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Mariquita Sánchez

Plumas y rutas

Como siempre, me preparé el café de la mañana. El humo caliente que salía de él me


calentaba las manos y la cara. Siempre sufrí mucho el invierno, así que tomarme un
cafecito ni bien me levantaba me alegraba un poco las mañanas. Miré el reloj. Las
agujas marcaban las 7:30. Estaba llegando tarde al trabajo. Yo entraba a las 8, y tenía 40
minutos de viaje en colectivo. Me até los zapatos como pude, agarré mi tapado y me fui.
Cuando llegué a la parada del 59 había una fila enorme, estaba tan cansada que ni
siquiera tuve la voluntad de resignar. Después de 10 minutos eternos, el colectivo llegó.
Estaba tan lleno que apenas podía mover los brazos. Estuve 40 minutos en una misma
posición, tratando de respirar como podía. Los pulóveres, bufandas y camperas que
llevaba la gente hacían que haya menos espacio de lo que normalmente había. Ni podía
ver por la ventana, pero cuando vi unos árboles, supuse que había llegado a la plaza
donde siempre me bajaba. Desde alli tenía que caminar tres cuadras hasta la oficina. Si
corría, no iba a llegar tan tarde.
Cuando me bajé, me descoloqué. No estaba en la plaza que estaba cerca de mi oficina.
No entendía dónde estaba. Me giré y vi al colectivo en el cual estaba viajando
alejandose. Ademas de estar llegando tarde, el colectivo me habia dejado en otro lado.
No sabia donde estaba parada.
Empece a caminar por la plaza, buscando a alguien que me ayude a ubicarme. Vi a un
pochoclero, rodeado de niños. Tambien, un poco mas lejos, vi una clase de zumba, con
todas señoras mayores. Nadie me iba a ayudar. Segui caminando, ya empezando a
correr. En ese apuro, una bandada de palomas voló hacia a mi. Lo que me faltaba. Me di
vuelta, y vi a una viejita con una bolsa de pan, atrayendolas. Me quise enojar, pero no
pude. Esa señora me hacia acordar a mi abuela. Me acerque para preguntarle donde
estabamos, y que colectivo podía tomarme para ir a mi oficina. Me respondió, despues
de haberle repetido cuatro veces la pregunta ya que estaba medio sorda. Me dijo que
estaba a solo 20 cuadras, y que tenía que tomarme el 41. También me comentó que ella
también iba para ese lado, y me preguntó si podía venir conmigo. No tuve otro remedio
que decirle que si. Estaba sola, y me dio pena.
Fuimos juntas hacia la parada que estaba en la esquina, a paso muy lento porque ella
tenía bastón. Justo cuando llegamos, el colectivo venía, asi que nos subimos. Ella seguía
teniendo la bolsa de pan en la mano, lo que hizo que algunas palomas se quieran subir
también. El conductor las bajó enojado, y luego el colectivo arrancó. El viaje fue rápido.
Ella se bajó conmigo.
La señora y yo caminamos juntas hacia el edificio donde estaban las oficinas. Allí ella
me despidió y yo entré a mi trabajo. Me encontré con una compañera y le conté lo
sucedido, y me comentó que a ella le había pasado algo parecido hace unos años. Estaba
perdida en el barrio de La Boca, y una señora rodeada de palomas la ayudó a encontrar
el museo al cual ella quería ir. Me sorprendí, pero seguramente era pura causalidad
Cuando ya estaba adentro, miré por la ventana y vi a la viejita sentada en un banco,
alimentando a unas palomas que estaban por ahí, con su bolsita de pan. De repente, un
niño llegó corriendo buscando por su ayuda. Ella, dulce, lo agarró de la mano y se
fueron caminando.
Mariquita Sánchez

Los vi alejándose de manera tranquila, y nunca más volví a ver u oír de la viejita de las
palomas.

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