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Pedro García Martín

La medida del tiempo


La temporalidad del mundo moderno iba a contemplar la rivalidad entre el tiempo sagrado de
la Iglesia y el tiempo civil del mercader. La vida del
labrador, del pastor y del artesano, esto es, lo que
podemos llamar el tiempo de los humildes, estará
regida por el horario litúrgico.

Los humanistas resucitaron al dios Cronos. Los


capitalistas lo pusieron en valor: “el tiempo es oro”.
Porque el tiempo en el Renacimiento empieza a
El tiempo sagrado de la iglesia. Campanario de San
interesar sobremanera a una minoría social: el Julián de Prados (Oviedo). Foto: Pedro García Martín.

comerciante, que veía en él una inversión; el militar, una estrategia; y el político, una forma más de
administración.

No obstante, la mayoría de la población se guiaba por el ciclo de las estaciones y los


movimientos del sol. La Iglesia marcaba la división diurna en horas y minutos. EI día se fraccionaba
en horas litúrgicas -ángelus, tercia, nona, vísperas- y éstas se expresaban en avemarías y
padrenuestros. La noche conservaba más su cronología pagana, empleándose códigos visuales y
auditivos, como la puesta de sol y el canto del gallo. El año cristiano pespuntea el calendario festivo
mediante el santoral y el culto mariano. Este almanaque religioso, en el que los días festivos se
imprimían en rojo y los laborables en negro, fue el fruto de la aculturación de la que fueron objeto
los ciclos naturales. La Nochebuena que celebra el nacimiento de Jesús y la noche de San Juan habían
tomado el relevo de los solsticios astronómicos.

Las actividades laborales estaban más


supeditadas al paso de las estaciones, las cuales
condicionarán los ritmos de vida del campo y de la
ciudad. De ahí el éxito en la difusión de los
almanaques, así como el empleo del tema de las
cuatro estaciones, desde Vivaldi a Goya, como
argumento creativo por las élites culturales.
Reloj de la plaza de San Marcos en Venecia que
marcaba la hora de las cuatro estaciones a Vivaldi.
El invierno tenía una larga duración y se le Foto: Pedro García Martín.

esperaba con cautela porque sus inclemencias -nieves, tormentas, fríos- endurecían las condiciones
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de vida, hasta el punto de dispararse la mortalidad de los débiles y rebasar los pobres vergonzantes
la cabida de los hospitales. Las faenas camperas quedaban paralizadas, dando cabida a jornadas
ociosas y festivas, como el ritual de la matanza del cerdo por San Martín. En cambio, para los
trashumantes y sus rebaños que han bajado de las sierras es la época de una actividad febril como
es la paridera, verificada en las dehesas cálidas del Mediodía.

Por esos meses, la circulación remitía por el mal estado de los caminos, que el lodo, las zanjas
y los desprendimientos hacían intransitables. Los ríos se desbordaban y arrumbaban los puentes -
como por ejemplo, las ramblas levantinas- o se helaban e impedían la navegación.

Con la llegada de la primavera se precipitaba la vida. Los ritos a la fertilidad, la elevación de


mayos y las cruces de gavillas, anunciaban la sucesión de las cosechas. La siega de los cereales y la
recolección de las bayas en el verano, la vendimia y la aceituna en otoño, la matanza del cerdo en
invierno, enlazaban con la nueva siembra y con la plenitud de provisiones en bodegas y graneros.

El esquileo, la siega o la vendimia eran momentos para la licencia y la diversión. El pago de las
rentas, en cambio, llevaba aparejado la pérdida del poder adquisitivo y el endeudamiento crónico.
Los tráficos se activaba con el buen tiempo, y los viajeros,
mercaderes y buhoneros sólo habían de luchar contra el
calor y las epidemias estivales para alcanzar las ferias y
los pueblos. En sus casas, durante los intermedios entre
faenas agrícolas, la familia campesina transformará la
materia prima en producto manufacturado a espaldas del
Reloj de la catedral de León.
monopolio y la rigidez gremiales. Foto: Pedro García Martín.

En este tiempo elástico y flotante del campesino, la vida es precaria y se mezcla con factores de
procedencia espacial, como nos hace ver el pícaro Guzmán de Alfarache, cuando, en plena canícula
agosteña, exclama: “Líbrete Dios de la enfermedad que baja de Castilla y de la hambre que sube de
la Andalucía”.

Esta vaguedad cronológica llevaba a la ausencia de la historia en la conciencia del aldeano, para
el que su pasado no rebasaba la generación de sus abuelos. Dicha cortedad de memoria generaba
fenómenos culturales como la visión fatalista del tiempo que sostienen los milenaristas y la visión
idílica de los orígenes en sus variantes del Paraíso terrenal o del país de Cucaña. Y es que en las
culturas arcaicas y orales, tal como nos enseñó Claude Lévi-Strauss, lo propio del pensamiento
salvaje es ser intemporal.

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Cuando el campesino empieza a conocer la Biblia con el protestantismo, en lecturas al amor de
la lumbre, prédicas de pastores o reflexiones personales, descubre un tiempo prístino, anterior a
Cristo, que rompe sus esquemas tradicionales.

Además, desde la Reforma comienza a disociarse el tiempo laico y el eclesiástico, a través de


un instrumento de racionalización como era el reloj, pues
la mayoría de los relojeros se harán evangélicos por su
condición de letrados. Pero el reloj es de momento un
objeto urbano empleado por una minoría culta.

La mayoría trabajadora seguirá regulándose por la


luz solar hasta la Revolución Industrial, más
imprescindible para el agricultor que para el artesano,
mientras el descanso se ajustará al domingo y las fiestas
preceptivas de la Iglesia. En el siglo XIX, acuñamos un
nuevo concepto cronológico como es el tiempo
industrial, marcado ya por la sirena fabril y no por la
campana. En tiempos recientes, al joven que entraba
como aprendiz en una fábrica donde iba a trabajar el
Reloj en el palacio de la Señoría de Florencia
resto de su vida, se le secuestraba su tiempo. Por eso, al que sustituyó a las campanas medievales.
Foto: Pedro García Martín.
jubilarse, la empresa le obsequiaba con un reloj, como si
le devolviese el control del tiempo.

Pero, sobre todo, por entonces se produce el descubrimiento de la noche mediante la


iluminación artificial. Esto duplica el tiempo de vida de trabajo y de ocio, dando lugar a los turnos a
destajo y al esparcimiento nocturno.

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