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Presentada por:
LIMA - PERU
2022
INTRODUCCION
“Prohibir el aborto no hace que se deje de hacerlo, hace que mueran más
mujeres. Como suelen decir la pro-vida “que se mueran”, contradictorio
no”
En estas líneas quiero abordar la problemática de aborto, acerca de esta discusión que lleva años,
acaso décadas, sin encontrar un consenso. El aborto es un caso sui generis, puesto que es la
situación en la vida en la cual un ser humano puede decidir sobre la vida de otro sin que este haya
podido siquiera expresar su opinión.
Ante esto nuestra legislación en el artículo 119º del Código Penal vigente contiene el único supuesto
mediante el cual un aborto es consentido: el aborto terapéutico. Este supuesto implica que el aborto
constituye el único medio para salvar la vida de la mujer embarazada o para evitar en su salud un
daño grave y permanente. Entonces sale a flote el siguiente cuestionamiento: ¿Por qué éste es el
único supuesto impune? Debido a que el Estado reconoce que, en éste único caso, existe un conflicto
entre la vida de la madre y la vida del concebido.
Es por ello, que siendo el aborto un tema controversial, existen múltiples opiniones y argumentos, tanto a favor
como en contra. Por un lado, tenemos la postura donde se considera que un concebido (cigoto, feto, embrión),
es un ser humano y, como tal, debe ser protegido. Por más que éste concebido no se encuentre totalmente
desarrollado, es titular de un derecho a la vida, de un derecho a su integridad y, sobre todas las cosas, tiene
dignidad propia. En consecuencia, no es propiedad de la mujer gestante, no es una extensión de su
personalidad jurídica ni de sus derechos, sino que se trata de un ser humano que tiene exactamente la misma
calidad de humano que su madre.
Por otro lado, la maternidad debe ser una decisión libre, no ejercida por obligación. Es decir, no se debe forzar
a las mujeres a continuar con un embarazo no deseado. La penalización del aborto limita la autonomía
reproductiva, convierte al Estado en cómplice de la discriminación y un opositor del derecho a la salud de las
mujeres.
Entonces que sucede en los casos de violación sexual y cuando el feto no es viable fuera del útero
materno donde se debería justifican el aborto, aun en estas situaciones se debería seguir
estigmatizando a la mujer a la hora de decidir el no completar el embarazo, y mucho menos
penalizarla por este accionar, bajo estos contextos cada Estado tiene la obligación de asumir una
determinada postura y regularla.
MARCO JURÍDICO DEL ABORTO EN EL PERÚ
En el Perú, el aborto está penalizado en general y eso se plasma en el Capítulo II del Título I de la Parte
Especial del Código Penal vigente referido a los delitos contra la vida, el cuerpo y la salud. El tipo base del
delito está en los primeros artículos: el artículo 114 señala:
“[l]a mujer que causa su aborto, o consiente que otro le practique, será reprimida con pena
privativa de libertad no mayor de dos años o con prestación de servicio comunitario de
cincuenta y dos a ciento cuatro jornadas”.
“[e]l que causa el aborto con el consentimiento de la gestante, será reprimido con pena
privativa de libertad no menor de uno ni mayor de cuatro años. Si sobreviene la muerte de la
mujer y el agente pudo prever este resultado, la pena será no menor de dos ni mayor de
cinco años”.
En el artículo 116 se tipifica como delito el aborto sin consentimiento en tanto que en el artículo 118 el aborto
causado sin intención (denominado preterintencional); en ambos casos el delito presupone que la continuación
del embarazo ha sido interrumpida por factores externos a la decisión de la mujer por lo que la protección
penal es coherente. Por su parte, el artículo 117 no tipifica una conducta punible, sino que señala una
circunstancia agravante para el sujeto que practica el aborto consentido, puesto que, si el mismo es un
profesional sanitario, además de las penas previstas, se le inhabilitará para el ejercicio profesional.
En tanto que en el artículo 119, por su parte, se exime de toda responsabilidad al aborto terapéutico
según el siguiente texto:
“No es punible el aborto practicado por un médico con el consentimiento de la mujer
embarazada o de su representante legal, si lo tuviere, cuando es el único medio para
salvar la vida de la gestante o para evitar en su salud un mal grave y permanente”.
No ocurre lo mismo en los casos del artículo 120 en los que se impone una pena atenuada:
“El aborto será reprimido con pena privativa de libertad no mayor de tres meses:
Cuando el embarazo sea consecuencia de violación sexual fuera del matrimonio o
inseminación artificial no consentida y ocurrida fuera del matrimonio, siempre que los hechos
hubieren sido denunciados o investigados, cuando menos policialmente; o 2. Cuando es
probable que el ser en formación conlleve al nacimiento de graves taras físicas o psíquicas,
siempre que exista diagnóstico médico.
Como se ha anotado, de lo dispuesto en los artículos 114 y 115 del Código Penal se desprende una
prohibición que impide a las mujeres decidir interrumpir sus embarazos, la que solo admite una
excepción: el aborto terapéutico. Y cabe la atenuación de la sanción penal si es que el aborto se ha
realizado según los supuestos contemplados en el artículo 120, pero –de igual manera– se trata de
supuestos prohibidos de aborto. Entonces nos encontramos claramente el hecho que haya una pena
atenuada, más allá de la inefectividad práctica de la sanción, no desprende a que las mujeres estén
sujetas a una investigación penal con todo lo que eso representa “en términos de maltrato, pérdida de
tiempo, estigma social”, repercusiones que afectan sus derechos, aunque no vayan a prisión.
2
Castillo Córdova 2005: 129
Ahora bien, el centro del dilema se enfatiza en el cuestionamiento ¿protección a la mujer o de la vida desde
la concepción? debemos determinar a que nos enfrentamos cuando encaramos la prohibición penal
del aborto.
De modo general, podemos advertir que toda mujer tiene derecho a decidir si desea o quiere ser
madre o no. Esta decisión, que constituye una manifestación del amplio derecho a la libertad de
elegir, se encuentra dentro del ámbito de su derecho al libre desarrollo de su personalidad reconocido
en el inciso 1 del artículo 2 de la Constitución, pues el mismo incluiría, en primer lugar, la libertad de
elegir autónomamente un plan de vida y, en segundo término, llevarlo a cabo.
Como manifiesta que el antropólogo Nino, la autonomía personal –que sería la justificación moral del
derecho al libre desarrollo– “prescribe que siendo valiosa la libre decisión individual de planes de vida
y la adopción de ideales de excelencia humana, el Estado (y los demás individuos) no debe interferir
en esa elección o adopción, limitándose a diseñar instituciones que faciliten la persecución individual
de esos planes de vida y la satisfacción de los ideales de virtud que cada uno sustente e impidiendo
la interferencia mutua en el curso de tal persecución”.
En este razonamiento, el decidir conforme al propio plan de vida ser o no madre es una decisión
fundamental de las mujeres, con lo que ni su entorno familiar más cercano (que incluye a una
eventual pareja) ni el Estado podrían imponerles una decisión en el sentido de que sean madres o no
lo sean pues ambas decisiones revisten significativa importancia para sus vidas. Esto supone que las
mujeres presten su consentimiento para llevar o no llevar adelante un embarazo.
Hemos presenciado dentro de las Escuelas de Formación de la Policía Nacional del Perú, el Tribunal
Constitucional peruano ha señalado expresamente que: […] la decisión de una mujer de traer al
mundo una nueva vida humana es una de aquellas opciones que se encuentran protegidas por el
derecho al libre desarrollo de la personalidad reconocido en el inciso 1) del artículo 1 de la
Constitución, que no puede ser objeto de injerencia por autoridad pública o por particular alguno.
Consecuentemente, todas aquellas medidas que tiendan a impedir o a hacer más gravoso el ejercicio
de la mencionada opción vital, resultan inconstitucionales.
Frente a la decisión del aborto entra en juego en el análisis otro interés que también es digno de
tutela jurídica: el del concebido, que de acuerdo al inciso 1 del artículo 2 de la Constitución, es sujeto
de derecho en todo cuanto le favorece, disposición que debe leerse de manera conjunta con el
numeral 1 del artículo 4 de la Convención Americana de Derechos Humanos, que establece que
“[t]oda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en
general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente”.
Se ha anotado que el proceso gradual del desarrollo del ser humano justifica la atribución de un valor
relativo, variable y creciente a medida que avanza la gestación.
Entonces nos sumergimos en el conflicto entre estos dos derechos; la legislación vigente hace eco de
quienes se oponen a la despenalización del aborto desde la afirmación de que el derecho a la vida es
absoluto y prevalece sobre otros derechos; dentro de la teoría conflictivista los derechos no son
absolutos, sino prima facie y pueden ser desplazados por otros derechos en situaciones concretas, lo
que se aplica a la defensa de la vida.3 .
Que la vida humana es un valor moral absoluto o que está por encima de otros es una tesis no cierta:
“es un valor moral fundamental pero que puede entrar en conflicto con algún otro y resultar
derrotado”.En nuestro país, el Estado legitima el uso de su poder punitivo prohibiendo la interrupción
voluntaria del embarazo mediante la tipificación penal del aborto. Frente a esta decisión, corresponde
aplicar el principio de proporcionalidad para determinar si las intervenciones penales en el ámbito del
derecho al libre desarrollo de la personalidad, en donde se ubica la decisión del derecho de la mujer a
decidir ser madre o no, son legítimas o no desde una perspectiva constitucional.
En la actualidad, las bases del Derecho penal no están en las leyes, sino en la Constitución,
entendida como orden jurídico fundamental del actual Estado constitucional democrático. “La
Constitución, en tanto norma suprema, establece las bases constitucionales del Derecho público y del
Derecho.
Como sintetiza Agustina Ramón Michel, la argumentación jurídica sobre despenalización del aborto
del lado de las mujeres no solo se ha hecho sobre la base de la defensa de su autonomía. La
igualdad ha predominado en el repertorio argumental de la lucha por la liberalización del aborto por
dos razones: primero, porque el embarazo solo ocurre en los cuerpos de las mujeres y, en tanto solo
las mujeres pueden abortar, la penalización solo las afecta a ellas, y segundo, porque existen
diferencias sustantivas entre las consecuencias negativas que acarrea la penalización respecto de las
mujeres de menores recursos económicos y las adolescentes.
El otro argumento predominante ha sido las consecuencias en la salud pública y en el derecho a la
vida y salud de las mujeres, de la mano con sus derechos a la integridad física y psíquica. La
vinculación entre la Constitución, en particular los derechos fundamentales reconocidos, y el Derecho
penal ha sido resaltada por nuestro Tribunal Constitucional en diversas sentencias. Al respecto puede
verse, a modo meramente enunciativo, las sentencias recaídas en los Expedientes N° 00012-2006-PI
y N°00014-2006-PI.
3
Villanueva 1996: 213; Abad Yupanqui 2008: 17.
Pero quizá sea en el Derecho penal donde la vinculación e influencia del Derecho constitucional se
hacen más patentes, en la medida en que los valores de libertad personal y seguridad que garantiza
constituyen su thelos. Por ello podemos decir que el Derecho constitucional incide en el Derecho
penal, por un lado, en cuanto se refiere a sus fundamentos […] De otro lado, el Derecho
constitucional sujeta al Derecho penal por medio de la interpretación y argumentación
constitucionales”.
En la doctrina penal se discute si el ejercicio del poder punitivo del Estado se justifica porque protege
bienes jurídicos (bienes valiosos para las personas y la sociedad) o la vigencia efectiva de la norma
(en tanto la misma se instituye como garantía del cumplimiento de los roles sociales). Nuestro Código
Penal adopta la primera postura al señalar en el artículo IV de su título preliminar que: “La pena,
necesariamente, precisa de la lesión o puesta en peligro de bienes jurídicos tutelados por la ley”.
Como puede observarse, la justificación de la pena no es otra, sino la exclusiva protección de los
bienes jurídicos.
En la doctrina penal existen distintos conceptos sobre el “bien jurídico” se entiende a los bienes
jurídicos como presupuestos existenciales necesarios para la autorrealización de los seres humanos;
se identifica con los derechos individuales; en tanto que autores nacionales, como Bramont-Arias
Torres (2000: 134), manifiestan que el bien jurídico es un interés jurídicamente protegido.
Esta disposición también recoge el principio de lesividad, según el cual solo son punibles aquellas
conductas que ponen en peligro (amenazan) o lesionan bienes jurídicos.
La doctora Teresa Aguado Correa (2010: 269) ha señalado con acierto que “[…] el fin que se persigue
a través de las normas penales es único: protección de los bienes jurídicos frente a lesiones o
puestas en peligro a través de la amenaza penal”.
Si bien no existe un consenso sobre qué debemos entender por “bien jurídico”, sí puede resaltarse
una nota característica en las posturas citadas: la protección de esos bienes jurídicos es importante,
lo que justifica la protección penal que el Estado les dispensa. Desde esta perspectiva es posible
identificar a un bien jurídico con un derecho fundamental, puesto que estos son los bienes más
valiosos de las personas, cuyo fundamento ético radica en los principios de autonomía personal (Nino
1989: 204-205) y dignidad humana (artículo 1 de la Constitución): en esa medida es razonable
entender a los mismos como bienes jurídicos merecedores de tutela penal.
Al respecto nuestro Tribunal Constitucional tiene establecido en su jurisprudencia que: […] desde una
perspectiva constitucional, el establecimiento de una conducta como antijurídica, es decir, aquella
cuya comisión pueda dar lugar a una privación o restricción de la libertad personal, solo será
constitucionalmente válida si tiene como propósito la protección de bienes jurídicos
constitucionalmente relevantes (principio de lesividad). Como resulta evidente, solo la defensa de un
valor o un interés constitucionalmente relevante podría justificar la restricción en el ejercicio de un
derecho fundamental.
La protección de un bien jurídico mediante la tipificación de una conducta como delito, puede tener
como consecuencia la afectación del ámbito protegido de otro derecho en tanto la conducta tipificada
como delito y amenazada con una sanción bien puede estar ubicada en el ámbito de protección prima
facie de otro derecho fundamental. Un ejemplo nos podrá ayudar a entender esta afirmación: todas
las personas tenemos el derecho a la libertad de expresión que protege la libre difusión de ideas y
pensamientos hacia terceros/as.
El principio de proporcionalidad es un criterio estructural para la determinación del contenido de los
derechos fundamentales vinculante para el Poder Legislativo, “cumple la función de fundamentar la
concreción de normas iusfundamentales adscritas en los casos difíciles” (Bernal Pulido 2007b: 539).
Como se ha mencionado, en el test de proporcionalidad se analiza, en primer lugar, la idoneidad de la
medida, esto es que “toda intervención en derechos fundamentales debe ser adecuada para contribuir
a la obtención de un fin constitucionalmente legítimo” (Bernal Pulido 2007b: 693). En segundo lugar,
se evalúa su necesidad, lo que significa que para ser constitucional ha de ser “la más benigna con el
derecho fundamental intervenido entre todas aquellas que revisten la misma idoneidad para contribuir
a alcanzar el objetivo propuesto” (Bernal Pulido 2007b: 740). Por último, se realiza el examen de
proporcionalidad en sentido estricto o ponderación, definido como la evaluación de que “la
importancia de la intervención en el derecho fundamental debe estar justificada por la importancia de
la realización del fin perseguido por la intervención legislativa” (Bernal Pulido 2007b: 763).
Sin embargo, en el análisis de la validez constitucional de la intervención penal, el principio de
proporcionalidad tiene ciertos matices que deben señalarse a efectos de realizar una adecuada
aplicación del mismo en cada uno de los supuestos objeto de análisis del presente trabajo.
En este contexto, el principio de proporcionalidad es un criterio para analizar la racionalidad de las
leyes y las exigencias argumentativas que debe satisfacer el control constitucional de las mismas
(Lopera Meza 2011: 137). Con este marco teórico procederemos a analizar si la prohibición penal del
aborto en casos de embarazo a consecuencia de una violación sexual y en casos de malformaciones
fetales incompatibles con la vida extrauterina es válida desde una perspectiva constitucional. Se
señala que el juicio de necesidad está vinculado al principio de intervención mínima que implica que
el Derecho penal debe intervenir cuando se trata de bienes jurídicos que necesiten protección penal;
este principio está integrado tanto por el principio de fragmentariedad que implica que los bienes
jurídicos solo merecen protección penal frente a ataques de cierta gravedad (lo que se aplica para
análisis de la norma de conducta), como por el principio de subsidiariedad o carácter de última ratio
que implica que solo requieren protección penal los bienes jurídicos que no pueden ser tutelados por
otros medios menos lesivos (lo que se aplica al análisis de la norma de sanción ).
La aplicación del principio de subsidiariedad implica: i) la búsqueda de alternativas al Derecho penal
que incluye sanciones extrapenales o medidas no penales, y la búsqueda de penas alternativas. Para
el análisis de necesidad “resultan muy relevantes las investigaciones socio-empíricas que puedan
ilustrar en qué medida es necesario el Derecho penal para conseguir los fines de prevención y en qué
medida las políticas sociales o las sanciones civiles o administrativas, siendo igualmente idóneas o
eficaces para conseguir estos fines, constituyen una alternativa menos gravosa”.
CONCLUSIONES
En el Perú, la interrupción voluntaria del embarazo aún está prohibida, con lo cual el Estado, por un
lado, interviene en la capacidad de elección de las mujeres privándolas del derecho a decidir ser
madres o no y, por otro, con la prohibición, se abstiene de prestar el servicio médico necesario, con la
consecuente exposición al riesgo de la integridad, salud y vida, todo legitimado por una protección
absoluta de la vida prenatal. Esta regla general de penalización se extiende a los casos específicos
de embarazos consecuencia de una violación sexual y cuando se ha determinado médicamente que
la vida prenatal es inviable por malformaciones que lo hacen incompatible con la vida extrauterina; en
estos casos solo existe una represión atenuada pero el aborto sigue siendo considerado delito, con
todo lo que esto implica. El Derecho penal es utilizado como una herramienta estatal para brindar
dicha protección a la vida prenatal; sin embargo, para que sea una herramienta justificada
constitucionalmente, debe no solo ser adecuada, sino también necesaria y proporcional a los bienes
jurídicos que afecta. No debemos olvidar que el derecho penal, en tanto prohíbe conductas mediante
la amenaza de sanción, se convierte en una intervención en los derechos fundamentales: estos prima
facie justifican las conductas que luego el Derecho penal prohíbe. Las normas penales se sustentan
en la protección de un bien jurídico, que a su vez puede identificarse con un derecho fundamental
(como la vida prenatal), y restringen conductas que pueden ponerlo en peligro o lesionarlo (en el
caso, el ejercicio de la libertad para interrumpir el embarazo) y ello debe justificarse desde un punto
de vista constitucional. Esta justificación pasa por analizar, a través del principio de proporcionalidad,
si la intervención penal –vía la prohibición mediante la tipificación de conductas aparejadas con una
sanción– es legítima desde un punto de vista constitucional. El análisis de proporcionalidad de la
intervención penal se desdobla en dos fases: se analiza, por un lado, si la tipificación de la conducta
prohibida y, por otro, si el tipo y cuantía de la sanción empleada por el/la legislador/a penal son
medios adecuados y necesarios para la protección del bien jurídico constitucional que las
fundamenta, y si –a su vez– este bien reviste una importancia tal que su protección justifica en el
mismo grado la lesión de otro derecho fundamental (ponderación o proporcionalidad en sentido
estricto). Respecto de la tipificación de la interrupción voluntaria del embarazo cuando el mismo es
consecuencia de una violación sexual, en aplicación del principio de proporcionalidad, consideramos
que es una medida apta para proteger la vida prenatal, pues sí existe una relación de causalidad
adecuada entre esta y la protección del concebido. Asimismo, consideramos que la prohibición penal
es una medida necesaria pues no existe otra alternativa igual de idónea que la intervención penal y
que intervenga menos en el derecho de las mujeres a decidir, para proteger la vida prenatal. Sin
embargo, en el análisis de ponderación, debe considerarse que la protección de la vida prenatal, que
es el bien jurídico constitucional que justifica la intervención penal en el derecho fundamental de la
mujer a decidir, no es un fin absoluto, sino relativo, que puede ceder dependiendo de las
circunstancias fácticas y los otros bienes jurídicos constitucionales que pueden verse afectados en
dichas circunstancias. En este sentido, la prohibición penal del aborto en el supuesto de que el
embarazo es consecuencia de una violación sexual afecta no solo la capacidad de decisión que
tienen las mujeres de decidir ser madres o no, capacidad que se sustenta en el derecho al libre
desarrollo de la personalidad y en el principio de autonomía personal, sino que también vulnera su
derecho fundamental a la salud tanto física como mental, y el derecho a no ser sometidas a tratos
crueles ni degradantes en tanto la prohibición penal determina su instrumentalización pues las
convierte en meros recipientes de la vida prenatal, lo que atenta a su vez contra su derecho a la
dignidad como seres humanos sujetos de derecho. En relación con el tipo y cuantía de sanción
prevista en el tipo penal de aborto de un embarazo producto de violación sexual, por su carácter de
pena mínima (menos de cuatro años de pena privativa de la libertad), su ejecución podría ser
suspendida con lo cual no habría una efectiva privación de libertad. Esto hace no idónea a la medida
de intervención pues su potencial desincentivador de conductas es prácticamente nulo. Estamos
frente a penas simbólicas que no tienen eficacia preventiva pues se siguen produciendo abortos al
margen de la norma penal. Además, en nuestro ordenamiento está vigente una distinción
discriminatoria entre las penas aplicables según si la violación se produjo fuera o dentro de un
matrimonio, lo que es fuente adicional de invalidez constitucional.
Respecto de la tipificación de la interrupción voluntaria del embarazo cuando se ha determinado
médicamente que la vida prenatal es incompatible con la vida extrauterina por malformaciones letales,
en aplicación del principio de proporcionalidad, consideramos que se puede afirmar –al igual que en
el supuesto anterior– que la prohibición penal en sí misma resulta ser un medio adecuado y necesario
para proteger la vida prenatal. No obstante, cuando se realiza el análisis de los bienes jurídicos
constitucionales en conflicto, la balanza se inclina a favor de la protección de los derechos
fundamentales de las mujeres. Dado que se trata de una vida que no es viable, resulta razonable
permitir a las mujeres decidir si prosiguen o interrumpen el embarazo; en ello no solo está en juego su
capacidad de decidir asociada a su autonomía y su derecho a la libertad, sino una serie de derechos
fundamentales tales como su salud física y mental, y su dignidad en tanto la prohibición penal –al
igual que en el supuesto anterior– las instrumentaliza y subordina a la protección del concebido. En
relación con la sanción prevista para este supuesto, al igual que en el caso de la violación sexual,
tenemos que no resulta ser un medio adecuado para lograr la protección buscada. Por lo expuesto,
en ambos supuestos, el del aborto en casos de violación sexual y en casos de malformaciones
letales, ni la norma de conducta tipificada ni la sanción prevista superan el juicio de proporcionalidad
y, con base en ello, debe considerárseles a ambas como inconstitucionales. La despenalización del
aborto supone, en último término, que el Estado le devuelva a las mujeres uno de sus derechos
fundamentales básicos: su derecho a decidir, conforme a su personal proyecto de vida, ser madres o
no en las circunstancias anotadas. Esa capacidad de decidir no existe en la medida que, aún con
penalidades simbólicas, el aborto en estos casos es una conducta proscrita que convierte a las
mujeres en delincuentes. Esa capacidad de decidir puede significar que se continúe con la gestación
a pesar de la vulneración de los propios derechos, decisión que tendrá que ser respetada y
respaldada por el Estado que deberá desplegar los recursos necesarios para ello. Pero la capacidad
de decidir puede, en un escenario de despenalización, significar también que se interrumpa el
embarazo y ello debe ser igualmente respetado y respaldado por el Estado con los recursos que eso
demande. La despenalización del aborto requiere que el Estado asuma el rol que le corresponde
como garante de los derechos fundamentales. Como señala Atienza, es innegable que para muchas
personas el aborto representa un mal absoluto, juicio que proviene de su propia conciencia, pero ello
no es una razón apta para justificar la punición penal del aborto en los supuestos mencionados. Un
castigo penal injustificado no solo es un mal absoluto, sino una forma de atentar contra la dignidad de
las personas (2010: 143). Por ello, apremia una revisión de la legislación penal vigente para
adecuarla a los estándares constitucionales, que coinciden con los internacionales, aunque la
argumentación desplegada puede ser usada también para inaplicar las normas penales en los
procesos en que algunas mujeres sean investigadas por no optar por el heroísmo que el derecho
penal vigente requiere de ellas a costa de sus derechos.
A nivel nacional, el 19% de mujeres se han realizado un aborto. El aborto ocurre a pesar de la
prohibición legal que hay en el Perú.
La práctica del aborto es transversal a todos los niveles socioeconómicos. Sin embargo, la mayor
cantidad de mujeres que reportaron un aborto fueron de los estratos económicos medios y bajos.
En el Perú, la interrupción voluntaria del embarazo está aún prohibida, con lo cual el Estado, por un
lado, interviene en la capacidad de elección de las mujeres privándolas del derecho a decidir ser
madres o no y, por otro, con la prohibición, se abstiene de prestar el servicio médico necesario, con la
consecuente exposición al riesgo de la integridad, salud y vida, todo legitimado por una protección
absoluta de la vida prenatal.
En el Perú no está regulado el aborto consentido y por casos de violación, pero si se consiente en
caso de malformación del feto y terapéutico.
A favor y en contra. Liz Meléndez explica por qué cree que sí. Por su parte, Gerardo Castillo Córdova argumenta por
qué no.
Las desigualdades múltiples operan también a este nivel. Aunque la penalización afecta a todas las mujeres,
impacta de forma diferenciada en las de menos recursos económicos, informativos y de movilidad social. Son
las pobres o jóvenes quienes terminan a merced de personas inescrupulosas que lucran con la
desesperación.
Según el Ministerio de Salud, el aborto es una de las principales causas de muerte materna en adolescentes:
representa un 29%. Otro dato que debe llamar nuestra atención y la de las autoridades es que el suicidio es
una de las principales causas indirectas de muerte materna en esta misma población (56%).
Por lo tanto, con la criminalización del aborto, el Estado afianza las desigualdades. Por ello, debe garantizar la
existencia de servicios legales para la interrupción voluntaria del embarazo no deseado, como una medida de
justicia social, equidad y salud pública.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, a través de la sentencia Artavia Murillo vs. Costa Rica,
estableció que en caso de conflicto de derechos se debe establecer una ponderación de los mismos. No se
puede, tras el argumento de la defensa de la vida, dar protección absoluta al embrión anulando los derechos
fundamentales de la madre.
Si bien el Estado Peruano constitucionalmente defiende la vida desde la concepción, no puede hacerse una
interpretación restrictiva y biológica de esta disposición. Se deben considerar las consecuencias que tiene esto
sobre la vida y salud de las personas, en este caso, las mujeres gestantes. Y es que la defensa de la vida se
relaciona con la defensa de otros derechos como la dignidad, la libertad y la salud.
Al mantener criminalizado el aborto, se contraviene la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas
de Discriminación contra la Mujer (Cedaw) y la Convención para Prevenir, Erradicar y Sancionar la Violencia
contra las Mujeres (Belén do Para), dado que la negación del derecho a decidir es discriminación y la
maternidad forzada es un acto de violencia, de la cual no puede ser cómplice el Estado.
Aunque la penalización en el Perú no tiene consecuencias de cárcel efectiva para las mujeres, sí las expone a
procesos judiciales penosos. La criminalización no se orienta a la defensa de “la vida”, sino a castigar a las
mujeres por el ejercicio de su autonomía reproductiva. ¿Puede el Estado mantener esta incoherencia?
Finalmente, el Estado debe legislar basándose en el principio de neutralidad, sin que en las decisiones medien
criterios confesionales y personales. Las modificaciones legales que se planteen en el ámbito de los derechos
reproductivos deberán tener como base el enfoque de derechos y realizarse en el marco de un Estado laico.
Según el Ministerio de Salud, el aborto es una de las principales causas de muerte materna en adolescentes:
representa un 29%. Otro dato que debe llamar nuestra atención y la de las autoridades es que el suicidio es
una de las principales causas indirectas de muerte materna en esta misma población (56%).
Por lo tanto, con la criminalización del aborto, el Estado afianza las desigualdades. Por ello, debe garantizar la
existencia de servicios legales para la interrupción voluntaria del embarazo no deseado, como una medida de
justicia social, equidad y salud pública.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, a través de la sentencia Artavia Murillo vs. Costa Rica,
estableció que en caso de conflicto de derechos se debe establecer una ponderación de los mismos. No se
puede, tras el argumento de la defensa de la vida, dar protección absoluta al embrión anulando los derechos
fundamentales de la madre.
Si bien el Estado Peruano constitucionalmente defiende la vida desde la concepción, no puede hacerse una
interpretación restrictiva y biológica de esta disposición. Se deben considerar las consecuencias que tiene esto
sobre la vida y salud de las personas, en este caso, las mujeres gestantes. Y es que la defensa de la vida se
relaciona con la defensa de otros derechos como la dignidad, la libertad y la salud.
Al mantener criminalizado el aborto, se contraviene la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas
de Discriminación contra la Mujer (Cedaw) y la Convención para Prevenir, Erradicar y Sancionar la Violencia
contra las Mujeres (Belén do Para), dado que la negación del derecho a decidir es discriminación y la
maternidad forzada es un acto de violencia, de la cual no puede ser cómplice el Estado.
Aunque la penalización en el Perú no tiene consecuencias de cárcel efectiva para las mujeres, sí las expone a
procesos judiciales penosos. La criminalización no se orienta a la defensa de “la vida”, sino a castigar a las
mujeres por el ejercicio de su autonomía reproductiva. ¿Puede el Estado mantener esta incoherencia?
Finalmente, el Estado debe legislar basándose en el principio de neutralidad, sin que en las decisiones medien
criterios confesionales y personales. Las modificaciones legales que se planteen en el ámbito de los derechos
reproductivos deberán tener como base el enfoque de derechos y realizarse en el marco de un Estado laico.
Según el Ministerio de Salud, el aborto es una de las principales causas de muerte materna en adolescentes:
representa un 29%. Otro dato que debe llamar nuestra atención y la de las autoridades es que el suicidio es
una de las principales causas indirectas de muerte materna en esta misma población (56%).
Por lo tanto, con la criminalización del aborto, el Estado afianza las desigualdades. Por ello, debe garantizar la
existencia de servicios legales para la interrupción voluntaria del embarazo no deseado, como una medida de
justicia social, equidad y salud pública.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, a través de la sentencia Artavia Murillo vs. Costa Rica,
estableció que en caso de conflicto de derechos se debe establecer una ponderación de los mismos. No se
puede, tras el argumento de la defensa de la vida, dar protección absoluta al embrión anulando los derechos
fundamentales de la madre.
Si bien el Estado Peruano constitucionalmente defiende la vida desde la concepción, no puede hacerse una
interpretación restrictiva y biológica de esta disposición. Se deben considerar las consecuencias que tiene esto
sobre la vida y salud de las personas, en este caso, las mujeres gestantes. Y es que la defensa de la vida se
relaciona con la defensa de otros derechos como la dignidad, la libertad y la salud.
Al mantener criminalizado el aborto, se contraviene la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas
de Discriminación contra la Mujer (Cedaw) y la Convención para Prevenir, Erradicar y Sancionar la Violencia
contra las Mujeres (Belén do Para), dado que la negación del derecho a decidir es discriminación y la
maternidad forzada es un acto de violencia, de la cual no puede ser cómplice el Estado.
Aunque la penalización en el Perú no tiene consecuencias de cárcel efectiva para las mujeres, sí las expone a
procesos judiciales penosos. La criminalización no se orienta a la defensa de “la vida”, sino a castigar a las
mujeres por el ejercicio de su autonomía reproductiva. ¿Puede el Estado mantener esta incoherencia?
Finalmente, el Estado debe legislar basándose en el principio de neutralidad, sin que en las decisiones medien
criterios confesionales y personales. Las modificaciones legales que se planteen en el ámbito de los derechos
reproductivos deberán tener como base el enfoque de derechos y realizarse en el marco de un Estado laico.
Aborto por violación sexual: un derecho que continúa sin ser legal en el Perú
Desde hace casi 100 años no ha cambiado la normativa sobre el aborto en Perú: la única causal aceptada, el
aborto terapéutico, continúa con trabas en su aplicación. Las víctimas de violación sexual aún siguen
desamparadas ante un Estado que le niega sus derechos.
“Perú, país de violadores" es una de las frases que podría representar muy bien la cultura de violencia contra
las mujeres que existe en el país. No es para menos. Las cifras de denuncias sobre violación sexual son
alarmantes y tienen el rostro de niñas y adolescentes. En una cultura de desprecio hacia el cuerpo, la dignidad
y la vida de las mujeres, muchas mueren o son forzadas a una maternidad no deseada.
Despenalizar el aborto por violación sexual debería ser el mínimo reconocimiento de un Estado hacia las
víctimas que han sufrido este tipo de violencia, como lo indican diversos estudios. La única causal aceptada
para la irrupción del embarazo en nuestro país es la terapéutico, que se aplica cuando está en riesgo la salud o
vida de la gestante. Una norma que no ha cambiado desde 1924.
Según datos del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (Mimp), solo en 2019, la institución registró
aproximadamente 7.200 casos de violación sexual en todo el país. Cifras similares se reportaron en los años
anteriores, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), dentro de las cuales el mayor
porcentaje de ataques correspondía a menores de edad: 4.872 en 2017 y 5.055 en 2018.
Pese a tener uno de los más altos índices de violación sexual en la región, el país cuenta con uno de los
marcos legales más precarios para atender a las víctimas de este tipo de violencia. Las leyes y normas sobre
el tema son limitadas, no están aplicadas en su totalidad o funcionan en el papel. En la práctica, a las víctimas
se les sigue negando sus derechos al no recibir los Kits de Emergencia, no acceder al Anticonceptivo Oral de
Emergencia (AOE) y no tener un aborto legal y seguro.
En una sociedad donde el machismo y la misoginia están institucionalizados, la violencia sexual se normaliza y
justifica. Se culpa o se cuestiona a las víctimas y se vulneran constantemente sus derechos. Con cifras
registradas tan alarmantes, prevenir, atender y sancionar correctamente este tipo de violencia es deber del
Estado.
Jennie Dador, abogada especialista en género y derechos humanos, explica que en términos jurídicos
no debería existir una penalización del aborto por violación sexual. Sin embargo, como comenta, hay
sesgos en el debate público. “Es un tema que tiene que darse por lo menos en esa causal, es
imposible e impensable que se condene a una víctima de violación a tener un embarazo forzado y
luego una maternidad impuesta para el resto de tu vida”, reflexiona la especialista.
Según indican diversos estudios, las mujeres que se convierten en madres producto de una violación
son más propensas a caer en la pobreza y malnutrición; estigma y discriminación; y problemas de
salud. Una situación más complicada es para las niñas y adolescentes, pues se les obliga a ser
mamás sin estar preparadas física ni psicológicamente para criar a otro menor de edad, además de
paralizar sus proyectos personales de vida.
En este último caso, un recurso a favor de las menores es que un embarazo a corta edad implica en sí mismo
un riesgo para su salud, incluso uno de vida. Por lo tanto, como explicó Brenda Álvarez, abogada especialista
en violencia sexual, para las niñas y adolescentes, se podría considerar la irrupción del embarazo a través del
artículo 119 del Código Penal. Sin embargo, tal como está reglamentada la actual guía técnica de aborto
terapéutico (2014), no es muy fácil acceder a esta práctica.
Como comenta Dador, hay una sobrerregulación del protocolo: una junta médica debe validar el proceso y
decidir si la gestante puede acceder o no a la interrupción de su embarazo. “Es súper engorroso y hay que dar
muchas vueltas, entonces entre que llegas y te dicen si calificas, el tiempo ha avanzado demasiado y ese
aborto terapéutico solo es hasta la semana 22”, detalla la especialista. Asimismo, no se contempla una guía de
acción especializada para las menores de edad.
En América del Sur, ocho países han despenalizado el aborto por violación sexual en su totalidad o
bajo ciertos criterios: Argentina, Colombia, Uruguay, Chile, México, Bolivia, Brasil y Ecuador. En Perú,
el debate ni siquiera se asoma en lo político.
En 2011, a raíz del caso L.C. vs. Perú, el Comité para la Eliminación de Toda Forma de
Discriminación hacia las Mujeres (Cedaw) determinó que el Estado peruano debía revisar su
legislación para despenalizar el aborto cuando tenga como causa el abuso sexual o violación. Hasta
la fecha, sin embargo, ese cambio no se ha dado.
Para Brenda Álvarez, el Ejecutivo, a través del Ministerio de Salud (Minsa), solo aprobó la guía
técnica de aborto terapéutico, pero no tuvo otra incidencia sobre el tema. “El Ejecutivo tampoco ha
cumplido con un proyecto de ley planteando la despenalización del aborto porque no son
necesariamente temas en el que quieran entrar, involucrarse”, acota.
Por su parte, desde el Legislativo tampoco es que se haya avanzado mucho tras la desestimación
de la iniciativa ciudadana Déjala Decidir. El último proyecto de ley se remonta al 2016 cuando un
grupo de congresistas junto a diversas organizaciones civiles plantearon al disuelto Congreso una
nueva propuesta para despenalizar el aborto por violación. Sin embargo, aún esta ni siquiera está
agendada en la Comisión de la Mujer y tampoco ninguna bancada ha solicitado retomarla.
Permitir el aborto a las víctimas de violación sexual debe ser el mínimo reconocimiento del Estado
peruano hacia las mujeres. Reconocer sus derechos, darles la opción de decidir y no forzarlas a un
embarazo no deseado es permitir que las niñas, adolescentes y mujeres continúen sus proyectos de
vida, como menciona Álvarez.
“Se necesita voluntad política (...) para poder mover este tema, porque no se aborda como un tema
de derecho, sino como un tema de controversia y este enfoque es absolutamente lamentable porque
cuando estamos hablando de aborto, de interrupciones inseguras del embarazo, estamos hablando
de vidas”, enfatiza la abogada feminista.
Han pasado nueve años de aquel pedido del Cedaw al Estado peruano y cuatro años desde la
presentación del proyecto de ley al Legislativo; sin embargo, nuestros representantes estatales aún
no conversan sobre el tema. Considerar a las mujeres como sujetos libres de derecho es reconocer
sus decisiones personales; y despenalizar el aborto para las víctimas de violación sexual, una deuda
pendiente.
COMENTARIOS
vociferaron las activistas feministas, quienes buscan que las mujeres puedan acceder a una interrupción
voluntaria del embarazo sin ser criminalizadas o víctimas de discriminación.
artículo 122 del Código Penal que establece el aborto como delito, pues atenta contra de los derechos
fundamentales de las mujeres.
En Colombia, las tres causales por las que está permitido el aborto son si el embarazo
pone en riesgo la vida o la salud de la mujer, cuando la gravidez es producto de violación o incesto, y en caso
de malformaciones fetales incompatibles con la vida extrauterina.
“La penalización es la barrera principal de la cual se desprenden las demás. Las mujeres en Colombia
siguen enfrentándose al riesgo de que se les inicie un proceso penal, de ir a la cárcel o de ser
sometidas a la discriminación y al estigma cuando buscan acceder al servicio de forma segura,
debido, en gran medida, a que el aborto sigue existiendo como delito en el Código Penal”, agregó la
ONG.
El aborto ha existido desde el primer Código Penal en 1863. En el Día Internacional de Acción por la Salud de
la Mujer, hacemos un recorrido por la historia del derecho de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos.
El aborto es una palabra que se suele mencionar en voz baja debido al estigma que aún prevalece en torno al
tema. Sin embargo, ha estado presente desde el primer Código Penal que se creó en el Perú, allá por los años
1863.
Casi 200 años después, la situación no ha cambiado para las mujeres que luchan por derecho de a
decidir sobre sus cuerpos, pues sólo el aborto terapéutico es legal en el país ante determinados
casos.
Pero la criminalización del aborto en el Perú no ha llevado a que esta práctica desaparezca. Por el
contrario, las mujeres quedan expuestas a los peligros de hacerlo clandestinamente o al acceso
limitado a los medicamentos como el misoprostol, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
"El aborto es un problema de salud pública y de derechos humanos porque llevar a cabo un embarazo no
deseado impacta no sólo en la salud física y mental, sino también en el proyecto de vida de las mujeres”,
según declaró a La República Susana Chávez, experta en salud pública y directora ejecutiva de Promsex. A
pesar de ello, las restricciones para abortar en Perú se arrastran desde hace dos siglos atrás.
Esta medida legal obedecía a la “perspectiva moralista” de aquellos años, la cual consideraba las
relaciones extra matrimoniales como una “afrenta al orden de la familia y a la moralidad pública”, ya
que "el lugar adecuado para el nacimiento de los hijos e hijas era el matrimonio”, según cita el
documento.
“Ya en ese año se consideraba que no era punible el aborto cuando se ponía en riesgo la vida y la salud de las
mujeres”, detalla Dador en conversación con La República, al explicar qué es el aborto terapéutico.
En este momento de la historia, el delito de violación no protegía la libertad sexual de las mujeres. “Se
protegía el ‘honor sexual’”, indica.
“A partir de esto se debe reconocer la libertad sexual de las mujeres”, explica. Es en la década del
ochenta en que se empieza a revisar las normas y, en 1984, se aprueba el Código Civil que nos rige
actualmente.
1989: se aprueba aborto por violación, pero Alan García observa la ley
La Cámara de senadores y diputados aprueba el nuevo Código Penal por mayoría, en el cual se
despenalizaba el aborto terapéutico en casos de violación y malformación en el feto.
Sin embargo, el Poder Ejecutivo, que tenía como presidente a Alan García, pide observar el
documento. “Lo entregan a García y este, a raíz de las presiones de la Iglesia, devuelve el Código al
Parlamento y no lo promulga”, relata Dador, pues “necesitaba el apoyo de la Iglesia, ya que la crisis
económica empeoraba y la violencia incrementaba”.
1991: se aprueba el actual Código Penal y la ley del aborto que rige hasta la actualidad
Es en este año que se aprueba el Código Penal que se encuentra vigente hasta el momento. Tal
como en 1924, este documento permite el acceso al aborto terapéutico sólo para los casos en que
hay peligro para la vida y la salud de la mujer gestante.
Sin embargo, en este Código se establece el aborto atenuado para los casos de embarazos por
violación y malformaciones en el feto, las cuales ocurran fuera del matrimonio. “Es decir, seguirán
siendo delitos, pero la pena es de 6 meses. Para cualquier otro aborto que no sea el terapéutico, la
sanción es de dos años”, enfatiza.
No obstante, Rafael Rey, diputado del Congreso Bicameral de aquel entonces, propuso penalizar, sin
éxito, todo tipo de aborto.
“Aparentemente cambia, pero no es así, porque el aborto sigue siendo un delito, sigue siendo ilegal,
sigue siendo caro. Las que tenemos dinero podremos abortar, las que no, seguirán muriendo”,
comenta Jennie Dador sobre el actual Código Penal.
Asimismo, en ese año se aprobó la guía técnica de aborto terapéutico, de aplicación a nivel nacional
en los establecimientos de salud a partir del segundo nivel de atención: es decir, con atención
quirúrgica.
“Ahí ya se restringe el acceso al aborto, pues no en to el territorio nacional existe un hospital al que
puedan acceder las mujeres. Incluso, este protocolo no permite que se realice este procedimiento en
centros de maternidad”, aclara Susana Chávez. Añade que, incluso, el aborto, cuando se lleva a cabo
en etapas tempranas, “puede realizarse en el domicilio”.
Asimismo, para poder llevar a cabo el procedimiento, la guía determina que se necesita una junta
médica de al menos tres doctores. “La ley dice que tiene que ser indicado por un médico, no por una
junta —detalla la especialista en salud pública— por lo que la mujer puede acceder igual, con junta
médica o no. La ley tiene mayor rango que el protocolo".
“En resumen, desde 1863 hasta la actualidad, el aborto se mantiene tal cual”, finaliza la especialista.
En el mundo, existen 26 países donde la interrupción voluntaria del embarazo está totalmente prohibida bajo
cualquier circunstancia. Algunos de ellos son Honduras, Nicaragua, Egipto y Madagascar.
Por otro lado, 39 naciones permiten el aborto en caso la vida de la madre se encuentre en peligro
(Brasil, Venezuela, Chile, entre otros); en 56 está aprobado por motivos de salud de cualquier tipo y
según indicación de los médicos (Perú, Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, etc.) y en 14 se puede
acceder a él por causas socioeconómicas como India o Etiopía.
En los modelos de permisión por causales y por plazos “subyace una ponderación de lo que está en juego y la
decisión de dar prevalencia a los derechos y valores vinculados a las mujeres. Lo que cambia es la intensidad
y modalidad que asume este resultado. Intensidad porque en el modelo de plazos hay un posicionamiento
menos condicionado y más abierto a la decisión de la mujer, mientras que en la legislación de indicaciones se
adopta una estructura que exige ciertas circunstancias y en esa medida supedita y ciñe, tanto material como
simbólicamente, las posibilidades de las mujeres”
Los sistemas de regulación del aborto en el Derecho comparado Dentro de los países que criminalizan el
aborto existen tres modelos (Beltrán y Puga, Andión y Cavallo 2012: 10-28; Bergallo y González 2012: 19-20;
Ramón Michel 2011: 30-33):
a. La penalización total en donde el aborto es un delito en todo caso. En los países de América Latina y el
Caribe está vigente en Chile, El Salvador, Haití, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Surinam.
b. El modelo de permisión por causales, indicaciones o excepciones en el que se incorporan ciertos supuestos
en donde se permite el aborto. Las causales más comunes son la protección de la vida de las mujeres, la
protección de su salud, los casos de malformaciones fetales incompatibles con la vida, la causal
socioeconómica, la inseminación forzada y la violación sexual. Está vigente en Argentina, Bolivia, Brasil,
Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Guyana, México (menos el Distrito Federal), Panamá, Paraguay,
Perú y Venezuela.
c. El modelo de permisión por plazos en el que no se penaliza el aborto en las primeras semanas del
embarazo, pero sí en las etapas más avanzadas en las que el aborto es permitido por causales. Vigente en
Cuba, Guyana, Guyana Francesa, México D.F., Puerto Rico y recientemente en Uruguay.
En Perú, el aborto es ilegal salvo en caso de amenaza de la vida o de la salud de la mujer, lo cual es conocido
como aborto terapéutico. Éste es legal desde 1924, pero tomó 90 años para que se oficialice una guía técnica
nacional donde se regula dicho proceso (LA REPÚBLICA, 2014). En cualquier otro caso, éste está prohibido
por el código penal, según el cual la mujer que consiente un aborto inducido puede tener una pena de hasta
dos años de prisión (Código Penal del Perú, 1991: artículo 114 – 120). Hasta ahora, ninguna mujer peruana ha
ido a la cárcel por practicarse un aborto, pero sí hay procesos penales en curso, por lo que el aborto figura
como antecedente penal en los registros del Estado peruano. La restricción al aborto también está cubierta por
la Constitución, donde se lee: “Toda persona tiene derecho: (…) A la vida, a su identidad, a su integridad
moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y bienestar. El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le
favorece.” (Constitución Política del Perú, 1993: Artículo 2, Inciso 1). Con ello, Perú fue el primer país en
reconocer al concebido como un sujeto pleno de derechos, y le proveyó estatus jurídico (LLAJA, 2009: 17). Así,
el estado posee una serie de normas que instituyen que el aborto es un crimen, al mismo tiempo que ignoran la
responsabilidad que poseen frente a la calidad de vida de las peruanas, y al control autónomo de sus futuros.
De acuerdo a las nociones que hemos abordado en el curso, el Estado laico es el que no tiene una religión
oficial y que no sobrepone las ideas de ninguna. En el caso peruano, la Constitución prueba que la laicidad
está ausente de sus fundamentos estatales. Es más, desde 1980 está en regla el Concordato con la Iglesia
Católica mediante la cual se exime a la misma de impuestos y se le otorga beneficios económicos, así como un
reconocimiento político único frente a otras confesiones de culto. En Perú, así como en el resto del continente
latinoamericano, nuestras naciones-Estado siguen bajo la influencia – y algunos dirían el control – del
catolicismo. La posición de esta doctrina religiosa se ve reflejada en las políticas públicas y en sectores claves
del Estado. Además, el Estado Vaticano en tanto que país y cuerpo gubernamental también presiona a nivel
diplomático para mantener medidas ceñidas a la visión católica. En Perú, dicha situación ha producido que los
derechos sexuales y reproductivos sean irrespetados gobierno tras gobierno, y que el aborto no sea entendido
como un problema de salud pública sino como uno ideológico. La situación del aborto en Perú es similar a la
de otros países de la región, su penalización en el continente contiene profundas implicancias sociales. Para
empezar, las leyes latinoamericanas tienen un peso normativo en la sociedad, habiendo heredado su
connotación de orden moral de nuestro pasado colonial español. Además, los estados no logran separarse por
completo de la religión, y muchos obedecen parámetros católicos de lo bueno y lo malo (HTUN, 2003: 6 y 10).
Grupos conservadores y ligados a organizaciones religiosas empujan la manutención del aborto como un tema
de interés ético, un punto de polarización del cual se debe hacer ejemplo. La lucha entre visiones absolutistas
hace en muchos casos imposible cualquier negociación y por ello, la legislación del aborto se ha visto
estancada en Perú. Debido a la naturaleza perentoria de las leyes civiles y penales en Latinoamérica y en
Perú, reformas legales involucran más que un cambio de políticas públicas. Simbolizan el cambio de normas
sociales y morales, y en este caso también están involucrados los roles y derechos de las mujeres. La
penalización del aborto dice mucho de qué entendemos por ser mujer, y cuán potente aun es su relación
definitoria con la maternidad (Ídem: 11). La feminidad normaliza o discrimina actitudes, conductas, expectativas
y responsabilidades, que se consideran apropiadas para el género femenino. Dentro de la sociedad peruana,
dichos roles están en un marco patriarcal y donde modelos hegemónicos imponen una demostración (y
validación) constante de las identificaciones sexuales. La mujer peruana ha sufrido un proceso largo de
inscripción simbólica en tanto que transmisora cultural y ética. En esta concepción de lo femenino, la doctrina
católica crea un discurso fortísimo, el marianismo: la mujer equivale a una virgen, una mujer pura la cual posee
superioridad moral y una mayor religiosidad que el varón, más conectado con la esfera terrenal. Ella contiene
el honor de la familia a través de su virginidad sexual, que sólo cesa mediante el matrimonio; institución cuyo
objetivo es la procreación, no el disfrute. El único caso en el cual la mujer sale de esta categoría es cuando se
le asocia con el deseo sexual, como un objeto que provee placer: una prostituta (FULLER, 1995: 243-246).
Como se arguyó antes, la ley es un fiel reflejo de la construcción de nuestra identidad, y en Perú la ciudadanía
no se ejerce plenamente para las mujeres que viven en él. Además, quienes no se ajusten a los parámetros de
lo que debería ser según la moral hegemónica una “mujer” terminan excluidas de su propio país, y la
maternidad es un factor clave en cristalizar dicho ideal. La maternidad se vuelve el eje más sólido de las
identidades femeninas, obedeciendo al dictamen mariano de superioridad moral. La mujer, a través de la
experiencia de tener hijos, se vuelve proveedora de afectividad y del bienestar emocional de la familia. La
maternidad se define como provechoso y placentero, y es la realización de la mujer dentro de un sistema
patriarcal que demanda una actitud y un estado anímico particular de la posible madre frente a su futuro con
hijos. Cuando esto no es así y el embarazo no es deseado, entonces la mujer es castigada socialmente por
demostrar que tener un hijo no genera de inmediato sentimientos positivos, y que la imagen sobrevalorada de
la maternidad es errónea. Durante mucho tiempo, se ha construido en las zonas urbanas del país un mercado
clandestino donde se ofrecen abortos quirúrgicos y médicos. Hay anuncios en las ciudades, especialmente en
Lima, ofreciendo soluciones rápidas sin que se tenga la seguridad de quiénes son y si están capacitados en
temas de salud. Este mercado ofrece medicamentos adulterados o dosis insuficientes con el objetivo de lucrar
con las mujeres y mantenerlas pagando por procedimientos adicionales. Por muchos años, los abortos
quirúrgicos fueron mayoritarios junto con la administración de elementos vegetales (raíces, semillas, etcétera).
A inicios de los noventa, se introduce el uso de prostaglandinas y es usado de forma limitada en ciudades de la
selva (FERRANDO, 2006: 17). La medicina que llega al Perú informalmente es Misoprostol, un análogo
sintético de prostaglandina E1 que ablanda y dilata el cuello uterino y provoca contracciones en el útero. Éste
fue creado para curar úlceras gástricas por drogas sin esteroide y anti inflamatorias, y se comercializa con
dicho fin. En 1986, el Misoprostol es lanzado en Brasil por el laboratorio Pfizer con el nombre Cytotec. Sus
efectos en las mujeres se volvieron conocidos empíricamente (ARILHA y BARBOSA, 1993: 409) Cuando en
1991 se intentó restringir el acceso al medicamento ya era tarde para impedir su uso como abortivo,
estimándose que el 35% de Cytotec vendido en ese año en Brasil se usó para la inducción del aborto (Ídem,
411). Debido a la experimentación de las mujeres, se difundieron mediante boca a boca dosis aproximadas del
uso de Misoprostol. Durante la mitad de los noventa para adelante, su divulgación aumentó exponencialmente
en Perú. Según Ferrando: “Se ha difundido en todo el país y los proveedores de servicios de salud están de
acuerdo que ha permitido una disminución de la frecuencia y la severidad de las complicaciones por aborto”
(FERRANDO, 2006: 17). El uso correcto del Misoprostol de acuerdo a investigaciones médicas públicas y
difundidas por organizaciones internacionales de prestigio, viene siendo conocido con mayor detalle y seriedad
desde hace pocos años. Las dosis recomendadas por la OMS circulaban solamente entre personal médico, y
si bien están en Internet el lenguaje técnico es difícil de comprender para la mayoría de usuarias. En
Latinoamérica, la difusión del Misoprostol representa un cambio importante en la experiencia de aborto de las
mujeres, por estar ligada a una menor morbilidad, ser un método menos intrusivo y por la autoadministración,
con lo cual evitan ser juzgadas, estafadas y detenidas. Además, se valora la seguridad y efectividad del
medicamento. Sin embargo, ante la superación de las barreras concretas para acceder a un aborto seguro,
prima la sensación de alivio por la resolución del estado que conduce a tantas a la muerte (LÓPEZ, 2015: 25).
De acuerdo a las estimaciones de Ferrando, cada año se producirían 376000 abortos en el país y 1.8 millones
de nacimientos no deseados. La cantidad de abortos llegaría a 400000 si no fuera por el uso del anticonceptivo
oral de emergencia, aunque éste se encuentre a la venta y no está permitida su distribución gratuita
(FERRANDO, 2006: 33). No hay que ignorar que las mujeres peruanas se realizan abortos en circunstancias
diferentes. Las mujeres que cuentan con dinero y contactos pagan clínicas privadas, compran el silencio y las
condiciones de seguridad. Mientras tanto, las mujeres empobrecidas, sobre todo de zonas rurales quedan a
merced de mafias y personas improvisadas con el riesgo latente de dañar su salud, perder la vida y ser
criminalizadas por su decisión. Estas diferencias se reflejan en la historia del anticonceptivo oral de emergencia
en el país: primero incorporada como método anticonceptivo en 2001 y considerada no abortiva en 2003
(FLORA TRISTÁN, 2016); distribuida gratuitamente durante el gobierno siguiente solamente para que el
Tribunal Constitucional declarara que había “duda razonable” sobre un posible efecto abortivo y fuese
restringida a la venta, y finalmente este año se vuelve mediante medida cautelar de nuevo a disposición
gratuita en los centros de salud peruanos (EL COMERCIO, 2016). En los últimos dos años hubo una campaña
fuerte para la despenalización del aborto en casos por violación, organizada por una coalición de ONGs y
colectivas peruanas bajo el slogan “Déjala decidir”. Esta campaña logró participación ciudadana en las calles y
en redes sociales, y el respaldo de un sector importante de la población limeña: 52% a favor de la medida (EL
COMERCIO, 2015). La comisión del congreso archivó el proyecto de ley el año anterior, y sucesivos intentos
para presentarlo nuevamente han sido infructuosos. Las ONGs feministas peruanas siguen apostando por la
vía legal, mientras que agrupaciones como la Colectiva por la Libre Información para las Mujeres brindan
información sobre aborto con medicamentos. La poca voluntad de los gobiernos recientes de abordar el tema
del aborto, incluso cuando ha habido proyectos de ley para su despenalización, han evidenciado que ningún
grupo político considera esta problemática parte de la agenda ciudadana. En Perú, la mitad de su población
vive castigada legalmente ante el libre ejercicio de su sexualidad y pervive la idealización de la mujer como
madre ante todo, incluso truncando sus propios deseos y expectativas. La calidad de vida está limitada a un
marco moralizante, donde una mejor situación económica puede eliminar la posibilidad de un aborto inseguro
pero no el estigma social. Entre mujeres de orígenes andinos y amazónicos, éste aumenta pues no se la
considera plenamente capaz de tomar decisiones sobre sus vidas. Es más, las masivas esterilizaciones
forzadas que se realizaron en los noventas han demostrado que para muchos, estas mujeres no poseen
agencia alguna y que no deberían reproducirse por representar el atraso de una nación (La República, 2015).
Las campañas masivas de esterilización emplearon a las peruanas pobres, no blancas y rurales como
instrumentos para generar crecimiento económico sin pensar en ellas como sujetos de derechos humanos
(EWIG, 2009: 296). La actitud política frente al aborto en los últimos años está basada en ideologías
personales y en cálculo político, y son estos intereses los que actúan desde la base hasta el punto más álgido
de la pirámide social peruana. El control de los cuerpos de las mujeres sigue siendo de provecho de las élites
mayoritariamente blancas, urbanas y masculinas, status quo que estaba ya inserto durante las esterilizaciones
forzadas (EWIG, 2009: 310). El estigma de la mujer frente al aborto es mayor cuando no se tienen ingresos
económicos: se la ve como culpable de estado financiero de la familia, si vive en zonas rurales de la
comunidad, y a nivel más macro del país. Frente a ello, la Iglesia Católica asume una posición de manejo
político y de imposición doctrinaria: su enfrentamiento a toda posibilidad de despenalización del aborto no
obedece a una preocupación genuina por las mujeres peruanas, sino a la manutención del status quo de
donde obtienen provecho económico, político e ideológico.