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LA SALVACIÓN DE DIOS
Una de las grandes verdades que Dios nos enseña en Su Palabra, es que nadie
valorará la salvación de Dios correctamente hasta que haya entendido su necesidad de
ella. Por lo tanto, con el fin de salvarnos, lo primero que Dios hace es dejarnos sentir
nuestra pecaminosidad delante de Él; eso nos lleva a un verdadero arrepentimiento.
Este es el primer paso a la salvación. Todo el Antiguo Testamento apunta a ello, como
lo afirma Pablo: “la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gál 3:24). La
palabra, “ayo”, traduce el termino griego, ‘paidagogos’; que significa un siervo, cuya
tarea es educar a los hijos de una familia pudiente. Cuando Dios dio la ley a Israel, Su
propósito no era sólo ordenar la sociedad, y frenar el pecado, sino también poner en
claro el terrible dominio del pecado sobre el ser humano. Pablo menciona eso en Rom
3:19-20; 7:7-13. Por lo tanto, sería en vano tratar de predicar el evangelio antes de
anunciar la ley de Dios.
Nadie será salvo si primero no experimenta una profunda convicción de pecado – una
convicción tal que lleva a la persona a un verdadero arrepentimiento. Es de temer que
muchas personas en la iglesia no están disfrutando la salvación de Dios, porque no han
pasado por estas dos etapas preliminares.
La convicción de pecado es algo que sólo Dios puede hacer. Así que tenemos que
descartar cualquier concepto de la ‘convicción’ de pecado, que se basa sobre una obra
humana. Por ejemplo:
ii. Cuando un adulto enseña a otro adulto lo que la Biblia dice del pecado, eso
tampoco produce, necesariamente, una verdadera convicción de pecado.
iii. Cuando una persona lee la Biblia, y aprende lo que Dios dice del pecado, eso
tampoco produce, necesariamente, una convicción de pecado.
iv. Cuando una persona sufre un castigo o una disciplina por parte de Dios, y como
consecuencia de ello, entiende que ha cometido pecado, eso no necesariamente
es una verdadera convicción de pecado.
vi. Cuando una persona dice que ha sido ‘convencida de pecado’, pero a la largo no
lo deja, eso tampoco es una verdadera convicción espiritual del pecado.
Cuando somos ‘reprendidos’ por alguien, tenemos dos opciones: o lo aceptamos, con
humildad y sencillez, reconociendo que lo que nos está diciendo es cierto; o, no lo
aceptamos, y nos molestamos con la persona por hablarnos, buscando cualquier
pretexto o razón para excusarnos.
ILUSTRACIONES:
El Señor Jesús enseñó que sólo el Espíritu Santo puede convencer de pecado (Juan
16:8). Lo puede hacer directamente; pero por lo general, lo hace por medio de la Ley
(la Palabra de Dios). A veces usa la conciencia humana – algo que Dios nos ha dado,
para guiar nuestro comportamiento.
i. Ilumina nuestra mente, para que entendamos la Palabra de Dios; para que
entendamos lo que Dios dice acerca del pecado; y para que entendamos cómo
Él ve el pecado.
ii. Toca nuestros corazones, para que sintamos dolor y vergüenza por nuestros
pecados. Llegamos a odiar el pecado, por lo que el pecado hace a Dios, y por lo
que le hizo a Cristo, en la cruz.
iii. Impacta nuestra voluntad, llevándonos a querer dejar el pecado para siempre.
b. La Palabra de Dios
La Palabra de Dios habla mucho del pecado. Dios usa Su Palabra para convencernos
de pecado (por medio del Espíritu Santo). El autor de Hebreos describe este papel de
la Palabra de Dios (Heb 4:12). Ver también Jer 23:29.
c. La Predicación Cristiana
d. La Conciencia Humana
Dios ha dado a todos una conciencia. Esta conciencia ‘da testimonio’ dentro de
nosotros, acusándonos de pecado, cuando lo cometemos (Rom 2:15). Muchas veces el
Espíritu Santo usará nuestra conciencia para convencernos de pecado.
¿Cuáles son las marcas o las características de una verdadera convicción de pecado?
ii. Es algo que nos afecta profundamente; nos quebranta delante de Dios y de los
hombres (Hch 2:37).
iii. Una tercera característica de la convicción de pecado es que nos hace odiar el
pecado; nos lleva a considerarlo como algo totalmente nefasto. Una verdadera
convicción de pecado le quita al pecado todo el ‘brillo’ artificial, mundano,
carnal, y satánico. Lo vemos en su cruda realidad, y lo odiamos
profundamente.
iv. Es algo que nos lleva a querer dejar el pecado, y a dejarlo para siempre. En
otras palabras, la convicción de pecado lleva al verdadero arrepentimiento.