835
La revista Educación que dirigía el maestro Lau-
ro Aguirre publicó un sentido artículo sobre mi perso-
na, del cual lo que más me gustó fue la siguiente frase:
“Lleno   de   salud   va   con   la   sonrisa   en   los labios, la que
nunca le abandona. Camina de prisa como siempre. Fue
un   actor  de  la   nueva   educación   de  primera   fila”.  
Después hacía un breve recuento de las principa-
les actividades y publicaciones que había realizado.836
“Gracias   por  tan   bella   despedida”.

451
PUBLICACIONES
Todavía ese año logré publicar el libro México hacia el
fin del virreinato español. Antecedentes sociológicos
del pueblo mexicano. Tenía ya varios años que quería
sacar esta obra, que finalmente pude ver publicada por
la librería de la viuda Ch. Bouret, donde ya tantos li-
bros me habían editado. Hice mi mejor esfuerzo como
historiador consultando distintas fuentes. Desde las
ediciones de mis libros sobre Historia patria procuraba
mantenerme al tanto de lo que se escribía.

Para éste, en especial utilicé la obra de Abad y


Queipo, la que confronté con el reciente libro (1918) de
Toribio Esquivel Obregón Influencia de España y Es-
tados Unidos sobre México sobre todo en los primeros
capítulos. También recurrí a otros autores, por ejemplo
de Luis González Obregón me sirvió la descripción de
los uniformes que usaba el ejército de la Nueva España,
la cual hace en su libro México viejo. Esta misma, por
cierto, fue tomada de Lucas Alamán del libro Guía de
forasteros de México para el año de 1818. De Lorenzo
de Zavala obtuve información de su libro Ensayo histó-
rico de las revoluciones de México. De don Porfirio
Parra uno de los más connotados positivitas de mi épo-
ca, revisé su folleto La Reforma en México. Revisé
también lo escrito por don Francisco Bulnes —
contemporáneo mío— y, por supuesto, lo publicado por
don Vicente Riva Palacio.

Para el capítulo sobre Instrucción Pública me


apoyé en la obra de Joaquín García Icazbalceta, La ins-
trucción pública en la ciudad de México durante el
siglo XVI; en Genaro García de su obra Leona Vicario.
Entre los documentos consulté los Anales del Museo
Nacional de México. Y cuando trabajé el capítulo sobre
452
las castas visité el Museo Nacional donde me fueron
muy útiles las tablas de castas que ahí se exhiben. Ahí
fue donde recordé aquella anécdota que nos contó el
maestro   Altamirano   sobre   cómo   se   les   llamaba   “gente  
de  razón”   a  los   blancos:

…todavía   hoy   es   costumbre   en   los   pueblos   de  


indios distinguir a los blancos con el estribillo de
“gentes   de   razón”.   Es   memorable   el   hecho de aquel
maestro de Tixtla que por adulación al nuevo alcalde
indio, declaró de razón a un hijo de éste, cambiándolo
del grupo de indios al grupo de indios blancos, quie-
nes, al verlo entre ellos, le decían: Vete; tú no eres de
razón. Aquel indio de razón se llamó más tarde Igna-
cio Manuel Altamirano.837

En la conclusión del libro mencioné la teoría so-


cialista   llamada   de   “la   interpretación materialista de la
historia”   y   en   el   párrafo   siguiente   hice   una   explicación  
sobre la teoría de Marx y sus modos de producción,
también me ocupé de Engels, pero sólo como continua-
dor de Marx.

Pensaba seguir publicando sobre el desarrollo


histórico del país con una obra acerca de la Indepen-
dencia. Aunque hasta la fecha no lo he logrado.

El libro le gustó al que fuera mi alumno de histo-


ria en la Normal y hoy gran amigo el hondureño Helio-
doro Valle.838

En 1921 tuve la oportunidad de volver a ver im-


preso otro libro sobre la enseñanza de la lectura y la
escritura, esta vez lo intitulé Método ecléctico para
enseñar sucesivamente a leer y escribir en el primer
año elemental.839 Intenté en esta ocasión utilizar el

453
eclecticismo que es una doctrina de conciliación, es
decir pude escoger las mejores ideas, aunque éstas pro-
vinieran de diversos sistemas. Finalmente en esta co-
rriente uno las adopta de acuerdo a los intereses de su
enseñanza, creando una nueva combinación. Éste fue el
primer método donde quise enseñar de forma sucesiva
y no simultánea; la lectura primero y en el segundo
cuatrimestre la escritura. Años más tarde me di cuenta
que el término ecléctico no resultaba claro, y lo suprimí
en la tercera edición de 1929.840

454
CAPÍTULO UNDÉCIMO
EL FINAL SE ACERCA, 1923-1933

Y bien, oh gran ciudadano:


es tiempo ya de retiraros!
Con vuestra naturaleza sutil habéis penetrado,
invisible e impalpable, en esta estancia
y habéis ocupado entre nosotros el
lugar de vuestras preferencias y de
vuestros amores.
Gregorio Torres Quintero 841

No sabía lo que era estar desocupado; parecía un cam-


bio rotundo en mi vida porque por primera vez iba a
tener tiempo libre para mí y para la familia. Pensé que
sin presiones de tiempo iba a poder escribir, pensar y
reflexionar sobre tantas cosas. La realidad fue otra pues
creo que los que estamos acostumbrados a un ritmo
fuerte de trabajo difícilmente nos podemos quedar
quietos. De cualquier forma sentía el goce de la libertad
y para disfrutarla más ese año compré una pianola mar-
ca Story Clark, vertical con su banca y veinte rollos.
Era para disfrutarla toda la familia; a Matilde la gustaba
tanto la música y este aparato es una maravilla. La
compré al contado como a mí me gustaba hacerlo, y
nada barata ya que pagué mil cuatrocientos siete pesos
en ese mismo momento.842

En adelante mi vida fue dar conferencias, escri-


bir, participar en agrupaciones y sociedades, fundar y
presidir algunas de éstas y pasear; en esos años, reali-
zamos un largo viaje por varios países de Europa, Áfri-
ca y Asia, del cual les platicaré más adelante. También
tuve que dar algunos discursos, varios de ellos para
honrar a los amigos que comencé a despedir en los pan-

455
teones. ¿Qué remedio? La vida es así, tiene un término,
y nosotros los viejos estábamos llegando a él.

Entre las charlas que impartí ya jubilado, una fue


para los maestros de Nuevo León y Tamaulipas durante
los cursos de verano en la ciudad de México, sobre
educación y organización escolar en julio de 1924. 843

El 3 de abril de 1925 impartí otra conferencia


—para mí más importante— referente al tema de las
Escuelas Rurales que siempre había sido una de mis
preocupaciones. Recibí la invitación del secretario de
Educación para darla durante el Congreso de Directores
Federales de Educación, para quienes se habían organi-
zado una serie de conferencias en el salón de inspecto-
res del Departamento de Enseñanza Primaria y Normal.
La invitación   decía:   “atentas   las   circunstancias   de   ilus-
tración, competencia y demás, que en usted concu-
rren”.844 Aunque creo que se debía más bien a mi expe-
riencia por haber estado al frente de la jefatura de Ins-
trucción Rudimentaria.

De nuevo puse mi pluma y pensamiento en este


viejo afán sobre la problemática de las ahora llamadas
Escuelas Rurales. Era tan amplio el tema, que bien se
podía escribir un libro, pero tenía que sintetizar, y me
ubiqué en los principales aspectos.

Habían pasado más de diez años desde la ley de


educación rudimentaria; entonces ya no se hablaba de
educación rudimentaria sino de educación rural. En
esta conferencia insistí en que no repitiéramos los con-
ceptos o términos inexactos que habíamos utilizado en
el pasado, tales como: escuelas de primera, segunda o
tercera clase, escuelas mixtas, escuelas de indios o es-

456
cuelas rudimentarias. Por supuesto, había que diferen-
ciar claramente entre escuelas urbanas y rurales. 845
En esta ocasión enfaticé la nueva problemática
del país ante el abandono de las actividades agrícolas y,
con ello, el incremento de la emigración desde las zo-
nas rurales hacia las ciudades lo cual era el fenómeno
detonador del aumento de los habitantes pobres en la
ciudad. No obstante todavía las tres cuartas partes de la
población mexicana habitaban en el campo; muchos de
ellos consistían en familias primitivas de indios aleja-
dos en las montañas, familias que necesitaban relacio-
narse unas con otras y requerían una educación que
correspondiera a sus intereses vitales para que no se
continuara el abandono del campo.846
Este aislamiento social y la inexistencia de pro-
yectos para las actividades agropecuarias estaban em-
pobreciendo el campo. Las ciudades crecían de tal ma-
nera que entre los rancheros se estaba generando un
espíritu individualista que se contraponía con la necesa-
ria integración nacional.847 En mi exposición insistí en
la necesidad de rescatar a las comunidades rurales no
sólo desde el aspecto económico. Debería considerarse
una emergencia social, moral, cívica y política, impos-
tergable.848 En esa ocasión referí algunas experiencias
que había observado en los Estados Unidos, donde se
probaba que era viable llevar a cabo un proyecto de
educación rural eficiente.
Inicié la charla por el concepto de escuela rural
desentrañando desde su origen latino para definir qué
son las escuelas del campo y de modo particular las
escuelas de los campesinos que viven principalmente
de la agricultura. Quise hacer este señalamiento porque
en el sistema había confusión entre escuelas de hacien-
das, pueblos y rancherías. O bien, se seguían denomi-
457
nando algunas veces como escuelas de primera, de se-
gunda, mixtas, rudimentarias o de indios. Toda esta
confusión llegaba a establecer que sólo las escuelas
superiores   eran   urbanas,   “creyendo   que   sólo   pueden   ser
rurales las escuelitas de pobres de dos o tres años esco-
lares”.849 Todo ello ha traído una serie de inexactitudes,
por ejemplo: las escuelas de Xochimilco que debieran
denominarse rurales se clasifican como urbanas porque
tienen seis años escolares y las de Tlaxcala que apenas
tienen un pobre desarrollo se ubican como urbanas. 850

El gran problema que teníamos enfrente siempre


era la enorme población rural del país, setenta y cinco
por ciento era más bien agrícola aunque insuficiente-
mente productiva. Si la escuela rural estuviera mejor
organizada, tendríamos mejores resultados en el cam-
po. Estas escuelas debieran por lo tanto tener todos los
grados desde el kindergarten hasta la universidad. En los
Estados Unidos así es; en cada estado también hay una
Escuela de Agricultura que, en general, recibe el nombre
de   “Universidad”.   “[…]   hemos   sacrificado al niño rural
en aras del interés urbano no dándole la educación que
necesita”.   851

Había que preparar adecuadamente al maestro ru-


ral para que cumpla con esta tarea y no sólo lo que está
dentro de las paredes de su escuela. Necesita tener
comprensión por la vida rural y sus necesidades, amar
el campo y mirar por su comunidad como un solidario
vecino.

“Se   ha   juzgado   erróneamente   que   para   maestro  


rural basta cualquiera que sepa algo o que hubiere más
o menos dominado las materias de la escuela primaria
elemental   urbana.”   Sin   embargo,   su   responsabilidad   es  
mayor que la del maestro urbano. Por eso, la escuela
458
rural no ha podido responder a las necesidades reales de
su entorno,   “[…]   por   falta   de   un   conocimiento   mejor   de  
los fenómenos sociológicos y económicos de los agre-
gados  rurales   a  donde  van   a  ejercer  su  magisterio”. 852

Pero, ¿qué debe saber un maestro rural? Es la


pregunta que nace en esta reflexión.

En primer lugar debe dominar varios campos,


esencialmente está obligado a conocer los problemas
económicos y sociológicos de la vida rural donde se
desempeñará, tener una comprensión total de la organi-
zación escolar moderna para que modifique los vicios
de la tradicional institución mexicana, y establecer un
adecuado programa de materias útiles para el desarrollo
de la vida rural. El programa de educación rural debe
contener todo lo que necesita cada lugar, en cuanto a
salud, deberes y derechos cívicos y sociales, así como
conocimientos prácticos que les permitan mejorar la
explotación de su medio, o sea las industrias agrícolas.

Leer, escribir y contar habían sido sus tareas fun-


damentales y han sido completamente inútiles para el
desarrollo de la población rural. Existe en el país tal
diversidad en el desarrollo agrícola que hay campesinos
que aún utilizan la coa, en otros lugares la yunta de
bueyes, o el arado egipcio; o bien, el arado de acero
tirado por mulas y claro, también hay regiones privile-
giadas donde ya usan el tractor. El maestro rural deberá
adecuarse en cada caso a las condiciones específicas
donde trabaje.

Mencioné la necesidad de crear asociaciones de


padres de familia, de campesinos, de maestros, de
alumnos y hasta de clubes industriales; de ahí proven-
drían multitud de acciones en colectividad que darían
459
frutos en mejoras generales dentro de sus comunidades.
De esta forma se enseñará a los alumnos por la vida y
no por el texto, además ellos podrían tomar parte en el
gobierno de sus escuelas por medio de comisiones y
así, participarían en todos los asuntos, tanto de su aldea
como en la misma escuela.

Hice énfasis en la necesidad de enseñar trabajos


manuales, en actividades propias de su vida rural, habi-
lidades y destrezas que podrían desarrollar en sus en-
tornos y, finalmente, les recordé la urgente necesidad
de crear buenas bibliotecas infantiles y públicas:   “el  
hábito de la lectura debe venir de la escuela. El libro de
texto único para todo el año es, en verdad, de funestas
consecuencias. Media página leída diariamente y luego
repetida varias veces en calidad de ejercicio sólo pro-
duce   la   “aversión”   a   la   lectura.   Es   la   escuela,   pues   la  
que  no  enseña   a  leer.”853

Más adelante di una serie de conferencias sobre


la   “escuela   de   la   acción”   (en   otros   sitios   la   llaman   Es-
cuela Activa). La Secretaría de Educación Pública pu-
blicó el texto en uno de sus boletines. Esa nueva in-
fluencia pedagógica estaba llegando al país y era prác-
ticamente desconocida, así como el Método de Proyec-
tos, parte substancial de la Escuela Activa que estaba
teniendo mucho éxito en otros países.

Da lástima que nosotros, los mexicanos, llenos de


vanidad pensábamos que habíamos hecho grandes pro-
gresos en educación pública. La realidad es que se-
guíamos con teorías pedagógicas viejas como la peda-
gogía clásica, lo que se nos había enseñado hacia trein-
ta años. Sentía la responsabilidad profesional de reco-
nocer de forma honrada y sincera que estábamos atra-
sados en materia pedagógica.854
460
Mi primer planteamiento fue sobre la disciplina,
ya que en ella se encontraba la explicación de las dos
formas de enseñar —la activa o dinámica y la pasiva o
tradicional—. En esta última es sólo el maestro el que
habla y envía información a sus alumnos como si fue-
ran costales recibiendo granos aunque éstos no fueran
asimilados.
Una de las problemáticas más discutible era la
disciplina de la libertad, que era mal interpretada. No
significaba que los escolares hicieran los que se les an-
tojara. La disciplina basada en la libertad es aquella que
se convierte en sinónimo de actividad.
En esa línea inmortal, en esa ecuación ingenio-
sa, está toda la clave de este problema. “Si la discipli-
na se funda sobre la libertad, agrega la Doctora Mon-
tessori, decimos que la disciplina debe ser necesaria-
mente activa” Y todavía más: “La libertad del niño
debe tener como límite el interés colectivo.”855

Mis experiencias en las escuelas estadounidenses


me permitían apreciar diferencias, virtudes y defectos.
Mencioné el self-government en las organizaciones es-
tudiantiles, que les ayudaba a formar un sentido comu-
nitario. El sistema de educación activa donde el alumno
es el elemento dinámico y el maestro sólo un guía,856
como en la escuela rural de Oak Ridge, Tennessee,
donde:   “Cada   niño   trabaja,   lee,   escribe,   estudia,   inves-
tiga, experimenta según lo necesita.”   857

Todo ello según el principio educativo de lear-


ning by doing o,   como   tal   en   español,   “aprender   ha-­
ciendo”.   Producto   de   esta   nueva   pedagogía   son   las   es-­
cuelas vocacionales y las de artes y oficios, que ya ex-
pliqué en qué consisten en el anterior capítulo.

461
Parte esencial de esta nueva escuela es el Método
de Proyectos. ¿Pero en qué consiste este método? Em-
pecé   por   definirlo.   “Proyecto,   en   educación,   es   una   ac-
ción sencilla o múltiple, motivada por un problema de
la vida real o que se le asemeja, y desarrollada en su
propia situación natural hasta la completa solución del
problema”.   Si   nos   fijamos,   la   palabra   acción   es   la   cla-
ve; si la quitamos, desaparece el proyecto, de esta ma-
nera el proyecto es acción.858
De esta forma la escuela entra en contacto con la
comunidad, el hogar, la industria para que todos coope-
ren por la mejor educación destinada a los jóvenes; de
ahí, proviene el sentido del sistema cooperativo. Re-
cordé que en Nueva York, en una escuela comercial,
los alumnos permanecían una semana en la escuela
mientras otros —alternándose— iban a colaborar en los
despachos comerciales.859
En la definición de proyecto la acción puede ser
sencilla o múltiple, es decir, simple o compuesta. Ello
depende del tipo de proyecto el que puede ser realizado
mediante una sola acción o varias organizadas; y así los
proyectos se derivan de los problemas que pueden ser
simples o complejos.860
Con tristeza miraba como la escuela se había ais-
lado de la vida real, convirtiéndose su enseñanza en
algo artificial y abstracto. No se enseñaba por la vida y
para la vida.861 Este método permitiría el razonamiento
y no sólo la adquisición de información.862
El papel del maestro tenía que ser sólo de con-
ductor y guía de la enseñanza:
Aquí, como en el caso de la selección de pro-
yectos, el maestro debe, por todos los medios, permitir
a los alumnos bastante libertad para observar, elegir,
462
arreglar y comprobar medios con referencia al proyec-
to en cuestión. Su intervención debe actuar sólo cuan-
do los alumnos hayan agotado todos sus posibles re-
cursos. Por tanto, planear, ejecutar y criticar deben ve-
nir de los alumnos y no de un bello expediente ideado
por el maestro.863

MIS PUBLICACIONES DE ESOS AÑOS


Escribir sobre historia de México seguía siendo una de
mis principales fuentes de inspiración. En 1925 edité el
Libro de cuentos y leyendas aztecas; ese año, Matilde,
la hija adoptada, ya era toda una mujer y le dediqué el
primero que tuve en las manos.864
La leyenda de Quetzalcóatl fue una de las que na-
rré. Famosa porque liga la muerte del dios con la apari-
ción del hombre blanco y barbado, cuando Moctezuma
identificó a este Dios con la llegada de los primeros
españoles. El libro se ilustró con bellas y coloridas
imágenes. En estas leyendas explicaba el carácter mito-
lógico de la religión indígena y, en general, me parecie-
ron excelentes lecturas para los escolares aunque me
gustaría que pudieran ser leídas por todo público.

Dedicatoria del libro a su ahijada Matilde Gómez Cárdenas.


AHEC, Biblioteca, Libro de cuentos y leyendas aztecas, 1925.

463
En el boletín de la Secretaría de Educación Públi-
ca, como ya arriba lo indiqué, se publicaron la serie de
conferencias que di en la Universidad durante los cur-
sos de verano y también las organizadas para los direc-
tores de educación rural y la enseñanza por la acción.
Después recibí un agradecimiento por parte del jefe del
Departamento de Enseñanza Primaria y Normal, J. Ar-
turo Pichardo, diciéndome que les había gustado mu-
cho mi participación.865

DOCENCIA EXTEMPORÁNEA

Creo que me costaba trabajo alejarme de la cátedra


porque muy fácilmente acepté en 1925 dar algunas cla-
ses. Primero sustituí la que impartía Rafael Ramírez
sobre la "Enseñanza por la acción", tema que —como
habrán visto— me atraía mucho. Acepté y sin ninguna
remuneración, me la pusieron en una hora muy conve-
niente, en especial para un jubilado pues se impartía de
las once a las doce de la mañana.866 También, dicté cla-
ses sobre geografía de México (tres horas por semana)
para los cursos de la Escuela de Verano de la Universi-
dad Nacional, del 11 de julio al 21 de agosto; se repitió
lo anterior pues tampoco recibía remuneración alguna.
Estaba ahí presente sólo por el gusto de estar frente a
un grupo de alumnos. Ya la vida me había dado tanto,
ahora era mi turno.867

Hubo una tarea que no acepté. Me invitaron a


participar en la Comisión dictaminadora del reajuste de
personal de la Secretaría de Educación, invitación que
decliné de la siguiente manera:

El sábado 25 del corriente, recibí por la noche,


su atenta comunicación, correspondiente al 25 del mes
que hoy termina, en que se sirve darme noticia que es-

464
toy nombrado Miembro de la Comisión dictaminadora
que fallará sobre las conclusiones a que lleguen las
Comisiones Revisoras encargadas del reajuste del per-
sonal de esa Secretaría de Educación.
Mucho agradezco la distinción tan señalada que
se ha hecho en mí, al confiarme un cargo tan delicado.
Pero debo tener la sinceridad de manifestarle
que una comisión semejante no se aviene a mi carác-
ter, y que, por tanto, no es de mis circunstancias. Ne-
cesariamente tendrá que haber oposición entre las re-
soluciones de aquella Comisión Dictaminadora y los
intereses de muchos maestros. Y yo, retirado ya del
servicio activo y anhelando tranquilidad, no deseo
despertar viejas dificultades en que incurrí en la época
de mi actuación como miembro de esa Secretaría.
Le ruego tenga a bien aceptar esta excusa, que
no tiene doblez. Ya sabe Ud. que siempre he tenido
buena voluntad de prestar mi contingente, aunque es-
caso, a las labores de esa Secretaría y sus dependen-
cias, pero, al menos, en esferas que son de mi agrado y
de acuerdo con mis predicciones.
En consecuencia, sírvase aceptar mi renuncia.868

Los años se nos habían venido encima sin sentir-


lo, me hacía viejo y empezaban a hacerme otros reco-
nocimientos. El amigo Heliodoro Valle me comunicó
que en un periódico de Guatemala El Imparcial, el pro-
fesor Daniel Morazán hablaba muy bien de mi labor
como pedagogo y maestro.869 A pesar de que no soy
afecto a recibir honores —mi educación sobria y propia
a la modestia me lo impedía—, me dio gusto saber que
en otros lugares se reconocía mi trabajo. Todos, en al-
gún momento, somos proclives a recibir este tipo de
reconocimientos. Después de tantos años de luchas,
sueños y decepciones, son los momentos en que sientes
que ha valido la pena.

465
VIAJE A EUROPA, ASIA Y ÁFRICA, 1926-1928

Llegó el momento de pensar en el anhelado viaje a Eu-


ropa, que incluyó parte de Asia y África. Hubo que
buscar barcos y hoteles, hacer itinerarios, escribir a los
amigos que vivían por allá, conseguir pasaportes, visas
y buscar información de los lugares. ¡Tantos arreglos y
trámites!
Decidimos llevar con nosotros a Matilde chica
porque estaba en la edad precisa para hacer esta clase
de viajes; además sería una excelente compañía y ayu-
da para Matilde grande. De igual modo, aprovecharía
para tomar un curso de francés en París. Trini se puso
triste pero al pensar en la oportunidad que se le presen-
taba a su hija, ya ni chistó.
Los amigos nos hicieron una bonita fiesta de des-
pedida, asistieron algunos compañeros maestros, exa-
lumnos y la familia. Todos deseándonos lo mejor; hubo
discursos de despedida, buenos deseos, poesías, canto,
algo de teatro y hasta baile que los hijos-sobrinos apro-
vecharon para presumir nuevos pasos, No faltó una
deliciosa comilona preparada por las mamás, Matilde y
Trini. El vino y los puros también circularon.
Llegó la fecha de partida un 9 de agosto de 1926;
llovía fuerte cuando salimos rumbo a la estación del
ferrocarril para tomar el nocturno de Veracruz. A pesar
de la lluvia fueron varios amigos a despedirnos, entre
ellos Delgadillo, Brena y Santa María. Al día siguiente
llegamos a Veracruz tempranito, a las ocho y media. El
día se nos pasó en arreglos, hacía mucho calor y pa-
seamos en los tranvías para refrescarnos, por la noche
nos alojamos en el vapor. Había reservado tres camaro-
tes (119, 120 y 122) en la sección de primera, en el
puente A.870
466
Era un magnífico trasatlántico de una línea fran-
cesa de nombre L’Espagne, por eso en la lista de pasa-
jeros aparecíamos como M. (monsieur) G. Torres, Mme.
(madame) Torres y Mme. M. G. Cárdenas; este último
título hubo que corregirlo, y en lugar de madame se le
puso Mlle (mademoiselle), como correspondía.

Después de la guerra el mundo vivía una época


de tranquilidad y se miraba el futuro con ansias de pro-
greso, entrábamos en un furor de modernidad. Empe-
zaban a dar servicio las primeras aerolíneas de pasaje-
ros; sin embargo, nosotros preferimos el barco como
siempre lo habíamos hecho en los viajes anteriores a
Yucatán y a los Estados Unidos. Empezaban a circular
los automóviles, vimos muchos de ellos en Europa, el
cine era una gran novedad que pudimos gozar en varias
ocasiones como ya comentaré. Algo que nos admiró
mucho desde el trayecto en el barco fue ver a las muje-
res muy pintadas y con faldas hasta la rodilla, y no se
diga los trajes de baño tan escasos que vimos en las
playas. Sin duda se vivía una nueva época, a la cual
nosotros tratamos de adecuarnos y de asimilar en tantas
novedades que veríamos durante el viaje.

Zarpamos a las doce del día del 11 de agosto de


1926; hacía buen tiempo pues el mar estaba tranquilo.
El día siguiente arribamos a La Habana a las cinco de
la tarde. Después de cenar desabordamos para refres-
carnos y conocer algo de la ciudad. Paseamos por la
glorieta de la Punta donde había una serenata muy con-
currida, luego deambulamos por los malecones hasta
llegar a la hermosa colonia del Vedado. De ahí reco-
rrimos   el   bellísimo   “reparto”   Almendaris,   una   “larga  
calzada moderna con jardines en el centro de toda la
vía y con profuso alumbrado eléctrico”   hasta   un   lugar  

467
llamado La Playa, un balneario bien organizado. Re-
gresamos al barco a las doce de la noche.
Al día siguiente seguimos el paseo y tomamos
tranvías más allá de la playa hasta las Marianas, donde
vimos mucha población negra. Los papeleritos gritaban
mucho y no les entendíamos nada porque hablaban un
castellano rápido y estropeado. En general los cubanos
son ruidosos y gritan en la conversación.
“La   Habana   es   una   bella   ciudad   tropical   muy   in-
teresante. Las calles de la ciudad antigua son notable-
mente estrechas. Pero la parte moderna está bien traza-
da.   Su   peso   está   a   la   par   del   dólar…   El   muelle   más  
concurrido es el Muelle Ruz. Las calles mas notables
son las de Galiano, Juan Clemente Zenea, la Habana,
etc. Tiene hermosos monumentos levantados a sus hé-
roes: Marti, Maceo; esta última es una estatua ecues-
tre”.871 Mata (así le decimos de cariño a Matilde chica)
estaba sorprendida de la belleza de la playa y pensaba
en sus hermanos y lo orgullosos que estarían echándose
clavados de un trampolín de veinticinco metros de altu-
ra, que se mira muy bien en la postal que mandó a Qui-
que (Enrique).872
Partimos de La Habana a las doce del día con una
brisa bastante fuerte de por medio no obstante el calor
seguía siendo intenso. Además de eso, todo dibujaba
buen tiempo pues el mar era una bella superficie tersa
de seda azul. Nos pasamos horas contemplando el hori-
zonte cómodamente sentados en las sillas reclinables de
cubierta.
El barco traía 620 pasajeros a bordo, 163 en pri-
mera clase, 56 en segunda, 59 en intermedia y 342 en
tercera clase. Nosotros tuvimos la fortuna de viajar en

468
primera clase y pudimos hacer interesantes contactos
con otros pasajeros.873

Barco Espange, AHEC, Fondos especiales, colección Gómez Cár-


denas, caja negra fotos y postales. En adelant e todas las fotos del
viaje fueron tomadas de esta colección.

Camarote que tuvieron durante el viaje, anotado de puño y letra de


Gregorio Torres Quintero.

469
Yo tenía sesenta años cumplidos y ya pintaba ca-
nas, pero aún me sentía fuerte y lleno de entusiasmo de
emprender este viaje con mis dos Matildes.

Las dos Matildes, la esposa de Torres Quintero y su ahijada.

Pasaporte de Torres Quintero y su esposa.

470
Postal de La Habana.

El trayecto fue de lo más agradable. Teníamos


unos cocineros maravillosos que cada día nos deleita-
ban con sabrosas comidas y cenas. Por las noches te-
níamos eventos, fiestas, conciertos o bailes de disfra-
ces. El 26 de agosto se hizo uno en beneficencia de las
familias de los marinos franceses muertos en naufra-
gios, en éste Mata participó en el programa bailando la
Gavotte Luis XV, junto con Carmen y Karime y el jo-
ven Suhad Slim. Otros pasajeros bailaron el Charleston
y más bailes y canciones mexicanas. ¡Ah, cómo nos
divertimos gracias a los compañeros pasajeros!

Uno de los menú del barco, durante su viaje.

471
Uno de los programas de actividades del barco, en éste aparece
Mme.   Matilde  Gómez   Cárdenas  en  el  baile   “Gavotte  Luis  XV”.

Con quienes más hicimos amistad fue con los es-


posos Pedro y Carmen Laclan tal vez porque nos pare-
cíamos mucho; era un matrimonio ya mayor y sin hijos,
como nosotros, con una sobrina casada en París a la
que quieren como una hija (igual que nosotros quere-
mos a los sobrinos). Se la pasaban discutiendo por ni-
miedades pues él no quería que ella lo mandara, pero
en realidad eran inseparables y se veía como se ama-
ban. Igualito que nosotros.

Entre los pasajeros venía el señor Manuel Stam-


pa, viejo español ricachón ya viudo que viajaba a Eu-
ropa para encontrar distracción. Yo lo conocía porque
durante el gobierno del coronel Francisco Santa Cruz
en Colima, él fue quien hizo la hipoteca de Quesería.
Stampa vivió mucho tiempo en Guadalajara donde se
casó con una rica tapatía. También en el barco venía
otro rico español que llevaba cinco niños para meterlos
en un colegio de San Sebastián, ya que en México los
alumnos no pueden recibir enseñanza religiosa. Era
dueño de varias panaderías en México, las que vendió
472
para   dedicarse   a   negociar   con   casas.   “Su   esposa,   espa-
ñola, tiene trazas de criada; es seca y con bigotes.”.  
“Un   día   Stampa   me   dijo:   el   español   Mendiburu   trata   de  
producir un escándalo en el barco; figúrese usted que
quiere matar a un individuo porque dice que es amante
de su mujer. —¡No es posible! exclamé yo, dudando,
no sólo del hecho, porque la mujer del cuento no está
para amantes. [Y añadió] —Voy a poner en autos al
padre Pérez (sacerdote español que huía de México)
para ver si él lo calma. En efecto, así lo hizo. Entonces
pensamos que el panadero tenía su chifladura. Sea por
los consejos del padre Pérez o porque el mal se le pasó
(la señora le dijo a la mía que la diabetes trastornaba a
su marido), la cosa no pasó a más. Mendiburu iba con
destino   a   Santander.”874 También venía una señora cu-
bana gorda acompañada de un señor gordo. Corrió el
rumor de que ella era marquesa, quizás porque tenían
un camarote de lujo y venían con tres negras de servi-
dumbre. No hablaban con nadie. Después nos entera-
mos que era falso, puro chisme. En verdad, sí venía
una marquesa con un joven, de los cuales también cir-
cularon historias. ¡Qué remedio. . . así somos los seres
humanos!

Mata hizo amistad con unos jóvenes árabes (si-


rio-libaneses), nacidos en México, y fue ello muy con-
veniente   porque   tuvo   con   quienes   distraerse.   “Vienen  
con su tío, E. Slim, cuyo hermano, es uno de los sirio-
libaneses   más   ricos   de   México”.   El   tío   los   lleva   a   ins-
cribir en un colegio de Francia o de Suiza en busca de
enseñanza religiosa. Eran cuatro: dos muchachos Ka-
rime y Suhad, y dos chicas, Carmen y Georgina. Ve-
nían también en el barco otros sirio-libaneses —los
Rached, de Querétaro— ellos me proporcionaron im-
portantes datos y orientaciones para nuestro viaje por
Egipto y Palestina. Hasta me dieron la dirección del
473
padre de Rached que vive en Djounic a media hora de
Beyrouth y los Slim nos dijeron que su familia vivía en
el pueblo de Djezzine a media hora de Saida.875

El viaje fue espléndido durante casi toda la trave-


sía tuvimos el más límpido mar azul y tranquilo. El
vapor avanzaba risueño. ¡Hasta que pasamos un buen
susto!

Resulta que cuando estábamos en la costa espa-


ñola de Galicia, frente al puerto El Ferrol, muy cerca de
La Coruña donde el barco hacía una parada tuvimos un
percance que por poco se convierte en terrible tragedia.
Sucedió cuando estábamos cenando. El barco navegaba
en medio de una niebla muy densa que hacía que pitara
cada rato de acuerdo a las ordenanzas en estos casos;
con cada pitazo Mata brincaba. Había algo en el am-
biente que nos mantenía angustiados pero Matilde ma-
má trataba de conservar la calma y se reía cuando Mata
brincaba. De pronto vimos que los meseros se encon-
traban alarmados y corrieron para ver algo por las ven-
tilas, Mata fue y volvió diciendo ¡Hay una enorme roca
como a 30 metros! Yo fui a averiguar y, efectivamente,
era un arrecife de dos cabezas. Por suerte y habilidad,
el capitán maniobró el timón y logró esquivarlo; sin
embargo, al retroceder como había tanta niebla no vio
otra roca sumergida y chocamos con ella. Se rompió la
hélice y se hizo una abolladura grande por donde co-
menzó a entrar el agua. Nosotros no nos habíamos dado
cuenta   de   esto   hasta   que   vimos   “que   subieron a cubierta
a los pasajeros de tercera para que no estorbaran las
maniobras y ellos nos dijeron que estaban inundadas ya
dos   bodegas”.   El   barco   se   paró   aunque no cesaba de
pitar y, así, permaneció toda la noche. Nosotros deci-
dimos no acostarnos y cuando oímos otros pitazos dife-
rentes, salimos a cubierta a pesar del frío y vimos en-
474
tonces varios buquecitos de vapor que venían en nues-
tro auxilio, aunque nosotros no habíamos recibido in-
formación alguna. A la una y media nos fuimos a acos-
tar vestidos para dormitar algo, el buque ya estaba fuer-
temente inclinado a estribor.

En la mañana muy temprano, como a las cinco y


media, salí otra vez a cubierta. Ya no vi los buquecitos
pero después se apareció un barco de vapor que en alta
voz daba informes. Nuestro barco se puso en movi-
miento muy lentamente y no dejaba de pitar, la neblina
poco a poco, se fue disipando y salió el sol; estábamos
a la entrada de la ría del Ferrol, escoltados por seis lan-
chas. Así hicimos nuestra lenta entrada en Ferrol hasta
un dique seco, el Victoria Eugenia, que se proporcionó
al barco para poder repararlo. La operación de sacar el
agua del dique duró todo el día. No fue sino hasta las
diez de la noche cuando pudimos saltar a tierra. En es-
tos diques se construyen acorazados; se estaban ha-
ciendo dos.

Ferrol estaba de fiesta. El ministro de Marina era


huésped de honor en las fiestas de San Ramón, el bene-
factor del Ferrol, designado en recuerdo al marqués
Ramón de Ambodge quien instituyó un legado para la
educación de los cadetes. El Ferrol es un puerto militar
importante de España, no recuerdo si el segundo o el
primero. Las fiestas duraban hasta el día del santo, el
treinta y uno de agosto.

Pudimos visitar la ciudad profusamente ilumina-


da. Había serenata en el paseo público y un orfeón can-
taba frente al palacio de la capitanía general. Los habi-
tantes vestían como en las películas, las mujeres con
grandes enaguas y sacos que llevan un holán en la cin-
tura, una mascada al cuello y una pañoleta en la cabeza;
475
los hombres no vestían tan raro, pero la mayoría traían
alpargatas o suecos de madera grandotes. Nos sorpren-
dió ver a las mujeres que cargaban en las cabezas bul-
tos pesados y de gran tamaño; vimos a una que salía de
la estación con una valija en la cabeza, sin sostenerla
con los brazos: una cosa increíble ¡y tan fresca!

Bonito lugar, Ferrol, con casas de varios pisos de


corredores cubiertos de cristales, calles embaldosadas.
La gente era curiosa. Cuando algo les preguntábamos y
les dábamos las   gracias,   nos   respondían:   “No   se   mere-
cen”.   Nos   dimos   cuenta   que   los   periódicos dieron la
noticia del abortado naufragio y nos preocupamos de
que esta noticia llegara a México, así que al día si-
guiente envié un radiograma a México, diciendo sola-
mente:   “Sanos   y  salvos.”

Volvimos al barco a las doce y media; el dique


estaba ya completamente vacío y todavía salía agua del
agujero del costado dañado. Esos dos días no se le hizo
nada al barco; nos dijeron que el capitán estaba espe-
rando a un ingeniero francés. Aprovechamos el tiempo
para conocer La Coruña, que está a sólo tres horas de
Ferrol. Fuimos en tren y admiramos en el camino el
territorio, las rías876 y puentes.

Coruña es una gran ciudad con particular arqui-


tectura, sobresale entre todas las construcciones el edi-
ficio del Banco Pastor, una especie de rascacielos. En
los parques vimos unos árboles, semejantes a los de
Chapultepec, que   se   llaman   “plátanos”.   Entonces me
enteré por un sacerdote francés que es el verdadero
nombre del árbol y que nuestros plátanos, en realidad,
son   “bananas”   y   no   son   árboles   sino   hierbas   altas.  
También en Coruña hay hules que, en realidad, son
magnolias con anchas flores. Admiramos el desembo-
476
que de la gran ría de Betanzos donde convergen las
aguas de sus tres tributarios, la del norte de Ferrol, la
del centro de Betanzos y la del sur de Coruña.

Regresamos en berlina, lo que hizo el camino de-


licioso, y como los días se prolongan, tuvimos luz hasta
el Ferrol. La primera noticia que tuvimos fue que el
barco estaba reparado y partía al día siguiente, ya sin
pasar por Santander. Esto hizo que se frustrase nuestro
intento de ir a Santiago de Compostela. Todos los que
bajaban en Santander se quedaron aquí, y no se les dio
ninguna indemnización lo que produjo gran descontento.

Otra vez fuimos reembarcados y felices conti-


nuamos nuestro viaje hasta Saint Nazaire. De ahí, par-
tíamos   a   París.   Por   la   noche   tuvimos   el   último   “baile   de  
disfraces”   y   nos   volvimos   acostar   después   de   las   doce  
de la noche.

Llegamos a San Nazario (en español) entre nue-


ve y diez de la noche. No desembarcamos sino hasta el
día siguiente el treinta y uno de agosto, día de San Ra-
món, santo de mi padre de quien mucho me acordé.

A las diez de la mañana tomamos el tren en se-


gunda clase como nos lo habían aconsejado. De verdad
no valía la pena pagar primera clase pues segunda fue
muy cómoda. Pasamos por los campos todos cultiva-
dos, parecía que el tren viajaba en medio de un jardín.
De pasada vimos Nantes, Tours, Angers y Sammur.
Llegamos a París a las siete y veinte de la noche, to-
mamos un taxi al hotel del Pavillón cerca de los gran-
des bulevares. También se quedaron los señores Laclan
y Moreno en el mismo hotel.

477
El primero de septiembre amanecimos en París,
lo primero que hicimos fue poner un mensaje a Trini,
mi cuñada: “Llegamos   bien,   ayer.   Saludos”.

El hotel estaba saliendo muy caro así que decidi-


mos buscar una pensión. En la Legación Mexicana el
señor Poulat nos ofreció ver la posibilidad de que nos
alojáramos donde él se quedaba con su familia; el señor
Poulat de inmediato se comunicó a la pensión y por
suerte había espacio para nosotros, así que al día si-
guiente nos cambiamos pero mientras estaba en la Le-
gación tuve la oportunidad de saludar a don Alfonso
Reyes, quien me recibió muy bien.
Mata escribió a su hermano: “¡Ahora   sí   ya   esta-
mos en París! Nos hemos paseado toditito el día y se-
guiremos por la noche; estoy encantada y me parece
que estoy soñando   todo  lo  que  veo.”877
A partir de ese día ya no paramos. Al día siguien-
te fuimos a la torre Eiffel que estaba cerquita de la pen-
sión, adonde subimos en el elevador hasta el último
mirador. Mata le señaló a su mamá en la postal que le
envió hasta donde subimos y decía que era casi hasta el
cielo. La vista de la ciudad era extraordinaria, nunca la
olvidaremos. ¡Qué ciudad más maravillosa! Con razón
la historia   dice   que   Enrique   IV   dijo:   “París   bien   vale  
una   misa”   cuando   él   se   convirtió   a   la   religión católica
para ser aceptado como monarca francés en 1593. Per-
manecimos arriba más de una hora gozando y admiran-
do París. Estar ahí nos parecía un espejismo.
La pensión está en la calle de Passy, número 48,
en uno de los mejores arrondissements (barrios) de
París, el diez y seis, aquí ellos le dicen el sixième. La
calle de Passy te lleva directo a la explanada de Troca-
dero y, enfrente, atravesando el río Sena está la torre
478
Eiffel (nosotros vivimos a tres cuadras de la torre). Por
el otro lado, estabamos a escasas cuadras del Bois de
Boulogne, que es como nuestro bosque de Chapultepec
pero sin castillo.

Lo primero que hice fue ir al consulado mexicano


a cobrar mi pensión la cual se me abonó de inmediato.
Luego fui a abrir una cuenta al Banco Equitable de
Nueva York para poder recibir giros de México, y logré
cobrar el primero de veinte mil francos, los que gastaría
primero ya que quería dejar los dólares para después. Tal
vez hasta que subieran, lo que nos convendría mucho.

Visitamos el castillo de Saint Germain en Laye,


que tiene tanta historia y es un majestuoso edificio ro-
deado de bellos jardines. En nuestro primer domingo en
Europa subimos a oír misa a la basílica de Sacre Coeur,
templo que está dentro del famoso barrio de Montmar-
tre, cuna de los artistas del impresionismo francés y
hasta ahora de la bohemia francesa. En este barrio se
encuentra el famoso cabaret Moulin Rouge.

Nos tocó festejar las fiestas patrias en París y de-


cidimos celebrar el Grito en el Casino-París, teatro de
variedades. La pasamos bien, buenos cuadros, aunque
las artistas se veían ya algo viejas, en ciertas escenas
“traían   los   pechos   desnudos,   grandes   y   colgando…”   Yo  
me acatarré un poco, por eso no asistí al día siguiente a
la recepción en la Legación. Por la tarde me sentía me-
jor   y   fuimos   al   cine   a   ver   “El   Pirata   Negro”, de Fair-
banks, pero no dejábamos de pensar que a esas horas en
México se estaba desarrollando el desfile.878

Hay tantas cosas por ver en esta ciudad que sólo


comentaré las principales, sobre todo las que más nos
impresionaron, como la catedral de Notre Dame, por-
479
tento del estilo gótico. Las Matildes, tan impresionadas
estaban viendo toda la estructura que ni se acordaron de
rezar. Lo que más les admiró fueron los vitrales que, en
verdad, dan una peculiar luz al interior del templo, ad-
miramos también el tesoro que guarda la catedral con la
famosa custodia repujada con enormes brillantes que
regaló Luis XVIII. También aquí se encuentra el traje
que usó Napoleón durante su coronación.

Postal de la Porte Saint Martin en Paris.

Postal de la Tour Eiffel, en ésta Matilde chica señaló a su mamá


hasta donde subieron con una flecha.

480
Empezamos a tener nuestras clases de francés
con una señorita francesa llamada Mlle. Hebert, quien
vivía en la misma pensión. Mata y la Srita. Poulat em-
pezaron a ir a la Alianza Francesa. A Mata le costaba
trabajo sobre todo hacer las tareas, pero poco a poco
mirábamos como empezaba atreverse a charlar en fran-
cés. Yo, afortunadamente, conservaba algo del idioma
gracias a mi buen maestro, don José Levy del Liceo de
Varones de Colima, que me ayudó mucho.

Fuimos al famoso palacio de Versalles construido


por Luis XIV, como no está cerca y había tanto que
ver, nos pasamos dos días visitándolo, el primer día nos
quedamos hasta la noche para ver la iluminación. Por
cierto también la torre Eiffel la iluminan de noche y es
todo un espectáculo ver estos edificios, como dirían en
Colima,   todos  “aluzados”.  

No dejamos de visitar la abadía real de Saint De-


niz,   “blanco   que   eligieron   los   alemanes   para   el   bom-
bardeo…”.879 Aunque la plaza fue arrasada completa-
mente el edificio sólo sufrió daños por la cantidad de
proyectiles que cayeron en su cercanía; cuando fuimos
la estaban reconstruyendo. En este edificio estaban en-
terrados todos los reyes de Francia, y digo estaban por-
que durante la Revolución Francesa se sacaron sus restos
y parece que se pusieron todos en una fosa común pero
los sepulcros se conservaron y son impresionantes.

Otro panteón famoso que visitamos, —por acá se


llaman cementerios (parece que sólo los mexicanos les
llamamos panteones)— fue Père Lachaise, aquí se en-
cuentran enterrados numerosos personajes como Dan-
ton, el músico Rossini, el famoso arquitecto Hauss-
mann, el escritor Alfred de Musset entre otros. El pan-
teón es un bello lugar, varias de las tumbas son obras
481
de arte y están en medio de jardines con muchos árbo-
les. Melancólico pero interesante es un monumento a la
muerte que representa la inmortalidad recibiendo a los
muertos en su última morada.

Cripta de la Abadía de Saint Denis, tumba de Luis XVI.

Y para terminar con panteones, no podíamos de-


jar de ir a visitar la tumba de don Porfirio Díaz al ce-
menterio de Montparnasse. Nos costó mucho trabajo
encontrarla. Primero pensamos que estaba en Pere La-
chaise pero el guía nos había informado mal y, como
teníamos mucho interés en conocerla, la buscamos has-
ta que supimos que estaba en este cementerio. Quería
conocerla no sólo por haber sido colaborador suyo du-
rante varios años, sino también por querer poner una
foto de su tumba en el libro de Historia patria para que
todos los niños mexicanos supieran donde está enterra-
do don Porfirio. Por supuesto, le llevamos unas flores.
Sorprende la sencillez de su mausoleo: arriba del arco
sólo está escrito “Porfirio Díaz”, bajo el águila del es-
cudo mexicano.

482
Foto tomada por el propio Gregorio Torres Quintero del mausoleo
de Porfirio Díaz con las dos Matildes.

En ocasiones hicimos salidas a lugares cercanos


como al palacio de Chantilly, otro monumental castillo
cuyas enormes caballerizas nos impresionaron. Si así
tenían a los caballos ¿cómo vivirían estos grandes se-
ñores? ¡Qué lujo!

Llegamos al mes de octubre y con él arribó el


frío. Tuvimos que prender la calefacción y se fueron
acortando los días. Empezaba a anochecer a las cinco
de la tarde y para salir teníamos que ir bien abrigados;
no resultaba nada grato salir después de esas horas.
Siempre había niebla. Los faroles de las calles son de
gas y no alumbran mucho; sólo en las grandes avenidas
usan luz eléctrica. ¡Qué curioso que un país tan progre-
sista todavía conserve estos faroles de gas!

No podíamos dejar de ir a la población de Char-


tres, que tiene una de las más bellas catedrales góticas
de Europa. Su virgen del Pilar es muy venerada, en su
483
alrededor hay multitud de corazones de oro de los mi-
lagros que ha realizado, y condecoraciones de los sol-
dados, cuyas vidas salvó durante la guerra. Había cen-
tenares de velas prendidas, como en el Señor de Villa
en Colima, pero aquí las dejan hasta que se consumen.
(Mis mujeres rezanderas dedicaron varias oraciones por
todos nosotros). Otra capilla interesante es la que está
en la cripta cerca del pozo donde fueron arrojados los
primeros mártires del cristianismo en Francia, lugar
que motivó la construcción de una capilla en el siglo VI
y después la catedral que se inició en el siglo XII. La
capilla está dedicada a Notre Dame Sous Terre. La po-
blación es muy bonita; tiene en la parte vieja el aire de
lo que debieron ser las poblaciones medievales con ca-
lles muy estrechas. Ese día comimos delicioso pues ya
estábamos fastidiados de la comida de la pensión. 880

En París tuvimos suerte de asistir a la misa so-


lemnísima que se dedica a Santa Cecilia, la patrona de
los músicos, el 23 de noviembre, y que se dice siem-
pre en la iglesia de la Madeleine. Es tan famosa que se
tienen que comprar los boletos con antelación. Me
costaron diez francos cada lugar pero valió la pena,
porque fue cantada por artistas de la ópera con acom-
pañamiento de órgano y un enorme coro de ciento
cincuenta voces. Duró cerca de dos horas por ser misa
solemne. Me llamó la atención que unos uniformados
nombrados suizos pasan recogiendo la limosna. Iban
golpeando con sus bastones para que estuvieras prepa-
rado a darla.881

Llegó el mes de diciembre y nos dispusimos a ce-


lebrar la Navidad. Matilde mamá empezó a sentirse mal
y hubo que llevarla al hospital para que le realizaran una
operación por un problema en la cadera. Ello nos obligó
a permanecer en París hasta principios de febrero.
484
Al fin el lunes 7 de febrero, iniciamos el largo
viaje que nos tomaría ocho meses. Partimos hacia
Lyon. Hacía un frío tan terrible que decidimos quedar-
nos en el hotel cercano a la terminal. Sólo de pasadita
conocimos la famosa ciudad de las sedas. No dejé que
compraran nada porque no teníamos más espacio en las
maletas e íbamos a viajar mucho como para andar car-
gando compras. Lo que más nos sorprendió fue el cau-
dal tan ancho del río Ródano ¡Qué grandes son los ríos
en Europa! El Sena también es enorme.

Al día siguiente salimos muy temprano rumbo a


Marsella; ahí nos quedamos sólo una noche en el hotel
Regina y aprovechamos la tarde para conocer la pobla-
ción con su gran puerto que tiene mucho movimiento.
Es el más importante de Francia en el Mediterráneo.
El día posterior viajamos rumbo a Niza y llega-
mos justo un día antes de que empezara el carnaval por
la noche. La primera noche de carnaval hacía tanto frío
que no nos fue posible salir a verlo, y como nos queda-
ríamos varios días decidimos que iríamos después. Y
así fue, estuvimos dos domingos más y en ambos asis-
timos al desfile, bello y alegre espectáculo.

Postal del Carnaval en Niza.

485
El resto del primer día lo dedicamos al paseo de
los ingleses. Nos llamó la atención   la   gente   “chic”   que  
paseaba con mascotas raras (pericos, changuitos, ardi-
llas, perros japoneses) lo cual parece que es la moda.
Niza es una ciudad turística con multitud de hoteles
donde se ven más extranjeros que franceses. Nosotros
nos quedamos en la montaña, en una casita de la pen-
sión Jersey City; ahí están hoteles muy famosos como
el Alhambra, el Rivera, el Majestic y otros más.882

No sé que me pasó en Niza. ¿Sería la gente tan


estrambótica que miraba? No lo sé pero se me ocurrió
quitarme el bigote. Cuando me vieron las Matildes, casi
se caen de la silla. Se asustaron al verme. Creo no me
favorece estar sin bigote. Matilde me dijo: “Te ves ho-
rrible”.   Después   de   unos   días   como   que   se   fueron   acos-­
tumbrando a verme así, y ya no me veían tan feo, según
ellas. De todos modos, ante su reacción decidí volver a
dejármelo crecer. Creo que mi personalidad a estas al-
turas es con bigote.883

Pensión Jersey City, donde se hospedaron en Niza. Matilde chica


señala el cuarto donde se quedaron.

Estando en Niza una visita obligada era ir a Mon-


te Carlo. Fuimos al gran casino que está en el Hotel de
París. Sólo jugamos trescientos francos que perdimos
486
casi inmediatamente; ahí, se ganan o pierden fortunas
fabulosas en unos cuantos minutos. Tiene unas terrazas
bellísimas y como está en la parte alta de lo que llaman
la cornisa, tiene unas vistas hermosísimas del mar.
Niza también tiene un casino municipal adonde
fuimos al cine y, de nuevo, nos atrevimos a jugar. Esta
vez ganamos setenta francos, bueno —dije yo— “algo
es   algo”   y   “de   lo   perdido   lo   que   aparezca”   dice   un   di-
cho nuestro. También visitamos Cannes y nos pasea-
mos por la promenade de la Croisette (paseo) que está
junto al mar.

Postal de la promenade de la Croisette, en Cannes, Francia.

El 22 de febrero partimos rumbo a Italia. En Ven-


timiglia nos hicieron la revisión de equipaje y pasapor-
tes; de ahí seguimos a San Remo, lugar donde falleció
mi querido maestro Altamirano. Cuando contemplé por
algunos minutos la bella ciudad con sus elegantes man-
siones de arquitectura alegre y pintoresca, que se refle-
jaban en la costa azul del Mediterráneo pensé en él y
lanzando una mirada piadosa sobre la ciudad, dije en-
ternecido:   “Descansa   en   Paz”.884 No pudimos quedar-
nos ahí porque teníamos reservado el hotel en Génova;
además, empezó a caer una fuerte nevada.

487
En Génova seguía el mal tiempo pero nos dimos
la oportunidad de conocer la casa donde se dice nació
Colón. Aquí nos encontramos con el licenciado Mo-
reno y su esposa, quienes fueron nuestros compañeros
de viaje en el trasatlántico Espagne. El veinticuatro
tomamos el tren a Milán, todo el camino estaba cubier-
to de nieve y en algunos lugares vimos una gruesa capa
de hasta cuarenta centímetros. Los techos de las casas
estaban totalmente cubiertos, un espectáculo nuevo
para nosotros. El horizonte se perdía y toda la llanura
era blanca. Durante el trayecto, mi pensamiento me
llevó a recordar con melancolía que ese día era el
aniversario de la Normal.
El tiempo seguía terrible. Seguimos el viaje rum-
bo a Venecia pasando por Padua, tierra natal de San
Antonio de quien son devotas las Matildes y mi querida
cuñada Trini, a quien seguramente le hubiera encantado
conocer este lugar.
Llegamos ya muy noche a Venecia, por lo que
decidí quedarnos en el hotel de la Gare (estación). Al
día siguiente, ya repuestos del largo camino del día an-
terior, visitamos el centro y, por supuesto, nos subimos
a una góndola. Sólo estuvimos un día en Venecia, Mata
estaba encantada, decía que soñaba con conocerla. En
la plaza de San Marcos daba de vueltas contemplando
todo, en especial, la maravillosa basílica de San Mar-
cos. La reconocía muy bien porque el Dr. Tejeda tiene
un   gobelino   de   ella.   Nos   encantó   el   famoso   “Ponto   di  
Rialto”;;   es   increíble   la   cantidad   de   puentes   que   hay,  
de los que dicen que son trescientos sesenta y seis. A
mí   me   pareció   “la   ciudad   del   sueño”   sin   ruido,   muy  
tranquila.885

488
Al día siguiente partimos a Florencia, otra extra-
ordinaria ciudad, la tierra del arte, palacios, plazas y
museos incomparables. Aquí nos alojamos en el hotel
Parlamento. Hicimos varios recorridos: por la catedral,
la plaza de la Señoría, el Puente Viejo (donde se les
fueron los ojos a mis mujeres con la joyería de filigrana
en oro y plata con perlas y corales), la casa de Dante, la
plaza Víctor Manuel, el Museo Pitti, y el Museo o Ga-
lería de Ufizzi. Aquí también hubo carnaval y estaba
muy concurrido. Se nos acabó otro mes. Aquí nos que-
damos hasta el día tres de marzo cuando partimos a
Roma.
En Roma nos quedamos más días, valía la pena,
hay tanto que ver. Lo primero que hicimos fue ir al Va-
ticano a la Basílica de San Pedro, indescriptible. Lo que
más nos impresionó fue el altar papal donde está la
tumba de San Pedro; aquí únicamente el papa puede
decir misa. Recibimos la bendición del actual Papa Pío
XI el lunes siete de marzo.

Las dos Matildes en el Arco de Septimio Severo en Roma.

489
El dieciséis de marzo partimos para Nápoles, ahí
nos quedamos en el hotel Universo. Nuestro principal
objetivo en esta ciudad era conocer las ruinas de Pom-
peya, la ciudad romana que fue sepultada por las ceni-
zas de la erupción del Vesubio. Subimos después al
volcán   a   caballo   “hasta   el   labio   del   Vesubio,   a   diez   me-
tros de la lava: a doscientos metros del cono en erup-
ción   con   humo   y   llamas…”886 . ¡Qué bárbaros! Segura-
mente nuestro contacto desde niños con el volcán de
Colima y la admiración que le teníamos a nuestros vol-
canes nos hizo temerarios; ese día terminamos medio
muertos de cansancio.

No parábamos de caminar en la ciudad, por eso


decidimos por la noche ir al cine a ver la película muda
recién estrenada en marzo de ese año de Eugenio Pere-
go, Napoli e una canzone (Nápoles en una canción) con
paisajes de allí. Me pareció que Mata no tenía ganas de
ir, pero ella sabe que no la dejamos sola en el hotel y
quizás por no entorpecer nuestros planes accedió. Y de
veras.  “Nápoles  es  una   canción;;   todo  es  alegre”.887

Hicimos una visita a la famosa isla de Capri,


donde el emperador Tiberio pasaba largas temporadas;
se dice que era tan malo que desde un acantilado muy
alto que daba sobre el mar arrojaba “a   sus   mujeres   y   a  
sus esclavos después de martirizarlos”.   Allí   en   Capri  
está la famosa gruta azul que es una maravilla.888 No
tiene más que una sola entrada por el mar. Nosotros
entramos en una lancha pero es tan pequeña la abertu-
ra que casi tuvimos que acostarnos para poder pasar.
Una vez dentro no dejábamos de admirar el grandioso
espectáculo.

490
Postal con la imagen de la Gruta Azul en Capri.

Aquí nos embarcamos para Alejandría a bordo


del vapor Sardegna (sic), anclamos en Catania en la isla
de Sicilia, la última ciudad que pertenece a Italia. Des-
de el barco vimos el volcán Etna cubierto de nieve en
medio de risueñas ciudades y poéticas aldeas. 889 La tra-
vesía fue excelente en un mar tan calmo, que ni parecía
que estuviéramos en el mar. El veintiséis de marzo lle-
gamos a Alejandría, pero desembarcamos hasta el día
siguiente. Era increíble estábamos pisando otro conti-
nente, África. Pasamos la aduana sin ningún problema y
de inmediato tomamos un tren al Cairo; nos hospedamos
en el hotel Bristol en el mero centro de la ciudad.

Foto del Hotel Bristol, donde se quedaron en El Cairo.

491
En verdad estábamos en otro mundo. Como ha-
bíamos visto en el cine, los egipcios tenían barbas y
llevaban una especie de birrete rojo (fez) en la cabeza,
mientras otros llevan turbantes. Van bien cubiertos.
Ves muy pocas mujeres por las calles, y todas traen un
velo que sólo les deja ver los ojos. Encima de la nariz
entre los dos ojos tienen una especie de carrete.
Al día siguiente lo primero que fuimos a visitar
fueron las pirámides; anduvimos horas en camello aun-
que a las pirámides se llega en un tren eléctrico, y ya
cerca de ahí se toman los camellos. Tuvimos un muy
buen guía que nos trajo toda la mañana. Por la tarde el
mismo guía en coche nos llevó a conocer la ciudadela,
las mezquitas de Hassan y Mohamed Alí y las tumbas
de los mamelucos. Después fuimos al bazar árabe y al
egipcio. Al día siguiente fuimos a Heliopolis llamado
también Matariyah; ahí se encuentra el árbol de la Vir-
gen María. Se dice que cuando María y José andaban
huyendo de Herodes, fueron a Egipto y aquí se cobija-
ron bajo la sombra de un árbol que los protegió. Ade-
más ahí manó el agua que sació la sed de la Sagrada
Familia. Después ahí creció un abeto balsámico donde
llegan ahora multitud de peregrinos. Luego fuimos a
visitar las tumbas de los califas.
Por la noche salimos en el tren nocturno para Lu-
xor, donde visitamos sus ruinas por la mañana y por la
tarde Karnak donde está el templo construido por Ram-
sés III, que tiene ciento treinta y cuatro columnas en
una enorme extensión.

492
Las dos Matildes en Karnak, Egipto.

Aquí teníamos programada la visita al Valle de


los Reyes para el siguiente día, 30 de marzo. Lamenta-
blemente ese día enfermó Matilde mamá y tuvimos que
atenderla. No obstante al día siguiente Mata y yo fui-
mos a Tebas y como este Valle está al otro lado del río
navegamos. Yo llevé el timón, un rato nada más. Ahí
visitamos la famosa tumba de Tutankamón y las de
siete faraones más, que ahora están vacías, pues todo
está distribuido en los museos o fue saqueado.

Cuando regresamos Matilde ya se encontraba


muy aliviada. Así que salimos el 1 de abril en el tren
diurno de regreso a El Cairo. Por cierto, al siguiente día
comenzaban las fiestas del Ramadán (del 2 al 4 de
abril), y por ese motivo no pudimos visitar el museo,
pero aprovechamos para ir otra vez a los bazares y visi-
tar la ciudad moderna que está creciendo mucho. En los
bazares no me resistí y les compré unos escarabajos
auténticos montados en un prendedor de oro en forma
de alas. Me animé a pesar de lo gastado que estaba,
arruinado como las ruinas que visitábamos. Pero valió
la pena, eran recuerdos perdurables de este hermoso
viaje.
493
Visitar Egipto había sido siempre uno de mis
sueños, conocer templos y tumbas que tienen treinta y
hasta cuarenta siglos de existencia; fue una experiencia
maravillosa, y como dice Matilde ha sido el dinero me-
jor gastado en nuestra vida. A Mata le gustaron tanto
las pirámides, que volvimos el domingo, y eso que por
la noche salíamos para Jerusalén en ferrocarril.

Llegamos a Jerusalén el lunes 4 de abril, muertos


de cansancio. El viaje en Egipto había sido extenuante
y luego el trayecto de noche en ferrocarril a Jerusalén
fue incómodo, casi no dormimos, sobre todo cuando
pasamos por el canal de Suez, entre la emoción de co-
nocerlo y los trámites. Por eso el primer día en Jerusa-
lén no hicimos nada más que descansar.
Jerusalén nos pareció chico y tristón, pero había
tanto que visitar en la ciudad y en los alrededores, que
no nos podíamos quedar quietos, estábamos en ¡Tierra
Santa! donde teníamos la oportunidad de conocer los
famosos sitios mencionados por la Biblia. Fuimos a
Betania, vimos el mar Muerto, el río Jordán y las ruinas
de Jericó. Llegamos hasta Belén. En el camino a Belén
vimos el sepulcro de Raquel. Fuimos a San Juan de la
Montaña donde está la gruta de San Juan Bautista. Y,
por supuesto, no podíamos dejar de conocer el Santo
Sepulcro y recorrer la Vía Dolorosa. También estuvi-
mos frente al famoso Muro de las Lamentaciones.
Fue muy importante para nosotros pasar el 10 de
abril, el Domingo de Ramos, en Jerusalén. Ese día fui-
mos también a Getsemaní. Al día siguiente nos fuimos
a Nazareth. En el camino vimos unas maravillosas
amapolas y en la tarde pasamos al Monte Tabor. De
Nazareth nos fuimos a Tiberiades donde dormimos. Al
día siguiente, muy temprano a las siete y media regre-

494
samos a Nazareth pasando por Monte Carmelo (Haifa)
hasta Beyrouth,890 adonde llegamos por la noche. Bey-
routh es un enorme puerto que entonces se encontraba
bajo el mandato de Francia.

Postal de Beyrouth hoy solo Beirut.

Aquí nos embarcamos al día siguiente en el vapor


Umbría donde haríamos un recorrido en diez días, por
Constantinopla, Atenas, Nápoles y, finalmente desem-
barcaríamos en Marsella, para de ahí viajar a España.
Por poco perdemos el vapor, pues nos habían dicho que
salía en la noche, por suerte me enteré a tiempo.

Fuimos costeando en toda la travesía. Desde el


barco vimos Larnaca y Limassol, en la isla de Chipre
que es bajo el dominio de Inglaterra. Vimos la hermosa
Trípoli que no me la había imaginado tan grande. La
Isla de Rodas la apreciamos en bella perspectiva y me
preguntaba dónde estaría el famoso Coloso. Desde el
barco vimos la gran bahía de Smirna en Turquía. La
población que se extiende sobre las colinas se miraba
muy pintoresca. En la parte baja había ruinas, restos de
la antigua ciudad destruida en 1922 durante la batalla
entre griegos, turcos y armenios.

495
Llegamos el lunes 18 a Constantinopla; no pudi-
mos bajar a tierra hasta el día siguiente. Sólo estaría-
mos un día completo, así que rentamos un coche tem-
pranito y visitamos la ciudad por tres horas; nos mara-
villó la gran Mezquita de Santa Sofía, por la tarde visi-
tamos el Bósforo y atravesamos el llamado Cuerno de
Oro en un bote. Salimos de Constantinopla a las diez de
la noche; estábamos tan impresionados de la histórica
ciudad que nos quedamos sobre cubierta para admirarla
por última vez.

El día siguiente, 20 de abril, Matilde y yo cum-


plíamos treinta y cuatro años de casados. Ese día desde
la borda del barco admirando el bello paisaje de la cos-
ta, el mar Egeo y sus islas, recordamos con nostalgia el
día de nuestra boda, celebrada en la Catedral de Colima
a ¡las cinco de la mañana! Éramos jóvenes, yo con
veintisiete años, ella con veintitrés. ¡Qué pronto se nos
pasaron treinta y cuatro años!

Invitación de la boda de Gregorio Torres Quintero


y Matilde L. González.

496
Llegamos al puerto El Pireo y otra vez contába-
mos con muy poco tiempo, así que desembarcamos a
las seis de la mañana. Nos desayunamos y en seguida
nos pusimos en camino a la Acrópolis. A las ocho y
media ya estábamos admirando el Partenón. Rentamos
un automóvil que nos paseó durante cuatro horas por la
ciudad moderna y volvimos al barco a mediodía. El
vapor partía a la una en punto.

En la tarde pasamos por el famoso canal de Co-


rinto, construido por el ingeniero húngaro Esteban Türr
bajo los proyectos de Lesseps, en 1893. Ese canal sepa-
ra el Peloponeso del resto de Grecia, y gracias a su
construcción evita el rodeo de cuatrocientos kilómetros
de la península del Peloponeso al mar Egeo.

El 22 de abril estábamos ya sobre el Mar Jónico y


a las nueve y media de la noche pasamos por el estre-
cho   de   Mesina   que   “¡Era   una   maravilla   de   luces   a   am-
bos   lados!”891 Por cierto esa tarde vimos otra vez el Et-
na a la distancia.

Llegamos a Nápoles por la mañana del 23 de


abril, sólo por unas horas, pues nos reembarcamos en la
tarde a las cinco y media. Admiramos de nuevo su
hermosa bahía la cual nos ofreció el magnífico espec-
táculo de una bella puesta de sol que se puso detrás del
castillo de Saint Elmo.

Tomamos rumbo a Marsella. Pasamos al sur de la


famosa isla de Elba donde estuvo Napoleón y por el
norte de Córcega, lugar de su nacimiento. Alcanzamos
a ver hacia el sur cuando pasamos frente de la isla de
Elba la famosa isla de Montecristo; no disfrutamos mu-
cho este trayecto porque hubo mucho viento. Casi
siempre el golfo de Lyon es malo para la navegación.
497
Debido al mal tiempo no llegamos a Marsella
hasta mediodía, nos hizo tanto bien volver a pisar tie-
rra. Nos quedamos tres días de nuevo en el hotel Regi-
na. La ciudad estaba de fiesta por la visita del presiden-
te de la República. El primer día nos lo dimos de nece-
sario descanso, pero al día siguiente fuimos a conocer
el centro que es muy comercial, no obstante es una ciu-
dad bonita. Visitamos varios lugares, entre ellos Notre
Dame de la Garde que se encuentra en una colina. Nos
vinieron muy bien estos días en tierra firme, descan-
sando del barco.

Parecía increíble todo lo que habíamos recorrido.


Tantos mares: el Mediterráneo, Egeo, Mármara, Jónico,
Lyon y Adriático; el canal de Suez, y los estrechos de
los Dardanelos, de Corinto y de Mesina. Ahora íbamos
a España, donde permanecimos un mes completo. Ma-
tilde un día comentó la rabia que le daba ver que la
gente no gasta en viajes y se la pasa sólo comiendo,
cuando es el dinero mejor aprovechado.892

Nos pusimos en camino a Barcelona al día si-


guiente tomando el tren muy tempranito (5:40 a.m.) y
llegamos a nuestro destino despuecito de las siete de la
noche. Desde el tren vimos Arles, Nimes, Narbonne y
Montpellier. Como pasamos de Francia a España tuvi-
mos aduana y revisión en Port Bon.

Estuvimos en Barcelona toda una semana hasta el


siete de mayo. La ciudad tiene admirables edificios,
algunos de una arquitectura muy moderna del arquitec-
to Antonio Gaudí, quien murió el año pasado dejando
inconclusa una inmensa iglesia llamada la Sagrada Fa-
milia de estilo neogótico.

498
Creo que lo que más felices nos hizo en esos días
fue recibir toda la correspondencia atrasada. Les ha-
bíamos pedido a la familia que nos la enviaran ahí,
donde estaríamos varios días. Yo me puse un poco tris-
te porque fui el que menos cartas recibió. De alguna
forma las Matildes tienen más comunicación con Trini
y los muchachos. En fin, así es esta vida: los señores
siempre nos vemos tan adustos que sin querer nos vol-
vemos las figuras serias y austeras de la familia. De
cualquier forma, la cuñada me escribió que estaba
preocupada porque no se había podido registrar la pro-
piedad literaria de dos de mis libros (el primer y segun-
do ciclo del Método Onomatopéyico). También me de-
cía que había llegado bien la cristalería que habíamos
enviado desde Venecia.893

El siete de mayo embarcamos otra vez en un va-


por que nos llevaría por la costa hasta Cádiz. En el ca-
mino vimos Tarragona pero no pudimos desembarcar
debido a una lluvia muy fuerte. En Valencia hicimos
una breve visita, porque la lluvia de nuevo interrumpió
el paseo.

Seguimos por la costa pasando por Cartagena y


Almería. Llegamos a Málaga al amanecer adonde pa-
seamos todo el día. Por la noche partíamos para Cádiz.
Era el día de las madres, diez de mayo, y Mata estuvo
acordándose todo el día de su mamacita Trini, se apre-
ciaba que ya la extrañaba mucho. Aunque pasamos a
media noche por el estrecho de Gibraltar, yo me escurrí
a cubierta para verlo, fue emocionante pasar por un
lugar tan significativo para la historia de Occidente.
Amanecimos en Cádiz, ahí nos quedamos en el hotel
France.

499
Al día siguiente fuimos en automóvil a San Fer-
nando, sitio emblemático del puerto habitado desde la
prehistoria y ahora es famoso porque ahí se promulgó
la Constitución de Cádiz, hecho que la convirtió en la
capital de toda España, tomando el nombre de San Fer-
nando en honor del entonces rey Fernando VII. Sin
duda, la historia de España había estado muy ligada a la
nuestra hasta ese momento, cuando México estaba en
los primeros años de la guerra de Independencia, te-
niendo a Fernando VII como nuestro último monarca
español.

El 12 de mayo partimos en tren para Sevilla


adonde llegamos por la tarde, nos hospedamos en el
hotel de Francia. En Sevilla nos maravillaron el alcázar
de los Reyes y la Catedral con la Giralda, su alta torre
en cuyo vértice está la estatua de la fe con el estandarte
de Constantino en bronce y que gira como una veleta;
por eso, le dicen el Giraldillo. Éste era el minarete de la
antigua mezquita y hoy es la única torre de la catedral.
Al pie, entre otras curiosidades, se expone el freno de
Babieca que la tradición recoge fue del caballo de El
Cid. También visitamos la Torre del Oro que está en la
orillita del río Guadalquivir. Era una torre fortificada
del Alcázar pero se dice que Pedro el Cruel, en el siglo
XIV, la convirtió en prisión; hoy es la capitanía del
puerto. La primera parte es árabe y data del año 1220,
la superior es cristiana.894

De Sevilla salimos a medio día y llegamos a Cór-


doba a las cuatro de la tarde, ya que están cerquita una
de la otra. Paramos en el hotel Simón. Por la tarde visi-
tamos la famosa mezquita hoy catedral construcción
del siglo VIII hecha por los moros. Es   “un   verdadero
bosque de columnas, muchas de ellas fueron cortadas al
convertirla   en   iglesia   cristiana,”895 pero a la fecha, toda-
500
vía quedan ochocientas sesenta. Conocimos también el
puente romano, la puerta Almodóvar y los jardines de
Victoria.

Postal de la catedral de Córdoba.

Esta última parte del viaje no ha dejado de admi-


rarnos. Partimos para Granada, el último reducto de los
árabes, tomado en 1492 por los Reyes Católicos, Isabel
y Fernando. El Alcázar de la Alhambra es un edificio
inimaginable de lo bello que es, nos tuvo tan fascinados
que pasamos cuatro días completos en la ciudad pro-
longando nuestra estadía hasta el veintidós de mayo.
Regresamos varias veces a la Alhambra que no nos
cansábamos de admirar. Nuestro hotel pegaba muro
con muro con la Capilla Real de la catedral donde están
enterrados los reyes Católicos, Isabel y Fernando, así
como su hija Juana la Loca y su esposo Felipe el Her-
moso.   La   historia   dice   que   “aquí   en   Granada fue donde
Isabel   la   Católica   se  entendió   al  fin   con  Colón.”896

Ya nos habíamos vuelto unos grandes fotógrafos.


¿Quién sabe cuántas fotos ya tendríamos tomadas de
todo el viaje? Como se las iba mandando a Trini, perdí
la cuenta. Estaba feliz porque había comprado una ca-
501
marita pequeña que podía cargar en el bolsillo y que
saca instantáneas aún en la sombra y con poca luz. Ha-
bía sacado fotos mientras llovía y me habían salido
muy bien. También le compré una a Mata y anda feliz
tomando ya sus propias fotos; nos asombra la nueva
tecnología.897

Después de gozar la belleza de Granada el do-


mingo temprano a las ocho cincuenta de la mañana par-
timos en tren para Madrid donde llegamos casi doce
horas después, a las ocho y media de la noche. Nos
hospedamos en el hotel Regina en la calle de Alcalá,
muy cerca de la Plaza del Sol, en el mero centro de
Madrid. En esta ciudad cumplí sesenta y un años; me
festejaron mis dos damitas con una rica comida españo-
la. Si bien habíamos planeado al principio quedarnos
todo un mes en Madrid, no fue posible por los retrasos
que teníamos. Quedándonos sólo hasta el 9 de junio, o
sea dieciocho días que aprovechamos al máximo visi-
tando los principales sitios, museos y cercanías a la
ciudad. Fuimos todo un día al Monasterio de San Lo-
renzo del Escorial; Toledo fue otra de nuestras visitas
obligadas. Eso sí, nos tocó mucho calor, bastante más
del que había sentido en Colima, aunque acá es un ca-
lor seco.

El 9 de junio abordamos temprano el tren a Zara-


goza en la imponente estación de Atocha, enorme cons-
trucción de fierro. Llegamos a Zaragoza a las cuatro de
la tarde y nos alojamos en el Hotel de Inglaterra que
está en la calle de Alfonso, en el mero centro como a
tres cuadras de la plaza de la Constitución de donde
parten todos los tranvías eléctricos. Nos tocaron buenos
cuartos bien iluminados y degustamos su sabrosa coci-
na. Como el paseo de la Independencia nos quedaba
muy cerquita, fuimos a conocerlo. Nos sentamos en
502
una de sus banquitas viendo la gente pasar hasta las
ocho de la noche cuando nos metimos al cine. A la sa-
lida fuimos a merendar. Un día tranquilo.

En Zaragoza estuvimos tres días; nuestro princi-


pal interés era conocer la virgen del Pilar. Zaragoza
tiene dos catedrales, la de la virgen del Pilar y la que
llaman la Seo. En la primera está la famosa virgencita.
Nos asombró su tamaño tan pequeñito; apenas mide
unos treinta centímetros. Sin embargo es muy venera-
da, tanto como nuestra virgen de Guadalupe. Vimos a
un niño pequeño que se metió con su canasta de man-
dado   y   entró   rápido   a   rezarle   a   su   adorada   “Pilarica”,   el  
amor de los aragoneses, ellos dicen: “Por   ver   a   la   Pila-
rica   ¡Jesús!   lo   que   hemos   andao”   y   lo   dicen   los   campe-
sinos cuando hacen de gigantes y cabezudos.898

En Zaragoza visitamos varios sitios, entre ellos el


palacio ahora museo y el monumento a los Sitios. Este
último en especial nos fascinó. Resulta que Zaragoza
sufrió dos sitios durante la invasión francesa en 1808 y
1809;;   “en   uno   de   ellos   hasta   las   mujeres   pelearon. Una
muchacha, Agustina Zaragoza, peleaba al lado de su
amante, que era artillero, y cuando él cayó muerto, ella
continuó con la mecha encendiendo los cañones. La
heroína tiene en otra plaza un monumento especial,
muy   bonito.”899

Ya nos sentíamos muy cansados, el largo viaje


nos empezaba a pesar. Decidimos tomar todo un día de
descanso. La pobre de Matilde ya no sabe que zapatos
ponerse porque de los cuatro pares que llevaba, ya nin-
guno le acomoda. Yo salí un rato a caminar a la orilla
del   río   Ebro   e   iba   tarareando   su   canción   “A   orillas   del  
río   Ebro”.   Desde   el   puente   pude   admirar   el   conjunto   de  
la ciudad con sus dos catedrales.
503
Postal de la ciudad de Zaragoza, en la Ribera.

El lunes siguiente trece de junio nos fuimos a


Burgos para ver su imponente catedral gótica. Sólo pa-
samos un día completo en Burgos ya que habíamos
decidido dejar de hacer tanto turismo cultural e ir a San
Sebastián y Biarritz para darnos unos días de relaja-
miento en la costa, unos días de solaz junto al mar. Tu-
vimos un poco de mala suerte, pues los primeros días
en San Sebastián fueron de muy mal tiempo, chipi-
chipi todo el día, al grado que para conocer algo toma-
mos tres tranvías. (Nos metimos al cine una tarde a ver
“una   babosada   de   Buster   Keaton   titulada   “Las   tres   eda-
des”).   Estábamos   desconsolados…   tantas   ilusiones   nos  
habíamos hecho de pasar unos soleados días junto al
mar que ¡Mata echaba chispas! ¡Matilde, centellas! y
¡yo,   rayos!   “¡Ay,   que   suerte   tan   chaparra, nos tocó la
de perder!”.900

Tuvimos que quedarnos más tiempo del previsto


por un accidente de trenes que hubo en la frontera con
Francia, un descarrilamiento que tenía bloqueadas las
vías. Esto nos permitió reponernos de nuestras expecta-
tivas de holganza y descanso frente al mar. El tiempo
mejoró y pudimos hasta subir en funicular al monte
504
Ygueldo, desde donde admiramos el palacio de Mira-
mar adonde va todos los veranos la reina madre María
Cristina y también los reyes. Bajo el palacio pasa un
túnel para el tranvía. El descarrilamiento nos permitió
retomar el plan de ir a Biarritz.

Postales de Biarritz, Francia.

De nuevo en Francia en Biarritz, tan cerca de


San Sebastián que hubiera sido una tontería no cono-
cerla. El tiempo había mejorado. Para llegar más pron-
to hicimos el viaje en tres trayectos. El primero en
tranvía eléctrico hasta Hendaye donde pasamos la re-
visión de frontera, el segundo en automóvil a San Juan
de Luz, donde pernoctamos y el último por ferrocarril
505
hasta Biarritz. Salió bastante caro pero era inevitable.
Nos hospedamos en el hotel des Pergolas. Biarritz es
más grande que San Sebastián y la playa más linda. Es
casi mar abierto por ello se forman unas olas inmen-
sas que chocan contra las muchas rocas que hay en la
orilla, que se pueden admirar en una serie de paseos
espectaculares.

No había muchos bañistas. El mar era bastante


frío aunque tomando el sol había muchas personas. Por
más que animamos a Mata para que se metiera, no qui-
so como que le daba pena porque casi todos los que
estaban bañándose eran hombres y Matilde mamá aún
no tenía permiso del médico para tomar baños de mar
después de su operación. Cuando regresamos a París
fuimos a verlo para una revisión y entonces le pregun-
tamos sí ya podría nadar.

A partir de Biarritz hicimos dos excursiones, la


primera a San Juan de Luz, un famoso balneario fran-
cés situado al fondo del golfo de Vizcaya en la costa
Vasca. Este último nos había gustado mucho cuando
pasamos pero no pudimos conocerlo bien, por haber
llegado en la tarde. La otra excursión fue a la histórica
población de Bayonne   (en   francés)   adonde   fuimos   “en  
tranvía por un camino lindísimo en medio de villas flo-
ridas901 lugar   donde   “… los abyectos reyes de España,
Carlos IV y Fernando VII, se postraron ante las plantas
de   Napoleón   renunciando   a   sus   coronas.”   El   Empera-
dor pasó la corona de España a su hermano José, a
quien llamaron   después   los   españoles   “Pepe   Botellas”  
por   su   afición   al   vino,   y   “Pepe   Plazuelas”   por   su   amor   a  
derrumbar   callejones   y   crear   plazas.   “Por   lo   demás   es  
un bello lugar sobre el Adour, río ancho y navegable
hasta   por  buques   de  guerra”.902

506
Bayonne Francia, Le pont l’Esprit.

Estábamos tan contentos de andar viendo los bal-


nearios que ya no teníamos ganas de regresar a París.
Lástima que la época de baños no comenzaba, sino has-
ta el 15 de julio, por eso luego fuimos a Dieppe.
El jueves 23 dejamos Biarritz para hacer camino
a Pau, en donde nos quedamos en el hotel Albret, y
visitamos el castillo donde nació Enrique IV el Rey
Galante, considerado uno de los mejores reyes que tuvo
Francia   (el   de   la   frase   “París   bien   vale   una   misa”).   Nos  
quedamos en Pau que está cerca del Santuario de la
Virgen de Lourdes, como nos lo habían aconsejado
porque era temporada de muchos visitantes y muchos
de ellos enfermos, así que los hoteles en Lourdes esta-
rían llenos y con peligro de contagio
Fuimos a Lourdes el 24 de junio en un Express
que dista tan sólo tres cuartos de hora de Pau. Estar en
la gruta donde se apareció la Virgen fue ¡emocionante!
y conmovedor. Es todo un espectáculo con tantos pere-
grinos, muchos enfermos conducidos en camillas, sillas
o cochecitos hasta la milagrosa piscina que está a la
izquierda de la gruta. Todo mundo va rezando con tanta
fe en su curación que muchos lo logran. Nosotros estu-

507
vimos largo tiempo sentados en el jardín frente a la ba-
sílica que es una joya. Nos regresamos a Pau ese mis-
mo día en el Express.

Gruta de la virgen de Lourdes en Francia.

Al día siguiente tomamos el tren a Bordeaux,


nuestra última parada antes de París. Nos gustó tanto
Bordeaux que nos quedamos otro día, aunque de nuevo
terminamos muertos de cansancio ya que caminamos
todo el día. Nos tocó la feria anual donde se exponen
los mejores vinos y te dan a probar: ¡cómo degustamos
los vinos franceses!
Regresábamos a París la noche del 27 de junio
por lo que nos alojamos en un hotel cerca de la esta-
ción. No avisamos a nadie de nuestra llegada, porque
estábamos desfallecidos de cansancio. El día siguiente
busqué un hotel más conveniente y localicé uno en la
calle Arcade el Fortuny, luego nos cambiamos de nue-
vo a la pensión. Al otro día fui a recoger la correspon-
dencia que esperábamos con ansias.
Nos quedamos en París hasta el 10 de agosto, casi
mes y medio, reponiendo fuerzas, reorganizando nues-
tras vidas, planeando los viajes que nos faltaban, com-
508
prando ropa que ya nos hacía falta y visitando a los
amigos. Yo aproveché para comprarme zapatos, encon-
tré unos buenísimos que se llaman Walk Over. No me
costó trabajo encontrar mi número (8 ½).
El 11 de agosto nos fuimos a Dieppe donde sí nos
pudimos dar el gusto de pasar ocho días tomando algu-
nos baños de mar, habíamos pensado ir a Onival, pero
en Dieppe tomaríamos el barco a Londres y así con
“una   piedra   matábamos   dos   pájaros.”   Ahí   nos queda-
mos en una muy buena pensión con excelente alimen-
tación, por cierto nos acompañó un chico hijo de los
amigos que hicimos en la pensión de Passy, Eddy, con
quien Mata hizo muy buenas migas, nada de noviaz-
gos.

El clima no estaba bueno así que tomamos unos


cuantos baños. La pobre de Matilde tenía una faja es-
pecial de hule que le costaba un trabajo enorme quitár-
sela mojada porque se le pegaba a la piel. Por las ma-
ñanas el mar estaba muy alterado y nadie se bañaba;
por la tarde, cuando se componía, lo hicimos aunque en
general el agua estaba muy fría y a mí me empezaron a
dar reumas. Resulta que no nos metimos mucho, Matil-
de y yo tres veces, Mata y Eddy sólo una porque ¡cla-
ro! preferían irse al casino.

Al principio no me hacía esto nada de gracia, pe-


ro bueno son jóvenes y aquí como en Estados Unidos
se suele salir a pasear con los amigos. En el casino por
cinco francos podías entrar y pasarte todo el día. Había
conciertos en la tarde y en la noche baile. Eddy se fue
dos días antes que nosotros por un problema que urgía
su presencia en París; entonces mi alma descansó, em-
pezaba a encorajinarme con esa relación tan cercana.

509
Aprovechamos para visitar el castillo que tiene
un bonito museo y visitamos el faro. Lo que sí disfru-
tamos mucho fue la comida. No sé si los baños, el aire
marino o la cocina francesa de la pensión pero que rico
la pasamos en este lugar.903
Ya teníamos un poco más del año viajando y el
19 de agosto otra vez nos teníamos que subir a un barco
que nos transportaría por el canal de la Mancha hasta
New Haven. El trayecto duró más o menos seis horas.
Llegamos a las siete y media de la tarde, Matilde y yo
bien mareados. Al día siguiente, emprendimos el viaje
a Londres donde nos quedamos en el hotel Eccleston
hasta el 29 de agosto.
Estuvimos en Londres más tiempo del programa-
do: un poco más de una semana. La ciudad es tan gran-
de, progresista y bulliciosa que era difícil de conocer en
unos cuantos días. Tiene un movimiento increíble, can-
tidad de coches de motor y aún muchos jalados a caba-
llo, lo que resulta una curiosa combinación. Es una ciu-
dad que tiene fama de tener una neblina casi permanen-
te; sin embargo, tuvimos suerte y en general nos hizo
muy buen tiempo. Estuvimos en el céntrico Piccadilly
Circus, visitamos la abadía de Westminster donde ad-
miramos las tumbas de los reyes y de otros importantes
ingleses, poetas, arquitectos músicos, etc. Visitamos las
casas del Parlamento y estuvimos en las cámaras de los
Lores y los Comunes. El edificio es grandioso y está a
la orilla del río Támesis. Admiramos el famoso reloj de
la torre del Parlamento; el cuadrante del reloj mide 26
metros de circunferencia y el sonido de la campana se
oye a varias millas de distancia. Otro día fuimos a visi-
tar el Palacio de Cristal en Upper Norwood construido
para la gran exposición de 1851. Es un enorme pabe-
llón de hierro y cristal de medio kilómetro de largo,

510
137 metros de ancho y 34 metros de alto, donde se ex-
hibieron hasta elefantes. Por cierto, nos fuimos en uno
de los autobuses de dos pisos; Mata quiso que nos
subiéramos al segundo piso sin techo y fue un delicioso
paseo por ser un día espléndido. El paseo duró una hora
y en todo ese tiempo nunca vimos el final de la ciudad.

Piccadilly Circus en Londres.

También fuimos a Hyde Park, donde pasamos


una tarde encantadora escuchando a músicos tocando
Aída y la 2ª rapsodia de Liszt. Varias veces transitamos
por Trafalgar Square, llamada así porque en el centro de
la plaza hay una gran columna de sesenta metros de altu-
ra con la estatua del victorioso almirante Nelson de la
batalla de Trafalgar, y también pasamos seguido por el
Strand and Aldwych, donde está el teatro de la Alegría.

Regresamos a Francia por el mismo camino de


ida: Londres a New Haven en ferrocarril, New Haven a
Dieppe en el vapor París. Esta vez, la travesía fue muy
buena con el mar en santa calma como un espejo, hasta
comimos en el barco sin sentir ninguna molestia; el
trayecto duró sólo tres horas, lo que nos dio la oportu-
nidad de irnos directo de Dieppe a Rouen, donde fue
quemada viva la santa Juana de Arco por los ingleses,
511
se conserva en ruinas el castillo donde estuvo presa y la
torre donde fue atormentada.
Rouen está a la orilla del río Sena. Tiene tres
iglesias, entre éstas, una catedral gótica toda calada en
piedra con una impresionante y colosal "flèche" en la
parte central (aguja de hierro fundido añadida entre
1825 y 1876) de 152 metros de altura, por lo que es la
más alta de las catedrales de Francia. Por el río se llega
en un vaporcito hasta el gran puerto de Havre, no te-
níamos tiempo para hacer esta excursión en vista de
que por la tarde viajábamos a París.

Por coincidencia regresamos a París el mismo día


en que habíamos llegado un año antes, el 31 de agosto.
Mata regresó a sus cursos por las mañanas y en las tar-
des visitábamos museos, parques, iglesias, jardines,
castillos; en fin, todo lo que podíamos. Hasta a la ópera
fuimos donde escuchamos otra vez Aída muy bien pre-
sentada y cómodamente sentados en ese bello y gran-
dioso edificio. Después las llevé a cenar al afamado
restaurante   Maxim’s   para recrear la imagen que tantas
veces habíamos escuchado   en   la   opereta   “La   Viuda  
Alegre”   de  Franz   Lehar.   Fue  una   noche   espléndida.

Edificio de La Ópera, en París.

512
Matilde aprovechó para visitar al médico que la
encontró muy bien. Ya no le duele para nada el cuadril
ni la cadera, aunque tuvo que tomar varias cajas de Sto-
fán, y para que no le dañara el estómago tomó mucha
agua de Vichy. Yo también caí enfermo. El médico me
prohibió salir de París, y como el invierno se acercaba,
decidimos ya no ir a Alemania. Tuvimos invitación a la
boda de María Maldonado con Eugene Crombach en la
iglesia de Passy, adonde muy contentos asistimos.

Se acercaba la hora del regreso a México. Sali-


mos del mismo puerto por donde habíamos llegado a
Francia de Saint Nazaire. Llegamos a México el 20 de
febrero de 1928. Estuvimos ausentes casi dieciocho
meses, ya era hora de regresar a nuestro terruño.

Encontramos un país aún revuelto, después del


asesinato del candidato Álvaro Obregón. Había graves
problemas, todavía no se resolvía lo de la Cristiada.
Emilio Portes Gil fungía como presidente provisional.

Nos habíamos desacostumbrado a la ciudad de


México: a esa confluencia entre ciudad moderna con
resabios tradicionales. Extrañaba esas contradicciones
que miraba por la calle donde caminaban indígenas
vestidos de huarache con pantalón y camisa blanca,
ceñida por un ancho cinturón y su ancho sombrero de
palma, acompañados de sus mujeres de enaguas am-
plias largas hasta el suelo con sus grandes rebozos don-
de cargan a sus chiquillos, junto a señores de traje y
bombín, muchos de ellos circulando en sus nuevos au-
tomóviles Ford.

Los sobrinos pronto organizaron un día de campo


en Xochimilco. Fue bonito recorrer de nuevo el canal
de la Viga lleno de trajineras. Al fin nos sentíamos en
513
casa. Otro domingo fuimos a Chapultepec a recorrer el
bosque con sus colosales cipreses, nuestros ahuehuetes.
Subimos hasta el castillo para apreciar como se había
extendido la ciudad. Eso sí, la etiqueta social seguía
siendo tan puntillosa como siempre. Tuvimos muchas
invitaciones que ahora las mandan por telégrafo; así fue
como nos llegaban telegramas para que asistiéramos a
cenas y reuniones donde se jugaba a las barajas. Era
una mezcla de resabios españoles, indígenas, europeos
y estadounidenses. Nuestra ciudad era única y asom-
brosa: había cine, algunas veces con películas sonoras
en inglés, elegantes clubes donde se jugaba golf o tenis
y hasta se podía tomar un corto vuelo en Balbuena.

Nuestros mercados seguían siendo esa deliciosa


variedad de frutas, legumbres y flores, olores y sabores
que habíamos echado de menos y ahora nos urgía dis-
frutarlos de nuevo en la mesa. Como en Europa, había
tranvías y lujosos automóviles que se mezclaban con
carrozas a caballo. Ruido por todas partes, se escucha
el radio y los aviones que ronronean en el aire. En la
moda apreciamos un cambio hacia el estilo estadouni-
dense sobre todo en ropa deportiva y de la calle, tal vez
era influencia del cine. Otra situación muy notoria es
que cada vez vemos más mujeres trabajando de taquí-
grafas y telefonistas.

De verdad la Revolución había cambiado nuestras


vidas. Había nuevos edificios y mejores comunicacio-
nes. Había vuelos a varias ciudades de Estados Unidos;
por eso, vemos muchos turistas americanos —gringos—
paseando por la ciudad, visitando Teotihuacán, yendo a
los mercados o tomando los cursos de verano que ofre-
ce la Universidad. Recién se había abierto una carretera
que lleva hasta Acapulco por el viejo camino de las

514
carretas que traían las mercancías de la famosa Nao de
la China.

Casi inmediato a mi retorno tuve invitaciones pa-


ra platicar sobre mi viaje. Recuerdo la que hice en la
escuela preparatoria de Coyoacán el 10 de abril, ese día
me acompañó mi buen amigo Lucio Tapia.

REGRESO A LA COTIDIANIDAD

De nuevo estaba en el aula. Rafael Ramírez, entonces


jefe del Departamento de Educación Rural, y Moisés
Sáenz me encomendaron la cátedra de educación rural
en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad.
Al principio no tuve muchos alumnos, sólo quince. 904

El cuatro de septiembre de 1929 tuve el honor de


dictar un discurso en elogio a la memoria del maestro
Miguel E. Schulz (1851-1922), en la Academia Nacio-
nal de Historia y Geografía. Como recordarán, él había
sido mi maestro de geografía en la Normal y luego
compañero en la misma. Muchas reflexiones hice ese
día sobre el tema de la muerte, recordando los versos
de   Ignacio   Ramírez   el   “Nigromante”.   Esta   sesión   se  
celebró porque en la mañana se había develado la placa
en la calle que ahora lleva su nombre en la colonia San
Rafael, antes calle de arquitectos.

Les hablé de sus ansias por ser escultor; por cier-


to él hizo la estatua de Copérnico que está en la Biblio-
teca Nacional. Sin embargo su verdadero arte fue ense-
ñar. El maestro Schulz era un hombre afable por natu-
raleza y buen platicador, su cátedra siempre fue amena.
No nos llenaba la cabeza de nombres sino que hacía
descripción de la morada del hombre con diestros dibu-
jos en el pizarrón. De pronto aparecían mapas, planos
515
con toda precisión como si los estuviéramos viendo en
un   atlas   y   todo   de   memoria.   “…   fue   la   geografía   su  
propia encarnación, su parte y su todo, su anverso y su
reverso,   su  amor,   su  pasión,   su   sublime   destino.”905

Fui con mucho cariño a platicarles sobre esa bella


experiencia que la vida me había dado de ser su alumno
y después su amigo, por cerca de cuarenta años. (Toda-
vía no había presentado mi trabajo de ingreso a esta
Academia; esta disertación se me tomó como tal).

Diploma de Gregorio Torres Quintero como miembro de número


de la Academia Nacional de His toria y Geografía, AHEC,
9 mayo 1930.

Me correspondió hablar sobre otro gran mexicano


la noche del 23 de julio de 1931. Esta vez hice elogio al
ingeniero Antonio García Cubas bajo los auspicios de
la Dirección General de Educación Cívica. Ofrecí un
recuento biográfico de su vida que intercalé con mis
516
propios recuerdos. Les conté cómo lo había conocido
cuando fue mi sinodal en un examen de geografía en la
Normal y me pidió que expusiera el viaje de México a
Acapulco. Los mejores libros de geografía se los de-
bíamos a él, en especial señalé su participación en la
fijación de los límites fronterizos entre Guatemala y
México. Más tarde fue publicada mi alocución en las
“Memorias   de  la   Sociedad  Antonio   Alzate”.906

Hice un esbozo de sus principales obras sobre to-


do las de geografía, como el Atlas pintoresco e históri-
co de los Estados Unidos Mexicanos con catorce lámi-
nas o cartas: política, etnográfica, eclesiástica, vías de
comunicación, instrucción pública, orográfica, hidro-
gráfica, agrícola, minera, arqueológica e histórica, la
vieja Nueva España, el valle de México y sus alrededo-
res, además del cuadro estadístico e histórico, todas ro-
deadas con cromolitografías bellísimas. Toda una obra
de arte y sabiduría.

Retirado de la brega profesional y con la decisión


de gozar a mi familia no he podido desligarme de todo
aquello que compartí. En 1929 fui elegido presidente
de la Sociedad de Maestros Jubilados, creada en 1923
cuando se habían cancelado las pensiones a los maes-
tros mayores con veinte años de servicios, razón por la
que decidimos formar la Sociedad y también para de-
fendernos de posibles ataques posteriores.

Dentro de la Sociedad creamos un grupo mutua-


lista para que en los casos de defunción de los maes-
tros, se pudiera ayudar a los familiares con los gastos.
Entonces, cuando un socio fallece, cada uno de noso-
tros damos un peso con veinticinco centavos.

517
Para la toma de posesión de la nueva mesa direc-
tiva de 1930 organizamos una velada literaria musical
en el salón cívico Álvaro Obregón, del expalacio muni-
cipal, ahora sede del Distrito Federal. El evento fue el
sábado 18 de enero a las diez y media, durante el cual
leí el informe del año anterior cuando era presidente
(inicialmente había sido el vicepresidente). Hubo una
excepcional concurrencia, unas quinientas personas. En-
tre éstas distinguidos decanos del magisterio, estuvieron
el señor Manuel Cervantes Imaz, Emilio Bravo, Miguel
Oscoy y Lázaro Pavia; entre las maestras Ester Huidobro
de Azúa, María Miranda, Delfina Rodríguez, Adelaida
Mann y Guadalupe Tello Meneses.907

En la lucha logramos conseguir un lote en el pan-


teón de Dolores, el mismo que se tenía desde 1896 para
los maestros municipales, donde sólo había dos tumbas
y se encontraba abandonado. Obtuvimos la escritura de
cesión en 1925, en adelante aquí se podrían enterrar a
los maestros jubilados aunque no pertenecieran a la
sociedad y sus sepulcros serían a perpetuidad.

A partir de entonces, cada año se hace una cere-


monia anual a los maestros muertos y se construyó un
monumento en el centro del lote con una dedicatoria a
ellos. Varios de nosotros pronunciábamos discursos en
esos días. Yo hice uno que dediqué a mis maestros
muertos, recordando a todos ellos, desde el maestro
Pamplona de Colima hasta el maestro Justo Sierra y
muchos más que ya se han mencionado en esta historia.
Mencioné a los cuatro guardianes —Francisco Echega-
ray, Justo Sierra, Luis E. Ruiz y Miguel F. Martínez—
que velan el sueño de los maestros.

Quien me iba a decir que poco tiempo después


tuve que ir a este lote, a despedir al borde de su sepul-
518
tura a mi gran amigo Lucio Tapia. Me embargaba un
terrible dolor, no podía pronunciar palabra y no podía
creer que no volvería a verle más. Recordar que había-
mos sido compañeros desde la Normal, ese día me
acordé con un nudo en la garganta como en el pase de
lista cotidiano de los maestros nuestros nombres esta-
ban unidos, en aquella letanía diaria. ¿Cómo olvidarlo?
Era como mi hermano menor siempre me miró con res-
peto y yo le amaba. Lucio se distinguió rápidamente
por   “su   saber,   su   disciplina,   su   laboriosidad, su honra-
dez   y   su   estricto   apego   a   sus   deberes”.   De   soldado   raso  
llegó a general, siempre serio, pero elocuente cuando
hablaba en público, buen orador. Recién había recibido
su pensión y vivía retirado del ruido y el mundo cuando
la muerte nos lo vino a quitar. A su tumba fue el viejo
amigo a darle el adiós. Fue compañero del camino de la
vida, siempre a mi lado hasta en la Sociedad de Maes-
tros Jubilados donde recientemente había sido nombra-
do vicepresidente para la mesa directiva de 1930.908

No me faltaban las invitaciones y casualmente in-


sistentes en el recuerdo a los que me habían antecedido
en partir. Un día llegó a mi puerta un viejo amigo se-
cretario de las dos sociedades más antiguas del país, la
Academia Alzate y la de Geografía y Estadística, y me
especificó que era necesario que yo pronunciara un
elogio en honor al Sr. Ing. Antonio García Cubas, en
una celebración bajo los auspicios de la Dirección Ge-
neral de Acción Cívica. No pude negarme. Debía tanto
a la Academia Alzate a la que hace cuarenta años per-
tenezco. Ello me honraba.

¡Cuán ilusorio es el deseo de nuestro alejamien-


to de las cosas que ayer nos cautivaron perpetuamen-
te! Nuestro destino se fijó un día y se desarrolló du-
rante años, cristalizando nuestra vida en un solo afán,

519
en una sola ilusión, en una sola esperanza, formando
todo eso el sello de nuestra existencia. Y llegan a la
puerta aquellas cosas que dejamos afuera, y tocan, y
llaman, y entran; y entonces nos sentimos tan ligados
a ellas, que nos consideramos incompletos y sólo pen-
samos que somos una ráfaga del todo armonioso que
se llama vida.
Los honores póstumos rendidos o consagrados a
los grandes hombres no son, para muchos, mas que
ejemplos para los vivos, estímulos para los jóvenes y
quizás esperanzas para los que no hayan alcanzado en
su tierra la consagración de profetas.909

Seguí desempeñando algunas actividades en mi


querida Academia Nacional de Ciencias Antonio Alza-
te. En 1932 fui nombrado secretario anual.910

Dejemos un poco el trabajo, los recuerdos y la


tristeza para comentarles que ese año compré un radio
para   ponernos   a   la   moda.   Se   trataba  de  un  aparato  “Co-
lumbia”   Viva   Tonel-Kolster que me costó ochocientos
cincuenta y nueve pesos de contado porque ya saben: no
me gustan las deudas.911

Es increíble la cantidad de inventos que hay. Pa-


recen cosas de brujería y la radio es uno de éstos. Ya no
se ve una azotea sin antena de fierro o de carrizo, mala
o buena, con esos bulbos de galena y las familias se
reúnen con los amigos por las noches a oír un concierto
y las novedades. Primero el fonógrafo, el telégrafo, el
teléfono y ahora la radio nos inunda con sus sonidos y
llena las casas antes invadidas sólo por el ruido de la
calle con una nueva sonoridad. Antes tener un radio era
excepcional ahora cualquiera puede tenerlo, los encon-
tramos en varias casas comerciales y a precios cómo-
dos, la mujeres están ahora embelesadas haciendo el
quehacer a la vez que escuchan la radionovela.912
520
AÚN DEFENDIENDO MI MÉTODO

Los problemas, las rivalidades y las oposiciones en


nuestras ideas nunca se acaban. Son parte de la vida.
En   marzo   de   1928   se   llevó   a   cabo  “La  Conferencia Pro-
Lengua   Nacional”,   entre   los   días   26   al   31,   para   adoptar  
los sistemas de enseñanza de los Estados Unidos de
Norteamérica, siendo secretario de Educación Pública
José Manuel Puig Cassauranc y subsecretario el profe-
sor Moisés Sáenz. Si bien yo he admirado profunda-
mente la educación de ese país (lo he narrado ya en
anteriores capítulos), en la enseñanza de la lengua de-
bíamos tomar en consideración las claras diferencias
entre los dos idiomas.

Asistí al evento como maestro jubilado, aunque


entonces me encontraba impartiendo la cátedra de Filo-
sofía de la Educación en la Universidad Nacional, pre-
cisamente en sustitución del profesor Moisés Sáenz.

Muy molesto por las resoluciones de la Confe-


rencia realicé dos publicaciones en 1929, en las cuales
expuse mis puntos de vista sobre esta problemática.
Primero fue un folleto que intitulé La imposición de
métodos americanos de lectura en nuestras escuelas:
erróneas conclusiones de la Conferencia Pro-lengua
Nacional, de sólo 31 páginas. Era un texto de difusión
ligero para explicar a los maestros lo que se estaba pla-
neando en la enseñanza de la lectura y la escritura. El
segundo fue un libro, donde hacía más extensas mis
explicaciones, con el título Los métodos de lectura
americanos su inadaptabilidad al español, con 132
páginas, donde disertaba sobre las discusiones de las
propuestas de la Conferencia, mis argumentos y expe-
riencia en la enseñanza de la lectura y la escritura en
español.
521
Algunos podrían censurarme diciendo que si
inicié esta discusión sobre las resoluciones de la Con-
ferencia se debía a que soy autor del Método Onoma-
topéyico no comprendido entre dichas resoluciones,
como muchos otros, el de Rébsamen, el de Delgadillo,
por ejemplo. Precisamente porque la Conferencia ha
condenado estos métodos, entre ellos el mío, salté a la
palestra. Primero para defender mis propios razona-
mientos. Siempre he dicho que correr ante el ataque es
cobardía o incompetencia. Y aunque viejo no quiero
ser tachado ni de lo uno ni de lo otro. Y, segundo,
quiero demostrar que no es el interés comercial el que
me mueve, sino la creencia de que las resoluciones de
la Conferencia son trascendentalmente erróneas. En
esta actitud llevo conmigo el mayor interés en aclarar
una cuestión de tanta importancia para la educación
popular. Probé que los métodos americanos son im-
propios e improcedentes en el español; que son enor-
memente pesados y caros para los maestros; son muy
caros para los alumnos si han de llevarse con fideli-
dad; son excesivamente tardíos y en una palabra emi-
nentemente perjudiciales.913

Reconozco que fui irónico y duro en mis críticas,


pero me parecía inaudito que después de tantos años
de éxito del método onomatopéyico, nuevas posicio-
nes audaces y sin estudios profundos se lanzaran a
invocar   nuevos   métodos,   como   el   denominado   “natu-
ral”,   cuyo   punto   de   partida   es   la   percepción visual y
auditiva en conjuntos, que se oponía a los sintéticos y
analítico–sintéticos hasta entonces autorizados por la
Secretaría de Educación Pública. Miraba que la tenden-
cia   era   favorecer   el   método   de   lectura   “Ríe”   de   Alfredo
E. Uruchurtu y Alconedo.914 Por cierto, recuerdo que el
primero había sido mi alumno en la Normal.915 Final-
mente me parecía absurdo traernos métodos a México
que fueran largos, laboriosos, complicados y antifoné-

522
ticos, cuando teníamos una lengua fonética que admite
fácilmente la enseñanza.

Ante tal situación se hizo un concurso para poner


a prueba el método americano. Yo sugerí que se dejara
en libertad al maestro de escoger el método que más le
acomodara.916 Hasta se formó una Comisión Técnica
Consultiva en la Secretaría, cuyo presidente fue el pro-
pio Moisés Sáenz. La Comisión me envió un memo-
rándum firmado por Ezequiel A. Chávez para rectificar
mis apreciaciones inexactas. Me decían que el nuevo
método se fundaba en el desarrollo natural del lenguaje
de los niños, que era lo que mejor respetaba la psicolo-
gía evolutiva del niño y que no era americano. Decían
que no se debía comenzar la enseñanza por las letras, y
yo defendía que era él único medio justificado para los
maestros; les recordaba que el niño no comienza a ha-
blar por frases sino por vocales, luego consonantes,
exclamaciones y finalmente palabras sueltas, recordan-
do las enseñanzas de Gross, Kusmaül, Preyer, Pérez
Hall y Bladwin, sobre todo.

La comisión volteaba todo y me recordaban el


método de palabras naturales, el Global, los de Decroly
y yo les recordaba que curiosamente en Estados Unidos
utilizan en la enseñanza el método de cuentos igual que
el mío. Curiosamente una de sus principales posturas
iba contra la simultaneidad en la enseñanza de la lectu-
ra y la escritura, lo que me parecía un garrafal error, un
retroceso increíble. Se conocía bien que en la Comisión
no había maestros de primer año, quienes son los que
enseñan a leer y escribir. La Comisión hacía todo tan
difícil cuando el español por ser fonético es tan fácil. 917
Tuve que hacer una carta al secretario de Educación
Pública, el licenciado Aarón Sáenz, donde claramente

523
le manifestaba mi desacuerdo con la adopción de los
nuevos métodos.918

La vida nos hace juegos inexplicables. Después


de tantas luchas, me comunicó el jefe del Departamento
de Enseñanza Primaria y Normal que mis libros de en-
señanza habían sido premiados con Medalla de Plata en
la Exposición Iberoamericana de Sevilla, y que para
mayores informes sobre la obtención de mi diploma y
medalla me dirigiera a la Secretaría de Industria y Co-
mercio. Obvio, me felicitaba. Buena reconciliación me
hizo la vida cuando menos me lo imaginaba. 919

Sin embargo, todavía no acabarían mis luchas por


el método. En 1933 se me ocurrió hacer una edición del
Método Onomatopéyico reducido en 16 páginas, para
ayudar en las tareas de alfabetización. Fue un folleto en
rústica en cartoncillo pero bien ilustrado, como las vie-
jas cartillas. En el forro puse las instrucciones del Mé-
todo. Se lo envié a mi amigo Heliodoro Valle para que
me hiciera favor de anunciarlo en el Rincón de los li-
bros, porque ya la publicidad se había vuelto muy cara.

Poco después, de nuevo, se debate la cuestión de


los textos, y el nuevo secretario de Educación, Narciso
Bassols, echó abajo mi método contra la opinión del
magisterio. Pensé que era oportuno anunciar el método
barato, el reducido, ahora que la Secretaría   no   tenía   “ni  
un solo centavo”   para   textos,   quedando   el   mercado   a  
merced de los padres de familia.920

Para colmo ese año empecé a sentirme mal: ¿des-


animado o enfermo? y decidí ya no luchar más por el
Método. Si era bueno y útil que se defendiese solo. 921

524
NO OBSTANTE SEGUÍ PUBLICANDO

Había publicado Mitos aztecas,922 luego las Leyendas


aztecas y como tercer volumen tenía en prensa Fiestas
y costumbres aztecas. El primero fue una serie de doce
láminas en color con pastas de lujo. Leyendas aztecas
del que ya les hablé fue publicado en 1925. Con Fiestas
y costumbres aztecas en prensa, se cerraba la colección.
Siempre me había interesado el tema y cuando juntaba
materiales los publicaba en revistas, con títulos como
“Danza   mexicana”,   la   “Educación   entre   los   antiguos
mexicanos”   y   uno   sobre los   “Tarascos”,   este   último
salió en la revista que organicé en Yucatán en 1918. 923

En 1931 al fin publiqué Cuentos colimotes, libro


que se había ido construyendo a lo largo de mi vida.
Desde mis primeros pininos de escritor, fui conjuntan-
do leyendas e historias sobre mi querida tierra natal
Colima. Acuérdense que las primeras se publicaron en
Colima en el libro Versos, cuentos y leyendas, en dos
ediciones, 1893 y 1894. En esas ediciones aparecieron
dos   poesías:   “Al   Volcán   de   Colima”   y   “Anclaje”; las
leyendas   fueron:   “La   laguna   de   Alcuzahue”, que se la
dediqué a mi madre,   “La   ciudad   encantada”, dedicada a
mi   padre,   “El   cayuco   del   diablo”,   “La   pesca   del   tibu-
rón”,   “Cuyutlán”,   “El   montero”,   “El   jaguar”,   éste   últi-­
mo   con   el   título   de   “Una   escena   en   la   costa”,   además
“Un   velorio”   y   “Cuál   era   la   mejor   escuela”.924 Después,
en 1900 publiqué otro libro con el título Cuentos y le-
yendas, que apareció en Ciudad Juárez, ahí aumenté:
“Me  quieres   por  esposo”,   “La   sirena”   y  “El   montero”.  

Con los años fui reuniendo más y así llegué a esta


edición de 1931 con treinta y tres títulos, cuatro poe-
mas,   dos   nuevos:   “Ojo   de   mar”   y   “El   domador   de  caba-
llos”.   Y   las   nuevas   leyendas   e   historias   de: “Los fusila-
525
dos”,   “Un   drama   salvaje”,   “El   guarda   virreinal”,   “La  
barranca   del   muerto”,   y   “La piedra   de   Juluapan”,   entre  
otros más.

Pronto se lo envié al amigo Heliodoro Valle, en


septiembre   de   1931,   quien   me   preguntó   “¿Por   qué   co-
limotes?”   Yo   le   expliqué   que   es   el   término   vulgar;;   que  
si se le pregunta a un muchacho de Colima ¿de dónde
es?, él contestará:   “Soy   colimote,   rodillón,   panza   sala-
da”;;   le  simpatizó   mi   explicación.925

Nuevamente subí a la tribuna en 1931, esta vez


en el quincuagésimo aniversario de la recepción profe-
sional de Emilio Bravo. Era otro de mis amigos de pro-
fesión cuyas cualidades de rectitud, constancia, empeño,
entusiasmo, apego a sus deberes, estricta preparación y
su afición decidida por la causa de la escuela, lo habían
convertido en un gran ejemplo para los docentes.926

Con frecuencia recibía solicitudes a participar en


eventos y otras cuestiones relativas a la tarea docente.
Tuve una muy curiosa invitación de parte de Julián Ca-
rrillo, quien estaba organizando escuelas secundarias
gratuitas en la organización que tenía con el encantador
nombre   de   “Ciudadanos   idealistas”.   A   esa fecha conta-
ba con doscientos profesores afiliados, me invitaba a la
presidencia técnica, esta vez tuve que declinar tan hon-
roso ofrecimiento, ya no me sentía con energía para
emprender tales actividades. 927

La desaparición de los amigos de mi generación y


algunas dolencias que se me presentaron, me hicieron
reflexionar sobre donde debían ir a parar mis restos y
los de Matilde. También pensé en Trini, tan mayorcita
como nosotros. Yo había sugerido, cuando se podía
hablar sobre el tema, que me enterraran en el lote de los
526
maestros, pero una vieja melancolía me hacía pensar
descansar en mi tierra y, por eso, quizás había adquiri-
do algunos terrenos en el panteón de Colima. Mi buen
amigo Enrique Ceballos me había ayudado en estos
trámites. Lo veía cada vez que íbamos a Cuyutlán hos-
pedándonos siempre en su hotel.928

Creo que mi hora se acercaba. Empezaban a


nombrar escuelas con mi nombre. Ello me honraba pe-
ro a la vez me angustiaba, lo sentía como un presagio
de que pronto partiría. La escuela de Tláhuac, la Escue-
la Primaria Superior No. 162, era una de éstas y con
motivo de mi cumpleaños recibí una carta de felicita-
ción con las firmas de todos los maestros. 929 Fue emoti-
vo y a la vez desconsolador. Me sentía como fuera ya
de la vida normal y cotidiana. En Colima había otra con
mi nombre, una escuela superior de niñas cuya directo-
ra era la estimada Ma. Carmen Llerenas.930

Otro reconocimiento me haría muy feliz, pues me


hizo recordar tantas experiencias de mi vida. En marzo
de 1933 cumplía cincuenta años de haber recibido mi
nombramiento de maestro —entonces preceptor de
primer orden— en el Liceo de Varones de Colima. El
Centro Cultural de Maestros Colimenses pidió al secre-
tario de Educación Pública me hicieran un homenaje.
La petición la firmaban Hermelinda M. de Oca, Luis de
la Brena, Carmen G. Basurto, y muchos más, la mayo-
ría maestras. Si bien yo sustenté mi examen el 2 de
marzo y el título me fue expedido el 20 de ese mes, en
la invitación apareció como día del aniversario el 1 de
marzo; no importaba, era un día de diferencia.931 Así
fue como empezaron a organizar lo que para mí fue una
fiesta de alegría y satisfacción. Matilde hija hizo un
folleto con mi biografía en resumen y las obras que
tenía publicadas, que se repartió aquel día.932
527
También en Colima, en la Escuela Superior de Ni-
ñas que lleva mi nombre, se organizó otro festival en mi
honor el 4 de marzo. Me enviaron invitación y progra-
ma, muy simpático éste, pero me fue imposible asistir.

“CESEN  LAS  RISAS  Y  COMIENCE  EL  LLANTO...”

Esta mesa en sepulcro se convierte.


¡Vivos y muertos! ¡Escuchad mi canto!
Versos del Nigromante 933

En enero de 1933 fue cuando me empecé a sentir muy


mal en Colima, allá me diagnosticaron primero que era
una disentería amibiana y después que no, sino que era
un padecimiento crónico de la uretra. Fue hasta que
regresé a la ciudad de México cuando me hicieron una
rectoscopia y se hizo el diagnóstico correcto, resultó
cáncer del recto. Los médicos nos lo ocultaron a mí y a
las mujeres. Así fue que emprendimos la lucha contra la
enfermedad, con la vana ilusión de salir adelante.

Me puse en manos de los especialistas, quienes


primero dijeron que era necesario hacer una operación
para separar la parte afectada y poder efectuar el trata-
miento del radio. La operación la realizó el renombrado
médico don Gustavo Baz, uno de los mejores cirujanos
del país. Le ayudaron otros preclaros médicos, Braca-
montes y Carranza; fue todo un éxito, hasta aprovecha-
ron los médicos para arreglarme una antigua hernia
inguinal. Esa vez estuve un mes en el sanatorio del Dr.
Ulises Valdés.

Después de esta operación me sentía muy bien,


así que en ambulancia me condujeron al sanatorio del
Dr. Araujo donde tenían el equipo necesario para ha-

528
cerme las aplicaciones de radio, las primeras las recibí
durante diez días seguidos; entonces fue cuando empe-
cé a sospechar cuál era mi mal, aunque continué disi-
mulando la posibilidad de no ser definitivo

Después de las aplicaciones volví a la vida. Re-


gresé a casa y me sentía tan bien que diario sacaba a los
perros a pasear antes de desayunarme con la familia. Y
hasta me dedicaba a trabajar el resto de la mañana.
Comía nuevamente con toda la familia y por la tarde
me iba con las mamás y sobrina al cine Goya; todo un
mes tuve estos arrestos. Eso sí, siempre vigilado por el
doctor Araujo, quien ordenó otra aplicación de radio.
Con ésta se pensaba eliminar totalmente el mal. No fue
así. Esta vez, cada día me iba sintiendo peor, perdiendo
fuerzas y con ello las ganas de hacer cosas. Como los
médicos veían que en esta ocasión no levantaba, al mes
me llevaron al sanatorio del doctor Madrazo para apli-
caciones de Rayos X y otras corrientes; tampoco esta
vez hubo mejoría. Pero seguíamos luchando y me metí
a un nuevo tratamiento con los doctores Fournier y Su-
kerman (estos dos últimos, así como Madrazo, están
considerados como los mejores dentro de sus especiali-
dades, y todos ellos profesores de la Facultad de Medi-
cina) sin ningún adelanto.

Empecé a entender que no había remedio, que es-


taba condenado a muerte aunque no mostré nunca este
sentimiento. Creo que Enrique, mi sobrino, que es den-
tista y Goyo su hermano lo comprendían muy bien,
pero las mujeres y otros parientes no lo querían enten-
der hasta que María Ceja vino de Colima a verme y eso
las hizo empezar a sospechar.
Después del último tratamiento, venturosamente,
ya no me hicieron nada. Matilde y la familia me rodea-
ron de cariño y de cuidados. Me pasaba la mayor parte
529
del tiempo perdido en el sueño benéfico de la morfina.
De pronto escuchaba rumores y miraba rostros que me
eran familiares pero que no podía distinguir claramen-
te, eran sombras de mi pasado o realidades. Todo em-
pezó a ser vago, el dolor aparecía y entonces yo me
perdía de nuevo gracias a otra inyección.934

Gregorio Torres Quintero murió el 28 de enero


de 1934 a las diez de la mañana, en su casa de Costa
Rica 72, ciudad de México.

Recorte del final de un discurso de Gregorio Torres Quintero ,


AHEC, fondos especiales, colección Gómez Cárdenas, GTQ,
caja 1, exp. 9, 19 diciembre 1930.

Fue enterrado en el Panteón de Dolores en el lote


de los maestros jubilados, y trasladado su cuerpo en
1981 a la Rotonda de los Hombres Ilustres.

530
Esquela del fallecimiento de Gregorio Torres Quintero, AHEC,
fondos especiales, colección Gómez Cárdenas, GTQ, caja 2,
exp. 46, 29 enero 1934.

531
NOTAS A LA INTRODUCCIÓN
1 Paul Valery, 1945, Regards sur le monde actuel, p. 39. Traduc-
ción de la autora.   “L’histoire  est  le  produit  le  plus  dangereux  que  
la   chimie   de   l‘intellect   ait  élaboré.  Ses  propriétés  son  bien  co nnu-
es. Il fait rêver, il enivré les peuples, leur engendre de faux so uve-
nirs, exagère leurs réflexes, entretient leurs vieilles plaies, les
tourmente dans leur repos, les conduit au délire des grandeurs ou à
celui de la persécution, et rend les nations amères, superbes, in-
supportables   et   vaines.   L’histoire   justifie   ce   que   l’on   veut.   Elle  
n’enseigné  rigoureusement rien, car elle contient tout, et donne des
exemples   de  tout.”
2 Parecía que el nombre y el sujeto se me aparecían de continuo,

en una ocasión que fui al Archivo Histórico del Estado de Colima,


también ahí encontré que la biblioteca se llamaba Gregorio Torres
Quintero. Con la curiosidad propia del investigador supe que ahí
se conservaba lo que restaba de una magnífica colección de su
obra, lamentablemente muy saqueada. Entonces propuse al Centro
de Medios Didácticos de la Universidad de Colima la digitaliza-
ción de algunas de las obras que ahí se conservaban, junto con
otras que se pudieron reunir, a las que se sumaron los comentarios
de investigadores calificados en cada tema, con una breve biogra-
fía elaborada por mí, este fue el resultado del Cd Rom 2004, Qui
qui ri quí ¡no quiero flojos aquí!. Gregorio Torres Quintero, bio-
grafía y 15 obras completas, María de los Ángeles Rodríguez,
coord., Centro Universitario de Producción de Medios Didácticos,
Universidad de Colima. Este fue el primer trabajo que dediqué a
Torres Quintero.
3 María de los Ángeles Rodríguez A., coord., 2007, Escenarios,

actores y procesos. La Educación en Colima durante el siglo XIX


y primeras décadas del XX, Colima, Universidad de Colima.
4 Actualmente se conservan en cuatro cajas de archivo histórico,

una caja con fotografías y postales, y una caja grande con otros
materiales como libros, su bastón, su portafolio, sus pasaportes, de
él y Matilde, entre lo más importante.
5 François Dosse, 2007, El arte de la biografía, p. 195.
6 Ibídem, p. 268.
7 François-Xavier Guerra, 1995, México: del Antiguo Régimen a

la Revolución, p. 127.

533
8 Jorge Garibay Álvarez, Don Gregorio Torres Quintero, prototipo
del educador mexicano, p. 11.
9 François-Xavier Guerra, 1995, México: del Antiguo Régimen a la

Revolución, p. 171.
10 Como Miriam E. Maciel Jara, quien en su tesis de maestría en

Historia y Filosofía de la Educación, La modernidad educativa de


finales del siglo XIX y principios del XX: Prof. Gregorio Torres
Quintero (1866-1934), México, Universidad Pedagógica Nacional,
1998, señala que Gregorio Torres Quintero pertenece a esta c o-
rriente.
11 Concepción Jiménez Alarcón, 1998, La Escuela Nacional de

maestros, sus orígenes, p. 71.


12 Ibídem, p. 81.
13 Ibídem, p. 73.
14 François-Xavier Guerra, 1995, México: del Antiguo Régimen a

la Revolución, p. 380-381.
15 Ibídem, p. 428.
16 Ibídem, p. 61.
17 Ibídem, p. 124.
18 Ibídem, p. 22.
19 AHEC, Periódico Oficial El Estado de Colima, 2 de mayo de

1873, Tomo VII, Núm. 18, p. 139.


20 Ibídem, Decreto 139, del 3 de enero de 1879, Tomo XIII, Núm.

1, p. 1.
21 Josefina Vázquez de Knauth, 1970, Nacionalismo y educación

en México, p. 3.
22 Simón Villanueva Villanueva, 1987, "El maestro rural en la

educación ", en Los maestros y la cultura nacional, p. 188.


23 José   Juan   Ortega,   “Nuestro   homenaje póstumo   al   maestro”,  

editorial del periódico Ecos de la Costa, del 4 de febrero de 1934


en conmemoración de la muerte de Torres Quintero. Agradezco a
Sandra Omelina Araiza Benuto el haberme dado esta referencia.

NOTAS CAPÍTULO PRIMERO


24 AHEC, Fondos especiales, Gregorio Torres Quintero (en adelan-
te solo GTQ), caja 4, exp. 23, Carta de Francisco Torres a Greg o-
rio Torres Quintero, con motivo de su cuarenta aniversario, esta
carta la firma como su padrino, pero a la vez era su hermano. Fe-
chada en Colima el 22 de mayo de 1906.
25 El propio Gregorio Torres Quintero da esta información  en  “La  

ciudad   de   las   Palmas”,   1998,   Cuentos   Colimotes,   p.   98.   Corre s-

534
pondería hoy a la manzana comprendida entre Independencia, Av.
Francisco J. Mina, 16 de septiembre y Moctezuma. Algunos de sus
biógrafos, dan como dirección de la casa donde nació, 5 de mayo
134. Sólo Jorge Garibay anota el número 138, pero tal vez sea un
error, porque en la actualidad existe una placa en el número 134,
donde se indica que ahí nació.
26 Gregorio Torres Quintero menciona esta inundación en 1865,

(Torres Quintero, 1998, Cuentos Colimotes, p. 98).


27 Efectivamente el ejemplar que yo tengo del Calendario del más

antiguo Galván para el año de 1906, indica el día 25 de mayo lo


siguiente:   “(6ª   de   Espíritu   Santo.) Santos Gregorio VII Papa Con-
fesor y Urbano I Papa Mártir —Calenda en la Profesa por la ma-
ñana  y  vísperas  solemnes  por  la  tarde,” p. 51.
28 Utilizaré el gentilicio colimote, colimota, porque era la prefe-

rencia de Gregorio Torres Quintero, quien así lo expresa en su


cuento “La  ciudad  de  las  palmas”,   1998,   Cuentos Colimotes, p. 94.
29 AHEC, Fondo Registro Civil, libro
30 Alfonso de la Madrid Castro, 1999, Haciendas y hacendados en

Colima, pp. 46-47.


31 Nombre vulgar de un árbol de la región que corresponde al

granadillo, palo negro. Juan Carlos Reyes, El Ticús, 2011, p. 188,


dice   sobre   este   árbol:   (Voz   purépecha)   “Árbol   silvestre   de   la   fa-­
milia de las leguminosas; probablemente Dalbergia granadillo
(Stand); de madera obscura, rojiza, veteada, muy compacta, a pre-
ciada  en  ebanistería.  Sinónimo   granadillo.”
32 Alfonso de la Madrid Castro, 1999, Haciendas y hacendados de

Colima, p. 46-47.
33 Periódico Oficial El Estado de Colima, 24 de octubre de 1896,

Núm. 43 P. 171
34 Roberto Huerta Sanmiguel, 2006, Los edificios de la provincia

de Colima, p. 90.
35 FR-BN Revista Educación,  “El  maestro  don  GTQ  fue  jubilado”,  

mayo de 1923, 46-54.


36 AHEC, Fondos especiales, GTQ, caja 4, exp. 24, Esta es otra

carta de Francisco Torres a Gregorio Torres Quintero. Parece que


Torres Quintero a partir de la carta del 22 de mayo de 1906, cita 1,
le contesta preguntándole sobre sus antecedentes familiares. Esta
segunda carta tiene fecha en Colima el 18 de junio de 1906.
37 Reclutamiento obligatorio para servir en el ejército.
38 Datos obtenidos de la carta que le envió su hermano desde Co-

lima el 18 de junio de 1906. Esta carta nos hace pensar en que tal
vez eran medios hermanos, pues habla de su madre Gertrudis y
535
también menciona su madre Ignacia, en esos tiempos fue posible
llamar madre a dos distintas, quizás la biológica y la que lo cuidó.
La carta se encuentra en: AHEC, Fondos especiales, GTQ, caja 4,
Exp. 24.
39 Cuento  “Los  volcanes  de  Colima”  en  Gregorio  Torres  Quintero,  

1998, Cuentos Colimotes, p. 115.


40 Jorge Piza Espinoza, 1986, La arquitectura de la tierra y el

volcán de Colima, p. 53,


41 Gregorio Torres Quintero, 1998, Cuentos Colimotes, p. 116-

117.
42 El poema publicado más antiguo, del que tenemos noticia, fue

una imitación a uno de François -Rene Chateaubriand, dedicado a


la madre india, apareció en la revista El correo de las Señoras, el
11 de enero de 1891, pp. 521-522.
43 Periódico oficial El Estado de Colima, 17 de enero de 1873,

Tomo VII, Núm. 3, p. 24.


44 Ibídem, 11 de abril de 1873, Tomo VII, Núm. 15, p. 118.
45 Francisco R. Almada, 1939, Diccionario de Historia, Geogra-

fía y Biografía del Estado de Colima, p. 121.


46 José Miguel Romero de Solís y Paulina Machuca , 2011, Co-

lima Historia Breve, p. 104.


47 Irineo Paz, “Algunas   campañas”,  p.  204,   citado por Servando

Ortoll, 1997, Dulces inquietudes, amargos desencantos. Los coli-


menses y sus luchas en el siglo XIX, p. 305.
48 Puede ser que exista un error en el nombre, ya que generalmente

se escribe Corbière.
49 Manuel Velasco Murguía, comenta esta experiencia en el capít u-

lo   “Maestro   don   Gabino   Vizcarra”   en   Servando   Ortoll,   1988,    


Colima Textos de su historia 2 , pp. 366-367.
50 Ramón R. de la Vega regresa de gobernador el 2 de febrero de

1867 al 10 de junio de 1869, recordar que tuvo que interrumpir su


periodo de gobierno durante la intervención francesa, que duró del
25 de noviembre de 1862 al 10 de enero de 1864. (Ernesto Terrí-
quez Sámano, 1992, Historia Mínima de Colima, p. 69).
51 Periódico Oficial El Estado de Colima, 17 de agosto de 1867,

Tomo 1, Núm. 27, p. 7.


52 John   Lewis   Geiger,   “De Manzanillo a Colima en una jornada,

tomando  el  vapor  “Colima”,  por  la  laguna  de  Cuyutlán,  en  Servan-
do Ortoll, 1988, Colima textos de su historia 1, p. 392. Viajero que
visitó México durante los años 1873-1874, llegó por Manzanillo.

536
53 Periódico Oficial El Estado de Colima, 4 de agosto de 1871,
Tomo V, Núm. 31, p. 248.
54 Alfonso de la Madrid Castro, 1999, Haciendas y hacendados de

Colima, p. 48-49.
55 Francisco Hernández Espinosa, 1959,  “Datos biográficos de don

Filomeno   Bravo”,   p.  6.


56 El Mamey es hoy la población de Minatitlán. Los datos fueron

tomados de dos fuentes, la fecha y lugar de fusilamiento de Fra n-


cisco Hernández Espinosa, 1959, “Datos   Biográficos  de  don  Filo-
meno   Bravo”,   p.17   y     Francisco   R.  Almada,   1939, Diccionario de
Historia, geografía y biografía del Estado de Colima, p. 179-180.
57 Los datos contenidos en los últimos párrafos fueron obtenidos de

la base de datos que elaboré para el libro Enrique Florescano


coord.., 2012, Atlas Histórico y Cultural de Colima, editado por la
Secretaría de Educación del estado de Colima, y corresponden a
autores, como: Ernesto Terríquez Sámano de su libro Historia
Mínima de Colima; Alfonso de la Madrid Castro, libro Haciendas
y hacendados de Colima; Servando Ortoll, compilador, Colima
textos de su historia, 2, del mismo autor Vogel las conquistas y
desventuras de un cónsul y hacendado alemán en Col ima y Dulces
inquietudes y amargos desencantos. Los colimenses y sus luchas
en el siglo XIX; Roberto Huerta Sanmiguel, Los edificios de la
provincia de Colima; José Miguel Romero de Solís y Paulina Ma-
chuca, Colima historia breve; Francisco Hernández Espinosa, El
Colima de ayer; Miguel Galindo, Historia pintoresca de Colima;
Francisco R. Almada, Diccionario de Historia, Geografía y Bio-
grafía del Estado de Colima; Jorge Piza Espinoza, La arquitectura
de la tierra y el volcán de Colima; Ricardo Guzmán Nava, La
ciudad de las palmas. En su historia, cultura y progreso; y del
periódico oficial El Estado de Colima de esos años.
58 Camas hechas de otates. Manuel Velázquez A ndrade, 1949,

Remembranzas de Colima, p. 142. El libro de Carlos Elio Brust


Victorino, Manzanillo. Su historia, toponimia, política, sociedad y
cultura,   p.   97.   Define   los   Tapeixtles   “De   Tlapechtli,   cama.   Este  
mueble era de cañas huecas o macizas, apareadas y amarradas
unas con otras. Estas ataduras eran en tres partes: una en cada
extremo y la otra por el centro, de tal manera que podían enrolla r-
se al levantarse. Estas camas extendidas descansaban sobre dos,
“burros”  o  caballetes.”
59 Esta es una descripción de una casa colimense realizada por

Alfredo Chavero en Servando Ortoll, compilador, 1988, Colima


Textos de su historia, pp. 20-21.
537
60 Proporciona estos datos Francisco Hernández Esp inoza en su
capítulo   “El  antiguo  alumbrado  de  la  ciudad  de  Colima”   en Ortoll,
1988, Colima Textos de su Historia 2, p. 80.
61 Hoy calle de Madero.
62 Cuento   “La   Ciudad   de   las   Palmas”   en   Torres   Quintero, 1998,

Cuentos Colimotes, p. 99.


63 Toda la narración de la inauguración viene en el periódico ofi-

cial El Estado de Colima, 23 de mayo de 1873, Tomo VII, Núm.


21, p. 161.
64 Aunque  nos  sorprenda  la  utilización  del  anglicismo  “lunch”  para  

esta época, así está en la referencia original, tal vez la presencia de


norteamericanos en Colima la puso en uso. El periódico oficial de
Colima El Estado de Colima, 21 de julio de 1876, tomo X, Núm.
29, p. 231.
65 Ibídem, 21 de julio de 1876, Tomo X, Núm. 29, p. 231.
66 La  referencia  a  esta  tienda  la  encontré  en  el  anuncio  sobre  “Nu e-

va   fábrica   de   cerillos”   en   periódico   oficial   El Estado de Colima,


26 de septiembre de 1873, Núm. 39, p. 280.
67 Utilicé el amplio comentario de Francisco Hernández Espinoza,

sobre la fabricación de velas en Colima, en, 1982, El Colima de


ayer, p. 222.
68 El 2 de diciembre de 1906, llegó la luz a Colima, Víctor Manuel

Cárdenas,   “La   última administración Porfirista en Colima, en Or-


toll, 1988, Colima textos de su historia 2, p. 123.
69 Alfredo Chavero visita Colima en esos años y nos da una magn í-

fica descripción de su vida cotidiana, costumbres, y entorno en


general,   en   “Colima,   en   1864”,     en Ortoll, 1988, Colima Textos de
su Historia 2, pp. 21.
70 El bebeleche es el juego conocido como avioncito en otras par-

tes, que se pinta en el suelo y se brinca de número en número, por


su diseño, se le llama así en otros lugares. Ana Lucía García Ba-
zán, 2005, Colima en la mirada de nuestros niños: juegos y jugue-
tes, 1940-1980, p. 68-122.
71 De acuerdo a Ricardo Guzmán Nava, en su libro La ciudad de

las palmas. En su historia, cultura y progreso, publicado en 1996;


fue el general Pedro A. Galván quien le pu so  Jardín  de  “La  Liber-
tad”  en  1880.
72 Gregorio Torres Quintero en Cuentos Colimotes, 1998, en la

página 287, nos dice como le gustaba de niño oír las historias de
leyendas.  “La   piedra  de  Juluapan”  es  u no  de  los  cuentos  p referidos  
y más conocidos de él, la autora utiliza la edición de 1998 y el
cuento  “La  piedra  de  Juluapan”    está  entre  las  páginas  35  a  la  46.
538
73 El   cuento  se  titula  “Un  drama  salvaje”,    donde  efectivamente el
marido encontró en el vientre del animal restos de su esposa; los
del niño la madre los había salvado y arrojado a la orilla del río
Armería durante la lucha con el cocodrilo. Gregorio Torres Quin-
tero, 1998, Cuentos Colimotes, pp. 9-18.
74 La tuba es una bebida que se saca de la sabia de la palma de

cocos.
75 Del náhuatl ameyalatl significa manantial (Torres Quintero,

1998: 96). Abelardo Ahumada señala que eran pequeños pozos


cavados cerca o sobre la playa del río, y como Torres Quintero
vivía muy cerca del río es posible que de ahí extrajera el agua
(Ahumada en Enrique Ceballos, 2011, Y sin embargo, el volcán es
bello, p. 42).
76 La  letra  de  la  canción  se  encuentra  en  “La  ciudad  de  las  palmas”,  

en Gregorio Torres Quintero, 1998, Cuentos Colimotes, 1998, p.


112-113.
77 Alfredo   Chavero  relata  sobre  estas  tradiciones  en  las  “Costu m-

bres religiosas   colimenses…”,   en   Servando Ortoll, 1997, Dulces


inquietudes,  amargos  desencantos…, p. 329.
78 Las   frutas   y   productos   de   las   huertas  los  tomé  del  cuento  “La  

ciudad  de  las  palmas”  en  Gregorio  Torres Quintero, 1998, Cuentos
Colimotes, p. 108.
79 Un día de paseo  en  las  huertas  se  narra  a  partir  de  “La  ciudad  de  

las   palmas”   en   Gregorio   Torres   Quintero,   1998,   Cuentos Colimo-


tes, p. 107-110.
80 Hoy calle de Ignacio Sandoval, entre Aldama y San Fernando.

Seguía este trayecto más o menos.


81 Anuncio de una fábrica de cerillos en el periódico oficial El

Estado de Colima, 26 de septiembre de 1873, Tomo VII, Núm. 39,


p. 280.
82 Ibídem, 1888, Tomo XXII, Núm. 10.
83 Gregorio Torres Quintero, 1998, “La   ciudad   de   las   palmas”   en  

Cuentos Colimotes, p. 102.


84 Hoy Villa de Álvarez
85 Periódico oficial El Estado de Colima, 17 de marzo de 1870,

Tomo IV, Núm. 11 p. 88.


86 Ibídem, 12 de marzo de 1875, Tomo IX, Núm. 11, p. 147-148.
87 Por ejemplo: El hoy Teatro Hidalgo se empezó a construir en

1871, El Palacio de Gobierno en 1877, el actual Jardín Libertad


dejó de ser Plaza Mayor y se trazó en 1878, en 1882 se introduje-
ron los tranvías urbanos de mulitas, el Ferrocarril se inició en
1881, (Guzmán Nava, 1996, "La Ciudad de las Palmas" en su
539
historia, cultura y progreso, 1996, Págs. 14-15) se construyeron
los puentes: en el tajo que atraviesa la calle de San Cayetano (p e-
riódico oficial El Estado de Colima, 1875, Núm. 7), en el río del
Manrique a la entrada de la garita de México (periódico oficial El
Estado de Colima, 1882, Núm. 3), uno en Villa de Álvarez en los
límites de la ciudad de Colima 1888 (periódico oficial El Estado
de Colima, 1888, Núm. 33)
88 Relato que fue tomado de Manuel Velázquez A ndrade, 1949,

Remembranzas de Colima, pp. 195-196.


89 Servando, Ortoll, en el capítulo V de su libro, Colima textos de

su historia, 2, en la parte correspondiente  “A  Colima”  proporciona  


este poema de Miguel García Topete, 1988, p. 12. Tomado de
Rigoberto López Rivera, Antología poética colimense, pp. 43-46.

NOTAS CAPÍTULO SEGUNDO


90 A partir de este capítulo Gregorio Torres Quintero es el narrador
de su historia.
91 Epígrafe que apareció en la Revista, Educación Contemporánea,

dirigida por Gregorio Torres Quintero, tomo 3 noviembre de 1896.


92 Los datos de estas escuelas los encontré en Genaro Hernánde z

Corona, 1997, Vida y obra de la maestra Juana Ursúa, boletín


Órgano de Difusión de la Sociedad Colimense de Estudios Hist ó-
ricos, A.C., publicado en Colima, Año II, número 8, julio septie m-
bre 1997.
93 AHPJ, caja 45, exp. 10.
94 Esto lo comenta Ramón León Morales en su libro, 2003, La

instauración de la educación pública en Colima. pugnas y confli c-


tos 1830-1870, p. 111.
95 Uno de los aspectos básicos del sistema Lancast eriano fue el

sistema de enseñanza mutua con monitores o ayudantes seleccio-


nados entre los mejores alumnos, quienes atendían bajo la superv i-
sión del preceptor a los de menor nivel. El éxito del sistema es que
se podía atender a muchos estudiantes con un solo preceptor, por
ese motivo la disciplina estricta y el control por medio de la ca m-
pana u otra señal era indispensable, además se mantenía a los e s-
colares en constante actividad, para evitar la indisc iplina, con un
sistema de premios y castigos, las faltas más serias se castigaban
con golpes de palmeta. Normalmente se daban varias asignaturas
empezando por la escritura dividida en ocho clases, luego seguía
la lectura y la aritmética, éstas junto con la religión eran las asig-

540
naturas comunes en todas las escuelas de esta época. (Meneses
Morales, 2003, Tendencias educativas oficiales en México, 1821 -
1911, pp. 120-122)
96 Este interesante discurso se encuentra manuscrito por el propio

maestro Torres Quintero, en AHEC, en Fondos Especiales, GTQ,


Discursos, caja 1, leg. 1 Exp. 3.
97 Actual calle Hidalgo, tal vez estaba la Escuela donde actualme n-

te hay otra enfrente de La Merced. Genaro Hernández Corona,


1997, “Maestra Juana Ursúa Delgado, insigne maestra colimense”,
revista Histórica, p. 23.
98 Gregorio Torres Quintero, 1998, Cuentos Colimotes, p. 133
99 Gregorio, Torres Quintero, información tomada de uno de sus

artículos   de   “Moral   Práctica,   curso   inferior, La Escuela. Deberes


del  niño  en  la  escuela”,  en  La Enseñanza Moderna, 16 de mayo de
1898, T. I, Núm. 31, p. 247. HNDM.
100 Torres   Quintero,   Gregorio,   “Moral   Práctica,   curso   inferior,   La  

Escuela. Los condiscípulos”,   en   La Enseñanza Moderna, 24 de


mayo de 1898, T. I, Núm. 32, p. 255. HNDM.
101 Torres   Quintero,   Gregorio,   “Moral   Práctica,   curso   inferior,   La  

Escuela.  Deberes  entre  condiscípulos”,  en  La Enseñanza Moderna,


1 de junio de 1898, T. I, Núm. 33, p. 264. HNDM.
102 Torres Quintero, 1998, Cuentos Colimotes, p. 133.
103 Miguel Galindo, 2005, Historia Pintoresca de Colima, p. 73.
104 Gregorio   Torres   Quintero,   “Condiciones   que   deben   satisfacer  

algunos   útiles   escolares”,   en   Genaro   Hernández Corona, 2004,


Tesis Pedagógicas Gregorio Torres Quintero, p. 106-108.
105 El documento de donde se tomó esta cita, indica como se est a-

bleció el sistema Lancasteriano en Colima, si bien corresponde a


1846 creó que para la época del maestro Francisco Pamplona aún
se utilizaba, pues la modernidad educativa en Colima no llegaría
hasta la última década del siglo XIX y precisamente con la refo r-
ma impulsada por Gregorio Torres Quintero. Además la Escuela
Lancasteriana fue eliminada oficialmente de la educación mexic a-
na hasta 1890. AHMC, Fondo Sevilla del Río, Caja 1, exp. 15.
108 ff., del 20 de agosto de 1846.
106 Periódico Oficial El Estado de Colima, 17 marzo 1876, Tomo

X, Núm. 11, p. 88.


107 Ibídem, 25 febrero de 1881, Núm. 4, pp. 91-92. En 1879, estas

eran las mismas escuelas en la ciudad de Colima.


108 Ortología es el adecuado conocimiento de la lengua, no sólo en

su sentido gramatical, sino también en dicción y expresión, en


especial se refiere a la correcta pronunciación fonética del idioma.
541
Lo que entre los hablantes del idioma inglés, no rmalmente, deno-
minan como spelling. Ahora ya no se práctica como asignatura
escolar, la ha sustituido la prosodia.
109 Ramón León Morales, 2003, La instauración de la educación

publica en colima. pugnas y conflictos 1830-1870, p. 94.


110 AHEC, Fondo siglo XIX, caja 378, 1874-1880.
111 Gregorio   Torres   Quintero,   “¿Qué   es   un   billón?,   La enseñanza

primaria, 15 septiembre 1908, No. 6, pp. 84-85.


112 Gregorio   Torres   Quintero,   “El   Ábaco”,   en   Genaro   Hernández  

Corona, Tesis Pedagógicas, pp. 109-111.


113 Zona que corresponde a lo que son hoy más o menos los alre-

dedores del Mercado Madrid, entre las calles: al norte Morelos, al


sur Abasolo, al este Melchor Ocampo y al oeste Reforma.
114 Juan Carlos Reyes, 2011, El Ticús, p. 143, nos dice sobre la

palabra nanga (o), lo siguiente: “El   que   hace   o   dice   tonterías   o  


simplezas.”   Es   una   forma   coloquial   colimota,   no   es   peyorativa,  
más bien una forma cariñosa de criticar ciertas acciones no muy
razonables. En Colima llegó a utilizarse de variadas formas grama-
ticales.   Como   sujeto   “El   nango   ese…”   Como   verbo:   “No   nan-­
guees”  etcétera.  
115 Arcaísmo rural mexicano. Se dice de alguien que se escapa

frecuentemente de sus obligaciones hacia otros lugares, por co n-


veniencia o cobardía. http://es.wikiwix.com/index. Consultado el 2
de junio de 2012.
116 Expresión coloquial mexicana, usada en momentos de tensión,

sobre todo en las poblaciones pequeñas y católicas.


117 La historia la adapte a la biografía del maestro, aunque él no

específica que fue una experiencia s uya. Gregorio Torres Quinte-


ro, 1998, Cuentos Colimotes, pp. 131-138.
118 Gregorio   Torres   Quintero,   “Los   Fusilados”,     ,   Gu adalajara, 11

de diciembre de 1983, p. 33. También está en 1998, Cuentos Co-


limotes, pp. 123-129.
119 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, Trabajos del Maestro Los

Fusilados 1, respuesta al Gral. Ruiz, caja 1, leg. 2, exp. 4, fs. 1-9.


120 Ibídem, fs. 5-6.
121 La Piedra Lisa, es un a roca volcánica, que en algún momento

del pasado la arrojó el volcán de Colima. Por su forma fue utiliza-


da por los niños y niñas para resbalarse. Con el tiempo se ha alis a-
do más. Además hay una leyenda sobre esta piedra. Se dice que
quien viene a Colima y se resbala en ella, tiene que regresar.
122 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima,

México, Páginas del siglo XX   “El   libro  colimense”,   p.  12.


542
123 Periódico oficial El Estado de Colima, 11 enero de 1881, Núm.
3 p. 24.
124 Francisco Hernández Espinoza, 1950, Historia de la Educación

en el Estado de Colima, p. 108.


125 Periódico oficial El Estado de Colima, 5 de enero de 1883,

Núm. 1, p. 3-4.
126 Ibídem, 25 febrero de 1881, Núm. 4, pp. 91-92.
127 Gregorio   Macedo   López,   “Gregorio   Torres  Quintero 1866-1934

Ilustre maestro colimense, hombre humilde de grandeza indiscut i-


ble”,   nota   aparecida   el   3   de   octubre  de  2001  en  el  periódico   de la
Universidad de Colima, El Comentario, pp. 19-20.
128 AHEC, Fondo Folletería, caja 2, documento 25, p. 19.
129 Para más información sobre este personaje ver: María de los

Ángeles Rodríguez, 2007, “Enrique   Mathieu   de   Fossey   1808-


1879”, en Actores, escenarios y procesos. La educación de Colima
durante el siglo XIX y primeras décadas del XX, pp. 76-101.
130 AHMC, Fondo Sevilla del Río, Caja 1, exp. 15. f 10 y 11, Re-

glamento de Instrucción Pública de 1846.


131 AHMC, Fondo siglo XIX, caja 2 exp. 16, 21 de abril de 1865.
132 Ramón León Morales, 2003, La instauración de la educación

pública en Colima. pugnas y conflictos 1830 -1870, p. 106.


133 Ignacio Ramírez, Obras, 1960, p. 168,, citado por Concepción

Jiménez Alarcón, 1998, La Escuela Nacional de Maestros sus


orígenes, p. 38.
134 Para 1877 se considera que México tenía 9,384,193 habitantes, fuen-

te, La población en México,


http://www.inep.org/content/view/210/51/, consultado el 3 de mayo
de 2009.
135 Servando Ortoll, 1988, Colima textos de su historia 2, 293-

295.
136 El sitio en realidad se llama Rancho de Villa, solo que los c o-

limotes   lo   designan   coloquialmente   como   “Lo   de   Villa”,   lugar  


adonde se hacen romerías todos los martes a la iglesia del lugar
donde se encuentra un crucifijo muy milagroso.
137 Las tres son bebidas tradicionales de Colima, la tuba se saca de

la palma de coco, es propiamente la savia. Muy tempranito se


suben los tuberos a tomarla de unos pocillos que ponen al borde de
donde nacen los cocos, esta bebida es de influencia filipina. El
tejuino es una especie de atole de maíz, pero frío con sal y limón.
El ponche de granada de tradición hisp ana se ha vuelto una bebida
peculiar de la zona, es muy embriagante si se toma en exceso y
ahora se hacen ponches de muchos otros sabores, en especial el
543
productor es el pueblo de Comala, cercano a la ciudad de Colima.
138 Hasta aquí he tomado básicamente referencias de Manuel Ve-

lázquez Andrade, de su libro, 1975, Remembranzas de Colima, pp.


177-180. Aunque Gregorio Torres Quintero   en   “El   retablo   del  
padre   Pinto”   de   su   libro   1998,   Cuentos Colimotes, pp. 297-299,
también proporciona datos similares y distintos. Tomé de ambos
para establecer un relato completo de esa ficticia visita, pero muy
posible del niño Gregorio, al Rancho del Señor de Villa.
139 Medida del señor, era un listón bendito , de raso, angosto de

varios colores que se cortaba del tamaño del Cristo del Rancho de
Villa, se vendían a cuartilla y a veces a medio real. Gregorio To-
rres Quintero, “El  retablo  del  padre  Pinto”  de  su  libro  1998,  Cuen-
tos Colimotes, p. 297.
140 Ibídem, pp. 297-300.
141 Ibídem, pp. 300-308.
142 AHEC, caja 408, cuando yo lo consulté no estaban foliados los

documentos, ni clasificados en expedientes.

NOTAS CAPÍTULO TERCERO


143 Florentino Váquez Lara, 1984, Altos estudios en Colima 1760-
1882, p. 65.
144 Manuel Velasco Murguía, 1988, La educación superior en Co-

lima, la Escuela Normal antecedente de la Univers idad, Vol. 1, p.


85.
145 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, caja 1, leg. 1, Exp. 3, f. 7.
146 Para mayor información sobre este plantel ver de mi autoría:”El  

Liceo de Colima 1874-1884”,   2007,   en   Escenarios, actores y pro-


cesos. La educación en Colima durante el siglo XIX y primeras
décadas del XX, Colima, Universidad de Colima, pp. 172- 224.
147 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima,

p. 131-132.
148 Genaro Hernández Corona, 2004, Gregorio Torres Quintero su

vida y su obra (1866 – 1934), p. 94.


149 El periódico oficial El Estado de Colima, Tomo VIII, Núm. 14,

3 de abril de 1874, p. 116.


150 Víctor Hugo Manzo   Sánchez,   “El   poder   judicial   de   Colima a

través   de   sus   constituciones”,  p.  71.  Consultado  en  la  página:   bi-
blio.juridicas.unam.mx/ lib ros/1/8/9.pdf, el 9 de junio de 2012.
151 Adolfo Kebe, murió en esos años en Guadalajara. Periódico

oficial El Estado de Colima, tomo XVII, Núm. 34, 24 de agosto de

544
1883, no pudo identificarse la página por estar en resta uración.
152 José Oscar Guedea y Castañeda, Las haciendas en Colima,  …  

1999, p. 209.
153 José Oscar Guedea y Castañeda, Las haciendas en Colima,  …  

1999, p. 239-242.
154 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo IV, Núm. 46, 17

de noviembre de 1870, p. 384.


155 El padre Florentino Vázquez Lara Centeno, en su libro Altos

Estudios en Colima, 1760-1882, 1984, da varias referencias en


este sentido: pp. 40-42 refiere un documento, donde se solicita al
síndico procurador de la Villa de Colima, D. Tomás Brizuela,
apoyado por el ayuntamiento de la misma y avalado por el subd e-
legado de la Provincia de Colima, sobre la fundación de un Co n-
vento Franciscano con la Facultad de enseñar Gramática y Filoso-
fía. En las páginas 47 y 48 cita un acta del cabildo Municipal co-
limense   acerca  de  la  fundación  de  una  escuela  “superior”.
156 Agradezco a Cristina Cárdenas esta información, porque no r-

malmente las fuentes manejan como inicio de actividades 1861 o


1867.
157 Estas referencias se tomaron básicamente de lo que Gregorio

Torres Quintero escribió en su libro, La Patria Mexicana, tercer


ciclo, 1923, p. 400-401.
158 Luis Jáuregui, 2004, Los transportes, siglo XVI al XX, p. 84.
159 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XVII, Núm. 20, 18

de mayo de 1883, este periódico está muy dañado y se encue ntra


en restauración: no se pudo identificar el número de página. Se
conoce el dato, gracias al catálogo coordinado por la autora edit a-
do por Apoyo al Desarrollo de los Archivos y Bibliotecas de Mé-
xico A. C. En noviembre de 2011: Catálogo del estado de Colima
1867-1900, Periódico Oficial.
160 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XVII, Núm. 28, 13

de julio de 1883, igual que la anterior nota, no pudo identificarse


la página por estar en restauración.
161 En 1883 la primera, por dos meses, del veintisiete de abril al

veintiocho de junio y la otra del diez y seis de septiembre al pri-


mero de noviembre del mismo año.
162 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XVI, Núm. 49, 24

de noviembre e 1882, p. 200.


163 Balbino Dávalos también destacó en éstos exámenes, sus califi-

caciones variaron un poco, fueron las siguientes: (2°lugar) 18 pu n-


tos en Gramática Castellana, (1°lugar) s obresaliente 20 puntos en
primer curso de latinidad, 20 puntos en inglés segunda clase, (1°
545
lugar) 20 puntos en francés primera clase, (2°lugar) 20 puntos en
geografía y cosmografía. Los otros tres están muy por debajo de
ellos dos. Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XVI, Núm.
49, 24 de noviembre de 1882, p. 200.
Por cierto Bálbino Dávalos aparece como alumno del Liceo desde
1879 en la materia de teneduría de libros, y no se registra que se
haya titulado como preceptor.
164 Ibídem.
165 Manuel Velasco Murguía, 1988, La educación superior en

Colima, la Escuela Normal antecedente de la Universidad, Vol. 1,


pp. 86-99.
166 AHPJ, Colima, caja 45 exp. 10, 5 de junio de 1897. Documento

donde se asigna una medalla de plata al profesor Miguel Díaz por


servicios prestados a la instrucción primaria por 17 años, así como
un sobresueldo de 40 pesos como director de la Escuela Hidalgo.
167 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, caja 1, leg. 1, Exp. 10, f. 5.
168 Los datos fueron tomados de varias referencias secund arias:

Manuel Velasco Murguía, 1988, La educación superior en Coli-


ma, la Escuela Normal antecedente de la Universidad, Vol. 1, pp.
86-99 y de Francisco Hernández Espinosa, 1950, Historia de la
educación en el estado de Colima, p. 37. Pero muy importante
resultaron los datos que nos proporcionó un documento que está
en el Archivo Histórico del Estado de Colima, fondo siglo XIX,
caja 463, 1883, donde enlista todos los exámenes públicos del
Liceo a presentarse en los meses de diciembre de 1883 a enero de
1884, con los nombres de los maestros, sus materias, los libros o
temas a estudiar y los alumnos que los presentaron. La caja cuando
yo la consulté no estaba organizada en expedientes.
169 Hoy calle de Constitución número 146, centro, ciudad de Coli-

ma.
170 María   de   los   Ángeles   Rodríguez   Álvarez,   2007,   “El   Liceo   d e

Colima 1874-1884”,     Actores, escenarios y procesos. La educa-


ción en Colima durante el siglo XIX y primeras décadas del XX, p.
181.
171 “El   maestro   don   Gregorio   Torres   Quintero   fue  jubilado”,  nota  

que apareció en la Revista Educación cuyo director fue Lauro


Aguirre, en mayo de 1923, tomo 2, pp. 46-54.
172 Mireya Noemí Villa Santana, 1998, Gregorio Torres Quintero

y    algo  más…,  p. 45-46.


173 Servando Ortoll en su libro 1997, Dulces inquietudes, amargos

desencantos, hace una reseña magnífica de este evento, basado en


un  “ilustre  viajero”   Manuel  Rivera   Cambas, pp. 388-390.
546
174 Miguel Galindo, 2005, Historia pintoresca de Colima, p. 95.
175 Servando Ortoll, 1997, Dulces inquietudes, amargos desencan-
tos. Los colimenses y sus luchas en el siglo XIX, p. 393.
176 Ricardo Romero Aceves, 1975, Maestros colimenses, pp. 142-

144. De la biografía realizada por este autor sobre Francisco Pa m-


plona rescatamos los siguientes datos. Nació en la ciudad de Co-
lima el 23 de mayo de 1848, sus padres fueron Ramón Pamplona
y Juana Velasco. Sus   estudios   primarios   los   hizo   en   la   “Escuela  
principal, donde se distinguió, según constancias del director del
plantel, el señor preceptor Duvallón. Ingresó a la Escuela Normal
para Preceptores de Colima, obteniendo el título de Preceptor de
Primer Orden en 1865, (la normal fundada por Rafaela Suárez).
Fue maestro en escuelas primarias, director  de  la  escuela  “Progre-
so”   y   del   Liceo,   cargos   que   desempeñó hasta su muerte el 13 de
febrero de 1884. Entre sus alumnos encontramos además de Gre-
gorio Torres Quintero, a Enrique O. de la Madrid, Balbino Dáva-
los, el presbítero Ángel Ochoa, y el Profesor Blas Ruiz entre otros
muchos más..
177 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XVIII, Núm. 7, 14

de  febrero    de  1884,   “Defunción”,  p.  28.  


178 Ibídem, “Honras  Fúnebres”,  p.  28.  
179 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, caja 1, leg. 1, Exp. 3, Discu r-

so en honor a los maestros muertos, f. 7.


180 Agradezco a Fernando Macedo el haberme proporcionado esta

información   de   su   artículo   intitulado   “El   monumento  funerario  de  


Francisco Pamplona”,   inédito.
181 AHEC, caja 1919-1922, legajo 933 A. Hoja de servicios de

Torres Quintero proporcionada por el gobernador del estado M i-


guel Álvarez García el 20 de septiembre de 1923. Referencia y
documento que me proporcionó el Lic. José Oscar Guedea Casta-
ñeda. El profesor Francisco Hernández Espinoza, da como fecha el
1 de marzo de 1883, 1950, Historia de la Educación en el estado
de Colima, p. 34. Fecha que repite el profesor Genaro Hernández
Corona, en su libro 2004, Gregorio Torres Quintero, su vida y su
obra 1866-1934, pp. 22-23. El propio Torres Quintero en una carta
que se conserva en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional
el 26 de octubre de 1928 dirigida a Heliodoro Valle, por una circ u-
lar que solicitaba datos de autores mexicanos en el fo ndo ERHE,
expediente 1993, proporciona el día 20 de marzo, como fecha en
que obtuvo su título, lo que corresponde efectivamente al día en
que se le otorgó éste.
182 En ese tiempo había preceptores de primer, segu ndo y tercer

547
orden, de acuerdo a los conocimientos alcanzados, lo que determi-
naría el nivel educativo donde trabajaría el profesor. Los de primer
orden se quedaban en las escuelas u rbanas, los de segundo orden
en las poblaciones más pequeñas y los de tercer orden se iban a los
ranchos, haciendas, lo que correspondería de alguna forma a los
profesores rurales.
183 AHEC, Fondo siglo XIX, caja 463.
184 El   libro  de  Bernardino  del  Razo  “Teneduría  de  libros  por  part i-

da   doble”,   México,   Imprenta   Díaz   de   León,   1885,   675.   Fue   muy  


distribuido en México María de los Ángeles Rodríguez A., 2000,
Origen y desarrollo de la Contaduría en México 1845 -2000, p.
469.
185 AHEC, Fondo siglo XIX Caja 463, 1883. Indistintamente se le

denominó como epidemia o peste en los documentos de la época,


confusión que normalmente se hizo, cuando sucedían estas gran-
des epidemias.
186 AHEC, Fondo siglo XIX Caja 463, 1883. En la caja se encuen-

tran los datos de los dos exámenes.


187 Periódico oficial “El   Estado   de   Colima”, tomo XVIII, Núm.

10, 7 de marzo de 1884, p. 40.


188 María de los Ángeles Rodríguez Álvarez, 2007, Actores, esce-

narios y procesos. La educación en Colima durante el siglo XIX y


primeras décadas del XX,   “El   Liceo   de   Colima   1874-1884”,     p.  
197.
189 Ricardo Guzmán Nava, 1996, La ciudad de las Palmas en su

historia, cultura y progreso, p. 29.


190 Hoja de Servicios del estado de Colima,, AHEC, caja 1919-

1922, legajo, 933A.


191 Ibídem.
192 Gregorio Torres Quintero, Cuentos colimotes, 1998, p. 37.
193 Ibídem, p. 27.
194 Ibídem, p. 154.
195 Ibídem, p. 155.
196 Ibídem, p. 147.
197 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XVIII, Núm. 27, 4

de julio de 1884, p. 112.

NOTAS CAPÍTULO CUARTO


198 Fragmento   del  Poema  “El  Océano”  de  Gregorio  Torres  Quint e-
ro, publicado en la revista La Enseñanza Primaria, tomo VIII,
Núm. 8 del 15 de octubre de 1908, p. 118.
548
199 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XVIII, Núm. 21,
23 mayo de 1884, p. 86.
200 Ibídem, Núm. 25, 20 junio de 1884, p. 102.
201 Este pasaje que el maestro Gregorio Torres Quintero insertó en

su libro de historia, 1923, La Patria Mexicana, pp. 401-403, se


aprecia, sin duda, su admiración por el régimen Porfirista. Para él
no  hubo  desigualdad,  ni  explotación,  él  lo  vio  como  “Prosp eridad”  
para todos los mexicanos.
202 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XX, Núm. 4, 22

enero de 1886, p. 13.


203 Ibídem.
204 Hasta la ley del 19 de diciembre de 1888, se ordenó utilizar en

México el sistema decimal. Periódico oficial El Estado de Colima,


tomo XXV, Núm. 3, del 17 de enero de 1891. La costumbre de
establecer las distancias, en ese entonces, fue de leguas y en alg u-
nos casos como éste de millas, debido a la influencia de los extra n-
jeros radicados en el Puerto, por eso preferí mencionar las cifras
en los dos sistemas usados tradicionalmente en el Colima de esa
época. El dato de 80 millas fue tomado de Servando Ortoll, 1988,
Colima textos de su historia 1, p. 390, del relato del viajero John
Lewis Geiger, quien visitó Colima durante los años 1873-1874. El
de   28   leguas   se   tomó   de   Eduardo   Harcot,   “Noticias   g eográfico
políticas   del   territorio   de   Colima…”,   en   Servando   Orto ll, 1996,
Noticias de un Puerto viejo Manzanillo y sus visitantes siglos XIX
y XX, p. 76.
205 Servando Ortoll, 1988, Colima textos de su historia 1, p. 302.

Datos tomados del documento enviado al Presidente de la Repú-


blica, por el ayuntamiento de la ciudad d e Colima, el 7 de sep-
tiembre de 1850, donde exponen la situación del Puerto, con el
objeto de que no sea cerrado al comercio extranjero, ante las ac u-
saciones hechas sobre la soledad del camino y lo insalubre del
Puerto. Y en el mismo libro, el documento de Roberto Urzúa
Orozco,   titulado   “La   geografía   histórica   del   camino   real   de   Coli-
ma”,   p.  349.  
206 Utilizo las crónicas de Manuel Velázquez Andrade sobre Ma n-

zanillo, aunque él estuvo diez años más tarde, también como


maestro, 1975, Remembranzas de Colima 1895-1901, p. 27.
207 Descripción que hizo el científico húngaro János Xántus, a su

paso por Colima en 1862-1863, citado en Servando Ortoll, 1997,


Dulces inquietudes, amargos desengaños. Los colimenses y sus
luchas en el siglo XIX, p. 228.
208 Manuel Aliphat, 1850, Memoria sobre el puerto de Manzani-

549
llo, que dirige a las Augustas Cámaras, 12 p. (FR-BN Colección
Lafragua 31). Se completaron datos con la descripción que hizo
Eduardo   Harcot,   en   su   obra   “Noticias   geográfico   políticas   del  
territorio   de   Colima…”,   citado por Servando Ortoll, 1996, Noti-
cias de un Puerto viejo Manzanillo y sus visitantes siglos XIX y
XX, p. 76.
209 Actualmente existe el ansiado canal, en otro lugar. Ahora hay

dos entradas del mar que ya no permiten bajar el caudal de la La-


guna. Pero entonces se insistió continuamente sobre su constru c-
ción, hay varias notas en el periódico oficial El Estado de Colima:
14 de junio de 1868, 4 de marzo de 1869; sobre todo en el año de
1874, el 4 de septiembre, 2 de octubre, 20 de noviembre, y el 27
del mismo mes cuando se anunció la inauguración de la obra, no
hay más notas hasta la del 20 de octubre de 1876, donde sólo se
dice:   “Archívese   el   expediente   relativo   a  la  solicitud  que  el  ayu n-
tamiento del Puerto de Manzanillo elevó para que se practicara
una canalización entre el río de la Armería y la laguna de Cuyu-
tlán”.  Los  datos  sobre  el  canal  que  se  ha  tragado  millones  y  que  el  
hombre hace y el mar deshace, los tomé de Gregorio Torres Quin-
tero, 1998, Cuentos colimotes, p. 178.
210 John   Lewis   Geiger,   “De   Manzanillo   a   Colima   100   años   atrás”  

en Servando Ortoll, 1987, Por tierras de cocos y palmeras, apun-


tes de viajeros a Colima siglos XVIII a XX, pp. 183-184.
211 Carlos Elio Brust Victorino, 1993, Manzanillo. Su historia,

toponimia, política, sociedad y cultura , p. 85. Si bien el autor la


proporciona esta población para 1896, es la cifra más cercana que
tenemos al periodo que estuvo Torres Quintero en Manzanillo.
212 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima

1895-1901, p. 26.
213 Aunque en el poblado de Manzanillo, años después, comenta

Manuel Velázquez Andrade en su libro, 1975, Remembranzas de


Colima, la falta de agua potable para beber y lo caro que se vendía
en el aljibe de la Casa Ruiz y Sucs. La gente pobre la conseguía en
la Estación del tren, en el depósito de agua, donde se les regalaba
la que sobraba de los viajes del ferrocarril, p. 30.
214 Eugene   Duflot   de   Mofras,   1988,   “Manzanillo   visto   desde   la  

costa, citado en Servando Ortoll, Colima textos de su historia 1, p.


278.
215 Gregorio Torres Quintero, 1998, “Notas  y  paisajes  de  Manzani-

llo”,   Cuentos colimotes, p. 193.


216 Alfredo  Chavero  1997,  “Obras”, durante su visita al Estado en

1864,   dice   “haciendo  labores  de  espionaje  para  el  gobierno  juaris-
550
ta”  en  Servando  Ortoll,  Dulces inquietudes, amargos desengaños.
Los colimenses y sus luchas en el siglo XIX, p. 259.
217 Gregorio  Torres  Quintero,  1998,  “Notas  y  paisajes  de  Manzan i-

llo”,   Cuentos colimotes, pp. 194-195.


218 Descripción que hace Gregorio Torres Quintero de un rojo

atardecer   en   su   cuento  “El  Guapo”  de  su  lib ro 1998, Cuentos Co-
limotes, p. 47.
219 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima

1895-1901, p. 25.
220 Gregorio  Torres  Quintero,  1998,  “Notas  y  paisajes  de  Manzan i-

llo”,   Cuentos Colimotes, p. 188. Manuel Velázquez Andrade,


quien también fue maestro de esta escuela, sólo que unos años
después, menciona asimismo la cercanía de la escuela al mar, y
dice que las olas llegaban hasta la cocina, en 1975, Remembranzas
de Colima, p. 29.
221 Ernesto Terríquez Sámano, 1988, “Juárez   por   Colima”,   en  Ser-

vando Ortoll comp., Colima textos de su Historia 1, p. 150.


222 Servando Ortoll, lo cita en su libro, 1997, Dulces inquietudes,

amargos desengaños. Los colimenses y sus luchas en el siglo XIX,


p. 138. Tomado de Guillermo Prieto, Viaje a los Estados Unidos,
(México, Imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, 1877).
223 El maestro Genaro Hernández Corona, lo menciona en su libro,

2004, Gregorio Torres Quintero su vida y su obra (1866-1934), p.


30. En adelante repiten el dato varias tesis y trabajos, hasta una
página de Internet, pero nadie da la fuente primaria, tampoco el
maestro Genaro Hernández y lamentablemente el Archivo Históri-
co de Manzanillo, no conserva documentación de estos años.
224 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima

1895-1901, p. 36.
225 Gregorio   Torres  Quintero,  1998,  “La  pesca  del  tiburón”,   Cuen-

tos colimotes, p. 219.


226 Ibídem, pp. 219-220.
227 Ibídem, “Manzanillo”,   Cuentos colimotes, 1998, p. 168.
228 Ibídem, “Notas  y  paisajes  de  Manzanillo”,  Cuentos colimotes,

1998, p. 192.
229 Carlos Elio Brust Victorino, 1993, Manzanillo. Su historia,

toponimia, política, sociedad y cultura , p. 103. El autor equivocó


el nombre de El Boleo y lo puso como Poleo, la autora corrigió el
nombre en este texto.
230 Gregorio  Torres  Quintero,  1998,  “Notas  y  paisajes  de Manzani-

llo”,   Cuentos colimotes, pp. 192-195.


231 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima

551
1895-1901, p. 213.
232 Ibídem, p. 36.
233 Gregorio  Torres  Quintero,  1998,  “Notas  y  paisajes  de  Manzan i-

llo”,   Cuentos colimotes, pp. 178-179.


234 Ibídem, pp. 180-181.
235 Ibídem, p. 182.
236 Ibídem, pp. 184-185.
237 Ibídem, pp. 190-192.
238 Ibídem, pp. 195-197.
239 Gregorio   Torres   Quintero,   1998,   “Perdido   en   la   Mont aña”,  

Cuentos colimotes, pp. 79-80.


240 Ibídem, p. 80.
241 Ibídem, p. 82.
242 Ibídem, p. 83.
243 Gregorio Torres Quintero, en su libro 1998, Cuentos colimotes,

pp. 59-67, cuenta   la   leyenda   “La   laguna   de   Alcuzahue”;;   lugar  


donde había una ciudad, que desapareció a causa de las fechorías
de un joven que asediaba a una rica y bella joven, a la que embrujó
robándosela. Cuando el padre lo supo, siguió a los fugitivos y
estuvo a punto de alcanzarlos, cuando el malhechor invocó al Ge-
nio del Valle y ofreció su alma a cambio de ayuda, en ese momen-
to una terrible tormenta se desató. Al día siguiente la ciudad había
desparecido, en su lugar estaba la laguna, la cual se consideró e m-
brujada por este genio y la gente evitaba pasar por ahí de n oche.
244 Gregorio   Torres   Quintero,   1998,   “Perdido   en   la   Mont aña”,  

Cuentos colimotes, p. 89.


245 Ibídem.

NOTAS CAPÍTULO QUINTO


246 François-Xavier Guerra, 1995, México: del Antiguo Régimen a
la Revolución, tomo 1, p. 426.
247 Luz   Elena,   Galván,   “Porfirio   Díaz   y  el  magisterio  nacional,” en

Milada Bazant 1996, Ideas, valores y tradiciones sobre historia de


la educación en México, p. 150.
248 AHEC, caja legado 933 A (1919-1922) Carta de servicios
prestados al estado de Colima, de Gregorio Torres Quintero exp e-
dida el 20 de septiembre de 1923.
249 Manuel, Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima

1895-1901, p. 26.
250 Victoriano Guzmán fue alumno del Liceo de 1874 a 1876 y se

graduó de preceptor el 28 de abril de 1876. Después trabajó en la


552
escuela de Coquimatlán (AHEC, Fondo s. XIX, caja 415, 1878).
Cuando fue becado a México era director de la Escuela Ocampo
en la ciudad de Colima: Velasco Murguía, Manuel, 1988, La edu-
cación superior en Colima, la Escuela Normal antecedente de la
Universidad, vol. 1, pp. 110-111.
251 Periódico Oficial El Estado de Colima, año 1889, Núm. 29.
252 FR-BN, Fondo ERHE, Cartas a Heliodoro Valle, VI [1992

(015) (1927)]-1, Carta de Gregorio Torres Quintero a Heliodoro


Valle contestando su circular sobre informes de los autores de la
Biblioteca de la SEP, del 26 de octubre de 1928, p. 4.
253 Refugio Barragán de Toscano, 2011, La hija del bandido o los

subterráneos del Nevado, p. 92.


254 Para la ambientación en la ciudad de México, me basé en varios

libros: entre éstos, “De barrios y arrabales; entorno, cultura mate-


rial y quehacer cotidiano (ciudad de México, 1890-1910)”  de  Elisa  
Speckman Guerra, en Historia de la vida cotidiana en México,
dirigida por Pilar Gonzalbo, tomo V, coordinado por Aurelio de
los Reyes, pp. 17-47.
255 Genaro Hernández Corona, (introducción y recopilación),

2004, Gregorio Torres Quintero, Tesis Pedagógicas, p. 372.


256 AHEC, Fondo siglo XIX, caja 544, sin organización por expe-

dientes y fojas: Cartas del 5 de agosto de 1888 y del 2 de novie m-


bre de 1888.
257 Así la denomina Torres Quintero en un discurso que emite en el

25 aniversario de la Escuela, AHEC, Fondos Esp eciales, GTQ,


Discursos, c.1, leg.1, Exp. 6, f. 1.
258 Aunque el decreto de creación fue del 17 de d iciembre de 1885.

En 1886 se envió a Miguel Serrano su primer director a los Est a-


dos Unidos a comprar mobiliario y materiales para la nueva no r-
mal y a Enrique Laubscher se le encomendó la remodelación y
reconstrucción del edificio del viejo convento de Santa Teresa la
Nueva en la ciudad de México, calle de Primo Verdad en el centro,
quizás porque era ingeniero. Concepción Jiménez Alarcón, 1998,
La Escuela Nacional de Maestros. Sus orígenes, p. 85. Al inicio el
plan de   estudios  fue  “un  reparto  caótico  de  nociones elementales
de álgebra y aritmética, de química y música, de historia y ge ogra-
fía,   de   gimnástica   y   pedagogía”   Concepción   Jiménez   Alarcón,  
1998, La Escuela Nacional de Maestros. Sus orígenes, p. 8. Pero
pronto sería modificado por Carlos A. Carrillo.
259 Gregorio Torres Quintero, AHEC, Fondos Especiales, GTQ,

caja   1,   legajo   2,   Trabajos   del   maestro   “Escuelas   No rmales”,   exp.  


3, f. 14.
553
260 Ernesto Meneses Morales, 1983, Tendencias educativas oficia-
les en México 1821-1911, p. 341.
261 Concepción Jiménez Alarcón, 1998, La Escuela Nacional de

Maestros. Sus orígenes, p. 79.


262 Para hacer esta descripción hicimos uso de la que hizo el mae s-

tro Luis de la Brena, 1939, La vida de la Escuela Normal en medio


siglo de ejercicio docente, México, Escuela Nacional de Maestros,
1939, p. 7, citado por citado por Concepción Jiménez Alarcón,
1998, La Escuela Nacional de Maestros. Sus orígenes, pp. 99-100
263 Concepción Jiménez Alarcón, et al., 1974, Daniel Delgadillo,

México, SEP, Dirección General de Mejoramiento Profesional del


Magisterio, p. 10.
264 AH-SEP, Fondo Colección personal sobresaliente, exp ediente

personal de Gregorio Torres Quintero 1891-1921, Legajo 1, folios


2.
265 Ignacio M. Altamirano, 1940, Aires de México, p. XV.
266 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, caja 1, leg. 1, exp. 6, f. 5.
267 En el libro manejaremos el apellido del maestro Schulz, como

siempre lo hizo Torres Quintero y no como aparece en otros aut o-


res con t, Schultz.
268 Utilicé la descripción que hizo del maestro Altamirano, su otro

alumno Luis de la Brena, en su libro 1939, La vida de la Escuela


Normal en medio siglo de ejercicio docente, México, Escuela Na-
cional de Maestros, p. 17, citado por Concepción Jiménez Alar-
cón, 1998, La Escuela Nacional de Maestros. Sus orígenes, p.
104-107. Brena fue compañero de Torres Quintero.
269 Gregorio Torres Quintero, AHEC, Fondos Especiales, GTQ,

caja 1, legajo 2 trabajos del maestro, exp. 3, fs. 16-17.


270 Importante asociación literaria del siglo XIX en México
271 Ignacio M. Altamirano, 1940, Aires de México, p. XII.
272 Estas tres cartas se encuentran en AHEC, Fondos Esp eciales,

GTQ, caja 2, exp. 3, f. 1-3.


273 Gregorio Torres Quintero, AHEC, Fondos Especiales, GTQ,

caja   1,   legajo   2,   Trabajos   del   maestro   “Escuelas   No rmales”,   exp.  


3, f. 17.
274 Concepción Jiménez Alarcón, et al., 1974, Daniel Delgadillo,

1974, México, SEP, Dirección General de Mejoramiento Profesio-


nal del Magisterio, pp. 25-26.
275 Reeditado en 1964 por la Biblioteca de Perfeccionamiento Pro-

fesional del Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, con


el número 34 de esta colección.

554
276 Descripción que hacen del maestro Carlos A. Carrillo; Gregorio
Torres Quintero y Daniel Delgadillo en el libro compilado por
ellos: 1907, Artículos Pedagógicos, México, Herrero Hermanos,
Sucesores, Tomo 1, pp. VII-X.
277 Ibídem.
278 Ibídem.
279 Ibídem, Tomo 1, pp. XXXVI.
280 Concepción Jiménez Alarcón, 1998, La Escuela Nacional de

Maestros. Sus orígenes, pp. 95-97.


281 Concepción Jiménez Alarcón, et al., 1974, Daniel Delgadillo,

1974, México, SEP, Dirección General de Mejoramiento Profesio-


nal del Magisterio, p. 26.
282 Gregorio Torres Quintero, discurso en honor a los maestros

muertos, AHEC, Fondos Especiales, GTQ, Caja 1, Leg. 1, Exp. 3,


f. 9.
283 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, caja 1, leg. 1, Discurso M i-

guel Schulz, exp. 7, f. 5.


284 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, caja 1, leg. 1, exp.-3, fs. 6-11

y exp. 6, f. 6-7. También los recuerda en un trabajo que hace sobre


la historia de las Escuelas Normales de México, en el mismo fo n-
do, pero legajo 2 (trabajos del maestro) exp. 3, f. 15.
285 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, caja 1, leg. 1, exp. 10, f. 5.
286 Ibídem, legajo   2,   Trabajos   del   maestro   “Escuelas   Normales”,  

exp. 3, f. 15.
287 Ibídem, Gregorio Torres Quintero, discurso fúnebre en honor a

Lucio Tapia, Caja 1, Exp. 1, Discursos 2.


288 Gregorio   Torres  Quintero,  “Enrique  Estrella,  otro  joven  norma-

lista   que   se   va”,   La Enseñanza Primaria, tomo VIII, 1 de agosto


de 1908, p. 34.
289 Concepción Jiménez Alarcón, 1998, La Escuela Nacional de

Maestros. Sus orígenes, p. 73.


290 Ibídem, p. 77.
291 AH-SEP, Fondo Colección personal sobresaliente, exp ediente

personal de Gregorio Torres Quintero 1891-1921, Legajo 1, folio


3.
292 Mireya Noemí Villa Santana, 1998, Gregorio Torres Quintero

y  algo  más…, p. 24.


293 Periódico oficial El Estado de Colima, Tomo XXV, Núm. 7, 14

de febrero de 1891,
294 Gregorio   Torres   Quintero,   “La   madre  India”  Imitación  de  Ch a-

teaubriand, (De Atala), El correo de las señoras, 11 de enero


1891, p. 521-522.
555
295 AH-SEP, Fondo Colección personal sobresaliente, exp ediente
personal de Gregorio Torres Quintero 1891-1921, Legajo 1, folio
1.
296 AH-SEP, libro de Actas de exámenes de títulos para profesores

1891-1905, de la Escuela Normal de Profesores, Victoriano Guz-


mán título No. 6 y Gregorio Torres Quintero título No. 7.

NOTAS CAPÍTULO SEXTO


297 Gregorio Torres Quintero, 2010, Una familia de héroes, p. 169.
298 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, caja 1, leg. 1, Exp. 5, Discu r-
sos del maestro Emilio Bravo, f. 2. En este discurso nos informa
que Bravo nació en Orizaba el 22 de mayo de 1862, cuando la
ciudad estaba en poder de los franceses, en Orizaba estudió la
primaria y obtuvo su título el 29 de enero de 1881 antes de cu m-
plir los 19 años. Bravo entró a trabajar en la Escuela Modelo de
Orizaba en 1885 bajo la dirección de Enrique Laubscher (discípulo
de Federico Froebel). En ese año se desarrolló en esta escuela un
curso normal teórico práctico con la colaboración de Enrique Réb-
samen, en siete meses, por lo que se les denominó como sieteme-
sinos a los cursantes, entre éstos Bravo. Trabajó en los territ orios y
en la capital en las oficinas ministeriales.
299 Ricardo Guzmán Nava, 1996, La ciudad de las palmas, en su

historia, cultura y progreso, pp. 91-92.


300 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XXVI, Núm. 12,

19   de  marzo   de  1892   “Bienvenido  sea”.


301 AHPJ, caja 45, exp. 10. Es sobre una medalla que se asignó al

profesor Miguel Díaz, donde viene su curriculum, donde se me n-


ciona cómo él había sido nombrado director del Liceo y luego de
la Normal, y que por decreto fue s uprimida la Normal en 1887.
302 Francisco Hernández   Espinoza,   1988,   “Los   tranvías   de   la   ciu-

dad   de   Colima”   en   Servando   Ortoll,   Colima textos de su historia


2, pp. 83-87.
303 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima,

México,   Páginas  del  siglo  XX   “El   libro  colimense”,   p.  96.


304 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XXVI, Núm. 35, 8

de agosto de 1892
305 AHEC, Fondo siglo XIX, caja 463 (no se encontró org anizada,

ni foliada esta caja, por eso no se propo rciona la referencia exacta


de su localización).
306 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XXVI, Núm. 10, 5

556
de marzo de 1892
307 Roberto Huerta Sanmiguel, 2006, Los edificios en la provincia

de Colima, p. 125. Cita que tomó del periódico oficial El Estado


de Colima 1890 (no proporciona más datos)
308 Palabra  colimota  que  se  desprende  de  “nang a  o  nango”  con  un  

significado muy local, sirve para designar cualquier cosa, objeto, o


bien persona que se distrae y comete nanguerías. Se usaba como
verbo, sujeto, adverbio y casi de cualquier forma.
309 Velázquez Andrade, Manuel, 1975, Remembranzas de Colima,

México,   Páginas  del  Siglo  XX   “Club  del  libro  colimense, p. 62.
310 Existe divergencia en la escritura de su apellido. En las fuentes

o bien aparece con una l o doble ll al final. Aunque se aprecia que


cuando se refieren al personaje se escribe sólo con una l Morril,
pero, en los anuncios de la botica aparece con doble ll Morrill,
ahora los historiadores locales lo manejan con doble ll y yo así lo
dejé.
311 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima,

México,   Páginas  del  siglo  XX   “El   libro  colimense”.


312 Ibídem, p. 81-82,102.
313 Ibídem, p. 147.
314 Ibídem, p. 166.
315 La situación en Colima durante 1890-1900 la tomé de: Manuel

Velázquez Andrade, Ibídem, pp. 81-91.


316 Tomado   del   capítulo   “Los   ricos   de   Colima”  de  Manuel  Velá z-

quez Andrade, Ibídem, p. 107-115.


317 Ibídem, p. 108.
318 Ibídem, p. 125-126.
319 AGN, Fondo Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 271, exp.

14 fojas 1-3. El documento tiene fecha de 22 de n oviembre de


1889.
320 Gildardo   Gómez,   “Escuelas   públicas   en   1892”,   en   Servando

Ortoll, 1988, Colima textos de su historia 2, p.348-349.


321 Periódico Oficial El Estado de Colima, Núm. 51, 19 diciembre

de 1891, p. 201.
322 Esta Escuela estuvo en la hoy calle Gregorio Torres Quintero y

alberga ahora al Palacio Municipal de Colima. Es un bello edificio


de arquitectura del siglo XIX en Colima.
323 Educación moderna, Núm. 2, 15 de marzo de 1892, p. 32.
324 Ibídem, p. 31.
325 Gregorio   Torres  Quintero,  “Una  reforma  conveniente”,   Educa-

ción moderna, 15 de octubre de 1892, pp. 249-253.


326 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XXVI, No. 21, 21

557
de mayo de 1892.
327 “Discurso   pronunciado   por   el   Sr.   Gregorio   Torres   Quint ero,

director de la escuela Hidalgo, el día de la apertura de este estable-


cimiento”,   Educación moderna, 15 de mayo de 1892, p. 88. Todas
las citas que vienen a continuación hasta la siguiente, corresponde
a esta referencia.
328 Ibídem, p. 88.
329 Manuel   Velázquez   Andrade,   1975,   “Un   día  de  clases  en  la  e s-

cuela  «Porfirio   Díaz»”   en  Remembranzas de Colima, pp. 15-22.


330 Ibídem, p. 230.
331 Ibídem, p. 232.
332 Gregorio Torres Quintero,  Gacetilla  “El  ensayo”,  en  Educación

Moderna, 1 de mayo de 1892, pp. 77-80.


333 Periódico oficial El Estado de Colima, tomo XXVI, No. 31, 30

de julio de 1892, p. 124.


334 Ibídem, tomo XXVII, No. 15, 15 de abril de 1893, p. 59.
335 Ma. Teresa Bermúdez de Brauns, 1985, Bosquejos de educa-

ción para el pueblo: Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altami-


rano, p. 74-75.
336 Ricardo Guzmán Nava y Arturo Navarro Iñiguez, 2004, Las

casas en que habitó en Colima el padre Hidalgo, Alforja número


19, p. 31.
337 Ibídem, p. 32.
338 HNDM,   Gregorio   Torres   Quintero,   “La   madre  india”  Imitación  

de Chateaubriand. (De Atala), en El correo de las señoras, 11 de


enero 1891, pp. 521-522.
339 Gregorio  Torres  Quintero,  “La  oración  del  hijo”,  en   Enseñanza

Primaria, 1 de agosto 1901, p. 41.


340 El profesor Genaro Hernández Corona en su libro Gregorio

Torres Quintero su vida y su obra (1866-1934), 2004, p. 58 pro-


porciona los nombres de los maestros y maestras preparados por
ellos.
341 Agradezco haberme dado este dato a Marcela Chávez, quien lo

localizó en el Archivo del Registro Civil, caja 121, Matrimonio


No. 2 copiador 1893, Número 81 46v y 47r.
342 La nota de su boda apareció en el periódico oficial El Estado de

Colima, el 22 de abril de 1893, Tomo XXVII, núm. 16. AHEC.


343 Gregorio Torres Quintero,   1893,   cuento  “Leyenda  Azteca”,  en  

Versos cuentos y leyendas, p. 190.


344 Genaro Hernández Corona, 2004, Gregorio Torres Quintero su

vida y su obra (1866-1934), p. 57.


345 Tomó posesión el 30 de noviembre de 1893.

558
346 AHEC, Fondo siglo XX, Exp. 1919, legajo 933 A. Hoja de
servicios de Gregorio Torres Quintero expedida el 20 de septie m-
bre de 1920 por el gobernador Miguel Álvarez García.
347 AHEC, Fondo S. XIX, cajas 581 Y 582. Se nombra al profesor

Normalista Gregorio Torres Quintero Inspector General de In s-


trucción Pública. Prevención sobre el acuerdo y despacho de los
negocios del ramo continuaran en la s ecretaría de Gobierno bajo la
inmediata dirección del ejecutivo. Colima Col. 30 de Abril de
1898.
348 Ley de Instrucción Pública del estado de Colima, exped ida el 7

de mayo de 1894 y publicada tres días después en el periódico


oficial. Elaborada por Gregorio Torres Quintero, quien a su vez
elaboró el reglamento aprobado el 4 de enero de 1895.
349 Estas   “Conferencias   Pedagógicas”   se  encuentran  en  el  AHPJ,  

cajas 44, exp. 24 y caja 45 exp. 2, 9.1, 9.2, las fechas son: 10 de
febrero, 24 de marzo y 1 de septiembre de 1897. Las firma Greg o-
rio Torres Quintero como jefe de sección y los documentos están
realizados de su puño y letra.
350 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima,

pp. 195-196.
351 Ibídem, pp. 75, 77-78. Todas las citas literales de este párrafo,

corresponde a esta referencia.


352 Gregorio Torres Quintero, 1998, Cuentos Colimotes, pp. 207-

210.
353 Para   mayor   información  sobre  “Moral  práctica”  se  recomienda

la lectura del capítulo de Sara Lourdes Cruz Iturribarría y Mirtea


Acuña   Cepeda,   “La   moral   práctica   de   Greg orio   Torres   Quintero”  
en María de los Ángeles Rodríguez, A., coordinadora, 2012, Sen-
das y matices en la obra pedagógica de Gregorio Torres Quint e-
ro, pp. 197-210. El libro apareció   en   Francia   con   el   título   “Cours
de morale théorique et pratique,”  en  1887.
354 Genaro Hernández Corona, 2004, Gregorio Torres Quintero, su

vida y su obra, p. 125.


355 Ma. Teresa Bermúdez de Brauns, antología, 1985, Bosquejos

de educación para el pueblo: Ignacio Ramírez e Ign acio Manuel


Altamirano, p. 152.
356 Para mayor información sobre las lecciones de cosas, se rec o-

mienda la lectura del capítulo de Florentina   Preciado  Cortés,  “Un  


acercamiento a las configuraciones didácticas de Gregorio Torres
Quintero”,   en   María   de   los   Ángeles  Rodríguez,  A.,  coordinadora,  
2012, Sendas y matices en la obra pedagógica de Gregorio Torres
Quintero, pp. 13-54.
559
357 En la base de datos que hice sobre Gregorio Torres Quintero
logré identificar 44 de éstas  “Lecciones  de  Cosas”,  publicadas en
diferentes revistas: La Educación Moderna (Colima), La Enseñan-
za Objetiva, El Correo de las Señoras, El Diario del Hogar, Revis-
ta de Instrucción Pública, La Enseñanza Primaria, La Educación
Contemporánea (Colima). Desde el 15 de noviembre de 1892,
hasta el 1 de noviembre de 1910.
358 Ideas que se permeaban en las publicaciones, como en José

Díaz Covarrubias, 1875, La Instrucción Pública en México.


359 AH-SEP, Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública,

Sección   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   Expediente personal


Torres Quintero, Gregorio, años 1891-1921, legajo 1, folios 10 y
11, 1 y 2 de agosto de 1898..
360 AHEC, Fondo GTQ, caja 2, exp. 15, foja 6, 1 de julio de 1898.
361 Luis E. Ruiz, Tratado elemental de pedagogía, 1900, p. 315.
362 Ibídem, p. 818.

NOTAS CAPÍTULO SÉPTIMO


363 AHEC, área biblioteca, Fondo Gregorio Torres Quintero, fot o-
copia, No. 28, 25 de mayo 1905.
364 Las diligencias seguían casi el mismo camino que la antigua

carretera Colima, Ciudad Guzmán: Trapiche, Cuauhtémoc, Alca-


races, Quesería, Tonila, San Marcos, Las Barrancas de Beltrán, y
Atenquique, llegando a funcionar diligencias con excepción del
tramo de Barrancas.
Juan Oseguera Velázquez, 1962, Historia gráfica de Colima, p.
53.
365 Refugio Barragán de Toscano, La hija del bandido, 2011, p. 79.
366 Ibídem, p. 217.
367 Ibídem, p. 32.
368 Francisco Hernández Espinosa, 1982, El Colima de ayer, p. 114.
369 Tomé datos de la ruta del Camino Real de Colima del libro

coordinado por Abelardo Ahumada y Fernando G. Castolo, Histo-


rias del Camino Real, 2012, pp. 60 (Alfredo César Juárez A l-
barrán), 97 (Jaime Pizano Alcaraz) y 168 (Salvador Olvera Cruz);
quienes a su vez se basaron en los libros de Francisco Hernández
Espinosa, El Colima de ayer, y el del padre Roberto Urzúa Oroz-
co, El Camino Real de Colima.
370 Aurelio Cortés Díaz, en su "Semblanzas tapatías", consultado en:

http://guadalajara.net/html/edificios/12.shtml, el 14 de abril 2012.

560
371 Ibídem.
372 François-Xavier Guerra, 1995, México: del Antiguo Régimen
a la Revolución, pp. 310-311.
373

http://www.mexicomaxico.org/Tranvias/ESTACIONES%20FC/Es
taciones.htm#colonia, consultado el 14 de abril de 2012.
374 Este hotel lo ubiqué en el plano 7 del AHDF de 1885-1886,

Módulo 8, planero 1, fajilla 9, s/c, también esta en el plano 9 de


1907, Módulo 8, planero 1, fajilla 10, s/c.
375 Tomé estos datos del libro de 2006, Historia cotidiana en Mé-

xico V siglo XX, campo y ciudad, vol. 1, coordinado por Aurelio


de los Reyes, p. 27.
376 AH-SEP, Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública,

Sección   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   Exp ediente personal


Torres Quintero, Gregorio, años 1891-1921, legajo 1, folio 9.
377 Ibídem, folio 14.
378 Ibídem, folio 16.
379 http://www.freewebs.com/adesgameme/id3.htm.
380 El maestro ya no lo vio terminado pues falleció el 28 de enero

de 1934 y el Palacio de Bellas Artes se terminó ese mismo año en


septiembre.
381 Guillermo Tovar y de Teresa, 1991, La ciudad de los Palacios:

crónica de un patrimonio perdido, tomo 1, p. 73.


382 Ibídem, p. 76.
383 AH-SEP, Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública,

Sección   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   Exp ediente personal


Torres Quintero, Gregorio, años 1891-1921, legajo 1, folio 17.
384 Ibídem, folios 21-24, 29.
385 Ibídem, folio 27, 3 de agosto de 1899.
386 Ibídem, folio 31.
387 AHEC, caja 4, exp. 73 folio 5, Testimonio de un poder que

otorgó Gregorio Torres Quintero a favor de Manuel Vargas el 14


de octubre de 1902, donde asienta como tal su domicilio. La calle
la ubiqué gracias al apoyo de Marlene Pérez del Archivo Histórico
de la ciudad de México.
388 Información que se encuentra en la solapa del libro: M anuel

Velázquez Andrade, 2006, Remembranzas de Colima.


389 AH-CBENP, Toluca, AHEM/E. PRIM/Vol. 110/ exp. 39/1910,

p. 32.
390 Guillermo Tovar y de Teresa, 1991, La ciudad de los Palacios:

crónica de un patrimonio perdido, tomo 1, p. 54 Foto del Café.


391 Gregorio   Torres   Quintero,   “Un   maestro   muy…   enérgico”,   La

561
Enseñanza Primaria, Tomo 1, Núm. 4, 15 de agosto de 1901, pp.
57-58.
392 Gregorio   Torres   Quintero,   “Un   Espejo   de   muchos   maestros”,  

La Enseñanza Primaria, Tomo 1, Núm. 24, 22 junio 1907, pp.


383-384.
393 Para estas fechas don Justo ya tenía un gran prestigio en el área:

abogado, diputado, profesor, periodista y magistrado de la Supre-


ma Corte de Justicia; unió su empeño y labor a la de Ezequiel A.
Chávez, con quien haría una magnífica mancuerna y juntos actua-
rían a favor de la educación hasta el momento del inicio de la Re-
volución Mexicana.
394 AH-SEP, Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública,

Sección   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   Exp ediente personal


Torres Quintero, Gregorio, años 1891-1921, legajo 1, folios 33, 21
de mayo de 1901.
395 HNDM, El Diario del hogar, 1 de junio de 1901, sistema 2.
396 La enseñanza primaria, 1 de julio 1901, pp. 17-21.
397 Lo publicó en dos partes en: La Educación contemporánea, la

primera el 1 de febrero 1908, pp. 216-221, y la segunda el 1 de


abril 1908, pp. 247-254.
398 Manuel Velázquez Andrade, 1975, Remembranzas de Colima,

p. 55.
399 HNDM, El Diario del hogar, 27 de septiembre de 1902, siste-

ma 2.
400 AH-SEP, Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública,

Sección   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   Expediente personal


Torres Quintero, Gregorio, años 1891-1921, legajo 1, folios 38-40
1 de febrero de 1902. HNDM Diario del hogar, 18 de marzo 1902,
sistema 3.
401 HMDM, Diario del hogar, 9 de febrero de 1902, sistema 3.
402 Nuevamente hago notar que el apellido del maestro Miguel

Schulz aparece en los documentos de la época sin la T que en al-


gún momento se le insertó después a su apellido Schultz, como se
encuentra ahora.
403 AHEC, Fondos Especiales GTQ, caja 1, leg. 1, Exp. 7. F. 8.
404 AH-SEP, Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública,

Sección   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   Exp ediente personal


Torres Quintero, Gregorio, años 1891-1921, legajo 1, folios 74 y
75.
405 AH-SEP, Libro 4 de exámenes de la Normal, folio 14, 29, 43.
406 AHEC, área biblioteca, Fondo Gregorio Torres Quintero, foto-

copia, No. 28, 25 de mayo 1905.


562
407 Gregorio  Torres  Quintero,  “El  fonógrafo  aplicado  a  la  enseña n-
za”, La enseñanza primaria, Tomo 1, Núm. 24, 15 junio 1902, pp.
369-371.
408 Gregorio   Torres   Quintero,   “Dios   y  la  enseñanza  laica”, La en-

señanza primaria, Tomo 1, Núm. 24, 15 enero 1902, pp. 209-211.


409 Gregorio Torres Quintero, "¿Debe de enseñarse la moral?", La

enseñanza primaria, 15 de noviembre de 1908, pp. 145-147.


410 AHEC, área biblioteca, fondo GTQ, Gregorio Torres Quintero,

Moral e Instrucción Cívica por G. Ducoudray, 1909, pp. 3-7.


Fotocopia núm. 30.
411 La educación contemporánea, 1 de noviembre de 1908, pp.

355-359. La enseñanza primaria, 1 de diciembre 1908, pp. 161-


164.
412 1 de mayo de 1897.
413 La educación contemporánea, 1 de febrero de 1907, pp. 20-21.
414 La enseñanza primaria, 1 de marzo 1909, pp. 257-258.
415 Ibídem, 15 de enero 1908.
416 Ibídem, 15 de julio 1908, pp. 18-19.
417 Ibídem, 15 de febrero 1910, pp. 244-245.
418 Ibídem, 15 agosto 1909, pp. 52-53; 1 de septiembre 1909, pp.

74-75; 1 de octubre 1909, pp. 103-104; 15 de octubre 1909, pp.


117-119; 1 de noviembre 1909, pp. 134-135; 15 de noviembre
1909, pp. 149-151; 1 de diciembre 1909, p. 172.
419 Gregorio  Torres  Quintero,  “Historia  filosofada  o  historia  cont a-

da”,  La enseñanza primaria, 15 de enero 1908, pp. 94-96.


420 Ibídem.
421 AH-UNAM, Fondo Consejo Superior de Educación Pública,

caja 1, exp. 1, 6 de sept. De 1902.


422 Ibídem, 13 de septiembre de 1902.
423 Justo Sierra discurso 1910 Boletín de Instrucción Pública, XIV,

I, mar. abr. p. 586.


424 Patricia   Ducoing,   “Origen   de   la   Escuela   Normal   Superior de

México”   revista:  redalyc.uaemex.mx/pdf/ 20 octubre 2111.


425 AH-UNAM, Fondo Consejo Superior de Educación Pública,

caja 9, exp. 70, documento 1488, 1913. Y caja 9, exp. 73, 1914.
426 Ibídem, caja 2, exp. 7, marzo 1904, núm. 266 (2 fojas).
427 Ibídem, caja 1, exp. 3, del 25 de septiembre de 1902.
428 Arquitecto constructor de varios importantes edificios en la

ciudad de México, como el famoso Palacio de Bellas A rtes.


429 Acta de la sesión del Consejo superior de Educación Pública

del 10 de septiembre de 1903, Boletín de Instrucción Pública, 20


octubre de 1903, p. 593-597.
563
430 AH-UNAM, Fondo Consejo Superior de Educación Pública,
caja 2, exp. 7, del 18 de febrero de 1904, núm. 254 (10 fojas).
431 Boletín de Instrucción Pública, 20 junio 1904 p. 532.
432 AH-UNAM, Fondo Consejo Superior de Educación Pública,

caja 2, exp. 7, del 28 de julio de 1904, núm. 284 y 286 del 4 de


agosto de 1904.
433 HNDM, El diario del hogar, 23 de febrero de 1904.
434 AH-UNAM, Fondo Consejo Superior de Educación Pública,

caja 2, exp. 7, 10 de marzo de 1904, Núm. 260 (9 fojas).


435 Gregorio Torres Quintero, Discurso pronunciado en la inaug u-

ración   del   “Colegio   de  Profesores  Normalistas  de  México”  el  6  de  


enero de 1900, La enseñanza primaria, 1 de enero 1902, pp. 201-
203.
436 AHEC, fondos especiales GTQ, caja 2, exp. 14.
437 Debido a que tenía la experiencia, —al haberse encargado de

dos revistas en Colima— Educación moderna y Educación con-


temporánea.
438 FR-BN Preámbulo del primer número de la revisa La enseñan-

za primaria, del 1 de julio de 1901.


439 Gregorio Torres Quintero, La pedagogía a pequeñas d osis, La

enseñanza primaria, 15 de diciembre 1901, pp. 177-178.


440 Gregorio Torres Quintero, Los vegetales. Plantas fanerógamas

(o con flores), La enseñanza primaria, 15 de enero 1908, p. 216.


441 María  de  los  Ángeles  Rodríguez  Álvarez  base  de  datos  “Biblio-

grafía  GTQ”.
442 Este  texto  apareció  publicado  en  el  Cd  “Qui, qui ri qui no quie-

ro flojos Aquí”,   coordinado   por   Ma.   de   los   Ángeles   Rodríguez,


Universidad de Colima, 2004. Entonces estaba el texto original en
el AHEC, años después desapareció, ahora sólo queda una fotoc o-
pia. En la base de datos aparece como el primer libro registrado
por él, el 21 de septiembre de 1901: AHEC, caja 2, exp. 18.
443 Gregorio Torres Quintero, Lecturas intuitivas sobre vegetales

útiles (agricultura e industria), 1902, 167 p. Existe un ejemplar en


el AHEC, fondo biblioteca, libros GTQ, número de registro 2.
444 La enseñanza primaria, 20 julio 1908, p. 300.
445 AH-SEP, Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública,

Sección   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   Exp ediente personal


Torres Quintero, Gregorio, años 1891-1921, legajo 1, folios 85-
88,91-93.
446 AH-UNAM, Fondo Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 3,

exp. 45, núm. 12 (20). Y su expediente personal en AH-SEP, foja


84.
564
PROF. GREGORIO TORRES QUINTERO.- "Fue nombrado el 8
de agosto de 1904, en sustitución de Leopoldo Kiel. Tomó pos e-
sión el 11 del mismo mes.- El 8 de julio de 1906, se le expidió
nuevo nombramiento a partir del 1 de julio siguiente, con el mis-
mo carácter.- El 1 de julio de 1907, cesó como sustituto del señor
Kiel, y se le expidió nuevo nombramiento en calidad de propiet a-
rio.”
447 HNDM, El diario del hogar, “Una  circular    de  la  dirección de

Instrucción  Pública”,11   de  marzo de 1904.


448 HNDM, El diario del hogar, 21 de julio de 1903, sist. 2.
449 Consultado el 14 de abril de 2014.

http://www.bicentenario.gob.mx/bdb/bdbpdf/ElTeatroDeGeneroC
hicoEnLaRevolucionMexicana_Tomo-
I/ElTeatroDeGeneroChicoEnLaRevolucionMexicana_Tomo -I-
Cap02.pdf
450 AHEC, Área biblioteca, Colección de libros don ados por la

familia Gómez Cárdenas, Núm. 51.


451 La noticia apareció en varios medios y revistas: HNDM, La

escuela mexicana, 20 abril 1904, vol. 1, núm. 6 pp. 77, 91. La


enseñanza primaria 20 de abril de 1904, P. 77.
452 François-Xavier Guerra, 1995, México del antiguo régimen a la

Revolución, p. 170.
453 Datos   tomados   de   “La   Escuela  Mexicana”, Estado de la Ins-

trucción primaria en el Distrito y Territorio Federales, Informe


anual, 10 de mayo 1904, pp. 113-130.
454 Revista “El  Popular”, 5 de junio 1903, entre los firmantes está

Torres Quintero como miembro de este Círculo.


455 “Claudio  Matte,  personaje  relevante  en  la  Historia  de  la  Educ a-

ción chilena, muchas generaciones de chilenos (y ahora lo sab e-


mos, también, de mexicanos) aprendieron a leer con su famoso
silabario (conocido popularmente como "El Ojo"). Fue uno de los
principales educacionistas chilenos de la última parte del siglo
XIX y primera del XX. Era un millonario y filántropo que decía,
"todos los hombres tienen su hobby; a unos les gustan los caballos,
otros coleccionan estampillas. Pues a mí me atraía la educación
del pueblo"...Fue uno de los difusores de la enseñanza alemana en
Chile, así como también de los trabajos manuales bajo la influe n-
cia de la pedagogía  sueca.”  Información  proporcionada  por  Pablo
del Toro.
456 Gregorio Torres Quintero, 1907, Cómo defendió D. Abraham

Castellanos su "criterio". Contiene artículos publicados por el Sr.


Castellanos en "Diario" de esta ciudad, por el Sr. profesor Greg o-
565
rio Torres Quintero, p. 61.
457 Editado por E. Guerrero, tenía en la portada al arcángel San

Miguel con el título de Silabario Método de San Miguel, razón por


la que era conocido como tal. Antonio Barbosa Heldt, 1988, Cómo
han aprendido a leer y escribir los mexicanos, p. 27.
458 Gregorio Torres Quintero, 1907, Como defendió D. Abraham

Castellanos su "criterio". p. 63. Muchos datos sobre la polémica


causada por el Método Onomatopéyico y su des arrollo, los tomé
de este libro, muy útil para entender como surgió la problemática y
como la enfrentó Torres Quintero.
459 La Enseñanza Primaria, 8 de enero de 1906, pp. 276-276.
460 FR-BN, La Educación Contemporánea, 1 de marzo de 1906,

pp. 269-270. Las cartas aparecen en la Guía del Método de 1906.


En esta misma revista se informa sobre la prueba que se hizo de
los dos métodos en Colima, escogiéndose el de Torres Quintero
como oficial, 1 de septiembre de 1906 p. 353-356.
461 Para mayor información sobre el Método Onomatopéyico y su

historia, remito al lector a los s iguientes trabajos: María de los


Ángeles Rodríguez, El arte de enseñar a leer y escribir en México
durante el siglo XIX, en Luz Elena Galván y Lucía Martínez,
coords., 2010, Las disciplinas escolares y sus libros, pp. 307-336.
Y   María   de  los  Ángeles  Rodríguez,  “El   método que hizo divertido
aprender   a   leer   y   escribir”,   en   María   de   los   Áng eles Rodríguez
Álvarez, coord., 2012, Sendas y matices en la obra pedagógica de
Gregorio Torres Quintero, pp. 81-134.
462 HNDM, La Enseñanza Primaria, 1 de febrero de 1905, núm. 3,

p. 18.
463 HNDM, La Enseñanza Primaria, “¿Qué  era  el  Orbis  Pictus de

Comenio? A nuestros adversarios, 15 de marzo 1905, pp. 295-297.


En esta misma revista el 15 de abril 1905 en las páginas 342-348
explica como obtuvo el libro de Comenio.
464 Ibídem, 15 de agosto 1908, pp. 51-55.
465 Ibídem, “¿Letra   inclinada  o  perpendicular?, 1 de febrero 1905,

pp. 225-230.
Para mayor información sobre el tema, se puede co nsultar: Aguirre
Lora, Ma. Esther y María de los Ángeles   Rodríguez,   “El   método  
onomatopéyico un diálogo a la distancia de Gregorio Torres con
Comenio”,   en   Memoria, conocimiento y utopía, noviembre 2009,
núm. 5, año 13, pp. 51-73
466 La Enseñanza Primaria, 1 de septiembre de 1908, p. 80.
467 Gregorio Torres Quintero, 1907, Como defendió D. Abraham

Castellanos su "criterio", p. 4.
566
468 La Enseñanza Primaria, 1 de agosto de 1907, pp. 40-41
469 Ibídem, 12 de julio de 1906, pp. 81, 86 y 88.
470 Boletín de Instrucción Pública, 20 de noviembre 1904, p. 49.

Aparece   en   la   bibliografía   la   primer   edición   de   “La Patria Mexi-


cana”,   La Educación Contemporánea, 1 de noviembre 1905, p.
208. Puede ser que el primer ciclo apareció en 1904 y el segundo
ciclo en 1905.
471 Gregorio  Torres  Quintero,  “Las  lecciones  de  historia  con  ay u-

da  de  texto”,  La Enseñanza Primaria, 1 de julio 1908, pp. 5-7.


472 Ibídem, “¿Amaba   Hidalgo   a   los   españoles?”,   La Enseñanza

Primaria, 1 de enero 1910, pp. 202-204.


473 La Escuela Mexicana, 30 de octubre 1904, p. 395.
474 La Enseñanza Primaria, núm. 3, 15 de febrero de 1905.
475 La Escuela Mexicana, aparece en la lista de obras del autor en

1906, p. 1, también en 1907.


476 Ibídem, 13 de marzo 1906, p. 204
477 Ibídem, 30 de abril de 1907, p. 520.
478 P. 40.
479 HNDM, El Diario del Hogar, 31 de diciembre de 1903, sist. 1.
480 HNDM, La Enseñanza Primaria, 15 noviembre 1907, p. 120.

El libro se encuentra en la biblioteca del AHEC, tiene el número


44, de la colección de libros sobre Torres Quintero.
481 La Educación Contemporánea, 1 de octubre de 1907, p. 159.

HNDM, La Enseñanza Primaria, 15 noviembre 1907, p. 157.


Dice acabado de editar.
482 La Enseñanza Primaria, 15 de julio 1908.
483 Ibídem, 1 de septiembre de 1907.
484 Ibídem, 1 de marzo 1908, p. 15.
485 Ricardo Romero Aceves, 1984, Colima ensayo enciclopédico,

p. 413.
486 La Enseñanza Primaria, 15 marzo 1908.
487 AH-UNAM, Fondo Ezequiel A. Chávez, caja 28, exp. 36, 14

noviembre   1908,   “Informe   de   Gregorio Torres Quintero, Escuela


27”.
488 La primera vez se publicó en La Educación Contemporánea, 1

de julio 1898. Ese año se volvió a publicar en La Enseñanza Pri-


maria, 15 de octubre 1908, p. 118.
489 Gregorio Torres Quintero hizo el panegírico en su entierro a

nombre del profesorado de la Escuela Normal publicado en La


Enseñanza Primaria, “Oración   fúnebre.   Pronunciada   en   el   Pan-
teón del Tepeyac en el acto de la inhumación del cadáver del Sr.
Don Alberto Correa”,   15   de  enero  1909,   pp.  210-213.
567
490 La Enseñanza Primaria, 15 de enero 1909, pp. 210-214.
491 Referencia  que  tomé  de  Alberto  Arnault,  1998,  “La Federaliza-
ción educativa en México. Historia del debate…,   pp.   66-67. La
Enseñanza Primaria, 16 de septiembre 1905, pp. 87-87.
492 HNDM, La escuela mexicana, 10 de enero 1909, pp. 593-602.
493 AH-UNAM, fondo Ezequiel A. Chávez, caja 25, exp. 7 doc. 1,

foja 9, de marzo de 1909.


494 La Enseñanza Primaria, en dos artículos del maestro Gregorio

Torres   Quintero,   “El   mutualismo   y la Asociación Nacional del


Magisterio”   del   15   de   febrero   1909,   pp.   241-242,   y   “La   Asocia-
ción Nacional   del   Magisterio,   centralistas   y   federalistas”,  15  abril  
1909, p. 320.
495 Los datos sobre la entrevista los tomé de Internet, hay varias

páginas dedicadas a ella. Lo de educación en especial lo cita: Fra-


nçois-Xavier Guerra, 1995, México: del Antiguo Régimen a la
Revolución, p. 376-377.
496 François-Xavier Guerra, 1995, México: del Antiguo Régimen a

la Revolución, p. 170.
497 www.bicentenario.gob.mx/.../... El teatro de género chico en la

Revolución mexicana, tomo I, capítulo 2-3 PDF. Consultado el 5


de abril de 2012.
498 En su expediente de personal AH-SEP, Fondo Secretaría de

Justicia e Instrucción Pública, Sección  “Colección  Personal  Sobre-


saliente”,   años   1891-1921, legajo 1, folio 95, del 29 de marzo de
1910 se le conceden pasajes en los Ferrocarriles Nacionales de
México, para ir a Uruapan, con escala en Morelia y al regreso en
Pátzcuaro. Don Mariano S. Gómez había sido nombrado adminis-
trador de correos en Uruapan desde el año anterior, el 25 de junio
de 1909, AHEC, Fondo GTQ, caja 2, Exp. 15, foja 1.
499 La Enseñanza Primaria, 15 de enero 1910, pp. 209-212.
500 Ernesto Meneses Morales, 1983, Tendencias educativas oficia-

les en México, 1821-1911, p. 595. Toda la información sobre el


congreso fue tomada de este autor, pp. 581-595.
501 AH-SEP, Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública,

Sección   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   años   1891-1921,


legajo 1, folio 97.
502 AHEC, fondo GTQ, caja 3, exp. 17, del 5 de agosto de 1910 y

la segunda caja 3, exp. 18 del 24 de abril de 1911.


503 Tomé ideas y frases sobre el general Porfirio Díaz, su gobierno

y su política desde esta cita hasta el final del capítulo, son de Gre-
gorio Torres Quintero La Patria mexicana, tercer ciclo, de 1923.
Edición muy posterior al comienzo de la Revolución, donde podría
568
Torres Quintero haber expresado una pos ición en contra de don
Porfirio y su régimen, lo que no hace, como se puede apreciar e n
estos párrafos, pp. 401-406.

NOTAS CAPÍTULO OCTAVO


504 Gregorio Torres Quintero, 1916, Política colimense, las velei-
dades de Alamillo, Reflexiones sobre un folleto publicado bajo el
santo nombre de ¡JUSTICIA!, por el Sr. J. Trinidad Alamillo,
México, Tipografía Guerrero Hnos., p. 34.
505 Las ideas y los datos fueron tomados del propio libro de Histo-

ria Patria (tercer ciclo) de Gregorio Torres Quintero, 1923, pp.


406-410.
506 En gran parte tomé información publicada ya en el cap ítulo:

María de los Ángeles Rodríguez,   “Así   inició   la   Revolución en


Colima.   Versión   testimonial   de   Torres   Quintero”,   en   Enrique   Ce-
ballos Ramos, Javier C. Bravo Magaña y Rosa Delia Bravo Mag a-
ña, coords., 2011, Y sin embargo, el volcán es bello, Gregorio
Torres Quintero, pp. 141-165.
507 Tomado  de:  Gregorio  Macedo  López,  “Gregorio  Torres  Quint e-

ro 1866-1934 ilustre maestro colimense, hombre humilde de gran-


deza   indiscutible”,   periódico   de   la   Universidad   de   Colima   El Co-
mentario, 5 de octubre 2001, p. 19.
508 Julia Preciado Zamora, , 2001, Anatomía política de un

gobernador: J. Trinidad Alamillo, p. 33.


509 Citado por Julia Preciado el periódico El Globo, de Guadalajara

“Candidatos   para   el   gobierno   de   Colima, 2 de mayo de 1911, p.1,


en Julia Preciado Zamora, 2001, Anatomía política de un
gobernador: J. Trinidad Alamillo, p. 38.
510 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes

sobre la última campaña electoral la revolución fa lseada el actual


gobierno de Colima es anticonstitucional.p. 13-15.
511 AHEC, Fondo GTQ, carta de Ponciano Rodríguez, caja 3, exp.

93, del 27 de marzo 1911.


512 Ibídem, carta de J. Trinidad Padilla, caja 3, exp. 71, del 6 de

abril 1911.
513 Ibídem.
514 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes

sobre la última campaña electoral la revolución fa lseada el actual


gobierno de Colima es anticonstitucional, p. 16.
515 AHEC, Fondo GTQ, carta de J. Trinidad Padilla, caja 3, exp.

73, del 2 de mayo 1911.


569
516 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes
sobre la última campaña electoral la revolución fa lseada el actual
gobierno de Colima es anticonstitucional, p 13.
517 AHEC, Fondo GTQ, carta de Ramón A. Paz, caja 3, exp. 79,

del 13 de abril 1911.


518 Ibídem, misiva de Porfirio Díaz, caja 3, exp. 18, del 24 de abril

1911.
519 Ibídem, Carta de Roque Salazar, caja 4, exp. 15, del 28 de abril

1911.
520 Ibídem, carta de Agustín Palencia, caja 3, exp. 74, del 24 de

abril 1911.
521 Ibídem, cartas de; Apolinar Ocaranza, caja 3, exp. 66, del 24 de

abril 1911; carta de Nicolás Pallares, caja 3, exp. 78, del 1 de ma-
yo 1911; carta de Pedro B. S., caja 4, exp. 11, del 1 de mayo 1911;
Carta de Pedro A. Rodríguez su ex – discípulo, caja 3, exp. 97, 9
de mayo 1911; carta de (Paco) Silva, caja 4, exp. 8, 9 de mayo
1911
522 Ibídem, carta de Blas Ruiz, caja 3, exp. 110, del 26 de abril

1911.
523 Ibídem, carta de Felipe L. Rodríguez, caja 3, exp. 94, del 27 de

abril 1911.
524 Ibídem, carta de Ignacio Escoto, caja 2, exp. 21, del 1 de mayo

1911.
525 Ibídem, carta de Rafael Rodríguez, caja 3, exp. 98, del 1 de

mayo 1911.
526 Ibídem, carta de Graciano Valenzuela, caja 4, exp. 35, del 5 de

mayo 1911.
527 Ibídem, carta de Agustín Palencia, caja 3, Exp. 76, 6 de mayo

1911.
528 Ibídem.
529 Para hacer esta lista me basé en el número de cartas y la calidad

de su mensaje AHEC, Fondo GTQ, cartas.


530 Ibídem, carta de Agustín Palencia, caja 3, exp. 75, del 2 de

mayo 1911. Carta Pedro Zamora le dice a Gregorio: No se lanzará


a la Candidatura Robles. AHEC, Fondo GTQ, caja 4, exp. 57, del
9 de mayo 1911.
531 Ibídem, telegrama, caja 4, exp. 58, del 6 de mayo 1911
532 Genaro Hernández Corona, Gregorio Torres Quintero, su vida

y su obra (1866-1934), 2004, p. 94.


533 AHEC, Fondo GTQ, dos cartas de Alberto Beteta, caja 2, exp.

23, del 8 de mayo 1911.


534 HNDM, La Iberia, 9 de mayo 1911.

570
535 Ibídem, Voto de adhesión al gobierno de Gregorio Torres Quin-
tero, lo firman muchos conocidos del ámbito educativo, con varias
fechas: 15 de mayo de 1911, pp. 1,4; 16 mayo 1911, p. 2; 17 de
mayo 1911, p. 1, 4; 20 mayo 1911, p. 4; 22 mayo 1911 y 1 de
junio 1011.
536 AHEC, Fondo GTQ, carta de Agustín Palencia, caja 3, exp. 77,

9 de mayo 1911.
537 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes

sobre la última campaña electoral la revolución fa lseada el actual


gobierno de Colima es anticonstitucional, p. 19.
538 AHEC, Fondo GTQ, Tarjeta de J. Trinidad Alamillo, caja 2,

exp. 22, 11 de mayo 1911.


539 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes

sobre la última campaña electoral la revolución fa lseada el actual


gobierno de Colima es anticonstitucional, pp. 21-22.
540 AHEC, Fondo GTQ, tarjeta de presentación de J. de la Torre,

escrita a máquina, caja 2, exp. 4, 18 de mayo 1911.


541 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes

sobre la última campaña electoral la revolución fa lseada el actual


gobierno de Colima es anticonstitucional, pp. 31-32.
542 Ibídem.
543 Ibídem, pp. 31-33.
544 HNDM, El Imparcial, p. 8, 19 de mayo 1911.
545 AHEC, Fondo GTQ, telegrama de Blas Ruiz, caja 4, exp. 61,

24 de mayo 1911.
546 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes

sobre la última campaña electoral la revolución falseada el actual


gobierno de Colima es anticonstitucional, p. 41.
547 AHEC, Fondo GTQ, telegrama de Blas Ruiz, caja 4, exp. 62,

26 de mayo 1911.
548 Ibídem, Telegrama F. Santacruz caja 4, exp. 65, 29 de mayo

1911.
549 Ibídem, carta de Roque Salazar, caja 4, exp. 10, 2 de junio

1911.
550 Ibídem, carta de Ysidro Rivera, caja 3, exp. 86, 27 de mayo

1911.
551 Ibídem, telegrama de Blas Ruiz, caja 4, exp. 63, 28 de mayo

1911.
552 Ibídem, borrador de la primera carta enviada al presidente pro-

visional Francisco León de la Barra por Gregorio Torres Quintero,


caja 2, exp. 24, 29 de mayo 1911.
553 Ibídem, borradores de las cartas enviadas al presidente prov i-

571
sional Francisco León de la Barra por Gregorio Torres Quintero,
caja 2, exp. 24, folios del 1 al 5.
554 Ibídem, dos cartas del presidente provisional Francisco León de

la Barra a Gregorio Torres Quintero, caja 2, exp. 25.


555 HNDM, La actualidad, sist. 11, 1 de junio 1911.
556 AHEC, Fondo GTQ, carta de Emilio Vázquez Gómez, caja 4,

exp. 36, 31 de mayo 1911.


557 Ibídem, carta de Manuel Díaz, caja 2, exp. 27, del 6 de junio

1911.
558 Ibídem, carta de Francisco Santa Cruz, caja 4, exp. 6, 28 de

mayo 1911.
559 Ibídem, carta del profesor Jebronio Mora Saldaña, caja 3, exp.

53, 31 de mayo 1911.


560 Ibídem, carta de Blas Ruiz, caja 3, exp. 101, 1 de junio 1911.

AHEC, Fondo GTQ, carta de Ysidro Rivera, caja 3, exp. 87, 2 de


junio 1911.
561 Ibídem, carta de Andrés Silva, caja 4, exp. 9, 2 de junio 1911.
562 Ibídem, carta de Francisco Torres M., hermano de Torres

Quintero, caja 4, exp. 22, 21 de junio 1911.


563 Ibídem, carta de J. Cruz Morales, caja 3, exp. 55, 23 de junio

1911.
564 Ibídem, carta de Santiago Hernández Meza, caja 2, exp. 20, 30

de junio 1911.
565 Ibídem, Carta de M. Medina Leal, caja 3, exp. 31, 3 de junio

1911.
566 Ibídem, carta de Emilio Vázquez Gómez, caja 4, exp. 37, 3 de

junio 1911.
567 Ibídem, borrador de Torres Quintero de una carta a Emilio

Vázquez Gómez, sin fecha, caja 4, exp. 40.


568 Ibídem, Fondo GTQ, caja 3, exp. 102, 13 de junio 1911.
569 Ibídem, carta de G. Toribio Ordóñez, caja 3, exp. 70, 4 de junio

1911.
570 Ibídem, carta de Alfredo Levy, caja 3, exp. 26, 27 de junio

1911.
571 Ibídem, carta de Alfredo Levy, caja 3, exp. 25, 14 de junio

1911.
572 Ibídem, carta de J. Cruz Morales, caja 3, exp. 54, 14 de junio

1911.
573 Ibídem, carta de Valentinio Reyes Torres, caja 3, exp. 84, 26 de

junio 1911.
574 Ibídem, carta de C. R. López de Tecomán, caja 3, exp. 23, 20

de junio 1911.
572
575 Ibídem, carta de Blas Ruiz, caja 3, exp. 103, 14 de junio 1911.
576 Ibídem, carta de Daniel Inda, caja 3, exp. 20, 25 de junio 1911.
577 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes

sobre la última campaña electoral la revolución fa lseada el actual


gobierno de Colima es anticonstitucional, p. 57.
578 AHEC, Fondo GTQ, carta de Francisco Torres M., hermano de

Torres Quintero, caja 4, exp. 22, 21 de junio 1911.


579 Ibídem, Carta Manuel Velasco, caja 4, exp. 29, 21 de junio

1911. Y carta de Pedro Zamora, caja 4, exp. 56, 21 de junio 1911.


580 Ibídem, carta de Emilio Vázquez Gómez, caja 4, exp. 38, 22 de

junio 1911.
581 Ibídem, exp. 39, 29 de junio 1911.
582 Ibídem, carta de Santiago Hernández Meza, caja 2, exp. 20, 27

de junio 1911.
583 Ibídem.
584 Ibídem, carta de Juana Urzúa, caja 4, exp. 26, 29 de junio 1911.
585 Ibídem, carta de Santiago Hernández Meza, caja 2, exp. 20, 30

de junio 1911.
586 Ibídem, 1 de julio 1911.
587 Ibídem, carta de Alfredo Levy, caja 3, exp. 27, 11 de julio

1911.
588 Ibídem, carta de Blas Ruiz, caja 3, exp. 105, 30 de junio 1911.
589 Ibídem, carta de Juan Rivera, caja 3, exp. 90, 5 de julio 1911.

Carta de Sánchez Díaz, caja 4, exp. 04, 5 de julio 1911. Carta de


Pedro Zamora, caja 4, exp. 55, 6 de julio 1911. Carta de Roque
Salazar, caja 4, exp. 13, 10 de julio 1911.
590 Ibídem, carta de Blas Ruiz, caja 3, exp. 108, 7 de julio 1911.
591 Ibídem, carta de Francisco Torres, sobrino de Torres Quintero,

caja 4, exp. 20, 15 de julio 1911.


592 Ibídem, carta de Tiburcio Pinto, caja 3, exp. 82, 12 de julio

1911.
593 Ibídem, carta de Espiridión Virgen, caja 4, exp. 41, 14 de julio

1911.
594 HNDM, La Escuela Mexicana, p. 97, 20 julio 1911, p. 97.
595 AHEC, Fondo GTQ, carta de Pedro Zamora, caja 4, exp. 53, 20

de julio 1911.
596 Ibídem, carta de J. Cruz Morales, caja 3, exp. 38, 22 de julio

1911.
597 Ibídem, carta de M. Medina Leal, caja 3, exp. 32, 22 de julio

1911.
598 Ibídem, carta de Pedro Zamora, caja 4, exp. 52, 22 de julio

1911.
573
599 Ibídem, telegrama de Blas Ruiz, caja 4, exp. 68, 23 de julio
1911.
600 Ibídem, telegrama de Pedro Zamora, caja 4, exp. 69, 23 de julio

1911.
601 Ibídem, carta de Manuel Velasco, caja 4, exp. 32, 24 de julio

1911.
602 Ibídem, telegrama de Blas Ruiz, caja 4, exp. 72, 24 de julio

1911.
603 Ibídem, telegrama de Blas Ruiz, caja 4, exp. 71, 26 de julio

1911.
604 Ibídem, telegrama de Emilio Vázquez Gómez, caja 4, exp. 70,

29 de julio 1911.
605 Ibídem, carta de Manuel Velasco, caja 4, exp. 33, 4 de agosto

1911.
606 Ibídem, carta de M. Medina Leal, caja 3, exp. 33, 13 de agosto

1911.
607 Ibídem, carta de Santiago Hernández Meza, caja 2, exp. 20, 11

de septiembre 1911.
608 Ibídem, carta de Alfredo Levy, caja 3, exp. 24, 14 de agosto

1911.
609 Ibídem, carta de M. Medina Leal, caja 3, exp. 34, 22 de agosto

1911.
610 Ibídem, carta del Lic. José de J. Orozco, caja 3, exp. 69, 1 de

noviembre 1911.
611 Ibídem, esquela de fallecimiento de Tránsito González, caja 2,

exp. 5, 24 de septiembre 1911


612 Ibídem, carta de Miguel Díaz, caja 2, exp. 30, 7 de noviembre

1911.
613 Gregorio Torres Quintero, 1911, Política colimense: apuntes

sobre la última campaña electoral, la revolución falseada, el a c-


tual gobierno de Colima es anticonstitucional.
614 AHEC, Fondo GTQ, carta de Juana Ursúa, caja 4, exp. 25, 30

de noviembre 1911.
615 FR-BN, carta a Heliodoro Valle del 26 de octubre de 1928, f. 5.
616 AHBENP de Toluca, revista El magisterio, p. julio 1966, notas

sobre su vida.
617 HNDM, El diario del hogar, 24 septiembre, p. 1, 25 de sep-

tiembre, p. 1, 6 de octubre, sist.2, 17 de noviembre, sist. 45, 24 de


noviembre, sist. 1 y 25 de noviembre de 1911, sist. 1; y en La
Patria, 28 de octubre, pp. 1-2.
618 Boletín de Instrucción Pública, tomo XVIII Septiembre, octu-

bre y noviembre de 1911, Núms. 4, 5 y 6. p. 411.


574
619 HNDM, La escuela mexicana, 30 de septiembre 1911, p. 210.
620 Ibídem, p. 223.
621 Boletín de Instrucción Pública, tomo XVIII septiembre, octu-

bre y noviembre de 1911, Núms. 4, 5 y 6. Pp. 372-373.


622 Gregorio Torres Quintero (1911) citado por Alberto Arnaut,

1998, La federalización educativa en México, Historia del debate


sobre la centralización y la descentralización ed ucativa (1889-
1994), p. 11.
623 El informe completo de Gregorio Torres Quintero sobre el

Congreso está en la revista La Escuela mexicana, de octubre de


1911 a abril de 1912.
624 HNDM, El diario del hogar, 3 de diciembre 1911, sist. 2.
625 Se encuentran las discusiones en los siguientes periódicos.

HNDM: El Diario del Hogar, 25 de septiembre 1911, p. 1; El


Diario del Hogar, 6 de octubre de 1911, sist. 2; El Diario del Ho-
gar, 25 de noviembre de 1911, sist. 1; La Patria, 28 de octubre de
1911, pp. 1-2.
626 Héctor Díaz Zermeño, 1997, El origen y desarrollo de la Es-

cuela Primaria Mexicana y su Magisterio, de la Independencia a


la Revolución Mexicana, pp. 83-84.
627 Toda esta problemática se encuentra en el AH-SEP, Fondo

“Colección  personal  sobresaliente”  expediente  personal  de  Greg o-


rio Torres Quintero años 1891-1921, legajo 1, fojas 98- 112.

NOTAS CAPÍTULO NOVENO


628 En este pasaje que el maestro Gregorio Torres Quintero, insertó
en su libro de Historia, 1923, La Patria Mexicana,pp. 401-403, se
aprecia sin duda que era un admirador de don Porfirio y su rég i-
men.
629 Cita tomada de su texto La Patria Mexicana, primer ciclo, ele-

mentos de Historia Nacional, por el profesor Gregorio Torres


Quintero, cuarta edición, México, Herrero Hermanos, s/f de ed i-
ción, p. 178.
630 La compañía Lancasteriana llegó a México en 1822 con el sis-

tema de educación mutuo creado por Bell y Lancaster; al inició


empezó creando escuelas con este sistema, pero más tarde fue
autorizada a dirigir la educación en todo el país, difundiéndose
este método por toda la República. Su éxito se debió a que un solo
maestro podía enseñar a más de cien alumnos con la ayuda de
monitores (alumnos más aventajados).
631 AHEC, Fondo GTQ, caja 1, exp. 6, 1912. Discurso en el 25

575
aniversario de la Escuela Normal.
632 Ibídem.
633 Ibídem, caja 4, exp. 46, carta de M. Vázquez del 7 de marzo de

1912.
634 Ibídem, caja 3, exp. 22, carta de G. L. de Llergo del 23 de octu-

bre de 1912.
635 Para Instrucción Rudimentaria tomé gran parte de lo p ublicado

en   “Primigenio   esfuerzo   por   la   educación   rural”   de   María   de   los  


Ángeles Rodríguez y Flor Urbina Barrera, en María de los Áng e-
les Rodríguez coord., 2012, Sendas y matices en la obra pedagó-
gica de Gregorio Torres Quintero, Colima, Universidad de Coli-
ma – Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 55-80.
636 AH-SEP, Fondo Colección Personal Sobresaliente, Exp ediente

de Gregorio Torres Quintero, legajo 1, folio 129.


637 AGN, IPyBA, c. 308, exp. 17, f.1, 4. Hay aquí una confusión

de nombres pues en el folio 1 dice que fue nombrado Octaviano


Cavaría, pero en otros documentos, sobre todo en el expediente
personal de Torres Quintero se señala que quien recibió la dire c-
ción de Educación Primaria fue José Terrés. AH-SEP, expediente
personal de GTQ en la Colección de personal sobresaliente, folio
114.
638 Diario Oficial de la Federación 15 de junio de 1911.
639 Arnaut, Alberto, 1998, La federalización educativa en México,

Historia del debate sobre la centralización y la descentralización


educativa (1889-1994), p. 114.
640 Ernesto Meneses Morales, 1983, Tendencias Educativas Ofi-

ciales en México 1821 – 1911, pp. 632-634.


641 “Culpable   abandono   de   las   escuelas   rurales”,   La Enseñanza

Primaria, tomo 1, Núm. 8, 15 de octubre 1901, p. 128. El mismo


artículo  apareció  unos  años  d espués,  con  el  título  de  “Culpable”  en  
La Enseñanza Moderna, tomo 1, Núm. 27, 16 de enero de 1908, p.
8.
642 “Culpable   abandono   de   las   escuelas   rurales”,   La Enseñanza

Primaria, tomo 1, Núm. 8, 15 de octubre 1901, p. 128.


643 Ignacio Manuel Altamirano en Ma. Teresa Bermudes, 1985,

Bosquejos de educación para el pueblo: Ignacio Ramírez e Ign a-


cio Manuel Altamirano, p. 93.
644 El pensamiento de la época lo resume Francisco Cos mes du-

rante   el   Congreso   de   1889,   con   las  siguientes  palabras:  “…dadas  


las diferencias de las razas que pueblan nuestro dilatado territorio,
de la capacidad intelectual de cada una de ellas, de las condiciones
sociológicas en que se encuentran, de los climas en que viven y,
576
por último de los recursos pecuniarios y políticos que cada estado
puede  d isponer.”  Por  lo  tanto  p ensaban  n o  era  conveniente  dar  una  
única forma de enseñanza. (citado por Bazant, Milada, 2006, His-
toria de la educación durante el Porfiriato, p. 23.)
645 “Si  a  todas  las  escuelas  rurales  del  país  les  sumamos las 2 000

mixtas y las de tercera clase, el número de ellas ascendería a unas


2 500 o 3 000, que sería la cuarta parte del total de escuelas que
sumaban 12 000. Si consideramos, a manera d e hipótesis y con
números conservadores, que en 1900 había 6 000 haciendas en el
país y que la mitad de ellas tenían escuelas, el número sería inclu-
so más alto. Este hecho refuta la afirmación sostenida por décadas
de que el Porfiriato no tuvo ningún interés en escolarizar las zonas
rurales”.   Bazant,   Milada,   2006,   Historia de la educación durante
el Porfiriato, p. 80.
646 Francisco Larroyo, 1986, Historia comparada de la educación

en México, p. 302.
647 “Culpable   abandono   de   las   escuelas   rurales”,   La Enseñanza

Primaria, tomo 1, Núm. 8, 15 de octubre 1901, p. 128.


648 Alberto J. Pani, 1918. Una encuesta nacional sobre educación

popular con la colaboración de numerosos especialistas nacion a-


les y extranjeros y conclusiones finales formuladas por Ezequiel
A. Chávez, Paulino Machorro Narváez y Alfonso Pruneda, Méxi-
co, Contribución al Primer Congreso Nacional de Ayuntamiento.
Dirección de Talleres Gráficos, Poder Ejecutivo Federal.
649 El   texto   “La  educación  de  los  indígenas.  Polémica  en  torno  de  

la ley de escuelas de instrucción rudimentaria (1911-1917)”   de  


Engracia Loyo ofrece un detallado análisis de las propuestas y
confrontaciones para llevar a cabo proyectos de educación para los
indígenas; además muestra a detalle los resu ltados de la encuesta
de Alberto J. Pani.
http://www.bibliojuridica.org/libros/5/2289/24.pdf, consultado el 7
de marzo de 2013.
650 Ernesto Meneses Morales, 1986, Tendencias Educativas Ofi-

ciales en México 1911–1934, p. 91.


651 Ibídem, p. 91-92.
652 Torres Quintero, Gregorio. 1913. La Instrucción Rudimentaria

en la República, Estudio presentado en el Primer Congreso Cientí-


fico Mexicano, p. 30.
653 Ibídem, p. 34.
654 Evento que se llevó a cabo por acuerdo del secretario de In s-

trucción Pública y Bellas Artes Lic. Jorge Vera Estañol, mismo


que fue promovido y organizado por la Sociedad Antonio Alzate.
577
Como resultado fue publicado el folleto en 1913. Debió haberse
hecho una amplia difusión de dicho documento, pues se ha locali-
zado en varias bibliotecas ; el que se analizó se encuentra en el
Archivo General de la Nación en el Fondo Instrucción Pública y
Bellas Artes, caja 367 expediente 30 con 77 fojas. El folleto fue
publicado por la imprenta del Museo Nacional de Arqueología,
Historia y Etnología.
655 Hiram R. Núñez Gutiérrez, 2006, Revolución y contrarrevolu-

ción en Colima 1917-1926, pp. 19-21.


656 Gregorio Torres Quintero, 1913, La Instrucción Rudimentaria

en la República, Estudio presentado en el Primer Congreso Cientí-


fico Mexicano, p. 3.
Torres Quintero nunca fue partidario de la enseñanza bilingüe
(como muchos otros de su tiempo entre otros el propio Rafael
Ramírez).
657 Gregorio Torres Quintero, 1913, La Instrucción Rudimentaria

en la República, Estudio presentado en el Primer Congreso Cientí-


fico Mexicano, p. 6.
658 Gregorio Torres Quintero, Historia Patria, primer ciclo, cuarta

edición, México, s/f, Herrero Hnos., p. 180.


659 Ibídem.
660 Esta narración textual de la Decena trágica esta citada por Co n-

cepción Jiménez Alarcón, en su libro La Escuela Nacional de


Maestros, sus orígenes, pp. 258-259, quien la tomó del relato de
Beatriz Hernández, La maestra. (Autobiografía), México, Im-
prenta Casas, 1970, pp. 23-24. Para el viaje normalista véase José
Juan Ortega, 1955, Odisea estudiantil revolucionaria, México, D.
F.: Talleres Gráficos de la Nación.
661 AGN, IPyBA, c. 280, exp. 28, f. 18. El texto de la renu ncia dice

así,   “Como   se   sirvió  Ud.  indicármelo  ayer,  en  virtud  de  la  difere n-
cia de ideas que dijo Ud. existía entre nosotros en lo que respecta
al servicio de la Instrucción Rudimentaria en la República, tengo a
honra enviar a Ud., por medio de la presente, la formal renuncia
del cargo de Jefe de la Sección de Instrucción Rudimentaria en la
Secretaría del digno cargo  de  Ud.”
662 Datos tomados del libro, La Patria Mexicana, 1923, pp. 411-

413,
663 Alberto Arnaut, 1998, La federalización educativa en México,

Historia del debate sobre la centralización y la descentralización


educativa (1889-1994), p. 113-123.
664 En el Archivo Histórico del Estado de Colima, Fondo Gregorio

Torres Quintero, se localizan 35 cartas de este tipo, de distintos


578
estados de la República, todas ellas fechadas entre agosto y se p-
tiembre de 1913. Caja 2, exp. 35, 37, 38, 39, 40, 41. Caja 3, exp. 1,
2, 5, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 29, 39, 40, 41, 42, 43, 57, 63, 65, 83, 96.
Caja 4, exp. 1, 16, 18, 27, 42, 43, 45, 48, 49.
665 AHEC, fondo GTQ, caja 3, exp. 41, 29 de agosto de 1906.
666 Ibídem, exp. 29, 30 de agosto de 1906.
667 Ibídem, caja 4, exp. 27, 30 de agosto de 1906.
668 Ibídem, exp. 45, 3 de septiembre de 1906.
669 Ibídem, caja 3, exp. 65, 8 de septiembre de 1906.
670 Milada Bazant, 2010, Laura Méndez de Cuenca, mujer indómi-

ta y moderna (1853-1928) vida cotidiana y entorno, p. 384. En


este libro narra la terrible situación que vivieron los maestros d u-
rante la década revolucionaria, sobre todo el problema de los sala-
rios, el mayor esfuerzo vino de Félix Palav icini, esa vez dijo que
los escribientes y mozos de la Secretaría g anaban más que los
maestros, como resultado lograron un 25 por ciento de aumento,
ganaban mas o menos 67 pesos, insuficiente por los tiempos infla-
cionarios, la renta de una casa iba entre 30 a 60 pesos.
671 AHEC, fondo GTQ, caja 4, exp. 50, 12 de marzo de 1913.
672 Ibídem, caja 2, exp. 36, 6 de abril de 1913, carta de Eus ebio

Gallardo y caja 3, exp. 56, del 9 de abril de 1913, carta de Cruz


Morales.
673 Ibídem, caja 3, exp. 56, del 9 de abril de 1913, carta de Cruz

Morales.
674 Ibídem, caja 2, exp. 20, 9 de abril 1913.
675 Ibídem, caja 3, exp. 58 y 59 del 6 y 10 de abril 1913 de Augu s-

to L. Morrill.
676 Ibídem, caja 4, exp. 59, 24 de abril de 1913.
677 FR-BN, Carta de GTQ a Heliodoro Valle, registro VI [992

(015) (1927)]1. Importante documento del 26 de oct ubre de 1928


donde GTQ contesta a una serie de preguntas respecto a una circ u-
lar enviada por el Sr. Valle con el objeto de conocer la obra de los
autores mexicanos. Una de las preguntas era sobre las cátedras que
había enseñado y sobre breves datos biográficos.
678 AH-SEP, Colección sobresaliente, exp. GTQ, legajo 2, foja

208.
679 AH-UNAM, Fondo Ezequiel A. Chávez, Sec. Secretaría de

Instrucción Pública y Bellas Artes – Secretaría de Educación Pú-


blica, Ser: Dependencias Educativas, caja 30, exp. 48, doc. 30,
foja 2, folios 65-66.
680 AHEC, fondo GTQ, caja 4, exp. 77, de agosto de 1906.
681 La Enseñanza Primaria, 1 de enero 1910, p. 391, GTQ señala

579
en la revista como su domicilio en la calle de Edison No. 45.
682 Testimonio de escritura de testamento publico de la Sra. Matil-

de González de Torres Quintero a favor del maestro Gregorio


torres Quintero su esposo. Da como domicilio 2da calle de Edison
No. 45, en la ciudad de México. Una cuadra paralela con Rivera
de San Cosme, actualmente colonia Cuauhtémoc. AHEC, Fondo
GTQ, caja 4, exp. 76, 5 de junio 1912.
683

http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080010924_C/1080010925_T2/10800
10925_58.pdf, consultado el 5 de abril 5, 2012.
684 Ahora ha desaparecido la casa, y en esta dirección se e ncuentra

un almacén de venta de zapatos, en medio del comercial barrio de


Tepito. Sin embargo ha sido reconocido Gregorio Torres Quintero
como uno de sus honorables habitantes, pues tanto una calle, como
una plaza llevan su nombre.
685 AHEC, Fondo GTQ, caja 4, exp. 81, del 24 de mayo de 1913,

Factura.
686 En México se denomina así a un pequeño patio trasero en las

casas.
687 Genaro Hernández Corona, 2004, Gregorio Torres Quintero su

vida y obra, p. 108.


688 AH-SEP, Colección personal sobresaliente, exp. GTQ, leg. 2,

folio 185.
"La Secretaría de Instrucción Pública, atendiendo a los méritos que
en Ud. concurren como Pedagogo para trabajar por la organización
y progreso de la enseñanza en la península yucateca, ha tenido a
bien, por acuerdo del C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalis-
ta, Encargado del Poder Ejecutivo de la Unión, recomendarlo para
desempeñar el cargo de Jefe del Departamento Educativo en el
Gobierno de Yucatán y, con tal objeto se le autoriza para aceptar
ese empleo, considerándolo siempre dentro de los servidores de la
Federación para todos los efectos legales, esp ecialmente, el refe-
rente a pensiones y jubilación. Lo comunico a Ud. para su cono-
cimiento", 18 de abril de 1916, firma de Félix F. Palavicini.
689 Agradezco al colega Freddy Espadas Sosa haberme enviado su

obra, Política Educativa y Revolución: Yucatán 1910 -1918, volu-


men 1, p. 88, que me fue muy útil en el desarrollo de este capítulo.
690 Freddy Espadas Sosa, Política Educativa y Revolución: Yuca-

tán 1910-1918, volumen 1, pp. 89-90 (Tomado de Gilbert Joseph,


Revolución desde afuera. Yucatán, México y los Estado s Unidos.
1880-1924, 1992, p. 447), en Freddy p. 89.
691 Ibídem, p. 90.

580
692 Ibídem, p. 92.
693 Toda esta reflexión sobre la Gran Guerra, la tomé de una esp e-
cie   de   editorial   que   hizo   Gregorio   Torres   Quintero  titulada  “Pro s-
pecto”   en   el  primer  número  de  la  revista, Yucatán Escolar, Vol. 1,
Núm. 1, diciembre 1917, pp. 3-4.
694 Ibídem.
695 Información tomada de la descripción que hace el general A l-

varado de la ciudad de Mérida, citada por Freddy Espadas Sosa,


2008, Política Educativa y Revolución: Yucatán 1910 -1918, vo-
lumen 1, p. 96.
696 Ibídem, p. 85.
697 Ibídem, p. 106.
698 Ibídem, pp. 110-111.
699 Ibídem, p. 86.
700 Ibídem, p. 116.
701 Ibídem, p. 118.
702 Ibídem, p. 155.
703 François-Xavier Guerra, 1995, México: del Antiguo Régimen a

la Revolución, pp. 437-438.


704 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 137.


705 Ibídem, p. 149.
706 Ibídem, pp. 148-150.
707 Ibídem, pp. 151-152.
708 Gregorio   Torres   Quintero,   “Prospecto”,   Yucatán Escolar, Vol.

I, Núm. 1, diciembre 1917, pp. 3-4.


709 Gregorio Torres Quintero, “Es   preciso   inspirar   el   espíritu   de  

servicio”,   Yucatán Escolar, Vol. 1, Núm. 4, marzo 1918, pp. 31-


32.
710 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 123.


711 Ibídem, p. 111.
712 Ibídem, p. 133.
713 Ibídem, pp. 98, 132.
714 Ibídem, p.174.
715 Ibídem, p. 134.
716 Ibídem, p. 42, tomado de Urzáiz R. y citado por Bolio Ontiv e-

ros, 1977, p.141.


717 Gregorio   Torres   Quintero,   (1925)   “Orientaciones   y   Organiza-

ciones de las escuelas rurales. Conferencia sustentada ante el Con-


greso  de  Directores  Federales  de  Educación”,   Boletín de la Secre-
taría de Educación Pública, IV (2), p. 210.
581
718 Ibídem, p. 211.
719 Gregorio   Torres   Quintero,   “Circular   sobre   huertas   escolares”,  
Yucatán Escolar, enero 1918, p. 50.
720 Gregorio Torres Quintero,   “Reglamento   de   las  cajas  escolares

de  ahorros”,  Yucatán Escolar, marzo 1918, p. 35-37.


721 Gregorio Torres Quintero, La escuela por la acción y el método

de proyectos, México, Publicaciones de la Secretaría de Educación


Pública, tomo IV, No. 18, 1925, p. 30 (Nota 1).
722 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 129.


723 AH-SEP, Colección Personal Sobresaliente, GTQ, legajo 2,

Folio 156.
724 Gregorio Torres Quintero, La escuela por la acción y el método

de proyectos, México, Publicaciones de la Secretaría de Educación


Pública, tomo IV, No. 18, 1925, p. 31.
725 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 179.


726 Gregorio   Torres   Quintero,   “Las   Escuelas   Nuevas”,   Yucatán

Escolar, Vol. II, agosto 1918, Núm. 3, p. 115. Las curs ivas están
en el original.
727 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 186.


728 Ibídem, pp. 190-192.
729 Opinión que apareció en el periódico oficial in titulado "La voz

de la Revolución", el 5 de agosto de 1916, citado por Genero Her-


nández Corona, 2004, Gregorio Torres Quintero su vida y obra,
pp. 116-123.
730 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 189.


731 Ibídem, p. 20.
732 Torres   Quintero,   Gregorio,   1925,   “Orientaciones   y   organiza-

ciones     de   las   escuelas   rurales”.   Conferencia sustentada ante el


Congreso de Directores Federales de Educación. Boletín de la
Secretaría de Educación Pública. Tomo IV. N° 2, p. 209.
733 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 201-203.


734 Ibídem, p. 200.
735 Ibídem, p. 200.
736 Biblioteca del AHEC; ficha 19, Torres Quintero, Greg orio.

1925.   “Orientaciones   y   organizaciones     de   las   escuela s   rurales”.  


Conferencia sustentada ante el Congreso de Directores Federales
de Educación. Boletín de la Secretaría de Educación Pública .
582
Tomo IV. N° 2, p. 209.
737 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 208.


738 Gregorio   Torres   Quintero,   “En   pro   de   la  enseñanza  indu strial.

Oficio con que se remitió al Sr. Gobernador el proyecto del Sr.


Augusto  K.  Eccles,”  Yucatán Escolar, Núm. 5, abril 1918, p. 30.
739 Gregorio   Torres   Quintero,  “Departamento  de  Educación  Públi-

ca. Pequeño curso de trabajo manual para maestros e instructores


en   las   próximas   vacaciones   de   julio   y   agosto”,   Yucatán Escolar,
Núm. 6, mayo 1918, p. 20.
740 Gregorio  Torres  Quintero,  “El  por  qué  del  cultivo  de  plantas  en  

la   Escuela”,   Yucatán Escolar, Tomo I, Núm. 3, febrero 1918, pp.


44-49.
741 Gran parte del contenido sobre la visita de Gregorio Torres

Quintero  a  los  Estados  Unidos,  está  tomada  de  su  “Informe  Gen e-
ral del jefe de Educación Pública acerca del viaje que hizo por los
Estados   Unidos   del   Norte”,   Yucatán Escolar, en dos partes, la
primera en el Vol. 1, Núm. 1, Dic. de 1917, pp. 11-19. Y la segun-
da en el Vol.1, Núm. 2, enero 1918, pp. 3-13. Cuando se utiliza
otra fuente se refiere en el texto.
742 Tomado de Ma. Teresa Bermúdez de Brauns, 1985, Bosquejos

de educación para el pueblo: Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel


Altamirano, p. 141, del texto de Altamirano, Bosquejos “La   Es-
cuela   Modelo”,   publicado   en   El Federalista, periódico político y
literario.
743 Gregorio   Torres   Quintero,   “¿Qué   es   el   “Bureau  of  Edu cation”  

de   los   Estados   Unidos?   ¿Es   un   ministerio?”,   Yucatán Escolar,


Tomo I, Núm. 3, febrero 1918, pp. 41-44.
744 Gregorio Torres Quintero, La escuela por la acción y el método

de proyectos, México, Publicaciones de la Secretaría de Educación


Pública, tomo IV, No. 18, 1925, p. 44-45.
745 Todas las referencias literales sobre esta visita a la escu ela de

Santa Elena están tomadas del s iguiente artículo (a excepción de


las señaladas con otra fuente):   Gregorio   Torres   Quintero,   “Una  
Escuela Interesante, en la Isla de Santa Elena, Carolina del Sur
(Notas   de   viaje)”,   Yucatán Escolar, Vol. I, marzo 1918, Núm. 4,
pp. 4-16, hasta la cita 723.
746 Aunque Torres Quintero señala que está mal traducido el título.

En  ingles  es  “Up  from  slavery”  y  su  traducción  debiera  ser:  “Arri-
ba  desde  la  esclavitud”.  Gregorio  Torres  Quintero, La escuela por
la acción y el método de proyectos, México, Publicaciones de la
Secretaría de Educación Pública, tomo IV, No. 18, 1925, p. 42.
583
747 Gregorio Torres Quintero, La escuela por la acción y el método
de proyectos, México, Publicaciones de la Secretaría de Educación
Pública, tomo IV, No. 18, 1925, p. 42.
748 Gregorio   Torres   Quintero,  “Una  Escuela  Interesante, en la Isla

de Santa Elena, Carolina del Sur (Notas de viaje), Yucatán Esco-


lar, Vol. I, marzo 1918, Núm. 4, pp. 4-16.
749 Gregorio Torres Quintero, La escuela por la acción y el método

de proyectos, México, Publicaciones de la Secretaría de Educación


Pública, tomo IV, No. 18, 1925, p. 43.
750 Desde la cita 716 se señaló que gran parte del co ntenido sobre

la visita de Gregorio Torres Quintero a los Estados Unidos, fue


tomada   de   su   “Informe   General   del   jefe   de   Ed ucación Pública
acerca  del  viaje  que  hizo  por  los  Estados  Unidos  del  Norte”,  Yuca-
tán Escolar, en dos partes, la primera en el Vol. 1, Núm. 1, Dic. de
1917, pp. 11-19. Y la segunda en el Vol.1, Núm. 2, enero 1918,
pp. 3-13. A excepción donde se señala otra fuente.
751 AHEC, Fondo GTQ, caja 3, Exp. 14, 18 de julio de 1918, Carta

de Isaac J. Cox a GTQ.


752 Gregorio  Torres  Quintero,  “Los  maestros  rurales  ¿dó nde debe-

rán prepararse?, Yucatán Escolar, Vol. 1, Núm. 3, p. 16.


753 Ibídem, p. 17, 18.
754 Gregorio  Torres  Quintero,  “En  pro  de  la  educación  indu strial en

el   Estado”,   Yucatán Escolar, tomo 1, Núm. 2, enero 1918, pp. 43-


47.
755 Freddy Espadas Sosa, 2008, Política Educativa y Revolución:

Yucatán 1910-1918, volumen 1, p. 103.


756 “El  onomástico  de  nuestro  director”,   Yucatán Escolar, Tomo I,

Núm. 6 mayor de 1918, p. 42.


757 AHEC, Fondo GTQ, caja 3, exp. 4 carta de Salvador A lvarado

del 11 de junio de 1918.


758 AHUC, Periódico Ecos de la Costa, No. 1945, 4 de febrero de

1934. Agradezco a Omelina Araiza Benuto esta nota que ella e n-


contró entre el periódico Ecos de la Costa de 1945, son tres hojas
casi destruidas, con esa fecha, que seg uramente las escribió el
editorialista, quien proporciona datos de la biografía del maestro
GTQ ante —seguramente— su reciente fallecimiento.
759 AHEC, Fondo GTQ, caja 3, exp. 3, carta del 30 de n oviembre de

1918 de Artemio Alpizar, quien espera ya se esté recuperando de


sus problemas de salud y le expone sobre la continuada problemáti-
ca del grupo de Educación Racionalista, a la que llama "turba rav a-
cholesca" encabezada por Mena.

584
NOTAS CAPÍTULO DÉCIMO
760 Gregorio   Torres   Quintero,   “Informe   General,   correspo ndiente
al ramo de Educación Pública en el estado de Yucatán, durante el
año escolar de 1917-1918”.   Yucatán Escolar, agosto 1918, Vol. II,
Núm. 3, p. 151.
761 AHEM, fondo Educación, caja 34, exp. 32, folio 14, del 5 de

enero de 1919.
762 AH-CBENP, exp. 2009, año 1920, fojas 2 a la 8. Es un informe

anual de la escuela entregado el 6 de enero de 1921, la subdirect o-


ra Loreto Bustos en ausencia del director indica que el maestro
Torres Quintero tomó posesión de la dirección del plantel el 6 de
enero de 1919.
763 AHEM, fondo Educación, caja 12, exp. 26, del 12 de enero de

1919, después en la caja 13, exp. 1, en Actas del Consejo Unive r-


sitario, está un documento del 15 de abril de 1919 donde renuncia
la maestra Colón, estaba como director el señor A. López Ibarra,
quien firma como director de la Normal Mixta hasta junio de
1919.
764 AHEM, fondo Educación, caja 12, exp. 11, del 26 de enero de

1919, oficio donde pide le cambien de escribiente, pues no sabe


escribir a máquina y comete muchos errores, lo firma todavía c o-
mo director de la Escuela Normal para profesores. En la ceja del
expediente viene AHEM. ea, IV, Exp. 11/1919/24 fs. foja 204 26
enero 1919.
Hay otro oficio del 30 de enero de 1919, donde pide permiso por
29 días sin goce de sueldo en su cátedra de Pedagogía General.
Debido a una comisión que le han encargado fuera de la ciudad de
Toluca. AHEM, Educación caja 12, exp. 11.
765 Engracia Loyo, 1999, Gobiernos revolucionarios y educación

popular en México, 1911-1928, El Colegio de México, p. 44. Da-


tos   que  tomó  de  Hernández  Luna,  “Don  Gregorio  Torres  Quintero  
y el   monopolio   de   los   libros   de   texto”,   en   el   suplemento   de   El
Nacional, 17 de diciembre de 1967, y de Josefina Vázquez de
Knauth, (1970) Nacionalismo y educación enMéxico, México, El
Colegio de México, p. 135.
766 AHEC, fondo GTQ, caja 3, exp. 81, carta de Celso Pineda del

23 de mayo de 1919.
767 Alberto Arnaut, 1998, La federalización educativa en México,

Historia del debate sobre la centralización y la descentralización


educativa (1889-1994), p. 97.
768 AHEC, fondo GTQ, caja 4, exp. 19, carta de Melitón Torres del

585
15 de junio de 1919.
769 AHEM, Educación, Actas del Consejo Universitario, caja 11,

Exp. Consejo Universitario, documento del 11 de septiembre de


1919
770 AHEM, Educación, Actas del Consejo Universitario, caja 13,

exp. 1, 13 de junio de 1919, se solicita entre como consejero Bal-


bino Dávalos.
771 AHEM, Educación, Actas del Consejo Universitario, caja 13,

exp. 4, 29 de julio de 1919, Balbino Dávalos como d irector pide


una ley orgánica, en los documentos está como director hasta ma r-
zo de 1920.
772 AHEM, Fondo Educación, caja 12, exp. 11, documento del 30

de enero de 1920.
773 AH.CBENP, Alfonso Sánchez García, Primer centenario del

normalismo en el estado de México, avance histórico, p. 91. Libro


proporcionado por el director del Archivo, Rodo lfo Sánchez Arce,
a quien le agradezco su amabilidad.
774 AHEM, Fondo Educación, caja 34, exp. 9, Consejo Universit a-

rio, en la lista de consejeros aparece junto con Balb ino Dávalos,


pero tal parece no se habían presentado porque el presidente del
consejo les mandó un telegrama donde les decía que urgía se pre-
sentaran por asuntos pendientes y por el arreglo de ape rtura de
clases. El 2 de febrero de 1920 ya aparecen presentes, están las dos
firmas, exp 21, foja 11 vuelta, hay una circular donde se informa
que quedó Torres Quintero como Vicepresidente del Cons ejo.
775 AHEM, Fondo Educación, caja 34, exp. 32, folio 70, documen-

to del 19 de febrero de 1920.


776 Margarita García Luna y Víctor Manuel Villegas, 1998, La

Escuela Normal de Profesores de Toluca, Gobierno del Estado de


México.
777 AH-CBENP Toluca, ENP, 71, 3 de febrero de 1920, Referen-

cia 72, 1920, fs. 12-13. Silvina Jardón, en circular, pide a los
maestros concurran el 3 de febrero a las 11 a.m., al salón de actos
de la Escuela, para la presentación del profesor Gregorio Torres
Quintero como Director del Plantel.
778 AH-CBENP, Referencia 2009, Informe Anual 1920, foja 3.
779 AHEM, Fondo Educación, caja 12, exp. 11, está su nombra-

miento a partir del 2 de febrero. Y AH-CBENP Toluca, del 2 de


febrero de 1920, nombramiento de maestro de Metodo logía Gene-
ral. La portada del expediente dice: AHENP IV 12 Exp. 11 1919.
780 AH.CBENP, fondo ENP, caja 70, exp. 793 en junio de 1920 era

maestro de Metodología General y Pedagogía General.


586
781 Ibídem, circular del 19 de febrero de 1920, Referencia 189.
GTQ comunica al Lic. Balbino Dávalos acerca de mejores méto-
dos de enseñanza.
782 Ibídem, Alfonso Sánchez García, Primer centenario del norma-

lismo en el estado de México, avance histórico , p. 90.


783 Ibídem, Referencia 2009, Informe Anual 1920, foja 3.
784 Ibídem, fondo ENP, referencia 757, caja 70, exp. 2002, fojas 6-

7 de 1920.
785 AHEM, fondo Educación, caja 32, exp. 32, foja 120, documen-

to del 27 de mayo de 1920.


786 AH-CBENP, fondo ENP, caja 70, exp. 2002, foja 19 y 22, d o-

cumento del 21 de junio de 1920.


787 Ibídem, referencia 768 documento del 8 de junio de 1920.
788 Ibídem, exp. 2009, año 1920, fojas 2 a la 8. Es un informe anual

de la escuela entregado el 6 de enero de 1921, por la subdirectora


Loreto Bustos El informe dice que el maestro Torres Quintero el 6
de enero de 1919 tomó posesión de la dirección del plantel, pero
que el 17 de junio de 1920 dejó el cargo por comisión que le dio el
Presidente de la República.
789 Ibídem, Alfonso Sánchez García, Primer centenario del norma-

lismo en el estado de México, avance histórico, p. 91.


790 Ibídem, caja 70 Exp. 2002 F. 298
791 Ibídem. Foto proporcionada por el director del Archivo Rodolfo

Sánchez Arce, de un recorte suelto probablemente de una revista.


792 AHEC, Fondo GTQ, caja 2, exp. 42, del 8 de marzo de 1920,

firma ilegible, por eso se desconoce quien se la envió.


793 Todo este tema se transcribió de acuerdo al texto que hizo T o-

rres Quintero de su puño y letra durante su viaje en un cuaderno de


notas; solamente se hicieron algunos cambios para adecuar la re-
dacción al estilo autobiográfico que se le ha dado al libro. Agra-
dezco a Alejandro Gómez Padilla, el haberme permitido tenerlo en
mis manos y digitalizarlo, quien posee el original. Cuando se us a-
ron otras fuentes se indica en la referencia.
794 En adelante, las comillas que están dentro de párrafo, así como

lo subrayado, estaban en el original, igualmente los términos en


inglés.
795 Gregorio   Torres   Quintero,   “Los   textos   y   la   escuela   de   la   a c-

ción”,  Educación, septiembre de 1923, pp. 263-266.


796 El subrayado está en el original, cuaderno de notas de Torres

Quintero.
797 “Ley  Smith  - Hughes - Fue aprobada por el Congreso de Esta-

dos Unidos en el año 1917, con el propósito de promover la edu-


587
cación doméstica y los estudios de oficios e indu stria. Además,
asignaba fondos para el adiestramiento de maestros en estas
áreas.”  http://www.de.gobierno.pr/historia-de-la-educacion-vocacional,
consultado agosto 27, 2013.
798 Fueron: 1.- Nº 60 – Wm. Bell School, 2.- Nº 66 – Coburn

School y 3.- Nº 41 – Geo. W. Sloan School.


799 Sería un popote, en México tal vez aún no se conocían. Busqué

en internet y aparte de los sumerios que parece lo usaron, lo inven-


tó un norteamericano en 1888, Stone, hacía cigarrillos, pero a par-
tir de 1917 su fábrica vendía más popotes o pajillas que cigarros.
800 Puede ser 7 mil no se aprecia bien el número.
801 La información de este párrafo se tomó del artículo: Gregorio

Torres   Quintero,   “Las   cortes   juveniles   o   juzgados  para  jóvenes”,  


Educación, mayo 1923, tomo 2, pp. 15-21.
802 AHEC, Fondo GTQ, caja 3, exp. 15, 21 de julio de 1921.
803 Ibídem, exp. 50, 1 de agosto de 1921.
804 Ibídem, exp. 15, 25 de julio de 1921.
805 Evento y datos tomados del libro de: Ada Aurora Sánchez, De

esperanza vive el tiempo, Colima, Universidad de Colima, 2011,


pp. 12-13.
806 AH-SEP, Colección Personal Sobresaliente, expediente de

Gregorio Torres Quintero, legajo 2, folios 189-191, 193-194.


807 Hernández Corona, Genaro, 2004, Gregorio Torres Quintero su

vida y su obra 1866 – 1934, p. 165.


808 Agradezco a Engracia Loyo quien me proporcionó la referencia

del lugar donde se encuentra este info rme. Él que pude digitalizar
completo gracias a las facilidades que se me dieron en el Archivo
Histórico de la ciudad de México, del Fondo Ayuntamiento de
México-GDF, volumen 2671, 125 fs.
809 Toda La información fue tomada del informe de GTQ, anterior.

AHCM, Fondo Ayuntamiento de México-GDF, volumen 2671,


125 fs.
810 AHCM, Fondo Ayuntamiento de México-GDF, volumen 2671,

f. 96.
811 Ibídem, folio 8 (12) tiene dos paginaciones.
812 Ibídem, folio 23, no tiene otra paginación.
813 Ibídem, folio 28.
814 Ibídem, folios 34-35.
815 Ibídem, folios 37-38.
816 Ibídem, folios 38-40.
817 Ibídem, folio 40.
818 Ibídem, folio 41.

588
819 Ibídem, folio 46.
820 Ibídem, folio 49.
821 Ibídem, folio 56.
822 Gregorio Torres Quintero,   “Los   alumnos   retrasados:   algunas

observaciones  en  las  escuelas  municipales”,   Educación, 9 de sep-


tiembre de 1922, pp. 10-15.
823 AHCM, Fondo Ayuntamiento de México-GDF, volumen 2671,

folio 89.
824 Ibídem, folio 94.
825 Ibídem, folio 95.
826 Engracia Loyo, 1999, Gobiernos revolucionarios y educación

popular en México 1911-1928, pp. 139. La autora dice: Tomado


de Gregorio Torres Quintero, La escuela de acción y el método de
proyectos, México Secretaría de Educación Pública, 1925, pp. 83-
84 pero el texto que yo localicé solo tiene 80 páginas y el índice
final.
827 Ibídem, pp. 138-139. También cita el trabajo de la cita anterior

de Torres Quintero, con el mismo problema, no coinciden las pá-


ginas.
828 Nombramiento a GTQ "Consejero Técnico de educación pri-

maria y normal del Departamento Escolar de esta Secretaría". Con


sueldo de 15 pesos diarios. Folio 197, AH-SEP, Colección Perso-
nal Sobresaliente, legajo 2, folio 197, 28 de octubre de 1921.
829 FR-BN, Fondo cartas de Heliodoro Valle. Carta que escribió

GTQ, el 26 de octubre de 1927, a Heliodoro Valle en contestación


a una circular que éste había enviado a todos los autores mexic a-
nos el 9 de julio de 1927, pidiéndoles una serie de datos.
830 AHEC, Fondo GTQ, caja 3, exp. 47, el 31 de marzo de 1922
831 Ibídem, exp. 47, 48 y 49, fechados: primero el 31 de marzo de

1922, segundo del 25 de abril de 1922 y tercero del 15 de agosto


de 1922.
832 AH-SEP, Colección Personal Sobresaliente, legajo 2, folios

203-204, 2 de octubre de 1922.


833 Gregorio  Torres  Quintero,  “Los  maestros  ambulantes”,  Educa-

ción, octubre 1922, pp. 65-72.


834 AH-SEP, Fondo Colección Sobresaliente, legajo 2, folio 200,

del 8 de junio de 1922.


835 El nombramiento está en AH-SEP, Fondo colección sobres a-

liente, expediente Gregorio Torres Quintero, leg. 2, folio 205. Y la


renuncia al empleo y aceptación de su jubilación están en el mis-
mo archivo, fondo, expediente y legajo, folio 206.
836 “El   maestro   don   Gregorio   Torres  Quintero  fue  jubilado”,   Edu-

589
cación, mayo 1923, tomo 2, pp. 46-54.
837 Gregorio Torres Quintero, 1921, México hacia el fin del virrei-

nato español, p. 49.


838 FR-BN, Fondo Cartas de Heliodoro Valle, del 5 de septiembre

de 1921. Dice: Querido maestro y amigo doy acuse de recibo de su


libro “México hacia el fin del Virreynato Español " el cual me
pareció muy bueno.
839 HNDM, Revista mexicana de educación, 15 enero 1921, anun-

cia que apareció.


840 AHEC, Biblioteca Fondo GTQ, ficha No. 31, 1929, Mi primer

año método sucesivo de lectura y escritura. Anteriormente Método


Ecléctico, tercera edición, Sociedad de Edición y Librería Franco-
Americana, S. A. (Antigua Librería de Bouret), pp. 5-6.

NOTAS CAPÍTULO UNDÉCIMO


841 AHEC, Fondos Especiales GTQ, caja 1, leg. 1, exp. 10, p. 15.
Discurso fúnebre a Antonio García Cubas por Gregorio Torres
Quintero.
842 Ibídem, caja 4, exp. 81, 22 de junio 1923.
843 HNDM, apareció la noticia en el Boletín de la Secretaría de

Educación Pública, el 1 de enero de 1924, en el sistema digital


No. 163.
844 AH-SEP, Colección personal sobresaliente, expediente Greg o-

rio Torres Quintero, legajo 2, folio 209, 3 abril 1925.


845 Torres   Quintero,   Gregorio.   1925.   “Orientaciones   y   organiza-

ciones     de   las   escuelas   rurales”.   Conferencia sustentada ante el


Congreso de Directores Federales de Educación. Boletín de la
Secretaría de Educación Pública. Tomo IV. N° 2, p. 199.
846 Torres   Quintero,  Gregorio.  1925.  “Orientaciones  y  organizacio-

nes    de  las  escuelas  rurales”.  Conferencia  s ustentada  ante  el  Congre-
so de Directores Federales de Educación. Boletín de la Secretaría
de Educación Pública. Tomo IV. N° 2, pp. 206, 211.
847 Ibídem, p. 207.
848 Ibídem, p. 209.
849 AH-SEP, Boletín de la Secretaría de Educación Pública, Tomo

IV, No. 2, 1925, p.200.


850 Ibídem.
851 Ibídem, p. 201.
852 Ibídem, p. 203.
853 Ibídem, p. 220.
854 Gregorio Torres Quintero, La escuela por la acción y el método

590
de proyectos, México, Publicaciones de la Secretaría de Educación
Pública, tomo IV, No. 18, 1925, p. 20.
855 Ibídem, p. 19.
856 Ibídem, p. 28.
857 Ibídem, p. 16.
858 Ibídem, p. 47.
859 Ibídem, p. 46.
860 Ibídem, p. 49.
861 Ibídem, p. 52.
862 Ibídem, p. 52-53, 56.
863 Ibídem, p. 77.
864 Este libro se encuentra en la colección de libros de Torres

Quintero en la Biblioteca del Archivo Histórico del Estado de


Colima, clasificado con el número 56.
865 AH-SEP, Colección personal sobresaliente, expediente de Gre-

gorio Torres Quintero, legajo 2, foja 213. Se le agradece su parti-


cipación en el desarrollo del programa de la Junta General de Di-
rectores de Educación Federal, realizada: "este Departamento pudo
darse cuenta de que en la parte que tocó a usted a invitación que se
le hizo, puso todo su empeño y buena voluntad, contribuyendo su
labor de estudio al éxito que alcanzó la Junta". El Jefe del Depa r-
tamento Ens. Pri. y Normal J. Arturo Pichardo, junio 18 de 1926.
866 HNDM, Boletín SEP, 1 de diciembre de 1925, p. 184 en el

sistema 188.
867 AH-SEP, Colección personal sobresaliente, expediente de Gre-

gorio Torres Quintero, legajo 2, la numeración de las fojas no se


aprecia, pero está después de la 209 y es el no mbramiento como
profesor de Geografía de México, "en el conocimiento de que sus
servicios   serán   gratuitos”. Lo firma el oficial mayor, ilegible la
firma, el 7 de julio de 1925.
868 AH-SEP, Colección personal sobresaliente, expediente de Gre-

gorio Torres Quintero, legajo 2, foja 211, del 30 de n oviembre de


1925.
869 FR-BN, ERHE, cartas a Heliodoro Valle, abril 8 de 1924.
870 A partir de este texto se han utilizado como fuente de informa-

ción la colección de fotos y postales que se donaron al Archivo


Histórico del Estado de Colima, por parte de la familia Gómez,
descendientes de uno de los hijos adoptivos del maestro y se en-
cuentran en la siguiente clasificación. AHEC, Fondos especiales,
colección GTQ, caja negra de poliuretano con fotos y postales. Así
como los dos cuadernos de notas de viajes proporcionados por don
Alejandro Gómez Padilla, uno de los nietos de los hijos adoptivos
591
de Torres Quintero, son un cuaderno de notas y una agenda. Agra-
dezco a don Alejandro Gómez Padilla su préstamo y el que nos
permitiera digitalizarlos.
871 Los datos de salida de México, de Veracruz y llegada a la Ha-

bana en general fueron tomados del cuaderno de notas.


872 AHEC, fondos especiales, colección GTQ, caja negra, postales

y fotos, Núm. 01-02.


873 AHEC, fondos especiales, colección GTQ, caja negra, exp. 2,

folio 1 Folleto lista de pasajeros.


874 Cuaderno de notas de viaje, pp. 6-7.
875 Ibídem, pp. 7-8.
876 “Una ría es un accidente geomorfológico que designa una de

las formas que puede tomar el valle fluvial en torno a la desem-


bocadura de un río, cuando un valle costero queda sumergido
bajo el mar por la elevación del nivel de agua. Es un brazo de
mar que se interna en la costa y que está sometido a la acción de
las mareas. A diferencia de un fiordo, que es profundo y de es-
carpadas laderas ya que fue erosionado por un glaciar (se habla
de profundización glaciar porque un glaciar es capaz de excavar
por debajo del nivel del mar), una ría designa un valle no glaciar
de un río costero inundado por la elevación del nivel del mar.
Los geógrafos utilizan preferentemente la palabra «ría», aunque
en ciertos lugares se usan otros términos (en Francia y Gales:
aber).”   http://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%Ada, consultado el 14
de mayo de 2014.
877 AHEC, fondos especiales, colección GTQ, caja negra, postal,

legajo 4, expediente 1, postal 5, 1 de septiembre 1926.


878 Hasta ese día 16 de septiembre, página 27 llega este cu aderno

de notas, de donde se han tomado datos que se han intercalado con


las otras dos fuentes.
879 AHEC, fondos especiales, colección GTQ, caja negra, postales

y fotos, Núm. 01-028 La Catedral de Reims, verso, 1926. La pos-


tal indica que es una catedral, aunque parece que se le dio esta
categoría hasta 1966, pero siguió siendo una abadía.
880 AHEC, fondos especiales, colección GTQ, caja negra, postales

y fotos, Núm. 01-029 de la a la d.


881 Ibídem, Núms. 01-031.
882 A partir de este párrafo estoy combinando la información con la

agenda de viaje de puño y letra de Torres Quintero. Esta agenda la


compró en París, es una Agenda Bijou de 1927. En ésta Torres
Quintero anotó rápidamente lugares, hoteles y breves coment arios
sobre los sitios que visitaron. Me sirvió mucho porque pude co m-
592
plementar la información que no encontraba en las postales.
883 Esta información viene en la postal que mamá Matilde le envió

a Enrique Gómez su hijo adoptivo. AHEC, fondos especiales,


colección GTQ, caja negra, postales y fotos, Núm. 01-42, Buza
Francia 21 de febrero de 1927.
884 Ibídem, caja 1, leg. 1, exp. 3, Discursos en honor a los maestros

muertos.
885 Ibídem, caja negra, postales y fotos, legajo 5, exp. 1, folio 47,

27 febrero 1927.
886 Ibídem, folio 55, 20 marzo 1927. Este mismo comentario lo

hace él en su libro: Gregorio Torres Quintero, (1998) Cuentos


Colimotes,   “Los   volcanes   de   Colima”,   Colima,   Secretaría   de   Cul-
tura, p. 118.
887 Ibídem.
888 Ibídem, postal núm. 56.
889 Este comentario fue tomado de: Gregorio Torres Quint ero,

1998, Cuentos Colimotes,   “Los   volcanes   de   Colima”,   Colima,  


Secretaría de Cultura, p. 118.
890 Hoy Beirut
891 Agenda con las notas de su viaje, proporcionado por don Ale-

jandro Gómez Padilla, 22 vendredi avril.


892 AHEC, fondos especiales, colección GTQ, caja negra, postales

y fotos, legajo 5, exp. 1, postal 72, 26 abril 1927.


893 Ibídem, postal 75, 5 mayo 1927.
894 Ibídem, postal 78, 15 mayo 1927.
895 Ibídem, postal 80, 17 mayo 1927. Esta postal es de Matilde

chica para su mamá.


896 Ibídem, postal 81, 24 mayo 1927.
897 Ibídem, postal 82, 21 mayo 1927.
898 Ibídem, postal 87, 10 junio 1927.
899 Ibídem, postal 91, 12 junio 1927.
900 Ibídem, postal 94, 16 junio 1927.
901 Ibídem, postal 99, 20 junio 1927.
902 Ibídem, postal 97, 20 junio 1927.
903 Ibídem. Los datos de este párrafo fueron tomados de las post a-

les 111a-111d y la 114. 13 a17 agosto 1927


904 Marsiske   Renata   “Universidad   y   educación rural en México

(1924-1928)”   en   Gonzalbo   Pilar   y   Gabriela   Ossenbach coords.,


Educación rural e indígena en Iberoamérica, p. 135.
905 AHEC, Fondo GTQ, caja 1, exp. 7, 4 de septiembre de 1929, p.

7.
906 Tomo o vol. 52, pp. 289-303, 1931. Referencia que me propor-

593
cionó Juan Carlos Reyes.
907 AHEC, Fondos Especiales, GTQ, Caja 1, leg. 1, Exp. 4, f. 1-6.
908 Ibídem, Exp. 1, Discursos 2, Fúnebre a Lucio Tapia.
909 Ibídem, exp, 10, 23 de Julio de 1931.
910 Ibídem, caja 2, exp. 8, documento 5, 7 de enero de 1932.
911 Ibídem, caja 4, exp. 81, 31 de diciembre de 1929,
912 Datos   tomados   de   “Radio   y   cotidianidad   en   México   (1900-

1930)”,   de   Roberto   Ornelas   Herrera,   en   Pilar   Gonzalbo, Historia


de la vida cotidiana en México, V, siglo XX, campo y ciudad , vo-
lumen 1 coordinado por Aurelio de los Reyes, pp. 127-169.
913 Aunque se tomó la cita casi textualmente, se le hicieron algunas

adecuaciones a la sintaxis para ubicarla en el tiempo y al ritmo de


los comentarios del libro. Gregorio Torres Quintero, 1929, Los
métodos de lectura americanos su inadaptabilidad al español,
México, sin editorial, p. 5.
914 Para mayor información sobre este libro se puede revisar el

artículo de Sara Griselda Martínez Covarrubias,   “Don   Gregorio  


salta  a  la  palestra”  2004,  en  el  Cd.  Rom   “Qui,  qui  ri  qui,  no  quiero  
flojos   aquí” con 15 obras de Torres Quintero y sus análisis. Ella
hizo el comentario respectivo a este libro. El disco fue coordinado
por María de los Ángeles Rodríguez Á lvarez y elaborado en la
Universidad de Colima en el 2004.
915 Existe en la Biblioteca del Archivo Histórico del Estado de

Colima, entre los libros donados por Matilde Gómez una libreta
con dedicatorias de sus alumnos de 1905, las que se realizaron con
motivo de su cumpleaños, el 25 de mayo. La última la hizo Alfre-
do E. Uruchurtu.
916 En el Instituto José María Luis Mora de la ciudad de México,

en su biblioteca está el folleto: Gregorio Torres Quintero, 1930, El


concurso de los libros de texto, 6 de agosto de 1930, México, Ta-
lleres linotipográficos  “Carlos  Rivadeneyra”,  39   pp.
917 Hasta aquí los datos se tomaron del libro citado en la referencia

anterior.
918 AH-UNAM, Fondo Ezequiel A. Chávez, Sección Secretaría de

Educación Pública, Serie Asuntos administrativos. Caja 34, exp.,


94, doc., 6, foja 1, folio 55-56.
919 AH-SEP, colección personal sobresaliente, expediente GTQ,

legajo 2, folio (no se aprecia el número) del 3 de se ptiembre de


1930, pero casi enseguida viene una carta de Torres Quintero
agradeciendo la noticia con folio 217 y fecha del 9 de septiembre
de 1930.
920 Esta carta está en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacio-

594
nal, Fondo ERHE 1993, cartas a Heliodoro.
921 El método se editó hasta 1992 entonces por la ed itorial Patria,

que la registró como 32ª edición.


922 La primera edición la hizo la editorial Herrero con 178 páginas,

pero no registra año de edición, la localicé en la biblioteca que


lleva el nombre del maestro en la Universidad Pedagógica Nacio-
nal del Ajusco en la ciudad de México.
923 “La   danza   entre   los   Aztecas”   la   cita   Ignacio   Bernal  en  su   Bi-

bliografía de arqueología y etnografía de Meso américa y Norte de


México,   (INAH,   1962).   “La   educación   entre   los   antiguos   mexica-
nos”   apareció en la revista La Enseñanza Primaria, tomo 1, núm.
1, 1901, pp. 2-5.   “Los  Tarascos”  en  Yucatán Escolar, marzo 1918,
pp. 33-35.
924 Este libro Versos, cuentos y leyendas, de Gregorio Torres Quin-

tero,   lo   editó   “El   Correo   de   Colima”,   trae   la   fecha   de   1893,   pero  


hay otro de 1894, por la misma imprenta Ignacio F. Fuentes a
cargo de F. Munguía Torres, sólo que este últ imo anota Socio
corresponsal  de  la  Sociedad  Científica  “Antonio  Alzate”  y  número  
activo de el Liceo Mexicano. Así que hubo dos ed iciones: 1893 y
1894.
925 Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, Fondo ERHE

1993, cartas a Heliodoro. Carta de Torres Quintero del 2 de se p-


tiembre de 1931.
926 AHEC, Fondo GTQ, caja 1, exp, 5, [1931]
927 Ibídem, caja 2, exp. 8, documento núm. 3, 23 de mayo de

1932.
928 Ibídem, exp, 44, Carta de E. Ceballos, 12 marzo de 1931
929 Ibídem, exp. 8, 25 de mayo de 1932.
930 Ibídem, documento núm. 2, 3 de marzo 1933.
931 AH-SEP, colección personal sobresaliente, expediente GTQ,

legajo 2, folio 218, 8 de febrero de 1933.


932 Genaro Hernández Corona en el libro " Y sin embargo el volcán

es bello... p. 15, comenta que este folleto lo hizo Matilde Gómez


Cárdenas, "quien con suma modestia solamente asentó en su traba-
jo que había sido hecho por "una profesora anónima". Matilde
aprovechó los datos de la carta que GTQ envió a Heliodoro Valle
en agosto de 1928, cuando éste les solicitó a los autores mexicanos
datos biográficos y sobre su obra escrita. Carta que es ta en FR-BN
Fondo Heliodoro Valle VI [992 (015) (1927)]-1
Matilde aumentó las obras que faltaban.
El folleto realizado se encuentra en la colección de la biblioteca
del Archivo Histórico del Estado de Colima, Núm. 23.
595
933 AHEC, Fondo GTQ, caja 1, exp., 3, discurso de Gregorio To-
rres Quintero en honor de los maestros muertos, 1930.
934934934 Los datos que proporcionó sobre su enfermedad y muerte

están en una carta que encontró Enrique Ceballos Ramos, de su


papá don Carlos Ceballos Silva, Enrique la publicó en el libro que
coordinó junto con Javier C. Bravo Magaña y Rosa Delia Bravo
Magaña, 2011, Y sin embargo, el volcán es bello, Gregorio Torres
Quintero, pp. 253-257.

BIBLIOGRAFÍA Y HEMEROGRAFÍA

 Aguirre Lora, Ma. Esther y María de los Ángeles Rodríguez


(2009), “El método onomatopéyico un diálogo a la distancia
de Gregorio Torres con Comenio”,  en  Memoria, conocimiento
y utopía, noviembre 2009, núm. 5, año 13, pp. 51-73.
 Ahumada, Abelardo y Fernando G. Castolo (2012), Historias
del Camino Real, Colima, Asociación de Cronistas de Colima
y de Ciudad Guzmán Jalisco.
 Ahumada, Abelardo (2011), "Algunos comentarios sobre la
ciudad de las Palmas," en Enrique Ceballos Ramos, Javier C.
Bravo Magaña y Rosa Delia Bravo Magaña, Y sin embargo, el
volcán es bello, Colima, Tierra de Letras y Archivo Histórico
del Municipio de Colima, pp. 39-49.
 Aliphat, Manuel (1850), Memoria sobre el puerto de Manzani-
llo, que dirige a las Augustas Cámaras, 12 p. (Fondo Reserva-
do de la Biblioteca Nacional, Colección Lafragua 31).
 Almada, Francisco R. (1939), Diccionario de Historia, Geo-
grafía y Biografía del Estado de Colima, Colima, Tip. Mo-
derna,  Talleres   de  “Ecos  de  la  Costa”.
 Altamirano, Ignacio M. (1940), Aires de México (prosas),
México, Universidad Nacional Autónoma de México, Biblio-
teca del Estudiante Universitario, 18.
 Arnaut, Alberto (1998), La federalización educativa en Méxi-
co, Historia del debate sobre la centralización y la descentral i-
zación educativa (1889-1994), México, El Colegio de México.
 Barbosa Heldt, Antonio (1988), Cómo han aprendido a leer y
escribir los mexicanos, México, Pax-México.

596
 Barragán de Toscano, Refugio (2011), La hija del bandido o
los subterráneos del Nevado, Zapotlán el Grande, Jalisco, Ar-
chivo Histórico Municipal de Zapotlán el Grande, Jalisco.
 Bazant, Milada (2006), Historia de la educación durante el
Porfiriato, México, El Colegio de México.
 Bazant, Milada (2010), Laura Méndez de Cuenca, mujer in-
dómita y moderna (1853-1928) vida cotidiana y entorno, To-
luca, Secretaría de Educación del Estado de México, El Cole-
gio Mexiquense
 Bermúdez de Brauns, Ma. Teresa (1985), Bosquejos de edu-
cación para el pueblo: Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Al-
tamirano, México, Secretaría de Educación Pública, Edicio-
nes el Caballito.
 Brust Victorino, Carlos Elio (1993), Manzanillo. Su historia,
toponimia, política, sociedad y cultura, Colima, Gobierno del
Estado de Colima, Univers idad de Colima y Ayuntamiento de
Manzanillo.
 Cárdenas, Víctor Manuel (1988), “La   última   administración
Porfirista en Colima, en Servando Ortoll (comp.), Colima,
textos de su historia 2, México, Instituto de Investigaciones
Dr. José María Luis Mora, pp. 109-133.
 Carrillo, Carlos (1964), Artículos pedagógicos del señor don
Carlos A. Carrillo, Coleccionados y clasificados por los señ o-
res profesores Gregorio Torres Quintero y Daniel Delgadillo,
(1ª ed. 1907) México, Dirección General de Mejoramiento Pro-
fesional del Magisterio, Biblioteca de Perfeccionamiento Profe-
sional del Instituto Federal de Capacitación del Magist erio, 34.
 Ceballos Ramos, Enrique, Javier C. Bravo Magaña y Rosa
Delia Bravo Magaña (2011), Y sin embargo, el volcán es bello,
Colima, Tierra de Letras y Archivo Histórico del Municipio de
Colima.
 Chavero, Alfredo (1988), “Colima   en   1864,”    en  Servando  Or-
toll (comp), Colima, Textos de su historia 2, México, Instituto
de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, pp. 16-25.
 Dosse, François (2007), El arte de la biografía, México, Uni-
versidad Iberoamericana, Departamento de Historia.

597
 Duflot de Mofras, Eugene (1988), “Manzanillo   visto  desde  la  
costa”,   en   Servando Ortoll (comp.), Colima, textos de su his-
toria 1, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María
Luis Mora, pp. 276-281.
 Espadas Sosa, Freddy (2008), Política Educativa y Revolu-
ción: Yucatán 1910-1918, volumen 1, Mérida, Yucatán, Se-
cretaría de Educación y Universidad Pedagógica Nacional,
Unidad 31-A.
 Galindo, Miguel (2005), Historia pintoresca de Colima, Co-
lima, Universidad de Colima, Biblioteca Colima.
 Galván Rivera, Mariano (1905), Calendario del más antiguo
Galván para el año de 1906, México, Antigua Imprenta de E.
Murguía.
 Galván, Luz Elena (1996), “Porfirio   Díaz   y   el   magisterio   na-
cional,” en Milada Bazant, Ideas, valores y tradiciones sobre
historia de la educación en México, México, El Colegio de
México.
 García Bazán, Ana Lucía (2005), Colima en la mirada de
nuestros niños: juegos y juguetes, 1940-1980, Tesis para reci-
bir el grado de Maestría en Historia, Colima, Universidad de
Colima.
 García Luna, Margarita y Víctor Manuel Villegas (1998), La
Escuela Normal de Profesores de Toluca, Toluca, Gobierno
del Estado de México.
 Garibay Álvarez, Jorge (1971), Don Gregorio Torres Quinte-
ro, prototipo del educador mexicano, Guadalajara, Jalisco,
México, Tesis Escuela Normal Superior de Nueva Galicia.
 Gómez, Gildardo (1988), “Escuelas   públicas   en   1892”,   en  Ser-
vando Ortoll (comp.), Colima, textos de su historia 2, México,
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, pp.348-
349.
 González Freire, José Manuel y Enrique Ceballos Ramos
(2012), Gregorio Torres Quintero. Enseñanza e historia,
Universidad de Colima, Tierra de Letras y Archivo Histórico
del Muncipio de Colima.

598
 Guedea y Castañeda, José Oscar (1999), Las haciendas en Co-
lima. Una excepción al modelo establecido en otros Est ados de
la República Mexicana, Colima, edición del propio autor.
 Guerra, François-Xavier (1995), México: del Antiguo Régimen
a la Revolución, tomo 1, México, Fondo de Cultura Económica.
 Guzmán Nava, Ricardo y Arturo Navarro Íñiguez (2004), Las
casas en que habitó en Colima el padre Hidalgo, Colima,
Gobierno del Estado de Colima/ Secretaría de Cultura/ Socie-
dad Colimense de Estudios Históricos, A. C., Alforja número
19.
 Guzmán Nava, Ricardo (1996), La ciudad de las Palmas en su
historia, cultura y progreso, Colima, Universidad de Colima.
 Harcot, Eduardo (1996), “Proyectos   en   el   tintero, —Noticias
geográfico políticas del territorio de Colima…”,   en   Servando  
Ortoll, Noticias de un Puerto viejo Manzanillo y sus visitantes
siglos XIX y XX, Colima, Fondo Estatal para la Cultura y las
Artes de Colima, pp. 77-83.
 Hernández Corona, Genaro (1997), Vida y obra de la maestra
Juana Ursúa, boletín Órgano de Difusión de la Sociedad Co-
limense de Estudios Históricos, A.C., publicado en Colima,
Año II, número 8, julio septiembre 1997.
 Hernández Corona, Genaro (2004), Gregorio Torres Quintero
su vida y su obra (1866-1934), Colima, Universidad de Colima.
 Hernández Corona, Genaro (introducción y recopilación),
(2004), Gregorio Torres Quintero Tesis Pedagógicas, Coli-
ma, Universidad de Colima.
 Hernández Espinosa, Francisco (1950), Historia de la Educa-
ción en el Estado de Colima, México, Secretaría de Educación
Pública, Publicaciones del Museo Pedagógico Nacional.
 Hernández Espinosa, Francisco (1959), Notas biográficas de
don Filomeno Bravo, México, Talleres Linotipográficos.
 Hernández Espinosa, Francisco (1982), El Colima de ayer,
Talleres Impreroer, S. A.
 Hernández Espinosa, Francisco (1950), Historia de la Edu-
cación en el Estado de Colima, México, Secretaría de

599
Educación Pública, Publicaciones del Museo Pedagógico
Nacional.
 Hernández Espinosa, Francisco (1988), “Los   tranvías de la
ciudad  de  Colima”  en  Servando  Ortoll (comp.), Colima, textos
de su historia 2, México, Instituto de Investigaciones Dr. José
María Luis Mora, pp. 83-87.
 Huerta Sanmiguel, Roberto (2006), Los edificios de la provin-
cia de Colima, Colima, Secretaría de Cultura del Gobierno del
Estado.
 Jáuregui, Luis (2004), Los transportes, siglo XVI al XX, Méxi-
co, Océano, Universidad Nacional Autónoma de México.
 Jiménez Alarcón, Concepción (1998), La Escuela Nacional de
Maestros sus orígenes, México, Cinvestav, Instituto Politéc-
nico Nacional.
 Jiménez Alarcón, Concepción, Sergio Cañizo Vázquez y Juan
Josafat Pichardo Paredes (1974), Daniel Delgadillo, México,
SEP, Dirección General de Mejoramiento Profesional del
Magisterio.
 Larroyo, Francisco (1986), Historia comparada de la educa-
ción en México, México, Porrúa.
 León Morales, Ramón (2003), La instauración de la educación
pública en Colima. Pugnas y conflictos 1830-1870, Colima,
Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Colima.
 Lewis Geiger, John (1987), “De   Manzanillo   a   Colima 100
años   atrás”, en Servando Ortoll, Por tierras de cocos y pal-
meras, apuntes de viajeros a Colima siglos XVIII a XX, pp.
183-184.
 Lewis Geiger, John (1988), “De   Manzanillo   a   Colima en una
jornada, tomando el vapor “Colima”,   en   Servando   Ortoll
(comp.), Colima, textos de su historia 1, México, Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora, pp. 389-400.
 Loyo, Engracia (1999), Gobiernos revolucionarios y educa-
ción popular en México, 1911-1928, México, El Colegio de
México.
 Macedo López, Gregorio (2001), “Gregorio   Torres Quintero
1866-1934. Ilustre maestro colimense, hombre humilde de
600
grandeza   indiscutible”,   El Comentario, (periódico de la Uni-
versidad de Colima), 3 de octubre de 2001, pp. 19-20.
 Maciel Jara, Miriam E. (1998), La modernidad educativa de
finales del siglo XIX y principios del XX: Prof. Gregorio Torres
Quintero (1866-1934), tesis de maestría en Historia y Filosofía
de la Educación, México, Universidad Pedagógica Nacional.
 Madrid Castro, Alfonso de la (1999), edición de Julia Preciado
Zamora y José Miguel Romero de Solís, Haciendas y hacen-
dados en Colima, Colima, Archivo Histórico del Municipio
de Colima, Pretextos, 18.
 Martínez Covarrubias, Sara Griselda (2004),   “Don   Gregorio
salta   a   la   palestra”, en María de lo Ángeles Rodríguez Álva-
rez, coord. Cd  “Qui, qui ri qui no quiero flojos aquí”,  Colima,  
Universidad de Colima, Centro Universitario de Producción
de Medios Didácticos.
 Marsiske, Renata (1999), “Universidad   y   educación rural en
México (1924-1928)”, en Pilar Gonzalbo, y Gabriela Ossen-
bach (coords.), Educación rural e indígena en Iberoamérica,
México, El Colegio de México.
 Meneses Morales, Ernesto (1983), Tendencias educativas
oficiales en México, 1821-1911, México, Porrúa.
 Meneses Morales, Ernesto (1983), Tendencias educativas
oficiales en México, 1911-1934, México, Porrúa.
 Núñez Gutiérrez, Hiram R. (2006), Revolución y contrarrevo-
lución en Colima 1917-1926, Colima, Universidad de Colima.
 Ornelas Herrera, Roberto (2006), “Radio   y   cotidianidad en
México (1900-1930)”,   en   Aurelio de los Reyes (coord.), His-
toria de la vida cotidiana en México, tomo V, Vol. 1, siglo XX.
Campo y ciudad, México, El Colegio de México (Colección
dirigida por Pilar Gonzalbo Aizpuru), pp. 127-169.
 Ortega, José Juan (1934), “Nuestro   homenaje   póstumo   al  
maestro”,  editorial  del  periódico  Ecos de la Costa, del 4 de fe-
brero de 1934 en conmemoración de la muerte de Torres Quin-
tero.
 Ortega, José Juan (1955), Odisea estudiantil revolucionaria,
México, Talleres Gráficos de la Nación.

601
 Ortoll, Servando (comp.) (1988), Colima, t extos de su historia
1, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora.
 Ortoll, Servando (comp.) (1988), Colima, t extos de su historia
2, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora.
 Ortoll, Servando (comp.) (1996), Noticias de un Puerto viejo
Manzanillo y sus visitantes siglos XIX y XX, Colima, Fondo
Estatal para la Cultura y las Artes de Colima.
 Ortoll, Servando (1997), Dulces inquietudes, amargos desen-
cantos. Los colimenses y sus luchas en el siglo XIX, Colima,
Gobierno del Estado de Colima, Historia General de Colima III.
 Oseguera Velázquez, Juan (1962), Historia gráfica de Colima,
Colima, Imprenta al Libro Mayor.
 Pani, Alberto J. (1918), Encuesta nacional sobre educación
popular con la colaboración de numerosos especialistas n a-
cionales y extranjeros y conclusiones finales formuladas por
Ezequiel A. Chávez, Paulino Machorro Narváez y Alfonso
Pruneda, Contribución al Primer Congreso Nacional de
Ayuntamiento. México, Dirección de Talleres Gráficos, Poder
Ejecutivo Federal.
 Piza Espinoza, Jorge (1986), La arquitectura de la tierra y el
volcán de Colima, Colima, Universidad de Colima.
 Preciado Zamora, Julia (2001), Anatomía política de un
gobernador: J. Trinidad Alamillo, Colima, Secretaría de
Cultura del Gobierno del Estado y Archivo Histórico del
Municipio de Colima.
 Reyes, Juan Carlos (2011), El ticús. Diccionario de colimo-
tismos, Colima, Puertabierta.
 Rodríguez Álvarez, María de los Ángeles y Flor Urbina Barre-
ra (2012), “Primigenio   esfuerzo   por   la   educación   rural”,   en  
María de los Ángeles Rodríguez Álvarez, coord., Sendas y
matices en la obra pedagógica de Gregorio Torres Quintero,
Colima, Universidad de Colima, Universidad Nacional Aut ó-
noma de México, Instituto de Investigaciones sobre la Univer-
sidad y la Educación, pp. 55-80.

602
 Rodríguez Álvarez, María de los Ángeles,   (2010)   “El   arte   de  
enseñar a leer y escribir en México durante  el  siglo  XIX”, en
Luz Elena Galván y Lucía Martínez, (coord.), Las disciplinas
escolares y sus libros, México, Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología, pp. 307-336.

 Rodríguez Álvarez, María de los Ángeles (2011), “Así   inició  


la   Revolución   en   Colima”   en   Enrique Ceballos Ramos, Javier
C. Bravo Magaña y Rosa Delia Bravo Magaña, Y sin embar-
go, el volcán es bello, Colima, Tierra de Letras y Archivo
Histórico del Municipio de Colima, pp. 141-165.
 Rodríguez Álvarez, María de los Ángeles (2012), “El   método  
que hizo divertido aprender a leer y escribir”,  en  María  de  los  
Ángeles Rodríguez Álvarez, (coord.), Sendas y matices en la
obra pedagógica de Gregorio Torres Quintero, Colima, Uni-
versidad de Colima, Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico, Instituto de Investigaciones sobre la Un iversidad y la
Educación, pp. 81-134.
 Rodríguez Álvarez, María de los Ángeles , (coord.) (2012),
Sendas y matices en la obra pedagógica de Gregorio Torres
Quintero, Colima, Universidad de Colima, Universidad Na-
cional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones s o-
bre la Universidad y la Educación.
 Rodríguez Álvarez, María de los Ángeles , (coord.) (2000),
Origen y desarrollo de la Contaduría en México 1845 -2000,
México, Editores e Impresores FOC, S. A.
 Rodríguez Álvarez, María de los Ángeles, (coord.) (2004). Cd
“Qui, qui ri qui no quiero flojos aquí”,  Colima, Universidad
de Colima, Centro Universitario de Producción de Medios
Didácticos.
 Rodríguez Álvarez, María de los Ángeles , (coord.) (2007),
Actores, escenarios y procesos. La educación de Colima d u-
rante el siglo XIX y primeras décadas del XX, Colima, Uni-
versidad de Colima.
 Romero Aceves, Ricardo (1975), Maestros colimenses, Méxi-
co, B. Costa-Amic editores.

603
 Romero Aceves, Ricardo (1984), Colima, ensayo enciclopédi-
co, México, Costa Amic editores.
 Romero de Solís, José Miguel y Paulina Machuca (2011),
Colima . Historia breve, México, El Colegio de México.
 Ruiz, Luis E. (1900). Tratado elemental de pedagogía, Méxi-
co, Of. Tipográfica de la Secretaría de Fomento.
 Sánchez, Ada Aurora (2011), De esperanza vive el tiempo,
Colima, Universidad de Colima.
 Speckman Guerra, Elisa (2006), “De   barrios   y   arrabales;;   en-
torno, cultura material y quehacer cotidiano (ciudad de Méxi-
co, 1890-1910)”, en Aurelio de los Reyes , (coord.), Historia
de la vida cotidiana en México, tomo V. México, El Colegio
de México (Colección dirigida por Pilar Gonzalbo Aizpuru),
pp. 17-47.
 Terríquez Sámano, Ernesto (1992), Historia Mínima de Coli-
ma, Colima, Metropolitana de Ediciones.
 Terríquez Sámano, Ernesto (1988), “Juárez   por   Colima”,   en  
Servando Ortoll (comp.), Colima, textos de su historia 1, Mé-
xico, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis M ora,
pp. 138-150.
 Torres Quintero, Gregorio, ver apartado especial.
 Tovar y de Teresa, Guillermo (1991), La ciudad de los Pala-
cios: crónica de un patrimonio perdido , tomo 1, México,
Fundación Cultural Televisa, A. C.
 Urzúa Orozco, Roberto (1988),   “La   geografía   histórica   del  
camino   real   de   Colima”, en Servando Ortoll (comp.), Colima,
textos de su historia 1, México, Instituto de Investigaciones
Dr. José María Luis Mora, pp. 348-351.
 Valery, Pau, (1945), Regards sur le monde actuel, Paris, Ga-
llimard.
 Vázquez de Knauth, Josefina (1970), Nacionalismo y educa-
ción en México, México, El Colegio de México.
 Vázquez Lara, Florentino (1984), Altos Estudios en Colima
1760-1882, Colima, s/ed. Colección Coliman 1.

604
 Velasco Murguía, Manuel (1988), La educación superior en
Colima, la Escuela Normal antecedente de la Universidad ,
volumen 1, Colima, Universidad de Colima.
 Velasco Murguía, Manuel, “Maestro  don  Gabino  Vizcarra”  en  
Servando Ortoll, (comp.) (1988), Colima , t extos de su his-
toria 2, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María
Luis Mora, pp. 362-369.
 Velázquez Andrade, Manuel (1975), Remembranzas de Coli-
ma 1895-1901, México, D. F.: Club del Libro Colimense.
 Villa Santana, Mireya Noemí (1998), Gregorio Torres Quin-
tero  y  algo  más…,  Colima, Universidad de Colima.
 Villanueva, Villanueva, Simón, (1987) "El maestro rural en la
educación", en Los maestros y la cultura nacional, Vol. 1,
México, Museo de Culturas Populares, Secretaría de Educ a-
ción Pública.

PUBLICACIONES CITADAS DE
GREGORIO TORRES QUINTERO
 —(1891)   “La   madre   india.   Imitación   de   Chateaubriand. (De
Atala), El correo de las señoras, el 11 de enero de 1891, pp.
521-522.
 —(1893) Versos cuentos y leyendas, Colima Edición de "El
Correo de Colima" Imprenta del Gobierno del Estado a car-
go de F. Munguía Torres.
 —(1898) “Moral   Práctica,   curso   inferior,   La   Escuela. Deberes
del  niño  en  la  escuela”,  en   La enseñanza moderna, 16 de ma-
yo de 1898, T. I, Núm. 31, p. 247.
 —(1898) “Moral   Práctica,   curso   inferior,   La   Escuela. Los
condiscípulos”,   en   La enseñanza moderna, 24 de mayo de
1898, T. I, Núm. 32, p. 255.
 —(1898) “Moral   Práctica,   curso   inferior,   La   Escuela. Deberes
entre  condiscípulos”,  en  La enseñanza moderna, 1 de junio de
1898, T. I, Núm. 33, p. 264.
 —(1901)   “Culpable  abandono  d e  las  escuelas  rurales”,  La ense-
ñanza primaria, tomo 1, Núm. 8, 15 de octubre 1901, p. 128.

605
 —(1901) “Un   maestro   muy   …   enérgico. Modelo de una lec-
ción de cálculo”,   La enseñanza primaria, tomo 1, Núm. 4, 15
de agosto de 1901, pp. 57-58.
 —(1901) La pedagogía a pequeñas dosis, La enseñanza pri-
maria, 15 de diciembre 1901, pp. 177-178.
 —(1902) “Dios y la enseñanza laica”,  La enseñanza primaria,
tomo 1, Núm. 24, 15 enero 1902, pp. 209-211.
 —(1902)  “El  fonógrafo  aplicado  a  la  enseñanza”,  La enseñanza
primaria, tomo 1, Núm. 24, 15 junio 1902, pp. 369-371.
 —(1902)   Discurso   pronunciado   en   la  inauguración  del  “Cole-
gio   de   Profesores   Normalistas   de   México”   el   6   de   enero   de  
1900, La enseñanza primaria, tomo I, núm. 13, 1 de enero
1902, pp. 201-203.
 —(1902) Lecturas intuitivas sobre vegetales útiles (agricult u-
ra e industria), México, Librería Vda. Ch. Bouret.
 —(1904)   “Estado   de   la   Instrucción   primaria   en   el   Distrito   y  
Territorio   Federales,  Informe  anual,”   La escuela mexicana, 10
de mayo 1904, pp. 113-130.
 —(1905), “¿Qué   era   el   Orbis   Pictus   de   Comenio? A nuestros
adversarios, La enseñanza primaria, tomo IV, Núm. 18, 15
de marzo 1905, pp. 295-297.
 — (1905) “¿Letra   inclinada   o   perpendicular?,   La enseñanza
Primaria, tomo IV, Núm. 15, 1 de febrero 1905, pp. 225-230.
 —(1907) “Un   Espejo   de   muchos   maestros”,   La Enseñanza
primaria, tomo 1, Núm. 24, 22 junio 1907, pp. 383-384.
 — (1907) Como defendió D. Abraham Castellanos su "crite-
rio". Contiene artículos publicados por el Sr. Castellanos en
"Diario" de esta ciudad, por el Sr. profesor Gregorio Torres
Quintero, México, Guerrero, Hnos. y Co., Impresores.
 —(1908) "¿Debe de enseñarse la moral?", La enseñanza pri-
maria, tomo VIII, Núm. 10, 15 de noviembre de 1908, pp.
145-147.
 — (1908) “¿Qué   es   un   billón?,   La enseñanza primaria, tomo
VIII, Núm. 6, 15 septiembre 1908, No. 6, pp. 84-85.

606
 —(1908)  “Historia  filosofada  o  historia  contada”,   La enseñan-
za primaria, tomo VII, Núm. 14, 15 de enero 1908, pp. 94-96.
 —(1908) “Las   lecciones   de   historia   con   ayuda   de   texto”,   La
enseñanza primaria, tomo VIII, Núm. 1, 1 de julio 1908, pp.
5-7.
 —(1908) Los vegetales. Plantas fanerógamas (o con flores),
La enseñanza primaria, tomo VII, Núm. 14, 15 de enero
1908, p. 216.
 —(1908)   Poema   “El   Océano”,   La enseñanza primaria, tomo
VIII, Núm. 8, del 15 de octubre de 1908, p. 118.
 —(1909) “El   mutualismo   y  la  Asociación  Nacional  del  Magis-
terio”,   La enseñanza primaria, del 15 de febrero 1909, pp.
241-242,
 —(1909) “La  Asociación  Nacional  del  Magisterio, centralistas
y   federalistas”,   tomo   VIII,   Núm.   20,   La enseñanza primaria,
del 15 de abril 1909, p. 320.
 —(1909) “Oración   fúnebre.   Pronunciada   en   el   Panteón del
Tepeyac en el acto de la inhumación del cadáver del Sr. Don
Alberto   Correa”,   La enseñanza primaria, tomo VIII, Núm. 14,
15 de enero 1909, pp. 210-213.
 —(1909) Moral e Instrucción Cívica por G. Ducoudray, Mé-
xico, Librería Vda. Ch. Bouret.
 —(1910) “¿Amaba   Hidalgo   a   los   españoles?”,   La enseñanza
primaria, 1 de enero 1910, pp. 202-204.
 —(1911) Política colimense: apuntes sobre la última camp a-
ña electoral la revolución falseada el actual gobierno de C o-
lima es anticonstitucional, México, Imprenta de A. Carranza e
hijos.
 —(1911)   “Informes   presentados   al   Congreso   Nacional de
Educación Primaria por las delegaciones de los estados: del
Distrito Federal y Territorios, La escuela mexicana, de octu-
bre de 1911 a abril de 1912
 —(1913) La Instrucción Rudimentaria en la República, Est u-
dio presentado en el Primer Congreso Científico Mexicano ,
México, Imprenta del Museo Nacional.

607
 —(1916) Política colimense, las veleidades de Alamillo, Re-
flexiones sobre un folleto publicado bajo el santo nombre de
¡JUSTICIA!, por el Sr. J. Trinidad Alamillo, México, Guerre-
ro Hnos.
 —(1917)   “Prospecto”,   Yucatán Escolar, Vol. 1, Núm. 1 de
diciembre 1917, pp. 3-4.
 —(1917) Primer libro de recitaciones aplicadas a la educa-
ción en verso y prosa, México, Librería Vda. Ch. Bouret.
 —(1918)   “¿Qué   es   el   “Bureau   of   Education”   de   los   Estados  
Unidos?   ¿Es   un   ministerio?”,   Yucatán Escolar, tomo 1, Núm.
3, febrero 1918, pp. 41-44.
 —(1918)  “Circular  sobre  huertas  escolares”,  Yucatán Escolar,
tomo 1, Núm. 2, enero 1918, p. 50.
 —(1918)   “Departamento   de   Educación   Pública.   Pequeño   cu r-
so de trabajo manual para maestros e instructores en las pró-
ximas   vacaciones   de   julio  y  agosto”,   Yucatán Escolar, tomo
1, Núm. 6, mayo 1918, pp. 19-20.
 —(1918)   “El   onomástico   de   nuestro   director”,   Yucatán Esco-
lar, tomo 1, Núm. 6, mayo de 1918, p. 42, 48.
 —(1918)   “El   por   qué   del   cultivo   de   plantas   en   la   Escuela”,  
Yucatán Escolar, tomo 1, Núm. 3, febrero 1918, pp. 44-49.
 —(1918)   “En   pro de la educación industrial   en   el   Estado”,  
Yucatán Escolar, tomo 1, Núm. 2, enero 1918, pp. 43-47.
 —(1918)  “En  pro  de  la  enseñanza  industrial.  Oficio  con  que  se  
remitió al Sr. Gobernador el proyecto del Sr. Augusto K. Ec-
cles,”   Yucatán Escolar, tomo 1, Núm. 5, abril 1918, pp. 30-
32.
 —(1918)   “Es   preciso  inspirar  el  espíritu  de  serv icio”,  Yucatán
Escolar, tomo 1, Núm. 4, de marzo 1918, pp. 31-32.
 —(1918)   “Informe   General   del   jefe   de   Educación Pública
acerca del viaje que hizo por los Estados Unidos del Nort e”,  
Yucatán Escolar, en dos partes, la primera en el tomo 1, Núm.
1, Dic. de 1917, pp. 11-19. Y la segunda en el tomo 1, Núm.
2, enero 1918, pp. 3-13.

608
 —(1918)   “Las   Escuelas   Nuevas”,   Yucatán Escolar, tomo II,
agosto 1918, Núm. 3, pp. 115-120.
 —(1918)   “Los   maestros rurales ¿dónde deberán prepararse?,
Yucatán Escolar, tomo 1, Núm. 3, febrero de 1918, pp. 15-19.
 —(1918)   “Reglamento   de   las   cajas   escolares   de   ahorros”,  
Yucatán Escolar, tomo 1, Núm. 4, marzo 1918, p. 35-37.
 —(1918)   “Una   Escuela   Interesante,   en   la   Isla de Santa Elena,
Carolina del Sur (Notas de viaje), Yucatán Escolar, tomo 1,
Núm. 4, marzo 1918, pp. 4-16.
 —(1921) México hacia el fin del virreinato español, México,
Librería de la Vda. Ch. Bouret.
 —(1922)   “Los   alumnos   retrasados:  algunas  observaciones en
las   escuelas   municipales”,   Educación, 9 de septiembre de
1922, pp. 10-15.
 —(1922)   “Los   maestros   ambulantes”,   Educación, octubre
1922, pp. 65-72.
 —(1923) La Patria Mexicana, tercer ciclo, México, Herrero
Hermanos sucesores.
 —(1923) “Los   textos   y   la   escuela   de   la   acción”,   Educación,
septiembre de 1923, pp. 263-266.
 —(1923) “Las  cortes  juveniles  o  juzgados  para  jóvenes”,  Edu-
cación, mayo 1923, pp. 15-21.
 —(1925) “Orientaciones   y   Organizaciones de las escuelas
rurales. Conferencia sustentada ante el Congres o de Directo-
res  Federales  de  Educación”,  Boletín de la Secretaría de Edu-
cación Pública, tomo IV Núm. 2, p. 199-220.
 —(1925) La escuela por la acción y el método de proyectos,
México, Publicaciones de la Secretaría de Educación Pública,
tomo IV, No. 18.
 —(1929) Mi primer año método sucesivo de lectura y escri-
tura. Anteriormente Método Ecléctico, tercera edición, Socie-
dad de Edición y Librería Franco-Americana, S. A. (Antigua
Librería de Bouret).
 —(1929) Los métodos de lectura americanos su inadaptab i-
lidad al español, México, sin editorial.

609
 —(1930) El concurso de los libros de texto, 6 de agosto de
1930,   México,  Talleres  linotipográficos  “Carlos  Rivadeneyra”.
 —(1998) Cuentos Colimotes (descripciones, cuentos y sucedi-
dos), Colima, Gobierno del estado de Colima.
 —(2010) Una familia de héroes, Colima, Universidad de
Colima.
 —(s/f) Historia Patria, primer ciclo, cuarta edición, México,
s/f, Herrero Hnos.

PÁGINAS ELECTRÓNICAS
 http://www.inep.org/content/view/210/51/, consultado el 3 de
mayo de 2009.
 http://es.wikiwix.com/index. Consultado el 2 de junio de
2012.
 Manzo   Sánchez,   Víctor   Hugo,   “El   poder   judicial   de   Colima   a  
través  de  sus  constituciones”,  p.  71.  Cons ultado en la página:
biblio.juridicas.unam.mx/libros/1/8/9.pdf, el 9 de junio de 2012.
 Cortés Díaz, Aurelio, en su "Semblanzas tapatías", consultado
en: http://guadalajara.net/html/edificios/12.shtml, el 14 de abril
2012.
 http://www.mexicomaxico.org/Tranvias/ESTACIONES%20F
C/Estaciones.htm#colonia, consultado el 14 de abril de 2012.
http://www.freewebs.com/adesgameme/id3.htm.
 Ducoing, Patricia, “Origen   de   la   Escuela   Normal   Superior   de  
México”   revista Redalyc, consultado 20 octubre 2011:
http://www.redalyc.org/pdf/869/86900604.pdf,
 www.bicentenario.gob.mx/.../... El teatro de género chico en la
Revolución mexicana, tomo I, capítulo 2-3 PDF. Consultado
el 5 de abril de 2012.
 Loyo,   Engracia,   (2007)   “La   educación   de   los   indígenas.
Polémica en torno de la ley de escuelas de instrucción rud i-
mentaria (1911-1917)”   Consultado   el   7   de   marzo   de   2013
en: http://www.bibliojuridica.org/libros/5/2289/24.pdf.
 http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080010924_C/1080010925_T2
/1080010925_ 58.pdf.

610
 http://www.de.gobierno.pr/historia-de-la-educacion-vocacional,
consultado agosto 27, 2013.

REVISTAS
 Boletín de Instrucción Pública
 Educación,
 El Correo de las Señoras
 El Diario del Hogar
 El Faro
 El Heraldo Del Hogar
 El Imparcial
 El Informador
 El Niño Mexicano
 El Renacimiento
 La Educación Contemporánea (Colima)
 La Educación Moderna (Colima)
 La Enseñanza Moderna
 La Enseñanza Objetiva
 La Enseñanza Primaria
 La Escuela Mexicana
 La Ibería
 Revista de Instrucción Pública
 Yucatán Escolar (Yucatán)

ARCHIVOS

 Archivo General de la Nación


o Fondo Instrucción Pública y Bellas Artes
 Archivo General e Histórico del Poder Ejecutivo de Micho acán
 Archivo Histórico de la Centenaria y Benemérita Normal de
Profesores de Toluca, Estado de México
 Archivo Histórico de la Universidad de Colima
 Archivo Histórico del Distrito Federal
 Archivo Histórico del Estado de Colima,
o Fondos Especiales, GTQ.

611
o Fondo Folletería.
o Fondo siglo XIX.
o Periódico oficial El Estado de Colima.
o Área biblioteca, Fondo Gregorio Torres Quintero.
 Archivo Histórico del H. Congrego de Michoacán de Ocampo
 Archivo Histórico del Municipio de Colima,
o Fondo Sevilla del Río
o Fondo siglo XIX
o Periódico Oficial El Estado de Colima.
 Archivo Histórico del Poder Judicial, Colima.
o Fondo reservado, siglo XIX.
 Archivo Histórico de la Secretaría de Educación Pública
(ahora en el AGN)
o Fondo Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, Se c-
ción   “Colección   Personal   Sobresaliente”,   Expediente
Gregorio Torres Quintero.
 Archivo Histórico de la Universidad Nacional A utónoma de
México.
o Fondo Ezequiel A. Chávez.
o Fondo Consejo Superior de Educación Pública
o Fondo Instrucción Pública y Bellas Artes
 Archivo Histórico del Estado de México
o Fondo Educación
 Archivo Histórico de la Ciudad de México
o Fondo Ayuntamiento de México-GDF
o Mapas y planos
 Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, área archivo.
 Archivo Privado de Alejandro Gómez Padilla (nieto de Torres
Quintero, de uno de sus hijos adoptivos)
o Cuaderno de notas de su segundo viaje a Est ados Unidos
o Agenda de GTQ de su viaje a Europa, Asia y África.
 Biblioteca de la Universidad Pedagógica Nacional
 Biblioteca Pública de Jalisco
 Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán
 Hemeroteca Nacional Digital de México

SIGLAS Y ACRÓNIMOS

AGeHPE-Mich. Archivo General e Histórico del Poder Ejecutivo


de Michoacán.
AGN Archivo General de la Nación (México).

612
AH-CBENP Archivo Histórico de la Centenaria y Benemérita
Normal de Profesores de Toluca, Estado de Mé-
xico.
AHEM Archivo Histórico del Estado de México
AH-H-UCOL Archivo Histórico de la Universidad de Colima.
AH-SEP Archivo Histórico de la Secretaría de Educación
Pública (ahora en el AGN)
AH-UNAM Archivo Histórico de la Universidad Nacional
Autónoma de México.
AHCMich Archivo Histórico del H. Congreso de Michoa-
cán de Ocampo
AHDF Archivo Histórico del Distrito Federal.
AHEC Archivo Histórico del Estado de Colima
AHMC Archivo Histórico del Municipio de Colima
AHPJ Archivo Histórico del Poder Judicial (Colima)
B-UPN Biblioteca de la Universidad Pedagógica Na-
cional.
BPJ Biblioteca Pública de Jalisco.
CAIHY Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de
Yucatán.
FR-BN Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional
GTQ Gregorio Torres Quintero
HNDM Hemeroteca Nacional Digital de México
INAH Instituto Nacional de Antropología e Historia
Leg. Legajo
Fs Fojas

613
Yo Gregorio Torres Quintero. María de los Ángeles
Rodríguez Álvarez (Mara). Se terminó de imprimir en
el mes de octubre de 2014, en Sericolor, Diseñadores e
Impresores, S. A. de C. V., en la ciudad de Colima, Col.,
con un tiraje de ejemplares.

614

También podría gustarte