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Tomo I
PLANEACIÓN Y GESTIÓN
Roberto Eibenschutz
Laura O. Carrillo
Coordinadores
DOCUMENTOS
ASOCIACIÓN NACIONAL DE UNIVERSIDADES
E INSTITUCIONES DE EDUCACIÓN SUPERIOR Universidad Autónoma Metropolitana
Repensar la metrópoli III / Roberto Eibenschutz Hartman, Laura O. Carrillo Martínez, coordina-
dores. – México, Ciudad de México : ANUIES, Dirección de Producción Editorial, Universidad
Autónoma Metropolitana, 2020.
Coordinación editorial
Sergio Raúl Corona Ortega
© 2020, anuies
Tenayuca 200
Col. Santa Cruz Atoyac
Ciudad de México.
Impreso en México
ÍNDICE
Presentación 11
Eduardo Peñalosa Castro y Jaime Valls Esponda
Discurso inaugural 13
Dr. Eduardo Peñalosa Castro, Presidente Regional del Área Metropolitana cram/anuies
Discurso inaugural 17
Mtro. Roberto Eibenschutz Hartman, coordinador general
Introducción general 21
7
Repensar la metrópoli III
8
Índice
9
Repensar la metrópoli III
10
Experiencias del cooperativismo de vivienda en
la Ciudad de México. Un aporte a los sistemas de
producción y gestión social del hábitat
María Soledad Cruz Rodríguez
Jerónimo A. Díaz Marielle1
Introducción
L a Producción Social de la Vivienda y el Hábitat (psvyh) ha sido definida por Ortiz (2017) como
“ […] el conjunto de procesos generadores de espacios habitables que se realizan bajo el
control de autoproductores y otros agentes sociales que operan sin fines de lucro” (Ortiz, 2017:
228). Este fenómeno no es nuevo, sus antecedentes y experiencias datan de las colonias popu-
lares formadas por autogestión y autoconstrucción de la vivienda a partir de la segunda mitad
del siglo pasado (Connolly, 2013) cuando se comenzó a conceptualizar la “producción social de
vivienda”, con el fin de enfatizar la participación y la relación de los pobladores, de las organiza-
ciones populares y de las instituciones involucradas con la producción pública de la vivienda. El
éxito de algunas experiencias ha permitido transitar de la esfera de la vivienda a la producción
del hábitat, de aquí que se identifique una transición de lo local y comunitario al diseño de polí-
ticas públicas de vivienda y hábitat. En este sentido, el enfoque conceptual al que nos referimos
en este trabajo tiene un origen preciso, que es necesario ubicar en aras de entender el contexto,
los actores y el alcance de las experiencias descritas más adelante.
En 1996, en el marco de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Asentamientos Humanos
(Hábitat II), las organizaciones sociales, académicas y civiles nucleadas en torno a la Coalición
Internacional del Hábitat (hic por sus siglas en inglés)2, acordaron promover esta concepción
estratégica del proceso habitacional para hacer efectivo el derecho a la vivienda adecuada. Des-
de entonces, la psvyh se ha convertido en una bandera de lucha de numerosos movimientos
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Repensar la metrópoli III
sociales en América Latina que han entendido a la vivienda como proceso y no como producto
terminado; como producto social y cultural y no como mercancía; como acto de habitar y no
como mero objeto de intercambio.
En la Ciudad de México, las organizaciones populares vinculadas a la hic y al Movimiento Ur-
bano Popular (mup) han venido participando desde finales de los años noventa del siglo pasado,
en el diseño de programas que apuntan en este sentido, tales como el de Mejoramiento de Vi-
vienda. Este programa fue galardonado en diversas ocasiones por haber contribuido a densificar
la ciudad sin desplazar a sus habitantes, y por haber acompañado ordenadamente el proceso de
producción de vivienda que de por sí realizan las familias capitalinas.3
Al iniciar el siglo xxi se encuentran dos tendencias particularmente divergentes en torno a
la producción de la vivienda: por una parte, la política nacional de vivienda se orientó hacia la
producción masiva de la llamada “vivienda social”, a partir de la construcción mercantil de enor-
mes conjuntos urbanos en zonas alejadas de servicios, equipamientos y con serios problemas de
accesibilidad. Para investigadores como Iracheta (2017), los resultados de esta forma de producir
vivienda se presentan a la vista de todos: kilómetros de casas idénticas, sembradas entre milpas,
en conjuntos urbanos deteriorados y cada vez más alejados de los centros urbanos. Sobre este
tema hay investigaciones importantes que atienden temas como la calidad de la vivienda, vida
cotidiana, condiciones de producción (Esquivel et.al., 2005; Pedroti, 2016). Por otra parte, de ma-
nera paradójica, también cobró fuerza el enfoque de la psvyh, ya que se llevaron a cabo cambios
legales e institucionales, a los que se hará referencia en estas cuartillas y que impulsaron esta vía
de producción social.
En 2006, la producción social de vivienda fue introducida en el artículo cuarto de la Ley Federal
de Vivienda, y ese mismo año se echó a andar una oficina de apoyo a la Producción Social de la
Vivienda en la Comisión Nacional de Vivienda (Conavi). En este contexto, diversos organismos no
gubernamentales conformaron la Red Nacional de Productores Sociales de Vivienda con miras
a orientar la acción financiera de Conavi hacia esquemas más comprensivos de la realidad eco-
nómica, social y cultural en que se dan los procesos de autoproducción, principalmente en el
ámbito rural.
A nivel local (en Ciudad de México), hubo mayores avances en el desarrollo de instrumentos
de apoyo a la psvyh. En 2007 se estableció el Programa de Mejoramiento Barrial y Comunitario
(pmbyc), que fue impulsado por las organizaciones que habían concebido el programa de Mejora-
miento de Vivienda;4 en él se reconoció la necesidad de trascender el ámbito de la vivienda para
actuar sobre los espacios públicos. Desde su creación hasta 2017, quedó alojado en la Secretaría
de Desarrollo Social (Sedesol), el pmbyc financió 1 953 proyectos y se obtuvieron importantes
reconocimientos como el World Habitat Award de 2011, máxima distinción internacional en la
materia.
3 Entre 1998 y 2010, el Instituto de Vivienda (Invi) realizó cerca de 182 000 acciones en beneficio de 731 000 habitantes
del Distrito Federal. El programa obtuvo tres menciones del Premio Nacional de Vivienda de 2009, en las categorías de
Producción Social de Vivienda, Diseño Arquitectónico, Integración al entorno y localidad y en la de Participación de Bene-
ficiarios. En 2010 ganó el mismo premio en la categoría de Producción de Vivienda (Casa y Ciudad 2007).
4 Una parte importante de las organizaciones pertenecían al mup.
414
III. Suelo y financiamiento
Este tipo de experiencias contribuyó a estructurar las demandas del movimiento por el de-
recho a la ciudad que venía creciendo internacionalmente (Mathivet, 2009) y que pronto encon-
traría una expresión local. En 2008, en el marco del VIII Foro Social Mundial —que se realizó de
manera dislocada en distintas geografías del mundo, incluso en el zócalo capitalino— las orga-
nizaciones del mup y diversos organismos civiles vinculados al HIC hicieron pública la propuesta
de generar una Carta de la Ciudad de México por el Derecho a la Ciudad. La Carta fue firmada en
julio de 2010 por el entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal y ayudó, en lo inmediato, para
respaldar las iniciativas que se estaban discutiendo en el seno del MUP, en particular la necesidad
de reorientar la acción del Invi.
Fue en este contexto que el mup y el gobierno de la ciudad se comprometieron a diseñar y
promover un nuevo programa de Producción y Gestión Social del Hábitat (Progesha) que apo-
yaría la creación de conjuntos y espacios comunitarios bajo la conducción de cooperativas, en-
tre otros agentes sociales. Decenas de proyectos, en los que se incluyeron las cooperativas de
vivienda aquí estudiadas, fueron emprendidas precisamente ante la expectativa del Progesha.
Sin embargo, el documento básico de dicho programa —al cual tuvo acceso este equipo de in-
vestigación— permanece inconcluso, y las organizaciones del mup han tenido que desarrollar sus
proyectos con los instrumentos convencionales del Invi, enfrentando problemas tanto internos
como externos que se detallarán en esta investigación.
Ante este panorama, este trabajo aborda el tema de las cooperativas de vivienda con el obje-
tivo de ofrecer elementos y estrategias para promover mejoras en su desarrollo. Como punto de
partida, se reconocen tres momentos u “olas cooperativistas” en las que la organización coopera-
tiva para la vivienda tiene una presencia importante. Como parte de la segunda y la tercera “ola”,
se presentan las experiencias seleccionadas para este estudio, las cuales fueron documentadas
mediante la asistencia a reuniones y asambleas, la ejecución de entrevistas y el levantamiento de
cuestionarios. Al final, se formulan algunas recomendaciones considerando los avances políticos
y jurídicos más actuales en materia de psvyh.
Los orígenes de las cooperativas relacionadas con la vivienda en México se ubican fundamental-
mente en la segunda década del siglo XX. Después de la revolución, en el periodo de formación
del “nuevo estado” las cooperativas de vivienda encontraron un campo fecundo para prosperar.
En esta época, la construcción de viviendas para los trabajadores estuvo vinculada directamente
a la organización sindical. La activa participación de los sindicatos fabriles en el ideario revolu-
cionario y la intención de los primeros presidentes, como Álvaro Obregón de establecer una rela-
ción directa con la organización de los trabajadores, fueron factores que permitieron la creación
de un marco legal para las cooperativas (Cruz, 1994).
Dos documentos legales constituyeron el soporte de las cooperativas de vivienda para tra-
bajadores:
415
Repensar la metrópoli III
El primero fue la Constitución de 1917, que en su artículo 123, fracción XXX, determina que
“ […] serían consideradas de utilidad social, las cooperativas que se establezcan para construir
casas baratas e higiénicas o destinadas a ser adquiridas en propiedad”. La primera cooperativa
registrada al abrigo de la disposición constitucional fue la colonia cooperativa “Ferrocarrilera Li-
mitada”, certificada el 28 de febrero de 1923. La segunda fue la cooperativa “Plutarco Elías Calles”
que se certificó en 1926, y que fue la encargada de urbanizar los terrenos del fraccionamiento
del ex Hipódromo de Peralvillo, que fueron donados por Álvaro Obregón (Cruz, 1994; Rome-
ro, 1986). En 1927 se promulgó la primera Ley General de Sociedades Cooperativas, y con ésta
se formalizaron las cooperativas creadas antes de su aparición y se impulsó la organización de
nuevas. Durante la década de los 1920 y parte de 1930 se conformó un número importante de
cooperativas de vivienda.5
Si bien las cooperativas son un primer antecedente en cuanto a la atención, por parte del
Estado, del problema de la vivienda obrera, esta última se consideró como parte de una deman-
da laboral y sindical, y no se ubicó en el contexto de una demanda urbana por parte de colonos
necesitados de vivienda. De esta manera, el interés del “nuevo estado” era crear vínculos con los
sindicatos, que después llegaran a transformarse en prácticas clientelares, que garantizaran el
apoyo a las políticas revolucionarias. De aquí que de principio la ayuda estatal a través de la do-
nación de terrenos o de préstamos para comprar lotes, hicieran de la cooperativa un instrumento
exitoso para tener acceso a una vivienda (Cruz, 1994: 139-142).
El segundo documento legal se remonta a 1938, cuando se aprobó una nueva Ley General
de Cooperativas que pretendía reemplazar las diversas y contradictorias disposiciones existen-
tes en la materia, ofreciendo al mismo tiempo un renovado aliento a las aspiraciones del sector
obrero (Ziccardi 1982). Junto con la Ley del Impuesto Sobre la Renta que concedía la exención a
las sociedades cooperativas, estas medidas permitieron el auge de las cooperativas de produc-
ción y ahorro. Sin embargo, la ley de 1938 no aportó regulación alguna para las cooperativas de
vivienda, quedando éstas supeditadas a la figura de las cooperativas de consumo. Con esta am-
plitud de la nueva legislación, el interés de los trabajadores por formar cooperativas de vivienda
decayó. Esto se debió también a otros factores como el inicio, desde el periodo de Lázaro Cárde-
nas (1934-1940), de una política que avalaba y promovía la formación de “colonias proletarias” a
través de invasiones de tierras. En esta época se conformaron muchas colonias y se dio paso, por
una parte, a la aparición del “colono” como un actor urbano demandante de vivienda, y por otro,
se consolidó una política de vivienda que fomentaba la creación de colonias “ilegales”, a las que
después se tendrían que reconocer.6 En esta época la vivienda apareció como una demanda de
los sectores populares urbanos y se inició la formación de asociaciones de colonos como la forma
de iniciar las gestiones para obtener servicios y la regularización de la tierra (Azuela y Cruz, 1989).
5 En este periodo se conformaron las colonias Ferrocarrilera, Paulino Navarro, Trabajadores del Hierro, Ex hipódromo de
Peralvillo y Prohogar (Cruz, 1994). En el trabajo de Romero (1986), se identifica a por lo menos cinco cooperativas en el
periodo mencionado.
6 En el periodo cardenista se formaron 35 colonias que se localizaron fundamentalmente en la zona centro- oriente de la
416
III. Suelo y financiamiento
Las décadas de 1960 y 1970 del siglo pasado se caracterizaron por una creciente formación de
colonias populares, fenómeno que estuvo acompañado por un proceso de organización de colo-
nos independiente de las instituciones estatales, que llegaron a conformar el Movimiento Urba-
no Popular. En este mismo periodo, nacieron varias Organizaciones no Gubernamentales (ong)
que acompañaron con asesorías el proceso de la producción social de la vivienda de las diversas
organizaciones populares. En 1965 se constituyó en México la primera ong dedicada a temas
habitacionales: el Centro Operacional de la Vivienda y Poblamiento (Copevi). Esta ong tuvo un
papel importante en la formación de una nueva generación de cooperativas de vivienda, tales
como la Unión de Palo Alto (que se estudiará más adelante), o Cohuatlán, impulsada en 1973 por
la Unión de Vecinos de la Colonia Guerrero (uvcg) y financiada con recursos del naciente Instituto
del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit).
En estas experiencias se impulsó un modelo en el cual las viviendas terminadas, en vez de
titularizarse a favor de los socios, se mantenían en manos de la sociedad legalmente constituida.
De hecho, esta idea ya era ensayada al otro lado del continente. El Centro Cooperativista Urugua-
yo (ccu), con el cual el Copevi mantenía relaciones, apoyó la formación de cooperativas obreras
con dichas características, además fue un actor clave en el diseño de la Ley de Vivienda de 1968
que validó el modelo de producción de viviendas por cooperativas de ayuda mutua y propiedad
colectiva en Uruguay. En una apuesta semejante a la del ccu, la ong mexicana esperaba que las
experiencias de Palo Alto y Cohuatlán sirvieran para defender e impulsar una nueva política ha-
bitacional basada en los principios cooperativos.
Para aquel entonces, una parte del movimiento de colonos buscaba rearticularse desde una
posición independiente a las organizaciones corporativistas estatales como la Confederación
Nacional de Organizaciones Populares (cnop). Al norte del país se creó el Comité de Defensa Po-
pular (cdp) de Chihuahua; en Monterrey y Durango, el Frente Popular Tierra y Libertad. En el Valle
de México, la Unión Popular Martín Carrera abanderaba la lucha inquilinaria en las áreas centra-
les, mientras que en las periferias urbanas se consolidaba la Unión de Colonias Populares (ucp)
que, junto con la Unión de Colonos de San Miguel Teotongo y otras organizaciones, promovió
un Primer Encuentro Nacional de Colonias Populares, seguido entre 1980 y 1984 por una serie de
encuentros en Monterrey, Durango, Acapulco y Ciudad de México. Estos encuentros dieron paso
a la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular (Conamup).
En 1985, cuando Enrique Ortiz, ex director de Copevi pasó a dirigir el Fondo Nacional de las
Habitaciones Populares (Fonhapo), se establecieron reglas y criterios de operación flexibles para
llegar a cientos de grupos de solicitantes de vivienda organizados en cooperativas y asociacio-
nes; en palabras de Gustavo Romero, quien también se había integrado a Fonhapo, “ […] no sólo
se trataba del financiamiento, de las normas o de las soluciones constructivas de la vivienda y la
infraestructura, sino de ver los problemas como una oportunidad para que la población misma
pudiera decidir y controlar cómo mejorar su vida”. Entre los proyectos más destacados de este
periodo pervive la experiencia de El Molino, en Iztapalapa, donde diversas organizaciones liga-
das a la Conamup levantaron 16 unidades habitacionales, entre las cuales tres fueron construidas
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Repensar la metrópoli III
La colonia Cooperativa Palo Alto se ubica en la alcaldía de Cuajimalpa. Está conformada por
familias de origen campesino, quienes en 1935 llegaron a trabajar y se radicaron en el mismo
predio, donde funcionaba una mina de arena. En los años sesenta, la mina había dejado de
funcionar y el dueño deseaba vender su terreno a fraccionadores urbanos. Ante esta situación
los habitantes interpusieron una demanda legal que reclamaba el derecho de preferencia para
comprar el suelo en 1971. A pesar de que el recurso legal se resolvió a favor de los habitantes,
se realizó una intervención por parte del cuerpo de granaderos que pretendía desalojar a las
familias. Ante esta situación, el 31 de julio de 1973 la asamblea de la recién constituida coope-
rativa Unión de Palo Alto decidió “auto invadir” el terreno y construir viviendas provisionales.
En 1974, se concretó la firma del convenio de cesión del predio a favor de la cooperativa y, en
ese momento, se decidió que tanto la propiedad del predio como de las casas se escrituraran a
nombre de la organización. A la fecha, la sociedad cooperativa detenta la escritura única sobre
el predio.
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III. Suelo y financiamiento
Entre 1974 y 1994, los socios llevaron a cabo procesos y acciones tendientes a realizar una
gestión comunitaria de su espacio habitacional. Esta tarea incluyó diversas labores como parti-
cipar en el proceso de planeación del lugar, la adecuación del terreno, el diseño y construcción
de la vivienda, acciones organizadas para obtener recursos externos y una generación propia de
ingresos a partir de sistemas de ahorro. Este caso, casi “paradigmático”, muestra una amplia vin-
culación entre la organización popular, los organismos estatales de financiamiento y vivienda (el
Instituto Nacional para el Desarrollo Comunitario, Indeco, y el Fonhapo), asociaciones civiles de
apoyo a la vivienda popular (Copevi y Fomento de la Vivienda en Coordinación Popular, A.C.) y la
participación de instituciones de educación superior (Taller 5 del entonces llamado “autogobier-
no” de la Facultad de Arquitectura de la unam). Fue así como se logró, en distintas etapas, la cons-
trucción de 325 viviendas, dejando un área de reserva que hasta ahora no se ha desarrollado.
En términos generales, durante los primeros quince años se logró la construcción de vivienda
adecuada y digna para los socios de la cooperativa y se mantuvo una sana convivencia entre los
socios. Después de 20 años, con la aprobación de la nueva lgsc, la transformación del entorno
de la cooperativa de vivienda por el desarrollo inmobiliario de la zona de Santa Fe, y con el des-
doblamiento de la población, se detonó la emergencia de los problemas y conflictos internos de
la organización.
Con respecto al asunto legal derivado de la lgsc, la legislación estableció una serie de reque-
rimientos de supervisión sobre el funcionamiento de la cooperativa. La Dirección General de
Fomento Cooperativo envió requerimientos de revisión de libros contables, y al encontrar irregu-
laridades, solicitó algunas correcciones, pero la cooperativa hizo caso omiso en varias ocasiones.
Por otra parte, la creciente urbanización de alto nivel del entorno valorizó los terrenos y por ende
el valor de la vivienda comercial. Esto motivó a una parte de los socios de la cooperativa a pedir
la escrituración de sus viviendas de manera individual para poder comercializarlas, y con ello
obtener “beneficios” del incremento en el valor del suelo. Esta situación llevó a un grave conflicto
interno que dividió a la comunidad en dos sectores, los que estaban a favor de la escrituración
individual y los que se manifestaron por mantener la cooperativa. El asunto implicó la salida de
los “disidentes” con la condición de que se les pagaran sus aportaciones. Ante el incumplimiento
de requisitos legales y el conflicto interno, la cooperativa inició en 2002 su proceso de liquidación
por lo que no puede desarrollar su objeto social, no puede construir, incluir o excluir socios.7
Palo Alto luce como una colonia popular con un diseño único y armonioso, dotado de an-
dadores peatonales y generosos espacios comunes, lo que le ha valido representar a México
en la Bienal de Venecia de 2016 dedicada a la arquitectura social. Sin embargo, la cooperativa
7 Los socios entrevistados sugieren que la causa principal de la fragmentación del colectivo obedece a que, a partir del
desarrollo urbano de Santa Fe, agentes externos manipularon a un grupo de 42 socios para convencerles de que era
posible obtener escrituras individuales que les permitirían disponer del bien inmueble y obtener los beneficios del in-
cremento del precio del suelo. El conflicto que siguió fue tan grave, que se tuvo que recurrir a las autoridades para lograr
un convenio mediante el cual el grupo que exigía la escrituración individual aceptó salir de la colonia con el compromiso
de que se les regresaría su parte social, correspondiente al valor de sus aportaciones realizadas tanto en especie como
en trabajo, así como el valor estimado en la remodelación y la ampliación de sus viviendas. La liquidación no ha sido
efectuada por falta de recursos para cubrir la parte correspondiente a los “disidentes” y porque la mayoría de los socios
desea seguir como cooperativa. En efecto, en caso de resolverse el conflicto por la vía liquidadora, existe la propuesta de
transferir los bienes hacia una nueva cooperativa, cuyos estatutos ya se están redactando.
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Repensar la metrópoli III
enfrenta retos a resolver relacionados con la situación física de las viviendas y con la dinámica
de su organización. Así como encierra 42 viviendas vacías y deterioradas, la propia organización
presenta vacíos de poder pues no existe un vocero legítimo, se perdió el poder del consejo de ad-
ministración, lo que provoca una falta de impulso e interés entre los socios para generar nuevos
procesos, buscar créditos y demás acciones administrativas y legales. Por otra parte, la sociedad
se enfrenta a la paradoja de no poder aprovechar ni las casas vacías ni sus reservas territoriales
para resolver los problemas de hacinamiento. Y es que, si bien la forma de construcción progresi-
va inicialmente planteada permitía ampliaciones de acuerdo con las necesidades del hogar, hoy
coexisten hasta cuatro generaciones bajo un mismo techo. La solución que consistiría en ampliar
verticalmente las viviendas también está cancelada, pues existe el acuerdo de no efectuar creci-
miento en altura con la intención de mantener la zonificación actual de uso de suelo, así como
los beneficios y descuentos que de ella derivan (predial, servicios públicos).
El desarrollo de 44 años de vida de la cooperativa muestra diferentes etapas en las que el éxi-
to de la gestión comunitaria se ha evidenciado, pero también se identifica que su consolidación
ha implicado problemas que la cooperativa no ha podido atender. Esta situación toca temas tan
sensibles como la propiedad de la vivienda y la densificación de la zona habitacional que ocupan.
El tema de la “propiedad colectiva” es uno de los asuntos más importantes que se debate al
interior de la comunidad. En este sentido, es importante plantear algunos elementos que ayudan
a comprender el problema. La cooperativa es propietaria del suelo y la vivienda, cada uno de los
socios es dueño del capital aportado, de la mano de obra que se ocupó en la construcción, así
como de la amortización del préstamo. Por otra parte, en torno a la vivienda tiene derecho al uso
de ésta, siempre y cuando se mantenga como socio de la cooperativa, si fuera el caso sólo puede
venderla a esta organización, por lo que no se considera la circulación mercantil de la misma.
Esto con el objetivo de mantener la vivienda popular accesible a las necesidades de los socios de
la cooperativa.
Desde esta perspectiva la propiedad social como eje central de una cooperativa de vivienda
permite, por un lado, concretar el reconocimiento de esta forma de tenencia como criterio cen-
tral en el mantenimiento del suelo en los sectores populares. Por otra parte, la vivienda como
un derecho que se ejerce a partir de la gestión social logra expresarse en la construcción de un
espacio habitacional específico para sectores que en algún momento carecieron de vivienda. Si
bien, estas son cualidades importantes, el crecimiento de la población y de hogares, la densifica-
ción de la ocupación de la vivienda y la valorización del suelo no sólo por el entorno, sino por la
acción de los mismos pobladores dentro de la cooperativa, se perfilan como elementos que con
el paso del tiempo inciden en un cambio de percepción entre la población sobre el tema de la
propiedad colectiva.
Así después de cuatro décadas de formación de la cooperativa se observa el hacinamiento,
el deterioro de la calidad de vida dentro de las viviendas, así como la necesidad de ingresos de
todos los que conviven en la vivienda. Estos elementos permiten una transición de la perspectiva
de la propiedad entre los pobladores, en la que resaltan las limitaciones de la propiedad colectiva
y particularmente la incertidumbre de la transferencia de la propiedad a las nuevas generaciones
y la imposibilidad de obtener ingresos a partir de la transferencia de la propiedad de la vivienda.
420
III. Suelo y financiamiento
Esto se suma a los problemas que implica la convivencia de un mayor número de habitantes en
un sólo espacio habitacional.
La experiencia de la cooperativa Unión de Palo Alto muestra la necesidad de repensar las
prácticas de los socios en los temas de habitabilidad. En este sentido, el problema está en el
paso de una práctica cooperativa operativa para la obtención y construcción de la vivienda, a
la conformación de una cultura solidaria y de ayuda mutua que se exprese en la convivencia so-
cial, vecinal, habitabilidad y mejoramiento de las condiciones de vida de los pobladores dentro
del espacio habitacional. Por todo esto, la educación cooperativa de las nuevas generaciones
se perfila como un elemento fundamental a desarrollar para transformar las formas de habitar,
armonizar la convivencia vecinal, recuperar y fortalecer la gestión comunitaria de la vivienda y
los espacios públicos.
En suma, la cooperativa Unión de Palo Alto no es precisamente una historia de éxito, pero
tampoco podría tratarse como un fracaso. Por un lado, cumplió con el objetivo de ofrecer se-
guridad y vivienda adecuada a la población de lo que era un asentamiento irregular y, gracias a
la tenencia colectiva de la tierra, las familias se han arraigado en un territorio sometido a fuer-
tes presiones inmobiliarias. Por otro lado, podría decirse que la cooperativa hizo su parte en la
construcción del movimiento más amplio al fungir como sede de numerosos intercambios entre
organizaciones sociales, muchas de las cuales han encontrado aquí un ejemplo concreto para el
desarrollo de sus propios proyectos. Sin ir más lejos, en las experiencias descritas a continuación,
Palo Alto ha funcionado como un referente de lo imposible-posible, como una utopía trunca,
pero de la cual es posible aprender a superar los errores.
Guendaliza’a
En voz zapoteca, este nombre significa “hermandad”. El colectivo nació en 2011 con la fusión
de dos grupos de solicitantes de vivienda vinculados a la asociación Sociedad Organizada en
421
Repensar la metrópoli III
Lucha (sol). Los participantes ubicaron un predio de 1 049 m2 en la colonia Cuchilla Pantitlán, en
la alcaldía Venustiano Carranza. Con el apoyo de profesionales se estudiaron las características
urbanas de la zona y se elaboró la memoria descriptiva del proyecto para gestionar ante el Invi
un crédito por $3 175 000, para construir 50 viviendas, asimismo, Conavi otorgó un subsidio de
$1 825 000.
La obra se desarrolló entre 2015 y 2017 con fondos del programa de Vivienda en Conjunto
del Invi, mediante la modalidad de autoadministración, que exige la formación de una plantilla
técnica integrada, en este caso, por algunos beneficiarios. Si bien la mano de obra es contratada,
los costos de producción son reducidos con la participación de los futuros habitantes en labores
tales como: limpieza de la obra, vigilancia, acarreo de materiales y alimentación de los albañiles
contratados. Además de las viviendas, Guendaliza’a cuenta con un comedor comunitario colo-
cado en uno de los apartamentos del conjunto, en el área exterior, a un lado del Parque Ícaro,
ha contribuido al establecimiento de un salón de usos múltiples donde se ofrecen talleres de
música, carpintería y pintura al público en general.8
Un elemento central para la integración del grupo consistió en el establecimiento de meca-
nismos internos de ahorro. Los recursos financieros obtenidos por aportaciones semanales de los
socios y actividades grupales como kermeses ayudaron a suplir los retrasos del Invi en la entrega
del crédito, que se da conforme al avance de obra, con lo que se evitó que la construcción se
detuviera. El ahorro también permitió cubrir los excedentes de obra y diversos gastos de gestión.
No obstante, la impuntualidad y el incumplimiento de pagos por parte de algunos socios generó
desconfianzas y divisiones que llevaron a la eliminación de los mecanismos de ahorro. En este
sentido, cabe decir que hacia el final de la obra la colectividad se polarizó en dos bandos de 24
familias cada uno, lo que hoy complica la toma de decisiones por mayoría.
El conflicto surgió a partir de una discusión en torno a los 34 cajones de estacionamiento; al-
gunos se inconformaron con la idea de pagar por estos espacios comunes (cuyo uso rotativo sería
gestionado internamente), y algunos participantes de reciente ingreso comenzaron a cuestionar
el modelo cooperativo. Fue así como Guendaliza’a se dividió entre los fundadores del proyecto
(en su mayoría unidos por redes familiares), y los disidentes, quienes se fueron adhiriendo a mi-
tad del camino y que ahora desconocen el liderazgo de sol y rechazan la constitución legal de la
cooperativa. Esta situación ha complicado la entrega de las escrituras y la devolución del crédito.
Tollán
8 Este espacio se construyó con recursos del arriba mencionado Programa de Mejoramiento Barrial.
422
III. Suelo y financiamiento
tomaron el nombre de Tollán (nombre de la antigua capital tolteca). La organización logró nego-
ciar la compra de un predio de 2 029 m2 en la colonia Santa Isabel Tola, en la alcaldía de Gustavo
A. Madero, sol ofreció un enganche y en la actualidad se gestiona un crédito ante el Invi.9
Tollán ha enfatizado el aspecto de la educación cooperativa, por lo que se han generado fil-
tros para el ingreso de nuevos miembros. Para obtener el ingreso los interesados tienen que pa-
sar por tres meses de prueba que inician con un curso propedéutico, en el cual se revisa la Carta
de la Ciudad de México por el Derecho a la Ciudad, los fundamentos del Progesha y los principios
del cooperativismo de vivienda. Asimismo, los candidatos se incorporan a alguna de las comisio-
nes de trabajo y asisten a las asambleas, aunque sin derecho a voto. Al final la asamblea decide si
se integra o no a cada candidato.
Tochant
En 2010, en el marco del Progesha, la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata (uprez), for-
mó tres brigadas en Azcapotzalco para hacer levantamientos de información e identificar caren-
cias y potencialidades; se trataba de responder a los requisitos del Invi (caracterización urbana) y
de tener elementos para adaptar sus proyectos a las necesidades del barrio y desarrollar, además
de las viviendas, infraestructura comunitaria. En la colonia San Marcos se ubicó un primer predio
donde se hicieron estudios topográficos, pero al momento de concretar la compra, el Invi no
pudo otorgar el financiamiento a tiempo y la dueña vendió el predio. En otra oportunidad se
generó un proyecto integral con arquitectos de la Universidad Iberoamericana pero tampoco se
pudo concretar la compra del suelo. Ante esta situación las brigadas fueron vaciándose de parti-
cipantes. Al final quedó un grupo conformado por 17 titulares mujeres y cuatro hombres. Final-
mente en 2016 se adquirió un predio en la colonia San Andrés, donde actualmente se proyecta
la construcción de 21 viviendas. La gestión es llevada adelante por un militante de la UPREZ que
ha conducido decenas de proyectos de la organización.
En 2017 el grupo se enfrentó a lo que sería considerado un fraude: para la realización del
proyecto ejecutivo se contrató a algunos arquitectos que dejaron el trabajo “a medias”, tras haber
cobrado cerca de 18 mil pesos a cada miembro. El gestor de la uprez tuvo entonces que conseguir
a un nuevo arquitecto. El grupo ha sobrellevado las dificultades gracias a que existen redes de
solidaridad y confianza entre sus miembros, tejidas mediante actividades colectivas como la im-
plementación de un huerto en el predio y la venta de verduras y dulces para recaudar fondos co-
munes. Cuando un miembro atraviesa una situación familiar delicada, como una hospitalización,
los demás están presentes. Así también la heterogeneidad del grupo, que incluye a parejas del
mismo sexo, es un factor de fortaleza que reconocen los participantes, de modo tal que, a pesar
de encontrarse aislada del resto de las bases de la uprez, la cooperativa Tochant es un baluarte
para esta organización popular en Azcapotzalco.
9 El predio de Tollán se ubica en Mitl 7, y aunque aún no se ha concluido la compra, existe una buena relación con el due-
ño, por lo que los miembros de esta organización disponen de un lugar para realizar sus actividades.
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Repensar la metrópoli III
Los casos que se estudiaron tienen como común denominador el objetivo de avanzar en la
consolidación de las sociedades cooperativas de vivienda como una forma viable para impulsar
la psvyh. El problema al que se enfrentan es que las instituciones de la política habitacional de la
ciudad como el Invi, no tienen considerado dentro de sus estructuras legales y administrativas la
figura de una cooperativa, por lo que la gestión del financiamiento y la construcción de la vivien-
da tienen que pasar por los mecanismos tradicionales que se centran en la propiedad individual
de la vivienda, en amortizaciones de créditos también particulares, y en el descuido de la gestión
de los espacios comunitarios. En este sentido, la gestión de la vivienda se trabaja en dos pistas:
una interna, que atañe directamente a la organización de los pobladores en la que se pretende
avanzar en la constitución de cooperativa de vivienda fundamentada en la propiedad colectiva
y en nuevas prácticas sociales comunitarias basadas en la ayuda mutua y la solidaridad; y, la otra
pista, es la gestión institucional en la que la “cooperativa”, que no es tal desde la perspectiva
legal, tiene interlocución con los organismos de vivienda como una organización popular tra-
dicional. De esta manera, se está frente a una dinámica ambigua que impacta el desarrollo de
la gestión de la vivienda ya que, por una parte, la organización popular pretende constituirse
como cooperativa, pero los procesos de gestión institucional implican su comportamiento como
organización civil.
Desde la perspectiva anterior, en términos reales, para las organizaciones populares la coope-
rativa de vivienda es una forma ideal, una meta para lograr constituirse como tal y lograr una ges-
tión diferente del espacio habitacional. Lo interesante es que los estudios de caso muestran que
las organizaciones inician un trabajo interno para trabajar de acuerdo con las bases del coopera-
tivismo que se centran en la solidaridad y la ayuda mutua. A partir de este principio participan de
manera inclusiva y comunitaria en las etapas de adquisición del suelo, planeación del proyecto
arquitectónico y de construcción, en este último se observa un énfasis importante en los espa-
cios comunitarios (salón de reuniones para diferentes actividades “vecinales”, lugares para las
ecotecnias, etc). La obtención del dinero necesario para comprar el suelo y financiar el proyecto
arquitectónico se lleva a cabo a través de sistemas de ahorro comunitario, que funcionan bien en
estas etapas. Los problemas se presentan una vez que la vivienda está construida, se asignan a
los beneficiarios y se inicia la firma de contratos individuales para pagar el crédito.
La propiedad de la vivienda, y en particular la propuesta de que sea colectiva, es uno de los
problemas que lleva a un debate entre los participantes y que genera separaciones, así como
toma de posiciones diferenciadas. El cuestionamiento propiedad colectiva versus individual se
plantea con mayor agudeza al entregar las viviendas y se relaciona con las percepciones cultura-
les y patrimoniales de los “beneficiados”. Por una parte, para los pobladores el tener una vivienda
es un anhelo logrado a través de mucho tiempo y participación en las formas de funcionamiento
de la organización. Este logro se vincula con una apropiación individual que implica la posibili-
dad de disposición y toma de decisiones sobre el espacio. Por otro lado, el tema de la transferen-
cia de la propiedad a miembros de la familia (herencias) también es una preocupación que atañe
a la escrituración individual, en la que no sólo se resuelve por parte del organismo de vivienda
el pago individual del crédito, sino también la posibilidad real de transferir, vender o rentar la vi-
vienda. Estas percepciones se plasman en prácticas concretas que se confrontan con las implica-
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III. Suelo y financiamiento
ciones de optar por la propiedad colectiva de la vivienda, la cual no sólo es desconocida por el or-
ganismo financiero, sino que además implica un cambio en las prácticas de convivencia vecinal.
El tema anterior se vincula con el tránsito de las prácticas de los miembros de la organización,
a otras en las que prevalezca la participación comunitaria y la perspectiva de construir relaciones
vecinales a partir de la solidaridad y la ayuda mutua. Éste es un punto en que los tres casos coin-
ciden al enfatizar la importancia de impulsar una educación cooperativa integral que incluya el
sentido de la PSVyH. Esto implica considerar elementos como la adquisición del suelo, sistemas
de financiamiento, la propiedad colectiva de la vivienda, las formas de la economía solidaria, la
gestión colectiva del espacio habitacional y de los espacios comunes, así como prácticas que
ayuden a solventar una cultura cooperativa que considere una amplia participación en reunio-
nes y compromiso de transformación del entorno.
Consideraciones finales
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Repensar la metrópoli III
426
III. Suelo y financiamiento
En el ámbito académico, hace falta explorar las características socioeconómicas de las personas
que integran los proyectos cooperativos, sus intereses, sus posibilidades financieras, sus expec-
tativas. Urge además hacer un balance detallado de los logros y fracasos que han experimentado
otros grupos, tanto de generaciones anteriores como de otros referentes populares que también
están utilizando la figura cooperativa para hacer viviendas. Asimismo, la idea de desarrollar en
México un modelo de producción por ayuda mutua en el que la propiedad queda en manos
de la cooperativa, requiere intercambios con especialistas (técnicos de Fucvam, funcionarios del
ministerio de vivienda del Uruguay, por ejemplo), que contribuyan a esbozar nuevos mecanis-
mos financieros y legales en las distintas etapas: acceso al suelo, asistencia técnica, construcción,
mantenimiento, reemplazo de socios.
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Repensar la metrópoli III
Siglas y acrónimos
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Repensar la Metrópoli III
Tomo I
Planeación y gestión
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