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LA FÁBRICA

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COPYRIGHT © 2021 ZHACK NEWMAN

Todos los derechos reservados.

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TÍTULO: LA FÁBRICA.

EDITORIAL: THE WHITE STATION.

ESCRITURA Y REDACCIÓN POR: D.L.L. CORP. &

ZHACK NEWMAN.

DISEÑO DE PORTADA: PICK-LOOKING.

PÁGINAS: 130.

REDES SOCIALES: WORLD MASTERS.

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PRÓLOGO

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Domingo 23 de Abril, 1995.

Ese demonio infernal me acosa

todas las malditas noches, sin

descanso ni remordimiento.

No puedo discernir si es un humano

o un espectro patético que viene a

castigarme por todos los terribles

pecados que he cometido en mi

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vida.

Para serles honesto, perdí la cuenta

de cuánto tiempo ha transcurrido

desde que comenzó a

atormentarme con su presencia

malévola, tal vez han sido días,

meses o años, aunque quizás esa

información no sea de mucha

importancia tampoco, lo único

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relevante es que no parece tener

intenciones de detener su misión

macabra y la verdad es que estoy

demasiado asustado como para

hacer algo, si tan sólo pudieran

escuchar sus gritos y quejidos

raspados provenientes de su

maltratada garganta, me

entenderían mejor.

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No puedo pedirle ayuda a nadie,

porque primero, vivo solo y

segundo, todos me tacharían de

loco y me encerrarían en una prisión

o en un manicomio sin dudarlo

mucho.

Sólo soy un pobre anciano solitario

con Alzheimer, o alguna de esas

demencias de mierda que vive en la

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casa de campo que heredé de mis

padres, mi vida es el último vestigio

que queda de mi familia en esta

vieja construcción.

Aquella cosa sin duda es aterradora,

pero creo que su mayor

característica es ser jodidamente

deprimente. Su aspecto es

escuálido y pálido hasta el punto de

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lo enfermizo, las cuencas de sus ojos

están absolutamente vacías y

parece ser lampiño por completo.

No sabría definir con exactitud su

sexo, ya que entre sus piernas sólo

hay un agujero carnoso y

gangrenoso, repleto de gusanos

alimentándose de lo poco que

queda de carne en donde alguna

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vez debió existir un órgano sexual

¿Realmente era un monstruo, o sólo

era un alma desgraciada que eligió

el patio de mi casa para vivir?

Durante el día, duerme envuelto en

la tierra y mugre bajo un durazno

que planté hace muchos años. Lo

curioso es que su aspecto es tan

espeluznante e intimidante que

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incluso los animales parecen no

querer acercarse ni un centímetro al

monstruo siniestro.

Yo, por mi parte, intento hacer mis

tareas cotidianas lo más normal

posible, tratando ojalá no ver en

ningún momento hacía el árbol en

donde aquello descansa, mientras

trabajo con los animales y las

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siembras, aprovechando mis

últimos años de vida, antes de que

mi memoria se borre por completo

y no sea más que un niño incapaz

de aprender cualquier cosa.

Todo lo que tengo de inspiración

para soportar este tormento son las

fotos de mi familia, las que veo cada

vez que siento que voy a colapsar.

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Verlas, además, me trae recuerdos

de cuando era feliz junto a mis

esposa e hijos, aunque por algún

motivo no puedo recordar bien

dónde están ahora.

Mis memorias son bastante

confusas, pero creo que se fueron a

vivir a la ciudad porque mi hijo

menor padecía una extraña

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enfermedad, la cual requería estar

cerca de un hospital en todo

momento, mientras tanto, yo

cuidaría la granja, o eso creo.

Evocar aquel día en el que se fueron

me hizo darme cuenta de que lo

más probable es que hayan pasado

años desde aquel momento, ya que

en ese entonces tenía pelo en vez

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de una calva.

Domingo 30 de Abril, 1995.

Ha pasado una semana desde que

comencé a escribir esta experiencia

calamitosa.

Ahora me encuentro atacado por el

insomnio, lo que me ha afectado

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desde hace una semana, provocado

por los ruidos extraños del

monstruo que me observa desde la

ventana.

Escribo en un rincón de la

habitación, mientras aquello me

dirige una mirada penetrante y fija

que expresa emociones que yo no

calificaría como características de

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un demonio siniestro que quiere

intimidarme, yo diría que más bien

intenta juzgarme con furia y tristeza.

Por algún motivo, los inesperados

sollozos me han provocado sentir

lástima por el espectro, sin

embargo, esa emoción se evaporó

rápidamente cuando el reloj dio la

medianoche y aquello comenzó a

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dar cabezazos contra la ventana,

mientras intentaba sin éxito gritar o

quizás llorar.

Al ver aquella escena, lo que me

quedaba de cordura se fragmentó

en mil pedazos, a la vez que sentía

húmeda mi entrepierna debido al

terror que se apoderaba de mí. Salí

de mi cuarto con lo que me

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quedaba de fuerzas y corrí a buscar

el retrato de mi familia, el cual se me

resbaló de entre las manos y cayó al

piso rompiéndose en mil pedazos,

dejando la foto desnuda.

Entonces me percaté de que tenía

algo escritor detrás, con mi puño y

letra. La corta leyenda decía "1 de

mayo, Noche de Walpurgis. Si no

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recuerdas nada, ve al sótano".

Madruga del lunes 1 de mayo, 1995.

En la oscuridad que me rodea, todo

parece ser más claro.

Los huesos y órganos de mi familia

estaban bajo mis pies y no lo

recordaba en lo absoluto por culpa

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de esta maldita enfermedad, pero

bueno, al menos soy alguien

bastante listo y dejé aquella nota en

la foto para recordarla justamente

en esta noche tan especial.

El próximo sacrificio está listo para

el aquelarre y no puedo esperar

mucho más, los dioses esperan con

ansias la ofrenda que les tengo

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preparada.

Llegué a la conclusión de que mi

memoria parece estar mucho más

destrozada de lo que yo creía

¿Cómo es que no pude identificar el

lunar bajo la mejilla que tenía

aquella cosa si es idéntica a la que

tiene mi esposa? Todas estas

noches de terror no parecen más

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que un chiste ahora que los

recuerdos vuelven a mi cabeza,

después de todo, el monstruo en la

ventana nunca fue mi esposa

destrozada y mutilada viéndome

desde fuera, el verdadero monstruo

en realidad, siempre fui yo.

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Aún me pregunto por qué entré. El

recuerdo de la oscuridad y el sabor

metálico de la sangre resbalando

por mi cara hasta rozar mis labios

me atormentarían durante meses.

Nunca debí hacerlo, pero jamás

aprendemos. Aún hoy, no sé si

desvelar el misterio de la puerta

valió la pena. Aquel viaje me pasó

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factura, mis pesadillas no tenían fin.

Otra madrugada más. Otra

madrugada frente a la puerta negra

del ático. Otra vez escuchando

sigilosamente detrás de la maldita

puerta prohibida. Otra vez el sonido

ahogado de un reloj de cuco.

El zumbido sordo, el mareo, sudores

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fríos. Miedo. Mi corazón palpita

desbocado.

No estoy segura de estar soñando.

¿Sigo en el ático? ¿He vuelto a

Barcelona?

Seis meses atrás, cuando abrí los

ojos, recordé que no era una

mañana de tantas.

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Mi dolor y la sensación de haber

sido arrollada por un tren mientras

dormía estaban allí, como cada

mañana, pero esta vez, el tren iba a

Euskadi.

Me levanté con dificultad y alegría,

decidida a emprender nuestra

escapada, con la esperanza de que

mi espalda me diera una tregua.

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Dejar atrás mis agobios y el ajetreo

de Barcelona sería un alivio.

Esta vez, Marc –mi pareja-– y yo, no

disfrutaríamos de nuestra

habitación con nuestra casera

habitual en el maravilloso pueblo

pesquero frente a los Flysch.

Este año pasaríamos la semana en

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un ático en un pueblo rodeado de

montes.

Necesitábamos más espacio, ya que

íbamos a compartir el viaje con unos

amigos, otra pareja.

Lo intuía, pero más tarde se

confirmaría.

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Las cinco o seis horas en coche se

hicieron más lentas que de

costumbre, tenía una sensación

rara, una mezcla de ansiedad y

miedo.

–¿Ya estás otra vez con ansiedad?

Intenta relajarte, que nos vamos de

vacaciones –espetó Marc.

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–¿Dónde has quedado con ellos? –

contesté confundida. No lo

recordaba.

–He quedado con Júlia en el piso –

balbuceó él.

Se mi hizo raro ese uso del singular.

Lo pasé, tenía otras cosas de las que

preocuparme de la supuesta

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debilidad de Marc por Júlia.

–¿Has cogido tus pastillas para la

ansiedad?

–Sí –musité

–¿Las de la espalda?

–Sí –repetí agobiada. Marc parecía

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no estar nunca contento y yo me

sentía presionada por él. Esperaba

que la cosa se relajara en este viaje.

La opresión en el pecho empezó a

ceder en cuanto la carretera

serpenteó entre dos imponentes

montañas calizas gemelas. Quedaba

poco –pensé con un salto en el

pecho.

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Al llegar al piso nos recibió Pedro, el

propietario del piso. De pocas

palabras.

–Buenas, ¿Habéis tenido un buen

viaje? Venga, subimos y os enseño

el piso –dijo ausente.

Subimos, mi amiga, Júlia, a la cual

aún no os he presentado –mejor

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hacer el viaje en paz– y yo. Los

chicos se quedaron a descargar las

maletas, buen plan.

Júlia y él habían llegado cinco

minutos antes que nosotros y los

encontramos hablando con Pedro.

–Sólo tengo una llave, mi exmujer

perdió la suya con la mudanza –

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comentó Pedro con pesar al salir del

ascensor. Mañana vendré a traeros

una copia y una bombilla del pasillo,

que se ha fundido.

Otra vez –agachó la mirada con

gesto de preocupación. En ese

momento no le di importancia.

Júlia me daba un poco de miedo, es

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incisiva, inteligente, sabelotodo,

exigente y se cree superior a

cualquier bicho viviente.

Está en continua competición con

todo el mundo, hecho que resulta

agotador.

Imagino que el viaje me afectó de

aquella manera debido al grado de

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estrés que llevaba en el trabajo y al

dolor crónico que soporto en la

espalda.

Te da poco aguante. Y tampoco hay

que ser Einstein, como para saber

que mi baja autoestima tampoco se

vio favorecida. Vamos, que aquel

piso sería un polvorín por una

semana. Juerga asegurada.

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Mientras salíamos del comedor,

hicieron su entrada los chicos, que

se unieron al tour.

Pedro nos enseñó el piso hasta

acabar frente a una puerta pintada

de negro. Se me erizó la piel y

percibí una sensación de frío y

oscuridad.

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–Está cerrada con llave –dijo Pedro

–No intentéis entrar, no es seguro.

Los chicos rieron, Júlia y yo nos

miramos en la penumbra, asustadas

y sorprendidas. La luz del pasillo,

frente a la puerta, no tenía bombilla.

Con sensación de incomodidad,

seguí a los demás a la soleada

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terraza, enseguida oí un fuerte

zumbido, miré al frente…

–No jodas –dije.

–Bah, no es para tanto –dijo Júlia, sin

siquiera mirarme.

Cruzando la apacible vista de los

montes y peligrosamente cerca de

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nuestra terraza, un enorme tendido

eléctrico de alta tensión. No sabía

que estuviera permitido que

pudieran llegar tan cerca de las

casas.

Desde luego, esto no salía en las

fotos –pensé enfadada.

–Por cierto, allí hay una barra que

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usamos para bloquear la puerta de

la terraza –Pedro señaló el armario

del rincón –la usamos cuando pega

la tormenta.

–No pasa nada –tartamudeó Pedro

siguiendo mi mirada, aún perdida al

frente-–. Hemos vivido aquí muchos

años.

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Me agobié un poco, había leído

bastante sobre las consecuencias

nefastas de la alta tensión para la

salud –física y psicológica–,

preparando mi tesis psicológica.

Intenté tranquilizarme pensando

que serían sólo unos días de

exposición –la misma reflexión a la

que llegué cuando me planteé

seriamente el viaje con Júlia.

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Dos de dos, no pinta bien–

Esa noche un extraño ánimo se

apoderó de mí, sería mi fuerte

medicación, mis malos rollos, la

incertidumbre sobre si aguantaría

las impertinencias de Júlia, el

trabajo, la puerta…

Lo que estaba claro es que debía

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dejar todo esto atrás, pensé

mientras me tomaba la pastilla-

bomba y dejaba la caja sobre el

mármol de la cocina.

Con las letras hacia mí, no sea que

me tomara otro medicamento por

error –encima soy una paranoica

ferviente lectora de los efectos

secundarios.

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Crucé el pasillo, los otros tres

dormían ya. Cuando pasé por

delante de la puerta se me erizó el

vello del brazo.

Apresuré el paso, pero creí oír un

sonido detrás de la puerta.

Retrocedí para escuchar mejor, por

un momento creí que alguien

susurraba mi nombre.

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–Basta ya de libros y películas de

terror, Ariadna –musité.

De nuevo, apresuré el paso hacia el

dormitorio. Pero al llegar, la cama

estaba vacía, Marc volvió poco

después, imaginé que del baño.

Aquella primera noche fue el

preludio de las oscuras noches que

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le precederían. Me desperté varias

veces, una vez incluso me levanté

con la sensación de que me faltaba

el aire, caminé hacia el comedor y

creí ver una tenue luz bajo la puerta

prohibida.

Soñé con un reloj de cuco. Soñé con

una lúgubre habitación con paredes

y el techo negro como el carbón.

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Durante el desayuno interrogué a

mis compañeros de piso.

–¿Habéis oído algo durante la

noche?

–No –contestó Marc, muy

rápidamente.

–¿Seguro? –insistí.

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–Madre mía, ya empezamos –atacó

Júlia, mientras miraba a su pareja,

acallando cualquier comentario que

quisiera hacer.

El pobre chico estaba tan dominado

por ella, que apenas abrió la boca en

todo el viaje.

Nos preparamos para salir. Pasamos

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el día fuera, haciendo ruta por los

pueblos. Estábamos en una terraza

cuando de golpe, el cielo se volvió

tan gris como mis pensamientos.

Se avecinaba una tormenta. La

temperatura bajó rápidamente.

Corrimos al coche mientras Marc

me preguntaba si había visto su

pañuelo por casa.

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Al regresar al piso, compartimos

ascensor con un vecino, un anciano

entrañable que no dejaba de

mirarme con preocupación

mientras yo temblaba –niña, cuídate

mucho –susurró al salir del ascensor

mientras se alejaba hacia la puerta

frente a la nuestra a golpes de

bastón.

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Esa noche, en cuanto todos se

acostaron, fui a tomarme mi pastilla

otra vez.

Alguien había movido la caja, las

letras estaban al revés. Me costó

encajar el blíster nuevamente en la

caja –que torpe– pensé. Además,

recordaba las letras de otro color,

que extraño.

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Esperé a no oír movimiento en las

habitaciones para acercarme a la

puerta. La toqué, estaba áspera y

fría, pero no oí nada.

Pasé otra noche terrible, soñé con

negras paredes, niebla y puertas

cerradas. Empezaba a ser una

obsesión. Desperté bañada en

sudor.

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Mientras desayunábamos volví a la

carga.

–¿Qué vamos a hacer con la puerta?

–Pregunté –Hay algo raro en ella.

Siento cosas, he soñada con ella,

algo pasa en esa habitación.

–No seas paranoica, no vamos a

hacer nada. El propietario nos ha

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dicho que estaba cerrada con llave y

punto –contestó fríamente Julia–

¿Otra vez con tus historias, Ariadna?

¿Sirvió de algo el año de terapia?

–Tenemos que hacer algo. Nos está

consumiendo –dije entre lágrimas,

ignorando la condescendencia de

Julia. No se me escapó la mirada de

complicidad entre Marc y ella.

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–A ti es muy fácil consumirte, niña –

espetó Julia con prepotencia.

Nadie acudió en mi defensa. Parece

ser que tendría que afrontar esto

sola.

Al salir a la calle nos volvimos a

encontrar al viejo. Me llamó aparte,

me cogió de la mano hablando

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despacio mientras señalaba la

enorme torre de alta tensión –

aléjate de este piso, no es seguro.

Pedro no vive aquí por todo lo que

pasó a su mujer.

A las preguntas de los demás, sólo

respondí que el anciano quería

saber de dónde veníamos y cuántos

días estaríamos allí. No necesitaban

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saber más.

El día transcurrió feliz, siempre me

sentía bien en este lugar del mundo.

Me encantaban sus paisajes, su

gente, su idioma y su comida.

Simplemente, me sentía una más,

bienvenida.

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Aquel día, sólo hubo dos cosas que

empañaron la jornada. Una era el

miedo a que llegara la noche y

tuviera que volver a enfrentarme a

la puerta. La otra ocurrió en un

túnel.

Paseábamos por un camino verde

que transcurría por unas antiguas

vías de tren. Muy verde y bonito,

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pero un poco siniestro y oscuro.

Nos adentramos en el túnel,

siguiendo la vía.

De golpe, no había nadie a mi lado.

Oí un murmullo y noté un frío

soplido en mi cuello.

Sentí una presencia. Temblando,

saqué torpemente mi móvil del

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bolsillo, encendí la linterna… allí no

había nadie. Después oí las voces de

los tres llamándome, iban bastante

adelantados.

Quizás yo me retrasé sin darme

cuenta o me imaginé aquello,

aunque aún ahora, lo dudo.

La noche llegó. Cenamos en la

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terraza.

El zumbido de la alta tensión era

realmente insoportable, aunque

nadie más parecía oírlo. Mi dolor de

cabeza y mis taquicardias iban en

aumento.

No podía sacarme la puerta de la

cabeza. Me levanté a media cena

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con la excusa de ir al baño. A

oscuras, crucé el pasillo hacia la

puerta.

Me paré frente a ella, la rocé con los

dedos, inmediatamente sentí terror

y una opresión en el pecho.

–¿Otra vez con tus paranoias? –

Marc me susurró al oído mientras

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me agarraba de los hombros, con

excesiva fuerza. Creí morirme del

susto.

–Déjame en paz, Marc.

–Estoy cansado de tus histerias,

Ariadna. Esperaba que aquí te

relajases un poco.

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–Sí, pero, mis pesadillas, la puerta, la

alta tensión, tienen relación, no

sé…–balbuceé mientras él me

miraba burlón.

–Déjalo correr, sólo falta que te

montes películas para acabar peor

de la cabeza.

Nos alejamos de la puerta, me

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pareció oír un chirrido, como si se

estuviera abriendo. Me giré, pero no

vi nada.

Al cabo de un rato todos se

acostaron, yo me tomé mi

medicación otra vez.

Estaba cansada y dolorida. Las

vacaciones no estaban resultando

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como yo esperaba. La tensión era

insoportable. Me fui a la cama

empezando a dudar entre lo que era

real y lo que no.

Esa noche fue incluso peor, soñé

que estaba frente a la puerta, que

me absorbía su oscuridad. Incluso

noté su gélido aliento. Sentí frío en

los pies y dolor en el alma. Alargué

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la mano, rocé la maneta de la

puerta…

Desperté al entrar los primeros

rayos de luz por la ventana y corrí a

vomitar al baño.

Mientras intentaba recomponerme,

vi el reflejo de la fría mirada de Júlia

en el espejo del baño, mientras

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caminaba hacia la cocina. Se me

erizó la nuca.

Ese día lo pasé en silencio,

meditando sobre una posible

explicación.

Por mi propio bien, tenía que

averiguar qué pasaba o volvería a

acabar mal. Mi ansiedad, junto con

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mis dolores crónicos, me llevó al

hospital varias veces en el pasado y

no podía recaer ahora que

empezaba a mejorar.

Ya había asumido la muerte de mis

padres y había empezado a ver la

luz de nuevo. Y como decía

Ockham, “la solución más sencilla,

es probablemente la correcta”, mi

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mente de psicóloga quería

imponerse. Seguro que encontraría

una explicación lógica a todo esto.

Desentrañar este misterio era un

reto personal para mí.

Al llegar al piso me sentía con

renovado positivismo.

La cena en la terraza se inició con

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normalidad. Esa noche, el insistente

sonido de la alta tensión ya no

parecía molestar tanto.

Al llegar al postre, Júlia empezó

nuevamente a hacerse la lista, a

machacar, era agobiante.

Siempre me ha costado decir lo que

pienso, es una carga que llevo mal,

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pero mis nervios se impusieron y me

enfrenté a ella.

Temblando, hui a mi habitación, con

lágrimas y la medicación puesta.

Esa noche marcó el final de lo que

estaba dispuesta a aguantar. No

recuerdo haberlo pasado peor en

mi vida. No podía respirar, me

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moría, recuerdo sonidos

estridentes, mareos, la puerta. Tenía

una opresión horrible en el pecho.

Desperté con unos fuertes tirones

en los brazos, Marc estaba

intentando separar mis manos, que

estaban aferradas a la barandilla de

la terraza. Iba a saltar. No tengo ni

idea de cómo acabé allí, pero este

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asunto empezaba a ser peligroso.

A mi decisión de entrar en la

habitación de la mañana anterior, le

sucedieron dos o tres noches

terribles más, en las que se

mezclaron dolor, sufrimiento,

sonidos extraños y puertas.

Hasta que una madrugada, al ver luz

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bajo la puerta, me decidí a entrar.

En cuanto rocé la maneta, temblé de

miedo. Tomé aliento y apreté la

maneta hacia abajo.

Estaba cerrada. Oí un murmullo en

el interior y entonces algo pareció

saltar dentro de mí. Corrí a la

terraza, agarré una palanca que

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utilizábamos para evitar que la valla

golpeara los días de viento y volví

corriendo frente a la puerta.

Ya no había ninguna luz bajo la

puerta. Me iré a encender la luz del

pasillo, pero recordé que Pedro

nunca la trajo. Una extraña y pesada

quietud se había adueñado del

pasillo, el aire se hizo pesado.

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Yo en cambio, estaba más resuelta

que nunca a entrar. Agarré la

palanca y con fuerza hice presión

entre el marco y la puerta, hasta que

oí un chasquido. La puerta se abrió

con un quejido.

Metí la mano y a tientas, busqué un

interruptor. Lo encendí y una

pequeña y polvorienta lámpara de

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pie junto a un sillón, cobró vida al

fondo de la habitación. Iluminó

tenuemente las negras paredes y

techo de mis pesadillas.

Había una maraña de cajas, bolsas y

porquería tirada por el suelo. Debía

de ser parte de la mudanza que

comentó Pedro.

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En mi interior sabía que no debía

entrar, pero algo me llamó la

atención y crucé la habitación hasta

la ventana. Por la posición en la que

se encontraba, debía dar a la

terraza, pero algo no cuadraba.

En la terraza no había ninguna

ventana. La abrí, pero sólo vi un

muro, la ventana estaba tapiada.

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Sonó un reloj de cuco, me agaché a

verlo más de cerca. El sonido que

poblaba mis pesadillas.

Al lado del reloj había dispersos

varios recortes sobre los efectos de

los campos electromagnéticos

sobre la salud.

Continué y proseguí revolviendo

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frenéticamente entre la porquería

hasta que rocé algo metálico, que

emitió un sonido conocido.

Entre mis dedos rescaté el blíster de

mis pastillas, ahora veía con claridad

su nombre, eran las mías, las que me

había recetado el médico. ¿Qué

hacían allí? ¿Qué había estado

tomando?

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Me levanté temblando y fui a mirar

una estantería poblada de libros.

Todos eran sobre la alta tensión.

Frenética, fui cogiéndolos uno tras

otro, leyendo el título mientras con

estruendo, los iba tirando al suelo:

Efectos psicológicos en las

personas, efectos físicos, cómo

proteger tu casa del

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electromagnetismo, pintura de fibra

de carbono para las paredes y telas

de blindaje y un sinfín más.

En mi locura, di un traspié, mis pies

se enredaron en algo. Cuando bajé

la mirada, vi el pañuelo de Marc. –

¿Qué hace aquí tu pañuelo, Marc? –

susurré.

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Oí una risita detrás de mí, me giré

de golpe y vi a Júlia en la puerta, su

sonrisa de hiena y sus ojos llenos de

desprecio me helaron la sangre. En

un solo segundo, las piezas

encajaron.

Me asestó un golpe y caí

inconsciente al suelo.

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A la mañana siguiente me encontró

la pareja de Júlia. No había rastro de

Marc ni de Julia.

El recuerdo de aquella noche me

atormentaría durante meses.

Aún me pregunto cómo tuve el

valor de entrar, quizás movida por la

desesperación. Parece ser que el

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propietario del piso sólo lo

alquilaba por temporadas cortas, ya

que su mujer enloqueció debido a la

alta tensión.

La torre estaba demasiado cerca de

los pisos, con efectos devastadores

para sus ocupantes. El anciano me

explicó que Pedro advertía a todos

sus inquilinos sobre la puerta para

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LA FÁBRICA

que no se descubriera el pastel.

Pude demostrar la implicación de

Júlia y de Marc en todo este asunto,

aunque hoy, aún sigo pendiente del

juicio. Sustituyeron mi medicación

para la ansiedad por otra que, junto

con mis pastillas para la espalda, me

provocaron alucinaciones.

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El primer día, Julia encontró la llave

de la puerta en un cajón y urdió un

complot con Marc para

desestabilizarme y así poder estar

juntos. Además de ser su lugar de

reunión cada noche.

Todavía hay cosas que no puedo

explicar, pero imagino que el cóctel

de la alta tensión y los

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alucinógenos, fueron la guinda final

para mí, ya de por sí, frágil estado

mental. Me quedo con la sensación

de no haber huido y haberme

enfrentado a mis demonios.

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LA FÁBRICA

EPÍLOGO

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Lya lo sintió desde el mismo

momento en que giró la llave para

abrir la puerta de casa.

Algo no iba bien. No en un sentido

básico, de allanamientos, robos y

forcejeos; no era eso, aunque fuese

difícil explicar qué era. Pero lo sabía,

lo notaba, dudaba en cada paso que

daba, pero una fuerza extraña la

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invitaba a pasar y descubrir aquello

que en su casa hubiese.

El instinto más primario de una

joven de 16 años la llevó a encender

todas las luces, pensando que lo

que fuese que allí moraba se

esfumaría como si de una ráfaga de

viento se tratase. Pero aun

comprobando que todo parecía

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estar donde debiera, no desaparecía

en ella la extraña e intensa

sensación de que se encontraba en

peligro.

Tan fuerte era el pensamiento que

la llevaba a temblar. Un temblor ya

común en su cuerpo ante ataques

de nervios, pero que jamás antes

había experimentado a causa del

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miedo.

La siguiente estúpida decisión sería

la de coger un cuchillo.

Sí, Lya era una gran amante de las

películas de terror y de todo el

drama que las envolvía y, ¡qué

absurdo! Si hubiese sido un

sanguinario asesino podría llevar un

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arma con la que fulminarla en

cuestión de segundos y, si hubiese

sido una especie de alma maligna

no creo que hubiese podido

atravesarla y espantarla con un

simple cuchillo de sierra que a veces

ni era capaz de cortar el pan.

Invadida, poseída o dominada.

Quizás no sea suficiente para

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expresar lo que esa chiquilla sufría,

pero, allí seguía con su temblor,

examinando una por una cada

habitación de la que se componía la

casa.

El procedimiento era sencillo:

acercaba la mano hacía el

interruptor de la luz,

permaneciendo siempre con el

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cuerpo fuera de la habitación, a la

que solo entraba una vez se

encendían aquellas bombillas y su

luz amarillenta le permitía ver con

claridad que aquello no era más que

una simple sensación.

Miraba debajo de las camas y

dentro de los armarios, cada rincón

de las habitaciones parecía un

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increíble escondite, pero, ¿para

qué?, ¿qué demonios estaba

buscando? Ni siquiera había

escuchado un ruido extraño ni había

visto una luz que no debiera estar

encendida.

Simplemente había sentido que

algo iba mal al terminar de girar la

llave que abría la puerta de casa.

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¿Por qué hacer caso a aquel

pensamiento hasta el punto que lo

estaba haciendo?

Ni siquiera ella lo entendía, pero

estaba incomprensiblemente

asustada y ese terror que le invadió

al poner aquella noche un pie en su

casa era el que la empujaba a

examinar cada rincón de su hogar,

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antes de poder sentarse en el sofá

hasta que sus padres volviesen del

trabajo a las 10 y se sentasen a cenar

como cada noche de la semana.

Seguía meticulosamente su plan

diseñado, absorta en sus

pensamientos no fue consciente de

que había entrado en la habitación

de sus padres sin encender la luz.

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Fueron segundos, los segundos más

extraños que sucederían en su vida.

Imposibles de borrar años después.

Allí estaba petrificada, siendo

consciente a partes iguales de que

se encontraba sumida en la más

absoluta oscuridad y de que allí

había alguien, de pie junto a ella,

junto a su cuerpo que no respondía.

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Notó como se giraba hacia ella a la

vez que acercaba su cara para

simplemente arrojar su aliento

contra sus mejillas. Su vello se erizó

violentamente.

Un único grito pudo escucharse y

simplemente corrió hacia fuera de la

casa, tiró el cuchillo, era inútil,-como

ella supuso desde el principio de

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esta historia- esa cosa había

demostrado no tenerle ninguna

clase de miedo y por lo que ella se

trataba eso lo convertía en

prácticamente indestructible.

Salió de la casa con un temblor tal

que perdió parte del poder que

cada persona detenta sobre su

propio cuerpo, hasta tal punto que

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la llave cayó tan solo un metro hacía

dentro de pasillo en que comenzaba

la casa pero, si algo tenía claro es

que no pensaba volver a poner un

pie dentro de aquel lugar al que

ahora era incapaz de percibir como

su hogar.

Cerró la puerta y simplemente

corrió. Su casa quedaba un tanto

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aislada de las restantes del pueblo,

así que de camino pensó en quién

acudir.

Tenía un pequeño grupo de

familiares al que sin duda podía

pedir auxilio, pero de repente cayó

en la cuenta, ¡la maldita llave! Eso la

hizo decantarse directamente por

su tío Blas, el hermano de su madre

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si mal no recordaba tenía una llave

de su casa.

Al llegar a casa de su tío fue incapaz

de contar aquello todo lo que

pensaba que había visto, o más bien

sentido.

Era una historia fantástica de esas

de la que ella misma se hubiese

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reído. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué

pensaba que había en su casa? En lo

más interno de su ser sabía que allí

no había una persona.

Sencillamente no encajaba. Pero,

también sabía que era incapaz de

verbalizar aquello que pensaba así

que se limitó a contar lo que

cualquier adulto cabal querría

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escuchar.

Pensaba que había alguien en su

casa, sin más. Había oído un golpe y

salido corriendo de allí en busca de

auxilio.

Evidentemente, sus palabras

causaron el efecto esperado y su tío

se dispuso a acompañarla a su casa

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y asegurar que allí, por lo menos ya,

no hubiese nadie.

Entraron a la casa y, al cerrar la

puerta fue extraño para Lya, esa

especie de neblina extraña que

invadía su casa la primera vez ahora

ya había desaparecido.

Lo achacó a la seguridad que le

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aportaba estar allí dentro con otra

persona.

Examinaron cada palmo de la casa

juntos, allí donde iba Blas iba

también Lya, sin separarse, con las

luces todas las habitaciones

encendidas, los faldones de las

colchas de las camas subidas,

asegurando que en caso de que allí

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hubiese algo no le quedase ni un

rincón donde esconderse.

Ya que hubieron terminado la

búsqueda sin obtener resultado

alguno y con Lya invadida por una

repentina seguridad que la hacía

hasta dudar de lo que allí mismo

antes había ocurrido, cayeron en la

cuenta de que no habían revisado el

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sótano. Ese gigante y angosto

sótano todavía sin finalizar de

construir, ¿cómo lo había podido

pasar por alto?

Ese lugar que cuando anochecía le

costaba tanto visitar y es que en su

imaginación era el escenario

perfecto en que se escondería

cualquier criminal que quisiera

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matarla o torturarla. Historias que

sin saber muy bien por qué

atravesaban la mente de Lya

prácticamente desde que tenía uso

de razón.

Aunque puede que la explicación

fuese sencilla, adoraba sentir miedo.

Desde pequeña necesitaba ver

películas de terror y no porque

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fuese extraordinariamente valiente

o porque no creyese en cuentos de

terror.

Lya sentía miedo, pero a decir

verdad encontraba una extraña

tranquilidad dentro del miedo que

le producía ver aquellas macabras

historias.

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Bajaron una vez más juntos al

sótano, ella siempre detrás de él,

vigilando sus espaldas para que no

se escapase ni la más pequeña de

las sombras.

Al llegar allí, nada. La más absoluta

nada. Todo estaba como siempre,

los coches, el material de trabajo de

papá, aquel viejo sofá vacío roído

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por algún perro que tuvieron hace

años. Y todo acabó. Lya se sentía

tremendamente estúpida por

aquella disparatada idea que había

atravesado su mente.

Esa que ahora parecía tan alejada y

hasta infundada –aunque sí que

tenía claro que aquella exhalación

había sido real, al menos en su

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mente-. Subieron las escaleras de

vuelta a la planta principal riendo y

relajados, completamente ajenos al

motivo que 2 minutos antes les

había hecho bajar esas mismas

escaleras. En esa casa no había nada

ni nadie.

Entraron a la cocina y pasada esta,

allí se encontraban, frente a la

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puerta. El pulso de Lya se disparó, el

temblor volvió y el vello se erizó por

última vez aquella noche, la puerta

de la calle –aquella puerta de

madera maciza y en ocasiones hasta

pesada- estaba abierta de par en

par.

El tío Blas sonriendo le preguntó: -

¿te has dejado la puerta abierta? En

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ese momento lo comprendió. No le

perseguía ninguna sombra porque

ya se había marchado.

Su cuerpo se relajó: - Quizás, tío Blas

- respondió devolviéndole, al fin

aquella noche, una serena sonrisa.

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ACERCA DEL AUTOR

Zhack Newman es considerado como un autor que


sabe plasmar obras a su gusto y manera, de tal
forma que define en cada una de ellas una buena
apreciación de su magnitud creativa.

En cada situación sabe contemplar muy bien que


sentimientos se encuentran involucrados en sus
lectores y en aquellas cosas efímeras que le hacen
recordar porque es importante la escritura.

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COPYRIGHT © 2021 ZHACK NEWMAN


Todos los derechos reservados.

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