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El mestizaje como mutación y simulacro en la obra de Jorge Icaza, Manuel

Espinosa Apolo

Teniendo como base dichos antecedentes, hemos formulado la siguiente pregunta para orientar el presente
ensayo: ¿Cómo interpreta y enfoca Icaza los procesos que hoy día podemos definir como mestizaje y
cholificación en la sociedad quiteña de la primera mitad del siglo XX?

LA CRISIS IDENTITARIA EN UNA SOCIEDAD DE TRANSICIÓN

La obra icaciana refiere y expone sin pudicia ni resquemores entretelones y lacras de la vida privada y
pública de las clases altas y bajas, tanto de la sociedad urbana quiteña como de las sociedades pueblerinas
de los alrededores. Se trata en cierta forma de una colección de aspectos repugnantes: amoralidad,
promiscuidad, prejuicios, complejos, taras, etc., etc. Elementos que resultan claras manifestaciones de un
profundo proceso de descomposición por el que atraviesa en la primera década del siglo XX, una
sociedad tradicional, señorial y de castas, heredera directa de la época colonial, en su transformación a
una sociedad moderna, fincada esta vez, en relaciones de producción capitalistas.
La recurrencia permanente a la fetidez que realiza Icaza en la descripción de los sujetos populares y de
sus objetos (los olores insalvables de indios y cholos) así como de ciertos individuos de la rancia
aristocracia quiteña y de la ciudad misma de Quito (la referencia a las quebradas hediondas y el mal olor
que despiden los barrios están siempre presente a lo largo de la narración en El Chulla Romero y Flores),
son pruebas claras de la descomposición del viejo orden social, y de la percepción de una crisis social
general que es a la vez estancamiento, debido a que -como diría Gramsci es su definición de crisis- lo
viejo no termina por morir ni lo nuevo acaba por nacer. La fetidez de los objetos y los sujetos, remite
necesariamente a la imagen de la sociedad patriarcal y premoderna como un cadáver que se pudre a la
intemperie impúdicamente.
Esta descomposición social se ilustra sobre todo, cuando Icaza se refiere a la bancarrota de ciertas
familias terratenientes y aristocráticas, como la familia de Braulio Peñafiel en Cholos o de ciertos
personajes que encarnan la ruina de las gentes de abolengo. Es el caso de Miguel Romero y Flores, padre
del Chulla Alfonso, llamado Majestad y Pobreza,

Sin embargo, si se tiene en cuenta que Icaza también revela al mismo tiempo la sordidez de gamonales,
hacendados y de la gente bien o "lo mejorcito de la ciudad", hay que concluir que su motivación no es una
actitud anti-popular, sino en contra de una sociedad de signo arcaico y colonial que está agonizando. Se
trata de una postura que repudia la pobreza y lo premoderno. De un odio a la vida indigna de los pobres,
en tanto ésta aparece en íntima vinculación con la arrogancia y ostentación de los ricos.

En la obra icaciana, la pobreza se presenta como consecuencia de la vida opulenta de los segundos.
Pero al mismo tiempo, la narrativa de Icaza hace mención a los sujetos sociales emergentes, a esos
actores colectivos gestados por el nuevo orden social que ha empezado a afirmarse: el proletariado, la
burguesía junker y las capas medias. Éstos, sin embargo, son presentados en vinculación con los viejos
actores. Para Icaza se trata de los mismos sujetos pero transformados. Son los indios desplazados de sus
comunidades y huasipungos los que se convierten en proletarios; los cholos o chagras que fungen de
comerciantes pueblerinos quienes se convierten en empresarios adinerados, hacendados modernizantes o
políticos citadinos. Son los chagras, los cholos urbanos y los chullas quienes al ingresar al servicio
público se transforman en señores de oficina. Habría que concluir, por tanto, que Icaza da cuenta tanto de
la génesis de las nuevas clases sociales como de la extinción de las viejas castas y clases.
Estos surgimientos y declives, dan cuenta del establecimiento en la sociedad de una nueva forma de
clasificación social basada esta vez en criterios socioeconómicos, la misma que no termina por desplazar
a la arcaica forma de clasificación social basada en la raza y el origen étnico. A este nivel otra vez se
constata que lo nuevo no acaba por constituirse ni lo viejo por disolverse. En su lugar estas dos formas de
estratificación social se superponen o se conjugan, complejizando la ubicación y valoración social de los
individuos en tanto genera una especie de hiper-estratificación, vigente aún en nuestros días.

De esta manera, resulta que el principio de supremacía social sigue fincándose en el origen europeo
español y en la condición racial blanca, solo que ahora se han sumado a estos requisitos la capacidad de
acumulación y el poder adquisitivo. En correspondencia, el principio de subalternidad sigue basándose en
el origen indígena o campesino, en la condición racial andina y en el estatus de pobreza. En ciertos
momentos, los antiguos criterios de clasificación parece prevalecer, pero otra veces, los nuevos criterios
logran imponerse. De ahí que en este período de transición y crisis, son muchos los aristócratas
empobrecidos a quienes se los sigue reconociendo como superiores, mientras que a los nuevos ricos de
origen indígena o campesino, no se los termina por aceptar de todo como preeminentes, siendo más bien
objeto de desprecio.

En consecuencia, se afirman un conjunto de prejuicios en contra del indio, debido en gran parte a la
ideología de la modernización, que concibe al indio como obstáculo para el progreso y, por tanto, causa
de la "desgracia nacional". Discurso que alimenta en la vida diaria la discriminación contra quienes portan
la marca indígena.

En estas circunstancias quienes pretenden ascender socialmente y superar su condición de subalternidad


se ven obligados a ocultar su origen indio o procedencia campesina como condición previa para su
promoción social. Para cumplir este cometido se recurre al camuflaje o al disfraz, es decir, a la
construcción de imágenes públicas o discursos gestuales y visuales basados en la imitación. Se trata de
estrategias identitarias que se implementan a partir de prácticas miméticas por las cuales los sujetos
subalternos buscan parecerse a los privilegiados, los otros. Así se confunden los límites entre copias y
originales.

La obra icaciana, y sobre todo las novelas En las Calles y El Chulla Romero y Flores, da cuenta de estas
acciones que el mismo Icaza definirá como los disfraces del cholerío. Solo en pocos casos, la estrategia
mimética resultará un proyecto exitoso y lo será cuando ésta, de paso a la mutación. Sin embargo, la
mayoría de las veces la estrategia mimética no resulta más que conato, acto fallido, en tanto la simulación
deviene en parodia. Este es el caso del llamado gamonalismo cholo (los nuevos ricos de origen rural y
campesino) y los chullas (los hijos de las vecindades pobres y antiguas de la ciudad ), quienes al mismo
tiempo que reaniman y reactivan los referentes de las viejas identidades desahuciadas, crean nuevos
referentes llamados a constituirse en sustentos de nuevas identidades.

En estas circunstancias, las nuevas identidades no terminan por aflorar ni las viejas identidades por
disolverse. La crisis social que define la situación de la sociedad quiteña del período de transición
correspondiente a la primera mitad del siglo XX, genera una crisis de identidades socioculturales.
EL MIMETISMO EXITOSO O EL ACHOLAMIENTO CIUDADANO

A medida que el capitalismo prosperaba en la sociedad ecuatoriana, liberaba una gran cantidad de
población que se encontraba atrapada en el mundo rural, por obra y gracia de una suerte de mecanismos
supraeconómicos de origen colonial. Los aires de modernización que soplaban cada vez con más fuerza
en el mundo rural, y de los cuales da clara cuenta la novelística de Icaza, beneficiaban tan solo a unos
pocos y pauperizaban aún más a la mayoría de campesinos indígenas y mestizos. Mientras tanto la ciudad
de Quito cobraba un nuevo impulso urbano que se evidenciaba en el mejoramiento de su imagen
(equipamiento urbano), en el desarrollo de su economía interna y el crecimiento físico y demográfico.
De esta manera, la ciudad se constituyó en referente de bienestar, prosperidad y progreso, para las gentes
pobres del campo y los pueblos del interior de la sierra. Es así que, a partir de las primeras décadas del
siglo XX, se inició una corriente migratoria que a medida que avanzaba el siglo irá arrastrando cada vez a
más población desde el mundo rural hacia Quito.

Al parecer para la década de los 30 del siglo anterior, época de la que proviene esta novela, el triunfo de
la cultura odorífica como aspecto consustancial al estilo de vida burgués, se presenta arraigada en la
ciudad. La vestimenta indígena es vista como fuente de hedor y asco, constituyéndose en motivo y
justificación para el desprecio y rechazo hacia indios y cholos del campo, por parte de las gentes de la
ciudad. La justicia opera por tanto a favor de quienes visten como señores. Dado el caso de un conflicto
entre gentes del campo y señores de la ciudad, la sospecha caía en primer lugar en los de poncho. Resulta
entonces que ir vestido como "señor" en Quito, no solo era un atenuante, sino que confería impunidad. De
ahí la célebre expresión popular que hasta hace pocos años atrás tenía plena vigencia en el medio: "la
cárcel es para los de poncho".
No cabe duda que el cambio de vestimenta para indios y cholos resultaba una estrategia orientada a
superar la indefensión ante la ley y aminorar abusos y atropellos. Sin embargo y a medida que estos
actores lograban resolver su inserción en el aparato laboral, se observa que además de la adopción de un
nuevo traje, van adquirido otra mentalidad, olor, nuevos hábitos y comportamientos culturales.
El desempeño de estos roles impulsaba con mayor rapidez la conversión de chagras o indios a cholos
urbanos, a diferencia de esas otras labores de cuño colonial asociadas a los antiguos oficios como la de
ladrilleros, tapialeros, limpiadores de desagues, albañiles, que más bien detenían dicho proceso. En fin, el
acholamiento ciudadano no es más que la adaptación-transformación de aquellos sujetos rurales a las
exigencias del medio urbano lo que deriva en el cambio étnico de indio a cholo y en el cambio social de
campesinos a trabajadores urbanos. Ya como tales, estos actores pasarán a ser parte de lo que se
denominará "el pueblo" o la masa.

EL MIMETISMO FALLIDO O LA SIMULACIÓN DEL CHOLERIO El encopetamiento del


gamonalismo cholo

En las novelas En las Calles y El Chulla Romero y Flores, Icaza se refiere al gamonalismo cholo que
súbitamente se ha vuelto notorio en la vida urbana. Se trata de esos nuevos ricos de procedencia rural y
origen campesino o "chagra" quienes súbitamente han accedido a un estatus económico superior en base
al aprovechamiento de ciertas ventajas comerciales y a la explotación abusiva de la mano de obra que
tenían bajo su control.
La burguesía de origen campesino se ha visto obligada a cambiar su indumentaria original no tanto con un
propósito de distinción sino fundamentalmente para ocultar dicho pasado. Icaza busca destacar el temor del
gamonalismo cholo por ser reconocidos como chagras.
Comportamiento que se ajusta a la realidad de esa época, puesto que dicho término fue utilizado como un
estigma por la población urbana receptora en la primera mitad del siglo XX, con el propósito de etiquetar y
encasillar a los inmigrantes del mundo rural y así poder contener sus ansias de asenso social, en un contexto
en el cual se había instaurado una intensa competencia laboral.

El complejo de inferioridad del que adolecía el gamonalismo cholo, se explica además por el hecho de que su
origen campesino y rural lo vinculaba con el indio, convertido en símbolo de inferioridad por la ideología de
la modernización. En fin, la superación de la condición de subalternidad, exigía de estos nuevos ricos recurrir
nuevamente a una estrategia mimética, es decir, la imitación del aspecto de los aristócratas quiteños que a su
vez se vestían como aristócratas europeos.

Esta pasión por la imitación es destacada en El Chulla Romero y Flores por Eduardo Contreras, dueño de una
de las guardarropías 10 de Quito:

Todos me necesitan en un momento dado. A veces llegan del campo oliendo a sudadero de mula, a
chuchaqui de mayordomo, a sangre de indio, a boñiga y quieren que yo... Tengo que acomodarles la
corbata, los broches, las medias...Tengo que limpiarles las uñas, enseñarles a llevar en buena forma
los guantes... Tengo que indicarles cómo deben sentarse. Siempre es lo mismo: en los banquetes, en
los bailes, en los matrimonios, en la época del Congreso (Icaza, 1987: 171).

Debido a esa "urgencia cotidiana de un gamonalismo cholo que creyéndose desnudo de belleza y
blasones busca a toda costa cubrirse con postizos y remiendos" las guardarropías de la ciudad, crecieron
y se convirtieron en negocios prósperos. Con dichas "cáscaras", como las llama Contreras, los nuevos
ricos esperaban "cubrir a medias el vacío angustioso de las gentes que no se hallan en sí ya que no
quieren saber nada con los disfraces de su propia pequeñez".

Tal es el deseo de imitar a través del vestido que el Baile de las Embajadas narrado en la novela El
Chulla Romero y Flores, deviene baile de disfraces si que esa sea su finalidad. Icaza (1987: 174-177) se
refiere con detalle al sinnúmero de vestidos que llevan las damas: "reinas de baraja, princesas de
opereta, estrellas de cine sin contrato". Los hombres por su parte llevan trajes militares al estilo "de
Napoleón, de Fouché, de Jorge Sand... de Clark Gable". Sin embargo y a medida que la ingesta de
alcohol se incrementa, las ropas, las poses y los gestos asumidos se revelan como imposturas:

Poco a poco se ajaron los vestidos -en lo que ellos tenían de disfraz y copia-. Poco a poco se
desprendieron, se desvirtuaron -broma del maldito licor-. Por los pliegues de los tules, de las sedas,
de los encajes, del paño inglés, en inoportunidad de voces y giros olor a mondonguería, en
estridencia de carcajadas, en tropicalismo de chistes y caricias libidinosas, surgió el fondo real de
aquellas gentes chifladas de nobleza, mostró las narices, los hocicos, las orejas -chagras con plata,
cholos medio blanquitos, indios amayorados- rodaban por los rincones, por el suelo, sobre sillas y
divanes -plaza de pueblo después de la feria semanal- retazos de cáscaras, tiras de pellejos... (Icaza,
1987: 176-177).

También la escenografía de las fiestas del "cholerío adinerado" resulta tan postiza como los trajes que
utilizan éstos. La fiesta brinda la posibilidad de reafirmar el falso aspecto de señores, aristócratas o
burgueses occidentalizados que busca adoptar el gamonalismo cholo. En una ciudad donde el pasado
barroco aún está presente, la fiesta afianzó los delirios de los nuevos ricos, como antaño cristalizó los
sueños aristocratizantes de los sectores dominantes quiteños; debido a que las representaciones visuales y en
vivo son mecanismos muy eficientes para la impregnación a profundidad de contenidos ideológicos en los
participantes, es decir, de convencimiento y auto convencimiento. En estas condiciones, las fiestas pomposas
del "cholerío adinerado" constituyeron admirables esfuerzos de conversión identitaria, aunque al mismo
tiempo tuvieron un sentido restaurador o retrógrado: el deseo de imponer el orden aristocrático que la
dinámica histórica había desbaratado. No obstante, en la narrativa icaciana, este propósito se ve
obstaculizado cuando la fiesta adquiere una intensidad dionisíaca, como en el caso del Baile de las
Embajadas. Pues de forma paradójica, el desate de la fiesta, en tanto libera los comportamientos reprimidos
o saca a flote las realidades profundas de la conciencia, torna los disfraces transparentes, permitiendo
presenciar lo que precisamente se busca ocultar, haciendo evidente -en este caso- el simulacro del
gamonalismo cholo. Al final de la fiesta solo se constata una apariencia sin realidad, la total ausencia de
coherencia entre la forma y el contenido o la inadecuación entre ser y parecer, como sostendría Nietzsche en
su reflexión sobre el disfraz.

La obsesión por aparentar de la burguesía de extracción rural y chola, sobre todo su anhelo de pasar por
ricos del primer mundo, se torna caricatura de la realidad, es decir, parodia. La insistencia en la imitación
a través del vestido, es entonces una conducta frecuente de los sectores sociales emergentes de Quito.
Pero al mismo tiempo, dicho comportamiento configura un estilo de vida escindido o esquizofrénico.
Cuando se exponen a las miradas de los demás, dichos sectores cuidarán todos los detalles, mientras ello
no suceda descuidarán sus conductas refinadas. Este comportamiento se vuelve paradigmático en los
chullas y de ello dará cabal cuenta Icaza a través de su personaje Alfonso Romero y Flores. En la vida
pública el chulla se presenta como un señor, un blanco, pero en la vida privada, en la intimidad, el chulla
se comporta como un cholo o un indio. En definitiva, Icaza nos muestra la incapacidad de los nuevos
ricos por forjar una propia cultura e identidad. Dicha aspiración se convierte en un proyecto trunco y
fallido, debido a que dichos sectores entienden la condición burguesa meramente como un disfraz y en
tanto siguen tomando como modelo a la rancia aristocracia.

En definitiva, para Icaza estos burgueses en ciernes, obnubilados por la aristocracia a quien admiran y
desprecian al mismo tiempo, fracasan en su proyecto de construcción de una nueva identidad y cultura
porque se comportan en términos psicológicos, políticos y morales de igual manera que la rancia
aristocracia. De esta manera, el cholerío adinerado solamente ha adquirido la pose de burgueses, el disfraz
pero nada más; su mentalidad sigue siendo pre moderna, patriarcal, machista, autoritaria. Por esa razón, son
una suerte de impostores; su apariencia solamente evidencia su ridiculez e inautenticidad.

Los sueños de gran señor del chulla

El gran representante de lo que Icaza había definido en su novela Cholos como el cholerío simulador, es
el Chulla, "mozo de vecindario pobre" (Icaza, 1987: 253), representante de aquellos sectores populares
quiteños de origen indígena y con mayor arraigo en la ciudad, quien como nadie ha sido profundamente
seducido por la hegemonía simbólica de la aristocracia quiteña. De esta casta desahuciada, adoptará una
serie de valores para construir una imagen pública que busca marcar una distancia evidente con los
inmigrantes indios y cholos pueblerinos que han iniciado la invasión de Quito, desde las primeras décadas
del siglo XX. El chulla Romero y Flores, personaje central y arquetípico de la novela homónima de
Icaza, no es capaz de dar significación a su condición real: un hombre pobre de barriada popular y de
ancestro indígena. Realidad que aborrece y de la cual abjura, convirtiéndose en una suerte de apostata
sociocultural. De ahí sus aspiraciones de nobleza y acercamiento al blanco, es decir, su propósito de
adquirir significado como "otro".
Para cumplir tal objetivo, el chulla se ve obligado a simular o fingir un modo de hablar que no es suyo, a
adoptar una vestimenta ajena o incorporarle abolengo a su apellido paterno. Estos comportamientos,
convierten al chulla en una especie de actor teatral, un simulador por excelencia. En virtud de esta lógica
de simulación, el vestido nuevamente juega un papel crucial, y torna evidente su estrategia mimética.
Movido por su "mal natural": "tirar prosa", como señalan sus vecinos, El chulla Romero y Flores, modeló
su disfraz de caballero usando botainas –prenda extraída de los inviernos londinenses por algún chagra
turista-para cubrir remiendos y suciedad de medias y zapatos, sombrero de doctor virado y teñido varias
veces, y un terno de casimir oscuro a la última moda europea para alejarse de la cotona del indio y del
poncho del cholo - milagro de remiendos, planchas y cepillo-. En ocasiones especiales, a esta vestimenta
añadirá: "clavel al pecho, periódicos al bolsillo, corbata y prendedor, ceño y prosa de parada militar”.
Esta forma de vestir para Icaza es solamente un disfraz que sirve para "parecer lo que no se es". Quienes
lo utilizan con este fin, desarrollarán lo que el mismo autor define como "una preocupación enfermiza por
el vestido”. No obstante, y por más que se utilice con el fin de ocultar los orígenes indígenas, las prendas
de vestir no logran esconder los rasgos raciales andinos.
Con el ánimo de reforzar la función del vestido, los empleados públicos que han llegado a ocupar puestos
de dirección echan mano de ciertos artilugios de distinción que posibilita el habla. Icaza al describir al
jefe del Chulla Romero y Flores y director de la Oficina de Investigación Económicas, destaca en aquél
el cinismo para encubrir la "ignorancias y chabacanería cholas -afán desmedido y postizo para rasgar las
erres y purificar las elles".
En estas circunstancias, el disfraz conduce irremediablemente a la alienación. Ello hace que los
personajes disfrazados en la narrativa icaciana y específicamente el chulla Romero y Flores, generen una
mentalidad que se basa siempre en una evasión de la realidad circundante. El mejor ejemplo de dicha
condición se ilustra en aquella escena en que el chulla vestido de lord inglés para el baile de las
embajadas, y luego de la velada, entra con su novia Rosario a una casa de citas, una miserable pocilga,
que dicho protagonista mira y asume como su "castillo".
Esa condición de alienación conduce al Chulla por otra parte a la afirmación de la identidad por lo que se
finge ser. El fingimiento del chulla pronto se revela como tal, y en esa medida, la estrategia del chulla
fracasa. ¿Cómo sucede este revés? El chulla al abjurar de su condición sociocultural real queda en una
especie de vacío. Su apostasía sociocultural no lo lleva automáticamente a su nuevo destino o estatus
sociocultural anhelado: "un gran señor" según la perspectiva de la ideología aristocrática de cuño
colonial, y ese sueño no se logra por la misma situación de pérdida de vigencia que enfrenta dicha
ideología y, en tanto, esa misma ideología lo extravía de los caminos posibles y factibles para el ascenso
social. En esta situación el chulla queda en una situación de espera indefinida; sus objetivos se tornan
inviables, meros delirios. El chulla queda así colgado en el vacío. Situación a la que hace referencia Jorge
Icaza cuando alude a ese "vacío angustioso de las gentes que no se hallan en sí". El caso del chulla es el
caso del imitador que no logra convertirse en quien imita, pero al no desistir en su afán por imitar se
perpetua como imitador. Su juego y disfraz quedan en evidencia, resultan solo apariencia. El chulla se
revela simplemente como farsante, impostor. Su disfraz se torna máscara, es decir, deja de pasar como
realidad para convertirse en develamiento de la realidad en su calidad de apariencia (Vattimo 1989: 49).
El mimetismo del chulla se torna parodia, puro espectáculo.
Sin embargo y a diferencia de sus anteriores novelas en las cuales los personajes se quedan sin salida
posible, en El Chulla Romero y Flores, Icaza vislumbra una posibilidad de redención para su personaje
central. Esta es posible en la medida que Luis Alfonso va cobrando conciencia de su disfraz. En efecto y a
medida que avanza la novela, el chulla Romero y Flores irá adquiriendo plena conciencia de su vida como
una impostura. En la escena en que Luis Alfonso Romero y Flores espera el resultado de un concurso para
llenar una vacante, junto con otros aspirantes, de pronto fija su atención en uno de ellos. Se trata de un
joven que viste más o menos como el chulla. Entonces Romero y Flores piensa: "Yo... Yo mismo...
Menos afeminado, en otro tono, en diferente color... El disfraz..., se dijo saboreando la sorpresa no muy
grata de sentirse informe, en desacuerdo con sus posibilidades, ridículo”.
No obstante, la redención misma se opera a raíz de la fuga del chulla de los pesquisas que quieren
aprehenderlo por haber falsificado un cheque, aunque en realidad dicho delito les ha brindado la
oportunidad a sus enemigos para castigarlo por haberse atrevido, en su calidad de fiscalizador de la
Oficina de Investigación Económicas, a cuestionar la honradez de un preclaro representante de los
sectores dominantes quiteños que funge de candidato a la presidencia de la república. En esas
circunstancias los vecinos del chulla le brindan su solidaridad ayudándole a burlar la Autoridad. En este
pasaje, Icaza pone nuevamente énfasis en el vestido como símbolo de identidad. Si antes le había servido
al chulla para la evasión identitaria ahora lo es para la recuperación de la identidad perdida. En la huida
los vecinos le despojan de su vestido de señor o caballero y le colocan sus prendas de vestir para despistar
a los pesquisas. De esta suerte, los vecinos, en la urgencia de burlar a la autoridad, le quitan su disfraz y le
colocan las ropas del pueblo. En esa situación, a Romero y Flores de pronto le pareció imposible ir a
ninguna parte con ese saco de héroe en desgracia, con esa gorra de muchacho de plazuela, con esa
bufanda de chagra, con... Se sentía otro. Por vez primera era el que en realidad debía ser: un mozo del
vecindario pobre con ganas de unirse a las gentes que le ayudaron -extraño despertar de una fuerza
individual y colectiva a la vez. De esta manera, Luis Alfonso recupera su apariencia y con ella su ser. Ese
ser que el chulla había juzgado vergonzoso. Se da así un retorno al punto de partida. El chulla encuentra
significación para su condición de cholo urbano. Se trata de un caso claro de reconciliación con su ser y,
por tanto, el fin de una condición de alienación. Cuando Romero y Flores entra al velorio de su amada
Rosario, que ha muerto en el parto y en el cuarto de arriendo de donde los pesquisas no la dejaron salir al
hospital ni permitieron que sea atendida o socorrida a tiempo por los demás vecinos, el narrador describe
la nueva situación personal del chulla: "Nunca más estaría de acuerdo con sus viejos anhelos, con sus
prosas intrascendentes, con su disfraz, con la vergüenza de mama Domitila, con el orgullo de Majestad y
Pobreza".

A MANERA DE CONCLUSIONES

La relectura de la obra icaciana y en especial de las novelas aquí analizadas: En las Calles y El chulla
Romero y Flores, nos permiten concluir que Icaza fue uno de los primeros escritores del orbe postcolonial
en reparar sobre la importancia que juegan dentro de estas sociedades las conductas imitacionistas o de
simulación. En sus novelas, Icaza busca evidenciar cómo, en determinadas condiciones históricas, la
imitación parece ser la única salida posible para superar la condición de subalternidad, pero al precio del
extravío y el anulamiento. Los imitadores obsesivos tarde o temprano pierden inventiva y se convierten
en "nadie", sujetos que no trascienden, más allá de convertirse en el mejor de los casos en máscaras, casos
de extrema ridiculez o a lo sumo sujetos pintorescos.
Por otra parte, la obra de Icaza ha aportado a más de una rica información, una nueva manera de ver y
entender el mestizaje y la situación de los mestizos. En las novelas icacianas, los mestizos no son sujetos
preexistentes, dados de antemano, como fueron presentados por la antigua historiografía ecuatoriana, sino
sujetos que se hacen o están en construcción. Aquí radica lo significativo del aporte de Icaza para
comprender el fenómeno de mestizaje. Sin sus novelas, hubiese sido muy difícil desentrañar las formas y
estrategias de los sujetos que terminaron por constituirse en mestizos en la época contemporánea, así
como la íntima vinculación entre éstos y las castas o comunidades culturales de origen colonial de las
cuales se desprendieron.
Asimismo, la obra de Icaza nos permite vislumbrar y concluir que la adopción del calificativo "mestizo" y
la construcción de la identidad mestiza, acaecida ya en la segunda mitad del siglo XX, constituyó una
salida y solución a la crisis identitaria de la primera mitad de dicho siglo. Crisis que mantenía atrapados a
un vasto conjunto de la población ecuatoriana en una situación existencial angustiosa ocasionada por una
serie de identidades discriminadas, definidas a partir de apelativos estigmatizantes. Población que estaba
conformada por los nuevos sujetos sociales que emergieron en el paso del viejo orden social al nuevo
orden que representó el advenimiento y afirmación de la sociedad moderna actual.
Por último, cabe destacar, que si bien el chulla representa el fracaso de un proyecto identitario de los
sectores subalternos de la ciudad, que fincaron dicha posibilidad en la recuperación de referentes
identitarios en vías de disolución, por otra parte, el chulla inició la construcción de un modelo propio de
vida para las capas medias urbanas. Este tipo popular con su insistencia y pasión imitativa, abrió un lugar
entre los segmentos antagónicos de una sociedad polariza para los sectores sociales emergentes que desde
entonces se ubicaron y posesionaron en una situación intermedia.
Después de la experiencia del chulla, las sectores medios se replantearan los objetivos de aquél. De
alguna forma, dichos sectores sociales descubrieron que el acto de imitar no debe pretender la disolución
en el segmento de los imitados, sino la construcción de un propio estilo de vida diferenciado, con respecto
a quienes se busca distanciarse y de aquellos a quienes se busca aproximarse. Fue así como lograron
construir, un estilo de vida, imagen pública e identidad en correspondencia con ese ser que se había
forjado en unas condiciones históricas específicas. De esta manera, lograron resolver la escisión entre el
ser y el parecer, en cuya confrontación naufragó el chulla.

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