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como amenaza
al sistema democrático
II Jornadas Internacionales
“Desafíos en el campo
de los derechos humanos”
El negacionismo como amenaza al sistema democrático : II Jornadas Internacionales
desafíos en el campo de los derechos humanos / Ivana Romina Barneix ... [et al.]. -
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ediciones SAIJ, 2023.
Libro digital, PDF
ISBN: 978-987-8338-75-0
El negacionismo como amenaza al sistema democrático.
II Jornadas Internacionales “Desafíos en el campo de los Derechos Humanos”
1ra edición - agosto de 2023
Los artículos contenidos en esta publicación son de libre reproducción en todo o en parte,
citando como fuente al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.
Andrea Copani
Directora Nacional de Gestión de Fondos Documentales
del Archivo Nacional de la Memoria
Mara Palazzo
Integrante de la Dirección Nacional de Coordinación Estratégica
índice general
página
Introducción..................................................................................................................... XV
página
El libro que presentamos aquí constituye una herramienta más para sumar al combate
contra el negacionismo, como parte de esas respuestas necesarias. Es una publica-
ción que reúne fragmentos de una experiencia muy rica de discusión y análisis de la
problemática: las II Jornadas Internacionales "Desafíos en el campo de los derechos
humanos", organizadas por la Secretaría de Derechos Humanos en marzo de 2023, en
el marco del III Foro Mundial de Derechos Humanos.
Consideramos que los aportes aquí reunidos son fundamentales para abonar el trata-
miento de este tema. No solamente intentan determinar qué es el negacionismo, cuáles
son sus desarrollos históricos, cómo se inscribe en la retórica de los discursos de odio,
cuáles son sus particularidades en el caso argentino y cómo dialoga con trayectorias de
otras partes del mundo. Estos textos también buscan explorar respuestas a dicha pro-
blemática desde distintas esferas, como la comunicación, la educación y los poderes
Legislativo y Judicial.
en día calan más hondo que hace unos pocos años– son expresiones que pretenden
justificar y edulcorar proyectos políticos de injusticia y desigualdad, antitéticos a una
mirada desde los derechos humanos. Por eso, combatirlos es defender la democracia
como estándar innegociable para la Argentina y el mundo entero.
Palabras Preliminares
Juan Martín Mena
Secretario de Justicia de la Nación
Hoy, lamentablemente, ese logro inobjetable del pueblo argentino, como muchos otros,
es relativizado, puesto en duda o banalizado por diversos sectores políticos, que di-
namitan las conquistas sociales que dábamos por sentado en estas cuatro décadas
de vida democrática. Como afirma Víctor Abramovich en una publicación reciente del
SAIJ-Infojus, parecía que estaba claro que nuestro país había logrado construir un piso
de consenso y de convivencia que alejaba los fantasmas de ciertos discursos negacio-
nistas. Eso cambió en los últimos años. El procurador fiscal ante la Corte Suprema lo
explica con una anécdota personal sobre su rol como docente en la Facultad de Dere-
cho de la UBA: “Tengo alumnos que me discuten el terrorismo de Estado. Eso antes no
pasaba, nadie discutía el terrorismo de Estado en la facultad”.
Es que hasta hace pocos años atrás era impensado poner en duda de manera pública las
conquistas en la lucha contra la impunidad. Hoy vemos cómo día a día se corre la línea
de lo que se puede decir y no decir. Vemos cómo se lanzan argumentos negacionistas
El negacionismo como amenaza al sistema democrático
X Juan Martín Mena
Cristina Fernández de Kirchner nos alertó sobre esta problemática. Fue justamente el
día en que el Estado nacional repatrió un avión que había sido usado en los denomina-
dos “vuelos de la muerte”. En esa ocasión, la vicepresidenta resaltó la importancia de
contar con una ley para penalizar el negacionismo. “La Argentina no la necesitó hasta
2015 porque no había argentino que lo negara”, dijo. Y explicó que, a partir de ese año,
y con apoyo mediático –el mismo que hubo entre el 76 y el 86–, empezó a instalarse la
teoría del negacionismo.
El tema ocupa un lugar en el debate público argentino y se reactualiza con los vaivenes
de la discusión política. En el Congreso hay varios proyectos de ley que buscan determi-
nar las pertinencias de penalizar o ponerle límites a las expresiones negacionistas. La
mayoría busca modificar el Código Penal para que se añada el delito de negacionismo
de crímenes contra la humanidad. Las penas serían solo para funcionarios públicos y
contemplarían la inhabilitación y la destitución, además de capacitaciones obligatorias
en la materia para los integrantes de los tres poderes del Estado. Lo que está en dis-
cusión no es menor y genera muchos interrogantes, aún dentro de los organismos de
derechos humanos. ¿Necesitamos a la ley penal para frenar estos discursos, es esa la
mejor vía? ¿Estaría en riesgo el derecho a la libertad de expresión? ¿Alcanza con insistir
en el diálogo, con explicar y educar con perspectiva en derechos humanos a aquellos
que sostienen ideas negacionistas, cuando sabemos que la mayoría de ellos no lo ha-
cen desde la ignorancia sino con un objetivo político? También debemos determinar qué
rol debe tener el Estado, qué posición tomar al respecto. No es el único actor involucra-
do, claro. Como señaló Luis Eduardo Duhalde en su obra El Estado terrorista argentino
(1999), ineludible a la hora de analizar estos temas, “se suele poner el acento en la res-
ponsabilidad del Estado en la observancia general de los derechos de los ciudadanos,
lo cual es correcto, pero suele olvidarse que la única garantía de su vigencia está en la
solidez del entramado de la sociedad civil y de sus articulaciones, capaz de poner frenos
a los avances del autoritarismo”.
La socióloga Valentina Salvi analizó otro eje del entramado negacionista: la propuesta
de civiles y militares de la propia dictadura, luego retomada por organizaciones que
integran familiares de exmilitares enjuiciados, de una “pacificación” o “reconciliación” na-
cional que es, en definitiva, una máscara para la búsqueda de impunidad. Está claro que
no habrá jamás reconciliación entre víctimas y victimarios del genocidio sin justicia de
por medio. Por un lado, porque no puede haber reconciliación con quienes crearon una
maquinaria de terror que exterminó, desapareció y robó bebés en una sala de tortura. Y,
por el otro, porque hay un derecho irrenunciable del Estado, que no puede, a través de
sus políticas públicas, decretar el perdón ni obligar a las víctimas a perdonar.
La Segunda Guerra Mundial nos legó el horror del Holocausto. A raíz de esa tragedia
inenarrable de la historia moderna, los Estados crearon la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, en 1948. La última mitad del siglo XX estuvo caracterizada por el
esfuerzo de las naciones de forjar en leyes aquellos derechos reconocidos más en los
papeles que en las prácticas estatales y sociales. Entre otras cosas, para evitar aquello
que ya había sido advertido por Simone Veil, política francesa y sobreviviente de Aus-
chwitz: que el Holocausto había sido un evento único en la historia de la humanidad,
pero no lo era el veneno del racismo, el antisemitismo y el odio, “que han sido amenazas
diarias siempre”.
El delito de negacionismo surgió en una primera etapa durante la década del 90 en los
sistemas jurídicos de Alemania, Francia, Bélgica y España, entre otros países. Hoy la
mayoría de los Estados europeos contemplan el delito de negacionismo, también pre-
sente en normas supranacionales. Por poner solo algunos ejemplos, en Alemania, país
precursor en esta temática, el artículo 130 del Código Penal condena a quien en público
aprueba, niega o banaliza los crímenes del nazismo. Este delito es sancionable con una
pena privativa de libertad de hasta cinco años de prisión, según la gravedad. En Francia
está prohibida la apología de crímenes contra la humanidad, pero no la negación. La
pena por ese delito es de uno a cinco años de prisión. Y la justicia austríaca castiga la
negación o banalización del nazismo con penas de entre uno y diez años. Solo por poner
algunos ejemplos.
Estas tendencias, que fueron minúsculas durante 2003 y 2015, tomaron otra dimen-
sión a partir de la llegada del macrismo a la presidencia de la Nación, tal como recordó
Cristina. Fue a partir del triunfo de Mauricio Macri que las declaraciones negacionistas
se multiplicaron y ganaron visibilidad. El propio Macri mismo relativizó la cifra de 30 mil
desaparecidos y se refirió al terrorismo de Estado como “guerra sucia”. Lo más grave du-
rante su mandato sucedió en mayo de 2017, cuando la Corte Suprema, con dos de sus
jueces elegidos por un decreto presidencial, votó por el 2x1 para beneficiar a genocidas.
En la práctica, ese fallo significaba una nueva amnistía para una cantidad considerable
de represores. Esa medida logró frenarse gracias a la rápida reacción de los organismos
de derechos humanos y a una histórica y multitudinaria movilización popular de repudio,
la “marcha de los pañuelos blancos”. El abogado Alan Iud, que en ese momento coordi-
naba el equipo jurídico de Abuelas, recuerda que tras el fallo se generó una situación con
pocos antecedentes en la historia judicial argentina. “Casi ningún juez siguió la doctrina.
Al día siguiente de dictarse el fallo ya se había producido tal rechazo que ni siquiera los
jueces, que están obligados a seguir la doctrina de la Corte, la acataban”. Al año siguien-
te, la Corte dio marcha atrás con su decisión.
Sin embargo, como decía al principio, los procesos históricos no son lineales. En esos
años de macrismo los organismos de derechos humanos y de la sociedad civil también
empezaron a advertir sobre la avanzada contra las políticas de Memoria, Verdad y Jus-
ticia. El CELS, por ejemplo, identificó en uno de sus últimos informes anuales algunos
ejes que despliegan los sectores negacionistas. ¿Cuál es su estrategia? Instalar el pa-
radigma de “la reconciliación” como alternativa superadora de los juicios de lesa huma-
nidad, estigmatizar el proceso de justicia como ejercicio de venganza y secuela de una
lógica de enfrentamiento, convertir en víctimas a las personas que fueron condenadas,
procesadas e imputadas y, finalmente, relativizar al terrorismo de Estado e instalar una
agenda de “verdad completa”.
Ello refleja con nitidez y contundencia que resulta imperioso discutir y sancionar una ley
sobre negacionismo en nuestro país.
Sobre este punto la filósofa italiana Donatella Di Cesare, autora del libro Si Auschwitz no
es nada (2023) analiza que la genealogía del negacionismo tiene dos características: el
rechazo a una verdad “oficial” y la inversión de roles entre víctimas y victimarios. En el
caso de la Shoá, los defensores del nazismo han llegado al paroxismo de negar la exis-
tencia de las cámaras de gas y los hornos crematorios.
Al igual que quienes relativizan la cifra de seis millones de víctimas del Holocausto, en la
Argentina el leit motiv de los negacionistas es poner en duda los 30 mil desaparecidos.
Esta estrategia intenta relativizar la magnitud de la represión y, por consiguiente, res-
tarle gravedad y sistematicidad. Ya en 2009 Eduardo Luis Duhalde le escribió una carta
pública a Graciela Fernández Meijide, a raíz de que ella había relativizado la cifra de 30
mil desaparecidos. Allí sostenía que los dichos de Fernández Meijide partían de un error
El negacionismo como amenaza al sistema democrático
XIV Juan Martín Mena
esencial: creer que existe algún registro fehaciente de la dimensión del crimen masivo
de lesa humanidad perpetrado por las Fuerzas Armadas argentinas y sus socios civiles.
Es importante recordar y subrayar este punto: no hay registro de la cantidad de asesina-
dos y desaparecidos, esa información siempre estuvo en poder de los genocidas. Jus-
tamente sobre la clandestinidad de la represión, el escritor Martín Kohan le respondió
al exfuncionario macrista Darío Lopérfido en una entrevista televisiva que hoy ya es un
documento histórico: “A ese cinismo macabro de no revelar dónde estaban los cuerpos
de los desaparecidos y tener a los familiares buscando hasta hoy, al hecho macabro
de que los secuestros producidos en aquel momento siguen siendo secuestros porque
sigue habiendo hijos de desaparecidos que no sabemos dónde ni en manos de quién
están, al hecho macabro de no dar esa información, se responde con la cifra 30 mil”.
Kohan reafirmaba lo que ya sabemos: esa información no existe. Y no la tienen los so-
brevivientes, los familiares de las víctimas ni el pueblo argentino por el carácter criminal
y clandestino que tuvo la última dictadura.
Tenemos por delante la enorme responsabilidad de seguir defendiendo las banderas del
Nunca Más y los símbolos de la lucha contra la impunidad y contra el olvido. Seguire-
mos disputando política y argumentalmente por la construcción de la memoria colec-
tiva, porque solo así lograremos fortalecer nuestra democracia. Es imprescindible en
ese camino transmitir esa memoria a las nuevas generaciones, tal como nos enseñaron
siempre las Madres, las Abuelas y los Hijos.
Introducción
Al igual que en su primera edición, la organización de las jornadas partió de una convo-
catoria abierta y en etapas. En primer lugar, se recibieron propuestas de mesas temáti-
cas que debían inscribirse en alguno de los ejes planteados:
1. Discusiones teórico-conceptuales sobre los discursos de odio y la negación; distor-
sión y banalización de los genocidios.
2. El negacionismo de los crímenes de la última dictadura cívico-militar en Argentina:
sujetos involucrados, derivas históricas y debates actuales.
El negacionismo como amenaza al sistema democrático
XVI Secretaría de Derechos Humanos
una perspectiva de género. Así, pone el foco en las especificidades del ensañamiento
contra la comunidad LGBT+ durante el terrorismo de Estado y en los discursos desarro-
llados en torno a ella en los años posteriores, trazando también profundas relaciones
con los discursos de odio impulsados en la actualidad por representantes del neofas-
cismo.
El último conjunto de textos despliega los diferentes debates que se dan en torno al
aspecto jurídico del negacionismo y los discursos de odio, con especial énfasis en la
discusión sobre la pertinencia y efectividad de su penalización. Valeria Thus desarrolla
esta discusión haciendo hincapié en la comprensión del negacionismo de los crímenes
de Estado en el marco de las conceptualizaciones sobre los discursos de odio, funda-
mentalmente en los sistemas de protección universal. Asimismo, la autora reivindica el
rol del derecho “como política pública de confrontación a estos discursos”, que afectan
la dignidad humana de las víctimas (sobrevivientes y familiares) y el derecho/deber a la
memoria de la sociedad. El trabajo de Emiliano Espejo y Santiago Zurzolo Suárez ex-
plora, por su parte, algunos instrumentos legales vigentes para abordar la problemática
del negacionismo, afirmando que existen insumos jurídicos que en cierto modo vuelven
fútil la discusión en torno a la criminalización, debiéndose poner el foco en la esfera de
la previsión. Finalmente, Juan Cruz Goñi examina las potencialidades y los límites del
uso de la herramienta penal para lidiar con el negacionismo, distinguiendo el dilema
sobre la validez de aquel en relación a su deseabilidad y eficacia en comparación con
otras herramientas disponibles. El autor piensa la herramienta penal como una más
entre muchas otras, que debe ser usada como último recurso. Apuesta por un modelo
de criminalización ajustado al contexto local y centrado en la protección de la dignidad de
la víctima y no de una supuesta “memoria oficial”, con un tratamiento particular en los
casos de funcionarios/as públicos/as.
En ese sentido, debido a las limitaciones del ser humano no es posible acceder a la
verdad absoluta, de forma que la verdad es el resultado de acciones humanas de tipo
intelectual, práctico y valorativo, que tiene enfoques y transcendencias diferentes. Sin
(*) Abogada (Universidad Nacional de La Pampa). Especialista en Derechos Humanos (UNLPam). Maes-
tranda en Derecho Penal y Derecho Procesal Penal (UNLPam). Diplomada en Derecho Constitucional y
Derechos Humanos (Red AIRE). Diplomada en Genocidios y Crímenes contra la Humanidad (FILO- UBA/
SHOLEM). Coordinadora del Programa Académico Institucional de Derechos Humanos (UNLPam). Inte-
grante, bajo el programa de formación docente, de la cátedra “Derecho Internacional Público y Sistemas
Internacionales de Protección de Derechos Humanos” (UNLPam). Abogada querellante en juicio por crí-
menes de la dictadura en La Pampa (megacausa “Subzona 1.4 III” 2020-2022).
Correo electrónico: ivanabarneix@hotmail.com
embargo, la verdad no será la visión particular de cada individuo, sino que existe la pre-
tensión de alcanzarla con el mayor grado de objetividad y generalidad posible.
En este aspecto, reviste importancia señalar que la relatividad será atribuida al cono-
cimiento de la verdad sobre algo, en base a que existan o no razones suficientes para
tener ese conocimiento como probable, y no a la verdad en sí misma (Ruiz Monroy,
2016). En el caso que aquí se expone, aquello podría ser traducido en los siguientes
términos: la búsqueda de la verdad hace referencia al conocimiento de las violaciones
de derechos humanos cometidas entre 1975 y 1983 en Argentina, de modo que las he-
rramientas legales, judiciales y de otra índole que se posean –o de las que se carezca–
para arribar a ese conocimiento va a determinar que este sea verdadero o no, pero no
va a determinar la validez de la verdad en sí misma, es decir, que durante ese periodo se
cometieron violaciones sistemáticas de derechos humanos.
En segundo lugar, la verdad es uno de los pilares de la justicia transicional, que de for-
ma interdependiente con la justicia, memoria, reparación y garantías de no repetición,
tiene como objetivo subsanar las vulneraciones masivas de los derechos humanos
(Consejo de Derechos Humanos, 2012). A raíz de ello se ha establecido que la verdad
es un derecho, contenido en diversos pronunciamientos e instrumentos que confor-
man su corpus iuris.
El derecho a la verdad tiene base jurídica convencional en los arts. 32 y 33 del Proto-
colo I adicional a los Convenios de Ginebra, del 12 de agosto de 1949, relativos a la
protección de víctimas de los conflictos armados internacionales, como así también en
el Preámbulo y art. 24.2 de la Convención Internacional para la Protección de todas las
Personas contra las Desapariciones Forzadas. A su vez, el Comité Internacional de
la Cruz Roja sostuvo que “el derecho a la verdad era una norma del derecho internacio-
nal consuetudinario aplicable tanto a los conflictos armados internacionales como a los
internos” (Consejo Económico y Social, 2006, párr. 7), y en la resolución 2005/66 de la
Comisión de Derechos Humanos de la ONU (2015) destacó que “se deberían adoptar
las medidas adecuadas para identificar a las víctimas en las situaciones que no equival-
gan a conflicto armado, en especial en los casos de violaciones masivas o sistemáticas
de los derechos humanos”. En esa línea, se ha determinado que el derecho a la verdad
no se limita a los conflictos armados, internacionales o internos, ni a las desapariciones
forzadas, sino que se aplica “a todas las violaciones manifiestas de los derechos huma-
nos” (Consejo Económico y Social, 2006, párr. 34).
Por otra parte, se ha sostenido que el derecho a conocer la verdad acerca de las viola-
ciones manifiestas de los derechos humanos es un “derecho autónomo con su propia
base jurídica” (Consejo Económico y Social, 2006, párr. 42). A su vez, en respuesta a la
nota verbal de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos
(1) Véase: resoluciones 3230 (XXIX); 33/173; 45/165 y 47/1132 de la AG de ONU; resoluciones 666
(XIII-0/83), 742 (XIV-0/84) y 2175 de la AG de OEA; resolución 2005/66 de la Comisión de Derechos
Humanos ONU; Principios 2, 3 y 4 del Conjunto de Principios Actualizados para la Protección y la Pro-
moción de los Derechos Humanos Mediante la Lucha contra la Impunidad de ONU; Principios IX y X de
los Principios y Directrices Básicos sobre el Derecho a un Recurso y Reparación para las Víctimas de
Violaciones Manifiestas del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y Violaciones Graves del
Derecho Internacional Humanitario de ONU.
El Comité de Derechos Humanos de ONU, en casos contenciosos, ha vinculado el derecho a la verdad
con los derechos contemplados en los arts. 7º y 23 PIDCyP, y los arts. 8º y 9º CDN; por su parte, la CIDH y
la Corte IDH remarcaron que el derecho a la verdad es un derecho humano que se ha consolidado como
una garantía establecida en los arts. 1.1, 5º, 11, 13, 8 y 25 CADH.
(2) En Argentina, el derecho a la verdad está reconocido de forma implícita en el decreto 187, en las
leyes 23.511 y 25.653 y en el art. 33 de la Constitución Nacional. A su vez, está expresamente recono-
cido en el decreto 1259 y ha sido expresamente tratado en los Juicios por la Verdad y sostenido por los
tribunales nacionales desde el caso “Mignone” hasta la actualidad.
Humanos, varios países, entre ellos Argentina, expresaron la opinión de que “el derecho
a la verdad es un derecho autónomo en el derecho internacional” (Consejo Económico y
Social, 2006, párr. 21), y a partir de los Juicios por la Verdad efectuados en Argentina, se
ha considerado que “en el Derecho interno argentino se reconoce el Derecho a la Verdad
como un derecho autónomo del proceso penal” (Grández Mariño, 2016, p. 353). En esa
línea, “como derecho fundamental autónomo, el derecho a la verdad se validaría por sí
mismo como un derecho, inalienable y no susceptible de suspensión (…) y es impres-
criptible, irrenunciable, e innegociable” (González de Raquena Farré, 2018, p. 52).
Sin embargo, el ejercicio del derecho a la verdad está estrechamente vinculado con
otros derechos y garantías, como el derecho a la integridad personal y a no ser sometido
a torturas o malos tratos, el derecho al duelo, el derecho a la identidad, el derecho a la
protección de la familia, el derecho a la honra y dignidad, el derecho a solicitar y difundir
información, el derecho de acceso a la justicia y el derecho a obtener reparaciones. Por
último, el derecho a la verdad está unido a la idea de democracia y produce efectos
como garantía de no repetición de graves violaciones de derechos humanos (Consejo
Económico y Social, 2006; CIDH, 2014).
Los fenómenos negacionistas se enmarcan en una situación o estadio general que ha sido
denominado “posverdad”, caracterizada por el control de la atención y la opinión pública,
en donde se induce a un escepticismo de los saberes disciplinares y las autoridades cul-
turales, y se difunden, de forma instantánea, hechos alternativos y rumores inverificables
(Harsin, 2015). En ese sentido, los criterios y posiciones de sujetos dominantes y los apa-
ratos ideológicos, políticos y económicos –como los medios de comunicación– tienen
capacidad de arbitrar la verdad, controlar su adquisición y reproducirla masivamente. De
esa forma, se destruyen interesadamente las tramas históricas que sostienen el presen-
te y se multiplican relatos históricos alternativos, relativistas y apologistas que producen
distorsiones interesadas en la memoria colectiva, a través de la imposición del olvido y la
negación de la violencia y la represión. Finalmente, estos discursos quiebran la relación
moral basada en la comunicación racional, las creencias racionalmente justificadas y, en
definitiva, el vínculo social (González de Raquena Farré, 2018).
En esa línea, la Corte IDH determinó que el “derecho a la verdad, al ser reconocido y
ejercido en una situación concreta, constituye un medio importante de reparación,
y por tanto, da lugar a una expectativa de las víctimas, que el Estado debe satisfacer”
(Corte IDH, 2005, párr. 297). Por su parte, en los Principios y Directrices sobre Derecho
a un Recurso y Reparación se dispuso, entre otras medidas de reparación, “una disculpa
pública que incluya el reconocimiento de los hechos y la aceptación de responsabilida-
des” (ONU, 2005, párr. 22).(3)
Al respecto, sostiene Beristain (2009) que el reconocimiento oficial de los hechos está
“basad[o] en el respeto y la dignidad de las personas, y el restablecimiento de una cierta
confianza” (p. 199). Esas violaciones han denigrado a las víctimas, y ante la ausencia de
un reconocimiento oficial por parte del Estado, muchas personas ven cuestionada su
propia experiencia. De esa forma, la validación social sobre el pasado está inmersa en
un reconocimiento explícito de la veracidad de los hechos y de la responsabilidad del
Estado en ellos.
Son pocos los ejemplos de reconocimiento oficial de los hechos en el pasado.(4) Su-
mado a ello, en la actualidad y cada vez con mayor frecuencia, miembros de los tres
poderes del Estado se niegan a repudiar el golpe de facto y buscan reinstalar la teoría
de los dos demonios en las cámaras de representación del pueblo (“Día de la Memo-
ria: el discurso negacionista de los bloques de Milei y López Murphy en la Legislatura”,
25/03/2022), además de formular, en diversos ámbitos, similares discursos negacionis-
tas y apologistas de odio. Esos discursos, a su vez, son receptados y reproducidos, o
(3) En el mismo sentido, en el caso “Bámaca Velázquez vs. Guatemala”, la Corte IDH ordenó por primera
vez la realización de un acto público de reconocimiento de responsabilidad y desagravio a las vícti-
mas, y a partir de allí esa medida de satisfacción fue incorporada en otras sentencias (Corte IDH, 2002,
párr. 84; 2003, párr. 188; 2006, párr. 405).
(4) Quizá, por el peso simbólico, el más destacable sea el acto oficial del 24 de marzo de 2004, en el que
Néstor Kirchner –posterior a emitir la orden de descolgar de una de las galerías del Colegio Militar los
cuadros de los represores Videla y Bignone– expresó que acudía en calidad de Presidente de la Nación
Argentina a “pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20
años de democracia por tantas atrocidades” (Casa Rosada Presidencia, 2004).
La Corte IDH (2007, párr. 195; 2011, párr. 195) ha dicho que la satisfacción de la di-
mensión colectiva del derecho a la verdad exige la determinación procesal de la verdad
histórica lo más completa posible. Sin embargo, por las particularidades de los proce-
sos penales, las sentencias podrían configurar una verdad judicial que deje afuera otros
sucesos que también contribuyen a la determinación de la verdad; lo que ocurre, por
ejemplo, respecto de la adopción de una u otra de las calificaciones jurídicas dominan-
tes, es decir, genocidio o lesa humanidad.(5) Los principales argumentos esgrimidos por
los tribunales federales para rechazar la calificación de genocidio y adoptar la noción de
lesa humanidad pueden resumirse principalmente en, por un lado, la falta de tipificación
del delito de genocidio en el ordenamiento interno argentino y, por el otro, en la consi-
deración de que la represión en Argentina obedeció a motivos políticos, que el grupo
(5) La corriente que adopta la noción de lesa humanidad considera que existió un arrasamiento de los
derechos individuales por parte de la estructura estatal, de forma indiscriminada, a fin de ahogar la ex-
presión de movimientos políticos. En cambio, en la noción de genocidio, la persecución es discriminada
en cuanto grupo, con el objetivo de transformar las relaciones sociales basadas en la reciprocidad y la
cooperación hacia relaciones basadas en el individualismo y la desresponsabilización, es decir, el esta-
blecimiento de nuevos modelos identitarios.
Existen importantes trabajos que permiten abordar dichos argumentos, que por razones
de brevedad no analizaré en esta oportunidad.(6) Sin embargo, me interesa señalar que
los debates sobre la calificación de los hechos permitieron vislumbrar que los juicios
se configuran como espacios privilegiados para la construcción de sentido (Silveyra y
Feierstein, 2020), en los que “el reconocimiento judicial es relevante, no solo del punto
de vista jurídico, sino también por el impacto que esto tiene en la construcción de la ver-
dad” (Poder Judicial, 2022). En ese sentido, la calificación bajo la figura del genocidio es
un intento para que el Estado reconozca de manera oficial la importancia del elemento
identitario de las víctimas –en su pertenencia en cuanto grupo– y el carácter puntual de
las violaciones cometidas, la motivación y las consecuencias –en particular en cuanto
al objetivo de reestructuración de las relaciones sociales–, aspectos que pierden rele-
vancia en la calificación de lesa humanidad.
Esa valoración judicial sobre las circunstancias que permitieron las violaciones de
derechos humanos cobra relevancia ante los “discursos negacionistas actualizados”
o “neonegacionismos”. En contextos actuales son utilizados discursos vindicativos de
represores y apologistas de la dictadura para deshumanizar y construir como negativi-
dad a determinados colectivos, como mujeres que contrarían el estereotipo de género y
militantes feministas, colectivo LGTBIQ+, personas privadas de libertad, adolescentes y
jóvenes que son etiquetados por su pertenencia a determinados grupos socioculturales,
(6) Refiero en particular a los trabajos de Daniel Feierstein (2001; 2011a; 2011b; 2019); Silveyra y Feiers-
tein (2020); Shaw (2013), entre otros.
pueblos indígenas, entre otros. Esos colectivos, que no compatibilizan con los ideales
cristianos, heteropatriarcales, imperialistas y occidentales, promovidos por genocidas
y por las nuevas derechas conservadoras, son quienes en mayor medida sufren vul-
neraciones a sus derechos humanos a través del accionar de las fuerzas de seguridad
–desapariciones forzadas, “gatillo fácil”, detenciones arbitrarias, muertes dudosas en
comisarías, etc.–, o por políticas producto de la versión neoliberal del capitalismo –que
intensifican la pobreza y la inestabilidad económica– e, incluso, por las prácticas del Po-
der Judicial –con sentencias arbitrarias y discriminatorias, criminalización exacerbada y
mayor punitivismo, entre otras–. En este aspecto, se genera una segunda tensión entre
los discursos neonegacionistas y el derecho a la verdad en su dimensión colectiva, en
particular por ser garantía de no repetición de violaciones de derechos humanos.
Humanos (CIDH, 2005, cap. VII). Al respecto, la Corte IDH (2004, párr. 182) ha puntuali-
zado que, por ejemplo, que una persona sea tratada como “terrorista” somete tanto a ella
como a su familia al odio, al desprecio público, a la persecución y a la discriminación. A su
vez, algunas expresiones pueden revestir verdaderos actos de estigmatización particular-
mente graves, ya que “además de fomentar el odio, el desprecio público y la persecución,
tienen el efecto de incitar la violencia contra la víctima y sus familiares” (2010, párr. 203).
De esa forma, la Corte IDH (2004) ha determinado que el derecho a la honra y la dignidad,
vinculado a su vez con el derecho a la vida e integridad personal, es “un límite a la expre-
sión, ataques o injerencias de los particulares y del Estado” (párr. 101).
En Argentina se han generado debates sobre qué tipo de mecanismo para el estable-
cimiento de responsabilidad posterior, en los términos del art. 13, inc. 2 CADH, resultaría
idóneo y proporcionado para desalentar la formulación de estas expresiones, tenien-
do en cuenta el bien jurídico protegido. Sin embargo, un abordaje no prohibicionista o
punitivista podría pensarse, sin caer en reduccionismos ingenuos, desde la promoción
y educación en derechos humanos. En ese sentido, “no solo tenemos que conocer el
pasado y, a nivel político, defender el derecho público a conocer la historia como parte
de cualquier democracia, sino además aprender a traducir el pasado al presente aun-
que esté claro que no son la misma época” (Butler, 2019). A su vez, se debe dar cuenta
también respecto a cómo “las dictaduras del pasado vuelven bajo la forma de ataques
neoliberales y autoritarios a la democracia, que apelan a la seguridad para reprimir ma-
nifestaciones, [o] desfinancian instituciones que nos ayudan a comprender crítica e
históricamente los mundos en que vivimos” (Butler, 2019). En suma, tenemos que ser
capaces de percibir cómo los discursos negacionistas vuelven a pretender revictimizar
a víctimas, familiares y sobrevivientes, y cómo los discursos negacionistas actualizados
o neonegacionistas pretenden configurar como enemigos del orden, la moral y la nación
a colectivos y movimientos sociales del contexto actual.
En ese intento por transmitir o traducir el pasado (que luego de 48 años ya no puede
ser caracterizado como “reciente”), debemos adecuarnos a las nuevas lógicas de co-
municación de sociedades contemporáneas, con especial énfasis en las generaciones
que participarán en ese diálogo de transmisión generacional de la memoria, en los que
receptores, e incluso transmisores, del mensaje no han vivenciado el horror. En ese sen-
tido, órganos internacionales de protección de derechos humanos han recomendado
a los Estados establecer mecanismos para difundir la información sobre violaciones
de los derechos humanos y asegurar el acceso adecuado de los ciudadanos a esta
información, “con el fin de promover el ejercicio del derecho a la verdad y la prevención
de futuras violaciones de los derechos humanos” (OEA, 2006, pto. 7), así como adoptar
medidas “encaminadas a preservar del olvido la memoria colectiva y, en particular, evitar
que surjan tesis revisionistas y negacionistas” (Comisión de Derechos Humanos, 2005).
En esa línea, la CIDH (2019) ha recomendado, entre otras medidas, “el uso de redes so-
ciales y medios de comunicación para difundir información sobre las graves violaciones
a los derechos humanos ocurridas” y “el desarrollo de directrices en derechos humanos
en el uso de medios de comunicación” (Principio IX, k y n). En este aspecto, no debe per-
derse de vista que la ideología totalitaria de la dictadura se caracterizó por la fabricación
propagandística de la realidad, convirtiendo la mentira y la ficción ideológica en una rea-
lidad estructuradora de la trama cotidiana de la vida (González de Raquena Farré, 2018).
En los contextos actuales, las redes sociales y plataformas digitales de noticias se han
configurado como la principal vía de comunicación pero, a su vez, por allí es por don-
de circulan en mayor medida los mensajes de odio, apología de la dictadura y teorías
negacionistas. En ese sentido, “los medios de comunicación social y otros medios se
utilizan como plataformas para el fanatismo” (Consejo de Derechos Humanos, 2020,
párr. 94), en los que “la difusión de discursos de odio y de noticias falsas forma parte de
una tendencia más amplia marcada por el ataque al multilateralismo y a los derechos
humanos” (párr. 93).
En tal sentido, el Relator Especial de Naciones Unidas para la Verdad, Justicia, Repa-
ración y No Repetición, Fabián Salvioli, señaló a la educación en materia de medios de
comunicación e información en las escuelas como medida fundamental para contra-
rrestar el daño y los estragos de las noticias falsas, y responder a la crisis de credibilidad
de los medios de comunicación. Salvioli destacó que:
… a través de la educación se enseña a los y las estudiantes a descifrar la información y
las imágenes, agudizar su capacidad de pensamiento crítico y a formar sus opiniones,
Ediciones SAIJ-INFOJUS < Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
La negación de la verdad del pasado como amenaza del futuro. Tensiones del derecho... 13
A modo de conclusión, cabe destacar que pensar y militar estas y otras estrategias
en clave de fortalecimiento de los derechos humanos, desde los roles que ocupa-
mos en las universidades, organizaciones y movimientos sociales, es una demanda
permanente que tenemos la responsabilidad de disputar en el campo de la memoria
colectiva.
Referencias
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20/11/2009, Serie C, Nº 207.
MARTÍN FRESNEDA*
La satisfacción democrática
frente al negacionismo
Introducción
A todo esto se suma el cambio climático tantas veces anunciado, los desmontes y el
uso destructivo de la tierra y los recursos naturales, la pobreza y la desigualdad que
escalaron sin precedentes después de la Segunda Guerra Mundial; la insatisfacción res-
pecto de las democracias, una nueva guerra que nos pone frente a la amenaza constan-
te de una Tercera Guerra Mundial; y, por cierto, tal vez como un indicador que equilibra,
la lucha del feminismo, abriendo las puertas a un nuevo mundo.
(*) Militante fundador de H.I.J.O.S. Abogado en causas por crímenes de lesa humanidad. Director del
Observatorio de Derechos Humanos del Senado de la Nación. Se desempeñó como gerente regional de
Anses Córdoba, secretario de Derechos Humanos de la Nación y legislador provincial.
Correo electrónico: juanmartinfresneda@gmail.com
Considero que sería necesario y ordenador, por un lado, distinguir conceptualmente tres
aspectos del negacionismo: la acción de negar un hecho del pasado; la acción de dispu-
tar sentidos de verdad sobre ese hecho del pasado; y, finalmente, la acción, que no niega
ni disputa, pero reivindica ese hecho del pasado (apología del delito). Por otro lado, es
menester debatir si se necesita un nuevo marco normativo que sancione y/o penalice
dichas acciones como faltas o delitos.
(1) Compréndase que estamos analizando acciones discursivas, expresivas, desplegadas desde la pala-
bra, cuyo sentido constituye la posible acción de daño o conducta lesiva, o sea que la materialidad está
en su significado y significante.
ejemplo, afirmar que en la Argentina no hubo desaparecidos, que esas personas están
en el extranjero, se esfumaron, no existen, son una entelequia, como sugirió Jorge Ra-
fael Videla en 1979. Este argumento es inherente al discurso de la existencia de una
subversión que debía ser aniquilada. Durante el tiempo que duró la dictadura, se escon-
dió y se negó el accionar delictivo del Estado, tanto en su faz discursiva como territorial.
Negar que eso estaba ocurriendo fue una definición articulada, que implicó que los fa-
miliares de las víctimas debieran incluso acudir a la denuncia internacional y a la visita
in loco de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para monitorear
esa realidad.
Por ello, comparto la posición de Daniel Rafecas (2022) cuando, frente a la emergencia
de discursos negacionistas, llama a una reflexión profunda de la sociedad y afirma que
el negacionismo es inherente al terrorismo de Estado y que esconde o encubre el exter-
minio porque su objetivo es la impunidad:
... quienes son perpetradores de genocidios, dedican igual energía, igual esfuerzo a co-
meter los crímenes por un lado y a producir impunidad y negacionismos posteriores por
otro. Prácticamente no hay genocidio sin este coetáneo para producir la impunidad pos-
terior (…) Los negacionismos son absolutamente inherentes a los procesos genocidas,
de terrorismos de Estado y de crímenes de lesa humanidad. (p. 17)
Rafecas lo ejemplifica con las resoluciones finales sobre la cuestión judía, el problema
armenio y el terrorismo de Estado en Argentina, concebido como método de exterminio
y dispositivo de impunidad.
La disputa de sentidos
Creo que en el negacionismo actual persiste ese objetivo de impunidad que refiriera
Rafecas, pero que no se queda ahí, sino que, a diferencia del negacionismo de los años
1980, 1990 e incluso 2000, el de estos días tiene, además, el objetivo de disputar los
sentidos sobre la verdad con el fin de construir un nuevo relato como insumo histórico
en la construcción de un proyecto de presente y futuro. Advierto la existencia de un “neo-
negacionismo”, que se expresa articulado con un discurso de odio contra los dirigentes
nacionales y populares, pero en la alternativa política de una nueva derecha moderna
que se presenta a elecciones, al tiempo que desafía los valores democráticos.
Entre ellos, existen quienes disputan la cifra de 30.000 desparecidos, pero aceptan
que fueron cerca de 8000. En consecuencia, aunque no quieren, reconocen la existen-
cia de víctimas, incluso sin detenerse a pensar que siempre se habló de detenidos-
desaparecidos y de aproximadamente 10.000 asesinados, como si hubieran encon-
trado alguna realidad que les dejara satisfechos o les alcanzara como objetivo de
lucha. En tal sentido, creo que resultaría un absurdo, como se dijo tantas veces, que en
Alemania se cuestione si fueron seis o cinco millones los judíos o gitanos asesinados.
Por lo tanto, existe aquí una relativización, que constituye una suerte de negacionismo
parcial. Formulo esta distinción, que no intenta ser una categoría, para diferenciar el
actual neonegacionismo actual del negacionismo absoluto que se expresó durante la
dictadura, condensado en el ejemplo paradigmático de aquella perversa afirmación
de Videla: “Es una incógnita el desaparecido (…) no tiene entidad”. Pero también para
distinguirlo del negacionismo de la etapa inmediatamente siguiente, el de “por algo
habrá sido”, que, si bien no negó la existencia de los hechos, se ocupó de generar
suspicacias en torno a ellos, de modo tal de instalar la idea de que las víctimas eran
merecedoras de su destino. Estos argumentos se plantearon durante gran parte de la
Hay aquí una idea de disputa que no niega lo innegable, el método de desaparición for-
zada de personas, sino que niega el símbolo de 30.000 y, consecuentemente, la bandera
de los familiares y los organismos de derechos humanos. Pero, ¿qué sentido tendría esta
negación parcial simbólica, sino un sentido político? La respuesta está en la intención de
poner en crisis el sentido de la verdad, de desacreditar a Madres y Abuelas de Plaza de
Mayo, a HIJOS, a ex presos políticos; en definitiva, a los organismos de derechos humanos
en su conjunto. Con esta construcción, se intenta quitar la dignidad de esa lucha colectiva
y ubicarla en manos de personas mentirosas que carecen de honor para encarnar una
lucha transformadora. Este propósito tuvo una eficacia relativa, dado que no logró per-
mear en las grandes mayorías, puesto que
la verdad ya se había visto en imágenes. Por “Advierto la existencia de un
ejemplo, las imágenes del Equipo Argentino ‘neonegacionismo’, que se
de Antropología Forense (EAAF) destapan- expresa articulado con un
do la fosa común en el cementerio San Vi- discurso de odio contra los
cente de Córdoba y mostrando que ahí ha- dirigentes nacionales y
populares, pero en la alternativa
bían sido enterrados clandestinamente los
política de una nueva derecha
desaparecidos. O las imágenes de un capi-
moderna que se presenta a
tán de la Fuerza Aérea como Adolfo Scilin- elecciones, al tiempo que desafía
go confesando que él mismo participó de los valores democráticos”
los vuelos de la muerte, arrojando personas
detenidas vivas al mar. La verdad se vio también en cada uno de los juicios por delitos de
lesa humanidad y en los relatos estremecedores de los sobrevivientes.
Richard Vinyes y Elisabeth Jelin (2021), en un extraordinario texto que se llama Cómo
será el pasado: una conversación a propósito del giro memorial, definen a la memoria
como “un espacio de poder, un instrumento de adquisición de sentido y legitimidad
en constante relación con el poder y sus declinaciones”, y agregan: “Con el pasado se
construye la legitimidad de las conductas y se dota de sentido las decisiones” (p. 17).
Vale aplicar esta definición al fenómeno que advertimos en muchos dirigentes políticos,
periodistas e historiadores, quienes hacen un gran esfuerzo por disputar esos sentidos
sobre la verdad del pasado con el claro fin de ponerlo en la escena del debate públi-
co, desafiando y/o provocando a los relatos o memorias del movimiento de derechos
humanos y del propio Estado. Durante el gobierno de Cambiemos tal provocación se
realizó desde el propio Estado y estuvo en boca de sus funcionarios, justamente por la
debilidad o insatisfacción democrática que aduje líneas atrás. Vinyes reflexiona sobre
una relación clave en este sentido, que es la relación entre memoria y poder: “La me-
moria en cuanto imagen del pasado y portadora de un relato es, para cualquier forma
de poder, un instrumento. La diferencia está en si esa memoria es una imposición, un
deber, un imperativo, o un derecho” (en Vinyes y Jelin, 2021, p. 47).
Por más indignante que puedan resultar algunos aspectos de la realidad que vivimos,
considero que son procesos ineludibles en el marco de la vida democrática; procesos
que emergen como consecuencia del desgaste y la disputa de modelos políticos que,
con el paso del tiempo y la relajación de algunas políticas sociales y públicas, operan
como catalizadores de procesos individuales que se evidencian “insatisfechos” por la
ineficacia de la “democracia” para generar condiciones materiales y simbólicas para el
ejercicio real de derechos y garantías consagrados constitucionalmente. Estos proce-
sos individuales devienen procesos colectivos de descreimiento hacia las instituciones
públicas y democráticas en su cualidad de ordenadoras de la vida en común.
Por estas razones es que sostengo que varias expresiones emergentes que reivindican
o se posicionan desde una resignificación de la noción de “libertad absoluta” están cons-
truyendo, con sus referentes teóricos y políticos, un sentido de memoria en función de
un proyecto político que se centra en atacar los procesos de ampliación de derechos
como política democratizante de la sociedad. Considero, también, que esta disputa se
vio profundizada en la postpandemia, tomando la forma de un discurso que contiene y
representa el enojo social, y lo enarbola como alternativa disruptiva a la hegemonía de
los modelos de sociedad basados en el Estado de derecho y la democracia. Esto explica
sus acciones: no son improvisados que salen aisladamente a provocar y no se configu-
ran únicamente como contrapunto del relato de los organismos de derechos humanos,
sino del propio Estado y de sus políticas públicas.
Desde otra perspectiva, Daniel Feierstein (2022) también se refiere a la discusión sobre
cómo nominar los eventos del pasado y retoma esa antigua idea de que la teoría de los
dos demonios fue la forma de justificar el Juicio a las Juntas y de que dicha teoría fue
una idea de la sociedad que el Gobierno tomó al dictar los dos decretos para enjuiciar
a los integrantes de las Juntas militares y de las organizaciones armadas, fundado en
que un terrorismo justificó el terrorismo de Estado. Por otra parte, sostiene que hubo un
“fracaso de la impunidad” porque las leyes de Obediencia Debida y Punto Final se dicta-
ron contra el pueblo, ya que las encuestas de aquellos años indicaban que la sociedad
no legitimaba la impunidad. Luego, durante la reapertura de los juicios llevados adelante
a partir del 2005, surgieron organizaciones de familiares de imputados que emularon
la organización que tenían los organismos de derechos humanos, y cuyas principa-
les acciones fueron: desarrollar un fuerte ataque a los símbolos de las luchas de los
Finalmente, queda por decir que hay casos de apologetas de crímenes de lesa humani-
dad que reivindican el terrorismo de Estado y que no advierto en ello negación, sino, por
el contrario, reconocimiento y justificación. Este universo argumental centra la atención
en fundar las razones que motivaron a ejecutar el plan de aniquilamiento a la subversión.
El miedo y la confianza
Dicho esto, quisiera también introducir una perspectiva que creo necesaria para deba-
tir desde dónde pensamos el negacionismo, desde qué condición nos preocupa como
fenómeno político que desafía el sentido del pasado, que busca impunidad o equipara-
ción. Acuerdo que el debate es multidimensional y que debemos hacer el esfuerzo de
orientar y organizar estas preocupaciones, en tanto generan angustias e imaginarios de
retrocesos de las conquistas de Memoria, Verdad y Justicia. Esta preocupación siempre
es pensada desde el miedo: miedo a que vuelvan los tiempos de persecución y muerte,
de secuestros y torturas, de centros clandestinos y apropiación de nuestros hijos; miedo
a perder la libertad de opinión y pensamiento, a volver a la soledad más profunda de la
pérdida de lo que más amamos; miedo a perder la democracia.
(3) Aquí Feierstein entra de lleno en la discusión sobre el uso de las nominaciones para definir la repre-
sión como modo de percibir la realidad. El autor sostiene que haber avanzado en el Juicio a las Juntas
con acusaciones por crímenes de lesa humanidad y terrorismo de Estado permitió que surgiera una
“ofensiva recargada” de la teoría de los dos demonios, porque un terrorismo justifica el otro, mientras que
si la acusación hubiese sido por genocidio, no hubiese resultado así. No acuerdo con esta tesis por mu-
chas razones. No considero que concebir la existencia de un Estado terrorista implique necesariamente
la existencia de acciones terroristas por parte de las organizaciones armadas. Tampoco comparto el
argumento de que todos los terrorismos son indiscriminados, puesto que el Estado, al accionar clandes-
tinamente en la ejecución de delitos, genera el mismo terror en la sociedad. Por otra parte, aquel debate
estaba muy lejos de anular a quienes no eran abogados, como expresa el autor. Era una cuestión de va-
cío legislativo y de táctica de juzgamiento como garantía de resultado. Pienso que, de haber prosperado
la postura de Feierstein, no hubiese existido negacionismo porque no hubiésemos podido avanzar con
los juicios. Tampoco los argumentos sobre genocidio de un grupo nacional resultan suficientes para ex-
plicar o definir el encuadre delictivo, puesto que existe numerosa prueba de que fue un plan sistemático
de exterminio a los opositores políticos, quienes fueron identificados para luego ser torturados con el fin
de obtener información y generar detenciones en cadena, y luego ejecutados. Es por esto que señalo que
no creo que la problemática emergente que estamos analizando sea a causa de ello.
Creo que comprender o aceptar desde dónde, desde qué lugar y posición pensamos
el negacionismo nos permitirá un mejor direccionamiento del debate, pero, sobre todo,
una mejor identificación del problema, lo que resulta indispensable para encontrar la
solución eficaz. El último miedo que mencioné, el miedo a perder la democracia, quizás
sea el más verdadero y poderoso, el más fundado y perceptible de todos los miedos,
más aún en estos tiempos en los que existen razones suficientes para afirmar que la de-
mocracia está en riesgo, como lo viene advirtiendo Cristina Fernández de Kirchner. Creo
que debemos poner de nuevo frente nuestros ojos al espejo donde nos miramos como
sociedad, y, en primer lugar, aceptar que no todos vamos a ver lo mismo y que, en con-
secuencia, la reacción y definición será diferente: donde unos vean virtud, otros verán
defecto; donde unos vean amor, otros sentirán odio y resentimiento. Creo que la propia
democracia, y su dinámica de poder, puede armonizar y encauzar estos posicionamien-
tos, erigiéndolas como diferencias aceptables e incluso hasta saludables. Lo que sí re-
sulta una realidad desbordante es que algunos o todos vean la salvación en la muerte
o eliminación de otros.(4) Esto exige una intervención estatal, en particular la del Poder
Judicial, y no necesariamente una exigencia a la democracia en tanto ordenadora.
Finalmente, haré una breve referencia a las posturas que consideran que hay que puniti-
vizar el negacionismo, como lo hicieron muchos países de Europa durante la posguerra.
Comparto en este sentido lo que expresa Feierstein (2017) cuando afirma:
… el peor error es encerrarse en lo que uno sostiene, esto significa seguir repitiendo los
mismos argumentos o cerrar la boca al otro mediante el Código Penal, las ideas no se
penan, por lo tanto, salir a pedir cárcel para quien dice algo distinto, por más agraviante
que sea es un boomerang. Se combate en todos nuestros espacios, saliendo a dar la
disputa conceptual, la disputa política, gubernamental. Mientras que los funcionarios
del Estado deben asumir costos políticos y renunciar, salir de la representación del Esta-
do, no se puede tener representantes que niegan o relativizan el sufrimiento del pueblo.
(p. 26)
Como ya se dijo, la martirización por la causa es uno de los modus operandi de los ne-
gacionistas. Por eso, entre muchas razones más, no creo que sea acertado penalizar los
discursos negacionistas. Creo que es un error ya que, como expresa Emanuela Fronza
(2022), el derecho penal no puede ser el guardián de la memoria. Durante estos 40 años
de democracia el trabajo se centró en generar una conciencia colectiva, un sentido polí-
tico social sobre lo ocurrido en el pasado, que implicó la reconstrucción del tejido social;
un diálogo verdadero y sincero con la realidad expresada en el testimonio y en las evi-
dencias, pero también en el contar nuestras propias historias de vida, en dimensionar y
redimensionar la condición de víctima individual y social del terrorismo de Estado, en el
(4) Sucedió, por ejemplo, con el intento de magnicidio contra la vicepresidenta de la Nación, Cristina
Fernández de Kirchner, que aún no fue esclarecido en cuanto al móvil, la participación y el nivel de es-
tructura que implicó.
debate sobre los sectores que fueron afectados y blancos del objetivo político económi-
co que implementó la dictadura en una fase de terror de Estado y en otra fase neoliberal.
Todo este esfuerzo no fue guiado por el Código Penal y las reglas punitivas frente al
incumplimiento. Estas conquistas sociales se deben defender con más conquistas
sociales y con una democracia más justa en la distribución de los ingresos y en la ge-
neración de oportunidades. No se resuelve con el Código Penal administrado por una
justicia que no debe ser la encargada de dirimir los sentidos del pasado como pautas
de definición del presente y el futuro. La justicia se encargó, y lo sigue haciendo, de
juzgar los crímenes de lesa humanidad; deben ser la política, la historia y la memo-
ria las que asuman este debate democrático para intentar resolver esas ineludibles
imágenes que nos devuelve el espejo sobre nosotros mismos. Hay que confiar en el
pueblo que ya dijo “Nunca Más”.
Referencias
Fronza, E. (2022). La criminalización del negacionismo histórico. ¿El instrumento penal como guardián
de la memoria? Cuadernillo Negacionismos. Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
Vinyes, R. y Jelin, E. (2021). Cómo será el pasado: una conversación a propósito del giro memorial. Ned.
El negacionismo y la figura
de los 30.400
Vinculación entre los discursos de odio
de ayer y hoy contra la comunidad LGBT+
Consideraciones previas
Los parámetros jurídicos dentro de los cuales se desenvolvieron las violaciones siste-
matizadas a los derechos de la comunidad LGBT+ durante la última dictadura militar
formaron parte del cúmulo ideológico de justificaciones que intentó otorgar un marco
de respaldo a los horrores perpetrados por el Estado nacional.
Durante los años en los que se desarrolló el golpe de Estado más brutal de nuestro país,
las políticas públicas, los edictos y las contravenciones sirvieron como un mecanismo
de alimentación constante para un monstruo implantado en el imaginario colectivo, que
abrazó con total firmeza y soporte a los mecanismos represivos que avanzaron para
eliminar a cualquier indicio de “inmoralidad” naciente en la sociedad.
En este contexto, el evidente intento por parte de las Fuerzas Armadas de instalar dentro
de la sociedad una “lucha” frente a un enemigo común (el cual abarcaba a las disiden-
cias sexuales de aquella época) mantiene curiosas similitudes con los discursos de
odio actuales y sus impulsores. En efecto, a pesar de haber transcurrido más de 40
años desde la última dictadura militar, diversos actores políticos que influyeron directa
o indirectamente en ella hoy deciden reintroducirse en la arena política a través de dis-
cursos de odio contra las disidencias sexuales, que claramente mantienen su raíz en las
prácticas de persecución y exterminio padecidas por la comunidad LGBT+ hace algunos
años atrás.
(*) Estudiante avanzado de la carrera de Derecho (Universidad Nacional de Tucumán). Becario Inter-
cambio Federal 2023 (UBA).
Correo electrónico: leandrorossiok@hotmail.com
Finalmente, los impulsos de los sectores conservadores por insertar en la agenda elec-
toral la tan mencionada “batalla cultural” –respaldada en gran medida por la llegada al
poder de la alianza “Cambiemos” en el 2015– parecen haberse destapado, ya que no
solo niegan o menosprecian la figura de los “30.400”, sino que además continúan vio-
lentando su existencia.
Los estrechos vínculos entre quienes gobernaron la Argentina en la gestión política an-
terior y viejas figuras que se mantenían al margen de cualquier actividad pública han
fortalecido ampliamente la idea de que aquellos sectores negacionistas pueden sacar
a flote los mecanismos y discursos de odio que habían sido catapultados en el período
kirchnerista. Algunos de aquellos mecanismos de violencia serán analizados en la pre-
sente ponencia.
Los primeros indicios del plan sistemático para suprimir las identidades disidentes en
la República Argentina tuvieron lugar en espacios como la Dirección de Inteligencia
de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA), que se convirtió en el centro
creador y regulador por excelencia de la mayoría de las normas utilizadas durante
los años 70 en la provincia de Buenos Aires, e imitadas por el resto de los distritos,
cuyos expedientes comprueban que existió un fichaje específico para las minorías
sexuales (incluso durante períodos democráticos), que incluían clasificaciones como
“conducta lesbiana”, “temperamento afeminado”, “invertido”, y el más común de todos,
“homosexual”.
Tales formas de catalogación de las disidencias sexuales dentro de las comisarías sir-
vieron como respaldo y antecedente para el gobierno de facto que irrumpiría en nues-
tras instituciones pocos años después, cuyos miembros, resguardados en los edictos
policiales, ejecutaron detenciones forzadas sin intervención del Poder Judicial.
De esta manera, los edictos producidos bajo la supervisión de altos funcionarios del
Poder Ejecutivo fueron las herramientas predilectas de la policía bonaerense, al tiempo
que los mecanismos por ellos dispuestos fueron replicados por las fuerzas militares en
el resto del país, quienes también realizaron detenciones arbitrarias bajo el respaldo del
poder punitivo estatal. A modo de ejemplo, cabe señalar que el art. 2° del edicto policial
por “escándalo”
… cargaba varias de las conceptualizaciones que extendieron durante años estas con-
ductas represivas hacia las minorías sexuales, por cuestiones relacionadas a “exhibir-
se vestidos o disfrazados con ropas del sexo contrario” (inciso f) o “incitar u ofrecerse
públicamente al acto carnal, sin distinción de sexos” (inciso h), “con posibilidad de
arresto de hasta treinta días si las multas económicas no eran resarcidas”. (Gentili,
1995, p. 61)
Este tipo de declaraciones marcó el nacimiento de grupos terroristas neonazis que tra-
bajaron estrechamente con las fuerzas policiales en el intento de exterminar a la pobla-
ción LGBT+. El más letal de ellos fue el llamado “Comando Cóndor”, al cual se le adjudicó
el asesinato de más de 26 personas homosexuales, según fuentes oficiales.
Sin embargo, los homicidios y las detenciones forzadas que se realizaron con respaldo
en las normativas mencionadas fueron solo el punto de inicio de la legitimación de las
atrocidades que surgieron con posterioridad.
Los homosexuales fueron uno de los blancos predilectos durante las actividades prepa-
ratorias del Mundial de Fútbol 1978, en donde los dirigentes de facto iniciaron un proce-
so oscuro y retorcido, a través de la organización de la llamada “campaña de limpieza”,
emprendida por la “Brigada de Moralidad” de la Policía Federal, con la finalidad de espan-
tar a los homosexuales de las calles para que estos no perturben a la gente –decente–.
(Figari, 2010, p. 228)
Dichas campañas, extendidas a lo largo y ancho del país, con una diferenciada aplica-
ción en aquellas provincias que servirían como sede del certamen, se correspondieron
al apresurado freno que se intentó imponer por sobre los numerosos grupos que nacie-
ron como resistencia a los edictos policiales.
En la provincia de Buenos Aires, el comisario Luis Margaride fue la cara visible de las
mencionadas “campañas de moralidad”, quien, en conjunto con la complicidad de los
medios de comunicación que aplaudieron dichas acciones de manera constante, bom-
bardearon a la población con una carga de información lo suficientemente morbosa
como para que la misma sienta una curiosidad constante en conocer los resultados de
los allanamientos realizados en hoteles de alojamiento de la provincia.
Si bien los edictos del DIPBA surgieron durante las presidencias previas a la última dicta-
dura militar, y continuaron incluso hasta mediados de los años 90, significaron el mayor
rejunte de herramientas legales contra las minorías sexuales que existió alguna vez en
nuestro país, que fueron utilizadas innumerables veces por las brigadas de moralidad
para acrecentar su impunidad, consiguiendo mantenerse en pie aun en aquellos mo-
mentos de notorio desequilibrio.
La constante hostilidad que la clase política perpetró frente a las disidencias sexuales
obligó a las mismas a organizarse políticamente. Entre las décadas de los 60 y 70 sur-
gieron en nuestro país varias de las organizaciones LGBT+ más importantes de nuestra
historia. “Nuestro mundo” plasmó las líneas iniciales de aquellas luchas que se atreve-
rían a enfrentar, por primera vez, al terror causado por los edictos y las brigadas.
Bajo este contexto, las agrupaciones funcionaron como un centro de activismo y soco-
rro mutuo. Se constituyeron bajo un mandato solitario y bastante alejado de los discur-
sos actuales, ya que ni siquiera los grupos de izquierda más comprometidos con los
ideales progresistas admitían dentro de sus filas a aquellos que ya habían sido etiqueta-
dos con anterioridad por las fuerzas de seguridad.
Los integrantes de “Nuestro Mundo”, inspirados en las revueltas generadas en los Esta-
dos Unidos a raíz de los disturbios de Stonewall, dieron inicio a un plan de acción que
consistía en difundir contraboletines con la finalidad de visibilizar la situación. A raíz del
impacto social que produjo el movimiento, se desprendieron nuevas ramas dentro de la
lucha, de las cuales se destaca el “Frente de Liberación Homosexual” (en adelante, FLH),
que optó por dejar de lado los ideales propios de su organización madre, basados en
abogar por la derogación de los edictos y pedir la liberación de los presos y detenidos,
para enfocarse en la contención de sus pares violentados por sus propias familias y en
la inserción de aquellos al mercado laboral.
Los esfuerzos realizados por los frentes de lucha no tuvieron el resultado esperado.
Durante los años subsiguientes, fueron ejecutadas reiteradas violaciones por sobre la
población LGBT+ que, además de reflejar lo plasmado en los edictos, apuntaban a ac-
ciones mucho más perversas contra aquellos que no perdían la esperanza y eran aún lo
suficientemente valientes como para revelarse contra el sistema.
Dentro de las minorías sexuales, la más afectada fue la población travesti/trans, la cual,
tiempo después, reveló los horrores a los que tuvieron que someterse en los centros de
Ediciones SAIJ-INFOJUS < Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
El negacionismo y la figura de los 30.400. Vinculación entre los discursos ... 31
detención clandestinos –lugares en los que experimentaron torturas de todo tipo, inclu-
yendo abusos sexuales onstantes por parte del personal policial–.
Para mediados de los años 70 quedaban apenas 30 integrantes en el FLH. Una vez
producido el golpe militar, en junio de 1976 optaron por la disolución del grupo porque
avizoraban un panorama no muy prometedor en el futuro cercano.
Según una investigación realizada en base a los expedientes policiales del período (To-
rres, 2018), la única denuncia observable dentro las notas analizadas es la de Valeria Ra-
mírez, activista trans que estuvo en dos oportunidades dentro del centro clandestino de
detención “Pozo de Banfield” y que en el año 2011 brindó su testimonio para los juicios
de lesa humanidad, mencionando abusos sexuales por parte de las fuerzas armadas,
así como inhumanos tratamientos direccionados a modificar su identidad de género.
En base a esto, podemos deducir fácilmente que los documentos oficiales han ocultado
históricamente a las minorías sexuales. En tal sentido, resulta prudente mencionar tam-
bién que, posteriormente al retorno de la democracia en 1983, el informe presentado por
la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) no incluyó entre los
motivos de secuestro o detención de personas a las causales referidas a la orientación
sexual o identidad de género.
Frente a esta marginalización por parte de los organismos estatales, el entonces pre-
sidente de la Comunidad Homosexual Argentina, Carlos Jáuregui, decidió visibilizar las
atrocidades cometidas en contra de la comunidad durante el último periodo dictatorial.
Así, en su libro Historia de la homosexualidad en la Argentina (1987) manifestó:
homosexuales, sin destacarse una denuncia particular sobre el trato por parte del Esta-
do Terrorista de la dictadura hacia la comunidad LGBT” (Sebreli, 1997, p. 326).
Democracia y neoliberalismo
Los años que siguieron al retorno de la democracia significaron los primeros pasos de
la consolidación de una lucha que no planeaba dar marcha atrás nuevamente. En el año
1992, la Comunidad Homosexual Argentina, luego de una batalla legal en la que diversas
entidades de carácter internacional se configuraron como un soporte para la organiza-
ción, obtuvo personería jurídica como asociación civil sin fines de lucro.
Por otro lado, la activista Lohana Berkins, quien lideró la Asociación de Lucha por la
Identidad Travesti Transexual (en adelante, ALITT), optó por un modelo de lucha direc-
cionado a dimensionar el lugar y alcance del travestismo ya no solo en la sociedad,
sino también dentro de la propia comunidad LGBT+; ello, a fin de desmitificar ciertos
preconceptos sobre las “prácticas” relacionadas con las mujeres travestis y los cuerpos
disidentes, insertos en la propia comunidad.
Los diferentes frentes impulsados por este grupo de personas pertenecientes a la co-
munidad LGBT+ supusieron una apertura y flexibilización del marco legal que afectaba
a todas las disidencias sexuales. Tal es así que, a partir de 1998, se eliminaron los viejos
edictos policiales que penalizaban el vestir ropas del sexo opuesto, o incluso el compor-
tarse de manera femenina.
Más allá de que la violencia social sufrida por el colectivo travesti resulta determinante
para el desarrollo de sus vidas, permanecer fuera de la órbita de protección del Estado
trae consecuencias aún mayores. Mientras la desvalorización social se expresa a través
de insultos y estereotipos, la desvalorización estatal se expresa en la negación de la
identidad en términos jurídicos, y de estas dos maneras se impugnan las posibilidades
de existir en los propios términos (Berkins, 2008).
Por lo tanto, era necesario redireccionar la lucha a fin de obtener un marco jurídico fuer-
te, que respalde y garantice derechos básicos –como el respeto a la identidad de géne-
ro, independientemente del sexo de la persona–, y de implantar la idea de una posible
ley de matrimonio igualitario, en miras a imitar un fenómeno que ya había acontecido
en países europeos.
La llegada del entonces presidente Néstor Kirchner en el año 2003 significó un cambio en
el paradigma estatal en relación con el enfoque que otorgaba el Poder Ejecutivo a cuestio-
nes relacionadas con la ampliación de derechos, las minorías sexuales y las atrocidades
perpetradas por el último gobierno de facto. Así, la búsqueda de la verdad y el Nunca Más
fueron designadas como políticas públicas irrenunciables para el Estado argentino.
La Ley 26.618 de Matrimonio Igualitario, sancionada en 2010, fue el reflejo de una lucha
iniciada con las organizaciones nacidas durante el golpe. Se trató de una política de
Estado que, de no haber contado con el soporte del Poder Ejecutivo (en ese momento,
Cristina Fernández de Kirchner servía como primera mandataria), no se habría desarro-
llado, y que se manifestó como una de las tantas formas de reparación histórica frente
a la figura de lxs 400 desaparecidxs.
El debate en torno al proyecto de ley sirvió, a su vez, para que por primera vez las disiden-
cias se expongan en el debate público ante los sectores represores de la época.
A partir de 2010 se observa una virtual “explosión” de ONG’s, muchas de las cuales
se formaron como reacción ante el debate en torno del matrimonio igualitario apro-
bado dicho año. La derrota política que supuso para estos sectores la aprobación del
matrimonio igualitario detonó la necesidad dentro del activismo heteropatriarcal por es-
tablecer iniciativas estratégicas orientadas a fortalecer las articulaciones entre ellas, y
capitalizar la movilización lograda en contra de la reforma legislativa. (Morán Faundés,
2015, p. 425)
Al mismo tiempo, se introdujo la figura del “contrayente” en el nuevo Código Civil y Co-
mercial de la Nación, eliminándose así las de “hombre y mujer”, lo que permitía que dos
personas del mismo sexo puedan acceder a un matrimonio en igualdad de condiciones
que las parejas heterosexuales. Se trata de una introducción nada menor que diferencia
la legislación argentina de la de países vecinos, donde se propuso la figura de una “unión
civil” para evitar un debate prolongado.
En el mes de noviembre del año 2012, se introdujo otro proyecto de ley relacionado con
la ampliación de derechos de las minorías sexuales, cuya finalidad fue materializar el
marco legal soñado e impulsado por Lohana Berkins a través de ALITT, que buscaba
garantizarles a las identidades disidentes la libertad de identificarse de la manera en que
se autoperciben. La ley 26.743, conocida como “Ley de Identidad de Género”, constituyó
un hito en la historia parlamentaria a nivel mundial, ya que fue la primera en su tipo en
no requerir intervenciones quirúrgicas u otro tipo de prácticas invasivas para reconocer
el derecho al cambio de género en la identificación de la persona, posición que lamen-
tablemente no se ha visto reflejada dentro de los parámetros del derecho comparado,
específicamente de los países nórdicos.
En base a esto, podríamos deducir que el principal dilema que debemos plantearnos
quienes nos consideramos progresistas es, entonces, si deslegitimamos, inobservamos
o, incluso, subestimamos la aproximación de espacios de derecha frente a aquellas fi-
guras presuntamente olvidadas, generadoras del acrecentamiento de discursos de odio
actuales.
¿Pero son acaso aquellos discursos de odio provenientes de esa última experiencia
traumática para nuestra democracia comparables con los ataques manifestados en la
actualidad? Si, según consideraciones de Daniel Feierstein (2019), “la última dictadura
argentina fue genocida pero no fue fascista, en tanto no logró movilizar amplios sec-
tores de la población para sumarlos al despliegue directo de la violencia” (p. 13), en
una primera instancia, pareciera que aquellos elementos propios del fascismo que no
se materializaron durante el último golpe de Estado finalmente están tomando forma
dentro de los mecanismos actuales. El nuevo llamado a “combatir el comunismo” por
parte de grupos “libertarios” de extrema derecha no es más que la punta del iceberg de
la tan mencionada “batalla cultural” que escuchamos en actos de campaña y leemos
constantemente en los periódicos alineados a los conservadurismos.
También resulta interesante detenernos tanto en que los discursos que impulsan la per-
secución y el hostigamiento a las disidencias sexuales ya no son propios de medios
como El Caudillo, sino que se difunden en pleno prime time de la mano de periodistas
y candidatos electorales que se despojaron de cualquier tipo de vergüenza a la hora de
hostigar a grupos vulnerables, como en el hecho de que la “campaña de limpieza frente
a propaganda LGBT+”, llevada a cabo durante las preparaciones del Mundial de Qatar
2022, fue minimizada por un expresidente(1) de la Nación y miembro de la FIFA, bajo el
mismo discurso que observábamos en el año 1978.
(1) Mauricio Macri, sobre la homosexualidad en Qatar: “Viven con absoluta tranquilidad. Nadie tiene nin-
gún problema ni conflicto” (en Tarricone, 2022).
una construcción ideológica que lo único que busca es hostigar y apartar a un enorme
sector de la sociedad.
Por lo que la pregunta que debemos hacernos ya no es únicamente si las ideas gene-
radas en la última dictadura son comparables con los discursos de odio actuales, sino
qué sucedió en el trayecto de toda la evolución de los derechos ligados a la diversidad
sexual en la República Argentina para que hoy en día los conservadurismos continúen
utilizando las mismas terminologías y mecanismos de violencia contra la comunidad
(bajo otras herramientas) luego de que hayan transcurrido más de 40 años.
Que los medios o mecanismos que posee la extrema derecha en la actualidad difieran
de los utilizados en la última dictadura militar no indica que hayan desaparecido o mu-
tado por completo. Como dice Feierstein, “entonces podríamos encontrarnos con una
nueva forma de fascismo (a la cual quizá
seria pertinente bautizar como neofascis- “La evidente obsesión por la co-
mo), que aprovecha muchas de las cons- munidad LGBT+ y las políticas de
trucciones ideológicas del fascismo rearti- género del nuevo neofascismo ha
culándolas en función de las necesidades corrompido la estructura
contemporáneas y prescindiendo de algu- democrática de nuestro país,
nos de sus componentes clásicos” (p. 55). constituyéndose como parte del
claro avance de la extrema
La evidente obsesión por la comunidad derecha alrededor del globo, y
LGBT+ y las políticas de género del nuevo especialmente en América Latina”
neofascismo ha corrompido la estructura
democrática de nuestro país, constituyéndose como parte del claro avance de la extre-
ma derecha alrededor del globo, especialmente en América Latina.
Lo crucial, por lo tanto, será poner el foco de atención en cada uno de ellos, en cada
figura y en cada mecanismo, sin subestimar sus prácticas, ni apartándolas de la arena
política, sino, por el contrario, construyendo un ideal de inclusión y memoria lo sufi-
cientemente consolidado para evitar que las prácticas de odio retomen la potencia que
solían poseer hace tantos años, y que hasta hace tan solo unos pocos, considerábamos
extinguida.
Referencias
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nal de General Sarmiento.
ALEJANDRO TOMÁS *
El límite democrático
de los discursos de odio:
herramientas para su abordaje
Introducción
En los últimos años, las alarmas del odio se han encendido en Argentina. No porque
en décadas anteriores este no haya existido, sino porque ha tomado tanta fuerza que
comienza a preocupar a gran parte de la población.
Los discursos de odio han causado daños irreparables en todo el mundo a lo largo de
la historia y nuestro país no ha sido la excepción. Desde la época de los caudillos hasta
las dictaduras del siglo X, el odio ha sido utilizado como una herramienta poderosa para
atentar contra adversarios políticos, tanto en las palabras como en los hechos.
Con la historia reciente de la última dictadura, en la que el odio llevó a cometer crímenes
atroces –como secuestros, asesinatos, torturas y desapariciones forzadas, entre otra
gran cantidad de actos inhumanos–, no resulta descabellado que tal aumento sosteni-
do de expresiones de odio produzca gran preocupación. A los fines del presente trabajo,
entenderemos a este tipo de expresiones como
... cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, inci-
tar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona
o grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo religioso,
étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social. (Faigón, 2021)
Ahora bien, uno de los mayores problemas que existen en la actualidad es que co-
mienzan a emerger nuevos actores políticos que comienzan a ganar terreno en la es-
fera pública con discursos plagados de violencia y expresiones antidemocráticas, que
(*) Estudiante de Derecho (Universidad Nacional de Rosario). Autor de artículos en libros y revistas.
Miembro de la Cátedra de Pensamiento Constitucional Latinoamericano (UNR).
Correo electrónico: aletomas95@gmail.com
demuestran un gran desprecio por los derechos humanos y que son replicados
indiscriminadamente por los grandes medios de comunicación. Si a esto le sumamos
la avalancha de interlocutores que multiplican esos discursos mediante internet y sus
redes sociales, estamos ante una masificación que genera un gran peligro, ya que “el
odio está siempre presente en actitudes que, posteriormente, llevan a cometer actos
de discriminación, estigmatización y hasta genocidio hacia ciertos grupos” (Feierstein,
2022). Se trata de expresiones que atentan gravemente contra los derechos humanos
no solo porque vulneran derechos fundamentales de los grupos sociales generalmente
atacados por este tipo de discursos, sea por cuestiones de nacionalidad, religión, de
género, orientación sexual, condición social o políticas, sino también porque generan
un eventual peligro de que puedan inspirar acciones de violencia pública que podrían
generar graves consecuencias sociales.
Al ser un derecho de vital importancia para la constituir una sociedad democrática, los
límites o controles que hacen a la correcta aplicación de este derecho tienen ciertos
requisitos:
Asimismo, hay que resaltar que en ninguna circunstancia se admitirán casos de censura
previa, conforme lo establece el art. 13.2 de la Convención Americana de Derechos Hu-
manos, aspecto que se ha visto plasmado en la jurisprudencia internacional, por ejem-
plo, en el caso conocido como “La última tentación de Cristo”.
Es por ello que “el abuso de la libertad de expresión no puede ser objeto de medidas de
control preventivo sino fundamento de responsabilidad para quien lo haya cometido”
(García Ramírez y Gonza, 2007, p. 33). Para que el sistema de responsabilidad ulterior
sea legítimo, requiere la existencia de una ley previa que sancione de forma expresa y
taxativa la falta cometida.
[L]os discursos de odio cumplen varias funciones. Señalan un otro, un enemigo necesa-
rio dentro de la sociedad que hay que eliminar. También sirven para distraer, para pola-
rizar entre nosotros y ellos frente a otras divisiones, en especial en el capitalismo finan-
ciero actual: entre el 1% que concentra toda la riqueza y el otro 99%. Crear un enemigo
responsable de las crisis, un enemigo que es esencialmente diferente y es amenazante
corre el eje de esa división socioeconómica. (Delor et al., 2022)
Lo que pretendemos resaltar es que los discursos de odio son utilizados “concienzu-
damente”: buscan generar un enemigo público que, mayormente en la actualidad, tiene
que ver con la política. Son estrategias planeadas cautelosamente que también se nu-
tren de elementos como fake news, trolls en redes sociales, entre otros.
Toda vez que, como se mencionó anteriormente, no existe posibilidad de censura pre-
via, lo que queda es “la posibilidad de exigir a quien ejerce ese derecho la responsabili-
dad que corresponda en función del desbordamiento, la desviación, el exceso, el abuso
–en suma, la ilicitud– en que incurra con tal motivo” (García Ramírez y Gonza, 2007,
p. 36). Sin embargo, corresponde destacar la necesidad de que haya un sistema de
responsabilidad que funcione de manera adecuada para evitar que la impunidad logre
perpetuar la existencia de este tipo de discursos. En rigor de esto, corresponde interro-
garnos respecto del funcionamiento del derecho a réplica reconocido por la Convención
Americana de Derechos Humanos o por los resultados de la aplicación de la reconocida
“doctrina de la real malicia”.
Si bien es un hecho que las expresiones violentas, falsas y estigmatizantes no son una
novedad, se ven exponencialmente amplificados por los avances tecnológicos y socia-
les existentes en la actualidad; así, “una comunicación basada en el impacto, con apela-
ción a la emotividad, con frases breves y poco análisis, es proclive a la estigmatización
y a la construcción de chivos expiatorios” (Samar, 2022). En este sentido, no solo resulta
fundamental analizar los monopolios de los medios de comunicación, sino también el
impacto generado a partir de las campañas masivas que se desarrollan en redes so-
ciales –muchas veces promovidas por medios masivos y por falsos usuarios que son
utilizados para “plasmar” un sentir generalizado, muchas veces falso, cuyo objetivo es
arengar expresiones violentas–.
El negacionismo como amenaza al sistema democrático
42 Alejandro Tomás
Se trata de discursos que, claramente, son contrarios a los principios sobre los que se
fundamenta la democracia, debido a que “se basan en la concepción totalitaria y totali-
zante sobre una posible sutura del conflicto político y tienen como bandera la negación
de la pluralidad en nombre de una unidad formada gracias a la eliminación del otro”
(Sosa y Michalsky, 2022).
Es una realidad que los Estados se enfrentan con grandes dificultades a la hora de pre-
tender controlar esta problemática; dificultades estas que surgen de las tensiones entre
los principios de igualdad y no discriminación, por un lado, y los principios que protegen
y amparan la libertad de expresión, por el otro (Abramovich, 2021). Los derechos huma-
nos son inherentes a todas las personas, por ende, es lógico que existan complejidades
al momento de determinar cuándo la libertad de expresión se utiliza como una excusa
para constituir conductas abusivas que vulneran derechos fundamentales de otra per-
sona.
Es por lo antedicho que corresponde abordar esta problemática desde distintas aristas.
En primer lugar, la educación. Tal como sostuvo Nada Al-Nashif, Alto Comisionado Ad-
junto de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos:
acciones puede constituir una medida positiva para que toda persona que se sienta
afectada o vulnerada por declaraciones vertidas en medios de comunicación tenga una
herramienta para hacer valer su voz. Asimismo, dado que los reclamos colectivos tien-
den a tener más fuerza que los individuales, el ejercicio del derecho de rectificación
podría generar conciencia en los interlocutores de los discursos agraviantes sobre los
efectos que estos generan en la sociedad, y lograr que las sentencias que reconocen el
derecho a réplica se instrumenten en los tiempos y en las formas correspondientes (lo
que no siempre sucede).
En tercer lugar, se torna urgente promover una legislación adecuada a los fines de
evitar la monopolización de los medios de comunicación, ya que “cuando alguien he-
gemoniza por completo el campo comunicacional, crea una única realidad, y eso ha
pasado en todos los totalitarismos” (Romano, 2019, p. 10). La pluralidad de voces no
se puede consolidar mientras existan este tipo de monopolios –que, dado que pue-
den llegar a grandes cantidades de personas en muy poco tiempo, cuentan con las
herramientas suficientes para manipular, o al menos influenciar, a la opinión pública–.
Cuando los discursos de odio forman parte de una lógica comunicacional que abarca
a la mayoría de los medios de comunicación, resulta imposible evitar que la violencia se
traslade a un plano social. Por ello, se debe promover la creación de medios de comu-
nicación independientes, en igualdad de condiciones, e instaurar instancias de control
interno para evitar que la manifestación de discursos de odio sea en forma consciente
y generalizada.
Estos son algunas de las políticas que se deben llevar a cabo para abordar de forma
efectiva la problemática de los discursos de odio y la violencia que generan; sin embar-
go, no son las únicas. Resulta indispensable que las políticas en contra de los discursos
de odio sean abordadas desde una óptica integral e interdisciplinaria, así como que se
desarrolle una verdadera construcción social para que estas tengan efecto y se puedan
profundizar.
Conclusiones
Los discursos de odio constituyen un gran peligro para los derechos humanos y el sis-
tema democrático. Cuando se monopoliza la comunicación e, indiscriminadamente, se
salpica a la sociedad con expresiones de odio hacia ciertos sectores, es muy factible
que aquellos interlocutores primarios pierdan el control sobre lo que generan: un claro
ejemplo de esto fue el atentado contra la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernán-
dez de Kirchner en el año 2022, tras años y años de hostigamiento judicial y mediático.
Los ejemplos que se podrían invocar son inagotables: asistimos a ataques que no
solo apuntan a menoscabar la integridad de individuos en particular, sino que tienen
El negacionismo como amenaza al sistema democrático
44 Alejandro Tomás
Si bien no constituye una problemática sencilla, lograr un abordaje integral desde di-
versas áreas debe ser una auténtica política de Estado que perdure en el tiempo a los
fines de lograr reducir al mínimo este tipo de expresiones, tanto en la actualidad como
en el futuro. Entre los ejes fundamentales de una política integral, consideramos que no
deben faltar las siguientes:
●● Una idónea política educativa que abarque todos los niveles de educación, y que haga
hincapié en los espacios de formación y capacitación de aquellas personas que tie-
nen un rol activo en cualquier medio de comunicación. Si bien se debe buscar limitar
los discursos de odio en todas las esferas sociales, es una realidad que las que se
manifiestan masivamente son aquellas que tienen un impacto más directo sobre la
sociedad, sobre todo cuando se expre-
san en medios con mucho alcance. “Resulta indispensable que
las políticas en contra de los
●● Una reforma comunicacional que impli-
discursos de odio sean abordadas
que limitar los monopolios de medios de desde una óptica integral e
comunicación a los fines de garantizar interdisciplinaria, así como que se
la pluralidad de voces y no promover la desarrolle una verdadera
existencia de un único discurso. construcción social para que
estas tengan efecto y se puedan
●● Un mecanismo de prevención en los me- profundizar”
dios, direccionado a garantizar un efecti-
vo y real análisis de la veracidad de la información (que no haya real malicia) y a cómo
se comunica. Ello, siempre respetando los límites establecidos internacionalmente,
es decir, sin que haya censura previa.
Entendemos que los avances en esta materia no pueden plasmarse de un día para el
otro; queda un largo camino a recorrer que requiere de bases sólidas y continuidad en el
tiempo. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue un gran avance legislativo
en Argentina, que no se pudo plasmar debido a la injerencia negativa del Poder Judicial
y por la resistencia generada por parte de los monopolios de medios de comunicación,
que no tenían –ni tienen– intenciones de cumplir con las reglamentaciones que permiti-
rían ampliar la pluralidad de voces, ni de establecer las medidas necesarias para contra-
rrestar los discursos de odio que les permiten impulsar sus intereses desde la abusiva
monopolización de los canales comunicativos.
Ediciones SAIJ-INFOJUS < Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
El límite democrático de los discursos de odio: herramientas para su abordaje 45
Toda vez que no será sencillo realizar las reformas necesarias para lograr una comu-
nicación social plural que respete los derechos humanos de los distintos sectores so-
ciales, además de políticas idóneas, resulta necesario generar un consenso social que
permita impulsar dichas reformas y que, de algún modo, asegure que estas no queden
estancadas, como ha pasado con proyectos previos.
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Unesco. (2022). Combatir los discursos de odio a través de la educación. Foro Mundial Multilateral en
línea. Informe de la reunión. unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000380290_spa
Estrategias, aprendizajes
y propuestas para superar el avance
de la derecha negacionista
entre las juventudes
Introducción
Desde diciembre del año 1983, en Argentina asistimos a un proceso histórico único
de democracia ininterrumpida. Nunca antes habíamos pasado, desde la conformación
del Estado-Nación en nuestro territorio, por procesos eleccionarios continuados y con-
secutivos como en estos últimos 40 años. La “cuestión democrática” en nuestro país
nunca fue tan significativa para leer en clave intergeneracional y de derechos humanos
como ahora. Hablamos de la república federal con mayor población menor a 60 años
del continente americano. Y, ubicada en el hemisferio Sur, esta tiene, a su vez, uno de los
promedios más altos de edad para las personas que ocupan los cargos de mayor im-
portancia en la toma de decisiones de los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial).
A meses de cumplirse cuatro décadas de este proceso y en un nuevo auge de las ideas
de ultraderecha, neoliberales, negacionistas y fascistas en el mundo, cabe preguntar-
se quiénes protagonizan estos discursos y qué piensan las juventudes sobre el nuevo
contexto. Reflexionaremos sobre el relato y las memorias de las juventudes en torno a
la democracia y los derechos hoy, donde parecen proliferar las juventudes libertarias
con llamados a la violencia y el descreimiento. Hablaremos de y desde la voz de les
nacides y criades: identidades y sujetos de la política actual que generacionalmente
cumplieron la mayoría de edad en el año 2001, sus treinta años en el año 2013 y que
(*) Militante estudiantil y de derechos humanos, y educadora popular. Es Coordinadora del Área de Ju-
ventudes de la Municipalidad de Río Ceballos, Córdoba. Diplomada en Políticas Sociales y Desarrollo
Local. Estudiante de la Licenciatura en Ciencia Política (Universidad Nacional de Villa María). Investiga
sobre Derechos Humanos, Memoria y Democracia.
Correo electrónico: solchuyornet@gmail.com
Objetivos
Desarrollo de la temática
Observamos, en las primeras dos décadas del siglo XXI, grandes avances en los deba-
tes sobre la ampliación de derechos civiles, sociales y políticos de los jóvenes que nos
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Estrategias, aprendizajes y propuestas para superar el avance de la derecha negacionista ... 49
La modernidad tiene todo ese discurso de lo nuevo que se opone a lo viejo. Sin embar-
go, a medida que avanzamos en la línea de tiempo vemos que lo central es la discusión
sobre quiénes pueden hacer política y quiénes no. Los conceptos de la iluminación de
Kant y los distintos documentos y manifiestos más significativos del siglo XV en ade-
lante refieren que el elemento que permite hacer política es: la mayoría de edad. Pero la
mayoría de edad no significa una condición etaria, sino una condición especialmente de
clase y de género; para participar políticamente hay que ser mayor, para ser mayor hay
que ser un hombre libre y la libertad está dada por la cantidad de propiedades que ese
sujeto masculino posea.
En Argentina tuvimos muchos jóvenes entre 14 y 19 años que, siendo estudiantes se-
cundarios, fueron secuestrados, torturados y asesinados durante la última dictadura.
Por esos jóvenes de la década de los 70, identificados como subversivos, revoluciona-
rios, y sobre todo por los secuestrados y desaparecidos en la llamada “Noche de los
Lápices”, es que en 2006, por decreto presidencial, se declaró el 16 de septiembre como
el “Día Nacional de la Juventud”. Desde ese entonces, ese día permite la visibilización y
la reflexión sobre las implicancias sociales y políticas que han tenido y tienen en nuestro
país los jóvenes organizados. Las políticas de Memoria, Verdad y Justicia de la demo-
cracia institucionalizaron como categoría
política a las juventudes. “... no podemos negar que hay
una épica sobre los jóvenes en la
La identificación política como juventud en política, un mito sobre la juventud
la Argentina sirvió para disputar muchos que permite construir el origen o
sentidos, tanto en los ámbitos educativos el espacio común desde donde se
y religiosos como hacia adentro de los par- construye la ‘comunidad’”
tidos políticos. Y casi siempre se planteó
como el elemento “renovador” de la política, de la “esperanza” y la “promesa de un futuro
mejor”. Pero como mencionábamos antes, luego del 2001 el discurso de la juventud se
disputa, se articula como elemento renovador, a la vez que ya no es una promesa de
futuro mejor, sino la garantía de un presente más estable y duradero. Fue una decisión
política para la juventud: ser el presente y no el futuro de la Argentina.
Fue y es una decisión política ser el presente de una sociedad: se es joven en el presen-
te y no mañana. Pero “presentarse” es afirmarse como jóvenes sobre este paradigma,
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Estrategias, aprendizajes y propuestas para superar el avance de la derecha negacionista ... 51
donde no somos la previa ni el after. Hablamos, entonces, de una categoría que tiene sus
limitaciones. Por lo tanto, también es una posición política concebir a “les jóvenes” como
sujeto político y no como un sector homogéneo con demandas únicas y específicas a
priori. Aun así, si lo pensamos como un sector con una demanda en sí, esta afirmación
es fuerte y nos vuelve a la base de la discusión de la democracia moderna: quiénes son
políticos, quiénes nos representan y por qué nos representan. Abrir el interrogante sobre
qué lugares tienen las juventudes en la política institucional, tanto en la elaboración de
políticas públicas como en su relación con los espacios electorales y los escaños en
disputa, hoy parece volverse central. Porque las políticas de derechos humanos institu-
cionalizaron a las juventudes de esta manera para fortalecer la democracia en oposición
a la dictadura.
Esto parece dejarnos en una situación paradojal. Según los últimos estudios de la con-
sultora Zuban Córdoba & Asociados (2023), las juventudes de entre 16 y 35 años re-
presentamos el 40% del electorado, pero los lugares de toma de decisiones no están
ocupados de la misma manera. Se trata de una paradoja que se suma a las otras diez
que nombrara Ernesto Rodríguez (2011) sobre las juventudes y la globalización. Para
este autor, las juventudes:
3. cuentan hoy con más expectativas de autonomía y menos opciones para materiali-
zarla;
5. son más dúctiles y móviles, pero al mismo tiempo están más afectadas por trayec-
torias migratorias inciertas;
6. son más cohesionadas hacía adentro y tienen mayor impermeabilidad hacia afuera;
7. parecen más aptas para el cambio productivo, pero están más excluidas de este;
9. tienen mayor extensión del consumo simbólico y mayor restricción del consumo ma-
terial;
10. contrastan entre una mayor autodeterminación y protagonismo, por un lado, y ma-
yor precariedad y desmovilización, por el otro.
Luego de 40 años de democracia, nuestro sistema convive con jóvenes que votaron mu-
chas más veces que las personas de 60 años que ocupan los más altos cargos en los
tres poderes del Estado. Se trata de formas de entender y protagonizar los problemas
públicos sobre los que a diario se deben tomar decisiones; esto último lo podemos ver,
por ejemplo, con el caso de Ayelén Mazzina, la ministra de Géneros y Diversidad de la
Nación que asumiera el año pasado –2022–, ya que es la primera persona que no vivió
nunca en dictadura en participar del gabinete. La forma de comprender la democracia y
el ejercicio de la política definitivamente es distinta.
Las propuestas
Ahora bien, ¿qué tiene que tener un taller? Ante todo, debe tener amor. Tal como nos
enseñó un sobreviviente de La Perla, nadie puede convencer a quien no ama, a quien no
respeta; en este sentido, se lo puede pensar como un convite, como una invitación. Asi-
mismo, tiene que poder propiciar sujetos creadores y problematizadores de la realidad.
Se debe, además, conocer a los receptores para abordar la temática desde el universo
de significancia de cada uno de los grupos, garantizando el acceso a todas las perso-
nas. Debe tener definidas las expectativas, objetivos (qué transmitir) y dinámica (cómo)
de los encuentros.
Respecto a la estructura del taller, lo mejor es que siempre tenga la siguiente dinámica:
presentación de los participantes; separación en grupos o de armado de grupalidad; tra-
bajo en grupo; plenario/ puesta en común; una conclusión del tallerista; una devolución
que permita unir lo trabajado; y, finalmente, un cierre alegre, místico, que sea canal para
las emociones surgidas dentro de la jornada.
Conclusiones
El escenario de hasta una triple vulneración de derechos de las juventudes para co-
mienzos del siglo XXI dejaba un panorama poco alentador, pero las políticas públicas
de memoria implementadas a partir de la segunda década de este siglo permitieron
demostrar que no es sin el Estado, ni es tampoco sin democracia. Pero, además, eviden-
ciaron que es con el Estado como pedagogo, como democratizador y multiplicador de
saberes populares. Para que la democracia sea satisfactoria, el Estado debe construir
espacios de encuentro, espacios comunes y públicos, espacios de formación, de juego
y de producción –artística, escrita, de baile, audiovisual–. Espacios donde les jóvenes,
en el Estado, deben ser más y enseñar y aprender entre pares. Y, sobre todo, con “les
viejes”, con esos otros sujetos para los cuales la democracia y la dictadura aportan otros
significados.
Las experiencias ocurridas en el Espacio para la Memoria La Perla nos dan la pauta
de que las políticas públicas no deben reducirse a la implementación de programas y
acciones que amplíen la cobertura de satisfactores básicos, sino que los programas
que se desarrollen deben ser acordes a la consecución de los proyectos vitales de
las personas. Por tal razón, es de absoluta prioridad fortalecer el protagonismo de las
juventudes como sujetos políticos emergentes en el diseño, implementación y eva-
luación de las políticas públicas, no desde una “perspectiva técnica”, sino desde la
generación de espacios de interacción que favorezcan y faciliten el conocimiento y
reconocimiento de las distintas realidades y situaciones de los, las, les jóvenes. Ello,
con el objetivo de reconvertir las políticas sociales, de derechos humanos y de juven-
tudes no en un modelo apaciguador del neoliberalismo, sino en un modelo de empo-
deramiento popular desde el desarrollo local, que lleve al país a un horizonte de so-
beranía política, independencia económica y justicia social. Porque es en el territorio,
y frente a este contexto de miseria, donde se produce el desafío es revincular(se): a
través de las redes sociales, pero también del abrazo y la empatía; es con el cuerpo,
es contención y amor. Porque el negacionismo y el odio no son nuevos, pero con 40
años de democracia transitados por primera vez tiene que ser y, definitivamente, será
distinto.
Referencias
Rodríguez, E. (2011). Políticas de juventud y desarrollo social en América Latina: bases para la cons-
trucción de respuestas integradas. VIII Foro de Ministros de Desarrollo Social de América Latina.
celaju.net/wp-content/publicaciones/2012/11/PPJ-y-DS-en-ALC-version-final.pdf
Zuban Córdoba & Asociados. (2023). Juventudes y elecciones. Argentina 2023. circulorojomza.com.ar/
wp-content/uploads/2023/02/Juventudes-y-elecciones-Dossier-20231.pdf
WALTER BOSISIO *
La presente ponencia plantea una reflexión sobre las prácticas educativas de inter-
vención pedagógica y vinculación territorial realizadas desde la Universidad Nacional
Arturo Jauretche (UNAJ) en torno a procesos de memoria colectiva, activadas desde
los fundamentos y sentidos constitutivos e instituyentes del mismo proceso educativo
universitario y de la propia construcción institucional, librada desde y para la misma
comunidad educativa y la sociedad del área territorial en que se inserta primariamente,
pero también con alcance nacional, regional y global.
A casi 40 años del inicio de un proceso democrático que continúa en la actualidad –tras
la mayor dictadura genocida nacional argentina del siglo XX–, la UNAJ, como parte del
conjunto del sistema de educación superior comprometido con el ejercicio de los dere-
chos humanos –base y fundamento clave del ejercicio político-cultural de la democra-
cia–, continúa problematizando las condiciones y modos de estas prácticas sociopolíti-
cas, poniendo en el foco analítico crítico las prácticas destituyentes y negacionistas que
vienen cobrando mayor vigor como parte del avance de discursos de derecha a nivel
global en el mundo contemporáneo.
En ese marco, se plantea el respeto irrestricto del conjunto de los derechos humanos
(civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales) como base para la
convivencia colectiva en democracia, regulándose el uso de la violencia y asegurándo-
se el respeto a la vida. Por todo esto, desde la UNAJ, en pos de continuar los caminos
de construcción de la memoria colectiva, seguir con el imperativo de educar para no
olvidar, comprender los complejos procesos históricos sociales y acompañar, siendo
(*) Docente e investigador (Universidad Nacional Arturo Jauretche). Director del Programa de Derechos
humanos (UNAJ). Correo electrónico: walbosisio@gmail.com
parte así, del reclamo colectivo por lxs 30.000 compañerxs desaparecidxs, se llevan a
cabo múltiples intervenciones reflexivas y prácticas educativas con el fin de ejercer el
compromiso de formar para concretar y profundizar los valores de igualdad, libertad y
justicia social.
De modo general, se dará cuenta sobre las diversas acciones realizadas en pos de pro-
fundizar el proceso de Memoria, Verdad y Justicia (MVyJ) como antídoto y compromiso
colectivo para enfrentar lógicas negacionistas que posibilitan el debilitamiento del sis-
tema democrático y que, a la vez, habilitan la profundización de prácticas reproductoras
de condiciones de desigualdad social. Así, se hará mención explícita a intervenciones
político-culturales como actos de reparación histórica y transmisión intergeneracional
a través de diversos dispositivos pedagógicos, tales como inauguraciones de placas y
espacios memoriales dentro del predio institucional universitario, conferencias, char-
las y mesas temáticas, proyección de filmes documentales y debates en las aulas, con
aperturas a diálogos comunitarios.
El 24 de marzo del 2022, a “46 años del inicio de la última dictadura militar corporativa
concentrada y genocida y a 39 años del regreso de la vida política en el marco de las re-
glas de la democracia”, la UNAJ se sumó al proceso que atraviesa a la sociedad argenti-
na como parte del continuo ejercicio de Memoria, Verdad y Justicia. Allí se sostuvo que:
El “Nunca Más” que nuestra sociedad mantiene desde los tiempos postdictatoriales re-
suenan una y otra vez, y dotan de actualidad y significado a la conmemoración del 24 de
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Políticas y prácticas educativas en derechos humanos como disputas de sentido contra ... 57
Marzo como el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y Justicia. Frente a los embates
negacionistas del proceso genocida por parte de variados actores y contra lógicas
desigualadoras se potencian los sentidos de las luchas y resistencias colectivas que
movilizan a nuestro país.
Asimismo, “en un contexto de profundas incertidumbres a nivel global, con una socie-
dad golpeada por los impactos de la pandemia que asoló a todo el planeta y aún conti-
núa con diversos efectos, con situaciones de conflictos armados que tensan la paz in-
ternacional, y en un país atravesado por problemas socioeconómicos y condiciones de
marcada desigualdad”, la Universidad planteó la relevancia clave de pensar y efectivizar
su accionar educativo en torno a “los valores de los Derechos Humanos como horizonte
de sentido colectivo a profundizar”.
a. la inauguración de una placa conmemorativa titulada “30 mil pañuelos por la Memo-
ria” (fue realizada durante el período pandémico y de estricta restricción circulatoria,
por lo que debió ser inaugurada un año después);
c. la entrega de ejemplares del libro Nunca Más, de la Conadep, junto a una interven-
ción política cultural en torno al segundo prólogo de 2006 (acto de reparación sim-
bólico-política frente al negacionismo del gobierno anterior de Cambiemos);(1)
(1) “[Existen] dos prólogos al informe Nunca Más, elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desapa-
rición de Personas en 1984. El primero, escrito por la Comisión, expuso la interpretación del gobierno de
Alfonsín sobre el pasado de violencia política y horror y postuló una nueva lectura sobre la identidad de
los desaparecidos y el papel de la sociedad argentina en esos hechos. El segundo, elaborado por la Se-
cretaría de Derechos Humanos de la Nación fue añadido en 2006. Su comparación ilustrará los cambios
y continuidades en la memoria del pasado reciente en el país” (Crenzel, 2007).
(2) La instalación se realizó el 24 de marzo de 2022, en el espacio del hall de ingreso principal al Edificio
Mosconi en UNAJ; se trató de una acción artística colectiva por la Memoria con la intervención de seri-
grafías sobre barbijos que representaban los Pañuelos de las Madres en su lucha por la MVJ.
Durante la gestión del gobierno nacional de Cambiemos se llevó a cabo una interven-
ción simbólica, político y cultural que buscó alterar las interpretaciones consensuadas
por amplios sectores de la población en torno al proceso de Memoria, Verdad y Justicia.
Desde el Ministerio de Cultura de Nación, se reeditó una publicación (que este mismo
organismo había realizado durante la gestión kirchnerista, hacia el año 2007, como par-
te del programa “Libros y Casas”), con textos seleccionados del informe Nunca Más,
publicado originalmente por la Conadep.
En el año 2006, a 30 años del inicio de la última dictadura cívico-militar genocida o dicta-
dura militar corporativa concentrada, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación
realizó un segundo prólogo al Nunca Más firmado por su Secretario, el Dr. Eduardo Luis
Duhalde. Allí se señalaba que este último proceso dictatorial implementó un accionar de
terrorismo estatal y una intervención genocida sobre ciertos grupos sociales particula-
res (militantes sociales y políticos, delegados sindicales, obrerxs, miembros de partidos
políticos, estudiantes, entre otres), derribándose así una teoría interpretativa que se de-
rivaba de la primera edición del Informe de la Conadep, que había sido encargado por el
entonces presidente Alfonsín al escritor Ernesto Sábato y otras figuras del campo cultu-
ral y político, entre los años 1984 y 1985. En esa versión se sostenía que había sucedido
una suerte de guerra entre dos sectores (uno integrado por fuerzas armadas político-
populares y “subversivas” y el otro por el aparato represivo del Estado) que había altera-
do los destinos de la democracia y el respeto por la vida. Se construía, de esa manera,
una “teoría de los dos demonios” que habilitaba también las menciones a una suerte de
“guerra sucia” que había derivado en la muerte y desaparición de unas 8000 personas.
Cabe señalar que, hacia finales del año 2019, la UNAJ logró tomar contacto y solicitar la en-
trega de una gran cantidad de estos libros que estaban por ser decomisados. Así, con este
rescate de los ejemplares del Nunca Más se buscó resguardar un material valioso para la
memoria de toda la sociedad. Pero a la vez, y como parte del proceso educativo desde la
perspectiva de derechos humanos que una universidad debe llevar adelante, se propuso
movilizar un acto reparatorio del proceso colectivo que intentó ser desactivado y altera-
do en el campo de las disputas ideológicas y políticas que son parte de la conflictividad
que se sostiene en la sociedad.
Partiendo de una perspectiva que considera que “la versión negacionista de la historia
reciente debe ser revisada y transformada en pos de garantizar el núcleo de sentido de
los Derechos Humanos y la defensa de la Vida que el Pueblo Argentino supo conquistar
no sin arduas luchas”, la UNAJ, en el acto del Día Nacional de la Memoria por la Verdad
y la Justicia del 24 de marzo de 2022, puso en marcha, en tiempos de transición pos-
pandémica, un encuentro de la comunidad universitaria de modo presencial y realizó
una nueva intervención político-simbólico-cultural de recuperación del segundo prólogo
del año 2006. Asentando la acción en una firme convicción y compromiso con el res-
peto, la defensa y la promoción de los derechos humanos, este texto fundamental fue
insertado junto a la anterior edición reformada, de corte ideológico negacionista del
proceso genocida dictatorial. Se buscó realizar, de este modo, desde una institución de
educación superior,
… un aporte a la construcción colectiva y multiactoral como parte del compromiso de
producción de conocimientos, formación, vinculación y transmisión intergeneracional de
los procesos de Memoria en busca permanente de la Verdad y la Justicia, bases clave
para la efectivización de los DDHH y la realización de una sociedad democrática justa,
libre, igualitaria, plural e intercultural.(3)
Cabe señalar, entonces, que para poder reflexionar en torno a lógicas que dan cuenta
del proceso dictatorial se debe indagar en la articulación directa que tuvo la dinámica
(3) Palabras emitidas durante el acto realizado en UNAJ por el Día Nacional de MVJ, el 24 de marzo de
2022.
Por ende, se debe reiterar, en contra de los discursos negacionistas, cómo muchas
corporaciones no solo se beneficiaron con el despliegue de las baterías de políticas
económicas encabezadas por un expresidente de un gran grupo empresario, como fue
el ministro Martínez de Hoz, sino que además obraron de modo directo y acompaña-
ron mediante diferentes acciones, la implementación de los dispositivos represores
que la mano de obra militar puso en acción. Asimismo, se observa también cómo mu-
chos actores privados y empresariales se aprovecharon de la represión aplicada sobre
otros actores empresariales.
En este proceso, las empresas protagonistas fueron numerosas. Entre ellas, se puede
mencionar, por ejemplo, el Ingenio Ledesma, presidido por C. Blaquier, en la provincia
de Jujuy, donde tuvo lugar la denominada “Noche del Apagón”, donde se produjo una
redada policial en la ciudad de Libertador General San Martín, efectuada con recursos
de la misma empresa, y donde fueron detenidas ilegalmente 400 personas y varias ter-
minaron desaparecidas.(4) También se puede mencionar el caso de la minera “El Agui-
lar”, donde 30 delegados fueron secuestrados y trasladados en camiones de la propia
empresa –como en el caso de Ledesma–. Por otra parte, en el caso de La Veloz del
Norte, organización de transporte de pasajeros, se muestra cómo el propio dueño y
empresario, Marcos Levín, fue signado como autor intelectual y entregador de trabaja-
dores, sobre todo en el caso de un delegado sindical de su empresa (juicio que acaba
de terminar con su procesamiento y condena penal junto a los policías implicados).(5)
Cabe mencionar también las intervenciones de Loma Negra, donde se produjo el se-
cuestro, tortura, asesinato y desaparición del abogado laboralista de esa misma em-
presa, Carlos Moreno; según fuentes estatales del aparato judicial, esto produjo a pos-
teriori un proceso de disciplinamiento que posibilitó la disminución en un 53% del costo
laboral, junto a un 72% del gasto de indemnizaciones a trabajadores. Asimismo, puede
citarse el accionar de militarización y terrorismo de Estado puesto en marcha dentro del
propio predio fabril, como sucedió en Acindar en 1975, con el fenómeno del “Operativo
Serpiente Roja del Paraná” –que dio lugar a lo que se llamó el “segundo villazo”–, un des-
pliegue conjunto de paramilitares (Triple A) y agentes estatales policiales y militares en
toda la localidad de Villa Constitución, que dejó como saldo la detención de cientos de
obreros y el armado de centro clandestino dentro de la misma fábrica. A estos grupos
empresarios locales se pueden sumar, además, los casos de Astarsa, Dálmine, Siderca,
situados en los cordones industriales.
(5) Al respecto, cabe citar un fragmento del artículo de Alejandra Dandan (28/03/2016), publicado en el
diario Página/12 en relación a este caso: “Luego del análisis del contexto y en línea con el análisis de las
causas en otros lugares del país, la fiscalía reseñó en el alegato la línea histórica que muestra la lógica
y escalada del conflicto entre trabajadores y empresa. Entendió que los conflictos patronales sindicales
ocurridos entre 1975 y 1976 fueron ‘el antecedente inmediato’ de los hechos y que la represalia buscó
generar un ‘efecto disciplinador y ejemplificador’ sobre el conjunto de los trabajadores de la firma. Sobre
el caso particular de Cobos, única víctima que llegó a ser admitida en el juicio, lo situaron como delega-
do gremial, hablaron también de la persecución a su grupo familiar y el vínculo con otros trabajadores
perseguidos. Un emergente clave del alegato fue la reconstrucción de los ‘aportes’ realizados por el em-
presario, a partir de datos recogidos a lo largo de la investigación. En ese sentido, mostraron que Levín:
1. Aportó acción psicológica: es decir, creó las condiciones sociales favorables para el accionar repre-
sivo. En ese punto, recordaron que, a través de la Federación de Empresarios Salteños de Transporte y
de las solicitadas publicadas en los medios de prensa, realizó un pedido público para que se aplicara
la ley antisubversiva e intervinieran los militares y las fuerzas de seguridad. 2. Aportó información de
inteligencia sobre los trabajadores. Aquí cuentan: los diagramas de servicio que permitieron conocer
los lugares donde detener a los trabajadores y el aporte de los domicilios y datos sobre la actividad
gremial. Esto se hizo, explicaron, a través de la colaboración de otras personas, como el entonces sub-
comisario Bocos, que a la vez cumplía funciones de seguridad dentro de la empresa. 3. Aportó listas de
trabajadores que debían ser detenidos y torturados. 4. Aportó la denuncia contra los trabajadores para
que se desencadenaran los operativos. 5. Aportó vehículos de línea y automóviles particulares de la
empresa que se usaron para los secuestros y traslados. 6. Aportó personal dependiente de la empresa
para los traslados de los detenidos que estaban en Tucumán y la persecución desplegada al interior de
la empresa contra los trabajadores más combativos. 7. Aportó instalaciones de la empresa para que
se produjeran los secuestros. 8. Aportó recursos económicos y dádivas al personal policial para que
reprimiera a los trabajadores”.
la transición democrática argentina. De modo sucinto, cabe destacar que, para abordar
la complejidad del período señalado, se expusieron diversos estudios que han elabo-
rado registros que contienen más de 150 actores referentes del mundo empresarial
y del sistema financiero que fueron víctimas del terrorismo estatal. Allí se describen
las trayectorias de casos representativos del sistema capitalista en nuestro país (tanto
de empresarios referentes del capital productivo –como la familia Iacarinno– como de
referentes del sistema financiero –como el caso de Eduardo Saiegh, dueño del Banco
Latinoamericano–).
Las vivencias del terror en las víctimas empresariales (a quienes podríamos deno-
minar “no convencionales”) persisten hasta la actualidad. A la par de las torturas y
padecimientos experimentados, los desapoderamientos de bienes aplicados sobre
ellos siguen obrando como daño no resuelto aún en el presente. Tras más de cuarenta
años, el sistema judicial ha avanzado a ritmo dispar (sobre todo luego del año 2006)
sobre el conjunto de causas de lesa humanidad en la condena contra algunos de los
genocidas perpetradores de los daños y males causados; en particular, en muy pocos
casos de este tipo específico de víctimas, en donde los bienes robados en pos de be-
neficios propios de los actores represores y de los beneficios secundarios otorgados
a grandes grupos económicos locales y transnacionales no han sido reintegrados.
Numerosas demandas con elementos probatorios se han desplegado como reclamos
de las víctimas pero la Justicia no ha obrado en su restitución.
Los delitos considerados en gran parte de las situaciones solo como económicos y no
de corte político-económico de lesa humanidad no han podido adquirir un estatus de
urgencia en la resolución y búsqueda de sanción judicial. Por ello, al igual que millares
Ediciones SAIJ-INFOJUS < Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
Políticas y prácticas educativas en derechos humanos como disputas de sentido contra ... 65
de víctimas que terminaron desaparecidas, los bienes tomados como botín de guerra
para usufructo propio no han sido reintegrados a las víctimas.
Es en este marco analítico y de sentidos prácticos aquí vertidos que se expresan los con-
tenidos abordados bajo diferentes dispositivos pedagógicos, en particular en encuentros
universitarios con el estudiantado y la comunidad local. Allí se pudieron expresar las con-
secuencias del accionar dictatorial y su legado de desigualdad social, el aumento de la
pobreza, la desindustrialización selectiva, la destrucción de empleo, junto a la violación
a los derechos humanos en su totalidad, tanto civiles y políticos (DCyP), como económi-
cos, sociales, culturales y ambientales (DESCA). Se observa así la manera en que estos
aspectos operaron en el pasado pero también condicionan el presente, en tanto implican
restricciones al desarrollo integral de una sociedad como la argentina, que aun tras déca-
das de gobiernos democráticos, todavía sigue bregando por dar vuelta dicho proceso y
construir nuevamente un horizonte de mayor justicia e integración social.
Por último, cabe pensar que los casos y situaciones de violaciones de derechos humanos
bajo el ejercicio de procesos dictatoriales y genocidas, así como las disputas de estos
El negacionismo como amenaza al sistema democrático
66 Walter Bosisio
De igual modo, se ha señalado cómo este registro debe ser una y otra vez repensado
en la historia previa de construcción de esa habituación, así como también la ruptura de
órdenes de legalidad democrática y la continuidad que las interrupciones de los ciclos
institucionales de democracia-dictadura en el siglo XX fueron registrando y naturalizan-
do. Así, no resulta posible pensar la construcción de una “normalidad” de la vida cotidia-
na bajo el régimen dictatorial genocida, sin comprender los tiempos previos y el devenir
posterior, en los tiempos posdictadura, de la –esperada por mayorías–primavera demo-
crática y su afirmación siguiente. La actualidad del momento que nos atraviesa expone
las dificultades que aún se observan en la construcción del proceso de Memoria, Verdad
y Justicia en nuestra sociedad como también los modos concretos en los que obran
los mecanismos negacionistas, lo que se puede observar en las dificultades, demoras y
hasta benignidad que hay en las penas que registran los juicios a los mismos militares
genocidas y, sobre todo, a los civiles partícipes y protagonistas, corresponsables y no
meros cómplices.
Referencias
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venta. Una aproximación a través de la reestructuración económica y el comportamiento de los grupos
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Astarsa, Dálmine Siderca, Ford, Ledesma y Mercedes Benz. CEFS/FETIA.
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sarial en delitos de lesa humanidad y avance en las causas judiciales en democracia. Eudeba.
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Nápoli, B.; Perosino, C. y Bosisio, W. (2014). La dictadura del capital financiero. La trama bursátil y el golpe
militar corporativo. Continente.
Si pensamos qué prácticas pueden constituirse en dispositivos efectivos para una peda-
gogía de la memoria podríamos proponer tres:
●● las efemérides escolares;
●● los sitios de memoria;
●● los contenidos escolares.
No son los únicos y, claramente, dos son materia específica del sistema educativo,
mientras que los lugares de memoria pueden poseer una fuerte vinculación con las
escuelas, incluyendo la instalación de marcas en los propios colegios,(1) pero no forman
parte de los diseños curriculares y, como es obvio, muchos de ellos se encuentran fuera
de las instituciones.
En este trabajo reflexionaremos acerca de cada uno de estos dispositivos a partir del
abordaje de la temática de los pueblos indígenas. Procuraremos atender a la pregunta
vertebral de las Jornadas en referencia a los discursos negacionistas, como así también
a los desafíos que implica encarar estos contenidos en las aulas, y los alcances y posibi-
lidades de propiciar una práctica educativa respetuosa de la diversidad cultural.
(*) Profesor (Universidad de Buenos Aires). Doctor en Historia (UBA). Docente de la Facultad de Filosofía
y Letras (UBA). Investigador adjunto (Conicet).
Correo electrónico: nagy.mariano@gmail.com
(1) Un claro ejemplo es el de las investigaciones realizadas en las propias instituciones, movilizadas por
docentes y estudiantes, respecto del personal y alumnos/as de camadas anteriores que fueron víctimas
del terrorismo de Estado en Argentina, y que derivan, en muchos casos, en la marcación mediante la
articulación con distintos organismos locales o regionales; tal es el caso de la iniciativa “Baldosas por la
memoria”, disponible en espaciomemoria.ar/baldosas-por-la-memoria/
Más allá de la disputa ideológica y geopolítica que dio origen al festejo, no quedan dudas
de que este contó con buena aceptación, producto de un consenso arraigado en el sen-
tido común que vinculó la pertenencia a una cultura hispana, reforzada por el proceso
migratorio acontecido en las décadas anteriores y subsiguientes, con predominio de
un flujo con sentido España-Argentina, fenómeno que convirtió a los peninsulares en el
segundo grupo más numeroso que arribó a nuestro país, luego de los italianos.(2)
En esa línea, sostenemos que, pese a existir tres siglos entre los procesos históricos que
transcurrieron entre la Conquista de América y la inmigración española a nuestro país,
(2) Según el Museo de la inmigración de la Universidad de Tres de Febrero, “la Argentina recibió entre
1881 y 1914 más de 4.000.000 de inmigrantes, que en 1895 representaban el 25,5% de la población del
país. Los italianos fueron 2.000.000 y los españoles 1.400.000”, disponible en untref.edu.ar/muntref/es/
muestras/italianos-y-espanoles-en-la-argentina/
Si tomamos el nivel secundario del distrito con la mayor cantidad de estudiantes del
país, la provincia de Buenos Aires, que cuenta con el 40% aproximado de la matrícula
nacional, estos contenidos se trabajan en el 2° año. Un desajuste importante se da en 3°
año, cuando al abordar la construcción del Estado Nacional, “emergen” indígenas en las
regiones de La Pampa, la Patagonia y Chaco, grupos que no habían tenido lugar en los
abordajes del año anterior (Nagy, 2013).
Este cambio, ya desde el propio nombre, propició un abordaje totalmente distinto en las
aulas, hecho que se manifestó y aún puede observarse en los actos escolares, marcados
por la noción de respeto y de diversidad cultural en todos los niveles del sistema educativo.
(3) Se hace referencia aquí a los barcos europeos con población europea, y no a los barcos europeos
con población esclava del continente africano, diferenciación que bien resalta Claudia Briones (2005) al
señalar que en nuestro imaginario colectivo de identidad no solo se omite a los pueblos originarios, sino
también a la población africana.
(4) Disponible en: argentina.gob.ar/noticias/12-de-octubre-dia-del-respeto-la-diversidad-cultural-0
(5) Disponible en: argentina.gob.ar/noticias/12-de-octubre-dia-del-respeto-la-diversidad-cultural-0
Esto se torna más complejo cuando observamos que la conquista española logró afir-
marse en parte del actual territorio argentino, no así en amplias regiones del sur y del
noreste del país particularmente; pero en las aulas, mayormente, esa distinción no solo
se omite, sino que el reconocimiento y el respeto a la diversidad posee un anclaje de-
clarativo, como si lo que les sucedió a los indígenas fuera parte de un pasado remoto
–obra de los españoles–, de acuerdo a una porción muy importante de los diseños
curriculares y los manuales escolares, o se tratara de un proceso histórico que tuvo
lugar en otros países.(7)
Simplificando, no existe una fecha que aborde el sometimiento y las prácticas genoci-
das que el Estado argentino perpetró contra los pueblos originarios a fines del siglo XIX
a partir de las denominadas “Conquista del Desierto” y “Conquista del Desierto Verde”.
Lo más cerca que se estuvo de ello fue en 1979, con una perspectiva diametralmente
opuesta, cuando la última dictadura militar organizó y celebró el centenario de dichas
campañas militares en La Pampa y la Patagonia (1879-1885) con actos protocolares,
monedas alusivas, desfiles militares y, además, procurando vincular positivamente la
expedición roquista con la “lucha contra la subversión” (Ottini, 2020).
(6) Nótese que debajo de la imagen de la derecha también se exhibe un trabajo previo sobre el 24 de
marzo y las Madres de Plaza de Mayo.
(7) Paradójicamente, también es poco conocido el proceso represivo impulsado por el Estado provincial
jujeño en la década de 1870 que desencadenó la rebelión indígena en la Puna y las batallas de Abra de la
Cruz (1874) y Quera (1875). Al respecto, ver Lenton et al. (2016).
Tal vez el caso más emblemático y con mayor desarrollo sea la masacre de Napalpí,
ocurrida en 1924 en el entonces Territorio Nacional del Chaco. Napalpí es tanto un ejem-
plo como una excepción, dado que cuenta no solo con un muy difundido juicio por la
verdad concluido en 2022,(9) sino también con un sitio de memoria donde funcionó la
reducción, hoy Colonia Aborigen Chaco.
(8) Un claro ejemplo de esto es el abordaje de EIB en La Pampa sobre la masacre de Pozo del Cuadril de
1878, disponible en sitio.lapampa.edu.ar/index.php/celebraciones/masacre-en-pozo-del-cuadril
(9) Disponible en: argentina.gob.ar/noticias/el-juicio-por-la-verdad-de-la-masacre-de-napalpi-tiene-sen-
tencia-y-el-archivo-general
(10) Según su propio sitio web, “#MemoriasSituadas es un mapa interactivo en actualización perma-
nente que recorre diferentes lugares de memoria, piezas, obras artísticas y patrimonio material e inma-
terial relacionados con graves violaciones a los derechos humanos alrededor del mundo”, disponible en:
cipdh.gob.ar/memorias-situadas/este-proyecto/
Teniendo en cuenta este panorama, es posible pensar que el sitio de memoria requiere
de mayor elaboración, reflexión y hasta de costo que plantear efemérides y/o materiales
didácticos. Su vinculación con el ámbito educativo puede ser más o menos intenso,
pero sin duda alguna lo que talla en el poco número de estos lugares es una narrati-
va hegemónica que no ha logrado deconstruirse totalmente, o al menos, en términos
comparativos, lo hizo en mucho menor forma respecto a los relatos acerca de la última
dictadura militar ocurrida entre 1976 y 1983.
Con todo, planteamos como hipótesis general respecto a las memorias referidas a am-
bos hechos –Conquista del Desierto y última dictadura militar– que los avances en los
procesos de memoria, en particular en el ámbito educativo, fueron mucho más firmes
respecto al terrorismo de Estado. Las razones pueden ser varias y plantearemos al-
gunas. La principal es el rol del Estado como agente impulsor de una memoria oficial
condenatoria de los crímenes perpetrados por el gobierno dictatorial entre 1976 y 1983.
Gracias a esto se fomentó el diseño, financiamiento e implementación de políticas de
memoria estatales que van desde el señalamiento de lugares de memoria hasta la ela-
boración de materiales y campañas educativas, todos estos dispositivos que fueron
de la mano de la sanción de leyes que propiciaron el fin de las leyes de impunidad y el
juzgamiento de los militares involucrados en el terrorismo de Estado.
Bajo la insistencia de que el rol del Estado fue la principal herramienta, un segundo
aspecto difícilmente no esté asociado a cómo las distintas autoridades nacionales y
provinciales encararon la revisión del pasado, aunque no por especulación, sino, enten-
demos, por ser parte del imaginario colectivo nacional. Nos referimos aquí a las impli-
cancias de adoptar una postura crítica respecto a la Conquista del Desierto y la última
dictadura militar. En tal sentido, más allá de que el negacionismo respecto al autode-
nominado “Proceso de Reorganización Nacional” pueda seguir vigente,(11) la crítica al
(11) Excede los propósitos de este trabajo la irrupción de un clima de época de escala planetaria en el
cual, con matices, el negacionismo, dinamizado por las corrientes catalogadas como “nuevas derechas”
o neofascistas, vuelven a instalar exitosamente en la arena pública debates y consignas negacionistas
que parecían ya superadas.
accionar estatal en ambos procesos suele gestionarse de modo diferente,(12) con una
aceptación mayoritaria a la crítica sobre el rol del Estado en la década de 1970, en con-
traposición a una perspectiva más complaciente y de naturalización de los procesos
sociales en el caso de las campañas militares y la organización nacional en la segunda
mitad del siglo XIX.
Respecto de esto último, creemos que la crítica hacia el rol del Estado entre 1976 y 1983
resulta menos problemática en relación a las políticas del siglo anterior. En efecto, pa-
reciera que la crítica al accionar estatal de someter a la población originaria y, especial-
mente, a la apropiación del territorio indígena, pusiera en jaque el cuerpo de la nación,
la esencia de lo que somos, de nuestra identidad. Paradójicamente, también funciona
invirtiendo las variables: críticas por las políticas concentracionarias y de distribución de
las comunidades, pero en combinación con el aval a la naturalización del territorio como
argentino, que además no solo se percibe como dado y lógico, sino que se impuso por
sobre las apetencias chilenas de “quedarse con nuestra Patagonia”.
(12) En Nagy (2015) comparamos los aspectos en común que existen en discursos y narrativas histó-
ricas respecto a las justificaciones de la Conquista del Desierto y de la última dictadura militar. A modo
de síntesis, adelantamos que en ambos procesos el rol del Estado fue “pensado” y esgrimido como una
respuesta, sea esta la barbarie indígena o la subversión apátrida.
(13) Esta batalla tuvo lugar el 4 de enero de 1875, en lo que actualmente es el territorio de la provincia
de Jujuy.
Cuestionar esa premisa y ese hecho que, supuestamente, garantizó la conclusión del pro-
ceso iniciado en mayo de 1810(15) deviene en antipatriótico, incluso entre amplios secto-
res de la población que no adhieren a las políticas implementadas con las comunidades
indígenas. Esta forma de pensar es transversal, ya que incluye a docentes, investigadores/
as y a diversos colectivos que, sin exaltar la figura de Roca, preguntan, de manera genuina,
pero contrafáctica: ¿qué íbamos a hacer: dejar todo ese territorio a pueblos primitivos,
permitir que la Patagonia sea apropiada por Chile? Esto se trata, primero, de una cristali-
zación de la realidad del siglo XIX, como si respetar otras soberanías y formas culturales
inhibiera las relaciones sociales que dichas poblaciones establecían a un lado y otro de
los espacios fronterizos y la única sociedad que modificara sus pautas de vida fuera la
criolla; no así los indígenas que seguirían –según esta endeble argumentación– cazando
ñandúes y viviendo en tolderías. Segundo, desconoce el proceso de apropiación de tierras
que implementó el Estado argentino mediante el financiamiento privado de las campañas
militares a cambio de la entrega de los territorios indígenas (Bandieri, 2005) que, como
unidad de medida más pequeña, fue de 10.000 hectáreas (100 kilómetros cuadrados), es
decir, lo equivalente a media ciudad de Buenos Aires. De este modo, millones de hectáreas
quedaron en manos de alrededor de 350 beneficiarios (Nagy, 2022). Esos espacios, aún
hoy, en muchos casos, siguen estando vedados en “nuestra Patagonia”.
(14) El mapa, que estuvo a cargo del profesor alemán Richard Napp, fue confeccionado en 1876 para parti-
cipar de una exposición en Filadelfia, Estados Unidos; a la postre sería reconocido como la primera obra que
incluyó, en forma explícita y concreta, a toda la Patagonia en el mapa del territorio argentino (Lois, 2007).
(15) El propio Sarmiento se burló de la campaña de Roca, que demoró la llegada a la confluencia entre
los ríos Negro y Neuquén para arribar el 25 de mayo de 1879, y de esa forma, poder hacerla coincidir con
la revolución; de esa manera,entonces, se dotaría a la expedición de una estirpe patriótica, a modo de
continuidad de la gesta de Mayo.
Figura 4. Recortes del libro Catecismo de la doctrina cívica (1909), de Enrique Vedia
Breve y directo, en esas líneas se exhiben tres tópicos clásicos sobre el tema:
1. los indios eran salvajes;
2. los originarios ya no existen en nuestro país (¡no queda ni uno solo!, se alegra el
alumno); y
3. la singularidad de la Argentina de ser la “única nación americana sin indios dentro de
sus fronteras”.
Una nueva normativa,(16) sancionada en 2006, le dio otro lugar e importancia a la temá-
tica e impulsó diversas políticas educativas, entre ellas, la elaboración de materiales y la
implementación de cursos de capacitación. En correlato, en los últimos años otros re-
cursos fueron ampliando la perspectiva e incorporando contenidos más propicios para
las escuelas. Con todo, siguen existiendo manuales y diseños curriculares con nula re-
novación y actualización en los abordajes sobre el tema.
Finalmente, más allá del acceso a las publicaciones, es posible pensarnos como docen-
tes situados en el aula y compartir algunas ideas y nociones, a saber: ¿qué planteos nos
permiten acercarnos de manera efectiva a abordar el tema y cuáles no? Enumeramos
algunos de los “errores” más comunes:
●● ubicación de los pueblos indígenas en el pasado: “vivieron”, “realizaban”, “habitaron”,
etc. Hay un uso de verbos en pretérito y sin un anclaje temporal preciso, desconec-
tando estos pueblos con los procesos actuales de reivindicaciones culturales y terri-
toriales;
●● confección o presentación de mapas étnicos con faltantes de pueblos, errores con-
ceptuales (no considerar al pueblo mapuche, por ejemplo) y/o con límites ficticios o
erróneos;
●● utilización de imágenes del pasado sin descripciones del tiempo y espacio de dichos
materiales: suele acudirse a cualquier imagen para cualquier pueblo, siempre que
“muestre” un pasado remoto;
●● descripción de los pueblos indígenas siempre en contextos rurales, obturando las po-
sibilidades de pensarlos en las ciudades y pueblos;
●● caracterización de los pueblos de acuerdo a un rígido (y errado) esquema que dife-
rencia entre nómades y sedentarios, cuando en realidad la vida indígena fue y es más
compleja. Por ejemplo, existió un fuerte intercambio comercial entre las comunidades
y las sociedades hispano-criollas. ¿Cómo se encuadraría, entonces, el comercio en
estos esquemas? Además, en la mayoría de los casos, dependiendo de la región, se
combinaban actividades rotuladas como nómadas y sedentarias de acuerdo a tem-
poradas, climas y relaciones con comerciantes y autoridades;
●● la museologización de los indígenas: quienes no ofrecen una imagen estereotipada
de sus prácticas, vinculadas al siglo XIX, podrían ser signo de “indios truchos” o “des-
cendientes” de una identidad que se va extinguiendo con el paso de las generaciones.
A diferencia de cómo comprendemos el dinamismo de nuestros hábitos culturales,
cualquier incorporación de prácticas contemporáneas por parte de indígenas son em-
parentadas como “pérdida” o falsedad. Por ejemplo, si vemos a un ciudadano argenti-
no con jean, camisa y celular no se pone en juego su identidad, pese a no coincidir con
las tradiciones del siglo XIX; en cambio, sí es indígena, automáticamente se genera
la sospecha porque no coincide con el “indio” estereotipado, cuando no existían esas
prendas y objetos.
A modo de cierre
Para cerrar la ponencia, cabe señalar algunas consideraciones para abordar el tema
indígena en el aula:
●● pensar a los pueblos indígenas desde el presente, remarcar su actualidad y el recono-
cimiento que existe tanto en normativas como en organismos estatales (Ministerio de
Educación; Instituto Nacional de Asuntos Indígenas –INAI–, etc.);
●● partir de la certeza respecto a que, durante aproximadamente un siglo, esta temática
se enseñaba con un enfoque patriótico, como un acontecimiento nodal de nuestra
historia, con caracterizaciones grandilocuentes en las que abundaban las nociones
de gesta, abnegación, grandeza y epopeya, y se desconocían los hechos concretos y
la violencia desplegada para “hacer grande a la Argentina”;
●● apelar a fuentes confiables: censos, registros oficiales, trabajos académicos y mate-
rial didáctico, que están disponibles en la web;
●● leer e investigar acerca del tema, reflexionar y repensar cuáles son nuestras percep-
ciones iniciales –algo fundamental en este tema–, cargado esto con la influencia de
discursos hegemónicos de larga data que han atravesado generaciones;
●● resaltar la importancia de la no discriminación, un aspecto transversal en la escuela
que trasciende a la temática indígena;
●● asumir el compromiso ciudadano y como profesional docente de contraponer a los
enfoques que plantean “una fiesta a la patria” el dolor y las consecuencias de las
políticas y las violencias desplegadas por el Estado con las poblaciones originarias;
●● acentuar la riqueza de la diversidad cultural, un fenómeno histórico mundial, alejado
de las antiguas y falaces nociones de pueblos homogéneos culturalmente;
●● propiciar un abordaje situado: ¿en mi localidad o provincia hay indígenas?, ¿cuál es la
historia de dichas comunidades en la región donde vivo?, ¿existen relatos que abor-
dan el tema? Si no los hay, ¿por qué será?;
●● reponer la historia de las relaciones interétnicas entre pueblos originarios y los
Estados desde una perspectiva crítica que contemple no solo los intereses de las
autoridades y beneficiarios de aquel entonces, sino también las consecuencias para
las comunidades;
●● analizar la construcción de otredades en las narrativas escolares y el lugar que les
asignaron los relatos históricos. En general, el tema plantea un “nosotros” (blancos)
en contraposición a un “ellos” (los otros, los indígenas). En estas interpretaciones sue-
len mencionarse supuestos beneficios generales que se concentraron en un grupo de
personas, como también suelen plantearse, de modo contrafáctico, panoramas som-
bríos en caso de que el genocidio de los pueblos indígenas no se hubiera perpetrado;
●● alentar la deconstrucción de los discursos que explican la violencia estatal como jus-
tificación de progreso y destino inexorable para quienes se opusieron.
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octubre-en-la-memoria-colectiva
VALERIA THUS*
La persecución penal
del negacionismo
Desafíos del liberalismo del siglo XXI
La palabra negacionismo es una de las más escuchadas y utilizadas en las calles, en los
medios de comunicación, como así también es una de las más rastreadas en los bus-
cadores de internet en el último año. Se habla de modo indistinto de los negacionismos
de la dictadura, la pandemia, del cambio climático, como también de los terraplanistas,
antivacunas, etc. La conceptualización como negacionismos de vastos fenómenos so-
ciales inundan nuestras redes y medios de comunicación.
(*) Abogada (Universidad de Buenos Aires). Doctora en Derecho Penal (UBA). Magíster en Derecho
Internacional de los Derechos Humanos (UBA). Especialista en Derecho Penal (UBA). Docente del
Departamento de Derecho Penal y Criminología. Integra el Grupo de Estudios Críticos en Política, De-
recho y Sociedad –PoDeS– (IIGG-GIOJA, UBA). Codirectora del Proyecto DECyT “Negacionismo y Dere-
cho Penal” (2020/2022). Coordina el Programa Justicia y Memoria y el seminario “Los/las estudiantes
vamos a los Juicios” (Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil).
Correo electrónico: valethus@gmail.com
(1) Negacionismo es hoy un término usado para describir un fenómeno cultural, político y jurídico que
se manifiesta en comportamientos y discursos que tienen en común la negación, al menos parcial, de
la realidad de los hechos históricos percibidos por la mayor parte de la gente como hechos de máxima
injusticia –sea en su conceptualización como graves violaciones a los derechos humanos (desde el
derecho internacional de los derechos humanos) o crímenes internacionales (desde el derecho penal
internacional)– y, por tanto, objeto de procesos de elaboración científica y/o judicial de las responsabili-
dades que se derivan de ellos.
Luego del genocidio nazi (pero también de los genocidios anteriores y posteriores, como
los que se produjeron en Armenia, Camboya, Ruanda, Bosnia, Argentina y las restantes
dictaduras del Cono Sur de América o Bangladesh, entre otros), que marcó el inicio pa-
radigmático de los procesos de reproche penal para este tipo de crímenes y dio origen a
la denominada “etapa de mundialización de los derechos humanos”, resulta difícil poner
en tela de juicio el deber de memoria y de castigo frente a los responsables de los pro-
cesos genocidas. Ahora bien, la punición de las prácticas negacionistas se presenta de
manera más controversial.
(2) Uso la expresión “acontecimiento límite” en el sentido dado por La Capra (2009) como acontecimien-
to radicalmente transgresor de la vida social, por ejemplo, el crimen contra la humanidad.
La persecución penal del negacionismo. Desafíos del liberalismo del siglo XXI 85
en la actualidad mucho más refinados, sutiles, subterráneos–, sino más bien sobre qué
tipo de memoria vamos a priorizar para evitar las consecuencias reorganizadoras de
las prácticas sociales genocidas, y cómo entonces encaja, se inserta al derecho como
política pública de confrontación a estos discursos.
Entonces, un modo más epocal para poder pensar esta problemática, que es muy
compleja, que nos cuestiona nuestra relación con el pasado, pero sobre todo con qué
presente queremos construir, es preguntarnos qué vamos a hacer con el discurso in-
tolerante que se ampara en la libertad de expresión para discriminar y humillar, cómo
conformar un liberalismo de cara a las exigencias del siglo XXI, qué entendemos por el
significante democracia, entre otros aspectos nodales.
(3) Este modelo de libertad de expresión como libertad positiva, que fuera adoptado por Alemania a
partir de la Segunda Guerra Mundial–modelo de la democracia militante–, ha establecido una serie de
valores públicos en su Constitución que son un compromiso activo para evitar los errores del pasado, en
lo que se conoce con la expresión “Nunca Más”; todo ello supone que la dignidad humana sea considera-
da intangible y que la libertad de expresión se considere un derecho fundamental que se debe ponderar
con otros derechos, según las circunstancias del caso. Por lo tanto, cuando los casos presentan hechos
en los que la dignidad humana y la libertad de expresión colisionan, la libertad de expresión debe ceder
(Revenga Sánchez, 2005).
Porque, como sabemos, el liberalismo tiene hoy un compromiso con la libertad, pero
también con la igualdad –y para erradicar el discurso del odio–, modificándose así la
idea de democracia como autonomía de voluntad de los negacionistas a una idea de
democracia como aseguramiento de incorporar al debate a las víctimas y legitimando la
intervención estatal frente a estos discursos.
En esta línea, en los últimos años hay un modo de pensar los negacionismos, no en el
formato en el que se lo pensaba en la década del 90, como discursos contra la verdad
histórica, sino situándolos como discursos de odio. Este link –interesante– es el que
aquí vamos a analizar, dando cuenta del estado de situación normativo en el sistema
universal de protección de derechos humanos, más proclive a la regulación e, incluso, a
la intervención punitiva desde el prisma de la igualdad (discursos de odio) con un enfo-
que más restrictivo a la criminalización desde la libertad de expresión.
2. nadie debe ser penado por divulgar expresiones de odio, a menos que se demuestre
que las divulga con la intención de incitar a la discriminación, la hostilidad o la vio-
lencia;
3. debe respetarse el derecho de los periodistas a decidir sobre la mejor forma de trans-
mitir información y comunicar ideas al público, en particular cuando informan sobre
racismo e intolerancia;
4. nadie debe ser sometido a censura previa; y
Ediciones SAIJ-INFOJUS < Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
La persecución penal del negacionismo. Desafíos del liberalismo del siglo XXI 87
5. toda imposición de sanciones por la justicia debe estar en estricta conformidad con
el principio de proporcionalidad.(4)
En ambos documentos se sostiene que las leyes que penalizan la expresión de opinio-
nes sobre hechos históricos son incompatibles con el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos (PIDCyP). Esta mirada se mantiene en el informe de la RELE sobre
libertad académica, del año 2020, donde se sostiene, con relación al negacionismo aca-
démico, que, aunque se caracterice apropiadamente como pseudocientífica, polémica,
impulsada por la defensa de los derechos antisemita o racista, debe dejarse en manos
de las estructuras de autogobierno académicas, mientras que el discurso del odio debe
tratarse de modo diferente.
(párrafo 10) y se exhorta a los Estados para que adopten medidas, tanto legislativas para el
cumplimiento de la ley como educativas para poner fin a todas las formas de negación
del Holocausto (párrafo 11).
Al seguir esta línea de trabajo, debe mencionarse, asimismo, el Plan de Acción de Rabat
de 2012 que recomienda que se haga una distinción clara entre:
c. expresión que no da lugar a sanciones penales o civiles, pero que, aun así, plantea
problemas de tolerancia, civismo y respeto a los derechos de los demás.
Continuando con los lineamientos del Plan Rabat, la Recomendación General 35, La lucha
contra el discurso de odio racista, del 26 de septiembre de 2013 (UN Doc. CERD/C/GC/35),
en sus párrafos 14 y 15 recomienda que la denegación pública de delitos de genocidio
y crímenes de lesa humanidad, definidos por el derecho internacional, o el intento de
justificarlos se declaren actos punibles conforme a la ley, siempre que constituyan
Más recientemente, se destaca el Informe del Relator Especial sobre las formas con-
temporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intole-
rancia, del 11 de agosto de 2016 (A/71/325), donde reitera su absoluta condena a toda
negación o intento de negación del Holocausto y a todas las manifestaciones de into-
lerancia religiosa, incitación, acoso o violencia contra las personas o las comunidades
sobre la base del origen étnico o las creencias religiosas. A la vez que exhorta a la
preservación activa de los lugares que durante el Holocausto sirvieron como campos
de exterminio, concentración y trabajo forzoso y cárceles nazis, y alienta a los Estados
a que adopten medidas de índole legislativa y educativa para poner fin a la negación
del Holocausto (párr. 80).
En el informe de la RELE sobre discurso de odio de 2019 se afirma que la respuesta penal
o la aplicación de cualquier restricción de la negación de la exactitud histórica de atrocida-
des debe entrañar la evaluación de los factores señalados en el Plan de Acción de Rabat.
Esta tensión irresuelta entre libertad de expresión e igualdad, más o menos favorable a
la punición según la relatoría que intervenga, ha sido puesta en cuestión con la aparición,
en los últimos años, de un tercer actor en los sistemas de protección universal: la Rela-
toría Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías
de no repetición de la ONU, que –entiendo– puede dirimir normativamente esa disputa.
reivindicación o elogio de los regímenes que los llevaron adelante, debe repudiar-
se plenamente, ya que son inaceptables y contrarios a la ética y a las obligaciones
internacionales, a la vez que revictimizan a las víctimas y ofenden a la comunidad
internacional (considerando 97);
c. los procesos de memoria no pueden, en ningún caso, negar o intentar restar entidad
a las violaciones y crímenes cometidos que fueron constatados por comisiones de la
verdad y/o procedimientos judiciales. Dicha instrumentalización falaz de la memoria
es inaceptable y contraria a las obligaciones internacionales en materia de derechos
humanos (considerando 108).(7)
Siguiendo a Lemkin, el objetivo del genocidio no son los muertos, sino nosotros, los
vivos; no es algo que les sucedió a otros en un pasado (que se pretenda clausurar para
avanzar hacia un futuro en que no haya rastro del arrasamiento), sino que nos sigue
sucediendo. El modo de contarnos eso que nos pasó, de representarlo simbólicamen-
te, no es para nada inocente; muy por el contrario, deviene un momento esencial en la
disputa por la eficacia genocida. Lo que se busca, entonces, es lograr que el conjunto
social construya una representación del genocidio en el cual el lazo social (más allá
de los cuerpos) aniquilado no pueda tener presencia. Se trata de una exclusión, de un
segundo proceso de destrucción, pero ahora en el ámbito de lo simbólico, en el plano
de la memoria. A través de la insensibilización y el pacto denegativo (Feierstein, 2012)
se intenta construir una narratividad que constituya una legitimación y justificación del
arrasamiento, clausurando su visibilización.
Me interesa traer a escena esta mirada del negacionismo porque visibiliza el momento
simbólico posterior al aniquilamiento como un campo de batalla –como escenario ago-
nal en las sociedades posgenocidas– y el rol que tiene la memoria, o “los procesos de
memorialización” a los que se refiere la ONU, como contracara o respuesta a la eficacia
genocida. A la vez, porque nos permite comprender mejor la disputa sobre la apropia-
ción política del pasado que se esconde en las narrativas negacionistas y que, en rigor,
constituyen su motivación fundante.
memoria del genocidio que encarnan, siempre de modo activo, los sobrevivientes y los
familiares (parte de la sociedad civil), pero también las políticas públicas estatales de
reconocimiento. Allí radica su mayor gravedad: un sinsentido del pasado que se mate-
rializa en un sinsentido del presente.
Por eso se piensa a los discursos negacionistas como afectación a la dignidad humana
de las víctimas (sobrevivientes y familiares) y al derecho/deber a la memoria de la socie-
dad. Ello es algo que también se destaca en el informe sobre procesos de memorializa-
ción de la ONU cuando sostiene que las voces de las víctimas de violaciones a los dere-
chos humanos deben ocupar un espacio privilegiado en la construcción de la memoria
(recomendación 109).
Para decirlo sencillo: la libertad de expresión tiene límites y puede ser restringida (in-
cluso con la intervención penal) bajo ciertos parámetros: en casos de discriminación,
negacionismo o apología de genocidio y discursos de odio. A la vez, estas expresiones
son inaceptables frente a la progresividad del derecho a la memoria de los pueblos.
En este contexto se nos presentan pertinentes las críticas de Sen (2011) sobre el libera-
lismo (desde adentro de él) al afirmar que llama la atención, por un lado, cómo los libe-
rales no consideran ni una sola medida para combatir la injusticia y la desigualdad que
pueda significar una merma en la libertad y, por el otro, no se analicen profundamente
esos usos de la libertad desde la modernidad en adelante, porque –como bien sostiene
Rousseau– el origen de las desigualdades tiene en la libertad su raíz más profunda. Eso
es lo que hoy está en discusión.
Asistimos, entonces, a un momento que se nos presenta como una invitación a repen-
sar la relación entre el Estado y las víctimas de crímenes de Estado. Pero de un modo
particular: no olvidando el pasado, cumpliendo el imperativo adorniano de reorientar
el pensamiento y la acción para que el genocidio no se repita. Pero también, y muy
especialmente, cuestionarnos el dispositivo liberal, actualizándolo a las exigencias del
siglo XXI, animándonos a discutir qué vamos a hacer con los cobijos fascistas de nues-
tras democracias liberales consensuales, porque si algo está claro es que no lo he-
mos hecho bien hasta acá. De hecho, asistimos a un momento de recrudecimiento de
Ediciones SAIJ-INFOJUS < Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
La persecución penal del negacionismo. Desafíos del liberalismo del siglo XXI 93
En ese marco, con organismos de monitoreo que disputan sentido (la relatoría de liber-
tad de expresión, por un lado, y las relatorías contra la discriminación y de memoria, ver-
dad y justicia, por el otro), la ley puede presentarse, al interior de una comunidad política
democrática, como una posibilidad de participación en un proceso de diálogo colectivo,
gradual, constructivo y de robustez democrática.
El debate legislativo por la punición del negacionismo puede ser una oportunidad inte-
resante si reconocemos:
a. por un lado, que nadie tiene en su poder la capacidad para decidir sobre todos y en lu-
gar de todos, de un modo apropiado para todos, acerca de qué es lo que corresponde
hacer frente a los principales problemas públicos que enfrentamos y que no queda
más que sentarnos a discutir, intercambiar ideas, con un proceso de deliberación
inclusivo y participativo; y
b. por el otro, que en esa apertura al diálogo y a la narrativa maestra de la nación que es
la ley como diálogo común, tal como exhorta el informe de la relatoría de memoria,
las víctimas deben tener un lugar prioritario, escuchando entonces lo que tienen para
decirnos, rescatando su importancia epistemológica, ética y política.
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(*) Magíster en Derecho Penal (Universidad de Sevilla, España). Secretario Letrado (Defensoría General
de la Nación). Profesor adjunto (i) de Elementos de Derecho Penal y Procesal Penal (Universidad de Bue-
nos Aires). Integrante del Proyecto DECyT: “Negacionismo y Derecho Penal” (2020-2022).
Correo electrónico: eespejo@derecho.uba.ar
(**) Especialista en Derecho Penal (Universidad de Buenos Aires) y en Teoría Jurídica del Delito (USalaman-
ca). Maestrando en Derecho Penal y Doctorando (UBA). Realizó estudios de posgrado sobre derecho penal
en Alemania (Göttingen), Derechos Humanos (Sec. DDHH de la Nación) y Género (CEJA). Profesor Adjun-
to (i) de Teoría del Delito (UBA). Profesor Adjunto de Derecho Penal (UCES). Profesor invitado de posgrado
(USI/UNLZ). Profesor en la Escuela Judicial del Consejo de la Magistratura de la Prov. de Buenos Aires.
Integrante del Proyecto DECyT: “Negacionismo y Derecho Penal” (2020/2022). Juez de Tribunal Criminal
(Provincia de Buenos Aires). Correo electrónico: santiagozurzolosuarez@derecho.uba.ar
(1) Para distinguirla de otras formas de negación, de acuerdo con la distinción entre negación de prime-
ra, segunda y tercera generación.
El abordaje integral del conjunto de respuestas jurídicas que ofrece nuestro sistema
legal para la negación demandaría un profundo estudio para armonizar el universo de
casos y soluciones, lo que excede en mucho el objeto del trabajo y nuestra capacidad.
Apenas se intentarán expresar aquí algunas intuiciones que conducirán a la reformula-
ción de las preguntas fundamentales en torno a la criminalización del negacionismo con
relación al primer grupo de casos. Esto no exime de discutir el asunto –ni de abordar
posteriormente los restantes– como forma de disputa política por el sentido de nuestra
historia, pero podría sortear los problemas de legitimación externa y justificación inter-
na. Adicionalmente, renovaría la discusión respecto al enfoque de abordaje del asunto.
(2) Se hará una sintética caracterización del fenómeno, identificando los mecanismos que cada modali-
dad asumió, para establecer un punto en común de discusión de la propuesta normativa que finalmente
se hará, basándonos para ello en el profundo estudio llevado a cabo por Thus (2020).
(3) Más allá de su actual utilización coloquial para señalar cualquier negación de hechos o circunstan-
cias notorias y públicas, tal como sucedió, por ejemplo, con la pandemia de SARS-COVID-19. En nuestro
caso, reservamos el término para el ocultamiento de comportamientos especialmente censurables, ex-
cluyendo hechos, situaciones o circunstancias que ex ante no puedan ser adjudicadas a un individuo.
fenómeno cultural, jurídico y político que solo ese concepto describe,(4) pues importa
la distorsión, ocultamiento, parcialización o alteración de los hechos, sin fundamento y
aun en contra de prueba incontrovertible (Fronza, 2018).
a. de los hechos;
b. academicista;
c. estatal; e
d. inocente.
(4) Thus (2020) sostiene que [el] “(…) Negacionismo es hoy un término usado para describir un fenómeno
cultural, político y jurídico, que se manifiesta en comportamientos y discursos que tienen en común la
negación, al menos parcial, de la realidad de los hechos históricos percibidos por la mayor parte de la
gente como hechos de máxima injusticia y, por tanto, objeto de procesos de elaboración científica y/o
judicial de las responsabilidades que se derivan de ellos...” (p. 31).
(5) Denominamos responsabilización al proceso de adjudicación de responsabilidad. Para ello, partimos
de la base de que la responsabilidad no es un dato del ser, sino una práctica de adscripción de sentido al
comportamiento. De ese modo, un sujeto no es responsable, sino que se le hace responsable luego de
un proceso dialógico que aporta la racionalidad discursiva necesaria para que la conclusión (responsabi-
lidad/irresponsabilidad) aparezca legitimada democráticamente. Esto permite una rígida distinción entre
ser y deber ser que evita problemas metodológicos frecuentes.
Mientras algunos plantean que constituye la última etapa del proceso genocida (Gari-
bian, 2008), otros afirman que ese relegamiento obtura el análisis de las secuelas a largo
plazo y el importante papel que tiene –al menos– en tres etapas anteriores (Theriault,
2013).(6) En cualquier caso, lo que queda decididamente claro es que la negación cum-
ple una función dirimente dentro del proyecto de aniquilamiento. Esto permite concluir
que media una implicación recíproca entre la negación y lo negado, porque precisamen-
te el objeto de la negación es su propiedad definitoria: no se puede negar la nada. De allí
que los estudios sobre genocidio constituyan un insumo insustituible para la tarea de
indagación sobre la conveniencia o no de castigar el negacionismo, o establecer si no
se encuentra castigado según nuestro sistema legal.
Panorama normativo
En la actualidad, las graves violaciones a los derechos humanos que importan aniqui-
lamiento masivo se encuentran previstas en el art. 5° y castigadas en los arts. 6°, 7°, 8°
y 8 bis del Estatuto (en adelante, el Estatuto) de la Corte Penal Internacional (en ade-
lante, CPI), en el que se prevén los crímenes de genocidio, lesa humanidad, de guerra y
de agresión. Mediante la ley 25.390, la Argentina aprobó el Estatuto y de ese modo lo
incluyó en su sistema legal, con jerarquía superior a las leyes.(7) Con la sanción de la
ley 26.200 se intentó la armonización de las reglas del Estatuto con las del Código Penal
para facilitar su aplicación; en particular, el art. 6° prevé la aplicación supletoria de este
a lo regulado por aquel. De ese modo, se instituyó un sistema exclusivo, pero no cerrado
de responsabilidades para los crímenes allí previstos.
(6) Para Theriault (2013), la negación configura todas las etapas del proceso genocida y se consolida
en la última.
(7) Véase art. 75, inc. 22, primer párrafo, última parte, de la Constitución Nacional que, incluso antes
de 1994 y sin esta previsión, tenía jerarquía de Ley Suprema de la Nación, según la previsión histórica del
art. 31 de la Constitución.
En lo que aquí interesa, el art. 25, inc. 3, letras a) a la d) del Estatuto de la CPI sistematizó
diversas formas de intervención reconocidas por el derecho internacional consuetudi-
nario para todos los crímenes previstos. Así, se castiga a quien cometa por sí solo (letra
a, primer supuesto), con otro (letra a, segundo supuesto) o por conducto de otro (letra a,
tercer supuesto); y a quien ordene cometer un delito (letra b, primer supuesto), proponga
(letra b, segundo supuesto) o induzca (letra b, tercer supuesto), sea consumado o ten-
tado. También a quien, con el propósito de cometer uno de los crímenes, sea cómplice
(letra c, primer supuesto), encubridor (letra c, segundo supuesto) o colaborador (letra
c, tercer supuesto) con la comisión o tentativa, incluso suministrando los medios para
ello; o contribuya de algún modo en la comisión o tentativa del crimen por un grupo de
personas (letra d).
(8) La responsabilidad de los superiores regulada en el art. 28 no es considerada porque excede el al-
cance de este aporte.
(9) Especialmente por los criterios valorativos de cuantificación de la responsabilidad contenidos en el
artículo 78 del Estatuto.
indicio del grado de responsabilidad reflejado en la pena;(10) y que los crímenes contem-
plados son especialmente graves y la intervención en ellos involucra a un gran número
de personas, razón por la cual puede presentarse con niveles e intensidades diferentes,
lo que respondería no solo al si, sino también a la medida de la responsabilidad cuya
valorización debe ser racional, estructurada y calculable. En favor de los segundos, se
afirma que para lograr esa calculabilidad habría que abandonar la valoración del hecho
total y parcializarlo, lo que implicaría tanto como considerar a los crímenes como la
suma de hechos individuales para medir distintos niveles de intervención (Van Weezel,
2009, p. 517 y ss.). De ese modo, cada intervención –e imputación– configura el hecho
total, lo que permite la atribución del contexto colectivo de actuación que define a los
crímenes de masa.
Fuera de la discusión, a partir del caso “Lubanga” (PTC, 2007) la CPI estableció que lo
característico de todas las formas de autoría es el control sobre la comisión delictiva,
criterio que profundizó en otros casos.(11) Ello abre el camino para la distinción porque
aparece implicada la idea de que quien no tiene el control no es autor. Este lenguaje
es muy familiar para cualquier penalista de tradición continental europea, pues es fácil
reconocer que este criterio se corresponde con el contenido y función del concepto de
dominio del hecho. Este precisamente posibilita un escalonamiento valorativo sobre la
responsabilidad por el hecho y su grado.(12)
(10) Véase, por ejemplo, TPIY, sentencia de 25/02/2004 (Vasiljevic, AC), parág. 182; TPIY, sentencia de
19/04/2004 (Krstic, AC), parág. 268; TPIR, sentencia de 20/05/2005 (Semanza, AC), parág. 355 y ss., 364;
TPIR, sentencia de 19/09/2005 (Kamuhanda, AC), parág. 77.
(11) Véase CPI, decisión de 30/09/2008 (Katanga y Ngudjolo Chui, PIC), parág. 480 y ss.; CPI, decisión
de 04/03/2009 (Al Bashir, PIC), parág. 210; CPI, decisión de 15/06/2009 (Bemba Gombo, PIC), parág.
347 y ss.
(12) Más aún, es interesante ver que imputando el contexto supraindividual de actuación, y por ello sin
fraccionar el hecho total, el concepto de dominio del hecho dentro del sistema normativo del Estatuto
permite innovar combinando todas las formas tradicionales conocidas de intervención en clave de auto-
ría, dando lugar a las construcciones de la coautoría mediata y la autoría mediata en coautoría. Esto, que
desafía los estándares tradicionales de determinación cualitativa de imputación personal, apareció en
la decisión de la Sala de Cuestiones Preliminares en el caso “Katanga”, bajo la denominación de indirect
coperpetration. Esta tendría como característica distintiva la combinación de elementos de la autoría
mediata y la coautoría.
Nada nuevo bajo el sol, aquí o allá. El único aporte relevante lo hace, en el marco de la
ley 26.200, nuestro Código Penal al establecer en sus artículos una penalidad diferen-
ciada en los casos de simple cooperación y de tentativa; circunstancia que obligaría a
analizar detenidamente si en un caso juzgado bajo estos parámetros normativos podría
aplicarse el previsible sistema doméstico por resultar punitivamente más beneficioso.
Los comportamientos expresan cosas, portan sentido en la medida que tienen lugar
en contextos de interacción social. Sin embargo, aparecen adscriptos en función de
constituciones normativas, lo que explica que todo proceso de responsabilización sea
interpersonal, dinámico, dialógico y constitutivo. De ello se sigue también que el valor
–o disvalor– que puede adjudicarse a las acciones no depende de la causalidad. La
intervención en un hecho desde el punto de vista jurídico-penal no requiere un contacto
natural o físico, pues responde a parámetros de valoración normativa. De ese modo, una
acción vale lo que representa. Esto se debe a que el concepto de delito –que supone
intervención, pues no puede constituirse en delictivo un hecho que no es de nadie– tiene
una dimensión fáctica y otra valorativa, de manera que la autoría o la participación como
desvaloración normativa de la intervención no puede ser otra cosa que un concepto nor-
mativo –dimensión valorativa– y no puede recaer sobre otro objeto de valoración que la
voluntad expresada en el mundo –dimensión fáctica–.
(13) Preferimos denominar así a los crímenes previstos en el Estatuto de la Corte Penal Internacional.
Las razones, que no someteremos a discusión aquí por las limitaciones del aporte, radican en la consi-
deración de que todos tienen por objeto y por objetivo a los vivos y no a los muertos; y constituyen una
técnica de poder, en el sentido de Feierstein (2011).
crear o disputar el sentido de las masacres quedan necesariamente por fuera de esta
posibilidad.(14) Por eso, estas valoraciones solo resultan aplicables contra funcionarios,
medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil, cuyas expresiones ten-
gan alcance masivo, ya que solo ellas son idóneas para disputar el sentido de la historia
y, con ello, de la memoria.
El político que cuestiona la cantidad de víctimas de una dictadura; el diario que publi-
ca una tapa presentando ejecuciones sumarias de sindicalistas o militantes como un
enfrentamiento armado de las fuerzas de seguridad contra delincuentes comunes; o la
organización de la sociedad civil que seña-
la que el homicidio de militantes políticos “Los crímenes de aniquilamiento
se produjo en un contexto de guerra ilegal tienen a la negación como
quedan alcanzados normativamente por complemento necesario; su
el sentido de intervención en lo negado. retórica importa, al mismo
Luego, la calidad y cantidad de esa inter- tiempo, la consumación de la
masacre porque constituye
vención, con sentido dependiente o au-
su realización simbólica”
tónomo, es un aspecto que podrá deter-
minarse según las circunstancias. Entre
ellas, el momento de la negación –antes, durante, o después de la masacre–, si facilita,
da sentido u oculta la aniquilación; y en este último caso, si está vinculada normativa-
mente o no con el hecho negado.
Las condiciones normativas para ello dependen del momento de desarrollo del plan
criminal y su incidencia en él. Sin pretender incurrir en un exceso de rigor técnico, existe
consenso en que todo emprendimiento delictivo tiene al menos cinco etapas: ideación,
preparación, ejecución, consumación y agotamiento (Frister, 2016; Hilgendorf y Valerius,
2017; Jakobs, 1995; Kaspar, 2015; Otto, 2017; Rengier, 2017; Roxin, 1997; Stratenwerth,
2005; Welzel, 2003; Wessels, 2018; Zaffaroni, 2002). Todas las contribuciones que ten-
gan lugar en la primera etapa carecen de toda relevancia jurídica; hasta entonces, se
encuentran protegidas por el principio de exterioridad de la acción. Adicionalmente, la
ampliación retrospectiva de las figuras legales que otorgan sentido jurídico al compor-
tamiento no se proyecta hasta allí.
(14) Aunque puedan constituir afectaciones no masivas, con el sentido de una apología o acto discrimi-
natorio. El desarrollo de esta posible respuesta quedará reservada para una futura contribución.
b. Durante la ejecución, los aportes que afecten el sentido del hecho o lo modifiquen de-
berán considerarse como autoría o coautoría, en cualquiera de sus modalidades; las
que modifiquen la posición del autor frente al hecho, complicidad, y el resto, simple
cooperación.
c. Producida la consumación –alcanzado el objetivo–, si el hecho fuera instantáneo
–algo que por principio queda descartado en las masacres castigadas por el Estatu-
to–, comenzaría la fase de agotamiento. Por ello, los aportes solo podrían tender a
la impunidad –pues el núcleo del hecho ya fue ejecutado y solo quedan sus conse-
cuencias–, razón por la que constituirían simple cooperación, siempre que hubiesen
sido prometidos con anterioridad a la ejecución (Zaffaroni, 2002). Si no tuvieran esa
vinculación normativa con el hecho consumado que importa la promesa previa, las
contribuciones tendrían el sentido autónomo de un encubrimiento –ayuda para sor-
tear la responsabilización– (Otto, 2022).
d. Producida la consumación –alcanzado el objetivo–, si el hecho fuera permanente
–se difiriera el agotamiento–, las contribuciones que ayuden a mantener el estado
consumativo deben ser consideradas como coautoría; las que no ayuden a mante-
nerlo ni modifiquen el hecho, pero modifiquen la posición del ejecutor, complicidad.
Las restantes, simple cooperación.
Como puede apreciarse, la negación puede tener muy diverso carácter, según el mo-
mento y la incidencia que tenga en el hecho o el ejecutor, siempre según el plan. Incluso
actos propios de una profesión, cargo u oficio, comúnmente denominados comporta-
mientos neutrales, pueden tener sentido de intervención si importan un incremento del
riesgo para los derechos de terceros, con conocimiento de la situación (Otto, 2022). Esto
significa que un acto de negación, banalización, trivialización, minimización o relativiza-
ción de un aniquilamiento masivo constituye una intervención en el hecho negado –de
modo autónomo o dependiente–, según que la contribución haya sido o no considerada
en el plan: si le otorga sentido porque su aporte modifica el hecho, la negación expre-
sa que este pertenece al negador en un contexto de ejecución colectiva –coautoría en
cualquiera de sus formas–; si modifica la posición frente al hecho de quien lo ejecuta,
expresa que lo quiere como propio y accede a él de mano ajena –complicidad en con-
texto de imputación supraindividual–; fuera de esos casos, el aporte al menos expresa
solidaridad con el hecho total. En esos términos, puede ser considerado una contribu-
ción inesencial dependiente si el plan contaba con ella —cooperación– o una interven-
ción posterior que tiene sentido normativo autónomo –encubrimiento–. En cualquiera
de ambos, tendiente a la impunidad.
En la medida que este conjunto de soluciones jurídicas proviene del análisis de las re-
glas del Estatuto, es evidente que –exigencia de legalidad mediante– rigen desde el
momento de su sanción. La pregunta que surge entonces, ineludiblemente, es cuál pue-
de ser la solución jurídica para las masacres anteriores, y en ese caso, si el grado de
parentesco estructural de las reglas de los arts. 45, 46 y 277 del Código Penal soluciona
el asunto. La figura de encubrimiento por favorecimiento personal está legislada desde
1921, como también las reglas de intervención en el hecho (arts. 45 y 46 CP). Adicional-
mente, desde 1948 se encuentra previsto el crimen de genocidio, en función del art. 2°
de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio. Sobre esta base,
las consecuencias extraídas de las reglas del Estatuto de CPI son trasladables a las
masacres del siglo XX anteriores a su sanción, aunque en función de otro fundamento
normativo. Todo ello importa que el negacionismo está criminalizado en la Argentina
desde hace tiempo, más allá de la denominación que quiera acordársele, porque en sus
modalidades graves siempre constituyó una forma de participación en los crímenes
negados o su encubrimiento. Los estudios sobre genocidio y negacionismo brindaron la
respuesta, solo había que aplicarles las reglas jurídicas vigentes.
del Estatuto, las penas por intervención serían las que resultaren en cada caso del con-
junto de delitos cometidos en el marco de una masacre (arts. 45 y 46 CP) y, en el caso
argentino, de un genocidio. En tanto, el encubrimiento tiene una pena que parte de los
3 años de prisión y alcanza hasta los 6, por tratarse de una forma agravada (art. 277,
inc. 1, letras a, b y e), en función del inc. 3, letras a o d, pues debería aplicarse la figura
del encubrimiento al tiempo de negar y no los hechos negados. Se trata de respuestas
punitivas particularmente generosas. Todo ello, sin perjuicio de las penas accesorias de
decomiso de los elementos utilizados (aspecto especialmente relevante para un medio
de comunicación o una organización de la sociedad civil) y de inhabilitación para funcio-
narios públicos (arts. 12, 19, 23 y 279, inc. 3, CP).
Está claro que nada de lo señalado implica clausurar el debate y la investigación sobre
el negacionismo, sino ofrecer nuevas perspectivas de abordaje. Paralelamente, corres-
ponde profundizar la discusión por el sentido de nuestra historia. Mientras tanto, es
posible que la posición que aquí se defiende sirva al menos para brindar una respuesta
provisoria a las víctimas afectadas por comportamientos negacionistas.
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Introducción
Casi por todas partes, e incluso a veces por problemas puramente técnicos, la operación de
tomar partido, de tomar posición a favor o en contra, ha sustituido la obligación de pensar.
Simone Weil
(*) Abogado y Especialista en Derecho Penal (Universidad Nacional de Comahue). Magíster en Crimino-
logía (Universidad Nacional del Litoral). y doctorando en Ciencias Sociales (UBA-Université Paris Cité).
Docente e investigador (UNComa). Investigador del Grupo de Estudios Críticos en Política, Derecho y
Sociedad (PoDeS) - IIGG-GIOJA.
Correo electrónico: juancruz110@gmail.com
Esta presentación se propone, por un lado, aportar ciertas claves para reflexionar críti-
camente acerca de las potencialidades y limitaciones que presenta la utilización de la
herramienta penal para lidiar con los discursos y las prácticas negacionistas y, por el
otro, potenciar el uso de esta herramienta en los trabajos de elaboración colectiva de los
efectos sociales que esas violencias han dejado en nuestras sociedades.
Antes de entrar en el análisis de estas dos dimensiones, quisiera hacer una aclaración.
El propósito de esta intervención no es el de posicionarme tout court a favor o en contra
de la criminalización como si este debate se tratara de un juego de suma cero. Antes
bien, asumiendo el carácter problemático, o más precisamente aporético, de toda po-
sición al respecto, busco reflexionar acerca de las potencialidades y las limitaciones
de cada posición. Esta postura supone hacerse cargo de que tanto los argumentos a
favor como en contra de la criminalización del negacionismo poseen inconsistencias y
debilidades y, en consecuencia, no hay una receta mágica que señale el camino ideal de
qué hacer frente al fenómeno del negacionismo, como tampoco existe, en un plano más
general, una fórmula perfecta –y generalizable– acerca de la mejor forma de transitar
desde un régimen autoritario hacia uno democrático. Siempre hay algo que se gana y
también algo que se pierde.
función de la crítica. Por lo tanto, las respuestas son inevitablemente aporéticas (en el
griego antiguo, “απορία” significaba falta de pasaje, esto es, marca la presencia de uno
o de varios elementos conviviendo en una misma situación sin posibilidad de juntura)
y todas nuestras posiciones están acompañadas de una cierta incomodidad: perse-
guir y castigar a las personas por sus opiniones –por más desagradables y agraviantes
que estas sean– es indudablemente incómodo, pero no lo es menos permanecer in-
móviles frente a las opiniones y prácticas que agravian y estigmatizan a personas que,
habiendo padecido crímenes atroces en el pasado, son ahora nuevamente obligadas a
soportar, incluso por funcionarios que hablan en nombre del Estado, lo que Reyes Mate
(2013) denomina el crimen hermenéutico, es decir, un crimen que sigue al crimen físico
y consiste en quitar al sufrimiento todo significado simbólico.
Por lo tanto, toda respuesta nos encierra en contradicciones, incluso las evasivas,
puesto que no posicionarse frente al problema, permaneciendo indolentes frente al
sufrimiento que ocasiona la negación de los crímenes –o las estrategias más eufe-
místicas de relativización o banalización– constituye en sí mismo todo un modo de
respuesta. Significa, por ejemplo, desoír la voz y la demanda de las víctimas que piden
al Estado una salida frente a la negación de los crímenes cuyos efectos todavía pade-
cen. Partiendo entonces del carácter aporético de toda “solución” al complejo asunto
abordado, este escrito busca apuntar ciertas reflexiones con el propósito de contribuir
al debate y a la consolidación de las políticas públicas de memoria, verdad y justicia que
se llevan adelante en nuestro país en relación con la pesada herencia que ha supuesto
el terrorismo de Estado.
Factibilidad
No obstante, dado que la respuesta a esta pregunta no puede ser abstracta, quisiera situar
este interrogante en el clima de época en el que se originó la discusión y ganó volumen
político la opción de criminalizar el negacionismo en nuestro país. Como se recordará,
durante la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019), y como reacción al proceso de
justicia desarrollado en nuestro país, comenzaron a emerger numerosos discursos
negacionistas en boca de altos funcionarios del Estado respecto de la naturaleza y la
dimensión de los hechos de violencia estatal cometidos durante la última dictadura cívi-
co-militar.(1) Esos discursos se tradujeron también en repertorios expresivos tales como
la vandalización de los símbolos, marcas y lugares de la memoria o la puesta en escena
de performances negacionistas atacando a figuras o instituciones emblemáticas del
campo de los derechos humanos.
A pesar de que Argentina es uno de los países de la región que más ha avanzado en el di-
seño e implementación de políticas públicas de memoria, verdad y justicia, las víctimas
del terrorismo de Estado que soportaron estos agraviantes discursos descubrieron que
no contaban con ninguna herramienta jurídica específica para combatir esos pronun-
ciamientos. Nuevamente, quienes padecieron en carne propia los crímenes estatales se
sintieron impotentes frente a un nuevo tipo de sufrimiento que les imponían los ahora
realizadores simbólicos de las prácticas genocidas, por emplear la elocuente expresión
acuñada por Daniel Feierstein (2011).
(1) Como señalan los estudios sobre genocidios (Feierstein, 2011; Zaffaroni, 2012; Cohen, 2005), el ne-
gacionismo no es un fenómeno temporalmente posterior a los crímenes masivos sino, más bien, si-
multáneo e incluso anterior, funcionando como técnica de neutralización de la responsabilidad de los
propios perpetradores. Argentina no escapa a esa regla y los discursos destinados a negar la ocurrencia
emergieron como correlato necesario del plan criminal y acompañaron luego todo el proceso posdicta-
torial. Sin embargo, lo que se intenta poner de resalto es que fue recién con la emergencia de esta ola
de discursos y prácticas de negación que la discusión de criminalizar el negacionismo se instaló en la
opinión pública.
Por otra parte, el respeto a la singularidad de lo local nos previene del riesgo de extra-
polar conceptos. Así, por ejemplo, algunos argumentos plantean que la importación
del modelo europeo de criminalización del negacionismo no nos llevará a buen puer-
to. Daniel Feierstein (2018) y Daniel Rafecas (2022), por tomar dos ejemplos locales,
cuestionan el doble estándar de los países europeos que, por un lado, criminalizan la
negación del genocidio nazi e imponen penas de prisión e inhabilitación a los negacio-
nistas, pero, por otro, se niegan a reconocer las violaciones a los derechos humanos
en las que esos países estuvieron implicados. Se citan como casos emblemáticos
Francia y España. Los autores citados no se equivocan sobre la contradicción insalva-
ble en la que incurren estos países al criminalizar algunas masacres y no hacer nada
con respecto a otras, pero esa crítica nada dice acerca de la posibilidad y conveniencia
del instrumento en cuestión cuando este doble estándar no existe. Primero, porque la
eficacia de esa norma no puede medirse universalmente, sino que siempre dependerá
de las circunstancias locales (y si bien es cierto que la experiencia comparada es ge-
neralmente útil, no lo es menos que las extrapolaciones son siempre muy riesgosas).
Segundo, porque esta circunstancia deja irresuelta la pregunta de qué sucede cuando
un Estado no negacionista no quiere tolerar esta práctica: ¿puede pretender legítima-
mente perseguir y sancionar a las personas que nieguen públicamente el sufrimiento
de otras?
europeo que, como señala Fronza (2019), define como bienes jurídicos a conceptos
abstractos tales como el orden, la paz pública o la seguridad nacional, entiendo que,
por el modo en que fue tematizado, en nuestro país el acento debería estar puesto en la
afectación concreta que los discursos y prácticas negacionistas son capaces de produ-
cir en la subjetividad de las víctimas.
A su vez, entiendo que ese daño debe ser especialmente tenido en cuenta en la cons-
trucción del tipo penal cuando los discursos y prácticas negacionistas son efectuados
por agentes que hablan en nombre del Estado. La capacidad lesiva de la palabra estatal
es potencialmente mayor a la de los particulares y es por esta razón que la condición de
funcionario público del sujeto activo del crimen debería ser considerada un agravante
del delito en cuestión. Existen, además, otras razones que apoyan esta afirmación, pero
serán analizadas in extenso en el punto siguiente.
Un elemento que omiten considerar los detractores de la criminalización es que las pa-
labras producen daños –a veces daños mayores que las acciones– y que esos daños
deben ser reparados. En este punto es fundamental analizar la exteriorización punible
de los negacionistas. Además de los daños que esos discursos causan en las personas,
debemos tener en cuenta que los dichos negacionistas son discursos performativos
que poseen la capacidad de modificar el mundo social. Luego del famoso trabajo de
John L. Austin, How to do things with words (1962), hemos adquirido conciencia de la
capacidad que poseen las palabras de “hacer” el mundo y, en el plano de los negacionis-
mos, hemos sido testigos de la capacidad de ciertos discursos de dañar a las personas,
así como de estigmatizarlas y consolidar la posición de desigualdad que estas personas
ocupan en la sociedad.
En otro orden de ideas, entiendo que el diseño del tipo penal debe ser asimismo res-
petuoso del principio de máxima taxatividad, lo que se corresponde con la tendencia
existente en el derecho penal liberal a evitar los tipos penales abiertos. Entendemos
que solo puede ser penalmente perseguido quien niegue públicamente y con el pro-
pósito de dañar la dignidad de las víctimas de crímenes respecto de los cuales exista
una sentencia con autoridad de cosa juzgada, emitida por un tribunal nacional o inter-
nacional. Otro recaudo que debe adoptarse al diseñar el tipo penal es el de evitar una
suerte de desigualdad ante la muerte o el sufrimiento, dotando de reconocimiento al
sufrimiento de algunas víctimas y quitándole significación a otras vidas que, por diver-
sas razones, no son consideradas dignas de recibir un duelo, por emplear el léxico de
Judith Butler (2009).
En otro plano de análisis, entiendo que el daño negacionista debe ser abordado en su
dimensión criminológica, disciplina que se ha caracterizado por un injustificado silen-
cio respecto del estudio de la criminalidad estatal en general y del negacionismo en
particular. Es verdad que la criminología crítica ha sido un poderoso instrumento de
deslegitimación del discurso penal en tan-
to dispositivo selectivo que criminaliza solo “Además de los daños que esos
a las poblaciones más vulnerables. Sin discursos causan en las personas,
embargo, la criminología crítica –especial- debemos tener en cuenta que los
mente a partir del giro realista– también ha dichos negacionistas son
planteado la necesidad de que el derecho discursos performativos
que poseen la capacidad
penal sea empleado contra los crímenes
de modificar el mundo social”
de los poderosos. Entonces, si acordamos
junto con la criminología crítica en un programa de minimalismo penal que ponga el
acento en la persecución de los delitos más graves, es decir, de aquellos que causan
mayor daño social, ¿no es legítimo considerar que la acción de lastimar a través de las
palabras y de otros repertorios expresivos a las personas que ya han sido cruelmente
maltratadas por el Estado deba ser considerado un delito? Así como Raphael Lemkin
(2008) se preguntó por qué matar a una persona era considerado un delito mientras que
matar a miles no lo era, y acuñó así el crimen de genocidio (Power, 2002), ¿no es dable
preguntarse por qué en nuestro país robarle un teléfono celular a una persona es con-
siderado delito, pero negar los daños que padeció una víctima del terrorismo de Estado
–ya sea negando la ocurrencia, minimizando la dimensión o justificando esa acción– es
considerado una simple opinión?
Los discursos y prácticas negacionistas, como así también los discursos de odio, encie-
rran al liberalismo en un complejo dilema, ya que algunos de sus pilares básicos, como
la libertad y la igualdad, entran en contradicción (Thus, 2020; Teruel Lozano, 2018; entre
otros/as).
La defensa abstracta de la tesis del libre mercado de las ideas, conforme a la cual la au-
tonomía individual implica reconocer que las personas son libres de elegir sus creencias
e ideas sin que el Estado pueda convertirse en un censor, colisiona frontalmente con la
obligación estatal de proteger a las personas pertenecientes a grupos sensibles que se
pueden ver afectados por discursos dominantes que resultan discriminatorios. A su vez,
algunas posturas dirán que, además, el Estado se encuentra obligado a combatir esos
discursos si contravienen los valores democráticos. En efecto, si se decide anteponer la
sacrosanta libertad de expresión a expensas de toda otra valoración, hay que hacerse
cargo de que no se está respetando el principio de igual tratamiento que obliga a pro-
teger a quienes se vean afectados por discursos dominantes que resultan excluyentes
o discriminatorios. Inversamente, si se resuelve proteger la autonomía y la dignidad de
las víctimas haciendo prevalecer la cláusula de igualdad de tratamiento, debemos estar
dispuestos a sacrificar en cierta medida el principio de libertad de expresión.
Son muchas las voces que se han manifestado en contra de la supuesta neutralidad
estatal que predicaban las doctrinas liberales (Fiss, 1999; Young, 1996; Waldron, 2012;
Mackinnon, 1993; entre otros/as). Aunque a través de diversos caminos, estas voces
coinciden en señalar que el Estado no puede ser ciego a las diferencias, tratando de
igual manera a quienes son diferentes. Con respecto a las víctimas de violencias masi-
vas, cabe señalar que un aspecto comúnmente ignorado en la discusión pública sobre
la criminalización del negacionismo se vincula al intento de colocar a las víctimas en
igualdad de condiciones al resto de la población, omitiendo el hecho de que el daño
padecido por haber sido blanco de un plan de exterminio las coloca en el estatus de
un grupo vulnerable que obliga a recalibrar el principio de igualdad. En este marco, ¿po-
demos exigirle a las víctimas que han sufrido y todavía sufren las consecuencias de
crímenes estatales que toleren los discursos negacionistas bajo la defensa abstracta
de la libertad de expresión?
En mi criterio, el Estado no puede ser “ciego” a la diferencia que poseen las víctimas
atacadas por un proyecto de exterminio. El reconocimiento social y jurídico de esa
Ediciones SAIJ-INFOJUS < Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
¿Qué se gana y qué se pierde castigando a los y las negacionistas? 117
diferencia (la de haber sufrido unas atrocidades que el resto de la sociedad no sufrió)
es una obligación convencional que los Estados han asumido y es por esta razón que
se encuentran obligados a reparar, en la medida de lo posible, los daños sufridos por las
víctimas y a evitar que las mismas sean sometidas a nuevas violencias que afecten su
salud psicofísica y consoliden su situación de desigualdad.
Esto demanda repensar el concepto mismo de ciudadanía dado que, tal como lo señala
Young (1996), ciudadanía para todas las personas no implica necesariamente que toda
persona merezca ser tratado como igual en tanto que ciudadano. Para dar respuesta a
este problema, Young plantea el concepto de ciudadanía diferenciada. En este contexto,
la criminalización del negacionismo puede ser pensada como parte de las medidas afir-
mativas que los Estados deben adoptar para compensar la desigualdad de tratamiento
del grupo oprimido. Por su parte, Owen Fiss (1999) llega a una conclusión similar for-
mulando la teoría de la compensación. De acuerdo con él, la situación de subordinación
prolongada hace a los afroamericanos acreedores de medidas redistributivas por parte
de la sociedad que los ha oprimido destinadas a compensarlos por la injusticia histórica
que han sufrido.
Conclusión provisional
En definitiva, pensamos que, por el daño social que causa y por ser el destinatario un
grupo que merece especial protección, el fenómeno de movilizar discursos y prácticas
destinados a negar hechos de violencia masiva merece una enérgica respuesta de parte
del ordenamiento jurídico penal. Una defensa irrestricta de la libertad de expresión no
puede permanecer incólume frente al grito de las víctimas que, en tanto grupo especial-
mente afectado, reclaman un remedio frente a esas violencias.
No obstante, entiendo que el justo balance entre ambos derechos –el de la libertad y el
de la igualdad– debe hacerse construyendo una tipología penal que sea respetuosa de
los principios constitucionales que limitan el poder persecutorio del Estado. Es por ello
que el diseño del tipo penal no debe hacerse importando acríticamente tipos penales
construidos por el movimiento de criminalización de los países europeos, sino que tanto
la definición de la conducta ilícita como el tipo de persecución deben ser respetuosas de
las necesidades locales.
Conforme a este criterio, entiendo que el diseño del tipo penal debe resguardar de mane-
ra privilegiada el principio de lesividad –castigando específicamente el daño que causa
ese discurso en las víctimas– antes que el daño abstracto que producen los discursos
y prácticas negacionistas en la memoria colectiva. De este modo, al anclar el delito en
la protección de las víctimas, más que en un guardián de la memoria, el derecho penal
se convierte en un guardián de la dignidad de las víctimas frente a los realizadores sim-
bólicos de las prácticas genocidas. En el apartado previo hemos apuntado las pautas
conforme a las cuales debería construirse un tipo penal que, por un lado, sea respetuoso
de un derecho penal de mínima intervención y que, por otro, le brinde una respuesta a las
víctimas y a la comunidad frente a los discursos y prácticas negacionistas.
Por otro lado, el delito debería contemplar un agravante si el sujeto activo es un fun-
cionario público, dado que estos poseen una capacidad aflictiva mayor desde el punto
de vista simbólico en tanto hablan en nombre del Estado. La ausencia de un tipo penal
que castigue esta conducta estaría afectando claramente los deberes positivos de re-
paración a los que los Estados se han comprometido internacionalmente en casos de
graves violaciones a los derechos humanos. Además, un Estado que, por un lado, diseña
e implementa políticas de memoria, verdad, justicia y reparación a través de algunas
agencias no puede, por otra vía, desdecirse a través de discursos contradictorios.
1. el de última ratio regum, es decir, que debe acudirse a la criminalización cuando todas
las demás formas de combatir el negacionismo hayan fallado;
2. la disponibilidad de la acción debe depender del consentimiento de la víctima. Este
último asunto es clave porque permite resolver muchos de los problemas de la puni-
ción y de la política criminal. Entendemos que el delito debe ser de instancia privada,
ya que no está fundado en la ofensa universal a la memoria colectiva, sino en la ofen-
sa que le causa a las víctimas ofendidas por esos discursos y que quieren accionar
judicialmente para paralizarlos y demandar reparación por los daños causados. Eso,
además, coincidiría con la idea de poner a las víctimas por delante y no dejarlas pos-
tergadas en nombre de unos valores universales que representan a todos y a nadie
en particular.
Quienes se oponen a que los rituales penales sean los escenarios en los que debe darse
la disputa en contra de las narrativas negacionistas deben hacerse cargo de que, al pri-
varlas de esta herramienta, dejan a las víctimas libradas a escenarios que no aseguran
mejores condiciones de protección de su dignidad. Los sets de televisión o las redes
(anti)sociales no necesariamente importan un escenario superador comparado con los
rituales judiciales, no al menos en lo que respecta a la protección de la dignidad de las
víctimas. Estamos de acuerdo con la idea de que las respuestas no punitivas son más
potentes y seguramente mucho más atractivas, pero ¿qué sucede cuando las demás
respuestas sociopolíticas no alcanzan o no resultan audibles?
Aun así, la crítica más difundida a los procesos penales como instrumento para cultivar
la memoria colectiva suele recaer sobre el castigo. La pena, entendida como produc-
ción intencionada de dolor administrada por el Estado, es el elemento disonante en la
conexión virtuosa que, desde los juicios de Nuremberg, ha mediado entre memoria y
derecho penal (Fronza, 2019). Sin embargo, esta visión se basa, nuevamente, en una
concepción bastante simplificada del derecho penal, que lo asocia únicamente con la
idea de administrar dolor en el condenado, ignorando –al menos– dos elementos cen-
trales que los dispositivos penales proporcionan a la sociedad contemporánea:
1. el potencial reparatorio; y
2. el potencial simbólico.
En primer lugar, está la relación entre justicia y reparación. Los procesos actuales nos
muestran que, antes de centrarse en el castigo de quienes cometen crímenes, los
juicios penales se han vuelto instancias de reparación colectiva de las consecuencias
traumáticas de los crímenes. Quisiera traer a colación dos imágenes que ilustran la
potencia reparatoria de los juicios penales. Consideremos, por ejemplo, la histórica
sentencia dictada por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de San Martín en
2018 en el caso en el que se investigaba la complicidad de los directivos de la Ford
Motor Company en la comisión de los delitos de lesa humanidad cometidos durante
la última dictadura. Además de condenar a los responsables, el Tribunal incluyó un
novedoso conjunto de medidas de reparación para las víctimas que han resultado
novedosos en el marco de procesos penales que suelen agotarse con la lectura de
una condena.
Pasemos ahora al potencial simbólico del derecho penal, es decir, a la capacidad que
poseen los rituales penales de poner en escena narrativas respecto de los hechos y
de la historia, y también a la capacidad que poseen los juicios de dañar la reputación
social de los criminales (sobre todo, los criminales que nos interesan a nosotros/as:
los delitos de los poderosos).
Otro argumento invocado por quienes critican la respuesta criminalizante es que la res-
puesta punitiva les da a los negacionistas “más pantalla” o, incluso, una suerte de “al-
fombra roja”, que les permite amplificar sus discursos negacionistas y hasta apropiarse
de la rebeldía. Sin embargo, el escenario distópico proyectado por los autores donde los
negacionistas devienen perseguidos por el pensamiento oficial, ocupando ellos el lugar
de rebeldes frente a la maquinaria estatal, no es más que el ejercicio de una especula-
ción. Les propongo pensar un escenario diferente: imaginemos por un momento un jui-
cio penal a uno de los negacionistas en la Argentina actual. Un juicio a un negacionista
sería, creo yo, bastante parecido a un juicio a los genocidas en todo lo virtuoso que estos
juicios poseen.
Un argumento más: Feierstein (2018) plantea que el peligro mayor de recurrir a la res-
puesta criminalizante no es la afectación de la libertad de expresión, sino pensar que el
Código Penal sea la herramienta idónea para dirimir las disputas políticas en el plano de
nuestras representaciones de la realidad. La disputa, dice el autor, es de carácter políti-
co, no penal. Y este es otro punto que me parece débil porque esa opinión desconoce la
propia politicidad del derecho y de cómo esa politicidad se pone especialmente en es-
cena en los rituales judiciales. Como ha señalado Foucault (1995), el derecho no es otra
cosa que la política llevada a cabo por otros medios. Además, esa visión corre el riesgo
de reducir todo el derecho al derecho penal: ¿y el derecho de daños? ¿Y si el proceso
penal se vuelve también un escenario de reparación del daño?
Reflexiones finales
El nuevo imperativo categórico propuesto por Adorno consiste en repensar todo a la luz
o, mejor dicho, desde la oscuridad de la barbarie con una doble finalidad que se comple-
menta: hacer justicia al pasado y evitar su repetición (Reyes Mate, 2013). Para ello, una
de las instituciones que debe ser (re)pensada es la propia justicia, que ya no puede verse
exclusivamente como equivalente al castigo al culpable, sino también y, principalmente,
como reparación de las víctimas. En este sentido, el paradigma de la justicia reconstruc-
tiva (Reyes Mate, 2013; Garapon, 2001 y 2002; Valladolid Bueno, 2005; entre otros/as)
no busca simplemente volver a una situación idéntica a la que regía antes de que se
produjera el crimen masivo, pues la injusticia, dicen estos autores, ha sido posible pre-
cisamente por existir una situación a su vez injusta. La concepción reconstructiva de la
Ediciones SAIJ-INFOJUS < Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
¿Qué se gana y qué se pierde castigando a los y las negacionistas? 123
justicia busca reparar el daño causado y construir un nuevo espacio –un espacio otro,
diría Michel Foucault– donde ya no sea posible la comisión de la injusticia reparada o
por reparar. Esta forma de justicia, que pone en el centro a la víctima, parte de recono-
cer que la polis se encuentra obligada a desplegar un acto de reconstrucción activa de
la dignidad de las víctimas lesionadas al extremo a través de las prácticas genocidas
(Valladolid Bueno, 2005).
Las sociedades que han heredado traumas históricos –como la nuestra– se encuen-
tran obligadas, mejor dicho, nos encontramos obligados/as como comunidad política, a
imaginar, diseñar e implementar mecanismos para reconstruir activamente la dignidad
de nuestras víctimas. Estas páginas han intentado ser un insumo para pensar un me-
canismo concreto –el de la criminalización de los discursos y las prácticas negacionis-
tas– para proteger y defender esa dignidad frente a los/las realizadores/as simbólicos
de las prácticas genocidas. Esta herramienta es una de las más dilemáticas dado que
es la que desafía, en mayor proporción, las certezas con las que contamos las personas
que pensamos y militamos en los derechos humanos. Es por esta razón que resulta
indispensable afinar el análisis y robustecer el debate público sobre este asunto partien-
do del reto planteado por Simone Weil, tomado como punto de partida de este trabajo,
conforme al cual la obligación de tomar partido no puede sustituir a la de pensar. No
obstante, por más decisiva que resulte la obligación de pensar, ella por sí sola no basta
para satisfacer el nuevo imperativo categórico, que nos obliga no solo a intensificar la
reflexión teórica, sino también a multiplicar las formas de intervención política para ha-
cer justicia al pasado y evitar que el genocidio se repita.
En este sendero, hemos propuesto algunas directrices para construir un modelo de cri-
minalización que sea respetuoso de nuestro contexto local y del modo concreto en que
la demanda social de castigo fue planteada en nuestra sociedad. En este sentido, al
anclar la tutela jurídica en la protección de la dignidad de la víctima –y no en la defensa
de una memoria oficial que debe ser defendida a través de la persecución del que no
la comparte– nuestra propuesta resuelve parcialmente la crítica según la cual crimi-
nalizando el negacionismo se asume un rol conservador de patrullar el pensamiento.
Repito, lo que se busca no es forzar la fijación de una memoria común a través del hard
legislative model, sino poner a la víctima adelante, protegerla a través de las herramien-
tas con las que contamos de los ataques a su dignidad. En este orden de ideas, hemos
señalado que la criminalización de los negacionistas particulares nos encierra en nume-
rosas contradicciones, especialmente en el plano de conveniencia, eficacia y deseabi-
lidad, puesto que la libertad de expresión colisiona de un modo frontal con el principio
de igualdad de tratamiento y encierra al liberalismo en un tétrico laberinto. Entiendo que
el debate acerca de si debemos perseguir penalmente a los negacionistas particulares
está abierto y debe ser continuado. No obstante, en el caso de los funcionarios públicos,
no tenemos duda de que la conducta debe ser criminalizada y castigada con la pena de
inhabilitación especial para ejercer cargos públicos; lo contrario implicaría aceptar que
El negacionismo como amenaza al sistema democrático
124 Juan Cruz Goñi
el Estado pueda volverse criminal una segunda vez. Además, la criminalización del ne-
gacionismo sería un modo de dar cumplimiento a la obligación estatal de reparar a las
víctimas, encarar una reforma institucional transformativa y garantizar la no repetición
de los crímenes masivos; deberes que, junto a la obligación de dilucidar la verdad y ad-
ministrar justicia, son los elementos esenciales de la caja de herramientas de la justicia
transicional.
En relación con el asunto de la conveniencia, acordamos con los autores y las autoras
que plantean que el derecho penal no es el ámbito más apropiado para combatir el
discurso negacionista. Los argumentos de Feierstein (2018) y Fronza (2019) –a los que
podríamos añadir las discusiones más generales planteadas por Wendy Brown (1995)
y Tamar Pitch (2003), entre otros/as, acerca de la mutua contaminación de las esferas
de la política y de lo jurídico– son atendibles y, en cierta medida, los compartimos. Pero
también es cierto que hay veces que el campo de la política, de la educación y de los
medios de comunicación no brindan los medios suficientes para proteger a las víctimas
de los daños negacionistas y las exponen a una violencia inaceptable que perpetúa las
injusticias pasadas, y es allí donde, entendemos, debe actuar el derecho penal como
última ratio regum, esto es, cuando todos los demás dispositivos hayan fallado. Cabe
señalar que de ese modo está planteado en el anteproyecto de la asociación Abuelas de
Plaza de Mayo, que tiene el mérito de incluir a la criminalización como uno más entre un
numeroso paquete de mecanismos complementarios, entre los cuales está, en primer
lugar, la educación en derechos humanos. Concebido entonces como un remedio resi-
dual que será utilizado únicamente cuando todos los demás hayan fallado, la crimina-
lización de los/las negacionistas es quizás ese último recurso del que disponemos las
comunidades para rechazar aquello que, luego de haber transitado la experiencia límite
de los campos de concentración, ya no podemos tolerar.
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