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El Viejo y el Mar

Resumen

La historia comienza contándonos la historia de un viejo pescador, que pescaba solo y en un bote

con el que no conseguía ningún pez hacía más de un més. Su única compañía era un muchacho

que siempre estaba atento a sus necesidades y lo ayudaba a recoger los implementos de pesca de

su bote vacío.

Era un viejo flaco, con arrugas contundentes en el cuello y hondas cicatrices en las manos a

causa de manipular las cuerdas que alguna vez capturaron grandes peces. Sin embargo, en sus

ojos seguía habitando la alegría y la vitalidad.

El viejo solía pescar con aquel muchacho hasta que el padre de este se lo prohibió a causa de

la mala suerte del anciano. El viejo le había enseñado a pescar y le tenía gran cariño, pero el

muchacho ahora pescaba en un bote con mejores resultados, pero esto no les impedía reunirse de

vez en cuando para tomar una cerveza o para hablar de beisbol.

Llegada la noche, el muchacho solía acompañar al viejo camino arriba hasta su choza, cuya

única habitación era casi tan grande como el mástil del bote y que contaba solamente con una

cama, una silla y un lugar en el piso de tierra para cocinar con carbón. En las paredes de hojas de

guano tenía un cuadro del corazón de Jesús y en algún momento estuvo la foto de su esposa, la

cual retiró porque su ausencia aumentaba su sentimiento de soledad.

Después de debatir un rato más sobre las probabilidades de victoria de los Yankees y

habiendo llegado la hora de dormir, el muchacho le ayudaba a acostarse sobre el montón de

periódicos que el viejo tenía por colchón y entonces se iba dándole las buenas noches.
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En sus sueños, el anciano recordaba los tiempos en los que era joven y veía las blancas playas

del África, tan blancas que lastimaban los ojos. En esos sueños podía sentir el batir de las olas y

el olor a brea y estopa de la cubierta del bote, así como la brisa de tierra africana.

Al levantarse, el anciano se ponía los pantalones que ocupaba por almohada en la noche,

orinaba al lado de su choza y emprendía camino para despertar al muchacho. Después, pasaba de

nuevo por su choza en compañía del muchacho a recoger sus implementos de pesca para luego

subirse a su bote y comenzar la pesca del día.

Ese día, el viejo se alejó un poco más de lo habitual de la costa con la esperanza de encontrar

grandes peces. El mar era vasto y ocupaba todo hacía donde su visión podía llegar. En ese

momento, lo único que podía ver era la silueta de la costa que abandonaba. Lo único que tenía

por compañía en esa inmensidad azul eran las manadas de peces voladores o algún ave

sobrevolara el océano.

Así, el viejo remaba a su ritmo pausado y ya con algunos cebos de sardina dentro del agua. El

sol comenzaba a ascender con más fuerzo y el viejo podía avistar algún que otro bote lejano,

cuidando de no mirar mucho hacia arriba, pues el fuerte sol dañaba sus aún fuertes ojos.

A pesar de haber tenido una mala racha de pesca hasta el momento, el viejo tenía fe en el

nuevo día y en que la suerte podía llegar en cualquier momento.

En un momento dado, el viejo pudo ver a un ave marina que se encontraba haciendo picadas

hacia cierta zona del mar, lo cual llamó su atención y lo condujo a remar hasta allí. En una de

esas picadas, el viejo pudo ver un grupo de peces voladores que él sabía que escapaban de los

dorados grandes.

El viejo tomó un sedal y lo soltó por sobre la borda, que amarró a una de las argollas del bote

con la esperanza de atrapar a alguno de los perseguidores de los voladores. El agua era ya de un
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azul profundo, y al bajar la mirada pudo ver la luz del abundante plancton, lo cual hizo pensar al

viejo que allí encontraría bastantes peces, pero esta esperanza murió al ver una brillante medusa

poco después, lo que sugería que se encontraba en agua mala e hizo que el viejo remara a otras

aguas.

El viejo alzó la vista y vio a la misma ave girando en el aire, diciendo que había encontrado

peces. Esta vez no había peces voladores saltando por ahí, así que el ave ahora picaba y buceaba

en busca de sus peces, los cuales se veían forzados a subir a la superficie por el pánico. Fue

entonces se tensó uno de los sedales en su popa, así que el viejo soltó los remos y comenzó a

tantear el sedal tensado.

Sujetándolo firmemente, el viejo comenzó a tirar de la cuerda de la que salió un bonito que

quedó tendido y pataleando en la popa del bote. El viejo le dio un golpe en la cabeza y lo pateó

para acabar con su sufrimiento.

El viejo comenzó a pensar en voz alta la bonita carnada que podría ser el pez. No recordaba

ya desde cuando había comenzado a hablar solo, tal vez desde que dejó de pescar con el

muchacho. Pero eso no le parecía de importancia al viejo y ahora su mente volvía a la posibilidad

de encontrar un pez grande de donde pescó el bonito.

Ya no podía ver el verdor de la costa y solo podía avistar a lo lejos el rumor de las montañas.

Mientras vigilaba de los sedales, pudo ver como uno comenzaba a descender

pronunciadamente, lo que sugería la atención de un pez grande. El viejo tomo suavemente el

sedal y comenzó a sentir varios tirones suaves, lo que quería decir que, a más de cien brazas de

profundidad, un pez se encontraba comiendo de la sardina que tenía incrustada el anzuelo, pero

sin quedar enganchado.


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El viejo permanecía con el sedal entre sus dedos y lo dejaba bajar suavemente con el fin de no

espantar a la pesca.

Al estar tan lejos de la costa, el anciano pensó que lo que estaba comiendo la sardina debía de

ser enorme, por lo cual puso toda su atención en aquel sedal del que se sentían los suaves tirones

de las mordidas del pez. Por un momento dejó de sentir los tanteos y se desilusionó, pero

rápidamente volvió a sentirlos, hasta que de momento sintió algo duro e increíblemente pesado,

lo que confirmaba que el pez, efectivamente, era enorme.

En un momento sintió que el pez había dejado de moverse, pero aún sentía el peso del mismo,

el cual fue aumentando gradualmente. Luego aumentó un poco la presión en sus dedos y el peso

fue en aumento mientras el sedal descendía, lo que quería decir que el pez había cogido el

anzuelo.

El viejo lo dejó comer un poco más y luego gritó “¡ahora!” y tiró del sedal con fuerza y con

ambas manos. Siguió tirando y ganando un poco más de sedal cada vez, pero sin ser capaz de

traer el pez a la superficie, y este comenzó a alejarse lentamente sin que el anciano pudiera

levantarlo ni un poco. El viejo siguió sujetándolo fuertemente, y ahora el bote estaba siendo

remolcado lentamente por la fuerza del pez. En ese momento, el viejo deseó la presencia del

muchacho en voz alta.

El viejo no hizo más que seguir sujetando del tenso sedal, convencido de que el pez no podría

nadar para siempre y que en algún momento tendría que parar, pero habían pasado ya cuatro

horas desde que había enganchado al pez y este seguía nadando.

El anciano miró hacia atrás y ya no pudo ver ninguna señal de tierra, pero pensó que igual se

podría orientar con la luz de La Habana.


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La constante fuerza del pez sugería que este era enorme, lo cual mantenía la voluntad del

viejo de mantener sus manos en el sedal, esperando que la bestia que había enganchado se

cansara en algún momento. El viejo tenía que hacer cosas como orinar y beber agua siempre con

una mano en el sedal.

El fulgor de La Habana era cada vez mas débil, lo cual significaba que se alejaban cada vez

más de la costa, a lo más vasto del océano.

El viejo volvió a desear la compañía del muchacho mientras el sol se elevaba en el vasto

cielo.

En un momento dado, el pez dio un jalón fuerte que lanzó de bruces al anciano y le dejó una

herida debajo del ojo que comenzó a derramar sangre que se coagulaba antes de llegar a su

mentón. El viejo pensó que el tirón tuvo que haber sido consecuencia de que el anzuelo se

incrustara más profundamente en el gigante que remolcaba el bote. El viejo se encontraba

decidido de seguir hasta la muerte.

El sol se levantaba más y recordaba al viejo que el pez no se había cansado, pero al menos

este nadaba un poco más cerca de la superficie, lo que sugería la posibilidad de que llegará a

saltar en algún momento. El viejo intento aumentar un poco más la tensión del sedal, pero no

podía más; el fuerte sedal estaba lo más tenso que podía.

Un rato después, un pequeño pájaro, una especia de curruca, llegó volando a pararse en el

sedal. El viejo comenzó a hablar con aquel pajarillo, que representaba su única compañía en

aquella vastedad azul que mecía el bote con su movimiento. Su conversación le ayudaba a

distraerse del fuerte dolor en la espalda a causa de la tensión continua,

Justamente entonces, el pez dio una segunda sacudida fuerte que espantó al pajarito y que le

dio un corte a la mano del viejo con el roce del sedal. Al viejo le sangraba la mano mientras
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buscaba al pájaro con su mirada, pues le hubiera gustado tenerlo de compañero. Volvió a desear

la compañía del muchacho.

El viejo notó que el pez comenzaba a nadar más lentamente mientras sumergía su mano

herida en el agua salada para lavar la sangre, la cual no mantuvo así por mucho tiempo para

poder tomar del sedal con las dos manos, pues temía a que el pez se volviera a sacudir con fuerza

y se escapara. Entonces recordó el bonito que había el día anterior y, con una mano, empezó a

cortar y a comer los trozos crudos del pescado. Para él, no era desagradable, solo hubiera

deseado un poco de sal o limón. Luego miró hacia al mar y se dio cuenta de cuan solo y alejado

se encontraba.

“Ojalá el muchacho estuviera aquí”, pensó.

El viejo comenzó a sentir que el sedal empezaba a alzarse lentamente, hasta que, de repente,

el pez surgió del agua. Su cabeza y su lomo eran de un púrpura oscuro y las franjas de su

costado, a la luz del sol, se veían de un azul rojizo. Su espada era tan larga como un bate de

beisbol y su tamaño era al menos dos pies más grande que el bote.

El pez volvía a sumergirse lentamente mientras que el viejo sostenía el sedal con ambas

manos la mayor tensión posible sin que se rompiera. Si no podía demorar al pez con una tensión

continua, este podía llevarse todo el sedal y romperlo.

El anciano ya había visto peces bastante grandes, que pesaban más de mil libras, pero ninguno

como el que ahora se encontraba enganchado del sedal que había estado sujetando por ya varias

horas.

El viejo se acomodó en la madera de su bote y aceptó el dolor de su cuerpo, pero sin dudar

seguir sosteniendo el sedal. Poco después comenzó a rezar a Jesús y a la Virgen, rogándoles por

la muerte del gigante que tenía sujetado.


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El viejo se dio cuenta de que, si la situación continuaba otra noche más, comenzaría a

quedarse sin agua y tendría que conseguir algo de comer, pero su voluntad de seguir se mantuvo

firme.

El viejo hubiera deseado que el pez se durmiera para él también poder hacerlo, y así soñar con

las blancas playas del áfrica y sus leones.

Resumen hasta la página 82.

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