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y derechos humanos
Estado, despojo
y derechos humanos
JOAQUÍN A. MEJÍA R.
(coordinador)
Prólogo de Hugo Noé Pino
Marvin Barahona
Ana Ortega
Regina Fonseca
Gilda Rivera
José Luis Rocha
Equipo de Investigación del ERIC-SJ:
Yolanda González Cerdeira, Elvin Hernández,
Orlando Posadas y Gustavo Cardoza
© Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación
de la Compañía de Jesús en Honduras (ERIC-SJ).
Apartado postal No. 10, El Progreso, Yoro.
Teléfonos: (504) 2647-4227 / 2648-1412
Fax: (504) 2647-0907
www.eric-rp.org
ISBN: 978-99979-843-6-4
Diseño e impresión:
Editorial Guaymuras
Diseño de portada:
Marianela González
Presentación ........................................................................... 13
Prólogo
Dr. Hugo Noé Pino .....................................................................17
i
el estado secuestrado:
un leviatán autoritario al servicio del desPojo
Joaquín A. Mejía Rivera
ii
auge y decadencia de la ideologÍa de la desigualdad:
un cuestionamiento necesario a la hegemonÍa neoliberal
Marvin Barahona
1. Introducción ........................................................................63
2. La transición ideológica.......................................................66
7
3. La perca del Nilo y la privatización de los bienes comunes ... 68
4. La batalla por la construcción del sujeto
y el control de las conciencias .............................................73
5. Reproducción, representación y mediación
de los grupos de poder ........................................................78
6. La dictadura ideológica y la construcción
de una realidad a la medida del poder ................................80
7. Medios de comunicación, violencia y derechos humanos ....82
8. De la coerción mediática a la coerción violenta....................86
9. La clave del poder neoliberal:
concentrar la riqueza material y mediática ..........................88
10. Lecciones no aprendidas .....................................................90
11. El mayor éxito de las elites transnacionales:
el Estado virtual ..................................................................93
12. ¿Revolución conservadora o hábito autoritario? ..................95
13. ¿Se confronta la política con la sociedad? ...........................97
14. La política y la economía neoliberal van de la mano ............99
15. Ideología, relaciones sociales
y percepción de la realidad ................................................101
iii
las reformas económicas a Partir de 2009
desde la lógica extractiva que sostiene
la acumulación Por desPosesión
Ana Ortega
8
iv
el imPacto diferenciado en las mujeres
del Proceso binario de acumulación y desPojo
Regina Fonseca y Gilda Rivera
1. Introducción ......................................................................128
2. Avances formales respecto a derechos humanos
de las mujeres y presencia de una brecha entre
la igualdad real y la formal ................................................133
3. Un matrimonio con intereses compartidos o un
matimonio bien avenido: patriarcado-capitalismo .............148
4. Mujeres y resistencias. Sus voces ......................................150
5. Desafíos ciudadanos e institucionales para
revertir o transformar el proceso binario
de acumulación y despojo .................................................157
v
exPeriencias de desPojo y resistencia
desde la voz de las comunidades.
acaParamiento, desPlazamiento forzoso
y luchas Por la tierra en la honduras del siglo xxi
José Luis Rocha y Equipo de Investigación del ERIC-SJ
1. Introducción ......................................................................159
2. Tipología de los despojadores y de sus estratrategias ........164
3. Tipología de estrategias de resistencia ...............................180
4. Conclusiones y recomendaciones ......................................187
9
El orden socioeconómico concreto que se está imponiendo es
el resultado de decisiones humanas en instituciones humanas.
Las decisiones se pueden modificar. Las instituciones se pueden
cambiar. Si es necesario, se pueden desmantelar y reemplazar,
cosa que han hecho personas honestas y valientes
a lo largo de toda la historia*.
13
de violaciones a derechos humanos, dado que se mantienen en la
impunidad los graves crímenes cometidos durante la década de
1980, cuando se implementó la doctrina de seguridad nacional; los
perpetrados durante el golpe de Estado de 2009 y los cometidos
en el contexto de la crisis poselectoral en 2017-2018; todos han
sido documentados por el Comisionado Nacional de los Derechos
Humanos (Conadeh), la Comisión de la Verdad y la Reconciliación
(CVR), y la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para
los Derechos Humanos en Honduras (OACNUDH), respectivamente3.
Si bien es evidente que antes del golpe de Estado la situación
de los derechos humanos era motivo de preocupación para la
comunidad internacional4, el rompimiento del orden constitucio-
nal agravó la crisis estructural y provocó su deterioro a niveles
alarmantes, pues su violación generalizada y sistemática se en-
marcó en una política de Estado en la que todas las instituciones
democráticas claves demostraron falta de independencia e inca-
pacidad para proteger la dignidad humana y los derechos huma-
14
nos. Además, puso al desnudo que, pese a que la norma supre-
ma prevé los mecanismos mínimos para promover el Estado de
derecho, este terminó convertido en una herramienta de despojo
al servicio de unos minoritarios y vigorosos poderes fácticos.
En ese contexto, a partir del golpe de Estado se aceleró y
profundizó un doble proceso: por un lado, de acumulación y con-
centración de poder político y económico y, por otro, de despojo
de derechos, libertades y bienes comunes en proporciones perci-
bidas como intolerables por la ciudadanía. Ante la legítima opo-
sición, el Estado ha respondido imponiendo un modelo autorita-
rio, excluyente y militarizado que no admite críticas ni disenso;
utiliza el asesinato, las amenazas, las intimidaciones constantes,
los ataques físicos, los cargos falsos como instrumentos para si-
lenciar5, y hace un uso indebido y arbitrario del derecho penal
como instrumento de control social6.
Para el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación
de la Compañía de Jesús en Honduras es fundamental identifi-
car y analizar los mecanismos que han permitido implementar y
profundizar el proceso binario de acumulación y despojo —parti-
cularmente a partir del golpe de Estado de 2009—, enfocándose
en algunas reformas institucionales, legislativas, económicas y de
derechos, especialmente de las mujeres; el propósito es eviden-
ciar las contradicciones y grietas entre el discurso y la práctica
político-constitucional que sustentan dicho proceso, y plantear
las condiciones de posibilidad para construir nuevos discursos y
prácticas que fortalezcan las luchas ya existentes por la transfor-
mación del actual modelo.
Por la generosidad de poner sus conocimientos y experiencias
en este esfuerzo académico, manifestamos nuestro profundo agra-
15
decimiento a Marvin Barahona, Ana Ortega, Regina Fonseca, Gilda
Rivera, José Luis Rocha, Yolanda González Cerdeira, Elvin Her-
nández, Orlando Posadas y Gustavo Cardoza.
A la vez, agradecemos el importante apoyo de Diakonia para
la publicación de este libro. Las ideas que aquí se expresan son
responsabilidad exclusiva de las autoras y autores, y no reflejan
necesariamente la opinión de Diakonia.
16
PRÓLOGO
17
fácticos del país y con la abierta injerencia de los Estados Unidos
respaldando un sistema de impunidad y corrupción.
En su artículo, Joaquín nos recuerda el vínculo estrecho
entre democracia y respeto a los derechos humanos, y señala
cómo el profundo deterioro de la institucionalidad y legitimidad
democrática nos acerca a un régimen con tintes dictatoriales.
Lamenta cómo el Poder Judicial, garante del Estado de derecho,
se ha sujetado a los designios del poder Ejecutivo, desaparecien-
do, por tanto, los pesos y contrapesos de la democracia liberal.
La forma de revertir esta situación es, recomienda el autor, a
través de una alianza de la oposición entre partidos políticos en
conjunción con sectores sociales.
Marvin Barahona analiza la ideología neoliberal como cons-
trucción social y política para administrar el poder. Destaca el
carácter global del neoliberalismo y la forma de internalizarse
en países como Honduras justificando, entre otros mecanismos,
el saqueo de los «bienes comunes». Enfatiza que, al disminuir la
soberanía del Estado, también disminuye la soberanía popular y
la democracia. La desaparición de viejos actores sociales, como
los campesinos, obreros, intelectuales y artistas, es también pro-
ducto de cómo opera la ideología y política del neoliberalismo,
aunque también hay que tomar en cuenta los cambios en la eco-
nomía misma.
El papel de la «legalidad» en la conformación del Estado neo-
liberal también es analizado por Marvin, al destacar las amenazas
a las libertades públicas en Honduras, plasmadas en leyes como
la de telecomunicaciones y el Código Penal. Después de detallar
varias características del Estado hondureño actual, concluye que
es un Estado colapsado, que se encuentra en sus últimos intentos
de sostener los exorbitantes privilegios económicos y políticos de
las elites. Por ello busca imponer una dictadura político-militar
que le permita prolongar su permanencia en el poder.
Los impactos diferenciados en las mujeres de los procesos de
acumulación y despojo de la política neoliberal son analizados en
los artículos de Ana Ortega, y Regina Fonseca y Gilda Rivera. Estos
18
son importantes aportes a la compresión de los efectos, sobre la
vida de las mujeres, del proceso de acumulación capitalista actual.
Ana parte de la necesidad de reivindicar el carácter de la polí-
tica como espacio de relevancia y deliberación colectiva, mostran-
do la inexistencia del Estado como contrato social en Honduras.
Muestra también cómo los mecanismos legales y la represión son
la vía para controlar un Estado capturado por las elites. Uno de
sus puntos centrales es mostrar cómo el análisis de la economía,
desde una perspectiva feminista, agrega nuevas dimensiones al
estudio de la acumulación. Para tal fin, enfatiza que «las mujeres
han estado en la primera línea de resistencia, en defensa de los
bienes comunes y en contra del despojo que, en su caso, pasa
por el despojo del propio cuerpo, instrumentalizado ya sea como
reproductor de la mano de obra que el sistema requiere, como
objeto de placer o como generador de ganancias a través de la
incesante explotación por la vía del trabajo no pagado».
Regina y Gilda, por su parte, destacan que los efectos dife-
renciados de la crisis económica y social sobre las mujeres son
producto del matrimonio entre capitalismo y patriarcado. Esos
efectos se muestran, entre otros aspectos, en el mayor nivel de
precarización del empleo para mujeres, las diferencias salaria-
les, la feminización de la pobreza y la privatización de los bienes
comunes como bosques, ríos y represas. Pero también muestran
optimismo por lo que se denomina «las voces de la resistencia»;
es decir, los desafíos que diferentes grupos de mujeres presentan
con sus acciones para revertir el proceso descrito.
Casos específicos de despojo son abordados por José Luis Ro-
cha y el equipo de investigación del ERIC-SJ. El análisis de estas
experiencias, a partir de la recopilación de situaciones vividas por
varios grupos en la Costa Atlántica hondureña, permite presentar
una tipología de despojo que va desde el papel de la expansión
de las relaciones capitalistas de grandes empresas y del despoja-
dor de mediana escala, hasta el papel de las maras en los despla-
zamientos de pequeña escala, pero de alta incidencia. En todos
los casos, el Estado termina convirtiéndose en una herramienta
19
de despojo al servicio de poderes fácticos, fuertes y minoritarios.
Nuevamente, «la legalidad» de los poderosos aparece como instru-
mento de dominación sobre la población despojada.
Al igual que en el tratamiento de los efectos del proceso de
acumulación capitalista sobre las mujeres, Rocha y el equipo de
investigación del ERIC-SJ no solo discuten los casos donde los
grupos campesinos o étnicos han sido desalojados o despojados,
sino también los ejemplos de resistencia en los diferentes ám-
bitos; también presentan lo que podría considerarse una guía
práctica de medidas a adoptar para que esa resistencia sea más
efectiva.
Bienes comunes, despojo, desalojo, colapso del Estado de
derecho, vinculación entre capitalismo y patriarcado y otros, son
aplicados en muy buena forma en el caso hondureño. Los autores
y autoras, sin embargo, advierten sobre la necesidad de profundi-
zar en los temas, lo cual requiere investigaciones adicionales.
Estos trabajos son un aporte a la comprensión y discusión
de los problemas nacionales desde un enfoque de derechos hu-
manos, al mostrar la profundización de las brechas que produ-
cen la exclusión y la desigualdad a partir del golpe de Estado de
2009. Y pese a que muestran el profundo deterioro del Estado de
derecho —bastión fundamental para una democracia efectiva—,
también presentan escenarios de cambio; entre ellos, la convoca-
toria a una Asamblea Nacional Constituyente que siente las bases
de un pacto social que daría paso a una Honduras con objetivos
de desarrollo comunes, para promover una nueva economía y
democracia al servicio de todos y todas.
20
I
el estado secuestrado:
un leviatán autoritario al servicio del desPojo
21
puesto que fue conformada por los grupos vinculados a las altas
esferas del poder económico, empresarial, religioso y militar del
país; por eso nuestra Constitución, en vez de ser la consecuencia
de un genuino pacto social, es un acuerdo entre los militares y
los dirigentes de los partidos políticos tradicionales, cuyo objeti-
vo no era romper con el pasado autoritario y construir un nuevo
orden social2, sino mantener los privilegios obtenidos gracias a
ese pasado. El proceso constituyente se realizó sin que la ciuda-
danía eligiera expresamente a sus representantes para la redac-
ción de la nueva Constitución y sin que tuviera la posibilidad de
aprobar el texto constitucional a través de una consulta directa,
los cuales son requisitos esenciales que exige una auténtica teo-
ría democrática del poder constituyente3.
Si siguiéramos la teoría política de Hobbes, que inicia con
el principio radical de que nadie «está obligado por un pacto
del que no es autor, ni, por consiguiente, por un pacto hecho en
contra, o más allá de la autorización que concedió»4, podríamos
decir que la Constitución hondureña carece de legitimidad demo-
crática. Pese a ello, no se puede desconocer que representó un
avance con consecuencias normativas y políticas que los «cons-
tituyentes derivados» no fueron capaces de prever, ya que en su
texto se incluyeron contenidos vinculantes que caracterizan al
Estado hondureño como democrático y de derecho, y que, por
ende, obligan a todos los poderes públicos a la construcción de
una sociedad en la que el respeto, la promoción y protección de
22
la dignidad humana y los derechos humanos deben ser la colum-
na vertebral del orden social.
En este sentido, la dignidad humana es fundamental para
comprender el papel del Estado desde la perspectiva de consi-
derar nuestra Carta Magna como una norma directiva funda-
mental, que llama a todos los poderes públicos y privados a
trabajar por el cumplimiento de una empresa colectiva, que no
es otra que la protección de la persona humana como fin su-
premo de la sociedad y el Estado, de acuerdo con el artículo 59
constitucional, y cuya garantía requiere de instituciones públicas
que aseguren el goce de la justicia, la libertad, la cultura y el
bienestar económico y social a la luz del artículo 1.
Los derechos humanos, por su parte, otorgan a las personas
el poder de definir sus fines libremente, «limitando de manera
cierta y segura la capacidad de influencia de los poderes públi-
cos, en la línea del gobierno limitado», y bajo la lógica de con-
siderar nuestra Constitución como una norma fundamental de
garantía que restringe lo más posible la intervención de tales
poderes en las esferas de la libertad personal5.
De acuerdo con lo anterior, se puede afirmar que las personas
tienen derechos porque predicamos su dignidad6, la cual irradia
todo el sistema jurídico y social en el sentido de establecer el
deber para el Estado de generar las condiciones adecuadas para
que dicha dignidad y los derechos humanos se realicen plena-
mente, y de producir un efecto de nulidad e invalidez de toda nor-
ma que contravenga o desconozca la dignidad de las personas.
23
La dignidad «impide que seamos objeto de cambio, que poda-
mos ser utilizados como medio y que tengamos precio»7. Implica,
además,
24
Como lo establece la Sala de lo Constitucional de la Corte Su-
prema de Justicia de Honduras, «el Estado solo debe existir, en
última instancia, para proteger los derechos fundamentales, pues
éstos son fundamento del orden político y de la paz social, sin res-
peto de los derechos fundamentales no puede haber democracia
constitucional ni tampoco, siquiera concordia civil»11.
No obstante, no podemos ignorar que el Estado no es un ente
per se ni una simple ficción, sino que tiene nombres y apellidos,
cuyos poderes y facultades son ejercidos por personas concretas
que actúan o deberían actuar de acuerdo con lo establecido en la
Constitución que, además de ser una norma jurídica fundamen-
tal, es el diseño de cómo idealmente tiene que funcionar nuestra
sociedad12.
Después de 37 años de vigencia de nuestro plano constitucio-
nal, la realidad muestra que Honduras no ha avanzado en la cons-
trucción de una sociedad política, cultural, económica y social-
mente justa como lo ordena la norma suprema; y que el Estado,
diseñado para promover y proteger la dignidad humana y los dere-
chos humanos, se ha ido afirmando y expandiendo negativamente
como consecuencia de un proceso de despojo hacia lo interno y
externo, hasta convertirse en un peligroso leviatán autoritario.
Hacia lo interno, el Estado ha sido despojado de su fin supre-
mo de protección de la persona humana, ignorando permanen-
temente la lógica del gobierno limitado, que le prohíbe interferir
arbitrariamente en las libertades, y la de los deberes del gobierno,
que le obliga a adoptar las medidas para remover los obstáculos
que impiden la igualdad13. Y hacia lo externo, ha sido utilizado
25
como herramienta de despojo de la soberanía popular y de los
contenidos de los derechos de las personas.
El objetivo de este capítulo es mostrar cómo este doble pro-
ceso de despojo ha creado un escenario propicio para la regre-
sión y profundización del empobrecimiento y la frustración de
las grandes mayorías, con su consecuente multiplicación y agra-
vamiento de los conflictos sociales y las crisis políticas, y el es-
tancamiento y retroceso del proceso de democratización, lo cual
revierte sobre el propio Estado, y reduce su autoridad y legiti-
midad14.
26
divina. Con la Revolución francesa de 1789 se produce una frac-
tura de época y se sustituye la antigua legitimidad, basada en la
ética católica medieval, por una nueva legitimidad fundada en los
derechos naturales de las personas como fundamento, orienta-
ción y límite del poder16.
De lo anterior se desprende que el Estado es una realidad his-
tórica que expresa una necesidad permanente de la convivencia
social17; es un producto histórico cuyo desarrollo y construcción
no puede concebirse como un proyecto estático y limitado, sino
en permanente evolución para poder dar respuesta a las nuevas
necesidades y desafíos de la comunidad. Por ello, en este proceso
se puede observar el avance y la superación de una concepción
restringida y limitada del Estado hacia otra más acorde con las
exigencias de nuestro tiempo y del constitucionalismo contem-
poráneo, enfocadas en la garantía de la dignidad humana y los
derechos fundamentales que emanan de ella.
En un primer momento el Estado, en su versión liberal, te-
nía como objetivo primordial limitar el poder público a través de
varios mecanismos como el principio de división de poderes, el
respeto a la ley y la vigencia de los derechos civiles y políticos como
garantías de la obligación estatal de no interferir en la libertad y
autonomía de las personas.
Sin embargo, en sus orígenes, este Estado era particularmen-
te clasista y patriarcal, lo cual se refleja en que el sufragio estaba
condicionado por la capacidad tributaria y económica de las per-
sonas, por lo que los únicos que podían votar eran los hombres,
los blancos y los propietarios18, cuyo poder político se ha mante-
nido gracias al sistema patriarcal.
27
A la vez, en la no intervención estatal en el mercado y en las
relaciones laborales para compensar y neutralizar las desigualda-
des producidas por estas, pero sí en la represión de las huelgas y
las manifestaciones obreras; en la consolidación de una sociedad
individualista, elitista y clasista, donde la burguesía era la clase
dominante y la única que tenía el poder para determinar el destino
de toda la comunidad; en la sacralización de la propiedad priva-
da, la acumulación de capital y el sometimiento de la economía a
intereses particulares; y en el reconocimiento y protección de los
derechos civiles y políticos que, en la práctica, solo ejercían aque-
llas personas cuya libertad no estaba restringida por el género, la
pobreza, la enfermedad, el hambre y el analfabetismo19.
Por tanto, el acceso al poder y a las decisiones políticas estaba
limitado a «las personas más ricas y más cultas», manteniendo
en teoría el discurso de una igualdad formal (ante la ley) pero con
grandes desigualdades materiales que hacían imposible el uso de
la libertad por parte de los sectores sociales desaventajados; en-
tre ellos las mujeres, las personas pobres, la niñez y las personas
adultas mayores que terminaban en la mendicidad para poder so-
brevivir. El Estado y la sociedad se mantenían en constante oposi-
ción y eran concebidos como dos sistemas independientes. El pri-
mero como una organización racional orientada a la consecución
de la libertad, la convivencia pacífica, la seguridad y la propiedad
y, por tanto, absteniéndose de intervenir en los problemas econó-
micos y sociales que afectaban a la sociedad20.
En este contexto, su racionalidad se expresaba únicamente en
la adopción de leyes abstractas, la división de poderes como re-
curso racional para la garantía de la libertad, y la constitución de
una organización burocrática de la administración. Por su parte,
la sociedad se configuraba como un orden espontáneo dotado de
una racionalidad sustentada en las leyes económicas y las relacio-
28
nes de competencia entre las personas, con lo cual se generaba un
sistema idóneo tanto en el ámbito económico, gracias a los resul-
tados de la oferta y la demanda, como en el ámbito social, gracias
a la igualdad ante la ley, que permitía a las personas perseguir sus
fines particulares sin interferencia alguna y solo limitadas por sus
capacidades naturales21.
Esta distinción y oposición entre Estado y sociedad permi-
tió consolidar la hipótesis que impedía al primero intervenir en
las relaciones sociales y económicas para modificar el orden
social existente, limitando su función al aseguramiento de las
condiciones mínimas para que dicho orden funcionara. En otras
palabras, el Estado simplemente ejercía numerosas tareas de
vigilancia y control, y se mantenía al margen y aparentemente
imparcial ante las desigualdades que se podían producir, ya que
se consideraba que eran producto de las contingencias socia-
les22. Por tanto, la distribución de los beneficios sociales era el
resultado de las relaciones espontáneas dentro del mercado, y
el poder público debía limitarse a asegurar que se desarrollasen
enmarcadas en la legalidad existente.
En un segundo momento, el advenimiento de la democracia
en su concepción actual representó para el Estado liberal una
profunda transformación en el significado de sus valores político-
constitucionales que llevó a una nueva forma de conciliación entre
libertad e igualdad23, lo cual se concreta en la impresión de un per-
fil social al Estado, a través de la incorporación constitucional de
los derechos económicos, sociales y culturales. Con ello, el Estado
asume nuevas funciones de intervención y redistribución para ga-
rantizar a la población, particularmente a la más vulnerabilizada,
un mínimo de bienestar social que le permita una relativa igualdad
29
de oportunidades. En otras palabras, «el Estado, así, deja de ser
negación de la libertad para convertirse en agente liberador»24.
La transformación de un Estado abstencionista a un Estado
intervencionista en materia económica y social, representó un
medio para contrarrestar los desequilibrios producidos por el
libre juego de las fuerzas del mercado, que al poner en peligro
la existencia misma del sistema, desembocó en un nuevo pacto
entre las diferentes fuerzas sociales para dar estabilidad al orden
social. En ese sentido, se amplió la protección de la libertad que
no solo estaba (y sigue estando) «amenazada por el despotismo,
[sino] también por el hambre y la miseria, la ignorancia y la de-
pendencia»25. De esta manera, el reconocimiento normativo de
los derechos económicos, sociales y culturales permite impulsar
la liberación y protección del ser humano no solamente de la
violencia del Estado, sino también de la violencia del mercado26.
En consecuencia, el Estado se encuentra obligado constitu-
cionalmente a que toda la población pueda gozar y ejercitar en
igualdad de condiciones el goce y ejercicio de los derechos civi-
les y políticos a través de la satisfacción de varias necesidades
básicas como la salud, la educación, la vivienda y la seguridad
social, entre otras27. Solo de esta forma el Estado puede garanti-
zar el principio de igualdad y no discriminación en el sentido de
asegurar la igualdad formal, pero también una relativa igualdad
30
material28, ya que estos derechos tienden a hacer menos grandes
las desigualdades sociales o a poner a un número de personas
en condiciones de ser menos desiguales respecto de otras29, y
suponen una garantía para la propia democracia; «esto es, para
el efectivo disfrute de las libertades personales, civiles y políti-
cas»30.
Por tanto, el Estado ya no se limita a distribuir una serie de
potestades y derechos formales, sino que trata de distribuir y re-
distribuir los bienes económicos de la sociedad para tratar de
alcanzar una relativa igualdad en recursos y oportunidades que
permita una participación política real de todas las personas31.
Esto significa que el Estado se transforma y evoluciona para po-
der dar respuesta a las expectativas y prescripciones que manda
la Constitución —el fin supremo de la sociedad y el Estado es la
persona humana—, ya que es indudable que
31
En este sentido el Derecho, particularmente el constitucio-
nal, en esta concepción de Estado «puede ser hoy un impor-
tante instrumento de igualación y liberación social»33; por ello,
nuestra Constitución plasma (a) un modelo social en el que la
persona humana es el fin supremo y (b) un modelo organizativo
que garantice una mayor participación ciudadana y una mayor
responsabilidad de los poderes públicos. Para lo primero, se
ordena asegurar el goce de la justicia, la libertad, la cultura y el
bienestar económico y social (artículo 1); un sistema económico
que asegure la distribución justa de la riqueza y la dignificación
del trabajo (artículo 328), y la igualdad en derechos (artículo
60). Para lo segundo, se establecen las exigencias básicas e indis-
pensables que caracterizan a un verdadero régimen democrático
y un Estado de derecho: (a) el imperio de la ley; (b) la división
de poderes; (c) la legalidad de la Administración y (d) la garantía
jurídica y la efectiva realización de los derechos humanos34.
Frente a lo anterior, al Estado le corresponde ser el princi-
pal promotor del desarrollo económico y social (artículo 239);
asegurar que la libertad de comercio no sea contraria al interés
social ni lesivo a la salud (artículo 331); reservar el ejercicio de
determinadas industrias, explotaciones y servicios cuando sean
de interés público (artículo 332); intervenir en la economía en
función del interés público y social (artículo 333); asegurar que la
inversión extranjera sea complementaria y jamás sustitutiva de la
inversión nacional (artículo 336); garantizar que las empresas ex-
tranjeras se sujeten a las leyes nacionales (artículo 336); asegurar
la gestión técnica y racional de los bienes naturales en función de
la utilidad y necesidad pública (artículo 340); garantizar la justi-
cia social en el campo mediante un proceso integral de reforma
agraria (artículo 344); formular y ejecutar políticas económicas
y sociales en armonía con la reforma agraria (artículo 345); im-
33. LÓPEZ CALERA, Nicolás María, Yo, el Estado… op. cit., p. 28.
34. DÍAZ, Elías, Estado de derecho y sociedad democrática, Taurus
Ediciones (1966), Madrid, 9ª ed., 1998, p. 44.
32
plementar una política de precios justos para quien produce y
quien consume (artículo 347) y garantizar un sistema tributario
equitativo de acuerdo con la capacidad económica de cada contri-
buyente (artículo 351).
No obstante, durante casi cuatro décadas, se ha construido un
modelo de Estado y sociedad a espaldas de los mandatos constitu-
cionales, lo cual se ha traducido en una permanente crisis política,
económica, social, ambiental y de derechos humanos. Las refor-
mas políticas y económicas realizadas hasta el momento, algunas
de las cuales pueden tener la apariencia de un proceso de moder-
nización del Estado, han convertido a Honduras en un país
35. ARITA, Isolda, «El bipartidismo: ¿un gato con más de siete vi-
das?», en revista Envío-Honduras, Año 2, N° 4, ERIC-SJ, Tegucigalpa,
2004, p. 18.
33
diciembre de 2017 se hizo cenizas con la decisión fraudulenta del
Tribunal Supremo Electoral de declarar ganador a Juan Orlando
Hernández, pese a las graves irregularidades evidenciadas por la
Misión de Observación Electoral de la OEA, y el 27 de enero de
2018 terminó de consumirse con la imposición de Hernández
como presidente de facto.
Estos hechos representan cuatro rupturas del orden consti-
tucional, que mantienen a Honduras desde 2009 en una situa-
ción de permanente excepcionalidad constitucional y, por ende,
de anormalidad democrática que se caracteriza por (a) una es-
pecie de cinismo estructural en el sentido que el Estado ratifi-
ca la mayoría de tratados internacionales de derechos humanos,
pero aprueba leyes y adopta prácticas que son contrarias a ellos;
(b) un creciente deterioro de la institucionalidad democrática y
un incremento de la desconfianza ciudadana y, (c) el uso político
perverso de la violencia y la criminalidad con el fin de promover
la remilitarización de la sociedad y el Estado, y un populismo
penal a través del cual se realizan reformas penales cuya falta de
claridad, certeza y precisión de las conductas prohibidas brin-
da una amplia discrecionalidad a las autoridades estatales «para
sancionar reivindicaciones y movimientos sociales o la labor de
los defensores de derechos humanos»36 y, de esta forma, reducir
al mínimo la presión de los sectores sociales y la crítica pública,
que son fundamentales en una sociedad democrática.
Teniendo en cuenta que la legitimidad de un Estado descansa
en el nivel de compromiso de sus instituciones con la protección
de los derechos humanos, el golpe de Estado de 2009 represen-
34
ta, por un lado, un momento de quiebre en tanto que agravó la
crisis estructural que ya se traducía en fragilidad social, pobreza,
desigualdad y deficiencia institucional37; además, evidenció que
la clase política hondureña solo ha gobernado en función de sus
intereses y ha mostrado total incapacidad, desprecio y negligen-
cia para responder a los intereses de las mayorías. Y, por otro
lado, representa quizás el paso final de conversión del Estado
de derecho social y democrático plasmado en la Constitución, a
un leviatán autoritario y temible, a un «lobo artificial», cruel y
peligroso para los derechos humanos de las personas que le con-
fiaron su tutela, y que devora el fundamento mismo de su propia
legitimidad, al pervertirse su razón de ser como instrumento de
cohesión social.
35
enmarcado en los valores democráticos, del Estado de derecho y
de los derechos humanos como expresión de la dignidad humana.
Por tanto, uno de los elementos fundamentales que distingue
a un sistema democrático de un sistema autoritario es la legitimi-
dad, es decir, el consentimiento y convencimiento de la ciudada-
nía, lo cual integra y fortalece el sistema de poder y hace menos
necesario el uso de la fuerza. Legitimar es justificar y tratar de
dar razón de la fuerza por medio de la fuerza de la razón, ya que
la fuerza por sí sola no es del todo funcional para mantener un
sistema de poder, particularmente cuando este se expresa a tra-
vés del Derecho en cuanto legalidad y coacción. Por ello, el poder
siempre pretende presentarse a sí mismo como legítimo, como
algo necesario y justo. Necesita justificar la coacción y justificarse
él mismo, ya que emplear «la fuerza y querer ser obedecido exige,
desde luego, dar algún tipo de razones, exige ofrecer alguna jus-
tificación»39.
Sin embargo, la legitimidad requiere de espacios de libertad
para la crítica, la discrepancia y la oposición, pues en un régi-
men democrático se necesita y fomenta una ciudadanía crítica,
dispuesta a juzgar las instituciones y prácticas, y darlas por bue-
nas solo si favorecen el desarrollo de su autonomía, porque las
instituciones y prácticas no son fines en sí mismas, sino medios
al servicio de las personas concretas40. Por tanto, «donde no hay
libertad política, ni de otro tipo, donde no hay libertad de crítica,
ni de expresión, resulta por el contrario mucho más difícil, o in-
cluso imposible, exteriorizar la falta de legitimación»41.
Cuando la evidencia demuestra que no hay espacio para que
las personas expresen sus opiniones libremente sin temor a ser
36
asesinadas, heridas, detenidas o desaparecidas, y que si lo hacen
corren el riesgo de enfrentar toda la fuerza del aparato represivo
del gobierno42, es fácil concluir que no nos encontramos frente a
un régimen democrático, pues tiene que imponerse por la fuerza
de las armas y del uso indebido del derecho penal con graves
consecuencias para la dignidad humana, que en un Estado de
derecho constituye un referente y un criterio fundante de los va-
lores, principios y derechos fundamentales; «es un referente ini-
cial, un punto de partida y también un horizonte final, un punto
de llegada»43.
En tal sentido, la legitimidad de un régimen democrático y
sus instituciones tiene un doble origen: por un lado, el principio
de la soberanía popular que se expresa en la voluntad de las
mayorías. En virtud de ella, las funciones a través de las cuales
se ejerce el poder público son desempeñadas por personas es-
cogidas en elecciones libres y auténticas; y por otro, la garantía
de ciertos bienes e intereses —derechos y libertades— que son
considerados fundamentales44.
Debido a la crisis política continuada que vive Honduras por la
violación a la soberanía popular mediante un golpe de Estado en
200945, la aprobación ilegal de la reelección presidencial en 201546
37
y la imposición en la presidencia de Juan Orlando Hernández en
2018, a pesar de las graves irregularidades en el último proceso
electoral47, con sus consecuentes violaciones a derechos huma-
nos48, se ha experimentado un profundo proceso de deterioro de
la institucionalidad y legitimidad democrática que nos acerca a la
consolidación de un régimen autoritario con tintes dictatoriales,
sostenido, entre otros factores, por el uso de la fuerza y por recu-
rrir constantemente a las cúpulas religiosas evangélica y católica
para legitimarse.
En este orden de ideas, esta crisis política ha generado pro-
fundas grietas democráticas que se pretenden revestir con dos
discursos peligrosos para la democratización del país: el discur-
so militarista y el discurso divino. Con el primero se procura
introducir en el imaginario social la idea de que el despliegue
militar es la vía democráticamente idónea para combatir la vio-
lencia y la criminalidad, y servir como marco legitimador de la
consolidación de las Fuerzas Armadas como la única institución
capaz de salvar la democracia y nuestro modo de vida de sus
38
nuevas enemigas: las personas narcotraficantes, mareras, sica-
rias y extorsionadoras49.
Con el segundo, se busca justificar desde lo divino el autori-
tarismo y las violaciones a la Constitución, y cubrir con un halo
mesiánico la figura presidencial, ensombrecida por su reelección
inconstitucional, por el fraude electoral, los graves actos de co-
rrupción, la impunidad estructural en lo que respecta a las viola-
ciones a derechos humanos de su gobierno, particularmente las
cometidas por policías y militares, y por el enjuiciamiento de su
hermano en una corte federal de Estados Unidos, acusado de ser
uno de los mayores narcotraficantes de la región50. De esta ma-
nera, a través de su vinculación con lo religioso, el poder político
busca «encontrar formas de legitimación diferente a la que le es
natural, o sea: la soberanía popular»51.
Desde esta perspectiva, tanto las fuerzas militares como las
religiosas buscan, a su vez, ocupar espacios que ya no les corres-
ponden más. Y en esta lógica de ganar-ganar, el poder político
establece alianzas con los militares y las cúpulas religiosas me-
diante una asignación creciente de recursos financieros a los pri-
meros, en muchas ocasiones en detrimento de las partidas pre-
supuestarias destinadas a garantizar los derechos a la salud y a
la educación; y a través del otorgamiento de un espacio y una voz
privilegiada a las segundas, erosionando la igualdad deliberativa
49. MEJÍA RIVERA, Joaquín A., «El discurso militarista y sus efectos de
poder», en revista Envío-Honduras, Año 14, Nº 50, ERIC-SJ, Tegucigalpa,
2016, pp. 16-21.
50. ERNST, Jeff y MALKIN, Elisabeth, «Honduran President’s Bro-
ther, Arrested in Miami, Is Charged With Drug Trafficking», en The New
York Times, 26 de noviembre, 2018. Accesible en https://www.nytimes.
com/2018/11/26/world/americas/honduras-brother-drug-charges.html,
consultado el 15 de marzo de 2019.
51. DÍAZ RENDÓN, Sergio, Laicidad. Concepto, origen y perspectivas
histórica y contemporánea en México, Tirant lo Blanch, Ciudad de Méxi-
co, 2017, p. 49.
39
que debería asegurar un Estado democrático, de derecho y de
naturaleza laica, único instrumento llamado a garantizar la liber-
tad, la igualdad, la justicia, el pluralismo y la dignidad humana.
Nada de esto hubiera pasado si desde 1982 a la fecha se hu-
bieran fortalecido los cuatro elementos que caracterizan al Estado
de derecho y que fueron incorporados en nuestra Constitución. En
primer lugar, el imperio de la ley, que implica, sobre todo, la pri-
macía de la Constitución y de los tratados internacionales de de-
rechos humanos. El desarrollo histórico del Estado de derecho ha
tenido siempre como finalidad la elaboración de distintas maneras
de limitar el poder por la vía de su regulación jurídica, siendo el
uso del método democrático el de mayor preponderancia en las
sociedades actuales52.
El principio del imperio de la ley se constituye en un elemento
fundamental del Estado de derecho en el sentido de que la ley
debe ser creada por los órganos representativos de la voluntad
general a través de los procedimientos formalmente establecidos,
y que a su vez esté subordinada a los contenidos de las normas
constitucionales e internacionales de derechos humanos. Por tan-
to, la validez de la ley no solo depende de las normas procedi-
mentales de su creación, sino también de las normas sustanciales
de sus contenidos; es decir, de su coherencia con la Constitución
y los tratados internacionales de derechos humanos53, ya que la
legalidad en un auténtico régimen democrático está condicionada
a la no lesión de ciertos valores (derechos humanos) por y para
40
los cuales se ha constituido el orden jurídico y político, y que se
manifiestan en unas normas que ninguna ley puede violar54.
Nuestra Constitución incorpora el principio del imperio de la
ley, pues establece que el Congreso Nacional es el único órgano
legitimado para la actividad legislativa (artículo 205); define los
pasos a seguir para la adopción de las leyes (artículos 213-221);
sanciona la supremacía constitucional (artículo 320) y la supre-
macía convencional (artículo 18) sobre el resto del ordenamiento
jurídico, y reconoce una serie de principios y derechos civiles, po-
líticos, económicos, sociales y culturales (capítulos I-IX del título
III) que forman parte del bloque de constitucionalidad y que no
pueden ser restringidos, disminuidos o tergiversados por ninguna
ley ni disposición gubernativa o de cualquier otro orden55.
En virtud de todo lo anterior, podemos afirmar que la Cons-
titución impone límites y vínculos al proceso democrático cuan-
do se trata de tomar decisiones sobre derechos humanos, en el
sentido de que ni siquiera la mayoría parlamentaria o el pueblo,
mediante un referéndum o un plebiscito, pueden adoptar ningu-
na medida que sea contraria a la vigencia de tales derechos. De
esta forma, ninguna mayoría legislativa o popular podría decidir
legítimamente, por ejemplo, la condena de un inocente o la pri-
vación de los derechos de una minoría, y tampoco podría dejar
de decidir las medidas necesarias para que a una persona le sea
asegurada su subsistencia en condiciones de dignidad56.
41
La democracia, en nuestra concepción constitucional, no se
limita a responder a las preguntas del quién decide (el Congreso
Nacional y el pueblo) y del cómo se decide (procedimientos es-
tablecidos en el artículo 5 y en el capítulo II del título V), sino
también sobre el qué se decide que, en el caso de los derechos
humanos, como valores fundamentales, no pueden ser desnatura-
lizados por ninguna ley (artículo 64), aunque sea adoptada por los
órganos correspondientes y siguiendo las normas de procedimien-
to establecidas, o por las mayorías populares a través de figuras de
participación de democracia directa57.
En consecuencia, la Constitución y los tratados internacio-
nales de derechos humanos, ubicados en el más alto nivel je-
rárquico de nuestro ordenamiento jurídico, tienen un carácter
normativo que vincula y limita el accionar de todos los poderes
públicos; por tanto, estos quedan sometidos, por un lado, al res-
pectivo control de constitucionalidad y convencionalidad de sus
actos por un poder judicial independiente e imparcial (artículos
184-186, 313 y 316) y, por otro, al escrutinio público de perso-
nas y comunidades (artículos 2 y 3) para asegurar, a través del
voto y de la manifestación pública y pacífica, en el marco del
derecho a la libertad de expresión (artículos 72 y 78-80), la efec-
tiva garantía de sus derechos humanos. No puede obviarse que
un postulado vertebral de la democracia y del Estado de derecho
es justamente el sometimiento de cualquier poder al Derecho.
En tal sentido, el imperio de la ley, como expresión de la volun-
tad popular, implica la superioridad de las leyes sobre cualquier
otra norma o acción de las autoridades políticas, y la legitimación
democrático-popular de las leyes mismas, que descansa en que
sus contenidos no sean contrarios a los estándares constitucio-
nales e internacionales de derechos humanos, pues, de ser así,
42
constituiría un fraude constitucional por parte de los legisladores
y legisladoras58.
En segundo lugar, la división o separación de poderes, la cual
exige la existencia de un control real entre los diversos órganos y
la racionalización del poder, para impedir abusos de quienes lo
ejercen59. En otras palabras, el fin de esta organización del poder
es evitar su concentración mediante un sistema de equilibrios y
controles mutuos entre los poderes del Estado, lo cual no debe
entenderse como si tales poderes no pueden tener ningún tipo de
relaciones de cooperación entre sí; todo lo contrario, al distribuir-
se y dividirse las funciones del Estado, se necesita de una serie de
relaciones y controles recíprocos para llevar a buen término la fi-
nalidad misma del Estado de derecho, es decir, el pleno desarrollo
de la dignidad humana. La importancia de esta limitación recípro-
ca radica en que se constituye en una garantía frente a todo tipo
de absolutismo. De esta manera, lo «fundamental de la división de
poderes es, naturalmente, que existan límites claros a la actuación
del gobierno, siempre el más fuerte de los poderes por la naturale-
za de las funciones estatales que corren a su cargo»60.
Indudablemente, el poder Judicial ha de estar fuera del alcan-
ce de la influencia o la presión del Ejecutivo y del Legislativo; en
consecuencia, su independencia constituye un elemento irrempla-
zable en este modelo, pues requiere que la administración de jus-
ticia se realice a través de un sistema procesal regular, ordenado
y coherente, que garantice adecuadamente la seguridad jurídica
de todos los ciudadanos y ciudadanas. Este punto es, en efec-
43
to, central para comprobar si existe o no un genuino Estado de
derecho, pues, cuando faltan las garantías procesales, cuando los
detenidos y procesados no son respetados, cuando hay amplias
zonas de la actividad pública fuera del control judicial o cuando
hay injerencia política en las decisiones judiciales, puede afirmar-
se que no existe un auténtico Estado de derecho61. La independen-
cia judicial constituye una garantía de la propia democracia y de
los derechos humanos; es un derecho y a la vez, es consecuencia
esencial del principio de separación de poderes en una sociedad
democrática62.
En tercer lugar, la legalidad de la Administración constituye
una exigencia de sometimiento de las instituciones públicas al
derecho válido y vigente, y a un sistema de responsabilidad que
asegure su accionar conforme a dicho derecho. Para tal fin, se es-
tablece un control jurisdiccional contra las posibles infracciones
legales llevadas a cabo por los órganos de aquella. De este modo,
la actuación de la Administración está fiscalizada jurídicamente
a través de un sistema de recursos que puede ser usado por las
personas contra las posibles infracciones legales administrativas.
En ese sentido, la discrecionalidad de los poderes públicos es re-
ducida y limitada por las normas constitucionales, internacionales
de derechos humanos y secundarias, al contrario de lo que sucede
en un régimen autoritario, cuya institucionalidad goza de amplios
poderes discrecionales y sin un efectivo control político, jurisdic-
cional y ciudadano63.
Por tanto, sin el sometimiento a la legalidad de cada actua-
ción de los poderes estatales, con su respectivo control ciuda-
dano y jurisdiccional, no se podría afirmar que un Estado es un
Estado de derecho. Particularmente, tampoco se podría afirmar
44
lo mismo de un régimen donde los tribunales actuaran sistemá-
ticamente apartados de su obligación de ejercer el doble control
de la legalidad de los actos y omisiones de los poderes públicos64;
es decir, el control de constitucionalidad para determinar la con-
gruencia de los actos y normas secundarias con las constitucio-
nes nacionales, y el control de convencionalidad para determinar
la congruencia de los actos y normas internas con los tratados
internacionales de derechos humanos y la jurisprudencia inter-
nacional65.
Para ello se requiere que el Poder Judicial cumpla con las ca-
racterísticas de competencia, independencia e imparcialidad, las
cuales constituyen un elemento esencial e irremplazable para el
fortalecimiento de la democracia y del Estado de derecho; asi-
mismo, es considerado un derecho absoluto que no puede ser
objeto de excepción alguna66. Así, el principio de separación de
poderes y el Estado de derecho «son la clave de una administra-
ción de justicia con garantía de independencia, imparcialidad y
transparencia»67. De esta manera, juezas y jueces son los prin-
cipales protagonistas en la protección judicial de los derechos
45
humanos en un Estado democrático68, cuya vigencia «requiere
un orden jurídico e institucional en el que las leyes prevalezcan
sobre la voluntad de los gobernantes y los particulares, y en el
que exista un efectivo control judicial de la constitucionalidad y
legalidad de los actos del poder público»69.
No obstante, hasta el momento, el Poder Judicial hondureño
ha actuado de espaldas a los valores constitucionales frente a
los tres eventos históricos contemporáneos más graves contra
el Estado de derecho, la democracia y los derechos humanos: la
implementación de la doctrina de seguridad nacional en los años
80, el golpe de Estado de 2009 y la crisis poselectoral de 2017.
En vez de cumplir con su papel constitucional de control de la le-
galidad, abdicó de su autoridad republicana y se puso al servicio
de quienes debilitaron el sistema democrático y propiciaron un
estado general de impunidad.
Por tal razón se puede afirmar, contundentemente, parafra-
seando a Alejandra Matus, que en la historia del país nunca ha
existido un Poder Judicial que se entienda y actúe como tal, sino
que hemos tenido —con algunas excepciones de funcionarias y fun-
cionarios judiciales honestos— un «servicio judicial» influenciado
por los poderes institucionales y fácticos que operan entremezcla-
dos y, por ende, al servicio de los sectores económicos, políticos y
religiosos más reaccionarios del país70. Para intentar disfrazar su
46
papel antidemocrático incurren en un «legalismo autoritario», que
los convierte en «[p]resos de un concepto de Estado derivado de
relaciones jurídicas convencionales y premodernas, ignoran y em-
pequeñecen los fundamentos morales y la cultura política de una
comunidad democrática desarrollada»71.
Y, en cuarto lugar, la efectiva realización de los derechos huma-
nos, concebidos por nuestra Constitución como el orden y la base
fundamental sobre la que descansa el Estado y sus instituciones,
cuyas prácticas, para ser legitimadas, deben asegurar el respeto
de la dignidad humana. La Constitución prevé que si la persona
humana es el fin supremo de la sociedad y el Estado (artículo 59),
es necesario garantizar su inviolabilidad mediante la garantía del
«goce de la justicia, la libertad, la cultura y el bienestar económico
y social» (artículo 1), y la igualdad en derechos (artículo 60). Pero,
en la coyuntura actual, las personas se enfrentan tanto a las ame-
nazas provenientes de los propios poderes públicos, como a las
provenientes de los poderes privados que, en muchas ocasiones,
actúan bajo el amparo de los primeros.
Los derechos humanos constituyen la razón de ser del Estado
de derecho. El progreso de la democracia se mide por la expan-
sión y ejercicio efectivo de tales derechos72 y, por tanto, su falta
o abusiva limitación «favorece la implantación de un sistema po-
lítico absolutista, arbitrario o totalitario»73, al cual no se le debe
obediencia (artículo 3). En esta línea de ideas, el orden jurídico de
una sociedad que se precie democrática solo se realiza y justifica
si garantiza las condiciones para la implementación real de los
derechos humanos, ya que su protección es un propósito básico
de dicho orden, y a su vez, «el ejercicio efectivo de la democracia
contribuye decisivamente para la observancia y garantía de los de-
47
rechos humanos, y la plena vigencia de éstos caracteriza en último
análisis al Estado de Derecho»74.
En Honduras, uno de los graves problemas que enfrentan los
derechos humanos es la situación de violencia e inseguridad ge-
neralizada, parte de la cual proviene de las instituciones encarga-
das de protegerlos, como la Policía Nacional, la Policía Militar del
Orden Público (PMOP) y el Ejército, «a través del uso ilegítimo de
la fuerza, en algunos casos en complicidad con el crimen organi-
zado»75.
La crisis política generada por lo que la Misión de Observación
Electoral de la OEA catalogó como «un proceso de baja calidad
electoral»76 y que un alto porcentaje de la sociedad hondureña con-
sideró un fraude electoral77, confirmó este arbitrario e inconstitu-
cional papel de las fuerzas de seguridad del Estado en la comisión
de graves violaciones a derechos humanos.
De acuerdo con la Oficina del Alto Comisionado de las Na-
ciones Unidas para los Derechos Humanos en Honduras, elemen-
tos de la PMOP y del Ejército «utilizaron una fuerza excesiva para
controlar y dispersar las protestas, incluida la fuerza letal, lo que
provocó la muerte y las heridas de manifestantes y transeúntes».
Este órgano de la ONU verificó «que al menos 23 personas resulta-
48
ron muertas en el contexto de las protestas postelectorales, entre
ellas 22 civiles y un agente de policía». También determinó que
«al menos 16 de las víctimas murieron violentamente a causa de
disparos por las fuerzas de seguridad, entre ellas dos mujeres y
dos niños, y que al menos 60 personas habían resultado heridas,
la mitad de ellas con municiones reales»78.
Se debe insistir que la actual crisis de derechos humanos es
una continuidad de la crisis generada por el golpe de Estado de
2009, cuyas violaciones a derechos humanos fueron considera-
das crímenes de lesa humanidad por la Comisión de la Verdad y
la Reconciliación79, y aún permanecen en la impunidad. Además,
las personas responsables de los graves abusos a derechos hu-
manos durante el golpe de Estado son las mismas de períodos
anteriores80; y las personas responsables de las graves violacio-
78. Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Dere-
chos Humanos en Honduras, Las violaciones a los derechos humanos en
el contexto de las elecciones de 2017 en Honduras, Tegucigalpa, 2018,
pp. 2, 13-26. Las citas textuales corresponden a la página 2. Según datos
de la Coalición contra la Impunidad, «el saldo de víctimas mortales como
consecuencia del uso desproporcionado de la fuerza y de fuerza letal, por
elementos militares y policiales, asciende a 33 casos debidamente docu-
mentados, más 3 casos de agentes policiales asesinados en el marco del
conflicto, sumando decenas de heridos, centenares de detenidos y más
de 100 personas judicializadas o criminalizadas», en Coalición contra la
Impunidad, Honduras: Monitoreo de violaciones a derechos humanos
en la coyuntura del fraude electoral, San Pedro Sula, 2018, pp. 13-14.
79. Comisión de la Verdad y la Reconciliación, Para que los hechos
no se repitan: Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación,
capítulo III, Aspectos relevantes sobre los hechos principales, Honduras,
2011, pp. 280, 368 y 539.
80. Véase al respecto Comisionado Nacional de los Derechos
Humanos, Los hechos hablan por sí mismos. Informe preliminar sobre
los desaparecidos en Honduras 1980-1993, Editorial Guaymuras, Tegu-
cigalpa, 2ª ed., 2002.
49
nes cometidas en el marco de la crisis política electoral, son las
mismas del golpe de Estado81.
Esto evidencia que la impunidad ha propiciado la repetición
de las violaciones a derechos humanos y ha colocado a las vícti-
mas y sus familiares en total indefensión, lo cual envía a la socie-
dad un mensaje intimidatorio, causando un temor generalizado
que promueve el aplacamiento de las denuncias, reclamos y rei-
vindicaciones, «alimentando la impunidad e impidiendo la plena
realización del Estado de derecho y la democracia»82.
En este orden de ideas, la impunidad, que se ha institucio-
nalizado de manera crónica, representa la amenaza más grave
para la vida y la seguridad de quienes vivimos en Honduras, lo
cual solo es posible gracias a un Estado y a una institucionali-
dad despojados de los fines para los cuales fueron creados, y
que han sido reconvertidos en herramientas de despojo.
De acuerdo con el Índice de Democracia del diario inglés The
Economist, Honduras es un régimen híbrido, ya que el Estado de
derecho es débil y no existe equilibrio y división de los poderes,
y se encuentra a un escalón de ser un régimen completamente
autoritario83. Según el Índice de Estados Frágiles del Fondo para
50
la Paz, el nuestro es un país en estado de advertencia elevada
de convertirse en Estado fallido debido a la erosión de la legiti-
midad, la incapacidad de proveer servicios básicos y la falta de
independencia judicial84; y, de acuerdo con el Índice del Estado
de derecho del Proyecto de Justicia Global, Honduras es uno de
los países más débiles en institucionalidad democrática, respe-
to a la legalidad e independencia judicial. Ocupa el lugar 115 en
Estado de derecho de 126 países, el 28 de 30 en América Latina
y el peor en Centroamérica85.
Este deterioro institucional no puede comprenderse sin la im-
punidad estructural y la corrupción que han erosionado la con-
fianza en las instituciones públicas, y la desigualdad enraizada en
un sistema que beneficia a unas cuantas personas relacionadas
con las altas esferas del poder político y privado86. Además, el país
está extremadamente polarizado y las fracturas por la ilegalidad
de la reelección presidencial, las denuncias de fraude y la par-
ticipación de grupos delictivos en las elecciones de 2017 siguen
sin resolverse. La pobreza y la desigualdad están profundamente
arraigadas y son causa principal de la migración en caravanas de
miles de hondureños y hondureñas87, que ven secuestrado a un
Estado que, constitucionalmente, es una herramienta para garan-
tizar el bienestar integral de todos y todas.
Todo lo anterior se manifiesta en la suplantación de la legali-
dad del Estado por otros tipos de «legalidad fáctica» vinculados
al crimen organizado y a los poderes económicos, religiosos y
militares, y en el vaciamiento de contenido de los derechos hu-
84. Fund for Peace, Fragile State Index. Annual Report 2019, Wash-
ington, D. C., 2019, pp. 7-8, 42,
85. World Justice Program, Rule of Law Index 2019, Washington,
D.C., pp. 6, 17, 18, 20, 22-29, 83 y 165.
86. CIDH, Observaciones preliminares de la visita de la CIDH a Hon-
duras, Tegucigalpa, 3 de agosto de 2018, p. 2.
87. OACNUDH, Informe Anual 2018. Situación de los derechos huma-
nos en Honduras, marzo de 2019, p. 3.
51
manos que, pese a estar constitucionalmente reconocidos, son
vulnerados sistemáticamente; y la protesta social que busca de-
nunciarlo, es violentamente reprimida. De esta manera se con-
solida una «ciudadanía de baja intensidad», que se caracteriza
por vivir en la pobreza y sometida a la humillación y al miedo a
la violencia, lo que termina convirtiendo a hondureños y hondu-
reñas en personas no «sólo materialmente pobres, sino también
legalmente pobres»88.
52
fender la democracia y los derechos humanos, han dejado al des-
nudo las redes de poder legales e ilegales que, como una telaraña,
cubren las instituciones y extienden el clientelismo, promueven
y consienten la corrupción, patrimonializan el poder y alteran la
esencia del Estado. Así, el «servicio del Estado, la continuidad del
Estado, la neutralidad del Estado, el acceso a los empleos públi-
cos sólo a partir del talento y de los méritos, el sentido del interés
general y muchas otras ideas y realidades son relegadas al museo
de antigüedades»90.
Los contenidos de la Constitución hondureña reflejan la com-
prensión de que en las condiciones actuales las personas se en-
frentan tanto a las amenazas provenientes de los poderes públicos,
como a las provenientes de los poderes privados que, en muchas
ocasiones, actúan bajo el amparo de los primeros; por ello, para
protegerse de los poderes públicos, consagró normativamente la
división y el control de dichos poderes (artículo 4), sustrajo de las
mayorías legislativas coyunturales todos los derechos humanos
(artículo 64), tanto los civiles y políticos que delimitan los espacios
de no injerencia en la libertad de las personas (artículos 65-110),
como los económicos, sociales y culturales (artículos 111-181)
que, además, las protegen de los poderes privados. En virtud de
ello, aparte de imponer controles al Estado, lo obligan a prestar
ciertos bienes y servicios esenciales para la dignidad humana, y a
ponerlos a salvo de los embates del mercado91.
No obstante, ni la clase política ni la ciudadanía comprendi-
mos el alcance de la vinculación y limitación que los derechos hu-
manos representan en el proceso democrático, y el resultado de
53
casi cuatro décadas de «democracia formal» se puede resumir en
instituciones públicas ineficaces y burocracia ineficiente; escanda-
losos actos de corrupción; destrucción del medio ambiente; viola-
ción sistemática de los derechos humanos; politización partidaria
del sistema judicial y, en fin, el desfase entre la promesa constitu-
cional de crecimiento, bienestar, desarrollo humano, seguridad,
estabilidad política y respeto a los derechos humanos, y el escena-
rio de exclusión social y violencia institucional y común en que vive
la mayoría de la población.
El nivel de deslegitimación es tal, que el 61.7% de la población
cree que la democracia no se ha fortalecido en estos diez años;
el 88% considera que jueces, fiscales y magistrados protegen los
intereses de las personas corruptas y poderosas; el 82.2% no cree
en el Poder Judicial; el 70.3% considera que el narcotráfico con-
trola las instituciones del Estado; el 88.7% percibe que estamos
más pobres que hace diez años; el 84%.4 considera que la grave
situación de derechos humanos sigue igual o ha empeorado, y el
65.1% cree que el gobierno no respeta a las personas defensoras
de derechos humanos. Analizados estos datos en conjunto, el régi-
men hondureño revela
54
corrupción, en alianza con las cúpulas empresariales, militares,
religiosas y del crimen organizado92.
55
La reivindicación del respeto y garantía del principio de so-
beranía popular, en conexión con el de dignidad humana, cons-
tituye una herramienta fundamental para reactivar y recargar de
contenido el mandato constitucional que plantea un modelo de
organización social que exige una mayor democratización del Es-
tado y de sus instituciones para reconducirlas hacia su fin supre-
mo, que es la dignidad humana, y que implica una mayor parti-
cipación política de las personas94, particularmente de aquellas
cuyos derechos han sido violentados a través del despojo y la
concentración de las riquezas. Jamás se debe perder de vista que
la causa de la existencia y razón de ser de las instituciones públi-
cas es el respeto, defensa y promoción de los derechos humanos,
cuyos titulares son el «alfa y omega» de las normas y prácticas
estatales95.
La idea de «Estado de derecho» no solo exige la proclamación
constitucional de los derechos humanos, sino también su ejer-
cicio en la práctica. Honduras es un ejemplo de Estado que ha
perdido el rumbo y su razón de ser pues, a pesar de establecer
la dignidad y los derechos emanados de ella como columna ver-
tebral del orden constitucional, la caracterización analizada en
este capítulo demuestra que no son respetados efectivamente. No
todo Estado es un Estado de derecho96, por lo que se puede llegar
a la obvia conclusión de que Honduras es un Estado, pero no un
auténtico Estado de derecho.
¿Qué queda frente a un Estado convertido en herramienta de
despojo? Lo peor que le puede suceder a un pueblo es el «silencio
social»97 ante un Estado autoritario y el «olvido social» de que la
94. LÓPEZ CALERA, Nicolás María, Yo, el Estado… op. cit., pp. 113-114.
95. Sentencia de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de
Justicia del Recurso de Inconstitucional vía Acción RI-1343-2014 acumu-
lada con el RI-0243-2015, 22 de abril de 2015, considerando 9.
96. DÍAZ, Elías, Estado de Derecho y sociedad democrática… op.
cit., p. 29.
97. LÓPEZ CALERA, Nicolás María, Yo, el Estado… op. cit., p. 113.
56
conquista de la mayoría de los derechos humanos exige años de
lucha política y social98, ya que
57
ma paulatina y casi imperceptible, porque se siguen celebrando
elecciones, la oposición política continúa ocupando curules en el
Congreso Nacional, la prensa independiente sigue publicándose
pese a los riesgos, y las decisiones autoritarias y antidemocrá-
ticas suelen dotarse de una apariencia de legalidad, ya que son
aprobadas por el Congreso o declaradas constitucionales por la
Corte Suprema de Justicia, con el pretexto de perseguir un fin
legítimo, como la lucha contra la corrupción, el combate a la vio-
lencia o el fortalecimiento de la seguridad nacional100.
El régimen que gobierna Honduras y que ha convertido al
Estado en una herramienta de despojo al servicio de unas mino-
rías, está ejecutando un plan bien orquestado que, por un lado,
restablece «el mismo bloque político-militar hegemónico que
ejercía su dominación con base en la fuerza de las armas, la re-
presión, la violencia institucionalizada, las desapariciones y los
asesinatos políticos en la década de 1980». La solución militar se
impone para resolver conflictos sociales y «la doctrina de seguri-
dad nacional revive bajo modalidades de acción viejas y nuevas,
mientras que los actores políticos comunitarios se transforman
en objetos de represión y criminalización»101.
Y, por otro lado, este plan afianza el control y sometimiento
de toda la institucionalidad democrática a quien, desde el Poder
Ejecutivo, dirige el régimen con autoritarismo, mediante la conso-
lidación de una inmensa de red de favores para colocar al frente
de dicha institucionalidad a sus fieles partidarios, pero guardando
las apariencias formales de la democracia representativa.
La lógica que hay detrás de este debilitamiento de las institu-
ciones es la de un partido de fútbol en tanto que, para consolidar
su poder, el déspota de turno apresa a los árbitros, margina al me-
58
nos a uno de los jugadores estrella del equipo rival y reescribe las
reglas del juego de manera que funcionen en su propio beneficio.
Apresar a los árbitros, es decir, controlar las instituciones,
[…] le ofrece [al régimen] una poderosa arma que le permite apli-
car la ley de manera selectiva y castigar a los adversarios al tiem-
po que protege a los aliados. Las autoridades tributarias pueden
emplearse para atacar a políticos, empresas y medios de comuni-
cación de la oposición. La policía puede tomar medidas enérgicas
contra las manifestaciones de la oposición al tiempo que tolera
actos de violencia perpetrados por matones favorables al Gobier-
no. Y las agencias de inteligencia pueden dedicarse a espiar a las
personas críticas con el Gobierno y desenterrar material para
chantajearlas102.
59
Estos nuevos pilares deben sustentarse en la idea de una di-
mensión comunitaria de nuestras vidas y de la importancia de
lo común como concepto de vida y de relaciones sociales, pero
formulada desde un punto de vista feminista por dos poderosas
razones: primero, porque las mujeres, actualmente, son quienes
más han estado al frente en la defensa de los bienes comunes ante
el despojo y la acumulación originaria, y en la construcción de
formas más amplias de cooperación social; y, segundo, porque el
feminismo se ocupa de la organización de la comunidad y de la
casa y, en consecuencia, es necesario «un discurso sobre la casa,
sobre el territorio, sobre la familia y ponerlo al centro de la política
de lo común»104, donde un nuevo Estado antipatriarcal debe jugar
un papel fundamental.
A la luz de lo anterior, se requiere de un profundo y amplio
proceso de democratización en dos dimensiones: una dimensión
pública mediante la democratización política, que implica, entre
otras cosas, una mayor participación de grupos y personas en la
fundación y control de los aparatos del Estado, y en la organiza-
ción y funcionamiento del poder público; y a través de la democra-
tización social, que significa que más personas y grupos «partici-
pen en las distintas agencias e instituciones sociales (culturales,
educativas, deportivas, etc.) que no se identifican con el Estado
o no están integradas en el Estado»105. Y una dimensión privada,
mediante la democratización de género, que coloque en un plano
de horizontalidad las relaciones desiguales de poder que histórica-
mente han marcado la casa, los cuerpos y la familia.
Por coherencia republicana, no podemos denunciar el autori-
tarismo del Estado y exigir la democratización de la vida pública,
si en el ámbito privado se promueven y sostienen dictaduras parti-
60
culares sustentadas en relaciones desiguales de poder que despo-
jan de sentido y contenido a uno de los principios fundamentales
de un Estado democrático de derecho: la igualdad, que es insepa-
rable de la dignidad esencial de la persona humana, fin supremo
de la sociedad y el Estado.
En otras palabras, tenemos la obligación de asumir «la lucha
por la democracia en lo privado y en lo público» y, como lo señaló
Berta Cáceres, «enfrentar a la dictadura basada en diferentes for-
mas de dominación. No solo es el capitalismo depredador, no solo
el racismo que también se ha fortalecido en esta dictadura, sino
también el patriarcado»106.
El jurista, filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio, se
quedó corto cuando señaló que hasta que los dos grandes blo-
ques de poder que existen en la cúspide de nuestras socieda-
des —la empresa y el aparato administrativo del Estado— no
sean afectados por el proceso de democratización, este no podrá
considerarse realizado plenamente107 ya que, si dicho proceso no
pasa por lo privado, rompiendo con las opresiones que se ejer-
cen en y a través de las relaciones más íntimas, particularmente
dentro de la familia, cualquier proceso de democratización «es
imposible sin una despatriarcalización de las relaciones interper-
sonales»108. Por ello, si se acaba con la familia patriarcal, se «aca-
bará con una subestructura necesaria del Estado autoritario»109.
61
Lo anterior es reflejo de lo que Carol Hanisch llamó «Lo per-
sonal es político»110, porque no se puede aislar la política como
mecanismo para decidir el destino de una sociedad a la luz de
los valores democrático-constitucionales de la igualdad, libertad,
justicia y solidaridad, de las discriminaciones, exclusiones y vio-
lencias que sufren las mujeres en el ámbito privado y que, pese
a ser vividas en el plano individual, forman parte de un sistema
colectivo que las deshumaniza.
«Se trata, entonces, de un problema político que requiere de
soluciones políticas». En consecuencia,
62
II
Marvin Barahona
1. introducción
63
de la violencia como instrumento para desafiar a las elites diri-
gentes; o se tenía la convicción de que este era el único medio a
disposición de las elites —desde el aparato estatal— para man-
tener su hegemonía y responder a los desafíos del cambo social
y político.
Desde cada extremo se respondió a la violencia con más vio-
lencia, y en la misma medida se pospuso la solución a los pro-
blemas que intentaban superar por su medio. Y fue así como la
violencia se agotó como «solución política», no así los problemas
estructurales y las ideologías, que no solo lograron sobrevivir a la
crisis sino que, además, tuvieron el aliento necesario para maqui-
llarse e ingresar triunfantes a la última década del siglo XX.
En el decenio final del siglo, se planteó una reforma finan-
ciera y otra institucional, haciendo intervenir ideas y conceptos
que no se ajustaban a la realidad hondureña, pero satisfacían los
requerimientos de los organismos financieros internacionales.
En la primera década del siglo XXI se pretendió retomar algunos
temas que quedaron inconclusos al finalizar el siglo, aplicando
más de lo mismo en un país venido a menos después de la em-
bestida del huracán Mitch y con escasas credenciales financieras
e institucionales.
Ahora que las recetas con más de lo mismo se aplican drás-
ticamente y su contenido económico, político y social se radica-
liza —mientras las condiciones de existencia se agravan dramá-
ticamente—, cabe retomar el tema de la ideología en tanto que
construcción social y política para administrar el poder y someter
a los súbditos a su obediencia.
La primera pregunta que salta a la vista es la de cómo caracte-
rizar una ideología —el neoliberalismo— que no solo facilita, sino
que también promueve el agravamiento de los problemas estruc-
turales y coyunturales en todos los órdenes, y que incluso genera
problemas nuevos a partir de sus propias premisas. No obstante
las innumerables preguntas que siguen a lo que resulta más evi-
dente, las respuestas a tales interrogantes no pueden disociarse de
los temas que más preocupan e inquietan a la ciudadanía hondu-
64
reña, todos íntimamente vinculados a la ideología neoliberal que
hoy se nos presenta como hegemónica.
Desde esa perspectiva, todo análisis crítico del contenido de
tal ideología no puede soslayar su incidencia en la democracia, la
gobernabilidad, la violencia, la corrupción y la impunidad; en la
reorientación de los medios de comunicación y de las iglesias; en
la alienación política y social; en el papel de los partidos políticos
y, no menos importante, en la sustitución de los antiguos valores
sociales por reconocidos antivalores.
En último término, se debiera responder —desmenuzando el
entramado ideológico de la Honduras de las últimas décadas—,
a preguntas en todo vinculadas y dependientes de determina-
ciones ideológicas asociadas con el neoliberalismo y el papel que
este le asigna a Honduras en la nueva división internacional del
trabajo, la globalización y el capitalismo internacional.
Entre tales preguntas, las claves apuntan a explorar elemen-
tos explicativos que nos ubiquen en los desafíos principales de la
primera mitad del siglo XXI. Entre otras: ¿Por qué un régimen fra-
casado en lo económico, político y social ha logrado sostenerse en
el poder durante tanto tiempo?, ¿qué papel juega la ideología en
el mantenimiento de las elites neoliberales en el poder?, ¿por qué
las fuerzas sociales y populares no han logrado desarrollar una
voluntad de poder que les permita retar seriamente la hegemonía
que ejercen las elites neoliberales?
Este capítulo analiza la ideología neoliberal en su aplicación
en Honduras, y considera estos temas atendiendo al carácter trans-
versal de esta ideología que, como tal, atraviesa todos los tejidos
de la sociedad, la economía, la política y la cultura, modificándo-
los radicalmente, para ponerlos al servicio del proyecto econó-
mico y político implícito en el modelo neoliberal de explotación de
las riquezas, especialmente de los seres humanos, cuando son
percibidos desde una óptica estrictamente mercantil.
65
2. la transición ideológica
66
y la catástrofe llega cuando el comunitarismo de base se alía al
elitismo, por tanto a la reducción del acceso al poder»1. Entonces,
¿cuáles son y dónde están hoy las fuerzas sociales y políticas que
podríamos considerar como antineoliberales en Honduras?
Esta generalización de los rasgos destructivos del neolibera-
lismo ha servido, fundamentalmente, para justificar los fines y
sustentar los intereses de elites depredadoras del Estado y de la
naturaleza, así como para disfrazar la dominación que ejercen di-
fundiendo ampliamente su ideología en una sociedad vulnerable a
la alienación política, social y cultural. Además, la ideología neoli-
beral ha cumplido otra función esencial como principal referencia
en la articulación del conjunto del sistema en torno de un proyecto
económico y político que se ubica en diversas escalas.
Según Octavio Ianni, «En rigor, el neoliberalismo articula prác-
tica e ideológicamente los intereses de los grupos, clases y bloques
de poder organizados en escala mundial, con ramificaciones, agen-
cias o sucursales en el ámbito regional, nacional e incluso local, si
es necesario»2, con lo cual nos ubica en perspectivas y dinámicas
que trascienden las fronteras y los intereses nacionales.
A pesar de asumir como tal el carácter global del neolibera-
lismo —como antes lo fue el liberalismo—, la afirmación de O.
Ianni implica que su elaboración ideológica, para ser aplicado en
Honduras, pasó por instituciones nacionales que sirvieron para
tamizar los preceptos importados. Entre estas los partidos polí-
ticos, los centros de pensamiento, los medios de comunicación,
las iglesias y otras instituciones sociales y culturales que los asu-
mieron como propios, los adaptaron a la realidad hondureña y los
transmitieron de diversas maneras al ámbito político, económico,
social y cultural nacional-local.
67
En este caso, la transición ideológica hacia el neoliberalis-
mo, que inicialmente se nos presentó como una «sustancia» para
llenar el «vacío» en que supuestamente se encontraban las socie-
dades centroamericanas tras la «década perdida» de 1980, impli-
caría además un cambio de mando en las elites dirigentes, en las
altas esferas del Estado, en la sociedad civil y los movimientos
sociales, en la conducción de los partidos políticos, las iglesias y
los medios de comunicación. En conjunto, estos cambios actua-
ron como correas de transmisión de la ideología neoliberal y sus
prácticas sociales, económicas, políticas y culturales.
68
colectiva por los trabajadores del campo. A estas privatizacio-
nes —que se concretaron en la venta de tales empresas al sector
privado—, siguieron otras en diversas instituciones del Estado,
sin abarcar en su totalidad a las principales empresas públicas.
La reorientación impuesta por las elites neoliberales hacia la
«privatización» de la propiedad estatal representó el primer es-
tremecimiento provocado por el neoliberalismo cuando apareció
como alternativa económica en Honduras. Fue una aparición súbi-
ta, pero rumiada lentamente desde la segunda mitad de la década
de 1980, acompañada de una firme voluntad para desmantelar la
infraestructura de un Estado de Bienestar que nunca fue y de un
Estado desarrollista-reformista debilitado ya desde finales de la
década de 1970.
Esta voluntad de las elites neoliberales, enfocada inicialmen-
te en privatizar las empresas estatales, era sin embargo solo una
muestra, una concreción política del propósito final de su ideolo-
gía para asentar en la conciencia el concepto, según el cual, lo pri-
vado debía imponerse sobre lo público; una manera de expresar
la superioridad ideológica del capital privado sobre la adminis-
tración colectiva. Por ello, pregonar la privatización de la propie-
dad estatal fue el comienzo de un programa más abarcador, que
lentamente se fue dirigiendo hacia todos los bienes comunes en el
campo y la ciudad. Era, pues, la punta de lanza de una ideología
integral, totalizadora, voraz, depredadora y exclusivista.
Cuentan los entendidos en la materia que, durante el huracán
Mitch (1998), el desbordamiento de los caudalosos ríos hondu-
reños trasladó de unas cuencas a otras especímenes de la per-
ca del Nilo —conocida en Honduras como tilapia—, una especie
caracterizada por la búsqueda de exclusivismo en su hábitat, lo
cual obtiene al imponer su voracidad y su vocación depredadora.
El neoliberalismo y su ideología manifiestan características
similares, incluso su desbordamiento hacia las cuencas de la so-
ciedad, la política y la cultura, donde asegura su hegemonía por
su amenaza latente y real de arrasar otras especies establecidas
previamente en el hábitat que el neoliberalismo pretende ocupar.
69
Metafóricamente, la ideología neoliberal, disfrazada de priva-
tización, se desbordó desde la economía y de inmediato pasó a
privatizar la política, la conciencia, la información, el conocimien-
to, la cultura, el agua y todos los recursos del suelo y el subsuelo,
la medicina y la salud, la circulación vial, el urbanismo y la vida
urbana y, sobre todo, la concepción sobre la sociedad que desde
entonces se proclamó adepta del darwinismo social y de la lucha
desleal por la sobrevivencia como signo característico de los nue-
vos tiempos.
El «pragmatismo» y una alta dosis de utilitarismo inducían a
pensar que todos los bienes comunes debían tener un poseedor
absoluto, un único dueño, un solo amo. Y desde ese momento se
inició también la serie de «sustituciones» teóricas y prácticas, el
reemplazo del signo de las cosas y de las ideas, implícito en la
oferta de «cambio» contenida en el neoliberalismo: lo sólido y per-
manente sustituido por lo desechable, la seguridad laboral por la
precariedad del empleo, la racionalidad económica por la explota-
ción desmedida e insostenible, el pensamiento crítico por el pen-
samiento obediente y liviano, incluso el amor por el sexo.
Desde esa perspectiva, que se fue manifestando como hege-
mónica al iniciarse la década de 1990, comenzó una persistente
campaña contra la ineficiencia de los servicios prestados por el
Estado, sus instituciones sociales y todo lo que pudiera consi-
derarse un bien común de utilidad pública. Todos fueron estig-
matizados como inadecuados, inútiles e inservibles y, por tanto,
desechables, dejando así al descubierto el fuerte sustrato de utili-
tarismo que sustenta al neoliberalismo, tomado en préstamo del
liberalismo decimonónico.
Hoy resulta evidente que la privatización de los bienes comu-
nes, hasta ese momento a disposición de los servicios sociales,
se ha ampliado hasta la superficie y el subsuelo territorial en que
yacen importantes recursos capaces de generar riquezas doradas,
con lo cual al utilitarismo se suma la voluntad explotadora y de-
predadora del neoliberalismo.
70
Utilitarismo y explotación desenfrenada, sin escrúpulos ni re-
paros, son conductas derivadas de una ideología que destruye a
nombre de su pretensión de convertirlo todo en oro para favore-
cer a unos pocos: una reminiscencia de la conquista de América
que se afanó en la búsqueda de oro y riquezas, a costa de la des-
trucción de pueblos y culturas con valores y hábitos radicalmente
opuestos a la materialidad de la conquista y la voracidad de los
conquistadores.
En las campañas a favor de la privatización jugaron un papel
decisivo los medios de comunicación más influyentes, desde la te-
levisión y la radio hasta la prensa escrita. Y así se selló una alianza
entre los nuevos detentadores del poder y los conceptos sobre la
primacía de lo privado sobre lo público, que se fue imponiendo
como una verdad incuestionable, como dogma y axioma del nuevo
poder neoliberal. Las empresas públicas más importantes (ENEE,
Hondutel, SANAA), fueron condenadas a una muerte lenta pero se-
gura, privatizadas por descuartizamiento. En todo el proceso se
puso de manifiesto la enorme capacidad envolvente y corrosiva de
la ideología neoliberal y la versatilidad de los medios de comuni-
cación para asumirla como propia y difundirla como acto de fe.
¿Era necesario sacralizar la empresa privada, como la única
capaz de administrar los recursos con eficacia? Se sabía que el
Estado y su burocracia eran escasamente eficientes cuando de ges-
tionar recursos e invertir se trataba, pero en la campaña publici-
taria se ocultó que la empresa privada no era, precisamente, un
dechado de virtudes o de eficiencia. Cuando se le comparaba con
sus pares, incluso los centroamericanos, aparecía siempre como
escasamente productiva y dependiente de unos pocos rubros, casi
todos en manos del capital extranjero.
Sin embargo, la campaña era necesaria para sus promotores,
porque en el trasfondo se trataba de justificar la nueva orientación
del Estado, sus nuevas finalidades y el sometimiento de lo público
a lo privado. Esta modalidad sigue vigente y se fortalece, hasta lle-
71
gar a la deprimente situación del Estado de hoy, productor de ha-
rapientos enfermos4 y enemigo declarado de los bienes comunes.
La erradicación de los gremios laborales, tanto en el sector
privado como en las instituciones públicas —o la voluntad de ha-
cerlo en todas partes— fue una de las consecuencias de la campa-
ña privatizadora, que le trasladó al capital y a la empresa privada
toda función de representación y de decisión sobre la vida y el
bienestar de millones de personas. Después se pasó a debilitar
otros sectores, dependientes o estrechamente vinculados al Esta-
do por su labor y sus fines.
Los primeros fueron los gremios obreros y campesinos, y
décadas más tarde los gremios de maestros e incluso de estu-
diantes. El llamado «solidarismo» se encargó de «reemplazar»,
parcialmente, a los antiguos sindicatos, complementado por la
introducción del trabajo precario y la división de los trabajadores
en bandos opuestos, hasta barrer con los sindicatos y las federa-
ciones sindicales que habían florecido desde la década de 1960.
Las campañas en su contra se concentraron, como en el caso de
las entidades públicas, en su supuesta inutilidad y su hipotético
carácter nocivo en tanto que legítima representación de los asa-
lariados.
Así fue avanzando la ideología neoliberal, devorando —como
la perca del Nilo— las especies contrarias, sobre la base de la
estigmatización y criminalización de sus adversarios y su elimi-
nación constante; sobre la falsedad y la creación de un imagina-
rio en el que la única especie con derecho a tener derecho era la
encarnada por las elites empresariales de nuevo cuño: el empre-
sariado orientado por el neoliberalismo y sus aliados en la clase
política, que controlaban y aún controlan los rubros principales
del aparato estatal.
72
En el proceso evolutivo hacia el Estado neoliberal, el Estado
cedió parte de sus antiguos privilegios distribuyendo sus habe-
res entre los nuevos aliados, a los que asignó cuotas de poder
importantes. Lo público devino así en parte integrante del con-
texto creado por la globalización, donde el Estado pierde o cede
su soberanía, especialmente ante el mundo transnacionalizado.
Este vínculo —que implanta y reproduce a escala nacional la
ideología del poder globalizado que sustenta la primacía de lo pri-
vado sobre lo público—, promueve también el saqueo generalizado
de los bienes comunes y, en esa medida, disminuye aún más la
soberanía estatal. Al disminuir la soberanía del Estado disminu-
ye también la soberanía popular, particularmente sobre la admi-
nistración de los recursos vinculados con los bienes comunes. Y
cuando hay menos soberanía popular también hay menos demo-
cracia y menos distribución justa de los recursos disponibles.
La pregunta debiera ser: ¿Se privatiza el Estado? Sin duda.
Cuando la privatización descuartiza las instituciones públicas,
promueve a la vez el surgimiento de otros reguladores de la vida
social; el control social cambia de manos sin cambiar de amo.
Los actores económicos, políticos, religiosos y mediáticos devie-
nen entonces en instrumentos de un poder que privatiza incluso
el control social, que es otorgado en usufructo y como privilegio
exclusivo a sus aliados empresariales. Así se cierra el círculo, el
nudo en que se estrechan las relaciones entre el poder económico
y el político, y las instituciones culturales y sociales.
73
y poseer una estrategia específica para imponer su particular
«modo de ver» la sociedad. Lo importante —como señala Silvia
Federici5— es determinar en qué consiste su peculiar manera
de ver la sociedad y cómo, a partir de esa mirada, se construye
un sujeto a la medida de las necesidades de la ideología neoli-
beral y su modelo económico, político, social y cultural de do-
minación.
En otros términos, cuando se aborda el tema de los medios
de comunicación y de las iglesias que controlan las conciencias,
nos enfrentamos a «maneras de ver» creadas intencionalmente
para construir una realidad muy particular, un acto que implica
una estrategia para crear un nuevo sujeto dominado por una ilu-
sión —la ilusión neoliberal—, que lo sustrae de su contexto real
y lo aliena para ponerlo al servicio de la realidad ficticia creada
por el neoliberalismo. Asimismo, es clave determinar cómo lo
ficticio llegó a sustituir la realidad concreta para crear un sujeto
social, económico, político y cultural que en nada se parece al
ciudadano consciente y activo en la defensa de su ser colectivo
y una esencia individual no determinada por el «sálvese quien
pueda» del neoliberalismo.
La legislación neoliberal contribuyó mucho, desde la década
de 1990, a crear un sujeto diferenciado, particularizado, al intro-
ducir una «sustitución» que despoja al individuo de las caracte-
rísticas universales que le atribuía el antiguo liberalismo desde la
categoría general de «ciudadano» y que, desde la lejana época de
la independencia nacional, borró de un plumazo las diferencias
étnicas, económicas, sociales y de género bajo el subterfugio libe-
ral de que «todos somos iguales ante la ley».
La legislación neoliberal hizo añicos la engañosa homogenei-
dad proclamada por el liberalismo encubridor de las diferencias
y, lentamente, se abrió paso desde el Programa de Modernización
74
del Estado y la nueva legislación decretada para encumbrar la
diferencia como símbolo encarnado de la nueva homogeneización
social y cultural neoliberal.
Desde aquella década, la sociedad hondureña empezó a ver
cómo se hundía el viejo paradigma liberal del ciudadano anóni-
mo, pero «igual ante la ley», en tanto que la «nueva» sociedad civil
reclamaba el derecho a las diferencias y el reconocimiento jurí-
dico de lo particular con nombre y apellido, buscando legitimar
su condición ciudadana más allá de la antigua generalización que
invisibilizaba la jerarquía de mando y también la estratificación
real de la sociedad en múltiples segmentos diferenciados.
El Código de Familia, el de la Niñez y la Adolescencia y el
Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales, así
como diversas leyes relacionadas con los derechos de la mujer,
los adultos mayores, la juventud, las personas con discapacidad
y otras, pasaron a engrosar el cuerpo legal y, lentamente, fueron
transformando la antigua estructura de la sociedad civil, cuya
funcionalidad había sido diseñada para el modelo liberal de so-
ciedad, que el neoliberalismo transformaba ahora a su imagen y
semejanza.
Las decenas de organizaciones que comenzaron a desfilar
por los pasillos de las instituciones estatales y las oficinas de
los diseñadores de la nueva legislación, le dieron a la sociedad
civil hondureña una estructura muy distinta de aquella en que
predominaba el gremialismo defensor de conquistas salariales y
reclamaba un lugar no diferenciado en el Estado de Bienestar, y
una sociedad que creía posible la movilidad social a través de la
educación, el trabajo y el esfuerzo personal.
El parapeto del viejo modelo liberal era el anonimato de la
masa, el individuo concebido como una mancha gris en la que se
reconocía al productor urbano o rural y a los «trabajadores», los
«intelectuales», los «artistas», el «industrial» y otros que, en algu-
nos casos, se presentaban también como «clase social» (obreros,
campesinos, sectores medios). Es en esta disolución progresiva de
los «viejos» actores donde debemos ver la obra ideológica y política
75
del neoliberalismo, cuya sustancia no solo parece haber revelado
los secretos de la «sociedad homogénea» proclamada por el libe-
ralismo, sino que también parece haber sido utilizada como di-
solvente del sujeto homogéneo y engañoso que se encontraba tras
las diversas máscaras del ciudadano idealizado por el liberalismo
desde la era republicana.
¿En cuál de ambas sociedades se sentiría mejor representado
el ciudadano indígena, mujer, niño, joven o anciano? Probable-
mente en la segunda, pero con todos los derechos, instituciones y
mejoras ya obtenidas en la sociedad liberal y el Estado desarrollis-
ta y reformista erigido desde la década de 1950, cuya disolución
fue acelerada por el neoliberalismo desde 1990.
Esas mejoras eran las que había conquistado para las masas
laborales la gran huelga bananera de 1954, el Código del Traba-
jo de 1959, la Ley de Reforma Agraria de 1962, las instituciones
sociales y de beneficencia, sanitarias y educativas que empezaron
a crearse desde la Constitución de 1957, al calor de las nuevas
luchas sociales, la renovación del liberalismo y la modernización
iniciada en Honduras al despuntar la década de 1950.
¿Se habrán preguntado alguna vez los actores sociales de la
última etapa del reinado liberal si preferían el mercado al Esta-
do? Probablemente nunca se lo plantearon, puesto que aquella
era una etapa de rejuvenecimiento del Estado liberal al que Ra-
món Villeda Morales (1957-1963) le insufló un espíritu triunfa-
lista; era un momento de fortalecimiento del Estado y de creci-
miento de sus instituciones, y una «manera de ver» el porvenir
con la esperanza de que pronto llegaría la igualdad de todos por
la mejora de la economía en las dos décadas posteriores a la fina-
lización de la Segunda Guerra Mundial.
Muestra de ello es que incluso las propuestas que buscaban
transformar el Estado liberal, como las derivadas del ideario so-
cialista según el modelo soviético y chino, únicamente ofrecían
más Estado y un poco de mercado, pero no más sociedad o mayor
profundidad en las propuestas de igualdad y libertad.
76
Pero el neoliberalismo —a pesar del acento en los particu-
larismos de los sujetos a través de la nueva legislación y su fa-
laz discurso sobre la superioridad del mercado sobre el Estado
y la sociedad—, tampoco logró profundizar en esas materias,
porque estaba más dispuesto a adjudicar los derechos según la
edad, el sexo y otros rasgos particulares de los sujetos sociales,
que a redistribuir la riqueza en términos sociales; de ello se en-
cargaría el mercado, según el credo neoliberal.
Por medio del neoliberalismo, la sociedad retornó a una des-
igualdad aun mayor que la conocida durante el liberalismo, en
nombre de la fantasiosa necesidad de generar una riqueza que
poco tiempo después se derramaría desde la copa privada y exclu-
siva hacia toda la sociedad; y, además, en honor a la no menos ilu-
soria igualdad reconocida explícitamente al sujeto indígena, mu-
jer, niño, niña, joven, anciano o personas con discapacidad. Y lo-
gró lo que se propuso: en el cuarto de siglo transcurrido de 1990 a
la actualidad, la sociedad civil, su ideología y estructura orgánica,
cambiaron de signo e incluso de dueño en su institucionalidad, al
privatizarse la función y orientación de las nuevas organizaciones
de la sociedad civil surgidas al calor de la legislación neoliberal.
Esa transformación, guiada por el proceso inicial de parti-
cularizar los derechos en fragmentos específicos de la sociedad,
demuestra la integralidad del modelo neoliberal, al articular la
economía, el derecho y la sociedad civil en un todo único. El re-
sultado más visible: una amplia mayoría de organizaciones de la
sociedad civil que ahora se afana más en contribuir a asegurar la
«gobernabilidad», antes que en buscar la democratización polí-
tica, económica y social. En consecuencia, el siguiente resultado
en la cadena fue el de asegurar por esta vía un esquema de go-
bernabilidad diseñado exclusivamente para favorecer a las clases
dirigentes del mercado, hombres y mujeres, nacionales y extran-
jeros, integrantes de las nuevas elites neoliberales en la era de la
globalización.
En todo ello jugaron un papel determinante la ideología neo-
liberal y sus instrumentos de difusión, especialmente los medios
77
masivos de comunicación y las iglesias, que abrazaron el neoli-
beralismo como credo para intermediar ante los nuevos sujetos
sociales creados por el modelo neoliberal, los nuevos actores po-
líticos particularizados y la globalización que universaliza el capi-
talismo.
Y no podía ser de otra manera. En la batalla por construir
un nuevo sujeto social y político, a la medida del neoliberalismo,
ningún otro actor que no fueran los medios de comunicación y las
iglesias podían colaborar aportando un elevado valor agregado a la
construcción de los nuevos sujetos, que debían ser domesticados
para la obediencia, despojados de su conciencia y convencidos de
gozar de reconocimiento jurídico a través de derechos diferencia-
dos.
Como se verá más adelante, la obra neoliberal en la construc-
ción de un nuevo sujeto económico, político, social y cultural es
uno de los distintivos de nuestro tiempo y uno de los sustentos
de su ideología y de sus mecanismos de dominación. Y, sin duda,
una de las causas reconocibles de destrucción de la condición
humana por medio de la disminución absoluta del valor de la
vida y del ser humano en términos individuales y sociales.
5. reProducción, rePresentación
y mediación de los gruPos de Poder
78
Asimismo, afirma que la clase dominante queda definida
como tal por el ejercicio de ese poder. El mecanismo de repro-
ducción social que identifica este autor abarca las relaciones eco-
nómicas, políticas e ideológicas de su dominación7. «Reproducir
el poder estatal de una clase determinada (o de una fracción o
alianza de clases) es reproducir su representación en la dirección
del Estado y la mediación de su supremacía sobre las otras cla-
ses»8.
Desde tal perspectiva, afirma que los mecanismos de repro-
ducción social del poder que se ejercen desde el Estado se tradu-
cen en la forma de «coacción económica, violencia y excomunión
ideológica», que también actúan como «mecanismos de expul-
sión, potencial o real». El aspecto más vinculado a la dominación
ideológica, que tiene a los medios de comunicación social como
uno sus instrumentos de difusión, es la «excomunión».
Un presupuesto básico sustentado por Therborn es que «la
ideología funciona moldeando la personalidad»; y, en general, las
ideologías interpelan al individuo de tres formas fundamentales.
La primera, es lo que Therborn denomina «formación ideoló-
gica», cuya función es decirles a los individuos «qué es lo que
existe, quiénes son ellos, cómo es el mundo, qué relación existe
entre ellos y ese mundo». La segunda les dice «lo que es posible,
y proporciona a cada individuo diferentes tipos y cantidades de
autoconfianza y ambición, y diferentes niveles de aspiraciones».
En tanto que la tercera indica «lo que es justo e injusto, lo bueno
y lo malo, con lo que determina no sólo el concepto de legitimi-
dad del poder, sino también la ética del trabajo, las formas de
entender el esparcimiento y las relaciones interpersonales…»9.
El aspecto más excluyente de la ideología derivada del ejer-
cicio del poder del Estado por parte de una clase determinada
vendría a ser lo que Therborn denomina excomunión, es decir:
7. Ibíd., p. 193.
8. Ibíd., p. 203.
9. Ibíd., pp. 206-207.
79
La amenaza o el riesgo de que nadie preste oídos a determinadas
ideas, excepto como síntomas que justifican la terapia psiquiátri-
ca o la represión, actúan como poderosa medida de presión para
obligar a las personas a aceptar lo que existe, lo que es posible
y lo que es justo, tal y como lo define el modo dominante de dis-
curso […]10.
80
transformación del Estado institucional en una plutocracia», en el
que «la riqueza es la base principal del poder, y este, por lo tanto,
responde ante aquellos que le apoyan»11.
Según este autor, en esa «captura de lo público» han sido re-
levantes los propietarios de los principales medios de comunica-
ción, «que lograron imponer a los políticos, siendo a su vez mu-
chos de ellos políticos, un tipo de mandato imperativo y vinculante
que pervierte y tergiversa el sentido de la democracia»12.
Desde ese presupuesto fundamental —que el autor ilustra con
abundantes datos empíricos hasta el año 2007—, sostiene que
quienes mandan en Honduras son «los personajes y grupos que
controlan la banca, comercio, agroindustria, maquila, sector ser-
vicios, turismo, generación de energía y telecomunicaciones».
Como característica adicional señala que la mayoría de pro-
pietarios de medios de comunicación y tecnologías mediáticas
nuevas son a la vez «inversionistas destacados en todos los rubros
mencionados y tienen estrechas conexiones con los poderes Eje-
cutivo, Legislativo y Judicial para beneficiar sus proyectos e inte-
reses». En consecuencia, la suma de sus capitales en los medios
de comunicación y su capital político pueden influir en el curso de
los procesos electorales. Y no solo en las elecciones, sino también
en la definición de la agenda de los gobiernos.
Los medios de comunicación masiva actúan como el instru-
mento decisivo en la construcción de la opinión pública, y a través
de estos despliegan su capacidad «para imponer, sugerir, modi-
ficar o mediatizar la agenda pública». Sin embargo, a pesar de
la acumulación de tanto poder de influencia y manipulación, «no
existen mecanismos institucionales y de ciudadanía capaces de
frenar el abuso que se comete… y que atenta contra la libertad
de expresión y el Derecho a la Información». En suma —afirma
81
Torres Calderón—, «la mayor parte de la sociedad percibe la “rea-
lidad” a través de esos medios»13.
Entre las conclusiones más importantes formuladas por este
autor —además de la ya señalada sobre la concentración absoluta
de la propiedad de los medios de comunicación—, destaca el he-
cho fundamental de que «el consenso político va dejando de estar
en las instituciones partidarias y órganos legislativos o de poder
del Estado para trasladarse a las empresas y acciones comerciales
y financieras, muchas de las cuales forman parte de conglomera-
dos con acceso privilegiado a los medios de información y/o comu-
nicación».
Además de la significación que se le pueda atribuir a este he-
cho, en relación con el impacto que tiene sobre la democracia y el
régimen político hondureño, Torres Calderón afirma que estas y
otras repercusiones conducen a «un debilitamiento de la Libertad
de Expresión y del Derecho a la Información, tanto de manera
abierta […] como encubierta»14.
82
el control de los medios de comunicación, y asignar la adminis-
tración del espectro radioeléctrico a un órgano independiente de
injerencias del poder político y económico, sometido al debido
proceso y al control judicial15.
83
imponer —en la formulación de la Ley Marco de las Telecomuni-
caciones— regulaciones sobre los contenidos de la información
que, según diversos sectores de sociedad civil, afectarían la liber-
tad de expresión.
Estos sectores calificaron tales regulaciones como un nuevo
intento para imponer una «ley mordaza» sobre los medios de co-
municación, y sospecharon que el nuevo gobierno del presidente
Hernández Alvarado estaba utilizando sus propuestas legislativas
en esta materia, para deslizar solapadamente restricciones signi-
ficativas a la libertad de expresión, como parte de un plan con el
que culminaba la etapa de autoritarismo y militarización reforzada
desde el golpe de Estado de 2009.
Como resultado, desde 2014 se observa un recrudecimiento
de la coacción violenta contra algunos medios de comunicación y
comunicadores sociales. Según estadísticas oficiales, en la década
comprendida entre 2003 y 2014 fueron asesinados 50 comunica-
dores, de los cuales diez en 2014. Según el Colegio de Periodistas
de Honduras (CPH), el 97 por ciento de esos crímenes quedaron
impunes. Además, el Comisionado Nacional de los Derechos Hu-
manos en aquel momento, Ramón Custodio López, aseveró que
la propuesta gubernamental de regulación afectaba 14 artículos
constitucionales, tratados y convenciones17.
En su «Informe de país», la CIDH informaba, a finales de 2015,
que de los 50 casos de comunicadores asesinados entre 2003 y
2014, solamente en cuatro las autoridades correspondientes ha-
bían dictado sentencias condenatorias contra los autores mate-
riales de los crímenes. Por tanto, las asociaciones civiles parti-
cipantes en el 150 Periodo Ordinario de Sesiones de la CIDH, en
marzo de 2014, denunciaron que la violencia contra periodistas
y el actual estado de impunidad sobre tales crímenes, «ha tenido
84
un efecto devastador en el ejercicio de la libertad de expresión en
Honduras»18.
La presión y el control que se establece, o se pretende esta-
blecer desde la institucionalidad estatal sobre los derechos ciu-
dadanos y las libertades públicas, se han venido concretando en
sistemáticas campañas de descrédito y desgaste dirigidas contra
las organizaciones y defensores de derechos humanos. Estas cam-
pañas, sin duda, contribuyen a crear un ambiente favorable a la
violación de los derechos humanos no solo de los comunicadores
sociales, sino de otros actores como profesionales del derecho y
defensores de derechos indígenas y ambientales.
Más de cien abogados han sido asesinados en el ejercicio de
su profesión en los últimos años, y muchos otros reciben ame-
nazas a muerte o son intimidados por agresores anónimos o no
identificados plenamente. En tanto que organizaciones indigenis-
tas y ambientalistas —que manifiestan una conducta beligerante
ante el capital nacional y transnacional al que el Estado le ha
concedido derechos exclusivos de explotación de los recursos na-
turales—, han sido también víctimas de crímenes, atentados y
amenazas contra sus activistas y líderes más reconocidos19. Entre
estos, destaca el crimen contra la principal líder del Consejo Cí-
vico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (CO-
PINH), Berta Cáceres, el 3 de marzo de 2016.
Las campañas de descrédito han sido tan evidentes, que in-
cluso el embajador de los Estados Unidos en Honduras, James
Nealon, se pronunció al respecto a finales de enero de 2017, se-
ñalando en su cuenta de Twitter que «cualquier campaña para
desprestigiar defensores de derechos humanos va a fallar». A esta
85
aseveración le antecedió el anuncio de las autoridades estadouni-
denses de brindar apoyo económico al Mecanismo de Protección
para Defensores de Derechos Humanos, periodistas y abogados,
creado recientemente. Al respecto, el embajador Nealon escribió:
«Es crítico que aquellos que hablan en contra de los abusos de los
DDHH puedan continuar su trabajo y mantenerse libres de cual-
quier daño»20.
En el mismo contexto se inscribe la iniciativa del Poder Ejecu-
tivo de introducir reformas al Código Penal vigente, que en enero
de 2017 la oposición política señaló como un instrumento para
criminalizar la protesta social, al introducir el delito de terroris-
mo en unos términos que a los críticos les parecieron atentatorios
contra los preceptos constitucionales y los principios establecidos
en el derecho internacional.
86
al descubierto la intención de «redefinir la realidad» en términos
militares. Como señala Alan Wolfe en su epílogo a la obra de Mills
sobre las elites estadounidenses, «la democracia prospera en la
discrepancia y el desacuerdo, lo que precisamente no permite la
definición militar de la realidad»22. Este autor argumentaba que el
presidente Ronald Reagan aumentó su popularidad proclamando
a la Unión Soviética como el «imperio del mal» y demostrando su
disposición a gastar más que los rusos en la carrera de armamen-
tos en el decenio de 1980.
Esta reminiscencia de la década de 1980 tampoco está ausen-
te en el contexto actual de Honduras, particularmente en la admi-
nistración Hernández Alvarado, durante la cual los gastos en de-
fensa y seguridad se han incrementado notoriamente, impulsados
por el militarismo presidencial, que ha encontrado sustento en
nuevos impuestos como la Tasa de Seguridad y los compromisos
suscritos con naciones extranjeras para renovar el militarismo y
rearmar las fuerzas de seguridad.
En el plano ideológico, el calificativo de «alianza del mal» que
portavoces del actual gobierno le adjudicaron, en enero de 2017,
al proyecto de alianza política entre diversos partidos opositores,
evoca igualmente la atmósfera ideológica que predominaba en la
Guerra Fría de la década de 1980. Más allá del antagonismo po-
lítico entre adversarios en un año electoral, la similitud del clima
político actual y la atmósfera político-ideológica de la década de
1980, revela que el militarismo de hoy se inspira en la misma «re-
definición de la realidad» a través de una óptica político-militar.
La actualización de la antigua doctrina de seguridad nacional23
representa un nuevo acto intimidatorio contra la democracia y las
posibilidades de renovación del sistema político hondureño, así
87
como la reinstauración de un mecanismo violento de coacción que
une el pasado con el presente en torno del proyecto reeleccionista
del presidente Hernández Alvarado y su voluntad de mantener el
statu quo a cualquier costo.
24. Para una postura crítica sobre Coalianza véase, entre otros, el artí-
culo del economista Javier Suazo, «Coalianza ¿La fiesta acabó?», del 11 de
septiembre de 2014. Accesible en: http://alainet.org/active/78904&lang=es
25. Al respecto véase el análisis sobre redes indebidas de poder en
torno a los casos del IHSS, el Grupo Continental y la financiación de los
88
ejercicio del poder del Estado en Honduras. Y, por medio de este,
el neoliberalismo y los poderes que lo sustentan lograron reorien-
tar las funciones del Estado para poner los cambios introducidos
al servicio de los sectores económicos y políticos que constituyen
el núcleo dirigente del Estado desigual, patrimonial, clientelar y
escasamente democrático que es el Estado hondureño de hoy.
En último término, la desproporcionada concentración de ca-
pital económico, financiero, político y social, ha sido el factor que
más ha contribuido a reconstruir las bases del Estado en la era
neoliberal desde una perspectiva de clase; y la política y la ideo-
logía desde una óptica militar. Cuando tales hechos ocurren, la
democracia y el Estado de derecho corren el grave riesgo de trans-
formarse en una dictadura y en un régimen propenso a oprimir a
las mayorías.
También implica que la ideología, el modelo económico y el
modelo de sociedad impuestos por el neoliberalismo desde 1990
se encuentran en una aguda crisis de consenso y ante una deca-
dencia que le obliga a mantenerse en el poder por medios coactivos
como la imposición política, la violencia, la militarización social y
una ideología que no puede ocultar su pretensión de convertirse
en «pensamiento único».
En todo esto, algunos medios de comunicación viabilizan —
acríticamente y sin censura— los contenidos informativos deter-
minados como imprescindibles por la doctrina de seguridad na-
cional, en cuyo centro se encuentra el maniqueísmo por el que
se define la realidad política y social como una disyuntiva entre
«el camino bueno y el camino malo», como suele repetir el actual
mandatario.
89
10. lecciones no aPrendidas
90
Un Estado es decadente —entre otras razones— cuando no
responde a las demandas y expectativas de su población, cuando
resiste con violencia las iniciativas de cambio de la ciudadanía y
desconoce la dinámica de transformación constante de las socie-
dades a escala global. Y se le puede calificar como agotado, cuando
su potencial y recursos se consumen inútilmente, sin obtener los
resultados ni proveer las satisfacciones que la sociedad esperaba
como respuesta a sus necesidades vitales.
Desde una perspectiva crítica, no hay otra forma de caracteri-
zar a un Estado que necesita de la intervención de otras naciones
y de todo el sistema interamericano para detener la impunidad y
la corrupción que, como un cáncer terminal, devoran los tejidos
de la institucionalidad estatal y penetran en la sociedad como
gérmenes de disolución del imperio de la ley.
Y, cuando este mismo Estado no es capaz de organizar la so-
ciedad sobre el fundamento universal de los derechos humanos
y los estándares internacionales respetuosos de la tolerancia en
la vida colectiva, entonces nos encontramos ante los síntomas
más alarmantes de una bancarrota de la legitimidad del Estado
y de la pertinencia de la ideología que orienta sus acciones en la
sociedad, la economía y la política.
En 1990 no era posible vislumbrar que la nueva era inicia-
da por el neoliberalismo, con sus programas de ajuste estructu-
ral, conduciría a un proceso que culminaría en la restauración
del poder militar y los gobiernos autoritarios, incluso a un golpe
de Estado que, desde 2009, cambió las reglas del juego político
y reestableció el poder militar bajo la forma de gobiernos civiles
militaristas o militarizados.
Hoy, ese proceso amenaza con expandirse a todas las esferas
de la sociedad. De hecho, puede afirmarse que el neoliberalismo
ha sido el viaje más largo para llevar a Honduras desde la autocra-
cia y la corrupción militar del pasado, hasta la autocracia y la co-
rrupción civil que se consolida en 2017 por medio del militarismo
y la militarización de la sociedad. Todo cambia, para seguir siendo
lo mismo, reza el antiguo aforismo.
91
Basta recordar que la década de 1970 fue el escenario de las
primeras denuncias de corrupción que señalaban la participación
de altos funcionarios del régimen militar en el tráfico de drogas,
cuando este negocio emergía en el país y cuando la sociedad hon-
dureña no salía de su estupefacción ante la renuncia del Jefe de
Estado, por el descubrimiento en los Estados Unidos del sobor-
no que la United Brands le había pagado al general López Arella-
no para garantizar sus privilegios fiscales en Honduras.
Y poco después la masacre de Los Horcones, para disuadir a
los campesinos de no convertir su lucha por la reforma agraria
en una revolución social contra las desigualdades. La represión
estatal para ahogar otras reivindicaciones enarboladas por las
organizaciones populares de ese tiempo se convirtió en el signo
característico de esa época de decadencia del autoritarismo mi-
litar, a lo que siguió el agotamiento de la paciencia de las mayo-
rías, que exigieron el retorno a la democracia desde 1980.
En estas escenas finales de los gobiernos militares estaban
ocultas las semillas del porvenir, de aquel futuro que hoy es pre-
sente. Sin embargo, ninguno de esos hechos anunciaba por sí
mismo que los principales actores de la política hondureña vol-
verían por el mismo camino. Nada hacía pensar que no habían
aprendido la lección y que, tal vez, encontrarían una ruta dife-
rente para no reeditar los gobiernos autoritarios y represivos,
la corrupción pública, la impunidad y la hegemonía de una sola
fuerza política en la conducción del Estado.
Ninguno de los grandes actores políticos y sociales aprendió
algo de las lecciones acumuladas en esos años, en el momento que
era posible transformar la polarización política y social en con-
senso nacional, o al menos en un gran acuerdo de Nación que con-
dujera al país, democrático y sensible, a las demandas sociales y
económicas que Honduras soñaba en aquel momento.
92
11. el mayor éxito de las elites transnacionales:
el estado virtual
93
militarismo y hoy se restituye la doctrina de la seguridad nacional,
como en el decenio de 1980.
Sin embargo, el parecido del presente con la década de 1980
es solo eso, una semejanza muy cercana a la realidad histórica.
La diferencia estriba en que las características que va asumiendo
el régimen actual superan aquel pasado en una proporción tan
amplia, que todavía no vislumbramos la profundidad del proyecto
de control político y social puesto en marcha cuando, en 2009, los
autores del golpe de Estado decidieron que Honduras viviría desde
ese momento en un régimen de excepción permanente. Y que, en
este, cada decisión que se asumiera desde el Estado sería cada vez
más extrema, más al margen del Estado de derecho, más contraria
a la democracia, más antagónica a las demandas populares.
Hasta llegar a la situación actual en que la realidad virtual se
impuso sobre la existencia objetiva de las instituciones, por lo
que el Estado de derecho, la democracia, los partidos políticos y
las elecciones, las libertades públicas, el respeto de los derechos
humanos, solo tienen un carácter formal por haber sido despoja-
dos de su contenido real y efectivo en la práctica cotidiana. Hoy
vivimos los extremos de esa adulteración continuada de que han
sido objeto la vida institucional del Estado y la realidad cotidiana
de sus ciudadanos. Este ha sido el mayor logro obtenido por las
elites que capturaron el Estado desde la instauración del neolibe-
ralismo.
Sin embargo, detrás del éxito económico de unos pocos y su
imposición hegemónica sobre la mayoría empobrecida, se oculta
el estrepitoso fracaso de los objetivos iniciales de la transición po-
lítica y de todas las proclamas de desarrollo dirigidas a la pobla-
ción, en nombre de la democracia y la equidad socioeconómica.
Todo esto ubica al neoliberalismo como el fracaso más eviden-
te en la economía y la sociedad, por haber sido el modelo econó-
mico y social predominante en los últimos 25 años, sin que una
gota de su riqueza se haya derramado de su mitológica copa para
reducir los escandalosos niveles de miseria, desigualdad, inequi-
dad, desempleo y deterioro de la calidad de vida de la mayoría de
la población.
94
Desde esta perspectiva, y considerando las profundas alte-
raciones que sufren el Estado y su institucionalidad, además de
la fabricación cotidiana de una realidad mediática sobrecargada
con hechos interesados en favorecer la continuidad del statu quo,
se puede concluir que lo que se nos presenta como un modelo
exitoso es, en realidad, un rotundo fracaso. Esto nos remite al
punto de partida en 1980, y de paso da la razón a quienes —
desde la oposición— proponen repensar a Honduras desde un
proyecto de refundación que reconstruya los fundamentos del
Estado, la sociedad, la economía y la cultura.
Iniciativas de esta naturaleza —que provienen sobre todo de
los sectores que han resultado más afectados por las políticas neo-
liberales y las distorsiones que sufren el Estado y su instituciona-
lidad—, dejan al descubierto otro factor negativo que germina en
el neoliberalismo: la aguda polarización económica y social, y la
ansiedad de los hondureños ante su propio futuro y el de su país.
En otros términos, Honduras se encamina hacia una nueva con-
frontación de proyectos políticos, económicos, sociales y cultura-
les ubicados en extremos completamente opuestos. Para compren-
der de forma integral las diferencias entre ambos, conviene consi-
derar algunas de las relaciones sociales que han sido modificadas
en estas últimas décadas.
95
se esconde un totalitarismo que involucra aspectos menos comu-
nes en las críticas más frecuentes; entre estos, la modificación
sustantiva de las relaciones tradicionales entre el individuo y la
sociedad, la política y la sociedad, la democracia y la libertad, la
vida y la muerte, la realidad objetiva y la realidad virtual, la lealtad
y la deslealtad.
Pensar la sociedad hondureña de hoy implica considerar este
conjunto de relaciones modificadas, para poder registrar la pro-
fundidad alcanzada por la difusión de la ideología neoliberal y
su nivel de asimilación en la población. Estas modificaciones se
producen por difusión mediática o por leyes decretadas en el Con-
greso Nacional; de hecho, el conjunto de leyes aprobadas por el
Poder Legislativo desde la segunda mitad de 2009, tiene como
referente principal la radicalización progresiva del neoliberalismo
económico, o constituyen un reforzamiento de los principios di-
fundidos por la «revolución conservadora».
Una muestra importante son las recientes discusiones sobre
las reformas al Código Penal, por medio de las cuales el Estado ins-
tituye su potestad sobre la vida y la muerte, endurece las penas
y enuncia delitos a su libre arbitrio27. En este punto, la radicali-
zación progresiva del neoliberalismo económico converge con la
profundización del militarismo y el autoritarismo, dos procesos
paralelos que contribuyen de manera decisiva a consolidar el neo-
liberalismo, la «revolución conservadora» y el poder hegemónico
de las elites en la política y la economía, los tres pilares detrás del
trono civil-militar.
27. Véanse, entre otros, MEJÍA RIVERA, Joaquín A., «El peligro de las
reformas penales en un contexto de autoritarismo» y LEYVA, Héctor M.,
«Necropolítica y resistencia. Análisis crítico del nuevo contexto de la le-
gislación penal en Honduras», en revista Envío-Honduras, Año 15, N° 52,
2017, pp. 15-20 y 21-26, respectivamente. También ÁVILA, Félix, «Causa
de inculpabilidad o licencia para el abuso y el exceso», en Envío-Hondu-
ras, Año 15, N° 51, 2017, pp. 20-22.
96
13. ¿se confronta la PolÍtica con la sociedad?
97
la clientela política que gira en torno de las decenas de onerosos
programas de compensación social.
Esta condición, en la que se encuentran miles de ciudadanos
en situación de alta vulnerabilidad socioeconómica, contribuye a
modificar negativamente la relación entre la política y la sociedad.
Más allá de las prédicas a favor del emprendedurismo y la mítica
glorificación de la iniciativa privada y el crecimiento económico
como motores del desarrollo, el Estado promueve, paradójica-
mente, la dependencia del individuo a través de regalías, la coop-
tación política y su disolución en una masa amorfa y sin derechos
políticos reales. El Estado disuelve la política a la vez que divide la
sociedad entre clientes y ciudadanos y, simultáneamente, expulsa
a miles de otros «ciudadanos» fuera de sus fronteras y los despro-
tege sin vergüenza alguna.
Estas contradicciones, generadas por el Estado neoliberal, ha-
cen que la política tienda a desaparecer por esta vía, a la vez que
desaparece el individuo libre. Basta con preguntarse en qué medi-
da las políticas de compensación social del gobierno actual contri-
buyen a una integración social efectiva de los miles de pobladores
a los que dice beneficiar, para caer en la cuenta de que la política
ha entrado en el mismo retorcimiento que afecta a toda la institu-
cionalidad estatal y a la sociedad en general.
Sabiendo que estas medidas no contribuyen a una inserción
positiva de la población beneficiaria, sino por el contrario a su
exclusión en términos de ciudadanía, se llega al punto de obser-
var una modificación sustantiva de la relación entre democracia
y libertad. Esta relación se modifica en la medida que los sujetos
beneficiarios, de ninguna manera, pueden ser el producto de la
democracia y que, en su condición de ciudadanos ficticios y depen-
dientes del Estado clientelar, no pueden ser de ninguna manera
ciudadanos libres.
Lo mismo cabe decir sobre las relaciones entre lealtad y des-
lealtad, que tienden a modificarse sustantivamente en la medida
que los ciudadanos del pasado —que eran fieles a su comunidad
y a su país— ahora decantan esa lealtad en el partido gobernante,
98
en el caudillo que ofrece aumentar la cuantía de los bonos o me-
jorar el contenido de la bolsa de alimentos. Desde tal condición,
el sujeto sometido al régimen clientelar renuncia a toda lealtad a
su propia comunidad, o la condiciona a una participación limita-
da, o incluso oportunista a su conveniencia y riesgo. Este factor,
sumado a la migración al extranjero29, deteriora los tejidos socia-
les y comunales al modificar los antiguos vínculos de lealtad a la
entidad local que les daba una identidad de pertenencia.
99
En torno de estos sujetos despojados de su condición de ciu-
dadanos libres, no integrados socialmente sino a través de las cuen-
tas por pagar que están detrás de las políticas de compensación
social del Estado neoliberal, se ubican los enclaves de la econo-
mía neoliberal y las ciudades organizadas en áreas residenciales
de circuito cerrado y una seguridad optimizada por su costo.
Los enclaves económicos, a los que el Estado ha cedido parte
de su soberanía territorial, son el ejemplo más gráfico tanto de la
falta de integración social de decenas de miles de sujetos despo-
jados de su condición ciudadana, como de su exclusión total al
encontrarse por siempre detrás de una muralla infranqueable por
su costo y su propia condición socioeconómica30.
Todo lo anterior demuestra la falta de pertinencia y coheren-
cia del neoliberalismo aplicado en Honduras, que impulsa políti-
cas cuyos costos agigantan la deuda externa a niveles insosteni-
bles, o sacrifican a miles de contribuyentes para cubrir los costos
de la política clientelar y del populismo punitivo.
A guisa de ejemplo, el saldo de la deuda externa total (pública
y privada) a febrero de 2017 se situó en US$ 8,131.2 millones,
superior en US$ 648.8 millones respecto a lo observado al cierre
de 2016 (US$ 7,482.4 millones)… Del saldo total, 83.9% (US$
6,820.7) correspondió al sector público y 16.1% (US$ 1,310.5) al
privado31. En tanto que en diciembre de 2009, el Banco Central de
Honduras informaba que el saldo de la deuda externa total era de
US$ 3,235.1 millones, lo que representa una diferencia aproxima-
da de 5 mil millones de dólares entre 2009 y 2017. Por su parte,
la deuda pública interna mantuvo un comportamiento creciente,
aunque a un menor ritmo, pasando de 43.8% del PIB en 2013, a
100
48.1% proyectado para 2016. Esto implica un aumento de unos
L 66,000 millones en el período mencionado32.
101
Sin embargo, los legisladores del siglo XXI prefieren retroceder
al periodo anterior a la reforma liberal para fundamentar su con-
cepción de la política sobre una religiosidad que se ampara y re-
afirma en el poder del Estado —supuestamente laico—, para que
las elites que lo conducen puedan beneficiarse del tradicionalismo
religioso popular y traducirlo en obediencia y mansedumbre ante
el poder.
Las percepciones que la sociedad tiene sobre la violencia, la
corrupción y la impunidad33 tampoco escapan a la modificación
de las relaciones mencionadas, sobre todo si se considera que la
principal consigna del neoliberalismo sigue siendo «sálvese quien
pueda», que profundiza el individualismo que ha venido creciendo
en una conciencia nacional confrontada con la destrucción de sus
tejidos más importantes.
De ahí a la transformación de los preceptos fundamentales
del neoliberalismo en mentalidades y filosofías personales de
vida hay un trecho muy corto; basta con justificar la pasividad
para aceptar la sumisión de la conciencia esclavizada. En todo
esto consiste —en gran medida— la integralidad de la ideología
neoliberal y sus incidencias sobre la sociedad hondureña, sin
olvidar que la irrupción del neoliberalismo tuvo como escena-
rio principal una sociedad tradicional profundamente reacia al
cambio, donde el neoliberalismo encontró un firme asidero para
gobernar como habitualmente se ha gobernado en Honduras: al
margen de la ley y contra la soberanía popular.
102
III
Ana Ortega
103
originaria no quiere decir que esas formas se hayan dado única-
mente al inicio del sistema.
Efectivamente, el geógrafo inglés David Harvey sostiene que,
dado que estos son procesos en curso, es más acertado llamarla
acumulación por desposesión, e incluye:
104
va feminista, Federici agrega las siguientes dimensiones de la acu-
mulación:
105
pojo que, en su caso, pasa por el despojo del propio cuerpo, ins-
trumentalizado ya sea como reproductor de la mano de obra que
el sistema requiere, como objeto de placer o como generador de
ganancias a través de la incesante explotación por la vía del trabajo
no pagado. Así se configura un sistema de extracción que, de ma-
nera progresiva e incesante, despoja de bienes, recursos y energías
necesarias para la sostenibilidad de la vida, y las transfiere al cir-
cuito del mercado y sus lógicas violentas.
La naturaleza y la humanidad —sobre todo poblaciones histó-
ricamente consideradas «sacrificables» desde la lógica de la matriz
colonial y ahora neocolonial de explotación—, experimentan una
suerte de lo que Rita Segato llama nueva forma de guerra, diferen-
te a las guerras regulares, principalmente por su carácter informal
y por la participación de actores no estatales que, en complicidad
con los Estados, ya sea por acción u omisión, desatan a través de
la violencia un férreo control sobre los territorios y sobre el cuerpo
de las mujeres, asimilado a territorios que pueden ser despojados
de todo lo que en ellos existe.
Esta expresión de lo que la autora llama «dueñidad» sobre el
cuerpo de las mujeres, no se concreta si no es bajo una extendida
práctica de exacerbada crueldad cotidiana. Las relaciones asimé-
tricas de poder entre hombres y mujeres, que derivan en dominio
y explotación, no son una abstracción y tampoco casualidad, sino
el producto de un entorno de economía de despojo que privilegia la
violencia como forma de relacionamiento. Así lo explica la autora:
106
En el caso de las mujeres la crueldad alcanza niveles inima-
ginables, expresados en diferentes tipos de violencia estructural
y simbólica, incluyendo la violencia que impulsa el propio Esta-
do de manera «legal», al basar la competitividad económica en la
precarización del empleo de las mujeres, unido a la profundiza-
ción del trabajo no pagado que históricamente han realizado en
el ámbito doméstico.
Sobre este trabajo no pagado, realizado mayormente por mu-
jeres, se sostiene la generación de altas tasas de ganancia que en
buena medida alimentan la acumulación capitalista, pero esta for-
ma de despojo se oculta como si no generara acumulación5. De
manera exitosa, el sistema impuso una estrategia de naturaliza-
ción de este tipo de trabajo y extendió un relato que desvaloriza
e incluso ignora el rol del trabajo llamado «reproductivo» en la
valorización y acumulación del capital; el sistema lo disfraza como
inherente a la «naturaleza» de las mujeres y lo presenta como un
ámbito aparentemente separado del ámbito de la economía pro-
ductiva que genera ganancia.
En las últimas décadas los aportes desde la economía feminis-
ta muestran con claridad que, en realidad, el trabajo reproductivo
no pagado y realizado mayormente por las mujeres es condición
de posibilidad de la llamada economía productiva que sí se con-
tabiliza y se paga, aunque también es cierto que dicho pago no
es suficiente para cubrir la reproducción de la mano de obra y la
sostenibilidad de la vida, con lo cual el sistema autoproduce sus
crisis.
De estas crisis, el sistema termina ganando por partida do-
ble: por un lado, genera ganancia con el trabajo no pagado que
las mujeres realizan en el hogar para la reproducción de la mano
de obra y, por el otro, también genera elevadas tasas de ganancia
con el trabajo que las mujeres realizan fuera del hogar, como
parte de sus estrategias familiares de sobrevivencia económica;
107
ante la retirada del Estado de sus responsabilidades para con la
sostenibilidad de la vida, las crisis se resuelven al interior de los
hogares y, dentro de estos, la mayor responsabilidad la asumen
las mujeres.
Así se efectúa un doble despojo sobre la vida de las mujeres
y una doble aportación a la acumulación capitalista actual, pero
a costa de precarizar sus vidas. Esta es una más de las lógicas
«biocidas»6 del sistema, en tanto ataca la vida en el planeta y, de
manera especial, la vida de las mujeres y de la naturaleza.
Otros aportes desde el feminismo y la ecología también enfa-
tizan que: «La tensión irresoluble que existe entre el capitalismo
y la sostenibilidad humana y ecológica muestra en realidad una
oposición esencial entre el capital y la vida»7. Fundamentalmente,
es desde la economía feminista que se ha analizado y expuesto
esta contradicción, irresoluble mientras no se desplace del centro
del sistema la generación de ganancia y se coloque en su lugar la
sostenibilidad de la vida.
108
bien lo analizara Rosa Luxemburgo, tiene al menos dos aspectos
distintos.
De un lado, tiene lugar en los sitios de producción de la plus-
valía: en la fábrica, en la mina, en la producción agropecuaria y en
el mercado de mercancías. En estos espacios la acumulación es un
proceso puramente económico en el que se impone una aparente
paz por diferentes vías; solo mediante un análisis científico riguro-
so se puede descubrir o entender la violencia que genera, en tanto
se sostiene en privatización y apropiación de propiedad colectiva,
en explotación y dominación.
De los análisis de Luxemburgo se desprende que el otro as-
pecto de la acumulación del capital se realiza entre el capital y las
formas de producción no capitalistas o no incorporadas todavía al
circuito de acumulación central. En este contexto señala: «reinan
como métodos, la política colonial, el sistema de empréstitos inter-
nacionales, la política de intereses privados, la guerra. Aparecen
aquí, sin disimulo, la violencia, el engaño, la opresión, la rapiña»8.
Una mirada a la realidad actual a la luz de los análisis de esta
importante autora, publicados a principios de siglo XX, nos mues-
tra que efectivamente la violencia persiste, pero con ciertos cam-
bios, propios del contexto que sirve de entorno a la actual etapa
de acumulación.
En los espacios de generación de ganancia las relaciones entre
el capital y el trabajo, después de un tiempo que podríamos lla-
mar de aparente convergencia, cuando florecieron organizaciones
gremiales y sindicales que impulsaron importantes reformas insti-
tucionales, que incluso llegaron a configurar Estados de bienestar
—por lo menos en el centro del sistema capitalista—, la transfor-
mación ha sido acelerada y la aparente convergencia ha sido susti-
tuida por la separación capital-trabajo.
109
Se trata de una revalorización del capital que anula el trabajo
como factor de producción y, por tanto, vuelve irrelevante la vida
de las y los trabajadores, de la misma manera que torna superfluo
el Estado social y también la política, entendida como espacio de
relevancia y deliberación colectiva para tomar decisiones impor-
tantes para la sociedad; estas se toman fuera de la arena política y
solo se legalizan en los espacios de la representación política.
De acuerdo con Ulrich Beck, con los procesos de anclaje, el
capital se libera de las ataduras del espacio y el tiempo, se torna
un poder subpolítico mundial; así lo explica:
110
En Honduras, después del golpe de Estado de 2009, se aceleró
la captura del Estado en beneficio de grupos particulares y en de-
trimento del resto de la sociedad; se trata de un Estado que, por
la vía «legal» o de la fuerza represiva, garantiza privilegios a la red
de poder a costa de la negación de derechos y el ejercicio de vio-
lencia contra la mayoría de su población. El despojo por la vía del
extractivismo se ha profundizado, como lo detallaré más adelante.
Por otro lado, en el ámbito de la economía global se configu-
ran relaciones entre los países dominantes y los países sometidos,
marcadas por los mismos métodos a que se refiere Rosa Luxem-
burgo, siempre respondiendo a las exigencias de alcanzar elevadas
tasas de acumulación, pero ajustadas a las actuales circunstan-
cias; así se configuran relaciones neocoloniales y una nueva forma
histórica de Estado autoritario, al que el economista y politólogo
alemán Joachim Hirsch denomina «Estado Nacional de Compe-
tencia»10.
Este autor enfatiza que este tipo de Estado gira alrededor de
las presiones de la competencia internacional por generar el lugar
óptimo para la inversión. Su principal finalidad es hacer óptimas
las condiciones de rentabilidad del capital en relación con el pro-
ceso de acumulación globalizada, sin tomar en cuenta el bienestar
material ni las necesidades de crecimiento proporcional en los in-
gresos de los diferentes sectores sociales.
A la par se aceleran los procesos de desdemocratización, que
significa importantes retrocesos dentro de los márgenes institucio-
nales de la democracia liberal, centrada en los procedimientos o
reglas del juego, no en la participación de ciudadanas y ciudada-
nos en los procesos de toma de decisión, que se tornan cada vez
más opacos y lejanos a la ciudadanía. Así, la democracia pierde
sentido para la ciudadanía y el poder se torna autorreferente y
aún más arrogante: «La arrogancia del poder es la otra cara de la
111
apatía del ciudadano, fenómenos estructuralmente solidarios que
anuncian el eclipse de la democracia»11.
El proceso de «ahuecamiento» del Estado, al que se refiere
Hirsch, no significa su debilitamiento en términos generales, pues-
to que el Estado conduce y guía la creación de las condiciones
óptimas para el capital, eliminando todo lo que pueda significar
barreras u obstáculos a la generación de elevadas tasas de ganan-
cia; a la par, el Estado se encarga de garantizar, por la vía legal o
represiva, una nueva dinámica económica orientada a crear ese
«lugar óptimo» que convierta al país en un Estado Nacional com-
petitivo.
Se trata de una competitividad que jalona hacia abajo las con-
diciones de vida de la población, no solo por el despojo de bienes
comunes necesarios para la vida, sino por el deterioro de otros
bienes públicos como la salud, la educación, el medio ambiente
o la misma seguridad humana, entre otros derechos, eliminados
de manera sistemática, sobre todo, a través de los llamados pro-
gramas de ajuste económico impulsados por el Banco Mundial,
con el argumento de acelerar la adecuación de los países para ser
competitivos en el mercado mundial.
El Estado Nacional competitivo, en su propósito de atraer in-
versión, no solo mina su propia fiscalidad al eliminar diferentes
tipos de impuesto, con lo cual profundiza su situación de Estado
deudor, sino que llega al punto de transferir «legalmente» a las
empresas parte de los escasos recursos que extrae de la misma
población empobrecida por la vía de impuestos indirectos. Así,
impone una contradictoria forma de subsidiariedad regresiva que
se extiende a la externalización de costos ambientales, sociales y
políticos desde las empresas hacia los sectores más empobreci-
dos.
112
En ese contexto, la representación política es sustituida por la
representación de intereses privados:
113
No obstante, pese a todos los mecanismos y estrategias de los
últimos gobiernos en favor del capital, en Honduras no se logra
consolidar ese Estado Nacional de competencia, por contradicto-
rio que parezca. La creación de este tipo de Estado requiere de una
sólida institucionalidad y un entorno de confianza y seguridad,
condiciones agotadas en Honduras, sobre todo después del golpe
de Estado de 2009; además, los acontecimientos políticos más re-
cientes han expuesto de manera contundente la banalización de la
institucionalidad, la corrupción de la elite gobernante y el estado
de indefensión de la población, que obliga a miles de compatriotas
a salir del país, expulsados por la violencia estatal y particular.
Desde comienzos de la década de 1990, cuando se aplicó de
manera sistemática el programa neoliberal de ajuste estructural,
la migración transnacional empezó a constituirse en una estrategia
familiar de sobrevivencia económica. Pero las llamadas «carava-
nas migratorias» de finales de 2018 tienen una connotación dis-
tinta; la salida masiva de personas plantea diversas interrogantes,
en clave de profundización del modelo económico basado en la
acumulación por desposesión, que constituye el enfoque principal
de este capítulo (agregamos que Honduras es el país de la región
que inauguró la modalidad, no exclusivamente militar, de golpes
de Estado en el siglo XXI, precisamente para garantizar la continui-
dad del proyecto económico basado en el despojo).
Por tanto, surgen las siguientes inquietudes: la salida masi-
va de personas en la modalidad de caravanas, ¿es una expresión
del agotamiento definitivo del modelo económico basado en el
despojo? Si es así, ¿cómo se recompondrá, hacia dónde se de-
cantarán las salidas? Si los elevados niveles de corrupción de la
elite gobernante, que derivan en un acelerado despojo de bienes
públicos, unido a la escandalosa colusión con el crimen organi-
zado, son una característica de las economías extractivas, cuyo
único criterio de validez es la acumulación, ¿qué factores detona-
ron la crisis hondureña?
Estas preguntas podrían considerarse retóricas, dada su ob-
viedad, las visibles manifestaciones de la crisis y sus posibles sa-
114
lidas; no obstante, adquieren sentido si pensamos en lo que José
Seoane llama «gobernabilidad social del extractivismo»14.
115
de ganancia y hacer posible la acumulación, a costa de la despo-
sesión o despojo de los bienes y medios de vida que el resto de
la población hondureña requiere para garantizar una vida digna.
Como resultado, nuevos ámbitos y bienes comunes de la na-
turaleza han sido incorporados al circuito de acumulación capi-
talista por la vía del extractivismo en su acepción más amplia,
que comprende las actividades económicas basadas en los recur-
sos que se extraen de la naturaleza, incluyendo el monocultivo.
La explotación minera, la explotación de recursos para gene-
rar energías renovables, fundamentalmente el agua de los ríos,
y la reprivatización y concentración de la tierra, sobre todo para
cultivo de palma africana, sobresalen entre los rubros más pro-
mocionados por el Estado hondureño, a través de nuevos marcos
legales que incentivan la inversión en estas actividades extracti-
vas. De igual manera, territorios con importantes recursos han
sido sometidos al despojo por la vía de mega proyectos turísticos
y la constitución de las llamadas «ciudades modelo» o Zonas de
Empleo y Desarrollo Económico (ZEDE), como máxima expresión
del despojo, puesto que pasa por el despojo del propio Estado.
Estas concesiones y leyes especiales han provocado elevados
niveles de conflictividad social que derivan en persecución, crimi-
nalización y, finalmente, el asesinato de personas comprometidas
con la defensa de los bienes comunes. El despojo de todo lo que se
pueda mercantilizar, independientemente de la conflictividad que
genere, es el motor de la acumulación; no hay límite o barrera ética
que frene este proceso, excepto la oposición de las comunidades,
aun a costa de la libertad y la integridad física.
Si entendemos que los bienes comunes que defienden son ne-
cesarios para la reproducción de la vida, entonces el sistema ha
decretado que la defensa de la vida es ilegal y que, si los marcos
legales no son suficientes, siempre queda el recurso de la elimina-
ción física. Una vez más se constata que la lógica de acumulación
por desposesión que sostiene al sistema capitalista es incompati-
ble con la vida.
116
En el proceso de eliminación de todo lo que se opone a la ló-
gica extractiva que se realiza en los territorios, en un momento en
que el capital tiene plena condición extraterritorial, también están
en peligro la cultura y las formas de vida alternativas amigables e
interdependientes de y con la naturaleza; por eso no es casual la
violencia diferenciada contra las mujeres y los pueblos originarios.
Tampoco es casualidad que sea en estos territorios —hoy so-
metidos a la avaricia del capital—, donde se conserva la mayor bio-
diversidad del planeta. En Honduras, la arremetida para despojar
a los pueblos ancestrales de sus recursos se ha profundizado en
los últimos años; nuevos marcos normativos e institucionales ofre-
cen la riqueza de estos territorios al capital nacional o extranjero,
con el argumento de crear fuentes de empleo, a pesar de que la
evidencia y las mismas estadísticas oficiales muestran que la gene-
ración de empleo es mínima, y que de ninguna manera compensa
el elevado costo social y ambiental que conllevan dichos proyectos.
En el caso de la minería, diversos estudios demuestran que el
argumento oficial es falso, a la vez que muestran el elevado costo
social y el impacto diferenciado que sufren las mujeres no solo
por el deterioro ambiental y la pérdida o contaminación del agua,
sino también por los procesos de militarización que las empresas
y el Estado imponen en los territorios15. La evidencia muestra de
manera contundente que, en toda la región centroamericana, el
impacto del extractivismo minero es nefasto.
Una situación similar sucede con la generación de energías re-
novables. Si bien el cambio de matriz energética es importante,
esta transformación no puede estar por encima de los derechos de
las poblaciones que viven en los territorios donde se ubican estos
recursos, ahora estratégicos para la generación de ganancias. Uno
de los despojos que más conflictividad genera es el del agua de los
117
ríos para construir represas hidroeléctricas, actividad que el Esta-
do ha promovido con diferentes incentivos, incluyendo la compra
de la energía generada, muy por encima de los precios vigentes en
la región.
A pesar de ser una actividad económica reciente compara-
da con otras actividades extractivas, la generación de energía hi-
droeléctrica ha contribuido de manera considerable a la acumu-
lación de ganancias de grupos empresariales, otrora productores
de energía térmica que, aprovechando el colapso institucional y la
corrupción durante la etapa posgolpe —en medio de la ilegalidad
y la opacidad que caracteriza la gestión pública—, lograron que
el Congreso Nacional les aprobara 49 contratos de producción de
energía renovable, una considerable cantidad de incentivos fisca-
les y flexibilización del marco legal para que los proyectos sean
aprobados con menos requisitos y en menor tiempo.
El despojo del agua de los ríos tiene impactos dramáticos en la
vida de las mujeres, sobre todo de las indígenas, quienes rechazan
de manera contundente la conversión de los ríos en mercancía, y
lamentan los efectos destructivos de la construcción de represas.
El siguiente fragmento, extraído de un grupo focal con mujeres afi-
liadas al Movimiento Indígena Lenca de la Paz (MILPAH), en el marco
de una investigación en la zona, refleja cómo viven las mujeres
indígenas el despojo de sus ríos:
Por muchos años nos han ignorado. Ahora con estos gobiernos
neoliberales y extractivistas sí nos ven, pero no para promover
el desarrollo humano sino para despojarnos de nuestros terri-
torios. Aquí tenemos muchas concesiones hidroeléctricas que se
han hecho ilegalmente, porque en ningún momento se nos con-
sultó como pueblos indígenas, como debe ser según el convenio
169 de la OIT, que nos protege. Ya hay dos represas construidas:
la Aurora I, en la aldea El Aguacatal de San José de la Paz, que
pertenece a Gladys Aurora, la que era presidenta del Partido Na-
cional y vicepresidenta del Congreso Nacional. A ella se le otorgó
la concesión del río por 40 años. La otra represa está en el mu-
118
nicipio de Santiago Puringla, no sabemos con exactitud a quién
pertenece porque se nos niega la información. Esas concesiones
se otorgaron después del golpe de Estado del 200916.
119
Esto puede explicar por qué en Honduras la anhelada «gobernabi-
lidad social del extractivismo» no ha sido posible, mientras que a
algunos gobiernos de la región les ha permitido administrar sus
crisis sin que detonen situaciones graves de ingobernabilidad,
como en Honduras.
Sin obviar las diferencias del caso y la gravedad de los es-
cándalos de corrupción, impunidad e ilegalidad que el país ha
vivido en los últimos años, lo cierto es que el agresivo despojo
que los gobiernos posgolpe de Estado han promovido al entre-
gar bienes comunes y el país entero a través de las ZEDE, no ha
generado el anunciado incremento en la inversión y tampoco el
crecimiento económico prometido; menos aún, el mejoramiento
de las condiciones de vida de la población.
Como lo afirma Seoane, si bien la violencia militar y para-
militar acompaña al extractivismo en los territorios, junto a la
criminalización de la protesta y el endurecimiento de las leyes en
perjuicio de quienes se oponen a la instalación de los proyectos
extractivos, la reproducción societal del modelo extractivo expor-
tador exige procesos más complejos que garanticen la goberna-
bilidad.
En Honduras, en cambio, los antagonismos y la polarización
surgidos después del golpe de Estado se han ido acumulando. La
frustración y el desencanto se han mantenido, como se evidenció
en las elecciones de noviembre de 2017; pero lejos de revertir tales
situaciones o subsanar las arbitrariedades cometidas, el actual go-
bierno, en su afán continuista, profundizó la brecha, ignoró el con-
flicto y cerró las posibilidades de generar procesos efectivamente
deliberativos y abiertos a lo contingente.
En los territorios muchas veces las empresas, en complicidad
con el Estado, llegan al extremo de instrumentalizar el empobreci-
miento de las personas y, con promesas de generar empleo e ingre-
sos, provocan la división y el enfrentamiento entre comunidades
y dentro de estas. Así, logran que sean pobladores de las comu-
nidades, y no las empresas o representantes del Estado, quienes
salgan a defender los intereses del capital.
120
No obstante, es precisamente con la lucha y resistencias terri-
toriales que se ha enfrentado el despojo, a pesar del elevado cos-
to humano que padecen las comunidades. Es en estos territorios
donde se gesta la esperanza de detener el acelerado proceso de
despojo. De hecho, esas resistencias han logrado detener algunos
de estos proyectos y, con ello, queda en evidencia la imposibilidad
del gobierno de garantizar la gobernabilidad que la inversión y el
capital requieren.
A la par de la represión y la criminalización se observa una
agresiva reproducción y extensión de las redes clientelares y el
despliegue de campañas comunicacionales para posicionar una
opinión favorable a los proyectos extractivos. Pese a ello, cada vez
son más las comunidades que se organizan para declarar sus te-
rritorios libres de extractivismo, resistiendo así las estrategias del
Estado y del capital que, según algunos autores, pretenden:
121
si bien es una especie de «experimento» sin precedentes en el país,
en la lógica de entrega de territorios sí tiene antecedentes. Entre
otros, destacan por su impacto en la pérdida de ingresos fiscales
las llamadas Zonas Libres (ZOLI)18, impulsadas desde finales 1976,
y la Ley de Zonas Industriales de Procesamiento (ZIP) de 1987, que
impulsó la maquila textil en todo el país.
En esa línea, las ZEDE son la máxima expresión de autonomía
para las empresas. A diferencia de los anteriores regímenes es-
peciales, en las ZEDE el Estado cede territorios y competencias al
mercado, concretamente a las empresas que se instalen bajo su
ley constitutiva aprobada el 5 de septiembre de 2013, mediante
Decreto Legislativo N° 120-2013.
La definición de las ciudades modelo alude a territorios desha-
bitados. No obstante, en la Ley de las ZEDE se ofrece a la inversión
extranjera zonas densamente pobladas, de ubicación privilegiada
por su cercanía a puertos, ricas en recursos naturales y de interés
geopolítico, donde el Estado ha hecho una importante inversión
en infraestructura, principalmente en puertos, aeropuertos y ca-
rreteras.
El artículo 2, que establece la diversidad de actividades eco-
nómicas que puede desarrollarse en las ZEDE, resulta impreciso y
ambiguo porque mezcla actividades económicas con regímenes y
zonas especiales en general, igual que ciudades autónomas; ade-
más, deja abierta la autorización a regímenes especiales no espe-
cificados. Por otro lado, incluye actividades para las cuales go-
122
biernos anteriores y el actual ya han creado leyes de incentivos
fiscales como el turismo, o zonas industriales de procesamiento
(ZIP), cuyos beneficios fiscales comenzaron con la maquila textil
y actualmente se han extendido a una diversidad de actividades,
incluyendo las extractivas.
La autonomía de las ZEDE incluye una fiscalidad distinta a la
del Estado hondureño, como lo estipula el primer párrafo del artí-
culo 4. Este artículo, además, abre la posibilidad de que las ZEDE
reciban fondos públicos a través de las cuestionadas Asociaciones
Público Privadas (APP). En cuanto a servicio civil, medios de publi-
cación, tribunales, órganos jurisdiccionales, órganos de seguridad
interna (incluyendo policía, investigación del delito, inteligencia,
persecución penal y sistema penitenciario), régimen financiero, ré-
gimen fiscal, libre mercado de divisas y circulación de capitales,
libre comercio, sistemas de educación, salud, seguridad social y
promoción de la ciencia, así como la libertad de conciencia, reli-
gión, asociación y protección laboral y políticas educativas y curri-
culares, la autonomía se contempla en los artículos 5, 7, 14, 19,
22, 23, 29, 30, 31, 33 y 34, respectivamente.
Con relación a la vigencia de los derechos humanos, el artí-
culo 3 confirma la autonomía de las ZEDE. Este agrega que deben
garantizar los principios de protección a los derechos humanos,
pero luego, en el artículo 41, que establece las leyes nacionales que
las ZEDE están obligadas a cumplir, no hace ninguna referencia al
tema19.
123
El artículo 10 se refiere al respeto a los derechos humanos,
pero no responsabiliza a las autoridades de las ZEDE por su cum-
plimiento, y más bien se refiere a los habitantes de las ZEDE20. Ade-
más, el artículo 8, que establece la jerarquía normativa aplicable
en las ZEDE, efectivamente comienza con la Constitución y los tra-
tados internacionales, pero con el agregado «en lo que sean aplica-
bles», sin establecer quién y bajo qué criterios define lo «aplicable».
El derecho a la protesta pública, según el mismo artículo 10,
estará limitado a los espacios que las ZEDE creen para que los
residentes «se manifiesten pacíficamente, sin afectar en ninguna
forma los derechos de terceros». Este artículo establece que las
ZEDE deben «garantizar en todo momento la continuidad de los
servicios públicos y el uso de las vías y medios de comunicación»,
a la vez que las autoriza a fijar sus propios impuestos. La igualdad
en derechos y deberes para hondureñas, hondureños y residentes
sin discriminación se establece en el artículo 9, pero agrega «salvo
lo estipulado en la Ley de las ZEDE». De nuevo queda a discreción
de las autoridades de las ZEDE la garantía de derechos.
Por otro lado, el artículo 43 se refiere a los derechos de pro-
piedad de los pueblos indígenas y al Convenio 16921. No obstante,
124
existe una contradicción con el artículo 41, que establece que en
el ámbito espacial de competencia de las ZEDE solo se aplicarán
algunas de las leyes nacionales (de carácter simbólico y algunos
códigos, a discreción y de manera temporal)22.
La generación de empleo es el argumento principal para la
creación de las ZEDE; en esa línea, el artículo 36 prohíbe a los
patronos emplear menos del 90% de trabajadoras y trabajadores
hondureños y pagar a estos menos del 85% del total de los sala-
rios que se devengan en sus respectivas empresas, pero introduce
la misma flexibilidad que en otros ámbitos, al agregar que ambas
proporciones pueden modificarse en casos excepcionales que de-
termine la normativa de las ZEDE.
Respecto a los derechos laborales, el artículo 35 las obliga «a
garantizar los derechos laborales de los trabajadores dentro de
los parámetros establecidos por los tratados internacionales en
materia laboral celebrados por Honduras, así como las disposi-
ciones que emanen de los organismos internacionales como la
Organización Internacional del Trabajo (OIT)». Pero, de nuevo, el
Estado hondureño cede la garantía de estos derechos a las ZEDE, al
autorizarlas en el artículo 33 a establecer su propio sistema de se-
guridad social y sus propios mecanismos para garantizar diversas
125
libertades, incluyendo la libertad de asociación y de protección
laboral.
En su sistemática campaña de promoción de las ZEDE a ni-
vel internacional, el presidente hondureño retomó el tema de las
ciudades modelo que ya había presentado de manera detallada
en 2014 durante la 69 Asamblea de Naciones Unidas23. En esta
ocasión, con una conferencia titulada «Honduras Is Ready for You»
reiteró:
126
tivos y beneficios ofrecidos. La posible explicación podría estar
relacionada con el fracaso en generar la gobernabilidad social ex-
tractiva, a la que nos hemos referido al principio de este apartado.
De concretarse las ZEDE, Honduras, así como inauguró los
nuevos golpes de Estado del siglo XXI, también estaría siendo pio-
nera en la disolución del Estado nacional, tal cual lo conocemos
en su acepción moderna. Cómo será reconfigurado, todavía es una
incógnita.
127
IV
1. introducción
128
El neoliberalismo y la crisis económica-social que se ha pro-
fundizado en Honduras tienen un efecto diferente en las mujeres
que en los hombres. ¿Cuáles son los principales impactos en la
vida y los cuerpos de las mujeres de este modelo económico carac-
terizado por la mercantilización de la vida, de lo humano? ¿Cómo
se expresan, sobre las mujeres, las relaciones de ese matrimonio
bien avenido entre el capitalismo y el patriarcado? Profundizar
la reflexión sobre estas interrogantes puede contribuir a generar
un mayor compromiso colectivo con los derechos humanos de las
mujeres.
En los últimos años y con el golpe de Estado de junio de 2009
como telón de fondo, se acelera el proceso de privatización y ex-
plotación de los recursos naturales: el Congreso Nacional aprobó
la Ley General de Aguas, eliminó «vía decretos ejecutivos algunos
preceptos que evitaban la dilapidación de éste y otros bienes natu-
rales existentes en zonas protegidas, y aprobó, también vía Decreto
Ejecutivo, la expedición de una tormenta de licencias ambientales
que inundó las comunidades y aceleró la privatización de bosques,
ríos y represas en el territorio nacional»1.
Medidas como el poco o ningún aumento del presupuesto
nacional anual para cubrir las necesidades y derechos de salud,
educación, vivienda, en contraste con los porcentajes de aumento
en seguridad y defensa; el impulso de acciones que fortalecen la
privatización de lo que en años anteriores eran servicios públicos
manejados por el Estado como el agua, la energía eléctrica, la edu-
cación, las carreteras; la mayor apertura comercial a empresas
extranjeras donde las relaciones laborales son flexibles y preca-
rias al margen de la legislación nacional o los derechos huma-
129
nos laborales reconocidos en el marco jurídico internacional y del
cual Honduras es parte, como las maquilas del textil y vestuario;
la concesión de los bienes comunes y los territorios sin consul-
ta con las comunidades y/o en procesos amañados en los cuales
amenazan, criminalizan e impulsan acciones judiciales contra las
personas que se oponen y ofrecen resistencia a esas concesiones,
son algunos ejemplos de la profundización del neoliberalismo en
el país.
Pero también encontramos que en medio de esa vorágine de
aprobación de marcos legales y políticas de índole principalmente
económica, luego del golpe de Estado de 2009, la Secretaría de
Salud emite una resolución ministerial con la cual se prohíbe la
anticoncepción de emergencia, que formaba parte de las políticas
de salud desde la década de los noventa, evidenciando así que, en
medio de la emisión de políticas y leyes para garantizar el despojo
de las comunidades, hay un interés muy claro en evitar que las
mujeres decidan sobre su cuerpo.
De esta forma se avanza en la profundización de medidas de
corte neoliberal que están significando un deterioro de la calidad
de vida de la mayoría de la población. Una nota del periódico digi-
tal Criterio.hn de mayo de 2018 señala que el combate a la pobreza
impulsado por el gobierno no ha dado los resultados esperados;
las cifras muestran que entre 2016 y 2017 la pobreza en Hondu-
ras creció de 65 a 68%, ubicándonos entre los cuatro países con
mayor rezago social y económico de la región latinoamericana2.
De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia
(Unicef):
130
la distribución de los ingresos indica que el 10% más rico de la
población obtiene un 39% de los ingresos del país, mientras que
el más pobre recibe un 11%. Honduras es el segundo país más
pobre del continente americano, con un Producto Nacional Bruto
(PNB) per cápita de 1,000 dólares aproximadamente. Un 42% de
los hogares —según datos del INE de 2006— vive en una situación
de pobreza extrema3.
131
ciones que realizan las mujeres influyen en que éstas obtengan
menores ingresos. Esto podría ser evidencia de que, a pesar de
las políticas de superación de la pobreza, la falta de autonomía
económica de las mujeres exige realizar acciones específicas para
solucionar esta situación… el decrecimiento de los ingresos se
constituyó en el principal factor de aumento de la pobreza4.
132
productivo así como sus efectos en esta “doble presencia-ausencia”
en este estar y no estar en los dos ámbitos que las convierte en
“trabajadoras atípicas y amas de casa culpabilizadas”»5, que si-
gan sin poder decidir sobre sus cuerpos, que enfrenten y sufran
violencias de terror, que no tengan control sobre la tierra y otros
recursos productivos.
Los impactos ocasionados por la profundización de las me-
didas neoliberales no son neutrales respecto al género y han for-
talecido la feminización de la pobreza, el lanzamiento al mercado
laboral de miles de mujeres en condiciones precarias, que las
obliga a aceptar trabajos con bajos salarios y en condiciones in-
dignas; además, ha incrementado el número de mujeres migran-
tes, que huyen para salvar sus vidas, las del éxodo interno, así
como a otros países.
133
manejo de las industrias y la cercanía a Puerto Cortés, lo cual fa-
cilitó la exportación de los productos maquilados. Esta industria
promovió la incorporación masiva de mujeres jóvenes de las zonas
rurales, generando un fenómeno que las organizaciones sindicales
y sociales no llegaron a comprender, con grandes desafíos para su
organización y sin capacidad de abordar la problemática creciente
de una masa trabajadora que desconocía sus derechos laborales,
de mujeres sin organización, enfrentadas a una explotación labo-
ral semejante a la que existió en la primera Revolución Industrial
en el siglo XVIII.
Lejos de contribuir a sacar a las mujeres de la pobreza, la
maquila, como parte de un modelo global de apertura comercial,
ha generado condiciones de vida paupérrimas para la población
en general y en especial para las mujeres, cuya marginalización y
pobreza se ha profundizado y, con ello, las brechas previas de in-
equidad de género. El trabajo de las maquilas es un claro ejemplo
del modelo de acumulación y despojo.
En la década de 1990 se avanzó en el reconocimiento formal
de los derechos de las mujeres, como respuesta a compromisos
internacionales asumidos en el contexto de los intentos de «mo-
dernización» del Estado y por la presión de un nuevo movimiento
de mujeres que, desde una lectura y posicionamiento de género
y feminista, consideró necesario promover cambios en el marco
legal para avanzar en los derechos humanos de las mujeres, espe-
cialmente en el derecho a una vida libre de todo tipo de violencias;
su accionar se orienta, fundamentalmente, a visibilizar la violencia
en el marco de las relaciones de pareja, que estaba completamen-
te invisibilizada, y ante la cual las mujeres que la vivían recibían
mensajes del necesario «sacrificio» por el bien de la familia y para
evitar la sanción social.
Así, se logran leyes como la Ley Especial contra la Violencia
Doméstica, se crea la Oficina Gubernamental de la Mujer, que lue-
go pasa a ser el Instituto Nacional de la Mujer (INAM), y en el Minis-
terio Público, creado también en esa década, se abre una Fiscalía
Especial de la Mujer para atender toda la acción penal pública en
134
relación con las mujeres, en tanto víctimas de violencias reconoci-
das en el Código Penal.
Otros cambios legales promovidos por las organizaciones de
mujeres son las reformas al mismo Código Penal6, que no recono-
cía la violencia sexual como un delito contra la libertad, que mante-
nía penas sustitutivas a la prisión, que consideraba tal violencia
de orden privado y, además, sus penas se podían conmutar. Todo
eso cambió por las luchas de las organizaciones de mujeres.
En ese orden histórico, las mujeres organizadas, especialmen-
te de las grandes ciudades del país —aunque conscientes de que el
marco legal no necesariamente conduce a la igualdad sustantiva—,
sí pretenden ir generando el reconocimiento del Estado de deter-
minados derechos que ya eran parte de los instrumentos inter-
nacionales e interamericanos de derechos humanos. Asimismo,
pretenden que los cambios legales conduzcan a cambios cultura-
les, cambios en el imaginario social de las personas. Algo de ello
se logró, no para todas, pero a 20 años de la Ley contra la Violen-
cia Doméstica, esta dejó de ser un acto, una agresión privativa de
las parejas donde nadie interviene. La frase en sí misma, «violen-
cia doméstica», dejó de ser desconocida.
Otras luchas por el reconocimiento de derechos se hacen a
través de la protocolización de actos administrativos, como la
atención a la salud de las mujeres y las y los adolescentes. Así se
inicia el proceso de construcción de un marco de políticas públi-
cas sobre la salud sexual y reproductiva, a través de una política
nacional y de normas de atención integral, que todas las personas
prestadoras de servicios de salud deben atender.
Estas políticas iban de la mano de cambios en la organización
de los programas de la Secretaría de Salud, pasando de la tra-
dicional atención del «binomio madre-hijo» a la atención de las
mujeres, de las y los adolescentes, y de las personas adultas ma-
yores. Estos cambios, que además requerían de recursos para su
135
implementación, duraron menos de una década; entre otras razo-
nes, por la impronta conservadora religiosa que, desde sus inicios,
reaccionó contra los mismos.
También en la década de 1990 se inició el programa de ajus-
te estructural de la economía para responder a las demandas de
los organismos de financiamiento internacional —Fondo Mone-
tario Internacional y Banco Mundial— que condicionaron el acceso
a créditos a la implementación de medidas para reducir el gasto
público y liberalizar el mercado de bienes y servicios. Detrás de
este giro sustancial a la economía estaban gobiernos conserva-
dores de los países del Norte, que trataban de evitar el colapso
del sistema financiero internacional y la reducción de la tasa de
beneficio en sus países, luego de crisis económicas previas.
Esto significó el debilitamiento y avance paulatino del res-
quebrajamiento de la institucionalidad, especialmente en los as-
pectos sociales que deberían garantizar derechos a la población.
Se trataba de reducir las competencias del Estado y de ampliar
las libertades del mercado: desmantelar y privatizar empresas
públicas que prestan servicios básicos, neutralizar a los grupos
sindicalizados que habían luchado por contratos colectivos que
garantizaban bienestar, y flexibilizar el empleo.
Todos los gobiernos respondieron a este modelo orientado a
la acumulación de unas pocas personas y al despojo de bienes y
de derechos de las grandes mayorías de la población, lo que signifi-
có para las mujeres un particular y diferenciado impacto. Durante
los años 90 comenzaron a nombrarse y a salir del ámbito privado
algunas formas de violencias. A inicios del presente siglo las bre-
chas de desigualdad entre hombres y mujeres apenas comenza-
ban a medirse.
Daban cuenta de esta realidad el acceso limitado a la educa-
ción, pues más niños que niñas eran matriculados en las escuelas.
Esta situación mejoró y las mujeres se equipararon y hasta au-
mentaron en la matrícula escolar y de secundaria, pero el ámbito
universitario continuaba siendo predominantemente masculino.
Las mujeres en la universidad generalmente egresaban de carreras
136
que de muchas formas eran la extensión del trabajo doméstico y
del cuidado de los otros: pedagogía, sicología, trabajo social, en-
fermería, etc.7.
Aun ahora predominan mujeres en estas carreras y, aunque
aumenta el volumen en otras no tradicionales, la brecha salarial
se mantiene. En el área urbana la brecha es de casi 20 puntos; es
decir que, por cada cien lempiras que ganan los hombres, las mu-
jeres ganan 80; en el área rural la brecha entre el ingreso prome-
dio mensual de las mujeres y de los hombres ha tendido a crecer
a lo largo de los años. Además, ha aumentado la proporción de
desempleo abierto de las mujeres respecto de los hombres; en ese
sentido, mayores y mejores niveles de educación no se han tra-
ducido en mayor acceso al empleo formal ni en mejores ingresos
para las mujeres8.
Aunque las mujeres salieron masivamente a incorporarse
al mercado de trabajo, su participación sigue siendo apenas un
tercio de la participación general en el trabajo. Las mujeres, sin
embargo, continúan siendo, casi de manera absoluta, las respon-
sables de las tareas del cuidado y del trabajo doméstico, con un
promedio semanal de 28 horas de dedicación. En el caso de los
hombres es de apenas 10 horas a la semana9. Lo que sí aumentó
es la jefatura de hogar femenina con respecto a la jefatura mascu-
lina, pasando de un 25.6% de hogares con jefatura femenina en
137
2001 a 33.7% en 201610, no porque los hombres renunciaran a
ese privilegio, sino más bien porque, cada vez con más frecuen-
cia, las mujeres asumen, sin una pareja, el cuidado de sus hijos
e hijas.
La ampliación del acceso a los servicios de planificación y
anticoncepción no supuso la toma de conciencia por parte de los
hombres de esta responsabilidad, ya que estos servicios se si-
guen asumiendo como si solo fueran para las mujeres. Esto no
es casual, pues la oferta anticonceptiva y las tecnologías repro-
ductivas de las grandes farmacéuticas internacionales apenas in-
novan para ser utilizadas por las mujeres.
Así las cosas, los hogares pasaron de ser un espacio donde la
familia era representada por un hombre, una mujer, sus hijos e hi-
jas, a uno donde está la mujer con su descendencia y, en no pocas
ocasiones, las familias extendidas con la presencia de abuelos,
abuelas, hermanos, hermanas, sobrinos, sobrinas, hijos e hijas.
Estas formas de organización familiar son necesarias para hacer
frente a economías precarias y al aumento progresivo de los ni-
veles de pobreza en la gran mayoría de los hogares, especialmente
en el área rural.
Ser mujer jefa de hogar no supone mayor autonomía en la
toma de decisiones. Los hombres dentro de la unidad doméstica,
sea un abuelo, un hermano e incluso un hijo mayor, continuaban
siendo los que tomaban decisiones, o al menos los que eran con-
sultados y tenían la última palabra. Esta situación continúa preva-
leciendo en la actualidad.
Ante la urgencia de hacer frente a las necesidades familiares,
muchas mujeres deben salir de sus hogares y migrar a los centros
periurbanos donde se ubican las maquilas; dejan a sus hijos e
hijas al cuidado de abuelas y abuelos para poder llevar el susten-
to diario, ni siquiera para salir de la precariedad en que viven.
La migración interna es fundamentalmente femenina y se dirige a
138
las ciudades. En el caso de los hombres, es en mayor proporción
a otras zonas rurales y, año con año, se intensifica la migración
internacional, mayoritariamente masculina, pero cada vez más fe-
menina.
La búsqueda de empleo, formal o informal, por parte de las
mujeres trae consigo mayor exposición a formas de violencia que
ocurren en espacios públicos en una sociedad patriarcal. El aco-
so callejero y la violencia sexual son más visibles y denunciados,
y los femicidios van en ascenso, pasando de 175 muertes violen-
tas de mujeres en 2005 a 313 en 200811. En esas circunstancias
y con estas realidades que implica sobrevivir, se llegó a 2009, año
en que se rompió el espejismo de la democracia formal con un
golpe de Estado que, además, fue acuerpado por la jerarquía ca-
tólica y los líderes evangélicos.
Con el golpe de Estado de junio de 2009 se fortalecen las ex-
presiones económicas, sociales y políticas conservadoras, que
conllevan la profundización de medidas cuyo principal fin es y
ha sido la expropiación de los territorios, los recursos y bienes
de las comunidades, especialmente indígenas y campesinas, para
entregarlos a procesos de inversión y coinversión en los que las
principales beneficiarias son las élites económicas, empresas na-
cionales y transnacionales. De la mano de estas expresiones, au-
menta la violencia letal contra las mujeres, especialmente en las
ciudades.
El golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya Rosa-
les resulta un parteaguas en la historia de la lucha del movimien-
to de mujeres y feminista hondureño. Las mujeres salen a las
calles porque, en un análisis certero, reconocen que quien está
apoyando el golpe de Estado es la misma élite que se oponía a los
derechos humanos de las mujeres. Y es un parteaguas porque, de
alguna forma, las luchas que se venían impulsando desde los es-
139
pacios urbanos se conectan o encuentran los vínculos con las lu-
chas de mujeres en las comunidades; además, se amplía la lectu-
ra sobre el proceso de acumulación y desposesión en la sociedad
capitalista y su impacto diferenciado en la vida de las mujeres.
Desde 2009 y aun después de diez años del golpe, cambió la
relación de algunas organizaciones de mujeres con las estructuras
del Estado. Pese a la fragilidad democrática existente en Hondu-
ras antes del golpe, el marco institucional permitía el diálogo, la
interlocución, la negociación y la incidencia para la consecución
y vigilancia de políticas públicas orientadas a reducir las brechas
de desigualdad entre hombres y mujeres.
En un contexto donde el ordenamiento institucional fue que-
brantado por la clase política y por los militares, con el apoyo de
las corporaciones de medios de comunicación, las iglesias católi-
ca y evangélica y la empresa privada, los artífices del golpe que de-
tentan posiciones de mayor poder se opusieron de manera frontal
a los derechos humanos de las mujeres. Especial relevancia tuvo
la actuación de miembros del Opus Dei, quienes formaron parte
activa y vigorosa del régimen de facto. Los mismos que usurpa-
ron el poder formal son los que conculcan derechos, despojan de
bienes como la tierra, los bienes comunes de la naturaleza y los
cuerpos de las mujeres.
No es casual que una de las primeras acciones del régimen
de facto fue la prohibición de la promoción, uso, venta y compra
de la anticoncepción de emergencia (PAE)12, único método capaz
de evitar un embarazo después de una relación sexual sin protec-
ción o de una violación sexual. El argumento fue el mismo que la
cúpula religiosa venía manteniendo desde que se lograron peque-
ños cambios formales en salud: es un producto abortivo. El emi-
sario de esa prohibición fue el ministro de Salud de facto, el mis-
mo que dictaminó contra la anticoncepción de emergencia siendo
presidente del Colegio Médico antes del golpe, simplemente un
agente cercano a los grupos fundamentalistas antiderechos.
140
Así como las PAE, los esfuerzos conjuntos entre las estructuras
estatales y las organizaciones de mujeres también se detuvieron,
tal como ocurrió con el proceso de construcción del Plan de Igual-
dad y Equidad de Género, hoja de ruta del Instituto Nacional de
la Mujer, y que fue desmembrado antes de su aprobación y publi-
cación en 201013. Lo mismo sucedió con el esfuerzo sostenido du-
rante algunos años para aprobar unas guías de educación sexual
con enfoque de derechos humanos y de género para uso de docen-
tes durante todo el ciclo de educación básica y pre básica. Estos
instrumentos, listos para su publicación, fueron cancelados por
las autoridades de facto bajo el mismo discurso de las iglesias. Es
como si las iglesias llegaran con más fuerza al poder formal, vio-
lando el espíritu laico del Estado y dejando con ello de lado cual-
quier iniciativa de reconocimiento de derechos humanos para las
mujeres, especialmente los vinculados con su derecho a decidir
sobre su sexualidad y reproducción14.
En noviembre de 2009, con mucha abstención de la ciudada-
nía, que demandaba la restitución del orden constitucional me-
diante una asamblea nacional constituyente, ganó las elecciones
el Partido Nacional, que logró una mayoría absoluta en el Congre-
so Nacional; de esta manera, podía hacer reformas constitucio-
nales sin necesidad de negociar con la débil oposición, si es que
la había, dentro de la cámara legislativa. Por otra parte, el nuevo
gobierno buscaba el reconocimiento internacional y superar la
suspensión a que fue sometido por la Organización de Estados
Americanos para volver a ser sujeto de ayudas y préstamos in-
ternacionales. Lo logró mediante negociaciones y pequeñas con-
cesiones, pero manteniendo intactas e incluso fortaleciendo las
estructuras de poder fáctico en el país.
141
Con un maquillaje que aparenta ser un Estado de derecho,
Honduras se somete a una serie de informes e incluso al Examen
Periódico Universal del Consejo de Derechos Humanos de la Orga-
nización de las Naciones Unidas y crea la Secretaría de Derechos
Humanos como órgano que los tutela; en ese marco, también pro-
duce una serie de cambios legales, supuestamente para fomentar
el desarrollo, pero que están orientados a profundizar las lógicas
de expropiación para el extractivismo y de minar derechos adqui-
ridos, afectando a la población en general y a las mujeres de ma-
nera particular.
Un ejemplo es que, con el argumento de bajar los precios de
la energía eléctrica, cambia la matriz energética con una mayor
proporción de lo que denominan energía limpia. Una de las for-
mas de obtener esa energía pasa por la concesión de ríos para
la producción hidroeléctrica, desconociendo los fuertes vínculos
que tienen las mujeres con este elemento, en su rol asignado como
cuidadoras de otros.
En el período posgolpe, la Empresa Nacional de Energía Eléc-
trica (ENEE) licita 47 proyectos de producción de energía renova-
ble15 y, en 2010, se aprueba su concesión a los mismos grupos
económicos que controlaban la generación de energía térmica; es
decir, un negocio para las mismas personas. Muchos de estos
contratos de producción de energía renovable implican la conce-
sión de ríos que pasan por comunidades donde viven pueblos ori-
ginarios que resisten, aun a costa de sus vidas, como ocurrió con
el asesinato de Berta Cáceres en marzo de 2016.
Antes de que finalizara la gestión legislativa del período 2010-
2014, los y las diputadas, en un acto de cinismo sin precedentes,
en una sola sesión aprobaron más de 20 leyes, 93 decretos y re-
142
formaron varias leyes16; muchos de los decretos se referían a la
concesión de ríos para la producción de energía, y de territorios
para el turismo y la explotación minera. En esta misma sesión
se aprobó la donación de casi 12 millones de dólares para el ca-
nal y la radio de la Iglesia católica.
En total, de 2010 a 2018 la ENEE, a través del Congreso Na-
cional, ha concesionado 117 ríos para la producción de energía
eléctrica17, aunque el precio de la misma continúa en aumento,
afectando a miles de personas, pero de manera diferenciada a las
mujeres, para quienes el agua es un elemento esencial de su exis-
tencia cotidiana para sostener la vida, la vida de los suyos, de sus
plantas, de sus animales, de todo su entorno.
Otro ejemplo son las concesiones para la explotación minera,
cuyo insumo principal también es el agua, y que desplaza y ex-
pulsa a poblaciones enteras, muchas de ellas en territorios donde
viven pueblos originarios; se estima que hay 302 concesiones mi-
neras en el país18. Si bien las mujeres tienen poca participación en
esta actividad económica, el mayor impacto lo viven precisamen-
te por el desplazamiento de sus territorios mediante la violencia,
así como por los impactos que los químicos utilizados tienen so-
bre la salud de ellas y de sus familias.
La industria agraria es otro fenómeno creciente de desplaza-
miento, despojo, violencia y muerte. El ejemplo paradigmático es
el Bajo Aguán, donde grandes extensiones de tierra han sido aca-
143
paradas para el monocultivo de palma africana, principalmente
por dos familias terratenientes: los Facussé y los Morales. En
ambos casos, aun cuando los pobladores se han organizado para
resistir, la alianza perversa entre gobierno, políticos, operado-
res de justicia y empresa privada ha dejado destierro, cárcel y
muerte. Todo esto ocurre por la fuerza de la ley, pero también a
través de un proceso paulatino de remilitarización de la sociedad
que genera violencia y, en las mujeres, incluso violencia sexual,
no solo de parte de los agentes de seguridad del Estado, sino
también de los empleados de concesionarios, las fuerzas de segu-
ridad privada y los propios compañeros de lucha19.
Con la llegada a la presidencia del abogado Juan Orlando Her-
nández en 2014 se consolidan los procesos de acumulación por
despojo con el impacto, muchas veces invisible, sobre la vida de
las mujeres. En este gobierno, aliado con los líderes de las igle-
sias evangélicas, se da un proceso marcadamente conservador y
fundamentalista religioso que, con las mismas narrativas, pero
mejor articuladas y mediatizadas, se oponen a cualquier cambio
que implique ampliación de derechos.
Asimismo, se consolida el control absoluto del ejecutivo so-
bre los otros poderes del Estado con la creación del Consejo Na-
cional de Defensa y Seguridad (CNDS), presidido por Juan Orlan-
do Hernández, y en el que participan de manera supeditada los
otros poderes del Estado y sus instituciones, como el Ministerio
Público. Al mejor estilo militarista se crean fuerzas de tarea con
la excusa de luchar contra el crimen y para garantizar seguridad
a la población; también se crean nuevas fuerzas policiales y mili-
tares bajo su conducción, desconociendo que la militarización de
la sociedad tiene un impacto directo sobre la seguridad y la vida
144
de las mujeres: se trata de hombres con licencia para oprimir,
violar, torturar y matar.
La estrategia de seguridad impuesta por el régimen ha sido
eficaz como instrumento para generar miedo y terror en la ciuda-
danía; en la capital del país, barrios y colonias fueron cercadas
como «barrios seguros», que no han sido capaces de detener las
matanzas. Desde el golpe de Estado hasta 2018, fueron asesinadas
4,745 mujeres y niñas, y decenas de miles de hombres, la mayoría
jóvenes20. En el caso de las mujeres, ninguna andaba armada al
momento de su muerte y el 90% de los asesinatos se encuentra en
impunidad21.
Lo anterior evidencia que para lo que no ha funcionado esta
estrategia es precisamente para garantizar la seguridad de la po-
blación y, en el caso de las mujeres, para evitar la violencia ma-
chista en su máxima expresión; en otras palabras, la estrategia de
seguridad del Estado solo está sirviendo para despojar la vida. En
ese contexto, el marco jurídico y de políticas públicas para avan-
zar hacia la ciudadanía plena de las mujeres ya no es posible. Y
no es posible, además, porque la independencia de poderes es un
espejismo.
Sin embargo, ante organismos internacionales se aparenta
otra cosa: institucionalidad fuerte y al servicio de la gente. Pese a
ello, desde el inicio de su gestión, los distintos comités de trata-
dos de derechos humanos de las Naciones Unidas le han hecho al
Estado de Honduras más de 500 recomendaciones para que sus
acciones se alineen con los estándares internacionales de derechos
humanos22.
145
Muchas de esas recomendaciones se orientan al derecho a
la vida, a la garantía de derechos de quienes defienden derechos
humanos, al derecho a la salud, a la tierra y a los derechos de
poblaciones específicas como mujeres, jóvenes y personas de la
comunidad LGTBI, entre otras; pero nuevamente se encuentran
frente a un muro fraguado desde las iglesias y con el apoyo de
los medios hegemónicos para regular la vida y el cuerpo de las
mujeres.
El último intento coordinado por las organizaciones de muje-
res para la ampliación de derechos ocurrió durante la discusión
de un nuevo Código Penal, que fue aprobado en enero de 2018,
pero que aún no entra en vigencia. Este intento se orientó a cinco
demandas básicas: (a) suficientes candados en la parte general
del Código para que ningún agresor sexual o femicida tenga me-
didas sustitutivas a la prisión; (b) mantener o mejorar el delito
de femicidio que recién en 2013 se aprobó; (c) mantener o me-
jorar los delitos sexuales reconociendo, además, nuevos delitos;
(d) mantener el delito de discriminación por orientación sexual
e identidad de género; y (e) despenalizar el aborto al menos en
las tres circunstancias reconocidas en los estándares de derechos
humanos.
Nada de lo anterior se logró y, aunque se vendió la idea de que
se trata de un nuevo Código Penal moderno, el único delito que
quedó textualmente igual que hace 35 años fue la penalización ab-
soluta del aborto23.
146
Con las guías de educación sexual engavetadas, la anticon-
cepción de emergencia prohibida y el aborto penalizado, no es
casual que en Honduras, año con año, aumente el número de
adolescentes embarazadas, la mayoría sin desearlo24: más de
194,000 partos en niñas de 10 a 18 años han ocurrido en la
última década25.
En suma, desde 2009, el despojo en todos los ámbitos de la
vida de las mujeres se ha profundizado tanto para las que viven
en el país, como para las que ya no están, sea porque fueron ase-
sinadas, desaparecidas o porque huyeron, como lo hicieron en
las caravanas a finales de 2018 y durante 2019. En cada mujer
de esas caravanas se sintetiza el despojo de sus sueños, de sus
bienes, de sus vidas.
Como lo menciona Ana Ortega,
147
3. un matrimonio con intereses comPartidos o un
matrimonio bien avenido: Patriarcado-caPitalismo
148
zando la producción de trabajadores y trabajadoras29. En general,
la historia de las mujeres está marcada por el despojo, la expro-
piación de sus patrimonios, de sus saberes, de sus derechos y la
encarnizada oposición del derecho a decidir sobre sus cuerpos y
sus vidas.
El sistema de producción capitalista necesita del patriarcado
para mantener la explotación sobre los cuerpos de las mujeres,
quienes en la sociedad garantizan la reproducción de la fuer-
za de trabajo, pero que, además, se convierten en sí mismas en
fuerza de trabajo barata y así contribuyen a asegurar las ganan-
cias del gran capital. El trabajo reproductivo en el patriarcado
capitalista es la forma por excelencia en que la sociedad oprime e
invisibiliza a las mujeres30. El modelo de acumulación y despojo
ataca directamente el cuerpo de las mujeres, ya que la autono-
mía que ellas pudieran alcanzar respecto a su cuerpo es una clara
amenaza al modelo económico que busca apropiarse de su fuerza
de trabajo, de sus capacidades y sabidurías.
Ambos sistemas niegan a las mujeres el acceso, control y po-
sesión de los recursos económicos, invisibilizando y desvalori-
zando el trabajo doméstico, reproductivo, de cuidado y atención
a los seres humanos. El cuerpo de las mujeres se convierte en
otra región de dominación y explotación. Sobre los cuerpos y las
vidas de miles de mujeres, especialmente de países empobreci-
dos, se fortalece el modelo de acumulación del gran capital.
En la medida que el interés por la ganancia y el control social
se encuentren en una relación de mutuo beneficio, el patriarcado
y el capitalismo avanzan en una alianza perversa y solidaria entre
ambos sistemas. El patriarcado proporciona la organización se-
149
xual jerárquica de la sociedad necesaria para el control político, y
en tanto que sistema político, no se puede reducir a su estructura
económica; mientras que el capitalismo como sistema económico
de clase, impulsado por la búsqueda de ganancias, alimenta al
orden patriarcal. Juntos forman la economía política de la socie-
dad31.
La investigadora hondureña Ana Ortega sostiene que «en el
marco del nuevo orden económico global y la profundización del
neoliberalismo, más recursos y esferas de la vida entran al circuito
de la acumulación capitalista, la naturaleza y todo lo que en ella
existe se torna objeto de mercantilización y privatización, para ali-
mentar el afán de lucro que mueve la economía»32.
La fuerza de trabajo de las mujeres entra en ese circuito de
acumulación por desposesión lo que les significa, entre otros
impactos, aumento de cargas de trabajo del cuidado; la imposi-
bilidad de avanzar en la consecución de una relativa autonomía
económica; incremento de enfermedades que les afectan física y
psíquicamente, y sin las posibilidades de atención integral de su
salud; incremento de las tensiones en el núcleo familiar, lo que
muchas veces genera violencias, además de las violencias que su-
fren por el hecho de ser mujeres y que generalmente proviene de
su pareja o expareja afectiva.
31. Ibíd., p. 2.
32. ORTEGA, Ana, «Mujeres indígenas de La Paz contra el despojo del
agua»… op. cit., p. 3.
150
En los últimos años hay un considerable esfuerzo por rescatar
y visibilizar los aportes que las mujeres del campo, de las ciuda-
des, desde diversas tribunas, vienen realizando no solo para sos-
tener la vida, sino también para transformar las condiciones de
opresión y violencias que viven por el hecho de ser mujeres y en la
defensa de los bienes comunes en sus territorios.
Es desde el feminismo que se han destacado y rescatado los
múltiples aportes de las mujeres a las sociedades, a su transfor-
mación y avances. Desde la sabiduría acumulada para sanar, su
trabajo de cuidar, su trabajo gratuito y que ha permitido la repro-
ducción de la masa obrera, sus aportes intelectuales y teóricos
para la construcción de sociedades con igualdad, con justicia, has-
ta su fuerza en las calles para enfrentar al opresor y sus aparatos
militares.
En el año 2014-2015 el CDM realizó el estudio denominado
Mujeres en Resistencia por la Defensa de sus territorios33; en este
se recogen las experiencias de lucha y resistencia de las mujeres
en cuatro comunidades de Honduras34, la manera en que ellas se
integran y participan, las estrategias utilizadas, las motivaciones e
implicaciones que esto tiene en sus vidas, así como la percepción
social que existe respecto a la forma en que las mujeres participan
y su importancia.
En 2015, el CDM realizó el estudio Derechos de las Mujeres y
luchas territoriales, el cual es un análisis descriptivo exploratorio
sobre dos ámbitos de opresión y lucha que necesitan intersectarse
151
mediante el fortalecimiento organizativo de espacios de mujeres y
de lucha ambientalista en municipios del departamento de Santa
Bárbara35. También, en noviembre de 2018, la Coalición contra la
Impunidad realizó una gira de solidaridad con las comunidades
que están defendiendo los ríos San Pedro, Ceibita y Guapinol, en
el municipio de Tocoa, departamento de Colón. Como parte de ese
esfuerzo se elaboró un informe todavía no publicado36.
En todas estas experiencias, rigurosamente documentadas, se
visibiliza el rol protagónico de las mujeres y el fortalecimiento de
su capacidad de análisis, al lograr vincular el despojo de sus bie-
nes comunes con las violencias que viven como mujeres. En estas
experiencias, ellas suelen enfrentar y nombrar las siguientes viola-
ciones a sus derechos humanos:
152
• Criminalización y violencia política, enfrentar procesos
judiciales, persecución permanente y hasta enfrentar ata-
ques directos contra ellas y sus familiares.
• Vulneración de los derechos a la tierra, al agua y a la pro-
piedad.
• Violación del derecho a la participación política y ciudada-
na, violentando su derecho a la libre expresión, a decidir
sobre el destino de su comunidad, a organizarse.
• Violación del derecho a una salud integral y el acceso a la
misma.
• Violencia y hostigamiento sexual, descalificación como mu-
jeres.
• Violación del derecho a una vida libre de violencias.
• Violación del derecho a decidir libre, informada y respon-
sablemente sobre sus cuerpos y sus vidas.
153
esposa. La mayoría trabajaba en el hogar, teniendo bajo su cargo
y responsabilidad el cuidado de la familia, haciendo los «oficios
domésticos», cuidando de los animales, de los huertos o de los
pequeños negocios familiares, como pulperías y otros. Varias re-
conocen el terror en que viven ahora por la presencia de militares
y personas armadas en sus comunidades. Una de las mujeres
entrevistadas de la comunidad de Guapinol narró que:
154
Son las mujeres las que muchas veces sufrimos los mayores im-
pactos. El hombre va a trabajar y la mujer hace el trabajo de casa,
traer leña, buscar de dónde obtener el agua, dónde lavar ropa, y
mientras tanto los hombres están jugando billar o a la pelota. Las
mujeres tienen una carga más fuerte cuando el agua falta, son las
primeras en sufrir sus consecuencias, ya que tienen que ir a bus-
carla a veces bien lejos, y van caminando cargadas de ropa o de
trastes para lavar. Además de que, por este mismo contacto con
el agua, existen más mujeres contaminadas que hombres. Otra
consecuencia directa sobre las mujeres es que, si nuestros hijos
o esposos se enferman, somos nosotras las que les cuidamos39.
«No por ser mujeres no les vamos a hacer nada», «Perras váyanse
de aquí», «Vagas, prostitutas», «Busquen que hacer», «Andan bus-
cando marido», «Viejas», «Váyanse a la cocina», «Les vamos a que-
mar la casa», «Vas a aparecer asesinada como Berta Cáceres»41.
155
El modelo capitalista, neoliberal y extractivista supone una
invasión cultural allá donde se implanta, obligando a las poblacio-
nes a modificar sus pautas culturales. Se destruyen las prácticas
culturales ancestrales de los pueblos, sus modos de vida tradiciona-
les y sus formas de subsistencia a través de una invasión ideológi-
ca occidental, capitalista, que solo busca mantener el poder econó-
mico de un grupo reducido de personas mediante la opresión de
los cuerpos de las mujeres y los hombres a quienes se consideran
diferentes42.
En este sentido, Lorena Cabnal afirma que «el actual sistema
extractivista neoliberal, en su visión de desarrollo occidental, pre-
tende “mejorar la vida de los pueblos” con estrategias de partici-
pación e involucramiento de las comunidades en el trabajo extrac-
tivista para mejorar su condición de pobreza», que en realidad se
traduce en una forma de esclavitud y empobrecimiento43.
El modelo de desarrollo que se pretende vender tiene compo-
nentes claramente patriarcales, neoliberales y militaristas. Pre-
tende dejar una «escritura en el cuerpo», una cicatriz social como
signo para la dominación. El régimen de producción de la ma-
quila y su impacto en la salud de las trabajadoras constituye una
«pedagogía de la crueldad» que se da sobre el cuerpo de las mu-
jeres y constituye una dimensión expresiva, un mensaje hacia la
población en general que enmarca dichas violencias en tramas
sociales, simbólicas y culturales que le otorgan legitimidad y, al
mismo tiempo, se sustenta en una impunidad institucional alar-
mante.
156
Esos son los efectos de un modelo económico caníbal que, con
el beneplácito del aparato estatal, hunde su voracidad hasta ex-
propiar el fruto de una fuerza de trabajo explotada hasta límites
impensables. Es un modelo de despojo que está dejando como
saldo una masa de mujeres jóvenes trabajadoras enfermas que,
en pocos años, quedan «fuera» del mercado de trabajo por sus
problemas de salud.
Sin embargo, incluso en esas condiciones, las mujeres tra-
bajadoras impulsan acciones para fortalecer sus liderazgos y su
organización. En un encuentro con más de 80 trabajadoras de di-
ferentes maquilas en el valle de Sula, ellas reconocían la necesi-
dad de luchar por sus derechos de manera colectiva. Una de ellas
expresaba:
157
gica de acumulación, y en matrimonio perfecto con el patriarcado,
resulta aún más difícil pensar en desafíos institucionales.
Pero, más allá de lo anterior, hay situaciones que deben re-
solverse. Una de estas es el golpe de Estado que sigue sin ser so-
lucionado y cuya única salida, desde una perspectiva democráti-
ca, es a través de una asamblea nacional constituyente, originaria
y transparente para elaborar una nueva constitución y sus leyes
secundarias, también de manera transparente y participativa. La
educación sexual y el acceso a anticonceptivos deben ser parte del
cuerpo legal del país, lo mismo que una ley que prevenga, atienda,
sancione y resarza a las mujeres sobrevivientes de todas las for-
mas de violencias.
Debe debatirse y construirse, de manera interseccional, un
pacto social que responda a las necesidades y aspiraciones del
pueblo, especialmente del que ha sufrido despojos materiales y
simbólicos. Lo anterior implica otro modelo de organización eco-
nómica que no conlleve la dilapidación de los recursos que sostie-
nen la vida.
Hace falta que la sociedad en su conjunto, y las mujeres en
particular, puedan hacer reflexión y propuesta de la noción de
democracia en la que hemos vivido y de cuánto este sistema res-
ponde a sus necesidades y demandas.
Las mismas organizaciones de mujeres deben plantearse, en
alianza y organizadas, y reconociendo las distintas expresiones,
una hoja de ruta para que, a través de aproximaciones sucesivas,
más mujeres, mediante la organización y formación, sean capa-
ces de rebelarse y transgredir este sistema. Mientras eso sucede y
se trabaja en consonancia, la alegría y la esperanza debe ser una
constante en todas.
158
V
1. introducción
159
presas europeas, árabes y chinas— destinan las tierras a la pro-
ducción de plantas que proporcionen biocombustibles o alimentos
para los países árabes petroleros.
Hay numerosos daños colaterales asociados a este acapara-
miento, que no solo implican la conculcación de derechos so-
bre la tierra y reducción de la propiedad común. Entre otros
muchos, está el desempleo (por la vía directa de la pérdida de
tierras o la indirecta de la mecanización de los nuevos cultivos),
la precariedad de la seguridad alimentaria, la falta de agua o la
pérdida de su calidad, la contaminación y el incremento de po-
blación encarcelada2. Todos estos factores forman un entramado
que genera expulsiones y violencia. Y son consecuencia de una
dinámica de expansión del capital por la vía extensiva e intensiva.
El sociólogo William Robinson sostiene que la fase actual de
la expansión capitalista se caracteriza por ser intensiva (pro-
fundiza la mercantilización) y no extensiva (coloniza nuevos te-
rritorios). El acaparamiento que produce desalojos tiene a veces
un carácter de extensivo y a veces un carácter intensivo. En el
primer caso, extiende los dominios del capital, en el segundo los
profundiza, al convertir en mercancía un bien que no lo era.
La nueva etapa de expansión capitalista es más intensiva: inva-
de y mercantiliza todas las esferas públicas y privadas que habían
permanecido fuera de su alcance, en un proceso facilitado por la
tercera ola de desarrollo tecnológico —comunicaciones, informá-
tica, computarización, etc.—, que al mismo tiempo requieren y
hacen posibles economías de escala que sean realmente globales y
una más generalizada mercantilización de la economía mundial3.
Ejemplos de esa intensificación es la privatización/mercantiliza-
ción de la seguridad ciudadana, la mercantilización de la tierra y
160
la inserción internacional de la economía campesina en desmedro
de la producción de granos básicos.
En Honduras, es probable que los acaparamientos compro-
bables de mayor magnitud sean los que tienen como finalidad la
expansión de la superficie dedicada a la ganadería, la caña de azú-
car y al cultivo de la palma africana y, en menor medida —aunque
quizás con similar impacto medido en desplazamientos poblacio-
nales—, la que requieren las inversiones mineras y los proyectos
hidroeléctricos.
Un indicio de la magnitud del acaparamiento es perceptible
en el hecho de que entre 1990 y 2010 la superficie del territorio
hondureño dedicado al cultivo de caña de azúcar y palma africana
pasó de 65,342 a 175,947 hectáreas; es decir, un crecimiento de
169.3% en 20 años, que deja atrás al 147.5% de Guatemala y muy
atrás al 97.5% de El Salvador y al 37% de Nicaragua4.
Otro indicio de acaparamiento de tierras en la actual etapa de
acumulación capitalista se expresa en la concesión del 35% del te-
rritorio nacional para proyectos mineros. Hasta 2015, el Instituto
Hondureño de Geología y Minas (Inhgeomin) extendió 950 títulos
para proyecto mineros5. Los vínculos entre estos acaparamientos
y el desplazamiento poblacional requieren un mayor estudio. La
bisagra que une estas dos dinámicas —acaparar y desplazar— es
161
el despojo o desalojo6. Por eso este capítulo, que forma parte de
una investigación más amplia en curso, se centra en recoger, desde
el punto de vista de las comunidades, experiencias de despojo,
cuya tipificación puede ayudar a evidenciar el nexo entre acapa-
ramiento y movilidad poblacional forzosa.
Pero el desalojo solo presenta de manera incompleta lo que
ocurre en algunas comunidades. A fin de evitar ese sesgo derro-
tista y partiendo de que el freno a los desalojos solo puede prove-
nir —si bien con el concurso de otros actores— de las fuerzas que
hay en las comunidades afectadas, se ha documentado las estra-
tegias de resistencia comunitarias y sus recursos para resistir y
revertir la situación de desalojo. En estas experiencias se descu-
brirá, por ejemplo, que hay otras modalidades de acaparamiento
—que no aparecen en los estudios más conocidos del tema7— y
que la resistencia puede tener recursos capaces de neutralizar el
desalojo.
El análisis se basa en la información recogida en el trabajo
de campo realizado en ocho comunidades entre los meses de fe-
brero y mayo de 2018. La metodología consistió en entrevistas
semiestructuradas. Un total de 21 personas fueron objeto de las
entrevistas, dando por resultado 25 horas de grabación. Se procu-
ró entrevistar a personas con un perfil variado: habitantes de las
comunidades, líderes comunales, miembros de las fuerzas vivas,
líderes religiosos y funcionarios de organizaciones no guberna-
mentales (ONG).
Los criterios generales para identificar al sujeto de estudio
fueron los siguientes: comunidades con casos y experiencias ac-
tuales o pasadas de desplazamiento; comunidades con presen-
162
cia de actores que provocan violencias, desplazamiento forzado,
criminalidad, etc.; comunidades afectadas por altos índices de
pobreza y pobreza extrema; zonas y sujetos de estudio ubicados
en corredores y rutas del narcotráfico; presencia de proyectos
extractivistas o territorios de interés por sus riquezas naturales.
Aunque la comunidad es la unidad de análisis, no se construyó
una tipología de comunidades, sino una tipología de situaciones
de despojo y estrategias que se han utilizado en esas comunida-
des con riesgo de desplazamiento y que, potencialmente, provo-
can desplazamiento.
Con esos criterios, las comunidades donde se realizó el trabajo
de campo fueron las siguientes:
163
c) La colonia Cerrito Lindo, ubicada en el sector Rivera Her-
nández, entre las ciudades de San Pedro Sula y La Lima, en
el departamento de Cortés. Este sector está compuesto por
más de sesenta colonias y barrios, que figuran entre los que
presentan niveles más altos de violencia en Honduras. Como
consecuencia de esos niveles de violencia, hay desplazamiento
forzado. La población aproximada en 2016 era de 90 mil habi-
tantes. En todo el sector hay centros educativos, pocos centros
de atención de salud y postas policiales. Los servicios básicos
son escasos; cuenta con servicio de energía eléctrica, pero la
provisión de agua está racionada por horas. La colonia Cerrito
Lindo presenta las características del resto de colonias y ba-
rrios que conforman el sector Rivera Hernández.
164
La caracterización se ha hecho por orden de la escala del des-
alojo, tomando en cuenta los eventos en las comunidades selec-
cionadas. Esas dimensiones de la afectación pueden no aplicar a
otras experiencias del mismo tipo de desalojo, que pueden tener
un área de incidencia mayor o menor. Sin embargo, el ordena-
miento de mayor a menor escala se propone a manera de hipó-
tesis: quizás este orden también refleje la extensión de cada tipo
de desalojo a nivel nacional. Los tipos son nombrados de forma
genérica para que sean categorías susceptibles de abarcar otras
experiencias similares.
La tipología muestra las diferencias y semejanzas en los recur-
sos y las estrategias empleadas por los agentes del desalojo, así
como las condiciones —sobre todo jurídicas— de las comunida-
des. Estos tres factores son los que marcan la posibilidad de dis-
tinguir entre un tipo de desalojo y otro. Como se verá, los recursos
están ligados a los ámbitos jurídicos y coercitivos del Estado y a
diversas formas de violencia que a veces disputan y a veces convi-
ven en simbiosis lucrativa con la soberanía estatal.
165
Sus pretensiones de obtener un derecho sobre los terrenos
se basan en la ocupación. Es probable, y es algo a confirmar, que
su estrategia se apoye en edictos municipales y otros instrumen-
tos legislativos donde sigan vigentes los reconocimientos al de-
recho de ocupación y «descombro» que otorgaba el usufructo y,
ulteriormente, la posesión del área virgen o baldía que un cam-
pesino podía dejar en condiciones de pasar a uso agropecuario.
Según el relato de las personas entrevistadas, se deduce que
a esa primera etapa le sigue una segunda que tiene carácter de
expansión capitalista intensiva; es decir, que implica que, tras la
conversión de propiedad comunal a pequeña explotación agrope-
cuaria, hay una nueva transformación a propiedad inserta en los
mercados globales.
La concesión de títulos, que inicialmente inhibe la enajenación,
es una primera fase. Esos títulos, a veces concedidos dentro de
una reserva —y por tanto en colisión con la legislación destinada a
administrar y proteger los recursos naturales— son posteriormen-
te canjeables en el mercado, aunque la legislación les otorgue un
reconocimiento cuestionable, propiciando un prolongado litigio
al que los pequeños propietarios no pueden hacer frente con sus
limitados recursos financieros, conocimiento de las leyes y acceso
a conexiones políticas.
Por diversas rutas, el resultado suele ser el mismo: la con-
cesión de derechos y/o títulos dentro de una reserva prepara el
camino para que las tierras de vocación forestal, que tenían un
estatus que vedaba su enajenación, puedan ser mercantilizadas.
Otra fase, no siempre presente, es la legalización de un área o
comunidad (Miami) para marcar el contraste con otra área que
permanece ilegalizada, y para que sus habitantes sean considera-
dos como invasores (Barra Vieja).
Posteriormente viene una etapa de concentración de la tierra.
A veces, como ocurre con el gran proyecto de Indura Beach and
Golf Resort, se queman etapas y existe una concentración directa
que prescinde de la acción de los pioneros. En esos casos, la pre-
sencia de una inversión plenamente inserta en el mercado global
166
actúa como un incentivo y presión para acelerar el proceso de
extensión intensiva. Lo hace por diversas vías: porque la eleva-
ción de los precios de la tierra incentiva su venta (a veces en for-
ma de cesión semilegal de los derechos), porque la alteración de
las condiciones ecológicas del entorno destruye la continuidad de
ciertas formas materiales de vida y culturas que están ligadas a la
tierra y porque la introducción de nuevos cultivos (como la palma
africana) y de la economía monetizada en general son presiones
socioeconómicas que operan como coacciones para insertarse en
el mercado, donde la tierra es ante todo una mercancía.
Pero lo que más estimula el despojo, a veces por venta al goteo
a empresas y particulares, son las embestidas militares de des-
alojo, las amenazas de quemarles los hogares y la posibilidad de
perder los derechos sobre la tierra y el acceso a las fuentes de
vida material. Como relatan pobladores de la comunidad de Barra
Vieja:
167
integraba 700 familias campesinas organizadas en 45 empresas
campesinas, asentadas en las tierras que ocupó el Centro Regio-
nal de Entrenamiento Militar (CREM), un terreno estatal de 5,724
hectáreas en el Bajo Aguán, que la Procuraduría General de la
República traspasó al Instituto Nacional Agrario (INA) para su adju-
dicación en el marco de la reforma agraria.
En este caso el movimiento campesino se enfrenta a un gru-
po de terratenientes afiliados a la Federación Nacional de Agri-
cultores y Ganaderos de Honduras (FENAGH). El conflicto tiene los
mismos elementos: tierra originalmente de propiedad estatal en
un dudoso estatus legal, débil institucionalidad de las entidades
estatales para resistir los embates de los poderosos, pretensiones
de expansión extensiva (más tierras) e intensiva (destinadas a la
inserción en los mercados globales, en ese caso, de lácteos y car-
ne), ocupación de pequeños propietarios que reclaman un legítimo
derecho e imposición de los arreglos a que llega el gran capital con
las altas esferas gubernamentales9.
Otro caso que corresponde en parte a este mismo tipo es el
del proyecto hidroeléctrico Agua Zarca, promovido por Desarro-
llos Energéticos S.A. (DESA). Según los datos del Consejo Cívico
de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH),
la concesión es de 50 años sobre el río Gualcarque; actualmente
está parado por la presión de los lencas y porque las principales
fuentes de financiamiento internacional se retiraron del proyecto.
168
Los socios financieros eran los bancos europeos FMO y FinnFund,
y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE).
Según el informe del Grupo Asesor Internacional de Personas
Expertas (GAIPE), la estrategia implementada por DESA para cons-
truir el Proyecto Agua Zarca tuvo tres componentes: la alianza con
las fuerzas de seguridad del Estado, la estrategia para controlar,
neutralizar y atacar a Berta Isabel Cáceres Flores, y la incidencia
para propiciar la impunidad de personas afines a DESA10.
Pero la estrategia no funcionó ante la tenacidad de los indíge-
nas lencas, ni pudo con las profundas convicciones de Berta Cá-
ceres; finalmente, la desesperación por ejecutar el proyecto llevó a
los operadores de la empresa a la liquidación física de Berta. En
2019, la Unidad Fiscal Especial Contra la Impunidad de la Co-
rrupción (Ufecic) emitió un requerimiento fiscal contra funciona-
rios por delitos contra la administración pública en los procesos
de otorgamiento de los contratos para dicho proyecto hidroeléc-
trico11.
Otro caso de la misma categoría es el desalojo gradual de las
comunidades garífunas situadas a lo largo de la Bahía de Truji-
llo. El ciudadano canadiense Patrick Daniel Forseth, gerente ge-
neral y representante legal de la corporación CARIVIDA S. de R.L.
(fachada de Randy Jorgensen, CEO de Life Vision Developments),
adquirió unos terrenos de forma mal habida que el Estado había
reconocido a las comunidades garífunas en 1998. Al amparo del
169
descalabro que significó el golpe de Estado de 2009, Life Vision
Developments se convirtió en el principal promotor inmobiliario
de Trujillo. Posee más de 600 hectáreas frente al océano, donde
construye viviendas destinadas al turismo.
De nuevo encontramos, con algunas variantes, los mismos
elementos: el Estado concede un estatus legal que posibilita la ena-
jenación, el gran capital emprende una expansión intensiva (con-
versión de las tierras en una mercancía turística), la legislación
favorece al gran capital y los derechos de los pueblos que habita-
ban la zona son cuestionados12.
Y un cuarto caso, con la misma dinámica, es la concesión otor-
gada a Inversiones Los Pinares en el municipio de Tocoa, departa-
mento de Colón. Sus propietarios son Lenir Pérez y Ana Facussé.
El Inhgeomin entregó seis concesiones en el municipio de Tocoa,
que suman 3,500 hectáreas para explotación minera a cielo abier-
to, buena parte ubicada en el perímetro del Parque Nacional Car-
los Escaleras Mejía.
El Congreso Nacional concedió a este parque la categoría de
área protegida, mediante un decreto; es decir, que se prohíbe reali-
zar actividades mineras y todo tipo de construcciones. Pero, poste-
riormente, el Congreso reformó el decreto, argumentando la nece-
sidad de ampliar la zona de amortiguamiento; finalmente, la refor-
ma tuvo como resultado la reducción de la zona núcleo del parque
en 217.34 hectáreas en las que, curiosamente, están ubicadas dos
concesiones mineras de Inversiones Los Pinares.
Ante la amenaza de los proyectos mineros, las comunidades
solicitaron repetidamente a la Corporación Municipal un cabildo
abierto para declarar al municipio libre de minería, sin embargo,
se les ha negado. Las comunidades han seguido defendiendo su
territorio, mientras que el clima de criminalización y violencia ha
provocado el desplazamiento de varias familias, y los funcionarios
170
del Estado han emitido órdenes de captura contra 32 defensores
del medio ambiente13.
El hecho de que en Barra Vieja la comunidad haya quedado
subsumida dentro de un área protegida solo complejiza el itine-
rario, pero no neutraliza la posibilidad de conculcación por parte
del gran capital. El cambio de estatus legal —como ocurrió en la
bahía de Trujillo— puede incluso ser un mecanismo para allanar
el camino hacia las inversiones del gran capital, habida cuenta
de que la condición de reserva no impide la instauración de un
macro proyecto turístico, que de hecho ejerce todas las presiones
mencionadas.
La dinámica de expansión intensiva a veces puede revestir la
apariencia de un automatismo sistémico, como se trasluce en las
declaraciones de algunos funcionarios estatales —que supuesta-
mente no logran identificar los intereses aviesos—, pero que en
realidad encubre el accionar planificado y dirigido por intereses
de grandes inversores. Es cierto que el gran capital puede ser aje-
no a los movimientos de los pioneros, y a veces entrar en abier-
ta confrontación con esos intereses, pero tiene la capacidad de
cooptarlos, como se puede comprobar en lo que ocurre en zonas
de frontera agrícola. Un ejemplo de ello lo narra con claridad un
funcionario de la Fundación PROLANSATE, en relación con el Parque
Nacional Jeannette Kawas, donde está situada la comunidad de
Barra Vieja:
171
[…] desde el 2014 tenemos 25 hectáreas sembradas de palma,
primero la denuncia es porque habían cancelado un canal, cerra-
ron el canal para que se secara esa zona y meterse, luego anilla-
ron como 3000 árboles de sauce una especie que es sagrada, ya
tiene 4 años y la palma ya está empezando a cosechar y va hacer
un poquito más difícil y arriesgado porque la gente ya tiene una
inversión, si le va a cortar una palma no va a venir contra el Es-
tado de Honduras va a venir contra usted y esos son los desafíos
que tenemos14.
172
las olas del mar y los vientos que vienen del norte. No creímos
que el gobierno y sus aliados o empresas impuestas como decir
Bahía de Tela, Indura, pudiesen ellos llegar a nosotros con fusiles
de asaltos encapuchados —y llegarnos a horas pico de la maña-
na amaneciendo y pico de la tarde— para venir a despojarnos
de nuestra tierra, a sacarnos de nuestras casas sin respetar los
mayores adultos, niños pequeños y jóvenes. Llegaron a nuestras
casas a sacar nuestras cosas afuera: nuestros utensilios de co-
cina, nuestras camas donde descansamos. Nos maltrataron el
alimento del día porque esos días fueron nefastos y duros. No
habíamos sufrido tal situación. Aguantamos hambre por todo ese
largo período del cual fuimos sujetos sometidos. Y nos llevaron
por delante arriados como si fuéramos un lote de ganado. Nos
sacaron de la comunidad y nos dijeron que éramos unos inva-
sores de oficio de nuestra misma comunidad. Me sentí bastante
golpeado como nativo, como habitante17.
173
nal seco que es la unificación o el canal que serviría de llegada
o salida al proyecto Bahía de Tela por Laguna de los Micos. En
ese tiempo se dio una situación en la cual tuvimos que llegar con
ellos a presentarles el documento jurídico donde el Estado nos
había dado credibilidad y un reconocimiento como comunidad
y mostramos nuestras colindancias. La personería jurídica dice
que tenemos colindancias con el proyecto Bahía de Tela, Laguna
de los Micos, Mar Caribe y comunidad garífuna en Miami, sien-
do nosotros facultados con las 42.43 manzanas de tierra. Al ver
todas estas cosas nos sentimos preocupados. Se nos avisó por
medio de la misma comunidad que venía la orden de desalojo
y que los militares ya estaban en la entrada de nuestra comuni-
dad. Cuando nosotros llegamos a ver si era realidad las cosas,
las patrullas, los convoyes militares y los militares encapucha-
dos con armas y con escudos llegaron. Me acuerdo perfectamen-
te que el juez ejecutor, un joven de apenas 30 a 35 años, según
le calculo, un juez ejecutor que venía a hacer la práctica con
nosotros, nos leyó un documento18.
18. Ibídem.
174
al megaproyecto turístico Los Micos Beach and Golf Resort, hoy
definitivamente rebautizado como Indura Beach and Golf Resort,
propiedad de la sociedad mercantil Desarrollo Turístico Bahía de
Tela S.A. de C.V.19.
175
estrategia, a quienes probablemente hace partícipes de su lucro: la
alcaldía, un pastor evangélico, la policía y quizás elementos de la
Empresa Nacional de Energía Eléctrica.
La actitud de los líderes locales, sea de rechazo, de sometimi-
ento forzoso o de complicidad, es determinante para que el espe-
culador logre su objetivo. Por eso corroe desde el interior el tejido
comunitario, al fomentar el enfrentamiento entre los grupos que,
con sus actividades, dividió a la comunidad: los que se someten
por amedrentamiento o complicidad proactiva, y los que se rebe-
lan porque desenmascaran los propósitos de despojo.
Dado que el sometimiento no es absoluto y conforme avanza
el tiempo presenta más fragilidad, el abogado/despojador necesi-
ta crear una fuerza paramilitar que controla el acceso al terreno
en litigio y reprime, e incluso asesina, a quienes cuestionan su au-
toridad. No queda clara la dimensión numérica de esta fuerza ni
la naturaleza de su composición; es decir, si la integran habitan-
tes del precario, agentes externos o se trata de una fuerza mixta.
Lo que queda claro de los testimonios es que ejerce un control
del espacio público y del acceso al inmueble privado.
El abogado practica simultáneamente la extorsión y el desalo-
jo. La primera es un fin en sí misma y un medio para empujar
hacia el desalojo. El desalojo es el fin primordial y suele justifi-
carse por el impago de cuotas, por no haber construido en el lote
asignado, o cualquier otra razón que el abogado aduce con base
en reglas flotantes y modificadas a su gusto, y que probablemente
hace pasar como reglas de hierro que él conoce por su formación
y práctica jurídica. El desalojo se consuma cuando los habitantes
aceptan que no cumplieron con esas reglas y/o por la adjudicación
del inmueble a otro precarista, o por abandono ante el temor a
represalias.
A veces hay un desalojo forzoso que incluye el desmantela-
miento de una vivienda. Esta situación produce una especie de
ciclo con varias oleadas de precaristas, y a veces hay dos y tres
pretendientes de un mismo terreno. De las entrevistas no queda
claro si el abogado induce estas oleadas mediante un marke-
176
ting entre potenciales ocupantes del terreno en litigio, o si sim-
plemente acepta nuevas aplicaciones a la ocupación y aprovecha
su posición como enlace entre la burocracia estatal y los preca-
ristas para castigar a sus adversarios y morosos, y adjudicar el
terreno a especuladores, como los 50 individuos de grandes re-
cursos que, según algunos habitantes, tienen negociados —pero
no ocupados— hasta dos y tres solares en la colonia. Por tanto,
hay extorsión y despojo con apropiación para adjudicar a otros.
En la Colonia Alemania, según declaraciones de una lideresa
entrevistada, 66 familias han sido desalojadas a la fuerza, la ma-
yoría siguiendo un mismo esquema20:
177
solar, y de uno de los líderes del patronato; pero no lo consiguió
con la líder actual del patronato, que desenmascaró su estrate-
gia y buscó apoyo externo. Su estrategia dispone de un recurso
adicional, que podríamos llamar sistémico-cultural: el machismo
por medio del cual se descalifica a las líderes mujeres que asumie-
ron la dirección del patronato tras la neutralización manifiesta de
anteriores líderes, la mayoría hombres que fueron amedrentados
o sobornados, o que eran inoperantes, pero que posteriormente
aprovechan su ascendiente en la comunidad para socavar el lide-
razgo femenino que sí está produciendo resultados palpables.
178
veces en los mismos territorios hay pequeñas bandas que ejecu-
tan despojos en toda regla, con información y afán de lucro:
179
A diferencia de los otros dos tipos de despojadores, su coexis-
tencia con la comunidad es posible, pero en extremo complicada
y riesgosa. Es una coexistencia posible porque, de hecho, los ele-
mentos desplazadores brotan las más de las veces de la misma
comunidad, en lugar de venir de fuera, para ejercer su actividad
de extorsión y concomitante desalojo. Los grandes inversores y
el abogado son elementos externos. Los miembros de las maras
generalmente nacieron y crecieron en las comunidades que con-
trolan y extorsionan.
180
deben ocuparse del tema y porque es una vía que las comuni-
dades suelen agotar en primera instancia, y así deben hacerlo.
Suele ser un procedimiento propio de una primera fase de
acciones y, desafortunadamente, también el caldo de cultivo
donde prosperan los intermediarios —con frecuencia, pero no
siempre, abogados— coludidos con la nobleza de toga. Es una
fase que se aplicó de forma preventiva en el tercer tipo, el del
extorsionista/desplazador de pequeña escala: los habitantes de
la colonia Cerrito Lindo no solo acudieron a la policía cuan-
do experimentaron violencia —aunque con nula o negligente
respuesta—, sino que también coordinaron actividades con la
municipalidad y la policía.
En los casos de despojo de gran y mediana escala, esta
apelación pone en evidencia la inoperancia de las institucio-
nes, sus traslapes y cortocircuitos de funciones, los vacíos le-
gales, el poder del gran capital, las asimetrías en el acceso a
la información pública y al conocimiento de cómo operan las
instituciones estatales, las oportunidades para los intermedia-
rios carentes de escrúpulos y la venalidad de los funcionarios
estatales.
En los tres tipos estudiados y en otras experiencias se com-
prueba que esta apelación, sin las acciones que a continuación
se describen, puede ser estéril y causa de conflictos y de gastos
que lindan el extremo de las posibilidades financieras de las
comunidades.
181
mano. Ese poder puede apostar a que la prolongación del con-
flicto generará un desgaste financiero que las comunidades no
podrán soportar por mucho tiempo. Sin embargo, si la comu-
nidad no ha sido desalojada, cada día de permanencia es un
triunfo para su causa y sus objetivos. Como no todas las comu-
nidades están preparadas para asumir los costos financieros,
la siguiente acción es imprescindible para que la comunidad
corone con éxito su lucha legal.
182
minuir este riesgo es imprescindible —aunque no suficiente—
el siguiente paso.
183
posición al Santísimo donde las comunidades se organizaban
para poder cumplir»24, una serie de actos que no solo tienen
valor simbólico, sino que construyen comunidad y redes de
solidaridad, refuerzan el sentimiento de que no están solos y
son un espacio de entrenamiento para la organización.
184
ellos digan que no me asusto». Y por ahí me pasaba en medio de
los güirros25.
Ese careo y/o muestra de coraje puede ser efectivo con los
miembros de las maras, aunque también es altamente arriesgado,
porque estos a menudo nacieron y crecieron en la comunidad. Es
el beneficio de que las relaciones no sean enteramente impersona-
les en contextos urbanos y suburbanos.
185
Cuando una de las informantes señala que hacen «bochin-
ches», hay que tener presente que los «alborotos» y «tumultos»
no son datos despreciables. Una lideresa de la Colonia Alema-
nia declaró que «ahora tienen miedo porque en aquel enton-
ces lo que hacíamos es que armábamos bochinches. La última
vez recuerdo que me tocó subirme en la espalda (del abogado)
porque él iba con un leño donde la compañera. Cuando miro
aquella acción, me le subo y lo jalo»27. Hubo otras acciones de
ese tipo en ese enfrentamiento de los pobladores con los hom-
bres armados al servicio del abogado despojador.
186
se gana a terceros actores, que son ajenos al conflicto, como
ocurrió en Barra Vieja:
4. conclusiones y recomendaciones
187
Colonia Alemania consideraban que habían hecho una «recupe-
ración».
El derecho que los asiste es el derecho de ocupación unido, en
el caso de Barra Vieja, a los derechos de los pueblos originarios.
Por eso un habitante de Barra Vieja observa que la tradición fami-
liar lo obliga
Este tipo rompe con una noción del derecho. Lo que se quie-
re enfatizar con esta forma de plantear el problema es que aquí
no solo se trata de que un problema burocrático-jurídico (donde
los vacíos legales son muy importantes y donde finalmente todo
parece reducirse a un problema con soluciones técnicas que
culminan en el fortalecimiento del Estado, porque el problema
es su debilidad, insuficiencia, negligencia, etc.), sino también de
un problema político-jurídico, donde los factores económicos y
las dinámicas expansionistas del capital tienen un enorme peso.
El primer conjunto de problemas supone soluciones técni-
cas para superar los vacíos legales y las debilidades instituciona-
les. Pero son los problemas político-jurídicos, que se auxilian en
los problemas burocráticos, pero que tienen en este contexto una
188
preeminencia sobre ellos, los que ahora están produciendo una
situación altamente conflictiva.
El primer tipo de desalojo obedece a una variante de la acu-
mulación primaria, aquella que David Harvey llama «acumula-
ción por desposesión»34, retomando un viejo hallazgo de Rosa
Luxemburgo, que hizo notar que la acumulación de grandes ca-
pitales, mediante procesos de despojo, no solamente ocurre en
las primeras etapas del desarrollo capitalista. En Barra Vieja,
ese despojo se cruza con otras dinámicas: el turismo y el acapa-
ramiento para destinar tierras a cultivos que proporcionen com-
bustibles no fósiles, y de ahí el cultivo de la palma africana que
seca los humedales y transforma el entorno.
El segundo tipo de despojo está relacionado con la expansión
demográfica y la urbanización acelerada, que a su vez es en parte
consecuencia de los desalojos en las zonas rurales, además del
crecimiento vegetativo. Ambos producen un problema de vivien-
da, que en el caso de la Colonia Alemania fue explotado por un
extorsionador/despojador de mediano tamaño.
El tercer tipo es producido por pequeñas bandas y por ma-
ras, que son agentes muy diversos y no siempre tienen la inten-
ción de despojar, sino de controlar el territorio donde operan y de-
sarrollan un comercio menor de drogas y quizás un tráfico mayor.
A juzgar por las declaraciones de las víctimas de los tres
tipos de despojo, las actividades de los agentes del despojo han
sido incentivadas por cambios en el entorno político, como la
pérdida de legitimidad que afectó a las instituciones estatales
tras el golpe de Estado de 2009.
Esto es así porque el impasse del Estado dejó agujeros negros
en las reglas del juego, y porque los despojos están relacionados
con otras actividades que prosperan en el caldo de cultivo de la
34. Para profundizar en este término, ver HARVEY, David, El nuevo «im-
perialismo»: acumulación por desposesión, CLACSO, Buenos Aires, 2005.
Recuperado de http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20130702120830/
harvey.pdf
189
debilidad y corrupción estatal, como el contrabando (Barra Vie-
ja), el pequeño comercio de drogas (Parroquia San Ignacio, colo-
nia Cerrito Lindo) y el tráfico de influencias (Colonia Alemania).
Las recomendaciones están orientadas a profundizar en las
tipologías y esclarecer importantes áreas oscuras o difusas de
las dinámicas descritas:
190
zar en los derechos de propiedad individual y comunitaria y
sus límites, identificar vacíos jurídicos o las contradicciones
en leyes que facilitan el desplazamiento, así como conocer las
nuevas leyes aprobadas o viejas leyes aplicadas, que priori-
zan unos derechos sobre otros. De igual forma se recomienda
estudiar el marco institucional en que operan los sectores
vinculados en acciones de despojo.
191
reseñas curriculares
marvin barahona
Licenciado en Historia por la Universidad Católica de Lovai-
na, Bélgica, y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Cató-
lica de Nijmegen, Holanda. Es autor de varias obras, entre las que
destacan, Evolución histórica de la identidad nacional, Teguci-
galpa, Guaymuras, 1991 y Honduras en el siglo XX. Una síntesis
histórica, Tegucigalpa, Guaymuras, 2004, entre otras de conteni-
do histórico y social. Actualmente es investigador del Equipo de
Reflexión, Investigación y Comunicación de la Compañía de Jesús
en Honduras (ERIC-SJ) y coeditor de la revista Envío-Honduras, en
la misma institución.
193
ana ortega
Hondureña. Investigadora y consultora en temas socioeco-
nómicos y políticos, sobre todo con perspectiva de género y de
derechos humanos. Graduada en Economía por la Universidad
Nacional Autónoma de Honduras, magíster en Estudios Sociales
y Políticos Latinoamericanos por la Universidad Jesuita Alberto
Hurtado de Santiago de Chile; magíster en Migraciones, Conflicto
y Cohesión Social en la Sociedad Global y doctora en Estudios
Internacionales e Interculturales por la Universidad Jesuita de
Deusto, Bilbao. Presidenta, durante el periodo 2014-2017, de la
Junta Directiva del Comité por la Libertad de Expresión (C-Libre).
gilda rivera
Hondureña, feminista. Graduada en Psicología por la Universi-
dad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Parte del equipo del
Centro de Derechos de Mujeres (CDM).
194
Estudios Centroamericanos de la Universidad de Costa Rica. Se
ha especializado en investigaciones sobre violencia, migración y
coyuntura política. Ha publicado más de un centenar de artícu-
los y varios libros; entre ellos, Autoconvocados y conectados. Los
universitarios en la rebelión de abril en Nicaragua, UCA Editores
y UCA Publicaciones, Managua, 2019; El debate sobre la justicia
maya. Encuentros y desencuentros del pluralismo jurídico en la
Guatemala del siglo XXI, Editorial Universitaria Universidad San
Carlos de Guatemala, 2019; La desobediencia de las masas. La
migración no autorizada de centroamericanos a Estados Uni-
dos como desobediencia civil, UCA, Editores, San Salvador, 2017;
Central Americans big and small fleeing from the geography of
fear: Does the US bear responsibility for the violence they´re
fleeing?, Central Americans Studies, Global LACASA, Chicago,
2015; Expulsados de la globalización. Políticas migratorias y de-
portados centroamericanos, Instituto de Historia de Nicaragua y
Centroamérica, Managua, 2010.
elvin hernández
Hondureño. Licenciado en Sociología por la Universidad Na-
cional Autónoma de Honduras (UNAH). Estudiante de maestría en
Educación y Aprendizaje en la Universidad Rafael Landívar de
Guatemala. Investigador en el área de Investigación y Derechos
195
Humanos del ERIC-SJ, desde donde ha participado en estudios
e investigaciones sobre el impacto de la minería en los derechos
humanos y sobre políticas públicas y violencia. Miembro del
equipo de coordinación del Sondeo de Opinión Pública del ERIC-
SJ. Profesor de Sociología General en la UNAH (Sistema a distan-
cia).
orlando Posadas
Hondureño. Licenciado en Trabajo Social por la Universidad
Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Investigador en el área de
Investigación y Derechos Humanos del Equipo de Reflexión, Inves-
tigación y Comunicación (ERIC-SJ) – Radio Progreso de la Compa-
ñía de Jesús en Honduras. Coordinó el área de Promoción Social
del ERIC-SJ durante los años 2010-2013.
gustavo cardoza
Hondureño. Investigador, comunicador y defensor de dere-
chos humanos de Radio Progreso y el ERIC-SJ. Licenciado por la
Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán en la carrera
de Artes con Orientación a las Artes Plásticas. Desde 2014 ha
participado en investigaciones relacionadas con desplazamiento
forzado e industria extractiva en Honduras. Desde 2010, parte
del equipo de investigadores de sondeos de opinión pública del
ERIC-SJ.
196
Estado, despojo y derechos humanos
se terminó de imprimir en los talleres de
Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, Honduras,
en el mes de septiembre de 2019.
Su tiraje es de 1000 ejemplares.