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La disponibilidad para la cruz y la renuncia a todo

“El que no busca la cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo”.


S. Juan de la Cruz.

El evangelio de hoy es un llamado a la responsabilidad. Ser seguidor de Jesús tiene un precio y hay que
asumirlo. Hoy aprendemos que para seguir a Jesús se requiere salir del anonimato y comprometerse en
primera persona. Es decir, cargar con la cruz. Jesús expone claramente las condiciones para llamarse
seguidor suyo: 1) el desapego afectivo, completo e inmediato para darle la prioridad a Jesús. 2). La
disponibilidad para la cruz y la renuncia a todo.
Ahora bien, el evangelio nos lleva a asumir la cruz como realidad absoluta del seguimiento, pero no es
simplemente la cruz del dolor, pues, “hay cristianos que piensan que seguir al Crucificado es buscar
pequeñas mortificaciones, privándose de satisfacciones y renunciando a gozos legítimos para llegar por el
sufrimiento a una comunión más profunda con Cristo” (Pagola). Olvidamos que la cruz es camino, y si es
camino es viaje, meta, libertad:” para ser libres nos liberó Cristo” dice San pablo. De modo que, hoy el
evangelio nos está invitando a entrar en ese “quedar no entendiendo, toda ciencia trascendiendo” (S. Juan
de la Cruz).
Jesús cuando dice: “quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”, nos
está invitando a caminar, y ese movimiento se trata de andar el camino y por ello hay salida, renuncia. Nos
incentiva a superar y sortear obstáculos; despojarse y atravesar las noches, tiene sentido. Nada hay que
merezca ser tenido en cuenta como para quedarse estancado y perder ese don que es la libertad que se
nos ofrece.
La decisión de seguirlo, que exige un compromiso total y sin vuelta atrás, es decir, perseverante. Este
compromiso total indudablemente, debe estar marcado por el amor como motor que nos pone en marcha y
sin el cual nunca emprenderíamos esta aventura ni perseveraríamos en ella. De modo que, el discípulo
pueda “salir con la fuerza y calor que para ello le dio el amor de su esposo y saliendo de sí mismo, por
olvido de sí, lo cual hace por el amor de Dios (S. Juan de la Cruz).
Solo otro amor mayor y mejor nos marca la salida como desprendimiento radical de sí mismo, como un ir
más allá de nosotros mismos: "Porque, para vencer todos los apetitos y negar los gustos de todas las
cosas..., era menester otra ‘inflamación’ ‘mayor de otro amor mejor’, que es el de su Esposo, para que,
teniendo su gusto y fuerza en éste, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros. Y no
solamente era menester para vencer la fuerza de los apetitos sensitivos tener amor de su Esposo, sino
estar ‘inflamada’ de amor y con ansias" (1S 14,2).
Otro amor mayor y mejor... He aquí la clave para sanar la vida y madurar en el mundo de los deseos: un
afecto sólo se vence con otro afecto mayor, y el amor de Dios es el más poderoso. Esta es la clave del
cargar con la cruz, a esto es lo que llamamos renuncia; caminar ‘creyendo y amando’ más allá de lo que
se pueda ‘entender y sentir’: ‘creer’ más allá de todo lo que se pueda ‘entender’; ‘amar’, más allá de todo lo
que se pueda ‘sentir’.
En conclusión, Jesús nos pone contra la espada y pared, como si tratara de decirnos: o todo o nada. “no
son suficientes las conversiones momentáneas ni superficiales, llevadas por la emoción del primer
momento, hay que apuntarle a lo duradero y estable que se garantiza a partir de la obediencia a las
enseñanzas que el Maestro pide “oír”, no importa cuáles sean los altos y los bajos de sus exigencias”.
(Oñoro). Renunciar equivale a disponer de ella únicamente en la medida que nos permite crecer en
libertad, porque lo importante no es la posesión o la carencia de las cosas, sino el desprendimiento
afectivo, de modo que, ni el tener ni el carecer puedan desviarnos de nuestra opción por aquel que da
sentido pleno a nuestra existencia.
Hernán Sevillano C.

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