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En una entrevista, con el autor de esta nota, de enero del 2007, el poeta dice:
“No, no me molesta porque pienso que es, de alguna manera, un homenaje a mi padre.
[…] Pero yo pude ser contemplativo sin mi padre japonés. Yo recuerdo, y siempre lo he
contado, que mi padre me sacaba a caminar a los campos de Laredo y nunca me
hablaba, nunca conversábamos. Yo me imagino que era una forma de enseñarme, pero
ni siquiera él estaba consciente de su pedagogía, de enseñarme a mirar sin hablar […]
Pero no es que yo sea contemplativo por eso, pude ser contemplativo sin tener un padre
japonés, o, es más, el hecho de ser contemplativo me llevó a leer a poetas también
contemplativos, como por ejemplo los hai-jin, los poetas de haiku, u otros escritores.”
En esta conversación -de algo más de 30 minutos- se procura ahondar en algunos
aspectos poco conocidos de la obra del vate de Laredo. Esta entrevista fue publicada en
parte por el diario La Primera, en Lima, febrero 2007, y luego por la Revista Somos, de El
Comercio, en abril de 2007. Finalmente fue divulgada íntegramente por el portal de
internet Vallejo & Co. Aquí los links:
http://www.vallejoandcompany.com/ama-rapido-lo-unico-que-te-queda-es-amar-rapido-
entrevista-a-jose-watanabe-parte-i/
http://www.vallejoandcompany.com/quisiera-que-la-muerte-misma-sea-sin-exagerar-algo-
erotica-entrevista-a-jose-watanabe-parte-ii/
no entendía claramente”3. Estos dos guiños a la poética del haiku, determinaron,
en su infancia, el camino estético que luego aterrizaría en su obra.
El padre de José, Harumi Watanabe Kawano (1893 – 1960), súbdito japonés
proveniente de la prefectura de Okayama, que llegara a Perú en 1919 con la
misión de trabajar en los campos de caña de azúcar de la costa norte, no fue un
migrante común: Harumi había cursado estudios de pintura en Bellas Artes en
Japón antes de partir a Sudamérica. Además, fue un hombre que manejaba el
francés y el inglés con corrección, tanto que el hacendado, de donde llegó a
trabajar, lo llamaba a solas para practicar esos idiomas, sin que esto sea un
obstáculo para que Harumi aprenda muy rápido el español, incluso hay una
anécdota que dice que lo hizo hasta la perfección para que en tiempos de la
persecución no lo deportasen. Es decir, el padre del poeta era un políglota que
trabajaba de peón.
Ahora esta condición de don Harumi, como apunta el doctor José Li Ning, amigo
cercano del poeta, pudo haber sido producto del yobiyose imin (migración por
“llamados”), que fue una suerte de éxodo voluntario o por invitación de un familiar
o amistades ya establecidas en el Perú4, y no por contrato y necesidad,
propiamente. Si a esto le sumamos el reciente develamiento del dato biográfico
que cuenta que Harumi si bien llegó con el apellido Watanabe al Perú, perteneció
originalmente al clan Hasegawa (de linaje samurái) 5, los reflectores del misterio
vuelven más interesantes los datos sobre su vida.
Harumi, hombre instruido y sensible, inculcó con sutileza a su quinto hijo, José, el
arte del haiku. Pero se debe apuntar que el vínculo con esa forma japonesa de
poesía es más una referencia estética que un ejercicio de composición real, no
reconocible en los versos del poeta. Continuamente los periodistas y estudiosos
de su obra lo han vinculado con el haiku, muchas veces de manera gratuita, sin
haber desentrañado realmente su poética y sin conocer los pormenores estéticos
del haiku. Por eso, estos investigadores –también— se sorprenden al saber que
desde su libro El huso de la palabra (1989), Watanabe no publicó propiamente un
3
Dicho artículo de la revista Quehacer (número 117, año 1999), en primicia fue bastante
distinto al que finalmente se publicó en la antología. La parte citada, en la versión primera
dice: “Y yo vuelvo a mi padre, aquel otro japonés que sin verdadera intención educativa
me traducía, en medio del pleito de pollos y patos del corral, los poemas de Bashó. Yo era
un niño y la imagen que me hacía del desconocido poeta se confundía con la de mi padre:
ambos eran hombres parcos de actitud y concisos de palabras.” La versión publicada en
España, Elogio del refrenamiento, por la editorial Renacimiento (2003), fue
especialmente modificada por el propio Watanabe.
4
José Li Ning, en Cosas de familia (Ediciones Murrup, 2014). Impresionante análisis de
la obra del poeta de Laredo desde la perspectiva sistémica por el psicoanalista José Li
Ning, que recorre todos los libros de Watanabe.
5
Información develada a Maya Watanabe, hija menor de José, en Japón y luego contada
en una crónica publicada en El Comercio:
https://elcomercio.pe/luces/libros/jose-watanabe-detalles-linaje-japones-son-revelados-
noticia-482951
haiku de su autoría. Es más, se puede afirmar que solo lo hizo en el poema
«Imitación de Matsuo Basho», porque –no hay que explicarlo mucho— era una
emulación directa al estilo del vate nipón.
El poeta de Laredo sabía que lo relacionaban con lo japonés por su debilidad por
lo contemplativo y lo sugerente, claro está, y no sabía si propiamente esto se lo
había transferido su padre japonés. Él pensaba que pudo haber sido
contemplativo sin necesidad de tener un apellido nipón y que eso lo asumió
cuando encontró el sentido al porqué su padre lo sacaba a caminar y nunca le
hablaba6. Él imaginaba que esa era su forma de enseñarle a apreciar el mundo,
pero entonces no era consciente de su significado. Realmente, su padre le enseñó
una estética, una sensibilidad artística, que no se puede atribuir únicamente a una
sola cultura.
En Álbum de familia (1971), el primer libro de José, hay un poema que trata este
vínculo con su padre, el viaje que hizo hasta el Perú y la herencia que le legó en
“sus manos”, para que fuera orfebre o trabajador de la palabra:
LAS MANOS
6
Ibíd., nota [2].
o porque no quiso que otras manos
pesasen sobre su pecho silenciado.
Pero es bien sencillo comprender
que con estas manos
también enterrarán un poco a mi padre,
a su venida de tan lejos,
a su ternura que supo modelar sobre mis cabellos
cuando él tenía manos para coger cualquier viento,
de cualquier tierra.
Este poema plantea el reconocimiento como una comunión con la imagen paterna
que nos lleva a la exploración de la identidad del poeta. No solo por cuestiones de
evidente testimonio físico, sino de manera cultural, como lo puede demostrar la
referencia a Kitagawa Utamaro (1753 – 1806), artista japonés representativo del
movimiento ukiyo-e, del periodo Edo (1603 – 1868) que se distinguió sobre todo
por sus estampas bijinga, que eran retratos de mujeres hermosas, que fueron muy
conocidas en Francia durante el siglo XIX, gracias a la restauración Meiji (1868 –
1912), que supuso una apertura política y cultural de Japón con el resto del
mundo.
Estas referencias a autores y pintores japoneses son muy comunes en la obra de
Watanabe, siendo un modo directo de relacionarse con la cultura de su padre, que
como se ha dicho había sido un migrante muy culto que tenía fascinación por la
pintura y la poesía.
La impureza y la identidad
Si bien la definición común de nikkei es “de origen japonés” o “descendientes de
japoneses”7, parece más acertada la que indica que son los “migrantes japoneses
en el extranjero y sus descendientes”8. Luego de la Segunda Guerra Mundial y la
persecución a las familias niponas en el Perú, con deportaciones a campos de
concentración en EEUU, incluso, los migrantes del País del sol naciente que ya se
habían asentado en nuestro país empezaron a echar raíces definitivas, con mucha
desconfianza, sin duda. Pero el padre de José, ya casado con una peruana, doña
7
Definición de Samuel Matsuda Nishimura, en Andando 75 años por los caminos del
Perú (Editorial Perú Shimpo, 2014).
8
Definición de Mary Fukumoto, en Hacia un nuevo sol, japonses y sus descendientes
en el Perú (Asociación Peruano Japonesa del Perú, 1997).
Paula Varas, empezó este proceso de “kodomo no tame ni”, o “por el bien de los
niños”, desde mucho antes.
Quizá ese deseo de asentarse en el Perú definitivamente de Harumi haya sido
exacerbado, paradójicamente, con las hostilidades del Estado peruano contra los
japoneses, pero lo cierto es que la familia Watanabe Varas fue numerosa y
empezó a formarse desde antes que la Segunda Guerra Mundial fuera un conflicto
global y de trascendencia en el Perú. Incluso este asunto penoso, según cuenta
Camilo Fernández Cozman9, propició la creación de un alter ego de Harumi
Watanabe, como medida preventiva ante los peligros de la xenofobia: se hizo
llamar, por un tiempo, Enrique Watanabe Sánchez, aseverando con esto que era
un mestizo peruano. Incluso, el poeta Enrique Sánchez Hernani, amigo de
Watanabe, dice que el “chino” varias veces bromeaba con esto, asegurando que
eran medio parientes.
Estas referencias a la vida de su padre se hacen patentes en varios poemas de
José, en donde ensaya una retrospección con respecto a su propia identidad. El
catedrático norteamericano Randy Muth, nos dice en su artículo José Watanabe:
haiku poesía, memoria e identidad (2017)10 que el poema «La impureza», que
aparece en el poemario El huso de la palabra (1989), el poeta elabora una
identidad narrativa que trata de vincular la “japonesidad de su padre y su propia
identidad”11. Leamos el poema:
LA IMPUREZA
9
Camilo Fernández Cozman, en Mito, cuerpo y modernidad en la poesía de José
Watanabe (Cuerpo de metáforas editores, 2009).
10
Randy Muth, en José Watanabe: poesía, memoria e identidad (Cuaderno CANELA,
Confederación Académica Nipona, Española y Latinoamericana, 2017). Se puede leer en:
http://cuadernoscanela.org/index.php/cuadernos/article/view/84/46
11
Ibíd., nota [10].
El japonés
se acabó «picado por el cáncer más bravo que las águilas»,
sin dinero para morfina, pero con qué elegancia, escuchando
con qué elegancia
las notas
mesuradas primero y luego como mil precipitándose
del kotó
de La Hora Radial de la Colonia Japonesa.
Y la serrana
que si descubre que miran condolidamente su vejez
protesta con el castellano castizo que se conserva de Otusco para
adentro:
«Más arrugas hay en tus compañones que en mi majoma, carajo»,
y asombrosamente sigue matando pollos, cuyes, cabritos,
sin gesto compasivo
y diciendo, como si dictara la suprema lección moral:
«Deja el tiesto sobre las brasas, hijo, para que coja más temple».
Ellos no vendrán, pues, a tomar tus manos
y acaso estás a punto de no ser hijo de nadie. Entonces
el pensamiento imposible que te viene y te deja va haciéndose
posible. Acógelo: ten miedo, ten miedo,
y justamente con miedo quizá vuelvas a ser hijo de,
como antes, niño,
cuando ellos todavía te abrazaban con alguna piedad.
15
Ibíd., nota [3].
16
Fernando Rodríguez Izquierdo, en El haiku japonés, evolución y triunfo del haikai,
breve poema sensitivo (Publicaciones de la Fundación Juan March, 1972). Rodríguez
Izquierdo es quizá el académico más versado en haiku en lengua castellana.
Creo que mi ojo tiene un arbitrario criterio de selección.
Obviamente hubo más paisaje alrededor,
imposible que sólo fuéramos ella y yo en el rompeolas.
17
La memoria del ojo, cien años de presencia japonesa en el Perú (1999), publicado
por el Fondo Editorial del Congreso de la República del Perú, es un delicado libro
fotográfico que va narrando los detalles cotidianos de la comunidad peruano japonesa
desde el arribo de sus primeros migrantes. Los textos de curaduría son del poeta que
afilan más la mirada del lector sobre la historia que esconde cada imagen.
18
Tania Favela, en El lugar es el poema (Fondo Editorial de la Asociación Peruano
Japonesa, 2018) es la tesis de doctorado de la autora que giró alrededor de la poética de
José Watanabe.
19
Ibíd., nota [9].
20
Ibíd., nota [4]
21
Ibíd., nota [18]